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cuadernos formativos junio 16 ekaina Juan María González-Anleo Sánchez, doctor en ciencias políticas y sociología. Selfie belaunaldia. Gazteen gizarte eta politikarekiko nagikeriaren arrazoiak argitze aldera. Generación Selfie. Líneas argumentales para explicar la apatía social y política de los jóvenes.

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cuadernosformativos

juni

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Juan María González-Anleo Sánchez, doctor en ciencias políticas y sociología.

Selfie belaunaldia.Gazteen gizarte eta politikarekiko nagikeriaren

arrazoiak argitze aldera.

Generación Selfie.Líneas argumentales para explicar la apatía

social y política de los jóvenes.

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Juan María González-Anleo Sánchez, doctor en ciencias políticas y sociología de la UniversidadPontificia de Salamanca y experto en Juventud y sociedad por la UNED. Es profesor en el CES

Don Bosco y el ESIC, así como director de Educación y Futuro. Revista de investigación aplica-da y experiencias educativas, y de Educación y Futuro Digital.

LaburpenaSelfie belaunaldia, azken urteetako politika, gizarte etaekonomia krisian garatu den gizarte baten argazkia da,eta ulertzen ez duen eta meatxu bezala ikusten duengizarte baten aurrean bere barrura biltzen da. Gaurkogazteak selfiaren bidez, bere inguruko mundarekinbereiziko duen hesi bat marrazten du, bere eremu etaesperientzia pribatua gizartearengandik mugatuz. Lagunhurbilenak baizik sartuko ez diren eremu bat.

Gizarte, politika eta ekonomiarenganako interes ezaketa zenbait instituziorenganako konfiantza galtzeak,gazteen artean gizartegintzako partehartzean %11kuztea ekarri baitu. Bere eskubideen aldeko manifesta-zioetan, espainiar gaztearen eskasia nabarmena izan da,adibidez frantziar, ingeles, greziar eta beste herrialdebatzuetakoekin alderatuz. Politika eta gizartearekikogazteen nagikeria honen arrazoia, Juan María González-Anleok “Generación Selfie” bere liburuaren 4. ataleanlau arrazoirekin argitzen du. Atal hau osorik jaso duguhorri hauetan.

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Selfie belaunaldia.Gazteen gizarte eta politikarekiko nagikeriaren

arrazoiak argitze aldera.

Generación Selfie.Líneas argumentales para explicar la apatía

social y política de los jóvenes.

Este Cuaderno formativo recoge parte de la introducción (pág 7-8) y el capítulo 4 “Cuatro líneasargumentales para explicar la apatía social y política juvenil” del libro de Juan María González-Anleo Sánchez “Generación Selfie”, Madrid, PPC, 2015, 140-172.

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SíntesisGeneración selfie, es un retrato de unacolectividad que se ha desarrollado enestos últimos años de crisis económica,política y social, y que se caracteriza porreplegarse sobre sí misma, frente a unasociedad que no comprende y que percibecomo una amenaza.

“Selfie” es un neologismo que refleja congran fidelidad el mundo actual de los ado-lescentes y jóvenes, el triunfo definitivode lo visual en un mundo líquido en el que

predomina la inmediatez calculada,el permanente ensayo “esto soy aquíy ahora”, quedando la intimidad per-fectamente mimetizada con la públi-ca exhibición para el consumo:“Serás visto, serás consumido... o noserás nada”. El joven actual, a travésdel selfie, traza en torno a sí un cír-culo impenetrable que le separa delmundo que le rodea, deslindando suterritorio privado y su propia expe-riencia de la colectividad. Un círculoen el que solamente pueden entrar, alo sumo, las personas más cercanas.

Factores como el desinterés por lasociedad, la política o la economía yel desplome de confianza en las dife-rentes instituciones han originadoque el 11 % de los jóvenes se den debaja en la participación social. La pre-sencia del joven español en las callesreclamando sus derechos ha brilladopor su ausencia, en comparación conlos de otros países como los griegos,ingleses o franceses. El porqué deesta apatía de los jóvenes hacia lapolítica y lo social lo explica con cua-tro argumentos Juan María González-Anleo en el capítulo 4 de su libro“Generación Selfie”. Dicho capítulo lorecogemos íntegramente en esteCuaderno formativo.

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SarreraIntroducción

El selfie es una gran metáfora de lavida actual. Ya no interesa lo queocurre alrededor, sino lo que nosocurre a nosotros: a mí y a mis ami-gos, a mí y a mi grupo. Las segun-das y terceras personas han desa-parecido por ajenas, problemáti-cas, difíciles. Más allá del yo y delnosotros está el abismo. En cuantoa los tiempos, el único que se con-juga es un presente perpetuo, unhoy renovado, eterno, que carecede historia. El pasado se desvanecesin rastro; en cuanto al futuro, unaniebla intensa lo cubre. La historiay el tiempo han muerto (ConchaCaballero, Me gusta / No me gusta).

No ha habido probablemente a lo largode la historia un fenómeno tan efímero,y en apariencia tan trivial, que hayaconquistado en tan poco tiempo y tanpoderosamente el imaginario colectivoglobal como el selfie. Su historia(¿casualidad?) se desarrolla exacta-mente en los mismos años que lleva-mos de crisis económica, política ysocial. Si a finales de la primera décadadel siglo comienzan ya a aparecer losprimeros autorretratos (aún no se lesconocía como selfies) colgados en lared social Myspace, fotografías de muymala calidad hechas aún casi exclusiva-mente por adolescentes en el cuarto debaño, a día de hoy pocas celebridadesquedan ya, sean actores, cantantes,personalidades del mundo mediático o

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incluso líderes políticos y religiosos,cuyos selfies no hayan dado la vuelta almundo, habiendo sido incluso declara-do el término palabra del año en 2013por el Oxford Dictionaries.

¿Podemos seguir pensando que el sel-fie es aún una moda pasajera? Clara-mente no. Pero, si ya no es solo unamoda, ¿qué es? O, mejor dicho, ¿quémás es? En 2014, una imagen conmucha menos trascendencia mediáticaque el selfie de Ellen DeGeneres juntocon varias estrellas de Hollywood en laceremonia de los Óscar o el de Obamacon la primera ministra sueca en elfuneral de Nelson Mandela, era publica-da por la NASA para conmemorar el Díade la Tierra: el mosaico Globalselfie,una imagen del planeta Tierra realizadacon 36.000 selfies publicados por per-sonas de 113 países y regiones. Estaimagen del planeta, símbolo visual porexcelencia de la idea de colectividad,del concepto de nosotros, es construi-da en este mosaico a base de pequeñosfragmentos en los que los protagonis-tas aparecen autorretratados, biensolos, bien acompañados única y exclu-sivamente por un grupo restringido deamigos o de familiares, convirtiéndoseasí en una nueva y paradójica forma deentender la tensión entre lo individual ylo colectivo: atomizada, recompuesta apartir de microrrelatos, de microviven-cias y de microentornos individuales.

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Lau arrazoibide gazteengizarte eta politikarekikonagikeria argitze aldera

Cuatro líneas argumentalespara explicar la apatíasocial y política juvenil

... en este mundo hay cosas insopor-tables. Para verlo, debemos obser-var bien, buscar. La peor actitud es laindiferencia, decir: «Paso de todo, yame las apaño». Si os comportáis así,perdéis unos de los componentesesenciales que forman al ser huma-no. Uno de los componentes indis-pensables: la facultad de indigna-ción y el compromiso que la sigue.(Stéphane Hessel, ¡Indignados!)

La desafección y la apatía política juve-nil no son fenómenos sencillos de expli-car. Demasiadas caras, demasiadas aris-tas, dimensiones y campos de tensióncomo para poder zanjar el tema con tresbrochazos mal dados, como tristementese hace tantas veces, bien sea por pere-za mental o por preferir echar mano delos estereotipos y los tópicos, sus soco-rridos aliados, es decir, lugares comu-nes que aseguran una comprensiónintuitiva generalizada, alcanzando asíun fácil consenso.

Por tanto, vaya por delante que las cua-tro líneas argumentales que esbozo acontinuación (…) no pretenden dar cuen-ta de la magnitud de todo el fenómenode la apatía sociopolítica juvenil. Al con-

trario. Admito antes que nada que lacomplejidad de este tema hace queesté abierto a muchas más explicacio-nes de las que aquí ofrezco y que,como el lector comprobará rápida-mente, se trata de líneas argumenta-les o claves interpretativas generalesmás que de explicaciones concretaspropiamente dichas. El debate, portanto, queda abierto.

