discos y otras pastas 58(junio2014)

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DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com EMAIL: [email protected] AÑO 8 NÚMERO 58 EDICIÓN DIGITAL JUNIO 2014 1 Ya van quince años, desde su elogiado y exitoso Supernatural (1999), que Carlos Santana repite una y otra vez la misma fórmula: rodearse de estrellas de la música popular, fugaces o con trayectoria, para que colaboren en sus canciones poniendo las voces, tocando algún instrumento o componiendo. Con Corazón (2014), son cinco los álbumes que dan fe que el guitarrista no quiere asumir riesgos musicales, sin importarle su estatus como uno de los más grandes íconos de la guitarra del rock, protagonizando un cómodo -aunque cansino y predecible- papel como guitarrista de sesión. Hubo un intento de hacerlo solo con su propia banda, pero Shape Shifter (2012) fue un fracaso a nivel comercial y había que regresar a “la luz”. Si bien su álbum de covers Guitar Heaven (2010), con versiones endiabladas de clásicos como “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin, fue una apuesta a lo seguro en cuanto a audiencia, no le negamos que hizo un revisionismo con su marca personal sin sonar forzado ni premeditado al margen de los resultados. Pero, “gallina que come huevos, aunque le quemen el pico”, y Santana lo volvió a hacer: Corazón tiene invitados famosos y la mayoría de los temas son éxitos de la música latina y caribeña. Y hay un problema: a excepción de dos (“La Flaca” de Jarabe de Palo y el “Oye mo va”), estas canciones nunca necesitaron de una guitarra protagonista para gustar. Por eso estamos ante versiones casi fieles a las que hemos escuchado en las radios, más una guitarra entrometida, con abusos de barridos de púa para maquillar la falta de ideas, que quita espacio a posibles arreglos mejor elaborados y con otros instrumentos más acordes a lo que pide cada canción. A pesar de ser variopinto e inconexo, Santana insiste en que Corazón es un álbum conceptual por el solo hecho de haber reclutado a artistas latinos para interpretar canciones latinas. Juanes sabe hacer suya “La Flaca”, Ziggy Marley sorprende cantando como su padre en “Iron Lion Zion”. Diego Torres esforzándose para que la guitarra no opaque su voz en “Amor Correspondido”, el brasilero Samuel Rosa poniendo el sabor con “Saidera”. Los Fabulosos Cadillacs y su aclamado “Mal Bicho” renunciando a la potencia de su sección de vientos en favor de Santana. Pitbull destrozando el “Oye cómo va” de Tito Puente en medio de samples y loops. Romeo Santos (sí, el de las bachatas) con su spanglish sale airoso en los terrenos del pop junto a un Santana que todavía da muestras de su buen sentido de la melodía, llevándola a la exquisitez en los sonidos acústicos de “Una Noche en Nápoles” (con soberbias interpretaciones de La Sole, Lila Downs y la Niña Pastori), para luego entrometerse de nuevo, con su eléctrica, en “Besos de Lejos” a cargo de Gloria Estefan. Al parecer, Carlos Santana confunde lo que es un “álbum conceptual” -cuyas canciones gravitan alrededor de una historia principal o la construyen con el aporte de cada una- con el ambiente festivo y ecléctico que se respira en Corazón gracias a la pasión de las sangres latinas y caribeñas involucradas. La misma pasión que su guitarra va perdiendo de a pocos. HENRY A. FLORES SANTANA - “CORAZÓN” (2014) UN CORAZÓN SIN PASIÓN

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Santana, Pink Floyd, literatura, hipster y el cine

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Page 1: Discos y otras pastas 58(junio2014)

DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com EMAIL: [email protected]

AÑO 8 NÚMERO 58 EDICIÓN DIGITAL JUNIO 2014

1

Ya van quince años, desde su elogiado y exitoso Supernatural (1999), que Carlos Santana repite una y otra vez la misma fórmula: rodearse de estrellas de la música popular, fugaces o con trayectoria, para que colaboren en sus canciones poniendo las voces, tocando algún instrumento o componiendo. Con Corazón (2014), son cinco los álbumes que dan fe que el guitarrista no quiere asumir riesgos musicales, sin importarle su estatus como uno de los más grandes íconos de la guitarra del rock, protagonizando un cómodo -aunque cansino y predecible- papel como guitarrista de sesión. Hubo un intento de hacerlo solo con su propia banda, pero Shape Shifter (2012) fue un fracaso a nivel comercial y había que regresar a “la luz”. Si bien su álbum de covers Guitar Heaven (2010), con versiones endiabladas de clásicos como “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin, fue una apuesta a lo seguro en cuanto a audiencia, no le negamos que hizo un revisionismo con su marca personal sin sonar forzado ni premeditado al margen de los resultados. Pero, “gallina que come huevos, aunque le quemen el pico”, y Santana lo volvió a hacer: Corazón tiene invitados famosos y la mayoría de los temas son éxitos de la música latina y caribeña. Y hay un problema: a excepción de dos (“La Flaca” de Jarabe de Palo y el “Oye cómo va”), estas canciones nunca necesitaron de una guitarra protagonista para gustar. Por eso estamos ante versiones casi fieles a las que hemos escuchado en las radios, más una guitarra entrometida, con abusos de barridos de púa para

maquillar la falta de ideas, que quita espacio a posibles arreglos mejor elaborados y con otros instrumentos más acordes a lo que pide cada canción. A pesar de ser variopinto e inconexo, Santana insiste en que Corazón es un álbum conceptual por el solo hecho de haber reclutado a artistas latinos para interpretar canciones latinas. Juanes sabe hacer suya “La Flaca”, Ziggy Marley sorprende cantando como su padre en “Iron Lion Zion”. Diego Torres esforzándose para que la guitarra no opaque su voz en

