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III. La negociación de la identidad: juicios y prejuicios a partir de la otredad
Si bien, como ya se ha expuesto anteriormente en el capítulo I, la construcción de
identidades estereotipadas y prejuicios se debe a los juegos de poder que existen entre
quien representa y quien es representado, también se da por parte de las relaciones entre dos
culturas distintas en las que no se reconoce el carácter híbrido que poseen las comunidades
migrantes. Las políticas de representación dan paso a la articulación del discurso por parte
de las dos culturas en cuestión, ya que cada una de ellas utilizará estrategias discursivas
distintas, así como unidades descriptivas y elementos culturales diversos para la
construcción de la identidad del migrante, en relación al espacio en el que se encuentre. Es
aquí en donde la existencia de los prejuicios se origina: en este choque de miradas sobre lo
que constituye el ser un individuo social perteneciente a una determinada comunidad.
En Caramelo, la ejemplificación de esta negociación de identidad se aprecia en la
actitud que presentan los personajes para emitir juicios de valor con relación al otro. En el
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caso de los personajes migrantes, como los miembros de la familia Reyes, la constitución
de su identidad varía dependiendo del lugar en donde se encuentren. La exposición de sus
características tiende a ser descrita desde una visión en la que voz narrativa se mantiene al
margen, por lo que se puede afirmar que la familia de méxico-americanos representada en
Caramelo, es vista desde la perspectiva del otro.
A pesar de que Celaya se encuentra sumergida en su totalidad en las dos culturas
que describe y experimenta, permanece en un margen que le permite posicionarse siempre
como un ente externo, y desde este punto apreciar y describir aquello que la rodea. Esta
enunciación desde el margen se denota a través de la construcción que hace de los espacios
y los individuos, de quienes enfatiza sus características físicas o sensoriales. Según
Guillermo Hernández “la burla que se hace de los extranjeros y sus rasgos extraños, como
lengua, costumbres y valores, contiene una implícita reafirmación de las pautas lingüísticas,
sociales y éticas de un grupo dominante” (17). De acuerdo a esta afirmación, en la obra el
énfasis en las peculiaridades de la familia Reyes marca la diferencia de ésta con la cultura
en la que se halla inmersa.
Como el reflejo de una voz migrante, la enunciación de Celaya no solamente
compara las vivencias en los dos países con los que mantiene un sentido de pertenencia,
sino que además de esto expone las relaciones sociales, personales y culturales entre los
personajes mexicanos, americanos y chicanos. El trabajo expositivo de Cisneros sobre las
apreciaciones que existen entre estadounidenses y mexicanos posee una importancia
especial debido al reflejo de las opiniones reales que existen sobre los ciudadanos de cada
nación en un contexto socio-histórico real, y es que las vivencias que la autora relata, así
como los escenarios que describe y la ideología familiar que presenta, son elementos a los
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que un gran número de migrantes se puede adscribir por la compatibilidad con sus
experiencias personales.
Celaya, a lo largo de su desarrollo y a través de la exposición de las historias de los
Reyes, presenta las miradas que el uno tiene sobre el otro, mirada que en ocasiones delínea
una desaprobación y un desagrado por lo que se constituye dentro de la otredad cultural. Si
bien desde el arribo de Inocencio a Estados Unidos y la narración de sus experiencias como
migrante señalan ya desde un inicio las implicaciones que ser un mexicano tenían en el
extranjero, también son enfatizadas las reacciones negativas que ocurren en el caso
contrario.
Es bien claro que Cisneros no narra una historia de discriminación y xenofobia, pero
sí el desarrollo de una familia migrante, y por ello, las implicaciones que el acto de migrar
y/o vivir en la diáspora presenta. Es aquí en donde las relaciones entre sujetos, espacios y
culturas son fundamentales para comprender las distintas recepciones que se dan en torno al
enfrentamiento con lo distinto, con el otro.
3. 1 Los juicios y los prejuicios en relación al espacio
En Caramelo existen sentimientos de aprobación o desaprobación que aparecen por parte
de los personajes del padre, la abuela, la madre y Lala. Por una parte, el padre -Inocencio- y
su madre mantienen un sentimiento de apego a las tradiciones mexicanas, lo que no sucede
con Celaya y Zoila4, debido a la nacionalidad americana de ambas. En sus viajes a México
la hija y la madre experimentan un rechazo por parte de la familia mexicana de Inocencio
4 Si bien la nacionalidad de Zoila es la estadounidense, sus padres son mexicanos al igual que Inocencio, por
lo que ella puede tener acceso al conocimiento de costumbres e idioma mexicano, mas no contar con el
arraigo cultural que manifiesta su esposo.
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debido a que son recibidas como personas extranjeras, actitud que al ser percibida por estos
personajes desencadena una automática reacción de rechazo o alejamiento hacia los
familiares políticos y hacia el espacio que los representa y en el cual se desenvuelven.
Estos sentimientos y opiniones sobre las culturas estadounidense y mexicana son siempre
recíprocos, por lo que los personajes experimentan los prejuicios y en ocasiones la
discriminación, tanto como receptores como emisores. Así, Celaya y su madre resienten el
cambio de costumbres que experimentan en México, por lo que las descripciones de la hija
suelen resaltar los aspectos negativos de ese determinado espacio. Lo mismo ocurre con la
abuela Soledad, quien al efectuar su mudanza a Estados Unidos se arraiga en un
nacionalismo que manifiesta al realizar comparaciones entre el país de donde es originaria
y aquél en el que habitará, y en donde superpondrá los elementos culturales y espaciales
mexicanos a los estadounidenses.
Los prejuicios, que se dirigen a los escenarios de los dos países fronterizos, se
trasladan a los personajes nacidos en esos lugares. Es por ello que la abuela es capaz de
diferenciar culturalmente a la familia de su hijo y llevar a cabo una constante crítica, que
aunque va dirigida a personas específicas, se aplica de manera generalizada cuando las
características que se exponen son identificables en un sector social, en este caso, el de los
chicanos o los migrantes. Lo mismo sucede con las descripciones subjetivas que hace Lala
de sus viajes a México y los familiares que ahí radican, quienes de manera automática
absorben las características que la narradora describe en relación al espacio, como se ve a lo
largo de la novela cuando la familia se adentra al territorio mexicano y aparecen personajes
representativos de los escenarios. Un ejemplo de esto es el episodio en donde se narra la
llegada de la abuela Soledad en su niñez a la vecindad en donde habita la tía Fina, que es
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presentada bajo condiciones tan pobres como la misma tía. Las características que son
descritas en relación al espacio, son un reflejo de quien habita en él, como lo son la
negligencia, la suciedad y el desorden de la vivienda y de la familia. Lo mismo sucede
cuando la descripción del mercado hiperboliza la degradación espacial a través de un
hombre borracho que deja expuestos sus genitales.
