ferdinand ossendowski, - el hombre y el misterio en asia

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LIBRO DEL HOMBRE

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INTRODUCCIN

F. OSSENDOWSKI

EL HOMBRE Y EL

MISTERIO EN ASIA

Traduccin del ingls

de

J. Dubn

M. Aguilar

Editor

Marqus de Urquijo, 39

MADRID

INTRODUCCIN

El enorme xito alcanzado en todo el mundo por la obra de Ossendowski, Bestias, hombres y dioses, ha despertado en los lectores el vivo deseo de conocer con algunos detalles cuanto se refiera al pasado y presente del clebre autor y explorador, cuyas aventuras narradas en dicho libro le presentan al pblico como un ser verdaderamente extraordinario en los tiempos actuales. Para satisfacer tan natural curiosidad y presentar la figura de Ossendowski con su verdadero relieve, he aqu un resumen de su biografa, en el que quedan suficientemente expresadas sus condiciones de hombre de accin y de sabio eminente, dotado de nimo entero, vigor fsico y agilidad intelectual.

Considerado, merecidamente, como una autoridad en el problema de las minas de carbn en las orillas del Pacfico, desde el Estrecho de Behring hasta Corea, descubri tambin un gran nmero de minas de oro en Siberia. Perteneci al ejrcito ruso como Alto Comisario de Combustibles, a las rdenes del general Kuropatkin, durante la guerra ruso-japonesa. En el transcurso de la gran guerra fue enviado a Mongolia en misin especial de investigaciones, y entonces aprendi la lengua de este pas. Fue algunos aos consejero tcnico del conde Witte, para los asuntos industriales, cuando este poltico form parte del Consejo de Estado. Se ha distinguido por varios trabajos cientficos, que le valieron ser nombrado profesor de Qumica industrial en el Instituto Politcnico de Petrogrado, donde tambin desempe al mismo tiempo la ctedra de Geografa econmica. Su experiencia como ingeniero de Minas le llev al Comit ruso de minas de oro y platino, y ms tarde a la direccin de una revista de minera. Se ha dado a conocer, tanto en lengua polaca como en la rusa, como periodista y escritor, con quince volmenes de inters general, sin contar numerosos estudios cientficos. La declaracin de guerra le hall agregado como miembro tcnico en el Consejo Superior de Marina. Despus de la revolucin pas a ser profesor en el Instituto Politcnico de Omsk, de donde Kolchak le sac para darle un cargo en el Ministerio de Hacienda y Agricultura del Gobierno de Siberia. La cada del almirante Kolchak motiv su fuga a los bosques del Yenissei, y le proporcion ocasin para escribir Bestias, hombres, dioses.

Un captulo de su vida parece estar en contradiccin con sus opiniones declaradas, cuando en realidad, sus actos estuvieron tambin entonces de acuerdo con sus principios. Hacia el fin de 1905 presidi el gobierno revolucionario del Extremo Oriente, cuya capital era Karbin. Compartiendo con infinidad de sbditos rusos el amargo desengao causado por la actitud del zar, repudiando los trminos de su manifiesto de 17 de octubre de 1905, Ossendowski consinti en ponerse al frente del movimiento separatista que deba segregar la Siberia Oriental del resto de Rusia. Durante dos meses dirigi los esfuerzos organizados para tal fin, creando subcomits en Vladivostock, Blagovestcheusk y Chita. Cuando la revolucin de 1805 fracas, arrastr en su cada a esta avanzada suya en el Extremo Oriente.

En la noche del 15 al 16 de enero de 1906, Ossendowski fue detenido al mismo tiempo que sus principales asociados, los ingenieros Novakowski, Lepeshinsky, Maximov, Wlasenko, Dreyer y el abogado Koslowsky. Avisado con anticipacin, hubiese podido huir, pero prefiri compartir la suerte de sus camaradas, y, condenado a muerte, le fue conmutada la pena por la de dos aos de prisin, debido a la intervencin del conde Witte. Preso en distintas crceles de Siberia, conoci a fondo la vida ntima de los prisioneros., y de ella trata con gran conocimiento de causa en este libro al ocuparse de la isla de Sajaln, siendo despus trasladado a la fortaleza de Pedro y Pablo, en Petrogrado. Su estancia en las prisiones criminales de Siberia le vali un nuevo indulto, y recobr la libertad en 1907.

Cuando Ossendowski se reintegr a la civilizacin, despus de su fuga a travs de Mongolia, le nombraron agregado a la embajada de Polonia, asistiendo a la Conferencia de Washington como consejero tcnico para los asuntos del Extremo Oriente. Hace poco, y con motivo de la Conferencia de Gnova, public un notable folleto sobre la poltica asitica de los Soviets. En la actualidad es profesor de la Escuela de Guerra de Varsovia, as como tambin en la de Estudios Comerciales Superiores de la misma capital. Hay una triste coincidencia ntimamente relacionada con la redaccin de sta obra, que no se puede pasar en silencio. Dos personas, una de las cuales figura con preferencia en la narracin, mientras que a la otra se le debe la conservacin del original en polaco de ella, han fallecido el 6 de mayo y el 11 de julio de 1923, respectivamente. Eran el profesor Zaleski y la madre del doctor Ossendowski. El primero acompa a Ossendowski en-dos de las expediciones descritas en el libro que encabezamos con estas notas, y la segunda, al escapar de la Rusia bolchevique en 1920, llev consigo los apuntes de las expediciones cientficas de su hijo y copias de cinco de sus trabajos en ruso, en los que narra algunos de los episodios insertos en el presente volumen. Existe otro incidente que asocia al profesor Zaleski y a la madre del doctor Ossendowski, que tambin merece ser referido, especialmente a los que han ledo el palpitante relato de la huida de Ossendowski en Bestias, hombres, dioses. Sucedi, que en un bosque de las orillas del Yenissei, cercano a una ciudad, se encontr envuelto en unos harapos el mondado esqueleto de un hombre que haba sido devorado por los lobos. En un bolsillo de la chaqueta, que las fieras desgarraron pero no destruyeron, hallaron los partidarios de los bolcheviques el pasaporte del doctor Ossendowski. Como ste era muy conocido y odiado por los gobernantes rojos de la ciudad siberiana, el hallazgo llen de regocijo a sus enemigos, y la noticia de la muerte del clebre adversario del bolchevismo se difundi por medio de todos los rganos rojos en Siberia y Rusia. El profesor Zaleski, cuando huy, llev la triste nueva a la madre de Ossendowski, y en junio de 1921 se celebr en Varsovia un funeral por el alma del viajero polaco. Hay que reconocer, sin embargo, que la madre de Ossendowski se neg siempre a admitir que su hijo hubiese muerto, y que a pesar de la ceremonia religiosa, a la que asisti devotamente, en el fondo de su corazn crea que ste viva an, y que en el momento menos pensado volvera a su lado. Sus presentimientos no la engaaron, y slo falta explicar cmo se encontr el pasaporte en el bolsillo de la chaqueta destrozada. Luchando en la selva con una partida de bolcheviques, el doctor Ossendowski, en defensa propia, mat a uno de los comisarios que le perseguan, y necesitando poseer documentos ms tiles y menos comprometedores que los extendidos a su nombre, cambi los suyos por los del muerto, originando esta estratagema de nuestro autor la confusin que acabamos de referir.

Lewis Stanton Palen.PREFACIO DEL AUTOR

Nosotros los polacos estamos histricamente unidos a Siberia y Asia. Ya en el remoto siglo XIII defendimos las fronteras de la civilizacin occidental de la asoladora Horda Amarilla capitaneada por Gengis Jan, y muchos de nuestros compatriotas, apresados en las batallas que con ella sostuvieron, fueron llevados a las playas del Pacfico y a las cumbres del Kuen-lun.

Ms tarde, despus del reparto de Polonia, los zares rusos desterraron a Siberia multitud de polacos, sentencindolos al sufrimiento y a la muerte. Media Asia conoci a nuestros mrtires, quienes, arrastrando sus cadenas, trabajaron a lo largo del interminable camino a Siberia, desde los Urales al ro Lena, en busca de un fin tan fatal como inevitable, y todo porque, cual seres libres, no quisieron inclinarse ante el conquistador nrtico y pelearon por su patria con valor y fidelidad. Durante los ltimos cincuenta aos del rgimen zarista, el gobierno ruso, en su deseo de tener a los sbditos polacos lo ms lejos posible de su tierra, envi deliberadamente a Siberia a los funcionarios, doctores, estudiantes y militares naturales de Polonia.

En la inauguracin del Casino Siberiano, de Petrogrado, recuerdo que uno de los invitados, un polaco, dijo con evidente acierto: Los polacos tenemos dos patrias: una, Polonia; otra, Siberia. Mi propia vida ha estado ntimamente relacionada con Siberia. He vivido en este pas muy cerca de diez aos estudiando sus riquezas naturales, tales como carbn, sal, oro y petrleo, o haciendo expediciones cientficas para descubrir yacimientos minerales o fuentes termales, algunas de ellas positivamente salutferas y eficaces.

Es significativo y caracterstico que, recorriendo toda Siberia, de los Urales al Pacfico y de la frontera ndica a las regiones rticas, haya encontrado con frecuencia a otros exploradores polacos como los profesores Estanislao Zadeski, Leonardo Jaczewski, Carlos Bohdanowicz, J. Raczowski, los ingenieros Batzevitch, Rozycki y otros. Estos inesperados encuentros, a veces en las desiertas orillas del lago Kolundo, en las praderas del Altai o en las costas rocosas del mar de Ojotsk, parecen extraos, pero la suerte ha dispuesto que los rastros de los polacos se crucen en todos los parajes del globo.

Hace muy poco que poseemos de nuevo nuestra amada patria, a la que todos tendemos para aportarla las riquezas materiales y espirituales que hemos ganado.

De mis variadsimas aventuras y arriesgadas andanzas, que abarcan un perodo de muchos aos, he escogido un nmero considerable de impresiones y recuerdos, a mi juicio curiosos e interesantes, para formar esta narracin. Las descripciones puramente cientficas de mis viajes han aparecido en distintas ocasiones en revistas cientficas y en libros separados, pero todas se han publicado en ruso, puesto que realic mis expediciones por rdenes del gobierno de esta nacin o patrocinado por instituciones rusas tcnicas e industriales.

F. OssendowskiPRIMERA PARTE

La tierra de los fugaces nmadas

CAPTULO PRIMERO

El lago amargo

EL caudaloso Yenissei ha ejercido siempre una influencia dominadora e irresistible en el reino de mi imaginacin. En otra obra ya he relatado cmo vi la inmensa corriente d puras aguas fras, verdosas y azul obscuras, descender del nevado manto que cubre las cimas de los Sayans, radan, Ulan Taiga y Taunu Olo, y cmo llegando al mximo de su desmedido poder rompi los pesados grilletes de hielo con que el invierno pretenda sujetarla, hacindome admirar la terrible belleza del espectculo, y por fin cmo me conturb y oblig a desviar la vista del ro la increble masa de sufrimientos y tristezas humanas que transportaba hacia el Norte, para ofrendarlas a su amo el Mar, al unirse a l con el entusiasmo propio de su libertad primaveral.

