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EL AGUA(POESÍA 2002-2012)

Prólogo de Ángel Luis Luján

MIGUEL ÁNGEL CURIEL

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Primera edición, 2014

© Miguel Ángel Curiel

© Del prólogo, Ángel Luis Luján

© De la presente edición, Ediciones Tigres de PapelC/ Melilla, 55-B, 7º A28005 – [email protected]

Depósito legal:ISBN: 978-84-942202-1-0Impreso por:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trans-mitida por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, me-cánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el expreso permiso de la editorial.

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EL AGUA(POESÍA 2002-2012)

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A Uxia Piñeiro

Prólogo

El agua primordial Gaston Bachelard nos enseñó que la imaginación no es, como pretendían ciertos sectores del Romanticismo y aún de las vanguardias, una facultad aleatoria y caótica, un repo-sitorio despropositado de imágenes sin orden ni concierto, sino que tenía sus leyes y su estructura y estaba profunda-mente anclada en la relación del hombre con la naturaleza, y dependía de su posición en el universo. Muchas de las cosas que escribe el filósofo francés en su precioso libro El agua y los sueños podrían aplicarse a esta trilogía de Miguel Ángel Curiel, pero eso no agotaría el significado de tan deslum-brante como inaprensible obra.

Los instrumentos que el crítico maneja se vuelven romos, ridículos juguetes, cuando se enfrenta a una poesía como esta, a la vez densa y elemental, tan abierta a lo absoluto que

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cualquier intento de asedio deja como mucho un girón de nube o de vapor entre las dedos del entendimiento; un poco como aquellos dulces de algodón de nuestra infancia, de los que cuando uno creía haber atrapado un buen mordisco se quedaba con la frustración de las hebras deshechas en el hálito y un demorado regusto, promesa de la dulzura total que nunca se lograba.

Partiendo, pues, de la insuficiencia de todo análisis, situa-mos la poesía de Miguel Ángel Curiel en el terreno que le es propio, el de lo elemental, pues su universo está construido con las sustancias básicas de la realidad: lo telúrico en Pie-dras, la luz en Luminarias y Diario de la luz, el aire en Mal de altura y Hálito. Tampoco está ausente de su producción el fuego, que asoma por las páginas encendidas de El verano. El ciclo del agua, aquí reunido, está formado por los libros Por efecto de las aguas, Los sumergidos y Hacer hielo, agrupados y reelaborados ahora bajo el título aún más esencializador de El agua.

De hecho, el paseo por la poesía de Curiel (se anda mucho en ella) va tan más allá de los elementos que nos adentra-mos en un mundo, si puede ser (y en poesía puede) incluso anterior al mito y nos gana la fascinación ante los distintos aspectos bajo los que se nos presenta la naturaleza y la reali-dad. En consecuencia, la palabra de Miguel Ángel Curiel es prerracional y, por supuesto, premítica: no trata de explicar qué nos ocurre en esta existencia sorprendente o por qué sino solo de constatar qué sentido se desarrolla aquí en toda su pureza.

No es de extrañar, entonces, que todo los poemas pasen ante nuestros ojos en un presente que no es el de la actualidad ni el presente histórico, sino el de la permanencia en la esencia, el presente del conocimiento y de la visión. El que lee vive siempre en el presente de su lectura, y con más razón en estos versos. A veces hasta desaparece el verbo y accedemos a la constatación neta de una realidad trascendida:

La luna fermentada,el pan mordido,el poema a la mitad… (“Haciendo un pozo”)

Porque es un tiempo sin tiempo y un entorno arquetípico, podemos encontrar a los sembradores hablando en latín con unos enigmáticos y legendarios embajadores (“Nubes”).

El proceso es complejo, no obstante la asombrosa sencillez de medios que siempre ha usado el poeta. Todo empieza con esa actitud de apertura total que nos dispone a “ver el mun-do” por primera vez y que podemos llamar, para entender-nos, inspiración, aunque tiene mucho de sobrecogimiento: “Me alimento / de visiones breves” (“Criba”); a este esta-do acuden las palabras todavía no hechas por los humanos sino por una naturaleza directamente encarnada en verbo: “¿Quién pone esos nombres al agua sino el aire?” (“Historias del agua”). De hecho, la propia poesía, inscrita ya en la na-turaleza, es capaz de modelar el lenguaje humano, hacernos hablar por ella: “La poesía cambia de curso / las palabras” (“Una fotografía sin revelar”). Algo ajeno y a la vez nuestro nos habla por el solo hecho de existir.

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De esta manera, la realidad y las palabra son permeables una a otra, están todavía adheridas, confundibles, en la forma bruta de la visión, como muestra el poema en prosa “En una ciudad perdida”, donde leemos expresiones como “Ne-cesitábamos traducir toda la luz posible”, un “nosotros” gra-cias al cual el poeta se funde con el personaje de su texto, rompiendo así también las barreras entre el espacio literario y el espacio de la realidad. Y esto nos recuerda que con la escritura de Miguel Ángel Curiel, como con todo poeta de-finitivo, hay que replantearse las cuestiones de adscripción genérica, o simplemente olvidarlas. Su lírica coincide con lo narrativo en algunos puntos, como en el poema que acabo de citar, también con la escritura autobiográfica casi canó-nica, como en “Historias del agua”, pero por todas partes podemos encontrar la presencia de la larga tradición de la literatura sapiencial o gnómica: el aforismo, la reflexión, el enigma incluso.

Ese trasvase entre realidad y escritura se aprecia claramente en las expresiones paradójicas o los pensamientos imposi-bles (como en los dibujos de Escher o los cuadros de Ma-gritte): “Y el hombre del poema / escribe ese mismo poema / ahora en el blanco / de la muerte” (“Hombre”). Abundan los textos en que la poesía se hace reflejo de sí misma, en los que, más allá de lo metapoético, se plantea el fundamento mismo del decir y el ser poético, hasta el punto de que nos preguntamos con el poeta:

Y tu ¿acaso no dabas vueltas dentro delmismo poema como enjaulado? (“Ola de calor”)

La pregunta resulta urgente: ¿puede salirse fuera del poema? ¿Estamos atrapados en una existencia poética? Y esta exis-tencia lírica ¿lo es en el sentido del imperativo nietzscheano de hacer de la vida propia una obra de arte?, ¿o es más bien una condena?

Pensé siempre que lo que escribimos o decimos debía ascender, aunque fuera ligeramente, y si fuera posible salirse del papel. (“La fiesta”).

En ambas citas el poeta parece lamentar la prisión del len-guaje, la gravedad de lo escrito que nos tira hacia la tierra e impide levantar el vuelo, salirnos de los márgenes. No está seguro el poeta de si lo que se vive en el poema se vive tam-bién fuera de él. Es en definitiva, la pregunta de toda la es-tética moderna: ¿la poesía es autorreferencial?

Quizá la mejor manera de salir de esta encrucijada, de las preguntas centrífugas, sea acudir a una imagen:

Una carta nada grave, un saludo, unas palabras que vayan un poco mas allá de nuestras palabras, como si hubiera en ellas la semilla de la distancia, y eligieran la grieta como lugar, y no el aire, donde por otro lado se esparcen demasiado. (“Carta”).

El poema es como la semilla, crece en un ciclo natural, a partir de un elemento mínimo y lo que estaba dentro del grano y de la tierra ahora está fuera. Así la poesía crece hacia

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abajo, hacia las raíces, pero también hacia el aire, y la sombra que ganó dentro es la que ahora arroja hacia fuera:

el verde negro de los olmos, un verde que huele como la camisa de un fumador de pipa, un verde de raíz profunda (“Un largo muro”).

Esta manera poética de vivir el mundo tiende a veces a la idealización: “Estas palabras, para caer, deben ser más lige-ras que el silencio” (“Espacios inundados”), o “Palabras en el aire / cada vez más leves / e invisibles” (“Andenes”). La pa-labra como algo ligero y alado, en la estela del Ion platónico; pero, consecuente con lo que hemos visto antes, el poeta no descarta la parte de condena que esto tiene, la humillación y fealdad que asedia toda existencia, su parte de imperfección. La poesía puede elevarse alto, pero su vuelo puede ser tam-bién el de un pájaro agorero:

Muyarriba los buitres. Ningúnave llega tan cerca de laspuertas azules, ningúnpájaro caga desde tan alto.Aporto mi llanto,mi erosión,mi yo. (“Salto de agua”).

Nos encontramos incluso con la sospecha del engaño, la frustración o la simple caducidad, lejos de lo sublime: “Re-

galé legañas en vez de visiones” (“Tu fu”); “Todo lo que es-cribo se secará” (“Tachado”).

El precario límite entre la palabra y lo expresado tiene el efecto, no de crear alegorías, simbolismos o corresponden-cias como en la práctica de la modernidad a partir de Bau-delaire, sino de poner ante los ojos del lector lo que de sen-tido en sí mismo tiene el mundo, antes de que lo digamos, extraerle todo su ser. Por ejemplo, cuando en “Lance” se nos describe la tensión del sedal por el peso del pez atrapado y leemos “La muerte / tira así de nosotros. / No quiere que se rompa / el sedal de la vida” erraríamos si lo interpretáramos como una sencilla alegoría sobre la muerte a la manera me-dieval o de la predicación sagrada. El instante mismo con-tiene en sí el exacto sentido de tensión extrema de que nos hace partícipe el poeta, plenitud significativa que no depen-de de las palabras con que lo trasmite, sino que las contiene. Aparte de que se rompe aquí (y “romper” es la palabra que aparece en el poema) toda la lógica de la tradición inter-pretativa, que nos haría esperar que lo que quiere la muerte es precisamente quebrar el hilo de la vida, como en el viejo motivo de las Parcas.

Igualmente la alegoría que parece ser el poema “Trucha”, que podría interpretarse como una correspondencia entre el movimiento del pez (o su quietud) y la palabra poética se deshace en el poema con el “quiebro” con el que escapa el animal. Lo mismo ocurre cuando se asimila la poesía a un trampolín cerrado, la invitación al salto que no se puede

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dar: “Que la poesía fuera eso. Algo muy leve sosteniendo el mundo” (“Trampolín”).

La poesía, pues, es un hecho ininterpretable, pertenece a un orden natural, como el agua, y eso explica el predominio de la yuxtaposición, la parataxis, la oración sencilla y escueta y la falta de modalización del discurso:

La borrasca y el poemaestán en el papel.La lluvia y la poesíaen la realidad. (“Una fotografría sin revelar”).

En un sentido heideggeriano, pues, el poeta no nombra el mundo sino que hace aflorar su sentido, abre ahí el ser de las cosas en su plenitud. La afinidad, incluso léxica, con el filósofo alemán es muchas veces palpable: “Todo se oculta / en torno a algo que es / igual a lo que oculta” (“Bosques”). La idea heideggeriana de que la verdad es la experiencia de sacar a la luz el ser que está oculto aflora aquí con toda claridad.

La célebre afirmación del filósofo de Friburgo de que el poe-ta es “el pastor del ser” se convierte, no obstante, en Curiel, en duda: “¿Era yo el más indicado para ser allí arriba el cam-panero, el pastor o el zahorí? ¿Era yo el dueño del eco?” (“Mañana de San Sebastián”). Y el poeta duda porque no se fía del lenguaje tanto como lo hacía el autor de Ser y tiem-po, siempre le queda la sospecha de que el lenguaje, igual que puede dar a la luz la plenitud oculta de la experiencia,

también puede nombrar el vacío y destapar nuestra viven-cia como la insistencia de la nada (y aquí aparece en escena Mallarmé): “El nombre de las playas siempre es un nombre para llenar el vacío del lugar. El mar no necesita de nombres” (“La playa”, cursiva del autor), o más definitivamente: “El poema enfila la nada” (“Siemprenunca”).

Todo esto, que está en la base del pensamiento poético de Curiel, aflora a la superficie textual en múltiples juegos de palabras que indican la facilidad con la que el lenguaje se desliza de una realidad a otra, como si la poesía rozara, aca-riciara todo para atraerlo a una unidad. Jugar con las pa-labras es también jugar con la representación del mundo, hacer mundo. “Izar casi de raíz. ¿No es una palabra corta que se riza?” (“Días de Talavera”). O la extraña pero lógica descomposición del nombre de Portugal en “Portogallo” en el poema del mismo nombre.

Esto nos lleva a otro problema, radicalmente central, que emerge inevitablemente a lo largo del libro: el de si el len-guaje es comunicación. La cuestión queda asombrosamen-te planteada en el título de Los sumergidos y el poema ho-mónimo que lo explica. Solo debajo del agua pueden los amantes decirse lo que no son capaces fuera, pero ¿qué tipo de comunicación es esa? El espacio de la pura transparen-cia del agua, imagen de la palabra absoluta, es también el del vacío del amor. La palabra debe, entonces, mancharse de la respiración terrena para emocionar y decir, llegar has-ta el territorio de la muerte, pues hablar debajo del agua o en su superficie es hablar a los muertos y con los muertos;

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la palabra poética se plantea aquí como un diálogo con la muerte: “Muerte, te hablo / de tú a tú” (“Brasas, sargos y boñigas”); “Todo lo que se le dice / a los muertos / siempre es poesía” (“La muerta”).

Ello va asociado al tema del tiempo, que se presenta como enigma o, mejor, como adivinanza: “¿Qué es que no es?”, pregunta de “Lumbre en la arena”, poema donde el poeta tiene el acierto de vincular la ambigüedad del paso del tiem-po (¿destructor o regenerador?) con la vuelta a un recuerdo infantil y su persistencia en la forma material de la tierra: “De niño subía arena a casa. / Esa arena, esa niñez / son ya lo mismo”. El poema que da título al libro Hacer hielo es también clave para concebir el tiempo: “En verano bajaban de las montañas / hombres cargados de nieve / y la vendían”. El situar la acción en una estación concreta y apuntar el trayecto de los hombres desde la nieve contrastan con la intemporalidad que nos quiere transmitir el título con ese infinitivo colgado de la permanencia: Hacer hielo. Y nos volvemos a llenar de preguntas: lo elemental, el hielo, ¿hay que fabricarlo, como el poema fabrica el mundo con sus palabras?, ¿o simplemente hay que transportarlo desde la montaña para ofrecerlo al resto de los hombres? Si el poema “hace hielo”, esto es fija, en la forma sólida de letras sobre un papel, la naturaleza fluida y errabunda del agua, que no se deja atrapar, ¿está traicionando al agua y el resultado es un trozo muerto y frío de materia, aunque puro en su apariencia?

Las respuestas, si las hay, están incardinadas en la lectura de esta trilogía que devuelve al agua su fluidez después de haber quedado por un momento suspendida en el hielo de la página, un agua que nos sacude, como en esta imagen provocadora en la mejor tradición surrealista: “Hay un hilo de gusano. Un infinito hilo que sale de la boca del gobernador civil. Tiran de él hasta destejer al hombre” (“Port Bou”); o que nos arrastra en su intensidad como la contenida en el poema “Poder”: “El que huye tras las huellas en la nieve / lleva el sol en sus ojos / como un depósito de ceniza”.

