jesús: ¿muerto o vivo?

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Sólo porque nunca lo hayas visto no significa que no sea verdad. Escrito por Josh McDowell y Sean McDowell (Evidencia de la resurrección. Edición para jóvenes)

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Page 1: Jesús: ¿Muerto o vivo?

C AT E G O R Í A : J Ó V E N E S

Page 2: Jesús: ¿Muerto o vivo?

Contenido

1. ¿Qué significa para mí? 05

2. El fin del mundo como lo conocemos 12

3. El amor es un verbo 24

4. Grandes esperanzas y temores 35

5. El acontecimiento que cambió la historia 60

6. Realidad o ficción 77

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¿Qué significa para mí?

Los primeros rayos del amanecer iban apareciendo en el firmamento. En medio de la tenue oscuridad María apresuraba los pasos. Llevaba

la cabeza gacha; la capucha de su manto ocultaba sus mejillas enrojecidas y su expresión de angustia. Llevaba entre manos un atado de lienzos y una vasija de barro con en espeso y pegajoso perfume. Ella sabía que estaba por hacer algo que le revolvería el estómago y que el hedor sería muy desagradable. El cuerpo ya había estado tres días en la cueva.

María dejó los estrechos callejones de la ciudad y se dirigió a la más tranquila zona residencial donde las familias adineradas aún dormían. Pronto salió por una puerta abierta y se dirigió por el camino que salía de Jerusalén. El suelo estaba duro y sus sandalias golpeaban contra sus pies descalzos mientras avanzaba por el camino. Después de avanzar una cor-ta distancia, María se desvió hacia un jardín de olivos, característico por el singular acre que desprendían las hojas en el aire fresco de la mañana.

Al acercarse a su destino, aminoró el paso y titubeó un poco. No era nada agradable lo que estaba por hacer y sentía una debilitante y agobiante tristeza.

“Dame fuerza, Señor”, susurró apenas audible. Al acercarse a su destino, María se detuvo en el camino y respiró

hondo. Le temblaba todo el cuerpo. En cualquier lugar pero no aquí. No ahora. No puedo hacerlo. No

me atrevo a ver nuevamente su rostro. . . el dolor. . . La angustia. Sin embargo, no podía soportar la idea de dejar su cuerpo en la

cueva, ensangrentado y magullado; eso era peor que la preparación del cuerpo que estaba por hacer. María dio un paso hacia adelante, y luego otro. Siguió lentamente, hasta que dio vuelta por la curva y vio el sepulcro donde habían puesto el cuerpo crucificado de su Señor. Hasta entonces no había pensado en la inmensa piedra que cubría la entrada a la tumba y cómo la movería. Pero no importaba. Alguien ya había quitado la piedra. Estaba a un lado del oscuro hueco de la entra-da. María lo contempló asombrada desde el sendero. Era como el hue-

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co cuando falta un diente en lo que pudiera ser una perfecta sonrisa. “Por favor, que esté allí”, exclamó en un grito ahogado, recogien-

do sus vestidos, corriendo hacia la cueva. Estaba vacía, sin siquiera hedor de muerte.

Un leve grito escapó de sus labios y buscó desesperadamente en la cueva, un cuerpo que no estaba allí.

Se lo han llevado. María se agachó al suelo y puso allí los lienzos a la vez que

colocó a su lado, cuidadosamente, la vasija de barro, para no de-rramar el contenido; luego salió corriendo de la cueva. No hubo un suave golpeteo de sandalias cuando regresó corriendo a la ciudad, sólo el urgente martilleo de pies que avanzan con deses-peración. Arrastraba su vestido, y su cabello trenzado le golpea-ba la espalda mientras iba en busca de los únicos dos hombres que podrían ayudarla: Pedro y Juan, amados amigos de Jesús.

Mientras iba corriendo, con pulmones que le ardían y gran-des lágrimas que brotaban de sus ojos, los recuerdos invadieron su mente. Una vida malgastada, mal usada, víctima de abuso por hombres que buscaban su propia satisfacción. Años como paria, marginada de la sociedad, excluida de la compañía de mujeres. El encuentro con el hombre llamado Jesús, y el día que echó fuera de ella siete demonios. Recordó la devoción que había dedicado a este Dios-hombre, ahora muerto, y la agonía que la sobrecogió al estar sentada al pie de la cruz, con la madre de Cristo, llorando mientras al amado Maestro se le escapó la vida. Con suma bondad un extra-ño bajó de la cruz el cuerpo inerte y le ofreció una tumba nueva.

