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Eduardo De León Caicedo Un joven que frisaba en los noventa años Por: Manuel José Álvarez Didyme-dôme

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Eduardo De León CaicedoUn joven que frisaba en los noventa años

Por: Manuel José Álvarez Didyme-dôme

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Eduardo De León Caicedo hubiera sido un excelente político si le hubiera in-teresado el poder, ese al que se accede mediante pequeñas acciones carentes de significación ideal. Por fortuna no entró a formar parte de aquel complejo ambiente, gracias a lo cual terminó acreditándose como destacado ciudada-no y hombre de ejemplares ejecutorias en favor de su ciudad.

Su visión y la energía con que encaró tantas acciones de índole cívica en su vida, lo evidenciaron siempre como una persona interesada por la suerte de las gentes de esta tierra y el motor que contribuyó a impulsar cada una de las tareas colectivas a las que se vinculó, en muchos momentos decisivos para aquellas. Capacidades, que al ser mostradas por este médico, desde su arribo a esta ciudad, fueron ratificadas a lo largo de su existencia, una a una y en exceso, dejando en claro que él estaba destinado a formar parte esencial del discurrir ibaguereño.

No obstante que esta comarca no fuera realmente la suya, pues como lo delataba en las más de las veces su marcado acento cachaco, que no desdecía de su origen en el que sobresalía la palabra herrrrmano, utilizada de manera recurrente, era un bogotano raizal, pues nació en aquella capital un 23 de oc-tubre del ya lejano año de 1913, corroborando aquello que sentenciosamente predicó ese otro tolimense por adopción y capitalino de nacimiento, el es-critor Álvaro Mutis: “Uno no es de donde nace”, evocando el paraje que lo marcó indeleblemente hacia el futuro: la hacienda Cocora, en Coello, juris-dicción de Ibagué. De León, nacido pues en la mediterránea y gélida capital de la república, salió de ella cuando apenas iba a iniciar su vida profesional.

Pasada su participación en la refriega colombo-peruana de 1932, vivió un corto tiempo en la calurosa Neiva a orillas del río de la Magdalena, en donde, en algún momento pensó en radicarse, pero terminó huyendo de aquella ciudad a causa del exacerbado clima. De allí viajó a Ibagué, “en busca de mejores aires” como Gaspar, el personaje de ese otro León, el poeta an-tioqueño de Greiff, asumiéndola desde el primer momento como su propia

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ciudad, para echar, finalmente en ella, junto con su primera esposa Blanca Londoño Dussán, prematuramente fallecida y su única hija Constanza, las raíces más auténticas y profundas: las del afecto.

El entornoFue así como Eduardo De León Caicedo llegó a Ibagué, en la época en que esta apenas era un espacio de soledad que comenzaba a ser ocupa-do lentamente por casas solariegas, diseminadas en un área que no iba más allá de lo que hoy es la calle veinticinco, co-

nocida entonces como “tres esquinas”. Por sus estrechas calles empezaban a circular unos cuantos automóviles de propiedad de acaudalados lugare-ños y los que conformaban la primera flota de servicio público, comanda-da por el popular “Lolo”, un simpático conductor al que todos apreciaban, líder por entonces de los primeros “ases del volante”. Estos últimos apar-caban sus vehículos en el marco de la plaza de Bolívar, uno a continuación del otro, alineados como fichas de dominó, bajo los mismos cámbulos, sa-manes y ceibas que hoy dan fresco sombrío a los peatones que por allí transitan.

Amplias viviendas construidas con mayor curia arquitectónica que aquellas que espontáneamente se habían levantado en los primeros tiempos de la ciudad, junto con aquellos automotores, fueron redibujando el paisaje, haciendo que Ibagué comenzara a adquirir la fisonomía de un pueblo gran-de, al cual desde entonces se le advertían pretensiones de ciudad, alentadas por su condición política de capital de departamento.

Flota de carros Ford “Tres Patadas” en la Plaza de Bolívar de Ibagué. Fuente: Archivo Biblioteca Banco de la República

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Como narran las crónicas de la época, era un poblado en crecimiento en donde todos se conocían con todos y en el que escaseaba la mayoría de las cosas, menos el sentido de pertenencia, la tranquilidad y la música, se-gún la apreciación del Conde de Gabriac, al calificar la ciudad como Ciudad Musical.

