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Este material es para uso de los estudiantes de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.

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El delito en la Argentina post-crisis. Aportes para la comprensión de las estadísticas públicas

y el desarrollo institucional.

Autores: Gregorio Kaminsky / Diego Galeano / Darío Kosovsky / Gabriel Kessler

Se admite la reproducción total o parcial del trabajo de los autores, como asimismo de sus ilustraciones, a condición de que se mencione la fuente

Impreso en Argentina Sociedad Impresora Americana S.A.I.C Lavardén 157 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Diseño y diagramación: Karina Provitina / Marcelo Costanzo

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Índice

Prólogo 5

Elias Carrranza (ILANUD)

Estudio Preliminar: La estadística criminal y el aporte

de la minería de datos 11

Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA)

1. Descifrar el delito: Usos y desusos del saber estadístico 25

Gregorio Kaminsky / Diego Galeano

2. Delito y análisis de la información en Argentina 45

Darío Kosovsky

3. Miedo al delito y victimización en Argentina 75

Gabriel Kessler

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Gregorio Kaminsky Diego Galeano

Descifrar el delito Usos y desusos del saber estadístico

Gregorio Kaminsky Doctor en Filosofía y Prof. Titular de la Univ. de Buenos Aires. Director de la Lic. en Seguridad Ciudadana de la Univ. Nacional de Lanús. Ha publicado seis libros y Tiempos Inclementes es el texto más reciente sobre seguridad ciudadana. Diego Galeano Licenciado en Sociología y docente de la Univ. Nacional de La Plata. Becario de la Comisión de Inv. Científicas (CIC) de la Prov. de Bs. As. Investigador del Programa "Violencias y Seguridad" en la Univ. Nacional de Lanús.

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Descifrar el delito: Usos y desusos del saber estadístico

La posibilidad de calcular el mundo, de expresar todo lo que acontece por fórmulas: ¿es real-

mente "un comprender"?

F. Nietzsche (1)

1. Nosotros ante los números

El estado moderno se legitima frente a los habitantes en calidad de garante de su seguridad. El resguardo de la legalidad y el orden social constituyen parte del fundamento mítico de su existencia. El objetivo prima-rio de la seguridad galvanizó un vasto programa de regulaciones y activida-des de gobierno que no empezaban ni terminaban con el control del delito y que en gran medida se resumen en la moderna idea de policía. De esos programas formaron parte todo el plantel de especialistas del modernismo penal, expertos en el registro de un saber sobre la población que se expresó por medio de números: se trata del aporte de los estadígrafos.

(1) Nietzsche, F. "Nachgellassene-Fragmente". 1885-1887, 7 [56], KSA 12, p. 314.

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La crisis del welfare descompuso la maquinaria de especialistas, cien-tíficos y agencias públicas financiadas por los estados. La estadística no permaneció ajena a los fuertes reajustes de los nuevos liberales. Nuevas realidades promovieron una racionalidad pragmática y tecnocrática basada en el cálculo de costos y beneficios, el monitoreo de factores de riesgo, omnipresentes en los denominados mapas del delito y, a menudo, en el análisis estadístico de las encuestas de victimización y hasta en los son-deos de opinión.

Desde finales del siglo XX, el delito adquiere una mayor relevancia cultural porque constituye el cemento de nuevas políticas de control, dado que se ha transformado en una forma de experiencia colectiva. Aún con la co-presencia de lo viejo y lo nuevo, el deterioro de la economía moderna del castigo, parece orientarse hacia un quiebre del supuesto monopolio del estado sobre el control del delito y a un "giro de la aplicación a la ley al management de la seguridad"(2). Lo que se pone en cuestión no es algo de índole puramente coyuntural, sino estructural: junto al esquema moderno que piensa al castigo como un medio para superar el problema del delito, se visualiza una crisis profunda de la ingeniería moderna de la "buena sociedad". Es -dentro de un contexto delineado por esos vectores e indicadores antes apuntados- que la cuestión del saber estadístico debe ser actualizada para repensar un pensamiento práctico, aplicado a los pre-sentes problemas de la seguridad ciudadana.

2. La invención estadística

La idea de utilizar números, cifras y porcentajes como insumo de las decisiones estatales, o como argumentos en los debates políticos, es una ¡dea relativamente reciente. Lo cierto es que la estadística, aunque no debe cumplir con el estatuto exigido a las ciencias, tiene una inmensa influencia sobre la producción social de conocimiento. Es frecuente considerar que se trata de un insumo exclusivo de las ciencias sociales, especialmente de la sociología, pero en la actualidad no existen campos de saber que puedan

(2) Garland, David. "La cultura del control. Crimen y orden social en la sociedad contemporánea", Gedisa, Barcelona, 2005.

