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DOMINGO DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA ¡ALELUYA! ¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA ALELUYA! Exulten por fin los ángeles. Que se asocien a la Fiesta los creyentes, y por la victoria de Jesús sobre la muerte salga el pregonero a las calles anunciando la derrota del Hades. Alégrese la madre naturaleza con el grito de la luna llena: que no hay noche que no acabe en día, ni invierno que no reviente en primavera, ni muerte que no dé paso a la vida; ni se pudre una semilla sin resucitar en cosecha. Alégrese nuestra Madre la Iglesia porque en la historia del mundo

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DOMINGO DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA

¡ALELUYA! ¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA ALELUYA!

Exulten por fin los ángeles. Que se asocien a la Fiesta los creyentes, y por la victoria de Jesús sobre la muerte salga el pregonero a las calles anunciando la derrota del Hades. Alégrese la madre naturaleza con el grito de la luna llena: que no hay noche que no acabe en día, ni invierno que no reviente en primavera, ni muerte que no dé paso a la vida; ni se pudre una semilla sin resucitar en cosecha. Alégrese nuestra Madre la Iglesia porque en la historia del mundo

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siguen los hombres resucitando, y abiertos con esperanza al futuro confiesan a Cristo glorificado. Esta es la noche del absoluto vacío que la Palabra llenó creadora. Esta es la noche de Abraham en que el Cordero redime a Isaac sobre la cumbre del monte Moria. Esta es la noche de Egipto con Moisés de caudillo, un Pueblo peregrino a la libertad y los esclavos vencedores del Esbirro. ¡Qué noche maravillosa: Cristo subiendo del abismo y la muerte muerta! ¡Qué maravilla de Dios: entregando al Hijo salvaste al esclavo! ¡Qué maravilla de amor: porque hubo pecado conocimos el perdón! ¿De qué nos sirviera nacer si la muerte fuera nuestro destino? Esta es la noche en que cayeron dictaduras.

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Esta es la noche en que el avaro renunció a su fortuna. Esta es la noche en que el lascivo dejó la lujuria. Esta es la noche que acabó con viejas rupturas engendradas en guerras añejas, y encontró abrazados a hermanos que riñeron por líos de herencias. Esta es la noche que sacude conciencias, quema los ídolos, despierta vocaciones, alumbra virginidades, engendra esperanzas, convierte en arados las espadas, saca renacidos de las aguas, alegra a los tristes, provoca adoradores, descarga pistolas y derriba opresores. Esta es la noche que trae la Buena Noticia a los pobres, abre los ojos de los ciegos, libera a los prisioneros y anuncia el perdón a los pecadores. ¡Sea bendito Nuestro Señor

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que subiendo a la Cruz y entrando en la muerte, venció para siempre los poderes del mal! ¡A gozar de la Luz... rota la oscuridad... victorioso de nuevo el Amor...!

La celebración de Pascua

Cristo con su resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una fiesta. Los ha colmado de gozo al hacerles vivir no ya una vida terrestre sino una vida celestial.

(Homilía pascual de Basilio de Seleucia, V siglo: PG 28, 1081).

Contenido:

Introducción

La Resurrección De Cristo:

Del Kerigma A La Celebración

El kerigma de la Resurrección

Indicios de una celebración primitiva de la noche pascual

Los más antiguos textos pascuales de la Iglesia

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Los textos rituales más antiguos

Una celebración diferenciada de la vigilia pascual: el rito latino y el rito bizantino

Iconos de la Resurrección

El icono de la victoria de Cristo en los abismos del infierno

El icono de las mujeres miroforas

Conclusión: La Vida Iluminada por la Pascua

Introducción

La celebración del misterio pascual está en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. La resurrección de Cristo no es solo su victoria sobre el pecado y la muerte. Es la manifestación de la divina economía de la Trinidad: el amor infinito y omnipotente del Padre, la divinidad del Hijo, el poder vivificante del Espíritu Santo.

Toda la historia de la salvación tiene su centro y su culmen en la Resurrección de Jesús. Hacia ella tiende la creación entera, las maravillas realizadas por Dios en el Antiguo Testamento, y de modo especial la Pascua de Israel, profecía de la Pascua de Cristo, de su paso de la muerte a la vida.

Hacia la resurrección del tercer día, tantas veces anunciada como coronación de su pasión por parte de

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Jesús, va precipitándose toda su vida, sus palabras, sus milagros, sus enseñanzas. Hasta los últimos momentos, cuando Cristo de muestra con sus palabras y con sus gestos que está para pasar de este mundo al Padre. En efecto, El del Padre ha venido y al Padre va, y por ello su vida es una Pascua, un paso; pero en este éxodo, más glorioso que el paso del Mar Rojo, Jesús arrastra su propia humanidad, asumida de la Virgen Madre, haciéndola pasar por el misterio de la pasión y de la muerte, para que quede para siempre sellada por el amor sacrificial en su carne que lleva marcados los estigmas de su pasión gloriosa.

A partir de la Resurrección se comprende todo el sentido de la historia del Antiguo y del Nuevo Testamento, la gracia de Pentecostés con la que del cuerpo glorioso de Cristo se desprenden las llamas del Espíritu Santo, para que la Iglesia viva siempre en contacto con este misterio que permanece para siempre y atrae hacia sí todo, anunciando ya su retorno final en la gloria y la pascua del universo.

La Pascua del Señor es la fuente y la raíz del Año litúrgico. Una Pascua semanal, celebrada por la Iglesia apostólica y llamada ya desde antiguo, como dice el Apocalipsis (Ap 1:10) "Día del Señor" o "Día señorial." Y una Pascua anual celebrada por las primeras generaciones cristianas, al menos a partir del siglo II, como un memorial conjunto de la Muerte y de la Resurrección del Señor, dos caras de la misma medalla.

En torno a esta celebración anual nace su prolongación de cincuenta días, hasta Pentecostés, y se forma el tiempo de su preparación con el tiempo de Cuaresma. La luz de la Pascua iluminará el misterio de la manifestación de Jesús en su nacimiento y su Epifanía. El misterio del Crucificado-Resucitado dará sentido al martirio y al culto de los mártires.

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Desde las fórmulas primitivas de la confesión de la fe, que encontramos ya en las Cartas de San Pablo y más tarde en el Símbolo apostólico y en la profesión de fe bautismal, creer en Cristo, muerto y resucitado, adherir a él por la fe y el bautismo, es la condición y la garantía de la comunión con el Señor y de la nueva vida en Cristo y en el Espíritu. El cristiano no solo cree en Jesús sino que vive de su misma vida divina e inmortal.

Por eso la predicación evangélica de la Resurrección de Cristo ha quedado plasmada, como otros misterios de la vida del Señor, en el arte iconográfico primitivo, como una muestra viva de la fe de los cristianos.

Dos escenas, sobre todo, han plasmado en imágenes el misterio de la Resurrección. La primera, la más primitiva, ha representado, ya desde la antigüedad cristiana, en las Iglesia-sinagoga de Doura Europos (s. IV) o en las ampollas de Monza (s. V), o en el Evangeliario de Rabbula de Edessa (s. VI) los relatos evangélicos de la Resurrección: en torno al sepulcro vacío y a su cabecera la figura del Ángel con vestiduras blancas que anuncia que Cristo ha resucitado, están las mujeres que de buena mañana van al sepulcro con perfumes (las mujeres miroforas o portadoras de aromas), para ungir el cuerpo del Señor. Es el icono de las mujeres miroforas ante el sepulcro vacío de Cristo.

Solo a partir del segundo milenio de la era cristiana, la iconografía, siguiendo algunos textos bíblicos que hablan del descenso de Jesús a los abismos infernales (Cfr. 1 Ped 3:18-19), y algunas homilías primitivas de Pascua que se refieren al momento intermedio entre muerte y sepultura del Señor y a su Resurrección gloriosa, y a los cantos de Pascua de la liturgia bizantina, tienen la osadía de pintar lo que ningún ojo humano pudo ver. Es la escena que la tradición iconográfica oriental ha plasmado al presentar ante nuestros ojos la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el infierno y la gracia salvadora del Resucitado. Cristo, el Crucificado Resucitado, llevando a

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veces en sus manos el trofeo de la Cruz, va anunciar la salvación a los primeros Padres y a los justos del Antiguo Testamento y los arranca de sus sepulcros para darles la vida.

Es un icono más tardío pero que ha logrado fijar de la forma más elocuente la teología oriental de la Resurrección gloriosa de Cristo, en plena armonía con los cantos, los gestos, los ritos y la espiritualidad de la Pascua del Oriente cristiano. Un icono, una liturgia y una espiritualidad que todavía hoy tienen una vigencia extraordinaria y que constituyen un auténtico desafío evangelizador y un gozoso anuncio de victoria y esperanza, que como ha resonado durante muchos decenios en la oscuridad de los "gulags" del comunismo, sigue resonando en los ambientes secularizados de nuestra época.

Es el canto de la victoria, el grito de la liberación, entonado con entusiasmo y convicción durante las fiestas pascuales: "Cristo ha resucitado de entre los muertos, con su muerte ha vencido a la muerte, y a los que estaban muertos en los sepulcros les ha dado la vida."

Hay un tercer icono que completa de alguna forma, en una perfecta trilogía, el misterio de la Resurrección del Señor. Propone un episodio significativo que a veces queda explicitado en la imagen del sepulcro vacío y de la mujeres miroforas que van a ungir el cuerpo de Jesús. Se ve la imagen de Cristo Resucitado en el jardín que se aparece a María de Mágdala y le manda que vaya a anunciar a los apóstoles que El ha Resucitado. Así, los tres momentos fundamentales del "kerigma" o anuncio evangélico de la Resurrección se completan: el sepulcro vacío, el anuncio del Ángel, la aparición del Resucitado.

El misterio de Cristo, que es nuestra Pascua, nos ofrece la oportunidad y el gozo de confesar nuestra fe en su Resurrección gloriosa partir del anuncio evangélico y de la catequesis apostólica. Nos permite evocar el sentido

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pleno de la Resurrección a partir de la celebración litúrgica de la pascua, con el recuerdo de la historia y la ilustración de su vivencia y vigencia actual, para concentrar después nuestra mirada en los iconos orientales de la Resurrección que son imagen viva y fiel del misterio que la palabra proclama y la liturgia celebra con la poesía, el canto, los sacramentos de ese Cristo que los textos primitivos llaman nuestra Pascua.

En efecto, el sentido primitivo del misterio pascual en su unidad característica que podría ser expresada en estas dos afirmaciones: Cristo es la Pascua o Cristo es nuestra Pascua, o también: el misterio de la Pascua es Cristo.

La primera expresión recuerda el texto de Pablo: "Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado" (1 Cor 5:7), texto que podría ser traducido: "La inmolación de Cristo es nuestra Pascua."

La segunda expresión se encuentra en los primeros textos pascuales, como la homilía de Melitón de Sardes donde se dice explícitamente: "El misterio de la Pascua que es Cristo," o también "El, (Cristo) es la Pascua de nuestra salvación."

La Iglesia, por tanto, concentra en Cristo, muerto y resucitado, la realidad de la Pascua que no es ya un acontecimiento solo, o un rito que se celebra, sino una persona viviente. Por lo tanto, en el Señor tenemos la Pascua de la Iglesia. Se comprende así, porqué en los textos líricos de las homilías de los Padres se dice por ejemplo: "Yo te hablo a tí, (Pascua) como a una persona viviente" (Gregorio Nacianceno: Oratio in S. Pascha 45,30: PG 36,664).

Los iconos de la Resurrección tienen pleno sentido y completan el anuncio y la celebración de la Pascua cristiana anual, e incluso de la pascua semanal del Domingo. Por eso reciben toda la luz de la Palabra que los ilumina y de la liturgia que los inserta en su

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celebración. Contemplándolos tiene un sentido cabal la proclamación de los Evangelios de la Resurrección y de los cantos y troparios pascuales que se repiten durante los cincuenta días de Pascua y, sobre todo en la liturgia bizantina, cada domingo en el oficio matutino de la Resurrección.

La Resurrección De Cristo:

Del Kerigma A La Celebración

El kerigma de la Resurrección

El misterio de la Resurrección de Cristo de entre los muertos pertenece a la predicación fundamental del anuncio evangélico, desde el mismo día de Pentecostés, cuando los Apóstoles con la fuerza del Espíritu anuncian con confianza y sin temor el misterio de Cristo. "A este Jesús, dice Pedro, Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos" (He 2:32). Es este el anuncio fundamental de la fe, el "Kerigma" que resuena con fuerza en toda la predicación primitiva.

Los hechos que atestiguan este anuncio inaudito los han relatado con impresionante unanimidad los cuatro Evangelistas (Mt 28:1-15; Mc 16:1 ss; Lc 24:1-11; Jn 20:1 ss.).

En todos los anuncios hay unas constantes que suponen el modo unánime con que los discípulos proclaman lo que ha sucedido.

Ante todo se constata la evidencia que el sepulcro donde habían puesto el cuerpo del Señor está vacío; su cuerpo ya no se encuentra allí. Son testigos de este hecho las mujeres que al alba del primer día van a ungir el cuerpo

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del Señor, puesto en el sepulcro al atardecer del día de su muerte, el viernes. Se rinden a la evidencia también los soldados puestos a custodiar el cuerpo y los enemigos de Jesús que tratan de acusar a los apóstoles de haber substraído el cuerpo para afirmar que ha resucitado. En el lugar del sepulcro solo se encuentran las vendas en las que fue envuelto su cuerpo y el sudario que cubría su rostro (Cf. Jn 20:6-7).

A este hecho que suscita el estupor de una ausencia y hace presentir una presencia diversa, la del Resucitado, sigue el anuncio de los Ángeles, mensajeros divinos, o de un Ángel con vestiduras blancas que explica el sentido de la ausencia y de una nueva presencia, la del Resucitado: "Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí. Ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba" (Mt 28:5-6).

A la visión del sepulcro vacío con las vendas por tierra y al anuncio del Ángel que explica lo que ha sucedido, seguirá el tercer acontecimiento sobre el que se asienta el anuncio de la Resurrección: Jesús mismo, el Resucitado, se aparece a los discípulos y a las mujeres, confirmando el mismo el hecho de su victoria sobre la muerte. Está vivo. Jesús es mensajero y mensaje a la vez de su Pascua, de su Resurrección.

Las primeras representaciones pictóricas de este misterio dan pleno sentido a estos tres momentos y representan al vivo el sepulcro vacío y las mujeres a van a visitarlo; el ángel con su vestido blanco, y algunas de las apariciones del Resucitado, especialmente, por lo que se refiere a la iconografía oriental a María de Mágdala.

Pablo en su predicación pone siempre al centro del anuncio la buena noticia de Cristo Resucitado, hasta el punto de afirmar que si el Señor no ha resucitado vana es nuestra fe: "Os trasmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer

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día, según las Escrituras; se apreció a Cefas y luego a los doce..." (1 Cor 15:3-5).

La Iglesia apostólica celebra siempre la presencia de Cristo Resucitado sobre todo en el sacramento del bautismo (Cf. Rm 6:3-11) y en la fracción del pan de la eucaristía, donde se anuncia la muerte del Señor, es decir del Kyrios resucitado hasta que él vuelva (Cf. 1 Cor 11:26).

Indicios de una celebración primitiva de la noche pascual

Las primeras noticias acerca de una celebración anual de la Pascua nos han llegado a través de una polémica acerca de la fecha de la misma celebración. La controversia sobre la Pascua nos es conocida por el testimonio de Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica, libro V, cc. 23-25 (Madrid, Bac, 1973, pp. 330-337). La fecha de la controversia está fijada hacia finales del siglo II, durante el pontificado del Papa Víctor (188-199). A través de los testimonios podemos remontarnos casi a principios del siglo II para afirmar que ya entonces existía una tradición acerca de la celebración de la Pascua anual en las iglesias del Asia menor.

En la controversia narrada por Eusebio el gran protagonista es el Papa Víctor que amenaza con excomulgar a los obispos del Asia menor por motivo de su celebración pascual, fijada el 14 del mes de Nisán. A esta amenaza de excomunión responde Polícrates, obispo de Efeso. Interviene como mediador y hombre pacífico, según su nombre, Ireneo, obispo de Lyon, oriental de nacimiento ya que había nacido en Esmirna, pero que vivía en Occidente y seguía el uso de la iglesia de Roma.

La controversia versa sobre la fecha de la celebración de la Pascua y no sobre el sentido de la celebración.

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En Asia menor, siguiendo una costumbre que parece se remonta hasta Juan Evangelista, se celebra anualmente la Pascua el 14 de Nisán (en la misma fecha en que la celebraban los judíos) en cualquier día de la semana que caiga esta fecha.

En Roma se celebrada el domingo que sigue al 14 de Nisán, también en fuerza de una tradición apostólica que parece remonta al apóstol Pedro. Los primeros son denominados cuartodecimanos por la fecha de la celebración,, 14 de Nisán. Los Obispos de Roma quieren imponer el uso romano que parece más de acuerdo con la tradición de la pascua dominical, para dar sentido gozoso al acontecimiento, probablemente por el temor de que una celebración del 14 de Nisán no refleje claramente el sentido del misterio, en su aspecto de Resurrección. Ireneo interviene como mediador, sabiendo bien que aquí no se trata de una cuestión doctrinal, a la que él es bien sensible, sino de diferentes uso litúrgicos; y pide al Papa Víctor que conserve la paz y respete la antigua tradición asiática que se remonta también a un legado apostólico.

He aquí el testimonio de Eusebio acerca del sentido de la controversia: "Por este tiempo, suscitóse una cuestión bastante grave, por cierto, porque las iglesias de toda Asia, apoyándose en una tradición muy antigua, pensaban que era preciso guardar el decimocuarto día de la luna para la fiesta de la Pascua del Salvador, día en que se mandaba a los judíos sacrificar el cordero y en que era necesario a toda costa, cayera en el día en que cayese de la semana, poner fin a los ayunos, siendo así que las iglesias de todo el resto del orbe no tenían por costumbre realizarlo de este modo, sino que, por una tradición apostólica, guardaba la costumbre que ha prevalecido incluso hasta hoy: que no está bien terminar los ayunos en otro día que en el de la resurrección de nuestro el Salvador" (c. 23,1).

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La decisión romana estaba expresada en estos términos: "Para tratar este punto hubo sínodos y reuniones de obispos y todos unánimes, por medio de cartas, formularon para los fieles de todas partes un decreto eclesiástico: que nunca se celebre el misterio de la resurrección del Señor de entre los muertos otro día que en domingo y que solamente en ese día guardemos la terminación de los ayunos pascuales" (c. 23,2).

La intervención de Ireneo fue providencial. El afirma que la división no tocaba lo esencial de la fe: "Y todos ellos no por eso vivieron menos en paz unos con otros, lo mismo que nosotros; el desacuerdo en el ayuno confirma el acuerdo en la fe" (c. 24,13).

Los más antiguos textos pascuales de la Iglesia

Los dos textos homiléticos más antiguos sobre la Pascua, de finales del siglo II, son el Peri Pascha del Obispo Melitón de Sardes, y la homilía Sobre la Pascua del Ps. Hipólito.

La Homilía sobre la Pascua de Melitón es un texto catequético y exegético, poético y académico a la vez, sobre la Pascua. Su lectura nos permite remontarnos a la teología pascual de los cuartodecimanos, basada sobre un comentario sapiencial de Ex 12 aplicado al misterio de Cristo en su pasión gloriosa. Consta de un Exordio, de una primera parte sobre la Pascua judía como figura de la realidad que está por venir, de una segunda parte sobre la Pascua cristiana cumplida en el verdadero Cordero que es Cristo y en su pasión; termina con un Epílogo muy hermoso del que transcribimos este texto:

"Soy Yo, en efecto vuestra remisión;

soy yo, la Pascua de la salvación;

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yo el cordero inmolado por vosotros,

yo vuestro rescate,

yo vuestra vida,

yo vuestra luz,

yo vuestra salvación,

yo vuestra resurrección,

yo vuestro rey...

El es el Alfa y el Omega

El es el principio y el fin.

El es el Cristo. El es el rey. El es Jesús,

el caudillo, el Señor,

aquel que ha resucitado de entre los muertos

aquel que está sentado a la derecha del Padre...."

El texto Sobre la Santa Pascua del Anónimo Cuartodecimano, se abre con un hermoso Exordio sobre el tema de la luz y de la primavera, inspirado en el momento de la celebración vigilar y una invitación a la fiesta, provisto de un plan de desarrollo general inspirado en Ex 12. Sigue la primera parte sobre la Pascua judía, realizada con una exégesis minuciosa de los textos. Tenemos después la segunda parte sobre la Pascua cristiana con una hermosa exposición sobre los momentos progresivos de la revelación del misterio de Cristo, el nacimiento, la pasión, con un hermoso himno a la cruz, la resurrección y glorificación de Cristo.

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He aquí cómo describe el descenso a los infiernos: "Ya que muchos justos habían anunciado la buena noticia profetizando, lo esperaban como primogénito de entre los muertos por medio de la Resurrección, aceptó permanecer tres días bajo tierra para salvar a todo el género humano: los que vivieron antes de la ley, los que vinieron después de la ley y los de su tiempo. Quizá permaneció tres días en la tumba para resucitar a los vivientes en todo lo que compone su realidad: alma espíritu y cuerpo. Una vez resucitado son las mujeres las primeras que lo ven...`Mujeres, alegraos’; esta es la voz que resuena en sus oídos para que la primitiva tristeza de la mujer quede como engullida por gozo de la Resurrección."

La homilía pascual se cierra con una exaltación lírica de Cristo nuestra Pascua, que parece haber influenciado muchos textos líricos pascuales de la antigüedad cristiana, que todavía hoy resuenan en el Exultet de la liturgia romana, y en los Estikirás de Pascua de la liturgia bizantina. He aquí un texto del Epílogo:

"Oh, Pascua divina!

Oh, festividad espiritual!

Del cielo tú desciendes hasta la tierra

Y de la tierra nuevamente subes al cielo.

Oh, consagración común de todas las cosas!

Oh, solemnidad de todo el cosmos!

Oh, alegría del universo, su honor,

festín y delicia...!

Oh, Pascua divina! Por tí la gran sala de bodas

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está llena;

todos llevan el vestido de bodas,

ninguno es echado fuera por estar privado

del vestido nupcial..."

En esta homilía el predicador anónimo describe también el misterio de la Resurrección con los tres momentos que hemos evocado al principio.

Los textos rituales más antiguos

Entre los textos más antiguos que nos recuerdan algún esquema de celebración primitiva de la Pascua debemos citar un fragmento de la Didascalía siríaca (siglo III) donde se expresa así el desarrollo de la vigilia pascual:

"Ayunad los días de Pascua... la parasceve y el sábado pasadlos en ayuno íntegro sin tomar nada. Durante toda la noche, quedaos reunidos juntos, despiertos y en vela, suplicando y orando, leyendo los profetas, el Evangelio y los Salmos, con temor y temblor y con asidua súplica, hasta la hora de tercia de la noche pasado el sábado, entonces romped vuestro ayuno... Después ofreced vuestros sacrificios, comed y alegraos, gozad y exultad porque Cristo ha resucitado prenda de nuestra resurrección y esto sea legítimo para vosotros perpetuamente hasta el fin del mundo" (V, 17-19).

Tertuliano en diferentes textos alude a la Pascua y al ayuno, pero habla claramente de una noche entera de vigilia para celebrar esta santa festividad cuando escribe:

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"Quién finalmente se fiará de permitirle de pasar la noche fuera de casa con ocasión de los ritos anuales de la Pascua?" (Ad uxorem, 2, 4,2: PL 1,1407).

Es justo preguntarse: ¿cómo se celebraba al inicio la gran vigilia de la Pascua? ¿Cuáles son los elementos rituales apenas citados, por ejemplo, en el texto de la Didascalía?

Todo se desarrollaba durante la noche en un ambiente iluminado, por tanto en un lucernario permanente, que poco a poco inspirará el solemne rito de la luz con una referencia clara a Cristo luz del mundo. Pero al principio no tenemos algo semejante e la bendición del cirio pascual y del Exultet que son de época posterior. A. Hamman reconstruye el ambiente de la noche de Pascua con estas sugestivas pinceladas.

"La noche del sábado toda la ciudad estaba iluminada; las antorchas alumbraban las calles mientras los fieles con sus luces se encaminaban a la asamblea litúrgica. Con actitud solemne, los cristianos escuchaban la lectura de las grandes páginas de la Biblia. Los catecúmenos oían proclamar por última vez las principales etapas de la historia de salvación, la historia del pueblo de Dios, convertida, en esta noche, en su historia personal. Hacia el final de la vigilia, el Obispo rodeado de sus ministros, pronunciaba la homilía... la gran vigilia de lecturas y de oraciones terminaba con el bautismo. Los candidatos se acercaban a la fuente bautismal y descendían desnudos a la piscina. Cuando salían vestían túnicas blancas con las cuales volvían a la iglesia en procesión, para participar por primera vez en la cena cristiana. Al alba cada uno volvía a su casa con los ojos resplandecientes de alegría pascual."

Tratemos ahora de reconstruir en síntesis algunos de estos elementos rituales, apoyándonos en los testimonios de los Padres de la Iglesia.

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El ayuno. Los cristianos se preparaban a la Pascua con un ayuno riguroso de al menos dos días enteros (viernes y sábado) como testimonia la Traditio Apostolica, Tertuliano y la Didascalía. Por esto la SC n. 110 lo recuerda todavía hoy y algunas comunidades diligentemente lo han restablecido. Este ayuno, según el testimonio de Tertuliano, está inspirado en las palabras de Jesús: ayunarán cuando les sea quitado el Esposo (cfr. Lc 5:35). Algunos pensaban que era un ayuno de reparación o de contestación por la Pascua de los judíos. Se ayuna en espera de la Pascua; el cuerpo participa con el ayuno en una tensión hacia el momento de la celebración pascual con la Eucaristía que rompe el ayuno.

La gran vigilia nocturna. Al testimonio de la Didascalía acerca de la noche pasada en vela se pueden añadir algunos testimonios de los Padres. Así describe Gregorio de Nisa la celebración: "¿Qué hemos visto? El esplendor de las antorchas que eran llevadas en la noche como en una nube de fuego. Toda la noche hemos oído resonar himnos y cánticos espirituales. Era como un río de gozo que descendía de los oídos a nuestras almas, llenándonos de buena esperanza... Esta noche brillante de luz que unía el esplendor de las antorchas a los primeros rayos del sol ha hecho con ellos un solo día sin dejar intervalos a las tinieblas" (PL 38,1087-1088). 129).

Juan Crisóstomo recuerda entre otras cosas como elementos celebrativos: "la predicación de la santa palabra, las antiguas oraciones, las bendiciones de los sacerdotes, la participación en los divinos misterios, la paz y la concordia" (PG 50,415-432).

Los cristianos sienten que todo el mundo vela, que incluso los judíos y los paganos celebran la fiesta con ellos, que las antorchas encendidas son los símbolos de los deseos de todos. Esta es la vigilia de las vigilias, la madre de todas las vigilias cristianas.

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Las lecturas y los salmos. Entre las lecturas que son señaladas aquí y allí por los Padres, es necesario recordar: El relato de la creación y quizás el sacrificio de Abrahán, el éxodo del pueblo hebreo Ex 12-14, el Evangelio de la Resurrección. Entre los salmos se citan el Salmo 117, y los salmos bautismales 22 y 41 (42) con su referencia a las aguas bautismales y a los otros sacramentos.

Sobre estas lecturas los Padres dictan sus homilías, caracterizadas por un tono lírico kerigmático, mistagógico; con referencias poéticas a la primavera, a los sacramentos pascuales, a la Resurrección y a nuestra redención. Son particularmente hermosas las de Agustín, de Gregorio de Nisa y de Máximo de Turín, y la atribuida a San Juan Crisóstomo que todavía hoy se lee en la liturgia bizantina (PG 59,721-723). Jerónimo que no se sentía poeta dice sentirse arrebatado por el gozo inspirador de esta noche (PL 39 2058-2059).

Entre los textos líricos más hermosos, nos gusta citar el texto de Asterio de Amasea, llamado el Sofista, que es una lírica exaltación de la Pascua cristiana como canto de la noche santa, con acentos que resuenan en nuestro Exultet pascual:

"Oh noche más resplandeciente que el día.

Oh noche más hermosa que el sol.

Oh noche más blanca que la nieve.

Oh noche más brillante que la saeta.

Oh noche más reluciente que las antorchas.

Oh noche más deliciosa que el paraíso.

Oh noche libre de tinieblas.

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Oh noche llena de luz.

Oh noche que quitas el sueño.

Oh noche que haces velar con los ángeles.

Oh noche terrible para los demonios.

Oh noche anhelo de todo un año...

Oh noche madre de los neófitos... “(PG 40, 433-444).

He aquí el hermoso texto con el que Basilio de Seleucia inicia con garbo una homilía pascual: "Cristo con su Resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de los hombres una fiesta" (PG 28, 1081).

Entre los salmos resuena también el Aleluya pascual que los Padres comentan con el sentido típico de la alegría de Pascua.

Célebre es el comentario de Agustín sobre el cántico nuevo: (PL 38,210-213).

Los ritos de la iniciación cristiana. Por el testimonio de Tertuliano y los textos de la Tradición apostólica y de manera particular por las catequesis mistagógicas de Cirilo de Jerusalén, se puede afirmar que ya desde los primeros decenios del siglo III se celebra el bautismo, la unción con el crisma, y la primera eucaristía de los neófitos, con una variada expresividad de símbolos que los Padres comentan en sus homilías mistagógicas. Cada rito es explicado en su significado místico. El sentido beso de paz intercambiado en la asamblea, expresa en este momento el gozo particular de la vigilia pascual. Beso de paz y de reconciliación según este conocido texto de

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Gregorio de Nisa que todavía hoy resuena en los Estikirás de Pascua en la liturgia bizantina.

"Día de Resurrección, (feliz inicio! Celebremos con gozo esta fiesta y démonos el beso de paz. Invitemos (oh hermanos! a hacer Pascua aún a aquellos que nos odian... Perdonándonos todo en honor de la Resurrección, olvidemos las ofensas recíprocas" (PG 35,396-401).

La Eucaristía. El centro de la celebración es la Eucaristía, en la que el Señor Resucitado se hace presente y se entrega a la Iglesia. Es la unión nupcial con la Esposa. Los neófitos reciben la comunión con el cuerpo y la sangre del Señor por primera vez y se les ofrece un cáliz en el que saborean la leche mezclada con la miel, signo de su ingreso en la tierra prometida. La comunión interrumpe el ayuno y surge la alegría del encuentro con el Señor Resucitado que se prolonga cincuenta días.

Pero en medio de la Pascua puede existir una experiencia dolorosa de persecución como la que nos transmite Eusebio en este hermoso texto antiguos: "Nos exiliaron y, solos, entre todos fuimos perseguidos y llevados a la muerte. Pero también entonces hemos celebrado la fiesta. Cada lugar donde se padecía, llegó a ser para nosotros un lugar donde se celebraba la fiesta: aunque fuese un campo, un desierto, una nave, una posada, una prisión. Los mártires perfectos celebran la más espléndida de las fiestas pascuales siendo admitidos a la gracia del festín celestial" (Eusebio, Historia Eccl. VII, 22,4).

El ágape. Con la Eucaristía se rompía el ayuno y con el ágape de la fraternidad se participaba en el gozo común. Todavía hoy el ágape forma parte de la celebración pascual en Oriente y expresa la participación del regocijo común después del largo ayuno de espera.

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El Lucernario. Todo, lo hemos dicho, sucedía en la noche iluminada por las antorchas. El aula de la celebración iluminada como el día, era la más hermosa expresión de una obscuridad vencida por la luz de Cristo, y por la luz de los cristianos que resplandecen en las tinieblas con su vida de hijos de la luz.

Ya se percibe en el exordio de la homilía del Anónimo Cuartodecimano este cántico lírico de la luz cuando escribe: "He aquí que brillan ya los sagrados rayos de la luz de Cristo... Aquél que es antes que la estrella matutina y que los astros, Cristo el inmortal, el grande, el inmenso, brilla sobre todas las cosas más que el sol...”.

La continuación de la fiesta. La fiesta iniciada en la vigilia se prolongaba durante todo el día; más aún, por una semana entera y todavía después por cincuenta días. Escribe Hamman: "Desde la mañana los cristianos se intercambiaban augurios y felicitaciones. Todo el domingo era día de gozo. En Hipona, Agustín predicaba también a la mañana y frecuentemente también a la tarde. El tema pascual era inagotable. La fiesta se prolongaba por una semana entera, durante la cual los fieles escuchaban en la misa el relato evangélico de las apariciones del Resucitado..."

Una celebración diferenciada de la vigilia pascual: el rito latino y el rito bizantino

La vigilia pascual del rito romano

Después de un día de silencio, de oración y de ayuno, los cristianos de disponen en el rito latino a celebrar la Pascua, el paso, la Resurrección del Señor. La vigilia pascual es la Pascua del Señor y la Pascua de la Iglesia, origen y raíz de todo el año litúrgico. La estructura actual

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recupera el pleno sentido de la antigua celebración pascual en el corazón de la noche. Debe ser celebrado como vigilia completa hasta las primeras horas del alba, con el gozo de vivir el vela orando y cantando en esta noche "esperada durante todo un año."

En esta celebración de la vigilia reciben su consagración pascual las palabras, las oraciones, los sacramentos, y los símbolos de la Iglesia que son prolongaciones e irradiaciones de la Pascua. Todo es nuevo, todo confiere novedad a la Iglesia en los grandes símbolos cristológicos y litúrgicos.

Estos grandes símbolos son: La asamblea santa que es siempre la Esposa y la comunidad del Resucitado. El tiempo nuevo que es siempre, de noche y de día, tiempo pascual insertado ya en nuestro hoy que es Cristo.

La espera vigilante, celebración de la presencia y del retorno definitivo del Resucitado. La luz pascual que desde el Génesis al Apocalipsis bajo el signo de Cristo luz del mundo lo inunda todo. El fuego nuevo que recuerda la columna de fuego y el fuego del Espíritu encendido por el Resucitado y en los corazones de los fieles. El agua regeneradora, signo de la vida nueva en Cristo, fuente de la vida. El crisma santo de la unción espiritual de los bautizados. El banquete nupcial de la Iglesia, en el pan y en el vino de la Eucaristía tenemos el banquete escatológico, la comida del Resucitado y con el Resucitado. El canto nuevo del aleluya pascual, himno de los redimidos, cantar de los peregrinos en camino hacia la patria.

Todos los otros símbolos son pascuales: la cruz, el altar, el ambón, el libro. Sobre todo, por la importancia ritual de la Vigilia, el Cirio pascual, signo de Cristo que ilumina con su presencia la asamblea. Todo, durante todo el año, será signo de Cristo resucitado. El templo su morada; el tiempo, espacio histórico donde él se hace presente. El altar el sepulcro nuevo; el ambón el jardín de la

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resurrección desde donde se anuncia el "kerigma" de la resurrección y Cristo explica las Escrituras.

La liturgia de la luz. Con la lógica bendición del fuego nuevo para encender la nueva luz, se recuerda que estamos en la noche donde todo se renueva en aquél que hace nuevas todas las cosas. El cirio es bendecido y adornado porque es símbolo de Cristo luz. La procesión de las tinieblas a la luz, la peregrinación de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, guiada por la columna de fuego, iluminación bautismal que cada uno recibe de Cristo para ser siempre hijo de la luz.

La proclamación del anuncio pascual es momento solemne y antiguo, lírico y cargado de teología y de pathos que debe realizarse en una atmósfera de fe y de gozosa escucha, con plena participación.

El texto actual contiene estos momentos:

• Invitación al gozo pascual a la asamblea del cielo, a la tierra, a la Iglesia entera, a la asamblea reunida;

• La gran oración de bendición y de exaltación de la Pascua del Señor, la noche dichosa, síntesis de las noches salvíficas de Dios en la historia de la salvación.

• El canto de la teología de la redención pascual: "Feliz la culpa que mereció tal Redentor!." Es la noche verdaderamente dichosa que reconcilia la tierra al cielo y el hombre a su Creador. Se canta la victoria de Cristo, victoria de los cristianos.

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• El ofrecimiento de la alabanza de la Iglesia y del signo luminoso del cirio pascual.

La liturgia de la palabra. Se vuelve a la antigua estructura celebrativa de una gran vigilia de lecturas, de oraciones, de cantos. La proclamación de la palabra de Dios se hace simbólicamente a la luz de Cristo Resucitado centro del cosmos y de la historia. Las lecturas actuales tienen un triple carácter simbólico. Son lecturas progresivas de la historia de la salvación; tienen un carácter cristológico; poseen una estrecha relación con el bautismo. A la proclamación sigue el salmo o cántico. A continuación la oración de la Iglesia expresa el sentido tipológico de la lectura. Tras las lecturas del Antiguo Testamento a la luz de Cristo que ilumina la continuidad y la unidad entre los dos Testamentos se canta con solemnidad el Gloria, antiguo himno de la mañana, que por su alusión a las palabras del Ángel no puede menos de evocar en esta noche santa el sentido pascual de la encarnación y del nacimiento de Cristo. La oración colecta evoca la noche santísima, la gloria de la Resurrección, la renovación de todos los hijos en la adopción.

Sigue la liturgia de la palabra del N.T. con la lectura de Rm 6:3-11: El bautismo, misterio pascual, el Salmo que canta la victoria pascual de Cristo: Este es el día en que actuó el Señor. Y se entona el Aleluya: Solemne anuncio del canto nuevo, con la triple proclamación ritual del Aleluya. Todo tiene su culmen en la proclamación del Evangelio: El Kerigma de la Resurrección: Mt 28:1-10, Mc 16,1-8, Lc 24,1-12. A este punto se continúa con la homilía que en el estilo de la tradición patrística debería ser kerygmática, mistagógica y pascual.

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La liturgia bautismal. Sigue la liturgia bautismal con la invocación de los santos, la bendición de la pila bautismal y todos los otros ritos del bautismo y de la confirmación cuando hay adultos para bautizar. Si no hay bautismos, se pasa en seguida a la bendición del agua lustral, a las renuncias y promesas del bautismo, con la aspersión del agua. Es el recuerdo memorial de la Pascua y del bautismo. Termina con la oración de los fieles.

La liturgia eucarística. Encuentro con el Cristo resucitado en su sacrificio pascual, en la comunión con El, con los elementos propios de la oración para esta noche santísima en el canon romano y en las otras plegarias eucarísticas. Una monición prepara a los neófitos a la primera eucaristía.La celebración se cierra con la invitación pascual al final de la misa para llevar a todos el anuncio del Cristo Resucitado.

Las celebraciones del día. La celebración del Domingo de Pascua a continuación de la vigilia tiene algunos elementos característicos.

La liturgia de la palabra se estructura ya partiendo de la lectura de los Hechos de los Apóstoles que sustituye el AT según la antigua costumbre de la Iglesia: la 10 lectura de Hch 10:34-43 recuerda la predicación de los apóstoles, testigos de la resurrección. El Salmo: 117:1-2, 16-23 canta el día en que actuó el Señor. La segunda lectura del Apóstol evoca las exigencia de la ética pascual y de la vida nueva de los que han sido bautizados en Cristo.

En el Evangelio se leen, según los ciclos, diversos textos que relatan el acontecimiento de la Resurrección del Señor.

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En la misa de la tarde se lee muy apropiadamente el episodio de la aparición a los discípulos de Emaús, acaecida en la tarde del primer día de la semana.

Entre la segunda lectura y el Evangelio se intercala la bella Secuencia de Pascua "Victimae paschali laudes..." de Vipone (+1048). Uno de los textos más bellos y sugestivos de la liturgia latina, cargado de nostalgia y de profesión gozosa de la fe. Actualmente le falta una estrofa que decía así: "Credendum est magis soli Mariae veraci quam turbae iudeorum fallac": "Es mejor creer a María que dice la verdad que a la multitud de los judíos que proclaman la mentira." En la celebración litúrgica del Domingo de Resurrección merecen un relieve especial las Vísperas como celebración vespertina de la presencia de Cristo en la Iglesia y de la gloria del Resucitado, Luz gozosa de la santa gloria del Padre.

La liturgia bizantina de la vigilia pascual

La vigilia pascual es ya la celebración del santo Domingo de Pascua, en el que se celebra la vivificante Resurrección de Cristo. Cuando suenan las campanas de la media noche se hace una procesión alrededor de la Iglesia con las velas encendidas y comienza la celebración con el tropario: "Tu Resurrección, (oh Cristo Salvador! los ángeles cantan en los cielos, haznos dignos también a nosotros, sobre la tierra, de glorificarte con puro corazón." Después de la lectura del Evangelio de la Resurrección (Mc 16:1-8), se entona por tres veces el tropario que resonará todavía decenas y decenas de veces en la noche santa; "Cristo ha resucitado de entre los muertos con su muerte aplastó la muerte y los que estaban el sepulcro les dio la vida." La procesión gozosa entra en el templo adornado de luz y de flores, repitiendo incansablemente el tropario pascual y el augurio de la Resurrección, repetido en varias lenguas. Y comienzan los maitines de la Resurrección con hermosísimos textos

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entre los cuales es necesario recordar el Canon poema de la Resurrección de Juan Damasceno.

El texto clave de esta celebración es sin duda los Estikirás de Pascua pieza lírica de gran belleza e intensidad poética.

Antes de la celebración eucarística se lee la hermosa catequesis u homilía pascual de Juan Crisóstomo que es una invitación al gozo del banquete pascual para todos.

Se intercambia el beso de paz con la fórmula clásica que después se repite durante todo el tiempo pascual como saludo entre los cristianos (y también con ocasión de la muerte de algún familiar o pariente). En español:(Cristo ha resucitado! (Sí, verdaderamente ha Resucitado! En griego: (Christós anésti! — Alizós anésti!. En eslavo antiguo: Cristós voskriesse! — Voistinu voskriesse!

Se proclama en la misa el Prólogo del Evangelio de Juan en varias lenguas. Se bendicen los panes y los huevos pascuales al final de la misa. Resuena también el tropario de los bautizados en la divina liturgia aunque no se administre el bautismo ya que se recuerda la participación de todos los cristianos en la pascua de Cristo por medio del bautismo:

"Todos vosotros los que habéis sido bautizados en Cristo, habéis sido revestidos de Cristo." La vigilia, después del largo y extenuante ayuno, prolongándose durante varias horas hasta el alba, se concluye con el ágape pascual.

La mañana del domingo la celebración eucarística es solemne; las puertas del iconostasio permanecen siempre abiertas, signo de que Cristo ha abierto de par en par a todos de las puertas del paraíso. En algunos lugares existe la costumbre de ir al cementerio a celebrar las Vísperas de la Resurrección, para cantar así la esperanza que está expresada por el tropario pascual: "Cristo ha resucitado de entre los muertos..."

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Y con la vigilia pascual y el domingo de la Resurrección empieza los cincuenta días de Pascua, el "Pentecostario," como se le llama también al libro que contiene los oficios de los cincuenta días.

Iconos de la Resurrección

Los textos evangélicos de la Resurrección del Señor y el texto de la 10 Carta de S. Pedro sobre el descenso de Jesús al infierno, anteriormente recordados, para liberar a los que estaban en poder de la muerte, ilumina el sentido pleno de los dos iconos de la Resurrección más comunes en la Iglesia de Oriente: el de la Anástasis o Resurrección bajo el signo del descenso de Cristo a los abismos y el de las Mujeres miroforas, portadoras de aromas, ante el sepulcro vacío.

El icono de la victoria de Cristo en los abismos del infierno

Empecemos por el icono de la Resurrección gloriosa que expresa el triunfo de Jesús Resucitado que baja a los infiernos para liberar a nuestros padres que estaban en los abismos de la muerte.

A primera vista el icono de la Resurrección nos resulta un poco diverso de la forma con que ordinariamente se pinta en Occidente la Resurrección de Jesús. Lo solemos ver así: Cristo sale victorioso del sepulcro. La piedra ha sido levantada. Junto al sepulcro los guardias duermen. Jesús lleva el estandarte de la cruz. Es su victoria personal, su triunfo de Resucitado.

El mensaje del icono oriental de la Resurrección es diverso y complementario; quiere indicar que el triunfo de Jesús nos envuelve a todos, que El ha bajado hasta el

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abismo, para llenarlo de luz y para que su Resurrección se manifieste en toda su fuerza salvadora que llega hasta el primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva.

La Iglesia de Oriente conmemora en el Viernes santo y en el Sábado santo con hermosos cantos y símbolos esta presencia de Cristo bajo la tierra, como sol escondido, como vida engullida por la muerte, como grano de trigo que va a romperse para dar la vida en abundancia. Ahora contempla el camino de Cristo en su descenso, ya glorioso, a los infiernos, en una danza de victoria y de luz.

Muchos son los iconos orientales que así representan este misterio, los frescos que engalanan las paredes de las iglesias y monasterios, los mosaicos de las antiguas catedrales que han recibido el influjo del Oriente cristiano, como San Marcos de Venecia o la Capilla Palatina de Palermo.

Sin embargo, como hemos advertido, solo con grande recato esta contemplación de lo que estuvo fuera de la vista de los ojos de este mundo pasa a ser una representación pictórica.

En realidad este icono oriental ha sido inspirado por los textos bíblicos, patrísticos y litúrgicos que han profundizado este misterio, lo han celebrado en los cantos litúrgicos y ahora, finalmente lo han iluminado con la pintura para que todo el pueblo santo de Dios lo contemple.

Este descenso de Cristo a los abismos mantiene la continuidad que la Iglesia oriental mantiene en sus oficios litúrgicos con la pasión gloriosa y el "epitaphios trinos" o sepultura de los tres días que el Viernes Santo termina con el canto de la profecía de Ezequiel 37 acerca de los huesos áridos que el Espíritu tiene que resucitar y con el canto de María y de la Iglesia que clama por la Resurrección de Jesús.

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Existen varios tipos de iconos orientales del descenso del Señor a los infiernos. Los más célebres son sin duda alguna el del "paraclession" de Kariye Kami en Istanbul. Algunos iconos griegos de Tesalónica, Dafni, y de la escuela de Creta. y fionalmente algunos iconos rusos de la escuela de Dionisio y de la ciudad de Novgorod.

El icono de la Resurrección de Kariye Cami

Todos los iconos repiten el mismo esquema que sintetiza la fe de la Iglesia y el canto de la liturgia en la noche santa de Pascua, cuando se repite decenas de veces el gran tropario pascual: "Cristo ha resucitado de entre los muertos; con su muerte ha vencido la muerte y a los que estaban en los sepulcros ha dado la vida."

Hay, sin embargo, una pintura que se puede considerar el culmen de la teología iconográfica de la resurrección, así como el icono de la Trinidad de Andrej Roublëv es el culmen de la expresión del misterio trinitario. Es la pintura de la pequeña capilla o paraclession de San Salvador de Chora (de los campos), el templo de Kariye Camy en Estambul.

En efecto, en Constantinopla existe una pequeña iglesia en la que se puede admirar la pintura más bella de la Resurrección. En el ábside de la capilla del paraclession, un fresco maravilloso expresa el arte y la teología bizantina del siglo XIV. Ante nuestros ojos un Cristo Resucitado lleno de poder y majestad, envuelto en un círculo de luz, en medio de la oscuridad del abismo. El fresco ofrece una visión extraordinaria del Resucitado en medio de un intenso fondo azul que dibuja una cavidad entre dos montañas. El Resucitado, lleno de luz, aparece majestuoso entre una "mandorla" ojival llena de estrellas, con su aureola dorada. Con fuerza extraordinaria arranca de sus sepulcros a Adán y a Eva, mientras con sus pies rompe las puertas de la muerte.

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Campea sobre la figura del Resucitado escrita en griego la palabra Anástasis: Resurrección.

Un autor ortodoxo comenta el mensaje de la imagen con estas hermosas palabras: "Cristo desciende a los infiernos para destruirlos; es de una blancura relampagueante, pero ahora ya no está en el monte de la trasfiguración sino en el abismo de la angustia y de la asfixia tenebrosa. Uno de sus pies, con un gesto de increíble violencia, rompe las cadenas de este mundo. La otra pierna, con un movimiento de danza, de nado, empieza ya a subir de nuevo, como el nadador que después de haberse zambullido en el fondo, toma fuerza para regresar al aire y a la luz. Pero es El el aire y la luz. El aire y la luz son irradiación de su rostro en el fulgor del Espíritu Santo. Y aquí está su gesto liberador: con cada mano Cristo agarra por las muñecas al Hombre y a la Mujer. Y no por la mano, porque la salvación no se negocia, se da. Así los arrastra fuera de sus tumbas. Ninguna sombra: todo rostro tiene la luz del infinito. Ninguna reencarnación: todo rostro es único. Ninguna fusión: todo rostro es un secreto. Ninguna separación: todos los rostros son llamas de un mismo fuego. Y la finalidad no es la de conseguir la inmortalidad del alma, porque inmortales ya lo son las almas en el infierno. Cada rostro es de esta tierra, pero de esta tierra que ha sido ya plasmada con el cielo" (O. Clément).

Hay otros iconos de las escuelas rusas en los que el rostro de Cristo es dulce, amoroso, como el del Buen Pastor que ha ido hasta el infierno a buscar la oveja perdida y ahora le ofrece con su mano extendida, la vida inmortal.

Dentro del canon fundamental del modelo iconógráfico del icono podemos destacar algunos detalles comunes. La figura central es siempre la de Cristo en el esplendor de su cuerpo ya glorificado: baja a los abismo infernales, representados por una cavidad oscura aplastando con sus pies las puertas de la muerte. Está con frecuencia

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enmarcado en una "mandorla" redonda u ojival, punteada de estrellas. A veces lleva en sus manos el trofeo de la Cruz o el rollo de la revelación, para indicar el signo de la victoria y la Escritura donde estaba contenida la profecía de su victoria final. Otras veces loa ángeles en lo alto levantan la cruz gloriosa, signo de salvación y de continuidad entre la pasión y la victoria gloriosa de la resurrección. Sus vestidos son blancos y resplandecientes o bien dorados y luminosos, como si se descendieran centellas de luz de su cuerpo glorioso a través de sus vestiduras.

Son figuras centrales Adán y Eva. A veces Cristo está situado en medio de ellos y con la fuerza de sus manos los arranca de sus sepulcros. Otras veces Cristo se acerca a Adán o a Eva para darles la mano y arrastrarlos fuera del sepulcro. Nuestros progenitores llevan un vestido de diverso color. Junto a ellos hay un grupo de Justos del Antiguo Testamento. Se distinguen algunos por algunos rasgos iconográficos, entre ellos Juan el Bautista, David y Salomón, otros reyes con sus coronas, un grupo de profetas entre ellos Isaías y Daniel. Moisés está algunos iconos y se le reconoce porque lleva en sus manos las tablas de la ley. Hombres y mujeres que representan los justos que esperaban la victoria del Mesías en el abismo infernal del Sheol.

Todos los justos están en actitud adorante. A veces en algunos iconos extienden sus manos, recubiertas con sus vestidos en signo de adoración con la mirada puesta en el Resucitado.

El infierno aparece bajo los pies de Cristo como un abismo oscuro en el que a veces vemos llaves y cerrojos, clavos y otros instrumentos, que simbolizan la victoria de Cristo sobre todo aquellos que tenía prisioneros a los justos.

En algunos iconos bajo los pies del resucitado que aplasta rotas las puertas del Ades hay un grupo de figuras

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oscuras y de figuras blancas, otros condenados y otros justos, mientras algunos ángeles encadenan al enemigo mortal del hombre que es el diablo.

Los textos de la Vigilia pascual comentan esta imagen: "Has bajado de la tierra al seno del abismo, has roto los vínculos ternos de los que la muerte tenía prisioneros. Y ahora después de tres días, como Jonás, resucitas dejando vacío el sepulcro" (Oda VI). "Has bajado a la tumba, oh Inmortal y has destruido la potencia del Ades. Has resucitado vencedor, oh Señor. A las mujeres miroforas has dirigido un saludo de gozo. Has dado la paz a los apóstoles y a los caídos has otorgado la Resurrección." (Kontakion). "De la muerte celebramos la muerte y la destrucción del infierno. Cantemos, danzando, al autor de la vida inmortal, único y bendito Señor glorioso de nuestros Padres" (Oda VII) "Dormido en la carne como un muerto, oh Rey y Señor, has resucitado al tercer día. Comunicas a Adán la incorruptibilidad y la muerte ya no existe. Oh Pascua que vences la corrupción y eres del mundo la salvación" (Exapostilario).

El icono de la vida que vence la muerte

En su gran expresividad teológica y plástica este icono de la Resurrección canta la victoria de la vida sobre la muerte. Canta la vida, la penetración de Cristo en el abismo que se abre a sus pies. La canta el fulgor blanquísimo de sus vestidos que expresa la fuerza de su divinidad. Canta la vida el poder de su figura dulcísima y fuerte de Resucitado que anuncia la paz y la libertad. Aquí está el Libertador porque da la vida, arrancada de la muerte. Da la vida eterna. Promete una vida como la suya en la que cada uno recupera su propio ser, su propio cuerpo. Pisotea todo lo que es muerte, las puertas del abismo, los sepulcros, los mismos instrumentos que lo han llevado a la pasión.

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El es la Luz y el Fulgor; el que da la Vida, porque es la Vida, va más allá de la muerte y del sepulcro. Es la vida divina que va más allá de las consecuencias del pecado. Y la infunde en los cuerpos. En su Humanidad nueva empieza la nueva Humanidad; en su Cuerpo de Resucitado la Iglesia empieza a tener un germen de vida inmortal que la alimenta y la aglutina. Los sacramentos, empezando por el Bautismo infunden en los hombres la vida que nace de la Resurrección.

Los ángeles, como hemos recordado, en algunos iconos muestran la cruz gloriosa. En otros es Cristo quien con su cruz, victorioso, desciende llevando con la cruz como un báculo el anuncio de paz y de victoria. Unas rocas abiertas indican que toda la creación participa de esta victoria de Cristo, el Resucitado que ha vencido la muerte y anuncia en su cuerpo la nueva pascua del universo, los cielos nuevos y la tierra nueva.

La blancura de los vestidos de Cristo indica su condición de Resucitado, su fuerza arrolladora con la que penetra en el abismo y todo lo ilumina, todo lo bautiza con el fulgor de su carne trasparente y verdadera, la misma que ha sufrido, la que tomó de la Virgen María y que ahora ha adquirido para siempre la condición del Resucitado: es carne vivificada y vivificadora, con la fuerza del Espíritu Santo.

Un Cristo que desciende hasta nuestros sepulcros

La figura de la Resurrección de Jesús contiene una hermosa teología, decisiva para la comprensión del misterio que se actualiza en nosotros. Ver a Cristo que desciende hasta el abismo es reconocer su poder inmenso para bajar hasta el abismo de cada hombre, hasta su propio sepulcro. Es confesar con un inmenso amor y con intensa fe que el Resucitado es también el Resucitador y que por lo tanto tiene que bajar hasta lo

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más profundo de nuestro ser para arrancarnos de la muerte, vencer nuestro pecado, liberarnos de la esclavitud.

Con su Resurrección Cristo es el Salvador. Puede anunciar a todos la Paz con el rostro iluminado. Viene a decirnos "Shalom": "La Paz sea contigo." Viene a anunciarnos que no hay pecado que El no pueda perdonar; afirma que el grande, decisivo, único pecado, es el de no reconocer su Resurrección, ignorar la maravilla de las maravillas del amor del Padre, rechazar el poder salvador de su misterio pascual.

Creer en la Resurrección es afirmar que Cristo es el Salvador, el que cambia la muerte en vida, el dolor en amor, el pecado en gracia, el odio en perdón. Lo ha cambiado en su propia carne y ahora lo quiere cambiar en todos los que creen en su santa Resurrección.

Creer en Cristo Resucitado es dejar que Cristo pueda hacer con cada uno de nosotros, lo que ha hecho con Adán y Eva: bajar hasta su abismo, su sepulcro de la muerte; arrancar con fuerza de este sepulcro y de este abismo a todos los que están sujetos a la fuerza de la muerte que es el pecado, la tumba en la que cada uno se encierra y en la que encerramos a los demás.

El icono que canta la victoria de Cristo Libertador

Uno de los cantos más bellos de la Iglesia oriental, en la noche de Pascua, expresa así la alegría de la Resurrección del Señor, con unos sentimientos que son característicos de toda la literatura cristiana primitiva tal como se expresan en las homilías pascuales de los Padres de la Iglesia:

"Una Pascua divina hoy se nos ha revelado.

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Pascua nueva y santa. Pascua misteriosa.

Pascua solemnísima de Cristo Libertador.

Pascua inmaculada y grande. Pascua de los creyentes.

Pascua que abre las puertas del Paraíso.

Pascua que santifica a todos los cristianos...

Pascua dulcísima, Pascua del Señor. Pascua!

Una Pascua santísima se nos ha dado.

Es Pascua. Abracémonos mutuamente.

Tú eres la Pascua que destruyes la tristeza.

Porque hoy Cristo Jesús resucita resplandeciente.

Sí, esta es la Pascua de Cristo Libertador. Una libertad que incluye la vida y la muerte. Una liberación que abraza todo el ser del cristiano. Una liberación de la muerte, para ser verdadera liberación de la vida, porque el que no ha resuelto el problema de la muerte, no ha resuelto el problema de la vida. Cristo libera la vida, librando de la muerte.

Sí, Jesús ha librado con su muerte a todos aquellos que el diablo tenía prisioneros y esclavos por miedo a la muerte. Liberados de este miedo existencial que condiciona la naturaleza humana hasta hacerla esclava del pecado en un esfuerzo desesperado de vivir para no morir, ahora no hay que hacer las obras de la muerte; hay que dar frutos de vida nueva. Son frutos de todo aquello que empieza a ser nuevo y definitivo con la Pascua: gozo, bondad, magnanimidad, paz, justicia, fortaleza, amor verdadero.

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Son los frutos del Espíritu, las bienaventuranzas evangélicas, la vida nueva de los hombres nuevos y resucitados por Cristo.

El gozo de la Pascua cristiana

En la Resurrección de Jesús está el centro de nuestra fe. Es nuestra salvación. Y es el mensaje que tenemos que gritar a todos con las palabras y con la vida.

La Iglesia oriental canta así:

"Día de la Resurrección.

Resplandezcamos de gozo en esta fiesta.

Abracémonos, hermanos, mutuamente.

Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian.

Perdonemos todo por la Resurrección

y cantemos así nuestra alegría:

Cristo ha resucitado de entre los muertos

con su muerte ha vencido la muerte

y a los que estaban en los sepulcros

les ha dado la vida"

En la fe y en el amor, siempre es Pascua. La vida es resurrección cuando se vive en Cristo y se manifiesta en su amor. Y el morir es también Pascua, porque en Cristo

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Jesús la muerte ha sido vencida y todo marca un sendero de vida inmortal para los que creen y viven en Cristo que es la Resurrección y la Vida.

No es verdad que nadie ha vuelto del cementerio, como plásticamente se expresa la más castiza filosofía popular. "Un tal Jesús," decía el Procurador romano ante las declaraciones de Pablo, que los cristianos afirman que ha resucitado. Nosotros así lo creemos y hemos hecho de este misterio el centro de nuestra fe. Y el que ha vuelto del sepulcro, es el que da ya la vida nueva a todos, y abre un sendero de vida en medio de la muerte y promete una vida imperecedera, como la suya, a la derecha del Padre.

En la vida y en el dolor, ante la muerte y las desgracias, podemos decir como los cristianos de Oriente, que suelen reservar este saludo incluso para dar el pésame ante la muerte de un ser querido: "Cristo ha resucitado." Y se responde, tal vez con alegría, tal vez con el dolor y la esperanza: "Sí, de verdad, El ha resucitado." Un monje santo de la Rusia de siglo XVIII, Serafín de Sarov, acogía a los que iban a visitarlo con estas palabras, llenas de ternura y de esperanza: "Mi alegría, Cristo ha resucitado."

El icono nos evangeliza de nuevo y quiere hacernos testigos de la Resurrección. Testigos que llevan luz de la fe en los ojos, alegría en el corazón, fortaleza ante las adversidades, amor en todas las manifestaciones, porque Cristo ha resucitado y nos ha dado la luz de la fe, la antorcha de la esperanza, nos ha anunciado la paz, nos fortalece ante las adversidades, y ha derramado sobre nosotros el Espíritu Santo, que es el don inefable de nueva vida que nace de la Pascua del Señor.

Un grande testigo de la tradición ortodoxa ha escrito invitándonos a contemplar este icono: "Os invito a contemplar un icono litúrgico que expresa, mucho más y se manifiesta mucho más poderosa para hablarnos de

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nuestra transformación teológica que muchos tratados cultos. Se trata del icono que en la tradición bizantina es la expresión litúrgica más fiel del icono del misterio de la Resurrección: el descenso de Cristo a los infiernos. Aquí tenemos, además, un indicio precioso de la cualidad de una y de otras tradición litúrgica. Vosotros conocéis todas esas pinturas, es decir esos iconos de épocas de decadencia, que representan a Cristo mientras sale del sepulcro... Sin embargo el icono del descenso de a los infiernos es un signo litúrgico mucho más cercano al misterio. Nos atrae hacia la interioridad del acontecimiento y nos introduce en él, nos pone en relación con él. Cristo Resucitado, resplandeciente de luz, imagen del Dios invisible en su Humanidad transfigurada, penetra en nuestras profundidades tenebrosas y arranca al hombre y a la mujer de la tumba en la que la muerte los tenía prisioneros. Aquí se expresa todo el dinamismo de nuestra vida nueva: `Conocerlo a Él y el poder de su Resurrección’ (Fil 3:10), consiste en este movimiento, en el cual Cristo baja a nuestras profundidades para hacernos volver a la luz de la vida. Es el mismo movimiento del Bautismo, un bajar y un subir (Cf. Rm 6:3-4), con todo el realismo espiritual che el poder del espíritu actuará cada día en nuestra vida personal. Nuestra participación actual a la Resurrección de Cristo consiste en este bajar a los infiernos, es decir a nuestras profundidades para hacer pasar todo a la luz" (I. Hazim).