La Gobernación del Tolima. Fuente: Archivo Banco de la República, sucursal de Ibagué

Las vías eran pocas y polvorientas, pues solo unas cuantas de ellas co-menzaban a mostrar alguna precaria capa de pavimento, como tímida evi-dencia de modernidad. Los colegios podían contarse en los dedos de una mano, pero de reconocida buena calidad educativa. Entre ellos sobresalían San Simón, de naturaleza pública, siempre regentado por la intelectualidad más sobresaliente de la comarca como el general y político José María Melo, el padre Félix Rougier, el poeta Aurelio Martínez Mutis, el pedagogo Domin-go Torres Triana, el filólogo Manuel Antonio Bonilla, el científico Gabriel Mario Didyme-dôme, el humanista Alfonso Torres Barreto y el químico Juan Olaya Restrepo, entre muchos otros; el San Luis Gonzaga, sucesor de la tradicional escuela de los Hermanos Maristas; el Tolimense, bajo el gobier-

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no de la curia local, y el Franciscano Jiménez de Cisneros, para los varones. El Santa Teresa de Jesús, la Presentación y la Normal de Margarita Pardo –llamada así, por quien por años la rectoró con especial eficiencia– para las mujeres. Y por último, el Liceo VAL (sigla formada por las primeras letras de las palabras Vida, Amor, Luz), el Liceo Especial de la consagrada educadora Soledad Rengifo y el Externado de Primaria de doña Calixta Varón de Luna, para los párvulos.

Las empresas o eran exiguas, apenas sí artesanales, o no existían, tales como chircales, fábricas de velas, incipientes molinos de arroz y tostado-ras de café, alfarerías, carpinterías y, si acaso, talabarterías. Otros varios comercios, también precarios, entre los cuales sobresalían los de “los tur-cos” –gentilicio usado de manera genérica que servía para agrupar en un mismo saco y por igual a judíos, árabes, sirio-libaneses y por supuesto turcos que hallaron en Ibagué un recodo para hacer un alto en su milenaria condición de trashumantes–, al lado de los de comerciantes raizales. Todo concentrado en unas pocas cuadras de la carrera Tercera, desde entonces la arteria principal, y los graneros, ocupando la conocida por entonces como zona de Santa Librada.

Con un solo diario, el desaparecido Tribuna, que al lado del semana-rio conservador El Derecho de Floro Saavedra Espinosa, fue sucedido en la década de los 50 por El Cronista dirigido por el inolvidable Diego Castilla Durán, registraban desde la óptica de sus respectivos partidos el devenir de la parroquia, a veces apacible o en las más de las ocasiones convulso, como correspondía a la agitada circunstancia política que se vivió en los alrededo-res del 9 de abril de 1948, conocida como la Violencia, ampliamente histo-riada en el país.

La Clínica Minerva S.A.El arribo y radicación de De León en esta ciudad, casi que coincidió con la creación, el 6 de marzo de 1947, de uno de los mayores centros de servicios de salud privados de la ciudad, inicialmente designado bajo el nombre co-

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mercial de Criales, Echeverry Parra y Compañía Limitada, modificado po-cos años más tarde, exactamente el 14 de enero de 1949, como se advierte en el respectivo registro mercantil, por el de Clínica Minerva S.A., De León, inquieto por la gestión de la salud, hizo parte integral de esta empresa, en asocio de los doctores Daniel de la Pava Salazar, Jaime Varela Rodríguez, Gonzalo Echeverry Parra, Cupertino Criales Cortés, Eduardo Kairuz Kairuz y José Alfonso Velásquez Sanabria, dándole vida a un centro hospitalario que aún funciona prestándole un gran servicio a Ibagué.

Desde la creación de esta institución de salud transcurrió poco tiempo, cuando De León como médico y decidido gestor empresarial que era, instaló su propio Laboratorio Clínico en la esquina conformada por la intersección de la carrera Cuarta con la calle Doce, en pleno corazón de esta ciudad, don-de por años funcionó bajo el nombre de Laboratorio Clínico del Dr. Eduardo De León. Tenía el propósito primordial de realizar los exámenes que por la época exigían los Ministerios de Salud y Educación, como requisito indis-pensable para ingresar a las escuelas y colegios. Dicho laboratorio clínico, fue el primero de estas características concebido para cumplir con los reque-rimientos del Estado para esta capital.

Hasta esa fecha, mediados del pasa-do siglo, tan solo una clínica –la Minerva en cuya fundación, como se dijo, parti-cipó De León– y el único hospital públi-co existente –el San Rafael–, eran los que realizaban los exáme-nes de pulmones me-diante rayos X, los de sangre y demás, sin el

Carrera 3ª entre calles 11 y 12. Al costado se ve el Teatro Torres. Fuente: Archivo Biblioteca Banco de la República.

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grado de especialización y el cuidado sanitario adecuados. Estaba evitan-do así, el inmenso riesgo de contagio de variedad de enfermedades que se corría, al hacer concurrir obligadamente a las instalaciones de aquellos inadecuados centros asistenciales a los integrantes de la ya crecida comu-nidad estudiantil.

