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    World of Darkness - Mundo de Tinieblas:

    ASSAMITA(Grupo: Vampiro. Saga: Clanes, vol.07)

    Gherbod Fleming`

    "Clan Novel: Assamite"Traduccin: Manuel Reyes Garca

    Digitalizacin: Loduro````````

    PRIMERA PARTE:

    QUIENES AGUARDAN DISPUESTOS EN FILAS ``````

    _____ 1 _____`

    Sbado, 3 de julio de 1999, 3:18 AM (hora local)Gruta de los diez mil lamentos, Cerca de Petra, Jordn

    `

    Elijah Ahmed, califa de Alamut, atravesaba las tinieblas ensilencio camino de su destino. Haba dejado atrs sus sandalias hacakilmetros, pulcramente depositadas ante el umbral de la caverna. Suspies, cuyas plantas no haban sentido el roce de las arenas abrasadaspor el sol del desierto desde los primeros das del profeta sagrado, nodesplazaban ni un solo guijarro ni descolocaban la menor mota depolvo de su lugar de descanso sobre la arenisca.

    La mente de Elijah guardaba silencio. La reconfortante escrituramanaba de su alma del mismo modo que sopla la fresca brisa delatardecer, procedente del norte.

    l, Al, es grande. Es l, Al, de quien todos dependemos. Noengendra, ni fue engendrado, ni tiene igual.La oscuridad era absoluta, pese a lo cual el califa caminaba

    resuelto. El sinuoso tnel se bifurcaba en infinidad de pasadizos, masElijah no aminor la marcha en ningn momento. Nunca antes habarecorrido aquella senda y, sin embargo, los recodos de aquellas grutastoscamente talladas le resultaban tan familiares como el tacto de la

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    sencilla tela que compona su tnica musulmana. No poda ignoraraquello que lo impulsaba hacia delante. No poda extraviarse.

    Los pasadizos giraban a izquierda y derecha, sin aparente ordenni concierto; bruscas curvas en espiral que casi se cerraban sobre smismas, amplios arcos hacia el noroeste, repentinos cambios desentido hacia el sur, zigzags cuya tangente conduca hacia el este sinapuntar nunca al sol naciente de forma directa. En medio de aquelcaos esculpido, los pasos de Elijah Ahmed le guiaban siempre haciaabajo, cada vez ms prximo a las entraas de la tierra.

    l, Al, es grande. Es l, Al, de quien todos dependemos. Noengendra, ni fue engendrado, ni tiene igual.

    Cuando Elijah hubo dado al fin el ltimo paso, se encontr no enuno de los pasillos de las ltimas horas, sino en una cmara inmensa.La oscuridad se abra ante l como el ms absoluto de los vacos, mas

    ni siquiera la ausencia de luz consigui ocultar a sus ojos la presenciadel heraldo.Se hallaba sentado sobre una pila de piedras gigantescas, un

    trono carente de adornos excavado en la roca. Tampoco el heraldoluca ornamento alguno. Su cuerpo desnudo, infantil, se asemejaba auna escultura de carbn apelmazado, donde cada fisura, cada grietaen aquella superficie endurecida en el horno era en realidad unacicatriz dentada que contrastaba como un relmpago negro querestallara en mitad de la medianoche ms oscura; oscura, a excepcinde la luna creciente y sus estrellas, blancas como el hueso. La lunacreciente de aquella medianoche era un collar de marfil quedescansaba sobre el torso del heraldo, absolutamente inmvil. Lasestrellas tambin eran de hueso, si bien no se trataba de meros avos;aquel era el esqueleto de ur-Shulgi, all donde la piel de medianochese haba pelado o descascarillado antes de desprenderse; formaban elestuche de la esencia del heraldo, cuyo tutano estaba compuesto devenganza.

    Tal era el ser al que se enfrentaba Elijah Ahmed.Elijah Ahmed, califa de Alamut, uno de los du'attripartitas, mir el

    vaco sin fondo donde tendran que haber estado los ojos del heraldo.Las cuencas aparecan inmersas en sendas quebradas de hueso;aquellos abismos eran como una acusacin de heridas y crmenescometidos haca mil aos, como si el propio Elijah le hubiesearrancado los ojos para distraerse, o a modo de broma cruel.

    Mas el heraldo pos la mirada sobre Elijah, y vio.--Elijah Ahmed --habl ur-Shulgi.

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    Elijah se postr de inmediato ante el heraldo. La arenisca, de laque debera emanar el frescor propio del vientre de la tierra, quem lafrente del califa. Mas ste lo soport.

    Chiquillo de Haquim --dijo el heraldo--. Sangre de su sangre de

    su sangre de su sangre.--

    La voz de ur-Shulgi inundaba la cmaraigual que el viento del sur del desierto. Sus palabras portaban elaguijn de las primeras motas de una tormenta de arena capaz deseparar la carne del hueso--. Levntate, Elijah Ahmed.

    El califa obedeci, como habra hecho aunque sus deseoshubiesen sido otros. Se incorpor sobre una rodilla. La arena, al tacto,se haba convertido en el amplio manto que cubre el desierto amedioda. No le haca falta mirarse la palma de las manos para saberque su piel oscura comenzaba a tostarse; la rodilla izquierda, sobre laque descansaba el peso de su cuerpo; la suela de su pie derecho; el

    empeine del izquierdo. Con la cabeza gacha, humillados los ojos,Elijah no prest atencin al fuego que recorra su cuerpo y rindisilencioso tributo al heraldo de su seor.

    Ms se cerna una tormenta.Los vientos del desierto, como un horno abierto alimentado por la

    rabia de los antiguos, se echaron sobre l. Su fina tnica musulmanase deshizo en cenizas de inmediato, al igual que su cabello, sus cejasy sus pestaas. El califa cerr los ojos para protegerlos del calor, perosus prpados no tardaron en desprenderse como si fueran de papel.

    No le quedaba otra opcin sino ser testigo de su juicio final.En aquel instante, Elijah Ahmed supo lo que era el miedo. Era unaseal de sabidura, ya que, quin sino los estpidos osaran no sentirmiedo ante el poder desatado de los cielos? En aquel instante, Elijahsupo tambin la pregunta que, sin palabras, cobraba forma en el senode aquel feroz viento del desierto:

    Quin te da vida, Elijah Ahmed?Elijah ya no poda pensar con claridad, hasta tal extremo haba

    subido la temperatura, pero no necesitaba la razn para afrontar aquelreto. La pregunta no era nueva para l; lo haba acosado desde que

    era capaz de recordar, desde antes que el sabio Thetmes lo Abrazaraen aquella muerte sin fin, desde los das de Elijah como mortal,cuando segua las huellas del profeta sagrado. Desde lo ms profundode su alma, la respuesta surgi rebosante como una calabaza que sellenara en el oasis de un desierto.

    Al me da vida.El viento feroz se convirti en un tornado desatado. Rugi en los

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    odos de Elijah, cuyos frgiles cartlagos haban comenzado a fundirsey se derramaban sobre sus mejillas. Tambin sus ojos desnudospadecan el asalto de la tormenta. Sus lgrimas se secaban antes dellegar a convertirse en llanto.

    El heraldo ya no se encontraba sentado sobre su grandioso tronoen el extremo ms alejado de la cmara. No se haba movido y, sinembargo, ur-Shulgi se ergua ahora, inmvil, ante Elijah, a escasoscentmetros del califa. La peascosa piel carbonizada refulga en elseno del violento torbellino.

    --El joven Al --musit ur-Shulgi--. Ests seguro, chiquillo deHaqim?

    El rostro de Elijah se hallaba ahora mirando hacia lo alto, aunqueno recordaba haberse movido. Sus ojos se transformaron en doscharcos de sangre cuando la tierna carne se desintegr bajo la furia de

    ur-Shulgi. La piel del califa se descascarill y se desprendi a tiras.Cuando lo abandon la visin, Elijah no fue consciente, no pudo darsecuenta, del momento eterno durante el cual no pudo parecerse ms alheraldo ante el cual se arrodillaba. Elijah quera abrir la boca, deciralgo, pero los msculos de su mandbula haban quedado inservibles ysu lengua se ennegreci hasta convertirse en un tumor incandescente.

    A medida que arda la carne de Elijah Ahmed, un credo resondesde lo ms hondo de su ser:

    Haqim ha extendido mi existencia, pero fue Al el que me dio lavida. Al es el ms grande. Al, de quien todos dependemos. Noengendra, ni fue engendrado, ni tiene igual.

    --Muy bien --dijo ur-Shulgi. Sus palabras se abrieron camino atravs de los arruinados odos de Elijah, hasta el interior de aquellamente que haba cruzado el umbral del dolor--. En nombre del msantiguo, reclamo lo que le pertenece por derecho.

    Nada ms ser pronunciadas aquellas palabras, el cuerpoennegrecido que haba sido Elijah Ahmed, califa de Alamut, vomit lasangre de Haqim sobre una enorme vasija de barro.

    Transcurridas muchas horas, los vientos se apaciguaron y todo

    fue de nuevo la calma y el silencio del vaco.

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    Viernes, 9 de julio de 1999, 1:10 AM

    Muro de Ikhwan, Alamut, Turqua oriental `

    Ocho asesinos rodearon en silencio a Ftima al-Faqadi. Laobservaban con atencin mientras sopesaban sus numerosas hojas.

    Ftima los estudiaba a su vez. No le haca falta calibrar el peso dela jambia que esgrima en su mano derecha. El delgado pual con supunta ligeramente curvada le resultaba tan familiar como los ojosrasgados que la observaban cada vez que se miraba en un espejo.Cuntas noches haca que lo llevaba colgado de su cinto? Cuntas

    almas haba reclamado para mayor gloria de Haqim?Rot lentamente en el vrtice del crculo de asaltantes y tomnota de los gestos delatores que an no haban aprendido a ocultarpor completo, ademanes que resultaran invisibles para la mayorapero que le decan a Ftima todo lo que necesitaba saber, qu asesinosera el primero en atacar.

    Ftima conoca sus nombres, mas aquella informacinpermaneca almacenada en una parte de su mente que, de momento,haba cedido el control a una consciencia ms primitiva, a habilidadesque haba entrenado y empleado durante siglos hasta que susrespuestas aprendidas fueron ms instintivas que el propio instinto.

    Por el momento, el cerco de asesinos se limitaba a una gama dedistintas posturas, cabezas ladeadas, armas, movimientos calculados.

    A medida que giraba, Ftima se percataba de multitud de detalles queencasillaba por orden de prioridad: el oman blanda una espada demetro y medio; el irlands, la nica piel plida del grupo, esgrima unmartillo de guerra. El resto portaba hojas ms pequeas de variadodiseo, si bien el argelino y el egipcio haban roto la tradicin deescoger armas ancestrales. El tigre tamil sostena su pihakaetta un par

    de centmetros por debajo de lo que debera. La postura delseparatista kurdo resultaba algo falta de equilibrio; sus hombros sehallaban tensos, en lugar de relajados y flexibles.

    Los ocho giraron, avanzando de forma casi imperceptible.Sin previo aviso, Ftima descarg su pual a la derecha. Cuando

    los asesinos reaccionaron a su finta, lanz una patada con el pieizquierdo que desencaj la rodilla del oman. La espada del hombre

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    cay al suelo de piedra, seguida de l mismo, con la pierna doblada enun ngulo visiblemente antinatural con el resto del cuerpo.

