la calidad del gasto
TRANSCRIPT
LA CALIDAD DEL GASTO
Por, Francisco Racines, 2009
¿Por qué la investigación teórica? Porque con distintos conceptos se construyen distintos mundos.
Joan-Carles Mèlich
Antes de proceder a emplear el concepto de «calidad del gasto» al estudio
económico de un determinado centro de educación superior se hace necesario aclarar, con
la mayor precisión y fundamento posibles, el significado que en esta investigación se le
otorga a dicho término, el nivel de análisis en el que se pretende aplicarlo, y los elementos
que lo configuran, con sus respectivas relaciones, conexiones o uniones.
1.1 Fundamento de la «calidad del gasto»
En la actualidad, la calidad del gasto está ganando importancia en la literatura
económica, especialmente por influjo de los trabajos publicados por economistas de la
Escuela de Chicago (vg. Stiglitz, Barr, Cullis, Jones), y en menor medida por los
economistas de la Nueva Economía Institucional (vg. Coase, North, Furubotn, Richter) y
de la Economía Constitucionalista (vg. Buchanan, Brennan), lo que ha determinado que la
temática se concentre en la evaluación de las intervenciones y de los gastos del sector
público y, por lo mismo, que predomine un enfoque macro.
Como problema económico, la calidad del gasto implica el desafío – o mejor decir,
el escándalo – de regresar a los economistas clásicos, en cuanto portadores de un
pensamiento ocupado en establecer los vínculos entre distribución de recursos y fines de
Estado y, al mismo tiempo, el asumir una posición crítica frente a los principios y
postulados neoclásicos y modernos de la teoría de la producción y los precios.
En su acepción más general, hace referencia a situaciones donde se requiere evaluar
si los recursos financieros-presupuestarios, económicos y sociales que demanda el
funcionamiento de una organización, encuentran o no justificación en los resultados que
ella obtiene o genera1. En otras palabras, el problema que se aborda a través del concepto
de calidad del gasto no es otro que el de la eficacia, es decir, el problema acerca de la
capacidad o no que muestra una organización para dar existencia verdadera y efectiva a lo
que se propone.
El imperativo de evaluación que subyace en todo estudio sobre calidad del gasto
puede surgir bajo la forma de necesidad, como ocurrió entre 1750 y 1880, cuando las
diferencias de poder y riqueza entre los Estados europeos generaron en cada uno de ellos la
exigencia de indagar sobre “la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”. Pero
también bajo la forma de interés, como sucedió entre 1970 y 2000, cuando el creciente
deseo por parte de grupos privados de captar recursos económicos que se encontraban bajo
el control de los gobiernos, les llevó a actualizar y radicalizar los planteamientos
neoliberales acerca de los fallos de mercado, vistiendo de “objetividad” los postulados
doctrinarios de la Escuela de Friburgo (1937), a fin de proceder a evaluar la eficiencia
económica de la acción pública.2
1 Cfr. Guillem López y Albert Castellanos, La calidad del gasto y la mejora de la eficiencia en el sector público: una valoración del gasto funcional de las AA.PP desde una perspectiva multijurisdiccional , Universidad Pompeu Fabra, España, 2004, p. 2. Internet. www.ub.edu/ecopubBCN/ponencias/arch_ pdf/ lopez_castellanos.pdf. Acceso: 8, julio, 2008.2 Para apreciar las implicaciones y consecuencias que tiene el trabajar un pensamiento económico desde la lógica de la necesidad (creación de riqueza) o desde la lógica del interés (distribución de la riqueza existente), léase: John Rae, Statement of some new principles on the subject of Political Economy: exposing the fallacies of system of free trade and of some other doctrines maintained in the “Wealth of Nations” , Hilliard, Gray, & Co., Massachusetts, 1834. Internet. http://socserv2.socsci.mcmaster.ca/~econ/ugcm/3ll3/ rae/newprin.html. Acceso: 5, marzo, 2005. Así mismo, para conocer sobre los principios doctrinarios del pensamiento neoliberal y particularmente de la Escuela de Friburgo véase: Alfred Schüller y Hans-Günter Krüsselberg, Conceptos básicos sobre el orden económico, Biblioteca de Economía, Ediciones Folio,
En cualquier caso, la actualización de la calidad del gasto denota siempre la
identificación de un déficit de racionalidad económica – teórica o práctica – al nivel del
ordenamiento y disposición de todo lo que funge como causa o factor productivo. Esta
deficiencia, por afectar fines o propósitos buscados, requiere ser controlada o corregida, ya
sea mediante la incorporación de nuevas diferenciaciones que enriquezcan o
complementen las teorías o prácticas económicas, ya sea mediante la toma y subordinación
del orden jurídico a determinadas teorías o tratados económicos establecidos.