“Amor Correspondido”, el brasilero Samuel Rosa poniendo el sabor con “Saidera”. Los Fabulosos Cadillacs y su aclamado “Mal Bicho” renunciando a la potencia de su sección de vientos en favor de Santana. Pitbull destrozando el “Oye cómo va” de Tito Puente en medio de samples y loops. Romeo Santos (sí, el de las bachatas) con su spanglish sale airoso en los terrenos del pop junto a un Santana que todavía da muestras de su buen sentido de la melodía, llevándola a la exquisitez en los sonidos acústicos de “Una Noche en Nápoles” (con soberbias interpretaciones de La Sole, Lila Downs y la Niña Pastori), para luego entrometerse de nuevo, con su eléctrica, en “Besos de Lejos” a cargo de Gloria Estefan.

Al parecer, Carlos Santana confunde lo que es un “álbum conceptual” -cuyas canciones gravitan alrededor de una historia principal o la construyen con el aporte de cada una- con el ambiente festivo y ecléctico que se respira en Corazón gracias a la pasión de las sangres latinas y caribeñas involucradas. La misma pasión que su guitarra va perdiendo de a pocos. HENRY A. FLORES

SANTANA - “CORAZÓN” (2014)

UN CORAZÓN SIN PASIÓN

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 2 JUNIO 2014

ESCRIBE: ÓSCAR CONTRERAS Los géneros cinematográficos reportan una multiplicidad de significados, funciones y utilidades. De acuerdo a Rick Altman los géneros cinematográficos constituyen esquemas básicos para programar y configurar la producción industrial; funcionan como la estructura formal sobre la que se construyen las películas; hacen las veces de etiquetas al uso de distribuidores y exhibidores; y representan contratos con exigencias mutuas entre los directores, las películas y el público. En tiempos de globalización de los negocios y de “sensorialización” del cine -y de búsqueda de nuevos caminos autorales- resulta útil tipificar un género, fijar sus fronteras. Y ponderar el rol del público en el reconocimiento general o en la percepción individual de los mismos. Si el sistema horaciano -de acuerdo a Altman- planteaba la necesidad de modelos apropiados para la producción textual; y la tradición aristotélica se centraba en la estructura textual y los efectos de su recepción; la crítica de los géneros cinematográficos enlaza todos los aspectos del proceso desde la producción hasta la percepción. Y, por cierto, la conexión inter genérica que se viene imponiendo en la última década. Por eso -a los propósitos del presente artículo- es importante considerar que los géneros no nacen o provienen de la industria cinematográfica en exclusividad; sino que son forjados en continuidad desde los géneros preexistentes en la literatura (v.gr. el western), el teatro (v.gr. el melodrama) y en la literatura de no ficción (v.gr. los biopics); o irrumpen en la geología mítica a partir de contingencias tecnológicas (v.gr. el musical), derivadas de la censura (v.gr. el screwball comedy) o como consecuencia de la modernidad misma (v.gr. la ciencia ficción). Siendo el vaquero, el gángster y el policía -así como el bailarín enamorado, los zombies o los astronautas- materializaciones arquetípicas de los mitos; resulta particularmente difícil categorizar a un “hipster” -personaje presente en la sociedad global de los últimos veinte años- como un mito o una

encarnación transhistórica. Pues en su naturaleza o caracterología no afloran ni las mayores y ni las más perdurables preocupaciones de la humanidad. Pero antes de continuar, conviene precisar qué es lo “hipster”, de qué va. El término “hipster” fue acuñado

en la Norteamérica de la segunda posguerra, entre las minorías afroamericanas urbanas, ejecutantes del jazz, que gustaban de las versiones musicales más radicales. En palabras del historiador Eric Hobsbawm en su libro Jazz Scene (escrito bajo el seudónimo de Francis Newton) lo “hipster” aludía en aquellos años a las personas que se conducían empleando una jerga o argot que los diferenciaba y les permitía apartarse de terceros. Esa vocación por el extrañamiento y la diferencia también caracteriza al “hipster” de hoy. Se dice que un individuo con capacidad de armar una lista de reproducción en un iPod o capaz de construir

una identidad bajo la forma de un estudiante universitario, puede convertirse en un “hipster”. Si y solo si proclama, milita y vive un gusto por lo alternativo (música, cine independiente, literatura), si se opone a la moda y si contradice las líneas de producción al uso; ejerciendo un estilo de vida afectado, engreído, hedonista, de búsqueda intelectual permanente; gustoso de las manifestaciones culturales rebuscadas, negando las etiquetas a pesar de que lo “hipster” es una etiqueta en sí misma. De acuerdo a la periodista Julia Plevin un “hipster” viste ropas usadas o vintage (pantalones extremadamente ajustados, enormes anteojos de pasta negra, boinas, etc.); atrae las miradas y las