1. Izate nahasiak etainformazio gehiegikeria

Realidades complejas ysobresaturación deinformación

«La realidad ya no es lo que era», seha dicho alguna vez... y con bastanterazón. No era, por lo menos, tan com-plicada ni estaba triturada por moli-nos tan impersonales (al menos enapariencia), tan abstractos y a menu-do tan lejanos como para plantearsesiquiera ponerse él luchar por ellos,con ellos o contra ellos. La Troika,Bruselas, el FMI, el Banco Mundial,los mercados, Ia OCDE, el ForoEconómico Mundial, el G20, el G7,etc., son actores tan difícilmenteidentificables como comprensibles.Incluso por separado. Pero más aún sipensamos que de poco sirve enten-derlos por separado, ya que las deci-siones políticas y económicas (consus correspondientes efectos socia-les) surgen de la tupida maraña derelaciones entre todos ellos, añadien-do después a los Gobiernos centrales

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y autonómicos, que muchas vecesparecen querer cubrir o presentar comointernas, decisiones urdidas con muchaantelación por los anteriores actoresinternacionales. Es lo que Tokatliandenomina «sistemas sobrecargados»,«una de las más relevantes característi-cas» de nuestra actualidad sociopolíti-ca (Tokatlian, 5 de agosto de 2014).Esta «sobrecarga», además, puntualizael autor, no se da en un mismo nivel oen una misma dimensión, sino que seconjuga y superpone en cuatro «table-ros» diferentes: el internacional, elmundial, el institucional y el interno. Eneste contexto parece que, invirtiendo lamáxima marxiana, los ciudadanos deprincipios de siglo tengamos más nece-sidad de comprender un mundo cadavez más complejo y sumergido en unacorriente de sobrerrevolucionadatransformación que de cambiarlo.

Sin embargo, para comprender en pro-fundidad el estado de perplejidad ydesorientación de los jóvenes hay queañadir a esta sobrecarga la saturaciónde información que traen consigo lasnuevas tecnologías de la información,sin las cuales, difícilmente puede com-prenderse ninguna de las dimensionesen las que se mueven las nuevas gene-raciones. La censura mediática, elsilenciamiento de voces discrepantes oalternativas sigue siendo aún un graveproblema en nuestras democracias. Losmedios de comunicación siguen tenien-do hoy, como ayer, poderosos sociospolíticos y económicos, a los que no lesinteresa confrontar ideas o, de hacerlo,

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como ha subrayado Noam Chomsky ennumerosas ocasiones, siempre dentrode un círculo bien trazado de lo deci-ble, lo debatible... lo pensable. Estacensura, que tanto ha hecho por lasdictaduras en el pasado, ya no es, sinembargo, el mecanismo más importan-te para comprender las nuevas formasde pensar y de actuar (ni de sentir, porsupuesto) de los ciudadanos decomienzos del siglo XXI, y especial-mente de los nacidos ya en este nuevosiglo: los más jóvenes. El auténticosilenciamiento, a día de hoy, no lo pro-duce la mordaza, sino la proliferaciónsin medida y la consecuente saturaciónde voces, la cacofonía mediática: noti-cias, tags, entradas a blogs, opiniones,comentarios, reseñas...

Si la realidad, como acabamos de decir,ya no es lo que era, mucho menos lo esel mundo de la información. Hoy en díapoco sentido sigue teniendo, como dehecho continúa haciéndose machaco-namente, preguntarle a un joven si leeel periódico y cuántas veces lo lee alcabo de la semana. Esa es una pregun-ta del siglo XX para personas nacidasen el siglo XX que aún tienen una formade informarse muy diferente a la de losjóvenes en la actualidad. lnternet,especialmente el hipertexto, con susconstantes toboganes informativos,Twitter o Facebook han cambiado radi-calmente la forma de informarse losjóvenes. Incluso la fórmula utilizada alcomienzo de la era de Internet, navegarpor la Red, una expresión que evocaembarcaciones pesadas, cuadrantes ysextantes para proyectar y trazar sobre

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Gaur gaztea Sarean ez da ibiltzen...surfeatu egiten du, etengabeko nora-bide aldaketekin, begia, sortzen aridiren olatugain berriei erne, izenburubatetik bestera, notizia batetik beste-ra jauzi eginez.

Mota guztietariko Informazio gehiegi-keriak (anunzioetatik notizietara,mezu idatzietatik pasatuz) gain zamaezartzen du, zentzuak, arrazoitzeko,bereizteko eta nola ez erreakzionatze-ko gaitasuna indargabetuz.

las cartas náuticas rutas bien calcula-das, bien definidas, podría producir unataque de risa a cualquier joven actual.Hoy el joven no navega por la Red…surfea por ella, con continuos cambiosde dirección, con la atención puesta ennuevos picos de olas emergentes, sal-tando de un titular a otro, de una noti-cia a otra. Y esto solamente si nos ceñi-mos a la práctica informativa, conside-rada como una actividad aparte, otroerror que heredamos los que aún pen-samos en términos de sentarse a leerel periódico. Porque el joven no solosurfea por Internet buscando informa-ción, o por lo menos no lo hace comoactividad exclusiva. En los cinco minu-tos que ha tardado en buscar una noti-cia que le ha llamado la atención enTwitter ha consultado dos veces sucuenta de Tuenti, ha aceptado unasolicitud de amistad, añadido una can-ción nueva sugerida en Spotify y res-pondido tres mensajes por WhatsApp.

¿Alguien ha visto en los últimos años aalgún joven ver una película de princi-pio a fin, sin mirar como poco cinco oseis veces el móvil?

Surfear, tanto en Internet como por elresto de nuevas tecnologías, tiene gran-des ventajas con respecto a formas mástradicionales de informarse y de comu-nicarse, pero también trae consigo gra-ves inconvenientes, especialmente auna generación que no ha conocidootras formas de hacerlo o que simple-mente no le encuentra ningún alicientea las largas travesías a través de unlibro, de una película o de conversacio-nes oceánicas como las descritas porThomas Mann en su Montaña mágica.

La infobesidad, como en algún momen-to se le ha llamado al exceso de infor-mación de toda índole (desde anunciosa noticias, pasando por mensajes detexto), sobrecarga y termina embotan-do los sentidos y la capacidad de racio-cinio, de discernimiento y, por supues-to, de reacción, a tantos de los indivi-duos de forma aislada como de todo elcuerpo social, convirtiéndose finalmen-te, como recordaba el periodista JoséMaría Izquierdo, en algo «muy dañinopara la salud social» (Bono, 12 de juniode 2013). Ahora bien, ¿es realmente lainfobesidad la responsable directa deeste embotamiento y de esta apatíasocial? A fin de cuentas, se puede argu-mentar, cualquier investigador que seprecie no solo es, sino que debe serinfobeso, empezando por los investiga-dores sociales. No es, por tanto, una

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cuestión de cantidad de informacióningerida, sino de la forma de hacerlo yde la capacidad de digestión1.

Porque hay gordos y gordos. De acuer-do con Umberto Eco, Internet (y con él elresto de las modernas tecnologías de lainformación-comunicación) es un teso-ro para los sabios, pero un desastrepara quienes no tienen ni los conoci-mientos ni los marcos teóricos previosque les orienten en la búsqueda de lainformación, así como en su interpreta-ción, ya que «no filtra el conocimiento yatasca la memoria» (Giron, 3 de noviem-bre de 2013). Se picotean miles de gigasen diminutos paquetes de informaciónque, de ser verídica y estar bien funda-mentada, algo que difícilmente podráapreciar el joven (no porque sea tonto,sino simplemente porque es joven y subagaje cultural tiene, por necesidad,infinidad de lagunas), queda suspendi-da en el vacío interpretativo, lo quealguna vez se ha llamado el síndromeCNN. «En una sociedad adicta a la infor-mación -escribe Zygmunt Bauman-, lahabilidad clave es protegerse del99,99% de la información, que es irrele-vante» (CCCB, 19 de marzo de 2013).Irrelevante y en muchos casos, habríaque añadir, sin fundamento empírico o

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1 El filósofo de moda, Byung-Chul Han, denomina a esta infobesidad «hipercomunicación anesté-sica», y la acusa de dos graves crímenes en la sociedad actual. En primer lugar, de necesitar redu-cir la complejidad para acelerarse, suprimiendo así el sentido, porque «este es lento. Es un obs-táculo para los círculos acelerados de la información y comunicación. Así, la transparencia vaunida a un vacío de sentido» (2013, p. 32). Esto, en su opinión (que comparto plenamente), con-duce inexorablemente, segundo crimen, a una salvajización social: «Los logros culturales de lahumanidad a los que pertenece la filosofía -escribe el autor en La sociedad del cansancio- sedeben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere un entorno en el que seaposible una atención profunda. Esta es reemplazada progresivamente por una forma de atenciónpor completo distinta, la hiperatención» (2012. p. 35).