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prescindir o desconocer sus pertinencias. "Al desgarrar la trama de relacio-nes que se entreteje continuamente en la experiencia -escribe el sociólogo Pierre Bourdieu- el análisis estadístico contribuye a hacer posible la cons-trucción de relaciones nuevas, capaces, por su carácter insólito, de imponer la búsqueda de relaciones de un orden superior que den razón de este".(3)

Las contribuciones de la estadística permitieron alcanzar conceptos y clasificaciones para confrontar el rigor de leyes sociales y el carácter de actos y hechos en campos específicos. Pero, en otros casos han sido un obstáculo e impedimento. En efecto, los problemas del conocimiento político-social corresponden primariamente a las condiciones de producción de estos saberes, y la estadística puede ser proveedora de información pero no de su elaboración, aunque a pesar de ello y junto a toda ciencia social, forma parte de la tecnología de poder en las sociedades modernas. Consiste en un dominio determinante porque sus configuraciones facilitan instrumentos y participan en la formulación de estrategias de la gran maquinaria pública de los estados.

La reflexión sobre la técnica estadística y la elaboración a la que ésta somete a los hechos consignados debe ser reconsiderada en cada una de las instancias en la que es convocada su aplicación. En los actuales siste-mas de seguridad, los hechos sociales no pueden observarse a través de un porcentaje o un coeficiente pero éstos representan un insumo necesario si se les asigna su justa medida, su adecuada importancia.

Ponderar y desarrollar las estadísticas oficiales y los escenarios de análisis es un requisito para la gestión y el estudio de políticas públicas en materia de seguri-dad. Una importante contribución es dar credibilidad cualitativa, analítica y científica a los registros cuanti-tativos de datos y hechos. La estadística no es una herramienta menor a condición de que sea un aporte para mejorar el conocimiento de las relaciones socia-les y, como en este caso, formular adecuadas estrate-gias de políticas públicas de gobierno en un campo específico.

(3) Bourdieu, Pierre, et. al., "El oficio del sociólogo", Siglo XXI, Buenos Aires, 1975.

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3. Cuantificación de lo irrepresentable

Una cuestión importante y preliminar consiste en interrogarse de qué modo el delito debe ser conocido y reconocer cómo puede o es efectivamente reconocido. La presencia de una sociedad cada vez más sensibilizada y demandante de segundad es un hecho que asciende, ya desde el siglo XIX, de la mano de la pasión por lo criminal, tanto en los conocimientos exper-tos como en los saberes populares. La irrupción cultural del criminal es un proceso de larga duración en el cual convergen prensa, justicia, policía y estadistas, entre otros personajes.(4)

Durante buena parte del siglo XIX, el objetivo de la investigación crimi-nal fue tornar al crimen representable mediante el rol de la investigación policial (relevamiento de índices, huellas y testimonios de los presuntos autores), de la investigación judicial (reconstitución de las circunstancias, modalidades y móviles), y el de la investigación mediática (visibilidad pú-blica, construcción del hecho social y político).

De esta manera, una verdadera historia del delito es una historia cultural y hasta artística de sus mundos, porque no se define sólo a partir de las reglas y valores comunes de una sociedad, sino también de sus experiencias estéticas. El interés por el crimen está ligado a un tiempo de cambios sociales radicales y a un nuevo régimen cultural: es la emergencia de la "cultura de masas". Ella tuvo una suerte de fascinación por la casi infinita literatura acerca de los delitos célebres y de los grandes criminales.

Toda indagación cultural construye al crimen cuando lo revela y cons-truye los sistemas posibles de representación de los que se rodea. Salvo excepciones, el crimen es un evento oscuro, incomprensible, un hecho opa-co cuyos móviles nunca son del todo transparentes, y por eso impulsa la creación de representaciones límites.

(4) Kalifa, Dominique, "Crime et culture au XlXe siécle", Perrin, París, 2005.

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La estadística, precisamente, es una de las tantas formas de indaga-ción que intentan dar transparencia y conducir al delito (un hecho a priori ininteligible) hacia cierta realidad comprensible, registrable y por ende institucionalmente manejable.

