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ALFRED NORTH WHITEHEAD t L A (A12>) CIENCIA Y EL MUNDO MODERNO EDITO.RJA_L LOSADA, S. A. BUENOS AIRES

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Whitehead Alfred La Ciencia y El Mundo Moderno

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Page 1: Whitehead Alfred La Ciencia y El Mundo Moderno

ALFRED NORTH WHITEHEAD

t 8{� LA

(A12>) CIENCIA

Y EL

MUNDO MODERNO

EDITO.RJA_L LOSADA, S. A. BUENOS AIRES

Page 2: Whitehead Alfred La Ciencia y El Mundo Moderno

Título del original inglés:

SCIENCE AND THE MODERN WORLD

Traducción directa de los tres primeros capítulos por

MARINA RUIZ LAGO;

de los restantes por

J. ROVIRA AR1IENGOL

Queda hecho el depósito que

pre>iene la ley núm. 11.723 Copyright by Editorial Losada, S. A.

Buenos Aires, 1949

PRINTED IN ARGENTINA

Acabado de imprimir el día 18 de julio ile 1949. Talleres gráficos

de Sebastián de Am�rrortu e hijos, Luca 222í, Bueuos Aires.

PREFACIO

El presente libro contiene el estudio de varios aspectos de la cultura occidental durante los tres siglos pasados, en cuanto ha recibido el influjo del desarrollo de la ciencia. Ha guiado este estudio la convicción de que la mentalidad de 1ma época Bitrge de la visión del mundo dominan,te en los sectores educados de las comum"dades en cuestión. Pue­de existir más de uno de estos esquema�, conform.e a las di­visiones culturales. Los diversos intereses htLmanos que su­gieren cosmologías y Teciben su influjo son la. ciencia, la esté­tica, la ética y la religión. En toda edacl cada uno de esos temas sugiere una visión clel mundo. En la medida en que un mismo conjunto de gentes está gobernado por todos es­tos intereses o por más de uno de ellos, s-n visión efectiva será el producto total de esas fuentes. Pero ca.cl4 edad tie­ne sz¿ preocupación dominante, y durante los tres siglos en cuestión, la cosm.ología derivada de la. ciencia se ha afirmado, a expens-as de puntos de vista m,ás antiguos y ele otros orí­genes. Los hombres pueden ser tan provincianos en el tie?n­po como en el espacio. Podemos pTeguntarnos si la mentali­dad cienMfica del mundo moderno en el pasado Teciente no es un eje1nplo triunfante de tal limitación provinciana.

La filosofía, en una de sus funciones, es la crítica ele las cosmologías-. Stt función es arm.onizar, Tefonnar y justificar intuiciones divergentes en cuanto a la naturaleza ele las co­sa�. Debe insis-tir en el escm:tinio ele las idea� última� y en conserva,. todas las pruebas cuando confecciona nuestro es-

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que11UL cosmológico . Su tare(]¡ es hacer explícito.

y, en _lo

posible, eficaz, un proceso que por lo demas se eJecuta m­conscientenwnte, sin pntebas racionales.

Pensando en todo esto, me guardé de introducir muchos detalles abstrusos con respecto al adelanto científico. Lo que se necesita y lo que he tratado de hacer es est1t�iar con simpatía las principales ideas vistas por dentro. Sz lo que pienso sobre la función de la filosofía es correcto, es la más importante de todas las tareas intelectuales: Constru'!je catedrales antes de que los obreros hayan momdo una pte­dra y las destruye antes de que los elementos hayan des­gastado sus arcos. Es el arquitecto de los edificios del espí­ritu y también su destructor: lo espiritual precede a l? 1JW­terial. La filosofía trabaja lentamwnte. Los pensamzentos duermen durante edades enteras cuando casi de improviso la humanidad se encuentra con que se han encarnado en instituciones.

El libro consiste principalmente en una serie de ocho con­ferencias Lowell, pronunciadas en febrero de �9�5: Esas con­ferencias, ligeramente desarrolladas, y subdwzdzda 'I.W(J¡ de ellas en los capítulos VII y VIII, se imprimen tal �amo �n sido pronunciadas. Pero he agregado algún nwterzal adzczo­nal, de modo de completa!/" el pensamiento del libro en una escala que no admitía ese curso de conferencias. De este nwterial nuevo, el capítulo II -"Las matemáticas c�mo elemento en la historia del pensamiento"- fué pronu11;c zad<f co1no conferencia en la Sociedad matemática de la Umversz­dad de Brown Providence, Rhode Island; y el capítulo XII -"Religión y

' ciencia"- fué una conferencia pron'!l'nc�ada

en la Phillips B1·ooks House en Harvard, y se publzcara �n el número de agosto del Atlantic Monthly de este ano (191!5). Los capítulos X y XI -"Abstracción" y "Dios"­son a,gregados que aparecen ahora por primera; _vez:,

Pero el libro representa un hilo de pensamiento; la utzlzzacwn an­terior de parte de su contenido es asunto secunda1·io.

N o he tenido oportunidad de referirme detalladamente en el texto a la obra de Lloyd Margan, Emergent Evolut�on ni a la de Alexander, Space, Time and Deity. Será evzd.ente para los lectores que los he hallado muy ricos en sugeren-

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cias. Debo mucho, en especial, a la gran obra de AleX(J¡nder. El p1"0pósito general del presente libro nM 1:mpide reconocer en detalle las distintas fuentes de inforznación o de ideas. El libro es producto de pensamientos y lecturas de años pa­sados y no los emp1·endí previendo que había de utilizarlos pa·ra este f in. Por eso me sería ahora imposible referirme en detalle a n1is fuentes, aun cuando fuera conveniente. Pero no lo es: los hechos que nos sirven de base son sen­cillos y bien conocidos. En lo filosófico, se ha excluído por entero toda consideración epistemológica. Sería imposible discutir ese punto sin trastornar todo el equilibrio de la obra. La clave del libro es el sentido de extraordinaria i1n­portanci(J¡ de una filosofía prevalente.

Debo las mayores gmcias a mi colega Mr. Raphael De­mos por haber leído las 1n·uebas y por haberme sugerido muchas mejoras de expresión.

HARVARD UNIVERSITY. 29 de junio de 1925.

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CAPÍTULO I

ORÍGENES DE LA CIENCIA MODERNA

La marcha de la civilización no es del todo un dBrrotero uniforme hacia cosas mejores. Quizá tenga ese aspecto si lo figuramos en escala suficientemente grande. Pero una vi­sión tan grande oscurece los detalles en los cuales se basa toda nuestra comprensión del proceso. Las épocas nuevas emergen casi de improviso si miramos los miles de años a través de los cuales se extiende la historia completa. Las razas apartadas toman repentinamente su lugar en la co­rriente principal de los hechos; los descubrimientos tecnoló­gicos transforman el mecanismo de la vida humana; un arte primitivo florece rápidamente hasta satisfacer por completo determinada ansia estética; grandes religiones en cruzadas juveniles esparcen a través de los pueblos la paz del cielo y la espada del Señor.

El siglo xvr de nuestra era vió el desgarramiento de la cristiandad de Occidente y Bl surgimiento de la ciencia mo­derna. Fué una época de fermentación. N a da se hallaba establecido, aunque mucho se abría -nuevos mundos y nue­vas ideas-. En ciencia podemos elegir a Copérnico y a V Bsa­lio como figuras representativas: tipifican la nueva cosmo­logía y el énfasis que pone la ciencia en la observación di­recta. Giordano Bruno fué el mártir, aunque la causa por la cual padeció no fué la ciencia sino la especulación ima­ginativa libre. Su muerte, en el año 1600, introdujo el pri­mer siglo de la ciencia moderna en el sentido estricto de la palabra. En su ejecución hubo un simbolismo incons-

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ciente, pues el carácter del pensamiento científico que le sucedió ha desconfiado de este tipo de especulación gene­ral. La Reforma, pese a toda su importancia, puede con­siderarse como un conflicto doméstico entre las razas de Europa. Hasta la cristiandad de Oriente la contemplaba con profunda despreocupación. Además, semejantes desga­rramientos no son fenómenos nuevos en la historia del cris­tianismo ni de otras religiones. Cuando proyectamos esta gran revolución sobre la historia entera de la iglesia cris­tiana no podemos considerar que introduce un nuevo prin­cipio en la vida humana. Buena o mala, fué una gran trans­formación religiosa; pero no fué el advenimiento de la re­ligión. Ni pretendió serlo. Los reformistas mantenían que no hacían sino restaurar lo que había sido puesto en olvido.

Muy distinto es lo que sucede con el surgimiento de la ciencia moderna. Contrasta en todo sentido con el movi­miento religioso contemporáneo. La Reforma fué un levan­tamiento popular; por siglo y medio corrió la sangre de Euro­pa. Los comienzos del movimiento científico se limitaron a una minoría entre la aristocracia intelectual. En una ge­neración que vió la guerra de los Treinta Años y recordaba la actuación del Duque de Alba en Flandes, lo peor que sucedió a los hombres de ciencia fué que Galileo sufrió una prisión decorosa y suave reprimenda, y que murió tranqui­lamente en su cama. La forma en que se ha recordado la persecución de Galileo es un tributo a los tranquilos comien­zos del más íntimo cambio de visión que la raza humana ha­ya experimentado. Desde el nacimiento de un niño en un pesebre, no hay quizá suceso tan grande que se haya rea­lizado con tan poco ruido.

La tesis que estas conferencias ilustrarán es que ese tran­quilo crecimiento de la ciencia ha cambiado prácticamente el color de nuestra mentalidad de tal manera que están ahora muy difundidas en el mundo educado, maneras de pensar que en épocas anteriores eran excepcionales. Ese nue­vo colorido de los modos de pensar ha proseguido lentamen­te durante muchas edades entre los pueblos de Europa. Al fin redundó en el desarrollo rápido de la ciencia; y por ese medio se ha robustecido gracias a su más obvia aplicación.

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La nueva mentalidad es más importante todavía que la nueva ciencia y la nueva tecnología. Ha alterado las pre­misas metafísicas y el contenido imaginativo de nuestra mente tanto, que los viejos estímulos provocan una respues­ta nueva. Quizá mi metáfora de un color nuevo es dema­siado fuerte. Pienso en un mínimo cambio de tono que basta sin embargo para causar la mayor diferencia. Una frase de una carta del adorable genio que fué William Ja­mes ilustra exactamente lo que quiero decir. Cuando estaba acabando su gran tratado, Principios de psicología, es­cribió a su hermano Henry James : "Tengo que forjar cada frase en las narices de hechos irreducibles y obsti­nados."

El nuevo matiz de la mente moderna es un interés vehe­mente y apasionado por la relación entre los principios ge­nerales y los hechos irreducibles y obstinados. En todo el mundo y en todos los tiempos han existido hombres prácti­cos absorbidos en "hechos irreducibles y obstinados"; en todo el mundo y en todos los tiempos han existido hombres de temperamento filosófico que se absorbieron en la trama de los principios generales. La unión del interés apasiona­do por los hechos de detalle con idéntica devoción a la gene­ralización abstracta es lo nuevo de nuestra sociedad actual. Antes había aparecido esporádicamente, como por azar. Ese equilibrio de la mente se ha convertido ahora en parte de la tradición que impregna al pensamiento culto. Es la sal que sazona la vida. La principal tarea de las universidades es trasmitir esa tradición como una herencia vastamente difundida de generación en generación.

Otro contraste que destaca la ciencia de entre los movi­mientos europeos de los siglos xvr y xvn es su universali­dad. La ciencia moderna nació en Europa, pero su hogar es todo el mundo. En los dos últimos siglos los modos oc­cidentales han atacado larga y confusamente la civiliza­ción asiática. Los sabios del Este han meditado y medi­tan sobre cuál puede ser la norma secreta de vida capaz de pasar de Oeste a Este sin destruir frívolamente su pro­pia herencia que con tanta razón aprecian. Cada vez re­sulta más evidente que lo que el Oeste puede ofrecer al

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Este sin vacilar es su ciencia y su visión científica. Ambas son transferibles de región a región, y de raza a raza, don­dequiera exista una sociedad racional.

En este curso de conferencias no discutiré los detalles del descubrimiento científico. Constituye mi tema cómo entró en vigor un estado de ánimo en el mundo moderno, su vasta generalización y su impacto sobre otras fuerzas espirituales. Hay dos maneras de leer historia: hacia adelante y hacia atrás. En la historia del pensamiento necesitamos los dos métodos. Un clima de opinión -para emplear la feliz frase de un escritor del siglo XVII- requiere para ser comprendi­do la consideración de sus antecedentes y de sus resultados. En consecuencia, consideraré algunos de los antecedentes de cómo hemos abordado modernamente la investigación de la naturaleza.

En primer lugar, no puede haber ciencia viva si no se ha­lla difundida la convicción instintiva de la existencia de un orden de cosas y, en particular, de un orden ele la naturaleza. He usado de intento la palabra instintiva. No importa lo que los hombres dicen con sus palabras mientras sus activi­dades estén dirigidas por instintos fijos. En última instan­cia, las palabras pueden destruir los instintos. Pero hasta que tal cosa no suceda, no entran en cuenta. Esa observa­ción es importante en la historia del pensamiento científico. Porque encontraremos que desde los tiempos de Hume, la moda en filosofía científica ha sido negar el racionalismo de la ciencia. Esa conclusión se encuentra a flor de piel en la filosofía de Hume. Tomemos por ejemplo, el siguiente pasaje de la sección rv de su Ensayo sobre el entendimiento humano:

En una palabra, pues, todo efecto es un suceso distinto de su causa. Por consiguiente, no puede ser descubierto en la causa ; y su primera invención o concepción, a priori, debe ser completa­mente arbitraria.

Si la causa en sí misma no revela información sobre el efecto, de manera que su primera concepción debe ser ente­ramente arbitraria, se infiere de inmediato que la ciencia es imposible, salvo en el sentido de establecer conexiones

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¿nteramente arbitrm-ias, que no están garantizadas por na­da intrínseco a la naturaleza de las causas o de los efectos. Por lo general alguna variante de la filosofía de Hume ha predominado entre los hombres de ciencia. Pero la fe cien­tífica se ha puesto a la altura de las circunstancias, y ha allanado tácitamente la montaña filosófica.

Ante tan extraña contradicción del pensamiento científico, es de primera importancia considerar los antecedentes de una fe inexorable a la aspiración hacia un racionalismo coherente. Tenemos que rastrear, pues, el nacimiento de la fe instintiva en que existe un orden de la naturaleza que se puede descubrir en cualquier suceso particular.

Naturalmente todos participamos en tal fe, y creemos por eso que la causa de la fe es nuestra aprehensión de su verdad. Pero la formación de una idea general -tal como la idea del orden de la naturaleza- y la concepción de su importancia y la observación de cómo se ejemplifica en diversas ocasiones, no son en modo alguno consecuencias necesarias de la verdad de la idea en cuestión. Suceden he­chos familiares y la humanidad no se preocupa de ellos. Se requiere una mentalidad muy poco común para emprender el análisis de lo obvio. De ahí que quiero considerar las etapas en las cuales se hizo eA1Jlícito este análisis hasta imprimirse por último indeleblemente en todo espíritu edu­cado de la Europa occidental.

Es evidente que los principales hechos de la vida se re­piten con harta insistencia como para que deje de notar­los el hombre menos racional; aun antes del despuntar de la razón quedaron grabados en los instintos de los ani­males. N o es necesario estudiar en detalle la circunstancia de que, a grandes rasgos, c:ertos hechos generales de la naturaleza se repiten, y de que nuestra misma naturaleza se ha adaptado a tales repeticiones.

Pero existe un hecho complementario, igualmente verda­dero e igualmente evidente : en realidad, nada se repite ja­más en su exacto detalle. No hay dos días ni dos inviernos idénticos. Lo desaparecido desaparece para siempre. De ahí que la filosofía práctica de la humanidad ha consistido en esperar las grandes repeticiones y en aceptar los detalles,

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. d 1

eno inescrutable de las cosas, más como SI emanaran

le

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, El hombre espera que el sol allá del camp

e�o d!l �·i����n�opla donde se le a�toja.

se levante, P 1 . if · 'n crriega clásica en acle-

Cierto es qu� desde a ClV l:a:�o �pos de hombres que lante han existido hombres y g . , d un irraciona-. d , Pá de la aceptacwn e se han

, Sl�Ua o mas a

hl

b . han tratado de explicar to-lismo ultimo. Estos oro res

de un orden de cosas dos los fenómenos como el resulta

Gdo . o Aristóteles . d da detalle emos coro '

que se extien e a ca B � debieron nacer con la

o Arquímedes o Roger . at�1ica que sostiene instintiva­

mentalidad enteramente cien l d y pequeñas pueden

mente que todas las cosas gran es. . . generales reí­concebirse como ejemplos de los prmciplOs

nantes en �odo el. ord�n fa��:ld Media el público gener�l Pero hasca el fmal e a . . , , tima y ese interés mi­

educado no sin�ió esa conviccw:t�n de ue condujera a un

nucioso en tal Idea hasta el bu l q

capacidad v opor­contingente continuo de hom

t res c�:a

abusca coordinada y

tunidad adecuada.s �a:a m�n e?�r ente 0 bien du­

descubrir esos prmcipiOs hipotetico�. �� g bien dudaba

daba de la existencia de tales prmciplOs o . t resaba en de la probabilidad de encony�·los, 0 . n�;r�::ci: práctica pensar en ellos, o no

l recor a

a� ��r�fuese la razón, la una vez que los hal,aba. Cu q

t las oportunida-f , fl . . t nemas en cuen a

búsqueda u e oJa; �� e. , la loncritud del tiempo en des de una alta cl

,Vl lzacwn

! 1 "o d repente en los

cuestión. ¿Por que se ap�eto � t��od 1V1edia se presenta

siglos XVI y xvrr? � termma_rn:ención estimuló el pensa­

una nueYa mentalidad. La 1 1 · ' física los . t avivó la especu acwn '

miento, el pensamlen o 1 habían descubierto manuscritos griegos revelaron o que

l � I�oo Europa . p , lt" aunque en e ano o los antwuos. or u liDO, · , el Q}� antes "' Ar , edes que muna en ,.. sabía menos que qmm

1 '� 11"'!00 estaban escritos los de Cristo, con todo, en e 1 ano

d'

había recorrido buen Principia de N ewton, y e m un o trecho ha�ia. la époc� m�d:�na .. ones durante las cuales el

Han eXIstido gran es . ClVl zaci . . ha aparecido sólo equilibrio mental requendo ��r lt cien�m

débiles resultados. por momentos y ha producl o os mas

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Por ejemplo, cuanto más conocemos del arte chino, de la literatura china y de la filosofía práctica china, más admi­ramos las cumbres a que llegó esta civilización. Durante miles de años hubo en China hombres agudos y doctos que consagraron pacientemente sus vidas al estudio. Si tenemos en cuenta el tiempo y la población, China forma el más grande volumen de civilización que ha visto el mundo. No hay motivo para dudar de la capacidad intrínseca individual de los chinos para la investigación científica. Y sin embar­go la ciencia china es prácticamente despreciable. No hay motivo para creer que la China abandonada a sí misma, hubiera producido jamás ningún progreso científico. Lo mismo puede decirse de la India. Además, si los persas hu­bieran esclavizado a los griegos, no existe causa definida para presumir que la ciencia hubiera florecido en Europa. Los romanos no demostraron especial originalidad en ese terreno. Aun así, los griegos, aunque fundaron el movi­miento, no lo sostuvieron con el concentrado interés que ha demostrado Europa. No aludo a las últimas generaciones de los pueblos europeos a ambos lados del océano; entiendo la Europa menor de la época de la Reforma, desgarrada y todo por las guerras y las disputas religiosas. Consideremos el mundo mediterráneo oriental, desde Sicilia hasta el Asia Menor, durante el período de unos 1400 años que va desde la muerte de Arquímedes hasta la invasión de los tártaros. Hubo guerras y revoluciones y grandes cambios de religión: pero no mucho más graves que las guerras que en los si­glos XVI y XVII asolaron toda Europa. Había una civiliza­ción grande y rica, pagana, cristiana y mahometana. En ese período mucho se agregó a la ciencia. Pero en conjunto el progreso fué lento y vacilante; y, excepto en matemáti­cas, los hombres del Renacimiento partieron prácticamente de la posición que había alcanzado Arquímedes. Se realizó algún progreso en medicina y en astronomía. Pero el avan­ce total fué muy pequeño comparado con el éxito maravi­lloso del siglo XVII. Compárese por ejemplo el progreso del conocimiento científico desde el año 1560, inmediata­mente antes del nacimiento de G alileo y de Kepler, hasta el año 1700, cuando N ewton estaba en la cumbre de su

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j

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1 · d nticruo va mencionado, fama, con el progreso en e

, peno o a " .;

exacbmcnte diez veces mas largo. G . ·No

, obstante G recia fué la madre de Europa, Y a. rec

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tenemos.

que ;,olver la mirada para hallar el o;Ige�ár

� nue�tras ideas modernas. Todos sabemos que en as

::. , . . t' l del !\,,.. cditerráneo hubo una escuela muy crenes onen .t es �a.. · d 1 floreciente de filósofos jonios, profundamente mter�:.� o� e: teorías sobre la naturaleza. Sus idea? se han tr�sml �

eo A�s=

ta nosotros, enriquecidas por el gemo de Platon y �ión tÚeles. Pero, con excepción de Arist�teles (y la ?x��p

d no es pequeña) esa escuela de pensamiento ll;O �abm ega

er�

a la mentalidad científica compl<;t�. E� .clerto ,ID:

odo Los

superior. El genio griego era fllosofico, lucid� y logico .. hombres de ese grupo planteaban ante todo mter:o�a�f��� f.l ·�· s •Qué es el substrato de la naturaleza. cE

d 1 oso1Ica . e

. . , d d d ellos o e

cro tierr3. agua, alguna combmacwn e os � , ma�e b ' . ' • f} , d n'bl a nmcrun L -l S '-r"s' •O es un simple mr no re u�I e " , . o L � • e · t b extrao,·cn-rial estático? Las matemáticas les m er�sa an �

i-. te Hallaron su generalidad, analizaron sus prem nanamen . . . d t mas me-sas e hicieron notables descubnmientos e ec;;e

f '

S dia�te una rígida adhesión al raz?n.amiento ��d

u� !';�día� mente estaba impregnada de una. a':I�a gen�ra I a .

artir de ideas claras y audaces y un racwcmio es�ncto a p

traba. o ellas Todo lo cual era excelente; era gemal; era el

d J

· · · 1 enten emos preparatorio ideal. Pero no era c��ncra co�o a

era todavía hoy. La paciencia de la .observacwn m�nu a �o

no era tan ni con mucho tan pronunente. �1 gemo de e el os 1 . a ina­apto para el estado de expectativa confus� e � Im g

�ión qne precede a la generaFzación inductiva eficaz. Eran

pensadores lúcidos y razona�ores audaces. . 1' . por Claro es que huho excepciOnes, Y ele pnm;ra mea.

�b CJ. emplo Aristóteles y Arquímedes. Como e]e�plo de p -

.; . t b' 'n a los astronomos. o-servacion paclente tenemos aro �e. 11 es-seían lucidez matemática a proposito de las est

brel

ads y

pla ' - b d numera e e ' -taban fascinados por la pequena an a

netas fugitivos. , f d de Toda filosofía está matizada por algun secreto on o

im·lo·inación que nunca emerge e}..'})lícitamente en sus ca­

de��s de razonamiento. La visión griega de la naturaleza,

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por lo menos esa cosmología que trasmitieron a edades pos­teriores, era esencialmente dramática. No por eso es nece­sariamente errónea, pero su dramatismo era excesivo. Con­cibió, así, la naturaleza articulada como una obra de arte dramático para ejemplificar ideas generales convergentes a un fin. Diferenció la naturaleza para proporcionar a cada cosa su fin adecuado. El centro del universo existía como fin del movimiento para las cosas pesadas, y las esferas ce­lestes, como fin del movimiento para las cosas cuya natu­raleza las lleva hacia arriba. Las esferas celestes existían para las cosas impasibles e ingenerables, las regiones infe­riores, para las cosas pasibles y generables. La naturaleza era un drama en el cual cada cosa desempeñaba su papel.

No digo que Aristóteles se hubiese adherido a esta con­cepción sin rigurosas reservas, sin reservas análogas, a de­cir verdad, a las que nosotros mismos haríamos. Pero tal fué la concepción que el pensamiento griego posterior extra­jo de Aristóteles y legó a la Edad Media. El efecto de ese escenario imaginativo de la naturaleza consistió en sofocar el espíritu histórico, pues, siendo el fin lo que parecía acla­rarlo todo, ¿para qué inquietarse por el comienzo? La Re­forma y el movimiento científico fueron dos aspectos de la rebelión histórica que constituyó el movimiento intelectual dominante del tardío Renacimiento. El llamado a los oríge­nes del cristianismo, y el llamado de Francis Bacon a las causas eficientes contra las causas finales fueron dos aspec­tos de una misma corriente de pensamiento. También por esta .razón G alileo y sus adversarios estaban en pugna irre­mediable, como se puede ver en su Diálogo de los áos má­rimos si.stema.s á el universo.

G alileo porfía a más y mejor sobre cómo suceden las cosas, mientras sus adversarios tenían una teoría completa acer­ca de por qué suceden. Desgraciadamente las dos teorías no producían los mismos resultados. G alileo insiste en "he­chos irreducibles y obstinados", y Simplicio, su contrin­cante, presen

,ta r�zones completamente satisfactorias, por lo

menos para el mismo. Es grave error concebir esa rebelión histórica como un llamado a la razón. Por el contrario, fué de todo punto un movimiento antiintelectualista. Fué el

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Page 9: Whitehead Alfred La Ciencia y El Mundo Moderno

torno a la contemplación de los hechos brutos, y se basó re

t' . da desde el racionalismo inflexible del pens�­.en una re na . · , h go mas miento medieval. Al sentar esta afrrn;aclOn

lno \idarios

que resumir lo que declaraban en esa epo:a os pa� de la del antiguo régimen. Por ejemplo, en el hbro c�ar o

on­HistoTia del Concilio de TTento del P. Pablo Sarpi,

. s�

d�n� el trará que en 1551 los legados del Papa que presi la

Concilio, ordenaron:

· · la SaO"ra-Que los teólogos debían confirmar s�s opllllones co�

li s sa7rra-da Escritura, las tradiciones _de �os Aposto�e�! J��e�o��l

l�s Sa�tos dos y aprobados, y las conshtuci?nes y a� on� rfluas e inúti­Padres; que debían ser breves, entar cuestlOne:r

s��e a los teólogos

les y disputas perversas. . . Esa orden no a" a condena

it;lianos, q�ienes dijeron 1 qu� era o fn\��:.ef:���nu�: todas las de la teologia de las escue as, a �uu e�tido proceder como Santo dificultades; y que por ella no era per

t . Tomás, San Buenaventura y otros famosos doc Oies.

Es imposible no simpatiza� con �stos. teói?go� �:!::r�=� ���o�;���í:r !����sfos

p=����o��- ���o;;o�s��ntes esi�� ban en franca rebelión contra ellos. El Papa � �o . apo:r.ó, y los

-obispos

fdel Conc�lio a��i�o��a�a e�I:: :�t��·i���

quiera. Pues pocas rases mas J leemos:

. , d 1 D eto poco les valió, Aunque muchos se queJaron aqm

de. ��: obispos) deseaban

P�:·q::nt�e��:t����elo:n �:�:�o�e:nt:l�;ible:, no a�strusamente,

�:m� en el caso de la Justificación y otros ya tratado�.

. . t d ' Cuando empleaban la · Pobres medievalistas re rasa o:o. d 1 1 • • • l' 'bl ra los poderosos e a

razón no eran, siq:uera mte Igi es Je

a los hechos obstinados

época. Pasaran siglos an�es de q to el péndulo oscila

sean reducibles por la razon, y entre tan't do hi�tórico

lPnta v I)esadamente 9.1 extremo del me o . , � .t· 1' -- ·· d , d los teoloO'OS 1 a Ia

Cuarenta �' tres aüos espues e,.q�e

R. h d Hooker en nos hubieron redactado este memon�,

' . rc ar 1 exa�ta­

sus famosas Leyes de gobicmo ecleswstlCo, formu a

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mente la misma queja acerca de sus adversarios puritanos 1• El pensamiento equilibrado de Hooker -del cual deriva la apelación de "el juicioso Hooker"- y su estilo difuso hacen sus escritos singularmente inadecuados para ser resumidos con una cita breve y oportuna. Pero en la sección indicada enrostra a sus contrincantes su meno�recio de. la razón,· y en apoyo de su propia actitud se refiere decididamente al "más grande de los teólogos escolásticos", designación con la cual presumo que se refiere a Santo Tomás de Aquino.

El Gobiemo eclesirúltico de Hooker se publicó inmediata­mente antes del Concilio de Trento de Sarpi. Las dos obras fueron, pues, completamente independientes una de la otra. Pero tanto los teólogos italianos de 1551 como Hooker al fi­nal del mismo siglo dan testimonio de la tendencia antirra­cionalista de sus tiempos, y en ese sentido oponen su pro­pia época a la de la escolástica.

La reacción fué sin duda un correctivo muy necesario del imprudente racionalismo de la Edad Media. Pero las reac­ciones se van a los extremos. Por eso, aunque un resultado de tal reacción fué el nacimiento de la ciencia moderna, de­bemos recordar con todo, que la ciencia heredó así la ten­dencia de pensamiento a la cual debe su origen.

El efecto del drama griego fué múltiple en cuanto a las distintas formas en que afectó indirectamente el pensamien­to medieval. Los apóstoles de la imaginación científica tal como existe hoy día son los grandes trágicos de la antigua Atenas, Esquilo, Sófocles y Eurípides. Su visión del desti­no, que, inexorable e indiferente, impulsa un acontecimien­to trágico a su inevitable desenlace, es la visión propia de la ciencia. El destino de la tragedia griega se convierte en el orden natural del pensamiento moderno. El interés ab­sorbente por acontecimientos heroicos particulares, como ejemplo y verificación del funcionamiento del destino, rea­parece en nuestra época como concentración de interés en los experimentos cruciales. Tuve la suerte de presenciar la reunión de la Royal Society de Londres, cuando el astróno­mo real de Inglaterra anunció que las placas fotográficas del

1 Cf. Libro III, sección VIII.

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famoso eclipse, según la medición �e. sus colegas d.el �bser­vatorio de G reenwich, habían verificado la predlCcion de Einstein de que los rayos luminosos se e�curvan a� pasar por la proximidad del sol. Toda la at�osfera de mte�so interés era exactamente la del drama gnego: nosotros era­mos el coro que comentaba el dictado del destino, tal co�o se revelaba en el desarrollo de un incidente supremo. Ha�Ia calidad dramática hasta en la escenografía: el ceremomal acostumbrado, y en el fondo el retrato de � e-:ton, �ara recordarnos que la más grande de las generalizaciOnes .cien­tíficas había de recibir ahora, después de más de dos siglos, su primera modificación. No faltaba tampoco interés pe;r­sonal: una gran aventura de pensamiento llegaba al fm salva a puerto. .

Permítaseme recordar aquí que la esen:cia de la tra�edra no es el infol'tunio. Estriba en la solemmdad del funcio�a­miento inexorable de las cosas. La inevitabilidad del de�tmo sólo puede ilustrarse en términos. de �ida �umana �edmn:e acontecimientos que de hecho Implican mfortumo .

.... �uvs

sólo por ellos el drama puede hacer evidente la fuLihdad de toda huída. Esa inevitabilidad inexorable penetra el pensamiento científico. Las leyes de la física son los dicta-dos del destino.

La concepción del orden moral en la tragedia griega �� fué por cierto descubrimiento de los dramaturgos. Debw pasar del pensamiento general serio

, de. la época.� la tra­

dición literaria. Pero al hallar su esplendida expreswn, ahon­dó la corriente de pensamiento de donde sm;gió . . El :.

spec­táculo del orden moral quedó grabado en la Imagmacwn de la civilización clásica. .

Vinieron los tiempos de la decadencia de es�, gra� socie­

dad; Europa pasó a la Edad Media. DesapareciO la mfluen­cia directa de la literatura griega. Pero el concepto de orden moral y de orden de la naturaleza quedó preservado �ent�o de la filosofía estoica. Por ejemplo, Lecky en su Hígtorza

de la moral europea dice: "Séneca sostiene que Dios ha determinado todas las cosas por una inexorable ley del destino que Él ha dictado, pero a la cual Él misn:o o�e­dece." Pero la forma más efectiva en que los estOicos m-

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fluyeron sobre la mentalidad de la Edad Media fué el sentido. difuso de orden que surgía del derecho romano. Para c1tar nuevamente a Lecky: "La legislación romana era �oblemente hija de la filosofía. En primer lugar se formo de ac.uerdo :on el mode

,l� filosófico, pues, en lugar

d.e ser �n simple sistema . empmco ajustado a las exigen­cias existentes de la sociedad, establecía principios abs­tractos de derecho a los cuales trataba de conformarse · y en segundo lugar, dichos principios estaban directam�nt� tomados . d;l estoicismo." � pesar de la anarquía que de he;ho remo en �randes re�wnes de Europa después de la cmda del ImperiO, el sentido de orden legal estuvo siem­P!'e pl.lesente er; los recuerdos tradicionales de las pobla­c:ones que hab1an formado parte de Roma. La Icrlesia de Occidente, además, se mantenía como la encarnación viva de las tradiciones del gobierno imperial. . �� imP,ortan�e observar que la huella legal grabada en la

c1vihzacwn de la Edad J.Yledia no revistió la forma de unos cuantos sabios preceptos reguladores de la conducta. Fué la conc�pción de un definido sistema articulado que define la legalidad de la estructura detallada del organismo social y de la forma detallada en que debe funcionar. No había nada vago. No se trataba de máximas admirables sino de un procedimiento definido para poner las cosas en

'su orden y

:n:an��nerlas .así. La Edad Media constituyó una larga ejer­citacwn del mtelecto de la Europa occidental en el sentido del orden. Hubo quizá cierta deficiencia en cuanto a la prá;tica. Pero ni por un momento la idea perdió su vigor. Fue ante todo una época de pensamiento ordenado com­plet�mente raci�:malista. La anarquía misma aguz�ba el sentido d� un Sistema coherente, de la misma manera que �a anarqma de la Europa moderna ha estimulado la visión mtelectual de una Liga de las Naciones.

Pero para la ciencia se precisa algo más que un sentido general del o�den de

, las cosas; �o se necesita más que una

frase para senalar como el habito de pensamiento definido Y ex��to se imJ?l�ntó en la mente europea gracias al largo dommw de la log1ca y la teología escolásticas. El hábito se mantuvo 'después que la filosofía fué repudiada: el pre-

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cioso hábito de buscar un punto exacto y asirse a él, una

vez hallado. G alileo debe a Aristóteles más de lo que aso­

ma a la superficie de sus Diálogos: le debe su claro enten·

dimiento y su espíritu analítico. , No creo, sin embargo, haber destacado todavia �� con-

tribución más grande del medievalismo a la formacwn del

movimiento científico. :Me refiero a la fe inexpugnable en

que cada hecho particular puede relaci?D:arse �on s�� an­

tecedentes en forma perfectamente defimda, eJemplifiCan­

do los principios generales. Sin esa fe, las increíbles faenas

de los hombres de ciencia no tendrían esperanza. �sa �on­

vicción instintiva, vívidamente presente ante la .Im.�gma­

ción es la fuerza motriz de la búsqueda, la conviCSion de

que 'hay un secreto y que es posible descubrirlo .. ¿�omo ha

llegado a implantarse con tal fuerza esta conviCCIOn en el

espíritu europeo? . . Si comparamos ese tipo de pensamie.n�� de. Europa con

la actitud que han observado otras ciVihzacwnes cua.ndo

han sido abandonadas a sí mismas, parece que su .origen

tiene una sola fuente. Debe provenir de la insistencia me­

dieval en el racionalismo de Dios, concebido con la. ener­

aía personal de Jehová y con el racionalismo de un fllós�fo

�riego. Cada detalle estaba vigilado y ?rdeñado: la m­

vestigación de la naturaleza sólo podía Ir a parar en la

justificación de la fe en el racionalismo. Téngas.e -r::r�sente

que no hablo del credo ex-r::lícit? ?: algunos �n.�lVlduos.

]\;fe refiero a la marca que ImprimlO en el espunu euro­

peo la fe incontestada de varios siglos. Entie�do con ello

el tipo instintivo de pensamiento y no un simple credo

verbal. . . Asia concibió a Dios como un ser o demasiado . arbitrariO

o demasiado impersonal para que tales ideas ejercieran gr�n

efecto en los hábitos instintivos de . la mente. ,

Cual�mer

hecho determinado podía deberse al fzat de un despota ;rra­

cional. o podía surgir de algún origen impersona.l e �nes­

crutal;le. No existía la confianza que inspira el racwna�rsmo

inteligente de un ser personal. No argüiré que la confra?-za

de Europa en la escrutabilidad de la n�turaleza. estab� JUS­

tificada lógicamente hasta por su propia teologra. l'ill pro-

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blema es en�e�?er cómo su:gw: Mi explicación es que la fe en la posibilidad de la ciencia, engendrada con anterio­ridad a la teoría científica moderna, es un derivado incons­ciente de la teología medieval.

Pero la ciencia no es simplemente el resultado de fe ins­tintiva. Requiere también un interés activo en los hechos sencillos de la vida, por ellos mismos.

La limitación "por ellos mismos" es importante. La pri­mera fase de la Edad Media fué una. edad de simbolismo de amplias ideas y de técnica primitiva. Poco había ou� hacer con la naturaleza como no fuera. extraer penosame;te de ella los medios de vida. Quedaban por explorar los rei­nos del pensamient0, los reinos de la filosofía y de la teo­logía.. El arte primitivo podía simbolizar las ideas que llenaban todas las mentes reflexivas. La primera fase del arte .medi�val �ose� un hechizo obsesivo sin par; realza su propia cahdad mtrmseca el hecho de que su mensaje que ten�ía :nás allá .d� la propia j';lstific�ción del arte po� sus re�.rzacwnes estetlcas, era el simbolismo de las cosas que existen tras la naturaleza. En esta fase simbólica. el arte medieval se ejerció en la naturaleza como en su medio, pero apuntaba a otro mundo.

Para comprender el contraste entre los primeros tiempos d.e la

, �dad Me�ia y la atmósfera que requiere la actividad

cienhfiCa, debenamos comparar el sialo vr y el sialo xvr en Italia. En ambos siglos el genio itali�no echaba l�s cimien­tos de una nueva era. La historia de los tres siglos que :precede� el primer período, a pesar de la promesa del futuro mtroducida por el nacimiento del cristianismo estaba abru­madoramente impregnada del sentido de la decadencia de la civilización. En cada generación se ha perdido algo. Cuando leemos los documentos nos acecha la sombra de la bar�ari� inminente. ��Y grandes hombres y admirables reahzacwnes en la accwn y en el pensamiento. Pero su efecto total no es más que detener por un corto intervalo l� decadencia general. En lo que toca a Italia, durante el siglo sexto estamos en el extremo más bajo de la curva. Pero en ese siglo cada acción echa el cimiento para el tre­mendo surgir de la nueva civilización europea. En el fondo,

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- d

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el imperio bizantino, bajo el gobierno de _Justinia;no, deter� minó en tres formas el carácter de los primeros �1empos d la Edad Media en la Europa occidental. En pnme� lugar, sus ejércitos, al mando de Belisario y Narses, despeJ�r�� a Italia de la dominación gótica. De �sa mane�a c¿.ue�o h re el tablado para el ejercicio del antiguo gemo I�a.hano en crear orrranizaciones protectoras de ideales de activid�d cul­tural rls imposible no simpatizar con los godos: sm em­barg� �o puede dudarse de que mil años de papado fueron i;finitamente más vali?sos pa�a Europa qu� todo; �os �fe: tos que hubieran podido denvar de un remo gobco establecido en Italia.

En segundo lugar, la codificación del ?e;echo roman? es­tableció el ideal de legalidad que dommo el pensamiento s�ciológico de Europa dura.nte los sii?los siguientes. L� �<;Y es a la vez una maquinaria de gobierno � .una condiCifn que restringe el gobierno. El derecho canomco ?e _ la Ig ;­sia y el derecho civil del Estado deben a los Juristas e J ustiniano la influencia que tuvieron en el desar�ollo de Europa. Establecieron en el espíritu occidental el 1deaá de que una autoridad debía ser a. la .vez legal .Y mantene

_or�

de la ley y debía mostrar en si misma �n sistema de _orga nización razonablemente montado. El s1glo v� en �tah?' re­veló por primera vez cómo el contac�o con el Impeno bizan­tino favoreció la impresión de esas Ideas.

1 En tercer lugar, en las esferas no pol�ticas del arte :, � saber, Constantinopla presentaba un n�v�l d�. ob�a r._"'h­zada que en parte por el impulso de la Imltacio? directa, Y en parte' por la inspiración indirecta que surgJa de� mero conocimiento de la existencia de tales hechos, actuo en la cultura de Occidente como un estímulo perpetuo. _La .s�­biduría de los bizantinos tal como existía en la imagma�Ion de la primera fase de la ment�li�ad mcd!eval; Y �� sabidu­ría de los egipcios tal como ex1sba en la Ima�macwn de �o� griegos primitivos, desempeñaron papeles. an�logos. Pro �. blemente el conocimiento real de esas sab1dunas se extendw en uno y otro caso a cuanto convenía a los pueblos r;cep­tores. Conocían lo suficiente como para conocer a que cla­se de nivel se puede llegar, pero no lo bastante como para

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sentirse maniatados por modos de pensar estáticos y tradi­cionales. Por eso, ambos pueblos adelantaron por su propia cuenta y aventajaron a sus modelos. Ninguna explicación del nacimiento de la mentalidad científica europea puede dejar de notar la influencia de fondo de la civilización bi­zantina. En el siglo vr se produce una crisis en la historia de las relaciones entre Bizancio y el Occidente; debe compa­rarse esa crisis con la influencia de la literatura griega en el pensamiento europeo durante los siglos xv y xvr. Los dos hombres sobresalientes que en la Italia del siglo VI echaron los cimientos del futuro fueron San Benito y San Gregorio :Magno: teniéndolos en cuenta podemos ver de inmediato que el acceso a la mentalidad científica a que habían llega­do los griegos estaba completamente en ruinas. Estamos en el cero grado de la temperatura científica. Pero la obra de toda la vida de San Gregorio lVIagno y de San Benito apor­tó elementos para la reconstrucción de Europa, los cuales determinaron que la reconstrucción, en el momento de lle­varse a cabo, incluyera una mentalidad científica más efec­tiva que la del mundo antiguo. Los griegos eran demasiado teóricos. Para ellos, la ciencia era una rama de la filosofía. San Gregorio Magno y San Benito eran hombres prácticos, que percibían bien la importancia de las cosas corrientes: y combinaron el temperamento práctico con sus actividades religiosas y culturales. Debemos en especial a San Benito el que los monasterios fueran hogares de agricultores prác­ticos, así como hogares de santos, artistas y sabios. La alianza de la ciencia y de la técnica, mediante la cual el saber se mantiene en contacto con los hechos irreducibles y obstinados, debe mucho a la tendencia práctica de los pri­meros benedictinos. La ciencia moderna deriva de Roma tanto como de Grecia, y esa herencia romana explica su adelanto en una energía de pensamiento que se mantiene en contacto inmediato con el mundo de los hechos.

Pero la influencia de ese contacto entre los monasterios y los hechos de la naturaleza se mostró primero en el arte. El surgir del naturalismo al final de la Edad Media fué para la mentalidad europea la entrada del último ingrediente ne­cesario para que surgiera la ciencia. Fué el surgir del inte-

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rés en objetos naturales y en acontecimientos naturales, por eHos mismos. El follaje natural de una comarca :fué escul­pido en lugares apartados de los edificios tardíos, simple­mente para demostrar el placer en esos objetos familiares. La atmósfera entera de cada arte demostraba cierta alegría directa en aprehender las cosas que nos rodean. Los artífi­ces que ejecutaron la escultura decorativa de los últimos tiempos de la Edad Media, Giotto, Chaucer, Wordsworth, Walt Whitman y, en la actualidad, el poeta de Nueva In­glaterra Robert Frost, están todos emparentados en este sentido. Los simples hechos inmediatos son los temas de interés, y reaparecen en el pensamiento de la ciencia como los "hechos irreducibles y obstinados".

El espíritu de Europa estaba preparado ahora para su nueva aventura de pensamiento. Es innecesario contar en detalle los diversos incidentes que señalaron el nacimiento de la ciencia: el crecimiento de la riqueza y del tiempo dis­ponible; la expansión de las universidades; la invención de la imprenta; la toma de Consta.ntinopla; Copérnico; Vasc? de Gama; Colón; el telescopio. El suelo, el clima, las semi­llas existían; crecían los bosques. La ciencia no se ha des­embarazado nunca de la huella de su origen, cuando la histórica rebelión del Renacimiento tardío. Continuó siendo ante todo un movimiento antirracionalista basado en una fe ingenua. Todo el raciocinio que ha necesitado lo ha to­mado de las matemáticas, una reliquia sobreviviente del racionalismo griego, que sigue el método deductivo. La ciencia rechaza a la filosofía. En otras palabras, nunca ha cuidado de justificar su fe o de explicar su sentido, y ha permanecido blandamente indiferente a su refutación, obra de Hume.

Claro es que la histórica rebelión estaba enteramente justificada. Era deseada. Era una necesidad absoluta para el espíritu sano. El mundo necesitaba siglos de contempla­ción de los hechos irreducibles y obstinados. Es difícil para el hombre hacer muchas cosas a un tiempo, Y e3- e.so se vió después de la orgía racionalista de la Edad 1\ledm. Era una reacción muy juiciosa; pero no era una protesta en apoyo de la razón.

so

J!ay no obstante, u� castigo drvino que acecha a los que deliberadamente esqmvan las sendas del conocimiento. El clamor de Oliver Cromwell resuena a través de las edades: "Hermanos míos, os lo suplico por las entrañas de Cristo pensad que podéis estar equivocados."

'

. El progreso de la ciencia ha llegado a un momento cru­cml. . Las bases estables de la física se han debilitado: tambrén por primera vez la fisiología se yergue como un cuerpo real de conocimiento y no como un montón de so­bras. Las antiguas ·bases del pensamiento científico se están . volviendo i�intelig�bles. El tiempo, el espacio, la materia, lo matenal, el eter, la electricidad mecanicismo organismo, configuración, estructura, modelo: función tod� r��uiere rei��erpretación. ¿Para qué hablar de una e�lica­cwn mecamcista cuando no sabemos qué es lo que se en­tiende por mecánica?

La verdad es que la ciencia comenzó su carrera moderna apropiándose ideas derivadas del lado más débil de las f�Iosofías de l�s sucesores de Aristóteles. En algunos sen­tidos. la elecciÓn fué feliz. Permitió que el conocimiento del siglo xvrr, en cuanto a física y química, pudiera formu­larse del modo completo que perduró hasta nuestros días. Per� e.I progreso de la biología y de la psicología quedó repnmido por la aceptación nada crítica de afirmaciones no del todo verídicas. Si la ciencia no ha de deO'enerar en u�� mescolanza de hipótesis ad hoc, debe vol�erse filo­s?nca Y debe emprender una crítica completa de sus pro­pias bases.

En las conferencias siguientes de este curso rastrearé los éxit�s . Y los fracasos de las determinadas concepciones cos­mologicas c�n .las cu�les se ha rev.estido el intelecto europeo en l?s._

tres ulbmos siglos. Los chmas generales de opinión persrs�en durante peyíodos de unas dos o tres generaciones, e: ,decrr, durante peno�os de sesenta a cien años. Hay tam­bien ond�s. de pensamiento más cortas que se mueven en la superficie del movimiento periódico. Por consiO'uiente h��aremos en la visión europea transformaciones ;ue mo� drfiCan lentamente los siglos siguientes. No obstante a través de todo el período persiste la cosmología cientffica

Sl

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fija que presupone como hecho último una :t;nateria pri�a irreducible o material, extendida en el espacro en un fluJO de conficru�·aciones, En sí mismo semejante material carece de sensibilidad, de valor y de finalidad. Hace simplemente lo que hace, siguiendo una rutina fija impuesta por rela­ciones externas que no brotan de la naturaleza de su ser. Llamo a esta presuposición "materialismo científico'.'· Es una presuposición que rechazaré por ser enteramente made­cuada para la situación científica a que hemos llegad� ahora. No es errónea, si se interpreta correctamente. Sr nos limitamos a ciertos tipos de hechos, abstraídos d� .l�s circunstancias completas en que ocurren, la presuposrcwn materialista los expresa a la perfección. Pero cuand? pas�­mos más allá de la abstracción, ya por un uso mas sutrl de nuestros sentidos, ya en demanda de significado Y de coherencia de pensamiento, el esquema se hace pedazos de inmediato. La estrecha eficacia del esquema era cabalmente la causa de su extraordinario éxito metodológico. Porque dirigió la atención hacia los grupos de hechos que . en el estado de conocimiento que existía entonces, necesrtaban investigación. . El éxito del esquema ha afectado adversamente !�s dr.ve:;­sas corrientes del pensamiento europeo. La rebelron hrsto­rica fué antirracionalista porque el racionalismo de los esco­lásticos requería una rigurosa corrección mediante el contacto de los hechos brutos. Pero la renovación de la filosofía en las manos de Descartes y de sus sucesores estuvo completamente configurada en su desarrollo . por acept�r la cosmolocría científica al pie de la letra. El éxrto de sus rdeas últimas "confirmó a los hombres de ciencia en su negativa a modificarlas de resultas de investigar su racionalismo. Toda filosofía se veía obligada a engullirlas enteras. El ejemplo de la ciencia afectó también a otros dominios ?,el pensamiento. De este modo se ha exagerado la rebelron histórica hasta llegar a excluir la filosofía de su papel pro­pio: el de armonizar las diversas abstracciones del pensa­miento metodológico. El pensamiento es abstracto; el. uso intolerante de abstracciones es el vicio máximo del mte­lecto, v-icio que no se corrige del todo con recurrir a la

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experiencia concreta. Porque, al fin de cuentas sólo ne­cesitamos atender a los aspectos de nuestra e�eriencia concreta que caen dentro de un limitado esquema. Hay dos métodos para purificar las ideas. Uno de ellos es la observación imparcial por medio de los sentidos del cuer­po. Pero observar es elegir. De ahí que sea difícil tras­cender un esquema de abstracción cuyo éxito es suficien­t�mente amplio. El otro método consiste en comparar los drversos esquemas de abstracción que están bien estable­cidos .-<;n nuestros distintos tipos de experiencia. Esa com­paracwn toma la forma de respuesta a las exigencias de los �eólogos italianos escolásticos que mencionaba Pablo Sarpr. Lo que ellos pedían era que se usara la razón. La fe en la razón es la confianza de que las naturalezas últi­mas de las cosas se hallan reunidas en una armonía que excluye _la pura y simple arbitrariedad. Es la fe de que en la rarz de las cosas no encontraremos caprichoso miste­rio Y nada más. La fe en el orden de la naturaleza que ha permitido el desarrollo de la ciencia es un ejemplo parti­cl!lar de una fe._má� , ho�da, ql!e no puede justificarse por nmguna generahzacwn mducbva. Brota del examen di­recto de la naturaleza de las cosas, tal como se revela en nue.stra propia experiencia presente e inmediata. No es posrble separarnos de nuestra propia sombra. Sentir esta fe es sa?er que al ser nosotros mismos somos más que nos­otros mrsmos; es saber que nuestra experiencia aun siendo confus� Y fragmentaria, sondea las ma;yores honduras de la realidad; es saber que los detalles separados, sólo para �ue sean ellos mismos, deben encontrarse dentro de un srstema de cosas; es saber que tal sistema incluye la ar­monía del racionalismo lógico, y la armonía de la reali­z�c.ión estética; es saber que, mientras la armonía de la logrca pende sobre el universo como una férrea necesidad la armoní� estética se le aparece como ideal vivo que mo� �ela el flm� general en su progreso discontinuo hacia más fmos y sutiles resuitados.

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CAPÍTULO II

LAS 1\IATEl\i.ÁTICAS COMO ELElVIENTO DE LA IDSTORIA DEL PENSAMIENTO

La ciencia de las matemáticas puras, en su desarrollo moderno puede afirmar que es la creación más original del espíritu humano. También la música puede _pretender 7ste título. Pero dejanao a un lado a todos los nvales, conside­raremos los fundamentos en los que las matemáticas pue­den auoyar su pretensión. La originalidad de las matemá­ticas �onsiste en que en la ciencia matemática se señalan conexiones entre las cosas que, aparte la acción de la razón humana, son extraordinariamente poco evidentes. Así, las ideas que se encuentran ahora en la mente de los ��temá­ticos contemporáneos, están muy lejos de toda noc;on q'-:e pueda derivar inmediatamente por percep?!ón de_ los senti­dos; a menos, por cierto, de ser percepcwn estimulada Y guiada por conocimiento matemático precedente. Esta es la tesis que paso a ilustrar.

Supóngase que proyectamos nuestra imaginación ;nuchos miles de años atrás y procuremos comprender la SIIJ?-Pl.eza mental que caracterizaba hasta los mayores entendimien­tos de esas sociedades primitivas. Ideas abstractas que para nosotros son inmediatamente evidentes sólo debieron ser para ellos materia de la más oscura aprehensión. Tome­mos, por ejemplo, el problema del número. Nosotros p�n­samos el número "cinco" como aplicable a grupos apropia­dos de entidades cualesquiera -aplicable a cinco peces, !l' cinco niños, a cinco manzanas, a cinco díaS--. Así, al consi-

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derar las relaciones del número "cinco" con el número "tres" pensamos en dos grupos de cosas: una con cinco miembros y la otra con tres. Pero nos abstraemos totalmente de toda consideración de entidades particulares y hasta de toda clase particular de entidades que entran a formar parte del conjunto de cada uno de los dos grupos. Pensamos sola­mente en las relaciones entre los dos grupos, que son com­pletamente independientes de las esencias individuales de cualquiera de los miembros de uno u otro grupo. Lo cual constituye una verdadera hazaña de abstracción: siglos de­bieron pasar antes de que el género humano se elevase a tamaña altura. Durante un largo período, se compararon sin duda los grupos de peces entre sí con respecto a su multiplicidad, y los grupos de días entre sí. Pero el primer hombre que notó la analogía entre un grupo de siete peces y un grupo de siete días marcó un adelanto notable en la historia del pensamiento. Fué el primer hombre que abrigó un concepto perteneciente a la ciencia de las matemáticas puras. En ese momento debió ser imposible para él adivinar la complejidad y la sutileza de esas ideas matemá­ticas abstractas que aguardaban descubrimiento. Ni pudo haber adivinado que esas nociones ejercerían amplio he­chizo en cada una de las generaciones venideras. Existe una tradición literaria equivocada que representa el amor a las matemáticas como una monomanía limitada a unos pocos excéntricos en cada generación. Sea como fuere, hubiera sido imposible anticipar el placer derivable de un tipo de pensamiento abstracto que no tenía contraparte en la socie­dad de entonces. En tercer lugar, el tremendo efecto futuro del conocimiento matemático sobre la vida del hombre, so­bre sus ocupaciones diarias, sobre sus pensamientos habi­tuales, sobre la organización de la sociedad, debió ocul­t�rse más toda vía a la previsión de esos pensadores primi­tivos. Aun hoy es muy vacilante la comprensión del ver­dadero lugar de las matemáticas como elemento de la his­toria del pensamiento. No llegaré a decir que trazar una historia del pensamiento sin estudio profundo de las ideas matemáticas de las épocas sucesivas es como omitir a Ham­let del drama que lleva su nombre. Sería pedir demasiado.

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�er? sin �uda es análogo a suprimir el papel de Ofelia. El s1mll es smgularmente exacto, porque Ofelia es enteramen­te esencial en el drama, es encantadora -y un poco loca-. Concedamos que el estudio de las matemáticas es una di­vina locura del espíritu humano, un refugio contra el aco­sar punzante de los hechos contingentes.

Cuando pensamos en las matemáticas, tenemos en la mente una ciencia dedicada a la investicración del número de la �ant�dad, de la geometría y, en los

"'tiempos modernos:

una ciencia ,que incluye también la investigación de los cm;ceptos mas abstractos todavía de orden, y de los tipos analogos de relaciones puramente lógicas. El toque de las matemáticas es que en ellas nos hemos desembarazado siempre de los casos particulares y aun de toda especie particular de entidad. De manera que, por ejemplo, no hay verdades matemáticas que se apliquen solamente a los peces o solamente a las piedras o solamente a los colo­res. J\1ientras nos ocupamos de matemáticas puras esta­mos en el reino de la abstracción completa y absoluta. Todo lo que afirmamos es que la razón insiste en admitir que _si determin�das entidades cualesquiera guardan de­termmadas relacwnes que satisfacen tales o cuales con­diciones puramente abstractas, deben guardar entonces otras relaciones que satisfagan otras condiciones puramen­te abstractas.

Pensamos que las matemátícas pertenecen a la esfera de la abstracción completa de todo caso particular del objeto de que se ocupa. Tal concepción de las matemáticas está tan lejos de ser evidente que podemos cerciorarnos fácil­:n:ente de que ni aun ahora la entiende la generalidad. Por eJemplo, se suele creer que la certeza de las matemáticas es una razón de la certeza de nuestro conocimiento creomé­trico .del espacio del universo físico. Lo cual es una ilusión que ha viciado mucho de la filosofía del pasado y algo de la del present�. El problema de la geometría es una prueba bastante convmcente. Hay ciertas series alternadas de con­diciones puramente abstractas posibles para la relación de grupos de entidades no especificadas, que llamaré condicio­nes geométrica�. Les doy este nombre a causa de su analo-

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gía general con las condiciones que creemos rigen con res­pecto a las relaciones geométricas particulares de las cosas que observamos en nuestra percepción directa de la natu­raleza. En lo que concierne a nuestras observaciones, no somos lo bastante esmerados para estar seguros de las con­diciones exactas que regulan las cosas con las que trope­zamos en la naturaleza. Pero mediante una leve extensión de hipótesis podemos identificar esas condiciones observadas con alguna serie de las condiciones geométricas puramente abstractas. Al proceder así, hacemos una determinación particular del grupo de entidades no especificadas que son las cosas relacionadas en la ciencia abstracta. En las mate­máticas puras de las relaciones geométricas decimos que si cualesquiera entidades de un grupo gozan de cualesquiera relaciones entre los miembros, que satisfacen esta serie de condiciones geométricas abstractas, entonces tales o cuales nuevas condiciones abstractas también deben regir en tales relaciones. Pero cuando llegamos al espacio físico, decimos que cierto grupo determinadamente observado de entidades físicas goza de ciertas relaciones determinadamente obser­vadas entre sus miembros, las cuales satisfacen la serie indi­cada de condiciones geométricas abstractas. Concluímos de ahí que las nuevas relaciones que, según inferíamos, re­gían en cualquier caso de este tipo, deben regir por consi­guiente en este caso panicular.

La certeza de las matemáticas depende de su completa generalidad abstracta. Pero no podemos estar seguros a priori de que tenemos razón en creer que las entidades ob­servadas en el universo concreto forman un ejemplo parti­cular de lo que cae bajo nuestro razonamiento general. Veamos otro ejemplo, tomado de la aritmética. Es una verdad abstracta general de las matemáticas puras que todo grupo de cuarenta entidades puede subdividirse en dos grupos de veinte entidades. Por consiguiente, es justificada nuestra conclusión de que un grupo particular de manzanas que, según creemos, contiene cuarenta miembros nuede subdividirse en dos grupos de manzanas, cada un� de los cuales contiene veinte miembros. Pero siempre queda la posibilidad de que hayamos contado mal el grupo grande;

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d� manera que, en la práctica, cuando llegamos a subdivi­dn·lo, hallaremos que uno de los dos montones tien� una manzana de más o de menos.

De ahí que, al criticar una argumentación basada en la aplicación . de las matemáticas a hechos concretos particula­res, hay siempre . tres procesos que debemos distinguir cla­ramente. En pnmer lugar, debemos examinar el razona­miento puramente matemático para cerciorarnos de que no contiene simples errores-faltas de lóGica accidentales debidas a una falla mental. Cualquier ':natemático sabe por triste experiencia que al comenzar a elaborar una cadena d.e razonamiento es muy fácil cometer un leve error que, sm embargo, tiene la mayor importancia. Pero cuando una página de matemáticas ha sido revisada y ha estado sometida durante algún tiempo al mundo de los expertos, la probabilidad de error accidental es casi despreciable. El proceso inmediato consiste en verificar todas las condicio­nes abstractas cuya validez hemos supuesto, o sea, es la determinación de las premisas abstractas de las cuales parte el razonamiento matemático, materia de considerable difi­cultad. En tiempos pasados se cometieron inadvertencias muy notables que fueron aceptadas por generaciones de los !nás grande� matemáticos. El principal peligro es el de la madvertenc1a, esto es, introducir tácitamente akuna condi-. ' o cwn . que nos resulta natural suponer, pero que de hecho no siempre es necesariamente válida. En esta materia hay otra inadvertencia opuesta que no causa error sino sola­men�e falta de simplificación. Es muy fácil pensar que se prec1sa postular un número de condiciones mayor que el verdadero. En otras palabras, podemos pensar que es ne­cesario algún postulado abstracto cuando en realidad lo podemos probar mediante los otros postulados que ;ya te­nemos entre manos. Los únicos efectos de este exceso de postulados abstractos consisten en disminuir nuestro pla­cer estético en el razonamiento matemático, y en darnos más trabajo cuando llegamos al tercer proceso de crítica.

