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Camino de servidumbre: Textos y documentos, Friedrich A. Hayek La Biblioteca de la Libertad busca poner a disposición del público de habla hispana, de manera gratuita, libros clásicos relacionados a la filosofía liberal. Este es un proyecto elaborado en conjunto por ElCato.org y Liberty Fund, Inc., que coinciden en su misión de promover las ideas sobre las que se fundamenta una sociedad libre. Los libros que se encuentran en la Biblioteca comprenden una amplia gama de disciplinas, incluyendo economía, derecho, historia, filosofía y teoría política. Los libros están presentados en una variedad de formatos: facsímile o PDF de imágenes escaneadas del libro original, HTML y HTML por capítulo y PDF de libro electrónico. Sobre el autor Friedrich August von Hayek (1899 – 1992) nació en Viena, Austria, que en ese entonces era una de las grandes capitales intelectuales de Europa. Hayek es particularmente conocido como un defensor del liberalismo clásico y del capitalismo en contra del socialismo y el pensamiento colectivista. Fue miembro de la Escuela Austriaca de economía y escribió extensamente acerca teoría monetaria, el cálculo en una economía socialista, la teoría de los órdenes espontáneos y la teoría del derecho evolutivo. Inició su carrera como profesor universitario en la Universidad de Viena, luego en la London School of Economics y posteriormente en la Universidad de Chicago y en la Universidad de Freiburg. En 1974 obtuvo el Premio Nobel de Economía por su trabajo relacionado a "la teoría monetaria y las fluctuaciones económicas y por su profundo análisis de la interdependencia entre los fenómenos económicos, sociales e institucionales". El libro de Hayek, El camino de servidumbre —en alusión a la frase de Alexis de Tocqueville “el camino a la esclavitud”— fue publicado en el Reino Unido el 10 de marzo de 1944. De inmediato generó controversia puesto que explicaba de manera sencilla y clara la relación entre la libertad individual y la planificación económica centralizada. Para Hayek, las ideas colectivistas —ya sean de izquierda o de derecha — no conducen a una utopía sino que al darle cada vez más poder al Estado para controlar la economía, inevitablemente conducen a horrores como los de la Alemania Nazi y la Italia Fascista.

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Camino de servidumbre: Textos ydocumentos, Friedrich A. Hayek

La Biblioteca de la Libertad busca poner a disposición del público de hablahispana, de manera gratuita, libros clásicos relacionados a la filosofía liberal. Estees un proyecto elaborado en conjunto por ElCato.org y Liberty Fund, Inc., quecoinciden en su misión de promover las ideas sobre las que se fundamenta unasociedad libre. Los libros que se encuentran en la Biblioteca comprenden una amplia gama dedisciplinas, incluyendo economía, derecho, historia, filosofía y teoría política. Loslibros están presentados en una variedad de formatos: facsímile o PDF de imágenesescaneadas del libro original, HTML y HTML por capítulo y PDF de libroelectrónico.

Sobre el autor

Friedrich August von Hayek (1899 – 1992) nació enViena, Austria, que en ese entonces era una de las grandescapitales intelectuales de Europa. Hayek es particularmenteconocido como un defensor del liberalismo clásico y delcapitalismo en contra del socialismo y el pensamientocolectivista. Fue miembro de la Escuela Austriaca deeconomía y escribió extensamente acerca teoría monetaria,el cálculo en una economía socialista, la teoría de losórdenes espontáneos y la teoría del derecho evolutivo.Inició su carrera como profesor universitario en la

Universidad de Viena, luego en la London School of Economics y posteriormenteen la Universidad de Chicago y en la Universidad de Freiburg. En 1974 obtuvo elPremio Nobel de Economía por su trabajo relacionado a "la teoría monetaria y lasfluctuaciones económicas y por su profundo análisis de la interdependencia entre losfenómenos económicos, sociales e institucionales".

El libro de Hayek, El camino de servidumbre —en alusión a la frase de Alexis deTocqueville “el camino a la esclavitud”— fue publicado en el Reino Unido el 10 demarzo de 1944. De inmediato generó controversia puesto que explicaba de manerasencilla y clara la relación entre la libertad individual y la planificación económicacentralizada. Para Hayek, las ideas colectivistas —ya sean de izquierda o de derecha— no conducen a una utopía sino que al darle cada vez más poder al Estado paracontrolar la economía, inevitablemente conducen a horrores como los de laAlemania Nazi y la Italia Fascista.

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Tabla de Contenidos

Prólogo a la presente edición española, por Carlos Rodríguez BraunNota EditorialIntroducciónCamino de servidumbrePrefacio a las ediciones originalesPrefacio a la edición de 1956Prefacio a la edición de 1976IntroducciónCapítulo I: El camino abandonadoCapítulo II: La gran utopíaCapítulo III: Individualismo y colectivismoCapítulo IV: La «inevitabilidad» de la planificaciónCapítulo V: Planificación y democraciaCapítulo VI: La planificación y el estado de derechoCapítulo VII: Control económico y totalitarismoCapítulo VIII: ¿Quién, a quién?Capítulo IX: Seguridad y libertadCapítulo X: Por qué los peores se colocan a la cabezaCapítulo XI: El final de la verdadCapítulo XII: Las raíces socialistas del nazismoCapítulo XIII: Los totalitarios en nuestro senoCapítulo XIV: Condiciones materiales y fines idealesCapítulo XV: Las perspectivas de un orden internacionalConclusiónNota bibliográficaApéndicesPies de página

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Prólogo a la presente edición españolaPor Carlos Rodríguez Braun

Catedrático de Historia del Pensamiento Económico UniversidadComplutense de Madrid

Siempre aprendemos de los grandes pensadores, porque aprovechamos tanto susaciertos como sus errores. Es el caso de F.A. Hayek y de este libro que le hizofamoso más allá de la estrecha fauna de los economistas profesionales. En su tesis central Camino de servidumbre acertó plenamente en 1944 y aciertaahora: la tradición liberal cede ante el empuje del socialismo, o el intervencionismode todos los partidos, el verdadero pensamiento único de nuestro tiempo, que aizquierdas y derechas predica la conveniencia, necesidad o urgencia de subordinarla libertad individual, la propiedad privada y los contratos voluntarios aconsideraciones plausibles de carácter colectivo. También acertó Hayek en su defensa del capitalismo, que ya entonces padecía lacrítica universal que le atribuye todos los males, políticos y económicos. Esa críticaanticapitalista no sólo eludía la ponderación objetiva de las alternativas socialistas,sino que, cuando las ponderaba, a menudo las elogiaba. La falta de libertad y lascrisis económicas, por ejemplo, eran atribuidas, como lo son hoy, a la opresión y laviciosa y codiciosa ineficacia del capitalismo, sin que se prestara atención ni a lasanguinaria brutalidad del comunismo ni al papel que el profundo intervencionismopúblico en el dinero, las finanzas y los mercados cumplía en un amplio abanico deperturbaciones económicas. Tenía Hayek, pues, razón al refutar la tesis de que el nazismo era unaconsecuencia del capitalismo o una reacción del capitalismo frente a las fuerzasprogresistas (cap. XII). Y también la tenía al insistir en que las causas de la crisis, elparo, la inflación y la depresión debían ser rastreadas en los sistemas públicosintervencionistas y no en el mercado libre. Sin embargo, y aunque su predicción del venturoso futuro del socialismo fuecorrecta, se equivocó al cabo en la forma del mismo, porque el socialismo quefinalmente se impuso en el mundo no fue el planificador comunista/ fascista queretrata en este libro sino una variante democrática, diferente de la descaradamentetotalitaria que bosqueja en las páginas que siguen. Es irónico asimismo que dichavariante incorpore un intervencionismo redistribuidor que el propio Hayek admite(caps. III y IX), aunque después lo haya matizado, como puede observarse enediciones ulteriores y también en su crítica al espejismo de la justicia social en lasegunda parte de Derecho, Legislación y Libertad.

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Esta equivocación es, de todas maneras, matizable por dos consideraciones. Enprimer lugar, el comunismo dictatorial efectivamente se impuso sobre un porcentajeapreciable de la población mundial, su crisis fue sólo evidente a partir de 1989, ygozó del respaldo de políticos, intelectuales y artistas mucho tiempo después de quesu carácter genocida resultara innegable. Era sumamente popular en los años treintay cuarenta, cuando escasas voces, como la de Hayek, tuvieron el valor de hacerlefrente. También era popular, por increíble que parezca, el fascismo, y Hayekrecuerda que las recetas económicas de Hitler habían sido ampliamente aconsejadasen Gran Bretaña y los Estados Unidos (cap. XIII). En nuestros días puede parecerridículo demostrar la imposibilidad teórica y práctica del buen funcionamiento de laplanificación socialista, tarea en la que se empeñaron laboriosamente Hayek yMises, pero entonces no sólo no parecía ridículo sino que economistas muydestacados plantearon la tesis contraria. Franklin Roosevelt es visto hoy como unpaladín de la moderación, la libertad y el sentido común, pero en la etapa del NewDeal los liberales lo tenían como lo que en realidad fue: un enemigo del capitalismoy de la economía de mercado. El antiliberalismo campeaba, pues, en todo el mundo,y el temor a que se tradujera en incursiones crecientes contra las libertadesciudadanas no era un pánico irracional e injustificado. Tampoco era ni es injustificada la batalla que libró Hayek en defensa deargumentos cruciales para la libertad. Pensemos por ejemplo en su críticatocquevilliana a la restrictiva igualdad socialista y a la arriesgada ficción deconcebir la libertad como enfrentada a la necesidad y no a la coerción (cap. II), o surechazo a la extendida teoría autofágica según la cual el mercado siempre devienemonopólico (cap. IV), o a la supuesta abnegación de un Estado que impone suscriterios y fines a la gente (cap. VI); o su defensa de la propiedad privada y delmercado —que es ciego, como la justicia— en tanto que protector de los débiles(caps. VII y VIII), o de un orden internacional decimonónico, liberal y pacífico (cap.XV). También son destacables sus advertencias sobre la tensión entre seguridad ylibertad (cap. IX) y sobre la degradación moral del intervencionismo (caps. X, XI,XIII y XIV). Probablemente lo más insatisfactorio de este libro desde la perspectiva liberal seasu debilidad a la hora de analizar la democracia intervenida, aunque sea unarealidad mucho más patente y generalizada en nuestro tiempo que en 1944. Unaobjeción ya planteada entonces fue que Hayek identificaba intervención yplanificación con totalitarismo. Contra esto se alzaron los partidarios de lacombinación de socialismo y capitalismo, es decir, de la ideología que iba a resultarpredominante con el paso del tiempo. Recordemos que en esos años ya se hablabade la middle way, que fue el título de un libro que el futuro primer ministroMacmillan publicó en 1938. Otra vez, conviene situarse en contexto. Hoy lossocialistas e incluso los comunistas apuestan en masa por el capitalismo intervenido

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y redistribuidor, y no por el socialismo totalmente expropiador; quieren empresasprivadas y economías de mercado, reguladas pero competitivas. Esto no era enabsoluto así cuando Hayek publicó Camino de servidumbre, cuyos lectores deizquierdas probablemente habrían sido partidarios de una economía socialista deestilo soviético en un abultado porcentaje. En ese marco, proponer una SeguridadSocial que no atente contra la competencia y el mercado, o que busque una redmínima de protección, que es lo que hace Hayek, no es lo mismo que proponerlo enla actualidad. Ahora bien, incluso con este matiz, lo cierto es que Hayek se equivocó alproponer esta vía intermedia, igual que se equivocó al creer que la democraciapodría frenar la expansión estatal. Esa democracia ha llevado el gasto público alentorno del 50% de la renta nacional, algo que para el economista austriaco eraincompatible con la libertad, pero también con la democracia, porque equivalía aldominio de todo el sistema a cargo del Estado (cap. V). Lo que Hayek no supo prever fue la enorme capacidad de la democracia paralegitimar el poder de un Estado intervencionista y redistribuidor, un Estado que noseguiría los esquemas de Marx sino los de Mill o Keynes. Y fue Keynes, por cierto, el primero en darse cuenta de esta debilidad crucial deHayek. Aunque los keynesianos fueron en general sumamente críticos con estelibro, el propio Keynes escribió al autor en junio de 1944 y le dijo que era «un granlibro». La explicación de esta paradoja estriba en que el inglés detectó las concesionesdel austriaco al intervencionismo. Bruce Caldwell nos dice en la Introducción queHayek se tomó en serio este asunto, y en verdad cabe concebir su importante obraposterior de defensa del liberalismo y crítica del socialismo, desde Los fundamentosde la libertad hasta La fatal arrogancia, como una serie de intentos de superar suscontradicciones y delimitar esas concesiones. Por pequeñas y matizadas que fueranen Camino de servidumbre, ahí estaban. Y esto le permitió a Keynes hacerse fuerteen la posición ideológica prevaleciente del último siglo, la centrista, que imaginaque el socialismo pleno es tan malo como el liberalismo extremo. La virtud, portanto, está en algún lugar intermedio. En el momento en que se acepta esteargumento atractivo y falaz, ya no se puede defender la libertad y sus instituciones,como la propiedad privada, en tanto que principios irrenunciables: al contrario, setransforman en valores que han de ser compatibilizados con otros de carácter socialencarnados por el Estado. En otras palabras, recomendar, como hace Hayek, que elEstado redistribuya, pero poco, equivale a permitir que salga el geniointervencionista de la lámpara, y ya no habrá forma de volverlo a meter. Si encimaes un genio intervencionista democrático, entonces encerrarlo de nuevo será negarla voz del pueblo, que en democracia está genuinamente representado por el poderpolítico, ante cuya expansión no podrá plantearse argumento sólido alguno. El

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pueblo, como decía Bentham, no puede actuar contra sí mismo, y en democracia elpueblo expresa sus preferencias votando, y ya después los gobernantes gobiernan enpleno estado de abnegación, de consensos y de generosa extensión de los«derechos» y las «conquistas» sociales. La noción fundamental de la libertad, que esla limitación del poder, ha desaparecido.Más aún, el hecho mismo de plantearla nosconvierte en sospechosos extremistas. La inteligencia de Keynes le permitió entrever este proceso, y por eso le anunciaa Hayek el triste destino centrista del liberalismo: si cede en sus principios, no lospodrá recuperar, porque nadie escuchará sus advertencias sobre unos riesgos futurosque parecerán absurdos en una sociedad democrática que por definición no puedemenoscabar injustificadamente la libertad. Y se lo dice: «En el momento en queusted admite que el extremo no es posible... está perdido según su propioargumento, porque intenta persuadirnos de que tan pronto como nos desplacemosuna pulgada en la dirección de la planificación ya estamos en la senda resbaladizaque llevará finalmente al precipicio.» Keynes concluye que la lógica del propio Hayek no fuerza a la conclusión de queno hay que planificar ¡ni siquiera planificar menos! De lo que se trata es deconseguir que la comunidad comparta la excelente posición moral del austriaco, quese sitúe fuera de los «extremos» y ya veremos a dónde conduce este idealsocialdemocrático. Más de sesenta años más tarde, ya lo hemos visto: ha ido cayendo el totalitarismosocialista, y no se han impuesto los campos de concentración comunistas o fascistas,sino una democracia intervenida y onerosa hasta unos niveles que probablementedejarían boquiabiertos tanto a Hayek como al mismo Keynes. Sin que haya habidoprotestas destacables, la coacción política y legislativa ha adquirido un peso en lasociedad del tenor de aquel que según los clásicos explicaría y también justificaríala revuelta popular. ¿Qué hacer, pues, con Camino de servidumbre? Aprender, como dijimos alprincipio, de sus fortalezas y sus debilidades. Quizá quepa concluir que uno de susmayores aciertos fue advertirnos contra la tentación de buscar fundamentalmente elatajo político en la lucha por la libertad. Es un atajo estéril y peligroso porque,como bien escribió Hayek en su célebre dedicatoria, ese es el mundo de lossocialistas de todos los partidos.

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Nota EditorialBruce Caldwell

Greensboro, NC

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El primer volumen de The Collected Works of F.A. Hayek [Obras completas deF.A. Hayek] fue el último libro que escribió Hayek, La fatal arrogancia. Fue elprimer volumen en dos sentidos: fue el volumen 1 de la serie, y fue el primeropublicado, en 1988. El primer coordinador general fue el filósofo W.W. Bartley III,e, inicialmente, pensó que la serie podría comprender veintidós volúmenes —almenos esto es lo que se apuntó en el material que describía la serie programada enLa fatal arrogancia. Sensatamente, Bartley añadió la advertencia de que «el plan esprovisional». Se ha previsto ahora que habrá diez y nueve volúmenes en total, perola advertencia inicial sigue en vigor. Han ocurrido muchas cosas desde 1988. En 1991 se publicó un segundo volumenbajo la dirección de Bartley, pero fue una contribución póstuma, pues Bartleysucumbió a un cáncer en febrero de 1990. Inmediatamente después, Stephen Kresgeasumió la tarea de coordinador general, elaborándose otros cinco volúmenes. En laserie los volúmenes no aparecían en orden numérico: hasta hoy, se han publicadolos volúmenes 1, 3, 4, 5, 6, 9 y 10. En la primavera de 2002 Stephen Kresge me preguntó si yo podría estarinteresado en convertirme en el siguiente coordinador general. Así fue, y una vezque la familia Hayek y los representantes de la Editorial de la Universidad deChicago (University of Chicago Press) y la editorial Routledge hubieron firmadotodos ellos, empecé mi trabajo. El primer año, más o menos, se empleó en reunir elmaterial editorial disperso entre California y Carolina del Norte, dándole vueltas alorden de los volúmenes, relacionándome con coordinadores de volúmenes reales opotenciales,y buscando fondos para financiar el proyecto. Camino de la servidumbre: Texto y documentos – Edición definitiva es el primervolumen que aparece bajo el nuevo coordinador general. Otros están en camino. Yespero ir progresando adecuadamente en los próximos años a medida que elproyecto vaya completándose. En el primer volumen Bill Bartley expone brevemente en los siguientes términosla política editorial respecto a la serie: «Los textos de los volúmenes siguientes sepublicarán corregidos, revisados y anotados» y «los ensayos que ya existen enformas ligeramente diversas, o en varias lenguas diferentes, se publicarán siempreen inglés o en traducción inglesa, y sólo en su forma más completa y acabada, amenos que ciertas variaciones, o, debido a esto, la coordinación, sea de importanciateórica o histórica». En el presente volumen y en los que vengan despuésseguiremos esta política. En cuanto a Camino de servidumbre se han tomado las siguientes decisioneseditoriales. La edición británica salió en marzo de 1944, y la estadounidense enseptiembre del mismo año. El texto de la edición estadounidense ha sido revisado,principalmente para sustituir frases como «este país» por «Inglaterra». Debido a que

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la edición estadounidense resulta así más clara (es decir, no presume que el lectorconozca que «este país» se refiera a Inglaterra), se la ha elegido para el texto. Así,pues, el «inglés americano» se utiliza en general —en este sentido este volumendifiere de otros de la serie en los que se ha empleado principalmente el «inglésbritánico». Hemos corregido los errores tipográficos, excepto en los casos en losque Hayek incluía una cita incorrecta. En tales casos se corrige y se indica lacorrección. En muchos lugares del libro Hayek cita a otros autores, y tales citas nosiempre se corresponden exactamente con el original. De todos modos, sóloadvertiremos al lector cuando las citas erróneas puedan afectar al significado delpasaje; en todos los demás casos, lo que Hayek escribió en origen subsiste. Cada volumen de las Obras Completas se entiende que es una presentacióndefinitiva de la obra de Hayek. Por ello, cuando la editorial de la Universidad deChicago propuso que añadiéramos el subtítulo «Edición definitiva », yo, en unprimer momento, me opuse, al considerar poco apropiado singularizar este volumeny separarlo del resto. De todos modos, Camino de servidumbre es singular debido aque es la única obra de Hayek que ha conocido numerosas ediciones: la original de1944, otra en 1956, a la que Hayek añadió un prólogo, la edición de 1976, a la queañadió un nuevo prefacio, y la de 1994, la edición del 50 aniversario, con unaintroducción de Milton Friedman. Por fin se añadió el subtítulo, y yo espero queésta sea considerada siempre la edición definitiva. De todos modos, la historiasugiere que puede no ser la última. Muchas personas me han ayudado a iniciar mi camino como coordinador general.Tengo una deuda especial lf02con la señora Dorothy Morris, de la FundaciónMorris, de Little Rock, que me proporcionó el «dinero germinal» que se necesitabapara comenzar la búsqueda de dinero adicional para el proyecto. Como ya ha sidodocumentado en prólogos a volúmenes anteriores de la serie, Walter Morris, elmarido de Dorothy, fue fundamental para el proyecto de las Obras completas, y laFundación Morris ha dado un apoyo constante a lo largo de los años. En un primermomento busqué ayuda financiera para el proyecto en las reuniones de MontPélerin en Londres, en octubre de 2002, y John Blundell, del Institute of EconomicAffairs, me proporcionó consejos sobre cómo proceder y ayuda en obtener una becapara hacer frente a los costes de servicio. La reunión me condujo, finalmente, hastaDavid Kennedy e Ingrid Gregg, de la Fundación Earhart, y a Emilio Pacheco delLiberty Fund y a la Pierre F. and Enid Goodrich Foundation. Estas organizacioneshan proporcionado la mayor parte de la ayuda al proyecto. Finalmente, StephenKresge ha sido consejero, mentor, portavoz, y amigo durante la larga transición delsegundo al tercer coordinador general, y más allá. Para todos ellos, mi más sinceroagradecimiento. Querría dar las gracias también a las siguientes personas y organizaciones porotorgarme su permiso para reproducir materiales y citas de cartas: el señor Frank B.

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Knight, por permitirme reproducir el informe de lectura de Frank Knight de Caminode servidumbre; el doctor Thomas Marschak por permitirme reproducir el informede lectura de Jacob Marschak de Camino de servidumbre; el señor David Michaelispor permitir la cita de la carta de Ordway Tead del 25 de septiembre de 1943, aFritz Machlup; y a la Hoover Institution of War, Revolution, and Peace porpermitirme citas de los materiales contenidos en los Hoover Institution Archives. Y last but non least, reconozco la ayuda de Emily Wilcox y Jason Schenker en lapreparación del manuscrito.

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IntroducciónBRUCE CALDWELL

Traducción de Carlo.A. Caranci

Camino de servidumbre es el libro más conocido de F.A. Hayek, pero susorígenes fueron claramente desfavorables. Comenzó siendo un informe dirigido aldirector de la London School of Economics, Sir William Beveridge, escrito porHayek en los primeros años 1930, en el que polemizaba contra la pretensión,entonces popular, de que el fascismo representaba las últimas boqueadas de unsistema capitalista en bancarrota. El informe creció hasta convertirse en un artículode revista, y algunas de sus partes se suponía que serían incorporadas a un libromucho más amplio, pero durante la II Guerra mundial decidió presentarloseparadamente. Aunque Hayek no tuvo ningún problema en ofrecer su texto a laeditorial Routledge para que se publicase en Inglaterra, tres editorialesestadounidenses rechazaron el manuscrito hasta que finalmente lo aceptó laUniversity of Chicago Press. El libro fue escrito para lectores británicos, por lo que el director de la editorial,Joseph Brandt, no esperaba que se vendiese mucho en Estados Unidos. Brandtesperaba conseguir que el conocido periodista y autor Walter Lippmann, de la NewYork Herald Tribune, escribiese un prólogo, precisando en un informe interno quesi aceptaba, podría vender entre dos y tres mil ejemplares. En caso contrario,pensaba, podría vender unos novecientos. Por desgracia, Lippmann estaba ocupadocon su propio trabajo, por lo que rechazó la propuesta, como hizo en 1940 elcandidato presidencial del Partido Republicano Wendell Wilkie, cuya obra de 1943,One World, había sido un best-seller.[1] Finalmente, John Chamberlain, redactorjefe de la sección de libros del New York Times, fue reclutado para hacer el trabajo. A buen seguro que el señor Brandt no fue un buen profeta. Desde su publicaciónen 1944, la Chicago University Pres estimaba que se habían vendido más de350.000 ejemplares de Camino de servidumbre. Routledge añadió muchos miles

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más, pero no sabemos cuántos exactamente: esta editorial fue incapaz de estableceruna cifra fiable. Tampoco se sabe bien cuántos ejemplares aparecieron entraducciones, también porque una parte fueron ejemplares samizdat, elaborados ydistribuidos detrás del Telón de Acero durante la Guerra fría.[2] Naturalmente, no a todo el mundo le gustó (o le gusta) el libro. La intelligentsia,sobre todo en los Estados Unidos, acogió su publicación con condescendencia y, aveces, con vitriolo.El entonces diplomático de la embajada británica en Washington,Isaiah Berlin, escribió a un amigo en abril de 1945 que estaba «leyendo todavía alhorrible doctor Hayek».[3] El economista Gardiner Means no tuvo la fortaleza deBerlin; tras leer 50 páginas informó a William Benton, de la EncyclopaediaBritannica, de que «no podía tragar más».[4] El filósofo Rudolf Carnap, en carta aKarl Popper, amigo de Hayek, no tendría ni siquiera el aguante de Means: «Mequedé un poco sorprendido al ver su reconocimiento de von Hayek. Yo no he leídoel libro; pero se lee y se discute mucho en este país; es alabado principalmente porlos protagonistas de la libre empresa y del capitalismo sin restricciones, mientrasque todos los izquierdistas lo consideran reaccionario.»[5] Quienes, como Carnap, no habían leído a Hayek pero pensaban que ya sabíantodo sobre él, habrían de prepararse para algunas sorpresas. Los de la izquierdapodían haber tenido una idea del texto echando un vistazo al capítulo 3, dondeHayek detalla algunas de las intervenciones de los gobiernos que él estaríadispuesto a aceptar, al menos en 1944.[6] Los de derechas deberían haber echadouna ojeada a su distinción entre liberal y conservador en su prólogo de 1956 a laedición americana en rústica. Unos y otros se llevarían una sorpresa por lo que ibana encontrar. En esta introducción rastreo los orígenes del pequeño libro de Hayek, evocandoel contexto en el que se elaboró, y mostrando cómo fue adquiriendo gradualmentesu forma final. Así, pues, se documentarán las reacciones, positivas y negativas, queacabaron convirtiéndolo en un icono cultural. Ya que se trata de una obracontrovertida, comentaré algunas de las más persistentes críticas que se han lanzadocontra él. Ninguna de ellas, creo yo, está justificada: el libro de Hayek puede habersido leído mucho, pero no ha sido leído cuidadosamente. En la conclusión reflejarébrevemente sus mensajes duraderos.[7] Preludio: Los británicos, el nazismo y el socialismo Friedrich A. Hayek, joven economista vienés, llegó a la London School ofEconomics (LSE) a comienzos de 1931, para dar cuatro conferencias sobre la teoríamonetaria, luego publicadas como libro con el título Prices and Production.[8] Eltema era oportuno —la economía británica, estancada desde los años 1920, habíaempeorado desde el comienzo de la depresión— y la exposición era erudita, aunquea veces difícil de seguir, debido al acento de Hayek. Por esas conferencias le

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ofrecieron a Hayek ser profesor visitante, a partir del día de San Miguel (otoño) enel curso de 1931,y, un año más tarde, fue nombrado para ocupar la Tooke Chair ofEconomic Science and Statistics. Permanecería en la LSE hasta después de laguerra. El verano anterior a la llegada de Hayek para dar clase fue traumático en GranBretaña y en toda Europa. Además de la creciente depresión económica, las crisisfinancieras en el continente provocaron una bajada del oro en Gran Bretaña, queacabó derribando al gobierno laborista, condujo al abandono del patrón oro y, enotoño, a la imposición de tarifas proteccionistas. La aparición de Hayek en elescenario londinense estuvo acompañada por no pequeñas controversias. En agostode 1931 causó cierta agitación la publicación de la primera parte de la reseña escritapor Hayek del nuevo libro de John Maynard Keynes, A Treatise of Money, queprovocó una irritada contestación de Keynes unos meses después. Esta batalla conKeynes y, más tarde, con el compatriota de Keynes, Piero Sraffa[9] , ocuparía unespacio no pequeño en la atención de Hayek durante el año académico 1931-32.[10] Pero al año siguiente, sin embargo, Hayek había consolidado su puesto y, para laconferencia inaugural, celebrada el 1 de marzo de 1933, decidió ocuparse de otrotema.[11] Comenzaba con la siguiente pregunta: ¿Por qué había economistas, cuyaopinión fue con frecuencia tan útil, a los que el público general consideraba cadavez más como fuera de su tiempo en los peligrosos años que siguieron a la últimaguerra? Como respuesta, Hayek sacó a colación la historia intelectual. Afirmó quela opinión pública estaba influida indebidamente por una generación anterior deeconomistas que, al criticar una perspectiva teorética de las ciencias sociales,habían minado la credibilidad del razonamiento económico en general. Una vezhecho esto, la gente se sintió libre para proponer todo tipo de soluciones utópicas alproblema de la Depresión, soluciones que cualquier estudio serio de economíahabría demostrado ser irrealizables. Al final de su exposición Hayek citó el nuevoentusiasmo por la planificación socialista en Gran Bretaña como ejemplo de talesideas erróneas. Los economistas que habían preparado el terreno de estos erroreseran miembros de la Escuela Histórica Alemana, consejeros de Bismarck en losúltimos decenios del siglo XIX. La elección efectuada por Hayek de los economistas de la Escuela históricaalemana era significativa en varios niveles. Primero, la Escuela histórica alemanahabía sido, antes de la guerra, el principal rival de la Escuela austriaca de economía,a la que Hayek pertenecía.[12] Luego, aun cuando los economistas de la Escuelahistórica alemana eran conservadores e imperialistas, animadores de un Reichalemán fuerte y opuestos a la socialdemocracia alemana, eran también los artíficesde numerosas reformas sociales. Bismarck hizo suyas estas reformas, aunque almismo tiempo reprimía a los socialistas; realmente, las reformas fueron pensadas, al

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menos en parte, para socavar la posición de los socialistas y reforzar así el Imperio.Hayek esperaba, probablemente, que sus lectores verían cierto paralelismo con supropio momento histórico. Sólo un mes antes, Adolf Hitler, que odiaba lademocracia y estaba favoreciendo la reconstitución de otro Reich (el tercero), sehabía convertido en canciller de la República de Weimar. Pocos días después pudoconvencer al presidente Hindenburg para que firmase un decreto con el fin deprohibir los mítines y las publicaciones que pudiesen poner en peligro la seguridadpública, una medida pensada sin más contra comunistas y socialistas. La mañanaanterior al mensaje de Hayek el mundo supo que el edificio del Reichstag habíasido incendiado y destruido; los nazis se dieron prisa en responsabilizar del acto alos comunistas y utilizaron esto para justificar ulteriores acciones represivas.Mediosiglo antes, Bismarck había utilizado un atentado contra la vida del emperador parapromulgar sus propias leyes antisocialistas. Después de la conferencia de Hayek la situación de Alemania continuódeteriorándose. En marzo se produjeron detenciones masivas de comunistas y losdirigentes socialdemócratas fueron acosados. Se clausuraron los periódicos de laoposición y las garantías constitucionales fueron barridas, y se aprobó una «ley dehabilitación» que dio a Hitler, prácticamente, poderes dictatoriales. El primero deabril se convocó un boicot en todo el país contra los judíos alemanes, y ese mismomes se iniciaron las acciones contra los sindicatos. En mayo, los estudiantesuniversitarios de toda Alemania realizaron celebraciones de quema de libros,limpiando sus bibliotecas de volúmenes sospechosos. Uno de estos actos serepresentó en la Opernplatz de Berlín el 10 de mayo de 1933, y los cantos ydiscursos marciales fueron radiados a lo largo y ancho de toda Alemania. Fue unaprimavera terrible. La crítica al socialismo formulada por Hayek en su conferencia no fue bienrecibida. Más tarde recordaría que, tras la charla, «uno de los estudiantes másinteligentes tuvo la caradura de venir a verme sólo para decirme que, si bien hastaahora los estudiantes me habían admirado, yo había destruido totalmente mireputación al tomar en esta conferencia una postura claramente antisocialista».[13] Pero aún más intranquilizadora para Hayek fue la interpretación de losacontecimientos de Alemania que estaba surgiendo en el seno de la intelligentsiabritánica. Ciertos miembros prominentes de la clase industrial alemana habíanapoyado inicialmente el ascenso de Hitler, y otros se habían mostrado de acuerdocon este hecho. Esto, junto con la evidente persecución de la izquierda por parte delpartido nazi, llevó a muchos en Gran Bretaña a considerar el nazismo unmovimiento de inspiración capitalista o, alternativamente (si se era marxista, y sepensaba que el capitalismo estaba destinado a derrumbarse), como un último intentode la burguesía por impedir el inexorable triunfo del socialismo. Como recordabaHayek, su director en la LSE era uno de los que propagaban esta esta interpretación:

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Ya en 1939 se daba en Inglaterra una situación muy especial: la gente creía enserio que el Nacional-Socialismo era una reacción capitalista contra el socialismo.Ahora quizás resulte difícil de creer, pero el exponente más destacado de estamentalidad con quien me topé fue Lord Beveridge. Estaba plenamente convencidode que esos nacional-socialistas y capitalistas estaban reaccionando contra elsocialismo. Así que le remití un informe sobre el asunto, que transformé en artículode revista…[14] En sus recuerdos, Hayek se equivocó de fecha: dada su referencia en este informea la manifestación estudiantil de Berlín, y dado que lleva la fecha de «Primavera de1933», probablemente lo escribió en mayo o comienzos de junio de ese mismo año.El informe, titulado «Nazi-Socialismo», se reproduce por primera vez en estevolumen.[15] En él, Hayek refuta la opinión corriente afirmando que elNacionalsocialismo era un «auténtico movimiento socialista».[16] En apoyo de estainterpretación constata su oposición al liberalismo, su política económica restrictiva,el origen socialista de algunos de sus líderes, y su antirracionalismo. El éxito de losnazis, afirmaba, no se debía al deseo reaccionario de una parte de los alemanes devolver al orden prebélico, sino que más bien representaba la culminación de lastendencias antiliberales que habían ido apareciendo desde los tiempos de Bismarck.Resumiendo, socialismo y nazismo surgen ambos a partir de una base antiliberal ala que habían contribuido los economistas de la Escuela histórica alemana. Hayekañadía la tremenda advertencia de que otros muchos países seguían, aunque adistancia, el mismo proceso de desarrollo. Finalmente,Hayek sostenía que «la lógicainherente del colectivismo hace imposible contenerlo en una esfera limitada», einsinuaba que la acción colectiva lleva necesariamente a la coerción, pero no llegó adesarrollar en detalle esta idea clave.[17] Como observaba Hayek en sus recuerdos, acabó convirtiendo su informe de 1933en un artículo de revista, que se publicó en abril de 1938 con el título «La libertad yel sistema económico». Al año siguiente, presentó una versión ampliada en formade panfleto de política pública.[18] Si comparamos los dos artículos, podemosrastrear un conjunto de ideas que luego aparecerían en Camino de servidumbre. Enla versión de 1938, aun cuando continuaba insistiendo en el nexo entre el fascismoy el socialismo,Hayek comenzó a ampliar lo que él consideraba el fallo fatal de laplanificación socialista —es decir, que «presupone un acuerdo mucho más completoacerca de la importancia relativa de los diferentes fines del que actualmente existe,y en que, en consecuencia, para poder planificar, la autoridad planificadora debeimponer al pueblo ese detallado código de valores que falta».[19] Hayekcontinuaba con una exposición mucho más completa de por qué incluso laplanificación democrática, aun cuando pudiera llevarse a cabo con éxito, acabaexigiendo que las autoridades utilicen una variedad de medios, desde la propagandaa la coerción, para realizar el plan.

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A la versión de 1939 se le añadieron todavía más ideas. Hayek esbozaba unacomparación entre la planificación central y la planificación de un sistema generalde reglas que se produce bajo el liberalismo; constataba que el sistema de precios esun mecanismo para coordinar el conocimiento; y hacía varias observacionesrelativas a la política económica bajo un régimen liberal.[20] Todas estas ideasserían incorporadas a Camino de servidumbre. Por un lado,Hayek había desarrollado alguno de sus nuevos argumentos durantela batalla contra el socialismo a mediados del decenio. Por otro, algunos de losargumentos no eran realmente nuevos en absoluto. Otro debate sobre la posibilidaddel socialismo se inicia inmediatamente después de la I Guerra mundial, y el mentorde Hayek, Ludwig von Mises, contribuyó a él con un argumento clave. Lasprimeras controversias habían aparecido sobre todo en publicaciones en lenguaalemana. Cuando Hayek llegó a Inglaterra y halló argumentos similares a favor dela planificación propugnados por sus colegas académicos y por la prensa, decidióinformarles sobre la discusión anterior. En 1935 coordinó el volumen que se publicócon el título Collectivist Economic Planning: Critical Studies on the Possibilities ofSocialism.[21] El libro contenía traducciones de artículos de otros autores, entreellos la pieza fundamental de von Mises «Economic Calculation in the SocialistCommonwealth», así como sendos ensayos del propio Hayek como Introducción yConclusión del volumen.[22] En el primero, Hayek reseñaba los primeros debatescontinentales sobre el socialismo; en el segundo, titulado «The Present State of theDebate», identificaba y sistematizaba algunas propuestas más recientes, entre ellasla idea de reintroducir la competencia en un estado socialista, llamada «pseudo-competencia» por Hayek, lo que luego acabó llamándose «socialismo demercado».[23] Esto provocó una respuesta desde el campo socialista, siendo la másimportante la del economista polaco emigrado Oskar Lange, cuya defensa delsocialismo de mercado en un artículo de revista fue publicado de nuevo en un libro,On the Economic Theory of Socialism.[24] Hayek respondería a su vez a Lange y aotro defensor del socialismo,H.D. Dickinson, en una reseña de libros, algunos añosmás tarde.[25] Los tres ensayos de Hayek constituyen el documento escrito de sus primerosargumentos contra el socialismo. Pero la batalla continuaba también en las aulas (y,sin duda, también entre los profesores) de la LSE. A partir del curso de verano de1933-34 (que iba de finales de abril a finales de junio) Hayek empezó dictando unaclase titulada «Problems of Collectivist Economy». La respuesta de los socialistafue inmediata: al año siguiente los estudiantes podían matricularse en una clasetitulada «Economic Planning in Theory and Practice», impartida primero por HughDalton y en los últimos años por Evan Durban.[26] De acuerdo con el calendariode la LSE, durante el curso de verano de 1936-37 los estudiantes pudieron escuchara Hayek desde las 17 a las 18 de la tarde y a Durbin desde las 18 a las 19 ¡cadajueves por la tarde! Pero esto resultó ser demasiado: al año siguiente las clases se

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impartieron a la misma hora, pero en días sucesivos, Durbin el miércoles y Hayek eljueves. Así, pues, ya en vísperas de la II Guerra mundial Hayek había criticado, enlibros, revistas, y en clase, las diversas propuestas socialistas propugnadas por suscolegas economistas. Camino de servidumbre es, en muchos aspectos, unacontinuación de estos trabajos, pero es importante reconocer que va también másallá de los debates académicos.A finales del decenio habrá otras muchas voces quereclamaban la transformación, a veces radical, de la sociedad. Unos pocos manteníauna visión corporativista de la sociedad que rozaba el fascismo; otros defendían unavía intermedia; y otros aún, eran abiertamente socialistas —pero en una cosaestaban todos de acuerdo, en que se hacía necesaria una planificación científica siGran Bretaña quería sobrevivir. Así, en su obra en dos volúmenes Soviet Communism:A New Civilization?, lossocialistas fabianos Sydney y Beatrice Webb alababan el «culto a la ciencia » quehabían descubierto en sus visitas a la Unión Soviética, y mantenían la esperanza deque la planificación científica masiva sería la medicina apropiada para ayudar aGran Bretaña a recuperarse de la depresión.[27] El sociólogo Karl Mannheim, queabandonó Frankfurt en 1933 y finalmente obtuvo un puesto la LSE, advertía quesólo adoptando un sistema global de planificación económica Gran Bretaña podríaevitar el destino fatal de la Europa central. Para Mannheim la planificación era algoinevitable; la única cuestión era si ésta debía ser totalitaria o democrática.A estoseconomistas se unirían otros intelectuales muy respetados por el público, desdecientíficos de la naturaleza a políticos.[28] Si planificación era la palabra que estaba en boca de todos, muy pocos teníanclaro lo que significaba exactamente. La situación la captó acertadamente el amigo ycolega de Hayek en la LSE, Lionel Robbins, que en 1937 escribía: La «planificación» es la gran panacea de nuestra época. Pero, por desgracia, susignificado es muy ambiguo. En la opinión popular significa prácticamente todapolítica que se desea presentar como aceptable… Cuando el ciudadano medio, seanazi o comunista o liberal, de la Summer School, se emociona ante la afirmación deque «lo que necesita el mundo es planificación», lo que siente realmente es que elmundo necesita lo que sea satisfactorio.[29] Como sugiere el pasaje de Robbins, los planificadores deben buscarse a lo largodel espectro político. Determinar exactamente lo que implica la planificación en unasociedad compleja iba a ser otro de los temas importantes en el próximo trabajo deHayek. En resumen, hacia 1939 ya estaban presentes muchos de los elementos del librode Hayek. Pero todavía no le había dado forma. Cuando aún no combatía laplanificación socialista, Hayek había empleado gran parte del tiempo restante en los

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años 1930 para escribir y reescribir hasta el agotamiento un importante trabajoteórico sobre economía, publicado finalmente en 1941 con el título The PureTheory of Capital.[30] Finalmente el proyecto estuvo a punto en agosto de 1939.En una carta a su viejo amigo de la universidad, Fritz Machlup, Hayek hablaba deun nuevo proyecto, que proporcionaría, a través del estudio de la relación entre elmétodo científico y los problemas sociales, una investigación sistemática sobre lahistoria intelectual y revelaría los principios fundamentales del desarrollo social delos últimos cien años (desde Saint-Simon a Hitler).[31] Y esto se convertiría en elproyecto «Abuso de la razón», de Hayek, del que surgiría The Road to Serfdom. La aportación de Hayek a la Guerra El 1 de septiembre de 1939 los alemanes invadían Polonia, y dos días después elReino Unido y Francia declaraban la guerra a Alemania. Pocos días después, Hayekenvió una carta al director general del Ministerio de Información británico,ofreciendo sus servicios para ayudar en lo referente a la campaña de propagandadirigida a los países de lengua alemana.Adjuntaba un informe con variassugerencias sobre cómo proceder. Hayek propuso una campaña con una dimensiónhistórica, que demostraba que el principio de libertad que existía en el Reino Unidoy Francia era el mismo que había sido enunciado por los grandes poetas ypensadores alemanes del pasado, pero mostrando que éstos habían sido eclipsadospor «la visión distorsionada de la historia en la que habían crecido en los últimossesenta años», es decir, desde los tiempos de Bismarck.[32] Los esfuerzos deHayek no tuvieron mucho efecto; en una carta de un miembro del estado mayor, del30 de diciembre, su oferta fue educada pero firmemente rechazada. Una vez que la guerra hubo comenzado en serio el siguiente mes de mayo, lamayoría de sus colegas de la LSE fueron llamados a filas en varios departamentosgubernamentales. Aunque se había nacionalizado británico en 1938, a Hayek, al serun emigrado, no se le ofreció ningún puesto, por lo que pasó la guerra dando susclases y escribiendo. Hayek se sentía claramente frustrado por el hecho de que elgobierno británico no le hiciese un hueco, lamentándose, en una carta a Machlup, deque «estaba realmente molesto por el rechazo a utilizar una persona como yo en untrabajo útil…»[33] Sin embargo, por estas fechas, la historia intelectual de Hayekseguía por buen camino. En su carta a Machlup, Hayek proporcionaba un esquemadel libro, observando que «la segunda parte sería, naturalmente, una elaboración delargumento central de mi panfleto sobre la Libertad y el Sistema Económico».[34] La primera parte del libro se llamaría «Hybris», la segunda «Némesis». Durante el resto de 1940 Hayek trabajó en el proyecto Abuso de la Razón,completando cierto número de capítulos históricos y comenzando algunos otrossobre la metodología.[35] Sin embargo, hacia finales de año comenzó a transformarla última parte del libro en lo que sería Camino de servidumbre, libro que,inicialmente, Hayek consideró que se publicaría «como un volumen de Penguin al

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precio de seis peniques».[36] ¿Por qué Hayek decidió abandonar su amplioesfuerzo histórico —nunca llegó a completar el proyecto Abuso de la Razón— paracentrarse en algo más breve, más popular, prácticamente un folleto «político»?Probablemente nunca sabremos la respuesta definitiva, pero hay varias razonesplausibles a tener en cuenta. Si los Aliados perdían la guerra, el coste sería la propiacivilización occidental en Europa.Pero a Hayek le preocupaba también lo que podríaocurrir si ganaban los Aliados. La movilización en caso de guerra requiere una masiva reasignación de recursosdesde la producción de bienes de consumo y capital del tiempo de paz a laproducción de materiales bélicos. Se requisan las fábricas, su maquinaria sereconvierte para la producción bélica, y las decisiones sobre qué producir se tomande forma centralizada. Al producirse menos bienes de consumo, se perfila laperspectiva inflacionaria (que es particularmente temible en tiempos de guerra, puesdaña a los deudores, justo cuando el gobierno trata de convencer a los ciudadanosde que se conviertan en deudores comprando bonos de guerra). Y para evitar lainflación se hace necesaria una ulterior intervención, y la respuesta política normalconsiste en fijar los precios y establecer un sistema de racionamiento.Y, sobre todo,esto acaba con el sistema de precios libres para los bienes de consumo básicos.Dicho francamente, durante la guerra el sistema de mercado se abandona en mayoro menor medida, mientras que numerosos sectores económicos se colocan bajo elcontrol centralizado. El temor de Hayek era que los socialistas quisiesen continuarcon el control en tiempo de paz. Había un precedente que justificaba semejante temor. Incluso antes de quecomenzara la Primera Guerra mundial, el filósofo Otto Neurath se había referido ala doctrina de la «economía de guerra» en el seminario vienés de Eugen von Böhm-Bawerk, con la desaprobación de otro de los participantes en el seminario, Ludwigvon Mises. Neurath afirmaba que la planificación central en tiempos de guerraofrecía un ejemplo de cómo llevar una economía en tiempos de paz. Sus propuestasy las de otros autores respecto a la socialización de las economías posbélicasprovocaron que Mises formulara su crítica inicial a la planificación socialista. Esinteresante comprobar que Neurath estaba todavía en escena cuando Hayek escribía:cuando estallaron en serio las hostilidades, Neurath había huido a Holanda y pasaríala guerra en Oxford.[37] Los británicos no eran socialistas como los continentales, pero aun así los signosde peligro ahí estaban. Evidentemente, el casi universal sentimiento de laintelligentsia en los años 1930 era que un sistema planificado representaba «latercera vía» entre un capitalismo fracasado y los totalitarismos de izquierda yderecha, lo que era inquietante. No podían ignorarse los escritos de aquellos aquienes Hayek llamó «hombres (¡y mujeres!) de ciencia ». Véase este mensaje delsemanario Nature, tomado de un editorial que tenía por título «Science and the

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National War Effort»: La contribución de la ciencia al esfuerzo bélico debe ser importante, y en él lecorresponde al Comité Científico Asesor una gran responsabilidad.Además, eltrabajo no deberá cesar cuando termine la guerra. Ello no quiere decir que unaorganización que ha resultado satisfactoria bajo la presión de la guerra modernadeba servir igualmente en tiempos de paz; pero el principio de la preocupación dela ciencia por formular una política y ejercer por otros medios una influencia directay suficiente en el desarrollo de la labor del gobierno es algo que no debemos dejarde tener en cuenta. La ciencia debe aprovechar la oportunidad de mostrar que puededirigir al género humano hacia una mejor forma de sociedad.[38] Los que leyeron la semana siguiente la revista Nature pudieron hallarsentimientos semejantes a los que reflejaba la reseña de un libro sobre marxismo deBarbara Wooton: «El planteamiento global de las cuestiones políticas y socialessigue siendo precientífica. Mientras no renunciemos a la magia tribal a favor de laprecisa e implacable posición típica de la ciencia, el problemático entorno socialcontinuará haciendo inútil y peligrosa nuestra asombrosa conquista del entornomaterial.»[39] La opinión progresista estaba unida tras la idea de que la cienciadebía servir para reconstruir la sociedad según criterios más racionales. Había asimismo fuerzas políticas más manifiestas con las que había que contar,fuerzas cuyas esperanzas en el mundo de posguerra se iban haciendo más claras amedida que el conflicto iba decantándose a favor de los aliados. A comienzos de1942 el Partido Laborista publicó un panfleto, The Old World and the New Society,que exponía los principios para la reconstrucción después de la guerra. He aquíalgunas de sus propuestas clave: No debe haber vuelta atrás al mundo competitivo al margen de la planificacióncaracterístico de los años de entreguerras, en los que unos pocos privilegiadosvivían a expensas del bien común… Una sociedad planificada deberá sustituir al antiguo sistema competitivo… La base de nuestra democracia deberá ser la producción planificada para lacomunidad… Como prerrequisito necesario para la reorganización de la sociedad, deberánmantenerse los principales controles del tiempo de guerra sobre la industria y laagricultura para evitar la rebatiña por los beneficios económicos que siguieron a laúltima guerra.[40] Tales ideas fueron incorporadas a una resolución propuesta por Harold Laski ypresentada en la Conferencia del Partido el 26 de mayo de 1942. En su discurso endefensa de la resolución, Laski constataba que «la nacionalización del instrumentoesencial de la producción antes de que termine la guerra, el mantenimiento del

