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ESTUDIO EXEGÉTICO–HOMILÉTICO 113 – Septiembre de 2009 Instituto Universitario ISEDET Autorización Provisoria Decreto PEN Nº 1340/2001 Es un servicio elaborado y distribuido por el Instituto Universitario ISEDET Buenos Aires, Argentina Este material puede citarse mencionando su origen Responsable: René Krüger Domingo 6 de Septiembre de 2009 Sal 146; Is 35:4-7; Stg 2:1-17; Mc 7:24-37 Una dignidad alternativa (Recortamos el texto en el v. 13, tomando Stg 2,1-13 para este EEH) Stg 2,1-13 constituye una unidad temática cuyo programa se anuncia en el primer versículo mediante una clara oposición: acepción de personas versus fe en Jesucristo. Este antagonismo se desarrolla primero con un ejemplo y luego con una serie de argumentos teológicos y de otra índole, destacándose constantemente el esquema oposicional. La unidad evidencia una gran coherencia en cuanto a la terminología empleada. Algunos de sus giros son muy originales: tener fe, pobres ante el mundo, ricos en fe, herederos del reino, prometido a los que le aman, ley de la libertad. Para sintetizar el tema tan delicado de la preferencia por los ricos y el correspondiente desprecio y la discriminación de los pobres, Santiago emplea la fórmula acepción de personas (prosôpolêmpsía, en griego), que puede reproducirse como parcialidad, favoritismo, preferencia. El concepto tiene el carácter de un Leitmotiv. Debe quedar claro que en todo el texto esta preferencia siempre implica discriminación de los no preferidos. Ahí está el problema, pues sería simplemente genial poder preferir absolutamente a todas las personas. Desde el vamos, Santiago deja en claro que el favoritismo es incompatible con la fe en Jesucristo. El esquema de inversión anunciado por el autor en Stg 1,9-11 debe actuar sobre las relaciones y las actitudes interpersonales en medio de la comunidad creyente. El significado de los conceptos 1

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Estudios Exegeticos Homileticos serie esencial para lideres de grupos

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ESTUDIO EXEGÉTICO–HOMILÉTICO 113 – Septiembre de 2009

Instituto Universitario ISEDET

Autorización Provisoria Decreto PEN Nº 1340/2001

Es un servicio elaborado y distribuido por el Instituto Universitario ISEDET

Buenos Aires, Argentina

Este material puede citarse mencionando su origen

Responsable: René Krüger

Domingo 6 de Septiembre de 2009

Sal 146; Is 35:4-7; Stg 2:1-17; Mc 7:24-37

Una dignidad alternativa

(Recortamos el texto en el v. 13, tomando Stg 2,1-13 para este EEH)

Stg 2,1-13 constituye una unidad temática cuyo programa se anuncia en el primer versículo mediante una clara oposición: acepción de personas versus fe en Jesucristo. Este antagonismo se desarrolla primero con un ejemplo y luego con una serie de argumentos teológicos y de otra índole, destacándose constantemente el esquema oposicional. La unidad evidencia una gran coherencia en cuanto a la terminología empleada. Algunos de sus giros son muy originales: tener fe, pobres ante el mundo, ricos en fe, herederos del reino, prometido a los que le aman, ley de la libertad.

Para sintetizar el tema tan delicado de la preferencia por los ricos y el correspondiente desprecio y la discriminación de los pobres, Santiago emplea la fórmula acepción de personas (prosôpolêmpsía, en griego), que puede reproducirse como parcialidad, favoritismo, preferencia. El concepto tiene el carácter de un Leitmotiv. Debe quedar claro que en todo el texto esta preferencia siempre implica discriminación de los no preferidos. Ahí está el problema, pues sería simplemente genial poder preferir absolutamente a todas las personas.

Desde el vamos, Santiago deja en claro que el favoritismo es incompatible con la fe en Jesucristo. El esquema de inversión anunciado por el autor en Stg 1,9-11 debe actuar sobre las relaciones y las actitudes interpersonales en medio de la comunidad creyente.

El significado de los conceptos

El concepto central del texto es acepción de personas. El sustantivo griego y el correspondiente verbo constituyen muy posiblemente creaciones cristianas, formadas literalmente del hebraísmo tomar o aceptar la cara (LXX Sal 81,2; Sir 4,22.27; 35,13; 42,1; Mal 1,8; 1,9; 1 Es 4,39). Este giro griego reproduce la fórmula hebrea nasa’ panim, que significa levantar la cara (de una persona). Proviene de una costumbre oriental de salutación en la que una persona saludaba a otra (generalmente de rango superior) inclinando humildemente su rostro o incluso postrándose en tierra. Si la persona de rango superior levantaba con su mano el rostro de la otra, le expresaba su reconocimiento. Es decir, la aceptaba. El neologismo prosôpolêmpsía se formó por la combinación de los dos términos

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griegos traducidos del hebreo (prósôpon lambánein). Esta terminología se usa sólo en textos cristianos, a saber, aquí en Rom 2,11; Col 3,15 y Ef 6,9; Hch 10,34 y aquí en Stg.

El segundo término en importancia es ptôjós, (totalmente) pobre. A diferencia del término pénês, que designa a una persona que carece de bienes y medios, el término pénês designa a quien se halla en la indigencia total. Es decir, se trata de una persona paupérrima. Para sobrevivir, ese pobre tiene que mendigar. Extraña bastante que la mayoría de las versiones bíblicas y también los comentarios hablen simplemente de pobre cuando en realidad se trata claramente de un pobrísimo, un indigente total, un paupérrimo, un mendigo. El pobre (pénês) vivía humildemente de su trabajo manual y podía poseer algunas herramientas, una casa sencilla, capacidades laborales, o quizá una pequeña parcela. Su situación era menos escandalosa que la del indigente (pénês) que dependía totalmente de la buena voluntad de los demás para sobrevivir miserablemente.

Un claro y rotundo ¡No! a la acepción de personas

Una serie de textos bíblicos prohíbe la acepción de personas. Algunos afirman radicalmente que Dios no actúa de esta manera; por consiguiente, tampoco lo han de hacer los humanos. La legislación prohíbe tal actitud especialmente a los jueces. Ex 23,3 prohíbe favorecer al pobre; el v. 6 prohíbe torcer su derecho. Lev 19,15 prohíbe toda injusticia y toda predilección en el juicio, tanto del pobre como del rico. Lo mismo indica Deut 1,17, encargando el juicio a Dios. Otros textos prohíben la aceptación de coimas y regalos de corrupción (Deut 10,17; 16,19; 2 Cro 19,7; Sir 35,14-15 – una buena muestra de la amplia divulgación de la corrupción en la antigüedad bíblica). En síntesis, los jueces deben “imitar” en su accionar la imparcialidad de Dios. La literatura sapiencial retoma la máxima y la relee en formulaciones en parte morales, en parte legales.

En la Epístola de Santiago se nota una transferencia de la prohibición del favoritismo de un nivel de validez general a una concreción socioeconómica. Mientras que los textos legales más antiguos prohíben todo partidismo en los tribunales, tanto a favor como en contra del pobre como también a favor y en contra del rico, posteriormente la prohibición habla concretamente de la preferencia por el rico. Esto se explica a partir de la tendencia tan humana de inclinarse paulatinamente hacia el lado de la predilección por los ricos y famosos. En cambio, la voz contracultural pasó de la máxima de la imparcialidad de Dios paulatinamente a su preferencia por los perjudicados. A ello apunta Sir 35,13, que subraya que Dios ayuda a los pobres sin parcialidad y que oye la oración de los oprimidos. Lo mismo indica Deut 10,17-19, que vincula la grandeza de Dios, su imparcialidad e incorruptibilidad con la constitución del derecho para los huérfanos y las viudas y el amor a los extranjeros. En síntesis, la neutralidad de Dios se fue transformando en protección de los débiles.

