el diamante del rey - adrien clutterbuck

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  • EL DIAMANTE DEL REY

    Adrien Clutterbuck

    Novela Histrica

  • Copyright

    Ttulo original: El diamante del Rey

    Autor: Adrien Clutterbuck

    1 edicin: septiembre 2014 2013, Adrien Clutterbuck

  • Agradecimiento

    A Amelia Aranda, conservadora de Patrimonio Nacional, Colecciones Reales, (Espaa) y experta en las joyas histricas de la Corona espaola. Por acceder a

    recibirme, por su erudita conversacin, su disponibilidad a contrastar mi informacin y la amabilidad de contestar a mis inoportunas preguntas.

  • ndice

    EL DIAMANTE DEL REY

    Legales

    Agradecimientos

    Te aseguro que existen los monstruos

    La Corte de los humillados

    El corazn devorado

    Al fondo, tras el espejo, un resplandor

    El hijo del Jardinero

    Acaso no lo tuvimos casi todo

    La luz del mundo

  • - I -

  • Te aseguro que existen los monstruos

  • Cuando me encontr con el monstruo por primera vez haca poco que haba cumplido los diecisis aos, fecha que pas tan desapercibida como todo en mivida hasta ese momento.

    Fue un da de abril y yo no saba nada.Aos despus, cuando me atrev a referirte esto mismo, me dijiste que la casualidad es la artimaa de Dios para que no seamos conscientes de sus errores,

    pues en verdad no hay donde elegir. Entonces pens que aquello era un pensamiento hertico. Me estremec. Recuerdas como era yo entonces? Aquel joven con el quecharlabas sin darte cuenta de lo que hacas. Ese nio adulto del que ya no queda nada, ni su inocencia ni su sabidura. Nada. Hasta la pasada semana no fui consciente deello, cuando cerr el trato y tom entre mis manos la pequea bolsa de cuero que acompaar estos pliegos en el correo de maana.

    Ahora, mientras intento escribirte, se me ocurre que quiz tu pagana teora fuera cierta, porque nada ms que un error de Dios haca posible que yo meencontrara en aquel cruce de caminos cuando la bestia cruz el Bidasoa.

    Te he dicho que llova? Tanto que el gabn se me haba pegado a los huesos y los huesos al caballo como si quien atravesara los montes al galope fuera uncentauro. Si aparto un instante la mirada del papel an puedo verlo. Cierro los ojos y aquella pared del fondo se convierte en un da lluvioso, de esos que arremolinangotas dispuestas a arrebatar la dignidad con el volitar de sombreros y el enjuague de los bajos de los vestidos. Calculo que las diez leguas que separaban aquellaencrucijada de la bulliciosa Bayona las recorr en pocas horas.

    En este momento no. Ms tarde te contar por qu un joven que an no haba cumplido los diecisiete se hallaba aquel abril amargo de 1808 en una ciudad deespectros, donde las almas de los humillados esperaban el juicio de Dios. Fue ese da, a esa misma hora, cuando la angustia me dijo que si no escapaba al menos uninstante de Bayona me llevara con ella a un lugar oscuro y fro. Creo que te lo susurr en Gnova; an me asusta la oscuridad, quiz porque mi alma est llena de ella.Por eso, sin pensarlo, cog mi caballo y lo espole, durante horas, hasta que l y yo al fin pudimos gritar al aire. l bramando desde su hambriento estmago. Yolanzando al ter un berrido de impotencia, de angustia. Un grito enorme, como un imperio. Y as llegu hasta el puente.

    Nada, creme, nada me hizo pensar que algo extraordinario estaba a punto de acontecer. Te ha sucedido alguna vez? Cuando acontece, todo es tan ligero, tantenue, incluso apacible, y de pronto algo se desgarra y gira, cambia de direccin como un toro asustado que intenta huir de la garrocha. Si no has llegado a conmoverte alo largo de tu vida es que las luces del mundo te han entretenido demasiado. Sucede a menudo. Tanto que, si permaneces en silencio, oyes el deslizar de la vida de losotros a tu alrededor, o el choque de algunas de ellas contra la empalizada. Sin embargo, en esta ocasin las esferas permanecan calladas, o quiz llamndome a gritospero confund su voz con la tormenta.

    En aquella encrucijada, junto al ro, yo simplemente descabalgu bajo la lluvia. Agua fra que dejaba vuelo de escarcha entre mis dedos. Haba un pasto ralopero mi caballo mereca un descanso. Nunca supe por qu me detuve. Por qu me recog en el hueco de un rbol, entre sus races, como un hongo venenoso. Es ciertoque quiz me dorm de agotamiento al cobijo de aquel roble centenario, seguro pese a la tormenta.

    Porque cuando abr los ojos all estaba el monstruo.

  • Me he detenido un instante. Necesitaba mirar por la ventana, ver al horizonte la lnea nebulosa del mar al atardecer.Si hubiera tenido piernas sanas y un caballo lo habra espoleado ahora mismo contra el viento para que me arrastrara hasta un bosque ignoto donde poder

    gritar, como aquel da. Pero ni tengo ya aos ni me puedo permitir descomposturas; asustara a los criados y dara voz a las malas lenguas que cuchichean sobre lasmaldades que ha perpetrado el inquilino de este palacio. Tanto transforma la vida?, es necesario recorrer un camino tan largo y tortuoso para esto?

    S. Cuando abr los ojos vi al monstruo.Vi los ojos de la bestia.An me duele describrtelos a ti, que los has besado cada da, pero djame hacerlo. En todos estos aos hemos hablado de todo menos de sus ojos, cuando fue

    su mirada la que me at a ti para siempre. Aquel da eran verdosos, como ajados azulejos portugueses. Como un patio abandonado cubierto de viejos azulejosportugueses. Creo que as los tena su madre, teidos de mar revuelta cuando vino del Algarbe. Con el paso del tiempo aprend que la luz jugaba a maravillar con ellos,convirtindolos en una charca en penumbra o en las paredes de un acantilado sumergido en las fras aguas del ocano. Los ojos del monstruo aquel da estaban baadosen roja sangre disuelta en el agua, arrastrada desde una herida que abra su frente. Si yo pudiera mirar como esos ojos recuerdo que pens, porque no era solo su formay densidad, era lo que ellos expresaban. Quiz fue la primera vez que me sent ubicado. S, porque sus pupilas me dimensionaban, como si al fin la Tierra tomaraconciencia de mi presencia en el planeta y decidiera darme un lugar entre los hombres. Ese era el poder de su mirada.

    Tuve que hacer un gran esfuerzo para apartarme del reflejo cenagoso de su espritu y preguntarme qu estaba sucediendoPerdname. Me adelanto y me confundo.Siempre me adelanto. Recuerdas cmo me reprendas por ello? Incluso me encuentro misterioso contndote estos asuntos cuando no encierran secreto

    alguno. El complot ha formado parte de mi vida, tanto que he tenido una facilidad portentosa para rodearme de ellos.Durante mi siesta una fila de soldados franceses haba ocupado el camino de Bayona, donde yo me encontraba, con la intencin de regresar a su patria. No s

    si eran muchos, pero por fortuna no prestaron atencin a aquel jovenzuelo que les observaba desde la panza horadada de un roble. Justo delante de m haba un recodo ydetrs de m otro ms por donde se perdan, inmaculados de uniforme; ya vencedores de una guerra que no haba comenzado. Y en medio de la fila, sobre un caballoatabanado, iba la bestia.

    Todo l era agua derretida, desde los tiznados calzones que dejaban al descubierto las heridas de sus muslos, hasta la desastrada casaca, an engalanada con lasofensas que la plebe le haba infligido. Pareca ms un preso camino del cadalso que el hombre liberado de una muerte terrible que en verdad era.

    No. l nunca supo que quien se cruz con su mirada en el momento justo en que abandonaba Espaa para no volver jams era yo. A pesar de que con sus ojosacababa de avisar al cielo y a la tierra de que yo exista, de que era alguien a tener en cuenta. Alguien peligroso, como el lodo venenoso.

    Cruz el Bidasoa frente a m. Me oje sin verme, lo necesario para deslumbrarme y hacerme entender que aquel despojo de hombre formaba parte de la lenguasecreta del universo. Despus desapareci tras un monte, entre la doble fila de soldados protectores que le haban sacado de un ttrico calabozo castellano para que lamuchedumbre no lo despedazara.

    Solo varios das despus supe que aquel extrao espritu dorado, el monstruo, era Manuel Godoy. El prncipe de la Paz. El seor todopoderoso. El engredomandatario de las Espaas bajo la dbil tutela del viejo rey don Carlos.

    Pero ni siquiera entonces poda imaginar que aquella bestia libidinosa, de quien tantas sacrlegas maldades haba odo contar en mi corta existencia, iba aconvertirse en el eje central de mi vida, como ya lo era de la tuya.

    l no, t. Pero tambin l.De nuevo mis ideas vuelan como gansos salvajes. No quiero contarte en estas hojas amargas que huelen a veneno la historia de Godoy en el exilio Qu

    estpido sera entonces! Esa la conoces t mejor que nadie. Sino la ma y cmo el sol cambi su curso diario en el firmamento a partir de un instante preciso del que fuitestigo.

    He querido empezar por l y por Bayona. Dame tiempo, ya llegaremos a las razones por las que te escribo despus de tantos aos.Las cartas. Las cartas son como la ponzoa de la serpiente, perniciosas y meticulosamente lentas. Guardan su veneno hasta que te debilitan y tu corazn se

    detiene. Las olas del mar se detienen. El vuelo de los planetas se detiene. Ahora me doy cuenta de que estas letras idas y venidas que aguardan en mi escritorio, estascartas enviadas y recibidas, han sido las mensajeras de la desgracia, los labios de Casandra. He tejido tu destino a base de misivas, como una Parca paciente que no sedesva de su labor aunque el dolor de la vida le retuerza las manos. Las cartas. Como negros augurios y oscuras tormentas.

    S. Quiz no me perdones cuando termines de leerme. Tanto dolor. Tanto veneno innecesario. Tampoco estoy seguro si alguien como yo, que todo lo posee,necesita el perdn de alguien como t, que todo lo necesita. Pero djame que te lo cuente desde el principio, no se bailan as los minuetos? Aunque mis cansados ojospermanezcan abiertos desde este punto del atardecer hasta ms all del alba. Aunque solo sea porque fui el pequeo hombre que sonri al monstruo cuando la Gloriahaba alzado el vuelo de su lado.

  • - II -

  • La Corte de los humillados

  • 1808 ya solo lo recuerdan las lpidas de las calles y las velas rojas de las viudas. Monumentos y misas. S. Y panegricos. Y exaltaciones en la Corte sobre lavalenta de los vecinos aquel ao. Pero todo es mentira. Aquella fecha solo est grabada en los mrmoles de las calles y en los doloridos corazones de madres y viudas.

    Por aquel entonces el mundo era para m un sendero sinuoso y lleno de peligros donde el mal anidaba tras los recodos. As me lo haban enseado losreligiosos en el colegio cuidado con la vida que desde mi niez haban velado por mi educacin y mi alma cuidado con la vida que no tiene otro objeto queprobarnos ante Dios.