desafía; asiste a exposiciones de arte, a exclusivos desfiles de modas; busca antros clandestinos, fiestas privadas; consume productos orgánicos; y busca amistades intelectuales a la vez que profesa admiración por otras subculturas y/o expresiones culturales inferiores. Porque lo “hipster” -en el fondo- es un fenómeno juvenil, urbano, blanco, de clases medias y altas, con individuos que abandonan el hogar familiar y se asientan en lugares céntricos para consolidarse profesionalmente, ejerciendo una aristocracia del rebuscamiento.

¿CINE O CINEFILIA HIPSTER?

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 3 JUNIO 2014

Calificar a los “hipsters” como “poseurs” sería generalizar. Aunque muchos probablemente lo son considerando que el mainstream y el cine independiente han terminado fagocitando la subcultura “hipster”; condicionando el gusto y la imitación de la estética (peinados, forma de vestir, etc.) así como los comportamientos y los estilos de vida entre adolescentes, jóvenes y jóvenes-adultos, que ignoran lo qué significa o de qué va. Solo siguen la corriente para ser aceptados. Siendo el “hipsterismo” una canibalización de lo mejor de la cultura indie, una apropiación fetichista de lo gay, de lo punk, de lo grunge, de lo beatnik y de lo hippie; su esporación en el cine ha dado lugar a un pequeño grupo de realizadores y espectadores que comparten el placer por la composición de las imágenes, que comparten una tendencia actitudinal; sin el menor interés por consolidar un género, un subgénero o un programa ético o estético.

Wes Anderson es el principal exponente del hipsterismo cinematográfico. Este sensei hipster (Bottle rocket, Rushmore, Los excéntricos Tennenbaums, Vida acuática, Fantastic Mr. Fox, The Darjeeling Limited, Moonrise Kingdom) sigue interesado en compilar detalles técnicos plagados de estética como los encuadres simétricos, las “tomas” submarinas y la armonía en los colores. Que recorren personajes solitarios, buscando la felicidad en ambientes económica y culturalmente privilegiados; gente adulta que vive del dinero de sus padres, que hablan de arte y literatura, acompañados por el sonido de la “Invasión Británica” (Peter & Gordon, Chad & Jeremy, The Kinks), de Elliot Smith, Nick Drake así como de reinterpretaciones bossa nova. Los personajes de Wes Anderson (a cargo de Jason Shwartzman, Bill Murray, Owen Wilson y Gwyneth Paltrow) visten boinas rojas, corbatas, blazers, casacas Adidas, vestidos Lacoste, vinchas y muñequeras así como prendas con las iniciales bordadas. Si

Wes Anderson es el gran gurú, Sofía Coppola es la princesa de lo “hipster”. Sus películas (Las vírgenes suicidas, Perdidos en Tokio, María Antonieta, En un lugar del corazón) son casas de muñecas desdramatizadas donde todo es pretencioso, todo es calculado: guiones íntimos, personajes a la deriva, que visten ropas de diseñadores europeos, en tanto discuten sobre la textura del café, sobre libros y la decoración de interiores. De hecho, los personajes snobs de Sofía Coppola son los favoritos de las señoritas que toman café en el Starbucks mientras leen a

Bukowski en inglés y escuchan a Air, Phoenix, Sebastian Tellier, My Blood Valentine, The Jesus and Mary Chain, etc.

Y Michel Gondry, director referencial de videos musicales en la década del 90, es más o menos desde Eterno resplandor de una mente sin

recuerdos, uno de los cineastas más hipsters de la industria. Su marca de estilo es la experimentación con la luz, con los colores, con los efectos especiales a partir de utensilios comunes y corrientes (La ciencia del sueño y Originalmente pirata). Gondry y los fans de Gondry son “hipsters” antitecnología pues aman las cámaras de rollo, los tocadiscos y los equipos de VHS y diseñan su propia ropa; mudan cualquier sospecha de maquillaje emo por lentes de pasta negros y sus referencias musicales son Björk, Beck, Daft Punk, The White Stripes y The Polyphonic Spree. Existen, asimismo, los nostálgicos de los videos musicales y de los VHS. Los nombres de Jonze, Cunningham, Corbijn y Romanek despiertan veneración en la fanaticada “hipster” cada vez que incursionan en la pantalla grande. Y cuando alternan la música de The Arcade Fire, Joy Division, New Order, Broken Social Scene, Yeah Yeah Yeahs con las escenas memorables de filmes como Donde viven los monstruos, Control, Nunca me abandones, Guía del viajero intergaláctico, entre otros, alcanzan el

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 4 JUNIO 2014

xendra. Los hay también enamorados, trágicos y gustosos de las compilaciones de canciones en cassettes o mixtapes. Pruebas al canto: Tiempo de volver, Nick & Norah: Una noche de música y amor, Alta fidelidad, Scott Pilgrim vs los ex novios de la chica de mis sueños, El último beso, Chica de mostrador, Un verano memorable, entre otros.Pueden identificarse “hipsters” adoradores de John Hughes, de la ropa entallada de los protagonistas de sus películas y de las temáticas sobre adolescentes que maduran al mismo tiempo que se sienten más cultos e inteligentes que el resto de sus congéneres. Cito: Experto en diversion o La escapada de Ferris Bueller, Breakfast Club, Sean Penn en Fast Times at Ridgemont High y John Cusack en Say Anything.

