el cardenal napellus - gustav meyrink

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    diferencia de su contemporneo, el joven Wells, que busc en la ciencia la

    posibilidad de lo fantstico, Gustav Meyrink la busc en la magia y en la

    superacin de todo artificio mecnico. Nada podemos hacer que no sea

    mgico, nos dice en El cardenal Napellus; sentencia que hubiera aprobado

    Novalis. () Albert Soergel ha conjeturado que Meyrink empez por sentir

    que el mundo es absurdo y que por consiguiente irreal. Estos conceptos se

    manifestaron primeramente en libros satricos; luego, en libros fantsticos y

    atroces. Los tres relatos reunidos aqu prefiguran su obra capital, El Golem

    Jorge Luis Borges

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    Gustav Meyrink

    El cardenal NapellusLa Biblioteca de Babel - 03

    ePub r1.2

    orhi 04.10.14

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    Ttulo originales:J. H. Obereit Besuch bei den ZeitengelnDer Kardinal NapellusDie vier Mondbruder

    Gustav Meyrink, 1915, 1916

    Editor digital: orhiCorreccin de erratas: AstennuePub base r1.1

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    Prlogo

    En Ginebra, hacia 1916, bajo el impulso de los volcnicos libros de Carlyle,emprend el solitario estudio del idioma alemn. Mi conocimiento previo se reduca aunas cuantas declinaciones y conjugaciones. Adquir un breve diccionario ingls -alemn y acomet, con una temeridad que sigue asombrndome, las pginas delFausto de Goethe y de La Crtica de la Razn Pura de Kant. El resultado es

    revisible. No me dej arredrar y agregu a aquellos impenetrables volmenes elLyrisches Intermezzo de Heine. Consider, no sin justificacin, que sus coplas enrazn de su obligada brevedad, seran menos arduas que las estrofas intrincadas deGoethe o que los prrafos informes de Kant. Fue as en el prodigioso mes de mayodel primer verso im wnderschnen Monat Mai, que fui arrebatado

    mgicamente a una literatura, que fiel me ha acompaado toda mi vida.Cre entonces saber el alemn, que todava no s. Poco despus, la baronesa Helenevon Stummer, de Praga, cuya muerte no ha borrado en nuestra memoria su tmidasonrisa, me dio un ejemplar de un libro reciente, de ndole fantstica, que habalogrado, increblemente, distraer la atencin de un vasto pblico, harto de lasvicisitudes blicas. Era El Golem de Gustav Meyrink. Su ostensible tema era elghetto. Voltaire ha observado que la fe cristiana y el Islam proceden del judasmo yque los musulmanes y los cristianos abominan imparcialmente de Israel Durante

    siglos, en Europa, el pueblo elegido fue confinado en barrios que tenan algo omucho de leprosarios y que, paradjicamente, fueron invernculos mgicos de lacultura juda. En esos lugares germin un ambiente sombro y, a la par, unaambiciosa teologa. La cbala, de raz espaola, y atribuida, por su inventor, Moissde Len, a una secreta tradicin oral que datara del Paraso, encontr en losghettos un terreno propicio para sus extraas especulaciones sobre el carcter de ladivinidad, el poder mgico de las letras y la posibilidad de que los iniciados crearanun hombre, como el hacedor haba creado a Adn. Ese homnculo se llam El

    Golem, que en hebreo significa terrn de tierra, as como Adn quiere decir arcilla.Gustav Meyrink hizo uso de la leyenda, cuyos pormenores detalla, para esainolvidable novela que rene el mbito onrico de Alicia detrs del espejo con un

    alpable horror que no he olvidado al cabo de los aos. Hay, por ejemplo, sueossoados por otros sueos, pesadillas perdidas en el centro de otras pesadillas. Elndice mismo incit mi curiosidad; el nombre de cada captulo consta de un solomonoslabo.

    diferencia de su contemporneo, el joven Wells, que busc en la ciencia la

    osibilidad de lo fantstico, Gustav Meyrink la busc en la magia y en la superacinde todo artificio mecnico. Nada podemos hacer que no sea mgico, nos dice enEl cardenal Napellus sentencia que hubiera aprobado Novalis. Otro smbolo de

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    esta visin es el epitafio que el lector hallar en J. H. Obereit visita el pas de losdevoradores del tiempo que pese a su apariencia irreal, es verdadero, no sloesttica sino psicolgicamente. El relato, narrativo al comienzo, va exaltndosehasta confundirse con nuestras experiencias y temores ms ntimos. Los devoradoresdel tiempo rebasan la metfora y la alegora; corresponden a la sustancia de nuestro

    o. Desde la primera lnea el narrador est predestinado al fin imprevisible. Loscuatro hermanos de la luna incluye dos argumentos; uno deliberadamente irrealque en forma irresistible lleva al lector y otro, an ms asombroso, que nos revelanlas pginas finales. Hacia 1929 yo vert al espaol el primer texto de este volumen,que procede del libro de relatos Fledermuse, y lo publiqu en un diario de Buenos

    ires, que envi a Meyrink. ste me contest con una carta en la que, a travs de sudesconocimiento de nuestro idioma, ponderaba mi traduccin. Me envi asimismo suretrato. No olvidar los finos rasgos del rostro envejecido y doliente, el bigote cado

    el vago parecido con nuestro Macedonio Fernndez. En Austria, su patria, losmuchos acontecimientos de la literatura y de la poltica casi han borrado sumemoria.

    lbert Soergel ha conjeturado que Meyrink empez por sentir que el mundo esabsurdo y que por consiguiente es irreal. Estos conceptos se manifestaron

    rimeramente en libros satricos; luego, en libros fantsticos y atroces. Los tresrelatos reunidos aqu prefiguran su obra capital, El Golem, al que siguieron lasnovelas Das grne Gesicht (1916), cuyo protagonista es el Judo Errante;

    Walpurgisnacht (1917); Der Engel vom westlichen Fenster (1920), que ocurre enInglaterra, en otro siglo, entre alquimistas; Der weisse Dominikaner (1921) yAn derSchwelle des Jenseits (1923).Hijo de una actriz entonces famosa, Gustav Meyer, que modificara su nombre enMeyrink, naci en Viena en 1868. Muri en 1932 en Starnberg, en Baviera, a orillasde un lago, casi a la sombra de los Alpes.Meyrink crea que el reino de los muertos entra en el de los vivos y que nuestromundo visible est, sin cesar, penetrado por el otro invisible.

    Jorge Luis Borges

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    El cardenal Napellus y otros cuentos

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    J. H. Obereit visita el pas de los decoradores del tiempo

    Mi abuelo duerme el sueo eterno en el cementerio de Runkel, un pueblo olvidadodel mundo. Sobre la piedra, totalmente cubierta de musgo verde, bajo la fechadesgastada por los aos, encerradas en una cruz, resaltan con un oro tan brillante,como si hubieran sido grabadas ayer, las letras:

    Vivoes la palabra latina que significayo vivo, me explicaron cuando, todava un nio,le por primera vez la inscripcin y se me grab tan profundamente en el alma, comosi el mismo muerto me la hubiera gritado desde el fondo de la tierra.Vivo, yo vivo, extrao lema para una sepultura!Hoy resuena nuevamente dentro de m y si lo pienso me veo como entonces: veo, conla imaginacin, a mi abuelo, a quien nunca conoc, intacto, con las manos cruzadas ylos ojos claros y transparentes como un cristal, inmviles y desmesuradamente

    abiertos. Como quien en medio de la descomposicin general, incorruptible espera,quieto y paciente, la Resurreccin. He visitado los cementerios de muchas ciudades:siempre llevado por un sutil, incomprensible, deseo de leer otra vez aquella palabraque guiaba mis pasos, pero slo dos veces encontr frente a m el idntico vivo, enDanzig primero y luego en Nuremberg. En ambos casos, los nombres haban sidoborrados por el dedo del tiempo y, en ambos, la palabra vivobrillaba, clara y fresca,como si tuviera vida propia.Yo siempre cre que mi abuelo no haba dejado ni una sola lnea escrita, tal como me

    lo haban dicho desde chico. Por eso, qued tan conmovido cuando, no hace mucho,al abrir un compartimento secreto de mi escritorio, un viejo mueble de familia,encontr una gran cantidad de anotaciones hechas de su puo y letra.Estaban guardadas en una carpeta en la que se lea este singular aforismo: El hombreno puede escapar de la muerte, a menos que no renuncie a esperar y a confiar. Enseguida llame dentro de m la palabra vivo, que me haba acompaado, como unvivido resplandor a lo largo de toda mi existencia y que, cada tanto se adormeca parareaparecer, sin motivo valedero, ya en el sueo, ya en la vigilia, y renacer de nuevo,

    una y otra vez dentro de m. Si en alguna ocasin, se me haba ocurrido pensar queaquel vivosobre la tumba se deba a una inscripcin dejada al arbitrio del prroco, elaforismo, impreso sobre la cubierta, me dio la absoluta seguridad de que en aquella

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    palabra se esconda un significado mucho ms profundo, que quiz hubiera dominadola vida entera de mi abuelo.Pgina tras pgina, a medida que avanzaba en la lectura, esta conviccin se fortaleca.En esas pginas haba demasiados conceptos referidos a asuntos privados y a otraspersonas que no puedo revelar a extraos. Bastar sealar slo aquellos elementos

    que me permitieron conocer a Johann Hermann Obereit y que se relacionan a su viajeal pas de los devoradores del tiempo.De los documentos se deduce que mi abuelo perteneca a la compaa de losHermanos Filadlficos, una orden cuyas races se encuentran en el antiguo Egipto yque dice ser fundada por el legendario Hermes Trismegisto. Se encuentra una claradescripcin de la forma de estrecharse la mano y de los gestos, que les permitan alos afiliados reconocerse entre s. A menudo aparece el nombre de Johann HermannObereit, un qumico que deba ser muy amigo de mi abuelo y que debe haber vivido

    en Runkel. Puesto que quera saber algo ms, sobre la vida de mi abuelo y sobre laoscura filosofa universal, que hablaba a travs de cada lnea en sus cartas, decid ir aRunkel, para averiguar si, por casualidad, existan todava descendientes delmencionado Obereit y si, acaso, tuvieran en su poder alguna crnica de la familia.Es imposible imaginar nada ms irreal que aquel minsculo pueblo, que, como unpedazo olvidado del medioevo, con callejuelas retorcidas en las que sobrevive unsilencio de tumba, sobre el desigual empedrado donde brota la hierba, lleva su propiavida, insensible al estridente reclamo del tiempo, al pie de la fortaleza de Runkelstein,

    antigua residencia del prncipe Von Wied.Por la maana temprano ya estaba yo en el pequeo cementerio, y mientras caminabade una tumba a otra, bajo el sol brillante, y lea mecnicamente en las cruces losnombres de aquellos que, bajo tierra, reposaban en sus fretros, fue como si retornaray reviviera toda mi juventud.Desde lejos, por el centellear de las letras, reconoc el sepulcro de mi abuelo.Un hombre viejo, con el pelo blanco, sin barba, de rasgos afilados, estaba sentadodelante de la tumba, apoyada la barbilla sobre la empuadura de su bastn de paseo.Me observaba con una mirada extraamente vivaz, con la expresin de quien seencuentra frente a una maraa de recuerdos evocados por la semejanza de un rostro.Vestido a la moda antigua, con cuello alto y corbata de seda negra, pareca el retratode un antepasado. Qued tan asombrado de su aspecto, tan fuera del presente, y mehaba devanado tanto los sesos con todo lo que tena que ver con lo escrito por miabuelo, que, sin darme cuenta, dije a media voz el nombre de Obereit.S, mi nombre es Johann Hermann Obereit dijo el viejo seor sin mostrarseextraado en lo ms mnimo. Qued casi sin aliento y no contribuy a disminuir miestupor lo que supe de sus labios.No ocurre todos los das encontrarse frente a una persona que no parece mucho ms