    Muy poco sabes de mi vida antes de nuestro encuentro. Muchas veces he pensado que tan poco signifiqu para ti que ni mi pasado ni mi presente encerraronel ms mnimo inters para tu curiosidad. Soy oriundo de Aranjuez. Una de tantas familias nacidas al solaz de la Corte. All vine al mundo un siete de febrero de 1792 enuna vivienda ms bien modesta de los alrededores de Palacio. S poco de aquel suceso. Mi madre no lleg a vivir para contrmelo y mi padre no era hombre de palabras.Los escasos aos que pasamos juntos cursaron en un silencio de catedral, solo profanado por el vuelo de las hojas en el jardn y el canto atormentado de los pjaros. Poraquel entonces yo, los dems, achacbamos el mutismo de mi padre al abatimiento por la prdida de su esposa, mujer bella y vivaz segn decan, que haba servido decosturera en la Corte. De all traa cintas de colores que ataba a las rejas de mi casa para amedrentar la tristeza. Ahora s que no solo fue aquel suceso trgico lo queinund de mutismo a mi pobre padre. Es posible que ese hombre hirsuto y gris amara intensamente a la mujer risuea que me trajo al mundo. Es posible que la echara demenos, tanto como un rbol a un retazo de brisa cargada de sur. Pero su pertinaz silencio se deba a la misteriosa relacin que mantena con la naturaleza y que ahora meatrevo a llamar su sutil habilidad.

    Mi padre se encargaba de cuidar los jardines de Palacio y, para hacerlo como era debido, deba escuchar atentamente lo que estos le decan. Era una tarea tandelicada que l despertaba al alba y se encargaba de acostar a la madrugada. Para llevarla a cabo tena a sus rdenes a una legin de subalternos armados con palas, tijeras,que operaban y sangraban rboles y plantas a vida o muerte, con tanta meticulosidad y eficacia como un cirujano de guerra.

    Mi padre lo supervisaba todo y a todas horas. An lo veo apoyado sobre su bastn de castao, con la negra casaca impecable en invierno y verano, mientrascon su mano derecha marcaba el ritmo no solo a sus hombres, sino que pareca hacerlo a las yerbas aromticas y a los arbustos florecidos. Nada de palabras, solo gestos;una ceja levantada si un esqueje era ms voluminoso de lo adecuado; labios fruncidos cuando un manojo de violetas mostraba las hojas sucias tras la lluvia; ojos afiladossi las azucenas y las dalias florecan demasiado tarde. Mi padre llevaba el control de las rosas que deban abrirse cada da, de los nenfares que era necesario separar y delos rododendros que haba que trasplantar para que cierto sol de la maana no les hiciera perder una pizca de color. Decan que cada amanecer, cuando empezaba suinspeccin antes de que el Rey diera su paseo matutino, hablaba con las plantas y las flores del jardn, explicndoles el da que les quedaba por delante y las maravillasque su belleza lograra en el nimo de los hombres. Rumores de los mayores. Incluso me contaron que el difunto Carlos III sola mirar a ambos lados antes de arrancar unramillete de azahar, que tanto le gustaba, por si mi padre estaba cerca.

    Lo nico que no se permita a mi progenitor era intervenir en la concepcin ltima del jardn.El diseo de aquellos parterres se encargaba a otros artistas que venan de pases lejanos o de la misma Corte para decidir qu hacer con los tilos y las

    madreselvas. Mi padre nunca dijo nada al respecto. Solo era un servidor de Su Majestad. Al contrario. Era para l un honor deleitarse con el acento francs o italiano deaquellos grandes hombres que convertan un rincn donde la escasa luz del sol no haba sido capaz de arrancar ms que verdina en un parterre de rosa belladona rodeadade lavanda que duraba apenas un da.

    Su habilidad era otra. Tan secreta que no poda decirse. Consista en conocer la combinacin exacta de acontecimientos que hacan que los jacintos florecieranen junio o los cerezos se abrigaran de blanco en invierno. Algo extrao, s. Mgico dira yo si no supiera que era hombre de frreas creencias religiosas y observadormeticuloso de la palabra de Dios. Ese arte muri con l. Tena que ver con las estrellas, con los vientos, con la destilacin y el perfume del agua, con la seleccinminuciosa de semillas, con el tratamiento continuo de los tallos y los riegos, y con la moderacin de la luz del sol y su calor. Pocos en la corte reparaban en las floresblancas que aparecan de pronto entre la nieve, colgadas como adornos invernales de los cerezos. Nadie se percataba de los jacintos amarillos que crecan junto a lasrosas soleadas del mismo color en pleno verano. Era un arte que solo l y unos pocos conocedores de la sutil esencia de las plantas disfrutaban, los que saban que lanaturaleza solo responde si se le habla en voz muy baja.

    As transcurri su vida. Una existencia donde no haba lugar para un nio taciturno como yo. Malsano. Por eso, apenas cumplidos los cinco aos, mand acobrar unos estipendios atrasados y me envi a Madrid a estudiar en el colegio de los irlandeses, donde ms tarde me enterara que solo podan acudir exiliados de aquellejano pas lleno de humedales. Un jardinero tiene amigos poderosos, pues es el responsable ltimo del nimo de un rey. Supongo que as logr que me admitieran enaquella escuela donde la luz del sol se alejaba de las ventanas como queriendo remedar el clima fro y oscuro de la vieja Irlanda.

    En verdad mi padre no quera que el jardn me esclavizara tambin a m. Que pasara la vida pendiente del olor del viento y del tono de las gotas de lluvia. Quingenuo es el ser humano. Mi padre no comprendi que hay matices que pertenecen a nuestra esencia, como los hombros anchos y robustos que hered de l o el cabellonegro acerado que me leg mi madre. Pero tambin pequeas cosas, como la manera de sentarme, o la costumbre de inclinar la cabeza cuando un interlocutor logra captarmi atencin. Y otras ms sutiles, que tienen que ver con el alma y la naturaleza. Por eso percibo con tanta claridad el color del viento y el inconfundible aroma de lasgotas de lluvia.

    Intento recordar aquellos aos de enseanza en el Colegio de San Patricio y soy incapaz de que una sola imagen acuda a mi memoria. S que parte de miesencia se fragu all, entre los muros cenicientos de la escuela religiosa, pero eran tan iguales los das, tan repetidas las misas y confesiones, que mi memoria no hacredo conveniente almacenar esos recuerdos. S. Misas, confesiones y latines. A eso se resuma casi todo. Y algunas clases sobre leyes y teologa. Lo justo paraapartarme del jardn y permitirme encontrar un lugar entre los hombres de bien.

    De aquella poca de estudio y reclusin cre salir puro, estricto y formado para ser un buen creyente. Lo que sera ahora si t no te hubieras cruzado en micamino

    De nuevo me extravo y te culpo. No s por qu te cuento ancdotas que nada tienen que ver con lo tratado. Solo digo sandeces, pues s que siempre te hanmolestado las miserias de los otros y en mi pasado ms que abundar stas, escasea la claridad de la luz.

    En la Espaa que nos toc vivir los acontecimientos se haban precipitado con tanta rapidez que ninguno sabamos qu lugar ocupbamos en el mundo. Nosolo las finanzas del reino eran una calamidad haca ya aos, sino que los franceses haban empezado su mal disimulada invasin por las fronteras del norte con la excusade tomar el Reino de Portugal, al que acusaba Napolen de estar socorriendo a los ingleses.

    Del poderoso pas que los Borbones haban heredado de los Austrias no quedaba ya nada. Miento; quedaba su cadver delicado y bien amortajado a la esperade que el Emperador de los franceses viniera a devorarlo. Con una situacin as solo haba una salida posible para una monarqua tan malparada; buscar un culpable, noes cierto? Esa era la Espaa en la que me sumerg al abandonar el colegio irlands, aunque poco de esto saba yo entonces.

    Sucedi que mi padre enferm de fiebres tercianas y la Parca se lo llev al poco tiempo. No s si lo ech de menos. Apenas lo recordaba. Incluso las pocasveces que vino a visitarme a Madrid se sentaba junto a m en el claustro hasta que caa la noche. Entonces se iba como haba llegado, con tanta delicadeza que an hoyme pregunto si solo era un sueo o un fantasma. Ya nada me quedaba en el mundo, pues sabes que no tengo ms familia que mis manos, y aquellas habitaciones dondenac pertenecan a la Corona. Fue en el funeral de mi padre cuando un caballero desconocido se me acerc.

    T eres el hijo afirm tras persignarse. Creo que yo me sonroj, pues me senta culpable por no haber derramado lgrimas por aquel difunto al que apenasconoca. En qu situacin te ha dejado tu padre, muchacho? me pregunt mientras los sepultureros arrojaban tierra sobre el atad.

    Tampoco contest.Por tu impedimenta veo que en no muy buena dijo mirando mi ajada pero blanca camisa y el hato con mis pertenencias que no haba tenido dnde dejar

    . Ven maana a verme. Le debo un favor a ese hombre seal el fretro cubierto de fango negro.Un favor? A mi padre, seor? me asombr saber que el hombre que enterrbamos tuviera una vida o intereses ms all de su jardn.Empez a colocarse los guantes de cabritilla. All poco quedaba por hacer.l me ense me dijo que la supervivencia de una planta depende de la direccin del viento. Es un buen consejo para un hombre de estado, no crees?Aquel caballero era don Pedro Ceballos, el Secretario de Estado y del Despacho de la Corona, lo que en aquellos tiempos tan revueltos era lo mismo que no ser

  • nada, a pesar de que como ms adelante me enterara era el primer consejero del rey de Espaa.Mentira si te dijera que don Pedro fue para m como el progenitor que no tuve, pero quiz fuera la primera persona con quien me sent til. Era un hombre

    justo en lo superficial y extremadamente injusto en lo importante. Gustaba de hacerse ver y nunca perda la ocasin de ubicarse al lado de los poderosos. Tena unacapacidad asombrosa para estar siempre en el lugar adecuado y sobre todo para desdecir lo que haba dicho hacindolo tan cierto que nadie lo dudaba. Aos despusaprend de l que lo nico a lo que debemos aferrarnos es a los deseos. Lo dems es un mero escenario, el papel empolvado de una carta. El nico inconveniente de esteplanteamiento me dijo es llegar a saber qu situamos delante y detrs de lo que deseamos. No te parece una premonicin de lo que nos acontecera?

    Mi incorporacin a su gabinete fue toda una aventura para m, aunque don Pedro apenas prest atencin a que yo entrara a formar parte de su vida. Quizviera en m a un joven afable, un tanto beato, que llegaba en el momento oportuno para pagar un favor debido, que saba escribir y leer, algo de leyes y no parecaestpido. Con eso era suficiente para desempear tareas de escribiente y tambin de ayudante de cmara.

    A las pocas semanas de entrar a su servicio recib orden de unirme a l cerca de Aranda. En Madrid ya empezaba a notarse por las calles que las cosas nomarchaban bien. Fui all con lo puesto, sin sospechar el largo viaje que me aguardaba. Segn avanzamos una rara sensacin de vrtigo se fue apoderando de m. Nadie mehaba dicho a dnde nos dirigamos, ni cunto tiempo durara nuestra ausencia.

    Encabezaba nuestra marcha don Fernando de Borbn.Ya no es el Principe de Asturias me dijo Ceballos al primer desliz. Dirgete a l como Su Majestad o te dar de bastonazos. No me dio tiempo a hacerlo porque apenas lo vislumbre hasta llegar a Bayona, pues se apeaba de la carroza nada ms que para dormir. Cuando cruzamos el

    Bidasoa recuerdo que tuve que volverme en mi caballo para mirar hacia atrs. Para m no solo era la primera vez que pisaba suelo francs, sino que nunca antes habaabandonado los alrededores de mi querido Madrid. As de inocente era cuando me conociste.

    En nada tena que ver mi nimo con el tuyo al arribar a la ciudad. Si atravesar Espaa fue una experiencia turbadora, Bayona, aquella vieja urbe en laconfluencia de dos ros, me produjo un impacto indescriptible pues nunca antes haba visto el mar. T has nacido en Cdiz y no podrs entenderme si te digo que unligero temor a que tanta agua pudiera desbordarse se apoder de m por un instante. Seguro que te res, pero creme, aquel mar embravecido de finales de abril luchabacontra la orilla y las empalizadas del puerto como ningn ejrcito que haya visto despus.