A este respecto, la insuficiencia de racionalidad económica que fundamenta los
estudios contemporáneos sobre la calidad del gasto tiene su base en la renuncia del
concepto de competencia perfecta orientada al mercado. Este hecho, al decir de Hicks, 3
comenzó a evidenciarse formalmente a partir de 1926, cuando Piero Sraffa publica Las
Leyes de los Rendimientos en Régimen de Competencia, mostrando la preponderancia que
tienen los costos de producción en la fijación del precio de los bienes – lo que implica que
cada productor sí tiene capacidad de incidir en los precios de mercado – y la tendencia de
las organizaciones a trabajar dentro de una curva de costos decrecientes – lo que permite
inferir que el problema principal de la organización individual no es la escasez de recursos,
sino la curva de demanda que enfrenta.4
La aceptación de que el común de las organizaciones funcionan en entornos
económicos que no son perfectamente competitivos, no sólo resquebrajó lo que Latsis
denominó el núcleo del programa neoclásico de investigación,5 también puso en evidencia
que la mayor parte de ellas requieren construir sus propias curvas de demanda, tanto para
Barcelona, 1997, pp. 97, 101-103. 3 J. R. Hicks, “Examen anual de la teoría económica: la teoría del monopolio” (1935) en: G. J. Stigler y K. E. Boulding, Ensayos sobre la teoría de los precios, Aguilar Ediciones, Madrid, 1963, p. 332. 4 Cfr. Piero Sraffa, “Las leyes de los rendimientos en régimen de competencia” (1926), en: G. J. Stigler y K. E. Boulding, op. cit., pp. 166-173.5 Véase al respecto: Mark Blaug, La metodología de la Economía, Alianza Editorial, Madrid, 1985, pp. 203-207.
los productos que ofertan como para los factores que utilizan. Esta característica, por
implicar el predominio de organizaciones que responden a “mercados especiales”,6
condujo a la conclusión que su comportamiento es posible explicarlo si se concibe a cada
una de ellas como una suerte de monopolio7, o como un sistema funcionando en un entorno
de “concurrencia modificada”.8 Sin embargo, para ambos casos la consecuencia es la
misma: se elimina la posibilidad de construir la curva de demanda de mercado
neoclásica.9
A partir de este hecho se puede, entonces, expresar de mejor manera el déficit de
racionalidad económica que experimentan actualmente las organizaciones: al no existir
competencia perfecta en sus entornos económicos, también dejan de existir las decisiones
únicas correctas o las soluciones óptimas. 10 No obstante esto, las organizaciones deben
seguir eligiendo, decidiendo, aun cuando sepan que los esquemas de racionalidad sobre los
que sustentan sus elecciones o decisiones carecen de suficiencia. Con esto se presenta la
pregunta: ¿cómo decidir dentro de un déficit de racionalidad económica?
1.2 La importancia de la calidad
Se dice que algo posee importancia cuando conlleva graves consecuencias para lo
que se está considerando. Ésta parece ser la propiedad que adquiere el término «calidad» al
6 Cfr. Alfred Marshall, Principios de Economía, Aguilar Ediciones, Madrid, 1957, p. 377.7 Piero Sraffa, op. cit., pp. 175-176.8 Heinrich von Stakelberg, “Fundamentos de una teoría pura de costes” en: Revista de Economía Política, primera parte, España, vol. VI, 2, mayo-agosto, 1955, pp. 356-358. Internet. http://www.cepc.es/ rap/Publicaciones/Revistas/11/RECP_014_272.pdf. Acceso: 15, abril, 2007.9 No se puede construir la curva de demanda neoclásica porque no es posible combinar las curvas de demanda particulares de modo que formen una sola curva, dado que la tabla de demanda de cada productor comprende un ordenamiento decreciente de los posibles compradores según el precio que éstos estén dispuestos a pagar antes de comprar a otro productor, y no antes de abstenerse de comprar el producto. Cfr. Piero Sraffa, op. cit., pp. 175-176. 10 Cfr. Niklas Luhmann, “Organización y decisión” (1978) en: Organización y decisión. Aupoiesis, acción y entendimiento comunicativo, Universidad Iberoamericana – Anthropos Editorial, Barcelona, 1997, pp. 6 – 7.
momento de ser introducido en los análisis económicos como medio para compensar el
déficit de racionalidad que subsiste en las decisiones organizativas.
Y es que, tomado grosso modo, el concepto de calidad tiene dos posibles
acepciones. La primera, derivada del latín qualis o qualitas, ha sido por siempre utilizada
para indicar la ‘cualidad’, ‘modo de ser’ o ‘caracteres que distinguen a una persona o cosa’
frente a lo múltiple. La segunda, derivada del latín qualificare y del inglés antiguo qualify,
en cambio, fue acuñada por los escolásticos (s. VI hasta el s. XIV), quienes arrogándose
estar en posesión de la verdad, la utilizaron para calificar la ‘aptitud de algo’ o indicar la
‘autoridad (auctoritas) de alguien’ en el tratamiento de ciertos temas. 11 Posteriormente, a inicios del s.
