de montañas, hombres y canes

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    Demontaas,hombresycanes

    Juan Arias Bermeo

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    Demontaas, hombresycanes

    Juan Arias Bermeo

    www.lovochancho.com

    [email protected]

    Editorial Bpedos Depredadores

    www.bipedosdepredadores.com

    ebd@ bipedosdepredadores.com

    Primera Edicin: Noviembre de 2011

    Prohibida la reproduccin parcial o totalde esta obra sin el permiso por escrito del autor.

    Foto portada: Playita de altitud, Juan Arias Bermeo

    Diseo y Diagramacin: Margarita Silva Telf.: 3227-372

    Impresin: Artes Grcas SILVA 2551-236

    ISBN 978-9978-391-03-7

    Impreso en Ecuador

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    Para aquel cuyos pensamientos elsticos

    y vigorosos siguen la marcha del sol,el da es una perpetua maana.

    Henry David Thoreau

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    ConteniDo

    La Lnea Entre el Guagua y el Rucu.................................... 9El Salto ..................................................................................... 29Bosque Encantado ................................................................. 43La Voluptuosidad del Ogro .................................................. 67Dragn Rojo............................................................................ 85Bajo los Cielos de Albertina.................................................. 101Alucinaciones en la Caldera................................................. 115Las Dunas de Krizolax Equinoccial .................................. 137Firiche del Ensueo............................................................. 161Lovochancho en el Sincholagua .......................................... 169Retorno al Corazn................................................................ 183

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    L

    retornoaL corazn

    Lovochancho atraviesa la amante estacin ferroviaria que veparar de repente a una pintoresca locomotora. Movilizarseen tren an es romntico viaje a la poca de luces de bohemia.Hace un lustro fue la ltima parada que hizo aqu para ascenderdesde sus estribaciones menores al monte Corazn, siguiendo aKantoborgy que cargaba lo ms del equipo de hacer campamen-to. Bajo la mole cimera habita Bolln Roscn en inalienable sole-dad, dueo de extensos jardines liliputienses y de una clida cue-va que colinda con la humeante caldera del estratovolcn. BollnRoscn rinde culto a la repostera de altitud, rodeado de aromasque despiden manjares recin sacados del horno de adobe.

    Lovochancho viene cargado de afn cintico hacia arriba,tras haber superado su pnico a sufrir vrtigo en soledad, trepa-do sobre la calavera del Sincholagua. All, en instantes de xtasis,abrig la posibilidad de precipitarse al vaco, estuvo a punto devolar, era cuestin de dar un paso ms, imaginndose que podaplanear desde la cspide hasta depositar su alada humanidaden las faldas surorientales del volcn Cotopaxi, aterrizando entrelas dunas de Krizolax Equinoccial. Esto de haber renacido, otravez, como bpedo terrestre, lo llen de nimo para hacer el monteCorazn a su aire, sin descomponerse por la presin psicolgica

    que impone el chivo de las nieves, Kantoborgy, con su ritmo en-demoniado de trepar.

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    Hace la cuesta cargando pertrechos para pernoctar en la

    altitud con sobriedad, y no repetir la temeraria candidez de suvivaque del Sincholagua, cuando innominados lobos lo salvaronde zozobrar en la hipotermia. Kantoborgy, jo que les hubiesepuesto nombres a los cnidos, quin sabe, Kazn e Isolda. Noobstante el tormento que le aguarda, dobla el lomo a gusto haciasu destino entre almohadillas de pramo. Tuvo que resignarse anegociar una tienda de campaa con Kantoborgy, mediante true-que de algo de su colmada bodega de tiles de altitud por algo de

    la despensa de los jamones curados Casa Chancholovo. Culde estas Grizzlis quieres?..., le dijo mostrando sendas tiendasmodelo igl que lucan como nuevas. La trajinada Grizzli Iestabaen capilla, siendo la que carga el gtico a sus famosas velacionesde armas, y est en vsperas de ir a las ruinas de Galadriel. Todaslas tiendas eran de color celeste-gris, noms verlas empacadas ypoda imaginar la estampa familiar de cualquiera de ellas paradaen el Corazn. Tom la denominada Grizzli 8. Al nal se aadi

    al trueque ropa de montaa a cambio de sucientes frascos dedulce cimarrn, quedando muy conformes ambas partes y con elcompromiso de transportarse mutuamente a sus prximos desti-nos montaeros.

