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El Abate Sieyes Emmanuel Sieyes, a quien Sainte-Beuve iría a lla- mar tan acertadamente "el Descartes de la política", nació e13 de mayo de 1748 en Frejús como quinto de los ocho hijos de un empleado del correo. Como aquel,estu- diará con los jesuítas de su pueblo natal, y luego con los doctrinarios de Draguignan, para ingresar a los catorce años de edad al Seminario de Saint-Sulpice en París, guiado no tanto por una verdadera vocación para el ejer- cicio del ministerio sacerdotal como obligado por su pobreza, para ganarse la vida en esta profesión. Era cos- tumbre regular por entonces, y no es una casualidad que otros revolucionarios del 89 hubiesen pasado por los claustros conventuales: basta pensar en el caso de Fouché y de Tayllerand, quienes igualmente harían carrera con Bonaparte. Tras diez años en el seminario, en donde se ocupó más bien poco en asuntos de teología, limitándose a la licenciatura para luego consagrarse a las funciones administrativas de la iglesia, hizo una carrera en este campo, llegando a ser vicario general del obispo de Chartres, Canónigo y Canciller de la iglesia de la misma ciudad. En tal condición se le nombró en 1786 comisa- rio de la diócesis en la cámara soberana del clero de Francia y en 1787 fue elegido entre los representantes del clero a la Asamblea Provincial de Orleans, cargos que lo llevaron con frecuencia a residir en París, en dondl'l entró en contacto con los círculos ilustrados y frecuentó los salones y las lógias masónicas en donde se fue gestando el espíritu de la Revolución. Después de que el Rey Luis XVI hubiese prometido a mediados de188 convocar a los Estados Generales para el primero de mayo del año subsiguiente, Sieyes publicó a fines del año su Ensayo sobre los privilegios y, sobre todo, en enero del 89, el más célebre de los panfletos que acompañaron la agitación electoral para nombrar los diputados a los mismos: ¿Qué es el Tercer Estado? El mismo fue elegido por Chartres y tras la solemne insta- lación por parte del rey el 5 de mayo desempeñó un papel sobresaliente en las discusiones que conducirían finalmente a la proclamación de la Asamblea Nacional el 17 de junio: diez días antes el Tercer Estado había invitado -a propuesta de Sieyes- a los otros dos esta- mentos a unírsele, llamado que fue seguido entre el12 y el 14 por un buen número de curas, al que luego se agregarían algunos nobles liberales. Así se inició la Revolución que condujo un mes más tarde, con el asalto a La Bastilla, a la arremetida popular y al levantamiento campesino. Sieyes, elegido dos años más adelante a la convención, votó la muerte de Luis XVI, pero no desempeñó un papel protagónico durante el "Terror". Preguntado luego qué había hecho él durante este período respondió llanamente: "so- breviví". 38 Emmanuel Sieyes, por David (Fragmento). Fue uno de los principales actores, alIado de Barrás y Luciano Bonaparte, del golpe de Brumario, y formó parte del consulado, del cual fue sin embargo separado el 20 de diciembre de 1799. Luego fue nombrado presi- dente del Senado pero, herido en su amor propio por la prepotencia del emperador, seria su opositor. Tras la caída del imperio tuvo que refugiarse en Bruselas para evitar la persecución a los regicidas y regresó a París tras la Revolución en 1830, para fallecer seis años más tarde allí mismo. La presente selección de sus dos escritos principales ha sido tomada de: Emmanuel J. Sieyes, ¿Qué es el Tercer Estado?, seguido del Ensayo sobre los privile- gios, en traducción de José Rico Godoy. Colección Nuestros Clásicos, de la Universidad Nacional Autó- noma de México (1973).R. J. V.

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El Abate Sieyes

Emmanuel Sieyes, a quien Sainte-Beuve iría a lla-mar tan acertadamente "el Descartes de la política",nació e13 de mayo de 1748 en Frejús como quinto de losocho hijos de un empleado del correo. Como aquel,estu-diará con los jesuítas de su pueblo natal, y luego con losdoctrinarios de Draguignan, para ingresar a los catorceaños de edad al Seminario de Saint-Sulpice en París,guiado no tanto por una verdadera vocación para el ejer-cicio del ministerio sacerdotal como obligado por supobreza, para ganarse la vida en esta profesión. Era cos-tumbre regular por entonces, y no es una casualidadque otros revolucionarios del 89 hubiesen pasado porlos claustros conventuales: basta pensar en el caso deFouché y de Tayllerand, quienes igualmente haríancarrera con Bonaparte.

