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El Mundo Moderno (Siglos XV al XVII) La Edad Moderna: Ubicación temporal. Se extiende desde la Toma de Constantinopla por los turcos en 1453 (Descubrimiento de América en 1492) Hasta la Revolución Francesa en 1789, es un período de casi 350 años. Estos acontecimientos alteraron profundamente la política, economía, sociedad y cultura europea y mundial. En consecuencia, las personas comenzaron a adoptar modos de vida muy diferentes a la de los hombres que vivieron en la Edad Media El primer acontecimiento significativo de la Edad Moderna fueron los Grandes Descubrimientos Geográficos. Entre los Siglos XV y XVI, algunos países europeos descubrieron nuevas tierras, pueblos y productos, ampliando así su riqueza y poder. Los dos países que más destacaron en los Nuevos Descubrimientos Geográficos fueron el Reino de Portugal y el Reino de España (descubrimiento de América). Los descubrimientos de nuevas rutas marítimas y nuevas tierras, abrieron camino para las comunicaciones en todo el mundo. El Renacimiento cultural, estableció nuevos valores y principios, en oposición a los valores medievales y feudales. En la religión, la Edad Moderna, se produjo La Reforma Protestante y Contrarreforma Católica, marco el inicio del proceso de la decadencia de la Iglesia Católica Romana, la principal representante del orden feudal de Europa, adecuando a la religión a los tiempos modernos

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El Mundo Moderno (Siglos XV al XVII)

La Edad Moderna: Ubicación temporal.

� Se extiende desde la Toma de Constantinopla por los turcos en 1453 (Descubrimiento de

América en 1492)

� Hasta la Revolución Francesa en 1789, es un período de casi 350 años.

Estos acontecimientos alteraron profundamente la política, economía, sociedad y

cultura europea y mundial. En consecuencia, las personas comenzaron a adoptar modos

de vida muy diferentes a la de los hombres que vivieron en la Edad Media

El primer acontecimiento significativo de la Edad Moderna fueron los Grandes

Descubrimientos Geográficos. Entre los Siglos XV y XVI, algunos países europeos

descubrieron nuevas tierras, pueblos y productos, ampliando así su riqueza y poder. Los

dos países que más destacaron en los Nuevos Descubrimientos Geográficos fueron el

Reino de Portugal y el Reino de España (descubrimiento de América).

Los descubrimientos de nuevas rutas marítimas y nuevas tierras, abrieron camino

para las comunicaciones en todo el mundo.

El Renacimiento cultural, estableció nuevos valores y principios, en oposición a

los valores medievales y feudales.

En la religión, la Edad Moderna, se produjo La Reforma Protestante y

Contrarreforma Católica, marco el inicio del proceso de la decadencia de la Iglesia

Católica Romana, la principal representante del orden feudal de Europa, adecuando a la

religión a los tiempos modernos

En política, la Edad Moderna marco el inicio de la formación o surgimientos de las

Monarquías Absolutistas, gobiernos centralizados fuertes, que ya se habían consolidado

parcialmente en la Baja Edad Media, las Monarquías europeas sometieron a la nobleza feudal y a

la Iglesia, y fundaron Estados Absolutos en Europa. La Edad Moderna fue el periodo de

decadencia del Feudalismo en Europa y la edificación gradual del nuevo orden capitalista

(apogeo de las ciudades y de los llamados burgueses).

Formación del Estado Moderno

El período conocido como Época Moderna significó para Europa importantes cambios en

su ordenamiento político. El fenómeno más destacado fue el surgimiento del Estado Moderno:

un territorio con fronteras determinadas, un gobierno común y un sentimiento de identificación

cultural y nacional de sus habitantes.

Los reyes fueron quienes iniciaron este proceso a lo largo de los siglos XIV y XV.

Interesados en concentrar el poder en su persona, debieron negociar con los señores feudales,

quienes cedieron sus derechos individuales sobre sus feudos, a cambio de una serie de

privilegios. Los que no estuvieron dispuestos a transar, fueron sometidos a través de violentas

guerras. Para éstas, los reyes contaron con el apoyo de los burgueses, a quienes les interesaba

dejar de depender del señor feudal. De este modo, el concepto feudal de lealtad fue reemplazado

por los de autoridad y obediencia, propios de un Estado con poder centralizado.

En el siglo XVII, el poder político de los monarcas se fortaleció hasta eliminar cualquier

representatividad, dando lugar a las monarquías absolutas.

La monarquía constituyó un estado moderno sobre la base de una dirección fuerte,

contando con los medios para sostenerla. Con esto, el rey consiguió la resignación de la

sociedad, a cambio de un cierto orden y progreso.

Uno de los más claros ejemplos del absolutismo fue Francia. Durante el siglo XVII, este

país se convirtió en la mayor potencia europea, después de consolidar sus fronteras, gracias a

innumerables guerras con los países vecinos. El rey Luis XIV (1643-1715) fue la mejor

personificación de la imagen del monarca absoluto. A él se atribuye la frase: "El Estado soy yo".

El Renacimiento...

Se conoce como Renacimiento al gran movimiento de renovación que se produjo en

Europa durante los siglos XV y XVI. Este movimiento hizo que se replantearan muchas de las

ideas que perduraron durante el mundo medieval. Se extendió la actitud crítica, la observación de

la naturaleza, la experimentación científica y se alcanzaron notables avances técnicos, así como

una extraordinaria expansión de las artes.

Italia fue el lugar donde surgió el proceso renacentista. Sin embargo, el Renacimiento se

convirtió en un fenómeno europeo que potenció y difundió las grandes conquistas de la cultura

clásica, como la forma de pensar, el idioma y el arte del mundo greco-romano.

En lo que se refiere al arte, muchos son los artistas que destacaron en este período, sobre todo

pintores y escultores: Botticelli, Miguel Ángel, Rafael, Durero, El Greco. Pero fue Leonardo da

Vinci quien con mayor fuerza representó el espíritu renacentista. En él se mezclan la curiosidad

científica y la inclinación al arte. Leonardo diseñó máquinas muy ingeniosas para su época,

como lo muestran sus bocetos de helicópteros. Realizó estudios de anatomía, y se consagró como

pintor.

El aspecto intelectual del Renacimiento se conoció con el nombre de Humanismo. Éste

contenía el conjunto de ideas que desarrollaron los escritores de esa época. Durante este período,

se reafirma el valor del hombre y se lo considera como el protagonista de la historia, exaltándose

la idea del individualismo. Una de las características de este movimiento, fue el estudio de la

Antigüedad Clásica, especialmente idioma griego y latín. Entre los grandes humanistas destacan

Erasmo de Rotterdam (1469-1536), que influyó en casi todos los pensadores y políticos de su

época. Por otro lado, gracias a la invención de la imprenta, fue posible la difusión amplia y

rápida de las nuevas ideas e inventos.

Durante el Renacimiento se inició la ciencia moderna, que se basó en la observación y la

experimentación. A los grandes avances en el conocimiento de la geografía y la cartografía,

proyecciones de Mercator, le siguieron los de la medicina, descubrimiento de la circulación de la

sangre por Miguel Servet. Pero fue Copérnico quien hizo uno de los más grandes

descubrimientos, la teoría heliocéntrica: según la cual el Sol y no la Tierra, era el centro del

universo.

Globo terráqueo elaborado por Martín Behaim, en 1492, considerado el más antiguo. En

él figuran todos los conocimientos geográficos antes del Descubrimiento de América.

El renacer del Humanismo

A fines de la Edad Media se desarrolló lentamente un movimiento que retornaba a los

antiguos conocimientos y artes clásicos de Roma y Grecia. Esta corriente, originada en Italia,

que abarcó la mayor parte de Europa y que tuvo grandes genios que la representaron fiel y

magníficamente en sus obras, se llamó Renacimiento, y su principal fundamento filosófico fue el

Humanismo, al focalizar al hombre en el centro de todas las cosas. Esta tendencia, extendida en

los siglos XV y XVI, significó un cambio en todos los aspectos de la vida de la sociedad europea

y fue la puerta de entrada a la Edad Moderna.

¿Por qué surgió el Renacimiento?

No hay que dejarse engañar por la palabra renacimiento, en el sentido de que antes de ese

período las artes estaban poco desarrolladas o que no existían, y que después se produjo una

repentina resurrección. La Edad Media había tenido su arte original, el arte ojival en la

arquitectura. Del siglo XIII al XIV se construyeron grandes monumentos, como las catedrales

francesas, que Europa entera imitó y que el Renacimiento no tuvo bastante poder para hacerlas

mejores aún. Ese grado de perfección al que habían llegado las artes, principalmente en los siglos

XIV y XV, motivaron a describir esos siglos como los precursores del Renacimiento.

El Renacimiento es el renacimiento de la antigüedad clásica, el regreso a las tradiciones

griegas y romanas. Las obras de la época grecorromana eran desconocidas hasta entonces y

abrieron a los artistas nuevas fuentes de inspiración. Otro factor que se sumó a crear este caldo

de cultivo para el Renacimiento, fue la invención de la imprenta, que permitió la difusión rápida

y casi universal de sus ideas y conocimientos.

Los últimos elementos decisivos en la gestación y apogeo de este movimiento fueron el

desarrollo general de la riqueza en ciudades claves en la gestación del Renacimiento (que en esa

época eran verdaderos estados aparte), como Florencia y Venecia, y la protección y los estímulos

dados en todos los países a las artes por poderosos personajes llamados mecenas, que

frecuentemente eran los mismos jefes de los Estados o los príncipes, papas y reyes.

También se produjo un cambio en las ideas. En la Edad Media, los hombres habían

pensado más en el cielo que en la Tierra. Sometidos a la doctrina de la Iglesia católica,

habían aceptado el lugar que el nacimiento y la tradición les habían impuesto en la

sociedad.

Pero en el Renacimiento se entregaron a los goces de este mundo, se apropiaron del

derecho a expresar sus ideas personales sobre la vida y la verdad, y lucharon por el poder y la

gloria. Surgió un fuerte individualismo y nació un nuevo concepto de la libertad

El Renacimiento en Italia

Como habíamos mencionado anteriormente, el origen del arte renacentista estuvo en

Italia, y suele dividirse en tres etapas con los términos italianos Trecento (siglo XIV),

Quattrocento (siglo XV) y Cinquecento (siglo XVI). También sabemos que los artistas

renacentistas concebían sus obras según los modelos de la antigüedad clásica. Sin embargo, le

agregaron una cierta idealización. Belleza y armonía conjunta se convertían en un valor que

debía representar las reglas naturales: el principio del orden divino sobre las cosas. Con este

concepto, no existía peligro de entrar en conflicto con las ideas fundamentales del cristianismo.

Se estableció un modelo de belleza para las proporciones ideales del cuerpo humano y se

clasificaron los estilos clásicos en diferentes tipos. Estas adopciones sentaron las bases de un arte

más científico, caracterizado por la luminosidad y el equilibrio. El estudio de las leyes de la

óptica dio como resultado la perspectiva central, que desde entonces y por más de 500 años ha

dominado en pintura y escultura.

Durante el Renacimiento también cambió la condición del artista, que dejó de ser un

artesano insertado en un gremio. Los principales artistas fueron acogidos por las clases altas y

surgió el concepto de artista en el sentido moderno, libre y entregado conscientemente a la

expresión de sus actitudes personales y puntos de vista propios.

Genio universal

Leonardo da Vinci (1452-1519) era florentino y fue escultor, arquitecto, físico, ingeniero,

matemático y pintor. Nadie fue tan curioso como él; quería aprenderlo todo y lo había estudiado

todo. Dejó numerosos manuscritos, ilustrados con gran cantidad de dibujos. Proclamó en materia

científica la necesidad de la observación y de la experiencia, siendo uno de los precursores de los

sabios modernos.

Da Vinci fue el modelo del hombre renacentista, un genio solitario que abarcó variadas

facetas del conocimiento. Su constante interés por aprender la anatomía humana, el mecanismo

de vuelo de las aves y la estructura interna de animales y plantas no le permitió producir una

extensa obra pictórica. Además, también fue músico, filósofo, escritor, poeta, y autor de

importantes estudios en materia de fisiología, química y medicina general.

Pero Leonardo debe su fama sobre todo a sus pinturas, en las que reveló admirables dotes

de dibujante, un gran sentido de la composición, un perfecto manejo de la luz y la sombra y una

notable perspectiva.