Esas cosas pasaban por la mente de María cuando entró apresu-rada por una puerta de la ciudad y bajó por las estrechas calles. Ella conocía el camino, y avanzaba segura, aunque con respiración entre-cortada, hasta llegar a una casa que bien conocía. Entró por la puerta sin tocar, y se detuvo en seco en un cuarto de entretecho bajo, lleno de hombres que dormían. Dos palabras salieron de sus labios; respi-raba agitadamente y se agarró el pecho al decir: “¡Ha desaparecido!”

La muerte de Jesucristo fue el punto decisivo en la historia huma-na. Por miles de años, aun nuestros calendarios han sido regulados por su vida: a.C., antes Cristo; y d.C, después de Cristo. Nunca antes, ni después, ha afectado tan drásticamente al mundo la muerte de un ser humano.

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6 7¿Qué significa para mí?

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Pero ¿por qué? Más que dos mil años más tarde, ¿por qué se-guimos hablando acerca de la muerte de un hombre judío? Des-pués de todo, vivimos en tiempos difíciles. Dos millones de perso-nas mueren de SIDA cada año; más de la mitad de ellos viven en África. Los bebés quedan huérfanos cuando sus padres sucumben a esta enfermedad. Las mujeres quedan viudas y ven a sus hijos morir de hambre porque no tienen con qué alimentarlos. Millones más padecen del virus y sólo esperan el día de su muerte.

The death of Jesus Christwas the point upon whichhuman history turned.

gasps, until she reached the small homewith a lowwoodenman-tel. Mary charged through the door without knocking, and cameto a stop in the middle of a low-ceilinged room crowded withsleeping men.

Two words made it through her lips as she gasped for airand held a hand against her chest, “He’s gone!”

Merriam Webster’s Dictionary defines the word “hinge” as a “de-termining factor” or “turning point.” The death of Jesus Christwas the point uponwhich human history turned. For thousandsof years, even our calendars were regulated by his life: B.C.,Before Christ, and A.D., anno domini, or “the year of our Lord.”Never before, or since, has the death of a single human beingaffected the world so dramatically.

6 Jesus: Dead orAlive?

But why? More than two thousand years later, why are we stilltalking about one dead Jewish man? After all, we live in troublingtimes. Twomillion people die of AIDS every year, over half of whomlive in Africa. Babies are orphaned as their parents succumb to thedisease. Women are widowed and forced to watch their childrenstarve because they cannot feed them.Millionsmore suffer with thevirus and wait their turn to die.

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La muerte de Jesucristo fue el punto decisivo en

la historia humana.

En el Oriente Medio, ruge la guerra y amenaza con desatar vio-lencia global. Entre países debaten el uso del petróleo mientras que en sus campos arenosos se derrama igual la sangre de terroristas como de inocentes. Miles de soldados tienen que dejar a su familia, y muchos nunca regresan. Viudas y huérfanos. Nuevamente. Y, por supuesto, aun nuestro planeta gime bajo el peso de las decisiones hu-manas. Contaminamos. Destruimos. Usamos, y no reabastecemos.

La verdad es que no tenemos que mencionar ninguno de los te-mas tratados arriba para demostrar la desesperada situación de nues-tro planeta aun tantos años después de la muerte de Cristo. Podría-mos mirar al mundo a través de los ojos de los muchos inconversos que también ven la angustia, la destrucción y las tragedias de la vida en la tierra como una existencia sin sentido. Por ejemplo, considera el siguiente comentario puesto en la Internet en un sito ateísta:

Estoy confundido... Siempre pensé que la ciencia sería la solución a todos mis problemas, pero no sé si puedo seguir viviendo sin vida eterna. Supongo que yo mismo tendré que encontrar una manera de sobrevivir en esta existencia sin sentido. Ojalá conociera a alguien que pu-diera mostrarme el camino a la vida eterna. Si la ciencia

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no puede dar las respuestas, entonces, ¿quién o qué lo hará? ¡Ah! ¿No parece que hubiera un poder superior que dé propósito a nuestra vida? Ahora bien, la ciencia dice que no lo hay, entonces no lo hay.1

Con nuestro mundo como está, lleno de agitación política y angus-tia humana, ¿por qué aún es un problema la muerte de Jesucristo? ¿Por qué debe importarnos que un hombre de treinta y tres años fuera tor-turado y asesinado en la antigua Palestina, cuando tal violencia ocurre diariamente en nuestro país, nuestros estados, y nuestras ciudades?

Todos mueren, sea un campesino en África o un millonario en Wall Street. Nadie escapa de nuestro común destino. Y la se-guridad de la muerte es tal vez el mayor temor de la humanidad. Es justo preguntar por qué su muerte fue tan especial.