4. Estadística y moralidad

Desprendida un poco de sus connotaciones culturales e instrumentales, podemos visualizar los distintos roles que se han asignado a la estadística en los tres últimos siglos. Visto sucintamente, podemos remontarnos hacia la década de 1830 cuando el francés Augusto Comte definió como "mecáni-ca social" o "física social" a sus novedosas propuestas científicas, apartan-do a otros saberes de la probabilística. En esa misma época, en Inglaterra se dio comienzo a la sección "estadística" destinada al impulso de una nueva "ciencia" de la humanidad. No es forzado afirmar que, desde esos tiempos, las leyes sociales nutridas de fuertes insumos estadísticos man-tienen un cuerpo de influencias en el pensamiento científico sociológico y, fuertemente, en el ámbito de las decisiones políticas.'5'

Por razones de brevedad, pasamos a otra etapa decisiva para la consi-deración del saber estadístico. Un dilatado y heterogéneo proceso de pro-ducción de conocimientos es el que hizo posible que las leyes estadísticas sean consideradas como construcciones derivadas de hechos no estadísti-cos. No obstante, y en refutación a ello, a fines del siglo XIX, Emile Durkheim planteó la idea opuesta que tiene fuertes raíces filosóficas: las leyes socia-les actúan por encima de los actores. La importancia del pensamiento durkheimiano es vastísima; nos alcanza aquí con citar que fundamentó sus argumentos respecto de la regularidad y estabilidad de los hechos sociales cuantitativos con bases procedentes de estadísticas de criminalidad. Es

(5) Hacking, lan, "How should we do the history of statistics?", en G. Burchell, P. Miller (Ed.) The Foucault Effect: Studies in Governmentaüty. Harvester Wheatsheaf, Hemel Hempstead, England, 1991.

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relevante, pues, que en Francia se defina a la estadística como una "ciencia moral" preocupada por los fenómenos de desviación social: delito, suicidio, prostitución, etc.

Ya bien entrado el siglo XIX esa "ciencia moral" se propuso decir algo más amplio, porque se consideraba al saber estadístico como un conoci-miento que estudiaba global y empíricamente todo comportamiento social inmoral. Por sobre la denominada inmoralidad social, ninguna distancia se registra pues entre el conocimiento estadístico y la gestión política. En el ámbito anglosajón, en ese tiempo, la estadística fue reinterpretada como "una ciencia de la buena razón", inspirada en las ideas del filósofo John Locke. Promediando el siglo XIX y en el comienzo del siglo XX, los hechos sociales devinieron en fenómenos configurados con un carácter estadístico.

Vemos que muchas de las categorías científicas modernas a través de las cuales pensamos las actividades de los sujetos y las sociedades, fueron el resultado de los recurrentes intentos de reunir datos numéricos. Vemos también cómo en esos primeros años del siglo XIX ya aparece el estudio cuantitativo de los crímenes junto a la estadística médica.

Asimismo se van formulando dispositivos de registro de causas de muerte que, es bueno recordarlo, se prolongan y completan a la actualidad en las clasificaciones propuestas, por ejemplo, por la Organización Mundial de la Salud. Esos emprendimientos no estuvieron motivados por objetivos altruistas sino que constituyeron un repertorio adecuado para las cuestio-nes del trabajo, el comercio con países epidemiológicamente temibles, etc.

Finalmente, respecto a temas atinentes a los gobiernos y la economía, los métodos estadísticos se nutrieron de los resultados censales compila-dos por las burocracias que efectuaban inspecciones de fábricas, de los que se obtuvieron datos muy relevantes para la creación de la información oficial de la estructura de clase de las sociedades industriales.

Respecto de las cuestiones del control social, la estadística documenta la emergencia de nuevos sujetos, política y sanitariamente patológicos. Esos conceptos estadísticos se destacan por ser un resorte indispensable para las políticas de control social, el eminente dato sobre estándares de la ya deno-minada "normalidad". Fue el mismo Durkheim quien se propuso formular una teoría general de los estados normales y patológicos de sociedad.

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A mediados del siglo XIX nos encontramos con una verdadera avalan-cha de conocimiento por medio de números y el inicio de la contabilidad por porcentajes. Sus objetivos no son menores dado que proveyeron insumos necesarios para las reformas sanitarias y penitenciarias plantea-das por el denominado "utilitarismo" en Inglaterra y por el "higienismo" en Francia, todos los cuales sostenían la finalidad moral para las labores de la estadística.

No es difícil advertir, sin embargo, que la estadística de las poblacio-nes, los conflictos y la desviación forma parte integral del poder del estado, la conformación económica, la seguridad social y toda otra instancia ten-diente a proveer un orden social permanente y estable. El saber estadístico tiene la característica de convertirse en un discurso de autor anónimo, porque sus resultados pierden identidad cuando ingresan al mundo de las clasificaciones públicas. Y, respecto de la seguridad ciudadana, ese mundo de coeficientes se retrata con actores devenidos vectores de los bienes, la vida y la muerte de la población.

