europa industrial

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MÉNDEZ , Ricardo y MOLINERO, Fernando, Espacios y sociedades, Introducción a la geografía regional del mundo. Barcelona: Ariel Geografía, 1998. III. Localización y estructura de las áreas industriales y urbanas Desde hace aproximadamente dos siglos, un elevado contingente de población europea ha abandonado el medio rural como lugar de residencia y el cultivo de la tierra como forma de actividad para dirigirse hacia las ciudades, en donde las factorías industriales y los servicios han generado un rápido desarrollo de la economía urbana. Los espacios industriales y urbanos han adquirido así un papel hegemónico en la organización y funcionamiento de estas sociedades, particularmente en los países centrales, que exige considerar tanto los principios que explican su desigual distribución, como su dinamismo y organización internos. Al propio tiempo, y teniendo en cuenta que algunas de las principales transformaciones por las que atraviesa Europa afectan de modo especial a la reestructuración de la industria y de las grandes metrópolis en que se basó el crecimiento durante el período precedente, también parece necesario señalar el origen de estos procesos que han afectado su organización territorial. 1. LA LÓGICA DEL ESPACIO INDUSTRIAL EUROPEO Con una participación que se sitúa en torno al 30 % de la población ocupada y del PIB nacionales, ante el rápido crecimiento de unos servicios que duplican ya con creces esa proporción, el sector secundario, y dentro de él la industria manufacturera, continúa siendo un elemento económico y socialmente fundamental en todos los países europeos. Al tiempo, se trata de una actividad marcadamente selectiva desde el punto de vista espacial, que tiende a concentrarse puntualmente en ciertas áreas, favoreciendo con ello la aparición de desequilibrios territoriales. La actual distribución de los espacios fabriles, tanto a escala europea como en el interior de cada estado, es buena muestra de ello. Según refleja el mapa adjunto (fig. 3.8), la mayor densidad industrial, particularmente por lo que se refiere a los sectores pesados, se localiza en torno al canal de la Mancha, con centro en un polígono cuyos vértices aproximados son Birmingham-París-Frankfurt-Dortmund- Rotterdam. A partir de aquí, las áreas industriales se prolongan hacia el sur siguiendo el eje renano o lotaringio (Alsacia-Lorena, Neckar, Selva Negra, Mittelland suizo ) hasta el valle del Po , y hacia el este (Turingia, Sajonia , Bohemia ) hasta la Alta Silesia . Envolviendo este área central y en una primera corona aparecen otra serie de espacios industriales dispersos, de notable peso específico aunque desigual evolución reciente, entre los que pueden citarse los Lowlands escoceses, el surco Ródano-Saona, el cuadrante nororiental español, el Bergslagen sueco, etc., en tanto los niveles de industrialización disminuyen a partir de aquí y hacia las regiones periféricas, donde tan sólo aparecen enclaves aislados,

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Page 1: Europa industrial

MÉNDEZ , Ricardo y MOLINERO, Fernando, Espacios y sociedades, Introducción a la geografía

regional del mundo. Barcelona: Ariel Geografía, 1998.

III. Localización y estructura de las áreas industriales y urbanas

Desde hace aproximadamente dos siglos, un elevado contingente de población europea ha abandonado el

medio rural como lugar de residencia y el cultivo de la tierra como forma de actividad para dirigirse hacia

las ciudades, en donde las factorías industriales y los servicios han generado un rápido desarrollo de la

economía urbana. Los espacios industriales y urbanos han adquirido así un papel hegemónico en la

organización y funcionamiento de estas sociedades, particularmente en los países centrales, que exige

considerar tanto los principios que explican su desigual distribución, como su dinamismo y organización

internos. Al propio tiempo, y teniendo en cuenta que algunas de las principales transformaciones por las

que atraviesa Europa afectan de modo especial a la reestructuración de la industria y de las grandes

metrópolis en que se basó el crecimiento durante el período precedente, también parece necesario señalar

el origen de estos procesos que han afectado su organización territorial.