Pintó numerosos frescos y óleos. Entre los primeros se destaca la Última cena, que ocupa

la pared del fondo del refectorio del convento de Santa María de las Gracias, de Milán.

Resaltando sobre la ventana central, aparece la figura de Cristo que acaba de pronunciar las

palabras: “En verdad les digo, uno de ustedes me traicionará”. Entre los óleos del artista

florentino sobresale el retrato de la Gioconda (Mona Lisa), famoso por su delicada factura y su

inigualada expresión, prueba de su singular penetración sicológica.

A diferencia de otros artistas del Renacimiento, Roma disfrutó muy poco de él, pues fue

llamado por el rey Francisco I de Francia para viajar a ese país, donde finalmente falleció.

Talento extraordinario

De Miguel Angel Buonarroti (1475-1564), nacido en Florencia, se dice que fue el genio

más completo del Renacimiento y del mundo. Él reflejó el poder creador y concibió varios

proyectos inspirándose en el cuerpo humano como vehículo esencial para la expresión de

emociones y sentimientos.

Era hijo de una familia aristocrática, pero desde siempre manifestó habilidades e interés

por el arte. Se definía como escultor y tenía absoluta razón, pues es considerado uno de los más

grandes escultores en la historia de la humanidad, y dominó por completo la Italia del siglo XVI.

Sin embargo, también fue pintor eminente, gran arquitecto, ingeniero, poeta, hombre de ciencia

apasionado por la anatomía y fisiología.

En la escultura, sus obras más notables, entre otras, son: en Roma, la Pietá, donde aparece

la Virgen sosteniendo el cuerpo muerto de Cristo en su regazo; el colosal Moisés, realizado para

la tumba del papa Julio II. Los primeros ejemplos escultóricos de Miguel Ángel, como el David,

revelan una gran habilidad técnica que le facilitarían posteriormente el curvar sus figuras

helicoidalmente (como una espiral).

Como arquitecto, levantó los planos de la prodigiosa cúpula de la basílica de San Pedro,

en Roma, que había iniciado Bramante, con un ancho de 42 metros y una altura de 123 metros,

considerada la más grande del mundo.

Sin embargo, una de las mayores glorias en el arte la alcanzó al decorar con pintura al

fresco el techo y los costados de la Capilla Sixtina, situada en el palacio del Vaticano. Encerrado

en ella y sin dejar nunca sus llaves, en 20 meses pintó solo el Génesis, desde la creación del

hombre hasta el diluvio, y el gran fresco del Juicio Final, de 20 metros de altura por 10 de ancho,

probablemente el más extraordinario de la pintura universal.

Lo que caracteriza el genio de Miguel Ángel es la fuerza y la gravedad. De toda su obra

se desprende una impresión de poder y muchas veces de tristeza. Todos sus personajes son de

proporciones más que humanas, con músculos notables en exceso.

El divino

Rafael Sanzio (1483-1520) era hijo de una familia de pintores. A los 25 años fue llamado

a Roma para trabajar para los papas, siendo el primero que lo requirió, Julio II. Casi

inmediatamente produjo sus obras más acabadas, tales como los frescos de las Stanze o cámaras

del Vaticano, la Escuela de Atenas, en el que representó juntos, en amena conversación, a

diversos filósofos, artistas y hombres de ciencia, tanto de la antigüedad como contemporáneos

suyos, dispuestos en un gigantesco escenario de recuerdos grecolatinos. También pintó el

Parnaso, que resume la historia de la filosofía y la Disputa del Santísimo Sacramento, que

sintetiza la historia de la iglesia y de la cual se ha dicho que es la más alta expresión de la pintura

cristiana.

Con todos esos antecedentes, Rafael, llamado después el divino, fue, en particular bajo el

papado de León X, nombrado como ministro y ordenador supremo de las Bellas Artes en la corte

pontificia. Encargado de dirigir las construcciones de San Pedro y del Vaticano, no por eso

dejaba sus trabajos como pintor, incursionando también en los cuadros de caballete. Sus temas a

veces eran religiosos, como la Santa Familia y la Madona de San Sixto, y en otras ocasiones

mitológicos, como el Triunfo de Galatea o la Historia de Psyché. Falleció a la edad de 37 años.

Rafael ejemplificó el espíritu clásico de la armonía, la belleza y la serenidad.

Redescubriendo el pasado

Italia estaba salpicada de innumerables ruinas de los monumentos romanos, facilitando de

esa manera la existencia de los modelos para la creación de la arquitectura renacentista. Por otra

parte, los bajorrelieves de los arcos de triunfo, como los del arco de Tito y los de la columna de

Trajano, en Roma, permitieron a los escultores y pintores seguir ejemplos para sus obras.

Además, al desenterrar las estatuas quedaba en evidencia el conocimiento exacto que tenían los

antiguos de las proporciones del cuerpo humano. Lo representaban perfecto, desnudo, sin otra

preocupación que la forma y la belleza. En la Edad Media era diferente: los artistas, por pudor

cristiano, cubrían el cuerpo con vestidos. Interesados en traducir sentimientos y reproducir con

fidelidad lo que veían, representaban la fealdad lo mismo que la belleza.

Los arquitectos del Renacimiento desecharon los modelos góticos, considerados como

toscos. Así, reaparecieron las líneas rectas de los templos griegos. El arco de medio punto

romano reemplazó al ojival. Las columnas con capiteles dórico, jónico y corintio decoraron las

estructuras sencillas de las construcciones del Renacimiento, y la cúpula relevó a la bóveda

gótica.

En la pintura, los artistas del Renacimiento se destacaron por su dibujo, es decir, por el

uso del trazo perfecto. Asimismo, redescubrieron las leyes de la perspectiva, ignoradas desde la

antigüedad, gracias a lo cual pudieron representar las figuras en una superficie plana, con la

forma con que aparecían a la vista.

Sin embargo, en este campo del arte, no quedaban obras de la antigüedad, por lo cual los

pintores renacentistas desarrollaron extensamente su poder creativo. Además, el invento del óleo

fue muy importante. Esta técnica consiste en el uso de colores disueltos en aceite, que pueden ser

aplicados sobre telas o maderas, lo que provocó el surgimiento del llamado cuadro de caballete,

es decir, en tela y fácilmente transportable. Gracias al óleo, se logró un mayor colorido y

minuciosidad, porque podía ser trabajado con más lentitud que los frescos, que debían pintarse

más rápidamente sobre un muro cuando este estaba todavía húmedo.

Por todo ello es que los pintores de esa época se destacaron en varias facetas distintas.

Fueron hábiles compositores, es decir, supieron agrupar armoniosamente las distintas figuras y

elementos de sus cuadros. Solucionaron también el problema de la conveniente distribución de la

luz y de las sombras que se conoce con el nombre de claroscuro. Finalmente, fueron grandes

coloristas, al saber disponer y graduar debidamente los colores.

Escritos antiguos

Sin embargo, la gran influencia de la Antigüedad se ejerció a través de los escritos de

todo género: literarios, históricos y filosóficos, latinos y griegos, que fueron hallados en los

siglos XIV y XV. Las obras latinas, por ejemplo Los Discursos y las Cartas de Cicerón (político,

pensador y orador romano) y una parte de las obras de Tácito (historiador latino), fueron

descubiertas principalmente en el siglo XIV en las bibliotecas de los conventos. En cuanto a los

autores griegos, Platón en particular, eran ignorados en la Europa Occidental, y recién fueron

revelados en el siglo XV.

Posteriormente, después de la toma de Constantinopla por los turcos (1453), muchos

sabios bizantinos buscaron refugio en Italia y contribuyeron allí a desarrollar el gusto por los

estudios griegos.

Todo este material iluminó a los artistas de la época y sirvió para dar un apoyo

fundamental a sus obras, entregando nuevas visiones del mundo, que se ajustaban a los ideales

que en ese momento flotaban en el aire renacentista.

Aparecen los humanistas

En el siglo XIV surgió, en oposición a la Escolástica (enseñanza filosófica propia de la

Edad Media, en la que dominaban las ideas de Aristóteles), un nuevo movimiento intelectual, el

Humanismo. Esta corriente marcó una actitud distinta frente al entorno, al ser humano y al saber.

Los humanistas estaban interesados profundamente en el hombre mismo, en las posibilidades

que ofrecía la existencia terrenal y en la belleza de este mundo. Y estaban convencidos de que

los escritos de los autores clásicos revelaban auténtica humanidad.

El italiano Francisco Petrarca ha sido calificado como el padre del Humanismo. Él dedicó

toda su vida al estudio de los clásicos, tratando de imitar a Cicerón y Virgilio, descubriendo las

cartas del primero, hasta entonces desconocidas. Al mismo tiempo, escribió sonetos en lengua

italiana, en los que cantó su amor por una mujer llamada Laura de Noves. Sus obras más

conocidas son el Cancionero y Triunfos. Por estos sonetos, Petrarca es considerado unos de los

más grandes poetas líricos de la literatura universal.

Otro humanista famoso fue Juan Boccaccio, también italiano, autor del Decamerón,

conjunto de cuentos que retratan al ser humano con sus vicios y virtudes y que reflejan las

costumbres de la época. En otra de sus obras, titulada De la genealogía de los dioses, realizó uno

de los estudios más completos que se conocen sobre la mitología grecorromana.

Uno de los personajes considerados como el más perfecto representante del Humanismo

fue Desiderio Erasmo, o también conocido como Erasmo de Rotterdam, por haber nacido en esa

ciudad holandesa. Fue un apasionado humanista y editó obras clásicas como la Geografía de

Ptolomeo y tradujo al latín varios autores griegos. Escribió también el Elogio de la locura. En

ella, la más alabada de todas sus obras, y que dedicó a su amigo, el humanista inglés Tomás

Moro, criticó las costumbres de sus contemporáneos, las supersticiones, los prejuicios, la

ignorancia y el fanatismo en todas sus formas.

La influencia de esta tendencia en la educación fue notable. Los humanistas ya no

basaron sus enseñanzas en la teología, sino que primero en la literatura clásica, que llamaron

letras humanas o humanidades y por las cuales se lograría el ideal de la educación humanista: el

desarrollo completo de la personalidad y la formación del hombre culto, íntegramente humano.

El latín y el griego fueron incorporados a los programas de estudios. La observación de la

naturaleza, el espíritu de análisis y de crítica se comenzaron a practicar en la investigación

científica.

Finalmente, el Humanismo promovió una agitación cultural que contribuyó a provocar el

gran desarrollo de las artes que estamos viendo ahora con el nombre de Renacimiento.

Las otras figuras renacentistas

En los orígenes del Renacimiento, en el siglo XIV, quien se destacó en la pintura fue

Giotto di Bondone, como uno de los precursores de un nuevo estilo. Se preocupó más del

espacio, los volúmenes y la penetración sicológica de los personajes.

Sin embargo, el arte renacentista comenzó a manifestarse plenamente en el Quattrocento

(siglo XV). Entre los primeros escultores se contaron los florentinos Lorenzo Ghiberti y

Donatello (Donato di Betto Bardi). Ghiberti ganó fama al esculpir las puertas de bronce del

baptisterio de Florencia. Sus bajos relieves, vigorosos y elegantes, han perdurado como una

verdadera obra maestra. El segundo levantó las primeras estatuas del Renacimiento, entre las que

se destacó, por su imponente realismo, la de Gatamelatta, un jefe militar de la época.

El primero de los grandes arquitectos renacentistas fue Filippo Brunelleschi, quien

construyó una gran cúpula en la catedral de Florencia y edificó, en la misma ciudad, la iglesia de

San Lorenzo, a la que le dio el aspecto de una basílica romana.

El iniciador de la pintura renacentista fue Masaccio (Tommaso di Ser Giovanni). La

monumentalidad de sus composiciones y el alto grado naturalista de sus obras, hacen de él una

figura esencial de la pintura del siglo XV, como quedó demostrado en sus frescos de la capilla

Brancacci.

Coetáneos de Masaccio fueron fra Angélico, pintor idealista de escenas religiosas, y

Paolo Uccello, preocupado por los escorzos (figuras en posturas oblicuas al plano de la obra

artística) y las perspectivas.

