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El frasco de Gulliver Chema Gómez de Lora y los alumnos del C.R.A. Rosa Chacel

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El frasco de Gulliver

Chema Gómez de Lora y los alumnos del C.R.A. Rosa Chacel

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El frasco de Gulliver

Chema Gómez de Lora

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C.R.A. Rosa Chacel

Soncillo y

Pedrosa de Valdeporres

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A los tres amigos

Jaime, Luis y Samuel

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1Los trotanubes

¿Sabes lo que es un trotanubes? Es un niño o un adulto que inventa cosas para hacer la vida más interesante.

Puede que en el C.R.A. Rosa Chacel de las localidades Pedrosa de Valdeporres y Soncillo, los alumnos y los profesores seáis auténticos trotanubes.

Y entre los trotanubes del norte de Burgos, los más famosos, los más aplaudidos y aclamados son los niños de la escuela infantil Rosa Chacel, que cuando se elevan a lo más alto se lo pasan de maravilla. Ellos mismos nos han contado lo que más les gusta del cielo:

Angélica quiere volar en las nubes y Lexuri jugar en la casa de las nubes. Izaro asegura que se comería una nube entera y Rodrigo jugaría con los muñecos de peluche entre las gotas de agua. Aimar dijo:

–A me apetece estar en chándal en el cielo azul.

Idoia cantaría la canción de Violeta. Olaia, la de Pepa. Nicolás, por supuesto, jugaría con un globo procurando que no se le cayera y Naira comería sopa de fideos. A Eva le gustaría vivir en las nubes con un hermanito y Oscar le haría cosquillas a Alex.

Por su parte, Marcos jugaría con camiones de hierro llevándoles a una gasolinera de nubes y Nacho en su cumpleaños sobre los algodones blancos invitaría a Marcos, Oscar y Nicolás.

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Alex sería un gran cocinero de las nubes y cocinaría un filete, y Nara, con su sonrisa gigante, dibujaría un sol.

Solo hay que imaginarse que os ponéis zapatos elásticos de suelas flotantes, subís al cielo y dais saltos por las nubes. Así nace la fantasía.

A veces, con levantar la nariz, podéis oler que un gran descubrimiento está cerca. Eso sí, en cuanto una buena idea sobrevuele vuestra cabeza… haced ¡zas!, y atrapadla como a las moscas bailonas.

Valentín Ravioli, uno de los inventores más famosos de este planeta, necesita vuestra ayuda para probar sus artilugios y diseñar nuevos productos.

Algunos de sus trastos han tenido poco éxito como el destructor de cromos repes o el desactivador de gritos maternos. Pero otros son muy demandados como los reptuladores, el sapobús, las cámaras cangrejo o los tarzantines.

Valentín dice que hay una manera de saber si eres un trotanubes: tienes que ponerte frente a un espejo grande, y con otro pequeño en la mano, comprobar si en tu cuello está dibujada una luna creciente. Puede que tengas esa marca de nacimiento, o puede que se dé la suerte de haber recibido hace poco el lanzamiento de una tarta de limón y que se haya quedado pegado en el cuello un trocito en forma de luna.

Los chicos del C.R.A. Rosa Chacel hicieron entrevistas a sus padres para saber si ellos también eran trotanubes. También contaron las cosas que más les gustaban de su tierra.

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El calendario de Plutón

Para Don Valentín fabricar inventos es formidable, un oficio lleno de retos: si tus descubrimientos tienen éxito, te haces millonario y vives como un futbolista del Madrid o del Barcelona. Es decir, comprándote todos los libros, cómics, álbumes y cromos que te dé la gana; de día y de noche.

Pero como uno solo de tus hallazgos fracase y no lo quiera comprar ni tu hermano mellizo, puedes arruinarte, abrir la hucha y encontrar solo unos centimillos incapaces de llenar la palma de la mano.

Ravioli no solo inventaba. También difundía maravillas de países selváticos o de astros lejanísimos. Como el calendario de Plutón, muy querido por los niños: allí el año tiene también doce meses, pero se trabaja tres y se descansa nueve. La semana es igual, de siete días, cinco son el fin de semana y dos las jornadas laborales.

En cuanto supieron los alumnos de 5º y 6º del colegio Pedrosa de Valdeporres que existía esa forma tan amistosa de organizar el tiempo, corrieron a decírselo a sus profesores. Ellos les dijeron que aceptaban ponerlo en práctica una temporada, siempre y cuando utilizaran todo su tiempo libre de manera provechosa y original. A las pocas horas, los nuevos trotanubes entregaron su plan plutónico.