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control sobre la producción y la distribución después de la guerra, tal es la punta delanza de esta resolución.»[41] Pero las aspiraciones son una cosa y los planes concretos para llevarlas a caboson otra. Un primer paso hacia lo segundo lo dio el famoso Informe Beveridge.[42] No carece de interés la historia de cómo el anterior director de Hayek en la LSEllegó a presidir el Comité Interdepartamental de Seguridad y Servicios Aliados. Elcomité se creó originariamente a comienzos de 1941 como respuesta a las quejas delos sindicatos respecto al desorden de los programas gubernamentales entoncesexistentes a la hora de proveer ayudas al desempleo, salarios a los enfermos,pensiones, y otros asuntos semejantes. El Tesoro, ocupado en financiar la guerra, nodeseaba una revisión general, temiendo que esto llevase sólo a propuestas deulteriores gastos. Y presionaron para que se nombrase un presidente «seguro», querealizara un trabajo de parcheo, y garantizara que el comité estuviese formadoprincipalmente por funcionarios civiles igualmente seguros de nivel medio. Peroentonces intervino el ministro de Trabajo, Ernest Bevin, que se salió con la suyaconsiguiendo que Beveridge fuese nombrado presidente del comité, siendo sumotivación, según se cuenta, el conseguir «¡sacar del ministerio al molestoBeveridge»![43] Hacia diciembre de 1941, Beveridge había recibido sólo una de las 127 piezas depruebas que su comité acabaría reuniendo, pero esto no le disuadió de hacer circularun artículo que contenía la mayor parte de los puntos principales que se deberíanincluir en el informe final. Beveridge resultó estar muy poco seguro. Sus propuestasproporcionaron los fundamentos para el estado de bienestar británico, que incluíamedidas sobre subsidios familiares, seguros sociales generales, sanidad para toda lapoblación, y la obligación del gobierno de mantener el pleno empleo. Si bien el Tesoro quedó horrorizado por el coste previsto del plan, a lo largo de1942 Beveridge, a través de apariciones públicas, charlas radiofónicas, y cosasparecidas, se las arregló para ir filtrando a la prensa las líneas maestras del informe,obteniendo así un apoyo popular, minando la capacidad del gobierno para ignorarloo desestimarlo. Tuvo éxito como empresario, cuando el documento gubernamentalde 299 páginas se publicó por fin el 2 de diciembre de 1942: la cola para comprar ellibro en la tienda gubernamental medía, al parecer, más de una milla.[44] Y acabóvendiendo medio millón de ejemplares, ejerciendo una gran influencia política, nosólo en Gran Bretaña, sino en todo el mundo. (En Estados Unidos, una edición«reproducida fotográficamente de la edición inglesa», para garantizar unapublicación más rápida, se distribuyó en seguida y se vendieron cincuenta milejemplares.)[45] El Informe Beveridge fue un éxito inmediato. La economía británica se habíaestancado en el periodo de entreguerras, y nadie quería volver a tal situación de

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carencia. Los sacrificios comunes que necesitó la guerra crearon el sentimiento deque todo debería ser repartido de forma más igualitaria en la reconstrucciónposterior. Los cuidados médicos para todos fue en sí mismo un hecho durante losprimeros años de la guerra, sin duda para aquellos que habían sido afectados por losbombardeos aéreos o cuyo trabajo se relacionaba con el esfuerzo bélico —y ¿quétrabajo no lo estaba, en un sentido o en otro?—. Así, pues, la guerra estabatransformando el clima, y la esperanza de Beveridge —y no estaba solo— eraconsolidar esta transformación en el futuro.[46] El primero de los «tres principiosguía de las recomendaciones » con que empezaba su informe puso de relieve elnexo: «Ahora, cuando la guerra está suprimiendo los límites de todas las cosas,tenemos la oportunidad de utilizar la experiencia en un ámbito claro. Un momentorevolucionario en la historia del mundo es un tiempo de revoluciones, no de ponerparches.»[47] Hayek había alcanzado la mayoría de edad en la Viena de entreguerras, por loque debió experimentar sin duda una intensa e inquietante sensación de déja vu alleer estas palabras. En su libro trató de invertir las tendencias que eran evidentespor todas partes en Gran Bretaña. Pero criticar el aspecto económico de laplanificación socialista no era suficiente. Necesitaba recordar a los británicos suherencia democrática liberal, para contrastarlo con las modalidades de organizaciónsocial colectivistas o corporativistas autoritarias propugnadas por sus enemigos y,finalmente, dejar claro que (pese a la retórica de la «planificación para la libertad»)la actual realización de una sociedad planificada centralmente sería contraria a lalibertad. En busca de un editor americano En una carta fechada el 8 de agosto de 1942, Hayek pedía a Fritz Machlup, que ala sazón estaba en Washington en el Office of Alien Property Custodian, que leayudase a encontrar un editor americano. Las cartas de Machlup a Hayek en losaños de guerra pudieron ayudarle quizá a darse cuenta de que su mensaje eranecesario como antídoto, en los Estados Unidos lo mismo que en Gran Bretaña: «Siusted habla aquí con gente mayor de 40 años —excepto Hansen— parecen sanos yrelativamente conservadores. Es la generación crecida bajo Keynes y Hansen, queestá ciega ante las implicaciones políticas de sus puntos de vista económicos.»[48] A finales del verano Hayek envió a Machlup un escrito a máquina con todo elmaterial a excepción de los tres importantes capítulos finales, dos de los cuales, quetrataban de las recomendaciones para el periodo posbélico, los enviaría a su amigo alo largo del siguiente año.[49] El primer intento de Machlup fue con la editorial Macmillan, que no aceptó eltexto de Hayek.[50] Más tarde Machlup informó a Hayek de lo que decían en sucarta: «Francamente, dudamos de que se vaya a vender, y yo, personalmente, nopuedo sino pensar que el profesor Hayek está un poco fuera de la corriente del

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pensamiento actual, tanto aquí como en Inglaterra.»[51] El siguiente paso deMachlup fue, a petición de Hayek, enviar el (ahora ya completo) manuscrito aWalter Lippmann, que lo recomendaría a la editorial Little, Brown. Y así se hizo,pero ésta también lo rechazó, alegando que «la exposición era demasiado difícilpara el lector normal».[52] Así que Machlup se dirigió a Henry Gideonse, que erapresidente del Brooklyn College, pero que anteriormente había sido redactor de laserie de panfletos de política pública en los que había aparecido «La libertad y elsistema económico». Gideonse llevó el manuscrito, con su poderoso aval, a OrdwayTead, sección de economía de la casa Harper and Brothers.También esta iniciativafracasó. En una frase que en cierto sentido ejemplifica su decisión, Tead explicabapor qué Harper no lo publicaría: «Pienso que el volumen es pesado, farragoso, yque puede decir lo que tiene que decir en la mitad de espacio.»[53] Había pasado ya casi un año y la búsqueda de un editor americano por parte deMachlup no había dado resultado. Fue en este momento cuando Aaron Director vinoal rescate.[54] Director trabajaba junto a Machlup en Washington, y había leído elmanuscrito en el verano de 1943. En octubre, Director escribió a sus colegas loseconomistas de Chicago Frank Knight y Henry Simons para saber si la editorial dela Universidad de Chicago podía considerar la publicación. Aunque nunca recibiórespuesta, parece ser que Knight recomendó que la editorial le echara un vistazo. Afinales del mes siguiente Director envió las galeradas de la edición inglesa (queentre tanto habían llegado) a Chicago, pidiendo una decisión inmediata.[55] La editorial accedió, y pidió a Knight que valorase el manuscrito. En su informe,de 10 de diciembre de 1943, el irascible profesor de Chicago hacía unarecomendación decididamente tibia. Comenzaba el informe llamando al libro «unasoberbia demostración del trabajo emprendido» y admitía que estaba de acuerdo consus principales conclusiones. Pero a esto le seguía una discusión de dos páginassobre los defectos del libro, llegando a la conclusión de que «en suma, el libro esun trabajo aceptable, pero de alcance limitado y algo parcial en el tratamiento. Dudoque pueda tener un mercado muy amplio en este país, o que pueda modificar lasposturas de muchos lectores».[56] El informe de Knight, claramente ambivalente, podía haber acabado en unrechazo del manuscrito por la editorial. Sin embargo, el editor en funciones, John T.McNeill, pensó que merecía una ulterior consideración. El 14 de diciembre pidió aotro economista de Chicago, Jacob Marschak, que le diese un segundo informe.Marschak, que era socialista, fue mucho más elogioso, y seis días más tarde escribióque «el libro de Hayek puede iniciar en este país un debate mucho másacadémico… Está escrito con la pasión y la ardiente claridad de un grandoctrinario… No podemos dejarlo a un lado.»[57] Basado en ambos informes, elcomité de publicaciones de la editorial decidió publicar la edición americana. Lacarta de aceptación a Hayek tiene fecha del 28 de diciembre de 1943.

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Todavía quedaban detalles que resolver, y Machlup actuó en nombre de Hayekrespecto a la mayor parte de ellos, llegando incluso a aceptar ofertas de Chicagopara Hayek a comienzos de enero —y esto era casi un mes después de que Hayekrecibiese finalmente la noticia—.[58] Una decisión importante fue modificarcompletamente el manuscrito, pues en la edición inglesa Hayek se refería aInglaterra como «este país».[59] La editorial sugirió otros dos cambios, pero ambosfueron rechazados. El primero consistía en cambiar el título y convertirlo enSocialism: The Road to Serfdom. Pero tanto Machlup como Hayek pensaron que elnuevo título propuesto era inapropiado, pues el socialismo era sólo una de lasdoctrinas que se criticaban en el libro. La planificación central podía ser adoptadapor partidos situados a la derecha o a la izquierda; éste era el punto de vista deHayek cuando dedicó el libro a los socialistas de todos los partidos. La otrapropuesta era eliminar los aforismos con los que Hayek comenzaba todos loscapítulos. Hayek rechazó esta última propuesta mediante un telegrama enviado avuelta de correo en el que podía leerse: «No admito la omisión de las citas deCamino de servidumbre.»[60] Así, pues, se conservaron las citas, incluida una deDavid Hume en la página del título. Inexplicablemente, una cita que aparecía en lapágina del título en la edición británica desapareció del original en la americana, yen algunas de las reimpresiones posteriores la cita de Hume se trasladó de la páginadel título a la siguiente. En la presente edición, ambas citas se han colocado en sudebido lugar de la página del título.[61] Publicación: de un impacto menor a icono cultural Camino de servidumbre se publicó en Inglaterra el 10 de marzo de 1944. Laprimera tirada fue de 2.000 ejemplares, y debido a la fuerte demanda (se agotó enun mes) se realizó inmediatamente una segunda tirada de 2.500 ejemplares, que seagotaron también rápidamente, pero no se haría nada hasta que se anunciase lanueva cuota de papel en julio. La escasez de papel dañaría la producción británicadel libro durante la guerra y después.[62] El mes de julio vio asimismo lapublicación de una edición australiana.[63] La edición americana, con una tirada de 2.000 ejemplares, salió el 18 deseptiembre de 1944, un lunes, pero los ejemplares de prepublicación ya habían sidoenviados con anterioridad a los reseñadores. La laudatoria reseña en primera planade Henry Hazlitt apareció el domingo siguiente, en la sección de libros del NewYork Times Book Review, y otra honraba las páginas del Herald Tribune. El 28 deseptiembre se encargaron una segunda y una tercera tirada, llegando a un total de17.000 ejemplares.[64] La editorial tenía en sus manos un éxito menor. A finales de octubre llegó una carta a la editorial que ayudaría a que el asunto seconvirtiese en un éxito mayor y en un icono cultural. Por recomendación de HenryGideonse, la editorial había enviado un ejemplar del libro a Max Eastman, que eraentonces redactor del Reader’s Digest. A Eastman le gustó tanto que pidió al

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propietario y redactor jefe, DeWitt Wallace, que le diera permiso paracondensarlo.[65] Esta edición apareció en abril de 1945, y trajo consigo una ofertade reimpresiones, a través del Book-of-the-Month Club a cinco centavos elejemplar. (También se podía hacer un pedido grande: si alguien quería 1.000ejemplares, el coste sería de 18 dólares). El Reader’s Digest tenía en aquellostiempos una circulación de unos 8.750.000 ejemplares, por lo que se imprimió ydistribuyó una edición de un millón de ejemplares.[66] Hayek llegó a los EstadosUnidos a comienzos de abril de 1945, para dar unas conferencias durante cincosemanas, con el fin de promocionar su libro. Cruzó el Atlántico en barco, y mientras hacía la travesía apareció la edición delReader’s Digest. Si bien la gira había sido concebida inicialmente como una seriede conferencias académicas ante varios departamentos universitarios de economía,para cuando llegó la gira había sido cedida a una organización profesional (laNational Concerts and Artists Corporation) que había añadido cierto número deapariciones públicas. El primer acto, una conferencia patrocinada por el Town HallClub de Nueva Cork, arrastró a un enorme gentío de más de 3.000 asistentes y sedifundió por la radio. En un primer momento, Hayek se sintió agobiado por la ideade tener que hablar ante tan grandes y populares audiencias, pero, como luegocomentó, fue calentándose ante la tarea.[67] Pero está claro, asimismo (y bastante comprensiblemente, dada su personalidad)que Hayek se sentía un poco embarazado por tanta adulación, en especial por partede aquellos que habían conocido las ideas del autor gracias a un resumen de 20páginas (o, peor aún, de una edición cartoon aparecida en el número de febrero de1945 de la revista Look).[68] Al parecer, se sentía especialmente preocupado porposibles interpretaciones erróneas.Así, en un diario de Chicago, bajo el titular«Friedrich Hayek comenta la finalidad para la que ha escrito este libro», declaraba:«en un primer momento yo estaba un poco confundido y algo alarmado cuando meencontré con que un libro escrito sin espíritu de partido y que no estaba pensadopara apoyar ninguna filosofía popular, había sido bienvenido con tanto exclusivismopor parte de unos y con tanto fastidio por parte de otros.»[69] Hayek insistiórepetidamente en sus charlas ante los grupos de empresarios en que no estaba contrala intervención gubernamental por sí misma: «Yo creo que lo que se necesita es unconjunto claro de principios que nos permita distinguir entre el legítimo ámbito delas actividades de los gobiernos y el ámbito de actividad gubernamental ilegítimo.Deberían abandonarse la discusión a favor o en contra de la actividad del gobiernocomo tal.»[70] Hayek temía también que ciertas partes de su mensaje fuesen ignoradas. Porejemplo, los empresarios a quienes les habría gustado «quitarse al gobierno deencima», les habría gustado al mismo tiempo pedir al gobierno que protegiese susindustrias de la competencia extranjera. Respondiendo a una pregunta sobre

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aranceles en un coloquio que siguió a su conferencia en Washington DC,Hayekafirmó rotundamente: «Si ustedes han comprendido algo de mi filosofía en general,deben saber que una cosa que pongo por encima de todas es el libre comercio entodo el mundo.» El individuo protagonista de la anécdota añadió que, «tras esto, latemperatura de la sala bajó por lo menos 10 grados».[71] El viaje a Estados Unidos dio a Hayek sus «15 minutos de fama», pero fueimportante también por otras razones de más peso. Durante el viaje se encontró conel señor Harold Luhnow, empresario de Kansas City, que estaba interesado enfinanciar un estudio sobre cómo impulsar un verdadero orden competitivo en losEstados Unidos. Tras posteriores negociaciones, se acordó que el estudio se llevaríaa cabo en la Universidad de Chicago, y aunque nunca llegó a completarse, elproyecto permitió reunir en un único lugar a varios directores que acabaríanfundando la «Chicago School of Economics» —Aaron Director, Milton Friedman y,más tarde, George Stigler—. Estos hombres asistirían, en 1947, a la primera reuniónde la Mont Pèlerin Society, una sociedad internacional de intelectuales fundada porHayek y cuyos fines eran «contribuir a la preservación y mejora de la sociedadlibre».[72] Unos años más tarde el propio Hayek emigraría de Londres alaUniversidad de Chicago, incorporándose al Committee on Social Thought y no alDepartamento de Economía.[73] Si Hayek quedó sorprendido por la entusiástica recepción del libro en ciertaspartes, quedó sorprendido igualmente por cómo había sido atacado en otras.Hayekse esperaba críticas, naturalmente, y como académico las esperaba con ansia, puesello significaría que la gente se comprometía con sus argumentos. [74] Sin dudarecordaba la respuesta que había recibido de la socialista inglesa Barbara Wootton,cuyo «cortés y franco trabajo» mencionaba Hayek en su prólogo de 1956 de laedición americana en rústica.[75] Y así, con la excepción de algunos políticos delPartido Laborista, los opositores de Hayek en Gran Bretaña, por lo general,consideraron sus puntos de vista con seriedad, y le contestaron adecuadamente.[76] La situación era diferente en Estados Unidos. Lo peor del lote, la escabrosa Roadto Reaction de Herman Finer, elegida por Hayek para mencionarla en el prólogo de1956. El malicioso mensaje del libro era evidente ya desde su primera frase:«Camino de servidumbre de Friedrich A. Hayek constituye la más siniestra ofensivacontra la democracia que surge en un país democrático en muchos decenios.»[77] Según Finer, el llamamiento de Hayek a favor del constitucionalismo y su defensadel imperio de la ley era indicativo de sus prejuicios antidemocráticos, siendo la«verdadera esencia» de los argumentos de Hayek «la idea de que la democracia espeligrosa y ha de ser limitada».[78] Hacia el final del libro (publicado,recordémoslo, en 1945) nos encontramos con que Finer constata «el total despreciohitleriano por el hombre democrático tan perfectamente expresado por Hayek».[79] Otros sabios del día expresaron lindezas como estas: George Soule, por ejemplo, no

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dudó en calificarle de «predilecto de la Cámara de Comercio».[80] El diario detendencia izquierdista PM lanzó una revelación escandalosa diciendo cómo losintereses empresariales promovían la «venta» del mensaje de Hayek. Las frasesfinales del autor captan bien la percepción popular de la recepción del libro enEstados Unidos: «El libro de Hayek —y el trato del Look y del Reader’s Digest—proporcionó a las grandes empresas la oportunidad de difundir desconfianza y temorrespecto al New Deal. La Gran Empresa aprovechó la oportunidad.»[81] Quizá reconociendo que nada vende mejor que la controversia, la editorial envióa Hayek una copia del libro de Finer cuando éste apareció en diciembre de 1945, ypreguntaba si le gustaría añadir un nuevo capítulo al final en la siguiente edición deCamino de servidumbre, en el que replicaría a sus críticos. Hayek trabajó en estepostscriptum saltuariamente durante unos cuantos años. Existe un esbozoparcialmente completo, fechado en 1948, en sus archivos, y algunos elementos deeste texto acabaron siendo incorporados al prólogo de 1956.[82] Es notable, ycaracterístico, cómo en su respuesta Hayek mantuvo una ejemplar contención antesus críticos, tratando de explicar las diferencias en la recepción que recibió enInglaterra y en los Estados Unidos, e insistiendo de nuevo sobres las diferentesexperiencias que los pueblos de ambos países habían tenido con respecto alsocialismo.[83] No es fácil imaginar que el libro de Hayek hubiese acabado siendo tanampliamente conocido, y recordado, decenios después de su primera edición, si nohubiese sido por su publicación condensada en el Reader’s Digest. Esto hizo que elmensaje de Hayek llegara a muchas más personas, y, al menos en un caso, conefectos sorprendentes: Antony Fisher, fundador del Institute of Economic Affairs, yuno de los primeros impulsores, en la fundación, de otros muchos think tanksconservadores, se inspiró para librar la guerra de ideas una vez leído el textocondensado y haber hablado posteriormente con Hayek en el despacho de éste en laLSE, en el verano de 1945.[84] Pero el texto condensado convirtió también al libroen un símbolo tanto para sus admiradores como para sus críticos. El triste resultadoes que, como dijo John Scoon, «la gente sigue todavía despachandoapresuradamente la cuestión; ¡por qué no lo leen y ven lo que Hayek ha queridodecir realmente!»[85] En el siguiente apartado repasamos brevemente ysistematizamos algunas de las críticas más conocidas. Veremos que algunas estánmenos justificadas que otras. Algunas críticas importantes Una de las primeras críticas se refería a la precisión histórica de sus afirmaciones.Un buen ejemplo es la objeción avanzada por Frank Knight, que en su informeinsistió en que la historia alemana era mucho más complicada de lo que Hayekhabía descrito; que, por ejemplo, las políticas socialistas en vigor desde los tiemposde Bismarck contenían sólo un elemento para explicar la posterior trayectoria del

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país. Dudo de que Hayek rechazase esta opinión; si lo hubiese hecho, se habríaencontrado sin duda en un terreno muy inestable. Con todo, si esta parte de su tesisparece exagerada, es justo recordar la estructura original del argumento de Hayek.Camino de servidumbre intentaba ser la sección final de un proyecto mucho másamplio, en el que Hayek trazaría el declinar gradual del liberalismo en ciertonúmero de países. Los argumentos específicos de Hayek sobre Alemania adquierenmucho más sentido en el contexto de este proyecto más amplio. Su decisión depublicar como texto separado la conclusión de este trabajo es semejante a ofrecer unclímax cómico sin chiste. Debemos recordar, asimismo, el tipo de argumentos que trataba de confrontarcon su tesis. Como Hayek repetía con frecuencia, muchas personas inteligentes einformadas de hoy día se habían tragado la afirmación de que el nacional-socialismo iba a ser la siguiente fase lógica e histórica tras un capitalismo que sehundía. Su punto de vista, que hoy día la mayoría acepta como evidente, era que elfascismo y el comunismo representaban sistemas totalitarios que tienen mucho másen común de lo que puedan tener con los tipos de gobierno y sistemas económicosexistentes bajo las democracias liberales de libre mercado. Los nazis demonizaban yperseguían a los comunistas, sin duda, pero no lo hacían porque ellos fuesencapitalistas. Lo que buscaba Hayek simplemente era establecer las verdaderascoincidencias. Otra queja frecuente era que el libro de Hayek era largo en sus críticas, perocorto o vago en las alternativas que proponía.Tras diez años de depresióneconómica, muchos pensaban que el capitalismo finalmente había dado su últimorespiro y que algo nuevo debía sustituirlo. ¿Qué ofrecía Hayek? En The NewRepublic, Alvin Hansen escribía que Hayek distinguía en su libro entre «buenaplanificación» y «mala planificación», y le pidió a Hayek que informase a suslectores, precisamente, de cómo iba a trazar la frontera entre ambas.[86] JohnMaynard Keynes leyó el libro mientras se dirigía a la conferencia de BrettonWoods, e hizo las delicias de Hayek cuando le escribió que se trataba de «un granlibro» y que «moral y filosóficamente estoy de acuerdo prácticamente con todo eltexto; y no sólo de acuerdo, sino profundamente de acuerdo».[87] Y Keynescontinuaba diciendo que, con todo, «Usted admite aquí y allá que se trata de unacuestión de saber dónde trazar la línea. Usted está de acuerdo en que la línea ha detrazarse en algún punto, y que el extremo lógico no es posible. Pero usted no nosindica de ningún modo dónde trazar la línea divisoria.»[88] Sin duda, Hayek se tomó en serio tales críticas, pues en los años siguientes haríados importantes contribuciones más a la filosofía política, que mejorarían yampliarían los argumentos expuestos en Camino de servidumbre. En TheConstitution of Liberty estableció los fundamentos filosóficos del constitucionalismoliberal, donde se define una esfera privada de actividad individual y al Estado se le

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otorga el monopolio de la coerción, y esto está limitado constitucionalmente por elimperio de la ley en el uso de los poderes coercitivos. En el último tercio del libroHayek diseña formas específicas de política gubernamental que encajen con estaorganización política.[89] En Law, Legislation, and Liberty, Hayek se lamentaba deque las democracias occidentales burlaban cada vez más el espíritu delconstitucionalismo liberal aprobando leyes coercitivas, sobre todo bajo el disfraz dealcanzar la justicia social, pero, en realidad, sirviendo a bien organizadascoaliciones de intereses concretos. El libro incluía también una propuesta única parala reforma legislativa con el fin de restablecer el ideal del Estado democrático deuna comunidad democrática liberal sometida a la constitución.[90] La tercera queja es que el argumento de Hayek contra el socialismo en Caminode servidumbre no es convincente, pues al no dirigirse al «socialismo de mercado»,debía ser considerado incompleto. Evan Durbin, antiguo compañero en la LSE, fueuno de los primeros en enunciar el argumento, objetando a Hayek en su reseña en elEconomic Journal que hacía «sólo una referencia al trabajo de aquellos de nosotrosque somos a la vez economistas en activo y socialistas, y ello en una nota a pie depágina», olvidando por ello «todo escrito reciente sobre el asunto».[91] SegúnDurbin, el «socialismo democrático» no necesita abarcar todo «programa rígido deproducción» sino sólo que «la responsabilidad final de tomar las decisioneseconómicas se ha transferido de la compañía privada o grupo de accionistas a losrepresentantes de la comunidad…»[92] El «socialismo democrático» de Durbin erauna variante del socialismo de mercado (a veces llamado por Hayek «socialismocompetitivo») que Oskar Lange había articulado en On the Economic Theory ofSocialism. Como se dijo antes,Hayek ya había criticado esta doctrina en una reseñadel volumen de Lange publicado en 1940. Es a esta reseña a la que se refería Hayeken su larga nota sobre el socialismo de mercado en Camino de servidumbre.[93] Socialismo de mercado puede sonar como una contradicción en los términos,pero es una postura que por lo general ha inspirado a los economistas que buscabanuna «tercera vía». Los socialistas de mercado son críticos con el capitalismo, sinduda, pero aceptan como premisa inicial que los mercados perfectamentecompetitivos tienen ciertas características de eficiencia deseables. Pero lo másimportante es que niegan que los mercados mundiales reales se parezcan a losdescritos en una situación de competencia perfecta. Los días de la competenciaatomizada desaparecieron cuando los carteles y monopolios comenzaron a surgir afinales del siglo XIX. El capitalismo contemporáneo, pues, carece de los aspectosbenéficos de la competencia, pero conserva todos sus defectos. Una economíasocialista de mercado planificada restauraría la verdadera competencia con todossus beneficios, corrigiendo simultáneamente las miríadas de injusticias socialesasociadas al capitalismo sin trabas. En el proyecto específico de Lange para unasociedad socialista de mercado, hay mercados libres para bienes de consumo ymano de obra, pero (debido a la propiedad pública de los medios de producción)

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ningún mercado para los recursos productivos. Una Oficina de Planificación Centralproporcionaría los precios, ajustándolos al alza o a la baja (utilizando el método de«prueba y error») dependiendo de los déficits o superávits conocidos. El socialismo de mercado es atractivo porque parece combinar lo mejor de ambossistemas rivales: la eficiencia de un sistema basado en el mercado y las políticasigualitarias destinadas a promover la justicia social, todo ello combinado con unaestructura política democrática. En su reseña, Hayek planteó cierto número decuestiones sobre los detalles del plan de Lange, que, en su mayor parte, sugeríanque, aun cuando socialismo de mercado sonaba bien, no habría funcionado. Una desus quejas principales era que Lange había olvidado decir cuántas veces senecesitaba ajustar los precios en el sistema que proponía. Este era un temaimportante, pues aun con ajustes relativamente rápidos (algo que Hayek pensabaque sería difícil de sostener), Hayek mantenía que un amplio sistema de fijación deprecios tendría que estar siempre poniéndose al día en relación con los ajustes quetendrían lugar en un sistema de mercado, con lo que serían menos eficaces. Alprecisar estos extremos, escribía Hayek con toda razón que «es difícil suprimir lasospecha de que esta propuesta concreta haya nacido de una excesiva preocupaciónpor problemas de la teoría pura del equilibrio estacionario».[94] El desarrolloposterior y mucho más completo de Hayek sobre cómo funciona el mercado paracoordinar las actividades social y económica en un mundo en el que el saber estádisperso —un mundo muy diferente del descrito por la teoría del equilibrioestacionario— se convertiría en una de sus contribuciones básicas a la economía. Así, pues,Hayek ya había articulado un conjunto de argumentos contra elsocialismo de mercado. ¿Por qué relegó este conjunto a una nota en Camino deservidumbre? Una de las claves la da una carta que Lange escribió a Hayek el 31 dejulio de 1940, en la que contestaba a la reseña de Hayek y trataba de aclarar unmalentendido: Yo no propongo la fijación de precios por parte de una oficina planificadoracentral real, como solución práctica. En mi artículo utilicé esto sólo comoinstrumento metodológico para mostrar cómo el equilibrio de precios puede serdeterminado por el procedimiento de la prueba y el error incluso en ausencia de unmercado en el sentido institucional de la palabra. En la práctica, recomendaría,naturalmente, la determinación de los precios a través de todo un proceso demercado en cuanto fuese posible…[95] A Hayek podría disculpársele si de esta carta hubiese inferido que Lange habíaaceptado básicamente sus críticas sobre la posibilidad práctica del socialismo demercado. Pero, evidentemente, Durbin pensaba de modo diferente, y Hayek notabaque el socialismo de mercado era poco más que un ejercicio teórico interesante, eltipo de cosas con las que les gustaba jugar a los economistas en la pizarra, pero noalgo que hubiese que tomar en serio como si fuese una propuesta práctica.

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Pero de forma aún más pertinente, Hayek no escribió Camino de servidumbrepensando principalmente en economistas teóricos tales como Lange o Durbin. Adiferencia de estos economistas, la mayoría de los defensores de la «planificación»incluso no habían pensado ni siquiera lo que significaba tener una sociedadplanificada. Para ellos, la planificación por sí misma era, como había indicadoRobbins, una panacea. Y fue este vago pero extendido sentimiento el que indujo aHayek a escribir Camino de servidumbre como antídoto.Hayek trataba de mostrar asus lectores que la planificación, el remedio favorito de todos los males del mundo,podía sonar bien en teoría, pero que no funcionaba en la práctica (o, al menos, nomientras las democracias occidentales no estuviesen preparadas para aceptar gravesconstricciones de la libertad personal del tipo que existía en los sistemas que ellassolían combatir.) Esto explica, creo, por qué Hayek no se preocupó de elaborar un argumentocontra el socialismo de mercado en este libro. Pensaba que el socialismo demercado era tan sólo un sueño teórico, y que los detalles en la argumentación contraéste estaban fuera de lugar en un libro general. Sus lectores economistas, estimaba,sin duda estaban ya al cabo de la calle respecto a esos argumentos que habíapropuesto en 1940, argumentos que Hayek pensaba que habían tenido éxito. En casode que no hubiese sido así, los recordaba en una nota. Por todo ello, podemos comprender que Hayek se sintiese un poco disgustado porla insinuación de Durbin de que había dejado a un lado todo el trabajo reciente. Suirritación resulta evidente en una anotación inédita de su postscriptum de 1948. El señor Durbin… lamenta especialmente que no le haya tomado más en serio yhaya dedicado sólo una nota a los interesantes esquemas de un socialismocompetitivo que se ha propugnado en los últimos años en cierto número de libros yartículos serios. Estoy dispuesto sin más a discutir sus méritos teóricos y de hechoasí se hizo en un artículo de alguna longitud citado en la nota a la que acabamos dereferirnos.Y me sentiría satisfecho si pudiese examinar tales planes ulteriormenteapenas haya algún signo de que se están tomando en serio por parte de los partidossocialistas, y que ejercen algún tipo de influencia en la política. Pero todavía tengoque encontrar algún partido socialista que piense utilizar la competencia comométodo de organización de la actividad económica, y mientras esto sea así no veoque nadie, excepto el especialista, necesite preocuparse por las objeciones a talesingeniosos proyectos. Pero quizás deba permitírseme añadir que tendría másconfianza en la autenticidad del deseo de reconciliar libertad y socialismo pormedio de un «socialismo competitivo» si uno de los principales propugnadores detales proyectos, el profesor Oskar Lange, no hubiese preferido convertirse en elprincipal portavoz del punto de vista ruso en el consejo de las Naciones Unidas y siel señor Durbin no fuese ahora miembro de gobierno socialista británico que estáhaciendo la mayoría de las cosas que aparentemente desaprueba.[96]

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Durbin moriría ahogado accidentalmente en 1948, lo que explica por qué estepasaje no se haya incluido nunca en el prólogo. Por desgracia, la adaptación deLange a las realidades políticas de su Polonia natal no hicieron sino aumentar con eltiempo: continuó escribiendo a favor de Stalin y, al renunciar a sus opinionesanteriores sobre el socialismo de mercado, llegó incluso a prohibir una nuevapublicación de sus textos en polaco.[97] Aunque Lange y Durbin habían desaparecido, el sueño de un socialismo demercado entre los economistas teóricos parecía no tener fin, y su más recienterevival se produjo tras el colapso del bloque soviético en el último decenio del sigloXX. Es fácil explicar su longevidad: para los que buscan una tercera vía, elsocialismo de mercado es un sistema ideal. En discusiones más recientes la críticaoriginal de Hayek se ha visto reforzada sustancialmente con argumentosadicionales, algunos provenientes de la economía de la información que identificanproblemas estimulantes, y otros del análisis de las opciones públicas que identificanlos obstáculos políticos que se le presentarían a un régimen semejante.[98] Peroquizá baste decir, como Hayek hizo en 1948, que mientras esté por llegar unejemplo del mundo real de este «ingenioso proyecto», es mejor considerarlo unaconstrucción interesante sólo para los especialistas, sin que tenga particularrelevancia para el mundo en que vivimos realmente. Una última crítica se ha denominado a veces la «inevitable tesis» o el argumentode la «resbaladiza sensiblería»: se dice que Hayek dijo que, una vez que unasociedad adopta una pequeña planificación, está condenada a terminar como estadototalitario. Uno de los defensores de esta acusación era Durban, según el cual Hayekcreía que «todo lo que se aleja de la práctica de la libre empresa, toda esperanza deque la razón y la ciencia puedan aplicarse para dirigir la actividad económica, todointento de planificación económica deberá llevarnos sin remedio a laservidumbre…»[99] Si la afirmación de Durbin sobre la tesis de la inevitabilidadparece inusualmente rígida, no era el único que pensaba que Hayek había dicho quetoda expansión del estado sobre la economía conduciría necesariamente a unresultado totalitario. Aquellos que interpretaban así a Hayek recorrían el espectroideológico desde Barbara Wootton a George Stigler.[100] Paul Samuelson expresóesta idea a través de un diagrama en su libro de texto sobre los principios deeconomía, colocando en un eje la libertad política y en el otro la libertad económica,con una tendencia a la baja de la curva (¡resbaladiza sensiblería, realmente!) de losniveles altos a los bajos de ambas líneas, que era lo que Hayek había supuestamentepredicho: «que la modificación por el gobierno del laissez-faire conducíainevitablemente a la servidumbre política».[101] Esta interpretación se produjo pese a las frecuentes protestas de Hayek afirmandolo contrario. A veces objetaba públicamente, como hizo en el prefacio de la ediciónde 1976: «Se ha afirmado con frecuencia que yo he defendido que todo movimiento

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en dirección al socialismo acabará conduciendo al totalitarismo.Aun cuando estepeligro existe, no es esto lo que dice el libro.»[102] En privado sería a la vez máscontundente y explícito, como puede verse en su carta a Paul Samuelson: Temo que al echar un vistazo a la 11.ª edición de su Economics, creo haberdescubierto la fuente de la falsa afirmación sobre mi libro Camino de servidumbreque encuentro constantemente, que me molesta mucho, y que sólo puedo consideraruna maliciosa distorsión que ha tenido éxito en desacreditar mis argumentos…Usted afirma que yo sostengo que «todo paso que nos aleje del sistema de mercadoy nos acerque a las reformas sociales del estado de bienestar es inevitablemente unviaje que no puede sino acabar en un estado totalitario» y que «la modificación porparte del gobierno del laissez-faire del mercado conduce inevitablemente a laservidumbre política»… ¿Cómo alguien que haya leído mi libro puede, de buena fe, decir esto cuando yadesde la primera edición dice textualmente…: «ni sostengo que este proceso seainevitable. Si lo fuese, no habría ninguna razón para escribir esto? Puede prevenirsesi la gente se da cuenta a tiempo de adónde pueden llevar sus esfuerzos…»[103] Dada la generalidad de la interpretación de la «tesis inevitable» entre sus amigosy enemigos, lo mismo que la insistencia de Hayek en que no es esto lo quedefendía, es importante tratar de explicarnos exactamente lo que dio lugar a laconfusión. La carta de Hayek a Samuelson nos permite tomar una vía de interpretación de lapalabra «inevitabilidad». Ciertamente Hayek no formulaba la afirmación históricade que, dejando a un lado los futuros pasos que se dieran en Gran Bretaña y enEstados Unidos, no había vuelta atrás respecto a que un futuro socialista queacabaría en el totalitarismo iba a llegar inevitablemente. Esta tesis de lainevitabilidad, después de todo, era lo que Hayek criticaba en su ensayo «Scientismand the Study of Society», cuando atacaba al historicismo, es decir, la creencia deque había leyes históricas cuyo conocimiento permitía predecir un futuro necesario. Una forma más plausible de leer las palabras de Hayek es considerar que nosadvierte que, a menos que cambiemos de rumbo, nos dirigimos directamente por elcamino de la servidumbre. Esto era sin duda una parte del intento de Hayek deponer de manifiesto esta advertencia. Temía en particular que emprendiéramos esecamino sin darnos cuenta realmente de lo que implicaba, o, como afirmó en sudiscurso ante el Club Económico de Detroit, «el peligro es muy grande porquepodemos elegir la vía equivocada, no deliberadamente ni por decisión común, sinoporque parece que ya estamos en ella».[104] Como deja claro el título del capítulocuarto, algunos de los oponentes de Hayek afirmaban que la planificación era«inevitable», que, a menos que aceptásemos la «planificación para la libertad»,estábamos abocados al totalitarismo. Es posible que Hayek esperara conceder

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importancia a este argumento en su cabeza, para mostrar que, en vez de ser el únicomodo de contrarrestar el totalitarismo, la planificación, en sí misma, constituía unpaso significativo por el camino hacia un estado totalitario. Con todo, hay otra forma de leer a Hayek que consiste en pensar que nos ofreceun argumento lógico en vez de histórico. Hayek reconocía que los «liberal-socialistas» valoraban la libertad de opción y la satisfacción de las preferenciasindividuales. Lo que no aceptaba era que mantuviesen esos valores y que, a pesarde ello, llevasen adelante su proclamado programa de amplia planificación central.Como dijo sucintamente, «el socialismo puede llevarse a la práctica sólo conmétodos que la mayoría de los socialistas desaprueba».[105] Y aunque tuviera queempezar como un experimento «liberal socialista» (en ninguno de los casos realesen todo el mundo ocurrió así, podríamos añadir), la planificación a gran escalarequiere que las autoridades planificadoras tomen todas las decisiones deproducción; para poder tomar cualquier decisión, necesitarían ejercer un controlpolítico cada vez más acentuado. Si se intenta crear una sociedad realmenteplanificada, no se puede separar el control de la economía del control político. Esteera el argumento lógico de Hayek contra la planificación, que ya había articuladosucintamente en 1939 en «Freedom and the Economic System». Al final, el acuerdo sobre la necesidad de la planificación, junto con laincapacidad de la asamblea democrática para hallar un acuerdo sobre un planconcreto, debe tender a fortalecer la demanda para que se le dé al gobierno, o acualquier persona individual, el poder de actuar bajo su propia responsabilidad .Cada vez es más aceptada la creencia de que si se desea que las cosas se hagan, eldirector de los negocios responsable de ello debe quedar liberarlo de las trabas delos procedimientos democráticos…[106] Ahora bien, es evidente que en los años que siguieron a su escrito, los países quemás interesaban a Hayek (los países democráticos de la Europa occidental y losEstados Unidos), pese a la retórica de sus políticos izquierdistas, no optaron poralgo semejante a una planificación central total o por una plena nacionalización delos medios de producción. Por ejemplo, aun cuando hubo un movimiento en estesentido en Gran Bretaña después de la guerra, que alcanzó su punto culminante afinales de los años 1940, incluso entonces sólo un 20 por ciento de la industriabritánica fue nacionalizada. Quienes ven a Hayek haciendo predicciones sobre una tendencia inevitable,deberían considerar esta historia como un rechazo de esta afirmación. Quienes leven como quien ofrece una advertencia deben agradecerle que les salvara deldesastre. Sin embargo, si se considera la argumentación lógica de Hayek, laposterior historia de las democracias occidentales europeas no confirma realmente latesis de Hayek. Sin duda, muchos de ellos desarrollaron básicamente estados debienestar, y Hayek habló de los diversos peligros de éstos en sus escritos

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posteriores.Pero la existencia de tales estados,y al margen de los éxitos quealcanzaron o dejaron de alcanzar, no socava el argumento lógico de Hayek enCamino de servidumbre: un estado de bienestar no es socialismo. La manera más adecuada de evaluar la tesis lógica de Hayek es preguntarnoscómo ciertos sistemas políticos existentes en el mundo real nacionalizarontotalmente sus medios de producción y salvaguardaron en alguna medida la eficaciaeconómica y la libertad de elegir bienes y ocupación. Contémoslos y luegocomparemos su número con los que nacionalizaron sus medios de producción yadoptaron una planificación y un control amplios, limitando con ello las libertadesindividuales. Si estamos de acuerdo en que esta es la verdadera prueba, entonces lapostura de Hayek queda plenamente reivindicada: un socialismo pleno sólo puedellevarse a la práctica utilizando métodos que muchos socialistas desaprobarían. La perenne importancia de Camino de servidumbre Leer (o mejor, releer) Camino de servidumbre será una agradable experienciapara algunos, y a otros les provocará una apoplejía: continúa siendo un pararrayos, ytambién un test de Rorschach, que revela mucho sobre los compromisos anterioresdel lector y asimismo sobre las ideas de Hayek. Para los lectores más jóvenes, ellibro puede ser un poco misterioso, pues aunque posee elementos de un tratadogeneral (más sobre ello luego), era también mucho más (como el propio autoradmitió una vez) que «un panfleto ocasional ».[107] Los lectores actuales a quienesno resulta familiar la historia del Tercer Reich pueden vacilar ante nombres comolos de Julius Streicher o Robert Ley. Y ¿quién se acuerda hoy del movimiento«Forward March» de Sir Richard Acland, o del Temporary National EconomicCommittee? Como coordinador, he tratado de incluir breves notas para situar en sucontexto a estos individuos, grupos e ideas, con el fin de facilitar a los lectores dehoy la tarea de entrar en el mundo en que habitaba Hayek. Al mismo tiempo, el libro está lleno de ideas atemporales. El objetivo inmediatode Hayek era persuadir a la audiencia británica de que su herencia de democracialiberal bajo el estado de derecho debería considerarse un tesoro nacional en vez deun objeto de desprecio, como un mapa de carreteras aún vigente para organizar lasociedad en vez de una molesta reliquia de tiempos pasados. Aunque muchodepende de cómo definimos nuestros propios términos, el suyo era un mensaje queinvita a algo más que a un reexamen ocasional. Otro tema, evidente quizá de manera más explícita en la introducción que enpartes específicas del texto de Hayek, pero que, aun así, es en gran medida parte desu motivación subyacente para escribir el libro, es la advertencia del Autor referentea los peligros que los tiempos de guerra plantean a las sociedades civilesestablecidas —pues es en estos tiempos cuando las libertades civiles, tan duramenteganadas, pueden perderse muy fácilmente. Y lo que es más inquietante, los

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políticos, instintivamente, reconocen el seductor poder de la guerra. Los tiempos deemergencia nacional permiten invocar una causa común y una meta común. Laguerra autoriza a los dirigentes a pedir sacrificios. Presenta a un enemigo contra elcual todos los segmentos de la sociedad pueden unirse. Esto es verdad en caso deguerra real, pero debido a su capacidad para unificar a grupos diversos, los políticosastutos de todos los partidos estiman eficaz invocar metáforas bélicas en unamultitud de contextos. La guerra contra las drogas, la guerra contra la pobreza, y laguerra contra el terror no son sino tres ejemplos de los últimos tiempos.[108] Loque hace que estos ejemplos sean aún más preocupantes que la guerra real es queninguno de ellos tiene un punto final; cada uno de ellos puede ser invocado parasiempre. El mensaje de Hayek indicaba que había que mostrarse precavidos ante talesinvocaciones marciales. Su temor específico era que, en caso de que se tenga quecombatir una guerra real, el poder y tamaño del Estado deban aumentar. No importala retórica que empleen, los políticos y las burocracias que éstos presiden aman elpoder, y el poder nunca se rinde fácilmente una vez que el peligro, si es que existía,ha pasado. Si bien la vigilancia eterna es un sabio consejo, sin duda «el tiempo deguerra» (o cuando los políticos tratan de convencernos de que estamos en tiempo deguerra) es cuando aquellos que valoran la defensa de la libertad individual han deestar más en guardia.[109] Finalmente, lo que podemos encontrar en este libro, y en toda la obra de Hayek,es un reconocimiento claro del poder de las ideas. Tal vez sea John MaynardKeynes quien mejor haya expresado esta idea, en el capítulo final de The GeneralTheory: Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto si tienen razóncomo si no la tienen, son más poderosas de lo que se cree comúnmente. Sin duda elmundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creenestar completamente al margen de influencias intelectuales, suelen ser esclavos dealgún economista difunto. La locura que destilan los maniáticos de la autoridad quecreen oír voces en el aire proceden de algún mal escritor académico de años atrás.Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se suele exagerar mucho,comparado con la fuerza que tiene la introducción gradual de las ideas.[110] Hayek habría dado su asentimiento inmediato, añadiendo, quizá, que el pasaje deKeynes lleva consigo la implicación de que aquellos que no comprenden el origende las ideas lo hacen a costa suya. Dados los muchos años de su vida, que empleódiligentemente en un duro trabajo, como perenne abogado de causas que la mayoríade sus contemporáneos consideraban perdidas, anacrónicas, o una vuelta a lareacción, quizá no haya una persona que represente mejor la noción del poder de lasideas en el siglo XX que F.A. Hayek.

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Camino de servidumbre Es raro que una libertad, cualquiera que sea, se pierda de una vez. DAVID HUME Habría amado la libertad, creo yo, en cualquier época, pero en los tiempos en quevivimos me siento inclinado a adorarla. A. DE TOCQUEVILLE

Figura No.1 FRIEDRICH A. HAYEK

A los socialistas de todos los partidos

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Prefacio a las ediciones originales[111]

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F.A. Hayek

Cuando un hombre dedicado por profesión al estudio de los problemas socialesescribe un libro político, su primer deber es decirlo abiertamente. Este es un libropolítico. No quiero, aunque quizá habría sido posible, velarlo presentándole, condenominación más elegante y ambiciosa, como un ensayo de filosofía social. Pero,bajo cualquier nombre, lo esencial es que todo lo que he de decir se deriva deciertos valores últimos. Confío en haber logrado descargarme también en este librode un segundo y no menos importante deber: el de dejar bien en claro cuáles sonestos valores últimos sobre los que descansa por entero la argumentación. Quiero, sin embargo, añadir aquí una cosa. Aunque éste es un libro político, estoyseguro, como el que más pueda estarlo, que no ha sido mi interés personal lo quedeterminó las creencias expuestas. No veo motivo alguno para que la clase desociedad que tengo por deseable me ofreciese mayores ventajas a mí que a lamayoría del pueblo británico. Por el contrario, mis colegas socialistas siempre mehan afirmado que, como economista, alcanzaría una posición mucho más importanteen una sociedad del tipo que rechazo; siempre, por supuesto, que llegase yo aaceptar sus ideas. No es menos cierto que mi oposición a las mismas no se debe aque difieran de las ideas en que me formé, pues en mi juventud compartí aquéllasprecisamente,y ellas me llevaron a hacer del estudio de la economía mi profesión.Para los que, a la moda de hoy día, buscan un motivo interesado en toda declaraciónde opiniones políticas, permítaseme agregar que tenía sobrados motivos para noescribir o publicar este libro. Con toda seguridad, ha de molestar a muchas personascon las que deseo vivir en amistosas relaciones; me ha obligado a interrumpirtrabajos para los que me creo mejor calificado y a los que concedo mayorimportancia a la larga,y, sobre todo, es indudable que dañará la futura acogida delos resultados de otros trabajos más estrictamente académicos, hacia los que mellevan mis inclinaciones. Si, a pesar de todo, he llegado a considerar la redacción de este libro como undeber ineludible, ha sido, más que nada, por causa de un rasgo peculiar y grave delas actuales discusiones sobre los problemas de la política económica futura, que elpúblico no conoce lo bastante. Es el hecho que la mayoría de los economistas llevanvarios años absorbidos por la máquina bélica y reducidos al silencio por sus puestosoficiales, por lo cual la opinión pública está siendo dirigida en estos problemas, enun grado alarmante, por los aficionados y los arbitristas, los que se mueven por unfin interesado y los que pretenden colocar su panacea favorita. En estascircunstancias, quien todavía dispone de tiempo para la tarea de escribir, apenaspuede tener derecho a reservar para sí los temores que las tendencias actuales tienenque despertar en el pensamiento de muchos que no pueden expresarsepúblicamente. En diferente situación, empero, hubiera yo dejado con gusto ladiscusión de las cuestiones de política general a quienes están, a la vez, mejor

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calificados y más autorizados para la tarea. La argumentación central de este libro se bosquejó primero en un artículo titulado«Freedom and the Economic System», que apareció en el número de abril de 1938de la Contemporary Review y se reimprimió, en forma ampliada, como uno de losPublic Policy Pamphlets (University of Chicago Press, 1939) dirigidos por elprofesor H.D. Gideonse.[112] He de agradecer a los directores y editores de ambaspublicaciones la autorización para reproducir ciertos pasajes de aquéllos.