5. Estadística y biopolítica

En otro salto histórico, arribamos a algunas discusiones actuales sobre esta temática. En formulaciones visitadas hasta el hartazgo, Michel Foucault subraya en los nuevos tipos de poder un desarrollo estratégico antes que nada como una indagación en el campo de la medicina. Ese biopoder de nuevo tipo que se provee de la información estadística construye a la vida como un objeto políticamente problemático. Existe un micropoder concer-niente al cuerpo vinculado con medidas, evaluaciones e intervenciones es-tadísticas. Gran parte de los saberes acuñados proceden más de la casuística que de la indagación en la lógica de las causalidades.

La estadística como saber se desarrolla en el marco de lo que Foucault caracteriza como un proceso histórico de "gubernamentalización" del esta-do. Este proceso involucró la desaparición de la familia como modelo pri-mordial de gobierno, el surgimiento de la población como objeto último y la aparición de la economía política como saber propio del arte de gobernar. La gubernamentalidad es el conjunto de instituciones, procedimientos, aná-lisis, reflexiones, tácticas y cálculos orientados a ejercer esa forma específi-ca de poder que es el gobierno de los vivientes.

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El valor de la documentación estadística corresponde al máximo de conocimiento del estado sobre la población, saberes que nacen principal-mente del recuento de enfermedades y de criminalidades entendidas como males del cuerpo social, especialmente en los ámbitos urbanos.

Las sociedades modernas no son sólo sociedades de disciplinamiento de los individuos, sino también de control político de las poblaciones. La "biopolítica", junto con la "anatomopolítica", se integra como pilar del ejercicio del poder. Las tecnologías disciplinarias eran procedimientos de distribución de los cuerpos individuales en el espacio, de organización de un campo de visibilidad y de ejercicio de un control de los individuos al nivel de sus posibilidades más que de sus actos. Las disciplinas involucraban una vigilancia permanente sobre los individuos y un registro constante de datos que -generalmente- organizaban las ciencias humanas. Todas las tecnologías disciplinarias se orientaban a producir efectos de poder al me-' nor costo posible, es decir, tendían a "economizar" o "racionalizar" el ejercicio del poder.

La biopolítica no se dirige al cuerpo individual, como en el caso de las disciplinas, sino a los procesos globales propios de la vida de la población: nacimientos, muertes, longevidad, enfermedades y diversos fenómenos colecti-vos. El estado moderno supo integrar las viejas técnicas individualizantes del poder pastoral con otras tecnologías de totalización, vinculadas con la doctrina la "razón de estado", la cual intentó definir el gobierno no en relación con principios trascendentes, sino a partir de técnicas y métodos inmanentes.

La doctrina de la "razón de estado" tenía cuatro características princi-pales: era un arte o una técnica que procedía según ciertas reglas que definen una racionalidad política de gobierno; su campo de intervención era el estado, no las leyes humanas, divinas o naturales; el objetivo no era tanto reforzar el poder del príncipe, como el del propio estado; y para ello se requería de una forma de saber preciso y calculado como fue la "esta-dística" o la "aritmética política"(6).

(6) Foucault, Michel, "Omnes et singulatim: hacia una crítica de la razón política", en "La vida de los hombres infames", La Piqueta, Madrid, 1990.

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La estadística se galvaniza como compartimiento de la burocracia esta-tal con la consolidación del liberalismo, entendido como una nueva forma de racionalización del ejercicio del poder que obedecía a una regla de máxima economía: la mayor cantidad de efectos al menor costo posible. Se trataba de instaurar el "buen gobierno", pero estableciendo límites claros en cuanto al gobierno estatal. Por su parte, las estrategias biopolíticas (como las encuestas, estadísticas, censos) están orientadas a hacer inteligibles los dominios cuyas leyes el gobierno liberal tiene que conocer y respetar. Ese "buen gobierno" liberal estuvo basado en un conocimiento exhaustivo de sus objetos de intervención y al mismo tiempo en un recono-cimiento de la autonomía de los sujetos gobernados.