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Unos eligieron librar un lunes soleado o un martes caluroso, otros un miércoles templado. Algunos prefirieron un viernes, para enlazarlo en un largo fin de semana, pero todos eligieron ir a la playa, ya fuera en Ibiza, en Ceuta o en la Conchinchina, siempre a la playa.

Adrián Rey les propuso jugar al voleibol y se lo pasaron muy bien. Después fueron a nadar, pero una medusa muy pesada les atacó y se escondieron en un enorme castillo de arena que habían construido. La medusa estuvo dos horas buscándoles, antes de volverse al mar.

Casi le pica una mosca tse-tsé a Alba Sainz. ¡Qué disgusto! Se fue corriendo al agua para librarse de ella.

–¡Cuidado con la medusa! –gritó Maialen Basabe, y corrió para ayudarla.

El agua estaba helada. Una ola gigante deshizo el castillo y se llevó por delante las sombrillas y a unos motoristas que echaban una carrera en la playa. Por poco matan a los surfistas que había sobre la ola. Entre ellos estaba Oscar Bautista y sus amigos. Decidieron ir al dojo a practicar la lucha con varas, al aire libre, hasta que se calmasen las aguas. Aunque no se llevaron ningún palo porque eran buenos luchadores, más de uno se puso colorado por el sol, por lo que Iván Martínez dijo que ya era hora de ir a nadar. Como había un tiburón en el agua, se marcharon al Aquapark, pero el tiburón les siguió hasta allí. Marta quiso huir saltando desde el tobogán más alto, pero calculó mal y cayó sobre la tripa de un señor que gruñía como un cachalote enfadado.

El tiburón se volvió, asustado por los gritos, al océano más lejano.

Había sido una jornada plutónica muy intensa y Yerom López les invitó al cine y luego a dormir en su casa, donde se pusieron a contar historias de miedo. Eran historias de mucho miedo, y terminaron cayéndose de las literas. ¡Qué susto! ¡Qué golpe!

Al día siguiente, Marcos Sainz llevó a sus compis a pescar al río. Las truchas no se dejaban coger y se metieron muy adentro. Cuando por fin pescaron una, la tuvieron que soltar porque empezó a llorar y las otras se pusieron muy tristes. Las truchas se fueron río abajo, riéndose de aquellos niños que se habían empapado hasta la cintura.

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3Los reptuladores

Pensaba Don Valentín que sus creaciones surgían por la noche. Dormía todo el año con las ventanas abiertas de par en par sospechando que la brisa le refrescaba la inteligencia. Pero lo único que conseguía era que se colasen todo tipo de bichos en su habitación.

Cuando Valentín Ravioli leyó lo que habían escrito los niños de Soncillo y Pedrosa de Valdeporres se llevó una gran sorpresa. Resulta que casi todos ellos duermen en verano con la ventana abierta y, claro, se cuelan todos los bichos imaginables en sus habitaciones.

Las primeras crónicas son de miedo:

En casa de Jesús González entró nada menos que un lobo y se comió al pobre Jesús. Menos mal que su mamá abrió la puerta y mató al lobo. Otra historia para temblar es la de Joseba Osuna. Le atacó un t rex y le clavó un cuchillo.

Por la persiana de Leire Lancha se adentró un elefante y le aplastó la habitación.

Alba Sedano confesó:

–Entró por mi ventana un caballo y me pegó una coz. Abrió la puerta mi hermano Adrián y se montó en el caballo para andar en él.

María Díez aseguró que subió a su dormitorio un dinosaurio y la mordió. Luego abrió la puerta Carla y se rió.

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Denislav dice que entró en su casa un oso y él le pegó un puñetazo al oso.

En el cuarto de Rocío Díez entró un perro, le ladró y la arañó. Abrió la puerta su hermana Laura. El perro se escondió y le pegó un susto a la hermana.

Hay otras historias mucho más alegres y divertidas como la de Aitana Álvarez:

–Entró por mi ventana mi perrito Jacky y me chupeteó entera. Abrió la puerta mi hermana pequeña y le dio un achuchón.

O la de Andrea Abando:

–Entró por mi ventana una cebra, nos hicimos amigos y fuimos a la bolera a jugar a los bolos. Abrió la puerta mi madre y, como le encantan los animales, decidimos ir todos juntos a la bolera.

Jone Osuna contó al micrófono de Radio Tintachina:

–Entró por mi ventana un monstruo y bailamos juntos. Abrió la puerta Lara y se partió de risa.