    Atrs van quedando los sembrados de papa y el rumorde los tractores. Es un pesado velero que lentamente gira a ba-

    bor, enlando por empinado pajonal al lo de profunda gargan-

    ta. Siente la carga extra en el macuto que empap la espalda delsudor que lo redime. A pesar que el ritmo aminor considera-blemente, con relacin al suave ascenso que hizo por la arista deacercamiento a la cresta del Sincholagua, el cuerpo le informa queest avanzando a medida de su ambicin, esperanzado en or elrumor de la escondida vertiente que desciende serpenteando porarbustos plidos y el forraje amarillo. Sol de justicia augura bo-rrasca pasando el meridiano, las aguas lo pueden pescar antes de

    haber armado la Grizzli 8 en los altos predios del inefable BollnRoscn, donde esponjosos remansos de ora andina presiden al

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    deleznable cmulo de lajas de la roca cimera. Acorde a la leyen-

    da, el calvo maldito, har caso omiso a ruegos para que lo invitea almorzar, y sea el privilegiado mortal que traspase la puertacamuada de su mansin. Va ganando altitud por la va directa,evitando la zigzagueante carretera de verano que hara perder elsentido de armacin en la montaa y, por aadidura, demorarasu ascensin por los extremos bandazos que da entre lomas.

    La primera vez que acompa a Kantoborgy al monteCorazn saba que le esperaba interminable cuesta, luego de ha-

    ber hecho la extensa va de la Boa al Rucu Pichincha, lo corrienteera este tipo de jornada ascensionista. Un da de visita al Rucuse iniciaba a las cuatro de la madrugada, yendo a tomar la lneade transporte urbano que los acercaba al objetivo, perderse delfragor del yunque citadino. Lo hacan con pocos centavos en lafaltriquera, ultraligeros, y al regresar de su extenuante caminatatenan lo justo para parar en el quiosco del gordo Gandulfo paraengullir un encebollado. Heroicas travesas fueron aquellas que

    redujeron el estmago de Kantoborgy antes de ir a por la haza-a veinteaera en la sur del Aconcagua; ste se ense a casi nocomer en la altitud haciendo de su cuerpo una mquina de subiringrvida. Ambos se armaron en sus antinomias montaeras,conforme intentaron ascensiones encordados en las rampas n-veas de los montes Cayambe, Cotopaxi y Chimborazo; mientrasKantoborgy tena que bajar en picada sus revoluciones, l subaa tope las suyas. Qu fue, Lovochancho, subes o bajas...?, au-

    llaba el gtico ante la resistencia de la cuerda, y l contestaba pa-rndose del todo, a veces en mitad de un frgil puente de hielo:Maldito seas, Kantoborgy!.... Esa experiencia les sirvi a am-

    bos para denir su postura frente a la montaa. El matemtico lahall a la luz de la contemplacin mutable; en tanto, Kantoborgy,se embal en lo de ser un escalador autosuciente, fuera del espe-

    jismo de conquistar cumbres, y negndose a ensuciar la altitud.Entiende que su tiempo de subir sin compaa deriv

    de aquella incomprensin en la efmera cordada sobre el hielo

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    que hizo con Kantoborgy que, tras cometer la sur del Aconcagua,

    qued listo para hacer su propio rompecabezas himalyico.Kantoborgy es el nico que sabe qu hizo o dej de hacer en susescaladas de arrobamiento y valenta forzada por el miedo; nohay testigos, ni fotografa ni bitcora escrita de sus rutas olmpi-cas, slo queda lo que buenamente capte el oyente de su memoriahablada y que se transmite en radio-libre Maran. El himalayis-ta ha dicho: La novedad meditica vendr cuando se estrene el primerhombre que corone los asediados pices ochomiles va traje levitador....