El icono de las mujeres miroforas

Un icono y una fiesta

En la sugestiva unidad entre palabra e imagen, entre anuncio que llega al oído y pintura que se presenta ante nuestros ojos, el misterio de las mujeres de Pascua tiene una hermosa representación plástica en el icono oriental

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llamado "Las miroforas ante el sepulcro." La tradición pictórica es muy antigua. Así aparece en los frescos murales de la Iglesia de Doura Europos del siglo III, o en las "ampollas de Monza" que provienen de Palestina y se remontan a los siglos IV-V. Así tenemos ilustrada la escena en el Evangeliario de Rabbula de Edessa que se conserva en la Biblioteca Laurenziana de Florencia, que viene del Asia menor y data del siglo VI. Y la tradición continúa a través de los mosaicos y los iconos clásicos de Grecia y de Rusia.

La escena es siempre la misma. Un grupo de mujeres, de dos a cuatro, llevando bien visibles entre sus manos los tarros de ungüento perfumado para las unciones, se acercan al sepulcro. Contemplan la piedra levantada, los vestidos están por el suelo. Un Ángel o dos tal vez, vestidos con vestiduras blancas, les señalan el sepulcro vacío y las vendas por el suelo, con un gesto que parece acompañar con las palabras del anuncio evangélico: "Ha resucitado, no está aquí. Id a anunciar a sus discípulos" (Cf. Mt 28:5-7) .

El porte de las miroforas es a la vez majestuoso y hierático. Sus ojos miran al Ángel y al sepulcro, pero se encuentran también en una mirada recíproca como si se diesen unas a otras la noticia. Parece que traen todavía el luto del día de la muerte del Señor pero poco a poco se van iluminando sus ojos con la luz de la Pascua del Señor que ha vencido a la muerte.

La hierba verde del prado que se ve en algunos iconos es como un anuncio de la primavera divina inaugurada por la resurrección de Cristo. Y los vestidos que yacen en el sepulcro, vestidos blancos como las sábanas del lecho nupcial del Esposo, son según una hermosa intuición de Clément "como una crisálida de la que se ha evadido una mariposa." Y así se recupera el sentido simbólico del gusano de seda, como una profecía de la resurrección inscrita de alguna manera ya en esta metamorfosis del

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gusano de seda, según la mitología de los egipcios s y algunos textos sugestivos de los Padres de la Iglesia.

Las mujeres han visto y han creído. Este es el mensaje fundamental del icono de las miradoras.

Pero la tradición litúrgica bizantina tiene algo más. Todos los años el tercer domingo de Pascua celebra la memoria de estas santas mujeres. Y lo hace con toda la solemnidad característica del oficio bizantino. En la celebración de la divina liturgia y en la oración de las horas. Es como un domingo que canta la dignidad de la mujer, una fiesta de las mujeres cristianas que pueden mirarse en el espejo de estas afortunadas "evangelistas."

Una estrofa del canto de Pascua de la Iglesia oriental comenta así la presencia de las mujeres en este icono:

"Las mujeres miradoras con la luz del alba

Fueron al sepulcro del autor de la vida

Y encontraron a un ángel sentado sobre la piedra.

Dirigiéndose a ellas les decía así:

Por qué buscáis al Viviente entre los muertos?

Por qué lloráis al Incorruptible

como si hubiese caído en la corrupción?

Id y anunciad a sus discípulos:

Cristo ha resucitado de entre los muertos.

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Mujeres evangelistas, levantáos

dejad la visión e id a anunciar a Sión:

Recibe el anuncio de la alegría:

Cristo ha resucitado.

Alégrate, danza, exulta Jerusalén

y contempla a Cristo tu Rey que sale

del sepulcro como un Esposo."

Los textos litúrgicos bizantinos

La liturgia bizantina canta con entusiasmo el ministerio de estas mujeres que al alba del primer día de la semana fueron al sepulcro del Señor. Lo hace todos los años en la Vigilia pascual y a partir de este momento en todo el tiempo de Pascua, hasta Pentecostés. Pero precisamente porque la liturgia bizantina ha conservado al domingo el tono característico de pascua semanal, todos los domingos se hace memoria de estas santas mujeres.

Es suficiente citar el canto más sugestivo de la pascua oriental el célebre himno de los "Stichirà" de Pascua que con gozo expresa la aventura de las mujeres y las apostrofa con estas palabras: "Mujeres evangelistas, levantáos; dejad la visión e id a anunciar a Sión: Recibe el anuncio de la alegría: "Cristo ha resucitado."... Las mujeres miroforas con la luz del alba fueron al sepulcro del autor de la vida y encontraron a un ángel sentado sobre la piedra. Dirigiéndose a ellas les decía así: "Id a anunciar a sus discípulos: Cristo ha resucitado de entre los muertos... Tú eres la pascua que destruye la tristeza. Porque hoy sale resplandeciente y abandona la tumba como un tálamo y ha llenado de gozo a las mujeres diciendo: Llevad este anuncio a los apóstoles."

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Otros textos litúrgicos dramatizan las escenas y cantan otros posibles aspectos de la reacción de las mujeres:

"A tu sepulcro, oh Cristo, que contenía la vida llegaron la mujeres miroforas gimiendo, y trayendo aromas querían perfumar tu cuerpo inmaculado. Pero encontraron un ángel luminoso, sentado sobre una piedra que les habla diciendo: )Por qué lloráis a Aquel que de su costado ha hecho brotar la vida para el mundo? ¿Por qué buscáis en la tumba como un muerto el que es Inmortal? Corred más bien y anunciad a sus discípulos su gloriosa resurrección que es gozo para todo el mundo..."

Hay alusiones en los himnos al acto de fe de las mujeres al encuentro con el Señor Resucitado: "Las mujeres con divina sabiduría corrían detrás de ti con los perfumes y te buscaban con lágrimas, como si estuvieras muerto; pero te adoraron como Dios vivo, con inmenso gozo, y anunciaron a tus discípulos, oh Cristo, la Pascua mística."

Resuena incluso en algunas estrofas pascuales la inicial desconfianza de los Apóstoles al escuchar la buena noticia de labios de unas mujeres, que en el ambiente de la época no contaban para nada. Así escuchamos en este texto poético:

"Estaba amaneciendo y las mujeres vinieron al sepulcro, pero no encontraron tu cuerpo, oh Cristo. Por eso se les aparecieron, mientras permanecían inciertas, ángeles con vestidos blancos y les dijeron: Por qué buscáis al Viviente entre los muertos? Ha resucitado, como lo había dicho. ¿No os acordáis de sus palabras? Y ellas, convencidas, anunciaban las cosas que habían visto. Pero este gozoso mensaje les pareció un delirio a los apóstoles que estaban todavía aturdidos."

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Un texto final: "La mujeres miroforas llegaron de buena mañana al sepulcro y trataban de perfumarte, Oh Verbo Inmortal y divino. Pero animadas por las palabras de los ángeles afirmando con claridad que habías resucitado tú que eres la vida del universo y concedes a todos el perdón y la gran misericordia."

Por eso una estrofa resume el gozo de las mujeres evangelistas y canta su sabiduría con estas palabras: "Hoy Cristo ha resucitado del sepulcro y ha ofrecido a todos la inmortalidad, renueva el gozo de las miroforas, después de la pasión y de la resurrección. Alegráos, pues, oh mujeres, portadoras de perfumes, pues habéis sido las primeras en contemplar la resurrección de Cristo y en anunciar a sus discípulos la salvación del mundo entero."

Esta es la fiesta de las mujeres evangelistas en la que la liturgia bizantina canta: "Un Ángel resplandeciente se les apareció a las mujeres y les dijo: Se ha levantado la Luz que ilumina a los que duermen en las tinieblas de la muerte. Anunciad a los discípulos "iluminados" que el luto cese y empiece la alegría; aplaudid con vuestras manos y con la fe de vuestros corazones. Exultad por esta pascua gozosa que nos salva, porque Cristo ha resucitado y ha ofrecido al mundo la gracia de la salvación."

El Domingo tercero de Pascua es en la liturgia bizantina una fiesta para las mujeres cristianas. Se hace alusión, con delicadeza, a las lágrimas de Eva que Cristo Resucitado convierte en gozo. Se dialoga con la Virgen María que es también "evangelista y mirófora," testigo de la resurrección, ya que la liturgia bizantina subraya también el gozo de la Madre en la victoria del Hijo; recuerda aquel anuncio del Ángel de la Encarnación, aquel "Alégrate" que ahora le repite como invitación a la más pura de las alegrías por la resurrección de Cristo: "Danza ahora y exulta, oh Sión, Tú alégrate, oh purísima Madre de Dios, en la Resurrección de tu Hijo."

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Se repite en los textos litúrgicos que ellas son, las mujeres miroforas, las que en medio de los discípulos llevan y llevarán siempre, como primicias de su ministerio femenino, el gozoso anuncio de la resurrección. Así lo expresa con un texto de exquisita sensibilidad poética y dramática Romano el Melode en uno de sus versos cuando pone en boca de María estas palabras persuasivas y consoladoras a los discípulos incrédulos y todavía atribulados: "Vosotros, íntimos del Señor, que lo habéis amado con tanto entusiasmo. No tenéis que pensar así. Tened paciencia y no perdáis los ánimos. Todo lo que ha sucedido se ha hecho por disposición divina para que las mujeres que cayeron primero, fuesen también la primeras en contemplar al Señor. A nosotras ha querido dar las primeras el anuncio: "Shalom," a nosotras que estábamos en medio de la tristeza nos ha dado su saludo el que da a todos los caídos la resurrección."

Tres nombres con mensaje teológico

La dignidad de la mujer en la Iglesia de Oriente está plasmada en tres nombres bellos, cargados de teología y a veces difíciles de traducir en las lenguas modernas a partir del original griego. En efecto en los textos litúrgicos de la Resurrección resuenan estos tres apelativos dirigidos a las mujeres: miroforas, evangelistas, isapóstolas.

El nombre di miroforas con el que sencillamente se designan las santas mujeres que fueron de buena mañana al sepulcro, significa literalmente portadoras del mirón o ungüento perfumado. Con él iban a embalsamar el cuerpo de Jesús que yacía en el sepulcro. También María de Betania habrá derramado a los pies de Jesús un perfume costosísimo (cfr. Jn 12:18). En ese ser "portadoras de aromas" o de perfumes aromáticos, se revela toda la ternura de estas discípulas de Jesús que

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permanecen fieles al Maestro hasta la cruz y lo recuerdan tras la noche oscura del sábado santo, cuando van a ungir su cuerpo que todavía creen que está allí, prisionero de la muerte. Toda mujer cristiana, dicen los teólogos bizantinos, es una mirófora, una portadora de aromas, en la medida que es una fiel discípula del Señor. Simbólicamente el perfume que llevan en sus manos es el de las virtudes, especialmente el de la caridad, la compasión y la ayuda que se inclina sobre todos aquellos que hoy son el cuerpo del Señor y necesitan el cuidado de sus discípulos fieles. Pero también es perfume de buen olor de Cristo que es la palabra del Evangelio y del conocimiento de Cristo (Cfr. 2 Cor 2:15).

El apelativo de evangelistas que nos es familiar para designar a los cuatro autores de los Evangelios canónicos, en femenino es empleado por la liturgia bizantina para designar a las mujeres que escucharon el primer anuncio de la Resurrección y fueron a su vez las primeras en anunciarlo a los apóstoles.

Si Pablo ha podido hablar del buen olor de Cristo que deja rastro con la predicación evangélica, podemos afirmar que las mujeres miroforas perfuman el orbe con el anuncio evangélico de la resurrección y son "portadoras de la buena noticia," servidoras del Evangelio, evangelistas, las primeras que pronuncian el "kerigma" fundamental de la fe cristiana: "Cristo ha resucitado."

El tercer nombre teológico es el de "isapóstolas" o a la letra "iguales a los apóstoles." Este nombre, que tiene algo de osadía, expresa simplemente que las mujeres que siguieron a Jesús fueron discípulas, como los otros discípulos, y fueron también enviadas a anunciar el Reino, incluso asumidas por los Apóstoles en su ministerio de predicación, como las diaconisas de las que nos habla San Pablo.

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Por extensión e] Calendario de la Iglesia bizantina aplica este nombre a muchas mujeres que en su vida han tenido la oportunidad de colaborar en la fundación de las iglesias o en la extensión del Evangelio. Tales son María de Mágdala y de Betania, Marta y Tecla, la princesa Olga de Kiev y otras muchas que han dejado en la historia un modelo de santidad apostólica.

El poema de Romano el Melode

Hemos anticipado un texto poético de Romano el Melode, el gran himnógrafo bizantino, especialista en dar movimiento y vida, expresión lírica y hasta dramatismo a las escenas evangélicas.

A este famoso himnógrafo debemos de los textos que la Iglesia canta en la liturgia bizantina pascual. Sobre todo a él hemos de referimos para recoger algunos acentos bellos y poéticos dedicados a las mujeres miroforas en uno de sus poemas que es casi como un auto sacramental o una dramatización poética en la que las mujeres evangelistas tienen un hermoso protagonismo. Esta pieza poética firmada por el "pequeño Romano" tiene un encanto singular y completa cuanto hemos podido escuchar en los textos litúrgicos.

Es suficiente una selección de los versos más significativos. Empezando por esta especie de invitatorio que abre el poema: "Puestas en camino desde la aurora, hacia el Sol que es anterior al sol que se había ocultado en la tumba, las jóvenes miroforas se daban prisa como quien siente el deseo ardiente de la luz del día y se decían unas a otras: Adelante, amigas, vamos a ungir con aromas el cuerpo vivificante y sepultado, la carne que yace en el sepulcro pero que resucita a Adán el caído. De prisa, vamos y como ya lo hicieran los magos adorémoslo, a El que ahora está envuelto no en pañales sino en la sábana, llevemos como dones los perfumes. Y

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llorando digamos: Resucita, Señor, tú que a los caídos concedes la resurrección."

Estas mujeres, dice Romano, son sabias y valientes, son "theoforas," portadoras de Dios, tienen la memoria abierta al recuerdo de los episodios evangélicos que podían ser preludios de la Resurrección de Cristo. Recuerdan que Jesús resucitó el hijo de la viuda de Naim, la hija de Jairo. Por eso no puede quedar en el sepulcro.

Romano, poeta y teólogo, pone en labios de Jesús esta apología de la mujer, una de las más bellas expresiones de su poema: "Que tu lengua, mujer, proclame públicamente estas cosas y las haga conocer a los hijos del reino que están esperando que me levante yo que soy el viviente. He encontrado en ti la trompeta con un sonido poderoso. Haz escuchar a los oídos de los discípulos miedosos y escondidos un canto de paz. Despiértalos como de un sueño para que puedan salir a mi encuentro con las antorchas encendidas. Diles: El Esposo se ha despertado y ha salido del sepulcro sin dejar nada allí dentro. Despejad, apóstoles, vuestra tristeza mortal, porque se ha despertado el que a los caídos da la resurrección."

La lengua de la mujer es trompeta que anuncia el "kerigma" y lo hace resonar en los oídos y en el corazón de los discípulos. Pero es también pico de la paloma mensajera que tras el diluvio anuncia la paz: "Date prisa María — le dice el Señor. — Tómame en tu lengua como un ramo de olivo para anunciar la buena noticia a los descendientes de Noé y hazles saber que ha sido destruida la muerte y que ha resucitado el Señor."

Y las mujeres se hacen solidarias del mensaje de María. Creen a sus palabras y forman un grupo compacto de testigos de Cristo que exclaman: "Ojalá podamos ser muchas las bocas que ratifiquen tu testimonio. Vamos todas al sepulcro para confirmar la aparición que ha

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acaecido. Sea común a todas, compañera nuestra, la gloria que te ha reservado el Señor."

Juntas cantan la gloria del sepulcro vacío con un himno sencillo y sugestivo a la vez: "Sepulcro santo, pequeño e inmenso a la vez, pobre y rico. Tesoro de la vida, lugar de la paz, estandarte de la alegría, sepulcro de Cristo. Monumento de uno solo y gloria del universo."

A los Apóstoles dan la buena noticia con un anuncio cuajado de ternura, de comprensión, de entusiasmo que contagia: "Con una mezcla de temor y de gozo, como enseña el Evangelio, regresaron del sepulcro adonde estaban los Apóstoles y les dijeron: Por qué tanta tristeza? Por qué os cubrís el rostro? Levantad vuestros corazones: Cristo ha resucitado! Formemos coros para danzar y decid con nosotras: El Señor ha vuelto a la vida." He aquí la luz que brilla antes de la aurora. No os entristezcáis. Reverdeced!

Ha aparecido la primavera. Cubríos de flores, oh ramos. Tenéis que ser portadores de frutos, no de penas. Aplaudamos todos con nuestras manos cantando: "Ha vuelto a la vida el que a los caídos da la resurrección."

Hasta aquí la poesía y el canto de Romano el himnógrafo en honor de las mujeres evangelistas y miroforas. Valsa la pena evocar esta poesía eclesial y estos textos litúrgicos para recuperar un filón de la tradición cristiana que tan distante nos parece de ciertas interpretaciones antifeministas del misterio y de la misión de la mujer en la Iglesia.

Conclusión:

La Vida Iluminada por la Pascua

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La palabra anunciada, el bautismo recibido, la comunión con el cuerpo y la sangre gloriosos del Resucitado nos ponen en comunión viva y vivificante con Cristo y con el poder de su Pascua, nos orientan hacia la definitiva esperanza realizada e inscrita para siempre en el cuerpo de Cristo Resucitado.

La contemplación de los iconos de la Resurrección en los que la fe y el arte, guiados por el Espíritu Santo, han plasmado el misterio iluminan nuestra mirada.

La espiritualidad litúrgica está enraizada en la teología de la Pascua, en el "paschale sacramentum" que comporta indisolublemente la pasión — muerte — resurrección. Esto es verdad para la Pascua de Cristo, para la Pascua de la Iglesia y para la Pascua del cristiano, que entra en la Pascua de Cristo por la iniciación bautismal y la consuma con su muerte abierta a la inmortalidad.

En esta indisoluble secuencia de acontecimientos y de celebraciones es necesario dejarse plasmar por los textos, por los símbolos de la gracia de la liturgia, en la triple dimensión del celebrar, meditar, vivir el misterio.

La celebración de la vigilia pascual es el punto central de una espiritualidad eclesial y personal porque plasma definitivamente el sentido de la historia personal y colectiva de los cristianos, a partir del memorial de la Pascua de Cristo y de la iniciación bautismal con la que también nosotros estamos ya insertados en esta Pascua. La victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, la perspectiva de victoria salvífica, es la clave del nuevo sentido que tiene la vida: morir para vivir, aceptar la muerte para resucitar, cambiar el sentido y el destino de las cosas en un dinamismo y en una cultura de la Resurrección. El misterio pascual de Cristo es el arquetipo fundamental de la vida de la Iglesia y de la existencia cristiana. Una vida, por lo tanto, de hombres vivos, de resucitados, no de hombres abocados a la muerte. Una vida de testigos que llevan luz en los ojos,

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contagian la alegría del corazón, demuestran su fortaleza ante la adversidad, testifican el amor del Resucitado en todas sus obras. Vivir así significa "no pecar contra la resurrección" sino vivir en la atmósfera de la Pascua.

Aquí es donde nace el verdadero sentido de la ascesis y la mística de la vida cristiana. Una ascesis pascual, liberadora y vivificante. Una mística que es comunión con el Señor en su misterio de muerte y de vida.

El cristiano que celebra la Pascua lleva en sus ojos la luz de la Resurrección, en sus labios mensajes de paz, en su corazón la fortaleza ante todas las adversidades y en la vida el testimonio de la novedad del Espíritu, la promesa de la victoria final.

La Iglesia proclama: "Ya todo tiende hacia la Resurrección universal. No sabemos en realidad a través de qué caminos, pero todo en realidad se orienta en este sentido. Entre todos los acontecimientos de la historia la Resurrección es el único absoluto, el solo acto que resume, en cierto modo, toda la realidad humana y toda la realidad cósmica. Es la Resurrección la que da sentido a la historia como a la misma gravitación del universo... Por eso hay que tener siempre fijos los ojos en la Resurrección de Cristo para acoger todo en su misma luz. Pascua significa paso. Si de veras estamos enraizados en el Resucitado, el mundo y la historia en nosotros están ya pasando a la eternidad. Nuestra vida debe estar iluminada por la esperanza y la espera pacificada y pacificadora de aquel que vendrá a consumar los siglos y a juzgar a los vivos y a los muertos."

Los cantos de Pascua hacen reverdecer la esperanza, colman de alegría a los cristianos. Resuenan como un grito de victoria. Así lo expresa con fuerza y belleza el himno pascual de los Estikirás de Pascua:

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Que se levante Dios y sean dispersados sus enemigos!

Una Pascua divina hoy se nos ha revelado

Pascua nueva y santa, Pascua misteriosa.

La Pascua solemnísima de Cristo Redentor.

Pascua inmaculada y grande, Pascua de los fieles

Pascua que abre las puertas del Paraíso

Pascua que santifica a todos los cristianos.

Mujeres evangelistas, levantaos

dejad la visión e id a anunciar a Sión:

Recibe el anuncio de alegría:

(Cristo ha resucitado!

Alégrate, danza, exulta Jerusalén

y contempla a Cristo tu Rey

que sale del sepulcro como un Esposo.

Las mujeres miroforas, con la luz del alba

fueron al sepulcro del Autor de la vida

y encontraron a un ángel sentado sobre la piedra.

Dirigiéndose a ellas les decía así:

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)Por qué buscáis al Viviente entre los muertos?

)Por qué lloráis al Incorruptible

como si hubiese caído en la corrupción?

Id y anunciad a sus discípulos:

Cristo ha resucitado de entre los muertos.

Pascua dulcísima, Pascua del Señor, (Pascua!

Una Pascua santísima se nos ha dado

Es Pascua. Abracémonos mutuamente.

Tú eres la Pascua que destruyes la tristeza!

Porque hoy Cristo Jesús, sale resplandeciente

y abandona la tumba con un tálamo

ha llenado de gozo a las mujeres diciéndoles:

Llevad este anuncio a mis apóstoles.

Día de la Resurrección

Resplandezcamos de gozo por esta fiesta

Abracémonos, hermanos, mutuamente.

Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian

y perdonemos todo por la resurrección

y cantemos así nuestra alegría:

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Cristo ha resucitado de entre los muertos

con su muerte ha vencido a la muerte

y a los que estaban muertos en los sepulcros

les ha dado la vida.

Cristo ha resucitado!

En verdad ha resucitado!

PREPARAR EL DOMINGO

1.

-LA MEMORIA DEL BAUTISMO. No todos los fieles -lo sabemos bien- vienen a la Vigilia Pascual. Mucho más numerosos son los que acuden a las misas del domingo de Pascua. Para los que no han participado en la Vigilia Pascual, hay que prever unos signos que les hagan renovar el bautismo. Durante los domingos de Cuaresma, hemos ido predicando que por Pascua hay que renovar la gracia bautismal. Para todos, pues, tiene que haber la ocasión de esta renovación en las misas del domingo.

Por eso es de desear que la misa empiece con la aspersión del agua bendecida en la Vigilia Pascual. También es muy conveniente que la profesión de fe después de la homilía sea dialogada: al estilo de la renovación de las promesas bautismales en la Vigilia. El baptisterio debe permanecer iluminado y adornado con flores este domingo.

Pero sobre todo la Eucaristía debe presentarse como el gran banquete de Pascua: la segunda lectura de la misa

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(1 C 5, 6-8) invita a relacionar el pan eucarístico con el pan ácimo que hemos de ser los cristianos que, comulgando con el Cuerpo de Cristo, nos convertimos en aquello que comemos: la carne de Cristo, el cordero pascual inmolado. En la línea que he apuntado en la Vigilia, hay que poner de relieve la unidad de la iniciación cristiana que nos injerta en el Misterio pascual: siempre que celebramos la eucaristía renovamos nuestro bautismo y recibimos el Espíritu del Resucitado (en la epíclesis después de la memoria de la cena). La eucaristía nos mantiene siempre viva la pascua del Señor: y eso, que constituye el motivo supremo de la alegría cristiana, alcanza su cumbre en la pascua anual, hoy.

-EL KERIGMA PASCUAL. Evangelizar es predicar la Pascua. Podríamos decir, pues, que la evangelización a partir de la liturgia, de la eucaristía en concreto, encuentra su momento pleno en la homilía de Pascua.

Este domingo sí que los que predicamos nos tendríamos que revestir del valor y de la alegría de los ángeles junto al sepulcro, de María Magdalena, de los Apóstoles: ¡HA RESUCITADO! ¡No busquéis entre los muertos al que vive por siempre! A las misas de Pascua asisten a menudo bastantes practicantes ocasionales. Es muy conveniente que este domingo sientan una palabra límpida, clara, esencial, nuclear de la Iglesia, su mensaje único: ¡La muerte ha sido vencida definitivamente por la Vida! El Resucitado es el único Salvador; él nos libra del Mal, nos abre el camino de la verdadera felicidad. Este es el kérigma pascual, el que predicaron los apóstoles a partir de Pascua y Pentecostés, el que siempre ha de repetir la Iglesia de todas las generaciones.

Las homilías de Pascua han de estar bien preparadas, convincentes, no deben irse por las ramas, han de mostrar el tronco firme de nuestra fe. Nuestra fe -respuesta positiva al kérigma- es radicalmente pascual: consiste en creer que Jesús HA RESUCITADO, que ¡es el SEÑOR!

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2. LAS CELEBRACIONES DEL DOMINGO DE PASCUA

Este domingo es el tercer día del Triduo Pascual, que ha tenido en la Vigilia su punto culminante y, a la vez, el primer día de la Cincuentena Pascual, las siete semanas de celebración de la Pascua, que concluirá con Pentecostés, el nombre griego del "día quincuagésimo".

Tenemos que cuidar las celebraciones de este día. Por su importancia intrínseca y también porque bastantes fieles de los que vienen hoy a misa no han participado en la Vigilia. Las celebraciones de este domingo no tienen que ser como un apéndice poco festivo a la gran fiesta de la noche o a la Semana Santa.

Una Eucaristía pascual y festiva

Las misas del día de Pascua se deben celebrar con la máxima solemnidad. Deben transpirar la alegría y la importancia de la Pascua del Señor. La oración colecta se alegra porque "en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte". La de las ofrendas afirma que todos estamos "rebosantes de gozo pascual", y la poscomunión, que la Iglesia ha quedado "renovada por los sacramentos pascuales". A lo largo de esta misa sería bueno hacer referencia a la Vigilia que la comunidad cristiana ha celebrado la noche pasada. Hay varios rasgos que pueden destacarse en las misas de hoy:

a) En el rito de entrada, la procesión se podría hacer con el Cirio llevado expresivamente, mientras un canto pascual, gozoso y prolongado, crea ambiente de fiesta y centra la atención de todos en Cristo Resucitado.

b) El Cirio Pascual, que estará encendido durante toda la Cincuentena, se coloca cerca del ambón de la Palabra, en el lugar donde fue entronizado en la Vigilia. Lo que la

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Palabra nos irá proclamando con su lenguaje, lo irá diciendo también, con su lenguaje propio, humilde pero constante, este Cirio encendido. En la monición de entrada el sacerdote hará bien en aludir a este sereno y expresivo signo pascual.

c) La aspersión bautismal tiene sentido todos los domingos, pero más en los de Pascua, y sobre todo hoy: en lugar del acto penitencial y del Kyrie, es muy conveniente hacer la aspersión con el agua bendecida en la Vigilia. Es un gesto que vale la pena realizar con expresividad, pasando por toda la iglesia, mientras se canta un canto bautismal. Además, el sacerdote debe dar ejemplo: como indica el Misal, primero se asperja a sí mismo, porque también él necesita recordar y renovar su bautismo. Al rito de la aspersión le sigue el canto gozoso del Gloria.

d) En cuanto a las lecturas bíblicas, "para la misa del día de Pascua, se propone el evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se prefiere, los textos de los evangelios propuestos para la noche santa, o, cuando hay misa vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los discípulos que iban de camino hacia Emaús. La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol se refiere al misterio de Pascua vivido en la Iglesia" (Leccionario 99).

e) Antes del evangelio, se canta o se recita la hermosa secuencia Victimae paschali laudes con alabanzas al Resucitado que ha triunfado de la muerte. Hoy habría que cantar los títulos y las aclamaciones del evangelio y dar especial relieve al Aleluya: para bastantes de los presentes será la primera vez que lo cantan desde el inicio de la Cuaresma.

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f) Algunas comunidades celebran en este día, en la misa central, los bautizos que se han ido preparando durante la Cuaresma.

g) El Credo se podría decir en su forma dialogada, como en la Vigilia y en los bautizos. Incluida aquí, si se cree oportuno, la renovación de las promesas.

h) Hoy es uno de los días en que más sentido tiene la comunión bajo las dos especies, al igual que en la Eucaristía de la Vigilia.

i) Al final, a la despedida hay que darle un tono más festivo, con el doble Aleluya y un expresivo deseo de felices Pascuas.

Vísperas bautismales

Las Vísperas de este domingo han tenido en la historia un sentido bautismal que habría que aprovechar pastoralmente: ayudaría a concluir más expresivamente el Triduo Pascual, dando gracias por el don del Bautismo.

a) Después de la entrada y una oportuna monición, se podría hacer el rito del "lucernario": el presidente enciende expresivamente el Cirio, mientras se canta un himno pascual al Resucitado.

b) Después de los salmos, lectura y homilía, se organiza, mientras se canta un canto bautismal, la procesión al baptisterio, lugar que debe aparecer bien iluminado, con flores, con agua nueva. Allí puede hacerse una aspersión, aunque se haya hecho por la mañana. Este día el recuerdo bautismal debe ser muy explícito. Se podría hacer de modo distinto: pasan todos a mojar su mano en el agua de la fuente, bendecida en la Vigilia, y se santiguan.

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c) Se concluye con el Magníficat (con incensación, si parece oportuno), las preces, el Padrenuestro y la bendición solemne.

J

3.

La misa de Pascua está llena de gozo, del gozo de la Vida que nos comunica el Resucitado. La misa de hoy la tenemos que entender y celebrar sobre todo como un encuentro con el Resucitado tal como lo disfrutaron los discípulos el mismo día de Pascua.

1. LA BUENA NOTICIA PASCUAL

Las lecturas bíblicas son hoy más abundantes. Hay que escogerlas con esmero, con sentido de acomodación con cada asamblea concreta.

La primera es de los Hechos de los Apóstoles. Es el libro que nos acompañará durante el tiempo pascual. Conviene enseñarlo a los fieles: la Iglesia nace de Pascua por eso leemos en este tiempo el primer libro de su historia. La predicación de Pedro hoy en nuestras asambleas ha de sonar primero como un kerigma, un primer anuncio de la Buena Noticia: la muerte y la resurrección de Jesucristo, precisamente porque somos conscientes que hoy vienen algunos que quizás son débiles en la fe, que no tienen muy asumido ni claro lo que predica la Iglesia. Hay que mostrarles hoy lo que es realmente fundamental y nuclear en nuestra fe: acoger a Jesús que muriendo destruyó la muerte y resucitando nos devolvió a la vida. Es la vida nueva, que vivimos al estilo pascual, pasando como Jesús de la muerte de nuestros pecados y egoísmos, del mal que nos obsesiona y agobia, a la esperanza de la victoria de la resurrección que ya late en nuestra condición mortal y que nos proyecta hacia la participación plena de la vida

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eternamente feliz. Es la tensión celestial que nos presenta la epístola de Pablo a los colosenses.

2. COMER Y BEBER CON EL RESUCITADO

Otro texto a remarcar de la primera lectura es: "Nosotros hemos comido y bebido con él después de la resurrección". Los apóstoles continuaron compartiendo con el Maestro la mesa, la Cena. La comensalidad con el Resucitado los hizo testimonios de la resurrección, mensajeros de la Buena Noticia. Es el Resucitado quien nos continúa reuniendo cada domingo para compartir la resurrección, para ser testigos de ella ante todo el mundo. Hay que predicar que hoy es el domingo principal del año y que, para el cristiano, la celebración auténtica del domingo consiste en sentarse en la mesa con el Resucitado, compartir la Eucaristía con los hermanos, para ser testigos de la vida nueva en el mundo.

3. "REALMENTE EL SEÑOR HA RESUCITADO"

Hoy hay tres textos evangélicos para escoger.

Primero, en las misas del día, hay que escoger entre el evangelio de Juan (20, 1-9), el tradicional, puesto que el tiempo pascual tiene el cuarto evangelio como preferido, y el de Lucas, que fue proclamado en la Vigilia Pascual. Un primer criterio es escoger el de Juan si se sabe que muchos de los presentes han acudido a la Vigilia. El texto de Lucas, como he comentado en las orientaciones de la Vigilia, es muy incisivo por su valor kerigmático: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?" Para muchos, Jesús ¿sólo es un personaje histórico, que ya ha pasado? ¿o es la fuente de la vida, el Señor que vive para siempre después de vencer la muerte?

En las misas vespertinas se puede leer Lc 24, 13-35. El encuentro del Resucitado con los dos discípulos que van de Jerusalén a Emaús tiene un verismo singular cuando se proclama en la tarde de Pascua. Es toda una catequesis

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de la Eucaristía de la Iglesia peregrina, a menudo desencantada, agobiada por la muerte y el fracaso, que se encuentra con el Maestro que va retrayendo y explicando las Escrituras, que se sienta en la mesa con los peregrinos y estos lo reconocen cuando parte el pan; entonces con los demás comparten la alegría pascual y dan testimonio: "Realmente el Señor ha resucitado".

4. RENOVAR EL BAUTISMO

En todas las misas de Pascua, sea por aspersión del agua bautismal al comienzo en lugar del acto penitencial, sea con la renuncia y con la profesión de fe (con el texto de la Vigilia Pascual) después de la homilía, es muy conveniente renovar el compromiso bautismal en aquellas asambleas en que se prevé que muchos no han asistido a la Vigilia.

No está de más recordar hoy que la Eucaristía de cada domingo hace revivir y perdurar, alimentándola y poniéndola al día, nuestra iniciación cristiana que comienza por el bautismo y la confirmación. La oración sobre las ofrendas es muy sugerente sobre esto: "Celebramos estos sacramentos en los que tan maravillosamente ha renacido y se alimenta tu Iglesia".

5. LAS SEGUNDAS VÍSPERAS DE PASCUA

El triduo pascual y la solemnidad anual de la Pascua se cierran con la celebración de vísperas que acaban con la procesión a la fuente bautismal. Es una celebración muy recomendable tanto para introducir a los fieles más y más en la liturgia de las horas, como para resaltar el carácter glorioso de la alabanza divina que entonan los bautizados el domingo central de todo el año cristiano.

4. Lecturas para la Semana

Lunes:

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Hechos 2,14.22-23. Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos. Mateo 28,8-15. Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán.

Martes:

Hechos 2,36-41. Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo. Juan 20,11-18. He visto al Señor y ha dicho esto.

Miércoles:

Hechos 3,1-10. Te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar. Lucas 24,13-38. Reconocieron a Jesús al partir el pan.

Jueves:

Hechos 3,11-26. Matasteis al autor de la vida; pero Dios le resucitó de entre los muertos. Lucas 24,35-48. Estaba escrito: El Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

Viernes:

Hechos 4,1-12. Ningún otro puede salvar. Juan 21,1-14. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Sábado:

Hechos 4 13-21. No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído. Marcos 16,9-15. Id al mundo entero y predicad el Evangelio.

5.

* LA GRAN FIESTA

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¡Feliz Pascua! Con estas u otras palabras parecidas hemos de disponernos a preparar la celebración. Esto es, de hecho, lo primero que dice quien preside, a la comunidad al empezar la misa, cuando saluda con "El Señor esté con vosotros". Y lo que el pueblo responde lo reafirma. Esta salutación "ritual", con tan gran contenido como el de afirmar la presencia-presidencia de Cristo resucitado en medio de su pueblo reunido, hoy ha de tener una fuerza especial. Y, a continuación, será bueno que las palabras introductorias sean muy cordiales, siendo adecuado iniciarlas con un sencillo "Feliz Pascua". También, en forma de cartel, éste podría ser el saludo que encuentre la gente a la entrada.

PREPARÉMOSLA BIEN

Siendo esta la gran fiesta de la Iglesia, hemos de prepararla bien. Y plantearnos cómo se destaca esta realidad. Tengamos presente, de entrada, que lo que motiva la fiesta es la resurrección de Cristo: no el que seamos muchos, que cantemos muy bien, o que compartamos todo lo que hacemos... Se trata de la gran fiesta de la fe. Será Pascua tanto si llenamos la iglesia como si está medio vacía, tanto si los músicos están como si han ido de vacaciones, tanto si tenemos buenos lectores como si no... incluso, aunque estemos muy cansados después de la Semana Santa. ¡Aun así es Pascua! Una buena preparación comportará, pues, partir de la realidad que tenemos para destacar a partir de ella, según las posibilidades, que Cristo ha resucitado. De manera que los cristianos puedan salir de la iglesia con el corazón lleno de alegría ya que, en una liturgia sencilla y tranquila, han podido celebrar que el Señor está vivo y presente entre nosotros.

La primera preparación de la misa debiera de ser hoy la oración de aquellos que la preparan. Y a partir de ahí, ver qué elementos festivos nos proporciona la misma liturgia. Las flores, ausentes durante la Cuaresma, ahora destacarán, sobre todo si las colocamos adecuadamente

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en los lugares clave: altar, ambón, pila bautismal... El cirio pascual, bien situado en el presbiterio, cerca de la Palabra, es muy expresivo; y, si está adornado con flores, más todavía. El color blanco de los ornamentos litúrgicos. Los cantos, partiendo de las posibilidades de la comunidad. Y el dar el tono adecuado a cada momento de la misa: la aspersión con el agua que nos recuerda el bautismo recibido; el gloria, bien presentado y destacado (incluso cuando no se pueda cantar); la proclamación del evangelio, con un aleluya; la profesión de fe bautismal; la plegaria eucarística; la comunión bajo las dos especies; una despedida distendida saludando personalmente en la cancela ...

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO ES EL INICIO DE TODO

He aquí la buena noticia: Todo nace en la Pascua. Naturalmente, todo lo referente a la fe, a la vida de los creyentes. Porque, por otra parte, todo continúa igual. Cristo resucitó la mañana de un día primero de una semana normal; después de un viernes y un sábado normales (sólo muy especiales para el grupo que iba con Jesús, quien para las autoridades no era más que un conflicto a resolver), en una ciudad y en un mundo que siguieron con la vida de cada semana... Pero todo empezó de nuevo para aquellos que "vieron y creyeron", que "comieron y bebieron con él después de que él resucitara de entre los muertos". La misma experiencia vivida con Jesús aquellos años es nueva: ahora se percatan de que Dios lo "había ungido con el Espíritu Santo y con poder", que si "pasó por todas partes haciendo el bien y devolviendo la salud", era "porque Dios estaba con él". Su muerte, "colgado de un madero", es también vista de una forma nueva. Y ahora "toman la palabra" y dan testimonio, aquellos que antes se habían escondido.

También para nosotros la vida seguirá igual. La fiesta de estos días no habrá cambiado las circunstancias en las que vivimos. Pero la experiencia pascual que iniciamos con el bautismo nos hace ser de una manera nueva. La

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Pascua anual, y la pascua semanal, debe re-hacer en los cristianos esta vida nueva recibida en el bautismo.

Y la ha de re-hacer de tal manera que nos empuje a la acción. No sería consecuente con la Pascua del Señor que habláramos de esta novedad reduciéndola a una cuestión personal, íntima... Porque esta novedad nos hace creer que también el mundo, especialmente en lo referente a las circunstancias injustas que en él se viven, es renovado por la acción de Dios, la misma acción que ha resucitado a su Hijo de entre los muertos. Desde la Pascua que nos renueva, creemos que Dios lo renueva todo y queremos que Dios lo renueve todo. Por la comunión con esta Pascua nos ponemos a disposición de esta fuerza renovadora, para que el resucitado nos envíe a trabajar con todos los que luchan por un mundo nuevo.

LA HOMILÍA, LAS ORACIONES...

El contenido de la homilía y de las oraciones (y de las diversas moniciones que podamos hacer) bien pudiera basarse en una reflexión previa, hecha entre quien presidirá la celebración y los demás que la preparan. Una reflexión que podría partir de los aspectos puestos de relieve anteriormente: la motivación profunda de la gran fiesta y la renovación de todo que nace de la Pascua. Y también debiera partir de la realidad vivida por la gente del lugar donde estamos celebrando. Después cada cual deberá asumir su parte.

REFLEXIONES

1. VIO Y CREYÓ

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Pedro y el otro discípulo, con un testimonio muy personal, confiesan que hasta entonces no habían entendido el sentido de la muerte y de la resurrección del Señor. Ahora, al encontrar la tumba vacía tal como las mujeres les han anunciado, es cuando llegan a la fe; es decir, cuando no lo ven es cuando creen. El Señor ha realizado el "paso" de Muerte a Vida. Ellos también realizan el "paso" por la fe. Ya no se quedan bloqueados en el escándalo del Viernes Santo sino que descubren como Dios les abre un horizonte de vida insospechado, y la vida que habían compartido con Jesús ahora toma un nuevo sentido: nosotros somos testigos de todo lo que hizo... dice Pedro en la primera lectura. Han quedado verdaderamente transformados por la Pascua del Señor. También ellos han realizado el "paso" a la fe y pasan a ser hombres nuevos.

Ahora se tornan "misioneros" de esta Buena Nueva: ¡El Señor ha resucitado! El libro de los Hechos de los Apóstoles que ocupará la primera lectura de todo este tiempo pascual es el libro de la misión, del anuncio de la resurrección, de la vida nueva de los hombres nuevos que forman la Iglesia. Es el libro de los testigos. También hoy debemos seguir escribiendo páginas de este libro con la acción evangelizadora y misionera de la Iglesia que encuentra su fuente en la Resurrección del Señor que celebramos y que da sentido a nuestra vida.

YA QUE HABÉIS RESUCITADO CON CRISTO

Aspirad a los bienes de arriba, dice la segunda lectura. La invitación, que debemos transmitir con alegría a nuestras comunidades, es plenamente actual. Creer en la resurrección de Cristo nos lleva a creer que ya ahora vivimos esta nueva vida, resucitada, gracias al Bautismo que hemos recibido. Por él nos ha llegado la fuerza de la resurrección, nos han llegado los bienes de arriba. La Pascua nos invita a renovar nuestro Bautismo. Valdría la pena hacerlo hoy así en el momento de la profesión de fe. Así también nosotros habremos llegado a entender la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

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LA EUCARISTÍA SIEMPRE ES PASCUAL

Sobre todo la de hoy, que coincide con la Pascua anual y nos permite "revivir" el momento de la resurrección del Señor. Así podemos celebrar la Pascua (1Corintios 5,8, la otra posible segunda lectura de hoy) porque es de ella que sacamos la levadura que hará fermentar toda la pasta de nuestra vida y de nuestro mundo.

2. DOMINGO/DIA-PRIMERO

"El primer día de la semana" fue María Magdalena al sepulcro. Todos los evangelios nos presentan la resurrección el "primer día de la semana". En la tarde del "primer día de la semana" los discípulos de Emaús reconocen a Jesucristo resucitado en la "fracción del pan". Y el "primer día de la semana" se reúne la comunidad cristiana para escuchar la palabra del Resucitado y hacer la fracción del pan, la Eucaristía. De ahí la importancia de la celebración de la Eucaristía del domingo. No es una ley, no es un mandamiento. Es una necesidad para el cristiano. Tenemos necesidad de encontrarnos, reunirnos, somos la comunidad de Cristo Resucitado. Y tenemos necesidad de escuchar su Palabra, su "Buena Noticia gozosa". Esa Palabra que se hace Pan, "carne para la vida del mundo". Y esa Palabra es luz y alimento para que a lo largo de la semana intentemos hacer las obras que el Padre quiere, en favor de nuestros hermanos los hombres. Obras concretas, como Jesús hizo.

3. GRATUIDAD

La vida no es un derecho, la vida es un don. Y el don, la gracia o lo gratuito, no es consecuencia de ningún derecho, sino del amor. Por eso, lo que contraría al amor, se opone a la vida. El odio pone fin a la vida y siembra la

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muerte. El egoísmo asfixia la vida, la interrumpe y desertiza la tierra fecunda y fecundada.

La vida nace del amor, ésa es su raíz, que no el derecho. Tampoco la muerte es un derecho, aunque habrá que reconocer el derecho a morir para descalificar tantas ansias de matar. También la muerte es un don. Pero, entiéndase bien, es un don, porque es una nueva vida, no porque sea fin de la vida. Aunque en el acotado campo de nuestra experiencia la muerte aparezca como fin de esta vida -no de la vida, sino de ésta- o, mejor dicho, de esta forma de vivir. Lo que supone un alivio para la inmensa mayoría de la humanidad, mortificada hasta el extremo por las pretensiones de los científicos, de los técnicos, de los políticos... o sea, de los poderosos.

Debería bastarnos el testimonio perenne de la naturaleza no humana, que muere cada invierno y resucita cada pascua florida, para entender que la vida no termina, se transforma. (...).

La fe cristiana es fe en la vida, porque es fe en Jesús que vive. Ciertamente pasó por la experiencia de la muerte, para desvelarnos su misterio y la esperanza, pero resucitó y vive para siempre. Así lo han atestiguado los que lo vieron vivo antes y después del tránsito de la muerte. Y así lo ha guardado celosamente y lo ha transmitido durante siglos la Iglesia. Así lo confesamos y proclamamos los cristianos: creemos en la resurrección, creemos en la vida sin fin. No sólo en la vida que esperamos como un don póstumo, sino en el don de la vida que ya poseemos y disfrutamos y reclamamos para nosotros y para todos los hombres.

Por eso creer en la resurrección es apostar por la vida frente a la muerte y a los sistemas que recurren a la muerte como solución o justificación de cualesquiera intereses. Y en esta apuesta nos hemos comprometido con la vida, como don, para hacerla posible, para favorecerla en todos y en todo, para defenderla en todos

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los niveles, para colmarla de sentido, para humanizarla, sin domesticarla ni degradarla, hasta descubrir en ella y por ella al verdadero dador del multiforme y siempre sorprendente don de la vida.

4. PASCUA RESURRECCIÓN MUERTE.

Pascua es el día que hizo el Señor, el día grande, la solemnidad de las solemnidades, el día rey, el día primero, día sin noche, tiempo sin tiempo, edad definitiva, primavera de primaveras...., pasión inusitada.

"La Resurrección es la verdad fundamental del cristianismo y el motivo y garantía de nuestra esperanza". (...).

La muerte no es toda la realidad, sólo una parte -y no la más importante- que remite al todo: Jesús resucitado. (...).

Si el Señor no ha resucitado, que retornen a casa los misioneros, que se cierren las iglesias, que cese la caridad, dejemos la catequesis, que se hundan los conventos, que quemen el martirologio, que lloren los santos, camino de los museos, pues son meras tallas de arte..., que nadie luche, que nadie se esfuerce, porque "inane, inútil y estéril es nuestra fe" (1 Cor 15, 14 ss).

Pero nuestra fe es roca viva, hormigón cada día más fuerte y compacto, y esta matinal, fresca, nueva y limpia Pascua volverá a llenar los caminos de los hombres de Teresas de Jesús o de Calcuta, de Franciscos-Javier en Goa o Pacos sindicalistas, aprenderán el nombre de Dios los niños de labios de sus madres, mientras los amamantan, y amanecerá el sol del pan y la justicia en Latinoamérica, aunque sigan los martirios de Romeros y Ellacurías. Sí, sí, porque es Pascua y "mi fuerza y mi poder es el Señor", que vive.

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5.RECUERDO:

"Seguiré desapareciendo mucho tiempo después de haberme dormido, porque mi nombre se apagará de nuevo cada vez que uno de los que me conocieron, admiraron, amaron, odiaron, exhale su último suspiro. Pero aun si de generación en generación algunos fieles transmitieran mi nombre, si mi memoria nunca se apagara y si recibiera esta seguridad, no encontraría en ello ni alivio ni consuelo, porque esta inmortalidad en la memoria de los hombres sólo puede parecer irrisoria a quien espera la inmortalidad verdadera".

6. /SAL/117/POEMA: Este es el día en que actuó el Señor, que sea un día de gozo y de alegría. Este es el día en que, vencida la muerte, Cristo sale vivo y victorioso del sepulcro. Este es el día que lava las culpas y devuelve la inocencia, el día que destierra los temores y hace renacer la esperanza, el día que pone fin al odio y fomenta la concordia, el día en que actuó el Señor, que sea un día de gozo y de alegría, Hoy, Señor, cantamos tu victoria, celebramos tu misericordia y tu ternura, admiramos tu poder y tu grandeza, proclamamos tu bondad y tu providencia. Que sea para nosotros el gran día, que saltemos de gozo y de alegría, que no se aparte nunca de nuestra memoria y que sea el comienzo de una vida de esperanza, de amor y de justicia.

7.

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"Creer en la resurrección... es el acto de participar en la creación ilimitada... Tener fe, si es que yo alcanzo a descifrar la imagen cristiana, es percibir en su identidad la resurrección y la crucifixión. Sostener la paradoja de la presencia de Dios en un Jesús crucificado, es decir, en el fondo de la desgracia y de la impotencia, un Jesús abandonado de Dios. Tener tal fe es adquirir la libertad de hombre sobre toda ilusión, la del poder y la del tener. Dios no es ya el emperador de los romanos, ni aquel tipo de hombre estimado por los griegos como ejemplar de belleza y de fuerza..., sino más bien la certeza de que es posible creer un futuro cualitativamente nuevo, pero tan sólo si se identifica con aquellos que en el mundo son los más despojados y los más aplastados... Tal amor y la esperanza en la resurrección se identifican. Porque no hay amor más que cuando un ser es para nosotros irreemplazable, y nosotros estamos prestos a dar por él nuestra propia vida... Cuando de verdad estamos dispuestos a tal donación y entrega por el último de los hombres, es entonces cuando Dios está con nosotros; he aquí el poder de transformar el mundo".

8.

RECONCILIARSE PARA LA PASCUA

Sigue teniendo sentido lo de "confesar par Pascua". El camino cuaresmal de purificación y conversión tiene para los cristianos una expresión sacramental muy válida en la Reconciliación penitencial.

Antes, en la liturgia romana, se celebraba una Eucaristía para los penitentes en la mañana del Jueves Santo, último día de Cuaresma. Ahora organizamos una celebración comunitaria de la Penitencia con confesión y absolución personal este mismo día del Jueves por la mañana, o bien otro día anterior muy cercano. En la liturgia hispánica el gran acto penitencial se celebra el

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Viernes Santo, ya dentro de la Pascua, con la impresionante ceremonia de la "indulgencia" o "perdón" en la que el pueblo clama centenares de veces pidiendo perdón a Dios.

Es bueno entrar en la Pascua -el paso con Cristo a la Nueva Vida- celebrando con humildad y expresividad el sacramento de la Penitencia, el sacramento de la muerte a lo viejo y al pecado, el sacramento de la reconciliación con Dios y con la comunidad. La Pascua debe ser novedad total en nuestras vidas. Todo lo viejo, sobre todo el pecado, tiene que dejar paso a la Vida que nos quiere comunicar el Resucitado.

9.

Para orar con la liturgia

Señor Dios, que en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte, concédenos a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu para resucitar en el reino de la luz y de la paz.

“¿Por qué buscáis entre los muertos el que está vivo?” (Lc 24,5) Para mí, hermanos, “la vida es Cristo y morir significa una ganancia” (Flp 1,21) Me voy, pues, a Galilea, a la montaña que Jesús nos ha indicado (Mt 28,10.16). Lo veré y lo adoraré para no morir ya más, porque todo aquel que ve al Hijo del Hombre y cree en él tiene la vida eterna,

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“aunque haya muerto, vivirá.” (Jn 11,25) Hoy, hermanos, ¿cuál es el testimonio de la alegría que colma vuestro corazón por el amor de Cristo? Si alguna vez habéis experimentado el amor a Jesús, vivo o muerto, resucitado: hoy cuando los mensajeros proclaman su resurrección en la Iglesia, vuestro corazón exulta y exclama: “me han traído esta buena noticia: Jesús, mi Dios, vive. Al escuchar estas palabras, mi corazón que estaba hundido en la pena y en el desánimo, languideciendo de tibieza y cobardía, ha recobrado ánimo.” Hoy, la suave música de este gozoso mensaje reanima a los pecadores que estaban hundidos en la muerte. Sin este mensaje no habría más salida que desesperar y enterrar en e l olvido a aquellos que Jesús, saliendo de los infiernos, habría dejado en el abismo. Comprobarás que tu espíritu ha recobrado la vida en Cristo, si dices: “Si Jesús vive, esto me basta. Si él vive, yo vivo en él, mi vida depende de él. El es mi vida, él es mi todo. ¿Qué me puede faltar si Jesús vive? Mejor aun: que todo lo demás me falte, no me importa, si sé que Jesús vive.”

LA PASCUA JUDÍA

El pueblo de nuestros antepasados en la fe, celebra su liberación

La fiesta pascual de los cristianos tiene sus raíces en la pascua de los judíos. Cuanto mejor conozcamos la celebración judía, tanto mejor comprenderemos el papel de la tipología pascual del Antiguo Testamento para interpretar el misterio de la muerte y la resurrección de

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Jesús y tanto mejor comprenderemos lo que celebramos en la fiesta más importante de nuestra Iglesia.

En Ex 12,1-28 se nos narra la razón por la cual los judíos celebraban la fiesta pascual. La narración está compuesta de diferentes relatos, que proceden de tiempos diversos. Podemos recordar lo siguiente:

LO QUE ERA LA FIESTA DE LA PASCUA ANTES DEL ÉXODO

Desde tiempos inmemoriales, los pastores nómadas celebraban, con ocasión del comienzo del año, o mejor aún, con ocasión de la época de transición entre el invierno y la primavera, una fiesta especial.

Era la época del año en la cual nacían las crías de las ovejas. Era la época en la cual ellos tenían que comenzar de nuevo la peregrinación que los conduciría al país cultivado, en cuyas inmediaciones podrían pasar el tiempo del verano.

En la noche del primer día de luna llena de la primavera se reunían los pastores en el desierto, sacrificaban un cordero, realizaban un rito mágico para espantar los espíritus que podían perjudicar a los ganados o para ganarse la protección de los buenos espíritus, y celebraban una cena. En esta cena comían las carnes del cordero, con los vegetales que podían encontrar en el desierto. Cuando la celebración tenía efectivamente un sentido religioso, agradecían a los dioses la protección sobre los ganados y la que ellos mismos experimentaban en la peregrinación que los llevaba más allá del desierto.

En algún momento, cuando ya el pueblo era sedentario, la fiesta de la Pascua, que era una fiesta pastoril, coincidió con la fiesta de primavera de los agricultores, que consistía más que todo en comer los panes sin

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levadura, amasados con los primeros frutos de la cosecha de cereales.

LA FIESTA PROPIAMENTE DICHA DE LA PASCUA DE LOS ISRAELITAS

La fiesta de primavera que ya existía antes del surgimiento de Israel como pueblo, se relacionó estrechamente con la experiencia de fe de la liberación de los hebreos, esclavos en el Egipto: Ex 12,12-13.21-23. Y ya no se celebró en función de los ganados (ni de las cosechas, en el caso de la fiesta de los campesinos), sino como conmemoración de la liberación del éxodo. La fiesta comenzaba con la cena pascual y se extendía por siete días, de acuerdo con la tradición de los ácimos: Ex 12,14-20.

Esta fiesta de la Pascua israelita tiene toda una historia, que nos obliga a considerar varios momentos:

-Primero que todo, el de lo que podríamos designar como la celebración doméstica, cuando se realizaba un rito con la sangre (se marcaban el dintel y los postes de las casas), además de la cena propiamente dicha.

-Luego la celebración centralizada en Jerusalén, que incluía un sacrificio cultual con la sangre (recogida por los sacerdotes en vasijas que se pasaban de mano en mano hasta el altar), la parte que correspondía a Dios en el banquete de la comunión; y una cena, que obedecía a un ritual bien establecido, en el que jugaban un papel fundamental las carnes del cordero, el pan ázimo, las hierbas amargas y las cuatro copas de vino. Todos estos elementos de la cena encarnaban simbólicamente el memorial del éxodo para ser compartido fraternalmente. La cena tenía una hermosa estructura pedagógica, que permitía que los niños aprendieran experimentalmente a ser judíos, a convertirse en miembros del pueblo elegido.

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-En la época de Jesús, la cena pascual tenía además una importancia escatológica muy grande. Las esperanzas mesiánicas eran cultivadas de una manera especial en esta cena, lo que hace bien comprensible el hecho de que, ya en los mismos relatos por lo menos de los sinópticos, se dé tanta trascendencia a la referencia a esta fiesta.

LA CELEBRACIÓN PASCUAL DE LOS JUDÍOS DE HOY

¿Cómo nos narraría hoy un judío su celebración pascual? Hay que tener en cuenta que, desde la destrucción del templo en el año 70 d. C. por los romanos, los judíos renunciaron a comer en la cena pascual un cordero inmolado. Y también, que la cena pascual se celebra una vez que se ha asistido a la liturgia sinagogal.

Todo comienza en la tarde del Seder. Seder significa orden: los judíos llaman a la cena pascual cena del Seder, porque en ella todo está rigurosamente ordenado, pues se trata de la tarde más solemne del año.

Con anticipación ha sido retirado todo pan fermentado y ha sido guardada la vajilla ordinaria. Para la fiesta hay una vajilla especial. Se prepara pues la fuente del Seder (el plato), se ponen las copas en las que se servirá el vino como signo de la alegría, se acercan las sillas cómodas que reemplazan los triclinios en los cuales se recostaban los comensales en las cenas antiguas.

La introducción consiste en el servicio de la primera copa de vino, que se bebe mientras se pronuncia una oración de alabanza. El padre de familia moja entonces la verdura en un agua salada, pronuncia una bendición y da algo a cada uno. Luego reparte un pan ázimo, del que separa la mitad para después de la cena.

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Ahora tiene lugar la cena propiamente dicha. El padre de familia dirige una invitación a "los que tienen hambre y a los pobres". Se sirve entonces la segunda copa. El menor de los asistentes pregunta sobre la razón por la cual se celebra en esta forma la fiesta. Todos responden:

Un día fuimos esclavos del Faraón en el Egipto; entonces nos condujo el Eterno, nuestro Dios, fuera de allí.

Se narra entonces la historia de la liberación. Con ocasión de la narración del recuerdo de las diez plagas, cada uno mete un dedo en la copa de vino, toma diez veces una gotita y la derrama. No se debe beber completamente la copa de la alegría, pues entonces hubo mucho sufrimiento entre las gentes en el Egipto. A la narración de la historia de la liberación responden todos con el Hallel, el conjunto de salmos de alabanza que tienen que ver con la liberación del Egipto. Se bebe entonces la segunda copa. El padre de familia toma el pan, pronuncia la acción de gracias, lo parte y da de él un trocito a cada uno. De la misma manera toma de las hierbas amargas, las sumerge en la salsa, pronuncia una bendición, y da a cada cual de comer.

En ese momento son traídas las viandas propiamente dichas de la cena. Antiguamente se comían ahora las carnes del cordero. El postre es simplemente el trozo de pan ázimo reservado para este momento.

Después de comer se sirve la tercera copa. El padre de familia comienza la oración de la mesa con las palabras: "Alabemos a quien nos da el alimento!", y reza la oración de la mesa. Se bebe entonces la tercera copa.

Se sirve finalmente la cuarta copa. Se abre la puerta para que pueda entrar el mensajero del Mesías, el profeta Elías. En medio de la mesa se pone una copa llena de vino para él. Se canta la segunda parte del Hallel y se bebe la cuarta copa.

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Con una oración de conclusión se termina la celebración.

Podría decirse que celebrar la fiesta de la Pascua ha sido siempre para el pueblo judío asumir la memoria de su historia, entendida como historia de liberación. Un hermoso poema, el Targum de Ex. 12,42, nos da una cierta idea de la manera como se evoca, en el sentido del éxodo, toda la historia en el memorial de los judíos.

EL POEMA DE LAS CUATRO NOCHES (Targum de /Ex/12/42)

Al final de los cuatrocientos años, aquel mismo día, salieron todos los ejércitos de YHWH liberados, del país de Egipto. Es una noche de vigilia, preparada para la liberación en nombre de YHWH, en el momento en que hizo salir a los hijos de Israel, liberados del país de Egipto.

Pues bien, hay cuatro noches inscritas en el libro de las Memorias. La primera noche fue cuando YHWH se manifestó en el mundo para crearlo. El mundo estaba informe y vacío y las tinieblas se extendían sobre la superficie del abismo, y la palabra de YHWH era luz y brillaba. Y la llamó primera noche.

La segunda noche, cuando YHWH se le apareció a Abrahán anciano de 100 años y a su esposa Sara, de noventa años, a fin de cumplir lo que dice la Escritura: "Es que Abrahán, a los cien años de edad, va a engendrar y su esposa Sara, de noventa años, va a dar a luz un hijo?" Pues bien, Isaac tenía 37 años cuando fue ofrecido en el altar. Los cielos se inclinaron y bajaron e Isaac vio sus perfecciones. Y la llamó la segunda noche.

La tercera noche fue cuando YHWH se apareció a los egipcios en medio de la noche; su mano mataba a los primogénitos de Israel, para que se cumpliera lo que dice

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la Escritura: "Israel es mi primogénito". Y la llamó la tercera noche.

La cuarta noche será cuando el mundo llegue a su fin para ser disuelto. Los yugos de hierro se romperán y las generaciones perversas serán aniquiladas. Moisés subirá de en medio del desierto y el rey Mesías vendrá desde lo alto. Uno avanzará a la cabeza del rebaño y su palabra caminará entre los dos y ellos marcharán juntos.

Es la noche de la pascua para el nombre de YHWH, noche reservada y fijada para la liberación de todo Israel a lo largo de sus generaciones.

LA FIESTA DE LA PRIMERA GAVILLA

O FIESTA DE LA PASCUA

1. PRELIMINARES

Hasta ahora no hemos encontrado en el calendario judío ninguna fiesta que haya pasado al calendario cristiano. En cambio, con la fiesta de la primera gavilla, la antigua fiesta de la primavera, llegamos a la primera solemnidad nacida en el paganismo de las religiones cósmicas y progresivamente espiritualizada hasta el punto de ser hoy la fiesta cristiana por antonomasia, en continuidad externa con las fiestas humanas antiguas, pero íntegramente renovada en cuanto a su alcance y contenido. Recordemos brevemente el punto de partida humano de la fiesta. La caracterizan dos ritos esenciales: el pan ácimo y la sangre protectora del cordero.

