el diamante del rajá

162
El diamante del rajá Robert Louis Stevenson Obra reproducida sin responsabilidad editorial

Upload: yany-almonte

Post on 18-Aug-2015

230 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

Literatura

TRANSCRIPT

El diamante del rajRobert LouisStevenson Obra reproducida sin responsabilidad editorialAdvertencia de Luarna EdicionesEste es un libro de dominio pblico en tantoque los derechos de autor, segn la legislacinespaola han caducado.Luarna lo presenta aqu como un obsequio asus clientes, dejando claro que:1) Laedicinnoestsupervisadapornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.2) Luarnaslohaadaptadolaobraparaque pueda ser fcilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.www.luarna.comHHiissttoorriiaaddeellaassoommbbrreerreerraaHarryHartleyhabarecibidolaeducacinpropia de un caballero hasta los diecisis aos,primero en una escuela privada y luego en unadeesasgrandesinstitucionesqueforjaronlafama de Inglaterra. Manifest entonces un no-table desdn por el estudio y, como el nico desuspadresqueanvivaerapersonadbileignorante, en adelante se le permiti dedicarsea actividades simplemente frvolas y elegantes.Dos aos ms tarde se encontr hurfano y casimendigo.PortemperamentoyformacinHarryfuesiempreincapazdetodaempresaactivaoindustriosa.Entonabacancionesro-mnticas,acompandosediscretamenteenelpiano; no le faltaba gracia con las damas, aun-que fuese ms bien tmido; gustaba mucho delajedrez; en fin, la naturaleza le haba enviado almundo con un aspecto ms que atractivo. Erarubio y rosado, con saltones ojos de paloma ysonrisasimptica,tenaunairedeagradableternuramelanclicaymodalessuavesyhala-gadores.Dichoesto,esprecisoreconocerqueno se contaba entre los hombres que comandanejrcitos o presiden gobiernos.Unaocasinfavorableyalgo deinfluenciahicieron que Harry consiguiera en su hora dedesamparoelcargodesecretarioprivadodelcomandante general sir Thomas Vandeleur. SirThomas era un hombre de sesenta aos, ruido-so, violento y dominante. Por alguna razn, porun servicio cuyo carcter se contaba en voz bajay se negaba con reiteracin, el raj de Kashgarhaba regalado a sir Thomas el sexto diamantedelmundo.Elobsequioconvirtialgeneral,que siempre haba sido pobre,en un hombrerico, y dej de ser un militar vulgar y de pocosamigosparaconvertirseenunadelascele-bridades de Londres. Dueo del Diamante delRaj,fue bien recibido en los crculos ms ex-clusivos y hasta encontr a una hermosa damade buena familia dispuesta a considerar comosuyo eldiamante, e incluso de casarse con sirThomasVandeleur.Porentoncessoladecirseque, puesto que las cosas semejantes se atraenentres,unajoyahabaatradoaotra;ladyVandeleur no slo era una joya de muchos qui-lates, sino que ostentaba un engaste muy lujo-so; varias autoridades respetables la colocabanentrelastresocuatromujeresmejorvestidasde Inglaterra.Comosecretario,losdeberesdeHarrynoeranparticularmenteirritantes;perotodotra-bajoprolongadoleinspirabaverdaderaaver-sin; le disgustaba mancharse los dedos de tin-ta; y los encantos de lady Vandeleur y sus ropa-jesle llevaban con mucha frecuencia de la bi-bliotecaalgabinete.Tenacon lasmujereslasmaneras ms delicadas, disfrutaba hablando demodas y nada le haca ms feliz que criticar elcolor de un lazo o llevar un encargo a la modis-ta. En suma, la correspondencia de sir Thomassufri un retraso lamentable y la duea de casatuvo una nueva criada.Un buen da el general, uno de los jefes mili-tares ms impacientes, se levant de su asientopresa de un violento ataque de clera e informa su secretario que en adelante no tendra nece-sidad de sus servicios, valindose, a manera deexplicacin, de uno de aquellos gestos que muyrara vez se usan entre caballeros. Por desgracia,la puerta estaba abierta y el seor Hartley rodpor las escaleras.Seincorporalgomaltrechoyprofunda-mente resentido. La vida en casa del general erade su predileccin; su condicin, ms o menosambigua, le permita alternar con la gente dis-tinguida; trabajaba poco, coma muy bien y enpresenciadeladyVandeleurleinvadaunavaga complacencia a la que en su propio cora-zn daba un nombre ms enftico.Inmediatamente despus de sufrir el ultrajeinferido por el pie militar, corri al gabinete acontar sus penas.-Sabe usted muy bien, miquerido Harry -ledijoladyVandeleur,quelellamabaporsunombre,como a un nio o a un criado-,queusted no hace nunca, ni por casualidad, lo quele ordena el general. Tampoco yo, me dir us-ted. Pero la cosa es distinta. Una mujer puedehacerse perdonar un ao entero de desobedien-cia con un solo acto de hbil sumisin; adems,no se acuesta con su secretario. Sentir muchoperderle pero, como no puede quedarse dondelehaninsultado,ledeseobuenasuerteyleprometoqueelgeneralsearrepentirdesucomportamiento.Harry se sinti anonadado; se le cayeron laslgrimas y se qued mirando a lady Vandeleurcon un gesto de tenue reproche.-Seora -dijo-, qu es un insulto? Toda per-sona seria puede perdonarlos por docenas. Peroabandonaralosamigos;romperloslazosdelafecto...Nopudoseguir,puesleahogabalaemo-cin, y se ech a llorar.Lady Vandeleur le mir con una expresincuriosa.Este joven imbcil -pensaba- cree estar estenamorado de m. Por qu no servirme de l?Tiene buena pasta, es servicial, sabe de modas.Adems, as no se meter en los: es demasiadoguapo para dejarle suelto en plaza.Esa noche habl con el general, que se sentaun poco arrepentido de su verborragia, y Harryfue transferido al rea femenina, enel que suvida se hizo poco menos que celestial. Siempreiba vestido de punta en blanco, luca delicadasflores en el ojal y atenda a todo visitante contacto y buen humor. Su relacin servilcon unadama tan hermosa le llenaba de orgullo; recibalas rdenes de lady Vandeleur como muestrasde favor; gustaba de exhibirse ante otros hom-bres, que se burlaban de l y le despreciaban,en su condicin de criada y modista masculino.No se cansaba de pensar en su existencia, con-siderndolabajounpuntodevistamoral.Lamaldadleparecaunatributofundamental-mente viril, y pasar los das con una mujer tanfina, ocupado sobre todo de sus vestidos y al-hajas, era como vivir en una isla encantada enmedio del proceloso mar de la vida.Unamaanaentralsalnycomenzaarreglar unos partituras sobre el piano. Al otroextremo de la habitacin, lady Vandeleur con-versaba animadamente con su hermano, Char-lie Pendragon, un joven con una fuerte cojera aquienlavidadisipadahabaenvejecidoantesde tiempo. El secretario privado, a cuya entradanoprestaronatencin,escuchsinquererloque hablaban.-Ahoraonunca-decalaseora-.Debeserhoy, de una vez por todas.-Pueshoy,siasdebeser-respondisuhermano con un suspiro-. Pero es un error, Cla-ra, un grave error que nos pesar en el alma.Lady Vandeleur mir a su hermano fijamen-te, de manera algo extraa.-Te olvidas de que, al fin y al cabo, ese hom-bre debe morir -le dijo.-Mi querida Clara -dijo Pendragon-, eres labribona ms desalmada de Inglaterra.-Yvosotrosloshombressoistangroserosquenosabisdistinguirlosmatices-contestella-. Sois rapaces, rudos, incapaces de la menordistincin y, sin embargo, cuando una mujer sepermite ser precavida, os llevis las manos a lacabeza. Carezco de paciencia para soportar esastonteras; despreciarais enun banquero la es-tupidez que esperis de nosotras.-Esposiblequetengasrazn-admitisuhermano-. Siempre fuiste ms lista que yo. Yasabes mi lema: Ante todo la familia.-S, Charlie -respondi ella, cogiendo la ma-no de su hermano entre las suyas-. Conozco tulema mejor que t. Y antes que la familia, Cla-ra. No es sa la segunda parte? Eres el mejorde los hermanos y te quiero mucho.El seor Pendragon se puso en pie, confun-dido por tantos mimos fraternales.-Ms vale que no me vean -dijo-. S mi papelal pie de la letra y no perder de vista al mansogatito.-Eso,sobre todo -respondi ella-. Esunbi-cho muy miedoso y puede echarlo todo a per-der.Le lanz un beso con la mano y su hermanose retir, pasando por el gabinete y la escalerade servicio.-Harry-dijoladyVandeleur,volvindoseasu secretario tan pronto como estuvieron solos-,tengo un encargo para usted esta maana. Ten-dr que coger un coche, no quiero que mi secre-tario camine con este sol, que es malo para lapiel.Dijo estas palabras con nfasis, con una mi-rada de orgullo semimaternal; el pobre Harry,feliz, se declar encantado de servirla.-ste ser otro de nuestros grandes secretos -sigui diciendo la seora-, nadie debe saberlo,salvo mi secretario y yo. Sir Thomas hara unescndalo:sisupieraustedloqueestoymemolestan sus escenas! Ah, Harry, Harry: pue-de explicarme por qu son los hombres tan in-justos y prepotentes? No, s muy bien que nopuede,puestoqueeselnicohombredelmundo que lo ignora todo de las pasiones ver-gonzosas.Ustedestanbuenoyamable!Almenos, puede ser amigo deuna mujer y,sa-be?,creoque,encomparacin,losdemspa-recen todava ms desagradables.-Es ustedquien se porta amablemente con-migo-dijoHarry,siempregalante-.Metratacomo...-Comounamadre-leinterrumpiladyVandeleur-. Trato de ser una madre para usted.O, por lo menos -se corrigi, con una sonrisa-,casi una madre. Creo ser demasiado joven to-dava.Digamosqueunaamiga,unaqueridaamiga.Se interrumpi lo suficiente para que sus pa-labrashiciesenefectoenelsentimentaljoven,aunque no lo bastante como para darle tiempoa responder.-Pero todo esto no viene al caso -sigui di-ciendo-. Encontrar usted, a la izquierda, en elarmario de roble, una sombrerera: est bajo elvestidocolorrosaquemepuseelmircoles,junto a mi encaje de Malinas. Llvela en el actoa esta direccin -y le dio un papel-, pero no laentreguedeningunamanerahastaquenolehayandadounreciboescritopormmisma.Meentiendeusted?Conteste,porfavor...,contsteme! Esto es de la mayor importancia ydebo pedirle toda su atencin.Harry la tranquiliz repitiendo susinstruc-ciones,ylaseoraibaacontinuarcuandoelgeneral Vandeleur penetr atropelladamente alapartamento, rojo de ira, llevando en la manolo que pareca ser una larga y minuciosa cuentade la modista.-Quiere usted ver esto, seora? -exclamabaagritos-.Quiereustedtenerlabondaddeechar una mirada a esta factura? S muybienquesecasustedconmigopormidinero,yestoydispuestoasertanindulgentecomocualquier otro oficial pero, vive Dios!, hay queponer fin a este vergonzoso dispendio.-SeorHartley-dijoladyVandeleur-,creoque ha entendido usted la comisin. Le ruegoque vaya ahora mismo. -Un momento -dijo elgeneral,dirigindoseaHarry-.Dospalabras,antes de que se vaya usted. -Y, volvindose a sumujer: Cul es la comisin de este joven? Per-mtame decirle que no confo en l ms que enusted. Si le quedase un mnimo de honradez nose habra marchado de esta casa, y lo que hacepara ganarse su sueldo es un misterio general.Dnde le enva usted, seora? Y por qu tande prisa?-Cre que quera decirme algo en privado -respondi la seora.-Hablusteddeunacomisin-insistielgeneral-. No trate de engaarme en mi estadodenimo.Estoysegurodequehabldeunacomisin.