En la segunda parte del siglo XV se destacaron Piero dela Francesca, cima de la

tendencia pictórica racionalista e investigadora, que utilizó la luz como elemento expresivo, y

Sandro Botticelli, quien aplicó un estilo sinuoso y refinado.

El creador del Cinquecento arquitectónico fue Donato Bramante. Su primera obra

maestra fue el templete de San Pietro in Montorio, de planta centralizada, similar a los templos

circulares clásicos. El papa Julio II escogió a Bramante para edificar la nueva basílica de San

Pedro, de gigantescas proporciones, en la que, como hemos visto, intervinieron Rafael y Miguel

Ángel. Sin embargo, Bramante falleció antes de ver terminada su obra.

En Venecia surgieron una serie de brillantes pintores, como Giorgione, Tiziano,

Tintoretto y Veronés, con quienes llegó a su máximo esplendor la escuela veneciana,

caracterizada por su colorido, la luz vaporosa, la sensualidad y los temas paganos.

La literatura

La literatura del Renacimiento tomó del Humanismo la inspiración clásica de sus temas,

personajes y reglas, pero usó solo idiomas vernáculos (propios de cada país). El primer escritor

que comenzó a utilizar un estilo próximo al renacentista fue Dante Alighieri. Su obra más

conocida, La Divina comedia, correspondía a la Edad Media, por su construcción e ideas,

mientras que su espíritu subjetivo y expresividad la acercaban al Renacimiento. Los principales

escritores italianos, aparte del ya mencionado Nicolás Maquiavelo, fueron el prosista Francisco

Guicciardini y los poetas Ludovico Ariosto y Torcuato Tasso.

El primero fue el más relevante historiador de la Italia renacentista. En su Historia de

Italia narró los complicados sucesos de la península entre los siglos XV y XVI. Ludovico Ariosto

escribió el poema Orlando Furioso, en el que contó con bastante imaginación las luchas del

emperador Carlomagno contra los sarracenos y las hazañas de Ronaldo, su legendario nieto.

Por último, Torcuato Tasso cerró la serie de poetas del Renacimiento italiano con la

publicación de una voluminosa epopeya titulada Jerusalén libertada. En ella describió las proezas

de los primeros cruzados, uniendo la historia y la novela.

La música

En el Renacimiento se impuso la música vocal polifónica (conjunto de varias voces e

instrumentos que forman un todo armonioso) y profana. En las misas que oficiaba el papa

intervenía el coro Sixtina del Vaticano, que atrajo a músicos e intérpretes vocales de toda Italia e,

incluso, del norte de Europa. Entre sus miembros destacaron los compositores Josquin des Prés y

Giovanni Pierluigi da Palestrina, maestro de la polifonía religiosa.

La ciencia

Aún indecisa entre la razón y las fantasías de la Edad Media, la ciencia del Renacimiento

tuvo uno de sus principales exponentes en el sabio polaco Nicolás Copérnico. Sus conocimientos

abarcaban la filosofía, la medicina, la pintura y el dibujo. Además, fue profesor de matemáticas

en Roma. En astronomía, y de regreso en Polonia, revisó todas las ideas de sus contemporáneos

y antiguos respecto del sistema del mundo, y descubrió el doble movimiento de la Tierra: sobre

sí misma (rotación) y en torno al Sol (traslación).

En la ciencia médica, los investigadores más famosos del Renacimiento fueron el

flamenco Andrés Vesalio (en anatomía humana), el alemán Teofrasto Bombast von Hohenheim,

más conocido como Paracelso (en química y biología) y el español Miguel Servet (descubridor

de la circulación sanguínea).

Renacimiento de exportación

Como era de esperarse, un movimiento cultural de la magnitud del Renacimiento en Italia

no tardó mucho tiempo para que se difundiera por toda Europa. Si bien en el campo de la

arquitectura se demoraron en imponerse los principios de esta tendencia, por la permanencia de

los gustos góticos, en escultura y, sobre todo en pintura, sobresalieron diversos artistas.

En el norte del viejo continente se destacaron el grabador y pintor alemán Alberto

Durero, que mezcló las estéticas góticas y renacentistas con gran habilidad, y el flamenco Pieter

Brueghel el Viejo, que reproducía escenas de la vida diaria condimentadas con algo de ironía.

En España, el arte del Renacimiento fue mucho más religioso que en el resto de Europa, y su

influencia solo se sintió a fines del siglo XVI y comienzos del XVII. Su mayor brillo lo alcanzó

con la austera arquitectura del palacio El Escorial, obra de Juan de Herrera, y con el Greco

(Domenico Theotocopuli), cuyos cuadros, como el Entierro del Conde de Orgaz, se

caracterizaron por unas figuras alargadas de marcada espiritualidad, una técnica suelta y una

variedad de colores y resplandores de origen veneciano.

Otro pintor relevante fue Velásquez (Diego Rodríguez de Silva y Velásquez), un

retratista que también enfatizó el color en sus cuadros, además de lograr un relieve admirable.

Entre sus obras destacan Las Meninas y Las Hilanderas.

Las letras fuera de Italia

Como las demás artes, la literatura del Renacimiento también cruzó las fronteras de la

península italiana y fue acogida en diferentes países de Europa, donde encontró magníficos

exponentes que supieron captar su propuesta y perfeccionarla.

España

En la península ibérica surgió una numerosa cantidad de escritores influenciados por las

ideas del Renacimiento. Entre ellos se pueden nombrar a Lope de Vega (Félix Lope de Vega y

Carpio). Cultivó todos los géneros, pero sobresalió esencialmente en el teatro, con obras como

Fuenteovejuna. También Pedro Calderón de la Barca es otro autor importante en la literatura

española de la época. Entre sus trabajos, preferentemente autos sacramentales, se puede nombrar

La vida es sueño, en el que plantea el sentido de la existencia humana.

Sin embargo, uno de los máximos exponentes españoles de la literatura fue Miguel de

Cervantes Saavedra, sobre todo un excepcional novelista, lo que se reflejó en su obra cumbre:

Aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. El valor de este texto radica en que

es una síntesis del arte novelístico del Renacimiento español, pues reúne todas las corrientes de

la época: novela de caballería, pastoril, bizantina, italiana, picaresca, entre otras, además de

referencias al teatro.

Francia

El Renacimiento llegó a Francia como consecuencia de las guerras en Italia, que

promovieron el estrecho contacto entre franceses e italianos. Entre los grandes escritores galos

destacaron en esos tiempos: Francisco Rabelais y Pedro Ronsard. Rabelais publicó su obra

Gargantúa y Pantagruel, que lo consagró como uno de los grandes escritores de la lengua

francesa. Este autor retrató la vida como exuberante y alegre, y señaló la importancia del cuidado

físico del hombre.

Ronsard se rodeó de un grupo de poetas jóvenes que conformaron la Pléyade, que tradujo

poesías griegas y latinas, y más tarde escribió versos de iguales características en idioma francés.

Por su parte, las Odas de Ronsard significaron un aporte considerable a la formación del lenguaje

francés.

Inglaterra

Los conflictos que asolaron a Inglaterra a fines del siglo XV trabaron el desarrollo del

Renacimiento en la isla, que solo al término de la centuria siguiente tuvo un representante

notable en William Shakespeare.

Este escritor dejó más de 30 obras dramáticas, entre ellas comedias como el Mercader de

Venecia; dramas históricos como Ricardo II y Enrique IV; y tragedias de inigualada fuerza,

como el Rey Lear, Hamlet, Otelo y Macbeth. Shakespeare supo traducir las grandes pasiones

humanas con un vigor, una vivacidad y un realismo extraordinario. Dominó su idioma con gran

destreza, y es considerado el más grande de los dramaturgos de habla inglesa, y uno de los más

importantes de la literatura universal.

Durante el período medieval, las ciudades fueron creciendo, y ya en el siglo XV Europa

presentaba un gran desarrollo urbano. Con el crecimiento de las ciudades se produjo un cambio

en el sistema económico: la economía feudal dio paso a los primeros indicios del sistema

capitalista. El desarrollo comercial del Mediterráneo y el crecimiento de la actividad industrial

fueron aprovechados por la burguesía, la clase social que estaba creciendo junto con las

ciudades. Toda esta actividad condujo a la necesidad de buscar nuevas tierras donde conseguir

las materias primas, necesarias para fabricar los productos. Además, significó la apertura de

nuevos mercados donde venderlos. Durante esta época, el comercio mediterráneo estaba

bloqueado por los turcos, y todos los progresos logrados con las técnicas de navegación,

impulsaron a los hombres del siglo XV a las exploraciones de ultramar.

España y Portugal

Desde principios del siglo XV, Portugal exploró las costas africanas para buscar una ruta

hacia India, pero sólo en 1487 Bartolomé Díaz des-cubrió el cabo de Buena Esperanza, y en

1498 la expedición de Vasco de Gama llegó a la ciudad de Calicut. Estos hitos van a consolidar

la presencia portuguesa en el Océano Indico y van a transformar a Lisboa en centro de comercio

de las especies. España, por su parte, obtuvo un gran éxito cuando la primera expedición de

Cristóbal Colón descubrió América. Este triunfo se debió al esfuerzo personal de Colón, y al

apoyo oficial de los Reyes Católicos. La idea de Colón era llegar a las costas orientales de Asia,

pero estaba equivocado en el cálculo de la distancia que separaba a Europa de estas tierras, razón

por la cual pensó que era India el territorio al que había llegado, cuando realmente era América.

El día 3 de agosto de 1492, Colón partió del puerto de Palos con tres carabelas: la Pinta,

la Niña y la Santa María. Realizó una escala en las islas Canarias para provisionarse de agua y

alimentos, y después de mucho navegar llegó, el día 12 de octubre, a la isla de Guanahani, que

bautizó como San Salvador.

Nuevas tierras a la vista

Desde el descubrimiento de América en 1492, hasta la primera vuelta al mundo en 1522,

los conocimientos geográficos sobre la Tierra avanzaron muchísimo. Cerca del año 1500 se

descubrió el golfo del Darién, la costa de Venezuela, las Antillas y las costas de Brasil. En el

año 1500, con la expedición portuguesa de Pedro Alvares Cabral al Brasil, se consideró este

territorio como propiedad de la corona de Portugal. En 1513, Vasco Núñez de Balboa descubrió

el Mar del Sur, Océano Pacífico, confirmándose que América era un nuevo continente. Entre los

años 1519 - 1522 se realiza la primera vuelta al mundo, realizada por Hernando de Magallanes, y

que finaliza Sebastián Elcano, debido a la muerte del primero. Con este viaje se confirma la

redondez de la Tierra y se descubre el paso que une el Océano Atlántico y el Pacífico en América

del Sur, llamado, posteriormente, Estrecho de Magallanes.

Consecuencias...

El impacto que el descubrimiento de América significó para el mundo fue grande: las

consecuencias demográficas, económicas y culturales se dejaron sentir inmediatamente:

1. Demográficas: la emigración o traslado de población europea hacia las colonias

americanas, la mezcla entre la raza nativa y la europea (mestizaje racial), el tráfico de

esclavos negros y el intercambio continental de epidemias que hizo disminuir la

población indígena americana.

2. Económicas: se desplazó la actividad económica desde el Mediterráneo hacia el Atlántico.

El hallazgo de numerosos yacimientos de metales preciosos en Amé-rica, fomentó la

tendencia al atesoramiento de oro. El intercambio de productos entre los dos continentes

provocó que en América se conocieran el trigo, el café, la caña de azúcar y el olivo,

Europa recibió de América el cultivo del maíz, el cacao y la papa.

3. Culturales: los pueblos europeos trajeron a América su forma de pensar, valores, idioma,

religión, arte y sentido del derecho, entre otros aspectos.

La Crisis Religiosa

Los vientos de modernidad no sólo trajeron cambios a nivel político y económico. La

crisis que sufrió la Iglesia Católica en el siglo XVI fue uno de los acontecimientos relevantes del

período, que posteriormente se llamó Reforma.

Este proceso dividió a la Iglesia entre católicos y protestantes. Las razones que explican

la división del catolicismo son numerosas.

En el aspecto político, el desarrollo del sentimiento nacional y soberano hizo que los

Estados se rebelaran contra la autoridad del Papa. El motivo era la profunda crisis moral que

afectaba a la Iglesia: venta de indulgencias, la simonía (compraventa de situaciones de orden

espiritual o religioso), el incumplimiento de los votos sacerdotales, los abusos de poder, etcétera.