Este tipo de relación ocurre de la misma forma en la casa de la familia Reyes, sólo
que de manera inversa, ya que aunque no aparece como un espacio mexicano, sí absorbe las
características que esta familia méxico-americana presenta. La comunicación fallida por los
gritos entre los integrantes resulta equivalente a la distribución del espacio doméstico:
mientras que la estrechez de la casa y el volumen de las voces pudieran parecer propicios
para una cercanía entre los familiares, son estos elementos los que promueven un choque
entre las relaciones debido al desorden que ello implica. De igual manera, el carácter
itinerante de la familia debido a las mudanzas de casa en el interior del país corresponde al
origen migrante de los Reyes.
Aunque por lo general se piensa que la actitud prejuiciosa viene acompañada de
hostilidad, es posible que solamente aparezcan los estereotipos y las generalizaciones sin
dicha actitud (Haug 5). Un conocimiento previo mal fundado puede ocasionar la
construcción equivocada de imaginarios culturales. Explicado de esta manera, un prejuicio
no aparece como un acto de mala fe, sino como la consecuencia de la promoción de
información errónea o generalizada, como ocurre en el caso de las representaciones
culturales que se expanden hasta alcanzar regiones o individuos que no corresponden a sus
características. En la estrecha relación que existe entre Inocencio y su hija, el contacto entre
las dos culturas es constante porque se expresa de una manera natural por parte de todos los
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integrantes del núcleo familiar, con excepción de la enunciadora, quien siempre parece
poner un límite a través de la observación que hace sobre su entorno. La hostilidad
desaparece entre los miembros de la familia, sin embargo, ellos mismos logran identificar
rasgos que los diferencian entre sí, sobre todo la madre, Celaya y Soledad.
Aunque el carácter de estas diferencias no resulta negativo, promueve la existencia
de estereotipos hacia los mexicanos, o hacia méxico-americanos; estereotipos que no son
exclusivos de la perspectiva externa, ya que se presentan de igual manera entre los
mexicanos y los chicanos. Originalmente, cuando el fenómeno de la inmigración en
Estados Unidos empezó a evidenciarse en el siglo XIX, “los historiadores […] tenían
profundos prejuicios contra todos los extranjeros, pero especialmente contra los de habla
española, […] Los libros de texto tendían a incluir listas de prejuicios y estereotipos sobre
los rasgos negativos de los latinoamericanos” (Pastor 69). Esta situación cambia a partir de
la segunda mitad del siglo XX, cuando “los nuevos libros redefinían la identidad nacional
de los Estados Unidos para incluir a los mexicanos” (Pastor 70). La final aceptación del
carácter multicultural en Estados Unidos, sobre todo por los aportes culturales de los demás
países de América Latina, promueve a su vez un cambio en la perspectiva de lo que
constituye la americanidad. La crítica hacia los mexicanos que habitan el otro lado de la
frontera, y que se asumen como ciudadanos americanos, suele originarse por dos sectores:
la de los americanos que no aceptan la aculturación de los chicanos en su país, y la de los
mexicanos que viven en México y que recriminan a sus paisanos por su “americanización”.
Mientras que los anglosajones no consideran total la inmersión cultural de los chicanos
debido a la persistencia del conjunto de valores, creencias, idioma y religión propios de la
nacionalidad mexicana, los habitantes del sur de la frontera consideran que los mexicanos
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que viven en Estados Unidos no se constituyen como auténticos mexicanos por la absorción
de un nuevo sistema cultural, el estadounidense.
3.2 El allá y el acá del migrante
Otra de las realidades que se manifiestan a través de la familia y su relación con el
espacio es la de la añoranza del pasado. La madre de Celaya, educada en Estados Unidos
toda su vida, no conoce México y la única conexión que tiene con ese país, además de un
idioma que no domina en su totalidad, son sus padres. Por su parte, Inocencio, el padre de
Celaya, conoce las costumbres y la cultura de México y durante su permanencia en Estados
Unidos las perpetúa a través de los programas televisivos que prefiere, el idioma con el que
se expresa y el estilo de vida que mantiene en su entorno familiar y laboral. Según Óscar
Somoza, el chicano -como es natural en sus primeros momentos- se apega a la manera de
ser mexicana porque es mexicano (10) aunque se encuentre dentro de una sociedad en la
que predomine una cultura distinta. Es entonces donde ocurre el conflicto originado por la
añoranza y la expectación de un escenario ajeno a lo familiar, suceso que promueve la
expresión de juicios a aquello que es extraño, juicios que en su mayoría resultan ser
negativos. De acuerdo a Guillermo Hernández “el migrante moderno, a fin de protegerse
del dolor de la pérdida y de la ansiedad por lo desconocido, procede a una disociación del
allá-entonces y el aquí-ahora donde el migrante puede expresar admiración o desagrado
por un lugar a otro” (247). En los chicanos el allá-entonces que representa México, indica
también el origen de la identidad, por lo que se recurre a la memoria como medio de
conservación de rasgos fundamentales para “crear o mantener una identidad colectiva
mediante la escenificación del pasado en el presente” (Hernández 217).
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La memoria y la representación de la nación de procedencia que en el caso del
migrante es el allá resulta fundamental para la construcción que hace éste de los espacios,
tanto el que habita como el que ha dejado. El sentimiento de añoranza promueve un deseo
de perpetuación de la cultura al grado de reemplazar los recuerdos con la invención de
ficciones en las que el allá puede ser recordado de manera más positiva. Según Lucía
Suárez las poblaciones que han migrado tienden a mitificar la tradición y cultura del país
que han dejado, por lo que la ficción adquiere relevancia en cuanto a la construcción de la
memoria, pero también en cuanto a la aprehensión de los nuevos elementos culturales y su
manera de asimilarlos. En el caso de Caramelo la voz narradora expone su sentimiento
migrante cuando declara: “yo no sé cómo es para los demás, pero para mí estas cosas, esa
canción, esa época, ese lugar, se encuentran todas ligadas a un país que extraño, que no
existe ya. Que nunca existió. Un país que yo inventé. Como todos los emigrantes atrapada
entre aquí y allá” (Cisneros 452). Es “ese país” la representación metafórica de lo que
resulta irrecuperable, y por lo tanto se declara en la memoria como inexistente, pero
necesario, por lo que debe de ser reemplazado con una ficción en la que se perpetúa ese
espacio.