Cuando contempl todo esto en el comienzo de mi huida de los soviets de Siberia a travs del Urianhai, Mongolia, parte del Tibet y de China hasta Pekn, en mi pecho brot la llama del odio y de mis labios salieron constantemente palabras de maldicin. Cultura, civilizacin, cristianismo, progreso, siglo XX; qu horriblemente anacrnico me pareca entonces todo esto a orillas del Yenissei, como si sus aguas fuesen las del salvaje Amazonas!

Pero mi primer encuentro con el Yenissei, el cual tuvo lugar hace bastantes aos, fue completamente distinto. En aquel tiempo la agitada vida a la que conducen las pasiones polticas no haba blanqueado mis cabellos; yo era joven y tena una fe inquebrantable, no slo en el progreso de la Humanidad y en el poder de la ciencia tcnica, sino en la moralidad de las personas y en el dominio del espritu sobre la materia.

Esto ocurri en 1899, el ao en que iba a doctorarme en la Universidad de Petrogrado; pero en el mes de febrero del mismo los estudiantes hicieron una demostracin contra las medidas adoptadas por el gobierno ruso, y como protesta de los medios de represin usados por la polica, renunciaron a presentarse a exmenes, no apareciendo nadie por la Universidad. Entonces, precisamente un eminente hombre de ciencia, qumico y gelogo, el profesor Estanislao Zaleski, fue enviado por el gobierno a estudiar la sal y los lagos minerales de las praderas del Chulyma-Minusinsk. Me ofreci el puesto de ayudante, que acept gustoso, y sal de Petrogrado para emprender mi primer viaje a Siberia.

Llegamos por ferrocarril a Krasnoyarsk, y desde all viajamos hacia el Sur, Yenissei abajo, en un vaporcito hasta el cabo Bateni, donde desembarcamos para continuar nuestra excursin en unos carricoches llamados piestierki, tirados por tres vigorosos caballos de las praderas. Cerca de ese promontorio, las orillas del Yenissei son unas praderas bajas, que se elevan gradualmente en direccin Oeste, para convertirse por ltimo en los cerros y acantilados de Kizill-Kaya, formados por capas de piedras areniscas, rojas y de arcilla esquistosa.

La enorme roca Bateni surge abruptamente de la margen del Yenissei, el cual corre a su pie, siendo en aquel sitio un profundo abismo. El peasco, de unos veinte metros de altura, se compone de esquistos obscuros ocultos por abedules y matorrales espesos. Una estrecha senda conduce de la base a lo alto de la roca y desde este punto se disfruta de una vista maravillosa. Las praderas cubiertas de crecida y nutritiva hierba, se extienden hacia el Oeste y ofrecen vastos pastizales a los rebaos de caballos trtaros y de ganado lanar. Ms lejos las recortadas siluetas de las crestas medianamente elevadas de los Kizill-Kaya, se distinguen en el horizonte. Las pardas yurtas de los campamentos nmadas de los trtaros negros o del Abakan, y las hogueras de los pastores se vislumbran all y acull en las praderas. La ancha cinta del Yenissei salpicada de islas, se desenvuelve hacia el Este, mientras que allende el ro se divisa la orilla derecha con sus campias cultivadas y las aldeas de los colonos rusos, que bajo la gida y con la proteccin del gobierno, quitaron esos amplios y frtiles terrenos a sus primitivos dueos, los trtaros, a quienes empujaron a la orilla izquierda, donde continan hasta hoy su nmada existencia. En la cima de la roca Bateni, que se alza sobre el ro como una enorme columna, se encuentran siempre peregrinos trtaros que acuden all de muy lejos. Vense en ella incluso mongoles del Altai y de la regin de los Siete Ros, al Norte del Turkestn, y aun naturales del Pamir.

Esta solitaria roca tiene su historia. Cuando Batyi Jan con sus hordas atraves las praderas del Chulyma, apres a sus pobladores para hacerlos soldados y les arrebat sus rebaos y caballos. Uno de los prncipes trtaros, Aziuk, intentando cortar estas depredaciones, form un gran destacamento de trtaros de las distintas tribus, atac la retaguardia de Batyi Jan y recuper los ganados que les pertenecan. El ensalzado Jan envi contra el rebelde a su paladn Hubilai, quien dispers la partida de Aziuk, y despus de alguna lucha, persigui al jefe de sta y a un escaso grupo de sus secuaces hasta la misma pea Bateni. All resistieron largo tiempo; pero por ltimo, vencidos por el hambre, se arrojaron al Yenissei antes que rendirse, y perecieron en la rpida corriente del implacable ro. Despus de la muerte de Aziuk nadie se atrevi a oponer resistencia a los atropellos de los triunfantes mongoles. Los trtaros recuerdan con gratitud el nombre de Aziuk, a quien creen envuelto en la luz de un muelin o santo. Los peregrinos suelen acudir a Bateni en el mes de julio y desde lo alto del peasco echan al ro comida, cuchillos y hasta carabinas, como presentes al heroico, aunque infortunado prncipe.

La pradera prxima a Bateni est totalmente desierta, porque los trtaros evitan esta comarca, temiendo al contacto de los oficiales rusos, que acostumbran a imponerles fuertes tributos, y tambin por miedo a encontrarse con los colonos de la ribera opuesta, a los que naturalmente odian, por usurpadores de sus tierras. Un espacioso y bien atendido camino conduce a travs de esta parte de las praderas del Chulyma, de la estacin ferroviaria de Atchinsk a la ciudad de Minusinsk, a 420 millas de ella, situada cerca del punto donde el ro Abakn desagua en el Yenissei.

Las praderas estn cubiertas de alta y fuerte hierba, excelente para el ganado. A trechos, relucen al sol, como enormes hojas, parecidas a espejos, lagos de sal y de agua fresca. Los de sal se hallan bordeados por una ancha franja de fango negro o por marjales, y despiden los desagradables olores del hidrgeno sulfuroso, de las hierbas podridas, bacilos y otras clases ms grandes de seres vivos. A los lagos de agua fresca les rodean juncos y caas. Siempre que tuvimos la suerte de acercarnos a uno de estos lagos, quedamos sorprendidos por la cantidad de aves acuticas que en ellos viven. Numerosas variedades de gansos salvajes y patos, de gaviotas, garzas, y aun de cisnes, flamencos y pelcanos, volaban en grandes bandos y permanecan largo rato en el aire lanzando agudos graznidos, hasta que se posaban de nuevo en la superficie del lago o desaparecan entre los tupidos caaverales. Yo llevaba conmigo, por entonces, una escopeta Lepage de calibre 16, que aunque vieja y de poco alcance, me sirvi para hacer estragos en aquella volatera y enriquecer mi coleccin con ejemplares de garzas chinas y de flamencos indios.

Encontramos mucha caza de pluma, no slo en los lagos, sino en el espeso herbaje de las praderas, donde anida el gallo silvestre. (Tetrao-gallus campestrls Ammam) llamado en trtaro Strepat, nombre que ha pasado tambin al idioma ruso. Recorriendo a caballo las praderas he visto a menudo grandes aves grises salir de sus escondrijos, las cuales, despus de un corto vuelo, desaparecan otra vez entre la hierba o bajo los diseminados arbustos de rododendros alpinos (Rhododendron flavus), comunes all. No era difcil matar esas aves, porque dejaban que nos acercsemos a ellas y su vuelo era lento y en lnea recta por lo general, presentando, por tanto, un blanco fcil.

El gran lago Szira-Kul, que significa lago amargo, est situado entre Bateni y la cadena montaosa de Kizill-Kaya, muy prximo a las laderas de sta. El lago es un valo de siete millas de largo por tres de ancho, que se extiende en un valle sin rboles. En su extremo Norte hay un caizal, junto a la boca de un riachuelo de agua fresca, que desagua en l en ese punto. El Szira-Kul es un depsito de agua mineral, amarga y salina, buena para baos calientes y eficaz en las enfermedades del estmago; en su orilla Oriental han levantado un balneario que tiene fama en la regin.

Al da siguiente de nuestra llegada nos pusimos en seguida a trabajar. Nos proporcionamos un pequeo y ligero bote, que cargamos con nuestros distintos instrumentos: un aparato para medir la profundidad y sacar muestras del fondo; otro para conocer la temperatura en diferentes profundidades y un tercero para ciertos estudios qumicos.

Cuando bamos a empezar nuestras tareas, nos rodearon multitud de trtaros, que vivan en el pueblo o acampaban cerca del lago, quienes vigilndonos atentamente y moviendo la cabeza con ademn de duda, murmuraban con voces atemorizadas los ms y con entonacin proftica los ancianos:

Esto no traer nada bueno. El lago es sagrado y se vengar terriblemente de los extranjeros que lo profanan.

Nos sorprendi orles llamar sagrado al lago, porque los trtaros son musulmanes y los adeptos del Islam no suelen tener tales tradiciones. Nos contaron que durante siglos el Szira-Kul haba sido considerado como un lago sagrado y que conservan esta creencia a modo de legado de las tribus que anteriormente acamparon all y que han desaparecido sin dejar rastro de ellas.

A pesar de todo, no pareca que el saudo augurio referente a la venganza del lago fuese a cumplirse, porque el Szira nos permiti trabajar tranquilamente. Hicimos una labor interesante. Nuestras medidas de las profundidades demostraron que el lago tiene forma de embudo, con su parte ms honda cerca de la costa Sur, que es muy escarpada. A poca distancia de ella hallamos una hondonada de 976 metros; pero esta depresin no pasa de tener 15 metros de dimetro, y junto a ella el fondo se encuentra a unos 30 o 36 metros de la superficie. Imagnese nuestra sorpresa cuando algunas semanas despus, tomando nuevas medidas, no dimos con el sitio que tan cuidadosamente habamos determinado. Sin embargo, a cosa de unos 1.000 metros ms al Norte, descubrimos un abismo de 963 metros. Dedujimos de esto que el fondo del Szira es movedizo y se halla sujeto a errantes y poderosos cambios, producidos probablemente por intensas fuerzas tectnicas.

Sacamos del fondo del lago muestras de limo, negro y fro, cuya temperatura no excede nunca de 34,6 y que siempre huele a hidrgeno sulfuroso, y observamos en ellas un extrao fenmeno. Despus de exponerlas algn tiempo al aire libre, les sali en la superficie un musgo bastante consistente, de color amarillo plido, que desapareci pronto y completamente. Dirase que algunos seres que viviesen en el limo tendan sus antenas y luego las recogan. En realidad esto era lo que ocurra: se trataba de colonias del bacilo Beggiat, esos precursores de la muerte de los mares y los lagos, que aparecen cuando algunas de las sales se descomponen y forman el hidrgeno sulfuroso, que agota toda la vida en esos depsitos.

Continuando nuestros estudios, hallamos a cierta distancia, debajo de la superficie, una inmensa red formada por un gran nmero de estas colonias, entretejidas, que suban del fondo cada vez ms, destruyendo todos los sntomas de la vida. El lago estaba, por tanto, totalmente muerto, excepto la parte de encima de la red, donde todava vivan algunos diminutos cangrejos llamados hammarus, similares a los camarones corrientes, pero muy pequeos, pues slo tienen un centmetro de largo, si bien son tan rpidos e intrpidos como sus congneres del mar. No obstante, llegar un da en que la cantidad de hidrgeno sulfuroso creado por los Beggiat, tambin matar a estos ltimos representantes de la fauna anterior del lago, y el proceso de putrefaccin de ste habr terminado, porque los mismos bacilos a su vez sern envenenados por su pernicioso gas.