1. LA LÓGICA DEL ESPACIO INDUSTRIAL EUROPEO

Con una participación que se sitúa en torno al 30 % de la población ocupada y del PIB nacionales, ante el

rápido crecimiento de unos servicios que duplican ya con creces esa proporción, el sector secundario, y

dentro de él la industria manufacturera, continúa siendo un elemento económico y socialmente

fundamental en todos los países europeos. Al tiempo, se trata de una actividad marcadamente selectiva

desde el punto de vista espacial, que tiende a concentrarse puntualmente en ciertas áreas, favoreciendo

con ello la aparición de desequilibrios territoriales.

La actual distribución de los espacios fabriles, tanto a escala europea como en el interior de cada estado,

es buena muestra de ello. Según refleja el mapa adjunto (fig. 3.8), la mayor densidad industrial,

particularmente por lo que se refiere a los sectores pesados, se localiza en torno al canal de la Mancha,

con centro en un polígono cuyos vértices aproximados son Birmingham-París-Frankfurt-Dortmund-

Rotterdam. A partir de aquí, las áreas industriales se prolongan hacia el sur siguiendo el eje renano o

lotaringio (Alsacia-Lorena, Neckar, Selva Negra, Mittelland suizo) hasta el valle del Po, y hacia el este

(Turingia, Sajonia, Bohemia) hasta la Alta Silesia. Envolviendo este área central y en una primera corona

aparecen otra serie de espacios industriales dispersos, de notable peso específico aunque desigual

evolución reciente, entre los que pueden citarse los Lowlands escoceses, el surco Ródano-Saona, el

cuadrante nororiental español, el Bergslagen sueco, etc., en tanto los niveles de industrialización

disminuyen a partir de aquí y hacia las regiones periféricas, donde tan sólo aparecen enclaves aislados,

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muchas veces identificados con las capitales políticas u otras grandes ciudades (Dublín, Madrid, Lisboa,

Varsovia, Atenas, Salónica, Sofía...).

Estos contrastes responden a la acción combinada de una serie de factores, tanto económicos como

extraeconómicos, superpuestos a lo largo del tiempo y que han determinado el comportamiento espacial

de las empresas. La evolución tecnológica y del contexto económico ha modificado el peso relativo de las

fuerzas de atracción o repulsión en cada momento histórico, de lo que resulta un mapa industrial

particularmente complejo y una desigual resistencia ante los embates de la crisis desencadenada en los

años setenta, o la posterior implantación del modelo de industrialización posfordista, en el nuevo contexto

de una economía globalizada (Méndez, R. Caravaca, I., 1996).

Si la etapa preindustrial estuvo marcada por la dispersión espacial y la diversificación productiva, con

talleres de reducido tamaño distribuidos de forma bastante homogénea, siendo de destacar únicamente

ciertos agrupamientos junto a los cursos fluviales, los puertos o los principales mercados de consumo, la

primera Revolución Industrial supuso una progresiva concentración, tanto de trabajo y capital en factorías

cada vez mayores, como en el plano geográfico. Con una fuerte dependencia del carbón como base

energética y unos medios de transporte poco desarrollados aún, que determinaban altos costes en el

desplazamiento de mercancías, la distancia limitaba de forma evidente las posibilidades de localización,

otorgando clara prioridad a tres tipos de asentamientos:

- Las industrias de base, que utilizaban grandes volúmenes de materias primas o energía (con alto

índice material según la teoría de Weber), aparecían situadas próximas a los yacimientos de recursos

(minerales, forestales, agrícolas, pesqueros), particularmente junto a los de carbón, que se convirtieron

en las regiones fabriles por excelencia durante el siglo XIX.

- Las industrias ligeras, productoras de bienes de consumo para la población, se situaban junto a

los mercados, es decir, en las ciudades o regiones densamente pobladas en razón de su capitalidad

político-administrativa, el previo desarrollo del comercio, las finanzas, la producción agraria, etc.

- En último término, los nudos ferroviarios y los puertos, particularmente dotados para el

intercambio y la redistribución de productos, asentaban factorías de ambos tipos, como máximo

exponente de la progresiva expansión alcanzada por la integración territorial.

Es éste el momento en que surgen por Europa tanto los «países negros» como el sur de Gales, Ruhr, el

Sarre, Lille-Roubaix, el valle del Mosa o la cuenca central de Asturias, así como los barrios proletarios y los

cinturones industriales en la periferia de la mayoría de grandes ciudades, próximos a las estaciones

ferroviarias y/o instalaciones portuarias.