El tercer proceso de crítica es la verificación de que nues­tros postulados abstractos son válidos en el caso particular en cuestión. Con respecto a este proceso de verificación

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para el caso particular es donde nacen todas las dificultades. En algunos casos sencillos, tales como el recuento de cua­renta manzanas, podemos con un poco de cuidado llegar a la certeza práctica. Pero en general, con ejemplos más com­plejos, nunca podemos alcanzar la certeza completa. Se han escrito miles y miles de libros sobre este tema. Es el cam­po de batalla de las filosofías rivales. Implica dos proble­mas distintos. Existen determinadas cosas particulares que hemos observado y debemos cerciorarnos de que las rela­ciones entre esas cosas obedecen de veras a determinadas y precisas condiciones abstractas. Hay aquí mucho lugar para el error. Los métodos científicos de observación exacta son todos recursos para limitar esas conclusiones erróneas que conciernen directamente a los hechos concretos. Pero surge otro problema. Las cosas directamente observadas son casi siempre nada más que muestras. Queremos llegar a la conclusión de que las condiciones abstractas, válidas para las muestras, también son válidas para todas las otras entidades que, por tal o cual razón, nos parecen pertenecer a la misma clase. Ese proceso de razonamiento de la muestra a la especie entera es la inducción. La teoría de la inducción es la desesperación de la filosofía y, no obstante, todas nuestras actividades se basan en ella. Como quiera que sea, al criticar una conclusión matemática sobre un hecho concreto particular, las verdaderas dificultades con­sisten en hallar los supuestos abstractos implícitos y en apreciar las pruebas en favor de su aplicabilidad al caso particular en cuestión.

Sucede muchas veces que al criticar un libro o un artículo erudito de matemáticas aplicadas, toda la dificultad está en el primer capítulo y hasta en la primera página. Por­que en el comienzo mismo es donde probablemente hallare­mos que el autor se equivoca en sus supu�stos. Además, la dificultad no está en lo que el autor dice sino en lo que no dice. Tampoco está en lo que sabe que ha admitido, sino en lo que ha admitido inconscientemente. No ponemos en duda la honradez del autor. Criticamos su perspicacia. Toda ge­neración critica los supuestos inconscientes admitidos por sus padres. Puede asentir a ellos, pero los trae a la luz.

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La historia del desarrollo de la lengua ilustra ese punto. Es una historia de análisis progresivo de las ideas. El latín y el griego eran lenguas de flexión, es decir, expresa­ban un complejo de ideas no analizado, mediante la simple modificación de una palabra; mientras en inglés, por ejem­plo, empleamos preposiciones y verbos auxiliares para traer a la luz todo el manojo de ideas implícitas. Para algunas formas de arte literario -aunque no siempre- la absor­ción compacta de ideas auxiliares dentro de la palabra prin­cipal, puede ser una ventaja. Pero en una lengua como la inglesa, hay una ganancia abrumadora en claridad. La ma­yor claridad no es sino la exhibición en forma más completa de las diversas abstracciones implícitas en la idea compleja que es el sentido de la frase.

Por comparación con la lengua, podemos ver ahora cuál es la� función de pensamiento que llevan a cabo las mate­máticas puras. Es una tentativa resuelta de lanzarse total­mente en dirección al análisis completo, de manera de se­parar los elementos pertenecientes a los simples hechos concretos, de las condiciones puramente abstractas a las cuales ejemplifican.

El hábito de tal análisis ilumina cada acto del funcio­namiento de la mente humana. Primeramente destaca, al aislarla, la apreciación estética directa del contenido de la experiencia. Esa apreciación directa importa la aprehen­sión de lo que la experiencia es en sí misma en su esencia particular y propia, incluyendo sus valores concretos inme­diatos. Es ésa una cuestión de experiencia directa que de­pende de la sutileza de los sentidos. Tenemos además la abstracción de las entidades particulares implícitas, consi­deradas en sí mismas y aparte la determinada ocasión de experiencia en que las aprehendemos entonces. Y por últi­mo tenemos la aprehensión de las condiciones absoluta­mente generales, satisfechas por las relaciones particulares de esas entidades en cuanto a aquella experiencia. Las con­diciones logran generalidad porque se las puede expresar sin referencia a las relaciones particulares o a esas cosas particulares relacionadas que acontecen en tal ocasión par­ticular de experiencia. Son condiciones que podrían ser

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válidas para una variedad infinita de otras ocasiones que implicaran otras entidades y otras relaciones entre ellas. Así, esas condiciones son perfectamente generales porque no se refieren a una ocasión particular, ni a entidades par­ticulares (como verde, azul, árboles) que entran en una cantidad de ocasiones, ni a relaciones particulares entre ta­les entidades.

No obstante, se ha de hacer una limitación a la generalidad de las matemáticas; es una restricción que se aplica igual­mente a todos los asertos generales. No puede formularse ningún aserto, salvo uno solo, con respecto a cualquier ocasión lejana que no entra en relación con la ocasión inme­diata de modo de formar un elemento constitutivo de la esencia de esa ocasión inmediata. Por "ocasión inmedia­ta" entiendo la ocasión que contiene como ingrediente el acto individual de juicio en cuestión. El único aserto ex­ceptuado es: si hay algo que no está en relación, nuestra ignorancia respecto de ese algo es completa. Por "igno­rancia" entiendo aquí 1"gnorancia; por eso no es posible aconsejar cómo esperarlo, ni cómo tratarlo en la "práctica" o de cualquier otra manera. O conocemos algo de la oca­sión lejana por conocimiento que es en sí mismo elemento de la ocasión inmediata, o no sabremos nada. De ahí que, todo el universo abierto para cada variedad de experien­cia, es un universo en el cual cada detalle entra en rela­ción propia con la ocasión inmediata. La generalidad de las matemáticas es la generalidad más completa compa­tible con la comunidad de ocasiones que constituye nues­tra situación metafísica.

Ha de notarse, además, que las entidades particulares requieren esas condiciones generales para ingresar en cual­quier ocasión; pero las mismas condiciones generales pue­den ser requeridas por muchos tipos de entidades parti­culares. El hecho de que las condiciones generales trascien­dan cualquier serie de entidades particulares es la razón de que entre en las matemáticas y en la lógica matemá­tica la noción de "variable". :Mediante el empleo de esa noción se investigan las condiciones generales sin especi­ficación alguna de entidades particulares. El hecho de que

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las entidades particulares no hacen al caso no ha sido com­prendido generalmente: así, la propiedad de tener forma las formas, por ejemplo, la forma circular, la esférica y la cúbica, tales como aparecen en la experiencia real, no entran en el razonamiento geométrico.

El ejercicio de la razón lógica se ocupa siempre de esas condiciones absolutamente generales. En su sentido más lato, el descubrimiento de las matemáticas es el descubri­miento de que la totalidad de esas condiciones abstractas generales, que son coincidentemente aplicables a las rela­ciones entre las entidades de una ocasión cualquiera, están a su vez relacionadas entre sí a la manera de una estruc­tura con clave. Tal estructura de relaciones entre condi­ciones abstractas generales se impone tanto en la realidad externa como en nuestras representaciones abstractas de ella, por la necesidad general de que cada cosa sea preci­samente su propio ser, con su propia manera individual de diferir de todo lo demás. Lo cual no es sino la necesidad de la lógica abstracta, que es el supuesto implícito en el hecho mismo de la existencia interrelacionada, tal como se revela en cada ocasión inmediata de experiencia.

La clave de las estructuras quiere decir que, de una serie elegid?. de esas condiciones generales, ejemplificadas en cualquier ocasión, puede inferirse por puro ejercicio de lógica abstracta, una estructura que implique una infinita variedad de otras condiciones semejantes. Cualquier serie elegida de este tipo se llama serie de postulados o premisas de donde parte el razonamiento. El razonamiento no es sino la exhibición de toda la estructura de condiciones ge­nerales implícitas en la estructura derivada de los postula­dos escogidos.

La armonía de la razón lógica, que adivina la estructura completa contenida en los postulados, es la propiedad esté­tica más general que surge del simple hecho de la coexis­tencia en la unidad de una ocasión. Donde quiera haya unidad de ocasión queda establecida por eso una relación estética entre las condiciones generales contenidas en esa ocasión. Esa relación estética �s lo adivinado en el ejerci­cio de la razón. Todo lo que cae dentro de esa relación se

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ejemplifica por consiguiente en esa ocasión, todo lo que queda fuera de esa relación queda excluído, por consiguiente, de ejemplificarse en esa ocasión. La estructura completa de las condiciones generales así ejemplificada está determi­nada por cualquiera de las muchas series escogidas de esas condiciones. Esas series que obran como claves son series de postulados equivalentes. La armonía razonable de ser, requerida para la unidad de una ocasión compleja junto con la realización completa (en esa ocasión) de todo lo conte­nido en su armonía lógica es el artículo primero de la doc­trina metafísica. Quiere decir que para las cosas estar jun­tas implica estar razonablemente juntas. Lo cual quiere decir que el pensamiento puede penetrar en cada ocasión concreta, de manera que, abarcando las condiciones que sirven de clave, todo el complejo de su estructura de con­diciones queda abierto ante él. O sea: con tal de que sepa­mos algo -absolutamente general acerca de los elementos en cualquier ocasión, podemos saber entonces un número infi­nito de otros conceptos igualmente generales que también deben ejemplificarse en esa misma ocasión. La armonía lógica contenida en la unidad de una ocasión es a la vez ex�lusiva e inclusiva. La ocasión debe excluir lo inarmó­nico y debe incluir lo armónico.

Pitágoras fué el primer hombre que tuvo idea del alcance pleno de ese principio general. Vivió en el siglo vr antes de la era vulgar. Le conocemos fragmentariamente. Pero sa­bemos algunos puntos que establecen su grandeza en la historia del pensamiento. Pitágoras insistió en la impor­tancia de la máxima generalidad en el razonamiento, y adivinó la importancia del número como ayuda para la construcción de cualquier representación de las condicio­nes contenidas en el orden de la naturaleza. Sabemos también que estudió geometría, y descubrió la prueba ge­neral del notable teorema sobre triángulos rectángulos. La formación de la cofradía pitagórica, y los misteriosos rumores acerca de sus ritos e influencia, proporcionan algu­nas pruebas de que Pitágoras adivinó, aunque confusa­mente, la posible importancia de las matemáticas en la formación de la ciencia. En el terreno filosófico inició una

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discusión que desde entonces ha agitado siempre a los pensadores. Pitágoras preguntaba: "¿Cuál es 13; situación de las entidades matemáticas, los números por eJemplo, en el reino de las cosas?" Por ejemplo, el número "dos" está exento en cierto sentido del flujo del tiempo y de la nece­sidad de la posición en el espacio. _Sin embar9o, est_á conte­nido en el mundo real. Las mismas consideraciOnes se aplican a las nociones geométricas -a la forma circ�lar, por ejemplo-. Se dice que Pitágoras enseñó que las entida­des matemáticas, como los números y las formas, eran la sustancia última de la cual están hechas las entidades rea­les de nuestra experiencia perceptiva. Formulada tan escue­tamente, la idea parece tosca y a decir verdad, n�?ia. _Per,o sin duda, Pitágoras había acertado con una nocron flloso­fica de considerable importancia; noción que tenía una lar­ga historia, que ha movido el espíritu humano y que hasta ha penetrado en la teología cristiana. Unos mil años sepa­ran el credo atanasiano de Pitágoras, y unos dos mil cua­trocientos años separan a Pitágoras de Hegel. Pero, pese a toda esa distancia de tiempo, tanto la importancia del número definido en la constitución de la naturaleza divi­na, como el concepto del mundo real como exhibición del desarrollo de una idea, pueden remontarse al modo de pensar que Pitágoras puso en movimiento.

La importancia de un pensador individual debe algo al azar, porque depende del destino que tendrán sus ideas en el espíritu de sus sucesores. En este sentido, Pitágoras fué afortunado. Sus especulaciones filosóficas nos han llegado a través de la mente de Platón. El mundo platónico de las ideas es la forma refinada, revisada, de la doctrina pitagó­rica de que el número constituye la base del mundo �eal. Como los griegos representaban los números con co�bma­ciones de puntos, las nociones de número y de configura­ción geométrica estaban menos separadas que entre. nos­otros. Sin duda, Pitágoras incluyó también la propiedad de tener forma las formas, que es una entidad matemática impura. Así, hoy día, cuando Einstein y su secuaces pro­claman que hechos físicos tales como la gravitación deben interpretarse como exhibiciones de peculiaridades locales

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de propiedades espacio-temporales siguen la pura tradición pitagórica. En cierto sentido, Platón y Pi�ágoras están más cerca de la ciencia física moderna que Anstóteles. Los dos primeros eran matemáticos, mientras que Aristótele� era hijo de un médico, aunque naturalmente no por eso Igno­rara las matemáticas. El consejo práctico que se puede to­mar de Pitágoras es medir, y expresar así la cualidad en términos de cantidad numéricamente determinada. Pero las ciencias biológicas entonces y hasta nuestros propios tiempos han sido más que nada clasificatorias. De ahí que Aristóteles con su lógica deshtca la clasificación. La po­pularidad de la lógica� aristotélica retardó el adelanto de la ciencia física en toda la Edad Media. Con sólo que los escolásticos hubieran medido en lugar de clasificar ¡cuán­to hubieran podido aprender!

La clasificación es una posada a medio camino entre la concretez inmediata de la cosa individual y la abstracción completa de las nociones matemáticas. Las especies toman en cuenta el carácter específico, y los géneros el carácter genérico. Pero en el procedimiento de relacionar nociones matemáticas con hechos naturales, por medio de recuentos, mediciones, y por medio de relaciones geométricas y tipos de orden, la contemplación racional se eleva de las abstrac­ciones incompletas contenidas en determinadas especies y géneros, a las abstracciones completas de las matemáticas. La clasificación es necesaria. Pero, a menos de poder pro­gresar de la clasificación a las matemáticas, su razona­miento no nos llevará lejos.

Entre la época que se extiende desde Pitágoras hasta Platón y la época comprendida en el siglo xvn del mundo moderno, pasaron cerca de dos mil años. En ese largo inter­valo las matemáticas habían dado inmensos pasos. La geo­metría había granjeado el estudio de las secciones cónicas y de la trigonometría; el método de la reducción al absurdo casi había anticipado el cálculo integral; y sobre todo, el pensamiento asiático había contribuído con la notación arit­mética y el álgebra de los árabes. Pero el progreso seguía directivas técnicas. Las matemáticas, como elemento for­mativo en el desarrollo de la filosofía, nunca se restablecie-

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ron de la deposición sufrida a manos de Aristóteles. Algu­nas de las antiguas ideas derivadas de la época pitagóri­co-platónica permanecían y las podemos rastrear entre las influencias platónicas que formaron el primer período de evolución de la teología cristiana. Pero la filosofía no recibió nueva inspiración del constante avance de las ciencias ma­temáticas. En el siglo xvn la influencia de Aristóteles estaba en su grado más bajo; y las matemáticas recobraron la im­portancia de su período anterior. Era una edad de grandes físicos y de grandes filósofos, y tanto físicos como filósofos eran matemáticos. Debe exceptuarse a John Locke, aunque fué grande la influencia que ejerció sobre él el círculo de N ewton en la Royal Society. En la época de Galileo, Des­cartes, Spinoza, Newton y Leibniz las matemáticas constitu­yeron una influencia de primera magnitud en la formación de las ideas filosóficas. Pero las matemáticas que asumie­ron entonces el primer lugar eran una ciencia muy distinta de las matemáticas de la época anterior. Habían ganado en generalidad y habían iniciado su marcha moderna, casi in­creíble, de acumular más y más sutilezas de generalización; y de hallar a cada aumento de complejidad, alguna nueva aplicación para la ciencia física o para el pensamiento filo­sófico. La notación arábiga había provisto a la ciencia de una eficacia técnica casi perfecta en el manejo de los núme­ros. Semejante alivio en la. lucha con los detalles aritmé­ticos (como la ilustra la aritmética egipcia de 1600 antes de la era vulgar) dió lugar a un desarrollo que había sido ya débilmente anticipado en las matemáticas griegas de los últimos tiempos. Entró en escena el álgebra, generalización de la aritmética. De la misma manera que la noción de número hace abstracción de la referencia a cualquier serie particular de entidades, así en álgebra se hace abstracción de la noción de cualesquiera números particulares. Así co­mo el número "5" se refiere imparcialmente a cualquier gru­po de cinco entidades, así también el álgebra emplea las letras para referirse imparcialmente a cualquier número, con la condición de que cada letra se ha de referir siempre al mismo número en un mismo contexto de su empleo.

Primeramente se emplearon las letras en ecuaciones, que

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son métodos de hacer complicadas preguntas de aritmética. En este terreno, las letras que representaban números reci­bieron el nombre de "incógnitas". Pero las ecuaciones sugi­rieron pronto una nueva idea: la de una función de uno o más símbolos generales consistentes en letras que represen­taran cualesquiera números. En ese empleo las letras alge­braicas se llaman los "argumentos" de la función, o algunas veces, las "variables". Entonces, por ejemplo, si un ángulo está figurado por una letra algebraica, que representa su medida numérica en términos de una unidad dada, esta nue­va álgebra absorbe la trigonometría. El álgebra se convier­te así en una ciencia general de análisis en la cual conside­ramos las propiedades de varias funciones de argumentos indeterminados. Por último, las funciones particulares, tales como las funciones trigonométricas, las logarítmicas y las al­gebraicas, se generalizan dentro de la idea de "cualquier fun­ción". Una generalización demasiado amplia lleva a la pura esterilidad. La generalización amplia, limitada por una par­ticularidad feliz, es la concepción fecunda. Por ejemplo, la idea de cualquier función continua, mediante la cual se in­troduce la limitación de la continuidad, es la idea fecunda que ha llevado a la mayor parte de las aplicaciones impor­tantes. Ese surgir del análisis algebraico coincidió con el descubrimiento cartesiano de la geometría analítica, y luego con la invención del cálculo infinitesimal por Newton y Leibniz. En verdad, si Pitágoras hubiera podido prever el resultado del modo de pensar que él había puesto en mo­vimiento, se habría sentido plenamente justificado en su cofradía y la fascinación de sus misteriosos ritos.

Quiero señalar ahora que el predominio de la idea de fun­ción en la esfera abstracta de las matemáticas se vió refle­jado en el orden de la naturaleza bajo el aspecto de leyes de la naturaleza expresadas matemáticamente. Sin este pro­greso de las matemáticas, el desarrollo científico del siglo xvu hubiera sido imposible. Las matemáticas proporcio­naron la base del pensamiento imaginativo con que los hom­bre� de ciencia abordaron la observación de la naturaleza, Galileo presentó fórmulas. Descartes presentó fórmulas, Huyghens presentó fórmulas, N ewton presentó fórmulas.

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Como ejemplo particular del efecto del desarrollo .abs­tracto de las matemáticas sobre la ciencia de aquellos t�e:n­ros consideremos la noción de periodicidad. Las repetlciO­�es

' generales de las cosas son sobrado evidentes en la

experiencia común. Se repiten los días,. las fases lunares, las estaciones del año; los cuerpos que gr�·an vuelven a �us posiciones primitivas, se repiten los latidos del corazon. los movimientos respiratorios. En todas partes nos en�on­tramos con la repetición. Sin la repetición sería imposible el conocimiento; porque no podríamos referir nada a nu�s�;a experiencia pasada. Sin cierta regularidad de rep�tlCI?n tampoco sería posible la. medida. En. ��estra experrencia, al lograr la idea de exactitud, la repebcwn es fun�a�e�tal.

En los siglos XVI y xvrr, la teoría de la penodi�r�a� asumió un lugar fundamental en la ciencia. Kep_ler. adivmo una ley que relacionaba los ejes mayores de las orbitas _Pla­netarias con los períodos en los cuales los planet�s de?�riben respectivamente sus órbitas; Galil:o ,observó la ':1bracwn p;­riódica del péndulo; N ewton expl.Ico que el so m :Jo se debm a la perturbación del aire producida por el pasaJe de on�a� periódicas de condensación y rarefacción; Huygh.ens ��phco que la luz se debía a ondas transversales de vibr�cwn. ?e un éter sutil· JVIersenne relacionó el período de la vrbracwn de una cuerda de violín con su densidad, t:?sión Y lo�git��· El nacimiento de la física moderna depend10 de la aphcacion de la idea abstracta de periodicidad a una diversidad de ejemplos concretos. Lo cual hubiera sido imposible si lo.s matemáticos no hubieran elaborado ya en abstracto las di­versas ideas abstractas que se apiñan alrede.dor de la� no­ciones de periodicidad. La ciencia de la tngonometria se elevó desde el estudio de las relaciones entre los ángulos de un triángulo rectángulo a las proporcion.es en�re los �ados y la hipotenusa del triángulo. Luego, baJO la .mfluencm �e una ciencia matemática recientemente descub1erta, el ana­lisis de las funciones se extendió hasta convertirse en el estudio de las simples funciones periódicas abstractas que esas proporciones ejemplifican. Así, la trigono�etría se hizo completamente abstracta, y al hacerse abs.uacta se hizo útil. Iluminó la analogía fundamental que existe entre

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series de fenómenos físicos absolutamente diversos; y al mismo tiempo proporcionó las armas mediante las cuales cualquier serie de este tipo podía analizar sus distintos ras­gos y relacionarlos unos con otros 1 •

Nada es más imponente que el hecho de que cuanto más se retiraban las matemáticas a las altas regiones de pensa­miento cada vez más abstracto, volvían a la tierra con un correspondiente aumento de importancia para el análisis de los hechos concretos. La historia de la ciencia del siglo XVII aparece como un sueño vívido de Platón o de Pitá­goras. En cuanto a esa característica, el siglo XVII no fué más que el precursor de los que le siguieron.

Queda ahora establecida de lleno la paradoja de que las abstracciones máximas son las verdaderas armas para con­trolar nuestro pensamiento sobre hechos concretos. Como re­sultado del predominio de los matemáticos en el siglo xvn, el siglo XVIII tuvo naturalmente mentalidad matemática, más especialmente donde prevalecía la influencia francesa. Debe exceptuarse el empirismo inglés, derivado de Locke. Fuera de Francia, en Kant es en quien mejor se ve la in­fluencia directa de Newton en la filosofía, y no en Hume.

En el siglo XIX, la influencia general de las matemáticas amenguó. El romanticismo en literatura y el movimiento idealista en filosofía no fueron productos de mentes mate­máticas. Aun dentro de la ciencia, el incremento de la geo­logía, de la zoología y de las ciencias biológicas en general, estuvo absolutamente inconexo en cada caso con toda refe­rencia a las matemáticas. La gran conmoción científica del siglo fué la teoría de la evolución de Darwin. De ahí que los matemáticos quedaron en segundo plano en lo que con­cierne al pensamiento general de la época. Pero ello no quie­re decir que las matemáticas se descuidaran o que dejaran de ejercer influencia. Durante el siglo xrx las matemáticas puras progresaron casi tanto como durante todos los siglos anteriores, de Pitágoras en adelante. Claro es que el pro-

1 Para un examen más detallado de la naturaleza y función de las matemáticas puras, véase mi lntroduction to Mathematics [Introducción a las matemáticas] . Home University Library, Wi­lliam & Norgate, Londres.

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greso fué más fácil porque la técnica se había perfeccionado. Pero aun concediendo todo esto, el cambio operado en las matemáticas entre los años 1800 y 1900 es muy notable. Si incluímos los cien años anteriores y tomamos los dos siglos que preceden a nuestros tiempos, casi estamos tentados de fechar la fundación de las matemáticas en el último cuarto, más o menos, del siglo xvn. El período de descubrimiento de los elementos se extiende de Pitágoras a Descartes, New­ton y Leibniz, y la ciencia desarrollada ha sido creada du­rante los últimos doscientos cincuenta años. No es esto alarde de la superioridad del genio del mundo moderno, pues es más difícil descubrir los elementos de una ciencia que desarrollarla.

A través de todo el siglo xrx, la influencia de la ciencia se ejerció en la dinámica y en la física y de ahí, por deri­vación, en la ingeniería y en la química. Difícil es exagerar la influencia indirecta que tuvo sobre la vida del hombre por medio de esas ciencias. Pero no hubo influencia directa de las matemáticas sobre el pensamiento general de la época.

Al pasar revista a este rápido bosquejo de la influencia de las matemáticas en la historia europea, vemos que tuvo dos grandes períodos de influencia directa sobre el pensamiento general, y que ambos duraron alrededor de doscientos años. El primer período fué el trecho de Pitágoras a Platón, cuan­do la posibilidad de la ciencia y su carácter general apareció por vez primera ante los pensadores de Grecia. El segundo período comprendió los siglos xvu y xvnr de nuestra época. moderna. Ambos períodos tuvieron ciertas características co­munes. En el primero y en el último las categorías generales de pensamiento en muchas esferas de interés humano, esta­ban en estado de desintegración. En la época de Pitágoras el paganismo inconsciente, con su ropaje tradicional de her­mosa liturgia y ritos mágicos pasaba a una nueva fase bajo dos influencias: las ondas de entusiasmo religioso que bus­caban la luz directa en la hondura secreta del ser, y en el polo opuesto, el despertar del pensamiento crítico analítico que sondeaba frío y desapasionado los significados últimos. En ambas influencias, tan diversas en su resultado, hubo un elemento común, una despierta curiosidad, y un movimiento

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hacia _la reconstrucción de las sendas tradicionales. Los misteriOs paganos pueden compararse a la reacción puritana y a la reacción católica; el interés científico crítico era idén­tico en las dos épocas aunque con diferencias menores de considerable importancia.

En cada edad, las primeras etapas correspondieron a períodos de prosperidad creciente y de oportunidades nue­vas. En ese �entido diferían del período de decadencia gra­dual de los Siglos II y III, cuando el cristianismo avanzaba a la conquista del mundo romano. Sólo en un período afor­tun��o, .como .en sus opor�unidades para desprenderse de la preswn rnmed�ata de las Circunstancias y en su ávida curio­sidad, el espíritu de la época puede emprender una revisión directa de esas abstracciones finales que permanecen ocultas bajo los conceptos más concretos de los cuales arranca el pensamiento serio de una época. En los raros períodos en que tal tarea puede emprenderse, las matemáticas son muy oportunas para la filosofía. Porque las matemáticas son la ciencia de las abstracciones más completas a que puede llegar la mente del hombre.

El paralelo entre las dos épocas no debe exagerarse. El n;u_n_do �oderno es má� , vasto y más complejo que la antigua CI':Ihzacw� , que florecw en las playas del Mediterráneo, y mas t�mb1en qu� el de la Eu�opa que envió a Colón y a los �postales puritanos a traves del océano. No podemos explicar ahora nuestra época por una fórmula sencilla que llega a prevalecer y luego quedará arrumbada durante mil años. Así, el eclipse momentáneo de la mentalidad mate­mática desde l�s tiempos de Rousseau en adelante parece ya tocar a su frn. Entramos en una era de reconstrucción en la religió�, en. la cien�ia y en el pensamiento político. Tales eras, s1 qmeren evitar la mera oscilación ignorante entre los extremos, han de buscar la verdad en sus honduras últimas. No puede darse la visión de tal hondura de verdad lejos de una filosofía que tenga muy en cuenta esas abs­tracciones últimas, cuyas interconexiones se ocupa de ex­plorar la ciencia ma temática

Para explicar exactament� cómo las matemáticas están ganando importancia general en el presente, tomemos como

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punto de partida una perplejidad científica particular Y consideremos las nociones a las cuales nos lleva naturalmen­te alguna tentativa de desenmarañar sus dificulta�es. En la actualidad la física se halla perturbada por la teona de los cuantos. No necesito ex-plicar ahora 1 en qué consiste tal teoría a los que no están familiarizados ya con ella. �1 c�so es que uno de los métodos de explic�ción má� promisorros debe suponer que el electrón no atraviesa contmuamente su senda en el espacio. La idea opuesta, en cua�t? a su ;modo de existir, es que aparece en una serie de pos.Icwnes dis<_:on­tinuas en el espacio que ocupa durante duraciOnes sucesivas de tiempo. Es como si un automóvil que marchase a un.a velocidad media de cinco kilómetros por hora por un cami­no no atravesase continuamente el camino, sino que apa­reciese sucesivamente en los sucesivos mojones, permane-ciendo dos minutos en cada mojón. , . En primer lugar se requiere el empleo puramente �;cmco de las matemáticas para determinar si esta concepcwn ex­plica de veras las muchas características difíciles de .com­prender de la teoría de los cuan��s. Si la idea s?brev1ve a la prueba, indudablemente los fisicos la adoptaran. ��sta este momento no es sino una cuestión que las matemabcas y la física decidirán entre ellas, sobre la base de cálculos matemáticos y de observac:ones físicas. . .

Pero ahora el problema pasa a los filósofos. La existencia discontinua en el espacio, así atribuida a los ele.ctrones, es muy distinta de la existencia continu� de las ent�dades ma­teriales que acostumbramos a admitir como evidente. El electrón parece haber tomado el carácter que algunos han asignado a los mahatmas del Tibet. Esos electrones, con su_s protones correlativos, son concebidos ahora como las :nh­dades fundamentales que componen los cuerpo.s materml�s de la experiencia común. De ahí que si se. admite tal expli­cación, hemos de rever todas nuestras nocwnes sobre el ca­rácter último de la existencia material. Porque cuando pe­netramos en esas entidades finales se nos revela esta sorprendente discontinuidad de la existencia espacial.

1 Cf. capítulo vrn.

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No hay dificultad en explicar la paradoja si consentimos en aplicar a la duración en apariencia constante e indiferen­ciada de la materia los mismos principios que se aceptan ahora para el sonido y para la luz. Una nota que suena continuamente se explica como el resultado de las vibra­ciones del aire; un color constante se explica como resultado de las vibraciones del éter. Si explicamos la duración cons­tante de la materia con el mismo principio, concebiremos cada elemento primordial como un flujo y reflujo de una energía o actividad básica. Supongamos que nos adherimos a la idea física de energía: cada elemento primordial será entonces un sistema organizado de una corriente vibratoria de energía. Por consiguiente, habrá un período definido asociado con cada elemento; y dentro de ese período el sis­tema de la corriente oscilará de un máximo estacionario a otro máximo estacionario -o, para adoptar una metáfora tomada de las mareas oceánicas-, el sistema oscilará de una pleamar a otra pleamar. En cualquier momento dado, ese sistema, que forma el elemento primordial, no es nada. Para manifestarse requiere su período completo. En forma aná­loga, una nota musical no es nada en un instante dado, pero requiere también su período completo para manifestarse.

Por eso, al preguntar dónde está el elemento primordial, debemos fijarnos en su posición media en el centro de cada período. Si dividimos el tiempo en elementos más peque­ños, el sistema vibratorio como entidad electrónica no existe. La trayectoria espacial de semejante entidad vibratoria -en que la entidad está constituída por las vibraciones­debe representarse por una serie de posiciones separadas en el espacio, en forma análoga al automóvil que encon­tramos en mojones sucesivos pero nunca en medio de ellos.

Debemos preguntar primero si hay alguna prueba para asociar la teoría de los cuantos con la vibración. La respues­ta es inmediata y afirmativa. Toda la teoría gira alrededor de la energía radiante del átomo, y está íntimamente aso­ciada con los períodos de los sistemas de ondas radiantes. Parece, pues, que la hipótesis de la existencia esencialmente vibratoria es el modo más promisorio de explicar la parado­ja de la órbita discontinua.

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En segundo lugar, un nuevo problema se plantea ante los filósofos y los físicos, si sostenemos la hipótesis de que los elementos últimos de la materia son en esencia vibrato­rios. Quiero decir con ello que aparte de ser un sistema perió­dico tal elemento no existiría. Con esa hipótesis tenemos que preguntar cuáles son los ingredientes que forman el organismo vibratorio. Ya nos hemos librado de la materia con su apariencia de duración indiferenciada. Aparte cierta compulsión metafísica no hay motivo para proporcionar una sustancia más sutil, en reemplazo de la materia que hemos desechado con nuestras explicaciones. Ahora el terreno está abierto para introducir alguna nueva doctrina de organi­cismo que pueda sustituir a la del materialismo, con la cual, desde el siglo XVII la ciencia ensilló a la filosofía. Ha de recordarse que la energía de los físicos es evidentemente una abstracción. El hecho concreto, que es el organicismo, debe ser una expresión completa del carácter de un acon­tecimiento real. Tal desplazamiento del materialismo cien­tífico, si alguna vez se realiza, no podrá menos de tener im­portantes consecuencias en todo dominio de pensamiento.

Para terminar, nuestra última reflexión debe ser que he­mos llegado, al fin, a una versión de la doctrina del viejo Pitágoras, de quien partieron las matemáticas y la física matemática. Pitágoras descubrió la importancia de manejar abstracciones y, en particular, prestó atención al número en cuanto caracterizaba la periodicidad de las notas musica­les. La importancia de la idea abstracta de periodicidad estuvo así presente en el comienzo mismo de las matemá­ticas y de la filosofía europeas.

En el siglo XVII, el nacimiento de la ciencia moderna re­quirió una nueva matemática, mejor equipada para anali­zar las características de la existencia vibratoria. Y ahora, en el siglo X.'{, hallamos que los físicos se ocupan en gran medida en analizar la periodicidad de los átomos. En ver­dad, Pitágoras, al fundar la filosofía y las matemáticas euro­peas, las dotó con la más feliz de las adivinaciones felices -¿o fué una llamarada de genio divino que penetró la na­turaleza recóndita de las cosas?

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CAPÍTULO III

EL SIGLO DEL GENIO

Los capítulos anteriores han sido dedicados a las condi­ciones previas que prepararon el te'Teno para la eclosión científica del siglo xvn. Han rastreado los diversos elemen­tos de pensamiento y de creencia instintiva, desde su pri­mera eflorescencia en la civilización clásica del mundo anti­guo, a través de las transformaciones que experimentaron en la Edad Media, hasta la rebelión histórica del siglo xvi. Tres factores principales detuvieron nuestra atención: el nacimiento de las matemáticas, la creencia instintiva en un orden detallado de la naturaleza, y el desenfrenado raciona­lismo del pensamiento en los últimos tiempos de la Edad Media. Por ese racionalismo entiendo la creencia de que la principal vía de acceso a la verdad era el análisis meta­físico de la · naturaleza de las cosas que determinaría así cómo las cosas funcionaban y actuaban. La rebelión histó­rica fué el abandono definitivo de ese método a favor del estudio de los hechos empíricos de antecedentes y conse­cuencias. En religión, significó el llamado a los orígenes del cristianismo; y en ciencia, el llamado al experimento y al método del razonamiento inductivo.

Una caracterización breve y bastante exacta de la vida intelectual de las razas europeas durante los dos siglos y c'!arto que siguieron hasta nuestra propia edad, es que vi­VIeron. del cai?ital acumulado de ideas que les proporcionó el gemo del siglo XVII. Los hombres de esa época hereda­ron un fermento de ideas concomitantes de la rebelión his-

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tórica del siglo XVI, y legaron sistemas formales de pensa­miento para cada aspecto de la vida humana. Es el único siglo que consecuentemente y en toda la esfera de las acti­vidades humanas presentó genio intelectual adecuado a la magnitud de las circunstancias. El poblado escenario de esos cien años está indicado por las coincidencias que mar­can sus anales literarios. En su despuntar, el Adelanto del saber de Bacon y el Quijote, publicados en el mismo año (1605) , como si la época se introdujese con una doble ojea­da, hacia atrás y hacia adelante. La primera edición in quarto del Hamlet apareció en el año anterior, y una edi­ción con ligeras variantes, en el mismo. Por último, Sha­kespeare y Cervantes murieron el mismo año, 1616. En la primavera de ese año, se cree que Harvey explicó por pri­mera vez su teoría de la circulación de la sangre en un cur­so de conferencias pronunciadas ante el Colegio de Médi­cos de Londres. N ewton nació el año en que murió Galileo (1642) , exactamente cien años después de la publicación de la obra de Copérnico, Revoluciones de los cuerpos celes­tes. Sólo un año antes Descartes publicó sus Meditaciones, y dos años más tarde, sus Prz:ncipios de filosofía. En verdad, el siglo no tenía tiempo de separar armoniosamente los notables acontecimientos relativos a sus hombres de genio.

No puedo lanzarme ahora a historiar las varias etapas de adelanto intelectual contenidas dentro de esta época. Es un tema demasiado amplio para una sola conferencia, y oscu­recería las ideas que me propongo desarrollar. Bastará el simple catálogo aproximativo de varios nombres de perso­nalidades que publicaron obra importante dentro de los límites de esa época: Francis Bacon, Harvey, Kepler, Gali­leo, Descartes, Pascal, Huyghens, Boyle, N ewton, Locke, Spinoza, Leibniz. Limité la lista al sagrado número de doce, demasiado corto para poder ser verdaderamente represen­tativo. Por ejemplo, figura en ella un solo i taliano, cuando Italia pudo haber llenado la lista con sus propias filas. Har­vey es el único biólogo; además, hay demasiados ingleses. El último defecto se debe en parte a que el conferenciante es inglés y se dirige a un público que comparte con él ese siglo inglés. Si fuera holandés, habría demasiados holan-

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deses; si italiano, demasiados italianos; y si francés, dema­siados franceses. La malhadada Guerra de los Treinta Años devastaba Alemania; pero todos los demás países vuelven los ojos a este siglo como a una época que presenció algu­na culminación de su genio. Fué, sin duda, un gran período del pensamiento inglés, como más tarde lo inculcó Voltaire a Francia.

La omisión de los fisiólogos, con excepción de Harvey, también requiere explicación. Como es natural, hubo dentro de este siglo, grandes progresos en biología, asociados prin­cipalmente con Italia y con la Universidad de Padua. Pero mi propósito es bosquejar el panorama filosófico derivado de la ciencia y presupuesto por ella, y apreciar algunos de sus efectos en el clima general de cada época. Ahora bien, la filosofía científica de esa época estuvo dominada por la física; de tal modo que es la expresión más evidente, en términos de ideas generales, del estado del conocimiento filosófico de esa época y de los dos siglos siguientes. A decir verdad, esos conceptos son muy inapropiados para la biolo­gía, y le plantean un problema insoluble: el de la materia, vida y organismo, con el cual se debaten ahora los biólogos. Pero la ciencia de los organismos vivos sólo ahora está lle­gando a un desarrollo adecuado como para imponer su con­cepción a la filosofía. Los últimos cincuenta años antes de nuestros tiempos han presenciado infructuosas tentativas de imponer nociones biológicas sobre el materialismo del siglo xvrr. Cualquiera sea la apreciación de tal éxito, lo cierto es que las ideas básicas del siglo xvu derivaron de la escuela de pensamiento que produjo a Galileo, a Huyghens y a Newton, y no de los fisiólogos de Padua. Un problema de pensamiento no resuelto, en cuanto deriva de este período, debe formularse así: dadas las configuraciones de la ma­teria con locomoción en el espacio, tal como la asignan las leyes físicas, explicar los organismos vivos.

lVIi examen de esa época recibirá la mejor introducción . con una cita de Francis Bacon, que constituye el comienzo de la sección (o "Siglo") IX de su Historia natural: me re­fiero a su Silva sz?varum. Las memorias contemporáneas que escribió su capellán, doctor Rawley, cuentan que la obra

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fué compuesta en los últimos cinco años de su vida, de modo que debe datarse entre 1620 y 1626. La cita dice así :

Es verdad que todos los cuerpos de <;malquier especie, aunque no tienen sensibilidad, poseen no obstante percepción ; porque cuando se aplica un cuerpo a otro, hay una especie de elección que acoge lo que es agradable y excluye o expulsa lo que es des­agradable ; y aunque el cuerpo altere o sea alterado, la percepción precede siempre a la 'Jperación, pues si no, todos los cuerpos serían semejantes. Y a -veces, esa percepción, en algunas clases de cuerpos, es mucho más sutil que la sensibilidad; de manera que la sensibilidad es pobre cosa comparada con ella; vemos que un termómetro hallará la menor diferencia del tiempo atmosfé­rico en frío o en calor, cuando nosotros no la hallamos. Y esa percepción se produce a veces a distancia, lo mismo que al toque ; como cuando el imán atrae el hierro, o la llama atrae la nafta de Babilonia, alejada un buen trecho. Por consiguiente, es tema de una nobilísima in-vestigación analizar las percepciones más suti­les, pues es otra lla-ve para abrir la naturaleza, lo mismo que la sensibilidad, y a veces mejor. Y además, es el medio más impor­tante de la adivinación natural, porque lo que en esas percepcio­nes aparece primero, en los grandes efectos viene mucho después.

Hay muchos puntos interesantes en esta cita, algunos de los cuales cobrarán relieve en las conferencias siguientes. En primer lugar, nótese la forma cuidadosa en que Bacon distingue entre percepción o acción de percatarse, por una parte, y sensibilidad o conocimiento experimental, por la otra. A este respecto, Bacon está fuera de la orientación física que acabó por dominar el siglo. Más tarde se llegó a pensar en una materia pasiva en que las fuerzas operaban exteriormente. Creo que el modo de pensar de Bacon ex­presaba una verdad más fundamental que los conceptos materialistas que se formulaban entonces como adecuados para la física. Estamos ahora tan acostumbrados a la ac­titud materialista ante las cosas, que ha arraigado en nues­tros escritos por obra del genio del siglo XVII, que no sin dificultad entendemos la posibilidad de abordar de otra manera el problema de la naturaleza.

En el caso especial de la cita que acabo de hacer, todo el pasaje y el contexto en que está engarzado están comple-

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tamente penetrados por el método experimental, es decir, por la atención a los "hechos irreducibles y obstinados", y por el método inductivo de inferir leyes generales. Otro problema no resuelto que nos ha legado el siglo XVII es la justificación racional del método inductivo. El haber ad­vertido explícitamente la antítesis entre el racionalismo de­ductivo de los escolásticos y los métodos inductivos de ob­servación de los modernos debe atribuirse principalmente a Bacon; aunque, como es natural, estaba implícito en el es­píritu de Galileo y de todos los hombres de ciencia de aque­llos tiempos. Pero Bacon fué uno de los primeros entre todo el grupo y tuvo también la intuición más directa de la cabal trascendencia de la revolución intelectual que se estaba realizando. Quizá el hombre que más completamen­te se anticipó a Bacon y a todo el punto de vista moderno, fué el artista Leonardo da Vinci, que vivió casi exactamen­te un siglo antes de Bacon. Leonardo ilustró también la teoría que expuse en mi última conferencia, de que el na­cimiento del arte naturalista fué un elemento importante en la formación de nuestra mentalidad científica. A decir verdad, Leonardo fué más hombre de ciencia que Bacon. El ejercicio del arte naturalista está más emparentado con el de la física, química y biología que el ejercicio de la ju­risprudencia. Todos recordamos el dicho del contemporá­neo de Bacon, Rarvey, el descubridor de la circulación de la sangre, según el cual Bacon "escribió sobre ciencia como un Lord Canciller". Pero en el comienzo del período mo­derno, Leonardo y Bacon se hallan juntos como ejemplo de las varias corrientes que se han combinado para formar el mundo moderno, o sea, mentalidad jurídica y los hábitos de observación paciente de los artistas naturalistas.

En el pasaje de Bacon que he citado no hay mención explícita del método del razonamiento inductivo. No nece­sito probar con ninguna cita que la insistencia en la impor­tancia de ese método y en la importancia de los secretos de la ·naturaleza así descubiertos para el bienestar de la hu­manidad, era uno de los principales temas a los que se con­sagró Bacon en sus escritos. La inducción resultó un pro­ceso algo más complejo de lo que preveía Bacon, quien

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abrigaba la creencia de que con suficiente esmero en la reunión de ejemplos, la ley general se desprendería por sí sola. Sabemos ahora, y probablemente Harvey sabía en­tonces, que es ésa una ex1Jlicación muy insuficiente de los procesos que acaban en generalizaciones científicas. Pero hechas todas las restricciones necesarias, Bacon es siempre uno de los grandes constructores que crearon la mentalidad del mundo moderno.

Las dificultades especiafes que promueve la inducción, aparecieron en el siglo xvn:r, como resultado de la crítica de Hume. Pero Bacon fué uno de los profetas de la re­belión histórica, que abandonó el método del racionalismo constante, y se lanzó al otro extremo basando todo cono­cimiento fecundo en la inferencia de �asos particulares en el pasado a casos particulares del futuro. No quiero poner en duda la validez de la inducción cuando ha sido debida­mente cuida?a. Lo que quiero decir es que la dificilísima tarea de aplicar la razón para inferir las características ge­nerales del caso inmediato, tal como se nos ofrece en el conocimiento directo, es un preliminar necesario si hemos de justificar la inducción; a menos, sin duda, de �ontentarnos con, basarla en nuestro vago instinto de que, naturalmente, esta perfectamente bien. O bien el caso inmediato tiene algo q':e proporciona conocimiento del pasado y del futu­ro, o bien estamos reducidos al escepticismo extremo en lo tocante a la memoria y a la inducción. Nunca se subrayará b�.

stante el hecho de que la clave del proceso de la induc­cwn, tal como se la emplea en Ia ciencia o en la vida común se ha de hallar en la comprensión correcta del caso inmedia�

to de conocimiento en toda su concretez. Con respecto a nue�tro capta� el c�r.ácter de esos casos en su concretez, po­see Importancia cntica el desarrollo moderno de la fisiolo­g!a Y

_de

_la psicología. Ilustraré este punto en las conferen­

cias sigUientes. Nos encontramos en insolubles dificultades cuando sustituímos el caso concreto por un mero abstracto en el c':al sól? consideramos objetos materiales en un flujo de. configuraciOnes en el tiempo y en el espacio. Es bien e·ndente que tales objetos sólo pueden decirnos que están donde están.

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Por consiguiente debemos recurrir al método de la teo­logía escolástica que explicaban los medievalistas italianos a quienes cité en la primera conferencia. Debemos obser­var el caso inmediato, y ernplear la razón para obtener una descripción general de su naturaleza. La inducción presu­pone la metafísica. En otras palabras, descansa en un ra­cionalismo previo . No podemos justificar racionalmente nuestro apelar a la historia hasta que la metafísica no nos asegure que existe una historia a la cual apelar; de igual manera nuestras conjeturas sobre el futuro presuponen cierta base de conocimiento de que existe un futuro ya so­metido a algunas determinaciones. La dificultad está en dar sentido a cualquiera de esas ideas. Si no lo lo(J'ramos la in-ducción no tendrá sentido.

b '

Se observará que yo no sostengo que la inducción es en su esencia un derivado de las leyes (J'enerales. Es la adi­vinación de algunas características de

bun futuro particular,

que parte de las características conocidas de un pasado particular. La admisión más amplia de leyes generales vá­lidas para todas las ocasiones conocibles parece un agregado muy poco seguro como para añadirlo a ese limitado conoci­miento. Todo lo que podemos pedir de la ocasión presente es que determine una comunidad particular de ocasiones que en ciertos aspectos se limitan mutuamente por estar incluídas dentro de la misma comunidad. Esa comunidad de ocasiones considera._ en la ciencia física es el conjunto de .acont�cimientos que .ens�mblan uno con otro -por decirlo asi- en un espaciO-tiempo común, de manera que podemos trazar las transiciones del uno al otro. Por eso nos referimos al espacio-tiempo común indicado en nuestra

' oca­

sión inmediata de conocimiento. El razonamiento inductivo procede de . una ocasión particul�r a la comunidad particu­lar de ocasiOnes, y de la comumdad particular a relaciones entre las ocasiones particulares dentro de la comunidad. Ha?ta h�ber tomado en cuenta otros conceptos científicos, es Imposible llevar el examen de la inducción más allá de esta conclusión preliminar.

El tercer punto que hemos de notar acerca de la cita de Bacon es el carácter puramente cualitativo de los asertos

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contenidos en eila. En ese sentido. Bacon no percibió en absoluto el tono que se hallaba tras el éxito de la ciencia del siglo XVII. La ciencia estaba volviéndose y ha perma­necido esencialmente cuantitativa. Búsquense elementos mensurables entre los fenómenos, y búsquense luego rela­ciones entre esas medidas de cantidades físicas. Bacon des­conoce tal regla científica. Por ejemplo, en la cita dada, ha­bla de acción a distancia, pero piensa cualitativa no cuan­titativamente. No podemos exigir que se anticipara a su contemporáneo más joven, Galileo, ni a su distante sucesor, N ewton. Pero no sugiere que se debería proceder a la bús­queda de cantidades. Quizá le extraviaran las doctrinas ló­gicas corrientes derivadas de .A...ristóteles· porque en efecto . ' ' ' semeJantes doctrinas decían al físico: "clasifica" cuando debían decir: "mide".

'

Al acabar el siglo la física estaba establecida sobre una satisfactoria base de medida. N ewton dió la exposición fi­nal Y adecuada. Se vió que el elemento común de masa mensurable caracterizaba todos los cuerpos en distintas cantidades. Cuerpos que son aparentemente idénticos en sustancia, forma y tamaño tienen muy aproximadamente la misma forma: cuanto más cercana la identidad, más próxi­ma la igualdad. La fuerza que actúa sobre un cuerpo, por contacto o por acción a distancia, se definió como igual a la masa del cuerpo multiplicada por la tasa de cambio de la velocidad del cuerpo, en cuan� la tasa de cambio es producida por esa fuerza. De esa manera se percibe la fuer­za por su efecto sobre el movimiento del cuerpo. Surge ahora el problema de si esa concepción de la magnitud de una fuerza conduce al descubrimiento de simples leves cuan­titativas que implican la determinación alternativ; de fuer­zas por circunstancias de la configuración de las sustancias Y de sus caracteres físicos. La concepción newtoniana ha tenido un éxito brillante al sobrevivir a esa prueba a lo largo de todo el período moderno. Su primer triunfo fué la ley de la gravitación. Su triunfo acumulativo ha sido todo el desarrollo de la astronomía dinámica, de la inge­niería y de la física.

El tema de la formación de las tres leyes de movimiento

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y de la ley de la gravitación merece examen crítico. Todo

el desarrollo del pensamiento ocupó exactamente dos gene­

raciones. Comenzó con Galileo y acabó con los Principia de

Newton· y Newton nació el año en que moría Galileo. La

vida de' Descartes y la de Huyghens caen también dentro

del período ocupado por esas grandes figuras terminales.

El resultado de los trabajos combinados de esos cuatro

hombres tiene cierto derecho a ser considerado como el

triunfo intelectual individual más grande que ha realizado

la humanidad. Al apreciar su magnitud debemos conside­

rar lo completo de su alcance. Construye para nosotros

una visión del universo material y nos permite calcular el

más pequeño detalle de un hecho particular. Galileo fué el

primero en acertar con la manera exacta de pensar. Obser­

vó que el punto crítico a que había que. llegar no era :1 movimiento de los cuerpos sino los cambiOs de sus movi­

mientos. El descubrimiento de Galileo está formulado en

la primera ley del movimiento de Newto�: ."Todo :uerpo

continúa en su estado de reposo o de movimiento umforme

en línea recta a menos de hallarse obligado a cambiar ese

estado." , Esa fórmula contiene el repudio de una creencia que ha­

bía obstruído el progreso de la física durante dos mil años.

Trata también de un concepto fundamental, esencial a la

teoría científica : me refiero al concepto de un sistema ideal­

mente aislado. Esa concepción encarna un carácter funda­

mental de las cosas, sin el cual sería imposible la ciencia, y

hasta cualquier conocimiento por parte d� entendii�ie�tos

finitos. El sistema "aislado" no es un sistema solipsista,

fuera del cual existiría el no ser. Está aislado en el interior

del universo. Lo que quiere decir que hay verdades con­

cernientes a este sistema que sólo requieren la referencia

al resto de las cosas por medio de un esquema uniforme

y sistemático de relaciones. Así, al c;oncebirse. un sist�ma

aislado no se lo concibe como sustancialmente mdependiCn­

te del resto de las cosas sino como libre de depender fortui­

ta y contingentemente de cosas particulares dentro del re?­

to del universo. Además esa libertad de la dependencia

fortuita sólo se requiere con respecto a ciertas característi-

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cas abstractas que se refieren al sistema aislado, y no con respecto al sistema en su plena concretez.

La primera ley del movimiento pregunta qué se ha de decir de un sistema dinámicamente aislado en lo tocante a su movimiento como un todo, abstracción hecha de su orientación y de la disposición interna de sus partes. Aris­tóteles dijo que debíamos concebir tal sistema en reposo. Galileo agregó que el estado de reposo es sólo un caso par­ticular, y que el aserto general es : "ya en estado de reposo o de movimiento uniforme en línea recta". De acuerdo con esto, un aristotélico concebiría las fuerzas resultantes de la reacción de cuerpos extraños como cuantitativamente men­surables en términos de la velocidad que mantienen, y es­tán determinados en su dirección por la dirección de esa velocidad; mientras un discípulo de Galileo prestaría aten­ción a la magnitud de la aceleración y a su dirección. El contraste entre Kepler y N ewton ilustra esa diferencia. Los dos especularon sobre las fuerzas que mantienen a los pla­netas en sus órbitas. Kepler buscaba las fuerzas tangen­ciales que hacían avanzar a los planetas, mientras Newton buscaba las fuerzas radiales que separaban las direcciones de los movimientos de los planetas.

En lugar de insistir en el error cometido por Aristóteles, es más provechoso subrayar qué justificación tenía, si con­sideramos los hechos evidentes de nuestra experiencia. To­dos los movimientos que entran en nuestra experiencia co­tidiana normal cesan si no están evidentemente mantenidos por el exterior. En apariencia, pues, el empirista resuelto debe aplicar su atención al problema de cómo se mantiene el movimiento. Tocamos aquí uno de los peligros del em­pirismo falto de imaginación. El siglo XVII presenta otro ejemplo del mismo peligro y, lo que menos se hubiera di­cho, N ewton cayó en él. Huyghens había formulado su teoría ondulatoria de la luz, teoría que no lograba explicar los hechos más evidentes de la experiencia corriente, o sea, que las sombras proyectadas por objetos interpuestos están limitadas por rayos rectilíneos. De ahí que N ewton rechaza­ra esa teoría y adoptara la teoría corpuscular que explica por completo las sombras. Desde entonces ambas teorías

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han tenido sus períodos de triunfos. En el momento actual el mundo científico está en busca de una combinación de las dos. Esos ejemplos ilustran el peligro de negarse a sos­tener una idea porque no logre explicar uno de los hechos más evidentes de la materia en cuestión. Si prestamos aten­ción a las novedades de pensamiento de nuestros días, ha­bremos observado que casi todas las ideas verdaderamente nuevas presentan ciertos visos de necedad cuando se las expone por primera vez.

Para volver a las leyes del movimiento: puede notarse que en el siglo XVII no se adujo razón alguna en pro de la posición de Galileo, como posición distinta de la aristotéli­ca. Era un hecho último. Cuando en el curso de estas conferencias lleguemos al período moderno, veremos que la teoría de la relatividad, ilumina completamente el pro­blema, pero sólo reordenando todas nuestras ideas sobre espacio y tiempo.

Tocó a N ewton dirigir la atención a la masa como canti­dad física inherente a la naturaleza de un cuerpo material. La masa permanecía durante todos los cambios de movi­miento. Pero la prueba de la permanencia de la masa a través de las transformaciones químicas debió aguardar a Lavoisier, un siglo más tarde. La tarea inmediata de Newton consistió en hallar una estimación de la magnitud de la fuerza extraña en términos de la masa del cuerpo y de su aceleración. En ello tuvo suerte, pues, desde el punto de vista de un matemático, la ley más sencilla posible -el producto de las dos- resultó tener éxito. La teoría moder­na de la relatividad modifica esa sencillez extrema. Pero, por fortuna para la ciencia, no eran conocidos ni siquiera posibles entonces los delicados experimentos de la física de hoy. Por consiguiente, el mundo logró los dos siglos que necesitaba para digerir las leyes de N ewton.

Teniendo en cuenta tal triunfo ¿podemos extrañarnos de que los hombres de ciencia establecieran sus principios úl­timos sobre base materialista, y desde entonces dejaran de inquietarse por la filosofía? Comprenderemos su modo de pensar si entendemos exactamente qué es esa base y qué dificultades finales encierra . Cuando critiquéis la filosofía

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de una época no dirijáis principalmente vuestra atención a las posiciones intelectuales que sus expositores creen nece­sario defender explícitamente. Habrá ciertas premisas fun­damentales presupuestas inconscientemente por los partida­rios de todos los diversos sistemas dentro de la misma épo­ca. Tales premisas parecen tan evidentes que la gente no sabe lo que presupone porque jamás se les ha ocurrido otra manera de plantearse las cosas. Con esas premisas es po­sible cierto número limitado de sistemas filosóficos, y tal grupo de sistemas constituye la filosofía de la época.

Una premisa de este género es la base de toda la filoso­fía de la naturaleza durante el período moderno. Está con­tenida en la concepción que, según se supone, expresa el aspecto más concreto de la naturaleza. Los filósofos jónicos preguntaron: ¿de qué está hecha la naturaleza? La res­puesta está expresada en términos de sustancia, o materia o material --el nombre particular elegido no interesa­que tiene la propiedad de 8imple ubicación. Por simple ubi­cación entiendo una característica importante, que se re­fiere igualmente al espacio y al tiempo, y otras caracterís­ticas menos importantes que son diversas, conforme al espacio o al tiempo.

La característica común a espacio y tiempo es que puede decirse que el material está aquí en el espacio y aquí en el tiempo o aquí en el espacio-tiempo, en un sentido perfecta­mente definido que para su explicación no requiere ninguna referencia a otras regiones del espacio-tiempo. Lo más cu­rioso es que el carácter de simple ubicación es válido, ya consideremos que una región de espacio-tiempo está deter­minada absoluta o ya relativamente. Porque si una región es simplemente una manera de indícar cierto conjunto de relaciones con otras entidades, entonces esa característica que llamo simple ubicación consiste en que puede decirse que el material tiene precisamente esas relaciones de posi­ción con otras entidades sin requerir para su explicación ninguna referencia a otras regiones constituidas por aná­logas relaciones de posición con las mismas entidades. En efecto, así que establecemos, de cualquier modo que sea, lo que entendemos por un lugar determinado en el espacio-

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tiempo, podemos formular adecuadamente la relación entre un cuerpo material particular y el espacio-tiempo, diciendo que está preci�am�;:üe allí, en ese lugar y, en lo _que toca a la simple ub1cacwn, es todo cuanto hay que decir.

No obstante, debemos dar algunas explicaciones secunda­rias que introducen las características de menor importan­cia que ya he mencionado. En primer lugar, en lo que res­pecta al tiempo, si el material ha existido durante cualquier período; ha existido también durant� ���lquier �recho de ese periOdo. En otras palabras, la divisiOn del tiempo no divide el material. En segundo lugar, en lo que respecta al espacio, la división del volumen divide el material. Por consiguiente, si el material existe en todo un volumen, será menos el material distribuido en una mitad de ese volumen. De esta propiedad surge nuestra noción de densidad en un punto del espacio. Todo el que habla de densidad no asi­mila tiempo y espacio hasta el punto que querrían muy precipitadamente algunos extremi�tas de !a. ��cuela n;oder­na. Porque, con respecto al materml, la divlsiOn del tiempo funciona en forma totalmente diferente de la división del espacio.

Además, el hecho de que el material es indiferente a la división del tiempo lleva a la conclusión de que el lapso per­tenece a los accidentes antes que a la esencia del material. El material es plenamente material en cualquier sub-período, por breve que sea. Así, el pasaje del tiempo no tiene nada que ver con el carácter del material. El material es igual­mente material en un momento. Aquí concebimos un mo­mento como existente en sí mismo, sin pasaje, ya que el pasaje temporal es la sucesión de momentos.

Por consiguiente, la respuesta que el siglo xvn dió a la antigua pregunta de los pensadores jónicos, "¿de qué está hecho el mundo?" decía que el mundo es una sucesión de configuraciones instantáneas de materia --o de material, si deseamos incluir sustancia más sutil que la materia común, el éter, por ejemplo.

N o podemos extrañarnos de que la ciencia quedara sa­tisfecha con ese supuesto acerca de los elementos funda­mentales de la naturaleza. Las grandes fuerzas de la na-

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turaleza, tales como la gravitación, estaban enteramente determinadas por las configuraciones de las masas. Así, las configuraciones determinaron sus propios cambios, de mane­ra que el círculo del pensamiento científico estaba com­pletamente cerrado. Esa es la famosa teoría mecanicista de la naturaleza que ha reinado como soberana desde el siglo xvrr. Es el credo ortodoxo de la ciencia física. Por añadidura, el credo se justificaba por la prueba pragmáti­ca: funcionaba. Los físicos no se interesaron más en la filosofía. Subravaron el antirracionalismo de la rebelión histórica. Pero

"las dificultades de la teoría del mecanicis­

mo materialista aparecieron muy pronto. La historia del pensamiento de los siglos XVIII y XL"'C está gobernada por el hecho de que el mundo se ha apoderado de una idea gene­ral con la cual y sin la cual no podía vivir.

