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El RescateNICHOLAS SPARKS

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El RescateNICHOLAS SPARKS

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El RescateEl RescateThe rescue (2000)The rescue (2000)

ARGUMENTO:ARGUMENTO:

Denise Holton, una joven de veintinueve años y madre soltera de un niño con dificultades deaprendizaje, está demasiado ocupada en sacar adelante a su hijo como para pensar en el amor.Taylor McAden, por su parte, es un bombero voluntario que se juega la vida en operaciones desalvamento cada vez más arriesgadas, al tiempo que rehúye cualquier compromiso sentimentalserio.

Pero cuando logra rescatar al pequeño Kyle, que ha desaparecido durante un tornado, las vidasde Denise y Taylor dan un vuelco inesperado. Por fin parecen haber descubierto el amor perfectohasta que, repentinamente, él decide dejarlo todo. ¿Qué es lo que le impide vivir esta relación?¿Podrá Denise ayudarle a enfrentarse a los fantasmas del pasado?

Sparks nos cuenta una historia de amor tan intensa como compleja, que atrapa desde laprimera página. Su talento de narrador, unido a su gran sensibilidad para captar las sutilezas delalma humana, otorga a sus historias un grado de realismo que aprecian sus miles de lectores.

SOBRESOBRE EL AUTOR: AUTOR:

Nicholas Sparks nació en Omaha, Nebraska, en 1965. Se graduó por laUniversidad de Notre Dame, Indiana, una de las más prestigiosas deEstados Unidos, y trabajó en diversos oficios antes de dedicarse aescribir. El éxito no tardó en llegar: su primera novela, El cuaderno deNoah, inspirada en la historia real de los abuelos de su mujer, fuetraducida a dieciocho idiomas y durante más de un año ocupó losprimeros puestos de ventas en los Estados Unidos.

A partir de allí, todas sus siguientes novelas —El mensaje, Un paseo para recordar, El rescate...—alcanzaron el primer puesto en las listas de libros más vendidos, lo que sitúa a Sparks como unode los autores más populares del mundo. Gran parte de sus novelas fueron llevadas al cine conmucho éxito.

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PRÓLOGOPRÓLOGO

Aquella tormenta sería recordada como una de las peores de la historia de Carolina del Norte.Como se produjo en 1999, los habitantes más supersticiosos del lugar la interpretaron como unfatídico presagio, el primer paso hacia el fin del mundo que se avecinaba. Otros se limitaron amover la cabeza y a afirmar que sabían que tarde o temprano algo así tenía que ocurrir. Aquellanoche se detectaron nueve tornados, que asolaron la parte oriental del estado y se llevaron pordelante una treintena de hogares. Los postes de teléfono quedaron tendidos sobre las carreteras,los transformadores ardieron sin que nadie lo pudiera evitar, centenares de árboles fueronderribados, los tres ríos principales se desbordaron y la vida de un montón de gente cambió de unsolo y cruel manotazo de la madre naturaleza.

Todo empezó en un abrir y cerrar de ojos: el cielo estaba gris y encapotado, pero no más de lonormal, y de repente una explosión de rayos, truenos, vientos huracanados y una cortina de lluviacegadora surcaron el cielo de principios de verano. El frente llegó desde el noroeste y cruzó elterritorio a una velocidad de sesenta kilómetros por hora. Las emisoras de radio comenzaron aemitir los avisos de emergencia al unísono, dando noticia de la violencia del fenómeno. Los quepudieron se guarecieron en sus casas, pero aquellos a los que la tormenta pilló en la carretera,como Denise Holton, no tuvieron donde refugiarse. Allí, envuelta en la oscuridad de la tormenta,no había mucho que pudiera hacer. En algunos lugares llovía con tanta furia que los vehículostenían que circular a menos de diez kilómetros por hora. Denise se aferraba al volante de su cochecon los nudillos blancos de la tensión y una expresión de intensa concentración en el rostro. Aratos resultaba imposible distinguir la carretera, pero detenerse representaba un riesgo aúnmayor porque los conductores que la seguían no la verían pararse. Se quitó por encima de lacabeza la parte del cinturón de segundad que le cruzaba el pecho y se inclinó hacia el parabrisasen un intento de divisar las líneas de la calzada, que apenas conseguía atisbar de maneraintermitente. Durante largos trechos tenía la impresión de que conducía por puro instinto. No veíaabsolutamente nada. La lluvia descargaba a raudales sobre el parabrisas, barriéndolo como unaola, y la sumía en la penumbra. Los faros resultaban inútiles. Denise quería aparcar en algunaparte, pero ¿dónde? ¿Dónde estaría a salvo? ¿En el arcén? Los otros coches iban dando bandazos,tan a ciegas como ella. Decidió rápidamente que parecía más seguro seguir circulando. Apartó lamirada de la carretera, se cercioró de la presencia de las luces rojas que la precedían y echó unrápido vistazo por el espejo retrovisor. Rezaba para que los otros conductores estuvieran haciendolo mismo, buscando un lugar donde refugiarse. El que fuera.

Entonces, con la misma rapidez con la que se había desencadenado, la tormenta amainó, yDenise pudo ver. Se le ocurrió que probablemente la había dejado atrás, y tuvo la impresión deque los demás también habían deducido lo mismo porque, a pesar de lo resbaladizo del asfalto,todos aceleraron en un intento de mantenerse por delante de la perturbación. Denise hizo lopropio y siguió el ritmo del tráfico. Diez minutos más tarde, mientras la lluvia seguía remitiendo,reparó en el indicador del depósito y se le hizo un nudo en el estómago. Estaba claro que tendríaque repostar: no tenía suficiente gasolina para llegar a casa.

Los minutos pasaron.

El tráfico la mantuvo alerta. Gracias a la luz de la luna había cierta claridad en el cielo. Miró eltablero de indicadores. La aguja del carburante estaba en plena zona roja. A pesar de sus deseosde correr por delante de la tempestad, aminoró la marcha con la esperanza de ahorrar

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combustible, con la esperanza de tener suficiente, con la esperanza de que el frente no laalcanzara. Los otros coches no tardaron en empezar a adelantarla y a cubrirla de salpicadurascontra las que el limpiaparabrisas luchaba denodadamente. A pesar de todo, mantuvo lavelocidad.

Transcurrieron otros diez minutos antes de que pudiera dejar escapar un suspiro de alivio:según la señal que acababa de ver, había una estación de servicio a menos de kilómetro y medio.Puso el intermitente, entró en el carril de la derecha y salió de la autopista. Se detuvo en el primersurtidor.

Lo había conseguido. No obstante, era consciente de que la tormenta le seguía los pasos y deque llegaría a esa zona en menos de un cuarto de hora. Tenía tiempo, pero el justo.

Llenó el depósito tan rápidamente como pudo. Luego, ayudó a Kyle a bajarse del coche. El chicola cogió de la mano mientras se dirigían a pagar. Ella había insistido en que lo hiciera así a causadel tránsito que había en la estación de servicio. Kyle era demasiado bajo para alcanzar el tiradorde la puerta. Nada más entrar, Denise se percató de lo abarrotado del lugar. Parecía como si todoslos conductores hubieran tenido la misma idea: repostar mientras todavía pudieran hacerlo. Cogióuna Coca-Cola light —la tercera del día— y rebuscó en las neveras del fondo. En una, cerca delrincón, encontró leche con sabor a fresa para Kyle. Se estaba haciendo tarde, y a él siempre legustaba tomar un poco de leche antes de acostarse. Con suerte, y suponiendo que pudieramantenerse por delante del temporal, Kyle se quedaría dormido en el camino hacia casa.

Cuando llegó a la caja tenía cuatro personas delante. Le pareció que quienes la precedíanestaban impacientes y cansados, como si no pudieran entender que a esa hora hubiera tantagente. En cierto modo era como si se hubieran olvidado de la tormenta. Sin embargo, por susmiradas se percató de que no era en absoluto así. Todos estaban nerviosos, y sus expresionesparecían decir: «¡Deprisa! ¡Hemos de salir de aquí cuanto antes!»

Denise suspiró. Notó que la tensión le agarrotaba los músculos del cuello, y movió los hombros.No le sirvió de mucho. Cerró los ojos, se frotó los párpados aplicando una ligera presión y losvolvió a abrir. A su espalda, oyó que una madre discutía con su hijo pequeño y se volvió. El chicodebía de tener la misma edad que Kyle, unos cuatro años y medio, más o menos. La madre losujetaba por el brazo y parecía igual de agotada que ella. El chico protestó dando una patada alsuelo.

—¡Quiero las magdalenas! —lloriqueó.

La madre se mantuvo firme.

—He dicho que no. Ya has comido bastantes porquerías por hoy.

—¡Pero tú sí que comes!

Al cabo de un momento, Denise desvió la atención. La cola no avanzaba. ¿Por qué tardabantanto? Se asomó para averiguar la razón. La cajera daba la impresión de estar aturdida ante laavalancha de clientes. Parecía que todos querían pagar con tarjeta. Transcurrió otro interminableminuto, y la fila menguó en uno. En ese momento, la madre y el niño estaban detrás de ella yseguían discutiendo.

Denise apoyó las manos sobre los hombros de Kyle, que estaba sorbiendo tranquilamente suleche, y no pudo evitar escuchar las voces.

—¡Va, mamá...! ¡Por favor!

—Si insistes, te llevarás un cachete. No tenemos tiempo.

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—¡Pero es que tengo hambre!

—Pues haberte comido el frankfurt.

—¡Es que no quería un frankfurt!

La discusión continuó un rato. La cola avanzó tres personas. Denise llegó a la caja, abrió elmonedero y pagó en metálico. Siempre tenía una tarjeta de crédito a mano, para los casos deemergencia, pero rara vez la usaba. A la dependienta le resultó más complicado entregarle elcambio correcto que pasar la tarjeta por el lector de bandas magnéticas, y no dejó de mirarfijamente las cifras de la máquina registradora mientras le devolvía las monedas justas. Más atrás,la disputa entre madre e hijo proseguía. Denise, por fin, recibió su cambio, guardó el monedero yse dirigió hacia la salida. Sabía lo duro que aquel momento era para todos, así que le sonrió a lamadre cuando pasó por su lado, como si le dijera: «Qué difíciles son los niños a veces, ¿verdad?»Por toda respuesta, la mujer entornó los ojos y le dijo:

—Tiene usted suerte.

Denise la miró con curiosidad.

—¿Cómo dice?

—Digo que tiene usted suerte —repitió la mujer, señalando a Kyle con la cabeza—. El mío no secalla nunca.

Denise apartó la mirada con los labios fruncidos y asintió. A continuación se dio la vuelta y salió.A pesar de lo nerviosa que la había puesto la tormenta, del largo rato que llevaba conduciendo ydel tiempo pasado en el centro de diagnóstico, en lo único que podía pensar era en Kyle. Mientrascaminaban hacia el coche, Denise sintió la repentina necesidad de llorar.

—No, señora —murmuró para sí—. La afortunada es usted.

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CAPÍTULO 01CAPÍTULO 01

¿Por qué había tenido que suceder? ¿Por qué, entre todos los niños, le había tenido que tocar aKyle?

De vuelta en el coche, tras haber repostado, Denise entró de nuevo en la autopista y condujomanteniéndose por delante de la tormenta. Durante los siguientes veinte minutos la lluviacontinuó cayendo con intensidad, pero no de forma amenazadora, y ella no dejó de contemplarcómo los limpiaparabrisas empujaban el agua a un lado y a otro mientras regresaban a Edenton,en Carolina del Norte.

La lata de Coca-Cola light estaba encajada entre el freno de mano y el asiento del pasajero.Aunque sabía que no era lo que más le convenía, acabó de bebérsela, e inmediatamente lamentóno haber comprado más. Otra dosis de cafeína la habría ayudado a mantenerse alerta yconcentrada en la conducción en lugar de en Kyle, pero Kyle siempre estaba allí.

Kyle. ¿Qué podía decir de él? Había sido parte de su ser. A las doce semanas de embarazo habíaescuchado los latidos de su corazón, y los últimos cinco meses notó cómo se movía en susentrañas. Cuando nació, mientras se encontraba todavía en la sala de partos, le pareció que nohabía nada más hermoso en el mundo. Ese sentimiento no había cambiado, aunque ni muchomenos se consideraba una madre perfecta. En esos momentos procuraba hacer las cosas lo mejorque podía, aceptaba lo bueno y lo malo, y buscaba la alegría en los pequeños placeres. Noobstante, con Kyle, éstos eran difíciles de encontrar.

Durante los últimos cuatro años se había esforzado en ser paciente, pero no siempre había sidosencillo. En una ocasión, cuando Kyle era todavía un bebé, llegó a taparle la boca con la mano paraacallarlo, pero él siguió llorando durante cinco horas seguidas pese a haber pasado despierto todala noche. Puede que todos los padres insomnes del mundo consideren que aquella reacción deDenise tenía disculpa. Pero ella, tras ese incidente, hizo todo lo que pudo para controlar mejor susemociones. Cuando sentía que la frustración la dominaba, contaba hasta diez antes de tomar unadecisión, y cuando eso no funcionaba, salía de la habitación para sosegarse. Esa actitud ayudaba,pero era a la vez una ventaja y un inconveniente: una ventaja porque sabía que la paciencia eraesencial para ayudar a su hijo; un inconveniente porque hacía que dudara de su capacidad comomadre.

Kyle había nacido exactamente cuatro años después de que la madre de Denise falleciera de unaneurisma cerebral; y, aunque Denise no era propensa a creer en supersticiones, le costabaaceptar que se trataba de una simple coincidencia. Estaba convencida de que Kyle era un regaloque Dios le había enviado para sustituir a su familia. Aparte de su hijo, no tenía a nadie más en elmundo. Su padre había muerto cuando ella contaba cuatro años, no tenía hermanos y tampocoabuelos; así que Kyle se convirtió en el único destinatario del amor que ella podía ofrecer. Pero laprovidencia es extraña, la providencia es impredecible. A pesar de que dedicó a Kyle todo su amory sus atenciones, sus cuidados no parecieron ser suficientes, y se vio condenada a llevar un tipo devida que nunca hubiera imaginado, una vida en la que los progresos de Kyle iban siendo anotadoscuidadosamente en una libreta, una vida completamente dedicada a su hijo. Kyle, naturalmente,nunca se quejaba de las cosas que hacían a diario. A diferencia de otros niños, Kyle nunca sequejaba por nada. Lo observó por el retrovisor.

—¿En qué estás pensando, cariño?

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Kyle contemplaba la lluvia que caía sobre la ventanilla, con la cabeza ladeada. Tenía su mantasobre el regazo. No había dicho una palabra desde que habían vuelto al coche, y se giró cuandoescuchó la voz de su madre.

Ella esperó la respuesta, pero no hubo ninguna.

Denise Holton vivía en la casa que había pertenecido a sus abuelos. Cuando éstos murieron, lapropiedad pasó a manos de su madre, de quien ella la heredó a su vez. No era gran cosa, sólo unedificio destartalado construido en 1920, con algo más de una hectárea de terreno. Los dosdormitorios y la sala de estar no estaban en malas condiciones, pero la cocina necesitabaurgentemente electrodomésticos nuevos, y el baño carecía de ducha. Tanto el porche delanterocomo el trasero estaban medio hundidos, y de no haber sido por el ventilador portátil que tenía,en más de una ocasión habría creído que iba a morir de calor. Pero podía vivir allí sin pagar unalquiler, exactamente lo que necesitaba. Hacía tres meses que se había convertido en su hogar.

No había podido quedarse en Atlanta, la ciudad en la que había transcurrido su infancia. Desdeel nacimiento de Kyle, no había tenido más remedio que dedicar todo el dinero que le habíadejado su madre a estar al lado del niño. En aquella época lo había considerado un abandonotemporal del trabajo, ya que su intención era regresar a la enseñanza cuando su hijo creciera.Sabía que tarde o temprano el dinero se le acabaría y tendría que buscar un modo de ganarse lavida. Además, le encantaba enseñar. No había transcurrido una semana desde que se habíamarchado y ya echaba de menos a sus estudiantes y a sus colegas profesores. Pero después decuatro años, seguía en casa con su hijo, y su intención de recuperar su plaza de maestra sólo eraun distante recuerdo, más un sueño que una remota realidad. Ya no podía recordar una sola de laslecciones que había impartido ni el nombre de sus estudiantes. De no haber estado tanconvencida, habría jurado que nunca se había dedicado a esa profesión.

La juventud está llena de promesas de felicidad, pero la vida sólo ofrece la realidad de losdesengaños. Su padre, su madre, sus abuelos... Todos habían desaparecido antes de que ellacumpliera veintiún años. A esa edad ya había asistido a cinco funerales y, sin embargo, legalmente,todavía no podía entrar en un bar y pedir una copa con la que ahogar sus penas. Ya había sufridosu parte de adversidad; pero, al parecer, Dios todavía no había acabado con ella. Como lasdesventuras de Job, las suyas parecían no tener fin: ¿una vida acomodada? Ya no. ¿Los amigos dela infancia? Hay que dejarlos atrás. ¿Un trabajo con el que disfrutar? Eso es pedir demasiado.Entre tanto, Kyle, el dulce y maravilloso niño en nombre del cual soportaba todo aquello, seguíasiendo en muchos sentidos un misterio para ella.

En aquellos momentos, en lugar de enseñar, trabajaba en el turno de noche de un restaurantellamado Eights, un concurrido establecimiento de las afueras de Edenton. El dueño era un negrode unos sesenta años llamado Ray Toler que llevaba más de treinta al frente del negocio. Entre él ysu mujer habían criado a seis hijos y habían conseguido mandarlos a todos a la universidad. Unade las paredes del local estaba cubierta con sus títulos y diplomas, y los clientes habituales estabanal tanto de las proezas de los muchachos. Ray se ocupaba personalmente de eso. También legustaba hablar de Denise: disfrutaba explicando que había sido la única aspirante a camarera quele había entregado un curriculum cuando la entrevistó.

Ray comprendía lo que significa ser pobre, entendía el sentido de la palabra «amabilidad» ysabía lo difíciles que pueden ser las cosas para una madre soltera. «En la parte trasera hay una

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pequeña habitación. Puedes traer a tu hijo siempre y cuando no entorpezca el trabajo», le dijocuando la contrató. A Denise se le llenaron los ojos de lágrimas cuando él le enseñó la habitación.Había dos camas y una lamparita. Aquél era un sitio donde Kyle estaría seguro. Al día siguiente, loacostó en aquella pequeña habitación, antes de empezar su horario nocturno. Unas horas mástarde, volvía a meterlo en el coche y ambos regresaban a casa. Desde entonces esa rutina no habíacambiado.

Trabajaba cuatro días a la semana, cinco horas por noche, y ganaba apenas lo justo para irtirando. Hacía un par de años había vendido su Honda; lo cambió por un viejo pero fiable Datsun yse embolsó la diferencia. Ese dinero, junto con el que había heredado de su madre, hacía tiempoque lo había gastado; pero entre tanto se había convertido en una especialista en ahorro y controlde los gastos: no se había comprado ropa desde la penúltima Navidad y, aunque sus muebles erandecentes, se trataba de los restos de una época pasada; no estaba suscrita a revistas, no estabaabonada a ningún canal de televisión y su equipo de música consistía en un viejo trasto de sustiempos de estudiante; la última película que había ido a ver al cine era La lista de Schindler, y nosolía poner conferencias para hablar con sus amigos. Tenía 238 dólares en su cuenta del banco yun coche de hacía diecinueve años con kilómetros suficientes para haber dado la vuelta al mundocinco veces.

Sin embargo, nada de eso la afectaba. Sólo Kyle era importante, aunque nunca, ni una sola vez,le había dicho que la quería.

Las noches que no trabajaba en el restaurante solía sentarse en la mecedora del porche traserocon un libro. Disfrutaba leyendo allí fuera, donde la monotonía del canto de los grillos le resultabarelajante. La casa estaba rodeada de robles, cipreses y nogales, todos cubiertos de colgantetillandsia. A veces, la luna proyectaba sus rayos a través de ellos de tal manera que el camino degrava parecía poblarse de sombras semejantes a animales exóticos.

En Atlanta se había acostumbrado a leer por simple placer, y sus gustos abarcaban desdeSteinbeck y Hemingway hasta Grisham y King. No obstante, aunque todos esos libros estaban a sudisposición en la biblioteca local, ya no le interesaban: prefería usar los ordenadores que había allado de la sala de lectura y que tenían conexión gratis con Internet. Se dedicaba a buscar informesclínicos facilitados por las principales universidades, y siempre que daba con alguno interesante loimprimía. La carpeta en la que los guardaba ya tenía más de ocho centímetros de grosor.

En el suelo, al lado de la mecedora, también se apilaban una serie de manuales de psicología.Eran caros y se habían llevado una buena parte de sus modestos ingresos. Sin embargo, aquellaspáginas habían representado una esperanza. Tras encargarlos, había aguardado los envíos conimpaciencia, pensando que encontraría algo que la ayudaría.

Cuando llegaban, se pasaba horas leyéndolos, estudiándolos. A la luz de la lámpara, examinabaatentamente la información sobre temas que en ocasiones debía repasar más de una vez. Noobstante, no se precipitaba. En ocasiones tomaba notas; en otras, se limitaba a marcar la página oa subrayar lo más interesante. Así pasaba una hora, quizá dos, hasta que al final cerraba el libro ydaba por terminada la lectura de aquella noche. Luego, se levantaba, se desentumecía y, trasguardar los volúmenes en el pequeño escritorio del salón, iba a comprobar que Kyle estuviera bienantes de regresar al jardín.

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El camino de grava conducía hasta un sendero entre los árboles que terminaba frente a la rotacerca que establecía el linde de la propiedad. Denise y Kyle tenían por costumbre pasear por allídurante el día, pero a ella le gustaba ir de noche. Extraños ruidos la rodeaban: de lo alto le llegabael ulular de las lechuzas, junto con el roce de una rama o crujidos entre la maleza. La brisa marinaagitaba las hojas de los árboles con un murmullo parecido al del mar, mientras la luna aparecía ydesaparecía. Afortunadamente, el sendero era recto, y ella lo conocía bien.

Más allá de la cerca, el bosque la rodeaba y se hacía más espeso. Los ruidos aumentaban y laluz disminuía, pero Denise seguía adelante, hasta que la oscuridad casi se hacía asfixiante. Notardaba en oír el agua. El río Chowan corría cerca. Unos cuantos árboles más, un giro a laderecha... y era como si un nuevo mundo se desplegara ante ella. La corriente, ancha y tranquila,se hacía visible: poderosa, negra y eterna como el tiempo. Entonces se cruzaba de brazos y dejabaque su mirada se perdiera mientras absorbía y permitía que toda aquella serenidad la invadiera.Sólo se quedaba unos pocos minutos; pocas veces prolongaba ese momento para no dejar a Kylesolo en la casa. Luego, lanzaba un suspiro y daba media vuelta. Tenía que regresar.

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CAPÍTULO 02CAPÍTULO 02

En el coche, mientras seguían corriendo por delante de la tempestad, Denise rememoró laentrevista que había mantenido con el médico unas horas antes y el modo en que éste le habíaleído el informe sobre Kyle.

El niño es un varón. En el momento de las pruebas tiene cuatro años y ocho meses.

Es un chico bien parecido que no presenta deficiencias físicas apreciables a simple vista

ni en el rostro ni en la cabeza. No hay evidencias de traumatismo craneal, y la madre

ha descrito el embarazo como normal.

El especialista había seguido desgranando los resultados de las distintas pruebas durante unrato hasta que, finalmente, había llegado a las conclusiones.

Aunque las pruebas de inteligencia han dado resultados normales para su edad, el

niño presenta un grave retraso en lenguaje, tanto receptivo como expresivo...

Probablemente se trate de un desorden de procesos auditivos centrales, algo que en

medicina se llama CAPD, aunque la causa no se ha podido determinar... Globalmente,

se le calcula una capacidad de lenguaje equivalente a la de un niño de veinticuatro

meses... Las posibilidades de aprendizaje son desconocidas por el momento...

«Apenas las de un bebé», había añadido Denise para sí, sin poder evitarlo.

Cuando terminó, el médico dejó a un lado el informe y la miró con comprensión.

—En otras palabras —dijo, hablando lentamente, como si ella no hubiera entendido lo que él leacababa de exponer—, Kyle tiene problemas con el lenguaje. Por alguna razón que desconocemos,y aunque su cociente intelectual es normal, es incapaz de hablar como correspondería a los cuatroaños, y tampoco puede entender lo que se le dice como lo haría un niño de su edad.

—Sí. Ya lo sé —contestó ella.

La firmeza de la respuesta lo pilló desprevenido, y Denise tuvo la impresión de que el médicohabía esperado de ella que discutiera, rebatiera o formulara la consabida retahíla de preguntas.Cuando se dio cuenta de que la mujer no iba a decir nada más, se aclaró la garganta y prosiguió.

—Tengo una nota que dice que usted ha hecho que lo evaluaran en otros centros.

Denise hizo un gesto afirmativo.

—Sí. Así es.

El especialista hojeó los papeles.

—Pues no tengo esos informes.

—Es que no se los he dado.

—¿Y por qué? —preguntó, enarcando las cejas. Denise aferró el bolso en su regazo,reflexionando.

—¿Puedo serle franca? —preguntó al final. El especialista la miró atentamente antes derecostarse en su asiento.

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—Se lo ruego.

Ella le lanzó un vistazo a Kyle antes de contestar.

—A mi hijo le han hecho diagnósticos erróneos una y otra vez durante los últimos dos años. Lehan dicho de todo: desde que es sordo o autista, hasta que padece trastornos del desarrollo o deatención. Luego, se ha demostrado que nada de eso es cierto. No sé si sabe lo duro que es parauna madre escuchar cosas así sobre un hijo, tener que creerlas durante meses y meses,aprenderlo todo acerca del tema, finalmente aceptarlas, y que después alguien venga y te digaque estaban equivocados.

El médico no contestó, pero Denise le sostuvo la mirada antes de continuar.

—Ya sé que Kyle tiene problemas con el lenguaje. Créame, he leído todo lo que se ha publicadoacerca de los CAPD. Si le soy sincera, creo que he leído del tema tanto como usted. A pesar detodo, quería otra opinión sobre sus problemas de expresión, para saber exactamente dónde ycómo tengo que ayudarlo. En el mundo real, Kyle tiene que relacionarse con otras personas apartede mí.

—Así pues, nada de todo esto es nuevo para usted...

Denise negó con la cabeza.

—No. En absoluto.

—¿Lo ha apuntado a alguna terapia?

—Trabajo con él en casa.

El doctor hizo una pausa.

—¿Lo visita algún especialista del comportamiento o del habla? ¿Alguien que antes hayatratado a niños como él? —preguntó a continuación.

—Ya no. Estuvo sometido a terapia, tres sesiones a la semana a lo largo de un año; pero no loayudaron, y se fue quedando atrás. Al final, lo borré el mes de octubre pasado. Ahora sólo estoyyo.

—Ya veo —contestó el médico, en un tono que demostraba a las claras que no estaba deacuerdo con semejante decisión.

Ella lo miró fijamente y añadió:

—Creo que debería comprender que, aunque las pruebas indiquen que Kyle tiene el nivel de unniño de dos años, ha mejorado con respecto a su situación anterior. Antes de que empezaraconmigo, no había dado señales de ningún progreso.

Tres horas más tarde, mientras seguía conduciendo por la autopista, Denise recordó a BrettCosgrove, el padre de Kyle. Brett era de esa clase de hombres que llaman la atención y que a ellasiempre le resultaban atractivos: alto y delgado, con ojos oscuros y cabello castaño. Lo habíaconocido en una fiesta, rodeado de gente, y saltaba a la vista que estaba acostumbrado a ser elcentro de las miradas. Por aquel entonces, ella contaba veintitrés años, no tenía pareja y hacía dosque trabajaba de profesora. Preguntó por él a su amiga Susan, y ésta le explicó que Brett iba aestar en la ciudad sólo durante unas semanas y que era asesor de inversiones para un banco cuyonombre Denise ya no recordaba. No le importó que no fuera de allí. Lo miró, y sus ojos se

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encontraron. No dejaron de lanzarse miradas durante los cuarenta minutos que él tardó enacercarse y saludarla.

¿Quién puede explicar lo que sucedió a continuación? ¿Fueron las hormonas? ¿La soledad? ¿Elestado de ánimo del momento? Poco importa, el caso es que se marcharon de la fiesta pasadas lasonce, se tomaron una copa en el bar del hotel mientras se contaban anécdotas graciosas,flirtearon un rato con la mente puesta en lo que sucedería a continuación y acabaron en la cama.Fue la primera y la última vez que lo vio. Él regresó a Nueva York, regresó a su vida de siempre ytambién, según supo después Denise, a la pareja que tan descuidadamente se había olvidado demencionar. Ella siguió con su rutina.

Entonces no le había dado demasiada importancia; pero, un mes más tarde, sentada en el suelodel cuarto de baño un martes por la mañana, inclinada sobre la taza del inodoro, sí que se la dio.Fue al médico, y le confirmó lo que ella ya sabía: que estaba embarazada.

Cuando lo llamó por teléfono, sonó el contestador, y le dejó un mensaje. Brett tardó tres díasen responder; escuchó las palabras de Denise y, acto seguido, lanzó un suspiro que sonó aexasperación. Luego, se ofreció a correr con los gastos del aborto. Denise le contestó que, comocatólica, no tenía la menor intención de deshacerse del niño. Furioso, él le preguntó cómo habíasido capaz de permitir que sucediera algo así, y ella le respondió que si alguien tenía que contestara semejante ocurrencia, esa persona era él. A continuación, Brett quiso saber si realmente estabasegura de que él era el padre. Denise tuvo que cerrar los ojos y hacer un esfuerzo para noexplotar. Sí, él era el padre.

Él se ofreció otra vez a pagar el aborto, y ella lo rechazó de nuevo. Entonces, Brett le preguntóqué esperaba que hiciera, y Denise replicó que no esperaba nada, que sólo creía que debíasaberlo. Él le advirtió que si tenía intención de demandarlo y solicitar una pensión alimenticia parael niño, se defendería. Ella repuso que no deseaba ninguna compensación, pero que quería sabersi como padre tenía intención de estar presente en la vida de su hijo. Durante unos segundos, sóloescuchó una respiración al otro lado de la línea. Luego, Brett contestó que no, que ya estabacomprometido con otra. Nunca había vuelto a hablar con él.

Lo cierto era que le resultaba más fácil defender a Kyle ante un médico que ante sí misma. Locierto era que estaba más preocupada de lo que estaba dispuesta a admitir. A pesar de losprogresos que hacía, no le suponía ningún consuelo que su hijo tuviera la capacidad de expresiónde un niño de dos años. En octubre cumpliría cinco.

Sin embargo, se resistía a abandonar. Nunca abandonaría, por mucho que trabajar con él fuerala tarea más difícil a la que se había enfrentado. Denise no sólo llevaba a cabo los deberesrutinarios, como preparar comidas y cenas, llevarlo a pasear por el parque, jugar con él oenseñarle sitios nuevos, sino que, además, durante cuatro horas al día, seis días por semana,practicaba con él la mecánica del lenguaje. A pesar de lo indiscutible de los avances del niño desdeque ella había empezado a enseñarle, éstos eran desesperantemente irregulares. Había días enque Kyle era capaz de decir todo lo que ella le pedía; en cambio, otros ni abría la boca. A ratosparecía capaz de comprender cualquier concepto nuevo, y a ratos era como si fuera a peor. Por logeneral, Kyle podía responder preguntas formuladas con «qué» y «dónde», pero «cómo» y «porqué» aún le resultaban incomprensibles. En cuanto a la conversación, el intercambio de

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razonamientos entre dos personas no era más que una hipótesis científica más allá de sucapacidad.

El día anterior, habían pasado la tarde a orillas del río Chowan. A Kyle le gustaba ver pasar lasbarcas que surcaban el agua y se dirigían a Batchelor Bay. Por otra parte, constituía un cambio enla rutina ya que, cuando Denise le enseñaba en casa, solía atarlo a una silla del salón. Eso loayudaba a concentrarse.

Habían encontrado un lugar ideal. Los nogales abundaban en la orilla y había más helechos quemosquitos. Estaban sentados en una zona cubierta de pequeños tréboles, no se veía a nadie más,y Kyle contemplaba fijamente el agua mientras Denise terminaba de apuntar cuidadosamente ensu libreta los últimos datos de los avances de su hijo. Sin mirarlo, le preguntó:

—Cariño, ¿ves alguna barca?

El niño no contestó; en lugar de eso, cogió su avión de juguete e hizo como si volara. Tenía unojo cerrado y con el otro miraba hacia el aeroplano.

—Kyle, tesoro, ¿ves alguna barca?

Él se limitó a hacer un leve ruido con la garganta, como si imitara un motor acelerando. Noprestaba atención.

Ella miró a su alrededor y no vio ninguna embarcación. Tomó la mano del chico para asegurarsede que le hiciera caso.

—Kyle, di: «No veo ninguna barca.»

—«Ayón.»

—Sí. Ya sé que es un avión. Ahora, di: «No veo ninguna barca.»

Kyle alzó un poco más el juguete. Seguía contemplándolo fijamente. Al cabo de un instante,habló de nuevo.

—«Ayón eación.»

—Sí, Kyle. Tienes un avión.

—«Ayón eación.»

Denise suspiró.

—Sí. Un avión de reacción.

—«Ayón.»

Contempló el hermoso rostro de su hijo, tan perfecto, tan normal... Ayudándose con la puntadel dedo, hizo que él girara la cara y la mirara.

—Escucha: aunque hayamos salido, no por eso hemos de dejar de trabajar, ¿de acuerdo?Tienes que repetir lo que yo te diga; de lo contrario, tendremos que regresar a casa y a tu silla. Noquerrás eso, ¿verdad?

A Kyle no le gustaba nada la silla. Una vez sujeto no se podía mover, y no hay niño en el mundoal que le guste esa sensación. Sin embargo, Kyle siguió agitando su avioncito y observándolocontra un horizonte imaginario.

Denise insistió:

—Kyle, di: «No veo ninguna barca.»

Silencio.

Sacó un caramelo del bolsillo. El niño lo vio, pero ella lo mantuvo fuera de su alcance.

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—Di: «No veo ninguna barca.»

Era como arrancar una muela, pero al final las palabras empezaron a salirle.

—«O eo nuna acá» —susurró él.

Denise le dio un beso y la golosina.

—Eso es, cariño. Eso es. ¡Qué bien has hablado! ¿Sabes que eres un gran conversador?

Kyle oyó el cumplido mientras masticaba y volvió a concentrarse en su avión.

Denise apuntó las palabras que acababa de pronunciar y siguió con los ejercicios. Miró a sualrededor en busca de algo diferente.

—Kyle, di: «El cielo es azul.»

—«Ayón» —respondió el chico al cabo de un instante.

Estaban en el coche, a sólo veinte minutos de casa. Oyó que Kyle se agitaba en el asiento deatrás y echó una ojeada por el retrovisor. El ruido cesó, y Denise tuvo cuidado de no hacer nadaque pudiera despertarlo hasta que estuvo segura de que se había vuelto a dormir. Kyle.

El día anterior había sido la clásica jornada con Kyle: un paso adelante, un paso atrás, dos pasosa un lado. Una lucha constante. Estaba mejor que antes, pero todavía iba muy retrasado. ¿Podríaalcanzar un nivel de normalidad algún día?

Fuera, el cielo estaba completamente encapotado y seguía lloviendo sin cesar. En su asientotrasero, Kyle soñaba y sus párpados se movían. Denise se preguntó qué tipo de sueños tendría, siserían como películas mudas en las que naves y cohetes surcaban el espacio en silencio, o sipronunciaría en ellos las pocas palabras que sabía. No tenía idea. A veces, cuando se quedaba a sulado viéndolo dormir, le gustaba imaginar que en esos momentos vivía en un mundo en el quetodos lo entendían sin problemas, donde Kyle comprendía el significado de un lenguaje, fuera elque fuese. Tenía la esperanza de que soñara que jugaba con otros niños, niños que no seapartaban de él sólo porque no lo comprendían; la esperanza de que al menos en sus sueños fuerafeliz. Dios, seguramente, era capaz de concederle al menos eso. ¿O no?

En aquellos instantes, mientras conducía por la autopista, estaba sola. Incluso con su hijo en elasiento de atrás seguía estando sola. Era una vida que no había escogido, pero era la única quehabía tenido la oportunidad de vivir. Las cosas habrían podido irle mucho peor; eso era algo quesabía e intentaba tener presente, pero la mayor parte del tiempo no le resultaba fácil.

Se preguntaba si Kyle habría sido tan problemático de haber tenido un padre cerca. En el fondode su corazón no estaba segura, pero tampoco quería pensar demasiado en ello. En una ocasión selo había preguntado a uno de los médicos, y el hombre le respondió que no lo sabía a cienciacierta. Había sido una respuesta honrada, justo la que había esperado, pero no le dejó conciliar elsueño durante una semana. El doctor no había descartado completamente la posibilidad, y éstaarraigó en ella. ¿Había sido ella de alguna manera la responsable de las dificultades de Kyle? Esospensamientos no tardaron en suscitar otros: si no se debía a la ausencia de un padre, quizá fuerapor algo ocurrido durante el embarazo. ¿Se había alimentado correctamente? ¿Había descansadolo necesario? Era posible que no hubiera tomado suficientes vitaminas, o que hubiera tomadodemasiadas. ¿Le había leído lo bastante cuando era pequeño? ¿Le había hecho caso cuando él másla había necesitado? Las respuestas a todas esas preguntas podían tener implicaciones dolorosas,

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así que las apartaba de su mente a base de fuerza de voluntad. Sin embargo, algunas noches, yatarde, volvían a asomar su feo rostro. Como al kudzu que invade los bosques, le era imposiblemantenerlas a raya para siempre.

¿Había sido de algún modo culpa suya?

Cuando le asaltaban aquellas preocupaciones, se deslizaba sigilosamente hasta el dormitorio deKyle y lo contemplaba mientras dormía. El niño siempre se acostaba con una manta en la cabeza ylas manos llenas de juguetes. Al verlo descansar de ese modo la invadía un sentimiento de ternuracompuesto a un tiempo de tristeza y alegría.

En una ocasión, mientras vivía en Atlanta, alguien le había preguntado si habría tenidoigualmente a Kyle de haber sabido los problemas que le iba a dar. «Naturalmente que sí», habíacontestado ella con presteza, como se suponía que debía hacer. Y en el fondo de su corazón habíasido sincera: a pesar de todos los quebraderos de cabeza que le ocasionaba, tener a Kyle era unabendición. Si hubiera hecho una lista de los pros y los contras, la segunda habría sido interminable,pero la primera habría tenido un peso infinitamente mayor.

No sólo quería a su hijo, sino que, a causa de su minusvalía, sentía la necesidad de protegerlo. Adiario se veía envuelta en situaciones que la empujaban a defenderlo y a disculparlo; situacionesque la llevaban a explicar a los demás que, a pesar de su apariencia normal, había algo en lacabeza de Kyle que no funcionaba. Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones se callaba ydejaba que fueran las otras madres quienes sacaran sus propias conclusiones. Si no eran capacesde entenderlo y darle una oportunidad, peor para ellas, porque lo cierto era que Kyle resultaba unniño encantador: nunca había hecho daño a ninguno de sus compañeros, jamás los había mordido,pellizcado ni gritado; nunca les quitaba los juguetes y siempre estaba dispuesto a compartir lossuyos. Era un niño muy dulce, el más dulce que ella había conocido, y cuando sonreía... ¡Oh, eratan guapo cuando sonreía! Y si ella le devolvía la sonrisa, él continuaba sonriendo y entonces,durante un instante, Denise llegaba a pensar que todo marchaba perfectamente. Ella le decía lomucho que lo quería, y la sonrisa de Kyle se ensanchaba; pero, puesto que no podía expresarsecon palabras, Denise no podía evitar sentir que era la única capaz de darse cuenta de lomaravilloso que resultaba. Entre tanto, Kyle seguía jugando en el arenero mientras los demásniños lo dejaban a un lado.

Denise se preocupaba constantemente por él y, aunque sabía que todas las madres del mundolo hacen, para ella no era lo mismo. A veces sentía deseos de conocer a alguien con un hijo en lasmismas condiciones; por lo menos podría comprenderla, y ella tendría alguien con quiencompartir sus notas y un hombro sobre el que llorar. ¿Acaso las demás madres se despertaban porla noche preguntándose si sus hijos llegarían alguna vez a tener un amigo, cualquier amigo?¿Acaso se preocupaban por si sus hijos podrían ir a un colegio normal, practicar algún deporte ograduarse? ¿Acaso tenían que ser testigos del vacío que los demás niños, y también algunosadultos, hacían a sus hijos? ¿Acaso sus preocupaciones se prolongaban día y noche sin que lescupiera la esperanza de que terminaran algún día?

Siguió divagando de aquel modo mientras conducía el viejo Datsun por carreteras que se ibanhaciendo cada vez más familiares. Estaba a unos diez minutos de casa. Le faltaba pasar la siguientecurva, cruzar el puente hacia Edenton y girar a la izquierda por la calle Charity. Después, sólo lequedaría poco más de un kilómetro y habría llegado. Seguía lloviendo, y el asfalto estaba negro yreluciente. Los faros alumbraban en la distancia, arrancando destellos a las gotas, como si fuerandiamantes que cayeran del cielo al atardecer. Estaba cruzando una zona de pantanos, una de

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tantas que abundaban en esa parte del territorio y cuyas aguas provenían del canal Albemarle.Casi nadie vivía por aquellos parajes, y los que lo hacían apenas se dejaban ver. El suyo era el únicocoche que circulaba por allí en aquellos momentos. Cogió la curva a unos noventa kilómetros porhora y entonces la vio, apenas a unos doce metros de distancia, en medio de la carretera.

Era una cierva adulta que la miraba, paralizada por el resplandor de los faros.

Denise iba demasiado deprisa para evitar la colisión. No obstante, su instinto se impuso y lehizo clavar los frenos.

Oyó claramente el chirrido de los neumáticos. Notó que éstos perdían tracción sobre lasuperficie empapada y cómo el coche seguía hacia delante.

El animal no se movió, y Denise pudo verle claramente los ojos, dos grandes esferas amarillasque brillaban en la oscuridad. No podía esquivarla y se estrellaría contra ella. Se oyó a sí mismagritar mientras daba un desesperado golpe de volante. Las ruedas delanteras patinaron y de algúnmodo respondieron a sus órdenes. El Datsun se cruzó y evitó a la cierva por cuestión decentímetros.

Demasiado tarde para que tuviera importancia, la cierva salió de su estupor y corrió en buscade un lugar seguro sin mirar siquiera hacia atrás; pero el viejo coche no pudo recuperarse de lamaniobra. Denise notó cómo los neumáticos perdían contacto con el asfalto y se adentraban en latierra mojada. Los gastados amortiguadores crujieron violentamente con el rebote y actuaroncomo un trampolín. A menos de diez metros, se levantaba una hilera de cipreses. Denise giró elvolante con desesperación, pero el coche siguió lanzado. Abrió los ojos desmesuradamente ycontuvo la respiración. Era como si todo sucediera primero a cámara lenta, después muy rápido yde nuevo despacio. Se dio cuenta de que la colisión era inevitable, pero esa constatación sólo duróuna décima de segundo. En ese instante chocó contra los árboles. Denise oyó el estruendo delmetal que se retorcía y el estallido del parabrisas que la cubrió de fragmentos de cristal. Comollevaba puesta sólo la parte inferior del cinturón de seguridad, su cabeza salió disparada haciadelante y se estrelló contra el volante. Notó un dolor agudo y penetrante.

Luego, nada más.

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CAPÍTULO 03CAPÍTULO 03

—¡Eh, señora! ¿Se encuentra usted bien?

Junto con la voz del desconocido empezaron a llegarle las sensaciones de lo que la rodeaba. Eracomo si ascendiera hacia la superficie nadando en agua turbia. No notaba ningún dolor, aunquepodía distinguir en la lengua el gusto salado de la sangre. Todavía no recordaba lo sucedido, y sellevó inconscientemente la mano a la frente mientras intentaba obligarse a abrir los ojos.

—No se mueva —oyó que le decían—. Voy a llamar una ambulancia.

Denise apenas captó las palabras. Carecían de significado. Todo era muy confuso. Veía borrosode manera intermitente. Hasta los sonidos le llegaban inconexos. Instintivamente y muy despacio,volvió la cabeza hacia la figura imprecisa que se movía en el extremo de su campo de visión.

Un hombre... moreno... con un impermeable amarillo... que se alejaba...

Una de las ventanillas se había roto, y notó que la lluvia caía dentro del coche. Un extraño siseosurgía de la oscuridad mientras el vapor se escapaba por las grietas del radiador. Estabaempezando a recobrar la visión de los objetos más cercanos. Tenía esquirlas de vidrio en el regazoy en el pantalón, y había sangre en el volante...

Mucha sangre.

Nada tenía sentido. Por su mente desfilaban imágenes incoherentes.

Cerró los ojos y sintió el dolor por primera vez. Los abrió de nuevo y se esforzó en situarse. Elvolante... El coche... Sí. Estaba en el coche... Fuera oscurecía...

—¡Oh, Dios mío!

De repente, los recuerdos regresaron: la curva, la cierva, el coche que patinaba sin control... Sedio la vuelta como pudo y, a través de la sangre que le cubría los párpados, miró el asiento trasero.Kyle no estaba en el coche. El cinturón de seguridad de su asiento estaba abierto, igual que laportezuela de atrás.

—¡Kyle!

A través de la ventana, gritó hacia la figura que la había despertado. Eso, suponiendo quehubiese realmente alguien. No sabía si había sido una alucinación.

Sin embargo, allí estaba, dándose la vuelta. Denise parpadeó. El hombre caminaba hacia elcoche. Ella lanzó un gemido.

Más tarde recordaría que no se había asustado, por lo menos no tanto como hubieraimaginado. Creía que Kyle se encontraba bien, y ni siquiera se le había ocurrido que pudiera ser deotra manera: iba atado, y la parte trasera no había sufrido daños; de hecho, la puerta estabaabierta... Incluso en aquel estado de aturdimiento dio por sentado que la persona que la habíadespertado también había sacado a Kyle del automóvil. En aquel momento, la figura se hallaba asu lado, en la ventanilla.

—Escuche. Procure no decir nada. Está usted malherida. Me llamo Taylor McAden y pertenezcoal Cuerpo de bomberos. Tengo una radio en mi coche. Voy a conseguir ayuda.

Denise volvió la cabeza, intentado enfocar el rostro del extraño mientras hacía un esfuerzo paraque sus palabras resultaran inteligibles.

—Mi hijo está con usted, ¿verdad?

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Sabía cuál iba a ser la respuesta, cuál debía ser; pero, extrañamente, no fue la que esperaba. Lepareció que el hombre necesitaba un poco de tiempo para encontrar las palabras adecuadas, igualque le pasaba a Kyle. El desconocido hizo una leve mueca y movió la cabeza en un gesto negativo.

—No. Yo acabo de llegar... ¿Su hijo?

Fue entonces, mientras lo miraba fijamente a los ojos e imaginaba lo peor, cuando la invadió elpánico, como una ola que se le echara encima. Sintió que se encogía, como le había sucedido eldía que se enteró de la muerte de su madre.

Un relámpago surcó el cielo, y el trueno retumbó a continuación. La lluvia seguía cayendopesadamente. El hombre se la quitó del rostro con el dorso de la mano.

—¡Mi hijo viajaba en el asiento de atrás! —gritó ella—. ¿No lo ha visto?

Las palabras le brotaron claras y con energía, la suficiente para que el hombre se sobresaltara yDenise recobrara la conciencia plenamente.

—No sé...

Con el ruido del aguacero, el extraño no la había entendido.

Forcejeó para intentar salir del vehículo, pero el cinturón de seguridad se lo impedía. Haciendocaso omiso del dolor del brazo y la muñeca, se desató. El extraño dio un paso atrás cuando ellaabrió con un golpe del hombro la puerta, que se había quedado atascada a causa del impacto.Denise tenía las rodillas magulladas por habérselas golpeado contra el cuadro de mandos, y estuvoa punto de caer nada más ponerse en pie.

—Creo que no debería moverse.

Se apoyó en la carrocería sin prestar atención a las palabras del hombre y se encaminó hacia lapuerta abierta, en el lado de Kyle. «No, no, no», se decía.

—¡Kyle! —llamó.

Incapaz de creer lo que estaba sucediendo, se introdujo en el coche para buscarlo. Sus ojosescrutaron el suelo; luego, se posaron sobre el asiento, como si Kyle fuera a reaparecermilagrosamente. Sintió que la sangre le subía a la cabeza y le producía una punzada de dolor.

«Kyle, ¿dónde estás?», se dijo.

El bombero la había seguido, aparentemente indeciso con respecto a lo que debía hacer conaquella mujer ensangrentada que de repente se mostraba tan agitada.

—Señora...

Ella lo interrumpió, agarrándole el brazo y clavando sus ojos en los de él.

—¿No lo ha visto? Es un niño pequeño, moreno... —La voz le temblaba de pánico—. Estabaconmigo en el coche.

—No... Yo...

—Ayúdeme a encontrarlo. ¡Sólo tiene cuatro años!

Denise se dio la vuelta con tanto ímpetu que casi perdió el equilibrio, y tuvo que agarrarse a lacarrocería. La visión se le nubló y, mientras luchaba por no desmayarse, un grito desgarrador lesurgió de lo más profundo de las entrañas.

—¡Kyle!

Fue un alarido de terror.

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Cerró los ojos para concentrarse. La vista se le aclaró. En aquel momento, la tormentaempezaba a descargar con toda su furia. Bajo la cortina de lluvia, apenas podía ver los árboles, quese hallaban a menos de quince metros. La oscuridad era absoluta en aquella dirección y sólo sedivisaba el camino que conducía a la autopista.

«¡Dios mío, la autopista!»

Pudo notar cómo los pies le resbalaban sobre la hierba embarrada y cómo jadeaba mientrasechaba a correr hacia allí, trastabillando. Tropezó y cayó, pero se puso en pie y siguió corriendo,hasta que el desconocido comprendió sus intenciones, salió tras ella y la detuvo antes de quealcanzase la carretera.

—No lo veo —dijo él mientras escrutaba el paisaje circundante.

—¡Kyle! —chilló ella al tiempo que elevaba una silenciosa plegaria.

El grito quedó amortiguado por el fragor de la tormenta, pero hizo que Taylor reaccionara.

Empezaron a caminar en direcciones opuestas gritando el nombre de Kyle y deteniéndose devez en cuando para distinguir una posible señal. No obstante, el ruido de la lluvia eraensordecedor. Al cabo de unos minutos, Taylor regresó a su coche y llamó al Parque de bomberos.

Su voz y la de Denise eran los únicos sonidos humanos que se percibían en el pantano. Elestruendo de la tormenta apenas permitía que se oyeran el uno al otro, así que mucho menospodían oír a Kyle. No obstante, siguieron buscándolo. La llamada de Denise sonaba aguda, era elgrito desesperado de una madre. Taylor se alejó a zancadas, gritando el nombre del niño una yotra vez a lo largo de la carretera, contagiado de la angustia de Denise. Al rato, llegaron dosbomberos más, con sendas linternas. Cuando el más veterano vio a la mujer con el cabelloapelmazado por la sangre seca y con la camisa teñida de rojo, vaciló antes de intentartranquilizarla y fracasar en el intento.

—¡Tienen que ayudarme a encontrar a mi hijo! —sollozó Denise.

Pidieron refuerzos, y al cabo de unos minutos ya había seis personas colaborando en labúsqueda.

Entre tanto, la tormenta se había desatado con toda su furia: rayos, truenos y vientoshuracanados obligaban a los rastreadores a caminar encorvados. Fue Taylor el que encontró lamanta de Kyle en el pantano, a unos veinte metros del lugar del accidente, enredada en la maleza.

—¿Es de su hijo? —preguntó. Denise rompió a llorar cuando se la entregaron. Después detreinta minutos de búsqueda, todavía no habían hallado ni rastro del chico.

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CAPÍTULO 04CAPÍTULO 04

Nada de aquello tenía sentido para Denise. Sólo un instante antes, Kyle estaba tranquilamentesentado en el coche, y al momento siguiente había desaparecido. Sin más. Todo había sucedido sinprevio aviso. Unas décimas de segundo para dar un golpe de volante y nada volvía a ser igual queantes. ¿A eso se reducía la vida?

Aquéllos eran los pensamientos que cruzaban por su cabeza mientras aguardaba, sentada en laambulancia, y las luces de emergencia de los coches de la policía trazaban círculos de luz azul queiluminaban la carretera. Había una docena más de vehículos aparcados de cualquier manera, y ungrupo de hombres vestidos con impermeables amarillos discutía lo que debían hacer acontinuación. Aunque saltaba a la vista que habían trabajado juntos anteriormente, no pudodeducir quién era el que los dirigía. Tampoco entendía lo que decían, porque sus palabras lellegaban amortiguadas por el estruendo de la tormenta. La lluvia caía como una pesada cortina,produciendo un sonido similar al de un tren de mercancías.

Tenía frío y se sentía aturdida. Le resultaba imposible concentrar la atención más de unos pocossegundos. Su sentido del equilibrio estaba afectado —se había caído tres veces mientras buscabaa Kyle— y tenía la ropa empapada y pegada a la piel. Tan pronto como llegó la ambulancia, laobligaron a abandonar la búsqueda y a sentarse; luego, le pusieron una manta sobre los hombrosy le ofrecieron una taza de café. No se sintió con ánimos para bebérsela. De hecho, no se sentíacon ánimos para nada. Estaba tiritando y veía borroso. Tenía heladas las extremidades, apenas lasnotaba, como si pertenecieran a otra persona. El hombre que la atendió en la ambulancia, que noera médico, había temido que Denise pudiera sufrir una conmoción cerebral y había insistido enllevarla al hospital más cercano sin más demora. Ella se había negado rotundamente. No teníaintención de marcharse hasta que hubieran encontrado a Kyle. El enfermero le dijo que esperaríaotros diez minutos, pero que después no tendría más remedio que llevársela. El corte de la cabezaera profundo y seguía sangrando a pesar del vendaje. Advirtió a Denise que podía desmayarse encualquier momento si esperaban más tiempo. Ella insistió. Estaba decidida a quedarse.

Enseguida llegó más gente. Una ambulancia, un policía estatal que se había enterado delaccidente por la radio, tres voluntarios del Cuerpo de bomberos y un camionero que se habíadetenido al ver las luces. Todos habían aparecido en unos pocos minutos y en aquel momentoestaban formando un círculo en medio de los vehículos con los faros encendidos. El hombre que lahabía encontrado —¿Taylor?— le daba la espalda. Denise tenía la impresión de que estabaponiendo a los demás al corriente de lo que sabía, que tampoco era mucho aparte del lugar dondehabía hallado la manta. Un minuto más tarde, él se dio la vuelta y la miró con expresión sombría.El policía, un hombre fornido con una calva incipiente, hizo un gesto con la cabeza en su dirección.Tras indicar a los demás que permanecieran donde estaban, ambos hombres se encaminaronhacia la ambulancia. Los uniformes, que a Denise siempre le habían inspirado confianza, esa vez nisiquiera la aliviaron ligeramente. Sólo eran hombres, nada más que hombres. Reprimió las ganasde vomitar.

Tenía en el regazo la manta de Kyle y no dejaba de manosearla nerviosamente, de hacer unapelota con ella que a continuación deshacía. A pesar de que dentro de la ambulancia estaba aresguardo de la lluvia, el viento soplaba con furia y ella tintaba sin parar. No había dejado dehacerlo desde que la habían cubierto con la manta. Hacía tanto frío... Y Kyle... Kyle estaba en algúnlugar, allí fuera, sin una chaqueta siquiera... «¡Oh, Kyle!»

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Se apretó la manta de su hijo contra la mejilla y cerró los ojos.

«¿Dónde estás, cariño? ¿Por qué saliste del coche? ¿Por qué no te quedaste con mamá?»

Taylor y el agente entraron en la ambulancia e intercambiaron una mirada antes de que elprimero se decidiera a apoyar una mano en el hombro de Denise.

—Ya sé que esto es muy duro para usted, pero debemos hacerle algunas preguntas antes deempezar la búsqueda. No será largo.

Ella se mordió el labio mientras hacía un gesto afirmativo. A continuación respiróprofundamente y abrió los ojos.

De cerca, el patrullero resultó ser más joven de lo que le había parecido. Tenía una expresiónamable. Se acuclilló ante Denise.

—Soy el sargento Cari Huddle, de la patrulla estatal —anunció con el típico y melodioso acentosureño—. Ya sé lo preocupada que está. Créame, nosotros también. Casi todos los que hemosvenido a ayudar somos padres y tenemos hijos pequeños. Todos deseamos tanto como ustedencontrar a su hijo, pero primero necesitamos alguna información para saber exactamente aquién estamos rastreando.

Denise apenas captó las palabras.

—¿Podrán encontrarlo ustedes en medio de esta tormenta? —preguntó—. Me refiero sipodrán hacerlo antes de que...

Miró a los dos hombres alternativamente. Le costaba ver con claridad. El sargento no respondióenseguida, pero Taylor McAden hizo un gesto afirmativo con evidente determinación.

—Daremos con él. Se lo prometo.

Huddle le dirigió una mirada dubitativa, aunque al final también asintió. Visiblementeincómodo, cambió el peso del cuerpo a la otra pierna.

Denise suspiró y se irguió en su asiento en un intento de mantener la compostura. El enfermerole había limpiado las heridas de la cara, y estaba muy pálida. En el vendaje de la frente destacabauna mancha roja, sobre el ojo derecho, y tenía las mejillas amoratadas.

Cuando se sintió con fuerzas, empezó con los datos elementales de cualquier informe: nombre,dirección, número de teléfono y trabajo; también su anterior residencia, la fecha de su traslado aEdenton, por qué iba conduciendo, cómo se había detenido a repostar y había conseguido evitarque la tempestad la alcanzase; la cierva en la carretera, cómo había perdido el control delvehículo, y el accidente en sí mismo. El sargento lo anotó cuidadosamente en su libreta. Cuandohubo terminado, la miró con cierta expectación.

—¿Es usted pariente de J. B. Anderson?

John Brian Anderson había sido su abuelo materno, así que asintió.

Huddle se aclaró la garganta. Como todos los de Edenton, había conocido a los Anderson. Leechó un vistazo a sus notas.

—Taylor me ha dicho que Kyle tiene cuatro años.

Denise asintió.

—Sí. Cumplirá cinco en octubre.

—¿Podría describírmelo en pocas palabras para que pueda radiar su retrato?

—¿Radiarlo?

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El sargento contestó pacientemente:

—Sí. Lo difundiremos por el canal de emergencia de la policía. Así su descripción llegará a lasdemás comisarías, por si alguien encuentra al chico, lo recoge y llama a las autoridades. Tambiénpodría suceder que estuviera vagando por ahí, que alguien lo viera y avisara a la policía. Es paracasos así.

Lo que no le dijo era que también se informaba a los hospitales de la zona. Todavía no habíanecesidad.

Denise se dio la vuelta, intentando poner en orden sus pensamientos.

—Hum...

Tardó unos segundos en hablar. ¿Quién puede describir a un hijo con simples números?

—No sé... Un metro de altura. Veinte kilos, más o menos. Cabello castaño, ojos verdes... Lonormal para un chico de su edad. Ni grande ni pequeño.

—¿Algún rasgo distintivo? ¿Marcas de nacimiento o algo parecido?

Se repitió la pregunta, pero todo le parecía irreal, inexplicable y absurdo. ¿Para qué lonecesitaban? ¿Cuántos niños de cuatro años podían haberse perdido en una noche así, en aquellazona pantanosa?

«Deberían estar buscando en lugar de hacerme tantas preguntas», se dijo.

¿Cuál había sido la pregunta? ¡Ah, sí!, los rasgos distintivos. Se concentró tanto como fue capaz,con la esperanza de acabar de una vez por todas.

—Tiene dos lunares en la mejilla izquierda —dijo al final—. Ninguna otra marca.

Huddle anotó la información sin levantar la vista de la libreta.

—¿Pudo haberse desabrochado el cinturón de seguridad y abrir la puerta del coche él solo?

—Sí. Hace meses que lo hace.

El patrullero asintió. Su hija Campbell, de cinco años, hacía lo mismo.

—¿Recuerda la ropa que vestía?

Denise volvió a cerrar los ojos para pensar.

—Una camiseta roja con un dibujo en el pecho de Mickey Mouse guiñando un ojo y levantandoel pulgar, y unos vaqueros con elástico en la cintura. Sin cinturón.

Los dos hombres intercambiaron una mirada: eran colores oscuros.

—¿Manga larga?

—No.

—¿Iba calzado?

—Supongo. Yo no se lo había quitado, así que supongo que todavía lo llevará. Zapatillasblancas. No me acuerdo de la marca. Creo que eran de Wal-Mart.

—¿Ninguna chaqueta?

—No. Hoy hacía calor, al menos cuando salimos de casa.

Mientras proseguía el interrogatorio, tres rayos surcaron el cielo y la lluvia pareció arreciar aúnmás.

El sargento alzó la voz para hacerse oír por encima del estruendo.

—¿Tiene usted todavía familia por aquí? ¿Padres, hermanos?

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—No. No tengo hermanos, y mis padres fallecieron.

—¿Qué hay de su marido?

Denise hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No estoy casada.

—¿Kyle se ha extraviado alguna otra vez?

Se frotó las sienes para mitigar la sensación de mareo.

—Sí, unas cuantas veces. En una ocasión, en un centro comercial, y otra cerca de casa. Le danmiedo los relámpagos. Supongo que por eso se ha bajado del coche. Siempre que estalla unatormenta se mete en la cama conmigo.

—¿Qué hay del pantano? ¿Cree que le daría miedo adentrarse en él en la oscuridad? ¿Piensaque se quedaría cerca del vehículo?

Denise sintió que se le hacía un nudo en el estómago, y el miedo la ayudó a despejarse.

—A Kyle no le da miedo estar fuera, ni siquiera de noche. Le encanta caminar por el bosque quehay cerca de nuestra casa. No creo que sepa lo bastante para tener miedo.

—¿Así que puede...?

—No lo sé. Es posible —respondió con súbita desesperación.

Huddle hizo una pausa para no agobiarla demasiado. Luego prosiguió.

—¿Sabe qué hora era, más o menos, cuando se encontró con la cierva en mitad de la carretera?

Denise se encogió de hombros. Se sentía desvalida e impotente.

—Tampoco lo sé. Quizá fueran las nueve y cuarto. No lo comprobé.

Los dos hombres miraron instintivamente sus relojes. Taylor la había hallado sobre las nueve ymedia de la noche, y apenas había tardado cinco minutos en pedir auxilio. En aquel momento eranlas diez y veinte, así que ya había transcurrido más de una hora desde el accidente. Tanto elsargento como Taylor sabían que debían empezar la búsqueda lo antes posible y de maneracoordinada. A pesar de la temperatura relativamente benigna, unas cuantas horas pasadas bajo lalluvia podían producir fácilmente una hipotermia.

Lo que no comentaron a Denise fue el peligro que entrañaba el pantano en sí. No era un lugarpara nadie en una noche como ésa y mucho menos para un niño. Allí, una persona podíadesaparecer para siempre.

Huddle cerró su libreta. Cada instante era precioso.

—Seguiremos con las preguntas más adelante, señorita Holton, si le parece bien. Seránnecesarias para el informe. No obstante, ahora lo primero es que empecemos el rastreo.

Denise asintió.

—¿Hay algo más que debamos saber? —añadió el policía—. ¿Un apodo? ¿Algo a lo que puedaresponder?

—No. Sólo «Kyle», pero...

Sólo entonces se dio plenamente cuenta de lo obvio, de lo terrible, de lo peor, de algo que elpatrullero nunca habría pensado en preguntar.

«¡Oh, Dios mío! ¡No! —se dijo mientras se le hacía un nudo en la garganta—. ¡No, no, no!»

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¿Por qué no se le había ocurrido mencionarlo antes? ¿Por qué no se lo había dicho al bomberonada más salir del coche, cuando Kyle todavía podía estar cerca, antes de que tuviera tiempo dealejarse? ¡Podría haber estado allí mismo!

—Señorita Holton...

De repente, el miedo, la confusión, la furia, todo se le echó encima.

«¡Kyle no puede contestarles!»

Hundió el rostro entre las manos.

«¡No puede responder!»

—Señorita Holton...

Oyó que la llamaban.

«¿Por qué, Dios mío, por qué?»

Tras lo que se le antojó una eternidad, se enjugó las lágrimas, incapaz de mirarlos a la cara.

«Tendría que habérselo dicho mucho antes.»

—Kyle no les contestará si lo llaman por su nombre —explicó—. Tendrán que dar con élfísicamente. Verlo.

Los dos hombres se quedaron mirándola, perplejos y sin acabar de comprender.

—Pero ¿y si le decimos que lo estamos buscando porque su madre está preocupada?

Denise negó furiosamente con la cabeza. Le asaltaron las náuseas.

—No. No les contestará.

¿Cuántas veces había repetido esas palabras? ¿Cuántas veces habían sido sólo una meraexplicación? ¿Cuántas veces habían carecido de importancia comparadas con lo que suponían enaquellos instantes?

Ni Taylor ni Huddle dijeron nada. Finalmente, haciendo acopio de fuerzas, Denise se lo aclaró:

—Kyle apenas puede hablar. Sólo es capaz de articular unas palabras sueltas. Por algún motivono puede... no puede entender lo que se le dice. Ésa es la razón de que hoy hayamos estado enDuke.

Se volvió y miró a los dos hombres para asegurarse de que la habían entendido.

—Tienen que encontrarlo. No les bastará con gritar su nombre. No entenderá lo que digan. Noles contestará porque no puede. Tendrán que dar con él.

«¿Por qué, de entre todos los niños del mundo, le tiene que ocurrir esto a Kyle?», pensó.

Incapaz de añadir una sola palabra más, Denise empezó a sollozar.

Entonces, tal como había hecho antes, Taylor se arrodilló y le apoyó la mano en el hombro.

—Lo encontraremos, señorita Holton —afirmó con tranquila firmeza—. Lo encontraremos.

Cinco minutos más tarde, mientras Taylor y el resto estaban trazando un plan de búsqueda,llegaron cuatro voluntarios más. Era todo cuanto Edenton podía aportar. Los rayos habían causadotres incendios importantes, se habían producido cuatro accidentes de tráfico en los últimos veinteminutos —dos de ellos con heridos graves— y las líneas eléctricas caídas constituían todavía unpeligro. El Parque de bomberos y la comisaría estaban desbordados por las llamadas de socorro,que se clasificaban por orden de estricta urgencia. A menos que hubiera vidas en peligro, larespuesta era que por el momento no había nada que se pudiera hacer.

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Pero el caso de un niño extraviado era algo que adquiría prioridad sobre casi todo lo demás.

Lo primero fue alinear todos los vehículos, coches y camiones, tan cerca del borde del pantanocomo resultó posible. Permanecieron allí, separados unos de otros trece o catorce metros, con lasluces encendidas y los motores al ralentí. Aquello no sólo iluminaría la zona, sino queproporcionaría a los rastreadores un punto de referencia en caso de que alguno se desorientara.También se repartieron transmisores junto con baterías de repuesto.

En total, once hombres, incluido el camionero, que insistía en ayudar, iban a empezar labúsqueda desde el punto en que Taylor había descubierto la manta de Kyle. Se abrirían en abanicoen tres direcciones: hacia el sur, el este y el oeste. Las dos últimas seguían paralelas a la autopista;el sur era la última dirección que Kyle parecía haber tomado. Se decidió que un voluntariopermanecería junto a los vehículos, por si acaso Kyle divisaba las luces y decidía regresar por suspropios medios; tenía instrucciones de disparar una bengala cada hora para que los hombressupieran exactamente dónde se encontraban.

Después de que el sargento Huddle les diera una somera descripción del muchacho y de la ropaque llevaba, le llegó el turno de hablar a Taylor. Él y otros habían cazado antes por aquella zona,así que hizo una breve descripción de lo que les aguardaba.

Los rastreadores supieron que allí, en el límite de las marismas, cerca de la autopista, se iban aenfrentar a un terreno fangoso pero no inundado, ya que las zonas húmedas se encontraban casi aun kilómetro pantano adentro; pero que el barro no estaba libre de peligros: podía atrapar el pie ola pierna de un hombre como un cepo, y mucho más la de un niño, e impedirle escapar.

Aquella noche, ya había un centímetro de agua al borde de la carretera, así que las cosasempeorarían a medida que arreciara la tormenta. Las bolsas de lodo podían ser trampas mortalessi el nivel crecía. Todos los hombres se mostraron de acuerdo en que procederían con cautela.

La parte positiva era que nadie creía que Kyle hubiera podido llegar muy lejos. Los árboles y losmatorrales dificultaban la marcha y limitaban la distancia que podía haber recorrido. Quizá unkilómetro y medio, puede que dos, pero no más. Debía de estar cerca, así que cuanto antes sepusieran en marcha, mejor.

—Pero recordad lo que nos ha dicho su madre —añadió Taylor—. No olvidéis que el chico noresponderá a nuestras llamadas. Buscad cualquier rastro o señal física. No querréis pasar a su ladosin verlo, ¿verdad? La mujer ha insistido en que no esperemos ningún tipo de respuesta.

—¿No nos contestará? —preguntó uno de los hombres, visiblemente sorprendido.

—No. Eso es lo que nos ha dicho su madre.

—¿Por qué no puede hablar?

—No nos lo ha explicado con exactitud.

—¿Es retrasado? —inquirió otra voz.

La pregunta hizo que Taylor se crispara.

—¿Qué demonios tiene que ver? Es sólo un niño pequeño que no puede hablar y que se haextraviado en las marismas. Eso es todo lo que sabemos por ahora.

Taylor se quedó mirando al hombre hasta que éste se marchó. No se oía más que el repiqueteode la lluvia. Finalmente, el sargento Huddle lanzó un profundo suspiro y dijo:

—Será mejor que nos pongamos en marcha. Taylor encendió su linterna.

—Sí. Vamos allá.

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CAPÍTULO 05CAPÍTULO 05

Denise podía verse a sí misma en el pantano, junto a los demás, apartándose las ramas de lacara, hundiendo los pies en el barro mientras buscaba frenéticamente a Kyle. Sin embargo, nadade eso era cierto. La verdad era que se encontraba tumbada en una camilla en la parte trasera deuna ambulancia, camino del hospital de Elisabeth City —una pequeña ciudad unos cuarentakilómetros hacia el nordeste—, el más próximo de los que disponían de servicio de urgencias.

Se quedó contemplando el techo del vehículo, todavía temblando y aturdida. Había queridoquedarse, había suplicado que la dejaran quedarse; pero le dijeron que sería mejor para Kyle siella partía con la ambulancia. Su presencia en las marismas, le explicaron, sólo serviría paracomplicar todavía más las cosas. A pesar de todo, ella había contestado que no le importaba, sehabía apeado de la ambulancia y salido al exterior. Sabía que Kyle la necesitaba. En un estado deaparente lucidez, pidió que le facilitaran un impermeable y una linterna; pero, tras unos cuantospasos, el mundo empezó a darle vueltas, las piernas le fallaron y cayó al suelo. Dos minutos mástarde, la sirena de la ambulancia se había puesto en marcha, y Denise había partido en dirección alhospital.

Aparte de los temblores, no se había movido desde que la habían tumbado en la camilla. Teníalas extremidades extrañamente inmóviles; su respiración era rápida y leve, como la de unanimalillo, y estaba muy pálida, enfermizamente pálida. La última caída le había reabierto el cortede la frente.

—Tenga fe, señorita Holton —la tranquilizó el enfermero, que acababa de tomarle la tensión yestaba seguro de que se hallaba en estado de shock—. Me refiero a que conozco a esos hombres.Otras veces se han perdido chicos por esos parajes, y siempre los han encontrado.

Denise no respondió.

—Y usted también se pondrá bien. En unos pocos días volverá a hacer vida normal.

Durante unos instantes se hizo el silencio. Denise seguía con los ojos fijos en el techo. Elenfermero le tomó el pulso.

—¿Hay alguien a quien quiera que avise cuando lleguemos al hospital? —preguntó.

—No —susurró ella—. No hay nadie.

Taylor y los demás llegaron al lugar donde aquél había encontrado la manta, y se desplegaron.Él y dos hombres más se dirigieron hacia el sur, adentrándose en el pantanal, mientras que el restode los rastreadores exploraba a lo largo de la carretera. La tormenta no había amainado, así que lavisibilidad, a pesar de las linternas, era de apenas unos metros. En cuestión de minutos, Taylor seencontró con que no podía ver ni oír a sus compañeros, y una sensación de desasosiego seapoderó de él. En esos momentos tenía ante sí la realidad de la situación, que había permanecidooculta bajo la urgencia y los nervios de los preparativos, cuando todo había parecido posible.

Había participado anteriormente en otras operaciones de rescate y, de repente, se dio cuentade que para aquélla faltaban hombres. Una zona pantanosa, de noche, con aquella tormenta... Unniño que no podía responder a las llamadas... Para algo así no bastaría con cincuenta hombres,haría falta al menos un centenar. El procedimiento más eficaz para rastrear a alguien extraviado

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en un bosque es mantener contacto visual a derecha e izquierda con los otros buscadores yavanzar todos a la vez, sincronizadamente, como si se tratase de un desfile. De ese modo se podíapeinar amplias extensiones con precisión y estar seguros de que no se pasaba nada por alto. Condiez hombres solamente, algo así era imposible. Al poco rato de haber empezado las tareas derastreo, cada uno trabajaba solo, completamente separado del resto. Tuvieron que conformarsecon deambular por donde les pareció más conveniente, alumbrando con sus linternas aquí y allá,pero en realidad hacia ninguna parte en concreto. Era como si buscaran una aguja en un pajar.Inesperadamente, el rescate de Kyle se había convertido en una cuestión que dependía más de lasuerte que de la pericia.

Recordándose que no debía perder la esperanza, Taylor siguió adelante entre los árboles por elblando terreno. A pesar de que no tenía hijos, era padrino de uno de los de su mejor amigo, MitchJohnson, y rastreaba como si los estuviera buscando a ellos. Mitch era también bomberovoluntario, y Taylor deseó tenerlo a su lado en aquellos momentos. Había sido su habitualcompañero de caza durante los últimos veinte años, conocía las marismas tan bien como él y suexperiencia le habría servido de mucho. Sin embargo, Mitch estaba fuera de la ciudad por unosdías. Taylor albergaba la esperanza de que no fuera un mal presagio.

A medida que aumentaba la distancia que lo separaba de la carretera, el pantanal se ibahaciendo más impenetrable, más misterioso. Los árboles crecían más próximos unos a otros, y elsuelo era una maraña de raíces medio podridas. La maleza se le enredaba entre las piernas, y teníaque usar las manos para apartar constantemente las ramas bajas y seguir avanzando. Entre tanto,no dejaba de iluminar con su linterna cada rincón, tras cada arbusto y cada tronco. No dejó demoverse y de buscar cualquier señal de Kyle. Pasaron los minutos.

Primero, diez.

Luego, veinte.

Después, treinta...

Caminaba con el agua por encima de los tobillos y con creciente dificultad. Miró la hora: las diezcincuenta y seis. Kyle ya llevaba desaparecido una hora y media, quizá más. El reloj, que habíaempezado contando a su favor, se estaba tornando adverso. «¿Cuánto rato puede Pasar hasta quelo inmovilice la hipotermia o...?», pensó, pero enseguida rechazó semejante idea. No quería darlevueltas a eso o a algo peor.

Los rayos y los truenos se sucedían sin interrupción y desde todas direcciones. Las gotas delluvia caían con violencia, y tenía que enjugárselas constantemente de la cara para poder ver. Apesar de las advertencias de la madre del chico acerca de que éste no respondería, Taylor empezóa llamarlo por su nombre. Por alguna razón, le hacía sentir que estaba haciendo más de lo quehacía en realidad.

«¡Maldición!»

¿Cuánto tiempo hacía que no habían tenido una tormenta como aquélla? ¿Seis años? ¿Siete?¿Por qué tenía que suceder precisamente aquella noche, justo cuando se acababa de perder uncrío? Con semejante tiempo ni siquiera podían usar los perros de Jimmie Hicks, y eso que eran losmejores del condado. La tormenta hacía que resultara imposible seguir una pista. Estaba claro quedeambular sin rumbo en la oscuridad no iba a ser suficiente.

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¿Adónde iría un niño en aquellas circunstancias? Un niño al que le dan miedo las tormentaspero no los bosques de noche; un niño que ha visto a su madre tras el accidente; a su madre,herida e inconsciente.

«¡Piensa!»

Taylor conocía las marismas tan bien como cualquiera de los lugareños, o mejor. Había sido allídonde había abatido su primer ciervo, a los doce años, y todos los otoños se aventuraba paracazar patos. Tenía una destreza instintiva para seguir el rastro de los animales, y rara vezregresaba sin haber cobrado alguna pieza. Los habitantes de Edenton bromeaban a menudodiciéndole que su olfato era como el de un lobo. Era cierto que tenía un talento poco frecuente,hasta él lo admitía. También era cierto que sabía lo mismo que la mayoría de los cazadores acercade huellas, deposiciones y el significado de ramas rotas y vegetación aplastada. No obstante,aquellos conocimientos no bastaban para explicar su éxito como cazador. Por eso, cuando lepreguntaban cuál era su secreto, él se limitaba a responder que simplemente intentaba pensarcomo lo haría un ciervo. La gente se reía con aquello; pero Taylor siempre lo decía muy serio, yentonces todos se daban cuenta de que no intentaba ser gracioso.

«Pensar como un ciervo... ¿Qué demonios habrá querido decir?», exclamaban meneando lacabeza.

Puede que sólo Taylor lo supiera, pero eso era lo que estaba haciendo en aquellos momentos;lo mismo pero a otro nivel, porque lo que había en juego era mucho más importante.

Cerró los ojos y se concentró. ¿Adónde iría un niño de cuatro años? ¿En qué dirección?

Abrió los ojos bruscamente cuando escuchó el sonido de la primera bengala, que indicaba quehabía transcurrido ya una hora. Eran las once.

«¡Piensa!»

El servicio de urgencias del hospital de Elizabeth City estaba abarrotado. No sólo habían llevadoallí a los heridos graves, sino que también habían acudido los que se habían sentido indispuestos oenfermos. Sin duda, muchos podrían haber esperado hasta la mañana siguiente; pero, igual que laluna llena, las tormentas tienen la facultad de despertar en las personas los instintos másirracionales. Cuanto más potente es el fenómeno, más se perturba la gente. En una noche comoaquélla, una molestia en el pecho se convierte en un infarto inminente; la fiebre del día anteriorpasa a ser algo insoportable, y un calambre en una pierna puede deberse a un trombo. Losmédicos y las enfermeras lo sabían, y para ellos aquellas noches eran tan previsibles como la salidadel sol: el tiempo mínimo de espera llegaba a las dos horas.

No obstante, como tenía una herida en la cabeza, Denise Holton fue atendida inmediatamente.Estaba consciente, aunque sólo a medias. Tenía los ojos cerrados y balbuceaba incoherencias,repitiendo un nombre una y otra vez. La llevaron primero a rayos X. A partir de ahí, los médicosdecidirían si sería necesario un TAC.

El nombre que no cesaba de repetir era «Kyle».

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Había transcurrido otra media hora, y Taylor McAden se había adentrado en el pantano. Estabarodeado de la más absoluta oscuridad, como un espeleólogo en una caverna. A pesar de lalinterna, sintió que empezaba a asaltarle la claustrofobia. La vegetación se había hecho tan densaque le resultaba imposible caminar en línea recta. Si para un hombre como él era más fácildesplazarse en zigzag, no quería pensar lo que significaría para un niño como Kyle.