-Si se empea en que los criados sean testi-gosdeestashumillantesdiscusiones-respondi lady Vandeleur-, tal vez debo pedirleal seor Hartley que tome asiento. No? Enton-cespuedeirse,seorHartley.Confoenquerecuerdetodolopresenciadoenestahabita-cin: puede serle til.Harry huy del saln y, mientras suba co-rriendoalosaltos,siguioyendolavozdelgeneral,contonosmsdeclamatorios,ylaagudavozdeladyVandeleur,queinterponaresponda heladamente cada vez que se le pre-sentabalaocasin.QuadmiracinsentaHarryporlamujer!Conquhabilidadsabaeludiruna preguntaindiscreta!Conqudes-carotansegurodeshabarepetidosusins-trucciones ante las mismas barbas del enemigo!Y, de otra parte, cmo detestaba al marido!Nadahabadeextraoenloocurridoesamaana,puestenaporcostumbrecumplirmisiones secretas a lady Vandeleur, sobre todocon la modista. Harry saba muy bien el terriblesecretoqueescondalacasa:laextravaganciasin fondo de la seora y sus deudas incalcula-bles haban devorado haca tiempo su fortuna yamenazaban da a da acabar con la del marido.Una o dos veces al ao pareca que el escndaloylaruinaeraninminentes.EntoncesHarrytrotaba a toda clase de tiendas, contaba menti-ras,entregabapequeosadelantosacuenta,hasta que todo se arreglaba y la dama y su fielsecretario volvan a respirar. Harry se hallabadoblemente comprometido con uno de los dosbandos:nosloadorabaaladyVandeleuryaborreca al marido, sino que su temperamentosimpatizaba con el amor a la elegancia; las ni-casextravaganciasquelmismosepermitaeran con el sastre.La sombrerera estaba donde le haban dicho,se arregl cuidadosamente para salir y dej lacasa. Era una maana de sol; deba recorrer unadistancia considerable y record con desalientoquelabruscairrupcindelgeneralhabaim-pedido que lady Vandeleur le entregase dineropara un coche. En un da tan caluroso, una ca-minata tan larga poda hacerle dao, y atrave-sar Londres con una caja de sombreros bajo elbrazoeraunahumillacincasiinsoportableaun joven de su temperamento. Se detuvo a pen-sar lo que deba hacer. Los Vandeleur vivan enEatonPlaceysudestinosehallabacercadeNotting Hill: deba cruzar el parque, evitandolos senderos ms frecuentados, y dio gracias asubuenaestrelladequetodavafueserelati-vamente temprano.Alegre de librarse de su ncubo, ech a ca-minar algo ms rpido que de costumbre, y yaestaba muy entrado en el parque de Kensingtoncuando, en un lugar solitario y entre rboles, setop cara a cara con el general.-Ustedperdone,sirThomas-dijoHarry,hacindose a un lado cortsmente, pues el otrose haba plantado en medio del camino.-Dnde va usted, seor? -pregunt el gene-ral.-Doy un paseo por elparque -contest eljo-ven.Elgeneralgolpelasombrereraconelbastn.-Con eso? -grit-. Miente usted, seor, y sa-be muy bien que miente.-Sir Thomas -dijo Harry-, no estoy acostum-brado a que se me trate de esa forma.-No entiende usted su situacin -dijo el ge-neral-. Es usted mi criado, y adems un criadoque me inspira las ms graves sospechas. C-mo puedo saber que la sombrerera no est llenade mis cucharitas de t?-Es la caja del sombrero de copa de un ami-go -dijo Harry.-Muy bien -respondi el general Vandeleur-.Entonces, quiero ver ese sombrero de copa. Lossombreros me inspiran gran curiosidad -aaditorvamente-, y usted sabe muy bien que no megusta andar con rodeos.-Leruegoquemeperdone,sirThomas-sedisculp Harry-. Lo siento muchsimo, pero esun asunto privado. El general le cogi brusca-mentedelbrazoylevantconunamanoelbastn,enademndelomsamenazador.Harry se crea ya perdido, pero en ese momen-to el cielo le envi un defensor inesperado en lapersona de Charlie Pendragon, quien aparecientre los rboles.-No haga usted eso, general -dijo-; no es nicorts ni valiente.-Ah! -exclam el general, volvindose a sunuevoantagonista-. Seor Pendragon!Supo-ne usted, seor Pendragon, que porque hete-nido la desgracia de casarme con suhermanadebo permitir que me persiga y me detenga unlibertinoarruinadoydesacreditadocomous-ted? Mi relacin con lady Vandeleur, seor, meha quitado las ganas de ver a los dems miem-bros de la familia.-Yseimaginausted,generalVandeleur-replic Charlie-, que porque mi hermana tuvola desgracia de casarse con usted ha renunciadoa todos los derechos y privilegios de una dama?Ese matrimonio, no lo niego, le hizo perder suposicinpero,antemisojossiguesiendounaPendragon.Vengoadefenderladeunultrajetan poco caballeresco, y ya puede usted ser diezveces su marido: no permitir que se limite sulibertad, ni que se detenga por la violencia a susmensajeros privados.-Qu me dice usted, seor Hartley? -dijo elgeneral-. Parece que el seor Pendragon es demimismaopinin.TambinlcreequeladyVandeleur tiene algo que ver con el sombrerode copa de su amigo.Charlie comprendi que haba cometido unerror imperdonable y se apresur a repararlo.-Cmo, seor? -dijo-. Que yo sospecho al-go,dice usted? Yo no sospecho nada.Me habastadoverqueustedabusadesufuerzaymaltrata a los inferiores, para tomarme la liber-tad de intervenir.Y mientras deca estas palabras le haca se-asaHarry,perosteerademasiadolentooestaba demasiado turbado para comprenderlas.-Cmodeboentendersuactitud,seor?-quiso saber el general.-Seor,comoustedquiera-respondiPen-dragon.El general levant otra vez el bastn y lanzun golpe a la cabeza de Charlie quien, aunquecojo, lo par con el paraguas, se adelant y suje-t a su formidable adversario.-Corra,Harry,corra!-gritaba-.Rpido,idiota!Harryquedpetrificadoduranteuninstante,observandoalosdoshombresqueforcejeabanenferozabrazoyluego,dandomediavuelta,se echacorrer. Todavalanzunamiradaporencimadelhombro,yvioalgeneralportierra,tratandoesfuerzosporin-corporarse, y a Charlie que le haba puesto larodilla encima; el parque pareca lleno de genteque corra de todas partes hacia el lugar de lapelea. El espectculo agreg alas a los pies delsecretario,quenodisminuysucarrerahastallegar a Bayswater Road e internarse al azar enuna callejuela poco frecuentada.La imagen de dos caballeros conocidos apo-rrendosebrutalmentefueparaHarryalgoverdaderamenteespantoso.Queraolvidarloque haba visto; sobre todo, deseaba alejarse lomsposibledelgeneralVandeleur;ensuan-siedad, no pens ms en el lugar al que se diri-ga y sigui para adelante, apurado y tembloro-so. Cuando se acordaba de que lady Vandeleurestaba casada con uno de los gladiadores y erahermanadelotro,sentaprofundacompasinpor alguien con tan mala suerte en la vida. Has-tasupropiopuestoencasadelgeneralseleantojaba menos agradable que de costumbre ala luz de hechos tan desagradables.Habaavanzadociertadistanciaabsortoenestasmeditaciones,cuandounligerochoquecon un transente le record la sombrerera quellevaba bajo el brazo.-Cielos! -exclam-. Dnde tengo la cabeza?Y dnde estoy?Y consult el sobre que le haba dado la se-ora. En l constaban las seas, pero no habanombres.LasinstruccionesdeHarryeranpreguntarporelcaballeroqueesperabaunpaquete de parte de lady Vandeleur y, si noestaba en casa, aguardar su regreso. El hombre,aadalanota,debaentregarleunrecibodepuo y letra de la propia seora. Aquello pare-camuymisterioso,yaHarryleadmirabansobre todo la falta denombre y la formalidaddelrecibo.Nolehaballamadolaatencincuando lo escuch pero,leyndolo con sangrefra, y en relacin con otros detalles extraos, seconvenci de que estaba metido en un lo muypeligroso.Duranteunsegundollegadudarde la propia lady Vandeleur, pues unos mane-jos tan turbios eran indignos de una gran dama,y se senta ms crtico por que ella no le habareveladosussecretos.Noobstante,laseoraejerca un dominio tan grande sobre su esprituque desech sus sospechas y hasta se reprochamargamentehaberlasabrigadoduranteunmomento.Su deber y su inters coincidan en algo: sugenerosidady sustemores;debalibrarsecontoda la rapidez posible de la sombrerera.Preguntporladireccinalprimerpolicaque vio y supo que no se hallaba lejos de sudestino. Unos minutos de caminata le llevarona una pequea casa recin pintada y mantenidacon elcuidado ms escrupuloso. Elllamador yla campanilla estaban relucientes, las ventanasadornadas con macetas de flores y provistas dericascortinasqueocultabanelinterioralasmiradas curiosas. El lugar tena un aire de re-poso y de secreto, y Harry, ganado por elam-biente,golpelapuertaconlamayordiscre-cin, quitndose con especial cuidado el polvode los zapatos.Unacriadabastanteatractivaleabrilapuerta y pareci observar al secretario con ojosllenos de simpata.-Traigo un paquete de lady Vandeleur -dijoHarry. -Ya lo s -respondi la muchacha-, peroelcaballeronoseencuentraencasa.Quiereusted dejar el paquete? -No puedo. Tengo ins-trucciones de entregarlo slo bajo cierta condi-cin.Leruegoquepermitaqueleespere.-Bueno -dijo ella-. Supongo que puedo permitr-selo. Estoy muy sola, se lo aseguro, y usted noparecedeesostiposquedevoranjovencitas.Peronomepregunteelnombredelcaballeroporque no se lo puedo decir.-Caramba! -exclam Harry-. Qu cosa msrara! Pero desde hace un tiempo voy de sorpre-saensorpresa.Creoque puedopreguntarlealgo sin ser indiscreto: es el dueo de la casa?-Es un inquilino, y desde hace unos ocho d-as -respondi la criada-. Y ahora le hago yo unapregunta: conoce usted a lady Vandeleur?-Soy su secretario privado -dijo Harry, con elfuego del orgullo contenido.-Es bonita, verdad?-Ah, hermossima! Muy bonita, y buena, yamable.-Usted tambin parece amable -dijo ella-, yleapuestoquevaleporunadocenadeesasladies Vandeleur.Harry se sinti escandalizado.-Yo soy el secretario, nada ms!-Lo dice por m? -pregunt la joven-. Por-que yo soy la criada y nada ms. -Y luego, antela evidente confusin de Harry, agreg-: Ya sque no lo dice con mala intencin. Me cae ustedbien y su lady Vandeleur no me importa nada.Oh, estos seores! -aadi, levantando la voz-.Enviarauncaballerodeverdadcomousted,con esa caja de sombreros, y a pleno da.Mientras conversaban haban mantenido enlas posiciones de un comienzo,ella en el um-bral,lenlaacera,conlacabezadescubiertaparaestarmsfrescoylacajabajoelbrazo.Pero despus de estas ltimas palabras, Harryno pudo soportar tantos elogios a quemarropa,ni la mirada incitadora que los acompaaba, yempezamoverseyamirar,algoconfuso,aderecha e izquierda. Al volver la cara hacia elextremo inferior de la calle, sus ojos tropezaron,parasuindescriptibledesaliento,conlosdelgeneralVandeleur.Elgeneral,enunarrebatodecalor,urgenciaeindignacin,recorralascalles en busca de su cuado pero, tan prontocomodivisaldelincuentesecretario,cambidepropsito,sucleraseencauzporunanuevava,yseprecipitasuencuentroconmuecas y vociferaciones de lo ms soeces.Harry entr de un salto en la casa, empujan-do a la criada delante suyo, y peg un portazoen las narices de su perseguidor.-Hay unatranca? La puerta se cierra conllave? -pregunt, mientras toda la casa resona-ba con la salva de golpes que el general descar-gaba con el llamador.-Porqu, qu le pasa? -dijo la criada-. Leasusta ese seor?-Si me atrapa soy hombre muerto -contestHarry en susurros-. Me ha perseguido todo elda y lleva un estoque en el bastn; es un oficialdel ejrcito de la India.-Qumaneradeportarse!Ycmosella-ma?-Eselgeneralparaquientrabajo.Quiereapoderarse de esta sombrerera.-No se lo dije? -dijo la joven con un gesto detriunfo-. Ya saba yo que su lady Vandeleur novalanada,ysiustedtuvieraojosenlacara,tambin lo vera. Una descarada, una falsa, selo digo yo!El general continuaba en sus ataques con elaldabn y, furioso por que no le abran, empeza lanzar puntapis y puetazos contra la puer-ta.-Afortunadamenteestoysolaenlacasa-observlamuchacha-.Sugeneralpuededargolpeshastaqueseharte,nohaynadieparaabrirle. Venga conmigo!Al decir esto, condujo a Harry a la cocina, lehizo sentarse y se qued junto a l, ponindoleafectuosamente la mano en el hombro. El estr-pito de los aldabonazos, lejos de disminuir, sehaca atronador, y cada golpe haca temblar alpobre secretario.-Cmo se llama usted? -pregunt la mucha-cha.-Harry Hartley.-Yo me llamo Prudence. Le gusta mi nom-bre?-Es encantador -dijo Harry-. Pero oiga esosgolpes.Esehombreacabarporromperlapuertay,Diosmeayude,serparamunamuerte segura.