Clínica Minerva. Calle 11 entre Carreras 1ª y 2ª. Fuente: Archivo Biblioteca Banco de la República

A partir de aquel momento, siempre asistido por Margoth García, su perenne auxiliar, se vio a De León inmerso entre una agobiada profusión de retortas, tubos de ensayo, probetas, agujas y diseminados frascos que ati-borraban los mesones del recinto, al lado de lustrosos aparatos a los que la imaginación de los infantes de la época apostaban a atribuirles prodigiosas utilidades.

Fue en ese recinto, en donde De León dio pública muestra de su pecu-liarísimo atractivo personal y la calidez afectiva que siempre lo distinguió, pues desde aquellas distantes épocas, no fue extraño ver a De León inte-rrumpir las labores propias de su actividad clínica, para atender a chicos y grandes, sin diferencia alguna, al punto de hacer sentir a unos y otros que estaban frente a uno más de ellos.

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El Club Campestre de Ibagué

Vista exterior del Club Campestre de Ibagué. Fuente: Flora Morcate, 2011

Este centro social es el que más significado tiene para apreciar el valor co-munitario de De León. Para percatarse de ello, basta mirar el positivo des-empeño que tuvo como su presidente –distinción que le fue dispensada en sucesivas oportunidades– luego de haber participado activamente en su fun-dación junto con otros dirigentes locales, por allá en el ya lejano año de 1948.

Su gestión rectora se vio acentuada allí, por su gran acierto al proponer y contratar el diseño y la edificación de la sede principal del club con la fir-ma constructora Obregón y Valenzuela, por entonces la más reconocida de Colombia en el año de 1954. Una obra arquitectónica de corte racionalista diseñada bajo los postulados de la escuela conocida como la de la “arqui-tectura orgánica”, que como es sabido, promueve la armonía entre el hábitat humano y el medio natural.

Fue esta, una edificación con un alto grado de integración con la na-turaleza que la rodeaba, que un tiempo después llegó a ser calificada como

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uno de los principales hitos arquitectónicos de la época en el país, pero que, deplorablemente, con el paso de los años ha sufrido tantas reformas e impro-visadas ampliaciones, que han desnaturalizado su primigenio estilo, como lo señaló la restauradora italiana, Olimpia Niglio, profesora invitada por la Universidad de Ibagué, en agosto del 2011, en la revista Arquitectura y Ur-banismo.

En este club quedó indeleblemente marcada la impronta de De León, des-de cuando se convirtió en circunstancia común, verlo, casi siempre con su blanco atuendo de tenista –su deporte favorito– preocupado de encontrarle solución a los minúsculos problemas cotidianos, dando órdenes sin tregua por doquier y disponiendo que todo funcionara a la perfección. De igual manera, ver con admiración, la desenvoltura con la que se desempeñaba en la cancha de polvo de ladrillo cuando jugaba al deporte blanco, pues pese a la gran res-tricción física que a cualquiera podría haberle significado la falta de uno de sus ojos, a él jamás le limitó su competición con calificados tenistas locales o de otras latitudes como José Alejo Cortés o Darío Behar, a la sazón primeras raquetas nacionales, e incluso participando en algunos torneos.

La actividad que desplegó en ese centro social en su diario discurrir y la variedad de áreas en las que se desenvolvió fueron tales, que, al lado de las múltiples ejecutorias de desarrollo físico que emprendió, ganaron fama, hasta llegar a hacer historia, las fiestas que organizaba.

Entre estas se destacaban, de manera especial, las de disfraces, en las que la comparsa que conformaba con un grupo de sus congéneres más allegados, como el exministro Roberto Mejía, el ingeniero Jorge Melendro, el empresa-rio Santiago Meñaca, el industrial teutón George Braün y sus cónyuges, en las cuales el arquitecto Alberto Suárez y su esposa Beatriz oficiaban como escenógrafos, junto con el ingeniero y artista Fernando Devis como creativo y otros más en diversos roles que la memoria de las fuentes, impiden reseñar.

Maquilladores, directores escénicos, diseñadores del rincón elegido, etc., eran contratados y muchas veces importados de otras ciudades para lograr el triunfo, emulando con otros grupos de la época que se esmeraban para tratar de superarlos, haciendo de tal evento un derroche de talento y

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creatividad, como lo han reseñado varias de las personas entrevistadas al efecto. Lo cierto es que De León, no ahorraba detalle para que su grupo so-bresaliera como el mejor y más lucido de todos.

Tan variados fueron los logros alcanzados por De León en aquella ins-titución social, que el día en que hizo dejación definitiva de la presidencia, los niños de la época, en gratitud por lo hecho en su favor, le organizaron una despedida al mejor estilo infantil, con ponqué, helados, serpentinas y confetis, en el curso de la cual Vladimir Carvajal, a quien la chiquillada del momento llamaba cariñosamente Layo, acaso de 10 años por entonces, le di-rigió unas sentidas palabras como testimonio de gratitud, según narra la em-presaria automotriz Gladys Meñaca, en un evocador diálogo sobre el galeno.