Ni el viento ni la lluvia habían amainado; sin embargo, los relámpagos eran menos frecuentes.El agua le llegaba casi a las rodillas, y todavía no había hallado el menor rastro. Acababa decomunicarse por radio con el resto del grupo, pero todos habían respondido lo mismo.

Nada. Ni una sola señal.

Hacía dos horas y media que Kyle había desaparecido.

«¡Piensa!»

¿Podía ser que hubiera llegado tan lejos? ¿Podía un niño de la estatura de Kyle vadear tantaprofundidad?

No. Era imposible que Kyle se hubiera alejado tanto, y menos aún vestido con unos vaqueros yuna camiseta.

«Y si lo hizo, lo más probable será que no lo encontremos con vida», se dijo.

Taylor sacó la brújula del bolsillo, la iluminó con la linterna para situarse y llegó a la conclusiónde que lo mejor era regresar al punto de partida, donde habían encontrado la manta. Kyle habíaestado allí. Por lo menos eso lo sabían.

Pero ¿adonde había ido?

El viento arreció, y las copas de los árboles oscilaron sobre su cabeza mientras la lluvia leazotaba el rostro y los relámpagos se alejaban hacia el este: lo peor de la tormenta estabapasando.

«Kyle es pequeño y tiene miedo a los relámpagos...», se dijo.

Taylor contempló el cielo, concentrándose, y sintió que algo tomaba forma en su mente, algoque empezaba a aflorar... ¿Una idea? Puede que no fuera algo tan concreto, pero sí unaposibilidad...

«Rachas de viento... Lluvia intensa... Miedo a los relámpagos...»

Sin duda, todo aquello tenía que haber impresionado al muchacho, ¿o no? Cogió su transmisory habló por el micrófono; pidió a todo el mundo que se dirigiera hacia la autopista lo antes posible.Se reuniría con ellos allí.

—Tiene que ser eso —dijo en voz alta, a nadie en particular.

Como la mayoría de las esposas de los bomberos voluntarios que llamaron al Parque aquellapeligrosa noche, Judy McAden no pudo evitar descolgar el teléfono. A pesar de que a su hijoTaylor lo reclamaban dos o tres veces al mes, como madre no podía dejar de preocuparse ni unsolo minuto. Nunca le había complacido que él se dedicara a semejante tarea y no había dejado dedecírselo hasta que finalmente comprendió que no estaba dispuesto a cambiar de opinión. Su hijoera igual que el padre: tozudo.

Sin embargo, aquella noche, Judy McAden tuvo el presentimiento de que algo malo habíasucedido. Aunque no le pareció que fuera nada de especial consideración y al principio intentó

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quitárselo de la cabeza, la sensación de incomodidad persistió y se fue haciendo más fuerte amedida que las horas pasaron. Al final, a regañadientes, había llamado esperando lo peor. Pero enlugar de ello, se enteró de otra cosa, de lo sucedido a un niño, «el bisnieto de J. B. Anderson», quese había perdido en los pantanos. También le explicaron que Taylor estaba trabajando en lastareas de rescate, y que la madre se encontraba camino del hospital de Elizabeth City.

Cuando colgó el teléfono se recostó en el sillón, aliviada por saber que su hijo se encontrababien, pero preocupada por lo del chico. Al igual que el resto de la gente de Edenton, habíaconocido a los Anderson; pero era más que eso: la madre de Denise y ella habían sido amigas en lajuventud, antes de que se marchara y se casara con Charles Holton. Todo aquello había sucedidohacía mucho —cuarenta años, al menos—, y no había vuelto a acordarse de su compañera de lainfancia en todo aquel tiempo. Sin embargo, los recuerdos acudieron a su memoria como unasucesión de imágenes: las caminatas camino de la escuela; las horas perezosas pasadas a la orilladel río, donde charlaban de chicos y recortaban las fotos de las revistas de moda...Tambiénrecordó la pena que la había embargado cuando se enteró de su muerte. No tenía idea de que lahija de su amiga hubiera regresado a Edenton.

En esos momentos, su hijo se había perdido.

«Menudo regreso al hogar.»

Judy no lo pensó dos veces. No era indecisa por naturaleza, al contrario, siempre había sidopartidaria de tomar la iniciativa, y a los sesenta y tres años no parecía que fuera a cambiar. Tiempoatrás, después de la muerte de su marido, había encontrado trabajo en la biblioteca local y habíacriado a su hijo sin ayuda.

No sólo había hecho frente a las obligaciones económicas de su pequeña familia, sino tambiéna lo que normalmente los padres hacen entre dos. Se presentó voluntaria para colaborar en lastareas de la escuela, pero también sacó tiempo para llevar a Taylor a los partidos de softball y deacampada con los scouts. Le enseñó a cocinar y a limpiar, a jugar al baloncesto y al béisbol.Aunque aquellos días hacía mucho que habían quedado atrás, seguía manteniéndose ocupada:durante los últimos doce años, su atención había pasado de su hijo a la ciudad en la que vivía.Participaba en todos los aspectos de la vida de la comunidad; escribía con regularidad tanto alcongresista local como a los legisladores del Estado, y con frecuencia iba de puerta en puerta,recogiendo firmas para apoyar las peticiones que enviaba siempre que creía que no le hacían elcaso suficiente; era miembro de la Sociedad de Historia de Edenton, que se dedicaba a recaudarfondos para rehabilitar las casas más antiguas de la ciudad; asistía a las reuniones del Consistorio,y siempre tenía una opinión sobre los temas que se trataban; los domingos daba clases en laiglesia; horneaba galletas, y todavía le quedaba tiempo para trabajar en la biblioteca treinta horasa la semana. Su programa de actividades no le dejaba demasiado tiempo libre, así que, una vezque tomaba una decisión, se atenía a ella, especialmente si estaba convencida de que le asistía larazón.

A pesar de que no conocía personalmente a Denise, también era madre y conocía el miedo y laangustia que se sienten cuando algo les sucede a los hijos. Taylor había estado en peligro enmuchas ocasiones; de hecho, parecía como si atrajera el riesgo hacia su persona, incluso de niño.Judy sabía que el chico extraviado debía de sentirse aterrorizado. En cuanto a la madre... Bueno, lamadre seguramente estaría destrozada. «Dios sabe las veces que yo lo he estado.» Cogió suimpermeable. Estaba absolutamente convencida de que Denise necesitaba todo el apoyo quepudieran ofrecerle.

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La idea de tener que conducir bajo aquella tormenta no la intimidó: una madre y un hijoestaban en apuros.

Incluso aunque Denise Holton no quisiera verla o las heridas se lo impidieran, Judy sabía que nopodría dormir si antes no le había hecho saber que alguna persona de la comunidad se interesabapor su situación.

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CAPÍTULO 06CAPÍTULO 06

A medianoche, una nueva bengala iluminó el cielo con la puntualidad de un reloj.

Hacía ya tres horas que Kyle había desaparecido.

Entre tanto, Taylor se estaba acercando a la carretera y se sorprendió ante la cantidad de luzque la iluminaba, comparada con la oscuridad de la que acababa de salir. También oyó voces porprimera vez desde que se había separado de sus compañeros, cantidad de voces de hombres quese llamaban unos a otros.

Aceleró el paso y se alejó de los árboles. Entonces vio que más de una docena de vehículos sehabía sumado a los que ya estaban aparcados, y que también había más gente. No sólo habíanregresado las patrullas de rastreadores, sino que estaban rodeados por aquellos que se habíanenterado de la noticia en la ciudad y se habían presentado voluntarios para colaborar. Taylor losreconoció a casi todos: Craig Sanborn, Rhett Little, Skip Hudson, Mike Cook, Bart Arthur, MarkShelton y unos cuantos más. Gente que había desafiado la tormenta, gente que al día siguientetendría que ir a trabajar, gente a la que Denise seguramente no conocía.

«Buena gente», pensó.

Sin embargo, los ánimos eran sombríos. Los que habían vuelto estaban empapados, cubiertosde barro y arañazos, exhaustos y desanimados. Al igual que Taylor, habían comprobado lo oscurase impenetrables que resultaban las marismas. Cuando éste se acercó, guardaron silencio, ytambién los recién llegados.

El sargento Huddle se dio la vuelta, con el rostro iluminado por los faros. Tenía un profundoarañazo en una mejilla parcialmente cubierto por una salpicadura de lodo.

—¿Y bien? ¿Qué hay de nuevo? ¿Habéis encontrado algo?

Taylor negó con la cabeza.

—No, pero tengo una idea de por dónde puede haber ido.

—¿Cómo lo sabes?

—No estoy seguro. Es sólo una suposición, pero yo diría que ha estado moviéndose hacia elsudeste.

Igual que los demás, Huddle estaba al corriente de la reputación de Taylor como rastreador. Seconocían desde la infancia.

—¿Por qué?

—Bueno, para empezar, allí es donde encontramos la manta. Si Kyle siguió en esa dirección,mantuvo el viento a su espalda. No imagino que a un niño pequeño se le ocurriera caminar contrael viento. La lluvia le molestaría demasiado. Además, creo que debió de intentar mantenerse deespaldas a los relámpagos. Su madre nos ha dicho que les tiene miedo.

El sargento lo miró, escéptico.

—Eso no es mucho.

—No. No lo es —reconoció Taylor—. Pero creo que es nuestra mejor opción.

—¿Opinas que no deberíamos seguir buscando como hasta ahora, en todas direcciones?

Taylor hizo un gesto negativo.

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—Es mejor que no. Nos dispersaríamos demasiado y no nos conviene. Ya has visto a lo que nosenfrentamos.

Se pasó el dorso de la mano por la mejilla mientras buscaba las palabras adecuadas. Le habríagustado que Mitch estuviera a su lado en aquel momento: él sabía defender un argumento.

—Mira —añadió finalmente—, ya sé que no estoy haciendo más que conjeturas; pero apuestolo que quieras a que estoy en lo cierto. ¿Cuántos somos ahora? ¿Más de veinte? Podríamosdesplegarnos en esa dirección y peinar el terreno como Dios manda.

Huddle le lanzó una mirada dubitativa.

—Pero ¿y si no ha ido por donde dices? ¿Qué pasa si te equivocas? Por lo que sabemos, podríaestar moviéndose en círculos. Está muy oscuro... Puede que se haya refugiado en cualquier sitio.Sólo porque le den miedo los relámpagos no significa que tenga que haberse alejado de ellos. Sólotiene cuatro años. Además, en estos momentos tenemos gente suficiente para buscar en distintasdirecciones.

Taylor no contestó y se limitó a meditar las palabras del policía. Tenían sentido, estabancargadas de razón; pero él había aprendido a fiarse de su instinto. Todo su rostro reflejaba unaférrea determinación.

Huddle lo observó, ceñudo, con las manos hundidas en los bolsillos del empapadoimpermeable.

—Fíate de mí, Cari —insistió Taylor.

—No es tan fácil. La vida de un niño está en juego.

—Lo sé.

El sargento lanzó un suspiro y se dio la vuelta. Le correspondía la última palabra. Él era el oficialque coordinaba todo el rescate. Era su deber. Sería su informe. Al final, él sería el únicoresponsable.

—Está bien —dijo por fin—. Lo haremos a tu manera. Sólo rezo a Dios para que tengas razón.

Las doce y media.

Nada más llegar al hospital, Judy McAden se dirigió al mostrador de información. Sabía cómofuncionaba el protocolo en una clínica, así que preguntó por Denise Holton diciendo que setrataba de su nieta. La recepcionista no le hizo preguntas —la sala de espera estaba a rebosar—, yse limitó a hojear rápidamente las fichas de admisión. Denise Holton, le dijo, había sido trasladadaa una de las habitaciones de la primera planta; pero no eran horas de visita. Si podía regresar porla mañana...

—¿Puede decirme al menos cómo está? —interrumpió Judy.

—Aquí dice que la han llevado a rayos X —contestó la mujer encogiéndose de hombros—. Estodo lo que sé. Estoy segura de que le podremos informar mejor cuando todo se hayatranquilizado un poco.

—¿A partir de qué hora se admiten visitas?

—A partir de las ocho —contestó, buscando otra ficha.

—Ya veo —contestó Judy, aparentando abatimiento.

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Miró por encima del hombro de la recepcionista y se dio cuenta de que más allá las cosasparecían aún más caóticas que en la sala de espera. Las enfermeras iban de un lado a otro conprisas y agobiadas.

—¿Debo presentarme a usted cuando venga a ver a mi nieta? Por la mañana, me refiero.

—No. Puede usted ir directamente a la entrada principal que hay a la vuelta de la esquina.Simplemente diríjase a la habitación 217 y preséntese a las enfermeras de planta.

—Gracias.

Judy se apartó del mostrador, y la persona que la seguía en la cola se adelantó. Era un hombrede mediana edad que olía intensamente a alcohol y llevaba el brazo colgado de un cabestrilloimprovisado.

—¿Por qué tardan tanto? El brazo me está matando.

La recepcionista suspiró.

—Lo siento, pero ya ve usted que esta noche estamos muy atareados. El médico lo atenderátan pronto como...

Judy se aseguró de que la mujer seguía ocupada con el hombre y salió de la sala de espera poruna puerta que conducía al ala principal de la clínica. Sabía, por otras veces que había estado allí,que los ascensores estaban al final del pasillo.

En cuestión de segundos pasaba ante el vacío despacho de las enfermeras de planta, camino dela habitación 217.

En el mismo instante en que Judy se dirigía hacia el cuarto de Denise, los hombres de lacarretera reanudaban la búsqueda. Eran veinticuatro en total. Se separaron lo justo para que cadauno pudiera seguir viendo las linternas de los que caminaban a cada lado, y así abarcaron unfrente de unos cuatrocientos metros. Poco a poco, empezaron a avanzar en dirección sudestemientras alumbraban cada rincón, indiferentes a la tempestad. Las luces de los vehículosaparcados no tardaron en quedar ocultas por la vegetación. Para los voluntarios que acababan dellegar, la repentina oscuridad fue toda una impresión, y se preguntaron cuánto tiempo podríasobrevivir un niño pequeño en aquellas circunstancias. En cambio, lo que el resto empezaba apreguntarse era si realmente serían capaces de hallar el cuerpo.

Denise estaba todavía despierta. Conciliar el sueño le resultaba completamente imposible.Tenía los ojos fijos en el reloj que colgaba de la pared, al lado de la cama, y contemplaba cómo losminutos pasaban con terrorífica regularidad.

Kyle llevaba perdido cuatro horas ya.

¡Cuatro horas!

Habría querido hacer algo, cualquier cosa menos permanecer allí, sin poder ayudar a su hijo o alos hombres que lo buscaban. Habría querido estar en el pantano, tras sus huellas. El hecho de queno pudiera le resultaba más doloroso incluso que sus heridas. Necesitaba saber qué estabapasando, necesitaba ocuparse de lo que fuera; pero allí, en aquella cama de hospital, no habíanada que pudiera hacer.

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El cuerpo la había traicionado. Durante la hora anterior, la sensación de mareo había remitidolevemente; pero si todavía era incapaz de mantener el equilibrio lo suficiente para caminar por elpasillo, aún menos habría podido participar en las tareas de rescate. La luz intensa le hería los ojosy, cuando un médico se acercó y le hizo unas cuantas preguntas sencillas, ella vio una imagentriple. En aquel momento, sola en su habitación, se odió a sí misma por su debilidad. ¿Qué clase demadre era? ¡Apenas podía ocuparse de su hijo!

A medianoche, cuando hacía ya tres horas que faltaba Kyle y se había dado cuenta de que nopodría abandonar el hospital, se había derrumbado por completo y había empezado a gritar sunombre al salir de la sala de rayos X. De algún modo, había sido un alivio poder hacerlo a voz encuello. En su mente sabía que su hijo podría oírla y lo había animado a que la escuchase: «Vuelve,Kyle. Vuelve con mamá. Puedes oírme, ¿verdad?» Poco le habían importado las palabras de lasenfermeras, que la conminaron a que guardara silencio y se tranquilizara. Había forcejeado paraque la soltaran. «Cálmese. Todo irá bien», le dijeron; pero ella no pudo parar y siguió gritando ydebatiéndose hasta que finalmente la dejaron en la habitación. Luego, los gritos se tornaronsollozos. Una enfermera le hizo compañía hasta que se tranquilizó, pero tuvo que marcharse paraatender una urgencia en otro cuarto. Desde aquel momento había estado sola.

Contempló el minutero del reloj.

Clic.

Nadie estaba al corriente de cómo evolucionaban las cosas. Antes de que la enfermera tuvieraque dejarla, Denise le había rogado que llamara a la policía y averiguase qué pasaba con lostrabajos de rescate. Se lo había suplicado, pero la mujer rehusó hacerlo. En cambio, le dijo que leinformaría tan pronto como tuviera alguna noticia y añadió que, hasta que eso sucediera, lo mejorque podía hacer era tranquilizarse y relajarse.

¡Relajarse! ¿Acaso estaban todos locos?

Su hijo se hallaba todavía allí fuera, y ella estaba convencida de que seguía con vida. Si hubieramuerto, lo sabría. Lo sentiría en las entrañas, sería una sensación tan clara como un puñetazo enel estómago. Quizá era cierto que estaban unidos por un vínculo especial; quizá se trataba delmismo vínculo que ata a todas las madres del mundo con sus hijos o quizá se debía a que, puestoque Kyle era incapaz de hablar, ella debía guiarse por el instinto siempre que trataba con él. Encualquier caso, la única verdad era que estaba segura de que, en el fondo, su corazón sabría sillegaba el instante fatal. Por el momento, su corazón se mantenía silencioso.

Kyle seguía con vida.

Tenía que seguir con vida.

«Por favor, Dios mío, que así sea.»

Clic.

Judy McAden no llamó a la puerta. La entreabrió y comprobó que la luz del techo estabaapagada. Una pequeña lámpara brillaba débilmente en un rincón. Entró sin hacer ruido. Leresultaba imposible saber si Denise dormía o no, pero no tenía intención de despertarla. CuandoJudy cerraba la puerta, Denise volvió la cabeza medio aturdida y la miró.

Incluso en aquella penumbra, cuando Judy la vio en la cama, se quedó de una pieza. Por unavez en la vida no supo qué decir.

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Conocía a Denise Holton.

A pesar de las vendas que le cubrían la cabeza, a pesar de los moretones y los arañazos, a pesarde todo, la reconoció inmediatamente como la joven que solía frecuentar la sala de ordenadoresde la biblioteca, la joven que acudía con aquel niño al que le gustaban tanto los libros de aviones.

«¡Oh, no... Ese pobre chico...»

Sin embargo, Denise observó a la recién llegada sin establecer una relación. Sus pensamientosestaban todavía confusos. ¿Una enfermera? No: no iba vestida como ellas. ¿La policía? No: erademasiado mayor. Sin embargo, aquel rostro le resultaba vagamente familiar.

—¿La conozco? —preguntó con voz ronca.

Judy se acercó a la cama mientras se recobraba de la sorpresa y habló con suavidad:

—Más o menos. La he visto con frecuencia en la biblioteca. Trabajo allí.

Denise tenía los ojos entreabiertos.

«¿La biblioteca?»

La habitación empezó a darle vueltas.

—¿Qué está haciendo aquí?

Las palabras le salieron confusas, los sonidos se le mezclaban al hablar.

Judy no pudo por menos que preguntarse efectivamente qué estaba haciendo en aquel lugar.Aferró el bolso nerviosamente.

—Me he enterado de lo de su hijo..., que se ha perdido... Mi hijo es uno de los que estánbuscándolo ahora mismo.

Los ojos de Denise se iluminaron con una chispa que era una combinación de miedo yesperanza, y pareció despertar. Contestó con otra pregunta, pero esta vez sus palabras fueron másclaras.

—¿Tiene alguna noticia?

La pregunta cogió a Judy por sorpresa, pero no tardó en darse cuenta de que debería habérselaesperado. ¿Qué otro motivo podía tener para haber ido al hospital?

Hizo un gesto negativo.

—No. Nada. Lo siento.

Denise hizo una leve mueca y no dijo más. Parecía que estuviera meditando una respuesta.

—Me gustaría estar a solas —musitó al poco rato. Judy dudó.

«¿Por qué se me habrá ocurrido venir?», se dijo. No obstante, respondió lo que creyó que lehabría gustado escuchar si hubiera estado en el lugar de Denise, lo único que se le ocurrió.

—Lo encontrarán, no se preocupe.

Al principio, pensó que Denise no la había oído; pero entonces vio que los labios le temblaban yse le humedecían los ojos. A pesar de todo, la joven permaneció callada, como si contuviera susemociones, como si no quisiera que nadie la viera en aquel estado. Aunque no sabía cómoreaccionaría ella, Judy se dejó llevar por su instinto maternal. Se acercó, se detuvo brevementefrente a la cama y a continuación se sentó. Denise no pareció darse cuenta, y Judy la contempló ensilencio.

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«¿Cómo se me habrá ocurrido venir? —se dijo—. ¿Acaso pensaba que podría ayudar? ¿Quépuedo hacer...? Quizá habría sido mejor que me quedara en casa... No me necesita a su lado. Sime repite que me vaya, me marcharé.»

Una voz que apenas era audible interrumpió sus pensamientos.

—Pero ¿y si no lo encuentran?

Judy le acarició la mano.

—Lo harán.

Denise dejó escapar un largo suspiro, como si intentara sacar fuerzas de flaqueza. Despacio,volvió el rostro con los ojos enrojecidos hacia la mujer.

—Ni siquiera sé si todavía siguen buscándolo.

A aquella distancia, a Judy la sorprendió el gran parecido que había entre Denise y su madre. Dehecho, era como si fuera su propia madre de joven, como si hubieran sido hermanas. Se preguntócómo había sido posible que no reparara en ello las veces que la había visto en la biblioteca. Perolas palabras de Denise disiparon aquellos pensamientos. Judy no estaba segura de haberlaentendido correctamente y frunció el entrecejo.

—¿A qué se refiere? ¿Me está diciendo que nadie le ha explicado lo que está ocurriendo ahífuera?

A pesar de que Denise la miraba, parecía estar muy lejos, perdida en una confusa neblina.

—No he sabido nada desde que me subieron a la ambulancia.

—¿Nada? —exclamó Judy, escandalizada por semejante falta de delicadeza.

Denise hizo un gesto negativo.

Sin dudarlo, Judy se levantó en busca de un teléfono. Por primera vez desde hacía rato se sentíaconfiada: ya tenía una tarea concreta que hacer. Seguramente ésa había sido la razón que la habíaimpulsado a ir al hospital.

«Mira que no tener al corriente a la madre. ¡Es inaceptable! No, es peor: ¡cruel!, por muchoque haya sido un descuido.»

Judy tomó asiento junto a una mesilla cercana, donde estaba el aparato, levantó el auricular ymarcó rápidamente el número de la comisaría. Denise abrió unos ojos como platos cuando se diocuenta de lo que Judy estaba haciendo.

—Soy Judy McAden. Estoy junto a Denise Holton, en el hospital, y llamo para saber cómo andala búsqueda de... Sí, sí, ya sé que debe de estar muy ocupado, pero quiero hablar con MikeHarris... Dígale que se ponga, que Judy lo llama. Es importante.

Tapó con la mano el micrófono y se volvió hacia Denise.

—Hace años que conozco a Mike. Es el capitán. Puede que sepa algo.

Oyó un chasquido en la línea y cómo alguien descolgaba un teléfono.

—Hola, Mike... No... Yo me encuentro bien. No te llamo por eso. Estoy con Denise Holton, lamadre del niño que se ha extraviado en las marismas. La han llevado al hospital y parece quenadie se ha tomado la molestia de informarla de cómo van los trabajos de rescate... Sí, ya sé queestáis metidos en un follón tremendo... sí... Pero ella necesita saber lo que... Sí. Ya veo... Bien,gracias.

Colgó y, mientras marcaba otro número, le dijo a Denise:

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—Mike no sabía nada porque los hombres que participan en la búsqueda no son los suyos.Parece ser que el accidente ocurrió fuera de su jurisdicción. Voy a intentar con los bomberos.

Nuevamente tuvo que pasar por los consabidos preliminares antes de poder hablar con elresponsable. A continuación, su voz adquirió el tono de una reprimenda.

—Ya veo... Bien, ¿no puedes llamar por radio al lugar del suceso? Está conmigo una madre quetiene todo el derecho del mundo a saber lo que sucede. Me cuesta creer que hayáis sido incapacesde tenerla informada... ¿Cómo te sentirías tú si fueran tus hijos, Tommy y Linda, los que sehubieran perdido?... No me importa lo liada que tengas la noche. No hay excusa que valga. Esincreíble que hayas descuidado algo tan elemental... No. No pienso volver a llamar. Prefieroesperar mientras coges la radio y... Joe, ella necesita saber algo ¡ya! Hace horas que no le handicho ni una palabra... Sí. Está bien...

Judy miró a Denise.

—Estoy a la espera. Están conectando por radio. Sabremos algo enseguida. ¿Cómo lo lleva?

Ella sonrió por primera vez desde el accidente.

—Gracias —dijo con voz débil.

Transcurrió un minuto. Luego otro, antes de que Judy volviera a hablar.

—Sí. Aquí estoy...

La mujer escuchó el informe en silencio. A pesar de todo, Denise sintió que la invadía una ciertaesperanza. «Ojalá. Por favor», pensó mientras contemplaba a Judy e intentaba descifrar elsignificado de su expresión. El silencio se prolongó, y los labios de la mujer se estrecharon. Al finalhabló por el micrófono.

—Ya entiendo... Gracias, Joe. Llama al hospital cuando sepas algo más, lo que sea... Sí. Elhospital de Elizabeth City. De lo contrario, volveremos a llamarte nosotras.

De repente, Denise sintió que se le hacía un nudo en el estómago y que no podía tragar. Laacometió una náusea.

Seguían sin encontrar a Kyle.

Judy colgó y regresó al lado de la cama.

—Todavía no han dado con él, pero siguen buscando. Según parece, unos cuantos del lugar hanido a ayudar, así que ahora tienen más hombres que antes. Además, el tiempo está mejorando.Creen que Kyle ha ido hacia el sudeste. Están buscando en esa dirección desde hace una hora.

Denise apenas la escuchó.

Empezó a notarse alrededor de la una y media de la madrugada.

La temperatura, que se había mantenido en torno a los dieciocho grados, había descendido depronto hasta los diez. Una fría brisa proveniente del norte era la responsable. Los buscadores, quellevaban rastreando como un grupo compacto desde hacía una hora, se dieron cuenta de que paraencontrar al chico con vida tendrían que dar con él en las horas siguientes.

Habían alcanzado una zona del pantano donde la vegetación no era tan densa, los árbolescrecían a intervalos más separados, y la maleza no parecía tan enmarañada. Allí podrían ir más

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deprisa. Taylor pudo contar hasta tres linternas a cada lado. Avanzaban sin descuidar el máspequeño rincón.

Él había cazado en aquella parte de las marismas con anterioridad. El terreno era ligeramentemás elevado, estaba algo más seco y abundaban los ciervos. Más adelante, al cabo de un poco másde medio kilómetro, la zona volvía a descender y a quedar inundada. Entonces se acercarían a unlugar conocido como Duck Shot. Durante la temporada de caza, la gente se escondía a docenas enlos puestos de ojeo que abundaban por todas partes. El agua era poco profunda durante todo elaño, y la caza siempre buena.

También era lo más lejos que Kyle podía haber llegado. Eso, suponiendo que estuvieranrastreando en la dirección adecuada.

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CAPÍTULO 07CAPÍTULO 07

A las dos y veintiséis de la madrugada, Kyle llevaba perdido casi cinco horas y media.

Judy humedeció una toalla y suavemente le refrescó el rostro a Denise. La joven madre nohabía hablado mucho, y Judy había preferido no presionarla ya que tenía todo el aspecto dehallarse en estado de shock: pálida y agotada, con los ojos enrojecidos y la mirada vidriosa. Judyhabía vuelto a llamar por teléfono a los bomberos, pero le dijeron que seguían sin noticias. Denisepareció que lo aceptaba con resignación. Apenas había reaccionado.

—¿Quiere que le traiga un vaso de agua? —le preguntó Judy.

A pesar de que no recibió ninguna respuesta, se levantó y fue por uno. Cuando regresó, Denisese incorporó para tomar un sorbo, pero su organismo le hizo saber a las claras cuáles habían sidolas consecuencias del accidente: un dolor desgarrador le recorrió el brazo desde la muñeca hastael hombro como una descarga eléctrica; el estómago y el pecho le dolían como si hubiera tenidosobre ellos un peso enorme que le acabaran de quitar. Era como si todo su cuerpo estuvierarecobrando la forma habitual, igual que un globo que hincharan dolorosamente. Tenía el cuellorígido, como si una vara lo sujetara y le impidiera mover la cabeza adelante y atrás.

—Espere, permítame que le eche una mano —se ofreció Judy, que dejó el vaso sobre la mesa yla ayudó a sentarse. Denise hizo una mueca y contuvo el aliento ante el dolor que la asaltaba.Luego, se relajó y el daño remitió. Judy le entregó el agua.

Mientras bebía, Denise se fijó de nuevo en el reloj de la pared. Como antes, seguía moviéndoseinexorablemente.

«¿Cuándo lo encontrarán?»

—¿Quiere que llame a una enfermera? —preguntó Judy al ver su expresión.

Denise no respondió, y ella le tomó la mano.

—¿Prefiere que me vaya para que pueda descansar?

Denise apartó la vista del reloj y la miró. Seguía viendo a una desconocida, pero a unadesconocida amable, que se preocupaba por ella; alguien de mirada compasiva que le recordaba auna mujer que había tenido como vecina en Atlanta.

«Sólo quiero a mi hijo.»

—No creo que sea capaz de dormir —respondió finalmente.

Denise apuró el vaso, y Judy se lo cogió.

—¿Cómo ha dicho que se llama? —preguntó Denise. Hablaba con mayor fluidez, pero elagotamiento hacía que su voz sonara apagada—. He oído su nombre mientras hablaba porteléfono, pero no puedo recordarlo.

Judy depositó el vaso en la mesilla y la ayudó a acomodarse.

—Soy Judy McAden. Me temo que me olvidé de presentarme cuando entré.

—¿Ha dicho que trabaja usted en la biblioteca?

Judy asintió.

—Sí. La he visto a usted y a su hijo por allí bastantes veces.

—Por eso... —Las palabras murieron en sus labios.

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—No. La verdad es que he venido porque conocí a su madre de joven. Éramos amigas, aunquede eso ya hace mucho. Cuando me enteré del accidente... En fin, no quise que se sintiera sola ensemejante trance.

Denise la miró de soslayo, sopesando las palabras de la desconocida.

—¿Mi madre?

Judy hizo un gesto afirmativo.

—Sí. Su madre y yo éramos vecinas. Crecimos juntas. Denise intentó recordar si su madre lahabía mencionado alguna vez, pero concentrarse en aquellos recuerdos era como desentrañar lasimágenes en un televisor desenfocado. No había forma de que pudiera rememorarlo. Entoncessonó el teléfono.

Ambas se sobresaltaron y miraron el aparato. El timbrazo era penetrante y amenazador.

Unos minutos antes, Taylor y los demás habían llegado a Duck Shot. Allí, a unos dos kilómetrosdel lugar del accidente, el agua del pantano se hacía más profunda. Estaba claro que Kyle no habíapodido ir más lejos. No obstante, no habían encontrado ni rastro del chico.

Uno a uno, los componentes del grupo empezaron a reunirse. Cuando las voces sonaron através de los transmisores, la mayor parte de los comentarios fueron de decepción.

Sin embargo, Taylor no llamó a nadie. Seguía buscando, intentando ponerse en el lugar de Kyley planteándose las mismas preguntas de antes. A la cuestión de si realmente el niño había tomadoaquella dirección le encontraba siempre la misma respuesta: la fuerza del viento habría bastadopara empujarlo hacia allí, no habría podido caminar contra la tormenta; además, así le habría dadola espalda a los relámpagos.

¡Maldición, seguro que había ido hacia donde él decía! No había tenido otro remedio.

Pero ¿dónde estaba?

Era imposible que hubieran pasado a su lado sin verlo, ¿o no? Antes de que emprendieran lamarcha, Taylor había recordado a los voluntarios que debían examinar cualquier rincón,matorrales, troncos caídos, árboles en los que un niño pudiera esconderse de la tormenta. Estabaconvencido de que habían seguido sus indicaciones. Aquellos hombres estaban tan preocupadoscomo él.

Así pues, ¿dónde estaba?

Lamentó que no dispusieran de gafas de visión nocturna, algo que les ayudara a sobreponerse alas limitaciones que la oscuridad les imponía, algo que les permitiera descubrir el paradero de Kylemediante la imagen de su calor corporal. A pesar de que sabía que semejantes equipos se podíanadquirir en un comercio, no le constaba que nadie en Edenton dispusiera de ellos. Ni falta hacedecir que el servicio de bomberos tampoco los tenía: ¿cómo iba a tenerlos si ni siquiera se podíapermitir una plantilla fija? Igual que en todas las ciudades pequeñas, los recursos de su comunidaderan limitados.

Sin embargo, la Guardia Nacional...

No le cabía duda de que ellos poseían lo necesario, pero no eran una opción: tardaríandemasiado en desplazarse hasta allí. Por otra parte, tampoco podía pedir prestado ningúnmaterial porque la solicitud se eternizaría en el papeleo y la burocracia. Incluso si conseguía que

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milagrosamente dieran curso a su petición, el almacén más cercano se encontraba a dos horas decamino. ¡Demonios! Para cuando llegara, ya sería de día.

¡Piensa!

De repente, estalló un relámpago que lo sorprendió. Hacía rato que había visto el último.Aparte de la lluvia que seguía cayendo, lo peor de la tormenta ya estaba lejos. Sin embargo, con elresplandor de la descarga pudo distinguir algo en la distancia..., un rectángulo de madera cubiertode vegetación: uno de los muchos puestos de ojeo.

Su mente empezó a trabajar a toda velocidad. Sí. Aquellos puestos se parecían a las casitas demadera de los niños y podían ofrecer refugio suficiente ante los elementos. ¿Sería posible que Kylehubiera dado con uno?

No, demasiado fácil... Sin embargo...

A su pesar, sintió que lo recorría una descarga de adrenalina. Se esforzó por mantener la calma.

«Quizá...»

Sólo había eso: un enorme «quizá».

Pero era lo único que le quedaba, así que se precipitó hacia el refugio. Las botas se hundieronen el barro con ruidos de succión mientras luchaba a través del terreno pegajoso. Pese a todo,llegó al refugio en unos segundos. Nadie lo había ocupado desde el pasado otoño y estabacubierto de plantas trepadoras. Se abrió paso y metió la cabeza al tiempo que iluminaba el interiorcon la linterna. Casi había esperado encontrar allí al chiquillo, pero lo único que vio fueron unosmohosos paneles de contrachapado.

Justo cuando se apartaba, un nuevo relámpago iluminó el cielo, y pudo atisbar a unos cuarentametros otro refugio que no parecía estar tan cubierto de la maleza... Echó a correr a toda prisahacia allí.

«Si yo fuera un niño perdido en plena tormenta y viera algo parecido a una casita...»

Lo alcanzó y lo registró de arriba abajo, pero no encontró nada. Maldijo para sus adentros,presa de una repentina urgencia. Salió y empezó a buscar el siguiente sin saber exactamentedónde podría hallarlo, aunque por experiencia estaba seguro de que tenía que estar en un radiode un centenar de metros, cerca del agua.

No se equivocaba.

Respirando pesadamente, luchó contra la lluvia, el viento y sobre todo el barro, convencido deque su intuición con respecto a los puestos de ojeo era correcta. Si el chico no estaba en aquél,tendría que llamar a los rastreadores por radio y ordenarles que empezaran a mirar en todos ycada uno de los refugios de la zona.

Mientras se abría paso entre la vegetación, se preparó para una posible y nueva decepción.Rodeó la pequeña construcción, metió la cabeza e iluminó el interior con la linterna. Lo que vio lodejó sin aliento.

Allí estaba: un niño pequeño, acurrucado en un rincón, cubierto de barro y lleno de arañazospero, aparentemente, sano y salvo.

Taylor parpadeó, pensando que se trataba de un espejismo. Sin embargo, cuando abrió losojos, el chico seguía en el mismo sitio, inmóvil, con su camiseta de Mickey y todo.

Taylor estaba demasiado sorprendido para encontrar las palabras. A pesar de las horas quellevaba buscando, la conclusión le parecía demasiado fácil.

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En el silencio que siguió —apenas unos segundos—, Kyle lo miró; miró al hombretón delimpermeable amarillo con expresión de sorpresa, como si éste lo hubiera pillado haciendo algoincorrecto.

—«¡Hoa!» —dijo el muchacho, eufórico.

Taylor lanzó una carcajada. Luego, ambos sonrieron. El bombero se arrodilló. El niño se puso enpie y se lanzó en los brazos abiertos del desconocido. Estaba empapado y temblaba de frío.Cuando Taylor sintió el contacto de aquellas pequeñas manos rodeándole el cuello, notó que losojos se le llenaban de lágrimas.

—¡Bien! ¡Hola, hombrecito! Tú debes de ser Kyle.

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CAPÍTULO 08CAPÍTULO 08

—El niño se encuentra bien. Repito, está a salvo. Tengo a Kyle conmigo en este momento.

Cuando aquellas palabras resonaron en los transmisores, una oleada de emoción se apoderó delos rastreadores, y rápidamente comunicaron la noticia al Parque de bomberos, desde donde Joellamó al hospital.

Eran las dos y treinta y un minutos de la madrugada.

Judy cogió el teléfono de la mesilla y se lo acercó a Denise para que ésta pudiera contestar. Lajoven contuvo la respiración mientras descolgaba, e inmediatamente reprimió un grito tapándosela boca con la mano. La sonrisa que le iluminó el rostro fue tan auténtica, tan sentida y contagiosaque Judy tuvo que contener el impulso de empezar a dar saltos de alegría.

Denise hizo la consabida lista de preguntas: «¿Se encuentra realmente bien?... ¿Está seguro deque no está herido?... ¿Cuándo podré verlo?... ¿Por qué tardaré tanto?... Sí, lo entiendo, pero¿está usted seguro?... Gracias, gracias por todo... ¡Apenas puedo creerlo!»

Cuando hubo colgado el aparato, se incorporó —sin ayuda— y le dio un fuerte abrazo a Judy altiempo que la ponía al corriente de la situación.

—Van a traerlo al hospital. Lo han encontrado helado y empapado, así que quieren tenerlo enobservación para asegurarse de que está bien. Llegará dentro de una hora, más o menos. ¡Es tanincreíble...!

La emoción del momento hizo que se sintiera nuevamente mareada; pero aquella vez no pudomolestarle menos: Kyle estaba a salvo y era lo único que importaba.

Taylor se había quitado el chubasquero y había envuelto con él al pequeño para mantenerlocaliente. A continuación lo había sacado del puesto de ojeo. Luego, fue a encontrarse con suscompañeros. Esperaron brevemente a que llegaran los rastreadores y, cuando estuvieron todosreunidos, regresaron formando un grupo compacto.

Las cinco horas que Taylor había pasado en el pantano le estaban pasando factura: cargar conKyle, que pesaba casi veinte kilos, no sólo le provocaba calambres en los brazos sino quecontribuía a que se hundiera más profundamente en el fango. Cuando llegaron a la carretera, sehallaba tan exhausto que apenas podía comprender cómo era posible que las madres llevaran asus hijos en brazos durante horas, mientras hacían las compras en el centro comercial.

Una ambulancia los estaba esperando. En un primer momento, Kyle se negó a separarse de él;pero, al final, hablándole dulcemente, Taylor consiguió convencerlo para que se metiera en elvehículo y se dejara examinar por el enfermero. Allí, sentado en la ambulancia, Taylor sólodeseaba poder darse una buena ducha caliente; pero como Kyle parecía hallarse constantementeal borde de un ataque de pánico, decidió posponerla y acompañar al chico al hospital.

Huddle se puso al volante y encabezó la comitiva mientras el resto de los hombres que habíanparticipado en el rescate regresaban a sus casas.

La larga noche había acabado por fin.

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Llegaron a la clínica poco después de la tres y media de la madrugada. A esa hora, el servicio deurgencias ya no estaba abarrotado y casi todos los pacientes habían sido atendidos. Los médicoshabían recibido el aviso de la llegada del muchacho y lo estaban esperando. Igual que Denise yJudy, quien había sobresaltado a la enfermera de guardia cuando se presentó en su despacho y lepidió una silla de ruedas para Denise Holton.

—¿Qué está haciendo usted aquí? —la reprendió la mujer—. ¿No sabe qué hora es? No estánpermitidas las visitas a estas...

Judy hizo caso omiso de las protestas y se limitó a repetir su solicitud. Al final tuvo queconvencerla, pero tampoco mucho.

—Han encontrado al hijo de la señorita Holton —le explicó—. Van a traerlo aquí. Sólo quiere ira verlo.

La enfermera consintió y le proporcionó la silla de ruedas.

La ambulancia llegó un poco antes de lo previsto. Cuando se abrieron las puertas traseras ybajaron a Kyle, Denise luchó para ponerse en pie. Una vez que estuvo dentro, los médicos y lasenfermeras se apartaron para que el niño pudiera verla.

Durante el trayecto le habían quitado la ropa mojada y lo habían envuelto en mantas para quesu cuerpo recobrara la temperatura. A pesar de que ésta había descendido unos cuantos grados,no existía riesgo de hipotermia, y las mantas habían hecho efecto. El rostro de Kyle estabasonrosado, y él se movía sin dificultad. En todos los aspectos, su estado era mucho mejor que el desu madre.

Denise se acercó a la camilla y se inclinó sobre ella. El chico se incorporó de un salto y ambos seabrazaron con fuerza.

—«¡Hoa, ama!» —dijo finalmente.

Los médicos y las enfermeras se echaron a reír, igual que Denise.

—Hola, cariño —le murmuró Denise al oído, con los ojos fuertemente cerrados—. ¿Estás bien?

Kyle no respondió, pero en aquellos momentos a su madre no podía importarle menos.

Denise acompañó a Kyle, sosteniéndole la mano al tiempo que la camilla lo llevaba hasta la salade exploraciones. Entre tanto, Judy se mantuvo un paso atrás para no estorbar. Cuando losmédicos terminaron y Denise y su hijo se marcharon, dejó escapar un suspiro. De repente se habíadado cuenta de lo fatigada que se sentía. Hacía años que no se quedaba despierta hasta tan tarde.Sin embargo, había valido la pena. No había nada como atravesar un trance emocional para queun viejo corazón como el suyo se pusiera a trabajar como Dios manda. Unas cuantas noches comoaquélla y estaría preparada para correr un maratón.

Salió del servicio de urgencias justo en el momento en que la ambulancia se marchaba, y sepuso a buscar las llaves en el bolso. Levantó la vista, espió a su hijo, que hablaba con Cari Huddlejunto a su coche de policía, y se sintió aliviada. Taylor la vio en aquel preciso instante y la miró conperplejidad, convencido de que los ojos lo engañaban. Luego, echó a andar hacia ella.

—Mamá... ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con incredulidad.

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—Acabo de pasar la noche junto a Denise Holton. Ya sabes, la madre del chico extraviado...Pensé que quizá le convendría un poco de apoyo.

—¿Y decidiste presentarte en el hospital sin conocerla siquiera?

Se dieron un fuerte abrazo.

—Naturalmente.

Taylor sintió un súbito orgullo ante aquellas palabras. Su madre era una mujer de armas tomar.Finalmente, Judy deshizo el abrazo y lo repasó con la mirada de la cabeza a los pies.

—Hijo, tienes un aspecto lamentable.

Taylor rió.

—Gracias por el comentario. La verdad es que, a pesar de las apariencias, me encuentrobastante bien.

—No me cabe duda. Y tienes buenas razones. Esta noche has hecho algo increíble.

Taylor sonrió antes de recuperar su habitual seriedad.

—Y dime, ¿cómo estaba ella? —preguntó—. Antes de que encontráramos al chico, me refiero.

Judy se encogió de hombros.

—Destrozada, perdida, aterrorizada... Puedes escoger el adjetivo que más te guste. Esta nocheha pasado un poco por todo eso.

Él le lanzó una mirada suspicaz.

—Me han dicho que le diste a Joe un repaso de los tuyos.

—Sí. Y volvería a hacerlo. ¿Se puede saber en qué estabais pensando?

Taylor alzó las manos en un gesto que pretendía ser defensivo.

—¡Eh! A mí no me eches la culpa. Yo no soy el jefe. Además, él estaba tan preocupado comonosotros. Puedes creerme.

Judy le apartó un mechón de cabello de los ojos.

—Supongo que debes de estar hecho polvo...

—Un poco; pero esto se arregla con unas cuantas horas de sueño. ¿Te acompaño hasta elcoche?

Judy se apoyó en su brazo, y ambos caminaron hasta el aparcamiento. Al cabo de unos pasosella le lanzó una mirada.

—¿Cómo es que siendo un joven tan fantástico todavía no te has casado?

—Porque me preocupan los parientes políticos.

—¿Cómo?

—Los míos no, mamá. Los de mi mujer.

Judy se apartó, bromeando.

—Entonces retiro todo lo bueno que he dicho de ti.

Taylor rió para sí y la volvió a coger del brazo.

—Sólo bromeaba. Ya sabes que te quiero.

—Más te vale.

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Cuando llegaron al coche, Taylor cogió las llaves y abrió la puerta. Cuando Judy se hubo sentadoal volante, se inclinó para mirarla a través de la ventanilla abierta.

—¿Estás segura de que no te encuentras demasiado cansada para conducir? —le preguntó.

—Sí. Estoy bien. No estamos lejos de casa. ¿Dónde tienes tu vehículo?

—Está todavía en el lugar del accidente. Llegué con la ambulancia que trajo a Kyle. Cari meacompañará.

Judy asintió mientras giraba la llave de contacto. El motor se puso en marcha al instante.

—Estoy orgullosa de ti, Taylor.

—Gracias, mamá. Yo también lo estoy de ti.

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CAPÍTULO 09CAPÍTULO 09

El día siguiente amaneció nuboso y con lluvias esporádicas, pero el núcleo de la tormenta ya sehabía adentrado en el mar. Los periódicos estaban llenos de noticias sobre lo sucedido la nocheanterior, y los titulares hacían especial referencia al tornado de Maysville, que prácticamentehabía destruido un camping de caravanas, había matado a cuatro personas y herido a otras siete.El rescate de Kyle Holton no apareció por ninguna parte ya que la prensa se enteró de sudesaparición al día siguiente, cuando ya había sido hallado. En la jerga de los periodistas, el éxitode la operación había convertido el suceso en «una no noticia», especialmente en comparacióncon los informes que llegaban de la parte más oriental del estado.

Kyle y su madre se encontraban todavía en el hospital, donde se les había permitido dormir enla misma habitación. Ambos se habían visto obligados a pasar la noche allí —o, mejor dicho, lo quequedaba de noche—, y los médicos, aunque habrían podido dar el alta a Kyle después de comer,querían mantener a Denise en observación veinticuatro horas más.

Los ruidos de la actividad del hospital no les permitieron dormir hasta tarde, así que, despuésde que el doctor de guardia los examinara de nuevo, Denise y Kyle pasaron el resto de la mañanaviendo series de dibujos animados en la televisión. Estaban ambos en la cama, recostados sobrealmohadones y vestidos con las feas ropas del centro. Kyle estaba concentrado con su seriefavorita, Scooby-Doo, que también había sido la preferida de Denise cuando era pequeña.Únicamente les faltaban las palomitas. Sin embargo, sólo de pensar en ellas, a Denise se le revolvíael estómago. A pesar de que la sensación de aturdimiento había desaparecido casi por completo,las luces brillantes todavía la incomodaban y sentía náuseas con frecuencia.

—«¡Mía, etá coliendo!» —exclamó Kyle, señalando la pantalla del televisor, donde las patas deScooby giraban como aspas de molino.

—Sí, se escapa del fantasma —repuso Denise—. Kyle, ¿puedes decirlo? ¿Puedes decir: «Seescapa del fantasma»?

—«Capa antasma.»

Denise lo rodeó con el brazo y le dio unas palmaditas en el hombro.

—Kyle, ¿anoche escapaste?

—«f, etá coliendo» —asintió el niño, con los ojos fijos en la pantalla.

Ella lo miró con ternura.

—¿Te asustaste?

—«í, etá ustado.»

A pesar del cambio de entonación, Denise no pudo averiguar si Kyle se refería a sí mismo o aScooby. Su hijo no entendía las diferencias entre los pronombres —yo, tú, él, ella, etcétera— niempleaba los tiempos verbales adecuados: todos significaban lo mismo. El concepto de tiempocronológico —ayer, mañana, la noche anterior— estaba también fuera de su entendimiento.

No era la primera vez que Denise intentaba hablar con él acerca de lo sucedido. Lo habíaprobado antes, pero sin éxito. «¿Por qué escapaste?» «¿En qué estabas pensando?» «¿Quéviste?» «¿Dónde te encontraron?» Kyle no respondió a ninguna de aquellas preguntas. No es queella lo esperara de él, simplemente había querido hacérselas. Era posible que algún día las

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contestara. Algún día, cuando fuera capaz de hablar, quizá pudiera recordarlo todo y explicárselo:«Sí, mamá, me acuerdo...» Hasta que ese día llegara, todo seguiría sumido en el misterio.

Hasta que ese día llegara...

Ese momento cada vez parecía más lejano.

La puerta se entreabrió.

—¿Se puede?

Denise se dio la vuelta y vio que Judy McAden asomaba la nariz.

—Llamé al hospital y me dijeron que estaban despiertos. Espero no llegar en un mal momento.

Denise se incorporó y se alisó lo mejor que pudo el arrugado camisón de la clínica.

—No, claro que no. Pase. Sólo estábamos viendo la televisión —contestó.

—¿Está segura?

—Por favor. Después de tantas horas de dibujos animados, me irá bien un respiro —añadió, altiempo que bajaba ligeramente el volumen del aparato con el mando a distancia.

Judy se acercó a la cama.

—Sólo he venido porque tenía ganas de conocer a su hijo. La verdad es que se ha convertido encentro de todas las conversaciones. Esta mañana, me han llamado por teléfono al menos veinteveces.

Denise ladeó la cabeza y contempló con orgullo a su hijo.

—Pues aquí lo tiene, al pequeño monstruo. Kyle, saluda a la señorita Judy.

—«Hoa, eñoita Udi» —murmuró el chico mientras seguía concentrado en la pantalla.

Judy cogió una silla, tomó asiento al lado de la cama y le acarició la pierna.

—Hola, Kyle, ¿cómo estás? Me han dicho que anoche viviste una gran aventura. Tenías a tumadre muy preocupada.

Tras un breve silencio, Denise dio unos golpecitos en la espalda a su hijo.

—Kyle, responde: «Sí, es verdad.»

—«I, es erdá.»

Judy miró a la joven.

—Se le parece muchísimo.

—Sí. Por eso lo compré —bromeó Denise.

Judy se rió de la ocurrencia y enseguida volvió a mirar a Kyle.

—Oye, ¿verdad que tu mamá es divertida?

El niño no contestó.

—A Kyle le cuesta hablar —intervino Denise a modo de disculpa—. Va bastante retrasado enese aspecto.

Judy hizo un gesto de asentimiento y se inclinó sobre él, como si fuera a contarle un secreto aloído.

—Bueno, no pasa nada. ¿A que no? Seguro que es más divertido ver los dibujos de la tele. ¿Quéestás mirando?

De nuevo, Kyle se mantuvo en silencio, y Denise tuvo que darle unos golpecitos en el hombro.

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—Kyle, ¿qué dan en la tele?

—«Cubiuu» —respondió sin mirarla.

Judy sonrió.

—¡Vaya! Mi hijo Taylor también solía verlo de pequeño —comentó. Luego, hablando másdespacio, preguntó—: ¿Es divertido?

Kyle asintió con entusiasmo:

—«í, e ivetido.»

Los ojos de Denise reflejaron una cierta sorpresa. «Gracias, Dios mío, por estos pequeñosdetalles», se dijo.

Judy volvió su atención hacia la madre.

—Es increíble que todavía den este programa.

—¿Scooby-Doo? Lo emiten dos veces al día —comentó Denise—. Nosotros lo vemos por lamañana y por la tarde.

—Pues tiene suerte.

—Sí. ¡Menuda suerte! —contestó Denise, entornando los ojos.

Judy rió por lo bajo.

—Bueno, ¿cómo lo llevan?

Denise se sentó más erguida sobre la cama.

—Bien. Kyle, aquí presente, está fuerte como un roble. Por su aspecto nadie diría que pasó portodo lo de anoche. En cuanto a mí... Bueno, digamos que podría encontrarme mejor.

—¿Saldrán pronto del hospital?

—Espero que mañana. Eso, suponiendo que el cuerpo me lo permita.

—¿Quién se ocupará de Kyle si usted tiene que quedarse?

—No será necesario. Se quedará conmigo. Los del hospital han sido muy comprensivos en eseaspecto.

—Puedo tutearte, ¿verdad? Bien, en caso de que necesites que alguien se ocupe de él, notienes más que decírmelo.

—Sí, claro. Muchas gracias por la oferta, pero creo que nos las podremos arreglar —repusoDenise mientras le lanzaba un rápido vistazo a su hijo—. ¿Verdad, muchacho? Mamá ya ha estadolo bastante alejada de ti para un tiempo.

En la pantalla, la tumba de una momia se abría de repente y Shaggy y Scooby huíandespavoridos, seguidos de cerca por Velma. Kyle se echó a reír, aparentemente ajeno alcomentario de su madre.

—Además, usted..., tú ya has hecho bastante por nosotros —añadió Denise—. Lamento queanoche no estuviera en condiciones de darte las gracias, pero...

Judy levantó ambas manos para interrumpirla.

—¡Oh! No te preocupes por eso. Me alegro de que todo acabara como lo hizo. ¿Has visto ya aCari?

—¿Cari?

—Sí. El policía de anoche.

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—No. Todavía no. ¿Va a venir?

Judy hizo un gesto afirmativo.

—Sí. Eso tengo entendido. Taylor me ha dicho esta mañana que a Cari todavía le quedabanalgunos cabos por atar.

—Taylor es tu hijo, ¿no es así?

—Sí, el único que tengo.

Denise luchó con los recuerdos de la noche anterior.

—Fue él quien me encontró, ¿verdad?

—En efecto —le confirmó la mujer—. Estaba comprobando que la tormenta no hubieraderribado postes eléctricos cuando se topó contigo.

—Supongo que también debería darle las gracias a él.

—Yo se las transmitiré de tu parte si te parece. Aunque lo cierto es que no fue el único queintervino. Al final, reunieron a más de veinte voluntarios. Un montón de gente de la zona acudiópara ayudar.

Denise meneó la cabeza, sorprendida.

—Pero... si ni siquiera me conocían.

—Las personas a veces la sorprenden a una, ¿a que sí? La verdad es que por aquí abunda labuena gente. Edenton es una ciudad pequeña, pero tiene un gran corazón.

—¿Has vivido siempre aquí?

Judy asintió, y Denise le lanzó una mirada de complicidad.

—Entonces, seguro que estás al tanto de todo lo que sucede...

Judy se llevó una mano al pecho, como si imitara a Scarlett O'Hara, y habló lenta ypesadamente.

—Cariño, podría contarte historias que harían que se te saltaran los ojos de sorpresa.

Denise rió.

—Quizá pueda ir a visitarte algún día. Así podrías ponerme al corriente.

Judy siguió interpretando el papel de inocente dama sureña.

—Pero eso sería cuchichear, y el cuchicheo es pecado.

—Lo sé, pero soy débil.

Judy le guiño un ojo.

—¡Estupendo, yo también lo soy! Lo haremos: quedaremos un día y así te contaré cómo era tumadre de pequeña.

Una hora después del almuerzo, Cari Huddle se entrevistó con Denise y acabaron con elpapeleo. Aliviada y mucho más despierta que la noche anterior, ella le contó todo con detalle. Elasunto, que ya estaba oficialmente cerrado, no le ocupó más de unos veinte minutos. Entre tanto,Kyle se distrajo jugando con un avión que su madre había pescado en el fondo del bolso. Elsargento Huddle se lo había devuelto, junto con el resto de sus cosas.

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Cuando hubieron finalizado, el policía guardó sus papeles en una carpeta pero no se levantó; encambio, cerró los ojos y ocultó un bostezo con la palma de la mano.

—Discúlpeme —dijo, intentando quitarse de encima la modorra que lo había asaltado.

—¿Cansado? —preguntó Denise, comprensiva.

—Un poco. La verdad es que fue una noche complicada.

Denise se acomodó en la cama.

—Bien, me alegro de que haya venido. Quería darle las gracias por lo que hizo. No se puedeimaginar lo mucho que ha significado para mí.

El policía se limitó a asentir, como si todos los días se viera involucrado en situaciones comoaquélla.

—No me lo agradezca. Es mi trabajo. Además, yo también tengo una hija pequeña y, si sehubiera tratado de ella, me habría gustado que toda la gente en un radio de ochenta kilómetrosdejara lo que estuviera haciendo y acudiera para ayudarme a encontrarla. Anoche, nadie mehabría podido apartar de allí.

—Así que tiene una niña...

—En efecto. Fue su cumpleaños el pasado viernes. Cumplió cinco. Es una buena edad.

—Todas las edades son buenas, según tengo entendido. ¿Cómo se llama?

—Campbell. Como la sopa. Es el apellido de soltera de Kim, mi esposa.

—¿Es su única hija?

—De momento, pero dentro de unos cuantos meses dejará de serlo.

—¡Caramba, felicidades! ¿Niño o niña?

—Todavía no lo sabemos. Será una sorpresa, como lo fue con Campbell.

Denise asintió, cerrando los ojos un instante. El sargento se dio un golpecito en la pierna con lacarpeta y se levantó para marcharse.

—Será mejor que me vaya. Probablemente tiene que descansar.

Aunque tuvo la impresión de que se refería más a sí mismo, Denise se incorporó en la cama.

—Perdone, pero es que... antes de que se fuera me gustaría hacerle algunas preguntas sobre labúsqueda de anoche. Con tanto barullo todavía no me he enterado de lo que sucedióexactamente. Al menos, no por boca de los protagonistas.

—Claro. Pregunte lo que quiera.

—¿Cómo pudieron...? Me refiero a que era de noche, y con aquella tormenta... —Hizo unapausa mientras buscaba las palabras adecuadas.

—¿Se refiere a cómo fue posible que lo encontráramos?

Denise asintió y miró un momento a Kyle, que seguía jugando con su avión en el rincón.

—Bien, me gustaría poder decirle que fue gracias a nuestra pericia y buen entrenamiento, perono sería verdad. Tuvimos suerte, muchísima suerte, porque, con lo enmarañada que es esamarisma, su hijo podría haber pasado días perdido en ella. Durante un buen rato no tuvimos niidea de hacia dónde podía haber ido. Fue Taylor el que imaginó que el chico habría caminado afavor del viento, dejando los relámpagos a su espalda. La verdad es que tuvo toda la razón.

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Huddle le lanzó una mirada a Kyle como la que le lanzaría cualquier padre al hijo que regresaraa casa después de ganar la final de los campeonatos de la escuela.

—¿Sabe, señorita Holton? —prosiguió—. Tiene usted ahí a todo un campeón. El hecho de queesté a salvo tiene más que ver con él que con nosotros. Cualquier niño, todos los que conozco,habrían estado aterrorizados; pero el suyo no lo estaba. Es realmente increíble.

Denise frunció el entrecejo ante aquel comentario.

—Espere un momento. Ha mencionado a un tal Taylor. ¿Se refiere a Taylor McAden?

—Sí. Él fue quien la encontró a usted. —Se rascó el mentón—. De hecho, él los encontró a losdos. Descubrió a Kyle escondido en un puesto para cazadores de patos y lo sacó de allí. Elmuchacho no se separó de Taylor hasta que los trajeron aquí. Se agarraba a él como una lapa.

—Entonces ¿fue Taylor el que encontró a Kyle? Pensaba que había sido usted...

El sargento recogió su sombrero de encima de la cama.

—No. No fui yo; aunque puede apostar lo que quiera a que no fue porque no lo intentara. Essólo que Taylor parecía tener una especie de conexión con él durante toda la noche. No mepregunte cómo.

Huddle pareció perderse en sus pensamientos.

Desde la cama, Denise pudo ver las oscuras bolsas bajo los ojos. Tenía el aspecto de un hombreexhausto que sólo desea acostarse y hacerse un ovillo en la cama.

—Bueno. Muchas gracias de todas maneras. Sin usted, probablemente Kyle no estaría ahoraaquí.

—No tiene que agradecerme nada. Me gustan las historias que tienen un final feliz y me alegrode que ésta lo tuviera.

Tras despedirse, el sargento se marchó, y Denise se quedó mirando el techo, pero sin verlo.

«¿Taylor McAden? ¿Judy McAden?»

No podía creer que todo aquello fuera coincidencia; sin embargo, los sucesos de la nochepasada estaban marcados por el azar: la tormenta, el ciervo, el cinturón de seguridad que lasujetaba por la cintura pero no por los hombros —nunca se lo había quitado a medias y nuncavolvería a hacerlo—, Kyle perdido mientras ella estaba inconsciente... Todo.

Incluyendo a los McAden.

Una le hizo compañía; el otro la encontró después del accidente. Una resultó haber sido amigade su madre; el otro acabó dando con Kyle.

¿Era una coincidencia? ¿El destino? ¿O quizás alguna otra cosa?

Más tarde, al anochecer, con la ayuda de la enfermera y del listín telefónico, Denise enviósendas notas personales de agradecimiento a Cari y Judy, y otra dirigida al Cuerpo de bomberos ydestinada a todos los que habían participado en las labores de rescate.

Por último, le escribió unas líneas a Taylor McAden. Mientras lo hacía, no pudo evitarpreguntarse qué clase de hombre sería.

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CAPÍTULO 10CAPÍTULO 10

Tres días después del accidente y del afortunado rescate de Kyle Holton, Taylor McAden pasóbajo el arco de piedra que servía de entrada al cementerio de Cypress Park, el más antiguo deEdenton, y se encaminó hacia una de las lápidas. Sabía exactamente adonde se dirigía, así quetomó un atajo a través del prado cubierto de monumentos funerarios. Algunos eran tan antiguosque dos siglos de intemperie habían borrado casi todas sus inscripciones. Recordaba la cantidadde veces que se había entretenido intentando descifrarlas, aunque siempre le había resultadoimposible. Aquel día, sin embargo, Taylor apenas les prestó atención mientras caminaba con pasofirme bajo el cielo encapotado. Cuando llegó junto a un enorme sauce, en la parte oeste delcementerio, se detuvo. La lápida que había ido a ver tenía una altura de treinta centímetros. Setrataba de un simple bloque de granito con un sencillo epitafio en la cara superior.

Aparte de la hierba que había ido creciendo alrededor de la piedra, el resto del césped se veíabien cuidado. Justo delante de la losa, en un pequeño recipiente incrustado en el suelo, había unramillete de claveles secos. No tuvo necesidad de contarlos ni de preguntarse quién los habíadepositado allí.

Su madre había dejado once flores, una por cada año de matrimonio. Solía nacerlo en mayo,con ocasión del aniversario de su boda. Así lo había hecho los últimos veintisiete años. En todo esetiempo, nunca le había dicho a su hijo lo que hacía, y Taylor nunca se lo había mencionado:prefería dejar que ella disfrutara de aquel pequeño secreto si con ello él podía mantener el suyo.

Taylor no visitaba el cementerio el mismo día que su madre. Esa fecha le pertenecía a ellaporque era cuando se habían declarado mutuamente su amor delante de la familia y los amigos.Él, en cambio, iba un día de junio, el mes en que su padre había muerto, el día que nunca podríaolvidar.

Como de costumbre, iba vestido con un pantalón vaquero y una camisa de trabajo de mangacorta. Había llegado directamente de una obra en la que estaba trabajando, aprovechando eldescanso de la hora de almorzar, y el sudor le pegaba al pecho y a la espalda algunas partes de laprenda. Nadie le había preguntado adonde se dirigía, y él no se había tomado la molestia de darexplicaciones. Era un asunto que sólo le incumbía a él.

Taylor se agachó y empezó a arrancar las hierbas más altas de los lados, agarrándolas a manosllenas y tirando bruscamente, hasta que consiguió dejarlas a la misma altura que el céspedcircundante. Se tomó su tiempo, mientras su mente se iba aclarando y él alisaba el terreno.Cuando terminó, pasó el dedo por la escueta inscripción. Las palabras eran sencillas:

MASON THOMAS MCADEN

Amante esposo y padre

1936-1972

Año tras año, visita tras visita, Taylor había ido creciendo y, en aquel momento, tenía la mismaedad de su padre cuando éste había fallecido. Había pasado de ser un muchacho asustado aconvertirse en el hombre que era.

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Sin embargo, los recuerdos que guardaba de su padre habían acabado bruscamente aquelterrible día. En esos momentos, no importaba cuánto se esforzara, le resultaba imposible imaginarla apariencia que habría tenido de haber estado vivo. Para Taylor, su padre siempre tendría treintay seis años. Ni uno más ni uno menos. La memoria selectiva se ocupaba de eso, lo mismo que lafoto.

Cerró los ojos y esperó a que la imagen acudiera a su mente. No le hacía falta llevarla consigopara saber exactamente cómo era. El retrato seguía descansando sobre la chimenea del salón. Allíla había visto a diario durante los últimos veintisiete años.

La instantánea había sido tomada una semana antes del accidente, una soleada mañana dejunio, delante de la casa. Había captado el instante en que su padre estaba saliendo del porchecon una caña de pescar en la mano, de camino al río Chowan. Taylor recordaba que había ido trassus pasos y estaba todavía dentro de la casa, recogiendo los cebos y todo lo que iba a necesitar,cuando su madre había apretado el disparador.

Judy se había escondido tras la furgoneta y había llamado a su marido por su nombre:«Mason.» Él se dio la vuelta, y ella le tomó aquella fotografía. Luego, enviaron la película a revelary por eso no se destruyó junto con las demás. Judy fue a recogerla después de los funerales y nopudo contener las lágrimas cuando la vio. Acto seguido, la guardó en el bolso.

Para los demás no tenía nada especial: era sólo Mason, caminando, con el cabello revuelto yuna mancha en la abotonada camisa; pero para Taylor reflejaba la verdadera esencia de su padre.Allí estaba el irrefrenable espíritu que había hecho de él alguien tan especial y por eso a su madreaquella imagen la había afectado tanto. Estaba en su expresión, en el brillo de sus ojos, en suactitud garbosa y despierta.

Un mes más tarde, Taylor la sustrajo del bolso de su madre y se metió en la cama, aferrándolacon el puño. Cuando ella fue a darle las buenas noches, lo encontró dormido y con los dedoscerrados en torno a la imagen. La foto estaba empapada de lágrimas. Al día siguiente, Judyencargó una copia, y Taylor construyó un marco con cuatro palitos de helado, montó sobre ellosun trozo de cristal viejo y encajó allí la foto. En todo el tiempo que siguió, nunca consideró siquierala posibilidad de cambiar el marco.

Treinta y seis años.

Mason parecía tan joven en aquella imagen... Tenía un rostro fresco y alegre, y apenas sedistinguían en la frente y los ojos las arrugas que nunca llegarían a desarrollarse del todo. Si asíera, ¿por qué, entonces, aparentaba ser mucho mayor de lo que el propio Taylor se sentía a lamisma edad?

Su padre parecía tan sabio, tan seguro de sí, tan valiente... A los ojos de su hijo de nueve añoshabía sido un hombre de unas dimensiones míticas, un hombre que entendía las complejidades dela vida y era capaz de explicar casi cualquier cosa. ¿Acaso se debía a que había vivido másintensamente? ¿Acaso su vida había quedado marcada por más amplias o excepcionalesexperiencias? ¿O era aquella impresión de Taylor sólo el producto de los sentimientos que unían aun muchacho a su padre, incluido el último instante que habían pasado juntos?

No lo sabía. De hecho, nunca lo sabría. Las respuestas quedaron enterradas junto con su padremucho tiempo atrás.

Apenas podía recordar las semanas que siguieron a su fallecimiento. Era un período que sehabía descompuesto en una serie de fragmentos borrosos: el funeral; los días pasados en casa de

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sus abuelos, en el otro extremo de la ciudad; las asfixiantes pesadillas, cada vez que se iba a lacama.

Era verano —no había clases—, y Taylor había pasado la mayor parte del tiempo intentandoborrar de su mente lo sucedido. Su madre había guardado el luto durante dos meses, en señal deduelo. Luego, las prendas negras fueron a parar a un cajón, y ellos dos encontraron un nuevo lugarpara vivir, más pequeño. Aunque un niño de nueve años apenas puede comprender lo quesignifica la muerte de un ser querido y cómo se sobrelleva, Taylor captó perfectamente el mensajeque su madre le hacía llegar: «Desde este momento, sólo estamos tú y yo. Debemos seguiradelante.»

A partir de aquel fatídico verano, Taylor pasó por la escuela sacando unas notas buenas pero enabsoluto espectaculares, avanzando regularmente de curso en curso. Otros lo hubieran calificadode tenaz o adaptable y habrían acertado. Gracias a las atenciones y a la entereza de su madre, laadolescencia de Taylor transcurrió como la de la mayor parte de los muchachos de su edad enaquella parte del país. Fue de acampada y de excursión en canoa siempre que pudo, y, durante losaños que pasó en el instituto, jugó al fútbol, al baloncesto y al béisbol. Sin embargo, en muchossentidos fue un chico solitario. Mitch había sido, y seguía siendo, su mejor amigo. Todos losveranos se iban, mano a mano, de caza y a pescar. A veces, incluso habían llegado a desaparecerdurante toda una semana tras haber viajado hasta lugares tan alejados como Georgia. A pesar deque Mitch se había casado, seguían manteniendo sus escapadas siempre que les era posible.

Cuando terminó de estudiar en el instituto, Taylor prefirió ponerse a trabajar en lugar de ir a launiversidad, y se dedicó a la carpintería. Empezó aprendiendo el negocio al lado de un hombredesagradable, un alcohólico al que su mujer había abandonado y que se preocupaba más por eldinero que podía ganar que por la calidad de su trabajo. En una ocasión casi llegaron a las manostras una violenta discusión. Taylor lo dejó y se dedicó a estudiar para obtener la licencia decontratista.

Durante aquel tiempo, se ganó el sustento en una mina de yeso, cerca de Little Washington, untrabajo que le provocaba violentos ataques de tos casi cada noche. No obstante, a los veinticuatroaños ya había ahorrado lo necesario para instalar su propia empresa. No hubo proyecto que dejaraa un lado por modesto que fuera y, a menudo, trabajaba a precio de coste con el fin deestablecerse en el mercado y labrarse una reputación. Aunque a los veintiocho ya había estado apunto de quebrar un par de veces, perseveró y consiguió salir adelante.

Durante los últimos ocho años había mimado su pequeña empresa y, finalmente, estabaempezando a ganarse la vida razonablemente bien. No se rodeaba de lujos: su casa era modesta ysu camioneta tenía más de seis años, pero disponía de lo suficiente para poder llevar la vidasencilla que deseaba.

Una vida que incluía trabajar como voluntario para el Cuerpo de bomberos.

Judy había intentado disuadirlo, pero no lo consiguió. Fue la única vez que Taylor había ido encontra de los deseos de su madre.

Ella, naturalmente, también aspiraba a que él la convirtiera en abuela, así que, de vez encuando, dejaba escapar algún comentario. Taylor no le daba importancia y cambiaba deconversación. Nunca había pensado seriamente en casarse y dudaba de que alguna vez llegara ahacerlo. Aunque en un par de ocasiones había tenido pareja estable, no se veía en el papel. Laprimera vez había sido a los veinte, y la chica se llamaba Valerie. Cuando se conocieron, ellaacababa de poner fin a una relación desastrosa —su novio había dejado embarazada a otra— y en

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Taylor encontró el consuelo y el apoyo que necesitaba. Era dos años mayor que él e inteligente.Durante un tiempo, las cosas marcharon bien, pero Valerie deseaba algo más serio. Taylor leadvirtió que no sabía si estaba preparado ni si llegaría a estarlo alguna vez. El asunto se convirtióen una fuente de problemas para los que él no tenía una respuesta fácil. Poco a poco, acabarondistanciándose, hasta que finalmente ella lo dejó. Lo último que supo de Valerie era que se habíacasado con un abogado y que vivía en Charlotte.

Luego llegó Lori, que, al contrario que Valerie, era más joven que Taylor. El banco para el quetrabajaba la había trasladado a la agencia de Edenton y, como responsable del departamento decréditos, se pasaba largas horas en la oficina. Cuando él se presentó en busca de una hipoteca, ellatodavía no había tenido tiempo de conocer a casi nadie. Taylor se ofreció a presentarle gente, yLori aceptó gustosa. Al cabo de nada, ya salían juntos. Poseía un encanto infantil e inocente queimpresionó vivamente a Taylor y despertó su instinto de protección. No obstante, no tardó enhacerse evidente que ella también deseaba llegar más lejos de lo que él estaba dispuesto a ir. Alfinal, no tardaron en dejarlo. En aquellos momentos, Lori era la esposa del hijo del alcalde, teníatres hijos y conducía un monovolumen. Apenas habían intercambiado más que un saludo y algúncomentario trivial desde su matrimonio.

Al cumplir los treinta, Taylor ya había salido prácticamente con todas las mujeres solteras deEdenton, y a los treinta y seis, ya no le quedaban demasiadas candidatas.

Melissa, la mujer de Mitch, había intentado arreglarle algunas citas, pero todas acabaron porun estilo. Lo cierto era que nunca había estado verdaderamente interesado.

Valerie y Lori coincidían en que había algo dentro de él que les había resultado inalcanzable,algo acerca de la forma como se veía a sí mismo que ninguna de las dos había podido comprender.Aunque a Taylor le constaba que habían obrado con la mejor intención, los intentos de las dosmujeres por franquear aquella distancia no habían cambiado las cosas.

Acabó y se levantó. Las rodillas le crujieron por haber estado tanto rato agachado. Antes demarcharse elevó una plegaria en memoria de su padre muerto. Luego se inclinó una vez más yacarició la lápida.

—Lo siento, papá —murmuró—. Lo siento tanto...

Mitch Johnson estaba apoyado contra la camioneta de Taylor cuando lo vio salir delcementerio. Tenía en la mano un par de latas de cerveza unidas por un plástico, el resto de unpaquete de seis que había empezado la noche anterior. Desprendió una y se la lanzó a Taylorcuando se le acercó. Éste, cuyos pensamientos seguían anclados en el pasado, la atrapó en el aire,sorprendido por la presencia de su amigo.

—Creía que estabas fuera por lo de la boda —le dijo.

—Lo estaba, pero regresamos ayer por la noche.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Nada. Sólo que supuse que a esta hora te apetecería una cerveza —contestó Mitch con todanaturalidad.

Con un metro noventa y unos ochenta kilos de peso, Mitch era más alto y delgado que Taylor.Estaba prácticamente calvo —de hecho, había empezado a perder el pelo a los veinte— y usabaunas gafas de montura metálica que le daban aspecto de contable o de ingeniero, aunque lo cierto

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era que trabajaba en la ferretería de su padre. Todos los que lo conocían lo consideraban un geniode la mecánica, porque era capaz de reparar cualquier cosa, desde una máquina cortacéspedhasta una excavadora, y sus dedos estaban permanentemente manchados de grasa. Al contrarioque Taylor, había ido a la Universidad de Carolina del Este. Allí, antes de regresar a Edenton, habíaestudiado Administración de Empresas y conocido a una licenciada en Psicología de Rocky Mountllamada Melissa Kindle.

En aquellos momentos, llevaban doce años casados y tenían cuatro hijos, todos varones. Taylorhabía sido testigo en la boda y era el padrino del chico mayor. A veces, por la forma en que Mitchhablaba de su familia, Taylor tenía la impresión de que su amigo estaba más enamorado deMelissa que cuando la había conocido en los pasillos de la universidad.

Mitch, al igual que él, también era voluntario en el Cuerpo de bomberos de Edenton. Ante lainsistencia de Taylor, los dos se habían alistado y pasado juntos por la fase de entrenamiento.Aunque para Mitch era más una cuestión de deber que de vocación, era el tipo de persona que aTaylor le gustaba tener cerca cuando las cosas se ponían difíciles: allí donde él arriesgaba, Mitchaportaba prudencia. Ambos se compenetraban ante el peligro.

—No sabía que fuera tan previsible —comentó Taylor.

—¡Vamos, hombre, si te conozco mejor que a mi propia esposa!

Taylor entornó los ojos mientras se apoyaba en la camioneta.

—¿Cómo está Melissa?

—Está bien. Un poco más y su hermana la vuelve loca con lo de la boda; pero, ahora queestamos de vuelta en casa, las aguas vuelven a su cauce: sólo nos tiene a mí y a los niños para quele demos la tabarra. —La voz de Mitch se suavizó imperceptiblemente—. ¿Y tú, qué? ¿Cómo lollevas?

Taylor se encogió de hombros, evitando la mirada de su amigo.

—Estoy bien.

Mitch no insistió. Sabía que Taylor no añadiría nada más. La muerte de su padre era un asuntodel que nunca hablaba. Abrió su cerveza, y Taylor hizo lo mismo. Luego sacó un pañuelo para elcuello del bolsillo trasero y se enjugó el sudor de la frente.

—Me han dicho que, mientras yo estaba fuera, tuviste una gran noche en las marismas —comentó.

—Sí, la tuvimos.

—Ojalá hubiera podido estar allí.

—No sabes lo bien que nos habría venido tu ayuda. Fue una tormenta de mil demonios.

—Sí. Pero, si hubierais contado conmigo, se os habría acabado la diversión en el acto porquehabría ido directo, sin pérdida de tiempo, a esos malditos refugios. No me explico cómo tardasteistanto en dar con la solución.

Taylor se rió por lo bajo antes de dar un sorbo a su bebida y mirar a Mitch.

—¿Melissa insiste todavía en que lo dejes?

Mitch se guardó el pañuelo y asintió.

—Ya sabes cómo es, ahora que tenemos a los chicos y todo eso. Sólo quiere que no me pasenada.

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—Y tú, ¿qué opinas?

Mitch lo meditó antes de contestar.

—No sé, antes estaba convencido de que lo haría siempre; pero ya no estoy tan seguro.

—¿Estás pensando en dejarlo?

Mitch tomó un largo trago de cerveza.

—Sí. Supongo que sí.

—Te necesitamos —repuso Taylor muy serio. Mitch soltó una carcajada.

—Pareces un oficial de reclutamiento cuando hablas en ese tono.

—Puede. Pero es la verdad. Mitch negó con la cabeza.

—No, no lo es. Ahora hay muchos voluntarios y una lista de gente dispuesta a ocupar mi lugar ala menor ocasión.

—Pero no tienen tu experiencia...

—Tampoco la tenía yo cuando me alisté.

Mitch hizo una pausa mientras reflexionaba.

—Mira, no sólo es por Melissa; también es por mí. He estado metido en eso durante muchotiempo y creo que ya no significa lo mismo que cuando empecé. Entiéndelo. No soy como tú, ya nosiento la necesidad de seguir. Me apetece poder estar con los chicos sin tener que salir pitandopor culpa de una llamada inesperada... Me apetece poder llegar a casa a la hora de la cenasabiendo que la jornada se ha acabado de verdad.

—Suena como si ya hubieras tomado la decisión.

