historia de los filibusteros

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o JAMES JEFFREY ROCHE ;: .. HISTORIA DE LOS FILIBUSTEROS Versión castellana de MANUEL CARAZO PERALTA I.preata NMI-" SAN JOSE DE COSTA RICA 1908

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Page 1: Historia de los filibusteros

o

JAMES JEFFREY ROCHE ;: ..

HISTORIADE LOS

FILIBUSTEROS

Versión castellana

de

MANUEL CARAZO PERALTA

I.preata NMI-"

SAN JOSE DE COSTA RICA

1908

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INTRODUCCION

La guerra. contra los filibusteros deNicaragua ha sido la crisis más aguda denuestra historia, sin exceptuar el movi­miento de la independencia. Natural espor lo tanto que todo lo que á ella se refieredespierte en Centro América interés muyvivo. Desde este punto de vista el librode James J éffrey Roche merece ser cono­cido y estudiado entre nosotros. Es undocumento importante á la vez que ins­tructivo, porque revela el espíritu con quehoy se juzga en los Estados Unidos áWálker y su obra fracasada.

Mientras subsistió en la'gran repú­blica del norte el terrible conflicto de laesclavitud, las opiniones estuvieron divi­didas acerca del audaz filibustero, que te­nia en su país partidarios entusiastas yenemigos encarnizados; pero una vez re-

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suelta la cuestión por el argumento su­premo de la fuerza, W álker ha llegado áser considerado como un héroe legendarioy un precursor de la idea imperialista enlos Estados Unidos. Se le admira, se leprodigan los elogios y los buenos patrio­tas se lamentan de su fracaso y maldicená los que lo combatieron. En su despechoalgunos llegan á extremos increíbles, co­mo el escritor que no ha 'mucho manifes­taba en una revista neoyorkina la espe­ranza de que algún norteamericano aman­te de ,la verdad, vuele con un cartucho dedinamita nuestro monumento conmemo­rativo de la guerra.

Con la admiración que en la épocaactual provoca en los Estados Unidos lamemoria de Wílliam W álker, contrastade manera singular nuestra indiferenciapor los hombres abnegados y heroicos quenos salvaron de la vergüenza de que senos convirtiera en súbditos de un impe­rio de 'esclavos y de mendigos. El incura­ble escepticismo de nuestra raza ha veni­do á echar un velo sobre los laureles denuestros padres, que ahora es de buen to­no poner en tela de juicio y hasta escar­necer, unas veces por ignorancia y otras-por ridícula presunción.

La mejor respuesta que puede darse,á estos malos hijos de la patria es el testi-.

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monio de nuestros mismos adversarios.En todas sus relaciones, apasionadas é in­justas como son y escritas siempre en to­no jactancioso, confiesan la bravura y laconstancia con que los centroamericanossupieron defender su libertad y' morir porella. Rache dice que en el combate cU LaVirgen las tropas llicaragüense6 mQt!tra,.­ron <un valor temerario.~ qlle en. Sant:aRosa el ejéreito d~ Costa Rica peJ.e6 ~on

gran habilidad y valor., danoo pruemw 4~

-ser «n adveJ."sario formidable .cuand()l esta­ba bien dirigido>; que .en la batalla deRivas loscostarricensei <se pot'taron b j-­zal'ramente, empleandos'lls armas de fue...go con precisión y serenidad, y m..t.ndooon fatal y ex.a.cta pu.ntería.á los j~americanos>. Tan bliteno fué elc{)ljI1ppr.­tamiento de nue.stra$ tropas .en esta~ .QCa­Qones, que WelloS y otr.os escritores Ji1,i...busteros sostienen ,que entre ellas ~bia

i1ílumerosos soldado.S :v:ete:rCUlOS euro.WQS"especialmente ingle~~, po.rque su &ob~r.­bia de raza no puede admitir .que simplesmilicianos grasientos m..ostra$en .tanto y~­

lar y disciplina. Hárdin_g DaYis dice ·que ¡la campaña del Río de San.Ju~n, q~. ~ué ~para Wálker el golpe de graCIa, la hICIe­ron norteamericanos pagados por Ván­derbilt,cuando el único que en ella tomóparte fué Spéncer, que hacía oficios de

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guia. El general Hénningsen afirma ensus memorias que los soldados de Wálkerhabrlan podido luchar ventajosamente conlas mejores tropas de la Guerra Civil enla proporción de uno contra cinco. Nues­tros milicianos los vencieron en SantaRosa y Rivas en la de dos contra uno yá veces con fuerzas iguales ó inferiores,como en el Castillo Viejo, donde treintacostarricenses pusieron en jaque á dos­cientos filibusteros.

Tan sólo medio siglo nos separa deaquella época gloriosa, aun viven actoresde la tragedia memorable y sin embargoson muy pocos los centroamericanos quela conocen bien. Un comentario del his­toriador Montúfar ha bastado para infun­dir la duda sobre un hecho tan patentecomo el incendio del Mesón de Guerrapor el soldado Juan Santamaria, el 11 deabril de 1856 en Rivas. En este caminose ha llegado hasta el punto de sostenerque no hubo tal incendio, sin recordarque el mismo Wálker lo menciona en suliistoria de la guerra. <En la tarde- es­cribe-el enemigo incendió algunas casasocupadas por los americanos ... >. .Elhistoriador nicaragüense don JerónimoPérez consigna el mismo incidente: «Loscostarricenses se empeñaron en desalojará los filibusteros de ún gran edificio si-

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tuado en la línea occidental de la plaza,y no l'udiendo hacerlo por la fuerza, leprendIeron fuego y. las llamas produjeronsu efecto. Este edIficio era el Mesón deGuerra, llamado así del apellido de sudueño>. El presidente don Juan RafaelMora dice en su parte fechado el 15 deabril: <Los nuestros habían incendiado unángulo del Mesón de Guerra y el fuegoiba fl,!-nqueando ó encerrando ya á losenemIgos>.

Pues bien, si hay quien· se atreve ánegar un hecho tan público y notorio co­mo el incendio del Mesón, ¿qué .de rarotiene que se emitan dudas acerca de laacción heroica de Juan Santamaría, cuyonombre no aparece en ningún papel ofi­cial publicado hasta el año de 1865, enque el congreso de la República aumentóla pensión que le fué concedida á la ma­dre del héroe en 1857, según documentosirrefutables que publicó el 14 de enero de1900 La Gaceta, diario oficial de CostaRica, documentos desentrañados de losArchivos Nacionales por don AnastasiaAlfara, director de esta institución enaquella época?

Aparte de esas pruebas escritas, que.en el apéndice de este libro se reproducen,viven todavía testigos presenciales delacontecimiento en Costa Rica y en Nica-

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ragua. Uno de elloS" es el general donVíctor Guardia, decano de nuestro ejérci­to, cuyo valioso testimonio puede leerseen ese mismo apéndice. El señor don Jo­sé de Obaldía, á ~uien Montúfar atribuyela invención de El En'zo, residió en laciudad de Alajuela, cuna del héroe, don­de aun habitan los parientes de éste y seconserva siempre vivo su recuerdo. Allíobtuvo de boca de los compañeros de San­tamaria el relato de su admirable sacrifi­cio y lo juzgó digno de figurar en un dis­curso conmemorativo de la independen­cia. Como se ve, el señor Obaldía, ilus­tre estadista colombiano, no inventó nada;se limitó á consignar un hecho manifiesto,indiscutible é indiscutido hasta 1887, fe­cha de la publicación del libro de Montú­far Wálker en Centro Aménca. Pero es in­dudable que si este autor, apasionado co­mo se muestra por el documento oficial,que por desgracia no siempre dice la ver­dad ni todo lo que se debe decir, hubieraconocido los que descubrió más tarde elseñor Alfaro, no habría escrito el comen­tario que ha dado margen á que se dudehasta de la existencia deJuan Santamaria.

En Centro América, donde la histo­ria de la guerra contra Wálker se conocepoco y mal, existe la creencia bastantegeneralizada de que el famoso filibustero

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- fué ayudado por el gobierno central delos Estados Unidos. Esto es un error.Wálkernunca tuvo el apoyo directo delas supremas autoridades federales, aun..que éstas en muchos casos se mostrarondébiles y cerraron los ojos para no ver losmanejos de los esclavistas, entonces pode­rosos y partidarios ardientes de la empre­sa filibustera dirigida contra Nicaragua ytoda la América Central. Pero 10 que nodeja lugar á duda es que la gran mayo­ría de la opinión pública en los EstadosUnidos se mostraba favorable á Wálker,Eor espíritu de raza y de nacionalidad.El descalabro de Santa Rosa causó pro­fundo disgusto en todas las clase socialesy enardeció los ánimo~; y más tarde, en1857, la ciudad de Nueva York, anties­clavista, recibió en triunfo á WílliamWálker que luchaba por establecer unimperio de esclavos en Centro América.En Nueva Orleáns se verificaron mani­festaciones públicas en favor de los fili­busteros; de todos los puertos de los Es­tados Unidos salían armas y reclutas pa­ra Nicaragua á vista y paciencia de lasautoridades; el representante oficial delos Estados Unidos, Mr. Whéeler, -mere­ció bien el calificativo de «ministro fili­bustero> que le daban en la hermana re­pública, y tan sólo la influencia poderosa

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de Cornelius Vánderbilt, cuyos intereseshabían sido lesionados por Wálker, suantiguo aliado, logró crear dificultades decarácter oficial á los filibusteros. Sea co­mo fuere y tuvieran éstos ó no la inten­ción de anexar las repúblicas centroame­ricanas á los Estados Unidos ó á unanueva confederación esclavista del Sur,es 10 cierto que nuestra independenciacorrió en aquella época el mayor de lospeligros, y que sólo el gran conflicto dela guerra de Secesión nos salvó de nuevasinvasiones filibusteras norteamericanas,después de la muerte de Wálker.

El libro de ]éffrey Rache contienenumerosos errores y está escrito con pa­sión y prejuicios de raza. Sus apreciacio­nes soore Nicaragua son una dIatriba vi­rulenta encaminada á justificar los atrope­llos y crímenes de Wálker, el hombre queredujo á escombros una ciudad que ya nopodía defender, que decretó el restableci­miento de la esclavitud en Nicaragua yel despojo de los terranientes del país enprovecho de los individuos de habla in­glesa, todo 10 cual hizo en nombre de lalibertad y de la civilización! Esa diatribano es tan sólo contra Nicaragua. Lo mis­mo habría escrito su autor de cualquierpaís hispanoamericano hollado por las bo­tas del filibustero. Es la manifestación

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del odio y del desprecio que siente el yan­ki por el gréaser que aun posee la mejorparte del suelo del Nuevo Mundo. DeCosta Rica dice que ha defraudado á In­glaterra hasta del último peso de los em­préstitos que levantó en aquella nación,como si no supiéramos que los EstadosUnidos repudiaron trescientos millonesde dólares que debían los confederados yque desde antes de la guerra varios esta­dos de la Unión habían hecho 10 mismo,sin motivo alguno justificable. Costa Ri­ca en ningún tiempo ha desconocido sudeuda y sólo ha suspendido el pago delos intereses por dificultades financierasinsuperables.

En el prefacio de su libroJ éffrey Ra­che enumera los autores consultados parala formación del mismo. Es de notarseque entre ellos no cita á Húbert HoweBáncroft (*), de cuya obra ha sacado in­dudablemente numerosas é importantesnoticias; pero es el caso que Báncroft,aunque norteamericano, no es favorableá Wálker y se mu~stra además verídicoé imparcial en sus juicios sobre la guerrade Nicaragua. Sin embargo, Jéffrey Ra­che no es como Wells, Hárding Davis yotros autores, admirador incondicional deW-alker. Su obra contiene algunas confe-

(*) History of Central America.

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siones sinceras é instructivas, entre ellasla de que el filibustero norteamericano deantaño ha sido suplantado por el especu­lador, sin que visiblemente la moral delmundo haya ganado nada en el cambio.

La traducción de la Histona de los Fi­libusteros de James Jéffrey Roche que hoyofrece al público centroamericano e11abo­rioso y erudito investigador don ManuelCarazo Peralta, no está completa. Abarcasolamente la parte de la obra que paranosotros tiene un interés directo, es decir,lo que se refiere á Wá1ker y á su inter­vención en Centro América. Por este mo­tivo el traductor prescindió de los cuatroprimeros capítulos y de algunos trozos delos subsiguientes. En esa primera partede su obra el autor reseña las remotas pi­raterías de los vikings; incluye á HernánCortés entre los filibusteros de los tiem­pos modernos, por cuanto invadió un paísextranjero sin la debida autorización desu rey, y dice que según el sentido mo­derno de la palabra, filibustero es todoaquel que hace la guerra á un país queestá en paz con el suyo, para invadirlo yocuparlo, <no tan sólo con el mero objetode robar y saquear>.

Habla en seguida de los filibusterosy bucaneros que azotaron las colonias es­pañolas, especialmente durante el siglo

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XVII, Y de la primera expedición de Ín­dole filibustera que salió de los EstadosUnidos, que fué .la del general Mirandapara atacar á Venezuela "en 1805. Conti­núa relatando la intentona de Aarón Burr,que pretendía hacer la conquista de Mé­jico, la del general Espoz y Mina en 1817contra este mismo país, los ataques á Te­jas en 1836 y á la ciudad de Mier en 1842;y después entra de lleno á tratar del au­ge del filibusterismo norteamericano, queempezó con la expedición de Narciso Ló­pez á Cuba en 1850.

El capítulo IV 10 consagra el autoren entero al famoso conde de Raousset­Boulbón, filibustero francés, que despuésde haber fundado en 1852 una colonia enSonora, de acuerdo con el gobierno meji­cano y para contener los avances de losEstados Unidos, pretendió apoderarse deese territorio; pero fué vencido y hechoprisionero en Guaymas, donde murió pa­sado por las armas en 1854.

Esta desastrosa aventura del audaz ynoble conde, despertó en el ánimo delmás temible de los filibusteros norteame­ricanos la ambición de hacerse dueño dela América Central y de fundar en ellaun imperio esclavista. Pudo haber logra­do su objeto, si no hubiéramos tenido enaquel entonces un verdadero grande hom-

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bre, que mediante su clarividencia, su pa­triotismo á toda prueba, su energía in­vencible y constancia inquebrantable, noslibró de caer bajo el látigo del capataz deesclavos. Ese hombre se llamaba donluan Rafael Mora, presidente de CostaRica. .

RICARDO FERNÁNDEZ GUARDIA

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PREFACIO DEL AUTOR

El auge y la caída de los filibusterosamericanos pertenecen á la historia delsiglo XIX. De tarde en tarde sus hechoshan sido relatados por actores de aquellosdramas emocionantes, por escritores con­temporáneos é incidentalmente por viaje­ros que han estado en la América españo­la y que por un momento fijaron la aten­ción en la romántica leyenda de los mo­dernos vikings.

Entre otras obras que he consultadopara la formación de este volumen, citaréla Histona de la tentativa de Miranda pa­ra promover una revolución en la A méncadel Sur, por uno de sus oficiales; la Histo­na de Tejas de Yokum; la narración deGreen sobre la expedición de Mier, y lade Kéndall sobre la que se hizo á SantaFe; la Vida de Raousset-Boulbón por Hen­rí de la Made1aine; el relato ae Wellsacerca de las expediciones de W á1ker áSonora y Nicaragua; la Histona de la gue­rra de Nicaragua por Wá1ker, y las diver­sas obras escritas sobre este último paíspor Squier, Schérzer, Stout, el capitán

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Pim, el caballero Belly, M. Nicaisse yotros muchos viajeros.

De todas estas fuentes, así como tam­bién de las publicaciones periódicas, delos documentos oficiales, de los testimo­nios hablados y escritos de testigos pre­senciales de la más reciente de todas esastragedias, he recogido los acontecimientosque se relatan en las siguientes páginas.No ha sido poco ardua la tarea de separarlas partículas de verdad de la montaña_ defábulas, prejuicios é invenciones bajo:f"lacual han permanecido por largo tiemposepultados los hechos de los filibusteros.

Treinta años ha, en medio de la cal­deada atmósfera del conflicto de la escla­vitud, habría sido poco menos que impo­sible tratar este asunto con filosófica im­parcialidad. Hoy ya podemos estudiar alfilibustero sin pasión, porque pertenece álas especies extintas. Ha sido suplantadopor el especulador, sin que se note quela moralidad del mundo haya ganado na­da en el cambio. El nombre mismo defilibustero, transformado en verbo y degra­dado, no se aplica sino á usos políticos.Ya es tiempo de escribir la historia y elepitafio de aquellos hombres valientes, ge­nerosos y sin ley, que eran una anoma­lía en el concierto de la civilización.

Bastan, Estados Unidos, marzo de 1891.

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Capítulo V

WfLLIAM WALKER.-SU JUVENTUD y EDUCACIÓN.-MÉDICO, ABOOAOO

y PERIODISTA.-EMIORA A CALlFORNIA.-AsPECTO PERSONAL y RAS008 CA­

RACTERíSTICOS DE W ÁLKER.-SALE CON UNA EXPEDICIÓN PARA SoNORA.­

SU PROCLAMA DE GOBIERNO.-EsTRICTA DISCIPLINA.-SE RETIRA DE SONo­

RA.-RECIBE MALAS NOTICIAS EN SAN VICENTE.-Los AVENTUREROS CRU.

ZAN LA FRONTERA.-VUELVE WÁLKER ASER PERIODISTA.

Cuando Boulbón 5e hallaba ~n San Francisco,descansando de su infructuosa victoria de Hermo­sillo y. en espera de un cambio favorable en losasuntos de· México. se le hizo el ofrecimiento de unpuesta subalterno. que rehusó, en una expediciónque se proyectaba llevar á cabo á las órdenes delmás famoso de los filihusteros modernlls.

Wítliam Wálker era hijo de un banquero es·cocés, que emigró á Ténnessee en 1820, dondecontrajo matrimonio con una dama de Kentúky, deapelliqo Nórvell. Wílliam, primogénito de estaunión, nació en la ciudad de Náshville, el 8 de ma·yo de· r824. Sus padres deseaban darle una profe­sión y de preferencia la de clérigo; y si bien susinclinaciones lo llevaron por otros rumbos, conservóla gravedad puritana y le interesaron siempre las

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especulacil)n~~ teol6gica~ "t\.~nqup. de espíritu ro ­mántico y aventurero. en su niñez se distingui6 porsu comedimiento é inclinaci6n al estudio. Su nombre figura en la lista de los alumnos graduados enla Universi,lad de Náshville en 1838. Los progra­mas de esa instituci6n abarcaban numerosas mate­rias, incluyendo, además de las que corresponden ála educaci6n corrientt', cursos de matemáticas, astro·"nomía, l{uímica, navegaci6n, literatura, geología,filosofia mental y moral, 16g-ica, economía política.derecho internacional y constitucional, oratoria, teo­logía natural. estudio de los clásicos r muchas otrasmaterias. Como puede verse, f-i Wálker no lIeg6á ser una eminencia en el arte de gobernar. como lofué en el de la guerra, no puede culparse á su almamdter por ello. Los desafíos, el porte de armas ytoda clase de luchas estaban vedados por los esta­tutos del colegio. Las riñas de _gallos eran objetode una prohibici6n especial. El costo de la ense­ñanza y del alojamiento variaba entre doscientoscincuenta y trescientos dólares anuales. Con todasestas ventajas, no vemos la raz:6n para dudar de quela Universidad de Náshville, "facultada para confe­rir títulos como los confiere 6 puede conferir cual­quiera universidad 6 colegio en Europa y en losEstados Unidos de América," no fuera capaz de dará un joven y ambicioso estudiante todos los elemen·tos de una s6lida educaci6n. La dirección moralde la juventud parece haber sido allí objeto de acerotadas providencias, y en los reglamentos se nota unsano deseo de contrarrestar el despilfarro en mate­ria de gastos personales.

Habiendo mostrado afici6n por el estudio de lamedicina, el joven Wálker fué enviado á Edi~bur.

go, donde sigui6 los cursos de esta ciencia. Despuésviaj6 durante dos _años por- Francia, AlemAn.ia é

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Italia, adquiriendo bastantes nociones acerca de lasleyes y lenguas de estos países.

De su competencia en el arte de curar pocosabemos, pues sólo practicó algunos meses en Fila·delfia y Náshville. Encontrando esta profesión.inadecuada á su salud, decidió pasar á Nueva Or­leans para estudiar derecho. Recibido en el forode dicha ciudad, no perseveró largo tiempo en sunueva carrera y obtuvo un puesto en la redaccióndel diario Crescent, entregándose con todo el entu­siasmo de un novicio á la tarea del periodismo. Queun hombre ensayara sus habilidades en tres profesiones tan diferentes, como son la medicina, lajurisprudencia y el periodismo, antes de IIegar á lostreinta años, no es caso muy extraordinario en losEstados U nidos de América. Tampoco ('S cosa ra·ra, dado el carácter de los hombres de ns..1-9, el queabandonara su último capricho para unirse á la hues­te de aventureros que dirigían sus pasos á California.Habiendo llegado aHí en 18S0, se convirtió en unode los editores del San Francisco Hérald, afiliándo­se á la facción dPo la cual era jefe David C. Bróde­rick. Su estilo literario se adaptaba bien al perio­dismo de la época y del lugar, y el abogado \Válkerse V'Íó pronto en la necesidad de defender á W álkereditor de periódico. en el proceso en que se le acu­saba por infracción de la ley. Pero el abogado nopudo salvar al editor de la pena de algunos díasde prisión y de una multa de quinientos dólart>s quele fué impuesta. Sus tendencias belicosas tambiénlo envolvieron .en una disputa de más serio cáractercon un tal Wílliam Hix Gráham de Filadelfia, de­bido á la cual tuvo que apelar al desafío.

Encontráronse los combatientes en un bancode arena, fuera de los linderos de la ciudad. Hicié·ronse dos disparos sin resultado aparente; los pa-

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drinos se preparaban ya á dar nuevamente la vozde fuego, cuando uno de ellos notó un pozo de san­gre á los pies de \Válker. El impávido duelista,herido en 'un pie, había amontonado arena con elotro sobre la herida, para poder así tirar otra vezsobre su adversario. Los padrinos, sin embargo,decidieron que el honor estaba satisfecho y aquíterminó el desafío. Después de esto, Wálker aban­donó el periodismo y durante corto tiempo volvió áejercer la abogacía e·n Márysvil1e, con bastante buenéxito para quien quisiera conformarse con exponerleyes en vez de dictarlas.

En 1852 contaba \Válker veintiocho años deedad. La Naturaleza no había sido pródiga con unhombre que aspiraba á nada menos que á la con·quista de un imperio. Era de pequeña estatura,aunque bien proporcionado. Medía menos de cin·ca y meclio pies r nunca llegó á pesar más de cien­to treinta libras. El cabello corto era fino y casiblanquizco; la cara pecosa y lé.mpiña tenía un as,pecto pueril; la parte inferior fea. casi vulgar; peroen cambio la frente espaciosa y grandes ojos zarcoseran de una singular hermosura. Cuando su, frial­dad ordinaria se alteraba con las emociones de laira ó del acaloramiento, dilatábansele los ojos, bri­llando con un fulgor g~is, así como los de las avesde rapiña; el labio superior, corto y delgado, secomprimía, y la voz, de ordinario baja y lenta, sehacía aguda y breve. Jamás se le vió dar otrasseñales de emocióa, dice alguien que lo conocióbien; pero éstas eran suficientes p~ra reducir albandido más feroz á una sumisión tan abyecta comola que muestra un loco delante de su guardián. Añá­dase á esto un lenguaje sumamente comedido, unamoralidad de asceta y notoria templanza en los he­chos y en las palabras, y sabremos del hombre ex·

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Wílliaf1') Wál~er

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terior tanto como los millares de subordinados que10 amaron. temieron y murieron por él.

Urgiéndolo su carácter ismaelita para que vol­viese á viajar, su "destino," como él decía, lo con­dujo á Sonora en momentos en que la primeraexpedici6n de Boulb6n se aproximaba á un desen·lace fatal. No siendo ya abogado, ni médico, nieditor de peri6dico, regres6 á California con ensue·ños de marciales glorias. todavía en embri6n, p~ro

que á (:ste hombre de indómito valor parecían va­ticinios seguros de grandes proezas. Ya se hablabadel coronel Wálker. La concesi6n de grados mili­tares, fundada tan s6lo en la cortesía popular, eraun curioso flaco de los caballeros del Sur, que per­tenecían á la antigua escnela. No se sabe !'ii estetítulo precedi6 á su ascenso en la carrera militarefectiva ó si coincidió con él. Sea como fnere. lacosa es de poca importancia. Los varoniles colo­nos de California no examinaban los títulos ni sepreocupaban de los antecedentes de sus compañe,­ros. El que pretendía poseer un grado militar debíasustentar con hechos tangibles sus pretensiones, yasí debía acreditar Wílliam Wálker el suvo. Eltriunfo momentáneo obtenido por De Boulb6n hizoconverger la miradas de Wálker y de algunos desus amigos hacia el mismo campo de operaciones.Un agente llamado Federico Emory había sido en·viadu á Sonora en J 85 2, con Id mira de obtener uncontrato semejante al que se había otorgado á lacompañía francesa. No hab.iendo tenido efectoestas negociaciones, Wálker y uno de sus socios,Henry P. Watkins. las reanudaron pt:"rsonalmente.No parece que tuvieran mejor suerte ni que los ce­loso!> y dl"sconliados naturales los estimula~en enmanera alguna. Nu obstante, Wálker y unos pocosamigos resolvieron emprender la conquista de los

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estados occidentales de México, á despecho de tanostensibles dificultades, suficientes para descorazo­nar aún á hombres más atrevidos. El gobierno delos Estados Unidos se mostraba resueltamente hos­til á toda empresa filibustera. Sonora, de seguro,no acogería con benevolencia á libertadores cuyaayuda no había ~Iicitado. La singular mala volun­tad (ya notada antes por De Boulbón) de los capi·talistas americanos para suplir el nervio de la guerrailegal, persistía en los círculos financieros, formadospor gentes poco aficionadas á románticas aventuras.No obstante, en otros círculos sociales tenía W álkeramigos entusiastas, especialmente entre los natura­les de los estados del Sur. W álker era un partidariosincero y hasta fanático de la esclavitud.

Conquistar nuevos territorios y por el mismahecho "extender el área" de la esclavItud, eranproyectos que debían ser mirados con simpatía entodo el Sur. La admisi6n de nut:vos territorios enel Norte amenazaba destruir la supremacía de losestados del Sur en el gobierno nacional. Preocu­paciones de grupo 6 de partido, intereses persona­les y quebrantos políticos fueron las causas quellevaron á los estados esclavistas á preocuparse dela nueva y creciente amenaza. Iguales sentimientos"avivados por largos años de inferioridad política,movían á los estados del Norte. Por lo que hacíaá los del Sur y tratándose del mantenimiento de laesclavitud, estaba en sus intp.reses extenderla.

De otro modo, el aumento rápido del númerode los abolicionistas} unido al pr6ximo cambio degobierno, había de causar en breve su ruina. Asípensaban al menos} y no sin razón, los partidariosde la esclavitud en aquellos tiempos de sombrío en­carnizamiento.

El conflicto era inminente y merecía el califica­/

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tivo de "inevitable" que se le daba entonces. L.rgOCJaftas de acaloradas discusiooc's habían hecho impo-­!)ible un arreglo; pero los jefes más inteligentes yjuiciosos de ambos partidos, esquiv¡¡ban resolver elconflicto por medio de la¡ arméis. La división delos estados era apenas considerada como una teoríapor las masas populares, cuando de pronto surgi6como un hecho tangible. 5610 los charlatanes fa ...náticos hablaban de guerra, y ésto!i misJ.llos flleronlos que continuaron perorando cuando ya hombresde más sangre fría habían comenzado la pelea

Entonces pudo invocar Wálker, con toda con­fianza, la simpatía de los ricos é influyentes propie­tarios de esclavos, en favor de una cruzada quetenía por objeto extender su sistema favorito. Pudohacer un llamamiento á los atrevidos aventurerosde todas clases, alucinándolos con la peligrosa fas­cinaci6n de su proyecto, particularmente á lQs cali·fornianos, en virtud de la hostilidad hereditaria deéstos contra los mexicanos y del desdén que lesinspiraban. Por otra parte, ofreció á los que emi·grasen á Sonora una recompensa de quinientos acresde tierra por cabeza y un salario de cuatro pesosdiarios por sus servicios militares. Se adquirieronarmas y municiones y se presentaron emigrantes defacha muy poco pastoril. Contrat6se un bergantíny se fij6 el día de la salida. Así las cosas, la auto­ridad embarg6 la nave. Esto ocurrió en julio de

_1853. Tres meses después los expedicionarios,aleccionados por la experiencia, dieron sus pasos contanto sigilo que lograron embarcarse en númerode cuarenta y cinco, contando á W álker y á Emory,y zarparon en la barca Caroline, yendo á desembarcar al cabo de San Lucas en la Baja California, el28 de octubre. Permanecieron allí corto tiempoantes de continuar su viaje á la Paz. El J de no-

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viembre se apoderaron de esta población, así comode su gobernador Espinosa. Tres días despuésllegó un buque con el coronel mexicano Rebolledo,sucesor de Espinosa, que también fué hecho prisio­nero. Wálker. dueño del gobierno y de los archivos.convocó á elecciones, en las cuales resultó t:;lectopresidente. No dice Wálker en su informe si tuvoó no algún competidor para el honroso cargo.

Diei de los aventureros fueron nombrados pa­ra el despacho de los negocios civiles, militares ynavales. Treintaidós conservaron el carácter desimples ciudadanos, por no haber más destinos."Nuestro gobierno -escribía el presidente.-se hainstalado sobre base sólida y segura." Por absurdosque nos parezcan estos procedimientos, juzgándolospor las consecuencias, para Wálker significaban lasolemne iniciativa de instituciones libres y de unglorioso porvenir. Se lanzó una pomposa procla­ma, junto con una declaración de independencia.Dos meses después Wálker anexó en el papel laprovincia limítrofe de Sonora, y cambió el nombrede la República por el de Sonora, incluyendo enella el estado de este nombre y el de la Baja Cali·fornia. Todo esto sin haber puesto los pies, enesta parte de sus nuevos dominios.

Entretanto sus amigos de California se movíancon actividad. En San Francisco se abrieron ofici­nas de enganche adonde acudieron los desespera·dos, los aventureros, los perdidos de todas partes delmundo. El gobierno federal no pudo dar activospasos para contrarrestar la recluta, ó por lo menosno lo hizo. Fueron enganchados dos ó trescientoshombres y se les tomó pasaje en la barca A nt"ta.El nombre del bajel y la fecha en que debía zarparse conservaron secretos; sólo los conocieron los jefesde la expedición.

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La tard~ del i de diciembre de 1853 fue la fe·cha fijada para reunirse en el "cuartel generaL" Loscaballos y carros estaban listos y pronto estuvieroná bordo de la A nita las provisiones y pertrechos d~

guerra. Antes de media noche terminó el embar­que y la nave salió. Un remolcador lo condujofuera del puerto. Varios marineros de la Anita semetieron furtivamente en el remolcador, antes desoltar las amarras, y su deserción no se notó sinocuando ya la barca navegaba airosamente en aguasdel Pacífico. Un escritor benévolo califica á los avenotureros de gente de la vida airada. Celebraron supartida con alegre francachela. en tanto que la barcacabeceaba en el océano y el capitán renegaba de sutripulación desleal y bullicioso cargamento. Luegosopló viento. U na ola poderosa barrió la cubierta,llevándose una docena de barriles de carne de puer­co y causando una fuerte avería en el costado delbarco. Los aventureros despertaron al día siguien­te con la cabeza fresca, pero mareados. Algunosde ellos, que habían sido marineros, prestaron suayuda, que fué bien necesaria: la nave había arras­trado d ancla y bastantes brazadas de cable durantetoda la noche, porque los desertores no se cuidaronde levantarla. Los filibusteros se consolaron pen·sando que no habían nacido para morir ahogados.

A su llegada á San Vicente, donde acamparon,y mientras recibían la orden de marcha. se entre·tuvieron saqueando los ranchos dispersos del lugar.Por medio de requisas forzosas-.se procuraron ca­ballos. pagándolos con los prometedores vales de laRepúblt"ca. Allí ejerció W álker por primera vezsu terrible disciplina, tan temida después por hom·bres que no tenían miedo á nada, ni divino ni hu­mano. Una docena de los más audaces foraji­dos del campamento urdieron el proyecto de volar

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el almácén de la pólvora en la noche y huir enseguida con todo el botín que pudiesen recoger duorante la confuc;ión del momento. Sujetóse el casoá un improvisado consejo de guerra, que condenó ádos de los cabecillas á ser fusilados, sentenciú quefué inmediatamente ejecutada. Otros dos fueronazotados en público y á tambor batiente arrojadosdel campamento. En seguida pasó Wálker revistaá sus gentes, les habló al alma y mandó que todoslos que deseaban seguir bajo sus órdenes levantasenlos brazos. Los cuarenta y cinco voluntarios asin­tieron á ésto, junto con algunos de los pasajeros dela A nita; los otros se t'charon el rifle al hombro yse preparaban á dejar el campamento. \Válker seencaró con los desleales, mandándoles con calmaque t'ntregasen las armas, orden que obedecierondespués de corta vacilación. Ya desarmados, "e lespermitió largarse. Dióseen seguida orden de em .prender la marcha hacia Sonora por los senderosmontañosos que rodean la cabecera del golfo deCalifornia. Las armas y municiones de los deser­tores fueron enterradas en lugares ocultos. Doshombres más desertaron durante la marcha y seunieron á los indios que hostilizaban la pequeñatropa á cada paso.

En balsas cruzaron el río Colorado. Las en­fermeriades y la deserción aclararon las filas; losheridos morían por falta de cuidados, pues no teníanuna sola caja de instrumentos de cirugía. Extraían­se las puntas de las flechas con las baquetas de losfusiles. Todas las mañanas se notaban nuevas ba­jas. No había más provisiones que unos cuantosbarriles de carne de cerdo. Dos soldados se disputa­ron un puñado de maíz tostado, y uno de ellos matóal otro en la contienda. Las ropas se habían con­vertido en harapos. El presidente de Sonora, con

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con un zapato en un pie y en el otro una bota, nolo pasaba mejor que sus compañeros. Reunido unconsejo de guerra. se r~solvió regresar á San Vi­cente. Los mexicanos los acosaban por los flancosy á retaguardia. ultimando á los rezagados. De regreso, al cruzar las montañas, estuvieron á puntode ser exterminados en un desfiladero, que tenía enel centro una planicie de media milla de ancho, conuna estrecha entrada en ambos extremos. En lamitad de la llanura se presentaron los indios por losflancos y de frente. haciendo un fuego graneado.En tan apurado tranc.e demostró Wálker su calmay competencia militar. Habiendo dejado á re.ta­guardia, cubiertos por espeso jaral. doce hombres almando del teniente P. S. Véeder, joven sereno quese distinguió después en Nicaragua, W álker retro·cedió hacia la entrada del valle con el resto de lafuerza. Aquel paso estaba ya cerrado por el ene·migo, que recibió á los que se retiraban con unadescarga mal dirigida de balas y flechas Al pro­pio tiempo, los que guardaban la otra entrada vi­nieron á juntarse con sus amigos para atacar á losamericanos por el flanco. Al pasar por la embos­cad~ de Véeder, éste les hizo una mortífera descargaá quemarropa, sin desperdiciar una bala Entretan­to Wálker. con certera puntería, les hizo otra des­carga tan terrible que huyeron despavoridos yabandonaron sus posiciones. Ambos destacamentosunidos pasaron entonces por el desfiladero, antesde que los atónitos naturales pudieran rehacersepara volver á la carga. Desde aquel día los mexi·canos tuvieron que renunciar al soborno de susaliados indios, porque no hubo cohecho de aguar­diente que fuera bastante para decidirlos á enfren­tarse otra vez con las rifles americanos. Se limi­taron á seguir la marcha como coyotes, rondando

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los campamentos abandonados y desenterrando ájos muertos para robar la manta, única mortaja delpobre filibuskro que caía en los campos de Sonora.

En San Vicentt:, donde en el mes de marzohabía dejado W álker un piquete de dieciocho hom·bres para custodiar el cuartel, no encontró ni unosolo. Doce habían desertado; los demás, incooscientes del peligro, habían sido sorprendidos por unapatrulla de jinetes mexicanos, lazados y torturadoshasta la muerte. Tantos reveses fueron causa delfracaso final de la expedici6n. Aguardar refuerzosde California, aun dado el caso de poder obtenerlos,de nada habría servido, pues ya W álker s610 conta·ha con treintaicinco hombres. Estos carecían detodo, excepto de armas y de municiones de gue­rra, que les sobraban. En varios lugares habíanenterrado cajas de carabinas y pistolas; ocho caño­nes fueron clavados en San Vicente, cien cuñetesde p6lvora tenían escondidos en las riberas del ríoColorado. Años después, los pastores de las tribusde indios errantes de Cucupa, solían en(:ontrar es­queletos humanos en los vericuetos de la montaña,sin cruz, ni túmulo, ni epitafio, ni más señales de suprocedencia que un occidado rev6lver de Colt, queproclamaba la nacionalidad y oficio del difunto, única reliquia de los pretendidos conquistadores delsiglo XIX. ,

El est6lido indígena que había jurado lealtadá las efímeras instituciones de la república, conamenaza de prisión si rehusaba dar su voto, olvidósu jl~ramento en cuanto el odiado gringo volvi6 lasespaldas. El ranchero, á quien no quedaba más recuerdo de la República -de Sonora que los bonos quehabía tenido que recibir bajo pena de prisi6n, á cam­bio de sus ganado.; y caballos, vi6 con pesar que éstos -no le servían ni para jugarlos en la mesa de monte ,

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6 en la cancha de gallos. Los americanos del Nor­te habían invadido como la peste sus hogares, delmismo mouo que los bucaneros de antaño. Deunos y otros no quedaba ya nada, salvo la ambici6n chasqueada de los primeros y el desastre delos últimos.

Este atentado fué una verdadera tropelía sineXCUSéa admisible de ningún género Pronto echóde ver Wálker que su intervenci6n t.::ra mal recibidapor los hijos del país; tampoco tardó en darse cuen­ta de que s610 con un fuerte ejército de ocupación,respaldado por una gran potencia. le sería posiblehacer que su querido ensueño de conquistar á Mé­xico pasara de los límites de las vanas soñacionesde la fantasía.

Descorazonado, pero sin que le faltara la sere­nidad de que nunca se departi6, condujo su hamobrienta y cansada tropa hasta la frontera de Cali­fornia. Poca fué la resistencia que:: le presentaronlos naturales en la retirada Una soldadesca indis­ciplinada y tan sólo temible por el número dt". loscombatientes, guardaba las alturas de la montaña;los indios sus aliados debían estorbar el paso dl: losllanos. El coronel Meléndez, comandante de lasfuerzas méxicanas, envió cuatro indios con banderade paz al campamento de los filibusteros, ofrecién­d.oles protección y paso franco á todos, excepto aljefe, mediante entrega de las armas y municiones.La propuesta habría sido rechazada, aun ante laperspectiva de una muerte segura¡'por hombres queconocían bien la fe púnica del espa ñol. Acostum·brados como estaban á seguir sin vacilación lasórdenes de su capitán al través de tantos peligros,hambres y dificultades, y ya en momentos ~n que-podían ver la bandera de los Estados U nidos fla­meando sobre el campamento militar del otro lado

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de la frontera, rechazaron con sarcástica ironía lapro::>osici6n. Meléndez, en vista de la negativa. sedirigi6 al comandante de la tropa de los EstadosU nidos. solicitando su intervención para obligar álos filibusteros á deponer las armas. súplica á la cualno podía acceder sin violar la neutralidad del terri·torio mexicano y que fué denegada. A tres millasde distancia acampaba la guarnición fronteriza delos Estados U nidos. W álker, para poder pasar ycomo único lance de salvación, ocurri6 á la estrate·gia. Dejó mt'dia docena de sus mejores riflerosescondidos tras <.le las rocas para que le cubriesenla retirada. Los naturales, debido al saludable res·peto que les infundía el rifle de los americanos, semantenían á respetuosa distancia de ellos y cayeronen el garlito. Habiendo divisado seis caballossin jinetes, Meléndez y sus mexicanos se lanzaron átodo galope, dejando á los indios aliados el cuidadode seguirlos como mejor pudieran. Los filibuste­ros perdieron s6lo un hombre, víctima de su propiatorpeza. pues quiso valerse de la táctica del enemi­go, fortificando su valor con exceso de aguardiente.

Así terminó la última batalla de la Repúblicade Sonora. si darse puede este nombre á la inútilescaramuza en que pelearon un puñado ele hombrespor un lado y por el otro un centenar de salvajesignorantes. Treintaicuatro hombres harapientos,~asi desnudos y famélicos, que representaban elpresidente, gabinete, ejército y marina de Sonorapasaron la frontera" y se rindieron en calidad de pri­sionerosde guerra al mayor Mackínstry. del ejércitode los Estados Unidos, en San Diego. California, eldía ~ de mayo de 1854. Así celebr6 \Válker el trigésimo aniversario de su nacimiento.

Los prisioneros empeñaron su palabra de pre­sentarse para ser juzgados ante el general \Vool, en

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San Francisco. Firmado por todos este compro­miso, se les permitió seguir su camino. Entreaquellos hombres hambrientos, heridos, supervivien­tes llenos de cicatrices de varios meses de cruelmiseria, hubo por 10 menos seis que por amor á sujefe ó por su osadía invencible, se lanzaron docemeses después en busca de nuevos peligros y glo­rias, á las órdenes del mismo caudillo.

W álker regresó de Sonora vencido, pero nodescorawnado. Había dado pruebas de ser unconductor de hombres, aun en campo tan pequeño.Desde entonces y hasta que la estrella de su dt sti­no fué ec!ipsada por la muerte, su solo nombre valíapor mil combatientes, doquiera que la encarnizadalucha hacía n,ecesaria su presencia. Debe tambiéndecirse en su favor que jamás usó de las artimañas delos demagogos, con la mira de captarse los favoresde la popularidad. Tanto en los campamentos comoen la batalla, mostró siempre ser un jefe sereno, va­leroso, inflexible en materias de disciplina, sobriode palabras y pródigo de hechos. Supo granjearsela obediencia respetuosa de sus más revllltososcompañeros con el ejemplo de su conducta. Su vozde mando no ercl la de Id, sino Venid conmigo: elta,1ist;nán napoleónico. Tan sólo con los más jóve­nes de sus secuaces parece haberse departido de suhuraña dignidad. El nombre de uno de éstos, mu­chacho de quince años llamado WíIliam Pfaff, apa­rece entre Jos firmantes del compromiso de SclODiego. Con dificultad se pudo im,pedir á éste quesiguiera los destinos de su jefe, acompañándolo áNicaragua. Cuatro años sirvió en las filas de losconfederados durante la ~uerra civil; pero ni lospeligros ni las privaciones sufridas en esa guerrapudieron borrar de su imaginación la campaña deSonora. Con verdadera hipérbole californiana de-

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cía que la rebelión del Sur no era más que un picnic comparada con la campaña de Sonora.

La acusaci6n presentada contra el jefe de losfilibusteros por violaci6n de las leyes de neutralidadde los Estados U nidos, no duró mucho tiempo ypronto" fué absuelto de toda culpa. \Válker volvióá ocupar la silla editorial del San Francisco Com­mercial, órgano de este hombre público tan des­graciado. Dejemos ahora al filibustero en '5U islade Elba y hagamos un ligera reseña del país des­tinado á ser el teatro de su efimera gloria. de suderrota y de su muerte.

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Capítulo VI

NICARAGUA.- "EL PARAíso DE MAHOMA".-VISITAS DE LOS Bt:CANJ!;­

Ros.-RINGROSE y DE LUSSAN.-NELSON DERROTADO POR UNA DONCELLA.­

LA HEROíNA APÓCRIFA DE SAN CARLOS.

Al derramar tan pródigamente sus dones so­bre Nicaragua, la Naturaleza dejó una tarea muylimitada al hombre. País tropical de clima templa­do, la mitad de su territorio' se encuentra á una al­tura más ó menos de 5,000 pies sobre el nivel delmar. Esta región privilegiada no parece haberparticipado de la maldición del pecado original. Allídonde la Naturaleza provee á todas las necesida­des, el hombre no ha menester trabajar ni deseamida. Los frutos de la tierra crecen con la profu­sión de los trópicos y el vestido es algo superfluoque juiciosamente se considera como tal. Dos­cientas cincuenta mil almas ocupan un territorio tanextenso como el de la Nueva Inglaterra. Estasg-entes son tan pobres en riqueza acumulada, comolos más infelices campesinos europeos; en cambio,como no conocen ninguna necesidad que no pue­dan satisfacer, son tan ricos como millonarios. Pe-

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ro Nicaragua es un país propio para inspirar dudasacerca de la doctrina de la supervivencia de los másaptos. Los descubridores españoles lo llamaron el"Paraíso de Mahoma", nombre apropiado á una tie­rra de felicidad sensual. Para el nicaragüense su paísno tiene pasado, ni presente, ni porvenir. Vive conel día, seguro de que no le faltará el alimento de ma·ñana, ni el vestido, ni el albergue. No se cuida delmañana, porque sabe que será igual á hoy, que ennada se diferencia de ayer; que la semana próxima,el año y siglo venideros lo hallarán, así como ásus descendientes, comiendo frijoles, bebiendo tis·te, meciéndose en la hamaca, ignorante, mal go­bernado, revoltoso, sin grandes virtudes ni gr;¡n­des \ icíos. La tierra se lo suministra todo sin afánni slIdor. Llegada la hora dp. la muerte, sus hue­sos irán á abonar unos cuantos pies del rico senode la madre tierra y su cuenta estará cancelada.El jaguar y la boa hacen otro tanto en provechodel mundo. Relevado el hombre de la necesidadde luchar por la existencia, de combatir contrala Naturaleza y sus acólitos el hambre y el frío,que sólo representan la mitad de la batalla ennuestra vida moderna, era lógico esperar que al­canzara á la perfección material y moral. Pero losnaturales de los trópicos, á semejanza de los árbolesde sus selvas, viven cubiertos de parásitos que losestrallgulan:' la pereza, la ignorancia, la perfidiay la anarquía, que son como una túnica de Nesolegada por el despotismo.

La terrible equidad con que la Naturaleza re­parte el bien y el mal se ve rara vez en Nicaragua.Otros países tropicales tienen también hermosasflores en cuyos aromosos cálices se anidan mortí­feros insectos; lucientes frutas que envenenan el la­bio que las prueba; suaves brisas cuyas alas aca-

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rrean enfermedades. En otros países de sol res­plandeciente la aleta del tibur6n corta la ola cris­talina, el tigre y la cobra se esconden en sus mag­níficos vergeles; pero aunque en Nicaragua no sOQdesconocidas las fieras ni las serpientes dañinas, és­tas son pocas y tímidas y huyen dd hombre. Sola­mente los insectos abundan y fastidian. El rey dela Creación y los bichos más pequeños son las pla­gas de Nicaragua.

Allí el hombre cosecha sin sembrar y la cose­cha nunca falta. Con s6lo extender la mano puedereg-alarse con primores que pocas veces adornan lamesa de los reyes: la cidra, la lima, el lim6n, la na­ranja (de las cuales se ven con frecuencia 10,000 enun solo arbo1), d banano, el aguacate, el mango, lapapaya, el árbol de pan, el tamarindo, el café, la caña de azúcar, el tabaco y todo cuanto crece y pue·de cultivarse en climas tropicales ó templados. Lamitad del año puede pasarla el nicaragüense en suhamaca, á la sombra de los árboles. En la estaci6nlluviosa se provee de unos cuantos estacones, dehojas de palmera é improvisa su rancho. Las plan­tas medicinales abundan por todas partes, paraalivio de las pocas dolencias á qut: e~tá sujeto. Avesde. brillantes plumas, flores de bellísimos maticesson recreo de sus ojos en todas partes. En los bos­ques soberbios en que los pinares y palmeras cre­cen al lado de los ceibas, de las mimosas y de losgallardos cactos, rivaliza con los esplendores delarco iris el plumaje de los lo~Qs, guacamayos. coli·brís, tucanes y de la bellísima criatura alada quelleva el nombre imperial de Montezuma. Esta essin duda la región más nlleVa del globo y lleva im­presa en su faz la divina irradiación de la juventud.Es tan nueva que los fuegos de la Naturaleza nohan muerto aún en ella. El volcán, irguiéndose á mi-

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llares de pies, todavía humea y despide llamas, y latierra tiembla á cada instante á los golpes de lasfraguas de los Titanes. El glorioso Ometepe le­vanta su cima hacia las nubes, y en ellas la ocultacon pudor á una elevación de cinco mil pies sobreel nivel de las ondas del plácido lago; el de Made­ra, su hermano gemelo, sólo tiene unos ochocientospies menos de elevación. El Momotombo, el Mom­bacho, el Viejo y los dos preciosos conos asentadosá la entrada de la bahía de Fonseca, parecen Ramí­geras espadas guardianas del Edén, al cual, comoen tiempos remotos, ha ingresado la serpiente ten­tadora provista de humana lengua.

Poco aprecio hace el nicaragüense de los múl­tiples favores de la Naturaleza, cliyos grandiososmisterios apenas despiertan en él un lánguido ¿quiénsabe? á la vez que sus más triunfantes argumentoslos contesta con I1n no hay tiempo, más lánguidoaún, palabra que sirve de eterna disculpa á su in­dolencia. Tan fólo el uno por ciento de la pobla­ción total aparenta estudiar. ¿Para qué van ellos ácorrer tras la educación, cuando todas las necesida­des de la vida pueden satisfacerlas con sólo pedi~?

No ha de ser de seguro para amontonar riquezas.Hasta de esto se cuida la Naturaleza, porque el dine­ro lo provee la vegetación de Nicaragua; su fértilsuelo alimenta árboles que producen la monedanecesaria para las transacciones menudas, en for­ma de granos de cacao. Cada grano correspon­de á la cuadragésima parte de medio real de plata.Ni vale gran cosa la instrucción en un país dondela ignorancia no es obstáculo para prosperar en lascarreras civil ó militar, y donde, especialmentecuando mandan los serviles, un bandido iletradopuede llegar tan alto como el abogado más pillo.En los días del presidente Chamarra los rufianes

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más notorios desempeñaban altos puestos y searrendab.an las rentas del estado bajo un sistemaque ho}" sólo practican los pueblos más bárbarosdel Asia. El peculado era tan común, que en losestados vecinos, donde no escasean los t~jados devidrio, se decía que en Nicaragua "ni en el vien­tre de la vaca está el ternero á salvo de ladrones".

No tenía Nicaragua tan mala fama en tiempospasados. Años antes de que el español cubiertode su armadura trajera el azote de la civilización altravés del Atlántico, el sencillo indígena construíaen las cumbres de los cerros sus altares para adoraral sol. Durante siglos, antes de que llegara el azteca,floreció en Nicaragua una raza semicivilizada, cuyahistoria está escrita con jeroglíficos de una lenguaperdida y olvidada, raza que no ha dejado descen.dientes. Los pocos fragmentos históricos de losaztecas que pudieron salvarse del fanatismo de losconquistadores, son las únicas fuentes de' que sehan podido sacar algunas noticias acerca de la ci·vilización de los aborígenes centroamericanos. Sucultura, muy notable para aquel tiempo, estaba des­tinada, como la del Imperio Romano, á despertarla codicia de una raza más audaz y á sucumbir, des­pués de un conflicto inútil, bajo el peso del mayornúmero y la superioridad de la fuerza física. Seacomo fuere, .los godos y vándalos aztecas invadie­ron el istmo, y cuando llegaron los españoles sóloencontraron el vasto reino mal gobernado de lossúbditos de Montezuma.

La religión de Nicaragua, antes de la conquis.ta española, era una idolatría sanguinaria. Se creeque los antecesort's de los aztecas eran de índoleapacible, pero inferiores en valor á éstos.

Los españoles ~ncontraron un pueblo de ado­radores del sol, degradado por los sacrificios hu-

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manos y devoto del canibalismo. Entre este pue­blo y el lejano Anáhuac, del cual dependía, estabanlas espesas selvas é infranqueables pantanos de Yu­catán. En la actualidad el viaje por tierra entreambos lugares es largo y penoso. Sin embargo,Cortés proyectó y llevó á cabo una expedición áHonduras, hasta que sus desanimados veteranos senegarorT á continuar marchando con direcóón alsur.

Pedro Arias de Avila, gobernador de Panamá,emprendió desde el sur la exploración del país en1514 (*). Nueve años más tarde se decidió á man­dar una fuerza para subyugarlo, al mando de Fran­cisco de Córdoba, el cual logró someter al cacique~icarao ó Nicaya. Los conquistadores dieron alpaís el ncmbre de este cacique.

Fundaron á León y á Granada, que son toda­vía las ciudades principales del país. Nicaragua su­ministró algunos soldados á Pizarro. Felipe 11, conmezquina previsión, envió comisionados á inspec­cionar el istmo, para ver si se prestaba para laapertura de un canal interocéanico. El informe fuéfavorable y se eligió la vía de Panamá. Tan favora­ble fué que reveló las ventajas que tendría la obrapara el comercio internacional. España no queríasemejante liberalidad y Felipe decretó pena demuerte contra el que en adelante intentase poneren comunicación los dos océanos. Pero así como lastarifas exageradas fomentan el contrabando, la pro­hibición del comercio da nacimiento al corso. Losbucaneros aparecieron para disputar á España elmonopolio del tráfico americano. El istmo padeció

(*) Pedrarias llegó al Darién en 1514; pero no fué sino en 1524 cuan­do envió á Hernández de Córdoba á Nicaragua, pals descubierto dos ai'losantes (1522) por Gil González Dávila.

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mucho con sus depredaciones. Panamá era entonoces. como ahora, la ciudad más importante de lacosta y el depósito de los reales tesoros procedentesde las minas de Cana. Drake la saqueó en 1586;después fué robada en diferentes ocasiones porMorgan, Sharpe. Ringrose y Dampier. Sufrió tresincendios de 1670 á 1680, Y finalmente fué abanqo­nada por la nueva ciudad del mismo nombre, cons­truida á tres millas hacia el interior.

La disc ipli,'a más estricta y el valor indómitofueron la clave del triunfo de las empresas de losbucaneros. Estos observaban entre sí los principiosde la más recta justicia. Todo el botín se repartíadando á cada uno la parte proporcionada á sus mé­ritos, su rango y el número de sus heridas. Lasp.esas eran de tanta importancia que muy bien po­dían ser generosos y justos. Sir Francis Drake apre­só un galeón en el cual, si hemos de dar crédito ásu biógrafo, se encontraron doscientas cuarenta to­neladas de vajilla de plata y 720 botijos de oroacuñado.

