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PALABRAS DEL LICENCIADO JOSÉ CAMPILLO SAINZ EN LA CEREMONIA EN LA QUE SE IMPUSO SU NOMBRE A UNA AULA DE LA FACULTAD DE DERECHO * Sean mis primeras palabras para agradecer a los señores miembros del H. Consejo Técnico, al señor director de esta Facultad y a los maestros que tuvieron a bien sugerirlo o apoyarlo, el honor que me han confe- rido al acordar que lleve mi nombre uno de los salones de esta insti- tución. Recibo esta distinción en un año que tiene especial significado para mi porque en él cumplo 50 de haber empezado a dar dase en esta Fa- cultad. Despues, tuve el honor de impartir durante prácticamente 30 años la cátedra de Derecho del trabajo; de participar intensamente en las actividades de nuestra Escuela y de representarla como Consejero Profesor en el Consejo Universitario. Las ocupaciones inherentes a di- versas tareas que me fueron encomendadas, me obligaron a pedir licen- cia de mi cátedra; pero nunca me separe de mi Escuela, porque la Fa- cultad de Derecho se mete para siempre en el alma de sus hijos. Ingresé a la Facultad de Derecho en el año de 1935, hace ya 57 años. En ese lapso, los hombres de mi generación hemos vivido las transforma- ciones que ba experimentado nuestro país y nos ha tocado contemplar algunos de los cambios mis profundos y de las horas más dramáticas que ha sufrido la humanidad. Estamos ahora frente a un país y frente a un mundo, en muchos aspectos, radicalmente distintos de los que hace 57 años nos tocó vivir. Por lo que a México concierne, vimos y apoyamos la afirmación de nuestra soberanía a través de la expropiación petrolera: luchamos con- tra la educación dogmática que imponía en nuestro tiempo de estudian- tes el artículo 30. constitucional y presenciamos su reforma; fuimos testi- gos de la creaciún dc la Seguridad Social; de la reglamentación de la participación de utilidades; del reconocimiento del derecho a la vivien- Se llm6 a rabo en el Aula Magna "Jacinto Pallare%" dc la Facultad de Derecho. UNAM. el dia 21 de mayo del presente aíio. www.derecho.unam.mx

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PALABRAS DEL LICENCIADO JOSÉ CAMPILLO SAINZ EN LA CEREMONIA EN LA QUE SE IMPUSO SU

NOMBRE A UNA AULA DE LA FACULTAD DE DERECHO *

Sean mis primeras palabras para agradecer a los señores miembros del H. Consejo Técnico, al señor director de esta Facultad y a los maestros que tuvieron a bien sugerirlo o apoyarlo, el honor que me han confe- rido al acordar que lleve mi nombre uno de los salones de esta insti- tución.

Recibo esta distinción en un año que tiene especial significado para mi porque en él cumplo 50 de haber empezado a dar dase en esta Fa- cultad. Despues, tuve el honor de impartir durante prácticamente 30 años la cátedra de Derecho del trabajo; de participar intensamente en las actividades de nuestra Escuela y de representarla como Consejero Profesor en el Consejo Universitario. Las ocupaciones inherentes a di- versas tareas que me fueron encomendadas, me obligaron a pedir licen- cia de mi cátedra; pero nunca me separe de mi Escuela, porque la Fa- cultad de Derecho se mete para siempre en el alma de sus hijos.

Ingresé a la Facultad de Derecho en el año de 1935, hace ya 57 años. En ese lapso, los hombres de mi generación hemos vivido las transforma- ciones que ba experimentado nuestro país y nos ha tocado contemplar algunos de los cambios mis profundos y de las horas más dramáticas que ha sufrido la humanidad. Estamos ahora frente a un país y frente a un mundo, en muchos aspectos, radicalmente distintos de los que hace 57 años nos tocó vivir.

