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El lobo-hombre ____________________________ Boris Vian

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El lobo-hombre

____________________________ Boris Vian

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En el Bois des Fausses-Reposes, al pie de lacostadePicardía,vivíaunmuyagraciado loboadultodenegropelajeygrandesojosrojos.Sellamaba Denis, y su distracción favoritaconsistíaencontemplarcómoseponíanatodogas los coches procedentes de Ville-d'Avray,para acometer la lustrosa pendiente sobre laqueunaguaceroextiende,devezencuando,eloliváceo reflejo de los árboles majestuosos.También le gustaba, en las tardes de estío,merodearpor lasespesurasparasorprenderalosimpacientesenamoradosensuluchaconelenredo de las cintas elásticas que,desgraciadamente, complican en la actualidadlo esencial de la lencería. Consideraba confilosofía el resultado de tales afanes, enocasionescoronadosporeléxito,y,meneandola cabeza, se alejaba púdicamente cuandoocurría que una víctima complaciente erapasada, como suele decirse, por la piedra.Descendiente de un antiguo linaje de loboscivilizados,Denissealimentabadehierbaydejacintos azules, dieta que reforzaba en otoñocon algunos champiñones escogidos y, eninvierno,muyasupesar,conbotellasdelechebirladasal grancamiónamarillode laCentral.

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La leche le producía náuseas, a causa de susabor animal y, de noviembre a febrero,maldecíalainclemenciadeunaestaciónqueleobligaba a estragarse de tal manera elestómago.

Denis vivía en buenas relaciones con susvecinos, pues éstos, dada su discreción,ignoraban incluso que existiese. Moraba enuna pequeña caverna excavada,muchos añosatrás, por un desesperado buscador de oro,quien, castigado por la mala fortuna durantetoda su vida, y convencido de no llegar aencontrarjamásel«cestodelasnaranjas»(citoaLouisBoussenard),habíadecididoacabarsusdías en clima templado sin dejar de practicar,empero, excavaciones tan infructuosas comomaníacas.EndichacuevaDenisseacondicionóuna confortable guarida que, con el paso deltiempo, adornó con ruedas, tuercas y otrosrecambios de automóvil recogidos por élmismo en la carretera, donde los accidenteseranelpannuestrodecadadía.Apasionadodela mecánica, disfrutaba contemplando sustrofeos,ysoñabaconeltallerdereparaciones

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que, sin lugar a dudas, habría de poner algúndía. Cuatro bielas de aleación ligera sosteníanla cubierta demaleteroutilizada amanerademesa; lacama laconformaban losasientosdecuerodeunantiguoAmilcarque seenamoró,al pasar, de un opulento y robusto plátano; ysendos neumáticos constituíanmarcos lujososparalosretratosdeunosprogenitoressiemprebien queridos. El conjunto armonizabaexquisitamenteconloselementosmástrivialesreunidos,enotrostiempos,porelbuscador.

Ciertaapacibleveladadeagosto,Denissedabaconparsimoniasucotidianopaseodigestivo.Laluna llena recortaba lashojas comoencajedesombras.Alquedarexpuestosalaluz,losojosde Denis cobraban los tenues reflejos rubíesdel vino de Arbois. Aproximábase ya al robleque constituía el término ordinario de suandadura,cuandolafatalidadhizocruzarseensu camino al Mago del Siam, cuyo verdaderonombre se escribía Etienne Pample, y a ladiminutaLisetteCachou,morenacamareradelrestauranteGroneilarrastradaporelmagoconalgún pretexto ingenioso a las Fausses-

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Reposes. Lisette estrenaba un corsé Obsesiónúltimo diseño, cuya destrucción acababa decostarseishorasalMagodelSiam,yeraa talcircunstancia, a la que Denis debía agradecertantardíoencuentro.