XX, el significado escolástico de calidad será retomado y popularizado por el denominado Círculo de Viena para determinar lo que ha de
ser considerado “conocimiento científico”.12
Según la acepción de calidad que se utilice, las teorías y proposiciones económicas
se sustentarán, bien en principios de pluralidad y complementariedad, bien en principios de
homogeneidad, dando con ello lugar a dos posibles modos de concebir la universalidad que
las rige: a) como pretensión que permite construir teorías y proposiciones que contienen a
sus contrarios y a sí mismas, b) como certeza teórica y propositiva que ha de imponerse al
mundo.
Por otra parte, en su dimensión formal, la aplicación del concepto de ‘calidad’ a un
concepto cuantitativo transfuncional, como es el ‘gasto’, obliga a que los análisis
económicos incorporen alguna noción de orden, de manera que, a partir de esta noción, se
pueda determinar la especificidad de una organización real respecto a lo que constituye su
identidad (determinación cualitativa) y la magnitud de su nivel de gasto en relación con la
11 Cfr. J. Corominas y J. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Editorial Gredos, segunda reimpresión, vol. II, Madrid, 1989, pp. 257 – 258.12 Véase al respecto: Bryan Magee, Historia de la Filosofía, Art Blume, Barcelona, 1999, pp. 198-200.
cantidad de elementos de gasto que ella considera (determinación cuantitativa), para luego,
a través de lo que se denomina medida, realizar la unión de la determinación cualitativa y
la determinación cuantitativa.13
La medida se define como una magnitud específica, siendo propio de ella poseer un
carácter reversible, por lo que igualmente puede expresar la cualificación del gasto que
realiza una organización o la cuantificación de la calidad que ésta logra. No obstante, lo
que actúa como unidad de medida permanece siempre arbitraria, no pudiendo, en
consecuencia, establecerse una relación simple de causa a efecto entre las variaciones
cuantitativas y las variaciones cualitativas.14
La arbitrariedad que contiene siempre la medida hace que los estudios sobre calidad
del gasto puedan observarse como una suerte de movimiento por el cual, de alguna manera,
la Economía retorna al programa de investigación de los economistas clásicos, y por lo
mismo, se subordina a la Política para ponerse a su servicio. Sin embargo, esta ‘economía
política’ o ‘economía de calidad’ que ahora resurge, ya no se encuentra reducida
únicamente al ámbito del Estado o de la acción pública, sino que puede, se requiere y está
siendo expandida a toda forma de organización.
Ciertamente, como señala Schumpeter (1954), una economía política nunca es
indiferenciada u homogénea, sino más bien el resultado de principios de diferenciación que
dan lugar a la inclusión o exclusión de sociedades, organizaciones e interacciones
humanas, según las posibilidades que tengan cada una de ellas para afirmarse en el
mundo.15 Esto obliga a tener presente que, al trabajar una economía sobre la base de una
concepción política o de calidad, existe siempre el riesgo de que al interno de las
13 Cfr. Georg Hegel, “Doctrina del ser”, en: Lógica I, Ediciones Folio, Barcelona, [1817] 2002, pp. 139-191.14 André Noiray (dir.), La filosofía, Ediciones Mensajero, Bilbao, 1974, p. 53.15 Cfr. Joseph Schumpeter, Historia del análisis económico, Editorial Ariel, segunda edición, Barcelona, 1994, p. 75.
interacciones humanas, organizaciones y sociedades involucradas, se introduzcan
subrepticiamente teorías u opiniones económicas que más que promover la autonomía o
participación activa de éstas, pretendan la instauración de relaciones de dependencia y
dominación que favorecen a determinados intereses particulares.16
Pero si se considera que, precisamente, es sobre la base de diferencias y no de
homogeneidades que se construye toda economía, denostar a la economía política clásica,
como lo hace el propio Schumpeter, por causa de las diferenciaciones que ella introdujo,
no parece del todo justo. Antes bien, esto debe considerarse su mayor virtud. El defecto del
pensamiento económico clásico, al igual que lo que ahora ocurre con las teorías
económicas neoclásicas y modernas, radica más bien en las limitadas posibilidades de
afirmación en el mundo que impuso a ciertas interacciones, organizaciones y sociedades.17
A este respecto, se puede afirmar que hoy, al igual que ayer, los pensamientos y
teorías económicas son fuente de restricciones para la conservación y desarrollo de
distintos sistemas socio-culturales, no tanto por las proposiciones que ellas contienen, sino
por el concepto de universalidad por homogeneidad que las orienta y al que aspiran. Pues,
siendo propio de los planteamientos económicos convencionales mostrarse revestidos de
justeza total, validez única y determinismo absoluto, cuando logran introducirse en
sociedades, organizaciones e interacciones que no tienen suficiente disposición sobre sí
mismas, las proposiciones económicas provocan irremediablemente una pérdida de
identidad y especificidad en las actividades y economías de éstas, incluso si con ello se
obtienen resultados “exitosos”.
