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Índice Presentación. De la identidad a la vulnerabilidad. La cuestión de la inmigración y las irrupciones en el nosotros, Ignacio Irazuzta y María Martínez, 9 1. El gobierno de los «otros» en el País Vasco: ciudadanía inclusiva y políticas de integración, Daniel Muriel, 39 2. La educación de los «otros»: gestión de la diversidad y políticas interculturales en la escuela inclusiva vasca, María Martínez, 71 3. El trabajo de los «otros»: «temporeros y asentados» en la Rioja Alavesa, Ignacio Irazuzta y Elsa Santamaría, 113 4. Esquivando el racismo: el paradigma de la «integración» en las sociedades europeas y vasca contemporáneas, Silvia Maeso y Bea- triz Cavia, 151 5. Y más allá de la identidad, la vulnerable víctima: zombis, llantos papales e inexistencia social, Gabriel Gatti, 195 Bibliografía, 211 Los autores, 227

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Índice

Presentación. De la identidad a la vulnerabilidad. La cuestión de la inmigración y las irrupciones en el nosotros, Ignacio Irazuzta y María Martínez, 9

1. El gobierno de los «otros» en el País Vasco: ciudadanía inclusiva y políticas de integración, Daniel Muriel, 39

2. La educación de los «otros»: gestión de la diversidad y políticas interculturales en la escuela inclusiva vasca, María Martínez, 71

3. El trabajo de los «otros»: «temporeros y asentados» en la Rioja Alavesa, Ignacio Irazuzta y Elsa Santamaría, 113

4. Esquivando el racismo: el paradigma de la «integración» en las sociedades europeas y vasca contemporáneas, Silvia Maeso y Bea-triz Cavia, 151

5. Y más allá de la identidad, la vulnerable víctima: zombis, llantos papales e inexistencia social, Gabriel Gatti, 195

Bibliografía, 211

Los autores, 227

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Presentación. De la identidad a la vulnerabilidad. La cuestión de la inmigración y las irrupciones en el nosotros

Ignacio Irazuzta (Tecnológico de Monterrey, campus Monterrey)

María Martínez (CEIC, UPV/EHU)

El libro que aquí presentamos se interroga sobre el «nosotros», sobre la identidad colectiva, pero se instala analíticamente en su reverso, en la incógnita sobre el extraño, en la cuestión de la alteridad. Pensar en los que son construidos como «otros» abre la puerta a reflexionar so-bre la propia pertenencia, sobre los asuntos de comunidad, sobre cómo ésta nombra, gestiona y gobierna a sus otros y se representa junto a ellos. Y el contexto en el que se inscriben estas cuestiones es uno singularmente acostumbrado a los cuestionamientos sobre el «quiénes somos», el País Vasco. La identidad colectiva está en un lugar central de los debates públicos de Euskadi desde hace algo más de un siglo. En ese transcurso son visibles diferentes modulaciones en la articulación del nosotros que muestran simultáneamente las repre-sentaciones sobre los otros: primero la pertenencia/diferencia es ra-cial, luego de adscripción mediante el aprendizaje de la lengua y, más recientemente —aunque con las limitaciones de aquellas comunida-des nacionales que no alcanzan una pretendida plenitud— jurídico-institucional, es decir, residencial, planteada en los términos de la ciudadanía moderna.

En este último momento histórico se escribe y se inscribe el mo-tivo local de este libro. Es un tiempo de relativa consolidación institu-cional en el País Vasco y en el que, por tanto, quedan atrás, desvane-cidas, aquellas definiciones sociales de la identidad y la alteridad dejadas al «libre juego» de la cultura. La institucionalización supone el progresivo corrimiento de la legitimidad hacia la legalidad —des-plazamiento, por supuesto, nunca acabado, y menos en la peculiar si-tuación de Euskadi— y, con ello, la emergencia de discursos más or-

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denados y de una serie de actores que los encarnan propagándolos, debatiéndolos e incluso transgrediéndolos. Y también volviéndolos más seculares, inscribiéndolos en los términos de sus normativas, de sus planes de gobierno, de sus desiderátum de gestión. Secularización que es una forma de neutralización, de relativa sustracción de determi-nados asuntos del automatismo del mercado y de los dictados de la política para colocarlos en ese terreno híbrido de lo social (Donzelot, 1984).

En ese contexto, de espesor histórico-estructural y de oportuni-dad local, las representaciones sobre la alteridad de la comunidad pa-san a ser protagonizadas por un tipo de otro que obedece también a la emergencia de un fenómeno de la coyuntura histórica: el de las migra-ciones internacionales que buscan destino en la península ibérica des-de los años noventa hasta la actualidad. La inmigración, en especial la significativamente llamada «inmigración no comunitaria», se convier-te en insistente materia de preocupación social y ocupación guberna-mental y en ese viraje activa y desactiva viejas alteridades y exclusio-nes sociales: la de la inmigración de los años de la industrialización, protagonista de juegos de identidades y alteridades de una etapa histó-rica fundamental del nacionalismo vasco; la de la población gitana, ese «otro de siempre» de la sociedad local.

Los trabajos que reúne este libro —resultados que se enmarcan dentro de un amplio proyecto de investigación sobre los significados de la tolerancia, el racismo, el antirracismo y las políticas de integra-ción a nivel europeo—1 refrendan a nivel local las tesis que insisten en la centralidad de los procesos de construcción de la ciudadanía y las instituciones políticas del nosotros para explicar las siempre social-mente inquietantes representaciones sobre los otros (Koopmans et al., 2005; Maeso y Araújo, 2013). El último jalón histórico que en el País

1. El proyecto de investigación es: «TOLERACE. The semantics of tolerance and (anti)racism in Europe: public bodies and civil society in comparative perspective» financiado por el 7.º Programa Marco de la Comisión Europea. El proyecto fue lidera-do por el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad de Coimbra (Portugal), y en él participaron las siguientes universidades y centros de estudios: Universidad de Leeds (Inglaterra), Europa-Universidad Frankfurt (Alemania), Instituto de Investiga-ción Social (Dinamarca), Universidad de Sevilla y Universidad del País Vasco (Espa-ña). Para más información se puede consultar la página web del proyecto: <http://www.ces.uc.pt/projectos/tolerace/pages/pt/about-tolerace.php>.

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Vasco hace a este juego de identidad-alteridad viene marcado, como dijimos, por la presencia de las migraciones internacionales, una rea-lidad social profusamente tematizada y normada a nivel europeo que, sin embargo, muestra algo carentes a las sociedades locales de episte-mologías políticas sobre su tratamiento e inclusión.2 La situación es entonces de oportunidad sociológica para dar continuidad a la extensa cuestión de la identidad colectiva en el País Vasco pero sobre todo para, desde este contexto local, contribuir a los copiosos debates sobre la inmigración en la Europa actual.

Son dos las hipótesis principales que recorren los textos que componen este libro. La primera concierne a la tendencia creciente a hacer de la vulnerabilidad social un lugar común en las representa-ciones de alteridad en el País Vasco contemporáneo. La peculiar si-tuación administrativa de la sociedad vasca, carente de competencias sobre los regímenes de extranjería, no impide que la inmigración «no comunitaria» esté exenta de política. La tiene. Y le llega desde la política social. Para ello, el otro extranjero queda representado como proveniente de ese «sur del mundo poco desarrollado». Es esta repre-sentación del mundo —dividido entre un norte rico y un sur pobre— la que habilita la gestión de unos sujetos que pasan a estar interpela-dos desde ese tipo de falta que hace a la vulnerabilidad social. La vulnerabilidad es, entonces, condición de alteridad; sobre todo cuan-do ésta inspira algún tipo de cuidado. Es la forma en la que el noso-tros se acerca al otro, lo constituye como tal y se piensa en relación a, desde sus propias normas e instituciones sociales, desde su identidad. Esta situación local coloca en la palestra una cuestión que sigue mos-trándose vivaz en las sociedades europeas, la de las relaciones entre diversidad étnico-cultural, multiculturalismo, integración social y estado de bienestar (Freeman, 2004; Banting y Kymlicka, 2006; Hol-tug y Mason, 2010; Koopmans et al., 2005),3 tropos de la convivencia

2. España y otros países del sur de Europa son catalogados por la bibliografía espe-cializada como países de reciente inmigración y, si acaso por ello, sus políticas de in-tegración tienen un carácter más pragmático que sustentado en principios filosóficos de convivencia multicultural (Calvita, 2005; Freeman, 2004; Zapata-Barrero, 2009).3. El debate se plantea en términos de causalidades y efectos de la inmigración inter-nacional, la diversidad étnica y la cohesión social sobre los regímenes de igualdad y solidaridad social (Banting and Kymlicka, 2006; Holtug and Mason, 2010). Las postu-ras —en ocasiones formuladas desde presupuestos más normativos que derivados de

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que, como se los aborda en el capítulo 4, frecuentemente pasan por alto la vieja cuestión del racismo en las sociedades locales del conti-nente.