Ms tarde he estudiado, con el profesor Werigo, las caleras cercanas a Odessa y las de algunas regiones del Mar Negro. En ellas se realiza un proceso idntico de descomposicin, y despus de un perodo ms o menos breve, tambin quedar completamente destruida la vida del Mar Negro. Los peces, presintiendo este proceso, estn poco a poco abandonando este mar, debido a que encuentran en sus hoyas esas envenenadas capas de agua que gradualmente suben a la superficie.

Esta es la triste y repugnante suerte reservada a los grandes estanques de agua, que se convierten en muertos depsitos de agua salina, despidiendo hidrgeno sulfuroso. El Mar Muerto, en Palestina, ha sido hace tiempo un lago as, y gran nmero de otros semejantes a l estn esparcidos en las inmensas llanuras de Asia.

El hammarus es un animal muy curioso. Miles de estos cangrejos nadan cerca de la superficie del lago de Szira y traidoramente atacan a los baistas, acometindoles con el duro caparazn de sus cabezas y desapareciendo inmediatamente. Cuando echamos al agua pedazos de pan o trozos de corcho, vemos enjambres de esos insignificantes crustceos rodearlos, girar en torno de ellos en todas direcciones y devorarlos con rapidez.

Durante nuestras excursiones por el lago, desembarcamos con frecuencia en la orilla septentrional, donde desembocaba el riachuelo de agua fresca entre caaverales y junqueras. Nos sentamos atrados a aquel paraje por los grandes y negros patos, denominados turpanes o cuervos del mar. Claro que vivan en otro lago, pero sin duda tenan alguna razn para ir al Szira, quizs porque las aguas salinas de ste, excelentes para las enfermedades del estmago, gozasen de fama entre esas vistosas aves. Matamos algunas y lo sentimos, pues su carne es dura y sosa.

Una vez, estando sentados a la orilla del arroyo, tomando t, omos un ligero ruido, y, mirando alrededor nuestro, divisamos entre la hierba una cabeza, que se ocult sin perder tiempo. Nos dirigimos al sitio donde la hablamos visto, y encontramos escondida all a una linda muchacha trtara que, cuando nos acercamos a ella, se ech a llorar. Nos cost mucho tranquilizarla. Por ltimo, se soseg y fue con nosotros junto a la hoguera. All, bebiendo t y chupando un terrn de azcar, nos cont su triste historia, tpica ay! de toda Asia, excepto de Mongolia. Aunque slo tena catorce aos, sus padres la haban ya entregado en matrimonio a un rico y viejo trtaro, que posea seis mujeres adems de ella. Como su familia era pobre y careca de influencia, las otras mujeres la trataban con desdn y crueldad, y a menudo la pegaban, la tiraban de los pelos y araaban o pellizcaban su agraciado rostro. La muchacha sollozaba desgarradoramente al referirnos su lamentable situacin.

Por qu ha venido usted aqu? la preguntamos.

He abandonado el campamento de mi marido, para no volver jams a l contest.

Y qu va usted a hacer ahora?

Voy a ahogarme en el Szira! exclam con apasionada desesperacin. A una mujer maltratada Al la perdona y favorece cuando se mata en este lago. En sus honduras abundan los montones de huesos de mrtires como yo.

Nosotros ramos entonces jvenes e impresionables, y lanzamos una mirada de sincera pesadumbre a las perezosas y saladas olas del Szira, que, bajo sus extraas curvas, ocultaba los huesos de las infelices y sacrificadas mujeres que haban buscado en su calma el olvido y la paz eterna. No tuvimos, sin embargo, tiempo de sobra para reflexionar, porque algunos jinetes llegaron de repente, demostrando sumo recelo, y ordenaron a la muchacha que montase en un caballo que traan y volviese al rancho de su marido. Con las lgrimas en los ojos la trtara cumpli el mandato de su amo y mont a caballo. Uno de los jinetes dio un latigazo al animal con tal fuerza, que le hizo encabritarse, y todo el grupo arranc a galope, desapareciendo pronto de nuestra vista en la lejana de la pradera.

Durante muchos das no pudimos borrar de nuestra imaginacin el recuerdo de la escena, y semanas despus, cuando nadbamos en el lago, involuntariamente lo mirbamos, temiendo tropezar con el cuerpo de la desventurada y hermosa joven. No volvimos a verla nunca, y sigo ignorando si mejor su suerte o si continuar padeciendo las afrentas, insultos y torturas que la impulsaron a pensar en suicidarse.

Mientras, el lago nos preparaba su venganza. Un da, a la sazn que trabajbamos en nuestro bote, a unos veinte metros del borde Sur, sentimos de repente que la embarcacin se meca con violencia. Miramos en torno nuestro. Grandes e impetuosas olas, que salan de las rocas a lo largo de la orilla, corran hacia el Noroeste. Era un fenmeno sorprendente, porque en el cielo no haba una nube y apenas soplaba el viento. No obstante, el lago estaba agitado y las olas iban y venan de costa a costa cada vez ms altas, sacudiendo nuestra frgil barquilla y cubrindola con una densa espuma, que casi la llenaba. Nuestro bote se inclin varias veces tanto, que el agua empez a entrar en l.

Malo, malo! dijo un compaero. Imposible trabajar as. Ms vale que vayamos a tierra.

Asent a la idea; pero el Szira pens de otra manera. A pesar de que los dos ramos fuertes y diestros remeros, y de los esfuerzos que hicimos, no conseguimos llegar a la orilla. Las pesadas olas de densa agua salada nos empujaban cada vez ms lejos hacia el centro del lago, embate va y embate viene, medio sumergiendo nuestro bote. El agua nos llegaba ya a las rodillas, nuestros brazos se cansaban de bogar intilmente, y, aunque luchamos lo indecible, comprendimos que nos afanbamos en balde, porque el Szira haba decidido jugarnos una mala pasada. Resolvimos entregarnos a su merced, suponiendo que las olas nos llevaran a la costa Sur, y dedicamos toda nuestra atencin a la empresa de achicar el agua del bote y de mantenernos a flote. Para estar dispuestos a cualquier contingencia, nos pusimos los cinturones salvavidas y emprendimos la tarea de achicar el agua con la nica lata que tenamos. En varias ocasiones una enorme ola sacudi la embarcacin, y estuvo a punto de arrebatarnos de ella.

Nuestro trance atrajo la atencin de los ribereos. Algunos hombres se embarcaron sin vacilar en una lancha, tumbada perezosamente en la playa para solaz de los baistas; pero como slo tenan un par de remos, se aproximaban a nosotros con desesperante lentitud, y pronto la rotura de un remo les oblig a regresar al pueblo, a costa de grandes dificultades.

Entretanto las olas nos empujaban a la margen opuesta. Los acantilados rojizos de Kizill-Kaya se vean con mayor claridad a cada momento, y no tardamos en distinguir la orilla baja del lago cubierta de rododendros, mimbreras y de las altas y puntiagudas hojas de los gradiolos. Por fortuna, la tormenta empez a apaciguarse. Empuamos de nuevo los remos y nos dirigimos a la orilla con rapidez.

Hasta entonces no habamos estado nunca debajo del Kizill-Kaya. Esas montaas nos atraan vivamente por su brillante color rojo y su aspecto matoso, que tapa los pedriscales y los hondos barrancos. Esperbamos encontrar all ms caza que en las interminables y montonas praderas del otro lado del Szira. No nos equivocamos, pues hallamos en aquel pas, como veremos ms adelante, una clase de caza por completo desconocida para nosotros.

CAPITULO II

La huida de las aves cautivas

Sacamos el bote a la orilla, y tras descansar un rato, despus de nuestra fatigosa lucha con las olas del vengativo Szira, partimos en direccin de los Kizill-Kaya, que empezaban a elevarse desde el mismo borde del lago, aumentando en altura constantemente hasta formar a lo lejos una escarpada muralla roja. Tuvimos que abrirnos paso a travs de los bajos pero muy espesos caaverales y matorrales de la ribera y de las laderas. Cuando penetramos en el monte volaron las perdices de todas partes con el ruidoso batir de sus alas, lanzando agudos chillidos. Como no tenamos escopetas los pjaros escaparon con felicidad, no sin dejar vctimas en nuestras manos.

Una de las perdices sali casi de mis pies y se ocult bajo una mata prxima, chirriando furiosamente. Comprendiendo que el nido no deba estar lejos, comenzamos a buscarlo junto a nosotros, y pronto lo encontramos a algunos pasos de donde nos hallbamos, oculto en la maleza. Doce pardos perdigones con manchas rojas en los lomos y cuellos piaban en l, formando una pia, y seguan atentamente todos nuestros movimientos con sus brillantes y negros ojos. Eran una pollada de perdices rojas o de roca, que suelen habitar en las regiones elevadas y secas.

En cuanto nos acercamos al nido se dispersaron en todas direcciones como hojas cadas empujadas por el viento. Sin embargo, notamos que al llegar a la hierba intentaban ocultarse pegndose materialmente al terreno. Empezamos a darlas caza, y pronto cogimos toda la pollada, llevndonosla al bote y ponindola sobre una capa de hierba seca, a modo de nido, en una lata vaca de petrleo. Desebamos soltarla luego con los pollos en nuestro corral, para ver si se acostumbraba a las condiciones de las aves domsticas, junto con las gallinas que en l tenamos.

El resultado de nuestro experimento fue instructivo, si no provechoso. Los perdigones siguieron con presteza a la gallina, metindose obedientemente con los pollos debajo de sus alas, y con mucha energa y xito lucharon por el alimento con los pollos ms grandes que ellos. Eran ms fuertes, giles y valientes que sus primos domsticos, y lo que nos sorprendi en primer trmino fue el hecho de que cuando un perdign se pona a reir, los dems acudan, sin perder tiempo, en auxilio suyo. Pasaron algunos das, durante los cuales vimos a las gallinas y perdices vivir pacficamente en el corral, que estaba cercado por una alta valla, jugando, escarbando y buscndose la comida, as como haciendo todo el ruido que podan.

De improviso, al cabo de dos semanas, desaparecieron dos perdices sin dejar rastro. Al da siguiente se perdieron tres ms. Hicimos cuidadosas pesquisas para encontrar las aves desaparecidas, que no dieron el menor resultado. Como no faltaba ninguno de los pollos, no podamos deducir que los perdigones hubiesen cado en poder de un merodeador de cuatro patas o de pico corvo. Luego desaparecieron otros dos. Como era domingo y tenamos tiempo para dedicarnos a esas menudencias, nos pusimos en acecho. Pronto observamos que dos de las perdices andaban junto a la valla, y que empezaron con gran energa a escarbar un agujero en la arena, entre dos tablas de la cerca, por el cual se escurrieron, ansiosas de libertad. Durante el da siguiente, el resto de ellas abandon a su madre adoptiva y el hospitalario corral de la misma manera, dejando a la gallina sola con sus polluelos.

Uno de los viejos cazadores siberianos a quien relat este sucedido, me dijo:

Es imposible domesticar las perdices y los gallos salvajes. Estos bichos viven en cautiverio pensando siempre en la libertad. Una rfaga de viento que venga del bosque o la pradera, un grito de los pjaros libres, e inmediatamente buscan el modo de escaparse, aunque les vaya en ello la vida. La libertad, seor, es una gran cosa; slo los hombres no lo entienden as.