El rito del cordero es clásico entre las tribus nómadas, incluso actuales: se inmola un cordero (no hay por qué comerlo necesariamente) y se derrama su sangre sobre las estacas de la tienda para que sirva de preservativo

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contra las incursiones del espíritu maligno. En cuanto al rito de los ácimos, parece ser de origen agrícola y refleja la preocupación de los campesinos, al obtener la primera harina del nuevo trigo, por no mezclarle levadura procedente de la cosecha anterior. Con esto entramos de lleno en el sincretismo de los ritos nómadas y de los ritos agrícolas, tal como lo practicaba el mundo pagano cuando nació el pueblo hebreo: por una parte, la fiesta de la primavera, que pudo determinar durante algún tiempo el comienzo del año; por otra, el rito del cordero preservador.

Se comprende que la aparición de la primavera pudiera concretarse en una fiesta con el mismo título que la riqueza de la recolección se plasmó en la fiesta del otoño. Si la fiesta de la primavera no llegó a alcanzar el esplendor de la fiesta de los Tabernáculos, ello se debió, sin duda, a que el duro trabajo de los campos coartaba en primavera un esparcimiento que el final de la recolección hacia más fácil y completo.

Nuestros semipaganos de hoy día, que forman las masas populares, celebran espontáneamente, a menos que sea por un resto inconsciente de civilización cristiana, la fiesta de la primavera: vacaciones de Pascua, nueva costumbre de estrenar por Pascua, huevos de Pascua, etc. Todo esto alude al sentido de renovación, al olvido de la vida antigua, a la evasión del mundo de todos los días a cambio de "otra cosa". Pensando en estos ritos de la primavera pagana de nuestros días, podremos ver cómo se las ha ingeniado Dios para obligar a su pueblo a superar esos ritos sin oponerse a ellos, celebrando así la renovación de la vida espiritual y la marcha hacia la nueva era de los hijos de Dios.

Si bien el rito mágico de la sangre del cordero no tiene prácticamente cabida en un mundo que cree poder sustituir la magia con la técnica para inmunizar al hombre contra los elementos, quedan todavía muchos cadáveres de pájaros o de roedores colgados a la puerta

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de los establos para preservar de epidemias al ganado y muchos quicios pintados de tiza o cal, para que podamos considerar a nuestros contemporáneos absolutamente ajenos a ciertos ritos preservativos, como el de la sangre del cordero.

Parece, pues, que existe la posibilidad de una catequesis a partir de esas realidades humanas para llevar al cristiano hasta la plenitud del misterio pascual. Las líneas esenciales de semejante catequesis nos las indicará Dios mismo, si somos capaces de seguir paso a paso el desarrollo de su pedagogía en la Escritura.

2. COINCIDENCIA DE DOS RITOS

El primer hecho que debemos considerar es la yuxtaposición del rito agrícola de los ácimos y del rito nómada del cordero. Entre ambos ritos no existe ningún nexo original, puesto que pertenecen a dos mundos distintos y, si el primero está ligado al decurso del año, el segundo depende de acontecimientos incontrolables. El uno pone al hombre en contacto con el ritmo cósmico y natural; el otro, en cuanto es posible, le previene de acontecimientos inesperados: epidemia, desgracia, etc.

Sin embargo, los textos más antiguos de la Biblia -sobre todo, a partir del Deuteronomio- nos muestran ambos ritos en coexistencia pacífica. La Pascua se celebra el catorce de nisán, mientras que la fiesta de los ácimos comienza al día siguiente. Es probable que este sincretismo obedezca en gran parte a la lenta penetración de los hebreos nómadas en la región agrícola de Canaán. Pero la Biblia da de ello una explicación diversa, apenas comprensible para nuestra mentalidad moderna.

Durante la estancia del pueblo en Egipto, se desencadenan sobre el país una serie de plagas espantosas. La última es particularmente trágica: el espíritu del mal (el "ángel exterminador", dice la Escritura) pasará dando muerte a todos los primogénitos.

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Inmediatamente los judíos nómadas echan mano del rito tradicional del cordero degollado y la sangre derramada. El yahvista refiere la tradición por su cuenta, entroncándola en la concepción del monoteísmo según la cual el ángel exterminador actúa por voluntad de Dios, pero pone gran cuidado en mostrar que los judíos poseían en su patrimonio un rito eficaz por cuya virtud se vieron protegidos al tiempo que sucumbían los egipcios:

"Tomad unas cabezas de ganado menor para vuestras familias e inmolad la Pascua. Luego cogeréis un manojo de hisopo, lo empaparéis en la sangre que contiene la fuente y aplicaréis esta sangre de la fuente al dintel y a los quicios de las puertas. ¡Que nadie de vosotros salga de casa hasta la mañana siguiente! Así, cuando Yahvé recorra Egipto para castigarlo, al ver sangre en el dintel y en los quicios pasará por delante de aquella puerta sin permitir al Exterminador entrar en vuestras moradas para asestar sus golpes. Ex. 12, 21-24.

Se adivina la preocupación del redactor de este pasaje por purificar la tradición, pero ello no quita que podamos ver todavía su trasfondo mágico en la prescripción de "no salir de casa hasta el día siguiente". Este aspecto preservativo de la sangre parece ser el portante del rito, pues el redactor se apoyará en una etimología fantástica de la palabra Pascua para hacerle decir que el exterminador "pasará adelante" o pasará por delante". Dios interviene en un antiguo rito mágico para manifestar así a su pueblo que Él le "salva" del peligro que aplastará a Egipto.

El hecho acontece, como por casualidad, en primavera. Está cerca la fiesta de la primera gavilla, con que se inaugura el período de los panes sin levadura. He ahí los dos ritos fortuitamente unidos según el modo de ver del redactor yahvista, el cual presenta a los judíos abandonando Egipto precisamente en el momento en que se elabora el pan sin levadura. Pero el redactor atribuye luego a este pan ácimo un sentido nuevo que lo hace

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pasar del nivel naturalista al nivel histórico. Será el pan que hubo de llevarse sin esperar a que fermentara, debido a la prisa por escapar de la tierra de la esclavitud:

Los egipcios apremiaban al pueblo para apresurar su marcha, pues decían: "¡Vamos a morir todos!" La gente se llevó la masa antes de que fermentara, cargando las artesas al hombro, envueltas entre sus mantos... Los hijos de Israel partieron de Ramsés hacia Sukkot en número de unos seiscientos mil infantes -todos los hombres- sin contar sus familias. Se unió a ellos una numerosa y variada muchedumbre, así como ganado mayor y menor formando inmensos rebaños. Cocieron ellos, en forma de tortas ácimas, la masa que sacaron de Egipto, porque no había fermentado. Expulsados de Egipto sin la menor demora, no habían podido procurarse provisiones para el viaje. Ex. 12, 32-39.

Este pasaje es particularmente interesante, porque nos demuestra una vez más cómo se las ha arreglado la liturgia para asimilar un rito de origen agrícola. Mientras que, por lo que se refiere al rito del cordero, se ha limitado a quitarle el carácter mágico y encuadrarlo en el monoteísmo (haciendo depender de Yahvé al ángel exterminador), en el caso del rito agrícola la labor de espiritualización consiste en procurarle nuevas referencias. Y así, en lugar de ser el signo del ciclo natural de las cosechas y de la renovación que ese ciclo introduce en la vida, el pan ácimo significa ahora un acontecimiento histórico: la prisa con que los israelitas abandonaron la tierra de Egipto. El rito pasa del significado agrícola al nómada, del naturalista al histórico. Es el proceso seguido por varios ritos agrícolas de la fiesta de los Tabernáculos, como hemos visto en el párrafo anterior: la experiencia del desierto es un foco universal de atracción que fuerza realmente el simbolismo obvio de los ritos. El rito hebreo no pierde de vista la renovación primaveral celebrada originariamente por el rito mismo; pero esa renovación adquiere una densidad inesperada: no es ya la simple novedad cíclica

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producida anualmente por la naturaleza, sino la novedad de vida que hizo pasar a todo un pueblo de la esclavitud a la libertad, que le dio nacimiento y le lanzó a la vida, a raíz de librarle milagrosamente de un mal extraordinario.

3. RITO Y PALABRA

El primer documento legislativo importante que trata de la fiesta de Pascua pertenece a uno de los más antiguos estratos de la legislación judía: el Código de la Alianza. Este toma una posición decidida en favor de la interpretación histórica de la fiesta:

Guardarás la fiesta de los ácimos. Durante siete días comerás ácimos, como te he mandado, en el tiempo fijado del mes de Abib: porque durante ese mes saliste de Egipto. Ex., 23, 14-16.

No se puede concluir gran cosa de este texto por lo que se refiere al silencio sobre el rito del cordero. Sin embargo, es significativo que se hable de "fiesta de los ácimos", aplicándole el nombre agrícola, mientras que el término "Pascua" irá más bien ligado al rito del cordero. Advirtamos también cómo justifica su prescripción el texto legislativo: "porque durante ese mes saliste de Egipto". Tal justificación es importante y nos ilustra acerca de la necesidad de explicar la liturgia una vez que esta abandona el simbolismo simplemente natural. Mientras el rito no tiene otro significado que el natural, no hay necesidad de catequesis para hacerlo comprender. Un observador de la época que asistiera a una comida con pan ácimo, podía comprender su sentido obvio, sobre todo dentro de un contexto concreto. Pero, para que considere esos panes ácimos como signo de la salida de Egipto, le es necesaria una iniciación, una catequesis. Así es como nació la catequesis litúrgica: como compañera normal de un rito desde que éste adquiere otro significado además del contenido en su simbolismo obvio. Lo cual quiere decir que, desde que un rito pagano se espiritualiza para llegar a ser lo que es en

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nuestra liturgia, debe ir acompañado de una catequesis explicativa: la Palabra acompaña al Rito para determinar su nuevo alcance. La "relectura" de un rito humano sólo puede realizarse a través de la Palabra. Vemos, en efecto, ya desde la época del yahvista y sobre todo en la reforma deuteronomista, cómo esa catequesis se va ritualizando de algún modo en el ceremonial de la comida pascual en familia:

Durante siete días, comerás ácimos, y no se verá en tu casa pan fermentado; no se verá pan fermentado en todo tu territorio. Aquel día, darás a tu hijo esta explicación: "Esto es memoria de lo que Yahvé hizo por mi cuando salí de Egipto." Ex., 13, 7-8.

Idéntica catequesis a propósito del rito del cordero:

Cuando hayáis entrado en la tierra que Yahvé os va a dar, guardaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: "¿Qué significa para vosotros este rito?", les responderéis: "Es el sacrificio de la Pascua en honor de Yahvé, que pasa por delante de las casas de los hijos de Israel, en Egipto, cuando hirió a Egipto mientras perdonaba nuestras casas." Ex., 12, 25-27.

El diálogo entablado entre los hijos y el padre a propósito de los dos ritos pascuales viene a ser el origen de la catequesis litúrgica. La referencia al acontecimiento asegura la nueva autenticidad del rito, y la Palabra proporciona al rito su nuevo significado. Nos hallamos en el punto de partida de una evolución que permanecerá fiel a sí misma y se consagrará en una ley fundamental de la celebración litúrgica cristiana: la unión entre la Palabra y el Rito. Pero, por desgracia, la mentalidad católica que sucedió a la Contrarreforma y privó a los católicos de la Biblia, los privará igualmente de toda catequesis bíblica de los ritos, desembocando en la triste situación de nuestra época, en que los ritos se celebran sin catequesis y tienden por tanto a ser comprendidos, no

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ya en su significado sobrenatural, sino en su mero simbolismo humano

4. RITO Y ACTUALIZACIÓN DEL ACONTECIMIENTO

Poco después del reinado de Salomón, las costumbres y la religión del pueblo elegido experimentan un profundo relajamiento. El pueblo olvida los acontecimientos antiguos y los ritos recaen rápidamente en su simple significado naturalista o incluso pagano: es el culto del becerro de oro, de los baales, de los dioses de los elementos. Son conocidos los esfuerzos casi estériles de los profetas, desde Elías hasta Isaías, por purificar un culto lleno de simbolismos paganos. Más tarde, el rey Josías y la reforma deuteronomista marcan la primera etapa hacia una espiritualización. Por una disposición un poco draconiana y que no conseguirá grandes resultados, Josías exige que vayan todos a Jerusalén para celebrar la Pascua: suprime así las costumbres paganas que pudieran nacer en una celebración local de la misma y unifica la práctica al tiempo que la purifica. Pero el elemento en que más insiste la reforma deuteronomista es la actualización del acontecimiento expresado por el rito. La razón es fácil: los hebreos han ido perdiendo de vista los acontecimientos del desierto y se han apartado de la espiritualidad que el desierto llevaba consigo, por culpa de una vida cómoda en una tierra fértil. Todo aquello está demasiado lejos, y ellos prefieren aferrarse a la religión de la naturaleza, que asegura la fecundidad de la tierra y la regularidad de las cosechas. Para enderezar esta espiritualidad y reanimar el interés por los acontecimientos del pasado, el Deuteronomio declarará que el rito no se limita a recordar unos acontecimientos antiguos, sino que sitúa al fiel de hoy en el mismo acontecimiento. El rito no es tan sólo recordatorio de un hecho pasado que pierde su interés a medida que se adentra en el pretérito. Al contrario, lleva al individuo de todos los tiempos hasta el hecho originario.

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Ya hemos visto algunos textos que presentan esta óptica en los ejemplos de catequesis antes citados: "Esto es en memoria de lo que Yahvé hizo por mi..." o porque durante ese mes saliste de Egipto". Pero el Deuteronomio consagrará definitivamente este género de catequesis que no se limita a tender un puente entre el rito y el acontecimiento, sino que nos implica en el acontecimiento del pasado:

Procura guardar el mes de Abib celebrando en él una Pascua a Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib cuando Yahvé tu Dios, de noche, te hizo salir de Egipto. Inmolarás a Yahvé tu Dios una Pascua de ganado mayor y menor, en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer habitar su nombre. Durante siete días no comerás, con la víctima, pan fermentado; comerás con ella ácimos -pan de miseria-, porque con prisa abandonaste Egipto: así te acordarás todos los días de tu vida del día en que saliste del país de Egipto. Durante siete días, no se verá levadura en todo tu territorio, y de la carne que sacrifiques por la tarde del primer día, no quedará nada para la noche hasta la mañana siguiente. No podrás inmolar la Pascua en cualquiera de las ciudades que te dé Yahvé tu Dios; silo en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer habitar su nombre. Sacrificarás la Pascua, a la tarde, al ponerse el sol, a la hora de tu salida de Egipto... Dt., 16, 1-7.

Varios pasajes de esta prescripción están simplemente tomados de legislaciones anteriores, pero la originalidad del Deuteronomio consiste en el afán de implicar en el rito a la persona del fiel: eres tú quien salió de Egipto.

Esta observación nos permite descubrir un importante aspecto de la eortologia judía: la fiesta pone al individuo en contacto con el acontecimiento, pero no sólo por medio del simbolismo de los ritos, sino -y esto sobre todo- poniendo la conciencia del fiel en una actitud que se identifica con la actitud de los antepasados que vivieron realmente el acontecimiento. En otras palabras,

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el común denominador entre el acontecimiento y la fiesta no es, en rigor, el simbolismo del rito que recuerda tal o cual acontecimiento, sino la actitud de espíritu común al antepasado y al fiel que revive la historia. En la Haggadá actual de la fiesta de Pascua, el ritual tiene prevista esta munición:

No sólo liberó a nuestros antepasados, sino que también nos liberó a nosotros con ellos. Porque no se alza un solo enemigo contra nosotros para exterminarnos. El Santo -bendito sea- nos salva de sus manos (Ed. Durlacher).

En este estadio de purificación, la fiesta tiende a provocar, mediante el recuerdo del acontecimiento y el simbolismo del rito, una actitud de espíritu, una posición de fe, la cual caracteriza, en último término, el objeto esencial de la fiesta. Sin embargo, esta "personalización" de la fiesta no se realiza a costa del simbolismo del rito: la continuidad con las etapas precedentes está bien asegurada. Por el contrario, el simbolismo del rito se sirve de ella, en cierto modo, para espiritualizarse más. Parece ser, en efecto, si nos atenemos al texto bíblico, que la fiesta de Pascua ve nacer por entonces un nuevo rito: la manducación del cordero. Es probable que tal costumbre se extendiera en el pueblo bastante antes de la reforma de Josías, quizá bajo la influencia del medio ambiente; de todos modos, el Deuteronomio, es el primer texto legal que consagra la existencia del banquete con el cordero pascual.

Sólo en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer habitar su nombre sacrificarás la Pascua, a la tarde, al ponerse el sol, a la hora de tu salida de Egipto. La cocerás y la comerás en el lugar elegido por Yahvé tú Dios, y de allí, a la mañana siguiente, te volverás para ir a tus tiendas. Dt., 16, 6-7.

Hasta entonces todo se reducía a la inmolación del cordero y a la efusión de su sangre sobre los quicios de la puerta. Si se comía luego el cordero, tal comida no

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formaba parte del rito pascual, que se limitaba exclusivamente a la comida de los ácimos. Pero, a partir del Deuteronomio -y más aún en la legislación sacerdotal-, la comida del cordero pasa a primer plano. Semejante evolución es muy significativa por lo que se refiere a la personalización que se ha operado en el rito: lo que cuenta en primer lugar no es el simbolismo del rito (repetir lo que hicieron los antepasados), sino la actitud de espíritu provocada por el recuerdo del acontecimiento. La manducación del cordero es, a este respecto, mucho más apta para expresar la participación personal de los fieles en la fiesta que la sola inmolación. Téngase en cuenta, por lo demás, que la legislación del Deuteronomio no habla ya de derramar la sangre sobre las estacas de la tienda o los quicios de la puerta: asimilarse el cordero -y, más allá del cordero, el acontecimiento- supone un compromiso personal mucho más profundo, expresado claramente por la misma manducación. Cuando entre en vigor la legislación sacerdotal, tomará el aspecto de una compilación en que se fusionan elementos diversos: cordero y ácimos, rito de la sangre derramada y de la manducación, etc. Pero esta legislación no presenta novedad alguna, fuera del ceremonial para comer el cordero

El diez de este mes, procuraos cada uno una cabeza de ganado menor por familia; una cabeza de ganado menor por casa. Si la familia es demasiado reducida para consumir el animal, asóciese con su vecino más cercano a la casa, según el número de personas. Tendréis en cuenta el apetito de cada uno para determinar el número de comensales. El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o las cabras. Lo conservareis hasta el día catorce de este mes; entonces la asamblea entera de la comunidad de Israel lo degollará entre dos luces. Tomaréis de su sangre y untaréis los quicios y el dintel de las puertas de las casas donde se coma. Aquella noche comeréis la carne asada al fuego; la comeréis con los ácimos y hierbas amargas. No lo comáis

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crudo o cocido, comedlo solamente asado al fuego, con la cabeza, las patas y las tripas. No guardéis nada para el día siguiente. Lo que sobrare, lo quemaréis al fuego. Lo comeréis así: ceñidos los lomos, calzados los pies, con el bastón en la mano. Lo comeréis con toda prisa, pues es una Pascua en honor de Yahvé. Ex., 12, 1-12.

Prescindamos, por el momento, de los minuciosos preceptos de este ritual para quedarnos con los datos esenciales: cuando el fiel judío come el cordero pascual como lo haría un nómada, cree hacer algo más que recordar el acontecimiento; quiere hacer suya la actitud de sus antepasados, alcanzar su libertad, participar en la renovación de su vida interior. Por eso, el banquete está calcado sobre el antiguo rito de inmolación y de aspersión de la sangre. Así queda clara la rica evolución que ha seguido la fiesta de Pascua hasta llegar a nosotros. Antes hemos visto la exigencia de una catequesis; ahora vemos la exigencia de una actitud personal consciente, introducida por el banquete pascual: una manera de revivir el acontecimiento salvador en la medida en que cada uno se lo asimila por la fe. El rito evoca el acontecimiento, haciéndolo presente en cierto modo y exigiendo nuestra adhesión: tenemos ahí en primicias el alcance del Hodie de nuestra liturgia cristiana.

5. FIESTA DE LA RESTAURACIÓN DEL PUEBLO

Este aspecto de personificación no lo hemos encontrado tan intenso en nuestro análisis de la fiesta de los Tabernáculos ni en las fiestas de orden astronómico. Ello se debe, probablemente, a que la Pascua poseía el dinamismo interno necesario para supervivir definitivamente y doblar el cabo de la cristianización, en el cual se hundieron tantas fiestas judías. Esta preeminencia de la Pascua sobre las demás fiestas se va perfilando ya en el Antiguo Testamento, incluso en la época en que la fiesta de los Tabernáculos es todavía "la fiesta" por excelencia. Y así, en los distintos períodos de la historia del pueblo en que se afirma una restauración o

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se sanciona de nuevo la alianza -sin cesar comprometida por la infidelidad del pueblo, los reformadores señalan la Pascua y no los Tabernáculos como fiesta de esa renovación o restauración. Josías, después de proclamar solemnemente la renovación de la alianza, la sanciona con la celebración de la fiesta de Pascua:

El rey dio esta orden a todo el pueblo: "Celebrad una Pascua en honor de Yahvé vuestro Dios, del modio que está escrito en este libro de la alianza." No se había celebrado una Pascua como aquella desde los días de los Jueces que habían regido a Israel, ni durante todo el tiempo de los reyes de Israel y de los reyes de Judá. El año decimoctavo del rey Josías, en Jerusalén, se celebró aquella Pascua en honor de Yahvé. 2 Re., 23, 21-23.

El aspecto moral pasa aquí a primer plano para afirmar el valor de esta renovación de la alianza sancionada por Josías y, al mismo tiempo, la restauración de la fiesta de Pascua. Más tarde, cuando Esdras concluya la restauración del pueblo liberado del destierro, tendrá lugar su celebración en torno a la fiesta de Pascua: Los exiliados celebraron la Pascua el catorce del primer mes. Todos los levitas, como un solo hombre, se habían purificado; y ellos inmolaron la Pascua por todos los exiliados, por sus hermanos los sacerdotes y por sí mismos comieron la Pascua: los israelitas que habían vuelto del destierro y todos los que, habiendo roto con la impureza de los pueblos de aquella tierra, se habían unido a ellos para buscar a Yahvé, el Dios de Israel. Celebraron con gozo durante siete días la fiesta de los Ácimos... Esd. 6, 19-22.

La actitud personal, que es aquí actitud de conversión, ocupa realmente el lugar más importante de la fiesta. Poco después del destierro, los documentos sacerdotales dan cuenta de otra Pascua interesante: la que celebró el rey Ezequías para sancionar otra renovación de la alianza. Los Libros de los Reyes no habían prestado atención a esta celebración pascual, sin duda porque

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todavía no estaban preparados para ello. Por el contrario, los Libros de las Crónicas, dependientes de la corriente deuteronomista y sobre todo de la corriente sacerdotal, dan gran relieve a esta Pascua de restauración celebrada por Ezequías y refieren, en particular, que entonces la Pascua fue celebrada el segundo mes en lugar del primero, para asegurar una mayor purificación por parte del pueblo (2 Cor., 30). No es imposible, por otra parte, que los cronistas hayan trasladado al pasado de Ezequías un hecho que debió de tener origen en la reforma de Josías. Se advierte el mismo procedimiento de anticipación en la descripción de la primera Pascua celebrada por el pueblo a su llegada a Guilgal (Jos., 5, 10-12), relato ciertamente antiguo, pero "releído" en función de preocupaciones sacerdotales.

Así, pues, tanto en el plano individual de la actitud de espíritu como en el plano colectivo de la restauración y renovación de la alianza, la Pascua aparece, cada vez con mayor claridad, como una fiesta personalista cuyo objeto esencial, provocado desde luego por el rito, es la actitud interior, la conversión, la fidelidad moral. Todo esto, sin embargo, se realiza en plena continuidad con el pasado: nunca faltan los ácimos para indicar la renovación primaveral, y la celebración de la antigua liberación de Egipto por la sangre del cordero sigue siendo el verdadero objeto de la fiesta, aunque sometido a incesantes relecturas por arte de unas almas llamadas a una conversión y una renovación interiores cada vez más profundas.

Una última modificación en el ritual de la Pascua es introducida por la Thora de Ezequiel, que prevé una ceremonia de expiación antes de la celebración de la Pascua. Esta reforma, que desdobla la antigua fiesta de la expiación situada en dependencia de la fiesta de los Tabernáculos, viene a demostrar el creciente auge de la Pascua frente a la fiesta de los Tabernáculos y, sobre todo, la preocupación personalista y moralizante: si los antiguos pasaron de Egipto a la Tierra Prometida,

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nosotros hemos de celebrar hoy aquel acontecimiento pasando, a nuestra vez, de la impureza a la pureza:

Así habla el Señor Yahvé. El primer mes, el día primero del mes, tomarás un novillo sin defecto, para quitar el pecado del santuario. El sacerdote tomará sangre de la víctima por el pecado y la pondrá en los postes del templo y en los cuatro ángulos de la base del altar y en los postes de los pórticos del atrio interior. Así hará también el séptimo mes, en favor de los que hubieren pecado por inadvertencia o irreflexión... Ez., 45, 18-20.

Aquí aparece un nuevo tema: la víctima expiatoria hace el papel del cordero pascual liberador. Sin tardar mucho, una sola persona asumirá los dos papeles en su único sacrificio: será a un tiempo el macho cabrío de la expiación y el cordero pascual.

6. LA PASCUA Y EL CALENDARIO PERPETUO

Parece ser que, hasta los documentos sacerdotales, la fecha de la Pascua estuvo bastante imprecisa. Los textos que hemos citado hablan tan sólo "del tiempo fijado en el mes de Abib" (Ex., 23, 15). Tampoco el Deuteronomio es demasiado claro:

Procura guardar el mes de Abib celebrando en él una Pascua a Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib cuando Yahvé tu Dios, de noche, te hizo, salir de Egipto. Dt., 16, 1-2.

Esta imprecisión se comprende si la fiesta está determinada por el comienzo de la siega de la cebada y la ofrenda de la primera gavilla. El mismo término Abib significa Espiga. Pero, a medida que predominaba el rito del cordero sobre el rito de la espiga y de los ácimos, la fiesta pudo liberarse un poco de su servilismo demasiado material al ritmo agrícola y concretarse con más exactitud. Además, mientras el cómputo del tiempo estuvo basado esencialmente en las fases de la luna, la

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fiesta podía caer en cualquier día de la semana. Pero, después del destierro, se va imponiendo en ciertas esferas sacerdotales, aunque no sin provocar vivas reacciones, un nuevo computo, medio lunar y medio solar, que permite calcular de manera estable un determinado día del mes. A partir de entonces, en todos los documentos bíblicos de la época, los sucesos serán consignados con su fecha exacta, incluso con el día del mes.

Este nuevo cómputo era un calendario perpetuo solar con algunas concesiones al calendario lunar. Así resultaba posible que el 14 de nisán (nueva fecha de la Pascua) no cayera nunca antes del plenilunio del mes.

Todos los documentos bíblicos datados después del destierro lo están de acuerdo con este calendario perpetuo. Y así la Pascua cae siempre el 14 de nisán por la tarde (nisán era el nuevo nombre del primer mes); por tanto, siempre en martes, para que la fiesta se celebre durante la jornada del miércoles 15 de nisán. Pero no hemos de pensar que el calendario en cuestión se impuso por completo: oficialmente incluso, el clero del templo conservó (o adoptó de nuevo) el antiguo calendario en el que la Pascua podía caer en cualquier día de la semana, según el ritmo de las fases lunares.

De hecho, parece ser que este calendario no será aplicado más que en ciertas comunidades judías de Palestina, en Babilonia y en Elefantina y sólo unos sectarios, como los miembros de la Comunidad de Qumrán, seguirían observando este calendario en abierta oposición con las costumbres vigentes en el Templo de Jerusalén, al menos en la época de Cristo. Las cuestiones de calendario siempre han sido, en todas las religiones, objeto de las peores querellas; no es extraño que también sucediera así en el pueblo elegido. Entre los argumentos que suscita la polémica, debemos fijarnos en uno: el que alegan los partidarios del calendario perpetuo diciendo que el otro cómputo, de base lunar, es de origen

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pagano y contribuye a mezclar las costumbres paganas con las costumbres judías. Semejante argumento no carece de razón y no es imposible que se llegara a regular por un calendario propio la celebración de la liturgia y de las fiestas judías, precisamente para caracterizar mejor su originalidad.

La inclusión de la fiesta de la Pascua en los problemas de los calendarios tendrá dos repercusiones importantes por lo que se refiere a la espiritualización de la fiesta. En ellas vamos a detenernos.

La primera característica nueva es que, de ahora en adelante la Pascua se celebrará "el primer mes del año; así el Año Nuevo dependerá de la Pascua, perdiendo este privilegio la fiesta de los Tabernáculos:

Este mes será para vosotros el comienzo de los meses, el primer mes del año. Ex., 12, 2.

El primer mes, el día decimocuarto del mes, entre dos luces, es la Pascua de Yahvé y el día decimoquinto de ese mes es la fiesta de los Ácimos de Yahvé. Lv., 23, 5-6.

En estas prescripciones hemos de ver una importante consagración de la evolución que ha hecho de la Pascua la fiesta más espiritual del ciclo judío. A propósito del ritual de la expiación, hemos visto que varias prerrogativas de la fiesta de los Tabernáculos han pasado o pasan a la de Pascua. Ahora le toca al comienzo del año. Se comprende fácilmente, en esta perspectiva, que la primera tradición cristiana, al trasladar de la fiesta de los Tabernáculos a la de Pascua el ritual de entronización del Mesías bajo la forma de la entrada de Cristo en Jerusalén, no hizo sino seguir el movimiento iniciado en el judaísmo. La segunda característica, por hipotética que sea, merece nuestra máxima atención. En la medida en que existieron dos cómputos pascuales distintos -el oficial del Templo, basado en la luna, y el sectario, basado en el calendario perpetuo-, ¿no habría también dos maneras

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de celebrar el banquete pascual? No es fácil imaginar, en efecto, que los partidarios del calendario perpetuo, para quienes la Pascua caía en la tarde del martes, comieran el cordero pascual de acuerdo con lo prescrito, ya que éste debía ser inmolado en el Templo por los sacerdotes, los cuales seguían oficialmente un calendario en el que la inmolación del cordero podía caer varios días más tarde. Se podría pensar que prescindían de corderos pascuales, lo cual no sería demasiado extraño. Pero, en concreto, parece probable que los monjes de Qumrán inmolaban el cordero pascual, aunque no en el Templo de Jerusalén, pues juzgarían que su propia comunidad y su servicio, constituía un verdadero Templo (doctrina que es fundamental en Qumrán), lo cual les daba derecho a inmolar el cordero. La hipótesis es atrayente y podría muy bien señalar una nueva etapa en la espiritualización de la Pascua, etapa que prepararla el comportamiento de Cristo en su propio banquete pascual: el cordero no es sino el símbolo de una actitud de espíritu. Desde el momento en que está creada tal actitud -y lo está en el servicio mutuo, sobre todo si el cordero es el símbolo del "siervo"-, ciertas prescripciones rituales referentes a la inmolación del cordero pueden ceder ante lo esencial y desaparecer. Más adelante insistiremos en la importancia de esta espiritualización.

Idéntico problema se plantea a propósito de los ácimos. Si hubo dos calendarios distintos, es probable que hubiera también cierta confusión en el ritual de la Pascua y que los partidarios del calendario perpetuo celebraran a veces el banquete pascual sin disponer ya de ácimos, al menos si la confección de éstos estaba condicionada por el calendario oficial del templo. Podríamos pensar por tanto, que Cristo celebró la Cena el martes 14 de nisán, sin cordero (puesto que no será inmolado hasta el viernes siguiente en el templo) e incluso sin ácimos. Tal es el punto que procuraremos dilucidar en el párrafo que sigue.

7. CRISTO EN LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA

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El rodeo que acabamos de dar con la cuestión de los calendarios no es inútil, porque nos permite, a la luz de los trabajos de A. Jaubert , ver más claro en la conducta de Cristo durante la Pascua que iba a ser suya como ninguna otra. La mejor explicación a las aparentes contradicciones entre los sinópticos y San Juan en cuanto a la cronología de la Semana Santa procede a partir del conflicto entre los dos distintos calendarios (conflicto que se prolongó en la primera tradición cristiana y dio origen, en parte, a las graves disputas pascuales que dividieron a la cristiandad hasta el siglo III). El año de la Cena, la Pascua del 14 de nisán según el calendario perpetuo caía, como estaba previsto, en martes, mientras que la Pascua según el calendario lunar, tal como se observaba en el Templo, era el viernes siguiente. Según esto, Cristo celebró el banquete pascual con sus apóstoles el martes par la tarde, sin cordero y, probablemente, sin ácimos. Y murió el viernes, precisamente a la hora en que se inmolaba el cordero en el Templo, como subraya discretamente San Juan. Estos datos parecen actualmente ciertos a la mayoría de los exegetas de la Semana Santa.

Pero entonces, ¿qué sentido tiene, para nuestro propósito un banquete pascual sin cordero ni ácimos? ¿No es la negación de la evolución hasta aquí seguida? ¿O será, por el contrario, su coronamiento? Aquí conviene subrayar un punto: después del destierro, Pascua es ante todo la fiesta de la renovación de la actitud de espíritu, la fiesta de la "restauración”. Cada uno renueva su corazón y su fidelidad; renovación que se explicita en la comida del cordero pascual. La coordenada esencial de la fiesta no es ya la que pone en conexión el rito y su simbolismo con el acontecimiento del pasado que se conmemora, sino la que relaciona el rito con la presente actitud de espíritu del fiel.

Pero he aquí que uno de esos fieles, Cristo, fiel por antonomasia, celebra la Pascua con una actitud de espíritu muy concreta, tan concreta que es el

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acontecimiento máximo de toda la historia de salvación: su sumisión al Padre, su deseo de "servir" a sus hermanos mediante su muerte expiatoria. Este acontecimiento es tan esencial que ante él se desvanece todo rito, resultando caduco e inútil. Es inútil inmolar un cordero cuando el Cordero de Dios está presente, en persona, como el Siervo de Dios (Is., 53, 7) que se ofrece por los pecados de los hombres y se da en alimento.

Así se comprende por qué Cristo, para celebrar la Cena, eligió el calendario perpetuo en vez del calendario lunar. Con ello se liberaba mejor de la sujeción del rito y podía presentarse más fácilmente, sin velo y sin intermediario, como el rito y el acontecimiento a la vez. El rito tenía sentido en ausencia del acontecimiento que conmemoraba, pero resulta vacío en el acontecimiento mismo.

La densidad del banquete pascual de Cristo no reside en su ritualismo, sino en la actitud de espíritu del Señor que procura comunicar a sus apóstoles. Es curioso, a este respecto, comparar los diferentes relatos del banquete pascual en los evangelios y en San Pablo. Mateo y Marcos se limitan a describir la institución del nuevo rito en torno al pan y el vino. En cambio, Lucas da un paso más al referir una singular disputa entre los apóstoles, disputa que los otros sinópticos sitúan en distinto momento de la vida de Cristo:

Surgió luego entre ellos una disputa sobre quién de ellos había de ser tenido por el mayor. El les dijo: "Los reyes de las naciones imperan sobre ellas y los que ejercen autoridad sobre las mismas se hacen llamar Bienhechores. Pero entre vosotros no es así, sino que el mayor entre vosotros debe comportarse como el más joven, y el que gobierna, como el que sirve. ¿Quién es, en efecto, el mayor: el que está sentado a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que está sentado? Pues bien, yo estoy entre vosotros como quien sirve". Lc., 22, 24-27.

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Lucas tiene, sin duda, una intención muy concreta al añadir a la Cena -o al conservar en su puesto- esta tradición que la sitúa en su perspectiva exacta: la presencia de un "siervo" doliente y humilde basta por sí misma para justificar la celebración de la fiesta de Pascua, porque tal presencia es su contenido. Juan va todavía más lejos cuando sustituye totalmente el relato de la institución por el del lavatorio de los pies como elemento esencial del banquete de Pascua:

Durante la cena, una vez que el diablo había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había salido de Dios y a Dios volvía, se alzó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego vertió agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos con la toalla que se había ceñido... Después de lavarles los pies, tomar de nuevo sus vestidos y sentarse a la mesa, les dijo: "¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Por tanto, si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros como yo he hecho. En verdad, en verdad os digo: no es el esclavo mayor que su señor, ni el enviado mayor que quien le envía." Jn., 13, 1-16.

Incluso el pan ácimo experimenta aquí una importante modificación, pues no es imposible que Cristo tomara pan ordinario para significar su Cuerpo. Parece sugerirlo la palabra artos, así como la fecha anticipada del banquete pascual tomado por el Señor. Es radical el cambio que introduce Cristo en los ritos de la fiesta de Pascua. Trastorna el calendario y suprime los dos elementos esenciales desde el punto de vista ritual: e¡ cordero y los ácimos (lo cual tendrá como primera consecuencia permitir que las comunidades cristianas celebren la fiesta pascual todos los domingos), pero saca a plena luz el contenido subyacente a tales ritos: la sangre expiadora y

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liberadora del cordero sigue estando presente, pero bajo la figura de un siervo y en el drama de una persona humillada; sigue también presente la renovación primaveral de la fiesta, pero bajo la forma de la "nueva" alianza sellada con esa sangre, y, si los ácimos han desaparecido, su contenido de novedad y de huida del pasado continúa tan esencialmente incorporado al nuevo rito de la Pascua que San Pablo puede aludir a él sin que dé la impresión de que vuelve atrás:

Purificaos de la vieja levadura para ser masa nueva, puesto que sois ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra Pascua, Cristo. Celebremos, pues, la fiesta no con vieja levadura, ni con levadura de malicia y perversidad, sino con ácimos de pureza y de verdad. 1 Cor., 5, 7-8.

Este último pasaje expresa la nueva manera de celebrar la Pascua: la actitud de espíritu de Cristo le ha permitido personalizar la fiesta en su propio drama. Y la actitud de espíritu que nosotros adoptemos al participar en ese drama será asimismo el contenido de la fiesta: el rito de los ácimos será nuestra renuncia al mal y nuestra nueva alianza con Dios, al igual que el rito del cordero era Cristo mismo. No obstante, el rito perdura en la celebración cristiana de la Pascua:

Cada vez que comáis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, quien come el pan o bebe el cáliz del Señor indignamente, tendrá que responder del cuerpo y de la sangre del Señor. 1 Cor., 11, 26-27.

Esto quiere decir que, si la actitud de espíritu del fiel, unida a la de Cristo-Siervo, es el contenido esencial de la fiesta de Pascua, su rito no está menos presenté corno presencia objetiva de Cristo y de su actitud de espíritu y como levadura capaz de suscitar en nosotros la actitud de espíritu correspondiente. Ha nacido así una nueva manera de celebrar la Pascua, de suerte que el rito ya no tiene el alcance mágico de antaño, ni siquiera el antiguo

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alcance simbólico, sino que pasa a ser sacramento, es decir, contiene el acto mismo de Cristo, objeto de la fiesta, y, al mismo tiempo, el acto del fiel que renueva en El la alianza eterna suscitada por el acto de Cristo.

8. UNA HOMILÍA PASCUAL CRISTIANA

Hemos advertido que la catequesis litúrgica apareció al lado del rito en el momento en que éste abandonó su simbolismo puramente natural para subir un grado en la escala de espiritualización. Podemos suponer con razón que esa catequesis litúrgica debió de alcanzar una importancia mucho mayor cuando el rito dobló el cabo del cristianismo y recibió el encargo de expresar y realizar el nuevo acontecimiento de Cristo y la correspondiente actitud de espíritu del fiel. Al parecer, tenemos una gran suerte a este respecto, pues poseemos una homilía del tiempo apostólico en los materiales de la primera carta de San Pedro. Carta que ha sido analizada recientemente y presentada como una composición que, entre numerosos. materiales reproduce un pequeño catecismo para la celebración de la noche pascual. Nos bastará señalar los puntos más característicos del estudio publicado por el P. Boismard, para descubrir a qué grado de purificación había llegado la fiesta de Pascua y qué exigencias concretas de vida suponía su celebración. Si prescindimos del encabezamiento de la carta, añadido en época tardía para incorporar la homilía al grupo de las cartas del Nuevo Testamento, leeremos en primer lugar una especie de himno introductorio a la Noche de Pascua, que Boismard -basándose en otros textos paralelos, como Tit., 3, 5-7- reconstruye de este modo:

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor en su misericordia, el cual nos reengendró por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos para una esperanza viva para una herencia incorruptible para una salud pronta a manifestarse. 1 Pe., 1, 3-5.

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Después de esta bendición de entrada, se leería el capítulo 12 del Éxodo, lectura que se encuentra en todas las liturgias pascuales de la época, en toda la Iglesia, y que es ciertamente una herencia del judaísmo. Dicho capitulo contiene el relato del acontecimiento judío y la descripción del banquete pascual, que permite a los judíos asimilarse el acontecimiento y hacerlo suyo. A continuación, la primera carta de Pedro nos presenta unos elementos que podrían formar el tipo de homilía cristiana sobre esa lectura judía (1 Pe., 1, 13-21). Homilía particularmente interesante porque nos revela cómo desemboca el rito en una actitud de espíritu. He aquí lo que resulta del rito de los lomos ceñidos, previsto en el ceremonial del banquete (Ex., 12, 11):

Ceñíos, pues, los lomos de vuestro espíritu, permaneced vigilantes, esperad plenamente en la gracia que os traerá la revelación de Jesucristo. 1 P., 1, 13.

También el rito del cordero se espiritualiza 12, 5);

Sabed que habéis sido liberados de la vana conducta heredada de vuestros padres, no con cosas corruptibles, sino con una sangre preciosa como de un cordero sin defecto ni mancha, Cristo, conocido antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vuestra causa. 1 Pe., 1, 18-19.

La salida de Egipto y el culto que había que tributar a Yahvé en el desierto (Ex., 12, 31) hallan también una traducción espiritual: son el abandono de los ídolos y el culto en espíritu y santidad:

Como hijos obedientes, no os conforméis a las concupiscencias de antaño, del tiempo de vuestra ignorancia. Antes bien, lo mismo que el que os llamó es santo, sed santos vosotros en toda vuestra conducta, según está escrito: "Sed santos, porque yo soy santo." 1 P, 1, 14-15.

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El rito halla, pues, su cumplimiento en la actitud de espíritu del cristiano. Pero esa actitud de espíritu es provocada, a su vez, y desarrollada por el rito sacramental. Según el P. Boismard, después de esta homilía se administraba el bautismo a los nuevos cristianos. Y, acto seguido, la explicación del misterio de este sacramento era tema de otra homilía cuyo esquema figuraría en la continuación de la epístola.

Tal homilía consta de dos dípticos: una breve catequesis mistagógica y una exhortación moral. Analicemos, en primer lugar, la catequesis:

Obedeciendo a la verdad, habéis santificado vuestras almas para amaros sinceramente como hermanos. Con corazón puro, amaos los unos a los otros sin desfallecer, engendrados de nuevo de una semilla no corruptible, sino incorruptible: la Palabra de Dios vivo y eterno... Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual no adulterada, para que, por medio de ella, crezcáis en orden a la salvación, si es que, al menos habéis gustado cuán bueno es el Señor. 1 Pe., 1, 22~2, 3.

Esta exposición se centra, como vemos, en torno a las ideas del nuevo nacimiento y del tránsito de lo corruptible a lo incorruptible. Notemos la importancia que en este nuevo nacimiento tiene la "Palabra", la cual es, a un tiempo, la persona de Cristo y la del Espíritu en la enseñanza de la Iglesia: el bautismo es "baño de agua acompañado de una palabra", dirá un San Pablo (Ef, 5, 26) como para indicar dónde reside la originalidad del rito cristiano; un rito, sí, pero acompañado de una palabra de Dios y de una obediencia a esa palabra. La catequesis prosigue entonces con una nota más eclesial: la constitución del nuevo pueblo, en torno al sacrificio y al sacerdocio espiritual:

Acercaos a él, piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida por Dios, preciosa. Y vosotros, como piedras vivas, servid para la construcción de un edificio espiritual,

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para un sacerdocio santo, en orden a ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo... Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio regio, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo y que ahora sois el pueblo de Dios, que no habíais alcanzado misericordia y que ahora la habéis alcanzado. 1 P, 2, 4-10.

La intención de este texto es mostrar que la Iglesia hereda ciertos privilegios del pueblo judío: al acontecimiento pascual de antaño, que aseguró al pueblo semejantes privilegios, responde ahora la persona y el misterio de Cristo, el cual eleva a la categoría de pueblo a quienes se incorporan a su vida y se unen a él, piedra fundamental, en el nuevo edificio. Notemos también la importancia del tema del Espíritu: todo es "espiritual". La fiesta de Pascua nos introduce en la realidad escatológica, que se caracteriza precisamente por el don del Espíritu. Nos hallamos aquí en plena continuidad con el bautismo "según el Espíritu", que acaba de celebrarse.

Una vez terminada esta catequesis, se pasa a una exhortación moral que procura aplicar a la vida de cada día los temas del nuevo nacimiento y de la vida espiritual. Se pasa revista a todas las categorías sociales de los recién bautizados, con el fin de señalar en qué se manifiesta el comportamiento social de los cristianos (1 Pe., 2, 11-3, 12). Concluye la celebración con un nuevo himno que parece inspirado por el tema judío de los dos caminos y que ha sido reconstruido como sigue:

Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, ante Dios y El os ensalzará. Resistid al Diablo y huirá lejos de vosotros. Acercaos a Dios y El se os acercará. 1 P, 5, 5-1 1.

Si se la toma demasiado sistemáticamente, la tesis del P. Boismard y de otros exegetas que consideran esta carta

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como una homilía pascual resultará tal vez inexacta. Pero, en todo caso, hay que reconocer que esta catequesis utiliza un número impresionante de documentos parenéticos e himnológicos y que, catalogando esos documentos, se descubre en ellos una perfecta unidad con respecto a la fiesta pascual. Pero lo que se desprende, sobre todo, de tales documentos es la profunda "relectura" llevada a cabo en el medio cristiano primitivo sobre ciertos elementos antiguos de la fiesta de Pascua. En el centro de la celebración figura la persona misma del Señor: es la Palabra que acompaña al rito, Palabra que es "revelación" del plan de Dios en el rito y que exige "obediencia" por parte del fiel.

9. CONCLUSIÓN

A la luz de lo que Dios ha hecho para realizar su Pascua ideal, podríamos nosotros examinar nuestra manera de celebrar la Pascua. ¿Nos situamos realmente en ese nivel sacramental donde, en el rito, se une nuestra fe a la actitud de Cristo, o bien nos contentamos con la emoción suscitada por el simbolismo pascual... a menos que no hayamos pasado todavía del simple recordatorio histórico o nos hallemos en el rito de contenido mágico?

La cuestión merece ser planteada, y un profundo examen de conciencia nos revelará tal vez que, si ciertas reformas como las que Roma introdujo recientemente en la Semana Santa y, más concretamente, en la Vigilia pascual- no dan los frutos apetecidos o manifiestan cierta inconsistencia, ello se debe principalmente a que pastores y fieles no se han situado de verdad en el nivel necesario. Es muy ilustrativo, a este respecto, seguir la decadencia de la Pascua en la historia de la Iglesia, examinando las sucesivas razones que la provocaron. Durante los primeros siglos, la noche de Pascua está dedicada esencialmente a los bautismos y a la eucaristía. Nos hallamos en pleno ámbito sacramental: el rito pascual, sea bautismal o eucarístico, moviliza a toda la comunidad (y no sólo a los neófitos) en una actitud de

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conversión, en una profesión de fe consciente y comunitaria por la que todos expresan su deseo de unirse a Cristo en su nueva vida de resucitado. La asamblea había ayunado previamente para mejor unirse en la aceptación de su muerte. Apenas si había en aquella época otros ritos fuera de las sumarias ceremonias de los sacramentos, y todo se centraba en la renovación interior producida por esos sacramentos en conexión con el acontecimiento pascual de Cristo. Pronto, sin embargo, se inicia un segundo periodo en el que desaparecen los bautismos de la Vigilia Pascual. Y entonces nacen dos ritos de carácter más simbólico que propiamente sacramental. Se amplía desmesuradamente la bendición del agua, que sustituye a la administración del bautismo: el agua como elemento simbólico reemplaza al sacramento y al acto vital de conversión. Se da asimismo una gran importancia a la bendición de la luz (cirio pascual), precisamente en una época en que, por irse anticipando cada vez más la vigilia, se podía prescindir de luz. Es cierto que cabía la posibilidad, a partir de los símbolos del agua y la luz, de proclamar el misterio pascual, provocando la indispensable actitud de espíritu. Pero ¿se pasó siempre de la posibilidad al hecho?

Un tercer periodo -coincidente, por lo demás, con el anterior- procurará dar a los ritos un contenido histórico. Se olvidará un poco que el rito actualiza el pasado para reducirlo a simple recordatorio de ese pasado, de igual modo que los primeros judíos celebraban la Pascua en memoria de la liberación de Egipto. Por eso, se "reproduce" la resurrección mediante la aparición repentina del cirio pascual en las tinieblas del templo, se reproduce la entrada de Cristo en Jerusalén mediante la procesión de los ramos, se reproduce el lavatorio de los pies. Una vez más, la catequesis, capaz de sacar fuego de cualquier astilla, podría servirse de estos ritos historicistas para llegar a lo esencial. Pero ¿llegó realmente? ¿No provocó, por el contrario, con harta frecuencia, algunas reacciones más emotivas que

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auténticamente cristianas como, por ejemplo, esa "imitación" de la pasión que es el viacrucis o el rito de adoración de la cruz?

El último período hará descender el contenido ritual de la Pascua a un nivel todavía inferior. Hay que encuadrar en este momento el tema del fuego sacado de la piedra que es Cristo (una forma de combatir ciertos ritos mágicos semejantes del mundo germánico), los trocitos de cirio pascual que tomaban los asistentes para llevárselos a casa a modo de "sacramental" y que se han convertido en los agnus Dei de nuestros días, la abundancia de agua bendita el sábado santo, la interminable bendición de los ramos, etcétera. ¿No nos da la impresión, al recorrer sumariamente la historia de esta decadencia, de que es la historia contada al revés de las sucesivas purificaciones a que Dios sometió la fiesta judía de la Pascua a lo largo del Antiguo Testamento? En cuanto a la feliz reforma de la Vigilia Pascual, dependerá de la manera en que los sacerdotes sepan adoctrinar a los fieles el que esa reforma logre su objetivo, restableciendo una verdadera fiesta pascual donde la renovación de Cristo se haga presente en el seno de una comunidad que toma conciencia de ello gracias a los sacramentos y que renueva igualmente su fe y se convierte de nuevo para acentuar su dignidad de hijos de Dios.

PRIMERA LECTURA

Evangelizar es testificar la resurrección de Jesús. Ciertamente, esta evangelización se refiere a Aquel que pasó su vida haciendo el bien y luchando por la liberación de los oprimidos, pero no puede reducirse únicamente a un proyecto de mera liberación intrahistórica.

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Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección.

Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

Palabra de Dios

COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA Hch 10. 34a. 37-43

1. TESTIGO/APOSTOL

Tenemos aquí un compendio de la predicación de Pedro. Vemos en sus palabras cómo describe la actividad de Jesús siguiendo el esquema que hallamos en el evangelio de Mc, subrayando que la cosa comenzó en Galilea. Destaca igualmente los rasgos característicos del segundo

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evangelio: Jesús, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu, pasa haciendo bien, esto es, curando a los enfermos y liberando a los oprimidos por el diablo. Sabemos que Mc recogió en su evangelio la catequesis de Pedro. Así lo atestigua, ya en el año 130, Papías de Hierápolis.

Pedro está convencido de lo que dice. No habla de lo que le han contado, sino de lo que él mismo ha visto con sus propios ojos.

Pero él no es el único testigo; Pedro habla solidariamente con todos los apóstoles: "Nosotros somos testigos..." En sentido estricto, "apóstol", es el testigo cualificado, elegido por Dios para proclamar que Jesús de Nazaret, el mismo que fue crucificado en Jerusalén, es ahora el Señor que ha resucitado. Por eso, únicamente puede ser "apóstol" un hombre que haya conocido a Jesús, que haya vivido con él a partir del bautismo en el Jordán y hasta su ascensión a los cielos: cuando los apóstoles buscaron un sustituto que ocupara en el Colegio de los Doce el lugar del traidor, lo eligieron entre aquellos que conocieron a Jesús personalmente (Hch 1. 21-26). El testimonio de los apóstoles puede resumirse en estas palabras: Jesús es el Cristo, el Señor.

Hay, pues, una identidad entre el Cristo predicado y el Jesús histórico, y esta misma identidad constituye la sustancia de la fe cristiana.

Jesús es el Señor, el juez de los vivos y muertos; pero es también el rostro humano del amor de Dios: en él se ha manifestado que Dios nos ama y nos perdona. Pedro invoca el testimonio unánime de los profetas para anunciarnos la gran noticia: que todos sin distinción alguna, podemos recibir el perdón de Dios si creemos que Jesús es el Señor. El evangelio es el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús y, en consecuencia, el anuncio del perdón de Dios a todos los que creen en el nombre de Jesús. El evangelio es siempre evangelio de reconciliación.

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2.

El cap. 10 de los Hechos señala un momento crucial en la vida de la Iglesia primitiva por sus consecuencias. Es el primer encuentro con un pagano. Lucas no ha inventado el hecho, aunque lo ha enriquecido y acomodado. Del relato que circulaba en la comunidad, Lucas deduce dos conclusiones fundamentales: 1ª. Dios ha mostrado que hay que admitir a los paganos sin imponerles la ley mosaica; 2ª. Pedro, por voluntad de Dios, acepta la hospitalidad de un incircunciso-pagano. En el trasfondo está la problemática de las relaciones entre judío-cristianos y pagano-cristianos. La interpretación de la visión había hecho comprender a Pedro que no debía preocuparse por la impureza legal (Hech 10, 10-16). Lucas quiere dejar muy claro que acoger a los paganos en la Iglesia, sin las obligaciones de la ley judía, no es obra ni de Pablo, ni de Pedro sino de Dios.

Según la concepción hebrea de la muerte y sepultura, el anuncio de la resurrección, al tercer día, tenía su importancia en orden a la realidad de la muerte y de la resurrección. Para el autor de los Hechos no es una determinación temporal, sino una afirmación histórico-salvífica.

Hay que separar los elementos que son expresión de la concepción del mundo de la época de Jesús y considerar la Pascua como un acontecimiento que está en relación con nuestra historia, pero que la supera. El resucitado se hace presente en este mundo, pero no pertenece ya a este mundo. Así los evangelistas no pueden describir el proceso que ha seguido la resurrección (=el modo de la resurrección), sino sólo el hecho de las apariciones.

Si bien las narraciones de la resurrección sirven para explicar y hacer comprensible la Pascua, sin embargo no son relaciones de lo que aconteció. Son predicación y

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profundización teológica. La resurrección no es directamente objeto de la ciencia histórica. Es realidad trascendente. Los discípulos llegan a la fe por las apariciones, no por el sepulcro vacío.

1-3.

Este quinto discurso de Pedro en Hechos es, en sus detalles, estructura y estilo una composición de Lucas, pero presenta los temas básicos de la predicación cristiana primitiva, del "kerigma" como suele decirse.

En este anuncio lo esencial es el acontecimiento pascual, aunque "la cosa haya empezado en Galilea". La referencia rápida a la vida de Jesús sirve para introducir y razonar el acontecimiento central. No se puede separar la muerte de Jesús de toda su vida anterior, como si fuera algo mágico o inesperado, sino provocado por la misión de Jesús contra los poderes del mal encarnados en los personajes concretos de su tiempo. Los oprimidos que Jesús ayuda no son sólo victimas del "diablo", sino del mal producido por los hombres, simbolizado en esa figura, pero que no ha de despistar al lector.

A Jesús lo matan los hombres (nótese el "lo mataron" del v. 39) y, en contraposición Dios lo resucita. Es decir, le da la razón y se la quita a los poderosos que lo han ejecutado. La resurrección es el Sí de Dios a la forma de vivir de Jesús en favor de los oprimidos y contra los opresores. No conviene ideologizar ese suceso quitándole su fuerza polémica y su significado de condena del mal en el mundo. La resurrección es la proclamación de la liberación.

No es sólo algo positivo para Jesús, sino para todos los hombres. Ni sólo una esperanza, sino un juicio sobre la situación del mundo. Ni del mundo sólo de entonces. Una forma de "quitarle hierro" a la resurrección es referirla sólo

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a los judíos, contra los que se yergue el Resucitado. En realidad es condena de toda opresión y mal humanos. Y un grito de esperanza liberadora para todos los que ahora viven.

4.

Nos encontramos ante uno de los varios discursos, construidos por Lucas, para presentar el anuncio de la primitiva Iglesia. Es paralelo a otros que nos encontramos en este libro. Reproducen los puntos fundamentales del anuncio, pero están construidos libremente por Lucas.

En este párrafo destaca: 1) la realidad terrestre de Jesús, la referencia a El como base de lo demás. Aunque se nos escapen detalles de esa historia, es imprescindible para apoyar todo el resto; 2) anuncio de la muerte, también histórica y real del propio Jesús. Hay una alusión a los actores de esa muerte, no mítica o casual, sino provocada por su actividad anterior; 3) sobre todo el anuncio de la Resurrección de Cristo, atestiguada por los propios apóstoles. Es el acontecimiento sobre el que se basa el anuncio y la verdad de Jesucristo para nosotros. No se puede disminuir en lo más mínimo; 4) dimensión salvadora de todos estos hechos. No son puro recuerdo de algo pasado, sino ofrecimiento y realidad de la salvación de Dios, de su comunicación con el hombre que se abre a esta accción de Dios en la historia. La muerte y la resurrección nos constituyen, si nos abrimos a ella, en una relación diferente con Dios que recibe el nombre de salvación que es más que el mero perdón de pecados. Es la vida total de Dios en nosotros.

5.

Es la hora del testimonio. Es la hora de los testigos. Para empezar, nadie mejor que Pedro, el que siguió a Jesús

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paso a paso desde el principio, desde lo de Galilea y el bautismo de Juan. Lo siguió paso a paso, menos en uno. Pero este fallo también formará parte de su testimonio. Pedro conoce bien a Jesús y toda su historia, que ahora cuenta a la familia de Cornelio.

Este testimonio de Pedro es un modelo de predicación kerigmática, centrada en el anuncio de la salvación que nos viene de Cristo, el que encarnó entre nosotros la presencia de Dios, el que estaba ungido por el Espíritu, el que pasó como un meteoro de luz y alegría, el que fue apagado por los hombres, pero Dios lo devolvió a la luz y se ha convertido en la estrella viva de la mañana.

Mirar esta estrella, creer en este Ungido, eso es la Pascua, una fiesta de liberación. Creer en el Cristo de Dios es nuestra alegría y nuestra vida, es perdón y reconciliación, es paz y principio de vida eterna.

6.

Lectura: Hechos 10,34a.37-43. Nosotros hemos comido y bebido con él

La lectura es un fragmento del c.10 que narra la predicación de Pedro ante un prosélito romano: el centurión Cornelio en Cesarea. Es la primera vez que el mensaje cristiano sale del círculo estrictamente judío en sus diferentes grupos religiosos. Pedro se centra en el anuncio kerigmático típico de los múltiples discursos del libro de los Hechos: 1 / Cristo ha muerto y ha resucitado; 2 / la Escritura, los profetas en este caso, ya lo anunciaban; 3/ nosotros somos testigos de todo lo sucedido; 4 / cambiad de vida, aceptad la fe en Cristo y bautizaos.

Dios es protagonista absoluto: ha guiado a Jesús con su Espíritu, lo ha resucitado, ha dejado que lo vieran aquellos

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que él ha querido, y ha encargado a los discípulos la predicación de su mensaje. La resurrección de Cristo es, pues, don de Dios para el pueblo, empezando por los judíos e incluyendo a los paganos.

El salmo responsorial nos presenta la contraposición entre la piedra desechada y la piedra escogida como angular. La muerte aparente es vida en realidad. Y por eso mismo, es obra de Dios. "Es el Señor quien lo ha hecho..." En la línea de la lectura anterior, Dios es el único protagonista.

SALMO RESPONSORIAL Sal 117,1-2. 16ab-17. 22-23

R/. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. [o, Aleluya]

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.

La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.

SEGUNDA LECTURA

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El cristiano, por el hecho de tener ya asegurada su resurrección, no puede conformarse con los valores puramente terrenos e históricos, sino que debe estar constantemente proyectado hacia esa zona superior, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Si los cristianos ofreciéramos únicamente una esperanza de liberación terrena, engañaríamos al pueblo.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3,1-4.

Hermanos:

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Palabra de Dios.

O bien puede sustituirse por la siguiente:

SEGUNDA LECTURA

Los cristianos no pueden contentarse con la vejez y decadencia de un mundo que se cree orgullosamente autosuficiente; al contrario, deben poner en juego su imaginación para captar y producir los nuevos modos y maneras de transformar el mundo.

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Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 5,6b-8.

Hermanos:

¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad.

Palabra de Dios.

S E C U E N C I A

Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte en singular batalla

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y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta.

¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? -A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua.

Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa.

Amén. Aleluya.

COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA Col 3. 1-4

1. BAUTISMO

La resurrección no es sólo lo que sucedió una vez en Cristo, sino lo que ha de suceder en nosotros por Cristo y en Cristo. Más aún: en cierto sentido, es lo que ya ha

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sucedido por el bautismo. Ha sucedido radicalmente, en la raíz, pero ha de manifestarse aún en sus consecuencias, en los frutos.

Porque ya ha sucedido en nosotros, es posible la nueva vida; porque todavía no se ha manifestado, es necesario dar frutos de vida eterna. Nuestra vida se mueve entre el "ya" y el "todavía-no".

