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1.Autonomía En nuestra vida cotidiana siempre interactuamos con otros seres humanos. Ya sea con gusto o no, por obligación o por placer, todos los días nos encontramos viviendo en sociedad. Desde los integrantes de nuestra familia, los vecinos, los que atienden los negocios a los que normalmente vamos a hacer nuestras compras, los conductores del transporte público, hasta los compañeros de la escuela o del trabajo, toda nuestra vida se desarrolla —y nosotros con ella— en estrecha relación con otras personas. Es muy difícil imaginarnos vivir completamente fuera de la sociedad. Incluso si nos pudiéramos ir lejos y ser ermitaños, no sólo en los posibles y esporádicos encuentros con peregrinos o viajeros, sino en la propia formación que hubiéramos alcanzado antes de refugiarnos en la soledad, se manifestaría nuestro carácter social. El carácter social nos acompaña toda la vida aunque en algunas ocasiones, desde nuestra individualidad, podamos verlo como algo que nos es ajeno, impuesto o incluso prescindible. ¿Por qué vivimos en sociedad? ¿Por qué la convivencia con las otras personas, al mismo tiempo que necesaria, también puede llegar a ser conflictiva? Atletas paralímpicos lejandro, niño sordomudo encadenado en la

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1. Autonomía

En nuestra vida cotidiana siempre interactuamos con otros seres humanos. Ya sea con gusto o no, por obligación o por placer, todos los días nos encontramos viviendo en sociedad. Desde los integrantes de nuestra familia, los vecinos, los que atienden los negocios a los que normalmente vamos a hacer nuestras compras, los conductores del transporte público, hasta los compañeros de la escuela o del trabajo, toda nuestra vida se desarrolla —y nosotros con ella— en estrecha relación con otras personas. Es muy difícil imaginarnos vivir completamente fuera de la sociedad. Incluso si nos pudiéramos ir lejos y ser ermitaños, no sólo en los posibles y esporádicos encuentros con peregrinos o viajeros, sino en la propia formación que hubiéramos alcanzado antes de refugiarnos en la soledad, se manifestaría nuestro carácter social.

El carácter social nos acompaña toda la vida aunque en algunas ocasiones, desde nuestra individualidad, podamos verlo como algo que nos es ajeno, impuesto o incluso prescindible. ¿Por qué vivimos en sociedad? ¿Por qué la convivencia con las otras personas, al mismo tiempo que necesaria, también puede llegar a ser conflictiva?

El concepto de individuo. La palabra individuo remite a los miembros de una especie, no sólo de la humana, que es la que nos interesa especialmente en este tema. El término viene del latín individuum, que significa indiviso e indivisible, es decir, que no puede ser dividido. De hecho, tratar de dividir en partes a un individuo implica su muerte, porque éste existe como unidad. Pensemos, por ejemplo, en algún mamífero: un gato. Si bien podemos distinguir los diversos sistemas que lo conforman (respiratorio, circulatorio, digestivo, nervioso, muscular, óseo), si tratáramos de separarlos, el animal perecería. Además de indivisible, el individuo se ha concebido también como un ser único e irrepetible. Cada miembro de una especie es singular, tiene algunas notas especiales que lo distinguen de los otros miembros de su especie, a pesar de que comparta con ellos otras muchas características. De esta manera, ningún gato es idéntico a otro, así como también nosotros somos distintos a nuestros padres y hermanos.

Por lo que se refiere a los individuos de la especie humana es de destacar cómo, a pesar de sus singularidades y diferencias, se trata de individuos que interactúan constantemente entre sí. Estas interacciones pueden ser muy diversas e implicar también distintas motivaciones; a veces nos mueven más los sentimientos altruistas y

Atletas paralímpicos mexicanos.

lejandro, niño sordomudo encadenado en la Sierra de Querétaro.

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de solidaridad; otras, en cambio, nuestro egoísmo e interés personal, familiar o de grupo. Por eso no debe extrañarnos que las relaciones con otros seres humanos puedan ser armoniosas y pacificas, como también tensas y conflictivas.

Es pertinente señalar que cuando hablamos de relaciones “armoniosas” o “conflictivas” con los demás, no estamos presuponiendo que necesariamente las primeras sean siempre positivas y las segundas negativas. Por ejemplo, en una comunidad racista, la búsqueda de la armonía social puede llevar a compartir su racismo por simple conveniencia o comodidad a pesar de que las costumbres establecidas impliquen grandes injusticias; en cambio, la irrupción del conflicto puede surgir a partir de una crítica que cuestiona precisamente esas costumbres injustas y trata de superarlas.