Tras diez años en el seminario, en donde se ocupómás bien poco en asuntos de teología, limitándose a lalicenciatura para luego consagrarse a las funcionesadministrativas de la iglesia, hizo una carrera en estecampo, llegando a ser vicario general del obispo deChartres, Canónigo y Canciller de la iglesia de la mismaciudad. En tal condición se le nombró en 1786 comisa-rio de la diócesis en la cámara soberana del clero deFrancia y en 1787 fue elegido entre los representantesdel clero a la Asamblea Provincial de Orleans, cargosque lo llevaron con frecuencia a residir en París, endondl'l entró en contacto con los círculos ilustrados yfrecuentó los salones y las lógias masónicas en dondese fue gestando el espíritu de la Revolución.

Después de que el Rey Luis XVI hubiese prometido amediados de188 convocar a los Estados Generales parael primero de mayo del año subsiguiente, Sieyes publicóa fines del año su Ensayo sobre los privilegios y, sobretodo, en enero del 89, el más célebre de los panfletos queacompañaron la agitación electoral para nombrar losdiputados a los mismos: ¿Qué es el Tercer Estado? Elmismo fue elegido por Chartres y tras la solemne insta-lación por parte del rey el 5 de mayo desempeñó unpapel sobresaliente en las discusiones que conduciríanfinalmente a la proclamación de la Asamblea Nacionalel 17 de junio: diez días antes el Tercer Estado habíainvitado -a propuesta de Sieyes- a los otros dos esta-mentos a unírsele, llamado que fue seguido entre el12 yel 14 por un buen número de curas, al que luego seagregarían algunos nobles liberales.

Así se inició la Revolución que condujo un mes mástarde, con el asalto a La Bastilla, a la arremetida populary al levantamiento campesino. Sieyes, elegido dosaños más adelante a la convención, votó la muerte deLuis XVI, pero no desempeñó un papel protagónicodurante el "Terror". Preguntado luego qué había hechoél durante este período respondió llanamente: "so-breviví".

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Emmanuel Sieyes, por David (Fragmento).

Fue uno de los principales actores, alIado de Barrás yLuciano Bonaparte, del golpe de Brumario, y formóparte del consulado, del cual fue sin embargo separadoel 20 de diciembre de 1799. Luego fue nombrado presi-dente del Senado pero, herido en su amor propio por laprepotencia del emperador, seria su opositor. Tras lacaída del imperio tuvo que refugiarse en Bruselas paraevitar la persecución a los regicidas y regresó a Parístras la Revolución en 1830, para fallecer seis años mástarde allí mismo.

La presente selección de sus dos escritos principalesha sido tomada de: Emmanuel J. Sieyes, ¿Qué es elTercer Estado?, seguido del Ensayo sobre los privile-gios, en traducción de José Rico Godoy. ColecciónNuestros Clásicos, de la Universidad Nacional Autó-noma de México (1973).R. J. V.

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¿Qué es el Tercer Estado? (enero 1789)

El plan de este trabajo es bastante sencillo. Vamos ahacemos tres preguntas:

1a. ¿Qué es el Tercer Estado? Todo.2a. ¿Qué representa actualmente en el orden politico?

Nada3a. ¿Qué pide? Llegar a ser algo.

Las funciones públicas pueden igualmente, en elestado actual, alinearse todas bajo cuatro denomina-ciones conocidas: el ejército, la justicia, la iglesia, laadministración. Seria superfluo examinarlas detalla-damente para poner de manifiesto que el Tercer Estadoconstituye las diecinueve vigésimas partes de ellas conla diferencia de que está encargado de todo lo que esverdaderamente penoso, de todas las tareas, en fin, quela clase privilegiada se niega a cumplir ....

Basta aquí con haber hecho notar que la pretendidautilidad de una clase privilegiada para el serviciopúblico no es más que una quimera, pues con todo loque hay de penoso en este servicio tiene que cargar elTercer Estado. Sin la clase privilegiada las plazas supe-riores estarian infinitamente mejor desempeñadas, ydeberían ser, naturalmente, el premio y la recompensade los servicios reconocidos. El hecho de que los privi-legiados hayan llegado a usurpar todos los puestoslucrativos y honorificos, es, al mismo tiempo, una ini-quidad odiosa para la generalidad de los ciudadanos yuna traición a la cosa pública ....