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Prefacio a la edición de 1956F.A. Hayek

Si este ensayo lo hubiera escrito teniendo presentes en primer lugar a los lectoresamericanos, habría podido ser en cierto modo distinto; pero ha adquirido ya unaidentidad demasiado definida, aunque inesperada, para que sea convenientereescribirlo. Su publicación en una nueva forma, más de diez años después de suprimera edición, ofrece en todo caso una excelente ocasión para explicar su objetivooriginario y para hacer algunas consideraciones sobre el éxito imprevisto, y enmuchos aspectos extraño, que ha obtenido en este país. El libro se escribió en Inglaterra durante los años de la guerra, teniendo comodestinatarios casi exclusivamente a los lectores ingleses. Se dirigía en realidad sobretodo a una categoría muy especial de lectores ingleses. Sin ironía alguna, lo dediqué«A los socialistas de todos los partidos». Esta dedicatoria tenía su origen en lasmuchas discusiones que, durante los diez años precedentes, había tenido con amigosy colegas inclinados a simpatizar con la izquierda, y como continuación de talesdiscusiones escribí Camino de servidumbre. Cuando Hitler subió al poder en Alemania, ya enseñaba yo en la Universidad deLondres desde hacía algunos años, pero me mantenía en estrecho contacto concuanto sucedía en el Continente y pude seguir haciéndolo hasta el final de laguerra.[113] Lo que entonces vi del origen y la evolución de los distintosmovimientos totalitarios me hizo comprender que la opinión pública inglesa, enparticular la de mis amigos que tenían ideas «avanzadas » en el plano social, seapoyaba en una interpretación completamente engañosa de la naturaleza de estosmovimientos.Ya antes de la guerra, esto me impulsó a exponer en un breve ensayolo que sería el tema central del libro.[114] Pero tras el estallido de la guerra, me dicuenta de que esta difusa incomprensión de los sistemas políticos de nuestrosenemigos, y muy pronto también de nuestro nuevo aliado, Rusia, constituía un seriopeligro al que había que hacer frente con un trabajo más sistemático. Además, eraya bastante evidente que la propia Inglaterra probablemente experimentaría despuésde la guerra el mismo tipo de políticas que —estaba convencido— habían

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contribuido en no menor medida a destruir la libertad por doquier. Por lo tanto, este libro fue tomando gradualmente la forma de una advertenciadirigida a los intelectuales socialistas ingleses; con el inevitable retraso de laproducción en tiempo de guerra, finalmente se publicó en la primera parte de laprimavera de 1944. Esta fecha explicará, de paso, también por qué comprendí que,para hacerme oír, tuviera que frenar mis críticas al régimen de nuestro aliado[115] durante la guerra y elegir mis ejemplos principalmente de los sucesos que se habíanproducido en Alemania. Parece que este libro se publicó en un momento propicio y sólo puedoexperimentar satisfacción por el éxito que tuvo en Inglaterra, éxito que, si bien detipo muy distinto, no fue cuantitativamente inferior al que luego tendría en EstadosUnidos. En conjunto, el ensayo fue acogido con el espíritu en que fue escrito y susargumentaciones fueron seriamente examinadas por aquellos a los queprincipalmente había sido dirigido. A excepción solamente de ciertos líderespolíticos del partido laborista —que, como ofreciendo una ejemplificación de misobservaciones sobre las tendencias nacionalistas del socialismo, atacaron el libropor el hecho de haber sido escrito por un extranjero[116] —,fue realmenteimpresionante el modo reflexivo y receptivo en que fue generalmente examinadopor personas que consideraban susconclusiones contrarias a sus más fuertesconvicciones.[117] Lo mismo puede decirse también respecto a los demás países enque el libro se publicó; su acogida especialmente cordial por parte de la generaciónalemana post-nazi, cuando finalmente algunos ejemplares de una traducciónpublicada en Suiza se difundieron en Alemania, fue una de las más inesperadasgratificaciones que obtuve de su publicación. Bastante diferente fue la acogida que el libro tuvo en Estados Unidos, cuando sepublicó algunos meses después de su publicación en Inglaterra. Al escribirlo, habíaprestado escasa atención al posible interés que habría podido despertar en loslectores americanos. Habían pasado veinte años desde la última vez que, siendoestudiante investigador, había estado en América, y durante aquel periodo habíaperdido un poco el contacto con el desarrollo de las ideas en América.[118] Nopodía estar seguro de la relevancia directa que mis argumentaciones habrían podidotener para el ambiente americano, y no me sorprendí en absoluto cuando el librofue, en efecto, rechazado por las tres primeras editoriales contactadas.[119] Desdeluego, más inesperado fue el hecho de que, una vez publicado el libro por el actualeditor, se empezara a vender a un ritmo casi sin precedentes para una obra de estetipo, no destinada al gran público.[120] Y también me sorprendió la violentareacción por parte de ambas alas políticas, así como el generoso elogio que recibióel libro en algunos ambientes y el intenso odio que suscitó en otros. Al contrario de lo que sucedió en Inglaterra, parece que en América el tipo depersonas a las que este libro se dirigió principalmente lo rechazó por considerarlo

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un ataque malicioso y fraudulento a sus ideales más nobles; parece que no separaron a examinar sus argumentos. El lenguaje empleado y la emoción quemanifestaron algunas de las críticas más desfavorables fueron en realidad bastanteextraordinarios.[121] Pero apenas menos sorprendente fue para mí la entusiastaacogida que prestaron al libro muchas personas que jamás habría pensado queleerían un ensayo de este género —y de muchos más de los que sigo dudando quelo leyeran efectivamente—. Debo añadir además que la forma en que a veces seutilizó hizo que comprendiera la verdad de la observación de Lord Acton, según lacual «en todos los tiempos los amigos sinceros de la libertad fueron raros, y sustriunfos se debieron a minorías que se impusieron gracias a su asociación conauxiliares cuyos objetivos con frecuencia diferían de los objetivos de aquéllos; yesta asociación, que siempre es peligrosa, resultó a veces desastrosa».[122] Parece poco probable que esta extraordinaria diferencia en la acogida del libro aambos lados del Atlántico se debiera enteramente a una diferencia del carácternacional. Me he convencido cada vez más de que la explicación debe buscarse en ladiferente situación intelectual existente en el periodo en que se publicó el libro. EnInglaterra, y en general en Europa, los problemas que yo afrontaba hacía tiempoque habían dejado de ser cuestiones abstractas. Los ideales que en el libro seexaminaban hacía mucho tiempo que se habían afirmado, e incluso sus másentusiastas defensores habían experimentado ya concretamente algunas de lasdificultades y de los resultados imprevistos generados por su aplicación. Escribía,pues, sobre fenómenos de los que casi todos mis lectores europeos tenían más omenos una experiencia directa y me limitaba a argumentar de manera sistemática ycoherente sobre lo que muchos habían ya percibido intuitivamente. Con respecto aestos ideales existía ya cierta decepción, que su examen crítico hacía simplementemás ruidosa o explícita. En Estados Unidos, en cambio, estos ideales estaban aún frescos y eran másviolentos. Sólo diez o quince años antes —no cuarenta o cincuenta, como enInglaterra—, una gran parte de los intelectuales estaba contagiada por ellos. Y, apesar de la experiencia del New Deal, su entusiasmo por el nuevo tipo de sociedadconstruida racionalmente no estaba demasiado contaminado por la experienciapráctica. Lo que para la mayor parte de los europeos se había convertido en ciertamedida en un vieux jeu, para los radicales americanos era aún una luminosaesperanza en un mundo mejor, esperanza que ellos habían aceptado y alimentadodurante los años recientes de la Gran Depresión. La opinión cambia rápidamente en Estados Unidos, e incluso ahora resulta difícilrecordar que en un periodo anterior aunque relativamente cercano a la publicaciónde Camino de servidumbre, el tipo más extremo de planificación económica seinvocaba seriamente, y se proponía el modelo ruso para ser imitado por hombresque muy pronto habían de desempeñar un papel importante en los asuntos públicos.

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Sería bastante fácil ilustrar abundantemente todo esto, pero sería injusto señalar aquía personas en particular. Baste mencionar que en 1934 el National PlanningBoard,[123] constituido hacía poco, dedicó gran atención al ejemplo deplanificación que ofrecían estos cuatro países: Alemania, Italia, Rusia y Japón. Diezaños después habíamos aprendido desde luego a referirnos a estos países comopaíses «totalitarios», habíamos combatido una larga guerra con tres de ellos yestábamos a punto de comenzar una «guerra fría» con el cuarto. Pero la tesis de estelibro, según la cual los desarrollos políticos que habían tenido lugar en estos paísestenían que ver con su política económica, se rechazó entonces con desdén por partede los defensores americanos de la planificación. Se afirmó de pronto la moda denegar que la idea de la planificación procediera de Rusia y de sostener, como hasubrayado un eminente crítico mío, que es «un hecho evidente que Italia, Rusia,Japón y Alemania llegaron al totalitarismo por caminos muy diferentes».[124] Todo el clima intelectual de Estados Unidos cuando se publicó Camino deservidumbre era, pues, un clima en el que el libro debía necesariamente escandalizaro complacer fuertemente a los miembros de grupos netamente divididos entre ellos.Por consiguiente, a pesar de su aparente éxito, el libro no tuvo aquí el tipo deconsecuencias que yo habría deseado o que tuvo en otras partes. Es cierto que susconclusiones principales se aceptan hoy ampliamente. Si hace doce años a muchosles parecía casi un sacrilegio sugerir que el fascismo y el comunismo no son sinovariantes del mismo totalitarismo y que el control central de todas las actividadeseconómicas tiende a producir el totalitarismo, esto se ha convertido ahora casi en unlugar común. Ahora se reconoce ampliamente incluso que el socialismodemocrático es una condición muy precaria e inestable, dominada porcontradicciones internas y que produce por doquier resultados desagradables paramuchos de sus defensores. Este cambio de estado de ánimo se debió ciertamente más a la lección de loshechos y a las discusiones más populares del problema que a mi libro.[125] Tampoco mi tesis general en cuanto tal era original cuando se publicó el libro.Aunque admoniciones parecidas pero anteriores pueden haberse olvidado en granmedida, los peligros inherentes a la práctica que yo criticaba se habían subrayadouna y otra vez. Sean cuales fueren los méritos del libro, no consisten en lareiteración de esta tesis, sino en el paciente y detallado examen de las razones porlas que la planificación económica produce tales resultados imprevistos y delproceso a través del cual esos resultados se generan. Por esta razón, espero que en América las circunstancias para una seriaconsideración de su verdadero contenido puedan ser ahora más favorables de lo quefueron cuando el libro se publicó por primera vez. Creo que lo que en él esimportante puede aún ser útil, por más que reconozca que el socialismo calientecontra el que se dirigió principalmente —aquel movimiento organizado que tenía

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como objetivo la organización deliberada de la vida económica por parte del Estado,entendido como el principal propietario de los medios de producción— se halla enel mundo occidental prácticamente muerto. El siglo del socialismo así concebidofinalizó probablemente en torno a 1948. Muchas de sus ilusiones han sido abandonadas también por sus líderes y, en todaspartes, como también en los Estados Unidos, su nombre ha perdido gran parte de suatractivo. Sin duda habrá movimientos menos dogmáticos, menos doctrinarios ymenos sistemáticos que intentarán recuperar el nombre. Pero una discusión centradaúnicamente en aquellas concepciones esquemáticas de reforma social, quecaracterizan al movimiento socialista del pasado, podría parecer hoy una luchacontra los molinos de viento. Sin embargo, aunque el socialismo radical es probablemente cosa del pasado,algunas de sus concepciones han penetrado tan profundamente en toda la estructuradel pensamiento corriente que justifican la complacencia de los socialistas. Si sonpocos en el mundo occidental los que ahora quieren rehacer la sociedad desde susfundamentos según ciertos proyectos ideales, son muchos en cambio los que siguencreyendo en medidas que, aunque no estén destinadas a remodelar completamente laeconomía, en su efecto agregado pueden sin duda producir sin querer ese resultado.Más aún que en el momento en que escribí este libro, la defensa de unas medidaspolíticas que, a largo plazo, no pueden conciliarse con la preservación de unasociedad libre no es ya cuestión de un solo partido. El revoltijo de ideales malreunidos y a menudo incoherentes, que bajo el nombre de Welfare State hareemplazado en gran parte al socialismo como objetivo de los reformadores,requiere una gran atención para ver si sus resultados no son muy semejantes a losgenerados por el socialismo propiamente dicho. Esto no quiere decir que algunos desus objetivos no sean también viables y encomiables. Pero hay muchas maneras enlas que podemos trabajar a favor del mismo objetivo y, en la situación actual, existeel peligro de que la impaciencia con que consideramos los resultados inmediatospuede llevarnos a elegir instrumentos que, aunque acaso más eficientes paraalcanzar fines particulares, no son compatibles con la preservación de una sociedadlibre. La creciente tendencia a confiar en la coacción administrativa y en ladiscriminación cuando una modificación de las normas jurídicas generales podría,acaso más lentamente, alcanzar el mismo objetivo, y el recurso al control directo delEstado o a la creación de instituciones monopolísticas donde en cambio el empleojuicioso de motivaciones financieras podría suscitar esfuerzos espontáneos, siguesiendo una poderosa herencia del periodo socialista, que probablemente influirásobre la política durante mucho tiempo. Precisamente porque no parece que la ideología política se proponga en lospróximos años alcanzar un objetivo claramente definido, sino cambios parciales, esde la mayor importancia una comprensión plena del proceso por el que ciertos tipos

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de medidas pueden destruir las bases de una economía basada en el mercado yahogar gradualmente las potencialidades efectivas de una civilización libre. Sólo sicomprendemos por qué y cómo ciertos tipos de controles económicos tienden aparalizar las fuerzas impulsoras de una sociedad libre, y sólo si comprendemos quétipos de medidas son particularmente peligrosas desde este punto de vista, podemosesperar que el proceso social no nos lleve a situaciones que ninguno de nosotrosdesea. Este libro se pensó como una contribución a esta tarea. Espero que, al menos enla atmósfera más serena de hoy, sea acogido como lo concebí y no como unaexhortación a resistir contra toda mejora o experimentación, sino como unaadvertencia a no olvidar que cualquier modificación de nuestras instituciones debesuperar ciertos controles (que se describen en el capítulo central sobre la Rule ofLaw o «gobierno de la ley»), en orden a evitar ciertos derroteros de los que puedeser difícil volver atrás. El hecho de que este libro se escribiera originariamente pensando sólo en elpúblico inglés no parece que haya afectado seriamente a su inteligibilidad para ellector americano. Pero hay un punto, relativo a la fraseología, que debo explicaraquí para evitar cualquier equívoco. Desde el principio, empleo del término«liberal» en su significado originario del siglo XIX, significado que aún suele teneren Inglaterra. Pero, en el uso corriente americano, a menudo significa casi locontrario. Forma parte del camuflaje de los movimientos de izquierda en este país,ayudados por la confusión de muchas personas que creen realmente en la libertad,el hecho de que el término «liberal » haya llegado a significar la defensa de casicualquier tipo de control gubernamental. Sigo sin comprender por qué quienes enEstados Unidos creen sinceramente en la libertad hayan no sólo permitido a laizquierda apropiarse de este casi indispensable término, sino que ellos mismos lohayan utilizado, casi desde el principio, para indicar un término oprobioso. Esto meparece que es particularmente lamentable, debido a la consiguiente tendencia demuchos verdaderos liberales a calificarse de conservadores. Es cierto, desde luego, que en la lucha contra quienes creen en un Estadoomnipotente, el verdadero liberal debe a veces hacer causa común con elconservador, y en algunas circunstancias, como en la Inglaterra contemporánea,difícilmente el verdadero liberal tiene otra forma de trabajar activamente por susideales. Pero el verdadero liberalismo sigue siendo distinto del conservadurismo, yes peligroso confundirlos.[126] El conservadurismo, por más que sea un elementonecesario en cualquier sociedad estable, no es un programa social; en sus tendenciaspaternalistas, nacionalistas y adoradoras del poder, a menudo se asemeja más alsocialismo que al verdadero liberalismo; y, con sus propensiones tradicionalistas,anti-intelectualistas y con frecuencia místicas, jamás puede conseguir —si seexceptúan breves periodos de decepción— despertar el interés de los jóvenes y de

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todos cuantos piensan que, para que este mundo se convierta en un lugar mejor, sondeseables algunos cambios. Un movimiento conservador se ve obligado, por supropia naturaleza, a defender los privilegios constituidos y a presionar sobre elpoder del gobierno para la protección de tales privilegios. La esencia de la posturaliberal, en cambio, consiste en el rechazo de todo privilegio, si el privilegio seentiende en su propio y original significado, es decir, como concesión y protecciónpor parte del Estado de derechos no accesibles a todos en los mismos términos. Acaso se requiera alguna palabra más para defender mi decisión de permitir queesta obra se haya vuelto a publicar totalmente idéntica tras un intervalo de doceaños. Muchas veces he intentado revisarla y hay muchos puntos que me habríagustado explicar más a fondo, o especificar con mayor cautela, o, también, reforzarcon más ilustraciones y pruebas. Pero todos los intentos de revisión han demostradosolamente que no podría jamás realizar de nuevo un trabajo tan breve con quecubrir los mismos temas; y creo que, aunque este libro pueda tener otros méritos, elmayor de todos es su relativa brevedad. He llegado, pues, a la conclusión de quecualquier cosa que quisiera añadir, debo hacerlo en otros estudios. He empezado ahacerlo en distintos ensayos, algunos de los cuales ofrecen una discusión másminuciosa de ciertos temas económicos y filosóficos que aquí sólo seinsinúan.[127] Sobre la específica cuestión relativa a los orígenes de las ideas queaquí se critican y de su relación con algunos de los más importantes e influyentesmovimientos intelectuales de nuestro tiempo, la he afrontado en otrovolumen.[128] Hace tiempo que espero poder integrar el capítulo central, realmentedemasiado breve, de este libro con un análisis más extenso de la relación entreigualdad y justicia.[129] Hay, sin embargo, un tema particular sobre el que el lector esperará de mí, conrazón, un comentario en esta ocasión; pero se trata de un tema que podría tratar aúnmenos adecuadamente sin escribir un nuevo libro. Poco más de un año después dela primera publicación de Camino de servidumbre, Gran Bretaña tuvo un gobiernosocialista, que permaneció en el poder durante seis años. Y en qué medida estaexperiencia confirmó o refutó mi preocupación es un interrogante al que debo tratarde responder al menos brevemente. Por lo menos, esta experiencia reforzó miinterés y, creo poder añadir, permitió, a muchos para los que un razonamientoabstracto jamás habría sido convincente, captar lo fundado de las dificultades sobrelas que yo insistía. En realidad, muchas de las cuestiones que mis críticosamericanos habían liquidado como espantajos se convirtieron, al poco de laconquista del poder por los laboristas, en temas candentes de la discusión políticaen Gran Bretaña. Muy pronto, también los documentos oficiales comenzaron aexaminar, en un tono grave, el riesgo de totalitarismo presente en la política deplanificación económica. No hay mejor ejemplo del modo en que la lógicaintrínseca de su política lleva a un gobierno socialista, contra su propia voluntad, altipo de coacción al que se oponía, que el siguiente pasaje tomado del Economic

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Survey for 1847, presentado por el primer ministro al Parlamento en febrero de eseaño: Hay una diferencia esencial entre planificación totalitaria y planificacióndemocrática. La primera subordina todos los deseos y las preferencias individuales alas exigencias del Estado.A este fin, emplea varios métodos de coacción sobre elindividuo, que privan a éste de su libertad de elección. Estos métodos pueden sernecesarios incluso en un país democrático, en los momentos de extrema emergenciade una gran guerra. Así es como el pueblo inglés dio al gobierno, durante el periodode la guerra, poder para dirigir el trabajo. Pero, en tiempos normales, los ciudadanosde un país democrático no cederán su libertad a la elección del gobierno. Ungobierno democrático debe, por tanto, gestionar su planificación económica demanera que preserve el máximo posible de libertad de elección para el ciudadanoindividual.[130] El punto interesante a propósito de esta profesión de laudables intenciones esque, seis meses después, el mismo gobierno se vio forzado, en tiempo de paz, aestablecer de nuevo la conscripción del trabajo con una ley aprobada por elParlamento.[131] Destacar que de hecho este poder nunca se empleó, difícilmenteatenúa el significado de todo esto, porque si bien es sabido que las autoridadestienen un poder coactivo, pocos se esperan una coacción efectiva. Pero es difícilcomprender cómo el gobierno habría podido perseverar en sus ilusiones, cuando enel mismo documento se declaraba que «corresponde al gobierno decir cuál es, en elinterés nacional, el mejor uso de los recursos» y «establecer los objetivoseconómicos de la nación; él debe decir qué cosas son las más importantes y cuálesdeben ser los objetivos de la política».[132] Desde luego, seis años de gobierno socialista no han producido en Inglaterra nadaque se parezca a un Estado totalitario. Pero quienes opinan que esto ha desmentidola tesis de Camino de servidumbre han olvidado, en realidad, uno de sus puntosprincipales; es decir, que el cambio más importante producido por el controlextensivo del gobierno es un cambio psicológico, una alteración en el carácter de lagente. Se trata necesariamente de un asunto lento, un proceso que se extiende no porunos pocos años, sino acaso por una o dos generaciones. Lo importante es que losideales políticos de un pueblo y su actitud hacia la autoridad representan tanto elefecto como la causa de las instituciones políticas bajo las que se produce. Estosignifica, entre otras cosas, que incluso una sólida tradición de libertad política norepresenta una salvaguardia, si el peligro está precisamente en el hecho de que lasnuevas instituciones y las nuevas políticas debilitan y destruyen gradualmente eseespíritu. Claro que las consecuencias pueden evitarse, si ese espíritu se reafirmaoportunamente y la gente no sólo retira el apoyo al partido que lentamente le hallevado en una dirección peligrosa, sino que también reconoce la naturaleza delpeligro y cambia resueltamente su curso. No hay motivo aún para creer que esto

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haya sucedido en Inglaterra. Sin embargo, el cambio que ha experimentado el carácter del pueblo inglés, nosimplemente bajo el gobierno laborista sino en el curso de un periodo más largo,durante el cual se ha disfrutado de las bendiciones de un Estado social paternalista,difícilmente puede negarse. Estos cambios no pueden demostrarse fácilmente, peroson fácilmente percibidos por quien vive en el país. Como ilustración, citaréalgunos pasajes significativos, tomados de una investigación sociológica que tieneque ver con el impacto del exceso de regulación sobre las actividades mentales delos jóvenes. Ese estudio se refiere a la situación existente antes de que el gobiernolaborista subiera al poder, concretamente al periodo en que este libro se publicó porprimera vez, y pone principalmente de manifiesto las consecuencias de esasregulaciones que el gobierno laborista hizo permanentes. Es sobre todo en las grandes ciudades donde se percibe que el ámbito de loopcional queda reducido a nada. En la escuela, en el puesto de trabajo, en losdesplazamientos de un lado a otro, incluso en el equipamiento y aprovisionamientodel hogar, muchas de las actividades normalmente posibles a los seres humanosestán prohibidas o impuestas. Se han creado organismos especiales, llamadosCitizen’s Adviser Bureaux, para guiar a los desorientados a través de una selva denormas y para indicar a los tenaces los raros espacios que aún existen donde unapersona privada pueda aún tomar una decisión... [El joven de ciudad] estácondenado a no levantar un dedo sin consultar antes mentalmente el manual. El plande un joven de ciudad común para una jornada de trabajo ordinaria demostraría quegasta gran parte de su tiempo de vigilia para realizar operaciones que han sidopreestablecidas para él por directrices en cuya formación no ha tomado parte, cuyopropósito a menudo se le escapa y cuya utilidad no sabe valorar [...]. La afirmaciónde que el muchacho de ciudad necesita de una mayor disciplina y de mayorescontroles es demasiado aventurada. Se podría decir que ya sufre una sobredosis decontroles [...]. Contemplando a sus padres y a sus hermanos y hermanas mayores,los ve sometidos, como él, a reglas. Los ve tan aclimatados a esta situación queraramente proyectan o llevan adelante una actividad o empresa social nueva con suspropias fuerzas. De este modo, no tiene ante sí ningún tiempo futuro en que unafuerte toma de responsabilidad sea útil para sí mismo y para los demás... [Losjóvenes] se ven obligados a soportar muchos controles externos que, como ellospiensan, carecen de significado, e intentan esquivarlos refugiándose en la máscompleta ausencia de disciplina.[133] ¿Es demasiado pesimista temer que a una generación que ha crecido en estascondiciones le sea muy difícil liberarse de los vínculos con los que habitualmenteha sido educada? ¿O esta descripción no confirma más bien ampliamente laprevisión de Tocqueville de un «nuevo tipo de servidumbre»? Una vez tomadopoco a poco en sus manos poderosas a todo individuo y después de plasmarlo a su

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manera, el soberano extiende su brazo a toda la sociedad; cubre su superficie conuna red de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, a través de lascuales incluso los espíritus más originales y vigorosos no podrían hacerse notar yelevarse por encima de la masa; no quiebra las voluntades sino que las debilita, lasdirige, raramente constriñe a obrar, pero se esfuerza continuamente en impedir quese actúe; no destruye, pero impide que se cree; no tiraniza directamente, peroobstaculiza, comprime, enerva, extingue, reduciendo finalmente a la nación a no serotra cosa que un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es elgobierno. Siempre he creído que esta especie de servidumbre regulada y tranquilaque he descrito puede combinarse mejor de lo que comúnmente se piensa conciertas formas exteriores de la libertad y que incluso puede establecerse a la sombrade la soberanía popular.[134] Lo que Tocqueville no consideró es cuánto tiempo un tal gobierno permaneceríaen manos de déspotas benévolos, cuando sería mucho más fácil que un grupo derufianes ocupe indefinidamente el poder ignorando todas las formas tradicionales dedecencia de la vida política. Acaso debería recordar también al lector que jamás he acusado a los partidossocialistas de tender deliberadamente a un régimen totalitario, ni he sospechado quelos líderes de los viejos movimientos socialistas pudieran mostrar siempre talesinclinaciones. Lo que sostengo en este libro, y que la experiencia inglesa me haimpulsado aún más a considerar verdadero, es que las consecuencias imprevistaspero inevitables de la planificación socialista crean un estado de cosas en que, si sequiere llevar a cabo esa política, las fuerzas totalitarias acabarán imponiéndose. Hesubrayado explícitamente que «el socialismo sólo puede realizarse con métodos quela mayoría de los socialistas desaprueban», y añado también que, a este respecto,«los viejos partidos socialistas están inhibidos por sus ideales democráticos» y que«no poseían la voluntad implacable que se precisa para realizar el objetivo quehabían elegido».[135] Pero la impresión obtenida bajo el gobierno laborista es que tales inhibicionesson entre los socialistas ingleses más débiles de lo que lo fueron entre suscompañeros alemanes que veinticinco años antes les precedieron. Ciertamente, lossocialdemócratas alemanes, en los años veinte, en condiciones iguales o másdifíciles, no se acercaron tanto a la planificación totalitaria como ha hecho elgobierno laborista inglés. Como no puedo examinar aquí en detalle los efectos de estas políticas, melimitaré a citar los juicios sumarios de otros observadores menos sospechosos detener opiniones preconcebidas. Algunos de los juicios más negativos, en efecto,provienen de hombres que no mucho tiempo antes habían sido miembros del partidolaborista. Ivor Thomas, en un libro dirigido, según parece, a explicar por qué habíadejado ese partido, llega a la conclusión de que, «desde el punto de vista de las

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libertades humanas fundamentales, hay poco que elegir entre comunismo,socialismo y nacional-socialismo. Son todos ellos ejemplos de Estado colectivista ototalitario [...]; en su esencia, el socialismo no sólo es como el comunismo, perotampoco es diferente del fascismo.»[136] El desarrollo más serio es el aumento de las medidas de coacción administrativaarbitraria y de la opresora destrucción del fundamento de la amada libertad inglesa,el imperio de la ley (la Rule of Law) exactamente por las razones aquí discutidas enel capítulo VI. Este proceso, desde luego, había comenzado mucho antes de quellegara el gobierno socialista y se había acentuado con la guerra. Pero los intentosde planificación económica bajo el poder de los laboristas lo llevaron hasta unpunto que hace difícil decir si «el gobierno de la ley» prevalece aún en Inglaterra.El «nuevo despotismo », contra el que un presidente de la Corte Suprema puso enguardia a Gran Bretaña hace veinticinco años, no es ya, como ha observadorecientemente The Economist, un simple peligro, sino un hecho probado.[137] Esun despotismo ejercido por una burocracia totalmente consciente y honesta, ennombre de lo que ellos creen sinceramente que es el bien del país. Pero, a pesar deesto, es un gobierno arbitrario, en la práctica sin el control efectivo del Parlamento;y su mecanismo puede utilizarse eficazmente para cualquier otro objetivo distintode los beneficios para los que ahora se usa. Dudo que un eminente jurista ingléshaya exagerado cuando recientemente, en un atento análisis de estas tendencias,llegó a la conclusión de que «hoy en Inglaterra se vive al borde de una dictadura.La transición sería fácil, rápida, y podría realizarse en la más completa legalidad. Sehan dado ya tantos pasos en esa dirección como consecuencia de los poderesabsolutos que ejerce el gobierno actual y de la ausencia de cualquier controlefectivo, como los límites de una Constitución escrita o la existencia de unasegunda Cámara con poderes efectivos, que los pasos que queden por dar son encomparación muy pocos.»[138] Para un análisis más detallado de las políticas económicas del gobierno laboristainglés y de sus consecuencias, no puedo hacer nada mejor que informar al lectorsobre el trabajo del profesor John Jewkes, Ordeal by Planning (Macmillan and Co.,Londres 1948). Es la mejor discusión que yo conozco de una ilustración concreta delos fenómenos que en términos generales se tratan en este libro. Este análisis locomplementa mejor de como podría hacerlo aquí mi exposición, y da una leccióncuyo significado va más allá del caso de Gran Bretaña. Ahora me parece improbable que, aun en el caso de que otro gobierno laboristafuera al poder en Gran Bretaña, pueda reanudar aquel proceso de nacionalización yplanificación en gran escala. Pero en Inglaterra, como en cualquier otra parte delmundo, la derrota del ataque del socialismo sistemático simplemente ha permitido aquienes ansían preservar la libertad un respiro para reexaminar sus propiasambiciones y para rechazar todos aquellos aspectos de la herencia socialista que

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representan un peligro para la sociedad libre. Sin una tal revisión de nuestrasaspiraciones sociales, probablemente seguiremos en la misma dirección en que elauténtico socialismo nos llevaría algo más rápidamente.

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Prefacio a la edición de 1976F.A. Hayek

Este libro, escrito en mis horas libres entre 1940 y 1943, cuando mi mente estabaaún interesada sobre todo en problemas de teoría económica pura, se convirtió paramí, sin que ello fuera sorpresa, en punto de partida de más de treinta años de trabajoen un nuevo campo. Este primer esfuerzo hacia otro rumbo nació de mi disgustoante la completa confusión en los círculos «progresistas» ingleses sobre el carácterdel movimiento nazi, lo que me llevó primero a enviar un memorándum al entoncesdirector de la London School of Economics, Sir William Beveridge, y después unartículo a la Contemporary Review en 1938, que a petición del profesor Harry G.Gideonse, de la Universidad de Chicago, amplié para darle entrada en sus «PublicPolicy Pamphlets».[139] Finalmente,y no sin dudarlo antes, cuando comprendí quetodos mis colegas británicos más competentes que yo en esta materia estabanocupados en problemas de mayor urgencia relacionados con la marcha de la guerra,amplié mi trabajo hasta convertirlo en este libro en respuesta a las circunstancias deaquel tiempo. A pesar de la favorable y totalmente inesperada acogida —el éxito dela edición americana, en la que inicialmente no se pensó, fue incluso mayor que elde la británica— no me sentí del todo feliz, durante mucho tiempo. Aunque en loscomienzos del libro había declarado con toda franqueza que se trataba de una obrapolítica, la mayor parte de mis colegas en las ciencias sociales me hicieron sentirque había yo malgastado mis conocimientos, y yo mismo estaba a disgusto porpensar que al desviarme de la teoría económica había traspasado el ámbito de micompetencia. No hablaré aquí de la furia que el libro causó en ciertos círculos, o dela curiosa diferencia de recepción en Gran Bretaña y los Estados Unidos (acerca delo cual dije algo hace veinte años en el prólogo a la primera edición americana enrústica). Sólo para indicar el carácter de una reacción muy general, mencionaré elcaso de un filósofo muy conocido, cuyo nombre dejaré en el anónimo, quienescribió a otro en reproche por haber elogiado este escandaloso libro, ¡que él,«naturalmente, no había leído»![140] Pero a pesar de un gran esfuerzo para reintegrarme a la ciencia económicapropiamente dicha, no pude liberarme por completo del sentimiento de habermeembarcado, aunque tan sin pensarlo, en unos problemas más provocativos eimportantes que los de la teoría económica, y de la necesidad de aclarar y elaborarmejor mucho de lo que había yo dicho en mí primer ensayo. Cuando lo escribíestaba muy lejos de haberme liberado suficientemente de todos los prejuicios y

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supersticiones que dominaban la opinión general, e incluso menos aún habíaaprendido a evitar todas las confusiones entonces predominantes sobre términos yconceptos, de cuya importancia me he dado después muy buena cuenta. Y ladiscusión que el libro intenta de las consecuencias de las políticas socialistas nopuede, naturalmente, ser completa sin una exposición adecuada de lo que exige unordenamiento basado en el mercado libre y lo que puede lograrse con él cuandofunciona adecuadamente. A este último problema sobre todo dediqué el trabajo quehe realizado posteriormente en este campo. El primer resultado de mis esfuerzospara explicar la naturaleza de un ordenamiento libre fue una obra sustancial tituladaThe Constitution of Liberty (1960) en la que intenté esencialmente una nueva y máscoherente exposición de las doctrinas del liberalismo clásico del siglo XIX. Aladvertir que esta reexposición dejaba sin contestar ciertas cuestiones importantes,me sentí obligado a un nuevo esfuerzo para aportar mis propias respuestas, en unaobra en tres volúmenes bajo el título de Law, Legistation and Liberty, el primero delos cuales apareció en 1973, el segundo en 1976 y el tercero está a punto de llegar atérmino.[141] En los veinte últimos años, entregado a estas tareas, creo haber aprendido muchosobre los problemas discutidos en el presente libro, que me parece no volví a leerdurante este periodo. Habiéndolo hecho ahora con el fin de redactar este prefacio,no me creo ya en la necesidad de pedir disculpas: me siento por primera vezorgulloso de él hasta cierto punto, y no menos de la inspiración que me hizodedicarlo «a los socialistas de todos los partidos». Porque si, indudablemente, en elintervalo he aprendido mucho que no sabía cuando lo escribí, me he visto ahorasorprendido a menudo de lo mucho que acerté a ver al comenzar mi trabajo y queha sido confirmado por la investigación ulterior; y aunque mis esfuerzos posterioresserán más útiles para los especialistas, o así lo espero, me siento ahora dispuesto sinindecisión a recomendar este libro inicial al lector que desee una introducciónsencilla y no técnica sobre lo que, a mi juicio, es todavía una de las cuestiones másamenazadoras que tenemos que resolver. El lector se preguntará probablemente si esto significa que sigo dispuesto adefender las principales conclusiones de este libro; y mi respuesta a ello es engeneral afirmativa. La reserva más importante que tengo que presentar se debe a lacircunstancia de haber cambiado durante este intervalo de tiempo la terminología,por cuya razón puede ser mal interpretado lo que en este libro afirmo. Cuando loescribí, socialismo significaba sin ninguna duda la nacionalización de los medios deproducción y la planificación económica centralizada que aquélla hacía posible ynecesaria. En este sentido,Suecia, por ejemplo, está hoy mucho menos organizadaen forma socialista que la Gran Bretaña o Austria, aunque se suele considerar aSuecia mucho más socialista. Esto se debe a que socialismo ha llegado a significarfundamentalmente una profunda redistribución de las rentas a través de losimpuestos y de las instituciones del Estado benéfico. En éste, los efectos que analizo

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se han producido con más lentitud y más indirecta e imperfectamente. Creo que elresultado final tiende a ser casi exactamente el mismo, pero el proceso a través delcual se llega a ese resultado no es igual al que se describe en este libro. Se ha alegado frecuentemente que afirmo que todo movimiento en la direccióndel socialismo ha de conducir por fuerza al totalitarismo. Aunque este peligroexiste, no es esto lo que el libro dice. Lo que hace es llamar la atención hacia losprincipios de nuestra política, pues si no los corregimos se seguirán de ellosconsecuencias muy desagradables que la mayoría de los que abogan por esa políticano desean. Lo que ahora me parece equivocado en este libro es sobre todo el no haberdestacado bastante la significación de la experiencia comunista en Rusia —falta quees quizá perdonable al recordar que cuando lo escribí Rusia era nuestra aliada en laguerra— y que, por no haberme liberado aún por completo de todas lassupersticiones intervencionistas entonces corrientes, hice varias concesiones queahora no creo estaban justificadas. Evidentemente, no me daba entonces plenacuenta de hasta qué punto se habían degradado ya las cosas en algunosaspectos.Todavía planteaba, por ejemplo, como una cuestión retórica mi pregunta alconsiderar si Hitler había obtenido sus ilimitados poderes en una formaestrictamente constitucional: «¿quién concluiría de ello que todavía subsiste enAlemania un Estado de Derecho?», para acabar por descubrir más tarde que losprofesores Hans Kelsen y Harold J. Laski —y probablemente otros muchos juristasy especialistas en ciencia política, entre los socialistas que seguían a estosinfluyentes autores— habían mantenido precisamente esta opinión.[142] Engeneral, el estudio más a fondo de las tendencias contemporáneas del pensamiento ylas instituciones ha aumentado, si es posible, mi alarma y temor. Pues tanto lainfluencia de las ideas socialistas como la inocente confianza en las buenasintenciones de quienes ostentan un poder totalitario han aumentado notablementedesde que escribí este libro. Durante mucho tiempo me ha disgustado el hecho de ser más conocido por estetrabajo, que yo consideraba un escrito de circunstancias, que por mi obraestrictamente científica. Después de examinar de nuevo lo que entonces escribí, a laluz de unos treinta años de estudios sobre los problemas planteados entonces, ya noestoy bajo la misma sensación. Aunque el libro puede contener mucho que, cuandolo escribí, no estaba yo en condiciones de demostrar convincentemente, fue unesfuerzo auténtico por encontrar la verdad, y a mi entender ha aportado intuicionesque ayudarán, incluso a quienes no están de acuerdo conmigo, a evitar gravespeligros.

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Introducción

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Pocos descubrimientos son tan exasperantes como los que revelan la genealogíade las ideas. Lord Acton [143] Los acontecimientos contemporáneos difieren de la Historia en que no conocemoslos resultados que producirán. Mirando hacía atrás, podemos apreciar lasignificación de los sucesos pasados y trazar las consecuencias que quedaron de sutránsito. Pero mientras la Historia fluye, no es Historia para nosotros. Nos llevahacia un país desconocido, y rara vez podemos lograr un destello de lo que tenemosdelante. Diferente sería si se nos permitiera pasar por segunda vez a través de losmismos acontecimientos con todo el saber de lo que vimos antes. ¡Cuán distintas semostrarían las cosas ante nosotros, cuán importantes y, a menudo, alarmantes nosparecerían ciertos cambios que ahora apenas advertimos! Probablemente es unasuerte que el hombre no pueda alcanzar jamás esta experiencia y no conozcaninguna ley que tenga que obedecer la Historia. Sin embargo, aunque la Historia jamás se repite por completo, y precisamenteporque no hay evolución inevitable, podemos hasta cierto punto aprender del pasadopara evitar la repetición del mismo proceso. No se necesita ser un profeta parapercatarse de los peligros inminentes. Una accidental combinación de atención yexperiencia revelará a menudo a un hombre los acontecimientos bajo aspectos quepocos alcanzan a ver. Las siguientes páginas son el producto de una experiencia que se aproxima todolo posible a vivir dos veces a través del mismo periodo o, por lo menos, a un doblecontemplar evoluciones muy semejantes de las ideas. Si bien no es probable queuno pueda lograr esta experiencia en un solo país, en ciertas circunstancias puedeadquirirse por vivir sucesivamente durante largos periodos en países diferentes.Aunque las influencias a las que está sujeta la marcha del pensamiento son, en granparte, similares en la mayoría de los países civilizados, no operan necesariamente ala vez o a la misma velocidad. Así, trasladándose a otro país, cabe observar dosveces la evolución intelectual en fases similares. Los sentidos se vuelven entoncespeculiarmente agudos. Cuando por segunda vez se oye expresar opiniones opropugnar medidas que uno ya encontró hace veinte o veinticinco años, éstasasumen un nuevo significado, como signos de un rumbo definido.[144] Sugieren, sino la necesidad, por lo menos la probabilidad de que los acontecimientos sigan uncurso semejante. Es necesario declarar ahora la desagradable verdad de que estamos en ciertopeligro de repetir la suerte de Alemania. El peligro no es inmediato, cierto, y lascondiciones de Inglaterra están aún tan lejos de las observadas en los últimos añosen Alemania, que se hace difícil creer que nos movemos en la misma dirección. Sinembargo, aunque el camino sea largo, es de tal suerte que resulta cada vez más

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difícil retroceder. Si a la larga somos los artífices de nuestro propio destino, a cortoplazo somos cautivos de las ideas que hemos engendrado. Sólo si reconocemos atiempo el peligro podemos tener la esperanza de conjurarlo. No es la Alemania de Hitler, la Alemania de la guerra presente, aquella con laque Inglaterra ofrece ahora semejanza. Pero los que estudian la evolución de lasideas, difícilmente pueden dejar de ver que hay más que una semejanza superficialentre la marcha del pensamiento en Alemania durante la guerra anterior y tras ella yel curso actual de las ideas en Inglaterra. Existe ahora aquí, evidentemente, elmismo empeño en que la organización del país realizada para los fines de la defensase mantenga para fines de creación. Es el mismo desprecio hacia el liberalismo delsiglo XIX, el mismo «realismo» espurio y hasta cinismo, la misma aceptaciónfatalista de los «rumbos inevitables» Y, por lo menos, nueve de cada diez de las lecciones que nuestros másvociferantes reformadores tanto ansían que saquemos de esta guerra, sonprecisamente las lecciones que los alemanes extrajeron de la guerra anterior y tantohan contribuido a producir el sistema nazi. A lo largo de este libro tendremos laoportunidad de mostrar que hay otros muchos puntos en los cuales, con un intervalode quince a veinticinco años, parecemos seguir el ejemplo de Alemania. Aunque anadie le agrada que le recuerden las cosas, no hace tantos años que los«progresistas» sostenían, generalmente, la política socialista de aquel país como unejemplo para imitar, de la misma manera que en años más recientes ha sido Sueciael país modelo hacia el que volvían las miradas los avanzados.Aquellos cuyamemoria alcanza más lejos saben cuán profundamente han influido, al menos sobrela generación que precedió a la guerra anterior, el pensamiento alemán y la praxisalemana en los ideales y la política británicos. El autor ha consumido cerca de la mitad de su vida adulta en su Austria nativa,en estrecho contacto con la vida intelectual alemana, y la otra mitad en los EstadosUnidos e Inglaterra. En la docena de años a lo largo de los cuales este país se haconvertido en su hogar, ha llegado a convencerse de que algunas, por lo menos, delas fuerzas que han destruido la libertad en Alemania están operando también aquí,y que el carácter y la fuente de este peligro son aún menos comprendidos aquí, siello es posible, que lo fueron en Alemania. La gran tragedia está en no ver todavíaque en Alemania eran en su mayoría bienintencionados, hombres que fueronadmirados y tenidos aquí como modelos, los que prepararon la vía a las fuerzas, sino las crearon efectivamente, que ahora pretenden todo lo que ellos detestan. Y sinembargo, nuestras probabilidades de evitar un destino semejante dependen denuestra capacidad para hacer frente al peligro y para disponernos a revisar inclusonuestras esperanzas y ambiciones más queridas si resultasen ser la fuente del riesgo.Pocos signos hay, sin embargo, para suponernos el valor intelectual necesario a finde admitir por propio impulso que nos podemos haber equivocado. Pocos son los

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dispuestos a reconocer que el nacimiento del fascismo y el nazismo no fue unareacción contra las tendencias socialistas del periodo precedente, sino el productoinevitable de aquellas corrientes. Es un hecho que la mayoría de las gentes noquerían ver, cuando ya se percibía desde lejos la semejanza de muchos rasgosrepulsivos de los regímenes interiores en la Rusia comunista y en la Alemanianacionalsocialista. Como resultado de ello, muchos que se consideran infinitamentepor encima de las aberraciones del nazismo y que odian sinceramente todas susmanifestaciones se afanan a la vez por ideales cuyo triunfo conduciría directamentea la tiranía aborrecida. Todos los paralelismos entre las evoluciones de países diferentes son, porsupuesto, engañosos; pero no baso principalmente mi argumentación en estosparalelismos.Ni voy a alegar que estas evoluciones son inevitables. Si lo fueran notendría sentido escribir sobre ello. Cabe evitarlas si las gentes comprenden a tiempoa dónde les pueden conducir sus esfuerzos. Pero hasta hace poco, apenas podíanponerse esperanzas en el éxito de cualquier intento para hacerles visible el peligro.Parece, sin embargo, como si el tiempo hubiera madurado para una discusión plenade toda la cuestión. No sólo se reconoce ahora en general el problema, sino quehay, además, razones especiales que nos obligan en esta coyuntura a enfrentarnosdirectamente con la cuestión. Se dirá quizá que no es ésta la oportunidad para plantear una cuestión sobre lacual chocan violentamente las opiniones. Pero el socialismo del que hablamos no escosa de partido, y las cuestiones que aquí discutiremos tienen poco que ver con lasque se disputan entre partidos políticos. No afecta a nuestro problema que algunosgrupos puedan desear menos socialismo que otros, que unos deseen el socialismo eninterés principalmente de un grupo y otros en el de otro. Lo importante es que siconsideramos las gentes cuyas opiniones influyen sobre la evolución de losacontecimientos, todos son ahora, en cierta medida, socialistas en Inglaterra. Si yano está de moda subrayar que «todos somos socialistas ahora», es simplemente porser un hecho demasiado obvio.[145] Apenas nadie duda que tenemos que continuarmoviéndonos hacia el socialismo, y la mayor parte de las gentes trata tan sólo dedesviar este movimiento en interés de un grupo o clase particular. Nos movemos en esta dirección porque casi todos lo desean. No existen hechosobjetivos que lo hagan inevitable. Algo diremos luego acerca de la supuestainevitabilidad de la «planificación». Pero lo principal es saber a dónde nosconducirá ese movimiento. Pues si las personas cuyas convicciones le dan ahora tanirresistible ímpetu comenzaran a ver lo que sólo unos pocos adivinan, ¿no esposible que retrocederían horrorizadas y abandonarían el deseo que durante mediosiglo ha movido a tantas gentes de buena voluntad? A dónde nos conducirá estacomún creencia de nuestra generación, es un problema, no para un partido, sinopara todos y cada uno de nosotros, un problema de la más trascendental

