estructura_occidente

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    se desconoce, pero se hace notar que las comarcas de ambos halosestaban en una situacin de subordinacin pob'tica y econmicams o menos ostensible respecto del poder estatal ingls, francsy alemn. No poda ser ello de otra manera, puesto que la culturafundamental flua en abundancia de Londres, Pars, Viena y Ber-ln. Y es que as Occidente se manej con tres idiomas universales;conocerlos estaba en la circunstancia vital de todo hombre inter-nacional dentro de un mundo que la tcnica achicaba en dimen-siones; las ideas que se expresaban mediante ellos tenan el va-lor adicional de una circulacin instantnea, y aun los productosde cultura fundamental que aparecan ocasionalmente en los m-bitos perifricos del Occidente eran tributarios de aquella estructu-ra triangular, porque sociolgicamente necesitaban de la traduc-cin idiomtica para alcanzar de inmediato la influencia univer-sal que pudieran merecer.La dimensin que pone el idioma como un constitutivo de lacultura es de proyecciones sorprendentes, porque alcanza por iguala las masas y a los hombres creadores que han de expresarse conese instrumento. Y cuando una lengua alcanza la jerarqua de unidioma universal idioma con el que se comunican los sabios yen el que la gente culta de todas las latitudes encuentra traduci-dos o vernculos los libros que pide su vocacin, entonces esalengua es uno de los factores ms decisivos en el destino de los pue-blos. No es un accidente de los de menor importancia para la ver-tiginosa trayectoria de los Estados Unidos que le tocara gravitar enel mundo cuando su idioma vernculo todava tena valor univer-sal, as como fue un hado tremendo que en la poca de la eman-cipacin latinoamericana la lengua espaola ya lo hubiera perdido.Pero volvamos al tema. La cultura griega se manej con un idio-m a. La cultura m edieval tamb in con un o. La Eu rop a del siglo xixes una torre de Babel donde la unidad del Occidente est en tran-ce de sucumbir por esta sola razn. Pues el hombre superior tiene,sin duda, una obligacin idiomtica de aprender las lenguas delos otros hombres que comparten con l tan excelsa responsabili-dad ; pero esta obligacin tiene sus lmites razon ab les: a na diese le puede exigir el conocimiento de veinte lenguajes. Felizmenteel problema se resolvi en Europa dentro de un mximum acepta-ble : tres idioma s, el f rancs, el ingls y el alemn , se im pusieronpor el volumen y la calidad de los aportes vernculos a la culturafund am ental; con cualesquiera de ellos las ideas tenan u n m bito

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    de circulacin universal, y por esta causa el resto de Occidentequedaba tributario de los pases respectivos ms all de lo quefuera el aporte efectivo de estos pases a la cultura fundamental.Francia, Inglaterra y la doble Alemania tenan que jugar as en elorganismo cultural completo no slo su propio papel, sino quetambin el papel de representantes de las regiones perifricas,como vamos a ver.Pero antes nos toca decir que en ese Occidente del siglo xrxbaba tambin dos retoos en rara posicin. Ninguno de ellos es-taba en subordinacin poltica ni econmica respecto del grantringulo europeo, aunque ninguno tuviera una dimensin de pri-mera magnitud en sus aportes a la cultura fundamental. Rusia ylos Estados Unidos. Rusia, inmensa en recursos humanos y eco-nmicos, oscilando desde la poca de Pedro el Grande por incor-porarse a la cultura occidental, pero sin realizar jams una entre-ga definitiva, que para serlo tena que ser una entrega de cuerpoy alma. Estados Unidos con estas dos caractersticas : con un oca-no de por medio, que le dejaba las manos libres para hacerse in-menso tambin mediante su expansin hasta el otro ocano, y conun idioma nativo universal, que le ahorraba venturosamente lalarga y difcil lucha espiritual de imponer la lengua propia comoun instrumento cuando la hora llegara.Sobre estas bases, si el ncleo de Occidente estaba en Inglate-rra, Francia y la doble Alemania, no es de extraar que los gran-des problemas polticos se plantearan en trminos de un dominioen Europa, creyndose con ceguera que Europa era el mundo.Esto fue particularmente fatal para la veta latina del Occidente,debido a la canalizacin de fuerzas que opera el fenmeno po-ltico, mxime con un tipo de Estado que da a da tena queaumentar sus funciones. Pues el papel esencial de los pases recto-res no era slo el de verter la cultura que manaba en abundanciade su propia entraa, sino tambin el de hacerse eco y poner encirculacin lo que con carcter fundamental apareciera en las co-marcas perifricas afines. Cada pas del ncleo triangular tenia,como un hermano mayor, que ejercer esta representacin para queOccidente conservara la integridad de lo que le vena por su his-toria y para que no malograra las posibilidades de su destino enel porvenir. Pues por mucho que significaran Francia, Inglaterray la doble Alemania, Occidente era todava algo ms hacia atrs