El poder es, precisamente, otro de los temas que no pode-mos soslayar en la lectura de El agua, donde ocupa un lugar destacado la meditación sobre la relación de la palabra con él. Frente a lo que pueda parecer, no es esta una poesía en-simismada y evasiva. Los versos de Curiel suponen no solo una posición en el cosmos y en la existencia, sino también en la vida social. Muchas veces insiste el poeta en que sus textos son cartas al poder. Se sitúa así esta vez bajo el magis-terio de Adorno, para el que el lenguaje que se opone verda-deramente al poder no es el del enfrentamiento directo, sino el divergente de la vanguardia, el que no respeta las normas establecidas y el discurso lineal. La palabra, presentada en su pureza y en su desnudez, como hace Curiel, enfrenta al lector con la falsedad esencial de cualquier discurso que vaya más allá de lo real, en el sentido de lo auténtico. La lumino-sa precisión, minuciosidad y concreción con la que el poeta desmenuza el mundo se opone al discurso abstracto y vacío, lleno de conceptos y falto de referentes del poder.

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Mientras que el discurso del poder es un discurso que quiere hacerse tan visible como las realidades a las que remite, per-petuarse en sí mismo, la poesía se le opone como un puen-te: “¿Y no es la poesía solo eso, un puente invisible entre las realidades visibles? (“El puente”). Un puente es también algo que une y hermana, frente a los discursos oficiales que separan.

Tales de Mileto afirmó que el principio de todo era el agua, y Heráclito fue el primero en revelarnos el devenir en forma de río, en el que nadie se baña dos veces. De los presocráti-cos a Curiel hay una corriente subterránea, quizá una con-fluencia de aguas que viven simultáneamente en el tiempo detenido de la inmersión poética. Seres alados y míticos recorren sobrevolando este mundo en forma de ángeles ri-lkeanos, metamorfoseados a veces en su contrapartida oscu-ra y demoniaca: moscas o gallos; porque esta poesía, como el agua primigenia, está siempre en movimiento y lo va cam-biando todo, pero siempre resta una blancura. La presen-cia de lo blanco (mallarmeano quizá) tiene que ver con la amenaza de la desaparición y del silencio que acecha a toda aventura del ser. Es el blanco de hospital, donde uno siente que puede “andar paralelo a la muerte” (“Hospital”); o el blanco que iguala creación y muerte: “Folio donde escribo, tras unos muros también blancos. (Donde acaso se pierden las palabras que estaban más cerca, las que podían iluminar la nada)” (“Días de Talavera”).

Muchas veces ha caído la poesía contemporánea en este ex-pediente fácil del silencio o sus sucedáneos. Miguel Ángel

Curiel, sin embargo, ha aceptado el reto de escribir en el límite; se ha sumergido como nadie en aguas profundas y nos ha traído un poco de luz, para regar-alumbrar estos pa-sos inciertos en la tierra. Lo que su poesía nos descubre no puede ser mostrado de otra forma; lo que al lector le espera es una experiencia única, y quizá su única salvación.

Ángel Luis Luján

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Debo vivir, aunque esté dos veces muerto,Y la ciudad enloquezca por el agua.

Ossip Mandelstam

Éste es el Sena y en su turbulenciaMe he mezclado y me he conocido.

Éstos son mis ríos contados en el Isonzo.

Giuseppe Ungaretti

De a dos nadan los muertos,De a dos bañados en vino.

Paul Celan

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POR EFECTO DE LAS AGUAS

En mi niñez era un charco pequeño y poco profundo… Se decía que en la alberca desembocaban las aguas subterrá-

neas del cementerio…

Jaroslav Seifert

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21 de enero

¡Fíjate en qué añoestamos ya!Todo es nuevo,y esas piedras,al haber sido traídasdesde tan lejosnunca se enfrían.Nosotros, al haber queridoocupar un espacio mayoral que nos correspondía,a solas hemos terminado hablandocon todo.Ave de paso,¿te quedas?Entre el cieno y el cieloel mundo se corrompey se purifica.El gallo de un solo ojo,al cerrarlonos ve.

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Brasas, sargos y boñigas

Muerte, te hablo de tú a tú.He escrito en el centro de la hojala palabra brasa, solo esa palabra,solo esa brasa. Mi mano tapami nombre. En otra hoja escribíla palabra sandía –es el fruto de la vejez, abierta ya no rueda–.El rasgo de la rosa es el sargo.El sargo que pesca un niño para dárselo a su madre. Espinas,demasiadas espinas… Entonces siguelas boñigas, no las huellasperdidas que el aire se come, solo lasboñigas.

Menos ese caballo montado por un ángel dando vueltasalrededor del pozo,todos estamos boca abajoen el mundo

Ola de calor

Calles desiertas.El sol rueda lentamente.Los plátanos sobresalen tras el muroblanco de Villa Daniela. Si me tiro a lapiscina alguien oirá el agua. Pero musito,hablo con la luz que siega a ras del ojo;Luz como la de un libro de André du Bouchet…

En la visión un lobezno en una jaulapara osos. Podría escapar apretando su cuerpocontra los barrotes. Se liberaría solo,y si no lo hace, se debe a un problemaocular. Ve un tercer barrote por cada dos.El barrote de…

Y tu ¿acaso no das vueltas dentro delmismo poema como enjaulado?

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Arco

Tensa el arco.Tiene la flecha mordida en la boca:Lanza la flecha con la mano.Arroja lejos su yo.Es Godot.Ya está al fin aquí Godot.¿Es el Godot que esperabas?“Al menos a mí, el amor me produjo el efecto contrario,el llanto abrasó la tristezacomo la orina…Arde el neumático,el barco es de fibra óptica,la vela de naylon,el mar está lleno de floresy de idiotas navegando…”

Aguas

La oscuridad está llena de aguascristalinas. Trabaja el agua contrala realidad, o estas aguas verdesestancadas que me apaciguan.Me miro en ellas. Suelto el agua,en las compuertas un pájaro muerto y unos palos giran en elremolino. Alguien le hablaa la sima, al túnel, al pozo:el silencio es la corrientede las voces lejanas.¿Cómo un camino tan claropuede llevar a una cueva?¡Hagamos santo a Brueghel!que soplaba polvo de oroen la manzana podrida.¿No lo veis ahora?El destino aflora y mana rápidode la lentitud y el instantese revuelve.

Entonces no bebáisagua de la purificadora.

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Extraños poemas

Unos zapatos en el airedando en la espalda de chapade un ángel, o lo que el muertove en las aguas en las que túencuentras fácilmente las lágrimasdel mundo.En el techo una bombilladesnuda como una mujerque va a dar a luz. Los perrosmueven el rabo y miranlas flores de papel, las costrasde mis piernas. Me comí el queso negro mientrasalguien se comíalas ortigas. Las estrellas estándescolocadas en el cielo, y lapoesía humillada por estosextraños poemas.

Tu Fu

Mis palabras me han dado fama, pero estoy envejecido, enfermo y cansado, arrastrado de acá para allá, soy una

gaviota perdida entre el cielo y la tierra.

Tu Fu

Un nombre corto,un nombre corto en la cubierta de un libro. Bajo el nombre en negro, unpájaro rojo. ¿Un carpintero o unMartín pescador?Ya no podría escribir sin laayuda del vino, y ahí está la botella,la hija, con su pañuelo azul a lacabeza…

Doy con la alpargata en la estrella demar. La luna es un horno frío,las flores del rostro son solopensamientos, al sentir el horror deescribir poesía per se.

Regalé legañas en vez de visiones.

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Hospital

Los que se adentran vena los que salen. Los que salenvan diciendo los nombresde los que se quedan dentro.Esperan que la noche sea clara,como la de un hospital dondese ha ido la luz. El blanco tan densodonde nos hemos perdido. Tientapisarlo,

andar paralelo a la muerte.Escribirlo,al menos el nombre,

o como un pez ahogado en la leche.

¡No bebas eso!

En un puente

Esa mujer se descalza siemprepara cruzar el puente,eso explica por sí mismoel sonido del granizoy el silencio de las perlas.Él, si no oye los zapatosnunca se tira.Ella, al no oírse a sí misma,se siente viva.¡Rápido! Haz un nido en la tierraaunque sea un lugar de paso.Aquella mujer hablade su belleza perdidacon su corazón perdido.Dentro de su moño blanco hay un vencejo.

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Uxia

Frutos en la largacabellera de mi mujer.

Luego nos comemoslas ancas llenas de canas.

Mondamos los recuerdos,los frutos del amanecer.

Insomnio

Un caminito muere aquí.Llueve, en las montañas es nieve.Es fácil desesperarse frente a los muros,más allá de noviembre no hay nada.De noche un ángel de aireprotege con la mano la llama,la palabra que ha brotado…De día, la oca al sol come las bolasde papel, se come el horror vacui,al muñeco de pan…Por el camino de la noche nos alcanzael día y detenidos vemos pasara esos viajeros sin sombra…¿Qué sería del amor sin la lluviay sin los sueños que despaciose pierden en el rostro?Ella, precisamente ella,la única que no tiene rostro,y por eso su alegría debe ircon el mundo, ser la del mundoy estar en los árbolesmientras cae la nieve.

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El perro avisó

El perro avisó.Alguien llegabamientras alguien se iba.El perro iba del uno al otro.Nadie, quizás nadiefueran todos, y yome iba de un rostro a otro.

Montañas, llanuras

Montañas,Llanuras.¿Cómo cambiaresas palabraspor estas más grandes,más llanas?

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Haciendo un pozo

La luna fermentada,el pan mordido,el poema a la mitad…

Mientras escalan el picachotú haces un pozo: no encontrarásmas que agua…

Les ves pegado a la piedra,parecen insectos: ellos desde la paredte ven: pareces un animal que escarba,

animal que come insectos.

Camino

El camino es totalmente recto.El poema es recto. Nunca se acaba la llanura. No se acaba el día, la noche,y miro hacia atrás, hacia los lados.En el cielo pesadas estrellas, lejanasy luminosas estrellas. Nosotros lesponemos nombre y vamos de una a otrauna vez muertos. Pero en esta casade noche se oye al cangrejo. Lo durosuena contra lo duro, y alguiencamina con los codos y las rodillas.Aunque fueran cortas las distancias,la larga pasión acorta la vidahasta esta escalera por dondebaja el agua.

Subo despacio.

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Bosques

Una rama no oculta nada.Si la sigues siempre terminas en el cielo.Muchas ramas y hojasterminan ocultandono más que ramas y hojas. Todo se ocultaen torno a algo que es igual a lo que oculta.Una rama oculta a otra.La última rama es la mas desnuda.Lo decimos todo al centro,y el centro de la catedral es el cielo.

Viaje a pie a Cuenca

La cabeza de un rey,aunque ruede va pensado¡¿En que!?De reojo ve su corazón tirado. De reojo se miraen el agua. Él le dice sí al no y no al sí.¿Pero sabe el cuerpo del reyque la cabeza del rey sabeque en el centro de la palabraEvangelio está escritala palabra ángel?Y el único espectadoren el teatro de Segóbriga.El único actor en un monólogoa dos voces.La fuente llora por mí.El pájaro vuela por mí.Yo río por ellay camino por él.

Al gallo le sale pelo.

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En la niebla

La niebla, la hoja.

El frío construye cosas de agua, y deagua hace la lengua del ángel delverano.

Pesados ángeles de piedra a los quela lluvia ha dejado sin cabeza.Estarán ahí hasta el díadel juicio final.

He roto un palo seco,y después del chasquidoha comenzado a cantarun pájaro.

Un corredor de fondo

Corrí hacia el amanecer.Me paré justo donde soy.Me hubiera matadopara vivir nuevamente.Pero seguí corriendo hacia el marhacia la noche…En el agua podía escupirme,hablarme, borrarmecon el brazo aunque se quiebrepor la reflexión…Hay un solo ángel para todos nosotros, y ese ángelsueña por todos nosotros.Uno de nosotros tendráque matarlo y querríaser yo.

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Una fotografía sin revelar

La borrasca y el poemaestán en el papel.La lluvia y la poesía en la realidad. He apagado la luz.La nieve es negra. La noria saca el agua, el poema saca la poesía.La noria entresaca algunos peces,los cambia de curso. La poesía cambia de curso las palabras.Mira la mano de ese niñoque entierra su dedo cortado.

Desnudo

Ayer este camino,hoy este caminoy mañana este camino.Siempre vuelvo a mí.Soy tú. En la vieja casadonde me vistieronpor primera vez me estoy desnudando.

Afuerael aire invisibleremuevelo visible.

¿Y acaso estas imágenes invisiblesno precisan palabras transparentes,palabras de cristal que se rompenal chocar con la tierra?

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Salto de agua

Aguas que se rompencontra una gran piedraque fue tomando la formade una cabeza. Se desharáde aquí a mil años con unúnico pensamiento. Muyarriba los buitres. Ningúnave llega tan cerca de laspuertas azules, ningúnpájaro caga desde tan alto.Aporto mi llanto,mi erosión,mi yo.

Mientras la tierra te respira,te tose,no te asimila.

Tú andas,él corre.Tú eres él.

Quien hace sonarlas campanasse mira el relojde muñeca.

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Siemprenunca

Siempre y nunca sonla misma palabra.Siemprenunca.

El poema enfila la nadacomo ese palo en el aguaenfila la corriente hacia el salto.

Hoy es ayer,siempre es nunca,lo de dentro está afuera.La muerte es extraña,cuando perdona exige más.Pero el vino se ha convertidoen vinagre y los poemasde amor en luz.

Invierno

La luna ilumina la cal de la casa.En la puerta se ve a la holandesa que la habita. Despluma un gallo.Brillan su cabeza, sus ojos, la acacia.En las grandes manos de la holandesa un zorzal. El silencio también es luz.Cierra sus grandes manos la holandesa.Escucha la nieve.Ese camino blancolleva al veranoy el campo blancovayas donde vayas,al Norte.

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Nubes

Vértigo en la llanuraque se inclina para que ruedenlas piedras hacia otro día…

Por encima de ti una nube quieta.Lenta como el amor que se vapara siempre…

Y de ese mismo instante hablaba siempreel sembrador con dos embajadoresen una lengua muerta.

“Dua itinera in unum locum Ducentia…”

Y él les contestaba

Hablo con moscas eternas.

Tiétar

Mi abuelo me llevaba a los ríos.Mi padre me llevaba a los ríos.Mi hijo me llevaba a los ríos.Ninguno de ellos se bañabacuando yo me bañaba.Uno guardaba al otro.Miedo al agua, miedoy necesidad del agua,Necesidad y gozo de vera alguien en el agua.

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Portogallo

Portogallo.La más extraña nación que existe.Llevo un gallo de peleaal puerto del alba,ya desplumado,para que peleecon la saudade.