Estos piratas á menudo hacen alarde en susnarraciones de un extr~ño espíritu de moralidad yaun de fanática devoción. El capitán Sawkins. bu­canero inglés, guardaba el domingo con ejem­plar fervor y tiraba al mar los dados de lostripulantes que sorprendía jugando en ese día.Drake edificó y dotó una iglesia en el río Loa, conla parte que le cupo en el saqueo de Puertobelo.En cuestiones de menor importancia eran tal vezmenos escrupulosos. En Chepillo, por ejemplo, elcapitán Ringrose y sus camaradas "creyeron con­veniente" asesinar á sangre fría á todos sus prisio­neros espaÍloles. De Roque Brasiliano dice su bió­grafo que mientras fué un simple mqrinero suconducta era tan ejemplar que supo ganarse la vo-

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luntad de todos los piratas sus compañeros. Pero ápesar de tan buenas recomendaciones, era tal suaversión por los españoles, que mandó "fuesenempalados y asados vivos todos los prisioneros, porno haberle indicado los chiqueros donde podía ro­bar los cerdos."

No menos edificantes é· instructivas' son lasmemorias del señor Raveneau de Lussán, alférezfrancés que sirvió tres an.os en" calidad de filibuste­ro y regresó á su país con una parte muy conside­rable de botín de guerra, á la que daba el curiosonombre de "mis compras." Una atmósfera de pia­dosos sentimientos se nota en la relación de susaventuras. En todas sus victorias ve la mano pro­tectora de la Providencia. Oraba antes de empeñarla lucha y después celebraba sus triunfos con ~c­

ciones de gracias, con tanto fervor religioso y tantaconfianza en la justicia de su causa, como sienten losguerreros provistos de parlamentaria declarato­ria de guerra y que están al amparo del "Dios delos Ejércitos." Este espíritu aparece notoriamentecuando relata el apuro que pasaron los bucanerosal cruzar el istmo de Panamá, viendo que á muchosde ellos faltaban armas, hasta que mediante el hun­dimiento providencial de sus canoas en el RíoGrande, "Dios se sirvió disponer de la vida de al­gunos de nuestros compañeros, cuyas armas sirvie­ron para los que habían perdido las suyas." Másadelante el respetable señor de Lussán no pneclemenos que maravillarse del triunfo obtenido contrauna fuerza naval española, superior en número."Debo confesar, dice, sin menoscabo de los nues­tros, que fué cosa extraña y casi un milagro." Lacontroversia religiosa más ridícula de que se tienenoticia-y esto es mucho decir-ocurrió con moti­vo de las disensiones puramente sectarias que agi-

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taran y al fin fueron la causa de la separación delas flotas bucaneras inglesa y francesa. Lussán ysus compatriotas se dirigieron á Nicaragua, y allírecibieron la bienvenida que merecían de sus co­rreligionarios españoles.

Nicaragua, buena para correrías y depreda­ciones, no era bastante rica para distraer á los bu­caneros de mejores presas. El cabo de Gracias áDios, situado en su frontera nordeste, era su puntode reunión; pero la costa atlántica tenía menosatractivo que la del Pacífico para los piratas. Lasnarraciones de los, bucaneros poco hablan de ella.Su nombre de Costa de Mosquitos parece bien ade­cuado. Lussán habla con horror del calamitoso in­secto "que se siente antes de ser visto."

Los bucaneros desaparecieron, pero dejaronun legado. La Gran Bretaña, en 1 742, reclamó lasislas de la bahía de Honduras, por haberse pose·sionado de ellas los piratas ingleses un siglo an­tes. Con este pretexto Inglaterra declaró la guerraá España, guerra que se terminó sin ventaja ma­terial para ninguno de los beligerantes. Por el tra·tado de 1763 Inglaterra renunció á sus pretensionesen Centro América y evacuó todo el territorio endisputa, menos la isla de Roatán, situada cerca .dela costa hondureña del Atlántico. Esta deslealtadmotivó la renovación de las hostilidades. En 1780el coronel Polson fué enviado con instrucciones deinvadir á Nicaragua. Con este intento desembarcóen San Juan del Norte doscien~os hombres entresoldados y marinos, subió embarcado en botes ríoarriba, apoderándose fácilmente de la media docenade puestos fortificados que había en las riberas delSan Juan. En la cabecera del río, punto donde re­cibe las aguas del lago de Nicaragua, la expediciónse encontró con las amenazadoras baterías del fuer-

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te de San Carlos. que entonces como ahora defien­de la entrada dd lago.

Al llegar aquí. la historia r la tradici6n seconfunden. La primera afirma, de acuerdo con au­toridades históricas y biográficas inglesas, que Ho­racio Nelson, que s610 era entonces un simple y desconocido capitán que mandaba las fuerzas navales,se apoder6 del fuerte, infligiendo severo castigo alenemigo, hecho lo cual regresó victorioso á sus na­ves. La tradición cuenta una historia más bonita.

Cuando la flotilla se acerc6 á tierra y se pre­paraba á combatir, reinaba el silencio y no se oíamás ruido que el del movimiento de los remos y elmurmullo de las aguas. Ni un solo soldado se des­cubría en las murallas, PUp.s los cobardes lacayog dela guarnición, aprovechándose de la enfermedaddel comandante habían huído á los bosques encuanto asomó el enemigo. Al valeroso hidalgo quemandaba el fuerte no le quedó más compañero quesu linda hija; pero ésta era una verdadera hija demilitar, con el corazón de una heroína. Los botes seacercaron rápidamente á tierra; los remos brilla­ban al sol de la mañana; los artilleros, con las me­chas encendidas, esperaban la voz de fuego; Nelsonse puso de pie para ordenar el ataque. De prontosalió un fogonazo de una tronera del fuerte y elestampido de un cañón rompi6 el silencio del lagoy de la selva. En seguida dejaron oír sus voces to­dos los cañones, uno tras otro; pero el primero ha­bía hecho ya el oficio de un ejército derribando áHoracio Nelson. Los ingleses se pusieron rápida­mente fuera del alcance de las balas, vencidos ydescorazonados; y aquí no pararon sus reveses,porque los españoles los hostilizaron de tal modoen su retirada, que de los doscientos hombres con loscuales se habían presentado ante el fuerte de Sall.

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Carlos, s610 di<:-z regresaron sanos á San Juan deNicaragua. La herida causó á Nelson la pérdida deun ojo, y él, que nunca había vuelto las espaldas alenemigo, huy6 ante los cañonazos disparados poruna muchacha de 'dieciséis añe¡s. La hija del comandante. doña Rafaela Mora, era quien había puestofuego á la batería y salvado á N icaragua. La heroí­na del fuerte de San Carlos fué condecorada por elrey de España y agraciada con el dl:spacho de co­ronela de los reales ejércitos de Su Majestad y llnapensión vitalicia.

Tal es la tradici6n aceptada como auténtica porlos nicaragüenses y que apoya el testimonio de via·jeros fidedignos. Ninguno de los bi6grafos de Nel­son menciona á la heroica joven. Según estos his­toriadores, Nelson subió por el río hasta el fuertede San Juan (probablemente hasta el CastilloViejo). del cual se apoder6 después de un largositio y de muchas bajas en sus fuerzas. En cuantoá la pérdida del ojo de Nelson, dicen que le ocurri6durante el sitio de Calvi, en la isla de Córcega.Sin embargo. el capitán Bédford Pim, de la marinareal inglesa, en su libro de viajes por Nicaragua,da entero crédito á la leyenda del país, que tambiénha sido aceptada por otros autores ingleses quedeben estar bien informados de la vida y hechos deN elson.\ Tan' firmemente creen en Nicaragua enesta tradici6n, que fundándose en la eficacia de es­ta gloria heredada, el general Martínez, nieto dela heroína, fué elegido presidente del estado enISS7. á pesar de que en aquel entonces existía unpresidente electo en debida forma, que reclamaba

1 el puesto con títulos legales; argumento éste bastante para acallar las más capciosas críticas res­pecto de la veracidad de la tradici6n. En una épocaiconoclasta sería un acto de inútil crueldad despo·

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jar al pobre nicaragüense del único acto heroicoque registran los anales de su historia. Es posibleque los 1?iógrafos de Nelson hayan suprimido unincidente que no redunda en provecho de la gloriade su héroe; puede ser también que Su MajestadCatólica fuese engañada, ó que la tradición de ladoncella de San Carlos no sea más que otro mitosolar transplantado. ¿Quién sabe? (.)

(*) El autor, siguiendo las huellas de muchos otros que han escritosobre este asuuto, confunde la expedición inglesa dirigida en 176. contrael castillo de la Concepción, llamado hoy Castillo Viejo, con la que en1780 atacó la misma fortaleza á las órdenes del coronel Polson y de lacual f ,rmaba parte Nelson. La herolna de 1762 se llamaba D~ Rafaelade Herrera, doncella de diecinueve al'los, que disparó con sus propias ma­nos los primeros cañonazos, con tan buena fortuna que logró matar al co­mandante inglés y.e(;hltr á pique una de las tres balandras que traía. Supadre, el castellano Q. Pedro de Herrera, acababa de mon, cuando sepresentó el enemigo; de la guarnición no quedaba más que un sargento;los demás habían huIdo. El combate duró cincc dlas y terminó con elcompleto descalabro de los iBgleses y el triunfo de la doncella, que fuérecompensada después por el rey con una pensión vitalicia en 1781.

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Capítulo VII

INTRIGAS INGLESAS EN EL ISTMO.-MOIUZÁN y LA CONFEDERACIÓN.­

LA DINASTÍA DE MOSQUITIA.-BoIIBARDEO DE SAN JUAN DEL NORTE.--':CAS­

TELLÓN LLAMA Á LOS I:XTRANJEROS.-DoUBLEDAY y SUS VOLUNTARIOS.­

APRUEBA WÁLKER EL CONTRATO DE COLEo

Durante el tiempo que Centro América fuéprovincia española, la política de Inglaterra consisti6en palabras de paz y actos de hostilidad. Compro.metida por tratados sucesivos á renunciar á todassus pretensiones sobre el país, mantuvo y extendi6su dominaci6n en varios puntos, tales como Roatán,Belice y las islas del golfo de Honduras, que domi­nan la entrada del de México y fueron siempre supresa favorita. Cualquier cláusula equívoca, cual­quier pretexto frívolo 6agravio imaginario, el legadode un bucanero, la concesión otorgada por un rey neogro, se alegaban como pretexto, á falta de cosa me­jor, para una intervenci6n armada. Las malhabidasposesiones de España comenzaban á dar el frutoacostumbrado. Por fin, en 182 I las colonias del Ist­mo oyeron el grito de libertad del Norte, con­testado por otro en el Sur. La América española

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sacudi6 la cadena á que por siglos había estado su­jeta, rompi6 sus débiles eslabones y surgi6 libre anteel mundo. Pero los hierros habían hecho su efecto.Los entumecidos miembros no podían moverse; losojos, hechos á la penumhra del calabozo, pesta­ñearon deslumbrados á la súbita luz meridiana. Elcuerpo ern de un hombre libre, pero el alma de unesclavo. Cuando una naci6n recibe prematuramentela libertad, tiene que sufrir de nuevo penas)' que­brantos, antes de poder apreciar debidamente susgenerosos dones.

U na desunida unión de pocos años, una pa­rodia de imperio bajo el cetro de cart6n de Itur­bide; separaci6n. nueva uni6n, discordia, revolu­ci6n. Los anales de Centro América son e.l la His­toria un calendario de Newg~te. (*) Con todo, enla lista de los innobles é infames gobernantes cen­troamericanos, hay un hombre digno de que se leconsagre una página limpia, porque tuvo mf'jor es­treHa. Don Francisco Morazán, primer presidentede la U ni6n de los cinco estados, está lejos de me­recer el título de Wáshington de Centro América;pero fué un hombre capaz, valiente y patriota,aunque vengativo y cruel con sus opositores. Elec­to presidente de la Federaci6n en 183[, desempeñ6su cargo durante nueve años, al cabo de los cualessus gobernados se habían cansado de sus civilizado­ras innovaciones, tan inadecuadas á su falta de cul­tura. como lo eran los angostos vestidos de la épocaá sus miembros flexibles. No tuvo Morazán,por des­gracia, el tino necesario para conformarse con laelección que hizo el pueblo de un demagogo reac­cionario que satisfacía sus gustos, y por t:sta causacomenzó una serie de intrigas contra la administra-

(*) Newgate es un presidio.

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ción de su sucesor, que lo obligaron á huir á laAmérica del Sur. Dos años después desembarc6con s610 trescientos soldados en Costa Rica y seapoder6 de la capital. Pero el jefe de este estadopronto junt6 una fuerza de cinco mil hombres, conla cual puso sitio al invasor, quien después de unabrillante resistencia tuvo que rendirse. Fué juz­gado, declarado culpable de conspiraci6n contra losestados confederados y condenado á muerte, juntocon sus genenles, el 1Sde septiembre de 1842. (*)Guatemala puso fin á la contienda sobre g(lbiernorepresentativo, eligiendo en 1851 al mestizo Ra­fael Carrera presidente vitalicio.

Los estados de Centro ~\mérica. divididos porluchas intestinas, malgastaban sus escasos recur­sos en guerras inútiles y volvían á caer rápidamenteen un estado de barbarie más triste que el que rei­naba en los tiempos en que Nicarao dobl6 la cervizal yugo español. Exentas de sangre extranjera, lastribus de indios insumisos mostraban ser supe­riores á los descendientes mestizos de Córdoba yde Pedrarias Dávila. Los indios del Darién y losde la región de Río Frío, en las montañas septen·trionales de Costa Rica, conservan todavía su liber­tad,"'rriientras que Nicaragua y Costa Rica hanestado pugnando, año tras año, por el vano honorde llamarse naciones soberanas.

A esta tierra, que el hombre ha hecho aborre­cible, la dotó Naturaleza ricamente, y por e!"jto hasido codiciada por varias naciones poderosas, aun-

(*) Para el lector centroamericano no es menester rectificar los erro­res que contiene esta relación respecto de Morazán. Este invadió a CostaRica con 500 salvadoreftos. El dictador D. Braulio Carrillo envió contraél un ejér.:ito de 2,000 hombres al mando del general Villaseflor, antiguooficial de Morazá l. Al avistarse los beligerantes en El Jocote, Villase·flor y Morazán conferenciaron y concluyeron un pacto, que fué consentidopor las tropas de Costa Rica por odio al despotismo de Carrillo. Mora­sin fué proclamado entonces jefe del estado y su caída fué obra de unlevantamiento popular posterior.

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que ninguna se ha atrevido á posesionarse de ellacon sus solas fuerzas. El lago, 6 mar interior, quecubre una superfide de cinco mil millas, á una al­tura de ciento siete pies del promedio de la mareadel océano, forma un estanque natural, con undesaguadero de noventa millas de largo: el río deSan Juan. Si se canal iza este desaguadero hacién­dolo navegable para navíos de gran porte, trabajorelativamente fácil, y se abre un canal de dieciséismillas y un tercio al través de la garganta ístmicaque existe entre el lago y el Pacífico, se tendrá otragran vía de comunicaci6n interoceánica, cuyos enor­mes beneficios para el comercio del mundo es difi­di calcular. Esta noble empresa merece que laacometan el mundo civilizado y hombres de la tallade Bolfvar y de Murazán. Húmboldt la proclamó;Luis Napole6n, prisionero en Ham, se entretuvo es­cribiendo un folleto en que demostraba la posibilidadde ejecutarla y lo necesaria que era. Consideradadesde el punto de vista comercial, su convenienciaes indiscutible; como cuestión política sus ventajasserán de gran importancia para el engrandecimientonacional de la potencia marítima que abra al mun­do tan importante comunicación interoceánica. Lanación que se posesione del canal puede aspirar áconvertirse en dictadora de América; pero esta na­ción no será ni puede ser aquella que á semejanzadel otomano enervado tiene tan sólo la ventaja dela posición geográfica. La potencia que detiene la .llave del Mediterráneo y estuvo pronta á echar ma-'no al istmo de Suez, volvió ávidamente los ojos haciaNicaragua. Muchas y plausibles fueron las secretaspretensiones de Inglaterra sobre el territorio de sudébil enemiga. Durante años ha ejercido un protec­torado nominal sobre la costa del este, conocida conel nombre de Reino de Mosquitia.

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Los monarcas de Mosquitia eran negros igno­rantes, que gobernaban una tribu diseminada de sal­vajes, descendientes de un cargamento de esclavosnáufragos arrojados á la costa en el siglo XVII (*).Diferentes veces fueron nombrados por capitanesde barcos de guerra británicos y sus amos los po­nían y quitaban á su antojo. Aunque Nicaraguano ha rel:onocido nunca la autoridad de estos reye­zuelos, le ha faltado la fuerza suficiente para hacervaler sus derechos en la costa oriental, que son paraella de poca utilidad, y sólo ha tratado de ejercersu soberanía en el río y puerto de San Juan delNorte. En 1839 el monarca reinante de Mosqui­tia, S. M. Roberto Carlos Federico J, canceló unadeuda, procedente de diversas compras de licores yotros artículos que nec:esitó su real persona, con unaconcesión de tierras que llegaba á veintidós millo­nes y medio de acres ó más. Los agraciados fueronPedro y Samuel Shépard, y éstos traspasaron laconcesión á la Compañía americana de coloniza­ción de eentro América, incorporada en los Esta~

dos Unidos. Este fué el ostensible pretexto quese tomó para organizar la expedición llamada deKínney.

La descendencia de la real familia de Mosquitiapuede clasificarse entre las dinastías infortunadasdel mundo. El primer monarca, cuyo nombre seha perdido para la historia, murió borracho, asesi­nado en una orgía; su medio hermano y sucesor fuédestronado por un capitán inglés, el cual colocó en

(*) En 1641 un navío negrero portugués naufragó en la costa atlánti­ca de Nicaragua. Vnl< tercera parte de su cargamento de esclavos afri­canos pudo ser recogida; los demás se metieron en la~ selvas habitadaspor los indios caribes, con los cuales sostuvieron cruda guerra. Al fintriunfaron los negros, que se propagaron con las mujeres de los vencidoscaribes. De aquí el nombre de zambos mosquitos dado á sus descen-dientes. .

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el trono vacante á un pariente lejano de aquél lla­mado Jorge Federico- Su reinado fué de corta du­ración. Sucedióle su hijo, el festivo monarca Ro­berto Carlos 1, "escandaloso y pobre." Este cedió susderecho... á los Shépards. á cambio de una ración deron de Jamaica y de algunos pantalones de algodón.Su hijo, Jorge William Uárence, reinaba en 1850.

La mayor velocidad de los buques americanospermitió á los Estados U nidos quitar la delantera álos inglt:ses sus rivales, para apoderarse de Califor­nia. Ing-Iaterra s~ desquitó ocupando en 1848 laisla del Tigre, en la costa ístmica del Pacífico, y SanJuan del Norte en la costa del Atlántico; á estepuert I dióse el nombre de Greytówn, en honor deGrey. uno de los gobernadores de Jamaica. Así sehizo llueña Inglaterra de las IIpves del istmo. El ca­na], sin entrada ni salida seguras. escaparía así delas manos de la potencia que quisiera tener la gloriaestéril de construirlo. Aunque parezca extraño, losEstados U nidos tenían en aquel entonces un hábildiplomático á su servicio en Centro América, elhonorable E. G. Squier, quien por otros méritosmás sólidos tiene adquirida mayor fama que la queproporcionan los triunfos en e] ingrato servicio pú­blico. Sin perder tiempo, Squier secundó la pro­testa de Honduras contra el robo incalificable de laisla del Tigre, que era parte de su territorio. Elgobierno de los Estados U nidos terció en la cues­tión y la isla fué devuelta, aunque de mala gana.

Al propio tiempo los Estados U nidos protestaron formalmente contra la ocupación de San Juandel Norte. Después de muchas controversias ter­minó el asunto mediante el tratado Clayton- Búl­wer. Este fué prácticamente un triunfo para laGran Bretaña, por cuanto los Estados U nidos secomprometieron á "no tener nunca dominio exclu-

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sivo sobre dicho canal, á no construir ni mantenerfortaleza alguna que lo dominase ni tampoco en suvecindad; á no ocupar, colonizar ni asumir 6 ejercerdominio alguno en Nicaragua. Costa Rica. las cos­tas de Mosquitia 6 cualquiera otra parte del territó­rio de CentrO América." La Gran Bretaña, conaparente equidad, se obligaba á lo mismo. La di­ferencia estribaba en que los Estados U nidos debíanabstenerse de dar los pasos necesarios para domi­nar la única ruta entonces posible entre los estadosdel oriente. y del occidente de la Unión, quedandoasí colocados en el mismo pie que las naciones eu­ropeas que no tenían tan vitales intereses en elistmo. Por su lado la Gran Bretaña se (,blig6 ádar pasos, que no. s610 eran peligrosos é inexcusa­bles, sino también de dudosa posibilidad. Hubootra desigualrlad notoria, y fué que los EstadosU nidos cumplieron lo pactado y la Gran Bretañarompi6 con sus compromisos á los catorce meses dehaberlos contraído. El tratado se firm6 y fué san­cionado el 5 de julio de 1850. En agosto del si­guiente año, el capitán J611)' de la real armadabritánica, anex6 solemnemente la isla de Roatán ála colonia de Belice, la cual, á despecho del tratado,había continuado como dependencia nominal de laGran Bretaña. En julio de 1852, Augusto Federico Gore, secretario de la colonia de Belice, de­clar6 que "Su Graciosa Majestad la Reina habíatenido á bien formar con las islas de Roatán, Boné:1­ca, Utila, Barbarat, Elena y Morat, una colonia quedebfa llevar el nombre de Colonia de las Islas de laBahía." Esto era la resurrecci6n del legado de losbucaneros.

Ninguna coyuntura más favorable para aplicarla siguiente teoría proclamada por un presidente delos Estados Unidos hacía más de treinta años: "Que

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los continentes americanos, por la libre é indepen­diente posición que habían asumido y ejercían, nopodrían considerarse en adelante como territorioscolonizables por ninguna potencia europea." Tales el extracto del séptimo mensaje anual del presi­dente Monroe, fechado el 2 de diciembre de 1823,que se conoce con el nombre "de "Doctrina de Mon­roe." Esta manera tan arrogante de asumir elprotectorado sobre dos continentes, no era más quela opinión particular de su autor, no apoyada por laacción oficial, .ni dentro ni fuera de los Estados U ni­dos; pero cayó como una bomba en los círculosdiplomáticos del mundo. Fué criticada, escarneci­da y repudiada por todas las naciones europeas; sinembargo, les inspiró secreto temor y no fué abier­tamente desacatada por ninguna, aun durante lasmuy agrias discusiones respecto de Centro Améri­ca. Inglaterra fostuvo con mucho tacto sus pre­tensiones sobre el codiciado territorio, alegando elhecho de su antigua posesión. Inútil es decir queaun cuando la "Doctrina de Monroe" hubiese está­do incorporada á la constitución americana, nohabría sido atendida un solo instante como válidaen el alto tribunal de las naciones, á no ser en loscasos en que el derecho debe ceder ante la fuerza.

La Gran Bretaña dejó de reclamar para sí ósus fantoches de Mosquitia el dominio del puerto deSan Juan del Norte. Con todo, el barco tradicional,situauo"á un día de distancia de cualquier parte delmundo, siguió apareciendo en el Caribe.. Los vapo­res de la compañía del Tránsito hacían regular­mente su carrera entre Nueva York y San Juan.En mayo de 1854 el capitán de uno de estos vapo­res mató á un negro de un tiro en las calles de SanJuan, y para no ser aprehendido fué á refugiarse enel consulado de los Estados Unidos. El ministro

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americano Bórland rehusó entregar al fugitivo álas autoridades nicaragüenses. El pueblo rodeó elconsulado y dur::lnte el tumulto consiguiente el mi­nistro recibió en la cara un botellazo. El cónsulFabens, que se hallaba á bordo del Nürthern Light,mandó un bote á tierra en busca del ministro y desu huésped criminal, el capitán Smith. Antes deque el vapor zarpara con el ministro á su bordo,rué armada una guardia de 50 americanos, destina­da á proteger las propiedades de la compañía delTránsito en Punta de Castilla, al frente del puertode San Juan. Sobre el bote que conducía al ministro Bórland al vapor. hicieron una descarga defusilería los naturales, pero según parece sin resul­tado fatal. Con todo, el ultraje inferido al repre­sentante de una gran nación clamaba venganza. Encuanto se supo la noticia en Wáshington. se despa­chó la corbeta de guerra Cyane, al mando del capi-

" tán Hollins. Al llegar éste al puerto de San Juan,encontró allí el inevitable barco de guerra británico,anclado entre su corbeta y la costa. En seguidanotificó Hollins á las autoridades nicaragüenses supropósito de bombardear la ciudad, que fué evacua­da sobre la marcha. El capitán del barco de S. M.B. Expréss rehusó quitarse de en medio, hasta quelos cañones del CJ,alle. apuntados á su cubierta,.amenazaban barrerla. Hízose entonces á un ladode mala gana, protestando que tan sólo la superio­ridad de armamento del barco amt'ricano le impe­día arreg-lar el asunto con el último argumento delos reyes y de los capitanes. Es digna de lan.en­tarse la disparidad del armamento. en vista de todala fastidiosa y vana diplomacia que después se em­pleó en una cuestión. que sólo pudía ser finalmentearreglada pur la fuerza ó por la demostración detenerla.

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En tanto que los cañones de la C)'ane malgas­taban su pólvora contra las frágiles cabañas de SanJuan; á falta de mejor blanco, Nicaragua estaba de­masiado absorta en sus eternas luchas intestinaspara sentir el ultraje del extranjero. Don FrutoChamorro había sucedido á Pineda en calidad depresidente en 185 J; terminado su período de man­do, resolvió reelegirse para el siguiente. Chamorroera el jefe de los legitimistas ó serviles, como losllamaban sus adversarios; Francisco CastelJón elcaudillo de los liberales demócratas. En la elecciónbienal de 1853, ambos partidos se proclamaron vic­toriosos. Como sucede siempre en esta clase dedisputas, la posesión era el mejor título legal. Cha­morro se declaró debidamente electo y fué instaladoen Granada, ciudad principal de la facción servil.León. la ciudad más grande y próspera del país, sos­tenía la causa de Cas.,teltón. Chamorro se apresu­ró á prender á su rival, así como á varios otros desus partidarios, y todos e)]os fueron desterrados.Refugiáronse en Honduras, cuyo presidente Caba­ñas les dió hospitalaria acogida. Chamorro, para.consolidar mejor su poder, se hizo proclamar presi­dente por dos períodos de cuatro años, el 30 deabril de 1854. Esta audaz usurpación dió un resul­tado contraproducente.

Una semana después de esta declaratoria des­embarcó Castel1ón en el Realejo con treintaiséisde sus partidarios. Los leoneses acudieron en suayuda. arrojaron á los serviles del departamento,obligándolos á concentrarse en la fortaleza del ser­vilismo, la ciudad de Granada. Poco después sehicieron dueños del lago '1 del río y pusieron sitio áGranada. El sitió duró nueve meses, sin ventajamaterial para ninguna de las partes beligerantes.Castellón fué declarado director provisional por su

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partirlo. Chamorro muri6 el 12 de mayo de 1855,sucediéndóle en el mando D. José María Estrada,débil sustituto de su valiente. popular y ambicinsopredecesor. :-\sí fué que cada bando político teníaun presidente defacto. El general José TrinidadMuñoz, uno de los veteranos del general Santa Ana,que á semejanza de este héroe infortunado estabaplenamente convencido de ser fiel trasunto, físico ymoral, del gran Napole6n, mandaba las fuerzas deCastellón. El jefe de los serviles era D. PoncianoCorral, hombre inteligente pero sin escrúpulos, quépara reforzar su partido contaba con el decidido apo­yo militar prometido por los estados vecinos.

Tal era la situación política de Nicaragua enagosto de 1855. cuando lin americano Jl~lIlado

Byron Cole se presentó á CasteJlón con un pro­yecto original. Cole, que había sido antes editoren Boston, era á la sazón propietario del periódicoque dirigía en San Francisco el expresidente deSonora. La fe que tenía en el genio militar desu editor, no había sido en nada disminuida por elterrible fracaso de la expedici6n á Sonora. Habién-

- dose presentado en el campo de los demócratascuando ya los triunfos 'del primer momento se ibandesvaneciendo y había sido preciso levantar el lar­go sitio de Granada, sin esperanza de tomar la ciu­dad, la proposición de Cole fué acogida con entu ..siasmo por CasteJlón y sus partidarios.

Ya éstos habían tenido oportunidad de apreciarel mérito de los rifleros auxiliares americanos. Aprincipios de la gUdra civil un explorador aventu­rero de California, C. W. Doubleday, llegó á SanJuan del Sur, punto terminal de la vía del Tránsitoen el Pacífico. Regresaba á su hogar después decuatro años de ausencia; de paso hizo amistadescon varios jefes demócratas y no fueron menester

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muchas persuasiones para decidirlo á renunciar ásu billete, que tenía pagado hasta Nueva York, yconvertirlo en apóstol de ]a ideas democráticas, queá bordo predicó á sus compañeros de viaje. Contanta eficacia lo hizo, qne treinta de éstos se en­gancharon en calidad de voluntarios, bajo su man­do, y fu'eron en seguida á unirse al ejército quesitiaba á Granada. Todos ellos eran intrépidoscombatientes, que miraban ]a guerra centroameri­cana como un mero pasatiempo. Con todo, y ápesar de haber sido reforzados de vez en cuandocon reclutas americanos de ocasión que llegaban alpaís de paso para California, habían quedado redu­cidos á cuatro por obra de la guerra y de las enfer­medades, desde antes de que se levantara e] sitio deGranada. Doubleday organizó entonces con la flordel ejército del país un cuerpo de buenos tiradores,con el cual cubrió la retirada á León, en la que per­dió casi toda su compañía; pero logró infundir á lasoldadesca nicaragüense una opinión favorable delvalor temerario de los americanos.

El plan de Cole para traer al país un contin­gente americano formidable en apoyo de la causademócrata, surgió en momentos en que la ayudaextranjera no podía ser mejor acogida. Los alia·dos hondureños de Castellón habían sido llamadosrepentinamente para repeler una invasión de Gua­temala á su país. Los serviles, posesionados dellago y del río. se aproximaban lentamente, pero conpaso firme á León. Los refuerzos que los leonesespudieran recibir de los estados demócratas vecinos,Jos necesitaban éstos en su propia casa para defen­derse de sus enemigos los aristócratas y tambiéncontra las astutas intrigas de agentes europeos, quesiempre estaban alerta.

Así fué que Byron Cole, en octubre de 1854,

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celebró un contrato con el gobierno de Castellónpara reforzar el ejército demócrata con trescientosamericanos, en calidad de "colonos sujetos al servi­cio militar." Estos colonos tenían derecho á unaconcesión de 52,000 acres de tierra y gozaban delprivilegio de naturalizarse mediante una declaratoriaformal en este sentido. Cale se metió su contratoen el bolsillo y se embarcó para California para re­cabar la ratificación de su jefe, quP. le fué otorgada.

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Capítulo VIII..COMPRA DEL Vesfa.-EL 4 DE MAYO DE 18SS.-EMBARQUe DE LO"

«CINCUENTA Y SEIS INMORTALES:t.- LA FALANGE AMERICAICA.- PRIMERA

BATALLA DE RIVAS. - CASTIGO DE UN FORA]IDO.-DESACUERDO EN El.

GABINETE DE CASTELLÓN. -BATALLA DE LA VIRGEN .-MUERTE DE CAS­

TELLÓN.

Wálker sometió el contrato, redactado en for­ma legal, á la autoridad civil y militar de SanFrancisco, y tuvo la satisfacción de saber que enHada violaba las leyes del país en materia de neutralidad. El general Wool, el mismo á quien Wál­ker se había rendido á su regreso de Sonora, sedeclaró satisfecho; el fiscal del distrito no le pusoninguna tacha; pero todos aabían en San Franciscoque Wálkerse preparaba á solonizar á Nicaragua confilibusteros y sonreían maliciosamente al oir hablarde aquel proyecto ficticio de colonización pacífica.Vencidas las dificultades legales, quedaba por re­solver la cuestión más a.rdua de allegar fondos. Paracolmo de males Wálker cayó enfermo y hasta finesde abril no le fué posible procurarsp. los pocos mi­les de pesos que necesitaba para fletar y cargar un

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barco. Entretanto el general J~rez, que mandabaen León el t>jército democrático, había celebradouno ó dos contratos más con otros americanos, áexcusas de sus superiores. También los granadinos,para no quedarse atrás de sus rivales los demócra­tas, enviaron á don Guadalupe Sáenz á California,con el encargo de contratar reclutas para su parti­do. Pero nada de esto dió resultado, y los leoneses,acorralados en su propio departamento, ansiabanla lIeg-ada de W álker. A la postre pudo éste reunirescasamente el dinero necesario para comprar laembarcación destinada á transportar á los nuevosargona utas.

En el registro del movimiento marítimo dt> laad.uana de San Francisco se consigna, entre las sa­lidas del 21 de abril de ISSS, la del bergantínVesta, capitán Briggs, con destino al Realejo }'cuarenta y siete pasajeros. No salió, sin embargo,con todo y que cincuenta ó sesenta hombres seinstalaron á bordo. A última hora surgió un nuevoobstáculo, No encontrando nada mejor, y á pesarde que era un barco viejo y lento con treinta añosde servicio, W álker había comprado ya el Vestacuando supo que estaba respondiendo por variasdeudas contraídas por los propietarios anteriores.Fué embargado pc)r 'el alguacil y para mayor se­guridad despojado de sus velas que se pusieronen depós'Íto eH un almacén. Luego se presenta­rOIl nuevos acreedores con reclamos antiguos,dispuestos á poner otros embargos en cuanto se le­vantara el primero. Todo el que tenía un re­clamo, real ó ficticio, contra el infortunado bergan­tín' se apresuró á presentarlo, sabiendo que Wál­ker no podría dejar de pagar sin correr el riesgode meterse en un fastidioso litigio, y para él la de­mora significaba la muerte de sus esperanzas. Un

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cúter aduanero se situó á la par del bergantín, listopara impedir cualquier intento de fuga. Los expe·dicionarios se impacientaron, pero Wálker los cal­mó con la promesa de una pronta salida. Buscó alacreedor que había puesto el embargo y pudo con­vencerlo de que 10 levantase en buenas condiciones;pero tuvo que echar mano del último dólar parapagar los e~travagantes honorarios del alguacil,que subieron á trescientos pesos. El último pagose hizo el 3 de mayo y Wálker obtuvo permiso pa­ra pedir al cúter aduanero que le ayudase en la ta­rea de colgar las velas, lo que se verificó de nochey de prisa. Pero aunque ya había salido de manosde los agentes del gobierno, el Vesta seguía dete·dido á causa de un proceso c..ivil y un guarda esta­ba instalado á bordo. Ne atreviéndose el capitán ácorrer los riesgos de un paso ilegal, un nuevo co­mandante, M. D. Eyre, fué con~ratado sobre lamarcha. Se presentó é~te á bordo hacia media no­che, después de haber alquilado un remolcador paraque sacase el bergantín mar afuera, y hacia la unade la madrugada del 4 de mayo de 1855, el repre­sentante de la ley fué transbordado al remolcador,se soltaron las amarras y cincuenta y seis filibus­teros se hicieron á la vela para un viaje de 2,700millas en un bergantín desvencijado, con rumbo áun puerto hostil. Se cuenta que en el momento dehacerse á la mar, W álker invitó al guarda á quepasase á su camarote yen pocas palabras le dijo losiguiente: "Señor, aquí tiene ,V. cigarros y vino;también hay grilletes y esposas. Escoja V." Con·forme á este Cl)ento, que parece apócrifo, el guardaresultó ser hom"tre de mundo y el Vesta salió.

W álker respiró con más libertad cuando elGolden Gate desapareció en el horizonte y el re­molcador Resolute, último tentáculo del pulpo de la

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ley, se fué convirtiendo en una nubecita de humosobre el agua. Asediado con pequeños procesos, lomismo que Hernán Cortés, iba también como éstehacia un nuevo destino, acompañado de unos pocoshombres escogidos. Confiaba en la superioridad dela civilización sobre la barbarie y en la certidumbrede que tendría el apoyo de su patria, tan prontocomo la victC1ria coronara sus armas.. porque eltriunfo acarrea el lJerdón aun de culpas más gravesque la guerra ilegal. En cuanto á las consecuenciasde un fracaso. Wálker no las tomab:.:t en cuenta. Elesforzado cazador que penetra en la guarida de un~eón, no se pregunta lo que sucedería si llegara áfaltarle la fuerza ó el acero al enfrentarse con sucolérico adversario. A pesar del resultado final, hayalgo que conmueve en la historia de los cincuentay seis hombres que salieron una noche fugitivos ála conquista de un imperio i y fracasaron! Porquelas empresas de esta naturaleza no se deben juzgarpor el número de los actores ni la cantidad de susrecursos, sino por los hechos de los aventureros.Bien dice Prescott que "no es el número de loscombatientes lo que hace la importancia de un conRicto, sino sus resultados. el talento y el valor delos actores. Cuanto más limitados son los medios·de que se dispone, tanta mayor ciencia se necesitapara emplearlos debidamente".

La expedición navegó por las costas dei Pací­fico. El viaje fué larg-o y borrascoso. Después dehaber tocado en la Isla del Tigre para tomar unpiloto, echó anclas el bergantín en el puerto nica·ragüense del Realejo el 16 de junio. El antiguoRealejo, términ dd viaje del Vestá, fué en otrostiempos asiento de una próspera ciudad española yes bue.n puerto, ab. i.;ado y profundo; pero con tan­ta frecuencia lo saquearon los bucaneros, que los

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habitantes tuvieron que abandonarlo para construiruna poblaci6n del mismo nombre á cinco millasaguas arriba del río, que s610 es accesible para em­barcaciones de poco calado. Los aventureros sereembarcaron en canoas 6 bongos, cavados en tron­cos de ceiba, y hacia las cuatro de la tarde del mis·mo día hicieron su entrada en N uevo Realejo. Cas­te1l6n y sus ministros estaban en Le6n, la capitaldem6crata, para donde salieron W álker y el mayorCrócker al siguiente día, escoltados por el coronelRamírez y el capitán Doubleday del ejército nica­ragüense El director provisional recibi6 calurosa­mente á su nuevo aliado, y en seguida fueron incor­porados los inmigrantes en el ejército de Nicaragua.Form6se con ellos un cuerpo independiente con elnombre de La Falange amerzcana, que se puso bajoel mélndo inmediato de sus propios oficiales. El 20

de junio W álker recibió el grado de coronel, AquilesKewen el de teniente coronel y Timoteo Cróckerel de mayor. En el acto se les di6 la orden de se­guir por agna á Rivas, ciudad de 11,000 habitantes,situada en el departamento meridional, que estabaen poder del enemigo. Doscientos hombres, á lasórdenes del coronel Ramírez, fueron destacados pa­ra apoyar á la Falange; pero tan sólo la mitad deéstos respondieron al llamamiento cuando se pasólista en el Realejo, el 23 de junio, en el momentode levan tar anclas el Vesta.'

Wálker había visto ya lo bastante para con­vencerse de que su ambición nada tendría que te·mer de sus nuevos amigos. Castellón era un caba­llero amable é irresoluto; Muñoz un ambicioso vano,pero incapaz; la soldadesca mal disciplinada y ve­leidosa: el espíritu de bandería había apagado has­ta la última chispa de patriotismo en el pecho delos que la formaban. U nos pocos centenares de

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éstos,· que llevaban el orgulloso título de vetetanos,habían respirado la pólvora y eran capaces de en·frentarse al enemigo, aun después de una marchade cuarenta millas bajo 10il rayos del sol de los trópi­cos. Vestían elegante uniforme Ir llevaban fusily morral.

Pero los cien reclutas de Ramírez eran un cuer­po falstajiano (*) é indolente de alegres truhanes,que dedicaban al juego y la chismografia todo eltiempo que no les tomaban las escaramuzas. Con­forme al proverbio de su país "eran capaces de ju­garse el sol antes de amanecer". Notable contrasteera el que presentaban con estos hijos de la Natu·raleza los hombres de California, dotados de ner­vios de acero y valor indómito, en cuyo carácterel vicio perdía mucha de su vileza, por carecer detodo móvil mezquino; hombres para quienes "nohabía crimen, ni calamidad ni vicio tan detestablescomo la cobardía". En su índole varonil no cabíala traición, la perfidia ni otras pasiones más bajasaún, hijas de una sociedad en que la ley, único re­medio contra el mal, amenudo se convierte en elescudo más fuerte del malhechor. U na vez hechala condensación de sus virtudes en las dos que sellaman valor y lealtad, poco se puede añadir en sufavor; tampoco ellos aspiraban á más ni la justiciaestricta podría concederles mayor galardón.

Audaz era el proyecto de atacar al enemigo ensu guarida. Rivas y sus vecindades son las partesmás pobladas de Nicaragua. En la ciudad viven11,000 almas; el departamento de este nombre y eloriental, fronterizo, tienen 20,000 habitantes el pri­mero Y 90,000 el segundo. Cuatro días después dehaber salido del Realejo, la expedición, compuesta de

(*) Alusión á Falstaff, tipo d~l sol:lado glotón, bebedor, cobarde,jactancIoso y desvergonzado, creado por Shákespeare.

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165 hombres, desembarcó en un punto de la costacerca de Brito, dirigiéndose inmediatamente á Ri­vas á marchas forzadas. A media noche los sor·prendió un fuerte aguacero, en medio de un paísdesconocido, pero siguieron caminando con trabajoy paciencia por profundos barrizales, haciendo loposible para impedir que se mojasen las preciosasmuniciones. En la segunda noche de su marcha,el mal tiempo se mostró aliado útil permitiéndolessorprender y capturar un piquete enemigo en elpueblo de Tola. A la mañana siguiente fueron re­compensados con la primera aparición del lago deNicaragua, de sin rival belleza. Wálker, que habíacontemplado las magnificencias de Suiza, Italia yCalifornia, abre un paréntesis en la narración desus peligrosas aventuras, para consignar los encan­tos del paraíso terrenal á donde había venido ádesencadenar los horrores de la guerra. Entre él yel lago estaban seiscientos legitimistas,· acuartela­dos en Rivas y en espera del ataque.

No se perdió tiempo al foco lar el plan de asal­to. Correspondió á la Falange el puesto de honor,debiendo apoyarla, en calidad de reserva, los sol·dados de Ramírez. Kewen y Crócker mandaban álos americanos, quienes avanzaron sin vacilar, reci­biendo el fuego del enemigo con la serenidad deuna tropa veterana y reservando el suyo para cuan­do resultara más eficaz. Hicieron luego una des­carga, y dando un alarido se lanzaron sobre laavanzada de los serviles, rechazándola por lasestrechas calles hasta la plaza. Aquí presentó elenemigo obstinada resistencia. Crócker recibió dosheridas graves; una baJa de fusil le rompió el brazodf:recho, pero tomando su pistola con la mano iz­quierda siguió haciendo fuego contra el enemigo,hasta que una tercera bala lo tendió muerto en el

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suelo. Wálker, que había acompañado á sus com­patriotas en la carga, acudió entonces á las reser­vas para decidir el lance; pero no parecieron porninguna parte. Aquellos haraganes habían huído aloir el primer tiro. Notada por el enemigo la deser­ción, apretó de tal modo á la desamparada Falan­ge, que se vieron compelidos los americanos á bus­car rt::fugio en algunas casuchas de adobes, detrásde cuyas paredes se sostuvieron durante tres horas;pero el juego era desigual, porque cada hombrefuera de combate equivalía á tres adversarios. A­quiles Kewen fué el segundo oficial que cayó; elaudaz explorador Doubleday recibió una bala en lacabez.l, pero sin fatales consecuencias. Viendo quetenía seis muertos y doble número de heridos,Wálkd dispuso una salida. Los enemigos habíanperdido ISO hombres, entre muertos y heridos, y elgeneral Bosque que los mandaba creyó más pru·dente no estorbar la retirada de los americanos.Con coba rde ferocidad mataron los serviles á losheridos que habían quedado en la plaza y celebra­ron su victoria quemandú los cadáveres. La fatídi·ca hoguera brilló súbre la dudad cuando el ren­dido filibustero hizo alto en su retirada, cerca delcamino del Tránsito que conduce á San Juandel Sur. A la mañana siguiente continuaron sumarcha hacia esta ciudad, á donde llegaron alanochecer del 30 de junio, en el estado más desastroso. Algunos habían perdido los zapatos, otruslas botas y todos estaban extenuacios por la batalla.ToJo el espíritu del filibusterismo está resumiuo enel hecho de haber ingresado en aquel momento dosreclutas en las filas de la Falange. "El tejano Há­rry McLeod y el irlandés Péter Burns", merecenque sus nombres se mencionen por esta prueba deaudacia característica.

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El Vesta cruzaba en frente de la costa, en es­pera de órdenes de Wálker. quien le mandó apre­sar la goleta costarricense San José para el trans­porte de su tropa al Realejo. disculpando su proce·der con el argumento de que ese mismo barco ha­bía servido ya para llevar de Honduras á Nicara·gua al general Guardiola con un3. misión h9stil,violando así los deberes que le imponía la neutrali­dad. Esta goleta fué confiscada un año más tardepor Wálker, porque navegaba con regi:.tro falso;y habiendo sido armada en guerra, con el nombrede Granada, desempeñó un papel de gran impor·tancia en el punto culminante de la tragedia.

En este momento crítico de su vida, la entere~

za de Wálker fué puesta duramente á prueba. Unapareja de americanos disoluto~, que habían estadoviviendo durante algún tiempo en San Juan, yafuera por efecto de borrachera. ya por malevolenciaó con intento de robar, incendiaron el cuartel, po­niendo toda la ciudad en peligro de ser destruida.Previendo Wálker que este hecho iba á ser atribui,do á sus soldados, tomó las medidas necesarias pa­ra castigar á los delincuentes. Uno de ellos esca­pó de las manos del piquete que se había enviadopara fusilarlo. El otro, un tahur llamado Dewey,se refugió en un botecito que estaba amarrado ála popa del San José. E 1 bribón estaba bien ar­mado y cualquier intento de capturarlo habría teni·do fatales consecuencias para uno ó más de susagresores. Wálker pasó toda la' noche custodian­do el bote con una guardia, listo para matar al pícaro ó cogerlo si trataba de escaparse. Al amaneocer, la goleta se hizo á la vela, remolcando el boteen que yacía Dewey. amparado detrás de una po­br~ mujer nicaragüense, su triste querida. El taohur, coqto era bien sabido á bordo, tenía una pun-

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tería infalible; por otra parte, sus perseguidores lu­chaban con el temor de herir á la mujer al hacerfuego. Por fin se levantó para cortar la amarradel bote y en el mismo instante una bala de riflepuso término á su carrera. La pobre mujer fuéherida también, pero no de muerte. \Válker seafana en relatar con minuciosidad los detalles deeste incidente, para vil'ldicar el carácter de sus saté­lites. U n castigo tan severo no fué lección perdi­da para los que pudieran haber tenido acerca delfilibusterismo un concepto más lato que el de sujefe.

El mismo día encontraron el Vesta en el mar,y habiéndose pasado al viejo bergantín, llegaron alRealejo el I? de julio. \Válker estaba justamenteexasperado por la deserción de sus aliados en Ri­vas v con firmeza rehusó continuar en el serviciomilitar demócrat~. si no se le daba, en caso deemergencia, un auxilio mejor garantizado que elque podía esper;1 rse de la rivalidad de los jefesnicaragüenses. La Falange permaneció varios díasen León, donde sólo la energía de su comandantepudo evitar un conflicto con las tropas de Muñoz,que había fomentado la desconfianza contra losrecién llegados. Viendo por fin que el gabineteno podía ponerse de acuerdo acerca de una políticadeterminada, Wálker se llevó su tropa para el Rea­lejo, á pesar de haber hecho un nuevo contrato,conforme al cual la Falange debía ser incorporadaal ejército de Nicaragua en número de trescientoshombres y recibir cien dólares mensuales para cadauno y quinientos acres de tierra por cabeza al tér­mino de la guerra. Llegado al Realejo embarcósus gentes en el Vesta, con el aparente propósitode irse á Honduras y ponerse al servicio del,presi­dente Cabañas. Nada, sin embarg-o, estaba tan

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lejos de sus intenciones. El departamento mert­dional, que dominaba la vía del Tránsito era elpunto á cuya adquisición tendían invariablementesus deseos. Bien sabía él que para mantenerse enNicaragua era preciso conservar abierta sus comu­nicaciones con los Estados Unidos y los reclutas,que vendrían entonces de seguro t:-n tropel á poner­se bajo su bandera.

Castellón se hallaba perplejo, igualmente te­meroso de separarse de sus valiosos aliados co­mo de disgustar á Muñoz deteniéndolos. Los aza­res de la guerra decidieron la cuestión. Los le­gitimistas, al mando de Corral y de su aliadoGuardiola. se iban' acercando mucho á León. San­tos Guardiola, cuyo nombre se pronuncia todavíacomo una maldición en· todo el istmo, era un hon­dureño que se unió á los enemigos guatemaltecosde su país y que por sus crueldades, no igualadas,con jóvenes y viejos, hombres y mujeres. adquirióel temido apodo de "Tigre de Honduras". Habíasurgido de la cepa que produce las nueve décimaspartes de los"asesinos· y ladrones de la AméricaCentral: la amalgama indoafricana conocida con elnombre de zambos.

U n enemigo mortífero, el cólera, comenzabatambién á ejercer sus (~stragos en el departamentodemócrata. Muñoz :lVanzó con 600 hombres alencuentro de las fuerzas de Corral y hubo un vio­lento combate en el Sauce. ~I enemigo fué recha­zado, pero Muñoz pereció en la refriega. La pér­dida de este jefe iinpresionó más á Castellón queaquella victoria pasajera y continuó pidiendo áWálker que regresase; pero ya éste se había ase­gurado la cooperación de un partiQario influyente,D. José María Valle, quien después de engancharciento sesenta hombres para la expedición contra

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el departamento meridional, propuso á W álker, conla típica lealtad de su tierra, que se pronunciasecontra Castellón, proclamando un gobierno inde­pendiente. W álker tuvo la suficiente honradez pa­ra rechazar la poco grata sugestión, aunque no va­ciló nunca en desobedecer las órdenes del directorprovisional, cuando éstas contrariaban su políticapersonal. De consiguiente, el 23 de agosto zarpóel Vesta, otra vez con rumbo al departamento me­ridic;mal, r llegó á San Juan del Sur el 29. Alacercarse el barco huyeron los legitimistas. E~tan­

do los americanos en el puerto pasó el vapor quevenía de San Francisco, llevándose á su regreso,en calidad de agente reclutador, á Párkp.r H.French, que andando el tiempo se hizo notable.

Después de una permanencia de cuatro díasen el puerto, W álker salió con dirección á Rivas,donde Guardiola y 600 serviles estaban esperandola ocasión de recuperar los laureles perdidos en elSauce. Al cabo de algunas horas de marcha, losamericanos hicieron alto para almorzar en la bahíade La Virgen, sobre el lago, y fueron atacados in­mediatamente por todas las fuerzas de Guardiola,que después de haber ido á marchas forzadas hastacerca de San Juan, regresaron á La Virgen en posde los americanos. Atacado de frente y por losflancos, W álker dispuso bien su pequeña fuerza.Habíale enseñado la experiencia que no bastaba lasuperioridad de la disciplina, de la pericia y del va .lor, para contrabalancear la ventaja numérica deocho contra uno en campo raso. Ahora se le pre­sentaba la oportunidad de hacer un ensayo en· laproporción de uno contra cinco, con el. terreno ásu favor. La Falémge, como de costumbre. resis­tió el embate de la batalla; pero los nicaragüenses,mejor dirigidos, pelearon bien. Guardiola fué re-

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chazado por todas partes, á pesar de que sus tropasmostraron un valor temerario, de que fueron prue­ba los 60 cadáveres que allí dejaron. Pero no ha­bía bravura que pudiera resistir á la mortal punte­ría de ¡os americanos, quienes ya fuera con rifle 6con rev6lver no desperdiciaban tiro. El combate,que está lejos de merecer el nombre de batalla, dur6s610 dos horas; pero fué bastante largo para infligiral enemigo una pérdida de 60 muertos y 100 heri·dos. Al terminar, Guardiola rehizo sus desmorali­zadas fuerzas, replegándose á Rivas. W álker, Dou·bleday y algunos otros resultaron heridos; pero s610murieron tres de los aliados nicaragüenses.

Wálker regres6 á San Juan del Sur, donde sele agregaron algunos reclutas, pasajeros amI 'rica·nos que regresaban de California, Supo allí tam­bién la muerte de Castellón, víctima del cólera.Don Mariano Escoto, sucesor de éste, felicitó calu­rosamente á Wálker por el triunfo alcanzado en LaVirgen y le ofreci6 ayudarlo. Informado W álker,por cartas de las autoridades de Granada que ha­bían sido interceptadas, de que esta ciudad estabacasi indefensa, resolvió atacar la ciudadela de loslegitimistas sin espetar el avance de Corral, quehabía reemplazado á Guardiola en d mando delejército. Para mostrar el desprecio que le inspira.ba aquel jefe, remiti6 la correspondencia intercep­tada al cuartel general legitimista, y no fué poca susorpresa cuando le llegó un atento acuse de recibode Corral, junto con un documento cubierto de je­roglíticos, que resultaron ser signos mas6nicos. Unfrancmas6n de la Falange, llamado De Brissot, losinterpret6 en el sentido de una proposici6n paraentrar en n~gociaciones secretas. No se le dióninguna respuesta.

Siguieron viniendo reclutas al campo demó·

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crata. El coronel Charles Gilman, veterano deSonora que no tenía más que una pierna, llegó con35 hombres de California. Los aliados nicara­güenses eran ya cerca de 250. Consiguiéronse dos

. pequeños cañones y fueron debidamente montados.Hacia el 1 1 de octubre; W álker lo tenía ya todolisto para dar el más audaz de sus golpes, la tomade Granada, ciudad que los legitimistas queríantanto, especialmente sus orgullosos habitantes, co­mo los moros de la vieja España á la que allí osten­ta el mismo nombre.