Pordesgraciaparaesteúltimo,lasituacióneraen extremo desfavorable. Medianoche enpunto; el Mago del Siam con los nervios depunta; y, dándose en abundancia por losalrededores, la consuelda, el licopodio y elconejoalboque,desdehacepoco,acompañaninevitablemente los fenómenos de licantropíao, mejor dicho, de antropolicandria, comotendremosocasiónde leeren laspáginasquesiguen. Enfurecido por la aparición de Denisque, sin embargo, se alejaba ya tan discretocomo siempre barbotando una excusa, ydesencantado también de Lisette, por cuyaculpa conservaba un exceso de energía quepedía a gritos ser descargada de una u otramanera,elMagodelSiamseabalanzósobrelainocente bestia, mordiéndole cruelmente elcodillo. Con un gañido de angustia, Denisescapó a galope. De regreso a su guarida, se

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sintió vencido por una fatiga fuera de locomún, y quedó sumido en un sueño muypesado, entrecortado por turbulentaspesadillas.

No obstante, poco a poco fue olvidando elincidente, y los días volvieron a pasar tanidénticos comodiversos. Elotoño seacercabay, con él, las mareas de septiembre, queproducen el curioso efecto de arrebolar lashojas de los árboles. Denis se atracaba deníscalosydesetas, llegandoaatraparavecesalguna peziza casi invisible sobre su plinto decortezas, mas huía como de la peste delindigesto lengua de buey. Los bosques, a lasazón, se vaciaban a muy temprana hora depaseantesyDenis seacostabamás temprano.Sin embargo, no por eso descansabamejor, yen la agonía de noches entreveradas depesadillas,sedespertabaconlabocapastosaylos miembros agarrotados. Incluso sentíamenguar paulatinamente su pasión por lamecánica,yelmediodíalesorprendíacadavezcon más frecuencia amodorrado y sujetandoconunazarpainerteeltrapoconelquedebía

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haber lustrado una pieza de latón cardenillo.Surepososehacíacadavezmásdesasosegado,y a Denis le preocupaba no descubrir lasrazones.

Tiritando de fiebre y sobrecogido por unaintensasensacióndefrío,enmitaddelanochede luna llena despertó brutalmente de susueño.Sefrotólosojos,quedósorprendidodelextraño efecto que sintió y, a tientas, buscóuna luz. Tan pronto como hubo conectado elsoberbio faro que le legase algunos mesesatrás un enloquecido Mercedes, eldeslumbrante resplandor del aparato iluminólosrecovecosdelacaverna.Titubeante,avanzóhacia el retrovisor que tenía instalado justoencima de la coqueta. Y si ya le habíaasombradodarsecuentadequeestabadepiesobre las patas traseras, aún quedó másmaravillado cuando susojos seposaron sobrelaimagenreflejadaenelespejo.Enlapequeñay circular superficie lehacía frente, enefecto,un extravagante y blancuzco rostro porcompleto desprovisto de pelaje, y en el quesólo dos llamativos ojos rufos recordaban su

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anteriorapariencia.Dejandoescaparunbrevegrito inarticulado se miró el cuerpo y alinstante comprendió la causa de aquel fríosobrecogedor que le atenazaba por todaspartes. Su abundante pelambrera negra habíadesaparecido. Bajo sus ojos se alargaba elmalformadocuerpodeunodeestoshumanosde cuya impericia amatoria solía con tantafrecuenciaburlarse.

Resultabaforzosomoverseconpresteza.Denisseabalanzóhaciaelbaúlatiborradodelasmásdiferentesropas, reunidassegúnelcaprichosoazardelasucesióndelosaccidentes.Elinstintolehizoescogeruntrajegrisconrayitasblancas,de aspecto bastante distinguido, con el cualcombinóunacamisalisadetonotalloderosa,yunacorbataburdeos.Cuandoestuvocubiertocon tal indumentaria, admirado todavía depoderconservarunequilibrioqueenabsolutocomprendía, empezó a sentirse mejor, y losdientescesarondecastañetearle.Fueentoncescuandosuextraviadamiradavinoafijarseenelirregular y espeso montoncillo de negra

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pelambreraesparcidoalrededordesulecho,ynopudoimpedirllorarsuperdidaapariencia.

