directo bogotá # 37
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Periodismo urbanoTRANSCRIPT
Turismo con canastaEl Instituto Distrital de Turismo incluyó las tradicionales plazas de mercado en la ruta turística de Bogotá, como ocurre en las grandes capitales. Aquí “mapeamos” 14 plazas, de 19 que hacen parte de la red capitalina.
Número 37Abril-junio de 2012
Facultad de Comunicación y LenguajeDistribución gratuita
Obras interminablesPaola Barragán
Fotoensayo*][
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Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social.
Directora Maryluz Vallejo
Asesor editorial Mario Morales
Asistente editorial Daniel Alejandro Pinilla
Reporteros en esta edición Carlos Andrés Rodríguez, Ricardo Durán,
Gabriela Santamaría, Jimena Sterling, Felipe Villada, David Arango, Daniel Tono,
Alejandra Pinilla, Diana Milena Ravelo, María Alejandra Ortiz, Catalina Gallego, Diana Morales,
Camilo Ramos, María José Ardila, Susana Cubillos, Paola Flórez, Jessica Guapacho
Portada Omaira García, vendedor de la plaza Trinidad Galán
Foto: Juliana Vásquez
Contraportada
María Antonia Mendieta, vendedora de la plaza de Kennedy
Foto: Gabriela Santamaría
Ilustradores Paola Barragán y Felipe León
Diseño y diagramación Angélica Ospina
Corrección de estilo Gustavo Patiño Díaz
Impresión Javegraf
Decano Académico José Vicente Arizmendi C.
Decano del Medio Universitario Ismael Rolón M.
Directora de la Carrera de Comunicación Social Patricia Bernal
Director del Departamento de Comunicación Antonio Roveda
Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6
Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587
Escríbanos a: [email protected]
Consulte nuestro archivo digital en la página: http://directobogota.com/revista/
Pontificia Universidad JaverianaCarrera de Comunicación Social
02] sueltos}Cabos*
Un empresario con corazón de oveja
21] ]DIVINO
rostro[+
Los hechizos de Célico
El rescatador de libros
49] ]DIVINO
rostro[+
Teusaquillo: del lastre al lustre
15]*
patriMonio**
04]El jíbaro que se quiere pensionar
}estaciónCENTRAL*[ ]
62]Tinta indeleble
libroS
} }
*( )28]
De todo como en placita
tivo}Colec*
11]Trasplantes benditos
Salud(( ))
40]Verde que te quiero verde
45]Empanadas centenarias
*
patriMonio**
De las redes a las ciclorrutas
59] BogotáWEB
##en la
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sueltos}Cabos*
Cien años de ‘La Perse’{ Una hinchada fuera de lugar{
Entrevista nominada{
El proyecto del primer barrio obrero legal de Bogotá se co-menzó a ‘fermentar’ en 1889, cuando el alemán Leo Kopp compró un terreno para fundar una fábrica de cerveza y construir un conjunto de casas para sus trabajadores.
Las primeras casas se levantaron en 1912 con el siste-ma de autoconstrucción, y también con tanto esfuerzo, que el barrio cambió sus anteriores nombres de Sucre y Jesucristo Obrero por el de La Perseverancia. Los trabajadores de la Cervecería Bavaria invirtieron sus ahorros en lotes que costaban en promedio $35; entre todos construyeron el acueducto y con grava traída del río Arzobispo empedraron las calles.
Además de adoptar la chicha como su bebida ofi cial, los ‘bavariunos’ acogieron fervorosamente al caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, quien visitó por primera vez al ba-rrio en 1942. Por eso, cuando supieron de su asesinato el 9 de abril de 1948, se unieron a la revuelta popular. Pero si les tocó enterrar al ‘Jefe’, a quien le erigieron dos estatuas, no iban a renunciar tan fácilmente a su bebida tradicional, prohibida ese mismo año por decre-to. La Perse tiene hasta Asociación de Chicheros y desde 1995 celebra anualmente el Festival de la Chicha y la Dicha, que dura tres días y forma parte del patrimonio cultural distrital.
Por eso el pasado 18 de abril y durante tres días se “remojó” el centenario del barrio con conferencias, re-corridos, reuniones y chicha en totuma, porque aunque el sector sigue siendo habitado en su mayoría por los descendientes de los bavariunos, nunca le fueron fi eles a la pola alemana.
Felipe [email protected]
A dos de los equipos de la capital —Independiente San-ta Fe y Millonarios Fútbol Club— hace rato les sacaron la roja. El primero está por completar cuatro décadas sin un título en la primera categoría del país, y el segun-do se acerca al cuarto de siglo en la misma situación. Ambos esconden sus malas campañas y sus constantes fracasos con el consuelo de haber ganado una Copa Colombia, torneo que juegan los capitalinos desde 1950.
Para sus seguidores, la Copa Colombia no es nada nuevo: los azules han triunfado en tres ocasiones (1952-1953, 1963, 2011), y los rojos, en dos (1989, 2009). Celebrar estos logros tan eufóricamente, como si se ganara la me-jor de las ligas, es ratifi carnos como hinchas mediocres.
Somos hinchas que conocemos el bajo nivel de esos dos equipos bogotanos, extrañamos el buen fútbol, y aun-que lo sabemos, no lo queremos aceptar. Nos queda la deuda de haber nacido en Brasil, Argentina o Inglaterra para poder ver fútbol y sentirnos orgullosos, como ha pasado últimamente con los equipos ibéricos.
Estamos en una temporada que nos vistió con las cami-setas de la derrota; objeto de burla de los demás equipos y de sus fanaticadas. Con razón dicen que el pez muere por la boca; porque hace poco tiempo hablábamos de una fi nal capitalina, pero hoy ambos equipos la están viendo por televisión, porque de fútbol, poco, y de hinchas, solo mudos colorados.
Juan Camilo [email protected]
Lina Cepero, reportera de la revista Directo Bogotá, fue nominada al Premio de Periodismo Álvaro Gómez en la ca-tegoría Entrevista, por su trabajo “Toxicómano callejero: colectivo que no está pintado en la pared”. La entrevista a Andrés Montoya, líder del colectivo de arte callejero, fue portada en nuestra revista número 33, disponible en www.directobogota.com. Este es un logro para la estu-diante-reportera y para la revista, pues los participantes en este concurso son en su mayoría profesionales.
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sueltos}Cabos
El peso de las páginas { Directo en La Peluquería{Era la biblia de la ciudad. Un libro que competía en tamaño con las enciclopedias de la sala y que muchas veces acuñó las puertas en la casa. Ese templo de contactos, Páginas Amarillas y Blancas Comerciales, cada año reduce su peso porque empresas y locales abando-nan sus hojas. Los contactos se dirigen a las páginas digitales o a la línea 113.
El directorio del 2012 tiene 736 páginas amarillas, y el del 2011 tenía 956. De la guía capitalina desertaron 222 pági-nas. En el 2000 reunía 1.350 páginas y en 1995 alcanzaba 1.397. Estas páginas se desplazan cada vez más rápido a plataformas digitales. Ahora los comerciantes prefi eren in-vertir en publicidad gratuita por internet, o incluso pagar, pero para estar en sitios web que garanticen visibilidad.
Los precios para estar en el directorio físico oscilan entre $25.000 y $300.000 al año, sin contar la pauta publicitaria de páginas enteras. Ese valor incluye un cuadro con 150 o 250 palabras, que hablan de la empre-sa. La publicidad en internet de páginas amarillas ofrece un clasifi cado simple de $50.000, que solo es texto; una página individual, que cuesta $120.000, y un subdo-minio con un valor de $300.000 al año. Gran parte de las empresas ya tienen sus propias páginas web, lo que amenaza la existencia de la guía amarilla.
El libro, referente de ubicación de los sectores comercia-les y de servicios de Bogotá, está pasando la página.
Daniel Alejandro Pinilla [email protected]
Directo Bogotá clasifi có en La Publicatoria: un encuen-tro de publicaciones independientes para discutir sobre públicos, contenidos y estrategias de fi nanciación. Este evento fue organizado por La Peluquería y abrió sus puertas desde el 19 de abril hasta el 4 de mayo. Lectores, directores y administradores asistieron a conversatorios, lecturas, discusiones, talleres, feria y exhibición de impresos. Las categorías fueron: Fanzine, Formatos alternativos, Libro o Libro-arte y Revista, en la que participó Directo Bogotá.
Los proyectos que hacemos uso del papel como forma de divulgación, dejamos claro que estamos mostrando per-sonas y movimientos artísticos y culturales importantes de la ciudad.
“Una reunión del papel en una era en la que las palabras se nos salen de las manos” fue la frase que ambientó las discusiones. La Peluquería, especie de centro artístico para cortarse el pelo, que funciona en una casona de La Candelaria, logró “un proyecto sin ánimo de lucro, pero con mucho ánimo”. Gracias a este nuevo espacio que acogió una veintena de publicacio-nes, profundizamos en los cambios de la producción editorial, los hábitos de lectura y la presión de los es-pacios digitales, para concluir que los medios impresos tienen papel para rato.
Fotomontaje: Camilo Ramos
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Texto y fotos: Carlos Andrés Rodríguez [email protected]
Ilustraciones: Felipe León
que se quiere pensionarEl jíbaro
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{Cuando en Colombia se incrementa el consumo de heroína —una de las adicciones con más alta tasa de mortalidad y más baja de recuperación— y se debate un
proyecto de ley para la legalización de la droga, el testimonio de este vendedor de droga que ha tenido su base de operaciones en Chapinero, lejos de ser apología del
delito, revela a un mercader nefasto que ha burlado a las autoridades y le ha quitado la vida a más de un cliente, mientras sueña con jubilarse*.
}estaciónCENTRAL*[ ]
Texto y fotos: Carlos Andrés Rodríguez [email protected]
Ilustraciones: Felipe León
que se quiere pensionar
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Cuando en Colombia se incrementa el consumo de heroína —una de las adicciones con más alta tasa de mortalidad y más baja de recuperación— y se debate un
proyecto de ley para la legalización de la droga, el testimonio de este vendedor de droga que ha tenido su base de operaciones en Chapinero, lejos de ser apología del
delito, revela a un mercader nefasto que ha burlado a las autoridades y le ha quitado la
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“¡Yo no sirvo para ser un pinche portero, a la mierda ese trabajo!”, pensó Rubén** una noche de mayo de 2008 mientras volvía a acomodarse en el puesto de la buseta y veía cómo se alejaba de Los Ángeles, el bar ubicado en la avenida Primero de Mayo, donde llevaba un mes dedicado a sacar borrachos, cuidar la entrada y alertar al patrón cuando se acercaba la Policía.
Hasta febrero de 2006, Los Ángeles fue el centro de operaciones de la banda delincuencial que él dirigió. Junto con Andrea, su mujer, dos compañeros y una voluptuosa paisa apodada ‘Natalia París’, Rubén llegó a robar hasta $100.000.000 en un fi n de semana. Los trabajos requerían la ejecución minuciosa por parte de cada uno de los integrantes: Andrea y ‘Natalia París’, armadas con diminutas minifaldas y escotes pro-nunciados, escogían a su víctima, un hombre de alto perfi l, en algún bar prestigioso de la Zona Rosa o del Parque de la 93. Coqueteaban, bailaban y se tomaban unos tragos con él; ya avanzada la noche, le sugerían continuar con la velada en Los Ángeles, donde Rubén y sus cómplices los esperaban. Allí, mientras ‘Natalia’ bailaba con él en la pista, Andrea diluía en el trago una pastilla de Ativan, medicamento usado para tras-tornos de ansiedad, que mezclado con alcohol produce mareo, somnolencia, disminución de la capacidad de razonar, pérdida parcial de la memoria y de la fuerza de voluntad. Cuarenta minutos después, cuando la pastilla había surtido efecto, la paisa, entre susurros al oído y caricias en la pierna, le sacaba todo el dinero de los bolsillos, tomaba de forma disimulada la bille-tera de la víctima y se la entregaba a Rubén. Él sacaba las tarjetas débito y de crédito, las cambiaba por unas falsas y le devolvía la billetera a ‘Natalia’, quien la introducía nuevamente en el bolsillo de la víctima. Cuando el sujeto se iba al baño, Rubén ponía dos bote-llas de whisky vacías sobre la mesa, y un par de horas más tarde, otro de los cómplices, haciéndose pasar por el dueño del establecimiento, exhortaba al cliente a pagar la cuenta. Como no tenía efectivo, lo manipula-ban para hacer una supuesta transferencia de fondos vía telefónica desde las cuentas bancarias. La paisa, fi ngiendo ayudar al hombre con el procedimiento, lo comunicaba con una supuesta funcionaria del banco, quien en realidad era Andrea, la cual se encontraba fuera del bar. Ella le pedía a la víctima que digitara la clave de la tarjeta en su celular; Rubén observaba el número y se lo dictaba a otro de los cómplices, quien se encontraba en un cajero electrónico realizando los retiros con las tarjetas originales.
Este tipo de trabajos le permitieron llevar una vida de juerga a Rubén hasta que lo capturó la Policía en el 2006, poco después de dar el mayor golpe con su
banda: el robo de $120.000.000. Al salir de la cárcel Modelo, tras pagar una condena de 24 meses por hurto agravado, sin ahorros y con su banda desarticulada, el único empleo disponible fue el de portero de Los Ángeles. Allí estuvo hasta aquella noche de mayo del 2008 en que dejó botado el trabajo para ir en bus-ca de mejor suerte. Y se fue a Chapinero decidido a encontrar a Diego*, un antiguo compañero de robos, de quien había escuchado en la prisión que su nuevo negocio lo tenía estrenando carro.
*****
Recostado sobre un impecable Aveo GT azul con rines de lujo, encontró a Diego frente al Sena de la calle 65 con carrera 13. Entre trago y trago de Buchanan’s, él le explicó que a mediados del 2005 había inicia-do un negocio de expendio de heroína en sociedad con Germán Díaz, alias ‘el Ronco’, exsicario de Pablo Escobar. Durante los primeros meses, ‘el Ronco’, en-cargado de la distribución, atendió a los clientes en la entrada de un prostíbulo en la calle 67 con carrera 17; vendían bolsas de 0,4 gramos en $10.000 y de 0,8 gramos en $20.000; luego, para no “boletiar” el lugar, decidió poner citas a los compradores en la calle 67 entre la avenida Caracas y la carrera 15. A fi nales
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“¡Yo no sirvo para ser un pinche portero, a la mierda ese trabajo!”, pensó Rubén** una noche de mayo de 2008 mientras volvía a acomodarse en el puesto de la buseta y veía cómo se alejaba de Los Ángeles, el bar ubicado en la avenida Primero de Mayo, donde llevaba un mes dedicado a sacar borrachos, cuidar la entrada y alertar al patrón cuando se acercaba la Policía.
Hasta febrero de 2006, Los Ángeles fue el centro de operaciones de la banda delincuencial que él dirigió. Junto con Andrea, su mujer, dos compañeros y una voluptuosa paisa apodada ‘Natalia París’, Rubén llegó a robar hasta $100.000.000 en un fi n de semana. Los trabajos requerían la ejecución minuciosa por parte de cada uno de los integrantes: Andrea y ‘Natalia París’, armadas con diminutas minifaldas y escotes pro-nunciados, escogían a su víctima, un hombre de alto perfi l, en algún bar prestigioso de la Zona Rosa o del Parque de la 93. Coqueteaban, bailaban y se tomaban unos tragos con él; ya avanzada la noche, le sugerían continuar con la velada en Los Ángeles, donde Rubén y sus cómplices los esperaban. Allí, mientras ‘Natalia’ bailaba con él en la pista, Andrea diluía en el trago una pastilla de Ativan, medicamento usado para tras-tornos de ansiedad, que mezclado con alcohol produce mareo, somnolencia, disminución de la capacidad de razonar, pérdida parcial de la memoria y de la fuerza de voluntad. Cuarenta minutos después, cuando la pastilla había surtido efecto, la paisa, entre susurros al oído y caricias en la pierna, le sacaba todo el dinero de los bolsillos, tomaba de forma disimulada la bille-tera de la víctima y se la entregaba a Rubén. Él sacaba las tarjetas débito y de crédito, las cambiaba por unas falsas y le devolvía la billetera a ‘Natalia’, quien la introducía nuevamente en el bolsillo de la víctima. Cuando el sujeto se iba al baño, Rubén ponía dos bote-llas de whisky vacías sobre la mesa, y un par de horas más tarde, otro de los cómplices, haciéndose pasar por el dueño del establecimiento, exhortaba al cliente a pagar la cuenta. Como no tenía efectivo, lo manipula-ban para hacer una supuesta transferencia de fondos vía telefónica desde las cuentas bancarias. La paisa, fi ngiendo ayudar al hombre con el procedimiento, lo comunicaba con una supuesta funcionaria del banco, quien en realidad era Andrea, la cual se encontraba fuera del bar. Ella le pedía a la víctima que digitara la clave de la tarjeta en su celular; Rubén observaba el número y se lo dictaba a otro de los cómplices, quien se encontraba en un cajero electrónico realizando los retiros con las tarjetas originales.
Este tipo de trabajos le permitieron llevar una vida de juerga a Rubén hasta que lo capturó la Policía en el 2006, poco después de dar el mayor golpe con su
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de ese año se pelearon porque Germán acusó a Diego de rebajar la droga con veneno para ratas y cada uno montó su línea de distribución por separado. Diego abrió una tienda en la calle 67 con carrera 16, donde vendía heroína, cocaína y bazuco; el lugar permanecía abierto todos los días de 9:00 a 10:00 de la noche. ‘El Ronco’ trabajaba a domicilio; al principio, en bicicleta, desde la calle 80 con avenida Caracas hasta la calle 33 con carrera 7ª. Cuando el mercado creció, en el 2007, Díaz tuvo que dejar a un lado la bicicleta y empezó a movilizarse en Transmilenio para hacer domicilios a cualquier lugar de la ciudad; además, ofrecía una “pro-moción”: tres bolsas de 0,8 gramos por $50.000.
En marzo del 2008, tras la emisión del programa “Heroína, con el infi erno en las venas” en Especiales Pirry, en el que se mostraron imágenes de la tienda de la calle 67 que funcionaba como expendio de drogas y la grabación de una llamada en la que Diego ofrecía heroína a un supuesto cliente, tuvo que cerrar el local y atender a sus clientes en las calles circundantes.
Luego de contarle los pormenores del negocio –entre ellos, que copiarían la promoción que ofrecía ‘el Ronco’–, Diego le ofreció a Rubén $20.000 diarios. A la mañana siguiente le dio una bicicleta y un celular para comunicarle el lugar donde debía esperar a los clientes. Aunque la paga era mínima por trabajar de 9:00 de la mañana a 9:00 de la noche, Rubén se las arreglaba para ganar más dinero. Solía mentirle a su jefe diciéndole que había vendido tres o cuatro “pro-mociones” de más; de esta forma él ganaba $10.000 por cada “promoción” que se inventaba. Además, cuando tenía tiempo libre, les robaba clientes a los hippies que ofrecían artesanías en el Parque de Lour-des, quienes le compraban heroína a Diego para luego revenderla. Rubén observaba a las personas que les compraban a los hippies, luego se les acercaba y les ofrecía la droga a menor precio.
El 5 de junio del 2008, el corazón de ‘el Ronco’ latió por última vez luego de “pegarse unos pases” y tomar-se dos cervezas a escondidas de su mujer.
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Ilustración Felipe León
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Un mes después, las autoridades, más por azar que por un procedimiento planeado, capturaron a Diego. La Policía hizo un allanamiento en el edifi cio de Chapine-ro donde vivía, en un piso donde había gran cantidad de droga, y al ver a los agentes creyó que iban por él, y lanzó por la ventana 10 gramos de heroína, que cayeron a los pies de los policías que hacían guardia en el primer piso.
El domingo siguiente, Rubén pidió a su mujer que visitara a Diego en la cárcel para proponerle que se hicieran socios. A los ocho días, Diego aceptó asociar-se con Rubén, quien se quedaría con el 30% de las ganancias. El otro 70% lo dividieron por partes iguales entre Diego y un ladrón amigo suyo apodado ‘Fercho’, quien además se hizo cargo de su parte mientras estu-vo en la cárcel. De esta forma, ‘Fercho’ puso $350.000, le prestó $350.000 a Diego, y Rubén contribuyó con $300.000 para comprar 50 gramos de heroína.
Como la Policía le decomisó a Diego el celular al que llamaban los compradores, Rubén tuvo que deambular
por el sector donde su socio solía encontrarse con los clientes. Tardó dos semanas en vender los primeros 50 gramos; luego, gracias al “voz a voz”, los consumido-res se enteraron de que Rubén había vuelto al negocio y las ventas aumentaron rápidamente. El segundo paquete de 50 gramos se vendió en cinco días, y el tercero, en tres.