Corral estaba concentrando sus fuerzas en Ki­vas, con la esperanza, no exenta de temnr, deencontrar al enemigo en el camino del Tránsito.No parece haber tenido sospecha algun"l de que seproyectase un ataque contra la capital. Abunda­ban las disensiones en el campo legitimista, dondeGuardiola y Corral se disputaban el mando en je­fe. Por otra parte, los demócratas nicaragüenses,cualesquiera que fuesen los celos que 1<s inspiraransus aliados extranjeros, disimulaban cuidadosamen­te sus sentimientos bajo la capa de una gran cor­di alidad. W álker estableció la más severa disci­plina, sin distinción de nacionalidades, sa7.0nándolaá veces con rachas de buen humor. Habiendo dis­putado toda. una noche dos (Aiciales nicaragüensesacerca de una querella, vieja ó nueva, recibieronorden de zanjar la cuestión á la mañana siguientepor medio de un desafío; pero al amanecer ya sehabía evaporado su coraje y no se oyó hablar másdel asunto.

Por fin, el 11 de octubre, el ejército demócrata,compuesto de cerca de 400 hombres, salió hacia LaVirgen por el blanco camino del Tránsito. La Fa­lange marchaba alegremente por la polvorientacarretera. Casi todos los que la formaban eran

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jóvenes, altos, robustos y animosos. Su uniforme,si así puede llamarse, consistía en una cinta rojaatada en torno del negro sombrerQ gacho. Lleva­ban camisa de lana, roja 6 azul, toscos pantalonesmeticios dentro de las pesadas botas, con un revól­ver y un cuchillo en el cinturón y un precioso rifleal hombro. En las filas se veían muchas carasnuevas y se echaban de menos algunas de las anti.guas, que habríah de hacer falta para cualquier ta­rea de confianza ó de peligro. Diez de los primi·tivos cincuenta y seis habían caído en el campo debatalla: Kewen, valiente veteranu de México y deCuba, Crócker, McIndoe, Cótam, Háiley, Hews,Wilson, WíIliam y Frank Cole, y Estabrook. Al­gunos estaban ausentes con licencia, entre ellos elexplorador Doubleday, que se había vuelto á sutierra disgustado por una reprimenda inoportunade su jefe. El enojo no duró mucho; pronto sehastió Doubleday de la vida pacífica y fué bien re­cibido por Wálker cuando volvió al servicio ac­tivo.

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Capitulo IX

UNA VICTORIA SERVIL EN EL NORTE. - WÁLKER EN LA CIUDADELA

DEL ENEMIGO.- FUSILAMIENTO DE MAYORGA. - RIVAS ELECTO DIRECTOR

PROVISIONAL.-TRAICIÓN y CASTIGO DE CORRA L.-NARRACIONES DE L~

PRENSA.

Corra] se hallaba en Rivas con el grueso delejército legitimista, vigilando cuidadosamente ]osmovimientos de su f:nemigo por medio de escuchasy espías. U no de éstos, que se cogió en el campodemócrata, fué juzgado por un consejo de guerray fusilado sumariamente. Imaginábase Corral habercogido á sus adversarios en· una trampa, y de acuerdo con esta idea ponía todo empeño en impedirlesla retirada hacia San Juan, para cortar así los re­fuerzos que lps llegaban de California. En verdad,]a situación de los demócratas parecía desesperada.En el norte acababan de ser derrotados los leone­ses por el general Mart.ínez en Pueblo Nuevo, y elvencedor tan sólo se había detenido de paso enGranada, para recibir una espléndida ovación an­tes de venir á Rivas á tomar parte en el exterminiode los filibusteros.

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Aquel había sido un día de gala en Granada.Desde el amanecer hasta media noche sus diez milciuJadanos alborotaron calles y plazas con franca­chelas y congratulaciones. Salvas de artillería die­ron la bienventda á los vencedores, las campanastocaron alegremente todo el día, y en bombas ycohetes se desperdició en su honor una pólvorapreciosa. El aguardiente corrió como si fuese agua,á extremo de que los valientes soldados 'suplicabanque no se acabase con Wálker antes de que hubieravisto las caras de los héroes de Pueblo N lJevo. Lagrandiosa fiesta, prQlongándose durante gran partede la noche, no concluyó hasta que el último bo­rracho bullicioso fué á esconderse en. su casa ó setendió en la calle á soñar con renovada felicidad alsiguiente día. El rezagado novio se había despedi­do ya á los acordes de la guitarrá; en la plaza prin­cipal la guardia cQbeceaba en torno del fuego, entanto que de las lejana!7 avan?:adas llegaba con in­tervalos el largo y nasal ¡alerta! de los centinelas,grito melodioso, tan distinto del rápido¿ quién vive?del soldado francés, como de los duros mono'sílabosdel inglés.

Ya Granada se había: entregado al . sueñocuando un vaporcito, con las.luces y fuegos cubierctos, avanzaba despacio á lo largo de la costa. Nin­gún ruido turbabet la quit·tud del lago, excepto elsusurro del agua ó el chapoteo del caimán sorpren­dido. El jaguar que rondaba los naranjales de laribera dió la voz de alarma, repetida por las avesnocturnas; pero el aviso no fué oído por los centi­nelas amodorrados. Dormitaron éstos á la par delos agonizantes fuegos, hasta que la claridad gris dela mañana surgió sobre las montañas y las campanasde las iglesia!> y conventos renovaron sus alegrestoques. Uno que otro centinela perdido conte5tó

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,. con un disparo; se oyó un tiro. luego otro y otros;:<.:. de pronto, una descarga seca y breve, como nunca,. sonaron las de los fusiles de cañón liso, atronó el

espacio. Los alegres toques de las campanas se tro­caron en rebato, al entrar corriendo á la plaza uncentinela que venía del arrabal del sur gritando

.' despavorido: "¡El enemigo! ¡Los filibusteros!" De­trás de él apareció el desbandado piquete, perseoguido por la avanzada de los americanos, conWálker y Valle que galopaban siguiéndoles lapista.

Pasado el primer momento de pánico, la sor=prendida guarnición se rehizo y prest-ntó una cortaresistencia en la plaza, hasta que fué barrida poruna impetuosa carga de los invasores, En menostiempo del que ha sido necesario para contarlo,ciento diez filibusteros tomaron por asalto á Grana­da, sin perder un solo hombre, literalmente hablando, porque la única víctima de su lado fué un niñoque tocaba el tambor.

La sorpresa fué completa y las consecuenciasde suprema importancia para \Válker, quien desdela ciudad capital de los &erviles podría en adelanteimponer condiciones á Centro América. Corral ha­bía sido completamente burlado, porque sólo W ál­ker y sus ayudantes de confianza, Valle y Hórnsby,conocieron el objeto de la expedición al salir de labahía de La Virgen.

Tan pronto como hubo organizado un gobier­no provisional y convencido á sus aliados nicara­güenses, mediante severas disposiciones, de que la

- ciudad conquistada no padecería el saqueo y vio­lencia de costumbre, Wálker mandó una delegaciónpara negociar con Corral. Los' enviados recibieronuna atenta negativa, á la vez que Mr. Whéeler,ministro de los Estados Unidos que los había

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acompañado en carácter de pacificador. fué reduci­do á prisión y amenazado con otros castigos, lo quemotivó después mucha correspondencia diplomáti­ca y gran derrame de tinta oficial.

Entretanto la esperanza de un arreglo pacífi­co fué seriamente comprometida por la insensatezde uno de los nuevos reclutas de W álker, PárkerH. t- rench. Había venido éste de San Juan con unatropa procedente de California, y después de cru­zar el Tránsito se apoderó de uno de los vapores dellago, con intención de to~ar el castillo de San Car­Jos, situado á la entrada del río San Juan, el mismofuerte que en los días de su grandeza había sido lallave de la vía dd Tránsito y de la navegación dellago. French fué rechazado con facilidad y se vinoá Granada á dar cuenta de SllS desventuras. Ha­biendo llegado á Rivas la noticia de su atentado,algunos soldados legitimistas, por vía de represa­lias, atacaron y mataron á seis ó siete californianosque estaban aguardando en La Virgen una oportu­nidad para trasladarse á la costa del Atlántico. Po­co después el comandante del fuerte de San Carloshizo fuego contra un vapor que se dirigía al oeste,matando algunos pasajeros, que eran tan inocentesdel crimen de complicidad con French ó los filibus',teros, como las otras víctimas de La Virgen. Laprotesta del ministro americano habiendo sido tra·tada con desdén, Wálker, con justicia muy discuti­ble, se desquitó ordenando que el secretario de es­tado I,'gitimista dón Mateo Mayorga, que habíasido hecho prisionero en la túma de Granada, fuesejuzgado por un consPjo de guerra. Hacer responsable á un ministro de los actoi de su gobierno ensemej;olllte forma, equivalía á ampliar con la vengan­za los principios del gobierno constitucional. Elcl1nsejo de guerra, compuesto de compatriotas del

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mini!>tro, lo declaró culpable y Mayorga fué fusiladoen caliente. (*) Aunque se abstuvo de intervenirpersonalmente en el asunto y sancionó de malagana la sentencia de muerte, es evidente que Wál·ker había comenzado ya á aprender la manera deguerrear en Centro Améri~a. Pero la ejecución deesta sentencia, si bien moralmente injustificada, fué .un acto juicioso desde el punto de vista político.Corral consintió inmediatamente en tratar de la pazy en tener una entrevista con Wálker el 23 de oc­tubre en Granada.

De nuevo se tocaron alegremente las campanas en esta ciudad y el veleidoso populacho celebróla fiesta, así significara paz ó guerra. La Falange,que ya contaba con unos doscientos hombres, seunió á la soldadesca nicaragüense para dar militar­mente la bienvenida á sus enemigos de la víspera.

Al :lcercarse Corral, W álker, acompañado desu estado mayor, salió á caballo hasta más allá delos suburbios para encontrarlo. Ambos jefes se sa­ludat :.10 con gravedad cordial y entraron á la ciu­dad, cabalgando estribo con estribo; fueron á laparroquia, en donde el padre VifTil, cura de Grana­da, celebró una ~nisa mayor y se cantó un Te Déum.Tampoc0 olvidó el buen padre demostrar en su.sermón las ventajas que su querida patria obten­dría acogiem!L en su seno á los extranjeros ameri·canos del Norte. Al revés de muchos de su (.ficio,el padre era un demócrata ferviente y se mostródurante toda su vida amigo caluroso de los ameri­canos. Era éste un hombre de una inteligencia sin·gularmente despejada y previsora, que miraba losintereses del país de prefi:rencia á los de partido,

(*) Mayorga fué fusilado sin forma de juicio alguna. Su muerte debeconsiderarse como un asesinato cometido á sangre fria.

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colocando la fraternidad humana por cima de lasdiferencias de cuna ó de credo: tipo bastante raro,aun en naciónes más tranquilas y menos impulsi­vas.

El hermoso Corral era el niño bonito de losgranadinos. Poseía los rasgos superficiales que pro­curan la popularidad: fachenda, prodigalidad, belle­za física y carácter risueño; pero era débil y vani­doso, y por 10 mismo indigno de confianza. Ya lohemos visto coqueteando con W álker cuando man­daba las fuerzas legitimistas; tratando acerca de lapaz y poniendo presos á sus emisarios. Al venirahora á Granada para terminar las negociaciones,traicionó los derechos del llamado presidente Es­trada, celebrando un pacto sélgrado con los leone­ses, cuyos actos fueron sancionados por el presiden­te nominal de éstos.

Conforme á los términos del convenio, don Pa­tricio Rivas fué nombrado presidente pro témpore,con el siguiente gabinete: Máximo Jerez, ministrode relaciones exteriores; Fermín Ferrer, ministrode crédito público; Párker H. French, ministro dehacienda; Ponciano Corral, ministro de la guerra.Wálker recibió el nombramiento de generalísimodel ejército, el cual se componía de 1,200 hombresdiseminados por todo el país. en pequeñas guarni­ciones. En León se estacionaron 500 hombres y losrestantes en La Virgen, Granada, Rivas y otrasplazas fuertes. Al general en jefe se le designó unsueldo de 500 dólares mensuales, debiendo gozaren proporción sus subordinados de una buena paga,ó .cuando menos de promesas de paga. Siete ciru­janos y dos capellanes estaban agregados al ejérci­to; el oficio de los primeros no era una canonjía.

Durante el curso de las negociaciones Corral,con la menuda sutileza de los políticos en miniatu-

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ra, había tratado de hacer caer á W álker en variastrampas, tales como la exigencia de que prestasejuramento sobre un crucifijo y otros puntillos refe­rentes al ceremonial, que dada su condición de pro­testante \Válker podía haber objetado; pero se abs­tuvo de hacerlo en su calidad de hombre de juicio.Pensó con rectitud que era de mayor importanciael respeto de un juramento que la forma en que sepresta; y en esto se diferenciaba de Corral que fuédetenido pocos días después de haberse formado elgobierno, por corresponder traidor;:lmente con losestados vecinos. Un correo nicaraguense engañó alfelón y puso en manos de W álker las fatales cartasque contenían pruebas indiscutibles del crimen delque las escribió.

A Xatruch, refugiado legitimista, había escritonueve días después de la firma del tratado, para pe­dirle que fomentase la hostilidad contra la nuevaadministración. En el mismo sentido escribió áGuardiola, el jefe servil hondureño, exhortándolo áque levantase los elementos legitimistas en todaspartes contra Jos americanos intrusos y decía: "Ni­caragua está perdida; perdidas están Honduras, SanSalvador y Guatemala si déjan que esto prevalezca.Que vengan pronto si quieren hallar auxiliares." (*) .El general Martínez, comandante de Managua, re­sultó también comprometido, pero fué avisado átiempo para poder huir del país.

En el acto W álker convocó al presidente y sugabinete y les demostró la evidencia de la culpabi­lidad de Corral. Se reunió un consejo de guerra,

(*) El texto original de este fragmento de la carta de Corral es el si­guiente: "Nicaragua es perdida, perdida Honduras, San Salvador y Gua­temala, si dejan que esto tome cuerpo; ocurran breves, l'.ncontrarán au­xiliares."

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cuyos miembros eran todos americanos, según parece por complacer los deseos del acusado. quiensabía que de sus compatriotas no era posible espe­rar misericordia. Por el mismo motivo no negó suculpa, entregándose á merced de sus jueces. conexceso de confianza en la generosidad de que hastaaquel entonces habían dado pruebas los america­nos. Fué sentenciado á morir fusilado á las doce del ,­día 7 de noviembre; pero después se pospuso la eje­cución de la ~entencia para las dos de la tarde. Losamigos del condenad(, hicieron cuanto fué posiblepor salvarle la vida. ayudándoles en esta piadosatarea los más notables hombres públicos y en parti­cular d padre Vigil, el benévolo apóstol de la paz;pero aunque \Válker estaba muy conmovido y preveía iJl:rfectamellte de qué manera odiosa sus ene·migas iban á explotar el hecho, se negó con firme­za á acceder á la súplica. La traición era demasia­do flagrante. el ejemplo, por desgracia, demasiadont~ce~ario. y el perdón de un traidor semejante habría sido una injusticia para con todos los hombresleales del país.

Corral murió á la hora señalada y la lección nofué del todo inútil para sus cómplices. Wálker hasido censurado cun acritud por este acto de severajusticia, especialmente en los Estados U nidos, endonde se le desfiguró presentándolo como el hechode un tirano suspi.caz, que así había querido desha­cerse de un rival peligroso. Perú no existe la menorrazón ('ara considerar la muerte dt' Corral, sino co­mo el castigo bien merecido de un villano que care­cía totalmente de escrúpulos. Toda su conductadurante la última guerra concuerda con 8U última yfatal trdición. Los mismos nicaragüenses, á pesarde su relajo moral en materia de lealtad política,confesaban, lamentando la mala suerte del hermoso

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Ponciano, que éste merecía llamarse coral, nombrede la bellísima pero mortífera serpiente del país.

La evidp.r,cia de que W álker procedió en estaocasión movido por un sentimiento de imparciali­dad justiciera, la tenemos en un hecho que ocurrióel mismo día en que Corral participaba su traicióná Xatruch y á Guardiola. Pátrick Jerdan, un solda­do de la Falange, disparó, hallándose en estado deembriaguez, contra un muchacho nicaragüense, hi­riéndole mortalmente. Jordan fué juzgado por unconsejo de guerra y condenado á muerte. El padreVigil y muchos otros, inclusive la hladi"e del mncha­cho asesinado, pidieron en vano la gracia del delin­cuente. El 3 de noviembre, tres días después de co­metido el crimen, Jordan murió fusilado al amane­cer. Los detractores de Wálker comentaron carac­terísticamente este hecho, pintando al juez imparcialcual otro Mokanna (*), que igualmente se compla­cía en el dolor del amigo y del enemigo. El histo­riador que investiga en las tinieblas del periodismocontemporáneo los hechos históricos admitidos co­mo ciertos, se hunde á cada paso, cuando estos he·chos afectan las llamadas tendencias políticas delmomento, en ciénagas de falsedades ó arenales mo­vedizos se tergiversaciones. Por desgracia. el malno ('stá limitado á una sola época ni á un solo pais.Siendo Wálker, como era, campeón, y lo que esmás, campeón fanático de un partido, sufrió lasconsecuencias inevitables de esto; es decir, que fuéelogiado y vilipendiado con i~ual ex¡.¡geración, se­gún los prejuicios políticos de sus críticos.

El ministerio vacante de la g-uerra se dió á don. Buenaventura Selva. El representante de los Esta-

(*) Atha ben Akem. llamado Mokanna, impostor musulmán que mu­rió el afio 780.

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dos Unidos reconoció la nueva administración. Losestados vecinos de tendencias liberales enviaronafectuosos testimonios de calurosa amistad; peroaquellos en que dominaba el partido servil guarda­ron silencio diplomático. La paz reinó en todos losámbitos de Nicaragua; pero aquella era la paz desus volcanes adormecidos.

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Capítulo X

EL FILIIlt:gTERISMO EN EL EXTERJOR.-LA EXPEDICIÓN DE KtN,.¡;;y.­

Los HLJIlUSTEROS y St:S ALJADOS.-UNA ARISTOCRACIA DE CUERO.-PIERCE

y MÁRCY.-RoMPIMIENTO en,. LOS ESTADOS UNIDOS.-COSTA RICA DECLA­

RA L.' GUERRA.-FRACASO DE SCHLÉSSINGER.--AvENTUREROS COSMOPOLI­

TAS.-RETIRO DE l.OS VAPORES.-HISTORIA DE l.A COMPARtA DEL TRÁNSI­

TO.-VÁNDEKBILT PROYECTA SU VENG.'l.NZA.-LA IMPRENTA EN El. CAMPO

DE BATALLA.

En los Estados Unidos, y especialmente enCalifornia, el pasmoso triunfo obtenido por Wál·ker fomentó un género de filibusterismo que se di­ferenciaba del que produjo la primera expedici6nde L6pez á Cuba en que era de un carácter máspujante. Francia é Inglaterra contemplaron conespanto esta solución Jt'l problema centroamerica·no. No menos alarmados se mostraban los ele­mentos conservadores de Hispano América, dondelos más reaccionarios hablaban con exaltaci6n deponerse bajo un protectorado europeo y de romperlas relaciones comerciales con los norteamericanos.México, Cuba, el Ecuador y Centro América esta­ban bajo la amenaza de expediciones filibusteras,

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en momentos en que Nicaragua era objeto de unainvasión iJar la costa atlántica. Recordaráse quela concesión hecha por el rey de Mosquitia á losShépards, había sido transferida á una compañíacolonizadora de los Estados Unidos. En virtud deesta concesión, Hénry L. Kínney, de Filadelfia,procedió á ocupar su propiedad; pero tropezó conmuchas dificuItadee; en el camino. La concesiónhabía sido revocada por Su Majestad en un mo­mento lúcido; la Gran Bretaña, en su calidad deprotectora del reino, repudió el contrato; Nicara­gua se negó invariablemente á n'conocer los dere­chos que sobre su territorio alegaban una y otraparte, y para colmo de males la autoridad federalarrestó al aventurero en momentos en que se pre­paraba á lIev~r á sus posesiones tropicales el pri.mer destacamelito de colonos. Para no relatar elfastidioso litigio que de esto se originó. baste decirque habiendo conseguido embarcarse la expediciónde Kínney. naufragó poco después en la isla delTurco, llegando por fin á San Juan del Norte enel estado más lamentable. Allí la esperaban nue­vas desazones. La mayor parte de los colonos mi­litares se fueron embarcados río arriba para com·partir la fortuna más halagüeña de W álker, al cualel mismo Kínney, dt>sesperanzado de llegar á susfines por falta de ayuda, hizo proposiciones dealianza ofensiva y defensiva. Pero su emisario ha·lló á Wálker bien atrincherado en el poder y ensu carácter de miembro del gobierno resuelto áconsiderar cualesquiera reclamos sobre el territo­rio de la Costa de Mosquitos, como meras usurpa·ciones. Si otras hubieran sido las circunstancias,habría dado tal vez una respuesta menos perento­ria que la siguiente amenaza: "Diga V. á Mr.Kínney, al coronel Kínney ó como se llame, que si

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lo encuentro en territ, ·no de Nicarag-ua, lo ahorcocomo hay Dios", El nuevo elemento que se habíaintroducido en la política de Nicaragua no dejabade mantener con ardor la soberanía del país, aun­que en esta tarea le faltara á veces la discreción.Wálker era quisquilloso en materias de dignidad yno dejó nunca de exigir el debido respeto á su persona, á su cargo y á su bandera. U n comercianteing-lés del Kealejo, que después de negarse á p~­

gar una contribución forzosa, había izado el UníonJack (*) con la sublime desenvoltura de su raza,recibió una invitación irónica de Wálker para quebajase el emblema ó mostrara el permiso que teníade su gobierno para enarbolar la bandera de unrepresentante oficial. "Si rehusa hacerlo-dijoWálker,-echaJ la bandera al suelo, pisoteadla yponed un par de grilletes al individuo". El ingléssabía lo bastante de leyes pé,ra comprender que ca­recía de autoridad para desplegar aquel pedazo deestameña, y por lo tanto lo dobló, pagó el impues­to y maldijo al abogado Janki que le había dadouna lección. Wálker era versado en derecho degentes; mas por desgracia no tomaba en cuentaque leyes tan sabias han sido forjadas para ponerá raya á naciones poderosas cuando tratan conotras igualmente fuertes. Pues no basta tener elderecho de su parte, ó conciencia del que á lino leasiste, si no se dispone de la fuerza necesaria paramantenerlo. Este curioso aventurero conservósi,empre un flaco abogadil por el derecho téc­niCO.

El éxito deslumbrador obtenido por la Falan­ge hizo olvidar los desastres de Kínney y muchas

(*) enion J<lck 'le llama la bandera especial que enarbolan losagentes diplomáticos y <:onsulares de la Gran ·Bretafla.

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partidas de audaces aventureros trataron de igua­lar sus proezas. Durante algún tiempo se pudocreer que en la tierra descubierta por Eric el Rojose había evocado y hecho revivir el espíritu d... losvikings. En la costa del Pacífico esas incursionestomaron, como se ha visto, proporciones formida­bles. Sonora, Arizona, la Baja California y aunlas islas Sándwich fueron los puntos á que ende­rezaron sus pasos los ambiciosos aventureros, al­gunos de los cuales nunca lograron realizar susproyectos; otros, como el coronel Crabbe, hicierontemibles pero breves campañas, tan s610 paramorir inútilmente, víctimas de la crueldad p.s­pañola.

Lo que impulsaba á los filibusteros á jugarsela vida y la libertad, no era ele ningún modo unamor abstracto por la independencia de sus aliados,ni tampoco una afecci6n desinteresada por éstos.Mostrábanse al contrario bastante inclinados á con­vertir en provecho propio ]os frutos de la victoriacaramente adquirida. Su fracaso lo caus6 la faltade carácter de sus aliados, quienes siempre los des­ampararon en llls momentos de apuro, dejandoque el extranjero se salvara como pudiese (*). Asísucedi6 en Cuba, Sonora y ~ icaragua, por más quehubo honrosas excepciones en todas partes. Eldesconocimiento que tf"nían del carácter hispano­americano y el desdén que les inspiraba, amenudomal disimulado, no contribuyeron á hacer la alian­za más sincera. En Nicaragua, por lo menos enlo que se refiere al tiempo á que ha llegado esta

(*) No parece por demás citar aqul las siguientes palabra de Wál­ker: "Al mismo tiem~o que los americanos se mostraban falsos hacia simismos y sus compatnotas, los nicaragüenses nativos estaban dando enRivas un ejemplo de fidelidad y grandeza de alma dignas de la raza quese habla naturalizado entre ellos". William Wálker, Historyof tlle l1/arin Nicarag·ua.

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narración, la gratitud era más fuerte que las pre­venciones y el partido favorable á los americanospoderoso y entusiasta. El pueblo bajo les fuésiempre fiel; Jos que odiaban al extranjt'ro eran loscalzados, las clases alta y media que componían elpartido conservador, y los odiaban porque sentíansu superiorIdad: de aquí su mayor inquina. Loscalzados eran ]os queJIevaba zapatos, distinguiénclose en esto de la plebe que iba con .los pies des­nudos. Una aristocracia basada en tan relevantemérito debía mostrarse, como es natural, celosa desus prerrogativas.

En casi todos los vapores procedentes de Ca­lifornia llegaban partidas más ó menos numerosasde reclutas. Entre los que arribaron al principioestaba un hermano de AquiJes Kewen, muerto enla primera b~;talla de Rivas. E. J. C. Kewen fuéuno de los miembros más distinguidos del estadomayor de W álker, en el cual sirvió durante toda laguerra. Como hecho bien característico dp. aqueltiempo, puede citarse el relato que los diarios deSan Francisco hicieron de un desafío verificado enesta ciudad, en que el coronel Kewen sirvió de pa­drino la víspera de embarcarse para Nicaragua.Los negocios antes que el placer.

lJurante los cuatro meses que siguieron á laformación del nuevo gobierno, Wálker reunió unafuerza compuesta de americanos y otros extranje­ros, que llegaba á mil doscientos hombres. Proce­dían éstos de todo el territorio de los Estados Uni­dos, pero mayormente de los estados del Sur y delos del Pacífico. En San Francisco se habíanabierto oficinas de enganche,cuyos agentes penetra­ban en los campamentos de mineros y las ciudadesdel interior, sin que las autoridades gubernativasse dieran por entendidas ni les pusiesen embara~

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zos (*). Siempre que surgía alguna dificultad, losvoluntarios compraban un billete hasta NuevaYork, deteniénduse en Nicaragua para gozar de unpoco de filihusterismo En los estados del Estelas autoridades tomaban más severas precauciones,aunque con poco resultado, porque como los colo­nes eran invitados por el gobierno nicaragüense,no podían ser legalmf-nte detenidos.

Entre los aventureros había muchos hombresde carácter perezoso y temerario, que llegabanatraídos por visiones de belleza y de saqueo, enmedio de la vida ampliamente licenciosa de uncampamento de piratas. Para esta clase de gentesla revelación de la realidad fué terrible; en vez dela relajada disciplina de una tropa de guerrilleros,encontraron un sistema de gobierno militar que po­día competir por lo inflexible de sus leyes con el delGran Federico. A la sobriedad de Wálker se aña­día la virtud, mucho más rara en hombres de suclase, de una absoluta castidad personal en lospensamientos, las palabras y los hechos. Detesta·ba la borrachera, el libertinaje y la blasfemia. Alque sorprendían vendiendo licor á un soldado, se lecastigaba con una multa de 250 pesos, y el bebe­dor sufría un arresto de diez días. Teniendo quepagar dos y medio dólares por una botella de pésimo whísky,y con el temor que inspiraban tan fuertespenas, la embriaguez era cosa rara en Granada. Enlas avanzadas la disciplina era menos severa, por­que oficiales y soldados se aprovechaban del aleja­mien to de su jefe para evadir sus órdenes. Porotra parte, los que observaban buena conducta eran

(*) El ministro de Costa Rica en Wáshington, D. Luis Malina,protestó enérgicamente contra la inercia de las autoridades de Califal"nia; inercia que se parecfa mucho á complicidad; sin embargo, 1\11' Márcy,secretario de estado, contestó con fecha 2 de abril de 1856, negando ro·tundamente los cargos hechos á su gobierno. O MI'. Márcy estaba mal in·formado ó no dijo la verdad.

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muy agasajados y recibían regularmente su pagade cien dólares, según dicen uno~, ó la cuarta par­te de esta suma, según otros, y además un derechoeventual sohre quinientas hectáreas de tierra.

S610 faltaba ya que se asegurase la paz pJ.raque Nicaragua se convirtiera t'n el verdadero "Pa­raíso de Mahoma", nombre que le dieron los con­quistadores españoles. Pero no habí:l. tal seguri­dad ni f'speranzas de obtenerla. :\unque Wálkerhubiese querido contentarse con los maravillosostriunfos que había logrado, no se lo habrían per­mitido para poner un freno á su ambición. Susenemig-os eran demasiado numerosos, potentes é im­placables. La Gran Bret~ña, que había estadoviolando durante medio siglo, secreta ó abiertamente, los derechos de las débiles repúblicas hispa­noamericanas, no podía consentir en que una presatan buena pasara á manos del odiado yanki. Su­pli6 dinero, hombres y armas á los estados vecinos,valiéndose de toda clase de pretextos para levantaruna cruzada contra los americdnos.

Enemigos igualmente encarnizados, pero me­nos poderosos para ofender á cara descubierta, in­fluenciaron el gobierno de Wáshington. El secre­tario de estaflo WílJiam L. Márcy era un políticoque ha dejado memoria por la enunciación de lafamos;\ máxima de que "á los vencedores corresponden los despoj(ls de los vencid0s". Márcy noabrigaba mala ,"oJuntad pt'rsonal contra \Válker ólos amigos políticos de éste; pues no era hombrecapaz de sentir inquinas ni rencores violentos; perollevó al alto puesto que ocupaba todas las aspira­ciones, todas las simpatía~, prejuicios y alianzas deun perfecto politiquero. Para él las tradicir nes desu país. la dignidad de su alta posición, d honorde la República eran ideas secund:uias. Lo que

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pudiera decir su partido. la crítica que harían desus actos en Albany ó en Wall Street, eran los pen­samientos que infiuían en su ánimo y gobernabansu conuucta. Como jefe y como hombre, FranklinPiercc era de una mentalidad tan baja como la desu secretario. Así fué que habiendo presentadosus credenciales en W áshington un ministro pleni­potenciario de N icaragua y protestado los demásministros residentes contra su recepción, el presi­dente y su secretario se sintieron terriblementeconstc::rnados. El ministro anterior Marcoleta, ápesar de haber sido retirado por el gobierno de Ni­caragua, se negó resueltamente á deponer sus fun­ciones. Los demás ministros extranjeros hicieroncausa común con Marcoleta, y el secretario de es­tado cometió la estupidez pasmosa de discutir se­riamente el caso con estos oficiosos caballeros. 1n­terpelado el coronel Whéeler, ministro de los Es­tados Unidos en Nicaragua, confirmó los títulos delgobierno de Rivas, que eran defacto y de jure,añadiendo, como prueba de la tranquilidad de quegozaba la nación, el hecho sosprendente de "no ha­ber en toda la Kepública un solo prisionero, cosaantes nunca vista en el p:¡ís".

A Mr. Márcy no le quedaba más remedio queaCt"ptar las credenciales, cuando el descubrimientode uno de los solemnes disparates de WáJker losalvó de esta humillación. Respecto del· ministrono podía hacerse ninguna objeción oficial; pero des·graciadamente para éste, se formularon contra elparticular cargos bastantes graves para que el fis­cal dd, distrito de Nueva York se sintiera autori­zado á mandarlo prender con motivo de una causacriminal (*). Este sujeto era Párker H. French,

(*) E~ arresto de French tué motivado por los trabajos que hizopara enviar refuerzos á Wálker.

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aquel mis~o héroe manco cuyo fracaso en el ata­que del castillo de San Carlos había desacreditadola Falange y provocado la matanza de La Virgen.W álker supo, cuando ya era tarde, los malos ante­cedentes de su enviado, cuya conducta en Nicara~

gua bastaba para des::lcreditarlo; pero considerandosu arresto como una violación de los privilegios di·plomáticos, lo retiró, despidió al ministro america·no en N icaragua y cortó las relaciones oficiales conlos Estados Unidos. Pasados algunos meses, ydespués de haberse negado el gobit:rno americanoá recibir un segundo ministro, D. Fermín Ferrer,W álker envió un tercer representante, el buen pa­dre' Vigil, que fué aceptallo en Wáshington, tantopor la t:levación de su caráctt:r, como por las noti·cias que llevó de haber derrotado W álker á susenenllgos de Costa Rica y repelido á los servilesdel norte. Franklin Pierce no era hombre quevolviese las espaldas á un amigo en la prosperidad;sin embargo, Mr. Márcy no participaba de sus bue­nos deseos. El ministro nicaragü(:nse fué recibidoen debida forma, pero t~opezó con tan estudiada des­cortesía de parte del secretario de estado y de sussubaltetnos, que aquel culto y amable caballero re­gresó con placer, después de breve permanenci.l enWáshington, al seno de la sociedad más urbana deNicaragua.

Pero ya la conducta veleidosa del preside I tePierce y de su gabinetp. había mostrado á los pers­picaces enemigos de Wálker en Centro América yen Europa el punto débil de su armadura. El fili­bustero, que estaba ya tan lejos de poder contarcon- el apoyo de su país natal, no tenía ningúnamigo aparente allí. Los c6nsules y capitanes debarcos de guerra ingleses comprendieron que po­dían aplastar impunemente al aventurero y re~t'lU-

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rar la supremacía de la influencia europea' en el ist­mo. Todos los partidarios de los serviles en losestados vecinos y los legitimistas desafectos en Ni­caragua, se unieron para expulsar al elemento ex­tranjero. El cónsul general de Costa Rica enLondres, escribió al presidente D. Jnan RafaelMora, en carta que cayó en manos de Wálker. queel gobierno de la Gran Bretaña e~taba dispuesto ávender á Costa Rica dos mil fusiles á precio nomi·nal, para "sacar á Wálker y los suyos de Nicara­gua á puntapiés." La amistad británica no er~ del¡todo desinteresaJa, ni procedió tan sólo por vía de.odio contra los americanos. Diecisiete millones de-dólares, invertidos por los capitalistas ingleses enbonos de Costa Rica, fueron la base sustancial deesta simpatía (*). Causa pena .meditar sobre elhecho de haber sido defraudados más tarde estosbonos hasta el último dólar.

U na diputación que Nicaragua envió á CostaRica á negociar un tratado de paz, fué expulsadaignominiosamente del territorio de este último país.También Guatemala, San Salvador y Honduras senegaron á reconocer la nueva admin istración .

El 26 de febrero de rR56 Costa Rica declaróla guerra á Nicaragua, con el expresado propósitode expulsar á los invasores extranjeros del territo­rio de la América Central. El lejdno Perú simpa­tizó con los cruzados, enviando un préstamo de15°,000 pesos para ayudar á la justa campa·ña. El presidente Mora reunió en el acto unejército de 9,000 hombres y se preparó á marchará Guanacaste. Inmediatamente lanzó Rivas unacontra dt:c1aración de guerra. W álker, en su ca-

(*) Los empréstitos levantados por Costa Rica en Inglaterra, nolo fueron hasta los afios de 1871 y 187'" '

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dcter de general en jefe, convocó á los suyos paraque se reuniesen en la plaza de ( ..ranada, y ha­biéndoles hecho leer la proclama de guerra, pro­nunció una arenga conmovedora, terminando confrases bien adecuadas á sus oyentes: "Les envia­mos la rama de olivo y nos devolvieron un cuchi­llo. Bien está. Les daremos guerra á muerte yles hundiremos el cuchillo hasta la empuñadura".

Por desgracia, el oficial escogido para dirigirel avance sobre Costa Rica, resultó ser un cuchillomás peligroso para la mano que lo esgrimía quepara el pecho que se le presentaba. El coronelLuis Schléssin~er recibió el mando de la tropa, enparte como compensación del mal trato que le ha­bían dado en Costa Rica cuando fué al1í en calidadde comisionado de paz. Otro de los comisionados,llamado Argü.el1o, se había pasado al enemigo; eltercero, el capitán W. A. Sútter, hijo del famosodescubridor de oro en California, fué el único Quedió pruebas de habilidad y honradez. W álker -notenía suerte en la elección de sus funcionarios civi­le~; pero debe considerarse que no había muchodonde escoger. Los estadistas de inspiración divi­na no acuden en manadas al sostenimiento de cau­sas tan peligrosas como la suya.

Si Schléssinger era malo como diplomático,como solJado era peor todavía. Habiendo salidocon una fuerza de 200 hombres (*), pasó la fronte­ra de Guanacaste el 19 de marzo. Cinco comfJáñías de 40 hombres cada una habían sido formadasconforme á la nacionalidad ú origen de los comba­tientes, de la siguiente manera: una compañía fran·cesa, al mando ,del capitán Legaye; una ·alemana,

(*) Wálker en su Hísfory of fIle War íl> Nical'tlgua dice que eran~ y El Nícm·aifÜel>u. órgano del mismo W'álker, al dar cuenta de labatalla hace subir el número de esta fuerza á 280 hombres.

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á las 6rdenes de Prange; una de Nueva Orleans,capitaneada por Thorpe; una de Nueva York,mandada por Creighton, y otra de California cuyojefe era Rúdler. Las compañías americanas esta­ban compuestas de hombres de todas las nacionesde lengua inglesa, "que habían reventado de lascuatro partes del mundo". Esta diferencia de na­cionalidades, de que un jefe hábil habría sabido sa­car provecho suscitando una generosa rivalid~d,

s610 fué manantial de flaqueza en manos del incompetente Schléssinger, que á más de no ser ame­ricano era mal querido de su tropa.

El primero y último encuentro ocurri6 en lahacienda de Santa Rosa, situada á doce millas dela frontera, en el Guanacaste. Schléssinger se dejósorprender. El enemigo, al mando de un expertooficial, el barón prusiano van Bulow. .lo atacó con500 soldados de línea, derrotándolo fácilmente (*).Schléssinger no hizo la menor resistencia y huyóal primer tiro, seguido de las coillpañías francesay alemana. El capitán Rúdler y el mayor O'Neillhicieron frente valerosamente con las compañías deCalifornia y de Nueva York, hasta que habiendosido muertos unos cincuenta hombres, los demásse salvaron como pudieron. Tan sólo un pobretamborcito se quedó tocando la caja con infantilalegría, hasta que cay6 muerto en su puesto. To­dos los heridos y los prisioneros fueron matadospor orden del presidente Mora, que había procla·mado la guerra' sin cuartel contra todo filibustero quese tomase con hs armas en las manos. Así termi­n6 la batalla de Santa Rosa, el 20 de marzo de1856.

A su regreso, S~hléssinger fué juzgado por un

(*) El barón von Bulow no se halló en la batalla de Santa Ro&a nilos 500 costarricenses eran soldados de llnea, sino simples milicianos.

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copsejo de guerra, declarado culpable de cobardíay sentenciado á muerte; pero se libró del castigoqúebrantando su palabra dura,nte el juicio y huyen­do á Costa Rica. Más de veinte años después lovemos reaparecer ante los tribunales de este país,pidiendo una recompensa por el servicio prestadoen la ocosión que se acaba de narrar.

El carácter heterogéneo de las filas filibusteras,aun á principios de la campaña, se puede ver por lalista de los prisioneros sacrificados después de labatalla de Santa Rosa, de los cuales seis habíannacido en los Estados U nidos, tres en Irlanda, tresen Alemania, uno en Italia, uno en Corfú, uno enSamos, uno en Francia, dos en Prusia y uno enPanamá.

Tan inesperada fué la derrota, que los vence­dores, temerosos de un ardid, no se aprovecharonde su ventaja para perseguir. Los descorazonadosfugitivos regresaron en grupos dispersos, algunos deellos sin armas, otros con las ropas hechas jirone..y todos con las orejas gachas y desoorados. Pa­ra encubrir su vergüenza exageraban el número y

·la hazaña del enemigo, el cual se había portadoverdaderamente con gran habilidad y valor, dandopruebas de ser un adversario formidable cuandoestaba bien dirigido. _

Durante algunos días reinó el pánico en elcuartel general demócrata. La situación era crítica.Los legitimistas nicaragüenses, siempre desafectosen secreto, se apresuraron á propalar la noticiade la derrota entre sus amigos del norte. Hon­duras y las repúblicas vecinas se afirmaron en supropósito de no reconocer el gobierno de Rivas,y Guardiola comenzó á concentrar sus hordas desalvajes en las fronteras de León. La desmorailzación cundió entre los mismos americanos. Oficiales

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poco antes sedientos de gloria, se sentían desfallecer'y comenzaron á suspirar por volver á la patria y ápedir licencia. Wálker se agitaba en la cama, en­fermo de fiebre, en tanto que sus enemigos conspi­raban contra él y los él migos de los días prósperosse convertían en desertores. Pero entre sus fielesveteranos había muchos corazones de bronce, hombres que amaban el peligro como el tahur los albu­res del juego, y que despedían á sus apocados com­pañeros con un desdén tan fino como el del viejoCarvajal, teniente de Pizarra, que cantaba: (*)

Los mis cabellitos. maz"te,uno á uno se los llevó el aire.¡ Ay pobrecicoslos mú cabellícos/

Otra desventura ocurrió en este momento álos filibusteros. Los vapores de la compañía delTránsito fueron retirados repentinamente del ser­vicio y se suspendió toda comunicación con Cali­fornia; y aunque esto detuvo la deserción, tambiénimpidió la llegada de nuevos reclutas. Este proce­dimiento de la compañía era el resultado de unamala inteligencia que venía de muy atrás. Con­forme á la carta de privilegio que le fué otorgada"la compañía contrajo la obligación de pagar al go­bierno de Nicaragua la suma de 10,000 dólaresanuales y el diez por ciento de su beneficio neto.La compañía sostenía haber pagado con algunaregularidad los 10,000 dólares, cosa que por suparte negaba el gobierno de Nicaragua, pero me­diante un procedimiento de teneduría de libros,

(*) Francisco de Carbajal, llamado por S\¡S crueldades El DI!1IIO­nía dI! los A1zdn, se puso á cantar este villancico famoso, al ver cómo 10iban abandonando sus compafferos en la batalla dt: Saxsahuamán contrael licendado Gasea, el 9 de abril de 1548.

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Así las cosas, el exabogado de Californiamand6 á las autoridades que embargasen las pro­piedades de la compañía para garantizar la deuda.revocando al propio tiempo la antigua concesi6n yot<·rganrlo una nueva á los señores Rándolph yCrittenden. Esto ('Curri6 el 28 de febrero. Elúltimo acto de la antigua compañía había sido eltransporte de 250 reclutas procedentes de San

bien conocido de los financieros, las cuentas .nuncaarrojaron un balance de beneficio neto sobre elcual se pudiera cobrar d diez por ciento ada.cional.Contra este engaño protestaron tímidamente alguna que otra vez lo débiles y efimeros gobiernos deNicaragua. Los agentes de la compañía contesta­ban con bravatas y embustes, 6 empleaban el co­hecho para callarlos, é hicieron clavos de oro hastala inauguraci6n del gobierno de Rivas. CorneliusVánderbilt manejaba en aquel entonces los negocíos de la compañía en Nueva York, á la vez quesus intereses del oeste estaban á cargo de Margany Gárrison en San Francisco. Vánderbilt, hom­bre de ambici6n sin límites y de pocos escrúpulos,pronto se hizo dueño de los arbitrios de la compa­ñía. Hasta que Wálker tom6 en sus manos la di·recci6n de los negocios, Nicaragua no había de·safiado nunca al aut6crata de Wall Street. Uno desus primeros pasos fué nombrar una comisi6n paraque examinase los libros de la compañía. Esta ca·misión inform6 que el gobierno había sido defrau­dado de manera flagrante y sistemática duranteaños, y que legalmente se le debían 250,000 d6lares.Vánderbilt se neg6.perentoriamente, tanto á reco­nocer la deuda como á pagarla. repitiendo las va­gas amenazas con que estaba acostumbrado á ame·drentar á los pequeños funcionarios de otros tiem­pos.

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Francisco, el importe de cuyos pasajes fué pagadopor Vánderbilt algunos días después, cuando aunignoraba el embargo de sus propiedades. El dic­tador de Wall Street se encoleriz6 mucho, y mien­tras le llegaba su turno envi6 tranquilamente unaletra de cambio por una suma mucho mayor, pa­gadera á la orden de D. Juan Rafael Mora, presi­dente de Costa Rica. Hizo entonces una protestaformal y acudi6 al secretario de estado Márcy,pidiendo el apoyo de los Estados Unidos. Sinembargo, Márcy era un político demasiado marru·llera para indentificarse á cara descubierta con losintereses malolientes de la compañía del Tránsito,corporaci6n cuya historia, según ha dicho el minis­tro Squier, es "una infame carrera de engaños yfraudes". Márcy aquiet6 á su amigo Vánderbiltcon promesas que fueron cumplidas por desgraciademasiado bien. La venganza del rey del dinerono se content6 con atizar á los enemigos de Wál­ker. S610 la ruina del filibustero era capaz deapaciguar el orgullo herido de Vánderbilt. El hom­bre de los millones no era un poder despreciableen los asuntos comerciales y políticos de los Esta­dos Unidos; y cuando resolvi6 poner en juego todossus recursos contra un aventurero que se hallabaen el exterior casi sin un cuarto, se demostró queel dinero será todo lo malo que se quiera, pero quesí es omnipotente.

En diciembre Kewen fué enviado á Californiaá colocar un millón de dólares en bonos del esta­do de Nicaragua. Recibi6 instrucciones de novenderlos por menos del 90 por ciento de su va­lor nominal, y no parece haber dispuesto de nin­guno á inferior precio. En estas ó mejores condi­ciones fueron colocados unos pocos.

Hacia este mismo tiempo vemos aparecer .

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otro' rasgo de la fisonomía de un gobierno estable.En las primeras invasiones españolas, los auxilia­res religiosos seguían siempre la estela del ejérci­to. Ahora. dada la diferencia de circunstancias,era natural que la imprenta acompañase al filibus­tero. En N icaragua había ya dos periódicos enplena actividad: El Nicaragüense, de Granada y elHérald de Masaya. A semejanza de los improvi­sados clérigos militantes de Fernando el Católico,los editores é impresores de Nicaragua no eran es­trictamente hombres de paz. Cuando lo exigíanlas circunstancias trocaban la pluma por la espa­da. Por este motivo sus noticias de la guerra de­bieran haber sido más auténticas, porque las másde las veces las escribían y publicaban en el cam­po de batalla. John Tábor, editor y propietariode E 1 Nicaragüense fué dos veces herido en elcumplimiento de sus nuevos deberes; pero viviópara acompañar á W álker en su segunda inva­sión de 1857. cuando su imprenta ¡ay! no tuvo quepublicar la crónica de ninguna gloriosa victoria.

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Capítulo XI

Los GOSTARRICENSES INVADEN A NICARAGVA.-SEGI'NDA BATALLA

DE RIVAS.-EL ENEMIGO ENCUENTRA UN NUEVO ADVER5ARI0.-RIVAS CON­

VOCA Á ELECCIONES.-CANDIDATURA DE WÁLKER.-TRAICIÓN VI!: RIVAS .. ·­

ASESINATO DE ESTRADA.-COALlCIÓN DE LOS ESTADOS CENTROAMERICA­

NOS DEL NORTE CONTRA NICARAGUA.-WÁLKER ELECTO PRESIDENTE.

INAUGURACiÓN DE Su GOBIERNO, QUE ES RECONOCIDO POR EL MINISTRO

DE LOS ESTADOS UNIDOS.-TRADICIÓN DEL CHOMHRE DE LOS OJOS ZAR­

cos».

A Wálker le preocupaban menos sus enemi­gos de los Estados Unidos que los que tení~ máscerca, aunque nunca cometió el ~rror de menospre­ciar á un adversario peligroso ni tuvo la debilidadde perdonarlo. Tres mil costarricenses habían cru­zado la frontera, inv:¡diendo la parte sur del depar­tamento de Rivas. No era el momento de tener fie­bre en el cuerpo ni en la mente. Wálker se levantóde la cama é hizo un llamamiento á sus tropas paraque diesen un golpe vigoroso en favor de sus dere­chos. El presidente Rivas se hallaba en León vigi.

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lando y aguardando. Había proclamado la ley mar­cial en los departamentos del sur, dando al generalen jefe poderes omnímodos. Wálker dejó de opo­nerse á la marcha de] enemigo hacia la ciudad deRivas, porque habiendo sido retirados los vapores,ya no tenía necesidad de conservar el Tránsito. Deconsiguiente, todas las tropas americanas que esta­ban en Rivas y La Virgen fueron reconcentradas áGranada con el ostensible propósito de emprenderinmediatamente la retirada hacia León. Cuando elenemigo entró en 1.01 Virgen sólo encontró allí loshabitantes nicaragüenses y unos pocos empleadosextranjeros de ]01 compaÍlÍa del Tránsito. Sin daruna palabra de aviso hizo fuego sobre estos últimosy mató á uno!; nueve ó diez servidores inermes deMr. Vánderbilt (*), y con un celo que para estecaballero había de ser muy poco grato, quemó to­das las propiedades de la compañía, muelles y al­macenes que pudo encontrar. Terminada]a obrade destrucción marchó sobre Rivas, donde el pre·sidente Mora fijó su residencia para observar conprecaución ]os movimientos de W álker. Este disi­muló tan bien su designio, que nadie supo si inten­taba retirarse' á León ó dejar definitivamente elpaís. Lo último parecía lo más probable, porque elvapor del lago .San Carlos había estado transportan­do durante algunos días hombres y municiones álos fuertes de San Carlos y Castillo Vit'jo, al travésdel lago. Algo se traslució de estos movimientos,cuando el teniente Green, con sólo quince hombres,sorprendió una fuerza de 200 costarricenses en la

(*) Al entrar las tropas de Costa Rica el 7 de abril de r8S6 á LaVirgen, los americanos dispararon sobre ellas algunos tiros desde la casade la compaflla del Tránsito y la de D. Evaristo Carazo, hiriendo á dossoldados y un sargento que murió después. Como es natural. los nuestroscontestaron t'l ataque. V. MONTÚFAR, Wálker en Centro América, p. 294.

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boca del Sarapiquí. matando á 27 Y poniendo ~n

fuga á los demás (*).Por último, en la mañana del 9 de abril, Wál­

ker salió de Granada á la cabeza de 500 hombres,(**) de los cuales las cuatro quintas partes eranamericanos, y marchó rápidamente al sur en direc­ción á Rivas, donde Mora acampaba con el prusia-:no von Bulow y tres mil soldados de línea. Variosingleses, franceses y alemanes servían en el ejércitode Costa Rica, unos voluntariamente y otros en ca­lidad de mercenarios. A las ocho de la mañana deldía I 1, las fuerzas de W álker entraron á Rivas, di-ovididas en cuatro columnas por otros tantos cami.nos. El orden de batalla era el de un asalto simul­táneo, debiendo reunirse las distintas columnas enel centro de la ciudad. Esto se ejecutó al pie de laletra, aunque los costarricenses, reponiéndose pronoto de la sorpresa que les causó el ataque, se porta­ron bizarramente, empleando sus armas de fuegocon precisión y serenidad, y matando con fatal yexacta puntería á los jefes americanos. El combateduró cuatro horas. Al terminar, W álker había to­mado posesión de la plaza y de la parroquia, peroá costa de SO hombres, entre muertos y heridos.

(*) Se refiere probablemente á la acción de El Sardinal, que se ve­rificó ello de abril de 1856. Según Wálker, el capitán Baldwin era quienmandaba á los filibusteros. El parte olicial del jefe costarricense. tenien­te coronel Orozco, que tomó el mando al caer herido el general D. Floren­tino Alfar", dice que las fuerzas de Walker huyeron derrotadas; este par­te está fechado en el muelle de Sarapiqul, el mismo 10 de abril, lo queprueba que lo~ costarricenses conservaron sus posiciones. Los heridospor nuestra parte fueron 7 y s6lo hUDo un muerto. Los filibusteros tuvie­ron 4 muertos en tierra, fuera de los que perecieron ahogados en el rlo.

(**) Wálker dice que llevaba 550 hombres, á los cuales se agregócerca de Nandaime la columna nicaragüense que mandaba el coronel cu­bano Machado y constaba de doscientos. Los costarricenses que defendlaná Rivas el 11 de abri1'de 1856, no llegaban á 1.500, porque la guarniciónse habla debilitado con las tropas que se enviaron á resguardar á San Juandel Sur, La Virge'h y otros puntos.

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Los enemigos tuvieron cerca de 200 muertos y do­ble número de heridos. Estuvieron recibiendo re­fuerzos durante el combate, pero no se aventuraroná salir de sus paredes de adobes para renovar lacontienda. Habiendo incendiado las casas vecinasde la plaza, mántuvieron con intermitencias un fue­go violento desde los edificios adyacentes. Los ame­ricanos improvisaron un hospital en la parroquia,de la cual se sacaron los heridos al amanecer, biencustodiados por sus camaradas (*). Mora no seopuso á su salida, sintiéndose muy contento. de ver­se libre de tan molesta visita.

Wálker perdió muchos ofici;lles. Al comenzard combate, el coronel Machado, que mandaba lossoldados nicaragüenses, cayó mortalmente herido.Cinco capitéanes y seis tenientes perecieron tambiény fueron heridos doce oficiales más. Del estado ma­yor de Wálker sólo quedó con vida el capitán Sút­ter. Esta mortalidad se debió no tanto á la buenapuntería del enemigo como al valor temerario delas víctimas, que tuvieron á honra ofrecerse volun­tariamente para toda clase de aventuras insensatas.En una ocasión, diez oficiales, armados tan sólo derevólver, cargaron sobre una barricada, de la cualdesalojaron más de cien rifleros enemigos.

Por este tiempo el aspecto material de las co­sas había cambiado y la situación del ejército inva­sor era muy peligrosa. Mora, que esperaba que sele unieran los legitimistas para expulsar á los usur­padores americanos, encontró que aquéllos eranpocos y estaban descorazonados; por otra parte, lainsolencia desenfrenada de los costarricenses, leshabía enajenado cualesquiera simpatías que hubie-

(*) Wálker dejó abandonadoli en la iglesia una h,uena parte de susheridos.