Mientras tanto, despus de asegurar a nuestros pequeos prisioneros en el bote, empezamos a subir las laderas del Kizill-Kaya. El ncleo de esta montaa est formado por piedra arenisca de Devon, dura y roja, cortada en algunos sitios por vetas de arcilla endurecida. En medio de la cadena llegamos a anchas terrazas con seales claras de olas en la superficie de las vetas, mientras que los profundos hoyos y grietas en las caras de las terrazas denotaban con evidencia el hecho de que las aguas de algn gran lago haban golpeado antiguamente sus muros. Como las praderas del Chulyma-Minusinsk constituyeron durante una anterior poca geolgica el fondo del mar Centro-asitico, que ha dejado de su existencia numerosos lagos minerales y salados, desde los Urales a los grandes Khingan y Kuan-lun, es del todo admisible que hace siglos el extinguido mar tuvo en los Kizill-Kaya su costa occidental. Esto se desprende tambin de la presencia de gran cantidad de conchas fsiles, especialmente belemnitas, desparramadas profusamente. En una palabra, del moribundo Szira a Kizill-Kaya, vimos la vasta tumba en la que la naturaleza ha enterrado un inmenso mar.

Los puntos culminantes de la cordillera han sido modificados por el viento, la lluvia y las heladas, destruyendo la piedra dura y convirtindola en el polvo y la arena que han cubierto cada vez ms los vestigios del mar y de las pocas hace tiempo desaparecidas. Encontramos en las cumbres hondas grietas y cavernas hechas por el frote de las arenas del Gobi, llevadas all por los vientos otoales. Algunas de esas rajas eran muy anchas.

Al aproximarnos a una de ellas, nos asombr ver una leve columna de humo que sala de su fondo. La mirbamos con curiosidad, cuando de repente tres campesinos, descalzos y harapientos, surgieron de la profunda quebrada y echaron a correr hacia la ladera occidental hasta que ganaron una altura, desde la que nos hicieron fuego. Estaban a demasiada distancia para que pudiesen tirar con acierto, y adems, como el arma que usaron era un revlver, las balas probablemente ni siquiera llegaran hasta nosotros. Mi conocimiento de Siberia y las varias aventuras de igual clase que me haban sucedido, me permitieron comprender quines eran con los que tena que tratar. Indudablemente los fugitivos deban ser presidiarios escapados de alguna prisin rusa, quizs de Sajaln, adonde los Tribunales rusos enviaban los criminales ms empedernidos. Por tanto, les grit en seguida que no ramos policas ni oficiales, y que no pensbamos hacerles dao. Se volvieron y acercaron a nosotros, pero con vacilacin, desconfianza y visible temor. No obstante se quitaron los gorros y se mostraron muy respetuosos, aunque no separaban la vista de nosotros, buscando nuestras armas u otra prueba cualquiera de nuestra condicin militar. Por ltimo, cuando les dijimos que ramos hombres de ciencia, ocupados en estudiar el lago, y les referimos las peripecias de aquel da. Se tranquilizaron, y con afabilidad nos invitaron a visitar su guarida. Esta era una caverna hecha en la roca, ancha y profunda; grandes peas que haban rodado desde la cima del monte dificultaban la entrada a ella. Nuestros nuevos conocidos se haban agenciado all bastantes comodidades. En el rincn ms apartado se vea un suave lecho de hierbas secas. Unas piedras colocadas a propsito formaban un hogar, donde sobre el fuego herva el t en un caldero ennegrecido, y en los socavones de las paredes se ocultaban zurrones con mendrugos de pan, negros y duros. En otro rincn divisamos sacos y hachas, esos utensilios necesarios al merodeador siberiano que se ha evadido de una prisin o de algn lugar de confinamiento y vaga por la tundra septentrional, atravesando montaas y bosques vrgenes o taiga, hasta que por ltimo cruza los Urales, igual en verano que en invierno, torturado por la lluvia, el calor o el fro ms cruel, mientras intenta volver a Europa.

El vagabundo fugitivo lleva en su saco toda su fortuna, muy modesta pero utilsima. Con su hacha corta la lea que necesita, y en caso de precisin la emplea como arma para cazar o combatir con los policas y las patrullas cosacas. Esos evadidos se valen de su hacha con maestra, y saben arrojarla por el aire con increble velocidad, y partir con ella la cabeza de un oso o de un hombre, si es que amenaza al fugitivo en su selvtico refugio.

Nuestros nuevos amigos llevaban dos aos viajando de este peligroso y emocionante modo. Eran unos sujetos muy interesantes. Uno de ellos, llamado Hak, se haba escapado en pleno invierno de Sajaln, cruzando a pie la helada corteza de la Manga de Tartaria, que separa la isla de la tierra firme.

Como era de suponer, a Hak le perseguan sin tregua, por tratarse de un despiadado criminal, que en cierta ocasin mat a quince personas en el ataque a una casa de correos. En su saco guardaba un disfraz especial, propio del invierno, que consista en una capa o sudario de tela blanca. En cuanto notaba que alguien le persegua, inmediatamente se tumbaba en la nieve del suelo y se envolva l y sus efectos en la capa blanca, confundindose as con la blancura del helado y dormido campo sobre el cual silbaba el viento norteo del mar de Ojotsk, transportador de nubes de nieve y granizo, que pronto descargaban sobre l.

El segundo de los fugitivos responda al nombre de Sienko y era un incendiario que haba huido de una prisin a orillas del Amur, atravesando toda Siberia, en direccin a un pueblo cerca de Mosc, con el fin de asesinar a los testigos que, por declarar contra l ante el tribunal, contribuyeron a que fuese condenado. En oposicin a Hak, que era corts y sociable y con frecuencia jovial, aunque procuraba evitar las miradas de los extraos, Sienko se mostraba hurao y taciturno, y sus ojos, reveladores de un odio reconcentrado, parecan clavarse en los de quien le miraba.

El tercer habitante de la caverna de Kizill-Kaya, Trufanoff, era el tipo ms curioso de los tres. Tratbase de un hombrecillo, casi siempre en movimiento, de pelo largo y canoso y de ojos negros, de expresin encantadora y penetrante; si se sentaba un minuto, al siguiente se levantaba, y sorprenda adems por la verbosidad con que hablaba, sin prestar atencin a las conversaciones de sus compaeros de correras. Continuamente entraba y sala de la caverna, dando la impresin de un perro inquieto y jadeante. No nos dijo nada respecto a l, y cuando le preguntamos por qu haba estado preso y de dnde se haba escapado, contest sencillamente:

De la crcel, en la que me encerraron injustamente y sin aadir ms, se fue de la caverna, bajando la cabeza.

Pobre hombre! murmuraron sus camaradas.

Algunos das despus supe por Hak que Trufanoff haba sido condenado por un robo insignificante que cometi siendo un jovenzuelo. El afn de reunirse con los suyos le indujo a intentar escaparse, por cuya tentativa le aumentaron la condena y le enviaron a Siberia. Tras varios aos de permanencia en un presidio siberiano logr fugarse de l; pero no tard en caer de nuevo en manos de la polica, y al ser capturado mat a uno de sus carceleros, lo que le vali ser condenado a quince aos de trabajos forzados, durante los cuales se escap varias veces de la penitenciara en que se hallaba. Cuando yo le encontr, andaba huido por dcima vez.

Nuestro contacto con los fugitivos nos incit a preguntarles si queran ayudarnos en nuestras tareas en el lago, para lo cual obtendramos del nico polica que haba en el pueblo el permiso para que pudieran vivir all. Aceptaron; pero nos rogaron que no revelsemos a las autoridades sus antecedentes criminales y nos limitsemos a decirles que eran hombres que haban perdido sus documentos. El acuerdo de los fugitivos con los particulares es un hecho corriente en toda Siberia. Cualquier escapado de presidio se confa a las personas que no desempean cargo oficial, porque en Siberia los labradores, y en general todo el mundo, prestan ayuda a los que se libran del peso de la ley, ocultndoles a la polica o poniendo comida en la entrada de las casas para los que vayan durante las noches, evitando presentarse de da donde los agentes de la autoridad puedan apresarles.

Por qu los siberianos muestran tan buena disposicin para con los fugitivos? Por dos razones. Una, de orden prctico, por el gusto de convertir en amigo al salvaje y a menudo peligrosamente brutal merodeador, perseguido y acosado como una bestia feroz. La segunda, de ndole moral, estriba en que los siberianos saben que los tribunales del Zar sentenciaban con frecuencia al destierro en Siberia a personas realmente inocentes, a causa de sus opiniones polticas, y que estos infelices, olvidados por los gobernantes y los jueces, se hallaban en el dilema de escapar o de hacer frente a la muerte o la locura.

Debido a estas consideraciones, cuando nos enteramos de las historias de Hak, Sienko y Trufanoff, como necesitbamos trabajadores, les prometimos nuestra proteccin. Su peticin fue atendida sin inconvenientes, gracias a la reconocida respetabilidad e influencia del profesor Zaleski.

La tarde de nuestra aventura no tardaron en aquietarse las olas y la superficie del lago qued serena como la de un espejo. Nos separamos de nuestros terribles amigos y regresamos al pueblo, donde nos esperaban con impaciencia y sobresalto.

El profesor resolvi que no volvisemos al lago en adelante en el bote pequeo y que lo sustituysemos por el grande, en el que los campesinos haban intentado intilmente socorrernos. Esta embarcacin tena dos pares de remos y un timn; as que hacan falta tres hombres para manejarla.

Aprovechamos esta circunstancia para insistir sobre el caso de los fugitivos, y ya al da siguiente Hak, Sienko y Trufanoff empuaron los remos, mientras practicbamos nuestros sondeos, sacbamos muestras de agua y limo y cogamos ejemplares de hammarus, que conservbamos dentro de jarras en una solucin de formalina.

Omos de labios de nuestros obreros largos y pavorosos relatos de sus vidas y hazaas y de la miserable existencia de los pobladores de los presidios siberianos, y Trufanoff fue quien expuso ante nosotros la ms horrible pgina de aquellas aterradoras historias.

Todo eso no es nada exclam cuando Sienko concluy un espeluznante episodio de las aventuras de unos fugitivos. Voy a contar lo que me ocurri a m, convirtindome en la ruina que soy, de pelo blanco e inteligencia embotada.

Cinco presos decidimos escapar de Akatoni. Comunicamos nuestros planes a los conocidos que tenamos en el campo, cerca de la poblacin en la que estaba situada nuestra crcel, y nos prometieron proveernos de zurrones, hachas y calderos. Pero nos sucedi una terrible desgracia.

Acabbamos de abrirnos paso entre los barrotes de la ventana de la prisin y de escalar las murallas de sta para dirigirnos a la aldea donde vivan nuestros cmplices, cuando supimos que haban sido detenidos y conducidos a la crcel. Nos faltaron, por tanto, los objetos precisos para la huida y la vida campestre, y nos vimos en la necesidad de ocultarnos como bestias en los bosques cercanos, puesto que a la polica le hubiera sido fcil descubrir nuestra presencia en la aldea. Aunque comprendimos plenamente lo disparatado de nuestra empresa, no vacilamos en ponernos en camino sin el imprescindible equipo. Estaba muy entrado el otoo y sufrimos fro, hambre y enfermedades en cuanto nos pusimos en marcha.