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    y hacia adelante en el tiempo, y tambin algo ms para aquelpresente.En este sentido el problema de Inglaterra era sencillo, porquetodos los pases cuya representacin cultural le incumba habla-ban su mismo idioma; pero ha de decirse que Inglaterra cumplibien su alta misin, como lo comprueba no slo la fraternidad efec-tiva que siempre tuvo para con los Estados Unidos, sino que tam-bin la mentora dignsima ejercida con Canad, Australia, NuevaZelandia y Sud-frica.El problema de las Alemanias no era tan simple, por la dife-rencia idiomtica con Escandinavia, los Balcanes y los Pases Ba-jos. Pero estuvo facilitado por los trminos europeos en que seplanteaban los grandes problemas polticos, al encontrar a estospases en la vecindad. De cualquier manera, tambin ha de decirseque ambas Alemanias cumplieron bien su misin : el hombre ale-mn de responsabilidad espiritual aprendi las lenguas de los pa-ses directamente tributarios de la cultura alemana, y los centrosintelectuales alemanes estuvieron siempre francamente abiertospara los hombres superiores de estos pases. Por eso la rbita dela influencia alemana sigue siendo una realidad corprea enEuropa.No podemos decir que Francia estuvo a la altura del destinoque a este respecto le confiaba la Historia. Deba ser el rgano quefacilitara la integracin al Occidente de todos los pases latinos;lo determinaba con simplicidad su influencia espiritual sobre lalatinidad entera por ms de un siglo, cosa que con semejante in-tensidad no tiene paralelo en la Historia. Es verdad que el proble-ma francs era ms difcil que los otros, porque sumaba la lejanageogrfica y la diversidad idiomtica. Pero ni el hombre francs

    de responsabilidad aprendi los idiomas latinos ni los centros inte-lectuales franceses estuvieron abiertos para los representantes delespritu de esas tierras. No es casual que la trayectoria de Italiafuera entregarse a Alemania poltica e intelectualmente. De Iberiase dijo en la Ciudad Luz que Europa terminaba en los Pirineos.Y es seguro que Francia jams comprendi a la Amrica latina,no obstante que el Cdigo de Napolen se reproduca en veinteRepblicas; la sangre imperial que se vierte en Quertaro es laprueba ms llena de dolor y de humanidad. En resumen, la pre-sencia de lo latino, con excepcin de lo francs, qued casi total-'mente excluida del crisol simbitico donde se reelaboraba el esp-