En el ámbito económico, las extensas tierras que estaban en poder de la Iglesia y los

impuestos que cobraba en cada rincón de Europa, fueron motivos suficientes para que los

Estados nacientes buscaran desligarse de estas obligaciones tributarias, y pretendieran anexar al

territorio nacional los dominios eclesiásticos.

Quien inició el proceso de ruptura definitiva con la Iglesia Católica fue el monje alemán

Martín Lutero (1483-1546). Muy molesto por la venta de indulgencias en Wittemberg, pueblo

donde enseñaba en una Universidad, Lutero redactó 95 razones, las 95 tesis, con las que acusó a

la Iglesia de corrupta. El Papa León X lo excomulgó, pues Lutero se negó a arrepentirse de sus

acusaciones.

Los príncipes alemanes apoyaron al monje, puesto que en la lucha del sacerdote, vieron la

posibilidad de desligarse del dominio de la Iglesia. Rápidamente, los seguidores de Lutero

aumentaron, y surgió la nueva doctrina.

El luteranismo eliminó algunos sacramentos, negó la adoración a los santos, suprimió el

latín como idioma oficial de la Iglesia Católica y desconoció la autoridad del Papa como máximo

representante de Dios en la Tierra.

En otros países, las ideas protestantes se difundieron rápidamente; en Suiza, Juan Calvino

dio origen al Calvinismo; y en Inglaterra, el rey Enrique VIII se separó de la Iglesia Católica y

formuló una nueva religión, el Anglicanismo.

Después de este duro golpe, la Iglesia Católica determinó hacer una profunda revisión

interna. Para ello, convocó a un Concilio en la ciudad de Trento, el que se inició en 1545. Tras

esta reunión, que duró varios años, la Iglesia definió su doctrina:

• Validez de la autoridad del Papa,

• El celibato eclesiástico,

• La devoción a los santos,

• Ratificó la validez de los sacramentos, etcétera.

A este movimiento católico se le llamó Contrarreforma.

Como consecuencia de la división de la fe, estallaron guerras en todo el continente. Las

llamadas Guerras de Religión se extendieron por más de cuarenta años, enfrentándose católicos y

protestantes con una violencia, que sólo se justificaba por el afán de poder político, y por la

defensa cerrada de la fe de cada uno de los bandos.

Concilio de Trento

El tremendo revuelo que habían provocado las acciones de Lutero, Calvino, los

Anglicanos y los Presbiterianos, motivó una reacción de la Iglesia Católica, que tomó una serie

de iniciativas con el propósito de combatir la Reforma. La principal de ellas consistió en la

convocatoria de un concilio ecuménico que con muchos altibajos se realizó en la ciudad italiana

de Trento.

La divulgación de la Biblia

La otra causa del movimiento de la Reforma fue la difusión de la Biblia, que puso los

Evangelios, fuente misma de la doctrina cristiana, al alcance de todos. Entre 1457 y 1518 se

habían publicado más de cuatrocientas ediciones de este libro.

Era la palabra misma de Cristo enviada a los cristianos. Pero esta palabra hablaba de la

renuncia a los bienes de este mundo, de la pobreza y la humildad; ella hacía aparecer más

escandaloso aún el orgullo y el lujo de los príncipes eclesiásticos; ella debía hacer aún más vivo

el deseo de una reforma que, según el lenguaje de aquel tiempo, condujera a la Iglesia a su

simplicidad primitiva.

El conocimiento de los Evangelios tuvo en algunos otra consecuencia, la más grave de

todas. Para comprenderla es preciso recordar que la organización de la Iglesia católica y sus

dogmas, es decir, el conjunto de las creencias profesadas por sus fieles, reposan ante todo sobre

los Evangelios, y después sobre las tradiciones, las interpretaciones y las decisiones de los papas

y de los concilios. Algunos en el siglo XVI pensaron que, puesto que se tenía en los Evangelios

la palabra del mismo Dios, era preciso atenerse a ella: las tradiciones y las interpretaciones, solo

obras de los hombres, no tenían a sus ojos valor algunos. Por lo menos, las interpretaciones de

los papas y de los concilios no tenían ya más valor que el que pudiera tener la interpretación de

un fiel cualquiera, y cada uno podía interpretar la Escritura Santa según su conciencia. Esta fue la

teoría de Martín Lutero y después de Juan Calvino, y esta fue la teoría que provocó la ruptura de

la unidad cristiana.

Los precursores de la Reforma

Tal como el Renacimiento, la Reforma tuvo sus precursores. La gran revolución del siglo

XVI no fue un hecho nuevo y sin precedentes; fue la conclusión o el término de una larga

historia.

Los escándalos del Gran Cisma en el siglo XIV habían turbado profundamente a las

almas piadosas. Durante cincuenta años, desde 1378 a 1417, Europa se había encontrado dividida

y disputada entre dos papas, y en ciertos momentos existieron hasta tres. Entonces aparecieron

reformadores como Juan Wyclif (1324-1384) en Inglaterra, y Juan Hus (1369-1415) en Bohemia

(actual República Checa). Ambos querían lo que quisieron los reformadores del siglo XVI, o sea,

conducir la Iglesia a su simplicidad primitiva y atenerse estrechamente a la palabra de Dios tal

como estaba escrita en los Evangelios. Pero los discípulos de Wyclif, los “sacerdotes pobres” o

lolardos, fueron exterminados, y Juan Hus, muerto en una hoguera, no tuvo partidarios -los

husitas- más que en Bohemia. A Wyclif no se le ahorró una afrenta póstuma: por orden del

concilio de Constanza, treinta y un años después de muerto sus restos fueron exhumados

(sacados de la tumba) y tirados a un arroyo, a la vez que eran entregados a las llamas todos sus

escritos.

En el seno de la misma Iglesia hubo, a principios del siglo XV, un poderoso movimiento

de reforma dirigido por doctores de la Universidad de París, que era entonces la mayor escuela

de teología del mundo. La impotencia en que se encontraba el papado les inspiró la idea de

subordinarlo a la autoridad de los Concilios, es decir, de transformar la Iglesia, de monarquía

absoluta, en una especie de monarquía constitucional; los concilios debían forzar en seguida a los

papas a reformar los abusos. Esta es la doctrina que los doctores parisienses ensayaron hacer

triunfar en los concilios ecuménicos; el concilio de Constanza (1414-1417) y el concilio de

Basilea (1431-1443); pero no consiguieron su objetivo. Los papas consiguieron desembarazarse

de los concilios, permanecer dueños de la Iglesia y no hacer ninguna reforma. Pero esta larga

crisis había debilitado su autoridad, hecho vacilar la Iglesia y la cristiandad, y por esta razón

preparado el camino para la revolución del siglo XVI.

El Gran Cisma.

Se llama así a la disensión surgida en la Iglesia católica entre 1378 y 1417, y durante la

cual hubo varios papas a la vez, residiendo unos en Roma y otros en Aviñón (Francia). El

concilio de Constanza (1415) y la elección de Martín V (1417) pusieron fin a este cisma. Es

conocido también como Cisma de Occidente, para diferenciarlo del Cisma de Oriente,

consumado a mediados del siglo XI.

Martín Lutero

Lutero nació en Sajonia (territorio del Sacro Imperio), en 1483, el mayor de siete

hermanos, hijos de un pobre leñador, anticlerical pero supersticioso. Cuando empezó sus

estudios, tuvo que cantar y mendigar de puerta en puerta para poder vivir, como muchos

estudiantes de su tiempo. Después, una persona caritativa le dio una pensión en la universidad de

Erfurth (Turingia), donde estudió latín, algo de griego y hebreo, filosofía y teología.

Tenía 22 años cuando, estando de paseo, fue sorprendido por una tempestad, y un rayo

mató a su lado a uno de sus compañeros. Asustado, Lutero hizo voto de hacerse fraile si

escapaba. Poco después (17 de julio de 1505) entraba en el convento de los agustinos en la

misma ciudad de Erfurth. Luego de recibir las órdenes sacerdotales, fue destinado al monasterio

de la ciudad de Wittenberg, en cuya universidad asumió la cátedra de teología.

El negocio de las indulgencias

En 1511 Lutero fue enviado a Roma, quedando profundamente trastornado por el lujo de

la corte pontifical y el relajamiento del clero italiano. Algunos años después, no teniendo el papa

León X dinero para continuar la construcción de la basílica de San Pedro (en la que ya se habían

gastado cerca de 70 millones de dólares actuales), decidió conseguirlo haciendo vender

indulgencias por toda la cristiandad. Se llama indulgencia (o perdón) a la facultad dada a los

fieles de redimirse (librarse), mediante una limosna, de las penitencias en que habían incurrido

por su pecados. En este caso, se podían redimir dando dicha limosna para la construcción de la

basílica de San Pedro; el efecto de las indulgencias podía aplicarse tanto a los vivos como a las

almas de los difuntos castigados por Dios en el purgatorio. La predicación de las indulgencias en

Alemania fue confiada a Johann Tetzel, fraile dominico.

En 1517, Lutero se reveló contra el abuso de las indulgencias y la manera de venderlas.

El ataque fue tanto más violento, cuanto que la congregación de los dominicos era rival de los

agustinos. Advertido el papa, no vio en aquello más que una simple “querella de monjes”. Lutero

no renegaba de su sumisión al papa y hacía alarde de su voluntad de obedecerle; pero, al mismo

tiempo, redoblaba sus críticas contra la organización de la Iglesia, y, yendo aún más lejos,

atacaba también a los dogmas. Proclamaba que el Evangelio debía ser la única ley, que para

salvarse bastaba con tener fe en Jesucristo, y que las obras -es decir, los ayunos y

mortificaciones- no servían de nada; tampoco la mediación de la Iglesia. Por último, no admitía

más que tres sacramentos: el bautismo, la comunión y la penitencia. Entonces el papa le

excomulgó. El día que recibió la bula (documento papal) de excomunión, Lutero reunió a todos

los estudiantes en la plaza de la iglesia de Wittenberg, y delante de ellos arrojó la bula en una

hoguera. La ruptura con el papa fue desde entonces definitiva (20 de diciembre de 1520).

Condenación de Lutero

El conflicto entre Lutero y el papado se desencadenó poco después de que Carlos I de

España fuera elegido Emperador del Sacro Imperio (1519), asumiendo con el nombre de Carlos

V. La querella le inquietaba: primero, porque era católico ferviente; segundo, porque toda

Alemania estaba interesada en ella; y tercero, porque antes de su elección había prometido a los

electores que no permitiría que se condenara a ningún alemán sin ser sometido a un juicio

imparcial. Existía, entonces, el riesgo de que resultara una causa de división en un Estado ya

muy dividido, y de que arruinara la autoridad imperial. De aquí que, “para lavarse las manos” -

según ciertos historiadores-, citara a Lutero a comparecer ante la reunión de los representantes

del Imperio, la dieta, convocada en la ciudad de Worms (oeste de Alemania). Lutero acudió,

protegido contra todo arresto por un salvoconducto de Carlos V. Se le pidió que se retractase

(que renegase de sus ideas), pero se negó con firmeza, “porque, dijo, no es bueno para el

cristiano hablar contra su conciencia”. Entonces, la dieta lo condenó (mayo de 1521). Luego de

esta sentencia, Lutero podía ser arrestado y conducido a la hoguera en cuanto expirara su

salvoconducto. De aquí que, al dejar Worms, algunos caballeros enviados por el elector Federico

de Sajonia -uno de sus protectores-, lo rescataran y trasladaran en secreto al castillo de

Wartburgo (Turingia). Allí permaneció oculto como un año, tiempo durante el cual tradujo la

Biblia al alemán. Esta versión tuvo una gran popularidad, porque, a diferencia de las

traducciones anteriores, estaba escrita en alemán común, por lo que era clara e inteligible para

todos; fue el primer modelo del alemán moderno.

Las secularizaciones

Desde que Lutero entró en conflicto con el papa, no cesó de buscar aliados. Había

publicado una Carta abierta a la nobleza cristiana de la nación alemana en la que indicaba que,

para conducir a la Iglesia a su pureza primitiva, era preciso quitarle sus riquezas, apoderarse de

los bienes eclesiásticos y secularizarlos, es decir, aplicarlos a los usos laicos. Así esperaba

obtener -y obtuvo- el apoyo de un gran número de príncipes.