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significación. ¿Cabe imaginar mayor tragedia que esa de nuestro esfuerzo porforjarnos el futuro según nuestra voluntad, de acuerdo con altos ideales, y enrealidad provocar con ello involuntariamente todo lo opuesto a lo que nuestro afánpretende? Hay un motivo todavía más acuciante para empeñarnos ahora en comprender lasfuerzas que han creado el nacionalsocialismo: que ello nos permitirá comprender anuestro enemigo y lo que nos estamos jugando. No puede negarse que sabemospoco acerca de los ideales positivos por los cuales luchamos. Sabemos queluchamos por la libertad para forjar nuestra vida de acuerdo con nuestras propiasideas. Es mucho, pero no bastante. No es suficiente para darnos las firmes creenciasnecesarias a fin de rechazar a un enemigo que usa la propaganda cómo una de susarmas principales, no sólo en sus formas más ruidosas, sino también en las mássutiles. Todavía es más insuficiente cuando tenemos que contrarrestar estapropaganda entre las gentes de los países bajo su dominio y en otras partes, dondeel efecto de esta propaganda no desaparecerá con la derrota de las potencias del Eje.No es suficiente si deseamos mostrar a los demás que aquello por lo que luchamoses digno de su apoyo, y no es suficiente para orientarnos en la construcción de unanueva Europa a salvo de los peligros bajo los que sucumbió la vieja. Es un hecho lamentable que los ingleses, en sus tratos con los dictadores antes dela guerra, no menos que en sus ensayos de propaganda y en la discusión de susfines de guerra propios, hayan mostrado una inseguridad interior y unaincertidumbre de propósitos que sólo pueden explicarse por una confusión sobre suspropios ideales y sobre la naturaleza de las diferencias que los separan del enemigo.Nos hemos extraviado, tanto por negarnos a creer que el enemigo era sincero en laprofesión de algunas de las creencias que compartimos como por creer en lasinceridad de otras de sus pretensiones. ¿No se han engañado tanto los partidos deizquierdas como los de derechas al creer que el nacionalsocialismo estaba al serviciode los capitalistas y se oponía a todas las formas del socialismo? ¿Cuántos aspectosdel sistema de Hitler no se nos ha recomendado imitar, desde los lugares másinsospechados, ignorando que eran parte integrante de aquel sistema e incompatiblescon la sociedad libre que tratamos de conservar? El número de los peligrososerrores cometidos, antes y después de estallar la guerra, por no comprender anuestro antagonista es espantoso. Parece como si no deseáramos comprender laevolución que ha producido el totalitarismo, porque tal entendimiento pudiesedestruir algunas de nuestras más caras ilusiones, a las que estamos decididamenteaferrados. Nunca tendremos éxito en nuestros tratos con los alemanes mientras nocomprendamos el carácter y el desarrollo de las ideas que ahora les gobiernan. Lateoría que de nuevo se extiende, según la cual los alemanes, como tales, sonintrínsecamente perversos, es difícil de defender y no muy creída por quienes la

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defienden. Deshonra a la larga serie de ingleses que durante los cien últimos añoshan recogido de buen grado lo que había de mejor, y no sólo lo que había de mejor,en el pensamiento alemán. Olvida que cuando, hace ochenta años, John Stuart Millescribía su gran ensayo On Liberty, obtenía su inspiración, más que de ningún otrohombre, de dos alemanes, Goethe y Wilhelm von Humboldt, y olvida que dos de losmás influyentes antecesores intelectuales del nacionalsocialismo,Thomas Carlyle yHouston Stewart Chamberlain, eran un escocés y un inglés.[146] En sus formasmás crudas, esta opinión deshonra a quienes, al mantenerla, adoptan los peoresatributos de las teorías raciales alemanas. El problema no está en por qué losalemanes, como tales, son perversos, lo que congénitamente no es probable que seamás cierto de ellos que de otros pueblos, sino en determinar las circunstancias quedurante los últimos setenta años hicieron posible el crecimiento progresivo y lavictoria final de un conjunto particular de ideas, y las causas de que, a la postre, estavictoria haya encumbrado a los elementos más perversos. Odiar simplemente todolo alemán, en lugar de las ideas particulares que ahora dominan a los alemanes, es,además, muy peligroso, porque ciega contra una amenaza real a los que caen enello. Es de temer que, con frecuencia, esta actitud sea tan sólo una especie deevasión, nacida de la repugnancia a reconocer tendencias que no están confinadasen Alemania y de la resistencia a examinar de nuevo, y si es necesario a desechar,creencias que hemos tomado de los alemanes y que nos tienen todavía tanseducidos como a los alemanes les tuvieron. Ello es doblemente peligroso, porquela opinión de ser tan sólo la peculiar maldad de los alemanes lo que ha producido elsistema nazi puede muy bien convertirse en la excusa para imponernos lasinstituciones que verdaderamente han producido aquella maldad. La interpretación del rumbo de los acontecimientos en Alemania e Italia que sebrinda en este libro es muy diferente de la que han dado la mayor parte de losobservadores extranjeros y la mayoría de los exiliados de aquellos países. Pero siesta interpretación es correcta, explicará también por qué a las personas, como lamayoría de los exiliados y los corresponsales en el extranjero de los periódicosingleses y americanos, que sostienen las opiniones socialistas que ahora predominanles es casi imposible ver aquellos acontecimientos en su perspectiva propia.[147] La superficial y errónea opiniónque sólo ve en el nacionalsocialismo una reacciónfomentada por todos aquellos que sentían sus privilegios o intereses amenazadospor el avance del socialismo, era naturalmente sostenida por quienes, aunqueparticiparon activamente algún tiempo en el movimiento de ideas que ha conducidoal nacionalsocialismo, se detuvieron en algún punto de esta evolución y, alenfrentarse así con los nazis, se vieron forzados a abandonar su país. Pero el hechode haber sido numéricamente la única oposición importante a los nazis no significasino que, en el sentido más amplio, todos los alemanes se habían hecho socialistas,y el liberalismo, en el viejo sentido, había sido expulsado por el socialismo. Comoesperamos demostrar, el conflicto existente en Alemania entre la «derecha»

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nacionalsocialista y las «izquierdas» es el tipo de conflicto que surge siempre entrefacciones socialistas rivales. Si esta interpretación es correcta, significa, pues, quemuchos de estos refugiados socialistas, al aferrarse a sus ideas, ayudan ahora,aunque con la mejor voluntad del mundo, a llevar a su país de adopción por elcamino que ha seguido Alemania. Sé que muchos de mis amigos ingleses se han estremecido a veces ante lasopiniones semifascistas que ocasionalmente oyen expresar a refugiados alemanescuyas auténticas convicciones socialistas no podrían ponerse en duda. Pero,mientras estos observadores ingleses lo achacaban al hecho de ser alemanes, laverdadera explicación está en que eran socialistas con una experiencia que les habíasituado varias etapas por delante de la alcanzada por los socialistas británicos. Pordescontado que los socialistas alemanes hallaron mucho apoyo en su país en ciertascaracterísticas de la tradición prusiana; y este parentesco entre prusianismo ysocialismo, del que se vanagloriaban en Alemania ambas partes, da unaconfirmación adicional a nuestra principal argumentación.[148] Pero sería un errorcreer que fue lo alemán específico, más que el elemento socialista, lo que produjo eltotalitarismo. Fue el predominio de las ideas socialistas, y no el prusianismo, lo queAlemania tuvo en común con Italia y Rusia; y fue de las masas y no de las clasesimpregnadas de la tradición prusiana y favorecidas por ella de donde surgió elnacionalsocialismo.

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Capítulo IEl camino abandonado

Un programa cuya tesis fundamental no estriba en que el sistema dela libre empresa, orientada hacia el beneficio, haya fracasado en estageneración sino en que no ha sido todavía intentado. F.D. Roosevelt[149] Cuando el curso de la civilización toma un giro insospechado, cuando, en lugardel progreso continuo que esperábamos, nos vemos amenazados por males queasociábamos con las pasadas edades de barbarie, culpamos, naturalmente, acualquiera menos a nosotros mismos. ¿No hemos trabajado todos de acuerdo connuestras mejores luces y no han trabajado incesantemente muchas de nuestras finasinteligencias para hacer de éste un mundo mejor? ¿No se han dirigido todosnuestros esfuerzos y esperanzas hacia una mayor libertad, justicia y prosperidad? Siel resultado es tan diferente de nuestros propósitos, si en lugar de disfrutar delibertad y prosperidad nos enfrentamos con esclavitud y miseria, ¿no es evidenteque unas fuerzas siniestras deben haber frustrado nuestras intenciones, que somoslas víctimas de alguna potencia maligna, la cual ha de ser vencida antes de reanudar

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el camino hacia cosas mejores? Por mucho que podamos disentir cuando señalamosel culpable, séalo el inicuo capitalismo o el espíritu malvado de un particular país, laestupidez de nuestros antepasados o un sistema social no derrumbado por completo,aunque venimos luchando contra él durante medio siglo, todos estamos, o por lomenos lo estábamos hasta hace poco, ciertos de una cosa: que las ideas directorasque durante la última generación han ganado a la mayor parte de las gentes debuena voluntad y han determinado los mayores cambios en nuestra vida social nopueden ser falsas. Estamos dispuestos a aceptar cualquier explicación de la presentecrisis de nuestra civilización, excepto una: que el actual estado del mundo puedaproceder de nuestro propio error y que el intento de alcanzar algunos de nuestrosmás caros ideales haya, al parecer, producido resultados que difieren por completode los esperados. Mientras todas nuestras energías se dirigen a conducir esta guerra a un finalvictorioso, resulta a veces difícil recordar que ya antes de la guerra se minaban aquíy se destruían allá los valores por los cuales ahora luchamos. Aunque de momentolos diferentes ideales estén representados por naciones hostiles que luchan por suexistencia, es preciso no olvidar que este conflicto ha surgido de una pugna de ideasdentro de lo que, no hace aún mucho, era una civilización europea común; y que lastendencias culminantes en la creación de los sistemas totalitarios no estabanconfinadas en los países que a ellas sucumbieron. Aunque la primera tarea debe serahora la de ganar la guerra, ganarla nos reportará tan sólo otra oportunidad parahacer frente a los problemas fundamentales y para encontrar una vía que nos alejedel destino que acabó con civilizaciones afines. Es algo difícil imaginarse ahora a Alemania e Italia, o a Rusia, no como mundosdiferentes, sino como productos de una evolución intelectual en la que hemosparticipado; es más sencillo y confortante pensar, por lo menos en lo que se refierea nuestros enemigos, que son enteramente diferentes de nosotros y que les hasucedido lo que aquí no puede acontecer. Y, sin embargo, la historia de estos paísesen los años que precedieron al orto del sistema totalitario muestra pocos rasgos queno nos sean familiares. La pugna externa es el resultado de una transformación delpensamiento europeo, en la que otros avanzaron tanto que la llevaron a un conflictoirreconciliable con nuestros ideales, pero la transformación no ha dejado deafectarnos. Que un cambio de ideas, y la fuerza de la voluntad humana, han hecho del mundolo que ahora es, aunque los hombres no previesen los resultados, y que ningúncambio espontáneo en los hechos nos obligaba a amoldar así nuestro pensamiento,es quizá particularmente difícil de ver para un inglés, y ello porque el inglés,afortunadamente para él, marchó en esta evolución a la zaga de la mayor parte delos pueblos europeos. Todavía consideramos los ideales que nos guían y nos hanguiado durante la pasada generación, como ideales que sólo en el futuro han de

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alcanzarse, y no vemos hasta qué punto han transformado ya en los últimosveinticinco años, no sólo el mundo, sino también Inglaterra.Todavía creemos quehasta hace muy poco estábamos gobernados por lo que se llamaba vagamente lasideas del siglo XIX o el principio del laissez-faire. En comparación con algunosotros países, y desde el punto de vista de los impacientes por apresurar el cambio,puede haber alguna justificación para esta creencia. Pero aunque hasta 1931Inglaterra sólo había seguido lentamente el sendero por el que otros caminaban,también nosotros habíamos avanzado tanto, que únicamente quienes alcanzan consu memoria los años anteriores a la primera guerra saben lo que era un mundoliberal.[150] El punto decisivo, que las gentes apenas han reconocido todavía, no es ya lamagnitud de los cambios ocurridos durante la última generación, sino el hecho designificar una alteración completa en el rumbo de nuestras ideas y nuestro ordensocial. Al menos durante los veinticinco años anteriores a la transformación delespectro del totalitarismo en una amenaza real, hemos estado alejándonosprogresivamente de las ideas esenciales sobre las que se fundó la civilizacióneuropea. Que este movimiento, en el que entramos con tan grandes esperanzas yambiciones, nos haya abocado al horror totalitario, ha sido un choque tan profundopara nuestra generación, que todavía rehúsa relacionar los dos hechos. Sin embargo,esta evolución no hace más que confirmar los avisos de los padres de la filosofíaliberal que todavía profesamos. Hemos abandonado progresivamente aquellalibertad en materia económica sin la cual jamás existió en el pasado libertadpersonal ni política. Aunque algunos de los mayores pensadores políticos del sigloXIX, como De Tocqueville y Lord Acton, nos advirtieron que socialismo significaesclavitud, hemos marchado constantemente en la dirección del socialismo.[151] Yahora, cuando vemos surgir ante nuestros ojos una nueva forma de esclavitud,hemos olvidado tan completamente la advertencia, que rara vez se nos ocurrerelacionar las dos cosas.[152] Cuán fuerte es la ruptura, no sólo con el pasado reciente, sino con todo eldesarrollo de la civilización occidental, que significa el rumbo moderno hacia elsocialismo, se ve con claridad si la consideramos, no sólo sobre el fondo del sigloXIX, sino en una perspectiva histórica más amplia. Estamos abandonandorápidamente, no sólo las ideas de Cobden y Bright, de Adam Smith y Hume eincluso de Locke y Milton,[153] sino una de las características de la civilizaciónoccidental tal como se ha desarrollado a partir de sus fundamentos establecidos porel Cristianismo y por Grecia y Roma. No sólo el liberalismo de los siglos XIX yXVIII, sino el fundamental individualismo que heredamos de Erasmo y Montaigne,de Cicerón y Tácito, Pericles y Tucídides, se han abandonadoprogresivamente.[154] El dirigente nazi que describió la revolución nacionalsocialista como un

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Contrarrenacimiento estaba más en lo cierto de lo que probablemente suponía. Hasido el paso decisivo en la ruina de aquella civilización que el hombre modernovino construyendo desde la época del Renacimiento,y que era, sobre todo, unacivilización individualista. Individualismo es hoy una palabra mal vista, y hallegado a asociarse con egotismo y egoísmo.[155] Pero el individualismo del quehablamos, contrariamente al socialismo y las demás formas de colectivismo, no estáen conexión necesaria con ellos. Sólo gradualmente podremos, a lo largo de estelibro, aclarar el contraste entre los dos principios opuestos. Ahora bien, los rasgosesenciales de aquel individualismo que, con elementos aportados por elCristianismo y la filosofía de la antigüedad clásica, se logró plenamente por vezprimera durante el Renacimiento y ha crecido y se ha extendido después en lo queconocemos como civilización occidental europea, son: el respeto por el hombreindividual qua hombre, es decir, el reconocimiento de sus propias opiniones ygustos como supremos en su propia esfera, por mucho que se estreche ésta, y lacreencia en que es deseable que los hombres puedan desarrollar sus propias dotes einclinaciones individuales. «Independencia» y «libertad» son palabras tan gastadaspor el uso y el abuso, que se duda en emplearlas para expresar los ideales querepresentaron durante este periodo. Tolerancia es quizá la sola palabra que todavíaconserva plenamente el significado del principio que durante todo este periodofloreció, y que sólo en los tiempos recientes ha decaído de nuevo hasta desaparecerpor completo con el nacimiento del Estado totalitario. La transformación gradual de un sistema organizado rígidamente en jerarquías enotro donde los hombres pudieron, al menos, intentar la forja de su propia vida,donde el hombre ganó la oportunidad de conocer y elegir entre diferentes formas devida, está asociada estrechamente con el desarrollo del comercio.Desde las ciudadescomerciales del norte de Italia, la nueva concepción de la vida se extendió con elcomercio hacia el Occidente y el Norte, a través de Francia y el suroeste deAlemania, hasta los Países Bajos y las islas Británicas, enraizando firmemente allídonde un poder político despótico no la sofocó. En los Países Bajos y en GranBretaña disfrutó por largo tiempo su más completo desarrollo y por primera vezlogró una oportunidad para crecer libremente y servir de fundamento a la vidapolítica y social de estos países.Y desde aquí, después, en los siglos XVII y, XVIII,comenzó de nuevo a extenderse, en una forma más plena, hacia Occidente yOriente, al Nuevo Mundo y al centro del continente europeo, donde unas guerrasdevastadoras y la opresión política habían ahogado los primeros albores de unaexpansión semejante.[156] Durante todo este moderno periodo de la historia europea, el desarrollo general dela sociedad se dirige a libertar al individuo de los lazos que le forzaban a seguir lasvías de la costumbre o del precepto en la prosecución de sus actividades ordinarias.El reconocimiento consciente de que los esfuerzos espontáneos y no sometidos acontrol de los individuos fueran capaces de producir un orden complejo de

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actividades económicas, sólo pudo surgir cuando aquel desarrollo hubo logradocierto progreso. La posterior elaboración de unos argumentos consecuentes en favorde la libertad económica ha sido el resultado de un libre desarrollo de la actividadeconómica que fue el subproducto espontáneo e imprevisto de la libertad política. Quizá el mayor resultado del desencadenamiento de las energías individuales fueel maravilloso desarrollo de la ciencia, que siguió los pasos de la libertad individualdesde Italia a Inglaterra y más allá. Que la facultad inventiva del hombre no fuemenor en los periodos anteriores, lo demuestra la multitud de ingeniosos juguetesautomáticos y otros artificios mecánicos construidos cuando la técnica industrialestaba aún estacionada, y el desarrollo de algunas industrias que, como la minería ola relojería, no estaban sujetas a intervenciones restrictivas.Pero los escasos intentospara un uso industrial más extenso de las invenciones mecánicas, algunasextraordinariamente avanzadas, fueron pronto cortados, y el deseo de conocimientoquedaba ahogado cuando las opiniones dominantes obligaban a todos: se permitióque las creencias de la gran mayoría sobre lo justo y lo conveniente cerrasen elcamino al innovador individual. Sólo cuando la libertad industrial abrió la vía allibre uso del nuevo conocimiento, sólo cuando todo pudo ser intentado —si seencontraba alguien capaz de sostenerlo a su propio riesgo— y, debe añadirse, no através de las autoridades oficialmente encargadas del cultivo del saber, la cienciahizo los progresos que en los últimos ciento cincuenta años han cambiado la faz delmundo. Como ocurre tantas veces, sus enemigos han percibido más claramente que lamayor parte de sus amigos la naturaleza de nuestra civilización. «La perenneenfermedad occidental, la rebelión del individuo contra la especie», como untotalitario del siglo XIX,Auguste Comte, caracterizó aquélla, fue precisamente lafuerza que construyó nuestra civilización.[157] Lo que el siglo XIX añadió alindividualismo del período precedente fue tan sólo la extensión de la conciencia delibertad a todas las clases, el desarrollo sistemático y continuo de lo que habíacrecido en brotes y al azar y su difusión desde Inglaterra y Holanda a la mayor partedel continente europeo. El resultado de este desenvolvimiento sobrepasó todas las previsiones. Allí dondese derrumbaron las barreras puestas al libre ejercicio del ingenio humano, el hombrese hizo rápidamente capaz de satisfacer nuevos órdenes de deseos.Y cuando el nivelde vida ascendente condujo al descubrimiento de trazos muy sombríos en lasociedad, trazos que los hombres no estaban ya dispuestos a tolerar más, no huboprobablemente clase que no lograra un beneficio sustancial del general progreso. Nopodemos hacer justicia a este asombroso desarrollo si lo medimos por nuestrosniveles presentes, que son el resultado de este desarrollo y hacen patentes ahoramuchos defectos.A fin de apreciar lo que significó para quienes en él tomaron parte,tenemos que medirlo por las esperanzas y deseos que los hombres alimentaron en

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su comienzo. Y no hay duda que el resultado sobrepasó los más impetuosos sueñosdel hombre; al comienzo del siglo XX el trabajador había alcanzado en el mundooccidental un grado de desahogo material, seguridad e independencia personal, quedifícilmente se hubieran tenido por posibles cien años antes. Lo que en el futuro se considerará probablemente como el efecto mássignificativo y trascendental de este triunfo es el nuevo sentimiento de poder sobreel propio destino, la creencia en las ilimitadas posibilidades de mejorar la propiasuerte, que los triunfos alcanzados crearon entre los hombres. Con el triunfo crecióla ambición; y el hombre tiene todo el derecho a ser ambicioso. Lo que fue unapromesa estimulante ya no pareció suficiente; el ritmo del progreso se consideródemasiado lento; y los principios que habían hecho posible este progreso en elpasado comenzaron a considerarse más como obstáculos, que urgía suprimir, paraun progreso más rápido, que como condiciones para conservar y desarrollar lo yaconseguido. No hay nada en los principios básicos del liberalismo que haga de éste un credoestacionario, no hay reglas absolutas establecidas de una vez para siempre. Elprincipio fundamental, según el cual en la ordenación de nuestros asuntos debemoshacer todo el uso posible de las fuerzas espontáneas de la sociedad y recurrir lomenos que se pueda a la coerción, permite una infinita variedad de aplicaciones. Enparticular, hay una diferencia completa entre crear deliberadamente un sistemadentro del cual la competencia opere de la manera más beneficiosa posible y aceptarpasivamente las instituciones tal como son. Probablemente, nada ha hecho tantodaño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertastoscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez-faire. Y, sin embargo,en cierto sentido era necesario e inevitable. Contra los innumerables intereses quepodían mostrar los inmediatos y evidentes beneficios que a algunos les produciríanunas medidas particulares, mientras el daño que éstas causaban era mucho másindirecto y difícil de ver, nada, fuera de alguna rígida regla, habría sido eficaz. Ycomo se estableció, indudablemente, una fuerte presunción en favor de la libertadindustrial, la tentación de presentar ésta como una regla sin excepciones fue siempredemasiado fuerte para resistir a ella. Pero con esta actitud de muchos divulgadores de la doctrina liberal era casiinevitable que, una vez rota por varios puntos su posición, pronto se derrumbasetoda ella. La posición se debilitó, además, por el forzosamente lento progreso deuna política que pretendía la mejora gradual en la estructura institucional de unasociedad libre. Este progreso dependía del avance de nuestro conocimiento de lasfuerzas sociales y las condiciones más favorables para que éstas operasen en laforma deseable. Como la tarea consistía en ayudar y, donde fuere necesario,complementar su operación, el primer requisito era comprenderlas. La actitud delliberal hacia la sociedad es como la del jardinero que cultiva una planta, el cual,

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para crear las condiciones más favorables a su desarrollo, tiene que conocer cuantole sea posible acerca de su estructura y funciones. Ninguna persona sensata debiera haber dudado que las toscas reglas en las que seexpresaron los principios de la economía política del siglo XIX eran sólo uncomienzo, que teníamos mucho que aprender aún y que todavía quedaban inmensasposibilidades de avance sobre las líneas en que nos movíamos. Pero este avancesólo podía lograrse en la medida en que ganásemos el dominio intelectual de lasfuerzas que habíamos de utilizar. Existían muchas evidentes tareas, tales como elmanejo del sistema monetario, la evitación o el control del monopolio y aun otrasmuchísimas más, no tan evidentes pero difícilmente menos importantes, queemprender en otros campos, las cuales proporcionaban, sin duda, a los gobiernosenormes poderes para el bien y para el mal; y era muy razonable esperar que con unmejor conocimiento de los problemas hubiéramos sido capaces algún día de usarcon buen éxito estos poderes. Pero como el progreso hacia lo que se llama comúnmente la acción «positiva »era por fuerza lento, y como, para la mejoría inmediata, el liberalismo tenía queconfiar grandemente en el gradual incremento de la riqueza que la libertadprocuraba, hubo de luchar constantemente contra los proyectos que amenazaban esteprogreso. Llegó a ser considerado como un credo «negativo », porque apenas podíaofrecer a cada individuo más que una participación en el progreso común; unprogreso que cada vez se tuvo más por otorgado y que dejó de reconocerse como elresultado de la política de libertad. Pudiera incluso decirse que el éxito real delliberalismo fue la causa de su decadencia. Por razón del éxito ya logrado, el hombrese hizo cada vez más reacio a tolerar los males subsistentes, que ahora se leaparecían, a la vez, como insoportables e innecesarios.[158] A causa de la creciente impaciencia ante el lento avance de la política liberal, lajusta irritación contra los que usaban la fraseología liberal en defensa de privilegiosantisociales y la ambición sin límites aparentemente justificada por las mejorasmateriales logradas hasta entonces, sucedió que, al caer el siglo, la creencia en losprincipios básicos del liberalismo se debilitó más y más. Lo logrado vino aconsiderarse como una posición segura e imperecedera, adquirida de una vez parasiempre. La atención de la gente se fijó sobre las nuevas demandas, la rápidasatisfacción de las cuales parecía dificultada por la adhesión a los viejos principios.Se aceptó cada vez más que no podía esperarse un nuevo avance sobre las viejaslíneas dentro de la estructura general que hizo posible el anterior progreso, sinomediante una nueva y completa modelación de la sociedad. No era ya cuestión deampliar o mejorar el mecanismo existente, sino de raerlo por completo.Y como laesperanza de la nueva generación vino a centrarse sobre algo completamente nuevo,declinó rápidamente el interés por el funcionamiento de la sociedad existente y lacomprensión de su mecanismo; y al declinar el conocimiento sobre el modo de

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operar el sistema libre, decreció también nuestro saber acerca de qué es lo que de suexistencia depende. No es aquí el lugar de discutir cómo fue alimentado este cambio de perspectivapor la incuestionada transposición, a los problemas de la sociedad, de los hábitosmentales engendrados en la reflexión sobre los problemas tecnológicos, los hábitosmentales del hombre de ciencia y del ingeniero; de discutir cómo éstos tendieron, ala vez, a desacreditar los resultados del anterior estudio de la sociedad que no seadaptaban a sus prejuicios y a imponer ideales de organización a una esfera para laque no eran apropiados.[159] Lo que aquí nos preocupa es mostrar cuáncompletamente, aunque de manera gradual y por pasos casi imperceptibles, hacambiado nuestra actitud hacia la sociedad. Lo que en cada etapa de este proceso decambio pareció tan sólo una diferencia de grado, ha originado ya en su efectoacumulativo una diferencia fundamental entre la vieja actitud liberal frente a lasociedad y el enfoque presente en los problemas sociales. El cambio supone unacompleta inversión del rumbo que hemos bosquejado, un completo abandono de latradición individualista que creó la civilización occidental. De acuerdo con las opiniones ahora dominantes, la cuestión no consiste ya enaveriguar cuál puede ser el mejor uso de las fuerzas espontáneas que se encuentranen una sociedad libre. Hemos acometido, efectivamente, la eliminación de lasfuerzas que producen resultados imprevistos y la sustitución del mecanismoimpersonal y anónimo del mercado por una dirección colectiva y «consciente» detodas las fuerzas sociales hacia metas deliberadamente elegidas. Nada ilustra mejoresta diferencia que la posición extrema adoptada en un libro muy elogiado, y cuyoprograma de la llamada «planificación para la libertad» hemos de comentar más deuna vez. Jamás hemos tenido que levantar y dirigir el sistema entero de la naturaleza[escribe el Dr. Karl Mannheim] como nos vemos forzados a hacerlo hoy con lasociedad... La Humanidad tiende cada vez más a regular su vida social entera,aunque jamás ha intentado crear una segunda naturaleza.»[160] Es significativo que este cambio en el rumbo de las ideas ha coincidido con unainversión del sentido que siguieron éstas al atravesar el espacio. Durante más dedoscientos años las ideas inglesas se extendieron hacia el Este. La supremacía de lalibertad, que fue lograda en Inglaterra, parecía destinada a extenderse al mundoentero. Pero hacia 1870 el reinado de estas ideas había alcanzado, probablemente, sumáxima expansión hacia el Este. Desde entonces comenzó su retirada, y un conjuntode ideas diferentes, en realidad no nuevas, sino muy viejas, comenzó a avanzardesde el Este. Inglaterra perdió la dirección intelectual en las esferas política ysocial y se convirtió en importadora de ideas. Durante los sesenta años siguientesfue Alemania el centro de donde partieron hacia Oriente y Occidente las ideasdestinadas a gobernar el mundo en el siglo XX. Fuese Hegel o Marx, List oSchmoller, Sombart o Mannheim, fuese el socialismo en su forma más radical o

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simplemente la «organización» o la «planificación» de un tipo menos extremo, lasideas alemanas entraron fácilmente por doquier y las instituciones alemanas seimitaron.[161] Aunque las más de las nuevas ideas, y particularmente el socialismo,no nacieron en Alemania, fue en Alemania donde se perfeccionaron y dondealcanzaron durante el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX su plenodesarrollo. Se olvida ahora a menudo que fue muy considerable durante este periodola primacía de Alemania en el desenvolvimiento de la teoría y la práctica delsocialismo; que una generación antes de llegar a ser el socialismo una cuestiónimportante en Inglaterra, contaba Alemania con un dilatado partido socialista en suParlamento, y que, hasta no hace mucho, el desarrollo doctrinal del socialismo serealizaba casi enteramente en Alemania y Austria, de manera que incluso lasdiscusiones de hoy en Rusia parten, en gran medida, de donde los alemanes lasdejaron. La mayoría de los socialistas ingleses ignoran todavía que la mayor partede los problemas que comienzan a descubrir fueron minuciosamente discutidos porlos socialistas alemanes hace mucho tiempo.[162] La influencia intelectual que los pensadores alemanes fueron capaces de ejercersobre el mundo entero durante este periodo descansó no sólo en el gran progresomaterial de Alemania, sino más aún en la extraordinaria reputación que lospensadores y hombres de ciencia alemanes habían ganado durante los cien añosanteriores, cuando Alemania llegó, una vez más, a ser un miembro cabal e inclusorector de la civilización europea común. Pero pronto sirvió esto para ayudar a laexpansión, desde Alemania, de las ideas dirigidas contra los fundamentos de estacivilización. Los propios alemanes —o al menos aquellos que extendieron estasideas— tuvieron plena conciencia del conflicto. Lo que había sido común herenciade la civilización europea se convirtió para ellos, mucho antes de los nazis, encivilización «occidental»; pero «occidental» no se usaba ya en el viejo sentido deOccidente, sino que empezó a significar a occidente del Rhin. «Occidente», en estesentido, era liberalismo y democracia, capitalismo e individualismo, librecambio ycualquier forma de internacionalismo o amor a la paz. Mas, a pesar de este mal disfrazado desprecio de un cierto número, cada vezmayor, de alemanes hacia aquellos «frívolos» ideales occidentales, o quizá a causade ello, los pueblos de Occidente continuaron importando ideas alemanas y hasta sevieron llevados a creer que sus propias convicciones anteriores eran simplesracionalizaciones de sus intereses egoístas; que el librecambio era una doctrinainventada para extender los intereses británicos y que los ideales políticos queInglaterra dio al mundo habían pasado de moda irremediablemente y eran cosa devergüenza.

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Capítulo II: La gran utopía

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Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno sobre la tierra esprecisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso. F. Hölderlin[163] Que el socialismo haya desplazado al liberalismo, como doctrina sostenida por lagran mayoría de los «progresistas», no significa simplemente que las gentes hayanolvidado las advertencias de los grandes pensadores liberales del pasado acerca delas consecuencias del colectivismo.Ha sucedido por su convencimiento de ser ciertolo contrario a lo que aquellos hombres predecían. Lo extraordinario es que elmismo socialismo que no sólo se consideró primeramente como el ataque más gravecontra la libertad, sino que comenzó por ser abiertamente una reacción contra elliberalismo de la Revolución francesa, ganó la aceptación general bajo la banderade la libertad. Rara vez se recuerda ahora que el socialismo fue, en sus comienzos,francamente autoritario. Los escritores franceses que construyeron los fundamentosdel socialismo moderno sabían, sin lugar a dudas, que sus ideas sólo podían llevarsea la práctica mediante un fuerte gobierno dictatorial. Para ellos el socialismosignificaba un intento de «terminar la revolución» con una reorganizacióndeliberada de la sociedad sobre líneas jerárquicas y la imposición de un «poderespiritual» coercitivo. En lo que a la libertad se refería, los fundadores delsocialismo no ocultaban sus intenciones. Consideraban la libertad de pensamientocomo el mal radical de la sociedad del siglo XIX, y el primero de los planificadoresmodernos, Saint-Simon, incluso anunció que quienes no obedeciesen a susproyectadas juntas de planificación serían «tratados como un rebaño».[164] Sólo bajo la influencia de las fuertes corrientes democráticas que precedieron a larevolución de 1848 inició el socialismo su alianza con las fuerzas de la libertad.Pero el nuevo «socialismo democrático» tuvo que vivir mucho tiempo bajo lassospechas levantadas por sus antecesores. Nadie vio más claramente que DeTocqueville que la democracia, como institución esencialmente individualista quees, estaba en conflicto irreconciliable con el socialismo. «La democracia extiende la esfera de la libertad individual», decía en 1848; «elsocialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; elsocialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número. Lademocracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Peroadviértase la diferencia: mientras la democracia aspira a la igualdad en la libertad,el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y la servidumbre.»[165] Para aquietar todas las sospechas y uncir a su carro al más fuerte de todos losimpulsos políticos, el anhelo de libertad, el socialismo comenzó a hacer un usocreciente de la promesa de una «nueva libertad». El advenimiento del socialismoiba a ser el salto desde el reino de la indigencia al reino de la libertad. Iba a traer la«libertad económica», sin la cual la ya ganada libertad política «no tenía valor».

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Sólo el socialismo era capaz de realizar la consumación de la vieja lucha por lalibertad, en la cual el logro de la libertad política fue sólo el primer paso. El sutil cambio de significado a que fue sometida la palabra libertad para queesta argumentación se recibiese con aplauso es importante. Para los grandesapóstoles de la libertad política la palabra había significado libertad frente a lacoerción, libertad frente al poder arbitrario de otros hombres, supresión de los lazosque impiden al individuo toda elección y le obligan a obedecer las órdenes de unsuperior a quien está sujeto. La nueva libertad prometida era, en cambio, libertadfrente a la indigencia, supresión del apremio de las circunstancias, que,inevitablemente, nos limitan a todos el campo de elección, aunque a algunos muchomás que a otros. Antes de que el hombre pudiera ser verdaderamente libre habíaque destruir «el despotismo de la indigencia física», había que abolir las «trabas delsistema económico». En este sentido, la libertad no es más que otro nombre para el poder[166] o lariqueza. Y, sin embargo, aunque las promesas de esta nueva libertad se combinarona menudo con irresponsables promesas de un gran incremento de la riqueza materialen una sociedad socialista, no era de una victoria tan absoluta sobre la mezquindadde la naturaleza de donde se esperaba la libertad económica. A lo que se reducíarealmente la promesa era a la desaparición de las grandes disparidades existentes enla capacidad de elección de las diferentes personas. La aspiración a la nueva libertadera, pues, tan sólo otro nombre para la vieja aspiración a una distribución igualitariade la riqueza. Pero el nuevo nombre dio a los socialistas otra palabra en común conlos liberales, y aquéllos la explotaron a fondo.Y aunque la palabra fue usada endiferente sentido por los dos grupos, pocas gentes lo advirtieron, y todavía menos sepreguntaron a sí mismas si las dos clases de libertad prometidas podían en realidadcombinarse. No puede dudarse que la promesa de una mayor libertad se ha convertido en unade las armas más eficaces de la propaganda socialista, y que la creencia en que elsocialismo traería la libertad es auténtica y sincera. Pero esto no haría más queagrandar la tragedia si se probase que lo que se nos prometió como el Camino de laLibertad sería de hecho la Vía de la Esclavitud. Indiscutiblemente, la promesa deuna mayor libertad es responsable de haber atraído más y más liberales al caminosocialista, de cegarlos para el conflicto de principios que existe entre el socialismo yel liberalismo, y de permitir que los socialistas usurpen a menudo el nombre propiodel viejo partido de la libertad. El socialismo fue abrazado por la mayor parte de losintelectuales como el heredero presunto de la tradición liberal. No es, pues, deextrañar que para ellos resultase inconcebible la idea de un socialismo conducente alo opuesto de la libertad. En los años últimos, sin embargo, los viejos temores acerca de las imprevistasconsecuencias del socialismo se han declarado enérgicamente, una vez más, desde

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los lugares más insospechados. Observador tras observador, a pesar de las opuestasintenciones con que se acercaban a su tema, se han visto impresionados por laextraordinaria semejanza, en muchos aspectos, entre las condiciones del «fascismo»y el «comunismo». Mientras los «progresistas», en Inglaterra y en los demás países,se forjaban todavía la ilusión de que comunismo y fascismo representaban los polosopuestos, eran más y más las personas que comenzaban a preguntarse si estasnuevas tiranías no proceden de las mismas tendencias. Incluso comunistas hantenido que vacilar un poco ante testimonios tales como el de Mr. Max Eastman,viejo amigo de Lenin, quien se vio obligado a admitir que, «en vez de ser mejor, elstalinismo es peor que el fascismo, más cruel, bárbaro, injusto, inmoral yantidemocrático, incapaz de redención por una esperanza o un escrúpulo», y que es«mejor describirlo como superfascista»; y cuando vemos que el mismo autorreconoce que «el stalinismo es socialismo, en el sentido de ser el acompañamientopolítico inevitable, aunque imprevisto, de la nacionalización y la colectivización queha adoptado como parte de su plan para erigir una sociedad sin clases»,[167] suconclusión alcanza claramente un mayor significado. El caso de Mr. Eastman es quizá el más notable; pero, sin embargo, no es enmodo alguno el primero o el único observador simpatizante del experimento rusoque llega a conclusiones semejantes. Unos años antes,Mr.W.H. Chamberlin, quedurante doce años como corresponsal norteamericano en Rusia ha visto frustradostodos sus ideales, resume las conclusiones de sus estudios sobre aquel país y sobreAlemania e Italia afirmando que «el socialismo ha demostrado ser ciertamente, porlo menos en sus comienzos, el camino NO de la libertad, sino de la dictadura y lascontradictaduras, de la guerra civil de la más feroz especie. El socialismo logrado ymantenido por medios democráticos parece definitivamente pertenecer al mundo delas utopías».[168] De modo análogo, un escritor inglés,Mr. F.A.Voigt, tras muchosaños de íntima observación de los acontecimientos en Europa como corresponsalextranjero, concluye que «el marxismo ha llevado al fascismo y alnacionalsocialismo, porque, en todo lo esencial, es fascismo ynacionalsocialismo».[169] Y Walter Lippmann ha llegado al convencimiento de que «la generación a quepertenecemos está aprendiendo por experiencia lo que sucede cuando los hombresretroceden de la libertad a una organización coercitiva de sus asuntos. Aunque seprometan a sí mismos una vida más abundante, en la práctica tienen que renunciar aello; a medida que aumenta la dirección organizada, la variedad de los fines tieneque dar paso a la uniformidad. Es la némesis de la sociedad planificada y delprincipio autoritario en los negocios humanos.»[170] Muchas afirmaciones semejantes de personas en situación de juzgar podríanseleccionarse de las publicaciones de los últimos años, particularmente de aquelloshombres que, como ciudadanos de los países ahora totalitarios, han vivido la

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transformación y se han visto forzados por su experiencia a revisar muchas de suscreencias más queridas. Citaremos como un ejemplo más a un escritor alemán, quellega a la misma conclusión, quizá con más exactitud que los anteriormente citados. «El completo colapso de la creencia en que son asequibles la libertad y laigualdad a través del marxismo, escribe Peter Drucker, ha forzado a Rusia arecorrer el mismo camino hacia una sociedad no económica, puramente negativa,totalitaria, de esclavitud y desigualdad, que Alemania ha seguido. No es quecomunismo y fascismo sean lo mismo en esencia. El fascismo es el estadio que sealcanza después que el comunismo ha demostrado ser una ilusión, y ha demostradono ser más que una ilusión, tanto en la Rusia stalinista como en la Alemaniaanterior a Hitler.»[171] No menos significativa es la historia intelectual de muchos de los dirigentes nazisy fascistas.Todo el que ha observado el desarrollo de estos movimientos enItalia[172] o Alemania se ha extrañado ante el número de dirigentes, de Mussolinipara abajo (y sin excluir a Laval y a Quisling), que empezaron como socialistas yacabaron como fascistas o nazis.[173] Y lo que es cierto de los dirigentes estodavía más verdad le las filas del movimiento. La relativa facilidad con que unjoven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien enAlemania, y mejor que nadie lo sabían los propagandistas de ambos partidos.Muchos profesores de universidad británicos han visto en la década de 1930retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si erancomunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental. Es verdad, naturalmente, que en Alemania antes de 1933, y en Italia antes de1922, los comunistas y los nazis o fascistas chocaban más frecuentemente entre síque con otros partidos. Competían los dos por el favor del mismo tipo dementalidad y reservaban el uno para el otro el odio del herético. Pero su actuacióndemostró cuán estrechamente se emparentaban. Para ambos, el enemigo real, elhombre con quien nada tenían en común y a quien no había esperanza deconvencer, era el liberal del viejo tipo. Mientras para el nazi el comunista, y para elcomunista el nazi, y para ambos el socialista, eran reclutas en potencia, hechos de labuena madera aunque obedeciesen a falsos profetas, ambos sabían que no cabíacompromiso entre ellos y quienes realmente creen en la libertad individual. Para que no puedan dudarlo las gentes engañadas por la propaganda oficial deambos lados, permítaseme citar una opinión más, de una autoridad que no debe sersospechosa. En un artículo bajo el significativo título de «El redescubrimiento delliberalismo», el profesor Eduard Heimann, uno de los dirigentes del socialismoreligioso germano, escribe: «El hitlerismo se proclama a sí mismo como, a la vez, laverdadera democracia y el verdadero socialismo, y la terrible verdad es que hay ungrano de certeza en estas pretensiones; un grano infinitesimal, ciertamente, perosuficiente de todos modos para dar base a tan fantásticas tergiversaciones. El

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hitlerismo llega hasta a reclamar el papel de protector de la Cristiandad, y la verdadterrible es que incluso este gran contrasentido puede hacer alguna impresión. Peroun hecho surge con perfecta claridad de toda esta niebla: Hitler jamás ha pretendidorepresentar al verdadero liberalismo. El liberalismo tiene, pues, el mérito de ser ladoctrina más odiada por Hitler.»[174] Debe añadirse que si este odio tuvo pocasocasiones de manifestarse en la práctica, la causa fue que cuando Hitler llegó alPoder, el liberalismo había muerto virtualmente en Alemania. Y fue el socialismoquien lo mató. Si para muchos que han observado de cerca el tránsito del socialismo al fascismola conexión entre ambos sistemas se ha hecho cada vez más evidente, la mayoríadel pueblo británico cree todavía que el socialismo y la libertad pueden combinarse.No puede dudarse que la mayoría de los socialistas creen aquí todavíaprofundamente en el ideal liberal de libertad, y retrocederían sí llegaran aconvencerse de que la realización de su programa significaría la destrucción de lalibertad.Tan escasamente se ha visto el problema, tan fácilmente conviven todavíalos ideales más irreconciliables, que aún podemos oír discutidas en serio talescontradicciones en los términos como «socialismo individualista». Si ésta es lamentalidad que nos arrastra hacia un nuevo mundo, nada puede ser más urgente queun serio examen del significado real de la evolución acontecida en otro lugar.Aunque nuestras conclusiones no harán más que confirmar los temores que otroshan expresado ya, las razones por las que esta evolución no puede considerarseaccidental no aparecerán sin un examen algo profundo de los principales aspectosde esta transformación de la vida social. En tanto la conexión no se haya reveladoen todos sus aspectos, pocos serán los que crean que el socialismo democrático, lagran utopía de las últimas generaciones, no es sólo inasequible, sino que el empeñode alcanzarlo produce algo tan sumamente distinto, que pocos de sus partidariosestarían dispuestos a aceptar las consecuencias.

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Capítulo IIIIndividualismo y colectivismo

Los socialistas creen en dos cosas que son absolutamente diferentesy hasta quizá contradictorias: libertad y organización Élie Halévy[175] Para poder progresar en nuestro principal problema, es menester remontar antesun obstáculo. Una confusión ha de aclararse, muy responsable del camino por elque somos arrastrados hacia cosas que nadie desea. Esta confusión concierne nadamenos que al propio concepto de socialismo. Puede éste tan sólo significar, y amenudo se usa para describir, los ideales de justicia social, mayor igualdad y

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seguridad, que son los fines últimos del socialismo. Pero significa también elmétodo particular por el que la mayoría de los socialistas espera alcanzar estosfines, y que muchas personas competentes consideran como el único método por elque pueden plena y prontamente lograrse. En este sentido, socialismo significaabolición de la empresa privada y de la propiedad privada de los medios deproducción y creación de un sistema de «economía planificada», en el cual elempresario que actúa en busca de un beneficio es reemplazado por un organismocentral de planificación. Hay muchas gentes que se llaman a sí mismas socialistas aunque sólo sepreocupan de lo primero, que creen fervientemente en estos fines últimos delsocialismo, pero que ni comprenden cómo pueden alcanzarse ni les preocupa, y sóloestán ciertos de que tienen que alcanzarse cualquiera que sea el precio. Mas paracasi todos los que consideran el socialismo no sólo una esperanza, sino un objeto dela práctica política, los métodos característicos del socialismo moderno son tanesenciales como los fines mismos. Muchas personas, por otra parte, que valoran losfines últimos del socialismo no menos que los socialistas, se niegan a apoyar alsocialismo a causa de los peligros que ven para otros valores en los métodospropugnados por los socialistas. La discusión sobre el socialismo se ha convertidoasí principalmente en una discusión sobre los medios y no sobre los fines; aunquevaya envuelta también la cuestión de saber si los diferentes fines del socialismopueden alcanzarse simultáneamente. Esto bastaría para crear confusión. Mas la confusión ha aumentado todavía por lapráctica común de negar que quienes rechazan los medios aprecien los fines. Perono es esto todo. Se complica más la situación por el hecho de valer los mismosmedios, la «planificación económica», que es el principal instrumento de la reformasocialista, para otras muchas finalidades. Tenemos que centralizar la dirección de laactividad económica si deseamos conformar la distribución de la renta a las ideasactuales sobre la justicia social. Propugnan la «planificación», por consiguiente,todos aquellos que demandan que la «producción para el uso» sustituya a laproducción para el beneficio. Pero esta planificación no es menos indispensable si ladistribución de la renta ha de regularse de una manera que tengamos por opuesta ala justa. Si deseamos que la mayor parte de las cosas buenas de este mundo vaya amanos de alguna elite racial, el hombre nórdico o los miembros de un partido o unaaristocracia, los métodos que habríamos de emplear son los mismos que aseguraríanuna distribución igualitaria. Puede, quizá, parecer abusivo usar la palabra socialismo para describir susmétodos y no sus fines, utilizar para un método particular un término que paramuchas gentes representa un ideal último. Es preferible, probablemente, denominarcolectivismo a los métodos que pueden usarse para una gran variedad de fines, yconsiderar al socialismo como una especie de este género. Con todo, aunque para la

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mayor parte de los socialistas sólo una especie del colectivismo representará elverdadero socialismo, debe tenerse siempre presente que éste es una especie deaquél, y que, por consiguiente, todo lo que es cierto del colectivismo como tal, debeaplicarse también al socialismo. Casi todas las cuestiones que se discuten entresocialistas y liberales atañen a los métodos comunes a todas las formas delcolectivismo y no a los fines particulares a los que desean aplicarlos los socialistas;y todos los resultados que nos ocuparán en este libro proceden de los métodos delcolectivismo con independencia de los fines a los que se aplican. Tampoco debeolvidarse que el socialismo no es sólo la especie más importante, con mucho, delcolectivismo o la «planificación», sino lo que ha convencido a las gentes dementalidad liberal para someterse otra vez a aquella reglamentación de la vidaeconómica que habían derribado porque, en palabras de Adam Smith, ponía a losgobiernos en tal posición que, «para sostenerse, se veían obligados a ser opresores ytiránicos».[176] Las dificultades ocasionadas por las ambigüedades de los términos políticoscorrientes no se eliminan, sin embargo, si utilizamos el término colectivismo demodo que incluya todos los tipos de «economía planificada», cualquiera que sea lafinalidad de la planificación. El significado de este término gana cierta precisión sihacemos constar que para nosotros designa aquella clase de planificación que esnecesaria para realizar cualquier ideal distributivo determinado. Pero como la ideade la planificación económica centralizada debe en buena parte su atractivo a lagran vaguedad de su significado, es esencial que nos pongamos de acuerdo respectoa su sentido preciso antes de discutir sus consecuencias. La «planificación» debe en gran parte su popularidad al hecho de desear todo elmundo, por supuesto, que tratemos nuestros problemas comunes tan racionalmentecomo sea posible y que al hacerlo así obremos con toda la previsión que se nosalcance. En este sentido, todo el que no sea un fatalista completo es un partidario dela planificación; todo acto político es (o debe ser) un acto de planeamiento, y, enconsecuencia, sólo puede haber diferencias entre buena y mala, entre prudente yprevisora y loca y miope planificación. El economista, cuya entera tarea consiste en estudiar cómo proyectanefectivamente sus asuntos los hombres y cómo podrían hacerlo, es la última personaque puede oponerse a la planificación en este sentido general. Pero no es éste elsentido en que nuestros entusiastas de una sociedad planificada emplean ahora eltérmino, ni tampoco es éste el único sentido en que es preciso planificar sideseamos distribuir la renta o la riqueza con arreglo a algún criterio particular. Deacuerdo con los modernos planificadores, y para sus fines, no basta llamar así a lamás permanente y racional estructura, dentro de la cual las diferentes personasconducirían las diversas actividades de acuerdo con sus planes individuales. Esteplan liberal no es, según ellos, un plan; y verdaderamente no es un plan designado

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para satisfacer puntos de vista particulares acerca de qué es lo que debe tener cadauno. Lo que nuestros planificadores demandan es la dirección centralizada de todala actividad económica según un plan único, que determine la «dirección explícita»de los recursos de la sociedad para servir a particulares fines por una víadeterminada. La disputa entre los planificadores modernos y sus oponentes no es, porconsiguiente, una disputa acerca de si debemos guiarnos por la inteligencia paraescoger entre las diversas organizaciones posibles de la sociedad; no es una disputasobre si debemos actuar con previsión y raciocinio al planear nuestros negocioscomunes. Es una disputa acerca de cuál sea la mejor manera de hacerlo. La cuestiónestá en si es mejor para este propósito que el portador del poder coercitivo se limiteen general a crear las condiciones bajo las cuales el conocimiento y la iniciativa delos individuos encuentren el mejor campo para que ellos puedan componer de lamanera más afortunada sus planes, o si una utilización racional de nuestros recursosrequiere la dirección y organización centralizada de todas nuestras actividades, deacuerdo con algún «modelo» construido expresamente. Los socialistas de todos lospartidos se han apropiado el término planificación para la de este último tipo, y hoyse acepta, generalmente, en este sentido. Pero aunque con esto se intenta sugerirque es el solo camino racional para tratar nuestros asuntos, lo cierto es que no seprueba. Es el punto en que planificadores y liberales mantienen su desacuerdo. Es importante no confundir la oposición contra la planificación de esta clase conuna dogmática actitud de laissez-faire. La argumentación liberal defiende el mejoruso posible de las fuerzas de la competencia como medio para coordinar losesfuerzos humanos, pero no es una argumentación en favor de dejar las cosas talcomo están. Se basa en la convicción de que allí donde pueda crearse unacompetencia efectiva, ésta es la mejor guía para conducir los esfuerzos individuales.No niega, antes bien, afirma que, si la competencia ha de actuar con ventaja,requiere una estructura legal cuidadosamente pensada, y que ni las reglas jurídicasdel pasado ni las actuales están libres de graves defectos. Tampoco niega que dondees imposible crear las condiciones necesarias para hacer eficaz la competenciatenemos que acudir a otros métodos en la guía de la actividad económica. Elliberalismo económico se opone, pues, a que la competencia sea suplantada pormétodos inferiores para coordinar los esfuerzos individuales. Y considera superiorla competencia, no sólo porque en la mayor parte de las circunstancias es el métodomás eficiente conocido, sino, más aún, porque es el único método que permite anuestras actividades ajustarse a las de cada uno de los demás sin intervencióncoercitiva o arbitraria de la autoridad. En realidad, uno de los principalesargumentos en favor de la competencia estriba en que ésta evita la necesidad de un«control social explícito» y da a los individuos una oportunidad para decidir si lasperspectivas de una ocupación particular son suficientes para compensar lasdesventajas y los riesgos que lleva consigo.