La otra hipótesis hace al presupuesto metodológico de las inves-tigaciones que han dado por resultados la mayoría de capítulos que componen el libro. En todos los casos se ha trabajado con agentes mediadores, es decir, con ese denso tejido organizacional que involu-cra a instituciones de la sociedad civil, gubernamentales e interme-dias y que, de alguna manera mitiga la presencia de los agentes indi-viduales detrás de propósitos y voluntades colectivas. O si se quiere a la inversa, muestra a los individuos en su manifestación colectiva e institucional pero en cualquier caso lo hace en ese nivel de cuajo de la vida social en el cual se dirimen y se ejecutan normas de conviven-cia. Se descubre allí una forma de activación de la sociedad civil, de hacer a los agentes, que pone en juego de una manera peculiar esa modalidad de las relaciones sociales que convencionalmente llama-mos «política»: la de vivir de y vivir para (Weber, 2005). Los planes de gobierno activan a los agentes a través de programas y subvencio-nes a los que acceden las asociaciones civiles. Programas y subven-ciones que no contemplan sino indirectamente la profesionalización de los agentes (no hay sueldos; si acaso contratos que se acuerdan por algún tipo de servicio o acción). Esas vocaciones hechas por valores de servicio al prójimo, gestadas en la compasión, en lo humano y, en general, en todo aquello que excede lo institucional y jurídicamente dispuesto, confluyen a través de complejos mecanismos de activa-ción desde las instituciones en un entramado de gubernamentalidad que sostiene y ejecuta en importante medida las políticas hacia la al-teridad. Así, las forma de «vivir para» del mundo asociativo civil se descubren en estrechos y complejos vínculos con la política institu-cional.

En este capítulo introductorio haremos en primer lugar un repaso sociológico de las diferentes formaciones históricas de la identidad-

estudios empíricos (Cole, 2000)— difieren al respecto: para algunos enfoques las polí-ticas multiculturales erosionan el sentimiento de pertenencia que se cree necesario para el sostenimiento de la solidaridad social y los sistemas de redistribución económica (Barry, 2001); para otros, por el contrario, el reconocimiento y promoción de las mino-rías favorece a la inclusión social (Kymlicka, 1995).

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alteridad en el País Vasco. Compendiamos para ello la extensa labor de investigación del Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva,4 que es donde se inscribe el trabajo que aquí presentamos y que confor-ma su terreno de partida. A continuación, desentrañamos las represen-taciones de la vulnerabilidad como hábitat de la existencia de los otros; esas formas benévolas para el tratamiento de la alteridad que parecen ser propias del momento más institucionalizado del nosotros local cuando construye y asume la realidad de la nueva inmigración internacional en su comunidad. Cerramos reseñando las fórmulas de gestión de ese tratamiento, el denso tejido burocrático que, mediante planes, programas y agentes, construye al otro vulnerable y a la vez lo hace leitmotiv de sus acciones.

Cada una de estas cuestiones no persigue más que situar al lector en el contexto de la investigación de la que emana este libro y en su marco interpretativo general. Los capítulos, que presentamos hacia el final de estas páginas de manera singularizada, son, por supuesto, sig-nificativos en sí mismos. Sin embargo, su presentación en un único volumen guarda la intención de mostrarlos como partes de un proyec-to común de investigación.

1. Los otros del nosotros. Los hitos en la producción de la identidad-alteridad en el País Vasco

Dos son las formas en que, desde la teoría social, podemos abordar la identidad sin riesgos de reproducir el esencialismo inherente a la cons-trucción nativa de la realidad social y ver a la vez desde ese centro las periferias constitutivas, las alteridades, que son, claro, siempre relati-vas. Por un lado, desde una larga tradición sociológica de factura fun-cionalista que va de Durkheim a Parsons, la identidad se asocia a la idea de integración del sujeto a las normas que emanan de un punto central de la sociedad. Es una forma interesada en los mecanismos de

4. El Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva es un grupo de investigación, dirigido por Benjamín Tejerina y coordinado por Gabriel Gatti, que se ubica institucio-nalmente en el Departamento de Sociología 2 de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU): <www.identidadcolectiva.es>.

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socialización que hacen a la personalidad del sujeto y, así, al orden social. Por otro, desde una perspectiva algo más alejada de la sociolo-gía clásica y más cercana las filosofías que hacen al individuo en el mercado y en la ciudadanía moderna, la identidad puede también ser entendida como la estrategia de un actor que toma parte activa en la construcción de aquellas normas que la primera de las perspectivas aborda ya hechas. Así, si la primera es tradición y sujeción, la segunda es cambio y agencia (Dubet, 1989).

Aquí nos interesa más la primera de las perspectivas. No porque neguemos la manifestación social de la segunda ni porque desconoz-camos que ambas son niveles analíticos de un mismo proceso social5 sino porque entendemos que el enfoque de la integración aporta ma-yor luz sobre los procesos de construcción de la alteridad. Y no es tanto en la dimensión subjetiva, de la formación de la personalidad social y de las fallas en los patrones de socialización que producen individuos desviados o situaciones anómicas, en lo que centramos nuestra atención. Es en el plano del resultado colectivo, en el de la fuerza social que construye grupo, y por tanto identidad a partir de la diferenciación, de la oposición, de la distancia, de la frontera, negativa o positiva con los otros (Tajfel, 1984; Barth, 1976). Vistos desde el centro de la identidad colectiva, esos otros son sus exteriores constitu-tivos, el reverso del logos que comanda la producción de normas. No es lo irrelevante, es lo que importa, aunque «no del mismo modo» (Butler, 2002). Señala así algún grado de exclusión, de desintegración y por tanto de más o menos envilecimiento hacia quien ocupa ese lu-gar de alteridad. Y se trata de una construcción histórica que, al inte-rior de una unidad social, puede ser producida por una variedad de motivos, de agentes y de soportes diferentes.

En el País Vasco, por su singular situación de nacionalismo peri-férico, la identidad colectiva parece ser el motivo de su propia vida social. No porque haya allí una especial vocación para la integración,

5. Es decir, cuando las sociedades no están del todo dominadas por su propia repro-ducción, como ocurre en la modernidad, la identidad como integración-tradición puede ser utilizada como un recurso para la movilización y el cambio social (Dubet, 1989). Esta situación, en apariencia paradójica, suele ser constitutiva de muchas minorías ét-nicas que reclaman un reconocimiento político como grupo, como puede ser el caso del País Vasco.

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sino más bien porque, desde hace algo más de cien años, el lugar se ha caracterizado por un particular empeño en la producción de una idea de nosotros (Gurrrutxaga, 2005) que, en perspectiva histórica, termina siendo, si no plural, al menos cambiante, asistida por diferentes moti-vos. Historizar entonces la identidad colectiva en Euskadi y pensar sobre los modos de relación del «nosotros-otros» es, pensamos, fun-damental para situar la problemática que queremos abordar. No son fases de la historia «objetiva» de la vasquidad,6 de la historia que ha-rían los historiadores, sino hitos, cúmulos sociológicos que permiten visualizar los grandes momentos en la construcción de lo propio sobre una representación simultánea de lo ajeno, de lo extraño. A lo largo de ese camino, el otro, los distintos otros, se presentan en diferentes figu-ras, posiciones y grados: unas veces más cercanos, otras más lejanos; en ocasiones como un otro integrable, en otras radicalmente exclui-dos, etc. Distinguimos tres hitos o etapas en esta historicidad:7 una primera en la que la identidad vasca se piensa en términos raciales y por lo tanto la exclusión es radical; un segundo momento en el que la lengua deviene el elemento central de pertenencia al nosotros y enton-ces los otros son potencialmente integrables; y, u na última etapa en la que la identidad adquiere un importante grado de institucionalización, se reproduce desde estas formas racionalmente normadas (Abad et al., 1999) y, por tanto, algunos otros y algunas situaciones de esos otros, atraviesan por la maquinaria de socialización pasando a ser objeto de gobierno. Estas etapas no son, por supuesto, momentos absolutos, ce-rrados sobre sí mismos. En ocasiones se mezclan, se superponen y traspasan algunos de sus elementos. Veamos más detenidamente las dos primeras, dejando la tercera para un apartado específico.

La identidad desde lo racial: el nosotros homogéneo y la diferencia radical de los «otros»

Entre finales del siglo xix y los primeros años del xx, entre los inte-lectuales fundadores del proyecto nacionalista, la identidad se piensa

6. Tema sobre el que pueden consultarse diversas fuentes, entre otros: Ramírez Goi-coechea (1991), SIADECO (1979), Tejerina (1992, pp. 73-137).7. Estas tres etapas se desarrollan con más detalle en Gatti (2007).