¿Quién se atreveria a decir que el Tercer Estado notiene en sí todo lo que es preciso para formar una nacióncompleta? Es el hombre fuerte y robusto del que unbrazo está/todavía encadenado. Si se le despojase de laclase privilegiada, la nación no vendria a menos, sinoque iría a más. Así, ¿Qué es el Tercer Estado? Todo, peroun todo trabado y oprimido, ¿Qué sería el Tercer Estadosin la clase privilegiada? Todo, pero un todo libre yfloreciente. Nada puede marchar sin el primero; todoiría infinitamente mejor sin la segunda. No basta haberdemostrado que los privilegiados, lejos de ser útiles a lanación, la debilitan y la perjudican, sino que es precisotambién probar que la clase noble no entra en ningúncaso en la organización social; que puede muy bien seruna carga para la nación, pero que nunca puede llegar aformar parte de ella ....

El clero, la toga, la espada y la administración son lascuatro clases de mandatarios públicos necesarios entodas partes; pero ¿por qué se les acusa a todos ellos enFrancia de "aristocratismo"? Porque la casta noble hausurpado todos los buenos destinos, usándolos comoun bien patrimonial, y ejerciéndolos no dentro del espí-ritu de la ley social, sino en su provecho particular.

Respecto a los derechos políticos, la clase privile-giada los ejerce también aparte. Posee sus representan-tes, que no tienen nada que ver con la procuración delos pueblos. Su cuerpo de diputados tiene también susede aparte, y cuando ellos se reúnen en la misma salacon los diputados de los simples ciudadanos, no esmenos cierto que su representación es esencialmentedistinta y separada: es extraña a la nación por su princi-pio, puesto que su misión no emana del pueblo, y tam-bién por su objeto, porque no defiende el interés gene-ral, sino el interés particular ....

Todo lo que es privilegiado por la ley, de cualquiermanera que sea, sale de la clase común, hace excepcióna la ley común, y, por consecuencia, no pertenece alTercer Estado. Ya le hemos dicho: una ley común y unarepresentación; he aquí lo que forma una nación. Es unaverdad innegable que no se es nada en Francia cuandosólo se cuenta con la protección de la ley común.Cuando no se dispone de algún privilegio, es precisodecidirse a soportar el desprecio, la injuria y las vejacio-nes de todo género. Para evitar verse por completoaplastado, no le queda al infeliz no privilegiado másque el recurso de acercarse, mediante toda clase debajezas, a un grande; a este precio se compra la facultadde poder, en ocasiones, llegar a ser algo ....

Todas las ramas del poder ejecutivo han caído tam-bién en la casta que provee de hombres a la Iglesia, elejército y la justicia. Una especie de espíritu de confra-ternidad hace que los nobles se prefieran entre sí y paratodo al resto de la nación. La usurpación es completa;ellos reinan verdaderamente en el país ....

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Es la corte la que ha reinado, y no el monarca. Es lacorte la que hace y deshace,la que llama y despide a losministros, la que crea y distribuye las plazas, etc.Y ¿quées la corte, sino la cabeza de esta inmensa aristocraciaque cubre todas las partes de Francia, que con sustentáculos 'alcanza a todo' y ejerce por todas partes loque hay de esencial en todos los puntos de la cosapública? ...

No se pueden apreciar las verdaderas peticiones delTercer Estado más que por las reclamaciones auténti-cas que las grandes municipalidades del reino han diri-gido al gobierno. ¿Qué se ve en ellas? Que el puebloquiere llegar a ser algo, aunque sólo sea el mínimo.Quiere tener verdaderos representantes en los EstadosGenerales, es decir, diputados sacados de su clase, quesean aptos para ser los intérpretes de sus deseos y losdefensores de sus intereses. Pero, ¿de qué le serviríaasistir a los Estados Generales, si allí predomina uninterés contrario al suyo? No haría más que consagrarcon su presencia la opresión de que es eterna víctima.Así, el Tercer Estado está bien seguro de que no puedevenir a votar en los Estados Generales si no tiene enellos una influencia al menos igual a la de los privile-giados, y pide un número de representantes al menosigual a la de las otras dos clases juntas. En fin, estaigualdad de representación llegaría a ser perfectamenteilusoria si cada cámara tuviese su voto separado. ElTercer Estado pide, pues, que los votos sean por cabezayno por clase. He aquí a lo que se reducen sus reclama-ciones, que han llenado de alarma a los prívilegiados,porque han creído que por eso sólo se haría indispensa-ble la reforma de los abusos. La verdadera intención delTercer Estado es tener en los Estados Generales unainfluencia igual a la de los privilegiados. ¿Puede,reptio,pedirSe menos? ¿No está claro que, si su influencia estámuy por bajo de la igualdad, no puede esperarse quesalga de su nulidad política y llegue a ser algo? ...