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teórico, o simple y llanamente dispara-tada (parafraseando a Cicerón: no sepuede decir nada tan absurdo comopara que no haya sido dicho poralguien en Internet). Con un poco desuerte, si consigue sortear a ciegas losenormes disparates que le salen alpaso (lo que ya de por sí es muy difícil),el joven sin una formación sólida, comomáximo puede aspirar, según la opi-nión de Nicholas Carr (autor de ¿Quéestá haciendo Internet con nuestrasmentes?, 2011), a lo que es la caracte-rística más importante de la mente for-jada solo a través de la Red: la superfi-cialidad, una característica, huelgadecir, que no casa nada bien con lasobrecarga de los sistemas sociopolíti-cos de la que hablaba al principio deeste apartado.

¿Es esto todo? Por el momento puededecirse que sería más que suficiente.Por lo menos para empezar a atisbar,por un lado, la dificultad que se le pre-senta al joven a la hora de entender laenmarañada y oscura situación social ypolítica del mundo hoy en día y, porotro, su desgana a la hora de verse obli-gado a encararla. Es suficiente, pero,por desgracia, no es todo.

A los dos primeros factores que analiza-mos más arriba hay que añadir (enespecial en el caso español) la perma-nente sensación de KO informativo quedesde hace años sufrimos todos losespañoles, pero que, en el caso de losmás jóvenes, se ha convertido ya enuna forma permanente de sentirse, deestar en el mundo y de comprenderlo...porque han crecido con ella, percibién-

dola ya como ¡lo normal! Podría dárseleotros nombres, pero la expresión KOtiene la ventaja de reflejar bastante fiel-mente el estado mental (y de ánimo) demillones de españoles, que diariamen-te se exponen, como auténticos spa-rrings, a la violencia mediática, reci-biendo día tras día, noticia tras noticia,auténticos puñetazos informativosdesde todos los ángulos y desde todaslas siglas políticas: corrupción, cada díavarios casos nuevos, hasta el punto deque la mayoría, por pura necesidad, ter-mina a las pocas semanas en el limboinformativo; prevaricación de tal o cualalcalde, de tal o cual ministro o exmi-nistro; sumas millonarias en paraísosfiscales… y casi nadie en el banquillo, yaún menos en las cárceles, pero cadavez más en las puertas giratorias quellevan de la política a empresas másque dudosamente emparentadas conlos cargos ejercidos en el poder. Es elcaso de las hidroeléctricas, que, almismo tiempo, encarecen cada vez másel recibo de la luz de las familias, queno tienen para llegar a fin de mes (másdel 80% desde el inicio de la crisis). Ymás, muchos más golpes: ayudas mul-timillonarias a bancos cuyos directivosse suben una y otra vez el sueldo ymantienen vidas decadentes tirando detarjetas B, al mismo tiempo que embar-gan casi quinientos pisos al día en todaEspaña (bastantes de ellos a familiasen paro, algunos incluso a pensionistasque tienen que soportar el peso devarias familias o de familiares depen-dientes); empresas que, con beneficiosmillonarios a fin de año, despiden a

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cientos de trabajadores; despilfarro enasesores, en coches oficiales o simple-mente en el aumento de presupuestopara el catering de los aviones oficiales(el doble en julio de 2014 que en 2013) opara renovar las tabletas inteligentes enel Congreso de los Diputados. Al mismotiempo: recortes en educación, en sani-dad… Y esto día tras día durante años.

¿Contra qué y contra quién luchar pri-mero?, se preguntarán a menudo milesde jóvenes que no conocen otra reali-dad en España. ¿Contra qué y contraquién salir hoy a la calle?, ¿y mañana?,¿y al día siguiente?, ¿para qué?, ¿servi-rá de algo?, ¿cambiará algo? ¿Quiénliderará en primera línea la manifesta-ción?, ¿los políticos de la oposición, tansubidos a la cinta transportadora delsistema como los que hoy se sientan enel Gobierno?, ¿los sindicatos?

Si a los dos factores comentados ante-riormente (por un lado la sobrecarga desistemas y por otro la infobesidad) lesumamos el estado de KO en el que larealidad sociopolítica deja a todos losespañoles día tras día, hasta el puntode que los jóvenes ya lo ven como unestado natural de cosas (no se puedeinsistir lo suficiente en este punto), sehace mucho más fácil comprender porqué pasan (¿pasan?) de luchar y porqué, cuando lo hacen, aunque sea solovotando, como lo hicieron en las elec-ciones europeas de 2014, lo hacen conun fuerte golpe en la mesa, contratodo, contra todos, contra mundum,como se decía antiguamente, o comose dice hoy en día: antisistema.

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Klik belaunaldia ez da kaleetan eskaki-zunak aldarrikatzearen eta eta besteprotesta batzuk egitearen oso aldeko,bere enkintzen erantzuna bereala ja-sotzera ohitua baitago. Argudio honeksinpleegia eta bilatua izanik, gehiegizabaldua dagoen topiko bat eusten dubizirik: gazteak erosoegiak direla eta ezdirela gai aulkitik jaiki eta ezergatikborrokatzeko.

2. Ikasitako babes eza

Indefensión aprendidaDetengámonos, antes de continuar conotras razones de su apatía sociopolíti-ca, en una de las anteriores preguntasque he puesto en boca de los jóvenesespañoles, probablemente la másimportante de todas las que he formu-lado: ¿para qué?

Se ha argumentado muchas veces quela generación click no es muy dada areivindicaciones a pie de calle o a otrostipos de protestas por estar demasiadoacostumbrada a un efecto inmediato desus acciones. De ahí el nombre degeneración click, además de por su afi-ción a las nuevas tecnologías: solo conun mínimo movimiento de dedo obtie-nen algún tipo de respuesta, desde unsimple cambio de página web hasta laadquisición de cualquier producto. Noprofundizaré aquí en este argumentopor dos razones: la primera, porque setrata de un discurso más que sobrada-mente conocido, habiéndose escrito ydiscutido ya mucho sobre él, y la segun-

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da, más importante que la anterior, por-que el argumento de la generaciónclick, aunque no niego que pueda expli-car una pequeña parte del fenómenoque nos ocupa aquí, esconde un discur-so demasiado simplista y, sobre todo,demasiado sesgado. Este argumento, afin de cuentas, no hace sino mantenercon vida, bajo una nueva aparienciamás tecnológica, un tópico ya demasia-do extendido tanto a pie de calle comoen los círculos académicos: la idea deque los jóvenes son unos comodonesque no son capaces de levantarse delsillón para luchar por nada.

Hagamos un poco de memoria de nues-tra historia reciente, la que, a fin decuentas, conocen los jóvenes y, másimportante, la que está forjando suforma de pensar, de sentir el mundo yde actuar (las tres patas de la forma-ción de actitudes). Preguntémonosseriamente: ¿es que acaso sirve demucho, en España, salir a la calle a pro-testar o a exigir tal o cual rectificaciónde las decisiones tomadas por lospoderes políticos? La verdad es que demuy poco. Quien haya estado atentoestos últimos años a las seccionesinternacionales de los diarios habrácomprobado que la rectificación de lospoderes políticos, sin haber sido tam-poco la tónica habitual, no ha faltadodel todo en otros países, incluso enaquellos que han contraído deudaspolíticas y económicas importantes,como Portugal o Grecia. Sin ser lo máshabitual, repito, podía leerse con ciertaregularidad en los periódicos que tal ocual Gobierno daba marcha atrás en

sus decisiones en materia de recortes,que la calle tumbaba proyectos de leyo, incluso, que algún alto cargo dimitía(«Dimitir no es un nombre ruso», dice eltriste chiste omnipresente en las redessociales todos estos últimos años).

En España, las únicas dos reivindicacio-nes de cierta importancia que han con-seguido ser escuchadas (ya desdeantes del comienzo de la crisis) han sidola de Gamonal y la de la privatización delos hospitales en Madrid, y en estesegundo caso su éxito no lo explica elque fueran escuchadas por los respon-sables políticos, sino por su triunfo enlos tribunales (Rejón, 27 de enero de2014). Es como si en nuestro país lospolíticos no entendieran que entre lademocracia representativa y la demo-cracia directa hay bastantes puntosintermedios, y que lo más probable,como venía a decir Aristóteles en suslibros dedicados a la ética, es que la vir-tud de un buen gobierno se encuentreen alguno de ellos. En España, pormiedo o por prepotencia, los sucesivosGobiernos han optado por cerrar laspuertas una vez elegidos en las urnas acualquier forma de participación direc-ta, restringiendo la única posibilidad deacción al voto, desoyendo una y otra vezla opinión del electorado, convirtiéndo-se así en uno de los países de la UniónEuropea (solo superado por Chipre) enel que más molestos se manifiestan susciudadanos, y en especial los jóvenes,como subraya Braulio Gómez Portes(País Beiro, 10 de julio de 2014), por noser tenidos en cuenta a la hora de tornarcualquier tipo de decisión política. «Les

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pedimos ayuda», les decían los miembrosdel 15-M o de DRY a los diputados alema-nes que por sorpresa se reunieron conellos en octubre de 2012 cuando les pidie-ron que les contasen la situación políticaen España, «aquí no nos escuchan»(García de Blas, 11 de octubre de 2012).Juan Luis Sánchez (2013, p. 19) sugiereuna imagen que, aunque esté situada ensu análisis de la marea verde, en realidadsirve para todas las mareas, y en generalpara toda la movilización ciudadana enestos últimos años:

Mucha gente lleva desde verano de2011 pegándose con un muro. Se para-ron de pie delante de un tanque, queno se detiene como en la imagen deTiananmén, sino que les obliga a retro-ceder unos metros para de nuevo plan-tar el pie en el suelo e intentarlo denuevo: venga, ¡arróllame! Y que el tan-que no se para. Oye, y que les arrolla.Y ya no pueden más.