Ya en la Grecia antigua, Aristóteles había definido al ser humano como “un ser social y dispuesto por la naturaleza a vivir con otros”. Para él, si bien es un ser racional, el ser humano no puede realizarse plenamente fuera de la vida comunitaria; es decir, es a partir de nuestra interacción con los otros que podemos desarrollar de manera óptima nuestras capacidades.

Pensemos, por ejemplo, en todas las cosas que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida. Aunque mucho es resultado de nuestro esfuerzo personal, siempre ha estado presente ese vínculo social en el cual hemos crecido, primero dentro del seno familiar, después en la escuela y en el espacio de trabajo. Y no sólo hemos aprendido “el conocimiento científico”, sino también a conocernos a nosotros mismos, a comunicarnos con los demás, a apreciar la música o un buen libro, a disfrutar de los amigos y a defender nuestros puntos de vista, por mencionar sólo algunos aspectos. Dada la relevancia de lo social para el desarrollo del ser humano, Aristóteles llegó a afirmar que la sociedad era anterior al individuo, entendiendo con esto que éste sólo puede realizarse dentro de aquella.

En el otro extremo temporal, el filósofo contemporáneo John Rawls también señaló, en su libro La justicia como equidad, “que los ciudadanos se conciben nacidos en la sociedad: es en ella donde pasarán su vida entera. Los ciudadanos sólo acceden a ese mundo social mediante nacimiento, y sólo con la muerte lo abandonan”. Nacemos en sociedad y es dentro de sus instituciones donde pasaremos toda la vida; nuestro nacimiento está asentado en el registro civil con el nombre que nos dieron nuestros padres y que, de no hacerse un juicio para cambiarlo, nos acompañará hasta la muerte, la cual quedará también registrada en dicha institución. Asimismo, es dentro de una familia (o un orfanato) donde transcurrieron nuestros primeros años de vida, en la escuela donde aprendimos a leer y escribir, y en alguna empresa o dependencia pública donde podemos trabajar.

Entonces, es a partir de las instituciones que interactuamos con los otros, tanto para

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desarrollar los intereses que podamos tener en común como para conseguir nuestros propios fines personales. Precisamente porque nuestras relaciones con los demás pueden ser conflictivas, requerimos de acuerdos y normas que nos permitan organizarnos en sociedad y resolver esos posibles conflictos sin tener que recurrir al uso de la fuerza o, incluso, a la eliminación física del otro.

La relación individuo-sociedad se puede entender básicamente de dos maneras: privilegiando el ámbito individual o el ámbito social. Ambas posiciones las podemos ejemplificar con dos corrientes fundamentales del pensamiento político: el liberalismo y el comunitarismo. Cada una de estas posiciones concibe de modo diferente la relación individuo-sociedad.

La concepción liberal. Si bien hay diversos tipos de liberalismo, en general podemos decir que para esta corriente de pensamiento lo más importante son los individuos, los cuales se conciben como seres libres que, aunque necesitan vivir en sociedad, son independientes y separados entre sí. La libertad del individuo es entendida como autodeterminación, es decir, que él mismo construye y escoge sus propias determinaciones. Por ello, la preocupación principal del liberalismo es proteger al individuo de cualquier control o injerencia que se le quiera imponer en nombre de otras personas o de la sociedad en su conjunto. En este sentido, se trata de una concepción que defiende especialmente la autonomía individual y los derechos de los individuos frente a toda posible autoridad.

El liberalismo es una doctrina ligada al desarrollo de la modernidad. Sus supuestos principales vienen de los siglos xvii y xviii, cuando emerge la oposición a las monarquías absolutas y la defensa de la separación entre la Iglesia y el Estado, así como la exigencia de que todos los hombres sean considerados iguales ante la ley y que existan leyes que limiten también el poder de los gobernantes. Estas ideas estuvieron presentes en los principales movimientos sociales de la época, entre los que destacan la Revolución francesa y la Independencia de Estados Unidos.