El ágoraUn avisado conocedor de las gentes de esta tierra como buen amigo de his-toriar que es, Augusto Trujillo Muñoz, igualmente nos trajo el recuerdo de cómo De León, con el fin de borrar fronteras y acercarse fácilmente a las gentes de todas las edades, adoptaba los comportamientos y el lenguaje pro-pios de la generación con la que interactuaba en el momento, procurando un mejor entendimiento con ella.

Tal como se evidenciaba repetidamente en el centro de tertulia cultu-ral y política en que convirtió su moderna casa del barrio Cádiz: un ágora contemporánea a donde concurrían amigos y conocidos de todas las edades, profesiones y especialidades. Allí De León, fungiendo como geronte, como solía autodenominarse en sus permanentes referencias a la cultura griega y envuelto en un aura de permanente optimismo, nunca “ahíto de soñar”, echaba a volar sus quiméricos proyectos de desarrollo, alrededor del tema que constituía sus permanentes desvelos: Ibagué, la Ciudad musical, otrora Villa de San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas, como fue bautizada la capital del Tolima en su carta de naturaleza.

Y en aquel sobrio recinto, sin fausto pero de gusto, clara expresión de un modo de pensar y sentir la vida, junto con su compañera de todas las horas,

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la bacterióloga Yamile Agudelo, su segunda esposa, con quien contrajo ma-trimonio en Ibagué el 12 de agosto de 1978, atendían espléndidamente a los contertulios con un suculento plato de espaguetis generosamente acompa-ñado de un añejo y deleitoso cabernet sauvignon, bajo el hálito tutelar de dos estupendas obras pictóricas, una geométrica del vallecaucano Omar Rayo y otra figurativa del ingeniero y artista ibaguereño Fernando Devis Estefan.

Eran “verdaderas jornadas de la inteligencia y con una inmensa sensa-ción de amistad”, como acertadamente calificaba aquellos coloquios, Javier Arango Vila, ese otro ibaguereño a ultranza que atraído por esta tierra, dejó atrás la montaña antioqueña para afincarse en ella, con su esposa Fabiola Garcés y sus dos hijas, donde acompañó a De León por dos diversos perio-dos de tiempo, a regentar la Asociación para el Desarrollo del Tolima (ADT) como su eficiente Director Ejecutivo y desempeñó la gerencia de algunas empresas creadas por esta, en su rol de promotora empresarial, como la Cor-poración Forestal del Tolima y Carnes del Tolima, Carlima.

Con su proclividad para crear nexos con la juventud y provocar en ella un sólido compromiso con su región, este auténtico geronte, logró que mu-chos de los talentos que amenazaban con fugarse de su ciudad nativa, de-sistieran de su propósito, o aquellos “ya evadidos”, que habían optado por dejarla para radicarse en la capital del país o en otros sitios de Colombia o del exterior, se comprometieran con su suerte. Con tal fin conformó un fruc-tífero semillero integrado por dos grupos: uno local que jocosamente fue bautizado por Leonidas López, como el grupo espagueti, en alusión al plato predilecto de las tertulias que atrás se mencionaron, y el que entró a llamarse Capítulo Tolima y que funcionaba como sigue haciéndolo hasta hoy en la capital de la república conformado por los nativos fugados.

De uno y otro formaron parte, ya convertidos en actores de su propio futuro, ministros de Estado como Carlos Gustavo Cano; gobernadores como Yezid Castaño González y Carlos Guillermo Aragón Farkas; alcaldes como Pedro Niño Rodríguez y la primera mujer alcaldesa de la ciudad, Luz Án-gela Jaramillo Mejía; secretarios de despacho de unos y otros, como Augus-to Trujillo o Manuel José Álvarez; directivos de institutos descentralizados

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como Alfonso Carrero Herrán o Abel Enrique Jiménez Neira; compositores como Luis Enrique Aragón o Miguel Ospina; rectores de centros de educa-ción superior como Leonidas López; dirigentes gremiales como Hernando Mejía Mejía, Enrique Mejía Fortich o Javier Arango Vila; ejecutivos de em-presas como Gladys Meñaca, Jorge Álvarez Agudelo, Bernardo Vila Mejía, y destacados profesionales de variadas ramas del saber como Jaime Fajardo, Antonio Melo Salazar, Fernando Meléndez y Luz Ángela Castaño, entre mu-chísimos otros cuyos nombres han comenzado a extraviarse en las brumas del tiempo que suelen afectar la memoria. Todos a una poseían una misma característica: un alto sentido de compromiso para con el Tolima.

Gracias a su vocación comunitaria y a su permanente estudio de la evo-lución de la comarca, este médico se institucionalizó como referente obliga-do para todo aquel que quisiera conocer su circunstancia socio-económica, máxime dada su condición de presidente de la Asociación para el Desarrollo del Tolima (ADT) la entidad creada por el sector privado para contribuir con el análisis y diagnóstico del Departamento y promover su desenvolvimiento.