16 Precisamente este riesgo constituye la cuarta justificación que ofrece Adam Smith para su investigación sobre la riqueza de las naciones (Cfr. Adam Smith, La riqueza de las naciones, Ediciones Folio, tomo I, Barcelona, 1996, p. 47). Para una versión actualizada del tema: Roberto Esposito, Immunitas: protección y negación de la vida, Amorrortu editores, Buenos Aires, 2005, pp. 9 – 33. 17 Cfr. Alfred Marshall, op. cit., pp. 5 – 6.
Esta idea de universalidad, que ha resultado particularmente perniciosa para la
sostenibilidad y transformación de los países denominados subdesarrollados, se ha visto
fortalecida, desde mediados de la década de 1980, por la difusión de criterios de calidad,
sea bajo la forma de estándares o sea bajo la forma de normas, que no pretenden tanto
reconocer particularidades como imponer homogeneidades en el consumo o vector de
gasto de las organizaciones, incrementándose con ello el riesgo de que las condiciones
humanas, organizativas y sociales de pueblos enteros, continúen estando subordinadas y
muchas veces determinadas por fuerzas extrañas.18
No obstante estos riesgos, la calidad se mantiene como una alternativa válida para
compensar el déficit de racionalidad económica, porque, al igual que el mercado, al interno
de las organizaciones actúa como mecanismo de asignación de recursos. Con esto no se
afirma otra cosa que, al nivel de las organizaciones, la calidad reviste interés económico en
tanto actúe como equivalente funcional del mercado.
Pero, si la calidad puede ser entendida como un equivalente funcional del mercado,
¿bajo qué condiciones contribuye a una asignación eficiente de recursos al nivel de una
organización?
1.3 Organización, calidad y eficiencia
Se puede decir que la calidad contribuye a una asignación eficiente de recursos al
nivel de una organización cuando la deja operar racionalmente y no la condena a un
esquema de división del trabajo.19 En otras palabras, la calidad se convierte en un
18 Al respecto, piénsese los efectos que tiene en las organizaciones educativas el criterio por el cual, el nivel de calidad (aptitud, autoridad, acreditación) de una universidad se mide por la proporción de docentes que han obtenido el grado académico de doctor en Estados Unidos. 19 Cfr. Niklas Luhmann, op. cit., 1997, p. 7.
equivalente funcional del mercado si posibilita que la organización produzca decisiones
eficientes y no la reduce a un simple actuar.
Esta hipótesis no sólo fortalece la opinión acerca de lo pernicioso que resulta para
las organizaciones adoptar un concepto de calidad basado en el principio de universalidad
homogénea. También permite aligerar la carga de la presente investigación, eliminando
todo aquello que tenga relación con lo que se denomina planificación estratégica. Pues,
tanto la una como la otra, al introducirse en las organizaciones, funcionan como fuente de
acción y no de decisión. Siempre que se presentan, lo hacen bajo la fórmula: “se ha
decidido, sólo resta actuar”.
La eficiencia que muestra el mercado para posibilitar decisiones de producción o
decisiones de consumo se expresa en la utilidad potencial – utilidad total, en términos de
Jevons20 - que reviste la información de precios que genera. Según Gregory Bateson, la
información puede ser definida como “la diferencia que hace una diferencia”.21 Esta
capacidad informativa presenta los precios siempre que registran acontecimientos o
situaciones de mercado que tienen el potencial de modificar los estados de una
organización, provocando en ella la necesidad de decidir.
De esta manera se explica mejor la diferencia que existe entre las acciones o
transacciones, que presuponen siempre una decisión y por lo mismo sólo pueden ser
consideradas como dadas o esperadas, y los precios, que sólo encuentran su identidad
cuando poseen información que permite a las organizaciones configurar conjuntos de
alternativas para la decisión.
20 Véase al respecto: William Stanley Jevons, La teoría de la economía política, Ediciones Pirámide, Madrid, 1998 [1871], pp. 101-103.21 Gregory Bateson, Steps to an Ecology of Mind, citado en: Niklas Luhmann, Sistemas sociales: lineamientos para una teoría general, Anthropos Editorial, segunda edición, Barcelona, 1998, p. 61.
La utilidad potencial de los precios se origina en el hecho de que éstos indican
posibilidades de intercambio de cosas escasas en términos de dinero, el cual, siendo
también una ‘cosa escasa’, cumple además la función de ‘mercancía patrón’ o medio de
comunicación simbólicamente generalizado.
