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El almendro que no pudo huir Un cuento de Pepi Soto Marata con ilustraciones de Pia Vilarrubias Codina

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El almendro que no pudo huirUn cuento de Pepi Soto Marata con ilustraciones de Pia Vilarrubias Codina

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El almendro que no pudo huirUn cuento creado para el recurso educativoYo me llamo Brisa, ¿y tú?Itinerarios sobre refugio y asilo para educación primaria.

© 2010 Comité Catalán para los Refugiados - Comité Catalán de ACNUR

La Delegación Valenciana del Comité Español de ACNUR quiere manifestar su agradecimiento especial al comité Catalán de ACNUR por su trabajo y el de las personas implicadas en el presente recurso educativo.

Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra mediante cualquier medio o procedimiento, incluso dentro de la reprografía y el tratamiento informático.

© de las ilustraciones: Pia Vilarrubias Codina© del texto: Pepi Soto MarataPrimera edición: febrero de 2010Depósito legal: B-12668-2010

Actualización, adaptación y traducción: Alicia Bañuls Millet, Albert Millet Fenollar, Elena Mañas García / Delegación Valenciana del Comité Español de ACNURContenido: Elena Mañas en colaboración con Alicia BañulsCoordinación: Albert MilletReedición del recurso: Visualco Comunicación · www.visualco.comNoviembre de 2017

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El almendro que no pudo huirUn cuento de Pepi Soto Marata con ilustraciones de Pia Vilarrubias Codina

Creado por el Comité Catalán de ACNUR

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Brisa

León Menta1

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Luisa

Tim

El cuento que tenéis entre manos os habla de dos familias que viven en lugares diferentes pero que se parecen en muchas cosas. Las protagonistas de la historia son dos nenas de 11 años que se llaman Luisa y Brisa. Luisa tiene un hermano, Tim. Y Brisa tiene un hermano, León, y una hermana, Menta. Todos ellos son niños y niñas como vosotros. Van a la escuela, juegan con los amigos y amigas, hacen fiestas, miran al cielo, ven la tele… León es un gran jugador de fútbol y le gusta mucho su gorra roja; Tim no deja de abrazar a su oso de juguete; Menta abraza cada día al almendro que le regaló su abuela cuando nació; Brisa dibuja siempre que puede con sus colores y Luisa es una gran cosedora de punto de cruz. Y a ti, ¿qué te gusta hacer?

La historia que os espera a continuación habla de maneras de vivir y de maneras de sobrevivir, habla de pérdidas y dolor, pero también habla de esperanza y de ilusiones. Es una historia que habla de realidades, de cosas que pasan pero que no deberían pasar y por las cueles vale la pena luchar. Pero sobre todo nos muestra algunas maneras de hacer frente a la injusticia, acciones pequeñas pero posibles. Desde donde vivimos, seamos de donde seamos.

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Luisa vive en un piso pequeño y luminoso de una gran ciudad. Ella y su familia están contentos de vivir ahí porque el balcón del comedor da a la plaza del barrio y no pasan casi coches. De día tienen sol y, de noche, pueden dormir tranquilos sin muchos ruidos.

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A Luisa le gusta mucho hacer punto de cruz y cada noche después de cenar, mientras se sienta en el sofá con su madre, cose un ratito. Está bordando una “T”, para regalársela a su hermano pequeño el día que cumpla 7 años.

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Brisa, sus hermanos, su madre y su abuela viven en una casa pequeña y luminosa en un pueblo en mitad del campo. La casa tiene un jardín soleado, pero a Brisa lo que más le gusta es la cocina, sobre todo la mesa donde comen cada mañana y cenan cada noche. En cambio, a su hermana pequeña Menta, lo que más le gusta es el almendro que tienen en el jardín. Lo abraza cada día, cuando comienza a hacerse de noche, antes de cenar. Su abuela se lo regaló el día que nació y ahora ya tiene 6 años.

¡El almendro era tan grande como ella! ¡Cómo le gustaba aquel almendro cuando florecía!

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Tanto en la ciudad de Luisa como en el pueblo de Brisa, hay otros nenes y nenas que, como ellas, también van a la escuela. Tanto a unos como a otros les gusta jugar con los amigos y amigas al llegar la tarde. A veces, juegan a la pelota o saltan a la cuerda, otras veces cantan, buscan renacuajos o hacen carreras con patines.

En la gran ciudad no hay casi sitios donde jugar, pero Luisa y sus amigos tienen la suerte de tener, muy cerca, una pequeña plaza con una fuente, unos cuantos bancos para sentarse y un almendro.