Los encuentros tolimensesComo una obvia consecuencia de la capitalización de esas experiencias vivi-das bajo la rectoría espiritual de De León y con el fin de superar el esquema del pequeño grupo, el concierto de los asistentes a sus tertulias y los inte-grantes de la ADT dieron origen a la idea que pasó a denominarse el En-cuentro Tolimense, propósito aglutinante de todos aquellos nativos de este departamento, radicados o no en él, que tuvieran impresa en su ánima la condición o el carácter de raizal de esta tierra, que la sintieran y les preocu-para su futuro, a fin de estudiar en conjunto las iniciativas que apuntaran a su positivo avance.

De uno de estos encuentros, que no han dejado de realizarse periódica-mente, con nutrida concurrencia desde 1972, más exactamente en el tercero de ellos sucedido el 27 de julio del 2000, salió la Agenda Tolima Competiti-vo, un instrumento de integración de los sectores público y privado con la

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academia regional, para que, al trabajar de consuno, se procuren eficientes soluciones a los problemas que lleguen a afectar al Departamento y cuyo monitoreo permanente, por parte del llamado Centro de Productividad del Tolima, devenga en aguja de marear al progreso regional.

Su personalidadSobre la personalidad de De León, podríamos preguntarnos, ¿cuál era el atractivo de este galeno al que le bastaba llamar a somatén, para agrupar al-rededor suyo la inteligencia de la comarca? Para responder que lo relievante en él, seguramente era su tipo humano, de aquellos que influyen por la sim-patía y credibilidad que despertaban a su alrededor. Porque no fue creador de concepción política alguna, y como literato, artista o científico, tampoco realizó contribución admirable alguna.

Pero como individuo y en relación con el medio en el que le tocó desen-volverse, desplegó cualidades y virtudes colectivamente bien valoradas por quienes lo conocieron y trataron de cerca como Javier Arango Vila, Leo-nidas López Herrán y Gladys Meñaca, entre muchos otros, que aunadas a una energía creadora, una gran imaginación y una especial sensibilidad para apreciar las cosas que sucedían en su entorno, aderezadas con una gran ca-pacidad de acción, lo llevaron a alcanzar la importancia que suelen llegar a tener en las comunidades los grandes hombres.

La magnitud de su influencia obró sobre el medio, como eficiente indi-cio de sus cualidades superiores, como en reiteradas ocasiones lo han recor-dado algunos columnistas y el editorialista mayor del periódico El Nuevo Día que circula diariamente entre nosotros, Antonio Melo Salazar.

El self-made manPero fue solo con el pasar del tiempo que llegó a entenderse, la positiva acti-tud de Eduardo De León ante la vida, en toda su dimensión. Cuando se supo que era un self-made man, como llaman los sajones a alguien que se hace a sí mismo, para quien poco importaron las difíciles condiciones económicas

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suyas y las de sus padres, Félix V. De León y Belarmina Caicedo. En el discu-rrir de su vida fue ganando espacios en base a su personal esfuerzo y al tesón de su inteligencia.

Tanto que llegó a superar, incluso, la limitación física que en un desa-fortunado accidente con un compañero en el ejército, cuando prestaba el servicio militar obligatorio, le sobrevino la pérdida de uno de sus ojos, lo cual no fue óbice para que realizara a plenitud su vida profesional y personal.

Y que fue a la universidad a la edad en la que el común de los jóvenes aún cursa el bachillerato, pagándose los estudios con el fruto del más inefa-ble de los trabajos: posando como modelo para los alumnos de la facultad de Artes en la Universidad Nacional, en Bogotá, el mismo centro de educación superior en donde adelantó y concluyó su carrera de medicina movido por su afán de servicio al semejante, en el que jamás cejó.

A propósito de aquella exótica fuente de recursos con los que financió sus estudios superiores, una visitante ocasional de esta ciudad, Alicia Bónito de McAusland, antigua estudiante de artes plásticas de la alma máter se en-contró de manos a boca con De León, pasados los años y en medio de una fiesta que a la sazón se celebraba en el Club Campestre en donde este era presidente, y luego de mirarlo por un buen rato le espetó frente a todos y sin reserva alguna, que ella lo conocía de antaño, desde la época de la universi-dad, “…pero en pelota”.

Porque fue en aquel claustro donde estudió todo el tiempo con un gran empeño y dedicación, absorto, en prolongadas vigilias, sin abandonar su cuarto y casi sin levantarse de la silla, alejado de diversiones, recluido sin más compañía que los cuadernos con los apuntes tomados en clase. En estos, su joven primera esposa –pues se había casado prematuramente– copiaba los textos especializados que le prestaban sus compañeros, los cuales debido a su alto costo no alcanzaba a comprar. Esto hasta obtener el título que lo acreditó como doctor en Medicina.