Por ltimo, despus de varios meses de torturas, el hambre nos dej tan dbiles, que la idea de morir no nos produca el menor temor. Como bamos siempre por parajes despoblados, no podamos esperar ayuda de nadie, pues evitbamos ser vistos en la carretera, donde seguramente las autoridades nos hubieran cogido, y por lo tanto andbamos, helados y hambrientos, como perros hostigados, entre las malezas y los riscos. Cierta noche uno de la banda cay para no levantarse ms. Cuando a la maana despertamos del estado de sopor que era nuestro nico descanso, vimos que el camarada haba muerto. Me acuerdo de esa maana como si fuese la de ayer.

Un terrible y repugnante pensamiento cruz por mi imaginacin, para desaparecer inmediatamente: Este hombre ha muerto; ni siente ni padece y no hace ni puede hacer nada. La misma suerte que a l nos aguarda. Y, sin embargo, podra salvarnos. Bastara para ello que nos decidisemos a comer carne humana, la carne de este hombre, que hace pocas horas hablaba y sufra con nosotros, conservando en su alma un destello de esperanza. En cuanto tengamos ese valor y esa resolucin, todo habr mejorado a la vez y luego ser... lo que Dios quiera. Nunca se debe perder del todo la confianza en l!

La horrible idea acudi de nuevo a mi cerebro con creciente insistencia y ya no se apart de all, obstinada y prfida. Le igual intencin en las miradas de mis compaeros...

Peleamos bravamente con el hambre durante algunos das; pero al fin, sin hablar sobre ello y sin ponernos de acuerdo, desenterramos de la nieve el cuerpo de nuestro compaero y nos le repartimos como si hubiese sido un buey o un cordero. Desde aquel momento saciamos el hambre; pero nos fue imposible volver a mirarnos cara a cara y seguimos adelante sin pronunciar una sola palabra. Nos envolva un ttrico silencio. No sentamos remordimientos, ni tristeza, ni siquiera un ligero escrpulo; slo exista en nosotros una indiferencia grosera y una marcada mala voluntad para la humanidad y para nuestras propias personas.

Trufanoff interrumpi su narracin para fumar taciturnamente un cigarrillo hecho con un pedazo de peridico viejo. Cuando lo acab, tir la colilla al lago y continu:

El invierno de Siberia es largo maldito sea! muy largo y ms malo que una madrastra... De nuevo necesitamos alimento, y estbamos tan dbiles que no podamos caminar, porque la nieve sobre la que andbamos era espesa y pareca que nos sujetaba los pies; otra vez el fro y el hambre helaron la sangre en nuestras venas y encendieron en nuestros ojos llamaradas verdes y rojas... El corazn nos daba golpes como un martillo a cada momento y luego caa en abismos sin sonido, sin movimiento... Y la imaginacin, ya desenfrenada, trabajaba implacable, mientras que, a pesar nuestro, algo diablico nos sugera este pensamiento: S fuerte y espera!

El viejo trtaro Yusuf y yo sobrevivimos a todos los dems. Dos de nuestros compaeros murieron el mismo da y aquello simplific las cosas. Uno era corpulento y ms bien gordo; el otro, bajo y endeble. Los echamos a la suerte y me toc el gordo. Con ellos nos alimentamos y recobramos las perdidas fuerzas hasta la primavera, estacin en la que reanudamos nuestro interrumpido viaje.

An me quedaba algo de mi parte cuando Yusuf se me acerc un da y me dijo:

Reparte conmigo; tengo hambre.

No; no reparto, porque maana tendr hambre yo tambin contest.

Se separ de m sin decir una palabra, y yo decid escatimar mis raciones y hacerlas durar lo ms posible... Pero Yusuf...

Aquella misma noche descubr que mis ilusiones iban a resultar fallidas. Antes del alba me despert un ligero ruido: abr los ojos con dificultad y de repente me puse en pie, porque vi a Yusuf que vena hacia m balanceando una pesada piedra atada al extremo de su cinturn. Comprend en seguida que pretenda aplastarme la cabeza durante mi sueo con esa arma terrible, que nosotros los merodeadores, en la jerga de los antiguos bandidos, llamamos kisten. Yusuf, al principio, no se fij en que yo estaba despierto y dispuesto a defenderme con xito, puesto que tena un cuchillo, arma de la que l careca. Rugi de rabia y se alej corriendo. Desde ese instante comenz para m la ms espantosa tortura. El trtaro me acechaba continuamente; por las noches rondaba cerca de m ocultndose entre los arbustos o detrs de las peas. Intent arrojarme grandes y pesados pedruscos, y cuando yo bajaba por las laderas de los montes haca rodar desde lo alto enormes rocas o gruesos troncos. No disfrut un momento de calma o tranquilidad. Mi imaginacin era un torbellino; la rabia haca hervir mi sangre y me rechinaban los dientes. Al cabo adopt una resolucin sangrienta, irrevocable y desesperada. Una maana, despus de comer la racin que me corresponda para adquirir fuerzas, con un hueso en la mano me dirig al viejo, que me segua a alguna distancia. Al ver el hueso vino hacia m con un impulso de loco regocijo, y observ que tiraba al suelo el nudoso garrote que llevaba siempre como arma contra m. Cuando le tuve cerca saqu el cuchillo de la manga y di una cuchillada al horrible espectro que me atormentaba con tanta furia. Sent una alegra cruel al hundir en su pecho la cortante hoja, y que un chorro caliente me saltaba a la mano. Mi golpe fue certero, porque no lanz ni una queja. Me estremec de arriba a abajo... y respir en paz.

Mi acto brutal me salv la vida y me permiti continuar huyendo; pero desde aquella horrenda maana la sombra de Yusuf nunca se separ de m. No poda dormir, pues tema que se precipitara sobre m para estrangularme, y cuando me cobijaba en alguna choza o caverna un mpetu inexplicable me obligaba a salir de ella para convencerme de que el trtaro no me acechaba. En el bosque esperaba que cayese sobre m desde las ramas de un pino; en la pradera vea su sombra en la hierba o detrs de cualquier pen. El pelo se me puso blanco, vacil mi razn y nadie ni nada vino a favorecerme. Yusuf se venga de m, terrible y cruelmente. Yo le devor por completo; ahora l me devora a m en cuerpo y alma, como un gusano devora una manzana...

Slo el vodka me alivia un poco, porque me proporciona unos minutos de olvido... Seores, no tienen un trago de vodka para el pobre Trufanoff, que ha desnudado su alma ante ustedes?

Nos quedamos silenciosos, profundamente conmovidos y horrorizados por esa repugnante revelacin; pero los otros empezaron a hablar y, alentados por la sinceridad del canbal, nos contaron an ms horripilantes y verdicas aventuras de los prisioneros escapados y forajidos que se valen de aquellos medios y de tales maldades para salvar sus vidas, las cuales no tienen valor en el mercado social en Rusia, donde el gobierno con su indiferencia perversa cambia los hombres del siglo XX en bestias salvajes, conducindoles a la antropofagia y a los ms feroces desmanes y creando hordas de descontentos y desalmados, que se han vengado con creces de sus verdugos en los sangrientos das del bolchevismo.

Hak y Sienko eran contumaces criminales que, despus de las torturas y penalidades sufridas en la prisin, haban jurado odio eterno a la sociedad. Lograron varias veces escaparse del presidio, y en todas partes se les conoca como pjaros o vagos, que en el modo de hablar carcelario significa reincidentes que no se resignan a la montona vida de los forzados. Los directores de los penales, para quienes los pjaros son motivo de prescripciones y responsabilidad, los tratan de manera despiadada. Todo soldado est autorizado para matar a los fugitivos cuando los persigue, y recibe una recompensa en dinero por cada uno que presenta vivo o muerto. En Siberia existe una clase entera de cosacos, especialmente entre los cosacos Yakut, cuya ocupacin predilecta es perseguir presidiarios huidos, a los que prenden o matan, ganando de esta manera diez rublos por cabeza. A los prisioneros recapturados se les sealaba para siempre por las autoridades. Hak nos ense estos estigmas, estas afrentosas marcas de su cuerpo: consistan en crculos o tringulos, impresos con hierros al rojo, en su pecho y espaldas, y en algunos la quemadura fue tan profunda que se podan ver las apenas cubiertas costillas. Sienko tena otros distintivos, pues le rajaron las ventanas de la nariz y le picaron las orejas. Cualquier ciudadano ruso, al encontrarse con hombres marcados as, tena derecho a matarles, no slo por el deseo de auxiliar a los agentes de la autoridad, sino porque quisiera experimentar una emocin fuerte o probar sus armas de fuego, puesto que los presidiarios de ese jaez estaban considerados por los tribunales como verdaderas alimaas o individuos fuera de la ley.

Los hombres con quienes trabajamos y nadamos en el lago Szira pertenecan a esta trgica escoria de la Humanidad. Sin embargo, eran amables, sumisos y complacientes. Quizs su excesiva sensibilidad y excitabilidad anormal fueran las causas de sus acciones violentas y sanguinarias, y en tal caso la justicia social cometi el error de no ponerles en escuelas o reformatorios, encerrndoles en cambio en crceles inmundas y condenndoles al katorga o a trabajos forzados en minas y otros establecimientos, en los que concluyeron por perder los ltimos vestigios de honradez.

El de mejores modales y carcter ms dulce era Hak. Siempre de buen humor y dispuesto a trabajar, as como agradeciendo cualquier muestra de simpata hacia l, nos prestaba valiosos servicios en nuestra labor investigadora de las condiciones del lago. Por haber sido marinero, le gustaba andar en el agua, y se hallaba en ella cual en su propio elemento, porque nadaba como un pez y gobernaba con maestra una embarcacin. Una vez tuvimos la desgracia de perder el aparato para medir las profundidades, y Hak vino presuroso en nuestra ayuda. Llevando en las manos una piedra pesada, se sumergi hasta el fondo del lago, que en aquel sitio tena unos ocho metros de hondura, desenred la sonda, que se haba enredado en unos guijarros, y volvi a flote con el aparato que tanta falta nos haca.

Era tambin un excelente cazador de turpanes. Resultaba casi imposible aproximarse en un bote a esas desconfiadas aves, que huan muy lejos antes de que se las pudiese tirar; pero un domingo Hak nos trajo varios pares de ellas. Como le habamos visto salir con un morral de lona por todo equipo, tuvimos la curiosidad de seguirle a distancia para saber cmo se las compona. En la orilla Norte del lago, junto a la boca del riachuelo, Hak se desnud y cogi un gran manojo de caas, que se sujet alrededor del cuello para taparse la cabeza. Luego se coloc puados de hierba sobre sta para que el efecto fuese completo, y morral en mano se meti en el agua. Pronto se hundi en ella hasta el cuello y se puso a nadar, cuando no haca pie, siempre con la cabeza visiblemente fuera de la superficie. El manojo de caas y de hierbas se acerc despacio a una bandada de turpanes, los cuales, al principio, desconfiaron y se apartaron del movedizo objeto; pero por ltimo, creyndolo un flotante montn de plantas, no hicieron caso de l y continuaron comiendo. Mientras, el haz de caas se aproxim a una de las aves, que hasta lleg a darle un picotazo; pero un momento despus lanz un graznido y desapareci debajo del agua. Las otras miraron en torno suyo con asombro; pero no reparando en ningn peligro, se aquietaron. Algunos minutos ms tarde, un segundo y un tercer turpn siguieron al primero, despus de lo cual el hombre-caaveral volvi a la costa, ya sin disfraz, cortando el agua con vigorosas brazadas y nadando rpidamente en direccin al caizal. Pasados unos minutos pis la orilla, llevando consigo tres magnficas aves, que haba cogido por las patas y guardado en el morral, despus de haberlas ahogado.

