carta pastoral de los obispos del paraguay en ocasión del "año sacerdotal"

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CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DEL PARAGUAY EN OCASIÓN DEL «AÑO SACERDOTAL» A nuestros sacerdotes y diáconos A nuestros religiosos y religiosas A nuestros fieles laicos y personas de buena voluntad Introducción En el espíritu de esta Asamblea Ordinaria, los Obispos del Paraguay creemos oportuno llegar a nuestros queridos hermanos y amigos sacerdotes para animarnos juntos en la renovación interior de nuestra consagración sacerdotal para que podamos ofrecer un testimonio evangélico que sea más intenso en el mundo de hoy (cfr. Mensaje de Benedicto XVI). El Papa Benedicto XVI en ocasión del 150 aniversario del nacimiento de San Juan María Vianney, convoca a celebrar un "Año Sacerdotal". Nos dice "Es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico". La convocatoria del Papa se da en el marco de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada en Aparecida (Brasil). Ésta convoca a realizar una «Misión Continental» que reavive la pertenencia a la Iglesia, de todos los bautizados. Ello implica una conversión pastoral tanto de las personas como de las mismas estructuras de evangelización. I. Nuestra realidad actual La sociedad sufre cada vez más la pérdida del sentido de la vida que a muchos lleva a la depresión y a la desesperación. El avance tecnológico destinado a producir riqueza, sin embargo contribuye al desempleo y a un mayor empobrecimiento de las poblaciones. Continúa implacablemente la depredación de la naturaleza. El sistema de gobierno democrático está cada vez más amenazado por ideologías pseudodemocráticas que no llega a responder a las urgentes necesidades de la población más carenciada.

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Page 1: Carta Pastoral de los obispos del Paraguay en ocasión del "Año Sacerdotal"

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DEL PARAGUAY EN OCASIÓN DEL «AÑO SACERDOTAL»

A nuestros sacerdotes y diáconos

A nuestros religiosos y religiosas

A nuestros fieles laicos y personas de buena voluntad 

Introducción

En el espíritu de esta Asamblea Ordinaria, los Obispos del Paraguay creemos oportuno llegar a nuestros queridos hermanos y amigos sacerdotes para animarnos juntos en la renovación interior de nuestra consagración sacerdotal para que podamos ofrecer un testimonio evangélico que sea más intenso en el mundo de hoy (cfr. Mensaje de Benedicto XVI).

El Papa Benedicto XVI en ocasión del 150 aniversario del nacimiento de San Juan María Vianney, convoca a celebrar un "Año Sacerdotal". Nos dice "Es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico". La convocatoria del Papa se da en el marco de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada en Aparecida (Brasil). Ésta convoca a realizar una «Misión Continental» que reavive la pertenencia a la Iglesia, de todos los bautizados. Ello implica una conversión pastoral tanto de las personas como de las mismas estructuras de evangelización. 

I. Nuestra realidad actual

La sociedad sufre cada vez más la pérdida del sentido de la vida que a muchos lleva a la depresión y a la desesperación. El avance tecnológico destinado a producir riqueza, sin embargo contribuye al desempleo y a un mayor empobrecimiento de las poblaciones. Continúa implacablemente la depredación de la naturaleza. El sistema de gobierno democrático está cada vez más amenazado por ideologías pseudodemocráticas que no llega a responder a las urgentes necesidades de la población más carenciada.

En el ámbito eclesial asistimos a un enfriamiento de la fe cristiana y al abandono de algunos católicos hacia las sectas y las otras agrupaciones religiosas en búsqueda de un ambiente, según ellos, más propicio para el encuentro personal con Dios. Nuestros laicos colaboradores manifiestan la necesidad de una espiritualidad más centrada en Cristo, en la Palabra de Dios y en la Eucaristía, además de una formación eclesial y acompañamiento más cercano de parte de sus pastores.

La persona del sacerdote, desde su dimensión humana queda siempre expuesta a la fragilidad vocacional sobre todo cuando abandona los medios espirituales para conservar su propia identidad y misión. Por eso, el Papa Benedicto XVI en la Carta convocatoria del Año Sacerdotal nos esclarece:"Hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento

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gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes".

Recogemos la memoria histórica de la presencia sacerdotal en nuestro país y miramos la figura de los sacerdotes que dieron su vida por Cristo en la evangelización de nuestro pueblo. Son ellos San Roque González de Santa Cruz, San Alonso Rodríguez y San Juan del Castillo, misioneros mártires jesuitas;  franciscanos, como Fray Luis de Bolaño y sacerdotes de otras congregaciones, hasta las más recientes.

¡Cómo no recordar a los sacerdotes diocesanos como los Padres, Julio César Duarte Ortellado, cuya causa de beatificación está en proceso, Juan Ayala Solís, Guillermo Díaz, Juan Benítez Balmaceda, Agustín Blujaki, Vicente Valenzuela, Victorino Torres Leiva y muchos otros sacerdotes religiosos, como Pedro Shaw, conocido como Pa´i Puku, que nos hablan de la "fidelidad de Cristo y de la fidelidad del sacerdote"!.