Para el pensamiento liberal, la libertad del individuo es prioritaria; por ello, frente a cualquier tipo de autoridad, promueve la creación de leyes y el establecimiento de derechos de los ciudadanos que deben ser respetados por todos. Otra tesis importante de esta concepción es que el progreso técnico y moral de la humanidad es el resultado de un constante debate y enfrentamiento entre las ideas o los intereses diferentes que tienen los individuos, los cuales, incluso, pueden ser contrapuestos. De esta manera, en todos los ámbitos sociales, como la economía o el saber científico, la diversidad, la crítica y la competencia entre particulares son las que impulsan el desarrollo. Por ello se rechaza cualquier sistema absolutista, unívoco, excluyente de la diversidad, y, en consecuencia, se insiste en que las leyes y las normas que rijan nuestras relaciones sociales sean tomadas por acuerdo y consenso entre todos.

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Esta última tesis del liberalismo es especialmente importante porque señala que, si se respeta la libertad del individuo y el derecho de todos a autodeterminarse, siempre surgirán diferencias y discrepancias en las relaciones sociales; antagonismos que, lejos de considerarse negativos, son vistos como promotores del desarrollo individual y colectivo. Incluso los conflictos más severos representan una oportunidad para buscar acuerdos que lleven a una mejor convivencia. Pensemos, como ejemplo, en las diferencias que puede haber dentro de un grupo de amigos o de trabajo. El debate, la confrontación y la discusión ayudan a encontrar salidas aceptables para todos y a superar los problemas. En cambio, cuando se ocultan los conflictos como si éstos no existieran, la mayoría de las veces explotan con costos muy altos, como la pérdida de la amistad o de la relación laboral.

La concepción comunitarista. Hay diversos tipos de comunitarismos, aunque todos ellos se caracterizan por criticar la concepción individualista que sostiene el pensamiento liberal. El comunitarismo surgió en la década de los ochenta del siglo pasado, a finales de la guerra fría, cuando el liberalismo se perfilaba como una teoría indiscutible. Sus antecedentes pueden rastrearse a lo largo de la historia en autores como Karl Marx y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, e incluso llegar hasta la Grecia antigua.

Frente a la idea de la autodeterminación del individuo, que defiende la visión liberal, el comunitarismo señala que toda persona está marcada por su pertenencia a determinados grupos. Nacemos en ellos y sin ellos no seríamos quienes somos porque nuestra identidad se construye a partir de estos vínculos fundamentales. En este sentido, más allá de nuestros gustos, el hecho de haber nacido o crecido en determinada familia o comunidad es lo que nos hace ser lo que somos. Si nos preguntáramos cómo seríamos si hubiéramos estado vinculados a otra familia o comunidad, tendríamos que concluir que seríamos otra persona.

A diferencia del liberalismo —que se plantearía preguntas como quien quiero ser o qué quiero hacer de mi vida, porque parte de la idea de la autodeterminación del individuo—, entre las preguntas vitales que se haría el comunitarismo están quién soy o de dónde provengo, porque parte de la idea de que nuestra identidad se define a partir del conocimiento de dónde estamos ubicados, cuáles son nuestra relaciones y compromisos, con quiénes y con qué proyectos nos sentimos identificados.

Esta gran diferencia de perspectivas en la relación individuo-sociedad se puede ejemplificar también con la propuesta de dos grandes clásicos de la filosofía: por un lado, Kant caracteriza al sujeto ideal como uno autónomo; por el otro, Hegel plantea que la realización del ser humano se encuentra en la integración de los individuos en su comunidad.

Para un comunitarista, la concepción liberal no toma en cuenta que los individuos sólo

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pueden crecer y autorrealizarse dentro de un determinado contexto, que no son autosuficientes y que siempre requieren de la ayuda y el vínculo con otras personas. En fin, que los individuos no viven en el vacío, sino que lo hacen siempre dentro de un ambiente social y cultural particular que los constituye. En este sentido, para la visión comunitarista, la historia de nuestras vidas se inscribirá dentro de una historia más amplia, que es la historia de nuestras comunidades, perspectiva que nos proporciona un panorama muy diferente de la visión liberal. Podríamos preguntarnos cómo vemos nuestra historia personal. Con seguridad, además de los esfuerzos y decisiones personales con las que hemos construido nuestras vidas, siempre habrá vínculos sociales que nos marcaron, que situaron nuestra libertad. Por ejemplo, podríamos comparar la vida, las aspiraciones y los proyectos que tienen las personas a quienes les tocó vivir de cerca y sobrevivieron el terremoto de la ciudad de México en 1985 o el tsunami asiático en 2004, con aquellas a las que no.