Debemos desollarlas ahora mismo, antes de que se enfren, porque si no lo hacemos en seguida y con rapidez, su increble destreza y sus esfuerzos no habrn servido para nada recomend yo. Lstima que nos falte un cuchillo que nos facilitara la tarea!

Un cuchillo!exclam Hak. Yo se lo puedo dar a usted.

Y diciendo esto se llev la mano a la desnuda cadera, precisamente al sitio donde el abdomen se une a ella, agarrndose un pliegue de la piel. Vi en ese pliegue una pequea abertura, en la que Hak meti dos dedos sacando de all una afilada navaja provista de una guarda de madera pulimentada hasta el mango, y una diminuta lima. Aquel empedernido criminal .tena hecho un bolsillo en su propia piel!

Nosotros los presidiarios veteranos no podemos por menos de someternos a esta operacin declar Hak con la sonrisa en los labios. Nos es imposible evitarla. Para escapar de las crceles hay que limar los barrotes y los grillos, y a veces que cortarle a alguien el tragadero. Lucidos estaramos si no tuviramos armas para defendernos de los carceleros y soldados que nos persiguen! Por eso usamos siempre este cortaplumas o cuchillo, pequeo pero afilado como una navaja de afeitar, con el que es fcil matar a un hombre que estorbe... Y sin decir ms, Hak se dedic a desollar los turpanes, y lo hizo con la misma maa con que hubiera asesinado a un enemigo o degollado a un cabo de vara.

CAPTULO III

La ciudad sumergida

Gracias a las proezas de Hak, como nadador, realizamos un descubrimiento sensacional en la parte Sur del lago. Un da un termmetro valioso, que nos serva para medir las temperaturas en distintas profundidades, se solt cuando trabajbamos, yndose al fondo. Hak se desnud inmediatamente y se tir al agua. Despus de varias inmersiones volvi al bote plido y aterrorizado. Aquello nos asombr, porque pensbamos que nada en el mundo poda asustar a Hak. Sin embargo, estaba dominado por el espanto y tartamudeaba diciendo frases incoherentes e incomprensibles con labios temblorosos. Por ltimo, ya dentro de la lancha se tranquiliz algo y empez a contar lo que le haba sucedido.

Cuando estuve debajo del agua la ltima vez, me envolvi una oscuridad extraa y sent que me hallaba cerca del fondo, aunque no poda distinguir nada. En vano procur comprender el por qu de ello. Al cabo de un momento mis ojos se habituaron a la media luz y vi que me encontraba entre dos cosas que me parecieron altas rocas. No obstante, acercndome a una de ellas, repar en un boquete que era un verdadero cuadrado. Not en seguida que se trataba de una puerta o de una ventana y que aquellas piedras formaban parte de unas paredes. Pas por la ventana y sal al lado opuesto de la muralla, quiz al pie de una torre, y despus...

Entonces Hak se estremeci y el pavor se pint en su rostro.

Qu vio usted despus?le preguntamos.

Tropec con un esqueleto humano. Se hallaba junto a la muralla y se balanceaba en el agua apoyndose alternativamente en cada uno de sus pies.

Est usted seguro de haber visto eso?

Tanto como de que ahora le estoy viendo a usted respondi respirando fuerte. Lo juro por la salvacin de mi alma.

Desde aquel da volvimos con frecuencia al mismo sitio, procurando penetrar con la mirada en el fondo sombro y misterioso del Szira, pero no logrbamos descubrir nada en las densas aguas del lago.

Ms tarde supimos por un mercader trtaro que existe una leyenda acerca del lago Szira, relativa al macabro hallazgo del presidiario. Este mercader nos busc una mujer de su raza, vieja, ciega y casi sorda, la cual, mediante un rublo de plata, nos cont lo siguiente:

En el lugar ahora cubierto por el lago amargo, hubo antao una ciudad, Uigur, perteneciente a los trtaros que por entonces reinaban en una gran parte del Asia Central. En la ciudad haba un templo donde, bajo una pesada losa con signos sagrados, descansaba el cuerpo del ltimo de sus soberanos. El gran Gengis Jan la tom y pas a cuchillo a sus moradores, borrando a los uiguros de la faz de la tierra. Entonces la losa de la tumba del Jan Uigur se parti en pedazos y apareci el fantasma del rey, exclamando: Madres, mujeres e hijas de los uiguros, derramad amargas lgrimas de odio y desesperacin, porque ha llegado el fin de nuestro pueblo! Las mujeres uiguras obedecieron el mandato, y los guerreros de Gengis, que se apoderaron de ellas con notoria satisfaccin, cantando y bailando, porque las trtaras eran bellas y esbeltas como los juncos, al verlas deshechas en llanto y al or sus maldiciones e imprecaciones las dieron muerte enfurecidos. A pesar de eso, los cadveres de las vctimas continuaron llorando y sus lgrimas formaron una corriente tal, que el valle donde la ciudad se alzaba se convirti en un lago amargo, en el que qued sumergida sta. Ahora las olas del Szira-Kull corren sobre ella, y cuando la superficie del lago se encrespa, es porque abajo, en lo hondo de l, el ltimo jefe de los una vez poderosos y valientes uiguros, enconado por el rencor, echa espuma de rabia.

Esta leyenda tiene las caractersticas acostumbradas de las tradiciones asiticas; pero su origen es sin duda ms reciente que los restos de la ciudad vista en el fondo del Szira por nuestro arrojado Hak.

En las Memorias del distinguido explorador ruso Martianoff, se hace referencia a la creencia de los trtaros de que hay hundidas en el lago las ruinas de edificios y murallas. Ya dije con anterioridad que el valle del Szira est sometido a procesos geolgico-tectnicos y que el fondo del lago es susceptible de experimentar imprevistas elevaciones y depresiones. No es, por tanto, inverosmil que alguna aldea trtara, incluso con un templo, y parte de la costa se hubiera sumergido a raz de uno de los levantamientos del suelo del lago. Los trtaros veran en el agua los vestigios de las hundidas moradas, y este hecho desarroll gradualmente entre sus cuentistas la leyenda que nos narr la vieja, puesto que los hombres de Asia aman los relatos novelescos y misteriosos y les prestan suma atencin mientras reposan y se solazan despus de las fatigas usuales de la incolora vida cotidiana.

Y el esqueleto humano balancendose en el agua?

Fue la pregunta que nos hicimos unos a otros, a la que juzgamos dar apropiada explicacin recordando nuestro encuentro en la pradera con la desgraciada joven trtara que nos habl de la triste suerte de las esclavas del harn, acudiendo a buscar en las aguas del Szira la rotura de los insoportables grillos que las avasallaban a su desptico amo. Nada ms posible que las olas del Szira hubiesen llevado el cuerpo de una de ellas a las ruinas de la sumergida ciudad, en la que con los pies cogidos en la posicin en que Hak contempl el esqueleto, permanecera ao tras ao en la sima del moribundo lago, donde los voraces Reggiotoee luchan con las ms rudimentarias formas de vida, ignorando que ellos tambin hacen el amor a la muerte. Todo esto es para nosotros los del Oeste comprensible, fcil y sencillo, pero en el salvajismo y la inmensidad de Asia, tan crdula y supersticiosa, lo natural pasa a ser enigmtico, inconsistente e indefinido.

CAPITULO IV

Entre flores

La ribera oriental del Szira, as como la occidental, en la que se alzan los montes Kizill-Kaya, posee una elevacin montaosa, la cual tiene todo el carcter de una verdadera meseta, no muy all y revestida de exuberante vegetacin y que separa el valle del Szira de la cuenca del otro lago, llamado It-Kul o Lago Dulce. En la parte superior de esta meseta encontramos numerosas agrupaciones de belemnitas o sepias fsiles y conchas petrificadas, que son propias de esas capas geolgicas, en las que adems se hallan a menudo vetas de carbn de variable grosor. Tambin preponderan all las denominadas ammonitas.

A continuacin de la meseta existe una inmensa pradera que se dilata hacia el horizonte bordeada por montaas cubiertas de pinares y abetales y que sirve de marco a tres de los lados del lago It-Kul, un poco mayor que el Szira.

Un da hicimos una excursin a este lago con el propsito de practicar un reconocimiento y estudiar su carcter cientfico. Las innumerables flores que adornan con brillantes manchas de color la perspectiva de la pradera, estimulaban nuestra constante admiracin y nos maravillaban al atravesar la llanura entre el Szira y el It-Kul.

Inmensos ejemplares de lirios silvestres, blancos y amarillos, con clices que miden cerca de ocho pulgadas, se levantaban sobresaliendo de la hierba y llenaban el aire de su dulce e intoxicador aroma. Algunos pasos ms all las llamadas violetas de noche o de las praderas se mantenan inmviles como bujas. Esta planta tiene un solo tallo cubierto con unas ochenta florecillas blancas y creas, cuya forma recuerda la de las orqudeas, siendo tan feroces como stas, pues un sin fin de incautos insectos encuentran la muerte en sus traidores clices. Estas flores exhalan un perfume excesivamente fuerte y hasta envenenador, cuyos efectos aumentan despus de la puesta del sol y llegan a su mximo a eso de la media noche. Vimos a veces vastos prados en los que no haba ms que una solitaria planta de esas violetas nocturnas, a pesar de lo cual, en cuanto anocheca, el aire a su alrededor estaba intensamente impregnado de su sutil y penetrante aroma. Intentamos destilar el perfume de esas flores y hacer un extracto de aceite de almendras; diez gotas de este extracto en medio litro de alcohol bastan para obtener una esencia muy delicada y permanente; pero un ramo de esas violetas puesto en una habitacin cerrada es un verdadero tsigo. Como prueba de ello, yo padec una terrible jaqueca que me dur dos das enteros, en los cuales sufr bruscas palpitaciones de corazn y experiment entumecimientos en la mitad del cuerpo. Indudablemente la violeta de noche posee, adems de los aceites etreos peculiares de estas flores, ciertos elementos txicos, por ejemplo, cido prsico, como su olor acre a almendras fcilmente perceptible lo hace suponer.

Otro hecho demuestra el carcter venenoso de estas flores. Ya cit antes que esas en apariencia inocentes corolas son feroces y devoran los insectos que penetran en su interior. El nervio que acta en el aparato cerradizo de dichas flores est colocado en lo profundo del pequeo cliz. El insecto que revolotea junto a las flores empieza a chupar la miel cerca del borde de ellas y seguramente se marchara inclume sino fuese porque la violeta emite su perfume perturbador, de modo que lo marea y hace perder el sentido de la direccin; as que en vez de retornar a la entrada, a cada instante ms embriagado, llega a ponerse en contacto con el nervio central. Los ptalos de la violeta se cierran inmediatamente y su cliz se convierte en una perfumada tumba para el goloso insecto, que gradualmente es absorbido por la cruel y fascinadora crea flor. Observamos tambin que las abejas, al aproximarse a ellas, huyen de estas flores, a pesar de que su olor particular las atrae desde muy lejos. Los lirios alpinos, rojos con pintas y rayas negras, llamados sarana, se destacaban de la hierba. Sus ptalos se enrollan en forma de espiral dirigida al terreno y carecen de olor. Esta clase de lirios es muy solicitada por los galenos chinos, aunque en las praderas del Chulyma-Minusinsk nadie la apreciaba. El sarana contiene un bulbo blanco, oblongo, del tamao de una nuez, que se compone de dos partes; es tan harinoso como una castaa y tiene un sabor dulzn. Los chinos que importan estas plantas del Urianhai y de Mongolia, cuecen estos bulbos y los echan una salsa dulce de miel y jengibre, sirvindoles como plato exquisito en las ms refinadas comidas.