Contra la simple ubicación de configuraciones materia­les instantáneas ha protestado Bergson, en cuanto con­cierne al tiempo y en cuanto se la toma como hecho fun­damental de la naturaleza concreta. La llama la deforma­ción de la naturaleza debida a la "espacialización" intelec­tual de las cosas. Estoy de acuerdo con la protesta de Bergson; pero no estoy de acuerdo en que esa deformación es un vicio necesario de la aprehensión intelectual de la naturaleza. En las conferencias siguientes trataré de de­mostrar que la espacialización es la expresión de hechos más concretos bajo el ropaje de conclusiones lógicas muy abstractas. Hay un error; pero es simplemente el error ac­cidental de confundir lo abstracto con lo concreto. Es un ejemplo de lo que llamaré "falacia de la concretez fuera de lugar", que es motivo de gran confusión en filosofía. No es necesario que el intelecto caiga en la trampa, aunque en ese caso ha habido gran tendencia a caer.

Resulta evidente de inmediato que el concepto de la sim­ple ubicación ha de crear grandes dificultades a la induc­ció�. Porque si en la ubicación de configuraciones de ma­tena en un trecho de tiempo no hay referencia inherente a ningún otro tiempo, al pasado ni al futuro, síguese inmedia­tamente que en un período cualquiera la naturaleza no se refiere a la naturaleza en otro período cualquiera. Por lo

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tanto, la in�ucción no se basa en nada que pueda obser­varse como mherente a la naturaleza. Así, no podemos re­currir a la naturaleza para justificar nuestra creencia en una ley tal como la ley de la gravitación. En otras pala­bras, el orden de la naturaleza no puede justificarse por la simple observación de la naturaleza. Porque en el hecho actual no hay nada que se refiera inherentemente al pasado o al futuro. Parecería, por consiguiente, que la memoria, no menos que la inducción, no lograra hallar justificación alguna dentro de la naturaleza misma.

lYie he 11:d.elantado al curso del pensamiento ulterior y he estado repitiendo la argumentación de Hume. Ese modo de pensar se desprende tan inmediatamente de la considera­ción de la simple ubicación que para considerarlo no pode­mos aguardar al siglo XvJ:II. Lo único extraño es que de hecho, el mundo aguardó hasta Hume, antes de nota� la dific�lta�: También ilustra el antirracionalismo del públi­co cienhnco el hecho de que cuando apareció Hume sólo fueron las consecuencias religiosas de su filosofía las que at:aj:r?n la �ten�ión. El!o se debió a que el clero era por prmcipiO raciOnalista, mientras los hombres de ciencia se contentaban con la simple fe en el orden de la naturaleza. Hume ' mismo observa, sin duda sarcásticamente : "Nues­tra santa religión se funda en la fe." Esa actitud satis­fac�a a la Royal Society pero no a la Iglesia . También satisfacía a Hume, y ha satisfecho a los empiristas que le siguieron.

H�y otro s_upu:,sto que de�emos colocar junto a la teoría

de .simple ubiCacwn. lYie refiero a las dos categorías corre­latn:as de sustar:cia y cualidad. Con todo, hay una dife­rencia. Hubo diferentes teorías acerca de la descripción adecua�a. ?e la c�ndición del espacio. Pero cualquiera fuese l� condiCwn, nadie dudab� de que la conexión con el espa­CIO de que gozan las entidades es la de simple ubicación. Pod�n;os ;�presar esto en pocas palabras diciendo que se admitia tac;tamente que el espacio es el lucrar de las sim­pl�s. ubicaciones. Todo lo que está en el es�acio está sin�­plzcLter en alguna porción determinada del espacio. Pero con respecto a la sustancia y a la cualidad, las mentes rec-

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trices del siglo xvrr estaban decididamente perplejas; aun­que con su genio habitual, construyeron en seguida una teoría adecuada para sus propósitos inmediatos.

Es claro que la sustancia y la cualidad, lo mismo que la simple ubicación, son las ideas más naturales del espíritu humano. Es la forma en que pensamos las cosas, y sin esas formas de pensar no podemos tener nuestras ideas prontas para uso diario. No cabe duda. Lo único que podemos preguntar es: "¿Cuán concretamente estamos pensando cuando consideramos la naturaleza en esas concepciones?" Quiero indicar que nos estamos regalando con ediciones simplificadas de los hechos inmediatos. Cuando examine­mos los elementos primarios de esas ediciones simplificadas, hallaremos que en verdad sólo pueden justificarse como complicadas construcciones lógicas que poseen un alto gra­do de abstracción. Claro que, por tratarse de un punto de psicología individual, llegamos a esas ideas por el método �á pido . y grosero de suprimir los detalles que nos parecen Impertmentes. Pero cuando tratamos de justificar esa su­presión de lo impertinente, nos encontramos con que, si bien quedan entidades correspondientes a las entidades de que hablamos, tales entidades poseen sin embargo un alto grado de abstracción.

Sostengo, pues, que la sustancia y la cualidad proporcio­nan otro ejemplo de la falacia de la concretez fuera de lu­gar. Consideremos cómo surgen las ideas de sustancia y cualidad. Observamos un objeto como una entidad dotada de ciertas características. Por ejemplo, observámos un cuerpo; hay en él algo que notamos. Es quizá duro, azul, redondo, ruidoso. Observamos algo que posee esas cualida­des; aparte de ellas no observamos nada absolutamente. Por consiguiente la entidad es el sustrato o sustancia de la cual predicamos cualidades. Algunas de las cualidades son esenciales, de modo que fuera de ellas, la entidad no sería ella misma; mientras otras cualidades son accidentales y cambiantes. Con respecto a los cuerpos materiales, las cua­li:Jades de tener cierta masa cuantitativa y de simple ubica­CIÓn en alguna parte, sostenía J ohn Locke al terminar el siglo XVII, son cualidades esenciales. Natmalmente, la

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ubicación era cambiante, y la inmutabilidad de la masa no era sino un hecho experimental para ciertos extremistas.

Hasta aquí todo va bien. Pero cuando pasamos al color azul, tenemos que enfrentarnos con una nueva situación. En primer lugar, el cuerpo puede no ser siempre azul ni rui­doso. Ya lo hemos admitido con nuestra teoría de las cua­lidades accidentales, que por el momento podemos aceptar como adecuada. Pero en segundo lugar, el siglo XVII se­ñaló una verdadera dificultad. Los grandes físicos elabora­ron teorías de la trasmisión de la luz y del sonido, basadas en su visión materialista de la naturaleza. Había dos hipó­tesis sobre la luz: o bien era transmitida por ondas vibra­torias de un éter material, o -según Newton- era trans­mitida por el movimiento de corpúsculos increíblemente pequeños de alguna materia útil. Todos sabemos que la teoría ondulatoria de Huyghens prevaleció durante el siglo xrx y que, en la época actual, los físicos tratan de explicar algunas circunstancias oscuras referentes a la radiación combinando las dos teorías. Pero sea cual fuere la teoría elegida, no existe la luz o el color como hecho de la natu­raleza exterior. Hay simplemente movimiento del material. De igual modo, cuando la luz penetra en los ojos y hiere la retina, no hay sino movimiento del material. Luego que­dan afectados los nervios y el cerebro, y eso no es tampoco más que movimiento del material. El mismo tipo de razo­namiento vale para el sonido con sólo substituir las ondas del éter por las del aire, y el ojo por el oído.

Preguntamos, pues, en qué sentido "color azul" y "ser ruidoso" son cualidades del cuerpo. Por un razonamiento análogo, preguntamos también en qué sentido el perfume es una cualidad de la rosa.

Galileo consideró este problema e indicó inmediatamen­te que, aparte de los ojos, del oído y de la nariz, no existi­rían colores, sonidos ni olores . . Descartes y Locke constru­yeron la teoría de las cualidades primarias y secundarias. Por ejemplo, Descartes, en su Meditación Sext.a., dice: "Y en verdad, pues siento distintas clases de colores, olores, sa­bores, sonidos, calor, dureza, etc., concluyo con justicia, que hay en los cuerpos de los cuales proceden todas estas

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diversas percepciones de los sentidos, algunas diversidades que responden a ellas, si bien quizá esas diversidades no se les parecen en nada . . . "

En sus Principios de filosofía dice también: "que por nuestros sentidos no conocemos nada de los objetos exte­riores más allá de su figura [o situación] , tamaño y movi­miento".

Locke, que escribe con conocimiento de la dinámica de N ewton, sitúa la masa entre las cualidades primarias de los cuerpos. En una palabra: formula una teoría de las cuali­dades primarias y secundarias de acuerdo con el estado de la c�encia física a fines del siglo XVII. Las cualidades pri­manas son las cualidades esenciales de las sustancias cuyas relaciones espacio-temporales constituyen la naturaleza. La regularidad de esas relaciones constituye el orden de la na­t�raleza. Los acontecimientos de la naturaleza son aprehen­d�dos de alguna manera por mentes asociadas con cuerpos VIvos. �n. primer lugar la aprehensión mental surge de los acontecimientos que suceden en ciertas partes del cuerpo c?rrespondiente, de los acontecimientos del cerebro, por eJemplo. Pero al aprehender, la mente experimenta también sensaciones que, en rigor, son únicamente cualidades de ella: La mente proyecta esas sensaciones en forma tal que revisten cuerpos adecuados que se encuentran en la natu­raleza e:terior. Así, percibimos los cuerpos como si poseye­ran cualidades que en realidad no les pertenecen, cualidades que son, de hecho, pura creación de la mente. Así, la natu­raleza cobra el prestigio que en verdad debiéramos reservar para nosotros mismos : la rosa por su perfume, el ruiseñor por . su canto y el sol por su esplendor. Los poetas se han eqmvocado de medio a medio. Deberían dirigir sus poesías a sí mismos, y deberían convertirlas en odas de felicitación por la excelencia de la mente humana. La naturaleza es triste cosa, sin sonidos, sin olores, sin colores; es simplemen­te el rodar aprisa de la materia, sin fin y sin sentido.

Por más que lo disimulemos, éste es el resultado prác­tico de la filosofía científica característica que cerró el siglo XVII. , n . .

J<.,n pnmer lugar debemos notar su pasmosa eficacia como

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sistema de conceptos para la organizacwn de la investiga­

ción científica. En este sentido es plenamente digna del

genio de! siglo que la pr�d�jo. Desde entonces s� ha �a�­

tenido firme como prmc1p10 rector de los estudiOs cientl­

ficos. Reina todavía. Todas las universidades del mundo se organizan de acuerdo con ella. N o se ha sugerido otro sis­tema de organizar la prosecución de la verdad científica.

No sólo reina, sino que no conoce rival. Y, con todo, es absolutamente increíble. Esa concepcwn

del universo está encuadrada sin duda en términos de ele­vadas abstracciones; la paradoja sólo surge porque hemos confundido nuestra abstracción con realidades concretas.

Ningún bosquejo de las realizaciones del pensamiento científico en este siglo, por general que sea, puede omitir el adelanto de las matemáticas. Aquí, como en lo demás, se reveló el genio de la época. Tres grandes franceses, Descar­tes, Desargues y Pascal, iniciaron el período moderno de la geometría. Otro francés, Fermat, estableció los fundamen­tos del análisis moderno, y poco le faltó para llevar a la perfección los métodos del cálculo diferencial. N ewton y Leibniz fueron los que crearon el cálculo diferencial como método práctico del razonamiento matemático. Cuando aca­bó el siglo, las matemáticas como instrumento de aplicación para lo; problemas físicos estaban bien establecidas, en con­diciones semejantes a su adelanto actual. Las modernas ma­temáticas puras, excepto la geometría, estaban en su infan­cia, y no habían dado señales del asombroso crecimiento que habían de tener en el siglo xrx. Pero el físico matemático había aparecido, trayendo con él el tipo de mentalidad que había de dominar el mundo científico en el siglo siguiente. Había de ser la era del "Análisis victorioso".

El siglo x:vn había producido por fin un esquema de pensamiento científico trazado por los matemáticos, para uso de los matemáticos. La gran característica del espíritu matemático es su capacidad de manejar abstracciones; y de extraer de ellas cadenas de razonamiento netas y demostra­tivas, enteramente satisfactorias siempre que esas abstrac­ciones sean el objeto en que queremos pensar. El enorme éxito de las abstracciones científicas que en una mano pre-

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sentan la materia con su si1nple ubicación en el espacio y en el tiempo, y en la otra el espíritu que percibe, sufre y razona, pero no interviene, le ha impuesto a la filosofía la tarea de aceptarlas como la expresión más completa de la realidad.

Con ello la filosofía moderna se ha venido abajo. Ha osci­lado en forma compleja entre tres extremos : los dualistas, que aceptan materia y espíritu en un mismo pie de igual­dad, y las dos variedades de monistas : los que ponen el espíritu dentro de la materia, y los que ponen la materia dentro del espíritu. Pero estos juegos de manos con las abs­tracciones nÜnca pueden superar la confusión inherente in­troducida por atribuir la concretez fuera de lugar al esque­ma científico del siglo xvn.

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CAPÍTULO IV

EL SIGLO XVIII

Si es lícito hacer una comparación entre los ambientes intelectuales de épocas diferentes, puede decirse que el siglo xvm fué en Europa la perfecta antítesis de la Edad Media. Esa comparación se hace más gráfica si se tiene en cuenta la diferencia que hay entre la catedral de Chartres y los sa­lones de París, en los que D'Alembert platicaba con Vol­taire. La Edad Media se halla obsesionada por el deseo de racionalizar lo infinito : los hombres del siglo XVIII racio­nalizaban la vida social de los grupos humanos modernos y basaban sus teorías sociológicas haciendo apelación a los hechos de la naturaleza. De esos dos períodos, el primero fué la edad de la fe basada en la razón; el segundo, dejó tranquilos a los perros dormidos: fué la edad de la razón basada en la fe. Para aclarar mi idea: San Anselmo se ha­bría sentido sumamente turbado si no hubiese logrado en­contrar un argumento convincente para demostrar la exis­tencia de Dios, y en ese argumento basaba su edificio de la fe, a diferencia de Hume que apoyaba en su fe en el orden de la naturaleza su Dissena.tion on Natural History of Re­ligion. Al establecer un parangón entre esas épocas. bueno será recordar que la razón puede equivocarse y la fe colo­carse en un terreno que no le corresponda.

En el capítulo anterior perfilamos la evolución que du­rante el siglo xvm se operó en el esquema de las ideas cien­tíficas que desde entonces han dominado en el pensamiento. Ese esquema implica un dualismo fundamental: la materia,

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por una parte, y el espíritu, por otra. Entre ambos se hallan los conceptos de vida, organismo, función, realidad instan­tánea, interacción, orden de la naturaleza, el conjunto de los cuales constituye el talón de Aquiles de todo el sistema.

He de manifestar también mi convicción de que si deseá­ramos obtener una expresión más fundamental del carácter concreto del hecho natural, el elemento de ese esquema que primeramente habríamos de someter a crítica, sería el con­cepto de locación simple. Por consiguiente, en a�enciór; a la importancia que esta idea asumirá en estas consideraciOnes, voy a insistir en el significado que atribuyo a esta frase. De­cir que una porción de materia tiene locación simple sig­nifica que al expresar sus relaciones espacio-temporales, es correcto afirmar que está donde está, en una región defi­nida del espacio y a través de una duración definida del tiempo, haciendo caso omiso de toda referencia esencial de las relaciones que con otras regiones del espacio o con otras duraciones del tiempo pueda tener esa porción de materia. Por otra parte, este concepto de locación simple es inde­pendiente de la controversia entre las opiniones absolutista y relativista acerca del espacio y del tiempo. Con tal de que cualquier teoría del espacio, o del tiempo, atribuya un signifi­cado, absoluto o relativo, a la idea de una región definida del espacio o de una duración definida del tiempo, la idea de locación simple tiene un significado perfectamente defi­nido. Esta idea es el propio fundamento del esquema que de la naturaleza se hizo el siglo xvn; sin ella, ese esquema no es susceptible de ser expresado. Alegaré que entre los elementos primarios de la naturaleza tal como son apre­hendidos en nuestra experiencia inmediata, no hay ni uno solo que posea este car�cter de locación simple; ello no au­toriza a concluir, sin embargo, que la ciencia del siglo xvn fuese simplemente errónea. Yo sostengo que por un proceso de abstracción constructiva podemos llegar a abstracciones que sean porciones de materia localizadas simplemente y a otras abstracciones que sean los espíritus que figuran en el esauema científico. Por consiguiente, el verdadero error es un- ejemplo de lo que yo he calificado de "la falacia de la concretez fuera de lugar".

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La ventaja de concentrar la atención en un grup? def�­nido de abstracciones estriba en que con ello es posible h­mitar nuestros pensamientos a cosas nítidamente definidas, con relaciones nítidamente definidas. Por consiguiente, �i tenemos un entrenamiento lógico, podremos deducir multi­tud de conclusiones con respecto a las relaciones existentes entre esos entes abstractos. A mayor abundamiento, si las abstracciones están bien fundadas, es decir, si no prescin­den de todo lo que es importante en la experiencia, el pen­samiento científico que se limite a esas abstracciones llega­rá a multitud de verdades importantes relativas a nuestra experiencia d-e la natur?-leza. �odos conocemos e�os te�­neramentos de pronuncmdas aristas, que se mantienen m­�utablemente encerrados en duro caparazón de abstraccio nes. Nos sujetan a sus abstracciones por el mero imperio de su nersonalidad. El inconveniente de prestar exclusiva atención a un gru­po de abstracciones, por bien fund�da� que estén, e� que, segÚn la índole del caso, se ha prescmdido de las demas co­sa�. En la medida en que las cosas excluídas sean impor­tantes en la experiencia, nuestros modos de pensamiento resultarán inapropiados para ocuparnos de ellas. No pode­mos pensar sin abstracciones; por consiguiente, es de la más alta importancia poner la mayor atención en someter a crí­tica nuestros modos de abstracciones. Es en este punto que la filosofía encuentra el lugar indicado para ser esencial para el progreso saludable de la sociedad. Es la crítica de las abstracciones. Una civilización incapaz de salirse de sus abstracciones corrientes, está condenada a la esterilidad al cabo de un período, muy limitado, de progreso. Una escue­la activa de filosofía es absolutamente tan importante para la locomoción de las ideas como para la locomoción del combustible pueda serlo una escuela activa de ingenieros fe­rroviarios.

Ocurre a veces que el servicio prestado por la filosofía queda totahnente oscurecido por el éxito . asombroso d.e un esquema de abstracciones que exprese los mtereses. �omi­nantes de una época. Es exactamente lo que sucedw du­rante el siglo xvm. Les philosophes no eran filósofos.

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Eran hombres de genio, de cabeza clara y agudos, que se valieron del grupo de abstracciones científicas del siglo XVII para analizar el unive:·so sin límites. Su triunfo, en orden al círculo de ideas principalmente interesante para sus coetáneos, fué abrumador; cuanto no encajaba en su esquema, era postergado, ridiculizado o puesto en cuaren­tena. Su aversión hacia la arquitectura gótica refleja su poca simpatía por las perspectivas confusas. Era la edad de la razón, de la razón sana, viril, egregia; pero de una razón que sólo tenía un ojo y condenada por ello a percibir de un modo deficiente el relieve de las cosas. Nunca apreciaremos bastante lo que debemos a aquellos grandes hombres. Du­rante una milíada Europa había sido presa de visionarios intolerantes e intolerables. El buen sentido del siglo xvm, su captación de los hechos evidentes del sufrimiento hu­mano y de las necesidades evidentes de la naturaleza hu­mana, obraron sobre el mundo a modo de baño de limpieza. Voltaire tiene el mérito de haber odiado la injusticia, de haber odiado la crueldad, de haber odiado la opresión ab­surda y de haber odiado la superchería. Y, además, al verlo, sabía que era todo eso. En esas supremas virtudes, era un hijo genuino de su siglo, de su mejor aspecto. Pero no sólo de pan vive el hombre, y menos puede vivir únicamente de desinfectantes. La época tenía sus limitaciones; pero sin rendir todo el tributo merecido a sus triunfos positivos nun­ca podremos comprender la pasión con que son defendidas todavía, especialmente en las escuelas de la ciencia, algu­nas de sus principales posiciones. El esquema de conceptos del siglo xvn demostraba ser un instrumento de investi­gación perfecto.

Este triunfo del materialismo se operó principalmente en las ciencias de la dinámica, física y química racionales. En cuanto a la dinámica y a la física, el progreso se logró en forma de desarrollos directos de las ideas principales de la época precedente. Nada nuevo se creó en este sentido pero se llevó a cabo un inmenso desarrollo de detalle. Casos es­peciales fueron aclarados. Era como si el mismo cielo se hu­biese puesto al descubierto en una pantalla fija. En la se­gunda mitad del siglo, Lavoisier fundó virtualmente la quí-

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mica en las bases en que actualmente se apoya, introdu­ciendo en ella el principio de que en ninguna transformación química se pierde o gana nada de materia. Ese fué el úl­timo éxito del pensamiento materialista, que en definitiva no revelara ser una espada de dos filos. Ya no le faltaba a la ciencia química más que la teoría atómica, que se for-muló al siglo siguiente. '

En este siglo, la idea de la explicación mecánica de todos los procesos de la naturaleza se había consolidado finalmen­te en un dogma de la ciencia. La idea se impuso en toda la línea gracias a una serie casi milagrosa de triunfos logrados por los físicos matemáticos, que culminaron en la Mécani­que Arwlytique de Lagrange, publicada en 1787. Los Prin­cipia de Newton habían aparecido en 1687, de suerte que entre ambos libros mediaba exactamente un lapso de un siglo. Este siglo constituye el primer período de la física matemática de tipo moderno. La publicación, en 1873, de la obra Electricity and Magnetism, de Clerk Maxwell, cierra el segundo período. Cada una de esas tres obras abrió nue­vos horizontes al pensamiento e influyó en todo cuanto vino después de ellas.

Cuando se examinan los varios asuntos a que la humani­dad consagró su pensamiento sistemático, es imposible que no sorprenda la desigual distribución de aptitud entre los distintos campos. En casi todas las materias hay unos po­cos nombres que sobresalen. Se requiere genialidad para crear una materia que constituya un nuevo asunto para el pensamiento. Pero con muchos asuntos se da el caso de que después de un buen principio, de importancia esencial para la ocasión que lo motivó, el desarrollo subsiguiente ofrezca una serie decreciente de tanteos, de suerte que el conjunto de la materia va perdiendo poco a poco su imperio sobre la evolución del pensamiento. Muy distinto fué lo que su­cedió con la física matemática. Cuanto más se estudia esa materia tanto más asombro causan los casi increíbles triun­fos del entendimiento que revela. Los grandes físicos ma­temáticos del siglo xvnr y de unos pocos primeros años del xrx, en su mayoría franceses, constituyen una mues­tra de eso : JYiaupertuis, Clairaut, D'Alembert, Lagrange,

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Laplace, Fourier, Carnot, constituyen una serie de nombres tal que cada uno de ellos trae a la mente el recuerdo de un triunfo de primera importancia. El hecho de que Garlyle, en su calidad de portavoz del período romántico subsiguien­te, calificara irónicamente a aquel período de Edad del Aná­lisis Victorioso, y se burlara de Maupertuis llamándole "magnífico caballero de perruca empolvada", revela única­mente la estrechez de miras de los románticos cuyas ideas proclamaba.

Es imposible exponer de un modo inteligible en pocas pa­labras y sin tecnicismos los detalles de los progresos hechos por esta escuela. Sin embargo, intentaré explicar el punto principal de un triunfo debido conjuntamente a Maupertuis Y Lagrange. Sus resultados, unidos a algunos métodos ma­temáticos subsiguientes debidos a Gauss y Riemann, los dos grandes matemáticos alemanes de la primera mitad del si­glo xrx, han demostrado recientemente que eran la labor preparatoria necesaria para las nuevas ideas que Herz y Einstein habían de introducir en la física matemática. Tam­bién inspiraron algunas de las mejores ideas del tratado de Clerk JVIaxwell, ya mencionado en este capítulo.

Su aspiración era descubrir algo más fundamental y más general que las leyes newtonianas del movimiento exami­nadas en el capítulo precedente. Querían encontrar algu­nas ideas más amplias, y, en el caso de Lagrange, algunos modos más generales de exposición matemática. Era una empresa ambiciosa, y el éxito les acompañó plenamente en ella. Maupertuis vivió en la primera mitad del siglo XIX, Y la época de actividad de Lagrange cae en la segunda mi­tad de dicho siglo. Encontramos en JVIaupertuis un resa­bio de la época teológica que precedió a su nacimiento. Par­tió de la idea de que toda la marcha de una partícula de materia entre dos límites cual.esquiera, tenía que realizar alguna perfección digna de la providencia divina. Dos pun­�os de interé� hay en ese principio motor. En primer lugar, Ilustra la tesis que formulé en el primer capítulo de que el modo en que la iglesia medioeval había imprimido en Eu­ropa la idea de la providencia detallada de un dios perso­nal racional, fué uno de los factores que dió lugar a la con-

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fianza en el orden de la naturaleza. En segundo lugar, aun­Que en la actualidad estemos todos convencidos de que ésos modos de pensamiento no son de utilidad directa en las investigaciones científicas de detalle, el éxito de Maupertuis en ese caso particular revela que casi cualquier idea que nos saque de nuestras abstracciones corrientes es mejor que nada. En el caso de que nos ocupamos, lo que la idea en cuestión le hizo a Maupertuis fué conducirle a indagar qué propiedad general de la marcha en conjunto podía ser de­ducida de las leyes newtonianas del movimiento. No cabe duda de que era éste un procedimiento muy cuerdo, y todos lo hemos de reconocer cualesquiera que sean nuestras ideas teológicas. Su idea general le indujo también a concebir que la propiedad encontrada sería un factor cuantitativo, de suerte que toda ligera desviación de la marcha la incre­mentaría. Partiendo de esta suposición, generalizó la pri­mera ley del movimiento newtoniana. Como una partícula aislada toma el camino más corto con velocidad uniforme, Maupertuis conjeturó que una partícula que se moviera a través de un campo .de fuerzas, realizaría el menor importe posible de alguna cantidad. Descubrió cuál era esa cantidad y la calificó de acción integral entre los límites de tiempo considerados. En nuestra terminología moderna es la suma a través de sucesivos pequeños lapsos de la diferencia entre las energías cinéticas y potenciales de la partícula en cada uno de los instantes sucesivos. Esta acción, por lo tanto, tiene que ver con el intercambio entre la ener­gía procedente del movimiento y la energía derivada de la posición. Maupertuis descubrió el famoso teorema de la acción mínima; sin embargo, este investigador no es de la misma primera categoría que Lagrange. En sus manos y en las de sus sucesores inmediatos, su principio no adquirió importancia dominante. Lagrange planteó la misma cuestión sobre una base más amplia, de suerte que su solución resul­tó decisiva para el procedimiento actual del desarrollo de la dinámica. Su principio de la acción virtual, aplicado a sis­temas en movimiento, es, en efecto. el principio de Mauper­tuis concebido como aplicado en cada uno de los instantes de la marcha del sistema. Pero Lagrange vió más lejos que

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Maupertuis. Advirtió que había obtenido un mét;do de formular verdades dinámicas de un modo perfectamente indiferente a los métodos particulares de mensuración em­pleados para fijar las posiciones de las varias partes del sis­tema. Por consiguiente, llegó a deducir ecuaciones de mo­vimiento igualmente aplicables cualesquiera que fuesen las mensuraciones cuantitativas hechas, con la sola condición de que fuesen adecuadas a posiciones fijas. La belleza y casi divina simplicidad de esas ecuaciones es tal que esas fór­mulas son dignas de equipararse a aquellos símbolos miste­riosos que en tiempos antiguos se empleaban directamente para indicar la Razón Suprema en la base de todas las co­sas. lVIás tarde, Herz -descubridor de las ondas electro­magnéticas- asentó la mecánica en la idea de que toda par­tícula atraviesa el camino más corto que se le ofrece en las circunstancias que le obligan a moverse, y, por último, Eins­tein, usando las teorías geométricas de Gauss y Riemann, mostró que esas circunstancias podían construirse como si estuviesen implicadas en el mismo carácter del espacio-tiem­po. Tal es, en sus líneas generales escuetas, la historia de la dinámica desde Galileo a Einstein.

Entre tanto, otros investigadores -Galvani y Volta­habían hecho otros descubrimientos en el sector de la elec­tricidad, y las ciencias biológicas reunían sus materiales, pe­ro esperando, aún, la aparición de ideas dominantes. Tam­bién la psicología había comenzado a emanciparse de su dependencia con respecto a la filosofía general. El desarro­llo independiente de la psicología fué el resultado final de su postulación por John Locke a modo de crítica de los abusos de la metafísica . Todas las ciencias que se ocupaban de la vida se encontraban aún en una fase de observación ele­mental, en la que predominaban la clasificación y la des­cripción directa. Hasta ese punto, el esquema de las abstrac­ciones era apropiado a tal estado de cosas.

En los dominios de la práctica, de la edad que produjo gobernantes ilustrados como el emperador José de la casa de Habsburgo, Federico el Grande, Walpole, el gran Lord Chatham, George Washington, no puede decirse que hu­biese sido un fracaso, sobre todo si se tiene en cuenta que,

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además de esos gobernantes, nos dió el gobierno de gabinete parlamentario en Inglaterra, el régimen presidencial federal de los Estados Unidos y los principios humanitarios de la Re­volución Francesa. En el sector de la técnica produjo la má­quina de vapor y con ello inauguró una nueva era en la civi­lización. Indudablemente, el siglo xvm fué un éxito en el or­den práctico. Si le hubiésemos preguntado a uno de sus más sensatos y genuinos predecesores, que tuvo ocasión de p:::e­senciar sus inicios -nos referimos a John Locke-, qué es­peraba de esa edad, difícilmente habría puesto sus espe­ranzas en un nivel más alto que el alcanzado por sus po­sitivos éxitos.

Para exponer una crítica del esquema científico del siglo XVIII, tenemos que comenzar dando la razón principal de que descartemos el idealismo del siglo XIX -nos referimÓs al idealismo filosófico que encuentra el último significado de la realidad en la mentalidad plenamente cognitiva-. En el caso del idealismo absoluto, el mundo de la naturaleza es pura y simplemente un mundo de las ideas, diferencián­dose de algún modo la unidad de lo absoluto; en el caso del idealismo pluralista, que implica mentalidades monádicas, este mundo es la máxima medida común de las varias ideas que diferencian las varias unidades mentales de las varias mónadas. Pero, como quiera que lo tomemos, esas escuelas idealistas fracasaron notoriamente en su ensayo de enlazar de algún modo orgánico el hecho de la naturaleza con sus filosofías idealistas. En lo que concierne a lo que se dirá en esta obra, nuestro punto de vista habrá de ser en definitiva realista o idealista. Mi opinión es que se requiere una fase ulterior de realismo provisional en que se rehaga el esquema científico, fundándose en el concepto último de organismo.

En líneas generales, mi procedimiento consiste en partir del análisis de la condición del reposo y del tiempo, o, dicho en terminología moderna, de la condición del espacio-tiem­po. De cada uno de ésos hay dos caracteres. Las cosas están separadas por el espacio y lo están por el tiempo; pero también están juntas en el espacio y asimismo en el tiempo, aun cuando no sean contemporáneas. Calificaré a esos caracteres de carácter separativo y carácter pre-

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hcnsivo del espacio-tiempo. Pero todavía hay un tercer ca­rácter del espacio-tiempo. Todo cuanto está en el espacio recibe una limitación definida de alguna manera, de suerte que en cierto sentido tiene precisamente la forma que tiene y no otra, es decir, que en cierto sentido está en este sitio Y no en otro. Es lo que yo califico de carácter modal del es­pacio-tiempo. Es evidente que, tomado por sí mismo, el ca­rácter modal da lugar a la idea de locación simple. Pero es necesario asociarlo con los caracteres separativo y prehensivo.

Para simplificar la idea, hablaremos en primer lugar del espacio únicamente, haciendo después extensivo el mismo tratamiento al tiempo.

El volumen es el elemento más concreto de espacio. Pero el carácter separativo de espacio analiza un volumen en subvolúmenes y así hasta el infinito. Por consiguiente, to­mando aisladamente el carácter separativo, inferiríamos que un volumen es una mera multiplicidad de elementos caren­tes de volumen, o sea, de hecho, de puntos. Pero el hecho último de la experiencia es la unidad de volumen; por ejem­plo, el espacio voluminoso de esta sala. Como mera multi­plicidad de puntos, esta sala es una construcción de la ima­ginación lógica.

Por consiguiente, el hecho primordial es la unidad pre­hensiva del volumen, y esta unidad está atenuada o limi­tada por las unidades separadas de las innumerables partes contenidas. Tenemos una unidad prehensiva, que sin em­bargo es considerada aparte como un agregado de partes contenidas. Pero la unidad prehensiva del volumen no es la unidad de un mero agregado lógico de partes. Las partes forman un agregado ordenado, en el sentido de que cada una de las partes es algo desde el punto de vista de cual­quiera d<:) las otras partes, y, por lo tanto, también desde el mismo punto de vista, cualquiera de las otras partes es algo en relación con ella. Así, si A, B y e son volúmenes de es­pacio, B tiene un aspecto desde el punto de vista de A, Y lo propio le ocurre a e, y asimismo a la relación de B y C. Este aspecto de B desde A, es de la esencia A. Los volúme­nes de espacio no tienen existencia independiente. Son sólo entes en el conjunto de la totalidad; no puede separárselos

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de su ambiente sin destruir su misma esencia. Por consi­guiente, diremos que el aspecto de B desde A es el modo en que B entra en la composición de A. El carácter modal del espacio consiste en que la unidad prehensiva de A es la pre­hensión en unidad de los aspectos de todos los demás vo­lúmenes desde el punto de vista de A. La forma de un volu­men es la fórmula de la cual puede ser derivada la totalidad de sus aspectos. Así, la forma de un volumen es más abs­tracta que sus aspectos. Es evidente que podemos emplear el lenguaje de Leibniz y decir que todo volumen refleja en sí todo otro volumen en el espacio.

Unas consideraciones exactamente análogas rezan con res­pecto a las duraciones en el tiempo. Un instante de tiempo, sin duración, es una construcción lógica imaginaria. Tam­bién toda duración de tiempo refleja en sí todas las dura­ciones temporales.

Pero de dos modos hemos introducido una simplicidad falsa. En primer lugar, tendríamos que haber enlazado es­pacio y tiempo y orientado nuestra explicación en el sen­tido de las regiones cuatridimensionales de espacio-tiempo. Nada tenemos que añadir por vía de explicación. En nues­tra mente, sustituyamos por esas regiones cuatridimensio­nales los volúmenes espaciales de las explicaciones prece­dentes.

En segundo lugar, mi explicación incurrió, a su vez, en un círculo vicioso. En efecto, según lo dicho la unidad pre­hensiva de la región A consiste en la unificación prehensiva de las presencias modales de otras regiones en A. Esta di­ficultan se presenta porque en realidad el espacio-tiempo no puede ser considerado como un ente subsistente por sí mis­mo. Es una abstracción, y para ex--plicarla se requiere refe­rirse �. aquello de que ha sido extraída. Espacio-tiempo es la especificación de ciertos caracteres generales de acaeci­mientos y de su ordenación recíproca. Este recurrir al hecho concreto nos lleva al siglo xvm, y hasta al xvrr, a Fran­cis Bacon. Tenemos que examinar la marcha seguida en esas épocas por la-crítica del esquema científico imperante.

Ninguna época es homogénea; cualquiera que sea la nota atribuída como dominante a un período considerable, siem-

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\ pre s�rá posible señalar hombres, y grandes hombres, per­teneCientes a la misma época, que se presentan como anta­gónicos al tono de su edad. Así ocurre sin duda al<tuna en el siglo :x:vm. Por ejemplo, los nombres de J ohn

"'wesley y

de Rousseau habrán acudido a la imaginación de ustedes cuando diseñaba yo el carácter de esa época. Pero no deseo hablar de ellos ni de otros. El hombre cuyas ideas quiero examinar con cierta detención es el obispo Berkeley. En el mero comienzo de esa época formuló todas las críticas debi­das, por lo menos en principio. Sería inexacto decir que no hizo efecto alguno. Era un hombre famoso. La viuda de Jorge II fué una de las pocas reinas, de todos los países, dotada del suficiente buen sentido y prudencia para fo­mentar la cultura con discreción; de ahí que Berkeley fuese nombrado obispo en unos tiempos en que los obispos de la Gran Bretaña eran hombres relativamente mucho más grandes que en la actualidad. Además, y esto es una cir­cunstancia mucho más importante que su promoción a obis­po, Hume le estudió y desarrolló un aspecto de su filosofía de un modo que quizás habría enturbiado el espíritu del gran prelado. Luego Kant estudió a Hume. Por lo tanto, sería notoriamente absurdo decir que Berkeley no ejerció influjo alguno durante ese siglo. Pero, lo que viene a ser lo mismo, dejó de trazar rumbos a la corriente principal del pensamiento científico, pues ésta se movió como si él nun­ca hubiese escrito. Su éxito general la hizo impermeable a toda crítica, ya entonces y en lo sucesivo. El mundo de la ciencia se sintió siempre perfectamente satisfecho con sus abstracciones. Surten efecto, y eso le basta.

. El , �unto que ten�mos ante nosotros es que ese campo cien�Ifico del pensamiento, resulta ahora, en el siglo x:x:, de­masrado estrecho para los hechos concretos que se le pre­sentan para ser analizados. Eso es cierto incluso en la física y más especialmente urgente en las ciencias biológicas. De esta suerte, para entender las dificultades del pensamiento científico moderno y también sus reacciones sobre el mun­do moderno, necesitaríamos tener en nuestra mente alguna co�c

_eJ?ció� de un campo de abstracción más amplio, un

anahs1s mas concreto, que se hallara más cerca de lo com-

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pletamente concreto de nuestra experiencia intuitiva. Seme­jante análisis enco�traría ;� sí mismo un lugar para los conceptos de matena y espmtu a modo de abstracciones en términos de los cuales pueda interpretarse mucha de nuestra experiencia física. Es para la búsqueda de esa base más amplia para el pensamiento científico que resulta tan im­portante Berkeley. Se presenta con su crítica inmediatamen­te después de que las escuelas de N ewton y Locke hubieron completado la obra de éstos, poniendo de relieve con toda exactitud los puntos débiles que éstas habían dejado. No me propongo examinar el idealismo subjetivo derivado de ese pen�ado

_r, ni las escuelas que se han formado siguiendo las

msprracwnes de Hume y Kant respectivamente. l\1i tesis será que -cualquiera que sea la metafísica final que uste­des adopten- hay otra línea de desarrollo que arranca de Berkeley y que señala el análisis que estamos buscando. A Berkeley le pasó inadvertido, debido en parte al suura-inte­lectualismo de los filósofos y en parte a que se precipitó a re­currir a un idealismo con su objetividad fundada en la idea de Dios. Recuerden ustedes que ya afil"lllé que la llave del pro­blema está en la idea de locación simple. Berkeley en efecto critica esta idea. También él plantea la cuestión; ¿qué en� tendemos por cosas comprobadas en el mundo de la natu­raleza?

En las secciones 23 y 24 de sus P1·inciples of Human Knowledge da Berkeley su respuesta a esta última cuestión. Voy a citar algunas frases sacadas de esas secciones: &.�r •

�3. Pe.ro, �ice usted, . segu!·an;ente nada hay más fácil para 1lll que 1magmar, por eJemplo, arboles en un parque o libros en un armario, sin que nadie les perciba. Y yo le contesto : usted puede, pada lo impide; pero dígame, por favor, si todo eso es algo m�s que fraguarse en su mente ciertas ideas que usted llama libros Y árboles, y al propio tiempo abstenerse de forjar la idea de alguien que los perciba . . .

Cuando nos esforzamos en concebir la existencia de cuerpos externos, no hacemos más que contemplar nuestras propias ideas. Pero el alma, no advirtiéndose a sí misma cae en el error de creer que puede concebir y efectivament�

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concibe cuerpos que existen sin ser pensados o fuera del espíritu, a pesar de que al propio tiempo son aDrehendidos por él o existen en él . . .

24. Resulta b�en notorio, después de la última indagación de nuestros pensamientos, conocer si nos es posible comprender qué se entiende por existencia absoluta de objetos sensibles en sí, o sin, el espíritu. Para mí es evidente que esas palabras indican una contradicción directa o nada en absoluto . . .

Además, hay un pasaje muy notable en la sección 10 del IV diálogo del Alciphron de Berkeley. Lo cité ya, con mayor extensión, en mis Principles of Natural Knowledge:

Eufranor. - Dime, Alcifrón, b puedes distinguir las puertas, ventanas y almenas de ese mismo castillo ?

.Alófi·ón. - N o. A esta distancia parece <�ólo una torrecilla redonda.

Eufranor. - Pero yo, que estuve allí, sé que no es una torre­cilla redonda, sino un gran edificio cuadrado con almenas y to­rreones que al parecer no ves tú.

.Alcifrón. - b Qué pretendes deducir de ello 9 Eufranor. - Quiero inferir que el objeto que tú percibes es­

tricta y propiamente por la vista no es esa cosa situada a unas millas de distancia.

.Alcifrón. - ¿ Y por qué � Enfranor. - Porque un pequeño objeto redondo es una cosa

y un gran objeto cuadrado es otra cosa. ¿ No es así? . . .

Otros ejemplos análogos relativos a un planeta y a una nube se citan luego en el diálogo, y el pasaje concluye así:

Eufranor. - ¿ No es notorio, por consiguiente, que ni el castillo ni el planeta, ni la nube que tú ves aquí, son esas cosas Teales qu� tú supones que existen a distancia 9

En el primer pasaje ya citado, se hace patente que Ber­keley adopta una interpretación idealista extrema. Para él es el espíritu la única realidad absoluta, y la unidad de la naturaleza es la unidad de las ideas en el espíritu de Dios. Por mi parte, pienso que la solución que Berkeley da del problema metafísico, suscita dificultades no menores que las que él señala como resultantes de una interpretación rea­lista o del esquema científico . Hay, sin embargo, otra línea

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posible de pensamiento, que nos permite adoptar cualquier actitud de realismo provisional y ensanchar el esquema cien­tífico de una manera útil a la misma ciencia.

Recurro al pasaje de la Natural Hi.story de Francis Ba­con, citado ya en la conferencia anterior:

Es cierto que todos los cuerpos, cualesquiera que sean, aunque no tengan sentido, tienen percepción . . . y tanto si el cuerpo es alterante como si es alterado, siempre una percepción precede a la operación ; pues de otra suerte todos los cuerpos serían iguales entre sí. . .

También en la conferencia anterior interpreté percepción (tal como la usa Bacon) en la acepción de darse cuenta del carácter esencial de la cosa percibida, y sentido como signi­ficando cogni.ción. Sin duda nos damos cuenta de cosas de que en aquel momento no tenemos cognición explícita. En efecto, podemos tener memoria cognitiva del darse cuenta, sin haber tenido una cognición contemporánea. También, como señala Bacon en su aserción, " . . . pues de otra suerte todos los cuerpos serían iguales entre sí", hay evidentemente algún elemento de carácter esencial del que nos damos cuenta, es decir, algo en que se funda la diversidad y no la mera diversidad lógica escueta .

La palabra percibir en su acepción corriente está dema­siado impregnada de la idea de aprehensión cognitiva, y lo propio le ocurre a la palabra aprehensión, incluso emplea­da sin el adjetivo cognitiva. Yo usaré la palabra prehen­sión en el sentido de aprehensión incognitiva, entendiendo por ella la aprehensión que puede o no ser cognitiva. Pues bien, tomemos la última observación de Eufranor:

"¿No es notorio, por consiguiente, que ni el castillo, ni el planeta, ni la nube, que tú ves aquí, son esas cosas reales que tú supones que existen a distancia?" Por consiguiente, hay una prehensión, aquí en este lugar, de cosas que tienen una referencia a otros lugares.

Volvamos, ahora, a las sentencias de Berkeley citadas de sus Principles of Human Knowledge. Sostiene ese autor que lo que constituye la realización de entes naturales es el ser percibidos dentro de la unidad del espíritu.

Podemos substituir el concepto y decir que la realización

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sea una reunión de cosas en la unidad de una prehensión, y que, por consiguiente, lo realizado es la prehensión y no las cosas. Esta unidad de una prehensión se define como un aquí y un ahora, y las cosas de esta suerte reunidas en la unidad captada tienen referencia esencial a otros sitios y a otros tiempos. Yo sustituyo el espíritu de Berkeley por un proceso de unificación prehensiva. Para poder hacer inteli­gible este concepto de la realización progresiva de acaeci­mientos naturales se requiere considerable expansión, y con� frontación con sus implicaciones efectivas en términos de experiencia concreta. Esa será la tarea de las conferencias siguientes. En primer lugar, obsérvese que la idea de loca­ción simple ha desaparecido . Las cosas que se han captado en una unidad realizada, aquí y ahora, no son simplemente el castillo, la nube y el planeta en sí mismos, sino el cas­tillo, la nube y el planeta desde el punto de vista, en espa­cio y tiempo, de la unificación prehensiva. Dicho con otras palabras: es la perspectiva del castillo situado allí desde el punto de vista de la unificación aquí. Son, por consiguiente, aspectos del castillo, de la nube y del planeta lo que se cap� ta en unidad aquí. Recuérdese que la idea de perspectivas es perfectamente familiar en filosofía. Fué introducida por Leibniz, en la noción de sus mónadas que reflejan las pers­pectivas del universo. La noción que uso es la misma, con la sola diferencia de que atempero sus mónadas a los acae­cimientos unificados en espacio y tiempo. En algunos as­pectos, hay mayor analogía con los modos de Spinoza; por esta razón empleo los términos 1nodo y modal. En ana­logía con Spinoza, su sustancia única es para mí la subya­cente actividad de realización individualizándose en una conectada pluralidad de modos. Así, hecho concreto es pro­ceso. Su análisis primario está en la subyacente actividad de prehensión y en acaecimientos prehensivos realizados. To­do acaecimiento es una cuestión de hecho individual proce­dente de una individualización de la actividad subyacente. Pero individualización no significa independencia sustancial.

Un ente que advertimos en la percepción de los sentidos, es el término de nuestro acto de percepción. Calificaré a tal ente de objeto-del-sentido. Por ejemplo, verde de un

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determinado matiz es un objeto-del-sentido, y lo propio cabe decir de un sonido de una calidad e intensidad defi­nidas de un olor definido y de una definida cualidad de tacto : La manera en que semejante ente es referido a es­pacio durante un definido lapso, es compleja .. D�ré que un objeto-del-sentido tiene ingreso en el espaciO-tiempo. I:a percepción cognitiva de un objeto-del-sentr�o es el adver�Ir la unificación prehensiva (en un punto de vista A) de v�nos

modos de varios objetos-del-sentido, entre ellos el obJeto­del-sentido en cuestión. El punto de vista A es, desde luego, una recrión de espacio-tiempo, es decir, un volumen de es�a­cio a

0través de una duración de tiempo. Pero tratan­

dose de un ente, este punto de vista es �na unidad . de experiencia realizada. Un modo de :rn obJeto-d�l-sentido en A. (a fuer de abstraído del obJeto-del-sentido cuya

conexión con A es condicionada por el modo) es el as­

pecto que desde A tiene cualquier otra región B. Así, el objeto-del-sentido está presente .en A. con el. modo de l�c;a­

ción en B. Así, si verde es el obJeto-del-sentido. �n cue?twn: verde no está simplemente en A donde es percibido, m e�ta

simplemente en B donde es percibido como .l?calizado, smo

que está presente en A con el modo de locacwn en B. Nada

de especialmente misterioso hay en esto. Ustedes no han

hecho más que mirar un espejo y ver en él la imagen de al­

gunas hojas verdes situadas detrás �e ustedes. Para uste­des, en A habrá verde, y no verde simplemente en A don­

de ustedes estén. El verde en A será verde con el modo ?e tener locación en la imagen de la hoja detrás del espeJO. Entonces. vuélvanse ustedes y miren la hoja. ..A..hora _per­

ciben ust.edes el verde de igual manera que hacía?- antes,

salvo que ahora el verde tiene el modo de ser localizado. e?­la hoja real. Estoy describiendo �implemente lo que percibi­mos: advertimos el verde en calidad de uno de los ele�en­

tos de una unificación prehensiva de objetos-del-sentido; todo objeto-del-sentido, entre ellos el ver��· tiene su m��o

particular, que es e�re�able como l?;acwn en otro �Iho

cualquiera. Hay vanos tipos de locacwn modal. Por eJen;t­

plo, el sonido tiene volumen: llena una sala, . ! lo propio

ocurre a veces con el color difuso. Pero la locacwn modal de

!Jl

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un color puede ser la de ser el límite remoto de un volumen como, P?r ej;mplo,, los . colores pintados en las paredes d� una. habltacwn. As1, primordialmente, espacio-tiempo es el habitáculo de la ingresión modal de objetos-del-sentido. Esta es la ra�ón de que espacio y tiempo (si para simplifi­car los desummos) sean dados en sus totalidades. En efec­to, to.do volumen de espac;o, o todo lapso, incluye en su esencia aspectos de todos los volúmenes de espacio, o de todos los lapsos. Las dificultades de la filosofía con res­pecto a espacio y tiempo se fundan en el error de conside­rarlos primariamente como los habitáculos de locaciones simples. La percepción es pura y simplemente la coanición de la unificación prehensiva, o, para decirlo más breve�ente, la percepción es la cognición de la prehensión. El mundo real es una multitud de prehensiones, y una "prehensión" es una ·:o?asión, prehensiva", y una ocasión prehensiva es el ente fm1to mas concreto, concebido como lo que es en sí Y por sí Y no como resultado de su aspecto en la esencia de otra ocasión semejante. La unificación prehensiva uuede de­cirse que tiene locación simple en su volumen A.

"Pero eso sería una mera �antología, pues espacio y tiempo son simple­men�e abstracciOnes de la totalidad de unificaciones pre­��nsiv.as que se .r_nold.ean recíprocamente. Así, una prehen­swn tiene locacwn Simple en el volumen A, al igual que aquella en que el rostro de una persona coincide con la s?nrisa que lo �nima. �asta el punto a que hemos llegado, tiene. ;mas. sentido decir que un acto de percepción tiene locacwn simple, ya que puede ser concebido como estando simplemente en la prehensión captada.

En estas condiciones, se comprenden en la naturaleza más entes que los meros objetos-del-sentido. Pero teniendo en cuenta la necesidad de la revisión consicruiente a un punto de vista más completo, podemos formular nuestra contes­tación a la cuestión de Berkeley como relativa al carácter de la realidad que haya de atribuir a la naturaleza. El afirma que es la realidad de las ideas en el espíritu. Una me�a.física completa, que haya llegado a alguna noción de espmt� ?" a alguna noción de ideas, acaso pueda adoptar en defmitiva esa opinión. Para el objeto de estas confe-

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rencias es innecesario plantear esa cuestión fundamental. Podemos darnos por satisfechos con un realismo provisional en que la naturaleza sea concebida como un complejo de unificaciones prehensivas. Espacio y tiempo ofrecen el es­quema general de las relaciones, conectadas, de esas pre­hensiones. No es posible separar ninguna de ellas de esa contextura. Sin embargo, cada una de ellas dentro de su contextura tiene toda la realidad atribuída a todo el com­plejo, y, viceversa, la totalidad tiene la misma realidad ql!e cada una de las prehensiones, puesto que cada prehenswn unifica las modalidades que desde su punto de vista deben ser atribuídas a toda parle del conjunto. Una prehensión es un proceso de unificación. Por consiguiente, la natura­leza es un proceso de desaiTollo expansivo, necesariamente transicional de prehensión a prehensión. Lo logrado se deja, en co�secuencia, atrás, pero se retiene también como teniendo a su vez aspectos , de sí mismo presentes a prehen­siones situadas más allá de ello.

Así la naturaleza es una estructura de procesos en evolu­ción. 'La realidad es el proceso. Es un absurdo preguntar si el color rojo es real. El color rojo es un ingrediente en el proceso de realización. Las realidades de la naturaleza s?n las prehensiones que se operan en la naturaleza, es decir, los acaecimientos de la naturaleza.

Ahora habiendo rebajado de espacio y tiempo el matiz de locac

,ión simple, podemos abandonar el incómodo tér­

mino "prehensión". Es� término fué i�tr?duciclo para. sig­nificar la unidad esencml de un acaecimiento, es decir, el acaecimiento como unidad y no como mero agregado de Partes o ele inoTedientes. Es necesario comprender que o • espacio-tiempo no es otra cosa que un sistema de poner en unidades conjuntos de agregados. Pero la palabra acae­cimiento signifi�a precisamente una de estas unidades espa­cio-temporales. Por consiguiente, puede ser usado, en .vez del término "prehensión", para design�r la cosa preh.en��?�·

Un acaecimiento tiene contemporaneos. Eso sigmfica que un acaecimiento refleja �n sí los mocl?s �� s�s con�em­poráneos en calidad de despliegue de reahz�ci�n. mmedmta. Un acaecimiento tiene un pasado. Eso sigmfiCa que un

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acaecimiento refleja en sí los modos de sus pr-edecesores, en calidad de recuerdos que se hallan fundidos en su propio contenido. Un acaecimiento tiene un futuro. Eso significa que un acaecimiento refleja en sí aspectos tales corno los que el futuro retrotrae al presente, o, dicho con otras pa­labras, corno el presente ha determinado como concernien­tes al futuro. Así, un acaecimiento tiene anticipación:

El alma profética Del amplio mundo soñando en cosas venideras. (cvn.)

Estas conclusiones son esenciales para toda forma de rea­lismo, puesto que en el mundo hay, para nuestro conoci­miento, recuerdo del pasado, inmin-encia de realización, e indicación de cosas venideras.

En este esbozo de un anális¡s más concreto que el del esquema científico del pensamiento, he tomado corno punto de partida nuestro propio campo psicológico tal como se presenta a nuestro conocimiento. Lo tomo por lo que pre­tende ser: el autoconocimiento de nuestro acaecimi-ento cor­póreo. lVIe refiero al acaecimiento total, y no a la inspec­ción de los detalles del cuerpo. Este autoconocimiento descubre una unificación prehensiva d-e presencias modales de entes detrás de él. Hago una generalización apelando al principio de que este total acaecimiento corpóreo se halla en el mismo nivel que los demás acaecimientos, salvo en el caso de una complejidad y estabilidad insólitas de mode­los inherentes. La fuerza de la teoría del mecanismo mate­rialista ha sido la exigencia de que no se abran arbitraria­mente brechas en la naturaleza, eludiendo así lo inseguro de las hipótesis explicativas. Acepto ese principio . Pero si partimos de los hechos inmediatos de nuestra experiencia psicológica, como seguramente haría un empirista; nos ve­mos abocados en seguida a la concepción orgánica de la naturaleza, cuya descripción ha sido comenzada en esta conferencia.

El defecto del esquema científico del siglo xvm es que no proporciona ninguno de los elementos que componen las e}..-periencias psicológicas inmediatas de la humanidad. Tam­poco proporciona ni un rasgo elemental de la unidad orgá-

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nica de un conjunto, del cual puedan emerger las unidades orgánicas de los electrones, protones, moléculas y cuerpos vivos. Según ese esquema, en la naturaleza de las cosas no hay razón que justifique que las porciones de materia hayan de tener entre sí ninguna clase d-e relaciones físicas. Acep­temos que no nos cabe esperar que descubramos que las leyes de la naturaleza hayan de ser nec-esarias. Pero pode­mos tener la esperanza de ver que es necesario que haya un orden de la naturaleza. El conc-epto de orden de la naturaleza va unido al concepto de la naturaleza conside­rada como habitáculo de organismos en proceso de desa­rrollo.

Nota. - En relación con la última parte de este capítulo, es interesante lo que dice Descart-es en su Réplica a las objeciones . . . a las JYI editaciones: "De ahí que la idea del Sol sea el mismo Sol existiendo en el espíritu, aunque no de un modo material, como existe en el cielo, sino objetiva­mente, es decir, en la manera en que los objetos suelen existir en el espíritu, y este modo de existencia es real­mente mucho menos perfecto que aquel en que las cosas existen fuera del espíritu, pero no por esto es mera nada, como ya he dicho." (Réplica a Objeciones I, según Haldane y Ross, vol. II, p. 10.) Encuentro difícil reconciliar esta teoría de las ideas (que yo suscribo) con otras partes de la filosofía cartesiana.

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CAPÍTULO V

LA REACCIÓN ROMÁNTICA

En mi última conferencia he descrito la influencia que en el siglo xvm ejerció el esquema angosto y deficiente de los conceptos científicos que ese siglo había heredado del precedente. Este esquema era producto de una mentalidad que sentía profunda simpatía por la teología agustiniana. El protestantismo calvinista y el jansenismo católico pre­sentaban al hombre como ineludiblemente abocado a coope­rar con la gracia irresistible; el coetáneo esquema de la ciencia presentaba al hombre como ineludiblemente abocado a cooperar con el mecanismo irresistible de la naturaleza. El mecanismo de Dios y el mecanismo de la materia eran ]as prodigiosas conclusiones de la metafísica limitada y del claro entendimiento lógico. También el siglo xvn tenía genio y puso claridad en el mundo del pensamiento con­fuso. El siglo xvrrr continuó la obra de aclaración con implacable actividad. El esquema científico ha durado más que el teológico. La humanidad perdió pronto su interés por la gracia irresistible, pero advirtió rápidamente los pro­vechosos ingenio., debidos a la ciencia. Además, en el último cuarto del siglo xvm, George Berkeley lanzó toda su crítica filosófica contra el conjunto de la base del sistema. N o logró alterar el rumbo de la corriente dominante en el pensamiento. En mi última conferencia desarrollé una línea de argumentación paralela, que conduciría a un sistema de pensamiento basando la naturaleza en el concepto de orga­nismo y no en el de materia. En esta conferencia, me pro­pongo examinar en primer lugar cómo el pensamiento hu-

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mano educado en lo concreto ha enfocado esta opos1c10n entre mecanismo y organismo. Fué en la literatura donde los atisbos de lo concreto por la humanidad encontraron una expresión. Por consiguiente, debemos buscar en la literatura, especialmente en sus formas más concretas, a saber la poesía y el drama, si abrigamos la esperanza de descubrir los pensamientos íntimos de una generación.

Pronto veremos que los pueblos de Occidente revelaron en vastas proporciones un rasgo peculiar que la opinión vulgar supone más genuinamente característico de los chi­nos. Se manifiesta a menudo sorpresa de que un chino pueda ser de dos religiones : confucionista en unas ocasio­nes y budista en otras. Si esto puede decirse de China, es cosa que ignoro; tampoco puedo decir que, en caso de ser cierto, resulten realmente incompatibles las dos actitudes para ello requeridas. Pem no puede caber la menor duda de que un hecho análogo se presenta ciertamente en Occi­dente, y que las dos actitudes resultan incompatibles en esta parte del mundo. Un realismo científico basado en el mecanicismo, se asocia a la creencia firme de que el mundo de los hombres y de los animales está compuesto por orga­nismos que se determinan por sí mismos. Esta incompati­bilidad radical en que descansa el pensamiento moderno, entra por mucho en lo que tiene de perpleja y confusa nuestra civilización. Sería ir demasiado lejos afirmar que distrae al pensamiento. Lo debilita por razón de la incom­patibilidad que le acecha en el fondo. Al fin y al cabo, los

. hombres de la Edad Media andaban detrás de una perfec-ción de la que casi hemos olvidado la existencia. Se plan­teaban el ideal del logro de una armonía del entendimiento. Nosotros nos damos por satisfechos con una ordenación superficial de diversos puntos de partida arbitrarios. Por ejemplo, las empresas llevadas a cabo por la energía indi­vidualista de los pueblos europeos, presuponen acciones físicas enderezadas a causas finales. Pero la ciencia emplea­da para su desarrollo se basa en una filosofía que afirma que la causación física es suprema, y que desconecta del último fin la causa física. No tiene mucho éxito el insistir sobre la absoluta contradicción en ello implicada. Pero ésta

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es un hecho, aunque se pretenda disimularla con frases. Desde luego, en el siglo xvrrr encontramos el famoso argu­mento de Paley de que ese mecanismo presupone un Dios que sea el autor de la naturaleza. Pero ya antes de que Paley diera al argumento su forma final, Hume había dicho muy sagazmente que el Dios que queremos encontrar, será la clase de Dios que hizo ese mecanismo. Para decirlo en otras palabras : ese mecanismo presupone, a lo más, un mecánico, y no un mecánico cualquiera sino su mecánico. El único modo de suavizar el mecanismo es descubrir que no es mecanismo.

Saliendo del campo de la teología apologética para aden­trarnos en el de la literatura corriente, encontramos, como cabía esperar, que la perspectiva científica es pura y sim­plemente ignorada en ella. Por lo que cabe deducir de la masa de la literatura, la ciencia debió pasar inavertida. Hasta hace muy poco casi totlos los escritores estuvieron muy enterados de la literatura clásica y de la renacentista, mientras que a la mayor parte de ellos no les int,eresaba la filosofía ni la ciencia, hallándose predispuesto su espíritu a hacer caso omiso de ellas.

Algunas excepciones tiene esa rotund:t afirmación, y sin movernos del campo de la literatura inglesa, esas excep­ciones afectan a algunos de los nombres más grandiosos; además, el influjo indirecto de la ciencia fué considerable.