Igualmente, entre nosotros la clase más apta del Ter-cer Estado ha sido obligada, para obtener su sustento, aplegarse a la voluntad de los poderosos. Esta parte de lanación ha llegado a formar como una especie de granantecámara donde, sin cesar, ocupada en lo que dicen ohacen sus dueños, está siempre presta a sacrificarlotodo con tal de recoger los frutos de prosperidad yplacer que se promete. Ante parecidas costumbres,¿cómo no temer que las cualidades más propias para ladefensa del interés nacional no sean prostituidas antelos prejuicios? Los más valientes defensores de la arís-tocracia estarán en la clase del Tercer Estado y entre loshombres que, nacidos con mucho ingenio y poca alma,se sienten ya ávidos de poder y de las caricias de losgrandes como incapaces de sentir el precio de lalibertad ....

A los residuos odiosos de este reglmen bárbarodebemos nosotros la división todavía subsistente, paradesgracia de Francia, de tres especies de ciudadanos,enemigos los unos de los otros. Todo estaría perdido silos mandatarios del feudalismo vinieran a usurpar ladiputación de la clase común. ¿Quién ignora que los

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sirvientes se muestran más bravos y decididos paradefender los derechos de sus amos que los amosmismos? ...

¿Cómo se puede sostener, de un lado, que la leyes laexpresión de la voluntad general, es decir,la pluralidad,y pretender al mismo tiempo que diez voluntades indi-viduales puedan balancear mil voluntades particula-res? ¿No es esto exponerse a dejar hacer la ley por laminoría, lo que es evidentemente contrario a la natura-leza de las cosas?

Toda la sociedad debe estar regulada por leyescomunes y sometida a un orden común. Si hacéisexcepciones, ellas deberán, al menos, ser escasas y enningún caso podrán tener sobre la cosa pública elmismo peso, la misma influencia que la regla común. Esrealmente insensato poner enfrente de la masa nacionalel interés de los exentos para no equilibrarlos de ningúnmodo ....

Desde entonces desapareció la servidumbre feudal ylos campos han ofrecido una población numerosa denuevos ciudadanos. Las ciudades se han multiplicado yengrandecido. El comercio y las artes han creado, pordecirlo así, una multitud de nuevas clases dentro de lascuales hay gran número de familias acomodadas,llenasde hombres bien educados y preocupados por la cosapública. ¿Por qué ese doble crecimiento, tan superíor alo que fueron otro tiempo las pequeñas ciudades en labalanza de la nación, no ha obligado a la autoridad acrear dos nuevas cámaras en favor del Tercer Estado?La equidad y la buena política se unían para exigirlo.

Si el Tercer Estado sabe conocerse y respetarse, esseguro que los demás le respetarán también. Piénseseque la antigua relación entre las clases de la sociedadha cambiado por los dos lados a la vez; el Tercer Estado,que había sido reducido a la nada, ha vuelto a conquis-tar, mediante su industria, una parte de lo que la injuriadel más fuerte le habia arrebatado ....

¿Qué país es este donde el trabajo crea deshonra ydonde es honorable consumir y humillante producir;donde las profesiones penosas son llamadas viles, comosi pudiera haber cosa más vil que el vicio y como sifuera en las clases laboriosas donde existiera en mayorgrado esta vileza, la única real? ...

El Tercer Estado deberá prevenirse, por encima detodo, contra un sistema que tendería a llenar su cámarade gentes que tienen intereses tan contrarías al interéscomún y contra un sistema que volvería a sumirle en lanulidad y la opresión. Existe a este respecto una dife-rencia real entre Inglaterra y Francia. En Inglaterra nohay más nobles prívilegiados que aquellos a quienes laConstitución concede una parte del poder legislativo.Todos los demás ciudadanos están confundidos en unmismo interés; no hay privilegios capaces de crear cla-ses distintas. Si se quiere, pues, en Francia, reunir lasclases en una, es preciso de antemano abolir toda clasede privilegios. Es preciso que el noble y el eclesiásticono tengan otro interés que el interés común, y que nogocen, por imperio de la ley, de otros derechos que losde simples ciudadanos ....