Y si llegan animales muy grandes ¿qué pasa? En la casa de Marina Rodríguez entró una jirafa y, con su cuello tan alto, rompió el techo. Y en la de Maren Mardones saltó un cocodrilo y la mordió. Luego abrió la puerta su mamá y le dio un beso.

También se puede presentar sin previo aviso fauna salvaje como un león que rugió a Haize González o un guepardo que retó a Aimar Arenas. En ese momento abrió la puerta su hermano Óscar y le dio dos patadas y un puñetazo en toda la cara y el guepardo se marchó corriendo.

Leed lo que cuenta Adrián Gómez:

–Entró por mi ventana una abeja y me picó. Abrió la puerta mi madre y se asustó.

Y en asunto de serpientes no os perdáis lo que le pasó a

Kiril Ivailov:

–Entró por mi ventana una cobra, nos hicimos amigos y jugamos a las cartas.

O lo que le sucedió a Clara García:

–Entró por mi ventana una serpiente y nos enfadamos y le dije: vete. Abrió la puerta papá, se llevó un susto y se le pusieron los pelos de punta.

Y atención, si entran tarzantines en tu alcoba tápate la nariz. Esto le paso a Amalia Díez:

–Entraron por mi ventana un par de tarzantines y me desmayé del olor. Abrió la puerta mi hermana pequeña y también se desmayó del olor.

Nathan Obregón también se enfrentó a ellos:

–Entraron por mi ventana dos pares de tarzantines y dejaron el olor en mi habitación. Abrió la puerta mi hermana Nara y se desmayó cuatro veces.

Una madrugada, Pancha, la boa de su vecino Pablo Meñique, se escapó de la jaula y trepó por la cama de Valentín. Cualquiera que viera cómo se acercaba la serpiente al inventor, se pondría a temblar: un reptar inquietante y lentísimo, los mismos ojos maliciosos de Kaa en el Libro de la Selva… Y, cuando faltaba una décima de segundo para el picotazo, Valentín se despertó, se incorporó como un resorte, dio un manotazo a Pancha que la dejó KO. El gran inventor, que era

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–Claro que sí. Además, mis magníficos “reptus” pueden dialogar cuando llegan a la caja para colocarse en su posición exacta. “Eh! Naranja brillante, vente a esta zona”, dice el amarillo patata, “echemos unas risas con el color limón”.

Aunque la reportera puso cara de perplejidad, el inventor cantó imitando la voz del amarillo y sus amigos cuando se enfrentan a los colores contrarios:

“Entre los colores claros, no hay ninguno malo, y por los oscuros no des más de un duro, saca la lengua al azul y al rojo, deja de lado al color morado.”

Como ya sabemos, los niños del C.R.A. Rosa Chacel son buenos trotanubes. Cuando se calzan sus zapatos elásticos de suelas flotantes se les ocurren muchos más usos para los reptus… Es increíble lo que puede llegar a hacer un rotulador que no necesita una mano que lo guíe.

muy despistado, no sé percató de su hazaña, bebió un poco de agua del vaso donde sumergía su dentadura, y se volvió a quedar roque.

El ofidio cambió de humor cuando se despabiló del golpetazo y se limitó a hacer cosquillas en la oreja de Ravioli y a marcarle con su alargada lengua unas manchitas azules que parecían de tinta. Quizás también iluminó su la imaginación del señor Ravioli que al despertar gritó:

–¡Acabo de inventar los reptuladores! ¡Soy un sabio! Después de pintar serán capaces de arrastrarse como las serpientes para volver a los estuches.

Desde entonces lo entrevistaban muchas televisiones infantiles. Delante de los micrófonos de Antena Regaliz dijo:

–Es el hallazgo del siglo. Hasta ahora los niños dejaban tiradas sus pinturas por alfombras y terrazas, por edredones nórdicos y escritorios de madera. Y, claro, en las noches oscuras se oía a sus padres desde la cama gritar:

–Eduardo ¿Has recogido todo?

Y Edu temblaba y movía la boca como un zancudo tropical pensando:

–Halaaa, me he dejado los rotus junto a la manta del gato.

–Qué gran verdad –asintió la locutora Pepa Manopla–, había colores como el plata y el oro que se perdían definitivamente de todas las cajas.

–Ya no volverá a suceder –exclamó Ravioli mirando al horizonte.

–Ser capaz de reptar es un gran mérito para un objeto tan pequeño –señaló Pepa Manopla–, ¿sabría usted destacar alguna otra función?