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Desde comienzos del siglo XX, la mejoría del transporte que representaron los vehículos automóviles y el

avión, el desarrollo de fuentes energéticas más fácilmente movilizables como los hidrocarburos y la

electricidad, junto al proceso de concentración financiera y técnica de las empresas industriales al objeto

de beneficiarse de las economías de escala, supusieron un cambio en los modelos de localización. A

medida que el factor distancia perdía parte de su influencia determinante y las empresas aumentaban sus

interrelaciones, pasaron a primer plano las economías externas de aglomeración. Si el agrupamiento de

las fábricas en cualquier punto del espacio conlleva beneficios a corto plazo (reducción de los

desplazamientos interempresariales, desarrollo de servicios e infraestructuras comunes...), su instalación

en las grandes aglomeraciones urbanas trae consigo ventajas específicas como la proximidad a los centros

de decisión financiera o política, la existencia de un mercado laboral amplio, cualificado y diversificado,

junto a un fácil acceso a la información y las innovaciones; si a todo ello se le añade la alta valoración

social de las metrópolis, consideradas como espacios de menor riesgo al contar con un clima industrial

favorable, y la política asistencial desarrollada frecuentemente por los poderes públicos con objeto de

paliar algunos de los costes sociales generados, es fácil entender la creciente polarización registrada en la

práctica totalidad de países, junto a la identificación entre los procesos de industrialización y urbanización.

El constante aumento de las importaciones, sobre todo energéticas, también potenció el desarrollo

industrial de los puertos europeos, en particular los situados en el mar del Norte, con actividades

vinculadas a la primera transformación de estos recursos. Por último, las grandes cuencas mineras, y en

particular las hulleras, comenzaron a conocer un progresivo decaimiento de su actividad, con una

importante reconversión de su estructura tradicional, a excepción de aquellas en que tuvo lugar una

diversificación de actividades productivas, pues aquí las externalidades generadas les permitió mantener

cierto dinamismo.

Desde los años setenta, la profunda reestructuración del sistema productivo asociada a la revolución

tecnológica ha supuesto un descenso del empleo industrial en la mayoría de países, junto a importantes

cambios en la estructura sectorial acompañados por nuevas tendencias en la localización de los espacios

atractivos para la implantación de empresas. Los 17 países de Europa occidental integrados en la OCDE

perdieron más de diez millones de puestos de trabajo en el sector desde 1973 como contrapartida a una

mejora generalizada de su productividad apoyada en fuertes inversiones dirigidas a incorporar

innovaciones en los procesos o productos. La competencia cada vez mayor de los nuevos países

industriales del Tercer Mundo y el estancamiento en la demanda de algunas manufacturas tradicionales,

forzaron la reducción de capacidad en sectores como la siderurgia, los astilleros o el textil, arrastrando al

declive a ciertas áreas monoespecializadas del Arco Atlántico. El progresivo abandono de las grandes

ciudades por aquellas industrias que utilizan abundante mano de obra poco cualificada y con problemas de

competitividad (confección y calzado, madera y mueble, transformados metálicos...), en dirección a

espacios periféricos de menores costes (regiones atrasadas, franjas periurbanas, áreas rurales...),

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favoreció un cierto rebrote de modelos de industrialización difusa, dominados por la pequeña empresa.

Según Garofoli (1986, 167), esas áreas, de las que identificó hasta 280 en la Comunidad Europea, han

adquirido mayor importancia « en los países que aún se encuentran en una fase de progresiva

transformación de la estructura socioeconómica, como son los países de nivel intermedio de desarrollo»,

lo que justifica el dinamismo reciente del eje mediterráneo, donde la conjunción de inversiones externas,

a veces transnacionales, y de iniciativas locales resultó especialmente fructífera. La evolución del empleo

en las regiones de Europa occidental durante los años ochenta es buen exponente de ese desplazamiento

del centro de gravedad industrial en dirección a la periferia (Caravaca, I. Méndez, R., 1995). El contraste

entre una industria urbana cada vez más terciarizada (empleos no productivos, vinculación a servicios

empresariales) y especializada en sectores innovadores, frente a formas de industrialización periférica con

mayor presencia de sectores maduros y ligada a procesos de difusión, o a la valoración de los recursos

endógenos define, pues, uno de los rasgos más significativos del nuevo modelo territorial.