Mitch percibió claramente la decepción que se traslucía en la voz de su amigo y tardó unossegundos en asentir.

—Bueno, la verdad es que así es. Me refiero a que cumpliré con el año que me queda, pero esoserá todo. Sólo quería que fueras el primero en saberlo,

Taylor no contestó. Al cabo de un momento, Mitch ladeó la cabeza y le dirigió una tímidamirada.

—Escucha, hoy no he venido para esto. Estoy aquí para darte un poco de apoyo, no parasoltarte mi rollo.

Taylor parecía perdido en sus pensamientos.

—Como te he dicho, estoy bien.

—¿Te apetece que vayamos a alguna parte a tomarnos unas cervezas?

—No. Debo regresar al trabajo. Estamos terminando la casa de Skip Hudson.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Vale. Entonces, ¿qué tal si quedamos para cenar la próxima semana, cuando hayamosrecuperado un poco el ritmo normal?

—¿Filetes a la brasa?

—¡Naturalmente! —exclamó Mitch, como si jamás hubiera pensado en otra posibilidad.

—Me parece bien —contestó Taylor lanzándole una mirada suspicaz—. Oye, Melissa no tendrápensado invitar a ninguna amiga, ¿verdad?

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Mitch se echó a reír.

—No. Pero si quieres que busque a alguien para ti...

—Ni hablar. Después de lo de Claire, ya no me fío de su buen criterio.

—¡Pero qué dices! Claire no estaba tan mal...

—Eso lo dices porque no tuviste que aguantar su cháchara toda la noche. Fue como el conejitode uno de esos anuncios de pilas que duran y duuuran. Pues ella, igual: habla y haaabla.

—Eso fue porque estaba nerviosa.

—Eso fue un tormento.

—Le diré a Melissa lo que me has dicho.

—¡Ni se te ocurra!

—Es broma. Sabes que no lo haría. ¿Qué tal si quedamos el miércoles? ¿Te va bien?

—Me va de perlas.

—Entonces, hecho.

Mitch hizo un gesto de aprobación y se apartó de la camioneta mientras rebuscaba las llaves enel bolsillo. Aplastó la lata vacía y la arrojó a la parte trasera del vehículo de Taylor, donde rebotóruidosamente.

—Gracias —dijo éste.

—De nada, hombre.

—Me refiero por haber venido hoy...

—Tranquilo. Ya sabía que te referías a eso.

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CAPÍTULO 11CAPÍTULO 11

Sentada en la cocina, Denise Holton llegó a la conclusión de que la vida era como el estiércol.

Cuando el estiércol se emplea en jardinería, es un fertilizante barato y eficaz que nutre elterreno y ayuda a que las plantas resplandezcan; pero, fuera de un jardín, por ejemplo en elcampo, cuando uno lo pisa, es sólo mierda.

Hacía apenas una semana, en el mismo instante en que había conseguido reunirse con Kyle enel hospital, tuvo la impresión de que la vida estaba abonando su pequeño jardín particular. Enaquellos momentos, nada había tenido importancia para ella aparte de su hijo; así que, cuando secercioró de que Kyle se hallaba a salvo y bien, le pareció que el mundo era un buen lugar paravivir; que su existencia, por decirlo de otro modo, había recibido una ración extra de fertilizante.

Sin embargo, una semana después, todo parecía diferente. La realidad se había impuesto tras elparéntesis del accidente y no era en absoluto una ayuda.

Se encontraba sentada ante la mesa de fórmica de la cocina, intentando hallar algún sentido almontón de papeles que tenía delante. El seguro se había hecho cargo de su estancia en el hospital,pero no de los gastos complementarios. Su coche, que a pesar de ser una antigualla aún era fiable,se había convertido en un montón de chatarra, y la póliza de la compañía sólo le cubría los daños aterceros. Por suerte, su jefe —que Dios lo bendijera— le había dicho que se tomara su tiempoantes de reincorporarse al trabajo; pero ya habían transcurrido ocho días, y todavía no habíaingresado un céntimo. Las facturas de la luz, el agua y el teléfono no tardarían más de una semanaen llegar y, para colmo, acababa de recibir la cuenta del servicio de grúa que había retirado de lacuneta su vehículo destrozado.

Aquella semana, para Denise la vida era una pura mierda.

Claro que no habría resultado tan penoso de haber sido ella millonaria. Sólo se habría tratadode un simple contratiempo. Podía imaginarse a sí misma en una reunión de amigas ricas,explicándoles la molestia que suponía ocuparse de semejantes trivialidades.

El problema era que, con apenas unos cientos de dólares en el banco, la situación dejaba de seruna molestia y se convertía en un problema de solvencia. De hecho, en un problema de solvenciacomo la copa de un pino.

Podía hacer frente a las facturas ordinarias con el saldo del que disponía y, si era cuidadosa,todavía le quedaría lo suficiente para comida. Aquel mes se iban a atiborrar de cereales, esoestaba claro, y aún gracias que Ray les permitía cenar gratis en el restaurante.

La tarjeta de crédito le serviría para pagar los extras de la clínica, unos quinientos dólares.También había tenido la suerte de poder contar con que Rhonda, otra de las camareras de Eights,la llevara con su coche al trabajo y la acompañara a casa al terminar. Eso dejaba pendiente elimporte de la grúa. Afortunadamente, los del servicio de remolque se habían mostrado deacuerdo en aceptar los restos del Datsun como pago: setenta y cinco dólares de chatarra y asuntosaldado.

El resultado de todo aquello era que recibiría un cargo cada mes por la tarjeta y que tendríaque hacer sus compras en bicicleta. O algo peor: que iba a verse obligada a depender de tercerospara poder acudir al trabajo. Para toda una universitaria con el título en el bolsillo, no habíamucho de lo que alardear.

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De haber tenido una botella de vino, no le hubiera importado descorcharla en aquel momentoporque habría sido una vía de escape francamente bienvenida. Pero no podía permitirse ni eso.

Setenta y cinco pavos por su coche.

Aunque sabía que la cifra era justa, de algún modo no se lo pareció. Ni siquiera iba a ver eldinero.

Después de firmar los cheques de las facturas los metió en sobres y gastó los últimos sellos. Ibaa tener que acercarse a la oficina de correo para comprar más. Lo apuntó en el bloc de notas delteléfono y entonces cayó en la cuenta de que el término «acercarse» acababa de cobrar un nuevosignificado. Si no hubiera sido tan patético, se habría puesto a reír por lo ridículo que resultaba.

¡En bicicleta! ¡Que Dios se apiadara de ella!

Intentando hacer un esfuerzo para ver el lado positivo, se dijo que al menos el pedalear lapondría en forma y que, en unos pocos meses, incluso podría estar agradecida. Se imaginó a lagente diciendo a su paso:

—¡Mirad qué piernas, si parecen de acero! ¿Cómo lo has conseguido?

—Montando en bici —contestaría ella.

No pudo evitar soltar una risita. ¡Con veintinueve años y explicándole a la gente que montabaen bicicleta! ¡Por favor!

Dejó de reír —sabía que no era más que la reacción nerviosa ante el estrés— y salió de la cocinapara ver cómo estaba Kyle.

El niño dormía como un tronco. Después de darle un beso y arroparlo, salió fuera y se sentó enel porche de atrás mientras se preguntaba si realmente el trasladarse a Edenton había sido unadecisión acertada. A pesar de que sabía que quedarse en Atlanta estaba fuera de sus posibilidades,se encontró deseándolo: habría resultado agradable tener de vez en cuando alguien con quienhablar, alguien conocido.

Se le ocurrió que podría llamar por teléfono, pero recordó que, al menos durante aquel mes,semejante despilfarro quedaba descartado. Por otra parte, tampoco estaba dispuesta a llamar acobro revertido; no se habría sentido cómoda haciéndolo, aunque probablemente a sus amigos noles habría importado. No obstante, seguía deseando charlar con alguien. Sí, pero ¿con quién?

Aparte de Rhonda —su compañera en el restaurante, soltera y con veinte años— y JudyMcAden, Denise no conocía a nadie más. Si una cosa era haber perdido a su madre hacía unosaños, haberse alejado de todos sus conocidos era otra muy distinta. Tampoco la ayudaba el saberque era culpa suya: había sido ella la que había decidido mudarse, la que había decidido dejar eltrabajo y dedicarse de lleno a cuidar a su hijo. Aquella forma de vida estaba llena de una atrayentesimplicidad y no planteaba grandes necesidades; pero, a pesar de todo, a veces no podía evitarpensar que quizá otras partes de su existencia se le estaban escapando sin que apenas sepercatara de ello.

No obstante, su soledad no podía explicarse sólo porque se hubiera mudado. Mirando haciaatrás, tenía que admitir que para ella las cosas ya habían empezado a cambiar durante su últimaépoca en Atlanta: la mayor parte de sus amigas se habían casado y habían tenido hijos; otrasseguían solteras. Pero Denise ya no tenía nada en común con ninguna de ellas. Las casadaspreferían salir con otras parejas, y las que no lo estaban seguían viviendo como cuando eranuniversitarias. Denise no encajaba en ninguno de los dos ambientes. En cuanto a las que teníanhijos... Bueno, ya había sido bastante duro tener que soportar los constantes comentarios acerca

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de lo fantásticos que eran los otros niños. Le había resultado difícil hablar de Kyle; pero lo peorhabía sido que las otras madres, a pesar de que solían mostrarse comprensivas, nunca habíanentendido la realidad de su situación.

Luego, claro, estaba la cuestión de los hombres.

Brett —el bueno y viejo Brett— había sido el último con el que había salido, si es que a eso se lepodía llamar salir. Un revolcón, seguramente sí, pero... lo que se dice salir... Y además, menudorevolcón: veinte minutos y de golpe, ¡plaf!: toda su vida había cambiado para siempre. ¿Quéhabría sido de ella si nada hubiera ocurrido? Cierto, no tendría a Kyle, pero... Pero ¿qué? Quizá sehabría casado y estaría cargada de hijos, además de tener una casa con un gran jardín y una vallablanca de madera alrededor; quizá conduciría un Volvo o un monovolumen y pasaría susvacaciones en Disney World. No sonaba tan mal y, desde luego, parecía un tipo de vida más fácil;pero eso no quería decir en absoluto que fuera mejor.

Kyle, el dulce Kyle... Sólo con pensar en él se ponía de buen humor.

Llegó a la conclusión de que no, de que esa otra vida no habría sido mejor: si había algo buenoen su mundo, eso era Kyle. No dejaba de ser curioso que fuera capaz de exasperarla y a la vezhacer que ella lo quisiera precisamente por eso.

Soltó un suspiro, abandonó el porche y subió al dormitorio. Mientras se desvestía en el baño secontempló en el espejo. Los arañazos de la mejilla eran visibles todavía, pero casi no se notaban. Elcorte de la frente había necesitado unos cuantos puntos de sutura que le dejarían una cicatriz,pero como ésta estaba cerca de la línea del cabello, no se notaría demasiado.

Aparte de eso, no le disgustó lo que veía. Dado que el dinero era siempre un problema, en sudespensa nunca habían abundado las galletas o las chocolatinas, y puesto que Kyle rara vez comíacarne, ella tampoco lo hacía. Lo cierto era que en aquellos momentos estaba más delgada queantes de que naciera su hijo. Incluso estaba más delgada que en su época de estudiante: habíaperdido siete kilos sin apenas darse cuenta. De haber tenido tiempo, habría escrito un librotitulado: Estrés y pobreza: el camino más corto hacia la esbeltez. Luego, habría vendido un millónde ejemplares, se habría hecho rica de la noche a la mañana y se habría retirado.

Soltó otra risita. «Sí, claro, ¿y qué más?»

Tal como le había dicho Judy en el hospital, se parecía a su madre: tenía el mismo cabelloondulado y oscuro, el mismo color de ojos, y era aproximadamente de la misma estatura. Al igualque ella, envejecía bien y apenas se apreciaban unas leves patas de gallo en torno a los ojos.Aparte de eso, tenía la piel lisa y suave. En conjunto, no estaba mal. Es más, si tenía que sersincera consigo misma, incluso podía resultar atractiva.

Al menos, algo iba bien.

Denise pensó que lo mejor era dejarlo ahí, así que se puso el pijama, redujo el ventilador almínimo y se deslizó entre las sábanas antes de apagar la luz. El murmullo del aparato era suave yrítmico. Se quedó dormida en cuestión de minutos.

Cuando los primeros rayos de sol penetraron oblicuamente por la ventana, Kyle salió de sudormitorio y se metió en la cama de Denise, listo para comenzar un nuevo día.

—«Epieta, ama, epieta» —murmuró.

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Denise se hizo a un lado al tiempo que murmuraba una protesta, pero Kyle se le subió encima ycon sus pequeños dedos intentó abrirle los párpados. A pesar de que no lo consiguió, la situaciónle pareció divertida y se puso a reír tanto que su risa acabó siendo contagiosa.

—«Abe os ojos, ama» —siguió diciendo.

A pesar de lo temprano de la hora, Denise no pudo evitar reírse también.

Para hacer de aquella mañana un momento aún mejor, Judy llamó después de las nueve parapreguntar si les parecía bien que fuera a visitarlos.

Denise aferró el teléfono unos instantes —Judy iba a ir a verlos al día siguiente por la tarde.¡Bien!—. Luego colgó, maravillándose por su cambio de humor con respecto a la noche anterior, yse asombró ante lo que unas cuantas horas de descanso podían producir.

Seguro que era culpa del SPM.

Un poco más tarde, tras el desayuno, Denise desempolvó las bicicletas. La de Kyle estaba listapara funcionar, pero la suya estaba cubierta de telarañas, y tuvo que limpiarla. Se dio cuenta deque los neumáticos de ambas estaban bajos, pero le pareció que podían aguantar un recorrido deida y vuelta hasta el centro.

Una vez que hubo ayudado a su hijo a ajustarse el casco, empezaron a pedalear hacia Edentonbajo un cielo azul limpio de nubes. Kyle iba en cabeza.

En diciembre se había pasado todo un día practicando, arriba y abajo, en el aparcamiento delbloque de apartamentos de Atlanta donde vivían. Ella lo había ayudado, sujetándolo por el asientohasta que Kyle cogió el truco. El chico tardó unas pocas horas y le costó unas cuantas caídas, perodemostró que poseía un instinto natural. Kyle siempre había tenido una especial habilidad paratodo lo que significara moverse, y aquél era un hecho que no dejaba de sorprender a los médicoscada vez que lo examinaban. Denise había acabado aceptándolo como una de las muchascontradicciones del carácter de su hijo.

Naturalmente, como cualquier otro niño de cuatro años, sólo era capaz de concentrarse enmantener el equilibrio, disfrutar y poco más. Para él, montar en bicicleta suponía toda unaaventura y pedaleaba con total entrega, especialmente si su madre lo acompañaba. A pesar deque no había mucho tráfico, Denise se encontró dándole órdenes constantemente.

«Mantente cerca de mamá.»

«¡Para!»

«No te metas en la carretera.»

«¡Para!»

«Acércate, que viene un coche.»

«¡Para!»

«Cuidado con el agujero.»

«¡Para!»

«No vayas tan deprisa.»

«¡Para!»

«Para» era la única indicación que Kyle entendía y, cada vez que su madre se lo ordenaba,apretaba los frenos, ponía los pies en el suelo y se daba la vuelta con una sonrisa grande yluminosa con la que parecía decir: «Mamá, esto es tan divertido... ¿Por qué te preocupas tanto?»

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Cuando llegaron a la estafeta de correos, Denise tenía los nervios destrozados.

Ya se había dado cuenta de que a lomos de una bicicleta no iba a conseguir nada, y decidió quepediría a Ray que la cogiera dos turnos más a la semana. Sólo así, quizá en unos cuantos meses ytras haber pagado las facturas del hospital, conseguiría ahorrar lo suficiente para comprarse uncoche.

«¿Unos cuantos meses? Para entonces ya habré perdido la chaveta.»

Se puso a la cola —siempre había cola en correos— y se secó el sudor de la frente mientrasrogaba para que el desodorante no la abandonara. Aquélla era otra de las cosas que habíadescubierto aquella mañana: montar en bici no era solamente una incomodidad, sino que ademássuponía un esfuerzo físico, especialmente para alguien que no estaba acostumbrado. Tenía laspiernas cansadas, sabía que al día siguiente le dolerían las posaderas y notaba cómo el sudor legoteaba entre los pechos y a lo largo de la espalda. Intentó mantenerse ligeramente apartada delos que la precedían, para no molestar; afortunadamente, nadie reparó en su estado.

Unos minutos más tarde, llegó frente al mostrador y le entregaron los sellos. Tras firmar uncheque, lo guardó todo en el bolso y salió fuera. Kyle y ella montaron en sus bicicletas y se fuerona comprar.

El centro de Edenton era pequeño; pero, desde un punto de vista de interés histórico, la ciudadera una preciosidad. Las casas databan de principios de 1800 y, en su mayoría, habían sidorestauradas a lo largo de los últimos treinta años y habían recobrado su antiguo esplendor. Hilerasde robles gigantes se alineaban a ambos lados de la calle principal y proyectaban largas sombrassobre el asfalto, al tiempo que proporcionaban a los paseantes un agradable cobijo de los rayosdel sol.

A pesar de que había un supermercado, éste se hallaba en el otro extremo, así que Denisedecidió ir a Merchants, un establecimiento de 1940 que representaba uno de los atractivos de laciudad.

La tienda era antigua en el más amplio sentido imaginable y ofrecía una gama infinita deproductos. Vendía de todo: desde cebos vivos hasta repuestos de automóvil; alquilaba películas devídeo y tenía una pequeña zona aparte donde preparaban comida para llevar. Para dar el últimotoque, en la entrada había unas mecedoras y un banco donde los clientes habituales acudían atomar un café por la mañana.

El lugar propiamente dicho era pequeño —tendría poco más de cien metros cuadrados—, y aDenise siempre la había maravillado que tantísimos productos diferentes pudieran caberperfectamente en las estanterías.

Llenó un cesto con las cosas que necesitaba —leche, cereales, queso, huevos, pan, plátanos,Cheerios, macarrones, galletas saladas Ritz y caramelos (el premio para Kyle cuando trabajaba conél)—, y a continuación se dirigió a la caja.

El importe total resultó ser inferior a lo que había esperado, lo cual era buena cosa; pero se lepresentó una dificultad: a diferencia del supermercado, en Merchants no metían las compras delos clientes en bolsas de plástico; en vez de eso, el propietario en persona —un hombre de peloblanco impecablemente peinado y grandes cejas— las ponía en grandes bolsas de papel marrón.

Aquello era un contratiempo con el que no había contado.

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Denise las habría preferido con asas para así poder colgarlas de los manillares. ¿Cómo iba aapañárselas si no para llegar a casa? Dos brazos, dos bolsas, dos manillares... No le salían lascuentas, especialmente si además debía vigilar a Kyle.

Miró a su hijo mientras sopesaba el problema y se percató de que éste miraba hacia la calle, através del cristal de la entrada, con una curiosa expresión dibujada en el rostro.

—¿Qué ocurre, cariño?

Kyle respondió, pero ella no pudo entenderlo. Le había parecido escuchar «Homero»; así quedejó las compras en el mostrador y se agachó para verlo mejor mientras él se lo repetía. Enocasiones, observar el movimiento de los labios la ayudaba a comprenderlo.

—¿Qué has dicho, hijo? ¿«Homero»?

Kyle asintió y lo repitió: «Homero», mientras señalaba hacia la puerta. Denise miró en aquelladirección, y el chico se encaminó hacia allí. Ella lo comprendió de inmediato.

No era «Homero», pero se le parecía. Era «bombero»: Taylor McAden se encontraba de pie,fuera de la tienda, y sujetaba la puerta entreabierta mientras conversaba con otra persona.

Denise no la podía ver, pero observó que Taylor reía, hacía un gesto de despedida y abría lapuerta un poco más. Entre tanto, Kyle se le había acercado. Casi sin mirar, Taylor entró y estuvo apunto de tirarlo al suelo cuando tropezó con él.

—¡Caramba, lo siento! No te había visto —se disculpó de modo automático—. Perdón.

Dio un paso atrás y parpadeó, confuso. Entonces, una gran sonrisa le iluminó el rostro y se pusoen cuclillas para mirar a Kyle, cara a cara.

—¡Eh, hola, hombrecito! ¿Cómo estás?

—«¡Oha, Teyo!» —dijo Kyle alegremente.

Acto seguido, sin añadir una palabra más, le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó confuerza, tal como había hecho la noche de su rescate, en el puesto de ojeo.

Taylor vaciló un instante, pero enseguida le devolvió d gesto, visiblemente contento ysorprendido a la vez.

Denise contempló la escena con callada sorpresa, cubriéndose la boca con la palma de la mano.

Al cabo de un largo momento, Kyle aflojó el abrazo y Taylor hizo lo propio. El niño tenía los ojoschispeantes, como si acabara de encontrarse con un viejo amigo.

—«¡Homero! Él econtó» —exclamó emocionado.

Taylor ladeó la cabeza.

—¿Cómo dices?

Denise se decidió a intervenir y se acercó, incrédula todavía ante lo que había presenciado.

Incluso después de haber pasado un año con su especialista del habla, Kyle sólo había sidocapaz de darle un abrazo si Denise se lo rogaba encarecidamente. Al contrario de lo que acababade ver, nunca lo había hecho espontáneamente, y no estaba muy segura de cuáles eran sussentimientos acerca de aquella nueva y extraordinaria amistad de su hijo.

Contemplar a Kyle abrazando a un desconocido, por muy bueno que éste fuera, la llenó desensaciones contradictorias: estaba bien, pero podía ser peligroso; era tierno, pero no quería quese convirtiera en un hábito. Al mismo tiempo, había algo en el modo en que Taylor había

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reaccionado, en su naturalidad, que le parecía cualquier cosa menos amenazador. Todos aquellospensamientos pasaron por su mente mientras se aproximaba y respondía por su hijo.

—Está intentando decirle que usted lo encontró —explicó.

Taylor levantó la mirada y contempló a Denise por primera vez tras el accidente. Durante unbreve instante, no pudo apartar la mirada. A pesar de que la había visto antes, en aquel momentole pareció más atractiva de lo que recordaba. Resultaba evidente que la noche de la tormenta nola había encontrado en su mejor momento; aunque lo cierto era que nunca habría pensado que encircunstancias normales ella fuera tan atractiva. No se trataba en absoluto de que le parecieraelegante o sofisticada, sino de que irradiaba una belleza natural, como la de una mujer que,sabiéndose guapa, no se pasa todo el día pendiente de ello.

—«í, econtó» —repitió Kyle, interrumpiendo los pensamientos de Taylor y asintiendovigorosamente para recalcar sus palabras. Taylor se sintió aliviado por poder tener un motivo paraapartar la mirada de Denise y se preguntó si ella podría haber leído sus pensamientos.

—Sí señor. Eso hice —respondió, apoyando todavía amistosamente la mano en el hombro delniño—. Pero esa noche, el valiente fuiste tú, hombrecito.

Denise lo observó mientras él hablaba con Kyle.

A pesar del calor, Taylor llevaba un pantalón vaquero y unas botas de trabajo cubiertas por unacapa de barro seco y gastadas, como si las hubiera usado diariamente durante meses: el gruesocuero aparecía arañado y rozado. La camiseta blanca de manga corta que vestía revelaba unosbrazos musculosos y contrastaba con su bronceado. Eran los brazos de alguien que trabaja con susmanos todo el día. Cuando se puso en pie, le pareció más alto de lo que ella recordaba.

—Siento haber tropezado con él —se disculpó—. No lo vi al entrar...

Taylor hizo una pausa, como si no supiera qué más añadir, y Denise detectó una timidez que lasorprendió.

—He visto lo ocurrido. No se preocupe, no ha sido culpa suya; Kyle casi se lanzó contra usted.—Ella sonrió—. A propósito, soy Denise Holton. Ya sé que nos conocemos, pero la verdad es quelos recuerdos de aquella noche todavía los tengo borrosos.

Le tendió la mano y Taylor se la estrechó. Denise notó la aspereza del contacto.

—Yo me llamo Taylor McAden —dijo—. ¿Sabe...? ¿Sabes?, me llegó tu nota. Te lo agradezco.

—«¡Homero!» —repitió Kyle, aún más alto, mientras se retorcía las manos casicompulsivamente, cosa que solía hacer cuando se ponía nervioso—. «¡Homero ande!» —exclamó,poniendo énfasis en la palabra «grande».

Taylor frunció el entrecejo y agarró a Kyle por la cabeza y el casco, amistosamente, casi comoun hermano. La cabeza del niño se movió de un lado a otro guiada por la manaza de Taylor.

—Conque eso crees, ¿eh?

Kyle asintió.

—«í. Ande.»

Denise se echó a reír.

—Me parece que es un caso claro de adoración hacia el héroe.

—Pues bien, hombrecito, es mutuo. Hiciste tú más que yo.

Kyle lo miraba con los ojos muy abiertos.

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—«¡Ande!»

Si Taylor se percató de que el chico no le había entendido, desde luego no lo dijo. En cambio leguiñó un ojo. «Muy bien.»

Denise se aclaró la garganta.

—No he tenido la oportunidad de agradecerte personalmente lo que hiciste la otra noche...

Taylor se limitó a encogerse de hombros. En otro tipo de persona, aquel gesto habría podidoparecer arrogante, como si hubiera dado por sentado que realmente había hecho algo formidable.Sin embargo, en él fue diferente porque dio la impresión de que Taylor no había vuelto a pensaren ello desde la noche del accidente.

—No te preocupes por eso. Con tu nota tuve más que suficiente.

Durante unos segundos, ninguno de los dos habló. Entretanto, aburrido por la situación, Kyle seencaminó hacia la zona de las golosinas. Ambos contemplaron cómo se detenía frente a unosenvoltorios de brillantes colores y los miraba fijamente.

—Tiene buen aspecto —dijo él finalmente para romper el silencio—. Me refiero a Kyle. Despuésde todo lo que pasó, me preguntaba cómo lo llevaría.

—Parece que se encuentra bien —repuso Denise—. El tiempo nos lo dirá; pero, por elmomento, no estoy preocupada. El doctor nos dijo que no tenía nada.

—Y tú, ¿qué tal? —preguntó.

Denise respondió sin pensarlo demasiado:

—¡Bah! Como siempre.

—No. Me refería a tus heridas. La última vez que te vi, estabas bastante magullada.

—¡Oh! Bueno... Supongo que voy tirando.

—¿Sólo tirando?

La expresión de Denise se suavizó.

—No. La verdad es que voy mejor. De vez en cuando, todavía me duele un poco aquí y allá;pero por lo demás estoy bien. Podría haber sido mucho peor.

—Bien. Me alegro. También estaba preocupado por ti.

Había algo en la pausada manera de hablar de Taylor que hizo que Denise lo mirara concuriosidad. Aunque no era el hombre más guapo que había visto en su vida, tenía algo que lellamaba la atención; quizá cierta gentileza, a pesar de su corpulencia; o la agudeza de su tranquilamirada, que no infundía ningún recelo... A pesar de que sabía que era imposible, le pareció que élestaba al corriente de lo difícil que la vida le había resultado a ella los últimos años. Al mirarle lamano izquierda, se percató de que no llevaba anillo de casado.

Aquel pensamiento la obligó a apartar la vista mientras se preguntaba cómo se le había pasadopor la cabeza semejante ocurrencia. ¿Qué importancia podía tener si llevaba anillo o no? Kyleseguía en la zona de las golosinas y estaba a punto de abrir un paquete de caramelos cuandoDenise se dio cuenta.

—¡Kyle! ¡No!

Dio un paso hacia él y se giró hacia Taylor.

—Perdóname, pero está haciendo algo que no debe.

—Faltaría más —contestó, haciéndose a un lado.

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Mientras Denise caminaba hacia su hijo, Taylor no pudo evitar contemplarla: el rostroencantador, casi misterioso, acentuado por los altos pómulos y los exóticos ojos; el largo y oscurocabello anudado en una cola de caballo que le caía entre los hombros; la proporcionada figura quelos pantalones cortos y la blusa resaltaban...

—Kyle, deja eso. Tus caramelos están en la bolsa.

Antes de que ella lo sorprendiera observándola, Taylor meneó la cabeza y apartó la vista,preguntándose otra vez cómo era posible que hubiera pasado por alto su belleza la noche delaccidente. Un momento más tarde, Denise volvía a estar delante de él, con Kyle a su lado. El chicotenía una expresión contrita, como si lo hubieran pillado metiendo la mano en un bote decaramelos.

—Lo siento. Normalmente se porta mejor.

—Seguro que sí, pero ya se sabe. Los niños siempre aprovechan todo lo que pueden.

—Parece que hablas por experiencia.

El sonrió.

—No. En absoluto. No tengo hijos.

Se hizo un incómodo silencio hasta que él volvió a hablar.

—¿Así que has venido al centro para hacer unos recados?

Taylor se dio cuenta de que era una pregunta trivial que daría lugar a una conversación trivial;pero, por alguna razón, no quería que ella se fuera.

Denise se pasó los dedos por entre la coleta.

—Sí. Necesitaba unas cuantas cosas. La despensa se me estaba quedando vacía. ¿Y tú?

—Sólo he venido a buscar unas botellas de refrescos para los chicos.

—¿Los del Cuerpo de bomberos?

—No. Yo sólo presto servicio como voluntario. Me refería a los muchachos que trabajan paramí. Soy contratista, reformo edificios y cosas por el estilo.

Por un momento, Denise quedó confusa.

—¿Haces tareas como voluntario? Pensaba que eso era algo que ya no se hacía.

—En las ciudades pequeñas, como ésta, se hace así porque normalmente no hay trabajosuficiente para justificar el mantenimiento de una plantilla permanente. Así que cuando seproduce alguna emergencia, nos toca a nosotros, los voluntarios.

—No lo sabía.

Aquella súbita revelación hizo que Denise tuviera la impresión de que la hazaña de Taylor aúnhabía tenido más valor, por mucho que hubiera creído que semejante cosa era imposible.

Kyle la miró.

—«E teñe hambe.»

—¿Tienes hambre, cariño?

—«I.»

—Está bien, pronto estaremos en casa y te haré un bocadillo de queso a la plancha. ¿Qué teparece?

Kyle asintió con la cabeza.

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—«í, e beno.»

No obstante, Denise no se marchó inmediatamente, al menos no lo bastante deprisa para Kyle.Volvió a mirar a Taylor. El niño agarró una de las perneras del pantalón corto de su madre y dio untirón, y ella bajó las manos en un movimiento automático para detenerlo.

—«Amos, amos» —insistió Kyle. —Ya va, cariño...

Madre e hijo se enredaron en un lío de manos y dedos mientras él intentaba cogerla y elladesasirse, hasta que Denise le agarró la mano para detenerlo.

Taylor reprimió la risa aclarándose la garganta.

—¡Ejem! Será mejor que te deje marchar. Hay un niño en pleno crecimiento que necesita que leden de comer.

—Sí. Creo que sí.

Le lanzó la típica mirada de la madre indefensa y experimentó un curioso alivio cuando se diocuenta de que a Taylor no le había molestado que Kyle se pusiera pesado.

—Ha sido agradable que nos encontráramos —añadió. A pesar de que parecía una frase manidadel tipo «Hola, ¿qué tal? Encantado de verte», deseó que él se diera cuenta de que lo decía decorazón.

—A mí también me ha gustado verte —contestó y, cogiendo a Kyle por el casco, añadió—: Y a titambién, hombrecito.

Kyle se despidió agitando la mano libre.

—«Ayo, Teyo» —dijo alegremente.

—Adiós.

Taylor sonrió para sí mientras se encaminaba hacia las neveras para coger las botellas derefrescos que había ido a buscar.

Denise fue hacia el mostrador y soltó un suspiro. El propietario estaba inmerso en la lectura dela revista Field and Stream y sus labios se movían a medida que leía atentamente un artículo.Mientras se acercaban, Kyle volvió a hablar.

—«Ama, hambe.»

—Ya lo sé, hijo. Enseguida nos marchamos.

El tendero vio que se acercaban, esperó a comprobar que lo necesitaban a él y no a suscaramelos y cerró la revista.

Denise señaló las bolsas que había dejado en el mostrador.

—¿Me las puede guardar un momento, por favor? Tengo que ir a buscar algo con lo que podercolgarlas del manillar...

A pesar de que Taylor se encontraba casi al otro extremo de la tienda y tenía en la mano unpaquete de Coca-Cola que acababa de sacar de la nevera, hizo un esfuerzo para captar laconversación.

—Vamos en bicicleta —prosiguió Denise—, y no sé cómo podemos llevar todo esto a casa si noes como le he dicho. Enseguida vuelvo.

Desde el fondo, él oyó que la voz de Denise se desvanecía y la contestación del tendero.

—No hay problema. Se las guardaré aquí abajo.

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Con los refrescos en la mano, Taylor fue hacia la salida y vio que ella estaba a punto de salir yguiaba a Kyle empujándolo por el hombro. Repasó lo que acababa de oír y tomó una decisión en elacto.

—¡Eh, Denise! Espera...

Ella se dio la vuelta y se detuvo mientras él se acercaba.

—¿Son vuestras las bicicletas de ahí fuera?

—S... Sí. ¿Por qué?

—Lo siento. No he podido evitar escuchar lo que acabas de decir al propietario. Yo... —Sedetuvo y en el silencio de la tienda la miró con sus azules ojos—. Me preguntaba si podríaayudarte con los paquetes. Voy de paso por tu casa, así que estaría encantado de poder dejártelosallí.

Mientras hablaba señaló una camioneta aparcada fuera.

—¡Oh, no! Ya está bien así.

—¿Estás segura? Me pilla de camino. Sólo me llevará un par de minutos.

A pesar de que Denise sabía que él sólo estaba intentando ser amable, según es costumbre enlas ciudades pequeñas, no estaba segura de que debiera aceptar.

Como si hubiera percibido sus dudas, Taylor alzó las manos y sonrió traviesamente.

—Te prometo que no te robaré nada.

Kyle dio un paso hacia la puerta y Denise lo detuvo sujetándolo por el hombro.

—No es eso... Es que...

Pero entonces, ¿de qué se trataba? ¿Acaso llevaba tanto tiempo sola que se había olvidado decómo se aceptaba la amabilidad del prójimo? ¿O era porque él ya había hecho demasiado porella?

«Vamos, atrévete. Total, no te está pidiendo que te cases con él ni nada parecido», se dijo.

Tragó saliva mientras pensaba en lo que les había costado llegar y en el trayecto de regreso queles esperaba, cargados de provisiones...

—Bueno... Si estás seguro de que no te aparto de la ruta...

Para Taylor fue como si hubiera conseguido una pequeña victoria.

—Completamente. Déjame que pague esto —blandió los refrescos— y te ayudaré a llevar lasbolsas al camión.

Fue hasta la caja y pagó las bebidas.

—Por cierto —preguntó Denise—, ¿cómo sabes dónde vivo?

Él la miró por encima del hombro.

—Ésta es una ciudad pequeña. Sé dónde vive todo el mundo.

Más tarde, ese mismo día, Melissa, Mitch y Taylor se encontraban en el jardín mientras losfiletes y las salchichas de frankfurt chisporroteaban sobre las brasas y en el aire se hacíanpalpables las primeras señales del verano. Era un lento anochecer que llegaba cargado de calor y

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humedad. El sol se ocultaba tras los inmóviles árboles, cuyas hojas permanecían quietas en aquellahora sin brisa.

Mitch permanecía de pie, con unas tenazas en la mano, y Taylor jugueteaba con la terceracerveza de aquella noche. Sentía un agradable cosquilleo y seguía bebiendo despacio paramantenerlo así.

Primero había puesto a sus amigos al corriente de las últimas noticias, incluida la aventura delpantanal. Luego, les explicó que se había vuelto a encontrar con Denise aquella misma tarde y quela había acompañado hasta su casa con las compras.

—Parece que se las apañan —comentó, al tiempo que aplastaba de un manotazo un mosquitoque se había posado en los vaqueros.

A pesar de que había hecho el comentario de la manera más inocente, Melissa le lanzó unamirada suspicaz y se inclinó hacia él.

—Así que te gusta, ¿eh? —inquirió, sin poder disimular la curiosidad.

Antes de que Taylor hubiera tenido tiempo de responder, Mitch terció en la conversación.

—¿Qué te ha dicho? ¿Que le gusta?

—¡Yo no he dicho tal cosa! —protestó Taylor rápidamente.

—Ni falta que hace —replicó Melissa—. He podido leerlo en la cara. Además, no la habríasayudado con los paquetes si no te hubiera gustado.

Se volvió hacia su marido.

—Sí que le gusta.

—Estás poniendo en mi boca palabras que no son mías.

Melissa sonrió con picardía.

—¿Y qué tal es?... ¿Es guapa?

—¡Vaya pregunta!

Melissa se volvió de nuevo hacia Mitch.

—Ahora resulta que la encuentra atractiva.

Mitch asintió, plenamente convencido.

—Ya decía yo que estaba muy callado cuando llegó. ¿Qué piensas hacer? ¿Vas a pedirle quesalga contigo?

Taylor los contempló, asombrado de que la conversación hubiera podido tomar aquelderrotero.

—No tengo ningún tipo de plan.

—Pues deberías. No estaría mal que de vez en cuando, y para variar, salieras de esa casa tuya.

—¡Si me paso fuera todo el día!

—Ya sabes a lo que me refiero —contestó Mitch guiñándole un ojo y divirtiéndose con elazoramiento de su amigo.

Melissa se recostó en su tumbona.

—Sabes que tiene razón. Ya no eres ningún chaval. Estás a punto de dejar atrás lo mejor de lavida.

—¡Vaya, muchas gracias! La próxima vez que quiera que me insulten ya sé adónde debo ir.

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Melissa soltó una risita.

—Vamos, sabes que estamos bromeando.

—¿Es ésa tu versión de unas disculpas?

—Sólo si reconsideras tu decisión y le pides que salga contigo —contestó ella haciendo subir ybajar sus cejas como si fuera Groucho.

Taylor no pudo evitar reírse.

Melissa tenía treinta y cuatro años, pero aparentaba diez y se comportaba como tal. Rubia ypequeña, siempre tenía una palabra amable; era leal con sus amigos y nunca parecía que nada lafastidiara. Ya podían sus hijos pelearse, el perro destrozarle una alfombra o estropeársele elcoche; al acabo de un instante volvía a estar de buen humor.

En más de una ocasión, Taylor le había dicho a Mitch que lo consideraba un hombre de suerte.Él siempre le contestaba lo mismo: «Ya lo sé.»

Taylor tomó otro sorbo de cerveza.

—Pero, a ver, ¿por qué estáis tan interesados? —preguntó.

—Porque te queremos —contestó Melissa dulcemente, como si aquella respuesta bastara.

«Y porque no entendéis que siga sin pareja», pensó Taylor.

—Está bien —admitió finalmente—. Lo pensaré.

—¡Con eso me basta! —exclamó Melissa, que no se molestó en disimular su entusiasmo.

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CAPÍTULO 12CAPÍTULO 12

Denise pasó todo el día siguiente a su encuentro con Taylor en Merchants trabajando con Kyle.El accidente no parecía que hubiera afectado, ni positiva ni negativamente, a su aprendizaje; pero,con la llegada del verano, Kyle parecía sentirse más cómodo si conseguían terminar las sesiones deejercicios antes del mediodía. Después de esa hora, en la casa hacía demasiado calor para quepudiera aplicarse debidamente.

Aquella mañana temprano había llamado a Ray y le había pedido unos cuantos turnos más.Afortunadamente, él había accedido. Denise empezaría al día siguiente y, a partir de entonces, enlugar de las cuatro noches que había hecho hasta aquel momento, trabajaría todas menos la deldomingo. A pesar de que empezar un poco más tarde le suponía una reducción en las propinas(dado que tendría que saltarse la hora punta de la cena), no quería dejar una hora más a Kyle en elcuarto trasero, solo y despierto. En cambio, como llegaría más tarde, tendría la oportunidad deacostarlo en el camastro prácticamente dormido.

Desde que se habían encontrado en la tienda, el día anterior, no había pasado ni un minuto sinque ella pensara en Taylor. Tal como él le había prometido, le dejó las bolsas con la comida bajo lasombra del porche, y, puesto que el trayecto no había durado ni diez minutos, los huevos y laleche seguían fríos y Denise había podido meterlos en la nevera antes de que el calor losestropeara.

Taylor incluso se había ofrecido, mientras ponía las bolsas en la parte trasera de la furgoneta, acargar las bicicletas y a llevarlos a ambos; pero Denise no aceptó, aunque la decisión se debía mása Kyle que a Taylor. Sabía que su hijo esperaba con ilusión la oportunidad de volver pedaleandocon ella, y ya estaba prácticamente montado en su bici. No quería estropearle el plan,especialmente si aquello iba a convertirse en su futura rutina. Lo último que deseaba era que Kylese acostumbrase a que lo devolvieran a casa en camioneta cada vez que fueran al centro.

Sin embargo, una parte de ella lamentó no haber podido aceptar la invitación: se había dadocuenta de que Taylor la encontraba atractiva por la forma en que la observaba y, no obstante, nose había sentido incómoda, como le había sucedido en otras ocasiones ante miradas parecidas. Nole había descubierto en los ojos el típico destello lascivo que indica que un simple revolcónbastaría para zanjar el asunto y tampoco había visto que descendieran hacia su escote a medidaque hablaba con ella. Le resultaba imposible tomar en serio a ningún hombre que la miraradirectamente a los pechos durante una conversación.

Sí, había algo diferente en la mirada de Taylor. De alguna manera resultaba admirativa y nadaamenazadora. A pesar de que en principio había rechazado la idea, tuvo que admitir que se habíasentido halagada y también complacida.

Naturalmente, sabía que existía la posibilidad de que formara parte de su táctica con lasmujeres, que no fuera más que un procedimiento perfeccionado con el tiempo. Algunos hombreseran hábiles en ese sentido. Los había conocido, había hablado con ellos y había llegado a creerque cada gesto, cada matiz implicaban realmente que eran diferentes, más dignos de confianza,distintos del resto. Siempre que se tropezaba con uno, se le disparaban todas las alarmas; pero, enel caso de Taylor, o se trataba del mejor actor que jamás había visto o era realmente distinto,porque las sirenas no habían dicho ni Pío. ¿Cuál sería la verdad?

De entre todo lo que había aprendido de su madre, había algo que destacaba sobre lo demás,algo que solía recordar siempre que juzgaba a otras personas: «A lo largo de la vida te encontrarás

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con gente que te dirá las palabras adecuadas en el momento preciso. Pero, al final, deberásjuzgarlos por sus acciones. Recuerda: son los hechos los que cuentan, no las palabras.»

Se dijo que era posible que fuera ése el motivo de que hubiera respondido positivamente anteTaylor. Para empezar, ya había demostrado que era capaz de comportamientos heroicos. Sinembargo, no era simplemente el brillante rescate de Kyle lo que había despertado su interés o loque fuera (hasta los canallas eran capaces de alguna acción noble de vez en cuando). No. Habíansido las pequeñas cosas que había hecho en la tienda, simples detalles: la forma en que se habíaprestado a ayudar sin esperar nada a cambio; su interés por cómo se encontraban ella y Kyle; sumanera de comportarse con el niño.

Sí, aquello especialmente.

A pesar de que no le gustaba admitirlo, en los últimos tiempos se había acostumbrado a juzgara las personas por cómo trataban a Kyle. Recordaba que mentalmente había hecho listas de losconocidos que lo habían intentado con Kyle y de los que no:

«Se sentó en el suelo y jugó con él a construir. Bien.»

«Apenas se dio cuenta de su presencia. Mal.»

La lista de los malos había sido mucho más larga.

Y entonces, de repente, aparecía alguien que, por la razón que fuera, establecía un vínculo conKyle... No dejaba de darle vueltas y de recordar una y otra vez la reacción de su hijo: «¡Oha, Teyo!»

Y otra cosa: a pesar de que Taylor no había comprendido nada de lo que el niño le había dicho—siempre costaba acostumbrarse a la pronunciación de Kyle—, había seguido hablando con élcomo si lo entendiera todo. Le había guiñado el ojo; lo había agarrado por el casco, bromeando; lohabía abrazado y lo había mirado a los ojos cuando le hablaba: se había asegurado de que le diríaadiós.

Insignificancias; pero, para ella, lo más importante del mundo: hechos.

Taylor había tratado a Kyle como a un niño normal.

Curiosamente, Denise seguía pensando en Taylor cuando Judy apareció por el camino degravilla y aparcó a la sombra de un magnolio de ramas caídas. Había acabado de fregar los platos yla saludó con la mano; luego, lanzó una rápida mirada a la cocina. No estaba impecable, pero lepareció suficientemente limpia. Se dirigió hacia la puerta principal a recibir a Judy.

Tras los saludos de costumbre —«¿Cómo estás? Yo bien, ¿y tú?»—, se sentaron en el porche dela entrada, desde donde podían vigilar a Kyle, que jugaba con sus camiones cerca de la valla,haciéndolos circular por una carretera imaginaria.

Justo antes de que Judy llegara, Denise lo había embadurnado con una generosa capa de cremasolar y loción anti-mosquitos, pero los productos habían reaccionado con el polvo como sihubieran sido pegamento: en aquellos momentos, Kyle tenía el pantalón lleno de huellasmarrones y parecía como si no se hubiera lavado la cara en una semana. A Denise le recordó a losniños harapientos que Steinbeck había descrito en Las uvas de la ira.

En una pequeña mesa cercana (otro hallazgo desenterrado a cambio de tres dólares de entrelos restos de una mudanza por la genio del ahorro llamada Denise Holton), había dos vasos de téhelado. Denise lo había preparado por la mañana a la manera clásica del sur: hirviendo Luzianne,

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añadiéndole azúcar mientras estaba caliente para que se disolviera completamente y dejándoloenfriar en la nevera en una jarra con hielo. Judy tomó un sorbo sin dejar de mirar a Kyle.

—A tu madre también le encantaba ensuciarse —dijo.

—¿A mi madre?

Judy la contempló, divertida.

—No te sorprendas. De pequeña, tu madre era un verdadero trasto.

Denise cogió su vaso.

—¿Estás segura de que hablamos de la misma persona? —preguntó—. Pero si mi madre nosalía a recoger el periódico si antes no se había maquillado.

—¡Oh! Eso empezó a ocurrir cuando descubrió a los chicos. Fue entonces cuando cambió deactitud y se convirtió de la noche a la mañana en la dama sureña por antonomasia, guantes ymodales Incluidos. Pero no te dejes engañar: antes de aquello, tu madre era la versión femeninade Huckelberry Finn.

—¿Estás bromeando?

—No. De verdad. Tu madre salía a cazar ranas, maldecía como un pescador que hubieraperdido sus redes y a veces hasta se peleaba con los muchachos sólo para demostrar lo dura queera. Y déjame que te diga que era una buena luchadora: mientras los chicos se preguntaban sisería correcto pegar a una chica, ella ya les había dado un puñetazo en la nariz. En una ocasión,unos padres llegaron a avisar al sheriff. Su hijo estaba tan avergonzado que no apareció por elcolegio en una semana; sin embargo, no volvió a burlarse de tu madre. Sí, era una chica dura.

Judy parpadeó mientras su mente viajaba del pasado al presente. Denise permaneció callada yaguardó a que prosiguiera.

—Recuerdo que solíamos ir de excursión por la orilla del río en busca de arándanos y ni siquierase ponía zapatos para caminar por el blando terreno. Sus pies podían aguantar lo que fuera, y sepasaba todo el verano descalza, salvo los domingos, que se ponía zapatos para ir a la iglesia.Cuando llegaba septiembre, tenía las plantas tan sucias que tu abuela se veía obligada afrotárselas con estropajo y detergente para quitarle las costras. Siempre cojeaba un poco cuandoempezaban las clases, y nunca supe si era por eso o porque no estaba acostumbrada a caminarcon zapatos.

Denise se puso a reír de pura incredulidad. Aquélla era una faceta de su madre de la que nuncahabía oído hablar.

Judy continuó:

—En aquella época, yo vivía más adelante, en esta misma calle. ¿Conoces la casa de los Boyle,la blanca con postigos verdes y un gran granero rojo en la parte de atrás?

Denise asintió. Había pasado por delante, de camino hacia el centro.

—Pues bien, allí es donde yo vivía de pequeña. Como tu madre y yo éramos las únicas niñas depor aquí, acabamos haciéndolo todo juntas. También teníamos los mismos años, así que íbamos ala misma clase y estudiábamos lo mismo. Eso sucedía allá por los años cuarenta, en una época enla que todos los alumnos iban a la misma clase hasta el octavo grado. No obstante, nos agrupabanpor edad y tu madre y yo siempre nos sentábamos juntas. Lo hicimos así hasta que finalizamos elcolegio. Probablemente ha sido la mejor amiga que he tenido nunca.

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Mientras contemplaba los árboles en la distancia, Judy pareció perderse en los meandros de lanostalgia.

—¿Cómo es que no mantuvo el contacto cuando se marchó? —preguntó Denise—. ¿Y por quéno...?

Hizo una pausa mientras se preguntaba cómo podía formular la pregunta que se le habíaocurrido. Judy la miró de soslayo.

—¿Te preguntas por qué, si éramos tan amigas, nunca lo mencionó ni te habló de mí?

Denise hizo un gesto afirmativo, y Judy puso en orden sus pensamientos.

—Supongo que principalmente tuvo que ver con el motivo de su marcha. Tardé mucho tiempoen comprender que la distancia puede acabar hasta con las mejores relaciones.

—Eso es una pena...

—Quizá no. Supongo que depende del modo en que uno lo ve. En cuanto a mí... No sé, creoque es algo que acaba por enriquecerte. La gente viene y se va, entra y sale de tu vida casi comolos personajes de tus libros favoritos. Cuando al final cierras las tapas, los protagonistas ya te handicho todo lo que tenían que decirte, y tú puedes empezar un nuevo libro con personajes yaventuras nuevas. Así te encuentras sumergiéndote en los de aquel momento presente y no en losdel pasado.

Denise, que se estaba acordando de las amistades que había dejado en Atlanta, tardó unosinstantes en responder.

—Puede... Todo eso es muy filosófico —contestó finalmente.

—Soy vieja. ¿Qué esperabas?

Denise depositó el vaso de té en la mesita e, inconscientemente, se limpió en los pantalonescortos la humedad que le había dejado en los dedos.

—Entonces, ¿nunca más volviste a hablar con mi madre después de que se marchara?

—¡Oh, no! Seguimos en contacto durante varios años. Pero en aquella época ella estabaenamorada y, cuando las mujeres se enamoran, no pueden pensar en otra cosa. El motivo de quedesapareciera de Edenton respondía al nombre de Michael Cunningham. ¿Nunca te habló de él?

Denise negó con la cabeza, fascinada por la historia.

—No me extraña. El tal Michael era el típico gamberro del que uno desea olvidarse lo antesposible. No tenía buena reputación, si sabes a lo que me refiero, pero las chicas lo encontrabanatractivo. Supongo que veían en él una combinación de peligro y seducción. Es la historia desiempre, de aquel entonces y también de nuestros días. El caso es que tu madre se marchó con éla Atlanta cuando ella se hubo graduado.

—Pero si me dijo que se había ido a Atlanta para estudiar en la universidad.

—¡Oh! Puede que en el fondo lo pensara. No obstante, la verdadera razón se llamaba Michael.Debía de tener algún poder sobre ella, eso es seguro, porque también fue el responsable de queno volviera por aquí, ni siquiera para ver a la familia o a los amigos.

—¿Cómo pudo ser?

—Bueno..., su madre y su padre, tus abuelos, no la perdonaron por haberse marchado deaquella manera. Sabían cómo era Michael realmente y le advirtieron de que si no regresaba a casainmediatamente, no volvería a ser bienvenida nunca más. Eran de la vieja escuela y tozudos comomuías, igual que tu madre. Fue como ver dos toros mirándose ferozmente y esperando que el otro

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hiciera el primer movimiento. Pero nadie lo hizo, ni siquiera cuando Michael fue a parar a lacuneta en beneficio de otro.

—¿Mi padre?

Judy negó con la cabeza.

—No. Otro. Tu padre apareció cuando yo ya había perdido contacto con ella.

—¿Así que no lo conociste?

—No. Pero recuerdo que cuando tus abuelos fueron a la boda estaban un poco molestosporque tu madre no me hubiera invitado. No es que pudiera haber ido. En aquella época meacababa de casar y, como todas las parejas, al principio estábamos pasando algunos apuroseconómicos. Con nuestro hijo recién nacido, no hubiera habido manera. —Lo lamento.

Judy dejó su vaso en la mesa.

—No tienes por qué. No fuiste tú y, además, en cierto sentido tampoco fue tu madre; al menos,no la que yo conocía. Tu padre provenía de una familia muy respetable de Atlanta y sospecho que,en aquella etapa de su vida, tu madre se sentía algo avergonzada de sus orígenes. No es que a tupadre le importara, al fin y al cabo se casó con ella; pero me acuerdo de que tus abuelos nodijeron gran cosa a su regreso de la ceremonia. Me pareció que también se habían sentidoincómodos, aunque no tuvieran motivos. Eran buenas personas, y creo que se habían dado cuentade que ya no encajaban con el mundo de su hija, ni siquiera después de que tu padre muriera.

—¡Eso es terrible!

—Sí, es triste; pero, como te he dicho, era mutuo. Eran tozudos y tu madre era tozuda. Poco apoco se fueron distanciando.

—Sabía que mi madre no estaba muy unida a su familia, pero nunca me explicó nada de esto.

—No me extraña que no lo hiciera. Por favor, no pienses mal de ella. Yo no lo hago. ¡Estaba tanllena de vida y era tan apasionada! Su compañía siempre era emocionante. Además, tenía elcorazón de un ángel, de verdad. Era una de las personas más dulces que he conocido.

Judy se volvió y la miró.

—Me parece ver mucho de ella en ti.

Mientras la mujer tomaba otro sorbo de té, Denise intentó asimilar toda aquella informaciónsobre su madre. Entonces, como si se hubiera dado cuenta de que quizá había habladodemasiado, Judy añadió:

—Pero mírame, ¡yo, aquí, parloteando como una vieja senil! Debes de pensar que estoy paraque me encierren en un asilo. Será mejor que me hables de ti para variar.

—¿De mí? No tengo mucho que contar.

—Entonces, ¿por qué no empiezas por lo más evidente? ¿Cómo es que te mudaste y regresastea Edenton?

Denise contempló a su hijo, que se entretenía con sus camiones de juguete, y se preguntó quéestaría pensando.

—Hay unas cuantas razones.

Judy se inclinó y susurró en tono de complicidad:

—¿Algún problema con los hombres? ¿Te persigue alguno de esos asesinos en serie, como losque salen en la tele?

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Denise soltó una risita.

—No. Nada tan llamativo —respondió, y a continuación hizo una pausa, frunciendo elentrecejo.

—Si es demasiado personal, no me lo cuentes. No pretendo inmiscuirme en tus asuntos.

Denise hizo un gesto negativo.

—No. No me importa hablar de ello. Es sólo que resulta duro empezar por el principio.

Judy no dijo nada, y Denise puso en orden sus recuerdos.

—Supongo que principalmente tiene que ver con Kyle. Me parece que ya te he contado quetiene problemas con el habla, ¿verdad?

Judy asintió.

—¿Y te expliqué por qué?

—No.

Denise miró a su hijo.

—Bien. En estos momentos, los médicos dicen que tiene un problema de procesos auditivos,concretamente un retraso en el lenguaje expresivo y receptivo. Básicamente, eso quiere decir que,por algún motivo que nadie sabe determinar, le resulta muy difícil aprender a hablar y le cuestaentender lo que se le dice. Creo que la mejor analogía se puede establecer con la dislexia, salvoque en lugar de tratarse de imágenes se trata de sonidos. No sé por qué razón, pero los sonidos sele mezclan y se le confunden. Es como si oyera hablar en chino y al instante siguiente fuera alemány luego una cháchara sin sentido. Nadie sabe si el problema radica en la conexión entre el oído y elcerebro o si está en el cerebro mismo. Sin embargo, al principio ni siquiera sabían quédiagnosticarle, así que...

Denise se pasó una mano por el cabello y volvió a mirar a Judy.

—¿Estás segura de que quieres escuchar toda la historia? Es bastante larga...

La mujer le dio una palmada en la pierna.

—Sólo si quieres contármelo, hija.

La expresión y la franqueza de Judy le recordaron a su madre y, curiosamente, le pareció buenaidea contárselo todo. Sólo dudó un instante antes de continuar.

—Bien. Al principio, los médicos pensaban que era sordo, así que me pasé semanas llevando aKyle a especialistas en otorrinolaringología, hasta que, al final, descubrieron que podía oír. Mástarde dijeron que era autista, y ese diagnóstico lo mantuvieron durante casi un año, el año másestresante de mi vida. Luego pensaron que era un trastorno generalizado del desarrollo, que esuna variante menos grave del autismo, y se reafirmaron en esa opinión unos meses, hasta que lehicieron más pruebas. A continuación dijeron que era retrasado o que sufría lo que llaman un«déficit de atención». Fue hace sólo seis meses que se pusieron todos de acuerdo en este últimodiagnóstico.

—¡Qué duro ha debido de ser para ti!

—Ni te lo imaginas. Cuando te dicen algo terrible de tu hijo, pasas por un proceso con variasetapas: incredulidad, ira, pena y finalmente aceptación. Estudias y aprendes todo lo que puedesacerca del asunto, y te entrevistas con quien sea que sepa algo; entonces, cuando ya estáspreparada para hacer frente al problema, los médicos cambian de opinión y todo vuelve aempezar.

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—¿Dónde estaba el padre durante todo ese calvario?

Denise hizo un gesto de resignación, y una expresión de culpabilidad le ensombreció el rostro.

—Su padre no estaba. Digamos que no había contado con quedarme embarazada. Kyle fue undesliz. Ya sabes a lo que me refiero.

Hizo una pausa y, durante unos instantes, las dos mujeres contemplaron al niño en silencio.Judy no había parecido sorprenderse ni escandalizarse ante aquella revelación. Por su expresión sehabría dicho que no había establecido ningún juicio de valor. Denise prosiguió.

—Tras el nacimiento de Kyle, pedí una excedencia en la escuela en la que daba clases. Mimadre acababa de morir, y yo sólo tenía ganas de ocuparme de mi hijo. Pero, inmediatamentedespués, me encontré con que ya no podía regresar al colegio porque nos pasábamos los díasyendo de especialista en especialista, para hacerle pruebas de todo tipo, hasta que finalmentedimos con una terapia que yo podía aplicar en casa. El resultado fue que tuve que descartarcualquier trabajo de jornada completa porque Kyle se convirtió exactamente en eso: un trabajo deveinticuatro horas. Entre tanto, había heredado esta casa, pero no quería venderla. El dinero seme acababa, así que... —Denise miró a Judy con expresión compungida—. En pocas palabras, sepodría decir que me vine a vivir aquí empujada por la necesidad y para poder seguir trabajandocon Kyle.

Cuando hubo acabado, Judy se quedó mirándola unos instantes antes de darle de nuevo unaspalmaditas en la pierna.

—Perdóname la expresión, pero eres una madre que los tiene bien puestos. Muy poca gentehabría estado dispuesta a hacer los sacrificios que tú has hecho.

Denise contempló a su hijo, que jugaba apaciblemente.

—Sólo quiero que se ponga bien.

—Por lo que me has dicho, diría que ya ha empezado a hacerlo.

Judy dejó que la frase surtiera su efecto antes de recostarse en su asiento y proseguir.

—¿Sabes? Me acuerdo de haber visto a Kyle en la biblioteca mientras tú usabas losordenadores, pero nunca se me ocurrió que pudiera tener alguna minusvalía, no importa de quétipo. Parecía igual que el resto de los chicos, con la diferencia de que era más educado.

—Puede, pero todavía le cuesta hablar.

—A Einstein y a Teller les pasó lo mismo, pero al final acabaron convirtiéndose en dos de losmás grandes científicos de su tiempo.

—¿Cómo sabías eso?

Aunque Denise estaba al corriente de aquella anécdota porque había leído todo lo que se podíaleer acerca del tema, la sorprendió, aparte de impresionarla, que Judy estuviera también alcorriente.

—¡Oh! Te sorprendería de la cantidad de información trivial que he llegado a acumular con elpaso de los años.

No me preguntes por qué, pero soy como una especie de aspirador cuando se trata de estostemas.

—Deberías presentarte a ese concurso de la televisión...

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—Me encantaría, pero el presentador es tan guapo que estoy convencida de que me quedaríaen blanco tan pronto como me dirigiera la palabra. Me quedaría mirándolo, pensando en el modode conseguir que me besara, como sucede en las películas.

—Vaya. ¿Qué diría tu marido si te oyera hablar así?

—Estoy segura de que no le importaría. —Su voz se entristeció ligeramente—. Murió hace yabastantes años.

—¡Oh! Lo siento. No lo sabía.

—No te preocupes.

Denise jugueteó con las manos en el repentino silencio.

—Y... ¿nunca más te volviste a casar?

Judy negó con un gesto.

—No. De alguna manera fue como si no tuviera tiempo de conocer a nadie más. Taylor me dababastante trabajo y tenía que dedicarme si quería mantenerme a su altura.

—¡Caramba, eso me suena! Yo tengo la impresión de que todo lo que hago es trabajar en elrestaurante y trabajar con Kyle.

—¿Estás en Eights, con Ray Toler?

—Pues sí. Conseguí el puesto nada más llegar.

—¿Ya te ha hablado de sus hijos?

—Sí, sólo unas doscientas veces.

A partir de aquel momento, la conversación derivó hacia el trabajo de Denise y la multitud deproyectos que parecían ocupar el tiempo de Judy. El ritmo de una conversación era algo a lo queella no estaba acostumbrada y lo encontró sorprendentemente relajante.

Al cabo de media hora, Kyle se cansó de jugar con los camiones y los dejó en el porche (sin quenadie tuviera que decírselo, Judy se percató de aquel detalle) antes de acercarse a su madre. Teníael rostro enrojecido por el sol y el flequillo pegado de sudor a la frente.

—«¿Edo omer carones on eso?»

—¿Macarrones y queso? —repitió Denise.

—Claro, cariño. Vamos a prepararlos.

Las dos mujeres se levantaron y fueron a la cocina mientras Kyle las seguía y dejaba sus huellasen el suelo. Fue hasta la mesa y se sentó mientras Denise abría la despensa.

—¿Quieres quedarte a almorzar? Puedo añadir unos bocadillos.

Judy miró su reloj.

—Me encantaría, pero no puedo: tengo una reunión en el centro para hablar del festival deeste fin de semana. Aún quedan cuestiones que debemos resolver.

Denise estaba llenando una cazuela con agua y la miró por encima del hombro.

—¿Festival?

—Sí, este fin de semana. Es una especie de acontecimiento anual que inaugura el verano.Espero que puedas asistir.

Denise encendió el fuego y puso el recipiente encima.

—No lo había pensado.

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—¿Por qué no?

—Pues por una sencilla razón: porque nunca había oído hablar de él.

—Realmente, eso quiere decir que no estás en la onda.

—No hace falta que me lo recuerdes.

—Entonces tienes que ir. A Kyle le encantará. Hay comida, tenderetes con productos deartesanía, concursos y una feria ambulante. Hay para todos los gustos.

Inmediatamente, Denise empezó a hacer una lista mental de los posibles gastos.

—No sé si podremos —dijo al final, pensando en una excusa—. El sábado por la noche debo ir atrabajar.

—Vamos. No hace falta que os paséis todo el día. Podéis ir por la mañana si te parece. Esfrancamente divertido. Si quieres, puedo presentarte a gente de tu edad.

Denise no respondió inmediatamente, y Judy percibió sus vacilaciones.

—Bueno, piénsalo. ¿De acuerdo?

La mujer recogió su bolso y Denise se cercioró de que el agua no hirviera antes de acompañarlaa la puerta. Se pasó una mano por el cabello y se arregló algunas mechas desordenadas.

—Te agradezco que hayas venido. Ha sido agradable poder hablar con un adulto, para variar.

—Lo he pasado estupendamente —repuso Judy, al tiempo que le daba un efusivo e inesperadoabrazo—. Gracias a ti por invitarme.

Cuando Judy se dio la vuelta para marcharse, Denise se dio cuenta de que se había olvidado demencionarle algo.

—¡Por cierto! No te he dicho que ayer me encontré con Taylor en el centro.

—Ya lo sabía. Hablé con él anoche.

Tras un breve silencio, Judy se ajustó la correa del bolso.

—Tenemos que repetir lo de hoy —dijo.

—Sí. Me encantaría.

Denise la vio bajar los escalones del porche y encaminarse hacia su coche. Cuando Judy abrió lapuerta se volvió hacia ella.

—¿Sabes?, Taylor irá al festival con el resto del Cuerpo de bomberos —explicó como si no lediera importancia—. Su equipo de softball juega a las tres de la tarde.

—¡Oh! —fue todo lo que a Denise se le ocurrió decir.

—Bueno. Si decides ir, ya sabes dónde puedes encontrarme.

Denise permaneció bajo el porche mientras la mujer se sentaba al volante y ponía el coche enmarcha con una leve sonrisa en los labios.

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CAPÍTULO 13CAPÍTULO 13

—¡Eh, hola! —la saludó Judy alegremente—. No estaba segura de que fuerais a venir.

Era sábado por la tarde, pasadas las tres, y Denise y su hijo se abrían camino entre losespectadores que llenaban las gradas.

No les había sido difícil dar con el partido ya que éste tenía lugar en la única zona con graderíasy vallada. Denise había localizado fácilmente a Judy, sentada en uno de los bancos, mientrasaparcaban las bicicletas, y la mujer los había saludado con la mano.

Denise agarró a Kyle mientras trepaban hacia los asientos de la parte alta.

—¡Hola!... Sí, lo hemos conseguido. No sabía que Edenton tuviera tantos habitantes. Nos hacostado movernos entre tanta gente.

El centro había sido convertido en zona peatonal y rebosaba de transeúntes. La calle principalestaba decorada con banderas a lo largo de las aceras, donde se alineaban los tenderetes de losvendedores de productos de artesanía, y la multitud caminaba entre ellos parándose paraexaminar las mercancías y entrando y saliendo de las tiendas con sus compras. Cerca del Cook'sDrugstore, había montada una zona para niños donde éstos podían construir sus propios juguetesy hacer manualidades con los productos que los habitantes de Edenton habían donado(pegamento, pinas, cartón, espuma de poliuretano y globos). En la plaza, la feria estaba en suapogeo y se veían largas colas ante las atracciones.

Kyle y su madre habían caminado un rato empujando las bicicletas y disfrutando del bullicio delfestival. En el otro extremo de la ciudad, el parque estaba atestado de puestos de comida y juegos.Se celebraba un concurso de barbacoas en una zona cercana a la carretera, a la sombra de losárboles, y en una esquina los Shriners servían en una freiduría de pescado. Por todas partes, lagente preparaba sus propias meriendas a base de hamburguesas y perritos calientes en pequeñasparrillas para familiares y amigos.

Cuando alcanzaron las gradas superiores, Judy se desplazó para hacerles sitio, y Kyle se metióentre su madre y ella, apoyándose casi coquetamente en la mujer, riéndose como si la situacióntuviera gracia. Acto seguido, tras recobrar la compostura, sacó del bolsillo un avión de juguete quesu madre había insistido en que se llevara. Denise no albergaba la menor esperanza de poderexplicarle a su hijo el funcionamiento del juego que iban a ver, así que había preferido que Kyletuviera algo con lo que entretenerse.

—Viene mucha gente de fuera a ver el festival de Edenton —le explicó Judy—. Llegan de todoslos rincones del condado. Para muchos es una de las pocas ocasiones de encontrarse con los viejosamigos a los que hace tiempo que no han visto. Es una buena manera de ponerse al día.

—Sí. Eso parece.

Judy le dio un leve codazo a Kyle.

—Hola, Kyle. ¿Cómo vamos?

Con una expresión muy seria, hundiendo el mentón en el pecho, el chico le mostró orgulloso sujuguete.

—«Ayón» —dijo, levantándolo para que lo viera.

A pesar de que Denise sabía que así era como Kyle se comunicaba de manera inteligible para él,le dio una palmadita en el hombro y le dijo:

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—Kyle, di: «Estoy bien, gracias.»

—«Toy ien, asias» —dijo, moviendo la cabeza adelante y atrás al ritmo de las sílabas. Acontinuación, se concentró en su juguete.

Su madre lo rodeó con el brazo e hizo un gesto en dirección al terreno de juego.

—¿A favor de quién hemos de ir?

—De cualquiera de los dos, en realidad. Taylor está en la tercera base con los de rojo, que sonel equipo de Los Voluntarios de Chowan, los que pertenecen al Cuerpo de bomberos. Los de azulson Los Ejecutores de Chowan, y lo componen las fuerzas de la policía local y el sheriff. Todos losaños juegan en beneficio de la ciudad: el equipo perdedor debe donar quinientos dólares a labiblioteca.

—¡Vaya! ¿Y de quién pudo ser semejante idea? —preguntó Denise con socarronería.

—Pues mía, naturalmente.

—Así la biblioteca gana siempre.

—Así es como debe ser —dijo Judy—. La verdad es que todos se lo toman muy en serio. Hay unmontón de egos ahí abajo. Ya sabes cómo son los hombres con eso.

—¿Cómo va el marcador?

—Cuatro a dos a favor de los bomberos.

Denise vio a Taylor en el campo de juego, agachado en la típica postura, golpeándose el guantecon la otra mano y preparado. El lanzador tiró una bola increíblemente alta, y el bateador la envióde un golpe certero hacia el centro del campo. El corredor de la tercera base alcanzó la meta yredujo un punto el marcador.

—¿No ha sido Cari Huddle el que ha bateado?

—En efecto. La verdad es que Cari es uno de los mejores jugadores. Él y Taylor solían hacerequipo en el instituto.

Durante la hora siguiente, Denise y Judy se dedicaron a ver el partido, a hablar de Edenton y aanimar a ambos equipos. El partido se jugaba a siete entradas y estaba resultando másemocionante de lo que Denise había pensado. Se marcaban muchos puntos y no se perdían tantoscomo había creído. Taylor hizo unas cuantas jugadas para sacar a los corredores, pero la mayorparte del tiempo el juego estaba dominado por los pegadores, y el liderazgo cambiaba de lado concada entrada. Casi todos los jugadores consiguieron acertar con el bate y mandar la bola al otrolado del campo, lo que obligó a los corredores exteriores a esforzarse. Denise se dio cuenta de queéstos eran bastante más jóvenes y que sudaban bastante más que los del perímetro interior.

Sin embargo, Kyle no tardó en aburrirse con el partido tras la primera entrada y se puso a jugarencima y debajo de las gradas, trepando y saltando, corriendo de un lado para otro. A Denise lapuso nerviosa la posibilidad de perderlo de vista habiendo tanta gente alrededor y no dejaba delevantarse para localizarlo.

Cada vez que ella se incorporaba, Taylor se sorprendía mirando en su dirección. La había vistocuando ella había llegado con Kyle de la mano, caminando despacio mientras examinaba lasgraderías, indiferente al hecho de que los hombres giraban la cabeza para admirarla: la camisablanca metida dentro de los pantalones cortos, las largas piernas, las sandalias negras y el oscuropelo suelto flotando sobre los hombros...

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Por alguna razón que no supo explicarse, sintió una punzada de envidia por el hecho de que erasu madre y no él quien estaba sentado al lado de ella.

Su presencia lo distraía, y no sólo porque le hacía pensar en lo que Melissa le había dicho.Denise estaba sentada en las gradas que había entre la primera base y la de meta, y él, desde suposición en la tercera base, no podía evitar tenerla en su campo de visión. Tampoco podía evitarlanzarle frecuentes miradas, como si quisiera asegurarse de que no se había marchado. Cada vezque lo hacía se reprendía a sí mismo, pero no hubo manera de que lo dejara. En una ocasión, seentretuvo más de la cuenta observándola. Ella se percató y lo saludó con la mano. Taylor devolvióel gesto con una sonrisa de compromiso y se dio la vuelta mientras se preguntaba cómo eraposible que aquello lo hiciera sentirse de nuevo como un maldito quinceañero.

—Conque es ella, ¿eh? —preguntó Mitch mientras ambos estaban sentados, entre juego yjuego.

—¿Quién?

—Denise, la que está con tu madre.

—No sé. No me he dado cuenta —repuso Taylor mientras hacía girar el bate, esforzándose poraparentar indiferencia.

—Pues tenías razón.

—¿Razón? ¿En qué?

—Es guapa.

—Yo no he dicho nada. Lo dijo Melissa.

—¡Oh!... Es verdad.

Taylor se concentró en el partido, y Mitch hizo lo propio.

—Entonces, ¿por qué la mirabas? —preguntó al cabo de un rato.

—No la estaba mirando.

—¡Oh! Ya entiendo —exclamó Mitch de nuevo, sin apenas molestarse en disimular una sonrisa.

En la séptima entrada, cuando a Taylor le llegó el tumo de batear, los Voluntarios de Chowaniban por detrás con un marcador de catorce a doce.

Kyle había dejado momentáneamente sus correrías y estaba paseando cerca de la valla cuandovio a Taylor haciendo sus ejercicios de bateador.

—«¡Oha, Teyo!» —dijo alegremente, igual que cuando se habían encontrado en Merchants.

Al oír aquella voz, Taylor dio media vuelta y se acercó a la verja.

—¡Eh, Kyle! Me alegro de verte. ¿Cómo estás?

—«E hornero» —dijo Kyle señalándolo con el dedo.

—Claro que lo soy. ¿Te divierte ver el partido?

En lugar de contestar, Kyle alzó su avión de juguete para que Taylor pudiera verlo bien.

—¿Qué tienes ahí, hombrecito?

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—«Ayón.»

—¡Caramba, es cierto! ¡Qué avión tan bonito!

—«Edes cogelo» —dijo, pasándoselo a través de la verja.

Taylor vaciló; luego, lo tomó y lo estudió atentamente mientras Kyle lo miraba con aireorgulloso. De repente, oyó que lo llamaban al terreno de juego.

—Gracias por enseñarme tu avión. ¿Quieres que te lo devuelva?

—«Edes cogelo» —repitió.

Taylor dudó antes de decidirse.

—Está bien —dijo—. Será mi amuleto de la suerte. Te lo devolveré. —Se aseguró de que Kyleveía cómo se lo guardaba en el bolsillo. El niño juntó las manos—. ¿Está bien así? —preguntóTaylor.

Kyle no contestó, pero no pareció que le molestara.

Taylor aguardó un par de segundos para estar seguro y se marchó a ocupar su lugar en la meta.Denise le hizo un gesto afirmativo. Tanto ella como Judy habían sido testigos de la escena y de loque ésta implicaba.

—Tengo la impresión de que a mi hijo le gusta Taylor.

—Y yo tengo la impresión de que es mutuo —repuso Judy.

En el segundo lanzamiento, Taylor mandó la pelota de un poderoso golpe al campo de laderecha y se lanzó a la carrera hacia la primera base mientras otros dos jugadores tambiéncorrían. La pelota cayó y botó tres veces antes de que los contrarios pudieran recogerla. El jugadorque la atrapó perdió el equilibrio al arrojarla, y Taylor se lanzó hacia la segunda base mientras sepreguntaba si podría alcanzar la base de meta. Al final, su buen juicio se impuso y llegó a salvo a latercera. Los Voluntarios habían conseguido dos puntos y empatar el encuentro. Taylor anotó otropunto cuando bateó el siguiente jugador. Camino del banco de los suplentes, le devolvió el avión aKyle con su mejor sonrisa.

—Ya te dije que me daría suerte, hombrecito. Es un buen avión.

—«í, ayón beno.»

Habría sido una estupenda manera de acabar el partido, pero desgraciadamente no fue así. Alfinal de la séptima entrada, los Ejecutores se anotaron la victoria porque Cari Huddle envió lapelota fuera del terreno de un golpe certero.

Al terminar el partido, Denise y Judy abandonaron las gradas junto al resto de los espectadoresque se encaminaban hacia el parque, donde esperaban la cerveza y la comida. Judy señaló el lugardonde se iban a sentar.

—Se me está haciendo tarde —se disculpó—. Se supone que tengo que ir a ayudar. ¿Qué teparece si me reúno contigo allí?

—Perfecto. Nos encontraremos en unos minutos. Primero debo ir a buscar a Kyle.

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Cuando Denise se acercó, el niño estaba todavía al lado de la valla, cerca de donde Taylorrecogía sus cosas. No se dio la vuelta cuando lo llamó, y ella tuvo que darle un golpecito en elhombro para captar su atención.

—Kyle, ven conmigo. Nos vamos.

—No —repuso, negando con la cabeza.

—El partido ha terminado.

Kyle la miró con expresión preocupada.

—«No, no sa cabado.»

—¿Te gustaría que fuéramos a jugar?

—«No, no ta» —repitió, ceñudo, y en voz más grave.

Denise sabía exactamente lo que aquello significaba: era una de las maneras que Kyle tenía deexpresar su frustración ante las dificultades para hacerse entender. También era el primer pasoprevio a una colosal pataleta, y Kyle tenía buenos pulmones. Vaya si los tenía.

Lo natural es que todos los niños tengan alguna rabieta de vez en cuando, y Denise no esperabaque su hijo fuera perfecto; pero Kyle las pillaba porque le costaba expresarse con la suficienteclaridad.

Se enfadaba con su madre porque ella no lo comprendía. Denise se enfadaba con él porque nosabía expresarse, y todo degeneraba en un círculo vicioso, cuesta abajo y sin frenos. No obstante,lo peor eran los sentimientos que semejantes situaciones despertaban en ella.

Cada vez que ocurría, Denise se veía obligada a enfrentarse al hecho de que su hijo todavíatenía graves problemas. Aunque sabía que no era culpa de Kyle, aunque sabía que era ella quiense equivocaba, si la pataleta le agotaba la paciencia, terminaba gritándole como una histérica,igual que él a ella.

«¿Tan difícil es encadenar tres o cuatro palabras? ¿Por qué no puedes hacerlo? ¿Por qué nopuedes ser como los demás niños? ¿Por qué no puedes ser normal? ¡Por el amor de Dios!»

Luego, cuando las cosas se tranquilizaban, se sentía fatal. ¿Cómo era posible que, queriéndolotanto, fuera capaz de decirle aquellas barbaridades? ¿Cómo era posible que llegaran a ocurrírselesiquiera? Tras aquellas broncas, Denise, incapaz de dormir, se echaba en la cama y se quedabamirando el techo mientras se consideraba a sí misma la peor madre del mundo.

Más que ninguna otra cosa, lo que no deseaba era montar una escena en aquel momento y enaquel lugar.

Hizo un esfuerzo para serenarse y se prometió que no alzaría la voz: «De acuerdo... Vedespacio... Él hace lo que puede.»

—No, no está —dijo, repitiendo las últimas palabras de Kyle.

—«I.»

Lo cogió por el brazo en previsión de lo que pudiera ocurrir y para atraer toda su atención. —Kyle. ¿Él no qué?

—Nooo... —La palabra salió como un quejido; de la garganta le brotó un gorgoteo, e intentódesasirse.

«Está a punto de estallar», se dijo Denise antes de intentarlo de nuevo con algo que creía que élentendería.

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—¿Quieres que nos vayamos a casa?

—No.

—¿Estás cansado?

—No.

—¿Tienes hambre?

—No.

—Kyle...

—¡No! —exclamó él, interrumpiéndola y negando violentamente con la cabeza. Estabaenfadado y el color le subía a las mejillas.

—Kyle. ¿Él no qué? —preguntó de nuevo haciendo gala de paciencia.

—«E no...»

—¿Él no qué? —repitió Denise.