-Sealterademasiado-contestPrudence-.Djelequegolpee,selastimarlasmanos.Cree usted que lo tendra aqu si no estuviesesegura de salvarle? No, yo soy buena amiga dela gente que me cae bien, y la puerta de serviciodaaotracalle.Pero-aadi,puesHarrysehaba puesto en pie de un salto al or la buenanoticia- no se la ensear si no me besa. Quie-re darme un besito, Harry?-Por supuesto -respondi Harry, acordndo-sedesugalantera-.Ynoporqueexistaunapuertadeservicio,sinoporqueesustedtanbuena y tan bonita.Y le administr dos o tres carios que fueronretribuidos en especie.LuegoPrudencelellevhastalapuertay,poniendo la mano en la llave, le pregunt:-Vendr usted a verme?-Claro que s! -dijo Harry-. No le debo aca-so la vida?-Ahora-dijoella,abriendolapuerta-corratodoloquepueda,quevoyadejarentraralgeneral.Harrynotenanecesidaddelconsejo;elmiedo le daba alas,y se dedic a huircon lamayor diligencia. Unos cuantos pasos, pensaba,y superadas las pruebas, podra volver junto alady Vandeleur con honor y seguridad. Pero nohaba dado esos pasos y ya escuchaba una vozdehombrellamndoleporsunombreentremaldiciones;alvolverlacabezavioaCharliePendragonqueagitabalosbrazos,hacindoleseasderegresar.Lasorpresadeestenuevoincidentefuetansbitayprofunda,yHarryhaba llegado a tal punto de tensin nerviosa,que no se le ocurri nada mejor que aumentarla velocidad de su fuga. Tendra que haber re-cordado, por supuesto, la escena en el parquede Kensington; debiera haber pensado que, si elgeneral era su enemigo, Charlie Pendragon slopoda ser un aliado. No obstante, tal era la fie-bre y alteracin de su nimo que no tuvo pre-sentesestasconsideracionesycontinucallearriba como alma que lleva el diablo.Por su tono de voz y las imprecaciones quelanzaba contra el secretario, era claro que Char-lie estaba enfurecido; corra tambin, lo ms deprisa que poda, pero se hallaba en desventaja,ya pesarde sus gritos y los golpes quedabacon el pie cojo contra el pavimento, empez aperder cada vez ms terreno.Harry sinti que renacan sus esperanzas. Lacalle era estrecha y empinada, pero muy solita-ria, con muros de jardines cubiertos de hiedra aambos lados, y el fugitivo no vea delante de sni una sola persona, ni una puerta abierta. LaProvidencia, cansada de la persecucin, le alla-naba la ruta de escape.Ay!Cruzabadelantedeunjardncuandode pronto se abri una puerta, a la sombra deunos castaos,y vio la figura de un chico decarnicero, con una bandeja vaca, que se dispo-na a salir. Harry apenas si repar en su presen-ciayyaestabaunospasosmslejos,peroelmuchachotuvotiempodeobservarle.Lesor-prendi mucho que un caballero corriendo porla calle y lanz detrs de s gritos burlones.Aquel mandadero hizo que Charlie Pendra-gon tuviera una nueva idea y, aunque casi sinaliento, tuvo fuerzas para levantar una vez msla voz:-Al ladrn! -grit-. Al ladrn!Y el chico del carnicero, repitiendo el grito,se uni en el acto a la persecucin.Fue un momento amargo para el pobre se-cretario. El miedo le hizo acelerar su carrera yganarterrenosobresusperseguidores,perosaba que pronto estara agotado y, si se topabaconalguienquevinieseendireccinopuesta,susituacin,enunacalletanestrecha,seradesesperada.Debohallardondeesconderme-pens-,ytienequeserprontootodohabrterminadopara m en esta vida. No bien le haba pasadoesta idea por la cabeza, cuando la calle dobl aun lado y sus adversarios le perdieron de vista.Haymomentosenlosqueelmenostenazdelos hombres aprende a portarse con energa yfirmeza, y el ms precavido olvida su pruden-ciayadoptaunadecisintemeraria.Estafueuna de esas situaciones para Harry Hartley, ylos que mejor le conocan hubieran sido los msasombrados ante su audacia. Se detuvo de re-pente, lanz la sombrerera por encima del mu-ro, salt con gran agilidad y, con la ayuda delas manos, pas del otro lado y cay de cabezaen el jardn.Recobr el sentido poco despus, sentado enmediodeunarriatederosales.Lesangrabanlas manos y las rodillas que se haba cortado alsaltar, pues el muro estaba protegido por unagran cantidad de cascos de botella; senta todoelcuerpodescoyuntadoyunamolestasensa-cin de mareo. Frente a l, ms all del jardn,que estaba maravillosamente ordenado y llenodefloresdelperfumemsagradable,violaparte trasera de una casa. Era una casa grande eindudablementehabitadapero,encontrastecon el jardn, era de apariencia fea, descuidada,algo siniestra. Los muros del jardn la rodeabanpor todas partes.Harry lo vea todo, pero su cabeza no conse-gua registrar las cosas ni llegar a una conclu-sin racional. Oy quealguien se aproximabaporelsenderoydesvilavistaenesadirec-cin, sin saber si defenderse o huir.El hombre que acababa de llegar era un per-sonajerobusto,tosco,deaspectomezquino,vestido de jardinero y con una regadera en lamano izquierda. Una persona ms en sus caba-les se habra alarmado al ver su enorme estatu-ra y la feroz mirada de sus ojos negros. Harryse hallaba excesivamente aturdido por la cadaparatenermiedo;nolequitaljardinerolosojos de encima, pero no hizo nada y le permitiacercarse,cogerledel hombro yponerlebrus-camente de pie sin oponer, por su parte, la me-nor resistencia.Durante un momento se miraron lentamentea los ojos,Harry fascinado y elhombre muycolrico, con expresin cruel y burlona.-Quin eres t? -pregunt por fin-. Quineres t que saltas mi muro y destrozas mi Gloi-re de Dijon? Cul es tu nombre? -agreg, sa-cudindole-. A qu has venido? Harry no lo-graba dar una sola palabra de explicacin.Enese instante Pendragon y el muchacho cruzaroncorriendo al otro lado del muro, y el ruido desus pasos y sus gritos enronquecidos retumba-ronenlacalle.LaspreguntashabanhalladorespuestayeljardinerodirigisumiradaaHarry con una sonrisa odiosa.-Un ladrn! -dijo-. Creo que te debes ganarbien la vida, porque vas muy bien vestido, co-mouncaballero.Notedavergenzairtanbienaseado,cuandotantagentehonradanodisponederopasasnidesegundamano?Habla, rufin! Entiendes ingls, supongo, y ty yo tenemos muchas cosas que hablar antes deque te lleve a la comisara.-Seor, esto es una equivocacin -le contestHarry-. Si quiere usted venir conmigo a casa desir Thomas Vandeleur, en Eaton Place, le garan-tizo que todo podr aclararse. La persona msrespetable,medoycuentaahora,puedefcil-mente convertirse en un sospechoso.-Mira, jovenzuelo -dijo el jardinero-, contigono voy sino a la comisara de aquallado. ElinspectoriraEatonPlace,ytendrmuchogusto en tomar el t con tus grandes amistades.O quieres que vayamos a ver al ministro? SirThomas Vandeleur, dice! Crees que no conoz-co a un caballero cuando le veo, y que le voy aconfundir con un bellaco como t? Ya puedesvestirte como quieras, que a m no me engaas.Miren esa camisa, que debe valer ms que misombrero del domingo, y esa chaqueta acabadade estrenar, y esas botas!La mirada del hombre haba ido bajando y,de repente, detuvo sus comentarios ofensivos yse qued con los ojos fijos en elsuelo. Cuandovolvi a hablar su voz se haba alterado maneraextraa.-Pero qu es esto, en nombre del Seor?Harrysiguilamiradadeljardineroyvioun cuadro que le dej mudo de sorpresa y te-rror. Al caer haba aplastado con el cuerpo lasombrerera,quesehabapartidoendos,de-jandoalavistaungrantesorodediamantes,ahora hundidos en la tierra o esparcidos por elsuelo con abundancia majestuosa y esplndida.Vio una magnfica diadema que haba admira-do muchas veces en lady Vandeleur; anillos yprendedores,pendientesybrazaletes,yhastadiamantes sin engastar, cados entre los rosalescomogotasderocomatinal.Entrelosdoshombres haba por tierra un tesoro inmenso: untesoroensuformamsatrayente,macizaydurable, que poda llevarse en un delantal, be-llsimo ens mismo,brillando ala luz del solcon mil destellos de todos los colores.-Dios mo! -dijo Harry-. Estoy perdido!En ese momento su mente regres al pasadocon la velocidad incalculable del pensamiento yempez a comprender sus aventuras del da, acoordinarlascomountodoyareconocerlaamargasituacinenlaque sehallabainvolu-crado.Miralrededortratandodeencontrarayuda,peroestabasoloeneljardn,conlosdiamantes desparramados y junto a su terribleinterlocutor, y no oa sino el rumor de las hojasy los rpidos latidos de su propio corazn. Noesdesorprenderque,perdiendoelnimo,eljoven repitiera con voz quebrada: -Estoyper-dido!El jardinero miraba en todas direcciones conaire culpable, pero no habanadie asomado alas ventanas y pareci tranquilizarse.-Ten valor, idiota! -dijo-. Lo peor ya ha pa-sado.Cmonomedijistequehaybastantepara dos? Para dos? Para doscientos!Vmo-nos de aqu, que nos pueden ver, y por amor deDios, ponte el sombrero y lmpiate. No puedesdar dos pasos con ese aspecto irrisorio.Sin pensarlo, Harry hizo lo que el otro le de-ca; el jardinero se arrodill y se puso a recogerlas joyas, metindolas otra vez en la sombrere-ra. Nada ms tocar los riqusimos cristales, surobusta figura se estremeci de pies a cabeza; lacaraseletransfigur,lebrillaronlosojosdecodicia;msan,parecidemorarlujuriosa-mentesuocupacinacariciandocadaunodelos diamantes. Por fin, ocult la caja entre susropas e hizo a Harry una seal de que le siguie-ra, dirigindose a la casa.Cerca de la puerta hallaron a un joven, sinduda un religioso, moreno y muy bien planta-do, pulcramente vestido como corresponde a sucasta, en cuyo aspecto se combinaban debilidadyresolucin.Eljardineroparecicontrariadopor el encuentro, pero puso la mejor cara quepudo y, acercndose al clrigo con aire sonrien-te y obsequioso, le dijo:-Hermosa tarde tenemos, seor Rolles. Unahermosa tarde, como que Dios es grande! Estejovenesunbuenamigoquehavenidoavermis rosas. Me he tomado la libertad de traerle yno creo que ninguno de los inquilinos se opon-ga.-En cuanto a m -contest el reverendo seorRolles-, no me opongo, nicreo que los demspuedan oponerse en un asunto de tan intrans-cendente.Eljardnessuyo,seorRaeburn,ninguno de nosotros debe olvidarlo; y no por-que nos haya permitido pasearnos por l ten-dremosla osada de entrometernos, abusandodesucortesa,enloquequieransusamigos.Pero, si no me equivoco -aadi-, este caballeroy yo nos conocemos. El seor Hartley, me pare-ce. Lamento ver que se ha cado usted.Y tendi la mano.Unadignidadexcesivamentedelicada,ylaintensin de retrasar en lo posible toda aclara-cin,hizoqueHarrydesaprovecharaaquellaoportunidad de recibir ayuda. Neg su propiaidentidad y prefiri las bondades del jardinero,que por lo menos era un desconocido, a la cu-riosidadyquizlasdudasdealguienqueleconoca.-Me temo que se trata de una equivocacin -respondi-. Me llamo Thomlimson y soy amigodel seor Raeburn. -En verdad? -dijo el seorRolles-. El parecido es asombroso.ElseorRaeburn,quehabaestadoenas-cuas durante toda la conversacin, crey opor-tuno ponerle punto final. -Le deseo a usted unbuen paseo, seor -dijo.E hizo entrar a Harry a la casa; era una habi-tacin que daba sobre el jardn. En primer lugarbaj las persianas, pues el seor Rolles seguadonde le haban dejado, con aire de reflexin yasombro.Despusvacilasombrererarotasobreunamesaysesentanteeltesoroasdesplegado, frotndose las manos en los mus-los, en un xtasis de codicia. Para Harry, obser-varlacaradeaquelhombre posedo porunaemocin tan baja fue un nuevo golpe, ademsdelosmuchosquehabarecibido.Leparecaincreble que su vida, hasta entonces tan pura ydelicada,sevieraenvueltadeprontoenalgotan srdido y criminal. En conciencia, no tenael menor pecado que reprocharse, pero padecasus penas en sus formas ms agudas y crueles:el miedo al castigo, la desconfianza en los bue-nos,la sociedadylacontaminacinconseresdespreciablesybrutales.Hubieradadocongusto su vida por escapar de la habitacin y dela compaa del seor Raeburn.