A pesar de todas las dificultades, como la ideología materialista y del relativismo que provienen de nuestro ambiente histórico cultural, aún es posible cultivar, con celo pastoral, la identidad y la misión para llegar a ser santos sacerdotes, por gracia de Dios.

II. Identidad y misión del sacerdote

1.1. Identidad sacerdotal

«Todo Sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios» (Heb 5,1).

El ambiente cultural globalizado presenta a la Iglesia desafíos y cuestiones a los cuales debe responder. ¿Qué significa ser sacerdote hoy? ¿Cuáles son los pilares que sustentan la vocación y la misión en el  contexto de los nuevos tiempos? ¿Qué compromisos podemos asumir, como consagrados en el ministerio sacerdotal en la Iglesia y en el mundo?

El sacerdote es un hombre elegido, ungido y enviado por Dios para continuar la misión salvadora de Cristo en el mundo. Pues Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4). El presbítero es configurado con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, Maestro, Santificador y Pastor de la Iglesia, del  Pueblo santo de Dios. De este modo, el sacerdote es su continuación visible y signo sacramental. Mediante este ministerio sacerdotal, el Señor continúa ejerciendo, en medio de su pueblo, aquella actividad que sólo a Él pertenece en cuanto Cabeza de su Cuerpo. 

Por tanto, el sacerdote hace palpable la acción propia de Cristo Cabeza y da testimonio de la presencia de Cristo quien no se ha alejado de su Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente y participa, de modo definitivo, del mismo y único sacerdocio de Cristo quien dijo: «Quien a ustedes les escucha, a mí me escucha; y quien a ustedes les rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10,16).

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El sacerdote es imagen real, viva y transparente de Cristo. Él se constituye en servidor de la Palabra, administrador de los sacramentos y guía de la comunidad. Llega a ser ministro de las acciones salvíficas esenciales, transmite las verdades necesarias para la salvación y apacienta al Pueblo de Dios, conduciéndolo hacia la santidad. De modo especial, los presbíteros se dedican «a la palabra y a la enseñanza (cf. 1 Tim 5,17), creyendo aquello que leen cuando meditan la ley del Señor, enseñando lo que creen, imitando lo que enseñan» (Lumen Gentium, 28).

Todo sacerdote participa del amor salvífico del Padre (cf. Jn 17,6-9; 1 Cor 1,1; 2 Cor 1,1), del ser sacerdotal de Cristo y del Don del Espíritu Santo (cf. Jn 20,21). Este dinamismo trinitario comunica al sacerdote la fuerza necesaria para dar vida a una multitud de hijos de Dios y encaminados hacia el Reino del Padre. De este modo, la relación de las tres Divinas Personas debe ser vivida por el sacerdote de modo íntimo y personal, y en un diálogo de adoración y de amor.

El servicio del sacerdote es como el de Cristo, lleno de caridad pastoral, con total fidelidad al Padre y de plena entrega a la misión asumida en la Ordenación. La vivencia  fiel y generosa de su ministerio y la comunión con Cristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor, es la fuente inagotable de su espiritualidad, la condición segura de su realización y alegría personal, y el factor decisivo para la eficacia de su misión al servicio del Pueblo de Dios.

A imagen de Cristo y como discípulo suyo, el sacerdote asume el don del celibato para manifestar su gran amor personal al Señor. De hecho, a la luz de la enseñanza de Jesús, el celibato debe comprenderse como una profecía del estado futuro (cf. Lc 20,34-38). Por la gracia del celibato, la Iglesia establece la obligación a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos; por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres.

Considerando la excelsa dignidad y misión del sacerdote, el Santo Cura de Ars decía: «Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina».

1.2. La misión del sacerdote

La misión del sacerdote deriva de su propia identidad. Así, ejerce públicamente el oficio sacerdotal en nombre de Cristo, el Buen Pastor, para llevar a los hombres a Dios y traer a Dios hasta los hombres (cfr. Hb 5,1).

El sacerdocio, conferido inicialmente a los Apóstoles continúa en la Iglesia a través de sus Sucesores que son los Obispos, y en grado subordinado, los Presbíteros, constituidos cooperadores del Orden Episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo. El sacerdote está llamado a a glorificar a Dios y servir a los hombres mediante la oración y la adoración, la predicación de la Palabra, ofreciendo el sacrificio eucarístico, administrando los demás sacramentos y dedicándose a otros ministerios para el bien de los hombres. De esta manera, participa de modo peculiar de la autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y gobierna su Cuerpo.