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    fantasmas. Los habamos llamado los decoradores del tiempo, porque, as comohacen las sanguijuelas con la sangre, ellos aspiran de nuestro corazn la linfa vital, eltiempo. En este mismo cuarto me ense los primeros pasos del camino que lleva a lavictoria sobre la muerte, a aplastar la cabeza a la vbora de la esperanzaY, desde entonces

    Se interrumpi un momento.S. Desde entonces me he convertido en un pedazo de madera, totalmenteinsensible, tanto si se lo acaricia o si se lo deshace, o si se lo echa al fuego o al agua.Desde entonces, el vaco existe dentro de m. No he buscado jams ningn consuelo;no lo he necesitado. Por qu lo habra debido buscar? Ahora lo s: yo soy y sloahora vivo. Hay una sutil diferencia entre unyo vivoy el otro.Usted habla de todo esto de un modo muy simple, pero es algo terrible contestprofundamente impresionado.

    Slo en apariencia me contest sonriendo. De un corazn impasible emana unsentimiento de felicidad que no puede usted imaginar, en absoluto. Es como unaeterna y dulce meloda, este yo soy nunca se extingue una vez que ha nacido; nicuando el mundo exterior despierta nuevamente en nuestros sentidos, ni tampoco antela muerte. Quiere que le diga por qu los hombres mueren tan jvenes y no viven,por ejemplo, mil aos, como se cuenta en la Biblia de los patriarcas? Son como losverdes brotes de un rbol: han olvidado que pertenecen a la cepa, por eso semarchitan al llegar el otoo. Pero quiero contarle cmo fue la primera vez que

    abandon mi cuerpo. Hay una antiqusima y secreta doctrina, tan antigua como laraza humana, que se ha transmitido oralmente hasta nuestros das, pero que pocosconocen. Indica el modo de superar el umbral de la muerte, pero sin perder laconciencia y quien lo logra es, desde ese momento, el dueo de s mismo: haadquirido un nuevo yo y lo que hasta entonces se le haba mostrado como el yo,queda reducido a un simple instrumento, tal como sentimos la mano o el pie. Elcorazn y la respiracin permanecen inmviles, como en un cadver, cuando elespritu, apenas liberado, sale. Cuando nosotros emigramos como los israelitas de lasricas regiones del Egipto, de ambos lados las aguas del Mar Rojo se levantan comomuros. Durante mucho tiempo y recomenzando cada vez desde el principio, entreextenuantes e indecibles tormentos, deb adiestrarme en la tentativa ya que no lograbasepararme del cuerpo. Al principio me sent fluctuar, como, cuando en sueos, a unole parece volar, con las rodillas en movimiento y totalmente libre; pero, de pronto, fuiabsorbido por una negra corriente que corra del sur hacia el norte en nuestrolenguaje la llamamos la contracorriente del Jordn y que produca un ruidosemejante al golpear de la sangre en los odos. Muchas voces exaltadas, sin quealcanzara a ver de quines provenan, me imploraban que volviera atrs; comenc atemblar y confusamente angustiado, alcanc un peasco que se levantaba delante de

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    m. All bajo la luz de la luna, vi una criatura, del tamao de un nio a mediodesarrollar, desnuda y sin seales de sexo, femenino o masculino. Tena un tercer ojoen la frente, como Polifemo e, inmvil, sealaba hacia el interior de la regin.Luego de atravesar un matorral desemboqu en un sendero blanco y liso, pero nosenta la tierra bajo los pies y si trataba de tocar los rboles y las matas a mi

    alrededor, no lograba posar la mano sobre la superficie; me lo impeda siempre unasutil e impenetrable barrera area. Una plida fosforescencia, como de maderapodrida, cubra todo y aclaraba el camino. Los contornos parecan desdibujados, conuna consistencia de molusco y extravagantemente agrandados. Jvenes pjaros sinplumas, de redondos ojos insolentes, estaban acurrucados, inflados como gansos deengorde, en un gigantesco nido y chillaban hacia donde yo estaba. Un corzuelo, aduras penas capaz de mantenerse sobre sus patas, grande como un animal adulto, sesentaba perezosamente sobre el almizcle y me tenda torpemente el hocico. Haba una

    indolencia de sapo en cada criatura con que me topaba. Poco a poco llegu areconocer dnde me encontraba; en una regin igualmente verdadera y real denuestro mundo, que era, sin embargo, slo un reflejo: en el reino de los doblesfantasmales, que se nutren de la mdula de sus propias formas originales y terrestreshasta el hartazgo. Acrecentando ms y ms su volumen, cuanto ms aqullas seconsumen en la esperanza vana y en la espera de gloria y de felicidad. Cuando en latierra los animales jvenes pierden la madre y esperan confiados durante largo tiempoel alimento, hasta que se mueren de hambre, nace, a su imagen, un fantasma, en esta

    condenada isla de espritus, que succiona, como una araa, la vida que se pierde enlas criaturas terrestres. Las fuerzas vitales de la naturaleza, que se disuelven enesperanzas, se convierten aqu en formas y mala hierba lujuriosa, y el suelo estsaturado y fertilizado de las exhalaciones del tiempo consumido en la espera.Segu andando; llegu a una ciudad llena de gente. A muchos de ellos los habaconocido en el mundo. Record sus innumerables esperanzas fallidas y cmo, aotras ao, andaban ms encorvados y cmo no queran arrancarse del corazn elvampiro su propio yo demonaco que les devoraba la vida y el tiempo. Aqu losvi bajo la forma de hinchados, flcidos monstruos de vientres gruesos, de carnestemblorosas, los ojos fijos y vidriosos sobre las mejillas tumefactas.Desde una casa de cambio que ostentaba el letrero:

    AGENCIA FORTUNACada billete gana el primer premio

    pujaba un gento apretujado y burln, que arrastraba tras de s bolsas llenas de oro ytorca los hinchados labios en chasquidos de satisfaccin; en grasa y gelatina se

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    transformaban los fantasmas de todos los que en la tierra se consumieron eninsaciable sed de triunfar en el juego.Entr en un saln, que pareca un templo, cuyas columnas se levantaban hasta elcielo; aqu, sobre un trono de sangre coagulada, estaba sentado un monstruo decuerpo humano, con cuatro brazos, babeando el horrendo hocico de hiena; el dios de

    la guerra de primitivas tribus africanas, que, en sus supersticiones, ofrecen vctimaspara implorar la victoria sobre el enemigo.Espantado, quise sustraerme a la atmsfera putrefacta que impregnaba el lugar y meprecipit fuera. Con gran estupor me encontr frente a un palacio que superaba enmagnificencia todo lo visto hasta entonces. Sin embargo, cada piedra, cada cresta deltejado, cada escaln me resultaban extremadamente familiares, como si yo mismohubiese construido aquel edificio con la imaginacin. Cual si fuera innegable seor ydueo de la casa, sub la ancha escalera de mrmol y arriba, en la puerta, sobre una

    placa, estaba mi propio nombre.

    Johann Hermann Obereit

    Entr y me vi a m mismo, con vestido de prpura, sentado a una mesa suntuosa,servido por mil esclavas en las que reconoc a todas las mujeres que, a lo largo de mivida, aun fugazmente, haban arrebatado mis sentidos. Fui presa de un indecibledisgusto al reconocer que se, mi doble, desde que viva se regodeaba ah, en laembriaguez y en la orga. Yo mismo lo haba puesto en el mundo y le haba regaladoalgo, cada vez que dejaba escapar de mi alma expectante, deseos y esperanzas; lamgica fuerza de mi yo.Con horror, me di cuenta de que mi vida entera estaba hecha de espera, en todas susformas, slo de espera; una especie de irrefrenable desangrarse y que el tiempodedicado a la percepcin del presente se poda calcular en horas. Como una pompa

    de jabn, revent delante de m lo que hasta ese momento me haba parecido lasustancia de mi vida.Le aseguro que, a pesar de todo lo que se realiza en la tierra, siempre, cada cosa,produce un nuevo aguardar y un nuevo esperar, el universo entero est impregnadodel hlito pestilente producido por la muerte de un presente recin nacido.Quin no ha probado la enervante fatiga que se encuentra en la sala de espera de unmdico, de un abogado, de una oficina administrativa? Y bien, esto que llamamosvida es slo la sala de espera de la muerte.

    En ese instante, comprend, de improviso, qu es el tiempo. Nosotros mismos somosformas producidas por el tiempo, cuerpos que parecen materia y que no son otra cosaque tiempo coagulado. Nuestro cotidiano marchitamos delante de la tumba, qu es,

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    sino reverter el tiempo, ayudados por la espera y por la esperanza; de la misma formaque el hielo, derritindose sobre el hogar, se vuelve agua.A medida que se adueaba de m este conocimiento, observ que mi doble temblabay que el terror trastornaba su rostro. Entonces, supe qu tena que hacer: lucharimplacablemente contra los obscenos fantasmas que nos desangran como vampiros.