Llegó a tal grado su empeño y perseverancia en el estudio que, sin conocimiento alguno del francés, se dio a la tarea de traducir el Traité d’anatomie humaine, de Leo Testut, profesor de anatomía de la Universi-

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dad de Bordeaux, uno de los textos de esa ciencia más completos y mejor ilustrados que existen, de obligada consulta en toda facultad de Medicina por aquel entonces y al parecer hasta hoy. Y lo logró con tal éxito, que años más tarde al visitar Francia, los conocimientos adquiridos en gracia de la transcripción cuidadosamente efectuada, le sirvieron para comunicarse con solvencia en aquel idioma, como solía recordarlo con frecuencia en sus conversaciones.

Un ejemplo de tesón y perseverancia, que más adelante y ya casi en el ocaso de su vida volvería a repetirse, ilustrando con lujo de detalle el deseo de permanencia e integración al medio en el que siempre se desenvolvió, cuando por un infortunado accidente circulatorio le sobrevino una trom-bosis cerebral que le afectó la memoria, ya entrado en los ochenta años de vida, haciéndole a él –ávido lector al punto de tratar a los libros con una familiaridad casera– olvidar el alfabeto imposibilitándole continuar su in-veterado hábito de leer. Pues bien, antes que caer en la desazón y la tristeza y derrotarse a sí mismo, asistido esta vez por la solidaridad de Yamile, su segunda esposa, tomó papel y lápiz y cual consagrado escolar, se aplicó con una voluntad resuelta y vigorosa al reaprendizaje de las primeras letras, re-cuperando en pocos meses su tradicional inteligencia y su capacidad lectora.

La guerra con el PerúComo ya atrás se había reseñado, una vez graduado, De León se alistó y pres-tó sus servicios al ejército, esta vez como profesional, en la hiperbólicamente llamada Guerra con el Perú que se inició en septiembre de 1932. Fue un conflicto surgido intempestivamente a partir de la invasión de la población de Leticia por un grupo de civiles peruanos al mando del ingeniero Oscar Ordóñez y el alférez Juan de la Rosa, que contagió de nacionalismo a Colom-bia toda, que salió en defensa de aquella causa.

El Presidente de facto de la agresiva sureña república, el general Sán-chez Cerro, llamó esa disputa, “la expresión de incontenibles aspiraciones de la nacionalidad herida por el Tratado de 1922”.

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Aquella lejana localidad era, como sigue siéndolo, en virtud del Tratado Salomón Lozano de 1927, nuestro úni-co puerto sobre el principal río de América, el Amazonas, la mayor arteria fluvial del orbe, capital hoy del Depar-tamento del mismo nombre y frontera con el gigantesco Brasil, sitio paradigmático de nuestro país. Escenario natural de una de las joyas antológicas de la literatura colombiana: La Vorágine, de José Eustasio Rivera, oriundo de Rivera Huila –antiguo municipio de San Mateo– escrita en el año de 1924.

Allí De León pudo actuar heroicamente como médico, pero no en el frente de combate ni en la recordada Batalla de Güepí exactamente, frente a muertos y heridos, sino en la retaguardia, tratando de evitar las bajas que las fiebres y escalofríos del paludismo causaban entre las tropas colombianas. Claro que con la vehemencia que relataba los pormenores de la refriega a sus contertulios, podría pensarse que estuvo en primera línea o en aquella misma recordada batalla.

La ADT y la Universidad de IbaguéSi bien no concurrió a su fundación, De León presidió, con visión de fu-turo, durante 16 años, entre 1970 y 1986, la Asociación para el Desarro-llo del Tolima (ADT) orientando con su ánimo y dispuesta dedicación la instalación y puesta en marcha de las varias empresas gestadas por esta, como la Corporación Financiera del Tolima, Carnes del Tolima, Textiles Espinal, la Corporación Forestal del Tolima, Aerovías de Integración Re-gional-Aires, la Plaza de Ferias del Guamo, el Gasoducto del Tolima y al-gunas de gran aliento regional y alto impacto social, como el Fondo Mixto

Cuartel del Ejército en la Carrera 3ª entre calles 14 y 15, durante el conflicto colombo-peruano. Fuente: Fotografía de Daniel Camacho

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para la Educación Superior y la Corporación para el Desarrollo Humano del Tolima.

En el año de 1980 esta última, generadora a su vez del Jardín de los Abuelos, del Colegio San Bonifacio de las Lanzas, y de la mayor de todas, la Corporación Universitaria de Ibagué (Coruniversitaria) hoy Universidad de Ibagué. Un proyecto, el más ambicioso de educación superior emprendido por el sector privado en el Departamento y herramienta clave para formar ciudadanos con capacidad de liderazgo a través de la educación. Hoy prolon-ga su acción en el Centro Tecnológico San José en alianza con la comunidad religiosa Salesiana y en los varios Centros Regionales de Educación Superior (CERES) y los Institutos de Innovación Regional (Innovar) que ya entraron en funcionamiento en algunos municipios del Departamento.