Hizoempero,unviolentoesfuerzodevoluntadpara serenarse, e intentó explicarse elfenómeno. Sus lecturas le habían enseñadomuchascosas,yelasuntoacabóporparecerlediáfano. El Mago del Siam debía ser unhombre-lobo y él, Denis, mordido por laalimaña, acababa de convertirse,recíprocamente,enserhumano.

Antelaideadequedebíadisponerseavivirenun mundo desconocido, en un primermomento se sintió presa de pánico. ¡Quépeligros no habría de correr como hombreentre los humanos! La evocación de lasestériles competiciones a que se entregabandía y noche los conductores en tránsito de laCôtedePicardie le anticipaba simbólicamentela atroz existencia a la que, de buena omalagana, sería preciso adaptarse. Pero luegoreflexionó.Segúntodaslasapariencias,ysiloslibrosnomentían, latransformaciónhabríadeser de duración limitada. Y en tal caso, ¿porquénoaprovecharlaparahaceruna incursiónalaciudad…?Llegadosaestepunto,precisoes

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reconocer que determinadas escenasentrevistasenelbosquesereprodujeronenlaimaginación del lobo sin provocar en él lasmismas reacciones que antes. Al contrario: sesorprendióinclusopasándoselalenguaporloslabios, cosaque lepermitióconstatardepasoque,apesardelametamorfosis,seguíasiendotanpuntiagudacomosiempre.

Volvióal retrovisorparacontemplarsemásdecerca.Susrasgosnoledisgustarontantocomohabía temido. Al abrir la boca pudo constatarque su paladar seguía siendo de un negrollamativo, y, por otro lado, que tambiénconservaba incólume el control de sus orejas,talvezunapizcasospechosasporserenexcesoalargadas y pilosas. Mas consideró que elrostro que se reflejaba en el pequeño yesférico espejo, con su forma oval un algoprolongada, su pigmentación mate y susblancosdientes,haríaunpapelaceptableentrelos que conocía. Así que, después de todo, lomejor sería sacar partido de lo inevitable yaprender algo de provecho para el porvenir.Consideraciónnoobstantelacualunramalazodeprudencialeobligóantesdesalirahacerse

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con unas gafas oscuras que, en caso denecesidad,atemperarían la rojizabrillantezdesus cristalinos. Proveyóse asimismo de unimpermeable que se echó al brazo, y ganó lapuerta con paso decidido. Pocos instantesdespués, cargado con una maleta ligera, yolfateando una brisa matinal que parecíasingularmente desprovista de fragancia, seencontraba en la cuneta de la carretera,alargando el pulgar sin complejo alguno alprimer automóvil que divisó en lontananza.Había decidido ir en dirección a Parísaconsejadoporlaexperienciacotidianadequelos coches rara vez se detienen al empezar lacuesta arriba y sí, en cambio, cuesta abajo,cuando la gravedad les permite volver aarrancarconfacilidad.

Su elegante aspecto le reportó serrápidamenteaceptadocomoacompañanteporuna persona con no demasiada prisa. Yconfortablementeacomodadoaladerechadelconductor,sedispusoaabrirsusardientesojosatodolodesconocidodelvastomundo.VeinteminutosmástardeseapeabaenlaPlazadelaÓpera.El tiempoestabadespejadoy fresco, y

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lacirculaciónsemanteníadentrodeloslímitesde lo decente. Denis se lanzó osadamenteentre los tachones del asfalto y, tomando elbulevar,caminóendirecciónalHotelScribe,enel que alquiló una habitación con cuarto debaño y salón.Dejó sumaleta al cuidadode laservidumbre y salió acto seguido a comprarunabicicleta.