Hay, por lo tanto, un camino que recorrer y un deber que cumplir. Estamos en ello, en el paso o trance de la decisión. Hay que elegir, y nuestra elección no puede ser otra que "los bienes de arriba". Lo cual no significa que el cristiano se desentienda de los "bienes de la tierra", si ello implica desentenderse del amor al prójimo. Pues los "bienes de arriba", es decir, lo que esperamos, es también la transformación por el amor del mundo en que habitamos.

Lo que ha sucedido visiblemente, es decir, en la expresividad del símbolo bautismal, y en la interioridad del espíritu, no ha cambiado aparentemente la vida de los bautizados, pues la auténtica vida está escondida con Cristo en Dios. Cristo, ascendido al cielo, es "nuestra vida" (sólo participando de la manera de ser de Cristo resucitado, podemos vivir de verdad).

Cuando Cristo aparezca, se mostrará en él nuestra vida y entonces veremos lo que ahora somos ya radicalmente, misteriosamente.

Entonces aparecerá la gloria de los hijos de Dios y la nueva tierra. Mientras tanto, la creación entera está ya en dolores de parto esperando la manifestación de los hijos de Dios (/Rm/08/19-22). Buscar las cosas de arriba es también llevar a plenitud las cosas de abajo.

2.

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La comunidad de Colosas, tras un momento inicial de desarrollo, está en crisis. La causa hay que buscarla en el fuerte influjo ambiental de la filosofía; 2,8. El autor presenta los elementos de este mundo como peligrosos poderes angélicos que quieren determinar el orden cósmico y el destino de cada uno de los hombres. Hacer caso de estos elementos es separarse de Cristo; 2,10. Las prácticas que se insinúan son caracterizadas como ejercicios ascéticos de procedencia judaica.

El texto de hoy abre la parte parenética de la carta y es como el fundamento de la ética o comportamiento cristiano. Contrapone las cosas de arriba a las de abajo. La diferencia sustancial entre el anuncio de la filosofía y el del evangelio radica en la relación histórica que determina el fundamento de la ética cristiana. A la concepción dualista del mundo no contrapone una metafísica cristiana sino una realidad histórica: Cristo crucificado, resucitado y glorificado. Hay una identidad total entre el Cristo glorificado y el Cristo crucificado.

Por tanto el paso de lo de "abajo" a lo de "arriba" no se realiza por prácticas ascéticas, gnosis o misterios, sino por la confesión de fe en Cristo Jesús.

La contraposición entre las cosas de arriba y las de abajo ha influido fuertemente en la teología y en la piedad cristiana, y ha dejado a un lado con frecuencia la realidad de la vida. Basta recordar algunos textos de oraciones, incluso litúrgicas. Buscar las cosas de arriba no significa despreciar los bienes de la tierra para poder amar los del cielo. La responsabilidad del progreso material no se puede separar de la moral cristiana. La piedad ha valorado excesivamente algunas prácticas destinadas a mortificar el cuerpo para liberar el alma.

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3. BAUTISMO/MUERTE/VIDA/NUEVA

Estos cuatro versículos de la carta a los de Colosas cabalgan entre la parte de la carta en polémica con las falsas doctrinas -de la que sería al final- y la exhortación a lo que debe ser realmente la vida cristiana.

Pablo nos define primeramente al cristiano como aquel que, al bajar a las aguas bautismales "murió", y salió de ellas "resucitado con Cristo" a una nueva vida. Si ésta es la realidad fundamental del creyente, todo su modo de pensar y de actuar debe acomodarse a ello: "buscad los bienes de allá arriba". El bautismo, la unión con Cristo resucitado, marca para el cristiano la orientación fundamental de su vida. Y se trata de una vida que camina hacia una plenitud y que está llamada a crecer continuamente.

4.

Este texto aparece en el contexto de la nueva vida en Cristo. Es insistir una vez más en la fuente de donde ella brota y en las consecuencias que tiene. Subraya la dimensión salvadora de la Resurrección, porque no otra cosa es la vida que Cristo resucitado nos da a quienes estamos unidos con él.

Por un lado, se hace la afirmación fuerte de lo ya sucedido a quien por la fe y el bautismo, la vida en la iglesia, ha establecido relación íntima y total con Cristo. Unión que es también, y sobre todo, por el amor a Él y a los hombres. El autor de Colosenses llega a afirmar una resurrección del cambio que produce en la vida esta unión con el resucitado. De ahí surge la motivación de cualquier conducta del cristiano.

La unión con Cristo lleva necesariamente consigo una forma de vivir acorde con eso que se es. Por otro lado,

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también hay un recuerdo del "todavía no". La vida poseída está escondida. Aún no se vive en todas sus consecuencias de gozo, seguridad, imposibilidad de perderla. También por ello cabe la esperanza. Pero en algo que ya se tiene, no en algo sólo futuro.

5. BAUTISMO/VIDA-NUEVA:

Por su bautismo, los cristianos penetran en el campo abierto de una nueva vida. Lo que ha sucedido en ellos socialmente y en la interioridad de su espíritu ha de acreditarse ahora manifestándose en una vida orientada hacia Dios. Primero es siempre el indicativo evangélico: "Habéis resucitado con Cristo", y sobre este hecho se funda después el imperativo de la Nueva Ley: "Buscad las cosas de arriba".

Sin embargo, aparentemente, nada ha cambiado para los cristianos que han sido bautizados: Cristo, "nuestra vida" (porque sólo participando de la manera de ser de Cristo resucitado podemos vivir), ha sido elevado al cielo y sentado a la diestra del Padre y, así, está ahora oculto a nuestros ojos carnales. En la Parusía se manifestará la gloria de Cristo y con ella también nuestra vida escondida ahora en Dios. Entonces veremos claramente lo que ahora ya somos misteriosamente y contra todas las apariencias: resucitados con Cristo e incluso sentados por él a la diestra del Padre (Ef. 2, 5).

6.

No sólo Cristo ha muerto y resucitado, también nosotros. No es que resucitaremos, sino que estamos resucitados. Lo que quiere decir que Cristo no sólo resucitó sino que resucitó para mí y que resucita en mí. Cristo vive y vive en mí. Dicho de manera insuperable: «Cristo, vida nuestra».

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Lo que pasa es que todo esto aún está muy «escondido en Dios». Pero algún día se manifestará gloriosamente. Mientras tanto, dejémonos atraer por Cristo, tendamos a él, aspiremos a él, vivamos para él, y no para las cosas del mundo. Toda esta vida de consumo no es vida.

Leemos este texto pensando en el bautismo. En él fuimos sumergidos, muriendo en Cristo, y por él resucitamos en Cristo. «Cuando nos bautizaron nos llevaron a enterrar. En el mismo momento quedasteis muertos y nacisteis» (SAN CIRILO DE JERUSALEN). El bautismo es tumba y seno.

7. /Col/03/01-17 CV/BAUTISMO/VCR

Pablo considera al creyente como un hombre que ha muerto con Cristo a los elementos del mundo y ha resucitado juntamente con él. En esta misma línea aborda lo que hoy llamaríamos el compromiso cristiano. Este, como tal, lo es para la vida. Es decir, el creyente se ha comprometido a vivir de distinta forma que vivía antes. Creer implica, pues, descubrir esta nueva manera de vivir, llamada globalmente vida cristiana, como algo posible -si lo quiere- para el que cree. La vida cristiana, sin embargo, no se desarrolla por sí misma sin más, sino que, de hecho, se encuentra continuamente acechada por fuerzas hostiles que la obstaculizan y que anidan en el propio hombre. Es decir, el creyente, pese a su buena voluntad y a la atracción que pueda sentir por su nueva manera de vivir, no se ve -por eso sólo- liberado de los obstáculos a la hora de ser consecuente en sus decisiones con aquello que ha creído y ha visto. Por eso, lo que llamamos conversión es en realidad una tarea de toda la vida. Cristiano no será, pues, el hombre convertido, sino, más exactamente, el que nunca cesa de convertirse. Así se entiende la intención de Pablo de despertar esta conciencia en los creyentes: buscad, desead lo que es de arriba, no lo que es de la tierra.

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Es evidente que, en la vida de un hombre que busca y desea efectivamente lo que es de arriba, las inevitables inconsecuencias no merecen sino comprensión y benevolencia. Ambas están presentes -aunque no explícitas- en el trasfondo del texto del Apóstol, el cual sabe muy bien que no se dirige a cristianos perfectos. Además es consciente de que a él no se le ha concedido juzgar a nadie. Su enseñanza no busca tampoco el perfeccionamiento de instituciones y estructuras. La doctrina de Cristo, tal como él la entiende, busca al hombre concreto y real, del que aquéllas tienden a adueñarse, para abrirle caminos de libertad. Juntamente con Cristo, a Pablo se le ha revelado el hombre.

8.

«Cristo, vida nuestra». La fe en Cristo resucitado no es sólo una convicción de que Jesús vive, es una experiencia de que Cristo es vida nuestra, que Cristo alienta nuestra vida, que nos hace resucitar. No sólo creemos que Cristo resucitó, sino que Cristo está resucitando en mí, en su Iglesia.

Este texto es una catequesis bautismal. Todo bautizado muere y resucita con Cristo. Por eso, debe empezar a vivir una vida nueva, una vida resucitada. Hay que buscar "los bienes de arriba", no los de la tierra; los valores auténticos, no los del consumo. Hay que alzar la puntería, porque Cristo está arriba.

Vida nueva. En la noche bautismal de Pascua todo era nuevo: el fuego, la luz, el agua, los vestidos, la levadura. Empezamos una vida nueva.

9. /Col/03/1-17

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Evidentemente, hay una cierta exigencia lógica entre lo que cada uno cree y su propio comportamiento. En eso se apoya el razonamiento de Pablo en relación a los creyentes cuando les dice: «Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba...; estad centrados arriba, no en la tierra» (vv 1s). Sin embargo, la inteligencia de lo que el Apóstol dice y el esfuerzo para vivir en consonancia con ello tropiezan con un escollo. Y tal escollo reside en que la vida no se presenta aquí como dice la doctrina; es decir, el creyente -pese a haber sentido que ha resucitado con Cristo- sigue sujeto a la muerte, como cualquier otro hombre, y vive atraído por todas las cosas de la tierra. En otras palabras: la fe no cambia la realidad que el hombre ve. La fe dice que la realidad no es como se presenta, pero no hace que se muestre como dice que es.

Sin embargo, la enseñanza evangélica no cesa de hablar al hombre de una nueva manera de vivir que, si quiere, puede hacer realidad en sí mismo, ya que la vida, ante todo, sólo se da en la propia intimidad de cada uno. En este sentido, Pablo le dice que, aunque no pueda extirpar los deseos terrenos, sí puede -en su interior- oponerse al deseo de poseer las cosas de la tierra, ahorrándose las preocupaciones que comporta cualquier ley de posesión. La lógica de la recomendación de Pablo tiene un aspecto indiscutible: al poner de manifiesto la caducidad de cualquier posesión y, por tanto, su falta de sentido, revela que, a fin de cuentas, nada de aquí abajo vale la pena. Se trata de la muerte, que para el hombre significa la caducidad efectiva de todo. Es verdad que la comprensión que uno pueda tener de la muerte no parece bastar por sí sola para moverlo a vivir según el evangelio. Ahora bien: tal vez tampoco lo es siquiera la esperanza de una glorificación con Cristo en el futuro, dado que la opacidad de la misma muerte borra también cualquier certeza y seguridad. Todo eso hace pensar que probablemente sólo aquellos que libremente se empeñan en vivir según lo que creen pueden decir si realmente vale la pena. Y no en el otro mundo, sino ya ahora.

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EVANGELIO

María Magdalena, Pedro y Juan no eran unos visionarios, sólo constataban los hechos escuetos. Ahora bien, estos hechos no demostraban la resurrección de Jesús. Ellos llegaron a creer porque aceptaron la llamada invisible de Dios. Dios no suele hablar en medio del bullicio del fanatismo religioso.

En lugar de este evangelio puede leerse el de la Vigilia Pascual. Cuando se celebra la misa por la tarde, también puede leerse en ella el evangelio Lc 24,13-35, como en el III Domingo de Pascua.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,1-9.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró.

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Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

COMENTARIOS AL EVANGELIO

Jn 20. 1-9

1.

"El había de resucitar de entre los muertos"

También en los relatos pascuales el evangelio de Juan presenta notables diferencias respecto a los evangelios sinópticos, si bien es probable que parta de tradiciones comunes, que, no obstante, han pasado por la criba de la teología propia del círculo juánico.

En las palabras de María Magdalena resuena probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha habido robo.

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La carrera de los dos discípulos puede hacer pensar en un cierto enfrentamiento, en un problema de competencia entre ambos. De hecho, se nota un cierto tira y afloja: "El otro discípulo" llega antes que Pedro al sepulcro, pero le cede la prioridad de entrar. Pedro entra y ve la situación, pero es el otro discípulo quien "ve y cree".

Seguramente que "el otro discípulo" es "aquel que Jesús amaba", que el evangelio de Juan presenta como modelo del verdadero creyente. De hecho, este discípulo, contrariamente a lo que hará Tomás, cree sin haber visto a Jesús. Sólo lo poco que ha visto en el sepulcro le permite entender lo que anunciaban las Escrituras: que Jesús no sería vencido por la muerte.

2. TUMBA-VACIA:

Ninguno de los discípulos se esperaba la resurrección de Jesús. Puede notarse el simbolismo de la escena del sepulcro vacío: Jesús se ha "desatado" de los lazos del reino de la muerte; en cambio, Lázaro tiene que ser "desatado" para poder caminar (para seguir a Jesús). Esto es lo que "ve", desde la fe, el Discípulo amado, y con él, la comunidad. Es el hoy del resucitado.

3. DISCIPULO-ANONIMO:

Algo, sin embargo, me parece importante destacar a propósito del discípulo a quien Jesús quiere y que nunca tiene nombre propio.

Esta falta de nombre no parece obedecer a un recuerdo de modestia del autor para evitar referirse a sí mismo (interpretación anecdótica), sino a la intención del autor de englobar a todos y cada uno de los creyentes en Jesús, incluidos los que no han conocido a Jesús según la carne, como diría Pablo. Por eso este discípulo no puede tener un

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único nombre propio. Su nombre es el tuyo y el mío, que este día de Pascua creemos en Jesús resucitado y experimentamos en nosotros el amor de Jesús resucitado.

4.

Texto. María hace una constatación en el sepulcro y comunica su interpretación a dos discípulos (vs, 1-2). Los dos discípulos inspeccionan por separado el sepulcro, llegando a conclusiones distintas (vs, 3-8). Comentario editorial explicando el presupuesto desde el que se había llevado a cabo la inspección (v. 9).

Pre-texto. Isaías 26, 19-21: "¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz y la tierra de las sombras parirá. Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro: escóndete un breve instante mientras pasa la cólera. Porque el Señor va a salir de su morada para castigar la culpa de los habitantes de la tierra: la tierra descubrirá la sangre derramada y no ocultará más a sus muertos".

Sentido del texto. María va al sepulcro poseída por la falsa concepción de la muerte; cree que la muerte ha triunfado; busca a Jesús como un cadáver. Su reacción, al llegar, es de alarma y va a avisar a Simón Pedro (símbolo de la autoridad) y al discípulo a quien quería Jesús (símbolo de la comunidad). Las dos veces que hasta ahora han aparecido juntos ambos (cfr. Jn. 13, 23-25; 18, 15-18), el autor ha establecido una oposición entre ellos dando la ventaja al segundo. Es lo mismo que vuelve a hacer en este relato y que volverá a hacer en 21, 7. El discípulo amado llega antes (v. 4) y cree (v. 8); Pedro, en cambio, llega más tarde (v. 6) y de él no dice que creyera. Correr (CORRER/SIMBOLO) más de prisa es imagen plástica para significar tener experiencia del amor de Jesús.

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Pedro no concibe aún la muerte como muestra de amor y fuente de vida. En el atrio del sumo sacerdote había fracasado en su seguimiento de Jesús (cfr. Jn. 18, 17. 25-27); el otro discípulo, en cambio, siguió a Jesús (cfr. Jn. 19, 26). De esta manera, puede ahora marcar el camino a la autoridad en la tarea, común a ambas, de discernir a Jesús y encontrarse con él; corriendo tras la comunidad es como podrá la autoridad alcanzar su meta. Ambas, autoridad (Pedro) y la comunidad (discípulo amado) habían partido de la misma no-inteligencia, de la misma obscuridad, del mismo sepulcro. Ni Pedro ni el otro discípulo habían entendido, cuando partieron, el texto de Is. 26, 19-21. Pero el otro discípulo, al ver, creyó, captó el sentido del texto: la muerte física no podía interrumpir la vida de Jesús, cuyo amor hasta el final ha manifestado la fuerza de Dios.

5. CRUZ/TRONO.

Contexto. Jesús ya ha transmitido el espíritu (cfr. Jn. 19, 30). De ahí que el que no nazca de arriba no puede ser del Reino (cfr. Jn. 3, 3). Arriba es la cruz. El espíritu es el amor capaz de dejarse matar por los demás. En el cuarto evangelio la cruz es trono y gloria: es la hora del triunfo de Jesús, pues pone de manifiesto quién es Jesús. La cruz expresa un estilo, un talante de vivir y de ser.

Sentido del texto. Este estilo, este talante, son una tarea ardua y difícil, pues pasa inevitablemente por la experiencia aniquiladora del que vive ese espíritu. En el relato de Juan, María Magdalena adquiere la función de recordar y hacer viva esta experiencia: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". En el relato de Juan no hay ángeles ni mensajes pascuales. Para Juan, el mensaje pascual y el triunfo de Jesús están en la cruz. La resurrección de Jesús es su amor a prueba de la propia vida. Es este amor el que ha roto la muerte, porque, al amar al máximo, Jesús se ha encontrado con la

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potencia viva del Padre, que es sólo amor. Esto requiere un gran esfuerzo de credibilidad (fe), porque es un desafío a las reglas elementales de lo empírico.

De los dos personajes que corren al sepulcro en el relato, sólo uno rompe el reto de lo empírico. El discípulo amado "vio y creyó" (v. 9). Una vez más, Pedro no capta la situación. De él sólo se dice que vio, pero no que creyó. Pedro todavía no ha entendido que vivir es amar. Pedro todavía no posee el espíritu que Jesús transmite. No lo poseerá hasta más adelante (cap. 21) y entonces sólo gracias a este discípulo amado que le ayudará en la ardua y difícil tarea de creer (cfr. Jn. 21, 7). De ser cierto lo que fundadamente dicen algunos exégetas de que el discípulo amado simboliza en el cuarto evangelio a la comunidad cristiana, habrá que restituir hoy para la comunidad cristiana el protagonismo que el autor del cuarto evangelio quiso darle.

6.

María ha visto que el sepulcro está abierto y corre adonde están los discípulos, pero sólo puede hacer una banal constatación: "Se han llevado del sepulcro al Señor". María piensa en ladrones de cadáveres. Es verdad que aún no ha despertado del todo y no es un modelo de creyente: a pesar de lo cual, para los tiempos venideros será la iniciadora, la que presintió las secretas promesas del cuerpo sin vida que ella tanto amó.

Pero aún le queda camino por recorrer. Primero necesita escuchar el testimonio oficial de la Iglesia, el que da Pedro y para el que el príncipe de los apóstoles reunió todas las pruebas: las vendas por el suelo, y en un lugar aparte, el sudario cuidadosamente doblado. Son unas pruebas silenciosas, pero ¿acaso no es el tiempo de recogimiento, en que cada objeto adquiere el valor de signo visible que remite a lo invisible? La ausencia del cuerpo no es,

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ciertamente, la prueba de la resurrección; es el indicio de que el poder glorificador del Espíritu no ha olvidado el cuerpo.

Juan es el último en llegar al final del camino. Ve las vendas, pero no las hace caso. En efecto, su mirada se ha vuelto ya hacia el interior; si revuelve algo, es en sus recuerdos y en su corazón. El vino de las bodas, el templo purificado, Lázaro...

Otros tantos presentimientos de lo posible, de un insospechado orden de las cosas. Un sepulcro abierto y unas vendas, una mujer y dos hombres para interpretar... Todo es ordinario y cotidiano, pero todo tiene valor de signo. "Vio y creyó"

SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

Jn 20,1-9: ¿Qué necesidad tienes de lo que no amas? -Dámelo

Hoy se ha leído la resurrección del Señor según el evangelio de San Juan y hemos escuchado que los discípulos buscaron al Señor y no lo encontraron en el sepulcro, cosa que ya habían anunciado las mujeres, creyendo, no que hubiera resucitado, sino que había sido robado de allí. Llegaron dos discípulos, el mismo Juan evangelista -se sobreentiende que era aquel a quien amaba Jesús- y Pedro con él; entraron, vieron solamente las vendas, pero ningún cuerpo. ¿Qué está escrito de Juan mismo? Si lo habéis advertido, dice: Entró, vio y creyó (Jn 20,8). Oísteis que creyó, pero no se alaba esta fe; en efecto, se pueden creer tanto cosas verdaderas como falsas. Pues si se hubiese alabado el que creyó en este caso o se hubiera recomendado la fe en el hecho de ver y creer, no continuaría la Escritura con estas palabras: Aún no conocía las Escrituras, según las cuales convenía que

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Cristo resucitara de entre los muertos (Jn 20,9). Así, pues, vio y creyó. ¿Qué creyó? ¿Qué, sino lo que había dicho la mujer, a saber, que habían llevado al Señor del sepulcro? Ella había dicho: Han llevado al Señor del sepulcro y no sé dónde lo han puesto (Jn 20,2).

Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las vendas, pero no el cuerpo y creyeron que había desaparecido, no que hubiese resucitado. Al verlo ausente del sepulcro, creyeron que lo habían sustraído y se fueron. La mujer se quedó allí y comenzó a buscar el cuerpo de Jesús con lágrimas y a llorar junto al sepulcro. Ellos, más fuertes por su sexo, pero con menor amor, se preocuparon menos. La mujer buscaba más insistentemente a Jesús, porque ella fue la primera en perderlo en el paraíso; como por ella había entrado la muerte, por eso buscaba más la Vida. Y ¿cómo la buscaba? Buscaba el cuerpo de un muerto, no la incorrupción del Dios vivo, pues tampoco ella creía que la causa de no estar el cuerpo en el sepulcro era que había resucitado el Señor. Entrando dentro vio unos ángeles. Observad que los ángeles no se hicieron presentes a Pedro y a Juan y sí, en cambio, a esta mujer. Esto, amadísimos, se pone de relieve, porque el sexo más débil buscó con más ahínco lo que había sido el primero en perder. Los ángeles la ven y le dicen: No está aquí, ha resucitado (Mt 28,6). Todavía se mantiene en pie llorando; aún no cree; pensaba que el Señor había desaparecido del sepulcro. Vio también a Jesús, pero no lo toma por quien era, sino por el hortelano; todavía reclama el cuerpo de un muerto. Le dice: «Si tú le has llevado, dime dónde le has puesto, y yo lo llevaré (Jn 20,15). ¿Qué necesidad tienes de lo que no amas? Dámelo». La que así le buscaba muerto, ¿cómo creyó que estaba vivo? A continuación el Señor la llama por su nombre. María reconoció la voz y volvió su mirada al Salvador y le respondió sabiendo ya quien era: Rabi, que quiere decir «Maestro» (Jn 20,16).

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Hoy celebramos la Pascua, "la fiesta de las fiestas", porque es el día de la resurrección del Señor. Por esto, hoy, cielos y tierra cantan el aleluya, expresión de alegría que significa "alabad al Señor", antiguo grito de alabanza litúrgica heredado del culto israelítico.

Celebramos hoy -después de escuchar esta pasada noche el anuncio pascual- el hecho central de nuestra fe: que Cristo, tal como decimos en el Símbolo de la fe, después de su crucifixión, muerte y sepultura, "resucitó al tercer día".

-Pascua es un acto de fe: Cristo es el Viviente

Con una conciencia clara de que no podemos agotar el contenido de esta fiesta de hoy, que continuamos -como en una sola y única fiesta- durante toda la cincuentena pascual, hasta Pentecostés, repasemos las tres lecturas bíblicas de esta celebración.

Y, en primer lugar, el evangelio, que nos invita a dejarnos penetrar por la luz de la fe ante el hecho del sepulcro vacío de Jesús.

Este hecho desconcertó primeramente a las mujeres y a los mismos Apóstoles, pero después entendieron su sentido: aceptaron un hecho histórico y comprendieron su sentido de salvación a la luz de las Escrituras. El cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, ya no estaba allí. Pero no porque hubiera sido robado, sino porque HABÍA RESUCITADO. Aquel Cristo a quien habían seguido era el VIVIENTE; en El triunfaba la vida; en El se anticipaba el "Día del Señor", en el que los mejores israelitas esperaban la resurrección de los muertos. Cristo era el vencedor de la muerte: "Victor mortis".

Sí, la Pascua nos pide sobre todo un gran ACTO DE FE. Creemos que Cristo vive; creemos que es nuestro Redentor, el Redentor del hombre y de todo hombre que

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no lo rechaza; creemos que en Cristo tenemos la Vida verdadera...

-Pascua es una transfiguración de nuestra vida

Cristo resucitó por todos nosotros. El es la primicia y la plenitud de una humanidad renovada. Su vida gloriosa es como un inagotable tesoro, que todos estamos llamados a compartir desde ahora.

Mediante el bautismo, su presencia se ha compenetrado con nuestro ser y nos da ya ahora, germinalmente, la gracia de nuestra futura resurrección. El pasaje de la Carta a los Colosenses que leemos en la misa de hoy es una reminiscencia de una homilía bautismal y nos sitúa muy bien en el sentido de esta fiesta para nosotros: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios..."

En Cristo todo adquiere un sentido nuevo. Por esto en la Pascua, como nos recuerdan a menudo las homilías de aquellos grandes obispos de los primeros siglos llamados "Padres de la Iglesia", se alegran a la vez el cielo y la tierra; los ángeles, los hombres y la creación entera: porque todo está llamado a ser transfigurado, a ser liberado de la esclavitud del pecado y a compartir la gloria del Señor Resucitado. Si nuestra fe es sincera, nuestra alegría pascual tiene que ser profunda y contagiosa. Pascua nos pide amar la vida más que a nadie.

-Pascua es un compromiso de testimonio

Sin la resurrección de Cristo no se habrían escrito los Evangelios ni existiría la Iglesia. Los Apóstoles fueron, antes que nada, testigos de la resurrección de Jesús, como vemos hoy escuchando la predicación de Pedro, leída en la primera lectura de esta misa del día de Pascua.

Aquel mismo testimonio, que ha sido como un fuego que ha ido dando calor a las almas de los creyentes hasta hoy,

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llega en este año de gracia hasta nosotros. No nos reúne nada más. Seamos conscientes de que no tenemos otro objetivo, en nuestra convocatoria de hoy y de cada domingo -¡todo el año es como una celebración pascual!- que acoger el don de Dios Padre en el Cristo Viviente y transmitir este mensaje a las nuevas generaciones. Sean cuales sean las dificultades, éste es nuestro deber más sagrado: transmitir la BUENA NOTICIA DE QUE, EN CRISTO, LA VIDA HA VENCIDO A LA MUERTE, como glosa poéticamente la secuencia de la misa. Digamos al mundo hoy, día santo de Pascua, y todo el año que:

"lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta".

(Secuencia de Pascua)

50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE

RESURRECCIÓN 1-9

1.

A veces es útil hacerse preguntas. Y hoy, en este solemne y glorioso día de Pascua, al iniciar la gran fiesta de los cristianos -la gran fiesta de la fe- podría ser oportuno preguntarnos si sabemos exactamente lo que creemos. No quisiera ofender a nadie. Quisiera únicamente que todos hoy nos interrogáramos sinceramente para que así podamos celebrar bien estas siete semanas de fiesta cristiana que es el tiempo pascual. Y, para celebrarlo bien, es necesario que sepamos bien qué creemos.

-¿Qué es ser cristiano? ¿El cristiano, es el hombre que cree en Dios? Sí, pero no es necesario ser cristiano para creer en Dios: hay millones de creyentes que no son

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cristianos (y no únicamente en países lejanos; también entre nosotros).

¿El cristiano, es aquel que cree en una vida que no termina con la muerte? Sí, pero tampoco es exclusiva nuestra creer en la pervivencia: también hay hombres que esperan otra vida sin ser cristianos.

¿El cristiano, es el hombre que cree en la necesidad de cierto tipo de comportamiento, basado en el amor, en la justicia, en la verdad...? Sí, pero -una vez más- debemos reconocer que no es necesario ser cristiano para creer en la exigencia de un camino de amor, de lucha por la justicia, de búsqueda de la verdad... Hay muchos hombres -incluso no religiosos- que de hecho procuran vivir así.

Todas estas preguntas no definen lo que es nuestra fe. Pero tampoco basta decir que el cristiano es aquel que quiere inspirar su vida en la palabra y en el ejemplo de JC. Ciertamente, el cristiano -como dice la misma palabra- se define en relación, en referencia con Cristo. Pero para nosotros, Jesús no es únicamente un maestro, un ejemplo. Nuestra fe nos pide un paso más, un paso de una importancia -y no lo escondamos: de una dificultad- decisiva.

La pregunta sobre nuestra fe tiene una respuesta precisa y concreta: ser cristiano es creer en la resurrección de JC. Quien tiene esta fe -con todas sus consecuencias- es cristiano; quien no cree en la Resurrección, no puede llamarse cristiano (por más que pueda ser un hombre admirador de Jesús o un hombre religioso o un hombre justo). Ser cristiano no pide nada más ni nada menos que esto: creer que Jesús de Nazaret, después de seguir su camino de anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios, para ser fiel a ello hasta el extremo, aceptó el camino de la cruz con una fe, con un amor, con una esperanza total. Y que por ello Dios Padre le resucitó, es decir, le comunicó aquella plenitud de vida que Él había anunciado,

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constituyéndole así Señor -es decir, criterio y fuente de vida-, para todos los que creyeran en Él.

Pero hagamos un paso más. Hagámonos otra pregunta: ¿Cómo los que creemos en JC resucitado, vivo, vivimos nosotros vinculados a su vida? Y la respuesta será: la consecuencia de nuestra fe en JC vivo, es que nosotros creemos que su Espíritu -aquel Espíritu de Dios que dicen los evangelios que estaba en él- está en nosotros.

El tiempo de Pascua debe significar para los cristianos un progreso en esta fe en el Espíritu de JC que penetra, ilumina, fortalece, nuestro camino. Porque es gracias a que el Espíritu Santo está presente en mí, en ti, en cada uno de nosotros, que yo, tú, todos nosotros, estamos injertados, vinculados con JC resucitado.

El error de los cristianos muy a menudo es éste: nos lo queremos arreglar solos, porque olvidamos el Espíritu de Dios que está en nosotros, como estaba en los primeros cristianos. Repitámoslo: creer en la Resurrección de JC -esto que define nuestra fe- es lo mismo que creer que tenemos en nosotros su Espíritu. El camino no lo hacemos solos: el camino es el Espíritu quien lo hace en nosotros.

Y si ésta es nuestra fe, ésta es también la causa de nuestra alegría. Por eso, la Pascua es tiempo de alegría, de fiesta, de abrirnos sin miedo a la vida de Dios. De ahí que ahora, como hemos hecho en la celebración de anoche, en la solemne Vigilia Pascual, renovemos nuestro compromiso bautismal de lucha contra todo mal, de fe en el Padre que es amor, en el Hijo que es nuestro camino, en el Espíritu que está presente y vivo en nosotros.

Renovación de nuestra fe que es renovación de vida y llamada a la alegría.

2. CINCUENTENA:

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-La gran fiesta que dura 50 días

Hermanas y hermanos: hoy es la gran fiesta cristiana, la mayor de todas. Una fiesta tan fiesta que no tenemos bastante con un día para celebrarla: por eso la Pascua dura nada menos que 50 días, siete semanas, hasta la Pascua de Pentecostés (que significa precisamente "cincuenta"). Y todo como una sola y única y gran fiesta.

En realidad, es la única fiesta de los cristianos porque es la que celebramos también cada domingo. Y es normal que así sea porque la Pascua significa aquello que ES EL NÚCLEO, LA RAÍZ Y LA FUERZA DE LA FE CRISTIANA: la gran afirmación de que Jesucristo ha resucitado, está plenamente vivo, es el triunfador de la muerte y de todo mal. Es la gran afirmación de nuestra fe y es una afirmación no para guardarla -como en el congelador para que se conserve- sino para sembrarla en lo más vivo de nuestra vida para que la renueve, penetre y transforme. Porque si Jesucristo vive, vive para nosotros y en nosotros.

Ayer por la noche la comunidad cristiana se reunió para aquella VIGILIA expectante que desemboca en el canto jubiloso del aleluya: la vigilia pascual, la más importante de las reuniones cristianas del año. Y allí los cristianos que pudieron asistir, renovaron su COMPROMISO BAUTISMAL -como haremos nosotros en esta misa- para expresar sencillamente esto: queremos compartir la muerte y resurrección de Cristo, es decir, LUCHAR contra todo lo que hay de mal en nosotros y en el mundo, ABRIRNOS A LA VIDA que es de Dios, que nos enseñó Jesús de Nazaret, que siembra en nosotros el Espíritu Santo.

-Pedro nos explica qué es la Pascua

Para entender y vivir más esta realidad central de nuestra fe, podríamos fijarnos unos momentos en la 1. Lectura que hemos leído. Es un resumen de la fe y de la predicación de la PRIMERA COMUNIDAD cristiana. En las

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palabras de san Pedro encontramos los ASPECTOS PRINCIPALES de la afirmación de la fe. Es decir, de lo que es la Pascua. Esquemáticamente podríamos decir que encontramos tres aspectos.

1) En primer lugar la INICIATIVA, la acción gratuita y amorosa de Dios. Pedro insiste en que es Dios quien nos dio a Jesús de Nazaret, quien lo consagró con su Espíritu y su fuerza de verdad y amor. Jesucristo pasó haciendo el bien (dice san Pedro) y liberando del mal "porque Dios estaba con él". Pero la acción de Dios se MANIFESTÓ SOBRE TODO RESUCITANDO A JESÚS, no permitiendo que el mal y la muerte triunfara sobre Aquél que se había entregado totalmente al bien y a la vida.

2) Esta acción de Dios sigue eficaz y actual hoy para nosotros.

JC está vivo y está con nosotros, por gracia, por obra de Dios. Pero NOSOTROS TENEMOS QUE RECONOCERLO, tenemos que descubrir su presencia. Y éste es el segundo aspecto que es preciso entender.

De nada nos serviría crecer y repetir que JC ha resucitado si no sabemos QUIÉN ES JC Y QUÉ es para nosotros. JC resucitado es el mismo Jesús de Nazaret que nos presentan los evangelios. El mismo que dijo: "YO SOY LA FUENTE del agua de vida que brotará dentro de vosotros"; "Yo soy LA LUZ que guía hacia la vida y vosotros también tenéis que ser luz que guíe"; "Yo soy la RESURRECCIÓN y la vida, y el que crea en mí nunca morirá"; "Yo soy EL REY y mi misión es dar testimonio de la verdad". Aquella verdad que es simplemente: Dios es amor.

3) Este es JC para nosotros, en nosotros. Es necesario que lo encontremos, lo reconozcamos, en el evangelio y en nuestra vida. Y es preciso también (es el tercer aspecto que subraya san Pedro) QUE LO VIVAMOS, QUE DEMOS TESTIMONIO de él, que lo anunciemos. Es nuestra misión de cristianos, de Iglesia en el mundo. Una misión que es

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lucha por la verdad y el amor, por el Reino de Dios. Una misión que es un camino difícil, doloroso (como el de JC), pero que conduce HACIA LA PLENITUD de vida que la Resurrección de JC inicia y anuncia. Por eso es una lucha y un camino de esperanza e incluso de fiesta.

Expresamos en la eucaristía de hoy estos tres aspectos de la Pascua: damos gracias al Padre por su constante acción amorosa y fecunda: reconocemos a JC vivo en nosotros, revelador y comunicador de la vida de Dios; pedimos ser más fieles a esta vida siempre nueva y para todos, que nos permite abrirnos sin miedo a la alegría, a la lucha, a la esperanza, a la fiesta.

3.

Hoy no es un domingo cualquiera: HOY ES PASCUA. Si cada domingo celebramos la resurrección del Señor, hoy la celebramos con mayor solemnidad junto con su Pasión. Rebosa tanto de sentido, lleva consigo tanto gozo el domingo de Pascua, que NECESITAREMOS CINCUENTA DÍAS para celebrarlo debidamente. Es el tiempo pascual, o la cincuentena pascual, que va desde la fiesta de hoy hasta domingo de Pentecostés, estos cincuenta días que son como un solo y único día festivo, como un gran domingo.

-"Dios lo resucitó al tercer día... Nosotros somos testigos..." Este es el anuncio de Pedro en casa de Cornelio: "Dios lo resucitó al tercer día": Pedro y los demás discípulos nos dan testimonio. Podemos tenerlo por muy seguro. No pecan en absoluto de ilusos o mentirosos: ¡BASTANTE LES COSTO creérselo! Primero, no se fían nada de unas mujeres visionarias. Luego, comprueban con sus propios ojos que efectivamente el sepulcro está vacío. Pero no descartan la sospecha de que alguien se haya

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llevado el cuerpo del Señor. Y así, entre dudas y miedos, recordando las palabras del Maestro y leyendo de nuevo las Escrituras, avanzan hacia la luz. Hasta que llega LA PRUEBA DEFINITIVA, LA DE LA AMISTAD, LA DEL AMOR: se sientan a la mesa con él. Sí, Jesús de Nazaret, el hijo del carpintero, el que fue ungido con el Espíritu Santo y con poder, que pasó por el mundo haciendo el bien y terminó colgado en un patíbulo, a éste, ¡DIOS LO HA RESUCITADO! Nadie lo ha visto con los ojos de la carne, pero él no está en el lugar donde lo pusieron y por el contrario se ha aparecido, no a todo el pueblo, sino a unos testigos que Dios había designado.

Nosotros creemos que Jesús resucitó porque UNOS HOMBRES, unos sencillos pescadores, NOS LO HAN DICHO Y LO HAN RUBRICADO con su sangre. Y porque, después de ellos, muchos otros cristianos han vivido y han muerto por esta misma causa durante veinte siglos.

Nosotros estamos ahora aquí porque, habiendo sido BAUTIZADOS en esta fe, que es la de la Iglesia, QUEREMOS EXPERIMENTARLA una vez más y proclamarla en todo el mundo y TRANSMITIRLA, eslabones de la tradición, a las gene- raciones que vendrán.

-Nosotros también somos testigos Eso es lo que deberíamos poder anunciar también nosotros, después de esta celebración, después de cada celebración, convertidos en apóstoles y evangelistas actualizados. Teniendo muy en cuenta que, si somos capaces de afirmar de palabra y de confirmar con las obras la resurrección de Jesús, es porque también nosotros hemos sido resucitados con él por la fuerza del Espíritu.

-Debemos ser HOMBRES DE ESPERANZA. No se puede andar por el mundo con cara de angustias y profetizando calamidades. Debemos mantenernos, a pesar de todo, en un optimismo insobornable, hecho a prueba de amor y de muerte. Como el de Juan XXIII. Muy realista pero lleno de buen humor. Jesús, el martes de Pascua, comía arenques

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con sus amigos junto al mar de Tiberíades. Debemos estar al lado de los jóvenes y de los hombres de buena voluntad que luchan por un mundo mejor. La salvación del hombre y de la humanidad no es una utopía. El amor y la vida triunfarán. Cristo ha vencido al pecado y la muerte.

-Debemos entrar sin miedo "en el sepulcro de Dios" que es EL MUNDO MODERNO -tan secularizado, tan vacío de Dios aparentemente- para descubrir en él, contrastando los hechos con la Escritura, la presencia y la ACCIÓN DEL RESUCITADO. Juan llegó primero al sepulcro, pero fue Pedro el primero que entró y creyó. No tenemos que esperar que la jerarquía vaya siempre por delante; pero sí tenemos que esperar su palabra y que, dejándose de seguridades demasiado humanas, fiándose bastante más del Espíritu, acepte también ella el riesgo de la fe.

-(MISA/DO)Debemos tomarnos en serio LA MISA DE CADA DOMINGO, no como un precepto religioso que hay que cumplir, como una mera ceremonia que nos puede justificar por sí misma, sino como el lugar y el momento privilegiado de nuestro encuentro semanal con el Señor, encuentro que nos ayudará a renovarnos en nuestro compromiso bautismal, a no perder nunca de vista el horizonte de la trascendencia en el atareamiento por las cosas temporales, a distinguir "los bienes de arriba" de "los bienes de la tierra", puesto que "allá arriba" es "donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios". Deberíamos convertir siempre nuestra reunión dominical, y más especialmente en este tiempo, en una auténtica fiesta desbordante de alegría, que prefigurase el banquete del Reino.

Dispongámonos, pues, a CELEBRAR la Pascua del Señor, a hacer la experiencia del Señor resucitado. El está aquí con nosotros. No lo vemos pero está. ¡Claro que está! Como estamos nosotros mismos. Sólo nos falta darnos cuenta, RECONOCERLO, intimar con él.

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Lo acabamos de escuchar, nos sentamos con él a la mesa. En virtud del pan y del vino, también nosotros podemos decir que "hemos comido y bebido con él". Y entonces NUESTRA VIDA será como la de Jesús, y NUESTRO TESTIMONIO como el de los apóstoles.

4. FIESTA

Celebramos la Resurrección de Cristo. Celebramos nuestra propia resurrección, es decir, el hecho que hemos sido transformados en Nuevas Criaturas. Nuestra alegría consiste en que lo más profundo de nuestra persona, lo más íntimo, ese reducto que nadie ni nada puede llenar satisfactoriamente, se ha encontrado con Dios mismo.

Y este encuentro tiñe toda nuestra vida, nuestra relación con los demás, y la ofrecemos, pobremente pero con inmensa confianza a todos los hombres y a todas las situaciones. Hoy es un día que debemos, como nunca, hablar desde nuestra fe.

Pero debemos hacerlo también de la forma más realista, más inmediata, más sobria. Porque hemos de hablar de nuestra Fiesta real y concreta, a los hombres reales y concretos. Hoy se tiene que levantar la voz de la comunidad creyente con la misma sencillez y con la misma fuerza que tuvieron aquellas palabras: "Vosotros conocéis lo que sucedió...". Jesús "nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos".

¿A quién predicamos esto? ¿A quién invitamos a la Fiesta? Predicamos e invitamos a los hombres -comenzando por nosotros mismos- que están en la lucha, en los afanes, en los logros y los reveses de su concreta vida. Proclamamos una fiesta distinta de la vacación, del descanso o del

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desvarío. Proclamamos una fiesta que se refiere a lo más sagrado que el hombre tiene en sí.

Proclamamos la fiesta siendo conscientes de que muchos, muchísimos hombres son heridos en su intimidad. Proclamamos la fiesta sintiendo en nuestra carne y en la de los hermanos los límites de nuestra condición.

Para muchos hoy la fiesta cristiana es un contrasentido o una utopía. Muchos cristianos, incluso, se desalientan y no son capaces tampoco de afirmar la alegría de la Buena Nueva. Pero si la fiesta desapareciese, si no fuésemos capaces de celebrar, si creyésemos que todo se había de resolver en la horizontalidad de nuestras experiencias, la Iglesia no sería ya el lugar de comunión de todos los hombres y cada uno de nosotros habría perdido la posibilidad de entrar en comunión con los demás.

La Fiesta cristiana de la Resurrección que se celebra cada domingo y especialmente en éste es el descubrimiento de que en lo más escondido de nuestra intimidad hay una salvación. Es el descubrimiento en cada uno de nosotros que la realidad de nuestra vida ha sido esencialmente transfigurada por el HECHO de la Resurrección de Cristo.

La Fiesta cristiana es una convocación a aquello que tenemos en común. Esa soledad última, esa pregunta que nadie sacia, esa inquietud, si se quiere, que no nos deja descansar, esa búsqueda de sentido, ese anhelo por el bien en cualquiera de sus formas, esa razón que buscamos al dolor, al envejecimiento, al impulso por vivir dignamente... a esto nos convoca la Fiesta.

Sentirse transformado porque Cristo ha dado sentido salvador a todo, porque nos hace pasar por el valle oscuro de la existencia y de la muerte y nos conduce más allá de toda lágrima, es ponerse en situación de fiesta.

La resurrección de Cristo ha vencido los poderes demoníacos que hay en el fondo de nuestro ser: esos

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desalientos y agresividades, esa búsqueda de lo inmediato y de lo egoísta, esa maldición de tener que morir. Y... cuando esto se descubre en la fe de un acontecimiento que es presente, se juega, se baila, se canta y se celebra. Se está en Fiesta.

Jugar en vez de apostar. Esperar en vez de maldecir. Amar en vez de odiar. Creer en vez de "saber". Vivir la alegría de que "todo era verdad". La verdad de Jesús de Nazaret. Esa verdad que cambia todo sin cambiar nada. Sobre todo que nos hace cambiar a nosotros y nos impulsa a decir a todos que la alegría es una realidad que disuelve y asume todos nuestros dolores. Hoy sabemos que nuestra fe se mide por la capacidad de fiesta como iremos viendo en los domingos que vienen.

5.

Se abrió el mar en dos mitades, y un pueblo de esclavos lo atravesó "a pie enjuto". Este pueblo comenzó a vivir en libertad.

He aquí la pascua de Israel. He aquí la fiesta de la liberación que año tras año celebran los judíos hasta nuestros días.

Se abrió una tumba de par en par, y el que había muerto bajo el poder de Poncio Pilato resucitó: la muerte no pudo tragarlo, y la tumba quedó vacía. Esta es nuestra pascua: éste es el paso de la muerte a la vida: ésta es en verdad para todos los cristianos la gran fiesta de liberación. Año tras año, domingo tras domingo, la celebraremos.

No hay pascua sin ruptura: no hay resurrección sin ruptura: no hay libertad sin ruptura. ¿Continuismo? El que padece la esclavitud no puede continuar, si quiere llegar a la libertad. En algún momento decisivo tiene que dar el paso hacia delante, ha de saltar, ha de romper; pues sólo

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es posible llegar a la libertad, en libertad. Y esto vale para el hombre, para cada hombre, en la historia de su vida, y para el pueblo, para cada pueblo, en su larga biografía. Hay que dejar al faraón que se hunda con sus caballos en el Mar Rojo. La libertad está en la otra orilla.

Es cierto que los hombres y los pueblos viven en la tradición, y aun de la tradición; pero la tradición de los hombres que aman la libertad no puede ser otra que la memoria inapreciable de todos los hechos de emancipación. Cualquier otra tradición que no sea ésta es un fardo inútil que retrasa la marcha, una trampa, un lazo que nos hace caer en el pasado, una tentación que nos hace volver el rostro para que nos convirtamos en estatuas de sal.

La verdadera tradición cristiana, en la que estamos y en la que entramos por el bautismo, es la memoria subversiva de la muerte y resurrección de Jesús. Memoria subversiva sí, porque es la memoria que nos subleva ante cualquier tipo de esclavitud y mantiene despierta la conciencia de la vocación a la libertad de los hijos de Dios; pues para esto, para que vivamos en libertad, Cristo ha levantado la losa de la tumba y ha dejado abierto el camino a nuestra esperanza.

En el principio de esta tradición hay unos hombres que perdieron el miedo a la muerte. Son los testigos, los apóstoles. Para ellos la experiencia pascual fue ciertamente liberadora: Desató su lengua cuando estaban callados como muertos, desató sus pies cuando estaban acorralados por el miedo a los judíos, irguió su esperanza cuando estaban abatidos, les abrió el sentido de las escrituras cuando éstas se hallaban herméticamente cerradas a su comprensión... Y estos hombres liberados salieron por las calles y plazas y por todos los caminos del mundo a predicar con valor el anuncio y la denuncia del evangelio. Es verdad que la fe en la resurrección del Señor no podrá evitar que Pedro y Pablo sean encadenados, pero ¿quien ha podido encadenar ya el evangelio? ¿Quién podrá

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detener ya la esperanza, una vez desatada? Pues hay una promesa pendiente que se ha de cumplir no obstante y a pesar de todo. Dios es fiel y no defrauda a sus testigos: "Si Cristo no ha resucitado, somos los más desgraciados de los hombres; pero ¡Cristo ha resucitado!" He aquí la adversativa que nadie puede dominar. "¡Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos!" La resurrección, la pascua, es irreversible. Porque es un paso hacia delante. Cristo no resucita para volver a morir. La resurrección de Cristo no es el mito del eterno retorno: vivir para morir, morir para vivir, y vuelta a empezar. No, la resurrección es un hecho histórico, el hecho mayor de toda la historia de la salvación o de la liberación. No tiene que ver nada con un suceso de la naturaleza. Por eso es siempre una ruptura, pues el que resucita no vuelve ya a las andadas.

En este sentido nos dice Pablo: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba...; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra". Pero ¡cuidado!, la fe en la resurrección no pone a los creyentes en una órbita extraterrestre, no puede dispararlos más allá de las realidades de este mundo. Es decir, no puede privarnos de la responsabilidad de alumbrar con dolores de parto la nueva tierra en la que habita la justicia. La resurrección es una ruptura respecto al pecado del mundo, respecto a las estructuras injustas o formas de este mundo que pasan; pero es una vinculación y un compromiso con la esperanza de toda la creación que suspira para que un día se manifieste, al fin, la gloria de los hijos de Dios.

6. JESÚS/PRIMOGENITO

Jesús murió: ¿Cabía esperar otra cosa? Y si no cabía esperar nada más que la muerte de Jesús, porque era un hombre, y si no podemos los hombres esperar otra cosa que la muerte..., ¿qué sentido tiene la vida? ¿Es el hombre un ser para la muerte? Y, en este supuesto, ¿qué puede

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ser la historia de la emancipación del hombre, sino una pasión inútil, al fin y al cabo? Pues la muerte no vencida, el último enemigo, es la gran necesidad a la que van a parar todas las libertades.

Los idealistas esperan que llegue un día a florecer la revolución final y traiga consigo la cosecha de la sociedad deseada. Los idealistas esperan, y luchan..., y mueren por la justicia, por la paz y por la libertad de todos. Pero ¿qué justicia, qué paz y qué libertad habrá aquel día -si es que llega- para los que ya murieron y sacrificaron su vida a tan grandes ideales? Rehabilitar el nombre de los mártires y rescatar su memoria -"¡hermano, no te olvidamos!"- no es hacerle justicia. Entonces ¿qué? Entonces, nada; nada para los que ya murieron. Valga, pues, el refrán: "el muerto al hoyo y el vivo al bollo", y disfruten los vivos de la plusvalía de los muertos. ¿Cinismo? En absoluto, es el único realismo si no hay resurrección.

Pero Cristo ha resucitado: Así lo confesaron los Apóstoles. Cuando todo parecía que había terminado en una tumba como siempre, hallaron la tumba vacía y anunciaron que había sucedido lo imposible y lo nunca visto: que Jesús, el justo, había sido rehabilitado por Dios, él mismo y no sólo su memoria; que Jesús de Nazaret, juzgado por el Sanedrín y ejecutado bajo el poder de Poncio Pilato, él mismo y no otro, había resucitado.

No entenderíamos este mensaje si pensáramos que la resurrección no es más que la continuación en el mundo de la causa por la que él vivió y murió. No lo entenderíamos si creyéramos que Jesús, por su muerte ejemplar, en vez de pasar de la muerte a la vida pasó de la vida a la historia, como se dice de los "inmortales".

-Primogénito de los muertos: La resurrección de Jesús fue para los Apóstoles, y es para los creyentes, un paso adelante y no un retroceso. Jesús no resucitó como Lázaro, para volver a morir. La resurrección auténtica de

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la muerte, el paso definitivo del reino de la necesidad al reino de la libertad.

Y así derribó Jesús, de una vez por todas, el muro de la desesperación. Ya hay camino hacia la nueva humanidad, porque ha sucedido lo imposible y ahora todo es posible con la gracia de Dios. Porque ha nacido en el mundo una esperanza contra toda esperanza, contra la muerte que todo lo mortifica. La acción y la pasión de los que luchan y esperan no será confundida, pues todos los dolores del mundo son ahora dolores de parto. Jesús encabeza el triunfo de la vida, es el primogénito: si él ha resucitado, también los que luchan y mueren como él resucitarán.

RS/REVOLUCION: La resurrección de Jesús es la señal de que Dios ha decidido llevar a cabo la gran insurrección de todos los que fueron explotados hasta el límite de la muerte. A diferencia de las revoluciones humanas, que no redimen a los muertos, la revolución de Dios en Jesucristo es verdaderamente radical y universal. Y esto nos permite a los creyentes sentirnos solidarios en una misma lucha no sólo con las generaciones futuras, sino también con las generaciones pasadas.

-Testigos de la resurrección: Creer en la resurrección de Jesús no es sólo tener por cierto que resucitó, sino resucitar con él.

Porque es vencer, ya en esta vida, por la esperanza la desesperación de la muerte. La fe en la resurrección de Jesús es la única fuerza que puede disputar a la muerte su dominio. La muerte es el último enemigo y el arma más poderosa de todos los enemigos del hombre. El poder de la muerte se anuncia en el hambre, las enfermedades, la explotación, la marginación, las injusticias... y todo cuanto mortifica a los hombres y a los pueblos. Creer en la resurrección de Jesús es sublevarse ya contra ese dominio de la muerte.

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7.

La Resurrección no es un mito para cantar lo que siempre sucede, el eterno retorno de la naturaleza o el proceso interminable de continuadas reencarnaciones, un volver a la vida para volver a morir desesperadamente... Tampoco es una "historieta piadosa" nacida de la credulidad y de la profunda frustración de un puñado de discípulos, ni un hecho histórico hundido en el pasado y sin actualidad y vigencia para nosotros. La Resurrección de Jesús se presenta como un acontecimiento que sucede una sola vez y, por lo tanto, una vez por todas: El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos, Jesús vive ya para siempre y no vuelve a morir.

Ciertamente no se trata aquí de un hecho documentado históricamente ni tan siquiera documentable -la "tumba-vacía" no es una prueba histórica irrefutable de la Resurrección, los incrédulos pueden hallar otras hipótesis más "razonables" y plausibles-, no es un hecho que pueda ser objeto de una investigación histórica como las campañas de Julio César o el incendio de Roma. Pero aunque no puede ser registrado por una cámara fotográfica, es un acontecimiento real y verdadero para el creyente y para cuantos se dejan sorprender por la acción imprevisible de Dios. No queremos decir, sin embargo, que la Resurrección deba entenderse como lo que sucedió tan sólo en el interior de la fe de un grupo de discípulos, como un acontecimiento puramente subjetivo. No; es la Resurrección lo que hizo posible la fe y no la fe lo que produjo la Resurrección. La Resurrección como misterio de salvación es acción de Dios en Jesucristo que sale al encuentro de la incredulidad de sus discípulos

-"Nosotros esperábamos...", "Si no veo en sus manos la señal de los clavos... no creeré"-, y así, un hecho exterior y objetivo. Este es el sentido de todo cuanto se dice en el Nuevo Testamento sobre las "apariciones" a "los testigos que Dios había designado". Los evangelistas presentan el

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acontecimiento de la Resurreción como sentido último y fin de todo cuanto nos dicen de la vida concreta e histórica de Jesús, el Nazareno; por otra parte, la Resurrección es el fundamento y el principio de la historia de la comunidad de la que se ocupará San Lucas en el Libro de los Hechos. Este acontecimiento central y culminante no puede ser entendido como una ficción de cuanto supone y origina.

Así, pues, aunque el relato de las apariciones exprese ya la fe de la comunidad cristiana, esa fe se presenta como una fe fundada en la Resurrección; y no obstante las contradicciones y oscuridades de estos relatos, una cosa clara dicen los textos: que Jesús vive, que es el Señor y se presenta a sus discípulos.

La Resurrección es un hecho improbable desde cualquier punto de vista meramente humano, pues está en contra de lo que parece absolutamente cierto: que la muerte acaba con todas las posibilidades de vida. Pero he aquí que cuando todas las posibilidades humanas se han agotado, Dios actúa sorprendentemente y hace valer para el hombre la posibilidad que únicamente él tiene en sus manos. Este hecho imposible es por otra parte lo más conveniente y los más deseado, lo único que puede librar al hombre de todo cuanto le esclaviza y mortifica sus más hondas esperanzas. Si siempre pasara en el mundo lo que siempre es posible, no habría salvación para nosotros. Pero ahora es distinto: ¡Ha sucedido lo imposible! ¡La muerte ha sido vencida! Jesús, el Hijo de Dios, pero también un hombre entre los hombres, vive eternamente. Esta novedad radical, que supera de antemano todas las revoluciones y las hace posibles, actúa en el mundo para recrearlo desde un nuevo principio. Porque Jesús, el hombre que murió como un esclavo víctima de los poderes de este mundo, ha resucitado y ha sido constituido en Señor y Juez de la historia, podemos y debemos mantener la esperanza y llevarla adelante contras todas las injusticias hasta que todos los enemigos le sean sometidos.

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El Cristo misterioso, Jesús, muerto y resucitado, es una garantía de que la lucha por la justicia tiene sentido. Jesús, vivo por la fe en la comunidad de los creyentes, funda una esperanza invencible que nadie ni nada pueden ya domesticar. Jesús, el Señor, es también la garantía de que "todas las fuerzas de intereses bastardos, de conformismo, de cobardía, de pesimismo histórico, que tratan de ahogar cuanto es contestación en nombre de la liberación y de la justicia, serán impotentes para eliminar de la historia la resistencia contra el egoísmo, la injusticia y la opresión".

8. EL ANHELO DE VIVIR: V/DESEOS:

Es un dato de experiencia que todos sentimos un profundo deseo de vivir, y de vivir en armonía, en comunión con los hombres y con el universo entero. Pero frente a tal deseo se impone una realidad muy distinta: la limitación de nuestro cuerpo, la injusticia, la separación... y la muerte. Sin embargo, algo dentro de nosotros se resiste a este fracaso; por eso, los hombres buscamos salidas a estos problemas, especialmente al mayor: a la muerte.

-LOS ANHELOS Y LAS PROMESAS DE ISRAEL

También Israel sintió tales anhelos y sufrió idénticas decepciones; sin embargo, a Israel se le habían hecho una serie de promesas: vivir por encima de fracasos y pecados, comunicación plena con todos los hombres, armonía con el Universo, etc. Todas estas promesas no eran sino respuestas, soluciones a las angustias del hombre.

-EL CUMPLIMIENTO DE ESAS PROMESAS EN JESÚS

En determinado momento de la historia surge un hombre, Jesús de Nazaret, que dice que en él se cumplen todas las promesas que le habían sido hechas a Israel: "Yo soy la

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resurrección y la vida" (Jn 11, 25). Pero ese hombre, un buen día, es apresado, juzgado y condenado a muerte.

-UN GRUPO DE HOMBRES PROCLAMAN EL HECHO

Aquel hombre había formado un grupo de seguidores. Estos, tras su muerte, se dispersan. Pero a los pocos días estos hombres se reúnen y proclaman un hecho; que Jesús de Nazaret, aquél a quien los sumos sacerdotes habían crucificado, ha resucitado, cumpliendo así las promesas que se le habían hecho a Israel y dando respuesta al problema más angustioso de todos los tiempos: la muerte había sido derrotada. Los pescadores tímidos e ignorantes, llenos de miedo, se han convertido ahora en ardientes propagandistas que se dejarán matar por defender su convicción de que Jesús ha resucitado.

-LOS APÓSTOLES VIVIERON UNA EXPERIENCIA DESCONCERTANTE

Aquellos hombres habían quedado llenos de dudas tras la muerte de su jefe y su guía. Y aunque él les había hablado de resucitar al tercer día, esto no es sino una expresión que ellos la entendían como: "al final de los tiempos"; por eso, los apóstoles no esperaban la resurrección inmediata de Jesús; era algo que no entra, ni por asomo, en su imaginación. Tan cierto es esto que, cuando Jesús se manifieste a sus discípulos, éstos no le van a crecer al principio.

Pero algo sucede, y algo desconcertante, que obliga a los discípulos a superar sus dudas, sus temores; algo distinto de una resurrección al estilo de la de Lázaro, y distinto a una aparición cualquiera; algo maravilloso, nuevo, distinto a cuantas experiencias podían haber tenido hasta entonces: viven la experiencia de que su maestro ha resucitado, de que un hombre como ellos ha resucitado, ha superado los fracasos de esta existencia, de que a uno como ellos, Dios, su Padre, lo ha introducido en la vida definitiva.

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-LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA SE CONVIERTE EN TESTIGO

Ese algo que han experimentado los discípulos ha cambiado, ha transformado radicalmente a éstos y da lugar a la aparición de la primera comunidad cristiana. Es el primer acontecimiento histórico que se ha producido tras la cruz. En el momento de la muerte de Jesús los discípulos tienen miedo. Ahora se deciden a formar una comunidad en nombre de aquel muerto; ¿qué ha sucedido en el intermedio? Que el muerto ha resucitado y así lo han experimentado los discípulos, y por eso forman esa comunidad, comunidad que, por los motivos que han ocasionado su origen, se ha convertido en testigo, en el primer signo histórico que aparece del misterio pascual.

-JESÚS HA SIDO RESUCITADO

Dios Padre ha resucitado a Jesús y ahora Jesús existe y establece, con esta su nueva existencia, su reinado sobre el mundo entero, un mundo transformado. Por su resurrección, un hombre de nuestra tierra y raza se convierte en la cumbre efectiva de la creación entera, con lo cual la humanidad toda queda exaltada. Por eso la resurrección de Jesús nos atañe a todos. Si Jesús ha resucitado, también nosotros resucitaremos. "Porque si los muertos no resucitan, tampoco ha resucitado el Cristo, y si el Cristo no ha resucitado, nuestra fe es ilusoria...” (1 Cor 15, 16 s).

En la resurrección de Jesús se hace realidad ante nosotros el acontecimiento del fin: en él contemplamos el término hacia el que caminamos nosotros. En el resucitado contemplamos un hombre que ha triunfado sobre todos los fracasos de esta vida y que existe totalmente orientado hacia Dios y hacia los demás. Su resurrección es la anticipación de la nuestra; en Jesús resucitado se ha cumplido la promesa de Dios para él y para nosotros. Y, sin embargo, todo queda aún por hacerse: la resurrección

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de Jesús es nuestra esperanza y nuestra exigencia de transformación histórica de la vida.