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4El sapobús

Un lunes, Valentín estaba haciendo zapping repantingado en su sofá. En Antena Regaliz, su canal de televisión preferido, los padres de un niño del C.R.A. Rosa Chacel contaban lo que sucedía cuando su hijo iba por la mañana en la ruta del autobús:

–En nuestra ciudad hay muchos atascos –aseguraba el padre–. Los coches avanzan a 2 por hora, como si fueran a la pata coja; los semáforos no ofrecen música que haga la espera más entretenida. Los policías municipales bostezan como hipopótamos y ponen cara de frigopié en lugar de hacer malabares o trucos de magia a los pobres conductores…

Y la madre añadió:

–Los pequeños se quedan aletargados en sus asientos del autocar; los brazos blandos, ¡ay!, como muñecos de trapo. Dejan sus mejillas aplastadas en los cristales igual que las ventosas. ¡Qué feos están en esa postura!

Valentín apagó la tele apretando el mando con fuerza. ¡Qué horror!

–Hay noticias que dan escalofríos –pensó.

Se fue a la cama verdaderamente impactado por el programa.

–Caray, qué duro es ser padre en el siglo XXI…

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A las dos de la mañana de nuevo le sonrió la suerte. Por su ventana abierta llegó el fuerte sonido del motor del autobús nocturno y a la vez un sapo saltó de la mesilla a la colcha y después plantó sus ancas en los párpados de Valentín. Estaba tan a gusto el sapo que se echó un sueñecillo sobre la frente de nuestro gran inventor.

¡Formidable! La magia combinó de nuevo las palabras sapo y autobús en la cabecita del genuino Ravioli y nació un nuevo medio de transporte: el sapobús, un vehículo que circula a saltos, librándose de atascos y carreteras aburridas.

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encerró en la cárcel, por robar agua. Menos mal que era una cárcel de chocolate y pudieron escapar comiéndosela.

Karina Alonso empezó a darle al botón de salto para ir a Disneyland París, pero su prima Rocío no paraba de aporrear los otros botones porque quería ir a Londres. Con tanto traqueteo, el sapobús se estropeó, y Jimena Quintero tuvo que llamar a la aseguradora de la Rana Occidente, que les consiguió un sapobús de repuesto.

Marina Terceño quiso coger los mandos y se equivocó de botones, haciendo saltar al sapobús más de lo permitido, por lo que les paró la policía. Casi se les cae el pelo cuando le pidieron el carnet al conductor y resultó ser falso. Por suerte, Daniel Villar llevaba el abonosapo transporte y pudo convencer a la policía para que no les detuviera. Eso sí, les pusieron una multa de 51000€.

A la vuelta, Andrea García y sus compis gritaban tanto que el sapobús se puso tan nervioso que pego un megasalto y llegaron a Risolandia. Era un sitio genial. En el restaurante Risueño les dieron para comer risas en su tinta con ensalada graciosa y mouse de

Ya os podéis imaginar las aventuras viajeras que pueden salir de los bolis de los niños de 4º, 5º y 6º del colegio Soncillo cuando les ofreces subirse a un sapobús.

Erlantz Carrón y sus amigos le dieron cuatro veces al botón de salto y el sapobús terminó en Nueva York. Como allí todos hablaban en inglés, apretaron tres veces más el botón y se fueron a Port Aventura.

Diego Díez quería ir a Portugal con sus compañeros, pero como se pusieron a pulsar botones como locos, el sapobús dio tantos saltos que viajaron al pasado y se vieron cuando tenían dos años.

Andrea Ortiz cogió los mandos para volver a casa, pero se pasó dando saltos hacía atrás y fueron a la edad media. ¡Qué pasada! Llegaron a ganar un duelo, montados en el sapobús.

Álvar Ortiz y sus amigos se fueron a México, pero el sapobús se quedó parado en mitad del camino. Le llevaron a empujones hasta una gasolinera, pero él no quería gasolina, ellos no sabían que solo funcionaba con agua. Cuando llegaron a un estanque, la policía les

Karina Alonso

Diego Díez

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risoterapia, de postre. Como el conductor se puso pesado porque tenían que volver, le metieron en la cárcel de las cosquillas.

¡Ja, ja, ja! ¡Qué risas con el sapobús!

5La cámara cangrejo

¿Sabíais los niños que a veces los mayores tenemos peleas tontas? Valentín las sufría con la tía Rocío. Una vez, la señora Uña quería hacerle una foto a su sobrino en la que saliera muy repeinado. Haría copias de esa imagen para dárselas firmadas a los fans, como hacen Antonio Banderas y Penélope Cruz.

–No me toques la cabeza, que me gusta ir así –protestó Valentín.

–Que te peines y te repeines, te digo –insistió la tía.