    Antes de que su primer quejido se hubiera apagado, Ftima seapart de un salto de la trayectoria del golpe que buscaba su espalda.Haba sabido que vendra, y la nica pregunta era, de quin? Larusa. Ex miembro de la KGB, la nica mujer presente aparte de ella.De manera simultnea, Ftima rompi la mueca de la rusa, dobl elbrazo de la mujer de modo que se apualara a s misma por laespalda y la interpuso en el camino del arco que trazaba el martillo deguerra.

    El ataque del irlands golpe a la rusa de lleno en la sien. Unagudo chasquido retumb entre los muros de piedra de la Sala de laHermandad. Al tiempo que la frgil agente de la KGB se desplomaba,Ftima le parti el antebrazo al nuevo asaltante y encaj su pual en

    sus partes vitales para asegurarse. Tras desarmarlo de formasatisfactoria, se abalanz sobre la hendidura que se apreciaba ahoraen el crculo, dio la espalda a la pared y, en un insospechado alardede generosidad, aguard hasta que los cinco asesinos restanteshubieron recuperado sus posiciones.

    Mas la pausa de Ftima no deba confundirse con un gesto debenevolencia. Aquellos asesinos eran sus alumnos. Tras haberreducido su nmero a casi la mitad en menos de treinta segundos, elpnico, o al menos la frustracin, podran abatirse sobre ellos. Si losderrotaba a todos en tan breve espacio de tiempo, Ftima no podraobservar sus reacciones ante una situacin desesperada.

    As que aguard y observ. Los pies descalzos acariciaban ensilencio la fra piedra de Alamut.

    Los cinco asesinos restantes cerraron filas con cautela. Ftima,aunque era la primera vez que se enfrentaba a aquel grupo de fida'ihaba aprovechado aquellos primeros segundos de combate parafamiliarizarse con los movimientos de sus adversarios y sopesar laamenaza que supona cada uno de ellos: muy poca. Con el martillo deguerra y la espada del oman fuera de la ecuacin, y la nueva

    proporcin de cinco a uno, la balanza se inclinaba a favor de Ftima.No mucho tiempo atrs, aquellos fida'i se haban contado entrelos mortales ms mortferos pero, entre los hijos de Haqim, no eransino bebs. Por cada uno de los aos transcurridos para ellos desdeque fueran acogidos en el redil, Ftima llevaba un siglo dedicada a sulabor. Si bien eran asesinos veteranos, seguan aprendiendo adominar las excelencias de la nueva fuerza que imbua sus msculos.

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    Ftima saba que haba quien nunca lograba recuperar el controlintuitivo de sus cuerpos tras la transformacin, quien nunca conseguaigualar en no vida el equilibrio de psique y temperamento que en vidalos haba hecho tan letales. Pero aquel grupo pareca prometedor.

    Las antorchas encajadas en las abrazaderas de las paredes eranel nico adorno del Muro de Ikhwan. Sus llamas proyectaban sombrasque danzaban sobre los ricos tonos ocres y oliva de los rostros de losasesinos. Con el tiempo, su piel se oscurecera, ms como la deFtima, y encontraran en el seno de Alamut la unidad que se lesnegaba a los indignos.

    Mientras cubran de manera casi imperceptible la distancia quelos separaba de ella, Ftima dedic un puado de segundos a atisbarsus semblantes; no haba nadie entre ellos lo suficientemente fuertecomo para doblegar su voluntad. Cinco halcones, soberbios,

    centrados, inescrutables, depredadores que acechaban a su presa. Delos cinco, slo los ojos del kurdo delataban la menor agitacin. Ftimatom nota de que quizs necesitara repasar las primeras lecciones delos fida'i, pero su respiro, y con l el momento de reflexin, tocaba a sufin.

    El yemen cubri la distancia que los separaba con un ataquecegador. Su jambia no hizo manar la sangre, mas no era aquella laintencin de su envite. Continu descargando estocadas. Denaturaleza defensiva, tiles para desviar cualquier posible ataque conel que decidiera responder Ftima, al tiempo que intentaba maniobrarcon la esperanza de obligarla a girarse y enfrentarse a l, dejando asla espalda expuesta a los dems.

    De improviso, la mano derecha de Ftima sali disparada haciaarriba. El yemen hizo ademn de contrarrestar el golpe, pero la jambiade Ftima estaba ahora en su mano izquierda. Le abri el abdomen deun tajo ascendente y, tras cambiar el arma de mano una vez ms conabsoluta precisin, gir en redondo para desviar el ataque por laespalda del kurdo.

    Su intencin se limitaba a obligar al kurdo a retroceder, a

    deshacerse de su amenaza y lanzar un ataque contra el tigre quevolva a acosarla por el flanco izquierdo, mas el kurdo no se zaf. Nohizo ademn alguno de esquivar su golpe.

    En lugar de eso, se ensart en su hoja. La jambia de Ftima seincrust en sus entraas. Entre la fuerza de su carga y el impulso desu envite ascendente, tanto la empuadura como la mano que la asapenetraron en su estmago y, en aquel instante, aquella fraccin de

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    segundo antes de desplomarse destripado al suelo, el khanjar delkurdo saj el antebrazo de Ftima.

    Sinti el veneno de inmediato, reconocindolo por lo que era.Gin-gin.La piel de su antebrazo lacerado se ampoll y revent. El fuego

    corri por sus huesos hasta las yemas de sus dedos. Comenzaban yalos espasmos musculares. El instinto tom las riendas de la situacin.No haba tiempo para dilucidar cmo era posible que aquella traicininimaginable hubiera podido llevarse a cabo, cul era el origen detamaa alevosa. Ftima devolvi el arma a su mano izquierda enmenos de las fracciones de segundo que tard su diestra en quedaranulada por los calambres. Intent cerrar la mano derecha paraconvertirla en un puo, sin conseguir siquiera llegar a mover un dedo.

    El fuego se extenda por su brazo.

    Ftima haba estudiado haca tiempo las ponzoas de losasesinos, tanto las nuevas como las clsicas. El gin-gin era una de lasms antiguas, una de las ms oscuras, una de las ms potentes.Pocas sustancias, pocos venenos, conservaban sus mortferaspropiedades cuando se las enfrentaba con la sangre de Haqim; pocasllegaban a ser letales para alguno de sus chiquillos. El gin-gin era unade ellas y, en aquellos momentos, corra por las venas de Ftima.

    Un amplio barrido mantuvo a raya a sus tres adversariosrestantes, por el momento. Aquel ejercicio no comprenda la rendicin,slo la victoria o la derrota. La capitulacin de un maestro era algo sinprecedentes, mas Ftima se enfrentaba a algo peor que la ignominia.

    Oblig a su sangre a acudir al brazo daado. Un veneno menospotente bullira hasta evaporarse en un instante, dada su habilidadpara transformar su propia sangre en una eficaz toxina, pero el gin-ginresista sus envites. Con tiempo y una concentracin absoluta, seracapaz de purgar el veneno de su cuerpo, pero aquellos eran lujos queno poda permitirse. A menos que despachara a sus tres pupilos, ycuanto antes, el gin-gin continuara propagndose por su cuerpo,tullendo los msculos a su paso. Si llegara a perder el conocimiento, lo

    cual ocurrira a ciencia cierta de quedar paralizada en plena embestidade sus alumnos, el veneno devorara sus entraas hasta que ni lasangre de Haqim encontrase restos que sanar.

    Ya los tres asesinos le parecan a Ftima ms buitres quehalcones. Se pregunt si a la liebre del desierto le importara quefuese un buitre o un halcn el que picoteara su cadver. Mir fijamentea los tres, escrutando sus rostros en busca del ms leve indicio de

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    complicidad. Una conspiracin entre los fida'i? Carecan tanto demotivos como del talento necesario, por no mencionar el acceso al gin-gin. Hara falta un antiguo...

    Mas la verdad tendra que esperar... si sobreviva.El argelino de su derecha vio su oportunidad en el brazo que

    oscilaba inerte al costado de Ftima. Se abalanz sobre ella... pero nolo bastante rpido. Con la zurda, Ftima desvi la ancha hoja de sudha y, casi de modo simultneo, le incrust la frente en el rostro. Ungiro, una patada, un cuello roto y un enemigo menos. Quedaban dos.

    Eso es lo que pensaba Ftima, al menos, hasta que percibicierto movimiento procedente del lugar donde el traicionero kurdohaba cado... y donde debera permanecer tumbado. Se debata porincorporarse de nuevo, una hazaa con la complicacin aadida delentramado de vsceras desparramado a sus pies.

    Ftima se sorprendi, pero no se dej distraer igual que elasesino egipcio. Distraccin que fue su perdicin. Dos rpidos tajosdel filo de Ftima y se derrumb, desjarretado y retorcindose deagona.

    Ftima embesta ahora contra el tigre, quien la esquiv confacilidad, aunque su finta permiti que la mujer pudiera volver aconcentrar su atencin en el kurdo. ste esgrima an su hojaenvenenada y la agitacin que haba percibido Ftima en sus ojoshaba cedido el paso a la locura. Trastabill en direccin a ella.

    El brazo de Ftima palpitaba desde su mano hasta el hombro. Susangre combata el veneno y frenaba su propagacin pero, al no poderdedicarle toda su atencin, el gin-gin estaba devorando msculos ynervios. Los huesos no tardaran en volverse quebradizos y ceder antesu propio peso.

    El kurdo, vidriosos los ojos a causa del odio y la demencia, se leech encima. Ftima se movi, torpe, tratndose de ella,obstaculizada su finta por el peso muerto del brazo, aunque consiguicompensarlo lo suficiente. Un barrido y un brinco de su muecadispararon la jambia contra el khanjar. El arma del kurdo cay al suelo.

    Ftima lanz su hoja disparada hacia arriba para cercenar la gargantadel hombre bajo su barbilla.Empero, el kurdo enloquecido, con sus tripas desparramadas a su

    espalda, segua hostigndola a pesar de unas heridas que tendranque haber anulado a cualquier hijo de Haqim o vstago de Khayyin.Qu era aquella criatura? Ftima no senta la sangre de un antiguoen l y, sin embargo, tena poder, un salvajismo que destellaba en sus

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    ojos dementes, una violencia tan antigua como la propia tierra.Tambin el tigre se acercaba, con la intencin de conseguir lo que

    ninguno de sus camaradas haba conseguido: descargar el golpe degracia sobre su maestra. Estara confabulado o se trataba de unalumno aplicado? En cualquier caso...

    Con un movimiento fluido, Ftima gir sobre sus talones y lanzsu jambia contra el de Sri Lanka. El arma no posea el equilibrionecesario para resultar un proyectil efectivo, pero los aos deentrenamiento demostraron que haban valido la pena. El filo sesglaringe y esfago y se hundi hasta la empuadura. El tigre cay derodillas, como si le hubiesen amputado los pies, antes de desplomarsede bruces sobre el suelo.

    Sin vacilar, Ftima gir en redondo y lanz una patada. Su pielade la cabeza del kurdo. El crujido de su mandbula casi consigui

    ahogar el cascabeleo de los dientes que rodaron sobre el suelo depiedra. Hinc una rodilla, aunque no en seal de derrota. Su manosali disparada hacia el khanjar envenenado que yaca cerca de l.