Cuando la voz de la ciudadanía es desa-tendida de forma sistemática y, al mismotiempo, como viene sucediendo día trasdía desde el comienzo de la crisis, se lasomete a constantes Shocks (Klein,2007), eufemísticamente llamados recor-tes, ajustes, etc., al mismo tiempo que sepropaga a los cuatro vientos el mantrapolítico de que no hay alternativas (polí-ticas, económicas, sociales), de que sehaga lo que se haga no va a servir denada, de que no hay salidas posibles, elresultado es, tarde o temprano, la inde-fensión aprendida.

Este concepto de indefensión aprendidafue acuñado por Martin Seligman (1995,

p. 28) a finales de los años setentadel pasado siglo para referirse a «unestado psicológico que se producefrecuentemente cuando los aconte-cimientos son incontrolables», loque termina enseñando a compor-tarse de forma pasiva tanto a los ani-males como a los seres humanos, asícomo a no responder para ayudarsea sí mismos para evitar circunstan-cias desagradables, a pesar de queexistan posibilidades para hacerlo.La teoría no es muy compleja, perocreo que es conveniente exponerlaaquí con algo más de detalle, a fin depoder comprender bien hasta quépunto y en qué medida puede ayu-damos a entender la situación demiles de jóvenes (y de adultos) ennuestro país.

A mediados de la década de lossetenta, Martín Seligman y su equipose encontraban realizando experi-mentos con perros sobre la relacióndel condicionamiento del miedo conel aprendizaje instrumental cuando,inesperadamente, dieron con estefenómeno al hacer que las descargaseléctricas administradas fueran ines-capables. Ninguna respuesta volun-taria que el animal realizase (menearla cola, forcejear en el arnés, ladrar)podía afectar a la descarga eléctrica.Su comienzo, duración, terminacióne intensidad eran determinadas úni-camente por el experimentador. Trasesta experiencia se colocó a losperros en una caja de vaivén: unacámara de dos compartimentos en laque, cuando el perro saltaba una

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barrera (pasando así de un lado aotro de la caja) hacía terminar la des-carga y escapaba de ella. El saltopodía también impedir o evitar total-mente la descarga si se producíaantes de que esta comenzase.

Lo que finamente descubrieronSeligman y su equipo fue algo bas-tante diferente a lo que estaban bus-cando: cuando colocaban a un perroexperimentalmente inexperto en lacaja de vaivén, al comenzar la prime-ra descarga echaba a correr frenéti-camente hasta que, accidentalmen-te, pasaba sobre la barrera y escapa-ba de la descarga. Al siguiente ensa-yo, en su carrera desenfrenada, elperro cruzaba la barrera más rápida-mente que la vez anterior, hasta queen pocos ensayos más llegaba aescapar fácilmente y a evitar total-mente las descargas. Después deunos cincuenta ensayos, el animal setranquilizaba y permanecía frente ala barrera de forma que nada máscomenzar la señal de la descarga sal-taba limpiamente al otro lado.

Por el contrario, los perros que ante-riormente habían recibido descargasde las que no podían escapar mostra-ron patrones de comportamientonotablemente diferentes. Seligman(1995, p. 42) relata lo que pasó con elprimero de esos perros: las primerasreacciones de este animal a la des-carga recibida en la caja de vaivénfueron en todo semejantes a las delperro inexperto, esto es, correrdesenfrenadamente durante unostreinta segundos. Pero después se

quedó quieto. Para sorpresa de los expe-rimentadores se tumbó y comenzó agemir suavemente. Pasado un minuto,los experimentadores retiraron la descar-ga sin que el perro hubiese cruzado labarrera para escapar de ella. Al siguienteensayo, el perro volvió a hacer lo mismo:al principio forcejeó un poco y, pasadosunos segundos, pareció darse por venci-do «y aceptar pasivamente las descar-gas» . El perro no volvió a escapar en nin-guno de los siguientes ensayos, limitán-dose a acurrucarse en un rincón y a reci-bir pasivamente las descargas. Este es elresultado paradigmático de la indefen-sión aprendida (Seligman, 1995, p. 43):

Las pruebas experimentales muestranque, cuando un organismo ha experi-mentado una situación traumática queno ha podido controlar, su motivaciónpara responder a posteriores situacio-nes traumáticas disminuye. Es más,aunque responda y la respuesta logreliberarle de la situación, le resulta difí-cil aprender, percibir y creer que aque-lla ha sido eficaz. Por último, su equili-brio emocional queda perturbado, yvarios indicios denotan la presencia deun estado de depresión y ansiedad.

Algún lector pensará, con toda la razón,que todo esto está muy bien, pero queuna cosa son perros y otra totalmentediferente los seres humanos (o, peor aún,los cuerpos sociales). No hay duda deque esto es así y, de hecho, desde que elcondicionamiento clásico fuera ya critica-do en este sentido, los experimentadoresconductistas han tenido mucho cuidadopara no extrapolar a la ligera los datos

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obtenidos de los experimentos con ani-males. De la misma forma, Seligman ysu equipo, al igual que otros muchosinvestigadores, continuaron con lasinvestigaciones a partir de estos descu-brimientos, tanto con otras especiesanimales como, dentro de las posibili-dades marcadas por la ética científica,con los seres humanos. Los resultados,por el momento, se han demostradoextrapolables a ratas, gatos, peces,diferentes tipos de primates... y sí, a losseres humanos.

En este último caso, el del ser humano,se ha demostrado que, al igual quesucedía con otras especies, cuando «esenfrentado a un acontecimiento nocivoque no puede controlar, su motivaciónpara responder queda drásticamentereducida » (p. 52), produciendo trestipos complementarios de efectos (p.75): en lo conductual tenderá a dismi-nuir la iniciación de respuestas paracontrolar el resultado, manteniéndoseeste efecto cuando las condiciones hancambiado y una posible respuesta deevitación sí podría cambiar las cosas;en lo cognitivo producirá la creencia enla ineficiencia de las respuestas y difi-cultará aprender que las respuestasson eficaces incluso cuando ya sí loson; y, por último, en lo emocional pro-ducirá una intensa ansiedad seguidade un estado de depresión.

¿Puede aplicarse la teoría de la inde-fensión aprendida a los jóvenes espa-ñoles para explicar su apatía sociopolí-tica? Sin duda. El comportamiento delos jóvenes durante los últimos años de

crisis encaja perfectamente con elmodelo desarrollado por Seligman. Aveces, sorprendentemente, hasta enalguno de los más pequeños detalles.Los treinta segundos en los que losperros que previamente ya habíansufrido cargas de las que no podíanescapar corrían frenéticamente antesde tumbarse a recibir pasivamente lasdescargas son un detalle escalofriante-mente similar al de la explosión pun-tual de movilizaciones con pequeñosfocos de violencia que surgieron alcomienzo de la crisis y, tras las cuales,se volvía a caer en la pasividad.

Comenzaba este apartado invitando allector a hacer memoria de los escasísi-mos éxitos obtenidos, en general, porlas manifestaciones y movilizacionesen nuestro país, y más en concreto poraquellas en las que intervinieron losjóvenes poco después de comenzar lacrisis: las promovidas por organizacio-nes como Juventud sin futuro oDemocracia Real Ya. Habida cuenta dela inutilidad que habían demostrado yaen el pasado este tipo de acciones,habiéndose convertido ya la indefen-sión aprendida no en un rasgo indivi-dual o generacional, si no ya cultural, loque es increíble es que se consiguieramovilizar a toda aquella cantidad dejóvenes en las manifestaciones cerca-nas al 15-M y en el propio 15-M.