–Deja mis pelos libres y alegres.

Y la tía enfadadísima:

–Te pones insoportable… ¿Sabes lo que te digo? Que tu pelo está enmarañado ¿Quién lo desenmarañará? El desenmarañador que lo desenmarañe buen desenmarañador será.

El enfado subió de tono, el inventor se fue a su dormitorio bufando y, cuando ya estaba en la cama a punto de apagar la luz, recibió un camaradazo en la tripaza.

El golpe dejó desmayados y turulatos tanto a Ravioli como a la cámara de fotos. Y como aquella noche, el que visitó la colcha fue un cangrejo de río despistado, nació otro invento singular en el cerebro de Valentín. ¡La cámara cangrejo!, un artilugio que fotografía hacia atrás, es decir, el pasado.

Andrea García

Marina Terceño

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Se reunieron por grupos los alumnos del C.R.A. Rosa Chacel para imaginar cómo saldría una foto de sus padres, amigos y profesores con la cámara cangrejo. ¿Con qué edad quedarían retratados? ¿Cómo vestirían? ¿Qué podría estar sucediendo en esas imágenes del pasado?

6¡Qué ruina!

Los alumnos descubrieron que su vida empezaba a ser mucho más fácil y divertida desde que usaban reptuladores, cámaras cangrejo y sapobuses; y, por supuesto, desde que se guiaban por el calendario de Plutón.

Decidieron de inmediato enviar cartas a Valentín pidiéndole nuevos y maravillosos objetos. Ofrecieron muchas ideas.

Valentín Ravioli leyó con mucha atención todas las ideas volcadas por los estudiantes en sus cartas. No quiso cenar, se encerró en el taller de su buhardilla dispuesto a dibujar los planos de aquellos inventos. Anotó los materiales que tendría que comprar e hizo el cálculo del dinero que necesitaba. ¡Vaya! Era un capital enorme teniendo en cuenta lo poco que le quedaba en el banco. La fábrica “Pigmentos de ultramar” solo le pagaba 0,0000001 céntimos cada vez que se vendía una caja de reptuladores. Además los materiales del prototipo de la primera cámara cangrejo los tuvo que pagar en dólares… ¡y ahora los dólares están muy caros!

–¡Claro! ¡Cómo no se me ha ocurrido antes! Pediré dinero a la tía Rocío Uña, sé que todavía guarda los ahorros de cuando era la trapecista estelar del Circo Oceánico.

–¿Y ahora me pides 20.000 euros? Me costó mucho reunirlos en aquella vida tan arriesgada –le dijo la tía Uña–. Teníamos que saltar como los chimpancés y agarrar con fuerza el trapecio para no morder

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la lona. Pero no te preocupes, yo te hago un donativo ahora mismo, Valentinillo, que tú eres mi sobrino predilecto.

Aunque al inventor no le gustaba a sus 64 años ser llamado con diminutivo, agradeció la oferta con una gran sonrisa.

Dos meses después, el pobre Ravioli se acostaba en su cama repitiéndose una sola idea: “fracaso, fracaso… esto es el fracaso de mi vida”. Los de la fábrica habían hecho mal las piezas.

A todos los niños les dio mucha pena que Valentín, por intentar fabricar los inventos que habían salido de sus pequeñas cabezas de trotanubes, ahora estuviera arruinado, y lanzaron un montón de sugerencias para sacar a su amigo de ese atolladero económico.

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7El lápiz chocolatero

Aquellas noches, para levantar el ánimo de Valentín, la tía Rocío subía a su habitación y lo tranquilizaba con la lectura de un cuento, como cuando era pequeño. Escogió el de Matilda, la historia de esa niña audaz e inteligentísima que escribió Roald Dahl. Doña Rocío se puso sus gafas, cogió un lápiz para ir señalando las líneas que recorrían sus ojos y compartió una tableta de chocolate con su sobrino. Escogió el capítulo en que Matilda hacía cálculo matemático a velocidad de cohete espacial.

Poco después Ravioli dormía feliz como un bebé. La señora Uña volvió a su cuarto. Había olvidado sobre la colcha del sobrino el libro, el lápiz y unas onzas de chocolate.

¡Magia! Ya sabéis que como algún objeto o animal reposara en la cama de Valentín durante la noche, se mezclaba con los sueños del genial Ravioli y nacía el invento más disparatado.