A este respecto, se dice que algo es una ‘cosa escasa’ cuando es útil y limitada, esto
es, cuando algo responde a una necesidad o deseo pero que no puede ser empleado a
discreción.22 Y se afirma que algo cumple la función de ‘medio de comunicación
simbólicamente generalizado’, cuando posee similar sentido o significación para un
conjunto de sistemas heterogéneos, posibilitando entre ellos un relacionamiento por
homogeneidad o paridad, es decir, haciendo posible lo imposible.23
En consecuencia, se puede establecer que la calidad actuará como equivalente
funcional del mercado en tanto se constituya en fuente de comunicación a partir de la cual,
la organización acceda y produzca información, y al mismo tiempo logre que dicha
información sea percibida como útil y delimitada para su decidir operativo.24
Pero el hecho de introducir un concepto de calidad que actúe como fuente de
comunicación interna, no implica que la información que a partir de ella se genera
conduzca a decisiones de producción o decisiones de consumo eficientes, por lo que esta
condición, siendo necesaria, no es suficiente.
Por definición, toda información es eficiente en virtud de su capacidad para incidir
en la determinación de un conjunto de decisiones u operaciones, al igual que lo es el agua
22 Cfr. León Walras, Elementos de economía política pura (o teoría de la riqueza social), Alianza Editorial, traducción de la cuarta edición [1900], Madrid, 1987, pp. 155-156. 23 Cfr.: Ignacio Izuzquiza, La sociedad sin hombres: Niklas Luhmann o la teoría como escándalo, Anthropos editorial, Barcelona, 1990, pp. 219 – 224, y Antonio Villar, Curso de microeconomía avanzada: un enfoque de equilibrio general, Antoni Bosch Editor, Barcelona, 1996, pp. 1 – 2.24 El incumplimiento de esta condición es, precisamente, lo que marca los límites de los planes estratégicos convencionales y lo que determina la imposibilidad que ellos encierran.
por su capacidad potencial de satisfacer un conjunto de necesidades o deseos, y lo son los
precios por su capacidad de configurar producciones o consumos. Entendido así, el
concepto de eficiencia hace relación con cierta capacidad real o potencial que presenta una
cosa, dadas las propiedades o características que la identifican y que permiten relacionarla
con otra cosa o conjunto de cosas.25
No obstante, así como ocurre al nivel de los bienes y de los precios, ninguna
información aparece conteniendo un mismo grado de eficiencia para todo propósito u
objetivo, ni dentro de toda circunstancia posible. Por tanto, no basta que una cosa sea
eficiente para ser útil, o mejor decir, no basta que una cosa tenga la capacidad de
relacionarse con otra cosa para adquirir utilidad. Pues, para lograr ello, es preciso que
dicha relación o eficiencia se encuentre condicionada por algo que le otorgue sentido, y
justamente por otorgarle sentido, la especifique y regule en conformidad con las
condiciones de tiempo, lugar y personas que prevalezcan. 26
La relevancia del concepto de condicionalidad no ha sido valorada debidamente en
las teorías económicas. Así, en las teorías neoclásicas usuales, su consideración sólo se ha
dado bajo la forma de restricciones que actúan como variables exógenas (vg. presupuesto,
dotaciones de recursos). Esta posición no ha sido fortuita, como se constata a través de los
artículos acerca del “comportamiento del consumidor” escritos por Edward Mishan (1961)
y Amartya Sen (1973). Antes bien, dicha negligencia ha respondido a la necesidad de
mantener los axiomas de racionalidad que sustentan la teoría del consumidor y legitiman el
uso del cálculo diferencial.27
25 Cfr. Carl Menger, Principios de economía política, Ediciones Folio, Barcelona, 1996, p. 47, y Kelvin Lancaster, Un nuevo enfoque para la teoría del consumidor (1966), en: Manuel Quintillán y José Fernández (eds.), Lecturas de microeconomía y economía industrial, Ediciones Pirámide, Madrid, 1998, pp. 69-71.26 Este enunciado – a criterio personal – corrige y completa los enunciados dados acerca de la utilidad por los economistas marginalistas William Jevons, op.cit., pp. 97-98, y Carl Menger, op. cit., p. 48, al tiempo que clarifica aquellos dados por León Walras, op. cit., pp. 155-156, 164-165. 27 El concepto de condicionalidad, al relativizar los axiomas de “completitividad”, “transitividad” y “racionalidad”, hace del concepto de utilidad algo contingente. Véase al respecto: John Green, La teoría del
Hay que reconocer, sin embargo, que en la década de los años 1960, los trabajos de
Gary Becker (1965), Kelvin Lancaster (1966) y Richard Muth (1966)28 dieron lugar al
desarrollo de la denominada Nueva teoría del consumo, provocando una innovación en las
teorías neoclásicas al considerar el «tiempo» como una variable endógena que condiciona