Más allá de la polémica liberalismo-comunitarismo. La polémica liberalismo-comunitarismo es muy amplia. Por lo que se refiere a la relación individuo-sociedad, cada una de estas visiones ofrece una perspectiva distinta para pensar la relación con los otros. Tanto desde el planteamiento de la autodeterminación (que privilegia al individuo) como desde el de la libertad situada (que enfatiza el ámbito social) podemos explicar nuestra interacción con los demás.

Ha habido diversos intentos por tratar de reconciliar o superar ambas posturas, como es el caso del pensamiento republicano contemporáneo. Al igual que el liberalismo y el comunitarismo, hay distintos tipos de republicanismos, pero en general se puede definir como una concepción política que se inspira en el ideal de la república, entendiendo por ella una comunidad política de ciudadanos soberanos fundada tanto en el derecho como en el bien común. Es decir, recupera algunos elementos del liberalismo, como la defensa de los derechos del individuo y el combate a la tiranía, pero también algunos elementos del comunitarismo en la medida en que los intereses individuales deberían coincidir —o al menos no contraponerse— con los intereses de la colectividad de la que se forma parte.

Por una parte, en el liberalismo podemos ubicar la pretensión de distinguir tajantemente las esferas de lo público y lo privado, lo político y lo personal, en donde los individuos de alguna manera preexisten a cualquier organización social, por lo que se reclama la menor interferencia del Estado y que la política para el bien común reconozca un límite infranqueable en los derechos individuales. Del comunitarismo, por otra parte, se destaca una preocupación prioritaria por las políticas a favor del bien común que puede justificar incluso el desplazamiento de

Los republicanos reconocen que no hay libertad individual sin participación política, pues la defensa de los derechos de todos recae en que existan ciudadanos dispuestos a defenderlos y a denunciar lo inaceptable; es decir, en una sociedad democrática: la violación a los derechos humanos. En este sentido, en el paradigma republicano se entiende que los derechos son una forma de reconocimiento y una relación social que se construye entre ciudadanos por medio de comportamientos y prácticas cívicas acordes con ellos, haciendo así el de los derechos el marco regulatorio del paradigma de convivencia y de interrelación política de los ciudadanos.

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los derechos individuales fundamentales en nombre del interés general y, básicamente, que la guía para la toma de decisiones futuras se encuentra en el pasado, en los orígenes de la comunidad a la que se pertenece. El republicanismo se distinguiría de ambas posiciones extremas, pero recuperaría algunos de sus principales aciertos. Por el lado del liberalismo, si bien se cuestiona la separación de lo público y lo privado, así como la preeminencia del individuo sobre la sociedad, el individuo debería seguir jugando un papel crucial en tanto problema público, no privado. De hecho, la salud pública del Estado depende de ciertas cualidades del ciudadano. Por el lado del comunitarismo, si bien cuestiona el énfasis puesto en la tradición y el pasado, recupera la visión social del individuo y la necesidad de reconocer las identidades culturales diversas.

Ejercer el poder con el fin de lograr el interés común, conformar la voluntad soberana de acuerdo con reglas, y obrar por el bien común en la medida en que todos se consideran iguales entre sí, son algunos de los rasgos fundamentales del republicanismo contemporáneo. Su tesis central radica en que la virtud cívica de los ciudadanos, entendida como la disponibilidad y capacidad de servir al bien común — virtud cívica que no es entendida como sacrificio o renuncia por parte de los individuos—, es el fundamento de un gobierno republicano. Ya para los republicanos florentinos del siglo xv, la virtud cívica es el fundamento de la vida privada, lo que la hacía placentera y segura; para Maquiavelo, los ciudadanos republicanos aman vivir en libertad y por ello sirven al bien común, porque quieren gozar en paz de la vida privada.

En este sentido, los ciudadanos virtuosos no sacrifican nada; por el contrario, al pensar en los intereses privados y en los públicos estarían acrecentando ambos. Como lo ha señalado Maurizio Viroli, la virtud cívica es una virtud para hombres y mujeres que desean vivir con dignidad, y que saben que no se puede vivir con dignidad en una comunidad corrupta, por eso hacen lo que pueden (cuando pueden) para colaborar en la construcción de una libertad común, como practicar su profesión con conciencia, vivir la vida familiar con base en el respeto recíproco, asumir los deberes cívicos sin que ello implique tener que ser dóciles, ser capaces de movilizarse para impedir la aprobación de una ley considerada injusta o para presionar a un gobernante a enfrentar algún problema de interés común, ser activos en diversos tipos de asociaciones, así como buscar entender, conocer y discutir el desarrollo de la política nacional e internacional.