Una luz !adeada sobre esa perturbadora incompatibilidad en que se debate el pensamiento moderno, se obtiene exa­minando algunos de aquellos grandes poemas serios de la literatura inglesa cuya tónica general les imprime carácter didáctico. Los poemas que interesan al efecto son Paradise Lost de lYiilton, Essay on Man de Pope, Excursion de Wordsworth e In Menwriam de Tennyson. A pesar de que escribía después de la Restauración, J\filton es el portavoz del aspecto teológico de la primera parte de ese siglo, no afectada aún por el influjo del materialismo científico. El poema de Pope refleja el efecto que en la mentalidad popu­lar tuvieron los sesenta años siguientes, incluyendo en ellos el primer período de triunfo asegurado del movimiento cien­tífico. Wordsworth expresa en todo su ser una reacción

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consciente contra la mentalidad del siglo XVIII, mentalidad que no significa otra cosa que la aceptación de las ideas científicas en su valor facial íntegro. Wordsworth no estaba ofuscado por ninguna clase de antagonismo intelectual; lo que le movía era una repulsión moral. Tenía la impresión de que algo había sido perdido, y que en lo perdido se comprendía todo lo más importante. Tennyson es el exponente de los ensayos que el movimiento romántico decreciente del se­gundo cuarto del siglo XIX hizo para llegar a un arreglo con la ciencia. Hacia esa época los dos elementos del pensamien­to moderno habían puesto de relieve su discrepancia funda­mental en sus interpretaciones divergentes del curso de la naturaleza y de la vida del hombre. Tennyson se nos pre­senta en ese poema como una muestra perfecta de aquella perturbación a que ya aludí. Hay visiones opuestas del mundo, y todas ellas exigen ser aceptadas invocando intui­ciones definitivas a las que parece imposible sustraerse. Tennyson va directamente al corazón de la dificultad. Es el problema del mecanismo lo que le aterra,

"Las estrellas", murmura ella, "corren ciegamente".

Este verso afirma vigorosamente todo el problema filo­sófico implícito en el poema. Toda molécula corre ciega­mente. El cuerpo humano es una colección de moléculas. Por lo tanto, el cuerpo humano corre ciegamente, y, por ende, no puede haber responsabilidad individual por las acciones del cuerpo. Una vez aceptado que la molécula está determinada definitivamente para ser lo que es, con independencia de toda determinación por razón del orga­nismo total del cuerpo, y si admitimos, además, que el ciego correr está establecido por leyes mecánicas generales, no hay manera de eludir esta conclusión. Pero las expe­riencias mentales son del'Ívativas de las acciones del cuerpo, incluyendo entre aquéllas, desde luego, su conducta inter­na. Por consiguiente, la sola función del espíritu es tener por lo menos algunas de sus ex-periencias efectuadas por él, incorporándoles otras tales como las que pueden ofrecérsele independientemente de los movimientos, internos y exter­nos, del cuerpo.

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/7 . , p)les, dos teorías posibles con respecto al espíritu.

� . . ?demos. negar que é�te �ea capaz de proporcionar 1. ?Ji�m1smo nmguna experrencm como no sean las que � e fre-�1 cuerpo, o bien podemos admitir que sí puede

p orcwnarlas. Si nos negamos a admitir las experiencias adicionales, se

desvanec-e entonces toda responsabilidad moral individual. Si las admitimos, entonces un ser humano puede ser res­ponsab�� por el estado d� su espíritu aunque no tenga res­ponsabilidad por las accwnes de su cuerpo. El desfall-eci­miento del pensamiento en el mundo moderno se ilustra por medio del modo en que esa salida franca es aludida por Tenn;yson en su poema. Algo hay escondido en el fondo, un esqueleto en la despensa. Tennyson enfoca casi todos los problemas religiosos y científicos, pero pone buen cuida­do en no tocar ése más que con pasaj-eras alusiones.

Precisam-ente este problema se estaba debatiendo en la época en que el poema se compuso. John Stuart :Mili sos­tenía su doctrina del determinismo. En esta doctrina, las voliciones están determinadas por motivos, y los motivos son e�:presables en términos de condiciones ant-ecedentes, entre las que se incluyen tanto estados del espíritu como del cuerpo.

Huelga decir que esta doctrina no ofrec-e salida alo-una del dilema planteado por un mecanismo radical, puesto

"' que

si la volición afecta el estado del cuerpo, entonces las molé­culas del cuerpo no corren ci-egamente. Y si la volición no afecta el estado del cuerpo, el espíritu sigue abandonado en su incómoda posición.

La tesis de Mill goza de general aceptación, especial­ment-e entre los hombres de ciencia, como si de alo-ún modo . . "' nos permitiera aceptar la doctrina extrema del mecani-cismo mat-erialista y, sin embargo, atenuara sus consecuen­cias increíbles. Pero esa posibilidad no se confirma. O las moléculas corporales corren ciegamente, o no. Si corren ciegamente, los estados mentales carecen de interés para la discusión de las acciones corporales.

He expuesto de un modo conciso los argumentos, porqu-e en verdad la solución es muy simple. La discusión prolon-

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gada contribuiría sólo a complicar la cuestión. La cuestión relativa a la condición metafísica de las moléculas, no es la que se plantea en este caso. La afirmación de que sean meras formul<le no afecta a la argumentación, pues es de presumir que las formulM signifiquen algo. Si no signifi­can nada, toda la doctrina mecanicista resulta también sin sentido, y huelga la cu·estión. La forma tradicional de eludir la dificultad -que no sea el simple recurso de hacer caso omiso de ella- es apelar a alguna modalidad de lo que actualmente se califica de "vitalismo". Esta doctrina es en r-ealidad una transacción. Da libre paso al mecanismo a través del conjunto de la naturaleza inanimada, pero sostiene que el mecanicismo sufre alteraciones parciales dentro de los cuerpos vivos. Tengo la impresión de que esa teoría es un compromiso insatisfactorio. La brecha entre la materia viva y la muerta es demasiado vaga y problemática para soportar el peso de tan arbitraria presunción, que implica un dualismo esencial en alguna parte.

La doctrina que sustento es que todo el concepto de materialismo se aplica sólo a entes muy abstractos, a pro­ductos de elucubración lógica. Los entes consistentes con­cretos son organismos, de suerte que el plan del conjunto afecta a los mismos caracter-es de los diversos organismos subordinados que entran en él. En el caso de un animal, los estados mentales entran en el plan del organismo total, modificando así los planes de los sucesivos organismos sub­ordinados hasta llegar a los últimos organismos más peque­ños, tales como los .electrones. Así, un electrón dentro de un cuerpo vivo es diferente de un electrón situado fuera de él, debido al plan del cuerpo. El electrón corre ciegamente ya dentro ya fu-era del cuerpo; pero dentro del cuerpo corre de acuerdo con su carácter dentro del cuerpo, es decir, de acuerdo con el plan general del cuerpo, y este plan incluye el estado m.ental. Pero el principio de modificación es per­fectamente general en toda la naturaleza y no constituye una propiedad peculiar de los cuerpos vivos. En las confe­rencias siguientes se explicará que .esta doctrina implica el abandono del materialismo científico tradicional, y su sus­titución por una doctrina alternativa del organismo.

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No voy a discutir el determinismo de Mili porque cae fuera del margen de estas conferencias. La discusión pre­cedente se proponía garantizar que el determinismo o el libre albedrío tuvieran cierta aplicabilidad, no obstaculizada por el mecanicismo materialista o por el vitalismo ecléctico. Designaré como mecanidsmo orgánico la teoría sustentada en estas conferencias. En esta teoría, las moléculas pueden correr ciegamente de acuerdo con las leyes generales, pero difieren en sus caracteres intrínsecos según los planes orgá­.nicos generales de las situaciones en que se encuentran.

La discrepancia entre el mecanicismo materialista de la ciencia y las intuiciones morales presupuestas en los asuntos concretos de la vida, sólo gradualmente fué asumiendo su verdadera importancia con el paso de los siglos. Los dife­rentes tonos de las sucesivas épocas a que pertenecen los ya mencionados poemas, se hallan notablemente reflejados en los pasajes con que éstos comienzan. l\'Iilton termina su introducción con la plegaria

Que a la altura de este gran argumento Pueda yo afirmar la eterna Providencia, Y justificar los caminos de Dios a los hombres.

Si hubiésemos de juzgar por lo que dicen de Milton mu­chos escritores modernos, creeríamos que el Paradise Lost y el Pa.radise Regained fueron escritos como una serie de ensayos en verso libre. En realidad no era tal la opinión que Milton tenía de su propia obra. "Justificar los caminos de Dios a los hombres" era en mucho su principal objeto. A la misma idea recurre en el Smnson Agonistes:

Justos son los caminos de Dios Y justificables a los hombres.

Subrayamos la gran cantidad de confianza segura, no perturbada por la avalancha científica que se aproximaba. La verdadera fecha de publicación del Paradise Lost cae exactamente poco antes de comenzar la última. Es el canto del cisne de un mundo pasado que vivía en una certidumbre no enturbiada.

Una comparación entre el Essay on 'Afan de Pope y el

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Paradise Lost revela el cambio de tono operado en el pen­samiento inglés en los cincuenta o sesenta años que separan la época de Milton de la de Pope. J\'lilton dirige su poema a Dios, mientras que Pope lo hace a Lord Bolingbroke:

Despierta, mi San Juan, deja todas las cosas mezquinas

.A la baja ambición • y al orgullo de los reyes.

Discurramos libremente (pues la vida poco más puede proporcionar Que dar una ojeada a r.uestro alrededor y morir)

Sóbre toda esta escena del hombre ; ¡ Formidable laberinto ! pero no sin plan.

Comparemos esa arrogante afirmación de Pope: " ¡For­midable laberinto ! pero no sin plan", con la de Milton:

Justos son los caminos de Dios Y justificables a los hombres.

Pero el verdadero punto que hay que advertir, es que Pope, lo mismo que Milton, no se hallaba perturbado por la gran perplejidad que asalta al mundo moderno. La meta que perseguía l\'Iilton era detenerse en los caminos de Dios en tratos con el hombre. Dos generaciones después, encon­traremos a Pope con la misma confianza de que los ilustra­dos métodos de la ciencia moderna proporcionan un plan adecuado como mapa del "formidable labtrinto".

La Excursion de Wordsworth es el próximo poema inglés sobre el mismo asunto . Un prefacio en prosa nos dice que es un fragmento de una obra más extensa proyectada, y lo describe como "poema filosófico que contiene opiniones so­bre el hombre, la naturaleza y la sociedad".

De un modo bien característico, el poema comienza con este verso:

Era verano, y el sol estaba muy alto.

Así, !a reacción romántica no partía r.i de Dios ni de Lord Bolingbroke, sino de la naturaleza. Registramos en este caso una reacción consciente contra todo el tono del siglo xvnr. Ese siglo se aproximaba a la naturaleza con el

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análisis abstracto de .la ciencia, mientras que Wordsworth opone a las abstracciOnes científicas su c:abal experiencia concreta.

, :Una �e.�eración de recuperación religiosa y progreso cien­bfiCo VIVIO entre la Excursion y el In f.fem.ori.am de Tenny­son: �os poetas �nteriores habían resuelto la perplejidad hacr�ndo ca;o omiso de ella . En consecuencia, su poema comienza asi:

Fuerte Hijo de Dios, inmortal Amor Al que noso;ros, que no hemos visto Tu faz, Por fe, y solo por fe, abrazamos, Creyendo donde probar no podemos.

. O'La �1ota �e perJ?lejidad ha. sido suprimida de repente. El

si,,lo xrx

_fue un s1�lo perpleJo, en un sentido en que no po­

dn� d(:'Cirse de nmguno de sus predecesores dentro del penodo moderno; �n los . tiempo� anteriores había campos opu

.estos, co� aeernmas divergencias en cuestiones que ellos

t:man por. fu,ndamentales. Pero, salvo unos pocos casos ;Isl�dos, mng�n campo estaba seguro de sus convicciones.

.Lia Importancia del poema de Tennyson estriba en el hecho de qu� e�p�esara exactamente el carácter de su período. �odo mdivid�o estaba dividido contra sí mismo. En los tiempos antenores, los pensadores profundos eran los que pen�aban claramente : Descartes, Spinoza, Locke, Leibniz. Sabian exactamente qué opinaban, y lo decían. En el siglo xr:;c, algunos. ?e los más profundos pensadores entre los �eologos 1 f1losofos eran pensadores confusos. Doctrinas mcompabbles re�;.rerían a un tiempo su adhesión, y sus es­fuerzos por conciliarlas desembocaban irremediablemente en lo confuso.

lVIatthew.

Arnold, más aú? _que Tennyson, fué el poeta

que expreso , e�e estado dt; ammo de turbación individual tan

.caractenstico de ese s1glo. Compárense con el In jJfe­

morzam los versos que cierran el Do?)er Beach de Arnold:

Y aquí estamos como en un llano tenebroso Arrastrados por confusas alarmas de luchas y arrebatos Donde de noche se baten ejércitos ignotos.

'

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En su Apología pro Vita Sua señala el cardenal Newman

como peculiaridad de Pusey, el gran prelado anglicano, que

"no le asaltaban perplejidades intelectuales". En esto recuer­

da Pusey a lVIilton, Pope y W ordsworth, en contraste con

Tennyson, Clough, Matthew Arnold y el propio Newman.

Por lo que a la literatura inglesa respecta, encontramos

-digámoslo desde ahora- entre los paladines de la re­

acción romántica que acompañó y sucedió a la época de la

Revolución Fnmcesa, la crítica más interesante de las ideas

de la ciencia. Los más profundos pensadores de esa escuela

en la literatum inglesa fueron Coleridge, Wordsworth Y Shelley. Keats es un ejemplo de literato no contaminado

por la ciencia. Podemos prescindir del ensayo de Coleridge

en un estudio de tipo francamente filosófico. Ejerció un

influjo sobre su propia generación; pero en estas conferen­

cias me propongo mencionar solamente los elementos del

pensamiento del pasado que subsisten para todos los tiem­

pos. Incluso con esa limitación, sólo nos es posible ocupar­

nos de alO'unos de ellos. Para nuestro objeto, la importan­

cia de ColeridO'e se limita únicamente al influjo que ejerció

sobre Wordsw�rth. Wordsworth y Shelley sí tuvieron una acción perdurable.

Wordsworth estaba apasionadamente absorbido en la

naturaleza. De Spinoza se ha dicho que estaba embriagado

de Dios; de Wordsworth podría decirse con la misma razón

que estaba embriagado de naturaleza. Pero era un hombre

reflexivo, culto, con intereses filosóficos, y cuerdo hasta llegar a extremos de prosaísmo. Por añadidura, era un genio. Su

testimonio se desvirtúa por su repugnancia hacia la ciencia.

Todos recordamos su desdén por el desgraciado a quien un

tanto destempladamente acusa de distraerse en la tumba de

su madre dedicándose a coleccionar especímcnes botánicos.

Un sinfín de pasajes podrían citarse de él, en que semejante aversión se pone de manifiesto. En este respecto su pensa­miento característico puede resumirse en esta frase : "Ase-sinamos para disecar."

�n este último pasaje pone al descubierto la base intelec-tual de su crítica de la ciencia. Le reprocha a la ciencia que se absorba en abstracciones. Su tema constante es que los

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hechos importantes de la natural;;za se se.straen al método científico. Por consiguiente, €S importante preguntarse qué encontraba Vvordsworth en la naturaleza que no obtuviera expresión en la ciencia. Pongo esta cuestión en interés de la ciencia misma, pues una d€ las posiciones principales de estas conferencias es una protesta contra la idea de que las abstracciones de la ciencia sean irreformables e inalte­rabl<:s. Ahora bien, en modo alguno puede decirse de Wordsworth que en lo que concierne a la materia inorgánica se entregue a merced de la ciencia y de que se haga fuerte en la fe de que en el organismo viYo haya algún elemento que la ciencia no pueda analizar. Bien es verdad que re­conoce una cosa que nadie pone en duda: que eil cierto sen­tido las cosas vivas son diferentes de las inanimadas. Pero no es ésa su tesis principal. Lo que le obsesiona es la pre­sencia meditabunda de los cerros. Su tema es la naturaleza in solido, es decir, se encariña con esa misteriosa presencia de cosas ambientes, que se impone en todo elemento sepa­rado que ncsotros consideramos individual por sí mismo. Capta siempre el conjunto de la naturaleza como implicado en la tonalidad de la instancia particular. Es por eso que se sonríe con los narcisos y encuentra en la prímula "pen­samientos demasiado profundos para lágrimas".

El poema más grande de Wordsworth, que aventaja en mucho a todos los demás, es el libro primero de The Prelwle, embebido de la obsesionante presencia de la naturaleza. Una serie de pasajes magníficos, demasiado largos para ci­tarlos, expresa esta idea. Desde luego, Vvordsworth es un poeta que escribe un poema; no se propone lanzar afirma­ciones filosóficas. Pero difícilmente cabría expresar con ma­yor claridad un sentimiento de la naturaleza que ofreciera un engranaje de unidades prehensivas, impregnadas cada una de ellas con presencias modales de las demás:

¡ Vosotras, presencias de la Naturaleza en el cielo Y sobre la tierra ! ¡ Vosotl·as, Visiones de las colinas ! j Y Almas de lugares solitarios ! ¿puedo concebir Que fuera una esperanza vulgar la vuestra cuando em­

pleabais vosotras 'l'al ministerio, cuando vosotras durante largos años

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Asaltándome así en mis infantiles deport�s, En cuevas y árboles, en los bosques y colmas, Imprimíais sobre todas las f�rmas, �os caracteres Del peligro o del deseo : :y as1 hae1a1s que La superficie de toda la tierra Con triunfo y deleite, con esperanza Y temor, Como un mar trabajara ? . . .

Mi propóúo al citar así a Wo,r.�sworth es . ��cer ver que

olvidamos cuán forzada y paradoJICa es la VISion de la na­

turaleza que la ciencia moderna impone a nues�ros pensa­

mientos. Wordsworth, desde las alturas d�l, gema, expresa

los hechos concretos de nuestr� .apre�ens;o.n, he.c�os que

aparecen desfigurados en el analis1s cien�lfiCo. ¿No c.abe

la posibilidad de que los conceptos estereotipados de l� c�en­

cia sean solamente válidos dentro de muy estr�chos l�mli.es; acaso demasiado estrechos incluso para la m1.sma c1encm.

La postura de Shelley ante la ciencia constituye el polo

opuesto a la de W ordsworth. Estaba enamorado de el!a Y

nunca se cansa de f::Xpresar en poesía las ide�s q�e le.�ug1ere.

P 'l c::1'mboliza la aleO'rÍa 1a pa7. y la Ilummacwn. Lo ara e , - b '

W d th que las colinas fueran para la juventud de or swor ,

lo fué un laboratorio químico par� Shelley. Es d� lamenta.r

que los críticos de éste hayan temdo en su propia mentali­

dad tan poco de Shelley, pues tienden a tratar como una

casual sincrularidad de la naturaleza de Shelley lo que de

hecho era b parte integrante de la principal estructura, de s�

espíritu y que por doquiera rezum� en �u poes1a. ?l Shelley hubiese nacido cien años despues; e� siglo XX habna

tenido un N ewton en el campo de la q�um1�a. Para poder apreciar el valor del tes.t,1momo de Sh,e�ley es

de importancia aquilatar esta absorc�on ?: su esp�ntu en

las ideas científicas. Un sinfín de pasaJes l�nc�s nos Ilustra� acerca de este particular; pero voy a elegir solo u� poem� .

el cuarto acto de su PJ'Ometheus Un�oun_d. La T1erra Y a

Luna platican en el lenguaje �e la. c1e�;m �xacta. Los ex­

perimentos físicos guían la Im�gmacwn ael poeta. Por

ejemplo, la exclamación de la Tierra:

¡ La vaporosa exultación de no estar limitada !

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es la trascripción poética de "la fuerza expansiva de los gases", como se diría en la terminología de las obras cientí­ficas. Tomemos, además, la estanc:a de la Tierra :

Hilo al lado de mi pirámide ele noche, Que apunta a los cielos - soñando deleite,

:Murmurando triunfal alegría en mi sueño encantado ; Como un jon�n suspirando vanamente arrullado en sueños

ele amor, Acostado a la sombra de su belleza, Que alrededor ele su descanso custodia una guardia de

luz y calor.

Esta estancia sólo pudo ser escrita por alguien que en su panorama íntimo tuviera presente un diagrama geométrico definido; un diagrama como el que a menudo me ha tocado presentar en las clases de matemiticas. Como prueba, ob­sérvese especialmente el último verso que expresa en poé­tica imagen la luz rodeando la pirámide de la noche. Esta idea no se le podría ocurrir a nadie sin el diagrama. Pero todo el poema, y los demás suyos, está tachonado de rasgos de este tipo.

Ahora bien, a pesar de toda su simpatía por la ciencia y de estar absorbido en las ideas de ésta, nada podía hacer el poeta con la doctrina de las cualidades secundarias, fun­damental para los conceptos de la ciencia, puesto que la naturaleza de Shelley conserva su belleza y su color. La na­turaleza de Shelley es en su esencia una naturaleza de orga­nismos que funcionan con todo el contenido de nuestra ex­periencia perceptual. Estamos tan acostumbrados a hacer caso omiso de la implicación de la doctrina científica orto­doxa, que resulta difícil poner de manifiesto la crítica im­plicada sobre ella en este caso. Si alguien hubiese podido tratarla seriamente, Shelley lo habría hecho así.

'A mayor abundamiento, Shelley coincide en un todo con Words\vorth en cuanto a lo entreverado de la Presencia en la naturaleza. Véase la estancia con que comienza :su poe­ma titulado Mont Blanc:

E l universo perenne d e las Cosas Se desliza por el espíritu, y hace rodar sus raudas olas,

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Ora oscuras - ora brillantes - ora reflejando mel�ncolía -Ora imprimiendo esplendor, donde d.e secretos . manantiales La fuente del pensamiento humano v1�rte su tnbuto De aguas - con un sonido sólo a med:_a� su.yo, Tal como el que a menudo tom� un clebil rwch�elo En los agrestes bosques, en medw de l.as montanas solo, Donde a su alrededor cascadas para s1emp:e se de�prenden, Donde bosques y vientos contienen, y un dllatado no Sobre sus rocas sin cesar prorrumpe y se abalanza.

Shelley escribió estos versos c?n referencia explícita a alguna forma de idealismo : kantiano, �e;keleyano o pla­tónico . Pero como quiera que se le cah�1�1ue,. ,

tenemos e!l ellos un testimonio insistente de una umfrcacwn prehensr­va como constitutiva del mismo ser de la naturaleza.

Berkeley, vVordsworth y Shelley so_n .exponentes de la negativa instintiva a aceptar el matermhsmo abstracto de la ciencia. . nr d En el tratamiento de la naturaleza exrste entre fl or s-worth y Shelle;y, una diferencia interesante, en la que se plantean las cuestiones exactas sobre las cuales hemos lo­grado pensar. Shelley piensa en la naturaleza como algo aue cambia se disuelve y transforma, como tocada por un hechizo. Lds hojas vuelan ante el viento oeste

Como espíritus huyendo de un hechicero.

En su poema The Cloud es la transformación del lo que excita su imaginación. El asunto del poema cambio de las cosas, infinito, eterno, falaz :

Yo cambio pero no puedo morir.

agua es el

Este es un aspecto de la naturalez�: su cambio falaz, un cambio que no puede expresars� srmi�leJ?-ente por loco­moción sino un cambio del caracter mtimo. Es esto lo que ac�ntúa Shelley: el cambio de lo q';le no pu�de perecer.

VI ordsworth había nacido entre colmas; colmas P,o� lo

común nudas de árboles, presentando por ende el mmrmo cambio con las estaciones. Estaba impresionado por las enormes permanencias de la naturaleza. Para él, es e� �am­bio un incidente que se proyecta de un fondo de durabrlidad,

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Rompiendo el silencio de los mares Entre las más remotas Hébridas.

Todo esquema para el análisis de la naturaleza tiene que enfrentarse con estos dos hechos: cambio y durabilidad. Hay aún un tercer hecho que debe plantearse aquél: la eternalidad, como lo designaría yo. La montaña continúa. Pero cuando el paso de las edades se la haya llevado, se habrá ido. Si sale una réplica, es, sin embargo, una nueva montaña. Un color es eterno. Ronda el tiempo como un espectro. Viene y se va. Pero a dondequiera que vaya es el mismo color. No subsiste ni vive. Aparece cuando se le necesita. La montaña tiene con el tiempo y el espacio una relación diferente de la que tiene el color. En la conferen­cia anterior examiné principalmente la relación que con el es­pacio-tiempo tienen las cosas eternas en el sentido que yo doy a esa palabra. Era indispensable hacerlo así antes de pasar al estudio de las cosas que duran.

Importa, pues, recapitular las bases de nuestro procedi­miento. Yo sostengo que la filosofía es la crítica de las abstracciones. Su función es doble: primero, armonizarlas asignándoles su verdadera condición relativa en cuanto abstracciones, y segundo, completarlas por comparación di­recta con intuiciones del universo más concretas, fomentan­do así la formación de esquemas de pensamiento más com­pletos. Es con respecto a esa comparación que tiene tanta importancia el testimonio de los grandes poetas. Su sub­sistencia es una prueba de que expresan intuiciones pro­fundas de la humanidad que llegan a la entraña de lo uni­versal en el hecho concreto. La filosofía no es una ciencia más con su pequeño esquema de abstracciones, dedicada a seguir trabajando en él para perfeccionarlo y ampliarlo. Es un reconocimiento de las ciencias, teniendo como obje­tos especiales armonizadas y completarlas. Para esta tarea aporta no sólo el testimonio de las ciencias especiales sino además su propia apelación a la experiencia concreta. Coteja las ciencias con el hecho concreto.

La literatura del siglo xrx, especialmente la literatura inglesa poética, es un testimonio de la divergencia entre

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las intuiciones estéticas de la humanidad y el mecanicismo

de la ciencia. Shelley nos pone vivamente ante nosotros la

falacia de los objetos eternos del sentido en cuanto acechan

el cambio que afecta a los organismos que les sirven de

base. Wordsworth es el poeta de la naturaleza en cuanto

campo de permanencias durables que llevan consigo un

mensaje de formidable significado. Además, los objetos

eternos son para él,

La luz que nunca fué, por mar o en tierra.

Ambos, Shelley y Wordsworth, ofrecen mar�ada�ente el

testimonio de que la naturaleza no puede diVorciarse de

sus valores estéticos, y de que esos valores surgen, en algún

sentido, de la presencia meditabunda del conjunto sobre

cada una de sus diversas partes. Así, debemos a los poetas

la doctrina de que una filosofía de la naturaleza debe ocu­

parse por lo menos de estas cinco nociones: cambio, valor,

objetos eternos, durabilidad, organismo, interconexión. . Vemos, pues, que el movimiento literario del rom�nti­

cismo de principios del siglo XIX, exac�ai_Uente en �a m;sma

medida que cien años antes el movimiento de 1deahsmo

filosófico de Berke1ey, se niega a quedar confinado dentro

de los conceptos materialistas de la teoría científica orto-e • doxa. Sabemos, además, que cuando en estas con1erencias

llerruemos al sirrlo L"'l:, encontraremos un movimiento en o o . la misma ciencia tendiente a reorgamzarse en sus concep-

tos, movimiento dirigido en lo sucesivo por su propio des­arrollo intrínseco.

Sin embargo es imposible seguir adelante mientras no hayamos dejado sentado si esa reconfiguración de ideas ha de ser llevada a cabo sobre una base objetivista o sobre una base subjetivista. Por base subjetivista entiendo yo la creencia en que la naturaleza de nuestra experiencia inme­diata es el resultado tangible de las peculiaridades per­ceptivas del sujeto que tiene esa experiencia. En otras pa­labras : estimo que según esa teoría lo percibido no es. una visión parcial de un complejo de cosas generalmente mde­pendiente de ese acto de cognición, sino que es simplemente la expresión de las peculiaridades individuales del acto cog-

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nitivo. En consecuencia, lo común a la multiplicidad de actos cognitivos es el raciocinio conectado con ellos. Así, aunque hay un mundo común de pensamiento asociado con nuestras percepciones sensibles, no hay un mundo común en el que pueda pensarse. Aquello en que pensamos es un mundo conceptual común indiferentemente aplicado a nues­tras e:ll:periencias individuales que son estrictamente per­sonales para nosotros mismos. Semejante mundo conceptual encuentra su expres;ón completa en las ecuaciones de la ma­temática aplicada. Esta es la postura subjetivista extrema. Hay, desde luego, la posición intermedia de los que creen que nuestra experiencia perceptual nos habla realmente de un mundo objetivo común, pero que las cosas percibidas son simplemente el resultado para nosotros de este mundo y no elementos en sí del mismo mundo común.

Hay, también, la posición objetivista. Este credo consi­dera que los elementos efectivos percibidos por nuestros sentidos son en sí los elementos de un mundo común, y que ese mundo es un complejo de cosas, incluyendo positiva­mente nuestros actos de cognición, pero yendo más allá de ellos. Por consiguiente, según ese punto de vista, las cosas experimentadas deben ser distinguidas de nuestro co­nocimiento de ellas. Hasta donde haya dependencia, las cosas allanan el camino para la cognición, más que vice­veTSa. Pero el punto esencial es que las cosas efectivas ex­perimentadas figuran en el mundo común por depender del sujeto cognoscente. El objetivista sostiene que las cosas experimentadas y el sujeto cognoscente figuran por igual en el mundo común. En estas conferencias estoy trazan­do los perfiles de lo a mi juicio esencial de una filoso­fía adaptada a las exigencias de la ciencia y a la expe­riencia concreta de la humanidad. Prescindiendo de la crí­tica detallada de las dificultades suscitadas por el subje­tivismo en cualquiera de sus formas, mis razones amplias para desconfiar de él son en número de tres: una razón surge del interrogatorio directo de nuestra experiencia per­ceptiva. De este interrogatorio resulta que estamos dentro de un mundo de colores, sonidos y otros objetos-del-senti­do, referidos en espacio y tiempo a objetos durables tales

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como piedras, árboles y cuerpos humanos. Parece que nos­otros mismos somos elementos de este mundo en el mismo sentido en que lo son las demás cosas que percibimos. Pero el subjetivista, incluso el subjetivista ecléctico moderado, pretende que este mundo, así descrito, depende de nos­otros, de un modo que choca directamente con nuestra ex­periencia ingenua. Yo sostengo que es en definitiva a la experiencia ingenua a la que apelamos. y es por eso que yo doy tanta importancia al testimonio de la poesía. Mi opinión es que en nuestra experiencia sensible conocemos fuera de nuestra propia personalidad y más allá de ella; en cambio, el subjetivista sostiene que en esa experiencia sólo conocemos de nuestra personalidad. Incluso el subjetivista ecléctico coloca nuestra personalidad entre el mundo que conocemos y el mundo común por él admitido. El mundo que conocemos es, para él, la constricción interna de nues­tra personalidad bajo la tensión del mundo común situado a sus espaldas.

Mi segunda razón para desconfiar del subjetivismo se basa en el contenido particular de la experiencia. Nuestro conocimiento histórico nos habla de edades pasadas en que, en cuanto alcanzamos a ver, no existía en la tierra ser vivo alguno. Además, nos habla de innumerables sistemas astra­les cuya historia de detalle queda fuera de nuestro alcance. No tenemos que movernos de la Luna ni de la Tierra. ¿Qué pasa en las entrañas de la Tierra y en el lado que la Luna no presenta nunca a nuestra vista? Nuestras percepciones nos inducen a suponer que algo ocurre en las estrellas, algo dentro de la Tierra, algo en aquel lado de la Luna. Nos dicen, también, que en edades remotas ocurrían cosas. Pero todas esas cosas que parece ocurrían con seguridad, nos son desconocidas en sus detalles o bien las reconstruímos a base de pruebas inferenciales. En vista de este contenido de nuestra experiencia personal, es difícil creer que el mun­do de la experiencia sea una atributo de nuestra propia personalidad.

Mi tercera razón se basa en el instinto de acción. Exac­tamente igual que la percepción sensible parece dar cono­cimiento de lo que está fuera de la individualidad, la acción

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parece provenir de un instinto de autotrascendencia. La actividad pasa más allá de sí hacia el mundo trascendente conocido. Es en este punto donde tienen importancia los fi­nes últimos, pues no hay actividad provocada desde fuera que salga al mundo velado del subjetivista ecléctico. Ha;v actividad dirigida a determinados fines del mundo conoci­do, y, sin embargo, hay actividad que trasciende de sí Y ac­tividad dentro del mundo conocido. Síguese de ello que, en cuanto conocido, el mundo trasciende del sujeto que es cognoscente de él.

;La posición subjetivista ha sido popular entre los que han sido inducidos a dar una interpretación filosófica a las recientes teorías de la relatividad en la ciencia física. Pa­rece que las opiniones en cuestión se expresan de un modo cómodo suponiendo que el mundo de los sentidos depende del percipiente individual. Desde luego, salvo aquellos que se dan por satisfechos considerando que forman todo el universo, solitarios en medio de la nada, todos pugnan por trazarse un camino que les conduzca de nuevo a alguna clase de posición objetivista. Yo no concibo cómo un mun­do común de pensamiento pueda ser establecido. sin ?ontar con un mundo común del sentido. No voy a discutir este punto en detalle, pero a falta de una trascendencia del pen­samiento o de una trascendencia del mundo de los sentidos, resulta difícil ver cómo el subjetivista logre desvestirse de su solipsismo. Tampoco parece que el subjetivista e;léctico haya de sacar auxilio alguno de su mundo desconocido que tiene en el fondo.

La distinción entre realismo e idealismo no coincide con la de objetivismo y subjetivismo, pues tanto los �ealistas como los idealistas pueden partir de un punto de VIsta ob­jetivo; ambos pueden aceptar que el mundo revelad.o en la percepción sensible es un mundo común, que trasciende el percipiente individual. Pero el idealista objetivo, cuando se pone a analizar qué implica la realidad de este mundo, encuentra que la mentalidad cognitiva está de algún m?do intrincadamente comprometida en todo detalle. El realista niega esta postura. En consecuencia, estas dos clases de ob­jetivistas no se separan hasta haber llegado al problema

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�ltimo de la metafísica. Hay un gran trecho que recorren JUn�os. En ello me fundaba en mi última conferencia para decir que adoptaba una postura de realismo provisional.

La postura o?jetivista fué adulterada en el pasado por la presunta necesidad de aceptar el materialismo científico clásico �on su doctrina de la locación simple. Esta necesitó la doctr�na de las cualidades primarias y secundarias. Así, l�s cualidades secundarias, tales como los objetos-del-sen­tido, so� .t;a�adas a base de principios subjetivos. Es, ésta, una. ��si.cwn mestable que resulta presa fácil para una crítica subJetivista.

Para incluir las cualidades secundarias en el mundo co­mún, se requiere una reorganización muy radical de nues­t:o c�mcepto fundamental. Es un hecho evidente de expe­riencia que nuestras aprehensiones del mundo exterior dependen en absoluto de acaecimientos que ocurren en el cue1-p? �umano. Efectuando en su cue1-po las maniobras aprop1.aaas, puede un hombre ser puesto en condiciones de percibir, o de no .percibir, casi todo lo que se quiera. Hay personas q�e se ex-presan como si los cuerpos, los cerebros y los nerviOs fueran las únicas cosas reales en un mundo completamente imaginario. Dicho con otras palabras : tra­tan los cuerpos con principios objetivistas y el resto del n;undo con . principios subjetivistas. Esto no es lícito, espe­Cialmente si tenemos presente que aquello cuyo testimonio está en litigio es la percepción que del cuerpo de otra per­sona tiene el experimentador.

Pero tenemos que admitir que el cuerpo es el organismo cuyos estados regulan nuestro conocimiento del mundo. La unidad del campo perceptual tiene que ser, por consiguien­te, una uni�ad .de la experiencia corporal. Al percatarnos de la experiencia corporal, tenemos que percatarnos, por ende, de los aspectos de todo el mundo espacio-temporal en cuanto reflejados dentro de la vida corporal. Esta es la solución que daba al problema en mi conferencia última. �o :oy .a repetirme ahora, salvo para recordar que mi teo­na Implica el total abandono de la noción de que la loca­?ión . simple es el modo primario en que las cosas están Implicadas en el espacio-tiempo. En cierto sentido, todas

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las cosas están en todos los lugares en todos los tiempos, puesto que toda locación implica un aspecto de sí misma en toda otra locación. Así, todo punto de vista espacio-tem-poral refleja el mundo. .

Si pretendemos imaginar esta doctrina en los térmmos

de nuestras opiniones convencionales de espacio y tiempo,

que presuponen locación simple, resulta una gran paradoj�.

Pero si la concebimos en términos de nuestra experiencia

ingenua, es una mera trascripción de hechos obvios. Es­tamos en un lugar determinado percibiendo cosas. Nuestra percepción se opera en el lugar en que estamos y depende nor comnleto de cómo funcione nuestro cuerpo. Pero este

funciona� del cuerpo en un lugar, presenta a nuestro conoci­

miento un aspecto del ambiente distante, desvaneciéndose

en el conocimiento general de que hay cosas más allá. Si

aquel conocimiento lo contiene de un mundo trascendente,

ello será porque el acaecimiento que es la vida corporal, unifique en sí aspectos del universo.

Es ésta una doctrina que concuerda en grado sumo con la expresión viva de la experiencia personal, como la que

encontramos en la poesía de la naturaleza de escritores imaginativos tales como Wordsworth y Shelley. Las pre­

sencias meditabundas, inmediatas, de las cosas, constitu­yen una obsesión para Wordsworth. Lo que la teoría hace positivamente es desviar la mentalidad cognitiva de ser el

sustrato necesario de la unidad de la experiencia. Esa

unidad es colocada entonces en la unidad de un acaeci­miento. Acompañando a esta unidad, puede haber o no cognición.

En este punto volvemos a la gran cuestión que nos plan­teaba el examen del testimonio aportado por la sagacidad poética de Wordsworth y Shelley. Esta cuestión única se ha transformado en un grupo de cuestiones. ¿Qué son cosas duraderas, a diferencia de los objetos eternos, tales como color y forma? ¿Cómo son posibles? ¿ Cuál es su condición y significación en el universo? A esto se añade: ¿ Cuál es la condición de la estabilidad duradera del orden de la naturaleza? Hay una contestación sumaria que re­fiere la naturaleza a alguna realidad mayor situada fuera

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de ella. Esta realidad se presenta en la historia del pensa­miento con distintos nombres: el Absoluto, Brahma, el Or­den de los Cielos, Dios. El delinear la verdad metafísica f�nal, no es cosa de esta conferencia. lVIi tesis es que cons­tituye una gran renuncia de la racionalidad a hacer valer sus derec.ho?,

toda conclu.sión sumaria que se salga de nues­tra convrccwn de la existencia de semejante orden de la naturale�a par� l.anzarse a la cómoda suposición de que hay una realidad :Ultima a la que, de algún modo inexplicado, hay que acudir para subsanar la perplejidad. Tenemos que buscar si en su propio ser la naturaleza no se muestra como explicación de sí misma. Por este camino cabe a mi jui­cio, que la mera comprobación de lo que las cos;s son, con­tenga elementos explicativos de por qué las cosas. Es de esperar que tales elementos nos lleven a profundidades si­tuadas fuera de cuanto podemos captar con una clara a�rehensión. �? _

un sentido, tod� explicación tiene que ter­mmar en defm1tiva en una arbltranedad, y mi aspiración es que la arbitrariedad última de lo positivamente dado, de q:Ue parte nuestra forn.mlación, revele los mismos princi­piOs generales de la realidad, que columbramos confusámen­te como extendiéndose hacia regiones situadas más allá de nuestras facultades explícitas de discernimiento. La natu­raleza se presenta como ejemplificación de una filosofía de la evolución de organismos sujeta a determinadas condi­ciones. Ejemplos de esas condiciones son las dimensiones de espacio, las leyes de la naturaleza, los entes continuos de­terminados, tales como átomos y electrones, que ejempli­fican estas leyes. Pero la misma naturaleza de esos entes, la propia naturaleza de su espacialidad y temporalidad, re­velaría la arbitrariedad de esas condiciones a fuer de resul­tado de una evolución más amplia más allá de la naturaleza misma, y dentro de la cual la naturaleza no es más que un modo limitado.

Un hecho presente por doquiera, inherente al mismo carácter de lo real, es la transición de las cosas, el paso de una a otra. Este paso no es una mem seriación lineal de entes discriminados. Aunque fijemos un ente determinado, hay siempre u:na determinación más angosta de algo que

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e�tá presupuesto en nuestra primera elección. Además, hay siempre una determinación más amplia hacia la que por transición más allá de sí misma deriva nuestra primera elec­ción. El aspecto general de la naturaleza es el de una ex­pansivida? �n evolución. Estas un�dades, a las que yo lla­mo acaecimientos, son la emergencia de algo a la realidad. ¿ Cómo hemos de caracterizar el algo que así emerge? El nombre de acaecimiento dado a semejante unidad llama la atención hacia la transitoriedad inherente co�binada con la _H?idad efectiva. Per? esa palabra abstr;cta no puede ser suficiente para caractenzar lo que en sí mismo sea el he­cho de la realidad de un acaecimiento. Poco hay que pensar para ver que ninguna idea puede ser suficiente por sí sola, pues toda Idea que encuentre su significación en cada acaeci­miento, debe representar por necesidad algo que contribuya a lo que es realización en sí mismo, y, por lo tanto, ninguna palabra puede ser adecuada. Pero, a la inversa, ninguna cosa puede ser descartada. Teniendo presente la versión poética de nuestra experiencia concreta, vemos inmediata­mente que �1 elemento de valor, de ser valioso, de tener va­lor, de ser fm en sí mismo, de ser algo que es por sí mismo, no puede ser omitido en ninguna relación de un acaecimien­to en su calidad del algo real más concreto. "Valor" es la palabra que empleo para designar la realidad intrínseca de un acaecimiento. Valor es un elemento que penetra por do­quiera la visión poética de la naturaleza. No tenemos que hacer más que transferir a la misma contextura de la rea­lización en sí ese valor que tan fácilmente reconocemos en el orden de la vida humana. Este es el secreto del culto de \Vordsworth a la naturaleza. Por consiguiente, realización es en sí el adquirir valor. Pero nada hay que sea mero va­lor. Valor es el resultado de la limitación. El ente defini­damente finito es el modo elegido en que toma forma aque­lla adquisición; aparte de semejante formarse en ente indi­

vidual de hecho, no hay ninguna otra adquisición. La mera

fusión de todo lo que es, sería la nada de lo indefinido.

La salvación de la realidad está en sus entes, obstinados,

irreducibles, efectivos, limitados a no ser otros que ellos

mismos. Ni la ciencia, ni el arte, ni la acción creadora, pue-

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den salirse de sus hechos obstinados, irreducibles limita­dos. La durabilidad de las cosas tiene su signific�ción en la autorretención de lo que se impone por sí mismo a modo de adquisición definida. Lo que dura es limitado

'obstruc­

tivo, intolerante, y modifica el ambiente con sus p�opios as­pectos. Pero no es autosuficiente. Los aspectos de todas las cosas figuran en su misma naturaleza. Es sólo él mismo en cuanto junta hacia su propia limitación el conjunto más amplio en que él mismo se encuentra. Y a la inversa es sólo é� mismo � condición de que impri�a sus aspectds a ese mrsmo a�biente en que él se encuentra. El problema de la evolucwn es el desarrollo de armonías durables de f?r;nas de valor d�rables, que se elevan a más altas adqui­SICiones de cosas aJenas a ellas. La adquisición estética está engarzada en la contextura de la realización. La durabili­dad de un ente representa la adquisición de un éxito esté­tico limitado, aunque mirando más allá de sus efectos ex­ternos represente un fracaso estético. Incluso dentro de sí mismo, puede representar el conflicto entre un éxito infe­rior y un fracaso más elevado. El conflicto es el presagio del estallido.

El examen ulterior de la naturaleza de los objetos dura­bles y de las condiciones que requieren, será de entidad para el estudio de la doctrina de la evolución, dominante en la seg�nda :r_nitad del siglo XIX. El punto que en esta conferencia he mtentado poner en claro es que la poesía con que la restauración romántica sentía la naturaleza, era una protesta en defensa de la concepción orcránica de la na­turaleza, ;y también una protesta contra la

"' idea de que el

;alor pudrera ser excluido de la esencia de la realidad. En este de sus aspectos, el movimiento romántico puede ser considerado . como un retorno a la protesta de Berkeley formulada eren años antes. La reacción romántica era una protesta en defensa del valor.

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CAPÍTULO VI

EL SIGLO XIX

Mi conferencia anterior fué dedicada a la comparación entre la poesía de la naturaleza del movimiento romántico inglés y la filosofía científica materialista heredada del si­glo xvrrr. Señaló la divergencia absoluta de esos dos mo­vimientos de pensamiento. La conferencia continuó tam­bién la empresa de trazar una filosofía objetivista capaz de salvar el abismo entre la ciencia y aquella intuición funda­mental de la especie humana que encuentra su expresión en la poesía y su ejemplificación práctica en los presupues­tos de la vida cotidiana. Pasado el siglo XIX, decayó el movimiento romántico. No se extinguió totalmente, pero perdió su clara unidad de río desbordante, y se dispersó en varios estuarios al ponerse en contacto con otros intere­ses humanos. La fe del siglo provenía de tres fuentes: una de ellas era el movimiento romántico, acusado en la restau­ración religiosa, en el arte y en las aspiraciones políticas; otra fuente, el avance creciente de la ciencia abriendo nue­vos cauces al pensamiento, y la tercera fuente, los progresos de la técnica que cambiaron totalmente las condiciones de la vida humana.

Cada una de estas fuentes de fe tiene su origen en el período precedente. La misma Revolución Francesa fué el primer hijo del romanticismo en la forma en que lo matizó Rousseau. James vVatt obtuvo la patente para su máquina de vapor en 1769. El progreso científico fué la gloria de Francia y de la influencia francesa, a través de ese mismo siglo.

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Además, precisamente durante ese período anterior, las corrientes interferían, se juntaban y chocaban entre sí; pero no fué hasta el siglo XIX que el triple movimiento llegó a ese pleno desarrollo y equilibrio peculiar, característicos de los sesenta años que siguieron a la batalla de Waterloo.

Lo genuino y nuevo del siglo, a diferencia de todos los anteriores, es su técnica, y no sólo la introducción de al­gunos grandes inventos por separado. Es imposible no ad­vertir que había algo más que eso. Por ejemplo, la escritura fué un invento más grande que la máquina de vapor. Pero al seguir la trayectoria continua del desarrollo de la escri­tura, encontramos una diferencia inmensa en comparación con la de 1� máquina de vapor. Huelga decir que importa descartar ciertos precedentes de uno y otro invento espo­rádicos y de escasa importancia, concentrando nuestra aten­ción en los períodos en que efectivamente se elaboraron. En lo que se refiere a la proporción del tiempo, resulta ab­solutamente dispar, pues el desarrollo de la máquina de vapor requirió unos cien años, mientras que el período de formación de la escritura abarca unos mil años. Además, cuando por último la escritura se hubo divulgado, el mundo no esperaba que el próximo paso fuera a darlo la técnica. El proceso del cambio fué lento, inconsciente e inesperado.

En el siglo XIX el proceso se precipitó, y la gente tenía conciencia de él y lo aguardaba. La primera mitad del siglo fué el período en que por vez primera se estableció y se sin­tió con satisfacción esta nueva actitud hacia el cambio. Fué un período de peculiar esperanza, en el mismo sentido en que sesenta o setenta años después advertimos una nota de desilusión o, por lo menos, de ansiedad.

El invento más grande del siglo XIX fué el invento del método del invento. Un método nuevo llegaba a la vida. Para entender nuestra época, es imposible hacer caso omiso de ninguno de los detalles del cambio, tales como ferroca­rriles, telégrafos, radio, máquinas de hilar, tintes sintéticos. Tenemos que concentrarnos en el método mismo; ésa fué la verdadera novedad que destrozó los fundamentos de la civilización anterior. La profecía de Francis Bacon se ha­bía cumplido, y el hombre, que en tiempos soñara llegar a

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ser algo poco inferior a los ángeles, se avino a convertirse en servidor y ministro de la naturaleza. Queda aún por ver si es posible que el mismo actor desempeñe ambos pa­peles.

Todo el cambio surgió de la nueva información científi­ca. La ciencia, concebida no tanto en sus principios como en sus resultados, es un notorio almacén de ideas para su utilización; pero si queremos entender lo que sucedió du­rante ese siglo, la imagen de la mina nos servirá mejor que la del almacén. Por otra parte, es un gran error pensar que la pura idea científica es el invento requerido, de suerte que sólo tiene que ser captada y utilizada. Entre una cosa y otra media un intenso período de proyectos imaginativos. Un factor del nuevo método fué precisamente el descubri­miento de cómo p'Jdía lanzarse un puente que salvara el precipicio entre las ideas científicas y el producto defini­tivo. Es un proceso de ataque disciplinado de sucesivas di­ficultades.

Las posibilidades de la técnica moderna fueron práctica­mente realizadas por vez primera en Inglaterra gracias a la energía ele una clase media próspera. Por lo tanto, es de este punto que arranca la revolución industrial. Pero fue­ron los alemanes los que realmente pusieron en práctica los métodos gracias a los cuales fué posible llegar a los filones más profundos de la mina de la ciencia. Fué obra suya la abolición de los métodos azarosos de la erudición. En sus escuelas y universidades técnicas, el progreso no tenía que aguardar al genio ocasional o al pensamiento afortunado fortuito . Sus hazañas en el campo de la erudición durante el siglo XIX les valieron la admiración del mundo. La dis­ciplina del conocimiento se aplica más allá de la técnica a la ciencia pura y más allá de ésta a la erudición general. Representa el cambio del amateur al profesional.

Fueron siempre hombres que consagraron su vida a re­giones del pensamiento definidas. De un modo especial, ju­risconsultos y clérigos de las iglesias cristianas constituyen ejemplos claros de semejante especialización. Pero la plena realización consciente del poder del profesionalismo en el co­nocimiento en todos sus campos y del camino para producir

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los profesionales y de la importancia del conocimiento para el progreso de la técnica, y de los métodos por medio de los cuales el conocimiento abstracto puede ser conectado con la técnica, y de las infinitas posibilidades del progreso técnico; la realización de todas esas cosas fué lograda por vez pri­mera de un modo completo en el siglo XIX, y entre los di­versos países, principalmente en Alemania.

En el pasado el hombre vivía en carreta de bueyes; en el futuro vivirá en aeroplano, y el cambio de velocidad va acompañado de una diferencia de cualidad.

No siempre resultó totalmente una ganancia la transfor­mación del campo del conocimiento de esta suerte obteni­da; por lo menos, existen en ella peligros implícitos, aun­que es innegable que ha habido un incremento de eficien­cia. Reservo para mi próxima conferencia el estudio de los diversos efectos que la nueva situación ha originado en la vida social. De momento baste la observación de que esta situación nueva de progreso disciplinado, es la sede en que se desarrolló el pensamiento del siglo.

En el período que estudiamos, cuatro grandes ideas nue­vas fueron introducidas en la ciencia teorética. Desde lue­go, es posible aducir buenas razones para ampliar mi lista mucho más allá del número cuatro. Pero yo me detengo en ideas que, tomadas en su significación más amplia, son vitales para los ensayos modernos de reconstruir los fun­damentos de la ciencia física.

Dos de esas ideas son antitéticas y voy a examinarlas conjuntamente. No nos ocupamos de los detalles sino de las influencias últimas sobre el pensamiento. Una de esas ideas es la de un campo de actividad física ocupando todo el espacio, incluso allí donde existe un vacío notorio. Esta noción se les ocurrió a varios pensadores y en formas dis­tintas. Recordemos el axioma medioeval de que a la natu­raleza le repugna el vacío. Por otra parte, los torbellinos de Descartes parecieron en una ocasión -en el siglo xvii­quedar establecidos como postulado científico. Newton c""reía que la gravitación era -causada por algo que ocurría en un medio. Pero, en conjunto, nada se hizo con estas ideas en el siglo xvm. El paso de la luz era explicado a la ma-

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nera de N ewton, por la evaswn de corpúsculos diminutos que, naturalmente, dejaban espacio para un vacío. Los fí­sicos matemáticos estaban demasiado ocupados en deducir las consecuencias de la teoría de la gravitación para preocu­parse por las causas, y tampoco habrían sabido dónde bus­car si la cuestión les hubiese interesado. Se trataba de es­peculaciones, pero su importancia no era grande. Por c?n­sigui,�nte, al comenzar el siglo XIX no tenía lugar efectivo en lá ciencia la noción de fenómenos físicos que ocuparan todo el espacio. Esta noción se agitó de dos distintas fuen­tes. La teoría ondulatoria de la luz triunfó gracias a 'l'ho­mas Young y a Fresnel. Este pretende que a través del espacio tiene que haber algo que pueda ondular. En con­secuencia, se presentó al éter como una especie de materia sutil que todo lo invade. Por otra parte, en manos de Clerk l\1:axwell, la teoría del electromagnetismo asumió finalmen­te una forma en la que se pretendía que a través de todo el espacio tenía que haber fenómenos electromagnéticos. La teoría completa de l\1:axwell no quedó formada hasta la oc­tava década del siglo xrx; pero había sido preparada por varios grandes hombres: Ampere, Oersted, Faraday. De acuerdo con el panorama materialista a la sazón imperante, esos fenómenos electromagnéticos requerían, a su vez, una materia en que ocurrieran. De esta suerte se volvió a echar mano del éter. Entonces l\faxwell demostró, como primicia de su teoría, que las ondas de luz eran simplemente ondas de sus fenómenos electromagnéticos. Y así, la teoría del electromagnetismo absorbió la de la luz. Era una gran sim­plificación, y nadie duda de su verdad. Pero tuvo un efecto desafortunado en cuanto concernía al materialismo, pues mientras una clase absolutamente simple de éter elástico bastaba para la luz tomada en sí misma, el éter electromag­nético había de estar dotado precisamente de aquellas pro­piedades necesarias para la producción de los fenómenos electromagnéticos. De hecho, pasó a ser una mera denomina­ción para la materia que se pretende sirve de soporte a esos fenómenos. Si no nos decidimos a sostener la teoría meta­física que nos hace postular un éter semejante, podemos descartarlo, puesto que carece de vida independiente.

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De esta suerte fueron establecidas en la octava década del pasado siglo algunas ciencias físicas principales, asen­tándose sobre una base que presuponía la idea de continui­dad. Por otro lado, la idea de atomicidad había sido intro­ducida por John Dalton, completando la labor de Lavoisier en orden a la fundación de la química. Esta es la segunda gran noción. La materia ordinaria era concebida como ató­mica: los efectos electromagnéticos fueron concebidos como surgiendo de un campo continuo.

No existía contradicción. En primer lugar, las nociones son antitéticas; pero, prescindiendo de incorporaciones con­cretas, no son lógicamente contradictorias. En segundo lu­gar, fueron aplicadas a distintos sectores científicos: una a la química y la otra al electromagnetismo. Y, hasta aho­ra, no se han registrado más que muy vagos s íntomas de colisión entre ambas.

La noción de la materia como atómica tiene una larga historia. Demócrito y Lucrecio acuden en seguida a nues­tra mente. Cuando hablo de estas ideas como nuevas, quie­ro decir sólo relativamente nuevas, habida cuenta del ajus­te de ideas que formó la base eficiente de la ciencia durante el siglo xvnr. Al examinar la historia del pensamiento, es necesario distinguir las corrientes reales, determinantes de un período de pensamientos inoperantes sostenidos de un modo casual. En el siglo xvm, toda persona cultivada leía a Lucrecio y compartía sus ideas acerca de los átomos; pero John Dalton las hizo eficientes en la corriente de la ciencia, y en esta función de eficiencia era la atomicidad una idea nueva.

El influjo de la atomicidad no se limitó a la química. La célula viva es para la biología lo que el electrón y el pro­tón son para la física. Prescindiendo de células y de agre­gados de células, no hay fenómenos biológicos. La teoría de la célula fué introducida en la biología simultáneamente con la teoría atómica de Dalton, pero independientemente de ésta. Las dos teorías son ejemplificaciones independien­tes de la misma idea de "atomismo". La teoría de la cé­lula biológica fué un desarrollo gradual, y una simple lista de fechas y nombres pone de relieve el hecho de que las

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ciencias biológicas, como esquemas efectivos de pensamien­to, tienen escuetamente cien años de antigüedad. Bichat elaboró en 1801 una teoría del tejido; Johannes 1\tlüller des­cribió en 1835 las "células" y demostró hechos relativos a su naturaleza y relaciones; Schleiden en 1838 y Schwann en 1839 establecieron, por último, su carácter fundamental. Por lo tanto, hasta 1840 tanto la biología como la química se apoyaron en una base atómica. El triunfo final del atomismo tuvo que aguardar a que llegaran los electrones a fines de siglo. La importancia del fondo imaginativo se pone de re­lieve con el hecho de que casi medio siglo después de que Dalton hiciera su obra, otro químico, Louis Pasteur, llevó estas mismas ideas de atomicidad mucho más lejos aún en la región de la biología. La teoría de la célula y la obra de Pasteur eran en muchos aspectos más revolucionarias que la de Dalton, pues introducían la noción de organismo en el mundo de los seres infinitamente pequeños. Ha habido una tendencia a tratar el átomo como ente último, suscep­tible solamente de relaciones exteriores. Esta postura in­telectual se vino abajo bajo el influjo de la ley periódica de lVlendeleef. Pero Pasteur mostró la importancia decisiva de la idea de organismo en la fase de la magnitud infinitesimal. Los astrónomos nos habían mostrado cuán grande es el universo. Los químicos y biólogos nos enseñaron cuán pe­queño es. En la práctica científica moderna existe una fa­mosa norma de longitud; es más bien pequeña: para obte­nerla hay que dividir un centímetro en cien millones de partes, y tomar cada una de ellas. Los organismos de Pas­tcur eran bastante más grandes que esa longitud. Comparán­dolos con los átomos, sabemos que hay organismos para los cuales semejantes distancias resultan incómodamente grandes.

Las dos restantes ideas nuevas que hay que adscribir a la época, se halhm rclacit1nadas, ambas, con la noción de transición o cambio. Son la doctrina de la conservación de la energía y la doctrina de la evolución.

La doctrina de la energía tiene que ver con la noción de la permanencia cuantitativa a través del cambio; la doctrina ele la evolución, con el nacimiento de nuevos orga-

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nismos como resultado del azar. La teoría de la energía se asienta en los dominios ele la física. La de la evolución en los de la biología principalmente, aunque ya antes había si­do tomada de paso por Kant y Laplace en relación con la formación de soles y planetas.

La acción convergente del nuevo poder para el pro(J'reso científico, resultante de estas cuatro ideas. transfor�ó el período central del siglo en una orgía de trjunfo científico. Hombres de clara visión, de la clase de los que tan clara­mente se equivocan, proclamaron entonces que los secretos del universo físico quedaban finalmente descubiertos. Bas­ta sólo hacer caso omiso de todo lo que se resiste a entrar en nuestros cuadros, para que nuestros poderes de expli­cación res�lten ilimitados. Por otra parte, hombres de ideas confusas, mcrementaban su propia confusión colocándose en las posiciones más indefendibles. El dogmatismo instruí­do, asociado a la preterición de los hechos cruciales, sufrió una grave derrota a manos de los paladines científicos de las nuevas rutas. Así, a la excitación producida por la re­volución técnica, vino a sumarse la debida a las perspec­tivas descubiertas por la teoría científica. Se hallaban a un tiempo en proceso de transformación las bases materiales y las espirituales de la vida social. Cuando el siglo llegó a su último cuarto, sus tres fuentes de inspiración (la román­tica, la técnica y la científica) habían consumado su obra.

Entonces, casi súbitamente, se produjo una pausa, y en sus últimos veinte años terminó el siglo con una de las fa­ses más deslucidas que desde la época de la pr:mera cru­zada registra la historia del pensamiento; era un eco del siglo xvm, pero le faltaba un Voltaire y la gracia impúdi­ca de los aristócratas franceses. El período era eficiente, deslucido y perplejo. Celebraba el triunfo del hombre pro­f€sional.

Pero volviendo la mirada hacia ese período de pausa, po­demos advertir signos de cambio. En primer lu(J'ar, las con­diciones modernas de la investigación sistemática impiden un estancamiento absoluto . En todas las ramas de la cien­cia hubo un progreso efectivo, y además rápido, aunque de algún modo limitado estrictamente dentro del círculo de

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ideas aceptadas por cada rama. Fué una época de ortodoxia científica llena de éxitos, sin que viniera a turbarla un ex­ceso en materia de pensar más allá de las convenciones.

En segundo lugar, podemos ver actualmente que se ha­llaba en peligro el prestigio del materialismo científico co­mo esquema de pensamiento para el uso de la ciencia. La conservación de la energía proporcionaba un nuevo tipo de permane_ncia cuantitativa. Bien es verdad que la energía podía ser construída a modo de algo subsidiario a la ma­teria. Pero, sea como fuere, la noción de masa iba perdiendo su preeminencia exclusiva de cantidad permanente final única. lVIás adelante, encontramos invertidas las relaciones de masa y energía, de suerte que ahora masa pasó a ser la denominación de una cantidad de energía considerada en relación con alguno de sus efectos dinámicos. Esta tenden­cia del pensamiento conduce a la noción de energía como fundamental, posición de la que desplazó a la materia. Pero energía es simplemente la denominación del aspecto cuanti­tativo de una estructura de acaecimientos; dicho con pocas palabras : depende de la noción del funcionamiento de un organismo. Es la cuestión siguiente: ¿podemos definir un organismo sin recurrir al concepto de materia en locación simple? Más adelante tendremos que estudiar más detalla­damente este punto.