Al despertar, Valentín Ravioli exclamó con entusiasmo:

–¡Por las barbas de mi abuelo Pedro Garra! Construiré un lápiz con gafas, un puntero inteligente que ayude a los niños en sus tareas y exámenes. Sabrá matemáticas, literatura, inglés…

Se encerró en su buhardilla y, con algunos de los materiales que le sobraron de los últimos inventos, fabricó un precioso lápiz rayado en azul y negro con unas gafitas de madera que encajaban en unas

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orejas minúsculas. Los cristales los recortó del fondo de una botella de coca cola.

Una vez probado el artilugio, llamó a su vecino Pablo Meñique y le dijo:

–Necesito tu ayuda, quiero que lleves a tu próximo control de matemáticas este lápiz. Él te resolverá los problemas, solo tienes que dejarte llevar por sus movimientos, no aprietes los dedos para que cambie de dirección. Ni siquiera tienes que ojear el libro para estudiar el examen.

Al llegar al cole, Pablo tuvo que mentir a su amiga Ainoa Pulgar:

–¿Te salen las divisiones con tres cifras? –preguntó la niña.

–Claro, es facilísimo. También sé dibujar todos los polígonos del tema 6 –presumió Pablo.

El vecino Meñique dejó bailar al lápiz con gafas sobre el papel del examen y, al cuarto de hora, cuando muchos niños aún trataban de resolver el primer ejercicio, él se acercaba a la última pregunta.

Problema nº 10: un barco llega al puerto de Bilbao para vender en la lonja 100 kilos de anchoas. Los pescaderos le compran una cuarta parte de la mercancía. ¿Cuántos kilos le quedan por despachar a ese barco?

De pronto, después de anotar la división cien entre cuatro, el lápiz dejó de escribir, giró 180 grados y apuntó sus gafas de culo de botella en dirección al pupitre de Ainoa. Soltó la mano de Meñique y, de un salto de trapecista, se lanzó a la cajonera de la amiga de Pablo. La niña gritó con cara de susto “que se comen mi merienda” al ver que un trozo de madera con punta comenzaba a devorar los trocitos de chocolate de sus galletas.

Aunque la profesora trató de poner orden, el aula entera estaba alborotada. Todos los niños querían ofrecer sus bocadillos y zumos al lápiz con gafas para que les ayudara a resolver los ejercicios. “¿Te gusta la nocilla?” “¿Y los batidos de fresa?” “Yo te puedo dar salchichón de Salamanca”.

Pablo regresó muy enfadado a casa y le dijo a Valentín:

–Por tu culpa me han suspendido.

–¿Cómo ha sido eso? ¿Ha fallado el lápiz en los problemas de matemáticas? Pero si estaba entrenadísimo…

Meñique le explicó que el puntero inteligente se volvió turulato al oler el chocolate de las galletas de Ainoa y que la profe tuvo que

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anular el examen cuando los compañeros abandonaron su pupitre y se agolparon frente al lápiz con gafas para ofrecerle sus desayunos.

Desde entonces todos los lápices con gafas fabricados en el taller de Valentín Ravioli llevan atornillado a su espalda de madera una mochilita donde caben tres onzas de chocolate. El fabricante advertía en una nota a los compradores: “No olvides nunca reponer con chocolate con leche o negro la mochila de tu lápiz mágico si quieres que no se quede en blanco en los exámenes difíciles de conocimiento del medio o de inglés”.

Los lápices con gafas se fueron haciendo cada día más caprichosos: exigían que los macarrones se cocinaran con salsa de chocolate, o que las croquetas tuvieran el rebozado de pan chocolateado. Menos mal que los niños del C.R.A. Rosa Chacel de Pedrosa de Valdeporres y Soncillo inventaron nuevas recetas para que los alimentos más variados introdujeran el choco entre sus ingredientes.

Marina Rodríguez preparó una pizza de chocolate con harina, aceite, tomate, huevo cocido y, por supuesto, chocolate. Lo único difícil es cocer la masa.

Haize González de la Rivera se inventó una nueva variedad de arroz con verduras, gominolas, nocilla, caramelos y chocolate. Hay que acordarse de hervir 20 minutos el arroz.

Adrián Gómez decidió crear el bacalao con salsa de tomate y chocolate. ¡Delicioso!

Carla Martínez se sacó de la manga un pastel que contiene muchas galletas, tres capas de chocolate, una de nata y leche. Se debe dejar enfriar una hora en la nevera.

Roque Rodríguez innovó con un pescado aderezado con cebolla, nata, chocolate y azúcar. Es importante quitarle las espinas al pescado, no olvidar que el relleno es el chocolate y acordarse de meterlo diez minutos al horno.