    En Bayona no nos recibieron bien. Yo no llevaba equipaje y los lodos del camino se haban adherido a mi ropa como sanguijuelas. Encontrar un lugar dondedormir fue una tarea ardua, pues las puertas se cerraban a nuestro paso y ms de uno escupi al suelo tras abrir el portn y ver a aquel grupo de deslucidos viajeros.Incluso don Fernando tuvo que alojarse en una destartalada casona ms ruina que vivienda, donde ni l ni su servicio podan moverse sin tropezar unos con otros. Hoyexcuso sin reparos a aquellos buenos ciudadanos. Entonces los habitantes de Bayona an pagaban las consecuencias de la estancia entre ellos de doa Mariana deNeoburgo, la viuda del ltimo de los Austrias. Haba sido desterrada tras sus muros haca ms de un siglo, cuando lleg al trono catlico el primer Borbn. Sin embargola seora quiso mantener su corte y sus gastos no ya como reina enlutada, sino como sultana de Constantinopla. Cuando falleci, y de eso haca casi setenta aos en1808, dej tales deudas entre la buena gente de la ciudad que an por aquel entonces haba familias enteras que intentaban salir de la ruina. As que imagnate; si estospobres vasallos saban por experiencia lo apurado que es acoger a un rey entre sus murallas, en qu situacin se encontraban cuando nosotros arribamos llevando acuestas todas las miserias de Espaa.

    Segn pude atisbar escondido mientras mi seor hablaba con otros caballeros, estbamos all porque Napolen haba mandado llamar, como si se tratara de unsimple embajador o de un tendero, a don Fernando a Bayona. As que muchos de sus hombres de mayor confianza le acompaaron y yo entr a formar parte de susquito.

    De esa forma te conoc.

  • Hay muchas otras cosas que no sabes de m.Quiz las ms sencillas.Las que debe saber un amigo de otro amigo o un amante de su amante.Lo achacars a que siempre he sido retrado y cabizbajo, tmido hasta la enfermedad, parco en palabras incluso contigo. Pero no es esa la razn. Durante estos

    aos he querido contarte tantas cosas, explicarte tantas cosas que cuando abandonaba tu presencia un dolor intenso me atenazaba la garganta, como si una bola depalabras y pasiones la ocupara e intentara salir sin conseguirlo. T no lo has presenciado. Habitualmente te encontrabas ante un joven afable que sonrea, escuchaba ycasi nada te deca. Sin embargo, esa enorme esfera llena de slabas calladas, solo poda salir de m a travs del llanto, en forma de lgrimas, cuando ya no estaba en tupresencia. Conozco la orografa de las ciudades donde hemos estado juntos por las lgrimas que he derramado sobre las piedras de sus calzadas. Donde unos ven unaplaza pintoresca yo solo veo frases lquidas saliendo de mis ojos que me recuerdan lo que no te dije. S. El joven tmido. Pero no fue eso lo que me impidi contartequin soy, como intento hacer ahora. Yo lo resumo en que durante estos aos juntos, que comenzaron en Bayona, t solo has hablado de ti misma y yo solo he queridoorte hablar de ti misma. Una mujer como t puede permitrselo y yo he disfrutado de cada slaba que me has entregado y no he querido profanar. Me creers si te digoque las recuerdo todas? Lo que me ha permitido vivir en tu ausencia ha sido regurgitarlas para digerirlas de nuevo, como un enorme pastel de palabras amasadas en eltiempo Es esto habitual?, que un hombre permanezca casi mudo ante la presencia de una mujer. Lo ignoro. No soy conocedor de las mujeres a pesar de haberdisfrutado de muchas, tampoco he tenido facilidad para encontrar amigos entre los hombres. Digamos que quiero creer que es extrao que as sea.

    Ahora, casi cuarenta aos despus de nuestro primer encuentro, quiero beberme cada frase derramada y entregrtela a travs de esta tinta, tan espesa comomis recuerdos, que se agarra a la pluma como yo a cada uno de ellos, para al final dejar un rastro de hormigas denegridas sobre el papel de carta en el que te escribo.

  • Te vi por primera vez en aquella ciudad francesa junto al mar. Ya lo sabes, pero djame recordrtelo para que comprendas lo que signific para m.Bayona tena el aspecto de una metrpolis en guerra, con sus arsenales en activo y el puerto protegido por la armada gala. Una multitud de curiosos ocupaban

    da y noche las callejas desde que Napolen haba arribado el 14 de abril, alojndose en el castillo de Marracq; el nico lugar donde la chusma no se atreva a acercarse. SiSu Majestad don Fernando tuvo que guarecerse en una vieja casona, no fue ese el caso de sus augustos padres, Carlos IV y Mara Luisa de Parma, que llegaron a laciudad das despus, creo recordar que el mismo 30, y fueron recibidos con todos los honores que a nosotros nos faltaron, y alojados en el suntuoso palacio delGobierno de la ciudad.

    Uno de aquellos oscuros das en que todos recorran la urbe de un lado a otro como lobos cuando rondan un rebao, apareciste t por nuestra hospedera.Yo me encontraba solo. Mi seor don Pedro estaba reunido con el Rey y el resto de caballeros del cortejo, y el personal de la casa intentaba encontrar algo en

    el mercado con lo que hacer un remedo de comida. No logro recordar si fui yo quien abri la puerta al or que llamabas o simplemente sta se abri para dejarte pasar.Aos ms tarde observ que algunas veces ocurra as. Te res, pero es que tu presencia tambin turbaba a las puertas y ventanas, que se abran a tu paso temerosas deque no les prestaras atencin.

    Yo te vi. Alc los ojos y te vi. Aos ms tarde, en Verona, me dijiste que te sorprendi que un muchacho tan joven ocupara la mesa Ceballos. Que inclusopensaste que era un ladronzuelo que haba aprovechado el ajetreo de aquellos das para robarle. Es sabido que los reyes no solo atraen las luces, sino tambin lassombras. Nos conocimos en un momento incmodo. Yo intentaba reparar los estropicios que haba causado en una carta que mi seor me haba mandado copiar. En eseinstante intentaba abrir su cajn para afanar nuevo papel timbrado. Por mi parte no tuve dudas de que esa mujer que acababa de entrar en nuestra casa, quedndoseplantada en el umbral, era la ms extraordinaria criatura que nunca antes haba visto.

    Me dicen que tu cabello es ahora blanco como la espuma del mar, pero tan exuberante como entonces. En aquellos tiempos era negro, era un trozo de carbnincendiario. Lo llevabas recogido en la nuca, en un rodete a la moda, aunque un ligero flequillo te cubra la frente abrindose en el centro. No haba en ti nada que noadmirara antes y despus en otras mujeres; cejas finas que despejaban ojos jaspeados, nariz recta, quiz un poco grande, boca severa y ligeramente apretada aquel da.Qu me atrajo de ti entonces? Qu me hizo llegar hasta el punto de que cuarenta aos despus de aquella maana te escriba unas pginas como stas? No s si al finallo sabremos t y yo. Te escribo sin ms mapa que contrtelo todo. Todo lo que yo s. Deja que mis lgrimas convertidas en tinta desmenucen la otra parte de nuestrahistoria. La que permanece hasta este instante en el envs de nuestra vidas.

    Vive aqu Ceballos? preguntaste sin ms. Mantenas el ceo fruncido, como tantas veces lo he visto despus. Entonces no supe interpretarlo. Ahora sque estabas asustada, igual que yo. Temerosa de que nadie pudiera socorrerte.

    Yo me levant al instante y creo que te hice una reverencia.Don Pedro ha tenido que salir, madame. Si puedo ayudaros.Qu ridculo era yo entonces tratando a las seoras! Dirs que no, pero s que me evaluaste. Calculaste cmo de til poda llegar a serte antes de contestar.

    No te reprocho por ello. Es un arma delicada que habas ido perfeccionando a lo largo de los aos, refinando con la cercana del monstruo.Eres miembro de su casa?Soy su ayudante, madame te contest.De nuevo hubo un instante de silencio. Creo que ibas a marcharte, a darte la vuelta y a buscar otra forma de aplacar tu desesperacin porque cmo podra

    socorrerte aquel joven cabizbajo y asustado? Sin embargo te quedaste, y al hablar de nuevo tu barbilla se elev, y tus ojos se cerraron levemente, como los de una rapazque avista su presa.

    Supongo silencio que ya sabrs quin soy.Casi sonro al recordarlo. Te creas tan importante, tan odiada en aquella poca, que imaginaste que un petimetre cualquiera como yo sera capaz de

    reconocerte. Es cierto que eras el centro de todos los chismes de Madrid, pero yo acababa de salir de un claustro donde solo hablbamos de Dios y de su divina forma.Te prometo que no supe tu identidad hasta el da siguiente, pero por alguna extraa razn no quise desvelrtelo. Quiz para que no me creyeras un infeliz.

    Conocis a mi seor, madame? me pareci una respuesta que no implicaba nada, y t te relajaste.Somos viejos amigos. Tardar en llegar?Avanzaste por la sala, mirndolo todo, hasta que ya estabas frente a la mesa, frente a m. Recuerdo la disposicin de los objetos sobre el tablero de tantas

    veces como he intentado recordar aquella maana, recordar cmo el centro del mundo se desplazaba detrs de ti. Si yo hubiera sido capaz. Si hubiera sido capaz deolvidar cmo el aire vibraba en crculos dispersos a tu paso. Entonces estaba mezclado con el miedo y la desesperacin pero eso lo supe ms tarde. En aquel momentosolo sent que me asfixiaba, que tu cercana lo llenada todo, consuma todos los suspiros y opacaba todos los destellos.

    Don Pedro no tiene hora de regresar, madame dije para intentar que te fueras, para escapar. Sin embargo algo me deca que si te marchabas, sidesaparecas de mi lado, la sala se volvera penumbra y llegara el terror, as que aad, pero si puedo ayudaros creo que mi seor quedar complacido por el servicio.

    Sonreste. Acababas de araar en mi pecho con uas encendidas un destino trgico y lo habas hecho con la simpleza con que se retiran las migas de pan de unmantel. Siempre es as. Son las decisiones balades las que hacen que el cosmos regurgite en diferentes direcciones. Nunca te he preguntado si crees en los aquelarres y enlas maldiciones, porque con aquellas palabras yo acababa de lanzar un abracadabra que te unira a m en este destino funesto.

    Si pudieras ayudarme quedara en deuda contigo dijiste. Y te quitaste el pauelo que cubra tus hombros.Ya te he dicho que aparte de lo que me ensearon en al colegio poco ms saba yo de la vida, y menos de las mujeres. Ahora me pregunto si te estabas

    ofreciendo a m. Si tu desesperacin te haba llevado a entregarte a un jovenzuelo imberbe que lo nico que saba de hembras era que haba que tener cuidado con ellas.Lo estabas haciendo? Dime que no. No soportara saber que si hubiramos retozado aquel da sobre las sucias tablas que alfombraban la pensin nada de esto hubieraocurrido. Sabes cuntas veces lo he imaginado mientras mi cuerpo convulsionaba entre las sbanas? Pero no fue as, verdad? Yo tartamude al ofrecerte un asiento queya habas ocupado y me sent torpemente tras la mesa de mi seor, como si fuera ma y yo alguien y de verdad pudiera socorrerte.