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    ritu de Occidente en el siglo XIX, porque el idioma universal querequera ese componente para jugar debidamente su papel era nrrcauce que funcionaba en una sola direccin: desde Pars hacia',la periferia.Saltemos ahora a este siglo xx nuestro de 1951 y examinemos-el mismo panorama. La sociologa ha llegado a ensearnos, con.indudable acierto, que el curso de la historia civilizada est con-dicionado en forma fundamental a la lealtad o adhesin que las"comunidades prestan a un determinado ideario como compren-sin no parcelaria de la vida. Y hoy hay en nuestro horizonte 'slodos idearios unitivos no separadores de la requerida magni-tud integral: el credo comunista y el modo de vida norteameri-cano. As, con estas palabras, lo reconoce el ingls Russell, sinhacer ninguna estpida cuestin de amor propio nacional.Pero ocurre que Rusia ha jugado su carta. Rusia no perteneceal Occidente ni aspira ya a integrarlo. Lo comprueba el hecho deque el triunfo militar de Rusia en este momento significara preci-samente la destruccin de todo lo ms genuinamente occidental,sin exceptuar siquiera la parcela religiosa de la vida. Qu decirde la economa, del derecho, del pensamiento filosfico, del arte,de las costumbres!Por otra parte, las dos guerras mundiales han sido de una mag-nitud destructora tan enorme en todo orden de ideas que han des-truido ms de lo que Euro pa poda sopo rtar. M erced a ellas, quegolpean en la estructura triangular de Occidente, Estados Unidosviene a quedar de golpe constituyendo l slo el ncleo del Occi-dente actual. Puede concederse a lo ms que l e Inglaterra comoprolongacin, en lo que en sta subsiste de imperial. La estructu-ra de Occidente es hoy lineal, ya no triangular. Pero no hay queengaarse: el ncleo efectivo de nuestra actual cultura, tal comoel ncleo ha sido definido ms arriba en su importancia y en supapel, es anglosajn. Esta afirmacin no admite disputa si semiden los recursos econmicos, el poder poltico, la capacidad in-dustrial, el podero militar. Lo mismo ha de reconocerse, comotendremos que subrayarlo respecto de la cultura fundamental, conslo ver la curva que describe la adjudicacin del premio Nobel,con slo saber lo que se investiga en sus universidades e institutos,con slo atender hacia dnde emigran los artistas del mundo en-tero, con slo pensar lo que all se hace por filantropa.El demonio materialista de la Historia maldijo esta cosmovi-

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    ligera con la oposicin medievo-modernidad por quienes han cre-do que el cisma espiritual era la mejor defensa de la propia per-sonalidad histrica. Pues liberalismo y capitalismo, que all porel Renacimiento nacen en los principados italianos al calor de Ro-m a, alcanzan en el siglo XD una difusin un iversal, sin distincinde pases ni credos religiosos. Se olvida que lo que triunfa en laconcepcin renacentista de la vida es el humanismo y no un pro-testantismo no nato; se olvida que cuando triunfa el protestan-tismo en el siglo xvi, a la par de la lucha externa contra el cato-licismo, efecta una despiadada lucha interna contra el humanis-mo. Pero hoy el historiador no confunde humanismo y protestan-tismo. Erasmo y fray Luis de Len fueron por igual humanistas,a pesar de sus diferentes confesiones religiosas. No se puede ta-char a la Revolucin francesa de ser un movimiento protestante,y lo que en ella triunfa, tanto como en la Constitucin de Fila-delfia, a pesar de las respectivas coloraciones locales, es el movi-miento humanista, que nos retrotrae al clima del Renacimientoy que haba vuelto a ganar en el siglo xvm el alma de la culturafundamental y de quienes respondan de ella.A esta luz no resulta un intrnseco contrasentido el colosal cul-tivo de las ciencias y de la filosofa que hoy tiene lugar en los Es-tados Unidos, ni es necesario enarbolar como bandera una afirma-cin inexacta para defender la propia personalidad histrica. Porel contrario, para cumplir con eficacia esta tarea lo primero es si-tuarse de verdad en los hechos que son nuestra propia circuns-tancia del momento, a fin de poder actuar en correspondencia.Y en tal sentido ha de reconocerse que en el siglo XX el ncleode la cultura occidental, con plenitud de justificativos hasta ensus manantiales ms profundos, est en los Estados Unidos.

    Pero aqu lo grave. A pesar de todo esto no se puede identi-ficar al Occidente con el ncleo anglosajn ; Occidente es algo m s ;su formacin histrica lo acredita sin rplica, y la Historia es algoque e sigue viviendo. Esta identificacin significara una tremen-da mutilacin histrica, de la cual padecera en primer trminoel propio mundo anglosajn, porque el sentido ecumnico de larida, nsito en lo occidental, cuya nucleacin le toca tener hoy,quedara de golpe rebajado a un rango provinciano y parcelario.La leccin es trgica : ya otra vez el poder poltico universal, alhacerse provinciano por su sentido, perdi el papel fundamentalque desempeaba en la cultura. El Occidente se extiende no slo