Para septiembre, el negocio iba tan bien, con la venta de 50 gramos al día, que Rubén contrató a su mujer, Andrea, y a su hermano Freddy, a quienes les paga-ba $200.000 semanales, para que le ayudaran con la distribución de la droga.
Ese mes, durante una noche de tragos, ‘Fercho’ le confesó a Freddy que él no hacía parte de la sociedad, es decir, que Diego estaba recibiendo el 70% del dinero producto del negocio. Aunque Rubén se sintió traicio-nado por Diego, en un principio no dijo nada por temor de que lo dejara por fuera de la sociedad sin tener el contacto directo con la persona que les vendía la droga, pues ‘Fercho’ era quien hacía la compra de la heroína, la cual dejaba el distribuidor en el parqueadero de la calle 66 con carrera 16, donde luego Rubén se encargaba de recogerla. Sin embargo, con la excusa de que las ventas habían bajado, durante las semanas siguientes Rubén le mandó menos dinero a Diego del que le correspondía.
*****
Una mañana de comienzos de octubre del 2008, Rubén llegó más temprano de lo pactado al parqueadero donde debía recoger la heroína. Así conoció a Pedro, un comerciante de trago adulterado, quien además les distribuía heroína a varios microtrafi cantes de Bogotá, entre ellos a Diego y Cecilia, la viuda de ‘el Ronco’, quien había continuado con el negocio de su esposo.
Poco después, Rubén, ya con el contacto asegurado que le vendía la heroína, compró dos revólveres Smith & Wesson calibre 38 previendo una posible vendetta con Diego, a quien llamó a decirle que se había que-dado con el negocio por haberlo traicionado. Ambos juraron matarse.
Esa tarde, Rubén le llevó los últimos $300.000 que le correspondían a Diego a una prendería de Chapinero, propiedad de un amigo de su antiguo patrón. Al llegar al lugar, ‘Niche’ y Ochoa, dos delincuentes al servicio de Diego, golpearon a Rubén hasta que el dueño del nego-cio intervino justo antes de que Ochoa se dispusiera a matarlo. Rubén, con algunos moretones, logró huir.
Con el control total del negocio, Rubén llegó a ganar más de $20’000.000 mensuales. Instaló sala, comedor y camas nuevas en su modesto apartamento del barrio Veinte de Julio, y compró un LCD de 50 pulgadas y una moto nue-
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va que dos meses más tarde estrelló tras una noche de “pases” y copas. Entre semana era usual verlo tomando whisky en un bar de la calle 53 con carrera 7ª; desde allí coordinaba por celular el lugar de las citas de Andrea y Freddy con los clientes. Los fines de semana Rubén se ponía su reloj Tissot de $4.000.000 –robado a un extran-jero– y una chaqueta de cuero Diesel, se metía dos o tres millones en efectivo en el bolsillo e invitaba a Mauricio Sotomayor, uno de sus clientes, “a tomar alguito”.
“Quiubo, mijo. Escoja una vieja, yo le pago la que quie-ra”, le decía Rubén a Mauricio en cuanto llegaban a La Fortaleza, un prostíbulo del barrio Santa Fe. Rubén escogía a tres o cuatro prostitutas, las más jóvenes y con mejor derrière del lugar, y aunque nunca se acostaba con ellas, les pagaba para que bebieran con él y su amigo toda la noche. Rubén gastaba todo, trago, mujeres, cocaína y comida; todo, menos heroína.
Entonces, Rubén tenía cerca de 80 clientes que le compraban heroína casi todos los días, pues los adictos a esta droga se ven obligados a consumir frecuente-mente porque la abstención de la sustancia produce vómito, escalofríos, espasmos musculares, diarrea y ansiedad, entre otros síntomas físicos y psicológicos. Además, cuando sus clientes viajaban a otras ciudades o municipios del país, Rubén les enviaba la heroína a través de los servicios corrientes de mensajería, escon-diendo la droga en revistas, bolsas de café y peluches.
En Chapinero, fuera de la viuda de ‘el Ronco’, quien ocasionalmente hacía domicilios a unos pocos clientes de la zona, Rubén no tuvo competencia en el comercio de heroína hasta mediados de diciembre, cuando Diego –aún en prisión–, en sociedad con ‘Niche’, montó su propia línea de distribución.
El 18 de diciembre del 2008, Rubén y su hermano Freddy, acompañados de Víctor y ‘Nando’ –dos delin-cuentes cercanos–, se reunieron a beber en un bar de la calle 57 con carrera 9ª. Todos estaban armados. A las 11:00 de la noche, Rubén decidió irse a su casa, al tiempo que Freddy, quien se quedó solo con ‘Nando’, mandó a Víctor a guardar las armas para evitar proble-mas con las autoridades ante una posible requisa.
A la 1:30 a. m., con la lujuria que el licor había im-pregnado en sus venas, Freddy decidió ir a buscar a ‘la Flaca’, una joven con quien solía acostarse. Mientras caminaba con ‘Nando’ por la calle 59 con carrera 13, se encontraron con ‘Murdock’, un ladrón que le debía $4.000.000 a Freddy. Luego de cobrarle, ambos reanu-daron su camino mientras ‘Murdock’ se encontró con su amigo César.
—Esa gonorrea me va a matar por no pagarle sus ca-gados $4.000.000 —le dijo ‘Murdock’ a César mientras señalaba con el índice a Freddy.
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—Fresco, que ya mismo te quito ese problema de enci-ma —respondió César mientras sacaba un reluciente revólver Ruger calibre 38 de cañón largo.
En ese momento, el sexto sentido que tiene todo delincuente, impulsó a Freddy y a ‘Nando’ a correr. Un instante después sonaron tres disparos, Freddy solo alcanzó a escuchar el primero, el cual atravesó su corazón de 23 años; los otros dos proyectiles que per-siguieron en vano a ‘Nando’, terminaron en la ventana del Davivienda de la carrera 13 con calle 60.
*****
Rubén se hizo cargo del único hijo de Freddy: un niño de tres años con problemas de aprendizaje, de quien espera obtener la custodia oficial por el des-cuido de su madre.
Durante las semanas siguientes el rumor de que Diego había sido el responsable de la muerte de Freddy inun-dó las calles de Chapinero. Supuestamente, él le había ordenado a ‘Niche’ que contratara a algún delincuente de confianza para asesinar a Freddy. En el entorno del microtráfico de heroína en la zona se vivió un ambien-te tenso a la espera de la venganza de Rubén hasta que Diego lo llamó y le aseguró que no había tenido nada que ver con el crimen.
Con el pasar de las semanas, la atmósfera se fue calmando, al tiempo que cada bando tomó un cua-drante de Chapinero. Mientras los socios de Diego, en cabeza de ‘Niche’, atendían el negocio de distribución de heroína en la zona del Parque de Lourdes, Rubén y Andrea trabajaban entre la calle 45 con carrera 7ª y la calle 53 con carrera 16.
Una noche de febrero del 2009, Rubén, Andrea, Mauricio Sotomayor y su novia, Julieta, salieron a rumbear a un bar del barrio Santa Isabel. Entre trago y trago de aguardiente y “pases” de cocaína, Andrea, que a sus 32 años jamás había probado la heroína, la inhaló por equivocación, pensando que era “perico”. Cuando comenzó a quedarse dormida en el bar, Mauricio decidió subirla al carro mientras los demás continuaban con la rumba. Una hora después, cuando Mauricio y Rubén fueron a sacar un gramo de cocaína escondido en el carro, notaron que Andrea estaba pálida, con la boca morada y la respiración prácticamente imperceptible.
—¡Se murió esta perra! —gritó Rubén—. ¡Despierte Andrea, despierte maldita perra! —repitió con un intenso tufo de aguardiente y cocaína, mientras estru-jaba y le pegaba cachetadas a su novia.
Ante la imagen de una mujer agonizante y un par de borrachos gritando, un público creciente fue rodeando la escena, hasta que Mauricio vio las luces
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de una patrulla de Policía y decidió salir a toda velocidad del lugar. Rumbo al Hospital Santa Clara, un Rubén paranoico botó su revólver y varias bolsas de heroína por la ventana del carro. Media cuadra antes de llegar al centro asistencial, Mauricio frenó en seco y Rubén sacó alzada a Andrea, quien fue reanimada luego de sufrir un paro cardiorrespira-torio producido por una intoxicación aguda con alcohol, cocaína y heroína. Dos meses después de este episodio, Andrea dejó a Rubén y volvió a su natal Manizales a rehacer su vida.
En noviembre del 2009, el conflicto entre Rubén y Diego, quien había salido de prisión, volvió a encenderse. El 21 de ese mes, ya con una nueva novia llamada Carolina, Rubén fue agredido. Aquella tarde, ‘Niche’ le pagó a un cliente de Rubén para que le pusiera una cita en la calle 51 con carrera 16, con la excusa de comprar $20.000 de heroína. Al llegar al lugar pactado, un delincuente contratado por ‘Niche’, de quien Rubén solo recuerda que tenía cabello largo, medía más de 1,85 metros y era del-gado, le propinó tres puñaladas, dos de las cuales le perforaron el riñón izquierdo, el cual le sustrajeron en una cirugía de siete horas en el Centro Policlíni-co del Olaya.
Rubén planeó vengarse de ‘Niche’ con la ayuda de Juan Andrés, otro de sus hermanos, quien vino a colabo-rarle en el negocio. Durante los meses siguientes, los dos hermanos planearon cómo asesinar a Diego, sin embargo, nunca lo hicieron porque empezaron a tener problemas entre ellos, debido a que Juan Andrés le robó dinero y droga a Rubén.
A partir del 2010, Juan Andrés comenzó a vender heroína por su cuenta, quitándole clientes a su her-mano. Desde entonces, el negocio de Rubén ha sido cada vez menos lucrativo, pues aunque aumentó el precio de venta de la heroína, él sigue vendiendo la droga al mismo valor porque hay más competencia. Atrás quedaron los días en que ganaba $20’000.000 al mes, era el único expendedor de heroína en Chapinero y contaba con más de 80 clientes. Hoy en día tiene aproximadamente 25 clientes que le representan entre $4’000.000 y $5’000.000 al mes, de los cuales ahorra $2’000.000, con el proyecto de retirarse de forma de-finitiva del microtráfico de droga en un año y montar un negocio legal.
*En la edición No. 28 de Directo Bogotá (enero-marzo de 2010) publicamos una primera historia sobre la heroína titulada “La doble pesadilla de la adicción”, que invitamos a leer en: http://issuu.com/directobogota/docs/_28.
**Todos los nombres fueron cambiados por protección del autor.
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Consumo en aumento
Aunque existe la creencia de que los heroinómanos solo se ven en las películas, su consumo se está volviendo un problema de salud pública, con cifras oficiales que indican que dos de cada mil colombianos consumen heroína. En junio de 2011, el Ministerio de Protección Social reportó un incremento del consumo de heroína en siete regiones del país, entre ellas Bogotá. Según Beatriz Londoño, Ministra de Salud, este año creció el consumo de heroína en un 100% y la edad promedio del adicto ahora se ubica entre los 18 y los 24 años.
Una de las razones por las que está aumentando el consumo es que el precio de la heroína se ha reducido, pero su distribución sigue siendo rentable, por lo que se ha multiplicado el microtráfico, como el que maneja el personaje de esta historia. Un gramo de la sustancia en las zonas productoras de amapola cuesta apenas $5.000 y la papeleta puesta en las calles de Bogotá unos $20.000. Los jíbaros o traficantes "abren mercado" con dosis baratas o regaladas y cuando ya tienen los clientes asegurados suben el precio.
Según la Dirección de Estupefacientes, uno de cada tres adictos a la heroína comete delitos para pagar su vicio. Y nueve de cada diez que intentan dejarla, reinciden. Los proyectos de penalización y despenalización de la droga que han cursado en el Congreso contemplan que se debe internar a los consumidores en clínicas de desintoxicación, y que el tratamiento será cubierto por el POS, pero Bogotá no tiene la infraestructura pública necesaria para atender la demanda de adictos en busca de rehabilitación. La capital cuenta únicamente con tres instituciones públicas avaladas como Centros de Atención en Drogadicción (CAD). El CAD del Hospital Santa Clara es el único que presta servicios a pacientes entre 18 y 40 años; y el programa de internado, dirigido a consumidores problemáticos, cuenta con solo 40 cupos para personal masculino.
Un buen tratamiento en una institución privada cuesta entre $5’000.000 y $25’000.000.
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Texto y fotos: Ricardo Durán [email protected]
Trasplantesbenditos
{Los gemelos médicos y santos Cosme y Damián dan nombre al primer Banco de Huesos y Tejidos del país, que nació en el Hospital de San Ignacio hace 20 años, y
hoy funciona en el norte de Bogotá con el apoyo de la Fundación Santa Fe. Ha recibido 2.550 donantes para llegar a cerca de 100.000 pacientes del país y del exterior.
Salud(( ))
Ocurre que los muertos pueden salvar o, por lo menos, mejorar la calidad de vida de las personas, sin que se lo hubieran propuesto cuando estaban vivos. Así ocurre casi a diario en el primer Banco de Huesos y Tejidos de Colombia, ubicado en la calle 119A, entre las carreras 7ª y 9ª, que ha recibido 2.550 donantes —o sea, cadáveres para extraer los órganos— desde su fundación, en 1991.
Los donantes provienen de la Red de Trasplantes o de Medicina Legal y gracias a ellos se han implantado alrededor de 95% de los injertos; no se habla del 100% porque algunos órganos procesados deben descartarse al no cumplir con los requisitos. Además, el banco beneficia a pacientes de ortopedia, cirugía plástica, neurocirugía, cirugía maxilofacial, entre otros, en 34 hospitales de segundo y tercer nivel del país y en cinco países vecinos.
El costo de un injerto en esta institución equivale al 10% del valor en un banco extranjero con los mismos estándares de calidad. Medio gramo de injerto cuesta $97.000, precio que cambia si el pedido es para un paciente que se encuentre fuera de la ciudad, y el en-vío se hace con 24 horas de anterioridad a la fecha de la cirugía. Si la operación se va a realizar en Bogotá, la entrega se hace el mismo día de la cirugía en las instalaciones del banco.
Todas las personas mayores de 15 años y menores de 70, en principio, pueden ser donantes. Sin embargo, no todos los huesos sirven, debido a enfermedades como VIH, hepatitis B, hepatitis C, que pueden tener los donantes. Para evitar equívocos, los huesos recha-zados se incineran. Cosme y Damián, patronos de los cirujanos.
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El primer trasplante de hueso
La primera referencia histórica de un trasplante exitoso de hueso es del siglo III d.C., cuando los hermanos gemelos Cosme y Damián, que eran médicos y predicaban la palabra de Dios, llegaron a la basílica romana. Allí encontraron a un vigilante con la pierna gangrenada, se la amputaron y le implantaron la de un hombre que había muerto ese día en una batalla. Gracias a la cirugía, el vigilante volvió a caminar. Así lo ilustra un cuadro que se encuentra en la recepción del Banco de Huesos y Tejidos, en el que se puede leer que estos santos de la medicina nacieron en Arabia. Y llegaron a ser muy famosos porque no les cobraban las consultas ni los remedios a los pobres, solo les pedían que escucharan la palabra sagrada.
San Cosme y san Damián aprovecharon su popularidad para predicar el cristianismo, pero terminaron senten-ciados a morir en la hoguera. Por eso, el médico José Navas Sanz de Santamaría, actual director del Banco de Huesos, en compañía de otros médicos, decidió rendirles un homenaje y en 1991 creó la Fundación Cosme y Damián, Banco de Huesos y Tejidos. “Un año antes, el 26 de septiembre de 1990, se realizó el primer procedimiento en Colombia. Desde ese día, todos los años, se celebra el día de Cosme y Damián”, explica Lourdes de Laurrari, jefe de procesos del Banco.
En 1970, el especialista Eusebio Cadena realizó el primer reemplazo de cadera en Colombia en el Hospital de San Ignacio, utilizando un injerto de fémur traído
de un banco de Miami. Y posteriormente, en 1985, Cadena acompañó a José Navas en el primer trasplante masivo realizado en Colombia, también en el hospital de la Universidad Javeriana. En 1989, comenzó la construcción del Banco de Huesos y Tejidos que se inauguró el 5 de junio de 1991 en su sede del Hospital San Ignacio, primero y único en su género en Colom-bia y América Latina.
Casi 100.000 beneficiados
University of Miami Tissue Bank es el banco de huesos de la Universidad de Miami. “Allá era adonde tocaba pedir los injertos para los pacientes que en Colombia necesitaban de esta cirugía. Eso hacía que los costos de las operaciones fueran demasiados altos para los pacientes”, dice Lourdes de Laurrari.
José Calderón* es uno de los cerca de 100.000 beneficiados de la fundación. Gracias a dos injertos del banco de huesos no le tuvieron que reemplazar la cadera. Su problema comenzó en 1997, cuando al caminar y hacer ciertos movimientos sentía un dolor intenso en la parte superior de la pierna derecha. “Le dieron varias incapacidades médicas para no caminar distancias muy largas, pero igual el dolor seguía”, cuenta Magdalena Vergara, su esposa.
El siguiente paso fue tomar una radiografía; después le hicieron una resonancia magnética. Analizados los exámenes, le dijeron que la cabeza del fémur derecho se estaba muriendo por falta de buena circulación de
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la sangre, lo que producía el dolor. El doctor Navas lo operó, le taladró la cabeza del fémur y le extrajo lo equivalente al tamaño de un cigarrillo en hueso, y dejó que sangrara para que la circulación se normaliza-ra. Luego le introdujeron la misma cantidad extraída, pero en hueso macerado, que se obtiene de la parte esponjosa del fémur, llamado así por su textura. El hueso transplantado fue extraído de un cadáver que llegó a la fundación proveniente de Medicina Legal, una de las instituciones que surte al banco para pro-cesar los injertos. Un año después lo operaron por el mismo problema, pero en la otra pierna. Gracias a los dos injertos, José pudo volver a realizar, sin molestias, los movimientos que antes le causaban dolor.
Lesión de deportistasMartín Yepes* tenía 20 años de edad cuando sufrió una rotura de ligamentos cruzados en su rodilla derecha, lesión frecuente en los deportistas; recuerda que ocurrió en el segundo semestre de 2009, cuando estaba jugando fútbol y sintió como un latigazo que de inmediato lo sacó de la cancha.
Esta lesión que obligó al reemplazo del ligamento —junto con la cabeza de fémur y tejido esponjo-so— es uno de los injertos más requeridos por los pacientes. Astrágalo es un hueso del pie que se une con la tibia, es decir, con la pierna, y que permite el movimiento del tobillo; su fractura ocasiona un fuerte dolor. Cuando eso ocurre, se debe hacer un injerto de este hueso para que el paciente vuelva a caminar tran-quilamente. Contrario a lo que sucede con el cruzado anterior (el ligamento de la rodilla) y con la cabeza de fémur, el injerto de astrágalo es de los menos frecuen-tes. Al año, solo se realizan dos o tres injertos de este tipo, afirma Laurrari.
Mediante un procedimiento en el que se hicieron tres huecos diminutos en la rodilla para poder insertar un tubo con cámara al final y pinzas para trabajar, pudieron remplazar el tendón roto de Martín. Los médicos hicieron esta operación para cambiarlo por uno en buen estado adquirido de la Fundación Cosme y Damián. Martín todavía sufre de dolores en la rodilla cuando la estira demasiado, pero fue gracias al injerto del tendón que pudo poder volver a correr y a jugar fútbol.
Un banco con fondos
Margarita Acosta* tuvo que someterse a una cirugía maxilofacial por un problema en el maxilar inferior. Sin necesidad de que exista fractura del hueso, se puede presentar un deterioro óseo, como le ocurrió a ella. Con Margarita no se sabe exactamente de qué
parte del cuerpo se obtuvo su injerto, ya que se hizo de varios huesos metidos en una licuadora, donde se trituraron en miles de pedacitos para reconstruir el maxilar inferior.
“De no someterme a la intervención, iba a sufrir de dolores permanentes en la boca, podría tener dificul-tades a la hora de comer e inclusive al hablar”, afirma Margarita. Además, con el uso de injertos también pudo corregir la mordida.
José, Martín y Margarita no tuvieron que estar en ninguna lista de espera en la Fundación Cosme y Damián porque como se trata de un banco, hay huesos y tejidos almacenados para cuando los pacientes los necesitan. Si no están listos, la fundación tarda 25 días aproximadamente para prepararlos.