La misma relegación de la materia al fondo se da en re­lación con los campos electromagnéticos. La teoría moderna presupone acaecimientos en ese campo divorciados de la dependencia inmediata de la materia. Es corriente prever un éter como sustrato . Pero el éter no entra realmente en la teoría. Así, la materia pierde de nuevo su posición fun­damental. Además, el átomo se transforma a su vez en or­ganismo, y, por último, la teoría de la evolución no es otra cosa que el análisis de las condiciones para la formación y subsistencia de varios tipos de organismos. Realmente, uno de los hechos más significativos de este último período es el progreso de las ciencias biológicas. Estas son esencialmente ciencias relativas a organismos. Durante la época en cues­tión, y en realidad también en los momentos actuales, el prestigio de la forma científica más perfecta, pertenece a

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las ciencias físicas. En consecuencia, la biología remeda la manera de la física. Es ortodoxo sostener que no hay en biología nada que no sea mecanismo físico en circunstan­cias un tanto más complejas.

Una dificultad de esta postura es la confusión presente en cuanto a los conceptos básicos de la ciencia física. La misma dificultad afecta también a la doctrina opuesta del vita­lismo, puesto que en esta última teoría se acepta el hecho del mecanicismo -quiero decir del mecanicismo basado en el materialismo-, añadiéndose un control vital para explicar las acciones de los cuerpos vivos. N o se acaba de entender demasiado claramente que las distintas leyes físicas, que parecen ser de aplicación a la conducta de los átomos, no resulten mutuamente compatibles en la forma en que se las enuncia en la actualidad. La apelación al mecanicismo en de­fensa de la biología fué en sus orígenes una apelación a los conceptos físicos dotados de bien acreditada consisten­cia propia en cuanto expresivos de la base de todos los fe­nómenos naturales. Pero en la actualidad no hay semejante sistema de conceptos.

La ciencia está adoptando un nuevo aspecto que no es puramente físico ni puramente biológico. Se está transfor­mando en estudio del organismo. La biología es el estudio del organismo más grande, a diferencia de la física, que lo es del más pequeño. Hay otra diferencia entre las dos divi­siones de la ciencia. Los organismos de la biología incluyen como ingredientes los más pequeños organismos de la física; pero hasta el momento presente no hay pruebas de que los más pequeños de los organismos físicos puedan ser analiza­dos en calidad de organismos componentes. Puede que sea así, pero, en todo caso, nos encontrarnos ante la cuestión de si no hay organismos primarios no susceptibles de ulterior análisis. Parece sumamente improbable que haya un retorno infinito en la naturaleza. Por consiguiente, una teoría de la ciencia que deseche el materialismo, tiene que resolver la cuestión relativa al carácter de esos entes primarios. Sobre esta base sólo puede haber una contestación. Tenemos que partir del acaecimiento como unidad última del fenómeno natural. Un acaecimiento tiene que ver con todo lo que

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existe, v en particular con todos los demás acaecimientos. Este e�trelazamiento de acaecimientos es producido por los aspectos de aquellos objetos eternos, tales como colores, sonidos, olores, caracteres geométricos, requeridos por la na­turaleza y que no emergen de ella. l!n. objeto eterno ?eme­jan te será un ingrediente de un acaec�m�ento en el sentido, ? aspecto, de que califique a otro acaecimiento. Hay una reci­procidad de aspectos y hay módulos d� aspectos. Todo aca�­cimiento corresponde a dos de esos modulas, a saber: el mo­dulo de los aspectos de otros acaecimientos que capta en su propia unidad, y los módulos de sus aspectos que o�ros acae­cimientos a su vez captan en sus unidades respectivas. Por consiguiente, una filosofía no materialísta de la natur.aleza tiene que identificar a un organismo primario como siendo la emérgencia de algún módulo particular en cuanto cap­tado en la unidad de un acaecimiento real. Semejante mó­dulo incluirá también los aspectos del acaecimiento en cues­tión, en cuanto captados en otros acaecimientos, con lo c�al esos otros acaecimientos reciben una modificación o parcial determinación. Existe, pues, una realidad intrínseca y otra extrínseca de un acaecimiento, a saber: el acaecimiento tal como está en su propia prehensión, y el acaecimiento tal como está en la prehensión de otros acaecimientos. El con­cepto de un organismo incluye, en consecuencia, el concepto de interacción de organismos. Las ideas científicas ordina­rias de trasmisión y continuidad son, relativamente hablan­do detalles relativos a los caracteres, empíricamente obser­vados de estos modelos a través del espacio y del tiempo. La te�is aquí sostenida es que las rela?iones de un . ac.aeci­miento son internas en cuanto se refiere al acaecimiento mismo; es decir, que son constitutivas de lo que en sí mismo es el acaecimiento.

En la conferencia anterior llegamos también a la noción de que un acaecimiento efectivo es un acierto por sí mismo, una captación de diversos entes en un valor por razón de su coexistencia real en ese modelo, con exclusión de otros en­tes. No se trata de la mera coexistencia lógica de cosas sim­plemente diversas, pues en tal caso, mo.difi�a�do. el dicho de Bacon, "todos los objetos eternos senan 1dentrcos entre

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sí". Esta realidad significa que todas y cada una de las esencias intrínsecas, es decir, lo que todos y cada uno de los objetos eternos son en sí, adquieren importancia para el va­lor singular limitado emergente en la modalidad del acae­cimiento. Pero los valores difieren en importancia. Así, aunque todo acaecimiento sea necesario para la comunidad de los acaecimientos, el peso de su contribución está de­terminado por algo intrínseco en sí. Nos corresponde exa­I?-inar ahora cuál sea esa propiedad. La observación empí­�lc� enseña que es ésta la propiedad que podemos llamar mdiferentemente retención, durabilidad o reiteración. Esta propiedad se añade a la recuperación -en defensa del valor en medio de las transformaciones de la realidad- de la auto-identidad, de la que disfrutan también los objetos eternos primarios. La reiteración de una forma particular (o formación) de valor dentro de un acaecimiento se pro­duce cuando e.l acaecimiento como conjunto repite alguna forma �a ofrecrda J?Or cada una de una sucesión de sus par­tes. Asi, de cualqmer modo que analicemos el acaecimiento a tenor del flujo de sus partes a través del tiempo se en­cuentra siempre ante nosotros la cosa-por-sí-misma. De esta suerte, el acaecimiento, en su propia realidad intrínseca re­fleja en sí misn:o, en cuanto derivado de sus propias pa;tes, aspectos ?el mismo valor hecho módulo que el que realiza en su �ntidad completa: S� �ealiza, pues, a sí mismo bajo la modalidad de un ente mdividual durable, con una historia­de,-vida conte1�ida dentro de él mismo. A mayor abunda­miento, la realidad extrínseca de semejante acaecimiento, en cuanto reflejada en otros acaecimientos, toma esta misma f?rma de una individualidad durable, con la sola particula­ridad de que en este caso la individualidad es implantada a modo de reiteración de aspectos de ella misma en los acae­cimientos ajenos que componen el ambiente.

La duración temporal total de semejante acaecimiento sop?rte de un módulo reiterado, constituye su presente es� pecwso. Dentro de este presente especioso el acaecimiento se realiza a sí mismo a modo de totalidad, y al hacerlo así también se realiza en cuanto agrupamiento conjunto de un número de aspectos de sus propias partes temporales. El

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módulo que se realiza en el acaecimiento total es siempre el mismo, presentándose por cada una de estas partes por medio de un aspecto de cada una de ellas captad3; en .la coexistencia del acaecimiento total. Además, la anterior his­toria-de-la-vida del mismo módulo, es presentada, por sus aspectos, en este acaecimiento tot�l. �xiste, Pll:es, en este acaecimiento, un recuerdo de la histona-de-la-vid� antece­dente de su propio módulo dominante, .como �abiendo for­mado un elemento de valor en su propiO ambiente ante�e­dente. Esta prehensión concreta, desde dent�o, de la his­toria-de-la-vida de un hecho durable, es analizable en d�� abstracciones, una de las cuales es el ente durable que surgw como realidad, que había de ser ��nid.a e!! .cuen�a por otras cosas, y la otra es la encarnacwn mdividualizada de la subyacente energía de realización. . . . El estudio del fluir general de acaecimientos mtroduce en estos análisis una energía eterna subyacente en .cuya natura­leza está un enfoque del reino de todos los obJetos et�rnos. Semejante enfoque es el fundamento de los pensam�entos individualizados que emergen como aspectos-pensam�entos captados dentro de la historia-de�la-vida d.e,

los modulas durables más sutiles y más compleJos. Tambien en la natu­raleza de la actividad eterna tiene que haber un :nfoq�e de todos los valores alcanzables a base de una coeXIstenci.a real de los objetos eternos, en cuanto contemplados en si­tuaciones ideales. Esas situaciones ideales, aparte de toda realidad, están desprovistas de valor intrínseco, pe:? s?n valorables como factores en perspectiva. La prehenswn m­dividualizada en acaecimientos individuales de asJ?ectos .de estas situaciones ideales, toma la forma de pensan;Ien:os m­dividualizados, y en calidad de tal tiene v�lor 1"?-trmseco. Así, el valor surge al existir ahora una coeXIstencia real de los aspectos ideales, en cuanto ideados, con �os aspe�to� rea­les en cuanto se hallan en vías de acaecer. 1 or consigUiente, ni�aún valor uuede ser adscrito a la actividad subyacente en cua�to divor;iada de los acaecimientos positivos del mundo real. . Por último, recapitulando esta marcha del pensan11ento, �a actividad subyacente, en cuanto concebida aparte del hecho

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de la realización, tiene tres tipos de enfoque, que son: pri­mero, el enfoque de los objetos eternos; segundo, el enfo­que de las posibilidades de valor con respecto a la síntesis de los objetos eternos, y, por último, el enfoque de las rea­lidades positivas que tienen que figurar en la situación to­tal susceptible de lograrse por la adición de lo futuro. Pero en abstracción de lo positivo, la actividad eterna está di­vorciada del valor. Porque lo positivo es el valor. La per­cepción individual dimanante de objetos durables variará en su profundidad y amplitud individuales según el modo en que el módulo domine su propia ruta. Puede representar la más leve ondulación a modo de nota diferencial del sus­trato general de energía; o, en el otro extremo, puede ele­varse a pensamiento consciente, incluyendo en él el acto, anterior a la conciencia de sí mismo, de examinar a fondo las posibilidades de valor inherentes en varias situaciones de coexistencia ideal. Los casos intermedios agruparán al­rededor de la percepción individual a modo de enfoque (sin auto-conciencia) de esa singular posibilidad inmediata de consecución que ofrece la más cenada analogía con su pa­sado inmediato, el relativo a los aspectos actuales que se presentan para la prehensión. Las leyes de la física repre­sentan el ajuste armónico de desarrollo que resulta de este principio único de determinación. Así, la dinámica está do­minada por un principio de acción mínima, cuyo carácter detallado debe aprenderse por observación.

Las entidades materiales atómicas estudiadas en la cien­cia física, son simulemente estas entidades durables indi­viduales, concebida� en abstracción de todo cuanto no con­cierna a su mutuo juego de determinarse recíprocamente sus rutas históricas de su historia-de-la-vida. Esos entes es­tán formados en parte por la herencia do aspectos de su propio pasado; pero también están formados en parte por los aspectos de otros acaecimientos que integran sus ambien­tes. Las leyes de la física son las que declaran cómo reac­cionan mutuamente entre sí los entes. Para la física son arbitrarias esas leyes, puesto que esa ciencia ha prescindido de lo que los entes son en sí. Hemos visto que este hecho de lo que los entes sean en sí, se presta a modificación por los

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ambientes de éstos. Por consiguiente, la suposición de que no hay que buscar modificación de estas leyes en ambientes que tengan cualquier diferencia patente con respecto a los ambientes para los cuales las leyes han sido observadas, es muy insegura. Los entes físicos pueden ser modificados de maneras muy esenciales, en cuanto a estas leyes se refiere. Es posible incluso que sean desarrolladas en individualida­des de tipos más fundamentales, con más amplia encarna­ción de enfoque. Tal enfoque puede llegar a la realización de un pesaje de valores alternativos haciendo uso de una facultad de elegir fuera de las leyes físicas, y susceptible de expresión únicamente en términos de propósito. Aparte de semejantes posibilidades remotas, queda una deducción inmediata de que un ente individual cuya propia historia­de-la-vida es una parte dentro de la historia-de-la-vida de algún módulo más grande, más profundo y más completo, es susceptible de tener aspectos de ese módulo más grande que domina su propio ser, y de experimentar modificaciones de ese módulo más grande reflejadas en aquél como modifi­caciones de su propio ser. Esta es la teoría del mecanicismo orgánico.

Según esta teoría, la evolución de las leyes de la natura­leza es concomitante a la evolución del módulo durable, puesto que el estado general del universo, tal como actual­mente es, determina en parte las mismas esencias de los entes cuyos modos de funcionamiento expresan estas leyes. El principio general es que en un nuevo ambiente hay una evolución de los antiguos entes hacia formas nuevas.

Este trazado rápido de una teoría íntegramente orgánica de la naturaleza nos permite entender los principales re­quisitos de la doctrina de la evolución. La labor principal proseguida durante esa pausa de fines del siglo xrx, fué la absorción de esta doctrina como guía de la metodología de todas las ramas de la ciencia. Con una ceguera, impuesta casi a modo de castigo expiatorio de una reflexión precipitada, superficial, muchos pensadores religiosos se opusieron a la nueva doctrina, cuando, en realidad, una filosofía íntegra­mente evolucionista es incompatible con el materialismo. La materia originaria de que parte una filosofía materialista,

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es incapaz de evolución. Esta materia es en sí la última sustancia. En la teoría materialista, la evolución queda re­legada al papel de ser otra palabra para la descripción de los cambios de las relaciones exteriores entre porciones de mate­ria. Nada hay para evolucionar, ya que una serie de rela­ciones externas es tan buena como cualquier otra serie de relaciones externas. Puede haber simplemente cambio, pero sin pro�ósito ni progreso. Y, sin embargo, toda la tesis de la doctrma moderna es la evolución de los organismos com­plejos a partir de estados antecedentes de organismos menos complejos. La doctrina proclama, de esta suerte, que una concepción de organismo es fundamental para la naturaleza. Requiere también una actividad subyacente -una actividad sustancial- que se exprese en encarnaciones individuales y que evolucione en logros de organismo. El organismo es una unidad de valor emergente, una fusión real de los ca­racteres de los objetos eternos, emergiendo por sí mismos.

Así, en el proceso de analizar el carácter de la naturaleza en sí, el!.contramos que la emergencia de organismos depen­de de una actividad selectiva afín al propósito. La tesis es que los organismos durables son ahora el resultado de la evolución, y que, fuera de estos organismos, nada más hay que dure. En la teoría materialista hay materia -como los cuerpos o la electricidad- que perdura. En la orgánica, las únicas durabilidades son las estructuras de actividad, y las estructuras son evolutivas.

Las cosas durables son, pues, resultado de un proceso temporal, mientras que las eternas son los elementos reque­ridos por la misma esencia del proceso. Podemos dar una definición precisa de durabilidad del modo siguiente: Sea A un acaecimiento penetrado por un módulo estructural dura­ble. Entonces A puede ser subdividido exhaustivamente en una su.cesión temporal . de acaecimientos. Sea B una parte cualqmera . de A, obtemda sacando cualquiera de los acaeci­mientos pertenecientes a una serie que así subdivide a A. Entonces el módulo durable es un módulo de aspectos den­tro del módulo completo prehendido en la unidad de A, y es también un módulo dentro del módulo completo pre­hendido en la unidad de todo sector temporal de A, tal co-

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m o B. Por ejemplo, una molécula es un módulo exhibido en un acaecimiento de un minuto, y de todo segundo de ese minuto. Es obvio que semejante módulo durable puede ser de mayor o menor importancia. Puede expresar algún he­cho insignificante que conecte las actividades subyacentes así individualizadas; o puede expresar alguna conexión muy estrecha. Si el módulo que dura es simplemente derivado de los diferentes aspectos del ambiente externo reflejado en los puntos de vista de las diversas partes, entonces la du­rabilidad es un hecho extrínseco de escasa importancia; pero si el módulo durable se deriva totalmente de los aspectos directos de las varias secciones temporales del acaecimiento en cuest1ón, entonces la durabilidad es un hecho intrínseco importante. Expresa una cierta unidad de carácter que une las actividades individualizadas subyacentes. Hay entonces un objeto durable con cierta unidad para sí y para el resto de la naturaleza. Usemos el término "durabilidad física" pa­ra expresar la durabilidad de este tipo. Entonces, durabili­dad física es el proceso de inherir continuamente cierta iden­tidad de carácter trasmitida a través de una ruta histórica de acaecimientos. Este carácter pertenece a toda la ruta, y a todo acaecimiento de la ruta. Esta es la propiedad exacta de la materia. Si ha existido durante diez minutos, existió du­rante cada minuto de aquellos diez y durante cada uno de los segundos de todo minuto. Unicamente tomando la ma­teria como lo fundamental, esta propiedad de durabilidad es un hecho arbitrario en la base del orden de la naturaleza; pero si tomamos el organisrno como fundamental, esta pro­piedad es el resultado de la evolución.

A primera vista parece que un objeto físico, con su pro­ceso de herencia de sí mismo, fuese independiente del am­biente. Pero esa conclusión no está justificada. En efecto, sean B y e dos secciones sucesivas en la vida de un objeto tal que e suceda a B. Entonces el módulo durable en e es heredado de B, y de otras partes antecedentes análogas de su vida. Es trasmitido a e a través de B. Pero lo trasmitido a e es el módulo completo de los aspectos derivados de un acaecimiento tal como B. Estos módulos completos inclu­yen el influjo del ambiente sobre B, y sobre las demás par-

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tes antecedentes de la vida del objeto. Así, los aspectos com­pletos de la vida antecedente son heredados como el mó­dulo parcial que dura a través de todos los varios períodos de la vida. De esta suerte, un ambiente favorable es esen­cial para el mantenimiento de un objeto físico.

La naturalez�, tal como la conocemos, comprende enor­mes permanencias. Hay las permanencias de la vida ordi­naria. Las moléculas contenidas en las rocas más anti­guas conocidas por los geólogos, pueden haber existido sin cambio durante más de mil millones de años, no sólo sin haber cambiado en sí, sino, además, tampoco en sus dispo­siciones relativas entre sí. En aquel lapso el número de pul­saciones de una molécula que vibrara con la frecuencia de la luz amarilla del sodio, sería aproximadamente de 16,3 X 1022 = 163.000 X (106) 3 • Hasta hace poco tiempo, un áto­mo era indestructible aparentemente. Ahora lo sabemos me­jor. Pero el átomo indestructible ha sido sucedido por el electrón aparentemente indestructible y por el protón in­destructible.

Otro hecho que necesita explicación es la gran seme­janza de estos objetos prácticamente indestructibles. To­dos los electrones son muy semejantes entre sí. No sería lícito ir más allá de lo demostrado y decir que son idén­ticos; en todo caso, nuestros poderes de observación no des­cubren diferencias de ninguna clase. De un modo análogo, todos los núcleos de hidrógeno son parejos. Además, nota­mos el gran número de esos objetos análogos. Los hay a montones. Parece como si cierta similaridad resultara con­dición favorable para la durabilidad. También el buen sen­tido sugiere esta conclusión. Para que puedan supervivir es necesario que los organismos trabajen conjuntamente.

'

En consecuencia, la Iiave para el mecanismo de la evolu­ción es la necesidad, para la evolución, de un ambiente pro­picio, conjuntamente con la evolución de todo tipo especí­fico de organismos durables de gran permanencia. Todo ob­jeto físico que por su influjo deteriora su ambiente, comete un suicidio.

Uno de los modos más simples de desarrollar un ambiente favorable concomitantemente al desarrollo del organismo

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individual, es que el influjo de cada- organismo sea favorable a la durabilidad de los demás organismos del mismo tipo. Si, además, el organismo favorece también el desarrollo de otros organismos del mismo tipo, habremos obtenido en­tonces un mecanismo de evolución adecuado para producir el estado observado de grandes multitudes de entes análo­gos, con elevada capacidad de durabilidad, puesto que el ambiente se desarrolla automáticamente con la especie, y ésta con el ambiente.

La primera cuestión que debemos plantearnos es si hay alguna prueba directa de semejante mecanismo de la evo­lución de organismos durables. En la naturaleza examinada, conviene recordar que no sólo hay organismos básicos cu­yos ingredientes sean simplemente aspectos de objetos eter­nos; hay también organismos de organismos. Supongamos por un momento y para mayor simplicidad, aunque no ten­gamos ninguna prueba de ello, que los electrones y los nú­cleos de hidrógeno sean esos organismos básicos. Entonces los átomos, y las moléculas, son organismos de un tipo más elevado, que representan, además, una unidad orgánica de­finida compacta. Pero cuando llegamos a agregados más grandes de materia, la unidad orgánica se desvanece hacia el fondo. Resulta ser sólo opaca y elemental. Existe, pero el módulo es vago e indeciso. Es un mero agregado de efec­tos. Cuando llegamos a los seres vivos, reaparece lo definido del módulo, y el carácter orgánico vuelve a recuperar la prominencia. En consecuencia, las leyes características de la materia inorgánica son principalmente los promedios esta­dísticos resultantes de agregados confusos. Distan tanto de arrojar luz sobre la naturaleza última de las cosas que os­curecen y obliteran los caracteres individuales de los orga­nismos individuales. Si deseamos arrojar luz sobre los he­chos que se refieren a los organismos, tenemos que estudiar las moléculas y electrones individuales o los seres vivos in­dividuales. Entre unos y otros encontramos una confusión relativa. En este caso, la dificultad de estudiar la molécula estriba en que conozcamos tan poca cosa de su historia-de­la-vida. Es imposible tener a un individuo en continua ob­servación. En general, nos ocupamos de ellos en grandes

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agregados. Por lo que a los individuos se refiere, un gran experimentador proyecta a veces con dificultad una luz vi­vísima sobre uno de ellos, y observa justamente un tipo de efecto instantáneo. Por consiguiente, la historia del funcio­namiento de las moléculas individuales, o de los electrones, está en gran parte escondida a nuestras miradas.

Pero tratándose de seres vivos, podemos seguir la histo­ria de los individuos. En este caso encontramos exactamente el mecanismo que a tal objeto se requiere. En primer lugar, hay la propagación de la especie por individuos ele la misma especie. Hay también la preparación cuidadosa del ambiente propicio para la persistencia de la familia, de la raza, o la producción de semilla en el fruto.

Es evidente, sin embargo, que he explicado en términos que resultan demasiado simples el mecanismo evolucionista. Encontramos asociadas especies de cosas vivas, que se pro­porcionan mutuamente un ambiente propicio. Así, exacta­mente igual que los miembros de la misma especie se ayu­dan mutuamente, se ayudan también entre sí los miembros de las especies asociadas. Encontramos el hecho rudimen­tario de la asociación en la existencia de las dos especies: electrones y núcleos de hidrógeno. La simplicidad de la asociación dual y la aparente ausencia de competencia pro­cedente de otras especies antagónicas, contribuyen a la for­midable persistencia que encontramos entre ellos.

Hay, pues, dos lados de la maquinaria implicados en el desarrollo de la naturaleza. Por un lado, hay un ambiente dado con organismos que se adaptan a él. El materialismo científico de la época en cuestión insiste en este aspecto. Partiendo de este punto de vista, hay una cantidad de mate­ria dada, y sólo un número limitado de organismos pueden aprovecharse de ella. El carácter de dado del ambiente lo domina todo. Por consiguiente, las últimas palabras de la ciencia parecían ser la "lucha por la existencia", y la "selec­ción natural". Las obras del propio Darwin serán ejemplares para todos los tiempos por su negativa a ir más allá de la evidencia directa, y su cuidadosa ponderación de todas las hipótesis posibles. Pero esas virtudes no resplandecen con la misma claridad en sus sucesores y menos aún en los de

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su campo. La imaginación de los sociólogos y publicistas eu­ropeos quedó empañada por la atención exclusiva a este aspecto de los intereses en conflicto . Prevaleció la idea de que era una nota de sano realismo intelectual el descartar las con�ideraciones étic�s én la determinación de la gestión de los mtereses comercmles y nacionales.

El otro aspecto de la maquinaria evolutiva, el aspecto de que se .h� hecho caso omiso, es el expresado por la pala­bra

.creattvulad. Los organismos pueden crear su propio

ambiente. Para este objeto, el organismo aislado es poco menos que impotente. Para reunir las fuerzas adecuadas se requieren sociedades de organismos cooperantes. Pero con esa cooperación y en proporción al esfuerzo invertido el am�i�nte tiene una maleabilidad que altera todo el aspec­to ehco de la evolución.

En los tiempos actuales y en los inmediatamente prece­dentes impera un estado de perplejidad espiritual. La ma­yor maleabilidad del ambiente para la humanidad, como resultado de los progresos de la técnica científica se viene interpretando en términos de hábitos de pensamiento que encuentran su justificación en la teoría de un ambiente fijo. , 1

El enigma �el universo no es tan simple. Hay el aspect� de perm.ane�cJa en. que un determinado tipo de adquisición es repetido mtermmablemente por lo que es en sí y hay el aspec�o de transición a otras cosas, que puede se; de valor superiOr lo mismo que de valor inferior. Hay también sus aspectos de lucha y de colaboración amistosa. Pero las quimeras románticas no están más cerca de la política real de lo que lo está el altruísmo romántico .

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CAPÍTULO VII

LA RELATIVIDAD

En las anteriores conferencias de este curso hemos exa­minado las condiciones precedentes que condujeron al mo­vimiento científico, y seguimos la marcha del pensamiento desde el siglo XVII al xrx. En ese último siglo la historia se dispersa en tres partes en cuanto cabe agruparla alrededor de la ciencia. Estas divisiones son:· el contacto entre el movimiento romántico y la ciencia, el desarrollo de la téc­nica y de la física en la primera parte del siglo y, por último, la teoría de la evolución combinada con el adelanto general de las ciencias biológicas.

La nota dominante de todo ese período de tres siglos es que la doctrina del materialismo proporcionaba una base adecuada para los conceptos de la ciencia. Era una tesis prácticamente indiscutida. Si se necesitaban undulaciones, se ofrecía el éter para que realizara las funciones de una materia undulatoria. Para poner de relieve toda la suposi­ción así implicada, he trazado las líneas generales de una doctrina alternativa de la teoría orgánica de la naturaleza. En la última conferencia se hizo destacar que los desarro­llos biológicos, la doctrina de la evolución, la doctrina de la energía y las teorías moleculares socavaron rápidamente el prestigio del materialismo ortodoxo. Pero hasta termi­nado el siglo nadie había sacado tal conclusión. El mate­rialismo mantenía su plena soberanía.

La nota de la época presente es que con respecto a la materia, al espacio, al tiempo y a la energía se han obser-

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vado fenómenos tan complejos que se ha desvanecido la simple seguridad de las antiguas suposiciones ortodoxas. Huelga decir que no pueden quedar como las dejara N ewton ni siquiera como las dejara Clerk Maxwell. Es de todo punto nece.saria una reorganización. La nueva situación del pen­sannento de nuestros días surge del hecho de que la teoría científica va más allá del sentido común. El ajuste here­dado por el siglo xvm constituía un triunfo del sentido común organizado. Se había desembarazado de las fanta­sías medievales y de los torbellinos cartesianos. En su re­sultado último había dado rienda suelta a sus tendencias antirracionalistas derivadas de la revolución histórica del período de la Reforma. Se fundaba en lo que todo hombre de buen sentido podía ver con sus propios ojos, o con un microscopio de mediana potencia. lVIedía las cosas que noto­riamente habían de medirse y generalizaba las que notoria­mente habían de generalizarse. Por ejemplo, generalizaba las concepciones ordinarias de peso y solidez. El siglo xvnr se había inaugurado con la confianza tranquila de que en último extremo se había emancipado del absurdo. En la actualidad nos encontramos en el polo opuesto del pensa­mi;nto. Sólo Dios sabe si lo que parece un absurdo, no po­dra ser demostrado mañana como verdad. Hemos vuelto a algunas de las entonaciones de los primeros tiempos del si­glo xrx, aunque en un nivel imaginativo superior.

La razón de que nos encontremos en un nivel imaginativo superior estriba no en que tengamos una imaginación más refinada, sino en que poseemos mejores instrumentos. El acontecimiento más importante ocurrido en la ciencia du­rante los últimos cuarenta años, ha sido el progreso de sus objetos instrumentales. Este progreso ha sido debido en parte a unos pocos hombres geniales, tales como lVIichelson y los ópticos alemanes. Es debido también al progreso del proceso técnico de la manufactura, especialmente en el sector de la metalurgia. El inventor tiene actualmepte a su disposición multitud de materiales de propiedades físi­cas diferentes. De esta suerte puede contar con que ob­tendrá el material que desee, y éste puede darle margen a las formas que desea, dentro de muy estrechos límites de

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tolerancia. Estos instrumentos han puesto al pensamiento en un nuevo nivel. Un instrumento nuevo actúa a modo de viaje por el extranjero, pues presenta las cosas en com­binaciones insólitas. El beneficio obtenido es más que una mera adición: es una transformación. Los adelantos en la ingeniosidad experimental son quizás debidos también a la mayor proporción de medios nacionales que en la actuali­dad se consagran a las investigaciones científicas. En todo caso, cualquiera que sea la causa, los experimentos sutiles e ingeniosos han abundado dentro de la pasada generación, y el resultado de ello ha sido que una gran cantidad de informaciones se ha acumulado en regiones de la naturaleza muy alejadas de la experiencia ordinaria de los hombres.

Dos famosos experimentos -uno ideado por Galileo en los comienzos del movimiento científico, y otro por Michel­son con la eyuda de su famoso interferómetro, realizado por vez primera en 1881 y repetido en 1887 y 1905- ilus­tran las aserciones que acabo de hacer. Galileo dejó caer desde lo alto de la torre inclinada de Pisa objetos pesados, y demostró que cuerpos de pesos diferentes, soltados simul­táneamente, llegarían juntos al suelo. En cuanto a habilidad de experimentación y a perfección del instrumental emplea­do, este experimento podía haberse hecho perfectamente dentro de los cinco mil años anteriores. Las ideas impli­cadas se referían simplemente a peso y velocidad de movi­miento, ideas familiares en la vida ordinaria. Todo este grupo de ideas pudo haber sido corriente entre los alle­gados del rey Minos de Creta cuando desde las altas mu­rallas que se erguían en la costa dejaban caer piedras al mar. No nos es posible demostrar muy detalladamente que la ciencia se iniciara con la organización de experien­cias ordinarias. Fué de este modo que confluyó tan pron­tamente con los criterios antirracionalistas de la rebelión histórica. No fué indagando los sentidos últimos. Se limitó a in.v;estigar las conexiones reguladoras de la sucesión de fenómenos notorios.

El experimento de J\1ichelson no pudo ser efectuado antes del tiempo en que lo fué. Para él se requería el progreso general de la técnica y el genio de Michelson. Se refiere

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l

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a la determinación del movimiento de la Tiena a través del éter, y supone que la luz consta de ondas de vibración que avanzan de un modo fijo a través del éter en todas direcciones. También, desde luego, que la Tiena se mueve a través del éter y el aparato de Michelson con la Tierra. En el centro del aparato un rayo de luz se divide de suerte que una mitad del rayo va en una dirección a lo largo del aparato durante una distancia dada, reflejándose luego ha­cia el centro por un espejo que hay en el aparato. La otra mitad del rayo recone la misma , distancia a través del apa­rato en una dirección que corta en ángulo recto el rayo anterior y reflejándose también luego en el centro. Estos rayos reunidos se reflejan entonces en una pantalla en el aparato. Tomando las precauciones necesarias, se verán fajas de interferencia, a saber, bandas de oscuridad donde las crestas de las ondas de uno de los rayos hayan ocupado las depresiones de los demás rayos, debidas a una escasa diferencia en las longitudes de trayectoria de los dos me­dios rayos, hasta ciertas partes de las pantallas. Estas dife­rencias de longitud resultarán afectadas por el movimiento de la Tierra, puesto que lo que cuenta son las longitudes de trayectoria en el éter. Así, dado que el aparato se mueve con la Tierra, la trayectoria de un medio rayo resultará alterada por el movimiento de un modo diferente que la tra;yectoria del otro medio rayo. Imaginémonos a nosotros mismos moviéndonos en un vagón de ferrocarril, primero a lo largo del tren y luego a través del tren, y fijémonos en nuestra trayectoria en la marcha del ferrocarril, que en esta comparación conesponde al éter. En este momento, el movimiento de la Tierra es muy lento comparado con el de la luz. Así, en esta analogía tenemos que concebir al tren casi como parado y a nosotros mismos como mo­viéndonos muy rápidamente.

En el experimento, este efecto del movimiento de la Tie­rra afectaría a las posiciones de las fajas de interferencia sobre la pantalla. Además, si se hace girar el aparato, por un ángulo recto, el efecto del movimiento de la Tierra sobre los dos medios rayos será intercambiado, y trasmudadas las posiciones de las fajas de interferencia. Podemos cal-

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cular el pequeño cambio que resultaría como consecuencia del movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Además, hay que añadir a este efecto el debido al movimiento del Sol .a ti·avés del éter. La exactitud del instrumento puede ser aquilatada, y probarse que estos efectos de desviación son lo bastante grandes para que aquél los registre. Pero el caso es que nada se observó. No se produjo desplaza­miento al dar vuelta al instrumento.

La conclusión es que la Tierra se halla siempre estacio­naria en el éter o que hay algo equivocado en los principios fundamentales en que se basa la interpretación del expe­rimento. Huelga decir que en este experimento nos halla­mos muy lejos de los juegos e ideas de los hijos del rey de Minos. Las ideas de un éter, de ondas en él, del movimiento de la Tierra a través del éter y del interferómetro de Mi­chelson, están muy alejadas de la experiencia ordinaria. Pero por remotas que estén, son simples y evidentes com­paradas con la explicación aceptada para el resultado frustrado del experimento.

Esta explicación se basa en que las ideas de espacio y tiempo empleadas en la ciencia están concebidas con exce­sivo simplismo y necesitan ser modificadas. Esta conclu­sión constituye un desafío directo al sentido común, porque la ciencia anterior había alambicado solamente sobre las concepc:ones ordinarias de la gente corriente. Semejante reorganización radical de las ideas no habría sido adoptada si no hubiese contado también con el apoyo de varias otras experiencias que no es necesario examinar aquí. Alguna forma de la teoría de la relatividad parece ser el camino más simple para explicar un gran número de hechos que de no hacerlo así requerirían cada uno de ellos una explica­c:ón ad hoc. Esta teoría, por consiguiente, no cuenta sim­plemente con los experimentos que dieron lugar a ella.

El punto central de la explicación es que todo instru­mento, tal como el aparato usado por lYiichelson en su expe­rimento, registra necesariamente la velocidad de la luz como teniendo una sola velocidad definida con respecto a él. Quiero decir que un interferómetro en un cometa y un interferómetro en la Tierra darían necesariamente la velo-

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c:dad de la luz, con respecto a sí mismos, como teniendo el mismo valor. Esto es una paradoja notoria, puesto que la luz se mueve a través del éter con una velocidad definida. En consecuencia de dos cuerpos, el cometa y la Tierra, eme se muevan a' través del éter con velocidades desiguales, dabría esperar que tuvieran velocidades diferentes con res­pecto a rayos de luz. Examinemos, por eje_mplo, dos au�o­móviles en una carretera, corriendo respectivamente a diez y veinte millas por hora, que sean pasados por

, o!ro �u.to­

móvil a cincuenta millas por hora. El automovil rapido pasará a uno de los otros dos a la velocidad r.elativa. de cuarenta millas por hora, y al otro a razón de tremta mi:las por hora. Por lo que hace a la luz, se alegará que sus�Itu­vendo al automóvil rápido por un rayo de luz, la velocidad de la luz a lo largo de la carretera sería exactamente la misma que su velocidad con relac�ón a cualquiera .de los dos automóviles que pasa. La velocidad de la luz es mmen­samente grande, pues es de unos trescientos mil kilóm�tros por segundo. Nuestras concepciones del espacio Y del tiem­po deben ser tales que precisamente esta velocidad tenga este carácter peculiar. De ahí se sigue que todas nuestras nociones de velocidad relativa necesitan ser objeto de nuevo estudio. Pero estas nociones son el resultado inmediato de nuestras nociones habituales relativas a espacio y tiempo. Esto nos hace volver al punto de vista de que algo ha sido pasado por alto en las exposiciones corrientes de �o que entendemos por espacio y de lo que entendemos por_tJempo.

Pues bien, nuestra suposición fundamental cornent� es que hay un significado único que deba d�rse al espacio Y un significado único que deba darse al tiempo, de suerte que cualquiera que sea el significado que se d.é a las rela­ciones espaciales con respecto al instrumento situado en la Tierra, el mismo significado deberá darse a ellas con . res­pecto al instrumento situado so�re el cometa, y e: mismo s:gnificado a un instrumento situado en cualqmer otr.a parte del éter. Esto es lo que niega la teoría de la relati­;,idad. Por lo que hace al espacio, no hay dificult.ad en aceptar esta negativa si pensamos en los hechos notonos d;l movimiento relativo. Pero incluso en este caso el cambio

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de significado tiene que ir más allá de lo que el sentido común sancionaría. Además, la misma exigencia se plantea para el tiempo, de suerte que la calendación relativa de acaecimientos y los lapsos entre ellos, han de ser compu­tados como diferentes por un instrumento situado en la Tierra, por otro situado en el cometa y por otro instru­mento en el resto del éter. Es una violencia mayor que se le hace a nuestra credulidad. No necesitamos probar más esta cuestión que la conclusión de que para la Tierra y para el cometa, espacialidad y temporalidad han de tener significados diferentes cuando diferentes sean las condicio ­nes, tales como las que se dan en la Tierra y en el cometa. Por consiguiente, la velocidad tiene significados diferentes para los dos cuerpos. Así, la suposición científica moderna es que cualquier cosa que tenga la velocidad de la luz con referencia a cualquier significación de espacio y tiempo, la misma velocidad tiene según cualquier otra significación de espacio y tiempo. Es un golpe rudo para el materialismo científico clásico, que presupone un instante actual definido, en el cual todas las cosas son simultáneamente reales. En la teoría mo­derna no existe semejante instante actual único. Pode­mos encontrar un significado para la noción de instante simultáneo a través de toda la naturaleza, pero será un significado diferente para diferentes concepciones de la temporalidad. Ha habido una tendencia a dar una interpretación sub­jetivista extrema a esta nueva doctrina. Lo digo en el sentido de que la relatividad de espacio y tiempo ha sido construída como si fuera dependiente de la elección del observador. Es perfectamente legítimo traer a colación al observador, si facilita las explicaciones; pero es el cuerpo del observador lo que reclamamos, no su espíritu. Incluso este cuerpo es útil solamente como un ejemplo de una forma de aparato muy familiar. En conjunto, es mejor concentrar la atención en d interferómetro de Michelson y dejar fuera del cuadro el cuerpo y el espíritu de l\!Iichelson. La cuestión es saber por qué el interferómetro tenía fajas negras en su pantalla y por qué estas fajas no se desviaban

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durabilidad presupone un significado para el lapso dentro del continuo espacio-temporal.

Se plantea ahora la cuestión de si todos los objetos dura­bles ostentan el mismo principio de diferenciación entre espacio y tiempo, o incluso de si en diferentes fases de su propia historia-de-la-vida un objeto no variará en su dis­criminación espacio-temporal. Hasta hace muy pocos años, todo el mundo suponía sin vacilar que sólo podía descu­brirse un principio como ése; en consecuencia, el tiempo tendría exactamente el mismo significado con respecto a la durabilidad tratándose de un objeto que tratándose de la durabilidad de otro objeto, resultando, por consiguiente, que las relaciones espaciales tendrían un s:gnificado único. Pero ahora parece que la efectividad observada de los obje­tos sólo puede explicarse suponiendo que objetos en estado de movimiento entre sí, utilizan, para su durabilidad, sig­nificados de espacio y tiempo no idénticos de un objeto a otro. Todo objeto durable debe ser concebido como en reposo en su prop:o espacio, y en movimiento por cualquier espacio definido, de un modo que no es el inherente a su durabilidad particular. Si dos objetos se encuentran entre sí en posición de reposo, utilizan los mismos significados de espacio y de tiempo a los efectos de expresar su dura­bilidad, pero si están en movimiento relativo sus respecti­vos espacios y tiempos son diferentes. De ahí se sigue que si podemos concebir un cuerpo en una fase de su historia­de-la-vida como hallándose en movimiento con relación a sí mismo en otra fase, entonces el cuerpo utilizará en estas dos fases diferentes significados de espacio, y, corre­lativamente, diferentes significados de tiempo.

En una filosofía orgánica de la naturaleza nada hay que decidir entre las hipótesis antiguas de la unicidad de la discriminación de tiempo y las nuevas hipótesis de su multiplicidad. Es puramente una cuestión de evidencia obtenida de observaciones 1.

En una conferencia anterior dije que un acaecimiento tiene coetáneos. Es una cuestión interesante la de saber si,

1 Cf. mis Principles of Natnral Knowleclge, secc. 52 : 3.

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a base de la nueva hipótesis, puede ser hecha esa afirma­ción sin la cualificación de una referencia a un sistema de­finido de espacio-tiempo. Es posible hacerlo así en el sen­tido de que en uno u otro sistema de tiem�o los dos acaecimientos son simultáneos. En otros sistemas de tiem­po, los dos acaecimientos coetáneos no serán simultáneos aunque coincidan. Análogamente, un acaecimiento prece� derá a otro sin ca.lificación si en todo sistema de tiempo se da esa precedencia. Es evidente que si partimos de un a�a.e�imiento dado 4• otros acaecimientos en general están divididos en dos senes, a saber: los que sin calificación son coetáneos de A y los que preceden o suceden a A. Pero habrá una serie dejada fuera, a saber: los acaecimientos que enlazan las dos series. Tenemos ahí un caso crítico. Re­cordemos que tenemos un caso crítico de que debemos dar razón, a saber: la velocidad teórica de la luz in vacuo 1 . Recordemos �ambién que la utilización de sistemas espacio­temporales diferentes significa el movimiento relativo de los objetos. Si analizamos esta relación crítica de una serie especial de acaecimientos con cualquier acaecimiento dado :1 , encontramos la. explicación de la velocidad crítica que I�tereoamos. Presc:ndo de detalles. Es evidente que la exac­titud de la afirmación debe mostrarse con la exposición de p�ntos, líneas e instll;ntes. Además, que el origen de la geo­metn.a,

debe ser son:etJdo a examen; por ejemplo, la men­suracion de las longitudes, la rectitud de las líneas, la lisura d,e los planos y l� ,

perpendi.cularidad. Guiándome por la teo­na de la abstraccwn extensiva, emprendí en obras anteriores la tarea d.e desarrollar estas investigaciones; pero para estas conferencias resultaría de un carácter excesivamente técnico.

Si no pudiese atribuirse ningún significado definido a las relaci?ne; de distancia, es evidente que la ley de gravitación n,ecesitana ser formulada en otros términos, puesto que la

formula que expresa esa ley es que dos partículas se atraen �ntre sí en proporción directa al producto de sus masas e mversa al cuadrado de sus distancias. Este enunciado pre-

1 N o se trata ele la velocidad ele la luz en un campo gravi­tacional o en un medio ele moléculas y electrones.

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supone tácitamente que existe un significado definido que debe atribuirse al instante en que se examina la atracción, y también que debe asignarse un significado definido a distancia. Pero distancia es una noción puramente espacial, de suerte que en la nueva doctrina hay un número indefini­do de tales significados, según sean los sistemas espacio-tem­porales que adoptemos. Si por lo que afecta a su relación mutua dos partículas se hallan en reposo, podemos aceptar como buenos los sistemas de espacio-tiempo que respectiva­mente utilicen. Desgraciadamente, esta sugerencia nada nos indica en cuanto al procedimiento que debamos seguir cuan­do no se hallen en reposo, por lo que afecta a su relación mu­tua. Por consiguiente, es necesario formular de nuevo la ley de forma que no presuponga ningún sistema particular de espacio-tiempo. Es lo que hizo Einstein. Naturalmente, el resultado es más complicado, pues introdujo en la física matemática métodos de la matemática pura que hacen a la fórmula independiente de los sistemas particulares de espa­cio-tiempo adoptados. La nueva fórmula presenta varios pequeños efectos que no figuran en la ley de N ewton, aun­que en los efectos mayores la ley de Einstein coincide con la de N ewton. Pues bien, estos efectos extra de la ley de Einstein sirven para explicar irregularidades de la órbita del planeta l\1:ercurio que resultaban ine:x"}llicables con la ley de N ewton. Ello constituye una circunstancia de peso en favor de la nueva teoría. Es sumamente notable que haya más de una fórmula alternativa -basada en la nueva teoría de los sistemas de espacio-tiempo múltiples- que tiene la propiedad de abarcar la ley de Newton y, además, de explicar las peculiaridades del movimiento de Mercurio. El único método de elegir entre aquéllas es aguardar a una demostración experimental relativa a aquellos efectos en que esas fórmulas difieren. Probablemente la naturaleza sea absolutamente indiferente a las preferencias estéticas de los matemáticos.

Nos queda por añadir solamente que Einstein rechazaría probablemente la teoría de los sistemas Inúltiples de espa­cio-tiempo que he venido exponiendo en estas conferencias, porque acaso interprete su fórmula en términos de contor-

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siones de espacio-tiempo que alteren la teoría de invaria­bilidad para las propiedades de la medición, y en términos de tiempos propios para cada ruta histórica. Su modo de formulación tiene la v-entaja de la gran simplicidad mate­mática, y sólo permite una ley de gravitación, excluyendo las alternativas. Pero en cuanto a mí, no veo que pueda reconciliars-e con los hechos dados de nuestra experiencia en materia de simultaneidad ni con el ajuste espacial. Exis­ten, además, otras dificultades de carácter más abstracto.

La teoría de la relación entre acaecimientos, a que hemos llegado en este punto, se basa en primer lugar en la doctrina de qu-e el estar relacionado un acaecimiento lo constituyen todas las relaciones internas, en cuanto ese estar relacionado afecte a ese acaecimiento, aunque no de un modo necesario en cuanto afecte a otros relata. Por ejemplo, los objetos externos de esta suerte implicados, son referidos de un modo externo a acaecimientos. Este interno estar relacionado es la razón de que un acaecimiento pueda ser encontrado únicamente en el lugar preciso en que está y del modo en que está; es decir, precisamente una serie de relaciones definida, puesto que toda relación figura en la esencia del acaecimiento, de suerte que, fuera de esa relación, el acaeci­miento no sería el mismo. Esto es lo que significa la con­cepción misma de relaciones internas. En realidad, lo co­rriente y hasta universal ha sido sostener que las relaciones espacio-temporales son externas. Es la doctrina impugnada en estas conferencias.

La concepción del estar relacionado internamente, implica el análisis del acaecimiento en dos factores, uno de los cua­les es la actividad subyacente de individualización y el otro el complejo de aspectos -es decir, el complejo de relaciones internas en cuanto figura en la esencia del acaecimiento dado- unificados por esa actividad individualizadora. Di­cho con otras palabras: el concepto de relaciones internas requiere el concepto de sustancia en cuanto actividad sintetizadora de las relaciones que determinan su carácter emergente. El acaecimiento es lo que es, a causa de la uni­ficación en sí de una multiplicidad de relaciones. El es­quema general de estas relaciones mutuas es una abstrae-

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ción que presupone que cada acaecimiento es un ente inde­pendiente, y como no es así, se plantea la cuestión acerca de aué remanente de estas relaciones formativas se deja enton­c.cs con el carácter de relaciones externas. Expresado de este modo imparcial, el esquema de relaciones pasa a ser el es­quema de un complejo de acaecimientos diversamente re­feridos como conjuntos a partes y a modo de partes aso­ciadas dentro de uno u otro conjunto singular. Incluso en tal caso, la relación interna se impone a nuestra atención, puesto que evidentemente la parte es constitutiva del todo. Además, un acaeóniento aislado que haya perdido su con­dición en cualquier complejo de acaecimientos, es igualmen­te excluído por la misma naturaleza de un acaecimiento. De esta suerte, el carácter interno de la relación se muestra realmente r. través de este esquema imparcial de relaciones externas abstractas.

Pero esta presentación del universo real como extensivo y divisible, ha dejado fuera la distinción entre espacio y tiempo. De hecho, ha dejado fuera el proceso de realiza­ción, que es el ajuste de las actividades sintéticas en virtud del cual los varios acaecimientos pasan a ser realizados. Este ajuste es el ajuste de las su�tancias activas subya­centes, y en él se presentan estas sustancias como las in­dividualizaciones o modos de la sustancia única de Spino­za. Es este ajuste lo que introduce el proceso temporal.

Así, en algún sentido, el tiempo, en su carácter de ajuste del proceso de realización sintética, se extiende más allá del continuo espacio-temporal de la naturaleza 1• En este sen­tido no es necesario que ese proceso temporal esté constituído por una serie singular de sucesión lineal. Por consiguiente, pa­ra satisfacer la demanda actual de hipótesis científicas, pre­sentamos la hipótesis metafísica de que no es éste el caso. Lo que suponemos (basándonos en la observación directa) es, sin embargo, que ese proceso temporal de realización puede ser analizado en un grupo de procesos seriales lineales. Cada una de estas series lineales es un sistema de espa­cio-tiempo. Para apoyar esta suposición de procesos seria-

1 Cf. mi Goncept of Nature, cap. III.

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les definidos, citaremos: 19, la presentación inmediata por los sentidos de un universo extenso más allá de nosotros y simultáneamente a nosotros; !29, la aprehensión intelectual de un significado para la cuestión relativa a qu� es lo. que está sucediendo en este mismo momento en regwnes situa­das más allá del alcance de nuestros sentidos, y 39, el aná­lisis de lo implicado en la durabilidad de objetos emergen­tes. Esta durabilidad de objetos implica el despliegue de un módulo en cuanto realizado ahora. Este despliegue lo es de un módulo en cuanto inherente a un acaecimiento, pero también en cuanto presenta un desviamiento temporal de la naturaleza en cuanto imprime aspectos a objetos eter�os (o, lo que da lo mismo, de objetos eternos en cuanto n_n­primen aspectos a acaecimientos) . E� �nódulo es �sp.acm­lizado en una duración total en beneflcw del acaecimiento en cuya esencia figura el módulo. El acaecimiento es parte de la duración. esto es, parte de lo exhibido en los aspectos inherentes en -él mismo� y, a la inversa, la du:a�ión es el total de la naturaleza simultáneamente al acaecimiento, en­tendido en ese sentido de simultaneidad. De esta suerte, al realizarse a sí mismo, un acaecimiento despliega un módulo, y este módulo requiere una du�·aeión d�finida, 9-�e se de­termina por un significado de smmltaneida� defimd�. Ca­da uno de esos significados de simultaneidad refiere el módulo así desplegado a un sistema definido de espacio-tiem­po. La realidad de los sistemas de espacio-tiemp_o está cons­tituída por la realización del módulo; pero es mherente al esquema general de los acaecimientos como co�sti�t;tivo de su idoneidad para el proceso temporal de reahzacwn.

Adviértase que d módulo requiere una duración que im­plique un lapso definido y no simplemente un momento instantáneo. Tal momento es más abstracto, en cuanto denota meramente cierta relación de contigüidad entre los acaecimientos concretos. De esta suerte una duración es espacializada, entendiéndose por "espacia�izada" que _la �u­ración es el campo para el módulo realizado constitutivo del carácter del acaecimiento. En cuanto campo del módulo realizado en la "actualización" de uno de los acaecimientos que contiene, una duración es una época, es decir, una

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parada. Durabilidad es la repetición del módulo en acaeci­mientos sucesivos. Siendo así, la durabilidad requiere una sucesión de duraciones, cada una de las cuales exhiba el módulo. En este extremo "tiempo" ha sido separado de "extensión" y de la "divisibilidad" que se desprende del carácter de espacio-tem;poral propio de la extensión. Por consiguiente, no debemos arriesgarnos a concebir el tiempo como otra forma de extensividad. El tiempo es mera su­cesión de duraciones epocales. Pero los entes que en este orden de cosas se suceden entre sí, son duraciones. La duración es lo que se requiere para la realización de un módulo en el acaecimiento dado. Así, pues, la divisibilidad y la extensividad están dentro de la duración dada. La duración epocal no es realizada via sus partes divisibles su­cesivas, antes bien dada con sus partes. De este modo. la objeción que Zenón hubiera podido hacer a la validez con­junta de dos pasajes de la Crítica de la Razón Pura de Kant, se solventaría abandonando el primero de esos pasajes. lVIe refiero a los pasajes de la sección "De los axiomas de in­t1lición": el primero de la subsección sobre Cantidad Exten­siva y el último de la subsección sobre Cantidad Intensiva, donde se recapitulan las consideraciones relativas a la canti­dad en general, lo mismo extensiva que intensiva. El primer pasaje dice así 1:

"Llamo extensiva a la cantidad en que la representación del conjunto resulta posible por medio de la representación de sus partes, estando, por consiguiente, precedida por ésta 2• No me puedo representar ninguna línea, por pequeña que sea, sin tra­zármela en €l pensamiento, es decir, sin presentarme todas sus p artes, una tras otra, como partiendo de un punto dado, y así, antes que nada, trazando su intuición. Lo mismo reza para toda porción de tiempo, incluso la más pequeña. N o puedo pensar más que en su progresión sucesiva de un momento a otro, para producir así al final, por todas las porciones de tiempo, y su adición, una cantidad de tiempo definida."

1 Traducción de l\IAX nlüLLER. :l Lo subrayado es mío, tanto en este pas:1je como en el

segundo.

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El segundo pasaje dice así:

Esta propiedad peculiar de las cantidades, de que ningu�a l?a:rt.e de ellas es la parte más pequeña posible (no hay parte mdlVlSl­ble) se llama continuidad. Tiempo y espacio son quanta conti-'

ll ,_ , d nua, porque no hay ninguna parte de e os que no este encerra a entre límites (puntos y momentos) ; ninguna parte de ellos deja de ser, a su vez, un espacio o un tiempo. El espac·io consta sola­mente ele espacios j el tiempo, de tien�pos. Los puntos y los mo­ment.os son sólo limites, meros lugares de limitación, y en cuanto lu­gares presuponen siempre aquellas intuiciones que se supone limi­tan o determinan. J'tieros lugares o partes que pudieran darse antes ele -espacio o tiempo, nunca podrían componerse en espacio o tiempo.

Estoy completamente de acuerdo con el segundo extracto si "tiempo y espacio" es el continuo extensivo; pero este pasaje no se concilia con el anterior. En efecto, Zenón obje­taría que implica un círculo vicioso. Toda parte de tiempo implica alguna pequeña parte de sí mismo, y así sucesi­vamente. Por otra parte, esta serie retrotrae en definitiva a la nada, puesto que el momento inicial carece de duración y señala simplemente la relación de continuidad con un tiempo anterior. Si hubiésemos de aceptar los dos pasajes, el tiempo sería imposible. Por mi parte, acepto el segundo pasaje, pero rechazo el primero. Realización es el hacerse del tiempo en el campo de la extensión; extensión, el com­plejo de acaecimientos qua sus posibilidades. En la reali­zación, la potencialidad pasa a ser "actualidad". Pero el módulo potencial requiere una duración, y la duración tiene que hacerse patente como un todo epocal, por medio de la realización del módulo. De esta suerte, tiempo es la suce­sión de elementos en sí divisibles y contiguos. Al hacerse temporal, una duración causa por ende realización con res­pecto a algún objeto durable. Temporalización es realiza­ción. Temporalización no es otro proceso continuo. Es una sucesión atómica. Así, el tiempo es atómico (esto es, epocal) , aunque lo temporalizado sea divisible. Esta doc­trina es consecuencia de la de los acaecimientos, y de la naturaleza de los objetos durables. En el capítulo próximo estudiaremos su aplicabilidad a la teoría del quantum de la ciencia reciente.

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Importa notar que esta doctrina del carácter epocal del tiempo no depende de la doctrina moderna de la relatividad, sino que se sostiene igualmente -y hasta en realidad más simplemente- si se abandona esa doctrina. Depende del análisis del carácter intrínseco de un acaecimiento, conside­rable como el ente finito más concreto.

Haciendo un nuevo examen de esta argumentación, nó­tese, en primer lugar, que la segunda cita de Kant en que se basa, no depende de ninguna doctrina peculiar de Kant. El segundo de estos pasajes está de acuerdo con Platón contra Aristóteles1. En segundo lugar, la argumenta­ción supone que Zenón no insistió lo bastante en su argu­mento. Habría debido esgrimirlo contra la noción en sí de tiempo corriente, y no contra el movimiento, que implica relaciones de tiempo y espacio, ya que lo que deviene tiene duración. Pero ninguna duración puede llegar a ser a menos que una duración más pequeña (parte de la anterior) lo haya logrado anteriormente (primem afirmación de Kant) . El mismo argumento reza con respecto a esta duración más pequeña y así sucesivamente. Por otra parte, el callejón s�n salida de estas duraciones converge a la nada, y pre­c;samente a la opinión de Aristóteles de que no hay primer momento. Según eso, el tiempo sería una noción irra­cional. En tercer lugar, en la teoría epocal se resuelve la objeción de Zenón ya que concibe la temporalización como la realización de un organismo completo. Este organismo es un acaecimiento que mantiene en su esencia sus relaciones espacio-temporale� (a la vez dentro de sí mismo y más allá de sí mismo) a través del continuo espacio-temporal.

1 Cf. T. L. IIEATH, Euclicl in Greek_, Camb. Univ. Press.

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CAPÍTULO VIII

LA TEORíA DEL QUANTUl\I

La teoría de la relatividad ha llamado justamente gran parte de la atención pública. Pero, pese a toda su importan­cia, no ha sido el terna que haya absorbido principalmente el interés reciente de los físicos, posición que sin la menor duda corresponde a la teoría del quantum. El punto inte­resante de esta teoría es que según ella algunos efectos que parecen esencialmente capaces de incremento o disminución graduales, en realidad sólo por medio de ciertos saltos defi­nidos pueden aumentar o disminuir. Es como si pudiéramos andar a razón de tres millas por hora o de cuatro, pero no de tres y media.

Los efectos en cuestión afectan a la radiación de la luz desde una molécula excitada por alguna colisión. La luz consta de ondas de vibración en el campo electro-magnético. Después de que una onda completa ha pasado un punto dado, todo lo que se encuentra en ese punto recupera su estado original y se dispone a recibir la próxima onda que sigue. Imaginémonos las olas del mar y contemos las olas sucesivas de cresta a cresta. El número de olas que pasa por un punto dado por segundo, se llama frecuencia de ese s:stema de ondas. Un sistema de ondas de luz de frecuencia definida, corresponde a un color definido en el espectro. Ahora bien, una molécula que es excitada, vibra con cierto número de frecuencias definidas. Dicho con otras palabras: hay una serie definida de modos de vibración de la molécu­la, y cada uno de los modos de vibración tiene una frecuen-

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cia definida. Cada modo de vibración puede poner en mo­vimiento en el campo electromagnético ondas de su propia frecuencia. Estas ondas se llevan la energía de la vibración, de suerte que por último (cuando esas olas se han produ­cido) la molécula pierde la energía de su excitación y las ondas cesan. Así, una molécula puede irradiar luz de cier­tos colores definidos, es decir, de ciertas frecuencias de­finidas.

Cabría pensar que cada modo de vibración podría ser excitado en cualquier intensidad, de suerte que la energía desprendida por la luz de esa frecuencia, podría ser de cual­quier cantidad. Pues no es así. Parece haber ciertas canti­dades mínimas de energía no susceptibles de ser subdividi­das. El caso podría compararse al del ciudadano de los Estados Unidos que al pagar sus deudas en monedas de su país, no puede subdividir un céntimo como correpondería para cierta subdivisión ínfima de los bienes obtenidos. El céntimo corresponde a la cantidad mínima de la energía de luz, y los bienes obtenidos corresponden a la energía de la causa excitante. O bien esta causa es lo bastante fuerte para lograr la em!sión de un céntimo de .energía o deja de lograr la emisión de energía de ninguna clase. En todo caso, la molécula emitirá solmnente un número entero de cénti­mos de energía. Hay ot�a peculiaridad que podemos aclarar haciendo salir a escena a un inglés. Este paga sus deudas en monedas inglesas, y su unidad más pequeña es un ocha­vo, de diferente valor que el céntimo. En efecto, el ochavo es aproximadamente medio céntimo, con una aproximación calculada muy por encima. En la molécula, diferentes mo­dos de vibración tienen frecuencias diferentes. Comparemos cada modo con una nación: un modo corresponde a los Estados Unidos y otro a Inglaterra. Uno de los modos sólo puede irradiar su energía en un número entero de céntimos, de suerte que un céntimo de energía es la canti­dad mínima que puede pagar; en cambio, el otro modo sólo puede irradiar su energía en un número entero de ocha­vos, de suerte que un ochavo de energía es la cantidad mínima que puede pagar. Igualmente, puede encontrarse una regla que nos diga el valor relativo del céntimo de

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energía de uno de los modos con respecto al ochavo de energía del otro modo. Esta regla es de una simplicidad pueril : toda moneda mínima de energía tiene un valor es­trictamente proporcionado a la frecuencia propia de ese modo. A base de esta regla, y comparando los ochavos con los céntimos, la frecuencia de un norteamericano sería apro­ximadamente doble que la del inglés. Dicho con otras pa­labras: el norteamericano haría aproximadamente doble número de cosas por segundo que el inglés. Dejo a juicio de ustedes si esto corresponde al carácter admitido de ambas naciones. Por otra parte, sugiero que cada uno de los dos extremos del espectro solar tiene sus excelencias. A veces necesitamos luz roja; a veces, violeta.