El NT remarca expresamente que Dios no hace acepción de personas, y transfiere la conocida máxima legal al ámbito sociocomunitario de la comunidad histórico-salvífica en la cual quedan abrogadas las diferencias sociales. Sin embargo, cabe diferenciar entre una anulación fundamental por parte de Dios y su realización en la realidad, que debe ser llevada a cabo de nuevo en cada situación y momento. En este ámbito la imparcialidad se relaciona con las diferencias entre judíos y paganos (Hch 10,34; Rom 2,10-11), esclavos y libres (Ef 6,8-9; Col 3,25-26) y pobres y ricos (Stg 9,1.9). A partir de Jesucristo, los judíos ya no gozan más de preferencia ante los paganos, pues Dios no es “aceptador de personas” (Hch 10,34). Aquí se transfiere el atributo de Dios a la misión universal. De la misma manera, todos están bajo el mismo juicio, pues no hay acepción de personas ante Dios (Rom 2,11 y 1 Pe 1,17). En el ámbito social, esta base histórico-salvífica debe determinar la convivencia entre las diferentes capas. Ef 6,9 se dirige a los amos, mientras que Col 3,25 habla a los esclavos.

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La peculiaridad de Santiago consiste en ir más allá de los tres textos paulinos. Exige que los miembros de la iglesia practiquen la propiedad de Dios, advirtiendo ante el peligro de la preferencia por los ricos. Con ello, interpreta el lema decididamente en dirección a un compromiso por los más pobres, dándole a su exhortación una densidad antropológica, partiendo como cristiano de Jesucristo (Stg 2,1) y argumentando doblemente de manera teológica a partir de la elección de los pobres por Dios y a partir de la ley real. De esta manera transfiere el importante principio jurídico del pueblo de Dios a la estructura social y económica de sus comunidades, interviniendo en los problemas entre pobres y ricos.

Es muy notable que para fundamentar su exhortación, Santiago no cite ninguno de los muchos textos del AT sobre el tema, sino que coloque ante sus lectores y lectoras la elección de los pobres por Dios, su riqueza en fe y su posición como herederos del reino (Stg 2,5).

Llama la atención el empleo del plural acepciones de personas. Este plural remite a una actitud general como también a acciones aisladas. Cada acción es la manifestación de una actitud interior, o, si se quiere, la expresión de una determinada ideología.

Un prototipo de conducta anticomunitaria

Santiago construye una oposición radical entre la gloria de nuestro Señor Jesucristo al brillo externo del rico, que encandila tendenciosamente a la gente. Entre ambas “glorias” hay una incompatibilidad fundamental. Esto es ilustrado mediante un ejemplo drástico que lleva a plantear varias preguntas: ¿Quiénes son los destinatarios? ¿Toda la comunidad, un sector, los pobres, los dirigentes? ¿Se trata de un ejemplo tomado de la vida real o es una construcción ficticia? ¿Pertenece el rico a la iglesia?

El hombre rico exhibe mucha ostentación externa. Tiene los dedos cubiertos de oro, es decir, lleva anillos; y lleva una vestimenta resplandeciente que “encandila” a la comunidad. ¿Quién es este tipo? ¿Un miembro rico? ¿Un individuo que llega por casualidad? ¿Un extraño? ¿Un cristiano de otro lugar? ¿Qué relación existe entre este personaje y los ricos de los vs. 6-7?

Una solución para estas preguntas se vislumbra sobre el trasfondo de las prácticas del clientelismo de aquella época. Por de pronto es importante notar que Santiago construye una marcada oposición entre el atractivo rico y el pobre repugnante.

El indigente es un personaje ubicado en el extremo más bajo de la escala socioeconómica. El término no tiene ninguna reminiscencia religiosa, pues el autor está hablando de pobres – paupérrimos – en el sentido socioeconómico. La descripción se fija en la apariencia externa. No se dice nada del eventual interés en el culto, la disposición interior, la apertura. De esta manera el texto trabaja sobre el error básico de la postura del partidismo: su encandilamiento, su apego a cuestiones externas que son muestras del estatus socioeconómico.

El rico es admirado y recibe un buen lugar, el indigente debe quedar de pie o tiene que sentarse en el piso – debajo del banquillo. Con esta hipérbole se lo rebaja hasta un límite imposible de superar. No hay posición más baja que debajo de un mueble que sirve para colocar los pies. Al emplear este término, Santiago enfatiza el sometimiento involuntario y obligado. De esta manera el texto no confronta simplemente dos clases sociales, sino dos maneras opuestas de tratar al pobre. El peso principal recae sobre la oposición entre la elección que hizo Dios y el tratamiento horrible que le proporcionan a los hermanos pobres aquellos que incluso se atreven a obligar a los indigentes a ocupar una posición inferior a la de enemigos vencidos.

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Una situación real, no hipotética

Santiago está lejos de querer inculcar máximas generalizadas. Partiendo de la convicción de la elección de los humildes por Dios, Santiago apunta a la transformación radical de las situaciones en su comunidad. Para ello emplea ilustraciones conocidas. Es evidente que las comunidades de Santiago sufrían bajo las tensiones entre pobres y ricos. Stg 2,4 acusa no sólo la existencia de tales conflictos, sino el tratamiento que se les da a los pobres.

El ejemplo presentado resulta clarísimo si se lo lee sobre el trasfondo del clientelismo. Esta práctica gozaba de un elevado aprecio en la estructura social y política del imperio romano. Su sistema de valores se movía en la tensión entre honra y deshonra o vergüenza. Estas magnitudes influenciaban las acciones de los individuos y grupos sociales, bajo la determinación conjunta del estatus social, económico y político; el género y también la edad. El sistema de patrones y clientes suministraba una importante cohesión a la vida social en el gigantesco imperio. A la vez, cooperaba con el sistema jurídico, impositivo y político. Consistía básicamente en una transferencia basada en la desigualdad de los participantes. El patrón fuerte obtenía de sus clientes bienes materiales (regalos, servicios) como también de naturaleza simbólica (honra, apoyo político, participación en actos públicos, placas de honor). Por su parte, los patrones eran “benefactores” que debían proteger a sus clientes política y jurídicamente. Esporádicamente realizaban también banquetes y comidas festivas para sus simpatizantes. Podían donar imágenes y eventualmente también un salón a las asociaciones religiosas. Los patrones políticos se aseguraban su posición y su elección realizando obras públicas (caminos, edificios), distribuyendo pan y organizando juegos públicos (panem et circeneses). El sistema se extendía también a las relaciones políticas del imperio con los reyes vasallos.

El sistema otorgaba una estructuración jerárquica a la sociedad entera, con una clara escala de rangos hacia arriba y hacia abajo. Traspasaba todos los ámbitos de la vida social, económica y política; y se infiltró también en las comunidades judías de la diáspora. El centurión de Capernaúm (Lc 7,3-5) es un vivo ejemplo de este tipo de benefactores. Los poderosos recibían honra que equivalía a prestigio público y que juntamente con el origen, la posición económica y la carrera política creaba el fundamento para la posición social del encumbrado. En este sistema, que originaba asimetrías sociales, toda rebaja equivalía a una deshonra.

Los anillos y la ropa espléndida ayudan a identificar al rico como representante de la elite de los poderosos, p. ej., un noble o un candidato a un cargo político en busca de simpatizantes.