    Ftima sac una antorcha de su soporte y descargo la mazagnea contra la cabeza del kurdo, antes de estrellarla contra su rostro.El hombre se derrumb de bruces y Ftima estuvo encima de l alinstante. Le aplast una mano de un pisotn y volvi a golpear con latea, esta vez contra su nuca. Aplic all la llama, dejando que el fuegoprendiera en el pelo y la carne no muerta. Los gritos y los forcejeos noconsiguieron aflojar la presa de Ftima que, pese a emplear una solamano, segua siendo frrea.

    Las lenguas abrasadoras lamieron con avidez la piel y los nerviosque deberan llevar aos convertidos en polvo. Transcurridos algunossegundos, Ftima hubo de retirarse de un salto; su inmunidad al fuegono era mayor que la del kurdo. ste se las haba ingeniado pararecuperar la verticalidad y volva a abalanzarse sobre ella como unaespecie de diablillo ardiente.

    Ftima traz un nuevo arco con la antorcha, que fue a estrellarsede lleno en el rostro carbonizado del hombre, cuya cabeza se sacudi

    hacia arriba y a los lados en medio de una serie de crepitaciones ychasquidos. La fuerza del impacto haba conseguido detener suembestida. Permaneci all plantado durante un instante interminable,vueltos los ojos hacia el techo, antes de desplomarse y ser devoradopor las llamas.

    Ftima cay de bruces, abrumada por el peso de su brazomuerto. La rodeaban el humo y los lamentos de cuantos alumnos

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    desarmados conservaban el conocimiento. Apenas sinti el impacto desu rostro contra el suelo. Se haba refugiado en su interior, implorandotoda la potencia de su sangre, la sangre de Haqim, para combatir elveneno de su brazo. Segua esperando una daga en la garganta encualquier momento. Dnde estaba el cmplice del kurdo? sa habrade ser su ocasin, mientras ella se enfrentaba a la ponzoa,completamente a su merced. Mas no hubo conspirador alguno quequisiera cobrarse su pieza. Lo nico real era el fuego que arda en subrazo.

    Gin-gin. Esencia de raz de gin-gin hervida con sulfuro en la vejigade una cabra. Muy despacio, la sangre de Haqim oblig al invasor desu brazo a replegarse, abrum a la toxina, la desmenuz. Unainsensibilidad glacial reemplaz al dolor abrasador. Los pensamientosde Ftima se amontonaban en su cabeza. En verdad habra llegado

    la traicin hasta el interior de Alamut, hasta el Muro de Ikhwan? Susfuerzas la abandonaron en el preciso momento que el veneno eradestruido, tras lo que el sopor la arrull en su manto.

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    Lunes, 12 de julio de 1999, 11:15 PMThames Street, Baltimore, Maryland

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    Parmnides paseaba por la rada con total despreocupacin.Ninguno de los ghouls de guardia en el exterior del Lord Baltimore Innlo reconocera. Para ser del todo sinceros, haca poco que l mismo sereconoca, con mayor o menor regularidad. El mirarse en el espejo yver el rostro del ghoul Ravenna, muerto a manos del propioParmnides, devolvindole la mirada, haba dejado de suponer unaexperiencia traumtica. A poco que se esforzara, poda fingir que sehaba acostumbrado. Si bien la situacin no tena ninguna gracia, lo

    irnico del asunto rayaba en la crueldad, una cualidad que SaschaVykos exudaba igual que en su da vomitara vapores y cenizas elVesubio.

    Su cojera haba desaparecido por completo, al menos.Parmnides poda desenvolverse con la misma destreza de siempre y,en noches como sta, cuando Vykos recompensaba su buencomportamiento con recados que le obligaban a traspasar los lmitesde la capital de esta tosca y joven nacin, infestada de vampiros, casiera capaz de olvidar que no tena escapatoria del semblante del

    antiguo Ravenna. Portar el rostro de otro hombre (as como el cuerpo,puesto que Vykos no haba escatimado esfuerzos y no haba omitidoni un solo detalle de su fisiologa) en ocasiones poda resultarenloquecedor. Se descubra a s mismo, con demasiada frecuencia,especulando acerca de la profundidad exacta bajo la piel, bajo lamusculatura y la estructura sea, donde radicaban los cambios a losque Vykos le haba sometido. Haba veces en las que llegaba acreerse el personaje que le haban moldeado, ocasiones en las que sevea obligado a recordarse...

    Pensamientos ftiles. Parmnides pein hacia atrs el cabello

    oscuro de Ravenna con los dedos y aprovech la oportunidad parahincar las uas en el cuero cabelludo y recordarse lo que era real einmediato, lo nico que la creacin haba dejado tal y como era: lasangre y el dolor.

    Esa noche, quizs por primera vez desde que lo haban puesto enmanos de los demonios, Parmnides estaba seguro de saber quinera. Assamita. Vstago de Haqim. El dolor que haba sufrido no era

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    nada en comparacin con la humillacin que haba padecido su clandurante siglos. Esta noche obtendra una pequea cantidad devenganza, un grano de arena que aadir a un desierto que, con eltiempo, cubrira la faz de la tierra.

    Rode la hostera hasta llegar a la entrada de servicio, situada enla parte de atrs. Tambin aqu montaban guardia los ghouls, dos deellos, pero el paso de Parmnides les llam tanto la atencin como labrisa que soplaba procedente de los muelles. A sus ojos, todo seencontraba en orden.

    El asesino se escurri entre otros ya dentro del edificio. No tarden encontrar una escalera de servicio y alcanzar la cuarta planta,donde la seguridad era relativamente escasa. Las zonas msdelicadas, la sala de reuniones donde se decidan los asuntos de laCamarilla, por no mencionar los aposentos privados del prncipe

    Garlotte, ocupaban los pisos seis y siete. Parmnides, si suinformacin era correcta, no tena por qu invadir tales lugares estanoche.

    Se abri paso sin ser detectado, dejando atrs a otro centinelaghoul; la Camarilla confiaba demasiado en aquellas criaturas sin forjaren lugar de tratarlos como a los chiquillos sin formacin que eran, ydobl la esquina para llegar hasta el nico ascensor de pasajeros de laposada. De uno de sus numerosos bolsillos ocultos extrajo unpequeo ingenio electrnico. Uno de sus bordes era un disco metlicoplano, que encaj en la ranura que separaba a ambas puertas delascensor. Apret un botn del artefacto y, casi al mismo tiempo, laspuertas se abrieron, impulsadas por una vibracin snica que lossensores interpretaron igual que si hubieran entrado en contacto conuna persona en el momento de cerrarse. El timbre que sola indicar laapertura de las puertas permaneci en silencio. De hecho, nada en losalrededores ms inmediatos de Parmnides produca sonido alguno.Con el mismo sigilo, trep hasta la escalera de servicio del hueco delascensor y comenz su descenso en el momento en que se cerrabanlas puertas encima de l, aislndolo de la brillante iluminacin del

    pasillo.No tard en encontrarse de cuclillas sobre el techo del propiocompartimento. A la espera. A la escucha.

    No tuvo que esperar mucho a que el ascensor se pusiera enmovimiento y comenzara a llevarlo de nuevo hacia arriba, pasando porel cuarto piso desde el que se haba descolgado por el hueco, sindetenerse hasta la sptima planta. El ascensor haba cubierto la

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    totalidad de su recorrido y Parmnides permaneci tumbadopacientemente mientras suba un nico pasajero, el cual el Assamitaasumi que perteneca al gnero femenino; sus pisadas transportabanun peso ligero. Reconoci el sonido y la sensacin de susconcentrados impactos, incluso contra el suelo enmoquetado delascensor... tacones. La fragancia de un sutil y agradable perfume seabri paso a travs de las grietas que rodeaban la trampilla del techo.

    El ascensor volvi a estremecerse y comenz su descenso. Nopudo evitar el recordar un trayecto en ascensor que l mismo habarealizado haca escasas semanas, a no muchos kilmetros dedistancia en Washington, D.C. En aquella ocasin l haba sido unpasajero convencional, mientras la escotilla del techo ocultaba a otropolizn. Dnde si no podra haberse escondido el Nosferatu mientrashablaba con l?

    Mas ya Parmnides se percataba del fallo dentro de surazonamiento, de su presuncin infundada que lo haba llevado asuponer que la rata de alcantarilla hubiese ocupado el techo delcompartimento. Era posible, cuando no probable, que la criaturahubiese estado dentro del ascensorcon l, que hubiesen compartidoel mismo espacio sin ste saberlo. Circulaban historias an msextraas e imposibles entre los antiguos chiquillos de Haqim, yParmnides no haba estado en plena facultad de condiciones aquellanoche. Se haba enfrentado a su seora, a los nuevos achaques de sucuerpo recin estrenado, y a s mismo. Todo su dolor y humillacinhaban recibido la recompensa de una oportunidad para matar, suvocacin, su eterna devocin, y l haba fallado. Aquella decepcin sesum a las torturas fsicas a manos de la Tzimisce y a la certezavisceral de que haban sido los suyos quienes lo haban puesto enmanos de los demonios. El nico solaz y consuelo aquella noche y lasque la siguieron lo haba encontrado en los brazos de Sascha Vykos,su torturadora, su perdicin... su amor.

    Parmnides, incmodo, cambi de postura. La suave bota roz elmetal bajo su cuerpo. Se percat de su error de inmediato y se maldijo

    por haberse distrado. Habra delatado su presencia? Nada loindicaba en el interior del ascensor, que ya se detena al llegar alvestbulo. Poda huir, pero descart aquella idea tan pronto cruz porsu cabeza, repugnado ante ella. Si fracasaba y resultaba destruido, laculpa sera slo suya y de Vykos; suya, por su debilidad, de ella pordisfrazar de afecto su cruda falta de humanidad. Aunque quizs l,formado durante aos en el arte y la ciencia de arrebatar la vida, no

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    fuese el ms indicado para juzgar lo que era humano y lo que no. Porotra parte, a lo largo de la historia, qu otro rasgo habacaracterizado a la naturaleza humana con ms fidelidad que elasesinato?

    Pensamientos ftiles, inmiscuyndose de nuevo en el momentomenos apropiado.

    Abajo, la pasajera sali del ascensor y recibi el saludosimultneo de varias personas. "Seorita Ash", la llamaron. "Buenasnoches, seorita Ash". "Quiere que le traiga algo, seorita Ash?". Sedesvivan por ella como esclavos. Las edulcoradas respuestas de lamujer rezumaban condescendencia y contemporizacin. "Bueno,gracias. Qu amabilidad por vuestra parte".

    Ash. Victoria Ash. Parmnides conoca aquel nombre. Fantaseacerca de la facilidad con la que podra haber destruido a la antigua de

    la Camarilla pero, para qu molestarse? El clan Assamita noalbergaba ninguna inquina en especial contra los Toreador. Aunqueactuara al servicio de Vykos, no existan razones para arriesgarse arevelar su presencia antes de tiempo. El erradicar al clan Toreador alcompleto no conseguira que el aparato blico de la Camarilla seresintiese en gran medida. Ms bien todo lo contrario.