—«E no... Kay» —dijo al fin.

Denise estaba completamente confundida.

—¿Tú no eres Kyle?

—«I.»

—Tú no eres Kyle —aseveró esta vez.

Había aprendido que las repeticiones eran importantes, y repetía las cosas para comprobar quelos dos estuvieran en la misma onda.

—«I.»

«¿Cómo?», pensó mientras intentaba hallar un sentido a todo aquello.

—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó—. ¿Es Kyle?

El negó con la cabeza.

—«No, no Kay. E ecito.»

Denise lo repasó en su cabeza una y otra vez hasta que estuvo segura de que lo habíaentendido.

—¿«Hombrecito»? —preguntó.

Kyle asintió y sonrió abiertamente. Su enfado se había evaporado tan deprisa como habíaaparecido.

—«E ecito» —repitió.

Denise se quedó mirándolo sin saber qué responderle.

«"Hombrecito." Dios mío —se dijo—, ¿cuánto va a durar esto?»

En aquel instante, Taylor se les acercó con la bolsa de deporte al hombro.

—Hola, Denise. ¿Cómo estás? —la saludó mientras se quitaba el sombrero y se secaba el sudorde la frente con el dorso de la mano.

Denise se volvió hacia él, todavía desconcertada.

—No estoy muy segura de cómo estoy.

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Los tres se pusieron a caminar juntos por el parque, y Denise le contó la conversación queacababa de mantener con Kyle. Cuando ella hubo acabado, Taylor le dio unas palmadas en elhombro al chico.

—Conque hombrecito, ¿eh?

—«í. Ecito» —contestó Kyle, muy orgulloso.

—No se te ocurra animarlo —intervino Denise, negando vehementemente con la cabeza.

A Taylor todo aquello le parecía francamente divertido y no se tomó la molestia de disimularlo.Por su parte, Kyle lo contemplaba como si fuera una de las siete maravillas del mundo.

—Pero si la verdad es que es un todo un hombrecito —terció en su defensa—. ¿A que sí?

El niño asintió, complacido por tener a alguien de su lado. Taylor rebuscó en el fondo de subolsa de deportes, sacó una vieja pelota de béisbol y se la entregó.

—¿Te gusta el béisbol? —preguntó.

—«E una Iota» —respondió.

—Es algo más —repuso Taylor, muy serio—. Es una pelota de béisbol.

Kyle pareció meditarlo.

—«í. E una Iota éisol.»

La aferró y la estudió detenidamente, como si fuera a desentrañar algún secreto que sólo él eracapaz de entender. Luego, vio un tobogán para niños que estaba un poco más allá y, de repente,éste adquirió prioridad sobre lo demás.

—«E quere corer alí» —dijo ansiosamente mientras señalaba la dirección.

—Di: «Quiero correr» —le pidió su madre.

—«Quero corer» —murmuró.

—Muy bien, adelante. Pero no te alejes demasiado.

Kyle salió disparado hacia la zona de juegos, convertido en una explosión de incontrolableenergía. Afortunadamente, el lugar se encontraba cerca de los bancos donde habían decididosentarse. Dado que todos los que habían ido al partido lo habían hecho acompañados de sus hijos,Judy había escogido el sitio exactamente por aquella razón. Denise y Taylor contemplaron cómoKyle corría.

—Es un encanto de chaval —comentó Taylor con una sonrisa.

—Gracias. Sí, es un buen chico.

—Lo de «hombrecito» no será un problema, ¿verdad?

—Espero que no... Tuvo una época, hace unos meses, durante la que se empeñó en que eraGodzilla y sólo respondía a ese nombre.

—¿Godzilla? ¿En serio?

—Sí. Parece divertido cuando lo recuerdo, pero en aquel momento... ¡Qué horror! Una vezestábamos en una tienda y se me escapó entre los expositores. Tuve que recorrer el sitio de arribaabajo llamándolo «Godzilla» en voz alta. No te imaginas cómo nos miraban. Cuando Kyle apareció,había una señora que me contemplaba como si fuera extraterrestre. Estaba claro que sepreguntaba qué clase de madre puede ponerle a un hijo el nombre de «Godzilla».

Taylor se puso a reír.

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—Es fantástico.

—Sí... No sé qué decirte —contestó Denise entornando los ojos en un gesto que estaba a mediocamino entre la resignación y la exasperación.

Sus miradas se encontraron durante un instante, y ambos la sostuvieron antes de apartar lavista. Luego, caminaron en silencio. Tenían el mismo aspecto que cualquier otra joven pareja delparque.

No obstante, Taylor siguió observándola por el rabillo del ojo: Denise tenía un aspecto radiantebajo el cálido sol de junio. Se dio cuenta de que el color de sus ojos era como el jade verde y deque tenían un toque misterioso y exótico. Era más baja que él, y se movía con la gracia de la genteque está segura del terreno que pisa; pero se trataba de algo más que eso: se trataba de lainteligencia que había demostrado por su forma de tratar a Kyle y sobre todo por el amor que leprofesaba. Para Taylor aquellas cosas eran las que de verdad tenían importancia, y se dio cuentade que Melissa había tenido razón después de todo.

—Jugaste un buen partido —dijo Denise finalmente, interrumpiendo sus pensamientos.

—Sí, pero no ganamos.

—Pero, a pesar de todo, jugaste bien. Eso cuenta.

—Puede, pero no ganamos.

—¡Ése es el típico comentario de un hombre! Espero que Kyle no vaya por ese camino.

—Irá. No lo puede evitar. Lo llevamos en los genes.

Denise se rió, y pasearon un poco más sin decir nada.

—¿Cómo fue que te metiste en los bomberos? —le preguntó.

Aquella pregunta despertó en la mente de Taylor una imagen de su padre. Tragó saliva paraborrarla de sus pensamientos.

—Es algo que deseaba hacer desde que era pequeño.

A pesar de que ella detectó un cambio en el tono de voz, no vio que su expresión variaramientras miraba a la gente en la distancia.

—¿Cómo funciona en el caso de los voluntarios? ¿Simplemente os llaman cuando se produceuna emergencia?

Taylor hizo un gesto despreocupado, aliviado por alguna razón.

—Sí. Más o menos.

—¿Fue así como me encontraste la otra noche? ¿Alguien llamó para avisar? Taylor negó con lacabeza.

—No. Se trató simplemente de un caso de buena suerte. Todos los del Cuerpo estaban fuera acausa de la tormenta. Los cables del tendido eléctrico habían caído derribados, y mi tarea erailuminarlos con bengalas para que nadie se topara con ellos. Fue una casualidad que viera tuaccidente y me detuviera para comprobar si había heridos.

—Y allí estaba yo —dijo Denise.

Taylor se detuvo y la miró. Sus ojos eran del mismo color que el cielo.

—Sí. Allí estabas tú.

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En las mesas se amontonaba comida suficiente para alimentar a un regimiento, que era más omenos el volumen de gente que había deambulando por la zona.

A un lado, cerca de las parrillas en las que se asaban las hamburguesas y las salchichas, habíacuatro grandes contenedores llenos de hielo y cerveza.

Cuando se acercaron, Taylor dejó su bolsa en el suelo junto a las demás y cogió una cerveza;luego, sacó una lata de Coor's Light y se la ofreció a Denise.

—¿Te apetece?

—Si hay bastantes, sí.

—Las neveras están llenas. Si hoy se acaban las bebidas, será mejor que no ocurra nada estanoche: de lo contrario, no habrá nadie en condiciones de responder.

Le entregó la lata, y ella la abrió. Nunca había sido una gran aficionada a la bebida, ni siquieraantes de que Kyle naciera; pero en un día de calor como aquél, una cerveza le resultabarefrescante.

Taylor le dio un largo sorbo a la suya al tiempo que Judy los localizaba. La mujer dejó unoscuantos platos de cartón sobre la mesa y se acercó.

—Lamento que hayáis perdido, pero me debes quinientos pavos —le dijo mientras le daba unrápido abrazo.

—No sabes cuánto agradezco tu apoyo. Judy se echó a reír.

—¡Vamos, ya sabes que te estoy tomando el pelo! Lo estrechó nuevamente antes de volversehacia Denise.

—Bueno, ahora que estás aquí, ¿qué te parece si te voy presentando?

—Claro, pero déjame comprobar primero por dónde anda Kyle.

—Se encuentra perfectamente. Acabo de verlo. Está jugando en el tobogán.

Como si tuviera un radar, Denise lo localizó al instante. En efecto, estaba jugando, pero se loveía sudoroso. Incluso desde aquella distancia podía apreciar que tenía el rostro arrebolado.

—Hum... ¿No os importa si le llevo algo de beber? ¿Un refresco o algo?

—Claro que no. ¿Qué le gusta, Coca-Cola, Sprite, cerveza sin alcohol?

—Un Sprite.

Por el rabillo del ojo, Taylor vio que Melissa y Kim, la embarazada mujer de Cari Huddle, seacercaban para saludar. Melissa mostraba la misma expresión de triunfo que había desplegado lanoche que él había ido a cenar a su casa. Estaba claro que los había visto paseando juntos.

—Dame la bebida. Yo se la llevaré —propuso inmediatamente para no tener que contemplar laactitud de Melissa—. Me parece que viene gente a saludar.

—¿Estás seguro? —preguntó Denise.

—Completamente seguro —contestó—. ¿Qué prefiere Kyle, una lata o un vaso?

—Un vaso.

Taylor le dio otro trago a su cerveza antes de ir hacia la mesa a preparar el refresco y evitótoparse con Melissa y Kim por pocos segundos.

Judy les presentó a Denise y, tras haber intercambiado los saludos de rigor y charlar duranteunos minutos, entre las tres se la llevaron para que conociera a más gente.

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Aunque nunca se había sentido cómoda ante desconocidos, a Denise le resultó menos difícil delo que había imaginado. Lo relajado de la situación —los niños corrían de un lado a otro, la genteiba vestida de sport y se mostraba alegre y risueña— le facilitó las cosas, y tuvo la impresión deque era una reunión en la que todos eran bienvenidos.

Durante la media hora que siguió, conoció a una docena de personas, de las cuales, tal comoJudy le había dicho, la mayoría tenía hijos. Los nombres se le amontonaron en la memoria y al finaltuvo dificultades para recordarlos todos, aunque hizo todo lo que pudo con los de la gente de suedad.

Luego, llegó la hora del almuerzo de los chicos, y éstos se amontonaron alrededor de las mesastan pronto como aparecieron los platos llenos de hamburguesas y frankfurts.

Kyle, naturalmente, no fue a comer con ellos, pero a Denise le sorprendió no ver tampoco aTaylor. Lo había perdido de vista cuando él le había llevado la bebida a Kyle. Miró entre la multitudmientras se preguntaba si se habría marchado sin que nadie se percatara, pero no lo divisó porninguna parte. Entonces escrutó la zona infantil con curiosidad y los vio allí, a los dos, frente afrente.

Cuando se dio cuenta de lo que estaban haciendo se quedó muda de asombro. No podíacreerlo, así que cerró los ojos un instante y los volvió a abrir.

Se quedó muy quieta contemplando cómo Taylor le lanzaba la pelota a Kyle, que se hallaba depie, con los brazos extendidos y muy juntos ante sí. El niño no movía un músculo mientras lapelota surcaba el aire. Luego, como por arte de magia, la bola aterrizaba limpiamente en suspequeñas manos.

Denise no pudo menos que contemplar la escena, asombrada.

Taylor McAden estaba jugando a la pelota con su hijo.

El último lanzamiento de Kyle salió desviado, como la mayoría de los que lo habían precedido, yTaylor corrió en pos de la pelota. Cuando se agachaba para recogerla de la hierba, vio que Denisese acercaba.

—¡Ah, hola! —dijo con toda naturalidad—. Estábamos jugando a tirarnos la bola.

—¿Lleváis así todo el rato? —preguntó, incapaz todavía de ocultar su incredulidad.

Kyle nunca había querido jugar a la pelota y, aunque ella había intentado que le gustara, éljamás había querido ni probarlo. No obstante, el motivo de su sorpresa tenía que ver más conTaylor que con su hijo. Aquélla había sido la primera ocasión en que alguien se había tomado lamolestia de enseñarle al niño algo nuevo, algo que los demás niños hacían: se había puesto a jugarcon Kyle cuando nadie jugaba con Kyle. Taylor asintió.

—Más o menos. Yo diría que le gusta.

En ese instante, su hijo la vio y la saludó con la mano.

—«Oha, ama.»

—¿Te estás divirtiendo?

—«E me ansa Iota» —exclamó, muy contento. Denise no pudo reprimir una sonrisa.

—Ya lo veo. Menudo lanzamiento, ¿eh?

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—«í. Me ansa» —repitió.

Taylor se echó hacia atrás la visera del sombrero.

—A veces tiene un buen brazo —explicó, como si quisiera justificar por qué no había logradoatrapar el lanzamiento de Kyle.

Denise seguía mirándolo.

—¿Cómo has conseguido que jugara?

—¿A qué? ¿A tirar la pelota? No lo sé. Creo que ha sido idea suya —contestó encogiéndose dehombros, claramente ajeno a la proeza que acababa de realizar—. Cuando se terminó el refrescome la lanzó y casi me dio en la cabeza, así que se la devolví y le di algunos consejos para queaprendiera a atraparla. Los pilló en un santiamén.

—«¡Ansa, ansa!» —exclamó Kyle, impaciente, con los brazos extendidos.

Taylor miró a Denise en busca de su aprobación.

—Vamos. Tírasela —contestó ella—. Quiero ver esto con mis propios ojos otra vez.

Taylor se colocó en posición a escasa distancia de Kyle.

—¿Preparado?

Kyle, que estaba muy concentrado, no respondió. Denise cruzó los brazos con expectación.

—¡Allá va! —gritó Taylor, lanzando la bola despacio en un amplio arco.

La pelota golpeó a Kyle en el pecho, rebotó y cayó al suelo. El muchacho se agachó, veloz, larecogió y se la lanzó a Taylor con precisión, de manera que éste pudo atraparla en el aire sinapenas moverse del sitio.

—¡Buen tiro! —exclamó.

La pelota repitió el viaje de ida y vuelta unas cuantas veces más antes de que Denise losinterrumpiera.

—¿Qué te parece un descanso? —propuso.

—Si él está de acuerdo...

—Podría pasarse así un buen rato. Cuando encuentra algo que le gusta no le apetece dejarlo.

—Ya decía yo...

—De acuerdo, cariño, sólo una vez más —le dijo Denise a su hijo.

Kyle sabía lo aquello significaba y contempló un momento la pelota antes de lanzarla. El tirosalió desviado a la derecha, y de nuevo Taylor no pudo atraparla.

La bola se detuvo a los pies de Denise, que la recogió mientras Kyle se dirigía hacia ella.

—¿Eso es todo? —preguntó Taylor, estupefacto ante el buen talante del niño—. ¿Ni una queja?

—No, ninguna. Suele portarse muy bien en este aspecto.

Denise lo alzó del suelo y lo estrechó entre sus brazos.

—Has jugado muy bien.

—«í» —contestó Kyle alegremente.

—¿Te gustaría jugar un rato en el tobogán? —preguntó.

Kyle asintió, y ella lo dejó en tierra. Inmediatamente salió corriendo hacia la zona de juegos.

Cuando estuvieron solos, Denise miró cara a cara a Taylor.

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—Ha sido fantástico lo que has hecho, pero no tenías por qué quedarte todo el rato.

—Lo sé, pero me apetecía. Es un chaval muy divertido.

Ella sonrió, agradecida, mientras pensaba qué pocas veces había escuchado un comentario asíacerca de su hijo.

—La comida está lista, si te apetece tomar algo —propuso ella.

—La verdad es que no tengo mucho apetito. Si no te importa, preferiría terminar la cerveza.

La lata descansaba en un banco, al lado de la zona de juegos, y ambos se encaminaron haciaallí. Taylor la cogió y bebió un largo trago. Por el ángulo del recipiente, Denise se percató de quedebía de estar casi lleno; vio las gotas de sudor que salpicaban las mejillas de Taylor. Unosmechones de oscuro cabello se le escapaban por debajo del sombrero, y tenía la camisa húmeda ypegada al torso. Saltaba a la vista que Kyle lo había mantenido ocupado de verdad.

—¿Quieres sentarte un momento? —propuso ella.

—Claro.

Entre tanto, Kyle se había metido en la torre de tubos de hierro y trepaba por ella estirando losbrazos tanto como podía, imitando a los monos.

—«¡Mía, ama!» —gritó de repente.

Denise se dio la vuelta y vio que Kyle saltaba desde una altura de más de un metro y medio yaterrizaba con un golpe sordo en la arena. Enseguida se puso de pie sonriendo satisfecho y selimpió la tierra de las rodillas.

—Ten cuidado, ¿quieres? —le advirtió su madre.

—«E atado» —contestó.

—Sí, has saltado muy bien.

—«E atado» —repitió Kyle.

Mientras Denise tenía la atención puesta en su hijo, Taylor observó cómo el pecho de ella subíay bajaba con cada inspiración y el modo en que cruzaba las piernas. Por alguna razón, aquellosmovimientos le parecieron extrañamente sensuales y cuando ella se volvió para mirarlo seaseguró de que la conversación transcurriera por los cauces normales.

—¿Qué, ya te han presentado a todo el mundo? —preguntó.

—Eso creo —repuso—. Parece buena gente.

—Lo son. A la mayoría de ellos los conozco desde que era pequeño.

—Tu madre me cae muy bien. Se ha portado conmigo como una verdadera amiga.

—Es una dama encantadora.

Durante los siguientes minutos se dedicaron a observar a Kyle mientras éste recorría todos ycada uno de los juegos del parque, deslizándose, trepando, saltando y arrastrándose. Parecía quetenía unas reservas inagotables de energía y, a pesar del calor y la humedad, no aminoraba enningún momento.

—Creo que ya estoy listo para una hamburguesa. Apuesto a que tú ya te has comido una.

Denise miró la hora.

—La verdad es que no, pero tenemos que irnos. Esta noche trabajo.

—¿Te marchas ya?

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—Dentro de unos minutos. Son casi las cinco y todavía tengo que darle la cena a Kyle y vestirmepara el trabajo.

—Puede tomar algo aquí. Hay comida para parar un tren.

—Kyle no come perritos calientes ni patatas fritas. Es bastante especial con la comida.

Taylor asintió en silencio. Durante unos segundos pareció completamente abstraído en suspensamientos.

—¿Puedo acompañarte hasta tu casa? —preguntó finalmente.

—Hemos venido en bicicleta.

Taylor hizo un gesto afirmativo.

—Sí. Lo sé.

Tan pronto como escuchó aquellas palabras, Denise se dio cuenta de que aquél era el momentoen que ambos debían admitir la verdad de la situación: ella no necesitaba que él la llevara, y Taylorlo sabía. Se lo había propuesto aun sabiendo que le esperaban la comida y los amigos. Era obvioque deseaba que ella respondiera afirmativamente; su expresión lo decía a las claras. A diferenciade la vez que le había dejado las bolsas de comida en el porche, Denise estaba segura de que laoferta de Taylor estaba más motivada por lo que pudiera suceder entre ellos dos que por la simpleamabilidad.

Habría sido fácil rechazarlo. Su vida ya era bastante complicada por sí sola. ¿Acaso necesitabaañadirle algún elemento más? El cerebro le decía que no disponía de tiempo, que no sería unabuena idea y que apenas lo conocía. Aquellos pensamientos se sucedieron rápidamente, conperfecta lógica. No obstante, se sorprendió a sí misma respondiendo:

—Me encantaría.

La contestación también sorprendió a Taylor, que bebió otro trago de cerveza y asintió sin decirpalabra.

Fue entonces cuando Denise percibió en él la misma timidez que recordaba haber visto enMerchants y, de repente, tuvo que admitir la verdad que había estado intentando eludir durantetoda la tarde: no había ido al festival para ver a Judy. No había ido para conocer gente nueva.Había ido para encontrarse con él. Con Taylor McAden.

Melissa y su marido vieron cómo Taylor y Denise se marchaban. Mitch le preguntó al oído, paraque los demás no lo escucharan:

—¿Qué te parece ella?

—Es agradable —repuso Melissa con franqueza—. Pero no es sólo cosa de ella. Ya sabes cómoes Taylor. Ahora dependerá de él cómo pueda terminar el asunto.

—¿Crees que acabarán juntos?

—Tú lo conoces mejor que yo. ¿Qué opinas?

Mitch se encogió de hombros.

—No estoy seguro.

—Sí que lo estás. Sabes lo encantador que Taylor puede ser cuando encuentra alguien que legusta. Sólo espero que esta vez no hiera a nadie.

—Es tu amigo, Melissa. A Denise ni siquiera la conoces.

—Lo sé. Precisamente porque es amigo mío, siempre acabo disculpándolo.

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CAPÍTULO 14CAPÍTULO 14

—«¡Amión montuo!» —exclamó Kyle.

Era un Dodge 4x4, negro y con neumáticos anchos. Tenía dos faros montados sobre el arco deseguridad, un cable de remolcar sujeto al parachoques delantero, un armero para escopetas traslos asientos y una reluciente caja de herramientas en la plataforma de carga. Sin embargo, adiferencia de otros que Denise había visto, aquél no era el de un coleccionista: la pintura habíaperdido el brillo original, estaba lleno de arañazos e incluso tenía una abolladura cerca de lapuerta del conductor; faltaba uno de los retrovisores, y el agujero que había dejado se estabaoxidando; toda la parte inferior del vehículo estaba cubierta de incrustaciones de barro seco.

Kyle juntó las manos nerviosamente.

—«¡Amión montuo!» —repitió.

—¿Te gusta? —preguntó Taylor.

—«¡Í!» —contestó asintiendo vigorosamente.

Taylor cargó las bicicletas y abrió la puerta para ayudarlos a subir. A causa de la altura de lacaja, tuvo que alzar a Kyle. Cuando Denise se encaramó, agarrándose donde él le indicaba, suscuerpos se rozaron.

Puso en marcha el motor y se dirigieron hacia las afueras de Edenton, con Kyle de pie entre losdos. Como si intuyera que ella deseaba estar a solas con sus pensamientos, Taylor se mantuvocallado. Denise se lo agradeció. Hay gente que se siente incómoda en el silencio y lo considera unvacío que es necesario llenar. Estaba claro que Taylor no era de esa clase, porque se contentabacon conducir, simplemente.

Los minutos transcurrieron mientras la mente de Denise divagaba. Contempló cómo pasaban,uno tras otro, los pinos que bordeaban la cuneta y volvió a asombrarse de estar en el camión juntoa él. Por el rabillo del ojo pudo ver que conducía absorto en la carretera. Tal como había apreciadola primera vez que lo había visto, Taylor no era guapo en el sentido clásico de la palabra. Dudabade que, de haberse cruzado con él en cualquier calle de Atlanta, le hubiera llamado la atención.Carecía de la belleza de ciertos hombres, pero había algo en él que ella encontraba rudamenteatractivo. Taylor poseía un rostro bronceado y enjuto en el que el sol había dejado su huella enforma de pequeñas arrugas alrededor de los ojos y en las mejillas. Su cintura era estrecha; suespalda, ancha y musculosa —como si hubiera pasado años llevando pesadas cargas—, y susbrazos parecían haber martilleado miles de clavos, lo cual era probablemente cierto. Era como sisu trabajo como contratista le hubiera modelado el aspecto.

Denise se preguntó si habría estado casado alguna vez. Ni él ni Judy lo habían mencionado,aunque tampoco tenía demasiada importancia. A la gente no solía gustarle hablar de errores delpasado. Dios era testigo de que ella no mencionaba a Brett a menos que no tuviera más remedio.No obstante, había algo en su actitud que le decía que nunca se había comprometido. Aquellatarde no había podido evitar percatarse de que era el único soltero de la fiesta.

Se acercaron a la calle Charity, y Taylor aminoró la marcha, tomó el desvío y aceleró de nuevo.Estaban a punto de llegar.

Al cabo de un minuto, entraron en el camino de gravilla. Entonces, Taylor frenó lentamentehasta que detuvo la camioneta por completo, puso el punto muerto y dejó el motor al ralentí.Denise lo contempló con extrañeza.

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—Qué, hombrecito, ¿te gustaría conducir mi camión? —preguntó Taylor.

Kyle tardó un instante en darse la vuelta.

—Vamos —insistió, dando una palmada en el volante—, sé que puedes.

Kyle dudó, y Taylor lo miró. Finalmente el chico se movió y él se lo sentó en el regazo. Acontinuación le apoyó las manos en la parte superior del volante y apartó las suyas, dispuesto aagarrarlo en caso de que fuera necesario.

—¿Estás preparado?

Kyle no respondió, pero Taylor puso una marcha y embragó despacio. El vehículo empezó aavanzar.

—Perfecto, hombrecito. ¡Allá vamos!

Kyle aferró el volante con inseguridad mientras la camioneta rodaba cuesta arriba. Cuando sedio cuenta de que era él quien la guiaba, los ojos se le pusieron como platos.

Giró hacia la izquierda. La camioneta respondió y se adentró por la hierba dando saltosmientras se dirigía hacia la cerca. Kyle dio un golpe de volante en la dirección contraria y cruzaronel camino hacia el otro lado.

Se movían muy despacio, pero aun así Kyle sonreía abiertamente y le dirigió a su madre unaorgullosa mirada, como si le dijera: «¡Eh, mamá, mira lo que hago!» Cuando volvió a girar, se echóa reír de contento.

—«¡Toy oducendo!»

El vehículo se fue acercando a la casa describiendo grandes eses y sorteando los árboles(gracias a los pequeños ajustes que Taylor iba introduciendo). Kyle soltó otra carcajada y Taylor leguiñó un ojo a Denise.

—Mi padre solía dejarme hacer esto cuando yo era pequeño —explicó—. Pensé que a Kyle legustaría.

Kyle, con un poco de ayuda verbal y manual, consiguió llevar el vehículo hasta el magnolio yaparcarlo. Tras abrir la puerta del conductor, Taylor lo depositó en el suelo y el chiquillo saliócorriendo hacia la casa.

Él y Denise lo observaron en silencio. Finalmente, Taylor se dio la vuelta y tosió levemente paraaclararse la garganta.

—Déjame que vaya por las bicicletas —dijo, al tiempo que saltaba de la cabina.

Mientras se dirigía a la parte trasera y abría la plataforma, Denise permaneció en su asientosintiéndose confundida. De nuevo, Taylor había logrado cogerla desprevenida: era la segunda vezque hacía algo amable para Kyle, algo que para los otros niños habría sido cosa normal. Con laprimera la había sorprendido, pero con aquélla le había tocado un punto sensible que nuncahabría imaginado. Como madre de Kyle, podía quererlo y protegerlo, pero no podía obligar a lademás gente a que lo aceptara. Sin embargo, era evidente que Taylor ya lo había hecho. Eso lehizo sentir un nudo en la garganta.

Tras cuatro años y medio, Kyle había hecho por fin su primer amigo.

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Oyó un golpe sordo y notó que la camioneta se balanceaba cuando Taylor subió a laplataforma. Se compuso lo mejor que pudo, abrió su puerta y se apeó.

Taylor depositó las bicicletas en el camino. Luego, con un ágil movimiento saltó al suelo.

Denise, que seguía sintiéndose insegura, buscó a Kyle y lo encontró de pie ante la puerta deentrada. Con el sol que se escondía tras los árboles, el rostro de Taylor parecía oculto por lassombras.

—Gracias por traernos a casa —dijo Denise.

—Ha sido un placer —repuso él en voz baja.

Allí, a su lado, no podía quitarse de la cabeza las imágenes de Taylor jugando a la pelota conKyle o dejándolo conducir la camioneta, y decidió que quería saber más cosas de Taylor McAden,pasar más tiempo con él, conocer mejor a la persona que había sido tan amable con su hijo; pero,por encima de todo, anhelaba que él deseara y sintiera lo mismo que ella.

Cuando alzó la mano para protegerse los ojos del sol, sintió que se ruborizaba.

—Todavía dispongo de un poco de tiempo antes de ir al trabajo —dijo, dejándose llevar por susinstintos—. ¿Te apetecería entrar un momento a tomar una taza de té?

Taylor se echó el sombrero hacia atrás. —Si te va bien, me encantaría.

Empujaron las bicicletas hasta la parte trasera de la casa y las dejaron bajo el porche. Acontinuación, entraron en la casa empujando la puerta, cuya pintura estaba cuarteada ydesconchada por el paso de los años. El interior no estaba mucho más fresco, así que Denise dejólos batientes abiertos para que corriera el aire. Kyle entró tras ellos.

—Déjame que te prepare un té —dijo ella, intentando disimular su repentino nerviosismo.

Sacó de la nevera una jarra con la bebida y la sirvió en unos vasos en los que echó unos cubitosde hielo. Le entregó uno a Taylor y dejó el suyo sobre la encimera de la cocina, consciente de locerca que estaban el uno del otro. Se volvió hacia Kyle con la esperanza de que Taylor no fueracapaz de descifrar sus sentimientos.

—¿Quieres beber algo, cariño?

El niño asintió.

—«Ero un oco de aba.»

Aliviada por la interrupción que eso suponía, se lo sirvió y se lo entregó.

—¿Listo para el baño? Estás todo sudado.

—«í» —respondió mientras bebía, derramándose parte del agua por la camiseta.

—¿Me permites un momento mientras le preparo el baño? —preguntó, mirando a Taylor.

—Claro. Tómate el tiempo que quieras.

Denise se llevó a Kyle fuera de la cocina y, enseguida, tras el murmullo de su voz, Taylor oyóque el agua corría en la bañera.

Se apoyó contra la pared y estudió la cocina con ojos de experto profesional. Sabía que la casahabía estado deshabitada durante unos cuantos años antes de que Denise se trasladara y, a pesarde los esfuerzos de ella, todavía mostraba señales de abandono: el suelo estaba arqueado, y ellinóleo se había vuelto amarillo con el tiempo; tres puertas de los armarios que tenían rotas lasbisagras caían hacia un lado, y el grifo del fregadero, que goteaba, había dejado marcas deherrumbre en la porcelana. En cuanto a la nevera, no cabía duda de que la habían instalado

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cuando construyeron la casa. Le recordó a la que había en la cocina de sus padres cuando él eraniño. Hacía décadas que no había visto una igual.

No obstante, era evidente que Denise había hecho todo lo que había estado a su alcance paradejar el sitio presentable. Estaba limpio y ordenado. Los platos estaban guardados; las encimeras,despejadas, y los trapos, doblados sobre el fregadero. Al lado del teléfono había una pila de cartascuidadosamente clasificadas.

Cerca de la puerta de atrás, sobre una pequeña mesa, se veían unos cuantos libros de textoapilados, encima de los cuales, a modo de pisapapeles, descansaban dos pequeñas macetas degeranios. Se acercó para examinarlos y comprobó que trataban de los procesos del desarrollo delos niños. En una estantería cercana descansaba una gruesa carpeta de tapas azules en la que sepodía leer el nombre de Kyle.

El agua dejó de correr, y Denise reapareció en la cocina sabiendo lo mucho que hacía que nohabía estado a solas con un hombre. Era una sensación extraña, que le recordaba cómo había sidoanteriormente su vida, antes de que el mundo cambiara completamente para ella.

Taylor estaba hojeando los libros cuando ella recogió su vaso y se le acercó.

—Interesante lectura —dijo él.

—A veces sí.

Su propia voz le sonó extraña, aunque Taylor no pareció notarlo.

—¿Kyle?

Ella asintió, y Taylor señaló la carpeta.

—¿Y eso?

—Esos son sus diarios. Siempre que trabajo con él apunto lo que va diciendo y cómo lo dice, loque le cuesta más y cosas por el estilo. De este modo puedo tener constancia de sus progresos.

—Parece mucho trabajo.

—Lo es. —Hizo una pausa y añadió—: ¿Quieres sentarte?

Tomaron asiento ante la mesa de la cocina y, aunque él no se lo pidió, Denise le contó, tal comohabía hecho con Judy, cuál era el problema de Kyle hasta donde había podido averiguar. Taylor laescuchó sin interrumpirla.

—Así que trabajas con él todos los días... —comentó cuando ella hubo terminado.

—No, no todos. Los domingos descansamos.

—¿Por qué el lenguaje le supone tanta dificultad?

—Esa es la pregunta del millón —contestó—. Nadie parece saber la respuesta.

—¿Qué dicen los libros? —preguntó señalando la mesa.

—La mayoría de ellos no dice gran cosa. A menudo tratan de los retrasos en el aprendizaje dellenguaje en los niños, pero lo hacen dentro del marco de un problema mayor, como el autismopor ejemplo. Recomiendan que se siga una terapia, pero no especifican cuál. Simplementerecomiendan algún programa, y hay muchas teorías acerca de qué programa es el más eficaz. —¿Ylos médicos?

—Los médicos son los que han escrito esos libros.

Taylor se quedó mirando el vaso mientras pensaba en su relación con Kyle. Luego, levantó lavista.

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—Pues ¿sabes que te digo? Que no habla tan mal —declaró con toda sinceridad—. Yo heentendido todo lo que me ha dicho y creo que él me ha entendido a mí.

Denise pasó una uña por una de las grietas de la mesa mientras pensaba que, aunque quizá nofuera del todo cierto, aquél era un comentario amable.

—Sí. La verdad es que en el último año ha progresado mucho.

Taylor se inclinó hacia delante.

—No lo digo por decir —declaró firmemente—. Hablo en serio. Cuando estábamos jugando atirarnos la pelota me decía que se la lanzara y siempre que la atrapaba exclamaba: «Bien hecho.»

Denise habría podido pensar que aquello no eran más que cinco palabras: «Tira la pelota» y«Bien hecho». Poca cosa si se pensaba en ello detenidamente. Pero Taylor estaba intentandomostrarse optimista, y ella no quería enzarzarse en una discusión acerca de las verdaderaslimitaciones de Kyle. Al contrario, lo que le interesaba era el hombre que tenía enfrente, así quehizo un gesto de asentimiento mientras ponía en orden sus pensamientos.

—Creo que eso tiene que ver contigo más que con él. Tú tienes mucha paciencia, al contrarioque la mayoría de la gente. En este aspecto me recuerdas a alguno de los profesores con los quesolía trabajar.

—¿Eras profesora?

—Sí. Lo fui durante tres años, hasta que Kyle nació.

—¿Te gustaba?

—Me encantaba. Me ocupaba de las clases de segundo grado, y ésa es una edad estupenda: losalumnos se llevan bien con sus maestros y tienen ganas de aprender. Tienes la sensación de querealmente puedes influir en sus vidas.

Taylor bebió otro trago mientras la contemplaba por encima del borde del vaso. Sentado allí, enla cocina de Denise, rodeado de sus cosas, observando su expresión mientras hablaba del pasado,tuvo una visión de ella más tierna, menos a la defensiva que de costumbre. También se percató deque no estaba acostumbrada a hablar de sí misma.

—¿Volverás a enseñar?

—Puede que algún día —contestó—. Quizá dentro de unos años. He de ver qué me depara elfuturo. —Hizo una pausa y se sentó un poco más erguida—. ¿Y qué hay de ti? Me dijiste que erascontratista...

Taylor asintió.

—Sí. Desde hace doce años ya.

—¿Y construyes casas?

—Eso lo hacía antes. Ahora me dedico principalmente a rehabilitar y reformar. Cuando empecéen el negocio ésos fueron los primeros trabajos que tuve porque nadie estaba interesado en ellos.A mí me gustan porque plantean más desafíos que construir algo nuevo desde cero. Tienes quearreglarte con lo que hay y nada resulta tan fácil como esperabas. Además, la mayor parte de lagente dispone de un presupuesto limitado y es divertido intentar conseguir lo máximo que sepuede con una suma fija de dinero.

—¿Crees que se podría hacer algo con esta casa?

—Podrías dejarla como nueva. Todo depende de cuánto dinero quisieras gastarte.

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—Bien —dijo ella bromeando—. Yo diría que en estos momentos tengo diez dólares que mequeman el bolsillo.

Taylor adoptó una actitud pensativa.

—¡Hum! Así tendremos que renunciar a las encimeras de Corian y al ultracongelador...

Ambos se echaron a reír.

—¿Cómo te va trabajando en Eights?

—No va mal. Por el momento es justo lo que necesito.

—¿Y cómo se porta Ray?

—La verdad es que se porta estupendamente. Me permite que mientras hago mi turno acuestea Kyle en una habitación que tiene en la parte de atrás. Además, me ayuda con otras cosas.

—¿Te ha hablado de sus hijos?

Denise puso cara de sorpresa.

—Tu madre me hizo la misma pregunta.

—Bueno. Cuando lleves viviendo aquí el tiempo suficiente te darás cuenta de que todos sabende todo sobre todos. Con un poco de tiempo, todos acabamos haciendo las mismas preguntas. Esuna ciudad pequeña.

—Es difícil pasar inadvertido, ¿no?

—Imposible.

—¿Y si me mantengo en un segundo plano?

—Es igual, porque hablarían entonces de lo reservada que eres. Pero no es tan incómodo comoparece. Al final te acostumbras. La gente no es mala, sólo curiosa. A menos que hagas algo inmoralo ilegal, no se meterán contigo. Simplemente miran lo que ocurre a su alrededor porque no haymucho más que hacer por aquí.

—Y a ti, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre?

—Mi trabajo y los bomberos me mantienen bastante ocupado. Por lo demás, cuando tengo unrato, me gusta ir de caza.

—Eso es algo que no estaría bien visto entre mis antiguos amigos de Atlanta.

—¿Qué quieres que te diga? No soy más que el clásico tipo sureño.

De nuevo, Denise se sorprendió de lo diferente que Taylor era si lo comparaba con los otroshombres que había conocido; no sólo en las cosas más elementales, como su aspecto o su actitud,sino también porque parecía satisfecho con el mundo que había creado para él mismo. No parecíaanhelar fama ni gloria, no corría como un poseso tras el dinero ni rebosaba de planes ambiciososque lo hicieran millonario. En cierto sentido parecía un hombre de otro tiempo, de otra época,cuando el mundo era más sencillo y las cosas más importantes resultaban las más simples.

Mientras reflexionaba sobre todo aquello, Kyle llamó desde el baño. Denise volvió la cabeza ymiró qué hora era. Rhonda pasaría a buscarla dentro de media hora y aún no estaba lista. Taylor leadivinó el pensamiento y apuró su bebida.

—Creo que lo mejor será que me marche. Kyle volvió a llamarla y esta vez Denise contestó. —Voy enseguida, cariño. —Hizo una pausa y le preguntó a Taylor—: ¿Vas a volver a la fiesta?

Él asintió.

—Sí. Seguramente se estarán preguntando todos dónde me he metido.

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Ella le dedicó una sonrisa llena de picardía.

—¿Crees que estarán murmurando sobre nosotros?

—Probablemente.

—Entonces, creo que voy a tener que acostumbrarme.

—No te preocupes. Me ocuparé de que sepan que no ha ocurrido nada.

Denise lo miró a los ojos y sintió una agitación interior, algo repentino e inesperado. Laspalabras le salieron antes de que pudiera detenerlas.

—Para mí sí que ha ocurrido...

Taylor pareció estudiarla en silencio, sopesando lo que acababa de escuchar, mientras ella seruborizaba como una colegiala. Él desvió la mirada un momento. Luego la contempló.

—¿Trabajas mañana por la noche? —preguntó finalmente.

—No —respondió Denise casi sin aliento. Taylor aspiró profundamente. «¡Qué guapa es!», sedijo.

—¿Qué te parece si os llevo a ti y a Kyle a las atracciones, mañana por la noche? Estoy segurode que a él le encantaría.

A pesar de que había sospechado que él se lo pediría, se sintió aliviada cuando oyó que se loproponía.

—Me encantaría —repuso suavemente.

Aquella misma noche, más tarde, Taylor, incapaz de dormir, meditó que lo que había empezadocomo un día cualquiera había acabado tomando un derrotero inesperado. Realmente no sabíacómo había sucedido. Tenía la impresión de que su historia con Denise era como una bola denieve que rodaba cuesta abajo escapando de su control.

Saltaba a la vista que era inteligente y atractiva. Lo admitía. Pero ya había conocido antes otrasmujeres inteligentes y atractivas. Algo había en ella, algo había en su relación, que era responsablede que se hubiera dejado llevar, de que hubiera perdido ligeramente el control.

A falta de una palabra mejor, se dijo que era porque a su lado se sentía cómodo.

«Pero eso carece de todo sentido», pensó haciendo una pelota con la almohada.

Apenas la conocía. Sólo habían conversado un par de veces, sólo la había visto en dosocasiones. Probablemente no era en absoluto como él se imaginaba que era.

Además, no quería comprometerse. Eso era algo por lo que ya había pasado.

Le dio una patada a las sábanas, súbitamente irritado.

¿Por qué había tenido que acompañarla a su casa? ¿Por qué le había pedido salir con ella al díasiguiente?

Y lo más importante: ¿por qué las respuestas a esas preguntas lo incordiaban tanto?

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CAPÍTULO 15CAPÍTULO 15

Afortunadamente, el domingo resultó más fresco que el día anterior. Una capa de nubescalinosas cubrió el cielo e impidió que el sol descargara toda su furia. La brisa del atardecerempezaba a soplar justo cuando Taylor apareció en el camino, al volante de su camioneta que sebamboleaba sobre los baches y salpicaba fragmentos de grava. Eran las seis de la tarde. Denise,vestida con unos vaqueros descoloridos y una camisa de manga corta, salió al porche justo en elmomento en que él se apeaba del vehículo.

Abrigaba la esperanza de que no se le notaran los nervios que la atenazaban. Aquélla era suprimera cita en mucho tiempo, tanto que le parecía que había pasado una eternidad desde laúltima. Sin embargo, dado que Kyle iba a ir con ellos, Denise se resistía a considerarlo conpropiedad una cita. A pesar de todo, se sentía como si lo fuera. Había tardado más de media horaen encontrar algo adecuado para ponerse y aun así no estaba segura de haber acertado. Cuandovio que Taylor también llevaba vaqueros suspiró aliviada.

—¡Hola! —saludó él—. Espero no llegar tarde.

—No, ni mucho menos —respondió—. Llegas justo a la hora.

Taylor se pasó la mano por la mejilla.

—¿Dónde está Kyle?

—Está dentro todavía. Espera, que iré a buscarlo.

Denise tardó apenas un minuto en regresar, lista para marcharse. Mientras ella cerraba lapuerta de entrada, Kyle salió corriendo por el jardín.

—«¡Oha, Teyo!» —exclamó.

Él mantuvo la puerta del coche abierta y lo ayudó a que se encaramara, tal como había hecho eldía anterior.

—¡Eh, Kyle, ¿qué es lo que más te apetece de la feria?

—«¡E amión ontuo!» —contestó alegremente. Luego trepó al asiento, se sentó tras el volante eintentó girarlo a un lado y otro sin conseguirlo.

Denise escuchó cómo su hijo imitaba los sonidos de un motor.

—Se ha pasado todo el día hablando de tu camioneta —explicó a Taylor—. Esta mañana haencontrado una miniatura que se le parece y aún no la ha soltado.

—¿Y su avión?

—El avión fue ayer. Hoy toca camioneta.

Taylor hizo un gesto hacia la cabina.

—¿Te parece bien si lo dejo que conduzca otra vez?

—No creo que tenga intención de permitirte lo contrario.

Cuando la ayudó a subir al asiento, ella percibió un leve aroma a colonia. No se trataba de unperfume sofisticado, seguramente era algo comprado en el supermercado local, pero se sintióconmovida por el detalle.

Kyle se hizo a un lado para dejar sitio a Taylor y saltó sobre su regazo tan pronto como éste sehubo instalado tras el volante. Denise hizo un gesto de resignación, como si dijera: «Ya te loadvertí.»

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Taylor sonrió y puso el coche en marcha.

—Muy bien, hombrecito. ¡Nos vamos!

Conduciendo muy despacio, repitieron las eses del día anterior, dando saltos por el céspedmientras pasaban entre los árboles, antes de salir a la carretera. Entonces, Kyle regresó a su sitio,satisfecho, y Taylor tomó el volante y enfiló hacia la ciudad.

Apenas tardaron unos minutos en recorrer el camino hasta la feria, pero Taylor los pasóexplicándole a Kyle el significado de los diferentes aparatos que había en la cabina —elradiotransmisor, la radio, los interruptores del salpicadero— y, aunque se dio cuenta de que elchico no le entendía, no por ello desistió.

No obstante, a Denise le pareció que él le hablaba más despacio que antes y que utilizabapalabras menos complicadas. No sabía si era debido a la conversación que habían tenido o siTaylor estaba simplemente adaptándose al ritmo del niño. En cualquier caso, se sintió agradecidapor el detalle.

Se acercaron al centro y se metieron en una de las calles laterales para aparcar. A pesar de queera la última noche del festival, no había demasiadas aglomeraciones y hallaron un espacio cercade la vía principal.

Mientras caminaban hacia las atracciones, Denise reparó en que los tenderetes de losvendedores ambulantes estaban casi vacíos y que sus propietarios parecían cansados y ansiosospor desmontarlos y marcharse, cosa que alguno de ellos ya estaba haciendo.

A pesar de todo, la feria seguía funcionando a toda marcha, ya que muchos niños y sus padreshabían ido con la intención de aprovechar hasta el último minuto. Al día siguiente, los feriantesharían las maletas y partirían hacia otra ciudad.

—Bueno, Kyle, ¿qué es lo que más te apetece? —le preguntó su madre.

El niño señaló inmediatamente el columpio mecánico, una atracción en la que cada niñoocupaba un asiento adosado a un aro que giraba sobre una plataforma que a su vez se movía haciaadelante y hacia atrás. Los chicos chillaban de miedo y de placer, y Kyle los contemplaba,hipnotizado.

—«E un lumpio.»

—¿Quieres subir ahí? —quiso saber Denise.

—«Lumpio» —contestó, asintiendo vigorosamente.

—Di: «Quiero subir al columpio.»

—«Ero subí a lumpio» —murmuró.

—Perfecto.

Denise divisó la taquilla y se metió la mano en el bolsillo en busca de los billetes de las propinasde la noche anterior. Sin embargo, Taylor la vio y levantó una mano para detenerla.

—Es cosa mía. Fui yo quien dijo que viniéramos, ¿te acuerdas?

—Pero Kyle...

—También lo invité a él.

Después de que Taylor comprara los billetes, aguardaron su turno en la cola. La atracción sedetuvo y la gente bajó. Taylor le entregó los billetes a un hombre que parecía recién salido de untugurio —tenía las manos negras de grasa, los antebrazos cubiertos de tatuajes, y le faltaba uno de

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los dientes de delante— y que los rasgó en dos antes de tirarlos dentro de una caja cerrada conllave.

—¿Es segura la atracción? —preguntó Denise.

—Pasó la inspección ayer —respondió el fulano, mecánicamente.

Sin duda era la respuesta que daba a todos los padres, pero no sirvió para que ella se sintieramás tranquila. Algunas partes del columpio mecánico parecían haber sido ensambladas congrapas.

Inquieta, Denise acompañó a Kyle hasta su lugar, lo ayudó a sentarse y le ajustó la barra deseguridad mientras Taylor esperaba al otro lado de la puerta de acceso.

—«E u lumpio» —repitió Kyle cuanto estuvo listo.

—Sí, lo es —contestó su madre, poniéndole las manos sobre la barra—. Ahora sujétate fuerte yno te sueltes.

Kyle respondió con una carcajada de placer.

—En serio. Cógete muy fuerte —insistió ella, muy seria.

Kyle apretó la barra con las manos.

Denise salió de la atracción y se reunió con Taylor mientras rogaba para que Kyle le hicieracaso. El aparato se puso en marcha enseguida y fue cogiendo velocidad. A la segunda vuelta, loscolumpios tomaron impulso y empezaron a oscilar, llevados por la inercia.

Denise no le quitaba los ojos de encima a Kyle. Era imposible no oír que se reía como un locoentre balanceo y balanceo. Cuando volvió a pasar, ella se dio cuenta de que sujetaba firmementeel arco de seguridad y dejó escapar un suspiro de alivio.

—Pareces sorprendida —dijo Taylor, inclinándose para hacerse oír por encima del estruendo.

—Es que lo estoy —contestó—. Es la primera vez que Kyle sube en una atracción.

—¿No lo has llevado nunca a una feria?

—No. Nunca había pensado que estuviera preparado.

—¿Porque le cuesta hablar?

—En parte —repuso mirándolo—. Hay muchas cosas de Kyle que ni yo misma entiendo.

Denise dudó cuando vio la expresión de la mirada de él. Entonces, de repente, deseó más queninguna otra cosa que Taylor entendiera a Kyle; deseó que comprendiera cómo habían sidoaquellos cuatro años y medio de su vida, y, sobre todo, deseó que la comprendiera a ella.

—Me refiero a que... —empezó a decir en voz baja—. Imagínate un mundo donde nada puedeser explicado y donde todo se ha de aprender por experiencia directa. Así es el mundo de Kyle enestos momentos. La gente suele pensar en el lenguaje como una simple herramienta paraconversar, pero para los niños es mucho más que eso. Ellos aprenden el mundo mediante laspalabras, aprenden que los fogones de la cocina están calientes y queman sin necesidad detocarlos; aprenden, sin que un coche tenga que atropellados, que cruzar la calle es peligroso.Dime, ¿cómo se le enseña todo eso a un niño que no tiene la facultad para entender lo que se ledice? Si Kyle no puede captar el concepto de peligro, ¿cómo voy a mantenerlo a salvo? Escucha, lanoche en que se perdió en las marismas, el día del accidente, tú mismo dijiste que cuando loencontraste no parecía estar asustado.

Denise miró a Taylor con semblante profundamente serio y prosiguió.

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—Tiene sentido, ¿sabes?, al menos para mí. Yo nunca me he metido con él en un pantano,nunca le he enseñado lo que es una serpiente o lo que le puede ocurrir si se encuentra atrapado yno puede salir. Es por eso, porque nunca lo ha conocido, que no sabe de qué ha de tener miedo.Ya sé que si llevo el argumento un poco más lejos y tengo en cuenta todos los peligros posibles, yel hecho de que debo enseñárselos literalmente en lugar de simplemente explicárselos, tendréque aceptar que es un trabajo imposible. A veces siento que nado a contracorriente. No podríacontarte la cantidad de ocasiones que Kyle ha bordeado el peligro: que si trepa muy alto y quieresaltar; que si pasea con la bicicleta demasiado cerca de la carretera; que si se extravía, que si unperro... Todos los días pasa algo nuevo.

Denise cerró los ojos un instante, como si reviviera aquellas experiencias una a una.

—Pero, lo creas o no, eso es apenas una parte de mis preocupaciones —prosiguió—. La mayorparte del tiempo sólo me angustio por cosas normales: por si podrá hablar con fluidez algún día, sipodrá ir a un colegio como los demás, si hará amigos, si la gente lo aceptará o si deberé trabajarcon él el resto de mis días... Ésos son los asuntos que me quitan el sueño por la noche.

Hizo una pausa. Luego, las palabras le brotaron más lentamente, y en cada sílaba había un restode amargura.

—Pero no me gustaría que pensaras que me arrepiento de haber tenido a Kyle, porque no esasí. Lo quiero con todo mi corazón y siempre lo querré. Es que...

Denise contempló la atracción con la mirada vidriosa.

—Es sólo que no esperaba que educar a mi hijo se convirtiera en lo que se ha convertido.

—Lo siento... No me había dado cuenta —murmuró Taylor.

Ella no respondió. Parecía perdida en sus reflexiones. Finalmente, suspiró y lo miró a los ojos.

—Lo lamento. No debería haberte dicho todo esto.

—No. Me alegro de que lo hayas hecho.

Como si intuyera que había ido un poco demasiado lejos, le ofreció una arrepentida sonrisa.

—Seguramente, te habrá parecido un discurso muy poco optimista, ¿verdad?

—No tanto —mintió él.

A la luz del crepúsculo, Denise tenía un aspecto radiante. Ella extendió la mano y le tocó elbrazo. Su tacto era cálido y suave.

—Se nota que no se te da bien mentir. ¿Sabes?, será mejor que sigas diciendo la verdad. Sé quete he pintado un cuadro muy poco alegre, pero ése es el lado oscuro de mi vida. No te he habladodel bueno.

Taylor alzó las cejas en un gesto de sorpresa.

—Pero ¿cómo? ¿Hay un lado bueno? —preguntó, provocándole una avergonzada sonrisa.

—La próxima vez que se me ocurra abrirte mi corazón, recuérdame que debo parar, ¿vale?

A pesar de que Denise había hecho el comentario a la ligera, en su voz había un punto deansiedad. Taylor tuvo la sospecha de que él era la primera persona con la que ella se habíaconfesado y supo que no era el momento de hacer bromas.

La atracción se detuvo bruscamente, y el columpio dio unas cuantas vueltas antes dedetenerse. Kyle gritaba de gusto en su asiento y tenía una expresión de deleite mientras seguíabalanceando las piernas.

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—«¡Oluuumpio!»

—¿Quieres subir otra vez? —preguntó su madre.

—«¡Í!» —asintió con vehemencia.

No había demasiada gente esperando en la cola, así que el hombre de las entradas hizo ungesto indicando que Kyle se quedara donde estaba. Taylor le entregó el billete y regresó junto aDenise.

Cuando la máquina se puso en marcha de nuevo, vio que ella miraba atentamente a su hijo.

—Me parece que le gusta —comentó Denise, orgullosamente.

—Creo que tienes razón.

Taylor apoyó los codos sobre la barandilla, lamentando todavía la broma anterior.

—Vamos. Háblame del lado bueno —dijo despacio.

El columpio dio dos vueltas completas y Denise saludó con la mano a Kyle cada vez que pasóante ellos. Luego respondió a Taylor.

—¿De verdad te interesa?

—Sí. Me interesa.

Denise vaciló. ¿Qué estaba haciendo? ¿Confiando los secretos de su hijo a un desconocido?¿Hablando en voz alta de cosas de las que nunca había hablado? Se sentía como un peñasco enprecario equilibrio al borde de un precipicio. Sin embargo, de alguna manera, quería acabar lo quehabía empezado.

Se aclaró la garganta.

—Está bien. Lo bueno... —Miró brevemente a Taylor y se lanzó—. Lo bueno es que Kyle estámejorando. A veces no lo parece y a veces soy yo la que no me doy cuenta, pero es cierto: mejoralentamente, pero mejora. El año pasado apenas tenía un vocabulario de unas veinte palabras.Ahora, pasa del centenar e incluso encadena oraciones de cuatro palabras o más. La mayor partede las ocasiones consigue hacerse entender. Me dice cuándo tiene hambre, cuándo está cansado,lo que le apetece comer. Todo esto es nuevo para él. Lo ha venido haciendo desde los últimosmeses.

Inspiró profundamente para no dejarse arrastrar por las emociones.

—Compréndelo... Kyle se esfuerza tanto todos los días... Mientras los otros niños están jugandofuera, él tiene que sentarse en su silla y mirar los libros llenos de dibujos e intentar averiguar quépalabra corresponde con las imágenes. Tarda horas en aprender cosas que otros captan encuestión de minutos.

Ella se detuvo y lo contempló con actitud casi desafiante.

—Pero ¿sabes?, sigue intentándolo, esforzándose, día tras día, palabra a palabra, concepto aconcepto. Y no se queja, no llora, simplemente insiste. Si supieras lo mucho que debe aplicarsepara comprender ciertas cosas, lo mucho que se esfuerza en complacer a la gente, lo mucho quedesea caer bien a los demás... Y todo, para que los demás no le hagan ni caso...

Sentía un nudo que le atenazaba la garganta y respiró pesadamente, en un intento demantener la compostura.

—No te imaginas lo lejos que ha llegado. Hace muy poco que lo conoces, pero si supieras dóndeempezó y todos los obstáculos que ha conseguido superar, estarías tan orgulloso de él...

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A pesar de sus esfuerzos, los ojos se le inundaron de lágrimas.

—Y sabrías lo que yo sé: que Kyle tiene mejor corazón y más coraje que cualquier otro niño queyo haya conocido. Sabrías que es el chico más maravilloso que una madre pudiera desear. Sabríasque, a pesar de todo, Kyle es lo más estupendo que me ha sucedido en esta vida. ¡Él es el ladobueno de mi vida!

Tras tantos años guardando aquellas palabras, tras tantos años deseando poder decírselas aalguien, todos sus sentimientos, los buenos y los malos, fue un alivio indescriptible poder sacarlofuera. Se sintió profundamente satisfecha de haberlo hecho y deseó de todo corazón que Taylorpudiera, de alguna manera, entenderlo.

Incapaz de decir nada, él se vio obligado a hacer un esfuerzo para tragar la pelota que se lehabía formado en ^a garganta. Haber escuchado a Denise hablar de su hijo de aquel modo, conaquel miedo y con aquel amor, hizo de su gesto algo natural.

Sin decir palabra, le cogió la mano y la tomó entre las suyas. Fue una sensación extraña, comoun placer olvidado.

Ella no la retiró y con su mano libre se limpió las lágrimas del rostro. Parecía agotada, peroseguía desafiante y hermosa.

—Eso ha sido lo más bonito que he oído en mi vida —dijo él.

Cuando Kyle gritó que quería un tercer viaje en el columpio, Taylor tuvo que soltar a Denisepara entregarle otro billete al tipo de la entrada. Al regresar junto a ella, la intensidad delmomento se había desvanecido: estaba apoyada con los codos en la barandilla, y él prefirió dejarlocorrer. No obstante, de pie a su lado, todavía podía percibir en su mano el duradero contacto de lade ella.

Pasaron otra hora en la feria. Montaron los tres en la noria, apretujados en el mismo asiento,mientras Taylor les mostraba algunos de los lugares que se podían divisar desde aquella altura; yluego, en el pulpo, una cosa que se retorcía, subía y bajaba vertiginosamente y de la que Kyle nose quiso apear.

Luego se acercaron a la zona donde estaban los juegos de azar:

«Pinche tres globos con tres dardos y gane un premio.» «Acierte en los cestos y llévese otracosa.»

Los buhoneros de los puestos llamaban a la gente para que probara, pero Taylor pasó de largo yse dirigió a la zona de tiro. Gastó los primeros balines en averiguar en qué condiciones se hallabala mira de la escopeta y a continuación empezó a acertar en las dianas. Hizo dieciséis tantosseguidos y cambió los puntos por más balines para tener opción a los mejores premios. Al final,consiguió ganar un oso panda de peluche que era casi tan grande como Kyle. El vendedor se loentregó a regañadientes.

Denise disfrutó con cada segundo. Era tan gratificante ver a Kyle intentando cosas nuevas ypasándolo en grande... Además, una tarde en la feria suponía para ella un cambio bienvenido conrespecto al mundo en el que vivía cotidianamente; tanto, que a ratos se había sentido como si nofuera ella misma, como si no se reconociera.

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A medida que el crepúsculo avanzaba, las bombillas de colores se fueron encendiendo y,mientras el cielo se iba poniendo más y más oscuro, un cierto frenesí pareció apoderarse de lagente, como si todos supieran que aquella alegría estaba a punto de acabar.

Todo parecía encajar exactamente en el sitio, tal como debía ser, tal como Denise apenas sehabía atrevido a desear que fuera.

O incluso mejor, si es que eso era posible.

Cuando volvieron a casa, Denise le sirvió un vaso de leche a Kyle y lo acompañó al dormitorio,donde dejó el enorme panda apoyado contra un rincón para que él pudiera verlo. Luego, lo ayudóa ponerse el pijama; por último, lo acompañó en sus oraciones y le dio su leche.

A Kyle se le cerraban los párpados.

Apenas había acabado de leerle un cuento, ya dormía profundamente. Denise se deslizó fueradel cuarto y dejó la puerta entreabierta.

Taylor la estaba esperando en la cocina, repantigado en una de las sillas, ante la mesa.

—Ha caído como un tronco —dijo ella.

—¡Qué rápido!

—Ha sido un gran día para él. Nunca se va a la cama tan tarde.

La cocina estaba iluminada por una solitaria bombilla —la otra se había fundido la semanaanterior—, y Denise deseó haberla cambiado, porque le pareció que la pequeña habitaciónresultaba de repente demasiado oscura, demasiado íntima. No quería agobios, así que hizo lapregunta de rigor:

—¿Te apetece tomar algo?

—Me tomaré una cerveza si tú me acompañas.

—Me parece que mi nevera no da para tanto.

—¿Qué tienes?

—Té frío.

—¿Algo más?

—Agua —contestó haciendo un gesto de resignación.

Taylor no pudo evitar una sonrisa.

—El té me vale.

Denise sirvió dos vasos y le entregó uno. Le habría gustado tener algo más fuerte, algo quepudiera aplacar su nerviosismo.

—Aquí dentro hace calor. ¿Qué tal si nos sentamos en el porche? —propuso.

—Claro.

Salieron al exterior y se acomodaron en las mecedoras. Denise escogió la más próxima a lapuerta, por si Kyle se despertaba.

—Aquí se está bien —comentó Taylor, poniéndose cómodo.

—¿A qué te refieres?

—A esto de estar aquí fuera. Me siento como en un episodio de Los Walton.

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Denise rió y notó que parte de su turbación se desvanecía.

—¿No te gusta sentarte en el porche?

—Claro que sí, pero es que no lo hago a menudo. Es una de esas cosas para las que parece quenunca me queda tiempo.

—¿Y eso lo dice el clásico tipo sureño? —preguntó Denise usando las mismas palabras con lasque él se había descrito la noche anterior—. Siempre he pensado que a un tipo como tú le gustaríasentarse en su porche, con un banjo, tocando canción tras canción mientras su perro dormita a suspies.

—¿Con mis cuates, una jarra de alcohol casero y una escupidera tirada por ahí? —preguntóTaylor, fingiendo un fuerte acento sureño.

—Naturalmente —sonrió ella, con malicia.

Él hizo un gesto con la cabeza.

—Si no supiera que eres del sur, diría que me estás insultando.

—Pero como soy de Atlanta...

—Por esta vez lo dejaré pasar. —Sus labios se curvaron en una leve sonrisa—. Dime, ¿qué es loque más echas de menos de la gran ciudad?

—Pocas cosas. Supongo que si fuera más joven y no tuviera a Kyle, este lugar me pondría de losnervios. Pero la verdad es que no necesito grandes centros comerciales, restaurantes de moda omuseos. Hubo un tiempo en que todo eso era importante para mí, incluso cuando me trasladé avivir aquí y aunque estuvieran fuera de mi alcance.

—¿Echas de menos a tus amigos?

—A veces sí. Intento mantener el contacto, llamadas telefónicas, cartas y todo eso. Pero ¿y tú?¿Nunca has sentido el impulso de hacer las maletas y largarte a otro sitio?

—La verdad es que no. Aquí soy feliz. Además, no me gusta la idea de dejar sola a mi madre.

Denise asintió.

—De haber vivido la mía, no sé si me habría mudado... No lo creo.

Taylor se encontró de repente pensando en su padre.

—Yo diría que has tenido una vida muy agitada —dijo él.

—Sí. A veces creo que demasiado.

—Pero sigues adelante.

—No tengo más remedio. Hay alguien que depende de mí.

Unos repentinos maullidos, como los de un gato, interrumpieron la conversación, y dosmapaches salieron de entre los árboles, atravesaron el jardín y corretearon cerca de la luz delporche. Denise se levantó para verlos mejor. Taylor se acercó a la baranda y escrutó la oscuridad.Los animales se detuvieron y miraron a aquellos humanos que los observaban desde la casa;luego, reanudaron la marcha y desaparecieron.

—Pasan por aquí casi todas las noches. Creo que buscan comida.

—Seguramente. Eso, o tu basura.

Denise hizo un gesto afirmativo.

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—Cuando me instalé aquí, pensé que se trataba de perros, pero una noche pillé a esos dos conlas manos en la masa. Al principio no sabía qué eran.

—¿Nunca habías visto un mapache?

—Claro que sí, pero no en mitad de la noche, husmeando en un cubo de basura y, desde luego,no bajo mi propio porche. Mi apartamento de Atlanta no tenía un problema de animales salvajes.Arañas, puede; pero depredadores no.

—Suena como aquella historia del ratón de ciudad que se mete por error en un camión que lodeja tirado en pleno campo.

—Créeme, a veces me siento exactamente igual.

La brisa de la noche le agitaba el cabello, y Taylor volvió a sorprenderse por la belleza deDenise.

—Y dime, ¿cómo fue tu vida? Me refiero a crecer en Atlanta y todo eso.

—Seguramente, un poco como la tuya.

—¿A qué te refieres? —preguntó él, intrigado.

Ella lo miró a los ojos y habló despacio, como si sus palabras fueran una revelación.

—A que los dos fuimos hijos únicos que se criaron con madres viudas que habían nacido enEdenton.

Taylor sintió una repentina punzada de miedo. Denise prosiguió.

—Ya sabes cómo es. Te sientes diferente porque todos los demás tienen padre y madre,aunque estén divorciados. Es como si crecieras sabiendo que te falta algo importante que los otrosposeen, aunque no sepas exactamente de qué se trata. Recuerdo haber oído a mis amigasquejarse de que sus padres no las dejaban salir hasta tarde o que no les gustaban sus novios. Esome ponía furiosa porque ellas eran incapaces de apreciar lo que tenían. ¿Sabes a lo que merefiero?

Taylor asintió. Acababa de darse cuenta de lo mucho que compartían.

—Aparte de esto, mi vida fue muy normal. Viví con mi madre, fui a un colegio católico, salí conmis amigos, acudí a los bailes de graduación y me preocupé por todas y cada una de las espinillasque me salieron, porque estaba segura de que con aquel aspecto no le gustaría a nadie.

—¿Tú a eso lo llamas normal?

—Lo es si eres una chica.

—Yo nunca me preocupé por esas cosas.

Denise le lanzó una mirada de soslayo.

—Es que a ti no te educó mi madre.

—No. Pero aún así, la mía se ha ido ablandando con los años. Era bastante más estricta cuandoyo era pequeño.

—Me contó que siempre estabas metiéndote en problemas.

—Y yo imagino que tú debías de ser la niña perfecta.

—Lo intentaba —respondió Denise alegremente..

—¿Y no lo eras?

—No. Lo cual demuestra que yo fui mejor que tú en eso de engañar a mamá.

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Él se rió.

—Me alegro de escuchar eso. Si hay algo que no puedo soportar es la perfección.

—Especialmente cuando se trata de los demás, ¿verdad?

—Verdad.

Se produjo una pequeña pausa en la conversación antes de que Taylor hablara de nuevo.

—¿Te importa si te hago una pregunta? —dijo casi con cautela.

—Depende de la pregunta —respondió ella, intentando no ponerse a la defensiva.

Taylor volvió la cabeza e hizo ver que contemplaba el jardín en busca de los mapaches.

—¿Dónde está el padre de Kyle? —preguntó al cabo de un momento.

Denise había estado esperando aquella pregunta.

—No está. Lo cierto es que prácticamente no lo conozco. Se suponía que Kyle no iba a suceder.

—¿Sabe que tiene un hijo?

—Sí. Lo llamé cuando me di cuenta de que estaba embarazada. Él fue muy claro: no quiso sabernada del niño.

—¿Lo ha visto alguna vez?

—No.

Taylor frunció el entrecejo.

—¿Cómo puede no interesarse por su propio hijo?

Denise se encogió de hombros.

—No lo sé.

—¿Te gustaría que estuviera cerca?

—¡Dios mío, no! —dijo ella rápidamente—. Al menos, no él. Entiéndeme, me habría gustadoque Kyle tuviera un padre, pero no alguien así. Además, si Kyle tuviera un padre, un padre deverdad, no simplemente alguien que se hace llamar de esa manera, eso querría decir que esapersona también tendría que ser mi marido.

Taylor asintió, comprendiendo el sentido de aquellas Palabras.

—Pero, a ver, señor McAden, ahora le ha llegado el turno a usted —añadió Denise, dándose lavuelta para mirarlo—. Yo te he contado toda mi vida, pero tú no me has correspondido. Háblamede ti.

—Ya lo sabes casi todo.

—Si no me has explicado nada...

—Te he contado que soy contratista.

—Y yo que soy camarera.

—Y ya sabías que soy bombero voluntario.

—Eso lo supe nada más conocerte. No vale.

—Pero es que no hay mucho más —protestó, alzando las manos en gesto de rendición—. ¿Quéquieres que te explique?

—¿Puedo preguntarte lo que quiera?

—Adelante.

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—Conforme entonces.

Denise pareció meditar durante unos segundos. Luego lo miró y le dijo:

—Háblame de tu padre.

Sus palabras lo pillaron desprevenido. No había esperado semejante pregunta y se percató deque se ponía en guardia, como si no quisiera responder. Sin duda, habría podido despachar elasunto con alguna respuesta sencilla, unas cuantas frases sin demasiado sentido. No obstante,durante un rato se mantuvo en silencio.

La noche parecía vibrar con los sonidos de las ranas, los insectos y el susurro de las hojas. Habíasalido la luna y asomaba por encima de la línea de los árboles. En la lechosa claridad se podíadistinguir de vez en cuando el vuelo de algún murciélago.

Denise tuvo que acercarse para poder escuchar las palabras de Taylor.

—Mi padre murió cuando yo tenía nueve años.

Ella lo observó atentamente. Él hablaba despacio, como si tuviera que poner orden en suspensamientos. En su rostro se podía leer la reticencia.

—Pero es que era más que un padre: era mi mejor amigo. —Vaciló—. Ya sé que suena raro. Merefiero a que yo no era más que un niño y él un adulto. Sin embargo, a pesar de todo, loconsideraba mi mejor amigo. Éramos inseparables. Tan pronto como daban las cinco, yo salía de lacasa y me sentaba en los escalones de la entrada a esperar que apareciera con su camioneta por elcamino. Mi padre trabajaba en un aserradero. En cuanto abría la puerta del coche, yo echaba acorrer hacia él y me arrojaba en sus brazos. Era fuerte y ni siquiera cuando crecí me dijo quedejara de hacerlo. Yo lo abrazaba y suspiraba. Mi padre trabajaba duramente, así que incluso eninvierno podía oler el sudor y el serrín que le impregnaban la ropa. Me llamaba «hombrecito».

Denise hizo un gesto de asentimiento.

—Mi madre siempre esperaba dentro mientras él me preguntaba qué había hecho durante eldía o cómo me había ido en el colegio, y yo me ponía a hablar a toda velocidad, intentandocontarle todo lo que se me ocurría antes de que entráramos en casa. Pero, a pesar de que debíade estar cansado y con ganas de ver a mi madre, nunca me metía prisa. Me permitía que le dijeratodo lo que me pasaba por la cabeza y sólo me dejaba en el suelo cuando me callaba. Entoncesrecogía su fiambrera vacía, me tomaba de la mano y nos metíamos en casa.

Taylor tragó saliva, mientras hacía un esfuerzo por recordar sólo las cosas agradables.

—Solíamos ir a pescar juntos todos los fines de semana. Apenas puedo recordar cuándoempezamos a hacerlo, de lo pequeño que era, quizá más pequeño incluso que Kyle. Salíamos ennuestra barca y nos pasábamos horas sentados. A veces me contaba historias. Era como siconociera cientos de ellas. Y si no, respondía a mis preguntas lo mejor que podía, a todas, sinimportar cuáles fueran. Él no había ido a la universidad, pero era muy hábil para explicar cosas, ycuando no sabía algo, me lo decía tan tranquilamente. No era la clase de persona que siemprequiere tener razón.

Denise estuvo a punto de tocarlo, pero Taylor parecía absorto por completo en sus recuerdos,cabizbajo.

—Nunca vi que se enfadara ni que levantara la voz a nadie. Cuando yo hacía travesuras, lebastaba con mirarme y decirme: «Ya está bien, hijo. Déjalo ya.» Y yo paraba en el acto porquesabía que lo estaba decepcionando. Me doy cuenta de que puede parecer raro, pero supongo queno quería defraudarlo.

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Cuando hubo acabado, Taylor aspiró larga y profundamente.

—Debía de ser un hombre estupendo —dijo Denise, que se había dado cuenta de que acababade tropezar con algo importante de la vida de Taylor, si bien todavía desconocía su profundidad yalcance.

—Sí. Lo era.

Aunque Denise tuvo la impresión de que todavía quedaba mucho de que hablar, el tono de lavoz de Taylor dejó bien claro que él no deseaba seguir charlando del asunto. Ambospermanecieron en silencio largo rato mientras escuchaban los coros de los grillos.

—¿Cuántos años tenías tú cuando murió tu padre? —preguntó él finalmente para romper elsilencio.

—Cuatro.

—¿Te acuerdas de él como yo del mío?

—No, no como tú. Conservo imágenes de situaciones, como cuando me contaba cuentos antesde dormir o las cosquillas de su bigote al darme un beso de buenas noches. Siempre me poníacontenta cuando él estaba. Incluso ahora no pasa un día sin que desee poder retroceder en eltiempo y cambiar lo que sucedió.

Al escuchar aquellas palabras, Taylor la contempló con expresión de sorpresa, consciente deque Denise acababa de dar en el clavo. Con un par de frases había explicado la esencia misma delo que él había intentado en vano transmitirles a Valerie y a Lori. Pero, por mucho que hubieranescuchado, no habrían podido entenderlo realmente. Les habría sido imposible: ninguna de las dosse había despertado jamás con la terrible certeza de que habían olvidado para siempre el sonidode la voz de sus padres; ninguna de las dos había atesorado nunca una fotografía como únicomedio para recordar; ninguna de las dos había experimentado la necesidad de cuidar de una losade granito que descansaba a la sombra de un sauce.

Todo lo que Taylor sabía era que por fin había encontrado a alguien en cuya voz podía escucharel eco de sus propias angustias. Por segunda vez aquella noche, la tomó de la mano.

Permanecieron así, cogidos y en silencio, con los dedos ligeramente entrelazados y temerososde que cualquier palabra que pronunciaran pudiera quebrar la magia de aquel instante. En el cieloflotaban las perezosas nubes, plateadas bajo la luz de la luna. A su lado, Denise observó cómo lassombras jugaban con las facciones de Taylor mientras se sentía ligeramente confusa. En sumandíbula vio una pequeña cicatriz en la que no había reparado anteriormente, y otra en su dedoanular, como una quemadura que hubiera sanado hacía mucho. Si él se dio cuenta de que loexaminaba, no lo demostró: se limitó a contemplar el paisaje de la pequeña propiedad.

El aire nocturno había refrescado, y el soplo de la brisa marina había dejado un rastro dequietud. Denise sorbió su té mientras escuchaba el zumbido de los insectos que volaban en tornoa la luz del porche. Las cigarras cantaban en las ramas de los árboles. Podía sentir que la noche seestaba acabando, que estaba casi terminada.

Taylor apuró su bebida y dejó el vaso en la barandilla con un tintineo de los cubitos de hielo.

—Creo que debería irme. Mañana me espera un madrugón.

—Claro.

Sin embargo, permaneció inmóvil en el sitio unos instantes más, sin decir nada. Por algunarazón seguía acordándose del aspecto de Denise cuando le había confesado todos sus miedos

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respecto a Kyle: su expresión desafiante, la intensa emoción que la había invadido al hablar. Judyse había preocupado en muchas ocasiones por él, pero ¿acaso se había acercado siquiera a lo queDenise debía sufrir todos los días? No era equiparable.

Le había emocionado comprobar que aquellos temores sólo habían servido para fortalecer elamor de Denise hacia su hijo. Era normal que hallara hermosa semejante demostración de amorincondicional y puro frente a las adversidades. ¿A quién no se lo parecería? Pero había algo más,algo más profundo: un punto de comunión que nunca había encontrado con ninguna otrapersona.

«Incluso ahora no pasa un día sin que desee poder retroceder en el tiempo y cambiar lo quesucedió.»

¿Cómo podía haberlo sabido ella?

El aura de su oscuro cabello parecía envolverla en el misterio.

Por fin, Taylor se apartó de la barandilla.

—Eres una gran madre, Denise. —Se resistía a soltar su delicada mano—. Y aunque resulteduro, aunque no sea lo que tú esperabas, no puedo evitar creer que todo sucede porque hay unarazón para ello. Kyle necesitaba a alguien como tú.

La joven asintió.

A regañadientes, Taylor le dio la espalda al porche, le dio la espalda a los pinos y a los robles, ledio la espalda a sus propios sentimientos. El suelo de madera crujió mientras bajaba los escalonescon Denise a su lado.

Ella lo miró y él estuvo a punto de besarla.

Bajo la pálida luz del porche, le había parecido que los ojos de la joven brillaban con secretaintensidad. Pero, a pesar de la situación, Taylor no tuvo la certeza de que un beso fuera lo queDenise esperaba de él, y se contuvo en el último momento. La noche ya había sido memorable sinque tuviera que suceder nada más; la más memorable que había vivido en mucho tiempo. Aquelloera algo que no quería estropear.

Dio un pequeño paso atrás, como si no quisiera agobiarla.

—He pasado una velada maravillosa —dijo.

—Yo también —contestó ella.

Finalmente, le soltó la mano y añoró su contacto cuando se separó. Quería decirle que habíavisto dentro de ella algo especial, algo increíblemente único, algo que en otro tiempo habíabuscado y perdido la esperanza de hallar. Habría querido decirle todo aquello, pero no pudo.

Sonrió levemente, dio media vuelta y se alejó bajo los oblicuos rayos de la luna, hacia laoscuridad de su camioneta.

Bajo el porche, Denise se despidió agitando la mano mientras Taylor enfilaba hacia la carreteracon los faros brillando en la distancia. Oyó que se detenía en el cruce y esperaba a que un cochesolitario se acercara y acabara de pasar. La camioneta giró en dirección a la ciudad.

Cuando él se hubo marchado, subió al dormitorio y se sentó en la cama. En la mesilla había unapequeña lámpara de lectura, una foto de Kyle de bebé y un vaso de agua medio vacío que se habíaolvidado de bajar a la cocina aquella mañana.

Suspirando, abrió el cajón. En el pasado había contenido revistas y libros, pero en aquellosmomentos estaba vacío a excepción de una pequeña botella de perfume que su madre le había

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regalado unos meses antes de morir. Había sido un obsequio de cumpleaños, envuelto en papeldorado y atado con una cinta. Había usado casi la mitad en las semanas inmediatas, pero tras elfallecimiento de su madre no lo había vuelto a tocar. Lo conservaba como un recuerdo; sinembargo, en aquel instante, lo que le recordaba era lo mucho que hacía que no se perfumaba.Incluso aquella noche se había olvidado de hacerlo.

Era madre. Por encima de cualquier otra cosa, se definía como madre. Sin embargo, por muchoque quisiera negarlo, también era mujer; y tras muchos años de haberlo mantenido enterrado,aquél era un sentimiento que reclamaba su atención.

Sentada en el dormitorio y contemplando el frasco, sintió que la invadía una incierta inquietud.Había algo en su interior que le hacía anhelar que la desearan, que la protegieran y la cuidaran,que la escucharan y la aceptaran sin juzgarla; que la amaran.

Apagó la luz y salió al pasillo con los brazos cruzados sobre el pecho. Kyle dormíaprofundamente. En el calor de la habitación había apartado las sábanas y se había destapado.Encima del escritorio, un oso de peluche emitía luz y una música que inundaba el cuarto y serepetía monótonamente. Era su luz de vela desde que había nacido. La apagó, fue hasta la cama,deshizo el lío de cobertores y tapó a su hijo. Kyle se acurrucó. Ella lo besó en la mejilla, en aquellapiel tersa y suave, y salió de la habitación.

La cocina estaba silenciosa. Fuera, podía escuchar el canto veraniego de los grillos. Se asomó ala ventana. Las hojas de los árboles brillaban bajo el resplandor de la luna y permanecíaninmóviles. El cielo estaba poblado de estrellas que se extendían hasta el infinito. Sonrió y lascontempló largamente, mientras pensaba en Taylor McAden.