Cómo se preparan los injertos
Para presenciar el proceso de preparación de huesos e injertos, Lourdes de Laurrari advierte que se debe observar desde una esquina, sin mover ni tocar nada,
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y que para ello es obligatorio vestir la ropa adecuada: un uniforme azul claro desde la cabeza hasta los pies. Solo pueden quedar a la vista ojos, nariz y boca. De resto, hay que usar polainas (recubrimiento en tela para los zapatos), pantalón, camisa y gorro, todo estrictamente esterilizado.
Seis personas son las encargadas de realizar los pro-cedimientos. Primero, los huesos son sometidos a un procedimiento de selección y extracción, al que no se puede asistir por motivos de seguridad y protocolo. Además, no se realiza en el banco porque requiere condiciones parecidas a las de un quirófano. Después de que los huesos son extraídos, tienen que pasar por un periodo de cuarentena, y luego se obtienen los resultados para descartar enfermedades. Finalmente, se cortan y se limpian.
Los responsables de esta operación se deben lavar las manos y brazos dos veces para evitar que los injertos se infecten. La primera vez se lavan las manos durante diez minutos y la segunda durante cinco. Obviamente, deben usar gafas, dos pares de guantes, tapabocas y una bata de tela.
En la sala de corte y limpieza, parten los huesos con una sierra y los van moldeando según lo solicitado. Adicional al corte, algunos injertos se introducen en una ´licuadora’, donde son triturados para utilizarlos en rellenos óseos. “Este tipo de injertos son de gran demanda, más que todo para pacientes que requieren una cirugía maxilofacial y que sufren diferentes patolo-gías”, explica Doris Sánchez, técnica de la fundación. “Luego, con un poco de agua oxigenada, se les da un color amarillo, y los injertos que no son triturados se meten en una centrífuga para removerles toda la san-gre”, agrega la técnica.
Finalizada su obra de arte, luego de dos horas y media, solo resta el procedimiento de empacar los injertos en tres bolsas de plástico, acompañados de un cubito de hielo para saber si estuvieron congelados a la tempe-ratura correcta. Cada bolsa se marca con un número de serie y se lleva al congelador, a una temperatura inferior a 84 grados bajo cero durante diez días, para conservarlos mientras llegan las pruebas finales y confirmar si sirven para el transplante.
Alrededor de cuatro semanas necesitaron los injer-tos de José, Martín y Margarita desde el proceso de selección hasta que los médicos, haciendo las veces de Cosme y Damián, sus santos patronos, realizaron la cirugía de transplante.
*Los nombres se cambiaron para proteger la identidad de los pacientes.
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Por: Felipe Villada [email protected]
Fotos: Felipe Villada y cortesía de las firmas de arquitectos.
del lastre al lustreTeusaquillo:
{En la calle 37 con avenida Caracas, esquina coronada durante mucho tiempo por una casa tipo inglés, se construye un edificio de cinco pisos que choca visualmente
con la arquitectura del sector. Con todo, por cada adefesio que se construye, más casonas se engalanan respetando el valor patrimonial.
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patriMonio**++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Casas tradicionales del sector.
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A finales de los años ochenta, la localidad de Teusa-quillo cambió su vocación residencial, como conjunto de barrios preferidos por la élite capitalina, para convertirse en enclave irregular de oficinas, sedes de campañas políticas, universidades y centros de salud. Hoy es objeto de prácticas que podrían clasificarse en dos grandes grupos: por una parte, los que quieren volver a vivir en sus barrios apostándole a la conser-vación de las casas, y por la otra, las entidades que siguen arrasando con su estatus patrimonial, como en el caso de la nueva sede de Fedegán, en la calle 37 con avenida Caracas, objeto de escándalo a finales del año pasado.
Los del segundo grupo ven como obstáculo que en una localidad tan céntrica haya 2.640 predios declarados de interés cultural. Por ello, a pesar de las restriccio-nes que cobijan a los inmuebles, han decidido iniciar obras que van en contra de los lineamientos urbanísti-cos y normas de conservación patrimonial.
También hay una lista cada vez más numerosa de particulares y firmas de arquitectos que se oponen a esa corriente y ven en Teusaquillo lo que alguna vez fue: un conjunto de barrios residenciales. Saben que sus casas, más allá de los costos y el tiempo que implica restaurarlas, están concebidas para ser habitadas y que
mantenerlas vale la pena. Así, la reinvención de secto-res como La Soledad, Park Way, La Magdalena y Palermo ha contribuido a valorizar los predios desde el 2009.
Esta corriente, cuyos inicios podrían hallarse en 2004, pretende algo más que restaurar las casas: lo que estos propietarios buscan es devolverle el sentido de comuni-dad al sector. Lograr el paso de una población mayori-tariamente flotante a una residencial no solo significa combatir o denunciar prácticas erróneas en materia de patrimonio, sino también hacerlo atractivo, es decir, que haya más restaurantes, cafés, librerías y supermer-cados que se adscriban a los mismos parámetros.
Vivir para contarla
Para Lorenzo Fonseca, arquitecto, miembro del Comité Técnico Asesor de Patrimonio de Bogotá y fundador de la revista Escala en 1984, el patrimonio de Teusaquillo “es significativo porque su urbanización inicia en un momento en el cual la ciudad se expande. Teusaquillo es un barrio que se organiza alrededor de un parque, que plantea una amplitud de vías, que cuenta con una noción urbana del verde en términos de antejardín y, lo que es más importante, de verde en los andenes. Eso nos lleva a entender que hay una lección de urbanismo muy novedosa”.
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En cuanto a las casas, que alternan estilos como el in-glés, el art decó y el neocolonial californiano, Fonseca comenta: “Teusaquillo fue lugar de experimentación de los nuevos lenguajes arquitectónicos que llegaron al país por la década de los treinta y en ese sentido dan cuenta de una historia”.
Según Fonseca, el caso de esta localidad no es el de unas construcciones antiguas y protegidas por ley que dejaron de responder a las necesidades de los bogo-tanos; es una arquitectura que se presta para ser adap-tada y subdividida, y a la que al mismo tiempo se le pueden respetar sus valores. Esto es lo que se olvidó: que hay componentes patrimoniales que pueden ser transformados e incluso mejorados. Por ello, tanto las violaciones al patrimonio que saltan a la vista, como la demolición de casas, y los que mantienen la fachada pero modifican su interior (entidades que instalan divisiones permanentes, construyen en los jardines, añaden entrepisos y luego de un tiempo se van) son prácticas que deben combatirse.
Y si bien Teusaquillo se llenó de estos huéspedes non gratos en las últimas décadas, cabe aclarar que nunca perdió su vocación residencial. Algunos de sus habi-tantes tradicionales se negaron a irse y a ellos se les sumaron estudiantes, académicos y artistas; gente que buscaba un espacio bien ubicado a bajo costo.
La señora ley
Aunque en la localidad de Teusaquillo, como se dijo an-tes, existen 2.640 predios de interés cultural, en lugar de protegerlos, la legislación los castiga: remodelar una casa puede implicar trámites ante al menos seis entida-des y una espera por permisos de más de año y medio.
Quien, pese a todo, se anime a iniciar un proyecto de reparación, bien puede ir haciendo fila ante el Institu-to Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC), la Sociedad de Mejoras y Ornato, la correspondiente Curaduría Urbana, la Empresa de Acueducto y Alcantarillado, Codensa y Gas Natural. Además, debe contar con un experto asesor, con un abogado que conozca los pasos del proceso y que tenga un conocido en cada entidad para agilizar los trámites. Ivonne Valencia, de la firma de arquitectos Rodríguez Valencia, da testimonio de ello: “Hace dos años compramos una casa en la calle 39 y empezamos a desarrollar un proyecto. En el IDPC, la persona que nos asesoró nos dio mal las pautas de diseño y por ello nos tocó empezar de nuevo. Luego de semejante percance, lo pasamos a Curaduría y allá nos volvieron a poner trabas. Nos pusieron una cantidad de impedimentos absurdos y solo ahora, más de un año y medio después, tenemos los permisos”.
Otro de los problemas que encierra la ley son las exigencias de diseño, ya que estas casas, como bienes de interés cultural, no pueden ser modificadas; eso es algo que parecen olvidar entidades como las empresas de servicios públicos. Santiago Pradilla, de la firma El Taller de Santiago y Sebastián, comenta: “Codensa exi-ge cambiar la fachada del predio, pero como son bienes patrimoniales, no se puede. Entre otras cosas, pueden decir que se debe meter una instalación eléctrica donde es imposible meterla. Con Curaduría el problema es que piden un determinado número de parqueaderos en un proyecto, cuando salta a la vista que el espacio de la construcción no lo permite”.
Cabe aclarar que hay dos tipos de recuperaciones o restauraciones: aquellas de orden mayor, que preten-den reorganizar la propiedad horizontal o reestruc-turar las áreas del predio, y aquellas más pequeñas, como las que se hacen a los ambientes de una casa. Se entiende que un proyecto de mayor escala requiere tiempo para ser aprobado, pero dos años, como ha pasado en algunos casos, es algo exagerado, según las fuentes consultadas.
Una vez aprobado el proyecto, entra la Alcaldía Local de Teusaquillo, encargada de realizarle seguimiento. Para ello, cuenta con dos arquitectos y un ingeniero
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Una de las casas recuperadas.
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civil que hacen las visitas de oficio; unas se realizan con el fin de contrastar los planos con la obra, y otras se hacen por pedido de la ciudadanía, si alguna perso-na advierte alguna anomalía. Pero las visitas de oficio son pocas, la Alcaldía no tiene el personal suficiente para inspeccionar de cerca cada construcción y por ello las irregularidades pasan inadvertidas.
Así, muchas de las obras que se adelantan en estas casas no cuentan con permisos; esto sucede tanto en labores de restauración y de rescate positivas (varias firmas de arquitectos y particulares confiesan que ante experiencias pasadas prefieren no realizar todos los trámites) como en aquellas modificaciones que podrían considerarse negativas. Con todo, arquitectos como Santiago Pradilla afirman que las restricciones no son una excusa para no sacar la licencia; son trámi-tes que deben hacerse.
Territorio de contrastes
“Muchos habitantes de Teusaquillo no siguen la ley por casos como el de Inpahu”, dice Lorenzo Fonseca. Y los entrevistados coinciden en que mientras ellos piden permiso para remodelar su cocina, les ponen mil obs-táculos y finalmente se lo niegan, gremios poderosos o con amigos en el Concejo se saltan las normas y cons-truyen lo que quieren. Incluso, en algunas construc-ciones, como la de Fedegán, se manejan planos dobles: presentan unos falsos a Curaduría y el IDPC, al tiempo que construyen con base en otros.
Al remodelar sin permisos, se crearon también di-námicas muy particulares en el sector. Poco a poco
estas casas se empezaron a llenar de añadidos: los jardines se acabaron para darles lugar a más cuar-tos, se construyeron entrepisos, se levantaron muros donde antes no estaban, etc. Esta clase de iniciativas atentan contra el segundo componente del patrimo-nio arquitectónico: el espacio interior. Universidades como Zona Cinco o el Inpahu olvidan que no solo se trata de mantener un cascarón: “El Inpahu, fuera de que tiene un sentido estético que no concuerda con el lugar, ha venido colonizando de forma muy agresiva. Es una población flotante que no beneficia mucho al barrio, porque además los estudiantes se apropian del espacio público como si fuera de ellos y al estacionar terminan bloqueando los parqueaderos de otras casas o dejan colillas de cigarrillo o basura en los antejardines. La verdad es que ha recuperado casas, nadie dice que no (la casa de la calle 39 con 16 que era un inquilina-to de invasión terrible y la fundación universitaria la compró), pero cuando uno ve la estética, es ostentosa y de mal gusto”, afirma la arquitecta Ivonne Valencia.
En contra de las cajas de bocadillo
Valencia y su socio, José María Rodríguez, han tenido su oficina en Teusaquillo desde hace más de 20 años. Empezaron trabajando en un garaje y poco a poco han consolidado una firma bajo el ideal “arquitectu-ra a la medida”. Hoy tienen una sede de 400 metros cuadrados, resultado de la fusión de dos casas, con espacios abiertos, una biblioteca de dos pisos, una cocina amplia y dos patios interiores. Además del buen gusto con el que fue restaurada, su interior se presta para múltiples usos: sirve hoy como oficina, pero
Cantagallo, 2010. El Taller de Santiago y Sebastián. Después
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bien podría vivir allí una familia. Es esa concepción de usos variados la que resulta beneficiosa para el barrio: “Este espacio funciona como oficina y renta. Una zona opera como un estudio de yoga, arriba vive Tomás Rueda, dueño del restaurante Donostia, y abajo estamos nosotros. El espacio se pensó así. Pero hay trabas. En un momento Tomás quiso, donde queda el estudio de yoga, montar una espacio de cocina experi-mental, pero le negaron el permiso en la Sociedad de Mejoras y Ornato”, comenta Ivonne.
Tatiana Afanador es una abogada que vivía en un apartamento en el norte. Trabajaba en el CAN y su vida era un viaje eterno entre su trabajo y su casa, por
lo que hace 11 años se fue a vivir a La Soledad. Seis años atrás compró una casa de tres pisos; se instaló en el segundo y el tercero, y en el primero abrió Kapira (forma abreviada de Kapilovastro, lugar en Nepal don-de, según el budismo zen, nació Buda), su restaurante vegetariano. Su meta era restaurar una casa de 1942 y para ello tuvo que remover tres capas de tapetes, tumbar entrepisos falsos y quitar el lavadero y tende-dero de ropa que se habían apoderado del jardín. Valió la pena porque en El Chicó no podría tener un patio, mucho menos con árboles, como un cerezo y un brevo. Sin embargo, sacar adelante el proyecto fue difícil: “La Alcaldía obstaculiza proyectos que a mí me parecen
Proyecto Tibsaquillo.
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provechosos para el barrio, como fue el caso de Tomás Rueda, a quien le impidieron poner el restaurante, pero el barrio está lleno de pollerías y nadie las controla”, afirma Tatiana.
Santiago Pradilla y su socio, Sebastián Serna, trabajan desde el 2008 en Teusaquillo. Creen en el modelo del barrio, en ir a la tienda de la esquina, en salir al par-que, en esa cercanía que se crea entre los vecinos. Su taller busca revivir ese modelo de ciudad y por ello se dan a la tarea de recuperar edificios en ruinas en un sector de conservación. Como estas casas no pueden desaparecer, esto les garantiza, al menos en teoría, que la localidad no se va a llenar cajas de “bocadillos gigantes”, como llama Santiago a esas moles de edifi-cios idénticos que abundan en la ciudad.
Actualmente trabajan en el proyecto Tibsaquillo, un edificio en la calle 33 con carrera 15, que espe-ran rescatar y subdividir en apartamentos y locales comerciales. “Ese sector es muy complicado, está lleno de funerarias y de clínicas de aborto. Es mucho menos atractivo y cotizado que el Park Way o los alrededores del parque Brasil, así que le estamos apostando con mucho más riesgo. De todas formas, creemos que se debe recuperar”, comenta Santiago.
Esto es precisamente lo que llama la atención de Teusaquillo: su comunidad amable, dispuesta a contar las historias de sus predios y las restauraciones por
las que lucharon, como rememorando al valiente cacique Bacatá, que tuvo en el otrora Teusacá —hoy Teusaquillo— su residencia de veraneo.
Proyecto Tibsaquillo.
Librería Babel.
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Por: Diana Milena Ravelo Méndez [email protected]
Fotografías: Ingrid González
Un empresario con corazón de ovejaDe Cucunubá a San Victorino, de pastor de ovejas a empresario. Entre contrastes se ha desarrollado la vida de Miguel García Silva, que no ha desviado sus sueños,
pese a las adversidades.
]DIVINO
rostro[+
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Una corbata roja estampada con ovejas —las mismas que cuidaba años atrás, cuando era pastor— le da un toque especial al traje de paño, la fina camisa y los zapatos brillantes de Miguel García Silva.
Organiza unas hojas y atiende llamadas. Cada tarea, hasta la más pequeña, intenta hacerla con excelen-cia, pues es un hombre que ve la vida como “una suma de cosas pequeñas; suma donde lo más grande que puede tener el ser humano es definir qué quiere hacer, cómo quiere vivir y dedicarle cada minuto de su vida a eso”.
Todo comenzó en Cucunubá
“Adelante, adelante. Cucunubá genial con hombres tan fuertes como el roble”, son las primeras líneas del himno de este municipio cundinamarqués donde nació Miguel García el 8 de octubre de 1952. Vivió sus primeros años entre ovejas y cuadernos: “Yo cuidaba ovejas mientras iba estudiando las tablas de multipli-car, las lecciones para la memoria y el lenguaje”.
Al igual que el roble que nombra este himno, él echó raíces en los suelos húmedos de su tierra. El roble es un árbol que crece lentamente, pero cuando lo logra es fuerte y ofrece una madera resistente; así mismo, el crecimiento de este empresario ha sido lento pero seguro. Otros hijos de Cucunubá lo atestiguan: el caudillo Jorge Eliécer Gaitán (aunque también se lo disputa Bogotá) y el constructor Pedro Gómez Barrero.
En la montaña de la vereda Buita estaba la escuela, que tan solo tenía cuatro salones con cuatro bancas. Pero allí aprendió lo básico para defenderse en la vida, y con la venta de huevos se fue iniciando desde joven en los negocios. De los antiguos grupos indígenas heredó la técnica de elaboración de tejidos y la agricultura, oficios que de alguna manera retomó en la ciudad.
El sueño bogotano
Preocupados por el futuro de sus siete hijos, sus padres decidieron aventurarse a vivir en Bogotá, en un lote de 207 metros cuadrados, que costó $5.000, ubicado en el barrio San Blas, en la localidad de San Cristóbal. “Llegamos a Bogotá en un camión pensando que todo iba a ser muy bonito. Así como hoy en día los jóvenes hablan del sueño americano, en mi caso, esto era hacer realidad el sueño bogotano”, afirma.
Los cambios fueron radicales, como el uso del baño en un cuarto, cuando estaban acostumbrados a perderse en la montaña. Otra preocupación de sus padres era encon-trar una escuela donde los recibieran, ya que llegaron a mitad del año escolar. Después de mucho buscar, logra-ron conseguir cupo en una cerca al Veinte de Julio.
El salón tenía un pequeño jardín, odiado por más de uno, pues cuando se portaban mal, la maestra los po-nía a arreglarlo. Pero para Miguel, más que un castigo, esto era un deleite y terminaba rápido las tareas para dedicarse a la jardinería, que sigue siendo su esparci-miento favorito.
“Papá, yo no voy a estudiar más”
El primer negocio que tuvo la familia García fue el de telares, y comenzaron a viajar a Ubaté para traer materia prima y luego vender tejidos en el tradicional Pasaje Rivas.
“Pero se comenzó a poner muy difícil conseguir mate-ria prima —lana virgen— porque se estaba poniendo de moda el acrílico, y los ecuatorianos y peruanos competían con sus productos hechos a máquina”, recuerda Miguel.
A los 18 años, tras el matrimonio de varios de sus hermanos, Miguel decidió dejar de estudiar y ponerse a trabajar, pues tenía que buscar la forma de ayudarles a sus padres. “Mi esperanza era trabajar en un banco o en el aeropuerto con los carritos que echan las maletas
Interior del restaurante Guachimán Broster.
El empresario en su centro comercial.
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a los aviones. Alcancé a conocer a un señor que traba-jaba en el aeropuerto, mandé la hoja de vida, pero no me salió rápidamente”, dice.
Al enterarse de su decisión, sus padres se enojaron, pero luego su padre lo llevó adonde Miguel Vásquez, fundador del Pasaje Rivas, amigo de la familia, y le contó la decisión que había tomado su hijo. En el transcurso de la visita, Vásquez recordó que un amigo suyo, Joaquín Méndez, le había encargado un mu-chacho que fuera honrado, y por eso decidió reco-mendarlo. “Yo recuerdo que el señor dijo: ‘Acá está el muchacho que usted me encargó, yo respondo por él’. Eso nunca se me olvida y es algo que he guardado con mucha gratitud”, concluye.
El primer trabajo
Con la idea de que iba a trabajar en contabilidad, se cal-zó un par de zapatos apretados —dos números menos de su talla— que le prestó su hermano Enrique, y salió hacía El Batán, el negocio de Joaquín Méndez. Al llegar se le hizo extraño ver que los almacenes eran dema-siado informales para trabajar de oficinista; la realidad chocó con las expectativas que tenía, pues al preguntar por lo que tenía que hacer, le contestaron: “’Aquí ne-cesitamos una persona que ayude a bajar los colchones, alzarlos y venderlos’. Esto no es lo mío, pensaba, y por eso me dije: ‘Voy a trabajar una semana’, y a la semana me dije: ‘Voy a trabajar una quincena’. A la quincena me dije: ‘Si me voy para la casa, qué va a pasar con el prestigio de nosotros, van a decir que yo soy un mal trabajador, mi papá va a quedar mal’”. Con esta excusa siguió en el negocio y le tomó gusto a actividades como organizar la mercancía por colores o en degradé (del tono más oscuro al más claro), orden que aún mantiene en sus actuales locales de camisas y vestidos.
