henao juan carlos. entre la piedra sagrada y la vida que te muerde-libre

4
Entre la piedra sagrada y la vida que te muerde Juan Carlos Henao I S. ABRIÓ EL LIBRO Y ENCONTRÓ SU MARCA, su letra pequeña pero temible en el margen de aquel libro de ocultismo: "Perforar el muro!", le advierte. Tendría que liberarlo, aunque saltara sobre su cara como un bicho negro y enloquecido, desde el vientre de aquella momia. Pero liberarlo para qué? No lo sabía. Quería calmar a R.? Era como una divinidad terrible, a quien debía hacerse sacrificios. Era insaciable, siempre acechándolos desde las tinieblas. Trataba de olvidarlo, pero sabía que allí estaba. Combinación de poeta, filósofo y terrorista. Esos conocimientos entreverados, qué sentido tenían? Un anarquista aristocrático o reaccionario que odiaba esta civilización, una civilización que inventa la aspirina, "porque ni siquiera es capaz de soportar un dolor de cabeza". No le daba descanso. No podía abrir un libro sin encontrarse con su letrita odiosa. Un día en que añoraba los tiempos de la matemática abrió el libro de Weyl, sobre relatividad; al margen de uno de los teoremas capitales estaba su comentario: IDIOTAS! Tampoco le interesaba la política ni la revolución social, que consideraba como subrealidades, realidades de segundo orden, esas que mantienen al periodismo. Lo "real!", escribía entre comillas, con sarcástico signo de admiración. Lo real no eran los paraguas, la lucha de clases, la albañilería, ni siquiera la Cordillera de los Andes. Todo eso eran formas de la fantasía, ilusiones de delirantes mediocres. Lo único real era la relación entre el hombre y sus dioses, entre el hombre y sus demonios. Lo verdadero era siempre simbólico, y el realismo de la poesía era lo único valedero, aunque fuese ambiguo o por eso mismo: las relaciones entre los hombres y los dioses eran siempre equívocas. La prosa sólo servía para hacer una guía de teléfonos, un prospecto sobre el funcionamiento de una lavadora o la crónica de una reunión de directorio. Este mundo se venía ahora abajo, y los enanos corrían despavoridos, entre ratas y profesores, llevándose por delante tachos de plástico llenos de basuras de plásticos. Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador 1 Sostengo que, en estos términos casi furiosos, Sábato acerca su posición a la de varios autores abordados a lo largo del seminario. Rulfo, por ejemplo 2 , pero, por supuesto, sus palabras con cálidas y hasta tienen ese tono aleccionador que termina por confortar. Puede que crea uno distinguir un problema en lo relacionado con la prosa. Pero el problema no señalaría necesariamente una confrontación entre Sábato y Rulfo, como tampoco respecto a los otros autores entre ellos Caillois, Ángel González, incluso el mismo Borges . Ni siquiera supondría una confrontación entre los diversos modos en que por ellos es concebida la palabra “prosa” , porque, por además del concepto existe el uso y es éste el que da emergencia al sentido. Rulfo termina, intencionalmente o no, admitiendo la influencia de la inspiración en su obra, cuando afirma que el escritor llega a convertirse en médium de cosas que desconoce. Sábato es reconocido por ser ensayista y novelista, y muchas de sus opiniones como ensayista han hallado lugar en la voz de algunos de sus personajes. Entonces no saldría bien librado de la estela crítica que deja el texto de Rulfo, cuando deja sentada su posición frente al asunto de la presencia o 1 Sábato Ernesto. Abaddón el exterminador. España, Seix Barral, S.A. 1992, pág. 234. 2 Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece el personaje que yo quería que apareciera, aquél personaje vivo que tiene que moverse por sí mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va tras él. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, entonces, ver hacia dónde va; siguiéndolo lo lleva a uno por caminos que uno desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a una irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede decir, lo que, al final, parece que sucedió, o pudo haber sucedido, o pudo suceder pero nunca ha sucedido. Entonces, creo yo que en esta cuestión de la creación es fundamental pensar qué sabe uno, qué mentiras va a decir; pensar que si uno entra en la verdad, en la realidad de las cosas conocidas, en lo que uno ha visto o ha oído, está haciendo historia, reportaje.” Rulfo, J. El desafío de la creación, 1980.

Upload: thrillerbarking

Post on 18-Nov-2015

218 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

.

TRANSCRIPT

  • Entre la piedra sagrada y la vida que te muerde

    Juan Carlos Henao

    I

    S. ABRI EL LIBRO Y ENCONTR SU MARCA, su letra pequea pero temible en el margen de aquel libro de ocultismo: "Perforar el muro!", le advierte.