En los países de Europa oriental, el modelo de planificación centralizada vigente hasta los años noventa

introdujo ciertas peculiaridades en las pautas de localización industrial. En primer lugar, es destacable la

importancia que mantuvieron los recursos naturales y los mercados como factores de atracción, en

coherencia con el clásico modelo de Weber. La prioridad otorgada a la industria pesada y a la fabricación

de bienes de equipo justifica que una buena parte de la potencia fabril se sitúe aún junto a los yacimientos

de materias primas y combustibles (Silesia, Sajonia, Moldavia...), que en bastantes ocasiones constituyen

hoy típicas áreas en declive, aquejadas por intensos procesos de reconversión y un elevado deterioro del

medio ambiente. Por su parte, los puertos tienen aquí menor importancia industrial, habida cuenta del

menor volumen de intercambios con el exterior, salvo escasas excepciones (Gdansk, Riga...). ,en cambio,

las grandes ciudades siempre contaron con una base industrial más diversificada y con mayor presencia

de los sectores avanzados y la fabricación de bienes de consumo, lo que ha supuesto un mejor

comportamiento reciente, ante el mayor interés suscitado por los procesos privatización, tanto para el

capital nacional como exterior. En conjunto, la apertura de esos países a la economía-mundo plantea una

creciente integración de sus sistemas industriales en una posición semiperiférica dentro de la nueva

división internacional del trabajo, con una penetración creciente y selectiva de empresas exteriores, sobre

todo alemanas, que buscan una mano de obra relativamente barata y cualificada, junto a unos mercados

de consumo en expansión (Hamilton, F. E. L, 1990).

Un último aspecto a destacar es la progresiva especialización y jerarquización del espacio industrial

europeo que resulta de la acción combinada que ejercen las nuevas estrategias de las firmas

transnacionales y la progresiva apertura de las fronteras a los flujos de mercancías, tecnología y capital.

De este modo, son cada vez más numerosas las empresas que segmentan su actividad entre los diversos

establecimientos de que disponen, según las ventajas comparativas de cada territorio (mano de obra

barata o altamente cualificada, buena accesibilidad, centros de I + D, subvenciones públicas a la

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implantación...) y el tamaño de los mercados nacionales. Buen exponente puede ser la industria del

automóvil, que concentra la fabricación de vehículos de gama alta, mayor complejidad tecnológica y precio

en las regiones dispuestas a lo largo del Eje Renano y sus inmediaciones, mientras la de vehículos

utilitarios, piezas y componentes de menor precio se dispersa por las regiones periféricas, donde las

grandes compañías del continente compraron también algunas de las empresas nacionales (Seat,

Skoda...) que abastecían sus mercados internos (Bordenave, G.Lung, Y., 1995).

2. PRINCIPALES TIPOS DE ÁREAS INDUSTRIALES

La larga evolución apuntada justifica una amplia variedad actual de áreas industriales que, no obstante,

pueden reducirse a unos cuantos tipos particularmente significativos por su tradición o dinamismo actual.

Un primer tipo es el representado por las áreas de base extractiva, en donde la directa vinculación a un

determinado recurso justifica una clara especialización en aquellas actividades orientadas hacia su

transformación, particularmente si se trata de materias voluminosas, perecederas, o que pierden buena

parte de su peso en este proceso. Aun cuando muchas industrias de estas características aparecen

diseminadas (papeleras, azucareras, conserveras...), son sin duda las grandes cuencas hulleras, asiento

tradicional de la metalurgia pesada, quienes mejor tipifican este modelo de organización industrial.