Espero que no habrá sido muy difícil comprender qué es lo que la teoría del quantum afirma acerca de las molé­culas. La perplejidad surge cuando intentamos encajar la teoría en el cuadro científico corriente de lo que ocurre en la molécula o átomo.

Ha sido la base de la teoría materialista la idea de que los acontecimientos de la naturaleza deben ser explicados en el sentido de la locomoción de la materia. De acuerdo con ese principio, las ondas de luz se explicarían en el sen­tido de la locomoción de un éter material, y los aconte­cimientos internos de una molécula son e-xplicados ahora en el sentido de la locomoción de partes materiales separadas. Por lo que hace a las -ondas de luz, el éter material ha sido relegado a una posición indeterminada en el fondo, y raras veces se habla de él. Pero el principio sigue inconcuso en cuanto a su aplicación al átomo. Por ejemplo, se supone que un átomo de hidrógeno neutro consta por lo menos de dos masas de materia: una, el núcleo, integrado por un material llamado electricidad positiva, y otra, un electrón singular que es electricidad negativa. El núcleo revela sig­nos de ser complejo y de ser subdivisible en masas más pequeñas, unas de electricidad positiva y otras electrónicas. La suposición es que cualquier vibración que se produzca en el átomo debe ser atribuída a la locomoción vibratoria de alguna porción de material, separable de la restante. La dificultad con la teoría del quantum es que aceptando esta

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hipótesis, tendríamos que representar el �t�mo como o�re­ciendo un número limitado de estrías defmrdas que senan los únicos conductos por los cuales podría operarse la vibra­ción, mientras que la teoría clásica no ofrece ningu.na clase de estrías como ésas. La teoría del quantum necesita tran­vías con un número limitado de rutas, y el cuadro cientí­fico presenta caballos galopando por praderas. De ahí re­sulta oue la doctrina física del átomo haya venido a dar en un �stado que sugiere muy intensamente los epiciclos de la astronomía antes de Copérnico.

En la teoría orgánica de la naturaleza, hay dos clases de vibraciones que difieren radicalmente entre sí : I??r una

, p�r­

te locomoción vibratoria, y, por otra, deformacwn orgamca vibratoria, y las condiciones para los dos tipos de cambios, son de carácter distinto. Dicho con otras palabras: hay locomoción vibratoria de un módulo dado, como un todo, y hay cambio vibratorio de módulo.

, , . Un organismo completo es lo que en la teorra orgamca corresponde a un fragmento de materia en la teoría mat;­rialista . Habrá un género primario, que comprenda un nu­mero de especies de organismos, de suerte que todo orga­nismo primmjio perteneciente a una especie del géne;o primario, no sea susceptible de descomponerse en org�ms­mos subordinados. Yo llamaré primado a todo orgamsmo del género primario. Puede haber diferentes especies de primados.

Conviene tener presente que nos estamos ocupando de las abstracciones de la física. Por consiguiente, no nos preocupa lo que en sí sea un primado, en cuanto m?dulo �b­tenido de la prehensión de los aspectos concretos, m nos frJa­mos en lo que un primado sea para su ambiente, con res­pecto a sus aspectos concretos prehendidos en él. Si pensamos en estos diversos aspectos es solamente en cuanto sus efectos sobre los módulos y sobre la locomoción son susceptibles de e..'q)resión en términos espacio-temporales. En consecuencia, en el lenguaje de la física, los aspectos de un primado son simplemente sus contribuciones al campo electromagnético. De hecho, esto es exactamente lo que sabemos de los electrones y protones. Para nosotros, un

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electrón es simplemente el módulo de sus aspectos en su ambiente, en cuanto esos aspectos son de aplicación al campo electromagnético. , . . . Ahora bien, al examinar la teona de la relatrvrdad, vrmos que el movimiento relativo de dos primados significa sim­plemente que sus módulos orgánicos utilizan sistemas de espacio-tiempo cl:stintos. Si dos primados no siguen en re­poso mutuamente o no están en un movimiento unif?rme en su relación mutua, por lo menos uno de ellos cambra su sistema espacio-temporal intrínseco. Las leyes del .movi­miento expresan las condiciones en qu� estos cambiOs de espacio-tiempo se efectúan. Las condiciones para la loco­moción vibratoria se fundan en estas leyes generales del movimiento.

Pero es posible que ciertas especies de primados sean susceptibles de hacerse añicos en condiciones que las lleven a efectuar cambios de sistemas de espacio-tiempo. Esas especies e}...-perimentarían sólo una larga extensión de dura­bilidad si hubiesen logrado formar una asociación favora­ble entre primados de diferentes especies, de suerte que en esta asociación la tendencia al derrumbamiento quedara neutralizada por el ambiente de la asociación. Podemos imaainar que el núcleo atómico esté compuesto de un gran b •

el número de primados de diferentes especres, y acaso e mu-chos primados ele la misma especie, y que toda la asocia­ción sea tal que favorezca la estabilidad. Un ejemplo de semejante asociación es el que ofrece la asociación de un núcleo positivo con electrones negativos para obtener un átomo neutro. El átomo neutro es, en este caso, escudado contra un campo eléctrico que de otro modo produciría cambios en el sistema de espacio-tiempo del átomo.

Pues bien, los requisitos de la física llevan a sugerir una idea que está muy en consonancia con la teoría filosófica orgánica. La expondré en forma de cuestión: ¿es que nuestra teoría orgánica de la durabilidad ha sido contami­nada por la teoría materialista por cuanto supone sin dis­cusión que durabilidad tiene que significar identidad indi­ferenciada a través de la historia-de-la-vida en cuestión? Acaso alguien advirtió que (en un capítulo anterior) usé

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el vocablo "reiteración" como smommo de "durabilidad". Huelga decir que su significado no es totalmente sinónimo, pero ahora quisiera sugerir que en lo que difiere de dura­bilidad, 1·eiteración se aproxima más a lo que requiere la teoría orgánica. La diferencia es muy similar a la que había entre los galileanos y los aristotélicos: Aristóteles def".Ía "reposo", donde Galileo añadía "o movimiento uniforme en una línea recta". Así, en la teoría orgánica, un módulo no necesita persistir en una identidad indiferenciada a través del tiempo. El módulo puede serlo esencialmente de con­trastes estéticos que requieran un lapso para su despliegue. Un tono es un ejemplo de semejante módulo . Así, la durabi­lidad del módulo significa ahora la reiteración de su su­cesión de contrastes. Esta resulta notoriamente la concep­ción más general de durabilidad en la teoría orgánica, y "reiteración" es quizá la palabra que la expresa de un modo más directo. Pero cuando trasladamos esta noción a las abstracciones de la física, se convierte de inmediato en la noción técnica de "vibración". Esta vibración no es la locomoción vibratoria: es la vibración de la deformación orgánica. En la física moderna hay ciertos indicios de que se necesitan entes vibratorios para la función de orga­nismos corpusculares en la base del campo físico. Esos cor­púsculos serían los descubiertos como proyectados desde los núcleos de los átomos, que entonces se disuelven en ondas de luz. Cabe suponer que semejante cuerpo cor­puscular no tiene gran estabilidad de persistencia cuando está aislado. Por consiguiente, un ambiente desfavorable que lleve a cambios rápidos en su propio sistema de espacio­tiempo, es decir, un ambiente que se lance a aceleraciones violentas, hace que los corpúsculos se pulvericen y disuel­van en ondas de luz del mismo período de vibración.

Un protón, y quizá un electrón, sería una asociación de tales primados superpuestos entre sí, con sus frecuenCias y sus dimensiones espaciales dispuestas de tal suerte que promovieran la estabilidad del organismo complejo cuando fuese lanzado a la aceleración de la locomoción. Las con­diciones para la estabilidad darían las asociaciones de perío­dos posibles para los protones. La e:x--pulsión de un primado

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vendría de un salto que llevase al protón bien a instalarse en una asociación alternativa, bien a generar un nuevo pri­mado con el auxilio de la energía recibida.

Un primado debe asociarse a una frecuencia definida de deformación orgánica vibratoria, de suerte que cuando se derrumbe se disuelva en ondas de luz de la misma frecuen­cia, que entonces se lleven toda su energía promedia. Es sum�mente fac�l (c?mo hipótesis particular) imaginar vi­bracwnes estac10nanas del campo electromagnético de fre­cuencia definida, dirigidas radialmente a y desde un centro que de acuerdo con las leyes electromagnéticas aceptadas, constaría de un núcleo esférico vibratorio ajustado a una serie de condiciones, y de un campo externo vibratorio ajustado a o tra serie de condiciones. Esto es un ejemplo de de�o�ma?ión o:gánica vibratoria. Además (a base de esta hrpotesrs particular) , hay dos modos de determinar las condiciones subsidiarias que satisfaaan los requisitos ordi­narios de la física matemática. Seg{m uno de

-esos modos,

la energía total satisfaría la condición del quantum, de suerte que consta de un número entero de unidades o cén­timos tales que el céntimo de energía de cualquier primado sea proporcional a su frecuencia. No he elaborado las condiciones para la estabilidad o para una asociación esta­ble; sino que he mencionado la hipótesis particular a base de presentar un ejemplo de que la teoría orgánica de la naturaleza ofrece posibilidades de someter a un nuevo estu­dio las leyes físicas últimas no accesibles a la teoría mate­rialista opuesta.

En esta hipótesis pa1;ticular de los primados vibratorios, se supone que las ecuacrones de Maxwell son valederas para todo el espacio, incluso para el interior de un protón. Ex­presan. ,

las leyes que, rigen la producción vibratoria y la absorc1011 de la cnergra. El proceso total para cada primado d,es�mboca en. un promedio det.erminado de energía caracte­nsbco del pr1mado y proporcwnal a su masa. De hecho, la energía es la masa. Hay corrientes radiales vibratorias de energía, lo mismo con primado que sin él. Dentro del primado, hay distribuciones vibratorias de densidad eléc­trica. Para la teoría materialista, esa densidad registra la

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presencia de materia; para la teoría orgánica de la vibra­ción, registra la producción vibratoria de energía. Esa pro­ducción se halla circunscrita al interior del primado.

Toda ciencia tiene que partir de algunas suposiciones re­lativas al último análisis de los hechos de que se ocupa. Estas suposiciones están justificadas en parte por su adap­tación a los tipos de fenómenos de que directamente tene­mos conciencia, y en parte por su idoneidad para representar con cierta generalidad los hechos observados, a falta de suposiciones ad hoc. La teoría general de la vibración de los primados por mí esbozada, se da simplemente como ejemplo de la clase de posibilidades que la teoría orgánica deja abiertas para la ciencia física. Lo esencial es que añade la posibilidad de deformación orgánica a la de simple locomoción. Las ondas de luz constituyen un gran ejem­plo de deformación orgánica.

En toda époea las suposiciones de una ciencia ofrecen cnminos cuando presentan síntomas del estado epicíclico de que la astronómía fué rescatada en el siglo xvr. La ciencia física actual presenta síntomas semejantes. Para volver a examinar sus fundamentos necesita recurrir a una visión más concreta del carácter de las cosas reales y con­cebir sus nociones fundamentales como abstracciones deri­vadas de su intuición directa. Es de este modo que abarca las posibilidades generales de revisión que se le ofrecen.

Las discontinuidades introducidas por la teoría del quan­tum exigen que los conceptos físicos sean revisados para que puedan tenerlas en cuenta. En particular, se ha seña­lado que es indispensable formular alguna teoría de la existencia discontinua. Lo que sé pide de semejante teoría es que una órbita de un electrón pueda ser considerada como una serie de posiciones separadas y no como una línea continua.

La teoría de tm primado o de un módulo vibratorio, ante­riormente expuesta, junto con la distinción entre tempo­ralidad y extensividad obtenida en el capítulo anterior, produce exactamente este resultado. Recuérdese que la continuidad del complejo de acaecimientos surge de las relaciones de extcnsividad; en cambio, la temporalidad

surge de la realización en un acaecimiento-sujeto de un módulo que para su despliegue requiere que el conjunto de una duración sea espacializado (es decir, parado) , a fuer de dado por sus aspectos en el acaecimiento. Así, la reali­zación procede vi,a una sucesión de duraciones epocales, y la transición continua, es decir, la deformación orgánica, está dentro de la duración ya dada. La deformación orgá­nica vibratoria es, de hecho, la reiteración del módulo. Un período completo define la duración requerida para el módulo completo. Así, el primado se realiza atómicamente en una sucesión de duraciones, debiendo ser medida cada duración de un máximo a otro. Por consiguiente, hasta donde un primado haya de tenerse por entidad total dura­ble, debe ser asignado sucesivamente a estas duraciones. Si es considerado como una cosa, su órbita ha de ser pre­sentada diagramáticamente por una serie de puntos sepa­rados. Así, la locomoción del primado es discontinua en el espacio y en el tiempo. Si vamos por debajo de los quanta de tiempo, que son los períodos vibratorios sucesivos del primado, encontraremos una sucesión de campos electro­magnéticos vibratorios, cada uno de los cuales permanece estacionario en el espacio-tiempo de su propia duración. Cada uno de esos campos presenta un solo período com­pleto de la vibración electromagnética que constituye el primado. Esta vibración no debe ser imaginada como el resultado de la realidad; es lo que el primado es .en una de sus realizaciones discontinuas. Por otra parte, las dura­ciones sucesivas en que el primado se realiza, son contiguas, siguiéndose de ello que la historia-de-la-vida del primado puede ser presentada como siendo el desarrollo continuo de fenómenos en el campo electromagnético. Pero estos fenó­menos pasan a realizarse en cuanto bloques atómicos ente­ros que ocupan períodos de tiempo definidos.

No es necesario pensar que el tiempo sea atómico en el sentido de que todos los módulos hayan de ser realizados en las mismas duraciones sucesivas. En primer lugar, incluso si los períodos fueran los mismos en el caso de dos prima­dos, las duraciones de realización podrían no ser las mis­mas. Dicho con otras palabras: los dos primados pueden

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estar fuera de fase. Por otra parte, si los períodos son diferentes, el atomismo de cualquier duración de un pri­mado está necesariamente subdividido por los momentos límites de las duraciones del otro primado.

Las leyes de la locomoción de los primados expresan en qué condiciones todo primado cambiará su sistema de espacio-tiempo.

Es innecesario llevar más allá esta concepción. La jus­tificación del concepto de existencia vibratoria tiene que ser puramente experimental. El punto ilustrado por este ejemplo es que la opinión cosmológica que hemos adoptado, se compagina perfectamente con los requisitos de discon­tinuidad reclamados por parte de la física. Además, si se adopta este concepto de temporalización a modo de reali­zación sucesiva de duraciones epocales, se obvia la objeción de Zenón. La forma particular que hemos dado en estas conferencias a esta concepción, lo ha sido puramente con ese propósito de ilustración y requiere por necesidad un ulterior estudio antes de que pueda ser adaptada a los re­sultados de la física experimental.

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CAPÍTULO IX

CIENCIA Y FILOSOFÍA

En la presente conferencia me propongo examinar algu­nas reacciones de la ciencia ante la corriente del pensa­miento filosófico durante los siglos modernos objeto de nuestro estudio. No pretendo encerrar en los límites de una conferencia la historia de la filosofía moderna. Me limitaré a comentar algunos contactos entre la ciencia y la filosofía, siempre que caigan dentro del esquema de pensamiento que estas conferencias se proponen desarrollar. Por esta razón se hará caso omiso de todo el gran movimiento idealista alemán, puesto que en realidad no tuvo con la ciencia de su época contactos directos que determinaran una modifi­cación recíproca de sus concepciones respectivas. Kant, filósofo de que arranca ese movimiento, estaba saturado de física newtoniana y de las ideas de los grandes físicos fran­ceses -como, por ejemplo, Clairaut 1-, que desarrollaban las ideas de N ewton. Pero los filósofos que desarrollaron el pensamiento kantiano o que lo transformaron en hege-

1 Cfs. el testimonio curioso de las lecturas científicas de Kant en Crítica de la Razón Pz¿ra, Analítica Trascendental y Segunda .Analogía de la Experiencia, en que se refiere al fenómeno de la acción capilar. Se trata de un ej emplo ilustrativo innecesariamente complicado ; para ello le habría bastado perfectamente un libro quieto sobre una mesa. Pero se trata de una cuestión que por vez primera había estudiado concienzudamente Clairaut en un apén­dice a su Figura de la Tierra; Kant había leído ese apéndice y se hailaba a la sazón intensamente obsesionado por esa lectura.

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lianismo, carecían de la base de conocimiento científico que tenía Kant, o no advirtieron que Kant habría sido un gran físico si la filosofía no hubiese absorbido sus princi­pales energías.

Los orígenes de la filosofía moderna son análoO'OS a los de la ciencia y coetáneos a ellos. La marcha ge�eral de su desarrollo arranca del siglo XVII, corriendo en parte a car­g? dt; _los mismos hombres que establecieron los principios cienbficos. Este trazado de objetivos venía tras de un período de transición que se remontaba al siglo xv. De hecho había en la mentalidad europea un movimiento ge­neral que arrastraba en su corriente tanto la religión como la ciencia y la filosofía. Para caracterizarlo en pocas pala­bras puede decirse que consistía en acudir directamente a las fuentes originales de inspiración griega por parte de hombres cuya configuración espiritual se derivaba de la herencia recibida de la Edad Media. Por lo tanto, no se trataba de un res.urgimiento del espíritu griego. Las épocas muerta.s no resucitan. Los principios de estética y de razón que ammaran a la civilización griega, adoptaron otra indu­mentaria en una mentalidad moderna. Entre ambas men­talidades había otras religiones, otros sistemas jurídicos, o�ras anarquías y otras herencias raciales que separaban lo vivo de lo muerto. . La filosofía es particularmente sensible a tales diferen­

cms, puesto que cabe hacer una réplica de una estatua anti­gua; pero r:o es posible una réplica de un estado de espíritu antiguo. N o cabe en ello una aproximación mayor que la de una farsa con respecto a la vida real. Habrá a lo sumo una .comprensión del pasado, pero siempre existe una dife­ren;Ja entre l.as reacciones que los mismos estímulos provo­caran en antiguos y modernos.

En el caso particular de la filosofía la diferencia de tona­lidad aparece ya en la superficie. En' contraste con la acti­tud o.bjetiva de los antiguos, la filosofía moderna tiene un resabw subjetivista. Idéntico cambio debe verse en la reli­?ión. , En J� . historia primitiva de la iglesia cristiana, el rnteres teowg1co se concentraba en discusiones acerca de la naturaleza de Dios, el significado de la Encarnación y los

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pronósticos apocalípticos sobre el destino final del mundo. En la época de la Reforma, la Iglesia estaba atomizándose como resultado de las disensiones provocadas por las expe­riencias individuales en materia de justificación. El sujeto individual de experiencia ha ocupado el lugar del drama total de la realidad entera. Lutero preguntaba: "¿Cómo me justifico?"; los filósofos modernos se planteaban la cues­tión: "¿ Cómo tengo conocimiento?" El acento cae en el sujeto de la experiencia. Este cambio de postura . es obra del cristianismo en su aspecto pastoral de admimstrar la comunidad de los creyentes, pues siglo tras siglo insistió en el valor infinito del alma humana individual, y con ello añadió al egotismo inst:ntivo de los apetitos físicos un sen­timiento instintivo de justificación de un egotismo de pers­pectivas intelectuales. Todo ser humano es el guardián na­tural de su propia importancia. No cabe la menor duda de que esta dirección moderna de la atenc:ón subraya verda­des de la más alta importancia; por ejemplo, en el campo de la vida práctica, ha abolido la esclavitud y ha grab?.do en la imagiÜación popular los derechos primarios del género humano.

En su Discurso del Método y en sus Meditaciones, Des­cartes pone de m?.nifiesto con gran claridad las concepcio­nes crenerales que desde entonces han influído en la filoso­fía �oderna. Hay un sujeto que recibe experiencia: en el Discu.rso este sujeto es mencionado siempre en primera persona, es decir, como siendo el propio Descartes. Descar­tes parte de sí mismo como siendo una mentalidad que en virtud de su conciencia de sus propias representaciones inherentes de los sentidos y del pensamiento, es por ende consciente de su propia existencia como ente unitario. La historia subsiguiente de la filosofía se mueve alrededor de la formulación cartesiana del dato primario. El mundo antiguo tomaba sus posiciones ante el drama del universo; el moderno. ante el drama íntimo del alma. En sus JYiedi­tacioncs. Descartes funda expresamente su drama íntimo en la p�sibilidad de error. Cabe que no haya correspon­dencia con el hecho objetivo, y, de ser así, tiene que haber un alma con actividades, cuya realidad sea puramente de-

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rivativa de sí misma. Véase, por ejemplo, ese pasaje de Meditación IP:

Pero se me dirá que estas presentaciones son falsas y que es­toy soñando. Supongamos que así sea. En todo caso es cierto que me parece ver la luz, oír un ruido y sentir calor ; esto no puede ser falso, y esto es propiamente lo que en mí se llama sentir, qu-e no es otra cosa que pensar. Partiendo de esto, co­mienzo a saber lo que soy, con alguna claridad y precisión ma­yores que hasta ahora.

O también en la Meditación III:

. . . puesto que, eomo hice observar antes, aunque quizá fuera de mí nada sean absolutamente las cosas que percibo o imagino, tengo, sin embargo, la seguridad de que esos modos de concien­cia que yo llam;o percepciones e imaginaciones, existen en mí en cuanto son modos de conciencia.

El objetivismo de los mundos medioeval y antiguo había pasado a la ciencia. En ella la naturaleza era concebida en sí misma, con sus propias reacciones mutuas. Bajo el recien­te influjo de la relatividad, ha habido una tendencia a formu­laciones subjetivistas; pero, prescindiendo de esta excepción reciente, la naturaleza se ha visto formular sus leyes, en el pensamiento científico, sin la menor referencia a una de­pendencia de los observadores individuales. Sin embargo, entre las actitudes anteriores y las posteriores frente a la ciencia hay una diferencia : el antirracionalismo de los mo­dernos se ha opuesto a toda tentativa de armonizar los conceptos últimos de la ciencia con ideas sacadas de un examen más concreto del conjunto de la realidad. La ma­teria, el espacio, el tiempo, las diversas leyes relativas a la transición de configuraciones de la materia, se toman como hechos tenaces últimos que se resisten a todo tratamiento.

El resultado de esta animosidad contra la filosofía ha sido tan lamentable para ésta como para la ciencia. En esta conferencia nos ocupamos de la filosofía. Los filó­sofos son rac:onalistas. Se proponen ir más allá de los hechos irreducibles y tenaces : desean explicar a la luz de principios universales las referencias mutuas entre los va-

1 Citado según la traducción de V eitch.

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ríos detalles que figuran en el fluir de .la� cosas . . Ade_más, buscan principios con el propósito de ehmmar arbrtraneda­des crl'.sas; así, cualquiera que sea la parte de un h�cho supuesta o dada, la �xistencia �� las cosas .rest�ntes tien.e que conciliarse con crertos reqmsrtos de. racronali�ad. E:'r­gen un sentido. Así lo dice este pasaJe de Ennque Srd­gwick 1:

La aspiración primaria de la filosofía es unificar completa­

mente poner en coherencia clara, todos los campos del sab-er

raciodal, y esa aspiración no puede ser r�alizada por ninguna

filosofía que deje fuera de su panoram� €l lmport:::�te cuerpo de

juicios y raciocinios que forman el obJeto de la etlca.

Por lo tanto los prejuicios que por la historia sienten las ciencias físicas

' y sociales, con su negativa a raciocinar :por

debajo de algún mecanismo último, ha desviado a la filo­sofía de los cauces efectivos de la vida moderna. Y así ha perdido su genuina función de crítica constante . d.e las formulaciones parciales, retirándose a la esfera su.bJet.r­vista del espíritu por haber sido expulsada por la crencra de la esfera objetivista de la materia. Así, la evolw;ión del pensamiento en el siglo XVII obró en el mismo sentido que la exaltación de la personalidad individual, derivada de la Edad Media. Ya vimos cómo Descartes se situaba an!e su propio último espíritu, del que su filosofía le da s:g1:n�ad, y cómo preguntaba por sus relacio11:es ��n la materia ultima -ejemplificada, en la segunda Med1taczon, por �1 cu.erpo hu­mano y un puñado de cera- supuesta por la crencra de ese pensador. És como la vara de Aarón y las serpientes de los encantadores, y la única cuestión que se le. plant:a a la filosofía es la de saber quién se tragará a qmen o sr, como Descartes creía, podrán vivir felices juntos. En este. co­rriente de pensamiento deben encontrarse Locke, Berkeley, Hume y Kant. Dos grandes nombres quedan .fuer� de esta lista: Spinoza y Leibniz. Pero hay cierto arslamrento de ambos con respecto a su influjo filosófico en cuanto se re­fie::e a la ciencia, como si se hubiesen extraviado hacia extremos situados más allá de los límites de la filosofía se-

1 Cf. Enrique Sidgwick, A Memoir, apéndiC<'.

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gura: Spinoza por haber insistido en más antiguos modos de pensamiento y Leibniz por la novedad de sus mónadas.

Es curioso el paralelismo que presenta la historia de la filosofía comparada con la de la ciencia. Lo mismo para la una que para la otra, el siglo XVII levantó el escenario e� que habí�n de moverse los dos siguientes. Pero en el s1g�o :xx comienza un nuevo acto. Es una exageración atri­bmr a una obra o autor determinados todo un cambio ge­neral en el clima del pensamiento. No cabe duda de que Descartes no hizo más que expresar de un modo definido Y en forma decisiva lo que estaba ya en e l aire de su época. Do un modo análogo, para atribuir a William James la inau­guración de un escenario nueYo en la filosofía habría que prescindir de otras influencias existentes en su tiempo. Pero mclu?o admitiéndolo así, sigue teniendo cierta razón el pa­rangon de su ensayo Does Consciou,sness E:cist, publicado en 1904, con el Discurso del Método, publicado en 1637. James despeja la escena suprimiendo los atavíos antiO'uos o, mejor dicho, cambió por completo su iluminación.

oTo�

memos, por ejemplo, estas dos frases de su ensayo: Negar crasamente que la "conciencia" existe, parece en >ista

de ello- pues existen positivamente "pensamientos" innegables­tm� absur�o qu� me temo que algunos lectores no quieran se­gcurme ma� alla. Permítaseme, pues, declarar inmediatamente que Y? �nt.rendo negar simplemente que esa palabra indique un ente, msr��wndo, en cambio, eon el mayor empeño en que indica una funcron.

El materialismo científico y el eO'o cartesiano eran desa­fiados igualmente al mismo tiemp�: uno por la ciencia y el otro por la filosofía, como representada por James con sus antecedentes psicológicos, y este doble reto señala el fin de un período que había durado unos doscientos cincuenta años. Es n?torio que "materia" y "conciencia" expresan algo tan ev1dente en la experiencia ordinaria que nin()'una filosofí� nec:sit� . proporcionar cosas que respondan a

b sus

respectivos sigmfiCados. Pero el caso es que tanto respecto de la una �om.o �eSJ?�Cto de la otra el siglo XVII había adop­tado un cnteno mfJciOnado con un presupuesto actualmente puesto en tela de juicio. James niega que la conciencia sea

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.r

un ente, pero admite que es una función. La discriminación entre ente y función es, en consecuencia, vital para enten­der el reto que James lanza contra los anteriores modos de pensamiento. En el ensayo en cuestión, se razona ple­namente el carácter que James asigna a la conciencia, aun­que no dejan de ser ambiguas las explicaciones acerca ele lo que entiende él por ente, noción que se niega a aplicar a la conciencia. En el pasaje que viene inmediatamente a con­tinuación del ya citado, dice lo siguiente:

No existe, a mi juicio, una materia o cualidad de ser originaria, que difiera ele aquella ele que están hechos los objetos materides y de la cual están hechos nuestros pensamientos ; p ero hay una función en la experiencia que llevan a cabo los p ensamientos, y para cuyo desempeño se in>oca esta cualidad de ser. Esa fun­ción es el conocer. La "conciencia" se supone necesaria p ara explicar el hecho de que las cosas no sólo son sino c¡ue son referidas, conocidas.

' -Por lo tanto, James niega que la conciencia sea una "ma­

teria" ("stuff" ) . El término "ente", e incluso el de "materia", no nos acaba

de decir todo lo que esconde. La noción de "ente" es tan general que cabe tomarla en el sentido de cuanto puede ser objeto del pensamiento. No es posible pensar lu -mera nada, y el algo susceptible de ser objeto del pensamiento puede ser calificado de ente. En este sentido, una función es un ente. Huelga decir que no es éste el sentido que tenía presente James.

De crmformidad con la teoría orgánica de la naturaleza, que he intentado desarrollar en estas conferencias, voy a interpretar a James. para el objeto que persigo, como ha­biendo negado precisamente lo que Descartes afirma en su Discurso y en sus ]}1 editaciones. Descartes distingue dos especies de entes: materia y alma. La esencia de la materia es la extensión espacial; la del alma, su cogitación, en el cabal sentido que Descartes asigna a la palabra cogitare; por ejemplo, en la sección 53 de la parte I de sus Principios de Filosofía, enuncia :

Que de toda sustancia hay un atributo principal, como pc".!lsar del espíritu y extensión del cuerpo.

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En la sección precedente (52) , afirma Descartes: Por sustancia no podemos concebir otra cosa que una cosa qu-e

exista de tal modo que para su existencia no necesite de nada que no sea -ella misma.

1\!Iás adelante, continúa Descartes: Por ejemplo, porque toda sustancia que deja ele durar deja

también ele existir, la duración no es distinta de la sustancia salvo en el pensamiento ; . . .

De todo ello concluímos que, para Descartes, espíritus y cuerpos existen de tal suerte que no necesitan de otra cosa que de sí mismos individualmente (exceptuando sólo a Dios, por ser el fundamento de todas las cosas) ; que tanto los es­píritus como los cuerpos duran, porque sin duración deja­rían de existir; que la extensión espacial es el atributo de los cuerpos, y la cogitación el atributo esencial de los espíritus.

Nunca se ensalzará demasiado la genialidad de que da muestras Descartes en el conjunto de las secciones de sus Principios que se ocupan de estas cuestiones. Es una obra digna del siglo en que fué escrita y de la claridad del inte­lecto francés. En su distinción entre tiempo y duración, en su modo de fundar el tiempo en el movimiento y en la íntima relación que establece entre materia y extensión, adelantó Descartes, dentro de los límites en que ello era posible en su época, las concepciones modernas sugeridas por la doctrina de la relatividad o por algunos aspectos de la doctrina de Bergson acerca de la generación de las cosas. Pero los principios fundamentales están formulados de suer­te que presuponen sustancias dotadas de existencia inde­pendiente con locación simple en la comunidad de dura­ciones temporales, y, en el caso de los cuerpos, con bcación simple en la comunidad de las extensiones espaciales. Esos principios conducían directamente a la teoría de una natu­raleza materialista, mecanicista, examinada por espíritus cogitantes. Finalizado el siglo :x-vn, la ciencia tomó posesión de la naturaleza materialista y la filosofía de los espíritus cogitantes. Algunas escuelas de filosofía admitieron un dua­lismo último, y las distintas escuelas idealistas proclamaron que la naturaleza era pura y simplemente el ejemplo princi-

J 'ifi

pal ele las cogitaciones de los espíritus. Pero todas las escue­las admitieron el análisis cartesiano de los últimos elemen­tos de la naturaleza. Excluyo ele estas afirmaciones a Spinoza y a Leibniz en cuanto a la corriente principal de la filosofía moderna que siguió la ruta trazada por Descartes; pero huelga decir que fueron influídos por él, al igual que ellos, por su parte, influyeron en otros filósofos. Me fijo principal­mente en los contactos efectivos entre la ciencia y la filosofía.

La división de competencias entre la ciencia y la filosofía no era asunto fácil de arregbr, "j' de hecho pone de mani­fiesto h endeblez de todo el presupuesto amañado en que se basaba. Nos damos cuenta de que la naturaleza es un juego entrelazado de cuerpos, colores, sonidos, olores, sabo­res, tactos "J' o tras varias sensaciones corporales, desplega­das como en el espacio, en módulos de separación mutua a base de volúmenes interpuestos, y de forma individual. Ade­más, el todo es un fluir, que cambia con el correr del tiempo. Esta totalidad sistemática se nos ofrece como un complejo de cosas. Pero el dualismo del siglo xvn lo secesionó sin parar en mientes. El mundo objetivo de la ciencia estaba confinado a la mera m�lteria espacial con locación simple, acatando reglas definidas relativas a su locomoción. El 1-:mndo subic-tiYo de la filosofía se adueñó de los colores, souidos, ol;rcs, sabores, tactos y sensaciones corporales a modo de elementos integrantes del contenido subjetivo de las cogitaciones de los espíritus individuales. Los dos mun­dos participaban en d fiuir genc;ml; pero el tiempo, en cuan­to medido, es asignado por Descartes a las cogitaciones del espíritu del observador. Huelga decir que este esquema adolece de una endeblez fatal. Las cogitaciones de la mente se presentan ante la mente, en calidad de soportes de entes tales como colores, por ejemplo, a modo de ter1níni de la contemplación. Pero, al fin y al cabo, en esta teoría no son más que mero ajuar del espíritu. En consecuencia, el espíritu parece estar limii:ado a su propio peculiar mundo de cogitaciones. La conformación de sujeto-objeto de la experiencia se halla en su integridad dentro de la mente como una de las pasiones peculiares de ésta. Esta conclu­sión sacada de los data de Descartes, es el punto ele partida

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desde el cual desarrollan sus sistemas Berkeley, Hume y Kant. Y, antes de ellos, fué el punto en que Locke se con­centró, considerándolo como la cuestión vital. Así, la cues­tión de cómo cualquier conocimiento se obtiene del mundo verdaderamente objetivo de la ciencia, pasa a ser problema de primera magnitud. Descartes afirma que el cuerpo obje­tivo es percibido por el intelecto. Dice así (Meditación ll):

Tengo que admitir, por consiguiente, que ni siquiera puedo comprender por imaginación qué es el trozo de cera, y que es el espíritu solo que lo percibe. Hablo de un trozo en p articular, pues para la cera en general, esto es aún más evidente. Pero ¡, qué es el trozo de cera que únicamente por el espíritu puede ser percibido 'l . . . La percepción de él no es ni un acto de visión, ni de tacto, ni de imaginación, y nunca fué ninguna de estas cosas aunque anteriormente haya podido parecerlo, sino simplemente una intuición ( inspectio) del espíritu . . .

Hay que tener presente que la palabra latina impectio tal como se usa clásicamente va asociada a la noción de teo­ría en cuanto opuesta a práctica.

Ahora vemos claramente ante nosotros las dos grandes preocupaciones de la filosofía moderna. El estudio del espí­ritu se divide en psicología, o estudio de las funciones men­tales consideradas en sí y en sus relaciones mutuas, y en epistemología, o teoría del conocimiento de un mundo obje­tivo común. Dicho con otras palabras: hay el estudio dé las cogitaciones qua pasiones del espíritu y su estudio qua llevando a una inspección (intuición) de un mundo obje­tivo. Es una división muy incómoda, que da lugar a una serie de complicaciones cuyo estudio ha dado mucho que hacer a los siglos que nos separan de aquel pensador.

J'dientras los hombres pensaron en términos de nociones físicas el mundo objetivo y de espiritualidad el mundo subjetivo, d planteamiento del problema en la forma en que lo había hecho Descartes, bastaba como punto de par­tida. Pero el equilibrio ha sido alterado por el ascenso de la fisiología. En el siglo xvn se pasó del estudio de la física al de la filosofía. Hacia fines del siglo XIX se pasó, princi­palmente en Alemania, del estudio de la fisiología al de la psicología. El cambio de tono fué decisivo. Desde luego,

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en el período anterior había sido tenida plen.amente en cuenta la intervenciÓn del cuerpo humano; por eJemplo, por Descartes en la parte V del Discurso del Jl.fétodo. Pero no se había desarrollado el instinto psicológico. Al estudiar el cuerpo humano, Descartes pensaba con la men�alidad de un físico; en cambio, los psicólogos modernos revisten la de los fisiólorros médicos. La trayectoria de William James es un eje�plo de este cambio de punto de vista. También él poseía el talento claro e incisivo capaz de plantear de un solo golpe la esencia del asunto.

Ahora se ve claramente la razón de que yo haya puesto en estrecho parangón a Descartes y William James. Nin­rruno de estos dos filósofos terminó una época con una �olución final de un problema. Su gran mérito es del tipo opuesto . Cada uno de ellos abre una época por su clara for­mulación de los términos en que de un modo provechoso podía el pensamiento expresarse en sectores particular�s del conocimiento, uno de ellos para el siglo XVII y el otro para el L'L En este respecto, tanto uno como otro pueden con­siderarse como polos opuestos a Santo Tomás de Aquino, que expresó la culminación del escolast�cismo aristotélico . . En más de un aspecto ni Descartes m James fueron los fi­Msofos más característicos de su respectiva época. Yo �tri­buiría más bien esa posición a Locke y Bergson, respectiva­mente, por lo menos en lo que se refiere a sus relaciones con la ciencia de su tiempo. Locke desarrolló las líneas de pensamiento que mantuvieron a la filosofía al ritmo ?e la época; por ejemplo, acentuó las inv�caciones � la p�Ico�o­gía. Inauguró el períod�, que hizo epo�a, �e �vestigacw­nes sobre problemas palpitantes de obJetivo limitado. Indu­dablemente al hacerlo así, le inculcó a la filosofía algo del antirracion�lismo de la ciencia. Pero la verdadera cimenta­ción de una metodología fructífera estriba en partir de aque­llos postulados claros que deben ser tenidos como últimos en cuanto afecta a la ocasión en cuestión. La crítica de esos postulados metodol��icos se re�erva. �sí �ar� ?tra opor­tunidad. Locke descubno que la situacwn fJloso.fica lega�a por Descartes implicaba los problemas de la epistemologia y de la psicología.

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. Bergson introdujo en la filosofía las concepciones orgá­mcas de la ciencia fisiológica, apartándose del modo más completo posible del materialismo estático del siglo xvn. Su protesta contra la espacialización lo es contra el prurito de tomar la concepción newtoniana de la naturaleza como si no f�era ot�·� cosa qu� una el;vada abstracción. Su pre­ten�I?o anh-mtelectuahsmo deoe ser interpretado en este sentra�. En algunos aspectos acude a Descartes; pero no lo hace sm acompañarse instintivamente del apoyo de la bio­logía moderna.

Hay otro motivo que justifica esta asociación de Locke y; Bergs?n: En Locke debe buscarse el germen de una teo­n� org�mca de 1::; naturaleza. El profesor Gibson I , el mas reciente expositor de Locke, afirma que la manera de Locke de concebir la identidad de la autoconciencia "como la de un organismo vivo, implica un auténtico trascender de la visión mecánica de la naturaleza y del espíritu, impli­cada en la teoría de la composición". Pero conviene adver­tir que, en primer lugar, Locke se mueve indeciso en esa P?stura,. y, en �egundo lugar, cosa aun más importante, que solo aphcu su Idea a la auto-conciencia. La actitud fisioló­giSa no se había afianzado aún. El efecto de la fisiolocrÍft fue postergar al espíritu ante la naturaleza. El neuról;cro sigu� primero el efecto de los estímulos a lo largo de l�s nerviOs corporales, luego la integración en los centros ner­vios?s Y P,or úl�imo el surgimiento de una referencia pro­yectrva mas alla del cuerpo con una eficacia motriz resul­tante en una excita.eión ne�·viosa reanudada. En bioquímica, �e descubre el delicado aJuste de la compos:ción química ae las partes para la preservación del orcranismo entero Así, .la cognición mental es vista a modo d; experiencia re� flectiva, de una totalidad, manifestando para sí lo que en ella esta a modo de fenómeno singular unitario . Esta uni­dad .es la integración del conjunto de sus acontecimientos p�rciales, pero no es su adición numérica. Como un acaeci­miento, tiene su unidad propia. Esta unidad total, consi-

. 1 Cf. su_

obra Locke's Tlwory of Kn01cleclge ancl -its Histo­ncal Rela:wns. Cambridge U:r.liv. Press, 1917.

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derada como ente por sí, es la prehensión en unidad de los aspectos modulados del universo de aca:cimi�nto:;; .. Su conocimiento de sí misma, surge de su propia aphcabihdad a las cosas cuyos aspectos prehende. Conoce el mundo como un sistema de aplicabilidad mutua, y de esta suerte se ve a sí misma como reflejada en otras cosas. Entre estas otras cosas figuran muy especialmente las varias partes de su pro­pio cuerpo.

Es importante distinguir el módulo corporal, que dura, del - ' d 1 d b1 acaecimiento corporal, penetrado por el mo 11.0 ura ie, Y

de las partes del acaecimiento corporal. Las partes del ac�e­cimiento corporal son penetradas, a su vez, por sus propiOs módulos durables, que constituyen elementos en el módulo durable. Las partes del cuerpo son realmente porciones del ambiente del acaecimiento corporal total, pero de tal suerte relacionadas que sus aspectos �ut�ws, cada uno .d: e�l?s en el otro, son peculiarmente e1ectivos en . la modific�cwn del módulo de cada uno de ellos. Esto proviene del caracter íntimo de la relación del todo con la parte. Así, el cuerpo es una porción del ambiente para la parte, y ésta un.a por­ción del ambiente para el cuerpo; sólo ellos son particular­mente sensibles, cada uno a las modificaciones del otro. Esta sensibilidad está dispuesta de suerte que la parte se ajusta para preservar la estabilidad del módulo del cuerpo. Es un ejemplo particular del ambiente propicio 9-ue proteg� al o.rga­nismo. La relación de la parte al todo tiene la reciprocidad esnecial asociada a la noción de organismo, en que la parte está para el todo; pero esta relación imi?era en toda la ?-atu­raleza. sin que se inicie en el caso especml de los orgamsmos más elevados.

A mayor abundamiento, examinando la cuestión como si se tratara de un asunto de química, no hay necesidad . de interpretar las acciones de cada molécula en un cuerpo VIVO a base de su referencia particular exclusiva al módulo del organismo vivo completo. Es cierto que toda molécul� es afectada por el aspecto de su módulo en cuanto refleJa�o en ella, de suerte que es de otra manera de como h�bna sido si hubiese estado colocada en otro lugar. De Igual modo, en algunas circunstancias puede un electrón ser esfé-

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ri�o y en otras un volumen de forma oval. Este procedi­nuento de enfocar el problema, por lo que a la ciencia se refiere, consiste simplemente en preguntar si las moléculas presentan en los cuerpos vivos propiedades no observables en medio de contornos inorgánicos. De iO'ual modo, en un , . o campo magnehco presenta el hierro maleable propiedades que sólo latentes tiene en otros sitios. Las rápidas acciones de auto-preservación de los cuerpos vivos -y también nues­tra experiencia de las acciones físicas de nuestros cuerpos obedeciendo las determinaciones de nuestra voluntad- su­giere la modificación de las moléculas en el cuerpo como r;�ultado del módulo total. Parece posible que haya leyes fisiCas que expresen la modificación de los últimos or(J'anis­mos básicos cuando forman parte de organismos más �leva­dos con adecuada compacidad de módulo. Sin embargo, es­taría en perfecta consonancia con la acción empíricamente observada, de los ambientes, que fuesen ne(J'li(J'ibles los efec-

d. o b tos m:ctos de los aspectos entre el cuerpo entero y sus partes. Esperaríamos una transmisión. De este modo la modificación del módulo total se transmitiría por medí; de una serie de modificaciones de una serie descendente de par­tes, de suerte que finalmente la modificación de la célula cambie su aspecto en la molécula, efectuando así una alte­ración correspondiente en la molécula o en algún ente más sutil. Así, la cuestión que se plantea a la fisiología es la de la física de las moléculas en células de diferentes caracteres.

. Ah�ra pod�IJ?-OS ver las relaciones entre la psicología, la fi­

swlogia y la fisic�. �1 campo reservado a la psicología es pu­r::nne.nte el acae�ImH�nto considerado desde su propio punto de vista. La umclad de este campo es la unidad de acaeci­n:ie�to. Pero es el acaecimiento en cuanto ente y no el acae­cmuento en cuanto suma de partes. Las relaciones de las parte�, entre sí y con el todo, son sus aspectos, el que cada una tiene para las demás. Para un observador externo, un cuerpo es un agregado de los aspectos que para él tiene el cuerpo en cuanto conjunto, y también del cuerpo en cuanto suma de partes. Para el observador externo, son do­minantes, por lo menos para la cognición, los aspectos de la

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forma y de los objetos-del-sentido. Pero también tenemos que admitir la posibilidad de que descubramos en nosotros aspectos de las mentalidades de organismos superiores. La pretensión de que la cognición de mentalidades ajenas tenga que efectuarse necesariamente por medio de inferencias in­directas de los aspectos de la forma y de los objetos-del-sen­tido, aparece como totalmente infundada a tenor de esta filosofía del organismo. El principio fundamental es que cualquier cosa que emerja a "actualidad", implanta sus as­pectos en todo acaecimiento individual.

A mayor abundamiento, incluso para la autocognición, los aspectos de las partes de nuestros propios cuerpos to­man en parte la forma de aspectos de la forma y de los objetos-del-sentido. Pero esa parte del acaecimiento corpo­ral, con respecto al cual es asociada la mentalidad cognitiva, es para sí el campo psicológico unitario. Sus ingredientes no se refieren al acaecimiento mismo, sino que son aspectos de lo que está más allá de ese acaecimiento. Así, el cono­cimiento de sí mismo, inherente al acaecimiento corporal, es el conocimiento de sí mismo en cuanto unidad compleja cuyos ingredientes abarcan toda la realidad más allá de él, restringida por la limitación de sus módulos de aspectos. Así, nos conocemos como una función de unificación de una pluralidad de cosas que son ajenas a nosotros. La cognición descubre un acaecimiento como siendo una actividad, como organizando una coexistencia real de cosas ajenas. Pero este campo psicológico no depende de su cognición, de suerte que este campo sigue siendo un acaecimiento unitario en cuanto abstraído de su autocognición.

En consecuencia, conciencia será la función del conocer. Pero lo conocido es ya una prehensión de aspectos del uni­verso real único. Estos aspectos lo son de otros acaecimien­tos en cuanto se modifican mutuamente, cada uno a los demás; en el módulo de los aspectos, se hallan en su módulo de estar mutuamente relacionados.

Los datos originarios en términos de los cuales el módulo construye, son los aspectos de las formas, de los objetos­del-sentido y de otros objetos eternos cuya autoidentidad no es dependiente del fluir de las cosas. Dondequiera que

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e�o� objetos tengan acceso al fluir general, interpretan acae­Clilll�n.tos, cada uno a los demás. En este caso están en el perc1p1ente;. pero, siendo percibidos por él, le proporcionan al�o del flmr total que está más allá de él. La relación de SUJ.eto-objeto tiene su , origen en el doble papel de estos obJetos et,ernos. Son modificaciones del sujeto, pero sólo en su caracter de �spectos de ?tros sujetos que se incor­por�� a la comumdad del umverso. Así, ningún sujeto Individual pued�, tener realidad independiente, puesto que es una, prehenswn de aspectos limitados de sujetos aje­nos a el. . La �:ase técnica sujeto-objeto es un mal término para la s:tuacwn fundamental puesta de manifiesto en la experien­c.Ja. Es verdadero trasunto del "sujeto-predicado" aristoté­lico. P:�supone ya la doctrina metafísica de sujetos diver­sos c�hfJCados por. sus predicados privativos. Esta es la d_octrma de los suJetos con mundos de experiencia priva­tivos. D� aceptarla no hay modo de escapar al solipsismo. Lo esencial es que la frase "sujeto-objeto" indica un ente fundamental subyacente a los objetos. Así, los "objetos", de tal s:rerte con�ebido.s, son simplemente los espíritus de los predJC.ados aristotélicos. La situación primaria puesta al desc�rb1erto en la experiencia cognitiva es "objeto-ecro en. me�IO de objetos". Lo digo en el sentido de que el hecho pnmarw es un mundo imparcial trascendente al "aquí­ahora" que señala al objeto-ego, y trascendente al "ahora" que es el mundo espacial de realización simultánea. Es un mundo �ambién que incluye la "actualización" del pa­sado l la limitada potenciali�a� del futuro, junto con- el munu? completo de la potencmhdad abstracta, el reino de l?s o!J,Jetos eternos, que trasciende .el curso positivo de rea­hzaewn, y halla ejemplificación en él y en comparación con él . El �bjeto-ego, en cuanto aquí-ahora de la conciencia, es consc1�nte de su esencia experiente como constituída por s:r estar mternamente relacionada con el mundo de las rea­lidad�s Y con el de las ideas. Pero, estando así constituído, el obJeto-ego se halla dentro del mundo de las realidades '?' se presenta co�o :rn organismo que reclama el ingreso de 1deas para el des1gmo de esta su condición entre las reali-

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dades. Debemos guardar para otra ocasión el tratamiento de esta cuestión de la conciencia.

El punto que importa dilucidar a los efectos del presente estudio, es que una filosofía de la naturaleza en cuanto. ?r­gánica, tiene que partir del extremo opuesto a �se reqms1to de una filosofía materialista. El punto de partida del ma­terialismo son las sustancias de existencia independiente: materia y espíritu. La materia .s,ufre modific��iones de sus relaciones externas de locomocwn, y el esprntu las sufre de sus objetos contemplados. En esta teoría materialista hay dos clases de sustancias ind�pendientes, calificada c�da una de ellas por sus propias paswnes. El punto �e partida del organicismo es el análisis �el proceso concermente .a la rett1ización de acaecimientos dispuestos en una comumdad entrelazada. El acaecimiento es la unidad de lo real de las cosas. El módulo durable emergente es la estabilización del logro emergente para que llegue a ser un hecho que re­tenga su identidad a través del proceso. Adviértase que la durabilidad no es primariamente la propiedad de durar más allá de sí mismo, sino la de durar dentro de sí mismo. Quiero decir que la durabilidad es la propiedad de encon­trar reproducido su módulo en la� partes tempor�le� del acaecimiento total. Es en este sentido que un acaec1m1ento total lleva un módulo durable. Hay un valor intrínseco idéntico para el todo y para su sucesión de p�rtes .. c?�­nición es el emerger -en alguna medida de realidad mdrvr­dualizada- del sustrato general de actividad, ponderando ante sí la posibilidad, la "actualidad" y el de�i�nio. , . Es icrualmente posible llegar a esta concepcwn orgamca del m;ndo partiendo de las noc:ones fundamentales de la física modérna en vez de hacerlo, como en los párrafos pre­cedentes, de la psicología y de la fisiología . . � en reali�ad fué por este camino que llegué a, 1?-is conv1c;1.ones deb1�0 a mis propios estudios �e matemahca y de �IsJca matema­tica. La física matemátrca presupone, en pnmer lugar,. un campo de actividad electromagnético que llena el espaciO Y el tiempo. Las leyes que condicionan este campo �o . son otra cosa que las condiciones observa�as por .la .a�tlvid!-ld general del fluir del mundo, tal como este se md1vrduahza

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e� l�s acaecimientos. En física, es una abstracción. La c1encm hace caso omiso de lo que una cosa sea en sí. Sus entes son estudiados meramente con respecto a su realidad extríns:ca, es decir con respecto a los aspectos que en otras cos�s .tienen. Pero la abstracción llega aún más allá, pues lo umco que cuenta son los aspectos en otras cosas en cuanto modificativos de las especificaciones espacio-temno­rales de las historias-de-la-vida de esas otras cosas. La r'ea­lidad intrínseca del observador es tenida en cuenta: me re­fiero a lo que el observador invoca para sí; por ejemplo, el hecho de que vea azul o rojo, figura en las aserciones cien­tíficas, pero en realidad no el rojo que el observador ve: lo q.ue �uenta e� simplemente la mera diversidad de las expe­n�ncias de. roJ? del observador con respecto a todas sus de­mas experrencias. Por consiguiente, el carácter intrínseco d�l observador sólo es de aplicación en orden a fijar la indi­VIdualidad autoidéntica de los entes físicos. Estos entes son considerados sólo como factores que fijan las rutas en el espac:o y en el tiempo de las historias-de-la-vida de los entes durables.

La terminología de la física se deriva de las ideas mate­rialistas del siglo xvrr; pero yo encuentro que con todo y su e;trem� a.bstracción, lo que realmente presupone es la 'teo­na orgamca de los aspectos tal como nosotros la hemos expues�o anterjo�mente. Examinemos, en primer lugar, cualqUier acaecimiento en el espacio vacío, significando en este caso la palabra "vacío", desprovisto de electrones o proto�e� u otra forma cualquiera de carga eléctrica. Un acaecimiento como ése tiene tres funciones en la física: pri­mera : es la e�cena efectiva de una contingencia de energía, ya c.omo habztáculo de ésta, ya como lugar de una corriente particular de energía; sea como fuere, en esta función la ener­gía . está allí, bien como localizada en el espacio durante el tiempo en c�es�ión, bien corriendo por el espacio. Se­gunda: el acaecimiento es un eslabón necesario en el mó­dulo de transmisión, por medio del cual el carácter de todo aco?-tecimiento recibe alguna modificación proveniente del c�r11;cter de cualquier otro acaecimiento. Tercera: el acae­cnmento es el repositorio de una posibilidad en orden a lo

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que le ocurriría a un�. car�a el�.ctrica, sea por vía de d�!or­mación 0 de locomocwn, si se mera el caso de que estm 1ese allí. . . , f" . , d Si modificamos nuestra suposiciOn !Jan onos .en �n acaecimiento que incluya en sí una porción de �a hls�ona­de-la-vida de una carga eléctrica, entonces subsiste. a.u.n el análisis de sus tres funciones, excepto que la pos;� :l:dad implicada en la terce�a s�.ha transf?r.n:ado ahor

,� en a.clu�: lidad". En esta susbtucwn de pos1b1hdad por actualidad obtenemos la distinción entre acaecimientos vacíos Y acae­cimientos ocupados.

Volviendo a 1os acaecimien�os vací?s, ;wt�mos en-n;:

l}os la falta de la individualidad del contemdo I.nt:mseco. L:IJan­donos en la primera función de un acaecimiento vaCio, .la de ser un habi,táculo de energía, notamos que n,o hay d1s: criminación de una porción individual de energ1a sobre SI está ubicada localmente o constituye un elemento de . la corriente. Hay simplemente una determinació;r .cuantit�tiva de actividad. sin individualización de la actiVJdad misma. Esta falta d� individualización resulta aun m.ás . patente �n las funciones segunda y tercera. Un . acaec1m1.ent? . vac1? es alguna cosa en sí, pero no logra realizar una mdividu�h­dad de contenido que sea estable. Por lo que a su cont�mdo se refiere, el acaecimiento vacío es un el�mento realizado en un esquema general de actividad orgamzada. . .

Alguna calificación se requiere cu��?o el acaec!mwn�.o vacío está en la escena de la transmision de un tr-..n , den­nido de rcnetidas formas de ondas. Hay ahora un .m?dulo definido qiie sigue siendo permanente e� el aca.e�1m1;nto. Pero es individualidad sin el menor deJ? de ong�nahdad, puesto que es meramente una permanencia pro;emente ex­clusivamente de la implicación de un acaecimiento en un esquema de modulación más amplio. . . Pasando ahora al examen de un acaecimiento ocupado, el electrón tiene una individualidad determin�d�. Puede se­guírsele a través de una :ariedad de aca.e.cimientos en el curso de su historia-de-la-vida. Una coleccwn de electrones junto con las análogas cargas de electricidad posi�h:a, forma un cuerpo tal como los que ordinariamente perc1b1mos. El

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cu�rpo más simple de esta clase es una molécula, y una serie de moléculas forma un trozo de materia ordinaria, como una silla o una piedra. Así, una carga de electricidad es la marca de la individualidad de contenido, en calidad de añadida a la individ11alid:J.d de un acaecimiento en sí. Esta individualidad de contenido es el punto fuerte de la doctrina materialista.

Sin embargo, es susceptible de ser igualmente bien expli­cado a base de la teoría del organicismo. Si nos fijamos en la función de la carga eléctrica, observamos que su papel es marcar la originación de un módulo que es transmitido por el espacio y el tiempo. Es la llave de algún módulo particular. Por ejemplo : el campo de fuerzas de todo acae­cimiento debe interpretarse prestando atención a las con­tingencias de los electrones y protones, y lo propio cabe de­cir de las conientes y distribuciones de energía . Además, las ondas eléctricas se originan en las contingencias vibra­torias de estas cargas. Así, el módulo transmitido debe ser concebido con el fluir de aspectos a través del espacio y del tiempo, derivado ele la historia-de-la-vida de la carga atómica. La individualización de la carga surge por una conjunción de dos caracteres: en primer lugar, por la con­tinuada identidad de su modo de funcionar como llave para la determinación de una difusión de módulo, y, en segundo lugar, por la unidad y continuidad de su historia-de-la-vida.

. Podemos concluir, por consiguiente, que la teoría orgá­mca representa directamente lo que la física supone efec­tivamente acerca de sus entes últimos. Advertimos también la completa futilidad de estos entes si se les concibe como individuos plenamente concretos. Por lo que a la física se refiere, su ocupación se agota en moverse entre sí, y fuera d_e esta función carecen de realidad. Para la física muy par­ticularmente, no existe realidad intrínseca.

Es evidente que la fundamentación de la filosofía en el presupuesto de organismo debe retrotraerse a Leibniz1. Sus mónadas son para él los entes últimamente reales. Pero

1 Cf. Bertrand Russell, The Phtlosophy of Leibniz) como sugerencia de esta línea de pensamiento.

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retuvo las sustancias cartesianas con sus pasiones califica­tivas, como igualmente expresivas, a su juicio, _de

_la carac­

terización final de las cosas reales. Por cons1gmente, se­gún él, no hay realidad concreta de las relaci.ones i�t�rnas. En consecuencia, maneja dos puntos de v1sta d1stmtos. Uno de el1os era que el ente real final es una actividad orga­nizadora que funde ingredientes en una unidad, de suerte que esta unidad es la realidad. El otro punto de vista es que los entes reales finales son sustancias soportes de cua­lidades. El primer punto de vista depende de que se acep­ten relaciones internas que mantengan unida a toda la rea­lidad. El segundo es incompatible con la realidad de seme­jantes relaciones. Para combinar estos dos puntos de vista, sus mónadas estuvieron, por ello, desprovistas de venta­nas, y sus pasiones se limitaban a reflejar el universo por el ajuste divino de una armonía preestablecida. Este siste­ma presupone, pues, un agregado de entes independientes. No disti;rrue el acaecimiento en cuanto unidad de expe­riencia, d�l organismo durable en cuanto estabilización suva en importancia, ni del organismo cognitivo en cuan­to" expresivo de una condición más completa de indivi­dualización. Tampoco admite las relaciones de varios tér­minos, que relacionen de diversos modos con acaecimientos distintos los datos de los sentidos. Estas relaciones de varios términos son virtualmente las perspectivas que ad­mite Leibniz, pero sólo con la condición de que sean puramente cualidades de las mónadas organizadoras. La dificultad surge realmente de la aceptación indiscutible de la noción de locación simple como fundamental para es­pacio y tiempo, y de la aceptación de la noción de sustan­cia individual independiente como fundamental para un ente real. El único camino que le quedaba abierto a Leibniz era, pues, el mismo que luego tomó Berkeley (en una inter­pretación corriente ele su significado) , a saber: una invoca­ción a un Deu.s ex machina capaz de elevarse por encima de las dificultades de la metafísica.

Del mismo modo que Descartes introdujera la tradición del pensamiento que mantuvo la filosofía subsiguiente en algún grado de contacto con el movimiento científico, in-

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tradujo Leibniz la tradición alternativa de que los entes, que son las últimas cosas reales, son en algún sentido pro­cedimientos de organización. Esta tradición ha sido la pie­dra fundamental de las grandes realizaciones de la filosofía alemana. Kant refleja las dos tradiciones, que en él se hallan superpuestas. A pesar de ser él un hombre de ciencia, las escuelas que de él arrancan sólo muy débil influjo ejer­cieron en la mentalidad del mundo científico . Les estaba reservada a las escuelas filosóficas de nuestro siglo la misión de hacer confluir las dos corrientes en una e:x.-presión del cuadro del mundo derivado de la ciencia, poniendo con ello término al divorcio de la ciencia con respecto a las afirma­ciones de nuestras experiencias estéticas y éticas.

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CAPÍTULO X

AlJSTRACCIÓN

En !os capítulos anteriores examiné las reacciones del movimiento científico ante los problemas más profundos de

tqu.e se habían ocupado los pensadores modernos. Ningún hombre, colectividad humana limitada ni época son capaces de pensarlo todo de una vez. De ahí que para entresacar los distintos impactos de la ciencia en el pensamiento, haya sido necesario tratar el asunto históricamente. En esta re­trospección he tenido presente que el resultado último o de toda la historia es la disolución patente del cómodo esquema del materialismo científico dominante en el curso de los tres siglos a que hemos dedicado nuestra atención. En conse­cuencia, han sido puestas de relieve diversas escuelas de crí­tica de las opiniones dominantes, y he intentado esbozar una doctrina cosmológica anternativa lo suficientemente amplia para abarcar lo fundamental a un tiempo para la ciencia y para sus críticas. En este esquema alternativo, la noción de materia, en cuanto fundamental, ha sido susti­tuída por la de síntesis orgánica. Pero para llegar a ésta hemos partido siempre del estudio de las dificultades po­sitivas del pensamiento científico y de las peculiares perple­jidades que sugiere.