En toda nación libre, y toda nación debe ser libre, nohay más que una manera de resolver las diferencias quese promueven con respecto a la Constitución. No es a

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los notables a quienes es preciso recurrir, sino a lanación misma. Si no tenemos Constitución, como algu-nos se obstinan en sostener, y, en virtud de ella, laAsamblea Nacional está dividida, como ellos preten-den, en tres diputaciones de tres órdenes distintos deciudadanos, no se nos puede impedir el observar queexiste por parte de uno de estos órdenes una reclama-ción tan fuerte que no es posible dar un paso más sinjuzgarla. Ahora bien, ¿a quién corresponde decidir enparecidas discusiones? ...

Es imposible crear un cuerpo para un fin sin darle unaorganización, formas y leyes apropiadas para llenaraquellas funciones a las cuales se le ha querido desti-nar. Eso es lo que se llama la constitución de estecuerpo. Es evidente que no puede existir sin ella. Lo estambién que todo gobierno comisionado debe tener suconstitución, y lo que es verdad para el gobierno engeneral lo es también para todas las partes que lo com-ponen. Así, el cuerpo de representantes, a quien esconfiado el poder legislativo o el ejercicio de la voluntadcomún, no existe más que con la manera de ser que lanación ha querido darle. El no es nada sin las formasconstitutivas. No se obra ni se dirige ni se manda másque mediante ellas ....

A esta necesidad de organizar el cuerpo del gobierno,si se quiere que éste exista y que obre, es preciso añadirel interés que tiene la nación en que el poder delegadono pueda nunca convertirse en nocivo para sus comi-tentes. De ahí arrancan una multitud de precaucionespolíticas que se van mezcladas a la Constitución y queson reglas tan esenciales al gobierno, que sin ellas elejercicio de poder sería ilegal. Se nota bien la noblenecesidad de someter al gobierno a formas ciertas,tanto internas como externas, que garanticen su apti-tud respecto al fin para que fue establecido y su impo-tencia para apartarse de ellas ....

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Del ensayo sobre los privilegios(diciembre de 1788)

Se ha dicho que "privilegio" es una dispensa para el que10obtiene y un desaliento para los demás. Si ello es así,convengamos que es una pobre invención ésta de losprivilegios. Supongamos una sociedad perfectamenteconstituida y lo más dichosa posible. ¿No es cierto quepara transformarla por completo será suficiente dispen-sar a unos y desalentar a los demás? ...

Todos los privilegios, sin distinción, tienen cierta-mente por objeto dispensar de la ley o conceder underecho exclusivo a alguna cosa que no está prohibidapor la ley. Lo que constituye el privilegio es el estar fueradel derecho común, del que no puede salirse más que deuna u otra de estas dos maneras ....

Preguntaremos primero cuál es el objeto de la ley.Este, sin duda, es impedir que sea vulnerada la libertado la propiedad de cada uno de nosotros. Porque no sehacen leyes por el placer de hacerlas, y aquellas quetengan por objeto estorbar inoportunamente la libertadde los ciudadanos, serán contrarias al fin de cualquiersociedad y habrá que abolirlas rápidamente ....

Una larga servidumbre de las conciencias ha intro-ducido los más deplorables prejuicios. El pueblo cree,casi de buena fe, que no tiene derecho más que a lo queestá expresamente permitido por la ley. Parece ignorarque la libertad es anterior a toda sociedad, a todo legis-lador, que los hombres no se han asociado más que para

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poner sus derechos a cubierto de los atentados de losmalos y para entregarse, al abrigo de esta seguridad, aun desarrolo más amplio, más enérgico y más fecundoen el goce de sus facultades morales y físicas ....

Pero vuestra pereza y vuestro orgullo se acomodanmejor dentro de los privilegios. Aspiráis menos a serdistinguidos por vuestros conciudadanos que a ser dis-tinguidos de vuestros conciudadanos. Si es así, nomereceréis ni lo uno ni lo otro y no puede ser de vosotrosde quien se trate cuando haya de ocuparse de recom-pensas al mérito ....