Partiendo de la premisa que lo “hipster” es lo contracultural elevado a la potencia enésima, uno podría encontrar facciones más radicales aún. Por ejemplo, algunos “hipsters” se jactan de conocer al dedillo las cintas alternativas de los años 60-70. Sobre todo aquellas que posicionaban arquetipos en situaciones ajenas a las que estaban acostumbrados, como por ejemplo, Sin aliento de Godard, Wanda de Barbara Lodden, Harold & Maude de Hal Ashby, Annie Hall de Woody Allen o los filmes de Andy Warhol. Y sobresale por todo lo alto aquel “hipster” fanático del Festival de Sundance. El que todo lo relaciona con la palabra “indie”. Al que le gustan las corrientes minimalistas y entiende que una historia debe desarrollarse con personajes bizarros, muertos de frío, en situaciones prosaicas (verbigracia, cualquier cinta de Jim Jarmusch o Juno, Pequeña Miss Sunshine, The Squid & The Whale, Ghost World, Tideland, Thumbucker, Napoleon Dynamite, El mejor lugar en el mundo, I (Heart) Huckabees, etc). Debe anotarse también que el “hipster” Sundance adora la cinematografía que parece registrada por una Hipstamatic o una Instragram; en tanto que sus grupos “indie” de cabecera son los de mitad de los dosmiles (verbigracia, Badly Drawn Boy, The Postal Service, Clap Your Hands Say Yeah, Alexi Murdoch, Belle & Sebastian, Devotchka, etc.). Pero, existe una brigada “hipster” más radical aún. Son aquellos que están en contra de las películas filmadas en los Estados Unidos (están correspondidos con películas como Amélie de Jean-Pierre Jeunet, La última vida en el universo de Pen-Ek Ratanuarang, Cashback de

Sean Ellis, Once de John Carney, Soul kitchen de Fatih Akin, El paraíso ahora de Hany-Abu Assad, Las tortugas pueden volar de Bahman Ghobadi, y otras). Les aloca la estética llena de colores así como los movimientos de cámaras del cine asiático, aunque no puedan justificarlos o desmontarlos. El cine europeo los lleva al éxtasis pleno porque les recuerda -quizá- aquel verano que pasaron en Barcelona, París o en Amsterdam. Asimismo, se puede decir que los grupos preferidos de los “hipsters” anti american

film son los que corresponden a exóticas escenas locales como las de Estocolmo, Yokohama o Sydney, etc. Y sus cuerpos experimentan temperaturas tropicales frente a cualquier filme de Miyazaki, Von Trier, Almodóvar y Wong Kar-Wai. Habiendo hecho este breve repaso de las

características más saltantes -y contradictorias- de lo “hipster”, tanto en la sociedad como en el cine contemporáneos, se concluye -por el momento- que esta subcultura carece del peso específico para consolidar un género cinematográfico o un programa ético o estético. No obstante mantiene su influencia entre los jóvenes y jóvenes-adultos de las grandes ciudades; desde el ámbito del cine independiente, donde despliega procedimientos, técnicas e instalaciones impresionistas y persuasivas. Que cierto segmento del público joven -o con pretensiones snob- reconoce y procesa; y una amplia mayoría publico ignora o no alcanza a compatibilizar. Dadas las circunstancias, al no poder consolidarse como un territorio genérico, acotado, convencional y mítico; sería recomendable hablar de una cinefilia de lo “hipster”, de una sensibilidad o de un gusto por lo “hipster”; y no de un cine “hipster”, propiamente, en términos genéricos y sub genéricos.