Las estructuras socioeconómicas clasistas de aquella sociedad se mantenían y se reproducían mediante las prácticas clientelares. Santiago rechaza las estratificaciones sociales, los límites y los privilegios basados en la riqueza y el poder. Santiago critica el sistema en su totalidad, ya que al desarrollar relaciones jerárquicas hacia el interior de la iglesia, fomentaba las injusticias existentes y destruía la vida comunitaria y su testimonio hacia afuera. Santiago rechaza las reglas de la estructura social como incompatibles con la fe cristiana y la acción de Dios. El único benefactor y protector de los indigentes es Dios. Quien practica preferencias clientelares, peca gravemente y destruye la comunidad, ya que el favoritismo sostiene el sistema del patronazgo que a su vez produce y profundiza la injusticia, la explotación y la violencia contra los débiles.

Stg 2,1-13 es, pues, una crítica radical de un sistema que se opone rotundamente a Dios que eligió precisamente a los más humildes.

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La incorporación de la ideología dominante

¿Cómo los pobres pueden llegar a actuar de esta manera? Esta actitud contradictoria sólo se explica por la incorporación de la ideología dominante del clientelismo. La sobrevaloración de la riqueza –su idolatría– es una epidemia contagiosa. La ideología pecaminosa del sistema del patronazgo –el “mundo”– se ha introducido a las comunidades y ha envenenado a los pobres mismos, que ahora menosprecian a otros pobres. La comunidad es destruida por discriminación, diferenciaciones y divisiones; o sea, por la penetración de los criterios y las prácticas sociales al seno de la comunidad de creyentes. Esto es gravísimo y totalmente contradictorio. Cuando practica preferencias y discriminaciones, la congregación, y dentro de ella también los miembros pobres, pecan de la misma manera que opresores y blasfemos acaudalados. Hasta los humildes reproducen los pecados de los ricos con su conducta.

De este texto radical, basado en el único Señor de la gloria, Jesucristo, se deriva que no es lícito que la sociedad se organice en jerarquías y clases sociales. Diferenciar a las personas según el poder y la riqueza no es cristiano. Peor aún: es anticristiano, ya que promueve valores opuestos a la gloria del Señor Jesucristo.

Asimismo cabe rechazar el “criterio clasista” porque Dios mismo actuó “contra la corriente”, optando por los paupérrimos. El criterio de clases se opone al mandato de amor. Por consiguiente, quien acepta con beneplácito la sociedad dividida en clases e incluso justifica esa división dolorosa, se opone al mandamiento real del amor al prójimo. El partidismo y el desprecio de los indigentes son una negación rotunda de la hermandad cristiana.

La opción

Stg 2,1-13 coloca a las lectoras y los lectores ante una clara alternativa: o fomentan a los ricos, marginando así a los indigentes, según la ideología dominante y la praxis del clientelismo; o cumplen la voluntad de Dios resumida en el mandamiento del amor al prójimo.

La comunidad cristiana debe ser un espacio de contención para quienes sufren marginación, violencia, desprecio, discriminación – del tipo que fuere.

En un momento de profunda crisis socioeconómica y de todos los valores, como la estamos viviendo en esta primera década del siglo XXI, la enseñanza de Santiago muestra una clara orientación. División clasista, clientelismo hábilmente aprovechado por personas en el poder, manipulación del sistema jurídico, corrupción – la sociedad en la que Santiago proclama una vida alternativa tiene terribles rasgos que hacen que la enseñanza bíblica sea sumamente actual. Desde aquellas páginas se nos llama a vivir el privilegio de estar bajo la ley de aquel Dios que es el único que da vida y salvación. Es un privilegio poder contraponer a la sociedad el modelo de vida exigido y protegido por este Dios. La discriminación no es una bagatela cotidiana, sino un déficit de la fe y del amor.

Rumbo a la predicación

Algunas preguntas previas podrían servir para ambientarnos en la problemática señalada por el texto:

¿Cuáles son las formas más comunes de desprecio y discriminación en nuestra sociedad?

¿Cuáles de ellas se relacionan con la situación socioeconómica de las personas?

¿Qué produce esta discriminación en las personas afectadas?

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¿Cómo podrían construirse experiencias de dignidad en una comunidad cristiana?

Ya pensando más en la estructuración del sermón, podría trabajarse con el siguiente esquema:

1. Iniciar la predicación pidiendo a la comunidad que enumere ejemplos de discriminaciones actuales. Luego conviene hacer una breve reflexión sobre el trasfondo que tienen muchas de estas actitudes: prejuicios, defensa propia, temor ante lo desconocido o diferente, distanciamiento de los indigentes, culpabilizar a otros.

2. Desarrollar el eje central del texto: La discriminación es incompatible con la fe en Jesucristo, porque:

– Dios actúa de manera opuesta al común de la sociedad. Donde (casi) todos prefieren el “brillo”, Dios opta por lo que no brilla: la pobreza, la humildad, la sencillez, la cruz.

– Quien opta por el “brillo” y discrimina al pobre, al humilde, al débil, se opone a la actitud de Dios.

– Dios nos llama a vivir de manera opuesta a una sociedad que ensalza a los “de arriba” y discrimina y descalifica a los humildes.

3. Formular comunitariamente una oración de pedido de perdón por nuestros prejuicios y discriminaciones tan arraigadas; y de compromiso nuestro por una vida diferente.

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ESTUDIO EXEGÉTICO–HOMILÉTICO 113 – Septiembre de 2009

Instituto Universitario ISEDET

Autorización Provisoria Decreto PEN Nº 1340/2001

Es un servicio elaborado y distribuido por el Instituto Universitario ISEDET

Buenos Aires, Argentina

Este material puede citarse mencionando su origen

Responsable: René Krüger

Domingo 13 de Septiembre de 2009

Sal 116:1-8; Is 50:4-9; Stg 3:1-12; Mc 8:27-38

En el tercer capítulo de su carta, Santiago trata un problema muy interesante de las relaciones interpersonales y de la actitud de cada ser humano: el uso y abuso de la capacidad de expresarse mediante el lenguaje, representados gráficamente a través de la lengua. Para invitar al dominio de la lengua, Santiago pinta de manera muy descriptiva los pecados de la lengua.

En el capítulo 2, Santiago había advertido ante la acepción de personas y su contraparte, la discriminación. Desde allí se puede establecer una conexión muy instructiva con el problema de los pecados de la lengua. No sólo con hechos y acciones, sino también con palabras se puede marginar, despreciar menospreciar o rechazar a una persona.

Desde el principio, la iglesia contó con maestros e instructores. Ellos recibían honra especial, pues tenían la tarea de realizar la instrucción y capacitación de los miembros para la vida en la fe y en el amor. 1 Cor 12,28 contiene una interesante lista de cargos: apóstoles, profetas, maestros, los que hacen milagros, los que sanan, los que ayudan, administradores, los que tienen don de lenguas. Ef 4,11 enumera a apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros; Pablo menciona el don de la enseñanza en Rom 12,7 y 1 Cor 14,6.26. Hb 5,12-14 subraya que alguien que quiere actuar como maestro debe haber sobrepasado ya los rudimentos de la Palabra de Dios.

Santiago se dirige ahora a los miembros de sus comunidades que tenían interés en ocupar cargos eclesiásticos. Primero subraya que todos los maestros han de enfrentar un juicio más severo, y de inmediato pasa a hablar de la dificultad de mantener la lengua bajo control. Es que el instrumento más importante de los maestros es la lengua. Aquí Santiago se halla en la tradición que también se expresa en la palabra de Jesús según Mt 12,36-37.