Nikolas Rose describe que las nuevas racionalidades de gobierno ope-ran mediante la localización de un conjunto de "zonas vulnerables", en las cuales el estado no quiere que suceda "absolutamente nada". Zonas de extrema vulnerabilidad, objeto de un nuevo régimen de control social con penas más numerosas e intensas y, como contrapartida de esto, el desarro-llo una especie de actitudes tolerantes en las prácticas policiales. Los siste-mas de información proporcionan la capacidad de ejercer toda una serie de controles, que en gran medida se realizan a través de los medios masivos de comunicación, que permiten "gobernar a la distancia" y sin pagar el elevado costo de las intervenciones directas. Ante todo esto el Estado se muestra, a la vez, "desentendido y condescendiente".(7)

Fue Gilles Deleuze quien desarrolló la hipótesis del actual advenimiento de una sociedad post-disciplinaria a la que denominó "sociedad de control". Las contemporáneas sociedades no funcionan mediante la lógica del encierro sino a partir de un control continuo y una comunicación instantánea. Se trata de la inserción de la lógica empresarial del management. La empresa despla-za a la fábrica con sus modos de organizar la circulación de dinero, de produc-tos y la organización del trabajo humano. Con el nuevo instrumento del marketing, "el hombre ya no está encerrado sino endeudado".(8)

(7) Rose, Nikolas. "Governing 'advanced' liberal democracies", in A. Barry, T. Osbome and N. Rose, eds. "Foucault and political reason. Liberalism, neo-liberalism and rationalities of government", The Univ.ersity of Chicago Press, Chicago, 1996. (8) Deleuze, Gilles, "Post-scriptum sobre las sociedades de control", en Conversaciones, Pre textos, Madrid, 1996.

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GREGORIO KAMINSKY / DIEGO GALEANO

El modo de funcionamiento de las sociedades contemporáneas se vincula estrechamente con la generalización de la información, de un control continuo y un régimen de vigilancia que no se termina nunca. "Es posible, dice, que los más duros encierros lleguen a parecemos parte de un pasado feliz y benévolo frente a las formas de control en medios abiertos que se avecinan".

La lógica de las sociedades de control no responde al lenguaje analógico de las instituciones disciplinarias, sino que constituye un "sistema de geo-metría variable" basado en un lenguaje numérico, una potenciación de matriz estadística.

Deleuze dice que anteriormente era la marcación lo que identificaba a los individuos y la numeración aquello que indicaba su posición dentro de la masa, mientras que en las sociedades de control lo importante es el len-guaje numérico que se compone de "cifras" y de "contraseñas", que indi-can o restringen el acceso a la información. Los individuos modernos se han convertido en "dividuales" y las poblaciones en indicadores, mercados o bancos de datos.

6. Hacer vivir más

Las disciplinas del cuerpo y la biopolítica de las poblaciones encontra-ron un espacio privilegiado en el interior de los programas liberales de gobierno. Las primeras estimaciones estadísticas sobre datos poblacionales provinieron del campo de la tasas de mortalidad. Incluso, el propio término population, tanto en el contexto de habla inglesa como francesa, se refería directamente a la desertificación provocada por los estragos demográficos de las catástrofes de la guerra, a las epidemias o a la escasez de alimen-tos. A partir de entonces comenzaron a producirse las "tablas de mortali-dad" con toda una serie de cálculos y cuantificaciones sobre las causas de muerte en las personas.

La preocupación por la estadística de mortalidad tenía que ver con el poder de soberanía: para que el soberano fuera poderoso, era preciso con-tar no sólo con un territorio extenso, sino también con una población nume-rosa. Las epidemias, en particular, fueron muy importantes para el desarro-llo de tecnologías estatales de gobierno e interpretación de información. Mucho cambió con las campañas de variolización desde comienzos del siglo

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XIX: se trataba de una técnica absolutamente ajena al saber médico de la época, en la cual cura de la enfermedad era pensada en términos de cálculo de probabilidades, mediante la utilización de instrumentos estadísticos.(9)

Lo importante era hacer vivir más, o hacer morir menos. La preocupa-ción del estado moderno consistió en tener un territorio densamente pobla-do. El vacío, el desierto, provoca pánico. La obsesión estatal por proteger la propiedad, tal como ha señalado John Locke, incluye al propio cuerpo. Es, en definitiva, parte de la protección de la vida misma.(10)

La estadística va a transcurrir en el terreno del crudo empirismo, ope-rando al nivel de la racionalización del azar y de las probabilidades. En el campo de la medicina nacieron buena parte de las categorías que articulan la reflexión numérica sobre la población. Por ejemplo, la noción de "caso", en la medida en que los análisis cuantitativos se presentarán en distribu-ciones de casos que integran la individualidad en un campo colectivo. Tam-bién la noción de "riesgo", mediante la cual se pretende señalar para cada individuo o grupo individualizado, el riesgo de contagio según su edad, el lugar dónde viva, su profesión, etc. Por ende, el concepto de "peligrosidad" es el que se utiliza en epidemiología para indicar aquellas zonas poblacionales de mayor riesgo. Finalmente, merodea la idea de "crisis" para referirse a los fenómenos de gran escala, cuya aceleración y multiplicación lo han vuelto prácticamente incontrolables. Caso, riesgo, peligrosidad y crisis son las nociones que estructuraron desde el comienzo la estadística delictiva. La medicina epidemiológica pasó esta técnica a la policía.