En cambio, Brisa y sus amigos tienen todas las calles y plazas de su pueblo para jugar, beben agua de las fuentes, juegan a la pelota por los caminos, se cuentan secretos o pasean por los almendros.

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De hecho, la vida de Luisa y Brisa, aunque viven en lugares del mundo diferentes, son muy parecidas. Ambas tienen 11 años, se levantan por las mañanas, almuerzan, se asean y se visten, cogen los utensilios para ir al colegio y ponen rumbo a la escuela con sus hermanos más pequeños: Tim, Menta y León.

Ambas tienen luz y agua en casa, una habitación para dormir y les gusta calentarse con el sol de la mañana. A ambas les gusta ver la tele. Ambas tienen amigos y amigas, y juegan con ellos cuando salen de la escuela. Las dos viven con sus madres y tienen a los padres lejos, aunque por motivos diferentes.

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Pero un día de primavera, el pueblo de Brisa ha comenzado a quemarse. Las personas gritan asustadas y corren por las calles, huyen del fuego y del humo. El cielo se ha vuelto negro y los pájaros han dejado de volar.

El almendro florido de Menta, enraizado en el jardín de su casa, se ha podido proteger. Pero la guerra ha estallado en el país y se ha apoderado de todo y de todos.

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El miedo ha comenzado a impregnar las paredes de las casas, ha entrado por las ventanas y las puertas dentro de las habitaciones, hasta instalarse en el interior de cada persona. Cuando se tiene miedo cuesta mucho deshacerse de él.

Brisa y su familia han podido huir. No han podido coger casi nada de lo que tenían en casa. Brisa se ha llevado un fular de color naranja, de seda suave que le abriga y protege, y también una caja de colores y un pequeño cuaderno de hojas blancas, a estrenar. Le gusta tanto dibujar que ha pensado que le ayudará a soportar los miedos. León se ha llevado su querida gorra roja, aquella que le regaló su padre antes de irse. Pero Menta no ha podido llevarse su almendro florido. Mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas ha decidido llevarse unas cuantas flores de almendro envueltas en un pañuelo y unas almendras que tenía en un bote, en la cocina, y que se guarda en el bolsillo. ¡Con lo que se estima ella su almendro! ¿Quién lo abrazará ahora?

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Durante unos días caminan muchísimo, con otras familias vecinas del pueblo. Menta y Brisa cogen de la mano a su madre. Algunos hombres se han quedado en el pueblo. El padre hacía tiempo que había tenido que huir y refugiarse en otro país, les explicaba la abuela, pero ahora lo echaban de menos más que nunca. ¡Cómo les gustaría estar con él!

A medida que pasan los días se van cansando más y más, les duele todo el cuerpo, pero sobre todo los pies y la espalda. Cada uno de ellos lleva una bolsa y alguna cosa de comer. León lleva su gorra roja con visera, no se la quita ni cuando ya no está el sol en el cielo, ni tampoco para lavarse la cara o para dormir. La gorra le ayuda a eliminar el miedo que siente, sobre todo al atardecer. Menta recuerda su almendro cuando estaba florecido, y cada día, abre el pañuelo, contempla las flores marchitas y piensa en abrazar el almendro, piensa en él, en si se habrá quemado y se lo imagina muy solo, allí en el jardín.

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La madre reparte los pocos alimentos que les queda. Cada día pasan un poco más de hambre. Cada día caminan durante más tiempo, rodeados de personas que ya no conocen, que vienen de pueblos diferentes al suyo. Cansadas, arrastrando bolsas, cargando paquetes y utensilios de todo tipo. Hay quien llora todo el tiempo, hay quien no se atreve a mirar a nadie. Algunas personas desconfían, la mayoría está muy asustada. Marchan por un camino que les lleva por un trayecto incierto. Les han dicho que más allá del horizonte encontrarán cobijo, ayuda y alimento. Y así lo esperan.

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Mientras que Brisa y su familia viven esta terrible situación, en casa de Luisa preparan la fiesta de cumpleaños de Tim. Su madre ha hecho un pastel de chocolate que ha guardado en la nevera para el día siguiente. El padre –que llegará desde allí donde está trabajando para celebrar un día tan especial- y los amigos de Tim, vendrán a merendar y así, ¡podrá soplar las velas acompañado! Luisa ya ha acabado el cuadro de punto de cruz con el oso y la letra “T” para regalárselo a su hermano.