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CAPÍTULO 16CAPÍTULO 16

Dos días después, al atardecer, Taylor estaba sentado en la cocina de su casa, ocupado con elpapeleo, cuando recibió la llamada. Se había producido un accidente en el puente entre unautomóvil y un camión cisterna que transportaba gasolina.

Un instante después, tras haber cogido las llaves, Taylor salía a toda prisa. A los cinco minutos,era uno de los primeros en presentarse en el lugar del accidente. No tardó en escuchar las sirenasdel camión de bomberos que se aproximaba.

Mientras detenía su camioneta, Taylor se preguntó si llegarían a tiempo. Se apeó a toda prisa,sin molestarse en cerrar la portezuela, y miró a su alrededor. El tráfico se había detenido en ambasdirecciones a los dos lados del puente, y los conductores estaban fuera de sus cochescontemplando el horrible espectáculo.

La cabina del camión cisterna se había empotrado en la parte trasera de un Honda y la habíadestrozado por completo antes de aplastarse contra la red de cables que formaba el lateral delpuente. En la confusión del choque, el conductor de la cisterna había girado el volante al tiempoque bloqueaba los frenos, y el remolque había dado un latigazo, se había cruzado en la calzada ycortaba la circulación en ambos sentidos.

El coche, aplastado en la parte delantera de la cabina, colgaba en el vacío sobre sus neumáticosreventados, igual que la tabla de un trampolín, y se balanceaba inclinado precariamente. A causadel topetazo contra uno de los cables, tenía el techo desgarrado, como una lata abierta a medias.Lo único que impedía que cayera al río que corría unos veinticinco metros más abajo era el propiopeso de la cabina del camión, y ésta parecía cualquier cosa menos estable. Además, el motorhumeaba intensamente y derramaba sobre el Honda sus líquidos, que cubrían la carrocería conuna capa brillante y viscosa.

Cuando Mitch divisó a Taylor se le acercó corriendo para informarle brevemente y fuedirectamente al grano.

—El conductor del camión está bien, pero el del coche sigue dentro. No sabemos si es hombreo mujer. En cualquier caso, se ha desplomado sobre el volante.

—¿Qué hay del tanque cisterna?

—Lleno en tres cuartas partes.

«Un motor humeante que gotea encima del coche...»

—Si la cabina explota, ¿estallará también el remolque?

—El conductor dice que eso no debe suceder si el forro interior no se ha dañado en elaccidente. No he visto ninguna grieta, pero no puedo estar seguro.

Taylor miró a la multitud en torno a él. Una descarga de adrenalina le corría por las venas.

—Hemos de sacar a toda esta gente de aquí.

—Lo sé. Pero están parachoques contra parachoques. Yo acabo de llegar y no he tenido tiempode hacer nada.

Llegaron dos camiones de bomberos más: el de la bomba de agua y el de la escalera mecánica,con sus luces destellando. Siete hombres vestidos con trajes ignífugos se apearon antes incluso deque los vehículos se detuvieran y se hicieron rápidamente con la situación, gritando órdenes yyendo por las mangueras.

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Como se habían presentado en el lugar del siniestro sin haber pasado antes por el Parque debomberos, Taylor y Mitch corrieron a ponerse los trajes ignífugos que sus compañeros habíanllevado para ellos y se los colocaron encima de la ropa, con la facilidad que da la práctica.

También se presentó Cari Huddle, así como dos oficiales de policía de Edén ton. Tras una rápidaconsulta dirigieron su atención a los coches que estaban detenidos en la carretera. Sacaron unmegáfono y empezaron a ordenar a los mirones que regresaran a sus vehículos y abandonaran lazona. Los dos oficiales —en Edenton iba cada uno en un vehículo separado— fueron endirecciones opuestas hacia el final de las hileras de coches aparcados. El último fue el primero enrecibir la orden.

—Señor, debe usted dar media vuelta. Tenemos un grave problema en el puente.

—¿A qué distancia?

—A un kilómetro.

El conductor vaciló, como si dudara de la necesidad de todo aquello.

—¡Dé la vuelta ya! —ladró el agente.

Taylor calculó que unos quinientos metros eran distancia suficiente para una zona deseguridad. No obstante, tardarían un rato en despejar el área de coches.

Entre tanto, el motor del camión había empezado a humear con más intensidad.

En circunstancias normales, los bomberos conectaban sus mangueras a la red de agua paradisponer así de toda la que pudieran necesitar; sin embargo, en medio del puente no habíaninguna conexión, así que el coche bomba iba a ser su única fuente de agua. Contenía la suficientepara apagar la cabina si se incendiaba; pero si la cisterna llegaba a estallar, no sería bastante paracontrolar el fuego.

Controlar las llamas iba a ser decisivo, aunque el rescate del conductor del Honda era laprioridad que estaba en la mente de todos.

¿Cómo podrían llegar hasta él? Todos expusieron sus ideas al tiempo que se preparaban para loinevitable. ¿Trepar por la carrocería para llegar hasta él? ¿Extender la escalera y arrastrarse porella? ¿Tirarle un cable?

No importaba cuál fuera la decisión, el problema seguía siendo el mismo: todos tenían miedode añadir más peso al vehículo. Ya era de por sí un milagro que siguiera aguantando. Cualquiersacudida podía hacerlo caer. Cuando el chorro de agua golpeó la cabina del camión, todos vieroncómo sus miedos se hacían realidad.

El chorro roció con violencia el humeante motor y a continuación se precipitó por el destrozadoparabrisas del coche a un ritmo de casi dos mil litros por minuto. Allí, por efecto de la gravedad, elagua se acumuló en el morro del Honda y al cabo de unos instantes empezó a brotar de la parrilladelantera. El vehículo se inclinó, al tiempo que levantaba la cabina del camión. Luego, volvió aenderezarse. Los bomberos que manejaban la manguera vieron que el destrozado vehículo estabaa punto de precipitarse al vacío y sin perder un segundo desviaron el chorro antes de cortarlo.Estaban blancos como el papel.

El agua seguía manando de la parte frontal del coche, pero no había habido ni un movimientopor parte del pasajero.

—Vamos a usar la escalera del camión —urgió Taylor—. La extenderemos por encima yusaremos el cable para sacar a quien haya dentro.

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El coche seguía balanceándose.

—Puede que no os aguante a los dos —dijo Joe, rápidamente. Como jefe, era el únicoempleado a tiempo completo del Cuerpo de bomberos y el responsable de conducir uno de loscamiones. En situaciones de crisis solía ejercer una influencia tranquilizadora.

Era evidente que tenía cierta razón, porque, a causa del ángulo de los restos y la estrechez delpuente, la escalera y el gancho no podrían extenderse en la posición más adecuada. El camión quela llevaba sólo podía estacionar en un lado, y eso lo forzaba a desplegar la escalera en diagonalsobre el coche, de manera que quedaría un trecho de unos siete metros en voladizo. No es quefuera mucho, pero puesto que debía quedar desplegada horizontalmente, pondría a prueba loslímites de seguridad.

Si se hubiera tratado de un vehículo escalera nuevo, seguramente no habría habido problema,pero el de Edenton era uno de los más antiguos del estado y había sido adquirido con la idea deque el edificio más alto de la ciudad no tenía más de tres pisos. La escalera no había sido pensadapara ser usada en una situación como la que estaban afrontando.

—¿Qué alternativa tenemos? Puedo ir y estar de regreso antes de que os hayáis dado cuenta —aseguró Taylor.

Joe ya había supuesto que se iba a presentar voluntario. Doce años atrás, durante el segundoaño de Taylor con el cuerpo, Joe le había preguntado por qué era siempre el primero en ofrecersepara las tareas más arriesgadas. Aunque los riesgos formaban parte de la profesión, losinnecesarios eran otro asunto, y Taylor lo había sorprendido al comportarse como una personaque tiene algo por demostrar. Joe no quería a gente así; no porque desconfiara de la eficacia deTaylor, sino porque no deseaba tener que arriesgar la vida rescatando a alguien que desafiaba elpeligro innecesariamente.

Sin embargo, Taylor se lo había explicado con absoluta sencillez:

—Mi padre murió cuando yo tenía nueve años, así que sé lo que significa para un niño crecersolo. Es algo que no quiero que le suceda a ninguno.

Tampoco se trataba de que sus compañeros no se arriesgaran; todos lo hacían cuando eranecesario y lo aceptaban como una parte más de su trabajo. Todos sabían lo que podía suceder, yen docenas de ocasiones habían declinado la oferta de Taylor.

Pero aquella vez...

—Está bien —repuso Joe, tajante—, tienes razón, Taylor. Pongámonos manos a la obra.

Lo primero fue colocar el vehículo escalera en la posición adecuada haciéndolo retrocederhasta que quedó en la mediana. Una vez allí, el conductor tuvo que hacer tres maniobras hastaque pudo situarse en el lugar correcto. Se tardó siete minutos en completar los preparativos.

Durante ese tiempo, el motor del camión accidentado había seguido humeando, y pequeñasllamas empezaron a aparecer y a lamer la carrocería del coche. El fuego parecía hallarsepeligrosamente cerca del remolque de gasolina, pero las mangueras habían quedado descartadasy no podían acercarse con los extintores de mano lo suficiente para que se notara la diferencia.

El reloj corría en su contra y todo lo que podían hacer era contemplar el desastre.

Mientras colocaban el vehículo escalera en posición, Taylor se procuró toda la cuerda que podíanecesitar y sujetó un extremo a su arnés. Cuando todo estuvo listo, se encaramó a la escalera yató la otra punta a uno de los últimos peldaños. Un cable, mucho más largo y a cuyo extremohabía un gancho del que colgaba un arnés acolchado, fue depositado también sobre la escalera.

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Tan pronto como Taylor consiguiera colocárselo al conductor del Honda, podrían recogerlo e izarlofuera del coche.

La escalera empezó a desplegarse mientras Taylor yacía tumbado boca abajo e intentabaconcentrarse.

«Mantén el equilibrio... —se decía—. Permanece tan atrás como puedas... Cuando llegue elmomento, agáchate rápidamente pero con cuidado... No toques el coche...»

Pero no podía dejar de pensar en el conductor del Honda. ¿Estaba atrapado? ¿Podría moverlosin arriesgarse a causarle daños adicionales? ¿Cómo iba a sacarlo sin que el coche se desplomara?

El armazón de metal siguió extendiéndose mientras se acercaba al automóvil siniestrado.Todavía faltaban unos cuatro metros para llegar y Taylor ya podía percibir cómo el artefacto crujíay oscilaba como un viejo granero azotado por una tormenta.

Tres metros. Estaba lo bastante cerca para poder alcanzar con el brazo las llamas que surgíandel motor del camión.

Dos metros.

Taylor podía notar su calor y vio cómo lamían la aplastada parte trasera del Honda. La escaleraempezó a oscilar ligeramente.

Un metro. Se hallaba prácticamente encima del coche y se acercaba poco a poco al parabrisasdelantero.

Entonces, la estructura se detuvo bruscamente. Tumbado todavía boca abajo, Taylor se dio lavuelta para comprobar si había sucedido algo; pero, por la expresión de sus compañeros, sepercató de que el artefacto había llegado tan lejos como había podido y que a partir de esemomento le tocaba a él moverse.

Todo el armazón se cimbreó mientras deshacía la cuerda que tenía ligada al arnés. Sujetando eldestinado al conductor con la otra mano, empezó a reptar centímetro a centímetro hacia lospeldaños finales que iba a utilizar para descolgarse y llegar hasta el automóvil.

A pesar del caos que lo rodeaba, le llamó la atención la belleza del anochecer. Como en unsueño, el cielo se había despejado, y las estrellas, la luna y las delgadas nubes brillaban ante él. Asus pies, el río parecía más negro que la tinta. Pudo oír sus propios jadeos a medida que avanzabay los latidos de su corazón. La escalera temblaba y se agitaba al menor movimiento.

Se arrastró como un soldado por la hierba, aferrándose a los fríos barrotes de la escalametálica. Tras él, los últimos coches se alejaban del puente. En un silencio de muerte, escuchóclaramente el crepitar de las llamas bajo la cabina del camión. Sin previo aviso, el coche empezó aoscilar.

El morro se inclinó ligeramente y se detuvo. Luego, cayó un poco más antes de equilibrarse. Nohabía el menor soplo de viento. Entonces lo escuchó. En una décima de segundo oyó un débilgemido, apagado y casi imposible de descifrar.

—¡No se mueva! —gritó Taylor inmediatamente.

El lamento se hizo más intenso, y el Honda se balanceó sensiblemente.

—¡No se mueva! —repitió aún más alto.

Su voz era el único sonido en la oscuridad y tenía un toque de desesperación. El resto eraquietud absoluta. Un murciélago pasó aleteando cerca de él.

Volvió a escuchar el gemido y el morro del vehículo se inclinó hacia el río antes de estabilizarse.

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Taylor se movió con rapidez. Aseguró su cuerda en el último peldaño con un nudo marinero y,sujeto por el arnés, se deslizó entre los escalones con la mayor agilidad posible. La escalera semeneó como la tabla de un trampolín, crujiendo y bamboleándose como si estuviera a punto departirse en dos. Taylor se aferró firmemente en la mejor posición que pudo, como si estuviera enun columpio; a continuación, mientras se cogía de la cuerda con una mano, intentó alcanzar alconductor con la otra mientras iba comprobando gradualmente la resistencia de la escalera.

Se introdujo por el parabrisas hacia el salpicadero y se dio cuenta de que estaba demasiadoalto, pero tuvo la oportunidad de ver a la persona a la que estaba intentando salvar. Se trataba deun muchacho de unos veinte años, más o menos de su estatura y corpulencia, que al parecerestaba semiconsciente y se debatía entre los restos haciendo que el coche oscilara. Taylorcomprendió que aquellos gestos eran un arma de doble filo: por una parte, significaban que podríasacarlo del habitáculo sin temor a causarle una lesión en la columna; por otra, podían provocar lacaída definitiva del vehículo.

Pensando a toda velocidad, Taylor alcanzó el arnés acolchado que había dejado en la escalerapara acercárselo al joven. Con aquel repentino movimiento, la escalera se puso a saltar arriba yabajo, y el cable se tensó.

—¡Soltad más cable! —gritó.

Un instante más tarde, notó que aflojaba la tensión y el arnés empezó a bajar. Cuando lo tuvoen posición, gritó a sus compañeros que ya era suficiente. Abrió uno de los extremos para intentarcolocárselo al hombre y cerrarlo de nuevo.

Se inclinó, pero comprobó con frustración que no podía llegar hasta él. Apenas le faltaba unmetro.

—¿Puede oírme? —le gritó—. Por favor, si entiende lo que le digo, respóndame.

De nuevo sonó el mismo gemido que antes y el conductor se movió. Era evidente que, comomucho, estaba semiconsciente.

En aquel instante, las llamas de debajo de la cabina se intensificaron.

Apretando los dientes, Taylor aferró la cuerda lo más abajo que pudo y se inclinó de nuevohacia el joven. Llegó más cerca, casi al borde del salpicadero, pero el conductor estaba todavíafuera de su alcance.

Taylor oyó que sus compañeros lo llamaban desde el puente.

—¿Puedes sacarlo de ahí? —gritó Joe.

Taylor sopesó la situación. La parte frontal del vehículo no parecía haber sufrido daños, y elhombre estaba medio recostado en el asiento, medio tumbado en el suelo, sin el cinturón deseguridad, encajado, pero con aspecto de poder ser izado a través del agujero del techo. Taylorahuecó su mano libre a modo de altavoz para hacerse oír.

—Creo que sí. El parabrisas está hecho añicos y el techo medio abierto. Tiene sitio paraincorporarse y no veo que nada lo sujete o lo tenga aprisionado.

—¿Puedes llegar hasta él?

—Todavía no —contestó—. Estoy cerca, pero no alcanzo a colocarle el arnés. Está medioinconsciente.

—Haz lo que puedas y apresúrate —le llegó la preocupada voz de Joe—. Desde aquí parece queel fuego del motor del camión está empeorando.

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Pero Taylor ya lo sabía. La cabina de la cisterna irradiaba un intenso calor, y escuchó unosextraños sonidos, como si algo saltara en su interior. Las gotas de sudor le caían por la cara.

Sujetándose mejor, aferró nuevamente la cuerda y se estiró tanto como pudo. Esa vez, susdedos rozaron el brazo del joven a través del parabrisas. La escalera oscilaba sin cesar, y Tayloraprovechaba cada ocasión en que ésta alcanzaba el punto más bajo. Le faltaban sólo centímetros.

De repente, como en una pesadilla, escuchó el rugido de una llamarada cuando una explosiónde fuego brotó del motor hacia él. Se cubrió instintivamente el rostro con las manos mientras lasllamas retrocedían.

—¿Estás bien? —gritó Joe.

—¡Sí, estoy bien!

Se había acabado el tiempo para hacer planes y para discutir alternativas.

Taylor cogió el cable y se lo acercó. Alargando el pie, consiguió meterlo en el gancho del quecolgaba el arnés; luego, apoyó todo su peso en él y, levantándose ligeramente, se soltó del suyo yde la cuerda que lo sostenía.

Agarrándose para salvar su vida y apoyado sólo en un pie, bajó las manos y se puso casi encuclillas. En ese momento estaba lo bastante bajo para llegar hasta el hombre. Soltó una mano yagarró el arnés de seguridad para el conductor. Iba a tener que colocárselo al joven alrededor delpecho y por debajo de los brazos.

La escalera se movía frenéticamente, y el fuego empezaba a lamer el techo del Honda a escasoscentímetros de su cabeza. Gotas de sudor le corrían por el rostro y le entorpecían la visión. Sintióuna descarga de adrenalina.

—¡Despiértese! —gritó—. Tiene usted que ayudarme para que podamos salir los dos de aquí.

El conductor gimió y parpadeó. Aquello no era suficiente. Las llamas se acercaban.

Taylor agarró violentamente al hombre y lo zarandeó.

—¡Ayúdeme, maldita sea!

El conductor pareció despertar, como impulsado por un repentino instinto de supervivencia, ylevantó la cabeza.

—¡Póngase el arnés debajo de los brazos!

No pareció entenderlo, pero estaba en una posición que le permitió a Taylor deslizarle una delas correas por debajo de un brazo. Ya tenía uno. Siguió gritando:

—¡Ayúdeme! ¡Despierte! ¡Ya casi no nos queda tiempo!

El incendio rugía cada vez con más fuerza, y la escalera amenazaba con partirse.

El hombre movió la cabeza, no mucho y tampoco lo suficiente. Su otro brazo, pillado entre elvolante y el cuerpo, parecía aprisionado. Sin preocuparse ya por las consecuencias, Taylor le dioun fuerte tirón que lo hizo desplazarse de lado. La escalera se inclinó peligrosamente, al igual queel coche, cuyo morro apuntó hacia el río.

Sin embargo, de algún modo, el tirón fue suficiente. El hombre abrió los ojos y forcejeó parasalir del asiento. El Honda se balanceaba sin control.

Taylor le ayudó a colocarse el arnés de seguridad y se lo ajustó fuertemente. Con una manosudorosa afirmó el mosquetón en el cable.

—¡Lo vamos a sacar ahora! ¡No nos queda tiempo! —le dijo.

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El otro cayó de nuevo inconsciente. Sin embargo, el camino estaba por fin despejado.

—¡Subidlo! —gritó Taylor a sus compañeros—. ¡Está a salvo!

Luego trepó por el cable hasta colocarse erguido.

Los bomberos empezaron a enrollar el cable muy despacio por temor a que una sacudidapudiera afectar a la escalera. A pesar de todo, en lugar de ver ascender al conductor, Taylor tuvo laimpresión de que era la escalera la que cedía.

Sí, cedía.

«¡Oh, mierda», se dijo.

La vio a punto de doblarse, pero entonces empezaron a subir, centímetro a centímetro. Conuna lentitud de pesadilla, el cable se detuvo y la escalera descendió un poco más. Taylor se diocuenta en el acto de que aquel viejo armazón no podría sostenerlos a los dos.

—¡Parad! —gritó—. ¡La escalera va a partirse!

Tenía que desasirse del cable y de la escalera. Tras asegurarse de que el hombre no se quedaríaatascado, trepó hasta alcanzar los peldaños de la escala metálica; con mucho cuidado, retiró el piedel gancho y dejó que las piernas le colgaran libremente mientras rezaba para que ningunasacudida partiera la estructura. Lentamente empezó a avanzar, como un niño que jugara colgadode los barrotes del laberinto en un parque. Uno, dos, tres, cuatro... El coche ya no estaba bajo suspies, pero todavía podía notar cómo la escalera se inclinaba.

Fue entonces cuando vio que las llamas se avivaban a medida que se acercaban al depósito degasolina. Había visto antes motores incendiados, y su experiencia le decía que aquél estaba apunto de estallar.

Miró hacia el puente y, como si fuera a cámara lenta, vio a los bomberos, a sus amigos, que lehacían gestos frenéticos con los brazos para que se apresurara y le gritaban que se pusiera a salvoantes de que el camión explotara.

Sin embargo, Taylor sabía que no había forma de que consiguieran rescatarlos a él y alconductor antes de la explosión.

—¡Sacadlo de ahí! —chilló a pleno pulmón—. ¡Tenéis que sacarlo ya!

Colgado sobre el río, se soltó de la escalera y cayó. La negrura de la noche lo devoróinstantáneamente.

La corriente estaba veinticinco metros más abajo.

—¡Eso ha sido lo más estúpido, la mayor insensatez que te he visto hacer desde que nosconocemos! —le dijo Mitch con rotundidad.

Habían transcurrido quince minutos y se encontraban sentados en la orilla del Chowan.

—Lo digo en serio. He visto a mucha gente arriesgarse tontamente, ¡pero tú te llevas el primerpremio!

—Pero conseguimos sacar a ese tipo, ¿no? —se defendió Taylor.

Estaba empapado y había perdido una bota mientras nadaba hacia la orilla. Una vez pasado elpeligro, una vez disipado el efecto de la adrenalina, notaba que el cuerpo se le deslizaba hacia un

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estado de agotado adormecimiento. Se sentía como si no hubiera dormido durante días, tenía losmúsculos como de goma, y las manos le temblaban incontrolablemente.

Gracias a Dios, sus compañeros se ocupaban en esos momentos del accidente, porque él sehallaba demasiado exhausto para intervenir. A pesar de que el motor había explotado, la cisternahabía resistido, y los bomberos estaban en condiciones de poder dominar el incendio.

—No tenías por qué haberte soltado. Habrías podido llegar.

A pesar de aquellas palabras, Mitch no estaba del todo seguro de tener razón.

Inmediatamente después de que Taylor se soltara, sus compañeros se habían despabilado yhabían rebobinado el cable a toda prisa. Sin el peso de Taylor, la escalera tenía la resistenciasuficiente para que pudieran sacar al conductor a través del parabrisas. Tal como Taylor habíaprevisto, lo izaron sin causarle un arañazo. Una vez fuera, la escalera giró y se replegó hacia elpuente justo a tiempo, antes de que el camión estallara escupiendo llamaradas en todasdirecciones. Entonces, los restos del coche quedaron libres y se precipitaron al río, tras Taylor.Éste, que ya había previsto que aquello sucedería, no había dejado de nadar furiosamente paraponerse a salvo. Aun así, los restos del Honda cayeron cerca de él, muy cerca.

En el instante en que entró en la corriente, la presión lo había succionado durante variossegundos y lo había mantenido hundido unos cuantos más. Había dado vueltas y girado bajo elagua como un trapo en la lavadora, pero finalmente logró salir a la superficie y respirar unasbocanadas de aire. Al emerger, gritó a sus compañeros que se encontraba bien y lo volvió a hacerdespués de que el montón de chatarra se precipitara en el agua y no lo aplastara por poco.Cuando por fin alcanzó la ribera, estaba mareado y aturdido a causa de la violencia de losacontecimientos. Entonces fue cuando las manos empezaron a temblarle.

Joe no supo si palidecer a causa de la caída de Taylor o por el alivio de ver que todo habíaacabado bien y que el conductor estaba sano y salvo. Envió al amigo de Taylor a buscarlo.

Mitch lo había encontrado sentado en el barro, abrazándose las rodillas y con la frente apoyadasobre ellas. No se había movido desde que había dado con él.

—No tendrías que haber saltado —añadió Mitch ante el silencio de su amigo.

Taylor levantó la cabeza y se secó el agua de la cara.

—Parecía peligroso —contestó inexpresivamente.

—Eso es porque era peligroso. Pero lo que de verdad me preocupaba era el coche que seprecipitó detrás de ti. Podía haberte aplastado...

«Ya lo sé», pensó.

—Por eso nadé bajo el puente —replicó.

—Pero ¿y si hubiera caído unas décimas de segundo antes? ¿Qué habría pasado si el camiónhubiera estallado antes? ¿Y si te hubieras golpeado con algún objeto sumergido? ¡Por el amor deDios!

Y sí...

«Estaría muerto», se dijo.

Meneó la cabeza, aturdido. Sabía que debería responder de nuevo a todas esas preguntascuando Joe se las planteara en serio.

—No sabía qué otra cosa podía hacer —repuso.

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Mitch lo contempló con aire preocupado, mientras percibía la incomodidad en su voz. Habíavisto otras veces aquella actitud de estupor en gente que se daba cuenta de repente de que eraafortunada de seguir con vida. Se dio cuenta del temblor de las manos de Taylor y le dio unaspalmadas de ánimo en la espalda.

—Vamos. Me alegro de que no te haya ocurrido nada.

Taylor asintió. Demasiado exhausto para responder.

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CAPÍTULO 17CAPÍTULO 17

Aquella misma noche, cuando la situación en el puente quedó controlada, Taylor se metió en sucamioneta y regresó a casa. Tal como había sospechado, Joe le había hecho las mismas preguntasque Mitch y había añadido unas cuantas de su propia cosecha, para repasar cuidadosamente todasy cada una de las decisiones de su subordinado y de las razones que lo habían llevado a tomarlas.Aunque aquélla había sido la vez que Taylor había visto más enfadado a su jefe, hizo lo que pudopara convencerlo de que no había obrado imprudentemente.

—Mira, no tenía ganas de saltar, pero si no lo hubiera hecho, ni el conductor ni yo habríamossalido con vida —le dijo.

Joe no tuvo respuesta para aquello.

Las manos de Taylor habían dejado de temblar y, poco a poco, todo su sistema nervioso volvía ala normalidad. No obstante, se sentía exhausto y tiritaba mientras recorría las silenciosascarreteras rurales de regreso al hogar.

Unos minutos después, subía los agrietados peldaños de cemento de la pequeña vivienda queél llamaba su hogar. Con las prisas por marcharse había dejado las luces encendidas, así que lacasa le dio la bienvenida con un ambiente acogedor: los papeles seguían esparcidos sobre la mesa,al lado de la calculadora encendida; el hielo del vaso de agua se había derretido y en el salón se oíael ruido de fondo del televisor. El partido había terminado y en la tele estaban emitiendo noticias.

Dejó las llaves en la encimera de la cocina y fue quitándose la camisa mientras se dirigía a lapequeña galería donde estaban la secadora y la lavadora. Abrió la tapa de esta última y arrojó laprenda. Luego, se descalzó, añadió el pantalón, los calcetines, los calzoncillos y, por último, eldetergente. Puso el electrodoméstico en marcha, cogió de la secadora una toalla que se ató a lacintura y se dirigió al baño, donde se dio una rápida ducha caliente para quitarse la mugre deencima. A continuación, se pasó un cepillo por el cabello y fue apagando todas las luces de la casaantes de meterse en la cama.

Lo hizo a regañadientes. Quería dormir, necesitaba dormir; pero, a pesar del agotamiento,sabía que no podría conciliar el sueño. Al contrario, nada más cerrar los ojos, las imágenes de lashoras previas empezaron a desfilar por su mente. Casi como si de una película se tratara, algunaspasaban a toda velocidad y otras lo hacían hacia atrás. Sin embargo, eran siempre diferentes de loque había sucedido en realidad. Las suyas no eran imágenes de éxito, sino de pesadilla.

Secuencia tras secuencia, fue contemplando cómo las cosas salían mal.

Se vio a sí mismo intentando alcanzar al conductor justo en el momento en que sonaba uncrujido y notaba la espantosa sacudida de la escalera que se partía y los enviaba directos a lamuerte.

Contempló con espanto el rostro de la víctima, contorsionado por el horror mientras extendíala mano en busca de ayuda y el coche se despeñaba sin remisión, puente abajo.

Notó cómo su mano sudorosa resbalaba del cable al que se sujetaba y cómo él se precipitabahacia el río y hacia la muerte.

Escuchó que el motor del camión estallaba mientras él sujetaba el arnés de seguridad y notóque la explosión lo despedazaba, lo abrasaba y le arrancaba la vida.

Revivió la pesadilla que lo había martirizado desde que era pequeño.

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Abrió los ojos de repente. Las manos volvían a temblarle y tenía la garganta seca. Mientrasjadeaba, notó una descarga de adrenalina que casi le provocó espasmos de dolor.

Volvió la cabeza y contempló el reloj de la mesilla. Los rojos dígitos le indicaron que eran casilas once y media.

Sabía que no se podría dormir, así que encendió la lámpara y empezó a vestirse. No entendíapor qué lo hacía, todo lo que sabía era que tenía la necesidad de hablar con alguien. No con Mitchni con Melissa. Tampoco con su madre.

Tenía que hablar con Denise.

El aparcamiento de Eights estaba prácticamente vacío cuando llegó y había un único coche enuna esquina. Detuvo su camioneta cerca del acceso y comprobó la hora. Faltaban diez minutospara que el restaurante cerrara.

Empujó la puerta de entrada y oyó que el tañido de una campanilla indicaba su llegada. El lugarestaba tal como lo recordaba: un mostrador, donde solían sentarse la mayoría de los camionerosque acudían temprano, corría a lo largo de la pared del fondo; había una docena de mesascuadradas en medio de la sala, bajo las aspas de un gran ventilador, y a derecha e izquierda de lapuerta estaban dispuestos unos reservados, tres a cada lado, con sus tapicerías de vinilo rojotachonado. A pesar de lo tarde que era, el sitio todavía olía a beicon.

Vio a Ray al otro lado de la barra, atareado con la limpieza. El hombre levantó la vista cuandoescuchó el tintineo de la campanilla y reconoció a Taylor al instante. Agitó un trapo grasiento enseñal de bienvenida.

—¡Hombre, Taylor! ¡Cuánto tiempo! ¿Vienes a comer?

—¿Eh...? ¡Oh, no, Ray! Gracias —dijo mientras miraba a su alrededor.

Ray hizo un gesto negativo con la cabeza mientras sonreía para sí mismo.

—No sé por qué, pero ya me parecía que no tenías hambre —comentó con picardía—. Denisesaldrá dentro de un minuto. Está recogiendo los cacharros de cocina. ¿Has venido paraacompañarla a casa?

Taylor tardó unos segundos en responder y los ojos de Ray chispearon.

—¿Crees que eres el primero que aparece por aquí a estas horas de la noche con expresión decachorro desvalido? Vienen un par como tú cada semana en busca de lo mismo. Camioneros,motoristas, incluso tíos casados. —Sonrió—. Realmente tiene algo especial, ¿eh? Es bonita comouna flor. Pero no te preocupes, todavía no ha dicho que sí a ninguna proposición.

—Yo..., no... —balbuceó Taylor, que, de repente, no sabía qué decir.

—Pues claro que sí —contestó Ray guiñándole un ojo. A continuación bajó la voz y añadió—:Como te he dicho, no te preocupes. Tengo el presentimiento de que a ti va a decirte que sí. Iré aavisarla de que has llegado.

Taylor sólo pudo contemplar cómo Ray se daba la vuelta y desaparecía. Casi inmediatamente,Denise salió de la cocina a través de una puerta batiente.

—¡Taylor! —exclamó sorprendida.

—Hola —contestó él tímidamente.

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—¿Qué haces por aquí? —le preguntó mientras se le acercaba sonriendo.

—Quería verte —repuso él en voz baja, sin saber exactamente qué más añadir.

Mientras ella se aproximaba, Taylor la contempló. Llevaba un manchado delantal de trabajoencima de un vestido de color amarillo, con cuello de pico y de manga corta, abotonado tan arribacomo era posible; la falda le llegaba justo por debajo de la rodilla. Iba calzada con unas cómodaszapatillas de deporte blancas para evitar que los pies le dolieran. Llevaba el pelo recogido en unacola de caballo y tenía el rostro reluciente de sudor y de la grasa del ambiente de la cocina.

Estaba preciosa.

Ella se dio cuenta de la apreciativa mirada, pero en cuanto estuvo cerca se percató de quehabía algo en los ojos de Taylor, algo que no había visto hasta entonces.

—¿Te encuentras bien? —preguntó—. Parece que te hubieras tropezado con un fantasma.

—No estoy muy seguro —murmuró él casi para sus adentros.

Ella lo contempló, preocupada; luego, volvió la cabeza y preguntó por encima del hombro.

—Ray, ¿te importa si nos sentamos un momento?

Ray continuó limpiando la plancha mientras hablaba y respondió como si no hubiera reparadoen la presencia de Taylor:

—Tómate el tiempo que quieras, cariño. Además, ya casi he terminado.

Denise miró a Taylor.

—¿Quieres sentarte?

Taylor había ido hasta allí exactamente para eso, pero los comentarios de Ray lo habíanalterado. En lo único en que podía pensar era en los hombres que iban al restaurante a propósitopara ver a Denise.

—Quizá no debería haber venido —dijo.

Pero ella, como si supiera exactamente cuál era la respuesta adecuada, sonrió.

—Me alegro de que lo hayas hecho —repuso suavemente—. ¿Qué ha ocurrido?

Taylor permaneció en silencio mientras se daba cuenta de que la situación lo desbordaba: elleve aroma del champú de Denise; el deseo de estrecharla entre sus brazos y relatarle lo sucedidoaquella noche; el despertar de hacía un rato; lo mucho que necesitaba que ella lo escuchara...

«Los hombres que vienen hasta aquí para verla...»

Por encima de cualquier otra cosa, aquella idea borró todo el drama del día. No era que tuvieramotivos para estar celoso —después de todo, Ray ya le había dicho que ella los había despachado—, entre otras razones, porque no había nada entre ellos dos. No obstante, aquel pensamiento seapoderó de él. ¿Qué hombres? ¿Quiénes querían acompañarla a casa? Deseaba saberlo, peroaquél no era el lugar para preguntárselo.

—Será mejor que me marche —dijo moviendo la cabeza—. No debería estar aquí. Tú todavíatienes trabajo.

—No —respondió muy seria Denise, que ya había notado que algo lo preocupaba—. Esta nocheha ocurrido algo ¿Qué ha sido?

—Quería hablar contigo —contestó él, llanamente.

—¿Sobre qué?

Los ojos de ella buscaron los de él. Aquellos ojos tan maravillosos. ¡Dios, qué guapa era!

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Taylor tragó saliva. Tenía la mente hecha un mar de confusión.

—Esta noche ha habido un accidente en el puente.

Denise asintió sin saber adónde quería él ir a parar.

—Lo sé. Creo que por eso hemos tenido una tarde tan tranquila. Como el tráfico estabacortado, casi nadie ha podido llegar al restaurante. ¿Estabas tú en el lugar del accidente?

Taylor asintió.

—He oído que fue terrible. ¿Lo fue tanto?

Él asintió de nuevo.

Denise extendió la mano y le acarició el brazo para interrumpirlo.

—Espera un momento, ¿quieres? —le rogó—. Déjame ver qué falta por hacer antes de quecerremos.

Se alejó, deshaciendo el contacto, y se metió en la cocina. Taylor permaneció en el restaurante,a solas con sus pensamientos durante un rato, hasta que ella reapareció. Para su sorpresa, fuedirectamente a la puerta y le dio la vuelta al cartel de «Abierto». Eights estaba cerrado.

—Toda la cocina está recogida —explicó—. Me quedan un par de cosas que hacer y estaré lista.¿Por qué no me esperas? Así podríamos charlar en casa.

Taylor llevó a Kyle hasta la camioneta. El chico descansaba la cabeza sobre su hombro y, unavez dentro, se acurrucó con Denise sin despertarse en ningún momento.

Cuando llegaron a la vivienda, repitieron el proceso a la inversa: Taylor lo tomó de brazos deella, lo llevó hasta el dormitorio y lo metió en la cama. Denise lo tapó inmediatamente con elcobertor; antes de que salieran, encendió el oso luminoso y una suave música invadió lahabitación. Dejaron la puerta entreabierta y se escabulleron fuera del cuarto.

Bajaron a la sala, y Denise encendió las luces mientras Taylor se acomodaba en el sofá. Tras unapequeña vacilación, ella se sentó a su lado, en el sillón contiguo.

Ninguno de los dos había dicho nada durante el trayecto por miedo a despertar a Kyle; pero encuanto estuvieron cómodos, Denise fue directamente al grano.

—Dime, ¿qué ha pasado esta noche en el puente? —preguntó.

Taylor se lo explicó todo: los detalles del rescate; las preguntas de Mitch y de Joe; las imágenesque no habían dejado de atormentarlo unas horas más tarde. Denise lo escuchó todo sin apartar lamirada. Cuando Taylor hubo concluido, ella se inclinó en su asiento. —Tú lo salvaste.

—No lo hice yo solo, lo hicimos todos —repuso él automáticamente para borrar cualquierdistinción.

—Sí, pero ¿cuántos de vosotros se arriesgaron a trepar por la escalera? ¿Cuántos de vosotrostuvieron que soltarse para que ésta no se partiera?

Taylor no contestó, y Denise se levantó y fue a sentarse a su lado.

—Te has comportado como un héroe —dijo sonriendo levemente—. Igual que cuando Kyle seperdió.

—No lo soy. De verdad que no —contestó él, mientras las imágenes del pasado le volvían a lamemoria.

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—Sí que lo eres —replicó ella tomándole la mano.

Durante los siguientes minutos, charlaron de cosas sin importancia y su conversación divagó. Alfinal, Taylor le preguntó acerca de los pretendientes que insistían en acompañarla a casa, y ella sepuso a reír mientras entornaba los ojos y le explicaba que era algo que formaba parte del trabajo.

—Cuanto más agradable soy, mejores son las propinas. Lo que pasa es que siempre hay quienlo malinterpreta.

La intrascendente charla resultó relajante, y Denise hizo lo que pudo para mantener la mentede Taylor apartada del accidente. Recordaba que, de pequeña, cuando tenía pesadillas, su madrehacía lo mismo: la distraía hablándole de otras cosas hasta que ella se tranquilizaba.

También pareció funcionar con Taylor. Poco a poco, éste empezó a espaciar sus comentarios y adar cabezadas. Los ojos se le fueron abriendo y cerrando lentamente, abriendo y cerrando, y surespiración se hizo más profunda a medida que las tensiones del día empezaron a cobrarse sutributo.

Denise le sostuvo la mano todo el rato mientras contemplaba cómo el sueño se apoderaba deél. Luego, se levantó y fue a buscar otra manta a su dormitorio. Cuando le dio un golpecito en elhombro, Taylor se tumbó sin decir palabra, y ella pudo taparlo sin dificultad.

Medio dormido, murmuró algo acerca de que debía marcharse; pero Denise le susurró quetodo estaba bien.

—Duerme tranquilo —murmuró al tiempo que apagaba la lámpara.

Subió a acostarse y se puso el pijama. Se deshizo la cola de caballo, se cepilló los dientes y selimpió el sudor del rostro. Luego, se deslizó entre las sábanas y cerró los ojos.

Lo último que recordó antes de dormirse fue que Taylor McAden dormía en el salón.

—¡Oha, Teyo! —exclamó Kyle alegremente.

Taylor abrió los ojos y parpadeó ante la luz de la mañana que entraba a chorros a través de laventana. Se apartó el sueño de los ojos frotándoselos con el dorso de la mano y vio a Kyle, que lomiraba desde muy cerca, con el apelmazado cabello completamente despeinado. Tardó unsegundo en darse cuenta de dónde se encontraba.

Kyle dio un paso atrás, sonriendo. Taylor se incorporó, se pasó las manos por el pelo y miró sureloj: eran poco más de las seis. La casa estaba en silencio.

—Buenos días, Kyle, ¿cómo estás?

—«E etá omido.»

—¿Dónde está tu madre?

—«E etá omido en ofá.»

Taylor se puso en pie, notando la rigidez de sus miembros. El hombro le dolía como solíahacerlo todas las mañanas cuando despertaba.

—Y que lo digas —respondió.

Estiró los brazos y bostezó.

—Buenos días —oyó que una voz decía a sus espaldas. Miró por encima del hombro y vio queDenise salía del cuarto, vestida con un pijama rosa y calcetines.

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—Buenos días —contestó dándose la vuelta—. Supongo que anoche me quedé dormido sindarme cuenta.

—Estabas cansado.

—Lo siento.

—No te preocupes —dijo ella.

Kyle se había ido a un rincón de la sala y estaba jugando con sus juguetes. Denise se le acercó yle dio un beso en la cabeza.

—Buenos días, cariño.

—«Beños ías.»

—¿Tienes hambre?

—«O.»

—¿Quieres un yogur?

—«O.»

—¿Quieres seguir jugando con tus juguetes?

Kyle asintió, y Denise se volvió hacia Taylor.

—Y tú, ¿cómo vas de apetito?

—No quiero que tengas que cocinar nada especial para mí.

—Sólo pensaba ofrecerte unos Cheerios —repuso, provocándole una sonrisa. Se ajustó lachaqueta del pijama—. ¿Has dormido bien?

—Como un tronco. Gracias por lo de anoche. Fuiste más que paciente conmigo.

Denise hizo un gesto, restándole importancia. Parpadeó bajo la luz de la mañana; su cabello,largo y enmarañado, le acariciaba los hombros.

—¿Para qué están los amigos, si no?

Incómodo por alguna razón, Taylor se agachó, recogió el cobertor y empezó a doblarlo concuidado, agradecido por tener algo que hacer. Se sentía fuera de lugar en casa de Denise, tantemprano. Ella se le acercó.

—¿Estás seguro de que no quieres quedarte a desayunar? Tengo media caja de cereales.

Taylor dudó.

—¿Y leche? —preguntó finalmente.

—No, aquí nos tomamos los cereales con agua —contestó Denise, muy seria.

Él la miró como si no supiera si debía creerla o no. Cuando ella soltó una carcajada, su risa sonómelodiosa.

—Claro que tenemos leche, bobo.

—¿Bobo?

—Es un apelativo cariñoso. Quiere decir que me gustas —le dijo guiñándole un ojo.

Taylor encontró aquellas palabras inesperadamente agradables.

—En ese caso, me quedaré de buena gana.

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—¿Qué tienes previsto hacer hoy? —preguntó Taylor.

Habían terminado de desayunar y Denise lo estaba acompañando hasta la puerta. Él aún debíair a su casa para cambiarse de ropa antes de reunirse con sus operarios.

—Lo de costumbre. Trabajaré con Kyle durante unas cuantas horas. Luego, no estoy segura.Dependerá un poco de lo que le apetezca: jugar en el jardín, dar una vuelta en bici, lo que sea. Porla noche volveré al trabajo.

—¿A servir otra vez a esa panda de tipos lascivos?

—Mira, esta nena tiene un montón de facturas por pagar —contestó con un punto decoquetería—. Además, no son todos tan malos. La verdad es que el de ayer por la noche erabastante agradable; tanto que le permití que pasara la noche en mi casa.

—¡Vaya! Conque un conquistador, ¿eh?

—La verdad es que no. Resulta que me dio tanta pena que no tuve coraje para ponerlo depatitas en la calle.

—¡Ay!

Cuando llegaron a la puerta Denise se apoyó en él y le dio un golpecito amistoso.

—Sabes que estoy bromeando.

—Eso espero.

El cielo estaba limpio de nubes y el sol asomaba en el este por encima de los árboles mientrasellos salían al porche.

—Bueno, yo... Escucha, gracias por lo de anoche.

—Ya me has dado las gracias antes, ¿te acuerdas?

—Lo sé —dijo Taylor con firmeza—, pero quería dártelas de nuevo.

Se quedaron en el sitio sin moverse, hasta que Denise se le acercó con la mirada fija en el suelo;luego, levantó la vista hacia él, ladeando ligeramente la cabeza. Se aproximó y pudo ver lasorpresa que aparecía en los ojos de Taylor cuando lo besó suavemente en los labios.

No fue más que un roce, pero él no pudo evitar quedarse contemplándola mientras pensaba enlo hermosa que era.

—Me alegro de que fuera a mí a quien recurrieras —dijo Denise.

Allí, en el porche, vestida con un pijama y con el cabello revuelto, tenía un aspecto soberbio.

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CAPÍTULO 18CAPÍTULO 18

Aquel mismo día, más tarde y a petición del propio Taylor, Denise le enseñó el diario de Kyle.

Sentada en la cocina, a su lado, fue pasando las páginas mientras las comentaba de vez encuando. Cada hoja tenía anotados los objetivos que se había marcado, las palabras específicas ylas frases que Kyle debía pronunciar, así como las observaciones posteriores.

—¿Lo ves? No es más que un archivo de todo lo que hacemos. Eso es todo.

Taylor volvió a la primera página, en cuya cabecera sólo figuraba una palabra: «manzana». Másabajo empezaban las anotaciones de Denise, que se prolongaban en el reverso. Era la descripciónde cómo había transcurrido el primer día que había trabajado con Kyle.

—¿Me permites? —preguntó.

Ella asintió, y Taylor empezó a leer despacio, empapándose de cada palabra. Cuando huboacabado, la miró.

—¿Cuatro horas?

—Sí.

—¿Cuatro horas para pronunciar la palabra «manzana»?

—De hecho, no la pronunció de forma completamente correcta, ni siquiera al final de la sesión.Pero fue suficiente para que yo pudiera entender lo que quería decirme.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Me limité a trabajar con él hasta que la pronunció.

—Pero ¿cómo sabías que funcionaría?

—No lo sabía. Al menos, no al principio. Había estudiado un montón de cosas acerca delproblema de Kyle y de las distintas formas que había para trabajar con chicos como él; había leídolos programas que algunas universidades habían puesto en marcha; había estudiado a fondo lasdistintas terapias del lenguaje y los efectos que producían. Sin embargo, nada de lo que habíapasado por mis manos describía con precisión la dolencia de Kyle. La mayor parte de los textoshacía referencia a casos de chicos diferentes. A pesar de todo, hay dos libros —Niños con retrasoen el habla, de Thomas Sowell, y Déjame escuchar tu voz, de Catherine Maurice— que seacercaban bastante. El libro de Sowell fue el primero que me descubrió que no estaba sola ante elproblema, que hay muchos niños que tienen dificultades para hablar aunque no sufran ningunadolencia. El de Maurice, aunque se refiere básicamente a los autistas, me dio una idea de cómopodía enseñar a Kyle.

—¿Y cómo lo haces?

—Uso un programa de modificación del comportamiento, uno que diseñaron los de laUniversidad de California en Los Ángeles. Habían tenido éxito con los niños autistas premiándoleslas conductas positivas y castigando las negativas. Yo me limité a adaptar el tratamiento para elhabla, ya que es el único problema de Kyle. En esencia, cuando Kyle dice lo que le pido que diga,recibe a cambio una golosina. Si no lo hace, se queda sin ella; y si no quiere intentarlo o se ponetozudo, lo regaño. Cuando le enseñé la palabra «manzana», le mostré una imagen de esa fruta y lerepetí el nombre varias veces. Cada vez que emitía algún sonido, le daba un trocito de golosina.Después de eso, se lo daba si el sonido era correcto, aunque no fuera la palabra completa. Así fuiavanzando hasta que al final sólo lo premiaba cuando conseguía articular la palabra entera.

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—¿Y para conseguir eso tardaste cuatro horas?

Denise asintió.

—Sí. Cuatro largas e interminables horas. Lloró y pataleó y no dejó de intentar bajarse de susillita. Llegó a gritar como si le estuviera clavando alfileres. Si alguien nos hubiera oído en aquelmomento, habría dicho que yo estaba torturando a mi hijo. Creo que pronuncié la palabra«manzana» unas quinientas o seiscientas veces. La repetí y la repetí hasta que nos hartamos. Fueterrible, realmente terrible para los dos. Pensé que nunca se acabaría; pero ¿sabes una cosa?...

Denise se le acercó.

—Cuando al final la pronunció correctamente, todos aquellos malos momentos quedaronolvidados de golpe. Toda la frustración, la ira y el miedo que ambos habíamos sentido sedesvanecieron. Me acuerdo perfectamente de lo emocionada que estaba. No te lo puedes niimaginar. Me puse a llorar y le hice repetir la maldita palabra una docena de veces antes deconvencerme de que realmente la sabía pronunciar. Aquélla fue la primera vez que tuve la plenacerteza de que Kyle podía aprender. Lo había conseguido yo sola, con mis propios medios, y no tepuedo explicar lo que significó para mí tras todo lo que los médicos me habían llegado apronosticar.

Denise meneó la cabeza con un gesto de incredulidad al recordar aquel día.

—Después de eso, seguimos intentándolo con nuevas palabras, de una en una, hasta que lasfue aprendiendo todas. Llegó un momento en que Kyle podía decir el nombre de cualquier tipo deflor, árbol, coche o avión. Su vocabulario era extensísimo, aunque todavía no era capaz deentender para qué servía el lenguaje. Así fue como empezamos con las combinaciones de dospalabras, como «camión azul» o «árbol grande». Creo que eso lo ayudó a captar lo que yointentaba enseñarle: que las palabras son el modo mediante el cual las personas se comunican.Tras unos cuantos meses, Kyle podía repetir casi cualquier cosa que yo dijera, así que empecé aenseñarle lo que significaban las preguntas.

—¿Y eso fue difícil?

—Todavía es difícil; más difícil que enseñarle palabras, porque ahora debe intentar descifrar loscambios de entonación, captar el significado de la pregunta y responderla adecuadamente. Todoeso le cuesta mucho. Nos hemos pasado los últimos meses practicando. Al principio, las preguntasplanteaban todo un conjunto de nuevos desafíos, porque Kyle pretendía repetir lo mismo que yole planteaba. Si le mostraba un dibujo de una manzana y le decía: «¿Qué es esto?», él merespondía.«¿Qué es esto?» Si yo le decía: «Di "esto es una manzana"», él me contestaba: «Di "estoes una manzana".» Al final opté por plantear la pregunta en voz baja y dar la respuesta en voz alta,confiando en que captara lo que pretendía enseñarle; pero durante una larga temporada se limitóa murmurar la pregunta y a repetir la respuesta con mi misma entonación y palabras. Tardésemanas en lograr que sólo dijera la respuesta. Naturalmente, siempre que lo conseguía, yo ledaba su premio.

Taylor asintió. Estaba empezando a hacerse una idea de la dificultad que entrañaba aquello.

—Has debido de tener la paciencia de una santa.

—No siempre.

—Pero hacer todo eso día tras día...

—Era necesario. Además, mira lo lejos que ha llegado.

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Taylor hojeó el diario hacia el final. De una página casi vacía con una única palabra en ella, lasnotas de Denise pasaban a ocupar tres y hasta cuatro hojas.

—Ha progresado mucho —reconoció Taylor.

—Sí, lo ha hecho. Pero todavía le queda un largo camino por recorrer. Se las arregla conpreguntas con «qué» y «quién», pero todavía le cuesta comprender el significado de «por qué» y«cómo». Por otra parte, aún no sabe mantener una conversación y se limita a pequeñasafirmaciones. También tiene problemas para construir frases. Por ejemplo, sabe qué quiero decircuando le pregunto «¿dónde está tu coche?»; pero si le digo «¿dónde has puesto tu coche?», todolo que consigo es una mirada vacía como respuesta. Éstas son las cosas que hacen que me alegrede haber escrito el diario. Siempre que Kyle tiene un mal momento, y los tiene bastante amenudo, lo abro y recuerdo todos los retos que ha superado hasta ahora. Algún día, cuando estémejor, se lo entregaré. Me gustaría que lo leyera y que supiera lo mucho que lo quiero.

—Eso ya lo sabe.

—Sí, pero en alguna ocasión me gustaría escuchar de sus labios que él también me quiere.

—¿No te lo dijo el otro día, cuando lo acostaste?

—No. Kyle nunca me ha dicho semejante cosa.

—¿Y no has intentado enseñárselo?

—No.

—¿Por qué?

—Porque quiero que me sorprenda el día en que le salga de dentro.

Durante la semana y media siguiente, Taylor pasó cada vez más tiempo en casa de Denise. Ibasiempre después de comer, cuando sabía que ella ya habría terminado de trabajar con Kyle. Unasveces se quedaba una hora más o menos; otras, un poco más. Un par de tardes jugó con él alanzarle la pelota mientras Denise los contemplaba desde el porche, y al día siguiente le enseñó agolpearla con un pequeño bate y un tee que él mismo había usado de niño. Tras cada swing,Taylor volvía a colocar la bola en el tee y seguía animándolo para que volviera a intentarlo. Paracuando Kyle ya no pudo más, Taylor estaba empapado de sudor. Denise le entregó un vaso deagua y lo besó por segunda vez.

El domingo, una semana después de la feria, Taylor los llevó a Kitty Hawk, donde pasaron todoel día en la playa. Les enseñó el lugar donde Orville y Wilbur Wright habían realizado su históricovuelo en 1903, y pudieron leer los detalles de la hazaña en un monumento que había sido erigidopara conmemorarla. Compartieron una merienda y jugaron con las olas mientras caminaban por laplaya y sobre ellos revoloteaban las golondrinas. Por la tarde, Denise y Taylor construyeroncastillos de arena y Kyle se lo pasó en grande derruyéndolos; gruñía como si fuera Godzilla ypateaba los montones de arena en cuanto ellos los moldeaban.

En el camino de regreso, hicieron una parada en una granja y compraron unas mazorcas.Mientras Kyle devoraba sus macarrones, Taylor se quedó a cenar en casa de Denise por primeravez. El viento, el sol y la playa habían dejado a Kyle agotado, así que se quedó dormido tan prontocomo hubo acabado la cena. Taylor y Denise estuvieron charlando en la cocina hasta casi la

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medianoche. Luego, cuando se despidieron, se besaron de nuevo, y Taylor la estrechó entre susbrazos.

Unos días más tarde, él le prestó la camioneta para que pudiera ir de recados al centro. CuandoDenise regresó se encontró las puertas de los armarios de la cocina arregladas.

—Espero que no te importe —le había dicho él, que aún se preguntaba si no habría traspasadoalguna invisible frontera.

—¡Claro que no! —exclamó ella, batiendo palmas—; pero, ya que estás, ¿no podrías hacer algocon el grifo del fregadero?

Media hora más tarde, el goteo había desaparecido.

En los momentos que pasaban a solas, Taylor se sorprendía al quedarse embobado ante lasencilla belleza y el encanto de Denise. Sin embargo, también había ocasiones en las que podíaapreciar las huellas que los sacrificios que había tenido que hacer por su hijo le habían dejado enel rostro. Era una expresión parecida a la fatiga, como la de un guerrero tras una larga batalla enlas praderas; una expresión que lo llenaba de una admiración que le costaba expresar conpalabras. Tenía la impresión de que Denise pertenecía a una clase de personas que estaba en víasde desaparecer: ella era todo lo contrario de los que se entregaban a las prisas en busca de lasatisfacción personal y de la autoestima. Taylor pensaba que había demasiada gente que sólo creíaen el trabajo como forma de conseguir esas cosas, no en la paternidad, y que, para muchos, elhecho de tener hijos tenía poco que ver con educarlos. Cuando se lo comentó a Denise, ésta selimitó a desviar la mirada y a contestar:

—Sí. Antes yo también pensaba así.

El miércoles de la semana siguiente, Taylor invitó a Kyle y Denise a su casa. Su vivienda separecía a la de Denise en ciertos aspectos: era antigua y se levantaba en medio de una granparcela de terreno. Sin embargo, la de Taylor había sido rehabilitada varias veces, antes y despuésde que él la comprara. A Kyle le entusiasmó el cobertizo para las herramientas que había en laparte de atrás. Cuando señaló el pequeño tractor, que en realidad era una máquina cortacésped,Taylor lo montó en ella y le dio un paseo sin poner en marcha las aspas. Al igual que cuando habíaconducido la camioneta, Kyle estaba radiante mientras zigzagueaban por el jardín.

Viéndolos juntos, Denise se percató de que la primera impresión de timidez que le habíaproducido Taylor no era exacta, aunque estaba convencida de que era reservado. A pesar de quehabían charlado en muchas ocasiones de su trabajo como voluntario en el Cuerpo de bomberos,Taylor se mostraba siempre muy callado con respecto a su padre y nunca había vuelto amencionarlo tras aquella noche en el porche. Tampoco le había contado una palabra acerca de lasmujeres que había conocido antes que a ella, ni siquiera de pasada. No era algo a lo que Denisediera importancia, pero le causaba cierta perplejidad.

Sin embargo, tenía que admitir que se sentía atraída por él. Taylor había aparecido en su vidacuando menos lo esperaba y de la manera más sorprendente. De hecho, se había convertido enalgo más que un amigo. A pesar de todo, por las noches, cuando yacía bajo las sábanas y elrenqueante ventilador, se sorprendía a sí misma esperando y rezando para que todo aquello nofuera un sueño.

—¿Cuánto rato más? —preguntó Denise.

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Taylor la había sorprendido llevándole una vieja máquina de hacer helados, completa y contodos los ingredientes necesarios. En aquel momento, él estaba dando vueltas a la manivela ysudando copiosamente mientras la crema se espesaba despacio.

—Cinco minutos. Quizá diez. ¿Por qué? ¿Acaso tienes hambre?

—Nunca he probado un helado casero.

—¿Pretendes reclamar su propiedad? Si es así, te cedo la manivela un rato.

Ella alzó las manos.

—No, gracias. Es más divertido ver cómo lo haces tú.

Taylor asintió con gesto abatido y se hizo el mártir fingiendo que luchaba contra un manubriogigantesco. Denise se rió mientras él se secaba el sudor con el dorso de la mano.

—¿Tienes pensado hacer algo el sábado por la noche?

Ella esperaba aquella pregunta.

—La verdad es que no.

—¿Te gustaría que fuéramos a cenar?

Denise se encogió de hombros.

—Claro, pero ya sabes cómo es Kyle, no le gusta casi nada de lo que sirven por ahí.

Taylor tragó saliva y siguió dando vueltas a la heladera. Sus miradas se cruzaron.

—Estaba pensando en que fuéramos tú y yo. Sin Kyle esta vez. Mi madre me ha asegurado queestaría encantada de quedarse a cuidarlo.

Ella vaciló.

—No sé cómo se portará con ella. Tu madre apenas lo conoce.

—¿Y qué tal si te recojo cuando Kyle ya esté dormido? Puedes acostarlo. Te prometo que nonos iremos hasta que estés segura de que todo va bien.

Al final, incapaz de disimular su satisfacción, Denise cedió.

—Realmente has pensado en todo, ¿verdad?

—No quería darte la oportunidad de que dijeras que no.

Ella sonrió y se acercó hasta que sus rostros estuvieron casi juntos.

—En ese caso, me encantaría ir —replicó.

Judy llegó a las siete y media, unos minutos después de que Denise hubiera metido a Kyle en lacama. Ésta había procurado que pasara el día haciendo cosas fuera, con la esperanza de que secansara y se durmiera lo antes posible. Habían ido hasta el centro en bicicleta, jugado en el parquey, luego, en casa, en la parte trasera del jardín. El día había sido caluroso y húmedo, la clase de díaque agota, y Kyle empezó bostezar justo antes de la cena. Después de bañarlo y ponerle el pijama,Denise le leyó tres cuentos en el dormitorio mientras él bebía su vaso de leche con los ojos mediocerrados. Cuando corrió las cortinas —fuera aún había luz— y se escabulló por la puerta, Kyledormía profundamente.

Se dio una ducha y se depiló las piernas. A continuación, envuelta en una toalla, pensó en loque se podía poner. Taylor le había dicho que pensaba llevarla a Fontana, un restaurante

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encantador y muy tranquilo del centro. Cuando ella le había preguntado cómo debía vestirse, él lecontestó que no se preocupara, lo cual no le sirvió de ninguna ayuda.

Al final optó por un sencillo vestido de cóctel negro que era apropiado para casi cualquierocasión. Hacía años que no se lo ponía, y seguía envuelto con el mismo plástico de la tintorería deAtlanta. Apenas podía recordar cuál había sido la última vez que lo había llevado, pero se sintiócomplacida cuando comprobó que todavía le quedaba bien. A continuación se puso unos zapatosde tacón bajo. Por un momento pensó en ponerse medias negras, pero lo descartó de inmediato:era una noche demasiado calurosa. Además, ¿quien llevaba medias negras en Edenton si no eraporque iba a un funeral?

Después de secarse y moldearse el cabello se puso un poco de maquillaje y sacó el frasco deperfume que guardaba en la mesilla de noche. Una gota en el cuello, otra en el pelo y un toque enlas muñecas, que se frotó una contra la otra, fueron suficiente. En la cómoda tenía un pequeñojoyero con algunas baratijas del que sacó un par de pendientes en forma de aro.

De pie ante el espejo del cuarto de baño, se contempló, satisfecha con su aspecto. Estaba bien,ni mucho ni poco. Lo justo. Fue en ese momento cuando oyó que Judy llamaba a la puerta. Taylorapareció dos minutos más tarde.

El Fontana llevaba más de una década funcionando como restaurante. Lo dirigían suspropietarios, una pareja suiza de mediana edad que había llegado a Edenton procedente de NuevaOrleans en busca de una vida menos ajetreada y de paso habían llevado con ellos un toque deelegancia a la ciudad.

Con una iluminación discreta y un servicio de primera clase, era el lugar preferido por lasparejas que celebraban aniversarios o compromisos. El sitio se había hecho definitivamentefamoso desde que había aparecido en un artículo de la revista Southern Living.

Taylor y Denise estaban sentados a una de las mesas del rincón. Él jugueteaba con un vaso dewhisky con soda mientras ella bebía pequeños sorbos de vino blanco.

—¿Has estado aquí otras veces? —preguntó Denise al tiempo que estudiaba la carta.

—Unas cuantas. Pero hacía tiempo que no venía.

Tras años de comidas y cenas a base de un solo plato, Denise hojeó las páginas, incómoda antela cantidad de sugerencias.

—¿Qué me recomiendas?

—La verdad es que todo. El corre de cordero es una especialidad de la casa. Pero los filetes y elmarisco también valen la pena.

—Eso no me ayuda a elegir.

—Pero es la verdad. Pidas lo que pidas, te gustará.

Mientras estudiaba la lista de entrantes, Denise jugueteó con un mechón de cabello, y Taylor lacontempló, fascinado y divertido al mismo tiempo.

—¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche?

—Sólo dos veces —replicó ella aparentando indiferencia—. Pero no te sientas obligado acallarte. Te aseguro que no me importa.

—¿De verdad?

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—No cuando el comentario me lo hace un hombre tan mal vestido como tú.

—¿Mal?

Denise le guiñó un ojo.

—En este caso, «mal» quiere decir lo mismo que «bobo».

La cena fue maravillosa en todos los sentidos: la comida era una delicia, y el entorno,innegablemente romántico. Después de los postres, Taylor le tomó la mano y ya no se la soltó.

A medida que avanzaba la noche fueron explicándose sus vidas respectivas: Taylor le explicó eltiempo que llevaba como voluntario y los peores incendios y desastres en los que habíaparticipado; también le habló de Mitch y de Melissa, los dos amigos con los que había compartidoaquellas experiencias. Denise le relató su época de universidad, las anécdotas de sus primerosaños como profesora y lo absolutamente novata que se sintió el primer día que pisó un aula llenade alumnos.

Para ambos, aquella velada marcó el comienzo de su relación como pareja. También fue laprimera ocasión en la que Kyle no surgió en la conversación.

Cuando después de cenar salieron a la calle desierta, Denise se dio cuenta de lo diferente queparecía la vieja ciudad por la noche, como si fuera un lugar perdido en el tiempo. Aparte delFontana y de un bar de una esquina, todo lo demás estaba cerrado. Caminaron a lo largo de lasfachadas de ladrillo que el tiempo había cuarteado y pasaron por delante de la tienda de unanticuario y de una galería de arte.

En la quietud de la noche, ninguno de los dos sentía la necesidad de hablar. Al cabo de unosminutos llegaron al puerto, y Denise divisó los barcos amarrados a los pantalanes. Había de todoslos tipos, grandes y pequeños, nuevos y antiguos, y abarcaban desde veleros de madera hastayates de motor. Unos cuantos estaban iluminados por dentro, pero el único sonido que seescuchaba era el del agua que golpeaba contra el muelle.

Apoyándose en la barandilla que bordeaba el paseo, Taylor tosió levemente y tomó la mano deDenise.

—¿Sabías que Edenton fue uno de los primeros puertos del sur? —explicó—. Aunque la ciudadno era más que un pequeño núcleo de casas, los mercantes solían detenerse aquí, ya fuera paravender sus mercancías o para cargar provisiones. ¿Puedes ver los balcones que coronan aquellosedificios? —Señaló hacia un grupo de casas antiguas, y Denise asintió—. En la época de lascolonias, la navegación era muy peligrosa, y las esposas de los marineros solían pasear por allímientras esperaban ver regresar los barcos de sus maridos. No obstante, los naufragios eran tanfrecuentes que el lugar acabó siendo conocido como el Paseo de las Viudas. Sin embargo, cuandolos navíos llegaban a Edenton, y no importaba lo largo que hubiera sido el viaje, no entrabandirectamente en el puerto, sino que anclaban en medio de la bahía, y las mujeres que losaguardaban en los balcones tenían que hacer esfuerzos para distinguir a sus esposos entre lastripulaciones.

—¿Y por qué se quedaban en la bahía?

—Porque cerca de aquí había un gran ciprés solitario. Era una de las marcas que usaban losbarcos para saber que habían llegado a Edenton, especialmente si era la primera vez. No habíaotro árbol como aquél en toda la Costa Este. Normalmente, los cipreses crecen cerca de las orillas,pero aquél se erguía a unos ciento cincuenta metros del mar. Era como un monumento por lofuera de lugar que estaba. El caso es que los barcos tomaron la costumbre de detenerse frente a

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aquel árbol siempre que se disponían a entrar en puerto; entonces arriaban un bote y unoscuantos marineros remaban e iban a depositar una botella de ron al pie del tronco como señal deagradecimiento por haber regresado con vida. Y no sólo eso: siempre que un navío zarpaba, latripulación se reunía en torno al ciprés y bebía un trago de ron a la salud del árbol con laesperanza de tener un viaje próspero y seguro. Por eso lo llamaban el Árbol del Trago. —¿Deverdad?

—Completamente. La ciudad rebosa de leyendas acerca de las tripulaciones que no sedetuvieron para tomar el trago de rigor y que desaparecieron en el mar. Se consideraba malasuerte no hacerlo y sólo los imprudentes se atrevían a hacer caso omiso de la superstición. Los queasí obraban lo hacían bajo su propia responsabilidad.

—¿Y qué sucedía si no quedaba ron al pie del ciprés cuando un barco se hacía a la mar? ¿Acasono salían?

—Según se cuenta, semejante cosa nunca sucedió.

Taylor se volvió hacia el agua y el tono de su voz cambió.

—Recuerdo que mi padre me contaba esta historia cuando yo era pequeño. Me llevaba al lugarexacto donde había estado el árbol y me la explicaba con todo lujo de detalles.

Denise sonrió.

—¿Sabes más cosas sobre Edenton? —Unas cuantas.

—¿Alguna historia de fantasmas?

—Claro que sí. Todas las ciudades antiguas de Carolina del Norte tienen su historia defantasmas. En Halloween, mi padre solía sentarse conmigo y mis amigos, después de quehubiéramos ido de casa en casa pidiendo caramelos, y nos contaba la historia de Brownrigg Mili.Va de una bruja, y es perfecta para amedrentar a los niños: hay ciudadanos aterrorizados, conjurosdiabólicos, muertes misteriosas, incluso un gato de tres patas. Cuando mi padre acababa,estábamos demasiado asustados para conciliar el sueño. Era un artista contando historiasincreíbles.

Denise meditó sobre lo diferente que era vivir en una ciudad pequeña comparado con suinfancia en Atlanta.

—Eso debía de ser fantástico.

—Lo era... Si quieres, un día puedo hacer lo mismo con Kyle.

—Dudo que entendiera tu relato.

—Puede que le cuente aquella del monstruoso camión encantado del condado de Chowan.

—¡Vamos ya! No existe tal cosa.

—Lo sé; pero siempre puedo inventármelo.

Denise le apretó la mano levemente.

—¿Cómo es que nunca has tenido hijos? —le preguntó.

—No pertenezco al sexo adecuado.

—Ya sabes a lo que me refiero, bobo. Serías un padre estupendo.

—No lo sé. Simplemente, no los he tenido. Eso es todo.

—¿Nunca te ha apetecido?

—Sí, alguna vez.

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—Entonces, deberías.

—Ahora empiezas a parecerte a mi madre.

—Ya sabes lo que dicen: «Las grandes mentes piensan igual.»

—Si eso es lo que te dices a ti misma...

—Exactamente.

Cuando salieron de la zona portuaria y mientras se encaminaban de nuevo hacia el centro, aDenise le sorprendió darse cuenta de lo mucho que su mundo había cambiado recientemente y deque el principal responsable de los cambios era el hombre que caminaba a su lado.

Sin embargo, a pesar de todo lo que él había hecho por ella, Taylor no le había pedido nada acambio, nada que ella no estuviera decidida a darle. Por otra parte, había sido ella la que habíatomado la iniciativa de besarlo, tanto la primera vez como la segunda. Incluso el día que habíanido de excursión a la playa, cuando se quedó hasta tarde en su casa, él se marchó tan pronto comopercibió que era el momento de hacerlo.

Denise sabía que la mayoría de los hombres no lo habría hecho: ellos tomaban la iniciativa tanpronto como se presentaba la más pequeña oportunidad. Dios era testigo de que esoexactamente era lo que había hecho el padre de Kyle. Pero Taylor era diferente: se conformabacon conocerla poco a poco, con escuchar sus problemas, con arreglarle las puertas de los armariosy preparar helado casero en el porche. Se comportaba como un caballero en todos los sentidos.

Pero como él no la había apremiado, Denise se encontró deseándolo aún más por esa razón, ycon una intensidad que la sorprendió. Se preguntó qué sentiría cuando por fin Taylor la estrecharaentre sus brazos y qué sensaciones experimentaría cuando la acariciara y sus dedos se deslizaranpor su cuerpo y su piel. Aquellos pensamientos le provocaron un nudo interior, y le apretó la manoinstintivamente.

Cuando llegaron cerca de la camioneta de Taylor, pasaron por delante de un establecimientocuya puerta alguien había dejado medio entornada. Grabado en el cristal se leía el nombre: Trina'sBar. Aparte del Fontana, era el único local del centro que abría hasta tarde. Denise echó un vistazoal interior y vio tres parejas que charlaban tranquilamente en torno a varias mesas circulares. Enun rincón, una máquina de discos desgranaba una melodía country. La voz del cantante callócuando terminó la canción, y se produjo un breve silencio hasta que empezó la siguiente:Unchained melody. Denise se detuvo en seco cuando la reconoció y tiró de la manga de Taylor.

—Me encanta esta canción —le dijo.

—¿Te apetece que entremos?

Ella dudó un instante, mientras se dejaba llevar por la música.

—Podríamos bailar un rato... —propuso él.

—No. Me sentiría rara con toda esa gente mirándonos —contestó Denise al cabo de unmomento—. Además, tampoco hay sitio.

Las calles estaban desiertas de tráfico y de peatones. Una sola luz, en lo alto de una farola,parpadeaba e iluminaba la esquina de asfalto. Junto a la música, del bar salían también losmurmullos de las conversaciones. Denise se alejó un paso de la puerta del local. A sus espaldasseguía sonando la canción cuando Taylor se detuvo. Ella lo miró con extrañeza.

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Sin decir una palabra, él la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. Con una sonrisa cautivadora lecogió la mano, se la llevó a los labios, la besó y se la soltó. Dándose cuenta de lo que Taylorpretendía, y sin apenas dar crédito a la situación, Denise dio un paso adelante y se dejó llevar.

Durante un breve instante, los dos se sintieron incómodos, pero la melodía seguía sonando y latorpeza se desvaneció. Al cabo de unos pasos, Denise cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre elhombro de él. Taylor le acarició la espalda, y todo lo que ella pudo oír fue su respiración mientrastrazaban lentos círculos y se mecían al son de la melodía. De repente, a Denise no le importó sialguien miraba o no. Excepto el cálido contacto del cuerpo de Taylor apretado contra el suyo, elresto carecía de importancia. Bailaron y bailaron, abrazados el uno al otro, bajo la parpadeante luzde la farola, en la pequeña ciudad de Edenton.

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CAPÍTULO 19CAPÍTULO 19

Judy estaba leyendo una novela en la sala cuando Denise y Taylor regresaron. Kyle, les explicó,ni siquiera se había movido mientras habían estado fuera.

—¿Os lo habéis pasado bien? —preguntó, mirando las arreboladas mejillas de la joven.

—Sí, estupendamente —contestó ella—. Gracias por cuidar a mi hijo.

—Ha sido un placer —repuso con sinceridad, echándose el bolso al hombro y disponiéndose amarchar.

Denise fue a ver a Kyle mientras Taylor acompañaba a su madre al coche. Él no dijo gran cosa, yJudy tuvo la esperanza de que eso significara que su hijo estaba tan prendado de Denise comoésta parecía estarlo de él.

Cuando Denise salió del dormitorio de Kyle vio que Taylor estaba agachado frente a unapequeña nevera que acababa de sacar de la parte trasera de su camioneta, tan inmerso en lo quehacía que no la había oído cerrar la puerta.

Denise no se movió y, sin decir una palabra, observó que él abría la tapa y sacaba un par decopas altas y alargadas. Taylor las sacudió para quitarles los restos de agua, y el cristal tintineó. Acontinuación, las depositó sobre la pequeña mesa que había frente al sofá, volvió a rebuscar en lanevera y extrajo una botella de champán, le quitó el sello de alambre, la descorchó en un único yfluido movimiento y la puso al lado de las copas. Metió de nuevo la mano en la nevera y esa vezapareció un plato de fresas silvestres envueltas en celofán. Les quitó el papel, las dispuso junto a labebida y apartó a un lado la nevera. Luego, se levantó y examinó el resultado, aparentementesatisfecho, mientras se limpiaba la humedad de las manos en el pantalón. Entonces se dio la vueltay se quedó de piedra, con una expresión avergonzada, al comprobar que Denise lo había estadoobservando. Sonrió tímidamente.

—Se me ocurrió que esto podría ser una sorpresa agradable —dijo.

Ella lo miró y luego a la mesa, dándose cuenta de que había estado conteniendo la respiración.

—Lo es, desde luego.

—No sabía si preferías vino o champán, así que decidí arriesgarme —dijo mientras la mirabafijamente.

—Es fantástico —murmuró ella—. Ya ni me acuerdo de la última vez que lo bebí.

Él cogió la botella.

—¿Te sirvo?

—Por favor.

Taylor llenó las dos copas al tiempo que Denise se acercaba, sintiéndose repentinamenteinsegura. Él le entregó una en silencio, y ella no pudo menos que observarlo y preguntarse cuántotiempo había dedicado a planear todo aquello.

—Espera un momento, ¿vale? —dijo de repente Denise, sabiendo exactamente qué era lo quefaltaba.

Taylor la contempló depositar la copa, salir corriendo y meterse en la cocina. Escuchó el ruidoque hacía al revolver los cajones. Al cabo de un instante, Denise reapareció con dos pequeñas

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velas y una caja de cerillas. Las colocó en la mesa, al lado de las fresas y el champán, y lasencendió.

La sala se transformó por completo tan pronto como apagó las luces, y las sombras danzaronen las paredes. Denise alzó su copa. En la dorada penumbra estaba más hermosa que nunca.

—Por ti —dijo Taylor, al tiempo que entrechocaban las copas.

Ella bebió un sorbo. Las burbujas le hicieron cosquillas en la nariz, pero le encantó.

Taylor señaló el sofá, y los dos se sentaron, muy cerca el uno del otro. La rodilla de la joven leacariciaba el muslo. Fuera, la luna se había abierto paso entre las nubes y derramaba su claridad através de la ventana, pintándolo todo de blanco y plata. Taylor tomó un sorbo de champán sindejar de mirar a Denise.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó ella.

Él apartó un instante los ojos antes de responder.

—Estaba pensando en lo que habría pasado si aquella noche no hubieras sufrido el accidente.

—Pues que todavía tendría coche —replicó ella, y Taylor rió antes de ponerse serio de nuevo.

—Sí, pero, de no haber sucedido, ¿crees que yo estaría aquí?

Denise lo meditó.

—No lo sé —dijo finalmente—, pero me gusta pensar que sí. Mi madre creía que la gente estádestinada a encontrarse. Ya sé que no es más que una idea romántica propia de la juventud, perosupongo que una parte de mí todavía cree en ella.

Taylor asintió.

—Mi madre piensa igual. Sospecho que ésa es una de las razones por las que nunca se havuelto a casar. Sabía que no habría nadie capaz de reemplazar a mi padre. Tengo la impresión deque, desde su muerte, ni siquiera se le ha pasado por la cabeza la idea de salir con alguien.

—¿En serio?

—Eso es lo que me ha parecido.

—Estoy segura de que te equivocas, Taylor. Tu madre es humana como cualquiera, y todosnecesitamos compañía.

Tan pronto como hubo pronunciado aquellas palabras, Denise se dio cuenta de que se habíareferido tanto a sí misma como a Judy. Sin embargo, Taylor no parecía haberlo percibido; alcontrario, sonrió y dijo:

—Tú no la conoces como yo.

—Puede. Pero recuerda que mi madre pasó por experiencias parecidas a las de la tuya y,aunque siempre echó de menos a mi padre, me consta que seguía deseando que alguien la amara.

—¿No salió con nadie?

Denise asintió y bebió un sorbo de champán. Las sombras jugaban con las facciones de surostro.

—Lo hizo al cabo de unos años. Tuvo unas cuantas relaciones serias, y yo llegué a pensar queacabaría teniendo padrastro; pero, al final, ninguna funcionó.

—¿Te disgustó? Me refiero a que saliera con otros hombres.

—No, ni pizca. Sólo quería verla feliz.

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Taylor alzó una ceja en señal de duda y apuró su copa.

—Dudo que yo hubiera sabido demostrar tanta madurez como tú ante esa situación.

—No lo sé; pero tu madre es todavía una mujer joven. Puede que aún se le presente la ocasión.

Taylor apoyó la copa en su regazo y se dio cuenta de que nunca se le había ocurrido semejanteposibilidad.

—¿Y tú, qué? ¿Crees que te habrías vuelto a casar? —preguntó.

—Naturalmente —contestó con ironía—. Lo tenía todo planeado. Graduarme a los veintidós,casarme a los veinticinco, tener mi primer hijo a los treinta... Era un plan estupendo. Lo único maloes que no funcionó como esperaba.

—Pareces desengañada.

—Sí. Me he sentido desengañada durante mucho tiempo —reconoció—. Mi madre siempretuvo una cierta idea de cómo debía ser mi vida y nunca perdía la ocasión de recordármelo. Sé quesu intención era buena, que sólo deseaba lo mejor para mí. Quería que yo aprendiera de suserrores, y realmente lo intenté. Pero, cuando murió... No sé, supongo que durante un tiempo meolvidé de todo lo que me había enseñado.

Hizo una pausa, y su aspecto se volvió pensativo.