    Tendra que liberarlo, aunque saltara sobre su cara como un bicho negro y enloquecido, desde el vientre de aquella momia. Pero liberarlo para qu? No lo saba. Quera calmar a R.? Era como una divinidad terrible, a quien deba hacerse sacrificios. Era insaciable, siempre acechndolos desde las tinieblas. Trataba de olvidarlo, pero saba que all estaba. Combinacin de poeta, filsofo y terrorista. Esos conocimientos entreverados, qu sentido tenan? Un

    anarquista aristocrtico o reaccionario que odiaba esta civilizacin, una civilizacin que inventa la aspirina, "porque ni siquiera es capaz de soportar un dolor de cabeza".

    No le daba descanso. No poda abrir un libro sin encontrarse con su letrita odiosa. Un da en que aoraba los tiempos de la matemtica abri el libro de Weyl, sobre relatividad; al margen de uno de los teoremas capitales estaba

    su comentario: IDIOTAS! Tampoco le interesaba la poltica ni la revolucin social, que consideraba como subrealidades, realidades de segundo orden, esas que mantienen al periodismo. Lo "real!", escriba entre comillas, con sarcstico signo de admiracin. Lo real no eran los paraguas, la lucha de clases, la albailera, ni siquiera la

    Cordillera de los Andes. Todo eso eran formas de la fantasa, ilusiones de delirantes mediocres. Lo nico real era la relacin entre el hombre y sus dioses, entre el hombre y sus demonios. Lo verdadero era siempre simblico, y el

    realismo de la poesa era lo nico valedero, aunque fuese ambiguo o por eso mismo: las relaciones entre los hombres y los dioses eran siempre equvocas. La prosa slo serva para hacer una gua de telfonos, un prospecto sobre el

    funcionamiento de una lavadora o la crnica de una reunin de directorio.

    Este mundo se vena ahora abajo, y los enanos corran despavoridos, entre ratas y profesores, llevndose por delante tachos de plstico llenos de basuras de plsticos.

    Ernesto Sbato, Abaddn el exterminador1

    Sostengo que, en estos trminos casi furiosos, Sbato acerca su posicin a la de varios autores abordados a lo largo del seminario. Rulfo, por ejemplo2, pero, por supuesto, sus palabras con clidas y hasta tienen ese tono aleccionador que termina por confortar. Puede que crea uno distinguir un problema en lo relacionado con la prosa. Pero el problema no sealara necesariamente una confrontacin entre Sbato y Rulfo, como tampoco respecto a los otros autores entre ellos Caillois, ngel Gonzlez, incluso el mismo Borges. Ni siquiera supondra una confrontacin entre los diversos modos en que por ellos es concebida la palabra prosa , porque, por adems del concepto existe el uso y es ste el que da emergencia al sentido. Rulfo termina, intencionalmente o no, admitiendo la influencia de la inspiracin en su obra, cuando afirma que el escritor llega a convertirse en mdium de cosas que desconoce. Sbato es reconocido por ser ensayista y novelista, y muchas de sus opiniones como ensayista han hallado lugar en la voz de algunos de sus personajes. Entonces no saldra bien librado de la estela crtica que deja el texto de Rulfo, cuando deja sentada su posicin frente al asunto de la presencia o

    1 Sbato Ernesto. Abaddn el exterminador. Espaa, Seix Barral, S.A. 1992, pg. 234. 2 Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiracin, jams he credo en la inspiracin, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qu sale y llenar pginas y pginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos d la clave de lo que hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez pginas y no aparece el personaje que yo quera que apareciera, aqul personaje vivo que tiene que moverse por s mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va tras l. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, entonces, ver hacia dnde va; siguindolo lo lleva a uno por caminos que uno desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a una irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede decir, lo que, al final, parece que sucedi, o pudo haber sucedido, o pudo suceder pero nunca ha sucedido. Entonces, creo yo que en esta cuestin de la creacin es fundamental pensar qu sabe uno, qu mentiras va a decir; pensar que si uno entra en la verdad, en la realidad de las cosas conocidas, en lo que uno ha visto o ha odo, est haciendo historia, reportaje. Rulfo, J. El desafo de la creacin, 1980.

  • 2

    ausencia del autor en su obra. Sin embargo, no es una regla que la opinin del autor sea prescindible, mucho menos cuando se trata de una opinin trabajada, elaborada, forjada en el dilogo entre un s mismo del que medianamente tiene consciencia y la multiplicidad de personajes han sabido encontrar el camino a lo que quiera que sea el alma. El mismo Rulfo puede padecer estas confrontaciones ntimas y no percatarse. Sin acercarnos mucho al tema espinoso que se deja atisbar en su Pedro Pramo los eventos sobrenaturales, uno tiene que lidiar con todas las voces que claman desde sus pginas, ya no como fantasmas de las creencias de los pueblos, sino como parlamentos posibles de personajes posibles, y alguno, desafortunadamente, podra coincidir con l mismo. Porque dentro de lo posible todos cabemos.