    Es ms, pese al hecho de que sus antiguos lo hubieran entregadoa Vykos, Parmnides no se senta compelido a apoyar la causa delSabbat ms all de aquellos puntos donde coincida con los interesesde los Assamitas. As es como interpretaba l el conjunto de sumisin. Qu otro motivo habra impulsado a los antiguos a utilizar a lamonstruosidad Nosferatu para mantener el contacto con l? Con todaseguridad, cada migaja de informacin que le proporcionaran llegaratambin a odos de la Camarilla. Por lo tanto, aunque Parmnides sehubiese sojuzgado ante Vykos, los hijos de Haqim no tenan motivoalguno por el que rendir vasallaje al Sabbat. Aquella revelacin erauno de los factores que a Parmnides le permita perseverar y hacerfrente a aquella ordala en lugar de rendirse a la desesperacin.

    La misin de esta noche aunaba los intereses del Sabbat y los

    Assamita de manera irrefutable. A sabiendas de lo cual, Parmnidesconsigui acallar los pensamientos turbadores, las racionalizacionesque acostumbraban a corroerlo por dentro desde haca noches. Comole ensearon tantos aos atrs, su mente se sumi en un silenciosepulcral. Los minutos transcurran ms rpido de ese modo, fluyendosin el dique de la duda para contener su caudal.

    Parmnides volvi a escuchar la voz de Victoria Ash, empleando15

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    un tono muy distinto del que acostumbraba con los sirvientes.Conservaba un dejo de condescendencia, si bien algo msrespetuoso.

    --Mara. --Dos pares de pisadas se acercaban al ascensor,

    mientras Victoria continuaba con su chchara--

    . Fue decisin ma elesperarte en persona. Desmaado e impropio, lo s...El segundo conjunto de pisadas era ms ligero que el de Victoria.

    Nada de tacones para Mara Chin, bruja Tremere de la capilla deWashington, D.C.

    Parmnides concentraba todo su ser en los sonidos procedentesde abajo. Las puertas del ascensor se cerraron. Una llave ara elpanel de bronce, antes de encajar en la ranura apropiada. El ascensorcobr vida con un murmullo y comenz a subir. Victoria seguadndole a la lengua.

    Arriba, en absoluto silencio, Parmnides extrajo el estranguladorque haba fabricado para la ocasin de entre los pliegues de su capa.El alambre era algo ms largo de lo acostumbrado, y haba modificadoy reforzado los mangos para conseguir una increble potencia detraccin, aun cuando la vctima se encontrase a cierta distancia haciaabajo. Ningn Toreador iba a evitar que se cobrara la sangre de lahechicera. Segn la tradicin de hadd, la venganza, la vitae deTremere no le perteneca por derecho propio.

    Parmnides se ocupara de que se hiciera justicia. Gir la manilla

    de la compuerta del ascensor.

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    Jueves, 15 de julio de 1999, 1:08 AMExterior de la muralla, Alamut, Turqua oriental

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    Ftima se apoyaba pesadamente sobre Mahmud Azzam,avanzaba a pasos cortos y laboriosos. Las nubes se cernan todo a sualrededor como una espesa humareda y los lnguidos copos de nievese adheran sin derretirse a su piel como la ceniza.

    --El califa ignora tu peticin de audiencia --dijo Mahmud, dandorienda suelta a su indignacin entre el cmulo de nubes.

    --Tal es su privilegio --le record Ftima a su compaero de clan,

    ms joven.--Pero en el pasado siempre te ha apoyado.--No siempre --corrigi Ftima--, sino cuando le era posible. El

    califa ha de tener cuidado si favorece a una mujer sobre los hombres,a un musulmn sobre... --hizo una pausa, en busca del eufemismoapropiado--, sobre los dems.

    --Los dems nunca han sido tantos --rezong Mahmud,apropindose del trmino y privndolo de cualquier posible cualidadeufemstica.

    --

    Haqim camin sobre la tierra mucho antes que el sagradoprofeta. Los musulmanes somos, a nuestra manera, meros recinllegados a la sangre. Ests en lo cierto --ataj la objecin deMahmud--, nunca en toda nuestra historia se haba dado la bienvenidaa la hermandad a tantos no musulmanes.

    Ambos caminaron en silencio durante algn tiempo. Enocasiones, las nubes se abran y podan divisarse las cumbrescircundantes, un anillo de almenas en medio de la bruma. Ftimapermaneca con el antebrazo derecho vendado bajo su tnica. Habarecuperado gran parte de su fuerza durante el transcurso de lasltimas seis noches, aunque dependa del apoyo de Mahmud para noagotarse enseguida. Haba sido l quien cuidara de ella durante suconvalecencia y al-Ashrad, amr de Alamut, le haba procurado unalibacin derivada de la sangre de los antiguos a fin de acelerar surecuperacin.

    Ftima haba sido envenenada con gin-gin en otra ocasin.

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    Durante los primeros aos de su Transformacin, como parte de suformacin como fida'i le haban sajado la mueca con un filoemponzoado antes de abandonarla a su suerte. Si no conseguarecurrir al poder de su sangre, perecera. Aquella vez, el veneno nohaba permanecido en su organismo durante mucho tiempo. sta vez,haba tenido que ocuparse de otros asuntos antes de poder combatirla toxina y el dao que haba soportado su cuerpo revesta mucha msimportancia. Una vez ms, haba sobrevivido al gin-gin. No obstante,an persistan las preguntas respecto a cmo era que haba tenidoque pasar por tal calvario por segunda vez.

    --Qu hay de Gharok? --le pregunt a Mahmud.--Sigue montando guardia ante los venenos, aunque le marcan a

    fuego con hierros candentes a cada hora, lo que tendr que soportardurante cien noches. Su atencin no volver a flaquear.

    --Eso lo fortalecer.--Imagnate la vergenza que supone que un fida'i consiga

    infiltrarse y robe en el almacn --Mahmud mene la cabeza en ademnde incredulidad.

    --Si es que se infiltr.Mahmud se detuvo en seco, obligando a Ftima a imitarlo.--Crees que Gharok particip en el atentado?Ftima neg con la cabeza, antes de indicarle con un gesto que

    continuara adelante.--Gharok no hara tal cosa, pero tampoco permitira que uninsignificante fida'ilo burlara. Jams.--Entonces, quin?Ftima se encogi de hombros.--Los antiguos han hablado.El juicio de los antiguos haba dictaminado que el kurdo, cuyo

    nombre no habra de volver a pronunciarse jams a fin de que el clanpudiera limpiar su mancha, haba actuado por cuenta propia. Porrazones desconocidas, haba robado el gin-gin e impregnado su arma

    con l para atacar a Ftima. sta saba el propsito al que servanaquellos juicios; la explicacin que ms beneficiara al clan se convertaen la "verdad". Daba igual que los crmenes que se le imputaban alkurdo escaparan a sus posibilidades.

    Gharok era tan competente como honorable. Soportara el castigopara que la hermandad se fortaleciera. Ftima, antes o despus,conseguira su audiencia con el califa y formulara sus preguntas en

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    Ftima azuz de nuevo a Mahmud hacia delante. Apreciaba lapresencia y la fuerza de su protegido, pero ya haba tenidoconversacin ms que suficiente. Respondi al resto de sus preguntascon monoslabos o encogindose de hombros.

    Tiempo atrs, cuando era una fida'i, Ftima haba dado porirrefutables los pronunciamientos de los antiguos, los haba credo.

    Ahora, siendo rafiq, miembro de pleno derecho de la hermandad yantigua a su vez, haba aprendido a cuestionar, con paciencia ycautela, cuando la situacin lo exiga. A pesar de todo, el hecho deque su intuicin la aconsejara mostrarse suspicaz la desconcertaba.Puede que Elijah Ahmed, camarada adems de califa, no tardase en

    acceder a entrevistarse con ella y pudiera por fin acallar sus dudas.

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    Domingo, 25 de julio de 1999, 1:37 AMHarlem hispano, Ciudad de Nueva York, Nueva York

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    El lugar de reunin estaba cerca, ridcula y peligrosamente cerca.An dando un rodeo hacia el norte a travs del parque de San Nicolsy doblando las medidas habituales para evitar que lo siguieran (pues,cuando se trataba de brujos, toda precaucin era poca), Anwar habacubierto los escasos kilmetros que lo separaban de su destino enpoco ms de media hora, incluido el tiempo empleado en llamar a sucontacto desde una cabina para averiguar adnde tena que ir.

    Quiz, pens mientras dejaba atrs bloque tras bloque deedificios de ladrillo y cemento en diversos estados de abandono, en uncaso como el que le ocupaba, donde haba en juego un objetosubstrado al clan Tremere, no dejaba de tener su lgica que lamercanca, por no hablar del procurador, permaneciera en la callesolamente el tiempo necesario. Quin saba qu hechizos podranhaber tejido los brujos alrededor de la gema en cuestin en caso deque hiciese falta recuperarla? No quedaba demasiado lejos del reinode las posibilidades el que el propio Anwar estuviese marcado dealgn modo por su entrada en la capilla Tremere, estigmatizado por la

    propia sangre de brujo que haba reclamado para s. Eso s que seraun brillante colofn para el traicionero brujo Aaron, quien habaadmitido a Anwar en la capilla y sido testigo de cmo ste le rompa lacolumna al regente Tremere antes de beber su vitae. Qu ocurrira siel demudado y desesperado muchacho hubiese planeado su propiadestruccin y tendido una trampa a su asesino? Aunque, en tal caso,

    Anwar podra haberse visto relativamente indefenso ante la traicindentro de la capilla... a menos que no fuese l el objetivo.

    Aquella idea se le ocurri cuando llegaba a su destino. Pese al

    riesgo que supona perpetuar su vulnerabilidad, dio un brusco giro a laizquierda al pasar junto a una esquina. Haba un nmero considerablede gente en la calle: jvenes, tanto exultantes como taciturnos,buscando jaleo; prostitutas en busca de clientela; parias, en brazos decualquiera de sus muchas adicciones o a la espera de estarlo;indigentes, aquellos que no podan permitirse el aire acondicionado eintentaban zafarse del calor canicular. Anwar no tuvo problemas para

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    escudar su presencia de sus mentes. Adems, altern la cadencia desu paso, al trote, a la carrera, marcha veloz, y cruz la calle de uno aotro lado en varias ocasiones. Se mantuvo alerta frente a cualquieraque pareciera interesado en darle alcance, cualquiera entre losrebaos de humanos que se percatara de sus errticos movimientos,cualquiera que no fuese mortal y pudiera verlo. No vio a nadie yprosigui su camino hasta la direccin que le haban dado portelfono.

    Hizo caso omiso de la escalerilla metlica que conduca hasta lapuerta principal del edificio de tres plantas y baj deprisa los peldaosde cemento que lo dejaron frente a la entrada del recndito stano delnmero 2417--A Oeste de la calle 119. La entrada superior exhibatodos los arreos de esperar en una firma legal o financiera minoritaria:puerta pintada con buen gusto de verde pino, manijas, aldaba y

    goznes de bronce, el tenue fulgor de la lmpara del recibidorprocedente del interior. La entrada ante la que se encontraba Anwarresultaba menos acogedora, pero compensaba su falta de encantocon lo que le sobraba en seguridad. La verja enrejada cubra unapuerta metlica de color negro que haca las veces de salida deincendios. Las ventanas que la flanqueaban, aunque haban sidoemparedadas, conservaban los barrotes antiatraco propios de unapoca anterior.