Pasaron tres años en los que aumentaron las ganas de crecer económicamente, y tuvo la idea de abrir un almacén de granos en su barrio, donde ya empezaba a construirse Corabastos. Había visto el local y había comprado el ´chuzo´ para sacar una muestra de grano
desde cualquier parte del bulto, así que llegaba el momento de renunciar.
“Mire, don Joaquín, yo me voy a ir, voy a montar un negocio”, dijo Miguel. “No, eso allá es más difícil. Trabájeme otro año y luego montamos un negocio los dos”, le contestó su jefe.
Él aceptó la propuesta y finalizando ese año se acercó a su patrón para crear la sociedad, pero este le pidió que trabajara otro año mientras él solucionaba algu-nos asuntos. “Le dije, listo, y lo acompañé otro año; efectivamente, montamos para inicios de los setenta un negocio en la calle 10. Yo me fui para el local, me llevé mi cama y me metí a trabajar las 24 horas”.
En este negocio, además de los colchones y baúles, empezaron a vender camisas a $18, que compraban en la planta de un viajero paisa junto al teatro San Jorge. Este producto fue todo un éxito, pues “por cada $15 se ganaba una unidad, por cada $30 se ganaban dos, y por cada $50, cuatro. Esas unidades eran transforma-das en dinero, entonces ya no valían $18 pesos, sino $25, ganando en unidades y en rentabilidad”.
“Yo lo conocí hace treinta años, fui empleado de él cuando empezó su almacén en la calle 10 con carrera 15. Un señor muy honesto, trabajador y serio en sus cosas”, asegura José Evaristo López, quien trabajó como vendedor en este negocio. Actualmente, López es comerciante, propietario de un local en San Victo-rino, y afirma que la importancia del orden y la buena atención a los compradores es una de las enseñanzas que más valora de esa época.
Joaquín Méndez le vendió su parte del negocio a su hijo, Jorge Alberto Méndez, quien trabajó con Miguel varios años, pero después decidieron dar por termina-da la sociedad.
Poniendo el ojo
“Cuando yo me propongo algo, lo planeo, le pongo el ojo y para allá me voy”, dice Miguel con seguridad al preguntársele por su fórmula para alcanzar el éxito.
Personal del restaurante Once Setenta con el patrón.
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Esta lección de vida la ha aplicado a lo largo de su crecimiento personal y comercial, y su matrimonio no fue la excepción.
A los 26 años —cuando sintió que era la hora de buscar esposa—, conoció a Carmen Méndez, la hija del primer socio, y de inmediato supo que era ella la mujer con la que quería compartir su vida. “Me atreví, como dicen por ahí, a ´soltar los canes´ y ella me dijo que sí. Eso fue un problema porque la familia de ella no aceptaba que se fuera a emparejar con un exempleado, pero eso a mí no me limitaba. Insistí hasta que nos casamos”, cuenta.
Con su esposa montó un local en la carrera 13 con calle 10; llegaron los primeros hijos y con ellos au-mentaron los gastos, por lo que buscaron un local más grande. En 1984 se entraron los ladrones al local y se llevaron aproximadamente el 70% de la mercancía.
La gente empezaba murmurar que las ventas estaban bajando, los comerciantes se quejaban de que ya nadie usaba ruana o sombrero y por eso algunos empezaron a vender sus locales. “Lo mismo pasa ahorita, dicen que ya nadie se pone una corbata. Uno ve que la gente empieza a sacar excusas para justificar que no está ha-ciendo nada extraordinario, que no se está adaptando al cambio; por eso, si uno quiere mantenerse, tiene que estar al día”, afirma el empresario.
Le ofrecieron un local aún más grande, y haciendo caso omiso de las quejas de la gente, decidió arriesgar todo lo que tenía y comprarlo. Las cosas iban bien, hasta que el dueño incumplió con la entrega del local. El señor le dijo que la única forma de que le entregara era que le comprara la mercancía, el problema era que “lo que había era mercancía antigua, hasta brasieres de una sola copa, pañolones que usaban antes las mujeres para ir a misa y telas viejas”.
Con unos cheques le compró esa mercancía vieja y decidió que lo mejor era irse junto con su familia a vivir en el lote posterior del almacén. El dueño del lote se enfermó y al mes de su muerte mandaron a un comisionista a que lo vendiera. “Yo tenía unos ahorri-tos y buen prestigio en el Banco Sudameris con Álvaro Castellanos. Le conté lo que sucedía y me dijo: ‘Miguel, hágale que yo le ayudo’. Entonces pudimos comprar el lote”, narra. Esta compra marcó una nueva época, pues el negocio empezó a crecer de tal forma que ya no eran tres personas, sino veinte las que trabajaban.
El 11-70
Ese lote recién comprado fue tomando forma de centro comercial en la mente de este empresario y aunque no había la suficiente plata para construirlo, con lo que tenía mandó a hacer los planos y la maqueta.
Generar empleo es una de las prioridades de Miguel García, por eso en 1992, al construir la edificación que desde entonces se llama Centro Comercial 11-70, le dijo a varias de las personas que trabajaban con él: “Coja un local, elija un producto e invierta toda sus capacidades en él. Antes yo le daba el mínimo a usted, ahora usted me lo va a dar a mí y mejore su calidad de vida”.
Con una sonrisa, recibe a los clientes de su almacén de pantalones y camisas Marta Carrillo, quien llegó hace 26 años al 11-70; comenzó como empleada y tras varios años de trabajo se volvió propietaria. “Gracias a don Miguel y sus buenos consejos y a lo que yo aprendí trabajando a su lado, tengo lo que tengo. Él me dio la oportunidad de empezar con mi negocio y a su lado hice una escuela en ventas”.
Tanto ha crecido el Centro Comercial 11-70, que actualmente hay unas 200 personas que trabajan por hacer de este un lugar diferente en San Victorino, y el orden es uno de los puntos a su favor. Para entrar al 11-70 hay dos posibilidades: ingresar por la entrada del primer piso o por la del sótano.
Entre las líneas de productos que se comercializan están: dulcería, piñatería, hogar, calzado y ropa infantil, de bebé, de hombres y deportiva. Adicionalmente, este centro comercial cuenta con un consultorio odontológi-co, un centro de consultorías contables y una plazoleta de comidas con restaurantes tipo gourmet como El Frankfurt, que cuenta con una variedad de hamburgue-sas y desayunos; El Guachiman Broster, restaurante pro-piedad del hijo del comediante Luis Ferro, más conocido como el Guachimán, de Sábados Felices; Quattro Pizza, Café Colonial, La Parrilla China y el Restaurante Once Setenta, con una carta internacional y vinos de la cava, que está en el sótano del centro comercial.
Volviendo a las raícesMiguel García aprendió a manejar el dinero desde que tuvo su primer sueldo de $300, pues de esa plata des-tinaba un poco para su mamá, ahorraba otra parte y le quedaba un poco para jugar billar, esparcimiento que lo ha ayudado a mejorar la concentración y la precisión.
Para él, una de las mejores formas de invertir es el estudio, por eso ha destinado una gran parte de sus ganancias a la educación de sus cuatro hijos: Henry, el mayor, es administrador de empresas; Javier, ingeniero civil; Andrés, economista y administrador de empre-sas, y Fernando cursa ingeniería mecánica.
Con el ánimo de desarrollar el área artesanal que de niño le inculcaron sus padres, compró una casa vieja en la calle 13, entre las carreras 9ª y 10ª, donde está adecuando los espacios como galería de arte y res-
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taurante. Este lugar cuenta con murales en cerámica hechos por el maestro Gilberto Cerón, como el titulado A la hora precisa, en alusión a la puntualidad, y un mural de ramas de espinos y flores que decora la fachada del edificio.
En el futuro, García espera volver a su tierra, fundar una escuela de música, teatro y arte, y otra para en-señar a la gente a cultivar árboles frutales, hortalizas y otras plantas. “El animal siempre jala para el monte, al animal no le gusta irse para la plaza ni a la playa, sino para su hábitat, y por eso yo quiero volver a Cucunubá, y estoy construyendo mi casa allá”, asegura el empresario.
Han pasado 50 años y él sigue vendiendo huevos, pero ya no en cáscara, sino pericos, en cacerola, estufa, local y marca de su propiedad; ya no hace tejidos, pero sigue comerciando con prendas de vestir. Demuestra que ni aun siendo empresario o viviendo en la ciudad, ha perdido su corazón de pastor de ovejas.
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"A la hora precisa", mural en cerámica y vidrio del maestro Gilberto Cerón, ubicado en el local La Frutería.
La nueva casa de la calle 13.
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De todo como
Las plazas de mercado hacen parte del patrimonio cultural de la ciudad porque mantienen una tradición que no han podido desterrar los hipermercados ni los
minimercados de cadena, aunque la clientela ha disminuido. Aquí recorremos 14 de las 19 plazas capitalinas, caracterizadas por el ambiente pintoresco, la familiaridad
de los vendedores, la frescura de los productos y la devoción a la Virgen del Carmen. El Instituto para la Economía Social (IPES), entidad que las administra, invertirá 70 mil
millones de pesos para embellecerlas e incluirlas en el mapa turístico de Bogotá. {++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
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Vendedora de la plaza Trinidad Galán.
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El mercado de la calmaTexto: Diana Morales [email protected]
Fotos: Juliana Vásquez
Plaza: Trinidad Galán
Ubicación: Carrera 60 # 5-00
Localidad: Puente Aranda
Son las 9:00 de la mañana de un domingo y los ven-dedores observan, tras montañas cromáticas de frutas, verduras y yerbas, el escaso movimiento. Son señoras, por lo general, pequeñas, redondas, con sonrisas añejas.
La plaza Trinidad Galán, construida en 1974 por la Empresa Distrital de Servicios Públicos (EDIS) —ahora Instituto para la Economía Social (IPES)—, es un galpón rectangular con unos 200 puestos. Aquí nada está en singular; hay un montón de cada cosa. En la periferia se encuentran las cocinas, los locales cárnicos y la venta de artesanías; en el centro están los puestos de frutas, verduras, yerbas medicinales y productos esotéricos, sin que falten la pescadería, los gallos a $25.000, los jugos afrodisíacos preparados con cangrejos vivos, las velas y las estampitas de santos. Incluso hay un Paradero para Plazas para Libros del Distrito, que tiene su movimiento.
Pasando la puerta principal, lo primero que se ve son las frutas; después, las manos de la señora Flor cortan-do pedazos de papaya y sandía, que trae de Corabas-tos. Es el primer puesto del mercado, y su propietaria —pelo corto y delantal azul— lleva más de 35 años en la plaza: “Antes vendíamos en ranchos de lata ubica-dos en la entrada. Después nos pusieron un tiempo frente al CAMI y de allí nos reubicaron acá”. Flor paga $100.000 al mes de arriendo.
Además del comercio característico, están las yerbe-rías. Desde hace 33 años, en Donde Omaira se consi-guen baños energéticos, velones para rezos, estampi-tas poderosas, infusiones medicinales, aceites, matas, inciensos y pebeteros. “Fuimos los primeros en vender esto en las plazas y de allí empezó el resto a poner este tipo de productos”, dice Omaira García, una mujer de pelo fucsia y manos gruesas.
En la plaza no hay olores delatores, ni voces estridentes o tumultos. Tampoco hay muchos clientes. Según Flor, parte de la culpa es de los almacenes de cadena abiertos en los alrededores. Tiempo atrás existía un estatuto que no permitía locales de competencia en ocho cuadras a la redonda; ahora, antes de cruzar el portón principal, lo primero que se observa en la calle 60 es un cartel de Surtifruver. A propósito, dice Flor mientras arregla una manzana que se ha caído de la pila: “Siempre ha sido así. El pobre se hace más pobre, y el rico, más rico”.
Vendedora de la plaza Trinidad Galán.
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Plaza de ensueñoTexto y fotos: María Alejandra Ortiz [email protected]
Plaza: La Concordia
Ubicación: Calle 14 # 1-40
Localidad: La Candelaria
Frutas, verduras, plantas y artesanías son algunos de los productos que se encuentran en La Concordia, úni-ca plaza que además de abastecer la canasta familiar de los vecinos, cuenta con una sala y una escuela de teatro: el Teatro de Sueños.
La Concordia fue construida en 1933 por el arquitecto Carlos Martínez Jiménez como una plaza comunitaria alterna a la Plaza de Bolívar, y es la segunda más antigua de la ciudad, después de la de Las Cruces (1928). Desde un comienzo ofreció a los bogotanos frutas y verduras traídas de la Sabana, y hoy en día su variedad de produc-tos se ha ampliado a carnes, lácteos, especias deshidra-tadas, flores, plantas, comida típica, postres, productos de hogar y artesanías. Su fachada se caracteriza por coloridos murales que cambian con el tiempo.
La Concordia está abierta desde las 6:00 de la maña-na, hora en la que ya hay clientes para desayunar el tradicional calentao en La Chocolatería, local de una de las esquinas de la plaza, profusamente decorado con dulces y golosinas. Entre la variedad de menús, lo más apetecido son las galletas, cuenta su dependienta, Estefanía Escobar. Quienes prefieren una comida más ligera, al otro lado de la plaza encuentran una frutería con ensaladas, jugos y porciones de fruta.
Uno de los atractivos de La Concordia es el Teatro de Sueños, alternativa para la recreación de los vecinos, pero esta sede cultural también se presta para que que personas extrañas entren a robar, aprovechando que hay dos entradas, cuenta Gilberto Montaña, quien junto con su esposa, Gloria Peña, montó su granero en una esquina del mercado. Desde esa luna de miel entre líchigos han pasado 45 años. Y ahí siguen. Frescos.
Alrededor de esta plaza, en sus angostos corredores, hay una generosa oferta de plantas medicinales y artículos esotéricos: flores que curan, esencias que limpian, plantas que atraen y repelen energías. Pensar en un baño para la protección o para tener un buen día, por ejemplo, no es algo descabellado. “Hierbas amargas, hierbas dulces, riegos, sahumerios, extractos o hierbas para el amor, como el pega-pega o el quere-me, y los baños vienen con esos mismos nombres”, dice Cecilia Segura, vendedora.
Fue construida por la antigua EDIS en 1972. Cuenta con dos entradas, una sobre la calle 66 y otra sobre la calle 66A. Cuenta con 48 locales y 210 puestos, en uno de los cuales trabaja Miguel Moreno, que vende plantas ornamentales y medicinales, así como frutales. “Los clientes llevan hierbabuena, albahaca, toronjil, cidrón, menta, sígueme, ruda, anís; todo lo relacionado con energía positiva”, dice. Margarita Ramírez ofrece productos enfocados a la curación y a la medicina alternativa: “Vendo hierbas aromáticas, como la ca-léndula, que sirve para desinflamar, esencias, jabones, velones”.
Volviendo a la clasificación, hay plantas medicinales para la sanación del cuerpo, pero también para usos mágicos, como el baño para la buena suerte, hierbas para mejorar el negocio, filtros para el amor y para la fertilidad. Aquí hacen su agosto los vendedores de esperanza en rama.
La onda de las hierbasTexto y fotos: Camilo [email protected]
Plaza: Siete de Agosto
Ubicación: Calle 66 # 23-30
Localidad: Barrios Unidos
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Las matronas de la plazaTexto y fotos: Catalina Gallego [email protected]
Plaza: Las Ferias
Ubicación: Avenida Rojas # 74-52
Localidad: Engativá
En Las Ferias las mujeres mandan la parada. Pro-median los 60 años de edad y vienen del campo, de donde traen frutas, legumbres, tubérculos y hortalizas, pero cada una tiene su cuento. Gloria Parada es una mujer habladora que le encima al cliente una clase de catequesis sin que se lo pida. En cambio su hermana Blanca es reservada, pero con pocas palabras demues-tra su conocimiento del mercado.
Entre todas se destaca la pionera, Mercedes Patiño viuda de Parra, de 90 años de edad, presente desde la fundación de la plaza de Cisneros —nombre original de Las Ferias—, en 1964. Ella ha sido testigo de las transformaciones del mercado, que en un comien-zo abarcaba desde la calle 68 hasta la 75 y estaba conformado por una serie de lotes de particulares que sacaban sus productos a la venta. Los lunes viaja a su pueblo natal Tibaná (Boyacá), en donde dura hasta el miércoles seleccionando los productos para la venta, sobre todo gallinas y huevos criollos.
La plaza de Las Ferias sobresale por su organización. En las entradas de la calle 74 y 75 se encuentran ubicadas las ventas de verduras, frutas y tubérculos; es la parte con mayor tradición y la que ha sufrido menos modi-ficaciones. Hacia el fondo, en el pasillo, se encuentran las carnes, y en la sección siguiente, las hierbas. En el segundo piso se venden productos artesanales.
Las vendedoras opinan que cada vez llega menos gente a comprar en las plazas porque tienen cerca de sus casas tiendas de barrio y supermercados o minimerca-dos de cadena. Pero las plazas mantienen su gancho para la clientela: ofrecer productos traídos del campo, a precios económicos, con la posibilidad del regateo y hasta de llevarse una ñapa.
Doña Mercedes Patiño.
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Hecho en ChoachíTexto y fotos: Alejandra Pinilla [email protected]
Plaza: Rumichaca
Ubicación: Calle 7ª con carrera 3ª
Localidad: La Candelaria
Rumichaca significa “puente de piedra” en quechua, y no podría ser más apropiado para nombrar la plaza de mercado del barrio Egipto, pues conecta el pequeño municipio de Choachí con la capital. Desde el peque-ño pueblo a 38 kilómetros de Bogotá bajan el fin de semana los campesinos a vender sus productos en la plaza de mercado fundada hace 30 años.
Inicialmente estaba ubicada frente a la iglesia del barrio; sin embargo, cuando empezaron las obras de restauración de la iglesia, fue reubicada en la calle 9ª. Unos años después fue trasladada a la calle 7ª con carrera 3ª, a pocas cuadras de su sitio original.
Blanca Sánchez va a la plaza todos los domingos desde hace tres décadas a vender hierbas y flores. Mientras ofrece una docena de girasoles por $6.000, cuenta que la mayoría de los vendedores son de Choachí. Su puesto se encuentra a la entrada de la plaza y llama la atención por el intenso olor a manzanilla.
Los productos más característicos de la plaza son el queso campesino, la cuajada, los productos horneados —como almojábanas y arepas— y los huevos, empaca-dos en ‘mata de maicena’. La estatua de la Virgen del Carmen está al final de la plaza, protegida por un cubo de vidrio.
Aunque pequeña, la plaza tiene la misma oferta y estética de otras: costales y cáscaras en el piso y animales de granja por ahí, caminando. “Le vendo ese gato y si quiere, le encimo el perro”, me ofrece unos de los vendedores cuando ve que me intereso en uno de los felinos que duermen al sol.
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Mercado unido en los barriosTexto y fotos: Daniel [email protected]
Plaza: 12 de Octubre
Ubicación: Calle 72 # 39–62
Localidad: Barrios Unidos
Emilio Guarín se levanta todos los días a las cinco de la mañana para ir a su puesto de hierbas y condimen-tos, y así lo ha hecho los últimos 23 años. Antes de iniciar la jornada —muy bien puesto: camisa, corbata y chaleco— reza una oración junto con los demás vendedores al lado del altar a la Virgen.
La plaza 12 de Octubre fue fundada en 1952 por la EDIS. Actualmente, cuenta con 75 locales y 309 pues-tos distribuidos en un área de 4.391 metros cuadrados, donde también hay restaurantes y puestos de arte-sanías y misceláneas.
Emilio, trabajador incansable de 84 años de edad, tiene clientes fieles que le garantizan el sustento dia-rio. Comenzó como mesero en los clubes sociales más lujosos de la ciudad: Country Club, Lagartos y San An-drés. Ya jubilado, se ubicó en la plaza, donde trabaja a gusto, rodeado de amigos. Opina que el “negocito” en la plaza ha venido en decadencia con el pasar de los años: “Imagínese, usted, quién va a venir a este lugar si ponen andenes en las calles y pasan el parqueadero de los clientes para adentro de la plaza. Además, cada día hay más plazas de mercado en Bogotá”. Emilio y los demás trabajadores dicen que el bajón de ventas en los últimos años se debe a la competencia. Y a la apertura del parqueadero con tarifa, porque los com-pradores estaban acostumbrados a parquear gratis.