Tristemente, en aquellas movilizacio-nes los jóvenes redescubrieron lo queya desde hacía mucho estaba inscritoen el ADN de la cultura democráticaespañola: que al poder político en

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España le interesa muy poco escu-char una vez cerradas las mesas elec-torales. Había respuesta, por supues-to, pero esta, muy lejos de la que seexigía en las reivindicaciones, venía areforzar (no sabernos hasta quépunto intencionadamente, aunquepodemos imaginarlo) la indefensiónaprendida: «Han sido cuatro gatos»,«no protestan contra nada concreto,dan palos de ciego», «sabemos quelas medidas que tomamos hacendaño a la gente, pero son imprescin-dibles», «la violencia de los manifes-tantes demuestra claramente que noparticipan en el proyecto democráti-co» (ergo «no merecen ser escucha-dos»). Muchas veces, paradójica-mente, la respuesta paralizante inclu-so echaba mano de la indefensión

aprendida como argumento propio delpoder, argumentando, al más puro estilosartriano, que «a veces la mejor decisiónes no tomar ninguna decisión, que tam-bién es tomar una decisión»:

Cuando la situación se alarga en eltiempo, como actualmente sucede enEspaña, los políticos pueden inclusopresentarse ante la opinión públicacomo víctimas ellos mismos de laindefensión aprendida. En definitiva,lo que estos gobernantes nos transmi-ten al escenificar su indefensión esque nuestro país ya no es soberano,sino que está bajo las órdenes de losque en realidad mandan: los famosos«mercados» o bien Alemania oBruselas (Diseño Social, 14 de sep-tiembre de 2013).

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3. «Koloreak gustoen arabera»:geldiarazten duenerlatibismo bat

«Para gustos, los colores»:un relativismo que inmoviliza

Para cualquier profesor que esté habitua-do a animar a sus alumnos al debate sehace inevitable toparse en su camino,tarde o temprano, con el grueso muro delrelativismo: en palabras de BenedictoXVI, «la única actitud que está de moda»(Zenit.org, 2014). Este relativismo habi-tualmente se expresa en el vocabulariode los jóvenes con la expresión: «Paragustos, los colores». Para encontrarsecon ese muro no hace falta estar hablan-do del ámbito de los gustos generales(como por ejemplo la preferencia por elchocolate con pistachos frente al chocola-te con nueces de macadamia) en el que elrelativismo, si puede llamársele así, esmás que comprensible. Me refiero a gus-tos algo menos subjetivos, como porejemplo la diferencia entre la música deBach y el reggaeton o entre filósofos de latalla de Kant y personajes comoJodorowsky o Paulo Coelho. Como habrácomprobado quien haya tenido algunaconversación de este tipo con jóvenes,poco (poquísimo) después de haberseiniciado la conversación, a veces nisiquiera eso, sino nada más enunciado elproblema, como si saltase un resorte queparecía ya tensado desde mucho antes deque diera inicio, el joven, como el juez delínea, levanta la banderita de «para gus-tos, los colores». Fin de la discusión. Findel partido.

Y es que así lo ven: se ha sobrepasa-do una línea infranqueable, la de lasacrosanta (inter)subjetividad, pie-dra angular de todo su edificio relati-vista. La cosa no es muy grave si laconversación se mantiene en esenivel: chocolate con pistachos o nue-ces de macadamia, Kant o Coelho,Juan Sebastián Bach o reggaeton.Cuando sí se plantea un problema escuando se discute sobre temas mora-les, derechos humanos o valores fun-damentales. Ahí es donde la situa-ción se invierte, o por lo menos debe-ría hacerlo, y es el profesor el que hade hacer las veces de juez de línea ytrazar con claridad la línea que elrelativismo, por lo menos en su ver-sión más holgazana de «para gustos,los colores», no debería cruzar bajoningún pretexto. Porque ahí reside lamayoría de las veces el problema, enque, como recalca Josep MuñozRedón (2014, pp. 11 y 19-24), estaforma de relativismo es un tópico («eltópico postmoderno por excelencia»,lo llama él), definidos los tópicoscomo «principios generalmenteadmitidos que intervienen en el pro-ceso de argumentación», habitual-mente para bloquearlos, para noseguir pensando.

En la sociedad occidental, las figurasde la trascendencia están confundi-das, y con la palabra «valor» entendi-da como preferencia colectiva demayor o menor consistencia y densi-dad hemos entrado en el nuevo espa-cio de una modernidad desvinculadade lo trascendente, ya sea bajo las

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figuras explícitamente religiosas, Dios,o de las más profanas, como la Razón,la Ciencia, la Historia, la Naturaleza. Elser humano actual ha sido devuelto así mismo en una situación de total rela-tivismo, debido al hundimiento de lasbases del juicio, tanto especulativocomo moral, y de la incapacidad paraapelar a algo que no sean sus propiosrecursos para orientar su vida y paracomprender el universo y el destino delmundo. En este «campo de ruina de losconceptos morales» pierden todo susentido las normas, el imperativo cate-górico y el mismo bien. Y son reempla-zados así por los valores sociológicoscomo referentes habituales y últimos

del comportamiento de individuos,grupos y colectividades (Valadier,1999, pp. 5-12).

Los jóvenes han bebido de este relati-vismo en múltiples fuentes: en los best-sellers de divulgación pseudofilosóficay ética; en la literatura actual y, sobretodo, en las películas y series, plagadasde antihéroes y de protagonistas moral-mente ambiguos y humanamente frag-mentados, o simplemente mentalmen-te enfermos2; en la enseñanza, muchasveces cobarde, que relega la educaciónen valores al ámbito familiar, prefirien-do no tomar partido en un tema tanesencial; en unos medios divulgadoresde la corrupción social y política. Los

2 Es fascinante comprobar la admiración, identificación muchas veces, del joven no ya por elantihéroe, sino directamente por las personalidades monstruosas. La historia de la heroizaciónde este tipo de personajes en el cine dio un paso de gigante, cómo no, a comienzos de la post-modernidad, poco después de que comenzasen los años ochenta, cuando los productores de lapelícula Pesadilla en Elm Street se dieron cuenta de que el conocidísimo personaje FreddyKrueger se había convertido, sin tener ni idea de cómo (y sin que esa fuera su intención), en elídolo de millones de jóvenes y adolescentes. A partir de ahí muchos asesinos brutales correríanla misma suerte: Leatherface, de La Matanza de Texas; Hannibal Lecter, de El silencio de los cor-deros o, sin necesidad de irse a personajes tan extremos, Vincent Vega y Jules Winnfield, en PulpFiction, a mediados de los noventa. Hasta el punto de que, a día de hoy, es más la regla que laexcepción, con personajes como Jigsaw en Saw, Dexter en la serie homónima o el Joker en lasegunda entrega del Batman de Christopher Nolan. El caso de este último es paradigmático deesta evolución de las identificaciones. Si en los años cincuenta y sesenta el superhéroe por exce-lencia era Superman, con el paso de los años se le va viendo como un personaje demasiado sim-plón, incluso santurrón y algo bobo, recibiendo probablemente la estocada final en El regreso delCaballero Oscuro, de Frank Miller, dejando paso a la fascinación por un Batman con un lado oscu-ro mucho más marcado. Sin embargo, desde la excepcional interpretación de Heath Ledger delpersonaje de Joker en El Caballero 0scuro, el personaje de Batman queda (casi) relegado a unsegundo plano, siendo el Joker, un psicópata brutal sin ningún tipo de escrúpulos, el que absor-be para sí la mayor parte de la fascinación del público joven (y no tan joven). Se podría escribirtodo un libro sobre este fenómeno de la morbosa identificación juvenil actual por el psicópata.Para no extenderme más sobre el lema, simplemente quiero apuntar que, como sucede en la can-ción de Serge Gainsbourg Docteur Jeckyll et Monsieur Hyde, Jekyll ha pasado a ser visto ya desdehace tiempo como un cretino, un personajillo majadero que se ha dejado domesticar por la socie-dad y que solo sabe poner obstáculos a un Mr. Hyde visto cada vez más como el verdadero yo,más genuino, salvaje y, por supuesto, profunda y virulentamente antisocial al que se parece, deuna u otra forma, echar de menos..

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resultados inmediatos han sido, entreotros, una enorme confusión sobre laslíneas definitorias del bien y del mal, yuna pronunciada tendencia, como yahemos visto, a la permisividad alentadapor ese relativismo.

Este relativismo moral de la generaciónjoven ha sido puesto de manifiesto ennumerosas investigaciones y estudios.La Encuesta Europea de Valores volviósobre el tema en 1999, proponiendo alos europeos dos alternativas: dogmá-tica la primera, «existen líneas absolu-tamente claras sobre lo que es el bieny el mal y se aplican siempre a todaslas personas»; y la segunda relativista,de corte situacionista, «lo que estábien y está mal depende completamen-te de las circunstancias del momento».Las respuestas se inclinaron duramen-te por la alternativa del relativismomoral, y solo algo menos de la terceraparte optó por el dogmatismo. Pero losjóvenes apoyaron abiertamente lasegunda alternativa, casi las dos terce-ras partes, y tan solo algo más de unaquinta parte se apuntó a la tesis dog-mática (Silvestre, 2000, pp. 36-37). Porotro lado, el análisis intergeneracionalque realizan Millán Arroyo Menéndez yJavier Cabrera Sánchez (2011, pp. 63ss)sobre esta misma cuestión, y usandodatos que abarcan desde 1981 hasta2008, nos da una idea de la evolucióndel relativismo en este tiempo. Losautores concluyen su análisis poniendode relieve que pierden terreno, a lolargo de los años, tanto las tesis relati-vistas extremas como el rigorismomoral, pudiéndose detectar un avance

del relativismo moderado. Eso sí, loque se mantiene es que el relativismosigue siendo una seña de identidadclara de los más jóvenes: a menoredad, más relativista se sigue siendo,mientras que a mayor edad se tiende acreer que existen líneas claras entre elbien y el mal, poniéndose en evidenciaque el efecto del ciclo de vida es el másfuerte descubierto en el análisis detodos los indicadores que examina elestudio. Las evoluciones más fuerteshacia el rigorismo moral se dan con elpaso de la treintena a la cuarentena yde la cuarentena a la cincuentena.Estos datos, además, se observanconstantes en todas las generacionesanalizadas por Arroyo Méndez yCabrera Sánchez (2011).