    Decidme vos, madame.Te inclinaste y me inundaste de ti. Mir por la ventana. All haba un rbol robusto al que rogu que entrara a travs del cristal y me alejara de all para poder

    respirar. Poco a poco logr calmarme. Tus ojos lograron calmarme, porque ahora estaban ligeramente empaados. Ya no eras la mujer altiva de haca unos instantes.Ahora empezabas a licuarte, a desmoronar el muro de arrogancia que se alzaba entre nosotros.

    Necesito una merced de Ceballos. Un favor enorme.Habas puesto una mano sobre la mesa con descuido. Blanca como la vergenza. Mis ojos se posaron en ella y ascendieron por tu brazo desnudo hasta tu

    rostro. Habas llorado aquel da? Creo que no, en aquel momento nada te importaba ms que convencer al inocente muchacho de tu necesidad.Lo que est en mis manos te promet.Lanzaste un suspiro que yo recog del aire.No me dejan verlo A quin? Me pregunt. Pero era tarde para transitar de nuevo ese camino. Cmo desvelarte que eras una desconocida para m y que

    tus problemas me eran ajenos? Cmo decirte que lo nico que me afectaba en ese instante era que no te marcharas y a la vez que te marcharas?. Est preso en palaciocontinuaste y ni a travs de Sus Majestades me dejan visitarlo.

    Reyes, presos y palacios. Mi imaginacin vol. Quin eras? La reina de Etruria? Una infanta de Espaa? Me asust un poco ms, pero segua sin quererque te alejaras.

    Si yo o don Pedro podemos intent decir, pobre de m.Ceballos ha sido ministro de don Carlos me contaste. Si une su peticin a la de Sus Majestades, Napolen tendr que orlos.Estaba ese poder en mis manos? En las de mi seor? Hasta ese instante no era consciente de que me mova entre reyes. Aos ms tarde apunt sobre mi

    frente con hiedra venenosa lo que eso significa.Pero cmo? te pregunt.

  • Recuerdo que miraste a ambos lados. Como si alguien pudiera estar acechando tras los cuadros de las paredes. Tu mano avanz por la mesa y apres la ma. Elcontacto desterr cualquier terror de mi corazn. De pronto tu aroma a campo abierto nos alej a travs del tacto de aquella sala oscura y hmeda hasta una dehesa aorillas del Manzanares.

    Debes hablar con Ceballos me dijiste en voz baja. A m quiz no quiera recibirme. Debes decirle que tiene que ayudar a Manuel. Mandarle una splicaa Napolen en nombre de don Fernando. Tienen que dejarme verlo. Sin m, Manuel est perdido.

    Yo apart mi mano de la mesa, y de ti. Volv a la alcoba lgubre. Me sent ligeramente mareado, saturado de emociones que se encontraban en pequeasbatallas interiores.

    Lo intentar te dije, porque no saba qu otra cosa decir.T me miraste con aquellos ojos que acercaban continentes.Te ruego que lo hagas lo percib como una orden. Y estar en deuda contigo para siempre.Contigo para siempre. Qu placer sent con aquellas palabras. Qu enorme placer. Solo seis aos despus, cuando volvimos a encontrarnos, dispuesto yo a

    cobrar aquella deuda, apreci algo parecido corriendo por mis venas, por mi piel. Jadeante dije que s.Esta noche hablar con mi seor, os lo prometo. Le transmitir vuestra peticin.No s lo que comentaste entonces. Yo estaba en tal estado de embriaguez que no recuerdo los detalles. Preguntaste mi nombre? S. Creo que hiciste eso.Cmo te llamas?Antonio Alvaredo, madame respond.Ni siquiera entonces me dijiste el tuyo. Estabas tan segura de formar parte del centro de todas las cosas.Sonaron voces en el exterior y la tranca de la puerta comenz a alzarse. Alguien llegaba. T y yo, los dos, nos levantamos veloces. Yo porque no quera que mi

    seor me viera ocupando su sitio. T porque por qu?, hacamos algo indebido? Yo interpret tu gesto como que un nuevo tipo de intimidad haba surgido entrenosotros.

    La puerta se abri y entraron la casera y dos criadas cargadas de verduras. No hemos tenido hoy suerte con la carne en el mercado, nos dijeron sin preguntar sinos interesaba o no.

    Cuando ellas se marcharon a la cocina t emprendiste camino hacia la puerta. Antes de salir de la casa te volviste de nuevo.Fue la primera vez que vi tu sonrisa.Antonio, nunca voy a olvidar lo que vas a hacer por m.Y te fuiste sin saber yo qu haba pasado.

  • No est de ms que tengas a mano papel y pluma durante la lectura de estas pginas pues has de hacer una lista de las promesas que he incumplido durantetantos aos.

    La primera. Nunca traslad tu peticin a don Pedro.Te sorprende?Le habl de ti. S. De tu visita. Incluso mis labios pronunciaron el nombre del monstruo en su presencia. Pero nada le dije de liberar a Manuel.Imagina todas las razones para que un joven zoquete faltara a su palabra. Ests pensando que fue por temor. Siempre has credo que soy un cobarde. Hubiera

    sido fcil de explicar si se tratara de eso, pues don Pedro, lo sabes, era un hombre afable que no me hubiera castigado por semejante intromisin en sus asuntos.Fue por Manuel.Si yo hubiera intercedido por l y la carta de mi seor hubiera tenido xito

  • Don Pedro lleg a casa muy entrada la tarde, agotado y medio invlido a causa de la gota.Por aquel entonces creo que an os guardabais un ligero respeto, a pesar de que mi seor y Manuel haban tenido algn altercado en los das previos a su

    arresto. Arroj el cartapacio sobre la mesa y me pidi que le quitara aquel calzado que le mortificaba. Tena la costumbre de murmurar. Era su forma de reflexionar. Envoz alta. Al principio de entrar a su servicio llegu a pensar que era mucha la confianza que haba depositado en m como para contarme sus ms ntimos secretos.Pronto me di cuenta de que se trataba ms bien de lo contrario. Era yo alguien tan insignificante que ocupaba el mismo lugar inanimado que la llama de una vela o el aguade una jarra. As me enter de que don Fernando estaba furioso con sus reales padres. Tambin con el Emperador, y con todos los ministros. Arrastraba un humor deperros que tena a todos inquietos. Haba venido a Bayona para tratar asuntos vitales con Napolen y ste apenas lo reciba. Cuando lo haca tena la desfachatez dellamarlo Alteza, destinando el ttulo de Majestad para el padre, a quien dispensaba todo los honores. Yo no entenda estos razonamientos de mi seor, ajeno a lo quehaba sucedido en Espaa ltimamente. Solo saba que don Fernando no era hombre que supiera controlar la furia ni el rencor. Pero dejmosle por ahora.

    Aunque don Pedro era de naturaleza amable, el dolor lo volva levantisco y esa tarde apenas me dirigi la palabra ms que para dictarme un par de cartas. Yose lo agradec a pesar de que lo acech como un buitre a una presa moribunda. No haba anochecido cuando me pidi que le ayudara a acostarse. Vino caliente con unsuspiro de canela y pronto se meti en el lecho. Aguard en silencio junto a la chimenea del saln, a la espera de que todos durmieran, pues tenamos prohibidodeambular por la ciudad sin el permiso de nuestro seor. En esas fechas yo comparta alcoba en Bayona con otros tres jvenes del servicio de otros caballerosprincipales, aunque todos me sacaban algn ao. Permanec tan inmutable junto al fuego que no tardaron en encontrarme extrao y en gastar bromas sobre qu chiquillame haba arrobado de aquella manera que ni le tena miedo a la penumbra. Yo no hice caso a sus burlas, pues con nadie quera hablar de ti. Estuve all varado hasta quetodos los sonidos de la casa se fueron apagando, tanto tiempo que cuando quise moverme los msculos de mis piernas se haban entumecido, y casi ca al suelo al dar elprimer paso.

    Durante todo ese tiempo solo pens en ti.Hice el esfuerzo de intentar recordarte. Tu presencia segua impregnada en cada ngulo de aquel saln, en la tarima araada del suelo y en los modestos objetos

    que adornaban paredes y mesas. Pero me fue imposible componer la hechura de tu rostro. Tu semblante se convirti en una mancha borrosa aquella noche. Saba que eralcido y correcto, nada ms. Le encuentras explicacin?

    Cuando no haba posibilidad de que nadie me delatara, sub la tranca de la puerta y sal a la calle. Bayona era tan populosa de da como en la penumbra de lamadrugada en aquellos tiempos, as que solo las sombras hacan distinto el contorno ordenado de su callejero.

    Fue la noche que empec a conocerte. A reinventarte segn me dijiste.Recorr la ciudad con la idea de atisbar un retazo de ti por cualquier lado. Si simplemente habas paseado por sus plazas y recodos, aunque fuera un solo

    instante, sus murallas deban haberse dado cuenta y estaran tan sorprendidas como yo. Intent localizar, guiado por el vnculo invisible que nos una, la casona dondedebas vivir. Incluso pretend captar en el aire los despojos de tu aroma. A veces me llegaba un retazo de perfume a yerba fresca con una rfaga perdida de viento y yocorra en aquella direccin como un cordero perdido que huele la ubre de su madre. Otras era un recuerdo de mbar blanco o de cscara de limn hervida en miel. Algohermoso, ya fuera por su sutileza o por el color con que se tea el sonido de la brisa. Algo que me recordara a ti en aquella ciudad riberea llena de efluvios ypestilencias.

    Fue una noche larga. Infructuosa diran algunos, pero perfecta para m. Porque podas aparecer. Tu presencia poda materializarse en cualquier instante y esehecho insignificante para muchos, era como una delicada palanca que pudiera mover el mundo.

    Estaba amaneciendo cuando llegu de nuevo a la hostera y tuve que entregar dos sueldos a la casera para que no me delatara ante mi seor. Don Pedro solalevantarse con el sol y yo deba estar disponible en ese momento para recibir sus dictados o simplemente pasarle un lienzo moreno si lo necesitaba mientras seacicalaba.

    Antonio me llam cuando apenas haba terminado de retranquear la puerta.Estaba de pie junto al lecho y pareca que el sueo le haba devuelto su buen humor.Esos ojos tuyos parecen cansados dijo al verme entrar. Ni siquiera me haba acomodado las ropas tras pasar la noche recorriendo la ciudad como un gato

    herido, pero no pareci percatarse de mi falta de pulcritud. Dile al ama que te prepare un chocolate. No te me puedes poner enfermo.Creo que nunca me has visto enfermo porque haca por disimularlo cuando me asaltaba la fiebre o la debilidad, pero en aquella poca hasta un aleteo cercano

    de paloma me produca escalofros. Empec a lavar a mi seor como cada maana, y mientras estaba con la cabeza gacha, metida en la jofaina, me atrev a hablarle de ti.Ms bien a indagar quin eras.

    Ayer vino a veros una dama, seora. No dej tarjeta dije como cualquier cosa. Como si hablara del precio del pan o de color de la leche.Don Pedro me contest sin levantar el rostro.Qu quera?No tena una respuesta preparada, as que me sali algo muy convincente.Creo que solo deseaba saludaros le ment.No te dijo su nombre?No, seora.Si es algo importante volver. Siempre vuelven.Volver. Me di cuenta de que acababa de cerrar cualquier posibilidad de saber ms de ti. Permanec callado unos instantes. Don Pedro tena la costumbre de

    lanzar al aire preguntas de las que no tena el ms mnimo inters en que fueran contestadas. Pero en este caso simplemente call.Creo recordar que cit el nombre de un caballero dije de nuevo. Notaba que mi corazn empezaba a palpitar con ms fuerza, como si una campana de

    bronce se alojara en mi pecho. De un tal Manuel. Tampoco tuvo inters en desvelarme a qu familia perteneca.Nombrar al monstruo fue como si el demonio conjurara a San Miguel. Don Pedro se incorpor y me mir bajo las cejas fruncidas. Recuerdo cmo el agua le

    moj la bata de seda roja, como la herida de un mosquete, y corri por sus piernas hasta el suelo. En el suelo apareci un charco salpicado de espuma blanca que nopude dejar de mirar.