Mucho más que el destino de sus discípulos o hasta el destino de la antigua Israel colgó en la cruz aquel día. El destino de toda la humanidad y su esperanza de vida después de la muerte pendía allí con Cristo. Él era la única esperanza de la humanidad. Pero con su muerte, fue destruida esa esperanza. La vida eterna se convirtió en un mero sueño. Por siempre reinaría la muerte. El supuesto Salva-dor estaba muerto, y cualquier esperanza de libertad sería sepultada con Él. Pero no fue solamente su muerte que causó un giro en nue-va dirección de toda la historia. Fue lo que sucedió después. . .

María estaba allí en la pequeña habitación, todavía jadeante. “¿Qué es eso de que ha desaparecido?” preguntó Pedro, le-

vantándose del piso”. Su pelo estaba despeinado y parecía que se había dormido donde se dejó caer la noche anterior.

“Fui para preparar su cuerpo” dijo ella, ahogándose con sus pro-pias palabras”. Pero la piedra estaba removida y la tumba, vacía.

Hubo un murmullo en la habitación cuando oyeron esa noticia, y un segundo discípulo, Juan, también se levantó y se puso sus sandalias. Estos hombres eran dos de los amigos más cercanos de Jesús, y después de su muerte, la angustia los sobrecogió.

¿Qué vamos a hacer, Pedro? ¡Ellos se han llevado su cuerpo!Una gran preocupación se dibujó en la frente de María y apretó

los labios, preocupada. “Llévanos a la tumba” dijo él.

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8 9¿Qué significa para mí?

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María lo notó más anciano y más angustiado que nunca antes. Por primera vez notó las canas arraigadas profundamente en su larga barba y sus ojos de color café estaban hundidos, como cansados.

Los tres descorazonados discípulos salieron de la casa y deam-bularon por la ciudad. Ninguno de ellos habló ni se miraron en los ojos, cada uno ocupado con el pensamiento de la tumba vacía. Los acontecimientos destruyeron toda esperanza que habían tenido como seguidores de Cristo. Ellos y el pequeño grupo de creyentes tenían su fe puesta en que Jesús de una vez por todas cambiaría el mundo. Pero pronto se hallaron en un estado de angustia mental y emocional cuando vieron a Jesús dar su último suspiro en una cruz romana. Él era el obrador de milagros que daba órdenes a la naturaleza, sanaba a los enfermos, resucitaba muertos, y producía alimento con una pala-bra o un gesto. Ellos habían dejado todo para seguirlo. Pero ahora se dirigían a la tumba donde yacía su cuerpo inerte. Él estaba muerto. Y con Él había muerto toda esperanza que habían depositado en Él.

María los dirigió a la cueva, donde reinaba oscuridad. Pedro se paró a la entrada, cabizbajo, con una mano en la inmensa piedra. Él y Juan lentamente entraron a la tumba y miraron de un lado a otro. Allí estaban los lienzos que habían encerrado el cuerpo, intactos, sobre la repisa de la roca, pero no estaba el cuerpo. Pedro sacudió la cabeza y trató de contener las lágrimas. Atemorizados y confusos, él y Juan regresaron a casa sin decir palabra.

Pero María se quedó allí. Su corazón estaba tan vacío como la tum-ba. Silencioso. Solitario. Desconsolado. Tomó los lienzos y el perfume que antes había dejado allí Con lágrimas que empezaron a correr por las mejillas dio la espalda a la oscuridad. Salió a la luz del amanecer y dejó que las lágrimas corrieran libremente. Antes de irse, echó una úl-tima mirada en la tumba, y lo que vio la llenó de asombro. Allí, dentro de la tumba, estaban sentados dos hombres, vestidos de blanco.

Parpadeó, pensando que la intensa luz del sol le engañaba la vista. Pero los hombres seguían allí.

“¿Por qué lloras? –le preguntaron los ángeles.Quedó en silencio un momento, sin saber qué decir. Segundos antes

estaba sola en la tumba y ahora trataba de responder a estos extraños.“Porque se han llevado a mi Señor”replicó, tragando saliva”. Y no

sé dónde lo han puesto.Ellos volvieron la mirada hacia la entrada del sepulcro y María se

dio vuelta. Allí, afuera de la tumba, estaba otro hombre, esperando

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con paciencia. Parpadeó, y brotaron nuevamente lágrimas de sus ojos.Mujer, ¿por qué lloras? –le preguntó con voz suave y ojos lle-

nos de bondad.Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para

que yo vaya y lo busque –suplicó ella, dando un paso hacia el hombre que suponía ser el hortelano.

María quería honrar una última vez a su Señor. La idea de que su cuerpo estaba en manos de sus enemigos le produjo aún más angustia.