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en términos raciales, son la biología y la genética las que determinan el ser vasco. En el discurso de Sabino Arana, alma mater de la ideolo-gía nacionalista local, el lugar del otro que fija el límite entre la comu-nidad y el otro es la raza y las fronteras entre comunidades son, conse-cuentemente, rígidas e intraspasables.

En este marco no podemos dejar de mencionar el trabajo de las ciencias sociales, especialmente la producción de la antropología cul-turalista sobre el concepto de raza,8 fundamental para sostener esta manera de entender la identidad vasca. No es singular del contexto local la participación del trabajo científico en la construcción, legiti-mación y estabilización de imaginarios colectivos. Por lo general, los discursos científicos ayudan a categorizar identidades, a reforzar los mitos fundacionales de éstas, y a marcar los límites entre el afuera y el adentro de la identidad. Jesús Azcona lo describe en estos términos para el caso del País Vasco:

«Los resultados y contenidos a que llega la ciencia de lo vasco y que (…) se apropia y construye el nacionalismo vasco, son, además de ela-boraciones científicas o puramente teóricas, resultados y contenidos que ejercen una gran fuerza en la construcción diferenciadora de la rea-lidad social y esto en un doble sentido: por un lado la delimitación de lo vasco establece los límites del pensar y del actuar dentro de la propia comunidad a sus propios miembros; por otro, establece una diferencia frente a los no vascos.» (1984, pp. 160-161).

A lo largo de la primera mitad del siglo xx, la práctica de representación de la antropología local9 ayudó a que se modelase una idea de la identi-dad muy asociada a imágenes de una autenticidad pensada como origen a partir del que, sin grandes transformaciones, lo vasco perdura a lo largo del tiempo. Como señala Joseba Zulaika, el discurso científico de la antropología realizó el cierre narrativo de la vasquidad y lo hizo con

8. Nos referimos sobre todo a los trabajos de J. M. De Barandiarán y T. Aranzadi, dos figuras de esta corriente antropológica y también del propio nacionalismo vasco.9. Lo cierto es que las propias disciplinas antropológicas y lingüísticas han revisado profundamente su influencia directa en aspectos muy asentados del imaginario de la vasquidad. Los trabajos de historia social de Manuel González Portilla (1983) o el análisis de algunos antropólogos de las ficciones que estructuran el imaginario nacio-nalista (Aranzadi, 2001; Azurmendi, 1988) son apenas un ejemplo.

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una retórica poderosa: estableciendo un principio y dando cimiento al mito de la autoctonía de la raza (1996, pp. 112-113). Gracias a eso se consiguió prescribir el momento original de la vasquidad, construir una trama histórica que liga ese momento con el presente y, en lo que nos interesa, identificar, primero, un sujeto asociado a ese origen (hombre rural, no romanizado, de autoctonía lingüística y biológica…) y, en se-gundo lugar y en consecuencia de lo anterior, definir por negación quién no es ni puede ser vasco (Gatti y Muriel, 2010). Analizada de este modo, la antropología operó como «ideología configuradora de la visión de la realidad de los pueblos, es decir, arma de legitimación de una praxis política» (Azcona, 1984, p. 32). Con ella lo vasco se situó en un tiempo —la época del hombre prehistórico— y un espacio —el ámbito rural y los restos de ese tiempo primigenio—. Se produce, en palabras de Zu-laika una «“ilusión de secuencia” extraordinaria por la que era legítimo asumir que los vascos provenían directamente del hombre que pintó en [la cueva prehistórica de] Ekain y hasta se podía imaginar que la exis-tencia del euskera como única lengua preindoeuropea estaba enigmáti-camente relacionada con esa evolución autóctona» (1996, p. 95).

Desde las elaboraciones acerca de la singularidad racial, étnica o lingüística de algunos lingüistas (caso de Sánchez Carrión) y antropó-logos se va construyendo la trama de la narración de la identidad na-cional: le proveen de sus fundamentos, de su origen y de su continui-dad. Dibujan un origen, el de un sujeto colectivo limpio de toda mácula, pensado desde la adición de sustancia biológica, lingüística, cultural y étnica, el nativo, encarnación de esas cualidades, centro y modelo de ese origen, garantía, por ende, de su supervivencia. Quedan en este momento sentados los fundamentos de una identidad vasca fuerte (Gatti, 2007): un nombre —lo vasco, euskaldun—, una historia con su origen y mito fundador —el hombre prehistórico del que so-mos herederos—, y un territorio —el del pueblo vasco—.

Detrás de estos elementos encontramos un sustento racial de lo vasco que construye una identidad internamente homogénea con fron-teras y límites claramente definidos. Es éste un modo de pertenencia al nosotros comunitario que evacúa toda posibilidad de incorporación a la comunidad. La frontera entre el nosotros y el otros es rígida e in-traspasable, es un modelo fuertemente diferenciador en el que todo otro será, necesariamente, radical e irreconciliable. En este marco, toda relación entre el nosotros y el otros será excluyente.

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La identidad desde la lengua: voluntad de ser y promesa de integración

La segunda etapa está ligada con la eclosión del nacionalismo a par-tir de los años 60, en el último franquismo, y la primera instituciona-lización política del post-franquismo. En este marco, se abandona el discurso del primer nacionalismo y de la antropología cultural de principios del siglo xx de una identidad racialmente sostenida. Aho-ra el elemento fundamental de la identidad vasca es la lengua. El conocimiento del euskera deviene el diacrítico que marca la perte-nencia a esta identidad. Definitoria es la cita del filólogo Jean Harits-chelhar, en la introducción al volumen significativamente titulado Ser vasco:

«Son vascos todos los habitantes del País Vasco. Todos los países po-seen una parte de extranjeros. Pero el País Vasco, al no ser un Estado, sólo tiene en cuenta la “nacionalidad” y no la ciudadanía. Ser vasco es considerarse como miembro de la “nación” vasca, aunque uno sea de nacionalidad francesa, española o americana; es tener plena conciencia de formar parte de un pueblo, de una comunidad social, espiritual y afectiva a la que nos unen vínculos de sangre, mente, corazón. La co-munidad lingüística acusa la diferencia.» (1986, p. 23).

El nosotros está ahora constituido por todos aquellos que conocen la lengua vasca. La «frontera étnica» (Barth, 1976, p. 17) se dibuja desde ese momento sobre la lengua de los vascos: el euskera. La lengua se presenta, en palabras de Ramírez Goicoechea, como símbolo de co-munidad y como el demarcador de las fronteras de la pertenencia: es el «gran catalizador de la identidad colectiva, compendio resumen de la emergencia de la reivindicación de la diferencialidad vasca, verda-dera piedra de toque que genera solidaridades y procesos de identifi-cación intensa» (1991, p. 124).

Este cambio se produce en un momento en el que inmigrantes provenientes de otras regiones del Estado español van asentándose en Euskadi para quienes este modelo de pertenencia a la comunidad —la lengua— abre la puerta a una incorporación antes imposible. La len-gua posibilita la integración de los otros mediante su aprendizaje y es, en este sentido, un modelo de pertenencia más flexible, menos cerrado que el racial. Existe, por parte de la comunidad, una promesa de inte-

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gración siempre y cuando los otros muestren su voluntad de ser, de devenir, mediante la adquisición de la lengua de los vascos.

Ello no significa que sea un modelo de identidad que no produz-ca exclusiones y diferenciaciones. Lo hace, primero, marcando una fuerte distinción entre quienes hablan euskera y quienes no lo hacen. Segundo, estableciendo escalas de pertenencia entre quienes hablan euskera como lengua materna y quienes lo han aprendido en algún momento de su vida. Y, tercero, lo hace porque el aprendizaje del euskera como promesa de integración a la comunidad encuentra sus problemas de realización10 y, aún cuando se da, halla en el camino escalas de representación sostenidas sobre otras categorías sociales y sociológicas: la raza, la cultura, el género, la etnia, la vulnerabilidad, etc. Ello se produce, en parte, porque en el desplazamiento del primer modelo —el racial— al segundo —el de la lengua— se dejan rastros, marcas, especialmente la imagen de una comunidad internamente ho-mogénea.