    Cmo era esa dama?Explicaba el efecto que causaba tu presencia en el ligero titilar de los objetos, en m mismo?Pareca desesperada, seora dije ruborizado. Como si acabara de describirte desnuda.Pepa casi escupi don Pedro sorprendido Qu le dijiste?Su reaccin me contrari. Haba demasiada familiaridad en ella. Como si tuviera derecho a un abrazo clido por tu parte. Me sent molesto.Le dije que estabais con don Fernando, seora. Nada ms.Mi amo volvi a la jofaina y me orden que continuara.Si vuelve murmur entre dientes. Si volviera, dale largas. No me conviene su presencia en estos momentos.No respond. No iba a acatar esa orden. Saba que cuando volvieras yo hara cualquier cosa para que te quedaras.Termin de asear a don Pedro y le ayud a vestirse. Durante todo ese tiempo la pregunta marineaba por mis labios, pero no se atreva a salir de ellos. Solo

    cuando mi seor se despidi y supe que difcilmente tendra otra ocasin para hablarle de ti, le llam junto a la puerta.Seora l se volvi para mirarme de aquella forma afectada con que acoga las impertinencias. Disculpad mi insolencia, seora. No quisiera pecar de

    nuevo de ingenuo si se tercia la ocasin, por lo que quiz debiera conocer el nombre de esa dama para poder ponerla en su justo lugar.No fue as, pero son ms o menos as. Don Pedro hizo un gesto con las manos, de los que empequeecen el contenido de lo que iba a soltar.Pepa Tud susurr al salir de su alcoba vestido de gala. La puta de Godoy.

  • Hay algo que siempre ha permanecido dormido entre nosotros, como un impedimento mstico del que no se puede hablar; trece aos es la diferencia de edadque existe entre t y yo, y quiero dejar por escrito que a m nunca me ha importado. S que a ti s. Me tratabas como a un nio incluso cuando te daba muestras de queera un hombre capaz de cualquier cosa.

    No recordars esa maana helada y aromtica en Gnova. Yo s. Haca unos das que no te vea a solas. Siempre andabas preocupada por la salud de Luisito ypor la falta de noticias de Manuel. Demasiado tiempo haca que no estbamos los dos solos, pues tu madre era tan perpetua a tu lado que a veces pensaba que estabaiscosidas por el vestido. Esa maana, cuando llegu a tu casa, me tomaste del brazo hasta la terraza. Queras que viera los barcos del puerto que flameaban de estandartesespaoles. Me dijiste que al amanecer te habas adentrado entre los estibadores y con algn comentario gracioso que no recuerdo habas conseguido convencerlos parasubir a uno de aquellos veleros. Yo escuch tu historia primero escandalizado, y despus arrobado, con los ojos puestos en tus labios, y comprend que detrs de tussonrisas y charlas ocurrentes haba un pozo de nostalgia que defendas con la ferocidad de una Gorgona. Los dems pensaban, pensbamos, que a ti solo te afectara ladestruccin del universo, y resultaba que los mstiles enarbolados de cintas de colores haban conseguido arrastrarte al puerto, a ti, sola, para pedir la venia de trepar aun pestilente navo. S. Descubr tu nostalgia y muy a mi pesar la us como ariete Me hubieras besado en ese momento?... puedes estar pensando. Qu absurdo, mehubiera pasado besndote cada milagroso instante que estuve a tu lado. Esa vez te hubiera comprado uno de aquellos barcos de velas inflamadas y marineros borrachosque cantaban seguiriyas. Por eso aquella maana, sin esperarlo, me desajust el cinto y te regal mi espadn, te acuerdas ahora? Me miraste sorprendida. Qu absurdode nuevo. Cmo ibas a mirarme si no?, tan ntimos, tan cercanos, y yo, sin palabras y de improviso, pona en tus manos una triste hoja de acero que apenas vala naday despus sala en busca de las escaleras y la calle.

    Con ese gesto, querida ma, puse mi vida a tu disposicin, donde an sigue. Con mi triste espadn te nombr capitana de todo lo que soy y he sido, parasiempre.

    Me vuelvo a adelantar. Vuelvo a precipitarme, y he prometido contrtelo todo desde el principio.Perdname.

  • En aquellos primeros das en Francia, tras nuestro encuentro, quise saberlo todo sobre ti. Primero me inform por mis compaeros, que conocan lo que todoel mundo; o que habas sido una pobre nia ultrajada por el monstruo o que era la desvergenza la esencia de tu naturaleza. De las dos maneras me gustabas tanto comome escandalizabas. Decan que Manuel te vio por primera vez cuando tu madre, la pobre enlutada, fue a reclamarle los pagos atrasados por su viudedad. Si eso es cierto,por aquel entonces t acabaras de cumplir los mismos aos que tena yo al llegar a Francia, diecisis, y l te adelantaba con no menos que t a m.

    Los rumores nunca tuvieron piedad contigo ni con los tuyos. Contaban al aire que tu madre y tus hermanas dormitaban con complacencia bajo el mismo techodonde el monstruo te tomaba cada noche. Tambin decan que Godoy se haca servir el almuerzo con su esposa sentada a un lado, y t, la concubina, al otro. Quterrible ofensa para ambas y para Dios! recuerdo que pens. Comentaban que te haba obligado a posar desnuda delante de artistas y vividores de la peor calaade Madrid. Pecados terribles que aun as no conseguan apartarte de mi pensamiento, a pesar de ser insultos proferidos directamente contra la santidad de nuestraIglesia, faltas imperdonables que me ocasionaban un remordimiento enorme, como una enorme ballena repleta de peces gigantes. Y yo, estpido de m, luchaba contra mireligin y mis frreas creencias morales para encontrar un suplicio suficiente y grande que me permitiera seguir deseando estar a tu lado.

    A partir del da de nuestro encuentro empec a acudir al confesionario hasta tres veces en una misma jornada, pensando que nunca quedaba mi alma limpia deltodo, que no volvera a tener transparencia ni bondad debido al deseo irrefrenable que senta por alguien como t. En tan mal estado se encontraba mi conciencia.Intentaba escaparme a media maana para ir a misa y a media tarde tambin, con la excusa de refrescarme en la ribera, pues don Pedro no toleraba el exceso de beatera.Devanaba rosarios en voz baja al levantarme, y al acostarme en un susurro. Incluso apret un silicio de pas retorcidas a mi muslo, junto a la ingle, para que lograraapartar tu imagen de mi cabeza, o al menos purgar con l mi complacencia. Qu ser pattico he sido siempre!, como si un alma mordida por la lujuria pudierarecuperarse alguna vez. Estoy convencido de que aquella penitencia volvi an ms turbia mi esencia. Lo he visto a lo largo de los aos; los que se escandalizan suelenser los que ms reprimen sus deseos. Mi cuerpo sigui pensando en ti y reaccionando a tu recuerdo como el brazo fantasmal amputado a un guerrero.

    Aunque tengo una visin muy clara de aquellos das, no puedo recordar en qu fecha sucedi lo que voy a contarte. Tampoco recuerdo qu haca yo en aquelmomento. Quiz limpiaba con vino caliente la herida que el silicio me dejaba en el muslo, cuando mi seor don Pedro entr en la alcoba.

    Antonio me dira.Seora deb contestarle yo ponindome en pie y ocultando la maltrecha cicatriz de mi muslo, pues siempre contestaba lo mismo, como un perro mueve

    la cola cuando le llama su amo.Vamos me indic con una mano, te espera el Emperador.No. Aquella afirmacin no me caus sorpresa. Ya era un chascarrillo que recorra toda Europa. Decan que el Emperador se mova con tanta rapidez de una

    batalla a otra que pareca estar en todas partes a la vez. Lo que s me result extrao fue que don Pedro entrara en aquellas jergas. Mi seor abandon mi alcoba yposiblemente yo me termin de vestir, medio mareado de dolor como muchos de aquellos das oscuros.

    Iba a encaramarme al carruaje cuando don Pedro me pidi que le acompaara en el confortable interior en vez de helarme en el pescante. Me extra, sabes queno era descorts pero s muy estricto con las precedencias. Era un caballero abnegado de las antiguas costumbres, las que decan que los seores y los siervos solo hande mezclarse en el momento de la pleitesa. Ruborizado me sent frente a l, tan lejos como para que no se tocaran nuestras rodillas, y tan quieto como una torrefortificada.

    Antonio repiti mi nombre cuando los caballos comenzaron a trotar, no pareces un inconsciente.Tragu saliva. Don Pedro me miraba de lado mientras con una mano recorra el permetro de su sombrero, sobre su regazo.Espero no serlo, seora.Volvi la vista a la calle. Haba muchos espaoles en Bayona que haban llegado con la turbamulta que segua a los personajes principales del reino y a los

    infantes, y que nos saludaban al reconocer el escudo de mi seor tintado sobre la portezuela.Ya sabes cmo andan las cosas por Espaa estos das me coment como si mi opinin tuviera algn valor. Pareca distrado, pero ya lo conoca bien y

    saba que no solo estudiaba mis palabras sino cualquier gesto de mi cuerpo. Don Pedro tena la virtud de saberlo todo de un hombre solo con observar cmo cruzaba losbrazos. Me mir de reojo, y entend que esperaba que dijera algo.

    Solo s, seora le contest a pesar de que en el Colegio de San Patricio nos ensearon que nuestro deber era obedecer y callar, nunca opinar sientrbamos al servicio de un gran seor, que si nuestro soberano se encuentra en este pas, tan lejos de su trono, las cosas all no deben marchar muy bien.

    Don Pedro asinti, perdido de nuevo entre el bullicio polvoriento de la calle, y esta vez s se volvi para hablarme frente a frente. Sus ojos eran tan diferentesde los de Manuel; opacos como dos carbones negros. Inexpresivos como los de una estatua.

    Ya debes sabes por qu estamos en Bayona.Le mantuve la mirada, pero solo un instante. Su forma de interrogarme consegua despertar en m tal desazn que trababa mi lengua.No he credo prudente preguntrmelo, seora.l pareci sonrer, o quiz se sorprendi de mi falta de luces. Al parecer todos conocan las razones de nuestro viaje menos yo, y quiz sus principales

    implicados, padre e hijo, como despus se vio.El reino de Espaa me explic tiene en estos momentos dos monarcas, y existen en el mundo unas cuantas cosas que nunca deben estar repetidas.

    Jams. Una de ellas son los soberanos. Otra las virtudes.Cre que se esperaba de m que sonriera as que esboc un pattico rictus.Hasta que vos me lo desvelasteis en el camino, seora, pensaba que don Carlos segua siendo nuestro seor le dije, pues sus palabras eran tan oscuras

    para m como las entraas de un muerto.Por un momento pareci exasperarse, pero al instante encaj otra sonrisa de mera marioneta para continuar aleccionndome.Podra decirse que algunos caballeros de la Corte han logrado que el viejo rey Carlos abdique la Corona en manos del prncipe haba tanta casualidad en su

    voz que estuve seguro de su intencionalidad. Y si todo se hubiera desarrollado como se plane en aquellos momentos, t y yo estaramos ahora en Madrid en vez deen esta villa fangosa, disfrutando de una taza de chocolate caliente. Pero ese bastardo francs

    Qu estpidos son los hombres cuando alcanzan el poder. No entienden que lo que susurran en la intimidad de un coche o de una alcoba se vuelve eco en lacalle, al igual que lo que lanzan a gritos en la tribuna no es ms que un quejido ligero que termina llevndose el viento. Tantos aos despus y yo transcribo aquellaprivada conversacin entre un seor y su sirviente mientras recorran las calles de una ciudad fatdica. Intent comprender aquello que me deca. Qu haba provocadoaquel cambio de estatus entre un padre y un hijo?