El uso del lenguaje es el campo en el que todas las personas pecan, y no sólo los maestros. Casi podría afirmarse que la afirmación bíblica que todos los seres humanos son pecadores se manifiesta principalmente en los pecados de la lengua. Cuando menos estas faltas son las más divulgadas y llamativas. La obra salvífica de Jesucristo adquiere su pleno significado sólo por el hecho de la pecaminosidad generalizada. Si esta inclinación se manifiesta de manera tan llamativa en los pecados de la lengua, la salvación también debe abarcar este ámbito y transformar el uso o el abuso de la capacidad de comunicación verbal. Por ello, la instrucción que sigue se dirige a toda la comunidad, y no sólo a quienes tienen a su cargo la tarea de la enseñanza. Pecaminosidad extendida y la amenaza peculiar por los pecados de la lengua por un lado, y la aspiración a la perfección por el otro, en ello consiste el cuadro

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que Santiago pinta ahora ante su público lector. Este tono básico de la exhortación a la perfección debe tenerse siempre presente al leer la descripción catastrófica de la incapacidad del control de la lengua, pues de otra manera el cuadro resulta trágicamente pesimista y fatalista. Esta exhortación también vincula esta parte del escrito con la meta principal de la epístola entera, anunciado en Stg 1,4: el amor perfecto.

Las imágenes del freno en la boca del caballo y del timón del barco quieren mostrar cómo es posible influenciar y dirigir un gran cuerpo con un artefacto pequeño. Así también sucede con el poder de la lengua, dice Santiago. La siguiente imagen del pequeño fuego y el gigantesco incendio de un bosque evidencia el aspecto negativo de la lengua: destruye a la persona y la convivencia humana. Esto ya lo indica la literatura sapiencial de la tradición de Israel. Eclesiástico 28,13-26 contiene una descripción de las consecuencias de los pecados de la lengua, que culmina en la exhortación a controlar y dominar la lengua. Stg 3 tiene muchos puntos de contacto con este bello texto.

En Proverbios 16,27 y 26,20-21 también se compara la lengua con un fuego. Lo mismo hace la literatura rabínica.

La incapacidad de controlar la propia lengua contrasta llamativamente con la capacidad del ser humano de dominar toda clase de animales. Es que ella es un fuego, un mundo de injusticia, un mal inquieto, algo lleno de veneno mortífero. La contaminación del cuerpo entero se opone a la tarea de la lengua como instrumento para el autocontrol, tal como lo indica el v. 2. Ninguna persona puede mantener su lengua bajo control. ¿No es esto acaso un pesimismo total? No, pues Santiago no quiere suministrar una descripción antropológica. Tampoco quiere proveer un tratado filosófico sobre la pecaminosidad de los seres hablantes. Tiene en vista la exhortación de los miembros de sus iglesias. Al escepticismo generalizado del v. 8: Pero ningún hombre puede domar la lengua, se opone la referencia a la perfección en el v. 2 y la breve, pero enfatiza exhortación del v. 10: Hermanos míos, esto no debe ser así. La perfección incluye evitar las faltas y los delitos cometidos con las palabras, y con ello, abarca todos los aspectos del control de sí mismo. A ello se agregan las imágenes de los caballos y los barcos que se dejan manejar con facilidad. Para exponer expresivamente el poder destructivo del hablar, Santiago emplea un tono conscientemente negativo en su descripción. Si alguien llegara a preguntar si acaso es posible dominar la lengua, Santiago contestaría de inmediato: ¡Justamente a esto les quiero exhortar!

De esta manera, los vs. 5-8 no se proponen divulgar fatalismo, sino señalar la peligrosidad de la lengua y exhortar a las lectoras y los lectores a dominar este instrumento. Sin llamarlos expresamente al arrepentimiento, Santiago coloca ante ellos un espejo, en el cual pueden reconocerse a sí mismo y a sus errores, para practicar una doble conversión en el campo de la comunicación verbal: evitar nuevos pecados de la lengua, y emplear la capacidad del habla para el bien.

En la parte final de esta unidad, Santiago pasa a considerar la relación entre la fe en Dios y la conducta práctica. Ése es el tema fundamental de toda su epístola. Así como había demostrado claramente en el capítulo 2 que no puede haber verdadera fe sin su puesta en práctica en el amor, muestra ahora que hay una contradicción sumamente aguda entre la alabanza de Dios y la maldición, ambas saliendo de la misma boca. Esta discrepancia en un mismo ser humano ya había sido notada y desenmascarada en el AT.

Cabe destacar que Santiago no habla simplemente de palabras buenas y malas que salen de la misma boca, sino de alabanza y maldición. Es decir, vincula la dimensión de la fe en Dios con la comunicación interhumana. Para ilustrar esta contradicción radical en un mismo ser humano, Santiago emplea nuevamente algunas imágenes tomadas de la naturaleza. Las fuentes de agua y las plantas son mucho más inequívocas que el ser humano, al que

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aparentemente no le preocupa vivir entre los extremos de la alabanza y la maldición, contradiciéndose a sí mismo. Es casi imposible imaginarse una oposición mayor: con la lengua alabamos a Dios, y de inmediato maldecimos al prójimo, que es la imagen de Dios en este mundo. Santiago vincula adecuadamente la fe en el Dios Creador con la actitud frente a sus imágenes. La maldición del prójimo es maldición de Dios, lo cual es un pecado gravísimo para la mentalidad formada en la Sagrada Escritura. ¡Así no debe ser! También los seres humanos hemos de ser inequívocos, por un lado, porque dominamos la naturaleza; y por el otro, porque fuimos creados y creadas a imagen de Dios.

Santiago construye su exhortación sobre el trasfondo de la tradición veterotestamentaria y judía, que también ha visto con total claridad esta contradicción entre la fe de una persona en el Dios Creador Todopoderoso y el menosprecio o desprecio del prójimo, creación e imagen de Dios. Para muestra vale un botón: Salmo 62,4 (TM 65,5): Con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón. El problema ha sido reflexionado también por los autores de los libros sapienciales. Despreciar al prójimo significa despreciar a Dios, pues es desprecio de la imagen de Dios. Santiago incorpora pues creativamente una conocida tradición de la enseñanza del pueblo de Israel.

Reflexión sobre el texto

¿Cuál podría ser la relación del uso pésimo de la capacidad de comunicación con nuestra ubicación en la sociedad? En palabras quizá algo más fáciles: ¿A quiénes se desprecia tanto con palabras como con hechos? ¿Potencialmente a todas las personas por igual, o a algunas en especial?

Para cercarnos a esta pregunta que puede sonar algo curiosa o inaudita, podemos repasar los sinónimos para ciertos grupos especialmente llamativos en nuestra sociedad. Comencemos con pobres y ricos. Para hablar de un pobre, se emplea una infinidad de términos: arruinado, bajo (¡clase baja!), carenciado, carente, desamparado, descamisado, desdichado, desheredado, desnudo, desvalijado, empeñado, empobrecido, escaso, excluido, falto, hambriento, humilde, indigente, infeliz (¡pobre infeliz!), infortunado, insolvente, limosnero, marginado, marginal, mendigo, menesteroso, miserable, necesitado, pobre como una rata, pobre diablo, pobretón, pordiosero, sin bienes, sin ingresos, sin recursos, venido abajo, venido a menos…Todos esos términos avergüenzan, ofenden, discriminan a la persona que sufre pobreza.

En cambo, para hablar de un rico, los términos suenan bien diferentes: acaudalado, acomodado, alto (¡clase alta!), bien ubicado, caudaloso, desahogado, forrado de dinero, gente de bien, harto, holgado, los de arriba, magnate, millonario, opulento, poderoso, potentado, próspero, pudiente, sobrado, venturoso… ¡no hay ningún término despectivo!