La mañana se le fue en un abrir y cerrar deojos. Fascinado, no sabía bien hacia dóndepedalear.Enelfondodesuyoexperimentaba,sin lugar adudas, el íntimoyocultodeseodebuscar un lobo para morderle, pero pensabaqueno le resultaríademasiado fácilencontraruna víctima y, por otro lado, quería evitardejarseinfluenciarendemasíaporelcontenidode los tratados.No ignorabaenabsolutoque,con un poco de suerte, no le sería imposibleacercarsealosanimalesdelJardindesPlantes,pero prefirió reservar tal posibilidad para unmomento de mayor apremio. La flamantebicicleta absorbía en aquel momento toda suatención. Aquel artilugio niquelado leencandilaba, y, por otra parte, no dejaría deserleútilalahoraderegresarasuguarida.

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A mediodía estacionó la máquina delante delhotel, ante la mirada un tanto reticente delportero. Pero su elegancia, y sobre todoaquellos ojos que semejaban carbúnculos,parecían privar a la gente de la capacidad dehacerle el más mínimo reproche. Con elcorazón exultante de alegría, se entretuvo enla búsqueda de un restaurante. Finalmenteeligió uno tan discreto como de buena pinta.Las aglomeraciones le impresionaban todavíay,apesardelaamplituddesuculturageneral,temíaquesusmaneraspudiesenevidenciarunligero provincianismo. Por eso pidió un sitioapartadoydiligenciaenelservicio.

Pero lo que Denis ignoraba era queprecisamente en ese lugar de tan sosegadoaspecto se celebraba, justo aquel día, lareuniónmensual de los Aficionados al Pez deAguaDulceRambouilletiano. Cuandoestaba amedio comer vio irrumpir de repente unacomitivadecaballerosderesplandecientetezyjovialesmaneras que, en un abrir y cerrar deojos,ocuparonsietemesasdecuatrocubiertos

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cada una. Ante tan súbita invasión, Denisfruncióelceño.Mas,comosetemía,elmaîtreacabóporacercarsecortésmentealasuya.

—Losientomucho,señor—dijoaquelhombrelampiñoycabezón—,¿peropodríahacernoselfavordecompartirsumesaconlaseñorita?

Denis echó una ojeada a la zagala,desfrunciendoelceñoalmismotiempo.

—Encantado—dijoincorporándoseamedias.

—Gracias, caballero —gorjeó la criatura convoz musical. Voz de sierra musical, para sermásexactos.

—Si usted me lo agradece a mí —prosiguióDenis—¿aquiéndeberéyo?

Agradecérselo,sesobreentiende.

—A laclásicaprovidencia, sinduda—opinó lamonada.

Yacontinuacióndejócaersubolso,queDenisrecogióalvuelo.

—¡Oh! —exclamó ella—. ¡Tiene usted unosreflejosextraordinarios!

—Sí…—confirmóDenis.

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—Sus ojos son también bastante extraños —añadiólajovenalcabodecincominutos—.Losveoparecidosa…a…

—¡Ah!—comentóDenis.

—Agranates—concluyóella.

—Eslaguerra…—musitóDenis.

—Noleentiendo…

—Queríadecir—explicóDenis—,queesperabaquelerecordasenarubíes.Peroaloírquesóloha dicho granates, no he podido por menosquepensarenrestricciones.Conceptoque,poruna relación de causa efecto, me ha llevadoactoseguidoaldeguerra.

—¿Estudió usted Ciencias Políticas? —preguntólamorenita.

—Lejuroquenovolveréahacerlo.

—Leencuentrobastante fascinante—aseguróllanamentelaseñorita,que,entrenosotros, lohabía dejado de sermuchas yamás veces delasquepudieracontar.

—Debuenagana ledevolveríaelpiropo,peropasándolo al género femenino — expresóseDenis,madrigalesco.

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Salieron juntos del restaurante. La lagartaconfió al lobo convertido en hombre que, nolejos de allí, ocupaba una encantadorahabitaciónenelHoteldelPasapurésdePlata.