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    hasta las nuevas comunidades de habla inglesa, sino que todavaexisten la Europa del mar latino y la Europa germnica. Y existetambin la Amrica meridional, multiplicada en dimensiones sig-nificativas respecto de lo que ella era en el siglo xix; esa segundaAmrica que, por lo menos en este hemisferio, dar estructurabilinge al Occidente del siglo xxi, si es que nuestra cultura noest llamada a desaparecer.Por lo tanto, nuestra cuestin es discriminar bajo qu condi-ciones han de reestablecerse hoy la integracin de la cultura fun-damental en su fluencia desde las zonas perifricas de Occidentehacia el ncleo al que tienen que llegar para actuar con universa-lidad. El recorrido desde el ncleo hacia la periferia siempre seresuelve slo por el mero peso de las circunstancias, pero el reco-rrido inverso, que nos interesa sobremanera, reclama algo peculiaren los dos extremos del recorrido.Otra vez el problema de Inglaterra y de las nuevas comunida-des de habla inglesa se presenta sencillo por virtud de la unidadidiomtica con los Estados Unidos. Y la sabia entrega de integra-cin de aquel viejo pas que se presencia en nuestros das acreditatanto la perspicacia de sus hombres como lo llano de la ruta.Harto diferente y grave es la situacin de la veta germ-nica del Occidente, geogrficamente slo europea. Con Alemaniadestrozada y partida en dos y tambin amenaza de comuniza-cin por la labor pedaggica que se desarrolla en su zona orien-tal-, la veta 'germnica ha perdido su centro de gravedad. Slolos pases escandinavos estn hoy en condiciones de recoger laherencia espiritual alemana, anoticiando y configurando con ellala integridad de Occidente. No es cuestin la coloracin escandi-nava que habra de tomar la alta cultura del mundo alemn, peros lo es el vigor debilitado con que habra de proyectarse haciaafuera por el menor volumen de los protagonistas. De todas ma-neras la razn geogrfica parece imponer una duracin precariaa este inesperado papel de intermediario principal en que se en-cuentra Escandinavia a raz de la segunda guerra mundial. Y hastatanto no se reinstaure el organismo social adecuado a los ochentamillones de alemanes hay aqu, sobre esta actuacin debilitada,una incgnita de desintegracin verdaderamente escalofriante parala cultura occidental.

    Algo menos ttrica, pero apenas menos difcil, es la situacinde la veta latina. Italia, durante un cuarto de siglo, ha ensayado120

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    sin xito de sustituir a Francia en el papel que sta jugaba porla latinidad en el Occidente. Y aunque el podero del imperio deM ussolini no h ubiera sido slo de relum brn, como result en loshechos, parece que aquella solucin no era sociolgicamente via-ble. De todas maneras ha pasado la hora italiana para este desti-no. Y la perspectiva de Espaa, por s sola, obviamente es mu-eho menor. Por otra parte, Francia tampoco responde a la situa-cin vital que reclama una espiritualidad ecum nica; no slo siguecerrada la ruta hacia Pars, sino que el alma francesa como dado-ra de cultura fundamental parece haberse agotado o estar a puntode agotarse. Por ejempo, consideremos el fenmeno jurdico re-flexionando sobre el valor decisivo que tiene en la cultura, cualhasta la mirada profana puede apreciarlo en las actuales condicio-nes de inseguridad que vive el mundo. Pues bien, hace muchasdcadas que de Francia no sale una nueva idea jurdica fundamen-tal , y no hay hoy all ni un solo estudioso creador en la teora ge-neral del Derecho, no obstante que la tradicin napolenica de laescuela de la exgesis es una de las glorias francesas ms purasdel siglo XIX, recogida por la mitad del mundo. La perspectivade que el idioma francs, todava universal para la cultura, lleguea ser en corto plazo la tercera lengua clsica, es una perspectivaque se dibuja por s sola dentro de un orbe que ha excedido aEuropa.Parece as que es la Amrica latina la que est llamada a inte-grar a Occidente en su latinidad, dando de su entraa y sirviendode rgano comunicativo para el ncleo anglosajn acerca del es-pritu que hoy reverdece en los pases del m ar M editerrneo .Como Escandinavia, la Amrica latina se presenta hoy con unamisin universal que cumplir; pero el ttulo latinoamericano noes precario, porq ue una razn geogrfica lo imp one firm emente:el continente de Coln es de hecho bilinge. De aqu surge unimperativo para el hombre de responsabilidad de todas las lati-tudes : aprend er el idioma espaol. N o slo el anglosajn, sinotambin el francs y el italiano que sepan mirar hacia adelantetienen que percibir con claridad esta necesidad. Pero el deber co-rrelativo que recae sobre los hombres que hablan castellano es mu-cho ms pesado: han de llegar a la sabidura personal. Crear, norepetir ni imitar. Sus sabios, filsofos y artistas tienen que seilo

    de verdad, porque en el mbito fundamental de la cultura nofructifica ninguna mixtificacin de valores. Sin llegar a estas altu-121