-Bien -dijo este ltimo, cuando hubo coloca-do lasjoyasen dos montonescasi idnticos yacercado uno de ellos a s-, todo se paga en estemundo,yavecesdeformasmuyagradables.Debeustedsaber,seorHartley,siseessunombre,quesoyhombredebuencarcteryqueestagenerosidadfuemicondenatodalavida.Ahoramismopodraembolsarmetodasestaslindaspiedrecitas,sisemeantojara,yquisiera ver si se atreve usted a decirme algo.Pero me ha cado usted bien y la verdad es quenoquisieraperjudicarle.Demodoque,porpuraamabilidad,lepropongo quelasdivida-mos.stas-continudiciendo,mientrassea-laba con un gesto los dos montones- me pare-cen partes justas y amistosas. Me permite pre-guntarlesitienealgunaobjecin,seorHar-tley? No voy a discutir por un prendedor ms omenos.-Seor, me propone usted algo imposible! -respondi Harry-. Las joyas no son mas y nopuedodividirlasconnadie,cualquierasealaproporcin.-No son suyas, entonces? -replic Raeburn-.Ynopuedeustedcompartirlasconnadie?Pues bien,eso es lo que yo llamo una pena,porquenomequeda msremedioqueentre-garle a la polica. La polica..., piense en el des-honor de sus pobres padres; piense -y cogi aHarryporlamueca-,pienseenlascrcelescoloniales y el da del Juicio Final!-Nadapuedohacer-decaHarryconvozquejumbrosa-.Noesculpama.Noquierevenir conmigo a Eaton Place?-No -dijo elhombre-. De eso nada. Vamos arepartirnos estos chismes aqu mismo.Y de pronto retorci con violencia la muecadel joven.Harrylanz un grito de dolor y sucara se cubri de sudor. Quizs elpnico y eldoloravivaronsuinteligencia,puesnocabeduda de que en ese momento,en un abrirycerrar de ojos, vio todo lo que suceda con unaluz muy distinta, lo nico razonable era aceptareltrato con elbribn, confiando en que, en cir-cunstanciasmsfavorables,libreyadetodasospecha, podra dar con la casa y obligarle adevolver el botn.-De acuerdo -dijo.-As me gusta -dijo con socarronera el jardi-nero-. Ya saba yo que antepondras tus inter-eses.Quemarlasombrereraconlasbasuras,pues algn curioso podra reconocerla; t reco-ge tus piedras y mtelas en el bolsillo.Harry obedeci; Raeburn le miraba hacer y,de vez en cuando, un vivo destello encenda sucodicia; entonces quitaba una joya de la partedel secretario y la aada a la suya.CuandoHarryhuboterminado,sedirigie-ron a la puerta de calle. Raeburn la abri caute-losamente y se asom para ver si vena alguien.Alparecerlacalleestabadesierta,puesdeprontoagarraHarryporlanucaylehizobajar la cabeza, de modo que slo poda ver elsueloylosescalonesdeentradadelascasas,empujndoleconviolenciadelantesuyoporuna calle, y luego por otra, durante quizs unminuto y medio. Harry cont tres esquinas an-tesdequeelbribnlesoltaray,dicindoleLargodeaqu!,learrojaraalsuelodeunpuntapi atltico y bien dirigido.Una vez que Harry se pudo incorporar, to-davamedioaturdidoysangrandoabundan-tementeporlanariz,elseorRaeburnhabadesaparecido.Porprimeravezeldolorylacleravencieronaldesgraciadojoven,queseech a llorar a lgrima viva en medio de la ca-lle.Cuando pudo calmarse un poco, mir a sualrededor y ley los nombres de las calles don-de le haba abandonado el jardinero. Estaba enunbarriopocofrecuentadodeloestedeLon-dres, entre villas y grandes jardines, y vio unascuantaspersonasenlasventanas,sindudamudos testigos de su infortunio; poco despus,unacriadavinocorriendodeunacasaparaofrecerle un vaso de agua. Al mismo tiempo seleacerctambinunvagomalencaradoquerondaba por esas calles de Dios.-Pobre seor! -dijo la criada-. Cmo le handejado! Le sangran las rodillas, tiene las ropasdestrozadas! Conoce usted al miserable que lehizo esto?-S que le conozco -respondi Harry, un po-co repuesto tras beber el agua-, y le encontrara pesar de sus precauciones. Lo que ha hechohoy le costar caro, se lo aseguro.-Venga usted a la casa para asearse y arre-glarse un poco -dijo la muchacha-. No se pre-ocupe, mi seora no lo tomar a mal. Mire us-ted, coger su sombrero. Dios del cielo! -grit-.Pero si viene perdiendo diamantes por la calle!Asera,enefecto;lamitaddelaspiedrasquele quedabandespusdelasaltodelseorRaeburn se le haban cado al rodar por tierra yahora brillaban sobre el suelo. Dio gracias a subuena suerte de que la criada las hubiera visto,pens que por mal que vayan las cosas siemprepueden ir peor, y recobrar unas cuantas joyas lepareci asunto tan importante como haber per-dido las dems. Ay! No bien se inclin a reco-ger sus tesoros, el vago que le estaba mirandose abalanz sobre l y la muchacha, les derrib,recogi algunos diamantes con ambas manos yse perdi calle abajo con sorprendente agilidad.Tan pronto como Harry se puso en pie, co-rridandogritostraselladrn,perosteeramuy rpido y deba conocer bien el barrio, puescuando el perseguidor lleg a la esquina no sevean rastros del fugitivo.Harryregresprofundamenteabatidoalaescena de su desgracia y la joven, que le estabaesperando, le devolvi con cortesa su sombre-ro y las piedras recogidas delsuelo.Harry leagradeci de todo corazn y, como ya no estabade humor para hacer economas, fue a la esta-cin ms cercana y cogi un coche de alquilerpara Eaton Place.Al llegar, la casa pareca en la mayor confu-sin,como si hubiera ocurrido una catstrofe.Los criados estaban reunidos en elsaln y nofueron capaces de contener la risa, aunque qui-z tampoco se esforzaron mucho, ante la desas-trosa figura del secretario. Harry pas delantede ellos con elaire ms digno que poda y fuederechoalgabinete.Cuandoabrilapuerta,puso los ojos en un espectculo sorprendente yhastaamenazador,puesvioalgeneral,asumujer, y nada menos que a Charlie Pendragon,enplenaconspiracin,cuchicheandograveyansiosamentedealgosindudaimportante.Comprendienelactoquelequedabamuypocoporexplicar,eraevidentequesehabahecho confesin plenaria al general del fraudeintentado contra su bolsa, as como del rotundofracasodelaempresa,yquetodossehabanunido contra el peligro comn.-Gracias a Dios! -exclam lady Vandeleur-.Aqu est! La sombrerera, Harry, la sombrere-ra!PeroHarryseguaplantadoanteellos,ca-bizbajo y sin decir palabra.-Hable!-gritladyVandeleur-.Hableus-ted! Dnde est la caja?Yloshombresrepitieronlapreguntacongestos de amenaza.Harry sac un puado de joyas del bolsillo.Se le vea muy plido.-Esto es todo lo que queda -dijo-. Juro anteDios que no fue culpa ma. Si tienen pacienciacreo que podrn recobrarse algunas joyas, aun-quemetemoqueotrassehanperdidoparasiempre.-Ay! -se quej lady Vandeleur-. Nos hemosquedado sin diamantes y yo debo noventa millibras por mi guardarropa.-Seora -dijo el general-, poda usted haberempedradolacalleconsusbaratijas,haberseendeudado por una suma cincuenta veces ma-yor, haberme robado la diadema y el anillo demimadre;talvez,forzadoporlanaturaleza,habra acabado por perdonarla. Pero ha cogidousted elDiamantedel Raj-el OjodelaLuz,como lo llaman de forma potica los orientales-,el orgullo de Kashgar. Me ha robado usted elDiamantedelRaj!-grit,levantandolasma-nos- y todo ha acabado, seora, todo ha termi-nado entre nosotros!-Crameusted,generalVandeleur-respondi la gran dama-, que sa es una de lascosas ms agradables que he odo nunca; pues-toquenoshemosarruinado,casipodrafe-licitarmedeuncambioquemelibradesucompaa.Meharepetidoinfinidaddevecesque me cas con usted por su dinero. Permta-me decirle ahora que es algo de lo que me arre-piento amargamente. Si an fuese usted soltero,ydueodeundiamantemsgrandequesucabeza,noleaconsejaraalaltimademiscriadasun matrimonio tan triste y desastroso.Encuantoausted,seorHartley-dijo,diri-gindose al secretario-, ha demostrado de ma-nera suficiente susnefastas cualidades en estacasa; todos sabemos que le falta valor, sensatezyrespetode smismo;lonicoque puedehacer es largarse en el acto y, a ser posible, novolver a aparecer por aqu. Si desea cobrar susalariopuedeanotarsecomoacreedorenlaquiebra de mi marido.ApenassihabacomprendidoHarryestediscurso tan insultante y ya el general lo ataca-ba con otro.-Mientras-dijosirThomas-,vengaustedconmigoavisitaralinspectordepolicamsprximo. Puede usted entrar.HHiissttoorriiaaddeell jjoovveenneecclleessiissttiiccoolreverendoseorSimonRollessehabadestacadoencienciasmoralesyhabarealizadoestudiosavanzadosdeteologa. Su ensayo Doctrina de los debe-res morales le vali, enel momento de publi-carse,ciertacelebridadenlauniversidaddeOxford,yencrculosreligiososyeruditossedeca que preparaba ahora una obra considera-ble -un infolio, decan algunos- sobre la autori-dad de los Padres de la Iglesia. No obstante, losmritos y los proyectos tan codiciosos del jovenseor Rolles no haban bastado para conseguir-leunpuesto,ytodavasehallabaalaesperadelprimernombramiento,cuandounatarde,mientras paseaba al azar por ese barrio de Lon-dres,elaspectotranquiloybiencuidadodeljardn,susdeseosdesoledadyestudio,yelbajo precio del alquiler, le decidieron a hospe-darse en casa del seor Raeburn, el jardinero deStockdove Lane.Unavezquehabaempleadosieteuochohorasdel da a San Ambrosio o San Crissto-Emo,elseorRollesacostumbrabapasearunrato entre los rosales. Esos momentos solan serlos ms productivos de la jornada. Sucede, sinembargo, que unas sinceras ganas de reflexin,yelintersporlosmselevadosproblemasintelectuales,nosiempresonsuficientesparaproteger al filsofo de los pequeos choques ycontactos del mundo. De este modo, cuando elseor Rolles se cruz con el secretario del seorVandeleur, ensangrentado y con las ropas des-trozadas,encompaadeldueodecasa;cuando se dio cuenta de que ambos palidecany evitaban sus preguntas; y, sobre todo, cuandoelprimerodeellosnegsuidentidadconelmayor nfasis, la simple curiosidad acab porpredominar sobre los Santos y los Padres de laIglesia.No, no me equivoco -se deca el seor Ro-lles-. Ese muchacho es indudablemente el seorHartley.Cmoesqueseencuentraenesteapuro? Por qu me niega su nombre? Y qutieneencomnconelgranujasiniestrodeldueo?En sas estaba cuando otro hecho curioso lellamlaatencin.LacaradelseorRaeburnapareci en una ventana baja, cerca de la puertay, por pura casualidad, sus ojos se encontraronconlosdelseorRolles.Eljardineroparecialterado,yhastaatemorizado,yrpidamentebaj las persianas.Todoesopuedenotenernadademalo-pens el seor Rolles-, absolutamente nada demalo, pero confieso que no lo creo. Ese aire desospecha y de alarma; esas mentiras; ese miedoa ser vistos: estoy convencido de que esos dospreparan un agravio.Eldetectivequetodostenemosdentrosedespert gritando en el pecho del seor Rollesquien, con paso firme y acelerado, muy distintoa su manera acostumbrada, empez a dar unavuelta al jardn. Al llegar al lugar de la escaladade Harry, se detuvo ante el rosal destrozado ylas huellas en el barro y, alzando la mirada, violas marcas en la pared de ladrillo y un pedazodel pantaln enganchado a un casco de botella.Por aqu haba entrado el buen amigo del se-or Raeburn! De este modo era como el secre-tario del general Vandeleur vena a admirar lasflores del jardn! El joven clrigo, silbando sua-vemente, se inclin a examinar el suelo. Podaver el sitio donde Harry haba cado al dar supeligroso salto; reconoci el pie del seor Rae-burn,quesehabahundidoprofundamentecuando levant al secretario; y an ms, obser-vando de cerca, logr a distinguir las huellas dededosquehabanescarbadoenelbarropararecoger algo cado.Palabradehonordijoparasusadentros-.Este