¿Cómo afecta este relativismo, aunquesea en su versión menos extremista, ala acción social? Según los relativistas,en nada. O por lo menos no debería. Sehace sin embargo muy poco creíble queel relativismo case bien con el compro-miso social y la acción política. Paraexplicar por qué recurriré a uno de losmás grandes defensores y divulgadoresdel relativismo de nuestro país, TomásIbáñez, En su libro Municiones paradisidentes. Realidad-Verdad-Política(2001), una auténtica Biblia para elrelativista de España, Ibáñez aportauna serie de municiones ontológicas yepistemológicas para desarmar lasposturas teístas, ya que, como estable-ce en otro escrito, «o bien se es relati-vista o bien se es teísta bajo una formau otra», (2006, p. 124), Estas municio-nes, extraídas de todos los campos del

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saber (desde la física cuántica hasta lateoría política, pasando por la lingüísti-ca), arman al lector con argumentos con-tra las realidades ontológicas, el Ser conmayúsculas, la idea de Verdad, de Dios,por supuesto, pero también de Ente, deRazón y de todo lo que pueda ser escritocon mayúsculas: Justicia, Belleza, etc.

Desde esta concepción, el ser humanovuelve a ser, como lo quería Protágo-ras, la medida de todas las cosas. Perolo que reviste quizá más importanciaes que si la realidad, la única realidadque existe, la nuestra, es como es por-que nosotros somos como somos,entonces queda en nuestras manos, ysolo en nuestras manos, la posibilidadde construirla de otra forma (Ibáñez,2001, p. 52).

No interesa a este libro entrar aquí en unadiscusión teórica sobre las bases filosófi-cas del relativismo. Ni es el lugar ni meconsidero suficientemente preparadopara hacerlo. Además, ese debate noaportaría nada a la cuestión que estamostratando de dilucidar: la de la apatíasociopolítica juvenil. ¿Qué es, entonces,lo que realmente nos interesa?: las conse-cuencias del relativismo sobre la acción,especialmente cuando esa acción lamayoría de las veces se asienta sobre lasbases de Verdad y de Justicia que el relati-vismo pretende deconstruir. No nos inte-resa aquí, por tanto, la deconstrucción,sino la supuesta reconstrucción posteriorque, como acabamos de ver en la anteriorcita, una vez que se aceptan las proposi-ciones relativistas queda en nuestrasmanos, y solo en nuestras manos.

Rüdiger Safranski formula en el títu-lo de un reciente libro de 2013, tam-bién dedicado a la deconstrucciónde la Verdad, la pregunta exacta queme interesa plantear aquí: ¿cuántaverdad necesita el ser humano?Esencialmente, responde el autor, laVerdad se necesita para «seguir unareconfortante consigna: el restableci-miento de cierta seguridad, aunquesea provisoria» (2013, p. 201). Segúneste autor, el ser humano ha necesi-tado la Verdad y sigue necesitándolacomo paliativo de su miedo a la liber-tad, razón última de que creamos enuna realidad independiente de noso-tros mismos. Porque la libertad impli-ca soledad, dice el autor, la soledaddel autodominio, la soledad de quiende repente se da cuenta de que nopuede apelar él ninguna autoridadsuperior ni a ningún consenso y se veenfrentado a la titánica responsabili-dad de crear las propias verdades ysaber que esas verdades lo son úni-camente para uno mismo o para unacolectividad determinada, y que, portanto, se escriben con minúsculas.

No hace falta aquí discutir ningunade las premisas de este autor paradamos cuenta de que, efectivamente,como él dice, el relativismo conllevauna tarea quizá entretenida o inclu-so, qué duda cabe, puede que hastadivertida para un gran pensador o unenfant terrible del pensamiento o delas artes, pero que sobrepasa, en miopinión, tanto las capacidades comolas voluntades del común de los mor-tales: crear un nuevo mapa propio de

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realidades y de verdades, y vivirlasen soledad, haciéndolas útiles en lavida cotidiana y defendiéndolascontra los fuertes vientos y mareasde las opiniones aceptadas no solosocialmente (en el sentido de con-venciones sociales), sino tambiéncientíficamente, ya que la ciencia,para un relativista, no es sino undispositivo3 más de producción derealidades.

Tremenda carga, qué duda cabe.Pero este es solo el comienzo de lahistoria. Porque, como se ha objeta-do desde los comienzos de la filoso-fía, con Platón, si todo es relativo,¿cómo hacer para aceptar esas nue-vas verdades?, ¿cómo diferenciarentre una majadería y un argumentointeligente y bien fundado? Y, comoconsecuencia de lo anterior, ¿por quéapostar?, ¿por qué verdad poner lacarne en el asador? Aquí es, en nues-tra opinión, donde las argumentacio-nes de los relativistas hacen aguaspor todos lados. Según Tomás Ibáñez(2001, pp. 58-59):

El relativista no afirma que «cual-quier posición es tan buena comocualquier otra, ni mejor ni peor, yque todas son equivalentes». Loque dice el relativista es que cual-quier posición es tan buena comocualquier otra en cuanto a la cali-dad de su fundamentación última,

la cual es simplemente nula para todasellas. Son «equivalentes», y totalmenteequivalentes, en este sentido, peroesto no implica que el relativista tengaque renunciar a considerar que ciertasposiciones son mejores que otras. Solodebería hacerlo si tomase el criterio dela «fundamentación» como criteriodecisorio, pero lo que define al relati-vismo es precisamente el rotundorechazo de ese criterio.

La pregunta obvia aquí es: sin un criteriode fundamentación, ¿cómo o por qué sehabría de creer realmente en algo? La res-puesta del relativista a esta pregunta nosolamente no es nada convincente, sinoque además es, por lo menos tal y comolo plantea el autor, contradictoria. El rela-tivista, «al igual que el absolutista», pro-clama que ciertas posturas son mejoresque otras, «que prefiere ciertas formas devida a otras y que está eventualmente dis-puesto a luchar por ellas», pero declara almismo tiempo, «sin el menor rubor», queestas preferencias carecen de fundamen-tación última, «siendo equivalentes acualquier otra en esa ausencia de funda-mentación que las iguala». Ningún relati-vista, según Ibáñez (2006, p. 127), cues-tiona lo que él denomina el «valor prag-mático» de verdades, como que existieronlos campos de concentración o que beberun vaso de ácido sulfúrico tiene gravesconsecuencias. Se acepta que estas ver-dades remiten solamente a nuestras pro-

3 Utilizo aquí el término «dispositivo» en el sentido foucaultiano, que Giorgio Agamben resume entres puntos (2011, p. 250): 1) un conjunto heterogéneo que incluye discursos, instituciones, edi-ficios, leyes, proposiciones filosóficas en forma de red, con 2) una función estratégica concreta,que siempre está inscrita en una relación de poder, por lo que 3) siempre resultará del cruce derelaciones de poder y de saber.

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pias características, a nuestras propiasprácticas y a nuestras propias conven-ciones, y «a nada más que pueda tras-cender nuestra finitud humana».Además, hay que admitir que las reglasde fundamentación son puramente con-vencionales, pero eso «no nos exime decumplirlas si pretendemos jugar, es

decir, en este caso dialogar y dar senti-do, y eso elimina la arbitrariedad»(2006, p. 130)... por lo menos hasta queel relativista decide, por alguna razón,no atenerse a esas reglas, ya que, comorecomienda hacer el autor y él mismohace, para salir del círculo vicioso yadenunciado por Platón de que el relati-vismo mismo se fundamenta sobre laVerdad de que no existen verdades, porejemplo, hay que romper con esas mis-mas reglas del juego y proponer otrasdiferentes (2001, pp. 62ss).

El relativismo es, por derecho propio,en el sentido foucaultiano visto ante-riormente, no solamente un dispositivoantidogmático y antiautoritario, comodefienden los relativistas, sino tambiénun dispositivo que desactiva todo elsentimiento de responsabilidad y elcompromiso ético-político. Si no hay

Erlatibismoa berez ez da dogmaren etaagintekeriaren aurkako tresna bat soilikerlatibistak defendatzen duten bezala,ardura sentipena eta etiko-politiko kon-promezua desegiten dituen tresna batere ba da. Moral aldetik bete beharrikez badago, berez balore batzuk bestebatzuk baino hobeak ez direla etadenak berdinak direla uste bada, bene-tako oinarrietan arrazoitua ez daudela-ko, zergatik arduratu ezertaz?