    Ah! Ellos, estos parsitos de nuestra vida, saben muy bien por qu se mantieneninvisibles al hombre y se ocultan a su mirada. No de manera diferente la mayorperfidia del demonio es comportarse como si no existiera. Desde entonces hearrancado para siempre de mi vida el concepto de aguardar o de esperar.Creo, seor Obereit le contest, cuando hubo terminado, que me derrumbaraal dar un solo paso en el tremendo camino que ha elegido. Puedo muy bien imaginarque, a travs de un incansable empeo, uno pueda lograr adormecer dentro de s lossentimientos de la esperanza, sin embargo

    Slo adormecer! Por dentro el esperar se transforma en vida! Debe cortar el maldesde la raz! me interrumpi Obereit. Ser como un autmata, como un muertoaparente! No trate nunca de aferrar un fruto que lo atraiga, si a l va unida la msmnima esperanza. No mueva una mano y todo le caer, maduro, en el regazo. Esverdad que, al principio, ser como un vagar desconsolado, durante largo tiempo, porun denso desierto sin esperanza. Pero, de pronto, todo se aclarar en torno suyo yver usted las cosas, las bellas y las feas, bajo una nueva e insospechada luz. Dejarde existir, entonces, para usted, lo importante y lo no importante, quedar

    inmunizado por la sangre del dragn como Sigfrido, y podr decir de s mismo: yoatravieso el infinito mar de una vida eterna con una vela blanca como la nieve.stas fueron las ltimas palabras que me dijo Johann Hermann Obereit; nunca msvolv a verlo.Han pasado muchos aos. Me he obligado a seguir, lo mejor que he podido, losconsejos que Obereit me dio. Pero el aguardar y la esperanza no quieren abandonarmi blando corazn, soy demasiado dbil como para arrancar la mala hierba. Tampocome asombra ms, encontrar, muy de vez en cuando, entre las innumerables tumbas delos cementerios, una que lleve la inscripcin:

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    El cardenal Napellus

    Fuera de su nombre, Hieronymus Radspieller, o de que, desde haca muchos aos,viva en el castillo en ruinas, casi no sabamos nada de l. Haba alquilado alpropietario, un vasco viejo, rudo, siervo sobreviviente y heredero de una nobleestirpe, extinguida en la soledad y en la melancola, un piso entero y lo haba hechohabitable con muebles antiguos y de gran valor.Quien entraba en aquellos cuartos, quedaba asombrado y extraado despus de haberatravesado la maraa de una vegetacin salvaje, donde todo pareca inanimado yyerto, donde el gran silencio no era nunca interrumpido por el canto de un pjaro.Slo de vez en cuando, los lirones decrpitos y aterrados geman de miedo bajo la

    violencia del Fhn[1], mientras el lago, como un verde ojo sombro fijo en el cielo,

    reflejaba el paisaje de nubes blancas.Hieronymus Radspieller pasaba casi todo el da en su bote y en las aguas quietasdejaba caer un brillante huevo metlico, sujeto por un fino hilo de seda: una sondapara explorar la profundidad del lago.Estar al servicio de una sociedad geogrfica suponamos nosotros, cuando, porla tarde, de vuelta de nuestras excursiones de pesca, nos demorbamos un par dehoras en su biblioteca, que amablemente haba puesto a nuestra disposicin.Supe hoy, casualmente, por la vieja mensajera, que le trae las cartas desde el otro

    lado del desfiladero, que se dice que Radspieller, en su juventud, fue monje en unconvento, que noche tras noche se flagelaba hasta sacarse sangre y que su espalda ysus brazos estn llenos de cicatrices inform Mr. Finch, cuando la conversacinrecay otra vez sobre Hieronymus Radspieller. A propsito, por dnde andar?Deben ser las once pasadas.Hay luna llena dijo Giovanni Braccesco, sealando con su mano marchita, msall de la ventana abierta, el brillante camino de luz que atravesaba el lago.Podemos ver su bote, fcilmente, si miramos con atencin.

    Tras una breve pausa, sentimos subir unos pasos por la escalera, pero era el botnicoEshcuid, que haba vuelto muy tarde de su expedicin y vena a vernos al cuarto.Traa en la mano una planta de la altura de un hombre con unas esplndidas flores deun azul acerado.Sin lugar a dudas, es el ejemplar ms grande de esta especie que he encontrado.Jams habra pensado que el venenoso anapelopudiese crecer hasta esta altura dijocon voz afnica, luego de saludarnos con un gesto, y coloc la planta en el alfizar dela ventana, con mucho cuidado y de tal manera que ninguna hoja pudiera estropearse.

    l est como nosotros, pens, y tuve la impresin de que Mr. Finch y GiovanniBraccesco estaban pensando lo mismo. Un hombre viejo, que vaga desasosegadopor el mundo, como quien va en busca de su propia sepultura e, incapaz de

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    encontrarla, recoge plantas que maana estarn secas. Para qu? Por qu? Ya ni selo pregunta. Sabe que su quehacer no tiene objeto, como nosotros lo sabemos delnuestro. Pero, lo peor es que estar completamente desmoralizado, sabiendo que todolo que hace, grande o pequeo, no tiene objeto. Es la misma certidumbre que,tambin a nosotros, nos ha quebrantado a lo largo de toda la vida. Desde la juventud

    somos como los moribundos, cuyos dedos inquietos, que no saben de dndeagarrarse, recorren las cobijas, e intuyen que la muerte est en la habitacin y que yano importa si abrimos las manos o cerramos los puosAdnde irn cuando termine la estacin de la pesca? pregunt el botnico,luego de haber contemplado una vez ms su planta, viniendo sin apuro a sentarse anuestra mesa.Mr. Finch se pas la mano por la cabeza blanca, jug con un anzuelo sin levantar losojos y, cansado, se encogi de hombros.

    No s contest, despus de una pausa, Giovanni Braccesco distradamente, comosi la pregunta fuese dirigida a l.Sin que cambiramos una palabra, pas una hora en medio de un silencio plomizo;poda sentir cmo me lata la sangre en la cabeza.Al fin apareci, en el marco de la puerta, el rostro plido y lampio de Radspieller.Tena el aire tranquilo y cansado de siempre, mientras, con mano firme, se serva unvaso de vino y brindaba hacia nosotros.Sin embargo, su presencia haba trado un extrao estado de nimo que,

    inmediatamente, se nos contagi. Sus ojos, por lo general cansados e indiferentes,cuyas pupilas, insensibles a la luz como en los mielopticos, ni se contraan ni sedilataban, y que parecan, segn afirmaba a menudo Mr. Finch, botones de chaleco deopaca seda gris con un punto negro en el centro, hoy recorran el cuarto con agitacinfebril; se deslizaban sobre las paredes y las hileras de libros sin saber dnde posarse.Giovanni Braccesco encontr un tema de conversacin, refirindose a nuestros rarosmtodos utilizados para capturar los viejsimos y musgosos siluros, que viven unanoche eterna en la impenetrable profundidad del lago. Nunca suben hacia la luz delsol y rechazan cualquier seductora oferta de la naturaleza; aceptan slo las ms rarasformas que el pescador pueda imaginar: plateadas lminas relucientes parecidas amanos humanas, que, en la punta de la lnea, se retuercen delirantemente o, ms bien,murcilagos de vidrio rojo con los prfidos anzuelos escondidos en las alas.Hieronymus Radspieller no escuchaba. Advert que su pensamiento estaba lejos.De pronto, estall, como quien, custodiando un secreto peligroso durante muchotiempo entre los dientes apretados, en un segundo, de golpe, se libera con un grito:Hoy, por fin mi plomada ha llegado al fondo. Lo miramos sin comprender.Me haba sorprendido tanto el tono vibrante que, inslitamente, resonaba en suspalabras, que, durante un rato, slo a medias me di cuenta de lo que estaba

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    explicando. Estaba hablando de la manera de sondear el fondo del lago. Muchoscientos de brazas, debajo de la superficie, deca, haba remolinos que apresaban lasonda, la mantenan en suspenso y no le permitan tocar el fondo sino en afortunadasocasiones.Pero, de nuevo, brill como una luz en su relato, una frase triunfal: Es el punto ms

    profundo de la tierra que ha sido alcanzado por un instrumento humano. Talespalabras se grabaron con caracteres de fuego en mi alma, sin que pudiera explicarmeel motivo. Un espectral doble sentido resonaba en ellas, como si un ser invisible,dentro suyo, me hubiera hablado por su boca con smbolos secretos.No poda apartar la mirada del rostro de Radspieller. Tan irreal y fantstico se habavuelto! Si cerraba los ojos un instante, lo vea rodeado de brillantes llamitas azules:los fuegos de San Elmo de la muerte, fueron las palabras que se me ocurrieron ytuve que apretar fuertemente los labios, para no gritarlas.

    Como en un sueo, cruzaron por mi mente fragmentos de libros escritos porRadspieller, que haba ledo a ratos perdidos, cada vez ms maravillado por sudoctrina. Fragmentos ardientes de odio contra la religin, la fe, la esperanza y todo loque en la Biblia habla de promisin. Es el rechazo, pensaba confusamente, que haarrojado a su alma, despus de una asctica juventud atormentada, del reino msticoal terreno; el movimiento pendular del destino que lleva al hombre de la luz a lastinieblas.Con esfuerzo, me arranqu del paralizante sopor, prximo al sueo que me invada, y

    me obligu a escuchar con atencin el relato de Radspieller, cuyas primeras frasestodava oa dentro de m, en un lejano e incomprensible murmullo.Sostena el hilo con la sonda entre los dedos, hacindola girar y, a la luz de lalmpara, despeda resplandores cobrizos, como un collar. Segua diciendo:Ustedes, que son pescadores apasionados, conocen la excitante sensacinproducida por un imprevisto sacudn del hilo que slo tiene de largo doscientasbrazas; es la seal de que ha picado un pez grande y que, tras un instante, emergerun monstruo verde, azotando el agua espumosa. Multipliquen esta sensacin milveces y quiz puedan comprender qu sent dentro de m, cuando este pedazo demetal me anunci, por fin: he tocado el fondo. Fue como si mi mano hubiese llamadoa una puerta Ha terminado un trabajo, que se prolong por dcadas. Y agregdespacio, para s, con voz angustiosa: Qu har? Qu har maana?Es un acontecimiento importante para la ciencia que una sonda haya tocado elpunto ms profundo de la corteza terrestre contest el botnico Eshcuid.Para la ciencia! Para la ciencia! repiti Radspieller como ausente, mirndonosa uno tras otro con aire interrogante. Y, a m, qu me importa la ciencia! dejescapar por fin. Despus, de pronto, se levant.Recorri el cuarto un par de veces.