—¿Lo dices porque te quedaste embarazada? —preguntó Taylor con suavidad.

Denise negó con un gesto de la cabeza.

—No. No fue por eso, aunque tuviera algo que ver. Fue porque tras su muerte me di cuenta deque ya no la tendría mirando por encima de mi hombro constantemente, vigilando mis gestos yexaminando mi forma de vida. Y como ya no estaba, me aproveché... No fue hasta cierto tiempodespués que entendí que con sus palabras no pretendía mantenerme controlada sino ayudarme aque mis sueños se hicieran realidad.

—Todos nos equivocamos, Denise.

Ella hizo un gesto con la mano para interrumpirlo.

—Escucha. No te digo esto porque ahora me compadezca de mí misma. Como te he explicado,ya no me siento desengañada. En estos momentos, cuando pienso en mi madre, estoy convencidade que estaría orgullosa de lo que he hecho durante estos últimos cinco años. —Y vaciló antes deañadir—: Y creo que también le gustarías tú.

—¿Lo dices porque me porto bien con Kyle?

—No —repuso—. A mi madre le gustarías porque durante estas dos últimas semanas has hechoque me sintiera más feliz de lo que me he sentido desde que supe que estaba embarazada.

Taylor la contempló con humildad, empequeñecido por el impacto de aquellas palabras. Era tansincera, tan vulnerable, tan increíblemente hermosa...

A la trémula luz de las velas, sentados el uno al lado del otro, Denise lo miró abiertamente, conlos ojos rebosantes de misterio y compasión. Fue en aquel preciso instante cuando Taylor McAdense enamoró de Denise Holton y supo que todos los años de preguntarse lo que eso significaba,todos los años de soledad lo habían conducido a aquel lugar, a aquel allí y a aquel entonces. Latomó de la mano y notó la suavidad de su piel mientras una oleada de ternura lo invadía.

Le acarició la mejilla. Denise cerró los ojos y deseó que aquel instante quedara grabado en sumemoria para siempre. Sabía sin necesidad de que nadie se lo explicara cuál era el significado de

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aquel gesto, el significado de las palabras que él no había pronunciado; y lo sabía, no porque loconociera bien, sino porque se había enamorado de Taylor en el mismo instante que él de ella.

En la profundidad de la noche, el resplandor de la luna bañaba el dormitorio, y el aire parecíacomo de plata mientras Taylor yacía en la cama y Denise descansaba la cabeza sobre su pecho.Había encendido la radio, y unos lentos compases de jazz acallaban sus susurros.

Denise levantó la cabeza del pecho de Taylor, maravillándose ante la desnuda belleza de suforma, contemplando a la vez al hombre que amaba y la huella del muchacho que nunca habíaconocido. Con culpable delectación revivió la escena de sus cuerpos apasionadamenteentrelazados, sus propios gemidos cuando ambos se fundieron en un solo ser y cómo había tenidoque hundir el rostro en el hombro de él para silenciar los gritos de placer. Sabía que lo que habíanhecho era tanto lo que necesitaba como lo que había deseado. Había cerrado los ojos y se habíaentregado a Taylor sin reservas.

Cuando él se percató de que lo miraba estiró la mano y le acarició el contorno de la mejilla conlos dedos mientras una melancólica sonrisa jugueteaba en la comisura de sus labios. Sus ojos eranindescifrables bajo la pálida y grisácea claridad. Denise acercó un poco el rostro, y él se lo acariciócon toda la mano.

Permanecieron acostados en silencio, mientras los dígitos del reloj seguían avanzandoregularmente. Más tarde, Taylor se levantó, se puso los calzoncillos y fue a buscar un par de vasosde agua a la cocina. Al regresar vio a Denise, cuyo cuerpo estaba medio enredado entre lassábanas que apenas la cubrían. Ella se volvió, y él tomó un sorbo de agua antes de depositar losvasos en la mesilla. Cuando se inclinó y la besó entre los pechos, Denise notó el frío cosquilleo desu lengua sobre la piel.

—Eres perfecta —murmuró Taylor.

Ella le rodeó el cuello con un brazo y le recorrió la espalda con la mano de arriba abajo,apreciándolo todo: la plenitud de la velada y el silencioso peso de su pasión.

—No lo soy, pero gracias de todas maneras. Gracias por todo.

Él se tumbó, apoyado contra la cabecera de la cama. Denise se acurrucó y Taylor la atrajo haciaél rodeándola con el brazo.

Se quedaron dormidos en aquella postura.

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CAPÍTULO 20CAPÍTULO 20

Cuando Denise se despertó, a la mañana siguiente, se dio cuenta de que estaba sola. Lassábanas del lado de Taylor estaban apartadas y no se veía ni rastro de su ropa. Miró la hora:faltaban pocos minutos para las siete. Extrañada, se puso una bata corta de seda y comprobó elresto de la casa antes de echar un vistazo por la ventana.

La camioneta de Taylor había desaparecido.

Ceñuda, Denise volvió a mirar en la mesilla: ni una nota. Tampoco en la cocina.

Kyle, que la había oído caminar por la casa, se asomó tímidamente fuera de su habitaciónmientras ella se dejaba caer en el sofá e intentaba hallar una explicación.

—«Oha, ama» —murmuró con los ojos medio cerrados.

Justo cuando estaba a punto de responderle, Denise oyó el motor del vehículo de Taylor que seacercaba por el camino.

Un minuto más tarde, cargado con una bolsa de comestibles, Taylor abría despacio la puerta deentrada, como si temiera despertar a los habitantes de la casa.

—¡Oh! Hola —los saludó en voz baja cuando los vio—. No pensaba que estuvierais despiertostan pronto.

—«¡Oha, Teyo!» —exclamó Kyle, súbitamente despierto.

Denise se cerró la bata.

—¿Adónde has ido?

—Fui a la tienda.

—¿A estas horas?

Taylor cerró la puerta tras él y entró en el salón.

—Abren a las seis.

—¿Por qué hablas en susurros?

—Pues... no lo sé.

Se echó a reír y su voz recobró el tono normal.

—Siento haber desaparecido esta mañana, pero tenía un enorme agujero en el estómago.

Denise le lanzó una mirada interrogadora.

—En cualquier caso, como ya estaba levantado, me pareció que sería una buena ideaprepararos un desayuno como Dios manda: huevos, beicon, tortitas y todo lo demás.

—Cómo, ¿no te gustan mis Cheerios? —preguntó ella sonriendo.

—Me encantan tus Cheerios, pero hoy es un día especial.

—¿Y por qué es tan especial?

Taylor miró a Kyle y vio que éste tenía los ojos puestos en los juguetes que había en el rincón.Judy los había apilado cuidadosamente antes de marcharse, y el niño parecía dispuesto a corregirel error sin pérdida de tiempo. Cuando estuvo seguro de que no les prestaba atención, Taylor selimitó a alzar las cejas.

—¿No lleva usted nada bajo esa ropa, señorita Holton? —murmuró, fingiendo un tono lascivo.

—¿No te gustaría averiguarlo? —replicó ella pícaramente.

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Taylor depositó la bolsa con comida encima de la mesa y la rodeó con los brazos mientras sumano le recorría la espalda y llegaba un poco más abajo.

—Me parece que lo acabo de descubrir —repuso él con complicidad.

Denise pareció momentáneamente incómoda y miró de reojo a Kyle.

—Déjalo —pidió ella, no muy convencida—. Kyle está delante.

Taylor asintió y se separó de ella guiñándole un ojo. El niño seguía plenamente absorto en susjuguetes.

—Bien, hoy es un día especial por una razón evidente —dijo despreocupadamente mientrasrecogía las vituallas—. Pero lo que es más; después de que os haya preparado un desayuno que oschuparéis los dedos, pienso llevaros a ti y a Kyle a la playa.

—Pero... hoy tengo que trabajar con él y, después, me espera el restaurante por la noche.

Mientras pasaba a su lado camino de la cocina se inclinó hacia ella y le susurró al oído, como sicompartiera un secreto:

—Lo sé. Y yo tengo que ir a casa de Mitch para repararle el tejado. Pero estoy dispuesto poruna vez a hacer novillos si tú también lo estás.

—Pero si me he tomado el día libre en la ferretería —protestó Mitch medio en broma—. Nopuedes dejarme plantado ahora que acabo de vaciar el garaje.

Vestido con unos vaqueros y una vieja camisa, estaba esperando a que Taylor aparecieracuando sonó el teléfono.

—Bueno, pues vuelve a poner todo en su sitio —contestó Taylor jovialmente—. Ya te he dichoque hoy no va a poder ser.

Mientras hablaba por teléfono, removía el beicon en la chisporroteante sartén. El aromallenaba toda la casa. Denise estaba a su lado, aún con la bata de seda, llenando de café molido elfiltro de la cafetera. Cada vez que la miraba, Taylor deseaba que Kyle pudiera esfumarse una horamás o menos. Le costaba poner los cinco sentidos en la conversación.

—Pero ¿qué pasa si llueve?

—¿No me dijiste que aún no tenías goteras? Por eso lo has ido retrasando.

—¿Cuatro cucharadas o seis? —preguntó Denise.

Apartando el auricular, Taylor respondió:

—Pon ocho. Adoro el café.

—¡Oye! ¿Quién hay ahí? —preguntó Mitch, que, de repente, lo vio todo claro—. ¡Eh! ¿Estás conDenise?

Le lanzó una mirada de admiración a ella.

—No es que sea asunto tuyo, pero has acertado.

—Así que has pasado toda la noche con ella, ¿verdad?

—¿Qué clase de pregunta es ésa?

Denise, que sabía exactamente lo que Mitch estaba diciendo al otro lado de la línea, sonrió.

—Viejo zorro...

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—Escucha, en cuanto a tu tejado... —interrumpió Taylor para desviar la conversación.

—¡Bah!, no te preocupes por eso —repuso Mitch, súbitamente comprensivo—. Pásatelo bien.Ya era hora que encontraras a alguien...

—Vale, Mitch, adiós —dijo Taylor interrumpiéndolo y colgando mientras su amigo seguíahablando.

Denise sacó un huevo de la bolsa y se lo mostró a Taylor.

—¿Revuelto? —preguntó.

—Con el aspecto que tienes, ¿cómo quieres que no esté revuelto?

—¡Qué bobo eres! —repuso, entornando los ojos.

Dos horas más tarde se hallaban en la playa, cerca de Nags Head, sentados sobre una manta.Taylor aplicaba crema solar a Denise en la espalda, mientras Kyle se dedicaba a cavar en la arenacon su pala de plástico y a llevársela de un lado a otro. Ninguno de los dos tenía la menor idea delo que el chico pretendía ni de lo que pensaba, pero era evidente que se lo estaba pasando engrande.

Las caricias de Taylor mientras aplicaba la crema despertaron en Denise los recuerdos de lanoche anterior.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —planteó.

—Claro.

—Anoche..., después de que... Bueno, de...

—¿Después de bailar nuestro tango horizontal...? —sugirió él.

Denise le dio un codazo.

—¡Por favor, no hagas que suene tan romántico! —protestó; pero Taylor soltó una carcajada yella no pudo contener una leve sonrisa—. A ver, a lo que me refería —añadió tras recobrar lacompostura— es que después te quedaste muy callado, como si estuvieras triste o algo parecido.

Taylor asintió, mirando hacia el horizonte. Denise creyó que iba a contestarle, pero él no dijopalabra. Así que, mientras miraba las olas que rompían en la playa, hizo acopio de valor.

—Dime, ¿fue porque lamentabas lo sucedido?

—No —repuso Taylor en voz baja, poniéndole un poco más de loción—. No fue eso enabsoluto.

—Entonces, ¿qué fue?

Sin responder directamente, Taylor dejó que sus ojos vagasen por el mar.

—¿Te acuerdas de cuando eras pequeña y llegaba la Navidad? ¿Te acuerdas de que a veces lailusión con la que la esperabas era incluso superior a la que te producía el hecho de abrir losjuguetes?

—Sí.

—Pues a eso me refiero. Había soñado muchas veces con cómo sería ese momento...

Hizo una pausa para intentar hallar las palabras que le permitieran explicarse lo mejor posible.

—¿Así que la ilusión fue mejor que la realidad en sí? —preguntó ella.

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—No. No —se apresuró a asegurar Taylor—. Te equivocas. Fue exactamente lo contrario.Anoche fue maravilloso. Tú fuiste maravillosa. Todo fue tan perfecto que... Creo que lo que mepuso triste fue pensar que nunca más volvería a tener una primera vez como ésa contigo.

Dicho eso, Taylor se sumió nuevamente en el silencio. Mientras Denise meditaba aquellaspalabras se dio cuenta de que él tenía la mirada extrañamente perdida, así que prefirió dejarcorrer el asunto y se recostó contra él, dejándose confortar por el abrazo con el que la rodeó.

Permanecieron de aquel modo largo rato, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

Más tarde, cuando el sol empezó a declinar, recogieron sus cosas y se dispusieron a regresar acasa. Taylor llevaba la manta, las toallas y la cesta de la merienda, mientras Kyle iba delante,rebozado de arena, corriendo entre las dunas con el cubo y la pala. A lo largo del camino, brillabauna alfombra de florecillas amarillas y naranja. Denise se agachó, arrancó una y se la llevó a lanariz; acto seguido, se la entregó a Taylor.

—Por aquí las llamamos flores de Jobell —dijo éste mientras miraba a Denise. Luego, levantó eldedo en señal de fingido reproche—. ¿No sabe usted, señorita, que está prohibido arrancar lasflores de las dunas? Nos protegen de los huracanes.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Entregarme a la policía?

Taylor negó con la cabeza.

—No. Pero te voy a obligar a que escuches la leyenda de por qué se les puso ese nombre.

Denise se apartó un mechón de cabello que revoloteaba, empujado por el viento.

—¿Otra historia como la del Árbol del Trago?

—Más o menos; pero ésta es más romántica.

Denise se le acercó.

—Vamos, cuéntamela.

Él hizo girar la flor entre los dedos, y los pétalos parecieron fundirse en una sola mancha decolor.

—Las flores de Jobell se llaman así por Joe Bell, un tipo que vivió en esta isla hace muchotiempo. Según se dice, Joe se había enamorado de una mujer, pero ella acabó casándose con otro.Él, con el corazón destrozado, se trasladó a los Outer Banks, decidido a llevar una vida deermitaño. Sin embargo, la primera mañana en su nuevo hogar, vio a una mujer que caminaba porla playa, delante de su casa, y que parecía tremendamente triste y sola. A partir de aquelmomento, la vio todos los días a la misma hora, hasta que al final fue a su encuentro. No obstante,cuando la mujer se dio cuenta, salió corriendo. Joe estaba convencido de que la había asustado deverdad, pero la volvió a ver a la mañana siguiente. En esa ocasión, ella no huyó cuando él se leaproximó. Joe quedó inmediatamente impresionado por su belleza. Aquel día hablaron hasta queanocheció, y también los días que siguieron, hasta que se enamoraron. Sorprendentemente, altiempo que Joe se enamoraba, un parterre de flores empezó a crecer en la parte trasera de sucasa, flores que nunca se habían visto por aquellos parajes. A medida que su amor se fue haciendomás fuerte, el parterre se fue extendiendo y, cuando llegó el verano, se había convertido en unocéano de color. Fue allí donde Joe se arrodilló y le pidió a la mujer que se casara con él. Ellaaceptó, pero, extrañamente, retrocedió cuando él arrancó un ramillete de flores y se lo ofreció.Después de la boda le explicó las razones: «Estas flores —le dijo— son el símbolo viviente denuestro amor; si las flores mueren, nuestro amor también morirá.» Por algún motivo, aquellaspalabras impresionaron a Joe, que en el fondo de su corazón tuvo la segundad de que eran lo más

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cierto que había oído en su vida. Así pues, plantó las flores por toda la playa donde había visto a sumujer por primera vez y más tarde por todos los Outer Banks, como testimonio de lo mucho que laquería. Año tras año, a medida que las flores se extendían, el amor de los esposos se fue haciendomás intenso.

Cuando hubo concluido, Taylor se agachó y arrancó un ramillete que le entregó a Denise.

—Me gusta esa historia —dijo ella.

—Y a mí.

—Pero ¿no acabas de violar la ley?

—Claro. Pero es que así cada uno tendrá algo para mantener al otro en el buen camino.

—¿Como la confianza?

—Eso, también —dijo Taylor, besándola en la mejilla.

Aquella noche, Taylor la acompañó al restaurante; pero Kyle no se quedó con ella porque él sehabía ofrecido para cuidar al chico en casa de Denise.

—Nos divertiremos. Jugaremos a la pelota, veremos una película y prepararemos palomitas.

Tras rezongar y protestar un rato, Denise acabó aceptando, y él la dejó en Eights poco antes delas siete. Mientras daban media vuelta, le guiñó un ojo a Kyle.

—Muy bien, hombrecito. Primero pararemos en mi casa: si vamos a ver una peli necesitaremosun aparato de vídeo.

—«E conduse» —repuso Kyle con entusiasmo, y Taylor, que ya empezaba a estar acostumbradoal especial vocabulario del chico, se echó a reír.

—Y aún nos quedará otra cosa por hacer, ¿vale?

Kyle se limitó a asentir, aparentemente satisfecho sólo con no tener que quedarse en Eights.Taylor cogió su teléfono móvil y marcó un número con la esperanza de que al tipo a quien llamabano le importara hacerle un favor.

A medianoche, Taylor metió a Kyle en la camioneta y fue a recoger a Denise. El chico sedespertó sólo un momento, cuando su madre subió al vehículo; luego se acurrucó en su regazo,como tenía por costumbre, y se quedó dormido. Quince minutos más tarde, todos estaban en lacama: Kyle, en su cuarto, y Denise y Taylor, en el de ella.

—He estado pensando en lo que dijiste antes —había comentado Denise mientras se quitaba elvestido amarillo de trabajo.

A Taylor le fue difícil concentrarse cuando lo vio caer.

—¿Qué fue lo que dije? —preguntó.

—Sí, lo de que estabas triste porque nunca más volvería a ser como la primera vez.

—¿Y?

Vestida solo con el sujetador y las bragas, Denise se le acercó y se frotó contra él.

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—Pues que si conseguimos que ahora sea incluso mejor que antes, puede que recobres lailusión.

Taylor notó el cuerpo de Denise deslizándose contra el suyo.

—Y eso, ¿cómo se logra?

—Si hacemos que la última vez sea siempre la mejor, conseguiremos que esperes conimpaciencia la próxima.

Taylor la rodeó con los brazos mientras notaba cómo el deseo se apoderaba de él.

—¿Crees que funcionará?

—No tengo ni idea —respondió ella desabrochándole la camisa—, pero me encantaríaaveriguarlo.

Taylor, tal como lo había hecho la noche anterior, salió sigilosamente de la habitación cuandofaltaba poco para que amaneciera, pero esta vez se dirigió al sofá. No quería que Kyle los vieraacostados juntos, así que se tumbó allí y dormitó unas horas, hasta que el chico y su madredespertaron, cerca de las ocho. Hacía mucho tiempo que Kyle no se levantaba tan tarde.

Denise miró la habitación a su alrededor e inmediatamente comprendió el motivo. Por elaspecto de la sala, era evidente que Taylor y Kyle se habían quedado despiertos hasta tarde: la teleno estaba en su sitio porque la habían movido para conectar un aparato de vídeo del que salía unmanojo de cables; sobre la mesa había dos vasos medio vacíos junto a unas latas abiertas deSprite, mientras que el suelo y el sofá estaban regados de migas de palomitas. Encima de lapantalla del televisor había dos películas sobre sus respectivas cajas abiertas: El rey León y Losrescatadores.

Denise puso los brazos en jarras mientras contemplaba aquel desorden.

—Cuando llegamos anoche no me di cuenta de la juerga que os habíais corrido. Parece que oslo pasasteis de miedo, ¿no?

Taylor se incorporó en el sofá frotándose los ojos.

—Fue divertido.

—Seguro —gruñó Denise.

—Pero ¿a que no has visto la otra cosa que hemos hecho?

—¿Te refieres a algo aparte de ponerlo todo perdido de palomitas de maíz?

Taylor rió.

—Vamos, déjame que te lo enseñe. Después limpiaré esto en un minuto.

Se levantó estirando los brazos por encima de la cabeza.

—Kyle —llamón—, ven tú también. Vamos a enseñarle a tu madre lo que hicimos anoche.

Para sorpresa de Denise, el niño pareció comprender las palabras de Taylor y lo siguióobedientemente hacia la puerta de atrás. Taylor la abrió, invitó a Denise a que saliera y le hizo ungesto para mostrarle el jardín a ambos lados de la entrada.

Cuando ella contempló la escena se quedó boquiabierta.

Toda la parte de atrás de la casa era un gran plantel de flores de Jobell.

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—¿Lo hiciste tú? —preguntó.

—No lo hice solo. Kyle me ayudó —contestó él con un deje de orgullo en la voz al verlacomplacida.

—Esto es maravilloso —murmuró Denise.

Era la medianoche pasada y hacía rato que ella había finalizado su turno en Eights. Durante lasemana anterior, Denise y Taylor se habían visto casi todos los días. El 4 de julio se fueron a pasearen la vieja lancha de Taylor, que éste había reconstruido, y por la tarde, para deleite de

Kyle, organizaron su propia exhibición de fuegos artificiales. Luego, fueron a merendar a laorilla del Chowan y recogieron almejas en la playa. Para Denise había sido un momento deaquellos que jamás había creído que pudiera hacerse realidad, mejor que el mejor de los sueños.

Aquella noche, como tantas últimas, yacía desnuda con Taylor a su lado. Él tenía las manosllenas de aceite, y el contacto de sus dedos deslizándosele sobre la resbaladiza piel le resultabainsoportablemente placentero.

—Eres una preciosidad —murmuró Taylor.

—No podemos seguir haciendo esto —gruñó ella.

—¿Haciendo qué? —preguntó él, mientras deslizaba los nudillos por su zona lumbar y relajabaluego la presión.

—Quedarnos despiertos hasta tan tarde todas las noches. Está acabando conmigo.

—Pues para ser una mujer moribunda, no tienes mal aspecto.

—No he dormido más de cuatro horas desde el pasado fin de semana.

—Eso es porque no puedes quitarme las manos de encima.

Con los ojos entrecerrados, Denise sonrió levemente. Taylor se inclinó y la besó entre loshombros.

—¿Quieres que lo deje para que puedas descansar? —preguntó, reanudando el masaje.

—Aún no —ronroneó ella—. Te dejaré que acabes.

—Conque utilizándome, ¿eh?

—Si te parece bien...

—Me lo parece.

—¡Explícame qué pasa con Denise! —dijo Mitch—. Melissa me ha ordenado que no te deje enpaz hasta que me lo cuentes todo, con pelos y señales.

Era lunes y se hallaban en casa de Mitch, ocupados en la reparación del tejado que con tantahabilidad Taylor había aplazado. El sol era ardiente, y los dos se habían quitado la camisa mientrasempleaban sendas palanquetas para arrancar una a una las tablas torcidas. Taylor se secó el rostrocon el pañuelo.

—Poca cosa.

Mitch esperó a que su amigo prosiguiera, pero éste no dijo nada más.

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—¿Eso es todo? —bufó—. ¿Un simple «poca cosa»?

—¿Qué quieres que te explique?

—Todo. Tú empieza a contar y ya te pararé yo si hay algo que se me escapa.

Taylor miró a su alrededor a hurtadillas, como si temiese que alguien pudiera estarescuchándolos.

—¿Puedes guardar un secreto?

—¡Pues claro!

Taylor se le acercó.

—¡Pues yo también! —contestó, guiñándole un ojo.

Mitch estalló en una carcajada.

—Así que piensas guardártelo todo para ti, ¿eh?

—No sabía que tenía la obligación de contártelo todo —replicó, fingiendo estar indignado—. Nosé por qué había creído que mis asuntos sólo me concernían a mí.

Mitch negó con la cabeza.

—Mira, eso díselo a otros. Tal como me lo imagino, acabarás explicándomelo tarde otemprano, así que es mejor que sea cuanto antes.

Taylor miró a su amigo con una sonrisa satisfecha.

—Conque eso piensas, ¿eh?

—No es que lo piense, es que lo sé —contestó Mitch mientras arrancaba un clavo del techo—.Además, como te he advertido, Melissa no piensa dejarte escapar con vida hasta que lo sepa todo.Créeme, tiene una puntería fabulosa lanzando sartenes.

Taylor se rió de buena gana.

—Bien, puedes decirle a Melissa que a Denise y a mí nos va muy bien.

Mitch agarró un listón de madera con las manos enguantadas y tiró de él hasta que lo partió endos; a continuación lo arrojó a un lado y la emprendió contra la otra mitad.

—¿Y? —preguntó.

—¿Y qué?

—Pues que si te hace feliz.

Taylor tardó un momento en contestar.

—Sí. Realmente, sí —repuso al final y, sin dejar de trabajar, buscó las palabras adecuadas—. Laverdad es que nunca he conocido a otra como ella.

Mitch tomó un trago de la jarra de agua con hielo mientras aguardaba que su amigoprosiguiera.

—Me refiero a que lo tiene todo —añadió Taylor mientras arrancaba más clavos y los tiraba—.Es guapa, es inteligente, tiene encanto, me hace reír... Y deberías ver cómo se porta con su hijo. Estan paciente, tan amorosa... De verdad, se trata de una persona muy especial.

—Todo eso suena fantástico —dijo Mitch, impresionado.

—Es que ella lo es.

De repente, Mitch lo agarró por el hombro y lo zarandeó.

—Entonces, ¿puedes explicarme lo que hace con un tipejo como tú? —bromeó entre risas.

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—Si te digo la verdad, no tengo ni idea —contestó Taylor muy serio.

Mitch dejó la jarra de agua en el suelo.

—¿Puedo darte un consejo?

—No sé cómo podría impedírtelo.

—No podrías. En estos asuntos soy como Helena Francis.

Taylor siguió trabajando en el tejado, echándole mano a otro listón.

—Pues no te cortes.

Mitch se puso a la defensiva en previsión de la reacción de su amigo.

—Mira, si es todo lo que has dicho que es y además te hace feliz, por favor, esta vez no loestropees.

Taylor se detuvo en seco.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Tú ya sabes cómo funcionas en estos asuntos. ¿Te acuerdas de Valerie? ¿Te acuerdas de Lori?Puede que tú no, pero yo sí. Empiezas a salir con ellas, les largas todo tu encanto, les dedicas todotu tiempo y tus atenciones hasta que se enamoran perdidamente de ti y, entonces... ¡plaf!, seacabó.

—No sabes lo que estás diciendo.

Mitch observó que la boca de su amigo se transformaba en una amarga línea.

—¿Crees que no? A ver, dime en qué estoy equivocado.

Aunque a regañadientes, Taylor meditó las palabras de Mitch.

—Ellas no eran como Denise —contestó lentamente—. Y yo también soy diferente: hecambiado desde entonces.

Mitch alzó las manos en un gesto para interrumpirlo.

—No es a mí a quien tienes que convencer. Como se suele decir: no mates al mensajero. Si tedigo todo esto es para que no tengas que arrepentirte más tarde.

Taylor negó en silencio con la cabeza. Durante unos minutos, ambos trabajaron en silencio.

—¿Sabes que eres peor que un grano en el culo? —exclamó Taylor al final.

Mitch cogió un puñado de clavos.

—Sí. Lo sé. Melissa también me lo recuerda a menudo, así que no me lo tomo como algopersonal. Es sólo mi forma de ser.

—Bueno, ¿habéis acabado ya el tejado?

Taylor hizo un gesto afirmativo. Faltaban unas cuantas horas para que Denise empezara suturno en el restaurante y él jugueteaba con una cerveza. Estaban sentados en los escalones delporche mientras Kyle se entretenía con sus camiones en el jardín. Sin que pudiera evitarlo, suspensamientos volvían una y otra vez a lo que su amigo le había dicho. Sabía que había mucho decierto en sus palabras, pero aun así lamentaba que hubiera sacado el tema. Le remordía laconciencia como un mal recuerdo.

—Sí —contestó—. Ya está hecho.

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—¿Fue más trabajoso de lo que habíais pensado? —preguntó Denise.

—No. La verdad es que no. ¿Por qué?

—Porque pareces ido.

—Lo siento. Puede que esté un poco cansado. Denise lo estudió.

—¿Estás seguro de que no es más que eso? Taylor se llevó la lata a los labios y bebió un largotrago.

—Supongo.

—¿Supones?

Dejó la cerveza en el peldaño.

—Bueno..., es que Mitch me ha dicho que...

—¿Qué?

—¡Bah! Cosas, sólo cosas —respondió sin querer darle más vueltas al asunto, pero Denisepercibió la preocupación en sus ojos.

—¿Como qué?

Él respiró profundamente al tiempo que se preguntaba si valía la pena que contestara.

—Me dijo que si yo iba en serio contigo, no debería estropearlo esta vez.

Denise contuvo el aliento ante la brusquedad de aquellas palabras y se preguntó qué motivohabía tenido Mitch para hacerle a su amigo semejante comentario.

—¿Y tú qué le contestaste?

—Le dije que no tenía ni idea de lo que decía —repuso Taylor haciendo un gesto negativo.

—Bueno, pero... —Denise vaciló—, ¿la tiene?

—No. Claro que no.

—Entonces, ¿por qué te incomoda tanto?

—Porque me fastidia que piense que la voy a fastidiar. No sabe nada de ti, ni de nosotros comopareja; y tampoco sabe nada de lo que siento, ¡maldita sea!

Denise lo miró de soslayo, bajo los rayos del sol moribundo.

—¿Y qué sientes?

Taylor la cogió de la mano.

—¿No lo sabes? —preguntó—. ¿No lo he dejado lo bastante claro todavía?

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CAPÍTULO 21CAPÍTULO 21

El verano desencadenó toda su furia a mediados de julio, y las temperaturas subieron hastasobrepasar la máxima del siglo. Luego, empezaron a descender. Hacia finales de mes, el huracánBelle rozó la costa de Carolina del Norte antes de adentrarse en el mar. A principios de agosto, elhuracán Dalila hizo lo mismo; un par de semanas más tarde empezó un período de sequía, y lascosechas no tardaron en agostarse.

Septiembre empezó con la llegada de un desacostumbrado frente frío —algo que hacía veinteaños que no ocurría—, así que la gente sacó los vaqueros y las cazadoras. Una semana despuéssobrevino otra ola de calor, así que todos devolvieron las prendas de abrigo a los armarios, con laesperanza de no tener que recurrir a ellas en un par de meses.

Al contrario que el clima, la relación entre Denise y Taylor permaneció estable durante todoaquel tiempo. Instalados en una rutina, pasaban juntos la mayor parte de las tardes (para evitar lashoras más calurosas del día, los operarios de Taylor empezaban a trabajar de madrugada yterminaban la jornada antes de las dos del mediodía), y él solía dejarla en el restaurante siempreque le era posible. De vez en cuando, iban a cenar a casa de Judy o bien ésta se quedaba haciendode canguro de Kyle mientras los dos disfrutaban de un poco de tiempo para ellos solos.

En aquellos tres meses, Denise fue apreciando cada vez más la pequeña ciudad de Edenton.Taylor, naturalmente, se mantuvo ocupado en el papel de guía, enseñándole los lugares que valíala pena ver por los alrededores, saliendo a pasear en barca y por la playa. Con el tiempo, Denisellegó a ver Edenton como lo que era en realidad: un lugar en el que la gente funcionaba según suspropias costumbres, lentamente; cuya forma de vida giraba en torno a la educación de los hijos yen asistir a los oficios religiosos de los domingos; a la pesca y a la labranza de los fértiles campos.Un lugar donde la palabra «hogar» todavía significaba algo. De vez en cuando, Denise sesorprendía a sí misma mirando a Taylor mientras él estaba en la cocina con una taza de café en lamano, y preguntándose si le parecería el mismo en un lejano futuro, cuando tuviera el cabello gris.

Ella esperaba con ilusión todo lo que hacían juntos. Una cálida noche de finales de julio él lahabía llevado a bailar a Elisabeth City, otra de las cosas que ella no había hecho en años. Taylor lahabía guiado con sorprendente elegancia por la sala al ritmo de la orquesta country local, y ella sedio cuenta entonces de que las mujeres lo encontraban atractivo —una había llegado incluso asonreírle—, y no pudo evitar una punzada de celos por mucho que Taylor no hubiera notado nada.Al contrario, no había dejado de sujetarla fuertemente y de mirarla como si ella fuera la únicamujer sobre la tierra. Más tarde, mientras devoraban unos bocadillos en la cama y fuera sedesencadenaba una tormenta, Taylor la había atraído hacia sí y le había susurrado: «Esto es todolo que se puede desear.»

También Kyle mejoró espectacularmente bajo su atención. Empezó a adquirir seguridad con ellenguaje y a hablar con más frecuencia, aunque la mayoría de sus frases no tuvieran muchosentido. También dejó de murmurar cuando tenía que enfrentarse a frases con muchas palabras.Para finales de verano ya había aprendido a golpear la pelota desde el tee, y su habilidad paralanzarla había mejorado de forma notable. Taylor dispuso unas improvisadas bases en el jardín eintentó inculcarle las reglas básicas del béisbol, pero Kyle no le hizo ni caso: lo único que queríaera divertirse.

Sin embargo, por muy idílico que fuera el panorama, había momentos en los que Denisepercibía en Taylor un desasosiego que le costaba definir. Tal como había sucedido la primera

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noche que habían pasado juntos, a veces, después de hacer el amor, se apoderaba de él ciertamelancolía y adoptaba una actitud distante e impenetrable. Aunque no por ello dejaba deacariciarla y de abrazarla, Denise no podía evitar percibir en él algo que la incomodaba, algooscuro y desconocido que hacía que Taylor le pareciera más viejo y cansado. En ocasiones, inclusohabía llegado a asustarse; aunque cuando llegaba la mañana se recriminaba el haberse dejadoarrastrar por su imaginación.

A últimos de agosto, Taylor se marchó de la ciudad para ayudar durante tres días en la extinciónde un importante incendio que se había declarado en los bosques Croatan, unas tareas aún máspeligrosas a causa de los calores estivales. A Denise le costó conciliar el sueño en su ausencia;estaba preocupada y no dejaba de llamar a Judy; ambas pasaban horas colgadas del teléfono. Alfinal acabó siguiendo el curso de los acontecimientos por las informaciones de los periódicos y dela televisión, en un vano intento de localizar a Taylor entre la multitud de rostros que aparecían enla pantalla. Cuando Taylor regresó a Edenton, fue directamente a casa de Denise. Ella le habíapedido a Ray que le diera la noche libre, pero Taylor estaba agotado y se quedó dormido en el sofánada más ponerse el sol. Creyendo que descansaría hasta la mañana siguiente, Denise lo cubriócon una manta, pero a medianoche él se levantó y fue hasta la cama. Nuevamente le temblabanlas manos, pero en aquella ocasión los temblores le duraron horas. Taylor se negó a hablar de losucedido y Denise, preocupada, lo estrechó en sus brazos hasta que consiguió que se durmiera denuevo. No obstante, ni siquiera en el sueño los demonios que acosaban a Taylor lo dejarondescansar. Moviéndose y agitándose sin cesar, murmuraba frases inconexas y carentes de sentidoen las que Denise percibía los ecos del miedo.

A la mañana siguiente, él se disculpó tímidamente, pero no le ofreció explicación alguna. Ella nolas necesitaba. De alguna manera sabía que no eran sólo los recuerdos del incendio los que loatormentaban: era otra cosa, algo desnudo y siniestro que luchaba por salir a la superficie.

Recordaba lo que su madre le había contado acerca de los hombres que guardan celosamentesus secretos y de las dificultades que eso acarrea a las mujeres que los aman. Denise sabía porinstinto la verdad de aquellas palabras, pero le resultaba difícil conciliarla con el amor que sentíahacia Taylor McAden. Amaba su olor, amaba el áspero contacto de sus manos sobre su cuerpo ylas arrugas que se formaban alrededor de los ojos cuando reía; amaba el modo como la mirabacuando ella se iba a trabajar, apoyado contra la camioneta, con las piernas cruzadas. Amaba todode él.

A veces se sorprendía soñando despierta con el día que saldría de la iglesia de su brazo. Podíarechazar la idea, podía hacer caso omiso y repetirse una y mil veces que ninguno de los dos estabapreparado para tomar semejante decisión, lo cual no dejaba de ser hasta cierto punto verdad, yaque no llevaban mucho tiempo juntos. Esperaba tener la sensatez de decírselo. No obstante...,sabía que no serían ésas sus palabras; tenía la plena certeza de que si él se lo pedía, ella lecontestaría que sí, sí y cien veces sí.

En sus ensoñaciones, sólo deseaba que Taylor pensara igual.

—Pareces nerviosa —comentó Taylor, estudiando el reflejo de Denise en el espejo.

Se hallaba de pie en el baño, mientras ella acababa de retocarse el maquillaje.

—¡Estoy nerviosa!

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—Pero si sólo se trata de Mitch y Melissa. No hay motivos para que te pongas así.

Sosteniendo dos pendientes distintos cerca de la oreja, Denise dudó entre el aro y el botón.

—Para ti, puede. Tú los conoces; pero yo sólo los he visto una vez, de eso hace tres meses ytampoco tuvimos ocasión de hablar mucho. ¿Qué pasará si les causo mala impresión?

—No te preocupes, no se la causarás —contestó Taylor, dándole un leve apretón en el brazo.

—Pero ¿y si se la causo?

—A ellos no les importará. Ya lo verás.

Denise descartó las esclavas y se puso los botones.

—De acuerdo, pero no estaría tan nerviosa si me hubieras llevado a verlos antes. Has tardadoun montón en empezar a presentarme a tus amigos.

Taylor alzó las manos en un gesto a la defensiva.

—A mí no me eches la culpa. Eres tú quien trabaja seis noches a la semana. Lo lamento siresulta que te quiero para mí solo la única noche que tienes libre.

—Sí, pero...

—Pero ¿qué?

—Pues que empezaba a preguntarme si te molestaba que te vieran conmigo.

—No seas ridícula. Te aseguro que mis motivos son plenamente egoístas: soy avaro cuando setrata de compartir mi tiempo contigo.

—¿Eso es algo por lo que voy a tener que preocuparme en el futuro? —preguntó ella,mirándolo de reojo.

Taylor contestó con una sonrisa taimada.

—Eso dependerá de si sigues teniendo que trabajar seis noches a la semana.

Ella acabó de ajustarse los pendientes y suspiró.

—Bueno, no creo que dure mucho. Pronto habré ahorrado lo suficiente para comprarme uncoche, y entonces, créeme, le suplicaré a Ray que me reduzca los turnos.

Taylor se le acercó por detrás y la rodeó con los brazos mientras la miraba en el espejo.

—Hum. ¿Te he dicho ya que tienes un aspecto fantástico?

—Estás cambiando de tema.

—Lo sé, pero mírate: estás guapísima.

Después de contemplarse por última vez, Denise se dio la vuelta.

—¿Lo bastante para ir a cenar a casa de tus amigos?

—Estás estupenda —repuso él con franqueza—, pero aunque no fuera así te querrían lo mismo.

Media hora más tarde, Taylor, Denise y Kyle caminaban hacia la puerta principal de casa deMitch. En ese instante, éste apareció rodeando la casa y con una cerveza en la mano.

—¡Eh! Hola a todos. Me alegro de veros. Venid por aquí. La pandilla está ahí detrás.

Los tres lo siguieron a través del arco de entrada, al lado de los columpios y las azaleas.

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Melissa estaba sentada frente a la mesa exterior viendo cómo sus cuatro hijos se tiraban alagua y chapoteaban entre gritos y chillidos. La piscina había sido instalada el verano anterior,después de que hubieran descubierto más de una vez las huellas de los mocasines de sus hijoscerca del río. Como solía decir Mitch: «Nada como una serpiente venenosa para quitarle a uno lasganas de zambullirse en la madre naturaleza.»

—Hola, chicos —saludó Melissa—. Gracias por haber venido.

Taylor le dio un fuerte abrazo y un leve beso en la mejilla.

—Vosotras dos ya os conocéis, ¿no es así? —preguntó.

—Sí, nos vimos en el festival —dijo Melissa con naturalidad—, pero de eso hace mucho.Además, ese día te encuentras con tanta gente... Qué tal, Denise, ¿cómo estás?

—Bien, gracias —repuso ella, todavía nerviosa.

Mitch señaló la nevera.

—Eh, pareja, ¿os apetece una cerveza?

—Me parece estupendo —contestó Taylor—. Denise, ¿quieres tú?

—Sí, por favor.

Mientras Taylor sacaba las bebidas, Mitch fue hacia la mesa y ajustó la sombrilla para que el solno les diera de lleno. Melissa se había vuelto a sentar y Denise la imitó. Durante todo ese rato,Kyle, que llevaba puesto el traje de baño y una camiseta, se mantuvo pegado a su madre,jugueteando tímidamente con la toalla que tenía colgada del cuello. Melissa se inclinó hacia él.

—Hola, Kyle, ¿cómo estás?

Kyle no respondió.

—Kyle, contesta: «Estoy bien, gracias» —le dijo Denise.

—«Toy ben, asias.»

Melissa sonrió.

—¡Estupendo! ¿Te apetece darte un remojón con los chicos? Me parece que te han estadoesperando todo el día.

Kyle la miró y, luego, a su madre.

—¿Quieres nadar? —le preguntó Denise, planteando la pregunta de otra manera. Kyle asintióentusiasmado.

—«¡I!»

—Muy bien, pero ve con cuidado.

Denise le quitó la toalla mientras el chico se acercaba a la piscina.

—¿Usa flotador? —preguntó Melissa.

—No. Sabe nadar. Aunque debo vigilarlo, naturalmente.

Kyle llegó al borde y se metió. El agua le llegaba a las rodillas. Se agachó y empezó a salpicar,como si comprobara que estuviera a su gusto. Acto seguido, sonrió encantado y se puso a darbrazadas. Denise y Melissa lo observaron.

—¿Cuántos años tiene?

—Cumplirá cinco dentro de unos meses.

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—¡Ah!, pues igual que Judd —comentó Melissa señalando hacia el otro extremo de la piscina—.Es aquel que se agarra al borde del trampolín.

Denise lo vio: tenía la misma altura que Kyle y llevaba el pelo cortado a cepillo. Los cuatro hijosde Melissa se lo estaban pasando en grande saltando, chapoteando y gritando.

—¿Son tuyos los cuatro? —preguntó Denise, sorprendida.

—Por el momento. Si quieres llevarte uno a casa, no tienes más que decírmelo. Te dejaréescoger y todo.

Denise rió y notó que empezaba a sentirse a gusto.

—¿Te dan mucha guerra?

—Son chicos. Ya se sabe, les sale la energía por las orejas.

—¿Y cuántos años tienen?

—Diez, ocho, seis y cuatro.

—Mi mujer tenía un plan —intervino Mitch, que se estaba entreteniendo en arrancarle laetiqueta a su cerveza—. Cada dos años, el día de nuestro aniversario de boda, me permitíaacostarme con ella, independientemente de si le apetecía o no.

Melissa entornó los ojos con expresión compasiva.

—No lo escuches. Sus habilidades como conversador no son para la gente civilizada.

Taylor regresó con las bebidas y abrió la cerveza de Denise antes de entregársela. Él ya habíaempezado la suya.

—A ver, ¿de qué va el tema?

—Hablamos de nuestra vida sexual —contestó Mitch muy serio, y Melissa le dio un codazo.

—Ve con cuidado, bocazas. ¿No ves que hoy tenemos invitados? No querrás causarles una malaimpresión, ¿verdad?

Mitch se inclinó hacia Denise.

—Oye, ¿no te estaré impresionando desfavorablemente?

Ella sonrió. Aquella pareja le caía cada vez mejor.

—No. En absoluto.

—¿Lo ves, cariño? Te lo había dicho —exclamó Mitch triunfalmente.

—Mitch, Denise te lo ha dicho porque la has puesto en un compromiso. Ahora déjala en paz,¿quieres? Estábamos en una conversación perfectamente normal cuando metiste las narices.

—Bueno, yo...

Aquello fue todo lo que Mitch pudo decir antes de que su mujer lo hiciera callar.

—No sigas.

—Es que...

—¿Te apetece dormir en el sofá esta noche?

Las cejas de Mitch subieron y bajaron varias veces.

—¿Es una promesa?

Ella lo miró de la cabeza a los pies.

—Lo es ahora.

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Todos se echaron a reír, y Mitch se acercó y recostó la cabeza sobre el hombro de su esposa.

—Lo siento mucho, cariño —dijo, poniendo cara de carnero degollado.

—No basta con eso —contestó ella fingiendo altivez.

—¿Y si te prometo lavar los platos...?

—Hoy cenamos con platos de cartón.

—Ya lo sé. Por eso me ofrezco.

—¿Y por qué no nos dejáis en paz los dos y os vais a limpiar la parrilla o algo parecido?

—Pero si acabo de llegar —se quejó Taylor—. ¿Por qué debo marcharme?

—Porque la parrilla está hecha un asco.

—¿En serio? —preguntó Mitch.

—Vamos. Largo de aquí —dijo Melissa dándole un papirotazo, como si espantara una mosca delplato—. Dejadnos para que podamos tener una agradable conversación entre mujeres.

Mitch se volvió hacia su amigo.

—Tío, no nos quieren.

—Sí. Creo que tienes razón.

Melissa murmuró en tono de conspiración:

—Estos dos tendrían que haberse dedicado a construir cohetes. No se les escapa una.

Mitch, bromeando, hizo ver que se quedaba boquiabierto.

—Tío, creo que nos acaban de insultar.

—Sí. Creo que tienes razón —repitió Taylor.

—¿Ves a lo que me refiero? —le dijo Melissa a Denise, como si acabara de demostrar lo ciertode su teoría—. En serio, constructores de cohetes.

—¡Vámonos! —exclamó Mitch haciéndose el ofendido—. No tenemos por qué aguantar esto.Nosotros somos mejores.

—Eso: sed mejores y limpiad bien la parrilla.

Mitch y Taylor se levantaron de la mesa y se alejaron entre las carcajadas de las mujeres.

—¿Cuánto tiempo llevas casada?

—Doce años, pero me parece que hubieran sido veinte —contestó Melissa guiñándole un ojo.

De repente, Denise tuvo la sensación de que la conocía de toda la vida.

—¿Cómo os conocisteis? —preguntó.

—En una fiesta, en la universidad. La primera vez que lo vi, Mitch estaba haciendo equilibrioscon una botella de cerveza sobre la frente al tiempo que intentaba cruzar la habitación. Habíaapostado cincuenta pavos a que lo conseguiría.

—¿Y lo consiguió?

—No. Acabó empapado de la cabeza a los pies, pero era evidente que no se tomaba a sí mismodemasiado en serio. Después de la clase de tipos con los que yo había salido, él me pareció justo loque andaba buscando. Empezamos a salir y al cabo de unos años nos casamos.

Le lanzó a su marido una mirada cargada de afecto.

—Es un buen hombre —dijo—. Creo que lo voy a conservar.

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—¿Cómo fueron las cosas por Croatan?

El día en que Joe pidió voluntarios para luchar contra el fuego, sólo Taylor levantó la mano. Encambio, Mitch se limitó a negar con un gesto de la cabeza cuando su amigo le preguntó si loacompañaría.

Lo que Taylor ignoraba era que Mitch estaba al tanto de lo ocurrido en los bosques; que Joe lohabía llamado y le había contado en tono confidencial que Taylor había estado a punto de morir alverse rodeado de repente por las llamas y que, de no haber sido por un afortunado cambio en ladirección del viento que disipó el humo y le permitió ver una vía de escape, habría perecidocalcinado allí mismo. Aquel último coqueteo de Taylor con la muerte no había sorprendido ni unápice a Mitch.

Taylor bebió un sorbo de cerveza mientras su rostro se ensombrecía con el recuerdo.

—La verdad es que a ratos la cosa estuvo fea. Ya sabes cómo son los incendios. Por suerte,nadie salió herido.

«Eso, por suerte, otra vez», se dijo.

—¿Y nada más?

—Nada —respondió, evitando cualquier mención al peligro—. Pero ojalá hubieras venido. Noíbamos sobrados de hombres, precisamente.

Mitch hizo un gesto negativo mientras recogía el rascador y empezaba a frotar la parrilla.

—No, gracias. Eso es para vosotros, los jóvenes. Me estoy volviendo viejo para esa clase deaventuras.

—Yo soy mayor que tú, Mitch.

—Eso es cierto si lo consideras en términos cronológicos; pero, comparado contigo, soy unviejo: tengo progenie.

—¿Progenie?

—Sí. Una palabra de esas que salen en los crucigramas. Quiere decir que tengo hijos. —Ya sé loque quiere decir.

—Entonces, también sabrás que ya no puedo levantarme, así sin más, y desaparecer. Ahora quelos chicos están empezando a hacerse mayores, no es justo para Melissa que me largue y me metaen asuntos como ése. Mira, si se hubiera tratado de algún incidente en Edenton, habría sidodiferente; pero ya no quiero ir arriesgando el pellejo por esos mundos de Dios. La vida esdemasiado corta para eso.

Taylor cogió un trapo y se lo entregó a su amigo para que limpiara el rascador.

—Así que sigues pensando en dejarlo, ¿eh?

—Sí. Continuaré unos cuantos meses y ya está.

—¿No te arrepentirás?

—En absoluto. —Hizo una pausa antes de proseguir—. ¿Sabes?, tú también podrías estudiar laposibilidad de dejarlo —dijo como si le quitara importancia.

—Yo no tengo intención de abandonar, Mitch —repuso Taylor, descartando la idea deinmediato—. No soy como tú y no tengo miedo de lo que pueda suceder.

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—Pues deberías.

—Así es como lo ves tú.

—Quizá —respondió Mitch con calma—. Pero es la verdad. Si de verdad te interesan Denise yKyle, deberías empezar a ponerlos a ellos por delante, como hago yo con los míos. Lo quehacemos es peligroso, independientemente de las precauciones que tomemos, y ése es un riesgoque no debemos correr. En varias ocasiones, hemos tenido más suerte de la normal.

Hizo una pausa y dejó la herramienta a un lado. Luego miró a Taylor a los ojos.

—Tú sabes lo que significa crecer sin padre. ¿Te gustaría que fuera eso lo que le ocurriera aKyle?

Taylor se envaró y exclamó:

—¡Maldita sea, Mitch...!

El otro levantó las manos para interrumpirlo.

—Déjame decirte algo antes de que empieces a ponerme verde. Desde aquella noche en elpuente, y ahora en Croatan, sí, ya ves que estoy enterado, y no creas que me da buen rollo...Taylor, escúchame, un héroe muerto sigue estando muerto. —Tosió para aclararse la garganta—.Mira, no sé... es como si con los años te empeñaras en desafiar al destino cada vez más. Es como sipersiguieras algo..., y a veces me da miedo.

—No tienes que preocuparte por mí.

Mitch lo miró fijamente y le puso una mano en el hombro.

—Siempre me preocupo por ti, Taylor. Eres como mi hermano.

—¿De qué crees que están hablando? —preguntó Denise mientras observaba a los doshombres desde la mesa. Había visto que Taylor cambiaba de actitud y se ponía repentinamente enguardia. Melissa también se había fijado.

—¿Esos dos? Probablemente, del Cuerpo de bomberos. Mitch va a dejar el voluntariado a finalde año. Supongo que le está diciendo a Taylor que haga lo mismo.

—Pero Taylor disfruta prestando ese servicio.

—Mira, no sé si disfruta; lo que sí sé es que lo hace porque se siente obligado.

—¿Cómo dices?

Melissa vio que Denise la contemplaba con perplejidad.

—Sí... Por su padre.

—¿Su padre?

—¿No te lo ha explicado? —preguntó Melissa cautelosamente.

—No. —De repente, Denise sintió miedo por lo que le iban a decir—. Sólo me contó que supadre había muerto cuando él era todavía un niño.

Melissa asintió. Los labios le formaban una prieta línea.

—¿Qué sucede? —preguntó Denise, dominada por la ansiedad.

La otra suspiró mientras dudaba si proseguir o no.

—¡Por favor, dímelo!

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—El padre de Taylor murió en un incendio —dijo Melissa finalmente.

Cuando escuchó aquellas palabras, Denise sintió que una mano helada le recorría la espalda.

Taylor se había llevado el rascador para limpiarlo con la manguera y cuando regresó vio que suamigo sacaba otras dos cervezas. Mitch abrió una mientras Taylor se acercaba sin decir palabra.

—Oye, Denise es francamente guapa.

Taylor dejó el rascador en la parrilla.

—Sí. Lo sé.

—Y tiene un hijo muy mono. Parece un buen chaval.

—Sí. Lo sé.

—Creo que se te parece.

—¿Qué?

—Tranquilo. Era sólo para comprobar si me estabas escuchando —dijo Mitch con una sonrisa—. Parecías un poco perdido. —Se acercó—. Escucha Taylor, lamento lo que te he dicho. Nopretendía molestarte.

—No me has molestado —mintió.

Mitch le entregó la otra cerveza.

—Eso no hay quien se lo crea. De todos modos, alguien tiene que mantenerte por el caminorecto.

—¿Y ese alguien has de ser tú?

—Naturalmente. Soy el único que puede hacerlo.

—De verdad, Mitch, no hace falta que seas tan modesto —respondió Taylor con ironía.

Mitch puso cara de sorpresa.

—¿De verdad crees que estoy bromeando? ¿Cuánto tiempo hace que te conozco, treinta añosquizá? Yo diría que eso me da derecho a decirte lo que pienso de vez en cuando sin que debapreocuparme de si te parece bien o no. Lo que te dije lo dije muy en serio. No lo de queabandonaras el cuerpo, porque sé que no lo harás, pero sí lo de que debes ser más prudente en elfuturo... ¿Ves? —Mitch se señaló la calva—. En su momento, todo esto estuvo cubierto de pelo ytodavía lo estaría si no fueras un maldito temerario. Cada vez que te juegas el cuello noto que misqueridos pelos se suicidan en masa arrojándose al vacío y estrellándose sobre mis hombros. Siescuchas atentamente, incluso podrás oír sus gritos mientras caen. ¿Tienes idea de lo que significaquedarse calvo? ¿Tener que embadurnarte la coronilla siempre que sales al sol? ¿Que te salganmanchas donde antes te hacías la raya? Nada de todo eso te fortalece el ego, ¿sabes? Así que melo debes.

Taylor rió a su pesar.

—Y yo que creía que era hereditario.

—No, chaval. Es por ti.

—Estoy conmovido.

—Ya puedes. No tengo intención de quedarme calvo por culpa de cualquiera.

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—De acuerdo —suspiró Taylor—. A partir de ahora intentaré tener más cuidado.

—Estupendo, porque dentro de poco yo no estaré ahí para echarte un cable.

—¿Cómo van esas brasas? —preguntó Melissa.

Mitch y Taylor estaban ante la barbacoa, y los niños ya habían empezado a comer: Mitch habíaasado las salchichas primero, y los cinco estaban sentados a la mesa. Denise, que había llevado lacomida de Kyle (macarrones con queso) en un recipiente aparte, se la había puesto en el plato.Después de haber estado bañándose durante horas, el chico estaba hambriento.

—Faltan diez minutos —dijo Mitch por encima del hombro.

—¡Yo también quiero macarrones con queso! —protestó el hijo pequeño de Melissa cuando vioque Kyle comía algo diferente de los demás.

—Cómete tus salchichas —respondió su madre.

—Pero, mamá...

—Cómete tus salchichas primero —repitió ella—. Si después aún tienes hambre, te prepararéunos pocos, ¿vale?

Melissa sabía que al pequeño no le quedaría apetito, pero su respuesta fue suficiente para queel niño dejara de protestar.

Cuando las dos mujeres lo tuvieron todo bajo control, se alejaron de la mesa y se sentaron allado de la piscina.

Desde que se había enterado de lo del padre de Taylor, Denise no había dejado de atar cabosen su mente, y Melissa no tuvo dificultad en adivinarle los pensamientos.

—¿Piensas en Taylor? —preguntó.

Denise sonrió tímidamente, avergonzada por el hecho de que se le notara tanto.

—Sí.

—¿Cómo van las cosas entre vosotros? —Habría dicho que francamente bien, pero ahora ya noestoy tan segura.

—¿Lo dices porque no te ha contado lo de su padre? Bueno, pues te confesaré un secreto:Taylor no habla de ese asunto con nadie, nunca; ni conmigo, ni con sus amigos; ni siquiera conMitch.

Denise pensó en aquello sin saber qué contestar.

—Eso hace que me sienta mejor —dijo, y tras una pausa, añadió—: eso creo, al menos.

Melissa puso a un lado el vaso de té frío. Como Denise, había dejado de beber cerveza despuésde la segunda botella.

—¿Verdad que cuando quiere puede ser encantador? Además, es muy mono.

Denise se reclinó en su asiento.

—Sí. Lo es.

—¿Cómo se porta con Kyle?

—Kyle lo adora. Últimamente incluso diría que prefiere a Taylor antes que a mí. Cuando estánjuntos, no sé cuál de los dos parece más niño.

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—A Taylor siempre se le han dado bien los niños. A los míos les pasa lo mismo: a veces lollaman para que venga a jugar con ellos.

—¿Y él viene?

—A veces, aunque va a menos. Te lo has quedado todo para ti.

—Lo siento.

Melissa hizo un gesto quitándole importancia.

—No lo sientas. Me alegro por él y por ti. Empezaba a preguntarme si no iba a encontrar anadie. Tú eres la primera chica que nos ha presentado en años.

—O sea, que ha habido otras...

Melissa sonrió con ironía.

—¿Tampoco te ha hablado de ellas?

—Para nada.

—¡Pues qué suerte que hayas venido a esta casa! —contestó Melissa en tono confidencial.

Denise rió.

—¿Qué quieres saber?

—¿Cómo eran?

—Muy diferentes de ti, de eso puedes estar segura.

—¿En serio?

—En serio. Tú eres mucho más atractiva y además tienes un hijo.

—¿Qué pasó con ellas?

—Mira, no te lo sabría decir. Taylor tampoco explica mucho. Todo lo que sé es que un día lascosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí elporqué.

—Caramba, no sabes cómo me anima saberlo.

—¡Oh! No quiero que pienses que eso es lo que va a suceder contigo. Tú le gustas más que lasotras, mucho más diría yo. Lo veo por la forma en que te mira.

Denise rogó para que Melissa estuviera en lo cierto.

—A veces... —Hizo una pausa porque no sabía exactamente cómo expresarlo.

—A veces te asusta lo que pueda estar pensando. ¿Es eso?

Denise la contempló, sorprendida por la agudeza de la deducción. Melissa prosiguió.

—A pesar de que Mitch y yo llevamos mucho tiempo juntos, todavía no conozco todo lo que lehace vibrar. A este respecto, a veces se parece a Taylor. No obstante, al final las cosas hanfuncionado porque los dos lo hemos querido así. Mientras vosotros podáis mantener ese espíritu,seréis capaces de enfrentaros a lo que sea.

De repente, una pelota de playa pasó volando y golpeó a Melissa en la frente. Se oyeron unasrisas que procedían de la mesa de los niños.

La mujer puso cara de resignación, pero no les hizo el menor caso.

—Como te decía —prosiguió—, hasta es posible que consigáis echar al mundo a cuatro fierascomo las mías.

—No sé si me veo con ánimos.

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—Claro que sí. Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es levantarte temprano, coger el periódicoy leerlo despacio mientras te tomas unos cuantos cócteles de tequila.

Denise soltó una risita.

—No. En serio, ¿nunca has pensado en tener más hijos?

—Pocas veces.

—¿A causa de Kyle? —preguntó Melissa, a quien Denise había explicado un rato antes losproblemas de lenguaje de su hijo.

—No es sólo por eso, sino también porque no creo que sea algo que una pueda sobrellevarsola.

—Pero ¿y si estuvieras casada?

Al cabo de un instante, Denise sonrió.

—Entonces sería diferente. Quizá sí. Melissa asintió.

—¿Crees que Taylor sería buen padre?

—Estoy convencida.

—Y yo —coincidió Melissa—. ¿Nunca lo habéis hablado?

—¿Casarnos? No. Ni siquiera lo ha mencionado.

—Hum. Veré si puedo enterarme de lo que piensa.

—No hace falta que te molestes —replicó Denise ruborizándose.

—Es que me interesa. Tengo tanta curiosidad como tú; pero no te preocupes: seré sutil, tantoque ni se dará cuenta de por dónde voy.

—A ver, Taylor, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?

A Denise estuvo a punto de caérsele el tenedor de la boca; y Taylor, que estaba a mitad de untrago, dio un respingo, se atragantó y consiguió que la bebida se le fuera por el sitio equivocado.Tosió ruidosamente y se tapó la boca con la servilleta; tenía los ojos llorosos.

—¿Cómo has dicho?

Los cuatro estaban dando cuenta de la cena: filetes, ensalada verde, patatas asadas con queso ypan de ajo. Habían comido y bebido entre bromas y risas y estaban a medio terminar cuandoMelissa soltó el bombazo. Denise notó que se ponía colorada como un tomate mientras laanfitriona proseguía como si tal cosa.

—Me refiero a que... Mírala, es una muñeca y, además, inteligente. No se presentan muchascomo ella todos los días.

Aunque el comentario había sido hecho en broma, Taylor se puso en guardia.

—Lo cierto es que no lo he pensado —respondió a la defensiva.

Melissa le apoyó la mano en el brazo para tranquilizarlo mientras reía de buena gana.

—Taylor, de verdad, no tienes que responderme: estaba bromeando. Sólo quería ver la caraque ponías. Has abierto unos ojos grandes como platos.

—Eso ha sido porque me estaba ahogando —protestó él.

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—Lo siento —dijo Melissa con amabilidad—, pero no he podido resistir la tentación. Es tan fácilcazarte... Igual que a Bozo.

—¿Estás hablando de mí, cariño? —terció Mitch para aliviar la evidente turbación de su amigo.

—¿Quién más te llama Bozo?

—Excepto tú y mis otras tres esposas, nadie realmente.

—Hum... Está bien. De otro modo me sentiría celosa. Melissa se inclinó y le dio un rápido besoa su marido en la mejilla.

—¿Se portan así siempre? —le susurró Denise a Taylor con la esperanza de que no se leocurriera pensar que había sido ella la responsable de la pregunta de Melissa.

—Desde el día en que los conocí —contestó él, pero era evidente que tenía la cabeza en otraparte.

—¡Eh! Nada de cuchicheos a nuestras espaldas —protestó Melissa, que, acto seguido, se volvióhacia su invitada y encarriló la conversación por terrenos menos comprometedores—. Denise,cuéntame algo de Atlanta. Nunca he estado allí.

Denise suspiró mientras Melissa la miraba a los ojos con una imperceptible y traviesa sonrisa. Elguiño fue tan leve que ni Taylor ni Mitch se percataron.

A pesar de que la conversación entre las dos mujeres transcurrió con normalidad durante lahora siguiente, contando con las oportunas intervenciones de Mitch, Denise se percató de queTaylor casi no abrió la boca.

—¡Te atraparé! —gritó Mitch mientras perseguía a su hijo Judd, que lanzaba agudos chillidos enlos que se mezclaban el miedo y la diversión.

—¡Ya casi has llegado a la base! —aulló Taylor.

Judd bajó la cabeza y cargó hacia delante mientras su padre, perdida la carrera, aminoraba. Elchico alcanzó la base y se reunió con los demás.

Había pasado una hora desde la cena, el sol se había puesto, y Mitch y Taylor estaban jugando apillar con los chicos, en la parte delantera de la casa.

Mitch, con los brazos en las caderas y entre resoplidos, contempló a los cinco chavales, queestaban a pocos metros de distancia los unos de los otros.

—¡No puedes pillarme, papá! —se burló Cameron poniendo los pulgares en los oídos yagitando las manos.

—¡A que no me coges! —añadió Will, sumándose a su hermana.

—¡Tenéis que salir de la base! —exclamó Mitch inclinándose y apoyando las manos sobre lasrodillas.

Cameron y Will aprovecharon el instante de debilidad y salieron corriendo en direccionesopuestas.

—¡Vamos, papá! —llamó Will alegremente.

—¡Muy bien! ¡Tú te lo has buscado! —soltó Mitch, haciendo un esfuerzo para estar a la alturadel desafío. Corrió tras su hijo y pasó al lado de Kyle y Taylor, que estaban a salvo en su posición.

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—¡Corre, papá, corre! —lo provocó Will, sabiendo que era lo bastante ágil para mantenersefuera de su alcance.

Mitch persiguió a sus hijos, uno tras otro, durante los siguientes cinco minutos. Por su parte,Kyle, que había tardado un poco en comprender los rudimentos del juego, captó cómo funcionabay no tardó en sumarse, mientras Mitch corría de un lado a otro por el jardín. Éste, tras unoscuantos intentos más, fue hacia Taylor.

—¡Necesito tiempo muerto! —jadeó mientras aspiraba grandes bocanadas de aire.

—Pues entonces tendrás que atraparme —contestó haciéndose a un lado y poniéndose fueradel alcance de su amigo.

Luego, lo dejó sufrir un rato más, hasta que Mitch ya no pudo con su alma. Entonces fue hastael centro del corro y se dejó atrapar. Mitch se encorvó mientras intentaba recobrar el aliento.

—Corren más de lo que parece y cambian de dirección con la agilidad de un conejo —balbuceó.

—Ésa es la impresión que uno tiene cuando es viejo como tú —contestó Taylor—. Pero si estásen lo cierto, te cogeré a ti.

—Estás loco si crees que voy a salir de la base. Pienso quedarme aquí a descansar un rato.

—¡Vamos! —le gritó Cameron a Taylor para que reanudara el juego—. ¡A que no me pillas!

Taylor se frotó las manos.

—¡Muy bien! ¡Allá voy! —anunció, y dio una gran zancada hacia ellos.

Los chicos huyeron despavoridos en todas direcciones entre risas y chillidos. No obstante, laaguda vocecita de Kyle destacó entre las demás e hizo que Taylor se detuviera repentinamente.

—«¡Amos, apa!» —gritaba—. «Amos, apa.»

«¡Papá!»

Taylor se quedó mirando al chico, y Mitch, que no se había percatado de la reacción de suamigo, exclamó:

—¡Caramba, Taylor! ¿Acaso te has olvidado de contarme algo?

Pero Taylor no contestó.

—Acaba de llamarte papá —añadió Mitch, como si Taylor no se hubiera dado cuenta.

Sin embargo, éste apenas oyó el comentario. Estaba perdido en sus pensamientos y una solapalabra ocupaba su mente.

«Papá.»

Aunque sabía que Kyle se limitaba a imitar a los otros niños, como si llamarlo así formara partedel juego, no pudo evitar recordar la broma de Melissa: «A ver, Taylor, ¿vas a casarte con estapreciosidad o no?»

—Aquí la Tierra llamando a Taylor. ¿Me recibes, gran papá? —remedó Mitch, que apenas podíacontener la risa.

Por fin, Taylor dio media vuelta y le clavó la mirada.

—Mitch, cállate.

—Claro que sí..., papá.

Taylor dio un paso hacia los chicos.

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—Escuchad, muchachos: yo no soy el padre de Kyle —declaró como si se lo estuviera diciendo así mismo.

—Todavía no —murmuró Mitch, para el cuello de su camisa.

Pero Taylor lo oyó con la misma claridad con la que había escuchado las palabras de Kyle.

—Qué, niños, ¿os habéis divertido? —preguntó Melissa a los chicos cuando éstos regresaron,empujando la puerta principal, tan agotados como para dejar el juego por esa noche.

—Le dimos una paliza. Papá se está volviendo un carcamal —explicó Cameron.

—Eso no es verdad —protestó Mitch a la defensiva mientras los acompañaba—. Te permití quellegaras a tu base.

—Sí, papá.

—Os he dejado unos vasos con zumo de fruta en el salón. Por favor, no lo tiréis todo —dijoMelissa mientras trotaban ante ella.

Mitch se acercó para darle un beso, pero ella se retiró haciendo una mueca.

—Ni lo pienses hasta que te hayas duchado. ¡Marrano!

—¿Éste es mi premio por entretener a los chicos?

—No, eso es lo que hay que decirte cuando apestas.

Él soltó una carcajada y salió al patio de atrás a buscar una cerveza en la nevera.

Taylor entró el último, precedido de Kyle. El chico fue a reunirse con los demás en el salón.

—¿Qué tal lo ha hecho? —preguntó Denise.

—Bien —repuso Taylor llanamente—. Creo que se ha divertido.

Denise lo observó con atención: era evidente que algo lo preocupaba.

—¿Estás bien?

Taylor desvió la mirada.

—Sí —contestó—. Estoy bien.

Y sin añadir palabra, salió fuera y se reunió con Mitch.

Cuando empezó a caer la noche, Denise se ofreció para ayudar a Melissa a recoger los restos dela cena. Los pequeños estaban viendo una película, despatarrados en la sala, mientras Taylor yMitch ponían en orden la barbacoa.

Denise estaba remojando un poco la cubertería antes de meterla en el lavaplatos. Desde dondeestaba podía ver a los dos hombres, fuera. Los contempló un rato y sus manos se inmovilizaronbajo el chorro de agua.

—Un penique por tus pensamientos —le dijo Melissa, sobresaltándola.

Denise hizo un gesto de duda con la cabeza mientras seguía fregando.

—No estoy segura de que baste con uno.

Melissa cogió unas cuantas tazas vacías y las depositó en el fregadero.

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—Escucha, lo siento si te he puesto en evidencia durante la cena.

—No. No es eso. Al fin y al cabo hiciste una broma cuando todos estábamos pasándolo bien.

—Pero, a pesar de todo, estás preocupada.

—No lo sé... —Miró a Melissa—. Sí, puede que un poco. Taylor ha estado tan callado el resto dela noche...

—Yo no le daría demasiada importancia —repuso Melissa mientras observaba cómo Taylorguardaba las sillas en el patio de atrás—. Sé que se preocupa por ti de verdad. Siempre que te miraes como si se iluminara por dentro, incluso después de que le gastara esa broma pesada.

—Lo sé —replicó Denise asintiendo con la cabeza. No obstante, se preguntó por qué razónaquella respuesta no le parecía suficiente. Cerró el recipiente hermético con la tapa.

—¿Mitch no te ha dicho nada acerca de algo que haya podido pasar mientras jugaban en eljardín con los niños?

Melissa la miró, extrañada.

—No. ¿Por qué?

Denise metió el resto de ensalada en la nevera.

—Por nada. Simple curiosidad.

«Papá.»

«A ver, Taylor, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?»

Mientras jugueteaba con la cerveza, aquellas palabras no dejaban de resonar en su cerebro.

—¡Eh! ¿A qué viene ese aspecto tan mustio? —preguntó Mitch al tiempo que llenaba una granbolsa de basura con los restos de la mesa.

Taylor se encogió de hombros.

—Estoy preocupado. Eso es todo.

—¿Preocupado? ¿Por qué?

—¡Bah! Cosas del trabajo. Estaba pensando en todo lo que tengo que hacer mañana —contestóTaylor, diciendo una verdad a medias—. Desde que paso tanto tiempo con Denise tengo elnegocio un poco abandonado. Debo volver a meterme en él.

—¿No has estado yendo todos los días?

—Sí. Pero no siempre me he quedado la jornada completa. Ya sabes cómo funcionan estascosas. Empiezas a descuidar los asuntos y en un abrir y cerrar de ojos los problemas seamontonan.

—¿Puedo ayudarte en algo? ¿Quieres que revise los pedidos y esas cosas?

Taylor hacía todos sus encargos de material a la tienda del padre de Mitch.

—No. En serio. Pero es mejor que me apresure a resolver el papeleo. Si hay algo que heaprendido es que cuando las cosas se tuercen, se tuercen muy deprisa.

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Mitch vaciló mientras echaba un vaso de cartón a la basura. Tenía una desagradable sensaciónde déjà vu.

La última vez que le había oído aquella frase en boca de Taylor había sido cuando éste salía conLori.

Media hora más tarde, Taylor y Denise regresaban a casa con Kyle sentado entre ellos, unaescena que habían repetido multitud de ocasiones. Sin embargo, en aquel momento y por primeravez, en la camioneta se respiraba un ambiente de tensión que ninguno de los dos acertaba aexplicar fácilmente. Pero era tan palpable como el silencio en el que Kyle se había quedadodormido.

Para Denise era una sensación extraña. No dejaba de pensar en todo lo que Melissa le habíadicho y las palabras danzaban en su cabeza como un yoyó. No le apetecía hablar, y según parecía,a Taylor tampoco. Él se había mantenido distante, y su actitud no hacía más que reafirmar lossentimientos de Denise. Lo que se suponía que debía haber sido una agradable cena con unosamigos se había convertido en otra cosa mucho más importante. Denise estaba segura de ello.

De acuerdo, había faltado poco para que Taylor se ahogara con el comentario de Melissa acercade sus intenciones respecto al matrimonio, pero semejante pregunta habría desencajado al máspintado, especialmente si se la planteaban con la «delicadeza» de Melissa, ¿o no? Intentóconvencerse con aquel punto de vista, pero cuanto más lo pensaba, más dudas tenía. Tres mesesno es mucho tiempo cuando se es joven, pero ellos ya no eran niños: Denise se acercaba a lostreinta, y Taylor era seis años mayor. Los dos habían tenido la oportunidad de madurar, de darsecuenta del punto en que se hallaban sus vidas y pensar lo que querían hacer con ellas. Si lasintenciones de Taylor con respecto al futuro de ellos dos como pareja no eran tan serias comoaparentaban, entonces, ¿a qué obedecía todo el cortejo de aquellos meses?

«Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana,se acabó todo. Nunca entendí el porqué», recordó.

Aquello también la preocupaba. Si Melissa nunca había comprendido lo que había sucedido conlas anteriores relaciones de Taylor, probablemente Mitch tampoco. ¿Quería decir eso que Taylortambién lo ignoraba?

Y si así era, ¿significaba que a ella le aguardaba el mismo final?

Denise sintió que se le formaba un nudo en el estómago y miró a Taylor de reojo. Él se diocuenta y se volvió, en apariencia ajeno a las preocupaciones de ella. Al otro lado de la ventanilla,los árboles de los márgenes pasaban tan deprisa que parecían una masa borrosa.

—¿Te has divertido esta noche?

—Sí —respondió en voz baja—. Me gustan tus amigos.

—¿Qué tal con Melissa?

—Nos hemos entendido bien.

—Probablemente te habrás dado cuenta de que tiene la costumbre de decir lo primero que lepasa por la cabeza sin que le importe lo absurdo que pueda resultar. A veces es mejor no hacerlemucho caso.

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Aquel comentario no contribuyó a tranquilizarla. Kyle se movió inquieto en su regazo, y Denisese preguntó por qué las cosas que Taylor se había callado parecían cobrar, de repente, másimportancia que las que sí le había dicho.

«¿Quién eres, Taylor McAden? —se preguntó—. ¿Realmente te conozco? Y, lo más importante,¿qué hacemos ahora?»

Sabía que él no despejaría ninguno de aquellos interrogantes, así que respiró hondo y seesforzó por que su voz sonara tranquila.

—Taylor..., ¿por qué no me has contado lo de tu padre?

Los ojos de él reaccionaron con sorpresa.

—¿Mi padre?

—Sí. Melissa me ha explicado que murió en un incendio —aclaró ella mientras veía cómo lasmanos de Taylor aferraban con más fuerza el volante.

—¿Cómo salió el tema? —preguntó él en otro tono.

—No lo sé. Simplemente salió.

—¿Fue idea tuya o de ella?

—¿Y eso qué importa? La verdad es que no lo recuerdo.

Taylor no contestó. Tenía los ojos fijos en la carretera. Denise aguardó hasta que se dio cuentade que él no tenía intención de responder.

—¿Te hiciste bombero por tu padre?

Negó vigorosamente y soltó un suspiro.

—Mira, prefiero no hablar de este asunto.

—Quizá yo pueda ayudarte...

—No puedes —replicó él, interrumpiéndola—. Además, no es cosa tuya.

—¿Que no es cosa mía? —estalló Denise, que no acababa de creerlo—. Pero ¿de qué estáshablando? Tú me interesas, Taylor, y me preocupo por ti. Me duele pensar que no confías en mí lobastante para explicarme lo que te preocupa.

—No hay nada que me preocupe —repuso—. Es sólo que no me gusta hablar de mi padre.

Denise se dio cuenta de que podría presionarlo, pero que eso no la conduciría a ninguna parte.

El silencio volvió a apoderarse de la cabina. Sin embargo, en aquella ocasión, estaba teñido detemor. Así se mantuvo hasta que llegaron a casa.

Taylor depositó a Kyle en la cama y fue al salón a esperar a que Denise acabara de ponerle elpijama. Cuando ella salió del cuarto del niño, se dio cuenta de que Taylor no se había acomodadoy que permanecía de pie, cerca de la puerta, como si la aguardara para despedirse.

—¿No te vas a quedar? —preguntó ella, sorprendida.

Él negó con la cabeza.

—No puedo. Mañana tengo un día muy ocupado.

Aunque lo dijo sin el más leve rastro de acritud, sus palabras no hicieron que ella se sintieramejor. Taylor agitó el llavero, y Denise atravesó la sala y se le acercó.

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—¿Estás seguro?

—Sí. Lo estoy.

Ella le cogió la mano.

—¿Hay algo que te angustia?

Taylor negó con la cabeza.

—No. Nada.

Denise aguardó por si él añadía algo más, pero Taylor no dijo palabra.

—De acuerdo. ¿Nos veremos mañana?

Él se aclaró la garganta antes de contestar.

—Lo intentaré, pero tengo un día muy apretado. No sé si tendré tiempo de acercarme.

Denise lo contempló, intrigada.

—¿Ni siquiera para almorzar?

—Veré lo que puedo hacer, aunque no te lo prometo.

Sus miradas se encontraron, pero Taylor apartó los ojos enseguida.

—¿Podrás venir para acompañarme al trabajo mañana por la noche?

Durante un breve instante, Denise tuvo la impresión de que no le había gustado que le hicieraaquella pregunta.

¿Había sido cosa de su imaginación?

—Sí, claro. Te acompañaré —respondió él finalmente. Luego le dio un leve beso y se encaminóhacia su camioneta sin volver la vista atrás.

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CAPÍTULO 22CAPÍTULO 22

A la mañana siguiente, temprano, mientras Denise daba cuenta de una taza de café, sonó elteléfono. Kyle estaba en la sala, tumbado y coloreando las figuras de un cuaderno; le costabamantenerse dentro de los contornos de los dibujos. Ella descolgó el auricular y reconoció alinstante la voz de Taylor.

—¡Ah, hola! Me alegro de encontrarte levantada —dijo él.

—Siempre lo estoy a estas horas —repuso Denise mientras sentía una sensación de alivio alescuchar su voz—. Te eché de menos anoche.

—Y yo... Probablemente, lo mejor habría sido que me hubiera quedado. La verdad es que no hedormido demasiado bien.

—A mí me ha ocurrido lo mismo. No he dejado de despertarme. Ya sabes, por una vez hetenido los cobertores para mí sola y no estoy acostumbrada.

—Oye, yo no acaparo las sábanas, así que debes de estar refiriéndote a otra persona.

—¿Ah, sí? ¿Cómo a quién, por ejemplo?

—No sé, quizá a algunos de esos tipos del restaurante.

—No lo creo —respondió Denise soltando una risita—. ¿Me llamas porque has cambiado deopinión respecto a lo del almuerzo?

—No. No puedo. Hoy no. Pero me pasaré cuando termine y te acompañaré al trabajo.

—¿Y qué tal una cena temprana?

—No, tampoco. No creo que pueda arreglarlo. De todos modos gracias por la oferta. Meentregan un pedido de paneles de yeso muy tarde y no creo que llegara a tiempo.