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ningún imperativo moral, si no existeno no se cree que existan valores objeti-vamente mejores que otros, si todas lasopciones son equivalentes en cuantoque no reposan sobre fundamentacio-nes sólidas, ¿por qué comprometersecon nada?, ¿por qué luchar?, ¿por unaopción que se sabe puramente perso-nal, no diferente a cualquier otra incul-cada probablemente desde la infanda yperfectamente intercambiable?

¿Puede uno comprometerse con elmedio ambiente sin aceptar como ver-dadera la premisa de que está siendodestruido por la acción humana o deque existe algo llamado efecto inverna-dero y de que este está siendo devasta-dor para el planeta? ¿Puede hacerlo sinaceptar que hay formas de vida que sonmás responsables que otras desde unpunto de vista ecológico, no porque asíse haya elegido, simplemente porqueasí se lo haya inculcado su educación,sino porque, objetivamente, son ecoló-gicamente responsables? ¿Podráalguien luchar por la dignidad de lamujer, del niño, de los pobres o, engeneral, de los seres humanos con laúnica seguridad de que esa dignidad essolo producto de un consenso socialrestringido a un momento histórico y auna situación geográfica y social con-creta? ¿Podrá, si se considera relativo,tanto el hecho de que existe, por enci-ma de cualquier convención social, unarealidad llamada ser humano, comoque existe una Verdad, con mayúsculas,que son sus derechos fundamentales,inalienables, independientemente de lacultura concreta en la que se enmar-

quen? Qué duda cabe: puede ser queesta posición relativista permita el com-promiso social y la acción, como dehecho demuestra la biografía del propioTomás Ibáñez así como la de otros rela-tivistas famosos, como el propio MichelFoucault, pero sin una fundamentaciónmás o menos sólida y sin Verdades quejustifiquen una u otra opción, la mayo-ría de las personas, y especialmente enel caso de los jóvenes, sin una biografíaque les ancle a sus propias opciones deverdad, se encuentran sin un sistemade coordenadas que, a todas luces,parece esencial para tomar partido yentregarse al mundo.

4. Kontsumisten matxinadaRebeldía consumista

También la extrañeza se reduce auna fórmula de consumo. Lo extra-ño se sustituye por lo exótico y elturista lo recorre (Byung-Chul Han,La sociedad del cansancio).

Antes de dar ya por finalizado este capí-tulo: ¿quién dice que los jóvenes actua-les no son rebeldes? Ellos, desde luego,no: justo después de consumistas, conun 47 % en 2010, los jóvenes se ven a símismos como rebeldes (44,7 %) einmediatamente después, muy relacio-nado con el consumismo, como dema-siado preocupados por la imagen (38,7%), a bastante distancia del resto de lascaracterísticas que se les presentabapara elegir, tanto positivas como nega-tivas: egoístas, independientes, conpoco sentido del deber, leales en laamistad, etc. (González-Anleo, 2010).

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En consecuencia, los jóvenes actualessiguen viéndose a sí mismos, claramen-te y antes que nada, como bo-bos,expresión acuñada en el año 2000 porDavid Brooks para describir lo que esteautor considera el gran logro de la élitede los noventa: la reconciliación, enuna misma generación, de la contracul-tura de los años sesenta y las aspira-ciones al éxito económico característicade los ochenta. La primera sílaba de lapalabra de burgueses (bo-urgeoisie) yla segunda de bohemios, reunidosambos, ya desde los noventa, en unsolo ethos social (Brooks, 2004, p. 10).

Lo primero que hay que plantearse eneste sentido: ¿es posible ser rebeldedisfrutando plenamente o simplementeasintiendo al sistema vigente, el consu-mista? Robert Merton (1957, cap. IV)relaciona la rebeldía con el sistemasocial vigente. Para este autor, la rebel-día supone una forma de reaccionartanto frente a los valores culturales enuna determinada sociedad como contra

las normas y los medios que esta ofre-ce a sus integrantes para la consecu-ción de dichas metas. Al reconocerseconsumistas, y no, o por lo menos nomayoritariamente, de forma crítica, losjóvenes actuales reconocen estardando su visto bueno al modelo cultu-ral consumista, y la gran mayoría tam-bién a sus medios legitimados, situán-dose así en las antípodas de la rebel-día, es decir, por lo menos según la pro-pia topología mertoniana, en el confor-mismo. Se trataría, si quisiéramos dete-ner aquí nuestro análisis, de lo que RuizOlabuénaga (1998, pp. 121-125) deno-minó, ya a finales del siglo pasado, una«rebeldía benévola»: optimista, nadarevolucionaria, que se centra en lamejora y el aprovechamiento de lo coti-diano, para la que el futuro va a consis-tir en la posesión y el manejo de losmismos recursos que tenían sus padresy cuyo proyecto podría concretarse ensalir del paro mediante un puesto detrabajo, mejorar el nivel del vida y dis-frutar de la felicidad mediante la rique-za y los bienes materiales.

Una segunda cuestión que habría queplantearse es: ¿por qué los jóvenes seven a sí mismos como rebeldes? Estasegunda cuestión es más complicadade explicar, pero es absolutamentenecesario hacerlo, ya que tiene unaestrecha relación con el concepto de«generación selfie», es decir, la imagende uno mismo y solamente los muy cer-canos fuera de la sociedad.

La gran paradoja en la sociedad de con-sumo, así como anteriormente de lasociedad de masas, es que la masa es

Gazteen artean bereziki, bere benetakobidearekin bat ez datorren bizimodua-rekin, beharrezko den norabide argirikgabe aurkitzen dira bere bidea hartueta munduari bere burua eskaintzeko.

Kontsumista aitortzean, eta ez kritikamoduan, gaurko gazteen gehiengo ba-tek egungo kontsumoko kultur eredua-ri eta finkatuta dagoen bere erabilerari,onarpena ematen diotela aitortzendute, matxinadaren beste muturreankokatuz.

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negada. Lo que realmente se consumees la negación de una sociedad demasas, e incluso la negación de unasociedad. «Lo que tornó los granos dearena humanos en arenas movedizas ylas gotas en ola -escribe ZygmuntBauman (2001, p. 103)- fue que todosellos, cada uno de ellos, fue movido porel anhelo de nombre y la sed de nombre[...] fue el viaje moderno a la individua-lidad lo que construyó la masa, esealter ego del individuo».

Este valor aparece claramente dibujadoen la publicidad, la cual, en la hermosaexpresión de Pignotti (1974, p. 141),ofrece «a la masa la imagen masificadade la persona que se sale de la masa».Ritzer (2000, p. 99), en su análisis delos nuevos medios de consumo, llamaclaramente la atención sobre esta para-doja: «Irónicamente, aunque estascadenas ofrecen uniformidad, vendenla idea de que ofrecen individualidad».No podía ser de otra forma: se trataeste de un valor de gran importanciapara la supervivencia de la sociedad deconsumo, ya que sin él se anquilosaríatanto la circulación frenética de losobjetos como la multiplicación inútil deestos por el constante juego de la dife-renciación que sustenta toda la lógicadel consumismo.

El consumismo tiene estómago paratodo, todo lo absorbe, todo lo digiere yes capaz de volverlo todo producto deconsumo. Incluso los más sagradossímbolos anticapitalistas y anticonsu-mistas son fácilmente digeridos y trans-critos en código de consumo, empezan-do por la figura del Che, de la que, como

decía Steven Soderbergh, el director delas dos películas dedicadas a la vida delfamoso guerrillero, «pongas dondepongas su cara genera centenares demillones al año». «El mayor peligro delconsumismo -escribe Pascal Bruckner(1996, p. 80)- estriba menos en el des-pilfarro que en la glotonería, en elhecho de que se apodera de todo lo quetoca para destruirlo, para reducirlo a sumerced. Ya no se expresa solo en térmi-nos de placer, sino que, para avanzarsus peones, recurre al lenguaje delvalor, de la salud, de lo humanitario, dela ecología». Esta «lógica caníbal»,como la denomina el autor, nos ayuda aatisbar cuál ha sido el proceso de apro-piación y consecuente redefinición porparte de la sociedad consumista de unbuen número de valores posmaterialis-tas, entre los que la rebeldía ocupa unlugar privilegiado. Estrechamente liga-da al imperativo estético, que, comohemos visto, es considerado por lospropios jóvenes como su tercera señade identidad, la rebeldía surge comofigura mítica de este tipo de socieda-des, estrechamente ligada a las propiasnecesidades internas del sistema. Elconsumidor rebelde es aquel que noduda en romper con la moda vigente,con los gustos estéticos y las tenden-cias de ocio establecidas, abriendo asíel camino a nuevas modas, gustos ytendencias y, por lo tanto, lubricando larotación consumista, a la vez que sos-tiene otro de sus grandes mitos, la ideade la individualidad, de que el consumonos hace diferentes, incluso únicos(González-Anleo, 2008, pp. 143ss).