2. La institucionalización de la pertenencia: entre la voluntad y la necesidad de estar

A partir de los años 80 hay elementos para definir un nuevo hito en el modelo de pertenencia-diferencia. La creación en España del Estado de las Autonomías y la aprobación del Estatuto de autonomía de Ger-nika en 1979 suponen para Euskadi un proceso de institucionalización y profesionalización de la política que acarrea un importante momen-to de realización de la identidad colectiva. Varios cambios importan-tes convergen para ello: en primer lugar, la formación de partidos po-líticos que pueden canalizar las demandas de la sociedad y que, en su conjunto, hacen mella en el unanimismo que en el período anterior propició la oposición al régimen franquista; en segundo lugar, la for-mación de un poder representativo y administrativo autonómico (Abad et al., 1999) que permite una importante gestión administrativa

10. En el capítulo 2 se analiza específicamente esta cuestión señalando que la prome-sa de la incorporación al nosotros a través de la lengua no siempre se ve realizada.

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de la pertenencia. Si bien jurídicamente limitado por su inscripción en el orden constitucional español, este nuevo marco institucional se acerca a los términos de la ciudadanía moderna en tanto que el factor territorial-residencial será clave en la determinación de la inclusión-exclusión.

En resumen, tres aspectos concurren en este momento de progre-siva institucionalización de la vida política en Euskadi. En primer tér-mino, aparece una institución de gobierno propia, dotada de medios administrativos, jurídicos y económicos, con objetivos específicos de gestión y mecanismos de integración ajustados a esos objetivos y a una voluntad popular canalizada a través de los instrumentos institu-cionales dispuestos al efecto.11 En segundo lugar, se da al mismo tiem-po una progresiva adaptación y refuncionalización del entramado aso-ciativo civil, que declina en su función de socialización política más o menos cercana al ideario nacionalista radical para dedicarse a los ob-jetivos concretos que declara. Aparecen en este sentido nuevas formas de participación a través de asociaciones abocadas a múltiples cues-tiones sociales: el voluntariado social es a nuestros propósitos la más significativa de estas formas (Abad et al., 1999). Finalmente, estas tendencias hacia la institucionalización y profesionalización de la vida política y de la participación social se da en el contexto de una doble integración de la realidad local a normativas externas de organización y racionalización: en primer lugar, mediante disposiciones jurídicas orgánicas y fórmulas de gestión del nuevo Estado español de las auto-nomías, que serán replicadas en y compartidas con otras administra-ciones autonómicas; en segundo lugar, a nivel europeo también a par-tir de normativas y de valores colectivos que se manifestarán en planes y programas de gobierno.

El desarrollo de las ciencias sociales acompaña muchos de estos cambios en múltiples sentidos. Por un lado, desde los debates acadé-micos, el giro construccionista de los años 80 llega a los análisis del nacionalismo de la mano de los aportes de Anderson, Gellner o Smith «denunciando» esencialismo y apostando por perspectivas alternati-vas que se interrogan sobre los procesos y mecanismos de construc-

11. Aunque una parte importante que encarna el nacionalismo radical seguirá cues-tionando el nuevo marco institucional, tanto el estatal como el autonómico.

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ción de las identidades colectivas, especialmente las nacionales. Son de señalar varios trabajos académicos que durante estos años, a partir de este enfoque constructivista, permiten hacer más porosa la imagen homogénea que de lo vasco había construido la antropología social de principios del siglo xx. Desde abordajes de corte más empírico, des-tacan los trabajos de socioestadística de Ruiz de Olabuenaga (1983; 1984) y de SIADECO (1979), pero también son reseñables investiga-ciones más teóricas sobre la construcción de la identidad nacionalista analizada como un todo (Pérez-Agote, 1984; 1987; 1989; Gurrutxaga, 1983) o centrándose en algunos de sus aspectos: la lengua (Tejerina, 1992), el sistema educativo (Arpal, Asúa y Dávila, 1983), y mucho más tarde en la euskaldunización de adultos (Gatti, 2007). Por otro lado, son de destacar empeños decididos por una construcción cientí-fica «oficial» de la realidad: en 1986 se crea el Instituto Vasco de Estadística (EUSTAT) que, desde entonces, irá elaborando todo tipo de representaciones sociales, económicas y demográficas de la reali-dad que demarca la nueva delimitación político-administrativa auto-nómica.

Estos dos elementos —definición administrativa de lo vasco y construccionismo en el ámbito académico— permiten paralelamente pensar el nosotros no únicamente en clave racial o de lengua. De nue-vo, el desplazamiento no es radical, no se abandonan los modelos an-teriores, que seguirán dando forma a algunas partes del arco ideológi-co nacionalista, especialmente en lo que respecta al modelo de la lengua, pero se añaden elementos novedosos en la construcción del nosotros, de los otros y de la relación entre ambos. La consolidación de instituciones propias de los vascos fomenta pensar la identidad en el terreno de la burocracia y de la administración. Es ésta una fase de «racionalización de las pertenencias; ahora, la identidad ya no se construye sólo en los lugares —históricos, políticos, sagrados tam-bién— de la comunidad nacional, sino además en los espacios más fríos, menos connotados de las instituciones y en lo que éstas prescri-ben para definir la ciudadanía: residencia.» (Gatti y Muriel, 2010, p. 6). Específicamente, y dada la ausencia de competencias en térmi-nos de nacionalidad, la administración vasca incide en un modelo de vinculación a la comunidad apoyado en la voluntad de estar (Ibid., p. 7). Cualquiera puede a priori devenir vasco por el mero hecho de residir en el territorio vasco ahora administrativamente delimitado. La

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identidad pasa de conjugarse con el verbo ser a hacerlo con el verbo estar.

Si el modelo empieza a ser dibujado en los años 80, su consoli-dación se hará efectiva durante la última década del siglo xx y los primeros años del xxi. Semánticamente el cambio es notable, perdien-do importancia conceptos como etnia, nacionalismo, lengua, e impo-niéndose otros tales como derechos, tolerancia, vulnerabilidad, inter-culturalidad, ciudadanía inclusiva. Términos que revelan un nuevo viraje en la concepción del otro a partir de una realidad que creciente-mente irá problematizándose tanto desde las instituciones de gobierno como desde las agendas académicas: las migraciones internacionales, que a partir de la década de los 90, especialmente durante los primeros años del siglo xxi, comienzan a instalarse en la península y también en Euskadi. La idea de novedad, de fenómeno social novedoso, es corriente en las aproximaciones a la cuestión migratoria. De hecho, pronto se convierte en un área de preocupación e interés de científicos sociales desde una lectura que incide en la distancia con el nosotros al ser los inmigrantes leídos como «mundos sociales» diferenciados (Aierdi, 1989; 1992).

La «cuestión de la inmigración»

Es innegable el flujo migratorio internacional que comienza en los años 90 y se intensifica en la primera década del siglo xxi en el con-junto del Estado español y del País Vasco. Los análisis demográficos y estadísticos así lo reflejan: el porcentaje de población inmigrante pasa entre 1998 y 2012/3 de menos del 2 por cien al 12 por cien en España y de menos del 1 al 6 por cien en Euskadi. Forman un flujo migratorio importante especialmente a partir del año 2000 en España y algo más tarde en el País Vasco (Blanco, 2008). Sin embargo, la imagen de novedad emerge antes del gran flujo migratorio tanto en las ciencias sociales, como en el campo de la intervención política.

En el ámbito académico, decíamos, el interés es creciente y se multiplican las publicaciones y reuniones científicas sobre el tema. No es objeto de este libro hacer una recopilación de los trabajos sobre inmigración en España y en el País Vasco, simplemente sirva con se-ñalar la temprana preocupación por parte de las ciencias sociales so-

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bre el asunto con el dato de que el primer congreso de migraciones internacionales en España se celebra en el año 1997.12 La inmigración deviene un problema sociológico y ocupa significativamente las agen-das de los científicos sociales. Esta ocupación y preocupación por la «cuestión de la inmigración» es tanto más intensa en el ámbito de la intervención política. A nivel estatal, la dedicación al tema se hace efectiva con la aprobación ya en 1994 del «Plan para la Integración Social de los Inmigrantes (PISI)». Para entonces, Cataluña ya había aprobado en 1992 el I Plan de Inmigración (Pajares, 2005) y a partir del año 2001 lo harán otras Comunidades Autónomas.13 Pero no sólo son los planes, sino toda una serie de agentes y programas que éstos activan. En el caso concreto de Euskadi, entre los años 2002 y 2003 se habían creado: el Foro de Inmigración; el servicio de asistencia jurídi-ca “Heldu”; el servicio de mediación intercultural “Biltzen” e Ikuspe-gi-Observatorio Vasco de Inmigración a través de un convenio con la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) encargado de la realización de estudios, análisis estadísticos e investigaciones sobre la inmigra-ción. La arquitectura institucional está ya conformada para pensar y definir el problema (o la cuestión) de la inmigración.14

Ambos elementos, preocupación académica e intervención po-lítica, colocan a la «cuestión migratoria» como un tema central de la