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sen podido hallar en las cl~ses más pobres. En unapalabra, el rechazo de Wálker de kivas, si puedellamarse rechazo á una retirada sin oposición, fuépara Mora la señal de la derrota (*). Illcapaz de re·ducir á un enemigo que sólo re ntaba con la sextaparte de la fuerza que él tenía, y no atreviéndose ácorrer los riesgos de una batalla campal y muchomenos los de un sitio á Granada, permaneció en Ri­vas extenuado é impotente. Sólo tora menester quelo atacase otro enemigo para que su caída fueracompleta. Este enemigo, siempre poderoso bajo elsol de los trópicos, hizo su aparición.

. Los cuerpos de 200 costarricenses habían sidoarrojados en las letrinas y pozos de Rivas, junto conlos .de unos 50 filibusteros (**). Centenares yacíanen los miserables hospitales con heridas ulceradas ymal asistidos. El soldado costarricense no se distin­guía por su limpieza ni buena manera de vivir. Ladisciplina era estricta; pero un día pasó por lasavanzadas un Enemigo que no fué interpelado porel vigilante centinela. La patrulla que debía gritar¿quién vive? cayó muerta al golpe de una mano si­lenciosa. El soldado en la mesa de monte, el oficialen su hamaca, el satélite del ejército en los barriosbajos y el oficial de estado mayor en palacio, todos,jóvenes y viejos, sin distinción de jerarquías, sucum­bieron ante el temido adversario. El cólera, eseazote má'i terrible que una legión de filibusteros,había penptrado en Rivas. Con el cólera entró ladeserción: el presidente Mora dió el ejemplo; la no-

~*) Las tropas de Costa Ríca no tuvieron conocimiento de la fugade Wa!ker, hasta el amanecer del 12 de abril. El general Cal'las y otrosjefes militares opinaron por que se le persiguiese; pero se cometió el errorde no hacerlo.

(**) Los muertos del ejército costarricense fueron todos enterradosel 12 de abril. Los filibusteros fueron quienes arrojaron los cadáveresde los suyos á los pozos del Mesón.

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tlcla dt: que había disturbios en Costa Rica apre­suró l\U fuga hacia el sur. El general Cañas se que­dó al frente del ejército, hasta que supo el arribo ;Í,

Granada de algunos centenares de reclutas que há­bía enganchado el veterano Hórnsby en los Esta­dos U nidos, y que trajo al país por la vía del ríode San Juan.

Previendo con acierto que W álker tomaríapronto la ofensiva Cañas abandonó apresurada­mente sus heridos y huyó á Guanacaste. Su marchafué larga y penosa; durante ¡eguas se podía seguirla huella de los fugitivos por los huesos de sus com­pañeros. Para el que caía,herido por el cólera, nohabía mano fraternal que 10 levantase. A Costa Ri·ca entraron alrededor de 500 desbandados, rendi­dos de fatiga, restos de la bizarra hueste que habíavenido á Nicaragua para echar á los filibusteros ála mar. Con ellos iba la simiente de la peste, la quepropagándose rápidamente por el país barrió diezmil de sus habitantes.

Tampoco estuvo exento \\Tálker de calamida­des durante este período. Muchos de sus amigosmás queridos fueron víctimas de la plaga, entreotros su hermano menor James, á quien quería muytiernamente á su modo, poco efusivo.' La situaciónpolítica no era satisfactoria. Según parece, al presi­dente Rivas, que se había quedado con sus minis­tros en León, habíale inspirado mayores temoresuna invasión posible de los estados del norte quela que efectuaron los costarricenses. Era hombredébil, con el que fácilmente jugaban personas intri­gantes que habían logrado hacerlo desconfiar deWálker, cosa que hasta aquel momento, por lo me­nos, era del todo infundada. Los distritos del nor­deste del país habían sido asediados durante algúntiempo por cuadrillas errantes de bandoleros, que

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se decían ó eran realmente legitimistas, cuyas de­predaciones llegaron á ser una verdadera molestia.Contra estas guerrillas envió Wálker un cuerpo decaballería, al mando de Domingo Goicouría, quienpronto restableció el orden en el distrito (*).

Las elecciones para presidp.nte, verificadas enmayo, se hicieron con tanta irregularidad, que elpresidente Rivas resolvió que se practicaran otrasen junio. Los dos opuestos candidatos, Salazar yJerez, consintieron en ello. Ambos pertenecían, lomismo que Rivas, al partido le(.nés ó liberal. Asífué que los granadinos ó legitimistas, temiendo lainfluencia de sus rivales, se con v inieron entre ellospara designar un candidato poderoso que represen·tara sus intereses. No habiendo ningún legi~imista

bastante popular para que fuera viable, escogieroná vVálker, prefiriendo un extranjero neutrJ.l antesque á uno de sus compatriotas hostiles. A nadie seocultó que Wálker resultaba un candidato di primocartello para el partido legitimista. que todavía erapoderoso. El efecto inmediato de esto fué la uniónde los opuestos pretendientes leoneses. Rivas, apo­yado por Salazar y Jerez, demoró la convocatoriapara elecciones, acogiendo con beneplácito ia ideaque le fué sugerida para que el número de los ame­ricanos auxiliares se redujera á doscientos, en elmomento mismo en que otros tantos reclutas des­embarcaban del. vapor procedente de California.Los v~pores habfan vuelto á emprender su carrerabajo la gerencia de una compañía favorable á la in­migraet"ón.

W álker se fué á León á conferenciar con Rivas,recibiendo en el camino una ovación popular que lo

(*) Goicourla era un entusiasta patriota cubano, que fué fusiladomuchos aftos después en la Habana por los espaí'loles.--N. del A.

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~mimó á sostener con firmeza sus derechos. A lapropuesta que se le hizo para que disolviese sus tro­pas, replicó que sus gentes ~staban listas á dejdr elpaís tan pronto como recibiesen la paga estipulada,cosa que él bien sabía que el tesoro público no es­taba en condiciones de hacer. Sin embargo, parano poner en apuros al erario, prt>ndió á Salazar ba­jo la inculpación de haber dt>fraudado al gobiernode los derechos sobre una partida valiosa de palode mora, y de haberla vendido al mismo gobiernocon un beneficio pocas veces visto. Este hecho im­plicaba infracción de una antigua ley del país, querara vez era aplicada. El arresto no tenía sin dudamás objeto que hacer comprender á Salazar que nole era lícito conspirar impunemente contra su vigi­lante aliado, porque no fué sometido á juicio. Rivas,Jerez y Salazar se decidieron entonces á pronun­ciarse contra su formidable rival; pero con la dupli­cidad d~1 país disimularon su intento, y el presiden­te emitió un decreto el 10 de junio para que se pro­cediese á elecciones generales el cuarto domingo deeste mes. Al día siguiente Wálker se fué á Grana­da, y Kivas y Salazar huyeron inmediatamente deLeón y declararon traidor á W álker. F.ueron á re.fugiarse á Guatemala, donde el general Carrera oroganizaba un ejército para invadir á ~icaragua (*).

Wálker, en su calidad de general en jefe de unpaís perturbado por una revolución interna y ame­nazado de una invasión extranjera, tenía que: serel jefe dd gobierno en ausencia del gobernante d­yil; por lo menos no había nadie que le disputaseel puesto. De consiguiente nombró á D. Fermín

(") Rivas buyó con Jerez y no con Salazar; no fueron á Guatemalasir." á Chinandega. Motivó su fuga el aviso que les dieron de que Wálkerhahla dado orden de prenderlos. Wálker llegó á León con JCO hombresde los cuales dejó una parte aJI! á las ordenes de Nátzmer.

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F, rrer director provisional, mientras estuvieranpendientes las elecciones que debían practicarsedentro de pocas semanas.

En estas elecciones tomaron parte todos losdistritos, excepto los del nordeste. que se hallabanrevueltos por la presencia de un ejército invasor ensus fronteras y la de dos pretendientes á la presi.dencia en su territorio. Uno de ellos era Rivas; elotro, el ya casi olvidado maniquí legitimista deCorral, D. José Estrada. Este último hizo pocascosas de carácter oficial, fm:ra del lanzamiento deproclamas de que nadie se cuidaba; sin embargo,como un pretendiente es siempre, lo mismo en unamonarquia que en una república, un elemento po­deroso de que puede aprovecharse un invasor astu­to, los partidarios de Rivas temieron que Carreraechase mano de tan pobre pretexto para traicionarsus intereses Estrada fué asesinado á sangre fríapor una partida de rufianes leoneses. Con él pere·ció el último de los pretendientes estrictamente le­gitimistas. Para asegurar en lo venidero sus intereses personales, 1< ivas y sus amigos nombraron algeneral Ramón Belloso comandante en jefe del ejér­cito invasor. Las fuerzas aliadas provenían de Gua­temclla, Honduras y San Salvador, y se consideróprudente elegir para el mando en jefe á un ciudadanode este último estado, el más pequeño de todos, porcreerlo el menos capaz de usurpar el poder despuésde la victoria.

La falta de representación del distrito del nor­deste en las elecciones era de poca importancia, porser !a parte menos poblada del país y porque susvotos no habrían influido en el resultado final. Lavotación fué completamente libre y se verificó sinque ocurriese disturbio alguno. En Nicaragua todohombre mayor de dieciocho años. excepto los cri-

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minales., tiene derecho á sufragar. Los diputados,los senadores y el presidente los elige un colegioelectoral) que á su vez es nombrado por el voto po­pular. Tal era por lo menos la ley en aquel tiempo.

Cuando se hizo el escrutinio resultaron 23,236papeletas, de las cuales tuvo vVálker en su favordos tantos más que todos sus rivales juntos, es de­cir, 15,835. Rivas obtuvo 867, Salazar 2,o8¡ y Fe­rrer 4,447. Por lo tanto Wálker fué declarado elec­to, y el 12 de julio de 1856 tomó posesión formalde la presidencia de Nicaragua. Merece la pena ha­cer constar que fué electo por la mayor votaciónverificada en todo tiempo en el país, y que su per­manencia en el poder fué más larga que la d@ todossus predecesores, si se exceptúa á Pineda y á Cha­morro. El primero ejerció la presidencia duran teun mes más que Wálk~r, y el segundo durantedos.En seis años había habido no menos de quince pre­sidentes efectivos. Nicaragua necesitaba de urgen­t~s reformas, aunque é"tas las hiciera el filibuste­nsmo.

Desde el punto de vista legal, los títulos deWálkcr eran tan sólidos como los de cualquier prín­cipe ó presidente de cualquier parte del mundo. Só­lo faltaba que el mundo los diese por buenos. Elprimero que los reconoció, sin saber lo que hada,fué su enemigo el secretario Márcy. Este estadista,después de meditar mucho el caso, haLía dado ins­trucciones al coronel Whéeler, ministro de los Esta·dos Unidos, cuya suspensión sólo fué temporal, pa­ra que reconociese el gobierno que existía en Nica·ragua, suponiendo que Rivasestaba siempre en elpoder. Esto se obtuvo mediante las razonables ges­tiones del padre Vigil. Mr. Whéeler, dándose cuen­ta tal vez de lo muy cómico de la situación, pero enobediencia estricta de sus instrucciones, presentó á

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Wálker las felicitaciones del gobit:rno de los Esta­dos U nidos. Mr. Márcy no perdonó nunca al ins­trumento de su humillación, y uno de sus últimosactos oficiales fué pedir al presidente Pierce, comoun favor personal, el retiro del ministro \Vhéeler.La moribunda administración se mostró lo bastantedespreciable para acceder á esta solicitud.

Wálker había llegado á la cumbre de su gloriacomo gobernante legal de un país cuya posicióngeográfica y recursos naturales hadan de él unapresa digna de ser ambicionada por todas las po­tencias de Europa y América. Además de un pode­roso partido t>n el país, tenía á sus espaldas un ejér­cito compuesto de más de mil de sus compatriotas,una lín~a de vapores bajo su dominio-porque losagentes de la compañía del Tránsito en Californiaeran amigos suyos por comunidad de intereses,-yun partido fuerte en los Estados U nidos, que sim­patizaba con su acariciado proyecto de extender laesclavitud. Parecía confirmarse, cuando menos enparte, la tradición popular que, según afirma Cro­we en su Cospel in Central America (*), existíaentre los indios de Nicaragua y conforme á la cual"un hombre de ojos zarcos vendría del norte paraderrocar el dominio español y regenerar la raza in­dígena."

La ceremonia de inauguración del nuevo pre­sidente se verificó con gran pompa en la capital, el12 de julio El director provisional, D. Fermín Fe­rrer, tomó el juramento á Wálker, estando éste derodillas. El presidente electo vestía su traje civil decostumbre, decorosamente negro, que formaba uncontraste sorprende,nte con los gayos atavíos de losnaturales, que habían acudido en masa á presenciar

(*) El EVllll!{dio en la América Cm/rato

7

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la ceremonia. La inauguración se celebró en unavasta plataforma construida en la plaza y adornadacon banderas nicaragüenses, norteamericanas, fran­cesas y de la República de Cuba, que no había na­cido aún. La fórmula del juramento, que fué toma­do por Ferrer después de un discurso muy enco­miástico, fué la siguiente:

"-¿Prometéis y juráis solemnemente gobernaral país libre de Nicaragua y sostener su indepen­dencia é integridad territorial, haciendo justicia entodos vuestros juicios según los principios republi-

.. canos y de piedad?"-Lo prometo y juro... -¿Prometéis en cuanto estuviere en vuestro

poder mantener la ley de Dios, la verdadera profe­sión del Evangelio y la religión del Crucificado?

"-Lo prometo y juro."-¿Por Dios y los santos Evangelios juráis

cumplir y hacer guardar todo lo que habéis prome­tido?

"-Sí juro".Al finalizar esta ceremonia, Wálker pronunció

un discurso inaugural del género prosaico á quepertenecen esta clase de composiciones. Al presi­dente no le faltaban esperanzas de poder entablarrelaciones amistosas con las grandes potenciéis, yuno de sus primeros actos fué el envío de ministrosá Inglaterra y Francia. Ninguno de estos enviadosllegó á su destino, ó tal vez no pudieron obtener quese les reconociese, porque las memorias de gobier­no de aquellos países no hacen mención alguna derelaciones diplomáticas con el gabinete del filibus­tero. Las naciones de Europa, cegadas por la en­vidia que les inspiraba la influencia americana, noquisieron ó no pudieron comprender que los propó­sitos de W álker, en caso de verse realizados, ha-

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l

brían de ser un obstáculo invencible para la verda­dera expansión americana que ellos temían.. El planque tenía de formar una fuerte confederación deestados esclavistas, que fuera capaz de competir conlos poderosos estados abolicionistas del Norte, fuéel principal sino el único motivo de la simpatía quemostraron por Wálker los estados del Sur y delauxilio que le dieron. Al oponerse á este proyectoy frustrarlo, la Gran Bretaña se prestó inconscien­temente á servir los intereses del partido unionistade los Estados Unidos, debilitando así la causa dela secesión del Sur, que después favoreció.

El sagaz observador inglés Láwreoce Oliphant,que escribió en 1860 sus recuerdos personales conel título de Patriotas y Filibusteros, hace ver elerror en que cayó su gobierno, "no por simples con­sideraciones de moralidad", como 10 dice él franca­mente, sino por no haber comprendido cuales eransus verdaderos intereses. Wálker nunca pretendióque la América Central llegara.á· ser parte de losEstados Unidos. A semejanza de Aharón Burr que­ría guardar los frutos de sus conquistas para sugloria y grandeza personales (*); pero era sincerocuando hacía ver á sus compatriotas que el estable­cimiento de un poderoso imperio esclavista situadoal sur de los Estados U nidos, tendría ventajas in­calculables para el !Jartido que. sostenía la esclavi­tud en esta nación.

(*) Aharón Burr, milltar y hombre público norteamericano, quetomó parte en la guerra de la independ~ncia en compai'Ha de Wáshington,del cual fué después enemigo. Fué vicepresidente de la Federación de1801 á 1805. Después intentó fundar un estado al sur de los Estados Uni­dos y á expensas de México, según se dijo. con miras de engrandecimien­to personal.

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Capítulo XI I

ADMINISTRACIÓN DEL PRESIDENTE WÁLKER.-Los ALIADOS AVAN­

ZAN HACIA GRANADA.-VICTORIA NAVAL -REVISTA DEL EJÉRCITO FILIHUS­

TERO.-Los FILIBUSTEROS y SUS ALlADOS.-AsALTO DE MASAYA.-EL GO­

BIERNO CIVIL.-El. DECRETO DE LA ESCLAVITUD.- LÓGICA ANTICUADA.

Wálker, procediendo con acierto, dió los puestosmás importantes del gobierno á sus partidarios nica­ragüenses. Sus fieles amigos don Fermín Ferrer yMateo Pineda fueron respectivamente nombradosministros de relaciones exteriores y dela guerra; donManuel Carrascosa recibió la cartera de crédito púoblico y la de hacienda se confirió al cubano Domin­go Goicouría. De California y de los estados del A·t1ántico continuaron viniendo centenares de reclu­tas; también los aliados recibieron importantes re­fuerzos de los departamentos del norte, y hacia elJ? de julio ocupaban sin disputa á León, espar­ciéndose pronto por el país y molestando á laspartidas de forrajeadores que salían de Granada ábuscar ganados en el distrito de Chontales. Un des·tácamento de caballería que \Válker envió contraellos, fué rechazado cerca del río Tipitapa y muer-

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to Byron Cole, uno de los que lo mandaban (*). Es­te Cole era el mismo antiguo amigo de W álker y elnegociador del contrato en virtud del cual vinie·ron f\ Nicaragua los filibusteros. Belloso, reforzadopor un cuerpo importante á las 6rdenes del gene­ral Martínez, se envalenton6 á marchar sobre Ma­saya, que ocup6 y fortific6, convirtiendo esta ciu­dad en base de sus operaciones contra Granada,que está á quince millas de distancia.

Xatruch, Jerez y Zavala ayudaban á los ene­migos de su patria (**); Rivas no pesaba mucho enel ánimo de sus amigos problemáticos; Salazar,que tanto había contribuido á provocar la invasi6n,fué capturado en la costa de Nicaragua por el te·niente Fayssoux, traído á Granada, donde se lejuzgó por traición, declarado culpable y pasadopor las armas.

Fayssoux, único jefe de la armada de la efíme­ra república, era un espléndido ejemplar del mari·no filibustero. Habiendo nacido en Luisiana, sirvióen Cuba con L6pez y Píckett. Confiscada porW álker la goleta costarricens~ San José por nave­gar con registro falso, la arm6 con algunos caño­nes, poniéndola bajo el mando de Fayssoux. Suprimera hazaña fué un combate contra el bergan·tín costarricense Once de A bril, que tenía un ar­mamento tres veces mayor y una tripulaci6n seisveces superior en número á la de la Granada, nom-

(*) Se refiere aquí el autor á la batalla de San Jacinto, verificadael 14 de septiembre de 1856. El teniente coronel Byron Cole con 65 ó 70hombres, según Wálker; con 120, según D. Jerónimo Pérez, atacó en lahacienda de San Jacinto á 160 nicaragüenses legitimistas mandados porel coronel Dolores Estrada. Los filibusteros ~ufrieron un descalabrocompleto y esta acción de guerra tuvo muy grandes consecuencias, por­que alentó á los aliados á la vez que desmoralizó mucho á los filibuste­ros.

(**) Xatruch era hondureffo y Zavala guatemalteco.

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bre que se dió á la goleta San José. El barco cos­tarricense fué volado después de dos horas decombate, y la Granada se quedó dueña de lasaguas del Padfico, hasta que llegó un antagonistamás temible (*).

La posición de los aliados estaba bien escogi­da. Era un nido de águilas, colgado á mil pies dealtura, en la cresta de un levantamiento volcánico.Hacia la mitad de su falda yace la laguna de Ma­saya, prisionera entre sus muros de diamante; alsur el desierto de lava, bien llamado Infierno deMasaya, cierra el camino de Granada.

Desde aquella posición dominante Bellosodebía precipitarse sobre pequeños destacamentosde forrajeadures filibusteros, Ó descargar rápidos ymortales golpes sobre las solitarias aldeas sospecho­sas de adhesión á la causa liberal. No necesitabaW álker ejercer dominio sobre los distritos del nor·deste y habría dejado gustoso á. Masaya y sus estéri·les despeñaderos en poder de los audaces jinetes deBelloso. si no bubiera sido por las diarias é irritantesmolestias que causaban á sus forrajeadores y elprestigio que con esto perdía en el ánimo de losconquistados leoneses. De acuerdo con su modode ser, optó por el atrevido plan de atacar al enemi­g-o en su guarida. sin tomar en cuenta las enormesdesventajas con que tenía que luchar. Salió de

(*) El armamento del Onee de Abril consistla en cuatro callonesde bronce de 9 y su tripulaciólÍ era de no hombres. Según Wálker, laGranada tenia sólo 2 carronadas de 6 y 28 hombres á su bordo. Sin em·bargo, uno de lús testigos presenciales de la batalla asegura que eran 33y que de éstos quedaron 18 fuera de combate. Fayssoux dice en su par·te. publicado por Wálker, que tuvo un muerto y 8 heridos, de los cualesuno mortalmente. L"a victoria de la Granada sólo se debió al incendio yvoladura de la santabárbara del Once de Abril, pues cuando esto suce·dió ya su adversario carecla de municiones. El combate duró seis horas,de las cuatro de la tarde á las diez de la noche, momento en que voló elOnce de Abril con bUS heroicos defensores.

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Granada en la mañana del 11 de octubre, á la ca·beza de 800 hombres, por la carretera de Masaya.

Hubo antes una brillante revista del pequeñoejército, que se sentía orgulloso de sus nuevos ygallardos uniformes y de sus flamantes estandartes,ante las miradas de esposas, hermanas y novias, delas cuales no pocas habían seguido la bandera alcampo de batalla, porque los filibusteros se jacta·ban de «haber venido para quedarse». No se sabíahasta donde alcanzaban sus ambiciones para lo fu·turo, pero algo de esto dejaba traslucir la divisaque tenía la bandera del primer batallón de riflerosmandado por el coronel Sandt:rs, viejo militar ce­ñudo y batallador. que no tenía más qúeuna pier­na. Esta bandera llevaba en vez de los cinco volca·nes y de la piadosa leyenda de antaño, la roja estrella filibustera de cinco puntas y la empresa Fiveor None (*), escrita en lengua sajooa, cortantecomo una espada, empresa que era una indirectapara los aliados y presagio de una nueva alianzamás sólida en lo futuro.

El ejército marchó despacio y sin interrupcióndurante todo d día. Hacia las diez de la noche hi­zo alto cerca de los suburbios de Masaya, puso a­vanzadas y acampó. Era \.lna espléndida nochetropical; la tarde había sido brumosa, y al caerla noche sin el lento crepúsculu de las zonastempladas. los rayos de la lurla llena iluminaroncon todo su esplendor un p:lisaje digno del pincelde Salvator RlIsa. En frente del campamento delos filibusteros aparecía la laguna de 1\1asaya. quereflejaba los fuegos de guardia de la ciudad; á lolejos se alzaba en forma de torre el cono del mon-

(*) Cinco ó Ninguno.

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te de Masaya envuelto en .espesas nubes de humoy del todo indiferente á los preparativos bélicos delos insectos que por ahí andaban, dispuestos á re·medar sus truenos al siguiente día. Agrupados entorno de las h()gueras descansaban aquellos filibus­teros, flor y nata de la perdida raza que se conocecon el nombre de «los del 49» (*). Fumaban tran·quilamente sus pipas y bebían uno que otro sorbode aguardiente; pero la ración era moderada, por­que el general estaba cerca y ¡ay! del desgraciadoque la víspera de la temida batalla se pusiera enestado de no poder cumplir con su deber. Habla­ban mucho del pasado, poco del presente y nadadel porvenir, excepto de lo relativo á proyectos deminería; porque aquellos estrambóticos aventurerosci"eían á pie juntillas que al venir á Nicaragua ha­bían obedecido á una inspiración maravillosamentesensata; que se trataba de un negocio práctico, yque si para llevarlo á cabo era precis~ pelear unpoco de paso, esto no era más que uno de tantostropiezos en el camino de la fortuna. Así era queno malgastaban su tiempo en Nicarag-ua; antesbien y hasta donde se lo permitían sus obligacio­nes, habían visitado todos los riachuelos y todoslos cerros y hablaban con conocimiento de causade señales, color y otros tecnicismoll! de la materia.Como se consideraban activos hombres de nego­cios, aunque un tanto atrevidos, habrían tomado áofensa cualquier puJla enderezada á presentar suocupación actual como temeraria y novelesca.

Su lenguaje lacónico y cqnciso era la desesperación de sus aliados. Ollendorf no suministraal estudiante español ningunos términos equivalen­tes á los del asombroso vocabulario de California.

(*) The e 4']-ers :o.

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El flicaragüense, que no emplea más de una quintaparte de las palabras de su gloriosa herencia caste­llana, estaba verbalmente á merced del hombreque poseía toda una mina de frases desconocidaspara los lexicógrafos, y que miraba con lástima y fi­no desdén al miserable ignorante, natural del paísó extranjero, que no entendía la jerigonza de loscampamentos de mineros. No contento con esto,introducía mejoras en el lenguaje del país cuandose dignaba emplearlo, cambiando alguna palabrafamiliar como la de nigua, por la más expresiva dejígger, sin olvidar de ponerle por delante el santoy seña anglosajón que la humanidad entera conoce,el vocablo de cuerpo de guardia que durante cen­tenares de años fué causa de que diesen á los sol­dados ingleses, en las ciudades extranjeras, el apo­do encantador de goddáms. El prefijo no era ina­decuado, porque la jígge1' es el insecto más nocivode todos los de su raza y una espina viviente en lacarne de su víctima. En cuanto á los verbos espa­ñoles, tales como buscar, pasear etc., los disfraza­ban con terminaciones y tiempos compuestos queeran otras tantas maravillas filológicas. Los sono­ros nombres propios de los naturales también serefinaban al pasar por la fragua del lenguaje cali­forniano. «Don José de Machuca y Mp.ndoza», ver­bigracia, era un género de nomenclatura demasia·do excelso para lenguas democráticas, que enconotraban más fácil y mucho más campechano pro­nunciar Gréaser Joe (*). Cualquiera que fuese elresultado futuro de aquella alianza incongruente,en aquel entonces había un contacto espontáneo,una comunidad de valor que vinculaba á las partesen los pensamientos y en los hechos. El natural del

(*) Pepe el grasiento.

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país, amigo ó enemigo, no era cobarde. Se mostrabatan resistente como su rival el hombre del norte, aun­que carecía de la fuerza física y del empuje indómito de los exploradores de California (*). La mis­ma escena que se veía aquella noche en el cam¡;a­mento establecido delante de Masaya, se reprodu­jo en veinte más.

El enemigo, que había estado tiroteando áratos dur<inte la noche, se presentó al amanecercon fuerzas numerosas, á distancia de unos pocoscentenares de yardas. Wálker comenzó el ataquecon un avance general sobre la ciudad, apoyadopor un fuego bien dirigido de su batería de cafio­nes Hówitzer. En poco rato el l~ de rdleros echóal enemigo de la plaza principal, que fué inmedia­tamente ocupada por la totalidad de la fuerza asal­tante. La posición no podía ser mejor; pero en po­der del enemigo estaban todavía dos plazas y lascasas intermedias, y el pretender desalojarlo habríacostado mayor número de ,vidas que el que era po­sible sacrificar. Así fué que se trajo la artillería yse destacaron gastadores para abrir boquetes enen las paredes de adobes de las casas. El trabajose llevó adelante con despacio, pero sin interrup­ción, haciendo converger las líneas de sitio hacia elpunto más fuerte ocupado por el enemigo. En estasobras de ingeniería y alguna que otl a escaramuzapor las angostas calles se fué todo aquel día.

Mientras pasan la noche sobre las armas loscombatientes, en espera del próximo día que iba ápresenciar la caída de la ciudad en manos de losinvasores, veamos lo que estaba sucediendo en

(*) eLos leoneses peleaban con la misma decisión que las de­más tropas. :\fuchos quedaron en los campos de batalla y yarios de susjefes mereclan ascensos y menciones honoríficas por su arrojo:t.-Wálker,Historia d., la Guerra de Nicaragua,

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Granada. Zavala, con 800 serviles de tez morena,había ocupado á Jalteva á mediodía del 12 de oc­tubre, después de una marcha forzada desde Dirio­mo. U na pequeña guarnición de 1 SO hombres, lamayor parte inválidos. era todo lo que había enGranada para resistirles; y Zavala, seguro de al·canzar una victoria fácil, dispuso sus fuerzas de mo­do que la pequeña tropa quedase envuelta. Estabaésta distribuida en la iglesia, el cuartel y el hospi.tal, á donde acudieron también todos los civilesque pudieron llegar, por la poca confianza que lesinspiraba su carácter de neutrales. El coronel Fry,comandante de la guarnición, se apercibi6 rápida­mente para una resistencia desesperada. Tenía dosó tres piezas de campaña que se situaron lo mejorposible, manejadas por el capitán Swingle, ingenio­so experimentador que tenía ojo á las campanas deiglesia y otras materias primas.

Grande fué la sorpresa de Zavala al verse re­chazado por todas partes, después de varias horasde combate violento. En su rabia resolvió vengarseen aquellos residentes neutrales que habían tenidomás confianza en su propia índole pacífica 6 en laprotección de su gobierno, que en los rifles de laguarnición filibustera. La casa del ministro americano sufri6 un asalto, pero no la pudieron tomar;tres de sus compatriotas, un comerciante y dos mi­sioneros, fueron asesinados á sangre fría. El padreRossiter, capellán del ejército, que conocía á suspaisanos, tomó valerosamente un fusil péJra defendersu vida; el juez Basye de la corte suprema hizo lomismo; el honrado padre Vigil opt6 por un térmi­no medio, huyendo discretamente á un pantanomientras pasaba la tormenta. Tampoco la misióncivilizadora del apreciable editor de El NZ"Cara­güense fué obstáculo para que éste no se buscase la

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libertad espada en mano. Después volvió á su es­critorio, que era lo mejor que podía hacer un hom­bre con un muslo quebrado.

Así duró el sitio veintiuna largas horas, du­rante las cuales los asaltantes recibieron refuerzosy la pequeña guarnición luchó valientemente conterrible desventaja. A las amenazas y promesas delenemigo, sólo contestaban los filibusteros con pala­bras de desconfianza y el grito de «j Los america­nos nunca se rinden! ». El renegado Hárper, queservía de intérprete, les aSf'guró que Wálker habíasido aniquilado en Masaya y que Belloso mucha­ba con 4,000 hombres sobre Granada; que si tar­daban más en rendirse no se les daría cuartel; pe­ro con todo no se rindieron. Los enfermos del hos­pital llegaban cojeando á las ventanas y en ellasapoyaban sus rifles; las mujeres r los niños los pro­veían de cartuchos. A la noche se despachó á todaprisa un correo á Masaya, el cual, burlando los pi­quetes del enemigo, anduvo ha"ta encontrar lavanguardia de las fuerzas de Wálker que ya ve­nían de regreso. Las noticias dd movimiento deZavala habían llegado á Masaya, poniendo la leal·dad de un soldadado ambicioso á la más dura delas pruebas. Abandonar lel victoria que tenía ase­gurada por salvar las vidas de cien ó doscientos nocombatientes, equivalía casi á un sacrificio; peroWálker no vaciló un -momento. Los sagrados lazosde compañerismo eran muy fuertes en lo,; corazo­nes de aquellos hombres rudos, que emprendieronla marcha hacia Granada casi sin esperar la voz demando.

En pocas horas llegaron á Jalteva, donde fue­ron detenidos y durante algún tiempo rechazadospor una potente batería que cerraba el camino,bien manejada por el enemigo. La vanguardia

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retrocedió en desorden porque la posición estabaescogida con talento para defender un camino an­gosto. En los nlomentos de confusión Wálkeracudió á caballo y señalando hacia la bandera dela Estrena Solitaria que todavía flameaba sobre laiglesia, pidió voluntarios para ir á socorrer á loscamaradas sitiados; la respuesta fué un viva y unafuriosa carga, mandada por el jefe en persona, an­te la cual huyó disperso el enemigo. Aprovechan­do su ventaja, los americanos avanzaron hacia laplaza. frente á la iglesia. donde se hallaban Zavalay sus fuerzas, que á su vez estaban ahora á la de­fensiva; pero la intrépida resistenCia de la guarni­ción, seguida de la toma de la batería, desmorali­ZÓ totalmente á los serviles que apenas si dispara­ron un tiro en su defensa. Huyeron de la ciudadcon terror pánico, tan sólo para encontrarse en lossuburbios con un destacamento que se había colo­cado allí para cortarles la retirada.

Del ejército de Zavala escasamente la mitadse libró de la muerte y de ser capturada. Masayano había sucumbido, pero Wálker alcanzó una vic­toria mayor, infligiendo además grandes pérdidasá los aliados. Cuatrocientos cayeron en 'el asaltode Masaya y se sUjJonía que otros tantos habíanperecido en Granada; las bajas de W álker en am­bos combates no llegaban á cien hombres. entremuertos y heridos (*). El teniente coronel Lainé,joven cubano ayudante del gew'ral, fué hecho pri­sionero en Masaya y fusilado por los aliados, quese negaron á un canje. W álker se exasperó detal manera con esto, que al día siguiente y por víade represalias mandó pasar por las armas á dos:de

(*) Wálker confiesa que tuvo en estas ocasiones 120 muertos y 85heridos.

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los prisioneros que tenía, un coronel y un capitán,é hizo decir á Belloso que en lo futuro haría pagarmás caro aún cualquier acto de atrocidad.

Con estos combates terminaron por entonceslas hostilidades y el enemigo se hizo más prudenteen sus' movimientos.

Durante el curso de las operaciones militaresno se había descuidado lo relativo al gobierno civil.Fué llevado á la práctica el proyecto que había derevisar la constitución y de reformar las leyes delpaís, en las cuales seo introdujeron modificacionesde una importancia extrema. W álker se complaceen hablar de las leyes de su gobierno, especialmen­te de las que afectaban los derechos de propiedady el derecho más vital aún de libertad. Ya seaque se mire con simpatía ó reprobación su conduc­ta sobre este punto, es imposible excusar actos quepara él no sólo eran jUgtos sino hasta dignos de alabanza. Se emitió una ley que declaraba «igualmenteválidas todas las escrituras públicas, ya estuviesenen inglés ó en españob. Los residentes americanosque supieren las dos lenguas estarían así en con­diciones de enredar á los naturales del" país, con elobjeto recomendado por W álker ((de hacer caer lapropiedad de las tierras del estado en manos delos que hablasen inglés)), Persiguiendo el mismofin se decretó que los vales con que se pagaba álos militares fueran recibidos en pago de tierrasbaldías vendidas en pública subdsta;. y siempre conigual propósito emitió una ley que establecía unregistro general de escrituras públicas, instituci6nhasta aquel momento desconocida en el país y que«(es ventajosa para los que están acostumbrados áinscribir sus propiedades en el registro))." Los es­pañales de California habían tenido buenos moti­vos para lamentarse de esta costumbre de sus ve-

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cinos los norteamericanos. Estos actos no obede­cían á ningún móvil ni más elevado ni más dignoque el que confiesa su autor, es decir. la confisca­ción de hecho de las tierras baldías en beneficio desus partidarios. Por último, el 22 de septiembre,«el presidente de la República de Nicaragua, envirtud del poder de que está investido y conside­rando el decreto en que la asamblea constituyente de 30 de abril de 1838 dispuso que los decretosfederales anteriores á esa fecha quedasen vigentes,con tal que no se opusiesen á las disposiciones delmismo decreto; considerando que varios de dichosdecretos no convienen á la presente situación de laRepública y son contrarios á su bienestar y pros­peridad, decreta:

«Artículo I~-Todos los actos y decretos dela asamblea federal constituyente, 10 mismo quedel congreso federal, se declaran nulos y de nin­gún valor.

«Artículo 2~- Ninguna de las disposicionesaquí contenidas podrá afectar los derechos poseí­dos hasta el día en virtud de los actos y decretqsque por el presente quedan derogados».

El principal decreto que con esto se queríaanular era la ley de la asamblea federal constitu­yente de 17 de abril de 1824. que abolía la escla­vitud é indemnizaba á los propietarios de esclavosen los estados de la América Central, confedera­dos en aquella época.

Así fué restablecida en Nicaragua, Sin nlngu·nas restricciones, la institución de la esclavitud.Wálker, lejos de negar que éste fuera el propósitodel decreto, lo confiesa expresamente cuando dice:«Por esta ley debe juzgarse la administración deWálker. Si el decreto de la esclavitud, como se.

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ha dado en llamarle, era un desacierto, razón tu­vieron Cabañas y Jerez al pretender servirse de losamericanos con el único fin de levantar un partidodeprimiendo á otro. Sin la obra á que abría elcamino este decreto, los americanos sólo hubierandesempeñado en Centro América el papel de laguardia pretoriana en Roma ó el de los jenízarosen el Uriente, y para prestar servicios tan degra­dantes como éstos, estaban mal preparados por lascostumbres y tradiciones de su raza».' Convieneen que la anexión á los Estados Unidos no entra­ba en el programa de los aventureros de Nicara­g-ua, por cuanto sabían que no era posible efectuar­la constitucionalmente después de la promulgaciónde una ley que restablecía la esclavitud.

Extraños nos parecen hoy los argumentos em­pleados por Wálker en defensa de la institución dela esclavitud; pero al través de la nebulosa que en·vuelve sus palabras, se trasluce algo del agudo yrabioso conflicto que por entonces existía entrepartidarios y enemigos de la esclavitud. En cadalínea asoma su desprecio por el partido abolicionis· .ta, mientras que su defensa del anticuado sistemade indecible injusticia, parece tan pueril como losensayos hondamente sinceros de un Máther sobrelos males de la hechicería. Admira (da sabiduría yexcelencia de la economía divina al crear la razanegra», y la previsión de haber dejado el Africaintacta hasta que el descubrimiento de Américaotreciese la oportunidad de aprovechar la materiaprima de la esclavitud. Ningún oficioso drago­mán teolégico ante la corte celestial ha mostradotanto desembarazo en la interpretación de los sen­timientos de la Providencia, como W álker cuandopregunta piadosamente: «¿ Y no es acaso en estaforma como una raza asegura para sí la libertad y

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el orden, á la vez que otorga á la otra el bienestary el cristianismo?)).

¿Miraría el autor de semejantes teorías elasunto al través de una lente convexa s610 por unlado, que le mostraba torios los objetos invertidos?¿Era incapaz de distinguir los colores del bien ydel mal, ó sería que voluntaria y deliberadamentepresentó las cosas por dIado innoble y opuesto ála verdad? A esto responderemos que era perfec­tamente sincero. Wálker no era ni mejor ni peorque las nueve décimas partes de sus compa~riotas

de los estados del Sur, quienes honradamentecreían en el derecho divino de tener esclavos yprobo. ron sus convicciones haciendo el sacrificiovoluntario de sus vidas y haciendas. Cuando unerror está vencido, muerto y enterradol se hace vi­sible á los ojos más ciegos; pero falta saber si losque ahora lo condenamos sin apelación, podríamospercibir tan claramente su atrocidad en caso deque el resultado de la guerra hubiera sido otro. Esesta una especulación tan ociosa como todas lassuposiciones en materia de historia.

Los severos castigos aplicados á los aliadosen Masaya y' Granada los tuvieron en jaque du­rante algún tiempo. Pocos días después de estoscombates Hególe á W álker un aliado de lo másvalioso en la persona del general Carlos FedericoHénningsen, oficial competente que había servidocon distinción en muchas otras partes.

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Capítulo XIII

HÉNNINGSEN.-SIRVE POR PRIMERA VEZ Á LAS ÓRDENES DE ZUMALA­

CARREGUI.-HACE UNA CAMPARA CON EL PROFETA DEL CÁUCASO.-SE UNE

Á KOSSUTH.-SU LLEnADA Á AMÉRICA.·-OMETEPE.-BIZARR.~ DEFENS.~.­

\VALTERS TOMA LAS BARRICADAS.

Hénningsen era un inglés de origen escandi­navo, que poseh toda la audacia y el ardor de estaantigua raza del norte. A la edad de diecinueveaños, en 1834, sali6 de su casa para entrar al ser­vicio de Don Carlos; se le di6 un empleo en el esta­do mayor del viejo y vigoroso guerrillero Zumala­carregui, en cuya ruda escuela de guerra obtuvo elgrado de coronel y una ejecutoria de noble7a, únicasrecompensas de que podía dispol"'er el pretendiente.No flIé tan generosa su rival con el pobre NarcisoL6pez, cuyo valor y talento contribuyeron tanto ála derrota de los carlistas. Diecisiete años des­pués, una reina agradecida le confiri6 la orden delcollar de hierro del garrote en la plaza del mercadode la Habana. Cuando estuvo de regreso en In­glaterra, Hénningsen public6 dos volúmenes de me-

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morias personales, que todavía ocupan un buenlugar en la literatura. Su narración está escrita enun estilo sencillo y claro, que revela notable habi­lidad literaria, pero habia entonces en el mundodemasiado movimiento para que una inteligenciaactiva se contentase con pensar ó relatar. El pro­feta Schamyl había desplegado su bandera en elCáucaso, arrojando el guante al mismo zar. 'Sucausa era suficientemente justa y su situación lobastante desesperada para provocar la simpatía deljoven caballero andante inglés. que pronto estuvobatallando á la par de fieros montañeses en lasnieves caucásicas, para completar la educación quehabía comenzado en los cerros cubiertos de viñasde España. Terminada la guerra, aprovechó susocios para escribir dos ó tres libros sobre la vidarusa. que aumentaron su reputación literaria, sinque esto lo indujera á dedicarse á las letras. En­contrando las restricciones de la' civilización dema­siado fastidiosas. huyó á los desiertos del Asia Me­nor, . donde lo fueron á buscar las noticias de lasublevación de Hungría contra el despotismo rusoy austriaco. Llegó al teatro de las hostilidadesdemasiado tarde y sólo pudo tomar parte en su tris­te desenlace. La traición de Gorgey, si en realidadhubo traición, había hecho inclinar la balanza enperjuicio de los patriotas. Hénningsen sometióun plan de operaciones á Kossuth, pero éste resol­vió que ya era tarde para tomar la ofensiva. No lequedaba más que poner su espada al servicio deaquella causa irremisiblemente perdida y así lo hizo.Su ofrecimiento fué aceptado con júbilo y marchó áreunirse con Bem en la última trinchera de Komorn,ayudando no poco á la intrépida defensa de estaplaza.

Cuando ocurrió el fracaso lastimoso,Hénningsen

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fué uno de los caudillos á quienes pusieron fuera dela ley y por cuyas cabezas se ofreció pagar premio.Estuvo en un tris de ser capturado y de sufrir laconsecuencia inmediata de' esto: la muerte, En unaocasión le salvó la vida el ingenio de una señora, pa­riente de Kossuth, la cual, cuando la policía busca­ba un retrato del fugiti,·o. hizo de manera queencontrase el de un extraño sobre el que habíaescrito rápidamente: <De su amigo, C. F. Hénning­sen:.. Al ser interrogada aseguró que aquel retratono era de Hénningsen, pero 10 hizo con tan aparenteturbación que la policía creyó lo contrario. Así fuéque se sacaron copias del retrato y se distribu yeroncon pregón, para mayor provecho del fugitivo. Otravez, al Ilt'gar á la frontera de Turquía, le dió cazatan de cerca una partida de la tropa de sabuesosque mandaba Haynau, que creyendo su capturainevitable preparó una dosis de veneno, que siemprellevaba consigo, para tomársela en el momento decaer prisionero. La experiencia adquirida en el

. Cáucaso le había enseñado que no se debe esperar.misericordia de· los cOSé\cos victoriosos; pero conmejor fortuna que muchos de sus compañeros logróesquivar á sus enemigos. escapando por la fronterapara ir á reunirse con Kossuth. En compañía deéste atravesó el :\tlántico para no volver nunca áEur. pa. y en bs Estados U nidos compartió las dis­tinciones políticas r sociales dispensadas á su jefe.

A la sazón tenía Hénningsen treinta años. Erade elevada t'statura, Il\Itablemente bien parecido yposeía todo el refinamiento y la educación de unhombre de mundo y de un letrado. En \Váshingtonconoció á una hermosa dama del Sur y de ella seenamoró en la época en que la sociedad sudista lIe·vaba la bdtuta en la capital. La dama. que era viuday sobrina del senador Berrien de GeorgiCl, corres-

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pondi6 á su amor y se casó con él después de unbreve cortejo.

Atravesaban en aquel tiempo los Estados Uni­dos por un período crítico. Reinaba el rey Pierceel Irresoluto, al que pronto sucedió el rey Buchananel Negligente. Por virtud de su alianza matrimo­nial, Héllningsen penetró en la sociedad de los par­tidarios de la esclavitud, empapándose en sus opi­niones. Los esclavistas diéronse cuenta de que enel campo de la política 'iban perdiendo terreno; losmás previsores comprendieron que su causa sólopodía favorecerla «la extensión del área de la Iiber·tad> como ellos decían. Por estas razones los fili­busteros adquirieron nueva importancia á los ojosde amigos y enemigos en los Estados U nidos.

La mujer de Hénningsen. con la entereza deuna matrona romana, di6 heroicamente la venia quele pedía su paladín para marchar voluntario á com­batir en favor de una causa que, á falta de otrosmotivos, habría ganado sus simpatías tan sólo porsus riesgos extremados.' Su reputación como mili·tar estaba bien sentada; había introducido el rifleMinié en el ejército de los Estados Unidos y pasa­ba por una autoridad en materias de artillería. ANicaragua no fué con las manos vacías. Llevóarmas, equipos militares y pertrechos de guerra porvalor de.30,000 dólares, comprados con dineros su-

. yos y de su mujer, además de una generosa ofertade George Law y otros partidarios del filibusterismopara una suma igual. W álker le dió inmediatamentede alta en el servicio de las armas con el grado degeneral de brigada.

Acababa Hénningsen de hacerse cargo de susfunciones, cuando recibió orden de limpiar el cami­no del Tránsito de las partidas de merodeadorescostarricenses que en gran número acababan de des·

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tibio Kanaka fué nadando hasta el vapor y encontróen él á W álker con tres ó cuatrocientos reclutas quevenían de los Estados Unidos.

El coronel John Waters recibió orden de salirt-n el acto con 160 hombres al socorro de la sitiadafuerza de Hénningsen. Al dt"sembarcar, Waterstropezó con la fuerte resistencia que le opusieronlos aliados que guardaban el muelle y las trincherasadyacentes; pero los californianos. lanzando un ala­rido, cayeron como una avalancha sobre la barrica·da y la tornaron. Hénningsen oyó el lejano fuego,y reconociendo el sonido agudo del rifle americanohizo una salida contra la posición más cercana delenemigo. El fuego duró toda la noche. porqueBelloso estaba frenético con la idea de que la presaque había codiciado tanto, estaba á punto de esca­par de sus g-arras. Viendo vVaters lo muy fuerteque estaba el enemigo, dió un rodeo para entrar áGranada por el camino del noroeste y envió un co­rreo á Hénningsen noticiándole su acercamiento.Ya era de día cuando el socorro llegó á la ciudad,después de haber tomado cuatro líneas de fuertesbarrica'las durante la marcha 'y de batir un númerode aliados tres veces superior al suyo. Tan prontocomo se juntaron las dos fuerzas, el enemigo renun·ció á seguir oponiéndose á la retirada de los filibus­teros y dejó expedito el camino del lago. La eva·cuación de la iglesia de Guadalupe se verificó encompleta paz en la mañana del 14 de diciembrede 1856.

Cuando los aliados estuvieron dentro de laplaza sólo encontraron un campo de ruinas humean­tes en el sitio que había ocupado la ciudad queadoraban los serviles y los leoneses odiaban. Estosse regocijaron secretamente y aqlJéllos se lamenta­ron en altas voces de la pérdida de la población más

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orgullosa riel istmo. En la plaza principal hallaronun recuerdo sarcástico de su destructor~ una lanzaplantada en tierra que sostenía un cuero sin curtirsobre el cual estaba escrita la leyenda: ¡Aquí fué .Granada! .

Trescientos hombres, incluyendo los de Waters,se embarcaron en el vapor del lago y salieron parala bahía de La Virgen. En las tres semanas delsitio de Grdnada murieron las tres cuartas part~s desu guarnición. Los aliados habían sufrido más toda­Víél; de los seis mil que llegaron á Masaya sólo que­daban ya dos mil (*); pero fueron reforzados nue­vamente con la llegada del general Cañas y loscostarricenses, quienes al aparecer Wálker y Hén­ningsen en La Virgen evacuaron á Rivas y se di­rigieron al norte (**). Belloso y Zavala tuvieronque entr~gar el mando de las tropas aliad'ls á Ca­ñas, por cuanto el buen éxito obtenido por los CQS­

tarricenses en otra región les había dado unasuperioridad moral sobre sus amigos menos afortunados. La importancia del triunfo que lograron los

.costarricenses. sólo pnede ser apreciada mediantela narración de los efectos que tuvo sobre los desti·nos de W álker.

(*) Los aliados nunca tuvieron más de 3,100 hombres en Masaya.

(**) Las tropas de Caftas llegaban apenas á 400 hombres.

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Capítulo XIV

VANDERBILT ENCUESTRA LA COYU:'iTL'I<A DE YENGARSE.-CIlA8C(1 DE

Trrus. -SITIO DE RIVAS.-LA DESERCIÓX.-EL CAPITÁN FAYSSO\"X y SIR

"RÓBERT MCCLURE.-BATALLA DE SAN JORGE.-AsALTO DE LOS ALIADOS Á

RIVAS.-HAMBRE y LE.'LTAD.-EL COM.UmANTE DA\"IS INTER\"I~:N~: E:'i

FAYOR DE LA PAZ.

El presidente Pierce había reconocido elgobierno de Rivas y de Wálker para hacer unaconcesión barata á los partidarios de los filibuste­ros en los Estados Unidos, porque Pierce aspirabaá ser reelecto en la próxima convención. No hayningún partido, por débil que sea, al que un aspi­rante á la presidencia no procure echar el anzuelo.El nombramiento no recayó en él, pero ya era tarode para anular el acto amistoso. Lomo antes seha visto, el reconocimiento de la administración deWálker no fué más que un acto involuntario decortesía, que Mr. Márcy estaba dispuesto á revo­car en la primera oportunidad. Los amigos deWálker comprendieron que para que el poder deéste se estableciera de manera firme, era precisoayudarle con liberalidad y sin tardanza; así fuéque los bonos de la república se sacaron al mer-

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cado y muchos se vendieron en distintas plazas.En las ciudades del Sur se recogieron muchos mi­les de dólares que se gastaron en la compra de mu­niciones de guerra y en el transporte de reclutas;todos los vapores llegaban con gran número dehombres y cargamentos de material de guerra. Pa­ra la provisión de combatientes se podía contarsiempre con California; pero los elementos de gue­rra era necesario adquirirlos en «los Estados». Ván­dt::rbilt aprovechó esta circunstancia para vengarse,cortando la base de los abastecimientos, V buscó elhombre adecuado para: el caso. .

En las personas de Wébster y Spéncer encon­tró los instrumentos voluntarios que necesitaba.Eran éstos dos aventureros de carácter audaz y deantecedentes discutibles; W ébster fraguó un plande operaciones que fué aprobado por Vánderbilt ycuya ejecución se confió á Spéncer. Este Spéncerera un sujeto de buena familia; su padre había sidosecretario de la guerra; su hermano murió ahorcadoen un penal de la fragata Somers en 1842, por cau­sa de un motín, único ejemplo de un oficial ameri­cano que haya cometido semejante infamia. Spén­cer se trasladó á San José, capital de Costa Rica,de donde salió con {20 hombres escogidos, diri·giéndose á las cabeceras del río San Carlos, quedesemboca en el San Juan (*). Llegados allí cons­truyeron balsas y bajaron en ellas hasta la bo­ca del Sarapiquí, donde sorprendieron una fuerzaamericana; continuaron río abajo hasta San Juan delNorte y pronto se hicieron dueños de los vaporesde la (;ompañía del Tránsito. Con estos vapores

(*) En esta expedición llevaban el mando de la fuerza costarri·cense el ce.ronel D. Pedro Barillier y el sargento mayor D. Máximo Blan­co. El teniente coronel D. ]oaquln Fernández la acompaff6 para servirde intérprete á Spéncer, cuya misión secreta ignoraban los demás expedi­cionarios.

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y un refuerzo de 800 costarricenses, mandados porun hermano del presidente Mora, tomaron rápida­mente todos los puntos fortificados del río y los dosvapores ael lago (*). Habiéndose apoderado asídel río y del lago, sólo le faltaba á Mora atravesarel distrito de Chontales para reunirse con los alia­dos en Granada (**).

El enemigo habla cortado de hecho las comuni·caciones de W álker con los estados del Atlántico dela Unión americana..California continuaba abiertapara él, hasta tanto que los agentes de la línea enSan Francisco, cuya amistad estaba por supuestosupeditada á sus propios intereses, considerasenútil seguir corriendo los vapores.. Vánderbilt había triunfado. Anticipándonos

á los acontecimientos, podemos decir que la obli.gación contraída por el presidente Mora para conel magnate de WaH Street, le enseñó á respetar elpoder absoluto del dinero. Pero antes de que pa­sasen muchos años, la confianza que depositó enotro amigo rico fué recompensada con una trai­ción qqe lo derrocó del poder y le acarreó el destie­rro, la desgracia y la muerte. Dieciocho días des­pués del fusilamiento de \Válker en Trujillo, JuanRafael MOla y el general Cañas murieron pasadospor las armas, con motivo de una tentativa abort~­

da para reconquistar el poder. Se dice que el ricoingrato que había traicionado á Mora, murió poco

(*) No pasaban de 500 hombres los que al mando del generalD. José Joaquln Mora se situaron en el fuerte de San Carlos y éstos notomaron parte en la sorpresa de los vapores del r(o ni de San Juan delNorte, todo 10 cual se hIZO con s6lo los 200 de Baril1ier y Blanco.

(**) El autor pasa sobre esta admirable campana del rfo SanJuan como si fuera pisando brasas. Lo mismo le sucede cuando hablade las batallas de Santa Rosa, de San Jacinto y demás descalabros deWálker.

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después de una extraña enfermedad, de osificacióndel corazón!