Hombre

Solo hay un poema, y un solohombre en el poema.Y el hombre del poema escribe ese mismo poema ahora en el blancode la muerte. Ese es el hombre al que se le ha hecho de nochea mitad de camino, justo donde el mediodía hizo su pozo de luz.Pero él ya pasó por ahí de día diciendoque le gustaría morir antes que ella,y que le gustaría morir despuésde ella. Morir dos veces.

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Socaire

Los fresnos se agitan.Se limpió el cielo.Aguas quietas que vanaliviándose por un pequeñosalto. Así nosotros tambiénvamos aliviándonos de lapesadez de ser, hablándonosen voz muy baja.Como si en las palabras ya solovieras árboles, montañas, ríosy no tanto a los hombresni lo que dicen, o todose hubiera deshecho,y ellas ya solovislumbraran la nadamientras todo va tomandoforma en la desesperación.

Boca llena de agua

No sé por cuánto tiempo se podráoír ese canto de amor. Cada díamás débil y lejano se oye.

Ya no lo canta nadie y soy yoel que lo oye dentro de mísin saber de dónde llega.

¿Cuánto tiempo podremos resistircon la boca llena de agua? Al principioqueremos escupirla, quedarnos vacíos

para poder hablarde esa boca llena de agua.

Ese es el momento de beber o deescupir el agua. Ella ahogaba de esaforma las palabras, no podía decírselas

a sí misma ni decírselas al mundo.Luego ella escupía en el mary se volvía anciana.

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LOS SUMERGIDOS

Vacío, anduve sin rumbo por la ciudad, gentes extrañas pasaban a mi lado sin verme.

Luis Cernuda

Solo es lo que aún no se ha sido, era menos una aparición que una nostalgia, viví solo en la nostalgia y era… solo nostalgia. Al no saborear nada me sumergía en el placer; y porque era pequeño, me sobraba espacio para vivir en el pecho de una persona. Ha sido delicioso sumergirme en el alma que me amaba. De modo que iba por ahí. ¿Iba? No, no iba: paseaba por el aire, no necesitaba suelo para andar.

Robert Walser

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Trampolín

Trampolín cerradocon unas cuerdas.Unos nudos en la barandilla.Como hace el poetacon las palabrasen los poemas.Anudarlas a algo más invisible.

Alguien escribió, no saltes…

A lo lejos cae un paracaidista.Si mis palabras cayeran así.Belleza de lo simple.Una tela levesosteniendo un cuerpo.

Que la poesía fuera eso.Algo muy levesosteniendo el mundo.

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Sumergidos

El ruido del agua, así le dije a alguien esta mañana que se titularía mi nuevo libro. Chapotear o beber con las manos. A veces un texto transparente, muy cristalino, así las palabras dejarían ver a través de ellas lo que nunca dejarían de ver a través de ellas. No nos quedamos entonces en el signo retorcido de una cali-grafía demasiado difícil. Que no sean estas palabras el fondo sino la superficie. ¿Puedo así agitar un poco tu espíritu hasta dar con un cuerpo cristalino? El ruido del agua. ¿Y de qué hablaría un libro con ese título? Me imaginé a dos amantes que se sumergen y hablan debajo del agua con los ojos muy abiertos, como si intentaran respirar con ellos todo el aire que tomaron antes de sumergirse. Burbujas que encierran palabras de amor cuando ya no queda aire. Los ojos se abrían aún más e intentaban respirar lo que veían. ¿Qué pueden decirse sumergidos, agarrados el uno al otro para no ascender a la superficie? Jamás lo sabré ver-daderamente. Cadenillas de burbujas que se rompen en el aire. Esas palabras de los sumergidos eran solo aire, transparencia, vacío del amor. Ni siquiera yo he

podido iluminar con mis palabras una pequeña habi-tación oscura, pero los sumergidos sí han iluminado de silencio el agua. Ahora emergen y vuelven a tomar una gran bocanada de aire nuevo. El libro entonces debería titularse Los sumergidos. Solo debajo del agua pueden decirse lo que no son capaces de decirse fuera.

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Mont Ventoux

Arles 22 de marzo de 2007

Esta hierba mullidapor un cuerpoes un moldepara el mundo.Poco a poco se alzahasta olvidarquién eras.

Todo lo que digas,la montaña de luz y airese lo llevaa su silencio.

Reino de zarzas

Un reino inexpugnable de zarzas y esparragueras de-fiende a los pequeños árboles y a los brotes de peque-ños arbustos todavía tiernos. Si sacaras con cuidado de la tierra uno de esos brotes de encina ayudándote con una teja, o simplemente escarbando con las ma-nos, como harían un topo o una ardilla, verías que aún está unido a la bellota. Germinó y comenzó el tallo a buscar la luz. Desentrañó la tierra sin apenas forzarla. No como nuestras palabras cuando fuerzan la realidad, incluso atravesamos con ellas placas de acero o tiempos perdidos. Lo más duro del mundo atraviesan esas flechas invisibles. Pero esos tallos uni-dos a las bellotas no rompen nada, no fuerzan la dura tierra que las comió. Bocas cegadas. Bocas que si ha-blaran no dirían otra cosa que no somos ya nada. La lentitud es su fuerza, no buscan más de lo que no se busca. No todas las bellotas germinan. Depende de la boca que las cierre y las chupe. Así, de niños chu-pábamos pequeños guijarros con la esperanza de que se disolvieran en la boca. Una esperanza ciega, cierta dureza en los ojos y dulzura en la mirada. También

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el amargo sabor de la pulpa de una bellota, un sabor seco que había que escupir. ¿No hacemos eso con las palabras secas del poder, escupirlas como una pasta de bellotas? Así ese reino de zarzas y esparragueras pro-tege de las palabras fáciles mi mano con sus espinas y púas. ¿Qué quieres coger de ahí dentro sin herirte? Algo que se vislumbra y apenas se ve. Un brote de encina, con la esperanza de que aún no se haya des-prendido de la bellota. La niñez está llena de heridas leves, de arañazos en las manos y las piernas. ¿Podría ser así ahora mientras escribo esto? Leves heridas en las manos, arañazos de zarzas imaginarias. La me-moria comienza a ser una manera de imaginación, o un pozo de melancolía. Agua de pozo muy limpia. Cuántos filtros. Escribir como escarbar, si no lo exca-vas no aflora. Pero esto nos la purifica, nos la muestra menos vivida y así más luminosa, y sin embargo esa bellota en mi boca, esas manos arañadas son la única verdad. Siempre levemente herido por todo. Señales de maleza en mí. De haber rodado por los desmon-tes, señales de alambradas. Cada vez que salgo a los montes o recojo espárragos, las manos vuelven heri-das. Rasguños superficiales, y, sin embargo, eso emo-ciona y me clava los anzuelos de la alegría en los ojos.

Quien se ha roto un hueso a edad temprana pronto se le ha soldado con el calcio de la alucinación. Jamás entonces se le ha fracturado la memoria. ¿Brotará la bellota de mi boca, la que chupo, y daré cobijo dentro de mí a una encina? Para eso necesito zarzas alrede-dor de mí, zarzas que guarden los brotes de encina, esparragueras que protejan del aire todo lo nuevo. Así quien lee siente la necesidad de meter la mano ahí dentro y de herirse de sí mismo. ¿Qué crece enton-ces en nosotros de manera tan indefensa que apenas se salva? Una poesía que no quiere serlo, unas débi-les palabras de amor al mundo, que sin embargo nos avergüenzan. Avanzamos lentamente por ese mundo de espinas y zarzas, apenas levantando los ojos de los pies, de lo que nos lleva, de nuestro esfuerzo, y rebus-camos lo más tierno. Los tallos. No arrancamos más que los tallos amargos.

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Trucha

Garganta de la Olla 30 de mayo de 2009

Esa truchaquietaen la corrientese va con un quiebro.

Si nuestras palabrashicieran lo mismo.Estar siemprequietasen el mundo.

Andenes

Mano que despide.Lo suelta todo.Revuelve las últimas palabras en el airepara que no se vuelvan a juntar.Esa mano abiertaborra cualquier árbolo estrella. Aclara el espacio.Palabras en el airecada vez más leves e invisibles. La manoborra el rostro para no hacerse daño,o alguna palabra que girasealrededor de la cabezay quemase los ojos.Que esta elipsis de palabrasvuelva al suelo.A los labios de los pobres,a su boca sencilladonde las palabras son espinas.

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El puente

A María Vallina

Roma 23 de febrero 2011

Un puente largo y ancho. Muchos coches atravesan-do el río por ese puente. Un solo hombre lo cruza a pie entre el ruido y el humo de los neumáticos en las juntas de dilatación. Percusión en la ausencia de me-lodía. Río sordo y lento arrastrando su silencio. Aguas ya de muchos lugares. No podemos decir cruzamos un puente, más bien lo pasamos. Se cruza el río por el puente. ¿Y por qué lo decimos? Cruzamos el día y un túnel oscuro, apenas iluminado por unas pobres luces. El hombre ya está al otro lado del río. Apenas se le aprecia ya entre los árboles de la orilla, los juncos y los herbazales. Unos álamos blancos, con las hojas de plata sucia. ¿Qué podríamos decir de él más que ha pasado el puente entre cientos de coches? A pesar de la lejanía, de lo diminuto, se puede decir que es un hombre de mediana edad. Pero mis ojos se han fijado en él más que en otra cosa, y hasta que lo pierda para siempre no podré mirar otras distancias y espacios.

Quizás un hombre perdido en el mundo, un hom-bre del que no sé nada y del que posiblemente nun-ca sabré. Aún se mantiene como un punto distante, una especie de latido del ser. A partir se ese momen-to comienza la realidad a fundirse con la luz irreal. Las palabras entonces no buscan, sino son en ellas el mundo. El hombre sigue allí de pie, quieto a la entra-da del puente tras aquellos álamos blancos. No puedo ver su rostro, por lo cual no puedo decir si es un con-templador o un animal. No puedo decir mucho más de lo que no sé, y cobijarme durante un breve espacio en estas palabras. Un puente. ¿Y no es la poesía solo eso, un puente invisible entre las realidades visibles? Soy yo el que debo marcharme. Un río sordo y lento arrastra en su silencio las palabras del mundo.

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La sal Mezcla sal y azúcar.Tu silenciocon el de la montaña.

¿Quién puedesepararla saldel azúcar?

Carta

Lugo 19 de marzo de 2011

En algún lugar del mundo, un hombre parecido a mí estará haciendo casi lo mismo. Habrá terminado de escribir una carta dirigida al poder. Por otro lado una carta nada importante. ¿Que podrían decir unas palabras tan insignificantes como estas a unos ojos tan grandes, unos ojos como los del dinosaurio o el mamut? Leves, apenas pesan y por eso mismo son difíciles de bajar al papel estando siempre mejor en la boca seca de algún trastornado. Tal vez el esfuerzo de bajarlas haya estado en apreciarlas entre tanta oscu-ridad. Alguien que no sabe tocar la lira, pero es capaz con sus dedos de sacar de esas cuerdas casi invisibles bellos sonidos que enseguida establecen una armonía con el mundo. Un juguete, algo que no requiera de la seriedad. Pero ni siquiera estas palabras leves y casi transparentes lo inquietan más que una brisa o unos gritos en los callejones del mundo. Unas palabras es-critas a mano destinadas al abandono más que a otras cosas, sin apenas más destino que ser ellas mismas

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más vuelvo a leer la hierba negra de estas cartas. Se-guro que él escribió algo bello y verdadero que asustó al dinosaurio. Él es el que toca ese instrumento de cuerdas casi invisibles arrancándole al mundo algu-no de sus sonidos más misteriosos. ¿Hay quien hace esto todavía? Cierro los ojos y no lo veo. Unas notas a mano. Tenía miedo a ensuciar el papel. Solo tenía una oportunidad, pero no debía tensarme, y dentro de mí ninguna fuerza subterránea oponiéndose a otras. Esas palabras no saldrían de mí sino del mundo. Al-guien podría leerlas en voz alta junto a esa gran oreja. Un pabellón auditivo por donde cabe un espeleólogo. ¿Es así que el mundo oye a través de sus cuevas, y sintiendo que hay eco, el que las lee oye desde otro lugar su propia voz, y esto le hace seguir a sus propias palabras hasta el lugar donde rebotan?

en la luz. Lira casi invisible tocada por un hombre invisible. Una carta nada grave, un saludo, unas pala-bras que vayan un poco mas allá de nuestras palabras, como si hubiera en ellas la semilla de la distancia, y eligieran la grieta como lugar, y no el aire, donde por otro lado se esparcen demasiado. Dos cartas dirigidas al poder desde lugares muy alejados uno de otro. Pero tal vez paisajes que se concilian en el sueño de un niño. Un niño que ha tocado el lomo de la carpa roja, y este pez no se ha quebrado removiendo el cieno del fondo. Se ha dejado tocar, se ha quedado quieto. Era esto más o menos lo que escribía en mi carta. Ya sé que no era importante esa belleza del mundo que se fragmenta en unas palabras inconexas. El hilo que las une se tensa demasiado y se rompe. Había que bajar-las al papel antes de que se esfumen, antes de que esas mismas palabras quemaran mis oídos con silencio y aire, o confusión de agua y fuego. Acaso eran palabras perdidas hace ya mucho tiempo, vagando por las cú-pulas fucsias y malvas de Nagasaki, o la luz nuclear del hospital de Calde donde le dan radio a una mu-jer de veinticinco años con la médula llena de oro. O luego esas briznas negras brillan un instante. Nunca

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Pan

Dieron patadas a un pan.Se pasaban unagran hogaza de pan.La rodaban como un balón.

Me puse el panen la orejay oí pájaros.El vientodel trigo.

Marzo

Lugo 23 de Marzo de 2011

Hierba de Marzodonde arde el último frío.

También yodespeinadoy vacilantecon mi heridallena de hierba.

La arrancopara aliviarde mi fuerzaal mundo.

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Unos ojos

Ojos cerradosal sol.Nunca he podidohablar conlos ojos cerrados.En los párpadosla incandescenciadel mundo.

Despacho de pan

Bollas de pan.La costrade un sueñoo un tiempo blando.

Hojas y polvo en el aire–algo muy leveque quieredejar el mundo–.

Solo te miras cuando te afeitas.Un rostro cada vez más puro.Como el del muñeco de pan que te comes.