En el momento en que el principe imprime a un ciu-dadano carácter de privilegiado, abre el alma de éste aun interés particular y la cierra, más o menos, a lasinspiraciones del interés común. La idea de la patria sereduce para él, encerrándose en la casta que le ha adop-tado. Todos sus esfuerzos anteriores, empleados confruto en servicio de la causa nacional, van a volversecontra ella. Se quiso animarle y se le ha depravado ....

Penetrad un momento en los nuevos sentimientos deun privilegiado. El se considera, con sus colegas, comoformando una orden aparte, una nación escogida por lanación. Piensa que se debe, ante todo, a los de su casta,y si continúa ocupándose de los otros, éstos no son ya,en efecto, más que los otros, es decir, ya no son lossuyos. Ya no es el país un cuerpo del que él era miembro,

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sino el pueblo, ese pueblo que muy pronto en su len-guaje y en su corazón no será más que un conjunto degentes de poco más o menos, una clase de hombrescreada expresamente para servir, mientras que él fuehecho para mandar y disfrutar ....

Pero es preciso ver, sobre todo, en las campiñas aleja-das, en los viejos castillos, como este sentimiento sealimenta y se infla en el seno de una orgullosa ociosi-dad. ¡Allí es donde se respeta y se aprecia todo lo quevale un hombre importante y se ve cómo éste despreciaa los otros a sus anchas! Es allí donde se halaga y seidolatra de buena fe su alta dignidad, y aunque todo elesfuerzo de una tal superstición no pueda dar, a un tanridículo error, el menor grado de realidad, no importa; elprivilegiado cree en ella con tanto amor, con tanta con-vicción como el loco del Pireo creía en su quimera ....

¡Ah,si los hombres QUisieran conocer sus intereses, sisupieran hacer algo por su propia felicidad!... Si consis-tiesen en abrir, por fin, los ojos a la cruel prudencia queles ha hecho desdeñar, durante tan largo tiempo, losderechos de los ciudadanos libres por los vanos privile-gios de la servidumbre ..., ¡cómo se precipitarían a abju-rar de las numerosas vanidades en las cuales han sidoeducados desde la infancia!, ¡cómo desconfiarían de unorden de cosas que se empareja tan bien con el despo-tismo! Los derechos de los ciudadanos lo son todo; losprivilegios lo dañan todo y no resarcen de nada ....

Con un poco más de discernimiento, el gobierno veríaque en una sociedad no son precisos más que los ciu-dadanos que viven y obran bajo la protección de la ley yuna autoridad encargada de velar y de proteger. Laúnica jerarquía necesaria, ya lo hemos dicho, se esta-blece entre los agentes de la soberanía; es ahí donde esprecisa una graduación de poderes, donde se encuen-tran las verdaderas relaciones de inferior a superior,porque la máquina pública no puede moverse más quemediante esta correspondencia. Fuera de ella no haymás que ciudadanos iguales ante la ley, todos depen-dientes, no los unos de los otros, porque ello supondríauna servidumbre inutil, sino de la autoridad que lesprotege, que les juzga, que les prohíbe, etc. El que dis-fruta de extensas posesiones no por eso es más que elque vive de un jornal...

Confundiendo éstas nociones tan sencillas, los privi-legiados hablan sin cesar de la necesidad de unasubordinación. El espíritu militar quiere juzgar de lasrelaciones civiles y sólo ve nación como un gigantescocuartel. En un folleto reciente se ha osado estableceruna comparación entre los soldados y los oficiales, deuna parte, y entre los privilegiados y los no privilegia-dos, de otra. Si consultamos al espíritu monacal -quetiene tantos puntos de contacto con el espíritu militar-,contestará que no habrá orden en una nación hastaque esté sometida a los reglamentos mediante los cua-les gobierna a sus numerosas víctimas. El espíritumonacal conserva entre nosotros, bajo un nombremenos envilecido, mucho más favor del que se suelepensar. Todas estas opiniones no pueden pertenecermás que a gentes que no conocen nada de las verdade-ras relaciones que ligan a los hombres en el estadosocial. ...