Le ha puesto un marco de madera de color verde porque es el color preferido de su hermano y le ha comprado una bolsa de chucherías de las que más le gustan, para que esté muy contento.

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Al atardecer, cuando Tim ya duerme, Luisa se sienta en el sofá con su madre, como cada día. Ven juntas un programa que hacen en la televisión. Es un reportaje sobre un lugar del mundo donde hace unas semanas ha estallado una guerra. Las imágenes de miles de personas huyendo de sus pueblos quemados son estremecedoras.

A Luisa se le encoge el corazón. En medio de toda aquella gente ha visto a una madre con tres niños –dos niñas y un niño-. Parecen más o menos de la misma edad que Luisa y su hermano. Los ha visto despeinados, agarrando fuerte las manos de su madre, que parece estar diciéndoles alguna cosa.

”¿Qué ha dicho?” pregunta Luisa a su madre con los ojos medio empapados de lágrimas. “No lo sé hija, no lo he entendido, seguramente hablen una lengua diferente”, dice la madre. Parece que están huyendo.

A Luisa le ha impresionado esta niña, con un fular naranja envuelto en la cabeza, el cuello y los hombros. Qué valiente debe ser, piensa. ¡Cuánto miedo debe tener! Piensa también. ¿Cómo se debe sentir? A su lado un niño con una gorra roja le recuerda a Tim, aunque es un poco más grande.

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La voz del reportero explica la situación de muchas familias que han tenido que huir del lugar en el que vivían. Después de un tiempo con muchos problemas en su país, con persecuciones a personas que pensaban diferente a los que gobernaban, la guerra estalló. Las guerras son terribles. La venganza y el odio acumulado durante años por motivos muy diversos aparecen de pronto, como de bajo tierra, y escampan el dolor, la tristeza, la muerte y la soledad por todas partes. Por eso la gente huye, y muchos lo hacen atravesando la frontera.

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“Este es el caso de Brisa”, dice el reportero mientras se acerca al grupo de personas que Luisa estaba mirando en aquel mismo momento. “Brisa y su familia viven ahora en este campo de refugiados” sigue diciendo el reportero y, dirigiéndose a la madre, hablan durante un ratito. Y después, le pregunta a Brisa “Hola Brisa, ¿Qué ha pasado?”. Brisa, que se arregla su fular naranja mientras su madre le mira y le coge del hombro, explica pausadamente: “un día llegaron un montón de aviones y comenzaron a lanzar bombas sobre las casas de nuestro pueblo. Las casas se empezaron a quemar y por eso nos tuvimos que ir.”

“Y, ¿habéis tenido que huir durante mucho tiempo?” Vuelve a preguntar el reportero. “Sí, durante muchos días porque no sabíamos dónde ir y dimos algunas vueltas hasta que unas personas nos dijeron que encontraríamos un lugar donde estar, comer y medicarnos, si seguíamos por una carretera. Y así lo hicimos, con muchas más personas que no conocíamos seguimos caminando y caminando, hasta llegar al campo de refugiados de ACNUR que es donde vivimos ahora”.

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Luisa miraba y escuchaba con mucha atención a Brisa. Le gustaba más escuchar su voz, a pesar de no entender lo que decía, que leer los subtítulos del reportaje. De pronto, en la pantalla aparece el nene de la gorra roja que también había visto antes y una nena más pequeña. El reportero le pregunta a Brisa quiénes son y ella responde que son sus hermanos; León y Menta. Bien cerca de ellos, en una gran explanada que hace de campo de fútbol, hay una decena de niños y niñas jugando con una pelota hecha por ellos mismo.

Brisa abraza a su hermana. Menta sonríe a la cámara y, llevándose la palma de la mano a la boca, hace el gesto de lanzar un beso. El reportero dice: “Ambas sentadas a la sombra de un árbol esperan que llegue la maestra de la escuela del campo de refugiados para ir corriendo a clase”. “¿Cómo es vuestra vida ahora?” Pregunta. Menta dice que echa de menos su almendro florido y que, aunque no es lo mismo, cada día riega un poquito el arbusto que crece al lado de la escuela del campo de refugiados: “Tal vez algún día le salgan flores y almendras… ¿Quién sabe?”.