Durante los meses de enero, febrero, marzo yabril de J 857, se hicieron muchas tentativas pararecobrar la perdida vía del río de San Juan. Va­rias expediciones procedentes de Nueva ürleans yde N ueva York desembarcaron en San Juan delNorte, en donde se hallaban concentrados ochobarcos de guerra ingleses para vigilar las opera­dones. .La intervención de estos barcos. aunquemolesta, no era abiertamente hostil, por más que fuélo bastante aparente para afect;¡r de modo serio lafortuna de las expediciones. El comandante inglésfomentaba la deserción propagando entre los re·clutas rumores acerca de los terribles peligros quehabrían de correr en la navegación del río; así fue­ron inducidos muchos europeos á pedir la protec­ción británica, que les fué concedida con gusto pormás que la pérdida de esta clase de desertores fUI"ra para \Válker una calamidad muy discutible. Unaexpedición poderosa (*), al mando de un tal coro­nel Titus de K:lnsas, hombre muy vanidoso, conribetes de rufián, logró salir por el río hasta ,el Castillo Viejo y estuvo á punto de apoderarse de estallave de la situaci6n; pero el jefe filibustero, pordebilid~d, se dejó engañar y chasquear por el co­mandante del fuerte (**). Viendo éste el apuro en

(*) Esta expedición constaba de 400 filibusteros.

(**) El joven coronel inglés Cauty, que servia en calidad d" vo­luntario en el ejército de Costa Rica, era el comandante del Castillo Vie­jo, cuya guarnicióJl se componia de sólo JO hombres. Dosci"ntos fili·busteros atacaron el Castillo Viejo el ]6 de febrero de ]857. La pequen:aguarnición, siguiendo el heroico ejemplo de Cauty, del teniente coronelFaustino Montes de Oca y del capitán Rafael Rojas, se deíendió con in­decible bravura hasta el dla ]8, en que Cauty aceptó el armisticio qu" lepropuso el enemigo, que perdió en este combate más de 70 hombres. El]9 en la manana llegaron unos 8ú rifleros enviados por el general D. JoséJ. Mora al socorro de Cauty. Estos atacaron por la retaguardia á losfilibusteros, poniéndolos tOn completa derrota. .

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que se hallaba, solicitó una tregua de 24 horas pararendirse, que le fué concedida; mientras tanto pi­dió refuerzos y cuando terminó el armisticio estabaya en situación de poderse reir de la candorosidadde sus antagonistas.

El error era irreparable. Por' culpa de la in­competencia de Tit~s y de Lóckridge, la llave queabría las puertas de Nicaragua estaba perdida, talvez para siempre. Con el camino del Tránsito ensu poder, Wálker habría podido traer al país unamultitud de reclutas y desafiar á toda la Américaespañola. :'Jo pudiéndolo hacer, la labor de variosañus estaba perdida y el conquistador obligado áponerse á la .flefensiva. Ignorando completamentelos desastres que habían sobrevenido á sus armasen el río, estuvo Wálker durante largas semanasesperando con impaciencia d socorro que no debíallegarle nnnca.

Hacia últimos de enero los aliados avanzaronsobre El Obraje, á nueve millas de Rivas, y en se­guida ocuparon á San Jorge, situado á menos deuna legua de las fortificaciones exteriores america­nas. Rivas, la ciudad rodeada de naranjos y ca­caoteros, se vió poco á poco envuelta por las trin­cheras de los aliados, que ya llegaban á siete milhombres (*). A pesar de repetidos esfuerzos paradesalojados, se mantuvieron en San Jorge y El O­braje. No queriendo Wálker malgastar las vidasde los suyos e"n ataques sin utilidad, se contentabacon hacer correrías de vez en cuando, mientras queHénningsen perfeccionaba las defensas, economi-

"zando sus escasas municiones. Con el auxilio del in-

(*) Las tropas de los aliados concentradas en San Jorge forma­ban un total de 2 450 hombres. Véanse en el capitulo XV los detalles deestas fuerzas.

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genioso capitán Swingle recogió cuantos pedazosde hierro viejo pudo haber y echó mano de lascampanas de bronce y de plata de las iglesias parafabricar balas de cafión.

El camino del Tránsito entre San Juan delSur y La Virgen estaba aún en poder de los fili­busteros, y casi todos los vapores procedentes deSan Francisco traían una pequeña partida de re­clutas, cuya llegada era acogida con gritos de júbi­lo; pero las ventajas que resultaban de estos refuer­zos estaban lejos de compensar las pérdidas causa­das por la deserción y la muerte. Esta últimahabía hecho estragos lamentables en las filas delos ;, guerridos veteranos. En febrero, el ma­yor Calvin ()'Neill fué muerto en una escara­muza con los aliados. Era éste uno de los oficia­les favoritos de W álker, que se había distinguidoen casi todos los combates de la campaña; su her­mano pereció en la evacuación de Granada, y des­de entonces Calvin Ü'Neill se jugaba la vida demodo temerario. Cuando murió no tenía más queveintiún años, pero el instinto militar y el valor delirlandés, suplían en él á la falta de experienci~ dela juventud. En los pocos meses siguientes caye­ron otros bravos.oficiales. Cónway, Hígby, Du·senberry y unos veinte veteranos más, que eran laflor del ejército. Los sobrevivientes de la Falangese veían rodeados de caras extrañas; los valientesmorían)' los pusilánimes desertaban. Desgracia­dam~nte el mal no se limitó á la pérdida de com­batientes despreciables; el ejemplo dado por éstostuvo un efecto pernicioso en el ánimo de otros hom­bres buenos, pero temerarios, que de otro modohabrían permanecido fieles. No estaba en la dé­bil naturaleza. humana el contentarse con limitadasraciones de carne de mula y plátanos, cuando más

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allá de las avanzadas se hacía alarde de la cómo­da traición, acompañada de abundante comida yagradable holganza. Para el centinela hambrientola vista de sus compañeros de ayer era una tenta­ción, y un vituperio los sonidos de una charanga quehabiendo desertado una noche en masa, soplabaahora en los instrumentos comprados con el dinerode la república, seductoras habaneras y melodíass~rviles, en vez de los leales acordes del himnoA zul, blanco y azul. Tal vez asomaba entonces á sumente confundida la sospecha de que la Nicaraguaque había venido á ver y á disfrutar desde una dis­tancia de millares de millas, antes bien podría en­contrarla en las ollas repletas de carne del ejércitoaliado, que en el campamento filibustero dondereinaba el hambre. No es extraño por 10 tanto queel infeliz se olvidara de sus deberes, siguiendo elejemplo que tenía delante.

A principios de febrero la monotonía del sitiorué interrumpida por el arribo á San Juan del Surdel barco de guerra americano .\'t. Mary's, al man­do del comandante C. H. Davis. Siguiendo su es­tela no tardó en llegar también el vapor británicoEsk, cuyo capitán era sir Róbert McClure. Estosdos barcos formidables anclaron en el puerto á po­ca distancia uno de otro. Al día siguiente de suarribo, sir Róbert despachó un bote á una pequeñagoleta anclada cerca de tierra, para preguntarle elsignificado del pabellón que ondeaba en su palomayor. Era una hermosa bandera compuesta detres franjas horizontales, de color azul, blanco yazul; en la franja del centro, que era de anchura do­ble, se veía una estrella roja de cinco puntas. Erael pabellón de la nueva República de Nicaragua. yel barco, según la cortés respuesta de su coman­dante Fayssoux, la goleta de guerra nicaragüense

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Granada. Entonces sir Róuert le ordenó que vi­niese á bordo del Esk y trajera su nombramientoconsigo; á lo que el intrépido luisianiense, en cuyasvenos bulló al oír esta impertinencia la sangre desus rt:volucionarios antepasados} contestó que noestaba en disposición de hacerlo ni tampoco nadaque á esto se pareciese; y cuando el capitán inglés..10 amenazó con dispararle una andanada, el co­mandante nicaragüense mandó tocar á zafarranchode combate-tenía veinte hombres á bordo,-car­gó sus dos carronadas de seis libras y esperó quelo hicieran trizas, con tanta frescura como si tuvie­re debajo de los pies la cubierta de un barco de 74cañ<.,nes. Pero sir Róbert. ya fut:ra por temor decometer un abuso de autoridad, ya porque partien­do de una suposición ilusoria creyese que al capitánde la St.Mary's podía no agradarle la idea de verdespedazar á sus compatriotas. suavizó la demanclaconvirtiéndola en una invitación para una visitaamistosa, vi!>ita r¡ue el capitán Fayssoux no tuvo in­conveniente en hac~rle. Es posible que un móvilmas noble motivara la determinación de sir R6bert,porque era un marino respetuoso de las tradicione'ide honor de su país, que merecían haber sido con­signadas en las instrucciont:s del oficial americano;pero este último nunca pudo olvidar el terribleejemplo que t:n otros tiempos se hizo con el como­doro Pórter, que fué juzgado por un consejo deguerra y expulsado del servicio activo, por haberexigido una satisfacción á ciertos vagabundos es­pañoles, que habían puesto preso á un oficial ame·ricano que visitó á Puerto Rico con bandera deparlamento.

Cuando sir Róbert fué algunos días después áRivas, á pedir una explicación de la conducta deFayssoux, Wálker le disparó esta severa frase á

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quemarropa: «Presumo, señor, que V. ha venido áexcusarse del ultraje inferido á mi bandera y alcomandante de la goleta de guerra Granada)). Fuétal la sorpersa que al bizarro marino causaron estaspalabras, que olvidando su ira satisfizo como conve­nía la dignidad herida del jefe que mandaba milhombres y una goleta. «Si hubiesen tenido otragoleta-dijo sir R6bert-creo que habrían decla­rado la guerra á la Gran Bretaña)). Pero si el in.glés hubiera tenido conocimiento de la misi6n con­fiada á la SI Mary's, es posible que su conclusi6nhabría sido distinta; porque las instrucciones delcomandante Davis, que fueron cumplidas fielmente,le mandaban auxiliar á los aliados para obligar áWálker y los suyos á rendirse ¿Por qué? Según\Válker, porque el comodoro Mervin que había im·partido las órdenes, era amigo íntimo del secreta·rio .\1 árcy. razón bastante plausible, put::sto que elpoder de Márcy era absoluto en la dirección de lasrelaciones exteriores de importancia secundaria.De acuerdo con lo que dice Davis, porque los prin­cipios de humanidad lo obligaban á salvar á Wál­ker, aun á pesar de sí mismo, raz6n que quizás estan huena como la primera. El lector puede in­vestigar el verdadero motivo. ya que los informesoficiales, faltando á Sil misión, no hacen más queobscurecerla verdad.

Habiendo recibido t'l enemigo grandes refuer­zos, pudo concentrar dos mil hombres en San Jor­ge, que eran allí un peligro y una molestia cons·tan tes. \Válker resolvió desalojarlos. y el 16 demarzo ~e puso en persona al frente de 400 hom­bres y march6 contra el enemigo que tenía 2,500.Hénningsen, con dos cañones Je seis libras, unode doce y cuatro morteros, partió á la vanguar­dia para despejar el camino; Swingle se qued6

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custodiando á Rivas con el resto de la batería;y fué acertado, porque U1ja fuerza costarricenseimportante dió un asalto vigoroso á la ciudad,tan pronto como W álker se perdió de vista, y nofué repelida sino al cabo de varias horas decombate. Retiróse por el camino de San Jorge yunos doscientos hombres se situaron detrás de lasparedes de adobes de la casa de una hacienda, paraesperar el regreso de \\'álker (*).

Este llegó antes de amanecer á los suburbios deSan Jorge y mandó abrir inmediatamente un fuegovivo sobre la población; pero los enemigos estabanalerta y salieron como un enjambre de abejas irrita­das por calles y senderos, acosando la batería ylanzando sobre ambos flancos partidas de guerrille­ros, que abrieron un fuego irritante sobre la caba­llería americana. Así lás cosas, Hénningsen des­cargó una lluvia de metralla sobre los platanares,á dere.cha é izquierda, barriendo á los guerrilleros,en tanto que Wálker'cargaba con el grueso de sufuerza sobre el centro de la ciudad. El enemigoque disputaba el terreno palmo á palmo, retrocedióhasta una distancia de trescientas yardas antes dellegar á la plaza, en donde su inmensa superioridad numérica y el abrigo que le proporcionaban lasparedes de adobes y las torres de las iglesias, lohicieron inexpu~nable. No obstante \Válker pidiócuarenta voluntarios para dar un a&alto á la plaza;.sólo quince se presentaron, r con este puñado dehombres cargó intrépidamente, peleando con deses­perado aunque inútil arrojo,porque la desventaja eratremenda; le mataron dos caballos y recibió un ba-

(*) Alude el autor á los 500 hombres de los diferentes ejércitosaliados, que al mando del general D. Máximo Jerez se situaron en la ha­cienda de las Cuatro Esquinas. Esta columna salió de San Jorge unahora después de empeflado el combate, con la misión de cortar la retira­da á Wálker.

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lazo leve en la garganta. Sus filibl1"teros hicieronprodigios de valor, pero viéndolos cansados de unalucha tan prolongada y siendo ya escasas las mu·niciones, \\7álker dió por fin la orden de retirarse áRivas. En buen orden dejaron el campo, dondehabían peleado desde el amanecer hasta casi lapuesta del sol. \\7álker cabalgaba al frente de lacolumna y Hénningsen cubría la retaguardia consus cañones. No se opuso resistencia á su parti­da, y hasta que la cabeza de la columna llegófrente á la casa de la hacienda de las Cuatro Es­quinas, no tuvieron conocimiento los filibusterosde que allí estaban 200 costarricenses que habíansido rechazados en la mañana por Swingle (*).

Al pasar \Válker con su estado mayor por la obs­cura y silenciosa casa, la llamarada de una desear·ga de fusilería iluminó la fachada á menos de trein­ta yardas de distancia. Afortunadamente la pun­tería fué mala y sólo una media docena de caballosquedaron sin jinetes; pero entró el desorden en lacolumna durante un rato; algunos retrocedieron, entanto que otros se quedaron inmóviles de espanto,hasta que una segunda descarga los hizo salir ágalope aterrados. Wálker, COIl la invencible sere­nidad de que nunca se departía, refrenó el caballo,sacó el revólver y descargó los seis tiros dentro dela casa; luego, espoleando su corcel, siguió su ca·mino, ergu ido como si estuviese en la parada, enmedio de una lluvia de balas. El mayor Dolan, .un californiano melenudo que cabalgaba en pos deWálker, siguiendo el ejemplo de su comandante,descargó su revólver hasta el último tiro y lanzó después el arma dentro de la casa con una imprecación, al caer de la silla acribillado á balazos. Sus ro-

(*) Véase la nota anterior

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pas quedaron prendidas en los arreos de la silla )' elcaballo lo sacó de la refriega, pudiendo así salvarla vida y volver á pelear andando el tiempo. Elresto de la fuerza escapó como pudo; muchos mu­rieron en una tentativa inútil para tomar la casapor asalto; ]a retaguardia. con la artillt>ría. dió unrodeo, perdió el camino y no llegó á Rivas hasta lamañana siguiente. Tan sólo á la mala punteríadel enemigo se debió el corto número de bajas delos filibusteros en San Jorge y la emboscada de lasCuatro Esquinas; los muertos y heridos no pasa­ron de sesenta ó setenta (*).

U na semana más tarde (**) todas las fuerzasde los aliados. guiadas por un desertor, hicieron unataque combinado á Rivas, al amanecer, por dis­tintos puntos. Fueron rechazadas con terrible car­nicería, habiendo dejado 600 muertos en el cam­po de batalla (***), El ataque más serio se verifi­có en la parte norte de 1a ciudad. donde situaronuna pequeña batería para enfilar las líneas ameri­canas. Estaba manejada con destreza y bravurapor un artillero italiano (*u*). el cual, ~unque sehallaba expuesto á una granizada de balas que ledisparaban los excelentes tiradores americanos, se­guía cargando y tirando con la mayor resolución,haciendo avanzar un poco su pieza después de ca·da disparo. Hénningsen, que era devoto de lamisma arma. observaba con admiración, subido so-

(*) Wálker confiesa que tuvo 13 muertos y 63 heridos, de los cualescuatro me rtalmente.

(**) El 23 de marzo de 1857.

(***) I_as bajas de los aliados llegaron á 200 hombres en este com­bate,-MoNl ('FA\(, WtÍ!!..~r en c.·ntro Amiri,·a. pág. 979.

(-) Fabio Carnevallini.

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bre el parapeto. el comportamiento de su calmosoadversario: y mientras arrollaba y fumaba cig-arri·Ilos dirigía la maniobra de un cañoncito que los ar­tilleros americanos manejaban con menos habili­dad que de costumbre; hasta que por fin perdi6 lapaciencia, se puso de un salto en la tronera, y gra­duando él mismo la puntería pegó llna bala de seislibras á la pieza contraria, desmontándola, matando á seis artilleros é hiriendo al capitán italiano.Este fué hecho prisionero y las baterías enemigasdejaron de molt=star á los sitiados por algún tiem·po, hasta que habiélido~e escapado el bizarro arti­llero pudo reasumir sus funciones.

En este asalto los sitiados s610 tuvieron bajasinsignificantes, porque los muros de adobes los po­nían á cubierto de cualquier esfuerzo de los enemi­gos, por grande que fuese. Cuando éstos llevaronlas trincheras demasiado cerca de los muros de Ri·vas, los sitiados les quemaron sus guaridas con ba­las rojas. Poco importaba á Mora prodigar lasvidas de sus infelices reclutas, que morían á cente·nare~, con tal de que los americanos, que no po­dían ser reforzados, cayesen por docenas y los alia­dos pudieran cortarles tos víveres y las municiones.Por desgracia para W álker, un enemigo más terribl~ que la muerte y el hambre asediaba á Rivas:La deserción, que había comenzado á ejercer sus estragos en los recién venidos de ánimo poco esfor·zado, se fué propagando como la peste, hasta elpunto de no saberse ya en quien se podía tenerconfianza. En algunas ocasiones desertaron com­pañías enteras; hubo piquetes que abandonaron suspuestos; partidas de forrajeado res enviadas á bus­car víveres para la guarnici6n hambrienta no vol·vieron nunca. Ya en el mes de octubre una com­pañía de batidores, que se había mandado al distri-

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to de Chontales, desertó con sus equipos, haciendouna tentativa desesperada para salir á la costaatlántica por el río de Blewfields. No lIeg-aron nun­ca á la costa. porque algunos colonos franceses, áquienes intentaron saquear. cayeron sobre ellosmatando hasta el último (*).

El hambre amenazaba á Rivas. En toda la ciu­dad no había una onza de pan; las tropas se ali­mentaban de cortas raciones de carne de caballo yde mula, sazonada con azúcar en vez de sal; el hos­pital estaba repleto de heridos y de enfermos defiebre. Hénningsen deda en broma que antes derendirse se comerían los prisioneros. Alguna vezse susurró en las filas que Wálker y Hénningsen,para el caso de que Rivas cayera en poder delenemigo, habían preparado una mina destinada ávolar la ciudadela en el momento de la derrota,con amigos y enemigos. Este rumor no era másque una imbécil falsedad, pero hizo tanta impresiónen ciertos ánimos exaltados que, según lo refirió elmismo general Hénningsen al autor de este libro,hubo siete hombres que solicitaron de él el privi­legio de dar fuego á la mecha. W álker no estabareducido todavía á tan apurada situación; aun lequedan tres lances extre!TIOs: la llegada de Lóck­ridge con refuerzos por tI San Juan, un socorro deCalifornia. y en último caso la fuga al norte pararefugiarse á bordo de la Granada. Los refuerzosjamás llegaron, porque Lóckridge, derrotado en el

(*) Este hecho no ocurrió en el mes de octubre, sino en agosto de1856. Una compaí'!fa de 25 hombres de cabalIerfa, mandada por Túrley,recibió orden de ir i. Managua para explorar la costa sudoeste del lagobasta Tipitapa. Esta compaí'!fa desertó con dirección al Atlántico y depaso fué saqueando los pueblos; pero los vecinos del pueblo .le Acoya­pa se levantaron en armas para defenderse de los forajidos. lograron de·rrotarlos el 8 de agosto y los persiguieron hasta la montal\a de PotreroCerrado, donde los mataron á todos, menos á uno qué fué hecho prisio.nero. En todo este asunto no aparecen más franceses que los que hacreado la imaginación del autor.

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Castillo Viejo, había desistido de la irrealizable em­presa; el segundo arbitrio fracasó al negarse Mar­gan á cooperar con su socio Gárrison para seguircorriendo los vapores de San Francisco. De la Gra­nada dependía por consiguit::nte la última esperan­za de poder efectuar una retirada honrosa. Sin embargo \Válker aun no tenía conocimiento de quela primera y la segunda esperanzas eran perdidas.

El L 1 de abril los aliados dirigieron otro ata­que contra la ciudad y fueron de nuevo rechazados,con mayores pérdidas aún que en el anterior (*).El comandante Davis, que había estado negocian­do con los. aliados, mandó un recado á Wálker el23 de abril, ofreciéndole un salvoconducto para quelas mujeres y los niños se trasladasen de Rivas áSan Juan del Sur. oferta que fué aceptada con gra­titud.

Desembarazado de los no combatientes, W álker creyó que ya no había ningún obstáculo paraevacuar la ciudad cuando lo juzgase conveniente yretirarse á bordo de la goleta. Fayssoux no habíadejado de vigilar cuidadosamente los movimientusdel enemigo desde San Juan, impidiéndole cons­truir fortificaciones ó hacer cualquier otra cosa quefuera obstáculo para que Wálker pudiese ocupar elpuerto. Encontrando el comandante Davis, quehacía de pacificador entre las partes beligerantes,que este oficio era muy peligroso y delicado paraun diplomático novel, y obedeciendo aparentemen­te á secretas instrucciones, precipitó la crisis dema~era inesperada, proponiendo á Wálker que serindiese á las autoridades de los Estados Unidos.

(*) He aquí el detalle de las pérdidas de los aliados el II de abril de1857. st:gún el historiador D. Jt:rónimo Pérez: «Los custarrict:nses tuvie­ron más de 60 baja!>; los guatemaltecos 90; los setentriunales 20; los ni·caragüenses de la di visión de Jerez 150. casi todos dispersos.

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En ningún tiempo un oficial subalterno de marinase atrevió á hacer tan pasmosa proposición al pre­sidente de un gobierno amigo. Fué inmediatamen­te rechazada con indignación. Entonces Davis ga·ranti7.ó á \Válker la veracidad de dos rumores quehabían l1egado á Rivas. El primero relativo á queLóckridge había desistido de su intento de recupe­rar la vía del Tránsito: el segundo tocante á que novendrían más vapores de San Francisco.Convencido\Yálker de que ambas cosas eran ciertas, contestóque estaba resuelto á mantenerse en la ciudad has­ta tanto que durasen sus provisiones y pertrechos,después de lo cual se proponía llevar s.u fuerza ábordo de la goleta de guerra nicaragüense Gra1za·da, para irse donde más le conviniese (*). A lo queDavis replicó que «su intención irrevocable)) eraapoderarse de la goleta anteS de que zarpase deSan Juan; que sus instrucciones sobre este puntoeran claras y terminantes, y que nada, salvo unacontra orden, podía hacerlo desistir de este propó­sito. El enemigo había hecho con anterioridaduna oferta de cinco mil dólares á Fayssoux paraque rindiese la goleta; pero lo que no se pudo con­seguir por la fuerza ó el soborno, se logró á menoscosto oor medio de la conducta extraordinaria deun ofi~ial encargado de una misión y representantede la potestad de los Estados Unidos. A Wálkerse le acusó de ingratitud por haber protestado dela intervención de Davis. Se dijo que los EstadosU nidos salvaron del exterminio á los filibusteros;

(*) Lo que Wálker manifestó al teniente Huston de la Sto /l1'a,-)', elel 23 de abril, fué cqut: consideraba su posición en Rivas inexpugnablepara las fuerzas de que disponla el enemigo mientras tuviese vlveres;que si Lóckridge no verificaba su reunión con él enRivas antes de que sele acabasen las provisiones, abandonarla la ciudad para ir á juntarse conlas tropas en el río de San Juan, considerándose completamente en ap­titud de realizar este nlOvimiento». La retirada de \Válker hacia elpuerto de San Juan del Sur habría sido una empresa imposible.

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pero no hubo un solo hombre en Rivas que no re.chazara con todas sus fuerzas esta alegación espu·ria. ¡Hijos ingratos aquéllos, que habían acariciadoun ideal muy distinto acerca de lo que debe ser lamadre patria!

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Capítulo XV

ULTI!lfATL'M DEL CAPITAN DAVIS.-EvACUACIÓN DE RIVAS. - ESTADis­

TICA DE LA CAMPA~A.-OPINIÓN DE HÉ:<NINGSEN SOBRE LOS FILIBUSTE­

Ros.-ANf;cDOTAS CARACTERisTICAS.-FRÉDERICK WARD.-ApOTEOSIS DE

UN FILIBUSTERO.

El ultimátum de Davis, respaldado por los ca­ñones de la Sto Mary's, desvaneció la última ilu­sión de Wálker para mantenerse en Nicaré<gua. Es­to sucedió c!lando la rueda de la fortuna. parecíadar una vuelta en su favor. Perdida toda esperan­za de tomar la ciudad por asalto, los aliados, impa­cientes por llegar á sus fines, resolvieron ponerlesitio en forma. El formidable ejército de siete milhombres que había cercado á l<.ivas en enero (*),había quedado reducido en dos meses, por obra dela muerte y de la deserción, á una fuerza relativa­mente pequeña de dos mil combatientes, de loscuales las dos terceras partes eran de Costa Rica óde los otros estados centroamericanos. Para colmo

(*) En el cerco de Rivas los aliados no tuvieron nunca más de 3,000hombres.

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de males, este ejército se hallaba escaso de pólvora,amenazado por el cólera y la estación lluviosa, ytan reducido que no podía guarnecer debidamentelas obras del cerco, al través de las cuales pasabanlos espías americanos libremente cuando les dabala gana. En las filas de los filibusteros la deser­ción había hecho estragos. A \Válker le quedahantodavía 260 de sus mp.jores combatientes, gran cantidad de armas y municiones, y víveres para tresdías. Abrirse paso por las líneas enemigas y lle­gar á su goleta, habría sido una haz<lña mucho me­nos ardlla que la evacuación de Granada por Hénningsen. W álker jamás habló de capitular ni lopensó, ni el comandante Uavis había insinuado supropósito de apoderarse de la Granada, hasta quela posesión de esta goleta se hizo de vital impor­tancia para los sitiados.

Los leoneses en el norte habían comenzado ámurmurar de los gastos y de la miseria que causa­ba una guerra tan larga y estéril, cuyos frutos, da·do caso que triunfasen los aliados, habrían de reco­gerlos gentes á quienes querían todavía menos queá los americanos del Norte. Si 'á W álker se le hu­biese permitido embarcar á sus combatientes ensalvo, es de suponerse que habría logrado desper­tar en el corazón de sus antiguos amigos los leone­ses una nueva y más sólida amistad, renovando lalucha contra los serviles desde el Realejo, que ha­bía sido su punto de partida. La posesión tie másde cien prisiont'ros que podía llevar consigo en ca·lidad de rehenes, hubiera sido garantía suficientepara la salvaguardia de los enfermos y heridos quehubip.se tenido que dejar en Rivas. Tales son, por10 menos, los argumentos contenidos en la protestade Hénningsen, y los hechos aceptados por todas'las autoridades en la materia justifican sus conclu-

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siones. Pero la mitad de los pertrechos de Wálkerestaban á bordo de la goleta y sin estos elementos \habría sido una locura intentar un cambio de basede operaciones en presencia del enemigo.

Convencido Wálker de que la determinaciónde Davis era firme, envió al general Hénningsen yal coronel Waters al cuartel gerieral de los aliados,p;:¡ra que ajustasen los términos de la capitulacióncon el autócrata naval. Se redactó un arreglo quefué sometido el 30 de abril á Wálker, pero éste senegó á firmarlo, porque no contenía ninguna dispo­sición que garantizase las vidas y haciendas de suspartidarios nicaragüenses que tendrían que perma­necer en el país. Entre éstos había muchos hom­bres entusiastas, que fueron fieles á Wálker en to­das circunstancias y sobre los cuales caería la rabiadel enemigo tan pronto como salieran de Nicara­gua los temidos filibusteros. Al día siguiente seconvino en un nuevo arrt'glo, que aceptaron ambaspartes y cuyos términos fueron éstos:

«Rivas, I~ de mayo de 1857.

«El genl ral W álker, por una parte, y el co­mandante C. H. Davis de la marina de los EstadosU nidos por la otra, han convenido en las siguientescondiciones: .

«(I~-El general Wálker y dieciséis oficiales desu estado mayor saldrán de Rivas con sus espadas,pistolas, caballos y equipaje personal, bajo la ga­rantía de dicho capitán Davis de la marina de losEstados Unidos, sin ser molestados por el enemigoy siéndo.ks permitido embarcarse á bordo del bu­que de guerra de los Estados Unidos Sto Mary'sen el puerto de San Juan del Sur, obligándose elcapitán Davis á transportarlos en salvo en la StoMa1'Y's á Panamá.

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«2!--Los oficiales del ejército del generalWálker saldrán de Riva:; con sus espadas, bajo lagarantía y protección del capitán Davis, que ,seobliga á transportarlos en salvo á Panamá, bajo lacustodia de un oficial de los Estados U nidos.

«3!--Los soldados, oficiales subalternos, ciu­dadanos y empleados de los departamentos, heridosy sanos. rendirán sus armas al capitán Davis ó áuno de sus oficiales, y serán conducidos en embar·cación separada de la que llevará á los desertoresde las filas, de modo que no estén en contacto losunos con los otros.

«4~- El capitán Davis se compromete á obte­ner 1; s garantías necesarias en virtud de las cualesgarantiza á su vez á todos los hijos de Nicaragua óde la América Central que actualmente se hallanen Rivas y se han entreg-ado bajo la protección delcapitán Davis, que se les permitirá vivir en Nica­ragua y serán protegidos en sus vidas y propie­dades.

«51} Está convenido que á todos aquellos ofi­ciales que teng-all mujeres é hijos p-n San Juan delSur, se les permitirá quedarse bajo la protecl:ióndel cónsul de los Estados U nidos, hasta tanto quetengan oportunidad de embarcarse para Panamá óSan F:rancisco.

«6~-E! general Wálker y el capitán Davis secomprometen uno y otro á que este convenio seaejecutado de buena fe)).

Tal es el texto del tratado concluido entre elrepresente-..nte de los Estados Unidos y su ¡Jrisionero. La lenidad sin precedentes en los anales de lasguerras centrúamericanas con que los aliados trataron á hombres cuyo exterminio habían jurado,demuestra lo mucho en que valorab lO los serviciosdel capitán Davis. El hecho de no haber cumplido

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su promesa de misericordia para con los prisionerosnatunles del país, los cuales fueron perseguidosconforme á las buenas prácticas de antaño tanpronto como el g-alante capitán levantó anclas, noquita nada al mérito de su promesa, porque habríanprometido cualquier cosa cun tal de verse libres delimportuno filibustero.

Nada se estipuló respecto de la entrega de lasarmas y pertrechos de los sitiados. Así fué queHénningsen, antes de que comenzase la evacuaci0nde la ciudad, puso manos á la obra con sussubal­ternos y destruyó toda la artil'ería y las municio­nes, que consistían en un cañón de bronce de seislibras, tres de cinco, dos de doce y tres de seis,cuatro morteros de hierro de doce libras, 55,000cartuchos, 300,000 fulminantes y 1,500 libras depólvora. Para una guarnición que carecía de pan,no ·era esta mala cantidad de salitre.

El númel'O total de la fuerza que se rindió lle­gaba á 463 hombres, incluyendo 170 heridos y en­fermos. Cie.nto dos prisioner. 's tomados á los alia·dos fueron devueltos. Cuarenta nicaragüenses quehabían permanecido fieles á Wálker hasta el últimoinstante, dijeron un adiós lleno de tristeza al jefede los ojos zarcos, en la clara mañana de mayo quefué la última que vió brillar en Rivas.

Altivos y resueltos salieron de la ciudad los fi­libusteros. Al frente de la columna cabalgaba\Válker, espada y pistola al cinto y Cl,n el mismosemblante impávido con que habría subido al tronoó al cadalso. Detrás de él venía Hénningsen, alto,de marcial apostura y aspecto franco, barbado co­mo un panduro y no exento de manchas de pólvo­ra, huellas de su trabajo matutino. El flaco Hórns­by, quijote septentrional de cuerpo y cara, cabalga­ba á la par del flemático Bruno von Nátzmer, ex·

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abanderado de húsares prusianos, que fué amigodel barón .Bulow hasta que ciertas querellas res­pecto de cambio de nacionalidad les pusieron lasarmas en la mano el uno contra el otro; pero másafortunado que el barón costarricense, Nátzmer vi­vió para volver á pelear más tarde; Hénry y Swin­gle, los dos bravos artilleros, iban regocijándose deque sus adorados cañones, para cuyas delicadasgargantas habían guisado amenudo ricas golosinascon el metal de las campanas de las iglesias, escaparían al fin de las garras del odiado grasiento (*);Waters-el coronel Jack,-el mismo que llevó elsocorro á Granada; Wílliamson, West y \lna doce­na más de hombres valerosos y leales acompañabanal caudillo. A la sombra de los naranjos de Rivas,de-Granada, de Sal1 Jorge y veinte campos más deruda bataBa, .dormían á centenares otros hombresigualmente valernsos y leales, que nunca debíanvolver á seguir la bandera de un filibustero ni ádespertar al toqt:e de una trompeta hasta el día enque la de Gabriel toque la diana en el valle de Jo­safat.

Wálker y dieciséis de sus oficiales debían salirpara Panamá en la Sto Mary's, para de allí continuar su viaje á los Estados Unidos. Emucionantey en cierto modo heroica fué la escena de la despe­dida de W álker de sus camaradas, fieros y estram­bóticos, pero le?les. Comenzó por no decir adiós,sino hasta la vúta, á los 250 soldados y sargentosque se dirigían á la bahía de La Virgen, bajo lacustodia de un teniente de los Esta~os Unidos, queiba renegando de su .misión, para de allí seguir ásus hogares por el camino más largo que pudiesen

(*) Gr¿aser amable apodo con que los yankis distinguen á los his­panoamericanos.

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hallar; igual cosa dijo al triste contingente de en­fermos y heridos que debfan volver á sus casas porotro rumbo; y por último echó una mirada de lásti­ma y desprecio al batallón de los desertores após·tatas, que para seguridad de sus personas iba ádespachar el capitán Davis pur una tercera vía.

Hecho esto salieron de Rivas en pos cadacual de su estrella: Wálker á contemplar desde lacubierta de la Sto Mary's su querida goleta Gra­nada, que Davis había capturado según lo prome­tiera y que devolvió á los costarricenses, conformetambién á la promesa secreta que les hizo á esterespecto. Ahora mandaba Ic~ goleta-no sin granpompa ni mucha gloria-un negro de Jamaica: se­cUf~la horriblemente satírica del decreto de la es­clavitud que debía regenerar á Centro América.El comandante Davis, el más respetable de losmagnates navales, recibió un ascenso bien ganadoen Rivas, principalmente á fuerza de longevidad, ymurió con el grado de almirante, sin que durantesu larga vida hiciera nada meritorio, salvo el derro­camiento del jefe filibustero.

La bandera azul, blanca y azul había flameadopor última vez sobre el territorio de Nicaragua(*). sise exceptúan lus c(lrtus momentos en que fué izadade nuevo para caer delante del pabellón <distado yestrellado)) en el puerto de San Juan del Norte.Tantas y tan diferentes son las historias que se hancontado acerca del número de hombres que pelea­ron y murieron bajo sus pliegues, que no carece deinterés hace:-r un resumen de las fuerzas que domi­naron á N ican.gua durante veinte meses.

Los que calculan basándose en conjeturas, es-

(*) El autor ignora ~in duda que estos mismos ~on y han sido siem­pre los colores de la bandera de Nicaragua. Lo que dejó de existir el I~

de mayo de 1857. fué la estrella roja de cinco puntas que la deshonraba.

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timan que en Nicaragua murieron 5,000 america·nos; es decir, cinco séptimas partes de las bajas quehubo en la guerra de la independencia de los Esta·dos Unidos, contando muertos y heridos. Tambiénse ha dicho que Wálker tuvo de veinte á treintamil hombres bajo su mando. Estas conjeturas sehan cristalizado seriamt'nte en verdades hist6ricas,cuando la Historia se ha dignado darse por enten·dida del asunto. Los registros del ayuJante gene·ral P. R. Thompson demuestran que durante todoel tiempo de la campaña s610 se alistaron 2,843hombres en las filas filibusteras. Sin embargo, áéstos hay que agregar los voluntarios del país. losciviles que ingresaron de buen grado en el ejércitoy otros á quienes se obligó á prestar servicio temoporal. Entre todos pueden formar un t,.tal de 3,500hombres más ó mt'no!> (*).

A este núcleo de combatientes se opuso unafuerza total de 21,000 serviles nicaragüenses, cos­tarricenses, hondureños, guatemaltecos y salvado­reños, y no menos Je 10,000 indios auxiliares. Losaliados confiesan una pérdida de 15,000 hombres~n todas sus campañas (*). Quizás una tercera'

(*) Todos los que han escrito sobre la guerra de Nicaragua han ob·servado la tendencia de Wálker á ocultar el verdadero número de susfuerz.as, que siempre presenta reducido.

(*) Las cifras que da el autor sobre las fuerzas centroamericanas quecombatieron á Wálker son completamente fantásticas. Los datos oficia·les nos dirán la verdad. A fines de marzo de 1856, un ejército de 2,500costarricenses invadió á Nicaragua. Este ejército regresó á Costa Ricadespués de la batalla de Rivas. En el curso del mismo allo de 1856 llega­ron á León 500 guatemaltecos y 800 salvadorefl.os que, unidos á 500 nica­ra~üenses, formaron el primer ejército aliado, cuyo total era por consi­gUIente de 1,800 hombres. Má~ tarde lIegarl!ln refuerzos de Guatemala yEl Salvador y 200 hombres de Honduras. En noviembre de 1856 el totalde las tropas aliadas en Masaya era d,~ 3,100 hombres. En enero de 1857habla en San Jorge; 1,300 guatemaltecos al mando de Zavala; 500 costa­rricenses, nicaragüenses y salvadorellos, á las órdenes de los generalesCallas y Jerez; 450 nicaragüen~e~ mandados por Chamorro, y 200 hon·durellos con Xatruch, que formaban un total de 2,450. Habla además700 costarricenses en el castillo de San Carlos y el rlo de San Juan. Tam-

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parte de los americanos que entraron á Nicaraguamurieron allí. A falta de una estadística oficialme atengo á las aseveraciones del general Hénning­sen sobre este punto. Del comportamiento de losfilibusteros puede dar alguna idea el informe de loscirujanos, del cual resulta que la proporción de he­ridas fué de 137 por cada cien hombres. L05 queno eludían el cumplimiento de su deber, tuvieronque sacar más de una cicatriz, cuando lograron salir con \'ida, para compensar ia inmunidad de loscobardes y desleales. No parece exagerado decirque más ó menos 1,500 fueron los constantes y fie­les.

La mayor parte de éstos eran californianos,cuando el nombre de californiano significaba indioviduo de una raza de gigantes, que vinieron de to­das partes del mundo á buscar oro y que despuésemprendían otra jornada de 2.500 millas en buscade aventuras. Las nueve décimas partes eran nor­teamericanos pertenecientes á todas las clases so­ciales. graduados en todo género de institutos, des­de el colegio hasta la prisión. y que se jal taban deque «California era la fh,r del mundCl y ellos la florde California»; pero tampoco armaban querellacon el que modificaba la frase así: ((California es lacloaca del mundo y nosotros el albañal de Califor­nia». N icaragua ejercía sobre los jóvenes sudistasuna atracción tan grande como el mar sobre los delNorte. Un hijo y un sobrino del senador Báyardse escaparon del col~gio para u nirse á los filibuste

bién St hallaban en León troplis de El Salvador y Nicaragua; pero estasfuerzas no estaban en el campo de operaciones. En el sitio de Rivas notomaron parte más de 3.000 hombres.

En cuanto á los 10.000 indios auxiliares son. completamente mitoló­gicos. Al escribir este dato el autor debe de haber pensado en la BajaCalifornia que conoció Wálker en 1853. Todos los soldad.os centroameri­canos que pelearon en Nicaragua en 1856 y 1857. eran más ó menos civili.zados. pero ninguno de ellos podía calificarse de salvajE'.

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ros y quizás habrían añadido alguna gloria militaral nombre de su familia, si éstos no los hubiesenenviado á sus casas á solicitud del departamento deestado. El primer ayudante de Hénningsen eraun joven de diecinueve años llamado Búrbank, quese había escapado del instituto militar de Virginiay ql1e en caso de haber vivido plJdo haber hereda­do un capital de 100,000 dólares, suma que en aque­llos tiempos representaba un capital. U n sargentoque no valía gran co.sa recibió una herencia igual yfué llamado para disfrutarla, pero de propósito de­liberado perdió el vapor y murió en Nicaragua.

Todos los hombres de índole fiera y estrambó­tica, para quienes la misma California se había he­cho demasiado apacible, se sentían naturalmentearrastrados hacia el campamento de los filibusteros.«U na vez oí- refiere Hénningsen-á dos soldadosmugrientos disputando acerca de la correcta inter­pretación y de los méritos comparativos de Esquiloy Eurípides. En otra ocasión vi á un soldado queestaba de guardia emborronando tiras de papel,que resultaron ser una hermosa traducción en versode la Divina Comedia)).

Este mismo jefe atestigua el heroísmo inven­cible yla fortaleza -de aquellos hümbres: «Muchasveces los vi marchar con un brazo roto ó entabli­llado y servirse del otro para disparar su rifle ó surevólver. Los que caían con un muslo fracturadoó con heridas que les impedían andar, amenudo-yal principio de la guerra siempre-se saltaban latapa de los sesos para no caer en manos del enemi­gO)). y luego añade: «Hombres de este temple nose encuentran en el comercio ordinario. de la vida,ni espero volver á ver á ningunos que se les parez­can. Estuve con los confederados en muchas delas batallas más sangrientas de la última guerra, y

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digo que si al terminar esta contienda me hubierasido lícito escoger cinco mil de los más valientessoldados que pude ver, federales ó confederados, ypor otra parte resucitar y oponerles mil de los hom­bres que duermen á la sombra de los naranjos deNicaragua, tengo la certt::za de que estos mil ha·brían derrotado y puesto en fuga á los cinco mil enel término de una hora (*). No hay ciencia militarque valga cuandü se tienen en frente adversariosque asaltan con revólver y no vacilan en cargar so­

.bre una batería pistola en manoll. En la segundabatalla de Rivas diez hombres, oficiales todos, carogaron sobre una batería defendida por más de 100

costarricenses y la tomaron, habiendo sido muertoscinco de estos oficiales en la heroica acción (**).

El testimonio de sus enemigos confirma el es­pléndido valor de los filibusteros y su imperturba­ble sangre fría delante del pelotón que debía fusi­larlos, pues esta era la suerte que les tocaLa casisiempre cuando caían prisioneros. El caballeroBelh· cuenta de un filibustero que habiendo sidocapturado con una pierna rota y condenado á muer·te, contestaba con brevedad á las preguntas oficio­sas que se le hacían acerca de la causa de su veni­da á Nicaragua, de si creía en una vida futura, etc.;

(*) Según el testimonio de Hénningsen, que es una autoridad en lamateria, los filibusteros de Wálker habrían podido derrotar fácilmente álas mejores tropas norteamericanas de la Guerra Civil, en la proporciónde uno contra cinco. Ahora bien, estos mismos filibusteros lucharon con­tra los costarricences en Santa Rosa y en Rivas en la proporción de unocontra dos y fueron vencidos en ambas ocasiones. Debe considerarse,además. que nuestros soldados eTan simples milicianos que peleaban porprimera vez.

(**) Sin que por esto se menoscabe el valor bien probado de lo.. fili­busteros, conviene restablecer la verdad histórica. Según ésta, la bate­TIa que tomaron en Rivas á los costarricenses se reduce á un cafloncito,defendido tan sólo por cuatro artilleros y que cayó en su poder en el pri­mer momento de la sorpresa. V. MONTÚFAR, lVálker ,'11 COltro Améri.ca, págs. 3'7 y 325. Walker dice que era un pequeño cal'l.6n de bronce,

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hasta que perdiendo la paciencia exclamó: «j Ea,basta ya de majaderías! Si lo que ustedes preten­den es que haya funerales, que vengan los sepultu­reros y acabemos de una veZ».

Hombres dotados de genio militar, que en uncampo más vasto habrían adquirido fama y fortuna,reposan en ignoradas sepulturas; porque allf dondepeleaban el valor y la pericia sólo servían para au­mentar las prlJbabilidades de muerte. Hombres delas mejores familia .., que poseían la más esmeradaeducación y muchas riquezas, yacen á la par de fe­lones y de escapados de presidio. Algunos sobre­vivieron para seguir su carrera de aventuras, otrosmuchos para morir en la guerra civil de los ~sta­

dos Unidos. Uno de éstos, Fréderick TównsendWard, del más puro abolengo puritano y naturalde Sálem, Massachussetts, se graduó en la escuelafilibustera y fué á parar á la remota China en mo­mentos en que estallaba la revuelta de los taipíngs.Entró á servir en el ejército imperial, cuyo mandoen jefe llegó á obtener. Con tanto acierto puso enpráctica el denodado filibustero las lecciones apren­didas en Nicaragua, que no, tardó en llegar á seruno de los más grandes hombres del Celeste Impe­rio y fuécolmado de honores y de riquezas, hastala suma de dos millones de dólares, según se dice',pues sus albaceas chinos no presentaron la cuentadel activo de la sucesión. Pudo haber subido ácualquiera altura en aquel reino ultraconservador,tal vez hasta el mismísimo trono y empleo de virreyde los cielos, si una maldita bala no hubiera corta­do Sil carrera en el sitio de Ning Po, enviándolo ágozar de los más estupendos honores que se hayantributado nunca á un vanki, ni vivo ni muerto. Por­que los paganos agra-decidos erigieron dos templosen su honor, inscribiendo solemnemente su nombre

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en la lista de los dioses de su país. Hoy todavíamantienen en su tumba un lirio inmaculado en flor,emblema de no sé qué cosa, del que cuidan devotasmanos y que tal vez seguirá siendo objeto de losmismos cuidados durante siglos, cuando ya los taipíngs y el filibustero no sean sino Ol':curas y decré­pitas tradiciones para las olvidadizas y atareadasgentes que no viven en el Celeste Impt·rio. Chinarecuerda los servicios de Ward; pero á/ter túlt"t ho­nores y un inglés tiene la gloria de haber sofocadola r~vuelta de los taipíngs. El joven californianoJoaquín MílIer pertenecía á un tipo diferente; éstevivió para celebrar en verso heroico la memoria desu jefe, aunque de fijo W álker, sencillo y austero,no habría admirado mucho la vestidura pomposacon que lo disfraza.

Para los más ignorantes de sus secuaces, losdesignios ulteriores de W álker eran por supuestoinexplicables. Creían que sus propósitos eran pu­ramente los de un pirata. De aquí nació la leyen ­da de que había reunido un gran tesoro, que comoel del capitán Kidd (*) yace aún bajo tierra, en es­pera de un afortunado ·descubridor. Muchos añosdespués de su muerte, un pariente de un tal Sa­Aluel Lyons, uno de los filibusteros que quedaroncon vida, contó la siguiente historia:

«Por su valentía y pericia militar. Samuel lle­gó ser uno df> los hombres de más confianza deWálker y fué uno de los cuatro oficiales que le ayu­daron á enterrar su tesoro. Había cinco mulas car­gadas de oro y plata en moneda acuñada y barras,junto con muchas riquezas, fruto del saqueo de igle­sias, capillas y casas particulares. En una nochede luna, Wálker y cuatro oficiales enterraron el te-

(*) WlI1iam Kidd, famoso pirata inglés que muri6 ahorcado en '701.

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sor.) á la .. once, debajo de un árbol grande, cercade la cumbre de un cerro. Oí referir á Samuel c6­mo removieron las hojas dd suelo antes de cavar elhoyo. Yo mismo tengo una idea bastante clara dellugar, pero Samuelloconoce con exactitud y puededar con él, alJnque el árbol haya sido derribado. Eltesoro fué enterrado muy poco antes de los dos úl·timos combates que dieron en tierra con las espe­ranzas de \Válker. El primero de estos combatesocurrió en la mañana siguiente de aquella excur­sioncita á la luz de la luna y en él fueron muertosdos de los oficiales que habían enterrado el tesoro.Después de este combate, el ejército-si así puedellamarse-vivi6 s610 de plátanos durante dos sema­nas y pasó muchos trabajos. Entonces se verific...6el último combate, en el cual \Válker, Samuel y losdemás fueron hechos prisioneros. De los cuatro oficiales que acompañaron á \Válker en el entierro deltesoro, s610 de uno no se da cuenta; pero como nose supo más de él después del último combate, Sa­muel ha creído siempre que fué muerto en esta oca­si6n ó fusilado con los prisioneros. Con seguridadno se hallaba entre los quP. milagrosamente esca­paron con Samuel y que. según creo, fueron losúnicos que salieron con vida de la refriega. Si hamuerto, ó mt-jor dicho, si murió entonces, Samueles el único que conoce el secreto).

Los aficionados á lo maré;lvilloso podrían de­clararse satisfechos con este precioso cuento de te­soro y sangre; pero hay otro «sobreviviente)) dota­do de imaginación más robusta aún, que con la se­riedad del caso corrige el relato anterior así:

«El que esto escribe sabe algo de ese tesoro ylo examinó personalmente. En vez de las cargascorrespondientes á cinco mulas, había cinco tonela­das. E.s cosa bien sabida que el capítulo más ho-

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rrible de esta guerra. la más horrible de todas lasguerras, fué el incendio y saqueo de Granada porel general Hénningsen, obedeciendo á órdenes deWálker, en noviembre de 1856. Las iglesias,. queeran unas treinta é inmensamente ricas en objetosde plata y joyas, fueron sistemática y secretamentesaqueadas, y este gran botín se ocultó en lugar se·guro, á bordo de uno de los vapores del lag,) deNicaragua, antes de que la ciudad condenada ámuerte fuese entregada al saqueo. El paradero deeste inmenso tesoro fué un secreto y así lo conside­raron los filibusteros en aquel tiempo. Valía mi­llones. Para alejar sospechas acerca de su verda­dero destino, Wálker hizo circular el rumor de quelo había enviado á Nueva Ürleans para ser vendidoallí por cuenta de su gobierno y su producto em­pleado en la compra de material de guerra. Eltesoro fué enterrado y, según me consta, el oficial áquien se le confió y que mandaba la escolta que locustod\aba, vive ahora en San Bernardino. Me hareferido éste, y amenudo hemos discutido el asunto,que bajo la vigilancia personal de W álker, él y otroscuatro oficiales con unos veinte hombres enterraronel tesoro en la aldea de San Jorge, bajo el piso dela casa en que el botín estaba guardado con el ma·yor sigilo. Wálker les exigió juramento solemnede que guardarían el"secreto y los recompensó ge­nerosamente, prometiéndoles á todos futuras remu­neraciones si cumplían fielmente su promesa de norevelar el sitio donde se hallaban los despojos delas iglesias de la ciudad incendiada. Antes de unmes todos los que estaban en el secreto, menos elallJigo que me ha dado estos informes y dos ó tresde los oficiales que habían jurado, fueron enviadosá una expedición fingida, acusados de deserción yperseguidos por una gran fuerza de caballería que

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Jos mató á todos por orden de W álker. Poco des­pué.., en una terrible batalla librada en San Jorgeel 16 de enero de 18Si, el último de los que asis­tieron al entierro del tesoro, si se exceptúa á miamigo de San Bernardino, fué muerto y en tal for­ma que mi informante se acabó de convencer deque á todos los habían matado por orden de Wál­ker, y de que la intención de éste era lleg:1r á ser elúnico dueño del secreto del tesoro oculto. Y aun­que mi amigo era un oficial de confianza y fiel, áquien Wálker estimaba en alto grado, el pronto ytrágico fin de sus compañeros ypartfeipes en elterrible misterio le causó tal impresión que desertóen el acto. Se llevó el secreto y todavía lo posee,y es el único hombre sobre la tierra que sabe .don­de está escondido el botín de Granada, y sin em­bargo no lo sabe. ¿Por qué? Por esto, porque eltesoro fué enterrado en diciembre; en enero el ene­migo se apoderó de San Jorge haciendo una mar­cha forzada; Wálker se situó en Rivas, á tres millasde distancia, y durante los tres meses siguientesacabó totalmente con su ejército en vanos esfuerzospara recuperar la insignificante aldea que conteníaaquella inmensa riqueza. En los terribles conflic­tos que hubo con este motivo, la aldea fué comple­tamente arrasada. Esto 10 sabe bien el que sus­cribe, por haber pelearlo en todas esas luchas)>.

A esta detallada narración nada le falta paraser exacta, salvo la verdad. Este, así como la ma·yor parte de los cargos inverosímiles hechos á Wál·ker, emanó de los desertores, que son los que máshan contribuido á infamar su memoria.

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Capítulo XVI

REGRESA WÁLKER Á LOS ESTADOS UNIDOS.-NuEVAS TENTATIVAS

DE ÉSTE.-L.\ EXPEDICIÓN Á SAN JUAN DEL NORTE.

A su regreso á los Estados Unidos, Wálkerfué recibido en N ueva Yor~ como un conquistador.La ciudad estaba engalanada como para un día defiesta; inmensa multitud se reunió para ver al hé­roe; Bróadway estaba cubierto de banderas comosi se tratara de un festejo nacional; se celebraronreuniones públicas para darle la bienvenida y ma­nifestarle simpatía. Wálker recibió el homenajecon modesta dignidad y confesó resueltamente sudeterminación de recobrar el poder perdido en laprimera coyuntura. En su carácter de presidentelegal de Nicaragua, protestó contra el proceder delos Estados U nidos, que él consideraba como unapotencia extranjera, al expulsarlo de su país. Fuéá Wáshington á presentar ante el departamento deestado su queja contra el comandante Davis, y lorecibieron con diplomática cortesía; pero el caso sesometió á la consideración del Congreso, donde fuésepultado bajo una montaña de palabrería.' En se·guida hizo un viaje por el Sur, donde lo recibieron

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y festejaron con mayor entusiasmo aún que en elNorte. En Nlleva Ürleans se dtjó ver por prime­ra vez en público, ~n un palco de uno de los tea­tros de la ciudad. Cuando los espectadores seenteraron de su presencia, olvidáronse de laficción que tenían delante, para volver como un so­lo hombre los ojos hacia el héroe real, cuyas hazañashacían palidecer los más atrevidos vuelos de la fanta­sía, y los vivas brotaron uno tras otro desde la pla­tea hasta la cazuela. W álker fué aclamado como·un héroe y un mártir y hasta sus enemigos másencarnizados tuvieron que callarse por el momento,cuando Hénningsen, de quien aguardaban, no sesabe por qué, que vilipendiase á su jefe, no sólofrustró esta esperanza sino que que por todas partesfué haciendo elogios del carácter y de los princi­pios del gran filibustero. También presentó H~n­

ningsen ante el secretario Cass una protesta indigna­da contra el ultraje inferido á una n'tción amiga,cuya única ofensa para los Estados Unidos estribabaen el hecho de que su presidente tenía ia desgraciade haber nacido ciudadano americano. En princi­pio la qut'ja de los filibusteros estaba bien fundada;pero la demanda de rt:paración no fué atendida. Alpresidente de los Estados Unidos no le importabanada que el título del presidente de Nicaragua fue­ra desde el punto de vista legal tan bueno como elde James Buchanan. Wálker no tardó en conven­cerse de que éste no era hombre capaz de echaruna nueva rama de espinas en su lecho de abrojos.ya tandoloros·o, y el audaz filibustero resolvió bus·car fu~ra del imperio de la ley lo que dentro de élse le negaba (*).