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 5 JUNIO 2014

ESCRIBE: ROGELIO LLANOS Q. Han pasado veinticinco años desde el día en que Frank Ashurst y Stella Halliday se casaron. Como parte de su celebración deciden pasar la noche en Torquay, que es la ciudad donde se conocieron. Se detienen en medio del camino, atraídos por el paisaje. Ella toma sus acuarelas y se interna en el prado. Él, desde la carretera, donde ha detenido su coche, observa emocionado el lugar, posando su mirada en un montículo que, de inmediato, identifica como una tumba sobre la que reposa un ramo de flores. Se anima a caminar por el lugar al que siente cada vez más atractivo y, de pronto, con el corazón corriendo como caballo desbocado, descubre que muchos años atrás él estuvo allí y que vivió momentos muy hermosos que, con el paso del tiempo y las experiencias acumuladas, los había olvidado. Pero, ahora las imágenes de ese pasado casi olvidado, retornaban con una fuerza inusitada. Y, entonces, se vio a sí mismo, muy joven, con sus estudios de abogacía concluidos, haciendo un alto en su excursión en el sitio donde ahora estaba, a causa de una rodilla herida. Recordó su encuentro con Megan, la bella muchacha que vivía en la granja donde él finalmente consiguió alojarse. Recordó, entonces, cada detalle de aquellos días que vivió en ese lugar a la espera de recuperarse para continuar su camino. Y mientras esperaba, rememoró con nostalgia aquellos sentimientos que empezaron a nacer en su corazón impresionado por la sencilla y delicada belleza de una joven que también sentía la presencia del amor en su noble corazón. La estancia de Frank en la granja adquirió en ese entonces otros matices. La bella luz natural que daba vida al paisaje parecía ahora iluminar intensamente el alma de Frank. Había magia en el lugar y esa magia había tocado su corazón. Sintió el encanto de la vida. Ahora había esperanza, había ilusión. Porque, además, Megan, la linda granjera que lo ayudó a encontrar alojamiento, que le curó la herida, que le dedicó algunos momentos de gratísima charla, le descubrió, en un instante pleno de magia, que su corazón también latía bajo el impulso del amor. Emocionado, Frank evocó las promesas de amor, y sus encuentros con Megan, tan fugaces como los abrazos y besos compartidos en la soledad nocturna y bajo un manzano, cómplice y silencioso. Por la mente de Frank pasaron luego aquellos episodios que los caprichos del azar dispusieron de manera inesperada e insensible. Recordó el dolor por el amor que se aleja, las indecisiones lacerantes frente a un corazón que se agita, que se calma, que se endurece, que se rompe. Su mente recorrió, como si de una película se tratara, sus horas felices de la mano de aquellas

jóvenes amigas que, sin saberlo, fungían de pequeñas hechiceras conduciendo al joven a un destino nuevo e impensado. De esta manera, John Galsworthy lleva a su protagonista al encuentro con un pasado cargado de momentos bellos y felices, pero en los que también anida el dolor, la angustia, la desilusión. Frank ha llegado a un lugar donde se reencuentra con el paisaje conocido y amado y que despierta en él los recuerdos agridulces de una juventud poseída por el hechizo de los afectos y las pasiones. Pero, también, Frank ha arribado al sitio donde conocerá el desenlace de aquella hermosa historia que se inició con la visión de una joven, cuya imagen “se recortaba contra el cielo, llevando un cesto…” y cuya falda de cenefa oscura, el viento empujaba contra sus piernas. Todo el relato está teñido de una profunda nostalgia.

Galsworthy describe en detalle los ambientes y los personajes, cargando al conjunto de emoción y ternura. El descubrimiento de Megan ante los ojos de Frank es una suerte de epifanía, que el autor resume en la breve expresión de su protagonista: “¡Qué guapa!”. Interiormente, sin embargo, esta visión es muy rica en detalles. La descripción de Galsworthy, prolija y elegante, es lo que la vena poética de Frank empieza a atesorar en su mente y en el corazón: “Su cabello oscuro se ondulaba desordenado sobre la frente ancha, tenía el rostro pequeño y el labio superior –escaso- dejaba ver el centelleo de los dientes, las cejas eran rectas y oscuras, las pestañas largas y negras; pero sus ojos grises parecían un milagro: inocentes y confiados como si aquel día los hubiera abierto por

primera vez”. Galsworthy captura nuestra atención por la particular manera como une a los personajes y, al mismo tiempo, nos va mostrando las señales que conducirán a su alejamiento. El dolor físico de Frank Ashurst es el pretexto para acercar a los protagonistas. A la cura física le seguirá la ansiedad y los anhelos propios de una pasión amorosa que empieza a despertar. Con las delicias del amor naciente, aparecen los primeros síntomas del dolor y de las penas del alma que los aguardan. Unas heridas se curan, pero otras se abren, y ellas, habrán de reconocer con amargura, son heridas difíciles de sanar. Veintiséis años después, Frank aprenderá que el recuerdo mismo y el desenlace de la historia al que ahora accederá, son capaces de reabrir aquellas heridas que nunca, quizás, se cerraron. El amor, nos dice Galsworthy, es como una primavera en la que florecen los más dulces sentimientos y los gestos más nobles, sin embargo, el amor obedece a un Dios que reclama inevitablemente

LIBROS

JOHN GALSWORTHY - “BAJO EL MANZANO” (1916)