    Si quien gobierna en estos momentos es don Fernando, seora le pregunt Por qu ha acudido a Bayona? Acaso necesita la venia del emperador?Ves cmo eres listo? me dijo como si en verdad lo creyera. El viejo rey destronado, en cuanto ha conseguido salir de Aranjuez, ha solicitado la ayuda

    de Napolen para que obligue a su hijo a devolverle el trono. As es. Ahora que nadie le acosa se cree con derecho a reclamar una corona que cedi por propia voluntadpara salvar la vida de Godoy. Se ha arrepentido de algo que hizo de buena gana. Lo ves? Nunca te fes de los reyes, de los poderosos. Nunca.

    Pero si cedi su coronaRecibi un mal consejo y eso solo puede ser obra de un ministro ruin y cobarde como Godoy me dijo alzando los dedos ndice y corazn, como un

    pantocrtor. No podemos permitirle estos lloriqueos ante Napolen. Carlos IV ha sido un monarca espaol. Debe mantener cierta dignidad.Mi seor debi ver que poco entenda de lo que me explicaba e hizo un esfuerzo desacostumbrado para que comprendiera la gravedad del asunto. As fue

    como me enter de que el pueblo de Aranjuez se haba levantado en armas contra don Carlos unas semanas antes, como una pequea revolucin. Aquello sucedi eldiecisiete de marzo de 1808, aunque recordars bien esa fecha. Fue la de vuestra cada. Detrs de la revuelta estaban los nobles ms afectos al prncipe de Asturias. Mstarde supe que todo comenz con un inocente disparo al aire. Esa fue la seal. Muchos dicen que fue Eugenio Palafox, conde de Teba y ms tarde de Montijo, el que loorganiz todo con la ayuda del mismsimo Fernando, que por aquel entonces ya haba dado muestras de ambicionar el trono de su padre antes de tiempo. Ahora creoque Ceballos tambin tuvo que ver. Conoca tantos detalles que solo estando implicado podra haberse enterado. S. Un disparo al aire. Una seal y las calles se llenaron

  • de un pueblo maltratado que exiga la destitucin del valido so pena de asaltar el palacio donde Sus Majestades, aterradas, crean que las desgracias de la guillotina iban arepetirse bajo su mandato. No llegaron a profanar la residencia real, pero s descargaron su furia contra todo lo que de alguna manera tuviera que ver con Manuel Godoy.Durante aquel da en que el populacho se lanz contra lo que Manuel y t representabais yo permaneca ajeno, recluido en el gabinete de mi seor. Sin conocer nada. Sque don Carlos dio orden de que las tropas reales defendieran vuestra residencia a vida o muerte. Pero aquellos soldados, cuando vieron avanzar hacia ellos a mujerescon sus hijos colgados de sus pechos, no hicieron nada. Ni siquiera desenfundaron sus arcabuces. Una turba furiosa derrib la puerta de vuestro palacio y cada objeto,porcelanas, tejidos, muebles, estatuas, tapices, libros, todo, fue arrojado desde las ventanas a una hoguera dispuesta en el patio. Aquella muchedumbre encendidabuscaba a Manuel para arrancarle la vida con sus propias manos, pero a quienes encontraron fue a su esposa, Mara Teresa de Borbn, y a su pequea hija Carlota.Qu sentira ella en aquel momento? Perteneca a la familia real, quiz de segundo rango, pero con sangre de reyes en sus venas al fin y al cabo. Me lo he preguntado amenudo. La haban casado con el monstruo para legitimar con su sangre real todos los privilegios que el rey Carlos le haba otorgado. S. T conoces esa historia mejorque el ms fiel de los cronistas. Desde el principio fue un matrimonio desgraciado. Esa muchacha rubicunda y mojigata nada tena que ver con la voluptuosidad delvalido y sus ansias de vivir. Nunca lleg a comprenderlo. Ni siquiera a apreciarlo. Ni en los primeros momentos. Con el paso de los aos y de las injurias s que MaraTeresa haba llegado a odiarlo tanto que incluso senta una profunda aversin por aquella nia morena y sonriente que era la hija de ambos.

    Sospecho que aquel da nefasto, cuando fueron descubiertas la esposa y la hija de Godoy escondidas bajo una cama y aterradas ante su destino, la princesa dela Paz deba estar rezando para que aquella muchedumbre levantisca lo hubiera asesinado a l antes que a ella. Las sacaron de all con sumo cuidado y aquel mismovulgacho las llev hasta la presencia de Sus Majestades con tantos mimos como si fueran de bizcocho, aclamadas durante todo el trayecto como a Helena al entrar enTroya. All las pusieron a salvo bajo la custodia de Su Majestad, que en aquellos momentos pasaba por el trago ms amargo de su vida. Creo que fue en ese instantecuando Mara Teresa comprendi que, al fin, nunca ms volvera a ver a su detestado esposo. Y estoy seguro de que dio las gracias a Dios por ello. S, siempre he credoque ella fue la gran triunfadora del motn de Aranjuez porque quiz fue la nica que sac de aquella revuelta lo que ms ansiaba, la libertad.

    Mientras la rebelin asolaba mi ciudad me cont don Pedro, en Madrid un grupo de hombres y mujeres armados con piedras y palos destrozaron elpalacio que all tena Manuel y tambin las casas de vuestros allegados. Todo el que pareca tener algo que ver con el prncipe de la Paz deba refugiarse en un lugarseguro o huir antes de que la furia acabara con ellos. El odio se extendi por todas partes como la gangrena. Los cuadros que representaban al valido y que colgaban delos consistorios de todo el Reino fueron arrancados y quemados en las plazas, entre escupitajos y maldiciones de la buena gente. Los que haban presumido de algunaamistad o roce con Godoy fueron corridos a palos por las calles. Recuerdo que decan que en Sanlcar de Barrameda haban talado uno a uno los rboles y arrancado lasplantas del magnfico jardn botnico de la ciudad por el terrible crimen de haber sido mandado plantar por Manuel.

    S que vosotras os salvasteis de milagro. Tu madre siempre fue una mujer despierta y es posible que atisbara en el aire la impetuosidad de la revuelta antes deque sta comenzara. Dicen que Manuel os oblig a marcharos. l no poda acompaaros sin conocer el destino de sus reyes, es cierto eso?, tanta grandeza? Secoment en aquellos das que esper tanto tiempo las noticias de Palacio que al no darle tiempo a escapar subi al desvn y se refugi bajo unas alfombras viejasdurante todo un da. Siempre me ha parecido una exageracin. Los que le conocimos bien sabemos que no era ese su espritu. Dicen que cuando decidi abandonar suescondite un joven guardia que custodiaba la puerta lo descubri y a pesar de sus ruegos para que le dejara ver a los monarcas lo arrest all mismo. S, creo que ese actode un soldado annimo le salv la vida. Si hubiera franqueado la cancela de su casa, aunque fuera vestido de obispo, la turba le habra reconocido y arrancado laexistencia con uas y dientes. Fue trasladado entre insultos y agresiones al cuartel de los guardias de corps para ms tarde ser llevado a prisin. Esos jvenes soldadosque lo custodiaron pusieron sus vidas en peligro mientras, a culatazos y disparos al cielo, intentaban dispersar a todos aquellos que rodeaban a Manuel con los brazosen alto. Don Pedro estaba seguro de que sin la abnegacin al deber de aquellos hombres Godoy hubiera muerto all mismo. Lo deca con amargura, como si en verdaddescribiera una traicin del pueblo hacia l mismo. Muerto con el nico amparo de la tierra que sepultara sus huesos ensangrentados. Solo sali malherido en el cuerpoy el orgullo, bien lo sabes.

    Sabes por qu Manuel segua con vida en aquel entonces? Porque Napolen lo necesitaba. Por eso haba pasado de ser el cautivo de don Fernando a serlo deBonaparte. Fue una orden imperial la que dict que deban sacarlo de Espaa. Sustituir el calabozo de Villaviciosa de Odn por unas cmodas habitaciones en el palaciode Gobierno de Bayona.

    Cuando don Pedro me hubo contado todas aquellas noticias recuerdo que pens en don Fernando. El motn de Aranjuez lo haba convertido en rey, pero losreyes que se forjan tras las revueltas tienen los pies embarrados y dbiles.

    Entonces el prncipe de Asturias intent decir, creyndome ya con derecho a opinar.Su Majestad me corrigi mi seor sin una pizca de humor.Es por eso que Su Majestad don Fernando dije al borde del desmayo, ha querido entrevistarse tambin con Napolen. Necesita que lo confirme en el

    trono.Al fin don Pedro suaviz su mirada y yo me relaj ligeramente, meditando sobre la razn por la que haba querido la santsima Virgen que yo estuviera en

    aquella calesa y que mi seor quisiera contarme esas nuevas.No pareces un cretino, no. Eso no est mal, aunque si pecas de listo tendremos que hacer algo contigo aadi mientras golpeaba el techo con su bastn

    para que el cochero azuzara los caballos. Estamos preocupados. El Emperador no termina de mostrar qu cartas est jugando ni a quin apoyar. A Fernando o aCarlos continu. Hoy ha preparado una comida importante en el castillo de Marracq donde estarn invitados todos los miembros de la familia real que han llegadoya a Bayona. Su Majestad el rey don Fernando ha ordenado que intentemos tener all a alguien de su confianza, y ese vas a ser t.

    Pero yo . Imagname. No supe qu argumentos utilizar para alejar de su mente aquella absurda idea.Sabrs hacerlo. En los Irlandeses no os forman mal. Tu tarea ser servir la mesa del Emperador sin mancharle la casaca, y acordarte de cada palabra que se

    diga en ese almuerzo. Me has entendido? se inclin hacia m buscndome los ojos. Cada frase que all se pronuncie debes atesorarla. Don Fernando no destaca porsu buena memoria.

    Se equivocaba, verdad? Las injurias del pasado no las olvidaba. Nunca. Tena una capacidad infinita para el rencor.Por supuesto, seora no tuve ms remedio que decir.Despus vendrs a casa a contrmelo todo.No hablamos ms. Llegamos al castillo tan pronto que pens que habamos volado.Cuando entr, temblando, ya estaban todos, menos Manuel.

  • Cmo consigui don Pedro que yo estuviera sirviendo aquella comida? Lo ignoro, pero no tuvo que ser difcil. Donde hay reyes siempre hay truhanes quetienen un precio, y ms aquellos das de Bayona, donde cada palabra, cada gesto, era comprado para interpretarse como el hgado de un buey en la antigua Roma.

    Nada ms entrar en el castillo fui llevado a las cocinas. All, sin mediar palabra, me pusieron una librea azul, una bandeja en la mano y me lanzaron casi de unpuntapi al saln. Reconozco que en mis dos primeras incursiones apenas fui capaz de fijarme en otra cosa que en no volcar la sopa ni derramar el vino. Poco a poco,segn iba y vena de la cocina imitando los gestos de los otros sirvientes, el cabalgar de mi corazn se apacigu y pude prestar atencin a los personajes que se habanreunido en el comedor, en torno a la mesa.