(*) Refiere t:n seguida el autor la expedición de Hénry A. Crabbe áSonora en 1857.

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Con la: expulsión de los filibusteros terminó laguerra en Nicaragua durante algún tiempo. Losestados aliados establecieron una especie de pro­tectorado sobre la república, después de haberseindemnizado, conforme á la moda establecida porlas grandes potencias, con una buena parte de losfrutos de la victoria. Costa Rica fué remuneradacon la posesión del Guanacaste y una faja de terre­no á lo largo del lago y de la ribera sur del río SanJuan, compensación bastante mezquina por los gas·tos hechos en la guerra, que había acarreado lamuerte de 4,000 hombres, mujeres y niños, sega­dos por el cólera (*';'). Al «Tigre de Honduras))se le dió auxilio material para aniquilar á los par­tidarios de Cabañas. El general Martínez, descen­diente de la heroína apócrifa de San Carlos, fuénombrado presidente de Nicaragua y en el actoenvió un ministro á Wáshington, que fué recibidosin dificultad. Mr. Buchanan encontró en esto unaexcusa plausible para rechazar las reclamaciones deW álker. El nuevo ministro, señor Irisarri, nego­ció otro tratado para la construcción del canal, cu­yos términos no se consideraron favorables paraCosta Rica, y esta república y la de Nicaragua es­tuvieron á punto de irse á las manos.

A pesar de la vigilancia de las autoridades delos Estados Unidos, W álker siguió fraguando pla­nes para volver á tomar la ofensiva en territorio deNicaragua. Arrestado bajo la inculpación de ha-

(**) El autor ignora que el tratado Canas-Jerez de 1858 no dió á CostaRica nada que no fuera suyo. El Guanacaste le yertenecla desde18:00, año en que fué agre~adoá su territorio por e gobierno espa­ñol para que pudiese elegtr un diputado á cortes. Verificada la in­dependencia en 1821: el pueblo guanacasteco manifestó por mE-diode un plebiscito, en 1824, su voluntad de seguir perteneciendo áCosta Rica. Este plebiscito fué sancionado por un decreto del con­greso federal de 1825. En cuanto á la faja de territorio á lo largodell~o y del rlo San Juan, pertenece á Nicaragua, seKún estipula­ción del tratado de 1858.'

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l1arse organizando una expedici~n ilegal, fué ab­suelto tan sólo para reanudar sus preparativos.Trece días después de su absolución en Nueva Or­leans, apareció frente á San Juan del Norte á bor­do del vapor Fashion, pero no se. detuvo en estepuerto hasta después de haber echado á tierra alcoronel Anderson con SO hombres en la boca delrío Colorado, un brazo del San Juan situado al surde este río. De aquí regresó el Fashtim, anclóaudazmente en la bahía de San Juan del Norte ba­jo los cañones de la fragata norteamericana Sara­toga, y desembarcó su cargamento de material deguerra y sus ciento cincuenta pasajeros (*). Losoficiak:s y la mayor parte de los soldados eran anotiguos veteranos de la guerra de Nicaragua, entrelos cuales estaban los distinguidos militares Hórns­by, von Nátzmer. Swingle, Túcker, Hénry, Hoof,Fayssoux, Cook, McMullen, Haskins, Búttrick yotros. El capitán Chátard de la Saratoga despa­chó un bote al Fashilln, pero los pasajeros desem­barcaron antes de que el teniente que lo mandabapudiera impedírselos. ].0 único que este oficial secreyó autorizado á hacer, fué ordenar á los filibus­teros que respetasen las propiedades americanascomprendidas en la zona ocupada por la compañíadel Tránsito, orden que fué obdecida por Wálkerdespués de protestar contra esta violación de susderechos como presidente de Nicaragua, que ha­bía otorgado los privilegios de que gozaba la com­pañía.

W álker estableció en el acto su campamento yse puso á esperar los refuerzos que debían llegarlede un momento á otro de los Estados Unidos. Elcoronel Anderson, después de subir por el Colora-

(*) Esto sucedió el "5 de noviembre de 1857.

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do y el San Juan, apareci6 de pronto frente al Cas­tillo Viejo y lo tomó sin dificultad, cosa que elincompetente Titus y L6ckridge no babían podidohacer con fuerzas ocho veces superiores en número.Se apoderó también de tres 6 cuatro vapores delrío y estaba ya en camino de hacerse dueño abso­luto de la vía del Tránsito. cuando la llegada á.SanJuan del comodoro Híram Páulding y de la fragataWábash de los Estados Unidos, en el mes de di­ciembre, imprimi6 un nuevo rumbo á los aconteci­mientos.

No contento el capitán Chátard con ejerceruna especie de superintendencia de policía sobre elpuerto de San Juan, inici6 una serie de pequeñasmolestias, que si hubiesen tenido por objeto provo­car un conflicto entre las fuerzas de W álker y lasde los Estados U nidos, no habrían sido mejor es·cogidas. A la vez que el capitán norteamericanopretendía conservarse enteramente neutral, no de·jaba de dar 6rdenes á los expedicionarios y manda­ba sus botes á tirar al blanco en lugares donde losfilibusteros de servicio estaban expuestos á recibiruna bala, á menos de abandonar sus puestos. Susoficiales insistían en bajar á tierra y en penetrar ent::l campamento de \Válker sin salvoconducto; ycuando éste, con más dignidad que discreci6n, ame­nazó con hacer fuego sobre cualquier persona quefuera encontrada dentro de sus líneas, el' capitánChátard le contest6 una nota, que fué remitida porWálker al comodoro Páulding, en la cual le asegu,raba que ejercería represalias. «Las niñadas)) delcapitán Chátard, como las califica W álker, no ha­biendo logrado provocar un conflicto, el comodo­ro Páulding intimó imperativamente á W álker quese rindiese, el día 7 de diciembre. Resistir á unaorden semejante, respaldada por dos fragatas de

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guerra y un complaciente capitán inglés que seofrecio á dar auxilio á Páulding para aniquilar álos filibusteros americanos, habría sido una locura.Al día siguiente el comodoro Páulding echó á tie­rra una fuerza de 3jO hombres en lanchones hówit­zer y los formó en orden de batalla, á la vez quelos cañones de la Saratoga amenazaban el campa- ,mento. El capitán Engle se presentó en la tiendade campaña del general Wálker intimidándole larendic ión y añadió: «General, siento mucho verleá V. aquí. Un hombre como V. merece mandarotra clase de gentes». Wálker respondió en pocaspalabras que sus gentf's probarían su mérito, situvieran siquiera la mitad del número y del arma-mento de los que los tomaban presos.

La bandera de los filibusteros fué arriada y losprisioneros se enviaron á bordo de la Saratoga pa­ra ser transport~dosá los Estados Unidos. \Válkeraprovechó el ofrtcimiento que se le hizo para to~

mar la vía de Aspinwall y regresó á sus expensas.Al enterarse el coronel Anderson de la captura delcampamento, se rindió con las fuerzas que tema enel río y se fué á Nueva ürleans Al llegar á NuevaYork, W álker se entregó á las autoridades de policía de los Estados Unidos, en cumplimiento de lapalabra que había dado al comodoro. Páulding, yfué enviado á Wáshington en calidad de prisionerode guerra; pero el presidente Buchanan no estabaen modo alguno dispuesto á apoyar el proceder desu subordinado naval y se negó en absoluto á acep­tar la rendición ó á reconocer que W álker se halla­ba bajo la custodia del gobierno. En un mensajedirigido al congreso hizo análisis extenso de la con­ducta del comodoro Páulding, que declaró ilegal,pero citó la aprobación del gobierno de facto deNicaragua, como una justificación de los hechos.

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E~ una palabra, Páulding había violado los dere­chos de esta nación mediante un acto de hostilidadcometido contra su presidente en su territorio; perode acuerdo con el razonamiento de Mr. Buchanan,ya que los enemigos de VVálker, que ahora man­daban en Nicarag-ua, no hacían reclamación algunaá este respecto, el proceder del comodoro Páuldingno era vitup~rable. No obstante, había sido ungrave error y si no se le aplicaba una censura ha­bía de constituir un precedente ~Iigroso. Fun­dándose en la consecuencia lógica de esta opinión,Wálker pidió al gobierno de los Estados Unidosque lo indemnizase de sus pérdidas y que medianteel transporte gratuito de una nueva expedición res­tableciera el status quo ante. Por demás está decirque esta petición no fué atendida, y \Válker enta­bló entonces un juicio civil contra Páulding pordaños y perjuicios, con motivo del arresto ilegal,juicio que se demoró en los tribunales y en el quenunca recayó sentencia.

El Fashion fué condenado por haber salido deMobila con registro falso y la autoridad lo vendióen doscientos dólares. Su cargamento, traído álos Estados U nidos por las fragatas Saratoga yWábash, demostraba que los filibusteros se habíanpreparado ampliamente para el equipo de una fuer­za sufiCiente para hacer la reconquista del país, sihubiesen podido a~egurarse una base de operacio­nes. N unca soñaron con que sus compatriotashabrían de ser la causa 'de su fracaso. Antes de supartida de los Estados U nidos, VVálker estaba con­vencido de que no padecería ningún dai'io siconseguía salir !-oin tropiezo, y lo que menos se ima­ginaba era ser molestado en territorio extranjero.La prueba de que Páulding excedió sus poderes alcapturar la expedición, se hizo demasiado tarde y.

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cuando ya era inútil. No es dificil adivinar la cau­sa de su enemistad. El destino parece complacerseen una especie de crueldad irónica, ya sea cuandolanza sobre un Napoleón un tábano como H udsonLowe, ó frustra la ambición de un W álker pormedio de la ridícula petulancia de un fantoche na­val. Esto es como si César, al pasar el Rubicón,hubiese pillado un catarro que le causara la muerte.Páulding y otros potentados navales de pacotilla seaprovecharon de las circunstancias para vengarsede la manera poco respetuosa con que Wálker,simple aventurero sin despacho oficial, se habíaexpresado del comandante Davis. Tomaron la cosacomo un insulto dirigido á la marina de guerra ame­ricana, y cuando los incidentes ocurridos despuéscon el capitán Chátard se sometieron al conoci·miento del comodoro, la indignación de éste notuvo límites. El hombre que amenazaba con ma·tar al oficial de marina que penetrase dentro de suslíneas sin un salvoconducto, no podía ser más queun pirata fuera de la ley; y por lo tanto Páuldingmandó prender al filibustero, aunque le permitiócon encantadora inconsecuencia irse á Nueva Yorkbajo palabra de honor.

Pero el daño irreparable estaba hecho y Wál·ker encontró muy poco consuelo en la suspensiónde su perseguidor del servicio activo, y en el litigiointerminable que le siguió por daños y perjuicios,venganza esta última que entraña siempre el cas­tigo correspondiente.

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Capítulo XVIIHISTOKIA DE LA GUEKKA DE NICAIUGUA ESCKITA l'üK WÁLKEK.­

DESEMIlAKCO nE ÉSTE EX ROATÁX y TOMA DE TRUJILLO.-SE KETIR.\ ANTE

LAS FUERZAS INGLES.\S.-SL' RKSIHCIÓX.-Fl·SJI.AMJl.:NTO DEI. f·I.TI~O 01<:

LOS FIT.lRUSTERos.

Durante los dos años sig-uientes. Wálker con­tinu6 haciendo esfuerzos por recuperar el poder enNicaragua. y sus amigos conservaron la ciega con­fianza que tenían en su triunfo final y en su estre­lla. qne tan malas pasadas le había jugado en losúltimos tiempos. El 30 de octubre de 1858 el pre­sidente Buchanan crey6 necesario lanzar un mani­fiesto en que llamaba la atenci6n del público aceroca de ciertos proyectos de compañías de emigra­ci6n para colonizar á Nicaragua, cuyo principalpromotor era Wílliam Wálker. «Este sujeto--de­cía,-que ha roto los lazos de lealtad que lo ligabancon los Estados Unidos y aspira á la presidenoia deNicaragua, ha notificado al administrador de laaduana del puerto de Mobila que dos 6 trescientosemigrantes estarán listos para embarcarse y salirde ese puerto hacia mediados de noviembre»; y elpresidente advertía á los futuros emigrantes queno les sería permitido llevar á cabo su proyecto.

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Con todo, y á pesar de este manifiesto. unapartida de IS0 filibusteros, mandados por el coro.nel Anderson. se embarcaron hacia el I? de di­ciembre en la goleta Susan, en t'1 puerto de Mobi­la. El viaje terminó bruscamente con un naufra­gio en la costa dé Honduras, donde los expedicio­narios fueron recogidos por un navío de guerra in·glés que los repatrió. Doubleday describe de lasiguiente manera la treta de que se valieron losaventureros para engañar á las autoridades federa­les y fugarse de Mobila:

((Ningún funcionario de aduana nos molestómientras estuvimos atracados al muelle; pero cuan·do hubimos llegado á la parte ancha de la bahía,la sombra de un barco se nos atravesó por la proaen la penumbra, y al pasar nos gritaron de á bor­do que era un cúter aduanero de los Estados Uni­dos, mandado por el capitán Morris; que para elcaso de que persistiéramos en zarpar con la cargaque llevábamos, tenía órdenes de echarnos á piquetan pronto como estuviésemos á una legua maríti·ma de tierra, distancia que en el lenguaje de losmarinos se considera alta mar. Sin discrepanciaconvinimos todos en que esto era desagradable.El cúter tenía pesados cañones y nosotros ninguno;además, ni el mismo Wálker estaba todavía bastante preparado para hacer la guerra á los Esta­dos Unidos.

((f<] capitán Hárry Máury, que mandabanuestra goleta, conocía al dedillo todas las profun­didades de la bahía de Mobira, ciudad que lo viónacer, y era un lobo marino y la encarna~ión de latan decantada caballerosidad del Sur. Tenía ade­más bastante intimidad con el capitán Morris delcúter.

((Así fué que accedimos en el acto á la pro-

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puesta que nos hizo de poner en juego sus talentosdiplomáticos para ver de sacarnos de nuestra des­agradable situación, porque nos aseguró que Mo­rris era hombre muy capaz de cumplir sus instruc­Liones al pie de la letra.

«Cuando el cúter se volvió á poner al habla,l\1áury pidió permiso para ir á bordo con uno ódos amigos para discutir el caso, y como se le con­testó invitándolo cordialmente á que fuese contantos amigos como quisiera, el coronel Andersony yo lo acompañamos.. «Como apenas soplaba viento, los dos barcosse mantuvieron casi juntos durante el tiempo quepermanecimos en el cúter. Máury observó quepara hombres que estaban tan cerca de vérselascon Plutón, un vaso de grog no estaría por demás.

«Morris. que p.ra inclinado á la hospitalidad.hizo traer champaña y brindó fraternalmente conlos que un penoso deber lo obligaba á inmolar; ycomo tras una botella venía otra, comprendí queaquello no sería ya más que una cuestión de soli­dez de cabeza.

«Reinó la más perfecta cortesía y Máury, pa­ra no ser menos, invitó á Morris á que viniese á lagoleta á probar nuestro vino, ofreciéndose él mis­mo en calidad de rehén como garantía de que ha­bría de volver sano y salvo á bordo del cúter. Nosé cual pudiera haber sido la resolución de Morrisuna hora antes, pero cuando se le hizo la invita­ción la acept6 sin vacilar, siguiéndonos en su pro­pio bote.

«La francachela siguió á bordo de la goleta,y cuando Morris se despidió, Máury le dijo queno quería poner á tan buena persona en el caso deperseguirnos ea medio de la obscuridad y que porlo tanto iba á echar el ancla y á esperar que amq-

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neciese, agregándole que tuviera cuidado de noecharse sobre nosotros cuando dejásemos caer elancla.

((La noche se había hecho sumamente obscu­ra, y en el momento en que Morris llegó al cúter,'el capitán Máury lo interpeló para recomendarleque no se vi;)iese sobre nosotros cuando levantá­semos al ancla al día sig-uiente.

((Al propio tiempo se dió en alta voz la ordende anclar, pero mediante una treta convenida deantemano, la cadena que se largaba por un porta­lón se iba recogiendo por el otro.

((Creyendo Morris, por el chirrido de la cade­na, que habíamos echado el ancla, dejó caer la suya,y entonces comenzó la parte más difícil del asunto.

(( Máury tomó en cuenta la diferencia de cala­do de nuestro barco y del cúter, que era de seispulgadas, y además su mejor conocimiento de lasprofundidades de la bahía, para sacarnos á la mar,como si dijéramos, á campo travieso. .Había pre­parado su maniobra de modo que coincidiese connuestra llegada al lugar donde quería hacer latentativa.

((Así fué que dirigimos la proa directamenteal través del canal, y Morris, comprendiendo enseguida la treta de que había sido víctima, se pusoá seguirnos tan pronto como pudo levantar el an­cla. Este pequeño retardo bastó sin embargopara que le tomásemos la delantera y para privarlo,gracias á la obscuridad, del placer de piloteamos.Después supimos que á poco trecho había encalla·do y tuvo que aguardar la pleamar para salir delatolladerOlI (*).

(*) Doubleday, The Fi/ibusler ¡Var in ./'Vicaral(lta.-~.del A.

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Poco después de la salida de la Susan, el ad­ministrador de la aduana del puerto de Mobiladetuvo un vapor con una partida de trescientosemigrantes, que tuvieron que desistir de su propósi­to de colonizar á Centro América. Wálker nointentó nada más hasta el mes de septi~mbre de1859, en que los cañones de una fragata de losEstados Unidos, apuntados al vapor.Phitadetphiaen Nueva Orleans, obligaron á los pasajeros ádesembarcar. Hacia esta misma época lord Lyons,ministro británico, notificó á la secretaría de estadoamericana que su gobierno había resuelto interve­nir para repeler por la fuerza cualquier atentadofuturo de W álker contra N icaragua. U na escua.dra de navíos de gu~rra ingleses fué estaci,pnadaen San Juan del Norte, á la vez que otra igualmen­te poderosa custodiaba la entrada del Pacífico. LosEstados U nidos situaron también una fuerza im­portante en el mar Caribe, destinada á vigilar losmovimientos del presidente desterrado. Para lasdos poderosas naciones que le dispensaban el honorde vigilarlo con tanto esmero, Wálker era unapesadilla casi tan desagradable como lo fué Napo­león para la Santa Alianza.

Entretanto el filibustero empleaba sus ociosforzados en escribir una historia de sus hechos enNicaragua, la que se publicó en la primaverél de18óo. El libro, escrito en tercera persona comolos Comentarios de César, vale sobre todo comoreflejo del carácter del autor. Su modestia es ex­tremada cuando alude á sus propias hazañas; perono vacila en declararse campeón ardiente de la es­clavitud y consagra muchas páginas á una exposi­ción de argumentos que nunca fueron lógicos yahora r~sultan lúgubres y ridículos. Su sinceridades indiscutible. Wálker era hombre dispuesto á

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vivir ó morir defendiendo sus convicciones y dema­siado sincero para triunfar en ninguna empresa enque fuera menester emplear la duplicidad. Buenaprueba de su honradez impolítica la tenemos en elhecho de que por este tiempo s~ convirtió á la re·ligión católica, paso que tenía que ser igualmenteingrato para amigos y enemigos. Se. ha dichopor error que hizo su conversión cuando fiJé nom­brado (lresidente de Nicaragua, cosa que habríasido un buen golpe de habilidad política; pero elhecho es que -mantuvo con vigor su libertad depensamiento hasta tanto que la convicción penetróen su mente, aun á riesgo de indisponerse con elpartido clerical nicaragüense. Colocado en el lu·gar de Napoleón, W álker no se habría puesto elturbante ni hubiera procurado la reconciliación conel Pontífice, aun tratándose del imperio del mundo.

La imposibilidad evidente de arrojar el guanteá los cruceros ingleses y americanos en el mar Ca­ribe, hizo que \Válker tomara la determinación debuscar un nuevo camino que lo llevase al país desus ilusiones, y le pareció que lo hallaría por lacosta oriental de Honduras. Parece ser que poreste tiempo la isla de Roatán, tierra fértil, con unapoblación de 1,700 almas, no se hallaba bajo elmando del eterno capitán de barco de guerra britá­nico, sino que dependía nominalmente de la Repú­blica de Honduras. Aceptando la invitación quepara estos casos tenían siempre lista los habitantesde la isla, W álker se preparó á tomarla como basede operaciones contra su antiguo enemigo el pre­sidente Alvarez (*), y de punto de partida parallegar á su verdadero objeto. De' consiguiente,

(*) El general D. Mariano Alvarez no era más que comandante deYoro; Guardiola contipuaba en el poder en Honduras.

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en los primeros días de agosto de 186o, des­pués de haber hecho arreglos para que importan­tes refuerzos vinieran á juntársele en Trujillo, zar­pó de Mobita en la goleta etifton, con cerca decien hombres, entre los cuales estaban los vetera­nos Rúdler, Hénry, Dolan y Anderson, y llegó áRoatán el 15 del mismo mes. Allí lanzó la si­guiente proclama al pueblo de Honduras, la cuales una confesión explícita de sus propósitos y de-seos: .

«Hace más de cinco años varias personas y yofuimos llamados á la República de Nicaragua y senos prometieron ciertos derechos y privilegios, ácambio de los servicios que debíamos prestar alestado. Nosotros prestamos los servicios que senos pidieron, pero las actuales autoridades deHonduras entraron en una combinación para ex­pulsarnos de Centro América. .En el curso de losacontecimientos, los habitantes de las Islas de laBahía se encuentran casi en la misma situación enque estaban los americanos en Nicaragua en elmes de noviembre de 1855. La misma políticaque llevó á Guardiola á hacernos la guerra, lo in­duce ahora á echar de Honduras á los habitantesde las Islas. El conocimiento de este hecho hizoque algunos vecinos de las Islas llamasen á los ciu­danos adoptivos de Nicaragua, para que les ayu­den á mantener sus derechos personales y los depropiedad; pero tan pronto como unos pocos ciu­dadanos adoptivos de Nicaragu~ respondieron áeste llamamiento de los residentes en las Islas, de­teniéndose á dar carena en Roatán, las autoridadeshondureñas, temiendo por su seguridad, pusieronobstáculos para el cumplimiento del tratado de 28de noviembre de 1859. Guardiola retarda el reci­bo de las Islas por hallarse en ellas unos pocos

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hombres á quienes ha hecho daño; así es que porconveniencias de partido, no solamente perjudicalos intereses territoriales de Honduras, sino quefrustra por el momento uno de los objetos cardina­les de la política de Centro América. Los habi­tantes de las Islas de la Bahía no pueden incorpo­rarse á la República de Honduras sino mediantesabias concesiones, hechas en debida forma. Lasautoridades que hoy existen en Honduras han de­mostrado con su conducta pasada que no harán lasconcesiones requeridas. La misma política queGuardiola siguió para con los nicaragüenses natu­ralizados, le impide ahora adoptar el único caminopor el cual Honduras podría llegar á conservar lasIslas. - Por consiguiente, está en el interés comúnde los nicaragüenses naturalizados y de los habi­tantes de las Islas de la Bahía, el llevar al gobier­no de Honduras aquellos hombres que estén dis­puestos á otorgar los derechos que legalmente re­claman ambos estados. De esta manera los nica­ragüenses tendrán asegurado el regreso á su paísadoptivo, y los isleños de la Bahía obtendrán ple­nas garantías del poder soberano del cual d~ben de­pender conforme al tratado de 28 de noviembre de1859. Con todo, para conseguir el objet6 que bus­camos, no haremos la guerra al pueblo hondureñosino tan sólo contra un gobierno, que no solamentese opone á los intereses de Honduras, sino de todaCentro América. Los hondureños pueden contarpor lo tanto con toda la protección que hayan me·nester sus derechos, personas y propiedades (*).

«Wílliam W álken>(*) Para mejor inteligencia de esta -prúclama conviene recordar

que en aquella fecha las islas de la bahia de Honduras estaban para serdevueltas á este pals por Inglaterra que las detenla. Al salir para Roa­tán,Wálker se figuraba que la devolución era cosa hecha; pero los ingle­ses tuvieron conocimiento de sus proyectos y demoraron la entrega parafrustrarlos.

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La toma del puerto de Trujillo, situado en elcontinente, fué obra de media hora y en la acciónsólo hubo algunos heridos de parte de los asaltantes.W álker recibió una herida ligera en la cara. Ape­nas había sido ocupada la ciudad, cuando un vaporde guerra británico, el Icarus, hizo su entrada enescena. El capitán Salmon, que lo mandaba, noti·ficó á Wálker inmediatamente que el gobierno in·glés tenía una hipoteca sobre las rentas de aduanadel puerto, que garantizaba ciertos reclamos, y quese proponía proteger los intereses de su gobiernotomando posesión de Ja ciudad. Wálker replicóque había declarado á Trujillo puerto franco y quepor 10 tanto no podía reconocer reclamos sobrerentas que ya no existían. El capitán se negó áreconocer cambio alguno en el gobierno de Hon­duras y le. intimó perentoriamente la rendición,prometiendo, en caso de obediencia, transportar álos prisioneros á los Estados U nidos, y amenazan­do con bombardear la ciudad en el caso· contrario.Entretanto el general Alvarez se preparaba á ata·carla por tierra con 700 hombres. Colocado asíentre la espada y la pared, W álker resolvió eva­cuar á Trujillo, cosa que hizo en la noche siguien- .te, retirándose á pie por la costa con sólo ¡O hom·bres. Por la premura de la retirada tuvo queabandonar todos los bagajes peséldos y Jos pertre­chos, y cada hombre conservó sólo treinta cartu­chos; las demás municiones fueron destruidas enTrujillo. Cuando los ingleses desembarcaron á lamañana siguiente, apenas llegaron á tiempo paraproteger á los enfermos y heridos contra la feroci­dad de los hondureños. El Icarus tomó inmedia­tamente á su bordo al general Alvarez con unafuerza considerable y se fué navegando por lacosta en persecución de W álker.

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En la desembocadura del Río Negro tuvieronnoticia de que Wálker estaba acampado en el pue­blo de indios de Lemas, al cual se despacharon losbotes del/cartts. Allí encontraron á los aventu­reros en situación de no poder resistir á tan abru­madoras desventajas; habían llevado desde Trujillosólo dos barriles de galleta, y como carecían demantas y gabanes, muchos dt' ellos estaban enfer­mos de fiebre por haber dormido sobre la tierrahúmeda y malsana. Llegar á Nicaragua en esta­do tan lastimoso habría sido imposible, aunque hu­biesen abrigado la esperanza de encontrar allí hospitalaria acogida. Lns indiOS, al través de cuyosterritorios habrían tenido que pasar, eran ferocesy se mostraban hostiles hacia todos los intrusos, yOlancho (Olancho, ancho para entrar, angosto pa­ra salir) se hallaba en el camino. A la intimaciónque le hizo el capitán Salmon para que se rindiesesin condiciones, Wálker contestó preguntando sihabía de entregarse á las fuerzas británicasó á loshondureños. El capitán Salmon le aseguró pordos veces, clara y terminantemente; que se rendíaá las fuerzas de Su Majestad Británica; por loque los filibusteros depusieron las armas y se lescondujo á bordo del /ca1'us. Al llegar á Trujilloel capitán Salmon entregó sus prisioneros á lasautoridades hondureñas, á pesar de la protesta deéstos y de la petición que hicieron para ser juzga­dos por un tribunal inglés. Pero el capitán Sal­mon no era más que un comandante joven y bas­tantp. presuntuoso, que no se dignó discutir el caso,aunque se interesó personalmente por obtener elperdón de todos los filibusteros, á excepción deljefe y de uno de sus fieles secuaces, el capitán Rúd­ler. West, Dolan y otros veteranos que habíantomado parte en la última intentona, ó eran desco-

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nocidos de los hondureños, ó no se les consideróbastante importantes para merecer un severo cas­tigo.

El capitán Salmon se ofreció á interceder porW álker, siempre que éste quisiera solicitar susbuenos oficios en calidad de ciudadano americano;pero Wálker, recordandu con amargura los malesque su madre patria había desencadenado contraél, dió las gracias á Salmon y se negó á degradarserenegando del país de su adopción, que lo habíahonrado. El 11 de septiembre se le hizo compare­cer ante un consejo de guerra, y después de unbreve interrogatorio se le condenó á morir pasadopor las armas á la mañana siguiente. Oyó pro­nunciar la sentencia con serenidad y se le condujode nuevo á la prisión para prepararse á morir. Alas siete y media de la mañana del 12 de septiembrede 1860, fué llevado al sitio donde debía ser ejecu­tada la sentencia; marchó sin ligaduras, con pasofirme y tranquilo; en la mano izquierda llevaba uncrucifijo, en la derecha un sombrero. A su ladoiba un sacerdote recitando las oraciones de los.agonizantes, delante de él marchaban dos soldadoscon los sables desenvainados; otros tres lo seguíancon bayoneta calada. Al entrar en el cuadro for­mado por la soldadesca en la plaza, rogó al sacer­dote que pidiese perdón en su nombre á los quepudiera haber ofendido en su última expedición; ycolocándose luego en el banquillo fatal, se dirigióá sus verdugos en español, porque á ninguno desus compañeros fué permitido presenciar la ejecu­ción. Dijo:

(Soy católico romano. La guerra que em­prendí á instancias de algunos vecinos de Roatánera injusta. Pido al pueblo que me perdone. Re-

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cibo la muerte con resignaci6n. ¡Ojalá que sea pa­ra bien de la sociedadb

y aguard6 el momento fatal, tan sereno comonunca lo había estado, ni en la paz ni en la guerra.El capitán del pelot6n di6 una voz breve y baj6 lapunta de la espada; á esta señal tres soldados

. avanzaron hasta colocarse á treinta pasos del con­denado y dispararon sus fusiles. Todas las balashiceron blanco, pero la víctima no estaba muertaaún; entonces seadelant6 un cuarto soldado, y co­locando la boca de su arma en la frente de Wálker,le salt6 la tapa de los sesos. ¡Así muri6 el últimode lo!'; filibusteros!

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Capítulo XVIIICARÁCTER DE WÁLKER.-FIDELIDAD DE UN SOI.DADO.-Ul'l.~ ANÉC·

DOTA.-POSTRIMERt~SDE LOS FIl.IBUSTEROS.-EpITAFIO DE H¡\;l'll'lINGSEN.

FINIS.

W álker fué el último y el más grande de losfilibusteros americanos. No era un grande hombrey por ningún caso un hombre bueno; pero fué elmás conspicuo y el mejor de los de su clase. Laambición constituye su pecado. En él se considerapecado porque fracasó. Ante un fallo como ésteno cabe apelación. Para la ambición frustrada nohay defensa; la ambición triunfante no ha menesterninguna. Pero el juicio que ha formado el mundode su carácter y de sus acciones ha sido por demássevero. No fué el monstruo de insaciabl~ crueldadque han pintado sus enemigos Era un hombrp. deinstrucción profunda aunque limitada, fértil en ex­pedientes y de gran audacia, de mucha calma ytemplanza en las palabras y en los hechos, y justi.ciero sin misericordia cuando exigía obediencia álos hombres turbulentos que habían ligado su suerteá la suya. Le faltaba el conocimiento del mundo;nada podía inducirlo á renunciar al más ínfimo desus derechos para conseguir mayores ventajas. Ha-

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bría mantenido la dig-nidad de su posición, aun ácosta de la misma. El abogado deprimió al legis­lador cuando intentó confiscar de hecho las tierrasde Nicaragua por medio de una argucia ilegal; asi­mismo su designio de restablecer la esclavitud eratan impolítico como nimio, injusto y bárbaro. Estofué indudablemente el resultado de una honradacreencia en esa «institución divina», á la vez que undeseo de dar una prueba de simpatía á sus amigosentusiastas de los Estados Unidos; pero esta medidano tuvo más consecuencia ql1e poner una arma másen las manos de sus enemigos del extranjero, sindarle mayor fuerza en Jos Estados U nidos. Era unr~to lanzado á sus poderosos adversarios británicosy un ultraje sangriento inferido á los estados Ubresde la América Central, que le enajenó las simpatíasde todos los que esperaban ver nacer los bienes dela' civilización de los males de la conquista. Juz­gándolo como él quería ser juzgado, es decir, porsus actos de gobierno, W álker era inadecuado parael oficio de libertador. No sería tquitativo criticarla administración interna de un caudillo que llegóal poder por el filo de la espada, por más que no sepueda negar que mantuvo el orden y aplicó la jus.ticia con más eficacia que cualquier otro gobernan­te de Nicaragua desde la emancipación del país.El doctor Schérzer, inteligente viajero alemán queescribió en momentos en que el triunfo de Wálkerparecía asegurado, se regocija de todo corazón delnuevo y grandioso porvenir que se abría ante laAmérica Central; aplaude calurosamente la admi­nistración de justicia de W álker, sin disimular suserrores, y ve cdevantarse en el cielo tropical la es­trella matutina de la civilización».

W álker era humanitario en la guerra, y tansólo permitió que se ejercieran represalias contra.

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los costarricenses, después de que éstos abusarondesvergozadamente dt: su lenidad, haciendo repeti­das matanzas de prisioneros y de no combatien­tes (*). Los cuentos que han circulado acerca desu crueldad para con sus gentes. proceden dt: aven·tureros despreciable~ despedidos del servicio, yprincipalmente de desertores. Si hubiera sido el ti­rano frío y soberbio que pintan sus enemigos, la fi­delidad sin límites de sus satélites no tendría hu­mana explicación. Ni la ambición ni la temeridadpueden'explicar la conducta de los que le siguieroná todas partes, sin estar ligados por un juramentode lealtad. «El soldado Charles BrogaO) está en lalista de los que se rindieron al final de la campañade Sonora; entre los pasajeros del Vesta figura «elsoldado Brogan»; con el mismo título aparece en elregistro del ejército y en las listas de los heridosdurante toda la campaña de Nicaragua. Todavíaen 18S7, cuando la segunda invasión de este paísque terminó sin gloria en San Juan del Norte, «elsoldado Charles BrogaOl> encabeza la lista de losprii'ioneros. ¿Presenciaría acaso la valerosa muertede su jefe en TrujiJIo? ¿Habría partido ya en aquelentonces de este mundo, librándose así del trágicoespectáculo? Este cronista no lo sabe y la Histo­ria ¡ay! ha re1egad~) al olvido á hombres de mayormérito que el pobre satélite del casi L~vidado fili­bustero. ¡Gloria á ti, soldado Charles Brogan, áquien no movieron visiones de fama ni de fortunapara servir tan leal y largamente al malhadado cau­dillo de una causa de contrabando!

La verdad del caso es que la actitud deWál­ker para con sus oficiales de alta graduación. fué

(*) Se olvida"¡ autor del fusilamiento de D. Mateo Mayorga y demu~hos otros hechos no menos bárbaros. .

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siempre ceremoniosa y estudiada, tal como la re­qu~ría' imperiosamente su posición. El trato fami·liar con esta clase de voluntarios habría sido la muer·te de la disciplina; pero á sus más humildes secua­ses mostró la ternura y las consideraciones de unamigo y supo granjearse su respeto compartiendocon ellos los peligros. «Lo he visto-escribe Hén­ningsen-Ievantarse de )a cama donde yada enfer.­mo, hacer cuarenta millas á caballo para combatirá los costarricenses, derrotar una fuerza tres vecessuperior en número, y después de esto dar su ca­ballo á un se ,ldado herido y andar á pie sus cua­renta millas de regreso, sin que, como dicen losmuchachos, .se le arrugase el cuello de la camisaJl.Los hombres que cumpHan con su deber hablaronsiempre bien de Wálker; pero, como es natural, lamayoría de los que sobrevivieron á estas campañastan sangrientas, fueron los bribones y cobardes, queregresaron á su país para infamar á sus compañe­ros. Con todo, muy pocos lo acusaron de egoísmo,salvo en lo tocante á su ambición. No tenía ningúnapego al dinero, y los soldados de fortuna se que­jaban del mucho batallar y falta de saqueo.

En la índole de W álker había cierta tendenciaá la mordacidad, que de vez en cuando asoma en laspáginas de su libro. A propósito de la tentativaque hizo Guardiola para encender los corazones desus soldados, propinándoles aguardiente antes de uncombate en que fueron ignominiosamente derrota·dos, dice: ceLas damajuanas vacías que se juntaronen el camino después de la refriega, párecían enor·mes balas de cañón que hubiesen errado el blanco)).Hay acierto y agudeza en la siguiente observación:«La mejor manera de curar un movimiento revolu­cionario en Centro América, es tratarlo como undivieso: déjesele madurar y luego métasele la lan-.

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ceta para que salga todo el PUSJl. La pompa pre....suntuosa de sus amigos y enemigos del país erauna diversión para quien juzgaba con tanta sagaci­dad á los hombres y poseía el don de pintar uncarácter con una sola frase; ·por ejemplo, cuando dela costumbre centroamericana de tomar á todo timundo para el servicio militar, dice que es «el há­bito inveterado de echar mano á un hombre y deamarrarlo con un fusil en la mano para hacer un sol­daduJI. De Kínney escribe que «había adquirido elconocimiento y la experiencia de los hombres quepuede dar el comercio de las mulas)), . A su ene­migo Márcy apenas lo menciona para hacer unaalusión desdeñosa á la pifia que cometió este hom­bre de estado al referirse á Nicaragua como !'>i fue­se uno de los países de la América del Sur; y delpresidente Mora se despide con estas palabras deadecuada clemencia: «Quédese Mora en el destie­rro como está UgoJino en .el infierno: alejado y ensilencio)).

El sentimiento del ridículo era en él demasia­do fuerte para que se departiese nunca de la rígidasencillez de modales y traje que tan exagerado con·traste formaba con los vestidos charros y pomposasmaneras de S!lS amigos del país. Su uniforme secomponía de una levita azul, pantalones de colorobscuro y un sombrero de fieltro negro con la cintaroja del ejército democrático; sus armas eran unaespada y pistolas puestas en el cinturón, y no lasllevaba sino en el campo de batalla, donde por cier·to no le servían de ornamento.

El carácter de Wálker se parece por muchoslados ::tI de Ht>rnán Cortés. Ambos fueron con·quistadores desautorizados y servidos por volunta­rios; los fieles y valientes los sirvieron bien; Josbribones y cobardes les obedecían por miedo. Nin.

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guno de los dos temió la fatiga corporal ni el peli.gro, ni fué parco en exigir á sus subordinados igualvalor y resistencia. Cortés triunfó de sus enemigosen d campo de batalla; pero con dificultad pudovencer las maquinaciones de sus enemigos en lacorte de España. Si \Válker hubiera sido conquis­tador español, habría conquistado á México com'llohizo Cortés: y si éste hubiese sido filibustero cali­forniano, habría podido conquistar á Nicaragua,pero de seguro hubiera sucumbido ante Márcy yV ánderbilt.

W álker tenía incuestionablemente una fe cíega en su estrella, y nunca dud6 de que estaba des­tinado á desempeñar el papel de Cortés en CentroAmérica, hasta el momento en que en Trujillo sin­ti6 sus muñecas oprimidas por el hierro de las es­posas. Sin temor ni duda había desafiado la muerteen cien batallas y escaramuzas, y cuando ésta res­pondi6 al fin á su llamamiento, es posible que le dierala bienvenida y que se mostrara sincero al emitirel deseo de que fuese para bien de la sociedad..

Así murió, á la edad de treinta y siete años, elhombre cuya fama había llenado los ámbitos de doscontinentes y que más de una vez puso en peligrola paz del mundo, que s6lo lo recuerda bajo el as­pecto desfigurado y falso de un monstruo y de unforajido. El país que le dió la vida y muy pocomás, excepto la injusticia, olvidó en medio del san·griento conflicto en que pronto se vió envuelto, lafama y el destino de los filibusteros. La voráginede la guerra civil arrastró gran número de los hom­bres de ánimo turbulento que habían sobrevivido álas sangrientas luchas de Centro América, yen ellaperecieron muchos de los más valientes y capaces,que habían recibido su primera lección de guerra enaquella terrible escuela.

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Como ]a mayor parte habían nacido en elSur, por lo general se unieron á las filas de los con­federados. Al primer llamamiento á las armas,'Hénningsen ofreció sus servicios á los estados se­paratistas y se le dió un regimiento de la divisiónde Wise, de la Virginia del Norte. Frank Andt.: r­son lo acompañó con el grado de teniente coronely prestó buenos servicios á la desgraciada causa.Era éste uno de los más antiguos veteranos de\Válker, que había servido en las dos expedicionesde Nicaragua; en la primera batalla de Rivas reciobió tres heridas y fué dejado por muerto en el cam·po de batalla, pero consiguió arrastrarse hasta unescondite antes de que sus compañeros fueran sa­crificados, y así pudo escapar con vida para reunir·se con los suyos.

Hénningsen sirvió durante toda la guerra; "pero á pesar de la experiencia adquirida en muchoscampos de batalla y de la notable habilidad con quedesempeñó su cargo subalterno, nunca lleg-ó á ocu­par una posición distinguida en el ejército confede­rado. Era por naturaleza un jefe de guerilleros,como debía esperarse de un discípulo de la escuelade Zumalacarregui, Shamyl y Wálker, y la campa­ña científica de la Península no le dió oportunidadpara desplegar sus talentos; pero había abrazado lacausa del Sur honradamente convencido de su jus­ticia y la defendió con lealtad hasta el último día.Cuando llegó este día y con él la ruina, volvió á lavida privada, sin tener una carrera, y vivió tran­quilamente y quitado de ruidos hasta su muerte,ocurrida en junio de 1877. En sus últimos años semostró partidario entusiasta de los patriotas quesostenían una guerra estéril por la libertad de Cu-'bao En una ocasión visitó la isla con motivo de unproyecto de insurrección, pero no vió allí ninguna

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probabilidad de que pudiera realizarse el plan. Mu­ri6 repentinamente. Había estado enfermo durantepocos días; un amigo fiel, el coronel Gregg, militarque había peleado contra él en la gtJerra civil, .ve­laba á la t:abecera de su cama; el enfermo dormía,en tanto que el cerebro incansable soñaba. ¿Quiénpudiera decir las visiones retrospectivas de aquelhombre cuya carrera abortada iba á terminar parasiempre? . De pronto abrió los ojos, se sent6 en lacama, y al señalar hacia un grabado que represen­taba las armas de «Cuba libre)), hubo en sus ojosun destello del fuego de antaño á la Vf'Z que excla=maba: «¡Coronel, todavía daremos libertad á Cuba!))Su pasi6n dominante se tradujo en sus últimas pa­labras. Un momento después cayó muerto.

Hénningsen fué considerado como el geniomilitar de la campaña de Nicaragua por los detrac­tores de W álker, los cuales, sin embargo, no podíannegar el éxito maravilloso obtenido por éste; peroel mismo Hénningsen repudi6 siempre la inmereci­da fama y fué el primero en adjudicar á su jefe to­da la gloria que pudiera haberse ganado· en aquelcampo sin provecho. Murió tal cual había vivido,es decir, como un hombre leal y sencillo. Fué uncaballero andante que nació con un retardo devarios siglos. El coronel John T. Píckett, filósofobondadoso que fué uno de los que en el vigor delos años siguieron la malhadada bandera de un fili­bustero, ha hecho grabar en la tumba de Hénning­sen la siguiente leyenda tomada de Gil BIas: In­ventO pórtum. Spes et fortuna valete! Sat me lusis­tis . . _. _. Ludüe nunc alios (*).

(*) Llegué al puerto. i Adiós esperanza y fortuna, bastante os ha­béis burlado de mí! Burlaos de otro ahora.

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Los filibusteros que habían sido arrastradospor el viento hacia los valles resplandecientes deNicaragua desde todos los rincones de la tierra,una vez pasada la tormenta regresaron a] mundopacífico y prosaico. De los más notables, tan s610unos pocos vivieron para contar la extraña páginade su vida de aventuras. Rúdler. que acompañ6 ásu jefe en todas sus campañas y fué sentenciado ácuatro años de presidio después de la rendici6n deHonduras, regres6 para correr la suerte de los con­federados; lo mismo hicieron Wheat, Hicks, Fays­soux1 H6rnsby y muchos otros. En las vicisitudesde la vida norteamericana unos pocos, como Dou·bleday y Kewen, llegaron hasta hacerse ricos, cosaque constituye tal vez la más extraña de las anQ­malías en la carrera de un filibustero. Los dosO' Neils eran hombres de valor indomable; ambosmurieron peleando: Calvin, el menor de los dos, ála edad de veintiún años, después de haber adqui­rido una reputaci6n de heroísmo que sobresalíaaún en aquel valeroso grupo. Con pesar nos des­pedimos de esta partida de aventureros extraordi­narios, héroes homéricos por más de un motivo, alhacer menci6n de Hénry y Swingle, los dos inge­niosos artilleros; de ,-on Nátzmer, el húsar prusia­no; de Pineda. el nicaragüense de gran corazón,hijo de un país que no lo merecía; de Hórnsby,Rawle, Waters, y de los cincuenta y seis que fueroninmortales un día.

El muy ameno escritor cosmopolita LáurenceOliphant, estuvo en un tris de añadir el mérito dehaber sido filibustero á sus demás aventuras. Seagregó á uQa expedici6n que se hizo á la mar enNueva Orleans en diciembre de 1856 con rumbo áSan Juan del Norte, destinada á reforzar á \Válkeren Rivas; pero el vapor Texas llegó tarde á su

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destino; Spéncer y los costarricenses habían corta­do ya la vía del Tránsito (*).

Poco queda que añadir á la historia del filibusterismo, que puede clasificarse entre las industriasmuertas 6 las perdidas artes, seg-ún se le quieraconsiderar. A despecho de los vaticinios de losprofetas. el licenciamiento de un mill6n de hombres,al término de la guerra civil americana, se efectuósin tropiezo. Las potencias europeas respiraronentonces con más libertad, satisfechas de ver queel agresivo yanki no era tan codicioso como lo ha­bían pintado. Maximiliano de México pudo dormiren paz y los que fueron sus súbditos ingobernablesreanudaron sus fraternales querellas, sin ser mo­lestados del extranjero, y. á la postre se entregaroná la prosaica paz y á la prosperidad. El filibuste­rismo muri6, porque en realidad ya no tenía razónde ser. Extender el área de una esclavitud aboli.da, era algo tan paradójico como quijotesco (**).

Los filibusteros fueron una raza varonil, dotada de vicios y virtudes de generoso origen. Des­empeñaron un papel de no poca importancia en elescenario del mundo, aunque á menudo se extra­viaron y equivocaron en el desempeño de este pa­pel. Eran soñadores americanos; si hubiesen sidogriegos ó escandinavos ó hubieran teni::lo la libertadde vagar por el mundo como en tiempos de Cor­tés, Balboa y Pizarro, habrían vencido como éstosy la Historia se hubiera mostrado más deferente

(*) Continúa relatando el autor las peripecias de la evasión deuno de los filibusteros que formaron parte de la expedición de López áCuba y que permaneció ai'lo y medio preso en la isla.

(**) El autor relata á continuación la tragedia del Virl{inius.

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con ellos. Sea como fuere, y á pesar de sus peca­dos y fracasos, no merecen el más riguroso de losdestinos: ¡el olvido!

FIN

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APENDICE

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CARTADEL PRES !DENTE DON JUAN RAFAEL MORA Á DON NAZARIO TOLEDO,

MINISTRO DE COSTA RICA EN GUATEMALA

Puntarenas, 8 de mayo de 1856.

Señor clon Nazario Toledo.Guatemala.

Mi apreciado amigo:

Ya sabrá V. p"r los partes oficiales y demáll documentospublicados el brillante principio de esta campaña, en que lamarcha desoe la provincia de Moracia hasta Rivas fué un nointerrumpido triunfo.

Nuestra situación el ]9 de abril era la siguiente: ],700

hombres (]) y una lucida oficialidad; guarnición en Rivas-bienfortificada como cuartel general,-La Virgen y San Juan delSur, y por consiguiente éramos dueños del Tránsito. Managua,Masaya, la isla de Ometepe y toda la costa de Chontales, pron­tas á alzHse, mandaban diariamente comisionados á Rivas, don­de recibían de mí ófdene!'l, armas y toda clase de auxilios. Mar­tínez, con SI] ejército de 800 á ],000 hombres, se acercaba áGranada. Wálker, dos veces derrotado, perdía su prestigio; la

(1) El 20 de abril apareció el primer caso de cólera en el ejército;por consiguiente, si estt: dato es exacto, como de seguro Jo es, debemoscalcular las pérdida,. de la batalla de Rivas en 800 hombres entre muer­tos y heridos, tornando por ease la cifra de 2,500, ql1e fueron los que en­traron á Nicaragua en r856.

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deserción hAbía cundido en sus filas y varios de sus jefes se mepresentaban, ya pidiendo salvoconducto, ya ofreciéndome susservicios. León-aunque aferrado siempre en sus errores y conla mira de sostener su preponderancia sobre el partido legitimista, temeroso de los ataques del Salvador y Guatemala, ó bienreceloso de nuestro triunfo, aunque cacareando en sus prensascomo victorias las derrotas de Wálker,-no se movía en suauxilio. Si en tales momentos se hubiese presentado en Nica­ragua cualquier fuerza aliada, todo habría concluido. CostaRica sola habría continuado su marcha victoriosa y concluidoel voto universal destruyendo en su guarida al filibusterismo.Wálker ha tenido la astucia de propalar que ha recibido unauxilio rle 750 hombres, pero esto es falso. Después rle la de­rrota del 11 concentró en Granada cuanta gente tuvo en el ríode San Juan, inclusa la guarnición del fuerte de San Carlos, ysólo contaba en todo con 800 hombres ue pelea. No le ataca­mos, porque como teníamos en Rivas nuestro hospital, losalmac< Iles y era, además, la llave del Tránsito y Wálker tenía lafacilid;>d de I1egar á dicha ciudad con toda su gente navegandocinco horas en vapor por la laguna, era pues imprudente de­jarla rlesguarnecida, así como atacar á Granada con poca. fuerza.Aguardaba para obrar refuerzos pedidos con anticipación y yatenía aVIso de haber salido tres buques armados para San Juandel Sur con gente, víveres, municiones, etc. Con la llegada delprimero porlía dejar t ,000 hombres guardanoo el Tránsito ymarchar con el resto á Granada, procurando cortar á los filibus­teros la retirada á los vapores. Los nicaragüenses alzarlos pro­metían incorporarse á nosotros al acercarnos, pero ni aun deesto necesitábamos. La campaña iba á terminar en diez ó docedías con el completo exterminio de Wálker. El 20 de abril sepresentó el primer caso de cólera; el 21, á pesar de las precau­ciones tomadas y del sigilo guardado, comenzó el contagio áalarmar al ejército; desde ese día resolví la retirada contra mideseo y contra el parecer de la mayoría de los jefes militares,que no hahían calculado el peligro como yo. Ya puede V. fi­gurarse mi angustia. A cada instante la plaga aumentaba enespantosa progresión; los buques anunciados no llegaban y nopodíamos poner en salvo á los trescientos y tantos heridos queteníamos en el hospital de sangre, las municiones, los bagajes ydespojos del enemigo, etc. Así pasamos cinco días, los másamargos de mi vida, hasta el 26 en que resolví dejar el mandoy al efecto di mis órdenes al general Cañas y pasé á San Juandel Sur, para poder allí inv~stigar las causas del retardo de losrefuerzos, hacer lo posible para mejorar la organización ue lasfuerzas, y dado el caso del retardo, enmendarlo, preparar lo ne-

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cesario y hacer más fácil, pronta y segura la retirada. Así fué.El 28 sali6 todo el ejército de San Juan del Sur, sin dejar atrásmás que diez cajas de parque, que por falta de carretas no pu­dimos traernos; y dejamos también unos quince enfermos delcólera, que prefirieron morir á moverse; quedaron bajo la salva­guardia del cónsul tle los Estados Unidos, al cuidado de unmédico y con nota á Wálker en que se le ofrecía canje por éstosó fusilar á los prisioneros en nuestro poder si no eran n:spetados.

Hasta Sapoá marchó el ejército en orden, á pe:sar del ho­rrible estrago que en él hacía la peste. Allí, para prevenir difi­cultades, se mandó dispersar en grupos. Sólo así se han podidosalvar nuestros soldados y el país. Según mi (:á1culo perderemoscomo 350 hombres, y se cortará el contagio á mi llegada al in·terior y entonces se sabrá exactamente el monto de nuestraspérdidas.

He presentado á V. et resultado fiel de esta tan brillantecuanto desgraciada campaña. Ahora voy á hacerle algunas re­flexiones.

Cuando Costa Rica !lalvó sus fronteras, comprometiendoel honor de sus armas, la vida de sus hijos y la paz en que hafundado siempre su creciente prosperidad, lo hizo por la másnoble, por la más santa de las causas. No la movió un .interésrastrero, no el ansia de gloria; pues si es cierto q11e en su mar­cha hall6 ya invadido el territorio, no contaba con ello al em­puñar la espada. Su primer objeto era asegurar el bienestar d~

Centro América, y para obtener un pronto triunfo contó con lasrepúblicas sus hermanas.

Los compromisos contraídos por Guatemala eran de tal en­tidad, las seguridades ofrecidas por su comisionado D. FranciscoGavarrete eran tan francas y leales' al parecer, que nos apresu­ramos, temiendo llegar tarde. Ni el honor costarricense podíapermitir que se le adelantaran, ni cabía en su buena fe faltar ásus aliados en el rr.omentn de la lucha.

Con vergüenza y dolor he visto el engaño que ha sufridoesta noble República que me ha confiado sus destinos.