Prácticamente todos estos vocablos se relacionan con bienes materiales y el dinero. Otras dimensiones tales como la salud, libertad, amor, capacidades, familia, alegría, armonía en las relaciones interpersonales, paz, amistad prácticamente no se toman en consideración. Tampoco aparece el hecho que alguien puede poseer riqueza mal habida, que la riqueza puede perjudicar a su poseedor, que la acumulación de unos es el reverso del empobrecimiento de otros. Tampoco hay indicios lingüísticos que señalen que la riqueza tiene una función social e implica responsabilidad por las demás personas.

Este breve pantallaza nos conduce a un hecho importantísimo: el lenguaje resulta dominado principalmente por la clase que domina los ámbitos económicos, sociales y políticos, y por ende también los culturales. Esto vale para los llamados campos semánticos que abarcan los significados de un término, y también para el establecimiento del “buen hablar”, que va

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más allá de las reglas gramaticales y sintácticas. Quienes están en una posición ventajosa, se autocalifican “bien”, mientras que aquellos que no llegan a esa posición son descalificados de múltiples maneras.

Otro ejemplo más, por cierto muy emparentado con el anterior, ilustra el mismo hecho. Proviene del campo de la alcoholización y el alcoholismo. Sobre un ebrio se hace toda clase de chistes, se lo señala con el dedo, y la ridiculización no parece tener límites. Hay numerosos sinónimos para una persona que bebe o está en estado alcoholizado: achispado, alcoholizado, alegre, alumbrado, bacante, bebedor, bebido, beodo, borrachín, borracho, chupado, chupandín, cuba, curda, dipsómano, ebrio, emborrachado, embriagado, mamado, pellejo, petroleado, temulento, tomado… y otros más pesados. Para el imaginario colectivo, un alcohólico es un vicioso, un degenerado. En cambio, hay muy pocos términos para designar a aquel que abandona la carrera alcohólica: sobrio, recuperado, seco. Este último término no es muy halagador que digamos. Al abstemio o al que bebe poco se lo suele considerar un débil o incluso incapaz, y parece no pertenecer a la “media normal”. Y mientras que a nivel social se fomenta por muchos medios la alcoholización de la gran masa, se ridiculiza, margina y demoniza a la persona que persona que tiene problemas con el alcohol. Esto es altamente paradójico y contradictorio, y revela el elevado grado de patología –verdadera esquizofrenia– de la sociedad. Estas actitudes prejuiciosas y falsas son un gran obstáculo para un acercamiento a esa situación dramática, pues la terminología común y corriente muestra que la mayoría de la gente no hace ningún esfuerzo por comprender la tragedia de una persona alcoholizada o alcohólica. Todos los (des)calificativos son negativos, burlones, mordaces y maliciosos. En ellos no asoma ni siquiera lejanamente la realidad de la persona enferma, desesperada y sufriente, que padece una verdadera tragedia. Y si en algún momento podrá parecer alegre y “feliz”, en realidad sufre una profunda tristeza y maldice su situación.

El estudio del lenguaje desde la perspectiva de género ha sacado a luz una enormidad de usos, prácticas, costumbres, términos, reglas gramaticales y sintácticas y construcciones completas del lenguaje con los cuales se ejerce dominio sobre las mujeres. Los intentos de construcción de lenguaje alternativo, inclusivo, no peyorativo, avanzan muy lentamente y aún están expuestos a ridiculizaciones y críticas constantes.

Lo mismo puede decirse del racismo y del dominio colonialista e imperialista que se tradujo al lenguaje. “Trabajo en negro”, “laburar como un negro”, “negrear”, “magia negra”, “cosa de negro” son formulaciones que se relacionan con la esclavización de personas africanas; la historia local registra creaciones y aplicaciones propias de otras tantas fórmulas: “descubrimiento”, “salvaje”, “civilización o barbarie”, conquista del “desierto” (como si ahí no vivía nadie), “subdesarrollo”…

Estos simples ejemplos evidencian que el lenguaje es el primer medio con el cual se expresa la descalificación y con ello también la dominación del prójimo. Se legitiman estructuras de dominio, explotación, distanciamiento y supuesta superioridad de unos sobre otros. El lenguaje corresponde a las prácticas reales, en las que el desprecio de nuestro prójimo, imagen viviente de Dios, toma formas materiales y sociales concretas.

Para controlar la lengua y poder emplearla según la voluntad de Dios, no alcanza, pues, simplemente con mostrar buena voluntad. El reconocimiento del hecho que hemos recibido de Dios la magnífica herramienta de la comunicación verbal para construir relaciones buenas y sanas debe ir de la mano de decisiones y acciones concretas. No hay nada en el lenguaje que antes no estuviera en los pensamientos y sentimientos y sobre todo en la realidad social. Por eso tampoco alcanza con hablar “lindo”. La comunicación debe reflejar relaciones constructivas, respetuosas y sanas. Dado que la destrucción verbal del prójimo suele tener un arraigo social y descalifica sobre todo a los miembros débiles de la sociedad, un empleo

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constructivo del hablar sólo es eficiente cuando va de la mano de la opción por estos miembros débiles, el compromiso por ellos, el sentir y actuar con ellos. Si aprendemos a captar la realidad desde la perspectiva de las personas que sufren y se hallan marginadas, aprenderemos también un nuevo empleo de la lengua.

Rumbo a la predicación

El sermón podría estructurarse sobre algunas preguntas que podrán ubicarnos mejor en la temática y en los intentos de superación de los males señalados por Santiago. Es importante que asumamos nuestra propia responsabilidad, reconociendo –públicamente en el sermón mismo– que como personas que tenemos la función de enseñar, predicar, asesorar, liderar, de ninguna manera estamos exentos de los problemas señalados. Y una de las tentaciones constantes es precisamente la del dominio, el control, el poder sobre otras personas.

De allí podemos pasar a los siguientes ítems:

– ¿Qué significa la enseñanza de Santiago para nuestras comunidades cristianas en este tiempo actual, en el que vivimos en una inmensa inflación de palabras y en el que diversos medios de comunicación se caracterizan por distorsionar, manipular y mentir?

– ¿Qué ejemplos se nos ocurren para ilustrar la discriminación de las hijas y los hijos de Dios por medio del mal uso de la lengua?

– ¿Con qué acciones y estructuras injustas se relacionan esos ejemplos?

– ¿Qué debemos, qué podemos cambiar concretamente para que también cambie nuestra comunicación?

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Domingo 20 de Septiembre de 2009

Sal 54; Jer 11:11-18; Stg 3:13-4:3.7-8; Mc 9:30-37

Delimitación literaria

Dado que el texto previsto para este domingo es relativamente complejo por abarcar diversos temas, propongo una concentración en Stg 3,13-18. A nivel literario y de contenido, esos versículos conforman una unidad completa y “redondeada” en sí misma, y no requieren del complemento de más versículos para ser significativos. Por su parte, en Stg 4,1 comienza claramente una nueva unidad; y una de las reglas de la buena homilética es precisamente la concentración en un solo tema del texto en cuestión. Eso también se extiende a la delimitación del texto mismo; y si en un texto propuesto hay más de un tema, pues bien, ¡hay que optar!

Estructuralmente, Stg 3,13-18 forma una bella simetría:

A 13 ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?

B Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.

C 14 Pero si tienen celos amargos y contención en su corazón, no se jacten, ni mientan contra la verdad;

X 15 porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.

C’ 16 Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.

B’ 17 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.

A 18 Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.