Para abundar un poco en la explicación de los espacios del chicano, es necesario
recurrir a los factores de expulsión y atracción (Maciel, Herrera-Sobek), en los que
mientras una cultura resulta determinante para el exilio de los individuos, surge otra que
puede funcionar como proveedora, por lo que atrae a una nueva población. Trasladado esto
a la figura del chicano, se ve cómo éste es “expulsado” de su país por razones económicas,
como lo es la falta de empleo, al mismo tiempo que es atraído a Estados Unidos, tanto por
la vecindad del territorio como por la reproducción cultural que ha retratado a dicho país
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como una potencia económicamente competente y proveedora de oportunidades laborales.
Los motivos del efecto de atracción y expulsión, que en un principio son económicos, pasan
a ser culturales cuando el proceso de aculturación del migrante es más fuerte y empieza a
percibir su país de origen como una entidad ajena.
Todorov hace una clara referencia a este fenómeno en el que el individuo migrante
termina por estar inmerso en dos culturas y sin embargo ser siempre un espectador ajeno a
ellas. Según el autor:
[…] cada uno de los dos movimientos, el de alejamiento de la propia sociedad y el
del acercamiento a la extranjera, se tiene que desdoblar. Alejamiento uno: para
sentir la atracción por los otros […]. Acercamiento uno: me sumerjo en una
sociedad extranjera, con el deseo de comprenderla desde el interior, al igual que lo
hacen sus propios miembros, con los cuales aspiro a identificarme, sin jamás
lograrlo […]. Aun viviendo con los otros, habiendo adoptado su lengua y sus
costumbres, permanezco diferente (conservo mi acento), porque no puedo borrar lo
que he sido, y sigo pensando también en las categorías que han sido las mías.
Alejamiento dos: regreso a mi sociedad, pero esta “sociedad mía” me es aún menos
cercana que antes; ahora puedo echar sobre ella una mirada de extranjero,
comparable a la que dirigía a la otra sociedad. […] Mis dos mitades se comunican
entre ellas, buscan un terreno de entendimiento, traducen recíprocamente, hasta que
se entienden (106).
Al regresar a México con su familia durante las vacaciones, Celaya, ya adolescente, ve
el espacio ya conocido durante su infancia como un lugar degradado. Como migrante,
como ser que vive en el exilio, guarda en la memoria un conjunto de sensaciones,
impresiones y características de su región, conjunto que no coincide con la realidad que
atestigua a su regreso. En el chicano existe una constante idealización que se potencia
además por la lejanía y, en muchos casos, la imposibilidad del retorno. La migrancia “sin
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duda es un sentimiento verdaderamente brutal cuando se materializa la fantasía del
encuentro; el entonces-allá preservado en la memoria por largo tiempo no se reconoce en el
aquí-ahora del reencuentro: el migrante experimenta entonces la verdadera dimensión de la
migrancia” (Hernández 277).
El cambio entre el recuerdo del lugar de origen, o el lugar conocido y la realidad que
corresponde al escenario, choca con la visión idealista del chicano, por la concienciación
de un desconocimiento hacia el lugar de origen. En cambio, Celaya, personaje que no
mantiene el recuerdo idealizado describe que “las paredes están más sucias, hay más gente,
hay grafitos pintados en los edificios. El DF se parece más a las ciudades de los EE.UU,
como si de pronto se hubiera enfermado y cansado de lavarse” (Cisneros 271). El regreso
del personaje a la ciudad está provisto de descripciones negativas. La comparación de Lala
entre el país al que visita (y ante el que se plantea como un ser extranjero y un tanto ajeno a
su sistema de costumbres) y el país en el que se habita, es inevitable. A pesar de la cercanía
geográfica entre México y Estados Unidos, la diferencia cultural es fácilmente
identificable, sobre todo cuando elementos opuestos propios de cada región son
comparados. Esto sucede con la protagonista de Caramelo, quien facilita la comparación y
la crítica por el conocimiento que tiene de ambos países, siempre situada desde un margen
de los demás que promueve su otredad.
En las experiencias de la familia Reyes “cada detalle de la cotidianeidad es contrastado
con la realidad norteamericana que se tiene como referencia […]. Asimismo, en su
percepción, el paisaje y quienes lo pueblan se debaten el gusto, el desconcierto o el rechazo
por las inapreciables minucias de la cotidianeidad mexicana” (Avilés 131). Cuando
Inocencio exclama: “mira qué bonito este camino, Zoila. Es casi tan bueno como los de
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Texas, ¿verdad?” (Cisneros 20), hace un juicio positivo sobre el escenario mexicano, y
efectúa una comparación en la que dicho lugar no alcanza las valoraciones que un escenario
norteamericano. Esta constante búsqueda de la comunión cultural entre los dos países por
los que se siente un sentido de pertenencia resulta impertinente en cuanto a que el resultado
de las comparaciones efectuadas no puede concluir de manera satisfactoria debido al
carácter liminal del migrante: el allá y el acá son espacios que debido a su paralelismo
resultan muy próximos pero no pueden encontrarse en una misma línea, mientras que el
migrante se mueve en medio, a través y desde ambos opuestos.
3. 3. Prejuicios desde la mexicanidad hacia personajes y espacios estadounidenses
La figura del migrante ha sido manejada con relación a los juegos de poder que configuran
los imaginarios culturales, así como las políticas de representación por parte de las
mayorías. Sin embargo, la aplicación de estos términos al chicano se complejiza en tanto a
las culturas a las que puede adscribirse por el sentido de pertenencia que tiene con cada
una, ya que si se asume como un individuo que posee una forma transnacional de ser, puede
ser representado por las dos naciones, y de manera doble debido a su carácter cultural
híbrido. Sin embargo, es esta misma hibridez la que promueve la existencia de
determinados prejuicios, ya que las dos naciones por las que el chicano presenta un sentido
de pertenencia, lo juzgarán como partícipe de las prácticas culturales de la otra nación, le
adjudicarán elementos culturales distintos y omitirá aquellos que sí son compatibles. Visto
de esta manera, sin importar la riqueza cultural que signifique la aprehensión de dos
sistemas distintos, la existencia de conflictos de identidad por parte de ambas culturas es
inevitable.
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A pesar de poseer una cultura heredada y una cultura adquirida, ante la aceptación
por parte de los otros, el sujeto migrante
…enfrentará diferentes niveles de discriminación, frente a lo cual redefine sus
límites de adscripción; reconsidera sus demarcaciones imaginarias y realiza una
demarcación de la cultura mexicana. […] Sus fronteras con la cultura
estadounidense se trazan de manera acentuada, destacándose una doble delimitación
de fronteras culturales: frente a la alteridad anglosajona dominante, que lo excluye
de su seno, y frente a los mexicanos inmigrantes, con los cuales mantiene
diferencias culturales que obstaculizan la identificación (Valenzuela Arce, El color
de las sombras: 157).