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hierba. ¿Y no son esos herbazales del Arañuelo una especie de mar verde? Hierbas y aguas se mecen de la misma forma. El viento impulsa olas de hierba, olas verdes donde se bañan los muertos. Pastores de los pasos altos de montaña alrededor de las lumbres, a las que solían llamar estrellas de la hierba. Abrigados con las primeras lanas de las esquilas. ¿No parecían estos seres formas de nieve junto al fuego? Elementos de la incertidumbre, cosas destinadas al tiempo, algo que se quema para purificarse, o se derrite de manera más lenta que la nieve y apenas es frío. (Mundos parecidos al de las palabras, o al de estas frágiles palabras que se rompen en el suelo) ¿Qué querían decir? La sumer-gida las cantaba a solas, las cantaba en otras lenguas, oía su voz en mí, canciones que están en mí ya para siempre, era así como se liberaba del tiempo oscuro del mundo, o como una mariposa que nunca termina de caer, ya tocada por el frío. No he visto vuelo más caótico que el de esas mariposas al final del verano, el vuelo de la incertidumbre, o de esas frágiles alas de la vida. Debí dejar aquellas tierras altas hace muchos años, pues solo recuerdo lo esencial, olas de hierba en los grandes espacios. ¿Y cómo se hace una red, una

Saudade

Tras el agua parece haber nada, incluso las palabras que utilizamos para hablar con el espacio que ella ocu-pa, ¿no están demasiadas veces cargadas de grandilo-cuencia o de absoluto? Y estas querían flotar en el aire antes de desaparecer, como cuando se apaga una luz y por un momento todo se ve claramente. Despojarse más que agarrarse, tener su tiempo de ida y vuelta, como el perro al que lanzaba un guijarro negro. Cada vez intentaba lanzárselo más lejos con la esperanza de que no lo encontrara en la arena. Pero este perro siempre volvía con la piedra en la boca y me la dejaba junto a los pies. Si lanzaba el guijarro al agua, el perro se sumergía y lo encontraba, podía estar largo tiem-po sumergido, tanto como para pensar que se había ahogado en mí. Esas palabras con las que hablas con el agua vuelven a la tierra, o a esta playa de las Des-calzas, pero no para ser repetidas. Entran de nuevo en ti y desaparecen, como los sueños de mayo de los pastores del Alto Jerte, soñadores junto a las lumbres o ceniza de la luna en los ojos de los que no han dor-mido esperando la salida del sol. Ceniza que abona la

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dirías entonces, pero por eso mismo tu mirada se ha vuelto más justa y tus ojos se han limpiado de lo que había detrás, y tu voz no ha intentado la dominación y no se ha vuelto hacia el espacio hasta perderse en el infinito. ¿Y no es esta una fuente de luz y silencio? Estabas ahí sin esperar algo, contemplando las rotu-ras del mundo, lo irreparable. Estabas ahí sin esperar de las aguas la revelación, o la luz que al chocar en ella crea reflejos, múltiples reflejos de azul y verde que avivan los ojos, hasta hacer de la mirada un hogar cá-lido. ¿Y era así en todos los mares, en todas las orillas? Miraba de adentro afuera, y no al revés, no como se respira, de afuera adentro. ¿Y no era esto semejante a cuando se toca un instrumento de viento, primero coges aire, y ese aire que soplas provoca un bello so-nido? Música azul del mar. Su música era eso. Echar todo su silencio a la orilla. Solo en la orilla puedes oírla. ¿Y cómo algo tan inmenso y profundo puede estar hablándote a ti solo? Nos traspasan esas melo-días antes de perderse para siempre en el espacio, nos atraviesan dejándonos limpios. Entonces me digo. Hasta que no estés del todo vacío, hasta que de tus ojos no salga la luz que recibes, hasta que tus palabras enfermas sanen.

red para las palabras que todavía quedan limpias en el mundo? La oía cantar viejas canciones en inglés, o me hablaba en gallego para dulcificar mis heridas. La oía desde muy lejos, desde este mar de hierba del Alto Jerte. ¿Y esa red, cómo se hace? Hay que tensar una de las líneas e ir anudando a partir de ellas las otras líneas, o las grandes cosas tienden al azul, mon-tañas, mares, incluso el hielo profundo. Estos viejos hielos del Puerto del Rey guardan días azules. Pero ningún punto de comparación, ninguna manera de asemejarlos. Por un momento pensé que esta agua, este espacio inmenso de azul verdoso, podía ser un mar de hierba. (Los ojos están llenos de nudos, o este mar en el que los ojos se curan de las cosas)

Es el mar, y unas palabras anudadas poco pueden ha-cer para desatar la luz.

Espacio inundado. No hay otra cosa que un espacio de esperanza, o algo al que raras veces se le ha podido hablar desde la certidumbre.

Un espacio azul que acoge mal las palabras, que las sumerge o las desvía hacia los lados. Nada que decir

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para volver a ser silencio. ¿No carecía todo esto de música y era más bien un sonido azul en el aire? Lle-gaban estos sonidos de agua a mis pies, como invitán-dome a caminar por lo difícil, por los límites donde va dejando regalos muertos. No cojas nada del mar, era esto lo que oía. No cojas estrellas muertas. Y este espacio azul te obligaba a estar solo. ¿Es por eso que comencé a hablar en una lengua extraña?

Sonidos del mar en los límites del mar, en las ori-llas, en los acantilados, donde el mismo, para ser, se golpea, donde las aguas se revuelven hasta sacar del fondo esta mirada perdida en el mundo. También lo poco que dices lo dices desde tus límites buscando en las distancias aves y hombres. ¿No soplabas tu aire en tus manos ahuecadas para sacar sonidos profun-dos? ¿Sonidos para la celebración mas que de aviso, tu sonido, tu dispersión? Hasta que no estés vacío del todo no podrás darte la vuelta y volver a tu lugar de origen. Ya no te harán falta las palabras con las que se mendiga o se ofrece. Y sin embargo eran avisos, aire irrumpiendo en los huecos, saliendo y entrando de extraños espacios. Aire buscando a la sumergida, o agua buscando sus ojos. Pero no quería enfrentarme al mar como lo hace un pescador, o un hombre de fe, o un viajero del agua. Otra vez en las hierbas altas que se mecen donde no veo mas que pastores tomando una leche oscura en la noche. Viajeros del agua que atraviesan su propio silencio de arena. Solo tienen ese para llenar sus cajas vacías, arena y luz. Pero no quería enfrentarme al mar, a esa desposesión de las palabras, a esa especie de orfandad y silencio que se rompe solo

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en nuestros ojos llenos de anzuelos. ¿Cómo arrancar de nuestros ojos estos anzuelos de la nada y del vacío? O siguiendo ese rastro de caracol o película de baba. Una escritura natural, segregada como espacio más que como rastro. Y si no, estar quieto, mirar la mano. Apenas ya hay palabras para ti en el mundo. El cruji-do de esa piedra es el chasquido de mis nudillos.

Estelas

Escribo en una mesa bajo la higuera. En la luz, y la luz no permite que vea las palabras que escribo. Escribir a ciegas. Y entonces Digo, me faltó claridad, expre-sarlo todo de manera más clara. No lo puedo romper. Escribo para salvar a alguien una carta dirigida al po-der. Las palabras no querían chocar. Después queda el largo silencio de lo no escrito. Se desliza la oruga por el hilo de su boca. Sostenernos o caer nosotros de esa manera, con el hilo invisible de nuestras palabras al momento en el que se van disolviendo en un cua-derno siempre abierto. Una mosca en la hoja, la luz en la hoja, la sombra de un hombre en la hoja. Alam-bres donde el viento silba. No he silbado nunca así, con labios quemados por las palabras. Cuerdas voca-les donde silban mis antepasados. Voces a lo lejos de gente bañándose en un río. Voces de alegría a lo lejos. Si supieras lo que te dicen ya no serían voces lejanas. Estoy lejos de donde soy. Un reparador de espacios podría aquí hacer almas de mimbre y cardos negros. ¿Bailo ahí? No sé bailar, pero tengo que bailar, girar con un pez en la mano para echar la luz de mí. Rata de agua. Lo que deja estela es bueno. Cama de ani-males en el sembrado. Después se levanta la hierba

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Una mano extraña

Mano de otro.Incluso cuandoescribo con ellaes la de otro.No sé de quiénes mi mano.La miro y hace lo contrario de lo que le ordeno,y cuando escribova más rápido que yo.Escribe para alejarse de mí.

Sabinas

¿Qué otro árbol podría agarrarse de esa manera al sol y al viento? ¿Te has agarrado así alguna vez a la vida? O esas perchas de luz que se mecen en las higueras. Así, los nudos secos de mis palabras se desatan aquí por un tiempo, por la ciudad que se aleja lentamente, como una placa de memoria desgajada. Rotura natu-ral, implacable. Con todo eso nunca olvidaré dónde está. Llevo la llave de una puerta traída de la sierra. ¿Quién inventó entonces las ventanas, los ojos de las casas? Incluso cuando están vacías, ellas ven. El cris-tal se empaña rápidamente. Las palabras lo empañan todo. Así nos alzamos de puntillas para ver el paso del desfile, los pájaros que chillan o esas ascuas de espinas que remuevo para sacar las palabras entre la ceniza verde. Te quemas en el silencio de la raíz. No hay un nudo que desatar en mi garganta o unos ojos helados en el sol.

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Me es difícil entonces buscarme sin palabras que for-men huecos de vida, huecos oscuros donde meter el silencio. Esta línea o camino está pegada a la tierra y a veces se inunda. El aire es ese corredor invisi-ble que se sale de la línea, si al menos sonaran los huesos al caminar. Un camino bajo el agua, palabras y hierba. Ya no oigo más que en las paredes, y esas palabras de las paredes son ciegas, llenas de luz por dentro, como los ojos del ahogado, las más grandes aberturas al mundo, llenos de infinito, de raíces y es-pacio –No los cierres- Cuando se sumergió voló. Así lo vi. Volaba hacia el fondo, le costaba entrar en la muerte. Removía el fondo, el cieno, que es donde es-tán todas las palabras de amor. Removía las hierbas sumergidas hasta enturbiar el agua. Le costaba entrar en la muerte, como cuando te invitaban a ir a aquellas cuevas llamadas Bocas de la tierra. Pequeñas aberturas desdentadas por las que solo cabe un niño, cegadas por zarzas y matorrales, especie de barbas muy largas donde se escondían los pájaros y los hombres. ¿Has visto a un hombre barbado hablar? ¿De dónde salen esas palabras sino de frondosos matorrales? Entrába-mos en esas cuevas a las que llamaban Las bocas. Las

Espacios inundados

Lugo 28 de marzo 2011

Espacio inaudible, a veces lo he visto lleno de agua. Sobresalían los árboles, unas acacias y unos chopos, árboles de espinas, árboles encendidos con la luz de las raíces como velas que reciben al invierno. Hojas amarillas, pero de un amarillo más vivo que el de los sueños grises, un amarillo que se va apagando por la raíz a la vez que en mis ojos, hasta que terminan dur-miéndose de pie dentro del agua. Acacias y chopos. Jirones de aire en las espinas. Aire que atraviesa el espacio removiendo el silencio. Tampoco las palabras son llevadas o traídas por estas mujeres de aire que bailan en la hierba, o nadan aguas arriba en la su-perficie, erizándola o cambiando las imágenes como los reflectores de persiana. Las señales que emiten siempre en la noche, así habla la luz en la oscuridad. Árboles más bien de los caminos cercanos a la ciu-dad, espinas que sin embargo no hieren la mirada. Ese camino de tierra o línea de polvo aplastado en verano, donde el aire arranca de mí todas las palabras.

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Un puente

Tiembla un puente,como tútiemblay nunca se parte.Debemos temblarpara no rompernos.Ser más alláde nosotros.

palabras de un hombre con barba salen de otro lugar, y no exactamente de la boca. Diría entonces que se han liberado del hombre. Las bocas escondidas tras los matorrales. Allí cantan los pájaros su inmovilidad. Un rostro tomado por los matorrales. Lugares exca-vados en la arcilla. ¿Por qué esparzo tanto las palabras si apenas son mías? No era fácil quedarse en el fondo. Se agarraba a unas raíces para no ascender –No cierres esos ojos- Si al menos pudiera decir todo esto como es, no recularía hacia esos otros espacios a tientas. Pero no se me ha dado la posibilidad. Es demasiado frágil ese mundo de palabras. Cristales, a veces los cristales en el camino, o palabras rotas. No podría con ellas más que ir un poco más allá. Muy pronto me volve-rían a dejar por otros espacios más grandes y lumino-sos, donde nada pesa, y si se sostienen, es porque ni siquiera el polvo puede estar allí arriba mucho tiem-po, y el humo se va como un pensamiento demasiado pesado, pues le pertenece a las raíces. Estas palabras, para caer, deben ser más ligeras que el silencio.

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La fiesta

Unas palabras que ya no se cotizan, que no ascien-den una vez liberadas, o porque hay demasiada luz, o se cargan con más peso del que debieran asumir. De todos modos las he leído en la fiesta y la gente ha aplaudido. Sacar un papel doblado del bolsillo de la chaqueta, ahí están escritas. Unos renglones que ascienden. Pensé siempre que lo que escribimos o decimos debía ascender, aunque fuera ligeramente, y si fuera posible salirse del papel. Ascender, como la alegría más leve, no como el caracol o la babosa, que se deslizan dejando una marca amarilla, unas líneas de baba, de mucosidad cruzándose en los techos y en las paredes blancas. Palabras que van de una oscuri-dad a otra. Trazos lentos y sin origen. No es porque me haya puesto ahora un caracol en el brazo espe-rando que me recorra que digo esto. No era un buen ejemplo para lo que quería decir. Las palabras deben ascender, así es que no deberían encadenarse unas a otras, sino soltarse al momento para abrir el espacio. No deberían formar una pesada cadena. Cierro los ojos y me duelen los eslabones de nieve. Ellas mis-

Espacios

Hasta aquí la arena, ahora solo piedras cortantes. Para los pies las dos son malas en estos espacios pu-ros, rotos para siempre, donde la única hierba son las palabras. Ínfimo, de nuevo parco, pero no infeliz. (No podría así haber llegado al borde mismo de la nieve) Pero incluso esto está escrito para sobrevivir al hui-dizo, al extraño, que siempre a la espera de algo, tiene miedo a que la noche que nos hace visibles al mundo, se vaya para siempre. Mientras tanto graznidos tras ese muro. (Piedras mejor puestas que estas palabras) Detrás grandes árboles que llenan mis ojos de hojas y de ramas, de nidos secos con plumones que nunca volaron.

Oigo ahora tras los olivos las puertas del aire que se abren a las aves que retornan formando el ángulo muerto de la vida.

Chillan allí arriba como un fuelle para el sol.

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te o quedándose para siempre como pájaros de hilo que chillan. Leí algo más directo, pero esas palabras se sostenían mal, eran lombrices salidas de la tierra, perforadoras de los instantes, palabras oscuras ai-reando la cal o los montones de arena. ¿O no hacen eso estas lombrices un poco antes de que llueva, es-cribir palabras indecisas en la luz, o ese silencio de ramas en el que te dispersas demasiado?

Bajo mis pies hay dinosaurios, bordes de abismo, alas de hueso. ¿Qué soy entonces, el ujier de estos miste-rios, un hombre libre o una liebre borracha?