-JESÚS VIVE

Que Jesús ha resucitado significa que, desde los primeros discípulos hasta nuestros días, hay una serie de personas que tienen la experiencia real de que Jesús vive. Se trata de descubrir y afirmar que Jesús está entre nosotros.

Lo que interesa es que nosotros, como los primeros discípulos, tengamos la experiencia de que Jesús ha resucitado, sintamos en nuestras carnes que Jesús vive, porque hayamos entrado en contacto con él, y que esto transforme nuestras vidas como transformó las vidas de sus discípulos primeros.

9.

La Resurrección de J.C. es el origen, el objeto y el fundamento de la fe cristiana. En la medida en que fuera incierta o dudosa la Resurrección, sería incierta o dudosa la fe cristiana. No hay comunidad cristiana -ni del siglo primero ni del siglo XX- cuya verdad central no sea ésta: ¡Cristo ha resucitado! Siempre habrá que traer a la memoria la frase tan sabida de Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana vuestra fe" (1Co/15/14). "Tanto ellos (los Doce) como yo, esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (v. 11).

Si la muerte de Jesús en la cruz hubiera sido el último episodio de aquella vida, no se hubiera escrito ni una página del N.T., ni hubiera surgido la Iglesia. No hubiera llegado a nosotros ni el Padre-nuestro, ni las Bienaventuranzas, ni sus bellísimas parábolas... La historia no hubiera conservado ni el nombre de Jesús de Nazaret. Hubiera quedado olvidado como uno más en la larga lista de condenados por Roma a la pena de la crucifixión.

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Pero la muerte de Jesús no fue el último episodio de aquella vida. La sentencia dictada por Pilato contra Jesús no fue la última palabra en aquel proceso. La última palabra estaba todavía por decirse, por pronunciarse. La última palabra fue pronunciada por Dios Padre resucitando a Jesús de entre los muertos. La Resurrección es la revisión de aquel proceso entablado contra Jesús y que, aparentemente, sus enemigos habían ganado, y la ratificación de la sentencia. Dios había apostado por Jesús, confirmando solemnemente toda su predicación y actuación. Luego Jesús tenía razón. Luego Jesús tenía razón cuando proclamaba por los caminos que Dios es el Padre de todos, que Dios es amor al hombre, y nos decía que todos éramos hermanos y que teníamos que vivir como hermanos. Luego Jesús tenía razón cuando nos invitaba a pasar por la vida haciendo bien todas las cosas y haciendo el bien a todos.

Hay verdades y verdades. Hay acontecimientos y acontecimientos. Hay verdades teóricas, que no nos conciernen íntima y vitalmente, y que nosotros aceptamos simplemente con la cabeza. Pero hay verdades y acontecimientos que son decisivos, radicalmente decisivos para el hombre: toda la persona queda comprometida, afectada. Exigen una respuesta total, que implican la fe y la conversión, es decir, un cambio radical en nuestra forma de pensar, de sentir y de vivir.

La Resurrección es la verdad más importante, y es también la más decisiva, la más radicalmente decisiva. Es una verdad cargada de infinitas consecuencias para la persona que la acoge. Exige la conversión; exige decir que "sí" a Jesús, con todas las infinitas e imprevisibles consecuencias que ese "sí" implica. Confesar y celebrar la Resurrección exige vivir como Jesús vivió, vivir como Jesús nos enseñó a vivir. "Lo viejo pasó; ahora comienza lo nuevo" (2Co/05/17). Y surge un hombre nuevo, que no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y vive para él. Y se convierte en testigo.

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La Resurrección no es una verdad puramente teórica, que pueda, sin más, ser aceptada intelectualmente, sino que es una verdad vital, existencial, que afecta íntima y vitalmente a la totalidad de la persona, que sólo puede ser acogida en la fe y en la conversión. No creemos de verdad en la Resurrección si no creemos del todo, y no creemos del todo si no nos tomamos totalmente en serio aquello que creemos y ajustamos nuestra vida a las exigencias de esa verdad central de nuestra fe, que tiene luz y fuerza capaces de cambiar todas nuestras personas y todas nuestras vidas.

Evoquemos, para confirmación de esto, el primer discurso de Pedro al pueblo judío: "Vosotros lo matasteis, pero Dios lo ha resucitado" (Hch/02/23-24). Los oyentes escuchan aquella predicación con el corazón compungido, y dicen a los Doce: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" (He 2'37). Y Pedro, en nombre de los Doce: "Convertíos y bautizaos en el nombre de Jesús". Y a continuación, el autor del libro de los Hechos nos describe aquel insólito, nunca visto ni imaginado estilo de vida de la primitiva comunidad cristiana. Se había estrenado, por primera vez en la historia, como consecuencia de la fe en la Resurrección, el ideal del Evangelio, que es el ideal del amor y de la fraternidad. Los tres famosos sumarios del libro de los Hechos son un conmovedor y bello testimonio de la conducta de aquellos hombres que creen en la Resurrección de Jesús (He 2,42-47; 4,32-35; 5, 12-16).

Y podemos evocar también el caso ejemplar de Pablo. El encuentro de Pablo con Cristo Resucitado a las puertas de Damasco enciende en Pablo la fe en la Resurrección. Aquella fe parte en dos mitades la persona y la vida de Pablo. Pablo quedó deshecho y rehecho. Y surge un hombre nuevo. El encarnizado perseguidor se convierte en el más apasionado seguidor de Jesús. Y desde aquel instante vivirá totalmente para su Señor (Ro 14,8) y consagrará toda su vida para la causa de su Señor (He 15,26).

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La fe en la Resurrección iluminará y transformará las vidas de Pablo y de los Doce y los lanzará a todos los horizontes del mundo, proclamando con una audacia, firmeza y perseverancia indomables la Buena Noticia de la Resurrección. Y nada ni nadie -ni las prohibiciones, ni las amenazas, ni los castigos de las autoridades- podrán impedir que sigan inquietando a todos con aquel extraño mensaje. Y en pocos años, la increíble noticia, avalada y hecha creíble por el testimonio de vida de los predicadores, hará surgir florecientes comunidades cristianas por el vasto Imperio Romano.

50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE

RESURRECCIÓN 10-18

10. EL DÍA QUE HIZO EL SEÑOR: /SAL/117/24

Este es el DÍA que hizo el Señor, canta gozosa la Iglesia en el Día de Pascua. Este DÍA de triunfo, de gloria, de promesas cumplidas, es el DÍA que hizo el Señor, es el DÍA por antonomasia de los cristianos. No lo son el Jueves ni el Viernes Santos, días en los que Cristo dio la medida exacta de su talla gigantesca. No. El DÍA que no necesita calificativos ni apellidos (como son ahora los hombres famosos a los que se les conoce sólo por el nombre e incluso por las iniciales) es el Domingo de Resurrección. Hoy.

Este DÍA irrumpe sin que nada ni nadie pueda detenerlo en el horizonte de la vida cristiana para que, como decía

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San Pablo, no seamos los más miserables de los hombres ni sea vana nuestra fe. El sepulcro vacío, sin cadáver, es una llamada a la esperanza y a lo que debe ser el estilo de vida cristiano, un estilo de vida que tiene por norte un HOMBRE RESUCITADO, porque el Dios cristiano no es un Dios de muertos, sino de vivos, un Dios que quiere que los hombres sean felices y gocen y rían; un Dios que quiere que los hombres sean hombres de verdad, capaces de comprender al hombre, de compartir con él la alegría y el dolor, la escasez y la abundancia, los proyectos y las decepciones; un Dios que quiere que vivamos en una espléndida libertad porque El murió y vivió precisamente para que seamos libres, con una libertad como nada ni nadie puede darnos, porque está apoyada en la verdad. Lo dijo El en su vida pública con toda rotundidad.

Es inconcebible cómo teniendo este DÍA como quicio en el que se apoya nuestra fe, y por consiguiente nuestra vida, hayamos dado al mundo, en tantas ocasiones, el espectáculo de un cristianismo duro, aburrido, intolerante y hasta cruel. Es incomprensible pero es funesta costumbre no arrumbada del todo. En buena lógica no podría haber en el mundo hombres más equilibrados que los cristianos, quizá porque tenemos como fundamento de nuestra vida la resurrección que supone el triunfo definitivo sobre lo que resulta más doloroso e inexplicable: la muerte.

Hoy es un DÍA de buenas noticias y el mundo está necesitando sin duda que le lluevan noticias favorables, noticias que le descubran lo mucho que hay en el hombre de bueno si es capaz de vivir, como dice hoy San Pablo en su carta, buscando las cosas del cielo y no las de la tierra. Naturalmente que lo dice para aquéllos que, creyendo en la resurrección, se sienten ya resucitados con Cristo. Esta postura de Pablo, que la hizo vida de su vida, supone un estilo que apenas tiene nada que ver con el estilo al uso, pero hay que advertir que buscar las cosas del cielo no es, ni mucho menos, vivir un angelismo desencarnado y simplista (algo así como el famoso «opio del pueblo»).

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Buscar las cosas del cielo es vivir conociendo perfectamente las de la tierra para ordenarlas debidamente según una jerarquía de valores y cuando llegue la hora de elegir, que llegará en algún momento, lo hagamos desde una fe que se fortalece hoy: la fe en Cristo resucitado.

Creer en Cristo resucitado tiene que producir en los cristianos, en todos nosotros, un cambio que -repito- resume San Pablo en la Epístola de hoy de modo tan conciso: buscar las cosas del cielo para hacerlas realidad en la tierra, que es donde vivimos y donde tenemos que hacer que Cristo viva para que los hombres crean de verdad que ha resucitado y camina con nosotros en el día a día que, a veces, resulta un tanto fatigoso. El DÍA que hizo el Señor, hoy, es un reto importante en nuestra vida. Es un DÍA que no puede acabar cuando hayamos cantado con especial énfasis el Gloria y el Aleluya que la liturgia pone como demostración comunitaria de alegría, sino que tiene que ser el origen de un cambio profundo para que quienes nos vean adivinen nuestra fe en la resurrección y perciban la impronta de esa buena noticia que tenemos y que no pretendemos guardar avaramente, sino darla a los demás, porque comprendemos que haciéndolo servimos al hombre y le indicamos, con toda sencillez, el camino que conduce a Dios, un Dios que ha vencido a la muerte precisamente para que el hombre no mate ni muera, sino que viva con la mayor intensidad posible.

La resurrección necesitó testigos en su momento; los necesita hoy también: los cristianos. Pero sólo según vivamos, nuestro testimonio será fiable.

11.

1. El acontecimiento pascual, sacramentalmente celebrado en la eucaristía, no se reduce sólo a Cristo y a la Iglesia, sino que tiene relación con el mundo y con la historia. La

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eucaristía pascual es promesa de la Pascua del universo, una vez cumplida la totalidad de la justicia que exige el reino. Todo está llamado a compartir la Pascua del Señor, que, celebrada en comunidad, anticipa la reconciliación con Dios y la fraternidad universal.

2. En el día pascual de la resurrección, Jesús se apareció a las «mujeres», a los discípulos de Emaús y a los Once en el cenáculo. Comió con todos ellos. Son comidas transitorias entre la resurrección y la venida del Espíritu. Estas comidas expresan el perdón a los discípulos y la fe en la resurrección. Enlazan las comidas prepascuales de Jesús con la eucaristía.

3. Denominada «fracción del pan» por Lucas y «cena del Señor» por Pablo, se celebraba al atardecer, a la hora de la comida principal. Había desde el principio un servicio eucarístico (mesa del Señor) y un servicio caritativo (mesa de los pobres). Se festejaba el «primer día de la semana», con un ritmo celosamente observado. Surge así la celebración del día del Señor (pascua semanal), y poco después la celebración anual de la Pascua.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Vivimos un cristianismo gozosamente pascual?

12.

1. El amor nos hace ver a Jesús

El evangelio de hoy es una alegoría de Juan que nos hace descubrir qué necesitamos para «ver» a Jesús en su nueva dimensión de Hombre Nuevo.

Es el primer día de la semana, aún de madrugada, casi a oscuras, cuando la fe aún no ha iluminado nuestro día. Estamos, como la Magdalena, confusos y llorosos, mirando con miedo el vacío de una tumba. Ese vacío interior que a

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veces nos invade: cansancio de vivir, acciones sin sentido, rutina. El vacío que se nos produce cuando estamos en crisis y los esquemas antiguos ya no tienen respuesta; cuando sentimos que tal acontecimiento o nueva doctrina nos quita eso seguro a lo que estábamos aferrados.

Cuando tomamos conciencia de ello, nos asustamos, creyendo que se derrumba nuestro mundo bien armado.

¿Y Jesús? Nos lo han robado, justamente a nosotros que creíamos tenerlo tan seguro, tan bien «conservado».

Habíamos casado a Jesús con cierto modo muy definido de vivir, como si el tiempo se hubiera detenido para que nosotros pudiéramos gozar y recrearnos indefinidamente en ese mundo ya hecho y terminado.

Pero sobreviene la crisis, cae ese mundo y Cristo desaparece... Entonces pedimos ayuda, y Pedro y Juan comienzan a correr... ¿Será posible que Jesús no esté allí donde lo habíamos dejado debajo de una pesada piedra para que no escapara?

Es la pregunta de la comunidad cristiana, atónita cuando algo nuevo sucede en el mundo o en la Iglesia, y debe recomponer sus esquemas. Pedro y Juan se largan a la carrera. Pedro, lo institucional de la Iglesia. Juan, el amor, el aspecto íntimo. El amor corre más ligero y llega antes, pero deja paso a la autoridad para que investigue y averigüe qué ha pasado. Pedro observa con detenimiento todo, pero no comprende nada. Mas Juan, el discípulo «a quien Jesús amaba», el que había estado a los pies de la cruz en el momento en que todos abandonaron al maestro, el que vio cómo de su corazón salía sangre y agua, el que recibió a María como madre..., el Juan que compartió el dolor de Cristo, «vio y creyó». Intuyó lo que había pasado porque el amor lo había abierto más al pensamiento de Jesús. Pedro siempre había resistido a la cruz y al camino de la humillación; el orgullo lo había obcecado y no se decidía a romper sus esquemas galileos.

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Pero tiempo más tarde, cuando junto al lago de Genesaret Jesús le exija el triple testimonio de amor: "¿Me amas más que éstos?", y le proponga seguirlo por el mismo derrotero que conduce a la cruz, entonces Pedro será recuperado y no solamente creerá, sino que -como hemos leído en la primera lectura- dará testimonio de ese Cristo resucitado que "había comido y bebido con él después de la resurrección".

La lección del Evangelio es clara: sólo el amor puede hacernos ver a Jesús en su nueva dimensión; sólo quien primero acepta su camino de renuncia y de entrega, puede compartir su vida nueva.

Inútil es, como Pedro, investigar, hurgar entre los lienzos, buscar explicaciones. La fe en la Pascua es una experiencia sólo accesible a quienes escuchan el Evangelio del amor y lo llevan a la práctica.

El grano de trigo debe morir para dar fruto. Si no amamos, esta Pascua es vacía como aquella tumba. Si esta Pascua no nos hace más hermanos, sus palabras son mentirosas. Si esta comunidad no vive y crece en el amor, si no pasa «haciendo el bien y curando a los oprimidos» (primera lectura), ¿cómo pretenderá dar testimonio de Cristo? ¿Y cómo lo podrá ver y encontrar si Cristo sólo está donde "dos o tres se reúnen en mi nombre"?

2. La Pascua, levadura del mundo

El breve mensaje de Pablo (segunda lectura) sirve de magnífico cierre para estas reflexiones de cuaresma y semana santa. «Basta un poco de levadura para fermentar toda la masa.» No nos preguntemos con los técnicos de estadísticas cuántos somos los cristianos en el mundo, es decir, los bautizados por el agua. Lo que importa es cómo vivimos esa fe -y aquí no podemos hacer estadísticas-, si como levadura vieja o nueva. Hace dos mil años, un pequeño grupo de hombres, conscientes de la Presencia viva de Cristo y llenos de su Espíritu, se metieron

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sigilosamente en la gran masa humana, colocando en ella la nueva levadura de la Pascua. Ya conocemos los resultados.

Hoy los cristianos somos un escaso grupo, aunque numéricamente grande, en proporción al mundo moderno y sus problemas. Pero no es esa la cuestión que debe preocuparnos. El interrogante es otro: ¿Qué significamos para el mundo de hoy? ¿Qué nueva levadura aportamos? ¿Qué representará para los hombres de este 1978 el que nosotros hayamos celebrado una Pascua más? Pablo nos invita a celebrarla «con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad». Quizá sea éste nuestro camino y el mejor aporte a un mundo corrompido por la mentira. Predicarles el mensaje de la verdad con una vida nueva, amasada de sinceridad... Bastará un poco. y con el tiempo fermentará toda la masa.

13.

1. La Resurrección, signo del Reino

Es muy común considerar la resurrección de Jesús como un simple milagro biológico por el cual un cadáver tomó nuevamente vida para no abandonarla. O bien centrar toda la atención en la crónica de los relatos evangélicos como si éstos trataran de una descripción minuciosa de hechos que hubiesen sido presenciados por testigos oculares, algo así como hacen nuestros periodistas modernos.

Si todo se redujera a esto llegaríamos a una muy confusa conclusión, ya que si leemos los diversos relatos tanto de los evangelistas como de Pablo, nos encontraríamos con que existen evidentes contradicciones entre ellos, tanto acerca de la presencia de las mujeres, como de los apóstoles, del ángel y otras circunstancias más.

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Si, en cambio, partimos de que para la primitiva comunidad cristiana la resurrección de Jesús es el acontecimiento fundamental de su fe y de que los relatos tratan de ahondar en el sentido de ese acontecimiento, nos encontramos con que nuestros ojos deben estar muy abiertos para saber descubrir el significado o los significados profundos de ese signo llamado «resurrección», que será siempre para la ciencia y para la historia un verdadero enigma.

En efecto, la resurrección no se instala en el más acá de la historia, sino en el más allá, pues es la misma puerta de entrada al Reino definitivo de Dios y su manifestación suprema. Comprender o pretender comprender la resurrección con un criterio biologista o simplemente historicista es lo mismo que querer abarcar el misterio del Reino desde esos mismos ángulos. Si toda la vida de Jesús no fue sino el abrirse del Reino tanto por sus palabras como por sus actos (signos), su resurrección fue la irrupción plena del Reino en el mundo, como si se anticipara en Cristo a fin de que los demás hombres nos aferráramos a él con segura confianza. Es así como Pablo pudo decirles a los corintios que dudaban del significado de la resurrección: "si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es inútil" (1 Cor 15,14).

Quizá todo esto pueda sorprendernos, pero no nos debiera sorprender si pensamos que el Reino no es el establecimiento de cierta institución religiosa en el mundo (tal como pensaban los judíos) sino el advenimiento de la liberación total a un hombre que se siente pobre, ciego, oprimido, en lágrimas o muerto.

La palabra "resurrección", que de por sí sólo significa «levantarse», es la expresión evangélica de que en Cristo el Reino es ya una plena realidad. Cristo -como recuerda Rom 6,3-11- es el primero en ser liberado radicalmente de toda forma humana de servidumbre (servidumbre a la ley, al pecado y a la muerte, según Pablo) para surgir como un hombre que sólo ahora puede llamarse con propiedad

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«nuevo» porque no tiene ejemplar alguno similar en la raza humana adamítica.

Y siendo Cristo la cabeza de una nueva raza de hombres, el primero entre todos, su resurrección no se cierra en él como una aureola particular, sino que pasa a ser en la esperanza el patrimonio de toda la humanidad creyente.

Creer en la resurrección de Cristo es mucho más que afirmar que él fue sacado por Dios de la tumba; es reconocer que el proyecto de Dios se realiza en cada hombre, ahora sólo entre luchas y como primicias, mañana como total realidad. Por esto, la resurrección es la garantía de nuestro sentido de trascendencia. Los cristianos creemos --o debiéramos creer, por lo menos- que si hoy reina en el mundo la opresión bajo variadas formas, si nuestra historia se rige por la ley del más fuerte o astuto, si el odio y la ambición funcionan como motores de muchas gestas humanas, también estamos convencidos de que esa triste realidad puede cambiar y debe cambiar, no sólo relativamente sino absolutamente.

En síntesis: la palabra o el concepto de «resurrección» pretende significar que el Reino triunfa sobre el mundo tenebroso. El triunfo del Reino es la victoria de la vida en cuanto tal, la victoria sobre las limitaciones humanas, sobre los conflictos que prostituyen al hombre, sobre los obstáculos que se oponen a una liberación plena. Subrayamos la palabra «plena» porque el Reino de por sí, por ser de Dios, es plenitud de vida. En Cristo está esa plenitud, por eso él es nuestra plenitud, y en él vemos como anticipadamente cuál es la última intención de Dios sobre el hombre.

Jesús alcanza la resurrección después de pasar por la puerta estrecha de la muerte. En este sentido su resurrección nos muestra que morir como murió Cristo, en libertad y por amor, no es algo sin sentido, que su muerte no fue inútil ni el trágico desenlace que nos puede emocionar pero que sigue siendo un hecho «irreparable»,

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tal como sucede en los cementerios donde encontramos lápidas que rezan la «irreparable pérdida que los deudos lloran acongojados».

El viernes santo veíamos en la muerte de Jesús la muerte brutal, anónima, silenciosa o heroica de millones de hombres sacrificados al ritmo de una historia manejada por las manos de los poderosos. Pues bien, esas muertes no son un absurdo ni una pérdida definitiva. Desde la resurrección de Cristo, ellas aparecen como una positiva contribución a la caída definitiva de toda estructura opresora -sea del signo que sea- que impida al hombre llegar a ser aquello para lo que fue llamado: la imagen de Dios, del Dios de la vida.

Que tal resurrección sea una utopía o un sueño de niños ingenuos no es algo que debamos discutir hoy. El cristiano no se avergüenza de creer en esta utopía, pues lo es, ya que «no tiene cabida aquí entre nosotros todavía».

Porque creemos en esta utopía -la utopia del Reino- aún podemos llamarnos cristianos. Y a eso le damos el nombre de esperanza. Y esta esperanza es al fin y al cabo la palanca que mueve la historia.

2. La Resurrección, fruto de la lucha diaria

La resurrección del domingo de Pascua no puede ser entendida si la desconectamos de toda la vida de Jesús. En efecto, Cristo no se encontró de repente y sorpresivamente con la resurrección que le ofrecía Dios; en realidad, recogió en su muerte lo que había sembrado durante toda su vida. Jesús luchó por la pervivencia del Reino entre los hombres; lo anunció, pero también lo hizo efectivo: dio de comer a los hambrientos, curó a los enfermos, se enfrentó con las autoridades, rebatió sus esquemas religiosos, criticó duramente la actitud de zorros de algunos y la voracidad de otros, sin pensar en ningún momento que todo se iba a resolver buenamente en la otra vida. No fue un piadoso idealista, un romántico de la

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revolución social o un poeta de la utopía. De ello dan testimonio todos los evangelios.

Sin embargo, no siempre el cristiano entendió que la esperanza del Reino -o de la resurrección- no podía limitarse a cruzar los brazos para que con la muerte todo se solucionara. Esta actitud fue definida en el siglo pasado como «opio del pueblo», como cortina de humo que impide al hombre asumir toda su responsabilidad en la liberación de los pueblos y de sí mismo. El cristianismo -como se desprende de los relatos de la resurrección- no es la religión de los muertos. «No busquéis entre los muertos al que está vivo...» No anuncia que la muerte todo lo resuelve y que es mejor estar en el cementerio con Dios que aquí entre los hombres. Por todo ello, nuestra fe en la resurrección implica por su misma esencia un compromiso cotidiano y real para que la liberación del Reino se haga presente aquí y ahora, si bien reconocemos de antemano que tal liberación podrá no ser completa y definitiva. Pero menos podrá ser completa si nos desentendemos de los conflictos que hoy vive la humanidad para refugiarnos en la religión del sopor y de la mentira.

La crisis de fe que atraviesa el mundo moderno no tiene por motivo la persona de Jesucristo ni la validez de su evangelio sino precisamente la ausencia de Cristo y del evangelio en el cristianismo tal como se lo vive. No es de fe de lo que se nos acusa sino de pereza y cobardía, dos vicios que son el anti-cristo por antonomasia. Decíamos que la resurrección del hombre y de la historia debe ser sembrada con hechos concretos. Los cristianos hemos pecado de idealismo y de buenas palabras. Tampoco bastan las buenas intenciones, ni siquiera las oraciones que hacemos por la paz, por los pobres y por cuanta necesidad hay en el mundo. Se necesitan estructuras concretas -perdonen si insistimos en esta palabra «concreta»- para que todo el esfuerzo que se derrocha en palabras durante todos los domingos del año se transforme en acciones mancomunadas, organizadas,

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pensadas, evaluadas, criticadas y superadas con un esfuerzo constante.

Por eso decíamos al principio que no se puede entender la resurrección de Jesús si no se la relaciona con toda su vida. Cuando Jesús dio su último aliento, terminó de triunfar en él la vida; pero ese triunfo comenzó cuando prefirió la pobreza de Belén, la oscuridad de Nazaret, la compañía de publicanos y prostitutas, el mal aliento de los leprosos, el hambre de los pobres, el dolor de los enfermos, etc.

Signo de este inteligente esfuerzo de Jesús es la creación de una comunidad que continúa en el tiempo y en el espacio la obra iniciada por él. Si él se limitó más bien a las ovejas perdidas de Israel y no traspasó los confines de su patria, envió a los suyos a proclamar el evangelio del Reino hasta los confines del mundo y hasta el final de los tiempos.

Por eso resucitó Jesús: para que hasta ese final, hasta la plenitud de la historia los hombres contáramos con su presencia, acicate y exigencia de una lucha que dentro o fuera del cristianismo no se puede detener...

3. La Resurrección, eclosión del Espíritu Pascua es «la fiesta» cristiana por antonomasia; es «el día del Señor», que se prolonga a lo largo de todo el año en cada domingo, pequeña pascua semanal. Pero es la fiesta de una comunidad renovada por el Espíritu de la vida. Según Pablo, fue el Espíritu Santo el que dio vida al cuerpo de Jesús transformándolo en el Señor y la cabeza de la Iglesia (Rom 8,11).

Pues bien, la Pascua -tan íntimamente relacionada con Pentecostés por lo que acabamos de decir, de tal forma que conforma con ella una sola solemnidad- adquiere sentido desde una comunidad cristiana que se renueva permanentemente a impulsos del Espíritu. Si la Nueva Alianza es la obra del Espíritu que graba en nuestros

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corazones la ley del amor, la Pascua es la eclosión e irrupción de ese Espíritu en hombres dispuestos a decirle sí a la vida.

Una de las experiencias más tristes del cristianismo es la de haber perdido la frescura del Espíritu, el permanente rebrotar de la primavera. Nunca podemos olvidarnos de que Jesús resucita en la luna llena de la primavera, como si toda la naturaleza que despierta de la muerte invernal fuese el preludio de un renacimiento universal, tanto de los hombres como del universo entero, como interpreta Pablo (Rom 8,19-23).

Pues bien -aunque en los domingos del tiempo pascual vamos a tener la oportunidad de reflexionar más detenidamente sobre este tema-, es importante que hoy tomemos conciencia de que una Pascua que no suponga la renovación de la comunidad es una pascua vacía. Es cierto que el empuje de una comunidad no puede ser constante y supone sus altibajos; por eso cada año surge la Pascua, cíclicamente, como una llamada a despertar y revitalizar lo que se ha transformado con el tiempo en rutina, tedio, cansancio, aburrimiento e indiferencia.

Vivir esta Pascua supone, por ejemplo, el esfuerzo por cambiar, por pensar de nuevo las cosas como si hoy mismo comenzáramos a hacerlas, como si todo lo ya hecho fuese sólo un peldaño en el ascenso hacia el Reino, plenitud de la vida.

La Pascua nos urge a profundizar en el significado de los textos bíblicos -tal como hace Jesús con los discípulos de Emaús- para aprender a ver con nuevos ojos cosas que antes no veíamos o veíamos de un modo imperfecto.

La Pascua no exige hoy preguntarnos por la marcha de esta comunidad, para ver si todo lo que se hace en ella está orientado al proyecto de Cristo, para encontrar los motivos de ciertos fracasos o para revisar por qué cierto esfuerzo no logra sus objetivos. Es inútil que hoy digamos

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celebrar la Pascua si la vida de nuestra comunidad no acusa cambio positivo alguno, si todo sigue con el mismo ritmo de inercia. Cierta quietud y perezosa estabilidad de nuestras comunidades suenan más a sábado que a domingo de Pascua.

El mejor testimonio de la resurrección de Jesús no son los textos bíblicos sino la renovación de la Iglesia, su constante rejuvenecimiento, su permanente búsqueda, su incansable acción.

En este sentido, hoy podemos preguntarnos: ¿Cuál es la pascua o «paso» que debemos dar este año? ¿Trabajamos en la comunidad con alegría, con espíritu de comprensión, con respeto mutuo, con espíritu de diálogo, con ganas de aportar sentimiento, pensamiento y acción al proyecto común? ¿No hay aspectos en los cuales nos hemos quedado dormidos, o no existen ciertas estructuras que más parecen una tumba vacía sobre la que nos inclinamos a llorar como aquellas mujeres del relato bíblico? Es triste constatar cómo muchos feligreses abandonan sus parroquias porque allí «no pasa nada» (no hay pascua), no se dan oportunidades o se coartan las iniciativas. Y, sin embargo, suele suceder... Pascua no es una palabra; es acción, es la fuerza del Espíritu. No es un orden estático sino el constante movimiento de la historia; es urgencia por pensar, por aportar, por mejorar. Es apertura a las nuevas ideas, a la sangre joven, a arriesgadas iniciativas... Podemos también hoy preguntarnos. ¿Por qué los varones y en general los jóvenes no se suelen sentir identificados con la Iglesia, y esa misma gente que nada pudo o supo hacer en su comunidad cristiana es capaz de hacer tantas cosas y con tanto sacrificio en un sindicato, en un partido político o en una organización de barrio? ¿O no será que tampoco creemos en la presencia del Espíritu en la gente de nuestro pueblo, que es lo mismo que negar que «todos hemos resucitado con Cristo»? La Pascua cuestiona hoy a toda la Iglesia para que se mire a sí misma con sinceridad y se pregunte si el abandono masivo de tantos cristianos no se debe precisamente a que la

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resurrección sólo es una palabra ritual, pero no la fuerza que dinamiza la vida de la sociedad.

La Pascua es el centro de la vida cristiana, de la liturgia, de la catequesis. Y esta Pascua debe ser anunciada. Pero anunciar la Pascua no es solamente decir que «Cristo resucitó»... Es creer, es tener confianza en el futuro, es vivir con optimismo, es derrochar energía y alegría. Hoy se necesitan, como ayer, testigos de la resurrección, pero ¿en qué consiste este testimonio que debe estar acorde con los tiempos que vivimos y con nuestra situación cultural y política?

En síntesis: hoy debemos interiorizar la Pascua, traducir el testimonio de los textos evangélicos en una forma de vida capaz de ilusionar y esperanzar a cuantos viven en esta coyuntura histórica.

Los apóstoles -como veremos en los próximos domingos- fueron testigos de una experiencia que transformó sus vidas. Pues bien, ¿cuál es esta experiencia nueva que debemos vivir y testificar? ¿Qué implica el dicho de Pablo de que «todos hemos resucitado con Cristo»? ¿De qué resucitamos y a qué resucitamos? Si Cristo es la primavera del mundo..., ¿cuáles son los brotes de esa primavera?

.

14.

AMENAZADOS DE RESURRECCIÓN

él había resucitado de entre los muertos.

Cada vez es más intenso el afán de todos por estrujar la vida, reduciéndola al disfrute intenso e ilimitado del presente. Es la consigna que encuentra cada vez más adictos: «Lo queremos todo y lo queremos ahora».

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No dominamos el porvernir y, por ello, es cada vez más tentador vivir sin futuro, actuar sin proyectos, organizar sólo el presente. La incertidumbre de un futuro demasiado oscuro parece empujarnos a vivir el instante presente de manera absoluta y sin horizonte. No parece ya tan importantes los valores, los criterios de actuación o la construcción del mañana. El mañana todavía no existe. Hay que vivir el presente.

Sin embargo, cada uno de nosotros vive más o menos conscientemente con un interrogante en su corazón. Podemos distraernos estrenando nuevo modelo de coche, disfrutando intensamente unas vacaciones, sumergiéndonos en nuestro trabajo diario, encerrándonos en la comodidad del hogar. Pero, todos sabemos que estamos "amenazados de muerte".

En el interior de la felicidad más transparente se esconde siempre la insatisfacción de no poder evitar su fugacidad ni poder saborearla sin la amenaza de la ruptura y la muerte. Y aunque no todos sentimos con la misma fuerza la tragedia de tener que morir un día, todos entendemos la verdad que encierra el grito de Miguel de ·Unamuno-M: «No quiero morirme, no, no, no quiero ni puedo quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que soy y me siento ser ahora y aquí».

Este pobre hombre que somos todos y cuyas pequeñas esperanzas se ven tarde o temprano malogradas e, incluso, completamente destrozadas, necesita descubrir en el interior mismo de su vivir un horizonte que ponga luz y alegría a su existencia. Felices los que esta mañana de Pascua puedan comprender desde lo hondo de su ser, las palabras de aquel periodista guatemalteco que, amenazado de muerte, expresaba así su esperanza cristiana:

«Dicen que estoy amenazado de muerte... ¿Quién no está amenazado de muerte? Lo estamos todos desde que nacemos... Pero hay en la advertencia un error

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conceptual. Ni yo ni nadie estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de esperanza, amenazados de amor.

Estamos equivocados. Los cristianos no estamos amenazados de muerte. Estamos «amenazados» de resurrección. Porque además del Camino y la Verdad, él es la Vida, aunque esté crucificada en la cumbre del basurero del Mundo».

15

DIOS LO HA RESUCITADO

Vio y creyó...

Pocos escritores han logrado hacernos intuir el vacío inmenso de un universo sin Dios, como el poeta alemán Jean Paul en su escalofriante "Discurso de Cristo muerto" escrito en 1795. Jean Paul nos describe una visión terrible y desgarradora. El mundo aparece al descubierto. Los sepulcros se resquebrajan y los muertos avanzan hacia la resurrección. Aparece en el cielo un Cristo muerto. Los hombres corren a su encuentro con un terrible interrogante: ¿No hay Dios? y Cristo muerto les responde: No lo hay. Entonces les cuenta la experiencia de su propia muerte: «He recorrido los mundos, he subido por encima de los soles, he volado con la vía láctea a través de las inmensidades desiertas de los cielos. Pues bien, no hay Dios. He bajado hasta lo más hondo a donde el ser proyecta su sombra, he mirado dentro del abismo y he gritado allí: ¡Padre! ¿Dónde estás? Sólo escuché como respuesta el ruido del huracán eterno a quien nadie gobierna... Y cuando busqué en el mundo inmenso el ojo de Dios, se fijó en mí una órbita vacía y sin fondo...».

Entonces los niños muertos se acercan y le preguntan: Jesús, ¿ya no tenemos Padre? Y él contestó entre un río

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de lágrimas: Todos somos huérfanos. Vosotros y yo. ¡Todos estamos sin Padre!...».

Después Cristo mira el vacío inmenso y la nada eterna. Sus ojos se llenan de lágrimas y dice llorando: «En un tiempo viví en la tierra. Entonces todavía era feliz. Tenía un Padre infinito y podía oprimir mi pecho contra su rostro acariciante y gritarle en la muerte amarga: ¡Padre! saca a tu hijo de este cuerpo sangriento y levántalo a tu corazón. Ay, vosotros, felices habitantes de la tierra que todavía creéis en El. Después de la muerte, vuestras heridas no se cerrarán. No hay mano que nos cure. No hay Padre...».

Cuando el poeta despierta de esta terrible pesadilla, dice así. «Mi alma lloró de alegría al poder adorar de nuevo a Dios. Mi gozo, mi llanto y mi fe en El fueron mi plegaria». Cristianos habitados por una fe rutinaria y superficial, ¿no deberíamos sentir algo semejante en esta mañana de Pascua? Alegría. Alegría incontenible. Gozo y agradecimiento. «Hay Dios. En el interior mismo de la muerte ha esperado a Jesús para resucitarlo. Tenemos un Padre. No estamos huérfanos. Alguien nos ama para siempre». Y si ante Cristo resucitado, sentimos que nuestro corazón vacila y duda, seamos sinceros. Invoquemos con confianza a Dios. Sigamos buscándole con humildad. No lo sustituyamos por cualquier cosa. Dios está cerca. Mucho más cerca de lo que sospechamos.

16.

Para este proyecto he optado, en las misas de la mañana, por el evangelio de Marcos, el mismo de la Vigilia, por ser él el "evangelista del año". Para las misas vespertinas, por el de Lucas (Emaús): en este caso se sustituye el primer párrafo por el segundo. Como segunda lectura he elegido la de Colosenses.

• (La mejor noticia del año)

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(En las misas de la mañana: Alegraos, hermanos. El ángel nos lo ha anunciado también a nosotros, no sólo a las mujeres que acudieron al sepulcro: "¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado").

(En las misas de la tarde: Alegraos, hermanos. Los apóstoles nos han asegurado también a nosotros, como a los dos discípulos de Emaús: "¡Era verdad: ha resucitado el Señor!". Y los que venían de Emaús, a su vez, contaron a todos la experiencia que habían tenido al reconocer al Señor Resucitado en la fracción del pan).

Fue el acontecimiento que cambió la vida de aquellos primeros discípulos de Jesús. Y que nos llena de alegría también a nosotros. Tenemos todo motivo para cantar, como hemos hecho hace un momento: "Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo".

Algunos de nosotros ya lo hemos celebrado esta noche pasada, en la solemne Vigilia Pascual. Y miles y miles de comunidades cristianas lo están celebrando en todo el mundo, en este domingo que es el más importante de los domingos del año y también el momento central del Año Santo del Jubileo. Por eso hemos encendido este hermoso Cirio Pascual, que arderá en las misas de las siete semanas del Tiempo Pascual que empieza hoy, 23 de abril, hasta el día 11 de junio, el domingo de Pentecostés. Como símbolo silencioso pero expresivo de la presencia viva del Señor Resucitado.

• (Cristo ha iniciado su Vida Nueva; nosotros también)

Las lecturas nos ayudan a darnos cuenta de la importancia de esta fiesta: Cristo Jesús, después del trágico camino de la cruz y de la muerte, ha sido resucitado a una Vida Nueva por la fuerza de Dios.

¿Os habéis dado cuenta del valiente testimonio que ha dado Pedro, el que había negado cobardemente a Jesús? Ahora, como hemos leído en la primera lectura, delante de

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todos declara: "A Jesús de Nazaret lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección". A partir de ahora nadie podrá hacer callar a Pedro. Ni a los demás discípulos, que irán anunciando a todos la buena noticia: "Dios ha nombrado a Jesús juez de vivos y muertos. Los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados".

Si creemos esta buena noticia, algo tiene que cambiar en nuestra vida. Ante todo, se nos ha invitado a vivir pascualmente, o sea, según el estilo de vida de Jesús. Pablo, en la segunda lectura, nos ha propuesto, a los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, un programa muy dinámico y exigente: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba... aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra". Todos entendemos qué diferencia hay entre vivir según los criterios de este mundo, que se obsesiona con los intereses de aquí abajo, y vivir según los criterios de Jesús, que nos incita a poner los ojos en los valores definitivos. Vivir según la Pascua significa vivir en alegría, sin perezas, sin cobardías ni medias tintas. La Pascua de Cristo tiene que llegar a ser también nuestra Pascua. Para que nuestra vida sea más enérgica, más claramente inspirada en la alegría del Resucitado.

• (Saber anunciar a otros la noticia de la Pascua)

Pero además tendríamos que anunciara los que nos rodean nuestra fe pascual. La comunidad cristiana, siguiendo el ejemplo de aquellos primeros discípulos, y sobre todo de Pedro, hace ya dos mil años que proclama ante el mundo este acontecimiento que ha cambiado la historia. Entonces decía Pedro: "Nosotros somos testigos... nos encargó predicar, dando solemne testimonio, su resurrección". Las mujeres, después del susto inicial, fueron también las primeras anunciadoras de la noticia. Los de Emaús corrieron a decírsela a los demás discípulos.

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¿Y nosotros? Todos podemos ser misioneros y mensajeros, no tanto con discursos sino con nuestro estilo de vida, de la noticia de la Pascua, de la convicción de que la salvación está en Cristo Jesús, que él es quien da sentido a nuestra existencia, que vale la pena seguir su camino porque ahí está la verdadera felicidad. Cada uno en su ambiente: en nuestra familia (los padres a los hijos y los hijos a los padres), en nuestra sociedad (en el mundo del trabajo o de las amistades o de la escuela o de las distintas actividades), en la comunidad cristiana (con la catequesis, con la colaboración en la vida parroquial)...

Si celebramos bien la Eucaristía, nuestro encuentro con el Resucitado, en que él nos comunica su vida, tendremos ánimos para ser, en la historia de cada día, unas personas "pascuales", que contagian a todos la alegría de su fe.

17.

SI A LA VIDA

Cuando uno es cogido por la fuerza de la resurrección de Jesús, comienza a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre "apasionado por la vida" de los hombres, y comienza a amar la vida de una manera diferente.

La razón es sencilla. La resurrección de Jesús nos descubre, antes que nada, que Dios es alguien que pone vida donde los hombres ponemos muerte. Alguien que genera vida donde los hombres la destruimos.

Tal vez nunca la humanidad, amenazada de muerte desde tantos frentes y por tantos peligros que ella misma ha desencadenado, ha necesitado tanto como hoy hombres y mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera radical en la defensa de la vida. Esta lucha por la vida debemos iniciarla en nuestro propio corazón, «campo de

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batalla en el que dos tendencias se disputan la primacía: el amor a la vida y el amor a la muerte» (E. Fromm).

Desde el interior mismo de nuestro corazón vamos decidiendo el sentido de nuestra existencia. O nos orientamos hacia la vida por los caminos de un amor creador, una entrega generosa a los demás, una solidaridad generadora de vida... O nos adentramos por caminos de muerte, instalándonos en un egoísmo estéril y decadente, una utilización parasitaria de los otros, una apatía e indiferencia total ante el sufrimiento ajeno. Es en su propio corazón donde el creyente, animado por su fe en el resucitado debe vivificar su existencia, resucitar todo lo que se le ha muerto y orientar decididamente sus energías hacia la vida, superando cobardías, perezas, desgastes y cansancios que nos podrían encerrar en una muerte anticipada.

Pero no se trata solamente de revivir personalmente sino de poner vida donde tantos ponen muerte.

La «pasión por la vida» propia del que cree en la resurrección, debe impulsarnos a hacernos presentes allí donde «se produce muerte», para luchar con todas nuestras fuerzas frente a cualquier ataque a la vida.

Esta actitud de defensa de la vida nace de la fe en un Dios resucitador y «amigo de la vida» y debe ser firme y coherente en todos los frentes.

Quizás sea ésta la pregunta que debamos hacernos esta mañana de Pascua: ¿Sabemos defender la vida con firmeza en todos los frentes? ¿Cuál es nuestra postura personal ante las muertes violentas, el aborto, la destrucción lenta de los marginados, el genocidio de tantos pueblos, la instalación de armas mortíferas sobre las naciones, el deterioro creciente de la naturaleza?

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18.

Los cristianos hablamos casi siempre de la resurrección de Cristo como de un acontecimiento que constituye el fundamento de nuestra propia resurrección y es promesa de vida eterna, más allá de la muerte. Pero, muchas veces, se nos olvida que esta resurrección de Cristo es, al mismo tiempo, el punto de partida para vivir ya desde ahora de manera renovada y con un dinamismo nuevo. Quien ha entendido un poco lo que significa la resurrección del Señor, se siente urgido a vivir ya esta vida como «un proceso de resurrección», muriendo al pecado y a todo aquello que nos deshumaniza, y resucitando a una vida nueva, más humana y más plena.

No hemos de olvidar que el pecado no es sólo ofensa a Dios. Al mismo tiempo, es algo que paga siempre con la muerte, pues mata en nosotros el amor, oscurece la verdad en nuestra conciencia, apaga la alegría interior, arruina nuestra dignidad humana. Por eso, vivir «resucitando» es hacer crecer en nosotros la vida, liberarnos del egoísmo estéril y parasitario, iluminar nuestra existencia con una luz nueva, reavivar en nosotros la capacidad de amar y de crear vida.

Tal vez, el primer signo de esta vida renovada es la alegría. Esa alegría de los discípulos «al ver al Señor». Una alegría que no proviene de la satisfacción de nuestros deseos ni del placer que producen las cosas poseídas ni del éxito que vamos logrando en la vida. Una alegría diferente que nos inunda desde dentro y que tiene su origen en la confianza total en ese Dios que nos ama por encima de todo, incluso, por encima de la muerte.

Hablando de esta alegría, Macario el Grande dice que, a veces, a los creyentes «se les inunda el espíritu de una alegría y de un amor tal que, si fuera posible, acogerían a todos los hombres en su corazón, sin distinguir entre buenos y malos». Es cierto. Esta alegría pascual impulsa al creyente a perdonar y acoger a todos los hombres, incluso

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a los más enemigos, porque nosotros mismos hemos sido acogidos y perdonados por Dios.

Por otra parte, de esta experiencia pascual nace una actitud nueva de esperanza frente a todas las adversidades y sufrimientos de la vida, una serenidad diferente ante los conflictos y problemas diarios, una paciencia grande con cualquier persona.

FE/EXP-PASCUAL: Esta experiencia pascual es tan central para la vida cristiana que puede decirse sin exagerar que ser cristiano es, precisamente, hacer esta experiencia y desgranarla luego en vivencias, actitudes y comportamiento a lo largo de la vida.

50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE

RESURRECCIÓN 19-27

19.

«Dinos, María, ¿qué has visto en el camino?»

Una de las piezas maestras del canto gregoriano es, sin duda, la secuencia de la fiesta de hoy: Victimae paschali laudes, «Alabanzas a la víctima pascual». Con anterioridad al concilio de Trento existían numerosas secuencias litúrgicas medievales, un canto que precedía a la proclamación del evangelio. Desde ese Concilio, quedan sólo unas pocas en la liturgia que tienen una gran calidad musical: recordemos, por ejemplo, el famoso Veni Creator del día de Pentecostés, el Stabat Mater del Viernes de Dolores, o el Dies irae de la misa de difuntos.

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El texto latino de la secuencia de hoy, que es del siglo Xl, no tiene especial valor, pero incluye un diálogo lleno de lirismo e ingenuidad con María Magdalena. La traducción oficial española lo versifica con dignidad: "¿Qué has visto de camino, María en la mañana?". Y María responde: «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la pascua».

María Magdalena, la que los cuatro evangelios presentan al pie de la cruz, es la gran protagonista de las primeras apariciones del Resucitado. Su nombre está recogido por los tres sinópticos dentro del grupo de mujeres que fueron a embalsamar el cuerpo de Jesús y se encontraron con la tumba vacía y el anuncio de que Jesús había resucitado. En el evangelio de Juan, María Magdalena acude sola al sepulcro, lo encuentra vacío y vuelve corriendo a comunicarlo a los discípulos, como hemos escuchado en el relato de hoy. Inmediatamente después continúa con la aparición de Jesús a Magdalena en la que ésta le confunde con el hortelano.

MAGDALENA/QUIEN-FUE: ¿Quién fue María Magdalena? Los datos que tenemos claros son los siguientes: aparece dentro del grupo de mujeres que acompañaban a Jesús y le ayudaban con sus bienes. De María Magdalena dirá Lucas que Jesús había expulsado siete demonios. Y, como indicábamos antes, Magdalena tiene un puesto muy importante, tanto al pie de la cruz, como en las primeras apariciones del Resucitado. Estos son los datos claros sobre María Magdalena procedentes de los evangelios.

Es probable también que hubiese nacido en la población galilea de Magdala. Hay que añadir además que la tradición cristiana ha hecho coincidir a María Magdalena con aquella mujer, pecadora pública, que irrumpe durante la comida de Jesús con el fariseo Simón y a la que se le perdonan sus muchos pecados porque amaba mucho. Y también se la ha hecho coincidir con María, la hermana de

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Lázaro y Marta. Sería también, por tanto, la que escuchaba a los pies de Jesús mientras su hermana Marta se afanaba en el trabajo doméstico, la que fue testigo de la resurrección de su hermano y, también la que vertió, ante el escándalo de Judas, una libra de perfume de nardo puro sobre los pies de Jesús. Pero notemos que, según los evangelios, no es claro que se dé esta coincidencia. Según esta interpretación Magdalena sería una conversa a la que Jesús había cambiado la vida, que se mantiene fiel cuando han huido atemorizados los discípulos y que es testigo privilegiado de las primeras apariciones del Resucitado.

Últimamente se han construido sobre la figura de María Magdalena otras hipótesis que carecen de fundamento en los evangelios: recordemos desde lo que podía insinuar Jesucristo Superstar hasta La última tentación de Cristo de Martín Scorsesse. Sin que se pueda probar la imagen global de María Magdalena, que ha sido acentuada por la tradición cristiana, hay que reconocer que esa interpretación es bella y ajustada al mensaje del evangelio.

María Magdalena pudo haber sido aquella mujer que experimentó, en aquella comida convencional ofrecida por el fariseo al maestro, que nadie la había mirado con tanta pureza y comprensión y nadie había sabido reconocer la existencia de su mucho amor en su corazón como lo hizo el maestro. Y fue ese amor nuevo, que la limpieza de Jesús había hecho surgir dentro de su ser, el que le empujó a derramar aquella libra de nardo puro, intuyendo de alguna manera que no lo iba a poder hacer en el día de su sepultura. Y aquella mujer nueva, que amaba mucho porque sentía que se la había perdonado mucho, será la que estará firme junto a la cruz y la protagonista del anuncio inesperado de que el maestro había resucitado.

En este día de pascua en que, como dice la vieja secuencia, los cristianos presentan «ofrendas de alabanza», nos dirigimos a esta mujer que fue primer testigo del centro de nuestra fe: la muerte y la

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resurrección de Cristo. Y, podemos preguntarle también con esa vieja e ingenua secuencia de pascua: « ¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?». Ojalá nuestra fe nos pueda decir, en esta mañana de la pascua siempre florida -porque el grano de trigo ha comenzado a dar vida- lo que sintió aquella mujer que quizá había sido pecadora, de cuyo corazón Jesús había expulsado muchos demonios y que, fue fiel a su Señor en la cruz y en la resurrección.

«Dinos, María», en esta mañana de pascua, que nadie hablaba tan de verdad al corazón como aquel a quien tú escuchabas sentada a sus pies. Dinos que tenemos que trabajar, que entregarnos a la lucha de la vida, a las personas a las que queremos... Pero que nunca nos olvidemos de lo que es últimamente lo único necesario: estar a la escucha de nuestro yo, en donde pueda resonar la palabra del Señor resucitado.

«Dinos, María», que Jesús resucitado puede expulsar de nosotros todos esos demonios que están como agarrados a nuestro corazón; que él puede cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne y hacer que nos nazca una carne nueva sobre nuestra carne vieja y podrida.

«Dinos, María», lo que sentiste cuando Jesús te miraba a los ojos y al corazón en aquella fría comida del fariseo. Dinos que podemos encontrar en Jesús a alguien que nos mira siempre con limpieza; que espera de nosotros lo mejor; que sabe descubrir en los escondrijos de nuestro ser y de nuestra vida ese pozo de bondad que todos llevamos dentro. Dinos que es más importante amar mucho que errar mucho, que al que mucho se le perdona, mucho ama. Dínoslo hoy, María, al corazón...

"Dinos, María", que cuando se vive en el amor se está más allá de esas lógicas fariseas que siempre calculan todo; que la fuerza del amor es inseparable del riesgo y la generosidad, hasta de cierta locura... Es lo que tú hiciste derramando sobre los pies de Jesús esa libra de nardo puro.

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"Dinos, María", que valió la pena estar junto a la cruz del Señor, intentándole dar aunque sólo sea tu compañía y tu amor, y que el seguidor del maestro tiene que estar junto a las cruces del hombre de nuestro tiempo.

Y «dinos, sobre todo, María», en esta mañana de pascua, que podemos sentir que Cristo resucitado nos llama por nuestro propio nombre y nos dice siempre al corazón una palabra de aliento y esperanza. Dinos que hay siempre una Galilea, una patria de bondad, en la que Cristo nos aguarda. Dinos que Cristo debe ser nuestro amor y nuestra esperanza. Dinos que ese Cristo resucitó de veras que sigue hoy vivo ante mi propia vida. «Dinos, María», que ha resucitado Cristo nuestra esperanza y nos llama por nuestro nombre, con el mismo cariño con el que pronunció el tuyo; que el amor es más fuerte que el pecado y la vida más fuerte que la muerte.

«Dinos, María», en esta mañana de pascua, lo que decía la vieja secuencia medieval: "¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la pascua.

20.

- El hecho.

El evangelista Juan nos relata dos hechos. María Magdalena, la más madrugadora, va al sepulcro y se encuentra la losa quitada, el sepulcro vacío. No creyó. Se limitó a contar lo que le pareció más razonable: "se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". El segundo hecho es la visita temprana de Pedro y Juan, avisados por las palabras de María Magdalena. Salen corriendo. Naturalmente corre más y llega antes Juan, pero espera a que Pedro llegue y entre. Pedro ve el sepulcro vacío, pero también las vendas por el suelo y el sudario, cuidadosamente plegado y puesto aparte. Juan

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vio lo mismo. Vio y creyó. Vio la tumba vacía y las vendas y el sudario aparte, y creyó que Jesús había resucitado. Y creyeron en las Escrituras y en las palabras de Jesús, que había anunciado su muerte y resurrección.

-El evangelio.

El evangelio es la Buena Noticia de la resurrección de Jesús. Más que un hecho, es un acontecimiento que cambia la vida y el mundo. Pues si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Por eso es una buena noticia, la mejor para los seres mortales. En el evangelio se anuncia lo imposible, sí, pero también lo irrenunciable, la resurrección, la vida después de la vida, el triunfo y desmitificación contra la muerte. Morir ya no es morir, es sólo un paso, el tránsito hacia la vida perdurable y feliz. Así lo entendieron los apóstoles. No entendieron sólo que la causa de Jesús perduraba, ni que Jesús pasaba a la historia de los inmortales. Entendieron que Jesús estaba vivo. Y comprendieron que su promesa de vida eterna era una promesa que se cumpliría a pesar de todo.

-La evangelización.

Y así lo proclamaron a los cuatro vientos, haciendo hincapié en su experiencia: nosotros somos testigos, lo hemos visto todo. Hemos vivido con él, hemos asistido atónitos a su muerte y, cuando todo parecía acabado en la frialdad de la tumba, la tumba está vacía y el muerto ha resucitado. Y nosotros con él. Evangelizar es siempre eso, anunciar la Buena Noticia, proclamar la resurrección del Señor, anunciar a todos que la muerte ha sido vencida, que la muerte no es el final, que la vida sigue más allá de la muerte. Jesús ha derribado de una vez por todas el muro de la desesperación humana. Ya hay camino hacia una nueva humanidad, porque lo imposible ya es posible por la gracia y con la gracia de Dios. ¿Lo creemos?

-La fe que vence al mundo.

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Creer en la resurrección de Jesús no es sólo tener por cierta su resurrección, sino resucitar, como nos dice san Pablo. Creer es realizar en la vida la misma experiencia de la vida de Jesús. Es ponernos en su camino y en el camino de nuestra exaltación, resueltamente y sin echar marcha atrás. Jesús entendió su exaltación como subida a la cruz, como servicio y entrega por todos, dando su vida hasta la muerte. El que ama y va entregando su vida con amor, va ganando la vida y verifica ante el mundo la fuerza de la resurrección, porque en "esto hemos conocido que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos", en que estamos dispuestos a dar la vida y no a quitarla. Sólo esta fe viva, esta experiencia de la nueva vida inaugurada por el Resucitado, puede discutir a la muerte y a la violencia su dominio. Sin esa experiencia, nada de lo que digamos sobre la resurrección podrá convencer a los otros. Tenemos que ser testigos de la resurrección, resucitando y ayudando a alumbrar la nueva vida.

-El testimonio.

Creer es ser testigos de la resurrección. Creer es resucitar, vencer ya en esta vida por la esperanza la desesperación de la muerte. La fe en la resurrección de Jesús es la única fuerza capaz de disputar a la muerte, y a los ejecutores de la muerte, sus dominios. La muerte es el gran enemigo, el mayor enemigo del hombre. El poder de la muerte se evidencia en el hambre, en las enfermedades y catástrofes, en la violencia y el terrorismo, en la explotación, en la marginación, en las injusticias, en todo cuanto mortifica a los hombres y a los pueblos. Creer en la resurrección es sublevarse ya contra ese dominio de muerte. Es trabajar por la vida, por la convivencia en paz. Es trabajar y apoyar a los pobres y marginados, a los desprotegidos, a los oprimidos. Y debe ser también plantar cara a los partidarios de la muerte, a los asesinos, a los violentos, a los explotadores, a los racistas y extremistas. Porque sólo trabajando para la vida puede resultar creíble la fe en una vida eterna y feliz.

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21.

1. Iglesia de hombres, Iglesia de mujeres.

En el evangelio, María Magdalena, la primera que ha visto la losa quitada del sepulcro, corre a informar del hecho a los dos discípulos más importantes, Pedro, el ministerio eclesial, y Juan, el amor eclesial. Se dice que los dos discípulos corrían «juntos» camino del sepulcro, pero no llegaron a la vez: el amor es más rápido, tiene menos preocupaciones y está por así decirlo más liberado que el ministerio, que debe ocuparse de múltiples cosas. Pero el amor deja que sea el ministerio el que dictamine sobre la situación: es Pedro el primero que entra, ve el sudario enrollado y comprende que no puede tratarse de un robo.

Esto basta para dejar entrar también al amor, que «ve y cree» no en la resurrección propiamente dicha, sino en la verdad de todo lo que ha sucedido con Jesús. Hasta aquí llegan los dos representantes simbólicos de la Iglesia: lo que sucedió era verdad y la fe está justificada a pesar de toda la oscuridad de la situación. En los primeros momentos esta fe se convertirá en verdadera fe en la resurrección sólo en María Magdalena, que no «se vuelve a casa», sino que se queda junto al sepulcro donde había estado el cuerpo de Jesús y se asoma con la esperanza de encontrarlo. El sitio vacío se torna ahora luminoso, delimitado por dos ángeles, uno a la cabecera y otro a los pies. Pero el vacío luminoso no es suficiente para el amor de la Iglesia (aquí la mujer antes pecadora y ya reconciliada, María Magdalena, ocupa sin duda el lugar de la mujer por excelencia, María, la Madre): debe tener a su único amado. Ella le reconoce en la llamada de Jesús: ¡María! Con esto todo se colma, el cadáver buscado es ahora el eterno Viviente. Pero no hay que tocarle, pues está de camino hacia el Padre: la tierra no debe retenerle, sino decir sí; como en el momento de su encarnación, también ahora, cuando vuelve al Padre, hay que decir sí.

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Este sí se convierte en la dicha de la misión a los hermanos: dar es más bienaventurado que conservar para sí. La Iglesia es en lo más profundo de sí misma mujer, y como mujer abraza tanto al ministerio eclesial como al amor eclesial, que son inseparables: «La hembra abrazará al varón» (Jr 31,22).

2. El ministerio predica.

Pedro predica, en la primera lectura, sobre toda la actividad de Jesús; el apóstol puede predicar de esta manera tan solemne, meditada y triunfante sólo a partir del acontecimiento de la resurrección. Esta arroja la luz decisiva sobre todo lo precedente: por el bautismo Jesús, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, se ha convertido en el bienhechor y salvador de todos; la pasión aparece casi como un interludio para lo más importante: el testimonio de la resurrección; pues testimonio debe ser, ya que la aparición del Glorificado no debía ser un espectáculo para «todo el pueblo» sino un encargo, confiado a los testigos «que él había designado» de antemano, de «predicar al pueblo» el acontecimiento, que tiene un doble resultado: para los que creen en él, el Señor es «el perdón de los pecados»; y para todos será el «juez de vivos y muertos» nombrado por Dios. La predicación del Papa es la sustancia de la Buena Nueva y la síntesis de la doctrina magisterial.

3. El apóstol explica.

En la segunda lectura Pablo saca la conclusión para la vida cristiana. La muerte y resurrección de Cristo, acontecimientos ambos que han tenido lugar por nosotros, nos han introducido realmente en su vida: «Habéis muerto», «habéis resucitado con Cristo». Como todo tiene en él su consistencia (Col 1,17), todo se mueve y vive con él. Pero al igual que el ser de Cristo estaba determinado por su obediencia al Padre, así también nuestro ser es inseparable de nuestro deber. Nuestro ser consiste en que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, ha sido

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sustraída al mundo y por tanto ahora no es visible; sólo cuando aparezca Cristo, «vida nuestra», podrá salir también a la luz, juntamente con él, nuestra verdad escondida. Pero como nuestro ser es también nuestro deber, tenemos que aspirar ante todo a las cosas celestes, a las cosas de arriba; aunque tengamos que realizar tareas terrestres, no podemos permanecer atados a ellas, sino que hemos de tender a lo que no solamente después de la muerte sino ya ahora constituye nuestra verdad más profunda. En el don de Pascua se encuentra también la exigencia de Pascua, que es asimismo un puro regalo.

22.

«ESTE ES EL DÍA»

Este es el día que hizo el Señor. Un día que empezó aquella madrugada del sábado al lunes de hace dos mil años y que perdurará para siempre. De lo que ocurrió ese día arranca «todo» para el cristiano.

Es verdad que, como dijo Pedro, «la cosa empezó en Galilea», concretamente en Nazaret, cuando el ángel se llegó a María y le dijo: «Dios te salve, llena de gracia...». Pero, cuando las cosas empezaron a «tener sentido de verdad» fue aquella mañana de resurrección. Es decir, hoy.