¿Cree V. que si Guatemala hubiera cumplido, que si alpresentarme con un ejército por esta frontera hubiera ese go­bierno hecho 10 mismo por el lado de Honduras, hubiéramossufrido esta desgracia causada por la estadía del ejército en Ri­vas? ¿Cree V. que León se hubiera sostenido, como lo ha he­cho, causándonos mil males á pesar de su neutralidad?

En Liberia recibí nota de ese gobierno en la cual se me in­vita á no traspasar la frontera, dando por razón á tan miserableé intempestivo consejo las dificultades imprevistas que pudieranpresentarse. Ya las sabía. Ese gobierno de farsa, en que el

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maniquí de D. Patricio Ri\'us juega el primero y más degra­dante papel, había mandado comisionarlos á Guatemala y Sal­vador con el objeto rle paralizar la justicia centroamericana,pretextando que Nicaragua es inofensiva, justa, feliz y que laFalange, que llaman Qt1I{',.¡calla, se compone de ciurladanos fie­les, sin pretensión á usurpación alguna, y que por consiguientenadie tiene derecho de imponer á Nicaragua la extrañación 6exterminio de tan virtuosa Falange.

¿Cómo puede ser posible que el gobierno de Guatemala sehalle tan atrasado en irlt'as políticas, en derecho y sentido co­mún que haya podido escuchar con paciencia las excu<;as detan ridícula misión? Y aun concediendo al gobierno de Leónque tenga el derecho de perderse, ¿qué vale el tal derecho pues­to en balanza con la integridad de las demás repúblicas centro­americanas, que corren hoy peligro inminente por su ignoranciay degradante maldad?

¡Muchas veces he repasado la nOta á que se refiere, tan ex­traña é inesperarla ha sido para mí!

Posteriormente, en Rivas, recibí carta particular rle V. másextraña aún. Hay un párrafo que dice que ese gobierno le haprott:stado que la suerte de Costa Rica le inspiraba compasión éinterés, que haría en su favor cuanto pudiese, etc.

No necesita Co~ta Rica de la compasión de Guatemala; sebasta á sí misma para su conservación y su defensa, lo cual sa­brá probar. Ella está más bien en el caso de compadecer áquien no cumple tan sagrados compromisos, á quien por afectaruna anticuada y ridícula rliplomacia comproolete una causasagrada y común. Actualmente' se venden en los Estados Uni.dos acciones sobre los territorios de Centro América que Wálkerpiensa conquistar. Veremos cuales ele dichas acciones se hacenprimero efectivas. Los terrenos rle Costa Rica se podrán adju­dicar cuando haya muerto el último de los naturalel'.

Ninguna noticia oficial he tenido de la marcha de las fuer.zas guatemaltecas. Asegúrase, sin embargo, que están ya entierras salvadoreñas, pero creo la expedición algo tardíd y temoque pretexten nuestra retirada para efectuar la suya.

Sin embargo, es tiempo aún. La destrucción del filibuste­rismo está en los veneros que r.utren esta hidra. Costa Ricapuede cortar entt'Tamente la navegación del río de San Juan delNorte, y el bloqueo de Realejo r San Juan del Sur completa­rían la obra. Así, ni de los estados del Atlántico de los EstadosUnidos ni de California podrán nutrirse las filas de Wálker.Este pierde diariamente, en tiempos normales, de 8 á 10 hom­bres muertos de fiebre y rle excesos; ahora con el cólera, que vaá ser horroroso, unido á sus vicios, concluirán en dos ó tres

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meses todos los soldados que tiene. El lucha, además, con" va·rias dificultades Cortado el Tránsito, como realmente lo está,(.. ) no puerte luchar con la compañía, y la clase de gente que loacompaña no sufrirá largo tiempo sin pa~a en un país miserablesiempre y que agotado ahora no presenta objeto á !'us rapaci­dade~. Supe en Liberia 'lue los isleños de Ometepe, según melo habían prometido, quemaron los depósitos de leña del serviciode los vapores del Tránsito. Martínez, unido á los nic<uagüen·ses que aun tengan el valor de luchar, no dejará de darle muchoque hacer; mas, lo repito, su pérdida está en el bloqueo de lospuertos, y si Guatemala comprendiera bien la situación y su in­terés, se haría cargo de cerrar las entrarlas de Realejo y SanJuan rlel Sur, lo cual será muy costoso para Costa Rica, al pasoque ésta puede cortar fácilmente la navegacicJO del río SanJuan; pero después rlt: lo que ha pasado nada espero ni creo deese gobierno.

Lo dicho debe bastar para explicar á V. la nota que nuestroministro le ha dirigido llamándole inmediatamente, orden queconfirmo en privado, y le encargo efectúe el viaje sin demora,por tierra ó por mar, sin dar más explicación de él.

Quedo de V. atento;

JUAN R. MORA.

(*) Se re::fiere á la suspensión dd servicio de los vapores.

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La batalla de RivasDEL I1 DE """11. DE 1856 (*)

El llamamiento á las armas lanzado por D. Juan RafaelMora para expulsar á Wálker y demás filibusteros de Nicara­gua, me, sorprendió en Puntarenas dI ·nde' prestaba servicio co­mo capitán de infantería, aunque á la sazón me hallaba gozandode licencia temporal.

En 1851, á la edad de veintiún ¡,ños, ingresé en el servicioactivo de las armas con el grado de subteniente y el empleo desecretario de Id comandancia de la plaza de Guanacaste, de lacual mi padre, D. Rudesindo Guardia. tTa gobernador y co­mandante. Mi primo carnal, Joaquín Litano, que después sir­vió altos puestos públicos y ejerció interinamente la presidenciade la República, era entonces secretario rle la gobernación.

Desde niño tuve afición á la carrera de las armas. Tantoen nlÍ familia paterna como en la de mi madre hubo militaresdistinguidos. Mi padre fué coronel; mi abuelo, D. Víctor dela Guardia, llegó á obtener los entorchados de brigadier en laprovincia de Panamá en tiempos del gobierno español; y en1823. habiéndose tmsladado á Costa Rica, la junta de gobiernolo nombró coronel del batallón provincial, que fué el grado másalto que se confirió en aquella época. Estimulado por estosantecedentes, me dediqué con empeño ::11 estudio de la ordenan­za y de la táctica y ascendí á teniente y después á capitán, nosin dificultad, porque antiguamente no se prodigaban como

(*) La presente relación de la batalla de Rivas ha sido dictada porel general D. Víctor Guardia, á solicitud de los editores de este libro.

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ahora los grad\.s militares, cuanllo menos á los que éramos lla­mados vderallos por haber hecho del servicio militar una carre­ra. El comandante general O. José Joaquín Mora había esta­bleeido una disciplina muy severa en los cuarteles y formó uncuerpo de 25 ó 30 sargentos instructorts muy competentes; queprestaron importantes servicios, especialmente durante la guerra.

A principios de marzo de 1856 llegaron á Puntarenas lasprimeras tropas dd interior y recibí orden de trasladarme conellas al Guanacaste. Hicimos el viaje en bongos hasta El Be­bedero; de allí seguimos á Bagaces y después á Liberia, dondese hallaba el general Cañas disciplinando algunas milicias gua­nacasteeas. En esta ciurlad se concentró tudo el ejército, com­puesto de unos 2,500 hombres, al mando del general D. JoséJoaquín Mora, y se le rlió la debida organización. Don JoséMaría Cañas, que hllbía sido nombrado jefe de estado mayor yque desde los primrros días me mostró gran simpatía, me pro­puso para el mando de un batallón; pero los seño~es Moras noquisieron acceder á esto, por cuanto decían que yo no era ami­go suyo. Entonces Cañas me nombró su primer ayudante,puesto para mí muy grato, porque este jefe ha sido uno de loshombres más afJbles .y bondadosos que he conocido, á la vezque valiente, enérgico y excelente militar. Antes de la salidade las tropas hubo una gran revista en Liberia y yo fuí nombra­do para mandarla, supongo que por influencias de Cañas.

Nuestro ejército presentaba un aspecto admirable. Estabaformado en su totalidad por voluntarios, todos jóvenes y robull­tos, porque hubo de sobra dOlJde escoger entre los millares dehombres que se presentaron al llamamiento del presidente. Losque no fueron degidos regresaron á sus cásas profundamentedisgustados, tal era el entusial>mo que dtspertabá en todas lasclases sociales aquella guerra tan justa. Entre los oticiales secontaban casi todos los jóvtmes de las principales familias delpaís; algunos se habían alistarlo en calidad rle soldados, entreellos D.Próspero Fernández, más tarde general y presidentede la República.

Como ejemplo del entusiasmo que reinaba por la guerra,puedo citar el caso de mi hermano Faustino Guardia, que sólotenía entonces dieciocho años. Se hallaba en Alajuela con mimadre cuando salió el ejército, y á pesar de sus repetidas solici­tudes para que se le incorporase en las filas, no lo consiguió,entre otrascosas por la oposición de mi madre, que alegaba conjusticia que ya tenía dos hijos en c:tmino de la frontera, mi her- •mano Tomás y yo. Faustino, que era de espíritu muy ir.quietoy sumamente valeroso, no pudo consolarse de la negativa quese le opuso y se escapó de Alajuela en una mula cerril. Llegó

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á Puntarenas, ciudad de que 'era gobernador mi padre. y después de recibir allí Id. merecida reprimenda, se me apareció undía en Liberia con lo encapillado y sin un rt,al. Con el productode la venta de un reloj y un doble sueldo que debí á la gene­rosidad de Cañas, putle comprarle 10 necesario y fué incorpora­do, con el grado de subteniente, al cuerpo de caballería que.mandaba el sargento mayor veterano Julián Arias.

Habienoo llegad" noticias al cuartel general de que fuerzasde Wá:kt'r se hallaban en territorio de Costa Rica, marchó deLiberia una columna de 500 hombres á las órdenes de D. JOséJuaquín Mora, en dirección á la frontt"ra de Nicaragua. El20 de marzo en la tarde salí con el general Cañas y un batallóny fuimos á dormir á Los Ahogados, á cuatro leguas de Liberia.AIlf nos llevó en la noche un capitán nicaragüense, llamadoFelipe Ibarra, la noticia oe la victoria de Santa Rosa. Excusodecir la alegría que nos prooujo, porque los filibusteros pasabanp<Jr invencilJles. Al dia siguiente continuamos la marcha y enel lugar llamado El Pelón nos juntamos con la vanguardia ven·cedora. Traía unos veinte prisioneros, la mayor parte euro­peos.. Don José J. Mora, que era hombre compasivo, aseguróá estos infelices, en presencia mía y de otros oficiales, que noserían pasadc,s por las armas. De El Pelón regresamos tod(,5á Liberia. Llegados á esta ciudad, D. Juan Rafael Mora so­metió á los prisioneros á un consejo de guerra, que estuvo reu­nido dos oías. Mientras duraban las discusiones, uno de ellos,que era italiano, me reconoció como uno de los oficiales quehabían oído las palabras del general y me suplicó que interct'.diera con el presidente. Yo crei de mi dtber hacerlo; me pre·senté en el cuartel general, y negando á presencia de D JuanRafael le referí lo ocurrido en el El Pelón. Me contestó muyexaltado que si yo pretendía favorecer á los filibnsteros; queéstes t'ran hombres considerados como fuera de la ley en todoslos países del mundo; que era necesario e!'carmentarlos, etc.Por mi parte contesté que la palabra de un general también eraley en todas partes; pero el resultado fué que salí con las cajasdestempladas. El cOl~sejo de guerra dictó sentencia de muertecontra los prisionnlls, que fué ejecutada en Liberia. En mi ca·ndao de jefe de día me tocó el peno!oo deber de llevar las tropasá prfsenciar la ejecución. Por fin salimos para la frontera y nosconcentramos todos en Sapoá, donde se pasaron algunos trabajos por. la t"scasez oe víveres, que había que traer desde Liberiaen unas pocas mulas que iban y venían constantemente. Lacarne no faltaba, pero un plátano llegó á valer hasta dos reales.

Estando en Sapoá tuvimo<; aviso de que desde la bahía dePotrero Grande haLJían visto pasar un vapor navegando al sur

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con un barcl) de vela á remolque, y se temió que pudiera seruna nueva expedición de Wálker dirigida contra nuestras-costas.Inmediatamente se dispuso que el general Cañas regresase áLiberia con el batallón qu~ mandaba el sargento mayor D. JuanFrancisco Cc,rraies. Yo me encontraLa en un lugar llamadoLas Animas, situado como á una hora de Sapoá á caballo, y meincorporé al batallón cuando por allí pasó á las seis de la tarde.Anduvimos toda la noche sin parar, y al día siguiente entramosá Liberia á las diez de la mañana, después de una terrible joronada de veinte leguas, que el batallón soportó valientemente,sin una protesta ni un murmullo, con la disciplina y sumisión deuna tropa encanecida en el servicio de las armas.

En Liberia permanecimos poco tiempo, hasta que se supoque el vapor pertenecía á la compañía del Tránsito y que elbuque que llevaba á remolque iba cargarlo de carbón. Regre.samos entonces á Sapoá, de donde había partido ya el ejército,} continuamos hacia Rivas. Ello de abril en la tarde acamopamos á una jornada corta de esta ciudad. Estábamos prepa·rando el rancho cuando recibió Cañal\ un correo del cuartelgeneral con la orden urgente de apresurar su llegada, porque setemía un ataque de Wálker de un momento á otro. En el actose puso el batallón en marcha sin comer y á las nueve de la no­che entramos á Rivas. En una casa situada frente á la queocupaba el presidente Mora y el estado mayor general, fuimosalojarlos los ayudantes de Cañas. Rendidos de cansancio nosmetimos inmediatamente en la cama sin pasar bocado.

A la mañana siguiente, después de bañarme y endosar ununiforme limpio, me dispuse á salir en busca de una taza decafé que me pedía el cuerpo con urgencia. En el momento enque asomé á la calle vi que llegaba un hombre á todo correr ála casa del frente que, como he dicho ya, era la que ocupaba elestado mayor general. Después supe que este hombre era unrivense, que si mi mem0ria no me es infiel se llamaba Padilla.Comprendiendo que algo sucedía. me acerqué á las gradls de lacasa del frente. Oí entonces que aquel hombre decía con vozalterada que hallándose en el solar de su casa había visto á losfilibusteros en las Cuatro Esquinas. Uno de los oñciales pre·sentes, D. Luciano Peralta, le contestó con zumba que de se­guro su mujer debía hallarse de parto cuanno estaba tan asus­tado. Corrido y mohíno el hombre por esta respuesta intem·pestiva, dió la vuelta y bajó las gradas; pero en aquel mismoinstante exclamó señalando hacia el este: «No me quieren creer;véanlos, ahí vienen:.. Varios jefes y oficiales salieron á la puer­ta y todos pudimos divisar en dirección de la iglesia y como áunas cuatrocientas varas de distancia, una tropa que entraba en

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columna cerrada y á paso de carga. ¡El enemigo nos habíasorprendido!

Hubo entonces en el cuartel general la confusión inevitableen estos casos. El general Cañas llegó pocos momentos des­pués á caballo á pulir órdenes; yo le pregunté que si debíaseguirlo y él me mandó que lo aguardase allí. Un capitán 1\la­rín, artillero, conocido con el apodo de Burro Minín, recibió laorden de contener al enemigo con un cañoncito de cuatrolibras que estaba cerca. La casa ocupada por el presidenteMora se hallaba en una esquina, á doscientas varas al oeste dela plaza. Marin, acompañado de unos pocos hombres, avanzóhasta llegar á corta distancia de la plaza; pero ya los filibusteroseran dueños de ésta, del Mesón de Guerra y del Cabildo. Casitodos los artilleros fueron muertos, el mismo Marín herido y elcañonclto cayó en poder de los yankis; pero este movimientoc(,ntuvo su avance y salvó al estado mayor general que pudohaber sido hecho prisionero si el enemigo hubiera avanzadohasta la siguiente esquina.

Los yankis metieron <:1 cañoncito por una de las puertasdel Mesón. De allí lo empujaban hacia la calle con la punteríabaja y desde dentro lo disparaban con un cordel; luego lo vol­vían á meter para cargarlo, arrastrándolo con unas cuerdas queamarraron de la cureña. Don José Joaquín Mora me ordenóentonces que con media compañía, ó sean cuarenta y cincohombres, fue~e á recuperar el cañón. Sal{ á la calle con migente, que mandé abrir en dos filas, recomendando á los solda­efos que fuesen amparándose á las ventanas, que por ser vola­das ofrecían algún abrigo, y que no quitasen los ojo~ del cañón,porque como lo disparaban en la forma que he dicho, la metra·lla iba unas veces á la izquierda, otras á la derecha; pero lo quemás daño nos hacía era el fuego de los rifles desde el Mesón yel Cauildo. Necesariamente tuve que pasar repetidas veces deun lado de la calle al otro durante el trayecto, para esquivar lametralla ó animar á los soldados que se agolpaban en las ven­tanas. D~ los ,aleros nos caían sin cesar pedazos de tejas rotas,porque íbamos materialmente bajo una lluvia de balas y de me­tralla. Así anduvimos cien varas. En la esqui'la noroeste delMesón y á unas cincuenta varas próximamente del sitio dondese hallaba la pequeña.pieza de artillería, nos salió de pronto alencuentro nn grupo de filibusteros. Mandé entonces unir lasfilas y cargué contra ellos, obligándolos á refugiarse en el Me·són. Tan sólo uno hizo frente y fué acribIllado á bayonetazos.Yo le quité el rifle, que conservé durante algunos años comorecuerdo de aquel día sangriento. "

El destacamento que acabábamos de poner en fuga había

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salioo dd Mesón á po~esionarse de un fortín, resto de una anti­gua Ih:ea (le defensas y situado en la eliquina nordeste de lamanzana en que: estaba la casa ocupada por el cuartel generalCOAsioeranrlo que con los pocos hombres que me quedaban eralocura intemar apoderarme del cañón, y por otra parte el inmen­so peligro que habrfa en permitir que una posición de tal im­portan( ia cayera en poder oel enemigo, hice entrar al fortín lostrece hombres que me quedaban. ;Treintaidós habían caído en e!camino! Este fortín estaba levantat:lo sobre las paredes de unacasa á medio construir, calle de por medio con el Mesón, y cu­yas puertas y ventanas, mt-nos una, estaban obstruírla!' conao(,bes. En el acto manrlé aviso al cuarte! general, por dentrode los liOlares, oe haber ocuparlo el fortín y pedí órdenes al mis­mo tiempo. Se me contestó que lo conservase á todo trance yme mandaron un refuerzo de lOÓ 12 hombres al mando deloficial D. Rafael Rolandi, que fué herido al entrar al fortín des­de el techo del Mesón, donde se habían situado muchos tirado·res yankis. Procedí entonces á cerrar con adobes la únicaventana que no lo estaba. En esta faena me mataron varioshombres.

Desde la parte alta del fortín abrimos el fuego sobre elenemigo, que se refugió en el Cabildo y el Mesón. Uno de lossoldados me facilitó una carabina Minié, arma oe las más per­fectas de aquella época, que tiraba una bala cónica de onza ymedia, la cllal producía un ruido muy semejante al maullido deun gat., (.). Clln esta carabina hice varios disparos sin resul.tado á un jefe: yanki que llevaba lujoso uniforme y sombrerocon penacho. Este jefe se asomaba de vez en cuando al corre.dar del Cabildo, blandienrlo la espada y animando á su gente,pero se metía de prisa dentro del edificio al oír el desagradablesonido oc: las balas de mi carabina. Con IIn filibustero grande,gordo y de camisa roja tuve mejor acierto. Frente á la entrarhdel Cabildo que miraba al sur, había un descanso de mamposteoría, con gradas á oriente y poniente. El filibustero se habíaechado rle barriga sob~e las que bajaban hacía, el este y desdeallí nos disparaba, apoyando su rifle sobre el oescanso y ocul­tá'ndose después oe cada tiro. Habiendo observado su manio·bra, puse cuidadosamente la puntería al descanso y aguardé.A poco surgió la mancha roja de la camisa á ciento cincuenta

(*l eBréwester también habla logrado despejar ellado de la plazapor donde había entrado, y con la compaftla del capitán Anderson alfrente lle,"aba adelante su columna hacia las casas ocupadas por los cos­tarricenses. Sin embargo, unos cuantos enemigos armados con fusiles.de precisión hablan tomado posesión de la torre al frente de los rifleros,v tanto los molestaron que finalmente tuvieron que ponerse á cubierto,..\VÁLKE!<. Ilistorill dé la guerra de lI'icllrllgll11.·-N. del E.

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varas y largué el tiro. No volvió á asc,mar el yanki; pero aldía siguiente, cuando ya no me acordaba del asunto, pasé porfrente del Cabildo y de pronto me estremecí al ver tendido enlas gradas á un hombrazo de camisa colorada, y de prisa medesvié de aquel sitio.

Insistiendo el estado mayor en recuperar el cañólJ, mandócon una guerrilla al valiente capitán veterano Vicente Valverdc,que avanzó con mucho denuedq hasta el fortín. En este mo­mento observé que se prep'lTaban á hacer una descarga cerradadel Cabildo y grité á los de la guerrilla que se echaran al suelo,cosa que hicieron los oficiales Macedonio E¡,quivel y un Ma­yorga, de Cartago, así como algunos soldados,; pero Valverdeera sordo y sin duda no me oyó. Se quedó suspens<J y miran­do á un lado y otro, como buscando la explica.:ión de algunacosa. Sonó la descarga y Valverde cayó muert,) sobre un mon­tón de cadáveres. En otro ataque que se hizo con igud objeto,fueron heridos en el mismo sitio los capitanes U. Joaquín Fer­nández y D. Miguel Granados, pero yo no los vi cacr. Fernán­dez tuvo la pre~encia de ánimo de fingirse muerto, porque losfilibusteros tiraban sobre los heridos. Graliados estuvo agitán­dose y lo ultimaron desde el Mesón.

El llargento mayor D. Juan Francisco Corrales estabaacuartelado con su uatallón, compuesto casi todo de gente <leAlajuela, en una casa situada diagonalmente con la esquinasudoeste del Mesón. La entrada de los filibusteros lo sorpren­dió á medio vestir, y tomando su espada se echó á la calle conun pantalón blanco}" en mangas de camisa. Estuvo peleaRdoallí largo rato á pecho descubierto con admirable arrojo y perodió mucha gente en su empeño de desalojar al enemigo delMesón. Más tarde atravtosó la calle y vino al fortín por dentrode los solares á preguntarme si le podía dar algunos hombres.Le contesté que era imposible porque tenía muy pocos, pero leinciiqué una puerta entre dos solan:s, por donde podría llegar alcuartel general. Al cabo de una hora próximamente lo vi vol­ver con unos veinte soldados por mitad del solar. Le grité delo alto del fortín que se guareciera del f~ego que hacían desdeel tejado del Mesón, pero en ese mismo inlltante cayó. Unsargento salvadoreño llamado Cipriano, que lo acompañaba, seprecipitó á auxiliarlo, preguntándole dónde estaba herido. «Mehan matado-le contestó Corrales;-pero no importa, !Jorquemuero con honra:.. La muerte de este - jefe fué muy sentida.Era un caballero muy valeroso, simpático y de muy buena pre­sencia. Después se dijo, no sé por qué, que lo había matadoun alemán que lo conoda muy bien y había sido jardinero delos Moras antes de ingresar en las filas de Wálker.

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En un momento del combate que no puedo precisar, vivenir por la pane norte de la dudan á mi querido amigo el-capitán Carlos Alvarado montado en una mula. Cuando iba ái1egar á la esquina le grité que tuviese cuidado con los enemi·gos del Mesón. Carlos no se eletuvo, sin embargo, y dobló laesquina hacia el oeste, en dirección del cuartel general. Luegome dijeron. que lo habían herido al llegar allí; pero su hermanoD. Rafael Alvarado, que vino después al fonín, me di6 la tristenoticia de su muerte.

Más tarde presencié el acto heroico de Juan SantamaTÍa.Lo vi desprenderse del cuanel de Corrales con una tea, atrave­sar la calle y aplicarla al alero de la esquina sudueste del Me­són. Regresó sano y salvo. A pnco lo vi salir de nuevo yhacer lo mismo; pero esta vez, al retirarse, cay6 hacia media ca­lle. Yo conocía á Juan Santamaría como á mis manos. Sien­do niño viví largo tiempo en Alajuela. Santamaría era tamboren el cuartel y ya desde entonces se le daba el mote de El En'­zo. Cien veces me bañé con él y otros granujas en los ríos ..¡uecorren en las cercanías de aquella dudad. Su acción he:-oica lapresenciamos muchos y no sé cómo ha po'iido decir el doctorMontúfar en su libro Wálker m emlro Amén'ca, que <puedeasegurarse que en los días posteriores á la acción de Rivas nose hablaba de él, aunque se repetían los actos de heroísmo deotros combatientes:.. Fué todo lo contrario. Tanto en los díasinmediatos á la batalla, como en la retirada del ejército, el nom­bre del héroe alajuelense estaba en todas las bocas. Esto yo loafirmo y lo certifico, y me hago la ilusión de creer que algunafe merece la palabra de un viejo militar de setenta y ocho años,que ama la verdad por cima de todas las cosas, En tiempos dela administraci6n ele D. J. J. Rodríguez. cuando se erigió la es­tatua de Santamaría, se hizo una informaci6n de testigos pre·senciales del hecho. En ella no figura mi declaración port¡ue lapersona .encargada de seguirla creyó indignú de su grandeza ve­nir á mi casa á recibirla. El no aparecer el .nombre de El Erisoen los panes oficiales no prueba nada. Basta leer esos documen.tos, concisos y vagos, para convencerse de que en ellos faltan mu­chas cosas. Por otra parte, hubo tal derroche de heroísmo el11 de abril de 1856 en Rivas, que se habrían necesitado muchaspáginas para consignar todas las acciones dignas de pasar á laposteridad. .'

Dp.ntro de la casa me mataron seis 6 siete hombres por lospequeños espacios que mediaban entre los adobes r que nosservían de aspilleras. Combatíamos contra los del Mesón concalle de por medio, es decir. á la distancia de unas ocho varas,y era tan buena la puntería de los yankis, que se necesitaba ver_

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da,leramtnte un valor temerario para acercarse á las ventanas.Recuerdo á un pobre soldado santacruceño, que por nada en elmundo querfa arrimarse á la aspillera. Dediquélo entonces átraer agua de un jJozo que había en el solar de la casa, porquenos morfamo& de sed. Iba allí el hombre á cada rato con unapequeña caja de lata suspendida de un cordel, bajo una lluviade balas que le tiraban del tejado del Mesón, y nos la traía lle·na de agua. No me explico cómo no lo matarnn veinte vecesen esta tarea peligrosísima. Pero bien dicen que no hay cora­zón traidor á su dueño. El infeliz se resolvió al fin á dispararsu fusil por una aspillera y al\( quedó muerto. También memataron al teniente Juan Ureña, que situé con un piquete enuna cocina separada de la casa, para hostilizar á los del tejadodel Mesón. Se vino por el solar hacia el fortín y cayó en eltrayecto.

Llegada la noche oímos á un herido que se quejaba en lacalle. Un joven cabo me dijo de pronto: «Capitán, conozcoesa voz. Es la de D. Joaquín Fernández. Yo me crié en sucasa:.. Guiado por las quejas reconocí que el herido se hallabafrente á una de las ventanas y dispuse que lOe quitaran los ado­bes que la cerraban para socorrerlo; pero no hubo nadie quequisiese obedecer la orden. Entonces yo mismo los fuí quitan­do con muchas precauciones. Después, ayudado por mi granestatura, saqué rápidamente una pierna á la calle, agarré alherido y me dejé caer bruscamente con él dentro de la casa, loque le arrancÓ un grito de dolor, á la vez qt:e nos hicieron al­gunos disparos. Era en efecto mi amigo Joaquín Fernández.<Gracias á Dios-me dijo-que ya estoy entre los míos». Enseguida pidió agua y después de beberla me contó que durantetodo el día había e tado oyendo mis órdenes, pero que estabatan ronco que no reconoció mi voz. Me refirió también quede tal manera lo había atormentaJo la sed, que tuvo que <:al­marIa bebiendo sus propios orines. Lo hice trasladar al cuartelgeneral para que lo curasen.

En la madrugada hubo un fuego violenta, motivado por laretirada de los filibusteros á la iglesia. El silencio que reinó

. después me hizo sospechar que habían abandonado el Mesón, yá eso de las cinco de la mañana mandé pedir permiso al cuartelgeneral para rtgistrar el edificio. Me contestaron que no debíamoverme de mi posición por ningún motivo. Poco después su·pimos la fuga de Wálker y sus filibusteros. Pasada la excita­ción de la tlatalla. el estómago, reclamando sus der~chos, mehizo recordar que desde la antevíspera en la mañana no le ha­bía echado nada; pero no se encontraba ni una taza de c;.fé. Aeso de las once del día tuve una impresión gratisima. Se me

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presentó de pronto un individuo llamado Luz Calderón con unamula cargada oe ques(·s, rosquillas y tamales dulces que meenviaban d~sl\e la hacienda de Cataltna, perteneciente á mi tíoD. Rafael Barrceta. Excuso decir la entusial>ta bienvenida quele di.

El espectáculo que presentaban las calles de Rivds el 12

de abril de 1856 era aterrador. Por todas partes había monto­nes de cadáveres. Los heridos eran cosa de trescientos, y losmuertos más todavía. La calle entre la esquina del fortín y lacasa del estado mayor general, parecía un desmontcl. Allí ca­yeron Jos eapitane.,; Vicente Valverde, Carlos Alvarado y Mi­guel Granados, d teni~nte Ramón Portugués y si mal no re·cuerdo Florencia Quirós En el solar de la casa que yo ocu·paba yacían el sargento mayor Juan Francisco Corrales y eltt'niente Juan U rI~ña. En verdad, la alegría del triunfo no comopensaba la pérdida de tantos valientes y abnegados hijos deCosta Rica.

Para honra de nuestras armas debo decir que no hubo unsolo desertor ni un solo prisionero. El único hombre que des­apareció fué un mÚllico de la banda militar de la plaza de He­redia, conocido con el apodo de El Cuáquero. Este indi\'iduoera un original que tenía la chiflallura dt: gastarse todo su dineroen ropas; parece que tenía hasta un frac. Cuando llegó elejérc;ito á Rivas alquiló un cuarto en el Mesón de Guerra, ala­jandose en él con su lujoso equipaje E;;taba todavía en lacama cuando entraron los filibnsterolS, y como no se le voh'ió áver nunca y su cadávt'r no fué hallado, se supone que se quemóen el incendio del Mesón.

En los momentos de la sorpresa la mayor parte de los sol·dados estaban dispersos por la ciudad desayunándose, pero in­mediatamente acudieron todos á sus difert:ntes cuarteles. Cal·culo que en la batalla tomaron parte unos 1,500 hombres cuan·do más; porque en San ]IÍdIl del Sur estaba un batallón y otroen La Virgen, que llegó en la tarde con D. Juan Alfara Ruiz.El del coronel Ocaña no entró en combate, porque fué puestode reserva para proteger la retirada en caso de necesidad. En·tre lao; recompensas otorgadas por la orden ,general del día 12

de abril. tuve la 'satisfacción de leer mi ascenso al grado de .sargento mayor.

Esta relación no es la de la batalla de Rivas del 11 deabril de 1856, sino tan sólo la de los incidentes que yo pude verde ese combate memorable, uno de los más sangrientos y encamizados que se han librado en el suelo de la .\mérica Cen­tral. En él se prodigó el heroísmo, pero también hubo granlujo de inexperiencia, cosa muy natural tratándose de lID ejérci.

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to bisoño. Las tentati vas para recuperar d c lñón perdido porMarin fueron una insensatez, apenas comparable d las eargas decaballería contra casas aspilleradas. Esto último yo no o pre­sencié, pero me rué referido por mi hermlmo Faustino, quetomó parte en ellas. Al principio se pensó (n perseguir á Wál·ker, y fué mucha lástima que a~í no se hiciera, porque el famosofilibustero iha deshecho y escarméntado, y creo q1le si le hu­biésemos dado alcance en ~ andaime, donde se detuvo para es·per¡¡r á los rezagados, habría terminado la guerra. En lamañana del 12 se formó una columna de 800 hCJm I ,res al mandode Cañas para perseguirlo. Esta columnae~tahadividida encuatro secciones de 200 soldados, que debíam 's mandar D. San·tiago MiJlet, D. Indaleci·, Sáeníl, '1tro jefe cuyo nombre no re­cuerdoy yo; pero luego seabanionó el proyecto.'

A eso del mediodía del 12 recibí orden del general Cañaspara ir á capturar á un filibustero pOTtugué~ muy peligroso, quesegún se decía estaba escondido en la hacienda de San' José,situad'! como á legua y media de Rivas. Partí con dos oficiales,uno de ellos en Román Rivas, nicaragüense. Llegados á lahaciend:i no encontrarnos más que á una vi~ja, que se negó áhablar hasta que la atemoriré con amenazas. Entonces meconfesó temblando que el portugués estaba oculto en un ran­chito y que tenía un revólver y un rifle. De lejos nos mostró elrancho y echó á correr. Nos acercamos, y entra ndo de 50pe .tón puse mi revólver en el pecho del filibustero que estabaechado en una hamaca y herido en un brazo. Mis ayudantesse apoderaron de sus armas y de una valija donde estaban lospapeles que quería coger el estado mayor. Después monté alportugués, que era hombre fornido y mal encarado, en una ye­gua dc la hacienda, que ensillamos con una alb..uda, y me lollevé á Rivas.

Al echar pie á tierra en mi alojamiento recibí orden deCañas para presentarme inmediltamente á su despacho. Loencontré rodeado de jefes y oficiales, escribiendo en una ~esa

y, contra su costumbre, de muy mal humor. Me mand6 tomarasiento y cuando acabó de escribir me tendió un pliego cerradojunto con una orden dirigida al coronel Ocaña para que mediera cincuenta hombres; y después de manchr á (fas dragonesy á un corneta que me siguiesen, me dijo: «Tome V. el caminode La Virgen. Cuando llegue á Las Lajas abra este pliego yhaga lo que enél se le ordena~. A lo que respondí: «Sus órde­nes serán cumplidas, mi general~. Saludé y di media vuelta.Al salir oí que Cañas pronunció 'algunas frases ele encomio para

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mí. DeRpués supe que varios oficial"s se habían negado á des­empeñar aquella misma comisión con 400 hombres.

Luando llegué á Las Lajas abrí el pliego. En él se meordenaba que siguiera hasta La Virgen con muchas precaucio­nes, porque había noticias de que ~n es~ puerto se hallabaWálker; que en caso de que así fuera me replegara á Rivas sinempeñar combate. Continué mi camino y al llegar cerca deLa Virgen despaché á uno de los dragones á la d~scubierta, elcual regresó dicienoo que no habia ningún enemigo en el puertoy que al\{ me aguardaban para festejarme, inclusiv~ el agente oela compañía del Tránsito, que me hqspedó en su casa. Al diasiguiente Cañas me mandó el resto del batallón, unos 350 h, 'm­bres, con orden que me lI~vó Faustino Guardia para qQ.e mequedase en La Virgen, por si W~lker intental;>a desembar­car al\{.

La terrible epidemia de cólera que estalló en Rivas á finesde abril vino á destruir el fruto de nuestra victoria, obligándo­nos á emprender la retirada. En ausencia de ~qS generale~

Moras, D. José Maria Cañas tomó el manrio del ejército y nun·ca como entences mostró este ilustrt: jefe su grandeza de almay la bondad de su corazón. Todos lo adorábamos y con justicia, porque fué un verdadero padre de los soldados en aquellosdías aciagos. Tarea muy larga y muy triste seria la de referirlos horrores de la epidemia y Ins sufrimientos del ejército. Muypocos se libraron de la peste. A mí me atacó en El OstionaI.Durmiendo estaba en una hamaca cuando sentí los primerossíntoma&; por suerte, á mi lado reposaba el doctor D. FermínMeza, único médico que nos habia quedado. Lo de perté yacc.dí á su ciencia. «Si el ataque es agudo-me dijo el buenD. Fermín-sólo Dios te pueril' salvar; si es benigno tómateésto, que te lo convertirá en disenteria:.. Me hizo beber enton·ces la mitad del contenido de un frasquito, advirtiéndome quela dosis rtlstante la guardaba para él. El resultado fué tal comome lo pronosticó, y en Liberia un médico francés, filibustero,llamado Lavallée, me curó la disenteria y salvó á mi hermanoFaustino del cólera.

Hallándonos en Sapoá de regreso, llegó una noche el barónprusiano von Bulow, hombrazo corpulento que tenia un apetitoformidable, pidiendo qué comer. El general Cañas le dijo quesólo podía ofrecerle un jamón, una caja d~ galleta y otra degin~bra. «¡Nada mejor!» exclamó alegreménte el prusiago, ysacanoo una navaja hizo el jamón en rebanadas; dió una peque·ña parte á sus dos ayudantes, alemanes como él, y devoró elresto con gran satisfacción y no menor acompañamiento de gi.nebra. Cañas le preguntó si no tenia miedo al cólera, á 10 que

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replicó el barón con la boca \lena: «La colerol se cura con unal'urganta fuerte, fuerte. fuerte:.. A la mañ ¡na sigui~nte nosavisaron que estaba malísimo. No quisimos d"jarlo abandona.do y nos lo llevamos en una hamaca á Liberia. Después supeque había podido levantarse de la cama y que antiuvo vagandopor la población completamente d~~ierta, envuelto 1 n una bata,sin haber podido hallar quien lo auxiliase, porque todos los ha­bitantes habían huído por temor al contagio, y fué voz públicaque murió l1e necesidad. ¡Pobre barón Bulow, que puso su es­pada y su 'ciencia de ingeniero militar al servicio de nuestracausa!

Cuando \leg:lmos á Liberia se dictó ulla onlen general el Sde mayo disolviendo el ejército. Cada oficial recibió una cuar­ta, cada soldado un escudo, y se nos dijo á todos que nos fué­semos á nuestras caqas como pudiéramos.

¡Así fué licenciarlo aquel valiente ejército, el mejor decuantos ha puesto Costa Rica sobre las armas!

VICTOR GUARDIA.

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Mis recuerdos de la batalla de Rivas (*).

Por casualidad me tocó asislir al terrible y muy saagrientocombate elel 11 de abril de 1856 en Rivas. Al fraccionarse elejército en Santa Clara fuí destinado á San Juan del Sur con unbatallón que mandaba el coronel D. Salvarlor Mora, y ocupa·mos aquel puerto sin ninguna dificultad, porque la guarniciónenemiga que en él estaba se retiró al tener noticia de nuestrapróxima llegada.

Sabe ior de que el coronel Mora se proponía hacer unavisita á Rivas, le rogué que me llevara con&igo, porque deseabaconocer la ciudad y ver á los parientes que allí tenía en el ejér­cito. El jefe consintió y al siguiente día, 1 J de abril, salimosá caballo de San Juan del Sur á las cinco de la mañana, conlos ayudantes del coroue!. Cuando llegamos á las cercaníasde Rivas oímos los primeros tiros y unas mujeres que encontra­mos en el camino nos informaron del ataque de los filibusteros.El coronel mand6 á uno de sus ayudantes que se adelantase pa­ra pedir instrucciones, y el oficial regresó poco después al sitiodonde lo aguardábamos trayéndole la orden de que siguiese áRivas y me llevara en su compañía, porque se necesitaban misservicios.

A la entrada de la ciudad encontramos al general Cañascon unos ayudantes y algunas tropas. Al verme exclamó:<¡Adelante, Sáenz; hay muchos heridosl» El coronel se qued6hablando con Cañas r yo me metí por las calles de la poblaciónIiin lIaber á donde dirigirme. Al pasar por frente de una casaof que me llamaban á voces y me detuve. Era el presbítero D.

(*) El!lta relación ha sido escrita por el coronel D. Andrés Sáenz,decano de la Facultad Médica y de les cirUJanos militares de la Repúbli­ca, á solicItud de los editores del presente libro.

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Francisco Calvo; estaba el' una puerta con estola yla caja de lossantos olios en la mano. c¡Nosiga porque lo matan!»megritó. Notéque se hallaba sumamente emocionado y me dijo que dentro deaqucHlas casas había muchos heridos. Eché entQnces pie á tie­rra dejando abandonado mi caballo que nunca; volví á ver, yhabiendo entrado i la casa atravesé toda la manzana de norte ásur por dentro de los solares, hasta llegar á un edificio situadocalle de por medio con el Mesón de Guerra y al norte de éste.En una sala muy espaciosa, cuyas ventanas estaban atrinchera­das, hallé una fuerza dto los nuestros que combatía contra losfilibusteros del Mes6n. El fuego era terrible, las bala!' entrabanpor muchas partes y tuve que hacer la primera cura á los heridos c:chado de barriga para que no me matasen. Estuve des­pués en otras casa.<¡ de la misma manzana, en las cuales habiatambién numerosos heridos. En la tarde pudimos trasladarlosá un edificio que llamaban la Casa de Maliaño, donde se im­provisó un hospital. Para hacer frente á la enorme tarea deasistir á tantos heridos como había, s610 estábamos tres médi­cos: el cirujano mayor D. Carlos H6ffmann, d doctor nicara­güense Bastos y .yo. Teníamos además un ayudante, CarlosMoya, que había hecho algunos estudios de medicina. El doc­tor Alvarado estaba en Liberia asistiendo á los l1eridos de SantaRosa, y D. Fermín Meza se hallaba ausente con licencia, peroregresó á Rivas pocos días después de la batalla;

Hubo trescientos heridos 6 más y muy cerca de quinientosmuertos (.). Si un hospital de guerra es siempre una cosa te·rrible, en aquella época, en que aun no se conocían entre nos·otros los anestésicos, era un espectáculo de que no se puedetener idea cabal sin haberlo visto. ¡Cuánta miseria y cuántosufrimiento! Para colmo de males, la epidemia de cólera vinopronto á triplicar nuestra tarea ya tan pesada.

La misión del médico en el campo de bataIla no le permitever mucho de lo que en ella sucede. Así es que de la de Rivaspoco es lo que puedo contar, como no sean sus resultados san­grientos; pero como esto no ha de agradar á los lectores, melimitaré á decir que hubo soldado que recibió hasta siete bala·zos.

En cuanto á la acción heroica de Juan Santamaria, quesegún parece se ha querido poner en du<ia, la tengo por absolu­tamente cierta, aunque no la presencié ni podía presenciarladesde el punto en que me hallaba; pero el hecho fué público y

(*) Este dato concuerda con el número de 1,700 hombres válidos. quesegún el presidente Mora teníamos en Nicaragua el 19 de abril de 1856.El ejército, que sumaba 2.500, tuvo 800 bajds en Rival.

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notorio y desde el día siguiente al del 1I de abril, oí hablar delsolrlado de Alajuela que había incendiado el Mesón. Por lasseñas que me dieron (le Juan Santa maría, creo haberlo conocidoen la travesía de Puntarenas al Bebedero, que hice con tropasde Alajuela man1adas por D. Juan Alfara Ruiz. Tengo ideade que era un mulatito muy jovial, á quien embromaban muchosus compañeros, y al cual curé en Bagaces de una ligera enfer­medad.

ANDRÉS SÁENZ.

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La batalla de Santa Rosa (")

Poco despuéll d coronel Schléssinger recibió la orden elemarchar al departamento del Guanacaste. El nombramientode Schléssinger como jefe de la fuerza invasora, era á tocias lu.ces desacertado y es probable que d general Wálker no lo ha­bría hecho, á no ser por el deseo que tenía cie ciesquitarse de laexpulsión ignominiosa que: aquél ~ufrió en Costa Rica. En pri­mer lugar Schléssinger era alemán, ó para hablar en el lenguajezumbón de los muchachosy un Dukhmanj en seg.undo términoera judío, y por último de índole caprichosa, violenta y despó­tica, que inspiraba más tenwr que afecto. A la vez que losoficiales envidiaban su rápido ascenso y la brillante oportunidadque se le ofrecía para distinguirse, los soldacios lo odiaban mu­cho y ni la misma severidad de la disciplina militar lograba im­pedir del todo que sus expresiones de desprecio y aversión lle­gasen á oídos del jefe. Más de uno de los que vieron la expe­dición después de su salida ele la bahía de La Virgen, observóque el mayor peligro á que Schléssinger elltaba expuesto le ven­dría de un tiro disparado á retaguardia

Además de estos inconvenientes derivadC1s de sus conrlicio­nes personales y ciel cargo que desempeñaba, la fuerza deSchléssinger l'ra una agrupación de hombres bisoños é indisci­plinados, compuesta de los elementus más hderogéneos y con­trarios y casi toda mal armada. Habíll \Ina compañía de fran­ceses, otra cie alemanes, una de NUt va York y otra de NuevaOrleán~. Como se ve, para c,lmpensar la ausencia de disciplinano existían los lazos de compañerismo, ni era lícito esperar que

(*) WILLIAM V. WELLS. Walker's Expedilion lo Nicaragua, pág.[53 Y siguientes.

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la rmuldción viniese á suplir la falta .Ie solidarida,l entre hom­bres que no tenlan laurc:lrs que tlefen.ler ni un jefe á quien agra­dar. Por desgracia, en una empresa de este género tampocose podía contar con el lIentimit:nto de patriotismo, que á vecessuplt: á tl"los lus dt:fectos é inconvenientes.

Con ,·sta fuerza, furmada pur 207 hombres, el coronelSchléssingcr salió de la bahía de La Virgen el 13 de marzo parael Guanalaste. DeslJués del primer día de mar. ha por el ca­mino del Tránsito, llt:gó á San Juan del Sur. En este lugar to­mó dos guias que se fugaron inmediatamente de!.pués de habercruzado la frontera de Costa Rica. Desde San Juan continuómarchando á razón de unas catorce millas diarill, por un paísagreste, intrincado y montañoso. Los soldados iban por losangostos senderos de uno en fon.lo y padecieron mucho en va­rios lugares por la naturaleza pedregosa del terreno; sin t:mbargolo que más los atormentó fué e! calor, porque Schléssinger te­nía e! extraño sistema de hacer alto durante las frescas nochesde luna, }" de marchar bajo el sol de los trópicos desde las Jiezde la mañana hallta las cuatro de la tarJe. Esto motiv6 mu­chas protestas, que no tuvieron más efecto que hacer apresurarla marcha hasta e! agotamiento casi total de los soldados, cosaque poco afectaba á Schléssinger que iba á caballo. Por supuesto, el descOIitento era carla vez mayor y el cual to día se hizomás patente, cuando el coronel sometió al cólpitán Thorp de lacompañía de Nueva Orlet.ns (compañía A) á un consejo de gue­rra y despojó de su lugar á esta compañia para dárselo á lafrancesa. El rlelito de! capitán Thorp consistía en haber de­nunciado el proceder de Schléssinger, el cual mandó que seabandonase una parte -del bagaje de la compañía para dar lamula que lo llevaba á un enfermo. El consejo rle guerra absol­vió á Thorp, pero sus soldados se resintieron profundamente, asícomo tod()~ los demás americanos, por haber sido degradada lacompañía de Nueva Orleáns de su puestu d". honor en beneficiode los franceses y tan sólo por una pretendida falta de su capi-tán. .

Con todo, no rué sino hasta el día siguiente cuando los c.b­servadores sagaces de la expedición comenzaron á dudar del va­lor del coronel. A las diez de la mañana se descubrieron dosranchos situados á -]a entrarla de un bosque, y aunque la tropatenía necc:sidad urgente de agua, no se atrevió á avanzar hastallegada la eoch('. Hizo entonces formar tre:; C'Jmpañlas á laorilla de! mar, y habiendo mandado á la última que pusiera unarodilla en tierra sacó su pistola; pero antes de que diese la vozde cargar se averiguó que no había nadie en los ranchos. Pasótoda aquella noche en la playa y á la mañana siguiente entraron

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las tropas á Salinas, lugar donde habfa carne yagua en abun­dancia, y SchléllSin~er aprovechó la oportunidad para darles Undía de descanso. Al siguiente marchó t<.:"mprano de nuevo yhacia el anochecer del martes r9 llegó á la hermosa haciendade Santa Rosa, á unas doce millas de Liberiil. :

Razones pu-io haber tt"nido Schléssinger" para felicitat'lie dela excele~te posición que le deparara la suerte. En la hacien"da había uha antigua y espaciosa ca!la española, sólidamenteconstTuida y situada en una altura á diez pies sobre el nivel delcamino; por tres de sus coshdos tenfa un fuerte muro de piedra que limitaba un terraplén sobre el cual estaba asentada lacasa. Este muro de piedra hacía frente á todas las avenidas de"la casa del lado dd Pacífico, que era por donde pasaba el ca.mino, á la vez que á retaguardia no hacía falta porque el terra­plén llegaba hasta la !lelva espesa. que de allí iba ascendienuoen una distancia de tres ó cuatrocielltas yardas, alzándose lue­go bru!lcamente á \lna gran altura, lo que hacía que la casa nopudiera ser atacada de ninguna manera por ,la retaguardia. Ala derechá estaba una cocina que po,¡fa ¡;ervir de puesto avap;zado; al :f~ente, en la parte (lpuesta al camino, se extendía ungran cortal cercado ue piedra, con un muro' divisorio en el me­dio. Todas estas conslrucl:Íones eran bastante fUt'rtes para re­sistir dutante algún tiempo los ataques de la pequeña artilletíadel país. Esta era la posición admirable en que se encontr.• bael coronel Schléssinger, y la fortuna, como si quisiera darle- el~lpe cle ~acia, la había ~rovisto en abundancia de maíz y lit:zacate para los animales. Allí durmieron en paz los rendirlosinvasores, entregándCise á sus ensueños de conquista, que de­bían fracasar al siguiente día de manera tan fatal (.).

En fa mañana del 20 ocurrieron do;.; pequeilos incioentesque sirvieron para afirmar el odio de la tropa contra su jefe f alpropio tiempo para poner de rc:lieve el ca¡;¡richoso despotismode la índole de Schléssinger. Un alemán fué encontrado dor­mido mientras se hallaba de avanzada, y al1nque el cllstigo queseñalan las leyes militares para este eldito es la muerte, el coro­nel se conformó cun darle una reprimend,,; en cambio, un pocomás tarde mandó someter á un consejo de guerra á un jovenci­to ele la'compañía de Nueva York y lo am'enazó con fUhilarlo,por cnanto éste habia cogido una tortilla 'de maíz estanrlo elecentinela. Dijo al pobre muchacho: c:Us't~d !lerá fu~ilar1,,; voyá hacer un ejemplo ('onV,~; y seguramente habría llevado áá efecto su amenaza, si vatios americanos, desesperaelos linte la

(") Tan fá'i1 crelan los filibusteros la conquista d., Costa Rica, queen sus equipajes traían hasta guantes blancos para bailar en San José,

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perspectiva de semejante ultraje, no hubiesen manüestado la re­solución de oponerse á él, obligándolo así á dar CI ntra orden.

A las diez de la mañana un grupo de naturales .lel país,compuesto de cinco hombres y cuatro mujeres, fué heche; prisio.nero; pero como no se pudo ubtener de ellos ninguna noticia, sedejaron detenidos para que no pudieran llevar informes al ene­migo. p, Ir la mañana el capitán Creighton de la ccmpañ(a deNueva York había hablado con el coronel para que ordenaseuna inspección de armas. Igual insinuación se I~ había hechoel día anterior, y esto era tanto más necesario cuanto que seiban acercando al enemigo,por más que dadas las circunstanciaspeculiares del caso no era de vital importancia. Muchas de lasarmas eran de la peor calidarJ; varias habían sido cargadas enGranada, otras en La Virgen y salvo las que se diipararon en elcamino para matar algún buey, torlas tenían por \(' mt'nos unasemana de haber sido cargadas. Las de la compañía alemanaapenas si merecían haberlas traído y estaban además inutiliza­das, porque las usaron para saltar riachuelos metiendo el cañónen el agua y mojando luego la carga y la llave al levantarlas.A muchas les flltaba la baqueta, y algunos de los extranjerosignoraban á tal punto .el manejo de las armas, que no sabíancual de las extremidades del cartucho era preci,;o romper conlos dient( s pam cargar. Tomadas en consideración todas estascircunstancias, el coronel Schléssinger creyó que podía ser con­veniente una inspección de armas y dió la orden de que se hi­ciera á la~ dos dc la tarde, pero llegada esta hora la pospusopara las tres.

A las dos y cuarto una de las mujeres apresadas en la ma­ñana se quejó de estar enferma, y el coronel, por un capricho deliberalidau, mandó soltar á todos los prisioneros, lo que fué unalocura fatal. porque aun no habían trauscurrido tres cuarto,> dehora, cuando llegó un centinela avanzado corriendo y gritando:e i Vienen l. 's grasientos!~ (.) Y el enemigo 'Isomó por dospuntos á la vez. A la derecha se veía una pequeña columna enuna posición elevada, cerca del costado ele la casa; el grueso delejército avanzaba por la llanura al frente. El centinela habríapodido dar el alarma antes, lo que hubiera permitido á los sol­dados dispersos entrar en formación, pero ~u rifle no dió fuego.Así fué que tuvo que traer la noticia con los talones, que el ene­migo le venía pisando.

El alarma metió la conftlsíón en el campamento, doncienin¡uno parecía estar tan cflml'ldamente d~sconcertadoy sobre­cogido de pánir:o como Schléssinger. Sus m. jJllas palidecieron,

(*) The greasers are coming 1

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las rodillas le temblaban y no podía serenarse lo bastante paradar la orden más sencilla; por lo que faltando toda dirección delcuartel general¡ los comandantes de compañías tuvieron queobrar por sí solos. Tan pronto como llegó el centinela fugitivoel teniente Higgins de la compañía de Nueva York mandó tocarel tambor; formada la com¡Jañía, el capitán Creighton la condu­jo á una posición dominante, pero arriesgada, en la esquina iz­quierda de la casa. Esta posición hacía frente á las dos colum­nas enemigas que se iban acercando y estaba por consiguienteexpuesta al fuego de ambas. Viendo la situación en que se ha.liaba la compañía de Nueva York, el capitán Thorp formó lasuya detrás oe ella. Los franct"Ses se sItuaron á la derecha, áretaguardia de Thorp y á corta distancia de su compañía. Losalemanes no se formaron en absoluto, y los cazadores, ermformeá su táctica acostumbrada, se diseminaron por el campo paratirar siempre que hubiera una buena oportunidad. .