Fuente de energía básica en la Revolución Industrial, el carbón dio origen a algunas de las regiones

fabriles más importantes por sus dimensiones y peso económico del continente. De este modo, el surco

hullero que desde Gran Bretaña (Yorkshire, Midlands, Gales) y hacia el este recorre Europa siguiendo el

contacto entre la llanura y los macizos hercinianos, estuvo jalonado por grandes concentraciones de

industria pesada: norte de Francia (Lille-Roubaix-Tourcoing), valles del Sambre y Mosa en Bélgica (Mons-

Charleroi-Namur-Lieja), Limburgo holandés, cuencas del Ruhr, Sajonia y Sarre en Alemania, Bohemia

checa y Silesia polaca, Asturias, etc. En todas ellas, la siderurgia se constituyó en actividad motriz a partir

de la importación del mineral de hierro, bien procedente de los yacimientos europeos, que presentan en

este sentido una localización generalmente periférica, desde Kiruna-Gallivara o el Bergslagen en Suecia,

hasta Lorena, Vizcaya, Sajonia y el propio cuadrilátero de Bohemia (en donde también surgieron áreas

industriales de características similares), o desde otras regiones extraeuropeas. Secundariamente, los

yacimientos de lignito también han justificado ciertos procesos de industrialización, al ser empleado como

materia prima para ciertas industrias químicas o, sobre todo, como fuente energética para la producción

de electricidad.

La cuenca del Ruhr alemana es un buen ejemplo de este tipo de grandes complejos industriales. Situada

en Renania-Westfalia, en el borde septentrional del Macizo Esquistoso-Renano, conoció un intenso

movimiento expansivo desde 1837, fecha en que comenzó la explotación de unos yacimientos de hulla en

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el valle del Ruhr, afluente del Rhin, cuya producción se destinó en principio a potenciar actividades que

contaban ya con una cierta tradición regional como la producción de aceros de calidad en Solingen-

Remscheid, o la industria textil de Krefeld, Monchengladbach y Wuppertal. La posterior ampliación del

área extractiva hacia el norte, unida a su magnífica dotación en infraestructuras de transporte, tanto

fluvial como terrestre, favoreció el desarrollo de la siderurgia y la química de base, junto a otras industrias

metalmecánicas derivadas, hasta convertirse en el corazón industrial alemán desde comienzos de siglo,

sede de una buena parte de las grandes empresas del país (Krupp en Essen, Thyssen en Mulheim,

Hoechst en Dortmund, Jacob Mayer en Bochum, Mannesman en Remscheid...).

Así se constituyó una conurbación que reúne hoy más de diez millones de habitantes, en la. que

contraponen los espacios en declive, sobre todo en su sector norte, asociados a una industria pesada

plenamente afectada por la crisis y desaparecida en parte (Oberhausen, Gelsenkirchen, Rheinhausen) a un

sector meridional más dinámico debido a la mayor diversificación productiva, la presencia de sectores de

alta tecnología (químico-farmacéutica, electrónica e informática...), junto al progresivo desarrollo de las

finanzas, el comercio y los servicios avanzados en ciudades como Düsseldorf, Essen o Dortmund. Por su

parte, Duisburgo actúa como puerto de la conurbación, especializado en industrias petroquímicas.

Aunque Europa es fuertemente deficitaria en hidrocarburos, la existencia de algunos yacimientos

explotables ha determinado la aparición de centros industriales que, o bien los utilizan como materia

prima para determinadas empresas químicas (plásticos, caucho, fibras sintéticas...), o bien como fuente

de energía a través de su conversión en termoelectricidad o como combustible. Si Ploesti y Pitesti, en la

Valaquia rumana, son los de mayor tradición, la explotación petrolífera en el mar del Norte desde 1974 ha

potenciado igualmente la aparición de refinerías y actividades derivadas en puertos como Aberdeen

(Escocia) o Emden (Alemania). La explotación de los yacimientos de gas en Groninga, Lacq, Lodi o

Miskolc, justifica igualmente la aparición de sistemas industriales especializados en áreas de economía

esencialmente agraria.

Los complejos de base portuaria suponen un segundo tipo de área industrial tradicional, particularmente

relevante en la Europa noroccidental. La necesidad de importar grandes cantidades de materias primas y

energía por vía marítima convirtió a los principales puertos del continente en puntos de ruptura de carga,

donde es preciso realizar el trasbordo de esas mercancías, favoreciendo con ello la instalación en sus

proximidades de factorías que realizan su primera transformación, además de aquellas otras ligadas

directamente al mar como los astilleros o la industria conservera, junto a las empresas de transporte y

almacenamiento, distribución comercial, seguros, etc., que ofrecen toda una serie de servicios

complementarios.