Pero este llamado también fue oído por las clases necesitadas. En 1522 los nobles más

pobres -los caballeros- se arrojaron sobre las tierras del arzobispo de Tréveris, siendo derrotados

por la alta nobleza. La agitación ganó enseguida a los campesinos (guerra de los

campesinos,1525-1526); pero recibió la enfurecida condenación de Lutero, “porque -decía- los

súbditos no deben jamás sublevarse, aunque los superiores sean malos e injustos”. El saldo de

esta guerra social fue la muerte de unos 130 mil campesinos, cuya derrota prolongó su condición

de siervos durante casi tres siglos.

Los grandes señores hicieron con entera libertad lo que se había impedido por la fuerza a

los caballeros y a los campesinos. Los electores de Sajonia, de Brandenburgo y del Palatinado

secularizaron los bienes de la Iglesia enclavados en sus dominios Pero la más célebre de las

secularizaciones la llevó a efecto Alberto de Brandenburgo, gran maestre de los Caballeros

Teutónicos u Orden Germana, fuera de Alemania: se apoderó de los bienes de la Orden, de la

que era el jefe electo, y los transformó en un ducado hereditario, el ducado de Prusia, primer

núcleo del reino del mismo nombre.

La confesión de Augsburgo

Cuando Lutero salió de Wartburgo, el número de sus partidarios había crecido tanto que

se hizo imposible ejecutar la sentencia dictada contra él; muchos señores, y de los más poderosos

-como los electores de Sajonia y de Brandenburgo-, habían adoptado sus doctrinas. Por otra

parte, la guerra entre Francisco I, rey de Francia, y Carlos V, por problemas territoriales, no

dejaba a este último la libertad de obrar.

Pero después de firmada la Paz de Cambrai o Paz de las Damas (negociada por la tía del

emperador y la madre de Francisco I), que puso término al conflicto, reunió la dieta en la ciudad

alemana de Espira, donde se decidió que se toleraría la nueva doctrina, llamada luteranismo, del

nombre de su fundador, donde quiera que estuviese ya establecida, pero que no podría extenderse

hacia otras partes (1529).

Cinco príncipes y catorce ciudades protestaron contra esta decisión, y de aquí el nombre

de protestantes dado desde entonces a los partidarios de las nuevas doctrinas, separados de la

Iglesia católica.

Al año siguiente Carlos V intentó atraer, por conciliación, a los protestantes al

catolicismo. Se reunió la dieta en la ciudad de Augsburgo (1530) para buscar un medio de

entenderse y, aunque la tentativa fracasó, tuvo dos resultados importantísimos.

En primer lugar, en vista de las discusiones que se iban a producir en la dieta, los

luteranos se vieron obligados a precisar y definir mejor su doctrina. Lutero dejó a Melanchton, el

más moderado de sus discípulos y partidario determinado de la conciliación, el cuidado de la

redacción de la profesión de fe luterana. Esta profesión de fe, en veintiocho artículos, es la

Confesión de Augsburgo, o sea el Credo de la primera iglesia reformada.

Por otra parte, como esta dieta renovó las condenaciones pronunciadas en Worms contra

Lutero, sus doctrinas y sus adherentes, para defenderse los protestantes se vieron obligados a

constituirse en un partido político, y se ligaron en la localidad de Esmalcalda (Turingia, 1531).

La formación de la liga de Esmalcalda dividió en imperio en dos partidos: este fue el primero de

los grandes resultados políticos de la Reforma luterana. El segundo resultado se produjo diez y

seis años después de la formación de la liga: una guerra civil y religiosa. Ocupado otra vez en la

guerra contra Francisco I y contra los turcos, Carlos V había tenido que dejar para más tarde la

ejecución de las sentencias pronunciadas en la dieta de Augsburgo; así es que no atacó a los

coaligados de Esmalcalda sino en 1546, cuando Lutero acababa de morir. El ejército protestante

fue destrozado en el pueblo de Mühlbergh (1547), y los principales jefes reformados hechos

prisioneros. Pero la liga se reconstituyó, se alió con el rey de Francia Enrique II, la lucha se

reinició, y Carlos V estuvo a punto de ser apresado en Innsbruck (1552). Tres años más tarde el

Emperador pensó en abdicar, y antes de hacerlo trató de dar la paz religiosa a Alemania. En

1555, en la dieta de Augsburgo, concedió a los príncipes luteranos la libertad de culto,

reconociéndoles, además, la propiedad definitiva de las tierras que habían secularizado, es decir,

tomado a la Iglesia. Pero las secularizaciones quedaban prohibidas para el futuro.

La paz de Augsburgo no estableció la libertad religiosa en Alemania. Permitió a los

príncipes luteranos, tanto como a los príncipes católicos, imponer su religión a sus súbditos.

La Reforma en Inglaterra

En Alemania y en Francia, la Reforma fue obra de los particulares. En Inglaterra fue

decisión del soberano: la voluntad del rey Enrique VIII (1509-1547) determinó la ruptura con el

papado.

En 1533 Enrique VIII, casado desde hacía ocho años con Catalina de Aragón, tía de

Carlos V, quiso divorciarse para volver a contraer matrimonio con Ana Bolena, una de las damas

de honor de la reina. No habiendo querido el papa Clemente VII anular este primer matrimonio

(el papa Alejandro VI había anulado tres), Enrique VIII hizo votar por el Parlamento el Acta de

Supremacía (1534), que proclamaba al rey “único y supremo jefe de la Iglesia de Inglaterra”.

Enrique VIII desconocía la autoridad papal, pero pretendía conservar la doctrina católica;

quemaba a los protestantes por heréticos y ahorcaba a los católicos por traidores. Después de su

muerte, su reforma evolucionó de manera bastante inusual. Dejaba tres hijos que reinaron

sucesivamente y que tuvieron una política religiosa diferente. Inglaterra fue calvinista durante el

reinado de Eduardo VI (1547-1553), y católica en tiempos de María Tudor (María la

Sanguinaria, 1553-1558). Por último, Isabel (1558-1603) organizó definitivamente el

anglicanismo, es decir, la Iglesia inglesa (1562), una mezcla de catolicismo y calvinismo. Del

catolicismo, Isabel conservó el exterior, las ceremonias del culto, la liturgia, es decir las

oraciones, pero traducidas al inglés, las vestiduras de los sacerdotes y la jerarquía de los obispos;

pero el dogma fue calvinista y concretado a dos sacramentos: el bautismo y la comunión. Por

otra parte, Isabel no tomó para ella el título de jefe supremo de la Iglesia, que había tenido su

padre, pero conservó el gobierno de la misma, e impuso por medio de suplicios a los verdaderos

católicos y a los verdaderos calvinistas la adhesión a “la Iglesia establecida por la ley”.

La contrarreforma católica

Para contrarrestar la Reforma protestante, la Iglesia católica se reformó a sí misma. Esta

contrarreforma fue la obra del Concilio de Trento (1545-1563).

Desde el principio de la Reforma, católicos y protestantes reclamaban un Concilio

ecuménico, es decir universal, para reglamentar las cuestiones en litigio. Pero el concilio no se

reunió hasta 1545, demasiado tarde para restablecer la unidad cristiana. Se disolvió en 1563, pero

como sus trabajos habían sido interrumpidos por dos veces, a consecuencia de las guerras, desde

1549 a 1551, y después desde 1552 a 1560, su duración real fue solamente de ocho años.

En materia de dogma, el Concilio de Trento rechazó todas las proposiciones protestantes.

Determinó cuál texto de la Biblia debería en adelante tenerse por auténtico por los católicos; este

es el texto llamado de la Vulgata, traducción latina hecha por San Jerónimo en el siglo IV.

Mantenía los siete sacramentos, que los protestantes querían reducir a dos. Afirmó la presencia

real de Cristo en la eucaristía, negada por los calvinistas y admitida incompletamente por los

luteranos. Proclamó que las creencias de la Iglesia reposan en las Santas Escrituras, completadas

por la tradición; que la Iglesia de Roma era superior a las demás y que todo católico debía

obediencia espiritual al papa, sucesor de San Pedro y vicario de Jesucristo.

En materia de disciplina, el Concilio mantuvo también la organización tradicional de la

Iglesia, contentándose con reformar los abusos. Conservó, para las oraciones, el empleo de la

lengua latina, considerada como universal. Se negó a admitir el matrimonio de los sacerdotes.

Prohibió la acumulación de los beneficios, es decir la posesión por un solo sacerdote de varios

cargos eclesiásticos. Decidió que los sacerdotes y los obispos debían residir en sus parroquias y

sus obispados, y predicar, para la instrucción de los fieles, por lo menos una vez por semana.

Ninguno podía ser obispo si no tenía por lo menos treinta años, ni sacerdote que fuese menor de

veinticinco. El concilio recomendó que se creasen, para la formación de los futuros sacerdotes,

escuelas especiales; de aquí la fundación de los seminarios, que quiere decir semilleros.

La obra del Concilio de Trento se completó por diferentes medidas tomadas por los

papas. Establecieron una comisión encargada de hacer el catálogo o Índice de los libros cuya

lectura debía se prohibida, porque podían poner en peligro la fe de los fieles. Esto fue lo que se

llamó Congregación del Índice. Reorganizaron la Inquisición o Santo Oficio, encargada

especialmente de vigilar al clero y de perseguir y castigar hasta por el fuego a los autores de

doctrinas contrarias a los dogmas católicos.

Los jesuitas

Para combatir las doctrinas protestantes, los papas encontraron preciosos auxiliares en las

órdenes religiosas. De todas ellas, la que ocupó principal puesto en la historia fue la Compañía

de Jesús, fundada en 1540 por el español Ignacio de Loyola.

La compañía, creada para el combate, fue organizada como un cuerpo de ejército, regida

por la más severa disciplina, gobernada por un general que disponía de una autoridad absoluta, y

sometida enteramente al papa. La regla esencial es, como en un ejército, la obediencia pasiva. El

que deseaba ser soldado de Jesús, o jesuita, debía renunciar a tener otra voluntad que la de sus

jefes. Debe, dicen las Constituciones, “obedecer como el bastón en manos del viajero” y ser,

entre las manos de sus superiores, “como un cadáver”.

Los jesuitas obraron por la predicación, pero sobre todo por la confesión y educación.

Supieron atraer a sus colegios a los hijos de los nobles, y hasta a los hijos de los príncipes

soberanos. Por los jesuitas fue que Alemania del Sur, y especialmente Baviera y Austria, fueron

reconquistados al protestantismo. El mismo éxito tuvieron en la parte de los Países Bajos que

forma hoy Bélgica.

Por donde quiera que los jesuitas ejercieron su acción, tuvieron en vista el interés general

del catolicismo, y no el interés particular de un soberano o de un Estado. Fueron únicamente los

soldados de Cristo; es decir, los soldados del papa, su vicario. Según su divisa, combatieron ad

majorem Dei gloriam, “por la mayor gloria de Dios” y por la Iglesia Universal. En esto fueron

internacionalistas, lo que despertó la desconfianza y la hostilidad de muchos gobiernos respecto a

ellos.

La Revolución Francesa

Proceso social y político acaecido en Francia entre 1789 y 1799, cuyas principales

consecuencias fueron el derrocamiento de Luis XVI, perteneciente a la Casa real de los

Borbones, la abolición de la monarquía en Francia y la proclamación de la I República, con lo

que se pudo poner fin al Antiguo Régimen en este país. Aunque las causas que generaron la

Revolución fueron diversas y complejas, éstas son algunas de las más influyentes: la incapacidad

de las clases gobernantes —nobleza, clero y burguesía— para hacer frente a los problemas de

Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos impuestos que recaían sobre el

campesinado, el empobrecimiento de los trabajadores, la agitación intelectual alentada por el

Siglo de las Luces y el ejemplo de la guerra de la Independencia estadounidense. Las teorías

actuales tienden a minimizar la relevancia de la lucha de clases y a poner de relieve los factores

políticos, culturales e ideológicos que intervinieron en el origen y desarrollo de este

acontecimiento.