El centro lo ocupa la sabiduría descalificada, mientras que el inicio y el final contienen una exhortación y una amplia descripción sobre la sabiduría de lo alto, propuesta por Santiago a sus lectoras y lectores.

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Introducción

Santiago tiene una comprensión sumamente realista del ser humano. Alguien la podrá calificar de “antropología negativa”, pero a ello cabe responder que ésa es la visión antropológica de la Biblia entera, que es la visión que ha asumido la Reforma y que en última instancia no es negativa, sino altamente positiva, sólo que ello depende de la perspectiva. Es negativa si alguien está convencido de las cualidades exclusivamente positivas del hombre, de su bondad innata, de sus posibilidades ilimitadas de hacer el bien; pero resulta positiva si estamos convencidos de que Dios nos transforma y que con esta transformación Él mismo obra lo positivo en y a través de nosotros. Por eso digo que Santiago se maneja con una visión realista. Ve con absoluta claridad los problemas del ser humano, su carácter pecador, sus limitaciones; y desenmascara cruda e implacablemente las actitudes, acciones y palabras que destruyen. Pero juntamente con ese proceder de analista y cirujano que extirpa lo maligno Santiago también ve la posibilidad de la transformación por Dios. Por eso habla con la misma claridad de la posibilidad de que Dios puede obrar realmente milagros en aquellas personas que se lo permiten.

Dos sabidurías y su respectiva implementación

Así es que remite a sus lectoras y lectores a la posibilidad de pedir esa transformación. En el presente texto se explaya sobre dos modalidades de sabiduría: la terrenal (por darle una designación) y la que viene de lo alto, de Dios. Y ésa es la que hay que pedir, como había inculcado el autor ya de entrada en 1,5. No son nuestras habilidades, elucubraciones y hermosas teorías las que nos orientarán a la creación de más calidad de vida y de relaciones interhumanas, sino la divina sabiduría.

Como creyente y teólogo arraigado en la tradición del pueblo de Dios, Santiago no define teóricamente ambas sabidurías, sino que habla directamente de sus respectivos frutos. Peleas, celos, disputas, rivalidad, pleito, litigio, pugna – eso no construye. Sólo destruye. Y es altamente significativo que Santiago señale el carácter demoníaco de tantos males sociales, comunitarios y económicos que afectan a sus comunidades.

Esos males destruyen efectivamente a una comunidad cristiana, en la que la gente participa libremente, por decisión propia y sin ninguna obligación. Si nos agravian o maltratan en un lugar del cual no podemos irnos tan fácil, pues debemos estar ahí por alguna obligación, bueno, no tendremos muchas opciones; pero si a alguien lo hieren en un sitio en el que se halla voluntariamente, lo más lógico es que se vaya. Así la disgregación es el comienzo del final de toda vida comunitaria.

Precisamente ésta es la situación de la iglesia. Y Santiago siente que debe intervenir con fuerza. No ahorra ningún epíteto, ni los fuertes para informar sobre los peligros; ni los sublimes para llamar a la práctica de la justicia y de la paz. Es que él tiene una concepción muy noble de la función de la comunidad cristiana: debe ser un espacio de contención, protección, ensayo de alternativas de vida. Debe ser el lugar en el que la sociedad vea que otro mundo es posible.

Es posible que Santiago esté pensando aquí en algún tipo de problema entre los líderes u otros miembros de sus iglesias. Está hablando de celos amargos y contiendas. Vaya a saber si luchaban por la verdad, por privilegios, por influencia o por poder. El término griego zêlos empleado por Santiago puede significar un interés positivo muy fuerte en algo, y entonces se lo traduce por celo y ardor vinculado a un gran sentido de dedicación. Pero también puede significar un sentimiento negativo muy fuerte con respecto a los logros de otra persona, y entonces se lo traduce por envidia. Ése es el sentido que el término tiene aquí en este texto,

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lo cual se deduce por todo el contexto de reproche y por la vinculación con el segundo término, eritheía. Esta palabra se usa siete veces en el NT, dos de las cuales se hallan aquí; y significa división, contienda. Y para colmo parece que algunos de esos peleadores sostenían que su proceder era “sabiduría de Dios”. Santiago desenmascara esa jactancia y la califica como algo “de abajo”, terrenal, animal, diabólico. Ahí Dios brilla por su ausencia.

Santiago da un paso más. Indica que estas prácticas llevan al desorden (recuérdese que diábolos significa literalmente el que entreviera las cosas; el verbo de usa para decir acusar, calumniar, difamar) y a toda práctica mala y perversa.

¿Qué hacer ante tamaña depravación? Ahora Santiago coloca un gigantesco cartel en medio del alterado fluir de su discurso, en el que con letras muy gordas recuerda que aquí sólo ayuda la sabiduría de lo alto. Es aquella sabiduría por la cual hace rogar en 1,5.

El listado de los resultados de esa sabiduría recuerda fuertemente la lista de los frutos del Espíritu presentada por Pablo en Gal 5,22-23. En su enumeración de los resultados de la sabiduría de lo alto, Santiago se evidencia como escritor de alto vuelo. Emplea siete adjetivos, un número de significado especial en su cultura hebrea que remite a la perfección; los cuatro epítetos que siguen al primero juega con la misma letra inicial (“e”), produciendo un fenómeno conocido como aliteración; el segundo par tiene la misma terminación (–ês) y el último par comienza con a- y termina con –kritos. Son “truquitos” estilísticos para facilitar el aprendizaje.

De ninguna manera ha de tomarse la lista de Santiago como un catálogo de “buena moral”. No se trata de ideales a los que ha de tender una persona asceta, severa consigo misma, ejemplar o incluso beata. Y menos aún se trata de saberes teóricos que habría que aprender de memoria. Tampoco de excelencia mental. Son actitudes, prácticas, relaciones que se producen gracias a la intervención de Dios en quienes le confían sus vidas. El término hagnós, puro, se refiere a la sinceridad en la obediencia a Dios. El vocablo eirênikôs, traducido generalmente por pacífico, se refiere a una actitud que produce relaciones armónicas y llenas de paz. No tiene nada que ver con un “pasivismo”. El epíteto epieikês, amable, se opone a conductas pendencieras, peleadoras y violentas. El adjetivo eupeithês significa obediente, dispuesto a escuchar, a aprender y a dejarse corregir. La fórmula llena de misericordia y de buenos frutos es una especie de resumen de todo lo anterior. La misericordia, éleos, es la actitud básica de Dios hacia los seres humanos, y a ella sólo puede corresponder nuestra misericordia mutua. Pero éleos no tiene nada que ver con la clásica “lástima”. Es la preocupación viva por quien o quienes están en necesidad. El aflicción por y sufrir con el prójimo; es intervenir activamente para aliviar el dolor del otro o de la otra. Y ahí tienen lugar los famosos frutos, tan característicos de la fe bíblica, y cuya realización tanto le interesa a Santiago precisamente en el difícil campo de las conflictivas relaciones socioeconómicas de la comunidad. El vocablo adiákritos puede tener dos significados: que no divide, no prejuzga, no comete favoritismo; o no que fluctúa. Reina-Valera dice sin incertidumbre, optando por esta segunda posibilidad. Y finalmente está la calificación anypókritos, sincero, genuino; literalmente sin hipocresía, sin falsedad.

Varios de estos términos pertenecen al bagaje común de las listas de “virtudes” tan frecuentes en las epístolas del NT. Habría que cambiar esta designación, pues el uso posterior del término virtud ha distorsionado algo el significado original. En Santiago, la idea fundamental es que se trata de puestas en práctica de la fe en la vida diaria. Es la traducción de la fe en Dios en obediencia y fidelidad a su voluntad y a su mandato de amor. No se trata de esfuerzos personales sobrehumanos para ganar méritos ni de cadenas renuncias o desvelos por conseguir la salvación.