El ser considerado como un extranjero en territorio mexicano y el ser tratado como
un mexican en espacios estadounidenses, es uno de los elementos que resultan más
conflictivos para la conformación de una identidad migrante, al mismo tiempo que señalan
uno de los fenómenos discriminatorios más comunes en relación a la migración.
La vida en la diáspora presenta un replanteamiento de la identidad en el que el deseo
de perpetuar los elementos culturales heredados promueve una diferenciación de sí mismo
y los otros miembros de una comunidad distinta, ya que de esta manera el migrante logra
señalarse como un individuo ya integrado en un grupo en específico. Para Valenzuela Arce,
el primer paso de identificación significa también diferenciación, ya que el asumirse dentro
de un sector, institución o grupo, es necesario separarse de otro. Es sin embargo el eterno
proceso liminal del migrante el que a pesar de los esfuerzos de éste por delimitarse dentro
de una comunidad, lo sitúa en el medio.
Así como para el migrante su separación de la cultura dominante puede significar
una reafirmación de su identidad heredada, también puede significar un replanteamiento de
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lo que significan y son los otros, en donde surja un sentimiento de antipatía, ya que
invariablemente las figuras de los otros y nosotros serán generalizadas y por lo tanto,
también lo serán las unidades con las que serán descritas, lo que conlleva a la construcción
de prejuicios sociales.
En el caso de la novela de Cisneros, la validación de testimonios provenientes tanto
de Estados Unidos como de México, facilita vislumbrar las distintas concepciones que se
tienen respecto a sí mismos y a los otros. La percepción que cada grupo social tiene de los
otros, es decir, de los que viven en otro país, se encuentra configurada por la composición
de estereotipos basados más en un imaginario que en la recopilación de elementos
culturales reales de cada nación: “esto nos conduce a pensar en identidades semantizadas
que se configuran mediante características reales o ‘inventadas’, objetivas y subjetivas,
cuya apropiación y recreación simbólica las convierten en elementos centrales para el
establecimiento de demarcaciones imaginarias de adscripción.” (Valenzuela Arce 32). La
generalización de estas características, adjudicadas más que adquiridas, implica al mismo
tiempo un deseo de diferenciación de ellas para enfatizar la pertenencia propia a un grupo
social en específico. Es a partir de aquí en donde da inicio un círculo vicioso, ya que un
sector construye a través de la selección y omisión de elementos un imaginario social de lo
desconocido, para después desear diferenciarse de aquello que ese mismo grupo ha
configurado. En el juego de las perspectivas, esto resulta fundamental en cuanto a la
percepción del uno y el otro, ya que “es justamente cuando la carga simbólica de las
diferencias adquiere un papel relevante en la interacción con las personas ‘diferentes’,
cuando éstas devienen referentes de alteridad para el grupo, proceso que implica un
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autorreconocimiento a través de la mirada de los otros.” (Valenzuela Arce, El color de las
sombras: 32).
Para Todorov (30), la configuración prejuiciada de los extranjeros (extranjeros en
cuanto a extraños o desconocidos) se encuentra más relacionada a la imagen de quienes la
crean, de a quienes aspira representar. La construcción del otro resulta más un retrato
deformado de la sociedad que lo describe, ya que el proceso de la representación y la
manera en que se lleva a cabo prefigura de manera inmediata a su autor intelectual. La
comunión de los prejuicios de los otros devienen invariablemente en el descubrimiento del
nosotros como grupos distintos que comparten un mismo sistema de prejuicios, como lo
afirma Todorov al decir que “el extranjero no comparte forzosamente los prejuicios de
aquellos a quienes observa, pero tampoco por ello se ha desembarazado de los suyos
propios, que a menudo vienen a ser lo mismo” (102).
En el caso de Caramelo, las acusaciones que son dirigidas hacia ambos lados de la
frontera desde el otro país se encuentran determinadas por un sistema de opuestos binarios
que descubre que la configuración realizada por cada sociedad se basa en los mismos
prejuicios, sólo que los expresan de manera diferente. Esto puede verse en los juicios que
los Reyes mexicanos emiten respecto a los Reyes estadounidenses y a otros
norteamericanos. La abuela Soledad y su hija, la tía Güera, atacan a la moral de los
estadounidenses a quienes califican como carentes de moral, irrespetuosos o maleducados;
mientras que los juicios emitidos por personajes estadounidenses hacia los mexicanos,
siempre están basados en la crítica de sus bienes materiales (o la falta de estos) o la
configuración negativa de sus espacios. Así, puede verse como por un lado los elementos
que se elige atacar (elementos adjudicados, nuevamente) se basan en lo abstracto (moral),
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mientras que por el otro lado se critica aquello material, de manera que se mantiene una
relación binaria que parte del mismo proceso.
Así como en la novela de Cisneros es posible identificar la visión prejuiciada hacia
los méxico-americanos y los mexicanos, también aparece, a través de ciertos personajes,
una visión que marca extrañamiento y distanciamiento hacia la americanidad. La abuela
Soledad y su hijo Inocencio, arraigados en las tradiciones mexicanas, observan la sociedad
americana, y emiten juicios en los que presentan un nacionalismo con su idioma y
educación original, producto de un nacionalismo que manifiestan ante la hegemonía
anglosajona. Sobre el lenguaje, una de las principales barreras culturales, los juicios
emitidos adjudican al inglés una naturaleza desprovista de estética y de diplomacia.
En el capítulo titulado “¿Espic espanish?”, la voz narrativa expone el conflicto por
parte de Inocencio para comunicarse con sus clientes de una manera cortés, lo que
representa un problema por su mala pronunciación y el carácter casi imperativo del idioma,
que de acuerdo a la educación de Inocencio, no representa amabilidad. Los juicios que
aparecen en dicho capítulo son difíciles de identificar, ya que a pesar de ser emitidos por la
voz narrativa y no por un personaje en particular, la otredad que la voz marca con el idioma
no coincide con la familiaridad que Celaya tiene con el inglés. Dicho idioma, no solamente
aparece como un factor que diferencia y distancia las culturas, sino que define en cierta
medida a la sociedad que lo habla, como se evidencia cuando la narradora narra que “[…]
el español era el idioma para hablar con Dios y el inglés el idioma para hablar con los
perros” (Cisneros 216). La comparación entre los perros y los hablantes de la lengua
anglosajona se mantiene cuando se explica que Inocencio “trabajaba para los perros”
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(Cisneros 216), en este caso, los americanos, quienes de acuerdo con esta serie de
enjuiciamientos, no hablan, sino ladran.