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El uso eficaz de la competencia como principio de organización social excluyeciertos tipos de interferencia coercitiva en la vida económica, pero admite otros quea veces pueden ayudar muy considerablemente a su operación e incluso requiereciertas formas de intervención oficial. Pero hay buenas razones para que lasexigencias negativas, los puntos donde la coerción no debe usarse, hayan sidoparticularmente señalados. Es necesario, en primer lugar, que las partes presentes enel mercado tengan libertad para vender y comprar a cualquier precio al cual puedancontratar con alguien, y que todos sean libres para producir, vender y comprarcualquier cosa que se pueda producir o vender.Y es esencial que el acceso a lasdiferentes actividades esté abierto a todos en los mismos términos y que la ley notolere ningún intento de individuos o de grupos para restringir este acceso mediantepoderes abiertos o disfrazados. Cualquier intento de intervenir los precios o lascantidades de unas mercancías en particular priva a la competencia de su facultadpara realizar una efectiva coordinación de los esfuerzos individuales, porque lasvariaciones de los precios dejan de registrar todas las alteraciones importantes de lascircunstancias y no suministran ya una guía eficaz para la acción del individuo. Esto no es necesariamente cierto, sin embargo, de las medidas simplementerestrictivas de los métodos de producción admitidos, en tanto que estas restriccionesafecten igualmente a todos los productores potenciales y no se utilicen como unaforma indirecta de intervenir los precios y las cantidades.Aunque todas estasintervenciones sobre los métodos o la producción imponen sobrecostes, es decir,obligan a emplear más recursos para obtener una determinada producción, puedenmerecer la pena. Prohibir el uso de ciertas sustancias venenosas o exigir especialesprecauciones para su uso, limitar las horas de trabajo o imponer ciertasdisposiciones sanitarias es plenamente compatible con el mantenimiento de lacompetencia. La única cuestión está en saber si en cada ocasión particular lasventajas logradas son mayores que los costes sociales que imponen. Tampoco sonincompatibles el mantenimiento de la competencia y un extenso sistema de serviciossociales, en tanto que la organización de estos servicios no se dirija a hacerinefectiva en campos extensos la competencia. Es lamentable, aunque no difícil de explicar, que se haya prestado en el pasadomucha menos atención a las exigencias positivas para una actuación eficaz delsistema de la competencia que a estos puntos negativos. El funcionamiento de lacompetencia no sólo exige una adecuada organización de ciertas instituciones comoel dinero, los mercados y los canales de información —algunas de las cuales nuncapueden ser provistas adecuadamente por la empresa privada—, sino que depende,sobre todo, de la existencia de un sistema legal apropiado, de un sistema legaldirigido, a la vez, a preservar la competencia y a lograr que ésta opere de la maneramás beneficiosa posible. No es en modo alguno suficiente que la ley reconozca elprincipio de la propiedad privada y de la libertad de contrato; mucho depende de la

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definición precisa del derecho de propiedad, según se aplique a diferentes cosas. Seha desatendido, por desgracia, el estudio sistemático de las formas de lasinstituciones legales que permitirían actuar eficientemente al sistema de lacompetencia; y pueden aportarse fuertes argumentos para demostrar que las seriasdeficiencias en este campo, especialmente con respecto a las leyes sobre sociedadesanónimas y patentes, no sólo han restado eficacia a la competencia, sino que inclusohan llevado a su destrucción en muchas esferas. Hay, por último, ámbitos donde, evidentemente, las disposiciones legales nopueden crear la principal condición en que descansa la utilidad del sistema de lacompetencia y de la propiedad privada: que consiste en que el propietario sebeneficie de todos los servicios útiles rendidos por su propiedad y sufra todos losperjuicios que de su uso resulten a otros. Allí donde, por ejemplo, es imposiblehacer que el disfrute de ciertos servicios dependa del pago de un precio, lacompetencia no producirá estos servicios; y el sistema de los precios resultaigualmente ineficaz cuando el daño causado a otros por ciertos usos de la propiedadno puede efectivamente cargarse al poseedor de ésta. En todos estos casos hay unadiferencia entre las partidas que entran en el cálculo privado y las que afectan albienestar social; y siempre que esta diferencia se hace considerable hay queencontrar un método, que no es el de la competencia, para ofrecer los servicios encuestión. Así, ni la provisión de señales indicadoras en las carreteras, ni, en lamayor parte de las circunstancias, la de las propias carreteras, puede ser pagada porcada usuario individual. Ni tampoco ciertos efectos perjudiciales de ladesforestación, o de algunos métodos de cultivo, o del humo y los ruidos de lasfábricas pueden confinarse al poseedor de los bienes en cuestión o a quienes esténdispuestos a someterse al daño a cambio de una compensación concertada. En estoscasos es preciso encontrar algo que sustituya a la regulación por el mecanismo delos precios.Pero el hecho de tener que recurrir a la regulación directa por laautoridad cuando no pueden crearse las condiciones para la operación adecuada dela competencia, no prueba que deba suprimirse la competencia allí donde puedefuncionar. Crear las condiciones en que la competencia actuará con toda la eficacia posible,complementarla allí donde no pueda ser eficaz, suministrar los servicios que, segúnlas palabras de Adam Smith, «aunque puedan ser ventajosos en el más alto gradopara una gran sociedad, son, sin embargo, de tal naturaleza que el beneficio nuncapodría compensar el gasto a un individuo o un pequeño número de ellos», son tareasque ofrecen un amplio e indiscutible ámbito para la actividad del Estado.[177] Enningún sistema que pueda ser defendido racionalmente el Estado carecerá de todoquehacer.Un eficaz sistema de competencia necesita, tanto como cualquier otro, unaestructura legal inteligentemente trazada y ajustada continuamente. Sólo el requisitomás esencial para su buen funcionamiento, la prevención del fraude y el abuso(incluida en éste la explotación de la ignorancia), proporciona un gran objetivo

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nunca, sin embargo, plenamente realizado para la actividad legisladora. La tarea de crear una estructura adecuada para una operación beneficiosa de lacompetencia no había avanzado todavía mucho cuando los Estados la abandonarona fin de suplantar la competencia por un principio diferente e irreconciliable. No setrataba ya de hacer operante a la competencia y complementarla, sino de desplazarlapor entero. Es importante dejar bien sentado esto: el moderno movimiento en favorde la planificación es un movimiento contra la competencia como tal, una nuevabandera bajo la cual se han alistado todos los viejos enemigos de la competencia. Yaunque toda clase de intereses está intentando ahora restablecer bajo esta banderalos privilegios que la era liberal barrió, la propaganda socialista en pro de laplanificación es la que ha dado nuevo crédito, entre las gentes de mentalidad liberal,a la posición contraria a la competencia y ha debilitado eficazmente la sanasospecha que todo intento de desmontar la competencia solía levantar.[178] Lo que en realidad une a los socialistas de la izquierda y la derecha es estacomún hostilidad a la competencia y su común deseo de reemplazarla por unaeconomía dirigida. Aunque los términos capitalismo y socialismo todavía se usangeneralmente para describir las formas pasada y futura de la sociedad, encubren másque ilustran la naturaleza de la transición que estamos viviendo. Mas aunque todos los cambios que observamos llevan hacia una vasta direccióncentral de la actividad económica, el combate universal contra la competenciapromete producir en primer lugar algo incluso peor en muchos aspectos, unasituación que no puede satisfacer ni a los planificadores ni a los liberales: unaespecie de organización sindicalista o «corporativa» de la industria, en la cual se hasuprimido más o menos la competencia, pero la planificación se ha dejado en manosde los monopolios independientes que son las diversas industrias. Este es elprimero, e inevitable, resultado de una situación en que las gentes se ven unidas porsu hostilidad contra la competencia, pero en la que apenas si concuerdan en algomás. Al destruir la competencia en una industria tras otra, esta política pone alconsumidor a merced de la acción monopolista conjunta de los capitalistas y lostrabajadores de las industrias mejor organizadas. Y, sin embargo, aunque estasituación existe ya desde hace algún tiempo en extensos sectores, y aunque muchade la turbia agitación (y casi toda la movida por intereses) en favor de laplanificación tiene esta misma finalidad, no es una situación que puedaprobablemente persistir o justificarse racionalmente. Esta planificaciónindependiente a cargo de los monopolios industriales produciría, de hecho, efectosopuestos a los que proclaman los argumentos en favor de la planificación. Una vezalcanzada tal etapa, la única alternativa para volver a la competencia es el controloficial de los monopolios, una intervención que, si ha de ser efectiva, tiene quehacerse progresivamente más completa y minuciosa.A esta etapa nos aproximamosrápidamente. Cuando, poco antes de la guerra, un semanario observó que, «según

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muchos signos, los dirigentes británicos se acostumbran cada vez más a pensar enun desarrollo nacional a través de monopolios controlados»,[179] enunciabaprobablemente un acertado juicio sobre la situación de entonces. Después, la guerraha acelerado mucho este proceso, y sus graves defectos y peligros se harán cada vezmás evidentes con el transcurso del tiempo. La idea de una centralización completa de la dirección de la actividad económicaespanta todavía a mucha gente, no sólo por la tremenda dificultad de la tarea, sinoaún más por el horror que inspira el pensamiento de que todo sea dirigido desde uncentro único. Si a pesar de ello nos movemos rápidamente hacia tal estado, esprincipalmente porque la mayoría aún cree posible encontrar una Vía Intermediaentre la competencia «atomística» y la dirección centralizada. Nada, por lo demás,parece a primera vista más plausible, o tiene más probabilidades de atraer a la genterazonable, que la idea de que nuestro objetivo no debe ser ni la descentralizaciónextrema de la libre competencia ni la centralización completa de un plan único, sinoalguna prudente mezcla de los dos métodos. Pero el simple sentido común se revelacomo un engañoso guía en este campo. Aunque la competencia puede soportarcierta mezcla de intervención, no puede combinarse con la planificación encualquier grado que deseemos si ha de seguir operando como una guía eficaz de laactividad productiva. Tampoco es la «planificación» una medicina que, tomada endosis pequeñas, pueda producir los efectos que cabe esperar de su aplicación plena.Competencia y dirección centralizada resultan instrumentos pobres e ineficientes sison incompletos; son principios alternativos para la resolución del mismo problema,y una mezcla de los dos significa que ninguno operará verdaderamente, y elresultado será peor que si se hubiese confiado sólo en uno de ambos sistemas. O,para expresarlo de otro modo, la planificación y la competencia sólo puedencombinarse para planificar la competencia, pero no para planificar contra lacompetencia. Es de la mayor importancia para la comprensión de este libro que el lector noolvide que toda nuestra crítica ataca solamente a la planificación contra lacompetencia; a la planificación encaminada a sustituir a la competencia. Ello es dela mayor importancia, dado que no podemos, dentro del alcance de este libro, entrara discutir la indispensable planificación que la competencia requiere para hacersetodo lo efectiva y beneficiosa que puede llegar a ser. Pero como, en el uso corriente,«planificación» se ha convertido casi en sinónimo de aquella primera clase deplanificación, será a veces inevitable, en gracia a la brevedad, referirse a ellasimplemente como planificación, aunque esto signifique entregar a nuestroscontrincantes una muy buena palabra merecedora de mejor suerte.

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Capítulo IV

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La «inevitabilidad» de la planificación

Fuimos los primeros en afirmar que conforme la civilización asume formas máscomplejas, más tiene que restringirse la libertad del individuo. Benito Mussolini[180] Es un hecho revelador lo escasos que son los planificadores que se contentan condecir que la planificación centralizada es deseable. La mayor parte afirma que ya nopodemos elegir y que las circunstancias nos llevan, fuera de nuestra voluntad, asustituir la competencia por la planificación. Se cultiva deliberadamente el mito deque nos vemos embarcados en la nueva dirección, no por nuestra propia voluntad,sino porque los cambios tecnológicos, a los que no podemos dar vuelta niquerríamos evitar, han eliminado espontáneamente la competencia. Rara vez sedesarrolla con alguna amplitud este argumento; es una de esas afirmaciones que unescritor toma de otro hasta que, por simple iteración, llega a aceptarse como unhecho establecido. Y, sin embargo, está desprovisto de fundamento. La tendenciahacia el monopolio y la planificación no es el resultado de unos «hechos objetivos»fuera de nuestro dominio, sino el producto de opiniones alimentadas y propagadasdurante medio siglo hasta que han terminado por dominar toda nuestra política. De los diversos argumentos empleados para demostrar la inevitabilidad de laplanificación, el que con más frecuencia se oye es que los cambios tecnológicos hanhecho imposible la competencia en un número constantemente creciente de sectores,y que la única elección que nos queda es: o que los monopolios privados dominenla producción, o que la dirija el Estado. Esta creencia deriva principalmente de ladoctrina marxista sobre la «concentración de la industria», aunque, como tantasideas marxistas, se la encuentra ahora en muchos círculos que la han recibido detercera o cuarta mano y no saben de dónde procede. El hecho histórico del progresivo crecimiento del monopolio durante los últimoscincuenta años y la creciente restricción del campo en que juega la competencia nopuede, evidentemente, discutirse; pero, a menudo, se exagera mucho la extensión deeste fenómeno.[181] Lo importante es saber si este proceso es una consecuencianecesaria del progreso de la tecnología, o si se trata simplemente del resultado de lapolítica seguida en casi todos los países. Veremos ahora que la historia efectiva deesta evolución sugiere con fuerza lo último. Pero antes debemos considerar hastaqué punto el desarrollo tecnológico moderno es de tal naturaleza que hagainevitable en muchos campos el crecimiento de los monopolios. La causa tecnológica alegada para el crecimiento del monopolio es lasuperioridad de la gran empresa sobre la pequeña debido a la mayor eficiencia delos métodos modernos de producción en masa. Los métodos modernos, se asegura,han creado, en la mayoría de las industrias, condiciones por las cuales la producción

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de la gran empresa puede aumentarse con costes unitarios decrecientes, y elresultado es que las grandes empresas están superando y expulsando de todas partesa las pequeñas; este proceso seguirá hasta que en cada industria sólo quede una, o, alo más, unas cuantas empresas gigantes. Este argumento destaca un efecto que aveces acompaña al progreso tecnológico, pero menosprecia otros que actúan en ladirección opuesta, y recibe poco apoyo de un estudio serio de los hechos. Nopodemos investigar aquí con detalle esta cuestión, y tenemos que contentarnos conaceptar los mejores testimonios disponibles. El más amplio estudio de estos hechosemprendido recientemente es el del «Temporary National Economic Committee»americano sobre la Concentración del poder económico. El dictamen final de estaComisión (que no puede, ciertamente, ser acusada de desmedidas preferenciasliberales) concluye que la opinión según la cual la mayor eficiencia de laproducción en gran escala es causa de la desaparición de la competencia,«encuentra insuficiente apoyo en todos los testimonios disponibles en la actualidad».[182] Y la detallada monografía que sobre este problema preparó la Comisiónresume la respuesta de esta manera: «La superior eficiencia de las grandes instalaciones no ha sido demostrada; enmuchos campos, no han podido ponerse de manifiesto las ventajas que se suponehan destruido la competencia. Ni tampoco exigen, inevitablemente, el monopolio laseconomías de escala donde éstas existen... La dimensión o las dimensiones deeficiencia óptima pueden alcanzarse mucho antes de quedar sometida a tal control lamayor parte de una oferta. La conclusión de que la ventaja de la producción en granescala tiene, inevitablemente, que conducir a la abolición de la competencia, nopuede aceptarse.Téngase, además, presente que el monopolio es, con frecuencia, elproducto de factores que no son el menor coste de una mayor dimensión. Se llega aél mediante confabulaciones, y lo fomenta la política oficial. Si esas colusiones seinvalidan y esta política se invierte, las condiciones de la competencia pueden serrestauradas.»[183] Una investigación de las condiciones en la Gran Bretaña conduciría a resultadosmuy semejantes. Todo el que ha observado cómo los aspirantes a monopolistassolicitan regularmente, y obtienen muchas veces, la asistencia de los poderes delEstado para hacer efectivo su dominio, apenas dudará que no hay nada de inevitableen este proceso. Confirma enérgicamente esta conclusión el orden histórico en que se hamanifestado en diferentes países el ocaso de la competencia y el crecimiento delmonopolio. Si hubieran sido el resultado del desarrollo tecnológico o un necesarioproducto de la evolución del «capitalismo», podríamos esperar que apareciesen,primero, en los países de sistema económico más avanzado.De hecho, aparecieronen primer lugar durante el último tercio del siglo XIX en los que eran entoncespaíses industriales comparativamente jóvenes: Estados Unidos y Alemania. En esta

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última, especialmente, que llegó a considerarse como el país modelo de la evoluciónnecesaria del capitalismo, el crecimiento de los cárteles y sindicatos ha sidosistemáticamente muy alimentado desde 1878 por una deliberada política. No sóloel instrumento de la protección, sino incitaciones directas y, al final, la coacción,emplearon los gobiernos para favorecer la creación de monopolios, con miras a laregulación de los precios y las ventas. Fue allí donde, con la ayuda del Estado, elprimer gran experimento de «planificación científica» y «organización explícita dela industria» condujo a la creación de monopolios gigantescos que se tuvieron pordesarrollos inevitables cincuenta años antes de hacerse lo mismo en Gran Bretaña.Se debe, en gran parte, a la influencia de los teóricos alemanes del socialismo,especialmente Sombart, generalizando la experiencia de su país, la extensión conque se aceptó el inevitable desembocar del sistema de competencia en el«capitalismo monopolista».[184] Que en los Estados Unidos una política altamenteproteccionista haya permitido un proceso en cierto modo semejante, parecióconfirmar esta generalización. Como quiera que sea, la evolución de Alemania, másque la de Estados Unidos, llegó a ser considerada como representativa de unatendencia universal; y se convirtió en un lugar común hablar de una «Alemaniadonde todas las fuerzas políticas y sociales de la civilización moderna habíanalcanzado su forma más avanzada»[185] —por citar un reciente ensayo políticomuy leído. Qué poco había de inevitable en todo esto, y hasta qué punto es el resultado deuna política preconcebida, se pone de manifiesto cuando consideramos la situaciónbritánica hasta 1931 y la evolución a partir de aquel año, cuando Gran Bretaña seembarcó también en una política de proteccionismo general.[186] Si se exceptúanunas cuantas industrias, que habían logrado antes la protección, hace no más queuna docena de años la industria británica era, en su conjunto, tan competitiva, quizá,como en cualquier otro tiempo de su historia. Y aunque en la década de 1920 sufrióagudamente las consecuencias de las incompatibles medidas tomadas respecto a lossalarios y el dinero, los años hasta 1929 no resultan desfavorables, comparados conlos de la década de 1930, si se atiende a la ocupación y a la actividad general. Sóloa partir de la transición al proteccionismo y el cambio general en la políticaeconómica británica que le acompañó, ha avanzado con una velocidad sorprendenteel crecimiento de los monopolios, que ha transformado la industria británica en unamedida que, sin embargo, el público apenas ha advertido.Argumentar que esteproceso tiene algo que ver con el progreso tecnológico durante este periodo, que lasnecesidades tecnológicas que operaron en Alemania en las décadas de 1880 y 1890se hicieron sentir en Inglaterra en la de 1930, no es mucho menos absurdo que elpretender, como está implícito en la frase de Mussolini (citada a la cabeza de estecapítulo), ¡que Italia tuvo que abolir la libertad individual antes que ningún otropueblo europeo porque su civilización había largamente sobrepasado a la de losdemás países!

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En lo que a Inglaterra se refiere, la tesis según la cual el cambio en la opinión yla política no hace sino seguir a un cambio inexorable en los hechos, puede lograrcierta apariencia de verdad precisamente por haber seguido a distancia Inglaterra laevolución intelectual de los demás. Pudo así argüirse que la organizaciónmonopolística de la industria creció, a pesar del hecho de mostrarse todavía laopinión pública en favor de la competencia, pero que los acontecimientos exterioresfrustraron esta inclinación. La verdadera relación entre teoría y práctica se aclara,sin embargo, en cuanto contemplamos el prototipo de esta evolución: Alemania. Nopuede dudarse que allí la supresión de la competencia fue cuestión de una políticapreconcebida, que se emprendió en servicio del ideal que ahora llamamosplanificación. En el progresivo avance hacia una sociedad completamenteplanificada, los alemanes, y todos los pueblos que están imitando su ejemplo, nohacen más que seguir la ruta que unos pensadores del siglo XIX, en su mayoríaalemanes, prepararon con tal fin. La historia intelectual de los últimos sesenta uochenta años es ciertamente ilustración perfecta de una verdad: que en la evoluciónsocial nada es inevitable, a no ser que resulte así por así creerlo. Cuando se afirma que el progreso tecnológico moderno hace inevitable laplanificación, puede esto interpretarse de otra manera diferente. Puede significarque la complejidad de nuestra moderna civilización industrial crea nuevosproblemas que no podemos intentar resolver con eficacia si no es mediante laplanificación centralizada. En cierto modo esto es verdad, pero no en el ampliosentido que se pretende. Es, por ejemplo, un lugar común que muchos de losproblemas creados por la ciudad moderna, como muchos otros problemasocasionados por la apretada contigüidad en el espacio, no pueden resolverseadecuadamente por la competencia. Pero no son estos problemas, ni tampoco los delos «servicios públicos» y otros semejantes, los que ocupan la mente de quienesinvocan la complejidad de la civilización moderna como un argumento en pro de laplanificación centralizada. Lo que, generalmente, sugieren es que la crecientedificultad para obtener una imagen coherente del proceso económico completo haceindispensable que un organismo central coordine las cosas si la vida social no ha dedisolverse en el caos. Este argumento supone desconocer completamente cómo opera la competencia.Lejos de ser propia para condiciones relativamente sencillas tan sólo, es la grancomplejidad de la división del trabajo en las condiciones modernas lo que hace dela competencia el único método que permite efectuar adecuadamente aquellacoordinación. No habría dificultad para establecer una intervención o planificacióneficiente si las condiciones fueran tan sencillas que una sola persona u oficinapudiera atender eficazmente a todos los hechos importantes. Sólo cuando losfactores que han de tenerse en cuenta llegan a ser tan numerosos que es imposiblelograr una vista sinóptica de ellos, se hace imperativa la descentralización. Perocuando la descentralización es necesaria, surge el problema de la coordinación; una

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coordinación que deje en libertad a cada organismo por separado para ajustar susactividades a los hechos que él sólo puede conocer, y, sin embargo, realice unmutuo ajuste de los respectivos planes. Como la descentralización se ha hechonecesaria porque nadie puede contrapesar conscientemente todas las consideracionesque entran en las decisiones de tantos individuos, la coordinación no puede,evidentemente, efectuarse a través de una «intervención explícita», sino tan sólocon medidas que procuren a cada agente la información necesaria para que puedaajustar con eficacia sus decisiones a las de los demás.Y como jamás puedenconocerse plenamente todos los detalles de los cambios que afectan de modoconstante a las condiciones de la demanda y la oferta de las diferentes mercancías,ni hay centro alguno que pueda recogerlos y difundirlos con rapidez bastante, loque se precisa es algún instrumento registrador que automáticamente recoja todoslos efectos relevantes de las acciones individuales, y cuyas indicaciones sean laresultante de todas estas decisiones individuales y, a la vez, su guía. Esto es precisamente lo que el sistema de precios realiza en el régimen decompetencia y lo que ningún otro sistema puede, ni siquiera como promesa, realizar.Permite a los empresarios, por la vigilancia del movimiento de un númerorelativamente pequeño de precios, como un mecánico vigila las manillas de unascuantas esferas, ajustar sus actividades a las de sus compañeros. Lo importante aquíes que el sistema de precios sólo llenará su función si prevalece la competencia, esdecir, si el productor individual tiene que adaptarse él mismo a los cambios de losprecios y no puede dominarlos. Cuanto más complicado es el conjunto, másdependientes nos hacemos de esta división del conocimiento entre individuos, cuyosesfuerzos separados se coordinan por este mecanismo impersonal de transmisión delas informaciones importantes que conocemos por el nombre de sistema de precios. No hay exageración en decir que si hubiéramos tenido que confiar en unaplanificación centralizada directa para el desarrollo de nuestro sistema industrial,jamás habría éste alcanzado el grado de diferenciación, complejidad y flexibilidadque logró. Comparado con esta solución del problema económico mediante ladescentralización y la coordinación automática, el método más convincente dedirección centralizada es increíblemente tosco, primitivo y corto en su alcance. Laextensión lograda por la división del trabajo, a la que se debe la civilizaciónmoderna, resultó del hecho de no haber sido necesario crearla conscientemente, sinoque el hombre vino a dar con un método por el cual la división del trabajo pudoextenderse mucho más allá de los límites a los que la hubiera reducido laplanificación. Por ende, todo posterior crecimiento de su complejidad, lejos deexigir una dirección centralizada, hace más importante que nunca el uso de unatécnica que no dependa de un control explícito. Existe, sin embargo, otra teoría que relaciona el crecimiento de los monopolioscon el progreso tecnológico, y que emplea argumentos opuestos en su mayoría a los

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que acabamos de considerar; aunque a menudo no se formula con claridad, haejercido también considerable influencia. Afirma, no que la técnica modernadestruya la competencia, sino que, por el contrario, sería imposible utilizar muchasde las nuevas posibilidades tecnológicas, a menos de asegurarlas la proteccióncontra la competencia, es decir, de conferirlas un monopolio. Este tipo deargumentación no es necesariamente falaz, como quizá sospechará el lector crítico;la respuesta obvia, a saber, que si una nueva técnica es realmente mejor para lasatisfacción de nuestras necesidades debe ser capaz de mantenerse contra todacompetencia, no abarca todos los casos a que se refiere esta argumentación. Sinduda, en muchas ocasiones se usa tan sólo como una forma especial de defensa delas partes interesadas. Pero más a menudo se basa, probablemente, sobre unaconfusión entre las excelencias técnicas desde un estrecho punto de vista deingeniería y la conveniencia desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto. Queda, sin embargo, un grupo de casos en que el argumento tiene alguna fuerza.Es, al menos, concebible, por ejemplo, que la industria automovilística británicapodría ofrecer un automóvil más barato y mejor que los usados en los EstadosUnidos si a todos en Inglaterra se les obligara a utilizar el mismo tipo de automóvil;o que el uso de la electricidad para todos los fines pudiera resultar más barato que elcarbón o el gas si a todos se les obligara a emplear solamente electricidad. En casoscomo éstos es, por lo menos, posible que pudiéramos estar todos mejor yprefiriésemos la nueva situación si cupiera elegir; pero nadie individualmente tienela elección a su alcance, porque la alternativa es que tendríamos que usar todos elmismo automóvil barato (o usar todos solamente electricidad) o podríamos escogerentre las diversas cosas, pero pagando precios mucho más altos por cualquiera deellas. No sé si esto es cierto en alguno de los casos citados; pero hay que admitir comoposible que la estandarización obligatoria o la prohibición de sobrepasar un ciertonúmero de variedades, pudiese, en algunos campos, aumentar la abundancia másque lo suficiente para compensar las restricciones en la elección del consumidor.Cabe incluso concebir que un día pueda lograrse un nuevo invento, cuya adopciónapareciese indiscutiblemente beneficiosa, pero que sólo podría utilizarse si sehiciese que muchos o todos estuvieran dispuestos a aprovecharlo a la vez. Sea mayor o menor la importancia de estos casos, lo cierto es que no puedepretenderse de ellos legítimamente que el progreso técnico haga inevitable ladirección centralizada. Únicamente obligarían a elegir entre obtener mediante lacoacción una ventaja particular o no obtenerla; o, en la mayoría de los casos,obtenerla un poco más tarde, cuando un posterior avance técnico haya vencido lasdificultades particulares. Cierto es que en estas situaciones tendríamos quesacrificar una posible ganancia inmediata, como precio de nuestra libertad; peroevitaríamos, por otra parte, la necesidad de subordinar el desarrollo futuro a los

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conocimientos que ahora poseen unas determinadas personas. Con el sacrificio deestas posibles ventajas presentes preservamos un importante estímulo para elprogreso futuro.Aunque a corto plazo pueda, a veces, ser alto el precio que pagamospor la variedad y la libertad de elección, a la larga incluso el progreso materialdependerá de esta misma variedad, porque nunca podemos prever de cuál, entre lasmúltiples formas en que un bien o un servicio puede suministrarse, surgirá despuésuna mejor. No puede, por lo demás, afirmarse que toda renuncia a un incremento denuestro bienestar material presente, soportada para salvaguardar la libertad, vaya aser siempre premiada. Pero el argumento en favor de la libertad es precisamente quetenemos que dejar espacio para el libre e imprevisible crecimiento. Se aplica nomenos cuando, sobre la base de nuestro conocimiento presente, la coacción parecetraer sólo ventajas, y aunque en un caso particular pueda, efectivamente, noprovocar daño. En la mayor parte de las discusiones actuales sobre los efectos del progresotecnológico se nos presenta este progreso como si fuera algo exterior a nosotros,que pudiera obligarnos a usar los nuevos conocimientos con arreglo a un criteriodeterminado. Cuando lo cierto es que si bien las invenciones nos han dado un podertremendo, sería absurdo que se nos sugiriese la necesidad de usar este poder paradestruir nuestra más preciosa herencia: la libertad. Lo cual significa que si deseamosconservarla debemos defenderla más celosamente que nunca, y tenemos queprepararnos para hacer sacrificios por ella. Si bien no hay nada en el desarrollotecnológico moderno que nos fuerce a una planificación económica global, hay, sinembargo, mucho en él que hace infinitamente más peligroso el poder que alcanzaríauna autoridad planificadora. Si escasamente puede ya dudarse que el movimiento hacia la planificación es elresultado de una acción deliberada, y que no hay exigencias externas que a él nosfuercen, merece la pena averiguar por qué tan gran proporción de técnicos milita enlas primeras filas de los planificadores. La explicación de este fenómeno está muyrelacionada con un hecho importante que los críticos de la planificación deberíantener siempre en la mente: apenas cabe dudar que casi todos los ideales técnicos denuestros expertos se podrían realizar dentro de un tiempo relativamente breve, silograrlo fuera el único fin de la Humanidad. Hay un infinito número de cosasbuenas que todos estamos de acuerdo en considerar altamente deseables y a la vezposibles, pero de las cuales sólo al logro de unas cuantas podemos aspirar dentro denuestra vida, o sólo hemos de aspirar a lograrlas muy imperfectamente. Es lafrustración de sus ambiciones en su propio campo lo que hace al especialistarevolverse contra el orden existente.A cualquiera le duele ver cosas sin hacer quetodos consideramos deseables y posibles. Que todas estas cosas no puedan hacerseal mismo tiempo, que una cualquiera de ellas no pueda lograrse sin el sacrificio deotras, sólo se comprenderá si se tienen en cuenta factores que caen fuera de todoespecialista y únicamente pueden apreciarse con un penoso esfuerzo intelectual;

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penoso, porque nos obliga a considerar sobre un fondo más amplio los objetos a losque se dirigen la mayor parte de nuestros esfuerzos y a contrapesarlos con otros quequedan fuera de nuestro interés inmediato y que, por esta razón, nos importanmenos. Cada uno de los múltiples fines que, considerados aisladamente, sería posiblealcanzar en una sociedad planificada, crea entusiastas de la planificación, queconfían en su capacidad para infundir a los directores de aquella sociedad su propiojuicio de valor sobre un objetivo particular; y las esperanzas de algunos de ellos secumplirían, indudablemente, pues una sociedad planificada perseguirá algunosobjetivos más que la del presente. Locura sería negar que los ejemplos conocidos desociedades planificadas o semiplanificadas suministran ilustraciones sobre estepunto: que hay cosas que las gentes de estos países deben por entero a laplanificación. Las magníficas autopistas de Alemania e Italia son un ejemplo amenudo citado, aunque no representan una clase de planificación que no seaigualmente posible en una sociedad liberal. Pero no sería menor locura citar estosejemplos de excelencia técnica en campos particulares como prueba de lasuperioridad general de la planificación. Sería más correcto decir que tan extremasexcelencias técnicas, desproporcionadas con las condiciones generales, son pruebade una mala dirección de los recursos. A todo el que ha corrido por las famosasautopistas alemanas y ha observado que su tráfico es menor que el de muchascarreteras secundarias de Inglaterra, le quedarán pocas dudas acerca de la escasajustificación de aquéllas, en lo que a finalidades pacíficas se refiere. Otra cuestiónes si se trata de un caso en que los planificadores se decidieron en favor de los«cañones» y en contra de la «mantequilla»[187] . Mas, para nuestros criterios, estono es motivo de entusiasmo. La ilusión del especialista, de lograr en una sociedad planificada mayor atenciónpara los objetivos que le son más queridos, es un fenómeno más general de lo quela palabra especialista sugiere en un principio. En nuestras predilecciones eintereses, todos somos especialistas en cierta medida. Y todos pensamos que nuestrapersonal ordenación de valores no es sólo nuestra, pues en una libre discusión entregentes razonables convenceríamos a los demás de que estamos en lo justo. Elamante del paisaje, que desea, ante todo, conservar su tradicional aspecto y que seborren del hermoso rostro natural las manchas producidas por la industria, lo mismoque el entusiasta de la higiene, que pretende derribar todos los viejos caseríospintorescos, pero malsanos, o el aficionado al automóvil, que aspira a ver cortado elpaís por grandiosas carreteras, y el fanático de la eficiencia, que ambiciona elmáximo de especialización y mecanización, no menos que el idealista que, para eldesarrollo de la personalidad, quiere conservar el mayor número posible deartesanos independientes, todos saben que sólo por medio de la planificación podríalograrse plenamente su objetivo; y todos desean, por este motivo, laplanificación.Pero, sin duda, adoptar la planificación social por la que claman no

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haría más que revelar el latente conflicto entre sus objetivos. El movimiento en favor de la planificación debe, en gran parte, su fuerzapresente al hecho de no ser aquélla, todavía, en lo fundamental, más que unaaspiración, por lo cual une a casi todos los idealistas de un solo objetivo, a todos loshombres y mujeres que han entregado su vida a una sola preocupación. Lasesperanzas que en la planificación ponen, no son, sin embargo, el resultado de unavisión amplia de la sociedad, sino más bien de una visión muy limitada, y a menudoel resultado de una gran exageración de la importancia de los fines que elloscolocan en primer lugar. Esto no significa rebajar el gran valor pragmático de estetipo de hombres en una sociedad libre, como la nuestra, que hace de ellos objeto deuna justa admiración. Mas, por eso, los hombres más ansiosos de planificar lasociedad serían los más peligrosos si se les permitiese actuar, y los más intolerantespara los planes de los demás. Del virtuoso defensor de un solo ideal al fanático, confrecuencia no hay más que un paso. Aunque es el resentimiento del especialistafrustrado lo que da a las demandas de planificación su más fuerte ímpetu,difícilmente habría un mundo más insoportable —y más irracional— que aquel enel que se permitiera a los más eminentes especialistas de cada campo proceder sintrabas a la realización de sus ideales.Además, la «coordinación» no puede ser, comoalgunos planificadores parecen imaginarse, una nueva especialidad. El economistaes el último en pretender que posee los conocimientos que el coordinadornecesitaría. Postula un método que procure aquella coordinación sin necesidad deun dictador omnisciente.Pero esto significa precisamente la conservación de algúnfreno impersonal, y a menudo ininteligible, de los esfuerzos individuales, del génerode los que desesperan a todos los especialistas.

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Capítulo V: Planificación y democracia El gobernante que intentase dirigir a los particulares en cuanto a laforma de emplear sus capitales, no sólo echaría sobre sí el cuidado másinnecesario, sino que se arrogaría una autoridad que no fuera prudenteconfiar ni siquiera a Consejo o Senado alguno; autoridad que enningún lugar sería tan peligrosa como en las manos de un hombre conla locura y presunción bastantes para imaginarse capaz de ejercerla. Adam Smith[188] Los rasgos comunes a todos los sistemas colectivistas pueden describirse, conuna frase siempre grata a los socialistas de todas las escuelas, como la organizacióndeliberada de los esfuerzos de la sociedad en pro de un objetivo social determinado.Que nuestra presente sociedad carece de esta dirección «consciente » hacia una solafinalidad, que sus actividades se ven guiadas por los caprichos y aficiones deindividuos irresponsables, ha sido siempre una de las principales lamentaciones de

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sus críticos socialistas. En muchos aspectos esto plantea muy claramente la cuestión fundamental y nosdirige, a la vez, al punto en que surge el conflicto entre libertad individual ycolectivismo. Las diversas clases de colectivismo: comunismo, fascismo, etc.,difieren entre sí por la naturaleza del objetivo hacia el cual desean dirigir losesfuerzos de la sociedad. Pero todas ellas difieren del liberalismo y elindividualismo en que aspiran a organizar la sociedad entera y todos sus recursospara esta finalidad unitaria, y porque se niegan a reconocer las esferas autónomasdentro de las cuales son supremos los fines del individuo. En resumen, sontotalitarias en el verdadero sentido de esta nueva palabra que hemos adoptado paradescribir las inesperadas, pero, sin embargo, inseparables manifestaciones de lo queen teoría llamamos colectivismo. El «objetivo social» o el «designio común», para el que ha de organizarse lasociedad, se describe frecuentemente de un modo vago, como el «bien común », oel «bienestar general», o el «interés general». No se necesita mucha reflexión paracomprender que estas expresiones carecen de un significado suficientementedefinido para determinar una vía de acción cierta. El bienestar y la felicidad demillones de gentes no pueden medirse con una sola escala de menos y más. Elbienestar de un pueblo, como la felicidad de un hombre, depende de una multitudde cosas que pueden lograrse por una infinita variedad de combinaciones. No puedeexpresarse adecuadamente en una finalidad singular, sino tan sólo en una jerarquíade fines, en una amplia escala de valores en la que cada necesidad de cada personatiene su sitio. Dirigir todas nuestras actividades de acuerdo con un solo plan, suponeque a cada una de nuestras necesidades se le dé su lugar en una ordenación devalores que ha de ser lo bastante completa para permitir la decisión entre todas lasdiferentes vías que el planificador tiene para elegir. Supone, en resumen, laexistencia de un completo código ético en el que todos los diferentes valoreshumanos han recibido el sitio debido. La concepción de un código ético completo no es familiar, y exige un ciertoesfuerzo imaginativo para ver lo que envuelve. No tenemos el hábito de pensar encódigos morales como algo más o menos completo. El hecho de elegir nosotrosconstantemente entre diferentes valores sin un código social que nos prescriba cómodebemos elegir, no nos sorprende y no nos sugiere que nuestro código moral seaincompleto. En nuestra sociedad no hay ni ocasión ni razón para que la gentedesarrolle opiniones comunes sobre lo que en cada situación deba hacerse. Perodonde todos los medios que han de usarse son propiedad de la sociedad, y han deusarse en nombre de la sociedad, de acuerdo con un plan unitario, una visión«social» acerca de lo que debe hacerse tiene que guiar todas las decisiones. En unmundo semejante, pronto encontraríamos que nuestro código moral está lleno dehuecos.