asunto se pone muy interesante.En ese instante distingui un objeto casi en-teramentehundidoenelbarroyseinclinarecogerunpreciosoestuchedetafilete,conadornos y un broche dorados. El seor Raeburndeba haberle pisado sin darse cuenta y luegohabaescapadoasubsquedaapresurada.Elseor Rolles abri elestuche y respir profun-damente,conasombroycasiconterror:antesus ojos, dispuesto sobre el fondo de terciopeloverde, brillaba un diamante de grandes dimen-sionesydeprimersimaagua.Lapiedra,deltamao de un huevo de pato, era muy hermosade forma, sin elmenor defecto, y alrecibir unrayo de sol brill con un resplandor elctrico,como sile ardiese en la mano con milfuegosinteriores.CasinadasabaelseorRollesdepiedraspreciosas,peroelDiamantedelRajeraunamaravilla que se explicaba a s misma; un nioque lo encontrase en una aldea habra echado acorrerdando gritosalacasamscercana;unsalvajesehabraprosternadoparaadorarunfetiche tan imponente. La hermosura de la ge-ma halagaba la vista del joven religioso; la ideade su valor incalculable abrumaba su inteligen-cia. Comprendi que tena en la mano algo demayor valor que muchos aos de rentas arzo-bispales,queconunapiedracomostaseraposibleconstruircatedralesmsmajestuosasque las de Ely o Colonia; quien la poseyera selibraraparasiempredelamaldicinprimor-dial,podra seguirsus inclinacionessin prisasni inquietudes. Levant el diamante, lo gir yotra vez despidi rayos fulgurantes que le atra-vesaron el corazn. Las decisiones ms gravesse toman a veces en un instante y sin interven-cinconscientedelaspartesracionalesdelhombre. El seor Rolles mir nerviosamente asu alrededor; como antes el seor Raeburn, novio sino el jardn de flores lleno de sol, los rbo-les de altas copas frondosas, la casa con las ven-tanas cerradas; en un segundo cerr el estuche,se lo meti en el bolsillo y ya se diriga hacia suestudio con la rapidez de la culpa.ElreverendoSimonRolleshabarobadoelDiamante del Raj.A primera hora de la tarde la polica lleg ala casa con Harry Hartley.El jardinero, fuera de s de terror, no tarden devolver su botn; se identificaron las joyas yse levant un inventario en presencia del secre-tario. El seor Rolles, por su parte, se mostr delomsservicial,declarsinceramenteloquesaba y lament no poder hacer ms para ayu-daralosoficialesenelcumplimientodesusobligaciones.-Considero que para ustedes el caso est ce-rrado -les dijo.-De ningn modo -respondi el inspector deScotland Yard, y le explic el segundo robo dequehabasidovctimaHarry.Luegohizounbreve recuento de las joyas que faltaban y dio aljoven eclesistico algunos detalles sobre el Di-amante del Raj.-Valdr una fortuna -dijo el seor Rolles.-Diez fortunas, veinte fortunas -respondi eloficial.-Cuantomsaltoseasuprecio,msdifcilservenderlo-observagudamenteSimon-.Una piedra como sa no puede disimularse, ylo mismo dara vender la Catedral de San Pa-blo.-Claro -dijo eloficial-, pero sielhombre esinteligente, la dividir en tres o cuatro partes yan tendr lo bastante para hacerse rico.-Muchas gracias -dijo el clrigo-. No sabe us-ted cmo me ha interesado su conversacin.El funcionario admiti queen su profesinse aprendan muchas cosas extraas y se despi-di.El seor Rolles volvi a sus habitaciones. Leparecieronmspequeasyfrasquedecos-tumbre;losmaterialesreunidosparasugranobra nunca haban tenido tan poco inters; mirsu biblioteca con ojos de menosprecio, sac unoa unovariosvolmenesde losPadresde laIglesia y les ech un vistazo, pero en ningunoencontr lo que buscaba.Estoscaballeros -pens- son, no tengo du-da,escritoresmagnficos,peromeparecequenada saben de la vida. Aqu estoy, con suficien-tes conocimientos como para serobispo, y notengo la menor idea del modo de deshacermede un diamante robado. Un simple polica meda una sugerencia y yo, con todos mis infolios,no puedo llevarla a cabo. Esto me inspira unaidea muy pobre de la formacin universitaria.Derrib su estantera de un puntapi, se pu-so el sombrero y se march al club del cual eramiembro.En un lugar tan mundano crea poder hallaralguien de buen criterio y con gran experienciade la vida. En primer lugar entr a la sala delectura,dondeencontravariosclrigosdeprovincias y a un archidicono; luego pas jun-toatresperiodistasyunautordemetafsicasuperior que jugaban al billar; ms tarde,a lahora de la cena, no vio sino las caras vulgares yborrosas de la gente ordinaria que llena los clu-bes. Ninguno de los presentes, se dijo el seorRolles, sabe ms que yo de asuntos peligrosos;no hay uno solo que sea capazde ayudarme.Finalmente,cuandosubialsalndefumar,tras agotarse en las muchas escaleras, se encon-tr con uncaballero msbien grueso,vestidocon elegante sencillez. Estaba fumando un puroyleyendolaFortnightlyReview;nohabaensus facciones el menor rasgo de preocupacin ocansancio; algo en su aspecto invitaba a la con-fianza y exiga la sumisin. Cuanto ms le mi-raba el joven eclesistico, ms se convenca deque haba encontrado a alguien que poda darleun buen consejo.-Seor -le dijo-, perdone usted mi inoportu-nidad, pero observo por su aspecto que es us-ted lo que se llama un hombre de mundo.-Tengo, en efecto, algunos ttulos para aspi-raraesadistincin-dijoeldesconocido,po-niendodeladosurevistaconunamiradadesorpresa y curiosidad.-Yo,seor-siguidiciendoelclrigo-,soyunhombresolitario,unestudioso,vivoentremis tinteros y mis infoliosde los Padresde laIglesia. Algo que sucedi hace poco me ha he-cho ver con claridad mi locura y ahora quisieraconocerlavida.Cuandodigolavida,nomerefiero a las novelas de Thackeray, sino los ac-toscriminalesylasposibilidadessecretasdenuestra sociedad, ylos principios de una con-ducta atinada en medio de hechos excepciona-les.Soyunlectorresignado:estopuedeaprenderse en los libros?-Usted me hace una pregunta complicada -respondi el caballero-. Confieso que no tengomuchotratoconloslibros,comonoseaparadistraerme cuando viajo en tren. Me dicen, sinembargo,queexistentratadosmuyprecisossobre la astronoma,elusode losglobos,laagricultura y el arte de fabricar flores de papel.Me temo, por el contrario, que sobre las regio-nes ms ocultas de la vida no encontrar nadadignodeconfianza.Aunque,espereusted-aadi-: ha ledo a Gaboriau?1ElseorRollesreconociquenisiquierahaba odo ese nombre.1 Emile Gaboriau (1833-1873), escritor francs, conside-rado-junto con Edgar Allan Poe- como uno de los creado-res de la novela de misterio, aunque todava muy prximoal folletn. Su hroe Lecoq, es uno de los primeros de-tectives de la literatura.-En Gaboriau hallar unas cuantas ideas. Porlo dems, es un autor sugestivo, muy ledo porelprncipeBismarck;enelpeordeloscasos,perder usted el tiempo en buena compaa.-Seor,leestoyenormementeagradecidopor su gratitud -dijo el joven eclesistico.-Ya me ha pagado usted.-Cmo? -quiso saber el seor Rolles.-Conlanovedaddesuspreguntas-dijoelcaballero y, con un gesto de amabilidad, comosi pidiera permiso,prosiguisu anlisisde laFortnightly Review.De regreso a su casa el seor Rolles comprun libro sobre piedras preciosas y varias nove-las de Gaboriau. Ley con gran inters las no-velas hasta una hora avanzada pero, si bien en-contr muchas ideas nuevas,no descubri loque debe hacerse con un diamante robado. Lemolestaba,adems,encontrarlainformacinesparcida entre muchas historias romnticas, ynoexpuestacontodasobriedad,comoenunmanual;concluyque,sibienelautorhabapensado mucho en sus temas, careca por com-pleto de mtodo didctico. En cambio no pudocontener su admiracin ante el temperamento ylos muchos mritos de Lecoq.-Ese s que era un hombre -se dijo-. Conocael mundo como yo las Evidencias de Paley. Nohaba nada que no llevase a cabo con sus pro-pias manos, a pesar de mil dificultades. Cielos!-exclam-.No es sa la leccin? Acaso deboaprender yo mismo a cortar diamantes?Tuvo la impresin de que haba dejado atrs,de repente, toda su vacilacin. Se acord de queconoca en Edimburgo a un joyero,un talB.Macculloch,queledaragustosamentelafor-macin necesaria; unos cuantos meses, o tal vezaos,dedurotrabajoytendralahabilidadpara dividir el Diamante del Raj y la astuciapara venderlo con provecho. Luego podra vol-vertranquilamenteasusinvestigaciones,serun erudito rico y elegante, admirado y respeta-do por todos. Acab por dormirse y sus sueosestuvieron llenos de visiones doradas; despertcon el sol de la maana, descansado y de buenhumor.Ese da la polica cerr la casa del seor Rae-burn, lo cual dio al seor Rolles un buena excu-saparatrasladarse.Preparjovialmentesuequipaje, lo llev a la estacin de King's Cross,donde lo dej en la consigna, y volvi a su clubpara pasar la tarde y cenar.-Si come usted aqu, Rolles-le dijo un ami-go-, tendr usted la oportunidad de ver a dosde los hombres ms destacables de Inglaterra:el prncipe Florizel de Bohemia y el viejo JackVandeleur.-Heodohablardelprncipe-dijoelseorRolles-,yhastahesidopresentadoalgeneralVandeleur.-El general Vandeleur es un asno -replic elotro-. Este es su hermano John, el ms grandeaventurero, la mayor autoridad en piedras pre-ciosas y uno de los diplomticos ms ingenio-sos de Europa.Nunca ha odo hablarde sudueloconelduque de Vald'Orge?De susheroicidades y atrocidades cuando fue dictadordel Paraguay? De la habilidad con que recupe-r las joyas de sir Samuel Levi? O de sus servi-ciosdurantelarebelin,enlaIndia,serviciosque el Gobierno aprovech pero que no se atre-veareconocer?Mehaceustedpreguntarmequ es la fama, o la infamia, pues Jack Vande-leur tiene ttulos prodigiosos para ambas cosas.Vaya al comedor -sigui diciendo-, solicite unamesacercadeellosyescucheatentamente.Omuchomeequivocoopodrorunaconver-sacin interesante.-Pero cmo reconocerles?-Reconocerles!Elprncipeeselmscum-plido caballero de Europa, la nica persona delmundo que tiene aspecto de rey.En cuanto aJackVandeleur,imagnese a Ulisesdesetentaaos, con la cara cruzada por un sablazo, y lotendr delante. Reconocerlos,dice usted! Lesencontrara en medio de la multitud del Derby!Rolles dirigi apresuradamente al comedor.Su amigo estaba en lo cierto: imposible no re-conocer a los dos personajes. El viejo John Van-deleureradeunagranfortalezayseleveahabituado a los ms arduos ejercicios. No tenael aspecto de un espadachn, ni de un marino,ni de un hombre que se pasa la vida a caballo,pero algo haba de todo eso en su persona, algoque era resultado y expresin de muchos hbi-tosyhabilidades.Susrasgoseranfirmesyaquilinas; su expresin arrogante, como de unave de presa, todo su aspecto revelaba al hom-bredeaccindecidido,violento,sinescrpu-los; y su abundante cabellera blanca, y el pro-fundo sablazo que le marcaba la nariz y la sien,aadan un toque de ferocidad a una cabeza yade por s notable y amenazadora.En su acompaante, el prncipe de Bohemia,el seor Rolles tuvo la sorpresa de reconocer alcaballero que le haba aconsejado la lectura deGaboriau. Sin duda el prncipe Florizel, quienvena muy poco alclub -delcual, como de casitodos los dems, era miembro honorario- habaestadoesperandoaJohnVandeleurcuandoSimon se dirigi a l la noche anterior.Losdemscomensalessehabanretiradohumildemente a las esquinas del saln, dejandoa la distinguida pareja en cierto aislamiento. Eljoveneclesistico,aquiennodetenaningntemor, entr decididamente y fue a sentarse enla mesa de al lado.Efectivamente, la conversacin result nue-va para sus odos de estudioso. El ex dictadordel Paraguay contaba con experiencias en mu-choslugaresdelmundo,yelprncipehacacomentariosque,paraunhombredepensa-miento, eran an ms interesantes que los pro-pios hechos. Dos formas de experiencia se ofre-can juntas al seor Rolles, que no saba a quinadmirar ms, si al actor temerario o al profun-do conocedor de la vida; al hombre que habla-ba con tanto atrevimiento de sus propias aven-turasypeligros,oalhombreque,comoundios, pareca conocerlo todo y no haber sufridonada, las formas de cada uno correspondan asus papeles enla conversacin. El dictador sepermitabrutalidadesensuspalabrasysusgestos; la mano abierta se cerraba en un puoparagolpearlamesa,lavozsonabafuerteyescandalosa. El prncipe, por el contrario, pare-caunmodelodesuaveydcileducacin;elmenordesusmovimientos,lamslevein-flexindesuvozpesabanmsquetodoslosgestos y pantomimas de su compaero, si rela-tabaunadesusexperienciaspersonales,eracon tal prudencia que pasaba inadvertida entrelas dems cosas que deca.Acabaron por hablar de los recientes robos ydel Diamante del Raj.