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    Para ustedes, la ciencia es un fenmeno marginal, como para m, distinguidoprofesor exclam, volvindose de golpe, casi brusco, hacia Eshcuid. Llmenlapor su verdadero nombre: la ciencia es, para nosotros, slo un pretexto para haceralgo, no importa lo que sea; la vida, la horrible y aterradora vida, que nos ha secadoel alma, que nos ha robado nuestra ntima personalidad y, entonces, para no gritar

    continuamente nuestra desesperacin, corremos detrs de caprichos infantiles paraolvidar lo que hemos perdido. Slo para olvidar. No tratemos de engaamos!Nosotros callbamos.Pero, nuestros caprichos, creo yo, encierran otro significado continu, mientrascaa en una incontrolable agitacin. Se me ha ocurrido poco a poco ygradualmente, desde el fondo del alma me lo dice un sutil instinto, que, cada una delas empresas que llevamos a cabo, tiene un segundo significado mgico. Nopodramos hacer nada que no fuera mgico. Lo s perfectamente porque he sondeado

    casi la mitad de mi vida. S, tambin, qu significa que, a pesar de todo de todode todo, al fin haya tocado el fondo. A travs de un largo y fino cable, superando losremolinos profundos he establecido contacto con un reino, donde no penetran losrayos de este sol odioso, cuya mayor diversin consiste en matar de sed a sus hijos.Aparentemente, lo ocurrido hoy es un hecho sin importancia, pero quien sabe ver einterpretar, reconoce en la desdibujada sombra sobre la pared, al ser que estcolocado ante la lmpara. Sonriendo con picarda, agreg: En dos palabras, lesdir qu significado tiene para m este hecho exterior: he conseguido lo que buscaba.

    A partir de hoy, estoy inmunizado contra esas serpientes venenosas, que son la fe y laesperanza, capaces slo de vivir a la luz. Lo supe por los saltos de mi corazn, en elmomento en que, alcanzando mi objetivo, la plomada toc el fondo del lago. Unhecho exterior, sin importancia, ha mostrado su ntimo rostro.Le ha ocurrido algo tan grave en su vida en la poca, supongo, que vesta lasotana? pregunt Mr. Finch que haya herido as su alma? agreg, bajando lavoz, casi como para s mismo. Radspieller no contest. Pareca mirar una imagen quehubiera aparecido delante de sus ojos. Despus se sent de nuevo a la mesa,observando, inmvil, a travs de la ventana, la luna brillante y comenz a contar, casisin respirar, como un sonmbulo.Nunca fui sacerdote, pero desde muy joven un oscuro e irresistible impulso mealejaba de las cosas de la tierra. He vivido horas en que el rostro de la naturaleza setransformaba, frente a mis ojos, en una burlona mueca diablica y montaas, paisajes,agua y cielo, mi propio cuerpo, me parecan los inexorables muros de una crcel.Probablemente ningn nio sienta nada, cuando la sombra de una nube, pasandodelante del sol, cae sobre un prado; yo, en cambio, era presa de un terror que meparalizaba y como si una mano me hubiera arrancado de golpe una venda de los ojos,alcanzaba a ver el secreto universo, lleno de torturas mortales, de millones de

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    minsculos seres vivos, que odindose se torturaban, ocultos entre los tallos y lasraces de la hierba.Quiz el hecho de que yo viera, ya en esa poca, la tierra slo como una madriguerade asesinos sanguinarios pueda achacarse a una tara hereditaria; mi padre muri presade un delirio religioso.

    Poco a poco, mi vida entera se transform en una continua tortura interiorinextinguible. No poda dormir, no poda pensar y da y noche, sin encontrar alivio,estremecidos y temblorosos mis labios formaban la frase de la plegaria: lbranos delmalhasta que, extenuado, me desmayaba.En mis valles hay una secta religiosa llamadaLos Hermanos Azules.Cuando uno deellos siente que va a morir, se hace sepultar vivo. El convento existe todava. Sobre elportn est grabado en la piedra el escudo: una flor venenosa de cinco ptalos azules;el ptalo superior se parece al capuchn de un monje. Es el Aconitum napellus, el

    anapelo azul.Era un joven cuando me refugi en la Orden; era un viejo casi, cuando la abandon.Dentro de los muros del convento hay un jardn, donde florece en el verano, uncantero cargado de esas mortferas plantas azules, que los monjes regaban con lasangre de las heridas que se hacan autoflagelndose. El que entra en la comunidaddebe plantar esta flor, que recibe, como en el bautismo, el nombre del nefito. Lama se llamaba Hieronymus y se bebi mi sangre, mientras ao tras ao me consumaen la vana invocacin de un milagro: que el Invisible Jardineroregase tambin con

    una sola gota de agua las races de mi vida.El sentido simblico de esta inslita ceremonia del bautismo de sangre es que elhombre debe, mgicamente, plantar su propia alma en el jardn del Paraso y fecundarsu desarrollo con la sangre de sus deseos.Sobre la tumba del fundador de esta asctica secta, el mstico cardenal Napellus,dice la leyenda que en una noche de luna llena creci un anapelo azul, hasta alcanzarla altura de un hombre. Estaba todo cubierto de flores y, cuando se abri el sepulcro,el cadver haba desaparecido.Cuando en otoo las flores se secaban, recogamos su venenosa semilla, parecida alcorazn humano y que, segn la secreta tradicin de los Hermanos Azules, representael grano de mostaza de la fe. Est escrito que, quien la posea, podr mover lasmontaas Y entonces la comamos.As como su terrible veneno enferma el corazn y lleva a los hombres a un estadoentre la vida y la muerte, as, la esencia de la fe deba transformar nuestra sangre;convertirse en fuerza milagrosa en esas horas suspendidas entre el sufrimiento y elxtasis.Pero, con la sonda de mi conocimiento penetr ms hondamente, todava, en estamaravillosa metfora; avanc un paso y observ el problema de frente: Qu suceder

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    en mi sangre, cuando est verdaderamente impregnada del veneno de la flor azul?Entonces, todo, a mi alrededor, cobr vida, hasta las mismas piedras del camino megritaron con miles de voces: una y otra vez cuando llegue la primavera, ser regada latierra hasta que brote una nueva planta venenosa, que lleve tu propio nombre.En ese momento arranqu la mscara al vampiro que haba alimentado por tanto

    tiempo y se apoder de m un odio infinito e inextinguible. Entr en el jardn ypisote la planta, que se haba apoderado de mi nombre, Hieronymus, y se habanutrido hasta el hartazgo de mi vida, la pisote hasta que sobre la tierra, no quednada.Desde entonces, mi existencia pareci llenarse de hechos maravillosos.Esa misma noche tuve una visin: el cardenal Napellus llevaba en la mano, comouna especie de cirio ardiente, el acnito azul de las flores de cinco ptalos. Susfacciones eran las de un cadver, pero los ojos irradiaban una vida indestructible. Cre

    hallarme delante de mi propio rostro, tanto se me pareca, e, instintivamente, tuvemiedo por mi cara, como quien encontrndose de pronto, que una explosin le haarrancado un brazo, trata todava de palparlo con la otra mano.Entonces, a escondidas, entr en el refectorio y, embargado por un odio salvaje,forc el cofre que deba contener las reliquias del santo para destruirlas.Encontr solamente ese mapamundi que ven en el nicho.Radspieller se levant, lo tom y lo puso sobre la mesa, bajo nuestros ojos y reanudel relato:

    En mi huida del convento lo llev conmigo para destruirlo y aniquilar as lo quequedaba del fundador de la secta. Pero despus, reflexionando, decid que eldesprecio sera ms patente si venda la reliquia y le regalaba el dinero a unaprostituta.As lo hice en la primera oportunidad. Desde entonces he visto pasar muchosaos, pero jams he dejado de buscar la invisible raz de la hierba maldita por la quela humanidad sufre, para arrancarla de mi corazn. Ya les he dicho, desde elmomento en que me he despertado a la verdad, un milagrotras otro ha cruzado micamino; pero yo he permanecido inquebrantable: ningn fuego fatuo ha sido capaz deatraerme de nuevo a las arenas movedizas.Cuando comenc a reunir objetos antiguos todo lo que ven en este cuarto seremonta a aquel perodo, haba algo en ellos que me llevaba a los ritos ocultos deorigen gnstico y al siglo de los camisardos. El mismo anillo de zafiro que llevo en eldedo, extraamente tiene como emblema un anapelo, el escudo de los monjes azules,y me ha cado por casualidad entre las manos, revisando las mercaderas de unvendedor ambulante; sin embargo, nunca esto me preocup. Y cuando un buen da,reencontrado en casa, me mand un amigo de regalo este mapamundi, el mismo quehaba robado y vendido, la reliquia del cardenal Napellus, no pude menos que rerme

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    a carcajadas por esta pueril amenaza de un necio destino.No, ac arriba, en el aire limpio y sutil de las nieves y de los hielos, el veneno de lafe y de la esperanza no puede alcanzarme; a esta altura el anapelo azul no puedecrecer. El proverbio: Quien quiera buscar en la hondura, debe subir a las montaas,tiene para m un nuevo sentido.

    Por eso no vuelvo ms a la llanura. Me he curado y aunque me llovieran en elregazo los regalos de todos los mundos anglicos, los tirara como despreciablesbaratijas. Siga utilizndose el acnito como venenosa medicina para los enfermos delcorazn y para los astnicos, all abajo, en los valles; yo quiero vivir y morir aquarriba, en presencia de la ley diamantina de las inmutables necesidades naturales, queninguna aparicin demonaca puede quebrantar. Seguir sondeando y sondeando sinobjetivo, sin esperas angustiantes, contento como un nio que se complace con unuego, que todava no ha sido corrompido por la mentira de que la vida tiene un

    sentido ms profundo Seguir sondeando y sondeando pero cada vez que choquecontra el fondo, sentir como un grito triunfal; slo es la tierra lo que toco otra vez,nada ms que la tierra La misma tierra orgullosa, que rechaza framente en eluniverso la hipcrita luz del sol. La tierra, que por dentro y por fuera permanece fiel as misma, como este mapamundi, el ltimo miserable despojo del gran seor cardenalNapellus, que es y permanecer tambin por dentro y fuera, una estpida madera.Y, cada vez, la gran garganta del lago me repetir que es cierto que sobre la cortezaterrestre, activados por el sol, crecen venenos terribles, pero que el interior de la

    tierra, sus abismos y precipicios son inmunes y las profundidades son puras.El rostro excitado de Radspieller, cubierto de manchas, pareca el de un tsico. Unafisura se abri en el nfasis de su discurso, todo el odio reprimido explot. Apret lospuos.Si me fuese concedido un deseo, quisiera poder sondear con mi plomada hasta elcentro de la tierra y poder gritar: Mirad aqu, mirad all; tierra y nada ms que tierra!Atnitos, alzamos los ojos hacia l, que de pronto, se haba callado. Haba ido haciala ventana.El botnico Eshcuid sac la lupa, se inclin sobre el mapamundi y dijo en voz alta,para disimular la penosa impresin dejada por las ltimas palabras de Radspieller:La reliquia debe ser falsa y, por aadidura, de nuestro siglo; los cinco continentessealaba Amrica estn perfectamente marcados sobre el globo.Aunque la frase tuviese un tono comn y desapasionado, fue incapaz de aligerar laatmsfera opresiva que se iba creando a nuestro alrededor y que, segundo a segundo,se agigantaba en una angustiosa amenaza.De pronto, el cuarto pareci invadido por un perfume dulce y embriagador, como dearracln o de torvisco.Viene del jardn, estaba por decir, cuando Eshcuid se adelant a mi trmula