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El v. 18 no es un agregado piadoso al estilo de una máxima moral para redondear una idea edificante. Todo lo contrario: es acaso la frase más activa, dinámica y “explosiva” de toda la unidad. Cada término del v. contiene un paquete entero de significados y contenidos.

Llama la atención la formulación en voz pasiva: es sembrada (Reina-Valera emplea la forma impersonal se siembra). ¿Quién es el sujeto actuante de esa oración? ¿Los que practican la justicia y la paz? ¿Una parte de la comunidad, cuya actuación beneficia a la otra? ¿Dios mismo, que actúa a través de todos ellos y para todos ellos? ¿Qué problema habría en ver a todos a la vez englobados en un solo verbo?

El dicho podría provenir directamente de Jesús, como tantas otras frases contenidas en esta epístola. De hecho Jesús dijo algo muy cercano en Mt 5,9 sobre la bienaventuranza de los que hacen la paz, pues serán llamados hijos de Dios. Esta filiación divina se debe al hecho de que viven reflejando la justicia de Dios.

Con la sabiduría pedida a Dios y concedida por él, se hace posible trabajar por la paz y la justicia. Aquí no hay ninguna idea de perfeccionismo ni de supuesta superioridad de los mejores sobre los mediocres o peores. Santiago simplemente apela a la responsabilidad de los miembros de sus comunidades a pedir esa sabiduría de Dios y a implementar luego lo que van creyendo, comprendiendo, sintiendo, viviendo.

El término justicia, dikaiosýnê, contiene significados sumamente densos. En términos jurídicos más estrictos, habla de la cualidad, el estado y la práctica de la responsabilidad judicial. Remite también a la dimensión que englobamos con el término justificación y sobre el cual reflexionó sobre todo Pablo. Y finalmente abarca la práctica generalizada de la justicia como responsabilidad de todas las personas justificadas por la obra de Cristo.

En la puesta en marcha de esta estrecha vinculación de justicia y paz, paz y justicia, se halla la solución a los problemas indicados en la epístola de Santiago. Y por oposición puede decirse que la ira, la envidia, la discriminación, la violencia y tantas otras actitudes y acciones criticadas por Santiago no producen ninguna justicia ni paz; pero vivir según la sabiduría de Dios sí las producen.

Brevísima reflexión

La caracterización de “terrenal” y “lo alto” no tiene nada que ver con un dualismo chato que atribuye absolutamente todo lo que pasa y lo que hacemos a dos realidades irreductibles entre sí, o a Dios o al diablo. En aquella época cundían ciertamente explicaciones de la realidad a partir de un dualismo tajante de este tipo. Uno de los manuscritos encontrados en 1947 a orillas del Mar Muerto, los llamados textos de Qumrán, contiene una larga sección de neto corte dualista, la llamada Instrucción sobre los dos espíritus (1QS 3,13-4,26). Y luego hay extensos desarrollos sobre la base de la misma ideología dualista en otro texto que habla de la guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas (1QM).

Santiago emplea la división entre “terrenal” y “lo alto” para marcar actitudes, orientaciones, tendencias, responsabilidades (e irresponsabilidades); y lejos de considerar al humano como una pelota muerta que recibe las patadas de dos jugadores enfrentados en una cancha desconocida, llama a su público lector a asumir su responsabilidad, no en un juego, sino en la construcción de la vida.

Lo que le interesa a Santiago es la máxima coherencia posible entre la fe que se confiesa con las palabras y las obras que se hacen. Creer, hablar, actuar: que tengan coherencia, que no sean compartimentos aislados y opuestos, que se pueda deducir uno del otro.

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Rumbo a la predicación

1. ¿Quién no sufre bajo la propia falta de coherencia? ¿En quién de nosotros coinciden siempre las acciones con las afirmaciones y promesas? ¡Hasta los ámbitos más sagrados como la comunidad de fe quedan manchados por esa esquizofrenia de decir una cosa y hacer otra! Algunos ejemplos: …

2. El Jesucristo de la gloria, confesado como tal por las comunidades de Santiago y por nosotros, tiene que ver con todos los ámbitos y rincones de nuestra vida, no sólo con la celebración litúrgica, los sacramentos, la oración y la predicación. Su reino quiere abarcar todas las relaciones que establecemos entre nosotros. Formar una comunidad cristiana es formar un determinado tipo de relación, ¡y vaya que es importante! ¿De qué adolece esa relación comunitaria?

3. Pero, por favor, no nos quedemos solamente con la denuncia de lo que anda mal. Esto es deprimente y no ayuda a nadie. Tampoco lo hace Santiago. Su realismo es tal que luego de señalar los innegables males indica claramente que con la sabiduría de lo alto, como él la llama, otra comunidad es posible. Y esta posibilidad es tan real que la comunidad puede mostrar a la sociedad que otro mundo es posible.

Es de fundamental importancia que el sermón coloque el principal énfasis en el anuncio de lo que el amor y la gracia de Dios pueden obrar en nosotros: la coherencia entre el creer, decir y hacer.

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Domingo 27 de Septiembre de 2009

Sal 19:7-14; Num 11:4-6.10-16.24-29; Stg 5:13-20; Mc 9:38-50

Repaso del texto

En la parte final de su epístola, Santiago desarrolla una serie de sugerencias y exhortaciones muy concretas para sus iglesias. El texto para este domingo comienza con una propuesta para quienes están sufriendo bajo problemas externos e internos, que es la división que aplica Santiago a sus lectores y lectoras.

En primer lugar, los males externos. El término griego kakopathô implica bastante más que estar afligido, como traduce la Versión Reina-Valera. Es sufrir adversidad, desastres, tribulación, mala suerte, experiencias desagradables y problemas de todo tipo que vienen desde afuera. En 2 Ti 4,5 incluye el matiz de aguante. El término puede remitir a experiencias muy difíciles debidas al testimonio cristiano, incluyendo persecución. A esta dimensión se ha referido Santiago en 5,10-11. La oración que se ha de hacer en tales situaciones no necesariamente ha de pedir la liberación de todo mal, pero sí la fuerza necesaria para resistir, mantenerse firme y permanecer. Ése es el sentido del sustantivo hypomonê que Santiago emplea en 1,3-4 y 5,11 y del verbo hypoménô de 5,11. No se trata de una paciencia pasiva; sino de firmeza, resistencia, constancia y perseverancia en medio de la adversidad y en contra de ella.

Luego Santiago pasa a un mal interno muy conocido por la mayoría de la gente: la enfermedad. Muchas cartas griegas de la época neotestamentaria solían contener en su conclusión un deseo de buena salud para el lector. Esto se lo deseaba el remitente en nombre de los dioses. Santiago hace algo más práctico. Recuerda a los líderes de sus iglesias que ellos son responsables por visitar a los miembros enfermos de la comunidad, orar por ellos y ungirlos. El término empleado para hablar del líder es presbýteros, comparativo de présbys, anciano. Es, pues el más anciano; y en la religión judía de la época neotestamentaria se aplicaba este término al líder religioso. De allí lo tomó el joven cristianismo. Pero también la sociedad civil helenista lo empleaba para hablar de los líderes cívicos.