La señora Epifanía Pulido, de 70 años de edad, lleva 40 años vendiendo frutas, verduras y pollo en esta plaza. Para ella, “los demás vendedores son como mi familia, con todos nos conocemos, nos ayudamos y compar-timos”. En la plaza 12 de Octubre los vendedores se mantienen con lo que venden y se colaboran entre sí, como en cualquier familia unida…
El 6 de agosto de 1974, el expresidente Misael Pastrana Borrero inauguró esta plaza, construida por la EDIS en un lote de cerca de 5.000 metros cuadrados. Hoy acoge en 240 locales a vendedores que ofrecen desde frutas y verduras hasta flores, carnes y líchigos, pasando por tiendas naturistas, de abarrotes y de animales.
Aunque conserva su estructura original, la estética de la plaza ha cambiado en sus 38 años, comenta Reymon Vega, vendedor de vísceras: “La tradición de la plaza ya se perdió, la volvieron un sancocho. Los puestos no están especializados como antes, que eran de fruta, de verdura, de carne, todo aparte. Hoy en día venden todo parejo, ahí revuelto”.
El invierno afecta no solamente el mercado de hierbas, como lo atestigua José Bogotá, que lleva 15 años vendiéndolas en su puesto, sino también el de frutas. Beatriz Pardo afirma que “la fruta está llegando muy regular, se daña rápido porque se moja”. A pesar de los obstáculos, la plaza Veinte de Julio se caracteriza por vender de todo. Carlos Ortiz, vendedor de plátanos hace más de 20 años, dice que “el arte de la plaza es la manera de atender bien al público”. Junto a su puesto se encuentra la estatua de la Virgen del Carmen, a quien los devotos ofrecen una misa cada 16 de julio. La cercanía al templo del Divino Niño no afecta la devoción a la patrona, que es la que manda porque cuida a los transportadores que traen los ali-mentos, y que recibe ofrendas para mejorar las ventas.
Donde manda la patronaTexto: Jimena [email protected]
Fotos: Kelly Sterling
Plaza: Veinte de Julio
Ubicación: Carrera 6A # 24-60 Sur
Localidad: San Cristóbal
Emilio Guarín.
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Una plaza cuadriculadaTexto y fotos: Gabriela Santamarí[email protected]
Plaza: Kennedy
Ubicación: Calle 42 Sur # 81A-50
Localidad: Kennedy
A cinco cuadras de la gigantesca Central de Abastos de Bogotá se ubica una pequeña plaza de mercado semioculta por la estación de Bomberos y la estación de Policía: la plaza de Kennedy, fundada el 18 de julio de 1971, un año antes que Corabastos, por la EDIS. Tiene un área de 3.830 metros cuadrados, que se apro-vechan al máximo, como si se tratara del juego Tetris: fue dividida casi con regla y la distribución de los puestos en el rectángulo tiene su lógica. Al fondo de la plaza están las carnicerías; en el centro, las frutas y verduras. En el resto se distribuyen los puestos de artículos de hogar, hierbas, mascotas y florerías. En una esquina hay un puesto de promoción de lectura: Paradero para Plazas para Libros.
Bajo la protección del altar a la Virgen del Carmen se encuentra la zona de restaurantes, donde todas las mañanas los bomberos y policías desayunan arepa con queso, lo único en la plaza que se podría llamar “producto característico”.
Abraham Quimbayo recibió una distinción por sus 41 años de trabajo en la plaza de Kennedy. “Antes las pla-zas eran rotativas, los lunes yo tenía un puesto en Las Ferias o en el 12 de Octubre, los martes en Zipaquirá, y así”, y asegura que de esa forma lograba vender más. “El 251 siempre ha sido mi puesto”, comenta, y aun-que su trabajo es vender yuca y plátanos, que muchas veces vienen con tierra, luce impecable.
María Antonia Mendieta, que también está en la plaza desde su fundación, vende artículos para el hogar, y dice que los administradores de la plaza son responsa-bles del bajón de las ventas. “¿Cómo van a entrar los compradores si clausuraron una puerta?”, dice refirién-dose al acceso cercano a la estación de Policía, cerrado por causa de una humedad en el techo, el cual amenaza con desplomarse. Esta entrada también es la zona de descargue de los alimentos. María Antonia comenta que la plaza “se ha desocupado, se han ido muchos de no-sotros”, y aunque se ve solitaria un domingo, los viejos vendedores siguen en su rutina de cargue y descargue, de conversaciones a grito, de complicidad en las duras y en las maduras…
Abraham Quimbayo.
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La plaza obreraTexto y fotos: Felipe Villadafelipe [email protected]
Plaza: La Perseverancia
Ubicación: Carrera 5 # 30A-30
Localidad: Santa Fe
El barrio La Perseverancia fue construido por el alemán Leo Kopp en 1889, para albergar a los trabajadores de su fábrica de cerveza Bavaria, pero la plaza del primer barrio obrero se construyó décadas después.
“Se dio principio a esta plaza el 8 de diciembre de 1940, siendo alcalde de la ciudad Germán Zea Hernán-dez”, reza una pequeña placa de piedra ubicada en una de sus esquinas. Claro que anteriormente la plaza estaba ubicada frente a la fábrica de la avenida 7ª. Durante mucho tiempo recibió a campesinos de Chía y otros pueblos de La Sabana que llegaban a vender sus productos. Hoy se surte principalmente de Corabastos, y las flores llegan de la plaza de Paloquemao.
Se trata de una pequeña plaza de 1.090 metros cuadrados en los que alberga 32 puestos de líchigo —verduras, hierbas y frutas—, 6 de carnes y 4 de granos. La nave central del edificio está destinada casi exclusivamente a zona de comidas, que ocupa más espacio que los puestos de mercado. Corredores estrechos y oscuros, estructuras de madera enclen-que y un techo de teja de aluminio conforman el panorama. Los nueve restaurantes constituyen el
patrimonio gastronómico de la plaza. No solo se des-tacan por la variedad y el precio de los platos, sino también por su buen servicio. Entre las preparaciones más destacadas están el caldo de costilla, el ajiaco santafereño, los tamales tolimenses, el albondigón de Marta Forero, las arepas de maíz de peto de Berta Segura, las empanadas de Gioconda Cajiao y las arepuelas de Yolima Barbosa o ‘Yoli’, como la llaman todos en el lugar.
A las doce del día, los comensales invaden los come-dores. En su mayoría son obreros, vecinos del barrio y operarios de la plaza y sus familias, que saben que allí pueden encontrar un rico almuerzo por $5.000 con jugo incluido.
Pero los restaurantes no son los únicos exitosos; entre los puestos de mercado sobresale el de don Paquito, que abastece con frutas y verduras a varios restaurantes del vecino barrio de La Macarena. Por ello, para Néstor Cas-tro, cocinero de La Juguetería, restaurante del sector, la plaza de La ‘Perse’ es “un rincón bien guardado de Bogotá”. Y, a diferencia de todas las otras plazas, está resguardado por el Sagrado Corazón de Jesús.
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La celebración de la fiesta de la Virgen del Carmen duraba hasta tres días. “Las ‘alférez’ de la Virgen organizaban una procesión, traían una banda, obras de teatro y nos daban almuerzo a todos”, recuerda con nostalgia Luz Marina Laverde, quien vende flores en la plaza hace 39 años. Ella sueña con ser la dueña de la plaza que le dio para tener “una casa, un carro cero kilómetros y viajar”.
Plaza BonitaTexto y fotos: Diana [email protected]
Plaza: Fontibón
Ubicación: Carrera 103 # 26-71
Localidad: Fontibón
Los colores amarillo, azul y ladrillo de la fachada le dan un toque único a la plaza de Fontibón, reconocida como una de las más bellas y organizadas de la ciudad, y construida por la EDIS en 1968.
“Recuerdo que para el 68 se construyó la planta baja de esta plaza, en la alcaldía del doctor Virgilio Barco”, cuenta Luis Enrique Suárez, un boyacense de cabello canoso y bata blanca, que lleva 47 años trabajando en la venta de frutas.
Nora Ladino representa la tercera generación de su familia que trabaja en el negocio de frutas. “Mi mamá ha trabajado toda la vida acá. Ella cargaba con nosotros para todo lado porque en esa época no existía eso del jardín. Cuando tenía siete años, empecé a ayudarle a atender y a empacar. La vida de nosotros fue muy bonita, en medio de mucha comi-da”, asegura. Para ella son inolvidables los primeros empaques en guadua para frutas y verduras, cono-cidos como petacas, pues cuando era una niña les servían de cama a ella y a sus hermanos. Mientras toma un café, Nora recuerda a Fontibón como ese viejo pueblito que, antes de convertirse en localidad, “solo contaba con la plaza; no había ni supermerca-dos, ni ‘frúveres’, ni tiendas”.
“La motivación de mi vida es esta plaza, y así yo esté enferma, vengo a trabajar porque no sirvo para estar acostada en la casa”, dice Gloria Sastoque, que lleva 35 años en su puesto de flores. De sus primeros años en la plaza, Gloria recuerda el gran basurero que había: “El olor era espantoso; y cuando la EDIS dejó esto tirado, entre 10 compañeros cogimos el control y empezamos a cuidar que no se nos metieran los ladrones. Nos dimos cuenta de que eran camionetas de empresas y del aeropuerto las que botaban la basura, y acabamos con eso”.
Tras su reconstrucción en 1997, la plaza de Fontibón quedó organizada de tal forma que en el primer piso están las secciones de verduras, carnes, pollos, pesca-dos y tubérculos; en el segundo, las de frutas, huevos, plantas, flores, hierbas aromáticas, productos esoté-ricos y artesanías. Además, cuenta con parqueadero y plazoleta de comidas.
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El jardín de PaloquemaoTexto y fotos: Susana [email protected]
Plaza: Paloquemao
Ubicación: Calle 19 # 25-04
Localidad: Los MártiresPlaza con cachéTexto y fotos: Paola Fló[email protected]
Plaza: Codabas
Ubicación: Central de Abastos del Norte
Carrera 7ª # 180-75
Localidad: Usaquén
Como si fuera una multinacional, la plaza de mercado de Codabas se caracteriza por la pulcritud de los tenderos con delantales impecables, los televisores plasma y una Gerencia que promueve las comunicaciones externas e internas para darle ‘caché’ a este mercado silencioso y or-denado, con precios más altos que los de las otras plazas.
“La idea de tener una plaza de mercado organizada y aseada no comenzó en 1995, cuando se fundó, sino hace poco, cuando la gerencia y los tenderos quisieron darle este estilo”, explica Ana María Siachoque, em-pleada de un puesto de frutas y verduras.
En los baños, al lado del altar de la Virgen María, se leen letreros que dicen: “Es obligatorio lavarse las manos”, frase que simboliza el ambiente, y se ven señoras elegantes recorriendo la plaza como si estuvie-ran de shopping en un centro comercial.
Marco Dueñas, dueño de un puesto de aguacates, explica que el orden no solo es una característica de la plaza, sino que también de él, pues, además de tener una minioficina detrás del puesto de aguacates criollos, su negocio se expande a los puestos de venta móviles de aguacate ubicados en la calle. Mientras que para Ana María y Marco la limpieza hace parte de las exigencias que demanda un cliente del norte, para Elsa Supelano, otra tendera de la plaza, “la limpieza es ley del gerente, pues acá todos los lunes debemos recoger la comida de las canastas para fumigar”.
Codabas, como otras plazas, tiene carnicería, venta de huevos y puestos especializados en jardinería, que ofrecen asesoría y servicio de instalación de fuentes, arreglo de jardines y cultivo de flores. Por su agradable imagen fue elegida para grabar escenas de la novela Pedro el Escamoso, como recuerdan con orgullo algu-nos vendedores.
Esta plaza, que debe su nombre a un árbol quemado que estaba sembrado en la avenida 19 y que era emblemático en el sector, fue construida en 1962 por los arquitectos Dicken Castro y Carlos Mosseri. Allí se mezclan los olores a flores, hortalizas, pescado, cebolla y papaya en un área equivalente a cuatro manzanas. Valga recordar que en el edificio del departamento Administrativo de Se-guridad (DAS), al frente de la plaza, Pablo Escobar puso una bomba en diciembre de 1989, hecho que, aparte de las muertes, los heridos y los estragos que causó en el sector, ahuyentó a muchos de los venteros.
La sección de flores, especialidad de la plaza, tiene más de 50 variedades que llegan todos los días de cultivos de la Sabana: rosas, girasoles, lirios, violetas y capuchones, por nombrar algunas. En la sección de vegetales y frutas, trabaja Javier, un “peón”, como se denominan entre ellos, que desde niño trabaja de cotero. Llega a las 4:00 de la mañana, cuando la abren. “Aquí no hay un contrato permanente, sino que toca rebuscárselo todos los días”, dice. Y a la sección de pescado llegan pescados de todos los rincones de Colombia: del Magdalena, de la costa Pacífica y del Caribe. En la parte de artesanías todo está ordenado y limpio. Dependiendo de las festividades —Día del Amor y la Amistad, Navidad o Halloween— cambian los colores. Aquí se puede encontrar desde vasijas de barro hasta artesanías de vidrio soplado y jarrones para arreglar las flores que se consiguen en el mayor centro de acopio del país.
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Yerbatero, a tus hierbasTexto: María José Ardila [email protected]
Fotos: Ingrid González
Plaza: Samper Mendoza
Ubicación: Carrera 25 # 22A-73
Localidad: Los Mártires
En el centro de acopio de hierbas medicinales y aromá-ticas más grande de Bogotá, las ‘maticas’ no se rezan, tampoco se pregonan sus propiedades para quitar el mal de amores, mucho menos los dolores, como dice Juanes; aquí las ‘maticas’ solo se venden.
La plaza comenzó como central de abastos en 1935, y se especializó en hierbas hace 20 años, después de que su vecina, la de Paloquemao, lo hiciera con flores, fru-tas y verduras. Pedro Leonidas Alarcón es un santande-reano que llegó en 1948 al Samper Mendoza. Recuerda que en ese tiempo la plaza se llamaba El Nordeste, como el barrio. Después lo bautizaron Samper Mendoza en memoria de quien piloteaba el avión en el que murió el cantante argentino Carlos Gardel. Pedro negocia con gallos de pelea, pero ahora solo le quedan 4 de los 92 que alguna vez tuvo. Dejó las peleas porque su hija mayor lo puso a escoger: “Papá, sus gallos o yo”.
La plaza Samper Mendoza funciona en un perfecto caos en torno al altar de la Virgen del Carmen. La gran ma-yoría de vendedores no tienen local y exhiben sus pro-ductos en el piso. En medio del bullicio se puede escu-char a Luis Alfredo López gritar: “¡Compre barato, casi que regalao!”. Este expendedor de frutas y verduras, que lleva cerca de 50 años trabajando entre las plazas Samper Mendoza, La Concordia y Las Cruces, dice que la vida independiente es lo que le ha dado de comer. Pero como todo pasado fue mejor, López cuenta que “en ese tiempo las plazas se mantenían llenas, venía gente del campo y de todas partes, pero eso se acabó”.
Lilia Silva, dueña de “la tienda que vende de todo”, lleva trabajando allí 18 años, cuando la plaza era muy lucrati-va en los puestos de abarrotes. Dice que cambió porque los almacenes de cadena les montaron la competencia.
Los días de más movimiento son los lunes y los jueves en la noche. El mercado empieza a las 8:00 de la noche y termina a las 5:00 de la tarde del día siguiente. “Aquí sumercé llega a la una de la ma-ñana un martes o un viernes y no encuentra dónde parquear su carro, esto está lleno. Pueden venir acá más o menos entre 1.200 y 1.500 personas en estos dos días”, cuenta Lilia. Prueba de que estas hierbas sí transportan a paraisos medicinales.
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Plaza presidencialTexto y fotos: Jessica [email protected]
Plaza: Carlos E. Restrepo
Ubicación: Carrera 19 # 18-51 Sur
Barrio: Restrepo
Localidad: Antonio Nariño
Pedro Antonio Torres, dueño de un granero desde cuando se abrió la plaza, el 4 de julio de 1964, cuenta que el lugar conserva la fisonomía original: un labe-rinto de puestos en el primer piso, y en el segundo piso, restaurantes, artesanías, aves y mascotas.
Hace más de 50 años en ese terreno funcionaba un parque infantil con una pequeña escuela distrital rodeada de casetas donde vendían aves y mercado fresco; luego se construyó la plaza en homenaje al trigésimo presidente de Colombia, Carlos E. Restrepo. Hoy en día, los 100 locales de la época se multiplica-ron por siete.
Quedan huellas del paso del tiempo en los pisos rotos y desgastados, las paredes craqueladas y manchadas por la humedad y los trozos de madera y basura repar-tidos en las escaleras; pero en el exterior, centenares de locales forman un concurrido punto comercial en el barrio Restrepo.
Juan David Hurtado, de 75 años y vendedor de masco-tas, afirma que el lugar es famoso por el surtido en ar-tesanías, animales y ensaladas de frutas : “Son las tres vainas que la gente más viene a mirar y a comprar; además de que se consigue buen mercado y fresquiti-co… Aquí madrugan y se trae todo de Corabastos. La gente viene y hace mercadito, llevan todo; si les sobra plata, ¡pues compra pájaros, ratones, conejos…!”.
Si bien las ventas han caído durante los últimos dos años —a excepción de la época navideña—, todos deben pagar arriendo, luz y agua del local. Pero, igual que Pedro Antonio Torres y Mercedes, su es-posa, Juan David cuenta con sus hijos para manejar el negocio familiar: “Yo quiero mucho esta plaza, aquí he podido sostener a mi familia, pagar estu-dios a mis hijos y ahora ayudar a mis nietos”, dice sonriente, mientras afirma: “¡El que trabaje aquí es porque es honrado!”.
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Verdeque te quiero verde
“Bésame, soy irlandés”, “la suerte del irlandés”, cerveza en cantidades, tréboles de cuatro hojas, música, baile, verde por doquier, duendes y hadas son algunos de
los imaginarios sobre la gran isla esmeralda, Irlanda, y sus habitantes, de los que tenemos una representativa colonia en Bogotá que se reúne para celebrar la fi esta de
san Patricio, el 17 de marzo.{“Bésame, soy irlandés”, “la suerte del irlandés”, cerveza en cantidades, tréboles {“Bésame, soy irlandés”, “la suerte del irlandés”, cerveza en cantidades, tréboles
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san Patricio, el 17 de marzo.
Texto y fotos: Alejandra Pinilla [email protected]
Músicos en la celebración de San Patricio.
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San Patricio es el santo patrono de Irlanda y durante años fue para nosotros solo el nombre de un colegio bogotano, que no fundaron los irlandeses. Sin embar-go, con la llegada del pub irlandés a Bogotá, se fue popularizando la tradicional fiesta que durante años celebraron las estudiantes del colegio San Patricio. Así es como la semana del 17 de marzo cientos de entusiastas se visten de verde y desempolvan sus som-breros de duende para ir a bailar dando saltos al son de una canción de punk irlandés o de una melodía de violín, disfrutando de cerveza verde o de whisky.
Claro que las celebraciones empiezan desde mucho antes. Este año la primera expresión fue el flashmob (multitud instantánea), realizado el 28 de febrero por el patrocinador Jameson Whisky; el 14 de marzo se empezaron a ver los primeros atuendos verdes, tré-boles y sombreros de duendes. La fiesta arrancó a las dos de la tarde, y a las seis la música ya se podía oír a cuadras de distancia. Al ritmo de la banda bogotana Shamrock Wings, la gente bailaba con su mejor estilo irlandés, y aparentemente no había espacio para nadie más dentro del Irish Pub, en la Zona T.
Una vez adentro, se podía tomar cerveza verde (cerve-za rubia teñida con colorante), whisky o cualquiera de las bebidas de la carta. Además, se podía buscar al en-cargado de pintar a los asistentes y pedirle un trébol, sencillo o con escarcha. El pub festejó hasta después de la medianoche y contó con las presentaciones de Elvis Ate my Baby, Globos de Aire y Linus, así como música y danza tradicional celtas.
El jueves y el viernes también se ofreció cerveza verde y la gente empató con el gran día: el sábado 17 de marzo. Este año, como novedad, san Patricio fue homenajeado no solo en el pub irlandés, sino también en Hard Rock Café y La Villa. La Zona Rosa estuvo invadida de verde, así como Usaquén. London Calling, Eight Bells y el pub irlandés ofrecían cerveza verde, pero la gran celebración fue en el pub, donde al son de Espíritu Celta el público se deleitó con música irlandesa. Un grupo de amigos con atuendos que ase-mejaban la movida punk irlandesa se animaron a bailar cuando ‘Filsoleil’ y su banda cantaron Drunken Sailor; instantes después, un irlandés de 63 años, que estaba visitando a su hijo residente en Bogotá, bailó con auténtico estilo, moviendo únicamente los pies y sin soltar su pinta de cerveza verde. En cualquiera de los escenarios se podían encontrar irlandeses y británicos.