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El sacerdote está ordenado no sólo para la Iglesia Particular, sino también para la Iglesia Universal, en comunión con el Obispo, "con Pedro y bajo Pedro". Cuenta para ello, con la presencia y el poder del Espíritu, para ejercitar su ministerio y vivir la caridad pastoral como don total de sí mismo para la salvación de los propios hermanos, cumplir su misión profética de anunciar y explicar, con autoridad, la Palabra de Dios, y guiar la comunidad que le fue confiada y mantenerla en la unidad querida por el Señor. El sacerdote está, por tanto, "en la Iglesia" y "ante la Iglesia", por lo que debe amar a la Iglesia como Cristo la ha amado, consagrando a ella todas sus energías y donándose con caridad pastoral hasta dar cotidianamente la propia vida.

1.3. El sacerdote, discípulo y misionero para la comunión

La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, hay que tener presente que Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera de todo aislamiento y nos lleva a la comunión.

Obispos y Sacerdotes viven en comunión, basándose en el don del Espíritu Santo. Al celebrar la Eucaristía, realizan la comunión de la Iglesia que se nutre con el Pan de la Palabra de Dios y con el Pan del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana, su expresión más perfecta y el alimento de la vida en comunión (cfr. Documento de Aparecida, 158). 

III. Compromisos del Año Sacerdotal

1. Este Año Sacerdotal es para nosotros un tiempo oportuno de gracia, como un don de Dios que envuelve a la Iglesia Universal. El lema del Año Sacerdotal: "fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote" nos compromete como Obispos, Presbíteros y diáconos a llevar una vida que nos identifique más plenamente con Aquél que es la fuente y origen de nuestra vocación sacerdotal.

2. Ante los desafíos que provienen del mundo y ponen en crisis la identidad sacerdotal, reafirmamos nuestra pertenencia a Cristo y la necesidad de recurrir a la Palabra de Dios, a los sacramentos de la Penitencia, y de la Eucaristía, bien celebrada cada día.

3. Valoremos el don del sacerdocio como una excelsa elección hecha por Nuestro Señor Jesucristo. Esto nos compete como Pueblo de Dios en camino hacia el Padre. Invitamos a las comunidades cristianas que tengan la sabiduría de acompañar a sus sacerdotes con el afecto, el respeto y la estima además de las oraciones y sacrificios que deben ofrecerse por la santificación de ellos cada día.

4. Seamos coherentes con una auténtica espiritualidad sacerdotal de tal modo que nuestro pueblo se enriquezca con la fuerza de la unción sacerdotal. Nuestro estilo de vida sacerdotal nos exige templanza y sobriedad en todos los aspectos de nuestra vida diaria.

5. La dimensión misionera de nuestra vida sacerdotal supone una adhesión absoluta a la tradición de la Iglesia Apostólica, adoptando el nuevo estilo de vida inaugurado por

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Jesús y hecho propio por los Apóstoles. En otras palabras, seamos auténticamente misioneros de Jesucristo.

6. Vivamos en comunión, Obispos, sacerdotes, diáconos y Pueblo de Dios como signo del Reino de Dios que ha comenzado por el anuncio de la Buena Nueva que llama a una constante conversión. Cultivemos cada vez más en nuestras Iglesias Particulares la fraternidad sacerdotal entre todos nosotros y la solidaridad para con los sacerdotes necesitados.

7. Fortalezcamos la misión de la familia, Iglesia doméstica, como fuente de toda vocación sacerdotal promoviendo el testimonio de una fe viva, y la unidad entre sus miembros por medio del amor y del servicio hacia los demás.

8. Toda vocación es fruto de la oración de la familia cristiana y de la comunidad eclesial que ruega al Señor que envíe obreros a su mies. Por lo tanto, este Año Sacerdotal es un momento propicio para renovar nuestra oración personal, comunitaria y sobre todo eucarística, por las vocaciones.

9. La Misión Continental permanente que renueva con espíritu misionero a toda la Iglesia compromete especialmente a los laicos junto con los sacerdotes, diáconos y religiosos a impulsar con esperanza y ardor apostólico este gran emprendimiento eclesial para que nuestros pueblos en Jesucristo tengan vida.

Conclusión

Al finalizar nuestra Asamblea los Obispos renovamos nuestro aprecio sincero y perseverante hacia nuestros queridos hermanos sacerdotes. Renovamos nuestra esperanza de continuar "remando mar adentro", con Jesucristo para llevar a cabo la evangelización de nuestros pueblos, como auténticos discípulos misioneros que viven en comunión con Dios y con los hermanos.

Con la esperanza de «reavivar el carisma, que recibieron de Dios por la imposición de las manos» (cf. 2 Tim 1,6), que sirva a una configuración cada vez más plena con Jesucristo, Sumo y eterno Sacerdote, les impartimos nuestra bendición, encomendando nuestro ministerio a la protección de San Roque González de Santa Cruz y de María Santísima, Madre de los Sacerdotes.

  

Asunción 6 de noviembre de 2009

  

Firman los Obispos del Paraguay