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La rebeldía de nuevo cuño, resultantede su apropiación y redefinición porparte del consumismo, tiene menoslazos de parentesco con la rebeldía ide-alista de la generación de los añossesenta que, de acuerdo con la propiagénesis del consumismo moderno(Campbell, 1987), con la del buen salva-je, un viejo icono del romanticismo. Enlas culturas prefigurativas, como deno-minó Margaret Mead (1971) al nuevoperíodo «sin precedentes en la histo-ria», en el que los jóvenes asumen unanueva autoridad mediante su captaciónprefigurativa del futuro aún desconoci-do, el buen salvaje, refractario a lasociedad y a sus convenciones, alorden civilizado y a la pesada carga cul-tural, es venerado por toda la sociedaden la figura del joven. Ser rebelde no esya una opción para la juventud actual.Es un deber. Lo quiera o no, y con inde-pendencia de si este adjetivo se adecuaa sus comportamientos sociales con-cretos, la juventud actual tiene la obli-gación de responder, de una u otramanera, al papel que la sociedad letiene asignado: ser el motor del cam-bio, de nuevas ideas, nuevas modas,nuevas tendencias. Esta es, para susuerte o su desgracia, por usar unaantigua expresión de la sociología clá-sica, su función social.

La rebeldía juvenil de los años sesentasigue siendo celebrada en nuestrassociedades, sin embargo como mitofundacional, así como sus más podero-sos símbolos. Numerosos análisis sobreel nacimiento y la fabulosa extensión dediversos movimientos contraculturales

de los años sesenta apuntan a que yaaquella rebeldía era profundamenteconsumista y antisocial, en el sentidoen el que se utiliza aquí el término sel-fie. En palabras de los autores deRebelarse vende, una de las críticas másdescarnadas escritas sobre el tema: «Laideología hippie y la yuppie es la misma.Nunca hubo un enfrentamiento entre lacontracultura de la década de los sesen-ta y la ideología del sistema capitalista»(Herath/Potter, 2005, p. 3).

A partir de aquí, en virtud de la seg-mentación de mercado, un conceptoesencial que comienza a ser explotadohasta sus últimas consecuencias comoprincipal efecto de la revolución cultu-ral (a la competitividad se unen otrosaspectos como la imagen de marca y laidentidad del consumidor), la publici-dad adquiere un papel cada vez másdestacado en el crecimiento de laempresa, cuyo mayor reto será, a par-tir de ahora, absorber y dar salida a lademanda contracultural.

Los jóvenes, convertidos en nuestracultura prefigurativa en un valor socialde referencia, juegan un papel esencialen esta dinámica de desmarque comomaestros de la diferencia, la rebeldía ylo alternativo. Realmente, para encon-trar las raíces profundas de esta alianzaentre juventud, rebeldía y consumo esnecesario retrotraerse a tiempos bas-tante más lejanos que a los años sesen-ta, concretamente, como explica PabloPena (2002), al siglo XIX, con la eclo-sión del fenómeno del dandismo. Fueentonces cuando realmente comienza apasarse, según la tipología presentada

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por José Ángel Bergua (2008, p. 49), deun orden moderno, en el que los jóve-nes provocaban y la sociedad respondíacon hostilidad, a un orden posmoder-no, en el que los jóvenes provocan y sediferencian, y la sociedad se sorprende.

Se sorprende y aprende, porque, lejosya de estar proscrita y ser sancionada,la pose rebelde juvenil, en nuestrassociedades consumistas, está prescri-ta. Es lo que Hal Niedzviecki (2006, p.XVI), en su sarcástico libro Hello, I’mspecial, denomina la «conformidad noconformista», en la que «la no confor-midad es aceptada ahora como unanorma social».

La rebeldía simbólica se convierte asíen un mecanismo tremendamente efi-caz y meticulosamente estudiado porlos especialistas en marketing para lacreación de lo que se conoce como per-sonalidad de marca, que permite a unamarca concreta desmarcarse de otrascon personalidades muy similares entresí y ser recordada por el consumidor ypoder llegar a suscitar en el futuro leal-tad por su parte. La transgresión, sinimportar realmente mucho en estemomento si su origen fue en algúnmomento real o fue desde el principiosolamente fruto de la creatividad delmarketing, queda así convertida, enpalabras de Juan Rey y David Selva(2012, p. 173), en un «imperativo comer-cial, tanto por la necesidad de atraer laatención como de conectar con el públi-co próximo a la cultura juvenil».

La lista de las personalidades, cada vezmás jóvenes, que prestan su imagen

rebelde a las marcas es interminable,desde Justin Bieber, cuyos managersno desaprovechan ni una sola ocasiónpara que el cantante protagonice unnuevo escándalo, hasta las exchicasDisney, como Miley Cirus, LindsayLohan o Selena Gomez, iconos en sumomento de la imagen dirigida al mer-cado preadolescente y en búsquedadesesperada de golpe de efecto trans-gresor para romper con su imageninfantil y ajustarse así mejor ya a laimagen de jóvenes rebeldes que imitar.

El problema, como reza la conocida citade Simone de Beauvoir, es que «lo másescandaloso que tiene el escándalo esque uno se acostumbra». Transcritos ala lógica consumista, la transgresión ylos signos de rebeldía, como cualquierotro producto de consumo, tienenfecha de caducidad. El consumismotiene que contar, por tanto, con gran-des canteras de las que poder extraerconstantemente nuevos productos eimágenes de transgresión. El sexo, quéduda cabe, sigue siendo de gran impor-tancia en este sentido, pero es ya unacantera a la que pocos recursos le que-dan por ofrecer, excepto el de repetirfórmulas ya conocidas desde que,especialmente a partir de los añosnoventa, se diese una segunda revolu-ción sexual de la mano de iconos tanemblemáticos como Madonna, y se lle-gase a lo que Brian McNair (2002)llama la «cultura del strip-tease», yErner (2010, pp. 126ss) «la moda delporno-chic». Quedan como grandescanteras de transgresión el arte y, másimportante, la calle, los suburbios, el

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mundo de la delincuencia o incluso lacárcel, de donde se extraen muchos delos signos transgresores, desde el delos pantalones caídos hasta el skatebo-ard, los grafitis, el rap, el hip-hop, elreggaeton, los tatuajes, los piercings ola sudadera con capucha.

Lo más trágico, por lo menos en lo queconcierne al tema de la rebeldía juvenil,es que un signo de rebeldía trasplanta-do a un nuevo código consumista pier-de totalmente su carga explosiva origi-nal. El joven llevará con la misma tran-quilidad una camiseta con la cara delChe que una con la cara del Dr. House o,más recientemente, de Heisenberg, ico-nos durante unos cuantos años, junto alos psicópatas mencionados anterior-mente, de la actitud antisocial. Cuandocualquiera de estos iconos rebeldesdeje de estar de moda, no será necesa-rio cambiar de creencias o de ideolo-gía... sino simplemente de signo, esdecir, de camiseta. En palabras de

Francisco Umbral: «Llevamos nuestrasconvicciones, preferencias y marcas alaire, pero en cuanto uno se quita lacamiseta para la lavandería, todo elmensaje subversivo, progre, ácrata,automovilístico o dietético se va con laropa sucia. Cambiamos de camisetasolidaria y cambiamos de ideario»(citado en Morant Marco, 2011, p. 76).

Por último queda por preguntarse: ¿enqué se ha transformado la rebeldíajuvenil una vez pasada por el tamizconsumista? Fundamentalmente enuna pose antisocial, selfie o, para sermás precisos, como propone Gil Villa(2008, pp. 61ss), en una actitud y unaestética anarca frente a la sociedad.Frente al modelo antisocial anarquista,representado por sus padres o abue-los, y característico de las sociedadesautoritarias, el autor describe, de lamano del escritor alemán Ernst Jünger,la emergencia de una nueva genera-ción anarca, característica de socieda-des que pecan de falta de autoridad. Aljoven anarca, a diferencia de los anar-quistas, no le gusta la sociedad, lle-gando a expulsarla de sí mismo. No tra-baja a su favor, no está ni a favor ni encontra de la ley y, aunque la conoce, nola reconoce, despreciando todo tipo deprescripciones. Una forma de rebeldía,en palabras de Ricardo Aguilera (2002,p. 194), que se traduce en un trabalen-guas existencial que casi podría serconsiderado como la quintaesencia delespíritu consumista: «Unos jóvenesque no saben exactamente lo que quie-ren, pero quieren a ciencia cierta queles dejen hacer lo que quieran».

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Delegación Diocesana dePastoral con Jóvenes

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