    El matemtico no est para hacer gracias en las paredesdel vrtigo, lo suyo es medrar en los lmites de su posible, do-meando la lasitud de la carne propensa a la pose de sibarita ali-mentndose y, por vicio de su alma fracturada, deber controlarla repentina sed que le ha venido de lanzarse al vaco cuandoavista un ave rapaz otando en el abismo. Por n se topa con laacequia que lo hace descargarse de la mochila para sacar el vasode plata y beber del monte Corazn. Esto de agachar el lomo y no

    regresar a ver al valle de Machachi hasta hacer la parada de rigorle dio benecios oculares, comprobando lo mucho que ha ganadoen altitud desde que dej la estacin ferroviaria. En este puntoimagina a los canes Pincho y Panda chapoteando en la vertiente.Agita, elixir de Gaia!.

    De cara a la montaa barrunta en lo engaoso que es elacercamiento a su cresta gris. Desde el valle de Machachi obser-vara un espejismo minimalista: vera una alfombra de matices

    castaos trepando gentilmente por los lomos orientales del gi-gante que pronto se colocar la capucha de invierno. De lejos semorigera la pendiente y el todo montaoso aparece como mon-tono paisaje sin accidentes geogrcos. Vaya perspectiva men-tirosa, l est sufriendo la cuesta implacable, al borde de hondaquebrada que bulle en vida salvaje: canto de ruiseores festonadode arbustos, lquenes y musgos. Habiendo remontado la zona desembrados que dominan las estribaciones frtiles del estratovol-cn, los ruidosos engranajes de la ruta panamericana no hieren

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    ms su silencio, y puede recrear la visin que tuvo el caballero,

    Edward Whymper, cuando se caminaba largo para detenerse aver con largueza. El ingls tambin se confundi minimizandolas reales distancias de las laderas y los tamaos de los acciden-tes geolgicos del Corazn; y, siendo pata de lobo, le tom docehoras llegar a la cumbre saliendo a medianoche de sus aposen-tos rurales. Entonces, a partir del valle el entorno era silvestre, yAloasi Alto estaba copado por vegetacin montuna.

    Asciende la otra mitad del camino para llegar al recn-

    dito paraje donde plantar la Grizzli 8. Hay para escoger hue-cas dentro de la zona del portal invisible de la cueva de BollnRoscn. Sintoniza con lo que ha dicho Kantoborgy, en radio-li-

    bre Maran, del calvo maldito!: Si tuviese que compararlo conalgo comestible, dira que lo ms cercano a su fenotipo es una empana-da de viento con sonrisa de cocodrilo; ahora me parece que nombrarlode esa manera, es decir, solamente saludarlo con un grave y cavernosoEmpanadas!, para llamar la atencin de su imberbe gura, sera grose-

    ro. El matemtico Lovochancho que tambin lo avist tuvo a bienaadirle lo de Bolln Roscn, dando pie a nombre y apellidos hermafro-ditas: Empanadas Bolln Roscn. Sin embargo, acabamos quitndole laambigedad y prevaleci lo de Bolln Roscn.

    Ha desembocado en la sinuosa base del Corazn, pas deexuberantes encaadas, y la tempestad se viene ineluctable. Lashuestes hmedas, adelantndose a sus pronsticos meteorolgi-cos, se van posando en las estribaciones mayores de la montaa,

    rfagas de aire glido lo azotan. De la abrupta caldera del ancooccidental, se derrama la niebla que no tardar en envolverlo.Apenas par minutos en la acequia para calmar la sed y darsenimos con la lejana del valle de Machachi, y el resto ha sidoganar altitud esperanzado por meterse en la Grizzli 8 antes quese desate el tiempo nublado. Est a las puertas de un ataque demelancola del Corazn, y su terquedad le impidi decidirse aacampar en el vallecito de chuquiraguas y arquitectas, previa-mente a tomar el desnivel y hallarse con el pesado terreno donde

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    se asocian almohadones de superpramo, helechos, fucsias y ver-

    benas. Entrando a la niebla todo es dar pasos fantasmales en losjardines de Bolln Roscn. Las primeras gotas de agua lo hacencalzarse el poncho impermeable, y de ah anda sobre un mundoempaado.