12. Será este congreso el primero de una serie continuada y más o menos periódica (cada dos o tres años) de «Congresos sobre migraciones internacionales en España». Al primero de 1997 celebrado en Madrid, le siguen: en el año 2000 también en Madrid, el tercero se celebra en Granada en 2002, el cuarto tiene lugar en Girona en 2004, en 2007 se celebrará el quinto en Valencia, A Coruña acogerá el sexto en 2009, y el sép-timo y último se celebra en Bilbao en 2012.13. Según datos de Miquel Pajares, entre los años 2001-2002 y 2003-2004, se aprue-ban planes en las siguientes Comunidades Autónomas: Madrid, Andalucía, Murcia, Baleares, Canarias, Navarra, Aragón y Cataluña aprueba su segundo plan (2005, p. 136). En Euskadi, el primer plan de inmigración se aprueba en 2003. Esta cuestión será abordada con más detalle en el primer capítulo de este libro.14. Lorenzo Cachón, a partir de los trabajos de Lenoir, propone un recorrido en la construcción del «problema social de la inmigración» partiendo de la «cuestión migra-toria» para el que se tiene que producir: transformaciones de la vida cotidiana de los individuos; la formulación pública de esas transformaciones como problema; la «evo-cación» de ese problema como tal por parte de los medios de comunicación, y la «im-posición» de ese problema por parte de las agencias gubernamentales y de intermedia-ción, todo ello tras la «legitimación» que otorga el reconocimiento como tal por parte de las instancias oficiales (2013). En este libro, nos centramos en el papel de las ins-tancias oficiales, de las agencias intermedias y de las ciencias sociales en la construc-ción la inmigración como «problema».

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sociedad. Y todo ello en un contexto en el que el porcentaje de po-blación inmigrante es escaso,15 como señala Blanco: «en el año 2000 la proporción de población extranjera en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) era inferior a la de 1920.» (2008, p. 190) y, además, en torno a la mitad de los inmigrantes provienen de países del norte —Europa, principalmente—, es decir, son «comunitarios». Esto no impide que la inmigración se convierta y consolide como un hito en la historia local, sosteniéndose en una ahistoricidad que asume la homogeneidad de la comunidad del nosotros. Significativa es la lec-tura en este sentido del “Plan estratégico de ciudadanía e integra-ción, 2007-2010» del Gobierno Español que ya en su presentación indica:

«Desde la última década del siglo xx, con la llegada de más de tres mi-llones de ciudadanos extranjeros a España, se ha materializado un in-tenso proceso de cambio, pasando de una sociedad relativamente homo-génea a una sociedad diversa, en la que tienen cabida todos los orígenes, religiones, culturas y razas.» (Gobierno de España, 2007, p. 11).

La supuesta homogeneidad de la sociedad local se deduce también en el caso del Plan Vasco de Inmigración16 (2003-2005) cuando señala que los inmigrantes procedentes de otros países de fuera de Europa tienen:

«orígenes culturales, lingüísticos, religiosos o sociológicos muy distin-tos, que en todo caso reafirman el carácter cada vez más plural de la inmigración en el País Vasco y por ende de la propia sociedad vasca.» (Departamento de Vivienda y Asuntos Sociales, 2003, p. 21).

Las sociedades española y vasca son ahora, a partir del hito migrato-

15. Por lo menos si se lo compara con otras realidades históricas de allí y de aquí. Es escaso frente a los procesos inmigratorios en Europa del norte de los años 60, por no hablar de los que hacen a América desde finales del siglo xix. También lo es frente a las migraciones que el nacionalismo de otros tiempos cuestionaría en su definición de «internas» y que son especialmente copiosos en Euskadi hasta los años 60.16. Veremos con más detalle en el capítulo 1 los presupuestos sobre los que se apo-yan los Planes de Inmigración en el País Vasco destacando la diferenciación entre el ámbito local y el estatal a través de la conexión con los derechos humanos.

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rio, sociedades plurales y diversas llamadas a ocuparse de esa diver-sidad a través de políticas de integración y/o interculturales que pre-vengan la posible emergencia de racismo, entendido siempre en su dimensión individual y no estructural (Maeso y Araújo, 2013), «como actitudes y manifestaciones discriminatorias y los hechos de violencia y odio por origen racial o étnico» (Ministerio de Trabajo e Inmigración, 2011, p. 6). Es una aproximación a la migración enten-dida como portadora de diversidad que resalta en su argumento el carácter positivo para la sociedad receptora, pero que, como veremos a lo largo de este libro, termina por «interpretar como problemática esa intensificación de la diversidad, (…), y establece la necesidad de reaccionar ante tal circunstancia de una u otra forma.» (Delgado, 2006, p. 1).

Es al menos curioso que este hito migratorio que trae consigo «pluralidad y diversidad» a una sociedad homogénea ponga de nuevo en la agenda política y social y visibilice a otros «otros» que parecían ocultos. Como veremos en varios capítulos, la activación de agentes y dispositivos institucionales para la gestión de la diversidad y la inte-gración de los inmigrantes recuerda a estos agentes aquella otra inmi-gración, la procedente de otros lugares del Estado español durante las décadas de los 60 y 70. Pero, además, conduce a estos mediadores a ver que el «otro de siempre» de la sociedad local, los gitanos, siguen aquí y también requieren de atención.

En definitiva, el hito migratorio no es más que un revulsivo iden-titario para un lugar muy acostumbrado a las discusiones sobre el «no-sotros». Reaviva alteridades que vuelven a poner sobre la mesa deba-tes sobre el «quiénes somos» y el «qué queremos ser» que parecían más o menos resueltos. La pregunta sobre la identidad se actualiza en el encuentro con la alteridad. Y lo hace en el País Vasco en el marco de una nueva y vigorosa institucionalidad, que dispone agentes y acti-va sentidos anclados en valores de asistencia, protección e integración y articulados en torno a lenguajes propios de la política y la ciencia social de los nuevos tiempos: es decir, en los términos y contenidos de la idea de vulnerabilidad.

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3. La vulnerabilidad como representación y gobierno de los «otros»

Más allá de una lectura de las políticas de inmigración concretas en Euskadi, ejercicio que realiza Muriel en el capítulo 1, lo que aquí nos interesa es reflexionar sobre el lugar desde el que son pensadas dichas intervenciones, así como indagar en las semánticas y agentes que se activan en su puesta en marcha para el tratamiento de la llamada «cuestión y problema de la inmigración».

La vulnerabilidad se ha convertido en léxico común de las ciencias sociales y en fundamento de intervención social del grueso de las políti-cas del mismo signo de las sociedades contemporáneas. En un contexto donde, en un primer momento, la clase social, que establece jerarquías claras y, más tarde, el estatus, que marca una frontera nítida entre los integrados y los excluidos, van perdiendo capacidad explicativa de la estructura y el cambio social, la vulnerabilidad gana centralidad en el abordaje de procesos sociales contemporáneos (Martuccelli, 2012). A la vez, el término deviene en categoría de acción pública (Soulet, 2005). Junto con otros conceptos cercanos como precariedad, la vulnerabilidad remite a una idea de falta, ausencia, debilidad; etimológicamente, se asocia al hecho de poder ser herido (Soulet, 2005, p. 2). Aunque las acepciones de la vulnerabilidad y la precariedad son diversas, en general podemos destacar tres maneras principales de entenderla.

Una primera visión, clásica, se centra en la idea de carencia o ausencia y en ese camino se acerca al terreno de la exclusión y la po-breza. La semántica de esta versión gira en torno a los conceptos de pobreza, subdesarrollo, marginalidad, desviación, asistencialismo… (Bresson, 2007; Castel, 2002; Lenoir, 1974; Ogien, 1983; Paugam, 1991). Es la lectura más aceptada de la vulnerabilidad, que divide al mundo entre los integrados y los vulnerables-excluidos. Pero es ésta una concepción que construye un espacio de exclusión no-radical, ubicado antes del límite extremo de la exclusión. El de estos vulnera-bles es un estado precario, pero de una precariedad más o menos orde-nada, «normal», en cuanto asistida por normas, neutralizada en tanto que atravesada por posiciones políticas más o menos domesticadas y por dispositivos que aseguran su atención: agentes relacionados con las viejas instituciones de bienestar siguen trabajando por la integra-ción de estos desafiliados.

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Una segunda lectura de la vulnerabilidad considera ésta como un rasgo antropológico de lo humano. Entendida como inherente a lo hu-mano, la vulnerabilidad es condición ontológica de la existencia —Le Blanc (2007) habla, en este sentido, de «precariedad ontológica»—. La idea de carencia desaparece, y al ser condición ontológica del ser, la pregunta ya no puede ser qué hacer con esos excluidos/vulnerables, sino cómo es pensable la vida en el territorio común de la vulnerabili-dad. Instalados allí, el interrogante es cómo reimaginar la posibilidad de comunidad sobre la base de la vulnerabilidad y la pérdida (Butler, 2006). Los fundamentos de esta visión se acercan a la idea de la vida en común, de la comunidad como punto de llegada, no de partida. Pero también, en tanto condición antropológica, la vulnerabilidad ape-la a otra serie de conceptos en boga en las ciencias sociales; el cuidado y la empatía son algunos de ellos (Martín-Palomo, 2010; Molinier, 2011; Paperman y Laugier, 2005).