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 6 JUNIO 2014

sacrificios. Y como en todo sacrificio, siempre habrá víctimas. Tiempo atrás, había juventud e inocencia. Galsworthy las describe con fruición y establece un nexo íntimo entre la conducta de sus protagonistas y su itinerario vital y la belleza y luminosidad del paisaje campestre. Frank pone a prueba su rodilla, explorando el campo y sus alrededores. Su estado de ánimo se fortalece a la vista de una naturaleza que desborda gracia y encanto hasta en sus más pequeñas manifestaciones. El autor lo describe así “Como en pleno éxtasis, observaba los brotes rosados de las hayas que habían tardado más en florecer recortarse contra el azul del cielo, bajo los rayos del sol, o los troncos y ramas de los pinos silvestres, que parecían pardos bajo una luz tan violenta, o ya en el páramo, los alerces doblados por el vendaval que tan vivos se veían cuando el viento hacía ondear sus hojas verdes y tiernas por encima de las ramas oscuras, enmohecidas”. La vida expresándose en todo su esplendor y transmitiendo al personaje esperanza y alegría de vivir. En Bajo el Manzano, la naturaleza florece y hace florecer la ilusión en la vida de los personajes. La naturaleza es testigo de sus primeras efusiones amorosas. La naturaleza es también compañera de sus aventuras vitales. Pero también ella está presente como complemento de las acciones y movimientos que los protagonistas llevan a cabo: “Aquel domingo, al final de la semana, mientras escuchaba el canto de un mirlo al atardecer, tumbado en el huerto, y componía un poema de amor, oyó que se abría la puerta de la cerca y vio a la joven correr entre los manzanos…”. Y, poco después, luego de que Megan le diera evidencias de que su amor era correspondido, Frank, entre la sorpresa y el desconcierto, siente que “la primavera que lo rodeaba parecía más viva y hermosa que antes: los cantos del cuco y del mirlo, la risa del pito real, los oblicuos rayos del sol, las flores que habían servido de corona a su cabellera”. Exultante, urgido por la necesidad de dar curso a esa felicidad que llenaba su corazón, entonces, “se dirigió a los páramos y, desde un fresno que se alzaba junto al seto, una urraca alzó el vuelo para anunciar su

llegada”. Pocas veces he tenido la oportunidad de leer unos textos que describen con sorprendente sencillez la belleza de la naturaleza al mismo tiempo que hace de la expresión de cada uno de sus integrantes –las plantas, los pájaros, los seres

humanos- una representación de lo perfecto de la creación. Hay armonía en el canto y en el vuelo de las aves, hay magia en el movimiento de las hojas de los árboles, hay gozo en el corazón humano que se regodea en el espectáculo diario y auténtico de la vida. Pero la vida de los hombres está marcada por las jerarquías, las clases y el orden social. Y este es un asunto que Galsworthy no lo pasa por alto y, más bien, lo aborda directamente aunque con mucha

sutileza, y desde el principio de la novela. Al llegar a la granja, el punto de vista de Frank y su amigo, cargada de referencias culturales, difiere de la expresión sencilla de los campesinos que los acogen. Hay, sin duda, una brecha que se abre entre los dos universos –el citadino y el campestre- y que, inevitablemente, influye en sus conductas, en sus dudas y vacilaciones y, definitivamente, en el derrotero de sus vidas. Porque los sentimientos que se empiezan a compartir demandan decisiones, en las cuales juegan un papel esencial las circunstancias del momento, el entorno que los ampara y una educación que todavía mantiene algunos rasgos remanentes de la época victoriana. Galsworthy ama el paisaje y se hace cómplice de sus protagonistas a los que hace vivir momentos de plena felicidad. Pero, el autor no intenta cambiar el curso lógico de los acontecimientos. Él conoce el peso de la diferencia social y aún con dolor y con nostalgia hace prevalecer la diferencia de clase. Pero Galsworthy es un escritor sensible. La fuerza de la realidad no lo lleva a recargar las tintas. Apela, entonces, a la frase irónica para criticar algunas actitudes de sus personajes ubicados en los estratos mayores. En ningún momento deja de querer a su protagonista. Diría, más bien, que tiende a compadecerlo, a comprenderlo. Quizás, el medio de donde viene Frank, no le ha permitido, con su rigidez y sus convencionalismos, ahondar en los meandros de la conducta humana. Ha podido, sí, apreciar la belleza de Megan desde el primer instante, pero “siendo como era un condenado inglés, no había percibido la exquisita delicadeza y la capacidad afectiva de la joven de Gales”. Su formación, además, lo hace consciente que tiene un futuro asegurado siempre y cuando responda a la racionalidad que su clase le exige. Galsworthy escribe no sin cierto sarcasmo, “además, era un hombre responsable y no se dejaba llevar por el entusiasmo”. Frase sarcástica porque el nacimiento del sentimiento amoroso que empieza a inquietar su alma, hace tambalear aquella formación fría y estricta que ha recibido y que lo debe conducir a asumir sus deberes como ciudadano en la inflexible y puritana organización social a la que pertenece. Ya sabemos, es cierto, que a pesar de las promesas de amor intercambiadas con Megan, su relación no llegará a

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 7 JUNIO 2014

buen puerto. Lo sabemos desde la primera página del libro. Sabemos, además, que la buena relación que mantiene con Stella, su esposa, ha sido duradera y provechosa. Pero los recuerdos que él desgrana a lo largo de aquel día que se detuvo en el prado, indican que esta experiencia sí lo marcó de por vida. Ahora debe reconocer que fueron aquellos, tal vez, los momentos más felices de su existencia. Y también, quizás, los más dolorosos, por la decisión que tuvo que tomar luego de aquel intento frustrado por dar marcha atrás. Porque ese retorno al pasado de Frank conduce inevitablemente a esos momentos en que dejó atrás la edad de la inocencia. Galsworthy hace recordar a su protagonista aquellas horas de dulzura y felicidad- y de duda, también- : “Mientras el corazón de la joven latía al ritmo del suyo y sus labios temblaban al contacto de los de él, Ashurst sólo sentía el gozo del momento. El destino la empujaba a sus brazos, ¡no podía desobedecer al amor! Pero cuando sus labios se separaron en busca de aliento, empezó a dudar otra vez”. Ella: “Moriré si no puedo estar junto a usted”. Y él: “Nos iremos a Londres. Te mostraré el mundo. Y cuidaré de ti, Lo prometo, Megan…”. ¿Qué lo detuvo aquél día a Frank Ashurst e impidió que corriera detrás de “… aquella pobre personita desconcertada, de aquellos ojos ansiosos que examinaban todos los rostros… ” y que