los comportamientos de las unidades domésticas. En esta teoría, el tiempo regula la
relación entre la demanda de mercancías y la producción de los llamados bienes-Z que
configuran la función de utilidad de los hogares. Cabe señalar, no obstante, que la teoría
que permitió a Becker obtener el Nobel de Economía de 1992 fue desarrollada, en la
década de 1920, por el economista ruso Alexander Chayanov.29
Por el lado de la denominada Economía de la Organización, las corrientes
institucionalistas y neo-institucionalistas, influidas por el modo en que Ronald Coase
concibió el origen de las empresas,30 han reducido el concepto de condicionalidad a la
forma de un contrato que regula las transacciones empresa-mercado, en orden a reducir
costos, evitar comportamientos oportunistas o eliminar asimetrías en la información.31
En contraste con lo expuesto, la autodenominada economía constitucionalista–
contractualista, liderada por James Buchanan, ha logrado desarrollar una clara noción del
concepto de condicionalidad al nivel institucional, convirtiéndolo incluso en su objeto de
estudio. Así, en el libro La razón de las normas se declara:
Si las reglas influyen en los resultados y si algunos resultados son «mejores» que otros, se sigue que en la medida en que las reglas pueden ser elegidas, el
consumidor, Alianza Editorial, Madrid, 1986, pp. 19 – 27.28 R. Muth, “Household production and consumer demand functions” (1966), citado en: Allan Low, Agricultural development in South Africa: farm-household economics & the food crisis, James Currey, First paperback edition, London, 1989, p. 13.29 Alexander Chayanov, La organización de la unidad económica campesina, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1985.30 Cfr. Ronald Coase, “La naturaleza de la empresa” (1937) en: G. Stigler y K. Boulding (eds.), op. cit., pp. 303 – 321.31 Cfr. Clara García, Análisis económico de las organizaciones: enfoques y perspectivas, Alianza Editorial, Madrid, 2001, pp. 55 – 76.
estudio y análisis de las reglas e instituciones comparativas se convierten en el objeto propio de nuestra reflexión.32
Pese a esto, la excesiva ascendencia que ejerce en ellos el pensamiento de los
economistas clásicos y el deficiente humanismo de los economistas neoclásicos, les ha
impedido diferenciar entre sociedad y organización, limitando con ello su reflexión a la
relación entre acción pública e individuo en sociedad. Esta limitación, aunque de distinta
manera, ha hecho que incurran en la misma falta que critican a los economistas
neoclásicos, al no lograr tampoco ellos explicar cómo los individuos edifican o construyen
la sociedad.33
La situación descrita impide esperar que desde la Economía se alcance un
adecuado entendimiento de la importancia que reviste el concepto de condicionamiento
para el estudio de la calidad del gasto en las organizaciones. De ahí que esta disertación
proponga regresar la mirada y aprovechar los aportes de la Teoría general de sistemas,
como en su momento lo hizo Alfred Marshall con aquellos aportes de la Teoría de la
evolución de las especies, para comprender el fenómeno organizativo.34
En esta línea obligada de indagación, adquiere especial relevancia la noción de
organización dada por Ross Ashby (1968), al entenderla como un fenómeno que emerge
cuando “la relación entre dos entidades A y B llega a estar condicionada por el valor o
estado de C”.35 Esto implica que una organización surge cuando los elementos que
configuran una situación no pueden relacionarse “uno a uno” debiendo recurrirse a
procesos de selección, lo cual, socialmente, sólo puede acontecer si las relaciones se
encuentran mediadas por elementos de sentido (sistemas inteligentes).
32 G. Brennan y J. Buchanan, La razón de las normas, Ediciones Folio, Barcelona, 1997, p. 40.33 Ibidem, pp. 39, 108 – 109.34 Alfred Marshall, op. cit., p. 44, 203 – 209.35 Cfr. Ross Ashby, “Principles of the Self-organizing System”, E:CO, volumen 6, núm. 1 y 2, pp. 255-256. Internet. http://www.ak.tu-berlin.de/fileadmin/a0135/Unterrichtsmaterial/Di_Scipio/Ash_by.pdf. Acceso: 20, junio, 2007.
Lo notable de la conceptualización ofrecida por Ashby radica, a nuestro criterio, en
su capacidad para explicar el origen y la naturaleza de toda organización, sin requerir para
ello de la existencia previa del mercado como lo exige la propuesta de Roland Coase,
entendiéndola como un fenómeno situacional y selectivo que está obligado a constituir su
identidad sobre la base de condicionamientos o delimitaciones de sentido. Es decir, desde
esta óptica no es dable concebir y analizar un hogar, una empresa, una universidad o
cualquier forma organizativa a partir de su materialidad o unidad óntica, sino sólo desde la
unidad de las relaciones que cada organización establece con su entorno y con ella misma.