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Brisa respira hondo y cuenta al reportero que, aunque en el campo también va a la escuela y ha hecho nuevas amistades, echa de menos a los amigos y amigas del pueblo, las conversaciones en la fuente con sus amigas, las carreras en los almendros, sus cuadernos de escritura y sus programas de televisión favoritos. También echa de menos los panecillos, la miel y la mantequilla. “¿Qué pasáis hambre aquí?” Le pregunta el reportero. “No, no pasamos hambre. Los días que pasamos huyendo, caminando, sí que pasamos hambre, pero ahora no. Aquí comemos cada día, pero no conocemos la comida y su sabor no nos gusta mucho. Además, casi siempre comemos lo mismo. No hay mucha opción para escoger. Pero el problema más importante es el agua. Hay poca.” La madre asiente, mientras continúa cogiendo el hombro de brisa sin dejar de estar pendiente del reportero.

Una lágrima rueda pro la mejilla de Luisa. Le sabe mal, muy mal. Pero no sabe qué hacer, no sabe qué puede hacer. Se acerca un poco a su madre y la abraza. Las dos sentadas en el sofá miran con ternura y dolor a Brisa, Menta y León. Luisa se levanta del sofá y se acerca al televisor. Tiene las mejillas rojas y le duele la cabeza. Siente rabia por dentro. Está enfadada y no sabe con quién. No le parece justo lo que tienen que vivir Brisa, su familia y tantas niñas y niños como ellos.

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Su madre le hace una propuesta: “Mira Luisa, como estoy grabando el programa, si te parece bien podemos verlo juntas en otro momento y pensar un rato con más calma. Seguro que hay algo que podamos hacer. Ahora será mejor que vayamos a dormir que mañana Tim cumple siete años” “Tienes razón mamá, de acuerdo”.

Esa noche Luisa no pudo dormir casi. Pensaba en Brisa y en el almendro florido de Menta. Pensaba en el nene de la gorra roja que ahora no recordaba cómo se llamaba, y en el reportero que estaba allí con ellos para grabarlo y hacer el programa. Pensaba también en la gente de ACNUR, que construye los campos de refugiados, que reparten alimentos y medicinas, que procuran que los nenes y nenas puedan ir a la escuela, jugar y tener una infancia. Con todo, Luisa estaba convencida de que el sueño de Brisa y sus compañeros y compañeras del campo de refugiados era volver a casa. Pero… ¿Y si ya no tenían casa? ¿Y si todo se había quemado? ¿Dónde volver? ¿Cómo hacerlo si tal vez corrían el riesgo de morir? Tenía muchas preguntas sin respuesta.

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Al día siguiente por la mañana, cuando el sol ya calentaba el comedor de la casa, Luisa decidió que contaría lo que había visto en la televisión a la maestra y le pediría permiso para hablar con los compañeros y compañeras de clase, a ver si entre todos encontraban alguna forma de ayudar a Brisa y a sus hermanos. La maestra estaba de acuerdo, así que organizaron una actividad para ver el reportaje y hablar sobre él en grupo. Había cosas que pensar y también cosas que hacer.

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Después de la hora del patio hicieron un encuentro con todos los nenes y nenas de la escuela. Eran tantos que al sentarse en el suelo tuvieron que hacer varios círculos para caber. Entonces la maestra de Luisa le dio la palabra. Luisa, en pie delante de todos su compañeros y compañeras, comenzó a explicar lo que había visto y escuchado por televisión la noche anterior. El caso de Brisa y sus hermanos que, como millones de niños y niñas alrededor del mundo, se encontraban de pronto perdidos porque tenían que dejar su casa, a sus amigos y muchas veces también a su familia o a parte de ella. Personas de su misma edad que tienen que irse de su ciudad o su pueblo para no morir, por una guerra o por culpa de personas que les pueden perseguir porque su familia piensa de forma diferente, porque su color de piel es diferente o porque tienen una religión diferente. Niños y niñas que pasan frío, hambre y miedo.

Luisa contó que Brisa y sus hermanos ya no huían, sino que vivían en un campo de refugiados donde tenían una tienda de campaña donde estar y cobijarse. Un lugar donde podían ir a la escuela, donde podían comer, beber, jugar con otros nenes y nenas o ir al médico y tomar medicamentos cuando enfermaban.

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En los campos de refugiados no hay muchas comodidades, pero al menos no viven el peligro ni el dolor de la misma forma. Muchos nenes y nenas pueden cursar educación primaria pero no siempre secundaria. Aun con todo, estudiar les permite aprender cosas nuevas que pueden ser útiles para luchar contra la situación que les ha llevado a ellos y a sus familias a vivir con miedo e incertidumbre ante lo desconocido.