EL AFRICANO AUTOR: J. M. G. LE CLÉZIO (FRANCIA) Novela con tintes biográficos. El Nobel francés aborda la vida de su padre cuando era un médico cirujano destacado a Nigeria por las Fuerzas Armadas Británicas

en plena Segunda Guerra Mundial. Una figura lejana. Le Clézio investiga, ahonda, tratando de descifrar las experiencias, actitudes y decisiones de su progenitor, y a partir de ahí conocerlo un poco más, justificar su carácter duro, implacable, poco afectivo. Al final, el retrato de su progenitor también arrastra una parte de la historia del África colonial. HENRY A. FLORES

“…desamparada, como el perrillo que se ha apartado del amo…no sabía si correr hacia adelante o hacia atrás…”? ¿Se daba cuenta ahora de que se trataba de un amor que no era posible porque tras consumirse la pasión todo quedaría en nada? ¿Preveía tal vez la tan temida marginación social? Quizás –y eso era un consuelo para Frank- Megan,

que amaba sus árboles y el campo, jamás podría haberse adaptado a las exigencias de la gran ciudad. Ahora, en medio de esa pradera, Frank Ashurst ha ido al encuentro de un pasado que, implacable, lo interroga y cuestiona su existencia misma. No me cabe duda que, más allá de la última frase con la que Galsworthy cierra su historia, Frank nunca volvió a ser el mismo. Cada frase, cada párrafo de este libro singular nos emociona por su certeza, por su elegancia, por su sensibilidad. ¿Cómo es posible escribir con tanta sencillez sobre la compleja conducta humana? Galsworthy pertenece a aquella estirpe de escritores clásicos que se han llevado el secreto a la tumba. Finalmente, debo decir que la traducción de Susana Carral, es impecable. Respeta el estilo depurado y brillante de Galsworthy y transmite fielmente el sentido de la composición de un autor que puesto a narrar una historia de amor terminó contándonos con una escritura exquisita acerca de la vida y sus encrucijadas, así como también sobre los caminos impredecibles por donde nos puede conducir el azar. O el amor.

EL TEAM DE LOS CHACALES AUTOR: MAYNOR FREYRE (PERÚ) Siete cuentos con sabor a criollada y humor fino. Con anécdotas entrañables y personajes de barrio. En el primer cuento (“El team de

los chacales”) se narra cómo una pequeña pelea entre niños se convierte en una especie de lucha de clases que involucra a familiares y vecinos del barrio. Una riña callejera entre los que menos tienen y los más favorecidos. Todos iguales en un partido de fútbol, todos iguales en la riña. Hasta que la calma y el orden hacen que tomen conciencia de las divisiones: los unos sirven en las casas de los otros. HENRY A. FLORES

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 8 JUNIO 2014

ESCRIBE: JORGE CAÑADA

The Final Cut (1983) fue el epílogo de Pink Floyd según su versión más clásica, esa que terminó convirtiéndose en el vehículo de expresión para las obsesiones de Roger Waters. El álbum, concebido como un réquiem del sueño de postguerra, anticipó el lanzamiento de la carrera en solitario del bajista y se convirtió a la vez en la antesala de otra guerra, la que se libraría por el control de la banda y su obra. David Gilmour no se veía en modo alguno reflejado en esa melancólica diatriba antibélica colmada de astilleros abandonados, banderas y estandartes jironados, héroes de guerra desahuciados y hospicios para tiranos incurables. Pero además, el guitarrista esgrimía argumentos en detrimento de la calidad del material. Las canciones que no habían sido suficientemente buenas para The Wall (1979), y por ello descartadas en la edición final de ese registro, mal podían constituir la base del disco que debía sucederlo. Pink Floyd había sucumbido al arrasador éxito de The Wall, cuyo impacto se vio acentuado por el desgaste que trajo aparejado el proyecto cinematográfico asociado a ese álbum. Esa réplica tuvo un efecto devastador en la anquilosada estructura de la banda que por entonces ya arrastraba las secuelas del primer movimiento sísmico que significó la repercusión de The Dark Side of the Moon. El tecladista Richard Wright, quizá la personalidad más sensible del cuarteto, pagó las consecuencias con un humillante despido. A esa altura los roles estaban bien claros dentro del esquema de poder del grupo. Waters pretendía ser cerebro conceptual y conductor unívoco mientras Gilmour se resignaba a ser garante del equilibrio melódico. En cuanto el guitarrista advirtió que ni siquiera podría ejercer la función a la que había sido relegado, Pink Floyd dejó de ser un espacio apto para la convivencia. The Final Cut era una radicalización