Porque daos cuenta. La muerte de Jesús cortó por lo sano todas las ilusiones de los apóstoles y de sus seguidores. ¿Quiénes eran los apóstoles? Gentes que «lo habían dejado todo y le seguían». ¿Por qué? Porque «una rara virtud salía de Él y curaba a todos». Porque «tenía palabras de vida eterna». O porque, como los de Emaús, «esperaban que fuera el futuro libertador de Israel». Lo cierto es que «a aquel profeta poderoso en obras y palabras, los sumos sacerdotes y los jefes lo condenaron a muerte y lo crucificaron». Y entonces, a todos sus

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seguidores, se les hundió el mundo. Y sobre sus vidas y sobre su corazón, cayó una losa, tan grande y fría como la que cayó sobre el sepulcro de Jesús. «Causa finita». Fin.

Pero no. Más bien: Principio, Aurora definitiva. Día «octavo» de la Creación. «La primavera ha venido. Y todos sabemos cómo ha sido». Leed despacio el evangelio de hoy, y el de ayer-noche, y el de todo este tiempo. Y veréis cómo van «resucitando» todos: la Magdalena, los de Emaús, y los apóstoles desconcertados. Escuchad su grito estremecido que se les sube por los entresijos del alma: «Era verdad, ha resucitado y se ha aparecido a Simón».

Es decir, tras el aparente fracaso de Cristo crucificado, que da al traste con todas sus ilusiones, la resurrección trajo un cambio radical en su mente y en su vida. Dio «sentido» a todo lo que los discípulos antes no habían entendido: al valor de la humillación, del dolor, de la pobreza; comprendieron aquella obsesión de Jesús por el Padre, la fuerza del «mandamiento nuevo», distinto, imprescindible. Todo lo entendieron.

Y así, la resurrección se convirtió para ellos en la piedra fundamental de su fe, en el convencimiento de la divinidad de Jesús, y en el núcleo de toda su predicación. Eso. Ya no pensaron en otra cosa. Esa fue su chaladura: declarar oportuna e inoportunamente que «ellos eran testigos de la muerte y de la resurrección de Jesús». Y que «creer eso, era entrar en la salvación». Ese fue su pregón. Y ésa debe ser la única predicación de la Iglesia.

Lo que ocurre es que, a partir de ahí, los hombres se dividen en dos: los que no creen y piensan que todo acaba con la muerte. Y prefieren no pensar en ella, aunque la ven cabalgando por todos lados, de un modo inevitable. Y se agarran a la «filosofía de la dicha», ya que el tiempo corre que vuela. Y proclamen como Camús: «No hay que avergonzarse de ser dichosos». Y, segundo los que creemos, a pesar del tormento de la duda y la humillante caducidad de las cosas. Los que hemos aceptado el

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kerigma de Cristo resucitado. Porque algo nos dice en nuestro interior que no pueden quedar fallidas nuestras ansias de inmortalidad. Y, sobre todo, porque como dirá Pablo: «Si Cristo no hubiera resucitado, seríamos los seres más desdichados». Por eso, dejadme que os repita: «La primavera ha venido. Y todos sabemos cómo ha sido».

23. «LA PRIMAVERA HA VENIDO»

No hace falta ser profeta, ni experto en sociologías y sicologías, para reconocer que la vida del hombre es un tejer y un destejer, una línea ascendente de ilusiones y proyectos, y otra descendente, en la que todos terminamos cantando aquello de «las ilusiones perdidas, hojas son, ¡ay! desprendidas, del árbol del corazón».

Cada uno hemos escalado una vereda de primaveras diciendo que «la vida es bella». Y cada uno también, de pronto, nos hemos encontrado en una niebla de tristezas, quebrantos y soledades. Añadid el despojo que hacen los años... Y entenderéis al poeta: «Todo el mundo es otoño, corazones desiertos..., palomares vacíos de las blancas palomas que anidaron ayer». Sí, con los años, después de combatir en mil batallas, hacemos el recuento de las «bajas» y nos llenamos de melancolía; acaso, de desolación.

Pero, ¡ojo!, yo no quería salpicaros de pesimismo. Al contrario. Esta noche he leído muy atentamente los textos litúrgicos. Y muchos de mis «cables cruzados» se han puesto en orden. Os subrayaré algo:

EL SEPULCRO VACÍO.-He aquí una primera realidad reconfortante. ¡Qué malo hubiera sido que María Magdalena hubiera descorrido la piedra y hubiera embalsamado a Jesús! A estas horas sus seguidores, si quedábamos, estaríamos diciendo: «Ni contigo, ni sin ti, tienen mis males remedio». Pero, no. Encontró el sepulcro

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«vacío». Y tuvo que comprender que sus ungüentos eran regalos inútiles, alivios ridículos para un cuerpo inmortal. « ¡No estaba allí! ¡Había resucitado!» Allá sólo estaban las reliquias de la muerte: «unas vendas, un sudario». Constataciones de un dolor superado y redentor. Agua pasada. Banderas de la muerte, humilladas por el huracán de la Vida.

Por eso, comprendió -y nosotros con ella- muchas cosas. Por ejemplo:

1. ° Las sagradas escrituras.-«Era verdad», dijeron los de Emaús. Y «era verdad» es lo que nos vemos obligados a decir todos los que creemos. -Y nos referimos a todo lo que anunciaron los profetas, a todo lo que predijo Jesús. Desde entonces, el creyente sabe que la muerte y resurrección de Jesús son el broche final de toda la obra salvadora de Dios. La Creación, el pecado, las vicisitudes del pueblo de Israel, la Encarnación, la Cruz..., encuentran su culmen en la «Resurrección». ¡Aleluya!

2. ° Comprendemos también «nuestra incorporación a Cristo». San Pablo lo pregona en la segunda lectura de hoy: «Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con El, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado, ya no muere más...». Lo dice de mil maneras: «Si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya». ¡Aleluya, Aleluya!

3. ° No ha lugar al pesimismo.-Efectivamente, vistas desde esta panorámica, todas las tristezas y quebrantos que el hombre va acumulando, todas las enfermedades y soledades, todas las incomprensiones y frustraciones, empiezan a «tener sentido». Si al final de la vida el hombre tiene la sensación de que todo se le vuelve «otoño», con la resurrección de Jesús, tiene la certeza de que todo es primavera. Eterna primavera. Los árboles del «cielo nuevo y la tierra nueva» que ya no acabarán. Antesala del «séptimo día». O mejor, amanecer del Día

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Primero. Día sin ocaso. Ocasión propicia para escuchar a Pablo: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba». Y volver a cantar: « ¡Aleluya, aleluya, aleluya!»

24. EL «PASO» Y LOS «PASOS»

Durante esta semana que acaba de terminar, las calles más típicas de nuestras viejas ciudades, a pesar del clima de secularización reinante, han visto desfilar escenas bellísimas y entrañables, memoriales de nuestra fe, escultura dolorida y procesional de la Pasión del Señor, catequesis vivas -de hoy, de ayer y de mañana-, para quienes se quieran dejar interpelar. Joyas del arte y de las creencias de nuestro pueblo. Celebración popular de estos extremos de amor, por los que quiso «pasar» el Hijo de Dios. Son «los pasos» de la Pasión. Todos ellos -la entrada en Jerusalén, la cena, el prendimiento, la flagelación, la crucifixión, el descendimiento, los cristos yacentes- son «pasos hacia la muerte».

Pero he aquí que, en esta noche recién terminada, ha cambiado la decoración. Han desaparecido los «pasos de la muerte» y sólo contemplamos el «Paso hacia la Vida»: la PASCUA. El gran PASO con mayúscula y definitivo. La Vigilia que ayer noche celebrábamos nos ha introducido en ese Paso ya para siempre. Y ésa es nuestra Vida. Repasad la liturgia de esta madrugada. Y veréis que todos los símbolos que en ella vemos expuestos, todas las lecturas que hemos proclamado, todas las aclamaciones que hemos cantado, dicen lo mismo: «El Señor no es un Dios de muertos, sino de vivos». Eso eran las lecturas del A.T. Hablan del Dios que es «creador», del Dios que «libera a Israel», del Dios que, con el diluvio, «hace brotar una naturaleza nueva». Es decir, un Dios que desborda vida. Y la bendición del fuego, el desfile del cirio pascual por entre las tinieblas del templo, el canto del pregón pascual, el gloria a toque de campanillas, lo mismo. Son

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proclamaciones de que el Hijo de Dios ha vencido a la muerte, tal y como lo anunció: «Yo soy la resurrección y la vida».

Yo no sé cómo los cristianos no vibramos más y nos dejamos arrastrar más por esta noticia, válida por sí sola para que hagamos cada uno nuestro verdadero «paso» hacia la Vida única. Quizá por esta razón, los obispos de nuestra tierra, siguiendo esa buena costumbre de ofrecernos cada cuaresma un alimento de primera calidad, nos han brindado esa magnífica carta-pastoral titulada «Al servicio de una vida más humana». ¿La habéis leído? ¿No? A mí, más que pastoral de cuaresma, me parece pastoral de Pascua. Si la leéis, llegaréis a convenceros de tres cosas «clave» por lo menos:

Una. Aunque todos, hoy, parecemos proclamar el derecho a la vida y hemos avanzado asombrosamente en logros médicos increíbles, sin embargo, paradójicamente, vamos inventando más descarados sofismas para aparcar de la vida a muchos seres, generalmente indefensos, absolutamente menesterosos, juzgando de esta manera que esas vidas no eran necesarias.

Dos. Aunque hemos conseguido cotas indiscutibles en cuanto a nivel de vida y a calidad de existencia, es posible, casi seguro, que esa «calidad» la hemos centrado únicamente en la vertiente material del hombre, en sus posibilidades de confort y de consumismo; y no en su dimensión espiritual.

Y tres. Frente a todas las ofertas de «vida efímera» que nos brindan por ahí, la Fuente de «vida verdadera» sigue siendo Dios. El, «a través del sufrimiento liberador del crucificado» y de la «resurrección con Cristo», nos regala la oportunidad de «vivir una Vida Nueva». Por eso decimos que «nuestra Pascua es Cristo». Porque, frente a todos los «pasos de la muerte» nos ha traído el «PASO HACIA LA VIDA».

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25.

Frase evangélica: «El primer día de la semana»

Tema de predicación: EL DÍA DE LA RESURRECCIÓN

1. Después de la muerte de Jesús en el «último día», el evangelio de Juan presenta el «primer día», tiempo de la nueva Pascua y de la nueva Creación. De este modo culminan la obra de Jesús y el proyecto creador de Dios. Comienza el día por un «amanecer», aunque todavía «oscuro», porque el pensamiento de María Magdalena está en el sepulcro, en el cadáver de Jesús.

2. El evangelio del Domingo de Resurrección descubre la búsqueda de Jesús por parte de los discípulos: una mujer (la Magdalena) y dos hombres (Pedro y Juan). La mujer se adelantó, y por su testimonio corrieron «juntos» los dos hombres. Los discípulos reconocen los signos: la losa retirada (roto el sello mortal), los lienzos aparte (el cuerpo desatado) y el sudario enrollado en otro sitio (la muerte superada). La muerte no tiene la última palabra: ha sido vencida por la vida.

3. Pedro, a pesar de sus negaciones, pasa el primero, después de seguir a Juan, el cual se había adelantado por ser testigo de la cruz y por su experiencia de amor. La Escritura y la decisión de encontrar al Señor contribuyen a creer que Jesús «resucitó de entre los muertos».

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Sabemos comprobar los signos de muerte?

¿Transcendemos estos signos hasta constituir muestras de vida?

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26.

Frase evangélica: «Él había de resucitar de entre los muertos»

Tema de predicación: LA VIDA DESDE LA MUERTE

1. El tesoro más apreciado por el ser humano es la vida. Símbolo bíblico de la vida es el árbol -de por sí resistente- de la vida plena. Por ser don de Dios, es sagrada; por ser la suprema riqueza del ser humano, es inapreciable; y por estar amenazada por la enfermedad y la muerte, es frágil. De hecho, el dolor -sobre todo el injustamente infligido- domina la vida. Hay una distancia considerable entre la vida ideal y la fatigosa (y a menudo injusta) vida real. Pero todos deseamos y buscamos una vida placentera y plena, a pesar de estar tan sometidos y condicionados por influencias de todo tipo. Ciertamente, hoy se conocen y dominan muchos aspectos de la vida, pero se corre el peligro de desconocer el sentido de la vida. Se da esta paradoja: al crecer los medios de vida, decrecen las razones para vivir: en el «primer mundo» abundan dichos medios, mientras que en el «tercer mundo» sobreabundan las mencionadas razones.

2. El ser humano ha recibido de Dios la vida, no simplemente para vivirla, sino para realizarla. Y sólo se realiza con una vida ética y, en el caso del creyente, con la práctica de la palabra de Dios. Una vida alejada de los hermanos y de Dios es la muerte, precisamente porque Dios es la síntesis de la vida. Por pertenecer a la vida el cuerpo y el espíritu, no hay vida sin cuerpo: de ahí la necesidad de prestar atención a los cuerpos desnutridos de vida. En suma, la vida espiritual no es vida abstraída del mundo, sino fuente de toda vida, con misericordia y con justicia.

3. Frente a la vida presente -en continuidad y, a la vez, en ruptura- está la vida plena futura. Ésta sobreviene, no por la inmortalidad del alma, sino por la resurrección de los

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muertos con la intervención de Dios. Según el Nuevo Testamento, dicha vida está determinada por la resurrección de Jesucristo y es comunión con Dios, vencedor de la muerte. El creyente vive ya una vida nueva por la fuerza del Espíritu, entre el ya y el todavía no: es realidad presente con dimensiones de futuro. Será plena cuando sea vencido el último enemigo, que es la muerte, con todas sus actuales mortandades.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Hacemos algo en beneficio de la vida de los demás?

¿Cómo entendemos los cristianos la calidad de la vida?

27.

Los cristianos orientales tienen una manera muy bella y teológica de hablar de la resurrección. Dicen que el ateísmo es no creer en la resurrección. Sólo se puede creer en Dios si hay resurrección: la de Jesús y la nuestra. Porque si Dios permanece impasible e impotente en su bienaventuranza celeste, contemplando la historia de las injusticias, opresiones y asesinatos que es la historia humana, si ve cómo los injustos y malvados casi siempre triunfan, mientras que los justos e inocentes padecen en sus manos, y no hace nada, este Dios no es creíble. Pensemos sólo en los seis millones de judíos deportados y exterminados cruelmente en los campos de concentración nazis, o en los millares de "desaparecidos" bajo los regímenes militares sudamericanos, o de "campesinos" asesinados en Centroamérica, o de negros de Sudáfrica... Ante esta injusticia radical, si Dios no actúa, no es Dios, sino un monstruo o un impotente. Sólo un Dios que pueda resucitar a los muertos es digno de fe. Si no podemos creer en la resurrección, no podemos creer en Dios. La resurrección es el gran acto de justicia de Dios hacia su Hijo JC, y esperamos que también, hacia sus otros hijos

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que han sufrido absurdamente, que han padecido inocentemente.

Esto es esencial. La palabra definitiva de Dios no puede ser el oscuro silencio del Calvario, sino la luz resplandeciente de la Pascua.

La Pascua es la protesta de Dios contra la malicia e injusticia de los hombres. La resurrección es el acto de protesta de Dios contra la injusticia que mata a su Hijo inocente, la protesta de Dios contra la maldad de los hombres que se matan unos a otros. Si la resurrección no ha acaecido "vana es nuestra fe" (1Co 15, 14). Se ha de poder creer en un Dios que hace justicia, y la justicia es que el inocente injustamente aplastado sea restablecido a la vida. Por eso la resurrección es realmente la llave de la Historia. Parece que los justos e inocentes son abandonados y que el mal siempre triunfa. Los malvados odian, engañan, hacen violencia, explotan, matan al débil, al pobre, al indefenso, y Dios parece que no hace nada para impedirlo. "Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas" (Lc 22, 53). Como si Dios no se entrometiera en este mundo.

Es que éste es el mundo de nuestra responsabilidad, de nuestra libertad. Aquí hay que recurrir a lo que Jesús nos quiso decir con las parábolas del Reino de Dios. Dios es aquel señor de las parábolas que se fue a tierras lejanas (Lc 19. 11-27). Dejó a sus administradores a cargo de sus bienes, y ellos los malgastaron. Pero el Señor volvió. La resurrección es el momento en que el Señor vuelve, o en que nosotros volvemos al Señor y le tenemos que dar cuentas. Si no hubiese este momento, este señor que se va y deja que los otros hagan lo que quieran y no se preocupa de nada no es un Señor de verdad. Por eso la resurrección es la clave de nuestra vida cristiana. Creer en la resurrección no es sólo creer una doctrina. Se ha de creer en la resurrección con la vida; no sólo con la cabeza. Tenemos que hacer nuestra la resurrección haciendo nuestro el juicio de Dios contra el mal. Dios no tolera

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impasible el mal de los oprimidos, y nosotros tampoco lo debemos tolerar. Sólo cree en la resurrección el que no está conforme con el mundo tal como es.

Tenemos que creer en la resurrección con nuestra actitud y nuestras obras. Tenemos que hacer resurrección. Tenemos que preguntarnos si nuestra vida, nuestra existencia, es causa de vida o causa de muerte a nuestro alrededor, si es causa de crucifixión o de resurrección para los que nos rodean. Esto es importante, porque quizá podemos pasarnos la vida cantando el misterio pascual y "haciendo la pascua" a todo el mundo. Podríamos decir que nosotros somos como colaboradores de la resurrección. "Tenemos que completar lo que falta a la pasión de Cristo" (Col 1, 24).

Y tenemos que completar también lo que falta a la resurrección de Cristo. Los Santos Padres decían que Cristo no está todavía totalmente resucitado y, según como se entienda, hay en esto cierta verdad.

Cristo no posee el pleno gozo de la resurrección mientras haya alguien que sufra. No le dejamos, por así decir, ser plenamente resucitado, porque se ha identificado con todos nosotros. Si engañamos, si explotamos, si hacemos violencia, si estamos con las fuerzas del mal y de la muerte contra la resurrección, continuamos la pasión de Cristo y atrasamos la Pascua total. Si, por el contrario, amamos, servimos, compartimos, ayudamos, estamos con Dios contra el padecimiento del justo y a favor de la resurrección, hacemos resplandecer la gloria de la resurrección. La resurrección no es algo del último día, sino que la vamos haciendo. San Pablo lo dice de manera muy bella: Cristo es las primicias (1Co 15, 20), el primer fruto, el comienzo de una abundante y espléndida cosecha. Cristo ha resucitado ya, ciertamente. Pero nosotros vamos haciendo nuestra resurrección y la de los otros a medida que vamos madurando en el amor.

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50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE

RESURRECCIÓN 28-38

28.

De las distintas posibilidades de lecturas que se ofrecen para la misa de hoy, este proyecto supone que se lee como segunda lectura la carta a los Corintios y como evangelio el mismo de la Vigilia, de Lucas.

La fiesta de las fiestas

"No está aquí. Ha resucitado". Hermanos, alegrémonos de corazón. Ésta es la Buena Noticia por excelencia. En medio de tantas informaciones tristes o preocupantes que nos aporta la historia, los cristianos hemos escuchado con gozo el anuncio del evangelio: Dios ha dicho un "si" decisivo a la humanidad al resucitar de entre los muertos a su Hijo y Hermano nuestro, Cristo Jesús, que se había entregado a la muerte por solidaridad con todos nosotros. Aunque muchos no se hayan enterado, ha sido un inmenso regalo para toda la humanidad. Los cristianos tenemos motivos muy válidos para cantar con convicción lo que nos ha hecho repetir el salmo de hoy: "Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegra y nuestro gozo".

Esta noche pasada, con la solemne Vigilia Pascual, hemos dado comienzo a la gran fiesta de Pascua, que va a durar siete semanas, hasta el día de Pentecostés, el 31 de mayo.

La victoria de Cristo es también nuestra victoria

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Lo que celebramos no es un aniversario. Es una realidad que todavía sigue sucediendo. Jesús, hace dos mil años, inauguró la Pascua: la Pascua sigue viva. Él, Cristo Jesús, sigue vivo. Aunque no le vemos, está en medio de nosotros.

Con qué valentía lo ha dicho Pedro ante las autoridades, él, que negó a Jesús delante de una criada y unos guardias: "Lo mataron, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver y lo ha nombrado juez de vivos y muertos". La resurrección de Jesús cambió la historia. Transformó a Pedro y a los demás discípulos de la primera comunidad.

Y quiere transformarnos también a nosotros. La Pascua de Cristo es también nuestra Pascua. Cristo quiere crear algo nuevo en nosotros, darnos su vida, su energía, su entusiasmo, su alegría. Como nos ha dicho Pablo, en la carta a los Corintios: ya que los judíos celebran su Pascua con panes ácimos, sin levadura, destruyendo todo el pan que tuvieran de antes y comiendo sólo pan nuevo, así nosotros, los cristianos, hemos de celebrar nuestra Pascua no con levadura vieja, levadura de corrupción y de maldad, sino con los panes nuevos de la sinceridad y de la verdad.

Una comunidad pascual

Pascua es noticia festiva y, a la vez, compromiso y estimulo para una vida nueva, según Cristo Jesús. Se tiene que notar no sólo en nuestros cantos y en el color de los vestidos y las flores y en el cirio que estará encendido durante siete semanas: sino en nuestra vida, en nuestro amor, en nuestra actitud de verdad y sinceridad.

Pascua es fiesta y es también tarea. Pedro nos ha dicho que Jesús, al aparecerse a ellos, llenándoles de alegría, les encargó que predicaran al pueblo y dieran testimonio de su resurrección. Es lo que hicieron aquellas valientes mujeres, las que habían estado al pie de la Cruz de Jesús

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y ahora eran los primeros testigos de su nueva vida: "recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los once y a los demás". Se convirtieron en "apóstoles de los apóstoles", en pregoneras de la Buena Noticia a todo el que quisiera escucharlas, aunque no les hicieran mucho caso. (Y lo que hicieron los dos discípulos de Emaús. Al reconocer a Jesús, fueron corriendo a Jerusalén y contaron lo que les habla pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan).

Cada uno en su ambiente -jóvenes, familia, escuela, mundo de los enfermos y los marginados, medios de comunicación, trabajo profesional, comunidad religiosa- debemos ser testigos de la Pascua de Jesús, contagiando a los demás, sin demasiados discursos, pero si con una vida convincente, su alegría y su dinamismo.

Dejémonos llenar del mismo Espíritu de Dios que llenó a Jesús. Este año, especialmente, Pascua tendría que ser para nosotros totalmente llena del Espíritu del Resucitado. O sea, llena de vida, de energía, de novedad, de aire fresco, tanto personalmente como en la comunidad eclesial.

Hermanos, dejemos actuar en nosotros al Espirito de Dios: el que resucitó a Jesús quiere resucitarnos también a nosotros. Y así, Pascua no sólo será fiesta por Cristo, sino también por cada uno de nosotros.

29.

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón. La pequeña comunidad de los discípulos no sólo

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había sido disuelta por el ajusticiamiento de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles cohesión interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del resucitado lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuando que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que hace el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Veamos cómo demuestran esto las tres lecturas de este domingo. A nivel cronológico, debemos empezar por el evangelio (Jn 20, 19-31). La comunidad anda todavía disuelta. Tomás, el incrédulo, es sólo un ejemplo. ¿Qué hace Jesús para aunarlos? Dar al grupo su Espíritu de perdón, para que haga lo mismo con los demás y tomar a Tomás como ejemplo de reconciliación. En una comunidad reconciliada renace la fraternidad, la alegría, la capacidad de entrega... y se puede convertir en una comunidad creadora de nuevas comunidades reconciliadas. Este proceso de sentirse perdonado y de tener capacidad de perdonar a otros es el que va a ir activando la presencia del Resucitado en todos los que entren en contacto con la comunidad cristiana original. Es el mismo Jesús quien pone todo el énfasis de su resurrección en el sentirlo

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interiormente, más que en el verlo o en palparlo físicamente, a través de apariciones. Esta afirmación queda sellada con sus palabras: "Dichosos los que sin haber visto han creído".

Hch 5, 12-16 nos presenta el actuar de una comunidad que cree en el Resucitado: quien lo siente vivo y actuante en su interior, trata de comunicarlo de la misma forma. El testimonio que irradia la pequeña comunidad es el de una comunidad reconciliada, en la que todos tienen "un mismo espíritu" (v. 12), causan por eso impacto en la sociedad que los rodea (v. 13), despiertan nuevos seguidores y entregan gratuitamente a otros el amor que recibieron del Maestro. A partir de aquí, cualquier milagro es posible y es plenamente explicable. La lectura del libro del Apocalipsis (1, 12-13.17-19) nos coloca en medio de una comunidad perseguida por el solo hecho de seguir las enseñanzas del Crucificado, ahora Resucitado. Es la fuerza del Resucitado la que preside y guía la comunidad perseguida. Si ella sabe mantener viva la presencia de Jesús Resucitado, se mantendrá viva y fuerte aun en medio de la persecución más tenaz. El cristiano no debe tener miedo frente a nada ni nadie, pues no es la muerte su destino, sino la resurrección. A la comunidad cristiana no la preside la muerte. La preside la vida. Y es precisamente a partir de la vida, en cuyo servicio está, en donde el cristianismo tiene su fuerza. Cualquier participación o apoyo a procesos de muerte, es una traición al resucitado y un golpe mortal a su propia vida.

Para la revisión de vida

-¿Cómo va mi alegría, mi esperanza, mi optimismo o pesimismo frente a la realidad global?

-¿Es mi fe en la resurrección de Jesús una opción también por la vida a todos sus niveles?

Oración comunitaria

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Oh Dios que en la resurrección de Jesús has dejado clara tu voluntad y tu propuesta de Vida abundante para todos; llenos de alegría te damos gracias por la confirmación que en la resurrección de Jesús has dado a todas nuestras esperanzas. Por N.S.J.

Para la oración de los fieles:

-Para que la resurrección de Jesús se expanda a toda la humanidad y el cosmos, y triunfe siempre el Amor y la Vida, roguemos al Señor...

-Para que vivamos siempre el cristianismo como lo que es: una buena noticia de alegría y salvación...

-Por la Iglesia entera, para que sea siempre testimonio de esperanza, de optimismo, de alegría, misericordia y acogida...

-Por todos los que tienen esperanza en la transformación del mundo, para reciban el premio a sus esfuerzos...

-Para que el Señor nos dé el coraje de afirmar siempre la vida sobre la muerte, la esperanza sobre la desesperanza, y el amor sobre toda forma de egoísmo...

30.

Este proyecto está redactado a partir del evangelio de Mateo, el mismo de la Vigilia. En las vespertinas, el de Lucas 24,13-35. En este caso, en lugar del primer párrafo del proyecto, se dice el segundo, el que va entre corchetes [ ]. Como segunda lectura escogemos la de Colosenses.

-La fiesta principal del año

"Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho". Hermanos, ¡qué anuncio

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más gozoso nos hace el ángel! La mejor noticia de todo el año: Cristo ha resucitado.

["Era verdad: ha resucitado el Señor". Y ellos contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan. Fue el acontecimiento que cambió la vida de los dos discípulos de Emaús y de todos los demás. Habían visto a Cristo morir en la cruz y ahora se les aparece resucitado].

Con razón hoy es la fiesta principal de los cristianos. Si cada domingo nos reunimos para celebrar la presencia del Resucitado en medio de nosotros, hoy, día de Pascua, con mayor motivo todavía. Estos últimos días hemos seguido a Jesús en su camino hacia la Cruz, en su Muerte y sepultura, y ahora nos gozamos, con todos los cristianos del mundo, de su resurrección.

Muchos ya nos hemos reunido esta noche pasada, en la Vigilia Pascual, para escuchar las lecturas de la Historia de la Salvación, recordar nuestro Bautismo y, sobre todo, para proclamar el evangelio de san Mateo: que Cristo ha salido del sepulcro, triunfando de la muerte y del pecado. En esa celebración se ha encendido este Cirio que nos acompañará durante siete semanas, como símbolo del Señor victorioso, Luz del mundo.

-Cristo ha resucitado

Las lecturas nos lo han dicho con entusiasmo. Qué convicción muestra san Pedro cuando, en su catequesis de la primera lectura, nos ha resumido el misterio de Cristo: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu: lo mataron, colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y lo nombró juez de vivos y muertos: los que creen en él reciben el perdón de los pecados".

Dejándonos contagiar de su alegría, hemos cantado con el salmo: "Este es el día en que actuó el Señor". Y luego proclamaremos en el prefacio: "Cristo, nuestra Pascua, ha

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sido inmolado: muriendo, destruyó nuestra muerte; resucitando, restauró la vida". Si hemos admirado, a lo largo de la Cuaresma y de la Semana Santa, la entrega generosa de Cristo a la muerte, por solidaridad con todos nosotros -su "sí" a la humanidad y a Dios-, ahora nos alegramos del "sí" que Dios Padre ha dicho a su Hijo, y a nosotros, resucitándole a una nueva existencia.

-El testimonio de la comunidad

La comunidad cristiana, siguiendo el ejemplo del ángel, y de las mujeres que acudieron al sepulcro, y de los discípulos de Emaús, y de la primera comunidad de los apóstoles, y sobre todo de Pedro, hace dos mil años que proclama ante el mundo este acontecimiento que ha cambiado la historia. Entonces decía Pedro: "Nosotros somos testigos... nos encargó predicar, dando solemne testimonio, su resurrección".

Y lo seguimos diciendo ahora: que Cristo es el que da sentido a toda la existencia humana. Que, en medio de un mundo agitado por mil crisis, él es el Salvador y Liberador, que nos conduce a la salvación y la vida verdadera. Por eso nos gozamos en ser cristianos, agradecemos a Dios el don de la fe e intentamos evangelizar a la sociedad en torno nuestro: comunicarle esta Buena Noticia.

-Invitación a una vida pascual

Pero el mejor modo de comunicar a otros la noticia de la Pascua es que vean reflejada en nosotros la vida pascual de Jesús.

Es lo que nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba... aspirad a los bienes de arriba..."

Por el sacramento del Bautismo (que hemos recordado con la aspersión al inicio de esta misa) fuimos incorporados al Señor Resucitado, a su muerte y resurrección. Por eso

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somos invitados a vivir como "resucitados". La fiesta de hoy, junto con la alegría y la esperanza que nos comunica, nos compromete también a vivir según la vida nueva de Jesús, a mirar las cosas de arriba, dando a nuestra historia de cada día una dimensión pascual. La Cincuentena que hoy iniciamos -las siete semanas de Pascua, hasta el día de Pentecostés, 23 de mayo- supone que nuestra vida no es la misma de antes. Pascua no admite tristeza, ni pereza, ni egoísmo, ni desánimo, ni apego a lo viejo, ni esclavitud.

La Pascua de Cristo Jesús quiere ser también Pascua nuestra. Porque "hemos resucitado con Cristo", tenemos que dejar a Cristo y a su Espíritu que actúen en nosotros el milagro de cada Pascua: una nueva vida, una vida más "pascual".

31.

Hch 10, 34a.37-43: Testigos de su resurrección Salmo 117, 1-2.16-17.22-23 Col 3, 1-4: Si han resucitado con Cristo busquen las cosas de arriba Jn 20, 1-9: El primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro

Los Hechos nos presentan el discurso de Pedro en presencia de los gentiles, antes del pentecostés de Cesarea. Las palabras de Pedro están articuladas en dos secciones.

La primera parte sustenta la apertura a los no judíos. El Dios de la vida, que resucitó a Jesús, acoge sin acepciones a todos aquellos que anuncian el Reinado de Dios y construyen la paz. La práctica de Jesús fue siempre recibir a los excluidos y conformar un grupo humano donde se creciera en humanidad y amor al Padre. Por eso, la apertura a todas las naciones del mundo estaba inscrita en los planes de Dios y en el ministerio de Jesús. La Buena

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Noticia se comunica a todos los seres humanos de buena voluntad.

La segunda parte (Hch 10, 37-43), describe el ministerio de Jesús como una transformación de la humanidad marginada y deprimida: "haciendo el bien y curando a los poseídos por el demonio". La acción de Jesús rompía las mentalidades e ideologías esclavizadoras y posesivas. Con su enseñanza preparaba a hombres y mujeres a un nuevo éxodo: la liberación del ser humano hacia un nuevo pueblo de seres humanos libres.

En esta parte, Pedro hace énfasis en el testimonio. Los y discípulos son testigos de la práctica liberadora de Jesús, de la injusta muerte a la que fue condenado, del triunfo de Dios sobre la tiniebla de la historia: Jesús fue resucitado. La resurrección es la experiencia del grupo de seguidores y seguidoras que compartieron con él la comida diaria, el trabajo y los afanes cotidianos. La comunidad se transforma en la presencia del resucitado y se siente llamada a dar testimonio de su presencia en la humanidad.

La carta a los Colosenses enfrenta las dificultades de una comunidad que se ve expuesta a una desviación, práctica y doctrinal, de la auténtica enseñanza cristiana. La comunidad se encuentra en un medio con fuertes influencias de creencias misteriosas, gnosticismo y otras tendencias religiosas que pululaban en el momento. El problema es diferente al de las iglesias de Jerusalén y Antioquía. Ya no es el legalismo judío que amenazaba con absorber al cristianismo. La dificultad radica en la confusión respecto al lugar que Jesús ocupa en la historia humana. Por esto, Cristo es presentado como Señor del universo, cabeza de la Iglesia y vencedor de los grandes poderes que someten a la humanidad y al mundo.

El pasaje que hoy leemos es la conclusión de una extensa exposición doctrinal. Enfatiza en la necesidad de permanecer abierto a las realidades históricas pero sin

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crear innecesarias confusiones doctrinales. Exhorta a no trastocar lo que es una experiencia de vida fundada en la catequesis paulina con los caprichos religiosos de moda.

Concluye contraponiendo lo que pertenece al mundo del Espíritu frente a las propagandas religiosas. Lo de arriba manifiesta la máxima aspiración de los creyentes: la resurrección. Lo de abajo las pasajeras modas ideológicas. La vida de la comunidad se convierte entonces en una semilla de esperanza: la voluntad de Dios es irrevocable. La comunidad está llamada a hacer de la "vida en abundancia" el derrotero de su acción, y para esto necesita estar firme en su enseñanza apostólica.

El evangelista Juan nos presenta la resurrección como un acontecimiento del "primer día". La pasión, crucifixión y muerte presentadas como un acontecimiento del día sexto. Como en el Génesis el día sexto es la conclusión de la obra de creación, en el evangelio es el final de la vida física de Jesús. Ahora, en un nuevo día, en un nuevo génesis, Dios comienza una nueva etapa de la humanidad. La negatividad de la historia es transformada por la acción de Dios. Pero, al igual que toda la acción de Jesús, todo ocurre en la discreción de la vida humilde y sencilla. Sólo una comunidad, representada por tres figuras: María Magdalena, Pedro y el otro discípulo, da testimonio de lo acontecido. El evangelio nos presentará diversas actitudes frente a la ausencia del crucificado.

El Evangelio nos relaciona a los testigos del resucitado representados en tres grupos con actitudes diferentes. El primero, el de María Magdalena. Ella se asoma a la tumba cuando todavía hay tinieblas. La oscuridad es símbolo de la oposición a Dios. Jesús vence las tinieblas. María, desafía la situación de oscuridad y busca el cuerpo del crucificado. En esta actitud priman el desconcierto y la constatación abierta e insistente: "se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto".

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Luego viene el par de discípulos. Uno identificado con el nombre propio: Pedro. Lo acompaña alguien identificado genéricamente como el otro discípulo. Ambos corren a verificar el anuncio de la Magdalena. El otro se adelanta, examina la situación de la tumba y se abstiene de entrar. Pedro, por el contrario, entra y se encuentra con el sepulcro vacío. Ante las vendas que atan los pies e impiden la movilidad, y ante el sudario que representa la muerte, Pedro no tiene ninguna reacción. El "otro discípulo", por el contrario, al ingresar al sepulcro cree y alcanza la comprensión cabal de lo que le ha ocurrido a Jesús.

Las tres actitudes ilustran tres diferentes procesos de la resurrección. De un lado el complejo y completo proceso de la primera testigo de la resurrección. De la actitud de desconcierto y zozobra pasa al encuentro desprevenido e inconsciente con el Señor en el huerto. Por último descubre la presencia del resucitado y se convierte en testigo cualificado de la buena noticia.

Pedro, alterna con el "otro discípulo". Pedro representa a un grupo fiel a las expectativas del Israel histórico. Por eso, ante la ausencia del crucificado no se percibe reacción alguna. A pesar del diligente seguimiento, al grupo de Pedro le cuesta asumir la nueva situación de Jesús como una fuente de agua viva, como una semilla de vida (Jn 12, 24). Su actitud se contrapone a la del "otro discípulo". Este es más ágil en el seguimiento. El texto simboliza su disposición con la frase "corría más que Pedro". A la vista de la tumba, guarda un silencio respetuoso y reflexivo. Las vendas en el piso le significan una nueva situación que se debe entender con la mirada. Luego, entra en el sepulcro y alcanza la inteligencia de la nueva realidad en oposición a la falta de comprensión de Pedro. Sin embargo, el "otro discípulo" comprende todo ante la evidencia de la tumba según la Escritura, y no a partir de una experiencia con el resucitado. Será la totalidad de la comunidad la que, a partir del testimonio de la mujer, llegue a una comprensión plena del Resucitado.

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Para la revisión de vida

¿He vivido esta Semana Santa como el camino que es a la resurrección y a la vida eterna? ¿He apostado por la vida, en mi vida?

Para la reunión de grupo

- Pedro describe a Jesús como el que pasó por la vida "haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo". ¿Es también así nuestro paso por la vida, el de nuestro grupo, comunidad; el de la Iglesia? ¿Somos testigos de que Cristo ha resucitado?

- El bautismo nos asocia a Cristo muerto y resucitado. ¿Cómo vivimos el bautismo, como un rito mágico o como el gesto que nos da una nueva vida? Y nuestra vida posterior, ¿es coherente con esa nueva vida recibida en el bautismo?

- Jesús ha resucitado; ¿esto es un artículo del credo, un enunciado que yo tengo que aceptar, o es una experiencia, un sentimiento en mi corazón y en mi vida, igual que experimento y siento, por ejemplo, el amor y el cariño de amigos y familiares? ¿Creo, sinceramente, en la resurrección de Cristo, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?

Para la oración de los fieles

- Para que la Iglesia dé testimonio de la resurrección trabajando siempre en favor de la vida, y de una vida digna y justa. Oremos.

- Para que todos los pueblos avancen en el camino de libertad, la justicia y la paz. Oremos.

- Para que el esfuerzo personal y colectivo de todos los que buscan una persona más humana y una sociedad más justa y fraterna, no resulte estéril. Oremos.

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- Para que todos los que sufren las secuelas de la opresión, la violencia y la injusticia, encuentren más apoyo en nosotros para salir de su situación. Oremos

- Para que nuestra fe en la resurrección nos haga perder todo miedo a la muerte y sus secuelas. Oremos

- Para que el gozo por la resurrección de Cristo nos afiance en nuestro compromiso con el Reino de Dios y su justicia. Oremos.

Para la hora acción comunitaria

Dios, Padre nuestro, que nos llenas de gozo al abrir para todos en este día las puertas de la vida, por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte; protégenos y ayúdanos para que, renovados por tu amor, trabajemos siempre por vencer a la muerte y hacer crecer tu Reino, hasta que recibamos el don de la resurrección. Por Jesucristo.

32.

Testigos de la Resurrección

Durante todos los domingos del tiempo pascual la primera lectura será de los Hechos de los Apóstoles. En los primeros domingos encontraremos fragmentos de la primera predicación cristiana a través de los discursos de Pedro (domingos primero, tercero y cuarto) y el proyecto de vida de la primera comunidad cristiana (segundo domingo). En el quinto domingo veremos a Pablo tomando contacto con la comunidad de Jerusalén; y el domingo sexto ya estará marcado por la referencia al Espíritu. Los textos de la Ascensión y Pentecostés son los propios de estas solemnidades.

El testimonio sobre la resurrección de Jesús que se encuentra en la parte final es el núcleo del fragmento de hoy. El discurso de Pedro en casa de Cornelio sigue el

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esquema de la primitiva predicación apostólica, en la que la resurrección es el hecho fundamental, la más importante de las acciones salvíficas de Dios.

La lectura nos ofrece también otros aspectos dignos de consideración. Los apóstoles han tenido una experiencia muy real de la presencia del Resucitado ("comimos y bebimos con él") que es la fuente de su predicación. La resurrección es el cumplimiento pleno de la salvación anunciada por los profetas; la fe en Jesús Resucitado es la aceptación explícita de la salvación.

La resurrección y exaltación de Cristo es lo que da sentido a la vida de "Jesús de Nazaret", que Pedro ha resumido en la primera parte del texto ("Dios consagró a Jesús de Nazaret... pasó haciendo el bien").

Resucitados con Cristo

Estos cuatro versículos de Colosenses inician la parte exhortativa de la carta, en la que se quiere subrayar cómo debe ser la vida cristiana auténtica.

Cristiana es aquella persona que, al bajar a las aguas del bautismo, "murió" y subió de estas aguas "resucitado con Cristo" para una nueva vida. Si ésta es la nueva realidad del creyente, todo su modo de pensar y de actuar tiene que estar de acuerdo con su ser: "busquen... piensen en las cosas de arriba". El bautismo, la unión con Cristo resucitado, marea la orientación fundamental de la vida del cristiano. Y se trata de una vida que camina hacia una madurez o plenitud, en crecimiento continuo.

«Las 'cosas de arriba' en el lenguaje bíblico son las cosas de Dios. A ellas debemos aspirar (cf. Col 3,2). Lo propio de Dios es la vida, toda la vida; nada de lo que llamamos material y espiritual, temporal y definitivo, escapa al don gratuito de la vida. Creer en la resurrección del Señor significa 'dar testimonio' de aquel que es 'juez de vivos y muertos' (Hch 10,42). Sólo viviremos la alegría pascual si,

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como el Cristo de nuestra fe, damos vida" (Gustavo Gutiérrez).

Jesús debía resucitar de entre los muertos. Para Juan, el sepulcro abierto y vacío es un signo de la resurrección. Los discípulos lo ven y creen. Las apariciones que siguen (cf. segundo y tercer domingos de Pascua) vendrán a confirmar y a dar sentido pleno a este signo que en sí es ambiguo, y darán lugar a una profesión de fe más explícita (declaración de Tomás, en el próximo domingo).

El cuarto evangelista pretende subrayar, por una parte, el realismo corporal de Cristo resucitado y, por otro, la condición nueva y definitiva de esta corporeidad. Se da también una referencia a la primacía de Pedro: él entra en el sepulcro, porque tiene que ser el primero en anunciar la Buena Noticia (cf. primera lectura de hoy). Pero sólo de Juan se subraya la fe (vio y creyó). Lucas nos mostrará que para comprender las Escrituras es necesario que el propio Cristo abra la mente del discípulo (cf. evangelio del tercer de Pascua).

33.

¡ALELUYA! CRISTO HA RESUCITADO. ALELUYA. 1. Los enemigos de Jesús habían conseguido lo que tanto tiempo pretendían y creían que todo había terminado. Ahora, ya están tranquilos. También los amigos de Jesús creían que con su muerte había llegado el final. La fe de todos se tambaleó. Sólo María, la Madre de Jesús, se mantuvo firme, sin ninguna sombra de vacilación. La vela del tenebrario que queda encendida después de todas apagadas en maitines. Se lleva detrás del altar y se saca después. Es la fe de María. María Magdalena no hacía más que llorar. Para ella nada tenía ya sentido. Jesús ya no está con ellos. Su cadáver está en el sepulcro. Ella hacía poco tiempo que había derrochado una fortuna para

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ungirle con perfume. Judas la criticó y Jesús la defendió porque le había perfumado ungiéndole para la sepultura. El viernes, a las tres de la tarde, todo se había consumado. José de Arimatea y Nicodemo le amortajaron y le enterraron. María Magdalena quiso perfumarle también, después de muerto, una vez transcurrido el descanso legal del sábado judío. 2. Cargada iba de perfumes y llorando camino del sepulcro del Jesús que le había cambiado la vida y se la había llenado de alegría. ¡Pero qué impresión tan fuerte cuando vio el sepulcro abierto y las vendas depositadas y plegadas sobre el sepulcro! Juan 20,1. 3. Corriendo ha ido a anunciar lo que ha visto a los Apóstoles. Pedro y Juan escuchan y reciben el mensaje de María Magdalena y van corriendo al sepulcro. "Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó". Sólo en esta ocasión dice el Evangelio que alguien cree en la Resurrección al ver el sepulcro vacío. El evangelista tiene en cuenta que la mayoría de lectores a quienes no se les ha aparecido Cristo Resucitado, han de creer. Juan quiere demostrar que si él ha creído sólo por haber visto el sepulcro vacio, no es necesario verle resucitado, para creer en la resurrección. 4. Para él fue un hecho inesperado, insólito, nuevo: "No había aún entendido la Escritura que dice que Él había de resucitar de entre los muertos". Los Apóstoles se fueron. Y María se quedó junto al sepulcro, llorando... "Se volvió hacia atrás y vió a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. ¿Jesús le dijo: "Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas?". -"María". -"Maestro" (Jn 20,11). Cristo se aparece a una mujer, porque fue una mujer la causa del pecado de Adán, ha de ser una mujer la que anuncie a los hombres la resurrección y por tanto la liberación del pecado.

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5."Jesús le dijo: Suéltame, que aún no he subido al Padre; ve a mis hermanos y diles que subo al Padre mío y vuestro" (Jn 20,17). María deja alejarse a su Amado, y en esa privación se encierra el más hermoso homenaje que una mujer haya hecho a un hombre, porque es su Dios. San Juan de la Cruz cantará con voz sublime el alejamiento del Amado: "¿Adónde te escondiste, Amado, - y me dejaste con gemido? -Como el ciervo huiste - habiéndome herido, - salí tras tí clamando - y eras ido". 6. Otra vez María en busca de los discípulos. El amor es activo, no puede estar quieto. "Qui non zelat non amat", dice San Agustín. El encuentro con Jesús engendra caminos de búsqueda de hermanos para anunciarle. La experiencia de la belleza y del amor impone psicológicamente la comunicación de lo que se experimenta, de lo que se goza. Por eso sólo puede anunciar a Cristo con fruto, quien ha experimentado su amor. Los apóstoles son testigos de la resurrección porque han visto a Jesús, el que bien conocían, vivo entre ellos después de la resurrección. Vieron que no estaba entre los muertos, sino vivo entre ellos, conversando con ellos, comiendo con ellos. No anunciaron una idea de la resurrección, sino al mismo Jesús resucitado, con una nueva vida, que no era retorno a la mortal, como Lázaro, sino inmortal, la vida de Dios. Ha vencido a la muerte y ya no morirá más. 7. Pedro, testigo de la resurrección, repite una y otra vez: "que lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros que hemos comido y bebido con él después de la resurrección. Los que creen en él reciben el perdón de los pecados" Hechos 10,34. En consecuencia: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, no los de la tierra" Colosenses 3,1. 8 Si María Magdalena se hubiera cerrado en su decaimiento, la resurrección habría sido inútil. María

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Magdalena hizo, como Juan y Pedro, lo que debieron hacer: salir, abrirse, comunicar. Es el mejor remedio para curar la depresión. San Ignacio aconseja "el intenso moverse" contra la desolación (EE 319). De esta manera, la sabia colaboración de todos, ha conseguido la manifestación de Cristo Resucitado. 9. Proclamemos que "este es el día grande en que actuó el Señor: sea el día de nuestra alegría y de nuestro gozo" Salmo 117. Exultemos de gozo con toda la Iglesia, porque éste es el gran día de la actuación de las maravillas de Dios. "¿De qué nos serviría haber nacido, si no hubiéramos sido rescatados?" (Pregón Pascual). Hay que profundizar en el misterio de belleza que encierra la resurrección de Jesús. Según los autores bíblicos «bello es todo aquello que ha sido tocado por la presencia de Dios». Según el mundo y la mentalidad dominante de la actual sociedad de la imagen, saturada de erotismo, la belleza parece ser el valor más buscado, hasta llegar a la idolatría, usurpando el puesto de Dios, con una extraña indiferencia por el bien y la verdad. 10. Existe una ambigüedad intrínseca en la belleza, cuando sólo se la mira bajo el aspecto sensual, como lo demuestra la publicidad, el mundo del espectáculo, los medios de comunicación, la moda, e incluso el mundo telemático de Internet. Es decir, cuando la belleza se concentra únicamente en el cuerpo humano y en el erotismo. 11. Ha escrito un autor ortodoxo: Dios no es el único que se reviste de belleza. El mal le imita y hace la belleza profundamente ambigua. Eva fue seducida por la belleza, se dio cuenta de que el fruto era bello, deseable, estéticamente atrayente. Esto quiere decir que, si bien la verdad siempre es bella, la belleza no siempre es verdadera. Esta ambigüedad es superada por Jesús, quien redimió la belleza privándose de ella por amor en el misterio de su pasión, muerte y resurrección. De este

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modo, el Hijo de Dios demostró que sólo hay algo precioso: la belleza del amor que pasa a través de la cruz y que es purificada por la cruz. Más que cerrar los ojos ante la belleza ambigua hay que abrir de par en par la mirada a la belleza de Cristo resucitado. 12. Y así como Cristo ha resucitado, nos resucitará a nosotros. Vivamos ya ahora como resucitados que mueren cada día al pecado. La resurrección se va haciendo momento a momento. Es como el crecimiento de un árbol, que no crece de golpe, sino imperceptiblemente. Tendremos tanta resurrección cuanta muerte. Con el auxilio de la gracia siempre actuante en nosotros. "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, Señor Jesús".

34.

"RESUCITO"

1. Hoy es la fiesta de las fiestas, y el día de Cristo Señor por antonomasia.

Hoy Jesús, vencedor de la muerte y del pecado, se manifestó a los suyos resucitado.

En el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, la figura de Cristo atado a la Columna, tiene la columna rota. Cristo rompe el mundo viejo del pecado y crea el mundo nuevo de la gracia. Crea al hombre nuevo. "Celebremos la Pascua, no con levadura vieja (de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad 1 Corintios 5, 6.

2 "La cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret" Hechos 10,34. Jesús ha vivido en Nazaret la mayor parte de su vida. En Nazaret ha crecido, se ha desarrollado. Ha pasado de niño a adolescente, de joven a

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adulto. De Nazaret guarda recuerdos imborrables. De su dulce vida familiar de trabajo, silencio, oración en familia y personal solitaria. De sus horas de oración, donde ha ido descubriendo la ternura del Abbá, el cariño dulce y absorbente que ha ido llenando su corazón día a día, donde ha ido creciendo en edad y en sabiduría y gracia. Allí ha ido descubriendo la voluntad del Padre y ha resuelto seguirla hasta la muerte, con la fuerza del Espíritu Santo.

3 "Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo". Es necesario que descubramos el papel principal que el Espíritu Santo ejerce en la vida de Jesús de Nazaret, y en cada cristiano, animado por él, y en la Iglesia. Un obispo maronita, León XXIII, llegó a decir en el Concilio: "La Iglesia latina es aún adolescente en pnematología". Conviene que en este año del ESPIRITU SANTO corrijamos este vacío. Con la fuerza del Espíritu Santo afirma Pedro que Jesús pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo y soportó la muerte colgado de un madero, y Dios lo resucitó y nos lo hizo a ver a los testigos que él había designado y nos encargó predicar al pueblo, y según el unánime testimonio de los profetas, los que creen en él reciben el perdón de los pecados" (Is 49,6; Mal 1,11).

4 "Entró también el otro discípulo: vio y creyó" Jn 20,1. Es la única vez que se dice en el evangelio que alguien cree sólo por ver el sepulcro vacío. Sabe el que lo escribe que sus lectores no habrán tenido un encuentro personal con Cristo resucitado, y quiere convencerles de que esa prueba no es necesaria para creer. Afirma también Juan que esta fe fue una novedad para él.

5. Como resucitó a Lázaro, que estaba muerto (Jn 11,43), Cristo resucita al mundo. Aquella era una profecía de su Resurrección. Lázaro ya olía a muerto, pero Cristo lo resucita. A pesar de que el mundo huele ya a cadáver, Cristo lo resucita también. Pero la resurrección de Cristo no es como la de Lázaro, que es un cadáver que retorna a la vida anterior. La resurrección de Cristo es recibir la

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plenitud de la Vida. Con la resurrección de Cristo nos llega toda la Vida, no sólo que durará, sino que se tiene toda a la vez: "Tota simul et perfecta possesio" (Boecio).

6 Cristo hombre muere y vuelve a la tierra, como Adán. Antes de morir había entregado su espíritu al Padre. Su espíritu, su alma, la que le informaba hombre vivo. Porque el Verbo, no se había separado de él. El Padre le devuelve el espíritu y su cuerpo, al recibir de nuevo el alma, resucita y vive como hombre vivo, siguiendo unido a la persona divina. No dejará nunca de ser hombre, como nunca dejará de ser Dios.

6. Pero, aunque Cristo ha hecho brotar el manantial, hemos de acercarnos a la fuente para sacar agua: "Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3). Jesús no nos chapuza en el agua a la fuerza.

Como al hombre que llevaba treinta y ocho años paralítico le pide permiso para curarlo: "¿Quieres curarte?" (Jn 5,6), respeta nuestra voluntad libre. ¿Quieres curarte de tus viejos pecados, de tus defectos viejos? ¿De tu levadura vieja? Acude a la fuente. El sacramento de la penitencia actualizará en tí la Resurrección.

7. Dice Juan que los Apóstoles no habían comprendido qué era la resurrección (20,9). Es difícil de comprender, porque es un misterio, que sólo se comprende por la fe.

8. Estamos celebrando la Eucaristía, el sacramento de la fe. En él Cristo muere y resucita hoy, y cada día. Por nosotros, para quitar de nosotros la levadura vieja.

9. "Nuestra víctima pascual: Cristo, ha sido inmolada" 1 Corintios 5, 7. Celebremos la Pascua resucitando con él y colaborando con su Espíritu para permanecer resucitados siempre, inmolándonos con Cristo, para ser también víctimas con él, "extirpando lo que hay de terreno en nosotros: lujuria, inmoralidad, pasión, deseos rastreros y codicia" (Col 3,5); "pues hemos muerto con él, y nuestra

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vida está escondida con Cristo en Dios" Colosenses 3,1, para gloria de Dios Padre, que por la fuerza del Espíritu Santo, ha resucitado y exaltado a su Hijo, constituyéndolo Señor. Y "cuando se manifieste él glorioso, que es nuestra vida, os manifestaréis también vosotros gloriosos".

10 Glorifiquemos al Señor porque "este es el día en que actuó, y es la causa de nuestra alegría y gozo. Porque su diestra es poderosa y excelsa. Y porque resucitando a Jesús, nos promete que también nos resucitará a nosotros y nos hará partícipes de su vida gloriosa. No he de morir, no nos ha creado el Señor para la muerte, sino para la vida. Viviremos para cantar las hazañas del Señor " Salmo 117. A El triunfante y glorioso la gloria por los siglos.

Amen.

35.

CREER EN LA RESURRECCIÓN ES CREER EN EL DIOS DE LA VIDA

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres.

Si bien la muerte de Jesús es el comienzo de nueva historia, porque su muerte es redentora, es en la resurrección donde se muestra todo lo que el Calvario significa. Por eso, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino.

Al modo, pues, de la muerte de Cristo, nuestra muerte, también, es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.

Explayaremos esas ideas en el comentario a las tres lecturas de la Misa.

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1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección "Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios..., que pasó haciendo el bien... Lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver... a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección".

1.1. Esta primera lectura del día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10, 34.37-42), una familia pagana que con su conversión viene a ser el primer eslabón de una apertura imparable en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Pedro, tal como lo ha entendido Lucas, expone ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

1.2. El apóstol ha debido pasar por el trauma de salir de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, para ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa.

1.3. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos: la Predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos «conviven» con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad.

Se trata, por tanto, de un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.

2ª Lectura (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los

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bienes de allá arriba....; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra..."

2.1. Esta segunda lectura, de la carta a los Colosenses 3,1-4, es, sin duda, un texto bautismal, y en ella se sacan las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual. Ese misterio supone pasar de la muerte a la vida, del mundo de abajo al mundo de arriba; un cambio bien simbolizado en el sacramento del bautismo.

2.2. Por el bautismo, en efecto, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro. Esto es muy importante, ya que creer en la resurrección no es adoptar una actitud estética que contemplemos pasivamente, sino comprometernos con Cristo. Aunque hemos de amar y transformar la historia humana, debemos saber que nuestro futuro no es consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alta, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.

3ª Evangelio (Jn 20,1-9): El discípulo verdadero creyó, porque había amado. "El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer..., y vio la losa quitada del sepulcro.... Pedro y el otro discípulo salieron camino del sepulcro... El otro discípulo vio las vendas en el suelo y el sudario...Vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido la Escritura...”

3.1. El evangelio de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, y nos hace vivir el asombro y la perplejidad de que el Señor ya no está en el sepulcro.

¿Es que podía estar allí quien entregó la vida para siempre? No. En el sepulcro no hay vida, y El, Jesús, se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25).

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3.2. También el evangelio de hoy nos ofrece el ejemplo fascinante del «discípulo amado» -clave en la teología del cuarto evangelio-, que corre con Pedro, que corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es el discípulo

- que espera hasta que el desconcierto de Pedro pase;

- que, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia; que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

3.3. Creer en la resurrección conlleva, pues, asumir una calidad de vida que nada tiene que ver con la búsqueda de intereses mundanos que se hace entre nosotros, y con nuestras propuestas de tipo humano y social. Es asumir una calidad teológica de vida que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero, si lo es para alguien, debemos mostrarle, desde la fe más profunda, que Dios nos has destinado a vivir con Él. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

3.4. Creer en la resurrección es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso; es creer en nosotros mismos como la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios.

Aquí, no hemos sido todavía nada, casi nada, comparado con lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse.

Aquí nadie puede estar realizado en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la esperanza.

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La resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre.

36.

MEDITACIÓN: " EL SEPULCRO ESTÁ VACÍO”

¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. El tiempo pascual es tiempo de alegría. De una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se instala en todo momento en el corazón de los cristianos, porque Jesús está vivo. Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel; Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos. ¿Puede la mujer olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues aunque se olvidara, yo no me olvidaré de ti, había prometido el Señor, según lo relata el libro de Isaías. Y ha cumplido su promesa. La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil, y nuestra fe estaría vacía de contenido. La Resurrección de Cristo es la realidad central de la fe católica. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte

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siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento supremo de la Divinidad de Nuestro Señor. Después de resucitar por su propia virtud, Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las heridas de los clavos y de la lanza. Los Apóstoles declaran que se manifestó con numerosas pruebas, y muchos de estos hombres murieron testificando esta verdad. Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el corazón. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado sobre el dolor y la muerte. En Él, encontramos todo. Fuera de Él, nuestra vida queda vacía. La Resurrección de Jesús, no tuvo otro testigo que el silencio de la noche pascual. Ninguno de los evangelistas describe la Resurrección misma, sino solamente lo que pasó después. El hecho de la Resurrección misma no fue visto por nadie, ni pudo serlo. La Resurrección fue un acontecimiento estrictamente sobrenatural. No se puede constatar por los sentidos de nuestro cuerpo mortal, ya que no fue un simple levantarse de la tumba para seguir viviendo como antes. La Resurrección es el paso a otra forma de vida, a la Vida gloriosa. María de Magdala fue a visitar el sepulcro de Jesús, al amanecer del primer día de la semana, del Día del Señor. Todas las apariciones de Jesús Resucitado ocurren en el día domingo. El día del Señor, fue el amanecer de la Nueva Creación en Jesucristo. En el Señor fue renovada la primera creación, que había caído bajo la corrupción del pecado. Por eso los cristianos santificaron desde el comienzo este día. María de Magdala es precisamente una de aquellas

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mujeres que estaban al pie de la cruz de Jesús y que estaban presentes cuando lo sepultaron. Así que no hay error posible a propósito de la tumba de Jesús. Jesús, al resucitar de entre los muertos, no ascendió inmediatamente al cielo. Si lo hubiera hecho, los escépticos que no creían en la Resurrección, hubieran resultado más difíciles de convencer. El Señor decidió permanecer cuarenta días en la tierra. Durante este tiempo se apareció a María Magdalena, a los discípulos camino de Emaús y, varias veces, a sus Apóstoles. El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho. ¡Alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre, aleluya! Nunca falta la alegría en el transcurso del año litúrgico, porque está permanentemente relacionado, de un modo u otro, con la solemnidad pascual, pero es en este día, Domingo de Pascua de Resurrección, cuando este gozo se pone especialmente de manifiesto.

Con la Muerte y la Resurrección del Señor hemos sido rescatados del pecado, del poder del demonio y de la muerte eterna. La alegría profunda de este día tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia con ese amor. Se cumple aquella promesa del Señor: Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar. La única condición que nos pone es no separarnos nunca del Padre, no dejar nunca que las cosas nos separen de Él; experimentar en todo momento que somos hijos suyos.

Nexo entre las lecturas

¡Qué noche tan dichosa! Canta el pregón pascual que se proclama en esta solemne vigilia. En esta noche toda la

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comunidad cristiana está invitada a velar con sus lámparas encendidas porque Cristo triunfa de la muerte y del pecado mediante su resurrección. El sentido profundo de las lecturas de esta noche se anuncia claramente en la introducción que hace el celebrante principal al inicio de la liturgia de la Palabra: “Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que con su muerte y su resurrección, salvara a todos los hombres”. La vigilia de esta noche se ilumina con la Palabra de Dios que nos narra la historia de la salvación: la creación, el sacrificio de Abraham, el paso del mar rojo, la promesa de una misericordia que nunca acaba, la purificación de los corazones... el significado del bautismo. El evangelio de san Marcos pone de relieve que el “crucificado” ha resucitado, no para volver a una nueva vida terrenal, sino que ha sido elevado a una nueva dimensión: con la fe en la resurrección de Jesús encuentra la comunidad primitiva su propia salvación, contempla así su futuro definitivo.