-Ese diamante estara mejor en el fondo delmar -observ el prncipe Florizel.-Siendo yo un Vandeleur -respondi el dic-tador-, Su Alteza podr imaginar mi discrepan-cia.-Hablopormotivosdeinterspblico-sigui diciendo Florizel-. Las joyas tan valiosasdebanestarreservadasalacoleccindeunprncipe o al tesoro de una gran nacin. Dejar-lasenmanosdehombresvulgaresesponerprecioalacabezadelavirtud.SielrajdeKashgar -entiendo que es un prncipe muy cul-to- quera vengarse de los europeos, le hubierasido complicado encontrar un modo ms eficazque enviarnos esa manzana de la discordia. Nohay honradez lo bastante fuerte para esa prue-ba.Yomismo,que tengomuchosdeberesyprivilegiospropios,yomismo,seorVande-leur, apenas si podra tocar ese cristal aturdidory sentirme seguro. Respecto a usted, cazador dediamantesporgustoyporprofesin,nocreoque exista en el mundo un crimen que no esta-ra dispuesto a cometer, ni un amigo al que notraicionaradebuenagana;nossitienefa-milia, ysi la tiene, digo que sacrificara a sushijos, para qu? No para ser ms rico, ni paradisfrutar ms o ser ms respetado, sino tan slopara decir que el diamante es suyo durante unoo dos aos, hasta su muerte, y abrir de cuandoen cuando la caja fuerte y mirarlo como se miraun cuadro.-Es verdad -dijo Vandeleur-. He cazado mu-chascosas,desdehombresymujereshastamosquitos;hebuceadoenbuscadecoral;heperseguido ballenas y tigres: el diamante es laprimera de las presas. Tiene hermosura y valor,es la nica recompensa suficiente para el ardorde la caza. Ahora, ya lo supone Su Alteza, estoysobreunapista;tengograninstintoymuchaexperiencia;conozcocadaunadelasmejoresgemas de la coleccin de mi hermano como unpastor conoce sus ovejas; que me caiga muertosi no recobro hasta la ltima piedra!-Sir Thomas Vandeleur tendr muchas razo-nes para agradecrselo -observ el prncipe.-Nolocreoas-respondieldictador,echndosearer-.UnodelosVandeleur,entodo caso. Thomas o John, Pedro o Pablo, todossomos apstoles.-No entiendo lo que quiere usted decir -dijoel prncipe con cierto tono de desprecio.En ese instante el camarero vino a avisarle alseorVandeleurqueelcochedealquilerquehaba solicitado esperaba en la puerta.Elseor Rolles mir elreloj y se dio cuentade que tambin l deba irse; la coincidencia leprodujounaimpresinvivaymolesta,pueshubiera deseado no ver ms al cazador de dia-mantes.Tantoestudiarhabaalteradounpocolosnervios del joven, que acostumbraba a viajar delamaneramslujosa;enestaocasinhabahecho una reserva en el coche-cama.-Estar usted muy cmodo -le dijo el encar-gado al subir al tren-. No hay nadie ms en elcompartimiento y slo un caballero de edad alotro extremo.Casi era la hora de partir, y el seor Rollesestaba enseando su billete, cuando vio al otropasajero que suba al coche, seguido por variosmozos de estacin; hubiese deseado ver a cual-quier otra persona: era el viejo John Vandeleur,el ex dictador.Los coches-cama de la lnea del Norte estndivididosentrescompartimientos,dosalosextremos,paralospasajeros,yunoalcentro,conlavabosyotrosservicios.Unapuertaco-rrediza separa el lavabo del resto de los com-partimientos,perocomonoestprovistadellaves ni cerrojos, todo el coche es, en la prcti-ca, un terreno comn.El seor Rolles estudi la situacin y se diocuenta de que se hallaba desvalido. Si el dicta-dor decida hacerle una visita durante la noche,no le quedaba otra salida que aceptarla; no te-naningnmododehacersefuerte,eratanvulnerableaunataquecomosiestuvieseenmedio del campo. Se sinti un poco alarmadopensandoenlaspalabraspresuntuosasqueoyera a su compaero de viaje en el comedor yenlosactosdeinmoralidadqueelprncipehabaaguantadoconrepugnancia.Recordabahaber ledo en alguna parte que existen perso-nas peculiarmente dotadas para detectar la pre-senciademetalespreciosos.Sedicequesoncapaces de sentir el oro a travs de las paredes,y aun a grandes distancias. Se pregunt si nopoda suceder lo mismo con las piedras precio-sas, y en ese caso, quin poda poseer esa sen-sibilidadtrascendentalsinoelhombrequeseufanaba con el ttulo de Cazador de Diamantes?El seor Rolles saba que de ese hombre podatemerlo todo y dese ardientemente que llegaracuanto antes el da siguiente.Mientras tom todas las precauciones posi-bles,escondieldiamanteenelbolsillomssecreto de sus ropas y se encomend con devo-cin al cuidado de la Providencia.El tren segua su curso tan rpidamente co-mo siempre y casi haba alcanzado la mitad delcamino cuando el sueo empez a triunfar so-bre la intranquilidad en el pecho del seor Ro-lles. Durante un rato intent vencer su influen-cia, pero senta cada vez ms sueo y, antes deque el tren pasara por York, decidi acostarseun poco y cerrarlos ojos. Se durmi inmedia-tamente.Sultimopensamientofueparasuaterrador vecino.Despert en la penumbra que atenuaba ape-naslalamparilladenoche;porelruidoyelmovimiento se dio cuenta de que el tren man-tena su velocidad. Se incorpor invadido porungranpnico,pueslehabanatormentadosueosintranquilos,tardunossegundosenrecuperareldominiodesmismoy,cuandovolvi a acostarse, ya le fue imposible volver adormir; se qued despierto, con los ojos clava-dos en la puerta del lavabo y el cerebro posedopor una violenta agitacin. Se puso el sombrerosobre la frente para escudarse de la luz y recu-rri a los mtodos habituales, como contar has-ta mil o tratar de no pensar en nada, con quelosenfermosexperimentadosatraenelsueo.Todofueintil:leacosabanmedia docenadeansiedadesdistintas;elviejoalotroladodelcocheasumalasformasmsalarmantesy,cualquierafueselaposturaqueadoptara,eldiamante que guardaba en el bolsillo se volviuna verdadera incomodidad fsica, le quemaba,era demasiado grande, le lastimaba las costillas;durantefraccionesinfinitesimalesdesegundoestuvo varias veces a punto de lanzarlo por laventana.Ensasestabacuandosucediuncuriosoincidente.Lapuertacorredizaquedabaallavabosemovi ligeramente, luego un poco ms, yporfin se abri unas veinte pulgadas. La lmparadel lavabo haba quedado encendida, y el seorRolles pudo ver asomarse la cabeza del seorVandeleur y distinguir en ella un gesto de pro-funda atencin. Se dio cuenta de la mirada fijadel dictador en la propia cara y el instinto deconservacinlehizocontenerlarespiracin,evitarelmenormovimientoyentrecerrarlosojos,aunque segua viendo a su visitante.Pa-sado un momento, la cabeza se retir y la puer-ta del lavabo volvi a cerrarse.El dictador no haba venido a atacarle, sino aobservar; su actitud no era la de un hombre queamenaza a otro, sino la de alguien que se sienteamenazado;sielseorRollesletenamiedo,pareca que l, a su vez, no las tena todas con-sigo. Deba haber venido para comprobar quesu compaero de viaje dorma y, una vez quesehuboasegurado,sevolvienelactoasucompartimiento.El clrigo se levant de un salto. Haba pa-sado del extremo de pnico a una audacia te-meraria.Pensqueelbulliciodeltrenserasuficiente para ahogar todos los ruidos y deci-di,sucedieraloquesucediera,devolverlavisita que haba recibido. Apart a unlado lamanta, que impeda sus movimientos, entr allavaboysedetuvoaescuchar.Comohabapensado, nada poda or por encima del ruidodeltren;pusolamano enlapuertaylahizocorrer con cuidado unas seis pulgadas. Lo quevio hizo que no pudiera contener una exclama-cin de sorpresa.JohnVandeleurtenapuestaunagorradeviajeconlasorejerasbajas;posiblemente,eltener los odos tapados y el ruido del tren hab-an hecho que no le sintiera acercarse. Lo ciertoes que no levant la cabeza sino que, sin dete-nerse un instante, sigui absorto en su peculiartarea. A sus pies haba unacaja de cartn;enuna mano tena la manga de su abrigo de pielde foca y en la otra un cuchillo extraordinario,con el que acababa de cortar el forro de la man-ga.ElseorRolleshabaledodegentesquellevan dinero en el cinturn, pero no se imagi-nabacmopodanserestosartefactos.Ahorahaba puesto los ojos enalgo todava msex-trao,puesJohnVandeleurllevabapiedraspreciosasenlamangadelabrigoy,desdelapuerta,eljoveneclesisticoviocaerunotrasotro varios diamantes relucientes en la caja.Se qued clavado en el sitio, sin apartar lavistadela inslitaescena.Lamayorpartedelos diamantes eran pequeos y no se distingu-an entre spor la forma nipor elbrillo. De re-pente pareci que el dictador se encontr conuna dificultad: empez a utilizar ambas manosy pareci aumentar su concentracin, pero slotrasnumerosasmaniobraslogrextraerdelamanga una gran tiara de diamantes, que depo-sit en la caja con las dems joyas. La tiara fuepara el seor Rolles un rayo de luz, pues la re-conocicomopartedeltesoroqueunvagohaba robado a Harry Hartley en medio de lacalle.Nopodaequivocarse;eraigualqueladescrita por el detective: haba visto las estrellasde rubes y la gran esmeralda al centro; los cre-cientesentrelazados, las dos piedras en formade pera que colgaban a los lados y que dabanun peculiar valor a la tiara de lady Vandeleur.El seor Rolles sinti un gran alivio. El dic-tador estaba tan involucrado en el asunto comol; ninguno de los dos poda denunciar al otro.La alegra hizo que se le escapara un suspiro, ycomo por la angustia anterior se le haba cerra-do el pecho y secado la garganta, despus delsuspiro se puso a toser.El seor Vandeleur levant la vista; su rostrosecontrajoenungestodepasinsiniestroymortal; abri los ojos enormemente y dej caerla mandbula inferior con un pasmo que estabaal borde de la ira. Cubri instintivamente la cajaconelabrigo.Durantemediominutolosdoshombres se miraron sin decir nada. No fue mu-cho tiempo, pero el suficiente para el seor Ro-lles;eradeesoshombrescapacesdepensarrpido en las situaciones peligrosas, y tom almomentounadecisindelomsatrevida;comprendiqueponasuvidaeneltablero,pero fue el primero en romper el silencio.-Usted perdone -dijo.Eldictadorseestremeciligeramenteycuando pudo contestar la voz era ronca.-Qu quiere usted aqu?-Me intereso por los diamantes -respondi elseor Rolles con perfecta compostura-. Los afi-cionados deben conocerse. Tengo aqu una pe-queez que tal vez sirva de presentacin.Y diciendo esto sac tranquilamente el estu-che del bolsillo, mostr el Diamante del Raj aldictadorduranteuninstanteyvolviaguar-darlo.-Fue una vez de su hermano -aadi.JohnVandeleurseguamirndoleconairecasidolorosodeestupefaccin.Duranteunosmomentos permanecieron en silencio y sin mo-verse.-He tenido el placer de observar -prosiguieljoven-quelosdostenemospiedrasdelamisma coleccin.El dictador estaba abrumado de sorpresa.-Mil perdones -dijo-. Empiezo a darme cuen-ta de que me hago viejo. No estoy de ningunamanerapreparadoparapequeoscontratiem-pos como ste. Pero aclreme algo: estoy equi-vocado, o es usted un clrigo?