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    tentativa de despertar de esa pesadilla. Pinch el globo con una aguja y murmur algocomo:Qu raro! Hasta nuestro lago, un puntito insignificante, se ha indicado sobre elmapa. Pero, en ese momento, se interpuso nuevamente la voz de Radspieller desde laventana, con un tono de estridente menosprecio:

    Por qu no me persigue ms, como en otra poca, en el sueo y en la vigilia, laimagen de Su Eminencia, el gran cardenal Napellus? En el Codex Nazaraeus, en ellibro de la gnosis de los Monjes Azules, escrito alrededor del siglo II antes de Cristo,se profetiza a los nefitos: Aquel que hasta el fin riegue con su sangre la mstica

    lanta ser acompaado por ella, fielmente, hasta la puerta de la vida eterna; pero,al sacrlego que la arranque, se le aparecer delante como la muerte y su esprituvagar fuera, en las tinieblas, hasta que llegue la nueva primavera! Qu significanestas palabras? Acaso estn muertas? Yo digo que una prediccin milenaria se ha

    roto conmigo. Por qu no aparece ahora, para que pueda escupirle en la cara, elcardenal NapUn estertor ahogado le arranc de la boca las ltimas silabas. Me di cuenta de quehaba visto la planta azul, que el botnico, al regresar, haba colocado sobre el alfizarde la ventana, y que la observaba. Quise levantarme e ir en su ayuda.Un grito de Giovanni Braccesco me detuvo.Bajo la aguja de Eshcuid, el pergamino amarillento del mapamundi se habadesprendido, como la mscara de un fruto demasiado maduro y una gran y reluciente

    esfera de cristal se mostr a nuestros ojos.En su interior maravillosa obra de arte, erguida, armada por un procedimientoincomprensible, la figura de un cardenal con capa y sombrero, sostena en la mano,entre los dedos, como si fuera un cirio ardiente, una planta con flores de cinco ptalosde un color azul metlico.Paralizado de terror, penosamente logr volver la cabeza hacia Radspieller.Los labios blancos, los rasgos cadavricos, de pie contra la pared, inmvil como laestatuita en la esfera de cristal, y sosteniendo, tambin como ella, la flor venenosa enla mano, miraba a travs del cristal, el rostro del cardenal.Slo el brillo de sus ojos traicionaba en l la vida; pero comprendimos que su alma sehaba hundido en la noche sin retomo de la locura.

    Eshcuid, Mr. Finch, Giovanni Rraccesco y yo nos separamos a la maana siguientesin cambiar una palabra, casi sin saludamos; las ltimas y angustiosas horas deaquella noche haban sido demasiado elocuentes para cada uno de nosotros, por loque evitamos todo comentario.

    Mucho tiempo he vagabundeado de aqu para all, solo por el mundo, pero jams hevuelto a encontrarlos.Pero un da, despus de muchos aos mi camino me llev de nuevo a aquella regin;

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    del castillo quedaban en pie los muros y entre las piedras, bajo un sol deslumbrante,una planta al lado de otra, altas como un hombre, reluca un inmenso cantero deflores metlico-azuladas:

    elAconitum napellus.

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    Los cuatro hermanos de la luna. Un documento

    Rpidamente dir quin soy yo. Desde los veinticinco hasta los sesenta aos fuicriado del seor conde du Chazal. Antes haba servido como ayudante del jardineroen el convento de Apanua, donde pas, asimismo, los aos montonos ymelanclicos de mi juventud. Aprend a leer y a escribir gracias a la bondad delabate.

    Era expsito; cuando recib la confirmacin fui adoptado por mi padrino, el viejoardinero del convento y, desde entonces, llevo el apellido Meyrink.

    Hasta donde puedo recordar, tengo siempre presente la sensacin de un aro dehierro, ajustado alrededor de mi cabeza, oprimindome el cerebro y que me impide eldesarrollo de lo que comnmente se llama imaginacin. Casi podra decir que me

    falta un sentido interior; quiz por eso mi vista y mi odo son agudos como los de unsalvaje. Si cierro los ojos, veo hoy todava con deprimente claridad, los perfilesrgidos y negros de los cipreses, recortados contra los muros descascarados delmonasterio. Veo, como entonces, las desgastadas baldosas que formaban el piso delclaustro, una por una; las podra contar, pero todo est helado, mudo, no me dicenada, tal como suelen hablarle las cosas a los hombres, segn he ledo a menudo.Revelo con toda franqueza mi condicin pasada y presente porque quiero serabsolutamente credo. Me anima, adems, la esperanza de que esto que escribo aqu,

    sea ledo por hombres que saben ms que yo y que me gratifiquen, con luz yconocimiento, sobre la cadena de insolubles enigmas que han acompaado el devenirde mi vida; siempre, claro est, que puedan y quieran hacerlo.

    Si por una extraa circunstancia llegara a suceder que esta narracin cayera bajolos ojos de los dos amigos de mi difunto segundo patrn, el maestro Peter Wirtzigh(muerto y sepultado en Wemsteindellnnen 1914, el ao del estallido de la granguerra), es decir, de los dos ilustrsimos doctores Chrysophron Zagrus y SacroboscoHaselmayer, apodado el Trasquilado Rojo por su rostro; ruego a estos seores

    quieran considerar que no es el placer de chismorrear, ni la necia indiscrecin, queme han movido a revelar algo, que quiz los mismos seores han tenido en secretotoda una vida; tanto ms que un viejo de setenta aos como soy, ha superado desdehace mucho la edad de estas pueriles necedades. Antes bien, motivos de ordenespiritual son la base de esta decisin, tras la que pesa, fundamentalmente, unaopresiva angustia sobre mi corazn; la de convertirme un da, cuando mi cuerpo hayadejado de existir en una mquina (los seores sabrn seguramente lo que quierodecir).

    Y ahora vayamos a mi historia.Las primeras palabras que el seor conde du Chazal me dirigi, no bien entr a suservicio, fueron:

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    Alguna mujer ha jugado un papel importante en tu vida?Mi franca negativa pareci satisfacerlo visiblemente.Aunque aquella vez no tuve dificultad alguna para negar, ni siquiera la habra

    tenido hoy, me vi, por un instante, mientras responda, como una mquina inanimaday no como una criatura humana. Cada vez que cavilo sobre esto, una atroz sospecha

    se insina en mi cabeza; no me atrevo a expresarla en palabras, pero No existenacaso plantas, que no llegan a desarrollarse normalmente, que mseras se marchitan yterminan por tomar un color ceroso, como si nunca vieran el sol, slo porque cerca deellas crece el zumaque venenoso que, desde su nacimiento, se alimenta de sus races?

    Durante los primeros meses me sent muy a disgusto en el solitario castillo,habitado nicamente por el seor conde du Chazal, por la vieja gobernanta Petronellay por el suscripto. Poblado por todas partes de extraos aparatos antiguos,

    mecanismos de relojera y telescopios, tanto ms que el seor conde no estaba exentode rarezas de todo gnero. Por ejemplo, poda ayudarlo a vestirse, pero no adesnudarse y, cada vez que me ofreca a hacerlo, me contestaba invariablemente, quequera leer todava. Sin embargo, debo admitir que, en realidad, andaba vagando en laoscuridad, porque a menudo, por la maana temprano, encontraba sus botasrecubiertas de una pesada capa d barro y de tierra pantanosa, aunque el da anteriorno hubiese puesto los pies fuera de casa. Ni siquiera su aspecto era de los msatrayentes; su cuerpo grcil y enjuto no quera adaptarse a la cabeza y, aunque era

    bien proporcionado, por mucho tiempo, el seor conde me hizo la impresin de unorobado, sin que pudiera determinar la razn.

    Su perfil afilado, debido al mentn prominente y aguzado y a la barbita gris y enpunta hacia adelante, tena algo de medialuna, que se notaba muchsimo. Por otraparte, deba poseer una fuerza vital indestructible porque, en los muchos aos queestuve a su servicio, no puedo decir que not verdaderas y precisas seales deenvejecimiento, salvo, si se quiere, la caracterstica forma de medialuna del rostro,que pareca volverse cada vez ms afilado y delgado.

    En la aldea se decan cosas curiosas sobre su persona: que no se mojaba cuandollova y otras historias parecidas; que de noche su figura sobrepasaba la casa de loscampesinos, que los relojes se paraban

    Yo no prestaba atencin a esas charlataneras, aunque, de tanto en tanto, en elcastillo, los objetos metlicos, cuchillos, tijeras, rastrillos y otros similares seimantaban durante un par de das y atraan, quedando pegados a ellos, plumitas deacero, clavos y otras menudencias. Pero se trata de un fenmeno natural del que nonos debemos de maravillar demasiado, me aclar el seor conde, cuando le pregunt.El subsuelo, dijo, era de naturaleza volcnica y, por otra parte, en fenmenos delgnero, tiene su participacin la luna llena.

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    El seor conde tena una opinin desmesuradamente elevada de la luna, como sededuce de los hechos que voy a exponer. Cada verano, exactamente el 21 de julio yslo por veinticuatro horas, un husped, sin duda alguna fuera de lo comn, visitabael castillo, el mismo doctor Haselmayer, al que me referir luego.

    El seor conde, cuando hablaba de l, usaba siempre el sobrenombre de el

    Trasquilado Rojo, que no he comprendido nunca ya que no slo el seor doctor notena pelo rojo, sino que no tena ni un solo pelo, ni cejas, ni pestaas. Ya, en aquellapoca, me daba la impresin de un viejo, quiz a causa del extrao vestido anticuadocon que, invariablemente se presentaba cada ao; un sombrero de copa de un paoopaco, de color verde musgo, que se estrechaba hacia arriba, hasta parecer casipuntiagudo, una chaqueta corta de terciopelo a la holandesa, zapatos con hebilla ypantalones de seda negra hasta la rodilla, sobre unas piernitas tan cortas y delgadas,que resultaba intranquilizados Quiz fuera sta la nica razn por la que pareca tan,

    tan cadavrico, porque su simptica e infantil voz argentina y sus labios de nia,de contornos extraordinariamente delicados contradecan la impresin de vejez. Porotra parte, estoy seguro de que jams sobre la faz de la tierra se vieron ojos tanapagados como los suyos.