Así, la Universidad de Ibagué operando como una extensión del pen-samiento de la ADT que dirigía De León, e imbuida de su filosofía de creci-miento regional vino a constituirse en eficiente artífice del propósito de ele-

var la calidad educativa del hombre to-limense brindando las opciones de tal anhelo. Porque si bien la iniciativa de la creación de este centro de estudio se debió fundamentalmente y en primera instancia al creativo hombre de empre-sa Santiago Meñaca, la idea contó para su concreción y perfeccionamiento con la aquiescencia y colaboración de todos y cada uno de los miembros de la ADT entre los cuales se contaba como pieza fundamental De León.

Esta entidad fue la que elaboró los estudios requeridos, dándose la afortunada circunstancia, que por en-tonces se desempeñaba como Ministro de Educación el ibaguereño Guillermo

Visita del expresidente Belisario Betancur Cuartas a Coruniversitaria en julio de 1989.

Fuente: Libro 40 años de la ADT.

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Angulo Gómez, a quien acompañaba en su gestión el arquitecto Alfonso Carrero Herrán, oriundo del municipio tolimense del Guamo quien fungía como director del Instituto Colombiano de Construcciones Escolares (ICCE).

Estos dos altos funcionarios acogieron con entusiasmo la idea y privi-legiaron su consolidación y puesta en marcha, a través del Instituto Colom-biano para el Fomento de la Educación Superior (ICFES) en un proceso que concluyó el 27 de agosto de 1980.

La violencia políticaA pesar de su consistente comportamiento con su credo político, la actua-ción de De León no llegó a tener un tinte sectario o apasionado como el que presidía el entorno político del Tolima por entonces. Por el contrario, su es-píritu fue sereno, conciliador y generoso con quienes no pensaban como él, mostrándose siempre dispuesto al diálogo y a la controversia sobre el futuro de la región y su más acertado manejo.

Un equilibrio difícil de mantener, pues le correspondió vivir la época conocida en el país como la violencia política, tanto historiada: ese turbión que sacudió a Colombia y al Tolima como al que más, como que, si bien esta fue la última región de la extensa geografía patria en entrar al conflicto, fue también la última en llegar a sentir los efectos de la pacificación y la recon-ciliación, que se dieron en la década de los 60, gracias al llamado Plan de Rehabilitación.

Este instrumento de paz llegó en 1968 asido de la mano del expresiden-te Darío Echandía, primer gobernante departamental de la nueva era que se vivió bajo el nombre de Frente Nacional. El acuerdo de armisticio, suscrito entre los dos partidos tradicionales que contendían, el liberal y el conser-vador y que refrendó esa verdad sabida: “que una guerra es más difícil de terminar, que comenzarla”.

El Tolima era entonces, como ha seguido siendo, un territorio estra-tégico para los grupos armados de toda índole que han operado en el país, puesto que al estar cruzado por La Línea y atravesado por las carreteras que

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comunican el centro con la Cos-ta Atlántica y el sur de Colom-bia, posibilita la conexión con si-tios de tanta importancia como Buenaventura, el principal puer-to de Colombia en el Pacífico y Barranquilla en el Atlántico, así como con el llamado Eje Cafete-ro y el Valle de Cauca.

Por lo demás, regiones su-yas como la norte, constituyen un corredor natural entre Cal-das, Quindío, Risaralda, Antio-quia y Cundinamarca, además de que por ella pasa una carre-tera que viabiliza la movilidad entre Bogotá y la Costa Atlántica e Ibagué, y la sur que pasa por el Huila, interconectándola con esa

zona, facilitando la movilidad de armas y tropas en todas esas direcciones.Razones más que suficientes para que, junto a los recursos de inversión,

como los destinados a las obras del embalse del Río Prado y a la construc-ción de numerosas vías de comunicación, el gobierno central del momento, le asignara cuantioso presupuesto que contribuyera a atenuar y hacer menos gravosos los efectos de la multitud de carencias que sufrían los inmensos flujos migratorios que durante este período y procedentes del campo, habían salido de él, huyendo de los violentos. Esto, densificó en forma extraordinaria los poblados existentes en el momento, en especial a Ibagué que mal podrían estar preparados para absorber tal avalancha humana, sin graves traumatismos.

Tales circunstancias, que requirieron mucho tiempo y grandes esfuer-zos, con efectos de integración, se llevaron a cabo con la participación activa de De León, tales como la construcción de un barrio conocido popularmen-

Visita del expresidente Carlos Lleras Restrepo a Coruniversitaria en 1984.