-Soy, efectivamente, un eclesistico -contestel seor Rolles.-Bueno! -exclam el otro-. No volver a de-cirmientrasvivaunasolapalabracontraelclero.-Me halaga usted -dijo el seor Rolles.-Lo siento -dijo Vandeleur-. Lo siento, joven.No es usted un cobarde, pero que sea o no elltimo de los idiotas es algo que an est porverse.Paracomenzar,lepedirquetengalabondad de aclararme un detalle. Debo suponerquehayalgunaraznparalaextraordinariaimprudencia de lo que est haciendo, y confie-so mi curiosidad por conocerla.-Muysencillo-respondieleclesistico-.Todo se explica por mi poca experiencia de lavida.-Me gustara creerle -dijo Vandeleur.Y el seor Rolles le relat entonces toda lahistoria de su relacin con el Diamante del Ra-j, desde el momento en que lo encontr en eljardn de Raeburn hasta que subi en Londresal expreso de Escocia. Agreg un breve esbozode sus ideas y sentimientos durante el viaje ytermin con estas palabras:-Al reconocer la tiara comprend que nuestraactitud ante la sociedad era la misma, y esto mediolaesperanza,confoenquenolajuzgarinfundada,dequepodraustedser,enciertosentido, mi asociado en las dificultades,y porcierto que en los beneficios, de la situacin. Pa-ra alguien con sus conocimientos tan particula-res,yconsugranexperiencia,lanegociacindel diamante no ser nada difcil, mientras quepara m resulta imposible. Por otro lado, piensoquesicortoeldiamante,probablementesinmayorhabilidad,perderunacantidadquepodra pagarle a usted por su generosa ayuda.El asunto es delicado de abordar y quiz me hafaltadotacto.Mepermitorecordarle,sinem-bargo, que estoy en una situacin nueva, en lacual no s de qu forma comportarme. Creo, sinvanidad de mi parte, que podra haberle casadoo bautizado a usted de manera muy aceptable,perocadaunotienesuspropiasaptitudesyesta clase de negociacin no es de las cosas ques hacer bien.-No quiero halagarle -respondi Vandeleur-,pero creo que se halla usted muy bien dotadopara la vida criminal. Tiene usted ms aptitu-des de lo que cree, y aunque yo me he encon-trado con toda clase de pcaros en las distintaspartesdel mundo, nunca heconocido anadiecon tan poca vergenza. Algrese usted, seorRolles, que por fin ha dado con la profesin quele conviene! Respecto a ayudarle, me pongo porcompleto a su disposicin. Debo ocuparme enEdimburgo de un pequeo asunto en relacincon mi hermano; al da siguiente vuelvo a Pa-rs,dondevivo.Siustedquiere,puedevenirconmigo.Creoqueantesdeterminarelmespodr dar a su pequeo asunto un final satis-factorio.En este punto, en contra de todos los cnones delcorazn, nuestro autor rabe detiene la Historia deljoven eclesistico. Lamento y condeno tales prcti-cas, pero debo seguir a mi original y remito al lectora la siguiente parte del relato, la Historia de la casade las persianas verdes, donde encontrar el desen-lace de las aventuras del seor Rolles.HHiissttoorriiaaddeellaaccaassaaddeellaassppeerrssiiaannaassvveerrddeessn empleado del Banco de Escocia, enEdimburgo,llamadoFrancisScrym-geour,haballegadoalosveinticincoaos de una vida provechosa, apacible yvaliosa.Sumadrefallecisiendolmuype-queo, pero su padre, hombre honrado y sensa-to, le hizo estudiar en una escuela excelente y leinculcencasacostumbresordenadasyso-brias. Francis, que era de temperamento dcil ycarioso, supo aprovechar esas oportunidadesy luego se entreg por entero a su trabajo. Susprincipalesentretenimientosconsistanenunpaseolossbadosporlatarde,algunacenafamiliary,todos los aos,un viaje de quincedas por las montaas de Escocia o por el conti-nente. No tard en lograr el favor de sus supe-rioresyganabaunasdoscientaslibrasalao,Ucon probabilidades de llegar, al final de su ca-rrera, al doble de esa suma. Pocos jvenes mssatisfechos,pocosms servicialesytrabajado-res que Francis Scrymgeour. En ocasiones, porlas noches, acabado de leer el peridico, tocabala flauta para distraer a su padre, cuyas cuali-dades le inspiraban gran respeto.Un da recibi una carta de una prestigiosafirmadeabogados,pidindolequeleshicierauna visita lo antes posible. La carta llevaba lainscripcin privada y confidencial y le habasido enviada al banco y no a su propia casa, doscircunstanciaspocohabitualesquelehicieronacceder a la peticin con tanta mayor rapidez.El miembro ms antiguo del bufete, hombredecostumbres muy severas, le recibi gravementey, tras invitarle a tomar asiento, pas a explicar-leelasuntoencuestinconlasexpresionesescogidas de un viejo profesional. Una persona,cuyo nombre no poda desvelar, pero de quientenatodaslasrazonesparapensarbien-unapersona, en suma, de cierta posicin-, deseabapagarleaFrancisunapensinanualdequi-nientas libras. El dinero se hallara bajo el con-trol del estudio del abogado y de otros dos ad-ministradores, que tambin deban permanecerannimos. La donacin se hallaba sujeta a doscondiciones pero, se atreva a pensar, su nuevocliente no encontrara en ellas nada de excesivoodeshonroso.Repitiestasltimaspalabrascon fuerza, como si no quisiera comprometersea nada ms.Francisquiso saberculeseranesascondi-ciones.-Como ya he aclarado en dos ocasiones, lascondiciones no son deshonrosas ni excesivas -dijo el abogado-. Al mismo tiempo, me es im-posibleocultarlequeresultandelomsin-slitas. Ms an, el caso es por completo ajenoa nuestra prctica usual y sin duda le hubierarechazado,anoserporelbuennombredelcaballero que nos lo encarga y, permtame us-tedaadir,seorScrymgeour,porelintersquesientoporustedenvistadelosmuchosinformes favorables, y no dudo que merecidos,que hemos recibido sobre su persona.Francis le rog que fuese ms claro.-No se imagina usted mi inquietud ante esascondiciones -dijo.-Son dos -respondi el abogado-, slo dos; ylasuma,lorecordarusted,esdequinientaslibras al ao; libre deimpuestos, me olvidabade decir, libre de impuestos.Y el abogado levant las cejas con solemnesatisfaccin.-Laprimeracondicin-siguidiciendo-esmuy sencilla. Debe usted estar en Pars la tardedel domingo quince. En la taquilla de la Come-die Franaise le estar esperando una entradacomprada a su nombre. Se le pide que asista ala representacin en el asiento que se le ha ob-sequiado, eso es todo.-Hubierapreferidoundadesemana-dijoFrancis-, pero, en fin, por una vez...-En Pars, mi estimado seor -aadi el abo-gado en tono tranquilizador-. Creo que soy unapersonaexigente,peroenuncasocomoste,tratndose de ir a Pars, no me lo pensara unmomento.Los dos rieron amablemente.-Laotracondicinesmsimportante-continuelhombredeleyes-.Setratadesuboda. Mi cliente, que se interesa mucho por subienestar,piensaaconsejarlecuandolleguelahora de casarse y quiere que siga usted su con-sejo de una manera absoluta. Absoluta, entien-de usted -repiti.-Sea ms concreto, por favor -contest Fran-cis-. Debo casarme con cualquier mujer, solte-raoviuda,negraoblanca,que mepropongaesta persona invisible?-Tengo encargo de garantizarle que su bene-factorvelarporquelajovenelegidaseadeedad y posicin social adecuadas -dijo el abo-gado-. En cuanto a la raza, la verdad es que nose me haba ocurrido y no lo pregunt; si ustedquiere, tomar nota ahora mismo y le contesta-r en la primera oportunidad.-Seor -dijo Francis-, an est por compro-barse si todo este asunto no es el engao msescandaloso.Losdetallessoninexplicables;estoy a punto de decir: increbles. Mientras novea ms claro, mientras no sepa de un motivoconcreto, se me har muy duro aceptar el trato.Ante esta duda me dirijo a usted para pedirleinformacin.Tengoqueconocerelfondodelasunto. Si usted no lo sabe, no puede adivinar-lo,onotieneautoridadparadecrmelo,cojoahora mismo mi sombrero y me vuelvo al ban-co por donde he venido.-Nosnada-dijoelabogado-,pero puedohacerunasuposicinquecreoexcelente.Elorigen de este asunto, que parece tan dispara-tado, es su padre y nadie ms.-Mipadre!-exclamFranciscontonodelmayordesprecio-.Mipadreesunapersonaresponsable; conozco hasta la ltima idea quele cruza por la cabeza y el ltimo penique de sufortuna.-Noentiendeustedbienmispalabras.NomerefieroalseorScrymgeour,queenreali-dad no es su padre. Cuando ly su esposa lle-garon a Edimburgo, usted casi haba cumplidoun ao y no haca tres meses que se hallaba a sucuidado. El secreto estuvo bien oculto, pero esaes la verdad. Su padre es una persona descono-cida y le repito que, personalmente creo que esquien hace los ofrecimientos que tengo encargode transmitirle.SeraimposibleexagerarelasombrodeFrancisScrymgeouranteunarevelacintaninesperada. No pudo sino confesarle al aboga-do su total confusin.-Seor -le dijo-, despusde una noticia tandesconcertante,tieneustedquedarmeunashoras para pensarlo. Esta noche sabr qu deci-sin he tomado.Elabogado elogi su sensatez y Francis, ex-cusndose en el banco con cualquier pretexto,fue a dar un largo paseo por elcampo a fin deestudiarafondolosdiversosaspectosypo-sibilidadesdelcaso.Unasensacinagradablede su propia importancia le hizo ser muy pru-dente pero, desde un comienzo, el resultado noestuvo en duda.Todo su lado material tendade manera irresistible a aceptar las quinientaslibrasycumplirlasextraaspeticionesexigi-das; se descubri en el corazn una repugnan-cia invencible por el nombre Scrymgeour, quehasta entonces nunca le haba molestado;em-pez a despreciar los intereses estrechos y pocoromnticos de su vida anterior y, una vez quetomsudecisin,siguicaminandoanimadopor una nueva sensacin de fuerza y libertad,mientras le nacan en el pecho alegres esperan-zas.Fue suficiente que dijera una palabra al abo-gadoy recibi al momento un cheque por losdos ltimos trimestres, pues la pensin corra apartir de principios de enero. Regres a pie a sucasa,conelchequeenelbolsillo.Eldeparta-mento de Scotland Street le pareci mediocre;por primera vez sus narices se rebelaron contraelolordelacocina;observpequeasim-perfecciones en los modales de su padre adop-tivoquelellenarondesorpresaycasidere-pugnancia.Aldasiguiente,sedirigihaciaPars.En esa ciudad, donde lleg antes de la fechasealada, se hosped en un hotel modesto fre-cuentado por ingleses e italianos y se dedic aperfeccionarsusconocimientosdelalenguafrancesa; para ello contrat a un maestro que ledaradosclasesporsemana,trabconversa-cincongentesquesepaseabanporlosChamps Elyses y fue todas las noches al tea-tro. Renov su vestuario segn la ltima moday se acostumbr a hacerse peinar y afeitar cadamaana por el barbero de una calle vecina. Estole dio cierto aire extranjero, y tuvo la impresinde que borraba as el reproche de los aos pa-sados.Porfin,latardedelsbado,sedirigialataquilla del teatro enla rue de Riehelieu. Conslo decir su nombre, elempleado sac un so-bre en el que an estaba fresca la tinta de lasseas.-La entrada la compraron hace un instante -dijo el empleado.-Hombre! Y se puede saber quin la com-pr?-Claro que s. Es fcildescribira su amigo:unhombremayor,fuerteybienplantado,depelo canoso, con la cicatriz de un sablazo que lecruzalacara.Imposiblenoreconoceraunapersona as.