    Con todo el debido respeto, debo agregar que tena una cabeza de hidrocfalo, ylo que es peor y que daba miedo, de apariencia blanda, blanda como un huevo cocidodescascarado y esto cuenta no slo para el rostro plido y redondo sino tambin parael crneo mismo. Cuando se pona el sombrero, debajo de las alas se formaba, todo

    alrededor, una cmara de aire exange y cuando se lo sacaba, se necesitaba ciertotiempo antes de que la cabeza reconquistase, felizmente, la forma originaria.

    Desde el minuto en que llegaba el doctor Haselmayer, hasta el momento de supartida, el distinguido seor conde y su respetable husped, sin probar bocado, sindormir, sin beber, hablaban ininterrumpidamente de la luna con un misterioso fervorque yo no entenda.

    Su exaltacin llegaba a su punto culminante cuando la noche de luna llena caa elmismo 21 de julio; esa noche iban hasta el pequeo estanque pantanoso del castillo ypasaban horas y horas mirando en el agua la imagen plateada del celestial disco.

    Una vez que, casualmente, pasaba por all, vi que luego los dos seores tiraban alagua pequeos pedazos blanquecinos, probablemente miga de pan y, cuando el doctorHaselmayer se dio cuenta de que yo los miraba, dijo rpidamente:

    Slo estamos dando de comer a la luna Ah pardon!, quiero decir a loscisnes.

    Ahora bien, a lo largo y a lo ancho de todo el estanque no haba ningn cisne, nisiquiera un pez.

    Lo que pude or esa misma noche me pareci misteriosamente vinculado con laescena que haba visto y, por lo tanto, se me grab palabra por palabra en la memoria;

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    la transcribir en seguida, con toda fidelidad.Estaba acostado en mi dormitorio, todava insomne, cuando o, de pronto, en la

    biblioteca, del otro lado de la pared y donde nadie entraba nunca, la voz del seorconde, embarcado en un elaborado discurso:

    En base a todo lo que hemos visto hace poco en el agua, querido y

    estimadsimo doctor, creo que no me he equivocado al afirmar que nuestra tarea hatomado un cariz excelente y que el antiguo precepto rosacruciano:post centum vigintiannos patebo,esto es manifestar despus de ciento veinte aos, debe interpretarse,sin duda, favorable a nosotros. Realmente a sta la llamara yo una placentera fiestadel solsticio de verano, una verdadera fiesta del siglo! Ya en el ltimo cuarto delrecin terminado siglo XIX el principio mecnico ha predominado rpida yseguramente, pero, podemos afirmar con toda tranquilidad, que si las cosas continancomo nosotros esperamos, en este siglo XX la humanidad no tendr casi tiempo para

    ver la luz del da, tan ocupada estar en pulir, aceitar, mantener eficientemente yreparar la masa de mquinas en continuo aumento. Hoy podemos asegurar, con razn,que la mquina ha llegado a ser un digno gemelo del antiguo becerro de oro. Pienseusted que el padre que tortura a su hijo hasta la muerte, es condenado, como mximo,a catorce das de arresto; en cambio, quien daa a una vieja apisonadora debe estartres aos en un calabozo.

    Pero la fabricacin de semejantes mecanismos es notablemente costosa objet el doctor Haselmayer.

    En lneas generales, es cierto admiti cortsmente el seor conde du Chazal. Pero, en verdad, no es ste el nico motivo. A mi entender lo esencial reside en elhecho de que el hombre, en realidad, representa algo terminado a medias y destinadoun da a convertirse en mecanismo de relojera. A favor de esta evolucin hablaclaramente el hecho de que ya hoy ciertos instintos, de ninguna manera secundarios,como por ejemplo la eleccin de una consorte apta para lograr el refinamiento de laraza, han disminuido al nivel del automatismo. No hay nada de extrao que elhombre vea en la mquina su verdadero descendiente y heredero y en la criaturacamal, el hijo degenerado. Si las mujeres parieran bicicletas o pistolas a repeticinen vez de nios, los veramos ir a todos entusiasmados, apresuradamente, a casarse.Si, en la edad de oro, cuando los hombres eran todava poco evolucionados, creanslo en lo que podanpensar, y gradualmente se lleg a la poca en que crean sloen lo que podan comer, ahora, finalmente, han alcanzado el pice de la perfeccin:consideran real y autntico slo lo que pueden vender.

    Ya que en el cuarto mandamiento dice: Honrars padre y madre, etctera,parece obvio que las mquinas que ponen en el mundo y que untan con el aceite msfino mientras que para s mismos se contentan con margarina, devolvernmultiplicadas por mil, todas las fatigas prodigadas y dispensarn toda clase de

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    felicidad. Slo olvidan una cosa, que tambin las mquinas pueden resultar hijosingratos.

    En su confiada simplicidad imaginan que las mquinas slo son cosas muertas,incapaces de reaccionar contra ellos, que se pueden tirar cuando no se necesitan. S,cmo no!

    Ha observado un can, estimadsimo amigo? Parece muerto, no es cierto? Leaseguro que no hay general que reciba atenciones tan diligentes. Un general puedepescarse un resfro y a nadie le importa, en cambio a los caones los enfundan paraque no se resfren, o no se herrumbren, que es la misma cosa y hasta les ponen unsombrero para que no les llueva adentro.

    Bien, se podra objetar que el can grita slo si se llena de plvora y se leenciende la mecha; y un tenor, entonces, no grita slo cuando se le da la entrada ycon la condicin de que est adecuadamente colmado de notas musicales?

    Yo le digo que en todo el universo no hay una sola cosa que est realmentemuerta.

    Pero nuestra querida patria, la luna, no es un cuerpo celeste privado ya devida? No est quiz muerta? pregunt tmidamente el doctor Haselmayer con vozaflautada.

    No est muerta le inform el seor conde. Ella tiene slo el rostro de lamuerte. Ella es cmo podra decir?, el lente convergente que como una linternamgica, invierte la accin de ese maldito, presuntuoso sol, que embruja el cerebro

    humano proyectando al exterior, en una realidad aparente, toda suerte de formasconcretas y hace germinar y respirar bajo las ms diversas formas y manifestacionesel venenoso fluido de la muerte y de la putrefaccin. Es realmente curioso no leparece tambin a usted? que, a pesar de todo, los hombres prefieran la luna entrelos astros. Sus poetas, que tienen fama de profetas, la cantan con suspiros arrebatadosy poniendo los ojos en blanco. Ninguno palidece de miedo al pensar que desdemillones de aos, mes tras mes, un cadver csmico gira alrededor de la tierra! Sonms cuerdos los perros, los negros en particular, que esconden la cola y allan a laluna

    No me escribi, recientemente, apreciado seor conde, que las mquinas soncreaciones directas de la luna? Cmo debo interpretar esta afirmacin? preguntel doctor Haselmayer.

    Creo que ha comprendido mal lo interrumpi el seor conde. La luna consu aliento venenoso nicamente ha saturado de ideas el cerebro humano y lasmquinas son el resultado visible de esta fecundacin.

    El sol ha inoculado en el alma de los mortales el deseo de una alegra, de ungozo siempre mayores y, finalmente, la maldicin de crear obras perecederas con elsudor de la frente.Pero la luna, fuente secreta de las formas terrestres, ha empaado

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    esta realidad con un esplendor ilusorio de modo que se extraven en una falsaimaginacin y trasladen al exterior, en resumen, aquello que habran debido mantenerdentro de s.

    Por lo tanto las mquinas han llegado a ser los cuerpos visibles de titanesproducidos por las mentes de hroes empobrecidos. Y como concebir o crear algo

    quiere decir que el alma recibe la forma de lo que se veo se creay se confunda conella; as, los hombres estn ya encaminados sin salvacin en el sendero que, gradual ymgicamente, los llevar a transformarse en mquinas, hasta que un da, despojadosde todo, se encontrarn siendo mecanismos de relojera chirriantes, en perpetuaagitacin febril, como lo que siempre han tratado de inventar; un infeliz movimientoperpetuo.

    Pero nosotros, nosotros los hermanos de la luna, nos hemos convertido ahora enlos herederos del ser eterno, de la conciencia nica e inmutable, que no afirma yo

    vivo, sinoyo soy, que sabe: aunque el universo entero se desmorone, yo permanezcoComo podramos, por otra parte, si las formas no fuesen simplemente sueos,

    cambiar, cada vez que lo deseamos, nuestro cuerpo con otro y aparecer entre loshombres bajo forma humana; entre los espectros como una sombra; entre lospensamientos como una idea, y esto gracias al secreto de saber despojarnos denuestras formas como de un juguete elegido en sueos. De igual manera que unhombre enredado en la duermevela, que de pronto se da cuenta que est soando, yexpulsa el engao de la nocin del tiempo, en un nuevo presente, e imprime al sueo

    una direccin ms feliz, tal como si saltase con ambos pies dentro de un nuevocuerpo, porque el cuerpo, en el fondo, no es ms que un estado etreo, quecompenetra todo, que est relacionado a la ilusin de la densidad.

    Perfectamente expresado grit con alegra el doctor Haselmayer con su dulcevoz de nia. Pero, por qu entonces no hacemos partcipes a los terrestres de estafelicidad de la transfiguracin? Sera tan malo?

    Malo? Inconcebible! Aterrador! estall el conde con su voz estridente.Piense un poco: El hombre dotado de la capacidad de difundir la cultura en elcosmos!

    Cmo cree que se mostrara la luna al cabo de catorce das? En cada crterhabra un veldromo y todo alrededor pantanos de aguas cloacales, siempre que antesno se hubiera introducido el llamado arte dramtico y el suelo no se hubieraesterilizado eliminando para siempre cualquier posibilidad de vegetacin.

    O quiz, se anse que los planetas sean conectados telefnicamente a la hora delboletn de la bolsa y que las estrellas dobles de la Va Lctea tengan la obligacin deexhibir certificado oficial de matrimonio.

    No, no, mi querido, todava, por un cierto perodo, el universo puede pasarlamuy bien con su antigua rutina.

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    Para ir a un tema ms consolador, querido doctor Pero, ya es para usted horade decrecer, quiero decir de partir Hasta pronto, entonces, en lo del maestroWirtzigh en agosto de 1914; esto es, al comienzo del gran fin y nosotros desearemosfestejar dignamente esta catstrofe de la humanidad. No es cierto?

    Antes de que el seor conde hubiese pronunciado las ltimas palabras me habapuesto mi librea para ayudar al doctor Haselmayer a hacer el equipaje y acompaarloal coche. Apenas un instante despus estaba en el corredor.

    Pero vi que el seor conde abandonaba solo la biblioteca, en el brazo llevaba lachaqueta holandesa, los zapatos con hebilla y los pantalones de seda y tambin elsombrero verde de copa del doctor Haselmayer, mientras ste haba desaparecido sindejar rastros. Sin echarme una mirada, el ilustre seor conde entr en su dormitorio ycerr la puerta tras de s.