Otra vez puentes metálicos allí arriba sobre esas on-dulaciones de hierba peinada o sábanas, y al final ese paisaje donde ella baila con las raíces, una hondonada con árboles clavados, chopos boca abajo. ¿No será eso lo que se llevan mis ojos al corazón, un paisaje abierto por un río seco? Nunca se hizo el milagro. Durante muchos años lo esperaste. Qué queda entonces sino la gravilla blanca de los viejos caminos o ese retrato de mujer que has

mas dejan el mundo por un instante y no pesan. Allí arriba parece que hay puentes metálicos, las cabras de montaña los cruzan pero de una invisibilidad a otra. Era más fácil elevar metales que piedras, casi todo era más fácil que eso. Esos puentes metálicos más ligeros, que flotan en la alegría allí arriba. Hasta las palabras de amor pesan demasiado para esta mi-sión; hermosas, no hablan más que de la posesión. Son como las cometas de papel, solo el hilo es lo que las hace volar, estar en el aire. Roto el hilo caen en la turbulencia. Caen rompiéndose en la fiesta. Un hilo que une la ternura a la violencia del aire las hace estar allí arriba, a veces bailando, otras quietas. Pero no quise leer esto en la fiesta. Les hubiese parecido un texto demasiado disipado, efervescente; un hielo desaparece en el licor. Hay quien se mete piedras de hielo en la boca, caramelos del pasado. Bocas frías, eso hice antes de leer el texto ascendente, dejar pie-dras de hielo en las bocas de los comensales. Pero no leí esto. Tenían que ascender como cometas sin hilo, o si no cometas, algo parecido a las sábanas, algo muy blanco en el aire casi tan ligero como las nubes. Esas sábanas en el cielo descendiendo ligeramen-

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misma que la del día. Poco podía aportar a la luz, y mi sombra en la hierba era siempre mayor que yo. Me marché de la fiesta por las sombras de la noche.

Existía entonces un espacio para las palabras no co-rrompidas, donde estas establecían con la luz un rei-no invisible.

Pero a veces nos eran arrancadas de la boca con fuerza.

dibujado con carboncillos, un rostro blanco. Al menos tienes su maquillaje en los dedos. ¿Cuánto tiempo es-taría subiendo el hombre para traer las palabras ver-daderas al mundo? Y esos árboles quemados, ¿dónde tienen las bocas y las orejas? Solo veo nudos de silen-cio en la madera y muy arriba astros con víboras.

¿Si escucháis por las raíces las campanadas de hielo, no podríais escucharme a mí que ya no hablo? Pero esto no lo dije en la fiesta, sino otras cosas menos invisibles, que se libran de mí y me dejan más vacío y ligero que de costumbre. Esto lo notas bien al meter la mano en el agua, nunca dejas de ver la mano en el agua. Una mano sumergida en el agua; era así la escritura de la alegría, y la mano que escribía, al arras-trar las palabras, no era más que una mano sumergi-da o sometida al silencio del agua y la trasparencia, o como lágrimas de gusano mientras saca el hilo de su muerte. Toda mano escribe sumergida. ¿Y cuánto tiempo la tuve bajo el agua aún cuando esta estaba fría a principios de abril? Pero lo que quería decir no era esto, se trataba de algo más transparente, menos pesado, como manifestar una dicha, y esa dicha era la

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Palabras llenas de aire

Enfilada de árbolesmás recta que tú.Enfiladas de choposcada vez más largas.Su aire negro enlos huevos de los ángeles.Enfiladas de alisos junto al aguacomo mis lápices.

Sigues esas líneasque se van al airepara levantarlas palabras vacías.

El silencio del mundoengendra esta débil voz.

Cornamentas de calcio negro.

Si es que en este tiempoestán permitidaspalabras llenas de aire.

Abril seco

Talavera 21 de abril de 2011

El dolor se vacomo el aguade esos charcosde lluviasdonde se transparentael cielo.Ahora solo bachespara las ruedasde mi conciencia,o un riachuelo de…–tenemos esa palabrillapara los ríos muertosque llenan esos embalsesde agua para los ojos–.

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Tachado

A M. G., B. M., F. M. y E. V.

Lo que fue tachado para no ser aún se puede leer. Otra vez las escribo hasta que sanen –mientras se hace hielo en el congelador mi mano se quema en la nieve–. Frutos, ojos duros. De noche la lluvia quema mis oídos. Todo lo que escribo se secará.

Días de Herreruela

Velada, 22 de abril de 2011

El aireno tienedónde chocar.Ni tú dónde ir.

Es hermosovigilarlos espacios.

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La muerta

Una lumbre con las brasas aún calientes, un hilo de humo negro que se enhebra a la mirada pensativa, un hilo que desaparece para siempre en el mundo. ¿Si pudiera enmadejarlo, alargar hasta otro tiempo esa línea, o tejer simplemente algo más invisible que la voz que se pierde en el aire? Tejer con eso la tela para una tienda, para un cobijo leve, una tela blanca para envolver las hierbas azules del cielo. Muchas veces es-tuve ante las brasas de las últimas palabras, y cogí de alguna manera el hilo de humo antes de que el aire se lo llevara a las otras distancias, a los otros espacios de lo inaudible. Brasas de las que todavía se podrían sacar con un soplo unas tímidas llamas azules, o vio-letas, como esos crocus del color de la santidad que aparecen en las tierras pobres y frías de los altos de Navamorcuende hacia noviembre. Llamas del color de los crocus. Crocus que encerraba en la juventud entre las páginas de los libros. Así todavía en este li-bro en el que esta reunida la correspondencia entre W. Benjamín y Gershom Sholem, páginas que aplastan los crocus, los collares de crocus, para marcar el fin

Días de Herreruela I

Tren nocturno a Lisboapara quien se quedaen Cáceres.

La helada quemaestas palabrasduras para resistirel silenciode los cristales que se formanen los labios.

Estas alas,cuando se abran,ya sabes…

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gales, en sus largas composiciones al sol y a la luz, en sus elegías. Poetas más valientes que yo y más útiles al mundo. Así ellos llevaban sus corderos místicos por la nieve hacia un mundo más invisible y hacia esos otros espacios silenciosos donde el eco de las campa-nas se pierde para siempre en la luz. Así sus palabras giraban más deprisa, se iban más lejos y tardaban más en desaparecer. No como estas palabras deterioradas por este tiempo, que no saben a dónde van y se han vaciado ante estas pobres brasas. Aún unas débiles llamas azules donde encender un cigarrillo o quemar un manojo de paja. No pude acompañarla hasta las puertas del aire. Desde allí se decía adiós al mundo, y era por esas puertas por donde entra la alegría. Un lugar de paso como los puertos del Emperador donde los viajeros se despiden para siempre.

Llamas azules y violetas del final, muy débiles para esta intemperie, incluso el aire que entra en las ma-nos de los nadadores o en los árboles para agitar la conciencia, o ese otro aire que cura el miedo de los ojos, aires que apagarían estas llamas violetas y azules de sus ojos, o estas últimas palabras del fuego. No

de la barbarie en el mundo. ¿Y de qué otras palabras finales podríamos hablar ante un ejemplar del Sohar, palabras que sanan el mundo y nos llevan a un mar de aire? ¿De qué otro color podrían ser las llamas de lo que se apaga, de lo que se consume para siempre? He intentado buscar otro color para lo que nos deja, un color que no saliera de la combustión de estos brezos, de estos nudos de olivo, de estas hierbas secas de los puertos de la Fuenfría que se recogen al final del ve-rano para prender los leños de sabina y encina en los refugios de montaña del Puerto del rey. Un color para mi silencio y para mis palabras, un color que pudie-ra acompañar a la que se va nadando hacia los otros espacios y distancias de la tierra, y unas llamas quizás verdes, de un verde que se asemeja al de los cabellos de los ríos ¿Y de qué color eran entonces esas llamas finales en los ojos de la que cantaba en la oscuridad? Creí verla por un momento en las llamas azules que se habían avivado por una ráfaga de alegría, y así in-tenté coger el hilo de humo azul que salía de sus ojos antes de que nos abandonase para siempre. Si hubiera podido enmadejarlo a mi corazón enfermo. Pero era así como hablaban los poetas antiguos, en sus madri-

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Todavía esas brasas que reúno para que resistan unas sobre otras como palabras muy juntas que se traban para no ser esparcidas más allá de la luz.

pude cerrar las puertas del aire, subir antes que ella para cerrarlas. Entonces llamaré flores del frío a estos crocus que ahora saco de mis libros, así encontré lo si-guiente, “Querido Gerschom, he considerado aconsejable evitar todo lo personal en la carta adjunta para así hacer-la publicable”. Flores del frío, y sin embargo nacían de un calor extraño. El calor de la muerte entonces. ¿Y era ella todavía la que hablaba desde las puertas del aire dentro de su sonrisa para protegerse del aire del mundo? No vi más que crocus en sus ojos, y palabras invisibles en su boca. Esto contemplaba en las brasas, o no solo brasas, sino los bosques tupidos de su tierra natal, el agua de sus manos, y cuando esto se hacía invisible aparecían débiles llamas quemando su aire, y así esos paisajes que ella quería alterar o donar a los espíritus aún no envilecidos. ¿Y pude salvarla? No se me dio esa misión, solo el hilo de humo con el que atar estas pobres palabras al manzano de San Fiz. Tal vez esa luz cerrada en la boca que se resiste a morir, como las palabras de los salvoconductos. Las únicas que salvan a las palabras de sí mismas, que no se alte-ran antes de vaciar de luz la muerte.

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Tajo

A Ángel Luis Luján y Rafael Escobar

Este río lentode aguas negrasen la tierra extraña.

Río en el que río.Marcas de aguaen las piedraso líneas de esperanza.En los niveles más bajos,la señal más oscura.Los ojos podridos en eso,en el agua estancadallenos de ti mismo.

En estas líneas gruesas,estas mismas palabrasque marcan tu vida.

Alamedas de León Tras los campos de lúpulo alamedas.Nieve de las alamedas,pelusas en el cieloy en mi boca.(Las ciudades rotas por dentro,como un cuerpo hebreo)En ellas cae la nieve de las alamedasde esta esfera de cristalde Nürnberg que remuevela nieve de mi conciencia.

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Camino de Herreruela

Camino de arenay guijarrosperdiéndoseen una extensa llanura,donde las lluviasde inviernosumergen los pasos,o los poemas brevespor donde de verdadha pasado la vida.

Días de Talavera

Folio donde escribo, tras unos muros también blan-cos. (Donde acaso se pierden las palabras que estaban más cerca, las que podían iluminar la nada) ¿Había hierba allí, un espacio donde buscar unos huesos o una monedas? Pero tras el muro gira la ciudad, sus palabras giran, sus miedos y oscuridades, sus grúas, y gira el agua hacia el vacío. Los coches por el cielo oscuro, o los niños alrededor de la piscina. Si miro a media altura veo los vasos de plata en el aire, las sábanas y las sillas. Nunca izé una bandera. Nunca la izaré. Izar casi de raíz. ¿No es una palabra corta que se riza? Nunca doblé o extendí la bandera sobre la hier-ba. Ahora esas aguas sucias de leche de los desagües, y chopos caídos que cortan el camino.

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Covilha

A José Antonio Bonilla

Breve lugar de paso.Apenas dos díasdonde tendrásque repasar toda tu vida.

Un sorbo corto al vaso.Lo tapas con la manopara que el agua no oiga lo que le dices al techo.

A veces bebo de un charco,de una ilusión. Al final de esas peligrosas carreterasde la lentitud, enfiladas de plátanos –carreteras que van de un tiempo a otro–,el lado oscuro de la luna,pared invisible tras el muro.

Me doy la vuelta para siempre.

Vela

Vela de llama tranquila.Un poquito de calorpara las manos fríasy luz a los ojos perdidos.Esta es la más simplevisión que puede tener el hombre.Cuántas veces te prendo para desprenderme.Casi todo se quema en la llama,y estas líneas casi invisibles.Casi…O en esas aguas suciasmi timidez solar,mi rostro oscuro.

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Radiales

Colliure 7 de junio de 2010

La radial corta mármol.El oído sangra.Colliure significaabertura libre.Cae al mar la tromba,el plomo líquidode la tormenta.y flota la corchadel alcornoquede tus ojos.

Tú flotas,flotan las flores.Lo que se hunde reflota.Las palabrasy los peces.

Álamo en el aire

Es la alegría quellega despacio–pasos hacia la luz del herido–.

La nieve siempre cae,y caela luz sin peso.

La alegría sube.¿Vas con ella,con lo que subepara no volver?

Álamo sin corteza en el aire,y mis palabras girandoen torno a él.

Agarrado al álamoen el aire.

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el mundo, un cuaderno que nunca se cierra) Entre muerte y sueño un momento vacío, una última alu-cinación, o una campana de hielo que brilla en los bosques de Bosende. Nieve, he hecho de esta palabra un hilo, y lo he tensado. Si se rompiera que Walser oiga el chasquido. Si se rompiera que lo oigan los su-mergidos. Así una a una las luces de la ciudad se apa-gaban. Algunas ventanas quedaban iluminadas hasta bien entrada la noche. Casi siempre eran las mismas ventanas. Sonidos vacíos de la noche, de lo que se rompe, como cuando cruje una rama por exceso de fuerza del árbol, o el hielo que desciende hasta estos labios quemados por la palabras. Sonidos metálicos, respiraciones del infinito, o campanadas que lanzan a los dormidos al aire. Ni siquiera el ruido de un río, un río del que oyéramos su caída en los sueños de cada cual, o el agua rompiéndose en la frente de la dormi-da. Un río que se rompe en el aire y cae. Pero pocas eran ya las luces que resistían en la noche. Unas pocas ventanas muy separadas unas de otras. Al final solo una ventana quedaba encendida. (Si se apagase allí a lo lejos), y no quedaban otras ligeramente iluminadas por el vaho del insomnio. Solo esa ventana, como una

Las ventanas

Se apagan las luces de la ciudad. Algunas ventanas quedan iluminadas hasta bien entrada la noche. Casi siempre eran las mismas ventanas. Algunas a gran altura en puertas azules a las que se accede por es-caleras de cristal. Otras de estas ventanas encendidas pertenecen a humildes viviendas deterioradas por la lluvia y el sol. Habría sido difícil hacer un coro de todo eso. Juntar las luces. ¿No habrían entonado to-das estas luces, o ventanas un himno al silencio, o acaso se habrían trenzado para elevarse como una cuerda de cantos hacia una iluminación de voces cansadas? Voces que nunca se oyen, a no ser que un grito las invoque. Solo había que estar en la ventana mirando caer la nieve nocturna, y como poco a poco esas luces resistentes se apagaban según la noche iba avanzado. Un líquido oscuro arrastrando estrellas y palabras. Sonidos vacíos de cosas que estallan por sí solas, o a esas horas los pasos del viajero ya dejando las primeras huellas en la nieve. ¿No se durmió de esa manera Robert Walser en la nieve de las afue-ras? En una gran hoja de nieve. (Si fuera un cuaderno

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Antes de la tormenta

Pradera llena de bostas, y ahora palabras puras contra la pureza. Se diría que la belleza tiene que ver con el hedor del caballo muerto en el cauce seco. Me des-pertaba esta mañana con el brazo dormido, y la len-gua dormida. Ahora las cornejas se dirigen hacia el sol. ¿Nos caerá su ceniza en la cabeza? También los excrementos de un ángel. Hacía sonar la carraca para no oír a las cornejas. Si atravesé estos días esta llanura con la carraca fue para no oír a las cornejas. Ahora se forma la tormenta, el aire caliente asciende. Los pájaros en mi vértigo. Al fondo tempestades de polvo y los destellos húmedos de las palomas en la carroña. Se diría que la belleza tiene que ver con esto.

esperanza, o una durmiente que se ha quedado sola en la noche y por miedo ha dejado la luz encendida. Ahora duerme bajo un suave sonido de remos en el agua. ¿Y sería esa la luz que me guiaría en noches su-cesivas? Casi siempre era esa ventana iluminada. La ventana de la resistente o de la miedosa. Ya una única luz, una sola ventana encendida.