    Guarecerse, dnde? Camina cabizbajo, aorando el mo-mento de plantar la tienda en seco. El chubasco se precipita so-

    bre l. Aprovecha para lanzarle improperios a Chancholovo que seencoge de ansiedad frente a su helado porvenir. Una eternidad

    de granizo corrobor con el azote del agua, gruesos hielos gol-pean su tez enmascarada. Resbala una y otra vez maldiciendoa Bolln Roscn, que estar presto a servirse inmejorable soufde limn dulce; en tanto, Lovochancho, es una enorme tortugaverde pataleando panza arriba sobre su caparazn. Carg conesta pesada mochila tan alto sin prever que el jardn de altitud, ala hora de superarlo con humedad, se convierte en una esponjainsufrible. No pudo guarecerse previamente al temporal, crey

    que la recepcin invernal del Corazn vendra postmeridiano ylo tomara preparndose para ingerir la especialidad gastronmi-ca de los das de juvenil racionamiento, cuando el men consistaen un plato nico: caldito de deos con menestra y atn, la deli-cia gastronmica repetida en las largas noches de campamentosandinos.

    De repente va incorporndose al nuevo paisaje, la arre-metida de hielo se troc en fascinante leo invernal. De una

    hora a otra el verde de los musgos pas a vestir blanco ropajecombinado con los matices carmes de la Loricaria ferruginea y elLycopodium crassum, reejando en el nebuloso horizonte una tre-gua coloreada. El rango visual del navegante se ampli, se recon-cilia con la brjula biolgica del montaero, la persistente mar-cha en la nada cobr sus frutos. A pesar de la lentitud con la queascendi por el esponjoso suelo vegetal, el lugar predestinadopara anclar su velero est ante sus ojos. La grcil encaada quesospecha esconde celosamente el ingreso a la residencia de Bolln

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    Roscn, se abri a sus entumecidos pies. Desembarazndose del

    caparazn se mete en la Danza triunfal del Aqueronte, rememoran-do a ese depredador que abandon los saucedales de su infanciapara destilar morria en el Mare Nostrum.

    Monta la tienda bajo festivo tragaluz, lo hace dentro deltiempo estipulado. Haba practicado, con la misma minuciosidadque pone en plasmar el dulce cimarrn , sobre el csped sembra-do entre los rboles que oxigenan su lar. En los campamentosanteriores en las altas cumbres, Kantoborgy, se adelantaba tanto

    que cuando l arribaba exhausto al lugar de reunin, la tienda yaestaba de pie y el otro se haba ido a realizar un reconocimientode las cercanas previo al crepsculo. En esas circunstancias deagotamiento psicosiolgico, no poda ms que agradecer nti-mamente el poder tumbarse dentro de la Grizzli de turnoy to-mar del t de naranja que le haban dejado junto al inernillo.Maldito seas Kantoborgy, pero era de agradecer por el t y latienda a punto de oreja en saco de dormir.

    Metindose en la Grizzli 8 procedi a distribuir las cosasdel macuto, fundas con recambios de ropa y botas por un lado,

    bebidas y alimentos en el rincn predispuesto para la cocina.Qu amplia ve a la Grizzli 8!Desnudndose procedi a colgarsus prendas hmedas en la techumbre, sin tener que cuidarse deinvadir el espacio del compaero de tienda. A las botas mojadaslas acomod en el porche. Llueve duro otra vez, pero as comoest de guarecido que venga el diluvio. Con la toalla frot vi-

    gorosamente los pies entumecidos por la travesa hmeda y entodoterreno que hizo. Se hunde en el plumn boreal; abraza suamuleto, el relato seero de Tolstoi, La muerte de Ivn Ilich. Nohace mencin de abrir el libro, est como sedado, listo para ses-tear antes de preparar el almuerzo-cena.

    Relmpagos chocan entre las paredes grises delRumiahui y el Corazn, y, por carambola, revientan intercaln-dose en las testas de los consortes Illiniza-Tioniza, iluminando lasvenas de la tarde que brega por empatar con la noche. La Grizzli 8

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    es escarabajo que ota impasible en el maremgnum elctrico de

    Gea. Somos imn para las tempestades!, exclama el montaerodesperezndose en la penumbra, saliendo del sueo que lo en-frenta al hambre acumulada durante la jornada solar. Calndosela lmpara de cabeza se entrega al ritual de precisin que implicacocinar en un piso sinttico vulnerable, una chispa puede abriragujero suciente para inundar su cubil. El reloj estomacal deChancholovo timbra con premura reclamando que no ha recibidoms bocado este da que la racin de frutas secas ingerida, sobre

    la marcha, en el rellano de chuquiraguas. El epuln amante de supropia produccin de compotas, encurtidos y jamones curados,imagina los manjares que debe tener en la mesa Bolln Roscn.Calvo desgraciado, estars enjuagando el paladar con sorbetede apio para entrar en la hora del t con pastelillos de ngel....