En este capítulo, y en el inmediatamente subsiguiente, voy a olvidar los problemas peculiares de la ciencia moderna, para colocarme en el punto de vista de un estudio desapa­sionado de la naturaleza de las cosas, antes de lanzarme a cualquier investigación especial relativa a sus detalles. Es

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\

la postura calificada de "metafísica". Por consiguiente, los lectores que encuentren pesada la metafísica, incluso en dos capítulos ligeros, harán bien en prescindir de ellos y pa­sar directamente al capítulo sobre "Religión y ciencia", que rc.sume el tema del impacto de la ciencia en el pensa­miento moderno.

Estos capítulos metafísicos son puramente descriptivos. Su justificación debe buscarse (r) en nuestro conocimiento directo de las ocas:ones reales de que se compone nuestra experiencia inmediata; (n) en el éxito de éstas en la tarea de ofrecer una base para armonizar nuestros relatos siste­matizados de diversos tipos de experiencia, y (m) en su éxito en proporcionar los conceptos en términos de los cua­les puede forjarse una epistemología. Por (m) entiendo que un relato del carácter general de lo que conocemos, debe ponernos en condiciones de formular un relato de cómo es' posible el conocimiento a modo de anexo dentro de las cosas conocidas.

En cualquier ocasión de cognición, lo conocido es una ocasión real de experiencia, en cuanto diversificada1 me­diante referencia a un reino de entes que trascienden esa ocasión inmediata en que tienen conexiones análogas o diferentes con otr2.s ocasiones de experiencia .. Por ej emplo, un matiz definido de rojo puede, en la ocasión inmediata, ser implicado con la forma de esfericidad de algún modo definido. Pero ese matiz de rojo y esa forma esférica se presentan como trascendiendo esa ocasión en que ninguno de los dos tiene otras relaciones con otras ocasiones. Ade­más, prescindiendo de la presencia real de las mismas cosas en otras ocasiones, toda ocasión real está puesta dentro de ua reino de entes interconectados alternativos. Este reino se pone al descubierto por todas las proposiciones falsas que quepa formular de antemano para significar esa ocasión. Es el reino de las sugerencias alternativas cuyo asidero en la "actualidad" trasciende toda ocasión real. La aplica­bilidad real de las proposiciones falsas a toda ocasión "ac­tual" es descubierta por el arte, por la poesía y por la crítica

1 Cf. mis Principles of Natural Kno1cledge, cap. v, secc. 13.

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referente a ideales. Es el fundamento de la posición meta­física que yo sustento, de que �1 enten�imie�to de la "ac­tualidad" requiere una referencia a la 1deal�dad .. ,

Los dos re:nos son intrínsecamente inherentes a la situacion meta­fí�ica total. La verdad de que alguna proposición respe.cto de una ocasión real sea falsa, puede expresar la verdad '_'Ita,� referente a un acierto estético. Expresa la "gran negativa que es su característica primaria. Un acaecimiento es �e­cisivo en proporción a la importa_ncia. 9-ue tengan (p.ar� el) sus proposiciones falsas: su aphcabih�a� al acaecim�ento no puede disociarse de lo que el acaecimiento es en SI por

'd l't' . l vía de loaro. Estos entes trascendentes han si o ca I.ICaaos o ' • u b ' t t e" de "universales". Prefiero usar el termmo o Je os e ern?"

para emanciparme de presupuestos �dhe.rid�s a,l . térmmo

anterior a causa de su prolongada historia filosof1ca. Los objetos eternos son, pues, en su naturaleza.' abstractos. En­tiendo por "abstracto" que lo que un o�J eto �terno es �n sí -es decir su esencia-, es comprensible sm referencia a alguna oc�sión particular de experienc�a. Ser abstracto es trascender las ocasiones concretas particulares del. acon­tecer reaL Pero trascender una ocasión real no significa es­tar desconectado de ella. Por el contrario, yo sostengo que todo objeto eterno tiene su genuina conexión propia con cada una de tales ocasiones, calificada por mí de su modo de ingreso en esa ocasión. Así, un objeto et�rn� .debe. ser comprendido por el conocimiento de (r) su mdividual.Idad particular; (n) sus relaci�nes generale.s e�� otros ob?etos eternos en cuanto susceptibles de reahzacwn en oc�swnes reales, y (m) el principio general que expresa su mgreso en ocasiones reales particulares. . . . . Estos tres títulos expresan dos prmcipiOs. El pnmer principio �s qm' todo obj.eto eterno es u� indi.vid

·u,� qu�,

en su propm manera peculiar, es lo que es. J:<,sta mdn Iduah­dad particular es la esencia individual del ?bjeto, Y no P.uede ser descrita de otro modo que como siendo ella. mism�. Así la esencia individual es simplemente la esencia �onsi­der�da con respecto a su unicidad. Además, la esencia. de un objeto eterno es simpleme�te el ol?jet� ,

ete;rn_o conside­rado como añadiendo su propia contnbucwn umca a toda

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ocaswn real. Esta contribución única es idéntica para to­das esas ocasiones con respecto al hecho de que en todos los modos de ingreso el objeto es precisamente su mismo idéntico. Pero varía de una ocasión a otra con respecto a las diferencias de sus modos de ingreso. Así, la condición metafísica de un objeto eterno es la de una posibilidad pa­ra una realidad. Toda ocasión real es definida con relación a su carácter por la manera en que esas posibilidades son "actualizadas" para esa ocasión. Así, "actualización" es una selección entre posibilidades, o, para decirlo más exac­tamente, una selección que se resuelve en una gradación de posibilidades con respecto a su realización. er; �sa oca­sión. Esta conclusión nos lleva al segundo prmc1p10 meta­físico : un objeto eterno, considerado como un ente abstr:;tcto, no puede ser divorciado de su referencia a otros obJetos eternos ni de su referen!"!ia a la "actualidad" en general; aunque esté desconectado de sus modos reales de ingreso en ocasiones reales definidas. Este principio se expresa con la afirmación de que todo objeto eterno tiene una "esen­cia relacional". Esta esencia relacional determina cómo es posible para el objeto el tener ingreso en ocasiones reales.

Dicho con otras palabras: si A es un objeto ete�no, lo que A es en sí implica la condición de A en el umverso, y A no puede ser divorciado de esta condición. En la esen­cia de A se halla un estar determinado en cuanto a las rela­ciones de A con otros objetos eternos, y un no estar deter­minado en cuanto a las relaciones de A con ocasiones reales. Dado que las relaciones de A con otros objetos eternos se hallan determinadamente en la esencia de A, se sigue que son relaciones internas. Quiero decir con esto que estas re­laciones son constitutivas de A, puesto que un ente que esté en relaciones internas carece de ser como ente que no esté en estas relaciones. Dicho con otras palabras: una vez con relaciones internas, siempre con relaciones internas. Las relaciones internas de A forman en su conjunto la sig­nificación de A.

Por otra p arte, u n ente no puede estar e n relaciones ex­ternas a menos que en su esencia haya un estar indeter-

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minado que le haga susceptible de sufrir esas relaciones externas. El significado del término "posibilidad" en cuanto aplicado a A es simplemente que en la esencia de A se halla una capacidad de sufrir relaciones con ocasiones reales. Las relaciones de A con una ocasión real son simplemente cómo ]as relaciones eternas de A con otros objetos eter­nos están escalonadas con respecto a su realización en esa ocasión.

Así, el principio general que expresa el ingreso de A en la ocasión real particular a, es el estar indeterminado que se halla en la esencia de A con respecto a su ingreso en a, y es el estar determinado que se halla en la esencia de a con respecto al ingreso de A en a. Así, la prehensión sinté­tica que es a, es la solución del estar indeterminado de A en el estar determinado de a. De ahí que la re­lación entre A y a sea externa con respecto a A e in­terna con respecto a a. Toda ocasión real a es la solución de todas las modalidades en ingresiones categóricas reales: verdad y falsedad ocupan el sitio de la posibilidad. El in­greso completo de A en a. es expresado por todas las propo­siciones verdaderas que hay sobre A y a, y también -puede ser- sobre otras cosas.

El determinado estar relacionado del objeto eterno A con cualquier otro objeto eterno es cómo A está, sistemática­mente y por la necesidad de su naturaleza, relacionado con todo otro objeto eterno. Ese estar relacionado representa una posibilidad de realización. Pero una relación es un hecho que afecta a todos los relata implicados, y no puede ser aislado como si sólo implicara a uno de los relata. Por consiguiente, hay un hecho general de estar relacionado mutuamente de un modo sistemático, que es inherente al carácter de la posibilidad. El reino de los objetos eternos está descrito en propiedad como un "reino" porque todo objeto eterno tiene su condición en este complejo sistemá­tico general de estar relacionado mutuamente.

En cuanto al ingreso de A en una ocasión real a, las relaciones mutuas de A con otros objetos eternos, en esta forma escalonada de realización, requieren para su ex­presión una referencia a la condición de A y de los demás

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objetos eternos de la relación espacio-temporal. Además, esta condición no puede ser expresada (a este propósito) sin una referencia a la condición de a y de otras ocasiones reales de la misma relación espacio-temporal. Por consi­guiente, la relación espacio-temporal en cuyos términos ha de ser expresada la marcha efectiva de los acaecimientos, no es más que una limitación selectiva dentro de las rela­ciones sistemáticas generales entre los objetos eternos. En­tiendo por "limitación", en cuanto aplicada al continuo es­pacio-temporal, las determinaciones

· de circunstancias ele

hecho, tales como las tres dimensiones del espacio y las cua­tro dimensiones del continuo espacio-temporal, inherentes a la marcha efectiva ele los acaecimientos pero que se pre­sentan como arbitrarias con respecto a una posibilidad más abstracta. El estudio ele estas limitaciones general:;;s en la base ele las cosas reales, en cuanto distinta de la limitación peculiar ele cada ocasión real, será reanudado más plena­mente en el capítulo dedicado a "Dios".

Por otra parte la condición de toda posibilidad con rela­ción a la "actualidad" requiere una referencia a este conti­nuo espacio-temporal. En todo estudio particular de una posibilidad, cabe concebir que este continuo sea trascendi­do. Pero siempre que haya una referencia definida a la "actualidad", se requiere el cómo definido de trascendencia de ese continuo espacio-temporal. Así, primariamente, el continuo espacio-temporal es un lugar de posibilidad rela­cional, elegido de entre el reino más general de la relación sistemática. Este lugar limitado de posibilidad relacional, e1..-presa una limitación de posibilidad inherente al sistema gene<·al del proceso de realización. Cualquier posibilidad que sea coherente en general con ese sistema, cae dentro de esta limitación. Además, cuanto abstraídamente sea posible en relación con el curso general de los acaecimientos -en

. cuanto distinto de las limitaciones particulares provocadas por ocasiones particulares-, llena el continuo espacio-tem­poral en toda situación espacial alternativa y en todos los tie!npos alternativos.

Fundamentalmente, el continuo espacio-temporal es el sistema general de estar relacionadas todas las posibilidades,

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siempre que ese sistema esté limitado por su aplicabilidad a la "actualidad", :puesto que posibilidad es aquello en que cabe un logro, haciendo caso omiso de si este logro lleaa a producirse.

b

Ya hemos insistido en que una ocasión real debe ser co�ce?!da a modo de limitación, y que este proceso de li­miL�.

cwn puede ser caracterízado siempre como una gra­d.acwn. Esta característica de una ocasión real (a, por eJemplo) requiere ulterior dilucidación: un estar indeter­�inado se halla en .l� esencia de. tod� objeto eterno (A, por eJ emplo) . La . ?caswn r

,ea� a smtetiza en sí todo objeto

eterno, y, hac1endolo asr, mcluye el estar relacionado com­Jil�to de .c1 con respecto a todo otro objeto eterno o serie de obJetos eternos. Esta síntesis es una limitación de realiza­ción aunque no de contenido. Toda relación mantiene su auto-identidad inherente. Pero grados de entrada en esta síntesis son inherentes a toda ocasión real, tal como a. Es­tos grados sólo pueden ser expresados como aplicabilidad de v:alor. �sta aplicabilidad de valor varía -al comparar ocasiOnes drferentes- de grado desde la inclusión de la ese?�ia individual de A a fuer de elemento en la síntesis estehca (en algún grado de inclusión) hasta el grado ínfimo que es la exclusión de la esencia individual ele A a título ele elemento de la síntesis estética. lVIientras esté en este grado ínfimo, toda relación determinada de A es un mero ingrediente de la ocasión con respecto al determinado có­mo �sta relaci¿n

.sea una alte;:r:ativa incumplida, no pro­

porciOnando nmgun valor estetlco, salvo el de constituir u� elemento del sustrato sistemático ele contenido incum­plido. En un grado más elevado, puede quedar incumplido pero ser ele aplicabilidad estéticamente.

'

Así, concebido simplemente con respecto a sus relaciones con otros objetos eternos, A es "A concebido como no-sien­do", en donde "no siendo" significa "abstraído del hecho de­t�rminado de inclusiones en acaecimientos reales y ele exclu­swn:s ele tales acaecimientos". Por otra parte, "A en cuanto no-swndo con respecto a una ocasión definida a" significa que en todas sus relaciones determinadas A está excluído de a. Además, "A en cuanto siendo con respecto a a" significa

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que en algunas de sus relaciones determinadas A está incluí­do en a. Pero puede no haber ninguna ocasión que incluya a A en todas sus relaciones determinadas, puesto que al­gunas de estas relaciones son contrarias. Así, en atención a las relaciones excluídas, A será A no-siendo en a, incluso si en atención a otras relaciones A sea A siendo en a. En este sentido, toda ocasión es una síntesis de siendo y no­siendo. Además, aunque algunos objetos eternos estén sinte­tizados en una ocasión simplemente quá no-siendo, todo ob­jeto eterno sintetizado quá siendo es sintetizado también qua no-siendo. "Siendo" significa en este caso "individualmente efectivo en la síntesis estética". La "síntesis estética" es, pues, la "síntesis experiente" vista como autocreativa, con las limitaciones que le impone su estar relacionada con todas las demás ocasiones reales. De esta suerte llegamos a la con­clusión -que ya habíamos enunciado anteriormente- de que el hecho general de la prehensión sintética de todos los objetos eternos en todas las ocasiones, ostenta el doble as­pecto del indeterminado estar relacionado de todo objeto con ocasiones en general y de su determinado estar relacio­nado con cada ocasión particular. Esta afirmación com­pendia el relato de cómo son posibles las relaciones exter­nas. Pero este relato depende de que el continuo espacio­temporal se emancipe de su mera implicación en ocasiones reales -según la explicación usual- y de que sea presen­tado en su proveniencia de la naturaleza general de la po­sibilidad abstracta, en cuanto limitada por el carácter ge­neral de la marcha efectiva de los acaecimientos.

La dificultad que plantean las relaciones internas es la de explicar cómo es posible cualquier verdad particular. Hasta donde haya relaciones internas, cualquier cosa debe­rá depender de cualquier otra cosa. Pero si tal es el caso, no podremos saber de cualquier cosa hasta que no sepamos igualmente de cualquier otra cosa. En apariencia, por con­siguiente, nos encontramos sometidos a la necesidad de de­cirlo todo de una vez. Esta presunta necesidad es notoria­mente falsa. En consecuencia, nos corresponde explicar cómo puede haber relaciones internas en vista de que ad­mitimos verdades finitas.

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Puesto que las ocasiones reales son selecciones del reino de las posibilidades, la explicación última de cómo las oca­siones reales tienen el carácter general que tienen, debe bus­carse en un análisis del carácter general del reino de la posi­bilidad.

El carácter analítico del reino de los objetos eternos es la primera verdad metafísica que le concierne. Por este ca­rácter entendemos que la condición de todo objeto eterno A en este reino es susceptible de análisis hasta un número indefinido de relaciones subordinadas de alcance limitado. Por ejemplo, si B y C son otros dos objetos eternos, hay entonce� al�una relación perfectamente definida R (A, B, C) que rmphca solamente A, B, C, para no requerir la men­ción de otros objetos eternos definidos en la calidad de relata. Desde luego, la relación R (A, B, C) puede abarcar relaciones subordinadas que sean, a su vez, objetos eter­nos, y la propia R (A, B, C) es también un objeto eterno. También habrá otras relaciones que en el mismo sentido abarquen solamente A, B, C. Nos corresponde examinar ahora cómo, habida cuenta del interno estar relacionados de los objetos eternos, es posible esta relación limitada R (A, B, C).

La razón de la existencia de relaciones finitas en el reino de los objetos eternos, es que las relaciones de estos obje­tos entre ellos son enteramente inselectivas y sistemática­mente completas. Estamos estudiando la posibilidad, de suerte que toda relación que sea posible se encuentra por ende en el reino de la posibilidad. Todas estas relaciones de cada uno de los objetos eternos se funda en la condición perfectamente definida de ese objeto en cuestión en cuanto relatum en el esquema general de la relación. Esta condi­ción definida es lo que yo he calificado de "esencia relacio­nal" del. objeto. Esta esencia relacional es determinable por refe.ren;Ia a ese s?lo objeto y no requiere referencia alguna a nmgun otro obJeto, salvo aquellos específicamente impli­cados en la esencia individual de aquel objeto cuando esa esencia es compleja (como vamos a explicar inmediatamen­te) . El significado de las palabras "todo" y "algún" dima­na de este principio; es decir, el significado de la "varia-

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ble" en lógica. Todo el princ1p10 estriba en que una particular determinación puede ser hecha del cómo de al­guna relación definida de un objeto eterno definido A con un ntl.mero definido n de otros objetos eternos, sin ninguna determinación de los otros n objetos, X1o X2, • • • X,., salvo que cada uno de ellos tenga la condición requerida para desempeñar su parte respectiva en esa relación múltiple. Este principio depende del hecho de que la esencia relacional de un objeto eterno no es única para ese objeto. La mera esencia relacional de todo objeto eterno determina el esque­ma uniforme completo de las esencias relacionales, puesto que todo objeto se halla internamente en todas sus posi­bles relaciones. Así, el reino de la posibilidad proporciona un esquema de relaciones uniforme entre series de obje­tos eternos, y todos los objetos eternos se hallan en tales relaciones hasta donde lo permite la condición de cada uno.

Por consiguiente, las relaciones (en estado de posibili­dad) no abarcan las esencias individuales de los objetos eternos, sino que implican cualesquiera objetos eternos a título de Telata, a condición de que estos relata tengan las esencias relacionales requeridas. (Es esta salvedad la que, automáticamente y según la naturaleza del caso, restringe el "cualesquiera" de la frase "cualesquiera objetos eternos".) Este principio es el principio del Aislamiento de los Obje­tos Eternos en el reino de la posibilidad. Los objetos eter­nos están aislados porque sus relaciones en cuanto posibi­lidades son susceptibles de expresión sin referencia a sus respectivas esencias individuales. A diferencia del reino de la -posibilidad, la inclusión de objetos eternos dentro de una ocasión real significa que con respecto a alguna de sus posibles relaciones hay una coexistencia de sus esencias indi­viduales. Esta coexistencia realizada es el logro de un valor emergente definido -o configurado- por el definido estar re­lacionado eternamente con respecto al cual se logra la coexis­tencia real. Así, el estar relacionado eternamente es la forma -el e I o o s -, la ocasión real emergente es el valor superyecto o informado; el valor, en cuanto abstraído de to­do superyecto particular, es la materia abstracta -la ií'l\17-

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común a todas las ocasiones reales, y la actividad sintética que prehende la posibilidad sin valor en el valor informado superyacente, es la actividad sustancial. Esta actividad sustancial es la que es omitida en todo análisis de los factores estáticos de la situación metafísica. Los elementos analizados de la situación son los atributos de la actividad sustancial.

La dificultad inherente al concepto de relaciones inter­nas finitas entre objetos eternos, es obviada de este suerte por medio de dos principios metafísicos: (r) el de que las relaciones de todo objeto eterno A, consideradas corno cons­titutivas de A, abarcan simplemente otros objetos eternos a título de meros 1·elata sin referencia a sus esencias indi­viduales, y (rr) el de que la divisibilidad de la relación ge­neral de A en una multiplicidad de relaciones finitas de A se halla, por consiguiente, en la esencia de ese objeto eter­no. Es evidente que el segundo principio depende del primero. Entender A es entender el cómo de un esquema general de relación. Este esquema de relación no requiere para ser comprendido la unicidad individual de los demás relata. Este esquema se revela también susceptible de ser analizado en una multiplicidad de relaciones limitadas que tienen su individualidad propia, y, sin embargo, presupone al propio tiempo la relación total dentro de la posibilidad. Con respecto a la "actualidad", hay, en primer lugar, la limitación general de las relaciones, que reduce este esquema general ilimitado al esquema espacio-temporal cuatridimen­sional. Este esquema espacio-temporal es, por decirlo así, la máxima medida común de los esquemas de relación (en cuanto limitados por la "actualidad") inherente a todos los objetos eternos. Esto quiere decir que el cómo relaciones selectas de un objeto eterno (A) sean realizadas en toda ocasión real, es explicable siempre a base de expresar la condición de A con respecto a este esquema espacio-tempo­ral y expresando en este esquema la relación de la ocasión real con otras ocasiones reales. Una relación finita definida que abarque los objetos eternos definidos de una serie li­mitada de tales objetos, es, a su vez, un objeto eterno : es esos objetos eternos en cuanto en esa relación. Calificaré

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de "complejo" a un objeto eterno de esta índole. Los ob­jetos eternos que son los relata en un objeto eterno com­plejo, serán calificados de "componentes" de ese objeto eterno. Además, si algunos de estos relata son, a su vez, complejos, sus componentes serán designados con la frase "componentes derivativos" del objeto complejo original. Por otra parte, los componentes de componentes derivati­vos serán llamados también componentes derivativos del objeto original. De esta suerte, la complejidad de un obje­to eterno significa que es analizable en una relación de ob­jetos eternos componentes. Además, el análisis del esquema general del estar relacionados los objetos eternos significa su exhibición a modo de multiplicidad de objetos eternos complejos. Un objeto eterno tal como un definido matiz de verde, no susceptible de ser analizado en una relación de componentes, será llamado "simple".

Ahora estamos en condiciones de explicar cómo el ca­rácter analítico del reino de los objetos eternos permite un análisis de ese reino en grados.

En el grado ínfimo de Jos objetos eternos hay que situar aquellos objetos cuyas esencias individuales son simples. Este es el grado cero de complejidad. A continuación exa­minamos toda serie de esos objetos, finita o infinita, en cuanto al número de sus miembros. Examinemos, por ejem­plo, la serie de tres objetos eternos, A, B, C, ninguno de los cuales es complejo. Designemos por R (A, B, C) algún po­sible estar relacionados de A, B, C. Para tomar un ejemplo simple: A , B, C, pueden ser tres colores definidos con el estar relacionadas espacio-temporalmente entre sí tres caras de un tetraedro regular dondequiera y en cualquier tiem­po. Entonces R (A, B, C) es otro objeto eterno del grado complejo ínfimo. Análogamente, hay objetos eternos de grados sucesivamente más elevados. Con respecto a todo objeto eterno complejo S (D1, • • • D2) , los objetos eter­nos D¡, . . . Dn, cuyas esencias individuales son constitu­tivas de la esencia individual de S (D¡, . . . Dn), se califican de componentes de S (D1, • • • Dn)· Es evidente que el gra­do de complejidad que haya de atribuirse a S (D¡, . . . Dn) debe ser tomado como un grado más alto que el grado más

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elevado de complejidad susceptible de encontrarse entre sus componentes.

Existe, pues, un análisis del reino de la posibilidad en objetos eternos simples y en varios grados de objetos eter­nos complejos. Un objeto eterno complejo es una situación abstracta. Hav un doble sentido de "abstracción", con respecto a la abstracción de objetos eternos definidos, esto es, abstracción no matemática. Hay una abstracción de "actualidad" y una abstracción de posibilidad. Por ejem­plo, A y R (A, B, C) son, las dos, abstracciones del . reino de la posibilidad. Obsérvese que R (A, B, C) significa R (A, B, C) en todas sus relaciones. Pero este significado de R (A, B, C) excluye otras relaciones en que pueda figu­rar A. De ahí que A tal como está en R (A, B, C) sea más abstracto que A simplemente. Así, al pasar del grado de los objetos eternos simples a grados de complejidad cada vez más elevados, nos entregamos a grados más altos de abstracción desde el reino de la posibilidad.

Ahora estamos en condiciones de concebir las fases su­cesivas de un progreso definido hacia algún asignado modo de abstracción desde el reino de la posibilidad, que impli­que un progreso (en el pensamiento) a través de sucesivos grados de complejidad creciente. Llamaré "jerarquía abs­tractiva" a cada una de esas rutas de progreso. Toda je­rarquía abstractiva, finita o infinita, se basa en algún grupo definido de objetos eternos simples. Este grupo será cali­ficado de "base" de la jerarquía. Así, la base de una je­rarquía abstractiva es una serie de objetos de compl�jidad cero. La definición formal de una jerarquía abstract1va es como sigue :

Una "jerarquía abstractiva basada en g" -designan­do g un grupo de objetos eternos simples-, es una serie de objetos eternos que reúne las condiciones siguientes: .

(I) los miembros de g pertenecen a ella, y son los únicos objetos eternos simples de la jerarquía;

(n) los componentes de todo objeto eterno complejo de la jerarquía son también miembros de la jerarquía, y

(m) toda serie de objetos eternos pertenecientes a la je­raquía, tanto si son todos del mismo grado como si difieren

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entre sí en materia de grado, están conjuntamente entre los c01;nponentes o componentes derivativos de por lo menos un obJeto eterno que pertenece también a la jerarquía.

Importa advertir que los componentes de un objeto eter­no son necesariamente de un grado de complejidad inferior a éste. Por consiguiente, todo miembro de una j erarquía como ésa, que sea del primer grado de complejidad, sólo puede t.ener como componentes mie�bros del grupo g, y toco miembro del segundo grado solo puede tener como componentes miembros del primer grado, y así sucesiva­mente para los grados más elevados.

La tercera condición que debe reunir una jerarquía abs­tractiva es la que llamaremos condición de conexidad. Así, una jerarquía abstractiva surge de su base incluye todo gra�o s�cesi:o . desd: su ba�e, bien a modo de avance pro­gresivo mdeflmdo, bien hacia su grado máximo, y está "co­nectada". por la reaparición (en un grado más elevado) de toda serie de sus miembros pertenecientes a grados infe­riores, en la función de una serie de componentes o com­ponentes derivativos de por lo menos un miembro de la J erarquía.

Una jerarquía abstractiva se llama "finita" si se detie­ne en un grado de complejidad finito, e "infinita" si abarca miembros pertenecientes respectivamente a todos los gra­dos de complejidad.

Co�viene observar que la base de una jerarquía abs­tractiva puede contener cualquier número de miembros fi­nitos o infinitos. Además, la infinitud del número de mi�m­bros de la base nada tiene que ver con la cuestión. acerca de si la jerarquía es finita o infinita.

Una jerarquía abstractiva finita poseerá, por definición, un grado de complejidad máximo. Es característico de este gr�do que ningún miembro de él sea componente de otro obJeto. ,eterno perteneciente a algún grado de la jerarquía. �amb1en es e'ndente que este grado de complejidad máxima tiene que poseer sólo un miembro, pues de otra suerte no se .satisfaría la condi?ión de conexidad. A la inversa, todo o?J eto eterno compleJo define una jerarquía abstractiva fi­mta que debe ser descubierta por un proceso de análisis.

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Este objeto eterno complejo de que partimos será llamado el "vértice" de la jerarquía abstractiva: es el único miem­bro del grado de máxima complejidad. En la primera fase del análisis obtenemos los componentes del vértice. Estos compo.nentes pueden ser de diversa complejidad, pero entre ellos tiene que haber por lo menos un miembro cuya com­plejidad sea de un grado más bajo que el del vértice. Un grado que sea un grado más bajo que el de un objeto eter­no dado, se llamará "grado próximo" a ese objeto. Toma­mos entonces los componentes del vértice que pertenezcan a su grado próximo, y como segunda fase los analizamos en sus componentes. Entre estos componentes tiene que hab�rlos que pertenezcan al grado próximo a los objetos así analizados. Añádase a ellos los componentes del vértice que P.e;t�nezcan ta�bi�n a este grado de "segunda aproxima­cwn desde el verbce, y, en la tercera fase, analicemos como antes. Encontramos, así, objetos pertenecientes al grado de tercera aproximación desde el vértice, y añadimos a ellos los. componentes pertenecientes a este grado, que han sido deJados de las precedentes fases de análisis. Continuamos de este modo por fases sucesivas hasta que lleO'amos al grado de los objetos simples. Este grado forma la base de la jerarquía.

Hay que advertir que al ocuparnos de jerarquías esta­mos por entero dentro del reino de la posibilidad. Por con­siguiente, los objetos eternos están desprovistos de coexis­tencia real: siguen permaneciendo dentro de su "aisla­miento". �l. _instrumento lógico usado por Aristóteles para el anahs1s del hecho real en elementos más abstractos era el de clasificación en especies y géneros. Este instr�mento t�ene . su aplicación de incontrovertible importancia para la c1encm en las fases preparatorias de ésta. Pero su uso en la descripción metafísica falsea la verdadera visión de la situación metafísica. El uso del término "universal" se ha­lla íntimamente asociado a este análisis aristotélico· de poco tiempo a esta parte el término ha adquirido un se�tido más lato, pero sigue sugiriendo ese análisis clasificatorio, y es por esta razón que lo he evitado.

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En toda ocasión real a, habrá un grupo g de objetos eter­nos simples que son ingredientes de ese grupo del modo más concreto posible. Esta ingrediencia completa en una ocasión, de suerte que permita la más completa fusión de la esencia individual con otros objetos eternos en la forma­ción de la ocasión emergente individual, es évidentemente sui géneris y no puede ser definida en términos de ninguna otra cosa. Pero tiene su característica peculiar necesaria­mente inherente a ella. Esta característica es que hay una jerarquía abstractiva infz:nita basada en g y tal que todos sus miembros están implicados igualmente en esta inclusión completa en a.

La existencia de semejante jerarquía abstractiva infi­nita es lo que se significa con la aserción de que es imposi­ble completar por medio de conceptos la descripción de una ocasión real. Calificaré de "jerarquía asociada de a" a esta jerarquía abstractiva infinita asociada a a. Es también lo que se significa con la noción estar conectada una ocasión real. Este estar conectada una ocasión real, es necesario para su unidad sintética y para su inteligibilidad. Hay una jerarquía de conceptos conectada aplicable a la ocasión, e incluye conceptos de todos los grados de complejidad. Ade­más, en la ocasión real, las esencias individuales de los objetos eternos implicados en estos conceptos complejos, lo­gran una síntesis estética, productiva de la ocasión a modo de experiencia por sí misma. Esta jerarquía asociada es la figura, módulo o forma de la ocasión en cuanto esta oca­sión está constituída por lo que figura en su plena reali­zación.

Alguna confusión de pensamiento se ha causado por el hecho de que la abstracción de la posibilidad se extravíe hacia la dirección opuesta, a una abstracción de la "actua­lidad", por lo que se refiere al grado de abstracción. En efecto, es evidente que al describir una ocasión real a, es­tamos más cerca del hecho concreto total cuando describi­mos predicando de él algún miembro de su jerarquía aso­ciada, que sea un alto grado de complejidad. Entonces decimos más de a. Así con un alto grado de complejidad nos aproximamos más a la concretez plena de a, mientras

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con un grado bajo nos apartamos de ella. En consecuencia, los objetos eternos simples representan el extremo de una abstracción de una ocasión real; en cambio, los objetos eter­nos simples representan el mínimum de abstracción del reino áe la posibilidad. Habrá que convenir, pues, a mi juicio, que cuando se habla de un alto grado de abstracción, lo que de ordinario se entiende es la abstracción del reino de la posibilidad; dicho con otras palabras : construcción ló­gica elaborada.

Hasta aquí me he limitado a estudiar una ocasión real desde el lado de su plena concretez. Es el lado de la ocasión en virtud del cual es un acaecimiento de la naturaleza. Pero un acaecimiento natural es, en este sentido del térmi­no, únicamente una abstracción de una ocasión real com­pleta. Una ocasión completa abarca lo que en la experiencia cognitiva toma la forma de recuerdo, anticipación, imagi­nación y pensamiento. Estos elementos de una ocasión experiente son, pues, modos de inclusión de objetos eternos complejos en la prehensión sintética, a modo de elementos del valor emergente. Difieren de la concrctez de la inclusión plena. En un sentido es inexplicable esa diferencia, puesto que todo modo de inclusión es sui géneris, no susceptible de ser explicado en términos de ninguna otra cosa. Pero hay una diferencia común que distingue estos modos de inclu­sión de la ingresión concreta plena que ha sido estudiada. Esta diferencia es la 1·udeza. Entiendo por "rudeza" que lo recordado, anticipado, imaginado o pensado, se agota en un concepto complejo finito. En cada caso hay un objeto eter­no finito prehendido dentro de la ocasión a modo de vértice de una jerarquía finita. Este irrumpir de una ilimitabilidad real es lo que en toda ocasión señala lo acotado mentalmen­te de lo que pertenece al acaecimiento físico a que se refie­re el funcionamiento mental.

En general parece haber alguna pérdida de vivacidad en la aprehensión de los objetos eternos afectados; por ejemplo, Hume habla de "copias vagas". Pero esta vague­dad parece ser un fundamento de diferenciación muy insegu­ro. No pocas veces cosas realizadas en el pensamiento están dotadas de mayor vivacidad que las mismas cosas en la

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e)l.l_)eriencia física en que no se presta atención. Pero las cosas aprehendidas en calidad de mentales están siempre su­jetas a la condición de que nos detengamos cuando intente­mos explorar en sus relaciones realizadas grados de compleji­dad siempre más elevados. Siempre encontramos que hemos pensado exactamente -sea lo que fuere- pero no en más. Hay una limitación que rebasa el concepto finito de grados más elevados de complejidad iEmitable.

Así, una ocasión real es una prehensión de una j erarquía infinita (su jerarquía asociada) junto con varias jerarquías finitas. La síntesis en la ocasión de la jerarquía infinita es según su modo específico de realización, y la de las jerar­quías finitas según los otros varios modos específicos de realización. Hay un principio metafísico esencial para la coherencia racional de este relato del carácter general de una ocasión experiente. Es el principio que yo califico de "Traslucidez de la Realización", entendiendo por ello que todo objeto eterno es exactamente él mismo en cualquier modo de realización en que esté incluído. No puede haber falseamiento de la esencia individual sin que con ello se produzca un objeto eterno diferente. En la esencia de todo objeto eterno existe una indeterminación que e)l.l_)resa su tolerabilidad indiferente por cualquier modo de ingreso en cualquier ocasión real. Así, en la experiencia cognitiva, pue­de haber la cognición del mismo objeto eterno que en la misma ocasión que tiene ingreso con implicación en más de un grado de realización. Así, la traslucidez de realización y la posible multiplicidad de modos de ingreso en la misma ocasión, forman, conjuntamente, el fundamento de la teo­ría de la correspondencia de la verdad.

En este relato de una ocasión real en términos de su co­nexión con el reino de los objetos eternos, hemos retrocedi­do a la marcha de nuestro pensamiento en el capítulo segundo, en que examinábamos la naturaleza de las ma­temáticas. La idea atribuída a Pitágoras debe ser amplia­da, y puesta en primer plano como capítulo primero de la metafísica. El capítulo próximo tratará del hecho enigmá­tico de que hay un curso real de a.caecimientos que en sí es un hecho limitado, en que, metafísicamente hablando, po-

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1 l "!

?ría �abe.r sido de otra manera. Pero se omiten otras mveshgacwnes

,n;eta.f�sicas -por ejemplo: epistemológi­

�as-, Y la clasificacwn de algunos elementos en el mundo msondable del campo de la posibilidad. Este último tema lleva . a la m�tafí�ica a la vista de los temas especiales de las diversas c1encms.

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CAPÍTl:JLO XI

DIOS

Aristóteles consideró necesano completar su metafísica con la introducción de un Primer Motor: Dios. Por dos razones es éste un hecho importante en la historia de la metafísica. En primer lugar, si a alguien queremos otorgar la posición del más grande de todos los metafísicos, nuestra elección habrá de recaer en Aristóteles, por la genialidad de su visión profunda, por el bagaje general de su conocimien­to y por el estímulo ejercido por su metafísica en todos los tiempos. En segundo lugar, su examen de esta cuestión metafísica estaba absolutamente desprovisto dE- apasiona­miento, y fué él el último metafísico europeo de primera magnitud de quien quepa hacer este juicio. Después de Aristóteles, los intereses éticos y religiosos comenzaron a influir las conclusiones metafísicas. Dispersados los judíos, primero por su voluntad y luego obligados a ello, surgió la escuela judaica de Alejandría. Luego vino el cristianismo, seguido muy de cerca por el mahometanismo. Los dioses griegos que rodeaban a Aristóteles eran entes metafísicos subordinados, perfectamente dentro de la naturaleza. Por consiguiente, en la cuestión de su Primer :Motor, carecía de motivo, salvo el de seguir el rumbo metafísico de su pen­samiento a dondequiera que éste le llevase. No le condujo muy lejos por la senda de idear un Dios utilizable para fi­nes religiosos. Puede ponerse en duda que ninguna meta­física propiamente general pueda nunca, sin la introduc­ción ilícita de consideraciones de otra índole, llegar mucho

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más allá que Aristóteles. Pero su conclusión representa, sí, un primer paso sin el cual ningún testimonio apoyado en una base e)l.-periencial más precisa puede servir de mucho al configurar la concepción, puesto que nada, dentro de un tipo de experiencia cualquiera, puede informarnos para con­figurar nuestras ideas de cualquier ente que esté en la base de las cosas reales, a menos que el carácter general de las cosas requiera que haya un ente semejante.

La frase Primer JYiotor nos revela que el pensamiento de Aristóteles era cautivo de los detalles de una física errónea y de una cosmología errónea. En la física de Aristóteles se requerían causas especiales para sostener los movimientos de las cosas materiales. Estas podían encajar perfectamente en su sistema con la condición de que los movimientos cós­micos generales pudieran ser sostenidos, pues en tal caso, en relación con el sistema de acción general, toda cosa habría sido dotada de su fin verdadero. De ahí la necesidad de un Primer lVIotor que sostenga los movimientos de las es­feras de que depende el ajuste de las cosas. Hoy desecha­mos la física de Aristóteles y la cosmología aristotélica, de suerte que queda francamente en crisis la forma -exacta del argumento mencionado. Pero si nuestra metafísica gene­ral fuese de algún modo similar a la esbozada en el capítulo anterior, se plantea un problema metafísico análogo que sólo de un modo análogo puede resolverse. En lugar del Dios de Aristóteles como Primer I\íotor, necesitamos un Dios como Principio de Concreción. Esta tesis sólo puede ser comprobada estudiando la implicación general del cur­so de las ocasiones reales, es decir, del proceso de reali­zación.

Concebimos la "actualidad" como en relación esencial con alguna posibilidad insondeable. Los objetos eternos dan for­ma a las ocasiones reales con módulos hieráticos, incluídos y excluídos en toda variedad de discriminación. Otra visión de la misma verdad es que toda ocasión real es una limitación impuesta a la posibilidad, y que en virtud de esta limita­ción surge el valor particular de ese conjunto configurado de cosas. De este modo expresamos cómo una ocasión sin­gular debe ser vista en términos de posibilidad, :l cómo la

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posibilidad debe ser vista en términos de una ocaswn real singular. Pero no hay ocasiones singulares en el sentido de ocasiones aisladas. La "actualidad" es por doquiera coexis­tencia: coexistencia de objetos eternos de otra suerte aislados, y coexistencia de todas las ocasiones reales. J\:Ii tarea en este capítulo es describir la unidad de las ocasiones reales. El capítulo anterior concentró su interés en lo abstracto; el presente se ocupa de lo concreto, es decir, de lo que se ha generado conjuntamente.

Examinemos una ocasión a: hemos de enumerar cómo otras ocasiones reales están en a, en el sentido de que sus relaciones con a son constitutivas de la esencia de a. Ade­más, de momento, excluyo la experiencia cognitiva. La contestación completa a esta cuestión es que las relaciones entre ocasiones reales son tan insondeables en su variedad de tipos como lo son las que hay entre los objetos eternos en el reino de la abstracción. Pero hay tipos fundamentales de esas relaciones en términos de las cuales puede encon­trar su descripción el complejo íntegro.

Requisito previo para entender estos tipos de entrada (de una ocasión en la esencia de otra) es advertir que están implicados en los modos de realización de las jerarquías abstractivas, ya examinados en el capítulo anterior. Las relaciones espacio-temporales implicadas en estas jerarquías como realizadas en a, tienen todas una definición en térmi­nos de a y de las ocasiones que entran en a. Así, las oca­siOnes entrantes imprimen sus aspectos a las jerarquías, con­virtiendo de esta suerte en determinaciones categóricas a las modalidades espacio-temporales, y las jerarquías im­primen sus formas a las ocasiones de ser entrantes sólo en estas formas. Así, del mismo modo (como vimos en el ca­pítulo anterior) que toda ocasión es una síntesis de todos los objetos eternos con la limitación de las gradaciones de "actualidad", también toda ocasión es una síntesis de to­das las ocasiones con la limitación de las gradaciones de ti­pos de entrada. Toda ocasión sintetiza la totalidad de contenido con su propia limitación de modo.

Con resoecto a estos tipos de relación interna entre a y otras oc�siones, estas otras ocasiones (en cuanto consti-

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tutivas de a) pueden ser clasificadas de varios modos alter· nativos. Todos éstos se ocupan de diferentes definiciones de pasado, presente y futuro. Ha sido corriente en la filo­sofía suponer que estas varias definiciones tienen que ser necesariamente equivalentes. El actual estado de opinión imperante en la ciencia física revela de un modo terminante que esta suposición carece de justificación metafísica, aun cuando pueda considerarse que cualquier discriminación de este tipo sea innecesaria para la ciencia física. De esta cues­tión hemos tratado ya en el capítulo dedicado a la Relati­vidad. Pero la teoría física de la relatividad afecta sólo al linde de las varias teorías metafísicamente sustenta­bles. Es de interés para mi argumentación insistir en la li­bertad irrestricta dentro de la cual lo real es una determina­ción categórica única.

Toda ocasión real se presenta a modo de proceso : es un devenir. Al revelarse así, se coloca como una entre otras ocasiones múltiples, sin las cuales ella no podría ser. Se define, pues, a sí misma, como un logro individual particular que enfoca en su modo limitado un reino ilimitado de objetos eternos.

Cualquier ocaswn a procede de otras ocasiones que co­lectivamente forman su pasado. Despliega por sí otras oca­siones que colectivamente constituyen su presente. Es con resnedo a su jerarquía asociada, en cuanto desplegada en est� presente inmediato, que una ocasión encuentra su pro­pia originalidad. Es este despliegue lo que constituye su propia contribución a la producción de la "actualidad': . Puede ser condicionada, e incluso completamente �etermi­nada por el pasado de que procede. Pero su despliegue en el presente en esas condiciones es lo que emerge directa­mente de su actividad prehensiva. La ocasión a contiene,

· pues, en sí, una indeterminación en forma de un futuro, do­tado de determinación parcial por razón de su inclusión en a, y está también en una relación espado-temporal con a y con las ocasiones reales del pasado de a y del presen­te de a.

Este futuro es una síntesis en a de objetos eternos como no-siendo y como requiriendo el paso de a a otras indivi-

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dualizaciones (con determinadas relaciones espacio-tempo­rales con a) en que no-ser deviene ser.

Hay también en a lo que en el capítulo anterior califiqué de realización "ruda" de los objetos eternos finitos. Esta realización ruda requiere o bien una referencia de los obje­tos básicos de la jerarquía finita a determinadas ocasiones otras que a (en cuanto sus situaciones en el pasado, el pre­sente y el futuro) , o requiere una realización de estos ob­jetos eternos en determinadas relaciones, pero bajo el as­pecto de exención de inclusión en el esquema espacio-tem­poral de estar relacionadas ocasiones reales. Esta síntesis ruda de objetos eternos en toda ocasión es la inclusión en la "actualidad" del carácter analítico del reino de la eter­nidad. Esta inclusión tiene aquellas gradaciones de "actua­lidad" limitadas que caracterizan a toda ocasión por razón d�e su limitación esencial. Es extensión realizada de estar relacionadas eternamente las ocasiones reales más allá de su mutuo estar relacionadas, lo que prebende en toda oca­sión el alcance íntegro del estar relacionado eternamente. Llamo � esta ruda realización "enfoque graduado" que to­da ocasión prebende en su síntesis. Este enfoque O'raduado es cómo lo real incluye lo que (en un sentido) :s no-ser, a modo de factor positivo en su propio logro . Es la fuente de error, de verdad, de arte y de religión. Por él, el hecho es confrontado con las alternativas.

Este concepto general, de un acaecimiento en cuanto pro­ceso cuyo resultado es un conjunto de experiencia, se o;ien­t� al análisis de un acaecimiento en (r) activid�d sustan­c;al; �u) potencialidades condicionales que existen para la smtesis, y (m) el resultado logrado de la síntesis. La unidad de todas las ocasiones reales impide el análisis de las acti­vidades sustanciales en entes independientes. Toda activi­dad individual no es más que el modo en que la actividad ge�eral es individualizada por las condiciones impuestas. El absb? . que entra �r: la síntesis es también un carácter que condiCIOna la actividad sintetizadora. La actividad gene­ral no es un ente en el sentido en que lo son las ocasiones o los objetos eternos. Es un carácter metafísico general subyacente a todas las ocasiones, en un modo particular pa-

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ra cada ocasión. Nada hay a que pueda ser comparado : es la sustancia infinita una de Spinoza. Sus atributos son su carácter de individualización en una multiplicidad de mo­dos, y el reino de los objetos eternos diversamente sinteti­zados en estos modos. Así, la posibilidad eterna y la dife­renciación modal en multiplicidad individual son los atri­butos de la sustancia una. De hecho, todo elemento gene­ral de la situación metafísica es un atributo de la actividad sustancial.

Otro elemento aún de la situación metafísica se pone de manifiesto con la consideración de que el atributo general de la modalidad es limitado. Este elemento debe alinearse como un atributo de la actividad sustancial. En su natu­raleza todo modo es limitado, de suerte que no es otros modos. Pero, fuera de estas limitaciones de particulares, la individualización modal general está limitada de dos ma­neras : en primer lugar, es un curso real de acaecimientos, que podría ser de otra forma en atención a la posibilidad eterna, pero que es ese curso. Esta limitación toma tres formas: (r) las relaciones lógicas especiales a las que tie­nen que conformarse todos los acaecimientos; (n) la selec­ción de relaciones a las que positivamente se conforman los acaecimientos, y (m) la particularidad que inficiona el curso aun dentro de estas relaciones generales de lógica y causación. Así. esta primera limitación lo es de selección antecedente. Por lo que a la situación metafísica general se refiere, cabe que haya habido un pluralismo modal in­discriminado además de la limitación lógica o de otra ín­dole. Pero entonces no pudo haber habido estos modos, porque cada modo representa una síntesis de "actualidades" que están limitadas para responder a una norma. En este punto llegamos al segundo tipo de limitación. La restric­ción es el precio del valor. No puede haber valor sin prece­dentes normas de valor, para discriminar la aceptación o repudio de lo que se halla ante el modo de actividad qu� decide. Así, hay entre los valores una limitación antece­dente que da lugar a contrarios, a valores y a oposiciones.

Según esta argumentación el hecho de que aquí haya un p:·oceso de ocasiones actuales y el de que estas ocasiones

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se�n la emergencia de valores que requieren .esa limitación, eXIgen por un igual que el curso de los acaecimientos se desarrolle .en medio de una limitación antecedente compues­ta de condiciones, particularización y normas de valor.

Así, a título de elemento ulterior en la situación metafí­sica, se requiere un principio de limitación. Es necesario al­gún cómo particular, y alguna particularización en .el qué de las cuestiones de hecho. La única alternativa que per­mita eludir esta admisión, es negar la realidad de las oca­siones reales. Su aparente limitación irracional d.ebe ser tomada como prueba de ilusión v nos vemos obliO'ados a buscar la realidad detrás del esc�nario. De desechar esta alternativa de detrás de la escena, hemos de aducir un mo­tivo de la limitación que se presenta entre los atributos de la actividad sustancial. Este atributo proporciona la limi­tación para la cual ningún motivo puede ser invocado. Dios es la última limitación, v Su existencia es la irraciona­lidad última. En ef.ecto, ninguna razón puede darse preci­samente de esa limitación que está en Su naturaleza impo­ner. Dios no es concreto, pero Él es el fundamento de la "actualidad" concreta. Ninguna razón puede invocarse pa­ra la naturaleza de Dios, puesto que esa naturaleza es la razón de la racionalidad.

El punto que conviene retener en esta argumentación .es que lo metafísicamente indeterminado necesita ser, sin em­bargo, categóricamente determinado. Hemos llegado al lí­mite de la racionalidad. En efecto, hay una limitación ca­tegórica que no proviene de ninguna razón metafísica. Hay una necesidad metafísica de un principio de determinación, pero no puede haber razón metafísica para lo determinado. Si hubiese tal razón, no sería necesario otro principio ulte­rior, puesto que la metafísica habría procurado ya la de­terminación. El principio general del empirismo depende de la doctrina de que ha�' un principio de concreción no descubrible por la razón abstracta. Lo que más allá pueda c?no:erse de. Dios, debe buscarse en la región de las expe­riel_lcias particulares y descansar, por ende, en una base em­pírica. Profundas son las diferencias que han dividido al género humano en cuanto a la interpretación de estas ex-

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periencias. Distintos son los nombres dados en cada caso: Jehová, Alá, Brahma, Padre de los Cielos, Ordenador de los Cielos, Causa Primera, Ser Supremo, Fortuna. Cada nom­bre corresponde a un sistema de pensamiento derivado de la experiencia de los que lo usaron.

Entre los filósofos medioevales y modernos, ansiosos por establecer la significación religiosa de Dios, se ha impuesto la lamentable costumbre de prodigarle atenciones metafísi­cas. Ha sido concebido como el fundamento de la situación metafísica que es su última actividad. De aceptar esta con­cepción, no puede haber otra alternativa que la de ver en Él la causa de todo el mal lo mismo que la de todo el bien, pues en tal caso es el autor supremo del drama y a Él hay que imputar tanto las deficiencias como los éxitos. Si se le concibe como causa suprema de las limitaciones, está en Su misma naturaleza el separar el Bien del :Mal y el asen­tar a la Razón como "soberana dentro de sus dominios".

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CAPÍTULO XII

RELIGIÓN Y CIENCIA

La dificultad para abordar la cuestión de las relaciones entre religión y ciencia estriba en que su elucidación re­quier-e que tengamos en nuestra mente alguna idea clara sobre lo que entendemos por cualquiera de los dos términos: "religión" y "ciencia". Por otra parte, me propongo hablar del modo más general posible, dejando en segundo plano toda comparación de credos particulares, sean éstos cien­tíficos o religiosos. Es necesario que entendamos el tipo de conexión que existe entre las dos esferas y luego sacar algunas conclusiones definidas con respecto a la situa­ción existente ante la que en la actualidad se encuentra el mundo.

El conflicto entre religión y ciencia es lo que de un modo natural acude a nuestra mente cuando pensamos en esta cuestión. Parece como si durante el último medio siglo los resultados de la ciencia y las creencias de la religión hubie­sen llegado a una posición de franco divorcio, de la que no hubiese manera de escauar como no fuese abandonando las claras enseñanzas de la �iencia o las claras enseñanzas de la religión. Esta conclusión ha sido propugnada por apolo­gistas de uno y otro lado. No por todos ellos, desde luego, pero sí por aquellos temperamentos radicales que toda con­troversia pone de relieve.

La aflicción de los espíritus sensibles, el amor a la ver­dad y la conciencia de lo importante del proceso, reclaman imperiosamente nuestra más sincera simpatía. Si tenemos

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eu cuenta lo que para la especie humana es la religión, y lo que es la ciencia, no habrá exageración en decir que el cur­so futuro de la historia depende de lo que esta generación decida en orden a las relaciones entre ambas esferas. Te­nemos en ellas las dos fuerzas generales más poderosas (prescindiendo de los meros impulsos de los diversos sen­tidos) que influyen en los hombres, y parecen estar dis­puestas una contra la otra: la fuerza de nuestras intui­ciones religiosas y la fuerza de nuestro impulso a la obser­vación exacta y a la deducción lógica.

Un gran político inglés recomendaba en una ocasión a sus compatriotas que hicieran uso de mapas en gran escala, como medio de prevenirse contra las alarmas, los pánicos y la falsa interpretación general de las verdaderas relaciones entre las naciones. De igual modo, al tratar de los anta­gonismos entre los elementos permanentes de la naturaleza humana, bueno será proyectar nuestra historia en amplia escala y emanciparnos de nuestra absorción inmediata en los conflictos del presente. Haciéndolo así, descubrimos inme­diatamente dos grandes hechos. En primer lugar, siempre hubo un conflicto entre religión y ciencia, y, en segundo lugar, tanto la religión como la ciencia se encontraron siem­pre en estado de continuo desarrollo. En los primeros días del cristianismo, existía entre los cristianos la idea general de que el mundo se aproximaba a su fin, que se produciría en la generación a la sazón en vida. Sólo inferencias indi­rectas podemos hacer en cuanto al grado de dogmatismo con que esa creencia era proclamada; pero lo cierto es que se hallaba ampliamente difundida y que constituía una parte impresionante de la doctrina religiosa popular. La creencia resultó ser errónea, y la doctrina cristiana se adaptó al cambio. Además, en la Iglesia primitiva los teólogos individuales deducían con suma confianza de la Biblia opi­niones relativas a la naturaleza del universo físico. En el año 535 después de J. C. un monje llamado Cosmas 1 escri­bió un libro con el título de Topogra1ía cri.stiana. Era un

1 Cf. Lecky, The Rise and Influence of Ra.tionalism in Eu­rope1 cap. III.

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hon:-bre que había viajado mucho, habiendo visitado la Ind�a Y Etiopía; por último, vivió en un monasterio de AleJandría, a la sazón, gran centro de cultura. Basándose e.n el sentido directo de los textos bíblicos interpretados literalmente por él, negaba en esta obra la existencia de los antípodas, Y afirmaba que el mundo era un paralelorrramo plano de .longitud doble con respecto a su largo. b

En el Siglo XVII la doctrina del movimiento de la Tierra fué condenada por un tribunal católico. Hace un centenar d.e años que la extensión de tiempo reclamada por la cien­Cia geológica inquietaba a la gente religiosa, tanto a los pro­testantes como a los católicos. Y en la actualidad tenemos una piedra de escándalo análoga en la doctrina de la evo­�ución. Hemos tomado sólo unos cuantos ejemplos para Ilustrar un hecho general. . Pero !odas _nuestras ideas se colocarían en una perspec­

hv� e�ronea SI creyéramos que estas reiteradas inquietudes s? limitaban a las contradicciones entre la religión y la cien­Cia, � _que e� estas controversias siempre se equivocaba la rehgwn y siempre tenía razón la ciencia. Los verdaderos hechos del c�so son mucho más complejos y se resisten a ser compendiados en estos términos simples.

La misma teología presenta exactamente igual carácter d� desarrollo gradual, proveniente de un aspecto del con­flicto entre sus propias ideas. Este hecho es un lucrar común para los teólogos, pero a menudo ha quedado �scurecido en el ardor de las controversias. No pretendo exarrerar mi c.aso; me lim�taré, pues, a los escritores de la igle�ia cató­lica. :Ipn el siglo XVII, un jesuíta culto, el Padre Petavius, n;tos�ro que l?s teólogos de los tres primeros siglos del cris­ham�mo hacian

, uso .de frases y proposiciones que a partir

d�� siglo v habnan sido condenadas como heréticas. Tam­bien el Cardenal Newman dedicó un tratado al estudio del desarrollo de la doctrina. Escribió su obra antes de llegar � se; un gran prelado de la iglesia católica romana, pero Jamas se retractó de lo afirmado en su obra continuamente reeditada.

'

La ciencia .es �ás variable aún que la teología. Ningún hombre de ciencia podría suscribir sin modificaciones las

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tesis de Galileo ni las de Newton, m siquiera las que él mismo tuvo hace diez años.

En ambas esferas del pensamiento se han operado adicio­nes, distinciones y modificaciones, de suerte que en la actua­lidad, incluso cuando una misma aserción pudiera hacerse en nuestros días como se hacía hace quinientos o mil años, se la formula con restricciones o ampliaciones de sentido no tenidas en cuenta en una época anterior. Los lógicos nos dicen que una proposición debe ser verdadera o falsa y que no hay término medio. Pero en la práctica, podemos saber que una proposición expresa una verdad importante, pero que está sujeta a limitaciones y modificaciones que de momento permanecen ignoradas. Es condición general de nuestro conocimiento el hecho de que insistentemente nos demos cuenta de verdades importantes, y, sin embargo, de que las únicas formulaciones de estas verdades que estamos en condiciones de hacer, presuponen un punto de vista general de concepciones que pueden ser susceptibles de modificación. Voy a citar dos ejemplos, los dos tomados de . la ciencia : Galileo decía que la Tierra se movía y que el Sol estaba fijo; la Inquisición sostenía que la Tierra esta­ba fija y que el Sol se movía; pues bien, los astrónomos newtonianos, adoptando una teoría absoluta del espacio, dijeron que se movían ambos, la Tierra y el Sol. Y ahora decimos que cualquiera de estas tres afirmaciones es igual­mente verdadera, a condición de que hayamos precisado el sentido que cada cual dé a "reposo" y "movimiento" en la forma requerida por la aserción que se formule. En la fecha de la disputa de Galileo con la Inquisición, el modo que Galileo empleaba para afirmar los hechos, era, sin duda alguna, el procedimiento fructífero para los intereses de la investigación científica. Pero, en sí, no era más verdadero que la formulación de la Inquisición. Lo que ocurría es que en aquellos tiempos nadie había pensado en los con­ceptos modernos de movimiento relativo, de suerte que las aserciones se formulaban sin tener en cuenta las modifi­caciones requeridas para su más perfecta verdad. Sin embar­go, esta cuestión de los movimientos de la Tierra y del Sol expresa un hecho real en el universo, y todas las partes

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han logrado sostener importantes verdades relativas a ella. Pero con el conocimiento propio de nuestros tiempos, se ha puesto de manifiesto la inconsistencia de aquellas verdades.

Voy a dar, además, otro ejemplo tomado del estado de la ciencia física moderna. Desde la época de N ewton y de Huyghens en el siglo XVII ha habido dos teorías acerca de la naturaleza física de la luz. La teoría de Newton era que un rayo de luz consta de una corriente de partículas muy pequeñas -corpúsculos-, y que tenemos la sensación de la luz cuando estos corpúsculos dan en la retina de nuestros ojos. La teoría de Huyghens era que la luz consta de ondas muy pequeñas vibrando en un éter que todo lo penetra, y que estas ondas se transmiten a lo largo de un rayo de luz. Las dos teorías son contradictorias. En el siglo XVIII se creyó la teoría de N ewton; en el XL'C, la de Huyghens. En la actualidad hay un gran grupo de fenó­menos que sólo cabe explicar a base de la teoría undula­toria, y otro que sólo puede serlo a base de la corpuscular. Los hombres de ciencia tienen que dejarlo así y aguardar al futuro con la esperanza de llegar a una visión más amplia que reconcilie ambas teorías.

Estos mismos principios aplicaríamos nosotros a las cues­tiones en que hay discrepancia entre la ciencia y la reli­gión: No creeríamos en nada en cualquier esfera del pen­samiento que no nos pareciera acreditado por sólidas razo­nes basadas en la investigación crítica de nosotros mismos o de autoridades competentes. Pero suponiendo que haJ'a­mos tomado honestamente esta precaución, el hecho de que entre las dos se plantee un conflicto en puntos de detalle en que interfieren, no habría de llevarnos precipitadamente a abandonar doctrinas de las que tenemos sólido testimo­nio. Puede que estemos más interesados en una serie de doctrinas que en otra. Pero si algún sentido tenemos de la perspectiva y de la historia del pensamiento, aguar­daremos y nos abstendremos de formular mutuos ana­temas.

Debemos aguardar, pero no de un modo pasiYo ni con desconfianza. El conflicto es un síntoma de que hay ver­dades más amplias y perspectivas más sutiles dentro de

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las cuales debe ser encontrada una reconciliación de una reli­gión más profunda y una ciencia más sutil.

En un sentido, por lo tanto, el conflicto entre ciencia y religión es un asunto de poca monta que ha sido indebida­mente exagerado. Una mera contradicción lógica no puede indicar en sí más que la necesidad de algunos reajustes, posiblemente de un carácter muy secundario para ambas partes. Tengamos en cuenta los aspectos ampliamente dife­rentes de los acaecimientos de que se ocupan la religión y la ciencia respectivamente. La ciencia trata de las con­diciones generales observadas para regular los fenómenos físicos; la religión, en cambio, se encierra en la contempla­ción de los valores estéticos y morales. Por una parte, te­nemos una ley de graYitación; por otra, la contemplación de la belleza de la santidad. Lo que una parte ve, la otra lo mide, y viceversa.