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No nos ocuparemos aquí de averiguar si convendría disponer de un código éticotan completo. Sólo indicaremos que, hasta el presente, al desarrollo de lacivilización ha acompañado una constante reducción de la esfera en que lasacciones individuales están sujetas a reglas fijas. Las reglas que componen nuestrocódigo moral común han disminuido progresivamente y han tomado un caráctercada vez más general. Desde el hombre primitivo, que estaba atado a un complicadoritual en casi todas sus actividades diarias, que se veía limitado por innumerablestabús y que apenas podía concebir un hacer algo de manera diferente que suscompañeros, la moral ha tendido, cada vez más, a constituir solamente los límitesque circunscriben la esfera dentro de la cual el individuo puede comportarse a sugusto. La adopción de un código ético común suficientemente extenso paradeterminar un plan económico unitario significaría una inversión completa de esatendencia. Lo esencial para nosotros es que no existe un código ético tan completo. Elintento de dirigir toda la actividad económica de acuerdo con un solo plan alzaríainnumerables cuestiones, cuya respuesta sólo podría provenir de una regla moral,pero la ética existente no tiene respuesta para ellas, y cuando la tiene, no hayacuerdo respecto a lo que se deba hacer. La gente, o no tiene opiniones definidas, otiene opiniones opuestas sobre estas cuestiones, porque en la sociedad libre en quehemos vivido no ha existido ocasión para pensar sobre ellas y todavía menos paraformar una opinión común. No es sólo que carezcamos de una escala de valores que lo abarque todo; es quesería imposible para una mente abarcar la infinita variedad de las diversasnecesidades de las diferentes personas que compiten por los recursos disponibles yasignar un peso definido a cada una. Para nuestro problema es de menorimportancia si los fines que son la aspiración de una persona abarcan sólo suspropias necesidades individuales o incluyen las necesidades de sus allegados máscercanos o incluso las de los más distantes; es decir, si es egoísta o altruista, en elsentido ordinario de estas palabras. El hecho trascendental es que al hombre le esimposible abarcar un campo ilimitado, sentir la urgencia de un número ilimitado denecesidades. Se centre su atención sobre sus propias necesidades físicas o tome concálido interés el bienestar de cualquier ser humano que conozca, los fines de quepuede ocuparse serán tan sólo y siempre una fracción infinitésima de lasnecesidades de todos los hombres. Sobre este hecho fundamental descansa la filosofía entera del individualismo.Este no supone, como se afirma con frecuencia, que el hombre es interesado oegoísta o que deba serlo. Se limita a partir del hecho indiscutible de que lalimitación de nuestras facultades imaginativas sólo permite incluir en nuestra escalade valores un sector de las necesidades de la sociedad entera, y que, hablandoestrictamente, como sólo en las mentes individuales pueden existir escalas de

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valores, no hay sino escalas parciales, escalas que son, inevitablemente, diferentes ya menudo contradictorias entre sí. De esto, el individualista concluye que debedejarse a cada individuo, dentro de límites definidos, seguir sus propios valores ypreferencias antes que los de otro cualquiera, que el sistema de fines del individuodebe ser supremo dentro de estas esferas y no estar sujeto al dictado de los demás.El reconocimiento del individuo como juez supremo de sus fines, la creencia enque, en lo posible, sus propios fines deben gobernar sus acciones, es lo queconstituye la esencia de la posición individualista. Esta posición no excluye, por lo demás, el reconocimiento de unos fines sociales,o, mejor, de una coincidencia de fines individuales que aconseja a los hombresconcertarse para su consecución. Pero limita esta acción común a los casos en quecoinciden las opiniones individuales. Lo que se llaman «fines sociales» son paraella simplemente fines idénticos de muchos individuos o fines a cuyo logro losindividuos están dispuestos a contribuir, en pago de la asistencia que reciben para lasatisfacción de sus propios deseos. La acción común se limita así a los campos enque las gentes concuerdan sobre fines comunes. Con mucha frecuencia, estos finescomunes no serán fines últimos de los individuos, sino medios que las diferentespersonas pueden usar con diversos propósitos. De hecho, las gentes están másdispuestas a convenir en una acción común cuando el fin común no es un fin últimopara ellas, sino un medio capaz de servir a una gran variedad de propósitos. Cuando los individuos se combinan en un esfuerzo conjunto para realizar finesque les son comunes, las organizaciones, como el Estado, que forman con esepropósito reciben sistemas de fines propios y medios propios. Pero la organizaciónasí formada no deja de ser una «persona» entre otras; en el caso del Estado, muchomás poderosa que cualquier otra, cierto es, pero también con su esfera separada ylimitada, sólo dentro de la cual son supremos sus fines. Los límites de esta esferaestán determinados por la extensión en que los individuos se conciertan sobre finesparticulares; y la probabilidad del acuerdo sobre una particular vía de accióndecrece necesariamente a medida que se extiende el alcance de esta acción. Hayciertas funciones del Estado en cuyo ejercicio se logrará prácticamente launanimidad entre sus ciudadanos; habrá otras sobre las cuales recaerá el acuerdo deuna mayoría importante, y así, sucesivamente, hasta llegar a campos donde, aunquecada individuo desearía que el Estado actuase de alguna manera, habría casi tantasopiniones como personas acerca de lo que el Estado debiera hacer. Sólo podemos contar con un acuerdo voluntario para guiar la acción del Estadocuando ésta se limita a las esferas en que el acuerdo existe. Pero no sólo cuando elEstado emprende una acción directa en campos donde no existe tal acuerdo escuando se ve obligado a suprimir la libertad individual. Por desgracia, no podemosextender indefinidamente la esfera de la acción común y mantener, sin embargo, lalibertad de cada individuo en su propia esfera. Cuando el sector comunal, en el que

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el Estado domina todos los medios, llega a sobrepasar una cierta proporción de latotalidad, los efectos de sus acciones dominan el sistema entero. Si el Estadodomina directamente el uso de una gran parte de los recursos disponibles, losefectos de sus decisiones sobre el resto del sistema económico se hacen tan grandes,que indirectamente lo domina casi todo. Donde, como aconteció, por ejemplo, enAlemania ya desde 1928, las autoridades centrales y locales dominan directamenteel uso de más de la mitad de la renta nacional (según una estimación oficialalemana de entonces, el 53 por 100),[189] dominan indirectamente casi la vidaeconómica entera de la nación. Apenas hay entonces un fin individual que para sulogro no dependa de la acción del Estado, y la «escala social de valores » que guíala acción del Estado tiene que abarcar prácticamente todos los fines individuales. No es difícil ver cuáles serán las consecuencias si la democracia se lanza a unacarrera de planificación que en su ejecución requiera más conformidad que la quede hecho existe. La gente puede ponerse de acuerdo para adoptar un sistema deeconomía dirigida porque esté convencida de que producirá una gran prosperidad.En las discusiones que a esta decisión llevasen, el objetivo de la planificación sehabría descrito con una expresión tal como el «bienestar común», que no hace sinoocultar la falta de un acuerdo real sobre los fines de la planificación. El acuerdosólo existirá de hecho sobre el mecanismo utilizable. Pero es un mecanismo quesólo puede utilizarse para un fin común; y la cuestión del fin preciso hacia el que hade dirigirse toda la actividad surgirá tan pronto como el poder ejecutivo tenga quetraducir la demanda de un plan único en la materialización de un plan particular.Resultará entonces que el acuerdo sobre la deseabilidad de la planificación noencuentra apoyo en un acuerdo sobre los fines a los que ha de servir el plan. Elefecto del acuerdo general respecto a la adopción de una planificación centralizada,sin un acuerdo sobre sus fines, sería como si un grupo de personas secomprometiesen a pasar un día juntas, sin lograr acuerdo sobre el lugar preferido,con el resultado de que todas se verían forzadas a una excursión que la mayor partede ellas no desearían en modo alguno. Uno de los rasgos que más contribuyen adeterminar el carácter de un sistema planificado es que la planificación crea unestado de cosas en el que nos es necesario el acuerdo sobre un número decuestiones mucho mayor de lo que es costumbre, y que en un sistema planificado nopodemos limitar la acción colectiva a las tareas en que cabe llegar a un acuerdo,sino que nos vemos forzados a llegar a un acuerdo sobre todo, si es que ha de serposible una acción cualquiera. Puede suceder que el pueblo haya expresado unánimemente el deseo de que elparlamento prepare un plan económico completo, sin que para ello ni el pueblo nisus representantes necesiten estar de acuerdo sobre plan alguno en particular. Laincapacidad de las asambleas democráticas para llevar a término lo que parece serun claro mandato del pueblo causará, inevitablemente, insatisfacción en cuanto a lasinstituciones democráticas mismas. Los parlamentos comienzan a ser mirados como

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ineficaces tertulias, incapaces de realizar las tareas para las que fueron convocados.Crece el convencimiento de que, si ha de lograrse una planificación eficaz, ladirección tiene que quedar «fuera de la política» y colocarse en manos de expertos,funcionarios permanentes u organismos autónomos. Los socialistas conocen muy bien la dificultad. Pronto hará medio siglo que losWebb comenzaron a lamentarse de «la creciente incapacidad de la Cámara de losComunes para cumplir su cometido».[190] Más recientemente, el profesor Laski haperfeccionado el argumento: «Es del dominio común que la actual máquinaparlamentaria resulta por completo inadecuada para aprobar rápidamente una granmasa de complicada legislación. El Gobierno nacional, por lo demás, lo ha admitidoen realidad al dar vida a sus medidas económicas y aduaneras, no por un minuciosodebate en los Comunes, sino gracias a un extenso sistema de legislación delegada.Un gobierno laborista, creo yo, operaría sobre la base de este amplio precedente.Reduciría los Comunes a las dos funciones que puede en realidad llenar: el examende las reclamaciones y la discusión de los principios generales de sus medidas. Susleyes tendrían el carácter de fórmulas generales confiriendo amplios poderes a losdepartamentos ministeriales competentes, y estos poderes serían ejercidos pordecretos, a los cuales podrían oponerse los Comunes con un voto de censura. Lanecesidad y el valor de la legislación delegada han sido reafirmados con gran fuerzaen fecha reciente por la comisión Donoughmore, y su ampliación es inevitable si noha de hundirse el proceso de socialización bajo los métodos de obstrucciónnormales sancionados por el actual procedimiento parlamentario.» Y para que quede bien claro que un gobierno socialista no debe dejarse estorbarmucho por el procedimiento democrático, el profesor Laski, al final del mismoartículo, plantea la cuestión de «si, en un periodo de tránsito hacia el socialismo, ungobierno laborista puede arriesgarse a que el resultado de las primeras eleccionesgenerales arruine sus medidas»;y, significativamente, la deja sin respuesta.[191] Es importante ver con claridad las causas de esta admitida ineficacia de losparlamentos cuando se enfrentan con una administración detallada de los asuntoseconómicos de la nación. La falta no está en las personas de los representantes ni enlas instituciones parlamentarias en cuanto tales, sino en las contradiccionesinherentes a la tarea que se les encomienda. No se les pide que actúen en lo quepuedan estar de acuerdo, sino que lleguen a un acuerdo en todo, a un acuerdo sobrela completa dirección de los recursos nacionales. Para una tarea semejante, empero,el sistema de la decisión por mayoría es inapropiado. Las mayorías se lograráncuando se trate de una elección entre pocas alternativas; pero es una superstición elcreer que tiene que existir una opinión mayoritaria sobre todas las cosas. No hayrazón para que deba existir una mayoría dentro de cada una de las diferentes víasposibles de acción positiva si su número forma legión. Cada miembro de laasamblea legislativa puede preferir, para la dirección de la actividad económica,

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algún particular plan antes que la falta de plan; mas, para la mayoría, puede noresultar ningún plan preferible a la falta de todo plan. Tampoco puede lograrse un plan coherente rompiéndolo en partes y votandosobre las cuestiones particulares. Una asamblea democrática votando y enmendandoun plan económico global, artículo por artículo, tal como se delibera sobre unproyecto de ley ordinario, carece de sentido. Un plan económico, si ha de merecertal nombre, tiene que responder a una concepción unitaria. Incluso si el parlamentopudiera, avanzando paso a paso, aprobar un proyecto, éste, al final, no satisfaría anadie. Un todo complejo, cuyas partes todas deben ajustarse cuidadosísimamenteentre sí, no puede lograrse a través de un compromiso entre opinionescontrapuestas. Redactar un plan económico de esta manera es todavía másimposible que, por ejemplo, planificar con éxito por el procedimiento democráticouna campaña militar.Como en estrategia, sería inevitable delegar la tarea en lostécnicos. La diferencia es, sin embargo, que, mientras al general encargado de la campañase le encomienda un solo objetivo, al cual, en tanto dura la misma, han de serconsagrados exclusivamente todos los medios a su disposición, al planificadoreconómico no se le puede señalar también un objetivo único, y no puede existir unalimitación semejante en cuanto a los medios que se le entregan. El general no tieneque contrapesar diferentes finalidades independientes; para él sólo hay un objetivosupremo. Pero los fines de un plan económico, o de cualquiera de sus partes, nopueden definirse separados del plan particular. Pertenece a la esencia del problemaque la confección de un plan económico envuelve la elección entre fines enconflicto o competitivos: las diferentes necesidades de las diferentes personas. Perocuáles fines, de los que están en conflicto, deberán sacrificarse, si deseamos obtenerotros, o, en resumen, cuáles son las alternativas entre las que hemos de elegir, sólopueden saberlo quienes conozcan todos los hechos; y sólo ellos, los técnicos, estánen situación de decidir a cuáles de los diferentes fines ha de darse preferencia. Esinevitable que ellos impongan su escala de preferencias a la comunidad para la queplanifican. Esto no se ha visto siempre con claridad, y la delegación se justifica usualmentepor el carácter técnico de la tarea. Pero ello no significa que sólo se deleguen losdetalles técnicos, ni tampoco que la incapacidad de los parlamentos paracomprender los detalles técnicos sea la raíz de la dificultad.[192] Las alteraciones en la estructura del Código civil no son menos técnicas ni menosdifíciles de apreciar en todas sus complejidades, y sin embargo, nadie ha sugeridoseriamente que esta legislación se delegase en un cuerpo de peritos. El hecho es queen estos campos la legislación no va más allá de ciertas reglas generales sobre lasque puede alcanzarse un acuerdo verdaderamente mayoritario, mientras que en ladirección de la actividad económica los intereses que han de conciliarse son tan

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divergentes que no es posible conseguir un verdadero acuerdo en una asambleademocrática. Hay que reconocer, sin embargo, que la delegación de la facultad legislativa noes en sí lo cuestionable. Oponerse a la delegación en sí es oponerse a un síntoma yno a una causa, y como aquélla puede ser el resultado necesario de otras causas,sería debilitar la argumentación. En tanto la facultad que se delega sea simplementela de establecer reglas generales, puede haber muy buenas razones para que dictenestas reglas las autoridades locales mejor que las centrales. Lo discutible es quedeba recurrirse tan a menudo a la delegación porque las cuestiones no puedanreglamentarse por preceptos generales, sino únicamente por la decisión discrecionalen cada caso particular. Entonces la delegación significa que se ha concedido podera alguna autoridad para dar fuerza de ley a lo que, a todos los efectos, sondecisiones arbitrarias (descritas comúnmente con la expresión «juzgar el caso segúnsus circunstancias particulares»). La delegación de las diversas tareas técnicas a organismos separados, cuando seconvierte en un hecho normal, es tan sólo el primer paso en el proceso por el cualuna democracia que se embarca en la planificación cede progresivamente susfacultades. El expediente de la delegación no puede, en realidad, eliminar las causasde la impotencia de la democracia, que tanto impacienta a los abogados de laplanificación general. La delegación de facultades particulares en organismosautónomos crea un nuevo obstáculo para la consecución de un plan unitariocoordinado. Aun si, por este expediente, una democracia lograse planificar todos lossectores de la actividad económica, todavía se vería frente al problema de integrarestos planes separados en un todo unitario. Muchos planes separados no forman untodo planificado —como, de hecho, los planificadores tienen que ser los primerosen admitir—, y el resultado aún sería peor que la falta de un plan. Pero los cuerposlegislativos democráticos dudarán mucho antes de ceder la facultad de decisiónsobre los puntos de interés vital, y en tanto no la cedan harán imposible a cualquierala consecución de un plan general. Sin embargo, el acuerdo sobre la necesidad de laplanificación, junto con la incapacidad de las asambleas democráticas para producirun plan, provocará demandas cada vez más fuertes a fin de que se otorguen algobierno o a algún individuo en particular poderes para actuar bajo su propiaresponsabilidad. Cada vez se extiende más la creencia en que, para que las cosasmarchen, las autoridades responsables han de verse libres de las trabas delprocedimiento democrático. El clamor, no infrecuente en Inglaterra, en pro de un dictador económico es unaetapa característica del movimiento hacia la planificación. Han transcurrido yavarios años desde que uno de los más agudos investigadores extranjeros sobreInglaterra, el difunto Élie Halévy, sugería: «Si se hiciera una composiciónfotográfica que incluyese a Lord Eustace Percy, Sir Oswald Mosley y Sir Stafford

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Cripps, creo que se hallaría en ellos un rasgo común, que se les encontraría a todosde acuerdo en decir: “Vivimos en un caos económico y no podemos salir de él sinalguna forma de dirección dictatorial”.»[193] El número de hombres públicosinfluyentes cuya inclusión no alteraría esencialmente los rasgos de esta«composición fotográfica» ha crecido de modo considerable desde entonces. En Alemania, aun antes de que Hitler lograra el poder, el movimiento habíallegado mucho más lejos. Es importante recordar que, algún tiempo antes de 1933Alemania había alcanzado un punto en que hubo de tener en efecto un gobiernodictatorial. Nadie pudo entonces dudar que, por lo pronto, la democracia se habíahundido, y que demócratas sinceros, como Brüning, no eran más capaces degobernar democráticamente que Schleicher o Von Papen.[194] Hitler no tuvo quedestruir la democracia; tuvo simplemente que aprovecharse de su decadencia, y enel crítico momento obtuvo el apoyo de muchos que, aunque detestaban a Hitler, lecreyeron el único hombre lo bastante fuerte para hacer marchar las cosas. El argumento de los planificadores para que nos avengamos con esta evoluciónconsiste en afirmar que mientras la democracia retenga el control último, lo esencialde ella queda indemne. Así, Karl Mannheim escribe: «Lo único [sic] en que unasociedad planificada difiere de la del siglo XIX es que cada vez se sujetan a laintervención estatal más y más esferas de la vida social, y finalmente, todas y cadauna de ellas. Pero si la soberanía parlamentaria puede mantener unos cuantoscontroles, también puede mantener muchos...; en un Estado democrático lasoberanía puede reforzarse ilimitadamente por medio de los plenos poderes sinrenunciar a la fiscalización democrática.»[195] Esta creencia olvida una distinción vital. Al parlamento le es posible, sin duda,fiscalizar la ejecución de aquellas tareas en las que pueda dar direcciones definidas,en las que primero ha llegado a un acuerdo sobre el objetivo y sólo delega laejecución del detalle. La situación es enteramente diferente cuando el motivo de ladelegación consiste en no existir un acuerdo real sobre los fines, cuando elorganismo encargado de la planificación tiene que elegir entre fines cuyaconflictividad ni siquiera ha advertido el parlamento, y lo más que cabe es presentara éste un plan que tiene que aceptar o rechazar por entero. Puede haber, yprobablemente habrá, crítica; pero resultará completamente ineficaz, porque no selogrará nunca una mayoría respecto a cualquier otro plan alternativo, y las partesdel proyecto impugnadas se presentarán casi siempre como elementos esenciales delconjunto. La discusión parlamentaria puede mantenerse como una válvula deseguridad útil y, aún más, como un eficaz medio de difusión de las respuestasoficiales a las reclamaciones. Puede también evitar algunos abusos flagrantes einstar útilmente para el remedio de algunos errores particulares.Pero no puededirigir.A lo más, se reduciría a elegir las personas que habrían de disponer de unpoder prácticamente absoluto. El sistema entero tendería hacia la dictadura

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plebiscitaria, donde el jefe del gobierno es confirmado de vez en cuando en suposición por el voto popular, pero dispone de todos los poderes para asegurarse queel voto irá en la dirección que desea. El precio de la democracia es que las posibilidades de un control explícito sehallan restringidas a los campos en que existe verdadero acuerdo y que en algunoscampos las cosas tienen que abandonarse a su suerte. Pero en una sociedad cuyofuncionamiento está sujeto a la planificación central, este control no puede quedar amerced de la existencia de una mayoría dispuesta a dar su conformidad. Confrecuencia será necesario que la voluntad de una pequeña minoría se imponga atodos, porque esta minoría será el mayor grupo capaz de llegar a un acuerdo dentrode ella sobre la cuestión disputada. El gobierno democrático ha actuado con éxitodonde y en tanto las funciones del gobierno se restringieron, por una opiniónextensamente aceptada, a unos campos donde el acuerdo mayoritario podía lograrsepor la libre discusión; y el gran mérito del credo liberal está en que redujo el ámbitode las cuestiones sobre las cuales era necesario el acuerdo a aquellas en que eraprobable que existiese dentro de una sociedad de hombres libres. Se dice ahora confrecuencia que la democracia no tolerará el «capitalismo». Por ello se hace todavíamás importante comprender que sólo dentro de este sistema es posible lademocracia, si por «capitalismo» se entiende un sistema de competencia basadosobre la libre disposición de la propiedad privada. Cuando llegue a ser dominadapor un credo colectivista, la democracia se destruirá a sí misma inevitablemente. No tenemos, empero, intención de hacer de la democracia un fetiche. Puede sermuy cierto que nuestra generación habla y piensa demasiado de democracia ydemasiado poco de los valores a los que ésta sirve. No puede decirse de lademocracia lo que con verdad decía Lord Acton de la libertad: que ésta «no es unmedio para un fin político más alto. Es, en sí, el fin político más alto. No se necesitapor razones de buena administración pública, sino para asegurar la consecución delos más altos objetivos de la sociedad civil y de la vida privada.»[196] Lademocracia es esencialmente un medio, un expediente utilitario para salvaguardar lapaz interna y la libertad individual. Como tal, no es en modo alguno infalible ocierta.Tampoco debemos olvidar que a menudo ha existido una libertad cultural yespiritual mucho mayor bajo un régimen autocrático que bajo algunas democracias;y se entiende sin dificultad que bajo el gobierno de una mayoría muy homogénea ydoctrinaria el sistema democrático puede ser tan opresivo como la peor dictadura.Nuestra afirmación no es, pues, que la dictadura tenga que extirpar inevitablementela libertad, sino que la planificación conduce a la dictadura, porque la dictadura esel más eficaz instrumento de coerción y de inculcación de ideales, y, como tal,indispensable para hacer posible una planificación central en gran escala. Elconflicto entre planificación y democracia surge sencillamente por el hecho de serésta un obstáculo para la supresión de la libertad, que la dirección de la actividadeconómica exige. Pero cuando la democracia deja de ser una garantía de la libertad

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individual, puede muy bien persistir en alguna forma bajo un régimen totalitario.Una verdadera «dictadura del proletariado », aunque fuese democrática en su forma,si acometiese la dirección centralizada del sistema económico destruiría,probablemente, la libertad personal más a fondo que lo haya hecho jamás ningunaautocracia. No carece de peligros la moda de concentrarse en torno a la democracia comoprincipal valor amenazado. Es ampliamente responsable de la equívoca e infundadacreencia en que mientras la fuente última del poder sea la voluntad de la mayoría, elpoder no puede ser arbitrario. La falsa seguridad que mucha gente saca de estacreencia es una causa importante de la general ignorancia de los peligros quetenemos ante nosotros. No hay justificación para creer que en tanto el poder seconfiera por un procedimiento democrático no puede ser arbitrario. La antítesissugerida por esta afirmación es asimismo falsa, pues no es la fuente, sino lalimitación del poder, lo que impide a éste ser arbitrario. El control democráticopuede evitar que el poder se torne arbitrario; pero no lo logra por su meraexistencia. Si la democracia se propone una meta que exige el uso de un poderincapaz de ser guiado por reglas fijas, tiene que convertirse en un poder arbitrario.

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Capítulo VILa planificación y el estado de derecho

Estudios recientes de sociología del Derecho confirman una vez másque el principio fundamental de la ley formal, según el cual todo casodebe juzgarse de acuerdo con preceptos racionales generales, sujetos almenor número posible de excepciones y basados sobre supuestoslógicos, sólo prevalece en la fase competitiva y liberal del capitalismo. Karl Mannheim[197] Nada distingue con más claridad las condiciones de un país libre de las que rigenen un país bajo un gobierno arbitrario que la observancia, en aquél, de los grandesprincipios conocidos bajo la expresión Estado de Derecho (Rule of Law). Despojadade todo su tecnicismo, significa que el Estado está sometido en todas sus acciones anormas fijas y conocidas de antemano; normas que permiten a cada uno prever consuficiente certidumbre cómo usará la autoridad en cada circunstancia sus poderescoercitivos, y disponer los propios asuntos individuales sobre la base de esteconocimiento.[198] Aunque este ideal nunca puede alcanzarse plenamente, porquelos legisladores, como aquellos a quienes se confía la administración de la ley, sonhombres falibles, queda suficientemente clara la cuestión esencial: que debereducirse todo lo posible la discreción concedida a los órganos ejecutivos dotadosde un poder coercitivo. Aun cuando toda ley restringe hasta cierto punto la libertad

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individual alterando los medios que la gente puede utilizar en la consecución de susfines, bajo la supremacía de la ley le está prohibido al Estado paralizar por unaacción ad hoc los esfuerzos individuales. Dentro de las reglas del juego conocidas,el individuo es libre para procurarse sus fines y deseos personales, seguro de quelos poderes del Estado no se usarán deliberadamente para frustrar sus esfuerzos. La distinción que antes establecimos entre la creación de una estructura legalpermanente, dentro de la cual la actividad productiva es guiada por las decisionesindividuales, y la dirección de la actividad económica por una autoridad central, esrealmente un caso particular de la distinción más general entre el Estado deDerecho y el gobierno arbitrario. Bajo el primero, el Estado se limita a fijar normasdeterminantes de las condiciones bajo las cuales pueden utilizarse los recursosdisponibles, dejando a los individuos la decisión sobre los fines para los que seránusados. Bajo el segundo, el Estado dirige hacia fines determinados el empleo de losmedios de producción. Las normas del primer tipo pueden establecerse deantemano, con el carácter de normas formales que no se dirigen a los deseos ynecesidades de ningún individuo en particular. Pretenden ser tan sólo instrumentospara la consecución de los diversos fines individuales de las gentes.Y se proyectan,o deben serlo, para tan largos periodos que sea imposible saber si favorecerán aalguien en particular más que a otros. Pueden casi describirse como un tipo deinstrumento de la producción que permite a cualquiera prever la conducta de lasgentes con quienes tiene que colaborar, más que como esfuerzos para la satisfacciónde necesidades particulares. La planificación económica de tipo colectivista envuelve necesariamente todo loopuesto. La autoridad planificadora no puede confinarse a suministrar oportunidadesa personas desconocidas para que éstas hagan de ellas el uso que les parezca. Nopuede sujetarse de antemano a normas generales y formales que impidan laarbitrariedad.Tiene que atender a las necesidades efectivas de la gente a medida quesurgen, y para esto ha de elegir deliberadamente entre ellas. Tiene que decidirconstantemente sobre cuestiones que no pueden contestarse por principios formalestan sólo, y al tomar estas decisiones tiene que establecer diferencias de mérito entrelas necesidades de los diversos individuos. Cuando el Estado tiene que decidirrespecto a cuántos cerdos cebar o cuántos autobuses poner en circulación, quéminas de carbón explotar o a qué precio vender el calzado, estas resoluciones nopueden deducirse de principios formales o establecerse de antemano para largosperiodos. Dependen inevitablemente de las circunstancias del momento, y al tomarestas decisiones será siempre necesario contrapesar entre sí los intereses de lasdiversas personas y grupos. Al final, las opiniones de alguien decidirán cuáles deestos intereses son más importantes, y estas opiniones pasan así a formar parte de laley del país: una nueva distinción de jerarquías que el aparato coercitivo del Estadoimpone al pueblo.

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La distinción que hemos empleado entre ley o justicia formal y normassustantivas es muy importante y a la vez sumamente difícil de expresar conprecisión en la práctica. Y, sin embargo, el principio general que interviene esbastante simple. La diferencia entre los dos tipos de normas es la misma que existeentre promulgar un código de la circulación u obligar a la gente a circular por unsitio determinado; o mejor todavía, entre suministrar señales indicadoras odeterminar la carretera que ha de tomar la gente. Las normas formales indican de antemano a la gente cuál será la conducta delEstado en cierta clase de situaciones, definidas en términos generales, sin referenciaal tiempo, al lugar o a alguien en particular. Atañen a situaciones típicas en quetodos pueden hallarse, y en las cuales la existencia de estas normas será útil parauna gran variedad de propósitos individuales. El conocimiento de que en talessituaciones el Estado actuará de una manera definida o exigirá que la gente secomporte de un cierto modo, es aportado como un medio que la gente puede utilizaral hacer sus propios planes. Las normas formales son así simples instrumentos, en elsentido de proyectarse para que sean útiles a personas anónimas, a los fines para losque estas personas decidan usarlos y en circunstancias que no pueden preverse condetalle. De hecho, el que no conozcamos sus efectos concretos, que no conozcamosa qué fines particulares ayudarán estas normas o a qué individuos en particularasistirán, el que reciban simplemente la forma en que es más probable quebeneficien a todas las personas afectadas por ellas, todo esto constituye la cualidadmás importante de las normas formales, en el sentido que aquí hemos dado a estaexpresión. No envuelven una elección entre fines particulares o individuosdeterminados, precisamente porque no podemos conocer de antemano por quién yde qué manera serán usadas. En nuestro tiempo, con su pasión por la intervención expresa sobre todas lascosas, puede resultar paradójico reclamar consideración de virtud para un sistema alhecho de conocerse menos en él que bajo la mayor parte de los demás sistemas losefectos particulares de las medidas que el Estado tome, y calificar como superior aun método de intervención social precisamente por nuestra ignorancia acerca de susresultados concretos. Y sin embargo, esta consideración es, en realidad, la razón deser del gran principio liberal del Estado de Derecho. Pero la aparente paradoja sedeshace rápidamente cuando llevamos un poco más lejos la argumentación. Este argumento es doble; por un lado es económico, y aquí sólo puede formularsebrevemente. El Estado tiene que limitarse a establecer reglas aplicables a tiposgenerales de situaciones y tiene que conceder libertad a los individuos en todo loque dependa de las circunstancias de tiempo y lugar, porque sólo los individuosafectados en cada caso pueden conocer plenamente estas circunstancias y adaptarsus acciones a ellas. Si los individuos han de ser capaces de usar su conocimientoeficazmente para elaborar sus planes, tienen que estar en situación de prever los

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actos del Estado que pueden afectar a estos planes. Mas para que sean previsibleslos actos del Estado, tienen estos que estar determinados por normas fijas, conindependencia de las circunstancias concretas que ni pueden preverse ni tenerse encuenta por anticipado: por lo que los efectos particulares de aquellos actos seránimprevisibles. Si, de otra parte, el Estado pretendiese dirigir las accionesindividuales para lograr fines particulares, su actuación tendría que decidirse sobrela base de todas las circunstancias del momento, y sería imprevisible. De aquí elhecho familiar de que, cuanto más «planifica» el Estado, más difícil se le hace alindividuo su planificación. El segundo argumento, moral o político, es aún más directamente importante parala cuestión que se discute. Si el Estado ha de prever la incidencia de sus actos, estosignifica que no puede dejar elección a los afectados. Allí donde el Estado puedeprever exactamente los efectos de las vías de acción alternativas sobre losindividuos en particular, es el Estado quien elige entre los diferentes fines. Sideseamos crear nuevas oportunidades abiertas a todos, ofrecer opciones que la gentepueda usar como quiera, los resultados precisos no pueden ser previstos. Las normasgenerales, o leyes genuinas, a diferencia de las órdenes específicas, tienen queproyectarse, pues, para operar en circunstancias que no pueden preverse con detalle,y, por consiguiente, no pueden conocerse de antemano sus efectos sobre cada fin ocada individuo en particular. Sólo de este modo le es posible al legislador serimparcial. Ser imparcial significa no tener respuesta para ciertas cuestiones: paraaquella clase de cuestiones sobre las que, si hemos de decidir nosotros, decidimostirando al aire una moneda. En un mundo donde todo estuviera exactamente previsto, le sería muy difícil alEstado hacer algo y permanecer imparcial. Allí donde se conocen los efectosprecisos de la política del Estado sobre los individuos en particular, donde el Estadose propone directamente estos efectos particulares, no puede menos de conocer esosefectos, y no puede, por ende, ser imparcial. Tiene necesariamente que tomarpartido, imponer a la gente sus valoraciones y, en lugar de ayudar a ésta al logro desus propios fines, elegir por ella los fines. Cuando al hacer una ley se han previstosus efectos particulares, aquélla deja de ser un simple instrumento para uso de lasgentes y se transforma en un instrumento del legislador sobre el pueblo y para suspropios fines. El Estado deja de ser una pieza del mecanismo utilitario proyectadopara ayudar a los individuos al pleno desarrollo de su personalidad individual y seconvierte en una institución «moral»; donde «moral» no se usa en contraposición ainmoral, sino para caracterizar a una institución que impone a sus miembros suspropias opiniones sobre todas las cuestiones morales, sean morales o grandementeinmorales estas opiniones. En este sentido, el nazi u otro Estado colectivistacualquiera es «moral», mientras que el Estado liberal no lo es. Quizá pueda decidirse que todo esto no plantea un problema serio, pues por la

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naturaleza de las cuestiones sobre las que el planificador económico ha de decidir,éste no necesita guiarse, ni debe hacerlo, por sus prejuicios individuales, sino quedebe sujetarse a la general convicción acerca de lo que es justo y razonable. Estaobjeción recibe usualmente apoyo de quienes tienen experiencia sobre laplanificación en una industria particular y encuentran que no hay una dificultadinsuperable para llegar a una decisión que aceptarían como justa todos losinmediatamente afectados. La razón por la que esta experiencia no demuestra nadaes precisamente la selección de «intereses » afectados cuando la planificación selimita a una industria en particular. Los más de cerca interesados en una cuestiónparticular no son necesariamente los mejores jueces sobre los intereses de lasociedad en general. Para recoger sólo el caso más característico: cuando el capital yel trabajo, dentro de una industria, convienen sobre alguna política de restricción yexplotan así a los consumidores, no surge usualmente ninguna dificultad para ladivisión del botín en proporción a los antiguos ingresos o según otro principiosemejante. Por lo general, la pérdida que se reparte entre miles o millones sedesprecia simplemente o se considera de manera por completo inadecuada. Sideseamos poner a prueba la utilidad del principio de lo «justo» para decidir en laclase de cuestiones que surgen en la planificación económica, tenemos que aplicarloa alguna cuestión donde las ganancias y las pérdidas sean igualmente claras. Enestos casos se reconoce sin dificultad que ningún principio general, tal como el delo justo, puede proveer una respuesta. Cuando tenemos que elegir entre sueldos másaltos para las enfermeras o los médicos o una mayor extensión de los serviciossanitarios, más leche para los niños o mayores jornales para los trabajadoresagrícolas, o entre ocupación para los parados o mejores jornales para los yaocupados, se necesita para procurar una respuesta nada menos que un sistemacompleto de valores en que cada necesidad de cada persona o grupo ocupe un lugardefinido. De hecho, a medida que se extiende la planificación se hace normalmentenecesario adaptar con referencia a lo que es «justo» o «razonable» un númerocreciente de disposiciones legales. Esto significa que se hace cada vez másnecesario entregar la decisión del caso concreto a la discreción del juez o de laautoridad correspondiente. Se podría escribir una historia del ocaso de la supremacíade la ley, de la desaparición del Rechtsstaat, siguiendo la introducción progresiva deaquellas vagas fórmulas en la legislación y la jurisprudencia y la crecientearbitrariedad e incertidumbre de las leyes y la judicatura, con su consiguientedegradación, que en estas circunstancias no pueden menos de ser un instrumento dela política.[199] Es importante señalar una vez más a tal respecto que el ocaso delEstado de Derecho había avanzado constantemente en Alemania durante algúntiempo antes de que Hitler llegara al poder, y que una política muy avanzada haciala planificación totalitaria había ya realizado gran parte de la obra que Hitlercompletó.

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No puede dudarse que la planificación envuelve necesariamente unadiscriminación deliberada entre las necesidades particulares de las diversas personasy permite a un hombre hacer lo que a otro se le prohíbe.Tiene que determinarse poruna norma legal qué bienestar puede alcanzar cada uno y qué le será permitido acada uno hacer y poseer. Significa de hecho un retorno a la supremacía del status,una inversión del «movimiento de las sociedades progresivas» que, según la famosafrase de Sir Henry Maine, «hasta ahora ha sido un movimiento desde el status haciael contrato».200 Sin duda, el Estado de Derecho debe considerarse probablemente,más que la primacía de 1 contrato, como lo opuesto, en realidad a la primacía delstatus. El Estado de Derecho, en el sentido de primacía de la ley formal, es laausencia de privilegios legales para unas personas designadas autoritariamente, loque salvaguarda aquella igualdad ante la ley que es lo opuesto al gobierno,arbitrario. Un resultado necesario, y sólo aparentemente paradójico, de lo dicho es que laigualdad formal ante la ley está en pugna y de hecho es incompatible con todaactividad del Estado dirigida deliberadamente á la igualación material o sustantivade los individuos, y que toda política directamente dirigida a un ideal sustantivo dejusticia distributiva tiene que conducir a la destrucción del Estado de Derecho.Provocar el mismo resultado para personas diferentes significa, por fuerza, tratarlasdiferentemente. Dar a los diferentes individuos las mismas oportunidades objetivas,no significa darles la misma chance subjetiva. No puede negarse que el Estado deDerecho produce desigualdades económicas; todo lo que puede alegarse en su favores que esta desigualdad no pretende afectar de una manera determinada aindividuos en particular. Es muy significativo y característico que los socialistas (ylos nazis) han protestado siempre contra la justicia «meramente» formal, que se hanopuesto siempre a una ley que no encierra criterio respecto al grado de bienestarque debe alcanzar cada persona en particular[201] y que han demandado siempreuna «socialización de la Ley», atacado la independencia de los jueces y, a la vez,apoyado todos los movimientos, como el de la Freirechtsschule, que minaron elEstado de Derecho. Puede incluso decirse que para un eficaz Estado de Derecho es más importanteque el contenido mismo de la norma el que ésta se aplique siempre, sinexcepciones.A menudo no importa mucho el contenido de la norma, con tal que lamisma norma se haga observar universalmente. Para volver a un ejemplo anterior:lo mismo da que todos tengamos que llevar la derecha o la izquierda en la carretera,en tanto que todos tengamos que hacer lo mismo. Lo importante es que la normanos permita prever correctamente la conducta de los demás, y esto exige que seaplique a todos los casos, hasta si en una circunstancia particular sentimos que esinjusta. El conflicto entre la justicia formal y la igualdad formal ante la Ley, por una

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parte, y los intentos de realizar diversos ideales de justicia sustantiva y de igualdad,por otra, explica también la extendida confusión acerca del concepto de «privilegio»y el consiguiente abuso de este concepto. Mencionaremos sólo el más importanteejemplo de tal abuso: la aplicación del término privilegio a la propiedad como tal.Sería en verdad privilegio si, por ejemplo, como fue a veces el caso en el pasado, lapropiedad de la tierra se reservase para los miembros de la nobleza. Y es privilegiosi, como ocurre ahora, el derecho a producir o vender alguna determinada cosa leestá reservado a alguien en particular designado por la autoridad. Pero llamarprivilegio a la propiedad privada como tal, que todos pueden adquirir bajo lasmismas leyes, porque sólo algunos puedan lograr adquirirla, es privar de susignificado a la palabra privilegio. La imposibilidad de prever los efectos particulares, que es la característicadistintiva de las leyes formales en un sistema liberal, es también importante porqueayuda a aclarar otra confusión acerca de la naturaleza de este sistema: la creencia enque su actitud característica consiste en la inhibición del Estado. La cuestión de si elEstado debe o no debe «actuar» o «interferir » plantea una alternativacompletamente falsa, y la expresión laissez-faire describe de manera muy ambiguay equívoca los principios sobre los que se basa una política liberal. Por lo demás, nohay Estado que no tenga que actuar, y toda acción del Estado interfiere con unacosa o con otra. Pero ésta no es la cuestión. Lo importante es si el individuo puedeprever la acción del Estado y utilizar este conocimiento como un dato al establecersus propios planes, lo que supone que el Estado no puede controlar el uso que sehace de sus instrumentos y que el individuo sabe con exactitud hasta dónde estaráprotegido contra la interferencia de los demás, o si el Estado está en situación defrustrar los esfuerzos individuales. El control oficial de pesas y medidas (o laprevención del fraude y el engaño por cualquier otra vía) supone, sin duda, unaactuación, mientras que permanece inactivo el Estado que permite el uso de laviolencia, por ejemplo, en las coacciones de los huelguistas. Y sin embargo, es en elprimer caso cuando el Estado observa los principios liberales, y no en el segundo.Lo mismo ocurre con la mayoría de las normas generales y permanentes que elEstado puede establecer respecto a la producción, tales como las ordenanzas sobreconstrucción o sobre las industrias: pueden ser acertadas o desacertadas en cadacaso particular, pero no se oponen a los principios liberales en tanto se proyectencomo permanentes y no se utilicen en favor o perjuicio de personas determinadas.Cierto que en estos ejemplos, aparte de los efectos a la larga, que no puedenpredecirse, habrá también efectos a corto plazo sobre determinadas personas, quepueden claramente conocerse. Pero en esta clase de leyes los efectos a corto plazono son (o por lo menos no deben ser), en general, la consideración orientadora.Cuando estos efectos inmediatos y previsibles ganan importancia en comparacióncon los efectos a largo plazo, nos aproximamos a la frontera donde la distinción,clara en principio, se hace borrosa en la práctica.

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El Estado de Derecho sólo se desenvolvió conscientemente durante la era liberal,y es uno de sus mayores frutos, no sólo como salvaguardia, sino como encarnaciónlegal de la libertad. Como Immanuel Kant lo dijo (y Voltaire lo había expresadoantes que él en términos casi idénticos), «el hombre es libre si sólo tiene queobedecer a las leyes y no a las personas».[202] Pero como un vago ideal, haexistido por lo menos desde el tiempo de los romanos, y durante los siglos máspróximos a nosotros jamás ha sido tan seriamente amenazado como lo es hoy. Laidea de que no existe límite para el poder del legislador es, en parte, un resultado dela soberanía popular y el gobierno democrático. Se ha reforzado con la creencia enque el Estado de Derecho quedará salvaguardado si todos los actos del Estado estándebidamente autorizados por la legislación. Pero esto es confundir completamentelo que el Estado de Derecho significa. Este tiene poco que ver con la cuestión de silos actos del Estado son legales en sentido jurídico. Pueden serlo y, sin embargo, nosujetarse al Estado de Derecho. La circunstancia de tener alguien plena autoridadlegal para actuar de la manera que actúa, no da respuesta a la cuestión de si la ley leha otorgado poder para actuar arbitrariamente o si la ley le prescribeinequívocamente lo que tiene que hacer. Puede ser muy cierto que Hitler obtuvierade una manera estrictamente constitucional sus ilimitados poderes y que todo lo quehace es, por consiguiente, legal en el sentido jurídico. Pero ¿quién concluiría de elloque todavía subsiste en Alemania un Estado de Derecho? Decir que en una sociedad planificada no puede mantenerse el Estado deDerecho, no equivale, pues, a decir que los actos del Estado sean ilegales o queaquélla sea necesariamente una sociedad sin ley. Significa tan sólo que el uso de lospoderes coercitivos del Estado no estará ya limitado y determinado por normaspreestablecidas. La ley puede y, para permitir una dirección central de la actividadeconómica, tiene que legalizar lo que de hecho sigue siendo una acción arbitraria.Si la ley dice que una cierta comisión u organismo puede hacer lo que guste, todo loque aquella comisión u organismo haga es legal: pero no hay duda que sus actos noestán sujetos a la supremacía de la ley.Dando al Estado poderes ilimitados, la normamás arbitraria puede legalizarse,y de esta manera una democracia puede establecerel más completo despotismo imaginable.[203] Si, por consiguiente, las leyes han de permitir a las autoridades dirigir la vidaeconómica, deben otorgarles poderes para tomar e imponer decisiones encircunstancias que no pueden preverse y sobre principios que no pueden enunciarseen forma genérica. La consecuencia es que cuando la planificación se extiende, ladelegación de poderes legislativos en diversas comisiones y organismos se hacemayor cada vez. Cuando, antes de la primera guerra mundial, en una causa sobre laque el difunto Lord Hewart llamó recientemente la atención, el juez Darling dijo«que hasta el año pasado no ha decretado el Parlamento que el Ministerio deAgricultura, al actuar como lo hace, no será más impugnable que el Parlamentomismo», referíase todavía a un caso raro.[204] Después se ha convertido en el

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hecho diario. Constantemente se confieren los más amplios poderes a nuevosorganismos que, sin estar sujetos a normas fijas, gozan de la más ilimitadadiscreción para regular esta o aquella actividad de las gentes. El Estado de Derecho implica, pues, un límite al alcance de la legislación.Restringe ésta a aquella especie de normas generales que se conoce por ley formal,y excluye la legislación dirigida directamente a personas en particular o a facultar aalguien en el uso del poder coercitivo del Estado con miras a esa discriminación.Significa, no que todo sea regulado por ley, sino, contrariamente, que el podercoercitivo del Estado sólo puede usarse en casos definidos de antemano por la ley, yde tal manera que pueda preverse cómo será usado. Un particular precepto puede,pues, infringir la supremacía de la ley. Todo el que esté dispuesto a negarlo tendríaque afirmar que si el Estado de Derecho prevalece hoy o no en Alemania, Italia oRusia, depende de que los dictadores hayan obtenido o no su poder absoluto pormedios constitucionales.[205] Importa relativamente poco que, como en algunos países, las principalesaplicaciones del Estado de Derecho se establezcan por una Carta de derechos o porun Código constitucional, o que el principio sea simplemente una firme tradición.Pero será fácil ver que, cualquiera que sea la forma adoptada, la admisión de estaslimitaciones de los poderes legislativos implica el reconocimiento del derechoinalienable del individuo, de los derechos inviolables del hombre. Es lamentable, pero característico de la confusión en que muchos de nuestrosintelectuales han caído por la contradicción interior entre sus ideales, ver que undestacado defensor de la planificación central más amplia, Mr. H.G.Wells, hayaescrito también una ardiente defensa de los derechos del hombre.[206] Losderechos individuales que Mr.Wells espera salvar se verán obstruidosinevitablemente por la planificación que desea. Hasta cierto punto, parece advertirel dilema, y por eso los preceptos de su «Declaración de los Derechos del Hombre»resultan tan envueltos en distingos que pierden toda significación. Mientras, porejemplo, su Declaración proclama que todo hombre «tendrá derecho a comprar yvender sin ninguna restricción discriminatoria todo aquello que pueda legalmenteser comprado y vendido », lo cual es excelente, inmediatamente invalida porcompleto el precepto al añadir que se aplica sólo a la compra y la venta «deaquellas cantidades y con aquellas limitaciones que sean compatibles con elbienestar común».[207] Pero como, por supuesto, toda restricción alguna vezimpuesta a la compra o la venta de cualquier cosa se estableció por considerarlanecesaria para «el bien común», no hay en realidad restricción alguna que estacláusula efectivamente impida, ni derecho individual que quede salvaguardado porella. Si se toma otra cláusula fundamental, la Declaración sienta que toda persona«puede dedicarse a cualquier ocupación legal» y que «está autorizada para

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conseguir una ocupación pagada y para elegirla libremente siempre que tengaabierta una diversidad de ocupaciones».[208] Pero no se indica quién decidirá si unparticular empleo está «abierto» a una persona determinada, y el precepto agregado,según el cual «puede procurarse ocupación por sí misma, y su pretensión tiene queser públicamente considerada, aceptada o negada»,[209] muestra que Mr.Wellspiensa en una autoridad que a aquel hombre «autoriza » para una particularposición; lo cual ciertamente significa lo opuesto a la libre elección de un empleo.En cuanto a cómo se puede asegurar en un mundo planificado la «libertad detrasladarse de lugar y de emigrar», cuando no sólo los medios de comunicación ylas divisas están intervenidos, sino planificada también la localización de lasindustrias; o cómo puede salvaguardarse la libertad de prensa cuando la oferta depapel y todos los canales de la distribución están intervenidos por la autoridadplanificadora, son cuestiones para las que Mr.Wells tiene tan escasa respuesta comootro planificador cualquiera. A este respecto muestran mucha mayor coherencia los más numerososreformadores que, ya desde el comienzo del movimiento socialista, atacaron la idea«metafísica» de los derechos individuales e insistieron en que, en un mundoordenado racionalmente, no habría derechos individuales, sino tan sólo deberesindividuales. Esta, en realidad, es la actitud hoy más corriente entre nuestrostitulados progresistas, y pocas cosas exponen más a uno al reproche de ser unreaccionario que la protesta contra una medida por considerarla como una violaciónde los derechos del individuo. Incluso un periódico liberal como The Economist nosechaba en cara hace pocos años el ejemplo de Francia, nada menos, que habríaaprendido la lección en virtud de la cual el gobierno democrático, no menos que ladictadura, debe tener siempre [sic] poderes plenarios in posse, sin sacrificar sucarácter democrático y representativo. No existe un área de derechos individualesrestrictiva que nunca puede ser tocada por el Estado por medios administrativos,cualesquiera que sean las circunstancias. No existe límite al poder de regulación quepuede y debe emplear un gobierno libremente elegido por el pueblo, y al cual puedacriticar plena y abiertamente una oposición.[210] Esto puede ser inevitable en tiempo de guerra, cuando, además, hasta la críticalibre y abierta tiene necesariamente que restringirse. Pero el «siempre » del párrafocitado no sugiere que The Economist lo considere como una lamentable necesidadde los tiempos de guerra.Y, sin embargo, como institución permanente, aquella ideaes, en verdad, incompatible con el mantenimiento del Estado de Derecho, y llevadirectamente al Estado totalitario. Pero es la idea que tienen que compartir todos losque desean que el Estado dirija la vida económica. La experiencia de los diversos países de Europa Central ha demostradoampliamente hasta qué punto, incluso el reconocimiento formal de los derechosindividuales o de la igualdad de derechos de las minorías pierde toda significación

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en un Estado que se embarca en un control completo de la vida económica. Se hademostrado allí que es posible seguir una política de cruel discriminación contra lasminorías nacionales mediante el uso de conocidos instrumentos de la políticaeconómica, sin infringir siquiera la letra del estatuto de protección de los derechosde la minoría. Facilitó grandemente esta opresión por medio de la políticaeconómica el hecho de que ciertas industrias y actividades estaban en gran medidaen manos de una minoría nacional, de manera que muchas disposiciones orientadasaparentemente contra una industria o clase se dirigían en realidad contra unaminoría nacional. Pero las casi ilimitadas posibilidades para unas políticas de discriminación yopresión proporcionadas por principios tan inocuos aparentemente como el «controloficial del desarrollo de las industrias» son bien patentes para todo el que desee vercuáles son en la práctica las consecuencias políticas de la planificación.

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Capítulo VIIControl económico y totalitarismo

El control de la producción de riqueza es el control de la vidahumana misma. Hilaire Belloc[211] La mayoría de los planificadores que han considerado en serio los aspectosprácticos de su tarea apenas dudan que una economía dirigida tiene que marcharpor líneas más o menos dictatoriales. Una consecuencia de las ideas quefundamentan la planificación central, demasiado evidente para no contar con elasentimiento general, es que el complejo sistema de actividades entrecruzadas, si vaa ser dirigido en verdad conscientemente, tiene que serlo por un solo estado mayorde técnicos, y que la responsabilidad y el poder últimos tienen que estar en manosde un general en jefe, cuyas acciones no puedan estorbarse por procedimientosdemocráticos. El consuelo que nos ofrecen nuestros planificadores es que estadirección autoritaria se aplicará «sólo» a las cuestiones económicas. Uno de los másdestacados planificadores americanos, Mr. Stuart Chase, nos asegura, por ejemplo,que en una sociedad planificada la «democracia política puede mantenerse si afectaa todo menos a las cuestiones económicas».[212] A la vez que se nos ofrecen estasseguridades, se nos sugiere corrientemente que cediendo la libertad en los aspectosque son, o deben ser, menos importantes de nuestras vidas, obtendremos mayorlibertad para la prosecución de los valores supremos. Por esta razón, las gentes queaborrecen la idea de una dictadura política claman a menudo por un dictador en elcampo económico.