Existe una última lectura que presenta la vulnerabilidad y la pre-cariedad —aquí hechas sinónimos— como producto de la crisis de las instituciones modernas y del declive del proyecto moderno (Dubet, 2006; Castel, 2004; Alonso, 2008; Chauvel, 2006). Se acepta la vulne-rabilidad ontológica y antropológica de la versión anterior, pero se hace una revisión sociológica y estructural de la misma. Las institu-ciones modernas, creadas para hacer frente a la precariedad ontológica (Martucelli, 2012), entran en crisis, en declive (Dubet, 2006). Este declive profundiza la brecha de la vulnerabilidad ontológica, no por excluir definitivamente a los excluidos, sino principalmente por de-sestabilizar al ciudadano medio, aquel que se creía protegido por el entramado institucional moderno. Ahora bien, este tipo de vulnerabi-lidad admite grados y escalas: «es herido [remitiendo a la etimología del concepto de vulnerabilidad] quien no tiene capacidad de hacer frente con sus propios recursos» (Soulet, 2005, p. 11). Ya no hay dos polos como pretende la primera versión —incluidos y excluidos/vul-nerables—, sino un continuum de situaciones de vulnerabilidad donde se posiciona a los individuos en función de los soportes y recursos, individuales, colectivos e institucionales, para hacerle frente.

Cada una de estas acepciones, de una u otra manera, están pre-sentes en la representación y el gobierno de los otros en el País Vasco. Claramente, por la trama argumentativa sobre la que el gobierno local diseña sus planes para intervenir sobre un ámbito —el de la inmigra-

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ción— para el que, como se detalla y analiza en el primer capítulo, no dispone de competencias concretas: como proveniente de ese sur del mundo pobre, su inscripción en los lugares clásicos de la pobreza y la exclusión es casi automática. El otro es un vulnerable según la lectura clásica de la vulnerabilidad, ocupa lugares de exclusión, pero se en-cuentra aún en un terreno de lo excluido que permite pensar en su in-tegración. Terreno que comparte con otras categorías sociales que no necesariamente se asocian con la extranjería, especialmente aquellos «otros de siempre», que por tales resultan en muchas ocasiones olvi-dados: los gitanos.

Una nítida vocación de integración inspira, así, a las políticas hacia la inmigración sobre una representación de la vulnerabilidad del otro que se corresponde con esta vocación y con las representaciones culturalmente instituidas acerca de la homogeneidad de la sociedad local. También con valores de compasión y caridad inscritos en las fibras religioso-culturales más profundas de la sociedad local y que se imbrican con las otras acepciones de la vulnerabilidad; valores que alientan en gran medida la dedicación profesional de muchos media-dores, tanto los que actúan desde a la Administración como los que ésta activa en la atención de los asuntos del otro vulnerable, pertene-cientes frecuentemente a organizaciones de la Iglesia católica.17 De esta manera, pensamos que serían al menos tres las fuentes de las que se nutre la representación sobre la vulnerabilidad del otro: por un lado, un denso discurso sociológico que desde años recientes insiste copio-samente en el tema; por otro, una tradición enraizada en valores cris-tianos que hace a prácticas, profesiones e instituciones de la sociedad

17. Es posible hacer un recorrido de la «profesionalización del trabajo social en Es-paña», y ver que en ese transcurso pasa de ser un ámbito vinculado a valores cristianos de caridad y ligado a la beneficencia a su institucionalización como profesión. La constante reivindicación, por parte de académicas que trabajan en el tema y por las propias profesionales que se ven como defensoras del cada vez más debilitado estado de bienestar, revela tanto la demanda de racionalización de su labor como las acendra-das tradiciones y valores cristianos que están detrás de la profesión. Sobre la defen-sa de la profesionalización del trabajo social en España y su progresivo alejamiento de la beneficencia, puede consultarse: Báñez, 2005; Cerdeira, 1987; Cordero, 1988; Fombuena, 2009; Guillén, 1987; Moix, 2004; Molina, 1990; Ramírez de Mingo, 1987. Sobre el trabajo social como defensor del estado de bienestar, es destacable el artículo publicado en octubre de 2013 en el periódico El País a raíz del programa de TVE «En-tre Todos». Consultable en: <http://cultura.elpais.com/cultura/2013/10/04/television/1380909950_627855.html>.

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local; y finalmente, una economía moral humanitaria (Fassin, 2005a) que es especialmente compasiva con la alteridad —sobre todo cuando es ésta relativamente distante, como esa inmigración «procedente del sur»— y que desliza las cuestiones de vulnerabilidad hacia el profuso campo de los derechos humanos (cf.: Cap. 1).

Estas miradas hacia la vulnerabilidad accionan dispositivos y ge-neran intervenciones cuyo objetivo será siempre sacar a estos indivi-duos del espacio de la exclusión, procurando su integración a la socie-dad. Y para ese propósito hace uso de términos que involucra a ésta en su totalidad, que, por lo menos en apariencia o a nivel discursivo, com-prometen al nosotros: son las políticas de interculturalidad. Decimos «en apariencia» porque, como sostienen Maeso y Cavia en el capítulo 4, a nivel europeo estas políticas de interculturalidad guían y definen el problema de las democracias del continente como una forma de «ges-tión y control de la diversidad» ante la crisis del multiculturalismo y no son sino otra forma de presentar la administración de la integración. En este contexto, la interculturalidad se presenta además como el modo de gestionar el potencial conflicto social en las situaciones de multicul-turalismo que trae aparejada la «nueva cuestión migratoria».

De esta manera, pensar al otro como excluido no es sólo una es-trategia que permite la intervención sobre sí a través de dichas políti-cas de interculturalidad; es también, y sobre todo, una forma de ocul-tar y de obviar otro orden de razones históricas para explicar su situación: las estigmatizaciones de carácter racista de las que pueden ser objeto esos nuevos otros se ven relegadas al plano de los compor-tamientos individuales y el carácter histórico de las desigualdades en-tre comunidades políticas que inscriben a sus sujetos en relaciones de subordinación colonial aparece frecuentemente oculto. La vulnerabili-dad allana así otros órdenes de diferenciación e interpela a los sujetos bajo el imperativo de la integración. Los hace sujetos de asistencia so-cial18 y ésta se justifica en sus «déficits» (Maeso y Araújo, 2013) y di-ferencias de carácter étnico o cultural.

Por tanto, si la integración es planteada desde los valores y las instituciones de seguridad y solidaridad sociales, en momentos de cri-

18. Veremos en los capítulos 2 y 3 que esta traducción de la cuestión racial en cues-tión social se produce también en lugares en principio lejanos a la atención de exclui-dos y vulnerables: la educación y el trabajo.

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sis económicas y sociales, cuando los criterios de distribución de los recursos acusan mayores cuestionamientos, aquellos principios de in-tegración e interculturalidad se quiebran de manera especial y entonces el otro, ese otro potencialmente integrable, recobra sus marcas plenas de alteridad haciendo aflorar discursos y comportamientos de exclu-sión xenófobos o racistas que ponen en contradicción a las institucio-nes locales. La situación es especialmente frecuente en el ámbito del empleo y el capítulo 3 observa y analiza algunas de estas cuestiones.

En resumen, como podrá el lector apreciar a lo largo de los capí-tulos que siguen, parece claro el desplazamiento al terreno de la vul-nerabilidad social como lugar común en las representaciones y en el tratamiento de la alteridad en el País Vasco contemporáneo. La falta de competencias sobre los regímenes de extranjería por parte del go-bierno local no exime a la inmigración de política gubernamental. Más bien al contrario, la colma con todo tipo de planes y programas de integración que disponen como principal herramienta la política social. El extranjero queda representado como proveniente de socie-dades pobres y poco desarrolladas y es precisamente esa representa-ción del mundo la que habilita la gestión de unos sujetos que pasan a estar interpelados desde la falta, desde la vulnerabilidad. De la identi-dad a la vulnerabilidad es, podríamos decir, un segmento en el que se constituyen los polos de la integración y la exclusión en el contexto de unas sociedades que, enfrentando una relativamente novedosa situa-ción de diversidad étnico-cultural, procuran gobernar sus propias re-presentaciones de la alteridad y el potencial conflicto social derivado de esta «novedosa» situación de diversidad.