Las connotaciones peyorativas que les son adjudicadas a los americanos a partir de
la crítica al idioma evidencian una falta de sentido de pertenencia al lugar en el que el
migrante reside. El señalamiento del otro idioma y la otra cultura, así como el acto de
adjudicar características negativas a la cultura y a la sociedad predominante del país al que
el migrante arriba, son formas en las que el reconocimiento de sí mismo como un ser
extranjero, es cambiado por el señalamiento de los otros como una sociedad extraña. El
sentimiento de no pertenencia es desplazado por una lógica en la que los demás aparecen
como extranjeros en el sistema de valores y tradiciones del migrante. Esto ocurre cuando la
voz narrativa sostiene que el inglés “¡era un lenguaje de bárbaros!” (Cisneros 216),
consideración con la que podría estar de acuerdo alguien que no hablase el inglés como
lengua materna, pero que probablemente no tenga validez entre los mismos hablantes
anglosajones.
Además del idioma, la educación de la sociedad americana es señalada como
carente de moral, según los juicios de personajes mexicanos en la novela. De esta manera
es visto el comportamiento del ex esposo de la tía Güera, quien por su constante contacto
con gente americana, señalada como “los güeros”, “[…] sacó esas ideas tan extrañas […]”
(Cisneros 285), las cuales consistían en mantener lazos de amistad aún después de
experimentar una separación en su relación amorosa, aspecto señalado como amoral, por
parte de la tía. Lo mismo sucede cuando Celaya considera que los clientes americanos
“[…] son muy maleducados. Los mexicanos no. Ellos saben cómo ser educados” (Cisneros
323), y vuelve a realizar un juicio en el que los considera bárbaros.
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Las apreciaciones sobre la cultura estadounidense abarcan otros aspectos como la
practicidad y el bienestar económico, aspectos que desde un punto de vista objetivo,
carecen de connotaciones negativas, e incluso pueden ser valorados como positivos, pero
que visto a partir de la perspectiva de personajes mexicanos, son negativamente criticados.
Así, la abuela Soledad, exclama con orgullo que no es como “[…] esas mujeres modernas”
(Cisneros 55), mujeres caracterizadas por la practicidad doméstica y la preferencia por la
tecnología, estilo de vida al que sus nueras están acostumbradas por su inmersión en la
americanidad.
Toda esta serie de prejuicios y actos un tanto discriminatorios, expresados por la
abuela Soledad, pueden ser rastreados en el contexto en el que este personaje se
desenvolvió en los tiempos de la Revolución. Gracias a la explicación de la autora en uno
de los pies de página de la novela, se menciona el episodio histórico de la invasión de
Veracruz por parte de tropas estadounidenses en 1914. Según Cisneros: “esta ‘invasión’
creó fuertes sentimientos en contra de los Estados Unidos, donde la prensa mexicana
exhortaba a los ciudadanos a tomar represalias contra los ‘cochinos de Yanquilandia’. Hubo
disturbios callejeros en la Ciudad de México. La muchedumbre saqueó comercios de
propiedad estadounidense, destruyó una estatua de George Washington, y atemorizó mucho
a los turistas estadounidenses” (141).
Gracias a esta nota es posible encontrar una explicación, si no justificación, de la
predominante antipatía hacia la cultura estadounidense en ese contexto, y por lo tanto, por
parte de dicha generación. Resulta necesario señalar la atención que la autora ha adjudicado
a este pasaje histórico para la mención en su novela, ya que este episodio presenta una
carga simbólica en cuanto a la defensa de la nación ante el extranjero, que en un discurso
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nacionalista puede aparecer como una amenaza potencial para los intereses nacionales. Esta
invasión y las consecuencias xenófobas desencadenadas por la propaganda antiyanqui de la
época, así como la Revolución, muestran el contexto en el que los estadounidenses eran
calificados de amorales debido al desorden social derivado de la misma revolución y sus
batallas, en donde el robo, el juego y la prostitución eran elementos propios de la
cotidianeidad en medio del caos. Para las generaciones que crecieron rodeados del
desprecio propagado por las familias afectadas y la consecuente pobreza, todos estos males
y vicios contraídos por la sociedad fueron adjudicados al extranjero, ya sea con la
concepción del país o la del individuo.
3.4 El deber ser del mexicano: expectativas prejuiciadas entre un mismo grupo social
Aunque la mayoría de los estereotipos configurados en torno a la mexicanidad provienen de
una perspectiva externa, existen también aquellos prejuicios formados por las expectativas
de un mismo grupo social. En Caramelo, existe una exaltación de las virtudes que un
mexicano debe tener, expectativas que la mayoría de las veces aparecen en el personaje de
la abuela y el padre de Celaya, y que son soportadas por comentarios reflexivos emitidos
por la voz narrativa. La educación, el idioma y el comportamiento están configurados
positivamente, pero de una manera prejuiciada por la generalización que implica. Así,
cuando la abuela se refiere a un personaje mexicano de Acapulco como “(un) buen hombre
[…] Siempre tan propio, tan correcto, tan mexicano” (Cisneros 249) está haciendo una
comparación en la que le adjudica a la mexicanidad la característica de la corrección en los
modales, exclusividad que implica una anulación de estas virtudes a las culturas extranjeras
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que conoce. La propiedad de ese hombre descrito por el personaje de la abuela hace
referencia al acato de las expectativas sociales como el amor a la madre y la
responsabilidad, sinónimo de mexicanidad según el comentario de la abuela. De la misma
manera, la voz narrativa dice que “Inocencio no puede creer su buena fortuna y está
agradecido en exceso, cortés como un mexicano debe ser, famoso por sus cumplidos y su
grandilocuencia” (Cisneros 219). Esta descripción de la propiedad de modales plantea sin
embargo una ambigüedad en cuanto al excesivo agradecimiento que menciona, ya que este
mismo aspecto, visto desde una perspectiva ajena a la mexicana, pudiera ser confundido
con un servilismo característico de las clases sociales económicamente más bajas. No
obstante el sentido permanece como un elogio a la corrección atribuida al mexicano, rasgo
que predomina en aquellos expuestos por Cisneros.
Tanto en el habla como en el comportamiento de corrección resulta fundamental
como un rasgo distintivo entre un hombre mexicano y uno que no lo sea “porque el
(idioma) español es muy formal, y está compuesto de ciento y un formalidades” (Cisneros
111). La diferencia es que, en Caramelo, la mexicanidad implica un conjunto de valores
positivos, exclusivos de la nacionalidad. El personaje de la abuela, quizá sea el que más
contenga todo un bagaje cultural mexicano que constituye su marco referencial de lo bueno
o lo malo, basado solamente en lo que conoce. Como el personaje migrante más afectado
por el abandono del lugar de donde es origen, la abuela Soledad experimenta de manera
más directa el cambio cultural, cambio que resiente por los prejuicios con los que ya carga.