El legado irlandés
Estefanía Reyes, exalumna del colegio San Patricio, tiene tatuado un trébol en su pierna y siempre asiste
a la fiesta: “San Patricio evangelizó Irlanda y para ello utilizó el trébol, la planta nacional, para explicar la Divina Trinidad en un solo ser: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La celebración se hace el 17 de marzo, día de su muerte, de una manera pagana: con cerveza verde, duendes, tréboles de cuatro hojas y música”.
En Bogotá hay desde un consulado honorario de Irlanda, ubicado en la avenida Las Américas con calle 56, hasta referentes sutiles, como el logo de Licores Alpenhaus, en la carrera 7ª con calle 41: un duende tocando violín con un trébol en su sombrero.
Los primeros irlandeses de los que podemos dar cuenta en tierras colombianas son los que pertenecían a la Legión Irlandesa, quienes a comienzos del siglo XIX tuvieron una importante participación en la guerra de Independencia junto al ejército de Simón Bolívar. John Devereux, Daniel O’Connell o Daniel Florence O’Leary se aseguraron un lugar en la historia colombiana.
Estatua del irlandés O'Leary en el barrio Quesada, Teusaquillo. Músicos en la celebración de San Patricio.
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O’Leary es tal vez uno de los irlandeses más mencio-nados en los relatos históricos y aún hoy podemos ver rastros de su herencia tanto en Bogotá como en otras ciudades del país. O’Leary murió en la capital el 24 de febrero de 1854, luego de vivir entre Europa y Sura-mérica; sus restos fueron trasladados años después a Caracas, para que reposaran cerca a los del Libertador. El irlandés tuvo nueve hijos, incluso a uno lo bautizó Simón Bolívar O’Leary, y algunos de sus descendientes aún residen en Bogotá; no es fácil rastrearlos, pero se sabe, por la donación de unas de sus pertenencias al Museo Nacional, que algunos llevan el apellido Cantillo. De O’Leary hay un busto en Teusaquillo y las conocidas Memorias del general O’Leary, con su relato sobre la guerra de Independencia.
Teniendo en cuenta que Irlanda perteneció a Gran Bretaña desde 1801 hasta 1922, el legado irlandés se aprecia en el cementerio británico, ubicado en la calle 26, junto al Cementerio Central. En los pilares del arco de la entrada hay unas placas grabadas en piedra; en una de las inscripciones se lee: “A la memoria ... del capitán Charles Smith, natural de Irlanda, muerto a los 63 años en Bogotá, el 3 de Abril de 1853”. Además, dentro del cementerio se pueden encontrar inscrip-ciones como "Agnes Conley, Lissnafi llan, Irlanda 1868-Bogotá 1945” y “Marie Carrick O’Connor, 26 de marzo 1912-10 de marzo 2003”, que dan cuenta de las nuevas generaciones de irlandeses.
Recordaba Germán Arciniegas el 6 de agosto de 1998 en su columna de El Tiempo que míster Cocklin, un irlandés que llegó a Colombia en la primera mitad del siglo XX, “descubrió algo que nosotros sabíamos de memoria: que no hay agua más pura en el mundo que la del chorro de Padilla. Pero lo impresionó tanto el descubrimiento que se quedó defi nitivamente en Colombia hasta su muerte. Pensó que no podía volver a tomar ninguna otra agua del mundo distinta de la de nuestro chorro”.
Sláinte
Para muchos, Irlanda es sinónimo de cerveza y este imaginario no es del todo equivocado. Para compro-barlo, contamos con más de un pub en Bogotá con características irlandesas tanto en la decoración como en sus menús y bares. La palabra pub viene de public house y es un lugar de reunión; tal vez el más conoci-do en Bogotá es el Irish Pub, abierto en el 2001 como un pequeño y modesto bar.
"Una bebida precede a una historia", reza un prover-bio irlandés y esta no es la excepción. Un empresario colombiano, con conocimiento de la industria de ali-mentos y de la elaboración de cervezas; un administra-dor, de padres irlandeses, con experiencia en pubs del Reino Unido; una talentosa diseñadora de interiores, también de ancestros irlandeses y con una experiencia
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exitosa en el conocido BBC, se unieron para fundar este bar. Allí encontramos cervezas de origen irlan-dés, cerveza artesanal hecha en Bogotá y variedad de whiskis. En el pub se puede leer, jugar ajedrez, pasar un buen rato con los amigos, ver partidos de fútbol o simplemente tomarse una cerveza acompañada de fish n’chips (tiras de pescado acompañadas de papas).
Aunque parezca un ambiente típicamente irlandés, Gordon Hanlon, irlandés radicado en Bogotá des-de el año pasado, dice que es un pub más al estilo norteamericano. Al pasar los años se han abierto en la ciudad otros con el mismo estándar: Eight Bells y London Calling, en Usaquén; más adelante, un segundo pub irlandés en este mismo sector, e incluso en La Macarena encontramos el Restaurante Cervecería Irlandesa, entre otros. En cada uno de estos estableci-mientos encontramos cerveza Guinnes, Murphy’s, whis-ky y platos como shepard’s pie, cacerola con carne, zanahorias y papas, así que aunque no sean realmente fi eles a los pubs de origen irlandés: sláinte! para todos ustedes, que quiere decir salud en irlandés.
“No hay suerte, sino disciplina”
En Bogotá hay diferentes manifestaciones de arte ir-landés. Para empezar, está el Fillum, un festival de cine realizado entre el 31 de octubre y el 4 de noviembre del 2011, dedicado a la fi lmografía de ese país. La iniciativa fue de Aine Ni Fhaolain, realizadora de documentales
y de videoarte de Galway, Irlanda. El evento estuvo abierto al público, con entrada gratuita, y contó con la fi nanciación de dos organizaciones gubernamentales irlandesas y de la embajada irlandesa, entre otros.
En cuanto a la danza, inmediatamente pensamos en espectáculos como Riverdance y hermosas pelirrojas rizadas dando pequeños saltos al ritmo de música celta, vestidas con trajes cortos y zapatos que tapean contra el suelo. En Bogotá existen academias como Petipa, donde se dictan cursos de danza irlandesa para jóvenes y adultos. Los cursos, en horario nocturno, los dicta Daniela Sandoval, quien ha estudiado danza en Dublín y se ha presentado en concursos interna-cionales de danza irlandesa alrededor del mundo. En el 2010, Francisca Sánchez, que también estudió en Dublín, dictó un taller de baile tradicional irlandés en la Casa Tonal de Chapinero Alto. El taller incluía ceili dancing y set dancing, danzas grupales irlandesas difundidas en fi estas y festivales tradicionales.
Y como la danza precisa de la música, encontramos agrupaciones como Espíritu Celta o Shamrock Wings. Este último es un conjunto reconocido por sus cons-tantes presentaciones en el pub y los ensayos domi-nicales al aire libre en Usaquén. Se han presentado en los recorridos navideños en Bogotá, ofreciendo vi-llancicos al son de la gaita y el violín, y en diferentes bares de Bogotá. Sus cinco integrantes son entusiastas de Irlanda, ya sea por convicción o por su origen ir-landés. El grupo nació de la costumbre de unos amigos de reunirse a tocar música irlandesa y poco a poco se fue consolidando. El año pasado fueron invitados a participar en el día de san Patricio y ofi cializaron la banda. Felipe McBride, pelirrojo de ancestros irlande-ses y escoceses, es el líder del grupo.
Espíritu Celta es el grupo de Andrés Salamanca o ‘Fil-soleil’, como se le conoce en la movida celta bogotana, que ensaya y se presenta en una casa de La Candelaria con funciones temáticas en las que mezclan la decla-mación, el teatro, la danza y la música. Espíritu Celta hace parte de un proyecto cultural musical que ofrece un acercamiento a rituales y costumbres celtas. Este año también hicieron parte de la programación de san Patricio en el pub irlandés.
María Carolina Arango era, junto con Salamanca, instrumentista de Awen y actualmente es profesora de violín irlandés y agente musical en Dublín. Graduada de la Universidad Javeriana en Artes visuales, luego se especializó en violín irlandés en la Universidad de Li-merick, en Irlanda, donde vive hace seis años. Ella fue la conferencista invitada al taller de violín irlandés del programa de educación continua de Artes Visuales de la Javeriana, en marzo pasado.
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Y si el arte exige disciplina, también el deporte. En años recientes se ha popularizado el rugby en Bogotá, que aunque no es de origen irlandés, goza de gran acogida en ese país. En la capital hay diferentes equipos: independientes, de universidades e incluso de colegios. Equipos como Carneros de los Andes, Uniandes o Barbarians son los más conocidos. Y para estrechar la relación con Irlanda, el entrena-dor de Barbarians R. C. es Gordon Hanlon, irlandés de 26 años, que empezó colaborando en algunos entrenamientos y jugando en el equipo y luego fue nombrado entrenador de la selección de Bogotá. Para Hanlon, este es su trabajo de medio tiempo, y el restante lo dedica a una empresa de turismo.
Por otro lado, en Irlanda se llevará a cabo este año el mundial junior de ultimate frisbee organizado por la World Flying Disc Federation (WFDF). Camilo Andrés Ortiz, estudiante de la Javeriana y jugador de ultima-te, comenta que este es un torneo que se realiza cada dos años y que este año se celebrará entre el 12 y el 18 de agosto en Dublín. “Participan selecciones nacio-
nales con jugadores de 19 años o menos; en Colombia la asociación de jugadores de ultimate (AJUC) realizó un proceso para poder llevar jóvenes a este torneo”.
“En Irlanda no tenemos ‘guaro’”
En junio del 2011, Gordon Hanlon llegó a Colombia a hacer un voluntariado en Soacha, construyendo escuelas para la compañía Emerging Voices, con la que estuvo dos meses, durante los cuales construyeron dos pisos de un colegio en ese municipio. Hanlon alterna-ba el trabajo con salidas a bailar reggaeton y a tomar ‘guaro’. En septiembre del mismo año, enamorado de este país, volvió para radicarse en Bogotá.
Hanlon es originario de Dublín y cuenta que lo que más le gusta de Colombia es “la vida en general, el cli-ma, poder entrenar rugby, la comida, las frutas… pero no la arepa. La fruta aquí es mucho mejor, pero no me gusta el chocolate; lo que sí no tenemos en Irlanda es ‘guaro’, salsa ni reggaeton”.
Slán go fóill (por ahora, adiós).18 de agosto en Dublín.
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Ana Zakzuk, disfrutando de la cerveza verde.
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patriMonio**
Empanadascentenarias
Atravesando caminos de herradura llegaban los santafereños a veranear en Chapinero. Entre los pocos atractivos que podían encontrar estaba el
restaurante de Margarita Arenas de Ángel y sus dos hijas, Bernarda y Elisa, quienes desde 1902 hicieron famosas sus empanadas.{
Texto: Jimena Sterling [email protected]
Fotos: July Guerrero
Fachada sobre la calle 62.
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La casa de adobe del restaurante Las Margaritas se construyó en 1915 en la calle 62 con carrera 8a, en un lote de 600 metros cuadrados que le costó a Margarita Arenas de Ángel $70.000. Antes, ella y sus dos hijas ofrecían servicios de banquetes para la alta sociedad en el barrio Las Nieves, del centro de Bogotá.
“Como estamos hablando de la época del Antiguo Testamento, no había molinos de piedra para macerar y sacar harina o masa de maíz para las empanadas. Entonces, tocaba sumergir el maíz en agua durante dos o tres días y cuando estuviera bien blando, se maceraba en estos pilones de madera”, muestra Julio Ríos, actual dueño del restaurante, mientras señala los pilones que conserva, como piezas de museo, en mitad del restaurante.
Su padre, quien llevaba el mismo nombre, se casó con Elisa Ángel y al enviudar, en 1942, se hizo cargo del restaurante fundado por su suegra. Tres años des-pués se casó nuevamente y tuvo un hijo que estudió ingeniería industrial en la Universidad de Texas y asumió las riendas del negocio familiar en 1994, tras la muerte de sus padres.
Clientela de cinco generaciones
Julio Ríos, bogotano de pura cepa, se dio cuenta de que Las Margaritas representaba no solamente su historia personal, sino también la de sus clientes chapinerunos, quienes transmitían de generación en generación la tradición de almorzar allí en familia. Orgulloso de su clientela, afirma: “Mis antepasados comenzaron a verse rodeados de la crema y nata de la sociedad, y seguimos con los herederos y las cuartas y quintas generaciones de los primeros clientes que venían acá”.
En las épocas de esplendor de Chapinero —primera mitad del siglo XX—, se dejaban caer por Las Marga-ritas Andrés Samper Gnecco, padre de Daniel Samper Pizano; Leo S. Kopp, fundador de Bavaria; Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno; el expresidente Mariano Ospina Pérez y su esposa, Berta Hernández; todos clientes fieles de los tamales y las empanadas.
Entre sus comensales más antiguos se encuentra José Félix Patiño, médico cirujano cofundador de la Funda-ción Santa Fe de Bogotá y exrector de la Universidad Nacional. “Recuerdo que desde mi época de colegio, mi tío Carlos Kopp, hijo de Leopoldo Kopp, el fundador de Bavaria, nos llevaba a Las Margaritas a comprar las empanadas, que ya eran famosas en Bogotá”.
Patiño recuerda también que sus compañeros del Gimnasio Moderno iban con él los domingos a comer
A la izquierda, Alicia Camacho, la esposa de Julio Ríos, los dueños de Las Margaritas.
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las tradicionales empanadas. “Las Margaritas es una de esas instituciones bogotanas tradicionales, y allá siempre te vas a encontrar personalidades. Recuerdo que D’Artagnan, el periodista de El Tiempo, era uno de los clientes más asiduos. Si tú vas al restaurante ves en las paredes recortes de periódicos de todos los políti-cos y de la gente importante porque Las Margaritas es patrimonio de los bogotanos”. Y al preguntarle sobre el secreto del lugar responde: “El secreto es que ha man-tenido el sabor de las empanadas. Si tú le preguntas a cualquier bogotano cuáles son las mejores empanadas en Bogotá, te va a decir que las de Las Margaritas. Y si le preguntas al papá de él, o al abuelo, van a decir lo mismo”, concluye.
Mario Villegas, sobrino nieto de Alfonso Villegas Restrepo —fundador de El Tiempo en 1911—, es clien-te fiel del restaurante y cuenta con ánimo festivo: “Mis abuelos venían con mi papá a caballo, en carroza, en tranvía. Aquí se reunían los domingos las familias cachacas a saborear la comida típica y las empanadas, cuya receta yo creo que no ha cambiado en más de cien años”. Las empanadas son lo que más atrae a Villegas:
“A mí me parecen deliciosas; vengo de mañana cada quince días, con mis hijos; aunque la comida típica es excelente —la sobrebarriga, el cuchuco con espinazo, la lengua y el ajiaco santafereño—, hay algo en las empanadas que no conoce nadie, es una receta como la de Coca-Cola, totalmente secreta”.
Pero como los secretos se filtran, se puede afirmar que lo característico de las empanadas de Las Margaritas es su masa amarilla y crocante —por el aceite de cerdo en el que se fríen—, el relleno de carne con arveja, su pequeño tamaño y sus puntas cuadradas.
Miriam Estela Garavito, sobrina nieta del astrónomo Julio Garavito Armero, piensa que nada ha cambiado en tantos años y recuerda con gratitud aquellos días de su infancia en los que jugaba con Julio Ríos en el piso de Las Margaritas. “Nuestros padres siempre nos traían los domingos. En la iglesia de Lourdes se celebraba una eucaristía a las 11:15 de la mañana, y era religioso salir de allá para venirnos acá a almorzar; tradición que han mantenido mis hijos, mis nietos y todos mis familiares”.
Interior de Las Margaritas, decorado con fotografías antiguas y recortes de prensa.
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Desde 1988, Blanca Rosa Restrepo es otra de las clien-tes que frecuentan con su familia la casona de estilo colonial. “Hemos venido a almorzar con toda la fami-lia, con los hijos, y ahora con el nieto, por tratarse de un restaurante de comida típica colombiana”, afirma.
La preparación de las empanadas, que toma entre dos y tres horas, está a cargo de Mauricio Arias, quien lleva trabajando en Las Margaritas seis años. Afirma que al día preparan de 600 a 1.200 empanadas, según la de-manda. Junto a Mauricio, se encuentra Clara Inés Gar-cía, la jefe de cocina del restaurante. “A mí de martes a domingo me toca preparar el ajiaco, la mazamorra, el cuchuco, los huesos de marrano, el bagre y la sobreba-rriga, así como fritar las empanadas”, explica. Aunque Clara Inés está entre semana, los sábados, domingos y festivos tiene el refuerzo de otra cocinera. Gracias a ellos, “los platos santafereños no han variado nada, tienen la misma sazón original”, como subraya Ríos.
Si bien el restaurante abre solo seis días a la semana, de martes a domingo, la jornada de Julio Ríos es in-tensa. Desde las 6:00 de la mañana está en el restau-rante, atendiendo las necesidades y la preparación del
menú. A las 11:00 de la mañana abre las puertas de Las Margaritas, para cerrarlas nuevamente a las 4:00 de la tarde, pero el olor a empanadas recién sacadas de la sartén impregna las paredes del lugar, decorado con fotos antiguas del restaurante y de Chapinero, pero so-bre todo con los mensajes agradecidos que dejaron sus clientes, una memoria invaluable, donde se leen frases como esta: “Recuerdo de mis visitas engordadoras a Las Margaritas, desde 1955”, del expresidente Ernesto Samper Pizano, cliente asiduo, como su papá.
El altar del sabor tradicional.
Julio Ríos frente a una canasta de las famosas empanadas.
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Los hechizos de
CélicoEn la carrera 8ª con calle 15, en el Centro Cultural del Libro, funciona desde 1996 la Librería Merlín, donde su propietario, Célico,
puede descubrir entre miles de títulos el que busca un cliente, como un mago que destapa la carta elegida. {En la carrera 8ª con calle 15, en el Centro Cultural del Libro, {En la carrera 8ª con calle 15, en el Centro Cultural del Libro,
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Texto y fotos: Gabriela Santamarí[email protected]
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La primera vez que, casi por error, terminé deambulan-do por los estantes de la librería de viejo, estaba vacía. No se escuchaba ningún ruido, no había vendedores ni compradores a la vista y el lugar encerraba misterio con sus omnipresentes libros, pero inexistentes almas. Caminé un poco más hasta una oficina debajo de unas escaleras de madera de sospechosa resistencia.
Allí, sentado, entre libros y papeles, bajo la luz amarillenta de una vieja lámpara, estaba Célico. En la “oficina”, cubierta de papeles apilados sobre el piso, el librero, un hombre delgado, de pelo largo y negro, leía concentrado. Al parecer, no notó mi presencia porque no levantó los ojos de su lectura.
“Disculpa, ¿me puedes ayudar?”, le pregunté. Subió la mirada lentamente. Me vio, pero no me dijo nada.
Finalmente, me contestó con una voz suave y ronca. Me preguntó qué necesitaba y volvió a ensimismarse en el catálogo de su mente. ¿Cómo será? ¿Se parecerá a la librería?
Si es así, la mente de Célico es una casa de tres plantas, llena de anaqueles que sostienen millares de libros, acomodados casi al azar. En las estanterías —que van hasta el techo—, no se desperdicia ningún espacio libre. Hay libros sobre las sillas, las mesas, acostados entre pequeñas ranuras e, incluso, algunos en el piso.
El edificio tiene, por lo menos, 60 años y en cada piso, cuartos en galería, que fácilmente podrían haber sido usados para un inquilinato. Hay unas imponentes es-caleras de caracol a lo largo del costado derecho, pero
Célico, camuflado entre los libros.
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están clausuradas desde el primer piso; Célico constru-yó unos andamios de metal en forma de puente para que los clientes se paseen por su laberinto de libros. En los pisos superiores hay cuartos que no tienen estantes, solo montañas de libros; Célico lo llama “des-orden”, aunque constantemente organiza. En estos mismos espacios, recostados contra las paredes, hay muchos cuadros sin colgar, pero que se ven mejor así: casualmente, descansando.
“Eso es ‘hechizo’, lo hice yo”, me explica, un rato des-pués hablando de su puente-escalera y sonríe.
Caminar por Merlín es una hazaña; en el pequeño local se debe serpentear por entre muros de libros, pilas de revistas, colecciones completas e incompletas de Cromos, El Malpensante y Alternativa, y algunos libros de gramática francesa que parecen haber sido abiertos por última vez cuando los bogotanos hablaban más francés que inglés.