Las razones históricas de la Revolución

Más de un siglo antes de que Luis XVI ascendiera al trono (1774), el Estado francés

había sufrido periódicas crisis económicas motivadas por las largas guerras emprendidas durante

el reinado de Luis XIV, la mala administración de los asuntos nacionales en el reinado de Luis

XV, las cuantiosas pérdidas que acarreó la Guerra Francesa e India (1754-1763) y el aumento de

la deuda generado por los préstamos a las colonias británicas de Norteamérica durante la guerra

de la Independencia estadounidense (1775-1783). Los defensores de la aplicación de reformas

fiscales, sociales y políticas comenzaron a reclamar con insistencia la satisfacción de sus

reivindicaciones durante el reinado de Luis XVI. En agosto de 1774, el rey nombró controlador

general de Finanzas a Anne Robert Jacques Turgot, un hombre de ideas liberales que instituyó

una política rigurosa en lo referente a los gastos del Estado. No obstante, la mayor parte de su

política restrictiva fue abandonada al cabo de dos años y Turgot se vio obligado a dimitir por las

presiones de los sectores reaccionarios de la nobleza y el clero, apoyados por la reina, María

Antonieta de Austria. Su sucesor, el financiero y político Jacques Necker tampoco consiguió

realizar grandes cambios antes de abandonar su cargo en 1781, debido asimismo a la oposición

de los grupos reaccionarios. Sin embargo, fue aclamado por el pueblo por hacer público un

extracto de las finanzas reales en el que se podía apreciar el gravoso coste que suponían para el

Estado los estamentos privilegiados. La crisis empeoró durante los años siguientes. El pueblo

exigía la convocatoria de los Estados Generales (una asamblea formada por representantes del

clero, la nobleza y el Tercer estado), cuya última reunión se había producido en 1614, y el rey

Luis XVI accedió finalmente a celebrar unas elecciones nacionales en 1788. La censura quedó

abolida durante la campaña y multitud de escritos que recogían las ideas de la Ilustración

circularon por toda Francia. Necker, a quien el monarca había vuelto a nombrar interventor

general de Finanzas en 1788, estaba de acuerdo con Luis XVI en que el número de

representantes del Tercer estado (el pueblo) en los Estados Generales fuera igual al del primer

estado (el clero) y el segundo estado (la nobleza) juntos, pero ninguno de los dos llegó a

establecer un método de votación.

A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación

requería una transformación fundamental de la situación, los antagonismos estamentales

imposibilitaron la unidad de acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el 5

de mayo de 1789. Las delegaciones que representaban a los estamentos privilegiados de la

sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la cámara rechazando los nuevos métodos de

votación presentados. El objetivo de tales propuestas era conseguir el voto por individuo y no por

estamento, con lo que el tercer estado, que disponía del mayor número de representantes, podría

controlar los Estados Generales. Las discusiones relativas al procedimiento se prolongaron

durante seis semanas, hasta que el grupo dirigido por Emmanuel Joseph Sieyès y el conde de

Mirabeau se constituyó en Asamblea Nacional el 17 de junio. Este abierto desafío al gobierno

monárquico, que había apoyado al clero y la nobleza, fue seguido de la aprobación de una

medida que otorgaba únicamente a la Asamblea Nacional el poder de legislar en materia fiscal.

Luis XVI se apresuró a privar a la Asamblea de su sala de reuniones como represalia. Ésta

respondió realizando el 20 de junio el denominado Juramento del Juego de la Pelota, por el que

se comprometía a no disolverse hasta que se hubiera redactado una constitución para Francia. En

ese momento, las profundas disensiones existentes en los dos estamentos superiores provocaron

una ruptura en sus filas, y numerosos representantes del bajo clero y algunos nobles liberales

abandonaron sus respectivos estamentos para integrarse en la Asamblea Nacional.

El inicio de la Revolución

El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los decretos reales y la

predisposición al amotinamiento del propio Ejército real. El 27 de junio ordenó a la nobleza y al

clero que se unieran a la autoproclamada Asamblea Nacional Constituyente. Luis XVI cedió a

las presiones de la reina María Antonieta y del conde de Artois (futuro rey de Francia con el

nombre de Carlos X) y dio instrucciones para que varios regimientos extranjeros leales se

concentraran en París y Versalles. Al mismo tiempo, Necker fue nuevamente destituido. El

pueblo de París respondió con la insurrección ante estos actos de provocación; los disturbios

comenzaron el 12 de julio, y las multitudes asaltaron y tomaron La Bastilla —una prisión real

que simbolizaba el despotismo de los Borbones— el 14 de julio.

Antes de que estallara la revolución en París, ya se habían producido en muchos lugares

de Francia esporádicos y violentos disturbios locales y revueltas campesinas contra los nobles

opresores que alarmaron a los burgueses no menos que a los monárquicos. El conde de Artois y

otros destacados líderes reaccionarios, sintiéndose amenazados por estos sucesos, huyeron del

país, convirtiéndose en el grupo de los llamados émigrés. La burguesía parisina, temerosa de que

la muchedumbre de la ciudad aprovechara el derrumbamiento del antiguo sistema de gobierno y

recurriera a la acción directa, se apresuró a establecer un gobierno provisional local y organizó

una milicia popular, denominada oficialmente Guardia Nacional. El estandarte de los Borbones

fue sustituido por la escarapela tricolor (azul, blanca y roja), símbolo de los revolucionarios que

pasó a ser la bandera nacional. No tardaron en constituirse en toda Francia gobiernos

provisionales locales y unidades de la milicia. El mando de la Guardia Nacional se le entregó al

marqués de La Fayette, héroe de la guerra de la Independencia estadounidense. Luis XVI,

incapaz de contener la corriente revolucionaria, ordenó a las tropas leales retirarse. Volvió a

solicitar los servicios de Necker y legalizó oficialmente las medidas adoptadas por la Asamblea y

los diversos gobiernos provisionales de las provincias.

La redacción de una constitución

La Asamblea Nacional Constituyente comenzó su actividad movida por los desórdenes y

disturbios que estaban produciéndose en las provincias (el periodo del 'Gran Miedo'). El clero y

la nobleza hubieron de renunciar a sus privilegios en la sesión celebrada durante la noche del 4

de agosto de 1789; la Asamblea aprobó una legislación por la que quedaba abolido el régimen

feudal y señorial y se suprimía el diezmo, aunque se otorgaban compensaciones en ciertos casos.

En otras leyes se prohibía la venta de cargos públicos y la exención tributaria de los estamentos

privilegiados.

A continuación, la Asamblea Nacional Constituyente se dispuso a comenzar su principal

tarea, la redacción de una Constitución. En el preámbulo, denominado Declaración de los

Derechos del hombre y del ciudadano, los delegados formularon los ideales de la Revolución,

sintetizados más tarde en tres principios, "Liberté, Égalité, Fraternité" ("Libertad, Igualdad,

Fraternidad"). Mientras la Asamblea deliberaba, la hambrienta población de París, irritada por

los rumores de conspiraciones monárquicas, reclamaba alimentos y soluciones. El 5 y el 6 de

octubre, la población parisina, especialmente sus mujeres, marchó hacia Versalles y sitió el

palacio real. Luis XVI y su familia fueron rescatados por La Fayette, quien les escoltó hasta París

a petición del pueblo. Tras este suceso, algunos miembros conservadores de la Asamblea

Constituyente, que acompañaron al rey a París, presentaron su dimisión. En la capital, la presión

de los ciudadanos ejercía una influencia cada vez mayor en la corte y la Asamblea. El

radicalismo se apoderó de la cámara, pero el objetivo original, la implantación de una monarquía

constitucional como régimen político, aún se mantenía.

El primer borrador de la Constitución recibió la aprobación del monarca francés en unas

fastuosas ceremonias, a las que acudieron delegados de todos los lugares del país, el 14 de julio

de 1790. Este documento suprimía la división provincial de Francia y establecía un sistema

administrativo cuyas unidades eran los departamentos, que dispondrían de organismos locales

elegibles. Se ilegalizaron los títulos hereditarios, se crearon los juicios con jurado en las causas

penales y se propuso una modificación fundamental de la legislación francesa. Con respecto a la

institución que establecía requisitos de propiedad para acceder al voto, la Constitución disponía

que el electorado quedara limitado a la clase alta y media. El nuevo estatuto confería el poder

legislativo a la Asamblea Nacional, compuesta por 745 miembros elegidos por un sistema de

votación indirecto. Aunque el rey seguía ejerciendo el poder ejecutivo, se le impusieron estrictas

limitaciones. Su poder de veto tenía un carácter meramente suspensivo, y era la Asamblea quien

tenía el control efectivo de la dirección de la política exterior. Se impusieron importantes

restricciones al poder de la Iglesia católica mediante una serie de artículos denominados

Constitución civil del Clero, el más importante de los cuales suponía la confiscación de los

bienes eclesiásticos. A fin de aliviar la crisis financiera, se permitió al Estado emitir un nuevo

tipo de papel moneda, los asignados, garantizado por las tierras confiscadas. Asimismo, la

Constitución estipulaba que los sacerdotes y obispos fueran elegidos por los votantes, recibieran

una remuneración del Estado, prestaran un juramento de lealtad al Estado y las órdenes

monásticas fueran disueltas.

Durante los quince meses que transcurrieron entre la aprobación del primer borrador

constitucional por parte de Luis XVI y la redacción del documento definitivo, las relaciones

entre las fuerzas de la Francia revolucionaria experimentaron profundas transformaciones. Éstas

fueron motivadas, en primer lugar, por el resentimiento y el descontento del grupo de ciudadanos

que había quedado excluido del electorado. Las clases sociales que carecían de propiedades

deseaban acceder al voto y liberarse de la miseria económica y social, y no tardaron en adoptar

posiciones radicales. Este proceso, que se extendió rápidamente por toda Francia gracias a los

clubes de los jacobinos, y de los cordeliers, adquirió gran impulso cuando se supo que María

Antonieta estaba en constante comunicación con su hermano Leopoldo II, emperador del Sacro

Imperio Romano Germánico. Al igual que la mayoría de los monarcas europeos, Leopoldo había

dado refugio a gran número de émigrés y no había ocultado su oposición a los acontecimientos

revolucionarios que se habían producido en Francia. El recelo popular con respecto a las

actividades de la reina y la complicidad de Luis XVI quedó confirmado cuando la familia real

fue detenida mientras intentaba huir de Francia en un carruaje con destino a Varennes el 21 de

junio.

Radicalización del gobierno

El 17 de julio de 1791 los sans-culottes (miembros de una tendencia revolucionaria

radical que exigía la proclamación de la república) se reunieron en el Campo de Marte y

exigieron que se depusiera al monarca. La Guardia Nacional abrió fuego contra los manifestantes

y los dispersó siguiendo las órdenes de La Fayette, vinculado políticamente a los feuillants, un

grupo formado por monárquicos moderados. Estos hechos incrementaron de forma irreversible

las diferencias existentes entre el sector burgués y republicano de la población. El rey fue

privado de sus poderes durante un breve periodo, pero la mayoría moderada de la Asamblea

Constituyente, que temía que se incrementaran los disturbios, restituyó a Luis XVI con la

esperanza de frenar el ascenso del radicalismo y evitar una intervención de las potencias

extranjeras. El 14 de septiembre, el rey juró respetar la Constitución modificada. Dos semanas

después, se disolvió la Asamblea Constituyente para dar paso a las elecciones sancionadas por la

Constitución. Durante este tiempo, Leopoldo II y Federico Guillermo II, rey de Prusia, emitieron

el 27 de agosto una declaración conjunta referente a Francia en la que se amenazaba veladamente

con una intervención armada. La Asamblea Legislativa, que comenzó sus sesiones el 1 de

octubre de 1791, estaba formada por 750 miembros que no tenían experiencia alguna en la vida

política, dado que los propios integrantes de la Asamblea Constituyente habían votado en contra

de su elegibilidad como diputados de la nueva cámara. Ésta se hallaba dividida en facciones

divergentes. La más moderada era la de los feuillants, partidaria de la monarquía constitucional

tal como se establecía en la Constitución de 1791. El centro de la cámara acogía al grupo

mayoritario, conocido como el Llano, que carecía de opiniones políticas definidas pero que se

oponía unánimemente al sector radical que se sentaba en el ala izquierda, compuesto

principalmente por los girondinos, que defendían la transformación de la monarquía

constitucional en una república federal, un proyecto similar al de los montagnards (grupo que por

ocupar la parte superior de la cámara, recibió el apelativo de La Montaña) integrados por los

jacobinos y los cordeliers, que abogaban por la implantación de una república centralizada.