—¿Por qué no viene a ver mi colección degrabados japoneses? —acabó susurrando aloídodeDenis.

—¿Sería prudente? —inquirió éste—. ¿Sumarido, su hermano o algún otro de susparientesnoloveríaconinquietud?

—Digamosque soyunpocohuérfana—gimióla pequeña, haciéndole cosquillas a unalágrimaconlapuntadesuahusadoíndice.

—Una verdadera lástima —comentócortésmentesudistinguidoacompañante.

Al llegaralhotelcreyódarsecuentadequeelrecepcionistaparecíallamativamentedistraído.También constató que tanta felpa rojaamortiguante hacía diferir notablemente eseestablecimiento de aquel otro en el que él sehabía alojado. Pero en la escalera se distrajocontemplando primero lasmedias y luego laspantorrillas,inmediatamenteadyacentes,delaseñorita.Enelafándeinstruirse,ladejótomar

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hastaseisescalonesdeventaja.Yunavezquese creyó bastante instruido, apretónuevamenteelpaso.

Por loqueteníadecómica, la ideadefornicarconunamujernodejabade chocarle. Pero laevocación de Fausses-Reposes hizodesaparecer finalmente aquel elementoretardatario y, muy pronto se encontró encondicionesdeponerenprácticaconel tacto,losconocimientosqueenelañoradobosqueleentraran por la vista. Llegados a determinadopunto plugo a la hermosa reconocerse, agritos, satisfecha; y el artificio de talesafirmaciones, mediante las cuales asegurabahaberllegadoalacúspide,pasóinadvertidoalentendimiento poco experimentado en eseterrenodelbuenodeDenis.

Apenas si comenzaba éste a salir de unaespecie de coma bastante distinto de todocuanto hubiese conocido hasta entonces,cuando oyó sonar el despertador. Sofocado ypálido, se incorporó a medias en el lecho yquedó boquiabierto viendo cómo sucompañera, con el culo al aire, dicho sea con

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todo respeto, registraba con diligencia elbolsillointeriordesuamericana.

—¿Deseaunafotomía?—dijosinpensarlodosveces,creyendohabercomprendido.

Se sintióhalagadopero,porel sobresaltoqueempinó la bipartita semiesfera que ante susnarices tenía, al instante se dio cuenta delinmensoerrordetanaventuradasuposición.

—Esto…eh…sí,queridomío—acabópordecirla dulce ninfa, sin saber muy bien si se leestabaonotomandolacabellera.

Denisvolvióafruncirelceño.Selevantó,yfueacomprobarelcontenidodesucartera.

—¡Asíqueesustedunadeesashembrascuyasindecencias pueden leerse en la literatura delseñor Mauriac! —explotó finalmente—. ¡Unaprostituta,pordecirlodealgúnmodo!

Sedisponíaellaa replicar,yenqué tono,quesecagabaen talyencual,quese lomontabaconsucuerposerrano,yquenoacostumbrabaa tirarse a los pasmados por el gusto dehacerlo, cuando un cegador destelloprocedente de los ojos del loboantropomorfizadolehizotragarsetodosycada

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uno de los proyectados exabruptos. De lasórbitas de Denis emanaban, en efecto, dosincesantes centellas rojas que, cebándose enlosglobosocularesdelamorenita,lasumieronenmuycuriosaconfusión.

—¡Hagaelfavordecubrirseydelargarseenelacto!—sugirióDenis.

Yparaaumentarel efecto, tuvo la inesperadaidea de lanzar un aullido. Hasta entonces,nuncasemejanteinspiraciónselehabíapasadopor las mientes. Mas, a pesar de tal falta deexperiencia, la cosa resonó de manerasobrecogedora.

Aterrorizada, la damisela se vistió sin decir nipío,enmenostiempodelquenecesitaunrelojdepénduloparadarlasdocecampanadas.Unavez solo, Denis se echó a reír. Se sentíaasaltado por una viciosa sensación bastanteexcitante.