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    ras loa pueblos de habla espaola no podrn pronunciar una pa-labra que sea oda en el seno fundamental de nuestra cultura.Basta pensar en el fenmeno irrevocable del maquinismo para com-prender cunto depende de los sabios la civilizacin entera. Si separalizaran de golpe todas las mquinas que funcionan en NuevaYork bastara una quincena para que el hambre, la sed, las pes-tes y el fuego ocasionaran una mortandad mucho mayor que latemida bomba de Hiroshima. Y se ha dicho con razn que el sabioes el hombre ms importante de la guerra moderna, pensando enla guerra atmica o en la guerra bacteriolgica. La verdad es quela frase de Platn sobre el gobierno de los filsofos, es decir de loshombres que saben, puede tener una interpretacin menos litera],pues los sabios inventan las mquinas y ensean a manejarlas. En-tretejida con este condicionamiento histrico va tambin la suer-te de la lucha por una nueva universalidad del idioma espaol;pero la condicin del triunfo es la grandeza que alcance la obrade sus hombres en el reino del pensamiento.En todo esto no hay que subestimar a Estados Unidos, perotampoco supervalorarlo. Crear, no repetir ni imitar. Todava noha salido de su suelo un gran sistema filosfico que pueda dar cuoal alma de la poca. Personalmente tampoco creo yo que la teorajurdica general haya alcanzado all las dimensiones de profun-didad y plenitud, con giro universal, que ha logrado en la Rep-blica Argentina; pero en ninguna parte se estudia hoy profunda-mente el Derecho por tantas personas responsables como en aquelgran pas. Y esto determina la existencia efectiva del clima deAitc necesario para que las ideas resuenen y pesen en la Histo-ria, provengan de donde provinieren. (Sntoma curioso de la po-ca : la teora general del Derecho preocupa hoy a los estudiosos deEstados Un idos, Argen tina, Escandinav ia, Espaa y M jico comono tiene parelelo en otras partes.) Y hay tambin clima de granfilosofa, sin contar los dominios cientficos en que Estados Unidosse ha puesto a la cabeza.Nuestro mundo de mquinas e inventos, que ha reducido lasdimensiones del planeta, impone una cultura universal. Ha pasadopara los pueblos la edad del caracol, que marcha aislado con sucasa a cuestas. Y esa vocacin por lo universal ha sido siempre unanota distintiva de la cultura occidental; por eso ha constituidocomunidades civilizadas en todas las regiones del globo. Slo queesa universalidad del alma de Occidente se ha teraatizado a Teces

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    sobre un tema y otras sobre otros, segn las pocas. Hoy vive unade sus horas ms difciles por el enorme esfuerzo de reconstitucinque requiere para integrarse, segn resulta de la estructura quehemos examinado. El tema universal que da hoy sentido a nues-tra vida no es el que modaliz el Renacimiento, ni el del siglo dela Reforma, ni el del siglo de las luces, ni el del feliz siglo XIX.Precisamente debemos al liberalismo del siglo xn, como cosa pa-sada, la solucin histrica de la disputa teolgica entre catlicosy protestantes por mucho que la disputa teolgica no haya en-contrado solucin, en cuanto que los pueblos aprendieron enton-ces a vivir en paz y en amistad, a pesar de sus diferencias religio-sas. Nuestro tema es otro, muy propio nuestro, porque arraiga ennuestra intransferible situacin vital. Pero nuestro tema cual-quiera fuere, segn lo han de saber las generaciones venideras,por ser del Occidente, tiene que tener aquella misma vocacin deuniversalidad. Y esta es la tremenda responsabilidad del instante,porque el cisma amenaza la universalidad del Occidente en estahora difcil de la Historia. Su actual estructura revela posibilida-des e imposibilidades. Pocas o muchas, buenas o malas, es cosa queTesulta ocioso discurrir en el momento de jugarse la vida. La pre-gunta f undamental es otra : sabrn aprovecharlas con sucientelucidez y grandeza los hombres de responsabilidad espiritual?CARLOS CSSIO

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