    Anwar se plant directamente enfrente de la puerta y puls elpequeo timbre a oscuras a su derecha; lo mantuvo apretado durantetreinta segundos, tal y como le haban indicado. Mientras esperaba,intent descubrir, sin xito, las cmaras que sin duda deban de estarobservndolo. Algunos instantes despus, escuch el roce del metalcontra el metal, una barra pesada y luego uno de los cerrojos que seabrieron en el interior, y la salida de incendios se abri hacia dentro.Ninguna luz procedente del interior recort la figura de quienquieraque hubiese abierto la puerta. Anwar no vea ms una oscuridadabsoluta. La cerradura de la verja enrejada se abri, al parecer porcontrol remoto, y la puerta gir sobre sus goznes en direccin a l.

    Anwar se adentr en las glidas tinieblas.La puerta volvi a cerrarse con un chasquido, antes de que unas

    manos invisibles empujaran la salida de incendios a su paso,sumindolo en la ms completa oscuridad. De nuevo el chirrido delmetal contra el metal, esta vez alto y claro, cuando tanto la barra comoel cerrojo se encajaron en su sitio.

    Los penetrantes ojos de Anwar comenzaban a ajustarse a la21

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    ausencia de luz cuando lo ceg un doloroso fulgor. Parpade variasveces para deshacerse de la desagradable sensacin y se encontrfrente a una mujer de complexin atezada, si bien no tan morenacomo l. El rostro femenino careca de la palidez mortecina de losrecin fallecidos, as como de los distintos tonos endrinos quecaracterizaban a los sirvientes ms veteranos de Haqim. Era unamortal, por tanto, de mediana edad.

    --Estira el brazo derecho --dijo la mujer, sin ms prembulos.Anwar obedeci. La desconocida le asi la mueca con una

    mano, mientras con la otra extraa una jeringuilla del bolsillo de suarrugada rebeca. Sin molestarse en eliminar las burbujas de aire yaque, qu sentido tendra, sin actividad cardaca que daar?, introdujola aguja en el antebrazo de Anwar y le inyect el lquido negro quecontena la hipodrmica.

    --Espera aqu. --La mujer gir sobre sus talones y permaneci depie ante la otra salida del vaco cuarto de cemento, otra puerta deemergencia, hasta que el cerrojo invisible se abri con un chasquido,tras lo que abandon la habitacin. Anwar se dio cuenta de que lacerradura volvi a trancar la puerta.

    Segn lo que haba visto, elogiaba las defensas del sitio. Laentrada superior, pese a su aspecto ms inofensivo, sin duda sera tansegura como la del stano, si no ms. Cuando sus ojos se hubieronacostumbrado al agresivo fulgor de las luces del interior, Anwar pudo

    distinguir las lentes diminutas, tres de ellas, ocultas a lo largo de labase del juego de luces. El hecho de que pudiera ver las cmaras leindic que aquel cuarto era tan slo una medida de contencin, unamuralla, por as decirlo, cuyo cometido era el de frenar el avance decualquier intruso que intentara llegar hasta el corazn de la guarida.En el interior habra otras estancias mejor equipadas para la vigilanciainvisible, cmaras donde nadie, ni siquiera un rafiq, sera capaz dediscernir los instrumentos espas.

    Anwar camin con aplomo hasta el centro del cuarto, bajo la luz.Ninguna de las tres lentes apuntaba directamente hacia abajo. Haba,

    desde luego, otra cmara en algn otro lugar, una que an no habavisto, que cubra esa zona, pero Anwar quera que quienquiera queestuviese espindolo en aquellos momentos, y quienesquiera quefuesen los superiores que reciban informes de sus actividades,supiera al menos que las haba descubierto.

    Antes de que Anwar hubiese podido localizar la situacin de lacmara o cmaras restantes, el cerrojo de la segunda puerta contra

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    incendios volvi a abrirse para franquear la entrada a un robustohombre ataviado con un traje de negocios.

    --James. Walters James --dijo el hombre, al tiempo que le tendala mano.

    Anwar lo haba reconocido nada ms verlo y saba que WaltersJames no era su verdadero nombre. Era probable, no obstante, quetanto la mujer como los dems mortales del edificio conocieran a su

    jefe nada ms que por aquel apelativo, as que lo tratara como aWalters James.

    --Que el Antiguo te sonra --salud Anwar a su camaradaAssamita cuando estrech la mano que le ofreca.

    --Y que tu espalda sea fuerte --repuso Walter James. No solt lamano de Anwar despus del apretn, sino que le levant la mangahasta el codo e inspeccion su antebrazo, donde la mujer le haba

    puesto la inyeccin. La piel se vea tersa y sin mcula, ni rastro delorificio de la aguja.

    James esboz una sonrisa y descarg unas toscas palmadassobre el hombro de Anwar. El hombretn seal el antebrazo de suinvitado.

    --Una frmula de los amr. Si los brujos te hubiesen corrompido, site hubiesen embrujado o seguido la pista, tu piel se habra ampollado.Una especie de prueba de alergia, en cierto modo, con la magiaTremere como alrgeno.

    Anwar asinti con la cabeza.--Y si me hubiesen corrompido?La sonrisa de James no se alter.--Te habra destruido. --Solt la mano de Anwar--. Y, en cuestin

    de diez minutos, esta base habra quedado desierta. Sin dejar rastro.--Ni siquiera "Walter James"?James se encogi de hombros.--Un nombre. Nada ms. Va muerta.--Y si los brujos no hubieran utilizado la magia para seguirme?

    Qu tal un rastreador electrnico?--Pasaste un escner antes de atravesar esa puerta. Pero --se

    apresur a aadir-- no podemos estar seguros al cien por cien detodas las distintas posibilidades, as que hablemos ya de negocios.Tienes la gema?

    Anwar meti la mano en su abrigo y extrajo un pao plegado queprocedi a desdoblar. James cogi de su interior la gema roja y negra

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    y meti la mano a su vez en el bolsillo de su chaqueta. Sac unpequeo estuche en el que guard la gema, antes de devolver la cajitaa su bolsillo. La sonrisa afable y complaciente de James erasempiterna, tanto que a Anwar le record una mscara pintada: elrostro moreno, los dientes blancos, los ojos tan conciliadores ygenuinos como la propia sonrisa. Anwar poda imaginarse aquellasonrisa, inalterable, mientras James cercenaba la columna de unbrujo, tal y como haba hecho l. He aqu un hombre que podra haberhecho carrera entre las serpientes de no haber decidido ponerse alservicio de Haqim.

    --Eres bienvenido si decides quedarte con nosotros --invit James.Se frot las manos como si quisiera borrar cualquier sucia traza de lasartes de los brujos--. Hay vitae, a la que tambin ests convidado.

    Haba transcurrido poco tiempo desde que Anwar saciara su sed

    de sangre y venganza. No obstante, ambas eran sus compaerasinseparables, y la indulgencia no era lo mismo que la satisfaccin. Loque ms le impela era el deseo de recorrer las calles, de cazar. Lasangre reclamada de su interior clamaba por ms. En aquella ciudadhabra ms, del Sabbat o de la Camarilla, puesto que Nueva Yorkalbergaba a ambas.

    --Muchas gracias, pero no creo que me quede. Ya he cumplidocon mi cometido.

    --Muy bien --convino James, en su papel de gracioso anfitrin--.

    Mantente alejado de la capilla de los brujos. Es probable que hayarevuelo en la colmena. Algunos Sabbat rondan por ah, aunque lamayora parece que se ha trasladado a Washington. Tiburones,sangre en el agua, todo eso.

    Volvi a estrechar la mano de Anwar, con fervor, al estiloamericano.

    Escasos momentos despus, Anwar volva a acechar en la noche,deleitndose con el regusto que dejaba la sangre de Tremere en elpaladar, as como con la gloria que sus gestas pudieran proporcionarledentro de la hermandad. Los mortales seguan holgazaneando aqu y

    all, pero pas de largo ante todos ellos. Aquella noche le apetecacatar sangre algo ms suculenta.

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    Mircoles, 28 de julio de 1999, 10:01 PMUna gruta subterrnea, Ciudad de Nueva York, Nueva York

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    Calebros tir de la delgada cadena de cuentas de su caprichosalamparilla. La luz titil y se apag, permitindole disfrutar de latranquilidad que le proporcionaba la oscuridad absoluta. Se rasc elcuero cabelludo con las garras, una y otra vez, paladeando lasensacin, e intent eliminar la tensin que agarrotaba su cuerpo.

    El ritmo de los acontecimientos se haba acelerado hasta volverseincontrolable, y l era responsable en gran medida. Siempre entraabapeligro tirar de los hilos sin saber exactamente dnde estaban atados.

    Intent enterrar aquellas ideas y estir su deforme columna. Porun momento, en la oscuridad, le haba parecido sentir el tirn de unoshilos de los que l no era el dueo.

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    28 de julio de 1999Re: asesinos

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    13/7 asesinato de Mara Chin en Baltimore.

    Informes por mensajero: ni rastro deRavenna/Parmnides en Washington aquella noche.Parece probable que nuestro pen Assamita fuese

    el responsable. Se podra volver a los Assamitascontra el Sabbat? Que Colchester presione el plan deLucita (Las.) con Pieterzoon. Sus actos podranprovocar una respuesta.

    Sobre todo si tenemos en cuenta anteriores colaboraciones`

    Adems: rumores de problemas en la Capilla de los Cinco Distritos

    Tenemos que distanciarnos de los Assamitas todo lo que podamos, sinque se enfaden.

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    Martes, 17 de agosto de 1999, 8:59 PMCmara del da, Alamut, Turqua oriental

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    Oscuridad. Cedi a regaadientes cuando hubo abierto los ojos.No haba ventana alguna entre aquellos enormes bloques de piedraque permitiera la entrada de la luz de la luna ni de las estrellas pero,lentamente, la superficie de las piedras comenz a hacerse aparente.Luego las delgadas y ordenadas hendiduras que delataban los puntosdonde se tocaban los gigantescos bloques. Incluso su textura serevel ante ella, transcurrido el tiempo necesario. La bruida superficiedel techo y los muros se vea interrumpida por alguna que otra

    picadura, constelaciones de negro sobre negro que salpicaban labveda celeste interior.

    Por un brevsimo instante, Ftima se aferr al reconfortante olvidoque era su descanso, pero la niebla se disip en su cabeza inclusoantes de que la oscuridad se hubiese asentado en los familiaresdiseos de gris, negro y prpura. Rpida de mente, fuerte de espritu;as haba sido siempre. Infalible al servicio de las necesidades de lossuyos.

    Pas las piernas sobre la losa de piedra y se sent, enhiesta,

    sobre su rgido lecho. No haba sbanas que apartar de un puntapi.Aquella que haba escalado la montaa no senta miedo ni fro.Ninguna almohada, ningn tejido, ni tosco ni delicado, adornaba sucama. El da, por necesidad, era tiempo de descanso, tiempo para quela sangre de Haqim sanara el cuerpo cuando fuese necesario, masconvertir aquellas horas en un lujo supona poner el pie en la senda dela pereza. Malgastar una hora, incluso un minuto, te apartaba delautntico camino, el camino de la hijra, en el cual podras haberavanzado otro paso. Para quien haba decidido caminar a travs de lanoche eterna, los minutos desperdiciados se convertan en horas

    desperdiciadas, y stas a su vez en aos desperdiciados, aos quepodran haberse empleado al servicio del Antiguo, y de la ikhwan, lahermandad. Durante cuntos aos ms habran padecido los hijos deHaqim bajo la maldicin de los brujos kafirsi el sabio al-Ashrad no sehubiera dedicado con tanto encono a acabar con ella?