Esto significa, por ejemplo, que la eficacia que logra una universidad en la sociedad
no depende tanto de la infraestructura, equipamiento o número de docentes que dispone,
como del sentido que guía efectivamente sus operaciones internas y los programas y
relaciones que mantiene con su entorno. Con ello, lo único que se afirma es lo inapropiado
que resulta esperar una alta correlación entre el nivel de gasto universitario y la eficacia
universitaria, dado que no existe una relación simple y directa entre lo que se gasta en
educación y los resultados educativos que se obtiene.
El sentido constituye el principio y fundamento de toda organización. A partir de él
las organizaciones seleccionan las informaciones que captan del entorno, y al mismo
tiempo, ordenan y especifican los propósitos, programas y operaciones que las configuran
a lo largo del tiempo.
En consecuencia, la calidad actuará como equivalente funcional del mercado y
conducirá a decisiones de producción o consumo eficientes, en tanto en cuanto, la
información que a partir de ella se genere contenga condicionamientos o limitaciones de
sentido para la organización en que se aplica.
Así, cuando una universidad establece como elemento de calidad o modo de
proceder que: “la relación «número de estudiantes por docente» se incrementará bajo la
condición de que el docente pueda brindar a los estudiantes un seguimiento
personalizado”, lo que hace esta organización es regular la utilidad de sus decisiones
acerca de la demanda de docentes y la oferta de matrículas, sin por ello determinarlas. Pero
no sólo ajusta esas demandas y ofertas, pues, utilizando aún el ejemplo, se hace evidente
que un mismo condicionamiento de sentido sirve de medio de comunicación (al igual que
el dinero en el mercado) para regular la utilidad de otras decisiones (vg. seguimiento,
infraestructura, publicidad, costos, liquidez etc.), y por lo mismo, otras ofertas y demandas.
Se puede decir entonces, a modo de corolario, que mediante condicionamientos de sentido
las organizaciones no sólo producen decisiones eficientes, sino también logran enlazar
unas decisiones con otras y traer a la unidad lo que por su naturaleza es múltiple y diverso.
La correspondencia que guarda la definición de organización de Ashby con la
lógica de la medida expuesta por Hegel en su Doctrina del Ser,36 y con la
conceptualización de la utilidad hecha por Jevons, Menger y Walras, permite definir el
concepto de calidad como: el modo por el cual una organización especifica su identidad
para ganar eficiencia.
Hay que enfatizar que desde ésta, nuestra conceptualización, no se habla de «un
modo», sino de «el modo» en singular, para significar que sólo la propia organización – y
no otro ente externo – puede establecer condicionamientos de calidad que produzcan
decisiones eficientes. De igual manera, se usa el término eficiencia y no el término
utilidad, por considerar que el potencial de una organización se encuentra en su capacidad
36 Ver supra, p. 5.
para ser reconocida socialmente como una causa de eficacia (praxis) y no tan sólo, como
lo plantea Alfred Marshall, una causa productiva (poiesis).37
Pero, si se ha de entender el término calidad como el modo que tiene una
organización de especificar su identidad para ganar eficiencia, ¿cómo especificar ese modo
de especificación organizativa en términos del gasto?
1.4 El gasto como especificación de la identidad organizativa
Se puede decir que la identidad es el resultado de una distinción que pone de
manifiesto un problema y el requisito para su solución. Así, en el s. XVIII, la diferencia
entre demanda y oferta planteó el problema del intercambio, lo que hizo de la libre
movilidad de bienes y servicios un requerimiento, que la Economía pudo responder
concibiendo el mercado como un proceso de autorregulación, alcanzando con ello
identidad propia dentro de las ciencias sociales, particularmente en relación con el
Derecho.38
Un tipo de distinción como ésta no es evidente al querer tratar el tema de la
identidad organizativa desde una perspectiva económica. A parte de que el estudio de la
economía de las organizaciones no ha logrado mayor relevancia desde la década de 1960,
la influencia del sesgo administrativo ha sido fuerte en los análisis económicos,
induciéndolos a concebir la unidad organizativa a partir de la diferencia entre decisión y
acción.
37 Como «causa productiva», la función de una organización es introducir artificios humanos en el mundo confiriendo utilidad a los medios que emplea, sin considerar las consecuencias que derivan de este hecho, en tanto que, como «causa de eficacia», la función de una organización es posibilitar – no determinar - la existencia y continuidad de poblaciones humanas a partir de lo que produce. Véase al respecto: François Jullien, Tratado de la eficacia, Ediciones Siruela, Madrid, 1999, pp. 21 – 22, y de manera particular, Hannah Arendt, La condición humana, Ediciones Paidós, Tercera reimpresión, Barcelona, 1998, pp. 173 – 177.38 Cfr. Robert Ekelund y Robert Hébert, Historia de la teoría económica y de su método, McGraw Hill, Tercera edición, Madrid, 1992, p. 15. Alfred Marshall, op. cit., p. 73.