La primera descarga que recibió la compañía e la-hizo lacolumna que venía de la colina situada á la derecha de la casa;pero viendo el capitán Creighton y el teniente Higgins que losque la formaban traían cintas rojas en los sombreros, prohibie­ron á sus soldados que tirasen, creyendo que podían. ser gentesde su mismo batallón que hubiesen llegado allí por error. Almismo tiempo les llamó la atención el fuego que venía de laparte baja, donde el enemigo, que traía tres pequeñas piezas deartillería, se veía desplegarse hermosamen.te en la llanura, contoda la serenidad y toda la precisión de una tropa veterana.

En este momento fué cuando Schléssinger se dejó ver porúltima vez. Apareció un instante en la esquina de la casa, cer­ca de la compañía de Nueva York, y asomando inquieto por elángulo de la pared gritó: e i Ahi los tenéis; muchacho,;; ahí lostenéis ! ~ En seguida se devolvió exclamando: e¡ CompagnieFran{aise!~ y se metió por el bosque á todo correr. La com­pañía francesa oyó su exclamación y creyendo que deseabaefectuar un movimiento sobre el flanco del enemigo, salió co­rriendo tras él, seguida de los descar-riados alemanes que dejaroncaer las armas y se fugaron con las manos vacías.

Entretanto la columna que llevaba cintas rojas hizo otradescarga sobre la compañía C, que comenzó á recibir tambiénel fuego de los de abajo. Con todo, la compañía de NuevaYork se abstuvo de tirar contra los de la colina, á causa de lasupuesta equivocación, y tampoco lo hizo sobre la otra columnaporque aguardaba que estuviera más cerca; pero una terceradescarga de los de las divisas falsas vino á sacar á los nuestrosde su error con la muerte de tres hombres. Entonces el tenien­te Higgins, que por el estado de excitación en que se hallaba

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babia permanecido al frt'nte de la Unea durante todo este movi­miento, se retiró de 811I y dió la orden de hacer fuego. Nuncafué obc:decida con tanto gusto una voz de mando, y la descargase hizo CIJO tan buena voluntlld, que los de la colina vacilaronechando pie atrás. Sin embargo, antes de que la compañía e pu­diera cargar de nuevo sus rifles, los enemigos dieron de golpesobre la entrada de la hacienda, donde los tuvo en jaque por unmomento un sujeto llamado Párker, el cual murió aUí de un ba­lazo en el corazón; pero en el mismo instante y como para re­poner esta pérdida, un excelente tirador de apellido Cárhart,que se había situarlo en la plazuela de la hacien4a, echó portierra á uno de los oficiales enemigos que había estado galopan­do activamente delante de su línea y que por tres veces descar­gó su rifle sobre las filas americanas.

El enemigo se había adueñado de tadas las avenidas de lahacienda, y la compañía de Nueva York viéndose sola en elcampo, porque la de Nueva Orleáns acababa de abandonarlo,se retiró bajo la protección del mayor O' Neill, que habia llega­do en aquel momento para pelear con ella, despuél; de habertratado inútihnente de impedir la fuga de Schléssinger y de in­ducirlo á que rehiciese su gente. La compañía de Nueva Yorkentró en combate con 40 hombres y se retiró con 22, habiendosido la única que hizo una descarga y la última que abandonóel campo.

Así pasó la batalla que se llama de Santa Rosa, por;¡er és­te el nombre de la hacienda en que tU\'O lugar, y puede decirseque es el más desgraciado de los combates relacionados con elnombre americano y de todos los que registra la historia de lasarmas en este continente.

Por malo que fuera el comportamiento de las tropas enesta ocasión, la culpa no recae toda sobre su falta de resistenciay de valor. Es indudable que los mismos que huyeron en estaocasi6n se habian portado en distintas condiciones con la ma­yor enttreza y valentía; pero es dificil que la tropa más aguerri­da y orgullosa resista el efecto desmoralizador de la fuga de sujefe, ó que no considere esta circunstancia como una prueba deque está perdida sin remedio. Con un ejemplo tal el pánicoera inevitable en cualquier tropa y mucho más tratándose deuna chusma de reclutas bisoños, sin espíritu de compañerismoque los ligara, sin sentimiento patriótico que los animase, ymandados por oficiales de vida disoluta é irregular la mayorparte, que no les meredan respeto alguno y que por lo tantocarecían en absoluto de autoridad sobre ellos. Por otra parte,las tropas del enemigo, además de ser dos veces superiores ennúmero y de tener la ventaja del ataque, estaban animadas por

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los sentimientos más nobles que puerlen inflamar el pecho rlelhombre é iban á hs 6rrlene¡; de Bosque y oe Argüdlo, amboscumplidos generales, que' á más de tener una reputaci6n militarbien sentarla, gozaban del pre¡;tigio de haber vencido ya á losamericano¡; en el sangriento y de;,astrosfl combate de Rivas. Pe­ro hay má,; todavía, aquellas tropas eran la flor del ejército cos­tarricense y estaban compuestas de hombres á los que un largoservicio había en¡;eñada la más perfecta disciplina, y que profu­samente mezclados con oficiales y salrlados europeos, estabanpreparados para dar pruebas de resistencia y de un espíritu mili­tar imponderable. Se dice qu~ maniobraron COI! la mayor cele­ridad y precisi6n, rlesplegándose, rlisparando y manejando suscañones con la misma &erenidad y el mismo orden que si hubie­sen estado en la parada. Hicieron sus evoluciones al toque rlela corneta, echándose á tierra para cargar y poniéndose de piepara hacer fuego; y lo que prueba la excelencia y gran superio­ridad de sus arrnas, es que tiraban una bala cónica que debíaprovenir de la carabina Minié ó de algún otro rifle de patente.

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Documentos relativos áJuan Santamaría.

..-DECRETO VI (*)

El Senado y la Cámara de Representantes reunidos enCongreso,

Considerando el importante serVICIO prestado á la patriapor el finado Juan Santamaría el 11 de abril de 1856 en Rivas,República de Nicaragua,

Decretan:

Artículo único.-Desde la publicación de este Decreto go­zará la señora :\'1anuela Gallego, (..) anciana pobre y legítimamadre de Juan Santamaría, la pensión vitalicia de doce pesosmensuales.

A la Cámara de Senadores.-Dado en el Salón de Sesiones.- Palacio Nacional, San José, mayo veinte y tres de mil ocho­cientos sesenta y cinco.

Manuel A. BonillaVicejJresidente

Salvador LaraSecretario

Manuel SáenzSecretario

(*) Colección de Leyes de Costa Rica, afio 1865,(**) Esta seí'Iura era conocida con los apellidos Gallego, Carvajal y

Santamarla.

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Sala Iie la Cámara de Senadores.-Palacio Nacional, SanJ osé, junio siete Iie mil ochocientos sesenta y cinco.

José María MontealegrePresidente

Vicente HerreraSecretario

Ramón FemándezSecretado

Ejecútese.Jesús Jiménez

El Secretario de Estado en elDespacho de Hacienda y Guerra,

Francisco Echeverría

GOBERNACIÓN (.)

Señor Secretario de Estado enel .Despacito de Gobel nacwn

S. D.

Archivos Nacionalell.-San José, 12 de enero de 1900.

Tengo el honor de enviar á V. una copia autorizada delvalioso documento original, hallado últimamente en esta oficina,en que á raíz de la campaña en 1856 se hace constar el hechoheroico del soldado costarricense Juan Santamaría. Hay enestos Archivos Nacionales un gran número de documentos quehasta ahora no se habían consignado en índices, por pertenect"rá la St:cci6n Administrativa, cuyo estudio y c1asificaci6n exigealgunos años de trabajo. .

La coincidencia también de haberse puesto, rubricado ylegalizado el acuerdo de gobierno al pie del mismo escrito pre·sentado por la señora madre de Juan Santamaría, ha contribuiduá retardar su publicidad.

Es para mí motivo de particular satisfacci6n el revelar á laluz pública este documento, en que se atestigua de manerairrecusable un hecho hist6rico de la mayor importancia, y contal·objeto 10 presento á V. hoy que ha llegado á mi conocimien·to, al hacer el arreglo sistemático de documentos antiguos, queestamos practicando.

Soy de V. muy atento y fiel servidor,

ANAsT"sIO ALFARÓ.

(*) Los documentos que aqul se repraducen, corren impteso'l en LaGace/a, diario oficial de la República de Costa .Rica, número lI, del 14de enero de 1900.

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Excelentísimo señor Presidentede la República

Manuela Carvajal (a) Santamaría, mayor de se~nta añ<Js,de oficio mujeril y vecina de la ciudad de Alajue1a, con el res­peto debido y en forma legal ante V. E. expongo: que habiendomarchado mi hijo Juan Santamaría, llamado vulgarmente Erizo,en la primera expedición que fué á Nicaragua el año próximopasado á comuatir el filibusterismo, y en clase de cabo Ó tambory cumo soldarlo del ejército vencedor de Costa Rica, militó co­mo uno de los más valientes, y por último, no habiendo habidoen todas las filas otro que tuviese valor de incendiar el Mesónen donde se hallaba refugiado y parapetado el l:nemigo, causan­do gravísimas pérdirlas en nuestras fuerzas, él fué el único que,despreciando el evidente peligro de su existencia, se decidió áperderla por desalojar al enemigo y ecoOf.'mizar la pérdida detanta gente; y en efecto, habiéndolo puesto en ejecución, sin quele arredrase ni le pudiese intimirlar el torrente espantoso de lasbalas que le lanzaron los rifles filibusteros en defensa de su gua­rida, coronó felizmente la obra junto con el sacrificio oe su vida,quedando sepuleado bajo las ruinas del indicado Mesón como espúblico y notorh Esta acción heroica de mi susodicho hijoes tanto más recomendahle y meritoria, si se atiende á que ellafué un efecto de su valor y patriotismo únicamente, puesto queél no era más que un simple jornalero, que no tenh un puestoelevarlo, ni ningunos bienes que defender.

Yo, Excelentísimo ~eñor, siento, como es natural, la pérdidade un buen hijo, que como pobre trabajaba y se esforzaba pormi mantención, consideránoome sin recursos cie qué subsistir, enuna edae\ avanzada y achacosa; sin embargo, cuando consideroque mi referido hijo terminó su carrera en el campo del honor yfué sacrificado oe su espontánea voluntad en las aras de la pa­tria para contribuir como el que más á su libertad y defensa,me resigno con la voluntad de Dio~. mayormente cuando ob­servo que el Supremo G(.bierno encargado oe sostener el ordeny defensa de la Nación que se le ha encomendado, sane distin­guir y premiar el mérito de los que le sirven y enjugar las lágri·mas del desvalido.

Por tanto, Excelentísimo Señor, obligada de la necesidadimperiosa en que me hallo constituida, en una edad tan avanza­da y achacosa, sin poder trabajar y sin recursos de qué subsistir,por haber perdido el único, que era mi mencionado hijo quecuidaba de mí, llamo la atención del Supremo Gobierno implo­rando una mirada compasiva sobre una infeliz y suplicando que

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os sirváis concederme un monte pío, si lo consideráis justo, ámás de la gracia que me convenga en conformidad del artículo6~ del decretl) del Excelentísimo Congreso, N~ 18 del 26 deOctubre próximo pasado.

San José, 19 de Noviembre de 1857.

Excelentísimo Señor Presidente de la República.

No sé firmar y lo hace por mí el que suscribe.

Por la señora Manuela Santamarla,

(f) RAFAEL RAMOS

Sala del despacho de Hacienda· y Guerra.-En el PalacioNacional.-San José, noviembre ve:nticuatro de mil ochocientoscincuenta y ~iete.

Constando al Gobierno la realidad de los hechos de quehace referencia este memorial y los servicios y rlenuedo con queen la campaña del año próximo pasado se mostró el tamborJuan Santa maría, vecino de la ciudad de Alajuela, que murió enel combate del 11 de Abril; y siendo el expresado Santamarlahijo único de la señora Manuela Carvajal (a) Santamarla, elGobierno le concede á ésta la pensión vitalicia de tres pesosmensuales que empezará á tener efecto desde el 1~ del mes dediciembre próximo en adelante.-Comuníquese.-(Hay una ro­brica).

Rubricarlo de mano de S. E.

JQ. BERNDO CALVO

Comunicado en la fecha al Intendente General, al Coman­dante y al Habilitado.

Es copia confrontada con su original que se halla en estosArchivos Nacionales.-Legajo de Expedientes Administrativosde la Secretaría de la Guerra, año de 1857.

San José, 12 de enero de 1900.

El Director,

ANASTASlO ALFARO.

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William Wálker (*)

Por demás está decir que para los jóvenes de la presentegeneración el nombre de WíIliam Wálker no significa nada, nodespierta ningún orgullo nacional ni (le raza, ni sugiere senti­mientos poético!> y aventureros Sin embargo, si el sujeto quellevó ese nombre común, ese nombre que hoy nada significa, hu­biera podido llevar á cabo sus propósitos, habría resuelto en es­te continente el problema de la esclavitud, establecirl0 un impe­rio en México y Centro América, y de lJaso nos habría metidoen una guerra con toda Europa. Esto es cuanto hubiera hecho.

En los (Has elel oro en ~;.¡n Franci~co y entre c:los del 49:',WíIliam Wálker fué una de las figuras más fa musas, pintorescasy populares. El tahur Oakhurst, el coronel duelista Starbottle,el cochero de diligencia Yuba Bill eran contemporáneos suyos.Bret Harte fué uno de sus más ardientes admiradores y Wálkeres el héroe de dos de sus cuentos, apenas disfrazado con unnombre más llamativo. Cuando Wálker vin') más tarde á la ciu­dad de Nueva York, Bróadway) desde la Bateríl hasta Mádi­son Square. fué adurnarlo con banderas y arcos. c:Por todo elcamino había" rosas, rosas y rosas:.; los techos de las casas, cu­biertos de gente, parecían inclinarse. En Nueva Orleáns, cuan­dú se dejó ver por primera vez en un palco de la ópera, la re_pr~sentación se interrumpió durante diez minutos, mientras loaclamaban los espectad"respuestos de pie.

Esto sucedió hac,; menos de cincuenta años, y aun hayhombres que habiendu estado en su tierna juventud con c:Wál­ker el de Nicaragua:., figuran todavía en la vida pública activade San Francisco y de N ueva York.

(*) Traducido de la revista neoyorquina Collíer's, del 6 de octubrede 1906.

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Wálier na:éió él'Afio de 1824 en Náshville, Ténnessee. Fuéel primogénito de un bánquero escocés, hombre .de índole pro­fundamente religiosa y dedicado á un negocio tan ajeno cuantoes posible á la carrera 01.' las armas. En verdad, pocos casos co­mo el de Wálker confirman tan bien el hecho oe que los gran­des generales nacen y no se hacen. Su padre oeseaha hacer deél un ministro de la iglesia presbiteriana y durante su niñez fuéeducado con este fin. Wálker prefirió c:stuoiar medicina, y ha­biémlose graduado en' la Universidad de Ténnessee, siguió unoscursos de esta ciencia en Edimburgo y viajó durante dos añospor Europa, visitando muchos de los grandes hospitales.

CARRERA JUVENil. DE WÁI.KER

Bien preparado ya para la práctica rle la medicina y des­pués de una breve permanencia en su ciudad natal y de otra nomen s corta en Filadelfia, quitó para siempre el rótulo de supuerta y se fué á Nueva Orleáns á estudiar .leyes. Al cabo eledos años fué recibido en el foro de Luisiana; pero ya fuese por­que los clientes escaseaban, ó porque no pudiera soportar el for­mulismo de la ley, antes 01.' un año dejó la abogacía, como an_tes abandonara la iglesia y la medicina, y se convirtió en uno délos redactores del Crlseent de Nueva Orleáns. U n año más tar­de, el mismo espíritu inquieto que se había rebelado contra lasprofesiones serias, lo condujo á los campos de oro de Californiay á San Francisco. Allí fué donde Wálker, á la edad de veintio­cho años y en su calidad de editor del San Francisco Ulrald,comenzó su nueva vida, que pronto debía terminar en desastrey gloria.

Hasta aquel momento y exceptuando su inquietud, nadaindicaba en él al hombre por el cual millares de otros hombres,procedentes de las capitales del mundo entero, habrían de darla existencia

La primera aventura de Wálker la inspiró indudablementey fué una imitación de otra que por el tiempo de su llegada áSan Francisco acababa de tener un fin desastroso: la expediciónde Boulbón á México. El conde Gastón Raoul de Raousset­Boulbón era un joven noble francés y soldado aventurero, chas­seur d' Afrique, duelista, periodista y soñador, que vino á Cali­fornia á buscar oro..

Boulbón era un joven de ideas amplias. En el rápido des.arr~lo de California vió una amenaza para México, y propusoal gobierno de este país la formación de una colonia francesaen el estado mexicano de Sonora, que pudiera servir de Úaf'refaentre ambas repúblicas Sonora es aquella parte de México quecolinda en el sur con nuestro estado de Arizona. El presidente

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de Méxicp autorizó á Boulb6n para que llevara ad~l~n1Je su in·tento, y e¡i 1852 desembarcó \:n Guaymas, en t;1 golfo de, Cali·fornia, con 260 franceses bien armados. El pretexto ostepsiblede Boulbón para invadir en esta forma un territorio ajeno, erasu contrato con el presidente, conforme al ,cual sus ~mig,.antes

estaban pagados para proteger á los demás extranjeros que tra­bajaban en la mina Restauradora, contra los ~taqu~s de los in­dios apaches del estado norteamericano ele Arizona; Pero es in­dudable que detrás de Boulbón estaba el gobiernJ francés y quese proponía hacer en pequeña escala lo lIJismo que intentó mástard\: Maximiliano, respaldarlo por un ejército francés y Luis_Napoleón, para el establecimiento de un imperio en Méxicobajo el protectorado de Francia. El filibustero y el emperadortuvieron el mismo fin. Ambos fUeron fusilados contra el muro deuna iglesia.

En 1852, dos años antes de la muerte de Boulbón, que fuéla nota final de su segunda expedici6n filibustera á Sonora,_ es­cribió á -un amigo de París: «Los europeos se preocupan deldesarrollo rle los Estados lJ nirlos y con razón. Sa Ivo que seandesmt:mbrados ó que se establezca un poderoso rival cerca deellos (v;- gr. Francia en México), América será la dueña inevita.ble del mundo. Dentro de diez años Europa no se atreverá áelisparar un tiro sin su permiso. En estos momentos cincuentaamericanos se preparan para emuarcarse con destino á Méxicoy tal vez van á la victoria. Voilá les Etats- Unis~. Estos cin­cuentaameric'l.nos, que á los ojos de Boulbón amenazaban lapaz ele Europa, iban encabezados por el exméJico, exaboga,ioy el exerlitor Wí'liam Wálker, de treinta y ocho años de edad.Wálker hlbía intentado obtener del gobierno mexicano un con­trato semejante al que había celebrado con Boulbón, pero fra.casó. Con todo, salió sin este requisito. <Iiciendo que iba á pro·t.:'ger de los asesinatos de los indios á las mujeres y á los niñosen la frontera entre México y Arizona, así se lo pirlitse ó no elgobierno mexicano.

WÁ:.KER iNVADE Á MÉXICO

Mas no era para salvar mujeres y niños que Wálker ambi­cionaba conquistar el estado de Sonora. En la época de su in­tentona la gran cuestión ele la esclavitud se agitaba con ardor,y si en 10s estarlos que estaban próximos á ser admitidos en laUnión se prohlllía la esclavitud, era llegado el momento-cuan·elo menos así lo pensaba este estadista de treinta y ocho años,­en que el Sur debía extender sus fronteras y hallar una salidapara sus esclavos en nuevos territorios. Sonora colindaba conArizona; conquistándola, sus límites podían ser extendidos. íá·

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cilmente hasta Tejas. Es indudable que el punto eScogido porWíl\i~m Wálker para el objeto que se proponía era casi perfecto.Al considerar su breve carrera, debe tenerse presente que el ori­gen de todos sus actos fué este ensueño de un imperio en queserfa reconocida la esclavitud. Creía con tanta honradez, contanto tanatismo en el derecho de tener esclavos, como su padreen la religión de los covmant"s (.).

Algunos de sus hermanos blancos del Sur, tal vez con móviles menos exaltados, suplieron fondos para la expedición, y enoctubre de 1852 desembarcó Wálker con 45 hombres en el cabode San Lucas, en la punta extrema de la Baja California. Espreciso recordar que la Baja C~lifornia, á pesar de su nombre,no forma parte de nuestro territorio, sino que entonces era parte<.le México y lo es todavía. Con sus 45 secuaces invadió la ciu­dad de La Paz, hizo prisionero al gobernador y estableció unarepública ele la que se hizo presidente. En una proclama decla­ró á los habitantes libres de la tiranía de México; éstos no deseaban ser libres, pero Wálker estaba resuelto á todo, y así lesgustara ó no la cosa, al despertar una mañana se encontraronconvertidos en ciudadanos de una república independiente.

Tan pronto como se supo en San Francisco lo ocurrido, susamigos se apresuraron á favorecerlo y los aventureros c1e todaspartes elel mundo, enamorados del peligro, fueron enganchadoscomo emigrantes y embarcados en la barca Anita.

Un mes má~ tarde, en noviembre de 1852, trescientlls deéstos fuervn á reunirse con Wálker. Eran una cie esas gavillasde desalmacios y de pícaros, semejante· á las que robaban los la­vaderos de oro, apedreaban los chinos ó tiraban sobre los graosimtos. Cuando descubrieron que quien los manc1aba era casiun muchacho, fraguaron una conspiración para volar el almacénde la póivora, saquear el campamento y dirigirse al norte man­teniéndose con el pillaje ele los ranchos. Wálker tuvo conoci­miento de su plan, someti6 á los cabecillas á. un consejo de gue·rra y los fusiló. Tratándose de una tropa tan completamenteindisciplinaria, el acto requería un valor personal á toda prueba,y esta era una cualitlael que los hombres que lo acompañabanpodían apreciar muy bien. Comprendieron que tenían un jefecapaz de combatir y de castigar. La mayoría no deseaba quefuera capaz de castigar; así fué que cuando Wálker les dijo quelos que quisieran seguirlo á Sonora levantasen las' manos, sólolos primeros 45 y alredeelor de 40 de los últimos reclutas sequedaron con él. Con menos de cien hombres salió para reco-

(*) Covenanters, nombre que se dió á los escoceses que firmaron elpacto de la reforma religiosa.

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rrer toda la península de la Baja California y seguir hasta Sonorarodeando el golfo.

Desde el primer fHa los filibusteros Se vieron sumidos en eldesastre. Los mexicanos, con aliados indios, hos.tilizaban losflancos y la retaguardia. Los que pcrecían en IlIS encuentros ca­si diarios, iban' parar' manos de los indios y sus cuerpos eranmutilados; á los desertor~s y los rezagados los perseguían hastarendirlos, tortur'ndol, s después; los heridos morlan por falta deasistencia médica; los únicos Instrumentos que poseían para ex­traer las puntas de las flechas eran baquetas de fusil aguzadasen punta; no tenían más alimento que t:I ganado que matabande paso; el ejército iba descalzo, d ministerio en harapos, el pre­si.tente de Sonora tenía una bota en un pie y un zapato en dotro. Imposibilitado para seguir adelante, Wálker regresó haciaSan Vicente donde había dejado las armas y municiones de los:desertores y una guarnición de dieciocho hombres, de los cualesno halló á ninguno. Una docena de ellos había rlt'sertado y losmexicanos sorprendieron á los demás, lazándolos y torturándo­los hash la muerte..

LA HufDA DE MÉXICO

A Wálker sólo le queciaban ya treilJtaicinco hombres y noera posible esperar refuerzos de San Francisco. Resolvió entonces abrirse paso por fuerza y á marchas forzadas hasta la fron­tera de California. Entre él y la salvaci.ón estaban los mexicanos gu.ardando los desfiladeros y, los' indills escondidos en losflancos. A tres millas de la línea divisoria, en San Diego, el coronel Meléndez que manciaba las fuerzas mexicanas, envió un par·lamentario para ofrecerles á todos un salvoconducto si se ren­dían, menos al jde; pero aquellos hombres que durante un añohabí:ln combatido y pasado hambres por Wálker, no quisieronabandonarlo á tres millas de la patria.

Entonces Meléndez pidió al comandante de las tropas de 108Estados Unidos que ordenara á Wálker que se rindies~. El ma­yor McKínstry, comandante de la guarnición americana de SanDiego, se negó á hacerlo, porqü~ no podía cruzar 1.1 línea fron.teriza sin cometer una violación de territorio neutra\. Añadióque en suel,) mf:xicano no pondría emuarazos ni ayudaría alpresidente de Sonora; pero que si k.s fihbust~ros Ilegabran á te­rritorio de los Estados Unidos, tendría cuidado de que ningúnmexicano ni indio lo siguiese.

De acuerdo con esto formó ~u tropa en la línea divisoria ycomo árbitro imparcial aguardó el resulta no. Ocultos detrás delas rocas y los cactos, los americanos veían más allá de la llanu­ra cálida y resplandecieute el pabellón nacional y las alegres y

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ondulantes ,banderolas de la caballería. Meléndez se di6 cuentade que er;\lIegado el momento de riar el ataque final. Cuandocarg6, Wálhr, rlerrotado en apariencia, .emprendió la fuga; peroantes' había !lituado rietrb oe su fuerza una retaguardia ele docehombres. Al caer Meléndez en esta emboscada, los doce rifle­ros dejaron otros tantos caballos sin jinetes, y los mexicanos ylos indios !le dispt·rsaron aterrados. Meriia hora después, la pe,queña tropa extenuada y hambrienta que había s;Jlido para fun­dar un imjlerio de t:sclavos, pas'" la frontl'ra arrastrando los piesy se rindió á las fuerzas rie los E!ltados Unidos.

Al hablar de esta exp",dición, James Jéffrey Roche dice ensu libro Byways of War, que es de todos los publicaJlos sobreWálker el má!l seductor, interesante y completo: cAños después,los pastores oe las tribus de inoios errantes de Cucupa, solfanencontrar esqueletos humanos en los \'ericuetos de la montaña,sin cruz, ni túmulo, ni epitafio, ni más. señales de su proceden­cia que un occidado revólver de Colt, que proclamaba la nacio­nalidad y oficio riel difunto, única reliquia de los pretendidosconquistadores del siglo XIX>.

Bajo palabra de presentarse al General Wool, comandanteoel departamento' rlel Pacífico, los filibusteros fueren en lIiarlospor barco de vela á San Francisco, en donde se juzgó á su jefepor violación tie las leyes de neutralidad de los Estados Unidos.El tribunal lo absolvió.

La primera expedición de Wálker había sido un fracaso,pero le sirvió de admirable experiencia, porque el serviciv acti.vo es la má!l perfecta de las academias militares y la mejor pre­paraci6n para la clase de guerra que deseaba emprender. Noestuvo sin embargo exenta de gloria, porque sus compañeros,contrariamente á lo que suceoe en estos casos, en vez de censu­rar en las tabernas á su jefe por el mal resultado, se mostraban'dispuestos á reñir con cualquiera que durlase de su valor 6 desu pericia. Cinco años después, muchos de estos mismos hom­bres, aunque eran diez 6 veinte años mayores que él, lo siguie"ron á la muerte, sin discutir jamás su voluntarl ni su derecho ámandar.

cWÁLKER EL DE NICARAGUA:>

En l1quella época había en Nicaragua la revoluci6n de cos­tumbre. Al sur, la hermana república de Costa Rica se prepara­ba á tomar rart"s en el asunto; en el norte Honduras rlesembar­caba armas y sold?rlos. No había ley ni gobierno; tan s610 unadocena rle partdos políticos, una rlocena de generales con rn.ílndo y ningún hombre de puño.

'Wálker, estudiarirlo el mapa de los nuevos países .porcon-

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quistar, en la redacci6n del San Francisco· U/raid, puso el dedilsobre Nicaragua. En la confusi6n que al){ r..inaba vi6 la opor·tunidad de convertirse en un poder, y en su ·riqueza tropical. yhermosura, en la pereza é inc. ,mpetencia de sus habitantes. unaSonora más grande, más bdla y más bené\-ola. Por el lado delPacífico podfa reforzar su ejército con armas y hllmbres; pOI" elmar Cltribe y cuando llegase el momento, era fácil públar su im·perio con esclavos trafd,;,; de Nueva Orleáns.

Los dos partidos beligt"r:lntes en Nicaragua eran los leMiti.mistas y democráticos. -No es nec;:sario saber porqué se hadanla guerra. Probablemellte Wálker lo ignorab~, y no eS improba­ble que ellos tampoc.) lo supitsell'. Sea como fuere, Wálker hizoun contra~o COIJ d jefe de los dem6cratas rara llevar á Nicara·gu~ trescientos americanos, que debían recibir algunlls Centenares de acres de tit·rra, en calidad de «colonos sujetos al serviciomilitar:.; pero los CO/OIIO$ que arompañaron á Wálker tenían ideamuy clara de que no iban á Nicaragua á sembrar café ni á co.sechar bananos

En mayo de 1855, un año justo después de que Wálker ysus trtintaicinco hombres se habfan rendido á las tropas americana!! en San Diego, St" hizo á la vela en San Frandsco con 50nuevos reclutas Y 7 veteranos de la primera expedición, en elbergantfn Vuta, y cinco semanas más tarde, ;¡l cabo de un via­je aburrido y borrascoso, destmbarcó en el Realejo. Al){ lo fue­ron á encontrar representantes del director provisional de los de·m6c.-atas, que recibieron calurosamente á los califurnianos.

LA FALANGE AMERICANA

Wálker recibió el gr;¡do de coronel; Achilles Kewen, quehabfa estado pdeando con López en Cuba, el de teniente coro­nel, y Timothy Cr6cktr, que sirvió á las· órdenes de Wálker enla expedici6n de Sonora, el de mayor. Se form6 con los filibus­teros un cuerpo inelepcndiente con el nombre de La Fa/angeAmericana, y como en aquellos momentos el enemigo domina­ba la ruta que conducía al mar Caribe, la primera orden querecibió Wálkcr fué la de ir á elesalojarlo.

. De consiguiente, ulla semana después ele su desembarco,Wálker liali6 en el Vesta pard Brit·¡ con sus 57 americanos y '50soldados nicar;¡güenses. De t'ste punto marchó en dirección áRivas, ciudad de 1/,000 habitantes qu. tenfa una guarniciónenemiga de 1,200 hombres

El primer encuentro fué para él un fracaso completo y ,le.sastl'oso. Los nicaragüenses tomar"n las de Villadiego y ¡"Samericanos, rodeados por 600 legitimistas, despué:. de h~berse

defendido durante tres horas en: unas casuchas de adobes, caro

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garon sohre el enemigo, escapándose por los bOhqUes. SUR pér­didas fueron importantes y entre los muertos estaban los doshombres en que Wálker tenía más confianza: Kewen y Cr6cker.Los legitimi~tas pusieron los cuerpos de los muertos y de losheridos que aun vivían sobre un montón de It-ña y l(Js quema­ron. Después de una penosa marcha nocturna, Wálker lIeg6 alsiguiente día á San Juan en la costa. En aquel momento, y ápesar de que las gentes de Wálker estaban desheclus, ensangren­tadas y en plena fuga, dos gringos recogidos en la playa de SanJuan, el h:jano Hárry McLeod y el irlaTTdés Péter Burns, solici­taron ingresar á las filas.

cEra alentador para los soldarlos-escribe Wálker-el verque había otros hombres que no miraban su sUt'rte C0mo deltodo desesperada, y este aumento, con todo y ser tan pequeño,dió fuerza moral y material á las filas:..

Leyendo la Historia se podría creer á veces 4ue lo primeroque se requiere para obtener el triunfo, es un.! falta total debuen humor y una dlsposici6n para mirar siempre las cosas conla más completa st'riedad. Wálker proyectaba cl/nquistar y go­bernar con 40 homhres un país de 250,000 almas, tan extensocomo Massa·chussets, Vérmont, Rhode Island, N t'W Hámpshirey Connécticllt reunidos; y sin embargo, siete años después re­cuerda sin UII~ sonrisa que dos indivirll10s extraviados en una·playa dieron á su ejército c:fuerza moral y material:.. Y lo quepinta bien al hombre es que en los momentos mismos en que seregocijaba de este rt:fuerzo, ordenó el fusilamiento de dos ame­ricanos que h~bía.n incendiado unas casas, para mantener la llis­ciplina. Cuando se ve la frecuencia con que Wálker aplicaba lapena de mlJerte á sus pocos secuaces, es mayor la admiraciónque causa el hecho de que estos hombres, que eran tan inde­pendientes y estaban tan poco acostumbrad"s á 1:l sujeción co­mo los prillleros que lo acompañaron, se somt'tieran á su volun­tad. Esto sólo puede explicarse por las dotes personales deWálker.

Entre estos forajidos audaces y temerarios, que desprecian­do á sus aliados creían y probaron que un americano con su ri­fle valía p(/r una docena de nicaragüenses, Wálker era el únicohombre que no echaba bravatas, no bebía, no jugaba ni siquie­ra blasfemaba; que nunca miró á una mujer y que en materia dedinero era e:>crulJu!os:.mente hc.nrado y desprendido. Sus secua­ces no ignoraban que en el comtate se exponía á la muerte conla misma indiferencia que mandaba á fusilar á unCJ de ellos paramantener su autoridad.

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SEVERA DISCIPLINA

Wálker castigaba Clln la muerte la traici6n, la cobardía, elsaqueo y el ultraje á las mujeres; pero con sus heridos 6 los delenemigo era tan blando como una hermana de caridad. A losvalientes y capaces los recompensaba con ascensos y mayor pa·ga. No tenía naeJa del lit magogo y nunca hizo cosa alguna pa­ra congraciarse Clln sus satélites. Entre los oficiales de su esta­do mayor no había ningún favorito; comía solo y siempre semantuvo apartado. Hablaba poco y cuando lo hada era conmucha sencillez; pero se cuenta que en las raras ocasiones enque se encolerizaba, la mirada fija de sus ojos zarcos con reflejosde acero, brillaba ne modo tan amenazad< r, que los presentesdirigían en el acto la vista al cañón rIe su revólver de Colt.

La impresi611 que nos causa Wálker es la de un joven si­lencioso con aspecto de estudiante, que creía religiosamente ensu <estrdla:.; pero que tenía en todo aquello que no se relacio·naba con él, una tendencia á la broma mordaz. Los dichos desus soldados que con~igna en su historia de la guerra, demues­tran su afición á las humoradas de la escuela de Bret Harte. Asípor ejemplo, cuando refiere que habiendo querido hacer tamborá un muchacho californiano, éste le contestó: <Gracias, mi co­ronel; pero todavía no he visto un solo cuadro de batalla, enque la primera cosa que en él aparece no sea un tamborcitomuerto:..

La vanidad personal, tan característica del solnado aven­turero, era cosa enteramente ajena á la índole de Wálker. En unpaís donde un capitán se engalana como un mariscal de campo,Wálker llevaba los pantalones metidos dentro de Irls botas, unalevita civil azul y el ~ombrero gacho de la época, sin más orna­mento que la cinta roja de los demócratas. Su autoridad no sefundaba ell galones ni botones y s610 para pelear se ponía la es­pada. Era rIelgaeJo, de estatura más baja que la regular, de' caraafeitada y de ojos zarcos de mirada penetrante. Es de creerseque los ojos eran el rasgo más saliente de su fisonomía, porquele valieron el apodo con que se le distingui6.

Sus secuaces lo llamaban El hombr~ de los ojos zarcos quetiene buena estrella; .y más tarde, á la edad de treintaidós años,se le conoció con este apodo en todos los Estados Unidos.

Desde el principio Wálker se di6 cuenta de que para man­tenerse en Nicaragua debía permanecer en contacto con todoslos reclutas que pudiesen venir de San Francisco y de NuevaYork, y que para esto necesitaba dominar la línea rIel tránsitodesde el mar Caribe hasta el Pacífico. En aquella época habíatres rutas para llegar á los campos de oro de California: una era

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doblando el cabo de Hornos en buque de vela, otra por el istmode Panamá, y la última, que era la más corta, al travé~ de Nicaragua. Mediante URa concesi6n otorgada por el gobierno ni­caragüense, la Compañfa Accesoria del Tránsito obtuvo el de­recho ele transportar pasajeros por el istmo. El primer CorneliusVánderbilt era presiriente ele esta compañfa, la cual tenfa unalínea cie vapores que navegaban en el Pacífico y en el Atlántica. Los pasajeros que iban de Nueva York á los campos de orode California desembarcaban en Greyt6wn, en la costa occidental de Nicaragua, y seguían el viaje en vaporcitos de poco cala­do por el rfo de San Juan hasta el lago de Nic:lragua. AIIf to­maban unos vapores más grandes para atravesar el lago hastala bahía de La Vir~en. De este lugar hacían un trayecto de dó­ce millas en diligencias ó en mulas hasta el puerto de San Juandel Sur, situado en la costa del Pacífico, donde se embarcabanpara San Francisco.

Durante el año de la ocupaci6n de Wálker, el término me­dio de los viajeros que pasaron por Nicaragua alcanzó á dos milpor mes.

Para dominar esta ruta fué que regresó inme.Jiatamente áSan Juan del Sur después rie su primera derrota, apoderándosemá.s tarrie de la bahfa de La Virgen; punto de descanso de lospasajeros que iban al este 6 al oeste, mediante una hábilesca­ramuza en que batió al enemigo. En este combate Wálker pe­le6 en la proporci6n de uno 'contra cinco, pero sus baj:.s sólofueron trt:S nativos muertos y unos pocos americanos heridos.Los legitimistas tuvieron 60 muertos y 100 heridos. Esta pro­porci6n en las pérdidas prueba cuán eficaz era el fuego de losamericanos con revólver y con rifle. Tan maraviíloso era en ver­dad, que cuando hace algunos años visité las ciudades y lugares capturados por los filibusterc s, encontré que alln se conser­vaba en ellos la tradición de la buena punterfa de la Falange deWálker.

Después del combate de La Virgen recibi6 50 reclutas deCalifornia, refuerzo que fué muy bien acogido, {Jorque su tropallegó á 120 americanos y 300 nicaragüenses que mandaba unamigo del pafs, el general Valle, y dos caftanes de bronce. En­tonces decidió atacar de nuevo la ciudad de Rivas, situada cer­ca del lago, al norte de La Virgen; más arriba está Granada,donde los legitimistas habian establecido su cuartel general.

LA TOMA DE GRANADA

Temiendo un ataque de Wálker á Rivas, las tropas legiti­mistas fueroll dirigirlas apresuradamente al sur desde Granada,dejando á esta ciudad muy poco protegida. Esto lo supo Wál-

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ker por cartas interceptadas y determinó caer sobre Granada.Salió de noche en uno de los vapores del lago, por la orilla dela costa y un poco antes de amanecer, con los fuegos cubiertosy las luces apagadas, desembarcó en un punto cercano á la ciu­dad. El día anterior los legitimistas habían obtenido una victo-

.ría, y ya 10 hiciera la buena suerte ó la f!strd'a ele Wálker, Gra­nada había estado celebrando la noche anterior el acontecimien­to. El mucho bai'oteo y abundante bebida de aguareliente ha­bían narcotizarlo á los habitantes. La guarnición dormía, loscentinelas dormían, la ciudad dormía; pero cuando las campa­nas de los conventos tocaron á misa matutina, el aire fué agita­do por agudos estampidols á que no estaban hechos los tímpa­nos de los legitimistas. No eran aquellas las fuertes explosionesde sus propios mosquetes ni las de los fusiles de cañón liso delos demócratas; eran sonidos breves y agudos como el chasquidode un látigo. Los centinelas que. venían huyendo de sus pues·tos, revelaron la verdad aterrarlora: <¡Los filibusteros!:.. Siguién­dolos á galope vedan Wálker y Valle y detráS· de éstos losmiembros de la terrible Falange, que ya los nativos habíanaprendido á temer: los barbados gigantes de camisa coloradaque en Rivas habían cargado á pie contra la artillería, armadosde rt:vólverés; los que en La Virgen, hallándose herirlos, habíansacado de sus botas, relucientes cuchillos de monte lanzándoloscomo flechas; los que siempre tiraban con la misma certeza conque el halcón cae sobre la perdiz.· .

Hubo una corta resistencia en la plaza y después derrotacompleta. Siguiendo su costumbre, los demócratas nativos co­·menzaron en el acto el saqueo de la ciudad; pero Wálker atra­vesó con la espada al primero que encontró ocupado en esto,ordenando á los americano;; que arrestaran á todos los que ha­llasen robando y ·devolviesen lo que ya habían cogido (-).

Ahora ya estaba en situación de imponer al enemigo lasconriiciones de la paz, y se convino en una entrevista entre losgener"les de los dos partidos polfticos. Así fué que cuatro mesesdespués del desembarco de Wálker y sus 56 satélites en Nicara­gua, se pactó una suspensión de hostilidades y el partido por el

(*) A propósito de esta honrádtz de Wálker, tan cacareada por losautores norteamericanos, no parece por demás citar lo que dice Double­day refiriéndose á las órdenes selladas que dió á 1.. expedición de la Susan,dirigida en diciembre de J858 contra el puerto de Omoa en Honduras.Helo aquí; cEstas órdenes eran extraordinarias en un sentido, cuandomenos para mí, que en los últimos tiempos no había estado tan familiari­zado como otros con la manera de conducir la guerra, los cuales no veíanninguna irregularidad en instrucciones que disponían la captura de los.0bjl:Ws·de oro y plata de las iglesias y demás valores pertenecientes álos enemigos de la causa de los demócratas de Nicaragua». Doubleday,Tlu Filibuster War in Nicaragua, pág. 203. .

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cual peleaban los americanos entró á ejercer el poder. Wálkerfué hecho comandante en jefe de un ejército de 1,200 hombrescon el salario de 6,000 dólares al año. A un individuo llamadoRivas se nombró presidente provisional.

Wálker tuvo entonces bajo sus órdenes una fuerza notable,una de las mejores que se conocen en la historia militar; porqueaun cuancio no haLían trascurrido seis meses, la tropa que ahoramandaba era tan distinta de fa Falange de 'Ios 58 aventurerosque fué rechazada en Rivas, como los satélites de Falstaff delregimiento de hombres selectos que manda el coronel Róose­velt. En vez de aquellos forajidos indisciplinados que eran alprincipio la mayoría, las filas se iban nutriencio con la Bor de loscampamentos de mineros de California, con veteranos de la gue­rra de Méxic<J, con jóvenes sudistas de abolengo y ánimo e&for­zado, y con soldados aventureros de todos los grandes ejércitosde Europa.

En la Guerra Civil que estalló poco después}' más tarde enel ejército del jedive de Egipto, figuraron varios oficiales deWálker, y durante años después no hubo guerra en la cual unoÓ más hombres adiestrarlos por él en los campos de Nicaraguano se distinguieran. El general inglés Charles Fréderic Hénning-

• sen dice en sus memorias que aunque tomó parte en varias deIa.o¡ más grandes batallas de la Guerra- Civil, no vacilaría en opo­ner mil hombres de los de Wálker á cinco mil de los mejoressoldados del Sur ó del Norte,

El mismo Hénningsen, que mandaba en l'sta guerra un re.gimiento compuesto en gran parte de hombres de Wálker, dicede ellos: cMuchas veces lo vi marchar con un brazo roto ó en~

tablillado y servirse rlel otro para disparar su riBe ó su revólver.Los que caían con un muslo quebrado 6 con heridas queles impedían andar se mataban. Esta clase de hombres no seencuentran en el comercio de la vida diaria y no espero volverá ver ningunos que se les parezcan. No hay ciencia militar quevalga en determinadas circunstancias, contra adversaIios quecargan armados ele revólver y que no vacilan en atacar una baotería de artillería pistola en mano:..

WÁLKER ELECTO PRESIDENTE DE NICARAGUA

Uno de los que se graduaron en el ejército de Wálker fuéel capitán Fred Tównsend Ward, natural de Salem, Massachu­setts, quien después de la muerte de su jefe organizó y dirigió elInvencible Ejército que echó por tierra la rebelión Tai Ping;otro de ellos fué Joaquín Mf1ler, el poeta minero y soldado,que hace apenas algunas semanas era todavía una figura pinto.resca en el vestíbulo del hotel de Saratoga Springs.

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Durante los cuatro meses que siguíeron á su llegada,. Wál­ker había sido el presidente sin título y como tal era reconocidoy tenido por todos. A él fué, y no á Rivas, á quien la vecinil.República (le Costa Rica declaró la guerra en febrero de 1856.Esta guerra duró tres meses con v<lriable fortun1, hasta que loscostarricenses tuvieron que r~tirarse al otro lado de la frontera.

En junio del mismo año Rivas convocó á elecciones gene·rales para presidente, presentándose él mism- 1 c"mo candidatode los demócratas; otros dos candidatos del mismo partido sepreselltaron también, Salazar y Ferrer. Los legitimistas, recono­ciendo en su enemigo :.nteril)r el verdadero gobernante del país,escogieron á Wálker, quien fué electo por una mayoría abruma­ciara. Obtuvo 15,835 votos contra 867 dados á Rivas, 2,087 áSalazar y 4,447 á Ferrer.

Wálker llegó á ser entonc..s el gobernante tle hecho y dederecho del país, y en ningún tiempo de su historia ha tenidoNicaragua un_~bierno tan justo, tan sabio ni tan bueno comoel suyo. Pero en el· buen éxito de Wálker las naciones vecinasvieron una amenaza para su pr'lpia independt:ncia; para las otrascuak'o repúblicás de Centro América, la divisa Cinco ó Ningunoque ostentaba la estrella de cinco pU(jtas color de sangre puestaen la bandera de los filibusteros, era un emblema siniestro, cuyosignificado no podía ser más claro ni desagr;¡dable. En el actoCosta Rica en el sur, y Guatemala, El Salvador y Honduras enel norte, así como los ciescontentos de Nicaragua, declararon laguerra al invasor extranjero. De nuevo tuvo Wálker que salir alcampo contra 21,000 aliados El número de sus fuerzas variaba;al ser electo presidente el núcleo de su ejército estaba formadopor un magnífico cuerpo de 2,000 veteranos, que más tarde alcanro á la cifra cie 3,500; pero es dudoso que en ningún tiempoexcediera cie este número. Los registros del ejército y de loshospitales demut'stran que durante todo el tiempo de la ocupa­ción de Nicaragua, se.alistaron 10,000 hombres bajo sU bande­ra.. De éstos murieron 5,000 durante la época de su dominación,víctimas de la fiebre ó del enemigo.

La descripción de las batallas contra los aliados seria inter·minable y fastidiosa. En todos los detalles se parecen mucholas unas á las otras: la larga y silenciosa marcha nocturna, laembestida al amanecer, el combate para to~ar posiciones eso.tratégicas, ya en los cuarteles, ya en la iglesia situada en la pla­za, la lucha cuerpo á cuerpo para defender trincheras ó paredesde adobes. El éxito de estos combates variaba á veces, pero elresultado final no era nunca dudoso; y á no haber sido por la

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•intervención de extrañas influencias, cada una de las repúblicasde: Centro América habría caído á su tiempo bajo la estrella de:cinco puntas.

En Costa Rica hay una estatua de mármol que representaá esta república en figura de una joven que tiene puesto el piesobre el cuello de Wálker. .t: 8 de esperarse que alguna nochecualquier americano amante de la verdad coloque un cartuchode dinamita al pie de esa estatua y se escape de prisa. Sin ha­ber sido ayudada, ni Costa Rica ni otra república alguna de laAmérica Central habría porlido sacar á Wálker de su territorio.Su derrocamiento fué obra de sus mismos compatriotas, provo­cados por un acto del mismo Wálker.

Cuando é~te fué electo presidente, halló que la CompañíaAccesoria del Tránsito ha habfa dado cumplimiento á las con­diciones del contrato con el gobierno de Nicaragua. Conformeá su concesión la compañfa convino en pagar á NIcaragua10,000 dólares al año y el diez por ciento de su lJeneficio neto;pero esta compañía, cuya historia califica el mini~tro americano

oSquier de cinfame carrera de engaño y fraudo, llevaba sus libros de modo que no apareciera niugún benefis:io. DurlandoWálker de que asf fuera, envió á Nueva York una comisión pa­ra .lue inve¡,tig~ra el asunto. Esta comisión descubrió el fraudey pidió el reembolso de 250,000 dólares. Habiéndose negado ápagar la compañfa, Wálker puso embargo !lobre sus vapores,muelles yalma,oems, revocó la concesi6n y otorgó una Due",,,á dos de sus directores. Morgan y Gárrison, ljue trabajaban enSan Francisco contra Vándnbilt. Al hacer esto, Wálker cume­tió un error fatal, por más que estaba legalmente en su derecho.Se creó un enemigo poderoso en la persona de Vánderbilt, pri­vándose al propill tiempo de las únicas Ifneas de comunicaciónque ter,fa con los Estados Unidos; poque Vánderbilt, rabiosopor la presunrión del presi.lente filibustero, retiró sus vapon:sdel océ,mo, d,jando á Wálker sin hombr,'s ni pertrechos y tan'aislado como si estuviera en una isla rlesierta.

Su posición era la de un hombre due"ño de la parte centralde un puente, cuya~ extremidades hubieran sido destruidas.

LA ESTRELLA DE W ÁLKER SE ¡';CLIPSA

Vánderbi!t no se contentó con el retiro de: sus vapores, sinoque mediante el auxiiio que dió á los costarricenses en dinero yhombres fomentó la guerra en Centro América. Desde Wás­hington c(lmbati6 á Wálker por medio del bt:cretario de estadoMárcy, que se prestó voluntariamenté' á servirle de instnlmento.

Spéncer, Wébster y demás soIdalios aventureros empleadospor Vánderbilt cerraron el camino del mar Caribe, y el barco de

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INDI.CE

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Introducel6a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VII

~r.fa~iode....autor ... ;................................ XX

eapitulo Vo-Wílliam Wálker.-Su juventud y educa-cación.-Médico, abogado y periodista.-Emi.gra á California.-Aspecto personal y rasgoscaracterbticos. de Wálker.-~alecon una expe­dición para Sonora.-Su proclama de gobierno.Estricta disciplina.-Se retira de Sonora --Re­cibe malas noticias en San Vicente.-Los aven­tureros cruzan la frontera.-Vuelve Wl11ker áser periodista . . .

eapitulo Vlo-Nicaragua.-IEI Para!so de Mahom:u.-Vi­sitas de los bucaneros.-Ringrose y De Lussán.Nelson derrotado por una doncella.-La heroi-na apócrifa de San Cartos. .. ... . .. .... ... 17

eapitulo Vilo-Intrigas inglesas en el istmo.-Morazány la Confederación.--La dinastía de Mosquitia.Bombardeo de San Juan del Norte.-Castellónllama á los extranjeros. -Doubleday y sus vo-luntarios.-Aprueba Wálker el contrato de Cole _29

<2apl&.810 Vino-Compra del Vesta.-El 4 de mayo de1855. Embarque de loslcincuenta y seis inmor­talesn.-La Falange americana -Primera bata­lla de Rivas.-Castigo de un forajido.-Desa­cuerdo en el gabinete de Castellón.-Batalla deLa Virgen.-Mberte de Castellón 43

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IX.-Una victoria servil en el norte.-Wélkeren la ciudadela del enemigo.-Fusilamiento deMayorga.-Rivas electo director provisional.Traición y castigo de Corral.-Narraciones dela prensa .

X.-EI filibusterismo en el exterior.-La expe­dici6n de Klnney.-Los filibusteros y sus alia­dos.-Una aristocracia de cuero.-Pierce y Már­cy.-Rompimiento con los Estados Unido&.Costa Rica declara la guerra.-Fracaso deSchléssinger. -Aventureros cosmopolitas.-Re­tiro de los vapores.-Historia de la compal'lladel Tránsito.-Vánderbilt proyecta su vengan-za.-La imprenta en el campo de batalla .

XI.-Los costarricenses in"aden á Nicaragua.Segunda batalla de Rivas.-El enemigo encuen­tra un nuevo adversario.-Rivas -eonvoca áelecciones. -Candidatura de Wálker.-Traiciónde Rivas.-Asesinato de EstradR.-Coalici6nde los estados centroamericanos del norte con­tra Nicaragua.-Wálker electo presidente.-Inau­guraci6n de su gobierno. que es recobocido ~or

el ministro de los Estados Unidos.-Tradic16ndel .hombre de los ojos zarcos•................

XII.-Administración del presidente Wálker.Los aliados avanzan hacia Granada.-Victonanaval.-Revista del ejército filibustero.-Losfilibusteros y sus aliados.-Asalto de Masaya.El gobierno civil.-El decreto de la esclavitud.Lógica anticuada .XIII.-Hénningsen.--Sirve por primera vez álas órdenes de Zumalacarregui.-Hace una cam­paña con el profeta del CAucaso.--Se une áKossuth.-Su llegada á América.-Ometepe.Bizarra defensa.-Walters toma las barricadas.XIV.-Vánderbilt encuentra la coyuntura devengarse.-Chasco de Titus.-Sitio de Rivas.La deserción.-El capitán Fayssoux y sir Ró­bert McClure.-Batalla de San Jorge.-Asaltode los aliados á Rivas.-Hambre y lealtad.-Elcomandante Davis interviene en favor de lapaz .XV.-Ultimátum del capitán Davis.-Evacua­ción de Rivas.-Estadlstica de la campaila.Opini6n de Hénnin~sen sobre los filibusteros.Anécdotas caracteTlsticas.-Fréderick Ward.-Apoteosis de un filibustero .XVI.-Regresa WAIker á los Estados Unidos.Nuevas tentativas de éste.-La expedici6n ASan Juan del Norte ..

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eapttulo XVll.-Historia de la guerra de Nicaragua es­critapor Wálker.-Desembarco dt: éste en Roa­tán y toma de Trujillo.~e retira ante las fuer­zas inglesas.-Su rendición.-Fusilamiento delúltimo de los filibusteros..................... 167

eapitulo XVII l.-Carácter de Wálker.-Fidelidad deun soldado.-Una anécdota.- Postrimerías delos filibusteros.-Epitafio de Hénningsen.-Fi-nis 179

Apélldl~e "........ 191

earta del presidente don Juan Rafael Mora á donNazario Toledo, minIstro de Costa Rica en Gua-temala "... 193

La batalla de Rlvas del II de abril d!l 1856, por el gene-"ral don Víctor Guardia.. . . . . . .. 199

Mis re~uerdosde la batalla de Rlvas. por el coroneldon Andrés Sáenz , . . . . . . . . . . . . . . .. . . . 213

La batalla de Santa Rosa, por Wílliam V. Wells...... 217Documentos relativos 6 Juan Santamaria........ 225Willlam W61ker, por Ríchard Hárding Davis.......... ;l29

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