    Ftima se incorpor de su losa. Se quit la ropa igual que unaserpiente muda de piel y se cubri con una tnica limpia de color

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    blanco, antes de cruzar la diminuta celda en direccin a unapalangana de cermica. En la oscuridad, el agua del interior delrecipiente yaca en calma, semejante al aspecto que ofrecera uno delos grandes lagos salinos del desierto visto desde la cima de unamontaa a kilmetros de distancia. Cuando hundi los dedos en aquelmar, dunas concntricas surcaron la inmensa superficie. El agua quele salpic el rostro se haba contagiado del frescor de la noche, perono igualaba la frialdad de su marfileo cutis. Purificado el rostro, selav metdicamente las manos y los antebrazos. Una racimo de gotasse adhiri al descolorido tejido cicatricial de su brazo derecho, unaplida marca del veneno que slo el tiempo, si acaso, conseguiraborrar. Se sec con una toalla spera antes de dirigirse a su templum,frente a la diminuta alcoba orientada hacia el sur, donde se entreg ala oracin silenciosa. El intrincado entretejido de la alfombrilla de las

    plegarias, sobre la que Ftima se encontraba genuflexa, se perda enlas tinieblas.Alz las manos abiertas.--Allahu akbar.Uni las palmas.--Bendito sea Al, seor de todos los mundos, el ms benvolo,

    piadoso, rey del da del juicio. Slo a ti adoramos y slo a ti pedimosayuda. Guanos por el buen camino, por la senda de aquellos haquienes has bendito, no la de aquellos que se han extraviado. Pues

    Dios es uno, el Dios eterno, el que ni engendra ni fue engendrado, sinigual.Ftima se inclin desde la cintura y apoy las palmas de las

    manos sobre las rodillas.--Allahu akbar. Alabada sea la perfeccin de mi Seor el ms

    grande.Volvi a enderezarse.--Allahu akbar. Allahu akbar --repiti, tras postrarse sobre la

    esterilla. Toc el suelo con la frente, antes de sentarse sobre lostalones, con las manos recogidas sobre el regazo--. Allahu akbar.--Luego repiti por segunda vez, postrada, rendida ante Dios--.Allahuakbar.

    Completa una rak'ah, Ftima recit su plegaria dos veces ms.Los momentos transcurran a medida que pronunciaba las palabrasrituales del salah. El sonido de su voz, de su fe dada forma, abarcabalos siglos ya pasados; apelaba a su sentido de lo que fue, y ella fue de

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    nuevo lo que haba sido en su da; una joven, una muchacha, rendidaante Dios, ofrendndose a s misma ante l con la esperanza de quepudiera ser digna de defender a su familia, a su hogar, de los kafir. Enaquellos das de inocencia, haba visto y sufrido en sus carnes losestragos de los brbaros mortales, pero haba pasado por alto a losmonstruos que se arropaban entre los mantos de oscuridad quedejaban los cristianos a su paso, haba pasado por alto a lasautnticas bestias, criaturas de sangre y muerte infinita para quieneslos mortales no eran sino meros tteres. Ahora saba ms cosas.Muchas ms. Pero nunca se rindi ante la desesperacin.

    Inmersa en la serenidad y la entrega del salah, Ftima volvi a seraquella chiquilla inocente, como siempre lo haba sido, devota de Dios,instrumento de Su voluntad.

    La ilaha illa 'l-Lah. No hay otro dios sino Dios.

    Wa Muhamadan rasula 'l-Lah. Y Mahoma es el mensajero deDios.Ni todos los aos transcurridos desde aquel entonces, ni toda la

    arena que azota la faz del desierto, la haban podido despojar deaquello. Era Ftima al-Faqadi, llamada as en honor de la hija delprofeta.

    Salla-'l-Lahu 'ala sayyidina Muhammad. Que Al bendiga con Susoraciones a nuestro seor Mahoma.

    Al-salamu 'alaykum wa rahmatu l-Lah. Que la paz y la piedad delSeor estn con vosotros.

    Ftima haba subido a lo alto de las almenas y se encontrabapasando revista a los fida'icuando el mensajero dio con ella. El cieloapareca despejado esa noche, una oscura cpula de ter que parecaextenderse no mucho ms all de las cumbres circundantes y lasacercaba a Alamut con su abrazo. El Nido del guila resultaba casiinaccesible, salvo por una ruta que atravesaba las traicionerasgargantas y quebradas. Cientos de metros ms abajo, asesinos dems edad y demostrada vala que los fida'ipatrullaban un permetro devarios kilmetros y controlaban cualquier acercamiento. Adems, los

    velos msticos tejidos por los amr, los ms consumados hechicerosAssamitas, ocultaban la fortaleza montaosa a los ojos de latecnologa y lo arcano, a los satlites espas y a los brujos por igual.

    El capitn de la guardia y aquellos a su cargo haban cumplidocon su cometido relativamente bien. En opinin de Ftima, noobstante, an quedaban muchos aspectos por mejorar. Aunqueresultaba improbable que los guardias llegasen a enfrentarse jams a

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    verdaderos intrusos, el destacamento, en lo que a formacin ydisciplina se refera, no era algo que los antiguos se tomaran a laligera. Gran parte del tiempo de un asesino, de hecho la mayora delas horas que empleaba dedicado a su vocacin, consista en observary esperar. La vigilancia constante era algo esencial. Las habilidadesde observacin deban dominarse con tanta maestra como lasreferentes al armamento, a los venenos o al disfraz.

    Ftima pregunt a diversos miembros de la guardia, inexorable,acerca de incontables detalles que una mente distrada habra pasadopor alto: el nmero de rondas que comprenda su recorrido por laseccin de las almenas que les haban asignado, el descensoaproximado de las temperaturas previsto para la prxima hora, losnombres de ciertas estrellas y constelaciones, cambios en la direccindel viento... La estimacin por parte de un neonato de la altura a la

    que se elevaba la cima de una montaa vecina no satisfizo a Ftima.sta le orden que escalase hasta la cumbre.Los fida'irespondieron de forma satisfactoria a la mayora de las

    preguntas. Aunque resultaban relativamente jvenes dentro de lasangre, aquellos chiquillos honraban a Haqim. De no haber sido as,

    jams habran conseguido llegar hasta donde estaban. Todocomenzaba con el intenso proceso de seguimiento, mucho antes deque ningn mortal supiera que lo estaban vigilando, separando demanera inflexible el grano de la paja. Slo los candidatos sobre cuyopotencial no existiera ninguna duda llegaban a atisbar los misteriosms superficiales de la Senda de la Sangre, y slo aquellos querecorran con paso firme el camino que habra de conducirlos a laconsecucin de aquel potencial, tras varios aos de estudio comomortales y ghouls, llegaban a iniciarse en la hermandad... dondeperdan la virginidadalimentndose de aquellos candidatos de menosvala junto a los que se haban formado.

    El mensajero permaneci en las inmediaciones, paciente, sin darun paso al frente hasta que Ftima hubo completado su inspeccin.Pese a la rubicunda apariencia de su rostro moreno, Ftima saba que

    el mensajero perteneca a la familia Marijava y que era un ghoul quellevaba ms de cuatro siglos sirviendo con total fidelidad al servicio deAmr al-Ashrad, hechicero supremo de los hijos de Haqim.

    --El amr hablar con vos --anunci el mensajero, con la vistahumillada en actitud deferente hacia Ftima.

    sta asinti con un gesto seco y comenz a cruzar las almenasde inmediato. El mensajero reanud su marcha tras ella. El califa

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    segua sin responder a sus solicitudes de audiencia; ni siquiera habavuelto a ver a Elijah Ahmed desde el ataque del kurdo. Quiz el amrquisiera hablar con ella acerca de aquel asunto. Ftima, aunquerespetaba las formalidades del protocolo, no estaba acostumbrada averse postergada durante semanas, ni siquiera por miembros deldu'at.

    El mensajero y ella descendieron una empinada serie deescalones, bajo la nocturna techumbre alpina, antes de adentrarse enla propia montaa y atravesar pasillos excavados en la roca, inmersosen los sonidos de diversas actividades: el repiqueteo del metal contrael metal; gruidos de agotamiento, frustracin y dolor; el estrpito delos cuerpos al estrellarse contra la piedra. Por todas partes, en cadaestancia que cruzaban, haba fida'i practicando. Agudizaban sushabilidades con la hoja y la porra. En la Sala de Ikhwan, un grupo

    ensayaba presas y llaves. A medida que Ftima y su escoltadescendan, el apagado sonido de las armas de fuego lleg a susodos; el estruendo podra haber procedido de kilmetros de distancia,mas no se daba el caso. Las prcticas de tiro tenan lugar all, en lamontaa. Varias dcadas en el pasado, una enorme estancia se habaconvertido en un campo de tiro, donde los hechizos entretejidos a sualrededor acolchaban la reverberacin de las explosiones. Con lamuerte, al igual que con cualquier otro arte o profesin, el tiempo y latecnologa aportaban cambios. Los puristas haban puesto la voz engrito en su da ante la ballesta y el arco compuesto. Ahora, el rifle deasalto, las armas de francotirador, se contaban entre los instrumentospreferidos, y los puristas volvan clamar ante la inexperiencia de losfida'i con el arco... una acusacin que, desde luego, careca defundamento. Ftima, entre otros, se encargaba de que no sedescuidase ningn aspecto de la educacin de los iniciados. Losmtodos de antao haban demostrado su vala haca mucho, mas lahumanidad nunca cesaba de pergear nuevas y ms eficaces formasde matar.

    Ftima continu descendiendo, hasta que pronto fue el sonido de

    dos pares de pisadas lo nico que despertaba ecos efmeros en laroca. Los denuedos del combate dieron paso al aejo silencio deincontables pocas. All el aire resultaba ligeramente ms clido, ajenoa las fluctuaciones de la temperatura del exterior. Poco era aquellocapaz de sobrevivir en las profundidades de Alamut, como pocos eranlos miembros de la hermandad que haban conseguido hollar la piedraque constitua el corazn de la montaa.

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    Llegaron ante una puerta de madera, recia y majestuosa, una delas pocas que se alzaban a lo largo de los traicioneros senderos de lafortaleza. Ftima aguard, el porte firme, la barbilla al frente, mientrasel mensajero asa la enorme anilla de metal y abra la puerta, antes detraspasar el umbral. Transcurrieron varios minutos. Al cabo de ciertotiempo, el ghoul regres para conducir a Ftima a travs de una seriede estrechos pasillos que los condujeron ante la estancia adecuada.

    All la dej a solas, erguida ante la trmula cortina de seda azul celesteque ocupaba la arcada de piedra. Ftima apart el velo a un lado condelicadeza y entr en la cmara.