La gubernamentalización de la alteridad

El otro vulnerable es, entonces, objeto de gobierno. Y en la construc-ción de ese objeto intervienen varios factores: una representación del mismo hecha, como hemos visto, de tradiciones culturales locales y de una elaboración sociológica de lo socialmente problemático que, en nuestro caso, combina inmigración y vulnerabilidad; una «racionalidad política» (Rose y Miller, 1992) asociada con las formas neoliberales de gestión gubernamental que tiende a hacer de los problemas sociales objetos de gobierno y en ese hacer activa moralidades, saberes, lengua-

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jes y agentes; y una peculiar estructura político-administrativa local que, como analiza Muriel en el capítulo 1, esgrime sus propias razones para construir competencias sobre el objeto de gobierno hallando en éste argumentos legitimantes para reproducir su acción como una for-ma de construir identidad a través de sus propias instituciones. Como lo detallábamos más arriba, la secular tematización de la identidad co-lectiva en el País Vasco encuentra en su última etapa un importante momento de realización a partir de la racionalización de la pertenencia que se objetiva en la producción institucionalizada de identidad a tra-vés de una profunda y copiosa actividad gubernamental. En este mar-co, la cuestión de la inmigración habilita todo un entramado de actores y discursos que, mientras la abordan como problema, van revelando las representaciones sobre la identidad-alteridad y definiendo así los fun-damentos de la convivencia y la cohesión social de la sociedad local.

Sobre estos presupuestos de partida se ha delineado la segunda hipótesis que estructura el conjunto de los trabajos que componen el libro haciendo a sus fundamentos metodológicos: una tupida y com-pleja red de agentes gubernamentales, intermedios y civiles constituye el entramado de gubernamentalidad que sostiene y ejecuta las políti-cas hacia la alteridad.

No es ésta una dinámica específica del ámbito de intervención analizado —las migraciones, las políticas de integración y de gestión de la diversidad—, sino que se emparenta con una modalidad de ges-tión y acción pública sobre otros asuntos. Sucede siempre en terrenos de gestión lejos de las grandes áreas tradicionales de gobierno y se acerca a las problemáticas y cuestiones que introducen los nuevos mo-vimientos sociales (Ibarra, 2005; Tejerina, 2010). En este lugar, las políticas de inmigración se encuentran con las políticas de juventud, de cooperación al desarrollo y, sobre todo, de igualdad de género.19 Todas

19. Las políticas de igualdad de mujeres y hombres y/o de género disponen quizás de un mayor recorrido. De hecho, la generación de unas políticas de igualdad basadas en la herramienta denominada «Plan de Igualdad» se inaugura en el Estado español en los años 80 y se generaliza en las Comunidades Autónomas durante la última década del siglo xx. En el caso de Euskadi, la aprobación del I Plan tuvo lugar en 1991 estando actualmente en vigor el «V Plan para la Igualdad de Mujeres y Hombres en la CAPV. Directrices IX Legislatura». Encontramos, igualmente, planes de igualdad en otros ni-veles de la Administración como Diputaciones y Municipios. En Euskadi, las tres di-putaciones forales y un alto número de Ayuntamientos disponen de un Plan de Igual-dad, residiendo el 87,8 por cien de la población vasca en un municipio con un plan de

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se caracterizan por ser áreas novedosas, emergidas, en mayor o menor medida, como resultado de demandas de la sociedad civil. Son objetos de gobierno con recursos y ubicaciones en el mapa institucional que varían en función del signo político en el poder.20 Todas tienen voca-ción transversal, concepto acuñado por quienes trabajan en igualdad de género. La forma de hacer es el cabildeo entre las diferentes reparticio-nes de la Administración (Tejerina et al., 2009), es decir, hacer que otros hagan, que diseñen sus políticas (de vivienda, de educación, de sanidad…) pensando en esos asuntos y grupos sociales: jóvenes, géne-ro, mujeres, inmigrantes, etc. Su práctica de gobierno es similar, la in-tervención a través de planes parece la constante. Planes que activan agentes, servicios, buenas prácticas, acciones, estrategias, indicadores de evaluación que reclaman nuevos agentes y así en cadena.

Las políticas de inmigración se inscriben en estas nuevas formas de gubernamentalidad que lejos de ceñirse al estricto ámbito de go-bierno se abren a otros, especialmente dos: el de los agentes interme-dios que proveen principalmente de saber experto sobre el tema, y el entramado asociativo de la sociedad civil. La investigación en general y los capítulos 2, 3 y 4 de manera puntual utilizaran material empírico de entrevistas con agentes de estas tres categorías: gubernamentales, mediadores o intermedios y sociedad civil.21

Lo que define a los agentes que consideramos gubernamentales es un tipo de acción política fundada en las razones democráticas con

igualdad según datos de Emakunde de 2009. Sobre las políticas de igualdad en el Esta-do español, puede consultarse la siguiente bibliografía: Astelarra, 2005; 2009; Bustelo, 2001; Bustelo y Lombardo, 2007.20. Son áreas de gobierno cuyo grado de prioridad varía según el signo del partido político en el poder, y de ahí los vaivenes a los que se ven sometidas tanto en términos presupuestarios como de ubicación institucional. Esta última cuestión, la ubicación institucional, cambia según los posibles acuerdos entre partidos o dentro de cada parti-do según la repartición de puestos por tendencias en un mismo gobierno. Es una cues-tión que no es baladí puesto que la ubicación institucional en un departamento u otro puede variar el enfoque que se le otorgan a estas políticas. En parte, la consolidación de las «políticas de inmigración» en el País Vasco con el acceso al gobierno de Ezker Batua (IU/EB) en coalición con el PNV y su ubicación en el Departamento de Vivien-da y Asuntos Sociales ha de ser tenida en cuenta en el análisis de las mismas. Así se refleja como elemento analítico en los capítulos 1 y 4.21. Se ha optado por utilizar en los tres capítulos una nomenclatura similar para in-dicar la ubicación de quienes hablan en esta triple tipología, aunque con ciertas especi-ficidades que serán señaladas en cada uno de los textos.

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las cuales confeccionan y legitiman sus acciones (y las confeccionan en orden a una lectura de la legitimidad de determinadas demandas, como son, en el caso que nos ocupa, los procesos de integración o con-vivencia a partir de la nueva realidad migratoria). No entran en nuestra consideración el accionar represivo de la política, bien porque sus competencias no llegan hacia éste o porque hallan en esta falta su cam-po de intervención, como se comenta y analiza en el capítulo 1. Las organizaciones que instrumentan este tipo de políticas, las guberna-mentales pero también algunas de las intermedias, pueden inspirarse en un modelo de integración de corte universalista apuntando a proble-mas delimitados por «territorios o categorías sociales, más que a gru-pos definidos por una identidad» (Wieviorka, 1995, p. 212) y tendente a corregir las desigualdades sociales que, se piensa, son las que están en la base de los comportamientos discriminatorios. Es una inclinación que se ubica en las antípodas de las políticas de corte «diferencialista», que intervienen sobre minorías definidas para paliar la discriminación que éstas padecen. Este tipo de políticas son las que inspiran las inter-venciones basadas en la discriminación positiva que abundaron desde los años 70 en Estados Unidos e Inglaterra y, en nuestro entorno, des-de los años 90, con las políticas de igualdad de género en algunas de sus propuestas (Bustelo y Lombardo, 2007; Astelarra, 2005; 2009).

Aquellos mediadores que identificamos como intermedios están constituidos por organizaciones, grupos de expertos o consultoras que asesoran a las agencias gubernamentales en su toma de decisiones. Se encargan del acompañamiento a los agentes gubernamentales en la definición de los planes que regirán sus actuaciones y en la evaluación de éstos. También instrumentan la puesta en práctica de las políticas encargándose de llevar la teoría a la práctica de intervención. Así, su ámbito de actuación es tanto el de las ideas como el del trabajo de le-gitimación de las intervenciones, lo que los propios actores denomi-nan «concientización social» y que, como se subraya en el capítulo 4, incide en psicologización de los problemas sociales.

Entre los actores de la sociedad civil se intercalan varios tipos de organizaciones y asociaciones, unas inspiradas en una razón huma-nitaria, piadosa en algunos casos, y militante o de «apoyo» a los suje-tos considerados vulnerables o víctimas de discriminaciones raciales o xenófobas, y otras movidas por intereses concretos, como los que pue-den constituir al propio grupo vulnerable o racializado. En algunos

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casos estas organizaciones de la sociedad civil se ven llamadas a aten-der a los otros, en una permanente tensión entre la profesionalización y el mantenimiento de un activismo reivindicativo.