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Días de Herreruela II

Cada palabra es un nudode misericordia quese cierra sobre sí mismo.

Se levanta polvo dondehubo nieve y las nubesque suben llenas de luznunca pesan como las penas del agua.

O estas gramas de aireque se agarrana esta voz,seca y dulcecomo el sabor de los yerbajos.

Nieve

Oscuridad y nieve.Veo ese blanco en esta oscuridad.

¿Me recordarála nieve toda su vida?Nunca la he pisado.

¿Me recordaráhacia delanteen todos mis pasosperdidos por el mundo?

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Mariposas

De nocheestas débiles llamasde mariposasde aceite y aguarecuerdana los que no están.En el cielo esasvelas encendidaso luciérnagasprehistóricaspor nosotros.

Nubes

Nubes como vellones de ovejassobre San Fizantes de serhiladas al destino.Cambiantesguardanel silenciode la tierra.

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Olas

Contar olashasta queya no tenga sentidocontarlas.¿Para quélas contabas?Para ser ellasy no ser en mí.

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HACER HIELO

En el aire, allí se queda tu raíz, allí en el aire, donde se aglomera lo terrestre, terroso, aliento y barro.

Paul Celan

He dado al arte deseos y sensaciones, entrevistos rostros y líneas, deseos no cumplidos, la borrosa memoria. Dejad que a él me entregue. Es él quien da forma a la belleza.

Kostantino Kavafis

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Lance

Seca la picaday bellala tensión del sedal.

Viviría así toda la vida,con esa tensión finaen la mano.La muerte tira así de nosotros.No quiere que se rompael sedal de la vida.

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En los aires

Vente me dice el aire.¿Y cómo voy a irme con lo que no veo?Una bola de agua y luz.¿Cómo voy a romperlacontra mi ojo?Todo el día en el aireese pájaro invisible.¿De dónde sacará la energíasi no de la muerte?

Higuera

Jaraíz 8 de septiembre de 2002

Esta higuera se retuerce más que yo.Es una manera de ser mejor.Retorcerse para ser recto.De niño maté pájaros.Se puede matar muchas veces pájarosy luego amar muchas veces.Maté cientos de pájaros.Que la nube me mate.Galayas de aguadesde la ventana.Secos otros días ya distantes.De ellos vengo.Estas galayasson para los días secosde donde vengo.

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En una ciudad perdida

Heidelberg 21 de diciembre de 2007

En una mesa había una taza de café y un vaso de agua. El vagabundo se bebió despacio la taza de café como si diera sorbos a la oscuridad y dejó intacto el vaso de agua. Estuvo después largo tiempo mirando el vaso de agua, die lichtdurchlässigkeit o la transparen-cia. Así habíamos traducido esta palabra tan larga an-tes de olvidarla para siempre. Necesitábamos traducir toda la luz posible. Solo él pensó que estas dos tras-parencias significaban realmente lo mismo. Esas dos palabras podrían ir hacia el mismo lugar, pero venir de espacios muy alejados. Yo no lo creo, no significan ahora lo mismo, pero acaso lleven al mismo lugar, al mismo origen de la luz. Al menos yo sí le habría dado un sorbo al vaso, o habría derramado el agua de ese vaso en la luz. Licht durch, a través de la luz como una posibilidad de vida. Un vaso de agua, si se lo bebía se bebía la transparencia, esa idea feliz de sí mismo, la que tanto costaba conquistar. Transparencia es si-lencio, al menos lo concita, al menos se daban tantas

El grito

Coimbra a 22 de diciembre de 1989: ha muerto Beckett. Con su obra lúcida, esperanza esculpida en el rostro.

Miguel Torga

Coimbra 17 de julio de 2006

El grito de Munch es un grito de luz.La boca oscura nunca se cierra.Él inyecta agua o leche en los párpados. El grito gira en su silencio, en el desagüe el sol. El único dios que he visto es el huracán. Mientras cuece agua afuera hay nieve. Suyas son las huellas que llegan hasta la casa.Enhebra el hilo, pero un día el rostroya no podrá enhebrarlo.Si clavarse la aguja para seguir viendo lo imposible. Agudizar. Elegir el sitio del dolor. En vez de un poema liberador, un poema a secas.

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dero. Se trataba de otra cosa, como cuando suenan las campanas y los pájaros estallan en el cielo. Solo hubiera dicho transparencia. Creo que pervivirá en el vagabundo esa palabra, y que será escrita muchas veces. La única que le salía de muy dentro, como el vaho de los animales los días más fríos. ¿Terminaría acaso empañándolo todo con esa palabra tan difícil de pronunciar en nuestra lengua? Al menos si hu-biéramos estado a las afueras de la ciudad, a pesar de este mundo anegado de miseria y soledad habríamos visto esas lumbres en el cielo, esas brasas incandes-centes de Santa Lucía esparcidas por el infinito y que se asemejan a una médula de vaca rota en un millón de pedazos.

La médula de la luz, una vaca a la que le arden los ojos, o un leño que arda más despacio que la vida.

Sombras por debajo de la nieve.Rescoldos de San Saturio sobre los que bailar para purificarse al principio del solsticio. Solo que el agorero, el frágil y el escurridizo nos decían a la vez “lichtdurchlässigkeit”. Pero nada era transparente, es-

veces en unión. Pero algo se había roto en el mundo para siempre, y el vaso de agua lo simbolizaba, y lo que contenía la alegría se había derramado en el mundo como un líquido. Eso era irreparable, pero también inexplicable. El vagabundo había visto a los pájaros volver a los árboles al caer el sol y se había adentrado por esa parte de la ciudad vieja de Heidelberg. Había cruzado el Neckar por el puente de Carlos Teodoro dejando atrás las alturas del Philosophenweg. El vaga-bundo llevaba los bolsillos del abrigo llenos de cas-tañas. Con las manos frías pelaba una. Por un mo-mento contempló el vasto espacio que había dejado atrás durante su vida y aunque no era exactamente un espacio devastado, acaso ya no se podía volver por él a lugar alguno. Los pasos cerraban lo andado. El vagabundo no tocó el vaso de agua, ni dio sor-bo alguno. Masticaba dentro de su boca la palabra Lichtdurchlässigkeit hasta que la boca se le llenó de pulpa de castaña. No le gustaba esa ciudad a donde le había llevado el aire, pero no sabía expresar la razón de eso. No hubiera sido difícil hacerlo con palabras, y él sabía jugar con ellas. Pero se trataba de decir algo más hondo, más transparente, al menos más verda-

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Lumbre en la arena

De niño subía arena a casa.Esa arena, esa niñezson ya lo mismo.Solo arena,y esa arena no cae,no se hunde, no pesa,no desaparece.

En verano bajaban de la montañahombres cargados de nievey la vendían.¿Qué es que no es?El leño arde despacio para no quemarse.Concentra la luz sobre sí mismo.De niño me oscurecí así,viéndolo quemarse.

Siempre el mismo leño,la misma encina.

tábamos descreídos y habíamos perdido la inocencia, y nuestra escritura era ahora más que nunca solo una escritura medicinal, y no pretendía nada más que cu-rarnos de los días oscuros del mundo.

Tendí una escalera del corazón a la cabeza para ir yo mismo en equilibrio constante para al fin poder ca-minar por los techos. ¿Me sostendría bocabajo?

Que abrir no signifique cerrar. Solo una médula de vaca en el cielo a la que le arden los ojos.

El viento pulía el rostro del vagabundo hasta dejar-lo como una máscara azul. No había lobos aullando cerca a los que hacerles la segunda voz, y nuestra con-versación se hacía cada vez más débil e insustancial, solo sombras por debajo de la nieve. Fue entonces cuando el vagabundo dio un sorbo al vaso de agua y dijo, “¿Heidelberg?”

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Port Bou

Colliure 16 de abril de 2008

Llegué en tren y me iré en tren. En la cafetería de la estación el pan y los dulces alemanes se hinchan en el horno, el hombre que barre las palabras no habla, o esa poesía más humana contra la barbarie de los kamikaces que escribían sus haikus en papel de arroz. Canta la perdiz, la primadona en los ríos secos de los hombres muertos. El mapa de la nada está lleno de estos ríos. Flotan los huesos de pájaro en el agua. Asolar, tirar esa palabra al mar. Tirarlas todas al mar. Devolvérselas a Dios. Isaías 20, me acuerdo de ese fragmento, o “Cuando voy a recoger su cosecha, orá-culo del señor. No hay racimos en la vid, ni higos en la higuera” Jr 4 5; 14 19; Nm 21 6; Jn 3 14-15. Pa-labras que aún hoy ofrecen una especie de esperanza después del incendio. Se hinchan como globos o el vidrio lleno de burbujas, esas palabras atrapadas en el cristal. Te alejas de las palabras podridas, de las bo-cas negras, y de las torticeras almendras amargas que mastica una raíz negruzca. Hay un hilo de gusano. Un infinito hilo que sale de la boca del gobernador civil. Tiran de él hasta destejer al hombre

Noviembre

Jaraíz de la Vera 4 de noviembre de 2008

Crujen tus pasos,y tras los tuyoslos de tus muertos.Y delante de los tuyoslos de tus muertos.Granos de hielo siembran.Lanzados al cielopara siempre.

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Almadraba

Tánger 9 de enero de 2009

El sol, mi primer poema.Allí se tocan cabezas.Acarician cabezasunas manos muy pequeñas.Nadie piensa malmientras le tocan la cabeza.No sé quién es buenoy quién es malo.Quien nada lo hace de noche.Me descalzaré.Iré con la almadraba.Con los hombres quecaminan sobre el agua.

Tánger 1998

Se oyen toses.La sangre del cuadernocayó de la nariz.Escribí con ella la palabra luz.Un subastador de lonjacon las manos llenas de escamasescribe mi nombre en una tarjeta.En las calles se forman corrosde hombres buenosy de hombres malos.Hay ingleses que veníandel final de la tierra.Dejé piedras sobre las tumbasde los toledanos.La niña ciegaque abría el portón del cementeriome pedía dinero.

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Historias del agua

Zújar. El nombre de ese río. ¿Quién pone esos nom-bres al agua sino el aire? Sujayra o pena muy gran- de. Ahora esas aguas estancadas o palabras en el agua estancada. Grandes extensiones de agua que me inmovilizan y en las que nunca adivinas la pro-fundidad. Tampoco escrutas los sueños que se que- daron allí sumergidos para siempre. Memoria ahogada bajo el aire azul, o allí, en el Tiétar hace mu-chos años, mi padre y yo desnudos a la orilla del río. Todavía no sabía nadar. Mi padre me tiraba al agua y me decía nada. Me gustaba el agua, mirar el agua, lo que hacía el agua en las cosas y en los rostros. El agua se lleva las palabras y a la vez las trae. Corrien-tes de aire remontan la vida, sedales iluminados en el aire. Estos hilos de luz se rompen fácilmente al mí-nimo tirón. ¿Y no es eso la memoria ahora, un sedal que se ilumina en el aire y frágil se rompe en nuestros dedos?

Una tierra en el aire y agua. Me gustaba el agua, lo que decía, lo que me traía, lo que me ocultaba.

Frutos

Jaraíz 22 de febrero de 2010

Gracias nada, débil luz.Árbol enclenqueque resistías sin tener que hacerlocomo el agua de lluvia en la lata.Árbol desnudo.Sin él no podría hablar de mí.Lo he mirado mucho para no ser.El frutal me da ahora leña.Dadle vuestro miedo.Lo que tiembla.Vuestro fruto.Pero tú di algo nuevo,escribe algo nuevo.Estuve lejos, no sé dónde.Un árbol se quema en la lejaníade estas sierras espeluznantesdonde cuesta caminar y escribir.

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Me tiraba al agua y decía, nada.

Campanas sumergidas en las aguas verdes o tierra en el aire. O tal vez ilusiones de agua como frutas sin sabor.

Y ellos, los nadadores en el aire. Todos estaban ahí abajo hablándome, pero simplemente no los veía.

Aguas verdes detenidas, como estas palabras que no avanzan. ¿Y qué podría haberles dicho a esos nadado-res después de tanto tiempo? Había un hombre que rompía las nubes. Las rompía en verano antes de que descargaran sobre los campos de algodón. Un hom-bre que miraba el fondo de los pozos como si mirara el mundo por dentro. Sujayra, repito esa palabra en este tiempo deformado de líneas invisibles cruzándo-se en los espacios cada vez más grandes.

Espacios donde se forman tolveras de polvo, remoli-nos al final del verano que se mueven como bailarinas hacia el sol. Esas tolveras avanzan girando y parecen

Mi padre me arrojaba al agua y me decía nada. Aguas verdes con rostros esclarecidos. Bocas de antepasados hablando en la noche. Unas luces o unos rostros que ya no recuerdo.

Tiétar o Zújar. Solo una tierra en el aire y agua. Una pena muy grande, Sujayra.

De no ser por estas fotografías de nieve que guardo en una maleta como un tiempo sumergido, mi me-moria sería más transparente, más lúcida. Fotografías que han roto el tiempo y no ayudan a cruzar esta os-curidad, esos hilos o sedales que formarían una red de luz para salvaguardar la memoria. ¿Podría ahora bailar abrazado a ese remolino de aire que se forma en las puertas del mundo? Lo que digo es solo polvo. Palabras escritas con lápiz al pie de las fotografías. Pa-labras muy frágiles que posiblemente se vayan un día por sí solas. ¿Pero qué puedo oír allí abajo? Veo salir de sus bocas palabras, pero no las oigo. Piedras sin ojos y bocas. Si me acerco a una de ella y pego la oreja ¿me hablarán esas mujeres sin rostro bajo el agua?

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Habitación de hospital

Plasencia 28 de febrero de 2010

Se muere boca arriba.En los techos nieve sin pisar.El único copo va al ojo.Es más hermoso ver nevar,la lluvia solo emociona.