Denise se dio la vuelta, tensando el cordón del teléfono a su alrededor.

«¿Alguien hace repartos pasadas las cinco de la tarde?», se preguntó, pero se guardó deexpresarlo en voz alta. En cambio, respondió alegremente:

—¡Oh! Está bien. Te veré por la noche.

Le pareció que él tardaba más de lo normal en contestar.

—De acuerdo —repuso Taylor al fin.

—Kyle se ha pasado toda la tarde preguntando por ti —dijo Denise sin el menor asomo decontrariedad.

Fiel a su palabra, Taylor esperaba en la cocina a que ella recogiera las cosas. Había llegado conel tiempo justo y faltaba poco para que tuvieran que marcharse. Le había dado un beso fugaz yparecía más distante de lo normal, aunque se había disculpado por ello, atribuyéndolo a losagobios del trabajo.

—Ah, ¿sí? ¿Dónde está?

—Fuera, en el jardín de atrás. No creo que te haya oído llegar. Voy a buscarlo.

Denise fue hasta la puerta y lo llamó. Kyle echó a correr y al cabo de un instante irrumpía en lacasa.

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—«¡Oha, Teyo!» —exclamó con una gran sonrisa mientras corría a precipitarse en sus brazos ypasaba al lado de su madre sin prestarle atención.

Él lo levantó del suelo con suma facilidad.

—¡Hola, hombrecito! ¿Cómo te ha ido el día?

A Denise no se le escapó el cambio que se produjo en la actitud de Taylor cuando cogió al chico.

—«¡Etá quí!» —dijo Kyle, contento.

—Siento haber estado tan ocupado hoy —declaró Taylor con sinceridad—. ¿Me has echado demenos, hombrecito?

—Sí —respondió Kyle—, te he echado de menos. Era la primera vez que respondía a unapregunta correctamente y sin que tuvieran que ordenárselo.

Taylor y Denise se quedaron estupefactos, y, durante un segundo, ella se olvidó de todas laspreocupaciones de la noche anterior.

Sin embargo, si Denise había pensado que la simple frase de su hijo la iba a librar de lainquietud respecto a Taylor, se equivocaba.

No es que las cosas entre ellos se estuvieran estropeando a toda velocidad; al contrario, enmuchos sentidos parecieron funcionar normalmente al menos durante la semana siguiente. Apesar de que Taylor adujo razones de trabajo para no pasar las tardes con ella, no dejó deacompañarla a Eights por las noches y de recogerla al terminar. También habían hecho el amor lanoche que Kyle había hablado correctamente por primera vez.

No obstante, aunque no fuera de manera espectacular, saltaba a la vista que su relación habíacambiado. Fue más como si hubieran retrocedido lentamente, deshaciendo las costumbres quehabían ido afianzando durante los meses previos: menos tiempo juntos quería decir menos charlasy menos caricias. A causa de todo aquello, a Denise le resultó cada vez más difícil hacer caso omisode las señales de alarma que se habían disparado la noche que cenaron en casa de Melissa yMitch.

Incluso en aquel momento, una semana y media después y por mucho que a veces pensara quele estaba dando demasiada importancia a un problema que quizá no la tenía, las palabras dichasaquella velada seguían preocupándola. En cierto sentido, Taylor no había hecho nada malo, lo cualhacía su conducta aún más difícil de explicar. Se negaba a admitir que algo pudiera preocuparlo, yno había levantado la voz ni en una sola ocasión. Lo cierto era que ni siquiera habían tenido unaverdadera discusión. Habían pasado la tarde del domingo a la orilla del río, como muchas tardesanteriores. Taylor seguía portándose estupendamente con Kyle, y a ella le cogía la mano muchasveces cuando la llevaba al restaurante por la noche. Aparentemente, todo seguía igual, y la únicanovedad era aquella desconocida pasión por el trabajo que él aún no había explicado. Noobstante...

No obstante, ¿qué?

Sentada en el porche mientras Kyle jugaba con sus camiones en el jardín, Denise intentóresolver la incógnita. Tenía la experiencia suficiente para saber algo acerca de cómo funcionan lasparejas. Sabía que los primeros sentimientos en una relación amorosa podían tener la potencia deuna ola y actuar como una irresistible fuerza de atracción, y también sabía que era posible dejarse

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llevar por ellos al calor del momento; pero era consciente de que ese impulso no durabaeternamente porque no estaba pensado para ello; que si dos personas que estaban hechas la unapara la otra se encontraban, entonces, de aquel impulso inicial, podía surgir un tipo de amor másduradero y auténtico. Por lo menos eso era lo que creía.

Lo que le ocurría con Taylor era que tenía la impresión de que él se había dejado arrastrar porla ola sin pensar en las consecuencias y que, cuando se había percatado de ellas, había empezadoa nadar a contracorriente; quizá no todo el tiempo, pero sí a veces. Seguramente era eso lo quehabía notado en él últimamente: era como si estuviera utilizando el trabajo como una excusa paraescapar de la realidad de su nueva situación.

Naturalmente, también entendía que cuando alguien se obsesiona en buscar un problema,tarde o temprano acaba por encontrarlo; así que deseó que ése fuera su caso con Taylor, que seestuviera equivocando en sus apreciaciones. Cabía la posibilidad de que el trabajo fuera el únicoresponsable de todo. La verdad era que, a juzgar por las apariencias, quizá a Taylor no le faltararazón: una noche que había ido a recogerla, lo había visto tan cansado que Denise tuvo la certezade que no mentía cuando afirmaba que no paraba en todo el día.

Así pues, se mantuvo tan ocupada como pudo y procuró no perder el tiempo dándole vueltasinútilmente a lo que fuera que pudiera estar sucediendo entre ellos dos. Taylor se sumergió en sutrabajo y ella volvió a emplearse a fondo con Kyle. Dado que el niño ya empezaba a hablar conmás soltura, Denise empezó a practicar con él frases e ideas más complejas, amén de otrashabilidades relacionadas con la escuela. Una a una, fue enseñándole órdenes sencillas y lo entrenópara pintar mejor; también lo introdujo en los conceptos numéricos, aunque para Kyle el asuntono tenía sentido. Limpió la casa a fondo, puso orden en los armarios, atendió los turnos delrestaurante y pagó sus facturas. En pocas palabras, llevó el mismo tipo de vida que había llevadoantes de que Taylor McAden apareciera. No obstante, y a pesar de que era una rutina a la queestaba acostumbrada, por las tardes no dejaba de asomarse a la ventana de la cocina con laesperanza de ver aparecer a Taylor por el camino.

Pero eso no sucedía con frecuencia.

Entonces, a su pesar, volvía a recordar las palabras de Melissa: «Todo lo que sé es que un díalas cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí elporqué.»

Denise movió la cabeza en un intento de quitarse aquella idea de la cabeza. A pesar de que seresistía a creer que fuera cierto, cada vez le resultaba más difícil convencerse. Incidentes como eldel día anterior sólo servían para reforzar sus dudas.

Había ido a pasear en bicicleta con Kyle hasta la casa en la que Taylor estaba trabajando, yhabían visto su camioneta aparcada delante. Los propietarios habían decidido reformarlacompletamente por dentro —baños, cocina y salón—, y el montón de cascotes y tablonesamontonados fuera demostraba que se trataba de una obra mayor. Se asomó al interior con laintención de saludar, y los albañiles le dijeron que Taylor estaba en la parte de atrás, bajo un árbol,almorzando. Cuando al fin dio con él, Taylor adoptó un aire culpable, como si acabaran de pillarlocometiendo una fechoría.

—¡Denise! —exclamó.

Kyle, ajeno a su expresión, corrió hasta él.

—¡Hola, Taylor! ¿Qué tal?

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—Bien —contestó, limpiándose las manos en los vaqueros—. Estaba tomándome un bocadorápido.

Su almuerzo provenía de Hardee's, lo cual significaba que había tenido que pasar por delantede casa de ella para ir a comprarlo al otro extremo de la ciudad.

—Sí. Ya lo veo —contestó, intentado disimular su preocupación.

—¿Y a qué has venido?

«No es la respuesta que esperaba escuchar», pensó.

Haciendo de tripas corazón, exhibió su mejor sonrisa y contestó:

—Simplemente pasaba por aquí y se me ocurrió acercarme a saludar.

Al cabo de un rato, Taylor los acompañó dentro y les enseñó las obras como si se tratara de lavisita de unos desconocidos. Denise sospechó que sólo se trataba de un ardid para evitarenfrentarse a la pregunta de por qué había preferido comer solo en lugar de con ella, como habíahecho durante todo el verano, o por qué no había parado a saludarla al pasar por delante de sucasa.

Más tarde, aquella misma noche, cuando fue a buscarla, tampoco se mostró mucho más locuaz.

El hecho de que aquello ya no fuera algo infrecuente le tuvo los nervios de punta toda la noche.

—Serán sólo unos días —dijo Taylor encogiéndose de hombros.

Estaban sentados en el sofá de la sala mientras Kyle veía una película de dibujos en la tele.

Había transcurrido una semana y la situación seguía igual. Mejor dicho, había cambiadoradicalmente, aunque eso dependía de cómo se mirase. En aquellos momentos, Denise seinclinaba poderosamente hacia la segunda actitud. Era martes, y él había ido a recogerla como decostumbre para llevarla al trabajo. El placer que le había causado verlo llegar antes que decostumbre se evaporó tan pronto como Taylor le comunicó la noticia de que se ausentaba.

—¿Cuándo lo has decidido? —preguntó Denise.

—Esta mañana. Un grupo de colegas va a ir y me preguntaron si quería acompañarlos. EnCarolina del Sur la temporada de caza empieza dos semanas antes que aquí. Lo pensé y me dicuenta de que me apetecía ir con ellos. Necesito tomarme un descanso.

«¿De mí o del trabajo?», se preguntó Denise.

—Entonces, ¿te vas mañana?

Taylor se movió, incómodo.

—De hecho nos vamos esta noche. Saldremos alrededor de las tres de la madrugada.

—Estarás agotado.

—Nada que un buen termo de café no pueda arreglar.

—Entonces será mejor que no vayas a recogerme esta noche —sugirió Denise—. Te irá biendormir el rato que puedas.

—No te preocupes, allí estaré.

Denise negó con la cabeza.

—No. Hablaré con Rhonda. Ella me traerá a casa.

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—¿Estás segura de que no le importará?

—No vive lejos y no se puede decir que últimamente me haya tenido que hacer el favor muy amenudo.

Taylor la rodeó con el brazo y, para sorpresa de Denise, la atrajo hacia sí.

—Te echaré de menos —dijo.

—¿En serio? —preguntó Denise, lamentando de inmediato la nota de queja que apareció en suvoz.

—Claro que sí. Especialmente, alrededor de la medianoche. Lo más probable es que, por lafuerza de la costumbre, acabe deambulando por ahí con la camioneta.

Denise sonrió y pensó que él iba a besarla, pero Taylor la soltó y se alejó haciendo un gestohacia Kyle.

—Y a ti también te echaré de menos, hombrecito.

—Sí —respondió el niño, con los ojos pegados a la pantalla.

—¡Eh, Kyle! —llamó su madre—. Taylor estará fuera unos cuantos días.

—Sí —repitió Kyle, que obviamente no prestaba ninguna atención.

Entonces, Taylor se puso a cuatro patas y se arrastró por detrás del sofá hacia él.

—¿Estás pasando de mí, hombrecito? —gruñó.

Tan pronto como él se acercó, Kyle se dio cuenta de sus intenciones e intentó escabullirse, peroTaylor lo atrapó con facilidad y empezaron a forcejear amistosamente por el suelo.

—¿Me escuchas ahora? —preguntó Taylor.

—«¡Ucha, ucha!» —gritó Kyle, mientras agitaba brazos y piernas.

—¡Te atraparé! —rugió, y durante un rato se revolcaron por el suelo hasta que Kyle se cansó yTaylor lo soltó.

—Escúchame, cuando vuelva te llevaré a ver un partido de béisbol. Eso, suponiendo que a tumadre le parezca bien.

—«¡Atido éisol!» —gritó Kyle entusiasmado.

—Por mí no hay problema —aclaró Denise.

Taylor les guiñó un ojo, primero a ella y luego al niño.

—¿Has oído eso? Tu madre nos ha dado permiso.

—«¡Atido éisol!» —gritó aún más alto.

«Por lo menos, no ha cambiado con respecto a Kyle», pensó Denise, que a continuación le echóuna ojeada al reloj.

—Es la hora —dijo con un suspiro.

—¿Ya?

Ella asintió y se levantó del sofá para coger sus cosas.

Unos minutos más tarde estaban de camino hacia Eights. Cuando llegaron, Taylor la acompañóhasta la puerta.

—¿Me llamarás? —preguntó ella.

—Lo intentaré —prometió él.

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Se quedaron allí, mirándose a los ojos un instante, antes de que Taylor le diera un beso dedespedida. Denise entró con la esperanza de que el viaje le sirviera a Taylor para quitarse laspreocupaciones de la cabeza. Era posible, aunque no tenía forma de saberlo.

Durante los cuatro días que siguieron no tuvo la menor noticia de él.

Odiaba esperar a que sonara el teléfono.

Nunca había sido propio de su carácter comportarse de aquella manera. Cuando estuvo en launiversidad, su compañera de habitación se había negado en alguna ocasión a salir por la nocheporque esperaba una llamada de su novio. Denise siempre hacía entonces todo lo posible paraconvencerla de lo contrario; pero, si no tenía éxito, salía igualmente con otras amigas, y cuando lesexplicaba a éstas por qué la otra no había ido, todas juraban y perjuraban que jamás harían algoparecido.

Sin embargo, allí estaba, pensando lo difícil que era a veces seguir los propios consejos.

No era que hubiera dejado de hacer su vida, como le había sucedido a su compañera de cuarto.Tenía demasiadas responsabilidades para eso; pero no podía evitar salir corriendo hacia elteléfono cada vez que sonaba, y aún menos evitar sentirse decepcionada si no se trataba deTaylor.

La situación hacía que se sintiera impotente, cosa que detestaba. Denise no era, ni lo había sidonunca, el prototipo de la mujer indefensa y se negaba a convertirse en una. ¿Y qué si Taylor nohabía llamado? Ella no estaba siempre en casa, y él seguramente se pasaba el día en los bosques.¿Cuándo se suponía que iba a coger el teléfono? ¿En mitad de la noche? ¿Al amanecer? Claro quesiempre podía dejarle un mensaje en el contestador. Pero ¿por qué tenía ella que esperar algo así?¿Y por qué demonios era tan importante?

«No voy a caer en eso», se repitió una y otra vez para convencerse, y, al final, lo logró: elviernes se llevó a Kyle al parque; el sábado se fueron a dar un largo paseo por el bosque; eldomingo por la mañana fueron a misa y, luego, se pasaron el resto del día entretenidos con otrascosas.

Puesto que había ahorrado el dinero suficiente para comprarse un coche (viejo, de segundamano, barato pero fiable), buscó en las páginas de anuncios de los periódicos que habíacomprado. La siguiente parada fue en la tienda de comestibles, donde recorrió los pasillosescogiendo cuidadosamente para no volver demasiado cargada. Kyle estaba mirando fijamente lafigura de un enorme cocodrilo pintada en una caja de cereales cuando Denise oyó a sus espaldasque la llamaban por su nombre. Se dio la vuelta y vio a Judy, que empujaba su carrito de la comprahacia ella.

—¡Ya me parecía que eras tú! —dijo alegremente—. ¿Cómo estás?

—Hola, Judy. Estoy bien, gracias.

—Hola, Kyle —saludó la mujer.

—«Oha, serita Udy» —murmuró el niño sin apartar la mirada de la caja.

Judy dejó el carrito a un lado.

—¿Y bien? ¿Qué ha sido de vosotros últimamente? Hace tiempo que ni tú ni Taylor venís acenar a casa.

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Denise se encogió de hombros mientras sentía una punzada de incomodidad.

—Nada especial. Kyle se las ingenia para mantenerme ocupada.

—Sí. Los chicos siempre lo consiguen. ¿Cómo va?

—Ha pasado un verano estupendo. ¿A que sí, Kyle?

—Sí —repuso él en voz baja. Judy lo contempló satisfecha.

—Realmente te estás convirtiendo en un chico muy guapo. Además, me han dicho que hasmejorado mucho con el béisbol.

—«Eisol» —dijo Kyle, apartando la vista del dibujo del cocodrilo.

—Taylor lo ha estado ayudando con eso, y a Kyle le encanta —explicó Denise.

—Me alegro. Para una madre es mucho mejor ver a sus hijos jugando al béisbol que al fútbol.Yo tenía que taparme los ojos siempre que Taylor salía al terreno de juego. Cada vez que lo tirabanal suelo y lo aplastaban, tenía la impresión de escucharlo desde las gradas y me provocabapesadillas.

Denise rió forzadamente mientras Kyle la observaba sin comprender. Judy prosiguió.

—No esperaba encontrarte aquí. Pensaba que en estos momentos estarías con Taylor. Me dijoque iba a pasar el día contigo.

Denise se pasó la mano por el cabello.

—¿Eso te dijo?

—Sí. Ayer —asintió Judy—, cuando se acercó por casa, tras su regreso.

—Así que ha vuelto...

Judy la miró con extrañeza.

—¿No te ha llamado? —preguntó cautelosamente.

—No —contestó Denise cruzando los brazos y dándose la vuelta para disimular su decepción.

—No sé... Puede que estuvieras en el trabajo —sugirió Judy en voz baja.

Sin embargo, las dos sabían perfectamente que aquello no era verdad.

Dos horas más tarde, desde su casa vio a Taylor que llegaba por el camino. Kyle, que estabajugando en el jardín, se levantó y echó a correr hacia la furgoneta. Tan pronto como Taylor sedetuvo y se apeó, el chico se le echó en los brazos.

Denise salió al porche, presa de emociones contradictorias y preguntándose si aquella apariciónno obedecería a que Judy le había avisado tras encontrarse con ella en la tienda de comestibles;preguntándose si, de haber sido de otra manera, estaría él allí; preguntándose por qué no la habíatelefoneado ni una sola vez durante su ausencia, y preguntándose, por fin, por qué, a pesar detodo, el corazón se le desbocaba con sólo verlo de nuevo.

Taylor dejó a Kyle en el suelo, lo cogió de la mano y ambos se encaminaron hacia la casa.

—Hola, Denise —saludó él con escasa convicción, como si supiera de antemano lo que ellapensaba.

—Hola, Taylor.

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Denise no hizo ademán de moverse, y él pareció vacilar antes de cubrir la distancia que losseparaba y subir los escalones del porche. Ella dio un paso atrás y evitó que sus miradas secruzasen. Cuando Taylor se inclinó para besarla, Denise lo esquivó.

—¿Estás enfadada conmigo?

Ella paseó la vista por el jardín antes de mirarlo.

—No lo sé, Taylor. ¿Debería?

—«¡Teyo!» —interrumpió Kyle—. «¡Teyo ta qui!»

Denise lo cogió de la mano.

—Cariño, ¿puedes ir dentro un momento?

—«¡Teyo ta qui!»

—Lo sé; pero, por favor, déjanos solos un rato —le pidió. Luego abrió la puerta y lo condujo alinterior.

Cuando se hubo asegurado de que el chico estaría entretenido, regresó al porche.

—Está bien. Dime qué pasa —dijo Taylor.

—¿Por qué no me telefoneaste?

Él se encogió de hombros.

—No lo sé... Supongo que no vi el momento. Nos pasábamos el día de caza y al volver al motelestábamos deshechos. ¿Es eso lo que te ha molestado?

Sin contestar a la pregunta, Denise prosiguió.

—¿Por qué le dijiste a tu madre que ibas a pasar el día conmigo si no tenías intención dehacerlo?

—¿A qué viene este interrogatorio? He venido. ¿Qué crees que estoy haciendo aquí?

—Taylor, ¿qué pasa contigo? —le espetó Denise.

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes a qué me refiero.

—No. No lo sé. Mira, regresé ayer. Estaba cansado, y esta mañana tenía que resolver unmontón de asuntos. ¿Por qué montas un escándalo por tan poca cosa?

—¡No estoy montando ningún escándalo!

—Lo haces. Oye, si lo que quieres es no verme más, dímelo claramente, porque no tengo másque coger el coche y largarme.

—Taylor, no es que no quiera verte; es que no sé por qué te comportas así últimamente.

—¿Cómo me estoy comportando?

Denise suspiró, intentando hallar las palabras para explicarse.

—No lo sé, Taylor. Es difícil de decir... Es como si ya no estuvieras seguro de lo que quieres conrespecto a nosotros.

—¿De dónde has sacado esa idea? —preguntó Taylor sin alterar la expresión—. ¿Has habladocon Melissa otra vez?

—No. Melissa no tiene nada que ver —repuso Denise, que sentía que estaba empezando aperder la paciencia—. Eres tú el que has cambiado, y a veces no sé qué pensar.

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—¿Y sólo porque no te he llamado? ¡Pero si te lo acabo de explicar! —Taylor dio un paso y susfacciones se suavizaron—. Ya te lo he dicho: no tuvimos tiempo. Eso es todo.

Dudando si creerle o no, Denise vaciló. Entre tanto, como si percibiera que algo no iba bien,Kyle asomó por la puerta.

—«Venga, chicos, amos ento.»

Durante un instante, Taylor y Denise se quedaron sin moverse.

—Venga —repitió Kyle, tirando de la camisa de su madre.

Denise lo miró y forzó una sonrisa. Luego se volvió hacia Taylor, que sonreía abiertamente enun intento de romper el hielo.

—Si me dejas entrar, te daré una sorpresa —dijo él.

Ella se cruzó de brazos mientras lo meditaba. En la distancia se oyó el canto de un arrendajo.Kyle la miró, expectante.

—¿De qué se trata? —respondió Denise, cediendo por fin.

—Está en la camioneta. Deja que vaya a buscarlo.

Taylor dio un paso atrás y la miró cautelosamente, dándose cuenta de que aquella respuestasignificaba que ella iba a permitir que se quedara. Antes de que pudiera cambiar de opinión,Taylor le hizo un gesto a Kyle.

—Anda, ven, que me ayudarás.

Denise vio cómo se alejaban y se sintió hecha un lío. Las explicaciones de Taylor le habíanparecido de nuevo razonables, y de nuevo volvía a ser encantador con Kyle.

Entonces, ¿por qué le costaba tanto creerle?

Cuando Kyle se hubo acostado aquella noche, Denise y Taylor se acomodaron en el salón.

—¿Qué te ha parecido la sorpresa?

—Estaba buenísima, pero no hacía ninguna falta que me llenaras el congelador.

—Bueno, el mío ya lo está.

—Puede que a tu madre le apetezca un poco.

—Ya se lo he llenado también.

—¿Cuántas veces sales a cazar?

—Tantas como puedo.

Antes de la cena, Kyle y Taylor habían jugado a lanzar la pelota en el jardín. Luego, él habíapreparado la cena, o al menos parte. Junto con la carne de venado había llevado ensalada depatatas y judías con tomate que había comprado en el supermercado.

En aquel instante, relajada por primera vez, Denise se sintió mejor de lo que se había sentidoen las últimas semanas. Una pequeña lámpara iluminaba la sala y de la radio salía una suavemúsica.

—Bueno, ¿cuándo tienes intención de llevar a Kyle al partido de béisbol?

—Había pensado llevarlo el sábado. Hay un encuentro en Norfolk.

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—¡Vaya! —exclamó decepcionada—. El sábado es su cumpleaños y tenía previsto montarle unapequeña fiesta.

—¿A qué hora?

—No sé, supongo que alrededor del mediodía. Esa noche tengo que ir a trabajar.

—El partido empieza a las siete. ¿Qué te parece si me llevo a Kyle mientras tú estás en elrestaurante?

—Bueno... Es que yo también quería ir...

—Vamos, déjanos pasar otra noche a los chicos solos. Estoy seguro de que a Kyle le encantaría.

—Lo sé. Has conseguido que se aficione a ese juego.

—Entonces, ¿te parece bien si lo llevo el sábado? Estaremos de vuelta justo a tiempo derecogerte.

Ella hizo un gesto de resignación.

—Está bien. Tú ganas. Pero prométeme que si se cansa lo traerás de vuelta a casa.

—Palabra de honor —dijo Taylor, levantando la mano de derecha—. Lo pasaré a buscar a esode las cinco y al final de la noche estará comiendo perritos calientes y cacahuetes y cantando Take

me out to the ball game.

Denise le dio un codazo amistoso.

—Sí, claro.

—Bueno, quizá no; pero no será porque no vayamos a intentarlo.

Ella le apoyó la cabeza en el hombro. Taylor olía a mar y a viento.

—Eres una buena persona, Taylor.

—Lo intento.

—No. Lo digo en serio. Estos últimos meses has hecho que me sintiera especial.

—Y tú también a mí.

Durante un largo momento, el silencio se apoderó de la sala como algo palpitante. Denise podíapercibir cada movimiento de la respiración de Taylor. No obstante, a pesar de lo agradable quehabía resultado la velada, no pudo olvidarse de las preocupaciones que la habían acosado durantetoda la semana.

—Taylor... ¿Nunca piensas en el futuro?

Él se aclaró la garganta antes de responder.

—Sí. De vez en cuando. Pero no suelo preocuparme más allá de mi próxima comida.

Denise le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de él.

—¿No piensas nunca acerca de nosotros? ¿Acerca de nuestra relación y de cómo puedeacabar?

Taylor no respondió, y Denise siguió hablando.

—He estado dándole vueltas, ¿sabes?... Hace ya unos cuantos meses que nos vemos, perotodavía no sé lo que opinas ni qué planes tienes. Me refiero a que estas últimas semanas... No sé...A veces tengo la impresión de que te estás distanciando. Has tenido tanto trabajo que casi nohemos pasado tiempo juntos. Y, luego, cuando no llamaste...

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Dejó que las palabras murieran, sabiendo que todo aquello ya lo había dicho antes. Taylorrespondió con un hilo de voz, y ella notó que él se ponía a la defensiva.

—Denise, tú me interesas, si es eso a lo que te refieres.

Ella cerró los ojos y los mantuvo así durante un rato.

—No. No es eso exactamente... Supongo que sólo quería saber si vas en serio con lo nuestro.

Él la atrajo hacia sí mientras le acariciaba el cabello.

—Claro que voy en serio. Pero, como te he dicho, mi visión del futuro no es a largo plazo. Nosoy el tipo más brillante que has conocido, ¿sabes?

Taylor sonrió ante su propia broma y Denise suspiró: estaba claro que no iba a ser suficientecon que tanteara.

—Bien, entonces, dime una cosa: cuando reflexionas sobre el mañana, ¿Kyle y yo estamos enél? —preguntó a bocajarro.

El silencio volvió a apoderarse de la sala mientras ella esperaba una respuesta. Se dio cuenta deque tenía la boca seca. Al final, oyó que Taylor lanzaba un suspiro.

—No puedo predecir el futuro, Denise. Nadie puede. Pero, como te he dicho, me intereso por tiy por Kyle. ¿No es suficiente por el momento?

Era evidente que aquélla no era la contestación que hubiera deseado escuchar. A pesar detodo, levantó la cabeza del hombro de él y lo miró a los ojos.

—Sí —mintió—. Por ahora es suficiente.

Más tarde aquella misma noche, tras haber hecho el amor y haberse quedado dormidosabrazados, Denise se despertó y vio a Taylor, de pie frente a la ventana, mirando hacia los árbolesy con la mente perdida en otros asuntos. Lo observó durante un rato, antes de que él regresara ala cama. Cuando Taylor tiró de la sábana, ella se volvió y lo miró.

—¿Estás bien? —preguntó.

Taylor pareció sorprenderse ante el sonido de su voz.

—¿Te he desvelado?... Lo siento.

—No. Ya llevaba un rato despierta. ¿Qué te ocurre?

—Nada. Simplemente, no podía dormir.

—¿Hay algo que te preocupa?

—No.

—Entonces, ¿por qué no puedes dormir?

—No lo sé.

—¿Es por algo que haya hecho?

Taylor soltó un largo suspiro.

—No. Tú no has hecho nada malo.

Dicho eso se acurrucó a su lado y la abrazó. A la mañana siguiente, Denise se levantó sin nadie asu lado.

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Aquella vez, Taylor no se había ido a dormir al sofá ni la sorprendió con un inesperadodesayuno. Se había escabullido sigilosamente, y las llamadas a su casa quedaron sin respuesta.Durante un rato, Denise pensó en pasarse por la obra en la que él estaba trabajando, pero elrecuerdo de cómo había terminado la última visita que ella le había hecho la desanimó porcompleto.

Al final, se puso a rememorar los acontecimientos de la noche pasada, intentando verles el ladobueno. Sin embargo, a cada recuerdo positivo parecía corresponderle uno negativo. Había ido averla, sí; pero podía haberse debido a la influencia de Judy. Había sido encantador con Kyle, sí;pero podía haber sido una forma de evitar abordar lo que le estaba preocupando. Le había dichoque ella le interesaba, sí; pero no lo suficiente para pensar en un futuro juntos. Habían hecho elamor, sí; pero él había desaparecido por la mañana sin ni siquiera despedirse.

Analizar... Sopesar... Calcular... Odiaba reducir su relación con Taylor a algo tan prosaico. Leparecía una actitud pasada de moda, un psicoanálisis barato en el que los hechos y las palabraspodían no significar nada. Aunque lo cierto era que sí tenían un significado. Ahí estaba elproblema.

Sin embargo, en el fondo de su corazón tenía la certeza de que Taylor no le había mentidocuando le había dicho que ella le interesaba. Si había algo que la impulsaba a seguir con él eraciertamente eso.

¡Cuántas dudas y peros!

Hizo un gesto para apartar de su cabeza todas aquellas ideas, por lo menos hasta que lovolviera a ver. Taylor iba a pasar más tarde para acompañarla al trabajo, y aunque ella no creíaque tuvieran tiempo para hablar, estaba segura de que sólo con verlo lo tendría todo más claro.Ojalá llegara un poco antes.

El resto de la mañana y la tarde transcurrió muy despacio. Kyle tenía uno de sus días malos —callado, gruñón y tozudo—, lo cual no contribuyó a mejorar el estado de ánimo de Denise, peropor lo menos evitó que se pasara las horas pensando en Taylor.

Poco después de las cinco, creyó haber oído el ruido de su camioneta, pero cuando salió acomprobarlo se dio cuenta de que se había equivocado. Decepcionada, se puso el uniforme, lepreparó un bocadillo a Kyle y se quedó viendo las noticias.

El tiempo pasó y dieron las seis. ¿Dónde se había metido Taylor?

Apagó el televisor e intentó sin éxito que Kyle se interesara en un libro. A continuación, sesentó en el suelo con el chico y empezó a jugar con el Lego, pero Kyle no le hizo el menor caso ysiguió coloreando su cuaderno de dibujo. Cuando ella intentó hacer lo mismo, el niño le dijo quese marchara. Ella suspiró y decidió que no valía la pena seguir intentándolo.

Al final, se fue a ordenar la cocina para matar el tiempo. Como allí tampoco había mucho quehacer, recogió la ropa de la lavadora.

A las seis y media seguía sin tener noticias de Taylor, y la preocupación empezó a ceder anteuna sensación más inquietante.

Taylor iba a ir a buscarla, ¿verdad?

Ante la falta de alternativas, lo llamó por teléfono. Nadie contestó.

Volvió a la cocina, se sirvió un vaso de agua y se sentó ante la ventana del salón. A esperar.

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Si no aparecía en un cuarto de hora, llegaría tarde a trabajar.

Si no aparecía en diez minutos...

A las siete menos cinco, sostenía el vaso con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos ytuvo que aflojar la presa para que la sangre volviera a circularle por los dedos. A las siete, con unamueca en los labios, llamó a Ray, le dijo que iba a llegar un poco tarde y se disculpó.

—Kyle. Tenemos que marcharnos —anunció Denise después de colgar el teléfono—. Hoyiremos en bicicleta.

—No —dijo el niño.

—No te lo estoy preguntando, Kyle. ¡Te lo estoy ordenando! ¡Despabila!

Cuando el chico se dio cuenta del tono de voz, se levantó y fue tras su madre.

Maldiciendo para sí, Denise salió al porche trasero para coger su bicicleta. Cuando la hizo rodarse dio cuenta de que algo no iba como Dios manda y le dio una sacudida de pura frustración antesde percatarse de lo que sucedía: un neumático estaba pinchado.

—¡Oh, no, por favor! ¡Esta noche no! —exclamó sin apenas dar crédito a lo que le estabasucediendo.

Como si aquello no pudiera ocurrirle a ella, se agachó para palpar la rueda: la cubierta cediócon sólo una leve presión.

—¡Maldita sea! —gritó, pegándole una patada a la llanta.

Dejó la bicicleta tirada en el suelo entre una cajas de cartón y volvió a la cocina justo cuandoKyle salía por la puerta.

—¡No vamos a ir en bici! —dijo, apretando los dientes—. ¡Vuelve dentro!

Kyle, que sabía cuándo era mejor no contrariar a su madre, hizo lo que le había dicho. Denisemarcó un número y volvió a llamar a Taylor, pero éste seguía sin contestar. Colgó el auricular deun golpe y se puso a pensar a quién podía recurrir: a Rhonda no, porque ya estaría en elrestaurante; ¿a Judy?... Marcó y dejó que el timbre sonara una docena de veces: luego, colgó. ¿Aquién más conocía? Sólo a una persona más.

Abrió el cajón, sacó el listín telefónico y revolvió las páginas en busca del nombre. Lo encontró,marcó y respiró aliviada cuando la voz respondió al otro extremo de la línea.

—¿Melissa? Hola, soy Denise.

—¡Oh! Hola. ¿Qué tal estás?

—La verdad es que en este momento no muy bien. Escucha, odio tener que hacer esto, pero tellamo para pedirte un favor.

—¿En qué te puedo ayudar?

—Ya sé que es una verdadera molestia, pero ¿podrías acompañarme hasta el trabajo estanoche?

—Claro. ¿Cuándo?

—¿Podría ser ahora? Ya sé que te llamo en el último minuto y lo siento, pero acabo de darmecuenta de que tengo la bici pinchada.

—No te preocupes —interrumpió Melissa—. Estaré ahí en diez minutos.

—Gracias. Te debo un favor.

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—No me debes nada. Total, lo único que tengo que hacer es coger las llaves del coche y mibolso.

Denise colgó y volvió a llamar a Ray para explicarle, entre un montón de disculpas, que llegaríaa las siete y media. Él se echó a reír.

—No te preocupes, cariño. Llegarás cuando tengas que llegar. No hace falta que te apresures:hoy tenemos una noche tranquila.

Colgó y soltó un suspiro de alivio. Entonces se dio cuenta de que Kyle la estaba observando sindecir palabra.

—Lo siento, cariño, mamá no está enfadada contigo. Lamento haberte gritado.

No obstante, seguía molesta con Taylor y no había forma de que lo remediara. ¿Cómo habíapodido...?

Recogió sus cosas y esperó a que llegara Melissa. Cuando vio el coche que avanzaba por elcamino, tomó a Kyle de la mano y salió al porche. Melissa detuvo el vehículo mientras bajaba laventanilla.

—Aquí estoy. Vamos, entrad. Perdonad el caos, pero es que los chicos han tenido fútbol estasemana.

Denise ató a Kyle al asiento de atrás con el cinturón de seguridad y se sentó junto a su amiga.En un abrir y cerrar de ojos, habían salido del camino y circulaban por la carretera principal haciaEights.

—Oye, ¿qué ha pasado? Me dijiste que tenías la bici pinchada.

—Así es. Pero la verdad es que esta noche no contaba con tener que usarla. Se suponía queTaylor iba a llevarme, pero no ha aparecido.

—¿Y te dijo que vendría?

La pregunta la hizo dudar: ¿acaso ella se lo había pedido? ¿Acaso tenía que hacerlo a aquellasalturas?

—La verdad es que no quedamos en nada concreto —admitió Denise—. Pero como me haestado acompañando durante todo el verano, pensé que hoy también lo haría...

—¿Te ha llamado?

—No.

Melissa le lanzó una rápida mirada.

—Me da la impresión que las cosas han cambiado entre vosotros.

Denise se limitó a asentir, y la otra se concentró en la carretera, dejándola con suspensamientos.

—Tú sabías que algo así iba a pasar, ¿no es cierto?

—Hace mucho que conozco a Taylor —repuso Melissa con cautela.

—¿Y qué le pasa?

Melissa suspiró.

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—Para ser sincera, no lo sé. Nunca lo he sabido. Pero Taylor siempre reacciona de la mismamanera cuando una relación empieza a ir en serio.

—Pero ¿por qué?... Me refiero a que nos llevamos bien, y es tan fantástico con Kyle...

—No puedo hablar por Taylor. De verdad que no puedo. Como te he dicho, nunca lo hecomprendido.

—Pero seguro que tienes alguna idea...

Melissa dudó.

—No se trata de ti, créeme. El día en que cenamos en casa no bromeaba cuando te dije querealmente se interesa por ti. Es evidente. De hecho, nunca lo he visto tan pendiente de nadie.Mitch opina lo mismo. Pero a veces me parece que Taylor se niega a sí mismo el derecho a ser felizy que estropea todas las oportunidades que se le presentan. No creo que lo haga a propósito, másbien tengo la impresión de que no puede evitarlo.

—Eso no tiene sentido.

—Puede que no, pero pienso que es eso lo que está sucediendo.

Denise lo meditó. Más adelante se divisaba el restaurante y, tal como le había dicho Ray, ajuzgar por la cantidad de vehículos aparcados, no debía de haber muchos clientes. Cerró los ojos yapretó los puños de pura frustración.

—En cualquier caso, la pregunta sigue siendo la misma: por qué.

Melissa no respondió de inmediato. Puso el intermitente y giró para aparcar.

—Si me lo preguntas, te diré que es por algo que le ocurrió hace mucho tiempo —contestófinalmente.

Por su tono de voz, el significado saltaba a la vista.

—¿Por su padre?

Melissa asintió.

—Se culpa a sí mismo de su muerte —dijo, hablando lentamente.

Denise sintió que se le hacía un nudo en la boca del estómago.

El coche se detuvo.

—Quizá deberías hablar con él sobre el asunto —sugirió Melissa.

—Ya lo he intentado.

Melissa hizo un gesto con la cabeza.

—Sí. Me lo imagino. Todos lo hemos intentado.

Denise trabajó su turno sin apenas poder concentrarse en lo que hacía; por suerte, como nohabía muchos clientes, no tuvo demasiada importancia.

Por su parte, Rhonda, que en circunstancias normales la habría acompañado a casa, se marchótemprano, lo cual dejó a Ray como el único capaz de ofrecerle un medio de transporte. A pesar deque ella le agradecía que estuviera dispuesto a llevarla, sabía que su jefe solía quedarse limpiandouna hora después de haber cerrado y que eso significaba regresar a casa aún más tarde. Al final,

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Denise se resignó. Estaba empezando a recoger, cinco minutos antes del cierre, cuando la puertade entrada se abrió.

Taylor.

Entró y saludó con la mano a Ray, pero no hizo ni el menor intento de acercarse a Denise.

—Melissa me ha llamado y me ha dicho que necesitas que alguien te lleve —dijo él.

Ella se había quedado sin palabras. Se sentía furiosa, confusa, pero... todavía enamorada;aunque ése era un sentimiento que se iba apagando con el paso de los días.

—¿Dónde te habías metido?

Taylor se movió, incómodo.

—Estaba trabajando. No sabía que hoy ibas a necesitar que te acompañara.

—Pero si lo has estado haciendo diariamente durante los últimos tres meses —contestó ella,tratando de mantener la compostura.

—Mira, he estado toda la semana fuera y la última noche no me lo pediste. Pensé que Rhondalo haría. Disculpa, no sabía que me había convertido en tu chófer particular.

—Lo que acabas de decir es una bajeza, Taylor, y lo sabes —repuso Denise fulminándolo con lamirada. Taylor se cruzó de brazos.

—Mira, no he venido hasta aquí para que me echen una bronca. He venido por si me necesitaspara que te acompañe. ¿Es así o no?

Denise frunció los labios.

—No —replicó llanamente.

Si aquello supuso una sorpresa para Taylor, no lo demostró.

—Muy bien —contestó, desviando la mirada. Bajó los ojos un instante y volvió a mirarla—.Siento lo de antes, si es que te sirve de algo.

Denise pensó que en parte servía y en parte no, pero no se lo dijo. Cuando él comprendió queDenise había dado por concluida la conversación, dio media vuelta y abrió la puerta para salir.

—¿Necesitarás que te lleve mañana? —preguntó por encima del hombro.

Denise lo meditó.

—¿Te presentarás?

Taylor hizo una mueca.

—Sí. Me presentaré —repuso en voz baja.

—Entonces, conforme.

Él hizo un gesto de asentimiento y se marchó. Denise se volvió y vio que Ray estaba limpiandola barra como si su vida dependiera de ello.

—Ray...

—Dime, cariño —dijo, haciendo ver que no se había enterado de nada.

—¿Te importa si mañana me tomo la noche libre?

Él la miró como si se tratara de su propia hija.

—Creo que es lo mejor que puedes hacer —replicó con toda franqueza.

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Taylor se presentó cuando todavía faltaba media hora para que Denise empezara su turno, y sesorprendió al encontrarla vestida con unos vaqueros y una blusa de manga corta. Había llovidotodo el día y las temperaturas habían bajado: no era la ocasión para llevar pantalones cortos. Porsu parte, Taylor tenía un aspecto aseado: estaba claro que se había cambiado antes depresentarse. —Pasa —dijo ella.

—¿No se supone que deberías ir con el uniforme?

—Esta noche libro —contestó tranquilamente.

—¿Libras?

—Sí.

Taylor entró, intrigado.

—¿Dónde está Kyle?

Denise tomó asiento.

—Se ha quedado con Melissa un rato.

Taylor se detuvo, dubitativo. Denise le hizo un gesto señalando el sofá.

—Siéntate.

Taylor obedeció.

—¿Me quieres decir qué ocurre?

—Tenemos que hablar.

—¿De qué?

Denise no pudo evitar hacer un gesto de exasperación.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—¿Por qué? ¿Acaso hay algo de lo que no me haya enterado? —repuso, sonriendonerviosamente.

—No es momento para bromas, Taylor. Me he tomado la noche libre con la esperanza de queme ayudes a entender cuál es el problema.

—¿Te refieres a lo de ayer? Ya te dije que lo sentía. Era la verdad.

—No. No es eso. Estoy hablando de ti y de mí.

—¿No hablamos ya de nosotros la otra noche?

Denise suspiró.

—Sí, claro, hablamos. O mejor dicho, yo hablé y tú no dijiste ni palabra.

—Sí que dije.

—No. Pero es igual. Tú nunca dices nada. Te empeñas en hablar de trivialidades y en evitar losasuntos importantes, los que te preocupan.

—Eso no es cierto.

—¿Ah, no? Entonces ¿se puede saber por qué te comportas conmigo de manera tan diferente?

—Pero si no...

Denise lo interrumpió con un gesto de la mano.

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—Ya no vienes por aquí, no llamas cuando estás fuera, la otra noche te escabulliste de la camay desapareciste...

—Ya te he explicado todo eso.

—Sí, claro que me lo has explicado, pero ¿acaso no entiendes de lo que estoy hablando?

Taylor volvió la cabeza y clavó la mirada en la pared, negándose a aceptar la pregunta.

—Pero hay más que eso —prosiguió Denise pasándose los dedos por el cabello—. Lo cierto esque no te comunicas conmigo, y me pregunto si de verdad alguna vez lo has hecho.

Taylor la miró, y Denise captó el significado. Ya había pasado antes por aquella situación —lanegación de cualquier problema— y no quería repetir la experiencia. Entonces recordó loscomentarios de Melissa y decidió ir al grano. Respiró hondo.

—¿Qué ocurrió con tu padre? —preguntó, y vio que Taylor se ponía en guardia al instante.

—¿Qué tiene que ver?

—Tiene que ver porque creo que es la causa de tu comportamiento de estas últimas semanas.

Taylor negó con la cabeza mientras adoptaba una actitud cercana al enfado.

—¿Qué te hace pensarlo?

Denise lo intentó de nuevo.

—Eso no es lo importante. Sólo quiero saber qué ocurrió.

—Ya hemos hablado de este asunto —contestó, secamente.

—No. No lo hemos hecho. Yo te pregunté acerca de tu padre, y tú me contaste algunas cosas,pero sólo por encima, nunca toda la historia.

Taylor hizo rechinar los dientes mientras abría y cerraba una mano sin, aparentemente, darsecuenta.

—¡Murió! ¿Vale? Eso ya te lo había dicho, ¿verdad?

—¿Y?

—¡Y qué! —estalló—. ¿Qué más quieres que te diga?

Denise se acercó a él y le tomó la mano.

—Melissa me dijo que te culpas de su muerte.

Taylor se la retiró.

—No sabe lo que dice.

—Hubo un incendio, ¿verdad? —preguntó Denise, manteniendo la calma.

Taylor cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, Denise vio en ellos una ira desconocida.

—Murió. Eso es todo. No hay nada más que añadir.

—¿Por qué no quieres responderme? —preguntó ella—. ¿Por qué te empeñas en nocontármelo?

—¡Por el amor de Dios! —exclamó Taylor—. ¿No puedes dejarlo correr?

Su estallido cogió desprevenida a Denise, que lo miró con los ojos muy abiertos.

—No. No puedo —insistió, con el corazón acelerado—. Es algo que nos concierne a los dos.

Taylor se puso en pie.

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—¡No nos concierne a los dos en absoluto! Además, ¿a qué demonios viene todo esto? ¡Meestoy hartando de que no dejes de acosarme con tus interrogatorios!

Denise se le acercó con las manos extendidas.

—No... No te estoy acosando, Taylor —balbuceó—. Sólo pretendo que hablemos.

—¡¿Qué quieres de mí?! —contestó sin haber escuchado y con el rostro enrojecido

—Sólo quiero saber qué te pasa para que entre los dos lo podamos arreglar.

—¿Arreglar? Arreglar ¿qué? No estamos casados, Denise. ¿Por qué demonios no dejas de fisgarde una vez?

Aquellas palabras la hirieron.

—No estoy fisgando —replicó con hostilidad.

—Yo diría que sí. No dejas de intentar meterte en mi cabeza para averiguar lo que anda malpara arreglarme la vida. Pero escúchame bien: ¡no me ocurre nada malo! Por lo menos, no a mí.Soy como soy, y, si no puedes soportarlo, será mejor que lo dejes correr.

Le lanzó una mirada furibunda, y Denise contuvo el aliento. Antes de que pudiera decir nadamás, Taylor negó con la cabeza y dio un paso atrás.

—Mira, tú no necesitas que te lleven a ninguna parte, y yo no quiero permanecer aquí ni unminuto más; así que piensa en lo que te he dicho, ¿vale? Me largo.

Dio media vuelta y se marchó dejando a Denise sentada en el sofá, perpleja.

«¿Que piense en lo que ha dicho?», se preguntó.

—Lo haría si tuviera algún sentido —murmuró para sí.

Los días posteriores transcurrieron sin novedad; eso sin contar, naturalmente, las flores quellegaron la mañana siguiente a la discusión. La nota que las acompañaba era sencilla:

«Te pido disculpas por mi comportamiento. Sólo necesito unos cuantos días para poner enorden mis ideas. ¿Puedes concederme eso?»

Una parte de Denise quería echar el ramo al cubo de la basura, mientras que otra deseabaconservarlas; una parte de ella sólo quería acabar en aquel mismo instante, y otra suplicaba poruna nueva oportunidad.

«¿Qué hay de nuevo en todo este lío?», pensó.

Fuera, la tormenta había regresado. El cielo estaba frío y gris, y la lluvia se estrellaba contra loscristales. El vendaval azotaba los árboles hasta casi doblarlos por la mitad.

Descolgó el teléfono y llamó a Rhonda. Luego volvió la atención a los anuncios clasificados deldiario. Tenía intención de comprarse un coche el siguiente fin de semana.

Quizá de aquel modo no se sentiría tan atrapada.

El sábado, Kyle celebró su cumpleaños. Judy, Melissa, Mitch y sus cuatro hijos fueron los únicosque acudieron a la fiesta. Cuando le preguntaron a Denise por Taylor, ella contestó que llegaríamás tarde porque iba a llevar a Kyle a ver un partido y que por eso no estaba.

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—Kyle ha estado esperando ese momento durante toda la semana —explicó, soslayandocualquier mención de problemas.

Si no se preocupaba más era sólo por Kyle. A pesar de todo, en lo concerniente al niño, sabíaque Taylor no había cambiado. No podía ser de otra manera. Estaría allí a las cinco para recogerlo.

Las horas pasaron más despacio de lo normal.

A las cinco y veinte, Denise estaba jugando en el jardín a lanzarle la pelota a su hijo; tenía unnudo en el estómago y estaba a punto de llorar.

Kyle estaba guapísimo con su pantalón vaquero y su gorra de béisbol. Con el guante nuevo,cortesía de Melissa, atrapó el último lanzamiento de su madre, cogió la pelota con la otra mano yse la quedó mirando.

—«Teyo vene» —dijo.

Denise le echó un enésimo vistazo al reloj y tuvo que tragar para contener una náusea. Habíallamado a Taylor tres veces, pero no parecía que estuviera en casa. Tampoco parecía que estuvierade camino.

—Me parece que no, cariño.

—«Teyo vene» —repitió el chico.

A Denise se le llenaron los ojos de lágrimas. Se acercó a su hijo y se puso en cuclillas, a su altura.

—Taylor está ocupado, Kyle. No creo que pueda llevarte al partido hoy. Si quieres, puedes ircon mamá al trabajo, ¿vale?

Nunca había pensado que decirle aquellas palabras pudiera resultarle tan doloroso.

Kyle la miró mientras se iba haciendo cargo de lo que significaban.

—«Teyo a machado» —dijo finalmente.

—Sí, cariño. Así es —respondió Denise tristemente mientras lo abrazaba.

Kyle soltó la pelota y se fue hacia la casa con un aspecto más abatido de lo que su madre lohabía visto nunca.

Denise hundió el rostro entre las manos y se echó a llorar.

Taylor apareció a la mañana siguiente con un gran regalo muy envuelto bajo el brazo. Antes deque Denise pudiera salir a recibirlo, Kyle ya iba en pos del paquete. A juzgar por su actitud, eldesengaño del día anterior había quedado olvidado, y su madre pensó que si los niños teníanalguna ventaja sobre los mayores, ésa era su capacidad para olvidar deprisa.

Sin embargo, ella ya no era una niña, así que caminó hasta el porche con los brazos cruzados yevidentemente molesta.

Kyle estaba abriendo su regalo, arrancando el envoltorio con frenesí. Denise decidió dejar quecontinuara y no decir nada hasta que hubiera acabado.

—«¡Egos» —gritó Kyle, mostrándole la caja a su madre.

—¡Caramba, sí! —contestó.

Sin mirar a Taylor, se apartó un mechón de cabello de los ojos y le dijo.

—Kyle, di: «Gracias.»

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—«Asias» —repitió sin quitar los ojos de la caja.

—A ver —dijo Taylor, sacando una navaja del bolsillo y poniéndose en cuclillas—, déjame quete ayude a abrirlo.

Cortó las tiras de papel adhesivo y retiró la tapa. Kyle metió la mano y extrajo un par de ruedasde un coche para montar.

Denise se aclaró la garganta.

—Kyle, ¿por qué no vas dentro con todo eso mientras mamá habla con Taylor un rato? —sugirió mientras abría la puerta.

El chico hizo lo que le habían dicho, colocó la caja sobre la mesita baja del salón y enseguida sesumergió en el juego.

Taylor se había quedado donde estaba.

—Lo siento —dijo sinceramente—. Realmente no tengo excusa. Lo olvidé por completo. ¿Se lotomó muy mal?

—¿Tú qué crees?

Parecía apesadumbrado.

—Quizá pueda compensárselo... Hay otro partido el sábado que viene.

—Me parece que no —contestó Denise en voz baja mientras indicaba las sillas del porche.

Taylor vaciló antes de sentarse, y ella se acomodó, pero sin mirarlo. Tenía la vista puesta en unpar de ardillas que saltaban por el jardín llevando su cargamento de bellotas.

—La fastidié, ¿verdad? —preguntó Taylor.

Denise sonrió tristemente.

—Sí.

—Tienes todo el derecho del mundo a estar furiosa conmigo.

Ella se volvió y se encaró con él.

—Lo estaba, y mucho. Si hubieras aparecido por aquí ayer por la noche, te habría arreado unsartenazo.

Taylor esbozó una tímida sonrisa que enseguida se desvaneció: estaba claro que Denise aún nohabía terminado con él.

—Pero ya se ha acabado. Ahora estoy más resignada que cabreada.

Taylor la contempló, perplejo. Denise suspiró y siguió hablando en voz baja, tranquilamente.

—Mira, Taylor. Durante estos últimos cuatro años, he tenido mi vida con Kyle. No ha sidosiempre fácil, pero ha sido previsible, y eso tiene algo bueno: hace que sepa cómo será el día dehoy y el de mañana, y también el de pasado mañana. Es algo que me produce una cierta sensaciónde estabilidad y control. Kyle necesita que se la proporcione, y yo necesito hacerlo por él porquees la única cosa que tengo en el mundo. Entonces, vas y apareces tú. —Sonrió, pero sin poderocultar la tristeza que la embargaba. Taylor siguió callado—. Fuiste tan bueno con Kyle... ¿Sabes?Ya desde el principio lo trataste de manera distinta al resto de la gente y eso, para mí, supuso todala diferencia. Pero es que, además, también fuiste fantástico conmigo.

Hizo una pausa con la vista perdida, mientras jugueteaba con el reposabrazos de la mecedora.Luego continuó.

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—Cuando nos conocimos no estaba interesada en salir con nadie. No tenía ni tiempo ni ganas.Ni siquiera después del festival y del día en las atracciones estaba segura de estar preparada; peroseguías siendo tan estupendo con Kyle que... Hacías con él cosas que nadie se había molestado enintentar, y eso me llegó a lo más hondo y, poco a poco, me fui enamorando de ti.

Taylor cruzó las manos en el regazo y clavó la vista en el suelo.

—No sé... —prosiguió Denise—. Supongo que crecí creyendo en los cuentos de hadas, y puedeque eso haya tenido la culpa. —Se recostó y lo miró de soslayo—. ¿Te acuerdas de la noche en quenos conocimos, cuando nos rescataste a mi hijo y a mí?... Luego me llevaste las bolsas de lacompra y le enseñaste a Kyle a lanzar la pelota. Fue como si te convirtieras en el príncipe azul demis cuentos de la infancia, y cuanto más te fui conociendo, más me convencí de que lo eras... Unaparte de mí todavía lo cree. Tienes todo lo que me gusta en un hombre, pero por mucho que megustes, no creo que estés preparado para mi hijo o para mí.

Taylor se pasó la mano por la cara con expresión sombría.

—Mira, no estoy ciega; sé lo que ha estado ocurriendo estas últimas semanas. Te estásseparando, te estás alejando de nosotros por mucho que lo niegues o intentes justificarlo. Salta ala vista, Taylor. Lo que no entiendo es el porqué.

—El trabajo. He estado ocupado con el trabajo —replicó él sin mucha convicción.

—Escucha. Puede que eso sea cierto, pero no es toda la verdad. —Denise respiróprofundamente e intentó que la voz no se le quebrara con lo que iba a decir a continuación—. Séque hay algo que estás ocultando, y si no puedes o no quieres hablar de ello, no hay mucho que yopueda hacer; pero, sea lo que sea, está haciendo que te apartes de nosotros.

Hizo una pausa, y sus ojos se humedecieron.

—Ayer me hiciste daño, y lo malo es que también se lo hiciste a Kyle. Te esperó, Taylor; durantedos horas te estuvo esperando, saltando de alegría cada vez que oía que un coche se acercabaporque creía que se trataba de ti. Pero tú no apareciste, y al final hasta él se dio cuenta de quealgo había cambiado. No dijo una palabra durante el resto del día, ni una.

Taylor, pálido y tembloroso, parecía incapaz de articular palabra. Denise contempló el horizontemientras una lágrima solitaria se deslizaba por su mejilla.

—Tengo mucho aguante. Dios sabe lo que he soportado, la manera como has jugado conmigo,atrayéndome y rechazándome, atrayéndome y rechazándome... Pero ya no soy una niña: soy lobastante mayor para decidir qué riesgos quiero asumir. Pero si existe una sola posibilidad de queKyle sufra...

Dejó la frase inacabada mientras se pasaba la mano por la mejilla. Luego continuó.

—Eres una persona maravillosa, Taylor, y tienes mucho que ofrecer... Espero que algún díaencuentres a la persona que pueda hallar algún sentido al dolor que llevas dentro. Te lo mereces.En el fondo de mi corazón sé que no tenías intención de herir a mi hijo; pero no estoy dispuesta apermitir que vuelva a suceder, especialmente si tú ni siquiera estás seguro de qué futuro quierescompartir conmigo.

—Lo siento —dijo él con voz espesa.

—Y yo también.

—No quiero perderte —murmuró él tomándole la mano. Su voz era casi un susurro.

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Viendo su aspecto contrito, Denise le dio un leve apretón y la retiró a su pesar. Notó que estabaa punto de llorar de nuevo y luchó por dominarse.

—Pero tampoco estás dispuesto a conservarme, ¿verdad?

Aquélla era una pregunta para la que Taylor no tenía respuesta.

Cuando él se hubo marchado, Denise se paseó como un zombi por la casa y consiguió mantenerla compostura por muy poco. Ya había llorado y se había desahogado durante la noche anteriorporque sabía lo que iba a suceder. Había sido fuerte y, allí, sentada en el sofá de la sala, se repitióa sí misma que había hecho lo correcto: no podía permitir que le hicieran daño a Kyle otra vez.Tampoco pensaba llorar.

¡Maldita sea! ¡No más!

Sin embargo, cuando vio a su hijo jugando con el Lego y se dio cuenta de que Taylor noaparecería nunca más entre aquellas paredes, sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

—No voy a llorar —dijo en voz alta, dejando que el poder de las palabras actuara como unhipnótico—. No voy a llorar.

Dicho eso, se derrumbó y pasó las siguientes dos horas sollozando.

—Así que seguiste adelante y le pusiste el punto final, ¿eh? —dijo Mitch sin disimular sudisgusto.

Estaban sentados en un bar, un local diminuto que abría a la hora del desayuno para mediadocena de parroquianos. Sin embargo, en aquel momento era de noche. Taylor lo había llamado alas ocho y Mitch no había aparecido hasta una hora más tarde. Durante aquel rato, Taylor habíabebido solo.

—No fui yo —contestó a la defensiva—. Fue ella la que lo dio por acabado. Esta vez no puedescargarlo en mi cuenta.

—¡Ah! Entonces me imagino que fue como caído del cielo, ¿no? Y que tú no has tenido nadaque ver.

—Se ha terminado, Mitch. ¿Qué quieres que te diga? El otro meneó la cabeza.

—¿Sabes, Taylor? Lo tuyo es grave. Estás aquí sentado pensando que lo tienes todo dominadopero no entiendes ni jota.

—Gracias por tu apoyo, Mitch.

—¡No me vengas con esa mierda! —exclamó, lanzándole una mirada furiosa—. No necesitas miapoyo. ¡Lo que necesitas es alguien que te diga dónde la has cagado y te ponga manos a la obrapara que lo remedies!

—Tú no lo entiendes...

—¡Y un carajo no lo entiendo! —contestó Mitch dejando de golpe su copa sobre la mesa—.¿Quién te has creído que eres? ¿Crees que no lo sé? ¡Diablos, Taylor, te conozco mejor de lo quetú te conoces a ti mismo! ¿De verdad piensas que eres el único tío en el mundo con un pasado demierda a su espalda? ¿Que eres el único que intenta cambiarlo? Pues tengo noticias para ti: todostenemos basura en el trastero, todos tenemos historias que ojalá pudiéramos borrar. ¡Ladiferencia radica en que los demás no nos dedicamos a jodernos la vida y el presente por culpa deeso!

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—Yo no he jodido nada —replicó Taylor, enfadado—. ¿No has escuchado lo que te he dicho?Ha sido ella, ella, la que se lo ha cargado. No yo. Esta vez no.

—Te diré algo, Taylor. Puedes irte a la tumba con esa idea, si quieres. Pero tú y yo sabemos queeso es sólo media verdad; así que vuelve y arréglalo. Esa chica es lo mejor que te ha ocurrido enmucho tiempo.

—Oye, no te he pedido que vinieras para que soltaras tus famosos consejos.

—¿Ah, no? Pues es el mejor que te he dado. Escucha y por una vez hazme caso: tu padre habríaquerido que lo arreglases.

Taylor le lanzó una mirada furtiva, repentinamente en guardia.

—No metas a mi padre en esto. Será mejor que no lo hagas.

—¿Por qué no, Taylor? ¿De qué tienes miedo? ¿Temes que su fantasma pueda aparecerse aquíy tirarnos las cervezas para amedrentarnos?

—¡Ya basta! —gruñó Taylor.

—No olvides que yo también conocí a tu padre. Yo también sé lo buen tío que era: un tío quequería a su familia, a su mujer y a su hijo; un tío que se sentiría decepcionado por lo que estáshaciendo. Eso te lo garantizo.

Taylor palideció y agarró el vaso con todas sus fuerzas.

—¡No me jodas, Mitch!

—No, Taylor, te has jodido tú sólito. Has jodido tu vida. Yo no haría más que sumarme aldesastre.

—¡No necesito esta mierda! —le espetó Taylor levantándose de la mesa y echando a andarhacia la puerta—. Ni siquiera sabes quién soy.

Mitch alejó la mesa de sí, derramando las cervezas, y varias cabezas se volvieron para mirarlos.El barman interrumpió su conversación y vio que Mitch iba tras Taylor, lo agarraba de la camisa ylo obligaba a dar media vuelta.

—¿Que no sé quién eres? ¡Cono si te conozco! Eres un maldito cobarde. ¡Eso es lo que eres!Tienes miedo de vivir porque crees que eso significa arrojar la cruz con la que has estado cargandotoda la vida. Pero esta vez te has pasado. ¿Crees que eres el único tío con sentimientos? ¿Creesque dejando plantada a Denise todo va a volver a la normalidad? ¿Crees que así serás más feliz?No, Taylor. No lo serás porque no estás dispuesto a permitírtelo. Y en esta ocasión no le estáshaciendo daño a una sola persona, ¿no lo has pensado? No se trata sólo de Denise, también estáslastimando al chico. ¡Dios todopoderoso! ¿Es que acaso no te importa? ¿Qué demonios suponesque diría tu padre, ¿eh? «Bien hecho, hijo. Estoy orgulloso de ti.» Ni lo pienses. A tu padre le daríanáuseas, igual que a mí en este momento.

Taylor, lívido de furia, agarró a Mitch y lo estrelló contra la máquina de discos.

Dos clientes se apresuraron a bajar de sus taburetes para alejarse de la pelea mientras elbarman salía de detrás de la barra con un bate de béisbol en la mano y se acercaba a loscontendientes.

Taylor levantó el puño.

—¿Qué vas a hacer, pegarme? —le retó Mitch.

—¡Dejadlo ya! —gritó el barman—. ¡Llevaos vuestras peleas a la calle!

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—¡Vamos, adelante! —continuó Mitch—. ¡La verdad es que me importa un carajo!

Taylor se mordió el labio con tanta fuerza que se hizo sangre mientras se preparaba paragolpear con el puño temblándole de rabia.

—Yo siempre podré perdonarte, Taylor —dijo Mitch con repentina calma—. Pero tambiéntienes que perdonarte tú.

Taylor vaciló, luchando consigo mismo. Finalmente, soltó a su amigo y dio media vueltamientras las miradas lo seguían. El barman fue tras él, bate en mano, para asegurarse de susintenciones.

Taylor salió por la puerta tragándose una ristra de maldiciones.

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CAPÍTULO 23CAPÍTULO 23

Justo antes de la medianoche, Taylor regresó a casa y se encontró un mensaje en elcontestador. Había estado paseando desde que Mitch y él se habían separado, intentando ponerorden en sus pensamientos. Acabó sentado en el puente desde donde unos meses antes, duranteel rescate de aquel automovilista, se había tirado al río. Recordó que aquella noche fue la primeraque realmente necesitó a Denise, y tuvo la impresión de que había transcurrido una eternidad.

Pensando que sería un recado de su amigo y lamentando el altercado que acababan de tener,fue hasta el aparato y apretó el botón de reproducción. Para su sorpresa, no se trataba de Mitch.

Era Joe, que lo llamaba desde el Cuerpo de bomberos haciendo un evidente esfuerzo poraparentar tranquilidad.

«Se ha declarado un incendio en las afueras de la ciudad, en el almacén de Arvil Henderson. Esgrave. Han acudido todos los voluntarios de Edenton, y he pedido auxilio a las unidades de loscondados vecinos. Hay vidas en peligro. Si recibes este mensaje, ven, necesitamos tu ayuda.»

Hacía casi media hora que había sido grabado.

Sin perder tiempo escuchando el resto, Taylor salió a toda prisa hacia su camioneta,maldiciéndose por haber desconectado su móvil al salir del bar. Henderson era un mayorista depinturas y tenía uno de los negocios más importantes del condado de Chowan. Los camionescargaban y descargaban en sus almacenes día y noche y siempre había al menos una docena dehombres trabajando.

Tardaría diez minutos en llegar. Como mínimo.

Supuso que todo el mundo ya se habría puesto manos a la obra y que él aparecería alrededorde media hora tarde: un tiempo que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte para losque hubieran quedado atrapados por las llamas.

Estaba claro: mientras había quienes luchaban por salvar vidas, él perdía el tiempocompadeciéndose de sí mismo.

Salió a la carretera derrapando y aceleró a fondo sin dejar de maldecir entre dientes. Tomótodos los atajos que conocía, con los neumáticos chirriando, y en una recta puso la furgoneta aciento cuarenta por hora. En la parte trasera, las herramientas traqueteaban y un bulto golpeabalos costados de la plataforma cada vez que tomaba una curva.

Los minutos pasaron —largos, eternos minutos—, hasta que, al final, pudo distinguir en ladistancia un resplandor anaranjado que se elevaba hacia el cielo. Un espantoso color en plenanoche. Golpeó el volante con las dos manos cuando comprendió la magnitud del desastre. Porencima del rugido del motor, le llegó claramente el aullido de las sirenas.

Frenó bruscamente y tomó la curva del camino que conducía al almacén de Henderson con loscuatro neumáticos resbalando sobre el asfalto. A causa de la combustión de los líquidosinflamables, el aire estaba lleno de un humo sucio y grasiento que flotaba lánguidamente a sualrededor. Pudo ver las llamas que surgían del edificio. Cuando por fin detuvo su vehículo, el fuegoardía con toda furia.

La escena era un completo caos.

Había tres camiones cisterna. Las mangueras habían sido conectadas a las tomas de agua y loshombres estaban rociando un lado del almacén. El otro todavía estaba intacto, pero daba la

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impresión de que podía arder en cualquier momento. Contó dos ambulancias, con las luces deemergencia destellando, y cinco personas tumbadas en el suelo que estaban siendo atendidas altiempo que un par más salían de entre las llamas, arrastradas por otros hombres que parecíanigualmente débiles.

Taylor contempló el dantesco espectáculo y se dio cuenta de que el coche de Mitch estabaaparcado a lo lejos. No obstante, entre el desorden reinante, fue incapaz de divisar a su amigo.

Se apeó de la camioneta y fue al encuentro de Joe, que no dejaba de gritar órdenes paraintentar mantener la situación controlada, sin éxito por el momento. En aquel instante llegó otrocoche de bomberos procedente de Elisabeth City y de él saltaron seis hombres que rápidamenteempezaron a desenrollar la manguera mientras uno de ellos la conectaba a otra toma de agua.

Joe se dio la vuelta y vio que Taylor corría hacia él; con la cara ennegrecida por el hollín, señalóhacia el camión escalera.

—¡Ve a ponerte tu equipo! —le gritó.

Taylor obedeció. Trepó al vehículo y tomó uno de los trajes ignífugos, se quitó las botas y se lopuso. Un par de minutos después, completamente equipado, se dirigió de nuevo hacia Joe.

Mientras corría, la noche se vio sacudida por una decena de explosiones sucesivas, y una nubede humo en forma de hongo surgió de la hoguera, enroscándose a medida que ascendía, como sihubiera estallado una bomba. Todos los que se hallaban cerca del edificio se tiraron al suelo paraprotegerse de la lluvia de llameantes restos que salió disparada en todas direcciones.

Taylor se tumbó boca abajo, protegiéndose la cabeza.

Las llamas estaban por todas partes, y el almacén empezó a arder desde dentro. Se produjeronmás estallidos mientras los bomberos retrocedían para protegerse del calor infernal. Del hornosurgieron entonces dos figuras con los miembros envueltos en llamas. Los bomberos los rociaroninmediatamente y los infelices se desplomaron en el suelo, retorciéndose.

Taylor se incorporó y echó a correr hacia el calor, hacia la hoguera, hacia los hombres queyacían en tierra. Corrió como un loco los casi setenta metros que lo separaban del fuego, mientrasa su alrededor el mundo adquiría el aspecto de una zona de guerra. Se produjeron másexplosiones. Una a una, las latas de pintura iban reventando a causa del Insoportable calor yalimentaban la devastación que lo consumía todo. Taylor respiró trabajosamente a través delhumo. Justo en aquel instante, uno de los muros se derrumbó y estuvo a punto de aplastar a loshombres que acababan de salir.

Taylor se aproximó, caminando de lado y con los ojos encharcados de lágrimas por efecto delcalor, hasta que consiguió alcanzarlos. Ambos estaban inconscientes, y las llamas les lamían lostrajes. Agarró a cada uno de una muñeca y empezó a tirar para alejarlos del peligro. El calor leshabía derretido parte del equipo, y Taylor, al tiempo que los arrastraba hasta una zona segura, viocon angustia cómo humeaban. En aquel momento apareció un voluntario a quien no conocía yque se hizo cargo de uno de los dos heridos. De aquel modo pudieron alejarse a mayor velocidaden dirección a las ambulancias. Un enfermero salió para socorrerlos.

Sólo una parte del almacén no había sido afectada por el fuego; pero, a juzgar por el humo quesurgía de las destrozadas ventanas, también debía de estar a punto de volar por los aires.

Joe gesticulaba frenéticamente, indicando a todo el mundo que se alejara a una distanciaprudencial, pero nadie podía oírlo por encima del rugido del incendio.

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Los enfermeros llegaron y se arrodillaron inmediatamente junto a los heridos, que tenían lacara chamuscada y las ropas todavía ardiendo. Las llamas, alimentadas por los productosquímicos, les habían abrasado las protecciones ignífugas. Uno de los enfermeros sacó unas tijerasy empezó a cortar el chamuscado tejido de uno de los de los monos. Su compañero hizo lo mismocon el otro bombero herido.

Los dos infelices, que habían recobrado el conocimiento, gimieron de dolor. A medida que lesiban quitando los trajes a trozos, Taylor los ayudaba a despegar las fibras de la piel quemada.Empezaron por las piernas y siguieron torso arriba hasta que terminaron con los brazos. Luego,hicieron que los heridos se sentaran y acabaron de despojarlos de las ennegrecidas vestimentas.Uno de los hombres se había puesto unos vaqueros y dos camisas, con lo cual, aparte de losbrazos, había conseguido librarse de las quemaduras más graves. El otro, sin embargo, sólo llevabauna camiseta que también tuvieron que cortar y tenía la espalda abrasada, con quemaduras desegundo grado.

Taylor levantó la vista y vio que Joe seguía agitando los brazos y haciendo señas condesesperación. Lo rodeaban tres hombres, y otros tres se acercaban. Fue entonces cuando Taylorcontempló el edificio y se dio cuenta de que algo iba mal, terriblemente mal.

Se levantó y corrió hacia Joe mientras un mal presentimiento se apoderaba de él. En cuanto seacercó, escuchó las terribles palabras.

—¡Están todavía dentro! ¡Dos hombres! ¡En aquella zona!

Taylor parpadeó, y un recuerdo lo asaltó de entre las cenizas: el de un niño de nueve años enun ático, pidiendo socorro por la ventana.

Se quedó petrificado, mirando las llameantes ruinas del almacén, que apenas se sostenían enpie. A continuación, como en un sueño, empezó a caminar a paso ligero hacia la parte del edificioque todavía no era pasto del fuego, las oficinas. Corriendo cada vez más deprisa, pasó al lado delos bomberos que sostenían las mangueras, haciendo caso omiso de los gritos que le decían que sedetuviera.

El fuego lo dominaba todo: las llamas habían prendido incluso en algunos árboles de losalrededores. Delante de él, Taylor vio la puerta de entrada que habían derribado sus compañeros.Una espesa humareda surgía por el boquete.

Lo alcanzó antes de que Joe se diera cuenta de lo que hacía y le ordenara a gritos queregresara.

Incapaz de oír nada por encima del rugido de las llamas, Taylor se lanzó al interior como unabala, mientras con una mano enguantada se protegía el rostro de las lenguas de fuego que lorodeaban. Casi a ciegas, giró a la izquierda, rezando para que ningún obstáculo le bloqueara elcamino. Los ojos le ardieron cuando aspiró una bocanada de aire acre y contaminado y la retuvo.

Había fuego por todas partes. Las vigas del tejado se desmoronaban y la atmósfera era tóxica.

Sabía que sólo podría contener la respiración durante un minuto. No más.

Avanzó hacia la izquierda, rodeado por un humo impenetrable. Sólo el ardiente resplandor delas llamas evitaba que se perdiera en la más absoluta oscuridad.

El incendio, en pleno apogeo, ardía con furia indomable. Todo se desplomaba: techos,paredes... Taylor se movió instintivamente a un lado para esquivar una parte del tejado que se leechaba encima.

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Con los pulmones doloridos, se encaminó a trompicones hacia el extremo sur del edificio, elúnico que todavía se sostenía. Notaba cómo su cuerpo se iba debilitando a cada paso que daba, ysentía un peso que le oprimía el pecho. Entonces, vio que a su izquierda había una ventanaintacta. Desenfundó el hacha que llevaba al cinto, rompió la ventana en un solo movimiento y sacóla cabeza para respirar aire fresco.

El fuego, como si se tratara de una fiera con vida propia, pareció percibir el repentino aporte deoxígeno. Al instante, el cuarto donde se hallaba Taylor explotó con renovada furia y el impulso dela onda expansiva lo lanzó hacia un rincón.

Tras el fogonazo inicial, las llamas parecieron retroceder, al menos durante unos segundos, lossuficientes para que Taylor se rehiciera y viera la figura que estaba tendida en el suelo. Por el traje,se dio cuenta de que se trataba de un bombero.

Trastabillando y esquivando otra viga que caía, se le acercó. En aquel momento, los dos sehallaban atrapados en el extremo de la habitación y rodeados por un muro de fuego que se cerníasobre ellos.

Casi sin aliento, Taylor fue por el hombre. Inclinándose, lo agarró por la muñeca, lo alzó, se locargó a la espalda y se dirigió como pudo hacia la única ventana que todavía podía distinguir.

Guiado por el instinto, caminó hasta ella. Notaba que estaba a punto de perder el sentido ycerró los ojos para evitar que el calor y el humo se los dañaran todavía más. Alcanzó la abertura yarrojó su carga al exterior. El hombre aterrizó hecho un guiñapo. Casi cegado por el humo, Taylorno vio que sus compañeros se precipitaban hacia el cuerpo tendido y se limitó a desearle lo mejor.

Tomó un par de bocanadas de aire y tosió violentamente. Luego, aspirando nuevamente, se diola vuelta y, abriéndose paso entre el fuego, regresó al interior del llameante edificio.

Todo era un inmenso infierno de llamas aceitosas y humo asfixiante.

Taylor avanzó a través del muro de calor como si una mano oculta lo guiara.

Aún quedaba otro hombre atrapado.

Se acordó otra vez del niño de nueve años en un ático que pedía socorro por la ventana yestaba demasiado asustado para saltar.

Tuvo que cerrar un ojo cuando sintió que un espasmo de dolor se lo traspasaba. Una de lasparedes se derrumbó como un castillo de naipes y el techo cedió mientras nuevas espirales defuego ascendían en busca de grietas en el tejado.

Aún quedaba otro hombre atrapado.

La impresión de que se consumía se apoderó de él, y los pulmones le gritaron que aspirara unabocanada del aire venenoso y ardiente que lo rodeaba. Sin embargo, medio aturdido, consiguióresistir la tentación.

El humo se enroscó a su alrededor como una negra serpiente, y Taylor cayó de bruces mientrassu ojo sano parpadeaba fuera de control, sin que él pudiera evitarlo. Las llamas lo rodeaban casipor completo, pero siguió adelante, hacia la única zona en la que era todavía posible que hubieraalguien con vida.

Se movió de rodillas primero y a gatas luego. El calor se había convertido en un martillosiseante que no dejaba de golpearlo.

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Fue entonces cuando supo que iba a morir.

Apenas consciente, siguió arrastrándose hasta que empezó a perder el sentido.

«¡Respira!», le gritó el cuerpo, pero él siguió avanzando, centímetro a centímetro, como unautómata. Delante no había más que llamas, un muro de fuego que se alzaba como unainfranqueable barrera.

Entonces encontró al hombre.

Rodeado por el humo, no podía distinguir de quién se trataba, pero se dio cuenta de que teníalas piernas atrapadas por los escombros.

Notando que sus últimas fuerzas lo abandonaban, palpó el cuerpo como habría hecho un ciegoy lo visualizó mentalmente: yacía boca abajo con los brazos extendidos y con el casco firmementesujeto, pero de cintura para abajo estaba cubierto de cascotes.

Taylor lo agarró por las muñecas y tiró de él, pero no consiguió moverlo.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, se incorporó y empezó a apartar las ruinas queaprisionaban al hombre, planchas de madera, yeso y ladrillo, fragmento calcinado tras fragmento.

Sus pulmones estaban a punto de estallar, y las llamas empezaban a lamerle la ropa.

Uno a uno, fue retirando los estorbos. Por suerte, ninguno era tan pesado como para que nopudiera apartarlo, pero se hallaba al límite de sus fuerzas. Volvió a tirar del hombre inerte y esavez consiguió moverlo. Lo agarró con todas sus fuerzas, pero su cuerpo, que ya no podía resistirmás, reaccionó de manera instintiva: Taylor dejó escapar el aliento e inhaló profundamente enbusca de aire.

Su cuerpo se había equivocado.

Se sintió repentinamente mareado y tosió violentamente. Soltó al bombero y se puso en pie,trastabillando, presa del más puro pánico: en aquella atmósfera donde el fuego consumía todo eloxígeno, se había quedado sin aire. La práctica que había adquirido con el largo entrenamientohabía cedido ante la fuerza elemental del instinto de conservación.

Desanduvo el camino a trompicones, como si sus piernas se movieran al margen de suvoluntad. Sin embargo, a los pocos pasos se detuvo como si despertara trabajosamente de unsueño y se volvió hacia el hombre tendido en el suelo. En aquel instante, el mundo estalló en unabola de fuego que casi lo derribó.

Las llamas lo envolvieron y prendieron en su uniforme. En un último esfuerzo, Taylor seprecipitó hacia la ventana y se arrojó a ciegas a través de la abertura. Lo último que notó fue elsordo golpe de su cuerpo al caer en la tierra y el alarido de desesperación que se le moría en loslabios.

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CAPÍTULO 24CAPÍTULO 24

La madrugada de aquel lunes sólo hubo una víctima mortal.