El inapropiado uso de la distinción administrativa para el estudio económico de las
organizaciones ha provocado que la planificación sea considerada como el principal
problema por resolver y que, por lo mismo, el adecuado establecimiento de objetivos sea el
requisito para lograr una solución. Esto se observa claramente en Gérard Debreu (1959) al
enunciar que la tarea de cada productor es “elegir un plan de acción completo, es decir,
determinar la cantidad de su input y de su output para cada mercancía”, en tanto que la
tarea del consumidor es concebida como el acto de “elegir un plan de consumo
completo”.39
En contraste con esta tendencia, Alexander Chayanov (1924), a partir de sus
estudios sobre la economía de las unidades domésticas campesinas rusas, planteó por
primera vez concebir la organización como una economía de producción-consumo,
contraponiéndose a la usual división analítica de clasificar las organizaciones como
unidades de producción o como unidades de consumo.40
Al considerar la diferencia entre producción y consumo como unidad de análisis, el
problema de la organización deja de ser la planificación, pasando a ser sustituida por la
eficiencia, lo que conlleva a que su sostenibilidad quede supeditada a la eficacia que
muestran los productos que introduce en su entorno.
Estos dos elementos, eficiencia y eficacia, pueden ser tematizados por la propia
organización si su comportamiento y funcionamiento responde a lo que se denomina
sistema autorreferencial. Esto ocurre cuando la organización puede operativamente
permanecer abierta a su entorno y al mismo tiempo cerrada en sí misma, o empleando otros
términos, cuando la organización puede diferenciar las relaciones que mantiene con su
entorno de las relaciones que mantiene consigo misma.
39 Gérard Debreu, Teoría del valor, Antoni Bosch editor, España, 1973, p. 49 y 65.40 Véase: Alexander Chayanov, op. cit.
En este esquema conceptual, como se ha anotado anteriormente, la eficiencia no
mantiene necesariamente relación directa con la productividad, pero sí con las propiedades
que poseen o adquieren los productos mediante procesos de transformación. Estas
propiedades, y no los productos en sí, son las que permiten relacionarlos con la satisfacción
de necesidades o deseos que experimentan individuos u organizaciones que se encuentran
en el entorno de una determinada organización
La eficacia, por su parte, tiene relación con la incorporación efectiva de los
productos que oferta una determinada organización dentro de los vectores de gasto que
consideran los individuos u organizaciones que se encuentran en su entorno. Al igual que
con los bienes y servicios procedentes del entorno que ella utiliza en las operaciones y
procesos que realiza, en miras a satisfacer sus propias necesidades o deseos.
Finalmente, el término sistema autorreferencial hace referencia a la capacidad que
tiene una organización de describirse a sí misma como unidad y poner en relación consigo
misma toda información que captura o genera. Por expresar la disposición que tiene la
organización sobre sí misma, el concepto de sistema autorreferencial constituye el lado
operativo del concepto de calidad, existiendo una relación simétrica entre ellos, y por
tanto, una equivalencia funcional con el concepto de mercado.
Como se sabe, un mercado describe cantidades ofertadas y cantidades demandadas
de un bien, y mediante la comparación de dichas estructuras establece un precio de
equilibrio. De modo similar, por autorreferencia, una organización se describe a sí misma e
incorpora esa descripción en sí misma, para luego, mediante comparación de estructuras,
verificar en qué medida las propiedades de su operación y el modo de relacionarse con su
entorno responden a esa descripción inicial, logrando con ello emitir información
especificada que fortalece su identidad.41
Gráfico 1: Relación entre eficiencia y eficacia (utilidad) organizativa
Entorno
Sistemas en el entorno de la organización
Producción/Consumo
Eficiencia del producto
Utilidad del producto
Producción Consumo
Utilidad de producto
Eficiencia del producto
Propiedades
Organización Observada
Se intuye, entonces, que a través de autorreferencias se introduce y se desarrolla la
diferencia entre producción y consumo que da origen y al mismo tiempo otorga identidad a
la organización frente a su entorno, mientras que utilizando la relación entre eficiencia y
eficacia la organización constituye límites (condicionamientos) que le permiten regular esa
diferencia y mantenerse estructuralmente orientada a su entorno a lo largo del tiempo.
(Gráfico 1).
En este sentido, el gasto contribuye a especificar la identidad de una organización
en tanto le permite fijar límites a la relación que existe entre el uso de un determinado
conjunto de recursos con la eficiencia que muestra y la eficacia que logra dicha
organización a través de sus productos.
41 Cfr. Ignacio Izuzquiza, op. cit., pp. 105 – 109.
Fuente y Elaboración: F. Racines, 2009.