Antes de que estas disensiones abrieran una profunda brecha en las relaciones entre los

girondinos y los montagnards, el sector republicano de la Asamblea consiguió la aprobación de

varios proyectos de ley importantes, entre los que se incluían severas medidas contra los

miembros del clero que se negaran a jurar lealtad al nuevo régimen. Sin embargo, Luis XVI

ejerció su derecho a veto sobre estos decretos, provocando así una crisis parlamentaria que llevó

al poder a los girondinos. A pesar de la oposición de los más destacados montagnards, el

gabinete girondino, presidido por Jean Marie Roland de la Platière, adoptó una actitud

beligerante hacia Federico Guillermo II y Francisco II, el nuevo emperador del Sacro Imperio

Romano, que había sucedido a su padre, Leopoldo II, el 1 de marzo de 1792. Ambos soberanos

apoyaban abiertamente las actividades de los émigrés y secundaban el rechazo de la aristocracia

de Alsacia a la legislación revolucionaria. El deseo de entablar una guerra se extendió

rápidamente entre los monárquicos, que confiaban en la derrota del gobierno revolucionario y en

la restauración del Antiguo Régimen, y entre los girondinos, que anhelaban un triunfo definitivo

sobre los sectores reaccionarios tanto en el interior como en el exterior. El 20 de abril de 1792 la

Asamblea Legislativa declaró la guerra al Sacro Imperio Romano.

La lucha por la libertad

Los ejércitos austriacos obtuvieron varias victorias en los Países Bajos austriacos gracias

a ciertos errores del alto mando francés, formado mayoritariamente por monárquicos. La

posterior invasión de Francia provocó importantes desórdenes en París. El gabinete de Roland

cayó el 13 de junio, y la intranquilidad de la población se canalizó en un asalto a las Tullerías, la

residencia de la familia real, una semana después. La Asamblea Legislativa declaró el estado de

excepción el 11 de julio, después de que Cerdeña y Prusia se unieran a la guerra contra Francia..

Se enviaron fuerzas de reserva para aliviar la difícil situación en el frente, y se solicitaron

voluntarios de todo el país en la capital. Cuando los refuerzos procedentes de Marsella llegaron a

París, iban cantando un himno patriótico conocido desde entonces como La Marsellesa. El

descontento popular provocado por la gestión de los girondinos, que habían expresado su apoyo

a la monarquía y habían rechazado la acusación de deserción presentada contra La Fayette, hizo

aumentar la tensión. El malestar social, unido al efecto que generó el manifiesto del comandante

aliado, Charles William de Ferdinand, duque de Brunswick, en el que amenazaba con destruir la

capital si la familia real era maltratada, provocó una insurrección en París el 10 de agosto. Los

insurgentes, dirigidos por elementos radicales de la capital y voluntarios nacionales que se

dirigían al frente, asaltaron las Tullerías y asesinaron a la Guardia suiza del rey. Luis XVI y su

familia se refugiaron en la cercana sala de reuniones de la Asamblea Legislativa, que no tardó en

suspender en sus funciones al monarca y ponerle bajo arresto. A su vez, los insurrectos

derrocaron al consejo de gobierno parisino, que fue reemplazado por un nuevo consejo ejecutivo

provisional, la denominada Comuna de París. Los montagnards, liderados por el abogado

Georges Jacques Danton, dominaron el nuevo gobierno parisino y pronto se hicieron con el

control de la Asamblea Legislativa. Esta cámara aprobó la celebración de elecciones en un breve

plazo con vistas a la constitución de una nueva Convención Nacional, en la que tendrían derecho

a voto todos los ciudadanos varones. Entre el 2 y el 7 de septiembre, más de mil monárquicos y

presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y

ejecutados. Los elementos desencadenantes de las denominadas 'Matanzas de Septiembre' fueron

el temor de la población al avance de los ejércitos aliados contra Francia y los rumores sobre

conspiraciones para derrocar al gobierno revolucionario. Un ejército francés, dirigido por el

general Charles François Dumouriez, obtuvo una importante victoria en la batalla de Valmy

frente a las tropas prusianas que avanzaban hacia París el 20 de septiembre.

Un día después de la victoria de Valmy se reunió en París la Convención Nacional recién

elegida. La primera decisión oficial adoptada por esta cámara fue la abolición de la monarquía y

la proclamación de la I República. El consenso entre los principales grupos integrantes de la

Convención no fue más allá de la aprobación de estas medidas iniciales. Sin embargo, ninguna

facción se opuso al decreto presentado por los girondinos y promulgado el 19 de noviembre, por

el cual Francia se comprometía a apoyar a todos los pueblos oprimidos de Europa. Las noticias

que llegaban del frente semanalmente eran alentadoras: las tropas francesas habían pasado al

ataque después de la batalla de Valmy y habían conquistado Maguncia, Frankfurt del Main,

Niza, Saboya y los Países Bajos austriacos. Sin embargo, las disensiones se habían intensificado

seriamente en el seno de la convención, donde el Llano dudaba entre conceder su apoyo a los

conservadores girondinos o a los radicales montagnards. La primera gran prueba de fuerza se

decidió en favor de estos últimos, que solicitaban que la Convención juzgara al rey por el cargo

de traición y consiguieron que su propuesta fuera aprobada por mayoría. El monarca fue

declarado culpable de la acusación imputada con el voto casi unánime de la Cámara el 15 de

enero de 1793, pero no se produjo el mismo acuerdo al día siguiente, cuando había de decidirse

la pena del acusado. Finalmente el rey fue condenado a muerte por 387 votos a favor frente a 334

votos en contra. Luis XVI fue guillotinado el 21 de enero.

La influencia de los girondinos en la Convención Nacional disminuyó enormemente tras

la ejecución del rey. La falta de unidad mostrada por el grupo durante el juicio había dañado

irreparablemente su prestigio nacional, bastante mermado desde hacía tiempo entre la población

de París, más favorable a las tendencias jacobinas. Otro factor que determinó la caída girondina

fueron las derrotas sufridas por los ejércitos franceses tras declarar la guerra a Gran Bretaña, las

Provincias Unidas (actuales Países Bajos) el 1 de febrero de 1793, y a España el 7 de marzo, que

se habían unido a la Primera Coalición contra Francia. Las propuestas de los jacobinos para

fortalecer al gobierno ante las cruciales luchas a las que Francia debería enfrentarse desde ese

momento fueron firmemente rechazadas por los girondinos. No obstante, a comienzos de marzo,

la Convención votó a favor del reclutamiento de 300.000 hombres y envió comisionados

especiales a varios departamentos para organizar la leva. Los sectores clericales y monárquicos

enemigos de la Revolución incitaron a la rebelión a los campesinos de La Vendée, contrarios a

tal medida. La guerra civil no tardó en extenderse a los departamentos vecinos. Los austriacos

derrotaron al ejército de Dumouriez en Neerwinden el 18 de marzo, y éste desertó al enemigo. La

huida del jefe del ejército, la guerra civil y el avance de las fuerzas enemigas a través de las

fronteras de Francia provocó en la Convención una crisis entre los girondinos y los montagnards,

en la que estos últimos pusieron de relieve la necesidad de emprender una acción contundente en

defensa de la Revolución.

El Reinado del Terror

El 6 de abril, la Convención creó el Comité de Salvación Pública, que habría de ser el

órgano ejecutivo de la República, y reestructuró el Comité de Seguridad General y el Tribunal

Revolucionario. Se enviaron representantes a los departamentos para supervisar el cumplimiento

de las leyes, el reclutamiento y la requisa de municiones. La rivalidad existente entre los

girondinos y los montagnards se había agudizado durante este periodo. La rebelión parisina,

organizada por el periodista radical Jacques Hébert, obligó a la Convención a ordenar el 2 de

junio la detención de veintinueve delegados girondinos y de los ministros de este grupo, Pierre

Henri Hélène Marie Lebrun-Tondu y Étienne Clavière. A partir de ese momento, la facción

jacobina radical que asumió el control del gobierno desempeñó un papel decisivo en el posterior

desarrollo de la Revolución. La Convención promulgó una nueva Constitución el 24 de junio en

la que se ampliaba el carácter democrático de la República. Sin embargo, este estatuto nunca

llegó a entrar en vigor. El 10 de julio, la presidencia del Comité de Salvación Pública fue

transferida a los jacobinos, que reorganizaron completamente las funciones de este nuevo

organismo. Tres días después, el político radical Jean-Paul Marat, destacado líder de los

jacobinos, fue asesinado por Charlotte de Corday, simpatizante de los girondinos. La indignación

pública ante este crimen hizo aumentar considerablemente la influencia de los jacobinos en todo

el país. El dirigente jacobino Maximilien de Robespierre pasó a ser miembro del Comité de

Salvación Pública el 27 de julio y se convirtió en su figura más destacada en poco tiempo.

Robespierre, apoyado por Louis Saint-Just, Lazare Carnot, Georges Couthon y otros significados

jacobinos, implantó medidas policiales extremas para impedir cualquier acción

contrarrevolucionaria. Los poderes del Comité fueron renovados mensualmente por la

Convención Nacional desde abril de 1793 hasta julio de 1794, un periodo que pasó a

denominarse Reinado del Terror.

Desde el punto de vista militar, la situación era extremadamente peligrosa para la

República. Las potencias enemigas habían reanudado la ofensiva en todos los frentes. Los

prusianos habían recuperado Maguncia, Condé-Sur-L'Escaut y Valenciennes, y los británicos

mantenían sitiado Tolón. Los insurgentes monárquicos y católicos controlaban gran parte de La

Vendée y Bretaña. Caen, Lyon, Marsella, Burdeos y otras importantes localidades se hallaban

bajo el poder de los girondinos. El 23 de agosto se emitió un nuevo decreto de reclutamiento para

toda la población masculina de Francia en buen estado de salud. Se formaron en poco tiempo

catorce nuevos ejércitos —alrededor de 750.000 hombres—, que fueron equipados y enviados al

frente rápidamente. Además de estas medidas, el Comité reprimió violentamente la oposición

interna.

María Antonieta fue ejecutada el 16 de octubre, y 21 destacados girondinos murieron

guillotinados el 31 del mismo mes. Tras estas represalias iniciales, miles de monárquicos,

sacerdotes, girondinos y otros sectores acusados de realizar actividades contrarrevolucionarias o

de simpatizar con esta causa fueron juzgados por los tribunales revolucionarios, declarados

culpables y condenados a morir en la guillotina. El número de personas condenadas a muerte en

París ascendió a 2.639, más de la mitad de las cuales (1.515) perecieron durante los meses de

junio y julio de 1794. Las penas infligidas a los traidores o presuntos insurgentes fueron más

severas en muchos departamentos periféricos, especialmente en los principales centros de la

insurrección monárquica. El tribunal de Nantes, presidido por Jean-Baptiste Carrier, el más

severo con los cómplices de los rebeldes de La Vendée, ordenó la ejecución de más de 8.000

personas en un periodo de tres meses. Los tribunales y los comités revolucionarios fueron

responsables de la ejecución de casi 17 mil ciudadanos en toda Francia. El número total de

víctimas durante el Reinado del Terror llegó a 40.000. Entre los condenados por los tribunales

revolucionarios, aproximadamente el 8% eran nobles, el 6% eran miembros del clero, el 14%

pertenecía a la clase media y el 70% eran trabajadores o campesinos acusados de eludir el

reclutamiento, de deserción, acaparamiento, rebelión u otros delitos. Fue el clero católico el que

sufrió proporcionalmente las mayores pérdidas entre todos estos grupos sociales. El odio

anticlerical se puso de manifiesto también en la abolición del calendario juliano en octubre de

1793, que fue reemplazado por el calendario republicano. El Comité de Salvación Pública,

presidido por Robespierre, intentó reformar Francia basándose de forma fanática en sus propios

conceptos de humanitarismo, idealismo social y patriotismo. El Comité, movido por el deseo de

establecer una República de la Virtud, alentó la devoción por la república y la victoria y adoptó

medidas contra la corrupción y el acaparamiento. Asimismo, el 23 de noviembre de 1793, la

Comuna de París ordenó cerrar todas las iglesias de la ciudad —esta decisión fue seguida

posteriormente por las autoridades locales de toda Francia— y comenzó a promover la religión

revolucionaria, conocida como el Culto a la Razón. Esta actitud, auspiciada por el jacobino

Pierre Gaspard Chaumette y sus seguidores extremistas (entre ellos Hébert), acentuó las

diferencias entre los jacobinos centristas, liderados por Robespierre, y los fanáticos seguidores de

Hébert, una fuerza poderosa en la Convención y en la Comuna de París.