Los iris japoneses amarillos, blancos y encarnados, con flores de ocho a diez pulgadas de largo, crecen en manojos, distinguindose hermosamente en la verde alfombra de la pradera. Poseen un olor tenue a violeta, que sus races atesoran con mayor intensidad. Tales races, ya secas y pulverizadas, conservan el aroma durante bastantes aos, y no slo se usan en Asia, sino que constituyen la tan conocida raz de lirio del comercio occidental. Las mujeres de Asia se ponen saquitos de este polvo sachets sui generis en sus vestidos o se los prenden en el peinado y los hombres lo guardan en sus tabaqueras o lo aaden al tabaco que usan para fumar en pipa.

En algunos barrancos ms hmedos cruzamos entre flores azules de una planta de la especie Saponfera, notable por la dulzura de sus tallos y races. Son la gala de la pradera y en las proximidades de los ranchos trtaros pandillas de chiquillos recorren los campos en busca de ellas.

Distintas variedades de esprragos crecen muy bien en las vecindades del It-Kul, y segn dice el ingeniero E. Rozycki, en primavera se puede vivir all slo de esprragos, siendo no pocas de sus clases verdaderamente deliciosas.

Hay otra planta digna de mencin que ha elegido por hogar la cuenca del lago; es una de la especie Brassica, llamada en China zebet. Las races de esta planta huelen fuertemente a almizcle y se conocen en el comercio con la denominacin de almizcle vegetal. Con ellas se hace un perfume muy caro, que se usa mucho en las casas de los chinos ricos. Los trtaros del Abakn estn familiarizados con las propiedades aromticas del zebet y lo emplean lo mismo que la raz de lirio.

Me he limitado a hablar de los tipos ms interesantes de plantas de un pas donde se desarrolla una vegetacin ciertamente prdiga, pero an no he dicho nada referente a todo un grupo de plantas medicinales y ponzoosas, muy codiciadas por los trtaros y especialmente por los mdicos, brujos y curanderos musulmanes, que saben apreciar la ipecacuana, valeriana, genciana, estricnina, quinina y belladona. No tuve ocasin de estimar personalmente la habilidad de los fsicos de la comarca; pero he odo y no poco de algunos dramas en los que el opio y la estricnina desempearon un gran papel, por causa de los cuales ha habido que colocar en las praderas nuevas piedras que sealan los sitios donde duermen el eterno sueo los confiados hijos de la llanura que entregaron su salud a la excesiva prctica de un saludador trtaro.

Tpica y caracterstica de aquella regin es el edelweiss, una muestra de la flora alpina que se halla en ella con gran profusin. Esto puede explicarse por el hecho de que la pradera entre el Szira y el It-Kul constituye una vasta elevacin, cuyo clima corresponde al de las zonas superiores de los Alpes. Por doquiera hallamos pastizales alpinos de abundante y nutritiva hierba, entre la que se encontraban esas edelweiss, grandes flores perpetuas que parecen, aun despus de cortadas, de blanco terciopelo.

El lago It-Kul presenta tambin un carcter alpino. Escarpadas rocas se hunden rectamente en l y en la base de ellas descubrimos grandes profundidades, bajas temperaturas y unas aguas de transparencia poco corriente, con espesas capas de ramas petrificadas de rboles que cayeron hace muchos siglos al fondo del lago desde las montaas. Todo esto nos record los numerosos lagos alpinos de Europa y los de igual tipo del Uvianhai descritos por Mr. Douglas Carruthers en su obra Mongolia desconocida, y por m en Bestias, hombres, dioses.

Adems comprobamos la existencia en las sierras que rodean al It-Kul de una amplia variedad de minerales, incluyendo yacimientos de hierro, manganeso, cobre y carbn. En cuanto a esto, la geologa del lago es similar a la del Szira, en la que preponderan las capas de manganeso y de hierro.

No tenamos bote para explorar el It-Kul y sus orillas se hallaban completamente deshabitadas. Algunos rebaos de caballos trtaros iban a l a beber; pero eso no era frecuente, por motivo de que sus aguas poseen una pltora de fauna en aquella parte de la regin. Paseando por las mrgenes del lago vimos en seguida que estaba lleno de peces, debido evidentemente al hecho de que sus frescas aguas son muy ricas en flora y fauna microscpicas que abarcan toda clase de musgos, gusanos e hidras. Observamos constantemente que grandes peces surcaban el agua persiguiendo a otros ms menudos. Resolvimos quedarnos all varios das y enviamos a Sien-ko por caas de pescar y otros tiles necesarios para la pesca, sin olvidar el cebo artificial y un buen surtido de sedales. Aquella misma tarde, despiadadamente picados por los mosquitos y las voraces moscas,.nos sentamos echando el anzuelo entre los juncos de la orilla Norte, sufriendo un duro castigo entomolgico a cambio de las vivas emociones piscatorias ante una caa que se dobla o un flotador que se sumerge. Al cabo de algunas horas sacamos sesenta carpas y percas, algunas de las cuales pesaban ms de quince libras.

Sienko y Hak, que haban sido pescadores desde la niez, y especialmente durante sus aos erradizos, demostraron gran habilidad y sagacidad no menor en el arte, y en el curso de los primeros das entraron a saco en el lago, cogiendo en l un enorme sollo, de ms de sesenta libras, que tena en su lomo todo un jardn botnico de hierbas acuticas y algas, que formaban una tupida maraa.

Cierto da, cuando vagbamos en torno del lago, recorriendo las eminencias rocosas de sus orillas, tropezamos inesperadamente con el famoso cazador ingls, ruso por eleccin, doctor Peacock, que conoca al dedillo los ms apartados rincones de Siberia. Se acerc a nuestro campamento, y en unin suya, cazamos con xito y emocin, cobrando varios urogallos, gallinas monteses y gamos, en las prximas y arboladas laderas, de abundante hierba y escasa maleza, que me recordaban sin esfuerzo los bien cuidados parques ingleses. Pero fue del lago de donde obtuvimos ms provecho. All las aves acuticas anidaban entre los caaverales: gansos, patos, gaviotas de distintas clases y garzas. Las cras ya estaban crecidas, pero an no podan volar, si bien finalizaba el mes de junio. Siempre que nos acercbamos a los caizales veamos los pollos de ganso y pato nadar en el lago, chapoteando en todas direcciones, o terriblemente asustados correr a ocultarse entre los juncos y el herbaje. Tardamos mucho en ver a los padres de aquellas cras. Peacock nos dijo que los cazadores de Siberia han notado con frecuencia que los nades y nsares machos huyen de las hembras durante todo el perodo que stas dedican al adiestramiento de sus cras, y que cuando los polluelos empiezan a volar, hacindose independientes de sus madres, vuelven al lado de ellas. Esta regla tiene excepciones, porque hay machos que comparten la carga de la enseanza de la familia buscndola alimentos y defendiendo el nido. El viejo Peacock deseaba cazar esos fieles y pacientes maridos, y cachazudamente esperaba echarse algunos a la cara. Sus esperanzas se realizaron, porque despus de algunas caminatas entre los matorrales y espesuras, espantamos a varios nsares machos; pero volaron tan lejos, que nuestros tiros no les hicieron dao, a pesar de que algunos perdigones debieron alojarse en sus poderosas alas.

Debemos ir cada uno por un lado manifest Peacock, pues slo as podremos tirarles bien en cualquier direccin que vuelen.

Despus de separarnos, no encontr nada en los macizos de caas y juncos que golpe; pero de repente observ en medio de un herbazal una extensin bastante ancha de arena, en la que se pavoneaba con orgullo un grupo de nsares. Di un largo silbido para asustarlos, porque desde un lamentable suceso que le ocurri a mi padre en una partida de caza, cuando yo tena doce aos de edad, no he vuelto a tirar a un pjaro quieto en el suelo, y como por ensalmo los gansos echaron a volar abriendo sus largas y poderosas alas y alejndose de m casi en lnea recta. Tocada por uno de mis plomos, una de las aves cay en tierra pesadamente; pero consigui levantarse y se dirigi a los caares arrastrando, rota, una de sus alas. Me apresur a interceptarla el camino, y apenas toqu la arena con mis pies, sent que me hunda en ella hasta los tobillos. Mi entusiasmo de cazador no me permiti mostrarme prudente, y en cuanto di muy pocos pasos not como si la tierra se abriese debajo de m. No pareca que pisaba terreno slido, y a cada momento me clavaba ms en el arenal. Ya me llegaba el engaoso arenal a la cintura, y pronto cubri tambin mi canana. Mis desesperados esfuerzos para salir del atolladero slo servan para hundirme ms en la arena, y comprend que haba cado en una verdadera trampa. Moviendo la cabeza en todas direcciones, empec a gritar, sindome imposible ver al doctor Peacock detrs de los matorrales que me rodeaban.

Mientras la arena segua tirando de m hacia abajo, y faltaban slo pocos minutos para que concluyese de tragarme, borrando luego sobre mi cabeza todos los rastros de la catstrofe, para que nadie pudiese encontrar mi cuerpo. Al pensar en esto se erizaron mis cabellos, y mi imaginacin, estimulada por el peligro, no cesaba de proyectar algn medio remoto de salvacin. Qu hacer? Podra salvarme yo solo? Oira el doctor mis voces de auxilio?

Recordando las historias de los hombres que estuvieron en mi caso, cog mi escopeta, que haba dejado caer al suelo durante los esfuerzos que hice, y fijndola delante de m en la superficie del pantano, apoy en ella mi pecho, intentando que me sirviese de sostn entretanto que procuraba sacar las piernas del arenal. La tarea result difcil, porque el arma ceda con mi peso, y me vi obligado a trabajar con precaucin y a repetir varias veces la maniobra. Al cabo de unos instantes de lucha consegu tumbarme en la capa arenosa cuan largo era, de forma que, repartiendo el peso, pudiera sostenerme aquella inconsistente superficie, y tras un momentneo descanso, me arrastr como una lombriz en direccin a los espadales, en los que por fin me juzgu libre de la traidora cinaga, aunque cubierto de pegajosa arena mojada. Hall un sitio seco expuesto a los rayos caldeantes del sol, me quit la ropa y las botas, y, aguardando a que estas prendas se secaran, me puse a limpiar mi querido Lepage, que se haba llenado de arena. Tard una hora en emprender la marcha para ir en busca de Peacock, quien sin duda estaba muy lejos de all, fuera del alcance de mis gritos. Con l a tanta distancia era indudable que sin mi mejor compaera, mi amada escopeta, mi muerte hubiera sido tan inevitable como horrible.

El doctor haba matado un par de patos y yo volva al campamento con el morral vaco; pero cuando le cont mi aventura, se puso muy serio y me dijo:

Oh! Ha ganado usted algo ms que unos cuantos pjaros, puesto que en lo sucesivo sabe de todo lo que es capaz un hombre sereno. Con sangre fra se puede uno librar de los peores riesgos, bastando para ello con decir, sin que el abatimiento se apodere de uno: Estoy perdido, pero quiero salvarme!