Los dos grandes móviles de la sociedad son el dineroy el honor, y es la necesidad que se tiene de uno y otro loque sostiene a la sociedad. Estos móviles o necesidadesno deben dejarse sentir el uno sin el otro en una nacióndonde se conoce el premio a las buenas costumbres. Eldeseo de merecer la estimación pública, y cada profe-sión tiene el suyo, es un freno necesario a la pasión deriquezas. Es preciso ver cómo éstos dos sentimientosdeben modificarse entre la clase privilegiada ....

Por lo que toca al honor, éste les está asegurado, es unpatrimonio cierto, seguro. Que para los otros ciudada-nos el honor sea el premio a su conducta, a los privile-giados les trae sin cuidado, puesto que a ellos les bastacon nacer. No sentirán, por tanto, la necesidad deadquirirlo y pueden renunciar de ante mano a todo loque tienda a merecerlo ....

En cuanto al dinero, los privilegiados, ciertamentesienten una viva necesidad de él. Están incluso másdispuestos a entregarse a esta ardiente pasión, porqueel prejuicio de su superioridad les excita sin cesar aforzar sus gastos y porque, al entregarse a ella, notemen, como los otros, la pérdida de todo su honor, detoda su consideración ....

Pero, por una extraña contradicción, al mismo tiempoque el prejuicio de clase empuja continuamente al privi-legiado a maltratar su fortuna, le veda imperiosamentetodos los caminos honestos para llegar a repararla.

¿Qué medio le queda, pues, al privilegiado para satis-facer este amor al dinero, que debe dominarle más que alos demás? La intriga y la mendicidad. Estas dos ocupa-ciones se convertirán en la industria particular de estaclase de ciudadanos. Entregándose a ella exclusiva-mente, en ella despuntan, y, donde quiera que estos dostalentos puedan ejercerse con fruto los privilegiados seestablecerán, descartando toda concurrencia por partede los no privilegiados ....

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Ellos llenarán la corte, asediarán a los ministros, aca-pararán todas las prebendas, todas las pensiones, todoslos beneficios. La intriga arroja una mirada universalsobre la iglesia, la justicia y el ejército, y percibe unarenta considerable, o un poder que conduce a ella,ligado a una multitud innumerable de empleos, ypronto termina por considerar estos empleos comopuestos de dinero establecidos no para llenar las fun-ciones que exijan talentos, sino para asegurar unasituación conveniente a las familias privilegiadas ....

No en vano la administración está compuesta de pri-vilegiados. Ella vela con una ternura paternal sobre losintereses de estos. Ahí están esos establecimientos sun-tuosos, alabados, según se cree, en toda Europa y que sepretendía hacer entrar a los necesitados en la ley comúnde trabajar para vivir. Nadie ve en este retomo al buenorden otra cosa que un crimen del destino, y los profeso-res de esas instituciones se guardan muy bien de incul-car a sus alumnos el hábito de una profesión corriente,capaz de mantener al que la ejerza. Por el contrario, sellega hasta inspirarles una especie de orgullo, porhaberse encontrado desde edad temprana a cargo delerario público, como si fuese más honorable recibir lacaridad que poder pasarse sin ella ... ,

Todas las puertas se abren a las solicitudes de losprivilegiados. Les basta con presentarse para que todoel mundo se honre en interesarse en sus ascensos. Lagente se ocupa con ardor de sus asuntos y de su fortuna.El estado mismo, la cosa pública, se ve forzada más deuna vez a tomar parte en arreglos de familia, negociarmatrimonios, prestarse a compras, etc ....

El tema de los privilegios es inagotable, como losprejuicios que conspiran para sostenerlos. Pero deje-mos este tema y ahorremos las reflexiones que inspira.Llegará un día en que nuestros descendientes, indig-nados, queden estupefactos ante la lectura de nuestrahistoria y den a esta inconcebible demencia el nombreque merece. Hemos visto en nuestra juventud comoalgunos escritores se distinguían atacando valerosa-mente opiniones de gran fuerza,pero perniciosas para lahumanidad. Hoy se contentan con repetir en sus con-versaciones y en sus escritos razonamientos anticuadoscontra prejuicios que no existen ya. Este de los privile-gios es quizá el más peligroso de los que han aparecidosobre la tierra, el más íntimamente ligado con la organi-zación social, el que más profundamente la corrompe yen el que hay más intereses ocupados en defenderle. Heaquí bastantes motivos para excitar el celo de los ver-daderos patriotas y para enfriar el de las gentes de letras(último párrafo del ensayo).

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