Seis hombres acabaron con heridas, Taylor entre ellos, y todos fueron llevados al hospital,donde los atendieron debidamente. Tres pudieron regresar a sus casas aquella misma noche. Dosde los que se quedaron eran los que Taylor había arrastrado lejos de las llamas. Iban a sertrasladados a la unidad de quemados de la Universidad de Duke, en Durham, tan pronto comollegara el helicóptero que los debía trasladar.

Taylor permaneció tendido en la oscuridad de su habitación del hospital, con la cabeza llena delas imágenes del hombre que había dejado entre las llamas y que había muerto. Tenía un ojocubierto con un aparatoso vendaje y se hallaba contemplando el techo con el sano cuando sumadre llegó.

Judy estuvo sentada junto a su hijo durante una hora. Luego, se marchó y lo dejó a solas consus pensamientos.

Durante todo aquel rato, Taylor McAden no dijo ni una sola palabra.

Denise fue a verlo el martes por la mañana, cuando se abrió el horario de visitas. Tan prontocomo la vio, Judy se levantó de su silla, la miró con los ojos enrojecidos y aspecto agotado y le hizoun gesto para que se acercara. Denise obedeció inmediatamente, seguida de Kyle. Judy cogió de lamano al chico y se fue silenciosamente escalera abajo.

Denise entró en la habitación y se acomodó en el mismo asiento de Judy. Taylor volvió lacabeza hacia el otro lado.

—Siento lo de Mitch —dijo ella suavemente.

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CAPÍTULO 25CAPÍTULO 25

El funeral se ofició tres días más tarde, el viernes.

A Taylor lo dieron de alta el jueves, y lo primero que hizo fue ir a ver a la viuda de Mitch.

La familia de Melissa había llegado de Rocky Mount, y la casa estaba llena de gente a la queTaylor sólo conocía por haberla visto en algún bautizo, boda o fiesta. Los parientes de Mitch, quevivían en Edenton, también se hallaban allí, aunque se marcharon al caer la noche.

La puerta de la casa estaba abierta cuando Taylor llegó buscando a Melissa.

Tan pronto como la localizó, al otro extremo del salón, se dirigió hacia ella; los ojos se lellenaban de lágrimas. Melissa lo vio. Estaba de pie hablando con su hermana y su cuñado, al ladode una gran foto familiar que colgaba en la pared, pero interrumpió la conversación en el acto yfue hacia él. Taylor la abrazó, hundió el rostro en su hombro y su cabello y arrancó a llorar.

—Lo siento tanto. Lo siento tanto... —Taylor no acertaba a decir más que esa frase, una y otravez.

Melissa se echó a llorar también, y sus familiares los dejaron solos con su dolor.

—Lo intenté, Melissa. Lo intenté... No sabía que se trataba de Mitch.

Ella, que estaba al corriente de lo sucedido porque Joe se lo había explicado, no tuvo fuerzaspara contestar.

—No pude... No pude... —Taylor se ahogó con las palabras antes de derrumbarsecompletamente.

Los dos permanecieron abrazados largo rato.

Taylor se marchó una hora después sin haber hablado con nadie más.

El funeral, que se celebró en el cementerio de Cypress Park, congregó a una multitud.Acudieron los bomberos de los tres condados vecinos así como todos los miembros de las fuerzasdel orden, sin contar con los familiares y los amigos. Nunca se había visto a tanta gente deEdenton en un entierro. Como Mitch había nacido y crecido allí y llevaba la ferretería,prácticamente toda la ciudad se presentó para brindarle el último adiós.

Melissa y sus cuatro hijos estaban sentados en primera fila, llorando. El párroco pronunció unpequeño sermón antes de leer el salmo veintitrés. Cuando llegó el momento de los elogios, se hizoa un lado para permitir que familiares y amigos se aproximaran.

El primero fue Joe, el jefe de los bomberos, que ensalzó el valor y la entrega de Mitch y hablódel respeto con el que siempre lo recordaría en su corazón. La hermana mayor de Mitch tambiénhabló: ella prefirió revivir algunos recuerdos de la infancia. Cuando hubo terminado, Taylor seadelantó.

—Mitch era como un hermano para mí —empezó, con la voz a punto de quebrársele y lamirada gacha—. Crecimos juntos, y mis mejores recuerdos de la infancia van asociados a él. Meacuerdo de una vez, cuando teníamos doce años... Habíamos ido a pescar y me puse de pie en labarca demasiado deprisa, así que resbalé, me golpeé en la cabeza y caí al agua. Mitch se zambullóinmediatamente y me rescató. Aquel día me salvó la vida. Cuando más tarde hablamos de lo

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sucedido, se echó a reír y sólo me contestó: «Maldito patoso. Por tu culpa se me ha escapado elpez que estaba a punto de atrapar.»

A pesar de la solemnidad del momento, se escuchó un leve murmullo de risas que sedesvaneció enseguida.

—Mitch... —prosiguió Taylor—. ¿Qué puedo decir de él? Era la clase de persona que enriquecíatodo y a todos con los que se relacionaba. Yo le envidiaba su forma de ver la vida. Para él, todo elsecreto estaba en hacer el bien a los demás y poder mirarse en el espejo y sentirse satisfecho conlo que veía. Mitch... —Tuvo que cerrar los ojos para contener las lágrimas—. Mitch era todo lo quea mí me hubiera gustado ser...

Taylor se alejó del micrófono con la cabeza gacha y regresó entre el público. El sacerdoteconcluyó con el oficio, y los presentes empezaron a desfilar ante el ataúd, en cuya tapa había unafotografía de Mitch sonriendo, de pie junto a la barbacoa del jardín de su casa. Al igual que la fotoque Taylor conservaba de su padre, aquella imagen también reflejaba la verdadera esencia de suamigo.

Más tarde, Taylor pasó otra vez por el domicilio de Melissa.

La casa estaba atestada de la gente que había ido a dar el pésame tras el funeral; pero, adiferencia del día anterior, cuando se había tratado principalmente de familiares, en aquelmomento estaban todos los que habían asistido al oficio fúnebre; a muchos de ellos, Melissaapenas los conocía.

Judy y la madre de Melissa se hicieron cargo de la tarea de alimentar al gentío. Denise, paraevitar la muchedumbre, llevó a su hijo y a los niños que habían asistido al funeral al jardín de laparte de atrás. En su mayoría eran nietos y sobrinos y, al igual que Kyle, no acababan de entenderel significado de todo aquel barullo. Vestidos con sus trajes serios, no tardaron en empezar a jugarentre ellos, como si se tratara de una reunión familiar.

Denise no había podido evitar la necesidad de salir de entre aquellas paredes. Incluso para ella,el dolor que se respiraba allí dentro podía ser asfixiante. Tras darle un fuerte abrazo a Melissa ycompartir unas palabras de condolencia, la había dejado en manos de su familia y la de Mitch paraque se hicieran cargo de cuidarla. Sabía que en una ocasión como aquélla, Melissa tendría todo elapoyo necesario: sus padres ya le habían dicho que tenían intención de quedarse toda la semana.La madre estaría allí para acompañarla y abrazarla cuando fuera menester, mientras que el padrese ocuparía de los trámites burocráticos necesarios.

Se levantó del asiento y caminó por el borde de la piscina con los brazos cruzados sobre elpecho. Judy, que la había observado a través de las ventanas de la cocina, salió al jardín y fue trasella.

Denise la oyó acercarse y le sonrió débilmente.

La mujer le puso la mano en el hombro.

—¿Cómo lo llevas? —le preguntó.

—Eso debería preguntártelo yo. Tú conocías a Mitch desde mucho antes.

—Lo sé, pero tienes todo el aspecto de necesitar un amigo en este momento.

Denise dejó caer los brazos y miró hacia la casa. Todas las habitaciones rebosaban gente.

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—Me encuentro bien. Sólo estaba pensando en Mitch y en Melissa.

—¿Y en Taylor?

A pesar de que entre ellos dos todo había terminado, no se vio con ánimos para mentir.

—Sí. En él también.

Un par de horas más tarde, la gente empezó a marcharse. Los amigos menos íntimos y los quetenían que tomar algún vuelo para regresar a sus hogares fueron los primeros en desaparecer.

Melissa estaba sentada con sus más allegados en el salón mientras que sus hijos, que se habíancambiado de ropa, jugaban frente a la casa. Taylor estaba en el despacho de Mitch, solo, cuandoDenise entró.

Taylor la vio y siguió contemplando las estanterías llenas de libros, de trofeos que los chicoshabían ganado en las liguillas de fútbol y béisbol y de fotos familiares. En un rincón había unpequeño buró con la tapa de tablillas de madera bajada.

—Tus palabras en el funeral fueron preciosas —dijo Denise—. Me consta que a Melissa laemocionaron.

Taylor se limitó a hacer un gesto de asentimiento.

—Lo siento de verdad, Taylor —añadió Denise, pasándose la mano por el cabello—. Sólo queríaque supieras que si necesitas alguien con quien hablar, ya sabes dónde encontrarme.

—No necesito a nadie —susurró él con voz temblorosa.

Dicho lo cual, salió del cuarto sin decir palabra.

Lo que ni Taylor ni Denise sabían era que Judy había presenciado la escena de principio a fin.

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CAPÍTULO 26CAPÍTULO 26

Taylor se incorporó de un salto en la cama. El corazón le latía apresuradamente y tenía la bocaseca. Por un momento había regresado al interior del llameante almacén, con la adrenalinacorriéndole por las venas, sin poder respirar y con los ojos convertidos en alaridos de dolor. Elfuego lo rodeaba por todas partes y, aunque había intentado gritar, ningún sonido le había surgidode la garganta. Se estaba asfixiando con un humo imaginario.

Entonces, de repente, se dio cuenta de que era un sueño. Miró a su alrededor y parpadeóvarias veces para permitir que la realidad volviera a apoderarse de sus sentidos. No obstante,aquello tampoco hizo que se sintiera mejor. Notaba un gran peso sobre todo el cuerpo.

Mitch Johnson estaba muerto.

Era martes, y no había salido de casa desde el día del entierro ni había contestado al teléfono;así que decidió que aquello debía cambiar. Tenía cosas que hacer, un negocio del quepreocuparse, pequeños detalles que requerían su atención. Miró la hora y vio que eran las nuevede la mañana pasadas. Hacía una hora que tendría que estar trabajando.

Sin embargo, en lugar de levantarse, se dejó caer de espaldas, incapaz de reunir las fuerzasnecesarias.

El miércoles, a media mañana, y vestido sólo con unos vaqueros, Taylor estaba sentado a lamesa de la cocina. Se había preparado unos huevos revueltos con beicon, y se había quedadocontemplando el plato antes de decidirse y tirar el contenido a la basura. Llevaba dos días sincomer nada y tampoco podía ni quería dormir. No hablaba con nadie y había ido dejando que losmensajes se acumularan en el contestador automático.

Estaba convencido de que no se merecía nada de todo aquello, porque se trataba de cosas queproporcionaban placer o incluso una vía de escape. Eran para la gente que se las había ganado, nopara alguien como él. Se sentía agotado. Había privado al cuerpo y a la mente de lo quenecesitaban para sobrevivir y sabía que, si quisiera, sería capaz de seguir por aquel caminoindefinidamente. Le resultaría fácil, una escapatoria como cualquier otra. Taylor negó con lacabeza. No. No podía ir tan lejos. Tampoco era digno de una salida así.

Se obligó a tragar un trozo de tostada. Su estómago no dejó de protestar, pero él se negó acomer más de lo estrictamente necesario. Era su manera de aceptar la verdad tal como laentendía: cada aguijonazo de hambre serviría para recordarle su culpa, el odio que sentía hacia supersona. Su mejor amigo había fallecido y él era el culpable.

Igual que había sucedido con su padre.

La noche anterior, sentado en el porche, había intentado devolver a Mitch a la vida; pero,extrañamente, el rostro de su amigo había quedado congelado en el tiempo. Taylor había podidover su imagen; pero, a pesar de que lo había intentado, no había sido capaz de recordar quéaspecto tenía Mitch cuando reía, bromeaba o le daba una palmada en la espalda. Su amigo estabaempezando a abandonarlo y pronto su cara desaparecería para siempre.

Igual que había sucedido con su padre.

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Taylor no había encendido las luces de la casa y en el porche reinaba la oscuridad. Permanecióentre las sombras mientras notaba que sus entrañas se petrificaban.

El jueves acudió al trabajo, despachó con los propietarios de la casa y tomó unas cuantasdecisiones. Por suerte, sus operarios estaban delante en aquel momento y sabían lo suficientepara poder ejecutarlas sin que él estuviera presente. Una hora más tarde, Taylor apenas recordabauna palabra de la conversación.

El sábado por la mañana, temprano, después de que las pesadillas lo despertaran otra vez, seobligó a salir de la cama. Luego, enganchó el remolque a su camioneta y cargó en él la segadora,las podadoras y otras herramientas. Diez minutos más tarde, se encontraba ante la casa deMelissa. Ella apareció justo cuando él terminaba de descargar.

—Pasaba por aquí y me he fijado en que tu césped está un poco crecido —dijo Taylor sinapenas mirarla a la cara. Tras un momento de incómodo silencio, añadió—: ¿Cómo lo llevas?

—Bien —contestó ella, sin ninguna convicción. Tenía los ojos enrojecidos—. ¿Y tú?

Taylor tragó saliva y se encogió de hombros.

Durante las siguientes ocho horas estuvo trabajando sin parar hasta que el jardín adquirió elaspecto de haber recibido la visita de un ejército de jardineros profesionales. Por la tarde lellevaron un cargamento de pinaza, y él lo distribuyó cuidadosamente al pie de los árboles y en losparterres que rodeaban la casa. Mientras trabajaba hizo listas mentales de otras cosas que lequedaban por hacer. Luego cargó el remolque, se puso el cinturón de herramientas y arregló lastablas sueltas de la valla, impermeabilizó las juntas de tres ventanas, arregló la pantalla de unalámpara y cambió varias bombillas fundidas. Acto seguido, fue a la piscina, añadió cloro al agua,limpió los filtros, vació las papeleras y limpió la superficie del agua.

No fue a ver a Melissa hasta que hubo terminado e, incluso entonces, no se entretuvo muchorato.

—Aún quedan unas cuantas cosas por terminar —dijo mientras se despedía—. Mañana pasarépara ocuparme de ellas.

Al día siguiente trabajó como un poseso hasta la puesta de sol.

Los padres de Melissa se marcharon la semana siguiente, y Taylor llenó el vacío que dejaron. Talcomo había hecho con Denise durante el verano, empezó a dejarse caer por casa de Melissa casi adiario. En un par de ocasiones llevó la cena —pizza y pollo frito—, y aunque todavía se sentía hastacierto punto incómodo en compañía de la viuda de su amigo, sentía una especie deresponsabilidad hacia los niños: necesitaban la figura de un padre.

Había llegado a esa conclusión a principios de semana, tras otra noche de insomnio a causa delas pesadillas, aunque la idea había nacido durante su estancia en el hospital. Sabía que no iba apoder sustituir a la figura de Mitch y tampoco lo pretendía, como tampoco impedir a Melissa quehiciera su vida. Si con el tiempo ella encontraba a alguien, él desaparecería de la escena con todadiscreción. Entre tanto, estaría allí para ellos, haciendo las mismas cosas que su amigo habría

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hecho: cortar el césped, jugar a la pelota, llevar de pesca a los chicos, arreglar cosas de la casa. Loque fuera.

Sabía lo que significa crecer sin un padre. Recordaba haber deseado que su madre tuvieraalguien con quien hablar. Recordaba haber estado tumbado en la cama escuchando sus sollozosen la habitación contigua y lo difícil que había sido para él hablar con ella durante todo el año quesiguió a la muerte de su padre. Cuando pensaba en aquel tiempo, se daba cuenta de cómo suinfancia había quedado reducida a la nada.

Por la memoria de Mitch, no estaba dispuesto a permitir que algo así les sucediese a sus hijos.

Estaba convencido de que a su amigo le habría gustado que lo hiciera así. Habían sido comohermanos, y los hermanos estaban para cuidar el uno del otro. Además, era el padrino de uno delos chicos y era su deber.

A Melissa no pareció importarle aquella actitud, ni tampoco le preguntó acerca de los motivosque tenía. Eso le dio a entender a Taylor que ella también entendía por qué era importante paraél. Los hijos siempre habían sido la primera preocupación de Melissa, y en aquel momento, sinMitch, él estaba convencido de que ese sentimiento sólo podía haberse intensificado.

Los chicos. Ellos, sin duda, lo necesitaban en aquel trance.

En su mente, Taylor supo que no le cabía otra posibilidad. Una vez tomada la decisión, volvió acomer como antes y las pesadillas desaparecieron. Sabía lo que tenía que hacer.

El fin de semana siguiente, cuando Taylor llegó a casa de Melissa con la intención de ocuparsedel jardín, dio un respingo y tuvo que parpadear varias veces para asegurarse de que los ojos no loengañaban.

Acababa de ver en la entrada un cartel con las palabras «se vende».

La casa estaba en venta.

Taylor permaneció sentado en su camioneta con el motor en marcha. Cuando por fin Melissasalió y lo saludó con la mano, él apagó el contacto y se apeó. Mientras caminaba hacia ella, yaunque no podía verlos, le llegaron los sonidos de los niños, que jugaban en la parte de atrás.

Melissa le dio un abrazo.

—¿Cómo estás? —preguntó mientras le buscaba los ojos. Pero él dio un paso atrás evitandomirarla a la cara.

—Bien, supongo —repuso, distraído. Luego hizo un gesto en dirección a la calle y preguntó—:¿Qué significa eso?

—¿A ti qué te parece?

—¿Vas a vender la casa?

—Sí. Eso espero.

—¿Por qué?

Melissa pareció encogerse cuando se volvió para contemplar la vivienda.

—Sencillamente, no puedo seguir aquí —contestó al fin—. Hay demasiados recuerdos...

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Parpadeó para contener las lágrimas y se quedó contemplando la casa sin decir palabra. Derepente, tenía un aspecto derrotado y cansado, como si la carga de tener que seguir adelante sinel apoyo de Mitch la estuviera consumiendo. Taylor sintió una punzada de miedo.

—No pensarás mudarte, ¿verdad? —preguntó, incrédulo—. Tienes intención de quedarte enEdenton, ¿no?

Melissa tardó un momento en negar con la cabeza.

—¿Y adonde piensas ir?

—A Rocky Mount.

—Pero ¿por qué? —inquirió Taylor con voz chillona—. Has vivido aquí durante más de doceaños... Tienes amigos... Me tienes a mí... ¿Es porque la casa se te ha quedado grande? —preguntórápidamente, y a continuación añadió—: Si es por eso, yo te puedo ayudar. Dímelo y te construiréotra a precio de coste donde tú quieras.

Finalmente, Melissa se volvió hacia él.

—No es por la casa. Eso no tiene nada que ver. Mi familia está en Rocky Mount y es a ellos aquienes necesito en estos momentos. No sólo yo, también los niños. Allí viven todos sus primos. Elcolegio no ha hecho más que empezar. No creo que les cueste tanto adaptarse.

—Entonces ¿os vais enseguida? —preguntó él sin acabar de creer lo que estaba oyendo.

Melissa asintió.

—Sí. La semana que viene. Mis padres tienen una vieja casa que solían alquilar y que meprestarán mientras vendo ésta. Está al lado de la suya. Así, si encuentro un trabajo, estarán cercapara ocuparse de los niños.

—Yo podría hacer eso, Melissa —dijo Taylor rápidamente—. Podría darte un trabajo... Podríasocuparte de mis facturas y de los pedidos y ganar un dinero sin moverte de casa. Incluso podríashacerlo en tu tiempo libre... Cuando tú quisieras.

Ella lo miró con una triste sonrisa.

—¿Por qué, Taylor? ¿Pretendes rescatarme a mí también?

Aquellas palabras lo hicieron vacilar, y ella lo observó cuidadosamente antes de proseguir:

—Eso es lo que estás intentando hacer, ¿verdad? Por eso has venido a casa estos últimos días yte has ocupado del jardín y de los niños... Escucha, te agradezco lo del trabajo y la casa. Agradezcolo que intentas hacer, pero no es lo que necesito. Lo que quiero es llevar esto a mi manera.

—No pretendo rescatarte de nada —protestó Taylor, intentando ocultar el dolor que sentía—.Se trata sólo de que sé lo duro que puede resultar perder a un ser querido y no quiero que tengasque enfrentarte tú sola a los problemas.

Ella meneó la cabeza lentamente.

—¡Oh, Taylor! —dijo en tono casi maternal—. Es lo mismo. —Hizo una pausa mientras unaexpresión de triste certidumbre se dibujaba en su rostro—. Es lo que has estado haciendo toda tuvida. Siempre que encuentras a alguien que crees que necesita ayuda, si puedes, le ofrecesexactamente lo que necesita. Y no sé por qué, pero tengo la impresión de que últimamente haspuesto los ojos en nosotros.

—¡Eso no es cierto!

Aquella negación no convenció a Melissa, que le cogió una mano.

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—Sí lo es —contestó con calma—. Es lo que hiciste con Valerie cuando su novio la abandonó; eslo que hiciste cuando viste a Lori tan sola; es lo que hiciste con Denise cuando descubriste la vidatan dura que llevaba. Piensa en todo lo que la ayudaste nada más conocerla. —Hizo una pausapara permitir que sus palabras hicieran efecto—. Es como si tuvieras la necesidad de hacer que lascosas le fueran mejor a la gente, Taylor, y siempre ha sido así. Puede que no me creas, pero losacontecimientos de tu vida lo demuestran. Incluso tu trabajo: como contratista, arreglas lo que seha roto; como bombero, salvas a la gente. Mitch nunca comprendió nada de todo esto, pero paramí está muy claro. Ésa es tu esencia.

Taylor no tenía respuestas para aquello. Se dio la vuelta mientras las palabras pasaban una yotra vez por su mente. Melissa le cogió la mano y le dio un leve apretón.

—Taylor, no hay nada malo en lo que te he dicho. Pero no necesito lo que me ofreces... Y, alargo plazo, tampoco es lo que necesitas tú. Cuando llegara el momento, cuando vieras que ya mehabías salvado y no necesitara ayuda, dejarías de prestarme atención y empezarías a buscar a otroa quien rescatar. Y yo seguramente te estaría infinitamente agradecida por lo que hubieras hechosi no fuera porque conozco la verdad de tu comportamiento.

Melissa se detuvo y esperó que él dijera algo.

—¿Qué verdad es ésa? —preguntó Taylor con voz ronca.

—Pues que, en el fondo, rescatándome a mí estabas intentando rescatarte a ti mismo, porculpa de lo que sucedió con tu padre. Mira, no importa lo mucho que yo ponga de mi parte. Eso esalgo que sólo tú puedes conseguir. Se trata de un conflicto que has de resolver con tus propiosmedios.

Aquellas palabras lo golpearon con una fuerza casi física y lo dejaron sin aliento. Sentía lacabeza como un torbellino y apenas podía ver con claridad. Un torrente de recuerdos y deimágenes le acudió a la mente en rápida sucesión: el rostro enfadado de Mitch en el bar; los ojosllenos de lágrimas de Denise; las llamas del almacén que le lamían los brazos y las piernas; supadre que se daba la vuelta bajo el sol mientras su madre tomaba una fotografía...

Melissa contempló aquella tormenta de emociones desfilando por el rostro de Taylor y loabrazó con fuerza, rodeándolo con ambos brazos.

—Has sido como un hermano y te quiero por haber estado siempre disponible para mis hijos.Pero, si tú me quieres, comprenderás que nada de lo que te acabo de decir ha sido para herirte. Séque pretendes salvarme, pero te repito que no lo necesito. Lo que necesito es que tú encuentresel modo de salvarte a ti mismo, de la misma manera que intentaste salvar a Mitch.

Taylor se sentía demasiado aturdido para responder, así que permanecieron abrazados bajo elsol de la mañana.

—¿Cómo? —consiguió articular él, por fin.

—Creo que ya lo sabes —repuso ella sin soltarlo—. Sí. Creo que ya lo sabes.

Taylor se marchó de casa de Melissa completamente aturdido. Apenas podía concentrarse en laconducción y estaba tan confundido que no sabía siquiera adonde ir. Se sentía como si le hubieranarrebatado sus últimas reservas de energía, dejándolo desnudo y exhausto.

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La vida, al menos tal como la había conocido, se le había acabado, y no tenía ni idea de lo que leaguardaba a continuación. Por mucho que pretendiera rebatir las palabras de Melissa, se sentíaincapaz de hacerlo, aunque tampoco creía en ellas por completo. ¿O sí?

Aquellos pensamientos lo confundían. Siempre había intentado enfocar los asuntos de su vidacon claridad y no era amigo de ambigüedades y significados ocultos. Nunca había buscadomotivaciones poco claras porque nunca había creído que pudieran tener importancia.

La muerte de su padre fue algo concreto, un hecho horrible pero real. Durante mucho tiempono había podido entender el porqué de su muerte y le había preguntado a Dios acerca de lo que lehabía tocado vivir, intentando hallarle un sentido. No obstante, al cabo de un tiempo lo habíadejado correr: por mucho que hablara de lo ocurrido o lo comprendiera, incluso aunque al finaldiera con las respuestas, nada cambiaría, nada le devolvería a su padre.

Pero en aquel momento de confusión, las palabras de Melissa lo estaban obligando a dudar detodo lo que alguna vez había creído que era simple y claro.

¿Toda su vida estaba marcada por la muerte de su padre? ¿Tenían razón Denise y Melissa?

Lo meditó y llegó a la conclusión de que no. Se equivocaban. Nadie, excepto su madre, sabía laverdad acerca de lo que había ocurrido la noche que su padre había muerto.

Condujo como un autómata, sin apenas fijarse adonde se dirigía. Girando a derecha e izquierda,frenando en los cruces y deteniéndose cuando era necesario, hizo lo que debía sin prestaratención mientras su mente iba repasando los acontecimientos al ritmo del cambio de marchas.Las últimas palabras de Melissa lo intrigaban.

«Creo que ya lo sabes.»

«Saber, ¿qué?», le habría gustado preguntar. «En estos momentos no sé nada de nada —se dijo—. No sé de qué me hablas. Sólo quiero ayudar a los chicos, como cuando yo era pequeño. Sé loque necesitan y puedo ayudarlos. También te puedo ayudar a ti, Melissa. Lo tengo todo pensado.»

«¿Pretendes rescatarme a mí también?»

«No —pensó—. Sólo quiero ayudar.»

«Es lo mismo.»

«¿Lo es?», se preguntó.

Taylor se negó a seguir pensando hasta llegar a alguna conclusión. Entonces se dio cuenta deque estaba conduciendo y vio adonde había llegado; detuvo la camioneta, se apeó y empezó acaminar hacia su destino.

Judy lo estaba esperando al pie de la tumba de su padre.

—¿Qué haces aquí, mamá? —preguntó.

Ella no se dio la vuelta cuando escuchó la voz de su hijo, sino que se arrodilló ante la lápida yarregló las plantas que crecían alrededor, igual que solía hacer Taylor cuando visitaba la tumba.

—Melissa me llamó y me avisó de que ibas a venir —respondió Judy en voz baja al oír a su hijoque se acercaba—. También me dijo que sería mejor que yo me pasara.

Por el tono de voz, él se dio cuenta de que ella había estado llorando y se acuclilló a su lado.

—¿Ocurre algo malo, mamá? —preguntó.

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Judy tenía el rostro arrebolado. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y una brizna dehierba se le quedó pegada a la mejilla.

—Lo siento —empezó a decir—. No he sido una buena madre.

La voz se le quebró en la garganta. Taylor se quedó estupefacto. Con delicadeza, le quitó labrizna de la cara y la obligó a que lo mirara.

—Has sido una madre maravillosa —dijo él con firmeza.

—No —repuso ella—. Si lo hubiera sido, tú no habrías venido aquí tan a menudo.

—Mamá, ¿de qué estás hablando?

—Ya lo sabes —respondió suspirando profundamente antes de proseguir—. Cuando haspasado por un mal momento en la vida, nunca has acudido a mí o a tus amigos. Siempre hasvenido aquí. No importa cuál fuera la dificultad o el problema, siempre llegabas a la conclusión deque estabas mejor solo, igual que lo estás ahora.

Miró a su hijo casi como si contemplara a un desconocido y continuó hablando.

—¿No puedes ver cómo me hiere eso? No puedo evitar pensar en lo triste que ha debido de sertu vida sin gente, gente que te habría podido apoyar o simplemente escucharte cuando lohubieras necesitado. Y todo ha sido por mi culpa.

—No...

Judy no lo dejó continuar ni hizo caso de sus protestas. Con la mirada puesta en el horizonte,parecía perdida en un pasado distante.

—Cuando tu padre murió, me encontré tan perdida en mi propia tristeza que no me di cuentade lo duro que te estaba resultando. Intenté convertirme en todo para ti; pero, de aquel modo,me quedé sin tiempo para mí y no te enseñé lo maravilloso que es querer a alguien y sercorrespondido.

—Claro que lo hiciste, mamá.

Ella lo contempló con profunda pena.

—Entonces, ¿por qué estás tan solo?

—Escucha. No tienes que preocuparte por mí, ¿de acuerdo? —murmuró casi para sí mismo.

—Claro que me preocupo —replicó débilmente Judy—. Por algo soy tu madre.

Se sentó en la hierba; Taylor la imitó y le cogió la mano. Ella le correspondió y los dos sequedaron en silencio, rodeados por los árboles que mecía la brisa.

—Tu padre y yo tuvimos una relación maravillosa —dijo Judy por fin, con voz queda.

—Lo sé...

—No. Déjame acabar, ¿quieres? Quizá no haya sido la madre que necesitabas entonces, peropermíteme que intente serlo ahora. —Le dio un apretón en la mano—. Tu padre me hizo muy feliz,Taylor. Fue la mejor persona que he conocido... Me acuerdo de la primera vez que se dirigió a mí.Yo volvía del colegio, iba camino de casa y me había parado para comprar un helado. Él entró en latienda justo detrás de mí. Yo ya lo conocía, naturalmente; por aquella época, Edenton era aún máspequeño que ahora. Yo estaba en tercer grado. Al salir de la tienda tropecé con alguien y se mecayó el helado. Había gastado mi última moneda y me dio tanta rabia que tu padre me compróotro. Creo que me enamoré de él en aquel instante. Fuera como fuese, el caso es que ya no nos

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separamos. Empezamos a salir en serio en el instituto y luego nos casamos. No me arrepentí niuna sola vez de haberlo hecho.

Judy se detuvo. Taylor le soltó la mano y la rodeó con el brazo.

—Ya... ya sé que querías a papá —dijo trabajosamente.

—No voy por ahí. Me refiero a que, incluso ahora, no me arrepiento.

Él la miró sin comprender, y Judy le devolvió la mirada con ojos repentinamente fieros.

—Quiero decir que me habría casado igualmente aunque hubiera sabido que iba a morir tanpronto. Aunque me hubieran dicho que sólo íbamos a estar juntos once años, no habría cambiadoese tiempo por nada. ¿Puedes entenderlo? Claro que habría sido maravilloso poder envejecerjuntos, pero eso no hace que me arrepienta de la vida que compartimos. Amar a alguien y sercorrespondido es lo más estupendo del mundo. Es lo que me dio fuerzas para seguir adelante. Sinembargo, tú no pareces querer darte cuenta. Incluso cuando el amor aparece en tu vida escogesalejarte de él. Taylor, tú estás solo porque quieres.

Él se frotó las manos. Volvía a sentirse aturdido.

—Ya sé que te sientes responsable por la muerte de tu padre —prosiguió Judy con voz cansada—. Durante toda mi vida he procurado que entendieras que estás equivocado, que no se trató másque de un horrible accidente. Tú eras sólo un niño y no podías prever lo que iba a suceder, no másde lo que yo misma habría podido. No obstante, no importaba cómo te lo explicara, tú seguíascreyendo que había sido por tu culpa. Por eso te has aislado del resto del mundo. No sé, quizácrees que no mereces ser feliz; quizá tienes miedo de que si te permites amar a alguien estarásadmitiendo que no fuiste responsable del accidente; quizá estás asustado por la posibilidad de quete ocurra lo mismo y dejes una familia destrozada tras de ti... Mira, no conozco la razón; pero, encualquier caso, estás equivocado. No se me ocurre otra manera de decírtelo.

Taylor no contestó, y Judy dejó escapar un suspiro cuando se dio cuenta de que él no teníaintención de hacerlo.

—Este verano —añadió ella—, cuando te vi con Kyle, ¿sabes qué pensé? Pensé en lo muchoque te parecías a tu padre. Él siempre tuvo buena mano con los niños, igual que tú. Me acuerdoperfectamente de cómo lo seguías a todas partes. Sólo ver cómo lo mirabas ya me hacía sonreír:era una expresión de admiración y respeto. Me había olvidado de ella hasta que vi a Kyle cuandoestabais juntos. Él te miraba exactamente de la misma manera. Estoy segura de que lo echas demenos.

Taylor asintió a regañadientes.

—¿Lo echas de menos porque a él le dabas lo que siempre creíste que de niño te faltó o porquete cae bien? —preguntó Judy.

Él lo meditó antes de contestar.

—Me cae muy bien. Es un chico estupendo.

Ella lo miró a los ojos.

—¿Y también echas de menos a Denise?

«Sí. También», se dijo Taylor mientras se agitaba, incómodo.

—Esa historia está acabada, mamá —repuso.

—¿Estás seguro? —preguntó ella, dubitativa.

Taylor asintió, y su madre se apoyó en él, descansando la cabeza en su hombro.

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—Qué pena, Taylor... —murmuró—. Era perfecta para ti.

Se quedaron sentados en silencio unos minutos, hasta que un chaparrón otoñal los obligó adesandar el camino hacia el aparcamiento. Taylor abrió la puerta del coche de su madre y dejóque ésta se sentara al volante. Luego, cerró la portezuela y apoyó las manos contra la ventanilla,notando el contacto de las frías gotas en la punta de los dedos. Judy le sonrió tristemente yarrancó, dejándolo de pie bajo la lluvia.

Lo había perdido todo.

Se dio cuenta tan pronto como salió del cementerio y tomó el corto camino de regreso a casa.Condujo la furgoneta por delante de una serie de viejos edificios Victorianos que se le antojaronsiniestros bajo la pálida y brumosa luz del atardecer; cruzó grandes charcos en medio de lacarretera con los limpiaparabrisas barriendo el agua rítmicamente y cruzó el centro de la ciudad.Mientras pasaba frente a los establecimientos comerciales que conocía desde niño, suspensamientos fueron centrándose inexorablemente en Denise.

«Era perfecta para ti.»

Al final tuvo que admitir que, a pesar de la muerte de Mitch, a pesar de todo, no había sidocapaz de quitarse a Denise de la cabeza. Como una aparición, su imagen se le había presentadouna y otra vez, y había tenido que recurrir a toda su determinación para que se desvaneciera. Sinembargo, en aquellos momentos le resultó imposible. Con sorprendente claridad, recordó suexpresión el día en que él había ido a arreglarle las puertas de los armarios, oyó el eco de su risaen el porche e incluso pudo rememorar la leve fragancia a champú de su cabello. Fue como siDenise estuviera a su lado, sólo que... no estaba ni volvería a estarlo nunca. Aquella idea hizo quese sintiera aún más vacío. «Denise...»

Mientras seguía conduciendo, todas las justificaciones a las que había recurrido le parecieronhuecas y carentes de significado. ¿Qué le había ocurrido? Sí, era cierto que se había idodistanciando progresivamente. A pesar de que él no quería reconocerlo, Denise había tenidorazón. ¿Por qué había obrado de aquella manera? ¿Acaso había sido por lo que su madre le habíaexplicado?

«No te enseñé lo maravilloso que es querer a alguien y ser correspondido.»

Taylor meneó la cabeza, mientras se preguntaba si las decisiones que había tomado en la vidahabían sido correctas. ¿Tenía razón su madre? ¿Habría actuado de la misma manera de habervivido su padre? ¿Se habría casado con Valerie o con Lori? Se dijo que quizá sí, aunque lo másprobable era que no: en aquellas relaciones siempre había habido otros obstáculos y no se sentíacapaz de afirmar, con la mano en el corazón, que hubiera estado enamorado de verdad deninguna de aquellas dos mujeres.

Pero ¿y de Denise?

Se le hizo un nudo en la garganta al recordar la primera noche que habían hecho el amor. Pormucho que se hubiera negado a aceptarlo, en aquel momento tuvo que reconocer que la habíaamado por completo y con todo el corazón. Entonces, ¿por qué no se lo había dicho? Y lo que eraaún peor, ¿por qué se había engañado a sí mismo para alejarse de ella?

«Taylor, tú estás solo porque quieres.»

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¿Era cierto? ¿De verdad quería afrontar el futuro sin nadie? Sin Mitch, y pronto sin Melissa,¿quién más le quedaba? Su madre y punto. La lista se terminaba con ella. ¿Realmente era lo quedeseaba? Una casa vacía; un mundo sin amigos, un mundo sin nadie que se interesara por él; unmundo donde no hubiera lugar para el amor...

Mientras conducía su camioneta, la lluvia se abatía contra el parabrisas como si quisieraremachar las dudas que lo asaltaban, y entonces, por primera vez en su vida, Taylor se dio cuentade que siempre se había mentido a sí mismo y de que aún seguía haciéndolo.

Otros fragmentos de conversaciones fueron a sumarse al torbellino de su cerebro.

Mitch, que le advertía: «No lo fastidies esta vez...»

Melissa, que le decía, bromeando: «¿Qué, Taylor, vas a casarte con esta preciosidad o no?»

Denise, con su resplandeciente belleza: «Todos necesitamos compañía.»

Y su respuesta: «Yo no necesito a nadie.»

Mentira. Toda su vida había sido una gran mentira, y las mentiras lo habían llevado ante unarealidad que le resultaba imposible abarcar. Mitch ya no estaba; Melissa ya no estaba; Denise yano estaba; Kyle ya no estaba... Los había perdido a todos. Las mentiras se habían convertido enrealidad.

«Se han ido todos.»

Aquella súbita conciencia le hizo agarrar el volante con fuerza para mantener el control. Se hizoa un lado de la carretera y aminoró hasta que se detuvo. Puso punto muerto. Veía borroso.

«¡Estoy solo!»

Se inclinó sobre el volante mientras la lluvia se abatía a su alrededor y se preguntó cómodemonios había sido capaz de permitir que tal cosa le ocurriera.

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CAPÍTULO 27CAPÍTULO 27

Denise salió a la calle, cansada tras su jornada de trabajo. La incesante lluvia había reducido elnúmero de clientes, y al final habían sido los suficientes para mantenerla ocupada pero demasiadopocos para conseguir unas buenas propinas. En cierta manera, podía considerarla una nochemalgastada. No obstante, si miraba el lado bueno, así tenía la oportunidad de marcharse un pocomás temprano. Por suerte, Kyle ni se inmutó cuando lo dejó en el asiento de atrás del vehículo.Durante los meses en que Taylor los había acompañado, el chico se había acostumbrado aovillarse en el regazo de Denise, pero ahora que ella había conseguido un coche —¡hurra!—, teníaque volver a viajar atado con el cinturón en el asiento trasero. La noche anterior había montadotal pataleta que al llegar a casa le costó un par de horas volver a dormirse.

Denise contuvo un bostezo cuando giró y enfiló por el camino que llevaba hacia su casa,aliviada por la idea de meterse en la cama. La gravilla del sendero estaba húmeda a causa de lalluvia caída, y pudo oír el golpeteo de las piedrecillas que arrojaban los neumáticos. Unos minutosmás, y después de tomarse un vaso de cacao caliente, estaría ya entre las sábanas. La perspectivaera casi embriagadora.

La noche era oscura y sin luna, y las nubes ocultaban el resplandor de las estrellas. Había bajadola niebla, y Denise condujo despacio, orientándose por la luz del porche. Cuando se aproximó a lacasa y pudo verla con claridad, estuvo a punto de clavar las ruedas de un frenazo: allí delanteestaba aparcada la camioneta de Taylor.

Miró hacia la puerta de entrada y lo vio, sentado en los escalones, esperándola.

A pesar del cansancio, Denise se despabiló de golpe y se le ocurrió un montón de posiblesexplicaciones. Aparcó y apagó el contacto del motor.

Taylor se le acercó mientras ella se apeaba y cerraba la portezuela sin hacer ruido. Deniseestaba a punto de preguntarle sin ningún tipo de miramiento qué hacía allí, pero las palabrasmurieron en sus labios al verlo: tenía muy mal aspecto, los ojos inyectados de sangre y la miradaperdida; estaba pálido y desmejorado. Metió las manos en los bolsillos y evitó la mirada de Denise.Permaneció inmóvil mientras buscaba algo que decir.

—Veo que te has comprado un coche —dijo por fin.

Un torrente de emociones se abatió sobre Denise cuando escuchó aquella voz: amor y alegría,furia y dolor; el recuerdo de la soledad y la silenciosa desesperación de las semanas pasadas.

No estaba dispuesta a volver a pasar por todo aquello.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.

El tono de amargura sorprendió a Taylor, que dejó escapar un suspiro.

—He venido para decirte cuánto lo siento —repuso, vacilando—. No tenía intención de hacertedaño.

Eran exactamente las palabras que a Denise le habría gustado escuchar tiempo atrás, pero enaquellos instantes carecían de significado.

Se volvió y miró por encima del hombro la dormida figura de Kyle en el asiento de atrás.

—Es demasiado tarde para eso.

Taylor levantó la cabeza. En la penumbra, parecía mucho más viejo de lo que Denise lorecordaba. Era como si hubieran pasado años desde su último encuentro. Él forzó una débil

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sonrisa y volvió a bajar la mirada al tiempo que sacaba las manos de los bolsillos y daba un pasohacia su camioneta.

De haberse tratado de otra persona o de haber sido en cualquier otro momento, Taylor habríaseguido caminando con la convicción de que había hecho todo lo posible por arreglar las cosas. Sinembargo, se obligó a detenerse.

—Melissa se marcha a Rocky Mount —dijo a la oscuridad, dándole la espalda a Denise.

—Lo sé —contestó ella pasándose distraídamente la mano por el cabello—. Me lo dijo haceunos días. ¿Por eso has venido?

Taylor negó con la cabeza.

—No. Estoy aquí porque quería hablar de Mitch —murmuró sin mirarla. Ella apenas podía oírlo—. Tenía la esperanza de que tú me escucharías... No tengo a nadie más con quien charlar.

Aquella declaración de vulnerabilidad emocionó y sorprendió a Denise. Por un breve instante,sintió el deseo de correr a su lado, pero se contuvo, no estaba dispuesta a olvidar lo que él le habíahecho a Kyle o a ella misma.

«No quiero caer otra vez en lo mismo —pensó—. Sin embargo, fui yo quien le dijo que me teníaa su disposición si deseaba desahogarse con alguien.»

—Taylor, escucha... Es muy tarde. Quizá mañana —sugirió en voz baja.

El asintió, como si hubiera esperado exactamente aquellas palabras. Denise tuvo la impresiónde que iba a marcharse, pero Taylor permaneció donde estaba.

En la distancia sonó el retumbo de un trueno. La temperatura estaba empezando a bajar, y lahumedad aumentaba la sensación de frío. Cuando él se volvió para mirarla, la luz del porchebrillaba con un halo brumoso, como un diamante.

—También quería contarte algo acerca de mi padre... Ya es hora de que sepas la verdad.

Denise se dio cuenta por la dolorida expresión del rostro de Taylor del esfuerzo que a él lehabía costado pronunciar aquellas palabras. Allí, delante de ella, parecía al borde del llanto. Tuvoque apartar la mirada.

Se acordó del día en el festival, cuando él le propuso acompañarla a su casa. Entonces ella habíaaccedido en contra de la voz del instinto y a cambio había recibido una dolorosa lección. En aquelinstante se enfrentaba a otro dilema parecido y volvía a dudar. Suspiró.

«No es el momento, Taylor. Es tarde, y Kyle duerme. Me encuentro cansada y no estoy segurade estar preparada para lo que me pides.»

Se imaginó a sí misma diciéndoselo. Pero las palabras que pronunció no fueron las mismas.

—De acuerdo —dijo.

Desde su posición en el sofá, Taylor no la miraba. Sólo brillaba una luz en la habitación, una luzque le proyectaba sombras sobre el rostro.

—Yo tenía nueve años —empezó—. Llevábamos ya más de dos semanas de calor agobiante. Lastemperaturas habían pasado de cuarenta grados, y eso que el verano no había hecho más queempezar. La primavera había sido una de las menos lluviosas que se recordaban. No había caído niuna gota en dos meses, y todo estaba más seco que la yesca. Recuerdo que mis padres hablaban

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de la sequía y de que los granjeros empezaban a estar preocupados por las cosechas. Hacía tantocalor que hasta el tiempo parecía que transcurría más despacio. A veces, yo esperaba durantetodo el día que el sol se pusiera para experimentar algún alivio, pero ni siquiera eso servía demucho. Nuestra casa era vieja, no tenía aire acondicionado ni casi aislamiento térmico. En cuantome tumbaba en la cama me ponía a sudar. Recuerdo que empapaba las sábanas de sudor. Eraimposible dormir, y no hacía más que dar vueltas y vueltas en un intento de ponerme cómodo,pero no había manera. Me agitaba como un poseso y no dejaba de sudar.

Taylor tenía la mirada clavada en la mesita auxiliar mientras hablaba en voz baja. Denise viocómo abría y cerraba una mano, formando un puño, y repetía el movimiento, apretándola denuevo, como si se tratara de las puertas de su memoria, abriéndose y cerrándose y permitiendoque las imágenes del pasado se deslizaran aleatoriamente por los resquicios.

—En aquella época había una colección de soldados de plástico que se vendían en el catálogode Sears. Era un lote que venía con tanques, jeeps, tiendas de campaña y barricadas, todo lo queun chaval necesita para montar una batalla. Me parece que no he deseado nada tanto en toda mivida. Recuerdo que iba dejando el catálogo abierto por la página del anuncio por toda la casa paraque a mi madre no se le olvidara, hasta que al final conseguí que me lo regalaran por micumpleaños. Nunca un regalo ha llegado a emocionarme como aquél. Pero mi habitación erarealmente enana —había sido el cuarto de costura antes de que yo naciera—, y no tenía sitio paramontarlo como me apetecía, así que me llevé mi colección de soldados a la buhardilla. Cuando nopodía dormir por la noche, allí era adónde iba.

Taylor levantó por fin los ojos y soltó un suspiro que se parecía más a un gemido, como sidejara escapar algo doloroso y largamente reprimido. Luego, meneó la cabeza con un gesto deincredulidad. Denise lo conocía lo suficiente para no interrumpirlo. Él prosiguió.

—Era tarde, más de medianoche, cuando me escabullí de mi cuarto, pasé de puntillas ante eldormitorio de mis padres y subí por la escalera del final del pasillo. No hice el menor ruido porquesabía dónde el suelo crujía y dónde no. Mis padres no se enteraron de nada...

Enterró el rostro en las manos y permaneció encorvado un instante. Al cabo de unos segundosalzó la cabeza y siguió hablando:

—No recuerdo cuánto tiempo estuve allí arriba. La verdad es que cuando me ponía a jugar conmis soldados las horas pasaban sin que me diera cuenta. Montaba batalla tras batalla, y nuncatenía bastante. Yo era siempre el sargento Mason. Cada soldado tenía un nombre grabado en labase. Me había dado cuenta de que uno de ellos se llamaba como mi padre y supe que aquél seríami héroe. El sargento Mason siempre vencía, sin importar las dificultades que yo le obligara aafrontar. Ya podían ser tanques o infantería, él siempre sabía lo que tenía que hacer. Para mí eraindestructible, y perderme en su mundo me era tan fácil que me olvidaba de todo, de mis deberes,de comer, de todo... No podía evitarlo. Ni siquiera en una noche tan asfixiante como aquélla podíapensar en otra cosa que no fueran mis soldados. Supongo que por eso ni siquiera olí el humo.

Taylor hizo una pausa y apretó el puño con fuerza. Denise se puso tensa cuando él prosiguió.

—Simplemente no olí nada. Aún hoy, no sé cómo ni por qué. Me parece imposible que no mediera cuenta, pero así fue. No me enteré de nada hasta que oí que mis padres salían deldormitorio con un gran escándalo, chillando y gritando mi nombre... Recuerdo que lo primero quepensé entonces fue que iban a descubrir que yo no estaba donde se suponía que debía estar. Esome aterró. A pesar de que escuchaba cómo me llamaban, tenía demasiado miedo para contestar.

Él la miró con ojos que suplicaban comprensión.

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—No quería que me encontraran en la buhardilla. Me habían advertido cientos de veces que,una vez en cama, no debía levantarme en toda la noche. Supuse que si me encontraban, me caeríauna bronca. Aquel fin de semana tenía un partido de béisbol y sabía que si me descubrían, mecastigarían obligándome a quedarme en casa; así que se me ocurrió un plan: me ocultaría hastaque hubieran bajado al salón. Luego, me metería en el cuarto de baño y saldría fingiendo quehabía estado allí todo el rato... Ya sé que suena estúpido, pero en aquel momento, para mí, teníasentido. Apagué las luces y me escondí tras unas cajas para esperar. Oí a mi padre que entraba enla buhardilla y me llamaba; a pesar de todo, no me moví hasta que se hubo marchado. Al final, susvoces se fueron haciendo más distantes y entonces yo me dirigí hacia la puerta. No tenía ni idea delo que estaba sucediendo y cuando la abrí me quedé estupefacto ante la ola de calor y humo queme golpeó. Las paredes y el techo ardían. Sin embargo, todo aquello me pareció tan irreal quetardé en percatarme de lo peligroso que era... Si en aquel momento me hubiera precipitadoafuera, probablemente habría conseguido escapar; pero no lo hice. Me quedé allí, contemplandolas llamas y pensando en lo extrañas que me parecían. Ni siquiera estaba asustado.

Taylor se hizo un ovillo, adoptó una postura casi fetal, y su voz enronqueció.

—Pero de golpe todo cambió. Antes de que me diera cuenta, el fuego había avanzado y mehabía bloqueado la salida. Fue entonces cuando tomé conciencia de que algo terrible estabasucediendo. La sequía había sido tan intensa que nuestra vieja casa de madera estaba ardiendocomo una tea. Recuerdo que en aquel momento el fuego me pareció una criatura con vida propia.Era como si las llamas supieran dónde me encontraba y me lanzaran sus lenguas de fuego,tirándome al suelo. Fue entonces cuando empecé a llamar a mi padre a gritos. Sin embargo, él yano estaba, y yo lo sabía. Eso me aterrorizó. Fui hasta la ventana, la abrí y vi a mis padres frente a lacasa. Ella llevaba un camisón y él sólo los calzoncillos; daban vueltas y vueltas, presas del pánico,mientras gritaban sin cesar mi nombre. Me quedé petrificado y no pude articular palabra; pero fuecomo si mi madre percibiera instantáneamente mi presencia, porque miró hacia donde yo meencontraba. Todavía puedo ver la expresión de sus ojos cuando se dio cuenta de que yo estabaaún dentro de la casa: los abrió desmesuradamente y se llevó una mano a la boca, pero no pudoreprimir un alarido. Mi padre dejó de buscarme por el jardín y también me vio. Me puse a llorar.

Encogido en el sofá, Taylor dejó escapar una lágrima con la mirada perdida en el vacío, pero nopareció darse cuenta. Denise sintió que se le revolvía el estómago.

—Mi padre. Mi padre, tan fantástico y fuerte, dio media vuelta y regresó corriendo. En aquelmomento, la mayor parte de la casa estaba ardiendo, y yo podía escuchar que en el piso de abajotodo se derrumbaba y explotaba. El fuego se abría paso hacia el altillo y el humo se hacía másespeso a cada momento. Recuerdo que mi madre le gritó a mi padre que hiciera algo y que él seplantó justo bajo la ventana gritando: «¡Salta, Taylor, salta! ¡Yo te cogeré! ¡Te lo prometo!» Peroyo no salté. No. En vez de eso me puse a llorar con más fuerza. La ventana se encontraba a unossiete metros del suelo, y me pareció que estaba tan alta que me mataría si me tiraba. «¡Salta,Taylor, salta! ¡Yo te cogeré!», repetía mi padre una y otra vez. «¡Salta! ¡Vamos, salta!» Mi madreno dejaba de llorar y de gritar aún con más fuerza. Al final, entre sollozos, logré chillar que estabaasustado.

Taylor tragó saliva.

—Cuanto más me animaba mi padre para que saltara, más paralizado me sentía. Podía notar eleco del miedo en sus palabras mientras mi madre se iba poniendo histérica y yo respondía una y

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otra vez que no, que me daba miedo saltar. Y era cierto, tenía un miedo pavoroso, por mucho quehoy sepa que mi padre sin duda me habría atrapado al vuelo.

Taylor se detuvo. Un músculo de la mandíbula se le contraía rítmicamente y tenía los ojosvacíos de toda expresión. Se dio un fuerte puñetazo en la pierna.

—Todavía puedo ver la expresión del rostro de mi padre cuando por fin se dio cuenta de que yono iba a saltar. Los dos lo comprendimos a un tiempo. El miedo se le reflejaba en la cara, pero noera miedo por lo que pudiera sucederle a él. Simplemente dejó de gritar y de gesticular. Recuerdoque me miró a los ojos, sin apartar la vista ni un instante. Fue como si el tiempo se hubieradetenido y sólo estuviéramos él y yo: ya no escuchaba los alaridos de mi madre, ya no sentía elcalor de las llamas, ya no olía el denso humo... Sólo podía pensar en mi padre. Entonces él asintiómuy levemente, y supe con toda certeza lo que se disponía a hacer. Sin perder un segundo se diola vuelta y echó a correr hacia la puerta de entrada. Se movió con tanta rapidez que mi madreapenas tuvo tiempo de detenerlo. En aquel momento, la casa ardía por los cuatro costados. Elfuego me había rodeado y se me acercaba. Me quedé en la ventana, demasiado aterrado paraseguir chillando.

Taylor cerró los ojos y apretó las palmas contra ellos. Cuando las apartó, se dejó caer contra elrespaldo del sofá, como si no quisiera continuar; sin embargo, hizo un esfuerzo sobrehumano yprosiguió.

—No debió de tardar más de un minuto en llegar hasta mí, pero me pareció una eternidad. Yohabía sacado la cabeza por la ventana y, aun así, me costaba respirar. Había humo por todaspartes y un ruido ensordecedor. La gente cree que el fuego es silencioso, pero no es así: cuandolas llamas lo devoran todo, se oye como un millar de diablos aullando de dolor. A pesar del fragordel incendio, pude escuchar a mi padre gritándome que acudía en mi ayuda.

La voz de Taylor se quebró. Se dio la vuelta para ocultar las lágrimas que le corríanabundantemente por el rostro.

—Recuerdo que me di la vuelta y lo vi. Sí, lo vi... Estaba ardiendo... La piel, los brazos, la cara, elcabello... Todo él, de la cabeza a los pies. Vi aquella antorcha humana que se precipitaba hacia mímientras las llamas la consumían. Pero no gritaba. No gritó cuando se me echó encima y me hizosalir por la ventana. No gritó cuando me dijo: «Vamos, hijo.» Me agarró por la muñeca, mesuspendió en el vacío y, cuando estuve lo más cerca posible del suelo, me dejó ir. Caí con la fuerzasuficiente para romperme un hueso del tobillo. Oí el chasquido con toda claridad y rodé sobre laespalda mientras miraba hacia lo alto. Fue como si Dios hubiera querido que viera lo que yo habíahecho. Y lo vi: vi el brazo llameante de mi padre que desaparecía entre el fuego.

Taylor se detuvo, incapaz de articular una palabra más. Denise permaneció muy quieta, con losojos arrasados por las lágrimas y un nudo en la garganta. Al cabo de un momento, él reanudó elrelato en voz baja. Estaba temblando, como si los sollozos estuvieran desgarrándolo.

—Ya no volvió a salir... Recuerdo que mi madre me llevó lejos de la casa sin dejar de gritar yllorar. Yo también gritaba y lloraba.

Cerró los ojos y levantó el rostro hacia el techo.

—¡Papá...! ¡No! —aulló con voz ronca.

El lamento sonó como un disparo en el silencio del salón.

—¡Sal de ahí, papá!

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Taylor se derrumbó y Denise fue instintivamente hasta su lado. Lo abrazó y lo meció entre susbrazos mientras Taylor sollozaba incoherencias.

—¡Por favor, Dios mío, por favor...! ¡Déjame repetirlo, por favor...! ¡Saltaré...! ¡Prometo queesta vez saltaré! ¡Deja que salga! ¡Deja que papá vuelva!

Denise lo estrechó con todas sus fuerzas; hundió el rostro en su cuello y sus propias lágrimascorrieron por la nuca y la espalda de Taylor. Al cabo de un momento, sólo pudo escuchar el latidodel corazón de Taylor y el crujido del sofá mientras él se balanceaba, como en trance, sin dejar demurmurar:

—No quería matarlo... No quería matarlo...

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CAPÍTULO 28CAPÍTULO 28

Denise sostuvo a Taylor hasta que éste, agotado, calló por fin. Luego, lo soltó y fue a la cocina;un instante después, regresó con una cerveza en la mano, un pequeño despilfarro que se habíapermitido el día que había comprado el coche.

No sabía qué más podía hacer o decir. A lo largo de la vida había escuchado algunas historiasestremecedoras, pero ninguna tan terrible como aquélla. Taylor la miró con expresión sombríacuando ella le entregó la bebida, abrió la lata y bebió un largo trago. Luego, sin dejar de sujetarla,se la colocó en el regazo.

Denise le hizo una caricia en la pierna, y él le tomó la mano.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—No —respondió él con franqueza—. Pero es posible que nunca lo haya estado del todo.Denise le dio un leve apretón.

—Posiblemente no —confirmó con una débil sonrisa.

Se quedaron en silencio durante un rato, hasta que ella volvió a hablar.

—¿Por qué esta noche, Taylor?

A pesar de que Denise habría podido intentar convencerlo de que él no había sido el causantede la muerte de su padre y consolarlo, estaba segura de que aquél no era el momento oportuno.Ninguno de los dos estaba dispuesto a hacer frente a aquellos demonios.

Taylor hizo girar distraídamente la lata.

—No he dejado de pensar en Mitch desde el día en que murió; y ahora que Melissa se marcha...No sé... Sentí como si algo me devorara por dentro.

«Siempre fue así, Taylor», pensó ella.

—Sí, pero ¿por qué yo? ¿Por qué no acudiste a cualquier otro?

Él tardó un tiempo en contestar; pero, cuando lo hizo, en sus azules ojos sólo se podía leerarrepentimiento.

—Porque me interesas más de lo que nadie me ha interesado nunca —repuso con indudablefranqueza.

Denise se quedó sin aliento al escuchar aquellas palabras. Como tardó en responder, Taylorretiró la mano, igual que había hecho en una ocasión en la feria.

—Tienes todo el derecho del mundo a no creerme —reconoció él—. Yo, en tu lugar,probablemente también dudaría. Lamento mi comportamiento. Estaba equivocado. —Hizo unapausa mientras jugueteaba con la lengüeta de la lata—. Me gustaría poder explicar por qué hice loque hice; pero, sinceramente, no lo sé. He pasado tanto tiempo engañándome a mí mismo que noestoy seguro de que pudiera reconocer la verdad aunque la tuviera delante de mis ojos. Lo únicoque sé a ciencia cierta es que he echado a perder la mejor ocasión que he tenido en la vida.

—Sí. Así es —contestó ella. Taylor soltó una risita nerviosa.

—Supongo que una segunda oportunidad está fuera de toda consideración, ¿no?

Denise calló. Se había dado cuenta de que en algún momento de aquella velada suresentimiento hacia Taylor se había desvanecido. El dolor seguía presente, al igual que la

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aprensión ante lo que pudiera depararle el porvenir. De algún modo, sentía la misma ansiedad quecuando lo había conocido; y en cierta manera, sabía que así era.

—Ese cartucho lo quemaste hace más de un mes. A estas alturas ya vas por la vigésima.

Él escuchó aquel ligero tono de ánimo y la miró con la esperanza dibujada en el rostro.

—¿Tantas?

—Y más —contestó ella, sonriendo—. Si fuera la reina, te habría mandado decapitar.

—¿Sin esperanza, entonces?

«¿La hay? —se preguntó Denise—. Al final, todo se reduce a esa incógnita, ¿no es así?»

Vaciló. Podía sentir que su tozuda determinación se desmoronaba mientras miraba a Taylor,cuyos ojos resultaban más elocuentes que cualquier discurso. De repente, sintió que la invadíanincontables imágenes de todos los buenos ratos que él le había hecho pasar a Kyle y revivió todoslos sentimientos que había enterrado tan cuidadosamente durante las últimas semanas.

—No he dicho eso —contestó finalmente—. Pero no creo que podamos reanudar nuestrarelación donde la dejamos, como si tal cosa. Hay un montón de cuestiones que hay que resolverprimero, y no va a ser fácil.

Taylor tardó unos instantes en interpretar el significado de las palabras. La oportunidad —porremota que fuera— estaba allí, sin duda, y sintió que lo invadía una sensación de alivio. Sonrióbrevemente y depositó la bebida sobre la mesa.

—Lo siento, Denise. Siento lo que te hice y también lo que le hice a Kyle.

Ella asintió y cogió su mano.

Durante las horas que siguieron hablaron con renovada sinceridad. Taylor le explicó cómohabían transcurrido los últimos días; las conversaciones que había tenido con Melissa y lo que Judyle había dicho, al igual que la pelea con Mitch la noche en que éste había muerto. También lecontó cómo el fallecimiento de su amigo había despertado los recuerdos de la tragedia de supadre y cómo, a pesar de todo, seguía sintiéndose culpable por ambas. Habló largo y tendido,mientras Denise escuchaba atentamente, a ratos ofreciéndole su apoyo y a ratos haciendopreguntas.

Eran casi las cuatro de la mañana cuando Taylor se levantó para marcharse. Ella lo acompañóhasta la puerta y lo vio meterse en su camioneta y alejarse.

Mientras se ponía el pijama, pensó que no podía prever qué rumbo iba a tomar su relación apartir de entonces —se recordó que una cosa eran las palabras y otra muy distinta los hechos—.Podía significar un gran cambio o nada en absoluto. No obstante, estaba segura de una cosa: ya nole correspondía decidir a ella sola. Si Taylor quería una nueva oportunidad —pensó mientras susojos se cerraban—, tendría, como al principio, que ganársela.

Por la tarde del día siguiente, Taylor la llamó para preguntar si le parecería bien que él sepasara por su casa.

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—También me gustaría pedirle perdón a Kyle —explicó—. Además, tengo algo que quieroenseñarle.

Agotada tras las emociones de la noche anterior, Denise sólo quería que le dieran un respiro. Lonecesitaba, y Taylor también. Pero, al final, accedió a regañadientes, más por Kyle que por ellamisma. Sabía que el chico estaría encantado de verlo.

No obstante, cuando colgó el teléfono se preguntó si había hecho lo correcto. Hacía un díaventoso. El frío del otoño había llegado de golpe, y las hojas resplandecían en sus nuevos colores:rojos, anaranjados y amarillos explotaban en las ramas preparándose para el descenso final haciael suelo salpicado de rocío. El jardín no tardaría en quedar cubierto con los marchitos restos delverano.

Taylor apareció al cabo de una hora. Cuando Kyle, que estaba en la parte delantera de la casa,lo vio, Denise pudo escuchar sus gritos de alegría por encima del ruido del grifo de la cocina.

—«¡Ama! ¡Enido Teyo!»

Ella dejó el trapo a un lado —acababa de lavar los platos— y fue hasta la puerta sintiéndosetodavía ligeramente incómoda. La abrió y vio que Kyle corría hacia la camioneta de Taylor.

Tan pronto como éste se apeó, el chico se arrojó en sus brazos, radiante, como si el hombrenunca hubiera estado ausente. Taylor le dio un gran abrazo y lo dejó en el suelo justo cuandoDenise se acercaba.

—Hola —saludó en voz baja.

—Hola, Taylor —contestó ella, cruzando los brazos sobre el pecho.

—«¡Enido Teyo!» —gritaba Kyle, agarrado a su pierna—. «¡Enido Teyo!»

Denise lo miró con una débil sonrisa.

—Sí, cariño.

Taylor se percató de lo incómoda que ella se sentía y tras toser brevemente señaló lacamioneta.

—He traído unas cuantas cosas de la tienda al venir hacia aquí. Si no te parece mal que mequede un rato...

Kyle rió a pleno pulmón, encantado con la presencia de Taylor.

—«¡Enido Teyo!» —repitió una vez más.

—No creo que tenga elección —contestó Denise con franqueza.

Taylor sacó una bolsa de comestibles del vehículo y la llevó dentro de la casa. Contenía losingredientes necesarios para preparar un estofado: carne, patatas, zanahorias, apio y cebollas. Él yDenise hablaron unos minutos, pero Taylor no pudo evitar percatarse de lo incómoda que ella sesentía en su presencia y al final se fue al jardín con Kyle, que no se había separado de su lado ni uninstante. Entre tanto, Denise se dedicó a preparar la comida, aliviada por hallarse a solas. Sofrió lacarne, peló las patatas, cortó las zanahorias, el apio y la cebolla y lo puso todo a hervir en unacazuela con una pizca de hierbas aromáticas. La monotonía del trabajo la relajó y calmó la oleadade sentimientos contradictorios que la asaltaba. No obstante, mientras cocinaba, no dejó de mirarpor la ventana para observar a Taylor y a Kyle, que jugaban en el arenero, empujando cada uno deellos un gran camión de juguete, haciendo ver que construían grandes carreteras. A pesar de lobien que parecían estar pasándoselo, Denise no pudo evitar una paralizante sensación de dudacon respecto a Taylor cuando recordó con claridad el daño que él les había hecho, tanto a ella

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como a su hijo. ¿Acaso podía fiarse de aquel hombre? ¿Cambiaría? Es más, ¿podía de verdadcambiar?

Mientras los contemplaba, Kyle trepó encima de la agachada figura de Taylor y lo llenó de polvoy arena. Desde la cocina, Denise podía oír cómo reían.

«Es bueno escuchar otra vez ese sonido —se dijo—, pero...»

Denise meneó la cabeza.

«Incluso si Kyle lo ha perdonado, yo no estoy dispuesta a olvidar. Nos hizo daño una vez ypodría volver a hacérnoslo.»

No estaba dispuesta a permitir que esta vez él la enamorara tan fácilmente, no estabadispuesta a dejarse arrastrar por la pasión.

«Pero ¡mira qué bien se llevan!», se dijo.

«No te dejes seducir», le previno una voz interior.

Denise lanzó un suspiro. No quería que una conversación interior la dominara. Dejó el guiso afuego lento y empezó a preparar la mesa. Luego, ordenó el salón y ya no le quedó nada más porhacer, así que decidió salir a respirar aire fresco. Se sentó en los escalones del porche y vio a Kyle ya Taylor, todavía inmersos en sus juegos.

A pesar del grueso jersey de cuello alto, el frío de la brisa hizo que se abrigara con los brazos. Enel cielo, una bandada de patos que volaba en formación se dirigía hacia el sur para pasar allí elinvierno. La siguió otra que parecía apresurarse por alcanzar a la primera. Mientras loscontemplaba, se dio cuenta de que su aliento formaba pequeñas nubéculas. La temperatura habíabajado desde primera hora de la mañana: un frente frío que llegaba del Medio Oeste se habíaabatido sobre Carolina del Norte.

Al cabo de un momento, Taylor la vio sentada en el porche y le sonrió. Denise le correspondiócon un rápido saludo de la mano, que volvió a taparse con la manga del jersey. Entonces, él seinclinó sobre Kyle al tiempo que hacía un gesto con la cabeza señalando hacia ella. Kyle miró a sumadre y agitó la mano, contento; a continuación, él y Taylor se pusieron en pie, se sacudieron elpolvo de los vaqueros y se encaminaron hacia la casa.

—Parece que os lo estáis pasando bien, ¿no? —comentó Denise.

Taylor sonrió y se detuvo a unos metros de distancia.

—Creo que voy a dejar el negocio de contratista y voy a dedicarme a construir ciudades dearena. Es mucho más entretenido y la gente que se conoce es más agradable.

—¿Te has divertido, cariño? —preguntó a Kyle.

—Sí —respondió él entusiasmado—. «Ivetido ucho.»

Ella se volvió hacia Taylor.

—El estofado todavía está a medias; así que si queréis aún podéis quedaros un rato jugandoaquí fuera.

—Lo suponía. Pero la verdad es que necesito un vaso de agua para acabar de tragar todo elpolvo que llevo encima.

Denise sonrió.

—¿Tú también quieres algo de beber, Kyle?

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Sin embargo, en lugar de contestar, el chico se le acercó con los brazos abiertos y la abrazó,estrechándola con tanta fuerza que casi se amoldaba a la forma del cuerpo de su madre.

—¿Qué ocurre, cariño? ¿Algo va mal? —preguntó Denise, repentinamente preocupada.

Pero Kyle no contestó. Cerró los ojos y se apretó aún más contra su madre. Instintivamente, ellalo rodeó con los brazos.

—«Asias, ama, asias» —dijo el niño.

«¿Por qué?», se extrañó Denise.

—Cariño, ¿qué pasa? —volvió a preguntar.

—«Asias, ama, asias» —repitió Kyle unas cuantas veces más, sin hacer caso de la pregunta.

A Taylor se le borró la sonrisa de la cara.

—Cariño, dime... —insistió Denise, que empezaba a sentir cierta inquietud ante aquelcomportamiento.

Kyle, perdido en su propio universo, siguió abrazándola. Denise lanzó a Taylor una mirada dereproche del tipo «mira lo que has hecho», pero el niño volvió a hablar en el mismo tonoagradecido.

—«Te quero, ama.»

Denise tardó unos segundos en comprender las palabras de su hijo. Luego, se le puso la carnede gallina.

«¡Ha dicho "Te quiero, mamá"!», pensó.

Cerró los ojos a causa de la impresión, y Kyle, como si se hubiera percatado de la incredulidadde su madre, la estrechó aún con más fuerza.

—«Te quero, ama» —repitió.

«¡Oh, Dios mío...!»

Unas inesperadas lágrimas acudieron a los ojos de Denise. Durante cinco años había esperado ydeseado escuchar aquellas mismas palabras. Durante cinco largos años se había visto privada de loque la mayoría de los padres dan por hecho: de una simple y llana declaración de amor.

—Yo también te quiero, cariño. Te quiero mucho.

Entregada por completo a la emoción de aquel momento, estrechó a su hijo tanto como él laestrechaba a ella.

«Nunca olvidaré esto», se dijo mientras grababa en su memoria el contacto del cuerpo de Kyle,su olor de niño pequeño y sus titubeantes palabras.

Viéndolos juntos, Taylor se quedó donde estaba, tan hipnotizado por la situación como lapropia Denise. También Kyle pareció darse cuenta de que había hecho algo bueno porque, cuandosu madre deshizo finalmente el abrazo, se volvió hacia Taylor y le sonrió. Denise se puso a reír;luego, se volvió hacia Taylor con las mejillas arreboladas y una expresión de desconcierto pintadaen el rostro.

—¿Tú le has enseñado a decir eso? Taylor negó con la cabeza. —No he sido yo. Sólo hemosestado jugando. Kyle contempló de nuevo a su madre con aire contento.

—«Asias, ama» —dijo simplemente—. «Teyo ta casa.»

«Taylor está en casa.»

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Al escuchar aquello, Denise se secó las lágrimas con el dorso de una temblorosa mano ydurante unos instantes permaneció callada. Ninguno de los dos sabía qué decir. A pesar de loimpresionada que la veía, a Taylor le pareció absolutamente maravillosa y más bella que nunca.Bajó la mirada y recogió una ramita del suelo, haciéndola girar entre los dedos. Luego, miróbrevemente a Denise y a Kyle, jugueteó con la brizna y por fin clavó los ojos en los de ella, condeterminación. Cuando habló, tenía un ligero temblor en la voz.

—Espero que tenga razón, porque yo también te quiero.

Era la primera vez en su vida que Taylor hacía semejante declaración, ya fuera a Denise o acualquier otro. Aunque había imaginado que le costaría un gran esfuerzo pronunciarla, no fue así.Nunca había estado tan seguro de nada como de aquello.

Denise casi pudo palpar la emoción que lo embargaba cuando él la cogió de la mano. Como enun sueño, ella le correspondió y le permitió que la atrajera a su lado. Taylor inclinó ligeramente lacabeza. Antes de que Denise se diera cuenta de lo que le sucedía percibió el contacto de los labiosde él y el calor de su cuerpo. La ternura de aquel beso pareció prolongarse infinitamente. Luego,Taylor hundió el rostro en el hombro de ella.

—Te quiero, Denise —murmuró—. Te quiero tanto... Haría cualquier cosa a cambio de unanueva oportunidad. Si me la concedes, te prometo que nunca te abandonaré.

Denise cerró los ojos y dejó que él la abrazara. Finalmente, se separó a regañadientes y le dio laespalda. Durante unos segundos, Taylor no supo qué pensar; apretó levemente su mano y laescuchó suspirar. Ella siguió callada.

Por encima de sus cabezas, el sol del otoño empezaba a descender. Espesas nubes, blancas ygrises, se deslizaban silenciosamente, impulsadas por el viento. En el horizonte se dibujaba elprincipio de una tormenta. No tardaría en llover con fuerza; pero para entonces ya estarían en lacocina, escuchando el repiqueteo de las gotas sobre el tejado de zinc mientras el humo del guisoen los platos ascendía enroscándose hacia el techo.

Denise suspiró de nuevo y se volvió hacia Taylor. Él la quería. Era tan sencillo como eso. Y ellatambién lo amaba. Se echó en sus brazos sabiendo que la tormenta que se avecinaba no teníanada que ver con ellos.

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EPÍLOGOEPÍLOGO

Taylor se había ido con Kyle a pescar temprano, pero Denise había preferido quedarse. Todavíale quedaban unas cuantas cosas por hacer en la casa antes de que Judy llegara a almorzar.Además, necesitaba un descanso. Kyle había empezado a ir al colegio y, aunque había progresadomucho a lo largo del último año, todavía tenía algunas dificultades de adaptación. Ella no habíadejado de practicar el diálogo con él, y también lo ayudaba con otras materias para que Kyle no sequedara rezagado con respecto a sus compañeros. Afortunadamente, el reciente cambio a lanueva casa no había parecido afectarlo. Su nueva habitación, que era mucho más grande que laanterior, lo había entusiasmado tanto como el hecho de que mirara al mar.

Denise tenía que reconocer que a ella también le gustaba. Desde su asiento en el porche podíadivisarlos a los dos, sentados en el espigón, con sendas cañas de pescar en las manos. Sonriópensativamente mientras reflexionaba acerca de lo natural que le resultaba verlos juntos. Como sifueran padre e hijo. Como lo que eran en realidad, porque, tras la boda, Taylor había adoptado aKyle.

El chico les había llevado los anillos durante la discreta ceremonia que había tenido lugar en laiglesia. Ella había invitado a algunos amigos de Atlanta, y él, a unos cuantos de los alrededores.Melissa había hecho de dama de honor y Judy había llorado como una Magdalena cuandointercambiaron los anillos. Luego, Denise y Taylor desaparecieron para pasar unos días de luna demiel en Ocracoke, en un pequeño hotelito a la orilla del océano. En su primera mañana comorecién casados, antes de que amaneciera, se fueron a pasear por la playa y contemplaron la salidadel sol mientras las marsopas nadaban entre las olas. Con Taylor sentado tras ella, rodeándola conlos brazos, Denise se recostó sintiéndose confortada y segura mientras el nuevo día se desplegabaante sus ojos.

Cuando regresaron de la luna de miel, Taylor la sorprendió con unos planos que había dibujado.Eran los de una bonita casa de campo, rodeada de un porche, con una moderna cocina y suelos demadera. Compraron un terreno en las afueras de Edenton y se pusieron manos a la obra. Setrasladaron justo antes de que empezara el curso escolar.

Entre tanto, Denise había dejado de trabajar en Eights. Ella y Taylor iban de vez en cuando porallí para saludar a Ray, que seguía como siempre. Los años no parecían pasar por él. Cuando semarchaban, siempre les hacía la misma broma: le decía a Denise que podía recuperar su empleocuando quisiera. No obstante, ella no lo echaba de menos, ni siquiera a pesar del buen humor deRay.

Aunque Taylor había seguido sufriendo ocasionales pesadillas, a lo largo del año transcurridono dejó de sorprenderla con su dedicación. Tenía las responsabilidades del trabajo y estabaconstruyendo un hogar para los dos, pero fue a comer a casa todos los días y se negó a trabajarhasta más tarde de las seis; entrenó al equipo de Kyle durante la primavera —el chico no era elmejor jugador del mundo, pero tampoco el peor—, y pasó todos los fines de semana con ellos.Durante el verano se fueron de viaje a Disney World, y en Navidad compraron un jeep Cherokeede segunda mano. Lo único que les faltaba era una cerca alrededor de la casa, que se disponían aempezar en una semana.

Denise oyó que sonaba el reloj de alarma en la cocina y se levantó de la mecedora. Habíametido un pastel de manzana en el horno. Lo sacó y lo depositó en una bandeja. En el fuego hervíaun guiso de pollo, cuyo aroma flotaba por toda la casa.

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Su casa. El hogar de los McAden. A pesar de que llevaban un año casados, a Denise la seguíaemocionando el sonido de aquellas palabras: «Denise y Taylor McAden.» Para ella sonaban demanera especial.

Removió el guiso; hacía una hora que hervía, y estaba en su punto. Aunque Kyle todavía evitabacomer carne, ella había intentado que probara el pollo. Al principio, Kyle había protestado, perofinalmente había tomado un bocado. Durante los días siguientes fue comiendo un poco más.

En aquel momento ya se reunían a la mesa como una familia normal y compartían los mismosalimentos, tal como una familia de verdad debe hacer.

«Una familia.» También le gustaba aquella palabra.

Se asomó por la ventana, y vio que Taylor y Kyle regresaban y se encaminaban hacia elcobertizo donde guardaban las cañas de pescar. Contempló cómo Taylor colgaba la suya y la delchico, y cómo Kyle dejaba la caja de los cebos en el suelo. Taylor la empujó con la punta de la botay unos instantes después subían los escalones del porche.

—¡Hola, mamá! —gorjeó Kyle.

—¿Habéis pescado algo?

—No. Ni un pez.

Como casi todo en la vida de Denise, la capacidad de hablar de Kyle había mejoradoespectacularmente. No era perfecta en todos los sentidos, pero estaba acortando la distancia quelo separaba de los otros niños. Y lo que era más importante, ella había dejado de angustiarse.

Taylor le dio un beso mientras Kyle entraba.

—Y bien, ¿dónde está el pequeñajo? —preguntó.

Denise hizo un gesto en dirección a un rincón del porche.

—Duerme todavía.

—¿No debería estar despierto ya?

—Dentro de poco. No tardará en tener hambre.

Ambos se aproximaron a la cuna y Taylor se inclinó para mirarlo, como solía hacer siempre,como si todavía le costara creer que él hubiera ayudado a crear una nueva vida. Tendió la mano yacarició el cabello de su hijo. Con apenas siete semanas de vida, aún tenía muy poco pelo.

—Parece tan tranquilo... —murmuró casi con temor reverencial.

Denise le apoyó una mano en el hombro y pensó que ojalá el día de mañana el niño separeciera a su padre.

—Es precioso.

Taylor miró a la mujer que amaba y al recién nacido. Se agachó y le dio a su hijo un beso en lafrente.

—¿Has oído eso, Mitch? Tu madre opina que eres una preciosidad.

FINFIN

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