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El resultado fue la aparición de áreas industriales integradas de importancia creciente, entre las que

Rotterdam resulta una de las más representativas. Situada en la desembocadura del Rhin y el Mosa, e

inmersa en el eje meridional de la conurbación del Randstad, ha sido calificada en ocasiones como puerta

de Europa, lo que convirtió a su puerto en el más importante del mundo desde 1961 por volumen de

mercancías desembarcadas, de las que dos terceras partes corresponden a hidrocarburos. Apoyado en ese

intenso movimiento, se consolidó como un centro fabril de primera magnitud en el que, junto a industrias

derivadas del petróleo, se han desarrollado los sectores metalúrgico, de maquinaria y construcción naval,

además de otra serie de actividades ligeras que fabrican bienes de consumo para la población del área

más densa y urbanizada del continente, generando con ello numerosas ligazones interindustriales.

Características bastante similares aparecen en otros grandes puertos del Atlántico (Amberes, El Havre,

Hamburgo, Londres, Bremen, Bilbao...) y del Mediterráneo (Marsella, Génova, Barcelona, El Pireo...), e

incluso se prolongan hacia el interior del continente por la red de canales y ríos navegables que recorren

la llanura centroeuropea, entre los que destaca el Rhin, navegable hasta Basilea y principal arteria de

tráfico fluvial en el mundo, junto al San Lorenzo (Duisburgo, Colonia, Mannheim, Estrasburgo...).

Muy distintas son las características que presentan las áreas de industria dispersa, a veces de larga

tradición, y que han alcanzado una importancia creciente durante las últimas décadas en determinadas

regiones. Desde las ciudades del sur de Suecia (Malmö, Göteborg), a la Selva Negra o Baviera en

Alemania, el Mittelland suizo (Ginebra-Zurich), el Arco Jurásico en Francia, la Comunidad Valenciana y

Andalucía en España, o la «Tercera Italia», en el nordeste del país, aparece una industria espacialmente

difusa, dedicada tanto a actividades de tecnología avanzada en unos casos (electrónica, mecánica de

precisión, química ligera...), como a sectores maduros de larga tradición en otros (confección, piel y

calzado, cerámica, mueble, productos alimentarios, juguete...), constituida por redes de pequeñas

empresas especializadas, que mantienen relaciones de competencia y colaboración. Eso les facilita un más

fácil acceso a la innovación, además de beneficiarse de otras externalidades positivas asociadas al

territorio como la existencia de una mano de obra cualificada, depositaria de un saber hacer adquirido en

el tiempo, o de agentes sociales con capacidad de iniciativa. El dinamismo actual de estas áreas, a las que

con frecuencia se califica como distritos industriales (Pyke, F. Becattini, G. Sengerberger, W., comps.,

1992) parece convertirlas en alternativa o complemento a las grandes concentraciones del período

precedente. Aunque con rasgos peculiares, puede incluirse aquí la reciente proliferación de parques

tecnológicos, generalmente cercanos a centros de investigación y en áreas con abundante dotación de

servicios e infraestructuras (aeropuerto internacional, redes telemáticas...), donde se busca la integración

de actividades productivas avanzadas con las de carácter científico y el desarrollo de innovaciones.

Aunque existen ya ejemplos en casi todos los países, es en Alemania, el Reino Unido y Francia donde han

alcanzado mayor difusión (Castells, M.Hall, P, 1994).

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Pero sin duda las áreas industriales que han llegado a alcanzar un mayor peso específico dentro de Europa

son las vinculadas a los centros urbanos, caracterizadas por la diversificación productiva y la presencia de

los sectores tecnológicamente avanzados, junto con aquellas otras actividades destinadas a satisfacer la

demanda de la población en bienes de consumo. Su indudable dependencia del propio fenómeno urbano

exige tratar previamente la evolución y estructura actual de la ciudad europea, dentro de las cuales

adquiere su verdadero significado.