7. Estadísticas policiales nacionales

En la historia argentina encontramos un movimiento similar. El ge-neralizado rechazo al desierto, al territorio despoblado, configuró una mirada especialmente preocupada por las epidemias que azotaron du-rante todo el siglo XIX. Pero hubo que esperar hasta la segunda mitad

(9) Foucault, Michel, "Seguridad, territorio y población", Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006. (10) Castel, Robert, "La inseguridad social", Manantial, Buenos Aires, 1999.

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del siglo, en el marco de deliberados intentos de construcción estatal, para ver aparecer una dependencia de producción estadística. Y, además, sólo una vez que se institucionalizó una fuerza policial estatal aparecieron inten-tos de elaboración sistemática de estadísticas criminales.

En 1854 comienza a publicarse en la Provincia de Buenos Aires un anuario estadístico. El emprendimiento era gigantesco en comparación con el exiguo alcance de las autoridades estatales. Estaba organizado en diez secciones: territorio, población, comercio, navegación, hacienda, instrucción pública, beneficencia, justicia, estadística de los partidos de campaña, etc.

El saber necesario para el ejercicio del gobierno era muy amplio. Casi todo entraba de alguna forma en las diez secciones que integraban los registros. La estadística del territorio abarcaba, por ejemplo, tanto las características físicas (geología, clima, extensión, límites) como las divi-siones administrativas (eclesiástica, judicial, militar, policial, electoral). Era necesario, por un lado, establecer con precisión el territorio que se gobernaba a través de las disposiciones constitucionales sobre límites del estado, el cálculo de su extensión total, el cuadro demostrativo de la extensión poblada y las tablas de la situación geográfica de diversos puntos del territorio.

Las estadísticas de mortalidad, tanto para la ciudad como para la cam-paña, estaban incluidas dentro de la sección de población. La noción de "movimiento poblacional" abarcaba desde la traslación de indios hasta la entrada y salida de inmigrantes en el puerto de Buenos Aires. El saber sobre el territorio de la ciudad y la campaña requería categorías relativamente estáticas, conceptos que daban cuenta de realidades aferradas a un suelo. La población, en cambio, estaba en constante movimiento. Pero no sólo intere-saban los flujos y circulaciones en el espacio sino también los matrimonios, bautismos, inhumaciones. Muchos de estos datos eran suministrados por el poder eclesiástico.

Así, la producción estadística se convirtió, después de Caseros, en un terre-no de disputa entre autoridades públicas y religiosas (los registros de muertes fueron uno de los puntos de mayor conflictividad).

Los homicidios, suicidios y otros crímenes perdían inteligibilidad entre distintas causas de enfermedad. Fue a partir de los efectos de la inmigra-ción y la urbanización, desde la década de 1860, cuando los departamentos

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de policía comenzaron a producir estadísticas de delitos utilizando como principal fuente a los arrestos en gran parte de las ciudades del mundo.

En Buenos Aires hubo un primer intento de organización de una de-pendencia de estadísticas en 1874, durante la jefatura de Enrique O'Gorman. Pero ese emprendimiento quedó desarticulado y fue retomado recién en 1882 (durante la jefatura de otro importante reformador de la policía de Buenos Aires, Marcos Paz). Entonces se creó la Oficina de Estadística a través de la cual los comisarios debían informar distinta clases de datos, volcados en planillas: crímenes y delitos, suicidios y tentativas, incendios, accidentes, explosiones, etc. Toda esa información fue volcada en un Bo-letín de Estadística que comenzó a publicarse desde 1885. Algunos histo-riadores han mostrado cómo, desde esta época, los registros estadísticos manifiestan discontinuidad en la publicación de las cifras, cambios en la metodología y en la presentación, además del antiquísimo problema de la "cifra oculta" (a veces denominada "cifra negra") que emana de las dife-rencias entre la fuente policial -ya sean arrestos o denuncias- y los críme-nes efectivamente cometidos.(11)

8. Las cifras del delito, hoy y aquí

Toda reflexión político-social afirma que uno de los motivos por los cuales el individuo vive en sociedad es por la seguridad que obtiene de ella.

En tiempos en que no se han superado los estragos del neoliberalismo, aquí y en muchos países, se ha debido atender al restablecimiento de las relaciones entre el estado y la sociedad de la que es tributario, especial-mente promoviendo renovadas instituciones públicas. Cuando se apuntan los requisitos para un "buen gobierno", se invoca a las instituciones públi-cas asociadas con la seguridad ciudadana, puesto que se reclama el fortale-cimiento de los vínculos entre el estado y los ciudadanos.