    Al-Ashrad estaba sentado a no mucha distancia, al otro lado delcuarto, cuyas paredes aparecan cubiertas de estantes. Era l undiamante de excepcin en medio de los carbones con cuyo color seidentificaban las pieles de sus hermanos, mientras que la suya refulga

    como el marfil. Era un diamante autntico lo que ocupaba la cuencadonde tendra que descansar su ojo izquierdo, incontables facetas deblanco sobre blanco encajadas en una de las profundas quebradas dela angulosa orografa de su semblante. Llevaba la cabeza afeitada sinmcula pero, ms que a una cpula bruida, se asemejaba a unpeascoso canto rodado, maleado por el clima y el tiempo y, sinembargo, fuerte y estoico. Entre las hebras de su blanca tnicamusulmana, slo unas imperceptibles puntadas sealaban dndeterminaba la ropa y comenzaba la carne. Una de las mangas, prendidacon alfileres a su hombro, estaba vaca. Ni vesta ni portaba regalaalguna propia de su oficio; la desocupada manga izquierda y el ojodiamantino componan sus nicas prendas de distincin, puesto que elbrazo y el ojo, segn la tradicin, eran reclamadas en juicio por Haqimen persona. El clebre mago haba caminado sobre la tierra durantelas noches del Antiguo ms Antiguo y era sangre de la sangre deHaqim. Al-Ashrad haba cometido una ofensa de algn tipo, pese a loque su vala lo haba vuelto demasiado valioso como para que el

    Antiguo lo destruyera. Se deca que el amrllevaba milenios al serviciode Haqim.

    No salud a Ftima. Su ojo derecho, azul celeste como la cortinaque ondeaba en el prtico, miraba en direccin a ella, sin ver. Lo queobservase a travs del orbe diamantino, bien fuese aquella estancia uotro lugar a kilmetros de all, siglos en el pasado o tiempos an porvenir, ella no poda saberlo. Circulaban leyendas acerca de antiguoscuyos ojos se hallaban repartidos sobre la tierra para, de ese modo,ver y hacer valer su ley en lugares donde no pisaban.

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    El hoyuelo de la afilada barbilla de al-Ashrad descansaba sobresu pulgar; el dedo ndice le cruzaba los labios, como si exhortara aFtima a callar antes de que hubiese pronunciado palabra. Losestantes que cubran el cuarto se vean llenos de tomos manoseados,cuyos lomos de cuero se haban ajado a causa del uso y la edad. Lapared de la derecha sostena una balda combada bajo el peso de lospergaminos. Slo haba un taburete, sobre el que descansaba el amr,y aunque hubiese dispuesto de ms sillas, Ftima jams habra osadosentarse en su presencia. Permaneci de pie y esper mientras seconsuma la nica vela que iluminaba la estancia. Arda en deseos depreguntarle acerca del kurdo, lo cual ya habra hecho de encontrarseante el califa, con quien podra haber hablado con mayor libertad; noosara interrogar al amra menos que fuese l quien sacara el tema acolacin.

    Esper durante una hora. Y gran parte de la siguiente Durantetodo aquel tiempo, al-Ashrad no cambi su postura ni la expresin desu rostro. Como ocurra siempre que se encontraba en su presencia,Ftima sinti que la atmsfera rezumaba... energa, magia? El velloque le cubra los brazos le produca cosquillas; haba ocasiones en lasque pareca sentir lo que podra haber sido el soplo de la brisa perono haba rfaga de aire alguna en la estancia. El espacio que laseparaba del amrpareca ondular en determinados momentos, lo queslo era capaz de percibir a borde de su visin perifrica, por muyatenta que hubiese estado durante todo ese tiempo, como si sus ojosfueran demasiado dbiles, como si su mente careciera de laexperiencia necesaria para captar la realidad. De aquel modotranscurra su espera, en un estado rayano en el asombro.

    Al-Ashrad se movi. Lade apenas la cabeza, y la mirada de suojo sano, la mirada que haba traspasado antes a Ftima para atisbaralgn lugar que se extenda ms all de ella, por fin se pos sobre lamujer.

    --Ah. Ftima --dijo, iluminados sus rasgos por una chispa dereconocimiento--. Te he hecho esperar. Perdname.

    Sus palabras retumbaron en el interior de la caja torcica deFtima; el aire vivaz, ante la intromisin de aquella voz, pareca quehubiese comenzado a reptar dentro de su cuerpo. Haba pronunciadolas palabras con desenfado, pero segua existiendo un golfo de...experiencia entre ambos, un abismo de existencia cualitativa queFtima no poda ni soar con cruzar, como si ella fuese una pulga deldesierto y el amrun vasto ocano.

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    --Salaam. --Se inclin ante l--. No hay nada que perdonar.Entonces ocurri algo extrao. El ms tenue atisbo de una sonrisa

    aflor a los labios del amr. Su mirada, impertrrita, volva a perderseen la distancia. Ftima crey por un instante que tendra que esperarde nuevo para poder hablar con el sabio y poderoso al-Ashrad, pero ladistante preocupacin de ste dur apenas algunos segundos, tras losque estuvo de nuevo con ella. La escrut con su penetrante ojo azul;arda con el fro de una estrella de hielo que se hubiese desprendidodel cielo del norte.

    --Siempre hay algo que perdonar--dijo al fin.Ftima no supo qu responder, as que opt por guardar silencio.

    Al-Ashrad la abraz con la mirada. Era como si tan intensoescrutinio fuese la nica forma de conseguir mantener la atencin fijaen ella, como si lo que fuera aquello que vea a travs de su ojo

    diamantino precisara de toda su energa y slo mediante un actoconsciente de voluntad consiguiera aferrarse a las inmediaciones delaqu y ahora. En todo momento, el aire que lo rodeaba parecaestremecerse, inquieto y agitado, dotado de vida.

    --Duermes bien? --pregunt el amr. Ante el azoramiento deFtima, aadi:-- Durante las horas de sol, descansas en paz?

    Ftima sopes la respuesta durante un momento. Aunque noconsegua adivinar a qu fin obedeca la pregunta de al-Ashrad,tampoco le pareca que la hubiese convocado para charlar de

    banalidades e intercambiar formalidades. Ella haba acudido con laesperanza de poder hablar acerca del asalto del kurdo, de laimposibilidad de aquel incidente, pero era el amr quien decidira eltema de la conversacin.

    --S --repuso, con sinceridad, hablndole con la misma franquezaque empleara una nia para contestar a su padre.

    --Descansas del mismo modo que lo hara un mortal dormido, ocomo alguien que ha burlado a la muerte?

    Ftima medit tambin aquella pregunta, enunciada con totalimpasibilidad. No era aquella una cuestin a la que hubiese dedicadosiglos de meditacin, no desde las primeras noches de suTransformacin.

    --Para m, nunca ha existido una gran diferencia entre ambos,entre el sueo de un mortal y el descanso de los de nuestra clase.--Rememor aquellas noches tan lejanas--. Como mortal, habanoches en las que el sueo me rehua... espantado por

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    preocupaciones, o por la enfermedad, o por las pesadillas. Ahora slohay descanso.

    --No sufres pesadillas? --Formul la pregunta en el mismo tonoque las anteriores. No se inclin hacia ella ni endureci la mirada y, noobstante, las palabras retumbaron dentro de Ftima. Su voz sederram con un saco de piedras en el pecho de la mujer. Puede quese dejase sentir a su vez el crepitar de la electricidad en el aire, unaagitacin de fuerzas invisibles para ella, pero de eso no poda estarsegura.

    --No tengo sueos. No he vuelto a soar desde... --Escarb en sumente para desenterrar los recuerdos de la ltima vez. Haba sidohaca tanto tiempo... Haba transcurrido casi un milenio desde queabandonara su vida mortal. Pero se acordaba. El sueo no le habamostrado a ningn joven amante, como quizs hubiese sido lgico en

    una mujer de tierna edad. No, haba mostrado violencia, fuego ymuerte, invasores brbaros, cristianos armados y sedientos de sangreque descuartizaban a su familia, violaban a su madre y a sushermanas ante los ojos de sus parientes masculinos, y luego losasesinaban a todos. Era un sueo que, en lo que haba quedado desus das mortales y en todas las noches que vinieron despus, sehaba esforzado para no ver hecho realidad. No haba llegado aocurrir. Haba protegido a su familia. La causa se haba cobrado susvctimas, como era de esperar, pero ninguno cay como cae el

    cordero en el matadero. Con el tiempo, todos ellos haban pasado amejor vida. Haba, claro est, descendientes. Muchos, de hecho. Peroen algn momento tras el nacimiento de los nietos de los nietos de suspadres, la conexin haba comenzado a distanciarse. Cuntas vecesms podra haber observado de lejos el parto de una criatura, cmosta creca, jugaba y viva, amaba y contraa matrimonio, engendrabasus propias criaturas, envejeca y mora? El ciclo era interminable y,aunque ella haba sido apartada del mismo, era su propia escisin, sudistanciamiento del ciclo, lo que haba garantizado la supervivencia desu familia. Ahora se hallaban repartidos por todo el mundo, sangre de

    la sangre de sus hermanos y hermanas. Haba cumplido con su deberpara con ellos--. Hace mucho que no sueo.

    Al-Ashrad no dijo nada, aunque Ftima sinti que conoca cadauno de sus pensamientos, sus angustias, su ltimo anhelo. Por algunarazn que no alcanzaba a discernir, aquel sentimiento la incomodabasobremanera.

    --Descansas sin sueos --musit el amr-- y te alzas todas las

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    noches para servir a tu seor.--S, mi amr.--Y su nombre es lo primero que escapa de tus labios. Tus

    primeros pensamientos cada noche giran en torno a tu deber para con

    l. Ftima no contest enseguida. Aquella aseveracin, puesto queno se haba pronunciado en modo inquisitivo, sino que parecaconstatar un hecho, pareca inocua a primera vista. Entonces sepercat del dilema que entraaban aquellas palabras. Habaentreabierto los labios, sin llegar a hablar. No era tan temeraria comopronunciar dobles sentidos ante al-Ashrad.

    --No hablamos del mismo seor--concluy el amr.--No del todo.Pens por unos segundos que al-Ashrad comenzaba a

    ausentarse de nuevo en direccin a aquel otro lugar que escapaba asu comprensin, pero entonces la asalt la certeza de que la vea contoda nitidez, de que estaba escrutando la mismsima esencia de su sery descubriendo contradicciones cuya existencia ni siquiera ellaconoca. Era eso un destello de luz procedente del ojo diamantino?Vera el interior de su alma? Desentraara los secretos de sucorazn con una pericia que ni siquiera ella posea?

    Lo ms probable es que el destello no fuese sino el reflejo de laluz de la vela dispuesta sobre la mesilla de la esquina.

    --

    Ninguna criatura que camine sobre la tierra puede servir a dosamos durante mucho tiempo --sentenci al-Ashrad.--Mi amr, he servido a mis dos seores desde siempre. --Las

    palabras de Ftima, aunque desmentan al amr, no pretendan resultararrogantes; las haba pronunciado con conviccin, con fe, y rogabaporque al-Ashrad supiese ver su corazn como en realidad era... algoque, al mismo tiempo, la atemorizaba. Y el miedo aumentaba.

    --Desde siempre --repiti el amr, despacio. El atronador eco de suvoz dentro del pecho de Ftima no dejaba lugar a dudas respecto alerror que sta acababa de cometer.

    Desde siempre.--Desde la noche de mi Transformacin --se retract Ftima--.

    Desde las primeras noches de mi educacin, he servido a Haqim.Antes de eso, slo exista Al.