Por lo que a México concierne, vimos y apoyamos la afirmación de nuestra soberanía a través de la expropiación petrolera: luchamos con- tra la educación dogmática que imponía en nuestro tiempo de estudian- tes el artículo 30. constitucional y presenciamos su reforma; fuimos testi- gos de la creaciún dc la Seguridad Social; de la reglamentación de la participación de utilidades; del reconocimiento del derecho a la vivien-

Se llm6 a rabo en el Aula Magna "Jacinto Pallare%" dc la Facultad de Derecho. UNAM. el dia 21 de mayo del presente aíio.

www.derecho.unam.mx

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da, a la salud y al trabajo; de la regulación de la inversión extranjera; de la protección al consumidor, ;tiitecedente del Ombudsman; de la apertura del pluralismo político; de 1;i puesta en marcha del México moderno; de la afirmación de nuestros priricipios en el Ambito i~iier- nacional y del respeto y el reconociinieiito a la actuación de Mtxico en la esfera mundial; del incremento eri los niveles de bienestar de la po- blación y, después, en una buena parte de la' decada pasada, de una de las crisis económicas más graves de nuestra liistoria; pero tambitn ates- tiguamos el esfuerzo de nuestro país para superarla.

En los últimos años asistimos a un cambio que ha buscado encontrar respuesta a las nuevas realidades; abrir otras vías para impulsar nuestro progreso; superar prácticas y sistemas que ya estaban agotados; estable- cer mecanismos que nos permitan avanzar en la práctica de la democra- cia; ajustarnos a la realidad en materia religiosa y dejar de seguir vi- viendo una cotidiana contradicción entre los hechos y las normas de Derecho. En el campo, se han buscado nuevas fórmulas que tienJtn a alcanzar mayor bienestar y libertad para los campesinos y, en el ánibito internacional, procuramos encontrar caminos que nos permitan seguir avanzando en un mundo que se ha vuelto cada dia, mis interdependien- te y mis competitivo.

En la esfera internacional, cuando ingresamos a esta Facultad los miembros de mi generación, prevalecían enAlemania e Italia las dicta- duras nazi-fascistas y en la URSS el totalitarismo cruel del regimen sta- linista. Pronto estariamos presenciando también el advenimiento $e la dictadura franquista en España y de los regímenes militares en mudios paises de América Latina. Asistimos, después a la Segunda Guerra blun- dial, una de las hecatombes más sangrientas que ha sufrido la humani- düd. Al concluir la guerra, se habían derrumbado también los reghnenes dictatoriales de Hitler y de Mussolini y se había abatido el militarismo imperialista del Japón. La humanidad parecía contemplar una aurora de esperanza. Vino la dedaración de Filadeliia de la Organización .Inter- nacional del Trabajo, la Carta Constitutiva de las Naciones Uniclns y, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Ilumanos, en cuyo preámbulo se establece que "la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrinseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los iniembros de la familia bú- mana" quedando así plenaniente establecido el respeto a la dignidad del hombre y la existencia de los derechos que su propia naturaleza le

, , . . , , . confiere. , . , . , ,

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Pero, el fin de la Segunda Guerra Mundial no trajo consigo la paz, sino una guerra fria entre las grandes potencias y una serie no interrum- pida de guerras, invasiones y contiendas regionales. A pesar de las de- claraciones en contrario, el proteccionismo era la norma en el campo del comercio internacional y la diferencia entre el bienestar de los pai- ses desarrollados y la pobreza del Tercer Mundo se acentuaba cada rez más.

En los últimos años, liemos contemplado nuevos camhios; hemos visto el fracaso del regimen comunista y la desintegración de la URSS y, con ella, prácticamente la terminación de la guerra fria en un mundo bipo- lar. Asistimos a la globalización de la economía, al reconocimiento de la importancia que tienen la sociedad y la iniciativa individual para el progreso y el bienestar; a la disminución de las funciones del Estado; ;i la coiistitución de bloques ecoriómicos; a la apertura del comercio in- iernacional y a un mundo cada vez mis competitivo. En gran medida, los cambios que hemos ehtado introduciendo en nuestro pais no son sino la respuesta neccsaria para ajustarnos a las nuevas situaciones que el mundo está viviendo.

Ante estas transforniaciones, el abogado debe tener presente que no es sólo el hombre de la tradición, sino que es, también, factor de cambio; que puede y debe usar el Derecho para impulsar el progreso de la bu- inanidad y de su pais; para responder a las exigencias de una nueva realidad y para alcanzar niveles mis altos de justicia y libertad. Toca también al abogado ser activo vigilante de que los cambios se efectúen de acuerdo con los valores que tiene la misión de realizar; porque se apeguen :i los mandatos de lo solidario y de lo justo; porque la acción del Estado se desenvuelva con estricto respeto al orden jurídico y por- que la actividad de los grupos y de los individuos responda, no sólo a sus intereses particulares, sino que se ajuste a los dictados de la moral y la justicia y al propósito de procurar el bienestar de toda la colecti- vidad y particularmente de aquéllos a los que el maestro De la Cuera llamaba "los sin tierra y sin riqueza".