Mensaje doctrinal

1. La resurrección del Señor el primer día de la semana. La Resurrección de Cristo es el principio y fundamento de la fe cristiana, pues "si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe" ( 1 Cor 15, 16s). La Resurrección de Cristo es el culmen de la Historia de la Salvación: Jesús ha vencido al pecado y a la muerte y es el principio de nuestra justificación y de nuestra futura resurrección. Por eso, esta noche celebramos la fiesta de las fiestas, aquella que da significado a todo nuestro humano caminar.

Después de escuchar atentamente las lecturas del Antiguo Testamento y la Epístola de san Pablo, llegamos al momento culminante de la proclamación del evangelio. En el ciclo B se lee el evangelio de Marcos quien pone su acento en que “el crucificado, es el mismo que ha resucitado”. La tres mujeres que habían estado en la

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crucifixión: María de Magdala, María la de Santiago y Salomé se reúnen, como era costumbre entre los judíos, para visitar la tumba de Jesús, deseaban, además, ungirlo debidamente, pues la tarde del viernes todo había sido muy precipitado. El reposo sabático no les había dado la oportunidad de hacerlo. Ahora, al despuntar el día, se dirigen al sepulcro, no sin un profundo dolor y una viva emoción. Se debe notar que san Marcos habla del “primer día de la semana”. Hasta ahora, los anuncios de la resurrección hablaban del “tercer día”. Cómputo que se hacía a partir del día de la crucifixión (Cfr. Mt 16,21; Lc 9,22). El tercer día en la biblia se reconocía como día de la teofanía. Al tercer día desciende Yahveh sobre el Sinaí (Ex 19,16); al tercer día llega Abraham al lugar del sacrificio con su hijo Issac (Gen 22,4). Por su parte los santos Padres prefieren mencionar el “octavo día” poniendo de relieve la venida del Señor al final de los tiempos.

Comenta el Card. Ratzinger al respecto: “De este modo, los tres simbolismos (primer día de la semana, tercer día de la semana, octavo día de la semana, respecto a la pascua ndr ) terminan por identificarse: el más importante de ellos, sin embargo, es del “primer día de la semana”. En el mundo mediterráneo en el que el cristianismo se ha formado, el primer día de la semana era visto como el día del sol,.... El día de la celebración litúrgica de los cristianos había sido elegido como memoria del obrar de Dios, a partir de la resurrección de Cristo” Joseph Ratizinger Introduzione allo spirito della liturgia, San Paolo Milano 2001, p. 92 (la traducción es nuestra). Es decir, el tiempo encontraba su punto de referencia para los cristianos a partir de la resurrección de Cristo, de aquí nace la importancia del domingo cristiano. A esto se debe añadir que “el primer día” es el día de la creación. La nueva creación re-toma la antigua. Así, el día de la resurrección es también fiesta de la creación: la comunidad cristiana da gracias a Dios por el don de la creación. Esto ha quedado de manifiesto en la primera lectura de esta vigila que narra poéticamente la creación del mundo y del hombre.

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Dios no permite que la creación se destruya, sino que la reconstituye después de las prevaricaciones del hombre. En el término “primer día de la semana” está también contenida la idea paolina según la cual la creación espera la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,19): como el pecado destruye la creación, así la creación se cura cuando los “hijos de Dios” se hacen presentes (Cfr. Ratzinger ibidem).

2. Id a decir a sus discípulos y a Pedro. Las mujeres reciben el encargo de decir a Pedro y a sus discípulos que “el crucificado ha resucitado”. Aquellas mujeres que habían conocido a Jesús, que habían visto sus milagros, que habían oído su predicación, que habían sido objeto de su misericordia y que lo habían visto materialmente destrozado en la cruz, reciben un mensaje inesperado y desconcertante para ellas: “el crucificado ha resucitado”. Aquel que ellas tanto amaban y por el que habían arriesgado su vida siguiéndole hasta la cruz, ha resucitado. No simplemente ha vuelto a la vida, sino que ya no muere más. Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9_10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31_32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34). Se debe notar, sin embargo, que las primeras en anunciar la resurrección del Señor fueron las mujeres.

El catecismo de la Iglesia católica nos dice: “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:

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Cristo resucitó de entre los muertos. Con su muerte venció a la muerte. A los muertos ha dado la vida.

(Liturgia bizantina, Tropario de Pascua)

Catecismo de la Iglesia católica 638.

Esto es lo que hoy también estamos invitados a anunciar.

Sugerencias pastorales

1. La meditación sobre la resurrección. La piedad cristiana se ha detenido siempre mucho en los misterios de la pasión y muerte, y con razón, pues de ellos depende nuestra salvación. Sin embargo, no siempre ha dado la importancia que merece al misterio de la resurrección, es decir, no siempre ha considerado el misterio pascual de Cristo de forma integral. Creo que sea muy útil introducir a nuestros fieles en la meditación del misterio de la resurrección del Señor como victoria sobre la muerte y el pecado. En un mundo transido de violencia y terror, es precisamente la resurrección del Señor la que debe alentar e impulsar llena de esperanza la vida de los cristianos. Ellos deben seguir siendo en la sociedad como el alma para el cuerpo, porque ellos tienen el deber de anunciar que el amor de Dios en Cristo ha vencido por encima de la mentira, del pecado, de la calumnia y, sobre todo, de la muerte. Aquello que el catecismo aplica a Pedro y a los apóstoles, podemos aplicarlo a nosotros creyentes de este nuevo milenio: “Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles _ y a Pedro en particular _ en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua”. Lo que sucede en esta Vigilia Pascual, en este domingo de resurrección nos compromete a todos en la construcción de un nuevo mundo, en la construcción de la civilización del amor.

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2. Valorar el propio bautismo. La vigilia pascual con su liturgia bautismal nos invita a considerar el valor del propio bautismo. Por medio de él, nos dice san Pablo, hemos sido injertados en Cristo, hemos sido incorporados al cuerpo de Cristo, liberados del pecado y hechos hijos de Dios. ¡Oh cuántas cosas grandes ha obrado Dios en favor nuestro! Sucede, sin embargo, que a veces vivimos distraídos de las verdades fundamentales que sostienen nuestras vidas. Nos dejamos arrebatar por el miedo, el cansancio, el sueño, porque no nos damos cuenta de las riquezas que llevamos en el alma: “Despierta tú que duermes y el Señor te alumbrará”. Que cada uno valore hoy la dignidad de su ser cristiano (Reconoce Oh Cristiano, tu dignidad decía san León Magno), que cada uno sienta en toda su belleza la alegría de ser hijo de Dios -porque en verdad lo somos-, de ser coheredero con Cristo, de ser partícipe de la misión de Cristo. Si, así lo hacemos, nuestra vida dará un vuelco y seremos “más cristianos”, alejaremos de nuestra vida la tentación de vivir de forma pagana como si Dios no existiese y como si Cristo no hubiese muerto y resucitado por nosotros.

37.

COMENTARIO 1 PASION Y RESURRECCION DEL PUEBLO Cansado de sufrir, casi resignado a su suerte, nuestro pueblo se ha fijado en la pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Su dolor y marginación, su vejación y postración de siglos se han proyectado religiosamente en la imagen del nazareno, varón de dolores, y de su madre, María. Los artistas han ido captando en los pasos de Semana Santa, uno a uno, todos los fotogramas de la película de los últimos días del profeta galileo, plasmándolos en tallas e imágenes de las más variadas escuelas escultóricas de los últimos siglos.

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El Cristo de la borriquita, de la oración del huerto, del prendimiento, de la sentencia, amarrado a la columna, con la cruz a cuestas, caído, coronado de espinas... El Cristo que se encuentra con su madre, crucificado en el Calvario, de la buena muerte, descendido de la cruz, sepultado... Cristo de la expiación, de la clemencia, de la humildad y paciencia, de la misericordia, de la gracia y perdón. También María, su madre, su fiel compañera, María de la esperanza, de gracia y amparo, de la merced, de la piedad, del amor, del silencio, de la paz... María de los desamparados, de la amargura, de los dolores, de las lágrimas en su desamparo, del mayor dolor en su soledad, de la Madre de Dios en sus tristezas... De los pasos procesionales que tiene la Semana Santa, muy pocos son los que recuerdan el desenlace subversivo de tan trágico triduo sagrado, que el apóstol Pedro anunció así a los israelitas: «Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó; nosotros somos testigos (Hch 3,14-15). Parece como si nuestro pueblo, vejado durante siglos, se hubiera identificado casi en exclusiva con tanto padecimiento y, armado de paciencia, se hubiera resignado a vivir zarandeado por los poderosos de la tierra que injustamente lo han oprimido. Al final o al principio, poco importa, este sentimiento, esta compasión se han hecho liturgia en la calle, rezo y fiesta, celebración del dolor compartido. Poca atención ha merecido en las procesiones de Semana Santa la Resurrección de Jesús. Sin embargo, el domingo de Resurrección presenta al creyente una rara utopía, el sueño dorado y frustrado de tanta marginación, la subversión de tantos derechos humanos pisoteados, el grito de victoria de un pueblo que no se deja vencer, que sabe llevar airosamente la cruz de sus dolores, pero que

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espera, cada día con más fuerza, ver la luz, la libertad, el gozo, la alegría. Es una pena que toda esta celebración de Pascua de Resu-rrección se haya quedado encerrada en los templos, expresada en una hierática y fría liturgia que deja poco margen a la fiesta. En este día, los cristianos tendríamos que salir a las calles a gritar que es posible la vida, y otra vida, y otro mundo, sin tantas injusticias y desigualdades. Tendríamos que denunciar a todos los que, desde alguna de las gradas del poder, nos llevan a diario a la marginación, al paro, a la pobreza, a la dominación. Como los apóstoles, deberíamos denunciar el suplicio, la tortura, la muerte de todos aquellos que, injustamente, van cayendo a nuestro lado cada día, víctimas de un sistema que da vida a pocos y muerte a los más. Habría que entonar un 'no nos vencerán' dedicado a quienes manejan los hilos de nuestra historia y disponen de nuestro futuro. Tanto dolor no puede ser baldío ni tanta lucha sofocada. Y todo esto equi-valdría a gritar con palabras de hoy el mensaje de siempre: que ese Cristo doloroso con el que se identifica nuestro pueblo no acabó en la muerte y en la tumba. Ninguna tumba puede encerrar tanto amor, tanta lucha, tanta ilusión, tanta fuerza, tanta vida. Tras tanto padecer, como Jesús, también a nuestro pueblo le espera la vida, ¿lo creemos?

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COMENTARIO 2 EL AMOR SIGUE SIENDO SUBVERSIVO La muerte de Jesús no entraba, como tal muerte, dentro

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del plan de Dios; pero era seguro que llegaría, al mantener Jesús con firmeza su compromiso de amor. Pero el amor es siempre la derrota de la muerte y la victoria de la vida. Murió por amor, y el amor lo devolvió a la vida. Decir esto en un mundo de muerte sigue siendo subversivo, pero, por eso, necesario. LO ENCONTRO EL AMOR El primer día de la semana, por la mañana temprano, todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada del sepulcro. Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo a quien quería Jesús y les dijo: -Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto. Aquel día, aunque ya había amanecido, María Magdalena (que simboliza a la comunidad de Jesús) estaba aún en tinieblas, pues muy a su pesar creía que la tiniebla había vencido definitivamente a la luz, que la muerte había prevalecido sobre la vida, que el poder había vencido al amor. Cuando llegó al sepulcro no encontró al Señor: la tumba estaba vacía; sólo quedaban los lienzos con los que lo ataron después de su muerte. María se asustó. Y fue corriendo a avisar a los discípulos. Ante el anuncio de María reaccionan dos discípulos: Pedro, el que había negado a Jesús porque en el fondo creía que la muerte es más fuerte que el amor (Jn 18,16.25-27), y el que había entrado con Jesús en la sala del juicio y lo había acompañado hasta la misma cruz (Jn 18,15; 19,26), dispuesto a dar la vida, por amor, con él. Allí, al pie de la cruz, fue testigo de que cuando la vida se entrega por

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amor es fuente de más y más vida. Por eso, al llegar al sepulcro, sólo él supo interpretar los signos que tenían ante sí y sólo creyó él. María tardó muy poco -lo cuenta el evangelio en el párrafo siguiente (20,1l-18)-en descubrir vivo a Jesús. María Magdalena y el discípulo amado son, en el evangelio de Juan, figuras simbólicas del amor de Jesús -ternura y com-promiso- que da fruto en la comunidad cristiana; ellos son figura de la comunidad que ha recibido y aceptado el amor de Jesús, amor que están dispuestos a poner en práctica. Y porque están identificados con su amor, lo buscan y lo encuentran vivo. Pedro tardó un poco más. Entra el primero y ve antes que nadie que el sepulcro está vacío...; vio, pero no creyó. Porque no había aceptado todavía ni la fuerza revolucionaria del amor ni la revolución que nace de esa fuerza. El, preocupado de conseguir el poder y de aumentar el prestigio de su santa religión, tardó un poco más en acoger sin condiciones el mensaje de Jesús. Entonces sí: aceptó el amor sin límites a la humanidad y decidió seguir a Jesús y comprometerse a ser, como él, pastor dispuesto a dar la vida por las ovejas, compromiso que lo llevaría a manifestar, también él, con una muerte por amor, la gloria de Dios Jn 21,15-19). BARRED LA LEVADURA VIEJA ¿No sabéis que una pizca de levadura fermenta toda la masa? Haced buena limpieza de la levadura del pasado para ser una masa nueva. (Segunda lectura) Colosenses 3,1-4

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Era «el primer día de la semana», el día que empezó una nueva cuenta de los días porque un hombre nuevo y una nueva humanidad habían nacido del costado abierto del Nazareno; surgía una nueva posibilidad: un modo nuevo de ser hombre, comprometido en la tarea de transformar este mundo y de construir y consolidar un modelo de relaciones entre los hombres que de verdad se pudiera decir que procedía de Dios. Relaciones basadas en el amor y la vida, en la verdad y la justicia, y en la libertad, la única tierra que produce amor y vida, verdad, justicia y paz. En esta nueva etapa continuará el conflicto entre el amor y la muerte, pero desde ahora con la certeza de que la victoria se iría logrando. Aunque no sin resistencias, que persisten hasta el presente: el odio y la arrogancia del poder todavía son fuertes, el imperio aún se opone al designio de Dios, que quiere la libertad para los hombres y para los pueblos; todavía hay algún imperio que busca la alianza del altar para poner también a Dios a su servicio, mientras obliga a que se rece en las escuelas, dispone la muerte de los que están del lado de los pobres, y todavía hay algún altar que acepta con gusto la alianza con el imperio. Todavía queda mucha levadura (en este párrafo de Pablo la levadura simboliza todo lo que hay que abandonar para poder ser cristiano) por barrer para que este mundo llegue a «ser una masa nueva». En el momento presente no son el amor y la vida los valores en los que se funda la convivencia entre los hombres. Sigue siendo el dinero, el fanatismo, la adulación al poder imperial..., la muerte. La muerte voluntaria de aquellos que renuncian a amar para aparentar que siguen viviendo, y la muerte violenta de los que, para que otros vivan, se juegan la vida y momentáneamente la pierden. Por eso no podemos soltar la escoba. No podemos bajar la guardia. Hoy, domingo de resurrección, proclamamos la victoria de la vida; pero cuidado!, que defender la vida sigue siendo, ya en los umbrales del siglo XXI, subversivo. Y, además,

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para algunos, pasado de moda. No hay más que oír lo que dicen y ver lo que hacen- algunos que fueron progres cuando estaba de moda -¡y cuando parecía que el viento del poder soplaba en esa dirección!- serlo. Pero si queremos dar testimonio de que a Dios no se le puede atribuir la muerte, sino la vida, si creemos que el amor vencerá, que está venciendo a pesar de las apariencias, si seguimos creyendo en la resurrección..., no podemos abandonar. ¡Aunque nos llamen subversivos! ¿Es que acaso no lo somos?

39.

COMENTARIO 3 La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón. La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el ajusticiamiento de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes. Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles cohesión interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del resucitado lo logró.

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Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuando que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que hace el Resucitado en el interior de las personas y del grupo. Veamos cómo demuestran esto las tres lecturas de este domingo. A nivel cronológico, debemos empezar por el evangelio (Jn 20, 19-31). La comunidad anda todavía disuelta. Tomás, el incrédulo, es sólo un ejemplo. ¿Qué hace Jesús para aunarlos? Dar al grupo su Espíritu de perdón, para que haga lo mismo con los demás y tomar a Tomás como ejemplo de reconciliación. En una comunidad reconciliada renace la fraternidad, la alegría, la capacidad de entrega... y se puede convertir en una comunidad creadora de nuevas comunidades reconciliadas. Este proceso de sentirse perdonado y de tener capacidad de perdonar a otros es el que va a ir activando la presencia del Resucitado en todos los que entren en contacto con la comunidad cristiana original. Es el mismo Jesús quien pone todo el énfasis de su resurrección en el sentirlo interiormente, más que en el verlo o en palparlo físicamente, a través de apariciones. Esta afirmación queda sellada con sus palabras: "Dichosos los que sin haber visto han creído". Hch 5, 12-16 nos presenta el actuar de una comunidad que cree en el Resucitado: quien lo siente vivo y actuante en su interior, trata de comunicarlo de la misma forma. El testimonio que irradia la pequeña comunidad es el de una comunidad reconciliada, en la que todos tienen "un mismo espíritu" (v. 12), causan por eso impacto en la sociedad que los rodea (v. 13), despiertan nuevos seguidores y entregan gratuitamente a otros el amor que recibieron del Maestro. A partir de aquí, cualquier milagro es posible y es plenamente explicable. La lectura del libro del Apocalipsis

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(1, 12-13.17-19) nos coloca en medio de una comunidad perseguida por el solo hecho de seguir las enseñanzas del Crucificado, ahora Resucitado. Es la fuerza del Resucitado la que preside y guía la comunidad perseguida. Si ella sabe mantener viva la presencia de Jesús Resucitado, se mantendrá viva y fuerte aun en medio de la persecución más tenaz. El cristiano no debe tener miedo frente a nada ni nadie, pues no es la muerte su destino, sino la resurrección. A la comunidad cristiana no la preside la muerte. La preside la vida. Y es precisamente a partir de la vida, en cuyo servicio está, en donde el cristianismo tiene su fuerza. Cualquier participación o apoyo a procesos de muerte, es una traición al resucitado y un golpe mortal a su propia vida.

40.

COMENTARIO 1 PERO DIOS LO RESUCITO Si las tradiciones populares reflejan con fidelidad el modo de pensar de los pueblos, los cristianos andaluces deberíamos estar muy preocupados por nuestro modo de celebrar la Semana Santa. Aparte de otras muchas consideraciones que, desde el punto de vista de la fe, podríamos hacer, hay algo especialmente grave en nuestro modo de recordar los momentos culminantes de la misión de Jesús de Nazaret: celebramos su muerte más, mucho más, que su resurrección; y celebramos la muerte desconectada de la resurrección. TODAVÍA EN TINIEBLAS «El primer día de la semana, por la mañana temprano, todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio

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la losa quitada». No podía ser. Los discípulos no se lo podían creer. No en-traba dentro de las posibilidades que ellos manejaban. A pesar de que Jesús se lo había anunciado varias veces (Jn 10,17-18; 12,7.23-28; véase también Mc 8,31; 9,31; 10,33-34), no creían que Jesús pudiera resucitar. Por eso, aunque ya era de día, María Magdalena (que simboliza a la comunidad de Jesús) estaba aún en tinieblas. Porque, muy a su pesar, pensaba que la tiniebla había vencido definitivamente a la luz, que la muerte había prevalecido sobre la vida, que el poder había vencido al amor. Ella estaba triste; pero seguro que había muchos que todavía estaban celebrando la que creían que era su victoria. Todos se equivocaron. No había lugar para la tristeza de la Magdalena ni para la alegría de los que hicieron matar a Jesús. Su misión no era cosa de sólo tejas abajo, que se pudiera destruir con sólo derramar su sangre. Su misión estaba respaldada y lo habrían visto, si hubieran tenido ojos para verlo, en la inmensidad del amor que se manifestó en la cruz por el mismo Dios. Por eso, a pesar de que María Magdalena estaba todavía en tinieblas, aquel día amaneció. EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA Y empezó una nueva época para la humanidad. El proyec-to que Dios había presentado a los hombres por medio de Jesús no se iba a ver interrumpido por la oposición del gobernador de una lejana provincia del Imperio romano y por algunos jerarcas religiosos con delirios de grandeza. Al contrario: su actuación iba a tener el efecto contrario al que ellos deseaban. Su mundo, el de ellos, y no el de Jesús, empezaba a desaparecer con la nueva era que

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comenzaba aquel primer día de la semana. Aquel domingo (pronto empezaría a llamarse así, «día del Señor») comenzaba de nuevo la cuenta de los días del hombre, del hombre nuevo y la nueva humanidad nacidos del costado abierto del Nazareno; comenzaba una nueva posibilidad para el hombre: un modo nuevo de ser hombre. Era el principio de la primavera, y en aquel huerto/jardín (que recuerda el jardín del Edén, en donde sitúa el libro del Génesis la primera pareja humana: Gn 2,8ss) en el que estaba el sepulcro de Jesús se iba a manifestar la victoria de la vida sobre el poder homicida. VIO Y CREYO «Llegó también Simón Pedro,... entró en el sepulcro y contempló los lienzos puestos, y el sudario... Entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó». Cuando llegó María al sepulcro, no encontró allí al Señor. Y corrió, asustada, a avisar a los discípulos. El sepulcro estaba vacío y los lienzos con los que habían atado a Jesús después de su muerte estaban allí como testigos silenciosos del triunfo del amor y de la vida. Ante el anuncio de María, reaccionan dos discípulos: Pe-dro, el que había negado a Jesús porque en el fondo creía que la muerte es más fuerte que el amor (Jn 18,16.25-27), y el que, siguiendo a Jesús, había entrado con él en la sala del juicio y lo había acompañado hasta la misma cruz (Jn 18,15; 19,26), dispuesto a dar la vida, por amor, con él. Y allí, al pie de la cruz, fue testigo de que, cuando la

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vida se entrega por amor, es fuente de más y más vida. Por eso sólo él supo interpretar los signos que tenían ante sí. Por eso, vio y creyó. Pedro aún tenía que decidirse a ser pastor al estilo de Jesús, dispuesto a dar la vida por las ovejas. En ese momento aceptaría que el triunfo está en la vida y no en la muerte, en el amor y no en el poder (Jn 21,15-19). Y DIOS LO RESUCITO Sí. Porque la misión de Jesús no era sólo cosa suya. Dios estaba con él. Y Dios lo resucitó. Muchas veces, a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía, se ha querido presentar a Dios como el que justificaba los abusos homicidas del poder: en nombre de Dios condenaron a Jesús de Nazaret y en nombre de Dios se sigue condenando a los verdaderos luchadores por la liberación de los pueblos. Pues a pesar de que los tiranos invoquen a Dios, y a pesar de que existan profesionales de la religión que dan la razón a los tiranos, la resurrección de Jesús nos muestra de parte de quién está Dios. Y, además, la resurrección de Jesús demuestra que -aunque no siempre sea necesaria la mayor prueba de amor, dar de una vez la vida por aquellos a quienes se quiere- el amor es el único camino que conduce a la salvación de este mundo; que la entrega de la propia vida por amor es el único instrumento verdaderamente eficaz para construir un mundo en el que todos puedan vivir felices. MUERTE Y RESURRECCION Tenemos que tomar conciencia del significado de la resu-rrección de Jesús y preguntarnos por qué es tan poco importante para nosotros. María Magdalena, Pedro y el

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otro discípulo, amigo de Jesús, seguían estando de parte de Jesús. Por supuesto que todos ellos consideraban que su muerte había sido una injusticia, un verdadero asesinato; pero les faltaba todavía la fe en la fuerza de la vida. Como a nosotros los andaluces. Jesús crucificado, el dolor de María, su Madre, lo injusto de esos sufrimientos, nos conmueven sinceramente; y así lo expresamos (allí donde lo que se haga sea una verdadera manifestación de fe). Pero conmemorar sólo la muerte de Jesús y olvidar su resurrección es o no querer comprometer nuestra propia vida en la lucha por la construcción de un mundo mejor, o presentar la muerte de Jesús como un fracaso y, de esa manera, hacer el juego a los opresores de todos los tiempos, a quienes conviene que se siga creyendo que la muerte es más fuerte que el amor. La resurrección de Jesús muestra lo contrario.

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COMENTARIO 2

Hoy conmemoramos la Pascua de Jesús, su paso de la muerte a la resurrección, paso al que fuimos asociados todos los creyentes al recibir el bautismo. Preside nuestra celebración el cirio pascual que anoche, en la solemne vigilia de resurrección fue bendecido, incensado y cantado, como símbolo de la luz que es Jesucristo, de su Palabra y su vida. En muchos lugares a la largo y ancho del mundo, donde haya cristianos, los recién bautizados de anoche participan hay en la fiesta pascual de la comunidad cristiana. Y nosotros mismos conmemoramos y renovamos hoy nuestro bautismo. En estos 50 días del tiempo pascual, que hoy se inaugura, leeremos el libro de las Hechos de los Apóstoles, donde se narran los orígenes de la Iglesia cristiana, nacida de la

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muerte y de la resurrección de Jesús y del don de su Espíritu Santo. Una muy antigua tradición que data del siglo II, lo atribuye a San Lucas, lo mismo que el tercer evangelio. Se trata, según la misma tradición, de un discípulo de Pablo, mencionado en Flm 24; Col 4,14 y 2Tim 4,11. Él habría sido testigo de muchas de las cosas que narra, otras las habría conocido por la tradición de los apóstoles y de los primeros cristianos. La 1ª lectura de hoy está tomada del libro de los Hechos. Es uno de los muchos discursos que Lucas pone en boca de las apóstoles Pedro y Pablo y que conservan el recuerdo fidedigno de lo que los apóstoles predicaban después de la resurrección de Jesús. Es el llamado "Kerygma" o proclamación solemne del núcleo de la fe cristiana, destinada a los judíos y a los paganos, invitándolos a creer en Jesucristo, a confiarse en El, a incorporarse a su Iglesia. No se trata de una ideología, ni de un código moral detallado. Se trata del anuncio de los acontecimientos que acabamos de celebrar en la Semana Santa: La vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. A sus oyentes -y a nosotros hoy- Pedro exhorta a creer en Jesucristo para obtener la salvación. Este es el contenido fundamental de nuestra fe, que todos debemos testimoniar gozosamente con nuestra vida y con nuestras palabras. Porque son hechos salvadores, liberadores, por los cuales Dios se nos entrega como Padre, perdonando nuestros pecados y dándole sentido a nuestra vida, a veces tan extraviada. La 2ª lectura, muy breve, es un pasaje de la carta de Pablo a los colosenses. Afirma categóricamente el apóstol que hemos resucitado con Cristo. Este es el efecto de nuestro bautismo: nos hace morir al pecado para resurgir a la vida de la gracia divina en el nombre de Jesús. El evangelio, tomado de Juan, narra el hallazgo de la tumba vacía de Jesús por parte de María Magdalena. Es

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todo un signo de la victoria de Dios sobre la muerte. Los ojos del verdadero discípulo sabrán descifrar el significado de las vendas mortuorias tiradas por el suelo, del sudario que cubría el rostro del crucificado enrollado aparte de las vendas. Es que Jesús ha resucitado, ya no está aquí en la tumba, como dirán los ángeles en otros relatos. Más tarde se aparecerá a los suyos, se hará ver por sus discípulos, y los llenará con la alegría de su vida nueva y definitiva, la misma vida de Dios. Es significativo que el primer testigo de la resurrección sea una mujer, María Magdalena, discípula y amiga de Jesús. Ahora misionera y apóstol. En esto son unánimes los evangelistas: en que los primeros testigos de la resurrección de Jesús fueron mujeres de su grupo que llevaron la alegre noticia a los apóstoles. Para irnos curando de machismos, y para que comprendamos, por fin, que en la Iglesia de Jesucristo todos somos iguales. También nosotros hemos de correr hacia la tumba vacía de Jesús, hemos de entrar en ella, para ver con los ojos de la fe, no con los de la carne, que Jesús ya no está allí, y para creer entonces en El, que vive para siempre. La resurrección de Jesús da sentido a nuestra vida de cristianos. Sin ella, como dijo san Pablo (1Cor 15,14-15), «vana es nuestra fe», porque nos remitiríamos a una ilusión. Con ella cobra sentido todo: El compromiso en la lucha por hacer un mundo más justo y más humano, el servicio a los pobres y a los necesitados, el anuncio del Evangelio a todos los pueblos, llevado con tantos esfuerzos y sacrificios, hasta enfrentar la muerte por él. Con Cristo resucitado renace la esperanza en una vida nueva, donde no haya dolor ni sufrimiento, separación, muerte ni olvido, donde todos los seres humanos podamos ser felices como quiere Dios. Esto es lo que significan esa tumba vacía y esos lienzos y el sudario que vieron los discípulos.

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50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE

RESURRECCIÓN 42-50

42.

Este Domingo: Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida

María Magdalena y un grupo de mujeres son las protagonistas en la mañana de Pascua. Ellas descubren, cuando aún es de noche, el gran acontecimiento de la historia. Es un amanecer desconcertante del todo: ¡Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto! Ponerse en camino movidos por el amor es el primer paso para encontrarnos con el Viviente y para anunciar que no entendemos nada, pero que algo grande ha ocurrido. Y por eso echan a correr, como echará a correr la noticia de que Dios, fiel a su Palabra, resucitó a su Hijo y con Él nos da la posibilidad de vivir una vida nueva La experiencia de las mujeres, y la de Pedro, es nuestra propia y cotidiana experiencia: Nosotros tampoco hemos visto a Jesús Resucitado, sólo hemos constatado el vacío de una tumba, pero en lo profundo de nuestro corazón, hemos experimentado la vida nueva, la cercanía del Dios viviente, de Jesús Resucitado. Hemos comido y bebido de su Cuerpo y de su Sangre, hemos podido superar el escándalo del viernes santo y un horizonte infinito se abre ante nuestras vidas: el Señor ha resucitado ¡y hay que celebrarlo!, ha vencido toda muerte y opresión y ni el pecado ni el mal tienen ya poder sobre

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nosotros que hemos compartido su mesa y su suerte. Es tiempo de “buscar las cosas de arriba”. Es tiempo para la alegría y el gozo, para la vida nueva. La Pascua nos ofrece la oportunidad de “estrenar” nuevamente nuestro Bautismo y de profesar con convicción nuestra fe en Jesús que, según las Escrituras, ha resucitado de entre los muertos. Es Pascua, toca vivir y revivir la resurrección de Jesús porque su vida es la levadura que hará fermentar nuestra vida y la del mundo entero.

Comentario bíblico: Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección. 1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una familia pagana ("temerosos de Dios", simpatizantes del judaísmo, pero no "prosélitos", porque no llegaban a aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el

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"Pentecostés pagano", a diferencia de lo que se cuenta en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo de entonces. I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una visión (Hch 10,1-33), tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es "divina", del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado. I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió con los "helenistas". Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica. I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección. I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos "conviven" con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.

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I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor. 2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal, que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia. II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro. II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de gran expresividad en las teología paulina "syn-ergeirô"= "resucitar con". Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo. II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que

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en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente para el final de los tiempos. II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos. III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al "discípulo amado" y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección. III.2. La figura simbólica y fascinante del "discípulo amado", es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que

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éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada. III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero sí lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con Él. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros. III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida

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por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte. Pautas para la homilía ¡Alégrate, Cristo Ha resucitado! El Padre ha resucitado a Jesús y nos lo ha manifestado y ahora nos toca a nosotros dar testimonio de que Él nos ha merecido la liberación definitiva. Testimoniar a Jesús resucitado, que Vive, comporta el compromiso insobornable de hacer lo que Él hizo y de vivir a impulsos del Espíritu (el mismo Espíritu que le ungió a Él, se nos dio en plenitud en el Bautismo) que lo empujaba a “pasar haciendo el bien y a curar a los oprimidos”. “Dios estaba con Él”, -y está con nosotros- a pesar de que la “justicia humana le condenó a una muerte ignominiosa, al igual que como las que hoy sigue condenado a tantos inocentes. Dios su Padre –y nuestro Padre- no se dejó vencer y lo resucitó constituyéndolo como juez de vivos y muertos, ¡juez universal! El Padre, queriendo ejercer misericordia con los hombres y mujeres, nos lo puso fácil: Uno de los nuestros, uno que ha compartido nuestra suerte, nos juzgará y saldrá fiador nuestro porque es capaz de reconocernos como hermanos. Y esto es motivo de esperanza y alegría. Resucitados con Cristo, busquemos los bienes de arriba Pero el Padre no sólo ha resucitado a Jesús, nos ha resucitado también a nosotros regalándonos la posibilidad de vivir el acontecimiento pascual de su Hijo. La muerte, el pecado, la debilidad y el fracaso ya no tienen la última palabra. Si hemos compartido su mesa nutriéndonos de su Cuerpo y de su Sangre; pero sobre todo, si Él ha querido identificarse radicalmente con nosotros nos tiene, en

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virtud de su naturaleza humana, “escondidos en Dios”, o sea, ganados para su causa. De este modo es imperativo buscar “las cosas de allá arriba” dónde está Cristo, pero donde también estamos nosotros. ¡La muerte ha sido vencida y ya nunca más podrá herir a sus amigos, a sus hermanos! Nosotros somos testigos Es la hora del testimonio y de la Buena Noticia. Como María Magdalena y las otras mujeres hemos de ir, movidos por el amor, al encuentro del Señor, al encuentro del que Vive. El sepulcro vacío nos abre los ojos de la fe para entender lo que tal vez hasta ahora no hemos entendido: la muerte y resurrección de Jesús, ¡la pasión y muerte de nuestro mundo y, en esta perspectiva, también su resurrección y su vida nueva! Es el momento de “creernos” la Buena Noticia de la Salvación y dejar que el Espíritu nos permita “entender las Escrituras” para, como Jesús, pasar haciendo el bien, dar la vida por amor y reconocer a Dios que nos da la vida nueva, como Padre, y a los hombres y mujeres, como hermanos en el Resucitado

43.

Nexo entre las lecturas Cristo resucitado, éste es el mensaje central de la liturgia de Pascua. Ante todo, Jesucristo resucitado, como objeto de fe, ante la evidencia del sepulcro vacío: "vio y creyó"

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(Evangelio). Cristo resucitado, objeto de proclamación y de testimonio ante el pueblo: "A Él, a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día" (primera lectura). Cristo resucitado, objeto de transformación, levadura nueva y ácimos de sinceridad y de verdad: "Sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado" (segunda lectura). Mensaje doctrinal 1. Cristo resucitado, objeto de fe. El sepulcro, aunque esté vacío, no demuestra que Cristo ha resucitado. María Magdalena fue al sepulcro y llegó a la siguiente conclusión: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro entró en el sepulcro y comprobó que "las vendas de lino, y el paño que habían colocado sobre su cabeza estaban allí". Ni María ni Pedro creyeron, al ver el sepulcro vacío, que Jesucristo había resucitado. Sólo Juan, "vio y creyó", porque el sepulcro vacío le llevó a entender la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos (Evangelio). "Esto supone, nos enseña el catecismo 640, que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana". El conocimiento que, hasta entonces, Juan tenía de la Escritura era nocional, por eso afectaba solamente sus ideas; ahora, al entrar en el sepulcro vacío, ver las vendas y el sudario, el conocimiento de la Escritura se convierte en experiencia y vital. Todavía Cristo resucitado no se le ha aparecido, pero ya lo ha "visto", porque la Palabra de Dios es verdadera; las apariciones de Cristo a los discípulos no harán, sino confirmar la fe en la resurrección. 2. Cristo resucitado, objeto de proclamación. Cuando el hombre vive una experiencia profunda, no la puede callar, por más que sea consciente de que sus palabras no lograrán nunca expresar la intensidad, viveza y plenitud

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de la experiencia. La experiencia de Cristo resucitado fue tan marcada en el alma de los apóstoles y discípulos, que necesariamente tenían que hablar de ella, a quienes no la habían tenido. Bueno, no sólo hablar de ella, sino también testimoniarla, es decir, proclamar su verdad, incluso, llegado el caso, con el sufrimiento y con la vida. Callar esa experiencia, hubiese sido una muestra de egoísmo imperdonable. Por eso, los cristianos, durante los primeros años, y como primer anuncio, eran monotemáticos. Lo único que decían era que "Cristo fue matado por los judíos, pero que Dios lo resucitó de entre los muertos". Todo lo demás gira en torno a este grande mensaje. No proclaman ideas, por muy bellas que puedan ser, sino acontecimientos vividos en primera persona. Esta experiencia de Cristo resucitado no fue pasajera, sino que llegó a incorporarse, por así decir, a su misma existencia en este mundo, y por este motivo, nunca cesaron de proclamar con sus labios y con su vida la resurrección de Jesucristo. 3. Cristo resucitado, objeto de transformación. Hay una relación estrechísima entre resurrección de Jesucristo y transformación del hombre. Cristo, hombre perfecto, es el primero transformado al ser resucitado por Dios, llegando a ser un hombre totalmente penetrado por el Espíritu. San Pablo nos habla de la transformación ética, que comporta la experiencia de Cristo resucitado, una transformación que toca las raíces mismas del hombre: la sinceridad y la verdad. A su vez, el hombre transformado por Cristo resucitado, es capaz de transformar a otros, como la levadura es capaz de hacer fermentar toda la masa. Esta transformación ética y misionera se fundamenta en la transformación interior, operada por el Espíritu de Cristo, que hace de todo el que ha experimentado a Cristo resucitado un hombre enteramente espiritual, impregnado del Espíritu. Sugerencias pastorales

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1. Experimentar a Cristo resucitado. La experiencia se hace o no se hace, se tiene o no se tiene. No puedes mandar un representante para que haga la experiencia por ti. El cristianismo es una fe, pero penetrada por una experiencia vital, a fin de que la fe no decaiga. La experiencia viva de Cristo resucitado la puede hacer cualquier cristiano. Puesto que es un don que Dios concede, lo primero que habrá que hacer es pedirla. ¡Qué mejor día que el domingo de Pascua para pedir al Señor la gracia de esta experiencia! El cristiano puede disponerse a recibir el don de esta experiencia, mediante el desarrollo de una sensibilidad espiritual creciente. Al contacto con Dios, el hombre va gustando a Dios y las cosas de Dios, va adquiriendo una mayor capacidad de escucha y de docilidad al Espíritu, va sintonizando más con la fe de la Iglesia. Esto constituye el terreno cultivado para que en él pueda nacer y florecer la experiencia de Cristo resucitado. Todos sin excepción estamos llamados a hacer esta experiencia. No pensemos que es sólo para unos cuantos místicos, que tienen una cierta propensión a estos estados del alma. Es importante, para todo cristiano, el hacerla, porque, quien la haya hecho, no podrá seguir viviendo de la misma manera, incluso si ya se llevaba una vida cristiana buena. Esa experiencia viva e intensa toca y cambia la mentalidad, las costumbres, el estilo de vida, el modo de relacionarse con los demás, los criterios de acción, las mismas obras, hasta el mismo carácter. Si has hecho ya esta experiencia de Cristo resucitado, creo que estarás de acuerdo conmigo en que con ella nos vienen todos los bienes. Si todavía no la has hecho, pide al Señor que te conceda hacerla cuanto antes. ¡Ojalá sea el don que Dios te concede esta Pascua! 2. La resurrección de Jesucristo y la ética cristiana. ¿Existe una ética cristiana? Digamos, al menos, que existe un modo cristiano de vivir la ética. Existe sobre todo un fundamento de la ética cristiana, que es la persona de Jesucristo, principalmente el misterio de su resurrección.

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Una ética que no esté fundada en la persona y en el mensaje de Jesucristo, no podrá recibir el nombre de cristiana. Y cuando hablo de ética cristiana, no me refiero ni sólo ni principalmente a los profesores de ética en las universidades, en los institutos o en los seminarios, sino al comportamiento cristiano en su trabajo, ante los medios de comunicación, en el ámbito de la familia, ante los impuestos, ante el pluralismo religioso, etcétera. Cristo resucitado nos ha hecho partícipes de su vida divina mediante el bautismo y la gracia santificante, y desea continuar repitiendo en nosotros su presencia ejemplar en la historia. Vivamos la experiencia de Cristo resucitado, y estemos seguros de vivir siempre un comportamiento ético digno del hombre. Entonces realmente la resurrección de Jesucristo será el centro de nuestra vida y de nuestra fe.

44.

¡Ha resucitado el Señor! Juan 20, 1-9 Reflexión “¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!”. Con estas palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia, diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado la victoria tan anhelada! En una de las últimas escenas de la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en

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todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos, los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche— “que Dios ha muerto”. Pero ha entregado libre y voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna. Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta la escena de la resurrección en su película “Jesús de Nazaret”. Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo del Señor. Luego llegan también dos miembros del Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta fríamente uno de ellos: “¡Éste es el inicio!”. Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero. Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más tarde: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen” (I Cor 15, 14.17.20). En Él toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo rumbo, una nueva dimensión: la eterna. Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las cosas que más me llaman la atención de los pasajes evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran resistencia de todos los discípulos para creer en la resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los apóstoles –a pesar de que se les aparece en diversas ocasiones después de resucitar de entre los muertos—, ni Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá

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que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón. El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal como nos lo narra el Evangelio de hoy. Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: “Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos”. ¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte. Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio

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de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia. Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos “aparece” constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor. Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. “El mensaje redentor de Pascua –como nos dice un autor espiritual contemporáneo— no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior –por medio de los sacramentos— sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado”. En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria” (Col 3, 1-4). ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!

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45.

¡¡Ha resucitado y vive para siempre!! Autor: Autor desconocido Lo que tengo que decirles lo han oído otras veces, pero me gustaría que no pareciera lo de siempre. Es necesario que les suene a nuevo, que les dé la impresión de que no lo han oído nunca. Olviden un momento la rutina: esas reflexiones a veces tan monótonas que apenas les rozan la piel. Olviden un momento la vida diaria: las discusiones caseras, los huesos que duelen, las jaquecas, las rabietas de los niños, los pelmazos que no dejan vivir. Hoy quisiera que mis palabras sonaran a nuevas. Si creen mi palabra de hoy, si de verdad toman en serio lo que hoy les voy a decir... su vida será nueva, empezarán a vivir de una forma distinta, la rutina diaria tendrá una profundidad desconocida, las celebraciones religiosas les traspasará el alma, la alegría que nadie puede quitar será su huésped, incluso la muerte será una puerta llena de posibilidades, la vida será una ruta acompañada por la esperanza, la misma enfermedad tendrá una cara desconocida. Para que entiendan bien lo que voy a decirles, es necesario que el Señor esté con ustedes... que levantemos el corazón... que demos gracias al Señor nuestro Dios... Hermanos, esto es lo que hoy tengo que decirles: Jesús de Nazaret, el hijo de José y de María, el muerto injustamente y sepultado, ¡¡Ha resucitado y vive para siempre!!! La muerte ha sido vencida: el muro impenetrable, la oscuridad existencial, el mal constante

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que nos envuelve, la queja permanente... no son verdad del todo. Alguien ha roto el misterio, ha trocado la noche en aurora luminosa, ha iniciado una nueva creación. Óiganlo todos: ¡Cristo ha resucitado! Ustedes jóvenes, que les asusta la dureza de la vida: Cristo resucitado fortalece su rebeldía contra la injusticia. Ustedes padres y madres de familia, Cristo vivo resplandece en el amor fiel que se tienen, ilumina y sostiene la entrega generosa a los hijos. Solteros y solteras, Cristo resucitado los hace fecundos, pone en sus manos otro modo de crear vida, construye otra familia no según la carne y la sangre, sino en el Espíritu de hijos y hermanos. Hombres y mujeres de la tercera edad, Cristo resucitado vive con ustedes, no permite que se reseque su alma, con Él hasta el final llegarán llenos de vida. Ustedes, enfermos, Cristo vivo está con ustedes en la cruz de su dolor, con ustedes se pone en las manos del Padre, con ustedes cruza la frontera de la vida sin fin. Ustedes, pobres de la tierra, únanse a Cristo resucitado, Él está animando su lucha por salir de la miseria, por lograr que los respeten y los escuchen; Él está dentro de ustedes y se identifica con ustedes. Ustedes, los que luchan por la justicia, libertad, amor, y dignidad de todo ser humano, sepan que Cristo resucitado los está sosteniendo, les patrocina la tarea, les asegura que resucitarán y su vida será todo un éxito. Hermanos: Cristo, el amigo de los niños, el que perdona a la adúltera, el cercano a los enfermos, el que se sienta con

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los pecadores, el que quiere a las prostitutas, el que acepta a todo hombre... resucitado, sigue haciendo lo mismo. No dejen de acercarse a su presencia; crean en él, enciendan las velas en su vida resucitada. Vengan y vean, experimenten una vida nueva. Que no pase este Tiempo de Pascua sin haber conectado con Cristo vivo.

46.

LECTURAS: HECH 10, 34. 37-43; SAL 117; COL 3, 1-4; JN 20, 1-9 SE HAN LLEVADO DEL SEPULCRO AL SEÑOR Y NO SABEMOS DÓNDE LO HABRÁN PUESTO. Comentando la Palabra de Dios Hech. 10, 34. 37-43. ¿Realmente creemos en Cristo? ¿Realmente vivimos como hombres nuevos, liberados de la esclavitud del pecado y dejando atrás nuestros signos de muerte? Quien, en Cristo, ha sido hecho una criatura nueva, debe pasar haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, pues Dios estará con nosotros. Sin embargo nuestra lucha de liberación no puede reducirse a la liberación de los males que aquejan a la humanidad en la historia. Ciertamente no podemos cerrar los ojos ante las angustias, tristezas, pobrezas, injusticias, persecuciones y muerte, de que son víctimas muchos hermanos nuestros. Pero no podemos sólo levantar la voz para defenderlos. Sin dejar de hacerlo, debemos esforzarnos denodadamente para que la salvación y el amor de Dios llegue al corazón de aquellos que generan todos estos males; sólo así estaremos luchando efectivamente para que el Reino de Dios llegue a lo más íntimo del hombre y lo transforme. Nosotros, que nos

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sentamos a la Mesa del Resucitado, demos testimonio de Él con una vida recta, justa e intachable; y proclamemos a todos el Evangelio de salvación para que el Señor anide en el corazón de cada uno de nuestros hermanos, y así, juntos, iniciemos el Reino de Dios hasta que llegue a su plenitud en nosotros por obra del mismo Dios. Sal. 117. Demos gracias a Dios porque su Misericordia es eterna. Él nos libró de la mano de nuestros enemigos con su diestra poderosa. Envió a su propio Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte y para que, reconciliados con Él, nos hiciera hijos suyos. Aquel que no tenía ya aspecto atrayente, y que más que un hombre parecía un gusano cualquiera, por su actitud reverente y por su obediencia incondicional y fiel a su Padre, ha sido elevado en gloria para reinar eternamente. Quienes unimos a Él nuestra vida participamos de su Victoria y somos hechos hijos de Dios. Pero ser hijo de Dios no es sólo una dignidad, es todo un compromiso para dar testimonio de que nuestras esclavitudes al pecado y a la muerte han quedado atrás. Ya no continuemos en la muerte; dejemos que Cristo nos levante de nuestras miserias y vivamos para contar las hazañas del Señor con una vida recta, que hable de que en verdad Dios está en nosotros y nosotros en Él. Col. 3, 1-4. Jesucristo, antes de padecer, rogó a su Padre Dios por sus discípulos diciendo: Ellos están en el mundo, sin ser del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal. Los cristianos no somos seres desencarnados de la realidad, sino totalmente comprometidos con el hombre de nuestro tiempo. Hacemos nuestras sus aspiraciones y cargamos sobre nuestros hombros sus miserias para remediarlas con la gracia de Dios. Vamos esforzándonos continuamente por construir una ciudad terrena más digna del hombre; aportamos nuestro trabajo en la diversidad de campos en los que se desarrolle nuestra existencia; lo hacemos con un gran amor y con una altísima responsabilidad. Sin

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embargo no podemos decir que nuestras aspiraciones se queden sólo en lo temporal y pasajero. Si así fuera estaríamos engañando al pueblo al que hemos sido enviados por Cristo para proclamarles su Buena Noticia de salvación. La salvación del hombre se inicia ya desde este mundo, pero no termina aquí. Nuestra mirada se eleva hacia los bienes eternos, ahí donde está Cristo dándole sentido a nuestro camino, a nuestra entrega, a nuestros sufrimientos y a nuestra muerte. Por eso la acción pastoral de la Iglesia no puede reducirse a una simple filantropía. Amamos a nuestro prójimo porque lo queremos ver como un lugar sagrado en el que Dios quiere hacer su morada y transformarlo para que pueda amar, trabajar por la paz, ser capaz de perdonar y de vivir en un auténtico amor fraterno. Cuando realmente el Espíritu de Dios habite en nosotros y guíe nuestros pasos por el camino del bien, podremos decir que estamos en camino hacia la posesión de los bienes definitivos, donde viviremos eternamente glorificados con Cristo y unidos todos como hermanos, ya sin sombras de pecado, de división ni de muerte, en torno a nuestro único Dios y Padre. Jn. 20, 1-9. Muchas veces el fanatismo religioso nos puede llevar a creer falsamente en Cristo. Hacer que nuestra fe en Él se base sólo en algunas señales que nos deben conducir a Él es una fe demasiado frágil. Nuestra fe no aumenta por tocar los lugares o las cosas que estuvieron en contacto con Cristo. Si después de llenarnos de objetos sagrados no sabemos dónde ha quedado Cristo, si Él se quedó fuera de nuestro corazón y sólo recibe incienso en sus imágenes estamos demasiado equivocados en lo que es la fe auténtica en Él. El que ha depositado su fe en Cristo abre su corazón para que Él haga ahí su morada; se deja invadir totalmente por el Espíritu Santo para que no sólo sus palabras, sino sus obras y toda su vida se conviertan en un signo del amor de Dios en el mundo. Creer en Cristo es entregarle nuestra vida para que la transforme cada día hasta llevarla a la perfección que Él posee, recibida del Padre, y de la que nos quiere hacer

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partícipes. El Señor ha resucitado de entre los muertos, y ahora vive en cada uno de nosotros. ¿Dónde lo han puesto?; El no ha desaparecido de entre nosotros; busquémoslo en aquellos con quienes Él ha querido identificarse para que ahí lo amemos y sirvamos conforme al mandato que nos dio. La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo. Nuestro Dios y Padre, que nos ha reconciliado consigo por medio de la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo, nos sienta a su Mesa para que alimentados con este Sacramento podamos llegar a la gloria de la resurrección. Participar juntos de la Mesa del Señor, sin odios ni divisiones, nos hace sentirnos y vernos como hermanos; nos hace experimentar el amor de Dios y nos impulsa para que aprendamos a compartir lo nuestro con los demás. El Resucitado es nuestra Victoria sobre el pecado y la muerte. Entremos en comunión de vida con Él, de tal forma que en verdad podamos hacer nuestra su Vida y, revestidos de Él, podamos no sólo participar de su Banquete, Memorial de su Pascua, sino que también nos calcemos las sandalias para ponernos en camino y proclamar, desde una vida sencilla pero llena de amor, que Dios ha venido como el Camino que nos une como hermanos y nos conduce hacia la casa paterna para vivir eterna y plenamente unidos como hermanos con nuestro Dios y Padre, para que pueda en verdad lograrse que Dios sea todo en todas las cosas. La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente. Ser un signo de la Pascua de Cristo para nuestros hermanos debe llevarnos no sólo a invocar a Dios como Padre nuestro en la celebración Eucarística, sentándonos a su mesa junto con nuestros hermanos; sino que nos debe llevar a sentar también nosotros, a nuestra mesa, a todos aquellos que necesitan el pan de cada día, o que necesitan

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vestir su cuerpo, o tener una vivienda digna, o ser asistidos en sus enfermedades y sacados de sus marginaciones. Si muchos han proclamado el Evangelio de la gracia a los demás dejando sus hogares, no pudieron llegar a ellos sólo para cumplir con una misión de unos días en que no tenían otra cosa que hacer, sino que deben haber iniciado un nuevo compromiso para estar cercanos a aquellos que necesitan el consuelo constante en sus desgracias, o una luz que los guíe y ayude a salir de sus pecados. El Señor espera de su Iglesia un auténtico compromiso de fe para hacer llegar el amor, la paz, la misericordia y la alegría a todos aquellos que viven oprimidos por el mal, por el pecado o por la pobreza. Al paso de los días no podemos dejar que se diluya nuestro amor por aquellos con quienes vivimos intensamente estos días pascuales; los hemos de seguir amando y hemos de volver a ellos para continuar recorriendo juntos el camino de fe, e impulsando hacia una vida más plena a quienes amamos como Cristo los ama y como Cristo nos ama a nosotros. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser un signo de Cristo resucitado para todos aquellos con quienes constantemente entramos en contacto en la vida para conducirlos, con el Poder del Espíritu Santo que actúa en nosotros, hacia un encuentro personal con Cristo, y hacia un verdadero compromiso personal con Él para que, juntos, podamos manifestar nuestra fe y nuestro amor con las buenas obras, dando así razón de nuestra esperanza en el mundo. Amén.

47.

QUITEMOS LA LOSA La vida no está libre de problemas, pesadumbres y situaciones que amenazan con quitarnos la paz. Estas

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contradicciones se pueden afrontar de diversas maneras, particularmente tras un primer movimiento de enfado o desolación pongo los medios posibles (humanos y divinos) para solucionarlos, hago algún comentario jocoso y al día siguiente continúo afrontando los problemas de ese día sin dejar que los pasados problemas sean una carga más en el caminar de mi vida. Perder la paz suele ser un problema muy relacionado con la soberbia y el orgullo que guardamos celosamente tras la losa de nuestro sepulcro íntimo y que no queremos abrir pues, como las hermanas de Lázaro, tenemos miedo a que “ya huela”. Tenemos a veces la manía de llenar nuestra vida de sepulcros, bien cerrados y sellados, y acabamos –como los reyes de España en el Monasterio de El Escorial-, del trono de la realeza de hijos de Dios a habitar en “el pudridero”, que es un nombre que por desagradable me hace gracia.

“María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.” Tal vez, a pesar de la luz que anoche rompió las tinieblas, sientas que sigues en la oscuridad, que no encuentras la paz, que tu alma sigue llena de sepulcros cerrados que guardan en su interior no el cuerpo de Cristo sino los cuerpos pútridos de tu soberbia, tu egoísmo, tu ira, tus envidias, … ¡Quita la losa!, anímate, no te dé miedo, descubre el feo rostro de todo lo que lleva a la muerte, y deja que Cristo resucitado airee esos rinconcillos de tu alma. ¡Quita esas losas!, con decisión, con fe y verás que, como los vampiros en las películas de serie B, esos monstruos que se esconden en las cavernas de tu alma se desvanecen al contemplar a Cristo resucitado, se vuelven polvo y ceniza, se quedan en nada. ¡Quita esas losas! y cuando las personas malvadas o las circunstancias quieran tocar tu orgullo encontrarán una cueva vacía, cuando te quieran herir en tu amor propio descubrirán un hueco vano, cuando te humillen tu soberbia habrá abandonado tu alma y sólo habrá sitio para el amor entrañable de Cristo resucitado que airea todo.

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Un consejo, confía en la Iglesia “Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro” que te dirá que efectivamente los sepulcros de tus vanidades están vacíos, que lo que creías imposible, lo que no habías entendido, ha sucedido y tiene pleno sentido, que eres como Juan que “vio y creyó.”

¡Quita la losa!, “quitad la levadura vieja para ser una masa nueva”, “panes ázimos de la sinceridad y la verdad”, y encontrarás la paz, el mensaje tan repetido de Cristo resucitado, que nadie te podrá arrebatar pues tu vida ya no es tuya, ya no te perteneces, eres de Cristo. La Virgen sabe que, si te dejas, su hijo Jesucristo arrancará las losas de los sepulcros de tu alma y convertirá un cementerio en el paraíso donde el Espíritu Santo hará de ti testigo de la resurrección.

48.

Sagrada Escritura: Primera: Hch 10,14ª 37-43 Salmo: 117 Segunda: Col 3,1-4 Evangelio: Jn 20,1-9 Nexo entre las lecturas La fe en la Resurrección del Señor es el tema fundamental de este día. “Este es el día en el que actuó el Señor” canta el Salmo 117. Es el domingo por excelencia. Es el día en el que se expresó su poder soberano venciendo la muerte y que, en consecuencia, es motivo de gozo y alegría para todos los cristianos. En su discurso, Pedro proclama que se le ha encomendado el anunciar y predicar la Resurrección de Cristo. Los apóstoles son los testigos que han visto al Resucitado, han comido y bebido con Él. Ellos han recibido el encargo de predicar que Cristo resucitado ha sido constituido juez de vivos y muertos (1L) San Pablo

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subraya, de modo especial, que la Resurrección del Señor instaura una nueva vida en el bautizado. El cristiano es aquel que ha muerto con Cristo y ha resucitado con Él a una vida nueva. La fe en la Resurrección es la roca firme para san Pablo, el lugar donde se asienta todo su dinamismo apostólico. (2L). El Evangelio nos muestra a Pedro y Juan que, entrando en el sepulcro, “ven y creen”. El sepulcro vacío es para ellos el inicio de una meditación que los conduce a la fe en Cristo resucitado. Mensaje doctrinal 1. Cristo ha resucitado. “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo” nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CCC 683). La comunidad cristiana de los primeros tiempos vivió esta verdad como el centro de su existencia. Todas sus certezas: su caridad patente a todos, su serenidad ante el martirio, su amor por la Eucaristía... todo se refería en último término al misterio Pascual de Cristo a su muerte y su resurrección. “Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe” argumenta san Pablo. Así como las primeras comunidades cristianas vivían de la fe en la Resurrección del Señor, así también los cristianos están llamados a vivir más a fondo el misterio de la Resurrección en sus vidas. “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba”. Para el creyente la resurrección es el dato culminante de su fe en Cristo; por la resurrección se confirman todas las promesas del Antiguo Testamento. El Señor ha sido fiel a su amor y se ha dado sin límites, con sobreabundancia. Por la Resurrección se confirma la divinidad del Señor: verdadero Dios y verdadero hombre. La Resurrección nos enseña la verdad íntima acerca de Dios (Dios es amor) y acerca de la salvación humana. Cristo en su misterio pascual lleva a su plenitud la revelación de Dios. Auto revelación definitiva de Dios. Por eso, es contraria a la fe católica la tesis del

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carácter incompleto, limitado e imperfecto de la revelación en Cristo y que se completaría con la revelación de otras religiones (Cfr. Dominus Iesus 6). Conviene poner de relieve el carácter universal y salvífico de la muerte y resurrección del Señor. Cristo murió por todos para perdonarlos a todos de sus pecados. Porque Dios quiere que todos los hombres se salven. 2. El cristiano está llamado a “con-resucitar” con Cristo y a “buscar las cosas de arriba”. Él es una creatura nueva, lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado y su vida está escondida con Cristo en Dios. ¿Está muy lejos de nuestra vida diaria esta verdad fundamental? A veces parecería que sí, que es una verdad demasiado bella para ser realidad, que es un sueño, un ideal inalcanzable. Parecería que el pecado y la muerte son más fuertes y condenan al hombre a una vida de obscuridad. Sin embargo, cuando consideramos con mayor atención el problema nos damos cuenta de que el poder y el amor de Dios son más fuertes que el pecado. “El amor es más fuerte” y Dios suscita en el corazón de los hombres anhelos de conversión, de bien, de transformación, y, con su Providencia Divina los conduce por caminos de salvación. Creed vivamente en la resurrección del Señor para vivir una nueva vida llena de esperanza, de fortaleza, de amor. Resucitar con Cristo será no vivir más en el pecado; será participar con Cristo en el misterio de la cruz y la salvación de los hombres; será vivir esta vida como peregrinos hacia la posesión eterna de Dios. Sugerencias pastorales 1. Las mujeres son las primeras encargadas de anunciar la resurrección. El Evangelio nos dice que fueron las mujeres las primeras mensajeras de la resurrección del Señor, incluso antes que los apóstoles. Por su feminidad la mujer tiene una particular sensibilidad religiosa y humana.

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Comprende más rápida e intuitivamente las verdades religiosas y las verdades humanas. Se inclina espontáneamente al valor religioso, a la protección de la vida humana, al cuidado de los más débiles. A ella se le encomendó anunciar el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte. Ella experimenta, como lo muestra el Evangelio, una particular fortaleza de espíritu porque comprende que se le ha encomendado de algún modo el bien de los hombres. En el mundo post-moderno que nos toca vivir con un fuerte relativismo y pérdida de la fe, la mujer cristiana está llamada a ser nuevamente mensajera privilegiada de las verdades cristianas. Ella será en el hogar aquella que irradia amor, comprensión y que educa a la familia en los valores sobrenaturales. Podemos decir que de la mujer depende en gran medida la fe del hogar, porque ella la transmite no sólo por sus palabras, sino por medio de su vida, de sus actitudes, de su capacidad de sufrimiento, de perdón. Ella, en el seno del hogar, o en el seno de una comunidad religiosa, o en el seno de la sociedad, o en la vida pública, o en los hospitales, o en la escuela... es la que hace presente los valores trascendentes y, lo que es más importante, la que revela a Dios como amor, la que muestra a Cristo resucitado y conduce hacia Él. Ella es maestra de la fe. Ella es el sol de la familia y de la sociedad. 2. La comprensión de la resurrección del Señor. Sabemos que hay una gran ignorancia religiosa en nuestras generaciones jóvenes. Surgen por todas partes ideas erróneas de la fe, de la Iglesia, del dogma... En el tema de la resurrección también se da este fenómeno. No son pocos los que piensan en la reencarnación o en cosas semejantes. Es pues importante, salir al encuentro de nuestros fieles y ayudarlos a conservar su fe. Ayudarles con nuestra predicación, con nuestra atención personal, proporcionándoles, además materiales de apoyo como buenas lecturas, folletos, documentales... que les ayuden

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a ilustrar su fe. Promover círculos bíblicos, escuelas de oración, encuentros fortuitos o preparados para defender y promover la fe de nuestros fieles. Debemos hacer todo lo que está en nuestras manos para que ninguna oveja se pierda por ignorancia o por falta de cultivo de nuestra parte. María, reconoció a Jesús resucitado cuando escuchó pronunciar su nombre. Quizá muchos de nuestros fieles puedan descubrir a Cristo resucitado cuando experimenten su amor, cuando comprendan su pasado, su presente y su futuro a la luz de este amor. Cuando hagan la experiencia de Cristo resucitado en sus propias vidas.