Todas estas recetas tienen su recompensa. ¡El lápiz con gafas te hace los deberes por ti! Claro que, cómo ya sabemos, eso a nuestros Carla Martínez

Carla Martínez

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padres no les hace ninguna gracia. ¿Cómo les engañarían los chicos del C.R.A. Rosa Chacel?

Pues muy fácil...

Roque simularía haber perdido su lápiz normal. Carla le diría a su madre que el lápiz del estuche se le ha quedado pequeño. Adrián trataría de convencer a sus padres de las ventajas de utilizarlo. Haize aprovecharía cuando sus padres no estuvieran para usarlo, y Marina le pediría a su papá que fuera a por chocolate para distraerle mientras coge el lápiz chocolatero.

8Los tarzantines

Las noticias corren como la pólvora. Los padres y profesores estaban muy enfadados. El lápiz con gafas hacía a sus hijos vagos; en lugar de estudiar entrenaban los dedos para que estuvieran suaves: querían que su lápiz se moviera sin obstáculos, como un auténtico bailarín. Así haría sus exámenes con toda comodidad.

Una mañana, la tía Rocío Uña se despertó de repente. Oía voces y gritos desde la cama. A la velocidad del rayo se puso sus pendientes de esmeraldas verdes y la bata de guata y salió al balcón.

–¡Sobrinillo! ¡Ven de inmediato! Junto al portal hay un ejército de padres con pancartas, quieren que retires del mercado tu invento estelar.

El señor Ravioli se asomó muy indignado a la ventana y, cuando leyó los mensajes de los manifestantes, se le pusieron sus escasos pelos de punta.

–¡Abajo el lápiz con gafas!

–¡Nuestros hijos sacan 10 en todo, pero no aprenden nada!

Valentín, todo rabioso, se agachó para recoger bajo su cama 15 ó 20 calcetines sucios llenos de pelusas. Empezó a tirarlos por el balcón como misiles, unos cayeron en el pino, otros en el manzano, alguno en el peluquín del abogado Onofre Arruga…

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–¡Vaya! ¡Qué bien huele mi habitación ahora! Esos escarpines dejaban un aroma como a…

De pronto se interrumpió a sí mismo y exclamó:

–¡Ya lo tengo! Inventaré los tarzantines, calcetines voladores que saltarán como Tarzán de árbol en árbol hasta perder su mal olor.

Entusiasmado con la idea subió a su bohardilla a diseñar su nuevo producto y se olvidó por completo de los adultos protestones.

Pocas semanas después, los árboles de Pedrosa de Valdeporres y Soncillo se llenaban de tarzantines. ¡Qué hermoso es ver un calcetín moverse con la destreza del rey de los monos, saltar y caer firme sobre una rama fuerte!

A los niños de primero de primaria del C.R.A. Rosa Chacel les encantaba recoger tarzantines de los árboles y llevárselos a casa. Y como los alumnos son tan trotanubes tuvieron una idea genial: invitaron a los personajes de los cuentos clásicos a ponérselos bajo sus zapatos. ¿Qué pasaría si Caperucita se quitara sus tarzantines cuando el lobo está a punto de zampársela? ¿Llevaría Shrek tarzantines en la boda con Fiona? ¿Y si Cenicienta guardara tarzantines en su ajuar para la boda con el príncipe?

Kiril Ivailov cuenta como Pipi Calzaslargas se calzó los tarzantines para jugar al fútbol con Valentín Ravioli, pero que se puso muy triste al darse cuenta de que se perdieron de vista.

Maren Mardones nos relata la fiesta que se montaron los tarzantines, el lobo y los cerditos en casa del mayor de los hermanos.

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María Diez vio a Blancanieves desmayándose cuando estaba cogiendo manzanas por el horrible olor de los tarzantines.

Jone Osuna cree que el príncipe de la Cenicienta se desmayó con los tarzantines que ella llevaba puestos, pero que luego se fueron de boda, se dieron un beso y bailaron toda la noche. Al día siguiente, la Cenicienta salió a dar una vuelta bajo la lluvia con un paraguas.

Jesús González resalta que, como el patito feo se había puesto los tarzantines, sus hermanos patos se dejaron de reír de él.

Clara García escribe que Kika Superbruja siempre dormía con los tarzantines puestos. Gracias a ellos, nunca tenía miedo cuando se encontraba brujas malvadas en el bosque.

Denis Ventislavov sugiere que el mal olor de los tarzantines hizo caer al suelo al lobo, y que Caperucita aprovechó para arrastrarlo a la basura.

¿No te parece increíble cómo puede cambiar un cuento gracias a dos tarzantines?

A los niños de 3º de primaria también les encantaba recoger tarzantines.