Examinemos, por ejemplo, las vidas de John Wesley v de San Francisco de Asís. Para la ciencia física, tendre­in.os en estas vidas simplemente ejemplos ordinarios del juego de los principios de la química fisiológica, y de la dinámica de las reacciones nerviosas; para la religión, vidas del más profundo significado en la historia del mundo. ¿Puede sorprendernos que, a falta de una formulación per­fecta y completa de los principios de la ciencia y de los principios de la religión que hayan de aplicarse a estos casos específicos, existan discrepancias en los relatos de estas vi­das efectuados desde estos puntos de vista divergentes? Sería un milagro que no ocurriera así.

Constituiría, sin embargo, una interpretación errónea de este extremo la idea de que no necesitamos preocuparnos por el conflicto entre la ciencia y la religión. En una edad intelectual puede no existir un interés activo que ponga de lado toda esperanza de una visión de la armonía de la ver­dad. Transigir con la discrepancia es atentatorio a la inge­nuidad y a la pulcritud moral. Corresponde al respeto del intelecto por sí mismo que resiga todos los nudos del pen­samiento hasta desenmarañarlos totalmente. Si reprimimos este impulso no cabrá que de una meditación endeble sa­quemos religión ni ciencia. La cuestión importante es: ¿ con

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qué espíritu vamos a enfocar la solución? En este punto llegamos a algo absolutamente esencial.

Un conflicto entre doctrinas no es un desastre : antes bien una oportunidad. Aclararé mi pensamiento a base de algu­nos ejemplos tomados de la ciencia. El peso de un átomo de nitrógeno era perfectamente conocido. Además, era una doctrina científica inconcusa que el peso medio de esos átomos sería siempre el mismo en cualquier masa que se examinara. Dos experimentadores, el último Lord Rayleigh y el último Sir William Ramsay, encontraron que podía obtenerse nitrógeno de dos modos diferentes, ambos i"ual­mente idóneos para tal objeto, observando siempre

"' que

había una ligera diferencia persistente entre los pesos me­dios de los átomos en cada caso. Se plantea entonces la cuestión: ¿habría sido prudente que estos investigadores se d�salentaran a causa de este conflicto entre la teoría quí­miCa y la observación científica? Supongamos que por una razón u otra la doctrina química hubiese sido altamente apreciada en algunas regiones como fundamento de su orden social, ¿habría sido cuerdo, habría sido honesto, habría sido moral, el prohibir que se revelara el hecho de que los expe­rimentos arrojaban resultados discordantes? O, por otra par­te, ¿h�bieran debido proclamar Sir William Ramsay y Lord Rayle1gh que la teoría química había demostrado ser un engaño. ahora hecho patente? Vemos inmediatamente que cualqmera de estos dos procedimientos habría sido un mé­todo de enfocar la solución con un espíritu totalmente erró­neo: �o que hicieron Rayleigh y Ramsay fué lo siguiente: advirtieron de inmediato que habían dado en una línea de investigación susceptible de descubrir alguna sutilidad de la teoría química que hasta entonces se había sustraído a la observación. La discrepancia no constituía un desastre: era una oportunidad de ensanchar los límites del eonoci­miento químico. Todos sabemos cómo terminó la historia : por último se descubrió el argón, elemento químico nuevo que mezclado con el nitrógeno se había mantenido oculto. Pero la historia tiene una moraleja que constituye mi 3e­gunda ilustración. Este descubrimiento llamó la atención sobre la importancia de observar exactamente las pequeñas

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diferencias observadas en las sustancias químicas obtenidas con métodos diferentes. Otras investigaciones fueron em­prendidas con la más cuidadosa. exact.itud posible. Por �1-timo, otro físico. F. W. Aston, mvestigador del Cavend1sh Laboratory de Cambridge (Inglaterr�), descu�)l'ió que pr;­cisamente ese mismo elemento pod1a asumir dos o mas formas distintas, llamadas isótopos, y que la ley de la cons­tancia del peso atómico medio se mantiene en cada una de estas formas, aunque con ligeras diferencias en los distintos isótopos. La investigación determinó un gran a�elanto en la autoridad de la teoría química, cuya importancia trascen­dió del descubrimiento del argón en que se había originado. La moraleja de estos casos es bien n�t?;ia, y dejo. a l.os ov�ntes que la apliquen al caso de la rehgwn y de la ciencia. · En la lógica formal, una contradicción es un síntoma de fracaso, mientras que en la evolución del saber real acusa el primer paso en el progreso hacia la victoria. Esta es una raión de mucho peso en favor de la más amplia tol:rancia hacia las opiniones discrepantes. De una vez para siempre este deber de tolerancia quedó compendiado en la frase " ¡Que crezcan ambas hasta la cosecha!" La renuencia de los cristianos a obrar de acuerdo con este precepto, de la más alta autoridad, constituye uno de los casos peregrinos de la historia reli"iosa. Pero todavía no hemos agotado el examen del temple moral requerido para la ii;d.aga.ción �e la verdad. Hay atajos que sólo conducen a un exito Ilusono. Es bastante fácil encontrar una teoría lógicamente armó­nica y con importantes aplicaciones a la región del �echo, con la condición de que transijamos en hacer caso omiso de la mitad de nuestra evidencia. Todas las edades producen gentes de claro entendimiento lógico y de loable sagacidad para captar la importancia de algu_na esfera de la. expe­riencia humana, que elaboran o reciben de otros tiempos un esquema de pensamiento que se adapta perfectamente a las experiencias que atraen su interés. E:a �ente se mue�­tra propicia a hacer caso omiso o a prescmdir. de la expli­cación de todo testimonio susceptible de enturbrar su esque­ma a base de ejemplos contradictorios. Lo que no puede� encajar en su sistema, es para ellos absurdo. Una determi-

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nación _inqu�brantabl� ?e traer a colación la totalidad de los teshmomos, es el umco método de ponerse a cubierto de los extr�mos fluctuantes de la opinión en boga. Aunque el conseJ_o J?arezca fácil de seguir, tanto más difícil resulta en la practica.

Un� de las razones de esta dificultad consiste en que no es posible que pensemos primero y obremos después. Desde el mo:nento de na�er estamos inmersos en la acción, en la que solo por medw del pensamiento podemos orientarnos de un modo adecua?o. Por consiguiente, nos vemos obli­gados a adoptar. en ciertas esferas de la eJ..'J)eriencia las ideas

. que pa�ecen r�gu· den�ro de esas esferas. Es absolutamente necesariO confiar en Ideas que se muestran adecuadas de u? �odo g�neral,, aunque sepamos que hay sutilidades y distmgo� , mas alla de nuestro alcance. Además, haciend� abstra?ciOn de las necesidades de la acción, ni siquiera nos es posible ma:lten�r presente a nuestro espíritu la totali­d�d .de la evidencia como no sea en forma de doctrinas s�lo �ncompletamente armonizadas. No podemos pensar en termu:os d� u�a multiplicidad de detalle indefinida; nues­tra evidencia solo puede adquirir su genuina importancia si �parece ante nosotros ordenada por ideas generales Estas I�e.as l�.

s heredamos; constituyen la tradición de nu�stra ci­VIhzaci?n. Esas ideas tradicionales nunca son estáticas. C? se d1luy:n en fórmulas hueras o adquieren mayor auto­n�ad grac:as a nuevas luces sacadas de una aprehensión m�� alambicada. Se transforman por el acicate de la razón cntica, p�r el te.stimonio vivo de la experiencia emotiva y por la fna. certidumbre de la percepción científica . Un h,e.cho es Cierto : . ,que no podemos conservarlas inmóviles. Nmguna generacwn puede reproducir meramente las pasa­das. Podemos. conservar la vida en un fluir de forma, 0 la forma en med10 de la marea de la vida; lo que no podemos es encerrar permanentemente la misma vida en los mismos moldes. . El estado. actu�! de la religión en los pueblos de Europa ilus

.tra la afrrmacwn que acabo de exponer. Los fenómenos e�tan mezclados. Se. han producido reacciones y resurrec­

CIOnes. Pero en conJunto, durante varias generaciones, ha

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habido una decadencia general de la influencia religiosa en la civilización europea. Toda resurrección alcanza una cota menos elevada que su predecesor, y todo período de letargo desciende a un grado más de postración. La curva pro­media acusa un descenso continuo de la entonación reli­giosa. En algunos países es más elevado que en otros el interés por la religión, pero incluso en los países en que más elevado es el interés religioso, éste sigue bajando con el paso de cada generación. La religión tiende a degenerar en una fórmula razonable con que embellecer una vida aco­modada. Un gran movimiento histórico en esta escala es resultante de la convergencia de 9.istintas causas. Quisiera sugerir dos de ellas que caen dentro de los límites de la materia examinada en este capítulo.

En primer lugar, durante más de dos siglos la religión se ha mantenido a la defensiva y hasta podríamos decir que en una defensiva débil. Este período lo ha sido dP progreso intelectual sin precedentes. De esta suerte se han produ­cido para el pensamiento una serie de situaciones nuevas. Cada una de esas situaciones ha encontrado impreparados a los pensadores religiosos. Algo que ha sido proclamado como vital, fué modificado o interpretado de otro modo des­pués de luchas, inquietudes y anatemas. La siguiente ge­neración de apologistas religiosos felicitaba entonces al mun­do religioso del conocimiento más profundo que se había logrado. El resultado de la repetición continua de esta re­tirada nada brillante, ha acabado por destruir casi por com­pleto la autoridad intelectual de los pensadores religiosos. En contraste con ello, cuando Danvin o Einstein procla­maban teorías que modificaban nuestras ideas, ello cons­tituía un triunfo para la ciencia. No se nos ocurre decir que ello implica asimismo una derrota para la ciencia por el hecho de que sus antiguas ideas hayan sido desechadas, pues sabemos que el conocimiento científico ha dado otro paso más adelante.

La religión no recuperará su antigua autoridad como no se sitúe ante el cambio con el mismo espíritu con que lo hace la ciencia. Sus principios pueden ser eternos, pero la expresión de esos principios requiere continuo desarrollo.

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Esta eYolución de la religión estriba en lo esencial en que sus propias ideas se emancipen de concepciones adventicias en­garzadas en ella a causa de la cxpresié.n de sus propias ideas en términos del cuadro imaginativo del mundo forjado en épocas anteriores. Si la religión logra desprenderse de las cadenas de la ciencia imperfecta, ello redundará en su be­neficio . Realza su propio genuino mensaje. El punto esen­cial que deberá tenerse presente es que normalmente un avance en la ciencia revelará que las aserciones de las dis­tintas religiones requieren alguna clase de modificación. Puede que se las haya de interpretar con mayor amplitud o simplemente explicarlas, pero puede también que hayan de ser formuladas de nuevo. Si la religión es una recta expresión de la verdad, esta modificación pondrá sólo de manifiesto con mayor exactitud el punto concreto que sea de importancia. Este proceso es una ganancia. En conse­cuencia, hasta donde toda religión tenga algún contacto con los hechos físicos, es de esperar que el punto de vista de esos hechos sea continuamente modificado a la par de los adelantos de la ciencia. De este modo, la pertinencia exacta de estos hechos para el pensamiento religioso resul­tará cada vez más clara . El progreso de la ciencia debe tener como resultado la incesante codificación del pensa­miento religioso, sacando de ello gran beneficio la religión.

Las controversias religiosas de los siglos xvr y X\'II deja­ron a los teólogos en un estado de ánimo sumamente la­mentable. Su postura era siempre de ataque y de defensa. Se retrataban a sí mismos como la guarnición de un fuerte cercado por fuerzas enemigas. Todos esos cuadros no refle­jan más que verdades a medias. Es por ello que son tan populares. Pero resultan peligrosos. Este retrato particular, daba pábulo a un belicoso espíritu partidista realmente revelador en última instancia de una falta de fe. No se atrevían a modificar porque rehuían la tarea de liberar su mensaje espiritual de las asociaciones de una imaginación particular.

Voy a explicarme con un ejemplo . En los primeros tiem­pos medioevales, el Cielo estaba en el firmamento y el Infierno en el subsuelo; los volcanes eran las fauces del

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Infierno. No pretendo que estas creencias figuraran e� las formulaciones oficiales, pero sí en la forma en que la IJ:?a­ginación popular entendía las doctrinas generales del Cielo y del Infierno. Estas concepci?nes eran �o que cada :ual pensaba que implicaba la doctrma de l� v1da .futura. Figu­raban en las ex-plicaciones de los expositores mfl�i'entes de la fe cristiana . Por ejemplo, aparecen en los Dwlogo� ?,

el papa Gregario el Magno 1, personaje c�ya elevada posr.ci.on oficial no le cede más que a la magm�ud de lo� serviciOs que prestó a la humanidad. No me refier� a cuales hayan de ser nuestras creencias en orden a la vida futura: pero, cualquiera que sea la doctrina verdadera, en :ste eJel?plo la disputa entre la ciencia y la religión, al reb�Jar la Tierra a la condición de planeta de segunda categona enlazado a un Sol de segunda categoría, ha redun�a�o gr�J?-demente en beneficio de la espiritualidad de la rehgwn disipando estas fantasías medioevales. . , Otro modo de contemplar esta cuestión de la evolucwn del pensamiento religioso es advertir que toda

, for�a de

aserción verbal exuuesta al mundo durante algun tH�mpo, revela ambirrüedad�s y a menudo esas ambigüedades repl!g­nan a la v"'erdadera enjundia del significado. �i sentido efectivo con que una doctrina haya sido soste;n�d.a �n. el pasado, no puede ser detern;inado P?r el mero anahsis lo�rc: de las asereiones verbales, nechas sm pensar en los ardide::; de la lógica. Para el esquema del pensamiento hay que tener en cuenta la acción total de la naturaleza humana. Esta reacción es de un carácter mixto, en el que entran ele­mentos de emoción provenientes de lo inferior de nuestra naturaleza. Es en este caso que la crítica impersona�

,de la

ciencia y de la filosofía viene en ayuda de la evolucwn re­ligiosa. Ejemplos y más ejemplo� podrían dars� ?e esta fue�·­za motriz en desarrollo. Por eJemplo, las dificultades lo­gicas inherentes a la doctrina de la puri�i��ción :n:-or�l de la naturaleza humana por obra de la rehgwn, escmdieron al cristianismo desde los días de Pelagio y San Agustín,

1 Cf. GREGOROVTGS, Historia ele Roma en la Eclacl Media, libro nr, cap. nr.

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es decir, desde principios del siglo v. Los ecos de esta con­troversia resuenan aún en la teología.

Hasta aquí, mi punto de vista ha sido el siguiente: que la religión es la expresión de un tipo de experiencias funda­mentales de la especie humana; que el pensamiento religioso se desarrolla ganando en exactitud de expresión, liberado de imaginerías adventicias, y que la interacción entre re­ligión y ciencia es uno de los grandes factores susceptibles de promover este desarrollo.

Llego ahora a mi segunda razón de que el interés por la religión haya decrecido en los tiempos modernos. Esta razón se enlaza con la última cuestión planteada por mí en las primeras frases de este libro . Necesitamos saber qué enten­demos por religión. Al presentar sus contestaciones a esta pregunta las iglesias han puesto en primer plano aspectos de la religión e1.:-presados en términos que o bien son idóneos para las reacciones emocionales de tiempos pretéritos o están encaminados a excitar intereses emocionales moder­nos desprovistos de carácter religioso. Con la primera frase quiero decir que la llamada de la religión se dirige en parte a excitar ese temor instintivo hacia la cólera de un tirano, ínsito en las desdichadas poblaciones de los despóticos im­perios de la Antigüedad, y en particular el temor hacia un déspota arbitrario omnipotente sito detrás de las fuerzas ignotas de la naturaleza. Esta apelación al instinto predis­puesto de rudo temor, va perdiendo su fuerza. Carece en absoluto de respuesta directa, porque la ciencia moderna y las modernas condiciones de la vida nos han enseñado a hacer frente a las ocasiones de aprehensión con un análisis crítico de sus causas y condiciones. La religión es la reac­ción de la naturaleza humana en su búsqueda de Dios. La presentación de Dios con el aspecto de poder, despierta todos los instintos modernos de reacción crítica. Esto es fatal, pues la religión fracasa a menos que sus posiciones principales se impongan sin reservas a nuestro asentimiento. En este respecto, la terminología antigua difiere de la psi­cología de las civilizaciones modernas. Este cambio de psicología es debido en gran parte a la ciencia, y ha sido uno de los modos principales en que el adelanto de la cien-

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cia ha debilitado el sostenimiento de las antiguas formas relicriosas de expresión. El motivo no-religioso que ha pe­net�ado en el pensamiento religioso moderno, es el deseo de una organización conveniente de la sociedad moderna. La religión ha sido presentada como idónea par� , ordenar la vida. Sus aspiraciones se basaron en su �u�cwn como sanción de la conducta recta. Además, el obJetivo �; una conducta recta degenera rápidamente en la formacwn de relacio11es sociales placenteras. Tenemos en e.ste. caso una sutil decrradación de las ideas religiosas, subsigUiente a su purifica�ión gradual bajo el influjo de intuiciones �ticas más vehementes. La conducta es un producto accesono de la religión; un producto accesorio inevitable, pe;� no el punto principal. Todos los grandes. ;ducadores r.el!?wsos se han indignado contra la presentacwn de la rehgwn como mera sanción de las reglas de la conducta. San Pablo denun­ció la Ley y los predicadore.s purita1:os . habl�ban de los as­querosos andrajos de la rectitud. La msisten.ci� en las regl�s de conducta inicia el descenso del ferYor rehgwso. Por enci­ma y más allá de todas las cosas, la vida religiosa no es una búsqueda de conveniencias. Me. �o�r�sponde ah�ra sentar, con todo el cuidado, lo que a mi JUICIO es el caracter esen­cial del espíritu religioso .

Religión es la visión de algo que es�á má� allá, detrás Y dentro del fluir pasajero de las cosas mmediatas, algo que es real v sin embaro:ro espera ser realizado, algo que es remo­ta posibilidad -�l si� embargo el más grande de los hech?s actuales, algo que da sentido a todo lo que pasa Y .s:n embargo se sustrae a la aprehensión, algo cuya poseswn es el bien último y sin embargo está fuer:; de todo alcance, algo que es el ideal último y búsqueda sm esperanzas.

La reacción inmediata de la naturaleza humana . ante la visión religiosa es la adoración. La religi?n apareciÓ en la experiencia humana mezclada con las mas burdas fan­tasías de la imaginación bárbara. Gradualmente, .lent:;­mente, persistentemente, la visión reapar�;e e:r: la h1stona en una forma más noble y con una expreswn mas clara. Es el único elemento de la experiencia humana que de un modo persistente acusa una tendencia ascendente. Se des-

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;an�ce para reaparecer luego. Pero cuando recuuera su tue:�a, reaparece con acrecentada riqueza v pureza "de con

sfmdo. El hec�� de la visión religiosa y s� historia de er� H

st�nted

expanswn,. ,es nuestro único motivo de optimis�o aclen o abstraccwn de ella la vida huma .

fr t d . ' • na es un con-Ic o e god

ces ocaswnales proyectando sus destellos sobre una masa e dolor ,y m· l' . b �

t .t . " Ise.Ia, una agatela de experiencia ransi or1a. "

e La visión no. reclama más que adoración, "<T la adorac¡'o'n s una renunc1a al f ' d · · . , "

f . a an e asmulacwn. reclamado con la uerza motriz del am . L . ·. , -Siempre está re t

or m�mo. a YJswn nunca domina. tando un J

• Pt. _

sen e, y tiene el poder del amor presen-o )Je n o cuyo locrro - 1 , -orden tal como 1 • o e� a ai·moma eterna. Ese una fu . o encontramos en la naturaleza nunca es de�alle

erza, se. presenta como el único ajuste armónico de tivo fr

�ompleJO: El �al es la fuerza motriz bruta del obje­El mn

tom�nta.nod haciendo caso omiso de la visión eterna. es 1 "

,es �I;nma m� y retrasa o lastima. El poder de Dios

su �

t��fl;c��1 que I

dinsp

dira. Es fu�rte la religión que en

h . , • s�: , m o os e pensamiento evoca una a re-enswn de la VISIOn prevaleciente. La adoración de tiio no es una regla de seguridad: es una aventura del es íri� �u¡'· 1!? la�lzarse en pos de lo inasequible. La muerte d� 1� l e IgiOn V'ene con la re l' _ . , ' 1 1 tura.

. p.e,Ion ae a a ta esperanza de aven-

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OAPÍT1}L0 XIII

REQllSITOS DEL PROGRESO SOCL\L

El objeto de estas conferencias ha sido analizar las reac­ciones de la ciencia en la formación de ese fondo de ideas instintivas que controlan las actividades de sucesivas gene­raciones. Semejante fondo toma la forma de cierta filoso­fía vaga a modo de última palabra sobre las cosas, cuando todo está dicho. Los tres siglos que constituyen la época de la ciencia moderna, se agitaron alrededor de las ideas de Dios, espíritu, materia, y también de las de espacio y tiempo por su carácter de expresivas de la localización sim­ple de la materia. En conjunto la filosofía ha insistido en el espíritu, y ello le ha hecho perder el contacto con la cien­cia durante los dos siglos últimos. Pero está recuperando de nuevo su antigua importancia gracias al apogeo de la psicología y de su alianza con la fisiología. Además, esta rehabilitación de la filosofía ha sido facilitada por el fracaso reciente de la formulación que el siglo XVII hiciera de los principios de la física. Pero hasta que esa crisis se produjo, la ciencia se asentaba con seguridad sobre los conceptos de materia, espacio, tiempo y, posteriormente, de energía. Ha­bía también leyes naturales arbitrarias que regían la loco­moción. Eran observadas empíricamente, pero por alguna razón oscura se sabía que eran universales. Quienquiera que en teoría o en la práctica las desacatara, era condenado con implacable vigor. Esta posición adoptada por los hom­bres de ciencia era puramente gratuita si cabe otorgarles el crédito de creer en sus propias afirmaciones, pues su fi-

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loso_fí�, corriente no logró justificar de ningún modo a. su­posi��on de que el conocimiento inmediato inherente a toda ocaswn presente arroje alguna luz sobre su pasado o sobre su futuro.

. He trazado también una filosofía alternativa de la cien­cm, en la. cual el or7�nis�o ?cupa el lugar de la materia. A este obJeto, el espmtu 1mphcado en la teoría materialista se .res�e!ve en una función del organismo. Luego el campo psiCol?g�co revela lo que en sí es un acaecimiento. Nuestro acaecimH;nto corporal es un t�po . inusitadamente complejo de

, orgams�o y, �n consecuencia, mcluye la cognición. Acle­

mas, espaciO Y tiempo, en su significado más concreto pa­san a .ser .�l lugar de los acaecimientos. Un organis�o es l� reahzac�on de una figura de valor definida. La emergen­cia de algun valor real. depende de la limitación que excluye luces . :ruzadas neutrahzadoras. Así, un acaecimiento es una cuestwn �e hecho que por razón de su limitación es un valor. en si, aunque por su misma naturaleza requiere todo el umverso para ser lo que es.

La impor!�ncia dep�nde de la durabilidad. Durabilidad es la retenc�on e� el tiempo de un logro de valor. Lo que dl!-:a es la !?entidad de módulo, autoheredada. La dura­bil!dad reqmere un ambiente favorable. Toda la ciencia se agita �n

r torno. de esta cuestión de los organismos duraderos.

La m.Iuencm general de la ciencia en el momento ac­tual .puede ser analizada bajo los epígrafes siguientes: Con­�pci?nes Gener�les c.on respecto al Universo, Aplicaciones - ecmcas, ProfesiOnalismo en el Conocimiento Influencia de las Doctrinas .Biológic�s en los Motivos de l� Conducta. En las confe:renc1as anteriOres intenté dar un atisbo de es­t?s puntos.

,�ntra dent�o de los fines de esta conferencia

fmal el estumar la reacciÓn de la ciencia ante algunos pro­blemas que se .plantean a las sociedades civilizadas.

Las concep?wnes generales introducidas por la ciencia en e� , per;tsar;ll�nto moderno no pueden separarse de la si­tuacwn fll?s?,fica tal como la expresó Descartes. Me refiero a la . sup_osi<;I�n de que los cuerpos y los espíritus son sus­ta�cms mdrvrduales independientes, cada una de las cuales eXIge por derecho propio sin necesidad de la menor refe-

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rencia de una de ellas a la otra. Semejante concepciOn estaba muy de acuerdo con el individualismo resultante de la educación moral de la Edad Media. Pero aunque eso explique la fácil aceptación de la idea, la derivación en sí se basa en una confusión, muy natural pero no por ello menos desafortunada. La educación moral acentuó el valor intrínseco de! ente individual. Esta acentuación puso en primer plano del pensamiento las nociones de individuo y de sus experiencias. Es en este punto donde comienza la confusión. El valor individual emergente de cada ente, se transforma en existencia sustancial independiente de cada ente, que es una noción muy distinta.

No pretendo decir que Descartes consumara esta transi­ción lógica -o, mejor dicho, ilógica- en forma de racio­cinio explícito. Lejos de ello . Lo que hizo fué, en primer lugar, concentrarse en sus propias experiencias conscientes, como si fueran hechos dentro del mundo independiente de su propia mente. Lo que le indujo a especular de esta suerte fué la acentuación corriente del valor individual de su yo total. Implícitamente transformó este valor indiv.i­dual emergente, inherente al mismo hecho de su propra realidad, en un mundo de pasiones privado, o de modos, de sustancia independiente.

Además, la independencia asignada a las sustancias comóreas, las expulsaba en bloque del reino de los valores. Degeneraron en un mecanismo enteramente desprovisto de valores, salvo como sugestivo de una ingenuidad externa. Los cielos habían perdido la gloria de Dios. Este estado de ánimo se pone de manifiesto en la repugnancia del protes­tantismo por los efectos estéticos dependientes de un me­dio material, considerando que induciría a atribuir un valor a lo que en sí carece de él. Esta repugnancia había llegado ya a su pleno apogeo anteriormente a Descartes. Por con­siguiente, la doctrina científica cartesiana de las porciones d� materia desprovisl:as de valor intrínseco, era meramente una formulación en t<Srminos explícitos de una doctrina ya corriente antes de su admisión en el pensamiento científico o en la filosofía cartesiana. Probablemente esta doctrina estaba latente en la filosofía escolástica, pero no fué lleva-

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da . a sus consecuencias hasta que se encontró con la men­tah�ad ?el Norte de Europa en el siglo xvr. Sin embargo, la Ciencia� t�l como la dotó Descartes, confirió estabilidad Y categona mtelectual a un punto de vista que ha tenido efectos muy . �eterogéneos sobre los presupuestos morales d� las colectnti��des . modernas. Sus buenos efectos provi­merol! d� .su eficiencia como método para las investigacio­n�s cren.tifiCas dentro de las limitadas regiones que a la sa­zon .meJor �� prestaban a ser exploradas. De ello resultó una Ilustra�wn general del espíritu europeo que se liberó de las nebulo�rdades a�ávicas depositadas en él por el histeris­mo ?� las epocas barbaras. Estos efectos fueron sumamente beneficos, Y el!o se vió con toda claridad en el siglo xvm. Pero en el �Iglo :x_rx, cuando la sociedad se estaba trans­form�ndo hacia el Sistema fabril, los malos efectos de estas doctrmas fue¡:on �uy fatales. La doctrina de los espíritus c?mo sustancras mdependientes, condujo directamente no solo a mundos d� experiencia privados, sino también a mun­dos d� moral privados. Las intuiciones morales pueden ser sostemda� para su aplicación exclusiva al mundo estricta­m�nte prrvado de la e�"}Jeriencia psicolórrica. Por consi­gUiente, el re�peto de sí mismo, y el afán de sacar el mavor provecho posrble de las posibilidades propias de cada ;no, labraron de c�msuno. la moralidad eficiente de los dirigen­t�s entre lo� mdu�tnales de aquel período. El mundo oc­cidental e�ta sufriendo en la actualidad las consecuencias de .los honzontes morales limitados de las generaciones an­teriOres.

, Aden:ás, la suposición de la absoluta carencia de valor ae la simple materia, determinó una falta de respeto por el tratamiento de la belleza natural o artística. Precisa­mel!te en los momentos en que la urbanización del mundo occidental estaba entrando en su fase de rápido desarrollo Y c��ando se reque:ía la más primorosa y cuidadosa conside­ra�wn de las cualidades estéticas del nuevo ambiente ma­tenal, se. hallaba en su apogeo la doctrina de la trivialidad de esas Ideas. En los países industriales más avanzados el arte era tratado c.omo una frivolidad. Un ejemplo elocuen­te de esta mentalidad de mediados del siglo xrx debe ver-

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se en Londres, donde la maravillosa belleza del estuario del Támesis serpenteando a través de la ciudad, res:rlta torpe­mente desvirtuada por el puente del ferrocarnl Charmg Cross, construído con olvido total de los valores estéticos.

Hay dos males : por una parte, el ol':ido de la verdadera �·elación de todo organismo con su ambiente, y, por oti·�, el hábito de hacer caso omiso del valor intrínseco del ambien­te, que habría de ser tenido en cuenta por su peso en todo estudio relativo a los fines últimos.

Otro gran hecho a que debe hacer frente el mundo �o­derr.o es el hallazgo del método de adiestrar a los profesw­nales que se especializan en determinada.s regiones ?e� p�n­samiento, acrecentando con ello el caudal de conocimientos dentro de los límites respectivos de su materia. Como con­secuencia del éxito de esta profesionalización del saber, es necesario tener presentes dos puntos en los q�e nuestra época actual se distingue de las pasadas. En pnl?er. l�gar, la cantidad de progreso es tal que un ser humano �nd1v:dual de longevidad ordinaria deberá encararse con situaciOnes nuevas para las que no encontrará paralelo alguno en el pasado. La persona fija para funciones fijas, que en las anteriores sociedades era considerada como un tan gran don de Dios, será un peligro público para el futuro. F:n segundo lucrar el profesionalismo moderno del saber actua en sen­tido �ontrario en cuanto concierne a la esfera intelectual. El químico moderno está abocado a tener escasos conocir;nien­tos de zoolocría, más escasos aún acerca del drama de la epoca de la reina .,Isabel y a ignorar totalmente los principios del ritmo en la versificación inglesa. Es probablemente seguro que olvide sus conocimientos de historia antigua. Estoy ha­blando, desde luego, de tendencias generales; no que los químicos sean peores que los ingenieros, que los m�temá­ticos o que los estudiantes de letras. El saber efectivo es saber profesional, apoyado en una familiaridad limitada con materias útiles consideradas como auxiliares para ese saber.

Esta situación tiene sus peligros. Produce espíritus en­cerrados en casillas. Cada profesión hace progresos, pero se trata de progresos encerrados en su propia casilla. Pues bien, estar espiritualmente en una casilla es vivir contem-

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pla�do una determinada serie de abstracciones. La casilla Impide extenderse por el país, y la abstracción abstrae de a�go a lo q�e ya no se presta ulterior atención. Y no hay nmguna :�silla de �bstracciones que sea adecuada para la comp:enswn de la vida humana. Así, en el mundo moderno, e! cehba�? ?e las clases i�struídas de la Edad Media, ha sido sust1tmd?, por un celibato del intelecto, divorciado de la conteJ?placwn con.creta de los hechos completos. y aun­�ue nadie sea excl�sivamen�� un matemático o un jurista, ;ya que. la gente :VIVe tambien fuera de sus profesiones u ocup:

.cwnes, lo ciert? es que el pensamiento serio queda

encer1ado en un.a . casilla. El resto de la vida es tratado de un modo superficial,. con las categorías de pensamiento im­perfectas 9-ue se denvan de una profesión. . Los peligros provenientes de este aspecto del profesiona­

lismo, s,or: grandes. particularmente en nuestras sociedades

demo.cratiCas. L� _fuerza directriz de la razón se debilita. Los mtelect�s dm�entes carecen de equilibrio. Ven esta 0 aquella .s��·Ie de Circunstancias, pero no las dos a un tiem­po

-,.La miswn ?e coord�nación s� .deja para aquellos que no tm Ieron e�e�gias o �aracter suficiente para triunfar en una carre�a .defm1da. DICho co11 pocas palabras: las funciones especializadas de la c?muni ad son realizadas mejor y de un �odo cada .vez mas perieccionado, mientras que la di­reccwn generalizada adolece de falta de visión. A medida que s� progresa �n materia de detalle, tanto mayor resulta el peligro , �roducido por la insuficiencia de coordinación.

Esta cntica . de la vida moderna rige para todos sus as­pectos, cualqmera que sea el sentido con que interpretemos el concepto de �?munida�. Lo mismo da que por él enten­damos u�� na�wn, una cmdad, un distrito, una institución, una familia . e mcluso .un individuo. Hay un desarrollo de l�s ��straccwnes particulares y una reducción de la apre­Ciacwn concreta . . El .conjunto se pierde en uno de sus aspectos. Para mi tesis no es necesario que sosten<ta que nuestro talen�o de dirección, ya sea en los individ�os va en las c?�umdades, es menor ahora que en tiempos pa;a­dos. Qmzas haya mejorado ligeramente. Pero el nuevo rit­mo del progreso requiere mayor talento de dirección si se

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quieren impedir desastres. Lo cierto es que los descubri­mientos del siglo XIX nos lanzaron por la senda del pro­fesionalismo, de suerte que nos hemos quedado sin expan­sión de sabiduría y necesitándola mucho más.

La sabiduría es el fruto de un desarrollo equilibrado. Es este crecimiento equilibrado de la individualidad lo que debería ser misión de la educación garantizar. Los descu­brimientos más útiles del futuro inmediato serán los que fomenten el cumplimiento de esa misión sin detrimento del profesionalismo intelectual necesario.

l\'Ii propia crítica de nuestros métodos educativos tradi­cionales es que se ocupan excesivamente del análisis inte­lectual y de la adquisición de información formularizada. Quiero decir que descuidamos el alentar los hábitos de apreciar concretamente los hechos individuales en su plena confluencia de valores emergentes, limitándonos a acentuar las formulaciones abstractas que prescinden de esta acción recíproca de valores diversos.

En todos los países es objeto de estudio el problema de equilibrar la educación general y la especializada. No me es posible hablar con conocimiento de causa de todos los países; en estas condiciones sólo puedo hacerlo del mío. Sé que en él existe entre los profesionales de la educación un profundo disgusto por las prácticas que se observan. Ade­más, dista mucho de estar resuelta la adaptación de todo el sistema a las necesidades de una comunidad democrática. No creo que el secreto de la solución se halle en términos de una antítesis entre lo consumado de un saber especia­lizado y un conocimiento general de carácter más super­ficial. El contrapeso que equiliLre la radicalidad del en­trenamiento intelectual especializado, debe ser de índole diametralmente diferente al conocimiento analítico pura­mente intelectual. Toda nuestra educación consiste en la actualidad en la combinación de un estudio exhaustivo de unas pocas abstracciones con un estudio superficial de un mayor número de abstracciones. Somos harto exclusiva­mente teóricos en nuestra rutina docente. La preparación general debería tender a explicar nuestras aprehensiones concretas y satisfacer el afán de la juventud de hacer algo.

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También en esto debería haber algún análisis, pero sólo lo necesario para ilustrar los medios de pensar en diversas esferas. E;1 el Paraíso Terrenal vió Adán a los animales an­tes de darles nombres, mientras que en el sistema tradicio­nal los niños conocen los nombres de los animales antes ele ver a éstos.

No hay ninguna solución exclusiva fácil para las difi­cultades prácticas de la educación. Sin embargo, podemos guiarnos a base de cierta simplicidad en su teoría ge_ne�·al. El estudiante debe concentrarse dentro de un campo limita­do. Esa concentración debe comprender todas las nociones prácticas e intelectuales requeridas para esa concentración. Es el procedimiento que suele adoptarse, y, por lo que res­pecta a él, más bien me inclinaría precisan�en�e � aumentar las facilidades de concentración que a d1smmmrlas. Con la concentración están asociados ciertos estudios subsidia­rios tales como los len{)'uajes para la ciencia. Semejante , b • esquema ele preparación profesional tendría que encami_narse a un fin claro, apropiado al temperamento del estudrante. N o es necesario presentar las modalidades especiales de. estas afirmaciones. Esa preparación debe tener -huelga decirlo­la amplitud requerida por su finalidad. Pero su plan no debe complicarse en atención a otros fines. Esta preparación pro­fesional no puede afectar más que a un lado de la educación. Su centro de gravedad está en el intelecto, y su arma prin­cipal es el libro impreso. El centro de gravedad del otro lado de la formación debe estar en la intuicion sin un di­vorcio analítico del ambiente total. Su objeto es la apre­hensión inmediata con el mínimum de análisis desentraña­der. El tipo de generalidad que se necesita sobre todo, es la apreciación de la variedad del valor. J'vie refiero a una educación estética. Hay algo entre los valores toscamente especializados del hombre meramente práctico y los valo­res delicadamente especializados del puro estudiante. Los dos tipos han perdido algo, un algo que no se recupera por la simple adición de las dos series de valores. Lo que se necesita es una apreciación de la infinita variedad de valo­res vivos logrados por un organismo en su ambiente prOJ?ÍO. Aunque entendamos todo lo relativo al Sol y todo lo relativo

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a la atmósfera y todo lo relativo a la rotación de la Tierra, puede que se nos siga escapando lo radi��te ?e la puesta del Sol. No hay sucedáneo de la percepcwn directa del lo­O'ro concreto de una cosa en su "actualidad". Necesitamos �1 hecho concreto con una luz alta proyectada sobre lo que tiene enjundia para su preciosidad. . , , . Me refiero al arte y a la educacwn estetlca. Pero es arte en un sentido tan general de la expresión que �e re­sisto a designarlo con este nombre. El arte es ':n eJemplo especial. Lo que necesitamos es poner al descub1ert? nues­tros hábitos de aprehensión estética. Según la doctrma me­tafísica que he venido exponiendo, hacerlo así equival� _

a acrecentar la profundidad de la individualida� . . El análisis de la realidad indica los dos factores, la actividad emer­giendo a valor estéti�o individ�ali�a.do. �sí,. pues, el valo.r emergente es la medida de la m�r�"I�u�lizacwn de la a�h­vidad. Tenemos que fomentar la m1cmhva creadora llevan­dola al mantenimiento de valores objetivos. No obtendre­mos la aprehensión sin la iniciativa, ni la iniciativa sin la aprehensión. En cuanto .�os dirijamo� ��cia l� c�ncreto, no podremos excluir la accwn. La sensib�d�? sm Impul�o se llama decadencia, y el impulso sin sensibilidad, brutalidad. Empleo la palabra "sensibilidad" en su. ,sentido más gene; ral, de suerte que incluya la aprehenswn de lo que está más allá (le uno mismo, es decir, sensibilidad para todos _los hechos del caso. Así, en el sentido general que precomzo, "arte" es toda selección por medio de la cual los hechos concretos son dispuestos de tal modo q�e permitan . ir po­niendo la atención en los valores particulares realizables por ellos. Por ejemplo, la mera disposición del. cuerpo hu­mano y de la vista para lograr una buena vist.� de u�a puesta de sol, es una simple for.ma de seleccwn arhs­tica. El hábito del arte es el hábito de gozar de valores vivos.

Pero en este sentido, el arte abarca más que puestas de sol. Un; fábrica, con su maquinaria, su comunidad de obre­ros, su servicio social para la población general, su dep�n­dencia de un genio organizador y planeador, sus potencia­lidades como fuente de riqueza para los tenedores de sus

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acciones, es un organismo que ofrece una multitud de va­lores vivos. Lo que necesitamos educar es el hábito de aprehender semejante organismo en lo que tiene de com­pleto. Puede decirse muy bien que la ciencia de la econo­�ía . política, tal como se estudió en el primer período que sigma . a la muerte de Adam Smith (1790) , hizo más daño q�e bien. Destruyó muchos engaños económicos y enseñó como hay que pensar acerca de la revolución económica a la sazón en auge. Pero remachó en los hombres cierta serie de abstracciones que resultó desastrosa por sus efectos so­bre �a mentalidad moderna. Deshumanizó la industria. Este es solo uno . de .tantos ejemplos de un peligro general inhe­rente a 1� cienc�a moderna. Su procedimiento metodológico es exclusivo e mtolerante, y con razón. Fija su atención en un g,rupo de abstracciones definido, dejando de lado todo lo demas, y recoge todas las migajas de información v teo­ría que , sean de. interés para lo que constituye su �hj eto. Este metodo tnunfa con la condición de que las abstrac­�io�es sean ju!ciosas . . Pero aun triunfando, su triunfo es limitado. Y SI se olvida de esos límites viene a dar en e�uivocaciones desastrosas. El antirracionalismo de la cien­c:a �s�á justificado en parte, como defensa de su metodolo­gia uhl; pero en parte es mero prejuicio. El profesionalismo moderno es la preparación de los espíritus para que se adapten a la metodología. La rebelión histórica del si<Tlo X:'II Y la ante.rior reacción hacia el naturalismo, fue:on eJe:Uplos de salirse de las abstracciones que cautivaron a la sociedad educada de la Edad Media. Esta edad primitiva tu;? un ideal �e racionalismo, pero no logró realizarlo, pues �eJ? d� adve_rhr �ue la metodología del razonar requiere las limitaciOnes Imphcadas en lo abstracto. En consecuencia, el verda�ero racionalismo tiene que salir siempre de sí mismo r�curr;endo a lo concreto en busca de inspiración. Un ra­ciOnalismo que se encierre en sí mismo es en efecto una for�a de antirracionalismo. Significa un detenerse arbi­tranamente en una serie particular de abstracciones. Este fué el caso de la ciencia.

Hay dos principios inherentes a la misma naturaleza de las cosas, y que se repiten en algunas encarnaciones par-

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ticulares cualquiera que sea el campo que exploremos: el espíritu del cambio y el espíritu de conserv:aci�n. Nada real puede haber sin los dos. El mero cambiO ?m cons.�r­vación es un pasar de la nada a la nada. Su mtegracwn final produce un mero no-ente transitorio. La mer?- con­servación sin cambio no puede conservarse, pues, al fm Y al cabo, hay un fluir de circunstancia, y la lozanía del se.r se desvanece con la mera repetición. El carácter de la realidad existente se compone de organismos durables a través el fluir de las cosas. El tipo bajo de organismo ha logrado una autoidentidad que domina toda su vida física. Electrones, moléculas, cristales, pertenecen a este tipo. Presentan una identidad sólida y completa. En los tipos más elevados, en que aparece la vida, hay una mayor complejidad. A�í, aun­que haya un módulo complejo, durable, se ha refugiado. en más profundos escondrijos del hecho total. En un sentido, la autoidentidad de un ser humano es más abstracta que la de un cristal. Es la vida del espíritu. Se relaciona más bien con la individualización de la actividad creadora, de suerte que las circunstancias cambiantes recibidas del am­biente son diferenciadas de la personalidad viva y conce­bidas como formando su campo percibido. En realidad, el ca:¡ppo de percepción y' el espíritu percipiente son .ab.strac­ciones que en concreto se combinan en los acaecimientos corporales sucesivos. El campo psicológico, en cuanto res­tringido a los objetos-del-sentido y a las emociones pasa­jeras, es la permanencia mínima, simplemente rescatada de la no-entidad del mero cambio, y el espíritu es la má­xima permanencia, que invade aquel campo comp�eto

, cu�a

duración es el alma viva. Pero el alma se march1tana sm la fertilización de sus experiencias pasajeras. El secreto de los organismos superiores está en sus dos grados .de per­manencias. Por estos medíos la lozanía del ambiente es absorbida en la permanencia del alma. El ambiente cam­biante deja de ser, por razón de su variedad, un �nemigo de la duración del or<Tanismo. El módulo del orgamsmo supe­rior se ha retirad; en los escondrijos de la actividad indi­vidualizada. Se ha transformado en un modo uniforme de ocuparse de las circunstancias, y este modo sólo se for-

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talece si tiene una variedad propia de circunstancias de que ocuparse.

Esta fertilización del alma es la razón de la necesidad del arte. Un valor estático, por serio e importante que sea, acaba por ser indurable por su aterradora monotonía de duración. El alma reclama a grandes voces su redención hacia el cambio. Sufre la agonía de la claustrofobia. Las transiciones de humor, ingenio, irreverencia, juego, sueño y -sobre todo- de arte, son necesarias para ella. El gran arte es la disposición del ambiente de modo que le propor­cione al alma valores vivos aunque transitorios. Los seres humanos reclaman algo que les absorba por algún tiempo, algo que les saque de la rutina en que pueden quedar en­candilados. Pero no podemos subdividir la vida, como no sea en el análisis abstracto del pensamiento. Por consi­guiente, el gran arte es más que un remozamiento transito­rio. Es algo que se añade a la riqueza permanente de la autoadquisición del alma. Se justifica a un tiempo por su goce inmediato y también por su disciplina del más íntimo ser. Su disciplina no es distinta del goce más que por razón de él. Transforma el alma en la realización permanente de valores que se extiende más allá de su yo anterior. Este elemento de transición en el arte se pone de manifiesto por la inquietud patente en su historia. Una época llega a sa­turarse con las obras maestras de cualquier estilo. Algo nuevo precisa ser descubierto . El ser humano es variable. Sin embargo, hay un equilibrio en las cosas. El mero cam­bio antes de haber llegado a un logro adecuado, en calidad o en cantidad, es destructivo de la grandeza. Pero difícil­mente podrá exagerarse la importancia de un arte vivo que cambia y sin embargo deja su marca permanente.

Por lo que concierne a las necesidades estéticas de la so­ciedad civilizada, las reacciones de la ciencia han resultado desafortunadas en este sentido. Su base materialista ha di­rigido la atención a las cosas como opuestas a Jos valores. La antítesis es falsa si se toma en un sentido concreto, pero es válida en el nivel ordinario del pensamiento abstracto. Esta acentuación dislocada confluyó con las abstracciones de la economía política, que de hecho son las abstracciones

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en cuyos términos se llevan los asunt.os �?merci�les. Así, todo pensamiento relativo a la ?rgamzacwn �acial se ex­presó en términos de cosas materiales y d<; capital. L�s va­lores últimos eran excluidos. Se les hacia una cortes re­verencia y se les entregaba al clero par� que los guardara para los domingos . . Un cred� de moralidad en la compe­tencia por los negocws se hab1a desarrollado, en algunos as­pectos con n�table . �levaci¿n, pero absolutam:nte despro­visto de consideracwn hacia el valor de la v1da humana. Los obreros eran considerados como meros instrument?s, obtenidos del mercado del trabajo. A la pregunta de Dws contestaban los hombres como Caín: "¿Acaso soy yo , el guardián de mi hermano?", y cometían el crimen de C�1?. Tal era la atmósfera en que se llevó a cabo la revolucwn industrial en Inglaterra, y en gran parte también en otr?s países. La historia intes�in?' de Inglaterra durante el ul­timo medio siglo ha consistido en un esfuerzo lento Y do­loroso para deshacer los males forj�d?� en. ,la primera fase de la nueva época. Puede que la civihzacwn nunca se r�­cupere del mal clima que rodeó la i�troducción d�l maqm­nismo. Este clima invadió todo el sistema comercial el; las razas adelantadas del Norte de Europa. En parte fue re­sultado de errores estéticos del protestantismo Y en parte consecuencia del materialismo científico; en parte resultado de la codicia de la especie humana y en parte re:ultado . �e las abstracciones de la economía política. Una 1lustracwn de mi punto de vista puede en�ontrarse :n el ensayo de Macaulay criticando los Colloquws on Soczety de South?Y• escrito en 1830. Y Macaulay era un ejemplo muy gen�mo de los hombres que vivían en la época, o. en t�das las epo­cas. Era un genio, tenía buen cor;;tzón, ,mtencwnes hones­tas y afán de reforma. El texto dice as1:

"Se nos dice que nuestra edad ha inventad_o at;ocid

_ades que su­

peran cuanto nuestros padres hubieran podido Imagmar ; que la

sociedad ha sido llevada a un estado comparado con el cu�l !a ex­terminación Tesultaría una bendición ; y todo poTc¡ue las VIVler:�as

de los hiladores de algodón son desnudas y rectangular€�. M1scer

Southev ha descubierto un medio -nos dice- que permite ;am­

parar los efectos de la fabricación y ele la agricultura. h Cual es

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este medio � Subirse a un cerro, contemplar la casa de campo y la factoría y ver cuál es la más agradable."

:Parece que Southey había dicho muchas tonterías en su li.b.ro; pero por lo que se refiere a este extracto, podría jus­tifiCar perfectamente su alegato si volviera a la tierra des­pués de un lapso de casi un siglo. Los males de la primera época de industrialización han pasado actualmente a formar parte del dominio público. El punto en que sigo insistiendo es la ceguera empedernida con que, incluso los mejores hom­bres de la época, consideraban la importancia de la estética en la vida de una nación. N o creo que hasta ahora ha­yamos llegado ni siquiera aproximadamente a la estimación debida. Una causa de eficacia sustancial que contribuyó a producir este error desastroso, fué el credo científico de que la materia en movimiento es la única realidad concreta de h naturaleza, de suerte que los valores estéticos constituí­rían un aditamento adventicio que no viene a propósito.

Hay otro aspecto de este cuadro de las posibilidades de decadencia. En el momento actual se agita una discusión acerca del porvenir de la civilización en las nuevas circuns­tancias de rápido adelanto en la ciencia y en la técnica. Los males del futuro han sido diagnosticados de distintos mo­dos: la pérdida de la fe religiosa, el uso malicioso del poder material, la degradación consiguiente a una cuota diferen­cial de natalidad favorable a tipos de humanidad inferio­res, la suspensión de la fuerza estética creadora. No cabe duda de que todos ésos son males peligrosos y amenazado­res. Pero no son una novedad. Desde los albores de la his­tori� la humanidad ha venido perdiendo su fe religiosa, ha sufndo siempre del uso malicioso del poder material ha sufrido siempre de la infecundidad de sus mejores tipo� in­telectuales y siempre ha registrado la decadencia periódica del arte. En el reinado del monarca egipcio Tutankhamón se desencadenó una lucha religiosa desesperada entre los modernistas y los fundamentalistas; las pinturas de las ca­vernas ofrecen una fase de delicada perfección estética sus­tituída luego por un período de relativa vulgaridad; los jefes religiosos, los grandes pensadores, los grandes poetas Y autores, toda la casta sacerdotal de la Edad l\íedia, fue-

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ron notoriamente estériles; por último, si en la actualidad contemplamos lo que ocurrió en el pasado sin hacer caso de las exposiciones novelescas de democracias, aristocracias, reyes, generales, ejércitos y comerciantes, veremos que el poder material fué ejercido generalmente a ciegas, con por­fía "J' egoísmo y no pocas veces con brutal maldad. Y, a pesar de todo, la humanidad ha progresado. Incluso si to­mamos un tenue oasis de especial excelencia, el tipo de hom­bre moderno que más probabilidades habría tenido de ser feliz en la Grecia clásica en el mejor período de ésta, habría sido seguramente (como ahora) un boxeador mediano pro­fesional de peso pesado, y no un estudiante ordinario de griego de Oxford o de una universidad alemana. De segu­ro que la principal utilidad del estudiante de Oxford habría sido su capacidad para escribir una oda ensalzando al bo­xeador. Nada puede ser más nocivo para un espíritu decaí­do en orden al cumplimiento de sus deberes en la actuali­dad que el concentrar la atención en los puntos de excelen­cia del pasado comparados con los defectos promedios de nuestros días.

Pero, al fin y al cabo, ha habido verdaderos períodos de decadencia, y en la época actual, como en otras, la sociedad está en decadencia, siendo necesario hacer algo para reac­cionar. Los profesionales no constituyen una novedad en el mundo. Sin embargo, los profesionales del pasado estaban agrupados en castas que no progresaban. El caso es que en la actualidad el profesionalismo ha sido asociado al pro­greso. El mundo se encuentra ahora ante un sistema que se desarrolla por sí mismo y que él no puede detener. Esta situación ofrece sus ventajas y sus peligros. Es evidente que las ganancias de poder material ofrecen también oca­siones para una mejora de la sociedad. Si la humanidad sa­be aprovechar la ocasión, tendrá frente a sí una edad de oro de creatividad benefactora. Pero el poder material en sí es neutral éticamente. Puede actuar igualmente en la dirección errónea. No se trata actualmente de producir grandes hombres sino de producir grandes sociedades. La gran sociedad encontrará los hombres para las ocasiones. La filosofía materialista acentuó la importancia de la cantidad

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de materia dada, :,r de ahí, por derivación, la naturaleza del ambiente dada. De esta suerte actuó del modo más des­afortunado sobre la conciencia social de la humanidad, pues puso casi exclusivamente su atención en el aspecto de la lucha por la existencia en un ambiente fijo. En una gran extensión el ambiente es fijo y en esa extensión hay una lucha por la existencia. La cuestión es quién será el eli­minado. En la medida en que seamos educadores, hemos de tener ideas claras sobre este punto, pues determina el tipo que hay que producir y la ética práctica que debe inculcarse.

Pero durante los tres últimos siglos la concentración ex­clusiva de la atención hacia este aspecto de las cosas, ha sido un desastre de primera magnitud. Las consignas del siglo xrx fueron: la lucha por la existencia, la competen­cia, la lucha de clases, la rivalidad comercial entre las na­ciones, la guerra militar. La lucha por la existencia ha sido interpretada como un evangelio de odio. La conclusión to­tal que haya de sacarse de una filosofía de la evolución es, por fortuna, de un carácter más equilibrado. Los organis­mos victoriosos modifican su ambiente. Son victoriosos los organismos que modifican su ambiente para ayudarse mu­tuamente. Ejemplos de esta ley se encuentran en vasta es­cala en la naturaleza. Por ejemplo, los indios de América del Norte aceptaron su ambiente, y ello tuvo como resultado que una población poco densa lograra simplemente mante­nerse en todo el continente. Cuando las razas europeas lle­garon a ese mismo continente, siguieron una política opues­ta. Desde un principio cooperaron en la modificación de su ambiente. El resultado fué que una población veinte veces mayor que la india ocupe actualmente el mismo territorio, a pesar de lo cual el continente todavía no está lleno. Ade­más, hay asociaciones de especies distintas que cooperan mutuamente. Esta diferenciación de especies se presenta en los entes físicos más simples, tales como la asociación entre electrones y núcleos positivos, y lo propio ocurre en todo el reino de la naturaleza animada. Los árboles de las selvas del Brasil dependen de la asociación de varias especies de organismos, cada uno de los cuales depende mutuamente de las demás especies. Un árbol aislado depende por sí de

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todos los cambios adversos de las circunstancias variables. El viento le impedirá crecer; las variaciones de la tempera­tura perjudican el desarrollo de sus hojas; las lluvias des­nudan su suelo; sus hojas son arrastradas y no pueden con­tribuir a la fertilización de su suelo. Podemos obtener es­pecímenes de hermosos árboles ya sea en circunstancias excepcionales, ya con la intervención del cultivo por parte del hombre. Pero en la naturaleza el modo normal de pros­perar los árboles es su asociación en un bosque. Es posi­ble que cada uno de los árboles pierda algo de su perfec­ción de crecimiento individual, pero, en cambio, se ayudan mutuamente a conservar las condiciones de subsistencia. El suelo se conserva y está al abrigo, y los microbios nece­sarios para su fertilidad no son agostados por el sol, ni ex­terminados por la escarcha, ni arrastrados por las lluvias. Un bosque es el triunfo de la organización de especies mu­tuamente dependientes. A mayor abundamiento, una es­pecie de microbios que mata a un bosque se da muerte a sí misma. Por otra parte, los dos sexos presentan la misma ventaja de diferenciación. En la historia del mundo, el premio no ha sido para las especies que se han especiali­zado en los métodos de violencia, ni siquiera en las arma· duras defensivas. De hecho, la naturaleza comenzó produ­ciendo animales encerrados en duras conchas que les prote­gieran contra los males de la vida. También hizo ensayos en materia de tamaños. Pero los animales pequeños, sin caparazón externo, de sangre caliente, sensibles y vigilan­tes, expulsaron de la faz de la tierra a esos . moD:stru?s. Además, no son los tigres y los leones las especies victorio­sas. En el uso pronto de la fuerza hay algo que frustra su propio objeto. Su principal inconveniente es que carece d.e cooperación. Todo organismo necesita un ambiente de ami­gos, en parte para que le protejan contra cambios .violen­tos, en parte para que le ayuden cuando lo necesita. El Evano-elio de la Fuerza es incompatible con una vida social. Entie�do por fuerza el antagonismo en su sentido más ge­neral.

Casi igualmente peligroso es el Evangelio de la Unifor­midad. Las diferencias entre las naciones y razas de la es-

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pecie humana son necesarias para mantener las condiciones e� que es posible un más alto desarrollo. Un factor prin­cipal en la marcha ascendente de la vida animal ha sido su capacidad de migración. Es quizás por esta razón que les fué mal a los monstruos protegidos por fuertes capara­zones. No podí�n trasladarse. Tenían que adaptarse o pe­recer. La especie humana se trasladó de los árboles a las llanuras, de las llanuras a las costas del mar, de unos climas a otros, de unos continentes a otros, y de unos hábitos de vida a otros hábitos de vida. Cuando el hombre deja de trasladarse, cesa su ascenso en la escala del ser. El tras­lado físico es siempre importante, pero más lo es aún la facultad de las aventuras espirituales del hombre: aven­turas . del. pensamiento, del sentimiento apasionado, de la expenencia estética. Una diversificación entre las comuni­dades humanas es esencial para la aportación de incentivo Y de material para la odisea del espíritu humano. Naciones d_istintas de hábitos diferentes no son enemigas: son bendi­ciOnes. Los hombres necesitan que sus vecinos sean lo sufi­cientemente afines para que les entiendan lo suficientemen­te diferentes para llamar su atención y lo suficientemente grandes para imponer admiración. Sin embargo, no pode­mos esperar que tengan todas las virtudes. Precisamente habríamos. de darnos por satisfechos con que haya algo lo bastante smgular para que resulte interesante.

. La ciencia moderna ha impuesto a la humanidad la nece­SI_dad de tra�ladarse. Su pensamiento progresivo y su téc­mc�.

progresiva han hecho del paso por el tiempo, de gene­racwn en generación, una verdadera migración hacia mares de . aventura no registrados en los mapas. El beneficio ge­nm�� del trasladarse estriba en que es peligroso y requiere habilidad para sortear los escollos. Nuestra esperanza, está, por lo tanto, en que el porvenir nos descubra peligros. Le toca al futuro ser peligroso, y una de las virtudes de la ciencia es que pertreche al futuro para realizar su misión. La� clases medias prósperas que gobernaron en el siglo xrx, atnbuyeron un valor excesivo a la placidez de la existen­cia. Se resistieron a encarar las necesidades de reforma so­cial impuestas por el sistema industrial nuevo, y ahora se

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rehuyen a enfrentar las necesidades _de. reforma intelectual impuestas por el nuevo saber. El pesrmrsm? de la clase me­dia en cuanto al porvenir del mundo, proviene de un9; con­fusión entre civilización y seguridad. En el fut.uro !�me­diato habrá menos seguridad que en el pas�do mmediato, menos estabilidad. No cabe duda de que crerto grado de inestabilidad resulta incompatible con la civilización, pero, en conjunto, las grandes edades han sido edades inestables.

En estas conferencias he pretendido dar un relato de una gran aventura por la región del _pensamiento. En ella par­ticiparon todas l�s razas del Oc�rd�nte de Europa. Se �es�­rrolló con la lentitud de un movimiento de masas. �Iedio sr­glo es su unidad de tiempo. Este relato es la epopeya de un episodio de la manifestación de la razón. Dice cómo una dirección particular de la razón aparece en una raza �ra­cias a la larga preparación de épocas precedentes, como después de su nacimiento se desar_rolla gr�dualmer:te �u materia principal, cómo logra sus trmnfos, como su mfluJO moldea las mismas fuentes de la acción del género humano, y, por último, cómo en su momento de triunfo s:rpr�J:?O se revelan sus limitaciones y reclaman un nuevo eJercrcro de la imaginación creadora. La moraleja del relato es el �oder de la razón, su influjo decisivo en 1� vida de 1� humanrda� . Los <trandes conquistadores, de AleJandro a Cesar Y �e Ce­sar /:Napoleón, ejercieron un influjo profundo en la vida de las generaciones su?siguient:s;. pe_r? el efe�to total de este influjo queda reducrdo a lo msignrficante si se coml?ara con la transformación total de los hábitos y de la mentalidad hu­manos provocada por la larga trayectoria de

.los hombres

de pensamiento desde Tales hasta nuestros dias, homb_r�s desprovistos de poder individualmente, pero que en defmi­tiva fueron quienes gobernaron el mundo.

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i N D I C E

l.-Orígenes de la ciencia moderna 13

II.-Las matemáticas como elemento de la historia del pensamiento 34

III.-El siglo del genio 55 IV.-El siglo :s:vm 75

V.-La reacción romántica 96

VI.-El �iglo :s:r:s: 120 VII.-La relatividad 141

VIII.-La teoría del quantum 159 IX.-Ciencia y filosofb 169 X.-Abstracción . 191

XI.-Dios . . 210 XII.-Religión y cienci:1 . 218

XIII.-Requisitos del progreso social 233

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