—Debeserelsabordelavenganza—aventuróenvozalta.

Volvió a poner donde correspondía cada unodesusavíos,selavódondemáslonecesitabay

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salióalacalle.Habíacaídolanoche,elbulevarresplandecíademaneramaravillosa.

Nohabíacaminadonidosmetros,cuandotresindividuos se le acercaron. Vestidos un pocollamativamente, con ternos demasiado claros,sombreros demasiado nuevos y zapatosdemasiadolustrados,locercaron.

—¿Podemos hablar con usted? —dijo el másdelgadodetodos,unaceitunadoderecortadobigotillo.

—¿Dequé?—seasombróDenis.

—No te hagas el tonto —profirió uno de losotrosdos,coloradoteygrueso.

—Entremos ahí… —propuso el aceitunadosegúnpasabanpordelantedeunbar.

Lleno de curiosidad, Denis entró. Hasta aquelmomento,laaventuraleparecíainteresante.

—¿Saben jugar al bridge? —pregunto a susacompañantes.

—Pronto vas a necesitar uno —sentenció elgruesocoloradotesombríamente.

Parecíairritado.

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—Queridoamigo—dijoelaceitunadounavezque hubieron tomado asiento—, acaba ustedde comportarse de una manera muy pococorrectaconunajovencita.

Deniscomenzóareíramandíbulabatiente.

—¡Le hace gracia al muy rufián!—observó elcolorado—.Ya veréis comodentrodepoco lehacemenos.

—Da la casualidad —prosiguió el flaco— deque los intereses de esa muchacha sontambiénlosnuestros.

Deniscomprendióderepente.

—Ahora entiendo —dijo—. Ustedes son suschulos. Los tres se levantaron como movidosporunresorte.

—¡No nos busques las vueltas! —amenazó elmásgrueso.Denisloscontemplaba.

—Noto que voy a encolerizarme —dijofinalmenteconmuchacalma—.Serálaprimeravez en mi vida, pero reconozco la sensación.Talcomoocurreenloslibros.

Lostresindividuosparecíandesorientados.

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—¡Arreglado vas si piensas que nos asustas,gilipollas!—tronóelgrueso.

Al tercero no le gustaba hablar. Cerrando elpuño, tomó impulso. Cuando estaba a puntode alcanzar elmentón deDenis, éste se zafó,atrapó de una dentellada la muñeca delagresoryapretó.Lacosadebiódoler.

UnabotellavinoaaterrizarsobrelacabezadeDenis,queparpadeóyreculó.

—Tevamosaescabechar—dijoelaceitunado.

Elbarsehabíaquedadovacío.Denissaltóporencima de la mesa y del adversario gordo.Sorprendido, éste se quedó un instanteaturdido, pero llegó a tener el reflejo deagarrar uno de los pies calzados de ante delsolitariodeFausses-Reposes.

Siguió una breve refriega al final de la cual,Denis,conelcuellodelacamisadesgarrado,secontempló en el espejo. Una cuchillada leadornabalamejilla,yunodesusojostendíaalíndigo.Prestamente,acomodólostrescuerposinertes bajo las banquetas. El corazón le latía

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con furia. Y, de repente, sus ojos fueron afijarseenunrelojdepared.Lasonce.

«¡Por mis barbas», pensó, «es hora demarcharse!».

Se puso apresuradamente las gafas oscuras ycorrió hacia su hotel. Sentía el alma pletóricade odio, pero la proximidad de su partida leapaciguó.

Pagó la cuenta, recogióelequipaje,montóensu bicicleta, y se puso a pedalearincansablementecomounverdaderoCoppi.

Estaba llegando al puente de Saint-Cloud,cuandounagenteledioelalto.

—¿O sea que va usted sin luces? —preguntóaquelhombresemejanteatantosotros.