Por eso, Luisa propuso a sus compañeros, compañeras y a la maestra hacer alguna cosa todos juntos para apoyar lo que muchas personas ya están haciendo: escribir una carta cada clase solicitando a las autoridades y a las y los políticos del mundo que pongan fin a esta situación, que se garantice la paz y la libertad, que se permita a las personas y a los niños vivir tranquilos. Y así lo hicieron. Escribieron una carta a partir de lo que todos los niños y niñas iban diciendo y prepararon el envío a las Naciones Unidas y a los gobiernos de los países de todo el mundo. “¡Caramba! ¡Cuánta faena tenemos para enviar cartas a todo el mundo! Será necesario que nos organicemos mucho y muy bien”.

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Mientras tanto, en el campo de refugiados, Brisa y su madre leen una carta que ha enviado su padre. En la carta cuenta que ya ha conseguido los documentos necesarios para que puedan reunirse con él en el país donde está, un país que les acoge. La madre llora, León, Menta y Brisa le abrazan. Están contentos, pero no dejan de sentir un poco de miedo… no saben mucho del nuevo país, ni hablan la misma lengua… pero su padre les espera y… ¡tienen muchas ganas de abrazarlo! ACNUR les ayuda a organizar los trámites y los documentos para el viaje. Después, juntos con algunos amigos y amigas del campo de refugiados hacen una pequeña celebración. Cantan, bailan y comen juntos, esperando a que llegue la hora de preparar las cuatro cosas que se llevarán al nuevo país: la caja de lápices de colores, la libreta, la gorra roja, las almendras y las flores secas y marchitas del almendro florido. Y finalmente se marchan.

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En la ciudad, lejos del campo de refugiados, Luisa se siente un poco más feliz. Hoy ha sido un gran día. Tim celebra sus 7 años y los compañeros y compañeras de la escuela han escrito una carta para ayudar a Brisa y sus hermanos. Luisa le regala el osito de punto de cruz a Tim y él la abraza muy contento. Después, con el padre, la madre, la abuela y sus amigos, sopla las velas del pastel de chocolate y piensa un deseo: “Me gustaría conocer a la nena del almendro de la tele…”

Mientras tanto, y después de un largo viaje, ¡Brisa y su familia pueden reencontrarse felizmente con su padre!

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Unos días después, en la escuela hay una novedad: llegan unos niños nuevos que son extranjeros y hay que darles la bienvenida. A media mañana, las maestras convocan a todos los nenes y nenas en el patio de la escuela.

Una vez están todos, les presentan a los tres nuevos alumnos que irán a cursos diferentes, son hermanos y vienen de muy lejos, “esperamos que les ayudéis a conocer nuestra escuela y que les acompañéis y os hagáis amigas y amigos”, dicen los y las maestras.

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Luisa y Tim miran curiosos y… se quedan boquiabiertos: ¡¡¡Pero si son Brisa, León y Menta!!! Tim reacciona poniéndose a correr sin dudar hacia Menta y la abraza muy fuerte. Menta se asusta y se coge fuerte a su hermano. Luisa reacciona diferente, su corazón está emocionado y comienza a aplaudir. El aplauso se hace general y todo el mundo les acoge con una cálida bienvenida. A Menta las mejillas se le ponen rojas como un tomate, León se esconde detrás de la visera de la gorra y Brisa siente un nudo en la garganta. No sabe si podrá decir alguna cosa en aquella lengua tan extraña, pero lo intenta: “¡Gracias!”, dice.

Las maestras les acompañan a sus respectivas clases, donde comenzarán un nuevo trayecto en su vida, en un nuevo país, con nuevos amigos y amigas. Luisa y Brisa van a la misma clase y se sientan juntas, pronto se hacen muy amigas y lo comparten todo, incluso el dolor por la muerte de seres queridos o el miedo y el desconsuelo por la huida, pero también la ilusión de seguir hacia adelante, de resistir y de vivir.

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Desde hace unos días Menta, que ha descubierto que en la plaza del barrio hay un almendro que se parece mucho al que ella tuvo que dejar, está decidida a plantar sus almendras al lado del almendro de la plaza para que crezca uno nuevo, pariente del que no pudo huir con ella. Y así lo hace.

Ahora Menta tiene doble trabajo: cuando sale de la escuela se moja las manos con un poco de agua de la fuente de la plaza y acaricia poco a poco la tierra que acoge las almendras que guardaba en el bolsillo y que le han acompañado desde que tuvo que irse de casa. Después abraza decidida el tronco de su nuevo amigo, el almendro de la plaza, un precioso almendro florido.

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