    La familia real me caus una desagradable sensacin. Reconozco que entonces yo no era ms que un pobre muchacho al que las luminarias le provocabanmayor deslumbre que las estrellas. Con el paso de los aos esta sorpresa se fue transformando en desazn, y ms tarde

    Recuerdo que lo primero en lo que me fij fue en que a la mesa haba dos hombres idnticos, cebados y lustrosos, de aspecto bonachn, que no dejaban dedeglutir entremeses, a los que dedicaban los piropos ms extraordinarios. Dos hombres iguales, que hasta se movan de la misma manera, como si hubiera un espejo enmitad de la sala. Estaban sentado uno casi enfrente del otro y solo la diferencia en sus atuendos me sac de dudas sobre si lo que estaba viendo era un espejismo.Cuando Napolen dio a uno de ellos el trat de Majestad comprend que estaba ante el depuesto rey Carlos IV, as que el otro no tena ms remedio que ser su hermano,el infante don Antonio, del que decan que su parecido era tan idntico que incluso los embajadores dudaban ante quin inclinarse, como la hija de Daro ante Alejandroy Hefestion. Nunca antes haba visto a un rey pero imaginaba yo cierto halo de grandeza, cierta dignidad proveniente de su uncin divina que lo envolvera como unacapa de nubes. Nada de eso portaba este monarca. Quiz porque el acto de almorzar entraa poca grandeza, poco donde lucirse. Recuerdo que pens entonces que si lohubiera visto en La Granja, engalanado con la prpura real, pasando revista a sus tropas formadas en el patio, hubiera sido diferente. Un rey debe serlo siempre. Entodo momento. El poder no perdona ni admite negligencias. A don Carlos ms bien pareca que todo le vena enorme, desde su traje holgado hasta el faldn del mantel,que no dejaba de retorcer con una mano. Supongo que tambin la corona, no es cierto?, por eso la perdi. Ya no portaba la peluca empolvada con que se le retrataba enlos reales de velln. Ahora llevaba el cabello corto, a la moda, aunque peinado hacia detrs, lo que haca an ms pequea su cabeza. S, la cabeza parecadesproporcionada a su voluminoso cuerpo hinchado, aunque haba un rastro de bondad, de desconcierto en sus ojos que me provoc ternura. He de reconocerlo.

    Don Carlos mantena el tono de la mesa, hablando a todos con voz afilada, en perfecto francs, aunque con especial deferencia hacia el Emperador. Habacentrado la conversacin en la comida, halagando cada plato y degustando el vino con un chasquido de la lengua. Continuamente solicitaba el apoyo de la mujer que sesentaba al otro lado de la larga mesa verdad, Luisa?, a que s, Luisa?, a lo que ella apenas contestaba con un movimiento de cabeza. No tuve que preguntarlo. Era laReina, y he de decir que pocas veces alguien me caus peor impresin. Despus, en Roma, volvi a sucederme, ya lo sabes. Mara Luisa de Parma arrastraba en Espaafama de zorra inmunda, de Mesalina parmesana que conceda honores por placeres. No puedo decir que as fuera, pero s afirmar que en aquella comida no haba espaciopara la dignidad. Todos decan que Godoy, tu Manuel, haba llegado tan alto a fuerza de montar a esta mula vieja. Pocos escrpulos tuvo que tener si as fuera, porqueera lo ms parecido a una momia egipcia que nunca he vuelto a ver. Permaneca callada, con la cabeza arrogante, creo que sin entender nada, aunque aparentando quererentrar en el espritu de aquel hombre, su anfitrin, que rapiaba sobre la mesa con cubiertos de plata el cadver de la Corona. Me pareci que en ningn momento estuvoatenta a ninguna palabra de los suyos o de su imperial anfitrin, solo a los uniformes de la guardia que guardaban el comedor. De vez en cuando lanzaba una miradacuando uno de sus hijos deca una inconveniencia, o intentaba tocar sin conseguirlo la mano de su marido bajo la mesa cuando su palabrera se exacerbaba. Apenas habl.No recuerdo haber odo su voz, desagradable y muy cascada, ms que cuando pregunt por Godoy.

    Y el prncipe de la Paz?La lanz al aire como una paloma de fuego cuyas plumas llegaron ardiendo hasta el emperador.Djame que te hable un instante de Napolen y de su esposa antes de entrar en detalles sobre lo que all aconteci. Sobre don Fernando y t adorado Manuel.Napolen se pareca mucho al hombre que retrataban sus caricaturas. Ancho de huesos, de mirada astuta y ligeramente lnguida. No mal parecido. Decan que

    bajo de talla, pero sentado a la mesa no podra decirlo. Nunca ms lo vi que aquel da. Tena anchas las mandbulas y extensas las mejillas, rasgos que he visto en otrasocasiones y que casi siempre corresponden a personas excesivas. l los observaba a unos y otros casi con deferencia, teniendo especial cuidado en el tratamiento. Sobretodo a la Reina, a la que todo le resultaba indiferente pero a la que haba que seducir para llegar al marido. As que alrededor de don Carlos y doa Mara Luisa no dejabade lanzar Majestades, tan a menudo que a veces sonaba ridculo. A don Fernando solo lo trababa de Alteza, ponindolo al mismo nivel que al resto de infantes que allalmorzaban; su to, sus hermanos y poco ms. Quiz esa era la razn de la lividez de don Fernando, pues tena el rostro tan demacrado como el de un moribundo. ElEmperador ocupaba la presidencia de una mesa muy bien puesta, con la Reina a su derecha y don Antonio a su izquierda. El Rey enfrente, presidiendo la otra ala.Napolen hablaba poco, y aunque arrastraba fama de ilustrado hubo poco de luz en sus palabras, preparadas como una trampa de mariposas. Entre tanto agasajo, devez en cuando lanzaba frases envenenadas como alacranes, que trepaban por el mantel hasta hundir su aguijn en la vanidad del comensal al que estaban destinadas.

    Su esposa, la famosa Josefina, se sentaba junto al rey. Me pareci bastante corriente y un tanto ajada. Su proverbial elegancia se basaba en una pielblanqusima, sorprendente por ser ligeramente azul, sobre la que resaltaba el ajenjo de sus venas. Continuamente buscaba conversacin con doa Mara Luisa, cosa queno consegua. La Reina la rehua sin ninguna cortesa, entre una sonrisa escptica y una mirada de indiferencia. Entonces Josefina lanzaba al aire comentarios ocurrentesque a nadie hacan gracia ms que a don Carlos. No s qu relacin mantenan entonces ella y el emperador, sabemos que se divorciaron dos aos despus, pero lapenas la mir y ms de una vez lo vi incmodo con sus comentarios. La pareja imperial, tan llena de la grandeza que dan los birretes y las botas, me dio la impresin deestar visitando un gabinete de curiosidades, donde la familia real espaola tomaba la forma de un exuberante colmillo de mamut o de una momia desdentada. No s sisolo yo me percat, pero aquella mesa era un tenderete donde en breve iban a sacar la mercanca sobre el mantel para ponerle un precio.

    Como te deca, Bonaparte recogi la pregunta de la Reina sobre el paradero de Manuel e hizo como que se escandalizaba de quin era la culpa de la ausenciade Godoy? Una farsa muy bien interpretada por el francs que solo la Reina crey. Don Fernando fue a decir algo, pero una mirada aviesa de su padre le hel la palabra.Al instante dos lacayos iban a buscarlo aunque no est vestido de gala, sentenci el emperador.

    Mientras llega Manuel al almuerzo djame que de hable de don Fernando. A pesar de haber viajado con l desde Espaa no haba llegado a verlo antes con claridad. Se lo haca servir todo en la carroza y apenas descenda para dormir

    de noche en las fondas del camino. Entre mis compaeros se deca que haba recorrido Espaa bordando un tapete con las guilas imperiales que tena pensado regalar aBonaparte. No s si es cierto. All sentado, inmvil, comiendo menos de los que sus ojos y sus manos deseaban, no pareca el gran monarca del que mi seor don Pedrome haba hablado en su carroza. Incluso lo vi bostezando en dos ocasiones. Feo hasta la brusquedad, tena una mirada vaca que presagiaba terremotos y eclipses, todoello rodeado de indolencia. Si el poder debe estar siempre rodeado de majestad, es terrible cuando se conduce con la ira. As percib yo a Fernando, un hombreembrutecido por la avaricia y el rencor en el que anidaba un corazn de cobarde. Nada ms verlo mi espritu grit cuidado. Porque ya entonces pareca un hombrepeligroso, de los que pueden vender a su padre y a su hijo con la mano derecha mientras les arropa la frente con la izquierda. Reconozco que me desagrad. En aquelinstante, cmo iba a pensar que llegara a estar tan cerca de l?, porque lo estuve. Mucho ms de lo que piensas, y hasta tal punto que terminars odindome. Perodjame que siga contndote esta comida a la que tuve el privilegio amargo de asistir.

    Don Fernando solo se alter cuando anunciaron que llegaba Godoy. Sus cejas se unieron an ms en el entrecejo, una lnea negra que cruzaba su frente de ladoa lado, y su piel se volvi violcea. Nunca antes he visto una mejor interpretacin del odio, pocas veces despus.

    Manuel lleg a los pocos minutos. O esperaba la invitacin o sola vestir de gala todos los das porque apareci impecable. La herida de su frente tena mejoraspecto que cuando lo vi empapado cruzando el Bidasoa, aunque segua rezumando en bermelln intenso. He de reconocer que era de tipo agraciado, al que el uniformeconfera el aspecto de un dios olmpico, tan rubio y de ojos tan profundos y verdes. Decan de l tantas maldades que siempre he querido creerlas, pues me ayudaban aodiarlo. Su aspecto desmenta sus historias. Donde los murmullos lo retrataban como un ser libidinoso solo poda ver yo dignidad. Donde hablaban de su abuso depoder, cortesa. Ambicin, caridad. Antes de sentarse hizo una reverencia general que le quitaba las complicaciones de tratar indebidamente a don Fernando.

    Majestades.Y que cada uno entendiera lo que quisiese. Como diplomtico siempre fue excelente.La Reina endulz la mirada por primera vez en toda la velada cuando lo vio llegar, aunque no le dirigi palabra. Don Carlos manifest su alegra levantndose

  • para recibirlo. El resto permaneci en un incmodo silencio, como los que acompaan en los beaterios a una mujer mancillada.Alteza Serensima le indic el mismo Bonaparte la silla que acababan de traer, espero que estis cmodo en vuestras habitaciones.El tratamiento molest a casi todos menos a los Reyes. Era lo que Napolen pretenda. Haba un edicto firmado por don Fernando donde se le despojaba de

    todos sus ttulos. Ya no tena derecho a ser llamado prncipe de la Paz.No podran ser mejores contest Manuel con una inclinacin de cabeza.Tom asiento al lado del infante don Carlos Mara Isidro, el mismo que tantos quebraderos de cabeza nos da en estos tiempos, y centr su mirada en el plato

    vaco. Me dio la impresin de que era el nico que saba realmente que aquella inocente comida estaba servida con tallos de adelfa y races de cicuta.Hubo un silencio incmodo que don Carlos se encarg de romper. Pero entonces tuve que salir para atender la orden de bajar a las cocinas. Pasaron los

    minutos con la lentitud con que caen las hojas de los arces. La comida llegaba a su fin, lo que nos obligaba a subir y bajar constantemente, portando platos sucios, copasvacas y cubiertos desparejados. Cada vez que entraba en el comedor me entretena ordenando cuchillos o tenedores o puliendo ligeramente la superficie de las copas,pero la conversacin era intrascendente; el tiempo y la perfidia de Gran Bretaa. Poco ms. Una de aquellas veces hice por permanecer en la sala con la excusa deencargarme de servir las ltimas copas de vino. Don Carlos se preocupaba por la salud de Godoy.