Al acercarnos un poco más a los estantes, se puede ver un pequeño pedazo de cinta de enmascarar con el tema de la sección escrito. Imposible encontrar un libro. Pero Célico parece que sí supiera cómo: “No tengo El elogio de la dificultad, pero por alguna parte de la oficina ten-go los documentos del discurso de Zuleta. Espera”.
Sube a su despacho, que está escondido tras un pedazo de tela. La oficina tiene un escritorio sencillo, donde reposa una vieja máquina de escribir. En cues-tión de minutos regresa con el libro. Pero sus páginas se ven raras. El ensayo ha sido arrancado, y para poder salvar su contenido y evitar que se pierda está pegado con cinta a unas hojas blancas.
“Toma, sácale unas fotocopias y me lo devuelves”, susurra. Me siento responsable de pergaminos anti-guos. Al regresar de mi encargo, me dice que no le debo nada y que ha sido un placer ayudarme. Sin más palabras, regresa a su oficina.
Tres años después decidí volver a Merlín. Célico no parece haber cambiado mucho; solo que ahora tiene el pelo corto.
Los vecinos
Los vecinos libreros no tienen claro cuándo se abrió Merlín; tampoco saben quién es Célico; un misterio para ellos.
Jimmy Morales, de la librería Jimmy Black —quien asegura que nació “en un cajón de libros”— me dice que Merlín lleva cinco o seis años allá. Y el dueño de Árbol de Tinta, Alejandro Torres, cuenta que trabajó con Célico en la anterior sede de la Librería Merlín, que cerró en 2009. Explica que Merlín representa las
librerías del sector por su “tradición, oferta y enfoque en las humanidades”. Julia Pulido de Popul Books, menciona que Merlín “es muy linda, bien surtida y bien trabajada”, aunque admite que por el tipo de compradores y de libros que maneja (“lectores” y “buenos libros”) se parece a su librería.
Isabel Vargas lleva 20 años con Café Libros y dice que Célico es filósofo y literato, y que por eso es de los mejores libreros. Javier Ocampo, de la librería adya-cente a Merlín, cree que llevan el mismo tiempo, unos quince años.
La clientela
A las 10 de la mañana de un día entre semana, llega una mujer preguntando por el libro La isla de los
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pingüinos. Célico le responde inmediatamente que no lo tiene, pero que sabe que está en la librería de al lado. Siempre ayuda a encontrar los títulos. Eso es, después de todo, lo que hace un librero.
“Pero es que yo necesito la octava edición”, le aclara la mujer, de unos cincuenta y pico de años.
Célico sonríe y le responde: “Yo no sé de ediciones; sé que lo tienen”.
Los lunes por la mañana llegan más vendedores que clientes. Entran con sus grandes maletas y le muestran sus títulos. Célico habla con todos, se toma su tiempo y con paciencia mira lo que le ofrecen. No comprará nada porque solo les compra a distribuidores de con-fianza, pero igual los escucha.
Un vendedor que viste chaqueta roja le cuenta que está con dolor de cabeza y que es un mal día. Célico le da ánimo. Hablan un largo rato en voz baja. Por fin le dice que no le va a comprar nada y vuelve a acomodar los libros. El vendedor se pasea por el pri-mer piso y cuando cree que no lo han visto, esconde un libro en su chaqueta. Noto que Célico se ha dado cuenta. Antes de que se vaya conversa un largo rato con él de nuevo.
Después llega un hombre muy elegante. Pide con arrogancia dos libros y Célico los encuentra. Mien-tras tanto el señor se apoltrona en una silla y habla casi a gritos por su celular. Célico le entrega una primera edición de un libro de Soledad Acosta de Samper, casi inconseguible.
“Son diez mil pesos”, le dice. En esas entra un mendigo que le habla directamente al comprador.
“Tengo el ojo rojo desde hace una semana y no sé qué echarme”, dice con hablado arrastrado. En efecto, su ojo es una masa rojiza.
“No te puedo comprar nada, viejo”, le dice Célico, y el mendigo se va.
No ha terminado de cobrar cuando llegan dos jóvenes cabezas rapadas. Célico los atiende en la puerta, lo cual no es usual porque él hace seguir a todos. Revisa su material y dice: “Lo siento, pero no compro libros en portugués”. “Ah, son en portugués. No me había dado cuenta”, dice uno de ellos. Y con eso se van.
Un señor vestido con paño barato y ropas ligeramen-te pequeñas para él, entra gritando: “Buenos días”. Nadie le responde. “Qué difícil es que alguna gente responda el saludo”, dice posesionado del código de cortesía que establece que el que entra y saluda a gritos, merece una respuesta. Al final, no encuentra el libro que busca y sale. Sin despedirse, claro.
Una mujer de 40 años, que parece intimidada, se asoma a la entrada. Y dice en tono bajo: “¿Tiene El gen egoísta?”.
Célico se le acerca y le dice que no, con amabilidad. Un indigente que está cerca de la puerta masculla: “El del gen egoísta salió a mandarse hacer un masaje”…
Célico y Merlín
Aunque Célico es cortés, también es tímido, callado y distante. Parece siempre estar distraído y absorto en sus pensamientos, casi como si no estuviera intere-sado en vender. Y, sin embargo, está pendiente de todo. Se sienta en una butaca de trabajo y desempaca cuidadosamente cuadernillos de poesía de una edición coleccionable de hace 30 años.
No hay muchos que sepan algo de él, ni sus vecinos. Desconocen que estudió la carrera de literatura en la Universidad Javeriana y que hizo su tesis sobre Don Quijote. Que después se fue a Japón por unos seis meses y al regresar hizo una especialización en Lin-güística en el Instituto Caro Cuervo. Justo al terminar la especialización, Célico abrió la librería, pero me dice que no recuerda si fue en 1996 o 1997.
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“De algo se debe vivir y me gustaban los libros. Al principio empecé en el otro local pequeño y usé gran parte de mi colección personal”, cuenta. El primer local está en la misma calle, a menos de 30 metros de la actual sede. Lo cerró en 2009 y ahora solo se ocupa de esta librería gigantesca. Al preguntarle por qué no fue escritor, dice, sencillamente, que “para ser escritor se necesita disciplina, tiempo… y ser franco”, aunque me dice que alguna vez publicó un artículo en Fata Morgana, una revista de la Facultad de Literatura de la Javeriana, sobre sor Juana Inés de la Cruz.
“No hay futuro en las librerías de segunda mano”, se-gún él no hay tiempo, cantidad de personas o trabajo suficiente para reunir toda la información. “Todos los libros tienen derecho a existir”, explica; también dice que él falla al no tener un libro que le pidan porque se pierde el libro y, por ende, el tema. Sobre su trabajo diario comenta que debe estar organizando constantemente los libros. Compra aproximadamente 200 libros diarios, que debe revisar, leer e incluso hacer pequeñas reparaciones en algunos; “leo pró-logos, introducciones para el trabajo, pero no libros completos”. Después debe catalogarlos y organizarlos. Y prefiere no hablar sobre lo que lee por gusto, “es algo personal”.
Adquiere los libros de distribuidores que llegan du-rante todo el día a la librería; en menos de una hora de charla que tuvimos alcanzó a comprar 20 libros. Su criterio de compra es una combinación de varias cosas: un poco comercial, “aunque no sea el criterio de la librería”; el tema —prefiere los generales a los específicos—; nombre del autor, si es bueno y si no lo tiene. A los estudiantes les cambia libros, pero no se los compra; según él, esos libros son de ellos y de su familia y no deberían venderlos: “Los libros heredados a veces tienen algo”.
“Mi librería se ha reconocido porque suple mínima-mente una demanda de libros y eso es porque se le ha invertido esfuerzo, conocimiento; a mí no me da miedo gastarle plata a un libro”, aunque añade que su librería realmente no tiene nada. Los estudiantes son la mitad de sus clientes y muchas veces no compran, sino que usan la librería como espacio de consulta. Por ejemplo, dice que las colecciones completas de revistas casi nadie las compra; usualmente él las presta para que las lean. Y la confianza se retribuye porque “nadie se las ha robado nunca”.
Célico solo permite que lo conozcan a través de sus libros. Al salir de su local nunca dice adónde va, cuándo regresa o qué va hacer. Las personas que trabajan con él aceptan esa escurridiza presencia como algo natural. “Puedes venir y mirar cuanto quieras, pero hablar acerca
de mí, no es lo mío”, me comentó cuando le pedí una entrevista. Y de hecho, sus vendedores no hablan de él, como si lo protegieran con una lealtad muda.
Claro que a sus clientes de confianza les da el correo electrónico de Merlín, como lo reveló Óscar Domínguez en una crónica sobre “libreros de viejo”: “El cliente pregunta por equis novela y de una vez se activan las papilas olfativas que llevan al librero al sitio donde espera el ejemplar. Me sucedió cuando le pregunté a Célico —de la librería Merlín— por obras de Julio Camba. Tenía algunas. A medida que le llegan otras del español, Célico llama a su cliente. O le escribe desde [email protected]. Son las reglas de juego” (periódico CiudadViva, noviembre de 2007).
Lejos de ser aburrido, como se presentó a sí mismo antes de la entrevista, Célico es como un mago en su laberinto. Cada venta es un hechizo. “No llevo la cuen-ta, no tiene nada de consistencia… no son muchos, 40 o 50 en un buen día”. Aunque me dice que esos días no son comunes y añade de manera despreocupada: “Nunca me ha interesado hacer un promedio”. Así es él, en un mapa del tesoro hecho de libros, que se sostiene de milagro.
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]DIVINO
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El rescatador delibros
José Alberto Gutiérrez, de 49 años, más conocido como ‘el Señor de los Libros’, ha realizado el sueño de construir cerca de 15 bibliotecas comunitarias con libros recuperados
de la basura o donados por la ciudadanía, y sueña con inaugurar una biblioteca cada día, dentro y fuera de Bogotá. “Tráigame su basura y yo se la vuelvo cultura” ha sido el lema de
este gestor cultural del barrio La Nueva Gloria, en la localidad de San Cristóbal Sur.{José Alberto Gutiérrez, de 49 años, más conocido como ‘el Señor de los Libros’, ha {José Alberto Gutiérrez, de 49 años, más conocido como ‘el Señor de los Libros’, ha
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dentro y fuera de Bogotá. {dentro y fuera de Bogotá. este gestor cultural del barrio La Nueva Gloria, en la localidad de San Cristóbal Sur.{
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Texto y fotos: David [email protected]
La casa tomada por los libros.
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Por las trochas de la vereda Corrales, a una hora del municipio de Pasca, Cundinamarca, pasan a diario camiones, caballos y burros cargados con leche o víveres. El último sábado de abril de 2012, dos camio-netas transportan, en medio de la lluvia y el frío del páramo, el mejor complemento nutricional para los 32 niños que asisten a la única escuela de la vereda: libros de cuentos y textos de estudio.
El libro de los valores, de El Tiempo, sobresale entre un montón de libros regados en el piso; al lado hay uno con la imagen de León Tolstói, en otra pila hay novelas de Fernando Vallejo, matemáticas de cuarto grado, química para bachillerato… Juntos conforman una biblioteca de cerca de mil títulos, entre textos de estu-dio, literatura infantil y ciencia ficción, donados por la fundación La Fuerza de las Palabras.
“Los niños dicen que se sienten abandonados, que nunca les llegan libros”, dice Nidia Marlengo Gachar-ná, profesora de la escuela de Corrales, por eso lo que más le emocionó fue encontrar libros de cuentos: “A ellos les gusta leer, pero por la lejanía de la escuela es difícil que vengan fuera de la jornada escolar”. Los niños deben soportar el frío, la lluvia y las trochas para llegar a tiempo a sus clases, ya que la escuela se encuentra en mitad de las montañas camino al páramo de Sumapaz. “Incluso, tengo un niño que debe caminar dos horas desde su casa para llegar”, dice Nidia mientras organiza los libros junto con las hermanas Angélica y Mérilin Gutiérrez.
“El señor de los libros”
José Alberto Gutiérrez, el gestor de la Fundación, ha nacido dos veces en la vida: la primera vez, de su madre, Blanca Sandoval, y la segunda, cuando leyó Ilíada, de Homero: “Quedé alucinando, pensaba que yo también podía ser un guerrero y que los dioses griegos sí existían”. Recuerda que a sus 13 años “lo más emocionante era leer la lucha entre Héctor y Aquiles”. Ese fue su primer libro, aunque desde niño su mamá le leía cuentos de una cartilla escolar: “Ella nos enrique-cía la noche con un cuento, con una fábula, por eso es tan importante leerles a los niños de 0 a 10 años todos los días; mi madre, no estudió nada, pero nos leía todas la noches a mis hermanos y a mí. Gracias a ella llegué a apreciar la lectura”, dice José.
“Estaba el señor don gato en silla de oro sentado / luciendo medias de seda y zapatico dorado / cuando llegó la noticia de que pronto sería cazado / con una gata de Roma que conoció el mes pasado”, recita Al-berto una de las cartillas que su mamá le leía de niño.
En medio de las lecturas de El padre Sergio, de Tolstói, y El túnel, de Sábato, Alberto comenzó a trabajar como conductor en el municipio de Pasca. Su patrón pronto se convirtió en su suegro. “Ella era una mujer cam-pesina. La conocí de 16 años; todo fue para mí como un sueño”, dice al recordar la primera impresión que tuvo de Luz Mery, a quien le propuso matrimonio. “Yo le dije: ‘No tengo dinero’. Pero ella me respondió: ‘¿Sabe qué tenían mi mamá y mi papá cuando se casaron?: Una gallina’”. Con la certeza de que estarían juntos, se fueron a vivir a Bogotá, al barrio La Nueva Gloria, en la localidad de san Cristóbal, y pocos meses después, el 7 de octubre de 1985, se casaron.
Después de haberse rebuscado la vida como obrero de la construcción, José Alberto entró a la empresa Eternit como operario y siguió cultivando su pasión por la lectura. “Yo siempre les tenía libros a los hijos, les leía libros en voz alta”, recuerda.
Ojeando libros en la Feria Internacional de Bogotá.
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Salvados de la trituradora
Cuando salió de Eternit, entró a la empresa de aseo Lime, en 1997. “Dios me dio esa oportunidad; me baja-ba a ayudar a mis compañeros a romper bolsas, y ¿qué encontré? Libros en las canecas, libros en la Ciudadela Colsubsidio. A mí me dio mucho pesar botarlos a la basura”. Así comenzó su práctica de recolector.
Ana Karenina, de Tolstói, fue el primer libro que sacó de una caneca de basura: “Que ese libro se encontrara conmigo fue una sensación de felicidad, pero también de tristeza porque saber que la gente arroja libros, habiendo tantas personas que necesitan educación, es lamentable”, dice José Alberto.
Como si fuera el protagonista de la novela Una sole-dad demasiado ruidosa, del checo Bohumil Hrabal, quien pretende salvar los libros de una incineradora, José Alberto se convenció de que debía rescatar todos los libros que pudiera antes de que fueran triturados por las máquinas del relleno o cayeran sepultados bajo montañas de pañales desechables y papel que a diario botan los bogotanos. Por eso en su casa la frase “deme su basura y nosotros la convertimos en cultura” se repite como un mantra. Además de libros, la fundación recibe desde muebles viejos hasta tablas para armar estanterías.
“Yo recuerdo una vez que traté de sacar unos libros, pero la supervisora me vio y tuve que mandar toda una biblioteca a la trituradora”, recuerda, pues los emplea-dos de las empresas de recolección de basuras tienen prohibido tomar material.
José Alberto ha encontrado en la basura hasta libros nuevos, “algunos sin sacar de la bolsa”, anota Angélica. En el norte de la ciudad es donde ha recolectado la ma-
yor cantidad de libros: “Allá los botan nuevos, de buena calidad y en cantidad”. En la casa de La Nueva Gloria, revisan los libros y reparan los que están dañados.
“Al principio recibíamos cajas repletas de libros. También había gente que nos llamaba para que recogiéramos estanterías”, dice Angélica. En esta casa-biblioteca no solo se almacenan libros, sino que también se despachan a otras zonas del país; aunque, como dice Alberto, “hemos perdido muchas oportu-nidades por la falta de recursos; una vez nos iban a donar una biblioteca completa, pero por no tener carro para recogerla, la perdimos”. Y no fue la única vez; pero afirma con tono entusiasta: “Yo sueño con abrir una biblioteca todos los días en lugares distintos de Colombia; quiero dejar mi trabajo y ponerme al frente del proyecto”.
Cuando hay espacio, la casa se convierte en un hervi-dero de niños de la comunidad que asisten para leer en grupo, participar en talleres lúdicos ofrecidos por voluntarios o simplemente para hacer tareas. “Hay ni-ños que llegan sin saludar, buscan un libro y se sientan donde pueden”, dice Angélica, quien desde los 11 años se convirtió en la primera tutora de sus hermanos y niños del vecindario: “Llegaban por las mañanas y hacían fila para que mi hija les leyera”. Catorce años después, Angélica asegura: “Los niños que yo vi crecer en la biblioteca están estudiando en la universidad”. Ahora ella es contadora graduada y es la representante legal de la Fundación.
La casa también ha sido escenario de conciertos, no-ches de teatro y tertulias. “Una vez, de la Embajada de Noruega vino una fundación a darles clases de inglés, que se hacían con partidos de fútbol. Era otra dinámica para atraer a los niños”, recuerda Angélica.
Angélica Gutiérrez, hija mayor de José Alberto, en la entrada de su casa.
José Alberto con Luz Mary, esposa y aliada en su fundación.
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Libros “donde se necesiten”
La pasión por la lectura le ha dejado a José Alberto una casa de dos pisos forrada con libros, algunos organizados en estanterías y otros en cajas de cartón, listos para sa-lir “adonde se necesiten”, según Luz Mery Gutiérrez, su esposa, y quien junto con sus hijos, Sebastián, Mérilin y su sobrina Angie, han estado al frente de la fundación que se surte de libros sacados de la basura y de donacio-nes, con los que han dotado 15 bibliotecas en 15 años.
“La primera fue en nuestra casa, aquí en La Nueva Gloria, luego dos en el barrio Londres, una en Juan Rey, ocho en Sumapaz, dos en ciudad Bolívar, una en Potosí y Bosa…”, enumera con orgullo Luz Mery. En muchas ocasiones, es ella la que va a recoger libros o a entregarlos, como lo hizo en el 2010, cuando viajó a Riosucio, Chocó, para entregar una biblioteca comuni-taria de 3.000 libros.
Tan convencida ha estado de esta causa, que aceptó convertir el primer piso, donde tenían un inquilino, en biblioteca, y el segundo piso, donde vive la familia, ya se está llenando de libros; escasamente hay espacio en la sala comedor para atender a los clientes de Luz Mery, que es costurera.
Entre las bibliotecas que ha entregado la Fundación está la que lidera Anyi Kassandra Fajardo Díaz, de 16 años, quien atiende a un puñado de niños que asisten a la escuela Las Auras, ubicada en el corre-gimiento de Nazareth, localidad de Sumapaz. “Allí hacen talleres de lectura grupal. Lo mismo ocurre en otra biblioteca de Sumapaz, a cargo de un señor en silla de ruedas que prestó su casa para alojarla”, apunta Angélica mientras señala una fila de cajas embaladas para ir a Buenaventura.
“No bote los libros, vote al Concejo por el Señor de los Libros”
José Alberto Gutiérrez habla de “cambiar una gene-ración”, de esta manera “es posible evitar guerras y sacar a Colombia del atraso en que vive”. Lo dice con la experiencia de alguien que todas las noches camina entre “ollas” de droga para recoger la basura. Ahora trabaja en Ciudad Limpia, donde continúa con el turno de la noche, y planea hacer una biblioteca para todos los operarios de los carros: “Tengo pensado hacer un recolector de libros donde la gente pueda to-mar uno y devolverlo cuando lo haya leído”. En busca de apoyo para su fundación —que hasta ahora no ha recibido ayuda económica—, habló con Clara López Obregón, la anterior Secretaria de Gobierno, quien le dijo: “Pase mañana por mi oficina”; él fue, pero “eso se quedó en palabras”.
Como tiene claro que la política es una plataforma para este tipo de proyectos sociales, hizo campaña para el Concejo de Bogotá en el 2011. “Mi esposo se lanzó no porque tuviera posibilidades, sino porque cree que la comunidad debe hacer algo por la ciudad”, dice Luz Mery. Bajo el vidrio de la mesa del comedor se ve una de las 40.000 tarjetas que los Gutiérrez repartieron por el barrio en las elecciones de octubre de 2011, con esta leyenda: “No bote los libros, vote al Concejo por el Señor de los Libros”.