Actos como éste traen siempre recuerdos a la mente y estos recuerdos se agolpan en la mía para hacerme presente que los años más fecundos y más llenos de esperanzas y de ilusiones, fueron los que viví dentro de los muros de mi Escuela. Son también propicios para recordar las figii- ras de los niarstros que nos iluminaron con su saber y con su ejemplo. El recuerdo de todos ellos está siempre en mi memoria y hoy, a los que aún viven y a los que ya fallecieron, quiero rendirles el homenaje de mi admiración, mi gratitud y mi respeto. Quisiera mencionarlos a todos;

pero ante el temor de incurrir en omisiones y de hacer demasiado larga esta exposición, citark tan sólo el nombre del maestro Mario de la Cue- va, por quien tuve particular afecto y respeto y que fue quien hizo po- sible mi ingreso como profesor de esta Facultad, al pedir licencia en su clase y recomendarme para que fuera yo quien lo sustituyera.

Mis compañeros de generación compartieron conmigo afanes y viven- cias. A todos les profeso una amistad que ha durado y durará toda mi vida. Algunos de ellos son Ignacio Burgoa Orihuela, Héctor Gonzále~ Uribe, Enrique Díaz Ballesteros, Salvador Laborde, Manuel Marván, Emilio Sánchez Piedras, Hnmberto Hassey, Francisw Porrúa, Miguel Sáncha de Tagle, Salvador Resendiz, Carlos Ortigoza y Máximo Con- treras. Hubo algunos otros que si no coincidieron conmigo todos los años de la carrera, fueron prácticamente contemporáneos como Jorgz Barrera Graf, Raúl Cervantes Ahumada, Adolfo Christlieb Ibarrola, San- tiago Oñate y Raúl Medina Mora.

De mis alumnos, me siento profundamente orgulloso. Muchos de ellos han desempeñado un papel relevante en la vida pública del país, en las letras, en la investigación, en la docencia y en muy diversas activida- des. No resisto la tentación de citar algunos nombres como los de Luis Echeverria Alvarez, Miguel de la Madrid Hurtado, Jesús Reyes Heroles, Mario Ramón Beteta, Enrique Alvarez del Castillo, Porfirio MnFioz Ledo, Carlos Fuentes, Hbctor Fix-Zamuido. Victor Flores Olea, Ernesto Gutikrrez y Gonzilez, Arturo González Cosio, Javier Wimer, Jacobo Zabludovsky, Luis Alejandro Figueroa y Pedro Zorrilla. De antemano presento mis más rendidas excusas a todos aquellos compañeros y alum- nos que no haya yo mencionado porque, de hacerlo, hubiera hecho sn- mamente larga esta exposiaón; pero a todos puedo asegurarles que están siempre presentes en mi recuerdo, en mi estimación y en mi afecto.

Al recibir el honor que este H. Consejo Tkcnico tuvo la amabilidad de conferirme, me he preguntado qu6 significación tiene que le pongan a iin aula el nombre de una persona. Es, sin duda, una distinción y un homenaje; pero difiere de otros, como la imposición de una medalla o el otorgamiento de un diploma, en que su consecuencia es hacer continua- damente público el reconocimiento que a esa persona se tributa. Tiene un cierto sentido de perpetuidad para quien lo recibe. Es una distinción cuyo discernimiento se hace saber permanentemente a otras personas y aun a otras generaciones.

Ahondando un poco más, he refIexionado tambi6n sobre el significa- do del nombre y me he encontrado con que el nombre identifica a una persona; pero tambien se identifica con ella. La acota y la define, la

evoca, la invoca y la convoca. En cierto modo el nombre adquiere enti- dad propia y hace posible que las cosas o las personas que lo reciben posean existencia lógica y sean sujetos de referencia. Lo innombrable es Dios o lo que está en la nada. Lo que no puede definirse o lo que no existe. Recibimos un nombre después de que nacemos: pero el nombre nos sobrevive después de que morirnos. Según el Evangelio de San Juan, el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros; por el nombre, la carne se hace verbo y permanece después de que la carne se corrompe. Por eso, yo pienso que esta distinción que se me ha conferido, me ayuda a vencer a la muerte. Prolonga mi memoria y contrarresta mi extinción.