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Los argumentos usados apelan a nuestros mejores instintos y a menudo atraen alas mentes más finas. Si la planificación nos liberase realmente de los cuidadosmenos importantes y con ello facilitara nuestra vida material y elevara la espiritual,¿quién querría empequeñecer este ideal? Si nuestras actividades económicasrealmente concernieran sólo a los aspectos inferiores o incluso más sórdidos de lavida, sin duda tendríamos que empeñarnos a toda costa en la busca de un medio quenos relevara de la excesiva atención a los fines materiales y, entregados éstos alcuidado de alguna pieza de la máquina utilitaria, dejase libres nuestras mentes paralas cosas más elevadas de la vida. Por desgracia, la seguridad con que la gente cree que el poder ejercido sobre lavida económica es tan sólo un poder sobre materias de secundaria importancia, a locual se debe la ligereza con que se recibe la amenaza contra la libertad de nuestrosactos económicos, carece completamente de fundamento. Es en gran parte unaconsecuencia de la errónea convicción de la existencia de fines estrictamenteeconómicos separados de los restantes fines de la vida. Pero, aparte del casopatológico del avaro, no hay tal cosa. Los fines últimos de las actividades de losseres razonables nunca son económicos. Estrictamente hablando, no hay «móvileconómico», sino tan sólo factores económicos que condicionan nuestros afanes porotros fines. Lo que en el lenguaje ordinario se llama equívocamente el «móvileconómico», sólo significa el deseo de una oportunidad general, el deseo deadquirir poder para el logro de fines no especificados.[213] Si nos afanamos por eldinero, es porque nos ofrece las más amplias posibilidades de elección en el goce delos frutos de nuestros esfuerzos. Como en la sociedad moderna sentimos a través dela limitación de nuestros ingresos en dinero las restricciones que nuestra relativapobreza nos impone todavía, muchos han llegado a odiar al dinero, símbolo de estasrestricciones. Pero esto es confundir la causa con el medio a través del cual se hacesentir una fuerza. Sería mucho más acertado decir que el dinero es uno de losmayores instrumentos de libertad que jamás haya inventado el hombre. Es el dinerolo que en la sociedad existente abre un asombroso campo de elección al pobre, uncampo mayor que el que no hace muchas generaciones le estaba abierto al rico.Comprenderíamos mejor la significación de este servicio del dinero siconsiderásemos lo que realmente supondría que, como muchos socialistascaracterísticamente proponen, el «móvil pecuniario» fuera largamente desplazadopor «incentivos no económicos ». Si todas las remuneraciones, en lugar de serofrecidas en dinero, se ofrecieran bajo la forma de privilegios o distincionespúblicas, situaciones de poder sobre otros hombres, o mejor alojamiento o mejoralimentación, oportunidades para viajar o para educarse, ello no significaría sino queal perceptor no le estaba ya permitido elegir, y que quien fijase la remuneracióndeterminaba no sólo su cuantía, sino también la forma particular en que había dedisfrutarse. Una vez que comprendemos que no hay móviles económicos separados y que

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una ganancia o una pérdida económica es simplemente una ganancia o una pérdidaque no nos impide decidir cuáles de nuestras necesidades o deseos han de serafectados, es más fácil ver el importante núcleo de verdad que encierra la creenciageneral en que las cuestiones económicas sólo afectan a los fines menosimportantes de la vida, y comprender el desdén en que a menudo se tienen lasconsideraciones «simplemente» económicas. En cierto sentido, esto se justifica porentero en una economía de mercado; pero sólo en esa economía libre. En tantopodamos disponer libremente de nuestros ingresos y de todo lo que poseemos, lapérdida económica sólo nos podrá privar de los que consideremos como menosimportantes entre los deseos que podíamos satisfacer. Una pérdida «simplemente»económica es de tal suerte que podemos hacer recaer sus efectos sobre nuestrasnecesidades menos importantes; pero cuando decimos que el valor de algo quehemos perdido es mucho mayor que su valor económico, o que no puede estimarseen términos económicos, significa que tenemos que soportar la pérdida allí dondeha recaído. Y lo mismo sucede con una ganancia económica. Los cambioseconómicos, en otras palabras, sólo afectan generalmente al borde, al «margen» denuestras necesidades.Hay muchas cosas más importantes que ninguna de las queprobablemente serán afectadas por las pérdidas o las ganancias económicas, cosasque para nosotros están muy por encima de los placeres e incluso por encima demuchas de las necesidades da la vida afectadas por las alzas y bajas económicas.Comparado con ellas, el «inmundo lucro», la cuestión de si estamoseconómicamente algo mejor o peor, parece de poca importancia. Esto hace creer amuchas gentes que una cosa que, como la planificación económica, afecta tan sólo anuestros intereses económicos, no puede interferir seriamente con los valores másfundamentales de la vida. Esto, sin embargo, es una conclusión errónea. Los valores económicos son menosimportantes para nosotros que muchas otras cosas, precisamente porque en lascuestiones económicas tenemos libertad para decidir qué es para nosotros lo más yqué lo menos importante.O, como también podemos decir, porque en la sociedadactual somos nosotros quienes tenemos que resolver los problemas económicos denuestras propias vidas. Estar sometidos a control en nuestra actividad económicasignifica estar siempre controlados si no declaramos nuestro objetivo particular.Pero como, al declararlo, éste tiene que someterse también a aprobación, en realidadestamos intervenidos en todo. La cuestión que plantea la planificación económica no consiste, pues, solamenteen si podremos satisfacer en la forma preferida por nosotros lo que consideramosnuestras más o menos importantes necesidades. Está en si seremos nosotros quienesdecidamos acerca de lo que es más y lo que es menos importante para nosotrosmismos, o si ello será decidido por el planificador. La planificación económica noafectaría sólo a aquellas de nuestras necesidades marginales que tenemos en lamente cuando hablamos con desprecio de lo simplemente económico. Significaría

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de hecho que, como individuos, no nos estaría ya permitido decidir qué es lo queconsideramos como marginal. La autoridad directora de toda la actividad económica intervendría no sólo laparte de nuestras vidas que afecta a las cosas inferiores: intervendría en laasignación de los medios limitados con que contamos para todas nuestrasfinalidades.Y quien controla toda la vida económica, controla los medios para todosnuestros fines y, por consiguiente, decide cuáles de éstos han de ser satisfechos ycuáles no. Esta es realmente la cuestión crucial. El control económico no es sólointervención de un sector de la vida humana que puede separarse del resto; es elcontrol de los medios que sirven a todos nuestros fines, y quien tenga laintervención total de los medios determinará también a qué fines se destinarán, quévalores serán calificados como más altos y cuáles como más bajos: en resumen, quédeberán amar y procurarse los hombres. La planificación central significa que elproblema económico ha de ser resuelto por la comunidad y no por el individuo;pero esto implica que tiene que ser también la comunidad, o, mejor dicho, susrepresentantes, quienes decidan acerca de la importancia relativa de las diferentesnecesidades. La supuesta liberación económica que los planificadores nos prometen significaprecisamente que seremos relevados de la necesidad de resolver nuestros propiosproblemas económicos, y que las penosas elecciones que éstos a menudo exigenserán hechas para nosotros. Como, bajo las condiciones modernas, para casi todaslas cosas dependemos de los medios que nuestros semejantes nos suministran, laplanificación económica exigiría la dirección de casi todo en nuestra vida.Difícilmente se encontrará un aspecto de ella, desde nuestras necesidades primariashasta nuestras relaciones con la familia y los amigos, desde la naturaleza de nuestrotrabajo hasta el empleo de nuestro ocio, en el que el planificador no ejercería su«intervención expresa».[214] El poder del planificador sobre nuestras vidas privadas no sería menos completosi decidiera no ejercerlo por un control directo de nuestro consumo. Aunque unasociedad planificada tendría probablemente que emplear con cierta extensión elracionamiento y otros expedientes análogos, el poder del planificador sobre nuestrasvidas privadas no depende de esto, y difícilmente sería menos efectivo si elconsumidor fuera nominalmente libre para gastar sus ingresos conforme a susgustos. La fuente de su poder sobre todo el consumo, que en una sociedadplanificada poseería la autoridad, radicaría en su control sobre la producción. Nuestra libertad de elección en una sociedad en régimen de competencia se fundaen que, si una persona rehúsa la satisfacción de nuestros deseos, podemos volvernosa otra. Pero si nos enfrentamos con un monopolista, estamos a merced suya. Y unaautoridad que dirigiese todo el sistema económico sería el más poderosomonopolista concebible. Si bien no tendríamos probablemente que temer de esta

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autoridad que explotase su poder como un monopolista privado lo haría, si bien supropósito no sería presumiblemente la consecución de la máxima gananciafinanciera, gozaría, sin embargo, de completo poder para decidir sobre lo que se nosdiera y en qué condiciones. No sólo decidiría las mercancías y servidos disponiblesy sus cantidades; podría dirigir su distribución por distritos y grupos y podría, si loquisiera, discriminar entre personas hasta el grado en que lo pretendiese. Sirecordamos por qué defiende mucha gente la planificación, ¿podría quedar muchaduda de que este poder sería utilizado para los fines que la autoridad aprobase ypara impedir la consecución de los fines que desaprobase? El poder conferido por el control de la producción y los precios es casi ilimitado.En una sociedad en régimen de competencia, los precios que tenemos que pagar poruna cosa, es decir, la relación en que podemos cambiar una cosa por otra, dependende las cantidades de aquellas otras cosas de las cuales privamos a los demásmiembros de la sociedad por tomar nosotros una. Este precio no está determinadopor la voluntad consciente de nadie. Y si un camino para la consecución de nuestros fines nos resulta demasiado caro,tenemos libertad para intentar otros caminos. Los obstáculos en nuestra vía no sonobra de alguien que desaprueba nuestros fines, sino la consecuencia de desearse enotra parte los mismos medios. En una economía dirigida, donde la autoridad vigilalos fines pretendidos, es seguro que ésta usaría sus poderes para fomentar algunosfines y para evitar la realización de otros. No nuestra propia opinión acerca de loque nos debe agradar o desagradar, sino la de alguna otra persona, determinaría loque hiciésemos. Y como la autoridad tendría poder para frustrar todos los esfuerzosencaminados a eludir su guía, casi con tanta eficacia intervendría en lo queconsumimos como si directamente nos ordenase la forma de gastar nuestrosingresos. La voluntad oficial conformaría y «guiaría» nuestras vidas diarias, no sólo ennuestra capacidad de consumidores y aun ni siquiera principalmente en cuanto tales.Lo haría mucho más en cuanto a nuestra situación como productores. Estos dosaspectos de nuestra vida no pueden separarse; y como para la mayoría de nosotrosel tiempo que dedicamos a nuestro trabajo es una gran parte de nuestra vida entera,y nuestro empleo también determina comúnmente el lugar donde vivimos y la genteentre quien vivimos, cierta libertad en la elección de nuestro trabajo es,probablemente, de mucha mayor importancia para nuestra felicidad que la libertadpara gastar durante las horas de ocio nuestros ingresos. Es cierto, sin duda, que hasta en el mejor de los mundos estaría muy limitada estalibertad. Pocas gentes han dispuesto jamás de abundantes opciones en cuanto aocupación. Pero lo que importa es contar con alguna opción; es que no estemosabsolutamente atados a un determinado empleo elegido para nosotros o queelegimos en el pasado,y que si una situación se nos hace verdaderamente

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intolerable, o ponemos nuestro amor en otra, haya casi siempre un camino para elcapacitado, que al precio de algún sacrificio le permita lograr su objetivo. Nadahace una situación tan insoportable como el saber que ningún esfuerzo nuestropuede cambiarla; y aunque jamás tuviéramos la fuerza de ánimo para hacer elsacrificio necesario, bastaría saber que podríamos escapar si pusiéramos en ello elesfuerzo suficiente, para hacer soportables situaciones que de otro modo sonintolerables. Esto no quiere decir que a tal respecto todo marche a la perfección en nuestromundo actual, o que marchó así en el pasado más liberal, y que no pueda hacersemucho para mejorar las oportunidades de elección abiertas a la gente. Aquí y entodas partes, el Estado puede hacer mucho para ayudar a la difusión de losconocimientos y la información y para favorecer la movilidad. Pero lo importante esque la especie de acción oficial que en verdad aumentaría las oportunidades esprecisamente casi la opuesta a la «planificación » que ahora más se defiende ypractica. La mayoría de los planificadores, es cierto, prometen que en el nuevomundo planificado la libre elección de empleo será escrupulosamente mantenida yhasta aumentada. Pero en esto prometen mucho más que lo que pueden cumplir. Siquieren planificar tienen que controlar el ingreso en las diferentes actividades yocupaciones, o las condiciones de remuneración, o ambas cosas. En casi todos losejemplos de planificación conocidos, el establecimiento de estas intervenciones yrestricciones se contó entre las primeras medidas tomadas.Y si este control sepracticara universalmente y lo ejerciera una sola autoridad planificadora, no senecesita mucha imaginación para ver en qué vendría a parar la «libre elección deempleo» prometida. La «libertad de elección» sería puramente ficticia, una simplepromesa de no practicar discriminación, cuando la naturaleza del caso exige lapráctica de la discriminación y cuando todo lo que uno podría esperar sería que laselección se basase sobre lo que la autoridad considerara fundamentos objetivos. Poca diferencia habría en que la autoridad planificadora se limitase a fijar lascondiciones de empleo e intentase regular el número ajustando aquellascondiciones. Determinando la remuneración, no habría de hecho en muchosempleos menos gentes impedidas de entrar que si específicamente se las excluyera.Una muchacha tosca, que desea vehementemente hacerse dependienta de comercio,un muchacho débil, que ha puesto su corazón en un empleo para el cual sudebilidad es un obstáculo, y, en general, los al parecer menos capaces o menosadecuados no son necesariamente excluidos en una sociedad en régimen decompetencia. Si ellos desean suficientemente el puesto, pueden con frecuenciaobtenerlo mediante un sacrificio económico y triunfar más tarde gracias a cualidadesque al principio no eran patentes.Pero cuando la autoridad fija la remuneración paratoda una categoría y la selección de los candidatos se realiza con arreglo a pruebasobjetivas, la fuerza del deseo de una ocupación cuenta muy poco. La persona cuyascualificaciones no son del tipo estándar o cuyo temperamento no es de la clase

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común, no será ya capaz de lograr condiciones especiales de un patrono cuyaspreferencias se ajusten a las especiales necesidades de aquél. La persona que a untrabajo rutinario prefiere una jornada irregular o una existencia bohemia, conmenores y quizá inciertos ingresos, no tendrá ya elección. Las condiciones serán,sin excepción, lo que en cierta medida son inevitablemente en una organizaciónnumerosa, o aún peores, porque no permitirán ninguna posibilidad de escape. Noseremos ya libres para conducirnos racional y eficientemente tan sólo donde ycuando nos parezca oportuno, tendremos que ajustarnos todos a las normas que laautoridad planificadora deberá fijar para simplificar su tarea. Para poderdesempeñar esta inmensa tarea tendrá que reducir la diversidad de las capacidades einclinaciones humanas a unas cuantas categorías de unidades fácilmenteintercambiables y deliberadamente despreciará las diferencias personales menores. Aunque el fin declarado de la planificación fuese que el hombre deje de ser unsimple medio, de hecho —como sería imposible tener en cuenta en el plan todas laspreferencias y aversiones individuales— el individuo llegaría a ser más que nuncaun simple medio, utilizado por la autoridad en servicio de abstracciones tales comoel «bienestar social» o el «bien común». Un hecho cuya importancia difícilmente puede exagerarse es que en una sociedaden régimen de competencia la mayoría de las cosas pueden obtenerse por un precio;aunque a menudo sea un precio cruelmente alto el que deba pagarse. La alternativano es, sin embargo, la libertad completa de elección, sino órdenes y prohibicionesque deben obedecerse y, en último extremo, el favor de los poderosos. Significativo de la confusión predominante en estas cuestiones es que se hayaconvertido en un motivo de reproche la posibilidad de lograrse por un precio casitodo, en una sociedad competitiva. Cuando las gentes que protestan contra el hechode estar los más altos valores de la vida ligados al «bolsillo», lo cual nos impidesacrificar nuestras necesidades inferiores para preservar los valores más altos,reclaman que se nos dé hecha la elección, plantean una exigencia bastante peculiarque escasamente testimonia un gran respeto por la dignidad del individuo.Amenudo, la vida y la salud, la belleza y la virtud, el honor y la tranquilidad deespíritu sólo pueden preservarse mediante un considerable coste material, y alguientiene que decidir la opción. Ello es tan innegable como el que no todos estamossiempre preparados para hacer el sacrificio material necesario a fin de protegercontra todo daño aquellos valores más altos. Para tomar un solo ejemplo: podríamos reducir a cero las muertes por accidentesde automóvil si estuviésemos dispuestos —de no haber otra manera— a soportar elcoste de suprimir los automóviles.Y lo mismo es cierto para otros miles de casos enque constantemente arriesgamos vida y salud y todos los puros valores del espíritu,nuestros y de nuestros semejantes, para conseguir lo que a la vez designamosdespectivamente como nuestro confort material. Pero no puede ser de otra manera,

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puesto que todos nuestros fines contienden entre sí por la posesión de los mismosmedios; y sólo nos afanaríamos por estos valores absolutos si nada pudieracomprometerlos. No es para sorprender que la gente desee verse relevada de la penosa elecciónque la dura realidad impone a menudo. Pero pocos desean verse descargados de lamisma, si es de manera que otros decidan por ellos. Lo que la gente desea es que nohaga falta elección alguna, y está demasiado inclinada a creer que la elección no esrealmente necesaria, que únicamente le está impuesta por el particular sistemaeconómico bajo el cual vivimos. Lo que en realidad la irrita es que exista unproblema económico. El anhelo de la gente de creer que realmente no hay ya un problema económicolo ve confirmado en las irresponsables manifestaciones acerca de la «plétorapotencial»; la cual, si fuera cierta, significaría evidentemente la inexistencia de unproblema económico que hace la elección inevitable. Pero aunque este cepo haservido bajo diversos nombres a la propaganda socialista desde que el socialismoexiste, sigue siendo una falsedad palpable como lo fue cuando se utilizó por vezprimera hace más de cien años. En todo este tiempo, ninguno de los muchos que lohan empleado supo ofrecer un plan realizable para lograr el incremento de laproducción necesario a fin de abolir, siquiera en la Europa occidental, lo queconsideramos como pobreza, para no hablar del mundo entero,. El lector puede tenerpor seguro que todo el que habla de la plétora potencial es deshonesto o no sabe loque dice.[215] Y, sin embargo, es esta falsa esperanza, tanto como cualquier otracosa, lo que nos lleva por el camino de la planificación. Mientras las corrientes populares todavía sacan partido de esta falsa creencia, lapretensión de que una economía planificada permitiría un producto sustancialmentemayor que el sistema de la competencia va siendo progresivamente abandonada porla mayoría de los que estudian este problema. Incluso muchos economistas detendencia socialista que han estudiado seriamente los problemas de la planificacióncentral se contentan ahora con esperar que una sociedad planificada sea taneficiente como un sistema de competencia; ya no defienden la planificación por susuperior productividad, sino porque permitiría asegurar una distribución más justa yequitativa de la riqueza. Este es, por lo demás, el único argumento en favor de laplanificación en que puede insistirse seriamente. Es indiscutible que si deseamosasegurar una distribución de la riqueza que se ajuste a algún patrón previamenteestablecido, si deseamos decidir expresamente qué ha de poseer cada cual, tenemosque planificar el sistema económico entero. Pero queda por averiguar si el precioque habríamos de pagar por la realización del ideal de justicia de alguien no traeríamás opresión y descontento que el que jamás causó el tan calumniado libre juego delas fuerzas económicas. Sufriríamos una seria desilusión si para estos temores buscásemos consuelo en

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considerar que la adopción de un plan central no significaría más que un retorno,tras una breve etapa de economía libre, a las ataduras y regulaciones que hangobernado la actividad económica a través de la mayoría de las edades, y que, porconsiguiente, las violaciones de la libertad personal no tendrían por qué ser mayoresque lo fueron antes de la edad del laissez-faire. Es una peligrosa ilusión. Inclusodurante los periodos de la historia europea en que la reglamentación de la vidaeconómica llegó más lejos, apenas si pasó de la creación de un sistema general ysemipermanente de reglas dentro del cual el individuo conservó una amplia esferade libertad. El mecanismo de control entonces disponible sólo habría servido paraimponer directivas muy generales.Y aun allí donde la intervención fue máscompleta, sólo alcanzó a aquellas actividades de la persona por las que éstaparticipaba en la división social del trabajo. En la esfera, mucho más ampliaentonces, en que vivía de sus propios productos, era libre para actuar conforme a suelección. La situación es ahora diferente por completo. Durante la era liberal, la progresivadivisión del trabajo ha creado una situación en la que casi todas nuestras actividadesson parte de un proceso social. Se trata de una evolución sin posible retorno, porquesólo gracias a ella puede una población tan acrecentada mantenerse en unos nivelescomo los actuales.Por consiguiente, la sustitución de la competencia por laplanificación centralizada requeriría la dirección central de una parte de nuestrasvidas mucho mayor de lo que jamás se intentó antes. No podría detenerse en lo queconsideramos como nuestras actividades económicas, porque ahora casi toda nuestravida depende de las actividades económicas de otras personas.[216] La pasión porla «satisfacción

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Capítulo VIII¿Quién, a quién?

La más sublime oportunidad que alguna vez tuvo el mundo semalogró porque la pasión por la igualdad hizo vana la esperanza delibertad. Lord Acton[217] Es significativo que una de las objeciones más comunes contra el sistema de lacompetencia consiste en decir que es «ciega». No es inoportuno recordar que paralos antiguos la ceguera era un atributo de su diosa de la justicia. Aunque lacompetencia y la justicia tengan poco más en común, es un mérito, tanto de lacompetencia como de la justicia, que no hacen acepción de personas. El hecho deser imposible pronosticar quién alcanzará la fortuna o a quién azotará la desgracia,el que los premios y castigos no se repartan conforme a las opiniones de alguien

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acerca de los méritos o deméritos de las diferentes personas, sino que dependan dela capacidad y la suerte de éstas, tiene tanta importancia como que, al establecer lasleyes, no seamos capaces de predecir qué personas en particular ganarán y quiénesperderán con su aplicación. Y no pierde rigor este hecho porque en la competenciala ocasión y la suerte sean a menudo tan importantes como la destreza y lasagacidad en la determinación del destino de las personas. Los términos de la elección que nos está abierta no son un sistema en el quetodos tendrán lo que merezcan, de acuerdo con algún patrón absoluto y universal dejusticia, y otro en el que las participaciones individuales están determinadasparcialmente por accidente o buena o mala suerte, sino un sistema en el que es lavoluntad de unas cuantas personas la que decide lo que cada uno recibirá, y otro enel que ello depende, por lo menos en parte, de la capacidad y actividad de losinteresados y, en parte, de circunstancias imprevisibles. No pierde esto importanciaporque en un sistema de libertad de empresa las oportunidades no sean iguales,dado que este sistema descansa necesariamente sobre la propiedad privada y(aunque, quizá, no con la misma necesidad) la herencia, con las diferencias queéstas crean en cuanto a oportunidades. Hay, pues, un fuerte motivo para reducir estadesigualdad de oportunidades hasta donde las diferencias congénitas lo permitan yen la medida en que sea posible hacerlo sin destruir el carácter impersonal delproceso por el cual cada uno corre su suerte, y los criterios de unas personas sobrelo justo y deseable no predominan sobre los de otras. El hecho de ser mucho más restringidas, en una sociedad en régimen decompetencia, las oportunidades abiertas al pobre que las ofrecidas al rico, no impideque en esta sociedad el pobre tenga mucha más libertad que la persona dotada de unconfort material mucho mayor en una sociedad diferente. Aunque, bajo lacompetencia, la probabilidad de que un hombre que empieza pobre alcance una granriqueza es mucho menor que la que tiene el hombre que ha heredado propiedad, nosólo aquél tiene alguna probabilidad, sino que el sistema de competencia es el únicodonde aquél sólo depende de sí mismo y no de los favores del poderoso, y dondenadie puede impedir que un hombre intente alcanzar dicho resultado. Sólo porquehemos olvidado lo que significa la falta de libertad, despreciamos a menudo elhecho patente de que, en cualquier sentido real, un mal pagado trabajador nocalificado tiene mucha más libertad en Inglaterra para disponer de su vida quemuchos pequeños empresarios en Alemania o un mucho mejor pagado ingeniero ogerente en Rusia. En cuanto a cambiar de quehacer o de lugar de residencia, aprofesar ciertas opiniones o gastar su ocio de una particular manera, aunque a vecespueda ser alto el precio que ha de pagar por seguir las propias inclinaciones y amuchos parezca demasiado elevado, no hay impedimentos absolutos, no haypeligros para la seguridad corporal y la libertad que le aten por la fuerza bruta a latarea y al lugar asignados por un superior.

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Es cierto que el ideal de justicia de la mayor parte de los socialistas se satisfaríacon abolir tan sólo las rentas privadas procedentes de la propiedad, aunque lasdiferencias entre las rentas ganadas por las diferentes personas siguieran comoahora.[218] Lo que estas personas olvidan es que, al transferir al Estado toda lapropiedad de los medios de producción, le colocan en una posición en que sus actosdeterminan, de hecho, todas las demás rentas. El poder dado así al Estado y lademanda de que el Estado lo utilice para «planificar » no significa sino que éste louse con pleno conocimiento de todos estos efectos. Creer que el poder así conferido al Estado supone simplemente transferírselo dealguien, es un error. Se trata de un poder de nueva creación, que nadie poseería enuna sociedad en régimen de competencia. En tanto que la propiedad esté divididaentre muchos poseedores, ninguno de ellos, actuando independientemente, tienepoder exclusivo para determinar la renta y la posición de alguien en particular;nadie está ligado a él si no es porque él puede ofrecer mejores condiciones queninguna otra persona. Nuestra generación ha olvidado que el sistema de la propiedad privada es la másimportante garantía de libertad, no sólo para quienes poseen propiedad, sinotambién, y apenas en menor grado, para quienes no la tienen.No hay quien tengapoder completo sobre nosotros,y, como individuos, podemos decidir, en lo que hacea nosotros mismos, gracias tan sólo a que el dominio de los medios de producciónestá dividido entre muchas personas que actúan independientemente. Si todos losmedios de producción estuvieran en una sola mano, fuese nominalmente la de la«sociedad» o fuese la de un dictador, quien ejerciese este dominio tendría un podercompleto sobre nosotros. Nadie pondrá seriamente en duda que un miembro de una pequeña minoría racialo religiosa sería más libre sin propiedad, si sus compañeros de comunidad disponíande ella y estaban, por tanto, en condiciones de darle empleo, que lo sería si sehubiera abolido la propiedad privada y se le hiciese propietario de una participaciónnominal en la propiedad común. Y el poder que un multimillonario, que puede sermi vecino y quizá mi patrono, tiene sobre mí, ¿no es mucho menor que el queposeería el más pequeño funcionario que manejase el poder coercitivo del Estado, ya cuya discreción estaría sometida mí manera de vivir o trabajar? ¿Y quién negaráque un mundo donde los ricos son poderosos es, sin embargo, mejor que aqueldonde solamente puede adquirir riquezas el que ya es poderoso? Es patético, pero a la vez alentador, ver a un viejo comunista tan prominentecomo Max Eastman redescubrir esta verdad: «Me parece evidente ahora, aunque he tardado, debo decirlo, en llegar a estaconclusión, que la institución de la propiedad privada es una de las principalescosas que han dado al hombre aquella limitada cantidad de libertad e igualdad que

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Marx esperaba hacer infinita aboliendo esta institución. Lo extraño es que Marx fueel primero en verlo. El fue quien nos enseñó, mirando hacia atrás, que el desarrollodel capitalismo privado, con su mercado libre, ha sido una condición previa para eldesarrollo de todas nuestras libertades democráticas. Jamás se le ocurrió, mirandohacia adelante, que si fue así, estas otras libertades pudieran desaparecer con laabolición de la libertad de mercado.[219] Se dice a veces, en respuesta a estos temores, que no habría motivo para que elplanificador determinase las rentas de los individuos. Las dificultades políticas ysociales que lleva consigo decidir la participación de las diferentes personas en larenta nacional son tan evidentes, que incluso el planificador más inveterado dudaríamucho antes de cargar con esta tarea a cualquier autoridad. Probablemente, todo elque comprende lo que ello envuelve preferiría confinar la planificación a laproducción, usarla sólo para asegurar una «organización racional de la industria»,abandonando, en todo lo posible, la distribución de las rentas a las fuerzasimpersonales. Aunque es imposible dirigir la industria sin ejercer alguna influenciasobre la distribución, y aunque ningún planificador desearía entregar enteramente ladistribución a las fuerzas del mercado, todos ellos preferirían, probablemente,limitarse a vigilar para que esta distribución se conformase con ciertas reglasgenerales de equidad y justicia, para que se evitasen desigualdades extremas y paraque la relación entre las remuneraciones de las principales clases de la poblaciónfuese justa, sin cargar con la responsabilidad de la posición de cada individuo enparticular dentro de su clase o de las gradaciones o diferenciaciones entre pequeñosgrupos y entre individuos. Ya hemos visto que la estrecha interdependencia de todos los fenómenoseconómicos hace difícil detener la planificación justamente en el punto deseado, yque, una vez obstruido allende cierto límite el libre juego del mercado, elplanificador se verá obligado a extender sus intervenciones hasta que lo abarquentodo. Estas consideraciones económicas, que explican por qué es imposible parar elcontrol deliberado allí justamente donde se desearía, se ven grandemente reforzadaspor ciertas tendencias políticas y sociales cuya influencia se hace sentircrecientemente conforme se extiende la planificación. A medida que se hace más cierto, y más se reconoce, que la posición delindividuo no está determinada por fuerzas impersonales, ni como resultado de losesfuerzos de muchos en competencia, sino por la deliberada decisión de laautoridad, la actitud de las gentes respecto a su posición en el orden social cambianecesariamente. Siempre existirán desigualdades que parecerán injustas a quieneslas padecen, contrariedades que se tendrán por inmerecidas y golpes de la desgraciaque quienes los sufren no han merecido. Pero cuando estas cosas ocurren en unasociedad deliberadamente dirigida, la reacción de las gentes será muy distinta quecuando no hay elección consciente por parte de nadie.

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La desigualdad se soporta, sin duda, mejor y afecta mucho menos a la dignidadde la persona si está determinada por fuerzas impersonales que cuando se debe aldesignio de alguien. En una sociedad en régimen de competencia no haymenosprecio para una persona, ni ofensa para su dignidad por ser despedida de unaempresa particular que ya no necesita sus servicios o que no puede ofrecerle unmejor empleo.Cierto es que en los periodos de prolongado paro en masa el efectosobre muchas personas puede ser muy diferente, pero hay otros y mejores métodosque la dirección centralizada para prevenir esta calamidad. Mas el paro o la pérdidade renta a que siempre se verá sometido alguien en cualquier sociedad es, sin duda,menos degradante si resulta de la mala suerte y no ha sido impuestodeliberadamente por la autoridad. Por amargo que sea el trance, lo sería mucho másen una sociedad planificada. En ella, alguien tendría que decidir no sólo si unapersona es necesaria en una determinada ocupación, sino incluso si es útil para algoy hasta qué punto lo es. Su posición en la vida le sería asignada por alguien. Si bien la gente estará dispuesta a sufrir lo que a cualquiera le pueda suceder, noestará tan fácilmente dispuesta a sufrir lo que sea el resultado de la decisión de unaautoridad. Será desagradable sentirse un simple diente en una máquina impersonal;pero es infinitamente peor que no podamos abandonarla, que estemos atados anuestro sitio y a los superiores que han sido escogidos para nosotros. El descontentode cada uno con su suerte crecerá, inevitablemente, al adquirir conciencia de ser elresultado de una deliberada decisión humana. Una vez el Estado se ha embarcado en la planificación en obsequio a la justicia,no puede rehusar la responsabilidad por la suerte o la posición de cualquier persona.En una sociedad planificada todos sabríamos que estábamos mejor o peor que otros,no por circunstancias que nadie domina y que es imposible prever con exactitud,sino porque alguna autoridad lo quiso.Y todos nuestros esfuerzos dirigidos amejorar nuestra posición tendrían como fin, no el de prever las circunstancias queno podemos dominar y prepararnos para ellas lo mejor que supiéramos, sino el deinclinar en nuestro favor a la autoridad que goza de todo el poder. La pesadilla detodos los pensadores políticos ingleses del siglo XIX: el Estado en que «ningúncamino para la riqueza ni el honor existiría, salvo a través del Gobierno»,[220] seconvertiría en realidad hasta un grado que ellos jamás hubieran imaginado; pero quehoy es un hecho bastante familiar en algunos países que después entraron en eltotalitarismo. Tan pronto como el Estado toma sobre sí la tarea de planificar la vida económicaentera, el problema de la situación que merece cada individuo y grupo se convierte,inevitablemente, en el problema político central. Como sólo el poder coercitivo delEstado decidirá lo que tendrá cada uno, el único poder que merece la pena será laparticipación en el ejercicio de este poder directivo. No habrá cuestioneseconómicas o sociales que no sean cuestiones políticas, en el sentido de depender

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exclusivamente su solución de quién sea quien disfruta el poder coercitivo, a quiénpertenecen las opiniones que prevalecerán en cada ocasión. Creo que fue el propio Lenin quien introdujo en Rusia la famosa frase «¿Quién, aquién?», durante los primeros años del dominio soviético, frase en la que el puebloresumió el problema universal de una sociedad socialista.[221] ¿Quién planifica aquién? ¿Quién dirige y domina a quién? ¿Quién asigna a los demás su puesto en lavida y quién tendrá lo que es suyo porque otros se lo han adjudicado? Estas son,necesariamente, las cuestiones esenciales, que sólo podrá decidir el poder supremo. Más recientemente, un escritor político americano ha ampliado la frase de Leninafirmando que el problema de todo Estado es: «¿Quién gana?, ¿Qué, cuándo ycómo lo gana?»[222] En cierto sentido, esto no es falso. Que todo gobierno influyesobre la posición relativa de las diferentes personas y que apenas hay un aspecto denuestra vida que, bajo cualquier sistema, no sea afectado por la acción del Estado,es, sin duda, cierto. En cuanto el Estado hace algo, su acción provoca siempre algúnefecto sobre «quién gana» y sobre «qué, cuándo y cómo lo gana». Es preciso, sin embargo, sentar dos distinciones fundamentales: Primero, puedendisponerse medidas particulares sin saberse cómo afectarán a personas en particulary sin proponerse particulares efectos. Ya hemos discutido este punto. Segundo, laamplitud de las actividades del Estado es lo que decide si todo lo que cualquierpersona obtiene en cualquier momento depende del Estado, o si la influencia de éstese confina a que algunas personas obtengan algo, de alguna manera, en algúnmomento. En esto descansa toda la diferencia entre un sistema libre y otrototalitario. Ilustra de manera característica el contraste entre un sistema liberal y otrototalmente planificado la común lamentación de nazis y socialistas por las«artificiales separaciones de la economía y la política» y su demanda, igualmentecomún, del predominio de la política sobre la economía. Probablemente, estas frasesno sólo expresan que ahora les está permitido a las fuerzas económicas trabajar parafines que no forman parte de la política del gobierno, sino también que el podereconómico puede usarse con independencia de la dirección del gobierno y parafines que el gobierno puede no aprobar. Pero la alternativa no es simplemente quehaya un solo poder, sino que este poder único, el grupo dirigente, domine todas lasfinalidades humanas y, en particular, que disponga de un completo poder sobre laposición de cada individuo en la sociedad. Es evidente que un gobierno que emprenda la dirección de la actividadeconómica usará su poder para realizar el ideal de justicia distributiva de alguien.Pero, ¿cómo puede utilizar y cómo utilizará este poder? ¿Qué principios le guiarán odeberán guiarle? ¿Hay una contestación definida para las innumerables cuestionesde méritos relativos que surgirán y que habrán de resolverse expresamente? ¿Hay

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una escala de valores que pudiese contar con la conformidad de las gentesrazonables, que justificaría un nuevo orden jerárquico de la sociedad y presentaríaprobabilidades de satisfacer las demandas de justicia? Sólo hay un principio general, una norma simple, que podría, ciertamente,proporcionar una respuesta definida para todas estas cuestiones: la igualdad, lacompleta y absoluta igualdad de todos los individuos en todos los puntos quedependan de la intervención humana. Si la mayoría la considerase deseable (apartede la cuestión de si sería practicable, es decir, si proporcionaría incentivosadecuados), daría a la vaga idea de la justicia distributiva un claro significado yproporcionaría al planificador una guía concreta. Pero está completamente fuera dela realidad suponer que la gente, en general, considera deseable una igualdadmecánica de esta clase. Ningún movimiento socialista que ha propugnado unaigualdad completa ganó jamás un apoyo sustancial. Lo que el socialismo prometióno fue una distribución absolutamente igualitaria, sino una más justa y másequitativa. No la igualdad en sentido absoluto, sino una «mayor igualdad», es elúnico objetivo que se ha propuesto seriamente. Aunque estos dos ideales suenen como muy semejantes, son lo más distinto quecabe, en lo que concierne a nuestro problema. Así como la igualdad absolutadeterminaría con claridad la tarea del planificador, el deseo de una mayor igualdades simplemente negativo, no más que una expresión del disgusto hacia el presenteestado de cosas.Y, en tanto no estemos dispuestos a admitir que es deseable todomovimiento que lleve hacia la igualdad completa, difícilmente dará respuesta aqueldeseo a ninguna de las cuestiones que el planificador tiene que resolver. No es esto un juego de palabras. Nos enfrentamos aquí con una cuestión crucialque puede quedar oculta por la semejanza de los términos usados. Mientras que elacuerdo sobre la igualdad completa respondería a todos los problemas de mérito queel planificador tiene que resolver, la fórmula de la aproximación a una mayorigualdad no contestaría prácticamente a ninguno. El contenido de ésta es apenasmás concreto que el de las frases «bien común» o «bienestar social». No nos liberade la necesidad de decidir en cada caso particular entre los méritos de individuos ogrupos particulares y no nos ayuda en esta decisión. Todo lo que, de hecho, nosdice es que tomemos del rico cuanto podamos. Pero cuando se llega a ladistribución del botín, el problema es el mismo que si no se hubiera concebidojamás la fórmula de una «mayor igualdad». A la mayoría de la gente le es difícil admitir que no poseemos patrones moralesque nos permitan resolver estas cuestiones, si no perfectamente, al menos con unamayor satisfacción general que la que consiente el sistema de competencia. ¿Notenemos todos alguna idea de lo que es un «precio justo» o un «salario equitativo»?¿No podemos confiar en el firme sentido de la equidad que posee el pueblo? Y aunsi no nos ponemos ahora de acuerdo plenamente sobre lo que es justo y equitativo

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en un caso particular, ¿no se consolidarían pronto en patrones más definidos lasideas populares si se diera a la gente una oportunidad para ver realizados susideales? Por desgracia, hay poco fundamento para estas esperanzas. Los patrones quetenemos surgieron del sistema de competencia que hemos conocido, ydesaparecerían, necesariamente, tan pronto como se perdiese la competencia. Loque entendemos por un precio justo o un salario equitativo es, o el precio o salariousuales, la remuneración que la experiencia pasada ha permitido a la gente esperar,o el precio o salario que existiría si no hubiera explotación monopolista. La únicaexcepción importante a esto fue la pretensión de los trabajadores al «productoíntegro de su trabajo», en la que tanto de la doctrina socialista tiene su antecedente.Pero pocos socialistas de hoy creen que en una sociedad socialista el producto decada industria debería repartirse enteramente entre los trabajadores de la misma;porque esto significaría que los obreros de las industrias que usan una granproporción de capital dispondrían de unos ingresos mucho mayores que losempleados en las industrias poco dotadas de capital, lo cual considerarían muyinjusto la mayoría de los socialistas. Y ahora se reconoce con bastante generalidadque esta pretensión particular se basa en una interpretación equivocada de loshechos. Pero, una vez que se rechaza la pretensión del trabajador individual a latotalidad de «su» producto, y que ha de dividirse todo el rendimiento del capitalentre todos los obreros, el problema de cómo dividirlo plantea la misma cuestiónfundamental. Podría concebirse como objetivamente determinable el «precio justo» de unamercancía particular o la remuneración «equitativa» por un servicio particular, si lascantidades necesarias se fijasen independientemente. Si éstas fuesen ajenas a loscostes, el planificador podría tratar de averiguar qué precio o salario es necesariopara obtener tal oferta. Pero el planificador tiene que decidir también cuánto ha deproducirse de cada clase de bienes, y, al hacerlo, determina cuál será el precio justoo el salario equitativo que se pague. Si el planificador decide que se necesitanmenos arquitectos o relojeros y que la necesidad puede llenarse con aquellos queestán dispuestos a permanecer en la profesión a pesar de una remuneración másbaja, el salario «equitativo» disminuiría. Al decidir sobre la importancia relativa delos diferentes fines, el planificador decide también acerca de la importancia relativade los diferentes grupos y personas. Como no se le supone autorizado a considerar ala gente como un simple medio, tiene que tener en cuenta estos efectos ycontrapesar expresamente la importancia de los diferentes fines con los efectos desu decisión. Lo cual significa que ejercerá forzosamente un control directo sobre lasituación de las diferentes personas. Esto se aplica a la posición relativa de los individuos, no menos que a lasdiferentes ocupaciones. Estamos, en general, demasiado dispuestos a suponer más o

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menos uniformes los ingresos dentro de una determinada industria o profesión. Perolas diferencias entre los ingresos, no sólo del más y el menos próspero médico oarquitecto, escritor o actor de cine, boxeador o jockey, sino también del más y elmenos próspero fontanero u hortelano, tendero o sastre, son tan grandes como lasque existen entre las clases propietarias y las no propietarias. Y, aunque, sin duda,se intentaría reducirlas a un cierto número de categorías por un proceso denormalización, la necesidad de discriminación entre individuos sería la misma, tantosi se ejerciese fijando los ingresos individualmente como distribuyéndolos endeterminadas categorías. No necesitamos decir más acerca de las probabilidades de que los hombres deuna sociedad libre se sometiesen a tal control, o de que permaneciesen libres si sesometieran. Sobre toda esta cuestión, lo que John Stuart Mill escribió hace casi cienaños sigue siendo igualmente cierto hoy: «Una norma inmutable, como la de laigualdad, podría aceptarse lo mismo que se aceptaría la suerte o una necesidadexterna; pero que un puñado de personas pesara a todos en la balanza y diese más auno y menos a otro, sin más que su gusto y juicio, sólo podría aceptarse de seresconsiderados sobrehumanos y apoyados por terrores sobrenaturales.»[223] Estas dificultades no condujeron a conflictos abiertos en tanto el socialismo sólofue la aspiración de un grupo limitado y perfectamente homogéneo. Salieron a lasuperficie cuando se intentó realmente una política socialista con el favor demuchos grupos diferentes que componían la mayoría de un pueblo. Pronto seplantea la candente cuestión de decidir cuál de los diferentes conjuntos de idealesserá impuesto a todos, poniendo a su servicio los recursos enteros del país. Larestricción de nuestra libertad respecto a las cosas materiales afecta tan directamentea nuestra libertad espiritual, porque el éxito de la planificación exige crear unaopinión común sobre los valores esenciales. Los socialistas, progenitores cultos de una bárbara casta, esperabantradicionalmente resolver este problema por la educación. Pero, ¿qué significa laeducación a este respecto? Bien hemos aprendido que la ilustración no puede crearnuevos valores éticos, que ninguna suma de conocimientos conducirá a la gente acompartir las mismas opiniones sobre las cuestiones morales que surgen de unaordenación expresa de todas las relaciones sociales. No es la convicción racional,sino la aceptación de un credo, lo que se requiere para justificar un particularplan.Y, como era lógico, los mismos socialistas fueron los primeros en reconocerpor doquier que la tarea que se echaron sobre sí mismos exigía la generalaceptación de una Weltanschauung común, de un conjunto definido de valores. Ensus esfuerzos para producir un movimiento de masas, apoyado en una concepciónuniforme del mundo, los socialistas fueron los primeros en crear la mayoría de losinstrumentos de adoctrinamiento que con tanta eficacia han empleado nazis yfascistas.

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En Alemania e Italia los nazis y los fascistas apenas tuvieron que inventar algo.Los usos de los nuevos movimientos políticos que impregnaron todos los aspectosde la vida habían sido ya introducidos en ambos países por los socialistas. La ideade un partido político que abrazase todas las actividades del individuo, desde lacuna a la tumba, que pretendía guiar sus opiniones sobre todas las cosas y que serecreaba en hacer de todos los problemas cuestiones de la Weltanschauung delpartido, fue aplicada primero por los socialistas. Un escritor socialista austriaco,hablando del movimiento socialista de su país, refiere con orgullo que fue su «rasgocaracterístico la creación de organizaciones especiales para todas los campos deactividad de los trabajadores y empleados».[224] Pero aunque los socialistas austriacos puedan haber llegado más lejos en esteaspecto, la situación no fue muy diferente en otros lugares. No fueron los fascistas,sino los socialistas, quienes comenzaron a reunir a los niños desde su más tiernaedad en organizaciones políticas, para asegurarse que crecieran como buenosproletarios. No fueron los fascistas, sino los socialistas, quienes primero pensaron enorganizar deportes y juegos, fútbol y excursionismo, en clubs de partido donde losmiembros no pudieran infectarse con otras opiniones. Fueron los socialistas quienesprimero insistieron en que el miembro del partido debe distinguirse del resto por losmodos de saludar y los tratamientos. Fueron ellos quienes, con su organización de«células» y las medidas para la supervisión permanente de la vida privada, crearonel prototipo del partido totalitario. Balilla y Hitlerjugend, Dopolavoro y Kraft DurchFreude, uniformes políticos y formaciones militares del partido, son poco más queremedos de las viejas instituciones socialistas.[225] En tanto el movimiento socialista de un país está estrechamente ligado a losintereses de un grupo particular, generalmente el de los trabajadores industrialesmás cualificados, el problema de crear una opinión común acerca de la condicióndeseable para los diferentes miembros de la sociedad es relativamente simple. Elmovimiento se preocupa inmediatamente de la condición de un grupo particular, ysu propósito consiste en elevar su status por encima del de otros grupos. El carácterdel problema cambia, por consiguiente, cuando en el curso del progresivo avancehacia el socialismo se hace a todos cada vez más evidente que sus ingresos y suposición general son determinados por el aparato coercitivo del Estado y que puedemantener o mejorar su posición sólo en cuanto miembro de un grupo organizadocapaz de influir o dominar en su propio interés la máquina del Estado. En la lucha real entre los varios grupos porfiantes que surge en esta etapa no esseguro en modo alguno que prevalezcan los intereses de los grupos más pobres ynumerosos. Ni es necesariamente una ventaja para los viejos partidos socialistas,que declaradamente representaron a los intereses de un grupo particular, el habersido los primeros en el campo y haber proyectado toda su ideología para atraer a lostrabajadores manuales de la industria. Su real éxito, y su insistencia en la aceptación

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del credo completo, lleva por fuerza a crear un poderoso contramovimiento, no delos capitalistas, sino de las clases muy numerosas e igualmente no propietarias queven amenazada su posición relativa por el avance de la elite de los trabajadoresindustriales. La teoría y la táctica socialistas, incluso cuando no estaban dominadas por eldogma marxista, se han basado en todas partes sobre la idea de una división de lasociedad en dos clases, con intereses comunes, pero en conflicto mutuo: capitalistasy trabajadores industriales. El socialismo contaba con una rápida desaparición de lavieja clase media y despreció completamente el nacimiento de una nueva: el ejércitoinnúmero de los oficinistas y las mecanógrafas, de los trabajadores administrativos ylos maestros de escuela, los artesanos y los funcionarios modestos y las filasinferiores de las profesiones liberales. Durante algún tiempo estas clasesproporcionaron con frecuencia muchos de los dirigentes del movimiento obrero;pero, a medida que se hizo más claro que la posición de aquellas clases empeorabarelativamente a la de los trabajadores industriales, los ideales que guiaron a estosúltimos perdieron mucho de su atractivo para los primeros. Si bien todos eransocialistas, en el sentido de aborrecer el sistema capitalista y desear una distribucióndeliberada de la riqueza de acuerdo con sus ideas de justicia, estas ideas resultaronser muy diferentes de las incorporadas a la práctica de los primitivos partidossocialistas. Los medios que emplearon, con buen éxito, los viejos partidos socialistas paraasegurarse el apoyo de un grupo de ocupaciones —la elevación de su posicióneconómica relativa— no se podían utilizar para asegurarse el apoyo de todos. Esforzosa entonces la aparición de movimientos socialistas rivales que soliciten elfavor de quienes ven empeorada su situación relativa. Hay, una gran parte de verdaden la afirmación, a menudo oída, de ser el fascismo y el nacionalsocialismo unaespecie de socialismo de la clase media; sólo que en Italia y Alemania los queapoyaron estos nuevos movimientos apenas eran, ya, económicamente, una clasemedia. Fueron, en gran medida, la revuelta de una nueva clase preterida, contra laaristocracia del trabajo creada por el movimiento obrero industrial. Puede casi asegurarse que ningún factor económico aislado ha favorecido más aestos movimientos que la envidia de los profesionales fracasados, el ingeniero oabogado u otros universitarios, y, en general, el «proletariado de cuello blanco»,hacia el maquinista y el tipógrafo y otros miembros de los más fuertes sindicatosobreros, cuyos ingresos montaban a varias veces los suyos. Tampoco cabe apenasdudar que, en cuanto a ingresos en dinero, el simple afiliado del movimiento nazi,en los primeros años de éste, era, por término medio, más pobre que el promedio delos miembros de un sindicato o del viejo partido socialista; circunstancia tanto másacerba cuanto que los primeros, a menudo, habían visto días mejores y aún vivíancon frecuencia en ambientes que correspondían a su pasado. La expresión «lucha de

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clases à rebours», frecuente en Italia en los tiempos del nacimiento del fascismo,apuntaba a un aspecto muy importante del movimiento. El conflicto entre el fascistao el nacionalsocialista y los primitivos partidos socialistas tiene que considerarse, engran parte, como uno de aquellos que es forzoso surjan entre facciones socialistasrivales. No había diferencia entre ellos en cuanto a que la voluntad del Estado debíaser la que asignase a cada persona su propio lugar en la sociedad. Pero había, comolas habrá siempre, las más profundas diferencias acerca de cuál fuere el lugarapropiado de las diferentes clases y grupos. Los viejos dirigentes socialistas, que habían considerado siempre a sus partidoscomo la natural vanguardia del futuro movimiento general hacia el socialismo, nopodían fácilmente comprender que con cada extensión del uso de los métodossocialistas se volviera contra ellos el resentimiento de extensas clases pobres.Pero,mientras los viejos partidos socialistas, o las organizaciones laborales dentro deciertas industrias, no encontraban, generalmente, mayores dificultades para llegar aun acuerdo de acción conjunta con los patronos en sus respectivas industrias, clasesmuy amplias quedaban marginadas. Para ellas, y no sin alguna justificación, lassecciones más prósperas del movimiento obrero parecían pertenecer a la claseexplotadora más que a la explotada.[226] El resentimiento de la baja clase media, en la que el fascismo y elnacionalsocialismo reclutaron una tan gran proporción de sus seguidores, seintensificó por el hecho de aspirar en muchos casos, por su educación ypreparación, a posiciones directivas y considerarse ellos mismos con títulos para sermiembros de la clase dirigente. La generación más joven, con el desprecio por lasactividades lucrativas fomentado por la enseñanza socialista, rechazaba lasposiciones independientes que envolvían riesgo y se congregaba, en cantidadescrecientes, en torno a las posiciones asalariadas que prometían seguridad. Pero, a lavez, demandaba puestos que procurasen los ingresos y el poder a que, en opiniónsuya, le daba derecho su preparación. Creían en una sociedad organizada, yesperaban en ésta un lugar muy diferente del que la sociedad regida por el trabajoparecía ofrecerles. Estaban prontos a apoderarse de los métodos del viejosocialismo, pero dispuestos a emplearlos en servicio de una clase diferente. Elmovimiento tenía atractivos para todos los que, conformes con la conveniencia deque el Estado dirigiese la actividad económica entera, discrepaban en cuanto a losfines a cuya consecución dirigía su fuerza política la aristocracia de los trabajadoresindustriales. El nuevo movimiento socialista partía con algunas ventajas tácticas. Elsocialismo obrero se había desarrollado en un mundo democrático y liberal,adaptando a él sus tácticas y apoderándose de muchos ideales del liberalismo; susprotagonistas todavía creían que la implantación del socialismo resolvería por sítodos los problemas. El fascismo y el nacionalsocialismo, por otra parte, surgieron

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de la experiencia de una sociedad cada vez más regulada, consciente de que elsocialismo democrático e internacional propugnaba ideales incompatibles. Sustácticas se desarrollaron en un mundo ya dominado por la política socialista y losproblemas que ésta crea. No se hacían ilusiones sobre la posibilidad de la solucióndemocrática de unos problemas que exigen más acuerdo entre las gentes que lo quepuede razonablemente esperarse. No se hacían ilusiones sobre la capacidad de larazón para decidir acerca de todas las cuestiones de relativa importancia que sobrelas necesidades de los diferentes hombres o grupos inevitablemente surgen de laplanificación, o sobre la respuesta que podría dar la fórmula de la igualdad. Sabíanque el más fuerte grupo que reuniese bastantes seguidores en favor de un nuevoorden jerárquico de la sociedad y que prometiese francamente privilegios a lasclases a que apelaba, obtendría probablemente el apoyo de todos los defraudadosporque, después de prometérseles la igualdad, descubrieron que no habían hechosino favorecer los intereses de una clase particular. Sobre todo, lograron éxitoporque ofrecían una teoría, o Weltanschauung, que parecía justificar los privilegiosprometidos a sus seguidores.