    Tienen en comn eso el poema, el cuento y la novela. La posibilidad. La prosa musical o no, el verso musical o no no es problema. R. en Sbato tiene un papel definitivo: es su otro, que le reclama escribirlo, casi hacerlo real. Como los personajes que Rulfo afirma que emergen despus de su veintena de pginas escritas sin ton ni son. S son experiencias de creacin diferentes, pero no opuestas. A Sbato pareciera que le atormentaran a Rulfo lo encantan. Acaso por eso escribi El tnel tan corto, gemelo raro de El pozo de Onetti, pero tambin escribi Sobre hroes y tumbas, que tiene pinta de Eneida, Divina Comedia, Vorgine, y quin sabe qu otras cosas ms. Y despus vino a dar, casi de espaldas o de narices, con Abaddn el exterminador. Para Rulfo sera lo que jams debi escribirse, pues es una coleccin de Sbatos posibles. Donde R. aparece borroso, pero aparece.

    La prosa, entonces, funciona en Sbato de manera diferente a como funciona en Rulfo? No estara tan seguro. Eso simblico se hace patente incluso desde El tnel para que sea coherente la mencin, tambin en El pozo. Eleg justo el apartado que abre este texto porque hace manifiesta en un solo autor la disputa entre el uso de la palabra partiendo de cierta pasin, que no conforta, del autor. Existen, menos mal, otras experiencias de creacin literaria, por lo menos: Calvino, el propio Onetti, Carlos Fuentes Garca Mrquez, Mutis, Faulkner No me voy muy lejos porque no soy un buen lector3.

    Una declaracin que viene muy al tema es la de Borges y el mismo Borges, cuando le pregunta no sabemos quin por qu no ha escrito una novela en su vida: Continuamente me preguntan que cundo voy a escribir una novela, pero me consuelo pensando que alguna vez le preguntaban a los escritores: Y usted, cundo va a escribir una epopeya? o Cundo va a escribir un drama de cinco actos? , y actualmente esa pregunta no se usa.4 No creo en eso de que el escritor de cuento est ms cercano al escritor de poesa y distanciado del que escribe novelas. Creo que hay buenos escritores que lidian con una experiencia de creacin difcil. Rayuela, por ejemplo5, que tiene lo de Calvino de El Castillo de los destinos cruzados, que tienen los dos lo de Macedonio Fernndez y la propuesta descabellada de El museo de la novela de la eterna. Y el otro: Lezama Lima. En fin. Seguro que no se trat de un mero decir y decir cosas.

    Sin embargo, estoy de acuerdo que entre los escritores, quien escribe poesa es extraordinario. Y eso tambin aparece en el apartado inicial de este apartado.

    3 Leo y hasta creo en esos declogos y consejos de cmo es que escriben quienes escriben bien. Pero, cuando leo lo que escriben, a veces no me cuadra uno que otro punto o asunto tratado en esos declogos y consejos. 4 Por qu no escribe novelas? Jorge Luis Borges, en http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/borges5.htm 5 Recurro a casos bastante populares por el asunto este de mantener pie en tierra.

  • 3

    II

    Luis Cernuda haba advertido que en la morada de la poesa hay muchas mansiones. As es, por fortuna; porque en esa multiplicidad de mansiones consiste la grandeza y el esplendor de la poesa. Lo que ocurre es que un poeta no puede ocuparlas todas, est obligado a elegir su propio espacio, por fuerza limitado, y desde l piensa, opina y escribe.