    Entre mis deberes de servidor bien educado estaba el de no maravillarme de nadade lo que mi seor encontrase justo hacer, pero no pude menos que desaprobar con lacabeza. Pas mucho tiempo antes de que pudiera conciliar el sueo.

    Debo ahora saltarme muchos aos.Aos sucesivamente montonos que en la memoria aparecen amarillentos y

    cubiertos de polvo como fragmentos de un libro viejo, rico en vicisitudes intrincadasy extravagantes, ledo en un tiempo impreciso, en el sopor de un estado febril en quela mente comprende y recuerda con dificultad.

    Slo una cosa s con certeza; en la primavera de 1914 el seor conde me dijo:Estoy por hacer un viaje. Voy a Mauritius al decirlo me observ

    expectante y deseo que t entres a servir a un amigo mo, el maestro Peter Wirtzighen Wemstein del Inn. Me has entendido, Gustav? Te aviso que no tolerar ningunaobjecin.

    Me inclin en silencio.Una linda maana, sin ningn tipo de preparativos, el seor conde abandon el

    castillo, como deduje de la circunstancia de que no lo encontr ms y en su lugar, en

    el lecho con baldaquino, donde el seor conde dorma, encontr a un desconocido.Se trataba, como se me notific despus en Wemstein, del seor maestro Peter

    Wirtzigh Cuando llegu a la habitacin del seor maestro, que miraba en la lejanala corriente espumante del Inn, me preocup en seguida de vaciar el contenido de lascajas y de las valijas para colocarlo en los cofres y en los arcones.

    Me dispona, precisamente, a guardar en un alto armario gtico una vieja lmparamuy extraa; un dolo japons con las piernas entrecruzadas, transparente (la cabezaformada por una esfera de vidrio opalino, en cuyo interior una serpiente movida por

    un mecanismo de relojera levantaba entre las fauces un pabilo). Abr, pues, elarmario con esta intencin y un horrible espectculo me paraliz; vi el cadver deldoctor Haselmayer.

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    Por poco, del susto dejo caer la lmpara, pero, por fortuna reconoc a tiempo en eltraje colgado y en el sombrero de copa del seor doctor los responsables de lamacabra ilusin.

    Sin embargo, el hecho me produjo una profunda impresin y me dej como rastroun confuso presentimiento de algo amenazador, funesto, que no logr ahuyentar, a

    pesar de que en los meses siguientes no sucedi nada intranquilizador.El seor maestro Wirtzigh mantena, a mi entender, un comportamiento amable y

    corts conmigo, pero se pareca demasiado en algunos aspectos al doctor Haselmayer,para no recordar el incidente del armario, cada vez que lo miraba. Su rostro eracircular, como el del doctor, slo que completamente oscuro, casi como el de unetope, ya que desde haca muchos aos sufra los rastros incurables de una largaenfermedad biliar, la melanosis. Si uno estaba a unos pocos pasos de distancia y nohaba muy buena luz, era imposible distinguir sus rasgos y entonces, la fina barba

    blanca de un dedo de largo, que iba por debajo del mentn hasta las orejas, resaltabaen el rostro como una perturbadora irradiacin de opaca luminosidad.

    La opresiva sensacin que me atenazaba ces en agosto, cuando, como unrelmpago se difundi la noticia del estallido de una terrible guerra mundial. Recordcmo, aos atrs, el seor conde du Chazal se haba referido a una catstrofe queincumba a la humanidad. Quiz por esta razn, no lograba unirme con verdaderaconviccin a las invectivas que la gente de la aldea lanzaba contra el enemigo: tenala impresin de que en el origen de este acontecimiento estaba la influencia secreta de

    fuerzas naturales cargadas de odio, que utilizaban a la humanidad como un ttere.El maestro Wirtzigh se mantena completamente tranquilo, como quien ha

    previsto todo desde largo tiempo atrs.Slo el 4 d septiembre pareci levemente intranquilo. Abri una puerta, que

    hasta entonces haba estado cerrada para m, y me condujo hasta un saln azulabovedado con una sola ventana redonda en el centro del techo. Verticalmente,debajo de la ventana, de modo que la luz se proyectara directamente sobre ella, habauna mesa redonda de cuarzo negro con una profunda concavidad en el centro.Alrededor de la mesa haba doradas sillas talladas.

    Este anochecer, antes de que aparezca la luna dijo el seor maestrollenars esta cavidad con agua fresca y limpia del manantial. Espero visitas deMauritius y cuando sientas que te llamo por tu nombre, tomars la lmpara japonesade la serpiente, la encenders, es de buen agero que el pabilo arda sin llama agreg medio vuelto sobre s mismo y empundola como una antorcha, tecolocars en aquel nicho

    Ya era noche cerrada, dieron las once, despus las doce y yo segua esperando yesperando.

    Estaba seguro de que nadie haba entrado en la casa. Me habra dado cuenta

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    porque el portn estaba cerrado y rechinaba siempre con estrpito, cuando se lo abray, hasta entonces, no se haba escuchado ningn ruido. Haba tal silencio de muerte,que el latido de la sangre me resonaba en los odos como el rugido de la marejada.Por fin, escuch la voz del seor maestro llamarme por mi nombre, desde muy lejos,como si viniera desde mi propio corazn.

    Con la lmpara iluminada por el pabilo, que arda sin llama, semiaturdido por unsopor inexplicable que jams haba sentido, a tientas atraves el oscuro recinto delsaln y me coloqu en el nicho.

    En la lmpara el mecanismo de relojera zumbaba quedamente y vea, a travs delvientre rojizo del dolo, el pabilo incandescente en la garganta de la serpiente girarlentamente y arrastrarse hacia arriba en forma apenas perceptible, en espiral.

    La luna llena deba estar vertical sobre la abertura del techo porque el agua de lacavidad, en el centro de la mesa de piedra, reflejaba su imagen, como un inmvil

    disco plateado, centelleante de plidos reflejos verdosos.Durante bastante tiempo cre que las sillas estaban vacas, pero, poco a poco,

    distingu tres figuras sentadas y las reconoc cuando movieron sus imprecisos rostros.Al norte, el seor maestro Wirtzigh; al este, una persona desconocida, el doctorChrysophron Zagrus, como supe luego, a travs de la conversacin; al sur, el crneocalvo ceido de una corona de amapolas, el doctor Sacrobosco Haselmayer. Slo lasilla del oeste estaba vaca.

    Poco a poco mi odo se fue aguzando, porque me llegaban como sopladas algunas

    palabras, a veces latinas, que no entenda; a veces, alemanas.Vi al extranjero inclinarse hacia adelante, besar al doctor Haselmayer en la frente

    dicindole amada esposa.Agreg una larga frase, pero demasiado bajo porque nopude entenderla.

    Despus, de pronto, el seor maestro Wirtzigh lanz un discurso apocalptico:Y delante de la silla haba un mar vidrioso, como cristal, y en medio y

    alrededor cuatro animales, llenos de ojos por delante y por detrs Y sali otrocaballo, que estaba plido, y se sent encima, su nombre era Muerte y el Infierno losegua de cerca. A l se le permita retirar la paz de la tierra y que unos se mataran alos otros y una gran espada le fue dada.

    Una gran espada le fue dada respondi como un eco el doctor Zagrus. Enese instante, su mirada cay sobre m, entonces call y pregunt susurrando a losotros si podan fiarse de m.

    En mis manos se ha convertido, desde hace mucho tiempo, en un mecanismode relojera, privado de vida lo tranquiliz el seor maestro. Nuestro ritual exigeque un ser muerto a las cosas del mundo tenga la antorcha, cuando estamos reunidos.Es como un cadver, lleva su alma en la mano y cree que se trata de una lmparaque arde sin llama.

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    Un sarcasmo feroz resonaba en aquellas palabras y un sbito terror me hel lasangre, cuando me di cuenta de que no poda mover ninguna parte del cuerpo y queestaba rgido como un cadver.

    El doctor Zagrus retom la palabra y prosigui:Es cierto, el Cantar de los Cantares del odio brama a travs del mundo. Lo he

    visto con mis propios ojos, al que se sienta sobre el plido caballo y detrs suyo elejrcito de mquinas de miles de formas diversas, nuestras amigas y aliadas. Hacetiempo que han conquistado el dominio de s mismas, pero los hombres siguencreyendo que son sus patrones. Locomotoras sin conductores, cargadas de rocas,pasan haciendo estragos en una carrera loca, abalanzndose sobre ellos y sepultando acientos y cientos bajo el peso de sus cuerpos de acero. El nitrgeno del aire secondensa en un nuevo explosivo mortfero; la naturaleza misma se afana en unaespasmdica excitacin para ofrecer generosamente sus tesoros a fin de extirpar, de

    una vez por todas, al monstruo blanco que desde tiempo inmemorial graba cicatricessobre su rostro.

    Zarcillos metlicos de terribles espinos aguzados, crecen desde el suelo, apresanlas piernas y desgarran los cuerpos; silenciosamente se alegran los telgrafosguindose unos a otros: de nuevo centenares de miles de la maldita nidada han sidoaniquilados.

    Ocultos tras rboles y colinas, gigantescos morteros, tensos los cuellos hacia elcielo, con bloques de minerales apretados entre los dientes, esperan hasta que,

    engaosos molinos de viento, hacen con los brazos prfidas seales y escupen muertey destruccin.

    Vboras electrizadas palpitan bajo tierra. Ahora! Aparece una minscula chispaverdusca, ruge un terremoto y el paisaje se transforma en una enorme fosa comn.

    Con ojos brillantes de animales de presa escrutan los reflectores en la oscuridad.Ms! Ms! Ms! Dnde hay ms! Y ya avanzan, vacilantes, con grises sudarios,rebaos exterminados, los pies sangrantes, los ojos apagados, tambaleando decansancio, semidormidos, jadeantes los pechos, las rodillas desgarradas. Pero pronto,apremiantes resuenan los tambores con rtmica, fantica, gritera de faquires yfustigan el furor guerrero en los cerebros aturdidos, hasta que la furia homicida sedesencadena, rugiendo irrefrenable; hasta que el aguacero de plomo encuentra slocadveres.

    De occidente a oriente, de Amrica a Asia, todos corren hacia aqu, para la danzade la guerra, los monstruos de bronce, las bocas circulares, vidas de muerte.

    Tiburones de acero rondan furtivamente las costas, asfixiando en su vientre a losque un da le dieron vida.

