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EVA CHIL QUINTANA (El TRABAJO de unA VIDA) Eva..., en mi familia hay varias… Se caracterizan por ser mujeres audaces, emprendedoras, trabajadoras, responsables, cariñosas, fuertes, sensibles… Representan la huella de otra Eva… Eva Chil Quintana, mi bisabuela. Su historia, la que hoy cuento, se parece a la de cualquier mujer que vivió en su misma época, mujer, esposa, madre, hermana, hija, nieta. Nace un 22 de noviembre de 1871 en un pueblo pequeño como ella, íntimo, acogedor, típico pero no tópico, escaso pero abundante en historias: El Sitio de Abajo, localidad del municipio grancanario de San Bartolomé de Tirajana. Hijos e hijas de Eva Chil Quintana (Foto propiedad de la familia Melián-Pérez) Eva Chil Quintana (el trabajo de una vida) Fátima Melián Pérez 1

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EVA CHIL QUINTANA(El TRABAJO de unA VIDA)

Eva..., en mi familia hay varias… Se caracterizan por ser mujeres audaces, emprendedoras, trabajadoras, responsables, cariñosas, fuertes, sensibles… Representan la huella de otra Eva… Eva Chil Quintana, mi bisabuela.

Su historia, la que hoy cuento, se parece a la de cualquier mujer que vivió en su misma época, mujer, esposa, madre, hermana, hija, nieta.

Nace un 22 de noviembre de 1871 en un pueblo pequeño como ella, íntimo, acogedor, típico pero no tópico, escaso pero abundante en historias: El Sitio de Abajo, localidad del municipio grancanario de San Bartolomé de Tirajana.

Hijos e hijas de Eva Chil Quintana (Foto propiedad de la familia Melián-Pérez)

Varias son las palabras que podrían resumir su vida: dolor, ausencia, añoranza, trabajo, mujer.

Dolor de muerte: Francisco con apenas nueve años. Como la canción, el primer golpe en la frente. Demasiado dolor, pequeño el

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cuerpo y larga la vida para seguir sufriendo. Nació enfermo. Nunca caminó, gateaba.

Josefa y Eva, jóvenes enfermas. Amor, desamor, destinos crueles.

San Bartolomé de Titajana (Foto: FEDAC)

Desprecio de los que decían ser su familia. Soledad ante la enfermedad y vuelta a luchar. Lloraba mientras contaba a sus hijos cómo la familia, los vecinos cuando la visitaban daban vuelta a los cojines para no ser contagiados con la lepra. Josefa, veía como sus ropas, sus pertenecías y sus años se quemaban ante la mirada de sus padres. Murió. Mas tarde, comentaría su hermano Fernando, que esperó a verlo para morir. La muerte aplazada, sintiéndola llegar, espera. La resignación del que sabe su destino, pero quiere llevarse una imagen, una palabra, una voz. Llevarse a su familia.

Eva, demente, ida, depresiva, descontrolada por el abandono. Heredó la celda de Josefa. La celda donde el amor, mejor el desamor la había recluido.

Más dolor. Moriría una tarde. Sentada junto a su hermano Fernando. Un café. Caliente, oloroso, símbolo de la serenidad de la tarde, del descanso del trabajo. Calló la taza. Callo el café y con él, la vida de Eva.

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De sus once hijos, la enfermedad le había arrebatado a tres. Ella misma sufrió la enfermedad, hasta que las lágrimas hicieron que la luz dejase de entrar. Una cortina de lágrimas. Tres años en la oscuridad. Hasta llegar a la gran oscuridad. La muerte. Moriría como vivió, sufriendo. Su pequeño cuerpo flotaba en el ataúd, hubo que calzarla y, a veces, la ironía de la vida, así se sintió durante la misma, calzada, a un hombre autoritario, a un destino que no le era favorable, a una enfermedad que la mermaba. Calzada a una vida de trabajos.

Ausencia de los hijos: Victorio y Manuel se lanzaron a la llamada del porvenir, de los oropeles de la América que resurgía. Cuba en el horizonte y la aventura del que desea algo más que un puñado de tierra que solo da hambre. Esperó noticias de sus hijos. Una carta. Una fotografía.

Paisajes naturales de San Bartolomé de Tirajana (Foto: FEDAC)

Fernando en la guerra. Joven, hombre, pero joven. Sufría por sus desventuras. Cuando sabía que había llegado un barco de Cuba, se asomaba donde tenían los chiqueros. Desde allí se divisaba La Sorrueda, el barranco de Tirajana con su Ansite erguido, majestuoso, recuerdo de la lucha de un pueblo. La lucha con la tierra, con la lluvia, con la falta de la misma.

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Esa tierra que sus hijos no querían, no adoraban como ella lo hacía. Sábado sí y sábado también se sentaba en casa de su hermana Bárbara, junto a los chiqueros, mirando a la otra orilla. Sus ojos, cansados, enfermos, escudriñaban cada uno de los movimientos que hacía el correo. A cada figura humana que se apeaba del correo…, ¿eran ellos? No. Nunca llegaron.

Revolución. Libertad. Todo el trabajo por tierra. Las aventuras, los logros, quedaron solo en recuerdos para Manuel y Victorio. Llegaron noticias y otra vez el destino fue cruel, con ese pequeño cuerpo, esa alma luchadora, capaz de soportar envite tras envite.

Manuel, asesinado. La revolución trajo una confusión, desorganización y barullo inicial. Como cuando somos cazados por un remolino, incapaces de salir, Manuel se sumergió en el fin de su aventura.

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