“Yo ya he hecho un máster de ciencias políticas”, dice José Alberto pasándose los dedos por la cabeza, y agrega: “Aspiraba lanzarme al Concejo, no para robar, sino para conseguir apoyo, para comprarme unos dos camiones con mi sueldo y llevar conocimiento a todas las regiones olvidadas de Colombia”, cuenta Alberto,
Los primeros lectores en la biblioteca de la escuela de Corrales, Pasca.
La llegada del camión de libros a la vereda Corrales.
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que ha sido un líder natural de su comunidad, pero en esa ocasión le ganaron los que ofrecieron tamales y plata. “Después de que salieron los resultados, recuer-do que unos amigos me decían: ‘¿No le da pena?’. Y yo respondía: ‘¿Por qué? No me he robado un peso’”.
Luego del fracaso, buscó la relección como presiden-te de la Junta de Acción Local de su barrio, pero su gente no lo apoyó. “Al presidente le faltó ayuda”, dice Gilberto Botero, habitante del sector desde hace 30 años. Entregó con pesar su cargo, pero sigue empeña-do en acondicionar una biblioteca al lado del comedor comunitario del barrio La Nueva Gloria.
Nadie es profeta en Corferias
Alberto Gutiérrez se puede dar el lujo de decir que conoce la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, pues fue invitado especial el 29 noviembre de 2010 “con todos los gastos pagos”; tan bien atendido que se devolvió con los $60.000 que llevaba. Allí com-partió mesa con la escritora y periodista Elvira Lindo, y la editora Guadalupe Murillo. Lindo recordó la inter-vención de Gutiérrez en una columna titulada “Libros a la basura”, publicada el 5 de diciembre del 2010 en El País de España: “Entonces, arreció un aplauso que duró un buen rato. Los maestros y educadores que acudían a la charla se pusieron de pie. A algunos se les saltaban las lágrimas. Muchos trabajan en zonas de-jadas de la mano de Dios. Todos nos sentimos conmovi-dos por este rescatador de libros, de posteridades”. De ese viaje, José Alberto solo trajo tres libros y algunas fotografías. “Yo nunca había sacado un pasaporte en mi vida, pero me fui sin nada y volví feliz”.
Y, como nadie es profeta en su tierra, nunca ha sido invitado a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo) para contar su experiencia, aunque su funda-ción ha sido reconocida por los medios de comunica-ción y por muchos particulares. Algunos periodistas y escritores, como Gonzalo Guillén, Mauricio Rodríguez y Enrique Santos Molano, han visitado su casa.
En abril pasado, Directo Bogotá llevó a José Alberto a recorrer la Filbo. Allí vio ediciones de libros que alguna vez había donado, caminó y comparó esta feria con la de México. “La primera vez que traté de entrar aquí con mi familia me arrepentí porque la entrada era demasiado costosa; terminamos comprando pan y gaseosa y mirando el evento desde afuera. Ahora que la veo me la imaginaba más grande y con libros más baratos”, dice mientras se toma un café.
“Mi vida ha sido una novela”, dice Alberto, quien sue-ña con presentar algún día en esa feria su autobiogra-fía. Este amante de los libros guarda en un cajón de su
casa los más preciados que sacó de la basura, como el Corán (en árabe), El principito, la Biblia, las fábulas de Rafael Pombo y Rayuela. Además, es un fanático del Conde de Saint Germain y tiene una pared forrada con libros de metafísica, otra de sus debilidades.
Cuando un visitante va a conocer la biblioteca de La Nueva Gloria, José Alberto le regala el libro que escoja porque confía en el efecto de la multiplica-ción de los panes. Y da fe de que se cumple, porque, al menos en Riosucio, Chocó, armaron la biblioteca con canastas de pan.
Mural a la entrada de la casa-biblioteca de La Nueva Gloria.
{Si está interesado en colaborar con la fundación, contáctese con:
www.lafuerzadelaspalabras.com
https://www.facebook.com/jose.a.gutierrezsandoval
Teléfonos: 313 286 73 52 / 3718292
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De las redes a laciclorrutas
En 1998, el alcalde Enrique Peñalosa anunció la construcción del primer
tramo de ciclorrutas, con 120 kilómetros de extensión. Los bogotanos amantes
de la bicicleta, que hoy cuentan con 344 kilómetros de ciclorrutas, se toman las redes
sociales y difunden proyectos que incentivan el uso de este medio de transporte para
mejorar la movilidad, el medio ambiente y la calidad de vida.
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Por: Daniel [email protected]
Fotos: Juan José Quezada y Daniel Tono
BogotáWEB
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El Ciclopaseo de los Miércoles, A los Andes en Bici, Mejor en Bici o La Bicicletada son algunas de las iniciativas para el uso de la bicicleta en Bogotá. Hoy cuentan con un promedio de 1.500 seguidores en las redes sociales y su objetivo es trasladar ese ímpetu a las calles.
“La idea es mostrarles a los bogotanos la amplia red de ciclorrutas que conectan todos los puntos de la ciudad para que cambien el chip y se den cuenta de que transportarse en bicicleta ahorra tiempo, puede ser seguro y rentable, además de propiciar una pedagogía de camaradería”, comenta Andrés Vergara, director de El Ciclopaseo de los Miércoles.
Semanal o quincenalmente, los usuarios de Facebook y Twitter se unen a los eventos creados por estos aficionados de la bicicleta que logran reunir entre 100 y 200 ciclistas en cada salida. Generalmente, los ciu-dadanos se unen a estas caravanas sin saber cuál va a ser el recorrido, pero confiados en los diez ciclistas de logística que cargan radios y pitos para comunicarse, guiar a los ciclistas y frenar el tráfico de carros. Bus-can sorprender a los participantes con los recorridos y conocer la ciudad de una manera diferente.
Cuando un participante de estas caravanas entra a las redes sociales para confirmar su asistencia, se puede encontrar con el siguiente anuncio: “Recorrido por las ciclorrutas, parques lineales y demás lugares que segu-ramente no conoce. El frío ni se siente… después de pe-dalear unos minutos su cuerpo estará a la temperatura ideal. Disfrutará de las luces de la ciudad, de la película rodante por sus ojos en forma de escenas y personajes
diversos, además de las miradas curiosas o envidiosas de quienes van encerrados en buses o carros en medio de los trancones de la ciudad. PD: ¡Los MIÉRCOLES de CicloPASEO NO llueve! (san Pedro también es ciclista)”.
Antes de cada salida, los organizadores del ciclo-paseo marcan las pautas de comportamiento para incentivar la cultura ciudadana —respetar al peatón, tratar con amabilidad a los conductores, colaborar con el tránsito de los demás ciclistas— y dan reco-mendaciones de seguridad: llevar casco, reflectores, cédula y carné de la EPS.
Las caravanas cuentan con varios patrocinadores que adoptan nuevos clientes en los recorridos; incluso, algunos diarios, como Publimetro o ADN, han hecho sus propios ciclopaseos y concursos o han desarrollado estrategias como transportar a los lectores en bicitaxis el día sin carro.
A pesar del constante crecimiento de la comuni-dad de ciclistas en redes sociales y del éxito de las caravanas, hay varios aspectos que desmotivan a los bogotanos a usar la bicicleta. Según el últi-mo estudio realizado por la Cámara de Comercio, titulado “Movilidad en Bicicleta 2009”, el 50% de los bogotanos afirma que no utiliza la bicicleta por la inseguridad. En Bogotá son frecuentes los robos de bicicletas en distintos sectores de la ciudad: hay pandillas que se ubican cerca a la ciclorrutas para empujar a los ciclistas y quitarles su caballito de acero. Si usted quiere saber los puntos exactos don-de suelen ocurrir estos hurtos, entre a http://www.bicimapabogota.com/
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Punto de encuentro para uno de los recorridos nocturnos convocados por redes sociales.
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En segundo lugar está el deficiente mantenimien-to de la malla vial de la ciudad. “La infraestructura de la ciudad en lo macro está bien, la amplia red de ciclorrutas que conecta la ciudad y los nuevos proyectos que están en gestión motivan a la gente a utilizar este medio de transporte; pero en lo micro estamos muy mal, a las ciclorrutas no se les hace mantenimiento, es-tán llenas de huecos y hacen falta cicloparqueaderos”, comenta Jose Gaona, director de Mejor en Bici.
En Bogotá hace falta incentivar la cultura ciudadana, que se frenó tras el gobierno de Antanas Mockus. A dia-rio encontramos ciclistas imprudentes que no respetan la señalización, cruzan el semáforo en rojo, circulan por la vía de los carros o se atraviesan en cruces prohibidos. De igual manera, los peatones caminan por las ciclorru-tas, impidiéndoles el paso a los ciclistas. Estos hechos dan como resultado que en Bogotá se reporte un prome-dio de 34 muertes de ciclistas al año, según informes de la Cámara de Comercio de Bogotá. En los primeros cuatro meses de este año hubo 19 muertos.
El problema se centra en que en Bogotá no hay campañas ni políticas públicas que apoyen la bicicle-ta como medio de transporte. En la ley no existe un componente regulador y en el Código de Tránsito el capítulo de bicicletas es el mismo de las motos.
Desde febrero de 2012, la comunidad de ciclistas en las redes sociales recolecta firmas por internet para apoyar una petición al alcalde Gustavo Petro, con el fin de que en Bogotá se desarrolle una política de movilidad en bicicleta. Algunas de las medidas propuestas son: crear un cuerpo institucional que res-ponda por la política de bicicletas en Bogotá, destinar recursos financieros para implementar esta política, actualizar el Plan Maestro de Ciclorrutas para que sea complementario del Plan Maestro de Movilidad y dise-ñar campañas masivas para la protección del ciclista en la vía. Se han recogido más de 800 firmas y la iniciativa se puede encontrar en esta página: http://www.firmasonline.com/peticion/implementar-una-politica-de-movilidad-en-bicicleta-en-bogota/867
La comunidad de ciclistas, conformada por unas 10.000 personas, quiere mostrar un nuevo estilo de vida, puro amor en dos ruedas, sin dejar de señalar los baches, como lo manifiestan algunos pedalistas de la comunidad virtual:
Andrés Felipe Vergara:
“Nuestra banda, el CPM; nuestros instrumentos, las bicicletas; nuestra inspiración, la ciudad; nuestro coro, los paleteros; el violín es el freno, la guacharaca, el tensor mal puesto; la pandereta es el timbre, y el públi-co toda, Bogotá”. (5 de marzo de 2012).
Jairo Ruiz Saenz:
“Si pueden evitar la carrera 13 o ciclorrutas cercanas a las estaciones de Transmilenio, háganlo, pues se siente un ambiente tenso, lleno de policías, gente, piedras… Me salí de la cicloruta ya que hay una sensación de gas pimienta en el ambiente, estén pilas”.
@Daaviid_Gnzlz:
“Bienvenido a la libertad, a la autonomía, a la felici-dad. No más trancones, ni estrés, ni pérdida de plata en parqueadero”.
Christian Arciniegas-Acosta:
“A eso de las 8 p. m. pasé por la 24 con 10ª para tomar el carril-bici de la 13. Tres manes parados en la plaza de la Rebeca me hicieron devolver y decidí tomar la Cra. 10ª para salir al Tequendama. Ese pedazo es feo, tener cuidado (sobre todo de noche)”.
Beatry Zurek:
“¡¡Amigos!! Gracias por los detalles tan lindos que nos dieron hoy: es súper sentirse apreciada y regalada. Un abrazo, CPM, ¡¡¡son lo máximo!!! Como siempre, nos consienten y cuidan a nosotras, las damas de los miércoles. :). ¡¡¡Abrazos!!!, Bea”.
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Nueva ciclorruta de la 7a (con la 'a' arriba), en el tramo peatonalizado.
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*( ) Tintaindeleble
En la última Feria del Libro de Bogotá se presentó la antología Tinta indeleble. Vida y obra de Guillermo Cano (Aguilar-Fundación Guillermo Cano), coautoría de los profesores Jorge Cardona, Maryluz Vallejo —directora de esta revista— y Carlos Mario Correa; los dos primeros, vinculados a la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana, al igual que la editora del libro, Marisol Cano.
A los 25 años de la muerte violenta de Guillermo Cano, se recoge este legado con los mejores textos narrativos y de opinión del director de El Espectador durante más de tres décadas; de quien también se ofrece un extenso perfi l biográfi co, triple memoria del personaje, del periódico y del país. Aquí reproducimos una de las crónicas de la serie sobre El Bogotazo, publicada el 16 de abril de 1948. En ella resaltan los sentidos del cronista sensible que recorre las ruinas de la ciudad; la faceta menos conocida de uno de los grandes periodistas del siglo XX.
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{periodistas del siglo XX.
A los 8 días de la tragediaPor: Por Guillermo Cano(de la redacción de El Espectador)
Hace ocho días a la misma hora en que esta edición circula hoy, Bogotá vivía momentos de indescriptible angustia. Frente a nosotros, cerradas las cortinas de hierro, una turba enfurecida arrojaba desde el cuar-to piso del edifi cio de La Voz de Colombia todos los enseres. Volaban y venían a estrellarse con un ruido en-sordecedor, muebles, máquinas de escribir, archivadores, discos, y contra nuestra pared un micrófono se destro-zaba completamente. Ruidos angustiosos de las mujeres que habitaban los locales vecinos se escuchaban:
—No incendien… ¡Ese es el edifi cio de ‘Jornada’!
A estos gritos desesperados de muchachas que prepa-raban ya sus enseres más importantes para desalojar su hasta ayer tranquilo hogar, respondían los gritos histéricos de la turba:
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—Sí… Respetamos a ‘Jornada’ en recuerdo del jefe. ¡Viva el doctor Gaitán!
Y un río de ron y aguardiente pasaba por las gargantas secas de gritar y secas de destrozar y de incendiar. La multitud se dispersó de enfrente a nuestro diario. Media hora después el edificio Cárdenas ardía y sobre la ciudad se levantaban oscuras y tétricas columnas de humo negro sobre un cielo rojo color sangre, y negro color humo…
La noche fue de orgía de pasiones desenfrenadas. Lenguas de fuego salían por encima de las moles de cemento en puntos opuestos de la ciudad y desde el último piso en construcción de este edificio se divisa-ba un espectáculo dantesco. El cielo era también a esa hora rojo por el fuego, y una lluvia constante, ni fuer-te ni débil, persistente, desesperadamente persistente, caía sobre la ciudad.
Bogotá ardió la noche del nueve y la mañana y la tar-de del diez. Por la noche lenguas de fuego de decenas de metros de altura se levantaban al suroeste de la ciudad y de nuevo la lluvia, ni fuerte ni débil, caía so-bre Bogotá. Toda la noche y toda la mañana y toda la tarde y toda la nueva noche, el viento no soplaba y el silencio de muerte era sólo roto por el grito de muerte de los disparos.
El domingo, silencio y humo; el lunes, silencio y rui-nas. Algunas gentes salieron de sus casas a recorrer las calles cubiertas de escombros. El martes la normalidad se restablecía y el bogotano abrió las puertas de sus casas y reconoció su ciudad en ruinas. El miércoles, de ocho de la mañana a seis de la tarde, una marejada humana recorría las calles mientras el estallido de un fusil Winchester rompía la angustiosa calma. Ayer jue-ves no fueron sólo los peatones los que invadieron las calles: fueron también los automóviles guardados siete días en garajes improvisados. Y hoy, ocho días después del nefando nueve de abril, los tranvías rompen el silencio en los suburbios y los buses trepidan por las calles. La normalidad ha quedado restablecida.
Hoy, bajo el estado de sitio y la ley marcial, el bogo-tano sufre sobre las ruinas de su ciudad. Pero en su espíritu está renaciendo de nuevo la agudeza del inge-nio y de sus rostros está desapareciendo la angustiosa expresión de desolación.
Sin espectáculos públicos en que distraer la atención del espantoso recuerdo de los días vividos en medio de un tronar constante de fusiles, del crepitar de las lla-mas, del grito de las turbas enloquecidas, el bogotano ha hecho de su ciudad un espectáculo. Primero fue el recorrido por las calles cubiertas de escombros y de
barro que se pegaba en los zapatos hasta hacerlos pe-sados. Luego fue el formar corrillos en las calles y en los cafés que abrieron sus puertas para contarse unos a otros los detalles de su odisea. Y de esos corrillos salían ya las primeras explosiones del ingenio. Alguno relataba a su amigo cómo había visto en la noche del nueve de abril en medio de las llamas en la sombrere-ría san Francisco a un hombre que frente a un espejo, rodeado de fuego se medía un sombrero y otro, hasta encontrar el que le correspondía a la medida de su ca-beza. Luego, tranquilamente abandonó el almacén en llamas, y muy campante recorrió la ciudad estrenando un ‘Borsalino’. Contaba otro cómo una mujer sentada sobre un cajón en la cigarrería La Gran Vía, probada las manzanas y las uvas:
—Esta es nacional… Y la botaba…Esta es de Califor-nia… y se la comía…
Otro relataba en mitad de la calle el saqueo del almacén El Buen Gusto. Las gentes dentro del local arrasaban con las cajas y con los artículos que en-contraban. Una de las vitrinas permanecía intacta, con un maniquí que lucía un bello abrigo de pieles, a cuyo pie había un cartel que decía: $1.500. Una mujer rompió el vidrio. Penetró en la vitrina. Despojó el maniquí de su preciosa piel, se la colocó sobre sus hombros y desapareció.
*****
Un perro llamó la atención de las gentes. No por ser un perro fino, ni un perro original. Era un perro, nada más que un perro…Pero el fiel animal permaneció tres días sobre las ruinas del restaurante Ritz —carrera 7ª, entre calles 18 y 19— en espera de que sus amos volvieran. Y los amos regresaron antier al derruido res-taurante. Traían un gran charol lleno de pasteles, de esos deliciosos pasteles que tantas veces gustáramos al pasar por allí. Sobre una mesa, colocada sobre los escombros, el charol fue depositado. El perro movió su cola. Y el amo le arrojó un pedazo de pastel. El perro volvió a batir la cola, con indescriptible alegría. Era la primera comida que probaba en tres días, y esa comida venía de su amo. La gente se apretujó alrededor del charol de pasteles, y el dueño del derruido restaurante Ritz regaló las viandas a los hambrientos y vendió unas pocas a los poderosos.
*****
Todo es como una sucesión de escenas cinemato-grafías. Las ruinas que tantas veces arrancaran de nuestros pechos un grito de dolor cuando veíamos el esqueleto de Londres o de Hamburgo en los noticie-ros, arrellanados en un cómodo sillón con resortes
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y lujosamente tapizado, las tenemos ahora ante nuestros ojos con la tremenda realidad de que es en carne propia.
Y el bogotano, que ya no tiene abiertos sus cines, ni dispuestos los cómodos sillones lujosamente tapizados, se para en mitad de la calle sobre una alfombra de barro, para asistir a la filmación de una película real.
Ayer, por ejemplo, una muchedumbre se congregó en la calle 16 con carrera 7ª. Un “bulldozer” amarillo claro, con su motor de gasolina que hacía un ruido in-fernal, arrancaba de sus bases los escombros del hotel Regina. La gente asistió durante horas al escalofriante espectáculo. Las paredes, moles impresionantes de ladrillos, hierro y cemento, temblaban con el tira y encoje del “bulldozer”, hasta que, finalmente, con un ruido infernal se desplomaban. Una nube de polvo se levantaba de la tierra y en los ojos aparecían lágrimas. Y una a una, tramo a tramo, la pared del hotel Regina fue desapareciendo. Ayer era un esqueleto. Hoy tierra arrasada, plana. Sobre la calle, diez minutos después de que la nube de polvo se levantara cubriendo con su color amarillento a la multitud, nada quedaba de la mole de hierro, cemento y ladrillo…
Y así, el bogotano, recobrando su personalidad, su ingenio, vuelve a hacer reír a la gente. Su curiosidad, su desesperante curiosidad, lo lleva de aquí allá, por sobre las ruinas y los restos humeantes. Lo quiere ver todo, aunque todo sea horrendo. Y a las siete de no-che, en algún lugar de la ciudad, suena la corneta. Y al toque de queda, la mayoría se recoge en sus casas. Pero otros, mucho otros —al fin bogotanos— a las siete de la noche apenas comienzan su vida…
Es el espíritu bogotano, el que no acepta órdenes, ese que vemos a las 11 de la noche —a pesar de la ley marcial— charlando, un poco embriagado, con un soldado en una esquina de la ciudad… Y el soldado, también un poco bogotano, le habla a su borracho con la franca cordialidad de un civil…
La calle San Miguel, de las sombrererías saqueadas en El Bogotazo. Foto Rammsés Moctezuma.
Las ruinas del Hotel Regina. Archivo digital de la Biblioteca Nacional de Colombia. Álbum de Manuel Humberto Rodríguez.
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Obras interminablesPaola Barragán
Fotoensayo*][