Aunque le agradec sin reservas el elogio y la recomendacin, no conclu de tranquilizarme hasta que lleg la hora de comer. Me acuerdo siempre de esas manchas en los pantanos, y no he vuelto a fiarme de ellas. Prefiero chapotear por el agua y el barro, con los pies atascados en el lodo de las charcas antes que pisar esos, en apariencia, firmes parajes.

CAPITULO V

Domando caballos trtaros Despus de nuestro regreso al Szira, pasamos varios das trabajando sobre los estudios que hicimos del It-Kul. Luego fuimos con el profesor Zaleski a la Pradera Grande, por habernos invitado a que le visitsemos el acaudalado ganadero trtaro Yusuf Spirin, propietario de inmensas yeguadas. Era un nmada, sencillo y poco culto, pero fabulosamente rico con relacin al pas. Viva con su familia en tiendas que trasladaba, de sitio en sitio, por toda la regin que se extiende entre los lagos de Szira, It-Kul y Shunet, segn el pasturaje de sus rebaos lo exiga. Amablemente subray su invitacin, indicando que se consideraba muy honrado con la visita de unos sabios tan distinguidos.

Nos mand un buen carruaje, tirado por tres grandes y hermosos caballos, para llevarnos a su campamento. Un atrevido y simptico mozo trtaro, Alim, lo guiaba. Cuando nos acomodamos en el coche, mir en torno suyo, se levant en el pescante, lanz un grito salvaje y fustig a los animales con un largo y trenzado ltigo de cuero. Pareci que el carruaje se haca aicos a nuestros pies, y para no ser despedidos de l tuvimos que agarrarnos a lo que encontramos a nuestro alcance. Los caballos arrancaron a todo galope y atravesaron velozmente la pradera, hostigados por los gritos del atroz cochero y por los terribles latigazos. En una hora recorrimos trece millas.

Al aproximarnos vimos varias tiendas de fieltro pardo, junto a las cuales pastaban en la pradera algunos rebaos de ganado vacuno y lanar, dedicados al uso domstico, pues los grandes rebaos haban sido llevados a pastar lejos de all, allende los montes Kizill-Kaya. En el horizonte divisamos unos edificios cuadrados, hechos de troncos de pino, cercados de tapias bajas de arcilla; eran las llamadas auls o casas en las que los trtaros ricos pasan los meses de invierno.

Spirin, con su hijo primognito Mahmet, nos recibi delante de su tienda o yurta, acogindonos con ceremoniosas zalemas y bendiciones en nombre del Profeta. El interior de la yurta nos deslumbr. El piso estaba cubierto por una espesa capa de mantas de lana, y sobre ella resaltaban lujosas alfombras hechas por las hbiles manos de las mujeres de Bojara. Suaves cortinajes de seda tapaban los lados y colgaban del techo de la yurta, y muelles almohadones, tambin de seda, y colchones incitaban al descanso. Alrededor de la tienda haba grandes arcones y pequeos cofres incrustados de turquesas, lapislzulis y malaquitas, y provistos de adornos y cerraduras de plata. Las bandejas, platos y copas de plata, cobre y metal blanco, brillaban en los estantes, y precisamente frente a la entrada se lea una sentencia del Corn, en un cuadro con marco de plata, vindose junto a ella un retrato del Jeque del Islam, la personalidad ms culminante para los mahometanos.

Entre dos arcas con ricas guarniciones de plata haba un tablero parecido a una panoplia, porque sostena fusiles, revlveres, sables, espadas, cimitarras y yataganes o sables cortos, algunos rectos como estiletes y otros curvados como hoces para segar.

Vayadijo el profesor, tenis aqu todo un arsenal.

Sasinti el trtaro. Los tiempos son tormentosos, y hay que defender los bienes y las vidas. Corren das malos y negros.

Evidentemente esos das negros le preocupaban, porque una vez que nos acomodamos a nuestro gusto en los almohadones, comenz a exponernos los asuntos de las praderas. El Gobierno ruso se complaca en hacer uso del odio y del castigo entre las diferentes tribus bajo su dominio, y la pradera del Chulyma-Minusinsk no era una excepcin.

A esa comarca, que perteneci siglos enteros a los trtaros de Abakan, las autoridades enviaron colonos procedentes de Ucrania, labriegos holgazanes, borrachos y licenciosos, que empezaron a saquear las tierras de los trtaros, robndoles los caballos, maltratando a sus mujeres y hasta asesinndoles a mansalva. Los naturales del pas se quejaron en vano a las autoridades, que, lejos de refrenar semejantes desmanes, alentaron a los ucranianos en sus atrocidades. Exasperados los trtaros acudieron a las armas, y la pradera se troc en teatro de feroces luchas, sangrientas venganzas y de cuantos estragos acompaan a esta clase de contiendas. La ley qued aparte; cada uno defendi su vida y su hacienda lo mejor que pudo, rebelndose contra los abusos escandalosos de los desmoralizados colonos ucranianos. La espesa y alta hierba de la pradera cubri ms de un cadver, que seco despus por los vientos y convertido en polvo, por stos fue esparcido por las arenosas llanuras.

Spirin nos demostr ser un gran hospitalario husped. Tena seis mujeres, la mayor de cincuenta aos cumplidos y la menor una muchacha de diez y seis, flexible como una varilla de mimbre y de ojos grandes y dulces como los de una corza. Todas estas mujeres estaban ocupadas en la segunda yurta, en la que se hallaba instalada la cocina. Cuando nos sentamos a comer nos presentaron sucesivamente distintos y sabrosos manjares, cada uno ms apetitoso que los otros, servidos en fuentes de plata repujada: salta caliente, un bocado grasiento del pecho del cordero, asado sobre los carbones; tzchiherty, un caldo hecho de pollo y huevos; shashlyk de carnero con unas vainas cidas y secas como arndanos; shashlyk de riones de carnero; azu, una especie de guisado hngaro, a base tambin de carnero; tamalik o bollos de setas y frutas; un queso dulce, fabricado con leche de oveja, y una compota de ruibarbo, uvas, higos y dtiles. Rociamos todo esto con kumyss, la imprescindible bebida de las estepas, y con borgoa y champagne, trado especialmente de la ciudad en honor nuestro. Despus de este banquete tomamos innumerables tazas de t acompaadas de toda clase de conservas de frutas, mermeladas, miel y otras confituras, adems de galletas inglesas sacadas de sus cajas de hojalata.

La bebida del t, que es la parte ceremoniosa de la comida, suele ser larga y aburrida; pero en aquella ocasin Spirin atendi amablemente a distraernos durante ese aspecto del festn. Orden a sus mujeres que colocasen delante de la yurta algunas alfombras y cojines frente a unas mesitas bajas, y nos rog que salisemos a respirar el aire libre.

Les ensear mis mejores caballos nos dijo sonriente, dando una palmada a continuacin.

A esta seal, el cochero Alim y el hijo del ganadero, Mahmet, montaron a caballo de un salto y corrieron en direccin a las auls. Volvieron a los quince minutos guiando ante ellos cincuenta hermosos caballos padres, algunos negros como cuervos y otros blancos o leonados. Se acercaban a toda velocidad con sus largas crines y magnficas colas agitadas por el viento de la llanada. Los animales resoplaban muy fuerte, como bestias salvajes que eran, cocendose y mordindose unos a otros; sus relucientes y sanguinolentos ojos parecan despedir fuego, y fuego tambin se hubiera dicho que sala de las ventanas de sus narices.

Son sementales, jvenes todava, que no conocen la silla y no saben tampoco lo que es la mano del hombre. Tienen sangre noble, pues han sido criados en Chum-Barlik, donde crecen los ms ricos pastos. Mi ganado es el orgullo de la pradera, y posee la fuerza de los osos, la vista de los linces y la rapidez de los alados halcones. Son tercos y rebeldes, aptos para pelear con osos y lobos, y en la guerra no reconocen rivales, porque durante el ataque ayudan a sus jinetes con los dientes y los cascos. Los argamaks de los turcomanos, esos caballos que en la batalla luchan como demonios y despus de la refriega corren por el campo para aplastar las cabezas de los enemigos cados, sacan sus salvajes instintos de esta raza.

Spirin llam en trtaro a los dos jvenes, que en seguida gritaron furiosamente. En un instante los caballos se diseminaron en todas direcciones, emprendiendo despavoridos una veloz huida, que los alejaba de nosotros cada vez ms. Los trtaros los siguieron maravillosamente montados, empuando su arkan o lazo del pas, que removan sobre sus cabezas a medida que se iban apartando del sitio desde el que los mirbamos. Empez una asombrosa carrera. Las bestias bravas, libres de toda carga, ganaron al principio alguna delantera a las monturas de nuestros amigos; pero stas, adiestradas en largas y tenaces persecuciones, no las dejaron aumentar la ventaja inicial, y cuando los caballos sin domar, ya algo cansados de su loca galopada, acortaron insensiblemente la marcha, los alcanzaron poco o poco. Los dos jinetes, de modo gradual y habilidoso, dirigieron los movimientos de los desaforados brutos, obligndoles a describir en la pradera crculos cada vez ms cortos.

Cuando al cabo juntaron todos los caballos en un solo hato, los trtaros se levantaron en las sillas, lanzaron contra ellos por el aire sus enroscados lazos, semejantes a voladoras serpientes, y de nuevo el ganado se dispers. Los jinetes les siguieron y vimos a poco que dos de los caballos salvajes, uno negro y otro tordo, empezaron perceptiblemente a aflojar el paso. Luego retrocedieron e intentaron ir en distintas direcciones, y por ltimo, cayeron al suelo como heridos por el rayo.

El viejo Spirin se ri:

El arkan ha podido ms que ellos.

Entonces observamos que los dos jinetes echaban pie a tierra y se aproximaban con cautela a los pataleantes animales, al tiempo que estrechaban los lazos que los sujetaban. Cuando les tuvieron medio ahogados, se deslizaron diestramente a su lado y les trabaron las patas traseras. Despus de un momento, los caballos, libres del lazo corredizo, se levantaron y pretendieron escapar; pero pronto notaron que estaban atados y tras unos violentos esfuerzos para soltarse, se dieron por vencidos y se quedaron quietos. Los trtaros les pusieron las bridas y en seguida les desataron las patas. Aunque las bestias se empinaron y resistieron, fue slo hasta que sus domadores volvieron a montar en sus cabalgaduras, e inclinndose sobre las sillas, trajeron a la zaga a aquellos magnficos e indmitos corceles, no tocados anteriormente por la mano del hombre.

No tardaron en llegar frente a la yurta con las orejas hacia atrs y los dientes al descubierto. Trajeron dos sillas y Alim sujet al caballo negro por la brida, mientras que Mahmet lo ensillaba. Entonces presenciamos una extraordinaria lucha entre el hombre y la bestia. El bravo bruto estaba casi constantemente en el aire, dando con su flexible cuerpo prodigiosos botes, y cuando esto no, se encabritaba, poniendo los cascos en el suelo lo preciso para reanudar sus saltos descomunales. Loco por la furia y el miedo, resoplaba y relinchaba, pero, no obstante, Alim, fuerte como un roble, sujetndole con firmeza por la brida, no le permita irse. Las correas de cuero crudo eran resist