    Ante la urgencia de sus tripas por servirse algo calientey nutritivo que las tonique, sacndolas de su creciente resenti-miento por ese simulacro de inanicin al que las somete el apren-

    diz de espartano, se decide a separarse del ensimismamiento quelo llev a prenderse del regazo afrodita de la Grizzli 8. No chillesms Chancholovo, vamos a darte tu rebanada de placer protenico;aunque nunca equiparable a la calidad de los gneros comestiblesque transformar en manjares el bienaventurado Bolln Roscn.Pero creme!, nuestro chaulafn andino nos sabr a vianda deprncipe.

    Enciende el inernillo y comienza a darle forma al potaje

    que en instantes pasar a ser el men, por antonomasia, de lamontaa que vino a reforzar en su memoria mtica. Vierte el pre-cocido de deos y menestra en el lquido efervescente, revuelvecon la cuchara de palo el contenido y aade los tajos de atn em-pacado al vaco. Tras expectante minuto, el plato nico del da,se abre al olfato del gastrnomo. Por arte de su apetito observacomo ese humilde chaulafn andino se transforma en exquisitezque no envidiar las sabrosuras que salen del horno de BollnRoscn. Adelaida, psame las alverjas con guineo! , ordena

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    desde la hamaca de siglo sabtico con panorama a un mar de

    caa dulce mecindose. Atrapando el recipiente procede a disfru-tar del potaje de la olla a la boca, sin la angustia de que el tiempoastronmico se le viene encima. El reloj que trajo y que bien lefunciona es el biolgico, el que gira alrededor del tiempo mgico.Tan callando... Como las aves diurnas en un eclipse al medio dadejan de trinar y se recogen a dormir pasando de cuestionarseporqu devino la noche, y despiertan orondas a otro amanecerconvencidas que superaron el oscuro ayer. Tan callando

    Atisba fuera de su maternal refugio, camina calmoso porel vapor que se levanta del piso hmedo, la noche lo encerr trasinspido crepsculo. No sabe si abajo, en el valle de Machachi,est despejado; sospecha que s porque generalmente la avenidade los volcanes se relaja tras el temporal. El monte Corazn esrecalcitrante cuando se echa la capucha de invierno, no se des-prende de ella sino hasta la maana siguiente, colocando el car-tel: arriba no se reciben visitas a partir del meridiano. Y eso har que

    este mircoles, Bolln Roscn, est a sus anchas haciendo paseosentre las siestas que dividen su jornada de altitud. Con esta cerra-zn podra estar a cuatro pasos de l que no se percatara de supresencia. Bolln Roscn s lo vera porque tiene ojos de nictlo-pe, menos mal que no es un depredador hambriento, y l tampo-co, porque se lo tragara primero encandilndolo con el potentehaz de su lmpara de cabeza. Empanadas! Dnde ests, paradevorarte, Empanadas...?.

    Da vueltas en torno a la Grizzli 8, es su centro gravitante,que luce cual animal octgono de este mismo planeta. Deambulaa lo seguro, bien abrigado en la quietud de la caada, est es-trenando el traje prpura impermeable y ropa interior subcero,que consigui a travs del trueque con Kantoborgy. Sorprendi algtico con el dulce cimarrn que ha logrado un punto encomiable,dicindole: Yo te doy de lo mejor de mis postres y t me vistespara mis salidas de engorde, qu te parece?. No fue peliagu-do negociar con el gtico, en la montaa podr ayunar como D.