49

“Ha resucitado verdaderamente”

Los discípulos que la tarde de la pascua volvieron de Emaús a Jerusalén para anunciar que habían visto al Señor entrando en la sala donde estaban reunidos los otros discípulos, aun antes de que abrieran la boca fueron acogidos por un coro de voces que gritaban: el Señor ha resucitado verdaderamente y se apareció a Simón (Lc.24,34). Todas las lecturas de hoy dicen que Cristo “resucitó”, pero el texto de Lucas contiene además el adverbio “verdaderamente”. Es una palabra pequeña (en griego, ontos ), pero ¡cuan densa de significado!) quiere decir: en realidad (no por decirlo así), según el ser (no según la apariencia solamente).

La comunidad apostólica nos inculca de tal modo que, a propósito de la resurrección, no basta una fe cualquiera, por ejemplo una fe en un significado espiritual y simbólico, sino que es necesaria una fe en el “hecho” de la resurrección, una fe en su verdad “histórica”. Este

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adverbio será por tanto el núcleo de nuestra homilía pascual de este año.

¿En qué sentido se puede hablar de la resurrección como de un acontecimiento histórico? En un sentido particularísimo: ella está en el límite de la historia, como el hilo que divide el mar de la tierra firme; está dentro y fuera al mismo tiempo. Con ella, la historia se abre a lo que está más allá de la historia, a la escatología. En cierto sentido, es la ruptura de la historia y su superación, así como la creación es su comienzo. De ahí resulta que la resurrección sea un acontecimiento en sí mismo no testimoniable y no asible con nuestras categorías mentales que están todas ellas liga das a la experiencia. Nadie asiste al instante en el cual Jesús resucita. Nadie puede decir haber visto “resucitar” a Jesús, sino sólo haberlo visto “resucitado”. La resurrección no se conoce sino “a posteriori”, en segundo momento. Exactamente como la Encarnación es la presencia física del Verbo en María que demuestra el lecho de que él se ha encarnado. Así es la presencia espiritual de Cristo en la comunidad, hecha visible en las apariciones, que de muestra que Jesús ha resucitado verdaderamente. Esto explica el hecho desconcertante de que ningún historiador profano mencione la resurrección. Tácito, que con todo, recuerda “la muerte de un tal Cristo en el tiempo de Poncio Pilato” ( Annales , 25), calla de la resurrección. Ese acontecimiento no tuvo relevancia y sentido sino para aquéllos que experimentaron sus consecuencias en el seno de la comunidad.

¿En qué sentido, entonces, hablamos de una aproximación histórica a la resurrección de Cristo? Lo que se ofrece a la consideración del historiador y le permite hablar de la resurrección son dos hechos: la imprevista e inexplicable fe de los discípulos (una fe tan tenaz que resiste hasta la prueba del martirio) y la explicación que de tal fe ellos mismos nos han dejado. Recorramos su testimonio para ver hasta qué punto nos es dado, con él, acercarnos al acontecimiento de la resurrección.

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Cerca del año 56 d.C. el apóstol Pablo escribe: Les he transmitido lo que yo mismo recibí Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los apóstoles. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y de nuevo a todos los Apóstoles. Por último se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto (1 Cor. 15,3-8).

El núcleo central de este testimonio es un “credo” anterior a san Pablo que -él mismo como dice explícitamente- recibió de otros y que podemos remontar a cerca del año 35 d.C., es decir, a 5-6 años después de la muerte de Jesús. Testimonios antiquísimos, pues.

Pero, ¿qué testimonian en concreto sus palabras? Dos hechos:

Primero: “Ha sido resucitado”, en el sentido de “se despertó de nuevo”, “resucitó”, o en el pasivo “ha sido redespertado, resucitado”, se entiende, por Dios. Son palabras claramente inadecuadas. Cristo, de hecho, no resucita hacia atrás (como parece sugerirlo la partícula “re” que precede estos verbos). No vuelve a la vida de antes como Lázaro para después morir de nuevo, sino que resucita hacia adelante, hacia el nuevo mundo, a la nueva vida según el Espíritu (cfr. Rom. 1,4). Se trata de algo que no tiene semejanza en la experiencia humana y por esto debe ser expresado en términos impropios y figurados.

Segundo: “aparece”, en el sentido de “se mostró”, ha sido hecho visible por Dios. Se trata de una experiencia fortísima y concretísima, por lo cual no pueden no hablar (Hech. 4,20). Quien la hizo está seguro de haber encontrado personalmente a Cristo, Jesús de Nazaret, no sólo un fantasma. Pablo dice que la mayoría todavía viven, enviando así tácitamente al lector a ellos para que pueda cerciorarse. La experiencia hecha por los otros es confirmada después por la propia experiencia: se apareció

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también a mí. Cuando alguien como san Pablo afirma con toda simplicidad y seguridad una cosa como ésta, quedan pocas alternativas: o vio realmente a Cristo resucitado y vivo o es un mentiroso.

Las narraciones evangélicas reflejan una fase ulterior del testimonio de la Iglesia. El núcleo central, empero, sigue siendo el mismo: ¡El Señor resucitó y apareció vivo! A esto se añade un elemento nuevo: el sepulcro vacío. De ello saca san Juan una prueba casi física de la resurrección de Jesús (cfr. Jn. 20 ssq). Pero también para los evangelios el hecho decisivo siguen siendo las apariciones.

He aquí, pues, en síntesis, lo que dicen las fuentes. Después de la muerte, Jesús se hizo visible corporalmente a una serie de testigos por los cuales se ha hecho reconocer como aquél que vivía y actuaba entre ellos antes de la muerte. Se trata de una experiencia concreta, corporal: vieron al Resucitado con sus ojos, lo escucharon con sus oídos, y, tal vez, lo tocaron (cfr. Mt. 28, 9; Jn. 20, 27). Al aparecer Jesús dio la impresión de estar corporalmente presente en el espacio y el tiempo, de moverse en este mundo. Fueron encuentros personales, de tú a tú, como cuando él estaba vivo. Los testigos tenían la certeza de que se trataba de la misma persona de antes. El Nuevo Testamento, que bien conoce la experiencia de la visión, describe las apariciones del Resucitado como algo completamente distinto.

Las apariciones testimonian, sin embargo, también la nueva dimensión del Resucitado, su modo de ser “según' el Espíritu” que un modo nuevo y diverso respecto del modo de existir de antes, “según la carne”. Él puede ser reconocido por ejemplo, no por cualquiera que lo ve, sino sólo por aquél a quien él mismo se da a conocer. Su corporeidad es distinta de la de antes está libre de las leyes físicas: entra y sale por las puertas cerradas; aparece y desaparece. ¿Dónde estaba Jesús cuando desaparecía y de dónde parecía? Es un misterio como es un misterio su comer después de la resurrección. Nos falta

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cualquier experiencia del mundo futuro -el mundo de Dios en el cual él entró- para poder hablar de él como cuando uno llega corriendo con los propios pies hasta la orilla del mar y después debe detenerse y contentarse con echar más allá sólo su mirada, porque en el agua no rigen ya las leyes físicas que permiten caminar sobre la tierra firme. En el mundo de la resurrección se entra sólo con la fe.

Todas las objeciones contra el cristianismo se rompen -se ha dicho- contra la piedra derribada del sepulcro de Cristo y son repelidas como olas contra un arrecife. Es verdad, pero los creyentes no pueden eximirse de mirarlas en la cara y darles una respuesta, aun sabiendo que sus respuestas serán siempre estériles hasta que el Resucitado mismo no eche luz en la mente del que escucha.

Sobre todo a propósito de las apariciones. Una explicación común es que se trata de visiones psicógenas, es decir, de sensaciones, tan vívidas de Cristo que los afectados creen haberlo visto de verdad. Pero esto, si fuese verdad, sería un milagro no menos grande. Supone que distintas personas, en lugares y situaciones distintos, tuvieron la misma “impresión” (o alucinación).

Los discípulos no pudieron engañarse, eran gente concreta, pensadores, todo, menos afectos a las visiones. Primero, no creen y Jesús debe casi derribar su resistencia (Lc. 24,25): ¡Hombres, duros de entendimiento, cómo les cuesta creer...! (Mc. 16,14): (Los reprendió por su incredulidad y dureza de corazón). No pudieron ni siquiera engañar a los otros: todos sus intereses se oponían a ello. Habrían sido ellos los primeros en estar y sentirse engañados por Jesús si él no hubiera resucitado. ¿Con qué fin, entonces, afrontar la persecución y la muerte por él? Las visiones llegan de costumbre al que las aguarda y las desea intensamente, no al que ni siquiera piensa en ellas. Pero los apóstoles, después de los hechos del Viernes Santo, no esperaban nada ya. Al contrario, dieron por concluido el caso de Jesús y estaban pensando volver a sus aldeas y a sus tareas de antes. ¿Qué determinó en

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ellos el cambio súbito y radical del estado de ánimo para que crean, testimonien, funden iglesias, si no precisamente las apariciones de Jesús resucitado?

De cuando llegó a la palestra la idea (propuesta por R. Bultmann) de la demitologización, se suele poner esta objeción de fondo contra el hecho de la resurrección: esto -se dice- refleja el modo de pensar y de representarse el mundo de una época pre-científica que concibe el universo como hecho de planos superpuestos (el de Dios, el del hombre y el de los infiernos) con la posibilidad de pasar del uno al otro. Esta sería una concepción “mítica” del mundo que hoy ya no puede ser mantenida. A esto se debe responder que la idea de la demitización no puede ser aplicada de esta manera al hecho de la resurrección de Cristo. La resurrección de la muerte, de hecho, contrastaba con la concepción antigua del mundo como contrasta con la de hoy, como demuestra el discurso de Pablo en Atenas (cfr. Hech. 17,32). Si, por tanto, los apóstoles la defendieron tan tenazmente no es porque ella es conforme a las representaciones de su tiempo, sino porque era conforme a la verdad, es decir, a lo que ellos habían visto, oído y tocado.

Muchos de aquéllos que niegan el carácter histórico de la resurrección admiten, sin embargo, que Dios intervino directamente en el caso de Jesús de Nazaret avalando su causa a los ojos del mundo. Pero si es así, está claro que en algún modo Dios obró milagrosamente en Jesús de Nazaret. Y si obró milagrosamente, ¿qué diferencia existe en admitir que se trató de verdadera resurrección y de apariciones verdaderas y no de hechos anteriores y puramente visionarios? ¿Hay acaso algo que sea demasiado grande para Dios o quizás Dios ama el ilusionismo?

Pero hay más. Si se niega el carácter histórico de acontecimiento real a la resurrección, el nacimiento de la Iglesia y de la fe se convierte en un misterio más inexplicable que la resurrección misma. “La idea de que el

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imponente edificio de la historia del cristianismo sea como una enorme pirámide colocada sobre un fiel, es decir, sobre un hecho insignificante, es ciertamente menos creíble que la afirmación de que la resurrección ocupó realmente un puesto en la historia, parangonable a lo que le atribuye el Nuevo Testamento” (Dodd).

¿Cual es, entonces, el punto de llegada de la investigación histórica a propósito de la resurrección de Cristo? Podemos recogerlo -como sugiere Kierkegaard- en las palabras de los discípulos de Emaús: algunos discípulos, la mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Jesús y encontraron que las cosas eran como las mujeres habían relatado; pero a él no lo vieron (cfr. Lc. 24,22-24). También la historia va al sepulcro de Jesús y debe constatar que las cosas están así como lo dijeron los testigos. Pero a él, al Resucitado, no lo ve. No basta constatar históricamente, hay que “ver” al Resucitado, y esto no lo puede dar la historia, sino sólo la fe. Además, acontece lo mismo para los testigos de entonces: también para ellos fue necesario un salto: de las apariciones y tal vez del sepulcro vacío -que eran hechos históricos- llegaron a la afirmación: ¡Dios lo resucitó! , que es una afirmación de fe. En cuanto afirmación de fe, ésta más que una conquista es un don. Y de hecho, en el evangelio no todos ven al Resucitado, sino sólo aquéllos a quienes él mismo se da a conocer. Los discípulos de Emaús habían caminado con él sin reconocerlo hasta que, cuando él quiso, sus ojos se abrieron y lo reconocieron (Lc.24, 31).

Sólo hay que rezar para que también nuestros ojos se abran en esta Pascua para recibir de un modo nuevo la luz de la resurrección para reconocer al Señor al partir el pan y así testimoniar también nosotros a nuestros hermanos que “El Señor resucitó verdaderamente”.

COMENTARIOS GENERALES. SAN ISIDORO DE SEVILLA

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Descendiendo, libró a los que quiso, de la muerte

Porque descendiendo al infierno a aquellos que estaban cautivos los arrancó de la dominación del demonio, tomándolos a los goces celestiales, ya mucho tiempo antes Él mismo lo había anunciado por Oseas: “Yo, dice, yo haré mi presa y me iré con ella; yo la tomaré y no habrá quién me la quite, me marcharé y me volveré a mi habitación, esto es, al solio celeste” (Oseas 5 14) y más abajo: “No obstante, yo los libraré del poder de la muerte; de las garras de la muerte los redimiré. ¡Oh muerte!, he de ser la muerte tuya: seré tu destrucción, ¡oh infierno! (Oseas 13, 14.)

El cuerpo de Cristo no vio la corrupción en el sepulcro

Porque el cuerpo de Cristo no vio la corrupción en el sepulcro, sino que inmediatamente, vencida la muerte, resurgiendo, salió de los infiernos, esto mismo por el profeta lo predijo en los salmos: “Porque yo sé que no has de abandonar Tú, oh Señor, mi alma en el sepulcro, ni permitirás que tu santo experimente la corrupción.” (Ps. 15, 10 De esta misma resurrección canta el Salmo 3: “Yo me dormí, y me entregué a un profundo sueño y, me levanté, porque el Señor me tomó bajo su amparo” (Ps 3, 6.)

Para qué otra cosa indica el profeta, que habiendo dormido resucitó sino para indicar que este sueño era muerte, y el despertar resurrección, lo cual en el Ps. cuadragésimo más abiertamente se muestra cuando dice: “Pero Tú, Señor, ten piedad de mí. y levántame, que yo les daré a ellos su merecido (Ps. 46, 11). Y nuevamente: “¿Mas, por ventura, el que duerme, no ha de volver a levantarse?” (Ps, 40, 9.) Lo mismo se canta en el Ps. 4: “Mas yo, Dios mío, dormiré en paz y descansaré en tus promesas, porque Tú, oh Señor, sólo Tú, has asegurado mi esperanza.” (Ps. 4, 9-10.). “De una manera singular”,

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porque sólo Él descansó de esta manera, para resucitar inmediatamente después de la muerte.

También por Isaías de su misma resurrección así clama: “Mas ahora, me levantaré yo, dice el Señor; ahora seré ensalzado, ahora seré glorificado” (Is. 33, 10.) Con este testimonio abiertamente señala su resurrección y su ascensión. A continuación describe la envidia de los judíos diciendo: “Vosotros conseguiréis fogosos designios y el resultado será paja; vuestro mismo espíritu cual fuego, os devorará.”

Resucitó de entre los muertos

Porque había de resucitar al tercer día, el profeta Oseas lo había predicho diciendo: “En medio de sus tribulaciones se levantarán con presteza para convertirse a Mí. Venid, dirán, volvámonos al Señor, porque Él nos ha cautivado, pero Él mismo nos pondrá en salvo, Él nos ha herido, y Él mismo nos curará. Él mismo nos volverá a la vida después de dos días; al tercero día nos resucitará, y viviremos en la presencia suya.” (Oseas 6, 1-3.) Todo esto se cumplió en Cristo. Entregado y muerto el viernes y el sábado, resucitó el domingo muy de madrugada. Por esto añade el profeta: “Preparado está a su advenimiento como la aurora.” (Oseas 6, 3.) Empero, en cuanto a lo que dijo: “Nos resucitará y viviremos en la presencia suya”; esto el profeta lo dice de su persona o de los santos, que estaban en los infiernos y resucitaron con Él al tercer día.

EL CONSUELO DEL SEPULCRO PASCUAL

El silencio profundo, sepulcral, del Sábado Santo se rompe por el alegre repiqueteo de las campanas en el mundo entero. Los templos, corno ríos salidos de madre, echan

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de sí corrientes de hombres, millares de fieles, y por doquiera se vuelva la mirada no se ve más que un gentío onduloso, rostros con expresión de fiesta, ojos que brillan de alegría.

¿De dónde procede esta fuerza jubilosa de Pascua? ¿De dónde esta alegría del espíritu humano? ¿Para qué las procesiones, los cánticos entusiastas? ¿Para qué este salir a la calle? ¿Por qué este júbilo desbordante, que pone tensas las venas? ¿A quién se dirige el festivo repiqueteo?

Esta alegría efusiva, vibrante, de Pascua parte de un sepulcro e inunda el mundo entero. Junto al sepulcro de Jesucristo escarnecido, ultrajado, crucificado y ya resucitado, se apodera de nuestra mente un doble pensamiento:

En el día de Pascua, la vida triunfó de la muerte, y la justicia pisoteada cantó Victoria sobre la maldad. Es decir, la Pascua es: 1º La fiesta del porvenir; y 2º La fiesta triunfal de la justicia.

I- Pascua es la fiesta del porvenir

La ley general de la caducidad de esta vida abruma nuestra alma; pero Jesucristo triunfador, que sale del sepulcro para no morir, nos asegura que más allá del perecer terreno nos espera un porvenir más hermoso, más completo.

La fuerza motriz y jubilosa de Pascua brota de esta gran verdad: la muerte del individuo y la destrucción de los mundos no son una muerte y una destrucción definitivas, sino que la vida terrena tiene su continuación en una vida inmortal.

De esta verdad brota la alegría vivificadora y perenne del acontecimiento más trascendental de la historia, la resurrección de Cristo, y por esto brotan también del

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sepulcro del Resucitado las fuentes vivas del valor, de vivir y del optimismo, que triunfa del mundo.

Desde el rosicler de la primera aurora pascual iluminó los pálidos rostros de los Apóstoles y les dio la magnífica y gozosa nueva, han pasado ya casi dos mil años en la historia. No es posible contar las corrientes culturales, que des de entonces se ofrecieron como guías, prometiendo conducir al hombre a la tierra de la felicidad.

También por encima de los hombres de hoy, nerviosos y quebrantados, ondean, reclutando centenares de espíritus, banderas diferentes, mas los centenares de millones de hombres que en la noche sublime del Sábado Santo rinden tributo de pleitesía por todo el orbe a Cristo resucitado, confiesan con fuerza instintiva las palabras del Apóstol: “No se nos dio otro nombre en que podamos salvar nos, sino este nombre de Jesucristo”.

Ved un sepulcro que desde hace ya dos mil años no se ha enfriado; un sepulcro al cual monta guardia la piedad de centenares de millares de fieles, porque todos saben que fuera de Jesucristo resucitado no puede haber una orientación segura de la vida, ni puede haber porvenir ni esperanzas ni punto de apoyo para ella.

El hombre que se satura del misterio pascual siente también la fuerza del perecer, mas él no baja al sepulcro como vencido, sino como vencedor. Para El la muerte no es el final, sino el principio; no aniquilamiento, sino partida. Después de la patria terrena, la patria eterna; después del prólogo, el libro.

Todas las veces que el pensamiento paralizador del perecer se presenta a su alma para apoderarse de ella, El muestra con una superioridad triunfal el sepulcro pascual vacío. ¡Sí! En Pascua germinan los brotes, en Pascua se abren los capullos, en Pascua se despliegan los pétalos, en Pascua empieza una nueva pulsación de vida después del anquilosa miento invernal, en Pascua, una fuerza

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misteriosa llena los árboles, al parecer muertos. . ., y también las almas humanas.

Los Césares pueden levantar imperios mundiales, los sabios pueden sorprender a la Humanidad con alardes siempre nuevos de la técnica, los artistas pueden brindarle obras maestras que llenen de admiración; pero nadie es capaz de llenar las profundidades del alma humana, si no quiere seguir las huellas del Resucitado.

El héroe del Fausto, de Goetthe, lo probó todo; cuando desengañado de todo, desilusionado de todo, quiere arrojar de sí la vida, oye de repente el solemne repiqueteo de las campanas, que llega hasta él de una iglesia cercana; la mano, levantada ya para el suicidio, cae inerme, y un nuevo estremecimiento de vida sacude el corazón desalentado.

El glorioso sepulcro pascual pregona una fiesta de consuelo para todos aquellos -y son legión- que con sudor en su frente, con las heridas de la lucha por la vida en su cuerpo, pero con la paz de una conciencia tranquila en su corazón, cumplen silenciosamente su deber con la santa convicción de que la Justicia y la Bondad no pueden perecer.

¡Ah, cómo nos vivifica el Salvador resucitado! ¡Cuánta esperanza, y qué noble empuje brota de su sepulcro vacío! De modo que el Viernes Santo, ¿no es siempre sombrío y luctuoso? De modo que ¿no es posible ahogar por completo a la justicia?

Cristo murió en la cruz. Murió el pastor y se dispersó la grey. . . ¡Infierno; ésta fue tu victoria!

Cristo murió en la Cruz. Derramó toda su Sangre; los soldados montaban guardia delante de su sepulcro sellado; nadie creía que pudiera hablarse todavía de vida, de resurrección. . . ¡Infierno, ésta fue tu victoria!

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Cristo murió en la cruz. Pero apenas inclinó su cabeza, se estremeció la tierra, se resquebrajaron las rocas, se abrieron las tumbas, el sol se obscureció... ¡Infierno, cuidado con tu victoria!

Cristo murió en la cruz. Pero al tercer día el fulgor del sepulcro pascual puso en fuga todas las tinieblas, y al fúlgido resplandor de Cristo resucitado huyó el pecado y la muerte. . . ¡Infierno!, ¿dónde está tu victoria?

Cristo murió en la cruz. Pero su muerte heroica infundió nueva vida a la grey dispersa; las almas se encendieron con el fuego de Pentecostés. . . ¡Infierno!, ¿dónde está tu victoria?

Cristo murió en la cruz. Pero desde hace dos milenios los ojos de millones de hombres, arrasados de lágrimas, miran con amor agradecido el sepulcro pascual y cantan con alegría desbordante el himno triunfal: “Cristo ha resucitado hoy, ¡aleluya!”

Sí, Pascua es la fiesta del porvenir, la fiesta de la vida.

II- Pascua es la fiesta de la justicia

¿Podrá tomarlo a mal alguno sí nosotros, húngaros atribulados, cobijamos con solicitud en nuestro espíritu, junto al santo misterio de Pascua, otro pensamiento amado?

La presente festividad nos enseña que no hay vida sin muerte, que el sol sale de la noche, y que a través del sepulcro del sufrimiento se llega a la alegría pascual.

El noble sacrificio y la Pasión de Cristo inocente atestiguan con toda claridad la gran verdad de la filosofía de la historia, es a saber, que los pueblos viven de los sacrificios que hacen de sí mismos los miembros mejores, más puros, más santos de la nación.

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Los antiguos creían que para que los cimientos de un edificio fuesen resistentes era necesario mezclar en la argamasa sangre de hombres inocentes. Pues bien, la verdad pascual nos enseña que del sufrimiento que los húngaros soportan con tesón y virilidad -sufrimiento cuya cruz llevan cargada sobre sus hombros ensangrentados precisamente los mejores de la nación- puede brotar una fuerza de consistencia a un nuevo milenario en la historia húngara.

En la aurora pascual, la Justicia condenada, pisoteada, ejecutada en medio de crueles tormentos, salió del sepulcro, enseñándonos que hemos de conseguir el derecho de la alegría pascual pasando por las estaciones sangrientas del Calvario.

¿Es maravilla si Cristo, que salió de su sepulcro para una vida nueva y triunfadora, está hoy tan cerca del pueblo húngaro que lucha y está a la vera de una fosa abierta? ¿Es maravilla, si la fuerza del gran misterio pascual acaricia nuestras almas como el rayo de sol de un resplandeciente día de mayo?

La Justicia nunca gozó de popularidad; es posible sujetar con cadenas también a la Justicia durante cierto tiempo; es posible hacer befa de la Bondad; pisotear el Honor; pero su fuerza, superior al mundo, sale hasta del sepulcro cerrado y sellado, y se muestra triunfadora con el fulgor de la aurora pascual La suerte definitiva de la Justicia no puede ser la oscuridad del Calvario, el Viernes Santo, sino el resplandor deslumbrante de la aurora pascual.

¡Repicad, pues, tocad campanas de la Pascua! Pregonad al mundo universo, doquiera que haya hombres oprimidos, hombres que sufren, decid que no durará para siempre la oscuridad del Viernes Santo que la noche huirá ante la luz de la aurora pascual. Nosotros creemos que después de cada Viernes Santo sigue la Pascua, Nosotros creemos que al final de todo camino ensangrentado y después del

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Huerto de los Olivos y del Gólgota brilla siempre la luz del sepulcro pascual.

Creemos que las estaciones ensangrentadas del Vía Crucis, que recorre la historia húngara, aun en medio de los latigazos de los Pilatos, Caifás y Herodes, conducen al sepulcro de la resurrección. Sí, creemos firmemente que si bien nuestro Viernes Santo durará más de veinticuatro horas, llegará, no obstante, la aurora pascual. ¿Cuándo? No lo sabemos. Pero que un día alboreará, nos lo pregona y lo exige también la ley fundamental del orden moral de este mundo.

Toda Europa atraviesa por una hora de aguda crisis: quiso vivir volviendo las espaldas a Jesucristo y hubo de ver que el sufrimiento no se mitigaba, antes al contrario, que menguaba su alegría. Nosotros tenemos la obligación de volver fielmente al Amor crucificado, y entonces nos inundará él resplandor pascual.

De ahí que hoy brote de nuestros labios, en dos sentidos, con pensamientos de la patria terrena y de la patria eterna, la viva súplica pascual a Jesucristo resucitado, pidiéndole que, en medio de la oscuridad de nuestro triste Calvario, se despeje el cielo y alboree sobre nosotros la suave luz de la mañana pascual.

En ello consiste el consuelo vivificador del sepulcro vacío de Cristo resucitado.

¡Exsurge Christe, adjuvanos, libéranos, sálvanos! ¡Levántate, Cristo! ¡Ayúdanos, líbranos, sálvanos!

La herida más grave de la tierra

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LA TUMBA VACÍA

En la historia del mundo solo se ha dado una vez el caso de que delante de la entrada de una tumba se colocara una gran piedra y se apostara una guardia para evitar que un hombre muerto resucitara de ella: fue la tumba de Cristo en la tarde del viernes que llamamos santo. ¿Qué espectáculo podría haber más ridículo que el ofrecido por unos soldados vigilando un cadáver? Pero fueron puestos centinelas para que el muerto no echara a andar, el silencioso no hablara y el corazón traspasado no volviera a palpitar con una nueva vida. Decían que estaba muerto; sabían que estaba muerto; decían que no resucitaría, y, sin embargo, vigilaban. Le llamaban abiertamente impostor. Pero ¿seguiría acaso engañando? ¿Acaso el que les había engañado dejándoles que creyeran que habían ganado la batalla, ganaría la guerra de la verdad y el amor? Recordaban que Jesús había dicho que su cuerpo era el Templo y que, después de tres días de que ellos lo hubieran destruido, Él volvería a edificarlo, recordaban también que se había comparado con Jonás, y había dicho que, así como Jonás había estado en el vientre de la ballena por tres días, así Él estaría en el seno de la tierra por tres días y luego resucitaría. Al cabo de tres días recibió Abraham a su hijo Isaac, ofrecido antes en sacrificio; tres días estuvo Egipto sumido en tinieblas que no eran naturales; al tercer día se apareció Dios en el monte Sinaí. También ahora existía cierta preocupación por lo que ocurriría el tercer día. Al amanecer del sábado, por tanto, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, quebrantando el descanso sabático, se presentaron ante Pilatos para decirle:

Señor, recordamos que aquel impostor dijo mientras vivía aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos de noche, y le hurten, y digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos. Y el postrer error será peor que el primero. (Mt 27, 63s).

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El que ellos pidieran una guardia hasta el “tercer día indicaba” que pensaban más en las palabras que había dicho Cristo que en el temor que pudieran sentir de que los apóstoles robaran un cadáver y lo colocaran de pie simulando una resurrección. Pero Pilatos no se sentía de humor para ver a aquel grupo porque ellos eran los culpa-bles de que hubiera condenado sangre inocente. Había hecho su investigación oficial para cerciorarse de que Cristo estaba muerto; no se sometería a la idea absurda de usar los soldados del César para custodiar una tumba judía. Pilatos les dijo así:

Tenéis una guardia; id, y guardadlo como sabéis. (Mt 27, 65).

La guardia era para prevenir la violencia, el sello era para prevenir todo fraude. Debería haber un sello, y los enemigos serian quienes lo pusieran. Debía haber una guardia, y los enemigos serian quienes se encargaran de ello. Los certificados de la muerte y resurrección serían, por lo tanto, firmados por los mismos enemigos. Por medio de la naturaleza, los gentiles se aseguraron de que Cristo estaba muerto; los judíos, por medio de la ley.

Ellos, pues, se fueron, y sellando la piedra, aseguraron el sepulcro por medio de la guardia. (Mt 27,66).

El rey yacía de cuerpo presente con su guardia personal a su alrededor. Lo más asombroso en este espectáculo de la vigilancia en torno a un cadáver era que los enemigos de Cristo esperaban la resurrección mas no así sus amigos. En este caso los fieles eran los escépticos; los infieles eran los que creían. Sus seguidores necesitaban y pidieron pruebas antes de darse por convencidos. En las tres grandes escenas del drama de la resurrección hubo una nota de tristeza e incredulidad. La primera escena fue la de una dolorosa Magdalena que vino por la mañana temprano a la tumba, provista de especias aromáticas, no para saludar al Salvador resucitado, sino para ungir su cuerpo inerte.

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Magdalena junto al sepulcro

En el amanecer del domingo viose a varias mujeres que se acercaban al sepulcro. El mismo hecho de que las mujeres llevaran drogas aromáticas demuestra que no esperaban la resurrección. Esto parece extraño después de las muchas referencias que nuestro Señor había hecho a su muerte y resurrección. Veto, por lo visto, los discípulos y las mujeres, cuando Jesús les hablaba de su pasión, pare-cían recordar más lo que había dicho de su muerte que lo de su resurrección. Nunca se les ocurrió que esto fuera posible. Era algo extraño a su modo de pensar. Cuando la gran piedra fue rodada hasta la entrada del sepulcro, no solo quedó sepultado Cristo, sino también todas las esperanzas de ellos. La única idea que tenían las mujeres en aquellos momentos era la de ungir el cuerpo exánime de Cristo, acción que era fruto de su amor falto de esperanza y de fe. Dos de ellas, por lo menos, habían presenciado el sepelio; de ahí que lo que principalmente les interesaba fuera la acción práctica: ¿Quién nos apartará la piedra de la puerta del sepulcro? (Mc 16, 3).

Era el grito de los corazones de poca fe. Unos hombres vigorosos habían cerrado la entrada de la tumba colocando contra ella aquella gran piedra; la preocupación de las mujeres era hallar el modo de apartarla para poder realizar su obra de misericordia. Los hombres no acudieron a la tumba hasta que fueron requeridos para que lo hicieran, tan poco era la fe que en aquellos momentos tenían. Veto las mujeres fueron solamente porque en su tristeza trataban de hallar consuelo al embalsamar al difunto. Nada resulta más anti histórico que decir que las piadosas mujeres estaban esperando que Cristo resucitara de entre los muertos. La resurrección era algo que nunca esperaron. Sus ideas no estaban alimentadas por ninguna clase de sustancia de la cual pudiera desarrollarse tal esperanza.

Pero al aproximarse vieron que la piedra había sido retirada. Antes de que llegasen se había producido un gran

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terremoto, y un ángel del Señor, descendido del cielo, apartó la piedra y se sentó sobre ella: Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve; y por miedo de él los guardias temblaron y quedaron como muertos. (Mt 28, 4).

Al acercarse las mujeres vieron que aquella piedra, a pesar de ser tan grande, había sido ya retirada de su sitio. Veto no llegaron inmediatamente a la conclusión de que su cuerpo había resucitado. La conclusión a que podían haber llegado era que alguien había retirado el cadáver. En vez del cuerpo de su Maestro, vieron a un ángel cuyo aspecto era como el de un deslumbrador relámpago y sus vestidos de nívea blancura, el cual les dijo: ¡No os asustéis! Buscáis a Jesús Nazareno, que fue crucificado; ha resucitado; no está aquí, mirad el lugar donde le pusieron. Más partid, decid a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, así como os lo dijo.

Para un ángel, la resurrección no era ningún misterio, pero si lo habría sido la muerte de Jesús. Para el hombre, la muerte de Jesús no era ningún misterio, pero si lo sería su resurrección. Par tanto, lo que ahora era objeto de anuncio era lo que había resultado cosa natural para el ángel. El ángel era uno más de los guardianes que los enemigos habían colocado junta a la tumba del Señor, un soldado más de los que Pilatos había autorizado.

Las palabras del ángel fueron el primer evangelio predicado después de la resurrección, y este evangelio remontábase hasta la pasión, puesto que el ángel habló de El coma de Jesús el Nazareno, el cual fue crucificado. Estas palabras encerraban el nombre de su naturaleza humana, la humildad de su lugar de residencia y la ig-nominia de su muerte; estas tres cosas: humildad, ignominia y oprobio, son puestas en contraste con la gloria de su resurrección de entre los muertos. Belén, Nazaret y Jerusalén se convierten en las señales de identificación de su resurrección.

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Las palabras del ángel: “Mirad el lugar donde le pusieron”, confirmaba la realidad de su muerte y el cumplimiento de las antiguas profecías. Las lápidas funerarias llevan la inscripción: Hic ictcet, (Aquí reposa); luego sigue el nombre del difunto y tal vez alguna frase de elogio sobre el mismo. Pero aquí, formando contraste con esto, el ángel no escribió, mas expreso un epitafio diferente: “El no está aquí”. El ángel hizo que las mujeres contemplaran el lugar en que el cuerpo del Señor había sido colocado como si la tumba vacía fuera prueba suficiente del hecho de la resurrección. Las indujo a que se apresuraran a anunciar la resurrección. El nacimiento del Hijo de Dios fue anunciado a una mujer virgen. A una mujer caída le fue anunciada su resurrección.

Las mujeres que vieron la tumba vacía recibieron el encargo de ir a Pedro, que había tentado en cierta ocasión al Señor para que renunciara a su cruz y que por tres veces había negado conocerle. El pecado y la negación no pudieron reprimir el amor divino. Aunque pareciera paradójico, cuanto mayor era el pecado, menor era la fe; y, sin embargo, cuanto mayor era el arrepentimiento del pecado, mayor la fe. Los que recibieron las muestras más expresivas de amor fueron la oveja perdida, los publícanos y las rameras, los Pedros negadores y los Pablos perseguidores. Al hombre que había sido llamado la Roca y que quiso apartar a Cristo de su cruz, el ángel le mandaba ahora, por medio de tres mujeres, el mensaje de la resurrección: “Id y decid a Pedro”.

La misma preeminencia individual que se dio a Pedro en la vida pública de Jesús continuaba dándose en el periodo de la resurrección. Veto aunque se mencionaba aquí a Pedro junto con los apóstoles de los cuales era ella cabeza, el Señor se apareció a Pedro a solas antes de manifestarse a los discípulos de Emaús. Esto resulta evidente del hecho de que más adelante dirían los discípulos que el Señor se había aparecido a Pedro. La buena nueva de la redención era dada así a una mujer que había caído y a un apóstol que había negado, pero ambos se habían arrepentido.

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María Magdalena, que en la semioscuridad del crepúsculo se había adelantado a sus compañeras, observó que la piedra había sido ya apartada y que la entrada del sepulcro estaba abierta. Una rápida mirada la convenció de que la tumba estaba vacía. En seguida pensó en ir a avisar a los apóstoles Pedro y Juan. Según la ley mosaica, no podía llamarse a una mujer a declarar coma testimonio. Veto María no les llevaba noticias de la resurrección, puesto que no la estaba esperando. Suponía que el Maestro se hallaba todavía baja el poder de la muerte cuando dijo a Pedro y a Juan: Han quitado del sepulcro al Señor, no sabemos donde le han puesto. (Jn 20, 2).

De todos los discípulos y seguidores hubo solo cinco que estuvieron “Velando”: tres mujeres y dos hombres, como las cinco vírgenes que aguardaban la llegada del esposo. Todos ellos estaban lejos de sospechar que Jesús hubiera resucitado.

Llenos de excitación, Pedro y Juan corrieron al sepulcro dejando a María mucho más atrás. Juan era el que más corría, por lo cual llegó antes que su compañero. Cuando llegó Pedro, ambos entraron en el sepulcro, donde vieron los lienzos por el suelo, así coma el sudario que habían puesto sobre la cabeza de Jesús, pero este velo o sudario no estaba junto con los lienzos, sino doblado en cierto lugar aparte. Lo que había tenido efecto, había sucedido de una manera correcta y ordenada, no como si lo hubiera hecho un ladrón, ni siquiera un amigo. El cuerpo había desaparecido de la tumba; las vendas fueron encontradas enrolladas. Si los discípulos hubieran robado el cuerpo, con la prisa no se habrían entretenido en quitarle las vendas y dejado allí los lienzos. Cristo se había desem-barazado de sus ataduras por su divino poder. Pedro y Juan No conocían todavía la Escritura, que decía que había de resucitar de entre los muertos. (Jn 20, 9).

Tenían los hechos y la prueba de la resurrección, pero no comprendían todo su significado. El Señor dio comienzo

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ahora a la primera de sus once apariciones registradas en la Biblia entre su resurrección y su ascensión: a veces a sus apóstoles, otras a quinientos hermanos juntos, y en otras ocasiones a las mujeres. La primera aparición fue a María Magdalena, la cual volvió al sepulcro después de que Pedro y Juan hubieron salido de él. Parecía no caberle en la cabeza la idea de la resurrección, a pesar de que ella misma había resucitado de una tumba sellada por los siete demonios del pecado. Al encontrar la tumba vacía, volvió a romper a llorar. Con los ojos bajos, mientras el sol matutino empezaba a extender su claridad por encima de la hierba cubierta de rocío, advirtió vagamente la presen-cia de alguien que le preguntaba: Mujer, ¿por qué lloras? (Jn 20, 13).

Estaba llorando por lo que había perdido, pero la pregunta que se le hacía le hizo interrumpir su llanto para responder: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde le han puesto. (Jn 20, 14).

No hubo terror al ver los ángeles, puesto que aun el mundo en llamas no la habría conmovido, tanta era la pena que se había adueñado de su alma. Al contestar, María se volvió y vio a Jesús de pie ante ella, pero no le reconoció. Creyó que era el hortelano, el hortelano de José de Arimatea. Suponiendo que este hombre sabría donde podía encontrar al Señor, María Magdalena se arrodilló y preguntóle: ¡Señor, si tu le has quitado de aquí, dime dónde le has puesto, y yo me lo llevaré! (Jn 20, 15).

¡Pobre Magdalena! ¡Agotada par la fatiga del viernes santo, rendida par la angustia del sábado santo, con las fuerzas debilitadas al extremo, y todavía pensaba en “llevárselo”! Tres veces habló de Él sin mencionar su nombre. La fuerza de su amor era tan grande, que suponía que nadie podía crecer que se refiriera a ninguna otra persona. Díjole entonces Jesús: ¡María! (Jn 20, 15).

Aquella palabra la sorprendió más que si acabara de oír un trueno repentino. Había oído decir una vez a Jesús que El

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llamaba a sus ovejas por el nombre. Y ahora María se volvió hacia aquel que personificaba todo el pecado, la tristeza y las lágrimas del mundo y marcaba cada alma con un amor personal, particular e individual, y, al ver en las manos y pies de aquel hombre las llagas rojas y amo-ratadas, solo pronunció esta palabra: ¡Rabboni! (Jon 20, 16). (Que en hebreo significa (Maestro). Cristo había dicho “María” y puesto todo el cielo en esta sola palabra. María había pronunciado también solo una palabra, Y en ella estaba comprendido todo lo de la tierra. Después de la noche del alma, producíase ahora este deslumbramiento; después de horas de desesperación, esta esperanza; después de la búsqueda, el hallazgo; después de la pérdida, este descubrimiento. Magdalena estaba preparada solamente para verter lágrimas de respeto sobre la tumba; para lo que no se hallaba preparada era para ver caminar al Maestro en alas de la mañana.

Sólo la pureza y un alma exenta de pecado podía recibir al santísimo Hijo de Dios en su llegada a este mundo; de ahí que María Inmaculada saliera a su encuentro en las puertas de la tierra, en la ciudad de Belén. Pero solamente un alma pecadora arrepentida, que a su vez había resucitado ya de la tumba del pecado a una nueva vida en Dios, podía comprender adecuadamente el triunfo sobre el pecado. En honor a las mujeres, hay que pregonar eternamente: una mujer fue quien más cerca de la cruz estuvo en el viernes santo, y la primera junto a la tumba en la mañana de pascua.

María estuvo siempre a los pies de Jesús. Allí estuvo al ungirle para su sepultura; allí estuvo en su crucifixión; ahora, llena de alegría al ver de nuevo al Maestro, se arrojó a sus pies para abrazarlo pero El le dijo, impidiéndolo con un ademán No me toques; porque no he subido todavía al Padre. (Jn 20, 17).

Las muestras de afecto de María iban dirigidas más al Hijo del hombre que al Hijo de Dios. Por ello le decía que no le

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tocase. San Pablo enseña a los corintios y a los colosenses la misma lección:

Aunque hayamos conocido a Cristo según la carne, ahora empero ya no le conocemos así. (2Cor 5, 16).

Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra porque ya moristeis, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (Col 3, 2).

Sugeríale Jesús que era preciso que se secara las lágrimas, no porque había vuelto a verle, sino porque El era el Señor de los cielos. Cuando subiera a la derecha del Padre, lo que significaba el poder del Padre; cuando enviara el Espíritu de la Verdad, que sería el nuevo Consolador de ellos y la presencia íntima de Jesús, entonces María tendría realmente a aquel por quien suspiraba: el Cristo resucitado y glorificado. Después de su resurrección era ésta la primera vez que aludía a la nueva relación que existía entre Él y los hombres, relación de la que tanto había hablado durante la noche de la última cena.

Habría que dar la misma lección a sus discípulos, que estaban demasiado preocupados por la forma humana de Jesús, diciéndoles que era conveniente que los abandonase. Magdalena deseaba estar con El cómo antes de la resurrección, olvidando que la crucifixión había sido necesaria para la gloria de Jesús y para que éste pudiera enviar su Espíritu.

Aunque Magdalena se viera humillada por la prohibición que le dio nuestro Salvador, estaba destinada, sin embargo, a experimentar que era ensalzada al tener el honor de llevar la noticia de la resurrección. Los hombres habían comprendido el significado de la tumba vacía, pero no su relación con respecto a la redención y la victoria sobre el pecado y el mal. María Magdalena estaba destinada a romper el precioso vaso de alabastro de la resurrección de Jesús, para que su aroma llenara el

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mundo. Jesús le dijo: Ve a mis hermanos, y diles que subo a mi Padre y vuestro Padre, y a mi Dios y vuestro Dios. (Jn 20, 27).

Está era la primera vez que llamaba a sus apóstoles mis hermanos. Antes de que el hombre pudiera ser hijo de Dios, tenía que ser redimido de la enemistad con Dios.

En verdad, en verdad os digo que al menos que el grano de trigo caiga en tierra y muera, queda solo; mas si muere, lleva mucho fruto. (Jn 12, 24).

Aceptó la crucifixión para multiplicar su condición de Hijo y hacer que muchos otros fueran también hijos de Dios. Pero había una gran diferencia entre El mismo como Hijo natural y los seres humanos que por medio de su Espíritu llegarían a ser hijos adoptivos. De ahí que, como siempre, hiciera una neta distinción entre mi Padre y vuestro Padre. Ni una sola vea en su vida dijo “nuestro Padre”, como si la relación entre Él y el Padre fuera la misma quo entre el Padre y ellos; su relación con el Padre era única e in-transferible; la filiación era de El por naturaleza; los hombres solamente podían llegar a ser hijos de Dios por la gracia y el espíritu de adopción

Tampoco dijo a María que informara a los apóstoles de que había resucitado, sino más bien de que subiría al Padre. La resurrección quedaba implicada en la ascensión, la cual tardaría cuarenta días en realizarse. Su propósito no era precisamente recalcar que el que había muerto estaba vivo ahora, sino que aquello era el comienzo de su reinado espiritual que se haría visible y unificado cuando el enviara su espíritu. Obediente, María Magdalena corrió a avisar a los discípulos, que estaban lamentándose y llorando. Les dijo que había visto al Señor y las palabras que El le labia dicho. ¿Como recibieron ellos la noticia? Una vea más el escepticismo, la duda y la falta de fe. Los apóstoles habían oído al Señor hablar en símbolos, parábolas, figura y también directamente acerca de la resurrección que seguiría a su muerte, pero:

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Al oír quo e vivía y había sido visto por ella, no lo creyeron. (Mc 16, 11).

Eva creyó a la serpiente, pero los discípulos no creían al Hijo de Dios. En cuanto a lo que María y cualquier otra mujer pudiera decir sobre la resurrección del Maestro, sus palabras les parecían un desvarío; y no las creían. (Lc 24, 2).

Esto era un modo de predecir como recibiría el mundo la noticia do la redención. María Magdalena y las otras mujeres no creían al principio en la resurrección; tuvieron que convencerse de ello. Tampoco creyeron los apóstoles. Su respuesta fue: “¡Ya conocéis a las mujeres! Siempre están imaginando cosas”. Mucho antes de que hiciera su aparición la psicología científica, la gente siempre tenía que la mente los hiciera alguna jugarreta. La incredulidad moderna frente a lo extraordinario no es nada en comparación con el escepticismo quo saludó inmediatamente las primeras noticias de la resurrección. Lo que los modernos escépticos dicen acerca del relato de la resurrección, los discípulos fueron los primeros en decirlo, o sea que se trataba de un cuento de viejas. Como agnósticos primitivos de la cristiandad, los apóstoles convinieron unánimemente en rechazar como un engaño toda aquella historia. Algo muy extraordinario había de ocurrir v una prueba muy concreta había de dárseles para que todos aquellos escépticos vencieran la repugnancia que sentía para creer.

Su escepticismo era incluso más difícil de superar que el escepticismo moderno, porque el suyo procedía de una esperanza que aparentemente había sido frustrada en el Calvario; éste era un escepticismo mucho más difícil de curar que el escepticismo moderno, que carece de toda esperanza. Nada más lejos de la verdad que afirmar que los seguidores de nuestro Señor estaban esperando la resurrección, y que, por tanto, se hallaban dispuestos a creerla o a consolarse de una pérdida que parecía irreparable.

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Ningún agnóstico ha escrito acerca de la resurrección algo que Pedro o los otros apóstoles no hubieran pensado antes. Cuando murió Mahoma, Omar salió corriendo de su tienda empuñando la espada, y declaro que mataría a cualquiera que dijera que el profeta hubiera muerto. En el caso de Jesús existía predisposición a creer que había muerto y aversión a creer que estuviera vivo. Pero quizá se les permitiera dudar para que los fieles de los siglos venideros no dudaran jamás.

La guardia sobornada

Una vez las mujeres hubieron ido a notificar a los apóstoles lo quo habían visto, los guardas que habían estado junto a la tumba y sido testigos de la resurrección fueron a la ciudad do Jerusalén y dijeron a los jefes do los sacerdotes todo cuanto labia sucedido. Los jefes de los sacerdotes reunieron al punto el sanedrín con el expreso propósito de sobornar a los guardas.

Cuando se hubieron reunido con los ancianos, Y tomando consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo: “Decid que sus discípulos vinieron de noche, y le hurtaron, estando nosotros dormidos.” Y si esto fuere oído del gobernador, nosotros le persuadiremos, y os haremos seguros. Ellos, pues, tomando el dinero, hicieron como fueron enseñados Y este dicho ha sido divulgado entre los judíos hasta el día de hoy. (Mt 28, 12-15).

El mucho dinero contrastaba con las escasas treinta monedas de plata que había cobrado Judas. El sanedrín no negó la resurrección; en realidad, lo que hacía era dar testimonio de la misma. Y este testimonio lo dieron a los gentiles a través de Pilato. Incluso dieron el dinero del templo a los soldados romanos a quienes despreciaban, puesto que hablan encontrado un odio mayor. El dinero que Judas les había devuelto no quisieron tocarlo porque era “precio de sangre”. Pero ahora estaban dispuestos a comprar una mentira para escapar a los efectos de la sangre purificadora del Cordero.

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El soborno de los guardas fue realmente una manera estúpida de esquivar el hecho de la resurrección. Ante todo, existía el problema de lo que harían con el cuerpo una vez los discípulos se hubieran apoderado de él. Los enemigos de nuestro Señor no habrían tenido que hacer otra cosa sino sacar el cuerpo de Jesús para demostrar quo no había resucitado. Aparte el hecho de que era muy poco probable que toda una guardia de soldados romanos estuviera durmiendo en vez de cumplir con su deber, era absurdo que dijeran que lo que había sucedido ocurrió mientras estaban dormidos. A los soldados se les aconsejo que dijeran que estaban dormidos; y, sin embargo, al parecer habían estado lo suficientemente despiertos para ver a los ladrones y darse cuenta de que se trataba de los discípulos. Si todos los soldados dormían, nunca pudieron descubrir a los ladrones, si alguno de ellos estaba despierto, podría haber impedido el hurto. Es igualmente improbable que unos pocos discípulos temerosos intentaran robar el cuerpo del maestro de un sepulcro cerrado con una gran piedra, sellado oficialmente y custodiado por soldados, sin que al hacerlo despertara a la guardia dormida. Además, el orden en que se encontraron los lienzos dentro de la cueva constituía otra prueba de que el cuerpo no había sido sacado de allí por sus discípulos.

Por lo que respecta a los discípulos de nada habría servido retirar secretamente el cuerpo del maestro, ni siquiera debió de ocurrírsele esta idea a ninguno de ellos; de momento, la vida del Maestro había resultado un fracaso y una derrota. El delito era ciertamente mayor de parte de los sobornadores que de parte de los sobornados, puesto que los miembros del sanedrín eran gente instruida y religiosa, los soldados eran sencillos. La resurrección de Cristo fue proclamada oficialmente a las autoridades civiles; el sanedrín creyó antes que los apóstoles en la resurrección. Habían comprado el beso de Judas y ahora esperaban comprar el silencio de los guardas.

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“¿Quién no removerá la piedra de la puerta del sepulcro?”

(San Marcos, 16, 3).

El Viernes Santo, cuando Jesús hubo exhalado su espíritu en manos del Padre Celestial y su cuerpo se puso frío como se pone el cuerpo de todo hombre muerto, sin palpitar ya su corazón, amigos que se habían encerrado en sus casas y admiradores anónimos que habían escondido su entusiasmo en el granero, comenzaron a aparecer. No habían estado junto a Él en su agonía, cuando tenía necesidad de ellos, pero ahora se hallaban a su lado al morir, entretejiendo guirnaldas, vertiendo copiosas lágrimas sembrando elogios...

Uno de ellos era José de Arimatea, que amaba secretamente al Salvador, no con el coraje suficiente para demostrarlo mientras El estaba vivo. Ahora buscaba mitigar su remordimiento, proveyendo a la sepultura del amigo ajusticiado. El rico consejero se dirigió resueltamente a Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús, queriendo con ello evitar al Señor deshonrosa sepultura, como el ser arrojado, por ejemplo, en una fosa común donde los cuerpos de los delincuentes eran amontonados y a veces quemados.

Pilatos se mostró sorprendido al enterarse que el Señor ya había expirado y quiso del centurión una confirmación oficial de su muerte. Oído que hubo el informe del centurión, él accedió al pedido de José de Arimatea. José volvió entonces al Calvario, bajó a Jesús de la cruz, lo envolvió en un sudario recién adquirido y lo depositó en un sepulcro excavado en la piedra. Porque solamente una extraña tumba convenía a Aquel que es extraño a la muerte.

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Entretanto se había difundido la noticia que el Señor había recibido decorosa sepultura de manos de José, el rico. Con la rapidez del rayo los fariseos acudieron a Pilatos para protestar contra la entrega de Su cuerpo a José. En vida habían querido la ofrenda de Su vida, y ahora, hasta después de muerto, sobre El tenían pretensiones.

Reunidos delante de Pilatos, manifestaron: “Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: «Después de tres días resucitaré.» Manda pues que se asegure el sepulcro hasta el día tercero; porque no vengan sus discípulos de noche y le hurten y digan al pueblo: Resucitó de los muertos. Y será el postrer error peor que el primero “(San Mateo, 27, 63-64).

Pilatos, irritado, respondió: “ Tenéis una guardia: id, aseguradlo como sabéis .” Las Escrituras nos refieren que, con la doble vigilancia de los romanos y de los fariseos “yendo ellos, aseguraron el sepulcro, sellando la piedra, con la guardia.”

De dos modos se aseguran contra el engaño; se sirvieron de una roca que, con palabras del Evangelio, era “enorme” y la sellaron. Y esto, para impedir que cualquiera pudiese tocar el cuerpo.

Jamás ha habido en la historia del mundo espectáculo más grotesco que el de esos soldados desviviéndose en cuidar un cadáver. Pero se vigiló el sepulcro porque Jesús había dicho que resucitaría al cabo de tres días. Aquí se apostan centinelas por miedo a que el difunto camine, por miedo a que, aquel que ha callado, hable todavía y que el corazón traspasado se despierte al respiro de la vida. Lo dicen muerto; saben que está muerto; se obstinan en repetir que no resucitará al cabo de tres días, pero aún vigilan. Han llamado impostor a Jesús. ¿Los engañará una vez más? ¿Acaso no les ha engañado ya, haciéndoles creer, en conclusión, que Aquel que ha perdido la batalla ganará la guerra?

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Esta inaudita locura de vigilar una tumbe describe exactamente la actual situación del mundo, ya sea en Rusia como en el espíritu contemporáneo en general. Rusia ha difundido la idea de que Dios ha muerto y que la religión pasa por sus últimos momentos. El comunismo se basa en la teoría de que la religión es una invención del capitalismo para sostener la propiedad privada. Y afirma que, una vez eliminada la propiedad privada, la religión ya no será necesaria. En Rusia no existe el capitalismo desde 1917: no hay pues ningún hombre alrededor de los cuarenta años de edad que haya recibido instrucción religiosa.

Pero si Dios ha muerto, y la religión es un mito y la fe es el opio de los pueblos, ¿por qué vigilar entonces el sepulcro, sellarlo, difundir propaganda contraria a la religión, asesinar sacerdotes, desterrar a los fieles, deshumanizar a los Stepinac y a los Mindzenty? ¿A qué entonces el artículo 124 de la Constitución soviética, que prohíbe toda propaganda religiosa, si la fe ha muerto? ¿Por qué la quema de todos los libros religiosos en la zona oriental de Berlín? ¿Por qué no difundir noticias contra el zar o custodiar la tumba de Trotzky, cuando se apostan millones de centinelas destinados a custodiar aquello que se cree una tumba? Si Jesús, en su Iglesia, ha muerto, ¿por qué temer una Resurrección? ¿Por qué perifonear contra una ilusión, montar guardia junto a un cuerpo en corrupción, vigilar un sepulcro, hablar en contra de los cadáveres, atravesar con la espada una fantasía, armarse contra una ilusión, rechazar fantasmas que caminan de noche, desenfrenarse contra una invención de la mente?

¡Rusia! Por una sola razón entre todas, tú sellas el sepulcro de un hombre: porque temes una resurrección. Porque temes que, de cualquier modo, no obstante toda la vigilancia, en otra Pascua, habrás de desfallecer cuando la alborada traiga en sus suaves alas al Cristo redivivo. Echa una mirada a tu alrededor, en esta primavera, y contempla las diminutas tímidas violetas surgir desde la tierra para contarles su secreto al sol y al aire. Ellas te

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cuentan que otra resurrección te está rodeando y que ha de llegar un día en que Jesús redivivo, a quien tú has imaginado muerto para siempre, caminará nimbado por la luz para entonar un réquiem sobre tus tumbas y hacer nuevamente de Rusia, la Santa Rusia, en la fe de Cristo que es Resurrección y Vida.

Lo que acaece en Rusia, sucede también en el espíritu contemporáneo. Para él también Dios ha muerto. Y los hombres, arrogándose, bajo el nombre de eutanasia, el derecho de tronchar la vida humana, estiman que ha dejado de existir el mandamiento moral “no matarás”. Y, evadiendo por medio del divorcio al divino mandamiento: “El hombre no separará lo que Dios ha unido “, dan por muerta la moral cristiana del matrimonio.

La educación moderna sostiene que la religión ha muerto y a los jóvenes se les enseña que el hombre no está hecho a imagen y semejanza de Dios sino que es tan sólo un costal fisiológico repleto de libídine psicológica.

Pero si Dios ha muerto y Jesús está sepultado para siempre como un hombre cualquiera ¿por qué afanarse entonces en plantar rocas delante de su sepulcro? ¿Por qué decir a los secuaces de Freud: “Vigilemos nuestras conciencias e impediremos que el sentido de culpa venga a atormentarnos durante la noche; digámonos que Dios no es otra cosa que un complejo de Edipo y ya lo veremos aparecer en el transcurso del análisis? “

Si Dios ha muerto, ¿por qué insinuar a la inteligencia que selle la tumba de Cristo; por qué hablar de evolución y de bestias de la jungla primitiva si no por miedo a que Jesús resurja en nuestras conciencias donde lo habíamos sepultado?

Jesús ha muerto en su Cuerpo Místico, ¿por qué escribir, publicar, escarnecer, atacar a la Iglesia y poner al descubierto las manchas solares para probar que el sol ya no alumbra?

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De este modo, la conciencia moderna presenta el espectáculo más estúpido del mundo; no soldados y centuriones, mas filósofos, escépticos, agnósticos y psicoanalistas freudianos montan guardia ante la tumba de Jesús a fin de que El no resucite: amenaza y provocación en su pecaminosa vida.

Yo os lo digo: ellos verdaderamente tienen miedo de una resurrección. Pero podrían, del mismo modo, montar guardia a fin de que el sol no surja. Y in embargo sus centinelas quedarán desmayados, rotos sus sellos, vencida su resistencia y Jesús ha de volver a brotar en sus conciencias y con El ¡el Amor!

Y nosotros también, los que ensalzamos nuestra fe, tenemos necesidad de una lección. Muchos de entre nosotros son como María Magdalena, que se aprestaba a aromar un cuerpo muerto, aún sabiendo que El es la resurrección y la vida, y se preguntaba junto a la tumba: “ Quién echará a rodar la piedra para liberar la entrada del sepulcro? “ Así también nosotros, viendo ochocientos millones de personas bajo el talón del Anticristo, con calvarios levanta lo largo de toda la Europa oriental y a la Iglesia misma en un momento de derrocamiento, nos hallamos tentados de dirigir, en lenguaje moderno, la pregunta de Magdalena: “ ¿Quién levantará la cortina de hierro de la tumba de la Iglesia? “

La resurrección del Cuerpo Místico de Cristo se desenvolverá probablemente como en la primera Pascua, a través de una doble ceremonia en la cual tomarán parte cielo y tierra, porque Jesús renació de la muerte y la tierra se estremeció y el cielo envió a un ángel para remover la piedra. ¡Pueda nuestra generación asistir de nuevo a la misma unión de catástrofe terrestre y de manifestación divina, antes de que Jesús en su Cuerpo Místico vuelva a caminar triunfante sobre la tierra! Se inicia la nueva era con la llegada de los cosacos y el arribo del Espíritu Santo. Y, así como entonces, el poder divino no vino separado del temblor de tierra, del mismo modo no podrá comenzar

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ahora una nueva época de paz, ni para la Iglesia ni para el mundo, si antes nuestros corazones no han de ser sacudidos y todas las rocas de nuestro egoísmo destruidas pedazo a pedazo.

Si se avecina la hora del sacudimiento de la tierra, próximo se halla también el día del triunfo. El demonio tiene su cuarto de hora pero Dios tiene su día. La Iglesia no ha tenido jamás su Viernes Santo sin su Domingo de Ramos. La Iglesia ha nacido bajo el signo de la tragedia, siendo derrotada y su Jefe es Aquel que se abre camino fuera de la tumba. No está lejano el d en el cual el Lirio del Rey se abrirá sobre otra Pascua, y aquellos que pensaban que todo había terminado, oirán preguntar por los ángeles: “¿Por qué buscáis al Vivo entre los muertos? “ Cuando las naciones yazgan en su sangre y sus reyes formen parte de las generaciones sepultadas, veremos venir hacia nosotros sus pies caminando sobre las aguas.”

Ellos llaman a Jesús un impostor, y es la verdad. Pero sólo un impostor como Jesús puede satisfacer a nosotros que, del mundo, hemos tenido la primera desilusión: porque nos ha prometido paz y nos ha dado guerra; nos ha prometido eterno amor y nos ha dado la saciedad que traen los años.

¡Ven, pues, oh Jesús, tú que eres segundo en engañarnos, tú que apareces tan majestuoso y severo porque estás “vestido de púrpura y coronado de ciprés “, tú que pareces crucificar nuestra carne y nuestro Eros! A la primera mirada, nos apartamos de ti protestando: “¿Es que acaso todos tus campos deben ser fertilizados con la muerte? “ Mas ¡qué dulce engaño! porque, cuando comenzamos a conocerte hallamos en Ti el Amor que siempre habíamos buscado, desde el día en que el mundo nos engañó por vez primera.

¡Divino Traidor! ¡Apareces tan muerto y eres en cambio la Vida renacida! ¡Engáñanos con tus llagas para que

Page 312: DOMINGO DE LA PRIMERA SEMANA DE … DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA ¡ALELUYA! ¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA ALELUYA! Exulten por fin los ángeles. Que se asocien a la Fiesta los

   

 

nuestras almas frágiles, rompiendo sus cadenas, libres, vuelvan a Ti!