-Porsupuesto-dijoFrancis-.Esustedmuyamable. -No puede haber ido muy lejos. Si seda usted prisa podr alcanzarle.Francis no se lo hizo repetir: sali corriendodel teatro y se par en medio de la calle a miraren todas direcciones. Haba a la vista ms de uncaballerodepeloblancopero,cuandoselesacerc, a todos les faltaba el sablazo en la cara.Durante casi media hora recorri las calles ve-cinas hasta que, dndose cuenta de que era undisparate seguir buscando, decidi dar un pa-seo para calmar su nerviosismo, pues el hechode haber estado a un paso de encontrarse con elhombre que, no lo dudaba, era el autor de susdas, le haba alterado mucho.Por casualidad lleg a la rue Drouot y luegoa la rue des Martyrs, y el azar le vali ms quetoda la sensatez del mundo. En el bulevar exte-riordoshombresdiscutanacaloradamente,sentados en un banco. Uno de ellos era un jo-ven moreno y bien parecido, vestido de paisanopero con un aire clerical imposible de ocultar; elotrocorrespondahastaelltimodetallealadescripcinhechaporelempleadodelteatro.Francis sinti que el corazn le golpeaba en elpecho, pues sin duda estaba a punto de escu-char la voz de su padre; dando un gran rodeo,fue a sentarse detrs de los dos caballeros, de-masiadodistradosensuconversacinparareparar en lo que ocurra a su alrededor. Comolo haba previsto, conversaban en ingls.-Sussospechascomienzanaincomodarme,Rolles -deca el de ms edad-. Le aseguro queestoyhaciendotodoloquepuedo;nadiedis-pone de millones en un abriry cerrarde ojos.Acaso no le ayudado, por pura buena volun-tad,aunquenoesustednadaparam?Novive usted a mi costa?-Con lo que usted me adelanta, seor Van-deleur -rectific el otro.-Con lo que le adelanto, si prefiere; y por in-ters, no por buena voluntad, si usted lo dice -respondi Vandeleur en tono irritado-. No es-tamos aqu para discutir cul es la palabra exac-ta. Los negocios son los negocios y los suyos,permtame que se lo recuerde, son demasiadoturbiosparadarseesosaires.Confeenmodjemeenpazybusqueaotrapersona,peroacabemos de una vez, por Dios, con tantas jere-miadas.-Empiezoaconocerelmundo-respondiRolles- y me doy cuenta que tiene usted todaslas razones para engaarme y ni una sola paraportarse con honradez. Yo tampoco he venido adiscutirlapalabraexacta;ustedquiereeldi-amante para s: lo sabe muy bien y no se atrevea negarlo. No es verdad, acaso, que ha utiliza-dominombre,quehaentradoaregistrarmihabitacinmientrasyomehallabaausente?Comprendo perfectamente la razn de sus de-moras: se mantiene usted alerta, a la caza deldiamante, y antes o despus se apoderar de l.Se lo digo seriamente: esto se tiene que acabar.No me ponga nervioso o le prometo una sor-presa.-Nolevanbienlasamenazas-dijoVande-leur-. No es usted el nico que puede hacerlas.Mi hermano est aqu, en Pars, y la polica estal corriente. Si continua molestndome, soy yoquien le organizar una pequea sorpresa, se-or Rolles. Pero la ma ser definitiva. Me en-tiende o quiere que se lo repita en hebreo? To-dotienesulmiteyhaagotadoustedmipa-ciencia. El martes a las siete; ni un da ni unahora antes, ni siquiera medio segundo, aunquele cueste la vida. Y si no quiere usted esperar,puede irse al mismsimo infierno, y buen viaje.DiciendoestaspalabraseldictadorselevantdelbancoysemarchendireccindeMont-martre, moviendo la cabeza y agitando el bas-tncon gestofurioso,mientras sucompaerose quedaba en el sitio, en actitud de profundodecaimiento.La escena haba sido para Francis el colmodelasorpresayelhorror.Sussentimientoshaban sido heridos; la delicadeza esperanzadacon que se sentara en el banco no haba tardadoen volverse desprecio y desnimo; el viejo se-or Scrymgeour, se deca, era un padre muchoms digno y cordial que este intrigante peligro-soyagresivo.Sin embargo,mientraspensabaestas cosas, mantuvo su presencia de nimo yno perdi ni un minuto en seguir al dictador.Elcaballerosemarchaballenodeira,conpaso tan rpido y arrebatado que no se le ocu-rri mirar atrs ni una sola vez hasta que llega la puerta de su casa.Viva en lo alto de la rue Lepic, en el aire pu-ro de las alturas, con vista sobre Pars, en unacasadedosplantasconpersianasypostigosverdes. Todas las ventanas que daban a la calleestabancerradas.Sobrelosmuros,protegidosporhierrospuntiagudos,asomabansuscopaslos rboles del jardn. El dictador se detuvo uninstante mientras buscaba la llave en sus bolsi-llos y, tras abrir la puerta,desapareci dentrode la casa.Francis mir a su alrededor: el barrio era so-litario, la casa estaba aislada en medio del jar-dn. Le pareci, a primera vista, que su obser-vacin finalizaba aqu sin ms remedio; volviamirar,sinembargo,yvioquelacasadealladotenauntejadodedosaguasquedabasobre el jardn, y en el tejado una ventana. Alpasar frente a la entrada principal observ unletreroanunciandoquesealquilabanhabita-ciones sin amueblar por meses. Entr a pregun-tarysucedique,justamente,sealquilabaelcuarto cuya ventana se abra encima del jardndel dictador. No vacil un momento: alquil elcuarto,pagporadelantado yvolvialhotelpara traer su equipaje.Elviejo de la cicatriz poda sero no sersupadre;lapistaqueseguapodaonoserelbuena, pero estaba seguro de haberse tropeza-do con un misterio fantstico y se prometi queno se detendra hasta resolverlo.Desde la ventana de su nuevo apartamentose vea todo el jardn de la casa de las persianasverdes. Debajo de la ventana haba un castaomuyhermoso,cuyasfrondosasramasdabansombra a dos mesas rsticas en las que se podacomer en pleno verano. Una espesa vegetacintapabacasicompletamenteelsuelo,aunqueFrancis lograba ver, entre las mesas y la casa,uncaminodegravaqueibadelapuertadeljardn a una galera. Oculto detrs de sus per-sianas, que no se atreva a levantar para no lla-marla atencin,descubrimuypocoque lepermitiera adivinar el modo de ser de sus veci-nos, y ese poco slo le hizo pensar en la reservay el gusto por la soledad. El jardn era conven-tual, la casa tena un aspecto de prisin. Todaslas persianas, as como la puerta de la galera,estabancerradas;porloquepodaver,eneljardn,iluminadoporelsolde latarde,nohabanadie.Slounamodestabocanadadehumodeunanicachimenearevelabaquehaba alguien en casa.Para no estar sin hacer nada y dar un pocode color a los das que deba pasar en la ciudad,Francis se haba comprado una versin francesadelaGeometradeEuclides,quesededicacopiar y traducir; ahora, tras poner el libro so-bre la maleta, se sent a trabajar en el suelo, conla espalda apoyada en la pared, pues no tenasilla ni mesa en la habitacin. De vez en cuandose pona de pie y echaba un vistazo a la casa delas persianas verdes, pero las ventanas seguancompletamente cerradas y el jardn solitario.Slo mucho ms tarde sucedi algo que vinoa recompensar su constante vigilancia. Entre lasnueve y las diez estaba medio dormido, cuandole despert el tintineo agudo de una campani-lla. Fue a su observatorio a tiempo para or elruidodecerrojosquesedescorranytrancasque se retiraban, y vio al seor Vandeleur, lin-terna en mano, vestido de una amplia bata deterciopelonegroyungorrodelomismoquesala de la galera y avanzaba lentamente hastala puerta del jardn. Luego se repiti el ruido decerrojos y trancas, y Francis vio al dictador, a laluzindecisadelalinterna,acompaandoalacasa a un individuo del ms indigno y despre-ciable aspecto.Mediahoramstardeelvisitantevolviaser conducido a la calle y el seor Vandeleur,dejandolaluzenunadelasmesasrsticas,termindefumartranquilamentesucigarrobajoelcastao.Francis,queledivisabaentrelas hojas, le vea aspirar a fondo el humo o arro-jar la ceniza al suelo; por su expresin de pre-ocupacin, y por su forma de fruncir los labios,le pareca entregado a una meditacin profun-da y quiz difcil. Casi haba terminado el ciga-rro cuando se oy la voz de una muchacha quelecomunicabalahoradesdeelinteriordelacasa-Ahora mismo -respondi John Vandeleur.Ytirandoelcigarro,recogilalinterna,sedirigialagalerayseperdidevista.Encuantocerrlapuerta,lacasaquedenunacompletaoscuridad.Francisnodistinguaelms mnimo destello de luz detrs de las per-sianas y concluy, con gran cordura, que todoslos dormitorios deban estar del otro lado.Alamaanasiguiente,muytemprano(notard en despertarse despus de una mala no-che, que pas acostado en el suelo), comprobque deba adoptar otra explicacin. Se abrieronlas persianas, una a una, por medio de un me-canismo pulsado desde el interior, y dejaron ala vista unos postigos de acero, como los quehay en las tiendas, y luego estos postigos, a suvez, se enrollaron por un procedimiento pare-cido, ydurante casi una hora las habitacionesquedaron abiertas al aire de la maana. Al cabode ese tiempo el seor Vandeleur, con sus pro-pias manos, volvi a bajar los postigos y cerrarlas persianas desde el interior.Todava estaba admirndose Francis de tan-ta cautela, cuando se abri la puerta y una mu-chacha vino al jardn, donde estuvo un momen-to mirando a su alrededor. Antes de que pasa-ran dos minutos haba vuelto a entrar en la ca-sa, pero Francis haba visto bastante para con-vencerse de que era una persona con los msasombrosos encantos. No slo qued su curio-sidad muy avivada por elsuceso, sino que susnimos mejoraron en un grado an ms nota-ble.Apartirdeaquelmomentolosmodalesalarmantesylavida tanconfusade supadredejaron de preocuparlo y abraz con entusias-mo a su nueva familia. La joven acabara, quiz,por ser su hermana o su mujer, pero no tenaninguna duda de que se trataba de un ngel enforma humana. Su horror se acrecent cuando,derepente,comprendiqueeramuypocoloqueenverdadsaba, yquealseguiral seorVandeleurhastasucasabienpodahaberseequivocado de persona.El portero, a quien pregunt, slo pudo dar-lepocasinformaciones,quelesonarondeloms sospechosas y llenas de misterio. En la casavecinaresidauncaballeroingls,dueodeuna gran fortuna y muy excntrico en sus gus-tos y costumbres. Guardaba en la casa grandescolecciones, y para protegerlas haba instaladopostigosdeaceroycomplicadoscerrojos,ascomo los hierros puntiagudos que se vean so-brelosmurosdeljardn.Norecibavisitas,aunque se le vea de vez en cuando con algunasextraascompaasconquienes,alparecer,tenanegocios.Vivanconlmademoiselleyuna vieja sirvienta. -Mademoiselle es la hija? -pregunt Francis.-S, seor -respondi el portero-. Mademoi-selle es la hija de la casa, y es curioso cmo lahacetrabajar.Contodassusriquezas,vadecompras al mercado, y la ver usted pasar conel cesto en el brazo todos los das de la semana.-Y las colecciones?-Son de incalculable valor. Ms no le puedodecir.DesdequellegelseorVandeleurnohay en el barrio una sola persona que haya cru-zado su puerta.-Algodebeustedsaber-insistiFrancis-.Qu son esas famosas colecciones? Cuadros,sedas, estatuas, joyas o qu?-Ah,seor,posiblementeseanzanahorias-contest el portero, encogindose de hombros-.No ser yo quien se lo pueda decir. Cmo sa-berlo?Lacasaestmsprotegidaqueunaguarnicin, como usted ve.Y ya Francis, abatido, regresaba a su habita-cin cuando el portero le llam de vuelta.-Me acabo de acordar -le dijo-. El seor Van-deleur ha viajado por todo el mundo, y una vezleodeciralaviejaquehabatradoconsigomuchos diamantes. Si eso es verdad, habr co-sas dignas de verse detrs de esos postigos.El domingo, Francis se encontr desde tem-prano en el lugar que le haba sido reservadoen el teatro. Su asiento era el segundo o terceroa partir de la izquierda, delante de uno de lospalcosbajos.Comohabasidoelegidaespe-cialmente su posicin deba tener importancia,y elinstinto le dijo que elpalco a su derechatena relacin, de alguna manera, con el dramaen que, a pesar de su desconocimiento, le co-rresponda un papel. Ms an, si queran, susocupantes podan observarle sin dificultad delcomienzo al final de la pieza mientras que, sen-tndose en el fondo, evitaran todo examen desu parte. Se prometi no perderle de vista ni unmomento y, volvindose hacia el resto del tea-tro, o fingiendo atender a lo que su