Me he preguntado también qué sentido tiene para un maestro que un aula lleve su nombre y qué es un aula. Para un maestro que un aula lleve su nombre es continuar haciendo acto de presencia en el lugar donde ejerció su ministerio y desempeñ6 su misión; es seguir en con- tacto con maestros y estudiantes; es, de algún modo, estar presente en un lugar donde seguirán cultivándose los valores que inspiraron su vo- cación y le dieron sentido a su vida.

Y, respondiendo a la segunda pregunta, yo diría que un aula es un espacio destinado a la búsqueda de la verdad. Podria Iiacerse la obser- vación de que en una escuela de artes, el aula está destinada a la bús- queda de la belleza; pero es que ambos valores finalniente se unifica. No hay verdad que no sea bella ni puede haber una auténtica belleza que sea mentirosa. Un aula es un lugar donde se imparten conocimien- tos para trasmitir o encontrar la verdad. Es un lugar en que se inculca el afán de la verdad y la valentía para asumirla. Frecuentemente en nuestra vida nos encontramos que hay debilidad o miedo para enfren- tar la verdad y flaqueza para confesarla. El mártir, una de las formas más excelsas de lo humano, es el que está dispuesto a padecer cualquier sufrimiento para dar testimonio de la verdad. El abogado, se ha dicho, es el hombre de la bondad y la justicia; pero es también heraldo y ser- vidor de la verdad. 21, como el mirtir, debe estar dispuesto a enfrentar cualquier peligro o sufrimiento por sostenerla. Debe ser testigo, minis- tro y servidor de la verdad. La abogacía no es oficio de cobardes. Se dice que cuando los abogados o los jueces tienen niiedo, ningún ciuda- dano puede dormir tranquilo.

Pero, en las aulas de la Facultad de Derecho no sólo se trasmite y se busca la verdad, sino que también se nos enseña a amar la justicia. De ella decía Aristóteles que es la armonía de las facultades del alma y de los componentes de la sociedad; es virtud que "brilla mis que la

estrella iiiatutina o vespertina" y "que es perfecta porque el que la po- see practica la virtud con relación a otros".

Quienes cultivamos el Derecho debemos no solamente amarla, sino tener fe en la justicia. La fe acendrada y sincera en la justicia es el pri- mer requi$ito para su triunfo. "Quien tiene fe en la justicia, decía Ca- lamandrei, puede siempre, aun a despecho de los astrólogos, hacer cam- biar el curso de las estrellas". Hay que tener confianza en la fuerza intrínseca que tiene una causa justa, por el sólo hecho de ser justa. Hay que cultivar y encerrar en lo más profundo de nuestra alma la convic- ción de que cuando nuestra causa es recta y la razón nos asiste, si pone- iiios toda nuestra capacidad y nuestro empeño en defenderla, difícilmen- te habrá alguna fuerza, por poderosa que sea, que pueda arrebatarnoi el triunfo. Si todos los abogados llegamos a hacernos partícipes de esta convicción, habremos puesto los cimientos más sólidos para la realiza- ción de los altos fines que el Derecho persigue y para una recta e in- maculada administración de justicia en que no tendrán cabida ni el abogado corruptor ni el magistrado indigno.

Luchar por la justicia es lo que da sentido y dignidad a nuestra pro- fesión. La actividad del abogado, decía Ihering, es lucha, lucha por al- canzar la paz; pero una paz autkntica, firme y duradera s610 puede estar fundada en la justicia. Un orden injusto lleva dentro de sí el germen de la violencia y de su propia destrucci6n. "La paz es la justicia en el orden", decía San Agustín; "el respeto al derecho ajeno". Una paz apa- rente, hija del temor o de la opresión, n o será sino quietud, inmovilis- mo o miedo. En el fondo, una miscara engañosa y ultrajante de la paz. Por ello, no estoy de acuerdo con el 80. mandamiento de Couture que pos habla de la paz Como "sustitutivo bondadoso de la justicia". La par ?S el resultado, nunca el sustitutivo de lo justo.