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    Quijote pero en el valle es un goloso. Ayud conocer la debilidad

    del otro por el jamn discpulo del ibrico Pata Negra, el inter-cambio fue de mutua ganancia, quedaron muy conformes con eltrueque. Comparando el hospedaje que tom en su ascensin alSincholagua, este retorno al Corazn es hostera cinco estrellas;es un lujo que puede apreciar porque pas del catre de piedra,al lo de la garganta mineral, a musgoso suelo en la comodidaddel igl.

    No obstante, persiste esa lucha por domear los miedos

    atvicos a la intemperie, y dialoga con la posibilidad de ence-rrarse en una cpsula infranqueable para que nada le haga daoa la ninfa que se resiste a brotar de su limbo para no ser efme-ra, or de una jornada de antropfagos. De qu tienes miedo,Chancholovo?... De eso, de morirme de miedo, Lovochancho.

    Evoca a los grandes felinos de antao; aquellos magn-cos depredadores que merodeaban en estos parajes, remansosan hoy escondidos en la altura volcnica. Ac s haba presas

    dignas de sus dilatados estmagos; se han ido, ya no estn msaqu. Los pumas y ciervos que medraban en lo alto de la faz orien-tal del Corazn se marcharon a exhibirse en el museo de la faunaque no arrib a la poca de la vigorexia bpeda. Sobrevivieron losconejos y aves de rapia que los mantienen en niveles estables.Calcula que Bolln Roscn debe ser experto cazador de conejos,tendr su propia versin del afamado Conejo a la belga , que elgur de la Nueva cocina ecuatoriana , Pompilio Dela Cruz, habr

    transformado en Conejo al haxix en los fogones de la hostera deselva Remoto. Ser, Chancholovo, que de tanto estar acompaadoen los centros de apacentamiento borreguiles, te imbuyeron p-nico a la soledad. Te da horror verte inerme ante la cruda natu-raleza de la altitud, desnudo, sin el disfraz que usas para venderal cartesiano Lovochancho, el que con sus matemticas aplicadaspretende racionalizar hasta los ntimos suspiros de Adelaida,psame el postre! Y Adelaida acude a su amante matemtico paraalquilarle una hora de abrazos constrictores, de esos que le lubri-

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    can el cuerpo pero no le dejan huella en el alma que tozudamente

    le pide rentar una alcoba en la mansin del amor incorruptible.La noche en la montaa cumple su cometido de estreme-

    cer, es la cita con los elementos de un nicho biolgico que borra elescudo protector del sujeto clamando por consumir bagatelas, sinhambre de gloria pstuma, desaforado por comprar la eternidadcon una tarjeta de crdito que le dice que apenas hay ciertas cosasque no compra el ponderado plstico. Entre esos tem, que nopuede acumular el garante de la perfeccin, est el de no araar

    la imperfeccin de los artistas, esa precariedad que los pone atrascender, por cima del sudor metlico, en cuatro renglones deverdica poesa.

    Chancholovo par de temblar, no resiste ms al apogeo dela realidad de Lovochancho. Superada la crisis del hombre queno quiere que le apaguen la luz, asimilando que el miedo laotra cara del valor es la reaccin contra el lmite que colocala muerte, se devuelve a la Grizzli 8, adelantndose al prximo

    chaparrn. Supone que Bolln Roscn har lo mismo puesto que,acorde con su cdigo higinico, detesta oler a lobo mojado.

    Metido en la funda abre y cierra el amuleto, el relato queno relee para reinterpretar al Ivn Ilich dando alaridos en su ago-na porque no quera irse del mundo sin haber vivido an. Aquno va ni siquiera a hojear La muerte de Ivn Ilich, pero pasado ma-ana lo sorprender como si nunca antes se hubiese abrumadocon ese personaje. Cosa similar sucedi con Mientras yo agonizo

    que,en las breas del Sincholagua, apenas lo ley, pero s lo hizoen la cmoda quietud de su hogar comprobando que estaba ali-mentndose de un texto distinto al que palade aos atrs, todoslos involucrados en la repeticin renacieron para volver a sufrir-los desde el principio.

    Lo asalta la cuestin que puso al profesor Duvolosky aelucubrar sobre la leyenda de Bolln Roscn. Cmo se proveede vituallas el calvo desgraciado? Esta interrogacin desat eldebate entre los radioescuchas de radio-libre Maran, alimen-

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