    ngel Gonzlez. Sobre la poesa. Nuevo Mxico, 2002

    Con justa razn Gombrich suelta a la primera la sentencia: No existe, realmente, el Arte. Tan slo hay artistas. Existen tantas posibilidades de definicin de arte como artistas. Hacer el ejercicio de pensar el concepto Arte, como lo experimentamos en el seminario que importa en este texto, podra considerarse pretencioso, a menos que realice un ejercicio platnico autntico, como sera dejar el concepto pensado pero no definido definitivamente. Arte permanecera como esa nocin que algunos autores usan, sobre todo Gadamer, de horizonte: inalcanzable pero realizable a cada instante. No existira Arte como concepto perfectamente delimitado, identificable, listo para ser editado y publicado, sino el rastro dejado por los artistas, y es ese rastro sobre el pensamos la cosa y no tenemos idea sobre el curso que pueda llegar a tomar en el futuro, porque de ste no hay rastro todava. Justamente de eso se nos damos cuenta cuando echamos un vistazo al evento vanguardias, y casi podemos decir que no hubo un fracaso de verdad, pues para fracasar hay que tener una meta a la que llegar, una finalidad y, casi todas las tendencias vanguardistas adoptaron como objeto o finalidad no tener algo semejante. Consiguieron, con precisin casi de francotirador (como so Marinetti) hacer estallar el concepto fsil de Arte (el del saln, museo, concepto definitivo) y devolverle algo de la naturaleza realizadora de realidad que desde sus orgenes le corresponde. Al afirmar Gombrich que hay artistas por encima de un Arte con mayscula, afirma que son los artistas los que vienen a nutrir eso que ser pensado como arte en el futuro, sin embargo no se trata de una perspectiva completamente historicista o materialista. El arte como todos los resultados posibles de un particular ejercicio humano que, de alguna manera, hereda la complejidad de lo humano. Encuentro en el texto ngel Gonzlez Sobre la poesa esa misma direccin: la palabra potica perdura en el tiempo, se salva de sus acechanzas en el poema, pervive en l; es gran paradoja temporal y a la vez esencial. Y, segn se desprende de otros comentarios de Machado (de Juan de Mairena), esa palabra salvada en el tiempo es asimismo salvadora del tiempo, concebido ahora en su dimensin histrica: lo que el poeta pretende eternizar dice Mairena es el dilogo del hombre con su tiempo. Uno podra aadir: y todo tiempo trae consigo no slo sus temas, sino tambin, o ms bien, modos particulares del ser humano, el artista, encargarse de los temas de siempre. Y el artista puede ser pintor, dramaturgo, poeta, cuentista, novelista, msico. Pero para desempearse en alguno de esos roles primero se hay que tener, o descubrir que se tiene algo qu decir, manifestar, sealar, en fin, y, adems, emprender la bsqueda del modo en que hay que encargarse de ello.

    Retomando la respuesta de Borges a la pregunta por qu no escribe novelas?: Yo creo que hay dos razones especficas: una, mi incorregible holgazanera, y la otra, el hecho de que como no me tengo mucha confianza, me gusta vigilar lo que escribo y, desde luego, es ms fcil vigilar un cuento, en razn de su brevedad, que vigilar una novela./ Es decir, la novela uno la escribe sucesivamente, luego esas sucesiones se organizan en la mente del lector o en la mente del autor, en cambio uno puede vigilar un cuento casi con la misma precisin con que uno puede vigilar un soneto: uno puede verlo como un todo. Esta ltima parte comulga con esa idea de Rulfo de que el cuentista est ms cerca del poeta que del novelista. En las siguientes lneas defiende al cuento como un gnero ms antiguo que la novela y quizs pueda out-live: quizs pueda vivir ms all de la novela. Pero no se trata aqu de un debate sobre la antigedad de uno u otro gnero, o de una u otra forma de hacer arte. Sino de comprender o asumir, que esa multiplicidad de modos de hacer arte, entraa una multiplicidad de modos de lidiar los artistas con su experiencia extraordinaria de estar vivo, que es lo que lo que les hace participar de la vida del arte. Dice Faulkner en una entrevista: Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qu ellos lo escogen y generalmente est demasiado ocupado para preguntrselo6.

    6 En http://ciudadseva.com/textos/teoria/opin/faulkner.htm.

    http://ciudadseva.com/textos/teoria/opin/faulkner.htm

  • 4

    No creo que en las grandes novelas los autores hayan pensado en escribir pginas y pginas slo para darle la apariencia de novela a una obra que podra presentarse como un cuento. Tampoco creo si se les antojara a los cuentistas o a los poetas llenar pginas y pginas conseguiran fcilmente una gran novela.

    Escribe Sbato en otro episodio de Abaddn: Qu sentido tena escribir una ficcin ms? Las haba hecho en dos momentos cruciales, o por lo menos eran las dos nicas que se haba decidido a publicar, sin saber por qu. Pero ahora senta que necesitaba algo distinto, algo que era como una ficcin a la segunda potencia. S, algo lo presionaba. Pero qu era? Volva entonces con descontento a esas pginas contradictorias, que no conformaban, que parecan no ser lo que necesitaba.7 Describe las dificultades que padece el personaje Sbato, pero, tambin, intencionalmente o no, las que todo artista, que definitivamente no es un malabarista, padece en procura de un resultado que pueda llamar por lo menos obra.

    7 Sbato Ernesto. Abaddn el exterminador. Espaa, Seix Barral, S.A. 1992, pg. 37.