Resulta de importancia destacar la estrecha relación entre los ac-tores de estos tres diferentes ámbitos en vínculos propiciados en impor-tante medida desde las instituciones gubernamentales, tanto en la fun-ción de asesoramiento o legitimación que ejercen los agentes del sector intermedio, como en el incentivo a determinadas organizaciones de la sociedad civil para el desarrollo de diversos programas de intervención que, como se ve en los capítulos 1 y 3, estipulan los Planes de inmigra-ción autonómicos y forales. Conforman estos tres tipos ideales de agentes un entramado que, aunque analíticamente distinguible, se vuel-ve más poroso en su práctica cotidiana, donde actores de la sociedad civil se mueven con soltura o se profesionalizan en el ámbito de los agentes intermedios, o incluso se ubican temporalmente en el gobierno. Es esta cuestión igualmente común a esas otras políticas que señalába-mos anteriormente. Y es que los agentes intermedios y de la sociedad civil son, en parte, posibilitados por los planes gubernamentales a tra-vés de contratos con la administración pública, los primeros, y de sub-venciones en ambos casos. Pero a la vez, en su práctica directa con la población, se les solicita que detecten y trasladen las posibles necesida-des a los agentes gubernamentales para que éstos promuevan nuevos planes y, con ellos, de nuevo la activación de agentes intermedios y, en parte, de la sociedad civil para el desarrollo de proyectos y programas.

Es éste, así, un entramado de agentes que se conocen y recono-cen,22 constituyen un campo, en el sentido bourdesiano. Los capítulos que siguen se insertan en dicho campo, interrogan su emergencia, sus lógicas y los argumentos que los sostienen. Enmarcados en una inves-tigación común, como señalábamos al comienzo de esta presentación, los cinco capítulos que componen el libro pueden ser leídos como un todo, pero su especificidad en objeto y en enfoque hace que sea posi-ble una lectura individualizada de los mismos.

22. Claro ejemplo de ello son los talleres a los que fueron convocados varios de estos agentes y sobre los que trabajan Maeso y Cavia en el capítulo 4.

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En el primer capítulo, Daniel Muriel se adentra en las particularidades administrativas del País Vasco dentro del Estado español para analizar cómo su falta de competencias legales para la gestión de la extranjería le sirve para inscribir la cuestión de la inmigración dentro del campo de las políticas sociales, asociado a la vulnerabilidad, la pobreza y la exclusión social. Estas modalidades de gestión de la alteridad se mate-rializan en «planes de inmigración» —documentos que constituyen la materia de análisis del texto— que conforman una prolífica política local hacia la inmigración sustentada en los principios de la integra-ción y la interculturalidad. Desde la perspectiva neofoucaultiana sobre la gubernamentalidad, el texto de Muriel desentraña las formas de construcción de la realidad a gobernar y analiza las principales tecno-logías que se implementan en el gobierno de los otros.

En el capítulo 2, María Martínez encuadra la cuestión del otro en una de las instancias clave de la socialización en las sociedades mo-dernas, la educación. En «La educación de los Otros. Gestión de la diversidad y políticas interculturales en la escuela inclusiva vasca» Martínez analiza el discurso de las autoridades educativas y de los agentes escolares locales alrededor de la distribución y gestión de la población escolar inmigrante en un barrio multicultural de Bilbao: San Francisco. El fenómeno de concentración de población inmigran-te en determinados centros educativos confluye con otro singularmen-te local, el de los modelos educativos que diferencian entre sistemas de enseñanza según se implemente una u otra lengua de las oficiales en Euskadi. La lengua, vieja y fundamental instancia diferenciadora en la sociedad en cuestión, sobre-expone la distinción entre alumnado autóctono y extranjero poniendo en entredicho los ideales de «escuela inclusiva» de la política educativa autonómica. Así la escuela, tradi-cional agencia de producción de sociedad, lo parece aquí y ahora en cambio de identidad. Y sin embargo no es ello óbice para que en ese contexto proliferen también políticas interculturales que, en un entor-no de otros minorizados, se acercan indeclinablemente a las políticas sociales y al tratamiento del otro desde la vulnerabilidad.

El tercer capítulo, a cargo de Ignacio Irazuzta y Elsa Santamaría, se centra en otra institución central de la modernidad, en este caso, el trabajo. En «El trabajo de los «otros»: «temporeros y asentados» en la Rioja Alavesa», los autores focalizan su atención en la comarca vití-cola de la Rioja Alavesa, al sur del País Vasco y colindando con la

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Comunidad Autónoma de La Rioja. En este lugar confluyen dos fenó-menos de extranjería: el de los trabajadores temporeros que año tras año concurren a las labores de la vid y otro de relativa reciente presen-cia, el de los inmigrantes «asentados», aquellos que vienen en busca de trabajo fuera de este sector económico. Temporeros y asentados procesan de diferente manera la realidad del trabajo: mientras que en el caso de los primeros el trabajo ordena una clasificación social ase-gurándoles el lugar de una alteridad radical, del que no es ni nunca será ciudadano por su misma presencia intermitente; en el segundo, la falta de trabajo cuestiona el funcionamiento de los mecanismos de cohesión y solidaridad social y abre paso al trabajo social, a aquel que desarrollan quienes gestionan la exclusión y la desafiliación. Y entre ambas presencias «extrañas» hacen su aparición las instituciones, que a través de planes y políticas locales de interculturalidad e instrumen-tando «buenas prácticas» procuran gestionar la convivencia en la so-ciedad local.

En el capítulo 4, «Esquivando el racismo: el paradigma de la «integración» en las sociedades europeas y vasca contemporáneas», Silvia Maeso y Beatriz Cavia hacen un interesante recorrido en el abordaje de la integración como discurso y práctica político-institu-cional desde la que se define la situación y los problemas de las mino-rías étnicas e inmigrantes en Europa, así como su solución. En un re-corrido histórico, las autoras sostienen que la acomodación de la raza y el racismo en el paradigma de la integración puede ser rastreado desde las intervenciones académico -políticas euroamericanas de prin-cipios del siglo xx hasta las práctico político-institucionales europeas y vascas contemporáneas. El paradigma de la integración silencia la continuidad entre «colonialidad occidental, democracia y racismo» y, con ello, despolitiza y deshistoriza la cuestión racial. Así, la integra-ción, y la interculturalidad como su estrategia de acción, psicologizan el racismo al situarlo en las cabezas, comportamientos y actitudes de las mayorías y, entonces, su solución se ubica en el ámbito de la edu-cación y la sensibilización de éstas. A pesar de las particularidades del caso vasco, las autoras sostienen que este lugar es propicio para pen-sar y analizar estos procesos de acomodación de la raza bajo el para-guas del paradigma de la integración que deshistoriza y despolitiza la cuestión racial y psicologiza su intervención. Para sostener su tesis hacen uso de los discursos de agentes gubernamentales, académicos,

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intermedios y de la sociedad civil, así como de los documentos, pla-nes, normativas y «buenas prácticas» de las instituciones vascas.

El texto final, más que cerrar los temas del libro, avanza algunos de los términos y asuntos por donde se encamina el futuro de la inves-tigación. En «Y más allá de la identidad, la vulnerable víctima: zom-bis, llantos papales e inexistencia social», Gabriel Gatti vislumbra las formas de una alteridad radical que no por tal deja de anunciarse co-piosa en el maltrecho presente del mundo. La vulnerabilidad se insi-núa en reemplazo de la identidad; la precariedad parece ir desbancan-do a la normalidad social de la vida en sociedad. Y los sujetos de estos hábitats (vulnerables, pobres, excluidos, extranjeros, inmigrantes…) están definidos por la falta, viven en unos «espacios sin ley», asisten a una «vida social sin sociedad». Lugares y gentes a los que no llega el nomos, tampoco la política y poco del sentido del nosotros para estos otros sin promesa de inclusión. La identidad es allí vulnerabilidad.

No cerraríamos esta presentación de manera adecuada si obviáramos un sincero agradecimiento a muchas personas e instituciones que, de una u otra manera, han hecho posible este trabajo. Nuestra gratitud en primer lugar a los compañeros del Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva (CEIC) de la Universidad del País Vasco. En es-pecial a Amaia Izaola, David Gómez y Benjamín Tejerina, que partici-paron activamente en la investigación que aquí exponemos. A Gabriel Gatti, investigador principal en la Universidad del País Vasco, y a Silvia Maeso, compañera también del CEIC pero en esta oportunidad oficiando desde el CES de la Universidad de Coimbra, por sus respec-tivas coordinaciones del Proyecto Europeo que ha dado lugar a la investigación de la que aquí presentamos algunos de sus resultados. El agradecimiento se hace extensivo también a las instituciones: la Comisión Europea, a través de su Séptimo Programa Marco, la Uni-versidad de Coimbra y la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, sin cuyo apoyo hubiese sido inviable este trabajo.

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