—¿Cómo? —se extrañó Denis—. ¿Y por quéno?Veodesobra.

—No se llevan para ver—explicó el agente—sinoparaqueleveanauno.¿Ysileocurreunaccidente?Entonces,¿qué?

—¡Ah! —exclamó Denis—. Sí; tiene ustedrazón. ¿Pero puede explicarme cómofuncionanlaslucesdeestearmatoste?

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—¿Se está burlando de mí? —indagó elalguacil.

—Escuche—sepusoserioDenis—.Llevotantaprisaquenisiquieratengo

tiempodereírmedenadie.

—¿Quiere usted que le ponga una multa? —dijoelinfectomunicipal.

—Es usted pelmazo de más —replicó el lobociclista.

—¡De acuerdo! —sentenció el innoblebellaco—. Pues ahí va…Y sacando la libreta yunbolígrafo,bajólanarizuninstante.

—¿Su nombre, por favor? —preguntóvolviendoalevantarla.

Después, sopló con todas sus fuerzas en elinterior de su tubito sonoro, pues, muy lejosya,alcanzóaver labicicletadeDenis lanzada,conélencima,alasaltodelrepecho.

En elmencionado asalto, Denis echó el resto.Al asfalto, pasmado, no le quedaba más queceder ante su furioso avance. La costana deSaint-Cloudquedóatrásenunabrirycerrarde

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ojos. Atravesó a continuación la parte de laciudadquecosteaMontretout—finaalusiónalossátirosquevaganporelparquededicadoalantes nombrado santo— y giró después a laizquierda, en dirección hacia el Pont Noir yVille-d'Avray. Al salir de tan noble ciudad ypasar frentealRestauranteCabassud, advirtióciertaagitaciónasusespaldas.Forzólamarchay, sin previo aviso, se internó por un caminoforestal. El tiempo apremiaba. A lo lejos, derepente, algún carillón comenzaba a anunciarlallegadadelamedianoche.

Desde la primera campanada, Denis notó quelacosanomarchaba.Cadavez lecostabamástrabajo llegar a los pedales; sus piernasparecían irse acortando paulatinamente. A laluz del claro de luna seguía sin embargoescalando, montado sobre su rayo mecánico,porentrelagravilladelcaminodetierra.Peroenciertomomentosefijóensusombra:hocicoalargado, orejas erguidas. Y al instante dio demorros en el suelo, pues un lobo en bicicletacarecedeestabilidad.

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Felizmenteparaél.Puesapenas tocótierraseperdiódeunsaltoenlaespesura.Lamotodelpolicía, entretanto, colisionó ruidosamentecontra la recién caída bicicleta. El motoristaperdióuntestículoenlaacciónalavezqueeltreinta y nueve por ciento de su capacidadauditiva.

Apenas recobrada la apariencia de lobo y sindejar de trotar hacia su guarida, Denisconsideró el extraño frenesí que lo habíaasaltado bajo las humanas vestiduras desegundamano. Él, tan apacible y tranquilodeordinario, había visto evaporarse en el airetanto sus buenos principios como sumansedumbre.Lairavengadora,cuyosefectossehabíanmanifestadosobrelostreschulosdela Madeleine —uno de los cuales,apresurémonos a decirlo en descargo de losverdaderos chulos, cobraba sueldo de laPrefectura,BrigadaMundana—,leparecíaalavez inimaginable y fascinante. Meneó lacabeza. ¡Qué mala suerte la mordedura delMago del Siam! Felizmente, pensó noobstante, la penosa transformación habría de

Page 28: El lobo-hombre - Cuentos infantiles · hombre-lobo y él, Denis, mordido por la alimaña, acababa de convertirse, recíprocamente, en ser humano. Ante la idea de que debía disponerse

limitarse a los días de plenilunio. Pero nodejaba de sentir sus secuelas, y esa cóleralatente,esedeseodevenganzanodejabandeinquietarlo.

FIN

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