    Y hasta el que haba quedado en casa, que pareca tibio, que durante muchotiempo no haba estado ni fro, ni caliente, que fabricaba antes slo objetos pacficos,

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    se ha despertado y aporta su parte a la gran carnicera. Sin pausa, da y noche, soplansu aliento abrasador hacia el cielo y brotan de sus cuerpos hojas de espada, cartuchos,lanzas, cohetes. Imposible sentarse jams, imposible dormir. Siempre nuevosbuitres gigantes quieren aprender a volar para ceirse sobre las ltimas guaridas delos hombres e, incansables, corren, adelante y atrs, millares de araas de acero,

    tramando sus alas plateadas.El discurso se interrumpi por un instante y vi, de repente, que el seor conde du

    Chazal estaba presente, de pie, detrs de la silla colocada hacia el occidente, losbrazos cruzados sobre el respaldo, el rostro plido y descompuesto.

    Entonces, con gesto enrgico, el doctor Zagrus retom la palabra:Y no asistiremos quiz a una resurreccin fantasmal? Lo que reposa en las

    profundidades de la tierra, transformado en petrleo, la sangre y la carne de losdragones antediluvianos se despierta y quiere volver a la vida. Encendida y destilada

    en panzudas calderas, fluye ahora como gasolina en los ventrculos del corazn de losnuevos fantsticos monstruos del aire y los hace vibrar con nuevas fuerzas. Gasolinay sangre de dragn! Quin ve ahora la diferencia? Es como si fuera el demonacopreludio del Juicio Universal.

    No hable del Juicio Universal, doctor interrumpi precipitadamente el seorconde. Yo sent en su voz un indefinible temor. Suena como un presagio.

    Un presagio?Nosotros quisimos reunimos hoy, aqu, para festejar comenz el seor conde,

    despus de haber buscado mucho la palabra. Me he demorado hasta ahora enMauritius confusamente supe que la palabra encerraba un oculto significado y queel seor conde no se refera a la tierra que lleva tal nombre. Debo decir que desdehace tiempo he dudado sobre si es justo lo que veo en la imagen que, desde la tierra,se levanta hacia la luna. Temo, temo Se me eriza la piel de horror si pienso que,dentro de poco, puede producirse un hecho inesperado que nos arrebate la victoria.Qu quiero decir con esto? Me explicar. Temo que un secreto sentido surja de laguerra actual; que el espritu del mundo quiera separar los pueblos, unos de otros, demodo de formar por as decir, los miembros diferenciados de un mismo cuerpo. Pero,para qu me sirve saberlo si no conozco la ltima intencin? Los influjos que noalcanzo a discernir son los ms poderosos. Yo les digo que un invisible crece y crecey no logro encontrar sus races. He interpretado los signos del cielo, que no meengaan; s, tambin los demonios de los abismos se preparan para la lucha y prontola corteza terrestre temblar como el pellejo de un caballo atormentado por lostbanos. Los grandes de las tinieblas, cuyos nombres estn escritos en el Libro delOdio, otra vez han lanzado, desde el fondo del universo, un proyectil en forma decometa, esta vez contra la tierra, como otras tantas veces contra el sol. Pero elproyectil ha equivocado la huella y ha vuelto hacia atrs, como el boomerang de los

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    negros de Australia, que faltando la presa vuelve a la mano del cazador Con quobjeto, me preguntaba, este gran despliegue de fuerzas, si el fin del gnero humanoparece ya asegurado por el ejrcito de las mquinas.

    Y entonces me cay la venda de los ojos; pero sigo ciego, voy a tientas.No advierten ustedes cmo lo Imponderable, que la muerte no puede aferrar, se

    agranda en un aluvin inmenso que comparado a los mares, stos son como un baldepara enjuagar?

    Qu enigmtica es esta fuerza que durante la noche arrastra lo mezquino ytransforma el corazn de un pordiosero en el de un apstol! He visto a una pobremaestra adoptar a un hurfano sin proclamarlo a los cuatro vientos y entonces, hetenido miedo.

    A qu parte del mundo ha ido a parar la potencia de la mquina, si las madresse regocijan cuando sus hijos caen, en vez de arrancarse los cabellos? Y, quiz, sea un

    signo proftico, que todava nadie haya podido aclarar por qu en las tiendas de lasciudades est colgado un cuadro que muestra una cruz en los Vosgos; la madera hasido derribada a disparos de armas de fuego y el hijo del hombre

    Todava permanece de pie?Nosotros omos batir las alas del ngel de la muerte sobre las comarcas, estn

    seguros que sea realmente el de la muerte y no las alas de un otro? De uno de losque pueden decir Yoen cada piedra, en cada flor, en cada animal, dentro y fuera delespacio y del tiempo.

    Nada se pierde, se dice, entonces, a quin pertenece la mano que recoge elentusiasmo que en todas partes se libera como una fuerza de la naturaleza y qunacimiento originar y quin ser el heredero?

    Quiz est por venir, de nuevo, uno, cuyos pasos nadie puede detener, comoocurre cada tanto en el curso de los milenios. Es un pensamiento del que no puedolibrarme.

    Pero que venga! Con tal de que tambin, otra vez, aparezca vestido de carne yde sangre intervino, sarcstico, el maestro Wirtzigh. Lo clavarn de nuevo conmordaces burlas; nadie ha podido todava vencer el escarnio y la risa irnica.

    Pero puede llegar sin tomar una figura aparente murmur, para s, el doctorChrysophron Zagrus como el espritu que, por un rato la otra noche, se posesionde los animales. De pronto, los caballos pudieron hacer cuentas y los perros, leer yescribir. Y, si luego, brotase como una llama en el hombre?

    En ese caso debemos engaar la luz con la luz intervino, con voz aguda, elseor conde nosotros debemos, de ahora en adelante, habitar en los cerebros de loshombres como una nueva y falsa luz de una inteligencia engaosa, objetiva, hasta quelleguen al punto de confundir el sol con la luna y viceversa y aprender a dudar detodo lo que es luz.

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    Lo que sigui diciendo el seor conde no lo recuerdo. Pude, por fin, moverme yaquel estado de rigidez cristalina, que me haba invadido hasta ese momento,gradualmente me abandon. Una voz, dentro de m, pareca susurrarme que debaestar en guardia, pero no estaba en estado de conseguirlo.

    Sin embargo, extend el brazo que sostena la lmpara, como para defenderme.

    Quiz la haya avivado un golpe de aire o quiz la serpiente habra llegado a unpunto, en la cabeza del dolo, donde el pabilo incandescente podra convertirse enllama, no s. Slo s que una luz enceguedora golpe mis sentidos como unaexplosin, nuevamente sent que me llamaban por mi nombre y que un objeto pesadocaa en el suelo con un sordo estruendo.

    Probablemente fuera mi propio cuerpo, porque, por un instante, abriendo los ojosantes de perder la conciencia, me vi en el piso, con la luna llena brillando sobre micabeza Pero el saln pareca vaco y la mesa y los seores haban desaparecido.

    Estuve en cama muchas semanas en un esta-do de profundo sopor. Durante milenta recuperacin llegue a saber he olvidado quin me lo dijo que mientrastanto el seor maestro Wirtzigh haba muerto y me haba nombrado herederouniversal de sus bienes. Pero, deber permanecer en cama un perodo bastante largotodava, por lo tanto, no me falta tiempo para reflexionar sobre lo sucedido y ponerlopor escrito.

    Slo que, a veces, de noche me ocurre algo extrao. Es como si en el pecho se me

    abriera un espacio vaco, infinito, hacia el este, el sur, el oeste y el norte y, en elcentro, estuviera suspendida la luna, que crece hasta convertirse en un disco brillante,decrece, se oscurece, reaparece en delicada creciente Y cada una de sus fasesrepresenta los rostros de los cuatro seores, tal como los vi, por ultima vez, alrededorde la mesa de piedra. Entonces, para distraerme, escucho con inters el salvajegritero que llega hasta m, atravesando el silencio que me rodea, desde un castillo deladrones, situado en las cercanas, donde vive ahora el feroz pintor Kubin, quecelebra en compaa de sus siete hijos desenfrenadas orgas hasta las primeras luces

    del alba.A veces, por la maana temprano, la vieja gobernanta Petronella se acerca a la

    cama y me dice:Y ahora, cmo est, seor seor maestro Wirtzigh? Quisiera entender que

    desde 1430, ao en que se extingui la estirpe, no existira ms un solo conde duChazal en la faz de la tierra, como el cura prroco sabe con certeza. Quisiera hacermecreer que yo sera sonmbulo y que, precisamente, en un ataque de sonambulismo mehabra cado de la cama y durante aos me habra imaginado que era mi propio

    servidor. Tampoco existiran, lgicamente, ni un doctor Zagrus, ni un SacroboscoHaselmayer.

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    El Trasquilado Rojo, ese s que existe dijo un da con aire amenazador.Est sobre la estufa y es, dicen, un libro mgico chino. Y se ve bien el buen efectoque hace cuando lo lee un cristiano.

    Yo permanezco silencioso, porque yo s lo que s; pero luego, cuando la vieja ha

    salido, me levanto a escondidas y para comprobar mi certeza, abro el armario gticoy me convenzo:

    Pero s, naturalmente, aqu est la lmpara con forma de serpiente y abajo,colgados el sombrero verde de copa, la chaqueta y el pantaln de seda del seordoctor Haselmayer.

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    GUSTAV MEYRINK es un narrador austraco (Viena 1868 - Starnberg, Baviera1932). Hijo natural de un ministro del rey de Wurtemberg y de una actriz. Suuventud transcurri en las ciudades de Hamburgo, Munich y Praga, ciudad sta

    ltima que le fascinaba entre todas y donde situ sus novelas ms clebres.

    Trabajaba en un banco, empleo que le desagradaba totalmente. Paralelamente,compona escritos satricos y se dedicaba al estudio de los fenmenosparapsicolgicos y de las ciencias ocultas. Entre las diversas facetas de su vidaexcntrica y mltiple, figur la de traductor de varias obras de Dickens. Asimismo,fue corresponsal de Kafka y de Thomas Mann. A partir de 1902, comenz acomponer cuentos fantsticos.

    Es conocido sobre todo por su primera novela, El Golem (Der Golem, 1915), unclsico de la literatura fantstica del siglo XX. En ella, Meyrink ofrece una visinsimblica de este personaje legendario del folclore judo, que a su juicio encarna lapotencia oculta (monstruosa e informe por estar an dormida) que anida en elinconsciente de todos los hombres, y en especial en el de los judos del gueto dePraga.

    Sus novelas posteriores, El rostro verde (1916) o La noche de Walpurgis (1917),desarrollan la misma frmula: material tradicional procedente del folklore europeo,reinterpretado desde una perspectiva simbolista y esotrica, influida por la alquimia,la cbala, el budismo, el taosmo y la masonera, pero enemiga de la teosofa y el

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    espiritismo.

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    Notas

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    [1]Fhn: viento clido del sur. (N. de la T.)