Durante este tiempo, el signo de la guerra se había vuelto favorable para Francia. El

general Jean Baptiste Jourdan derrotó a los austriacos el 16 de octubre de 1793, iniciándose así

una serie de importantes victorias francesas. A finales de ese año, se había iniciado la ofensiva

contra las fuerzas de invasión del Este en el Rin, y Tolón había sido liberado. También era de

gran relevancia el hecho de que el Comité de Salvación Pública hubiera aplastado la mayor parte

de las insurrecciones de los monárquicos y girondinos.

La lucha por el poder

La disputa entre el Comité de Salvación Pública y el grupo extremista liderado por

Hébert, concluyó con la ejecución de éste y sus principales acólitos el 24 de marzo de 1794. Dos

semanas después, Robespierre emprendió acciones contra los seguidores de Danton, que habían

comenzado a solicitar la paz y el fin del reinado del Terror. Georges-Jacques Danton y sus

principales correligionarios fueron decapitados el 6 de abril. Robespierre perdió el apoyo de

muchos miembros importantes del grupo de los jacobinos —especialmente de aquéllos que

temían por sus propias vidas— a causa de estas represalias masivas contra los partidarios de

ambas facciones. Las victorias de los ejércitos franceses, entre las que cabe destacar la batalla de

Fleurus (Bélgica) del 26 de junio, que facilitó la reconquista de los Países Bajos austriacos,

incrementó la confianza del pueblo en el triunfo final. Por este motivo, comenzó a extenderse el

rechazo a las medidas de seguridad impuestas por Robespierre. El descontento general con el

líder del Comité de Salvación Pública no tardó en transformarse en una auténtica conspiración.

Robespierre, Saint-Just, Couthon y 98 de sus seguidores fueron apresados el 27 de julio de 1794

(el 9 de termidor del año III según el calendario republicano) y decapitados al día siguiente. Se

considera que el 9 de termidor fue el día en el que se puso fin a la República de la Virtud.

La Convención Nacional estuvo controlada hasta finales de 1794 por el 'grupo

termidoriano' que derrocó a Robespierre y puso fin al Reinado del Terror. Se clausuraron los

clubes jacobinos de toda Francia, fueron abolidos los tribunales revolucionarios y revocados

varios decretos de carácter extremista, incluido aquél por el cual el Estado fijaba los salarios y

precios de los productos. Después de que la Convención volviera a estar dominada por los

girondinos, el conservadurismo termidoriano se transformó en un fuerte movimiento

reaccionario. Durante la primavera de 1795, se produjeron en París varios tumultos, en los que el

pueblo reclamaba alimentos, y manifestaciones de protesta que se extendieron a otros lugares de

Francia. Estas rebeliones fueron sofocadas y se adoptaron severas represalias contra los

jacobinos y sans-culottes que los protagonizaron.

La moral de los ejércitos franceses permaneció inalterable ante los acontecimientos

ocurridos en el interior. Durante el invierno de 1794-1795, las fuerzas francesas dirigidas por el

general Charles Pichegru invadieron los Países Bajos austriacos, ocuparon las Provincias Unidas

instituyendo la República Bátava y vencieron a las tropas aliadas del Rin. Esta sucesión de

derrotas provocó la desintegración de la coalición antifrancesa. Prusia y varios estados alemanes

firmaron la paz con el gobierno francés en el Tratado de Basilea el 5 de abril de 1795; España

también se retiró de la guerra el 22 de julio, con lo que las únicas naciones que seguían en lucha

con Francia eran Gran Bretaña, Cerdeña y Austria. Sin embargo, no se produjo ningún cambio en

los frentes bélicos durante casi un año. La siguiente fase de este conflicto se inició con las

Guerras Napoleónicas.

Se restableció la paz en las fronteras, y un ejército invasor formado por émigrés fue

derrotado en Bretaña en el mes de julio. La Convención Nacional finalizó la redacción de una

nueva Constitución, que se aprobó oficialmente el 22 de agosto de 1795. La nueva legislación

confería el poder ejecutivo a un Directorio, formado por cinco miembros llamados directores. El

poder legislativo sería ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de

Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos. El mandato de un director y de un

tercio de la asamblea se renovaría anualmente a partir de mayo de 1797, y el derecho al sufragio

quedaba limitado a los contribuyentes que pudieran acreditar un año de residencia en su distrito

electoral. La nueva Constitución incluía otras disposiciones que demostraban el distanciamiento

de la democracia defendida por los jacobinos. Este régimen no consiguió establecer un medio

para impedir que el órgano ejecutivo entorpeciera el gobierno del ejecutivo y viceversa, lo que

provocó constantes luchas por el poder entre los miembros del gobierno, sucesivos golpes de

Estado y fue la causa de la ineficacia en la dirección de los asuntos del país. Sin embargo, la

Convención Nacional, que seguía siendo anticlerical y antimonárquica a pesar de su oposición a

los jacobinos, tomó precauciones para evitar la restauración de la monarquía. Promulgó un

decreto especial que establecía que los primeros directores y dos tercios del cuerpo legislativo

habían de ser elegidos entre los miembros de la Convención. Los monárquicos parisinos

reaccionaron violentamente contra este decreto y organizaron una insurrección el 5 de octubre de

1795. Este levantamiento fue reprimido con rapidez por las tropas mandadas por el general

Napoleón Bonaparte, jefe militar de los ejércitos revolucionarios de escaso renombre, que más

tarde sería emperador de Francia con el nombre de Napoleón I Bonaparte. El régimen de la

Convención concluyó el 26 de octubre y el nuevo gobierno formado de acuerdo con la

Constitución entró en funciones el 2 de noviembre.

Desde sus primeros momentos, el Directorio tropezó con diversas dificultades, a pesar de

la gran labor que realizaron políticos como Charles Maurice de Talleyrand-Perigord y Joseph

Fouché. Muchos de estos problemas surgieron a causa de los defectos estructurales inherentes al

aparato de gobierno; otros, por la confusión económica y política generada por el triunfo del

conservadurismo. El Directorio heredó una grave crisis financiera, que se vio agravada por la

depreciación de los asignados (casi en un 99% de su valor). Aunque la mayoría de los líderes

jacobinos habían fallecido, se encontraban en el extranjero u ocultos, su espíritu pervivía aún

entre las clases bajas. En los círculos de la alta sociedad, muchos de sus miembros hacían

campaña abiertamente en favor de la restauración monárquica. Las agrupaciones políticas

burguesas, decididas a conservar su situación de predominio en Francia, por la que tanto habían

luchado, no tardaron en apreciar las ventajas que representaba reconducir la energía desatada por

la población durante la Revolución hacia fines militares. Existían aún asuntos pendientes que

resolver con el Sacro Imperio Romano. Además, el absolutismo, que por naturaleza representaba

una amenaza para la Revolución, continuaba dominando la mayor parte de Europa.

El ascenso de Napoleón al poder

No habían pasado aún cinco meses desde que el Directorio asumiera el poder, cuando

comenzó la primera fase (de marzo de 1796 a octubre de 1797) de las Guerras Napoleónicas. Los

tres golpes de Estado que se produjeron durante este periodo —el 4 de septiembre de 1797 (18

de fructidor), el 11 de mayo de 1798 (22 de floreal) y el 18 de junio de 1799 (30 de pradial)—,

reflejaban simplemente el reagrupamiento de las facciones políticas burguesas. Las derrotas

militares sufridas por los ejércitos franceses en el verano de 1799, las dificultades económicas y

los desórdenes sociales pusieron en peligro la supremacía política burguesa en Francia. Los

ataques de la izquierda culminaron en una conspiración iniciada por el reformista agrario radical

François Nöel Babeuf, que defendía una distribución equitativa de las tierras y los ingresos. Esta

insurrección, que recibió el nombre de 'Conspiración de los Iguales', no llegó a producirse debido

a que Babeuf fue traicionado por uno de sus compañeros y ejecutado el 28 de mayo de 1797 (8

de pradial). Luciano Bonaparte, presidente del Consejo de los Quinientos; Fouché, ministro de

Policía; Sieyès, miembro del Directorio y Talleyrand-Perigord consideraban que esta crisis sólo

podría superarse mediante una acción drástica. El golpe de Estado que tuvo lugar el 9 y 10 de

noviembre (18 y 19 de brumario) derrocó al Directorio. El general Napoleón Bonaparte, en

aquellos momentos héroe de las últimas campañas, fue la figura central del golpe y de los

acontecimientos que se produjeron posteriormente y que desembocaron en la Constitución del 24

de diciembre de 1799 que estableció el Consulado. Bonaparte, investido con poderes

dictatoriales, utilizó el entusiasmo y el idealismo revolucionario de Francia para satisfacer sus

propios intereses. Sin embargo, la involución parcial de la transformación del país se vio

compensada por el hecho de que la Revolución se extendió a casi todos los rincones de Europa

durante el periodo de las conquistas napoleónicas.

Las transformaciones producidas por la Revolución

U na consecuencia directa de la Revolución fue la abolición de la monarquía absoluta en

Francia. Asimismo, este proceso puso fin a los privilegios de la aristocracia y el clero. La

servidumbre, los derechos feudales y los diezmos fueron eliminados; las propiedades se

disgregaron y se introdujo el principio de distribución equitativa en el pago de impuestos.

Gracias a la redistribución de la riqueza y de la propiedad de la tierra, Francia pasó a ser el país

europeo con mayor proporción de pequeños propietarios independientes. Otras de las

transformaciones sociales y económicas iniciadas durante este periodo fueron la supresión de la

pena de prisión por deudas, la introducción del sistema métrico y la abolición del carácter

prevaleciente de la primogenitura en la herencia de la propiedad territorial.

Napoleón instituyó durante el Consulado una serie de reformas que ya habían comenzado

a aplicarse en el periodo revolucionario. Fundó el Banco de Francia, que en la actualidad

continúa desempeñando prácticamente la misma función: banco nacional casi independiente y

representante del Estado francés en lo referente a la política monetaria, empréstitos y depósitos

de fondos públicos. La implantación del sistema educativo —secular y muy centralizado—, que

se halla en vigor en Francia en estos momentos, comenzó durante el Reinado del Terror y

concluyó durante el gobierno de Napoleón; la Universidad de Francia y el Institut de France

fueron creados también en este periodo. Todos los ciudadanos, independientemente de su origen

o fortuna, podían acceder a un puesto en la enseñanza, cuya consecución dependía de exámenes

de concurso. La reforma y codificación de las diversas legislaciones provinciales y locales, que

quedó plasmada en el Código Napoleónico, ponía de manifiesto muchos de los principios y

cambios propugnados por la Revolución: la igualdad ante la ley, el derecho de habeas corpus y

disposiciones para la celebración de juicios justos. El procedimiento judicial establecía la

existencia de un tribunal de jueces y un jurado en las causas penales, se respetaba la presunción

de inocencia del acusado y éste recibía asistencia letrada.

La Revolución también desempeñó un importante papel en el campo de la religión. Los

principios de la libertad de culto y la libertad de expresión tal y como fueron enunciados en la

Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano, pese a no aplicarse en todo momento en el

periodo revolucionario, condujeron a la concesión de la libertad de conciencia y de derechos

civiles para los protestantes y los judíos. La Revolución inició el camino hacia la separación de

la Iglesia y el Estado.

Los ideales revolucionarios pasaron a integrar la plataforma de las reformas liberales de

Francia y Europa en el siglo XIX, así como sirvieron de motor ideológico a las naciones

latinoamericanas independizadas en ese mismo siglo, y continúan siendo hoy las claves de la

democracia. No obstante, los historiadores revisionistas atribuyen a la Revolución unos

resultados menos encomiables, tales como la aparición del Estado centralizado (en ocasiones

totalitario) y los conflictos violentos que desencadenó.

http://www.salonhogar.net/Enciclopedia_Ilustrada/Edad_Moderna/EM1.htm

http://www.historiacultural.com/2010/08/edad-moderna.html

http://www.salonhogar.com/est_soc/mundo/revolucionfrancesa/index.htm