(11) Blackwelder, J. y Johnson, L., "Estadística Criminal y Acción policial en Buenos Aires, 1887-1914", Desarrollo Económico No. 93, Vol. 24, Buenos Aires, 1984.

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Cualquier política de seguridad pública se encuentra entrelazada con otras políticas de estado: económicas, sociales, educativas, sanitarias, etc. Es sabido y repetido que las condiciones socio-económicas estructurales y la desintegración del estado mantienen una estrecha interrelación con el agravamiento de las condiciones de seguridad. Sin embargo, el pensamiento que presume, mediante un razonamiento mecánico, una conexión inmediata entre las condiciones materiales de vida y el delito, desconoce la causa primera que asocia la seguridad ciudadana con el plano socio-económico, la causa de que este plano es, en sí mismo, un productor de criminalidad (el delito de la miseria, las obscenidades de la indigencia, la maldita y criminal desnutrición).

Un sistema público de seguridad no debe materializarse tan sólo en la dotación de uniformados que, en lugar de mirar hacia afuera de nuestras fronteras, apunten hacia adentro del territorio nacional.

La Argentina dispone aún de un frágil sistema de seguridad, limitado como política de estado, y en cuanto a la identificación de los temas asocia-dos al mismo. En nuestro país no existen todavía consensos en torno a sus causas y factores vinculados, sus costos, sus tendencias y -sobre todo- el peligro de la inacción.

Por otra parte, la burocracia se enfrenta con una seria restricción: la sospecha generalizada sobre las deficiencias de las estadísticas debido al alto nivel de desinformación y el subregistro que presentan. Pero, el nivel delictivo alcanzado en Argentina es, mucho más el producto de un estado de tensión entre los procesos político-económicos y las tribulaciones de la sociedad, que una cuestión técnico-instrumental, porcentual y estadística de los actores involucrados.

En un paisaje delineado por el recurrente sostenimiento mediático de estos problemas, por medio de los registros impresionistas del escándalo, el estado no ha podido plantear la problemática delictiva como un problema de política pública, más allá de la contabilidad criminosa. Sin duda, se trata de una tarea difícil si los actores públicos comprendieran estas funciones como un poder puramente punitivo y discrecional estatal. Y, por su parte, los conspicuos voceros del alarmismo aprovechan estas deficiencias y pro-claman supuestos conocimientos formulados con golpes bajos y baratijas cognoscitivas.

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Desde hace unos pocos años, se conocen un conjunto de propuestas orientadas a incrementar la calidad institucional estatal tales como, por ejemplo, la eficacia de funcionamiento, niveles crecientes de eficiencia, ga-rantías de transparencia, agilidad de procedimientos, obtención de resulta-dos tangibles y comprobables, reordenamiento de aspectos presupuesta-rios y, especialmente, moralización de los procesos institucionales.

¿Es o no es eficaz un modelo de gestión estatal que asigna más recur-sos a la seguridad pública a expensas de la promoción económica y social? ¿El modelo eficiente sería aquel que para bajar el nivel de delito endurece las penas e incrementa los recursos del ejercicio de coacción del estado?(12)

La función de los niveles estadístico-cuantitativos de -por ejemplo- las tasas anuales de criminalidad, representa un campo informacional, pero se lo intenta convertir en señal de alarma, una invitación al armamentismo ciudadano, al reclamo de justicia por la fuerza, y a declamaciones autorita-rias que alientan ¡a mano brutal del estado.

Desean un gobierno persiguiendo ciudadanos para generar "orden" frente al "caos" con falsos rostros apolíticos y ayudado por una descomunal exalta-ción mediática. Se trata de una cultura en la que todo lo que parece extraño es considerado portador de sospechas por su aspecto, y con ello se formaliza, se institucionaliza, una cultura de la discriminación y el sometimiento.

Sociedades en las que se forja una ciudadanía atemorizada y rehén del miedo, donde prima el reclamo de soluciones autoritarias que ponderan una institución policial cuya idoneidad pasa por ser cada vez más jerárquicamente militarizada. En las zonas de mayor vulnerabilidad, peligro-sidad e ingobernabilidad, se exige de la policía una temeraria reinvención de sus métodos fundados en datos y escalas que documentan poco acerca de las realidades en las que intervienen.