del formato estilístico patentado en The Wall, en el que Waters asumía con histrionismo el papel protagónico que había buscado desde la salida de Syd Barret. La música se parecía demasiado al soundtrack incidental de alta fidelidad para una sobrecogedora escena de la Guerra Fría. En todo caso la obra había dejado de ser una creación colectiva. Después de semejante acto de prepotencia creativa a Waters sólo le restaba decretar la muerte de Pink Floyd. Lo hizo en 1985 al oficializar su salida de la banda. Su sentencia: “Floyd ya no es una fuerza creativa viable”. Lo cierto fue que en 1984, tanto Waters como Gilmour revelaron en público las diferencias con la edición de sus respectivos segundos discos en solitario. El antecedente de Waters databa de 1970, cuando había explorado su costado más

experimental colaborando con Ron Geesin en la banda sonora del documental The Body. Por su parte, en 1978 Gilmour había reunido a Rick Wills y Willie Wilson, sus antiguos compañeros de Joker’s Wild, para registrar un disco de canciones con un formato más espontaneo y descontracturado del que le permitía Pink Floyd. Seguro de haber dado un paso decisivo en su carrera, Waters no quiso perder tiempo. Tan pronto como pudo lanzó The Pros and Cons of Hitch Hiking, un proyecto que venía desarrollando contemporáneamente con The Wall. El concepto gira en torno a los sueños de un hombre que a lo largo de 42 minutos atraviesa distintas vicisitudes propias de la mediana edad. El tono y la lírica no se apartaban de lo que venían siendo sus trabajos con la banda pero, tal vez como respuesta a las quejas de Gilmour, prácticamente todos los tracks incluían un solo de guitarra de Eric Clapton. Sin el respaldo del nombre y la historia de Pink Floyd, Waters apostó

A TRES DÉCADAS DE LA SEPARACIÓN DE PINK FLOYD

LOS PRO Y CONTRA DE SER UN EX PINK FLOYD

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 9 JUNIO 2014

a rodearse de una legión de músicos de renombre y sesionistas consagrados: además de Slowhand, la lista incluía a Ray Cooper, Andy Newmark, David Sanborn, y Michael Kamen, entre otros. Al mismo tiempo Gilmour ahondaba en el camino que había transitado en su primer intento. About Face mostraba las mismas intenciones que su debut solista pero con una producción renovada que se atrevía a abrevar en el uso de sintetizadores sin perder un ápice de identidad. El guitarrista también se dejó acompañar por intérpretes de primera línea (Jeff Porcaro, Pino Palladino, Steve Winwood y Jon Lord), cedió parte de la composición (Pete Townshend escribió las letras de "Love on the

Air" y de "All Lovers Are Deranged.") e incluso “compartió” algunos músicos de sesión con su ex compañero (Ray Cooper y Michael Kamen). En About Face estaba implícita la sensación de que el disco era apenas un paréntesis en la carrera de Pink Floyd. El enfrentamiento afloraría al año siguiente con la declaración de muerte proferida por Waters. Sin embargo, Gilmour y Mason ya no aceptarían otro exceso autocrático de Waters y luego de dar una dura batalla legal seguirían adelante con el nombre de Pink Floyd, no sin antes rescatar a su viejo compañero Wright. Esa nueva etapa de la banda habría de

brindar dos nuevos discos de estudio (A Momentary Lapse of Reason y The Division Bell), dos giras a gran escala y dos discos en vivo (Delicate Sound of Thunder y Pulse). Algo herido en su orgullo Waters sostuvo una carrera

solista que pareció estar siempre poniendo un ojo en los planes de sus excompañeros, lo que no lo privó de entregar muy buenas producciones originales (Radio K.A.O.S y Amused to Dead ). De todas formas, sólo logró reconciliarse con su propia obra una vez que la luz de Pink Floyd comenzó a extinguirse

con el cambio de siglo. El 2 de julio de 2005, 24 años y 15 días después de su último show en el Earls Court londinense, Gilmour, Mason, Waters y Wright volvieron a reunirse en la misma ciudad para ofrecer un breve set en el marco del Live 8. Ese encuentro fue el principio de la reconciliación y el fin de las especulaciones sobre la continuidad de la banda. Sin el aura mítica de Barret, muerto en 2006, y

con la ausencia de Wright, fallecido en 2008, nada tendría sentido bajo el nombre de Pink Floyd. No obstante, saldadas las diferencias, Gilmour, Waters y Mason han coincidido ocasionalmente en algún evento benéfico y en uno de los shows londinenses del Tour 2008-2011 de Waters.

La separación de Pink Floyd supuso a su manera el final de un sueño, el de aquellos que aislados por las presiones y angustias de la vida moderna encontraron asilo en un sonido y una lírica que no dejaban resquicio físico y emotivo por llenar. El fin de sus disputas también deja una enseñanza

que Waters proféticamente arriesgó en ese aforismo apocalíptico que cierra The Final Cut: “Finalmente entiendo los sentimientos de algunos, cenizas y diamantes, enemigo y amigo, fuimos

todos iguales en el final”.

DIRECTOR: HENRY A. FLORES Discos y Otras Pastas no se hace responsable del contenido de los artículos y agradece a sus colaboradores

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