Ella canta en un lugar vacío,recién pintado.No se puede fumar,no se puede hablar,no se puede comer,no se puede silbar.Ella canta ahí después de comerte,de fumarte, de cantarte.No se puede silbaren esa habitación blancaque da al mar.

que vienen hacia ti si te quedas quieto. Y al final un canto. Un hilo que se tensa entre nosotros y el cielo. Sujayra.

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Poder

Una miliaria calandrase va volando en zigzaghacia la muerte.

Él se fue pisando un sembrado de luciérnagas y arrojó al cielopuñados de moscas.

Las nubes van donde voy.No se mueven. Les doy mi silencioy me entregan el suyo.

El que huye tras las huellas en la nievelleva el sol en sus ojoscomo un depósito de ceniza.

Poder, lo que se entiende por eso,solo lo tuvecuando agarré un paloy lo tiré al agua.

Piedra

Piedra pulida de un lecho.Una entre miles.Chocar hasta que se pulan las palabras.Fue al azar, la piedra que cogí era yo.¿O espinas dorsales de ángeles prehistóricos?Cada vez más arriba el pájaro de la vida.Si era blanco en la lejanía,como un punto negroahora otra cosa más invisible.Cuando te pierdas en el cielo-pájaro de la vida-mota en mi ojo.

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La ventana

A Hannah Curiel Piñeiro

Me fui a la ventana,me desnudé, tiré el cigarroy lo apagué con la planta del pie.Nadaba mi vieja mujeren el pantano.Se adentraba hacia el centroy saludaba.De las horas que pudieraestar en el aguaesta vieja nadadorahe habladotoda mi vida.En las fotografíassiempre está de espaldas.

Criba

Criba arenahasta que aparezca la lágrima.

Me alimentode visones breves.Cucharadas de vino.

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Montañas

Ven dicen, siempre han debido decir eso.Los que se van, ese instante.Se pierden en la luzy luego la luz en nosotros.Me hice viejo de prontoy quise seguir al día.Irme del mundo por mí mismoy dejar los ojos aquí–se llenan de hierba y pobreza–.Volver a por los zapatos.Sacar la sal de ellosy limpiarlos con hierba.Parece un buen sitio para escribiry dejarse el pelo largo…

Unos ya se habían quemadoel rostro con la lumbre,otros directamente con el sol.

Hacer hielo

Die Samens.¿Schuppe?Descamar.Pop Corn!También a mano escribimoscada vez más deprisa.En mi mano una lombriz partida se retuerce.Una palabra alemanaque querría decirlotodo de sí mismasolo con las letras.Visca die Schnee!Y aunque los sabañones picanal calor, a veces es más antiguoel dolor que el verano,lo nuevo que lo viejo.

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Las cosas absorben el tiempo, y después el tiempo se come las cosas más blandas. Gotas o perlas del frío en las osamentas del Jarramplas. Arden un instante y se convierten después en hielo.

Niebla y nieve, las dos palabras de los salvoconductos. Podría decirlas en voz alta tras un mar de sábanas. Un hombre revuelto en ellas se agita e intenta salir de la niebla, del interior de la luz. Intenta solo salir de sí mismo.

Jarramplas, de nuevo he vuelto a oír esa palabra. Se-millas en los ojos para atravesar esta niebla, o acaso un remolino de nieve en esas alturas del Piornal, o un caballo quemándose la cola de las aguas que caen hacia los cursos del Jerte y del Tiétar. Piornal. Uno mira hacia las dos vertientes largo rato, como si eso fuera parte de una sanación o una manera de respirar muy leve hasta vaciarse. El silencio de uno mismo, contenido dentro de los pulmones y la cabeza como un gas venenoso que se va liberando y se expande hasta formar parte de esos espacios. Un único silencio el tuyo y el del mundo que aquí se recoge. Si pudieras hablar allí arriba, no dirías gran cosa. Estoy cansado,

Mañana de San Sebastián

Jaraíz 20 de enero 2011

Jarramplas, siempre oí esta palabra en casa. Jarramplas, o un monstruo de niebla. Niebla, y para conseguir es-capar de ella, subí a lugares más altos. Niebla que en el teatro antiguo habrían recreado con sábanas muy finas y hombres desnudos revolviéndose dentro de ellas. Hombres atrapados en ese blanco. Costaría es-capar de esas telas, pero qué palabras directas al sol, solo palabras buscando la luz. Movimientos deses-perados del hombre por quitarse de encima ese peso leve, esas envolturas del frío y la nostalgia. Para pare-cerme a ellos me habría vendado los ojos con gasas no muy apretadas, así las palabras de unos guiarían a los otros en la niebla mientras buscábamos al Jarramplas. Un Jarramplas hundido en la nieve que había caído durante toda la noche. Los ojos quemados ante el paso del gamo, o una aparición en la misma desapa-rición. Niebla.

Es esto entonces lo que hace de los ojos las raíces del cuerpo.

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que ahora forman un arco de luz y oscuridad. Días verticales y entonces pones la mano en el sol y dices el salvoconducto. Semillas en los ojos para travesar esta niebla como si fuera posible estar unos segundos mirando fijamente el sol.

Nieve y las huellas del Jarramplas ladera arriba. ¿No era esto más que el deseo infantil de subir a las mon-tañas para mirar el mundo y decir desde esas alturas que he vivido en el tiempo de la extinción de la nieve? Sin embargo este frío, o esta llama de frío luminoso en estas manos frías, solo erizos invisibles guardan-do el pulso de algo más alejado y frágil que nuestras propias vidas, o estas alfombras sombrías de nieve a los pies de los castaños. Cada vez había que subir a mayor altura a buscar la nieve. A otros lugares y espa-cios inaccesibles todavía para las palabras. Al menos nadie había hablado jamás en voz alta en aquellos pi-cos y macizos del Guijo, en esos pasos de montaña poco transitados más que por los hombres de vien-to, y nadie allí había corrompido el aire con su voz. ¿No era allí arriba donde el hombre acude a depositar su locura? Y en mitad de la nieve una voz, una voz que podría restituir las otras voces perdidas en el mundo.

soy poco y he venido aquí a curarme de mí mismo. En ese momento el silencio del mundo entra en ti, y torpes tus palabras se cruzan como dos corrientes de agua que terminan formando remolinos. Solo allí arriba has tenido esas sensaciones. No se trata de grandes alturas que te anulen, o te aplasten al estar tan cerca del cielo. La mirada no desciende por estas laderas con vértigo, o se apresura en buscar un punto en el aire en el que poder retornar a ti. No es eso. Allí arriba solo se oye el tambor del Jarramplas.

Se oyen los latidos del invierno, latidos acaso más acelerados, menos acompasados que los tuyos, pero que acaso marquen. El tamboril de un corazón roto. Eso anuncia el Jarramplas con su tambor. Más luz, días largos. La taquicardia del mundo, y aunque lleva un ritmo, este es demasiado acelerado. Es el ritmo del mal en el frío y la luz después de la nevada de la pasada noche. Solo se me ocurrían esas dos palabras ahora. Frío y luz.

Un salvoconducto que las incluyera. Unas palabras con la que poder pasar al otro día. No las olvidaría nunca, pues podrían servir para cruzar el último um-bral, las cancelas de hielo del Paso del emperador. Días

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siquiera podría haber sido el Jarramplas golpeando con el cuerno de la cabra el tamboril. Haber lleva-do otro ritmo. Pero acaso esto era solo un ejercicio, una necesidad de movimiento, de llevar las palabras a donde no querían ir. Mientras tanto levantaba la cabeza para ver el mundo.

¿De qué hubiera servido allí arriba un discurso o una plegaria? Toda voz se habría roto contra las piedras. Y el sol a la espalda como una carga de paja, o de otra cosa que pudiera arder fácilmente sin dejar apenas ceniza. Una carga de algo liviano. Diría entonces que me he cargado de luz, como el corazón del mundo en el tambor del Jarramplas.

Me disipé, simplemente se disipó todo lo que era.

Preferí morir de frío.

Más que unas huellas en el barro, unas huellas poco profundas en la nieve, donde ya se atisba el barro. ¿No se parecía esto al momento en el que cubrimos con sábanas los muebles de la casa que vamos a dejar des-habitada mucho tiempo? De ese modo todo quedaba a salvo del polvo, o de cualquier ruido o sonido lim-pio. Así la fuerza del silencio y la tensión del mundo. ¿Y qué le hubiera deseado al ladrón sino la paz y unas semillas con las que poder sembrar de nuevo su vida?

Un ladrón ciego al que hubiéramos exigido el salvo-conducto para poder pasar a la casa.

¿Era yo el más indicado para ser allí arriba el campa-nero, el pastor o el zahorí? ¿Era yo el dueño del eco?

Nieve que cruje bajo mis pasos hasta convertirse en raíces de niebla.

Todo lo que podía hacer allí arriba era mirar sin forzar, hablar sin decir, escribir sin resolver. No tenía fuerzas más que para mí mismo, y mis ojos ya no buscaban, solo guardaban espacios de nieve tras los muros. Ni

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Tiétar

Talavera 26 de agosto de 2011

Estrellas del verano en el río quietocomo remaches del infinito.Me descalzo y miro los zapatos.He estado en las botas,inflexibles amigasque no querían bailar,ser más que yo, llevarme a la luz.Duras la una con la otra.Estos cinco dedos son los otros ríos en los que fui feliz.Por la línea de mi vida serpenteo.Estas aguas buscan los plieguesque encaucen mi vidaa estas arrugas de la edad.(Estrías de conchas,anillos de los troncos,líneas de eternidad)Nuestros poemassolo son estelas de lanchas.

Mesa

Quisiera bendecir una mesa vacía,esta piedra en la mesa.Pero estoy dentrode un pany no puedo comermea mí mismo.

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para el arte del agua? Y el sonido de tijeras todo el día y tantos pájaros para un coro silvestre. No, más bien me refería a una escritura silvestre, más bien seca, o a un lugar parecido a Villa Adriano. Unos cipreses negros enfilando un camino que asciende por un sua-ve desmonte hacia unas ruinas donde hace mucho se condensó el poder. (Savia negra de los cipreses, saliva negra del poder) No es que estos hombres o jardine-ros del muro descansen para no ser. Tampoco parecen cansados o derrotados. No, más bien toman el sol. ¿Pero cómo decir todo esto de una manera menos re-tórica, más directa sin ser impertinente? Si me oyera el poder hablaría incluso un poco mas bajo de lo que lo hago ahora. No querría que escuchara esto que os digo. Otra vez la imagen de la vela y una pequeña boca muy cerca de la llama hablando de agua y de aire. El poder y sus campanas negras. Si estuviera seguro de que me oye hablaría solo para mí. Hablaría más es-condido, o alejado, o acercaría mucho más la boca a la llama de la vela, a riesgo de apagarla con algunas pa-labras gruesas. –No creo que escuche ahora. No lo sé, pero bajaría la voz hasta perderla en mí, como cuando cuentas un secreto a tu amante debajo del agua- Así las luces de aquellos jardines silvestres a los que Joao

Un largo muro ¿Cómo comenzar a decir esto? Quizás no pueda ser dicho y no pueda tampoco decírmelo a mí mismo. Soy el que suelta las palabras, el que las deja en el aire. ¿Entonces cómo decir algo leve, algo que no pese y sin embargo ilumine estas estancias vacías? O como se hacía antiguamente, junto a las velas, hablar sua-vemente con los labios muy cerca de la llama. Esto era una manera de iluminar lo que se decía. Suave-mente para no apagar la llama. Hay un muro y detrás gente descansando, apoyada en el muro. Gente dor-mitando. Algunos fuman, solo uno lo hace de ma-nera compulsiva. La mayoría contempla un paisaje degradado, un camino enfilado por acacias. La nieve gris de una fábrica de cemento se posa en los olivos. Acacias y olivos. Una mala conjunción de árboles. No hacen bien en el paisaje estas dos maderas, estas dos formas de locura. Olmos y vides sí, como chopos y frutales, o campos de trigo e higueras. Una cierta ar-monía del mundo, no exactamente un jardín. No un jardín barroco a la manera de Villa Roncali, o Villa Laurentina. ¿Cuántos jardineros bobos se necesitan

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hombres atravesando un puente o una plaza abarro-tada. Si lo supiera no lo habría escrito. No me habría interrogado. Simplemente no lo sé. Podrían tirar el muro. Este poder del que hablo se lo permite. No echa raíces tan profundas como el silencio. El poder ama la palabra, se basa en ella. Hasta hacer de ella un cauce seco de cantos rodados. ¿No es ahora el mun-do, el sonido del mundo un movimiento de grava y chinas, de guijarros y arena? Un sonido seco de pala-bras gastadas. Gritos de cristal roto, palabras en torno al fuego, chasquidos de la lumbre. En la mesa junto a estas hojas blancas un manual de caboteria. Una edición noruega de mil novecientos ocho sin autor. Texto y láminas con nudos. Reconozco el V. Estrinke, el nido de rata, el orcuelo doble, el nudo del capitán. En la pagina 43 aparece la orza. ¿Y no son las pa-labras entonces nudos invisibles en el aire? El acto de comunicación las desata y vuelve a tensar el cabo. Esa tensión de la línea, del propio silencio en el aire. Nudos ciegos me digo. Leer en voz alta en una lengua que no conoces, sin embargo sonidos que salen de tu boca con la idea de desplazar el mundo un poco más allá. ¿No era así que de niño hacía con el cordel de la peonza nudos irresolubles, nudos sin sentido? No

Estrada llamaba Apocalipsis verdes. Cogíamos espá-rragos y nos los comíamos crudos. Ese amargor en la boca nos hacía decir cosas bellas. Había allí un largo muro de piedra encalada. No demasiado alto. Bastaba una caja, o una piedra de mediano tamaño a los pies del muro para que una persona no muy alta se alzara y pudiera ver lo que había al otro lado.

Un muro que se podría saltar fácilmente. Un hombre alzado en el muro contemplado los campos de maíz. Si estuviéramos ciegos podríamos oler los diferentes verdes. El verde húmedo de los regadíos, los prados estercolados con boñigas de oveja, o el verde negro de los olmos, un verde que huele como la camisa de un fumador de pipa, un verde de raíz profunda. De-pende de lo que te falte manca tutti, así tendrías más de lo único. ¿Y no era por esto mismo sordo el poder, un gran sordo, una gran oreja sorda? Y sin embargo había que tener mucho cuidado al hablar en voz baja. El poder leía fácilmente los labios y le llegaban los susurros de los libres por cable.