¡María!El hombre la llamó por nombre y le extendió la mano. En ese

instante ella reconoció esa voz, tan familiar. “¡Maestro!” exclamó, cuando reconoció que el hombre que estaba

afuera de la cueva era Jesús mismo. Corrió hacia Él y, abrazándolo con fuerza, lloró extática de felicidad.

Allí estaba Jesús, frente a María, vivo y vibrante de salud. Ni si-quiera la muerte pudo contener al Salvador prometido.

Cuando Cristo murió en la cruz, parecía que todo se había perdido. Triunfó la muerte. Pero después de tres días en la tumba de un hombre rico, Jesús apareció vivo nuevamente. Las nuevas eran tan absurdas que sus discípulos no lo podían creer hasta que Él se apareció a ellos y dejó que tocaran sus heridas con sus propias manos. Luego Jesús dijo algo asom-broso a sus discípulos: en el futuro ellos también tendrían cuerpos resu-citados, tal como Él. Cuerpos que nunca se deteriorarían, envejecerían, o perecerían. Ellos comprenderían la gran esperanza que da propósito a una existencia que de otra manera no tiene sentido. Por siempre jamás tendrían nueva vida, sin muerte o dolor, en la presencia de un amoroso Dios.

Esta es la esperanza que Jesús ofrece a un mundo que no tiene esperanza: vida con Dios después de la muerte, libre de angustia y sufrimiento, llena totalmente de gozo. Esto es exactamente cómo la Biblia describe el cielo, un lugar de inimaginable felicidad.

Tal vez te preguntas: “¿Qué significa para mí la resurrección de Cris-to? Sí, quisiera tener vida eterna, pero ¿cómo yo recibo esa vida por lo que supuestamente le sucedió a Cristo? Así que Él dice que resucitó de la muerte. Es fantástico, si es verdad, pero al fin y al cabo, ¿qué tiene que ver conmigo? ¿Qué significa para mí en el siglo veintiuno la muerte y resurrección de un hombre que vivió hace dos mil años?”

La promesa de resurrección es esta: lo que pasó con Cristo

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¿Qué significa para mí?11

puede pasarnos a nosotros. Así como Él, nosotros moriremos; pero su resurrección es una promesa de que la muerte no es el fin. Su resurrección es el modelo para nuestra propia resurrección.

Por medio de su muerte Él preparó el camino a la vida eterna, y nos dice que podemos seguir en sus pasos y que su mano nos guia-rá hasta el fin. La resurrección nos da la esperanza de un glorioso futuro sin angustia ni muerte. Nuestros más extravagantes sueños de paz, amor, y armonía pueden cumplirse.

The death of Jesus Christwas the point upon whichhuman history turned.

gasps, until she reached the small homewith a lowwoodenman-tel. Mary charged through the door without knocking, and cameto a stop in the middle of a low-ceilinged room crowded withsleeping men.

Two words made it through her lips as she gasped for airand held a hand against her chest, “He’s gone!”

Merriam Webster’s Dictionary defines the word “hinge” as a “de-termining factor” or “turning point.” The death of Jesus Christwas the point uponwhich human history turned. For thousandsof years, even our calendars were regulated by his life: B.C.,Before Christ, and A.D., anno domini, or “the year of our Lord.”Never before, or since, has the death of a single human beingaffected the world so dramatically.

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But why? More than two thousand years later, why are we stilltalking about one dead Jewish man? After all, we live in troublingtimes. Twomillion people die of AIDS every year, over half of whomlive in Africa. Babies are orphaned as their parents succumb to thedisease. Women are widowed and forced to watch their childrenstarve because they cannot feed them.Millionsmore suffer with thevirus and wait their turn to die.

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Él preparó el camino a la vida eterna, y nos dice que podemos

seguir en sus pasos.

La verdad es que añoramos las promesas de la eternidad. La vida nunca será perfecta en este mundo, aunque como por magia desaparecieran todos los problemas de los que hemos hablado. Una vacuna contra el SIDA reducirá el sufrimiento pero no cam-biará el mundo. Siempre plagarán a este planeta las guerras y los rumores de guerras, y nunca cesarán. El Presidente puede deter-minar la dirección de nuestro país, pero no puede salvar a la hu-manidad. Dios nos llama a ser buenos administradores de nuestro planeta, pero no quiere que lo adoremos.

Sin embargo, sigue en pie la gran pregunta: ¿cómo puedo tener la seguridad de que todo esto es cierto? ¿Cómo puedo estar se-guro de que la resurrección realmente ocurrió? Tal vez es otra de esas ilusiones. Los cristianos afirman que es cierto, pero todas las religiones afirman que lo que creen es cierto. ¿Cómo puedo saber que realmente habrá resurrección?