    Ests mejor, Manuel? Esa herida de la frente no me gusta. Te ha visto un galeno?Os aseguro que la herida es ms fea que dolorosa, Majestad me pareci tmido, algo que no encajaba en el perfil arrogante que exaltaban sus detractores

    . Gracias por vuestro inters.Bonaparte se apoy sobre un codo en la mesa, con la mirada clavada en Manuel.Supongo que debisteis pasarlo terriblemente mal.l tard en contestar, como si buscara las palabras en aquel francs no muy brillante que siempre ha hablado.Cuando se acepta la responsabilidad de un privilegio, seor, sabemos que hay que estar preparado para todo cre ver cierta insolencia en su respuesta.

    Solo despus comprend cmo intentaba apartar la conversacin de los temas que interesaban a Napolen.El prncipe de la Paz ha sufrido una indignidad terrible, Majestad apuntill don Carlos. Nunca pens que mis ojos llegaran a ver las desgracias que

    asolan nuestro mundo.Mientras serva ms borgoa a don Fernando me pareci ver un brillo acerado en la mirada del anfitrin.Han sido unos acontecimientos lamentables los que habis sufrido en Aranjuez, Alteza le dijo a Godoy sin apenas moverse, como una estatua de sal.

    Vos y vuestra familia podais haber resultado an ms perjudicados.Haba tanta preocupacin en el rostro de Napolen que pareca provenir de una larga estirpe de plaideras.Os aseguro, seor, que no debis prestar atencin a mi estado le contest Manuel mientras yo cambiaba el vino por unas copas de oporto. Lo

    importante es que Sus Majestades se encuentran bien. Y compruebo que gozan de tan perfecta salud que maana mismo podran volver a Espaa.Claro que me preocupo.Su voz se elev ligeramente, pero no fue eso lo que me conmovi, sino el tono de tormenta que haba en ella. Yo y el resto de comensales nos sobresaltamos.

    El emperador acababa de arrojar la servilleta sobre la mesaVos sois un hombre de enorme vala, prncipe continu el anfitrin. Un ministro valiossimo para vuestro seor lo dijo inclinndose hacia don

    Carlos.Don Fernando estaba sudoroso y no dejaba de atusarse el lazo de la camisa.Estamos de acuerdo con vos, Majestad dijo con voz demasiado apagada para alguien que acababa de echar a su propio padre del trono. Pero Manuel es

    un hombre de recursos. No debemos dar demasiada importanciaAcaba de convertirse en un naipe sobre la mesa de juego. Napolen al fin haba llegado al punto que le interesaba tratar en aquella velada. En ese instante

    comprend que la timidez de Godoy no era otra cosa que un tremendo cuidado en no dejarse engatusar por las trampas verbales de Bonaparte. El francs haba llegado alpunto exacto que ninguno de aquellos petimetres haba conseguido evitar durante toda la comida y Godoy desviar desde su llegada.

    Permitidme que no est de acuerdo con vos, Alteza la voz del emperador son a campanas de difunto cuando cruz su mirada con don Fernando.Estoy seguro de que todos en esta mesa hubiramos lamentado que el prncipe de la Paz saliera an peor parado de ese terrible atentado. Vos no?

    Me perd el resto de la conversacin porque me mandaron a servir los postres y haba que prepararlos en las cocinas. Me quej, pues mi sitio estaba arriba yno entre pucheros. Quera estar en el comedor, enterarme de todo, pero nadie me prest atencin. Cuntos de aquellos criados lo eran de verdad y cuntos estaban enmi misma situacin?

    Ese es el chulo de la momia decan los camareros entre los fogones, haciendo alusin a Manuel y doa Mara Luisa.Cuando sub de nuevo, Napolen lanzaba la ltima tea ardiendo a la monarqua espaola. Acababa de invitar a don Carlos a que reclamara a su hijo los

    derechos del trono usurpado.El rey pareca mortalmente plido, jurara que incluso tembloroso. El resto de la familia se haba convertido en delicados peones de marfil en un juego de

    ajedrez inmaculado. Manuel miraba a la Reina, muy serio, aunque ella no le corresponda. Ya entonces me di cuenta de que entre ellos haba algo que tena que ver con laesencia de cada uno. Con la forma en que se entregaban al mundo.

    Recuerdo los retazos de palabras dichas entre idas y venidas hijo ingrato, que has profanado el trono de mis ancestros que has ofendido la ley deDios usurpado m reino como si an las oyera con las malas artes de un villano

    Te las he narrado en silencio mientras paseabas por los salones de Verona y de Gnova. Tantas veces sin palabras como me lo han pedido tus ojos, ya queManuel siempre se ha negado a contarte qu sucedi aquel medioda lluvioso de abril. Don Fernando no abri ms la boca. Era poco inteligente pero muy listo. Estabatan plido que a travs de su piel poda detectarse el entramado de venas y arterias que contenan su ira. Solo el emperador sonrea levemente, aunque su mscara era lade un anfitrin ofendido por la escena que se desarrollaba ante el altar en que acaba de sacrificar a sus invitados.

    Alteza dijo por ltimo refirindose al hijo usurpador una vez que don Carlos termin su reprimenda, es vuestro deber como prncipe de Asturias ycomo hijo amoroso devolver el trono a vuestro buen padre, el Rey. El prncipe de la Paz estoy seguro que querr dar fe de ello.

    As fue, y en los prximos das todo se precipitara. Ya lo sabes.Nada de hechos heroicos. Aquella comida se convirti en una simple artimaa urdida por nuestro gran enemigo.S. Solo por eso estabais a salvo en Bayona Manuel y t. Napolen necesitaba dar aspecto de legalidad a su usurpacin al trono de Espaa. Si don Carlos

    volva a ser monarca, si convirtiera en ilegtima la abdicacin que se haba visto obligado a rubricar tras el motn de AranjuezY de esa manera, con el viejo rey de nuevo en el poder, Godoy seguira siendo generalsimo y plenipotenciario del reino. Ves qu fcil? Manuel estaba all

    para legitimar la venta de nuestro pas a Bonaparte como fedatario pblico. Una firma. Nada ms. Y Espaa pasara con total transparencia a manos de Francia en unmarco jurdico tan impecable que nadie podra alzarle la voz si no era con una batera de caones sobre Pars. S. Creo que nunca te cont lo que sucedi durante aquellacomida. No hay misterio, solo vergenza.

    Ya sabes lo que aconteci, no es necesario desgranarlo; efectivamente Fernando devolvi la corona a su padre, y una vez de nuevo en manos de don Carlos,Napolen lo oblig a renunciar a ella en su propia persona.

    Ya estaba todo hecho.Los Borbones que haban gobernado nuestro imperio desde haca ms de cien aos ya solo eran el recuerdo lejano de la historia. Y Manuel solo un mito odiado

    por todos los ciudadanos. Una ofensa pblica a nuestra integridad.As es como los hombre se convierten en smbolos.Su papel, fedatario pblico de una infamia.

  • Tu nota me lleg unos das despus. Aquel silencio haba sido una tortura que con el tiempo aprend a dejarla convivir conmigo. Don Pedro insista en quedurmiera y comiera ms, achacando a estas carencias mi mal aspecto. Mis compaeros de cuarto eran ms libidinosos que yo y se burlaban con gestos obscenos de mimal estado. Claro que quera verte. No haba otra cosa que ms deseara que volver a sentir que el suelo se converta en una lmina de aceite bajo mis pies. Pero a la vezsaba que nada bueno podas traerme. Te habas infiltrado en cada hendidura de mi piel como el agua de mar y yo empezaba a ahogarme.

    Con la llegada de tu nota me asalt el temor de si te habras enterado de que no haba atendido tu peticin ante mi seor. Me aborreceras por no haberhablado con don Pedro? Me citabas porque deseabas demostrarme tu desprecio? Aun as permanec parado en la puerta de mi lgubre pensin, con el trozo de papelque un criado acababa de entregarme en la mano, inmvil, como una columna de obsidiana. Me decas que pasara a verte esa misma maana, antes del almuerzo.

    Nos veremos de nuevo, pensaba, y algo extrao suceda en mi sangre que me haca sonrer y a la vez me sumerga en un bucle oscuro y sin salida, volver atenerte cerca.

    Por aquel entonces los espaoles que permanecamos en Bayona estbamos abatidos, pues los sucesos del dos de mayo ya eran conocidos en la ciudad. Solodon Pedro, siempre reunido con don Fernando, vio que aquel atropello contra los ciudadanos de Madrid se podra utilizar para inflamar el sentido patritico del pueblo,e intent sacarle provecho. Por eso no me fue difcil dejar su despacho a una hora tan inoportuna.

    Llegu andando al palacio del Gobierno, donde deca la nota que me recibiras, moderando mi paso para sujetar el impulso desbocado que cada parte de micuerpo se empeaba en dar. El corazn me lata tan fuerte que pens que dejara una cicatriz en mi pecho. Cuando llegu al gran portal protegido de guardias me dejaronentrar en cuanto di mi nombre. Con los aos logr acostumbrarme pero siempre me he preguntado qu imagen guardan de nosotros aquellos que nos sirven. Los queconocen nuestras desgracias, nuestras miserias. Los que vislumbran pero no disfrutan los goces de nuestra existencia. Aquella fue la primera vez que me sent diferente.Que intu que ya no perteneca al mismo mundo que aquellos que me rodeaban. Mi nombre aguardaba en una lista donde tambin figuraban los apellidos de los grandesseores que nos acompaaron a Bayona. Qu ilusin tan ingenua! La vida me acabara enseando que el orden de las cosas tiene la futilidad del viento. Nadapermanece, solo la infamia.

    Llamaron para que me acompaara a una muchacha a tu servicio y de mi misma edad que me precedi por las escaleras hasta un saln de la primera planta.Aquella chiquilla me mir de arriba abajo cuando llegamos arriba, de una forma muy especial que nunca antes haba sentido. Me mir con hambre, y me sent desnudo yavergonzado. Cuando se march qued desconcertado. Quin es este petimetre?, supuse que haba pensado la sirvienta Por qu lo va a recibir ella? Qu tiene l queyo no pueda ofrecerle? Ingenuo de m. As de equivocados me envolvan los fantasmas mientras tropezaba con la alfombra y me quedaba inmvil donde me indic, cercade la ventana.

    No s cunto tiempo te esper. A m me pareci todos los tiempos del mundo. Un breve instante. Pero al fin t estabas all. Recuerdas aquel medioda?Nunca me lo has referido, ni siquiera por carta, as que he supuesto que no. Entraba un sol mortecino por la ventana, tan suave que las paredes ondulaban como sbanasal viento. Y trinaban los pjaros. Los oyes ahora? tengo una gran pajarera en mi gabinete que me hice construir para que fuera fcil de transportar. La llevo conmigocuando viajo y mi primera parada en cualquier destino siempre es en una tienda bien surtida, donde compro pjaros de vivos colores hasta llenarla. Cuando se calman ycomienzan a cantar en la quietud de mi alcoba yo vuelvo a aquel medioda francs donde nos vimos de nuevo. Solo es importante lo que hacemos importante, me dijisteen una ocasin. Y tenas razn, aquel momento debi serlo, pues se grab en m como la picadura dolorosa de una serpiente. Mi enorme pajarera tambin me sirve paraalejar la tristeza que con tanta asiduidad se cobija en mi pecho. Entonces abro la dbil portezuela y los suelto al viento. Mientras vuelan en el cielo como hojas decolores, dubitativos, trazando crculos, hacia un futuro incierto, me creo feliz por un instante. Lo justo para no desfall