Un grupo de chicos y chicas se acercaron a la historia de Caperucita con muchos pares de calcetines para probar sus efectos en los personajes del cuento. Joseba Osuna invitó a que el malvado cazador de Caperucita espantase a los animales con el movimiento de sus tarzantines. Amalia Díez fue más allá y consiguió que el lobo provocara desmayos entre los animales del bosque con el olor que desprenden. Otros, como Leire Lancha, prefirieron que la protagonista se divirtiese con ellos botando en su cama. Rocío Díez, sin embargo, quería que la abuela también cayese rendida al olfatear los tarzantines de su nieta.

Aimar Arenas y Aitana Álvarez se dieron una vuelta por el cuento de “El gato con botas”. Aitana hizo que el gato se llevase un tortazo por culpa de los tarzantines y, que además, el pobre minino con botas les tuviera que perseguir tras escaparse de su dormitorio. Aimar decidió, sin embargo, ayudar al héroe, ya que la peste de los tarzantines sirvió para vencer a los malos en la batalla.

Andrea Abendo

Jone Osuna

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Nathan Obregón y Alba Sedano decidieron pasear por las aventuras de “Los tres cerditos”. Alba decidió que el lobo se comiera a los cerditos, a pesar de que se quedara un rato alucinando por el vuelo de los tarzantines. Para Nathan, por el contrario, los tarzantines ayudaron a los tres hermanos a espantar al lobo. Para celebrarlo se fueron de fiesta los tres cerditos y los tarzantines, pero la diversión se acabo en seguida por culpa del tufo.

Andrea Abando eligió recorrer la película de Shrek. Fiona se llevó un gran susto al ver los tarzantines del ogro y le dio un tortazo que llegó hasta la otra pared de la habitación.

¿No te parece increíble cómo puede cambiar un cuento un par de tarzantines?

María Díez

Marien Mardones

Rocío Díez

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9 El frasco de Gulliver

Varios meses después, la ciudad estaba dividida en dos: niños y jóvenes por un lado; adultos y ancianos por otro. A los menores de 30, se los veía muy contentos cada vez que Valentín presentaba una nueva ocurrencia. En sus corrillos comentaban:

–Yo noto las calles bien bonitas: los tarzantines colgados de los árboles me recuerdan los adornos de Navidad –decía uno.

Y otro afirmaba:

–Desde que se aplica en mi colegio el calendario de Plutón paso las mañanas de los martes y jueves entrenando felizmente en mi casa para ser malabarista. ¡Me encanta que el fin de semana dure cinco días!

Pero los mayores estaban tan disgustados con el inventor de apellido italiano que cuando se lo cruzaban por la calle le sacaban la lengua. Era ridículo, pero así habían decidido actuar: que Valentín hacía cola en la caja del supermercado, pues, siete lenguas le apuntaban desde la frutería, pescadería, el pasillo de las conservas. Incluso la cajera, si era madre o abuela, le devolvía la tarjeta bancaria con ojos de víbora y la lengua fuera.

Por eso Valentín comentó con su vecino Pablo Meñique la situación en busca de un buen remedio.

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–Inventa algo que guste a todos, a mayores y pequeños, a bebés y ancianos nonagenarios. Acuéstate pronto que en sueños te llegan las ideas más lunares –le recordó su amigo Meñique.

A medianoche, el aire estaba caluroso y dulzón, el ambiente ideal para que se presentaran insectos raros en el jardín del señor Ravioli: como la araña tristona, que si estornuda se hace el doble de grande; o el bicho bola que cuando ronca reduce su tamaño al de la cabeza de un alfiler.

Y claro, Valentín dejó como siempre la ventana de par en par y le picaron en la nariz siete arañas tristonas. Además, tres bichos bola se pasearon por su coronilla a sus anchas.

En el desayuno, tenía las pupilas brillantes por haber encontrado el invento perfecto:

–¡Fabricaré el frasco de Gulliver! Un líquido mágico que cambiará el tamaño de las cosas: que te toca puré de acelgas y no te gusta, echas tres gotas del frasco y ¡plas! de pronto todo el caldo cabe en un dedal. Que el zumo de manzanas asturianas está riquísimo… echas cinco gotitas del líquido Gulliver y delante de ti verás un cubo con asas lleno de tu bebida preferida.

Entonces pidió ayuda a los más indicados para probar el invento de Valentín: los alumnos de la escuela infantil del colegio C.R.A. Rosa Chacel. Ellos nos explicaron y dibujaron lo que puede pasar si usas el frasco de Gulliver.

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