    --Lo que es siempre para algunos, no es ms que mucho tiempopara aquel que ya le haba vuelto la espalda al sol antes de que el

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    profeta sagrado caminase sobre la tierra, para aquel que ya conocalos ritos de sangre antes de la venida de Cristo, al-Mashi, devuelto asu Dios con dolor, para aquel que ya era viejo cuando Musa searrastr por Egipto, para aquel que se haba enfrentado a Khayyinantes de la cada de la Primera Ciudad.

    Sus palabras la asieron con mayor firmeza que el escrutinio deldiamante; la aferraron desde dentro. Ftima humill la cabeza.

    --Es tal y como decs, mi amr. El orgullo ha hablado por mi boca.--No ha sido el orgullo, sino la estrechez de miras. El jerbo que

    slo se fija en la serpiente no ve venir a la lechuza.--Pero, vos no...? --Las palabras de Ftima se perdieron en el

    silencio. Se dio cuenta de la envergadura de su distraccin, de que sehaba dirigido a al-Ashrad sin mesura, todo ello nada ms haberterminado de hablar sin antes reflexionar. Las preguntas martillaban

    en su pecho; en su corazn estallaba la tormenta. Las palabras delamr entraaban un enorme significado, slo tena que saber ver msall de su propia confusin. Quiz fuese el ojo diamantino lo que lopermita atisbar tales cosas.

    --Habla, hija. No me ofendes.Ftima comenz de nuevo.--Acaso vos, el ms sabio, no caminis bajo la noche con un

    nico propsito? Cmo si no habrais conseguido el Tajdid? Habisroto la maldicin. Habis recuperado la Senda de la Sangre para los

    que quisieran seguirla.Ftima crey ver que al-Ashrad se encoga ante aquellaspalabras. Puede que se tratase de otra ondulacin del aire, que sus

    jvenes ojos la engaasen en presencia de alguien tan potente yanciano.

    --Dos caminos pueden seguir el mismo rumbo. Los fuertes demente y corazn podran caminar con un pie en cada uno de ellos.Mas, qu ocurre cuando los caminos divergen?

    --Entonces el viajero debe decidir. O detenerse. --La tormentaarreciaba en el corazn de Ftima. El camino del profeta sagrado,para mayor gloria de Dios; el camino de la sangre, para que los fielesse uniesen en un todo con el ms Antiguo. Durante mucho tiempoaquellos haban sido los dos hilos que, entretejidos, constituan la guade su existencia, mas lo que al-Ashrad estaba sugiriendo era... undeshilo?--. Pero, han de divergir los caminos?

    Los ojos de al-Ashrad, azul y blanco, de carne y de piedra, eran

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    ahora tan inescrutables como las estrellas del firmamento, su rostrotan lmpido como el suelo del desierto tras el azote de la tormenta.

    --sa es una pregunta que encontrar respuesta en los sueos.En los sueos. En los sueos que Ftima, al igual que todos los

    de su clase, no tena, o no haba tenido... todava.Ha llegado la hora --continu al-Ashrad-- de que los fieles se

    preparen, de que demuestren su vala, a fin de que consigansobrevivir.

    Se preparen. Se preparen para qu?, quera preguntar Ftima,pero un sutil cambio operado en al-Ashrad la indujo a morderse lalengua. No estaba segura de cmo se haba dado cuenta de laalteracin; puede que fuesen sus aos de estudio, durante los cualeshaba aprendido a leer las emociones, los pensamientos, casi, dequienes la rodeaban. Pero el amr no vari su postura, ni suaviz su

    expresin de forma visible, ni ella era tan orgullosa como para creerque podra adivinar sus pensamientos a menos que l as lo quisiera.Quiz la explicacin estuviese en aquella atmsfera desasosegada, enla energa que emanaba de al-Ashrad igual que la luz a travs de unmillar de agujeros de alfiler y que, de aquel modo, poda hacerlepartcipe de su estado de nimo. Fuese cual fuese el medio detransmisin, poda sentir cmo emanaba de l una bondad reticente,casi melanclica. Y pesar. Tambin haba pesar.

    --Lo que yo espero --dijo al-Ashrad-- es que t demuestres ser

    digna.Tambin sus palabras, en cierto modo, entraaban benevolencia.Haba all un atisbo de cario que en muy raras ocasiones afloraba enel discurso de los antiguos entre los antiguos. Aquello nunca ocurracon los ms jvenes de la sangre. Ni siquiera alguien de la edad yposicin de Ftima poda permitirse lapsus de sentimentalismo, puestoque era campo abonado para las semillas de la traicin. Aunque lahermandad fuese algo intensamente personal para cada individuo, eltrato con la hermandad era necesariamente impersonal, dado que slolos ms fuertes sobrevivan para servir. El afecto era una debilidad.

    Empero, ah estaban las palabras de al-Ashrad, quien no tema por suposicin, cuya sangre era la ms prxima a Haqim de todos losmiembros del clan. Thetmes, su sire y otrora califa, haba hablado ascon ella, aunque en contadas ocasiones; Elijah Ahmed, el califa actual,tambin. Mas, procedentes de al-Ashrad, las palabras cobraban unsignificado ms ominoso, ms desazonador.

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    --Lo que yo espero es que t, Ftima, logres sobrevivir.Muda de asombro, las palabras que le permitiesen articular una

    respuesta no llegaban a sus labios. Pero el estrpito de aquella vozdentro de su pecho, el caos arremolinado de su alma, creci hastavolverse doloroso, como si al-Ashrad no se hubiese limitado a ver sucorazn, sino que lo hubiese encerrado adems en uno de sus puosy, con gentiles palabras, quisiera arrancrselo del cuerpo.

    Preprate. Demuestra tu vala. Sobrevive.Haba sobrevivido durante ms de novecientos aos. Durante

    todo ese tiempo, haba dedicado todos los das y todas las noches ademostrar que era digna al servicio de Al, al servicio de Haqim. Dequ otro se supona que deba prepararse? Era aquello lo que habaquerido decir al mencionar la divergencia de los caminos?

    Al-Ashrad observ a Ftima mientras sta se formulaba aquellas

    preguntas y, aunque segua sin poder definir qu era lo quetraicionaba el humor del anciano a sus ojos, supo que la dulzura y lapreocupacin lo haban abandonado. Ausentes, aunque el ojo y eldiamante seguan posados sobre ella. Desaparecidas, de una formatan absoluta que Ftima se pregunt si todo aquello no habra sidofruto de su imaginacin. El amr perteneca a un mundo tan ajeno alsuyo como lo era el de ella para un simple mortal. Podra esperar quellegara a comprenderlo de veras? O debera esperar a que llegasenlos sueos?

    La confusin y la desazn no encajaban con Ftima. Las sentaigual que a sanguijuelas, hurgando en su carne. Los pilares de suexistencia se haban mantenido siempre slidos y, durante muchotiempo, cada uno de sus actos haba ido encaminado a construir sobrela base de aquellos cimientos. Empero, aquellos del clan msancianos que ella hacan y decan cosas que no alcanzaba a entender,que socavaban aquellos pilares. Las generalidades y abstraccionesque componan el discurso de al-Ashrad eran como arenas movedizasque amenazaban con engullirla.

    Tante en busca de cualquier dogma slido como la roca a su

    alcance, aun a riesgo de caer en presunciones en presencia del amr.--He sobrevivido a un atentado sobre mi persona entre estos

    muros sagrados.Un destello de lo que podra haber sido clera centell en el

    semblante de al-Ashrad. Las sombras que proyectaba su marcadoceo parecieron oscurecerse, endurecerse de improviso.

    --Los antiguos han discutido ese asunto --dijo. Nada ms.

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    A Ftima no le quedaba sino humillar la cabeza en gesto deaquiescencia. Aquel tema quedaba fuera de la conversacin. Hasta talpunto que el amr se haba mostrado brusco con ella. Fue ira enrealidad lo que haba sentido en aquel brevsimo instante... o alarma?Pero, qu podra alarmar al amr, as en la tierra como en los cielos?Otro enigma, aunque Ftima prefera el acertijo que escapaba a susposibilidades antes que aquellos cuya respuesta le resultaba aparente.

    Mientras la escrutaba de nuevo con expresin insondable, al-Ashrad estir el brazo. Al tiempo, un cliz tallado en hueso flot en elaire desde su emplazamiento junto a la vela, sobre la mesilla de laesquina. La pareja del recipiente, as como una jarra blanca como elmarfil, levitaron a su vez y atravesaron la estancia. Al-Ashrad cogi laprimera de las copas. La segunda lleg hasta Ftima, que la acept ensus manos. Vio entonces que la jarra era una osamenta invertida a la

    que le faltaba la mandbula. Las cuencas de los ojos y la cavidad nasalservan de asa, mientras que la protuberancia occipital presentaba unacua que formaba una pequea, aunque funcional, boquillaescanciadora. La jarra se volc primero ante el cliz del amr, alparecer por voluntad propia, dado que al-Ashrad no haba formuladoningn deseo expreso tras haber levantado la mano; luego flot hastaFtima y llen su copa, antes de regresar a su lugar sobre el mueble.

    --Por la fuerza --brind al-Ashrad, al tiempo que alzaba su copa.Ftima asinti con la cabeza.--

    Por la fuerza, que durante tanto tiempo buscamos--correspondi, en homenaje a su anfitrin.Una tenue sonrisa aflor a los labios de ste, como si sus

    palabras hubiesen sido tan dolorosas como educadas. Puede queencontrase irnico el hablar de tanto tiempo, teniendo en cuenta queacababa de dejar bien claro que el concepto que tena Ftima deltiempo se vea restringido por lo limitado de su perspectiva. Pero, sinsaber por qu, Ftima no crea que fuese eso lo que lo haba obligadoa detenerse, con el cliz en los labios. Senta que su vacilacin poseaun carcter ms ntimo, una mezcla de alivio y mala conciencia.

    Adems, la maldicin Tremere haba pesado sobre los hijos de Haqimdurante ms de quinientos aos y, daba igual quin lo dijera, eso eramucho tiempo. Al igual que los segundos que precedan al solabrasador, o las horas sin saber de la suerte de un ser amado, eramucho tiempo.

    Tras aguardar a que al-Ashrad bebiera primero, como dictaba elprotocolo, Ftima prob la sangre escanciada en su cliz. La fragancia

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    se adue de sus sentidos en cuanto acerc el rostro a la copa. Bebidespacio, y el exquisito fluido descendi por su garganta, prendiendofuego a sus entraas con la llama de la vida. Tena cuerpo, demasiadopara haber pertenecido a un mortal o tratarse de cualquiera de losdiversos brebajes que el amr y otros brujos del clan llevaban siglosproduciendo a fin de que los asesinos pudieran conservar su poder.No, aquella era la vitae de un vstago de Khayyin.

    --Del clan Tremere --dijo al-Ashrad, el rostro levemente vueltohacia arriba, cerrados los ojos mientras paladeaba el elixir.

    Aunque le pareci que haba bebido despacio, Ftima descubrique haba vaciado su copa enseguida y que su lengua lama el hueso,en busca de lo que ya no estaba. Qu tortura era aqulla, slo mediacopa de tan deliciosa vitae? Pugn por relegar el hambre, peroansiaba ms. Lanz una mirada a la jarra que descansaba en el

    rincn. Tan cerca! Luego se fij en al-Ashrad, su cuello estirado, losojos cerrados y, por un instante, Ftima imagin que se beba