(12) Un incremento de los recursos destinados a la prevención policial -aumentando la cantidad de agentes en tareas de patrullaje ("sacar la policía a la calle")- no reduce el nivel de delito, tan sólo lo traslada. Últimamente dicen haber comprobado que el sistema de paradas policiales en la ciudad de Buenos Aires cuesta mucho más que los delitos que, en términos económicos representan un costo seis veces menor.

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Se sabe que los registros cuantitativos y las descrip-ciones estadísticas no conducen mecánicamente a po-líticas de reducción del delito ni garantizan mejores estándares de seguridad ciudadana. No obstante, es indiscutible el valor de la información pública de un descenso en los índices de criminalidad, aunque sean refutados por los poseedores del termómetro del sen-timiento mediático de inseguridad.

Llegados a este punto, como corolario de un apurado recorrido, debe-mos retomar las consideraciones planteadas desde los antecedentes histó-ricos hasta las vicisitudes políticas, las realidades económicas, las condicio-nes sociales, los estados culturales, etc. de la Argentina contemporánea.

La Dirección Nacional de Política Criminal, dependiente de la Secretaría de Política Criminal del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, fundada en fuentes del SNIC (Sistema Nacional de Información Cri-minal), ha comunicado a la sociedad una información estadística junto con unos breves análisis de los mismos. Se trata de cuadros de donde es posible recoger datos, porcentajes y medias respecto, por ejemplo, a la evolución de los actos delictivos en el país en el ciclo 1980/2006; la evolu-ción de porcentajes de población victimizada en el área metropolitana, ciclo 1997/2005; la evolución anual de la tasa de homicidios dolosos en la ciudad de Buenos Aires, ciclo 1993/2006, etc.

Hemos intentado plantear críticas y hemos apuntado objeciones a los métodos estadísticos, entonces es momento en el que debemos formular las preguntas acerca de los alcances, la confiabilidad, las evaluaciones, los posibles insumos programáticos colectables de esas mediciones: ¿Esos da-tos, son producto de aplicaciones juiciosas o de manipulaciones políticas? ¿Cómo corroborar su confiabilidad? ¿Qué alcances inductivos, de tipo social, educativo, sanitario, etc. permiten los hechos procesados? ¿Cómo es posible que la fría curva de homicidios descienda cuando el calor de las (¿evaluables?) sensaciones de inseguridad ascienden a paso redoblado?

Finalmente, ¿cuáles son las mediaciones utilizables entre los porcenta-jes obtenidos y los conceptos requeridos? ¿Cuál es la distancia que media

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entre los estadígrafos y quienes formulan las políticas públicas en materia de seguridad? ¿Qué conocimiento es posible colectar de esa información?

En definitiva, nos preguntamos aquí, ni más ni menos que por el pro-blema de la verdad y falsedad del conocimiento, sea en sus estadios empí-ricos aplicados o en los más teóricos y analíticos.

Karl Popper, posiblemente uno de los más renombrados pensadores de! siglo pasado, es quien sentó los fundamentos filosóficos de las ciencias, que han predominado en la época.

Sir Karl Popper, es el estudioso de lo que él mismo denominó el conflicto entre "la sociedad abierta y sus enemigos", es el filósofo de la primera línea del liberalismo clásico contemporáneo. Se trata de un teórico insospechado, muy por el contrario, de todo intento de contextualización extracientífica (histórica, social) del conocimiento y sos-tenedor de una búsqueda permanente de la neutralidad requerida para el rigor teórico.

Es Popper quien formula que todo conocimiento teórico que aspire a ser tomado como verdadero debe someterse a un difícil conjunto de com-probaciones a las que denomina "falsaciones". Existen, dice, pruebas de falsabilidad fundadas en comprobar la coherencia interna de una teoría, y existen las pruebas que otras teorías le plantearán. Estas últimas trazan las contrastaciones, la "contrastabilidad" a la que debe enfrentarse toda teoría para ser tenida por científica, por verdadera.

Pues bien, las preguntas a las que ahora sometemos a los cuadros expuestos por la DNPC, son preguntas que sólo plantean generalizaciones que no contribuyen a falsaciones ni a contrastaciones. Y, mientras no se ofrezcan cuadros desde los que se demuestren aspectos críticos, cuestionables, falsables de los mismos; mientras no existan otras alter-nativas de contrastabilidad teórica más que con cuadros y mediciones de otros países, y mientras las refutaciones provengan del aullido mediático escandaloso, mientras predominen las "verdades" de sentidas víctimas que no saben lo que es un cuadro estadístico, y mientras se esperan las falsaciones demostrables y contrastaciones fundadas de los datos que son publicados, la información de las autoridades nacionales de Política Criminal es un conocimiento ajustado a verdad.

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