De acuerdo con Abril Trigo, las masas migrantes “acorraladas por la xenofobia de la
sociedad anfitriona, recrean nacionalismos en la diáspora. […] Semanas antes, la abuela,
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quien siempre había jurado que México era la más burra de las naciones, de pronto se
vuelve nacionalista” (274).
Otros aspectos que caracterizan o se adjudican a los personajes de origen mexicano
en la novela, es el carácter pasional. Este rasgo, no solamente es exaltado como parte del
comportamiento común en los mexicanos, sino que resulta exclusivo, por lo que marca un
distanciamiento respecto a la conducta de los norteamericanos. Dentro del conjunto de
expectativas que existen entre los mexicanos o méxico-americanos, la exaltación de las
emociones constituye una reafirmación de la identidad, ya que además de aparecer como un
rasgo característico, el apasionamiento define un modo de pensar y asumir las emociones,
así como de enfrentarse ante la vida cotidiana, lo que se refleja en el estilo de vida. Las
expectativas del deber ser del mexicano, se manifiestan sobre todo en las convenciones
sociales, como ocurre durante el entierro del abuelo, en el que “cuando llega el momento
de echar tierra encima del ataúd, la abuela grita como si le hubieran insertado un alfiler en
el corazón. Luego hace lo que se espera de cualquier viuda mexicana que se precie de serlo
desde la época de los olmecas. Trata de tirarse a la tumba abierta” (Cisneros 261). En este
fragmento, se observa cómo el manejo de las emociones proviene incluso de una tradición,
que define los modos de asumir determinadas situaciones.
Dentro de las relaciones amorosas, el deber ser se manifiesta cuando el sufrimiento
forma parte del desarrollo de la relación. En la novela, los vínculos afectivos siempre están
acompañados del dolor o la decepción, lo que la expectativa idiosincrática promueve. A
pesar de que en Caramelo aparezcan varias generaciones con contextos culturales e
idiosincráticos muy diversos, el matrimonio parece seguir un patrón en común que ni el
paso del tiempo ni la frontera parece alterar: la resignación y la pasividad del género
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femenino. Esto se ejemplifica en el matrimonio de Narciso y Soledad, que aparece lleno de
sufrimiento, dolor que la esposa nunca explicita a su pareja, porque “sufría como sólo los
mexicanos sufren, porque amaba como los mexicanos aman” (Cisneros 191), es decir, en
silencio y resignación, de acuerdo a las normas sociales establecidas desde siglos pasados y
mantenidas hasta la actualidad de la novela. Aunque la narradora no dé una explicación de
este peculiar modo de amar, el comportamiento de Soledad con su esposo y su familia
política revela su hermetismo. La forma en que enfrenta su abandono es a través del
silencio; como empleada doméstica no emite quejas y obedece; como amante, recibe a
Narciso pero no se comunica con él, y como esposa calla todos sus sentimientos. En el
caso de Inocencio y Zoila, gracias al testimonio de Celaya es posible conocer que la
comunicación efectuada entre ellos está en función de las quejas, el cansancio, las peleas y
las recriminaciones, aspecto que forma parte de la cotidianeidad de la familia Reyes, en la
que mientras alguien “grita de la cocina al baño… Papá grita al espejo… Mamá le contesta
a gritos” (Cisneros 8). Estos comportamientos revelan de alguna manera el cumplimiento
que cada matrimonio hace respecto a las expectativas de su cultura; ya que si por un lado
Soledad calla y se resigna como cree que las mexicanas deben de hacer, Zoila se queja
constantemente sin presentarse como una mujer totalmente sumisa.
El sufrimiento de Soledad, el cansancio y la irritabilidad de Zoila y la desesperación
de tía Licha tienen en común la causa: la infidelidad de sus maridos. En el orden patriarcal
en el que tradicionalmente se estructura la familia mexicana, el hombre tiene mayor libertad
sexual que la mujer, por lo que el mantener relaciones extramaritales no se considera
culturalmente una falta grave por parte del esposo. Sin embargo, la agresividad de Zoila,
quien sostiene que Inocencio es terrible, y el arranque de pasión de tía Licha, en el que “una
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vez, [mi] tía casi intenta matarse por culpa de tío Chato” (Cisneros 11), demuestran la
inconformidad en la que se encuentran, misma a la que no renuncian, ya que el deber ser
así lo dicta.
Estas demostraciones por parte de Cisneros de las implicaciones culturales de la
identidad mexicana se mantienen en un nivel muy generalizado y superficial en el que se
exponen solamente a grandes rasgos elementos que han sobrevivido en el imaginario
extranjero, pero no necesariamente han sido popularmente aceptados. Valenzuela Arce
expone la identificación nacional de estas características al decir que
cuando un mexicano asume alguna actitud machista, violenta, despreocupada,
etcétera, se infiere que lo hace porque es mexicano, lo que no sucede con el
anglosajón o con cualquier otro miembro de un grupo no estigmatizado, pues
cuando alguno de éstos asume una o varias de las actitudes descritas, la explicación
de tal o cual conducta se orienta hacia características personales (299).
3.5 Rechazo entre un mismo grupo social
A pesar de que en el contexto en el que se ubica la novela la multiculturalidad y
multietnicidad de Estados Unidos es muy rica en comparación con décadas anteriores,
donde el fenómeno de migración no había alcanzado proporciones tan elevadas, se siguen
presentando problemáticas de índole social en cuanto al contacto entre culturas diferentes, e
incluso entre culturas parecidas o provenientes del mismo origen. En Caramelo, se puede
apreciar cómo esta variedad cultural y étnica llega a influir de manera negativa debido a la
existencia de conflictos identitarios entre los mexicanos americanizados y los americanos
de ascendencia mexicana.
76
Debido a las relaciones interculturales tan comunes en un país compuesto en su
mayoría por inmigrantes, se presenta un fuerte arraigo por las tradiciones de la cultura
original y una defensa de orgullo nacionalista. En el caso de los descendientes de
mexicanos, que han nacido en Estados Unidos, y el de los mexicanos que han migrado
hacia dicho país, son las variantes de la cultura mexicana, así como la pertenencia a la
nacionalidad estadounidense los elementos que los diferencian y afectan. Si bien el hecho
de compartir un mismo sistema de tradiciones, creencias, idioma y ascendencia puede
propiciar el acercamiento entre los miembros de una minoría social, puede ocurrir también
que las diferencias debidas a su nacionalidad sean obviadas entre sí mismos, hecho que
tiende a producir un distanciamiento y una visión prejuiciada de lo que constituye al otro.