Aquí la unción con óleo o perfume no tiene ningún carácter sacramental, sino que es una extensión o traducción tangible de la oración. Es para hacerle sentir físicamente –sobre la piel– a la persona enferma la preocupación y el compromiso de quienes oran por ella. De ninguna manera es un acto mágico, como los que se comercializan en la actualidad por parte de empresas religiosas que supuestamente venden prosperidad, éxito, salud, solución para todos los males que hacen sufrir a la gente, casa propia, buenos ingresos, matrimonio

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perfecto. Para acompañar estas promesas con algo tangible, visible, palpable, venden piedras, cintas, flores, óleo, telas, sal, agua, pan y otros elementos más. Estos mercachifles de la religión, disipadores de la gracia de Dios, falsos profetas y estafadores mentirosos tendrán que dar cuenta ante la historia y ante Dios por lo que hicieron con el Evangelio de Jesucristo.

En Santiago queda absolutamente claro que es el Señor quien ayudará a la persona enferma, no la unción por sí misma ni un superpastor experto en el arte de los showmasters y del merchandising que debe colocar sí o sí algún producto, no importando su calidad. No se trata, pues, de un ritual rutinario, sino de una verdadera dedicación de algunos miembros de la iglesia por otros, los enfermos.

Luego Santiago pasa a un problema que aparentemente está algo más lejos de nuestra mentalidad que de la de sus lectores hace diecinueve siglos. Se trata de la relación entre enfermedad y pecado. El tema es muy complejo, cargado de subjetivismo, prejuicios, conclusiones apuradas, trampas peligrosas y excusas baratas. Pero nos deben quedar claras dos cosas. Hay enfermedades que no tienen nada que ver con el pecado; y Jesús lo dice explícitamente en Jn 9,3 el caso de un ciego de nacimiento. De manera que nadie debe atreverse a señalar con el dedo al prójimo enfermo afirmando que su mal le sobrevino por tal o cual culpa, y que ahora está pagando su culpa.

Hay otras enfermedades que se relacionan con el estilo de vida, los errores, las faltas y los pecados de la persona. Pablo lo señala en 1 Co 11,30; y Santiago lo hace en Stg 5,15. Luego de muchas décadas de toma de distancia entre aquella mentalidad considerada “mágica” y el mundo “moderno”, impregnado de la intención y la presunción de poder explicarlo todo con la razón, fueron justamente ciencias que trabajan con parámetros racionales, la medicina, la psiquiatría, la psicología, que nos han abierto caminos para comprender fenómenos psicosomáticos; y de nuevo es importante prestar atención a la compleja relación entre sentimientos de culpa, culpas imaginadas o reales, pecados por un lado, y malestar psicofísico y múltiples enfermedades por el otro. Cuando un líder de la iglesia siente que está ante un caso así, habrá bien en buscar a su vez ayuda a profesionales de la salud de su confianza, pues el Señor los puso en esa función. Son, si se quiere decir así, una especie de “metamorfosis” de aquella antigua unción.

En el v. 16 Santiago da un paso más en este sentido. Como acción preventiva propone la combinación de confesión mutua de los pecados (no ofensas, como dice la Versión Reina-Valera, mermando considerablemente el peso del término griego hamartía) y de oración de unos por otros. Lo decisivo aquí es el carácter recíproco, mutuo, de ambas acciones, la confesión y la oración. El individualismo de la sociedad también ha afectado profundamente este carácter; y es hora de que volvamos a darnos cuenta de que la fe no es una cosa confinada al fuero íntimo de cada cual, sino que es un lazo comunitario. Mi culpa y mi enfermedad afectan también a los demás, como las de cada cual nos afectan a todos y todas. Y para la confesión de culpas y la oración no se necesita convocar a los líderes. Cada creyente es sacerdote para los demás.

Y si alguien llegara a sostener que no tiene cualidades de líder, que no sabe orar bien, que no tiene “poder” para esas cosas, pues bien, Santiago le dirá que todo eso no importa para nada. Alcanza con que sea una persona justa, que quiera cumplir sinceramente la voluntad de Dios y que viva en relación con él. La eficacia de la oración no depende del arte retórico ni de la impostación rebuscada de la voz o del volumen exagerado, como se suele escuchar en ciertos ambientes. Dios no es espectador de un teatro religioso al que haya que impresionar ni es sordo como para gritarle los pedidos con modales de cantante de ópera barata. Santiago tiene preparado un ejemplo bíblico muy humano: el profeta Elías. Un hombre común y corriente, de la misma naturaleza que nosotros, sujeto a experiencias y

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sentimientos similares a los nuestros, y sufría lo mismo que nosotros. Todo esto queda expresado en el adjetivo homoiopathês. Y, he aquí, ese hombre sencillo y afectado por tantos problemas oró fervientemente y produjo singulares transformaciones. Lo extraordinario no está en el “arte de orar”, sino en Dios, que responde la oración sincera.

En el cierre de su misiva, Santiago explicita su propio principio pastoral, sobre el cual se sostiene todo su texto: colaborar con la transformación positiva de sus iglesias. A lo largo de sus páginas ha pasado revista unos cuantos problemas sumamente agudos que afectaban a sus comunidades; y todos ellos hacían que los miembros de desviaran de la verdad. Ojo que Santiago no está hablando de un dogma, alguna afirmación confesional o un principio filosófico teórico. Verdad tiene que ver con la correspondencia entre fe y práctica, afirmación de lo que se cree y frutos concretos, palabra y obra. Esa dimensión práctica queda afirmada también por los verbos extraviar, volver (dos veces), salvar de la muerte, cubrir. Y no hay que olvidar la mención del camino, que es la metáfora bíblica por excelencia para hablar de la vida práctica, la conducta, la marcha de la vida. Allí todo es movimiento, acción, actividad. Los pecados cometidos a ese nivel no son una “caída” ocasional, una “fallita” o un “errorcito”. Son un alejamiento tajante del Señor. Son muerte.

¿De qué muerte y de qué salvación está hablando Santiago? Algunos intérpretes ven en el v. 20 una referencia exclusiva a la perdición y la muerte eterna y a la salvación escatológica; otros, al rescate de la muerte por alguna enfermedad (pues así lo indicaría el contexto inmediato); y otros más finalmente al rescate de la muerte espiritual, como sinónimo de vida en el pecado. Ahora bien, la habilidad redaccional de Santiago parece hablar de todas estas posibilidades a la vez, pues en el fondo las tres se implican mutuamente. Muerte es muerte; así como vida y salvación son vida y salvación, sin que tengamos que limitarnos a una sola de esas dimensiones. Allí donde obra Dios, se hace presente su salvación integral.

Por eso, cabe intervenir, no para condenar, claro está, sino para restaurar. Eso hizo Santiago con su texto; y ahora propone que los miembros de la iglesia hagan exactamente lo mismo.

Rumbo a la predicación

1. “Pueblo chico – infierno grande”: Con frecuencia, comunidades pequeñas parecen tener más problemas que las grandes. Eso parece ser así porque la gente se conoce más y quizá demasiado. Las iglesias no están libradas de dar esa impresión. Las de Santiago tampoco lo estuvieron. Pero Santiago enfrenta esos “infiernos”. ¿Sufrimos como comunidad cristiana bajo alguno de esos problemas? ¿Nos preocupan? ¿Constituyen las enfermedades una parte importante de nuestras preocupaciones? ¿Qué más nos preocupa en la iglesia?

2. Santiago hace sugerencias muy concretas frente a ese foco preocupante de las enfermedades, que él en cierta manera relaciona también con pecados. Los líderes de la comunidad han de intervenir. Pero no sólo ellos. Cada miembro del cuerpo ha de ocupar un lugar activo en la restauración. Santiago habla concretamente de la oración sincera, la unción con óleo como señal visible del compromiso, la confesión de pecados, la orientación; en fin, de la responsabilidad mutua.

3. Donde sucede eso, Dios puede obrar salud, perdón, salvación. Es decir, vida.

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