¿Pero por qué la imagen de los hombres pegados al muro? ¿Por qué esa imagen y no otra? Cientos de

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ha perdido en su propio laberinto de palabras. Digo sin continuidad. ¿Acaso un muro para que choquen los vientos y los aires a veces violentos que se dan en esta zona de país? Aires que se llevan las palabras de los hombres a otras alturas; si no caerían a plomo muy cerca del mismo hombre que las pronunció. ¿Un muro contra el aire entonces? ¿Un muro para que se estrellen las palabras del poder? Un muro muy largo y que se acaba de repente, y sin embargo no es muy alto. Pero no sé a dónde quería llegar con esto. Acaso no sabía exactamente lo que quería decir o escribir, y era así que lo que a veces parecía una liberación se tornaba fácilmente en una especie de condena. Pensé muchas veces si el lenguaje de la poesía no era una especie de condensación de nuestras emociones. Unas gotas verdes. Si fuera eso solo. Pero no lo es. No condensa nuestro espíritu vencido más que el silencio del mundo. Cada vez había más hombres pegados al muro. Les atraía algo tan duro y pesado en un mundo de paisajes abiertos, de tierras leves y transparentes. Estos hombres se sentían en paz junto a las piedras frías del muro, o una especie de imán, o de aprisco no de animales, sino de hombres, o jardineros cansados de podar los vientos y las palabras. Así era que estos

todo era corredizo y podía cerrarse sobre sí mismo. No todas las palabras te llevaban a la realidad y no todas pesaban lo mismo en el aire. No todas eran he-ridas en el papel. En el vacío eléctrico del cielo había pájaros negros tejiendo o haciendo nudos invisibles. Ensayabas esos nudos con el cordel de la peonza, e inventaste uno que se podría poner en práctica. Pero no es un arte, ni siquiera la inflexión de un arte, como la palabra o la escritura no es otra cosa que la in-flexión del mediodía, de la luz, y así las palabras solo signos irresolubles, aliento que se estrella en el cristal de la ventana.

Todo esto en voz muy baja, y tapando con las manos el texto. No quiero que el poder me oiga o lea esto. Estas palabras son demasiado frágiles y volátiles. Pa-labras como caparazones de escarabajos. El poder es un entomólogo. Clava la aguja, atraviesa fácilmente esta coraza. No, mi voz frágil solo tiene un tono, mi voz se rompe con demasiada frecuencia en el aire. Mi voz son los trozos de mi voz.De nuevo la imagen del muro. Un muro demasia-do largo, aunque se acaba de repente, sin continui-dad alguna. Como un relato en el que el hombre se

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Aguas corrompidas

Aguas corrompidas en las que un pájaro bebe.

También corrompido viví.Ando y nado.Siempre pesé menosen el agua.Entré en el agua a por el pájaro muerto.

espacios abiertos se llenaban de jaulas, de ojos en los que se veían jaulas vacías. Pocos de estos jardineros estaban frente al muro, más bien descansaban apoya-dos en él. Apenas dos o tres hombres no eran atraídos hasta ese muro de piedra encalado. Eran estos los que se limitaban a contemplarlo en la distancia, como a un animal muy grande e inofensivo. Algunos de es-tos jardineros habían hecho una gran bola de aire y tierra, y la rodaban hasta que esta se elevaba a media altura. Esas bolas más bien amorfas terminaban sien-do transparentes. El miedo se llena de ellas. Pero el poder era un entomólogo y cada hombre un insecto. Después las bolas se volvían invisibles. Imagino que el muro era lo único sólido y estable en ese lugar de grandes espacios abiertos. ¿No habría sido levantado solo para partir el espacio en dos, como se parte la nada con una línea de piedras? Quise acercar aún más mi boca a la llama. No puedo bajar más la voz, si no sería una voz vacía, penitente, la voz de un resucitado o de alguien perdido en la nieve. Creo así que no me oye, que no está cerca. Me he alejado mucho de él para que me preste atención. ¿No estará oyendo la hierba negra en la boca de los ciervos?

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El faro

A D. J. J.

Se va un barco mientras vuelve otro.Estás en los dos,es lo malo del lenguaje.En la cocina la jibiacon toda la tintapara un próximo libro,o las heridas negrasque son palabras.Estuve en el mundo.Pasé frío y calor.Despacio se fue el día, alcanzóal viajero y lo disipó.No gire yo más rápido que ély sea mi luz más intensa.

Invierno

Pena, ¿De donde vendráuna palabra tan redonday cerrada para que la bocala suelte al cielo?Oscuridad alrededor de la vela.Si tuviera que pintar esosería fiel a las dos llamas de mis ojos.Si fuera escribirlo,solo tal como es.¿Aún eres recto álamo del futuro?Nací en uno de los lugaresmás luminosos del mundo.El sol no deja que te corrompas.Pero mientras llueve, sueñoque salgo al aguay me pierdo para siempre.

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po late en una esquina del mundo. Extraños nombres los de las playas que no hacen más que acrecentar el misterio sobre el lugar. Nombres dados a veces por la fatalidad. Esos nombres de la arena llenan el vacío. A veces un nadador socorre a otro que con los bra-zos parece agarrarse a lo invisible. Brazos, es la más pura representación de un viejo drama humano, de una vieja danza que se desarrolla en el líquido, en los límites de la vida, en un espacio en el que se mezclan como una ilusión universal el cielo, el agua y la tierra.

Las palabras entonces rozan los límites del espacio. El salvador saca del agua al salvado. Esto solo ocurre en el agua. Largas y rápidas brazadas hacia el cuerpo que se hundía en el infinito, en el líquido. Así todo es lento en los límites. Los pasos por la arena blanca, las brazadas por el agua una especie de lucha, o la mirada que entrega todo el cuerpo a los espacios sin límites, y de nuevo esas pasarelas de tablas que te llevan sobre la arena hasta el agua. Arena que tocas con la mano. Coges un poco y te la echas por la cabeza. ¿Bautismos de poeta, o de seres que han pasado por el mundo de manera extraña? Agradeces esta relación con los

La playa

Esta vez me imaginé un camino de tablas por la arena que me llevaba muy cerca del agua, pero más que algo imaginado, algo vivido bocabajo, en otro plano. ¿Si no, cuántas veces había atravesado los arenales por las sendas de tablas hacia los embarcaderos donde las sogas sumergidas se han cubierto de verdín, o tor-pemente, y con esfuerzo, hundiendo cada paso en la arena hasta llegar al agua?

El nombre de las playas siempre es un nombre para llenar el vacío del lugar. El mar no necesita de nombres. Entonces nombres extraños se les da a esas ensenadas de arena, a esas aberturas de arena, o grandes puertas de aire donde los ojos y el cuerpo se curan en vera-no. Es ahí, en esos arenales, en esos límites donde el hombre se vuelve una encrucijada de sí mismo.

Por un momento baños de aire y luz, baños de agua.

Líneas de arena blanca mesadas por las olas. Agua que acaricia y mesa el infinito. Es ahí donde el tiem-

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agudizar se ensancha, se amplía demasiado. En cierta forma es como si el mar te mirara a los ojos y eso te volviera frágil. Ventanas u ojos por los que vaciarse. Sueltas ya pocas palabras, quieres llamarlas pájaros pero no son más que palabras perdidas en ti.

Cielos que se balizan con estrellas eternas.

De noche todo esto es una masa de agua oscura. La oyes. Oyes como se vuelca de un lado a otro, como se remueve el cielo. Pero eso te encamina al silencio. Desde aquí todos los caminos son de vuelta. ¿Tienes buenas botas para volver? Pero no se trataba de una simple playa, o lugar abierto al infinito. Había en el agua una gran piedra, o mejor dicho, un grupo de ro-cas que va tapando el agua poco a poco.

Cuando al subir la marea el agua ya las ha cubier-to del todo, aguardas todavía un momento, como si quedara una referencia, una baliza, algo que te hicie-ra saber que allí, bajo el agua hay unas crestas, unas rocas porosas, agujereadas, un instrumento de agua y viento sumergido, que toca el mar para sí mismo,

límites, donde las palabras apenas pueden defenderse de la luz. Lo único que pueden hacer es ser parte de ella. No engañarnos ni engañarse. Allí apenas había lugar para la retórica. El verano también era un es-pacio de silencio y los pájaros tejían una inmensa red de luz.

Ante el mar los ojos solo son las grandes ventanas de una casa vacía. Miro por ellas como un extraño que ha llegado a su propio cuerpo. Los ojos abiertos, la boca cerrada. Un huésped que ha llegado desde un lugar lejano. Los ojos del huésped son las ventanas. Por ellas hay que mirar este espacio de agua. Él entra en la casa del mar y nosotros entramos en él –dos ojos, dos ventanas- Ese es el trato. Por un momento ojos y ventanas son la misma cosa. La mirada enton-ces tiende a perderse y por eso fija puntos en el agua y en el aire donde quedarse quieta. Una boya –así no divagará mas de lo que suele- un velero, una pájaro clavado en una lengua de aire. A veces ni siquiera eso, solo agua, un color líquido. Esas son todas las imá-genes, apenas haya mas posibilidades que estas. La mirada se dilata mucho, nada la estorba. En vez de

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en las aguas? Se quedaba así más tiempo la imagen desaparecida. Unas crestas de rocas. Una especie de instrumento de agua cuyo sonido nos está vedado. Se perdía en el agua la forma hasta desnudarse el mar.

Te entregabas a este pequeño espectáculo en la gran-deza del mundo.

Unas jorobas del mar que se cubren y se descubren como obras de arte, y esta era otra forma de lentitud, como si el infinito se reconociera en estas pequeñas dichas y reclamará alguna vez nuestras palabras.

Los ecos que recorren el espacio golpeándose. Ecos que se golpean, olas de silencio que se desplazan.

ante lo invisible y lo inaudible, como ondas sonoras. Pero al final, ninguna referencia, o señalización en el agua. Solo que tu mirada ha retenido largo tiempo esas piedras, y al final se han sumergido en ti. A ve-ces así ocurre también la escritura. Poco a poco te va inundando, o te lleva su corriente hacia un mun-do poco conocido, pero más real que este. Unas ho-ras más tardes, vuelven a retirarse las aguas y poco a poco comienzan a aparecer esas crestas de rocas que permanecían sumergidas. Las viste hundirse y ahora se descubren. –La escritura debe ser eso- Un redescubrimiento, lo que vuelve a salir a la luz des-pués de algún tiempo.

Unas rocas que descubre el agua. ¿Era esta la función de la desnudez?

Pero también podría ser el agua que se retira, nuestras palabras que se retiran un poco más allá, hasta dejar una gran zona de paso.

¿Qué era más bello entonces, el momento en el que reaparecían, o el tiempo en el que se iban perdiendo

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La muerta

Todo lo que se le dicea los muertossiempre es poesía,y el silencio de las tumbastodavía silencio humano.Muchacha dormida.Cada peca,o como decía mi madre,Sommersprosse,es una estrella del inviernoen el verano.

Cesto de manzanas

No he podido llegar a conocerte,tú que me lees para pasar al otro lado.En el cielo grullas.Si un coro cantara asílas distancias de la tierra.-No este seco poema,esta boca secay una manzana negra que sabe a fuego-Como sanador escribopalabras cerca de la heridao no las escribo.Que entonces hagan lo mismoque el gusano, viviren las manzanas.Herirlas para curarlas.

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Piedras

Te agachas (Porque en el suelo está lo caído. Siempre hay algo en el suelo) y coges una piedra. (Esto no es ceguera, porque la ceguera es en cierta medida lumi-nosa. Tu cuerpo está iluminado por dentro, como una cajita con una bombilla) La piedra no está muy puli-da. Jamás estuvo en un lecho y el agua no la redondeó como a una palabra antigua a la que volteó el tiempo en las bocas. Arrojas la piedra por delante de ti, y allí vas, a donde ha caído. Tardas en encontrarla, y así te mueves como un ciego que se arrastra palpando el suelo. ¿Pero es la misma piedra la que ahora coges? ¿Y era así como avanzabas por el mundo, con la piedra delante de ti?

El sol es un péndulo. Sondas como ondas del infinito. Peine de hierba, hasta que te beba la vaca perdido entre las briznas. ¿No te vuelves más ligero?

De nuevo en casa

Talavera 30 de mayo de 2012

Hace calor. Se seca la tinta.La savia de los fresnosbusca tus venas.De todos los que allí cantanhay uno que es mudo.Tararea lo nunca oído.Pero por más quela canción sea tristesiempre habrá alguien que la escuche riendo.Alguien que seescuche a sí mismo.El dedo moja el vinosolo para probar el saborde los remordimientos.

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Agradecimientos

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ÍNDICE

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Camino / 39

Bosques / 40

Viaje a pie a Cuenca / 41

En la niebla / 42

Un corredor de fondo / 43

Una fotografía sin revelar / 44

Desnudo / 45

Salto de agua / 46

Tú / 47

Siemprenunca / 48

Invierno / 49

Nubes / 50

Tiétar / 51

Portogallo / 52

Hombre / 53

Socaire / 54

Boca llena de agua / 55

Prólogo / 7

POR EFECTO DE LAS AGUAS / 23

21 de enero / 25

Brasas, sargos y boñigas / 26

Ola de calor / 27

Arco / 28

Aguas / 29

Extraños poemas / 30

Tu Fu / 31

Hospital / 32

En un puente / 33

Uxia / 34

Insomnio / 35

El perro avisó / 36

Montañas, llanuras / 37

Haciendo un pozo / 38

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Una mano extraña / 87

Espacios inundados / 88

Un puente / 91

Espacios / 92

La fiesta / 93

Abril seco / 98

Palabras llenas de aire / 99

Días de Herreruela / 100

Tachado / 101

Días de Herreruela I / 102

La muerta / 103

Alamedas de León / 108

Tajo / 109

Días de Talavera / 110

Camino de Herreruela / 111

Vela / 112

Covilha / 113

LOS SUMERGIDOS / 57

Trampolín / 59

Sumergidos / 60

Mont Ventoux / 62

Reino de zarzas / 63

Trucha / 66

Andenes / 67

El puente / 68

La sal / 70

Carta / 71

Marzo / 74

Pan / 75

Despacho de pan / 76

Unos ojos / 77

Saudade / 78

Estelas / 84

Sabinas / 86

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Noviembre / 138

Port Bou / 139

Tánger 1998 / 140

Almadraba / 141

Frutos / 142

Historias del agua / 143

Habitación de hospital / 147

Piedra / 148

Poder / 149

Criba / 150

La ventana / 151

Hacer hielo / 152

Montañas / 153

Mañana de San Sebastián / 154

Mesa / 160

Tiétar / 161

Un largo muro / 162

Álamo en el aire / 114

Radiales / 115

Las ventanas / 116

Antes de la tormenta / 119

Nieve / 120

Días de Herreruela II / 121

Nubes / 122

Mariposas / 123

Olas / 124

HACER HIELO / 127

Lance / 129

Higuera / 130

En los aires / 131

El grito / 132

En una ciudad perdida / 133

Lumbre en la arena / 137

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192 193

La presente edición de El agua (Poesía 2002-2012) de Miguel Ángel Curiel, se terminó de imprimir el día 27 de enero, aniversario del nacimiento de

Wolfgang Amadeus Mozart.

Esta edición consta de trescientos (300) ejemplares numerados,

de los que el presente hace el número

Aguas corrompidas / 169

Invierno / 170

El faro / 171

La playa / 172

Cesto de manzanas / 178

La muerta / 179

De nuevo en casa / 180

Piedras / 181

Agradecimientos / 183

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