Fuente: Libro 40 años de la ADT

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te como Las Viudas, en donde se ubicaron y se les dio cobijo a aquellas mu-jeres cuyos maridos habían sido asesinados en la contienda.

El Volcán nevado del Ruiz y la tragedia de ArmeroAun cuando su holgada condición económica se lo hubiera permitido, este galeno, jamás quiso liberarse del peso humano que lo vinculaba a los proble-mas de la vida cotidiana de Ibagué y el Tolima, como se volvió a evidenciar en la comprometida participación que tuvo, luego de que en el fatídico 13 de noviembre de 1985 se vivieran en la población de Armero los catastrófi-cos efectos de la segunda erupción volcánica más mortífera presentada en el mundo en el siglo XX y la cuarta registrada por la humanidad desde el año 1500: la del Volcán nevado del Ruiz o volcán Cumanday, como fue bautizado originalmente por los indígenas raizales.

Allí, desde el primer momento en que De León tuvo noticia de lo acae-cido, en la mañana siguiente al desastre, corrió, de la mano de su esposa, a prestar su concurso, metiéndose en el gran tremedal generado por el deshie-lo del casquete nevado que cubría el volcán. Entre toneladas de un lodo aún fresco que hacía casi imposible el movimiento, puso generosamente al ser-vicio de los sobrevivientes su condición de médico y su lujoso vehículo, llevan-do y trayendo lo necesario para su exitoso rescate, sin detenerse a enjugar siquie-ra el sudor, que a causa del fuerte calor chorreaba por sus sienes y las de los demás rescatistas que allí colaboraban, con el afán de paliar los graves efectos de la tragedia.

Volcán del Ruiz o Cumanday. Óleo de Manuel José Álvarez Didyme-dôme.

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Aquello había sido una avalancha, fruto de la fundición del 10% del gla-ciar de la montaña, que se desplazó arrastrando a una gran velocidad, más de 450 millones de metros cúbicos de todo lo que encontró a su paso: lodo, ár-boles, tierra y escombros, entremezclados en una azufrada e hirviente amal-gama, convirtiendo a la floreciente ciudad de Armero, en un extenso playón de fango en donde murieron cerca de 20.000 de sus 29.000 habitantes.

El hermano mayorEn síntesis, una vida ejemplar y un espíritu de pujante creación dignos de imitación, que hicieron de él, el hermano mayor de varias generaciones de tolimenses, como atinadamente lo llamó Leonidas López Herrán, en el mar-co de un evento para relievar ante la comunidad sus méritos, días antes de que finalmente falleciera derrotado por el implacable paso del tiempo, alu-diendo a aquel que supo ser “…certero orientador, grato acompañante, sabio consejero, guía, desinteresado amigo, y hasta cómplice…”. “Siempre bueno en el mejor sentido de la palabra bueno”, como lo dijera ese gran sevillano universal Antonio Machado, aludiendo a alguien muy cercano a sus afectos.

Por último, aquel galeno, amante de la cultura griega, fue en busca de Tánatos, el genio alado de la muerte, en aquella mitología, para que lo en-caminara hacia su locus amoenus, un 23 de abril del año 2004, a los 91 años y unos meses de edad, ignorando hasta entonces, como pasa con todos los jóvenes que fallecen, lo joven que aún era.

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Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para estimular el diálogo en el aula. Se recomienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. Escriba una reseña de no más de diez líneas para presentar el personaje a alguien que no ha leído el texto; destaque en su escrito los rasgos que a su juicio son más relevantes porque definen mejor al personaje y cons-tituyen un buen ejemplo para los jóvenes.

2. Consulte ¿en qué época se llevó a cabo la Guerra de Colombia contra el Perú en la que participó Eduardo De León Caicedo? Busque imágenes que muestren la Ibagué vieja descrita en el texto y describa lo que usted hubiera sentido al llegar aquí en esa época.

3. Pregúnteles a personas mayores sobre algunos de los métodos tradicio-nales con los que antes se curaba la gente de sus diferentes dolencias. ¿Considera que fue importante modernizar los tratamientos en clínicas y hospitales? ¿Por qué? ¿En qué radicó la importancia del laboratorio clínico que instaló el doctor De León en el centro de Ibagué?

4. Busque imágenes del Club Campestre y escriba lo que piensa de su ar-quitectura. Pregúnteles a personas mayores por qué creen que este sitio ha sido importante para la ciudad. ¿Por qué la casa del doctor De León fue llamada el Ágora? ¿Puede consultar qué significa esta palabra? ¿Qué otras obras sociales desarrolló el doctor De León en nuestra ciudad? ¿Le parecen importantes?

5. El doctor De Leon tomó parte activa en las tareas de ayuda a los dam-nificados del desastre de Armero. Busque información e imágenes de la época y escriba lo que piensa sobre el apoyo que recibieron estas perso-nas. ¿Qué hubiera hecho usted en ese momento?