En esta Escuela se nos enseña, además, a defender la Iibertad. Liber- tad y justicia estdn íntimamente ligadas. La libertad debe ejercerse en la justicia. El abuso de las libertades conduce a la tirania y finalmente a la pérdida de la libertad. A su vez, toda injusticia es una forma de opresión y servidumhre que vulnera la libertad y, por otra parte, no hay mayor injusticia que la de un régimen que atropella las libertades o la de privar a un hombre arbitrariamente de su libertad. La libertad sólo está a salvo cuando las leyes son justas y el Derecho se respeta.

Sólo por la libertad es el hombre sujeto de derechos y obligaciones y capaz de una conducta moralmente valiosa. La libertad es lo que da al hombre el poder de escogerse a sí mismo y decidir su propia existencia. Por la libertad el hombre se convierte en su propia criatura, en una

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tealidad existencia1 iiisustituible y única; en una unidad de destino que siilo a él toca realizar. Por eso, cada hombre es, en lo temporal, un fin en si mismo y no puede ser nunca medio o instruniento de otros. Ella ea la que da fundamento a nuestra dignidad y sentido ;r nuestra vida. "Por la libertad como por la Iioni-a, decía Cervantes, se puede y se debe aventurar la vida". No tiene sentido preguntarse si el hombre tiene o 110 libertad, el hombre es libertad. En ella radica su esencia, su respon- sal~ilidad y su privilegio. El principio fundamental de nuestra Uriiver- sidad, de nuestra Alma Mater, es el de la libertad de investigaciiin y de citedra. Por eso, no puede liaber un universitario auténtico que iio sea defensor de la libertad.

La Facultad de Derecho es, también una escuela de hiimanidad y un lugar donde se aprende a vivir y conocer la realidad de México. A ella concurren representarites de todos los componentes de nuestra sociedad. En ella se dan cita todas las tendencias y todas las ideologías, se agita11 todas las inquietudes, los afanes y las demandas de nuestra patria. Pasar por la Faculta de Dereclio es vivir la experiencia de MPxico. Al eiisefiar- 110s a respetar el pensamiento de los demás, es también nuestra Facul- tad, escuela de democracia.

Ahora que he vuelto a entrar en contacto con ella, encuentro iiii Fa- cultad más viva que nunca, interesada e inmersa en los problenias de su pais, con una intensa vida académica; poseída de un decidido espí- ritu de renovación y superación y dirigida por un hombre que se le Iia entregado sin reservas y que está realizando una magnífica labor.

De estas aulas saldrenios sabiendo muchas cosas. Al fin y al cabo, el Dereclio es "el conocimiento de las cosas divinas y humanas, la ciencia de lo justo y de lo injusto" decían los romanos; pero, sin duda la ense- fiaiiza más importante que de nuestro paso por la Escuela obtendremos, es la de que la finalidad última del Dereclio es el lioml>re. Quienes ejercemos la abogacía luchamos eii últitno extremo por el hombre; por preservar su dignidad y los valores que por su propia naturalzea le son iriherentes. Luchamos porque ningún hombre oprima a otro y por iin orden que haga posible que cada uno de los hombres pueda realizarse plenamente como honibre.

Decía yo hace poco en una conferencia que tuve el honor de proiiuii- ciar en esta Facultad, que el médico ciertamente luclia por la vida hu- iIiana; pero que nosotros luchamos por la realiraciiin de los valores que 1;i hacen posible. "Donde hay sociedad, hay Dereclio" rezaba el aforisiiio roniano. Sin Derecho no podría darse la convivencia ni hubiera sido posible la supervivencia de la humanidad. De ahi surge el sentido de

la dignidad de nuestra profesión y, de ahí, tambien, debe surgir en nosotros la convicción de que ser abogado, como decía Ossorio y Gallar- do, es una de las cosas más nobles y elevadas que se pueden ser.

Estoy seguro de que las aulas de nuestra Facultad seguirán siendo, como lo han sido por más de cuatrocientos años, faro y guia del acon- tecer de nuestra historia; cuna de grandes juristas; semillero de hom- bres dignos, buenos y justos; fuente de donde irradien a todos los ámbi- tos de nuestra patria, la justicia, la libertad, la paz, el bienestar y el orden.

En una de estas aulas estara mi nombre y mi espíritu, donde quiera que se halle, cambien estará presente. Por eso, quiero nuevamente reite- rar mi más profundo reconocimiento a quienes me confirieron este honor y dar las más cumplidas gracias a quienes han tenido la gentileza de acompaíiarme en esta ceremonia.