Esta distinción entre los miembros de una misma minoría es expresada por
Inocencio, cuando explica a otro personaje de origen hispano que los americanos con
ascendencia mexicana “siempre [nos] menosprecian a los nacionales […]” (Cisneros 225).
El episodio en el que estos grupos se enfrentan en medio de un partido de futbol presenta la
división de intereses de cada uno, además de la perspectiva que se tiene del otro, ya que
cada grupo acusa al contrario de no respetar su nacionalidad; mientras que Inocencio afirma
que los estadounidenses “no saben del honor” (Cisneros 225), éstos contraatacan con la
afirmación de que los mexicanos son unos traidores y desertores de su patria. La barrera
que existe entre estos méxico-americanos resulta ser más marcada que aquella que divide
culturalmente a los mexicanos con los estadounidenses, ya que según Inocencio “la gente
siempre cree que porque somos de la misma sangre todos somos hermanos, pero es
imposible llevarnos bien” (Cisneros 225). En este discurso donde Inocencio explica las
divisiones entre méxico-americanos, patentiza la estrategia a la que cada grupo minoritario
77
recurre para consolidarse como auténtico en relación a la cultura en la que se hallan
inmersos, porque consideran una obligación el ser más americanos que los mismos
estadounidenses, y al mismo tiempo ser más mexicanos que quienes habitan México, por
medio del arraigo cultural.
Además del conocimiento de las diferencias entre los mexicanos migrantes y
aquellos nacidos en Estados Unidos, también hay un reconocimiento de lo que significa ser
mexicano en el otro lado de la frontera. Esta conciencia sobre la identidad migrante se
presenta tanto en los estadounidenses como en los mexicanos, en ambos casos como un
elemento negativo. Por una parte, la abuela al llega por primera vez al suelo americano, es
capaz de identificar un trato distinto hacia ella y su familia, y expresa que “fueron tratados
como Mexicans […]” por parte de la policía fronteriza, es decir, un trato sin beneficios. El
hecho de que este personaje que no domina la lengua anglosajona haya dicho mexicans y
no mexicanos, se debe a la apropiación del significado que esta palabra tiene en inglés, por
lo tanto, a la connotación negativa que los angloparlantes en este contexto le atribuyen al
ser un inmigrante mexicano, lo que para la abuela no pasa desapercibido. Por otra parte, la
voz narrativa cuenta cómo es que las personas se dirigían hacia su padre de una manera
educada, ya que cuando se daban cuenta de su origen latino, preferían preguntarle si era
francés, en vez de aventurarse a adivinar su verdadera nacionalidad, ya que los clientes “no
dicen mexicano, porque no quieren insultar a Inocencio, pero Inocencio no sabe que
´mexicano´ es un insulto” (Cisneros 219).
Es gracias al cambio de significación de este término como pueden apreciarse las
distintas perspectivas que se generan a partir del reconocimiento de una nacionalidad. La
variación de significado va más allá que una cuestión de conceptos, ya que es el reflejo de
78
las ideologías a través del uso del idioma y las consecuencias socioculturales que esto
puede tener, como lo puede ser la determinación de quienes son expresados con dicho
término, y de quienes lo expresan.
3.5.1 El rechazo cíclico a la herencia indígena y nacionalidad
El personaje de la abuela Soledad resulta sumamente rico para el análisis de la novela. No
solamente se introduce de manera ocasional como narradora al establecer un diálogo
explícito con la narradora oficial, que es Celaya, sino que es gracias a la conexión de
Soledad como se explica el pasado de la familia Reyes, rasgo fundamental para el
desarrollo de la historia. Si bien es Inocencio quien logra la unión de dos culturas distintas
al migrar, establecerse en Estados Unidos junto con su bagaje cultural mexicano y fundar
una familia en un país en donde es extranjero; es la relación de Soledad y Celaya, abuela y
nieta, la que consolida esta unión de identidades culturalmente distintas, por lo que el hecho
de representar la narración como un entretejido de las dos voces5
resulta altamente
significativo para el carácter chicano de la novela.
A partir del diálogo entre estos dos personajes, es posible el conocer el pasado de
Soledad, episodios de la narración que se sitúan completamente en México y que abarcan
desde su infancia y orfandad: su estadía en la casa de los Reyes como sirvienta, su
matrimonio con Narciso y su primer embarazo. Todos estos elementos resultan
imprescindibles para la compresión de las relaciones que Soledad mantiene con su nuera, su
comportamiento y su apreciación de otros estilos de vida.
5 Según Allumbaugh el título de la novela posee a su vez una significación que aparece a lo largo de la
narración. Uno de los significados más poderosos de Caramelo es el del tejido del rebozo que en un nivel
simbólico representa el tejido de las voces de la abuela Soledad y Celaya.
79
Tanto el origen rural de la abuela, así como su estadía en la casa de la tía Fina
resultan hechos reveladores para la pertinencia de este personaje en la novela, ya que
Soledad aparece como el personaje que realiza la primera migración dentro de la historia.
Su traslado de la provincia a la capital y los sentimientos de abandono que experimenta a su
llegada la sitúan como un individuo migrante. De la misma manera sucede con su orfandad,
ya que metafóricamente la pérdida de la madre significa la imposibilidad del retorno y la
añoranza eterna hacia ese allá-entonces. Soledad, experimenta la lejanía y la extrañeza, “de
manera que su propio cuerpo le recordaba por extensión a ese otro cuerpo, ese otro hogar,
esa raíz […]” (Cisneros 106). La orfandad del migrante se explica mediante la pérdida de
un espacio común que contiene objetos, seres y palabras que al ser alejados de ellos
provocan un sentimiento de pérdida, no solamente en el sentido de ausencia de algo, sino
de extravío individual. Para este autor “the loss of place, home, lenguaje, a loved one, a
location, an object can evoke the unresolved loss of the mother´s body as a matrix of
meaning and completeness” (200), lo que explica el sentimiento de arraigo de la cultura
original durante la diáspora, ya que la presencia de algún elemento en común con el allá
presupone a la vez el regreso a la matriz en donde predomina el sentimiento de seguridad,
pertenencia y aceptación.
A pesar del orgullo nacionalista de Soledad, hay un personaje que afecta la visión de
la herencia étnica y cultural de la abuela. Durante el servicio que Soledad prestó en la
familia Reyes, aprende de su futura suegra a sentirse avergonzada de su propia identidad
étnica, racial y de clase (Allumbaugh). La personificación de la abuela como un ser
migrante, y por lo tanto propenso a la vulnerabilidad, se concretiza a su llegada a la casa de
los Reyes, espacio en donde experimenta el abuso y la discriminación por parte de un
80
individuo que pertenece a su mismo grupo social, la familia: “debe recordarse que Soledad
también es una Reyes, aunque de la clase atrasada, india, que a Regina le recordaba
demasiado sus propias raíces humildes […]” (Cisneros 118). Es curioso ver cómo aún al
compartir las mismas características identitarias, como lo son el origen étnico y la familia,
el personaje de Regina rechaza a Soledad, precisamente por representar todo aquello que
intentó eliminar de su pasado. El maltrato y la humillación hacia el otro son la manera de
evadir la herencia indígena, por lo que se recurre a la ridiculización de las características
fisiológicas y culturales como medio de evadir el mestizaje propio.
Soledad aparece como un chivo expiatorio ante los ojos de Regina, de quien es
víctima de abuso verbal y físico, así como de explotación. Esta violencia de naturaleza
racial vuelve a repetirse de manera cíclica cuando Soledad desprecia a su nuera: “suenas
como si te hubieras escapado del rancho. Y lo más triste del caso, eres prieta como una
esclava” (Cisneros 89). Aunque Soledad también es morena, construye sus preferencias en
relación al color de piel, lo que puede apreciarse en el trato con sus hijos, en donde
Inocencio aparece como el hijo predilecto y, curiosamente, el más blanco. El ciclo
originado en Regina se vuelve a repetir, y de la misma manera que éste personaje “purificó”
su sangre engendrando un hijo blanco (Narciso), Soledad da a luz al más blanco de sus
hijos varones.
El ciclo de la violencia contra el mismo grupo social, que inicia con Regina y
continúa con Soledad no se detiene en Zoila, la nuera, sino que se extiende hacia uno de los
personajes más simbólicos: la niña Candelaria. Hija de la lavandera de Soledad, Candelaria
es rechazada por pertenecer a la clase más pobre, por sus costumbres y usos rurales y por
su color de piel, nuevamente elementos compartidos por los demás personajes que aparecen
81
en este ciclo de violencia. Sin embargo, el aspecto que magnifica la importancia del
rechazo a Candelaria, es el de compartir un parentesco con Soledad, ya que es hija de
Inocencio.
Este rechazo y esta desprotección económica experimentados por Candelaria,
funcionan a nivel simbólico como elementos de la migrancia. Este personaje es el producto
de la unión entre dos individuos distintos económica y culturalmente, mezcla que en un
futuro no es reconocida, de la misma manera en que los chicanos son los hijos no
reconocidos de Estados Unidos. A Celaya, hija legítima, le es prohibido jugar y compartir
con la hija ilegítima, y aunque ambas conviven en un mismo espacio, desempeñan
funciones totalmente distintas.
En estas relaciones de rechazo y maltrato los personajes de Caramelo fungen como
individuos pasivos y activos, ya que en su mayoría son capaces de emitir este tipo de actos,
así como de ser víctimas de ellos. Como se ha expuesto, el personaje de la abuela Soledad
resulta el ejemplo más claro en cuanto a estos ciclos de violencia, lo que se vuelve a
apreciar cuando se traslada a Estados Unidos. La abuela, ajena a cualquier rasgo de la
americanidad, no sólo atestigua las relaciones que hay entre los migrantes mexicanos y los
nacionales americanos, sino que experimenta la discriminación cuando ella misma rechaza
la posibilidad de vivir cerca de otros mexicanos: “En las colonias que estaban dentro de sus
posibilidades, ella no soportaría que la asociaran con esos mexicanos de clase baja, pero en
las colonias que estaban más allá de sus posibilidades, sus vecinos no soportarían que los
asociaran con ella” (Cisneros 304).
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El rechazo que estos personajes manifiestan ante la posibilidad de ser asociados con
los sectores sociales indígenas se presenta mezclado con sentimientos como la vergüenza y
el repudio. La abuela se desprende de su pasado indígena, para adjudicar a estos espacios
rurales connotaciones meramente negativas. Así, ante la iniciativa de su hijo de llevar
productos americanos para vender en México, ella responde que “no tiene caso llevar algo
de valor a ese pueblo de indios” (7). Al momento que Soledad obvia el aspecto de pobreza
que distingue a las poblaciones indígenas, intenta deslindarse de la misma pobreza que la
caracterizó en su desarrollo. En el caso de Zoila, el aspecto físico es el motivo que la orilla
a renegar de su herencia yaqui, por ser éste motivo de constantes críticas por parte de su
suegra, mismas críticas que son trasmitidas hacia Celaya por no parecerse a los otros
miembros de la familia mexicana. A Zoila, “no le gusta que le digan yaqui enfrente de su
suegra” (251), ya que esto constituye motivo de burla y escarnio para Soledad, quien
siempre manifiesta el mismo abuso al que fue sometida en el pasado, y por las mismas
razones de raza.
Este capítulo plantea el desarrollo de los prejuicios producidos por las
representaciones culturales de ambos lados de la frontera. La exposición de estas
perspectivas a través de una novela chicana como Caramelo denotan parte de una realidad
en el contexto fronterizo norteamericano, importante en cuanto a la identificación de ciertos
modelos de conductas que buscan definir al otro desde el imaginario propio, lo que conduce
a una reinterpretación que tiende a ser errónea y que, al ser generalizada y promovida, crea
falsas identidades que representan a un grupo social determinado.
Lo expuesto en el trabajo sobre estas creencias, la comparación entre ellas y la
demostración de su desarrollo en las culturas de naciones vecinas tiene como intención
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descubrir el juego que existe entre el nosotros y los otros, en donde las relaciones
simbióticas son también reversibles, lo que supone una valoración de ambas posturas, y por
lo tanto, la búsqueda de la definición de cada una a través del nosotros. Si bien lo aquí
expuesto hace precisamente lo contrario al señalar las concepciones de los otros a partir del
extranjero, es porque el primer paso para acceder a la búsqueda de la identidad es el
reconocer la existencia de las construcciones equivocadas de ella, para de esta manera
obtener un panorama más completo en medio de este juego de voces y miradas.
Conclusiones
El ser humano, como ser social, tiene la necesidad de convivir con otros sujetos afines a él,
por lo que se rige por un sistema de agrupaciones para su convivencia. La inclusión o
exclusión de individuos a un determinado grupo se basa en la imposición de categorías que
definen a un sujeto para su posterior adaptación o rechazo. Sin embargo, no se puede negar
la existencia de los seres que tienen la posibilidad de ser afines a más de una categoría, lo
que no puede ser considerado un motivo de exclusión a un grupo social. En la negociación
de identidades que se lleva a cabo en el proceso de adaptación es necesario reconocer la
hibridez cultural de los sujetos; ya que de lo contrario, no solamente se estaría negando las
múltiples categorías con las que se pueden identificar, sino que se negaría la riqueza socio-
cultural que existe y que puede ser potenciada incluso aún más.