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Capítulo IXSeguridad y libertad

La sociedad entera se habrá convertido en una sola oficina y unasola fábrica, con igualdad en el trabajo y en la remuneración. V.I. LENIN, 1917[227] En un país donde el único patrono es el Estado, la oposiciónsignifica la muerte por consunción lenta. El viejo principio, «el que notrabaje no comerá», ha sido reemplazado por uno nuevo: el que noobedezca no comerá. L. TROTSKY, 1937[228] Igual que la espuria «libertad económica», y con más justicia, la seguridadeconómica se presenta a menudo como una indispensable condición de la libertadefectiva. Esto es, en un sentido, tan cierto como importante. La independencia decriterio o la energía de carácter rara vez se encuentra entre quienes no confían enabrirse camino por su propio esfuerzo. Sin embargo, la idea de la seguridadeconómica no es menos vaga y ambigua que la mayoría de las expresiones sobreestas materias; y por ello la aprobación general que se concede a la demanda deseguridad puede ser un peligro para la libertad. Evidentemente, cuando la seguridadse entiende en un sentido demasiado absoluto, la general porfía por ella, lejos deacrecentar las oportunidades de libertad, se convierte en su más grave amenaza.

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Será bueno contraponer desde un principio las dos clases de seguridad: lalimitada, que pueden alcanzar todos y que, por consiguiente, no es un privilegio,sino un legítimo objeto de deseo, y la seguridad absoluta, que en una sociedad libreno pueden lograr todos, y que no debe concederse como un privilegio —excepto enunos cuantos casos especiales, como el de la judicatura, donde una independenciacompleta es de extraordinaria importancia—. Estas dos clases de seguridad son: laprimera, la seguridad contra una privación material grave, la certidumbre de undeterminado sustento mínimo para todos, y la segunda, la seguridad de undeterminado nivel de vida o de la posición que una persona o grupo disfruta encomparación con otros. O, dicho brevemente, la seguridad de un ingreso mínimo yla seguridad de aquel ingreso concreto que se supone merecido por una persona.Veremos ahora que esa distinción coincide ampliamente con la diferencia entre laseguridad que puede procurarse a todos, fuera y como suplemento del sistema demercado, y la seguridad que sólo puede darse a algunos y sólo mediante el control ola abolición del mercado. No hay motivo para que una sociedad que ha alcanzado un nivel general deriqueza como el de la nuestra, no pueda garantizar a todos esa primera clase deseguridad sin poner en peligro la libertad general. Se plantean difíciles cuestionesacerca del nivel preciso que de esa manera debe asegurarse; hay, en particular, laimportante cuestión de saber si aquellos que así dependerán de la comunidaddeberán gozar indefinidamente de las mismas libertades que los demás.[229] Unaconsideración imprudente de estas cuestiones puede causar serios y hasta peligrososproblemas políticos; pero es indudable que un mínimo de alimento, albergue yvestido, suficiente para preservar la salud y la capacidad de trabajo, puedeasegurarse a todos. Por lo demás, hace tiempo que una considerable parte de lapoblación británica ha alcanzado ya esta clase de seguridad. No existe tampoco razón alguna para que el Estado no asista a los individuoscuando tratan de precaverse de aquellos azares comunes de la vida contra los cuales,por su incertidumbre, pocas personas están en condiciones de hacerlo por símismas. Cuando, como en el caso de la enfermedad y el accidente,ni el deseo deevitar estas calamidades,ni los esfuerzos para vencer sus consecuencias son, porregla general, debilitados por la provisión de una asistencia; cuando, en resumen, setrata de riesgos genuinamente asegurables, los argumentos para que el Estado ayudea organizar un amplio sistema de seguros sociales son muy fuertes. En estosprogramas hay muchos puntos de detalle sobre los que estarán en desacuerdoquienes desean preservar el sistema de la competencia y quienes desean sustituirlopor otro diferente; y es posible introducir bajo el nombre de seguros socialesmedidas que tiendan a hacer más o menos ineficaz la competencia. Pero no hayincompatibilidad de principio entre una mayor seguridad, proporcionada de estamanera por el Estado,y el mantenimiento de la libertad individual.A la mismacategoría pertenece también el incremento de seguridad a través de la asistencia

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concedida por el Estado a las víctimas de calamidades como los terremotos y lasinundaciones. Siempre que una acción común pueda mitigar desastres contra loscuales el individuo ni puede intentar protegerse a sí mismo ni prepararse para susconsecuencias, esta acción común debe, sin duda, emprenderse. Queda, por último, el problema, de la máxima importancia, de combatir lasfluctuaciones generales de la actividad económica y las olas recurrentes de paro enmasa que las acompañan. Este es, evidentemente, uno de los más graves yacuciantes problemas de nuestro tiempo. Pero, aunque su solución exigirá muchaplanificación en el buen sentido, no requiere —o al menos no es forzoso querequiera— aquella especial clase de planificación que, según sus defensores, sepropone reemplazar al mercado. Muchos economistas esperan que el remedioúltimo se halle en el campo de la política monetaria, que no envolvería nadaincompatible incluso con el liberalismo del siglo XIX. Otros, es cierto, creen que elverdadero éxito sólo puede lograrse con la realización de obras públicas en granescala emprendidas con la más cuidadosa oportunidad.[230] Esto llevaría a muchomás serias restricciones de la esfera de la competencia, y al hacer experiencias enesta dirección tendremos que vigilar cuidadosamente nuestros pasos si queremosevitar que toda la actividad económica se haga cada vez más dependiente de laorientación y el volumen del gasto público. Pero no es éste ni el único ni, en miopinión, el más prometedor camino que permite afrontar el peligro más grave parala seguridad económica. En todo caso, los muy necesarios esfuerzos para asegurarprotección contra estas fluctuaciones no conducen a aquella clase de planificaciónque constituye un riesgo tan grande para nuestra libertad. La planificación con fines de seguridad que tan dañinos efectos ejerce sobre lalibertad es la que se dirige a una seguridad de clase muy diferente. Es laplanificación destinada a proteger a individuos o grupos contra unas disminucionesde sus ingresos que, aunque de ninguna manera las merezcan, ocurren diariamenteen una sociedad en régimen de competencia, contra unas pérdidas que imponenseveros sufrimientos sin justificación moral, pero que son inseparables del sistemade la competencia. Esta demanda de seguridad es, pues, otra forma de la demandade una remuneración justa, de una remuneración adecuada a los méritos subjetivos yno a los resultados objetivos de los esfuerzos de un hombre. Esta clase de seguridado justicia parece irreconciliable con la libertad de elegir el propio empleo. En todo sistema que confíe la distribución entre las diferentes industrias yocupaciones a la propia elección de los hombres, las remuneraciones tendránnecesariamente que corresponder a la utilidad que los resultados aporten a losdemás miembros de la sociedad, incluso si ellas no resultaran en proporción a losméritos subjetivos. Aunque los resultados logrados estarán a menudo en proporcióncon los esfuerzos e intenciones, no siempre será así, en cualquier forma de sociedad.En particular, no será cierto en los muchos casos en que la utilidad de alguna

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industria o especial cualificación se altera por circunstancias que no podíanpreverse.Todos conocemos la trágica situación de los hombres muy especializados,cuya destreza, de difícil aprendizaje, ha perdido repentinamente su valor por causade algún invento que beneficia grandemente al resto de la sociedad. La historia delos últimos cien años está llena de hechos de esta clase, algunos de los cualesafectaron a la vez a cientos de miles de personas. Ofende indudablemente a nuestro sentido de justicia el que alguien tenga quesufrir una gran disminución de sus ingresos y el amargo fracaso de todas susesperanzas sin cometer por su parte ninguna falta y a pesar de un trabajo difícil y deexcepcional destreza. Las demandas de ayuda del Estado de quienes así sufren, a finde salvaguardar sus legítimas aspiraciones, reciben, sin duda, la simpatía y el apoyopopular. La aprobación general de estas demandas ha tenido por efecto que elEstado interviniera en todas partes, no sólo para proteger a las personas asíamenazadas de duros sufrimientos y privaciones, sino para asegurarles la percepcióncontinuada de sus antiguos ingresos y guarecerlas de las vicisitudes delmercado.[231] No puede, sin embargo, darse a todos la certidumbre de unos determinadosingresos si ha de concederse alguna libertad a cada cual para que elija su ocupación.Y si se procura a algunos esta certidumbre, se convierte en un privilegio a costa delos demás, cuya seguridad disminuye con eso necesariamente. Fácil es demostrarque la seguridad de unos ingresos invariables sólo puede procurarse a todosmediante la abolición completa de la libertad en la elección del empleo de cadauno.Y, sin embargo, aunque esta garantía general de las legítimas esperanzas seconsidera frecuentemente como el ideal pretendido, no es cosa que en serio se hayaintentado. Lo que constantemente se hace es conceder esta clase de seguridad demanera fragmentaria, a este grupo o al otro, con el resultado de aumentarconstantemente la inseguridad de quienes quedaron abandonados a su suerte. No esmaravilla que, en consecuencia, el valor atribuido al privilegio de la seguridadaumente constantemente y que su demanda sea cada vez más apremiante, hastallegarse a que ningún precio, ni siquiera el de la libertad, parezca demasiado alto. Si quienes ven reducida la utilidad de sus esfuerzos por circunstancias que nopueden ni prever ni dominar fueran protegidos contra las pérdidas inmerecidas, y sia quienes ven aumentada su utilidad social se les prohibiera, a su vez, conseguiruna ganancia inmerecida, la remuneración dejaría en seguida de mantener unarelación con la utilidad efectiva. Dependería de las opiniones sostenidas por algunaautoridad acerca de lo que una persona debía haber hecho, de lo que debía haberprevisto y de la bondad o maldad de sus intenciones. Decisiones tales no podríanmenos de ser arbitrarias en gran medida. La aplicación de este principio llevaríanecesariamente a que gentes que hiciesen el mismo trabajo recibiesenremuneraciones distintas. Las diferencias de remuneración no serían ya un impulso

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adecuado para que las gentes realizasen los cambios socialmente deseables, y nisiquiera sería posible a los individuos afectados juzgar si un cambio particularmerece las perturbaciones que causa. Pero si los cambios en la distribución de los empleos entre las personas, que sonconstantemente necesarios en toda sociedad, no pueden ya provocarse mediante«premios» y «castigos» pecuniarios (que no están en necesaria conexión con losméritos subjetivos), tendrán que realizarse por órdenes directas. Cuando los ingresosde una persona están garantizados, no puede permitírsela, ni permanecer en supuesto sólo porque le guste, ni elegir otro trabajo que le agradaría hacer. Como noes ella quien logra la ganancia o sufre la pérdida dependiente de que cambie o nocambie de puesto, la elección tiene que hacerla para ella quien gobierne ladistribución de la renta disponible. El problema del incentivo adecuado, que aquí surge, se discute generalmentecomo si fuera sobre todo un problema de buena voluntad de la gente. Pero esto,aunque importante, no es todo el problema, y ni siquiera su más importante aspecto.No es sólo que si deseamos que las gentes pongan de su parte todo lo posiblehemos de hacer que les merezca la pena a ellas. Lo más importante es que, sideseamos dejarles la elección a ellas, si han de poder juzgar sobre lo que debenhacer, es preciso darles algún metro fácilmente inteligible, con el que midan laimportancia social de las diferentes ocupaciones. Ni con la mejor voluntad delmundo sería posible a cualquiera elegir inteligentemente entre las diversasalternativas si las ventajas que se le ofrecieran no presentasen ninguna relación consu utilidad social. Para saber si, como resultado de una alteración de lascircunstancias, un hombre debe dejar un oficio y un ambiente que se le han hechogratos y cambiarlos por otros, es necesario que la variación del valor relativo deestas ocupaciones para la sociedad encuentre expresión en las remuneraciones quese le ofrecen. El problema es, sin duda, todavía mucho más importante porque, tal como es elmundo, los hombres no están dispuestos de hecho a entregarse a algo durante largosperiodos si no van en ello directamente envueltos sus propios intereses. Multitud depersonas, al menos, necesitan alguna presión externa para entregar a algo todo suesfuerzo. El problema del incentivo es, en este sentido, muy real, tanto en la esferadel trabajo ordinario como en la de las actividades directivas. La aplicación de latécnica de la ingeniería a una nación entera —y esto es lo que la planificaciónsignifica— «plantea problemas de disciplina difíciles de resolver», como haexpresado acertadamente un ingeniero americano con gran experiencia en laplanificación oficial, que ha visto con claridad el problema. «La ejecución de una tarea de ingeniería exige la existencia de un área externarelativamente amplia de actividad económica no planificada. Tiene que haber unlugar donde buscar los trabajadores, y cuando se despida a un obrero, éste tiene que

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desaparecer del trabajo y de la nómina. A falta de semejante depósito libre, sólomediante el castigo corporal, como en el trabajo de los esclavos, puede mantenersela disciplina.»[232] En la esfera del trabajo directivo, el problema de las sanciones por negligenciasurge en una forma diferente, pero no menos seria. Con acierto se ha dicho quemientras el último resorte de una economía en régimen de competencia es elalguacil, la sanción última en una economía planificada es el verdugo.[233] Lospoderes otorgados al director de cada empresa tendrían que ser considerables entodo caso. Pero en un sistema planificado la posición y los ingresos del director nopueden solamente depender, como no dependen los del obrero, del éxito o el fracasodel trabajo que dirige. Como ni el riesgo ni la ganancia son suyos, no puede ser sujuicio personal lo que decida, sino que tendrá que hacer lo que le corresponda deacuerdo con alguna norma establecida. Un error que él «debía» haber evitado no esya cuenta suya, sino un crimen contra la comunidad, y como tal debe tratarse.Mientras se mantenga dentro del firme sendero del deber objetivamente reconocible,puede estar más seguro de sus ingresos que el empresario capitalista; pero el peligroque corre en el caso de un fracaso real es peor que la bancarrota. Puede estareconómicamente seguro en tanto satisfaga a sus superiores; pero compra estaseguridad al precio de la garantía de la libertad y la vida. Trátase, evidentemente, de un conflicto esencial entre dos tipos de organizaciónsocial irreconciliables, que, por las formas más características en que aparecen, sehan designado a menudo como sociedades de tipo comercial y militar. Fueron quizáexpresiones desafortunadas, porque dirigen la atención hacia lo accesorio y hacendifícil ver que nos enfrentamos aquí con una alternativa real y que no hay unatercera posibilidad. O la elección y el riesgo corresponden al individuo, o se leexonera de ambos. El ejército es, sin duda, en muchos aspectos, la representaciónmás ajustada y la que nos es más familiar, del segundo tipo de organización, dondetrabajo y trabajador son igualmente designados por la autoridad, y donde, si losmedios disponibles son escasos, todo el mundo es puesto a media ración. Es éste elúnico sistema en el que se puede conceder al individuo plena seguridad económicay que, extendido a la sociedad entera, permite otorgarla a todos sus miembros. Estaseguridad es, por consiguiente, inseparable de la restricción de la libertad y propiadel orden jerárquico de la vida militar; es la seguridad de los cuarteles. Es posible, por lo demás, organizar sobre este principio ciertas secciones de unasociedad que se mantiene libre en lo restante, y no hay razón para que esta forma devida, con sus necesarias restricciones de la libertad individual, no esté abierta aquien la prefiera. Además, algún servicio voluntario de trabajo, sobre líneasmilitares, podría ser la mejor forma en que el Estado proporcionase a todos lacertidumbre de una oportunidad de trabajo y un ingreso mínimo. Los proyectos deesta clase se demostraron en el pasado tan escasamente aceptables porque quienes

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estaban dispuestos a ceder su libertad a cambio de la seguridad exigían siempre,para entregar su plena libertad, que se quitase también ésta a todos los que noestaban dispuestos a ello. Es difícil encontrar justificación a una pretensiónsemejante. El tipo de organización militar que conocemos nos da, sin embargo, una imagenmuy inadecuada de lo que sería si se extendiese a toda la sociedad. Cuando sólo unaparte de la sociedad está organizada sobre líneas militares, la falta de libertad de losmiembros de la organización militar está mitigada por el hecho de seguir existiendoun ámbito libre al cual pueden pasar si las restricciones se hacen demasiadomolestas. Para formarnos una imagen de lo que sería probablemente aquellasociedad si, de acuerdo con el ideal que ha seducido a tantos socialistas, seorganizase como una gran fábrica única, tenemos que mirar hacia la antigua Espartao la Alemania actual que, después de avanzar en esta dirección durante dos o tresgeneraciones, está ahora tan cerca de alcanzar ese ideal. En una sociedad acostumbrada a la libertad es improbable que haya mucha gentedispuesta a adquirir la seguridad a este precio. Pero la política que ahora se siguepor doquier, con la que se proporciona el privilegio de la seguridad ora a estegrupo, ora a aquel otro, está creando rápidamente unas condiciones en las que elafán de seguridad tiende a ser más fuerte que el amor a la libertad. La razón de elloes que con cada concesión de una completa seguridad a un grupo se acrecientanecesariamente la inseguridad del resto. Si se garantiza a alguien un trozo fijo en ladistribución de una tarta de tamaño variable, la porción correspondiente a lasrestantes personas tiene que fluctuar proporcionalmente más que el tamaño de latarta entera. Y el elemento esencial de seguridad que el sistema de competenciaofrece, que es la gran variedad de oportunidades, se reduce más y más. Dentro del sistema de mercado, sólo la clase de planificación que se conoce porel nombre de restriccionismo (¡que incluye, sin embargo, casi toda la planificaciónque de hecho se practica!) puede otorgar seguridad a unos grupos particulares. El«control», es decir, la limitación de la producción, de tal forma que los preciosaseguren una remuneración «adecuada», es el único camino, en una economía demercado, para garantizar a los productores unos ciertos ingresos. Pero esto significanecesariamente una reducción de oportunidades abiertas a los demás. Para protegera un productor, sea trabajador o empresario, contra las ofertas a más bajo precio deotros de fuera, hay que impedir a otros que están peor el participar en la prosperidadrelativamente mayor de las industrias favorecidas.Toda restricción de la libertad deentrada en una industria reduce la seguridad de todos los que quedan fuera de ella. Y a medida que aumenta el número de personas cuyos ingresos se aseguran deaquella manera, se restringe el campo de las oportunidades alternativas abiertas atodo el que sufre una pérdida de ingresos; con lo que disminuyen, encorrespondencia, para todos los afectados desfavorablemente por una alteración de

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las circunstancias, las probabilidades de evitar una disminución fatal de susingresos.Y si, como es más cierto cada vez, en toda actividad cuyas circunstanciasmejoran se permite a sus miembros excluir a otros para que aquéllos se asegurentoda la ganancia, en forma de jornales o beneficios más altos, los pertenecientes alas industrias cuya demanda ha caído no tienen lugar a donde ir, y cada alteraciónde aquellas circunstancias es la causa de un aumento del paro.Apenas puededudarse que son principalmente una consecuencia de estas medidas para acrecentarla seguridad, en las últimas décadas, el gran aumento del paro y la inseguridad paragrandes sectores de la población. En Inglaterra estas restricciones, especialmente las que afectan a las zonasintermedias de la sociedad, no habían alcanzado dimensiones importantes hasta hacerelativamente poco tiempo, y por eso apenas hemos advertido todas susconsecuencias. La extrema desesperanza de la situación de quienes, en una sociedadque ha crecido en rigidez, han quedado fuera de las filas de las ocupacionesprotegidas, y la magnitud de la sima que les separa del poseedor afortunado de unempleo para quien la protección contra la competencia ha hecho innecesariomoverse siquiera un poco a fin de hacer sitio a quienes no lo tienen, sólo puedenapreciarlas los que las han sufrido. No se trata de que los afortunados cediesen suspuestos, sino simplemente de que participasen en la común desgracia con algunareducción de sus ingresos, o, como bastaría frecuentemente, tan sólo con algúnsacrificio de sus perspectivas de mejora, Pero lo impide la protección de su «nivelde vida», o de su «justo precio», o de su «renta profesional», a lo que se creen conderecho, y para lo cual reciben la ayuda del Estado. Por consecuencia, en lugar deserlo los precios, los salarios y las rentas individuales, son ahora el empleo y laproducción lo que está sujeto a fluctuaciones violentas. Jamás ha existido una peory más cruel explotación de una clase por otra, que la de los miembros más débiles omenos afortunados de un grupo de productores a manos de los bien situados; lo cuallo ha permitido la «regulación» de la competencia. Pocas consignas han causadotanto daño como la «estabilización » de precios (o salarios) en particular, que,asegurando los ingresos de algunas personas, hacen más y más precaria la posiciónde las restantes. Así, cuanto más intentamos proporcionar seguridad plena, mediante intromisionesen el sistema del mercado, mayor se hace la inseguridad; y, lo que es peor, mayorse hace el contraste entre la seguridad de quienes la han obtenido como unprivilegio y la creciente inseguridad de los postergados. Y cuanto más privilegio esla seguridad y mayor el peligro para los excluidos de ella, más apreciada será. Amedida que el número de los privilegiados aumenta y la diferencia entre suseguridad y la inseguridad de los demás se eleva, surge gradualmente un conjuntode valores sociales completamente nuevos.Ya no es la independencia, sino laseguridad, lo que da categoría y posición social. El derecho seguro a una pensión,mas que la confianza en su capacidad, hace a un joven preferido para el

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matrimonio. La inseguridad lleva al temido estado del paria, en el que permanecenpor toda su vida quienes en su juventud no fueron admitidos en el refugio de unempleo a sueldo. El empeño general de lograr seguridad por medidas restrictivas, tolerado ofavorecido por el Estado, ha producido con el transcurso del tiempo una progresivatransformación de la sociedad, una transformación en la que, como en tantas otrasdirecciones,Alemania ha guiado y los demás países han seguido. Se ha aceleradoesta marcha por otro efecto de la enseñanza socialista: el deliberado menosprecio detodas las actividades que envuelven riesgo económico y el oprobio moral arrojadosobre las ganancias que hacen atractivo el riesgo, pero que sólo pocos puedenconseguir. No podemos censurar a nuestros jóvenes porque prefieran una posiciónasalariada segura mejor que el riesgo de la empresa, cuando desde su primerajuventud han visto aquélla considerada como ocupación superior, más altruista ydesinteresada. La generación más joven de hoy ha crecido en un mundo donde, enla escuela y en la prensa, se ha representado el espíritu de la empresa comercialcomo deshonroso y la consecución de un beneficio como inmoral, y donde darocupación a cien personas se considera una explotación, pero se tiene por honorableel mandar a otras tantas. Los viejos quizá consideren esto como una exageración dela situación actual, pero la diaria experiencia del profesor universitario apenas lepermite dudar que, como resultado de la propaganda anticapitalista, la alteración delos valores va muy por delante del cambio hasta ahora acontecido en lasinstituciones británicas. La cuestión es si, al cambiar nuestras instituciones parasatisfacer las nuevas demandas, no destruiremos inconscientemente unos valoresque todavía cotizamos muy alto. El cambio de la estructura de la sociedad implicado en la victoria del ideal deseguridad sobre el de independencia no puede ilustrarse mejor que comparando losque, hace diez o veinte años, aún podían considerarse como modelos de la sociedadinglesa y la sociedad alemana. Por grande que pueda haber sido la influencia delEjército en Alemania, es un grave error atribuir principalmente a esta influencia loque el inglés consideraba el carácter «militar » de la sociedad alemana. Ladiferencia alcanzó mucha mayor profundidad que lo que podía explicarse por estemotivo, y los atributos peculiares de la sociedad alemana se daban no menos en loscírculos donde la influencia propiamente militar era insignificante, que en aquellosdonde era fuerte. Lo que daba a la sociedad alemana su carácter peculiar no eratanto el hecho de estar casi siempre organizada para la guerra una parte mayor delpueblo alemán que la de otros países, como el de emplearse el mismo tipo deorganización para otros muchos fines. Lo que daba a su estructura social su peculiarcarácter era que en Alemania se organizaba deliberadamente, desde arriba, unaparte de la vida civil mayor que en ningún otro país; era que una proporción tangrande de su pueblo no se considerase a sí misma independiente, sino comofuncionarios. Alemania ha sido desde hace mucho, y los mismos alemanes se

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envanecían de ello, un Beamtenstaat, en el cual, no sólo dentro de la administraciónpública propiamente dicha, sino en casi todas las esferas de la vida, algunaautoridad asignaba y garantizaba renta y posición.[234] Si es dudoso que el espíritu de libertad pueda en algún sitio extirparse por lafuerza, no es seguro que otro pueblo pueda resistir con éxito al proceso por el cualfue lentamente sofocado en Alemania. Allí donde categoría social y distinción selogran casi exclusivamente convirtiéndose en un sirviente a sueldo del Estado,donde la ejecución de un deber asignado se considera más laudable que la elecciónpor sí de su campo de utilidad, donde todas las actividades que no dan acceso a unlugar reconocido en la jerarquía oficial o derecho a un ingreso fijo, se consideraninferiores e incluso algo deshonrosas, sería excesivo esperar que muchos prefieranlargo tiempo la libertad a la seguridad. Y donde la alternativa frente a la seguridaden una posición dependiente es la más precaria posición, en la que a uno se ledesprecia tanto si triunfa como si fracasa, pocos serán los que resistan a la tentaciónde salvarse al precio de la libertad. Cuando las cosas han llegado tan lejos, lalibertad casi se convierte realmente en objeto de burla, puesto que sólo puedeadquirirse por el sacrificio de la mayor parte de las cosas agradables de este mundo.En tal situación, poco puede sorprender que sean cada vez más las gentes queempiezan a sentir que sin seguridad económica la libertad «carece de valor» y estándispuestas al sacrificio de su libertad para ganar la seguridad. Pero es inquietantever que el profesor Harold Laski emplea en Inglaterra el mismísimo argumento queha influido más quizá que ningún otro para llevar al pueblo alemán al sacrificio desu libertad.[235] No cabe duda que uno de los principales fines de la política deberá ser laadecuada seguridad contra las grandes privaciones y la reducción de las causasevitables de la mala orientación de los esfuerzos y los consiguientes fracasos. Perosi esta acción ha de tener éxito y no se quiere que destruya la libertad individual, laseguridad tiene que proporcionarse fuera del mercado y debe dejarse que lacompetencia funcione sin obstrucciones. Cierta seguridad es esencial si la libertadha de preservarse, porque la mayoría de los hombres sólo estará dispuesta asoportar el riesgo que encierra inevitablemente la libertad si este riesgo no esdemasiado grande. Pero, si bien no debemos perder jamás de vista esta verdad, nadaes tan fatal como la moda de hoy, entre los dirigentes intelectuales, de exaltar laseguridad a expensas de la libertad. Es esencial que aprendamos de nuevo aenfrentarnos francamente con el hecho de que la libertad sólo puede conseguirsepor un precio y que, como individuos, tenemos que estar dispuestos a hacerimportantes sacrificios materiales para salvaguardar nuestra libertad. Si deseamosconservarla, tenemos que recobrar la convicción en que se basó la primacía dada ala libertad en los países anglosajones, y que Benjamin Franklin expresó en una fraseaplicable a nosotros en nuestras vidas individuales no menos que como naciones:«Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad

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temporal no merecen ni libertad ni seguridad.»[236]

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Capítulo XPor qué los peores se colocan a la cabeza

Todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Lord Acton[237] Tenemos que examinar ahora una creencia de la que obtienen consuelo muchosque consideran inevitable el advenimiento del totalitarismo y que debilitaseriamente la resistencia de otros muchos que se opondrían a él con toda su fuerzasi aprehendieran plenamente su naturaleza. Es el creer que los rasgos más repulsivosde los regímenes totalitarios se deben al accidente histórico de haberlos establecidogrupos de guardias negros y criminales. Seguramente, se arguye, si la creación delrégimen totalitario en Alemania elevó al poder a los Streichers y Killingers, losLeys y Heines, los Himmlers y Heydrichs, ello puede probar la depravación delcarácter alemán, pero no que la subida de estas gentes sea la necesaria consecuenciade un sistema totalitario.[238] ¿Es que el mismo tipo de sistema, si fuera necesariopara lograr fines importantes, no podrían instaurarlo gentes decentes, para bien de lacomunidad general? No vamos a engañarnos a nosotros mismos creyendo que todas las personashonradas tienen que ser demócratas o es forzoso que aspiren a una participación enel gobierno. Muchos preferirían, sin duda, confiarla a alguien a quien tienen pormás competente. Aunque pueda ser una imprudencia, no hay nada malo nideshonroso en aprobar una dictadura de los buenos. El totalitarismo, podemos yaoír, es un poderoso sistema lo mismo para el bien que para el mal, y el propósitoque guíe su uso depende enteramente de los dictadores. Y quienes piensan que noes el sistema lo que debemos temer, sino el peligro de que caiga en manos de genteperversa, pueden incluso verse tentados a conjurar este peligro procurando que unhombre honrado se adelante a establecerlo. Sin duda, un sistema «fascista» inglés diferiría muchísimo de los modelos italianoo alemán; sin duda, si la transición se efectuara sin violencia, podríamos esperar quesurgiese un tipo mejor de dirigente.Y si yo tuviera que vivir bajo un sistemafascista, sin ninguna duda preferiría vivir bajo uno instaurado por ingleses que bajoel establecido por otros hombres cualesquiera. Sin embargo, todo esto no significaque, juzgado por nuestros criterios actuales, un sistema fascista británico resultase,en definitiva, ser muy diferente o mucho menos intolerable que sus prototipos. Hay fuertes razones para creer que los que nos parecen los rasgos peores de lossistemas totalitarios existentes no son subproductos accidentales, sino fenómenos

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que el totalitarismo tiene que producir por fuerza más temprano o más tarde. De lamisma manera que el gobernante democrático que se dispone a planificar la vidaeconómica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderesdictatoriales o abandonar sus planes, así el dictador totalitario pronto tendrá queelegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar. Esta es la razón de que losfaltos de escrúpulos y los aventureros tengan más probabilidades de éxito en unasociedad que tiende hacia el totalitarismo. Quien no vea esto no ha advertido aúntoda la anchura de la sima que separa al totalitarismo de un régimen liberal, latremenda diferencia entre la atmósfera moral que domina bajo el colectivismo y lanaturaleza esencialmente individualista de la civilización occidental. Las «bases morales del colectivismo» se han discutido mucho en el pasado,naturalmente; pero lo que nos importa aquí no son sus bases, sino sus resultadosmorales. Las discusiones corrientes sobre los aspectos éticos del colectivismo, obien se refieren a si el colectivismo es reclamado por las convicciones morales delpresente, o bien analizan qué convicciones morales se requerirían para que elcolectivismo produjese los resultados esperados. Nuestra cuestión, empero, estribaen saber qué criterios morales producirá una organización colectivista de lasociedad, o qué criterios imperarán probablemente en ella. La interacción de moralsocial e instituciones puede muy bien tener por efecto que la ética producida por elcolectivismo sea por completo diferente de los ideales morales que condujeron areclamar un sistema colectivista. Aunque estemos dispuestos a pensar que, cuandola aspiración a un sistema colectivista surge de elevados motivos morales, estesistema tiene que ser la cuna de las más altas virtudes, la verdad es que no hayrazón para que un sistema realce necesariamente aquellas cualidades que sirven alpropósito para el que fue creado. Los criterios morales dominantes dependerán, enparte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un sistemacolectivista o totalitario, y en parte, de las exigencias de la máquina totalitaria. Tenemos que retornar por un momento a la etapa que precede a la supresión delas instituciones democráticas y a la creación de un régimen totalitario. En estepunto, la general demanda de acción resuelta y diligente por parte del Estado es elelemento dominante en la situación, y el disgusto por la lenta y embarazosa marchadel procedimiento democrático convierte la acción por la acción en objetivo.Entonces, el hombre o el partido que parece lo bastante fuerte y resuelto para «hacermarchar las cosas» es quien ejerce la mayor atracción. «Fuerte», en este sentido, nosignifica sólo una mayoría numérica; es la ineficacia de las mayorías parlamentariaslo que tiene disgustada a la gente. Lo que ésta buscará es alguien con tan sólidoapoyo que inspire confianza en que podrá lograr todo lo que desee. Entonces surgeel nuevo tipo de partido, organizado sobre líneas militares. En los países de Europa central, los partidos socialistas habían familiarizado a lasmasas con las organizaciones políticas de carácter paramilitar encaminadas a

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absorber lo más posible de la vida privada de sus miembros. Todo lo que senecesitaba para dar a un grupo un poder abrumador era llevar algo más lejos elmismo principio, buscar la fuerza, no en los votos seguros de masas ingentes, enocasionales elecciones, sino en el apoyo absoluto y sin reservas de un cuerpomenor, pero perfectamente organizado. La probabilidad de imponer un régimentotalitario a un pueblo entero recae en el líder que primero reúna en derredor suyoun grupo dispuesto voluntariamente a someterse a aquella disciplina totalitaria queluego impondrá por la fuerza al resto. Aunque los partidos socialistas tenían poder para lograrlo todo si hubieranquerido hacer uso de la fuerza, se resistieron a hacerlo. Se habían impuesto a símismos, sin saberlo, una tarea que sólo el cruel, dispuesto a despreciar las barrerasde la moral admitida, puede ejecutar. Por lo demás, muchos reformadores sociales del pasado sabían por experienciaque el socialismo sólo puede llevarse a la práctica por métodos que desaprueban lamayor parte de los socialistas. Los viejos partidos socialistas se vieron detenidos porsus ideales democráticos; no poseían la falta de escrúpulos necesaria para llevar acabo la tarea elegida. Es característico que, tanto en Alemania como en Italia, aléxito del fascismo precedió la negativa de los partidos socialistas a asumir lasresponsabilidades del gobierno. Les fue imposible poner entusiasmo en el empleode los métodos para los que habían abierto el camino. Confiaban todavía en elmilagro de una mayoría concorde sobre un plan particular para la organización de lasociedad entera. Pero otros habían aprendido ya la lección, y sabían que en unasociedad planificada la cuestión no podía seguir consistiendo en determinar quéaprobaría una mayoría, sino en hallar el mayor grupo cuyos miembros concordasensuficientemente para permitir una dirección unificada de todos los asuntos; o, de noexistir un grupo lo bastante amplio para imponer sus criterios, en cómo crearlo yquién lo lograría. Hay tres razones principales para que semejante grupo, numeroso y fuerte, conopiniones bastante homogéneas, no lo formen, probablemente, los mejores, sino lospeores elementos de cualquier sociedad. Con relación a nuestros criterios, losprincipios sobre los que podrá seleccionarse un grupo tal serán casi enteramentenegativos. En primer lugar, es probablemente cierto que, en general, cuanto más se eleva laeducación y la inteligencia de los individuos, más se diferencian sus opiniones y susgustos y menos probable es que lleguen a un acuerdo sobre una particular jerarquíade valores. Corolario de esto es que si deseamos un alto grado de uniformidad ysemejanza de puntos de vista, tenemos que descender a las regiones de principiosmorales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y«comunes» instintos y gustos. Esto no significa que la mayoría de la gente tenga unbajo nivel moral; significa simplemente que el grupo más amplio cuyos valores son

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muy semejantes es el que forman las gentes de nivel bajo. Es, como si dijéramos, elmínimo común denominador lo que reúne el mayor número de personas. Si senecesita un grupo numeroso lo bastante fuerte para imponer a todos los demás suscriterios sobre los valores de la vida, no lo formarán jamás los de gustos altamentediferenciados y desarrollados; sólo quienes constituyen la «masa», en el sentidopeyorativo de este término, los menos originales e independientes, podrán arrojar elpeso de su número en favor de sus ideales particulares. Sin embargo, si un dictador potencial tiene que confiar enteramente sobreaquellos que, por sus instintos sencillos y primitivos, resultan ser muy semejantes,su número difícilmente podrá dar suficiente empuje a sus esfuerzos. Tendrá queaumentar el número, convirtiendo más gentes al mismo credo sencillo. Entra aquí el segundo principio negativo de selección: será capaz de obtener elapoyo de todos los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias,sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado si semachaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia. Serán los de ideas vagas eimperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emocionesprontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido totalitario. Con el esfuerzo deliberado del demagogo hábil, entra el tercero y quizá másimportante elemento negativo de selección para la forja de un cuerpo de seguidoresestrechamente coherente y homogéneo. Parece casi una ley de la naturaleza humanaque le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobreel odio a un enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tareapositiva. La contraposición del «nosotros » y el «ellos», la lucha contra los ajenos algrupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a ungrupo para la acción común. Por consecuencia, lo han empleado siempre aquellosque buscan no sólo el apoyo para una política, sino la ciega confianza de ingentesmasas. Desde su punto de vista, tiene la gran ventaja de concederles mayor libertadde acción que casi ningún programa positivo. El enemigo, sea interior, como el«judío» o el «kulak», o exterior, parece ser una pieza indispensable en el arsenal deun dirigente totalitario. Que el judío viniera a ser en Alemania el enemigo, hasta que las «plutocracias »ocuparon su sitio, fue, lo mismo que la selección del kulak en Rusia, el resultadodel resentimiento anticapitalista sobre el que se basa el movimiento entero. EnAlemania y Austria llegó a considerarse al judío como representativo delcapitalismo, porque un tradicional despego de amplios sectores de la poblaciónhacia las ocupaciones comerciales hizo más accesibles éstas a un grupo que habíasido prácticamente excluido de las ocupaciones tenidas en más estima. Es la viejahistoria de la raza extranjera, sólo admitida para los oficios menos respetados, y másodiada aún por el hecho de practicarlos. Que el antisemitismo y el anticapitalismoalemanes surgiesen de la misma raíz, es un hecho de gran importancia para

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comprender lo que sucedió allí; pero rara vez lo han comprendido los observadoresextranjeros. Considerar la tendencia universal de la política colectivista a volversenacionalista como debida por entero a la necesidad de asegurarse un resuelto apoyo,sería despreciar otro y no menos importante factor. Incluso cabe dudar que se puedaconcebir con realismo un programa colectivista como no sea al servicio de un grupolimitado, que el colectivismo pueda existir en otra forma que como alguna especiede particularismo, sea nacionalismo, racismo o clasismo. La creencia en lacomunidad de fines e intereses entre camaradas parece presuponer un mayor gradode semejanza de ideas y creencias que el que existe entre los hombres en cuantosimples seres humanos.Aunque sea imposible conocer personalmente a todos losmiembros de nuestro grupo, por lo menos han de ser del mismo tipo que los quenos rodean y han de hablar y pensar de la misma manera y sobre las mismas cosas,para que podamos identificarnos con ellos. El colectivismo a escala mundial pareceser inimaginable, si no es al servicio de una pequeña elite. Daría lugar, ciertamente,no sólo a problemas técnicos, sino, sobre todo, a problemas morales que ninguno denuestros socialistas desea afrontar. Si el proletariado inglés tiene derecho a unaparticipación igualitaria sobre la renta obtenida actualmente de los recursos encapital de Inglaterra y sobre la intervención de su uso, porque es el resultado de unaexplotación, por el mismo principio todos los indios tendrían derecho, no sólo a larenta, sino también al uso de una parte proporcional del capital británico. Pero, ¿cuáles son los socialistas que se proponen seriamente una divisiónigualitaria entre la población del mundo entero de los recursos en capital existentes?Todos consideran el capital como perteneciente no a la humanidad, sino a la nación;y, aun dentro de la nación, pocos se arriesgarían a defender que debe privarse de«su» equipo de capital a las regiones ricas para ayudar a las regiones más pobres.Lo que los socialistas proclaman que se les debe a los camaradas en cualquier país,no están dispuestos a concedérselo al extranjero. Desde un punto de vistacolectivista, si se es consecuente, las pretensiones de las naciones «desheredadas»,acerca de una nueva división del mundo, están enteramente justificadas; pero si sefuese también consecuente en su aplicación, las que la demandan con más estrépitoperderían con ello casi tanto como las más ricas naciones. Por lo mismo, tienenbuen cuidado en no basar sus pretensiones en principios igualitarios, sino en supretendida superioridad para organizar a otros pueblos. Una de las contradicciones inherentes a la filosofía colectivista está en que, comodescansa en la moral social humanitaria que el individualismo ha desarrollado, sólopuede practicarse dentro de un grupo relativamente pequeño. Que el socialismo seainternacionalista en tanto permanece dentro de la teoría, y que tan pronto como selleva a la práctica, sea en Rusia o en Alemania, se torne violentamente nacionalista,es una de las razones por las que el «socialismo liberal», que es como la mayoría

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del mundo occidental se imagina el socialismo, tiene que mantenerse en el plano dela teoría pura, mientras que la práctica del socialismo es totalitaria en todaspartes.[239] El colectivismo no tiene sitio para el amplio humanitarismo liberal,sino tan sólo para el estrecho particularismo de los totalitarios. Si la «comunidad» o el Estado son antes que el individuo; si tienen fines propios,independientes y superiores a los individuales, sólo aquellos individuos que laboranpara dichos fines pueden ser considerados como miembros de la comunidad.Consecuencia necesaria de este criterio es que a una persona sólo se la respeta encuanto miembro del grupo; es decir, sólo si trabaja y en cuanto trabaja para los finesconsiderados comunes, y su plena dignidad le viene de su condición de miembro yno simplemente de ser hombre. En realidad, los conceptos mismos de humanidad y,por consiguiente, de internacionalismo, en cualquiera de sus formas, son por enteroproductos de la concepción individualista del hombre, y no hay lugar para ellos enun sistema ideológico colectivista.[240] Aparte del hecho fundamental de no poder extenderse la comunidad delcolectivismo sino hasta donde llegue o pueda crearse la unidad de propósito de losindividuos, varios factores contribuyen a reforzar la tendencia del colectivismo ahacerse particularista y cerrado. De éstos, uno de los más importantes radica en que,como la aspiración del individuo a identificarse con un grupo es muyfrecuentemente el resultado de un sentimiento de inferioridad, su aspiración sólopodrá satisfacerse si la condición de miembro del grupo le confiere algunasuperioridad sobre los extraños.A veces, al parecer, es un aliciente más parasumergir la personalidad en la del grupo el hecho de que los violentos instintos queel individuo sabe ha de refrenar dentro del grupo pueden recibir rienda suelta en laacción colectiva contra el extraño.Hay una profunda verdad en el título del libro deR. Niebuhr Hombre moral y sociedad inmoral, aunque apenas podamos seguir alautor en las conclusiones que extrae de su tesis. Existe, sin duda, como dice enalgún lugar, «una creciente tendencia en el hombre moderno a imaginarse que supropia conducta se ajusta a una ética porque ha delegado sus vicios en grupos cadavez más amplios».[241] Cuando actúan en nombre de un grupo, las gentes parecenliberadas de muchas de las restricciones morales que dominan su conducta comoindividuos dentro del grupo. La clara actitud antagonista que la mayor parte de los planificadores adopta frenteal internacionalismo se explica, además, por el hecho de que en el mundo actualtodos los contactos exteriores de un grupo son obstáculos para que aquéllosplanifiquen eficazmente la esfera en que pueden intentarlo. No es, pues, unacasualidad que el recopilador de uno de los más amplios estudios colectivos sobre laplanificación haya descubierto con tristeza que «la mayor parte de los“planificadores” son nacionalistas militantes».[242] Las inclinaciones nacionalista e imperialista de los planificadores socialistas,

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mucho más frecuentes de lo que en general se reconoce, no están siempre tanpatentes como, por ejemplo, en el caso de los Webbs y algunos otros de losprimeros fabianos, cuyo entusiasmo por la planificación se combinacaracterísticamente con la veneración por todas las unidades políticas grandes ypoderosas y el desdén hacia los Estados pequeños. El historiador Élie Halévy,hablando de su primer encuentro con los Webbs, hace cuarenta años, refiere que elsocialismo de éstos era profundamente antiliberal. No odiaban a los tories, antesbien, eran extraordinariamente indulgentes para ellos; pero no concedían perdón alliberalismo gladstoniano. Era el tiempo de la guerra de los boers, y tanto losliberales avanzados como los hombres que comenzaban a formar el partido laboristahabían apoyado generosamente a los boers contra el imperialismo británico ennombre de la libertad y la humanidad. Pero los dos Webbs y su amigo BernardShaw se mantuvieron aparte. Fueron ostentosamente imperialistas. Laindependencia de las pequeñas naciones podía significar algo para el individualistaliberal; no significaba nada para colectivistas como ellos. Puedo todavía oír aSidney Webb explicándome que el futuro pertenecía a las grandes nacionesadministradoras, donde los funcionarios gobiernan y la policía conserva el orden. Yel mismo Halévy cita a Bernard Shaw, quien argumentaba, por la misma época, que«el mundo es por necesidad de los Estados grandes y poderosos, y que los pequeñosdeben abrirles sus fronteras, o serán aniquilados».[243] He citado por extenso estos pasajes, que no sorprenderían en una exposición delos antepasados alemanes del nacionalsocialismo, porque suministran un tancaracterístico ejemplo de esa glorificación del poder que con facilidad conduce delsocialismo al nacionalismo y que afecta profundamente a los criterios éticos detodos los colectivistas. Por lo que a los derechos de las pequeñas naciones serefiere, Marx y Engels apenas fueron mejores que la mayoría de los colectivistasconsecuentes, y las opiniones que ocasionalmente expresaron sobre los checos o lospolacos recuerdan las de los nacionalsocialistas actuales.[244] Mientras a los grandes escritores políticos individualistas del siglo XIX, a LordActon o a Jacob Burckhardt, y hasta a los socialistas contemporáneos nuestros que,como Bertrand Russell, han heredado la tradición liberal, el poder en sí les haparecido siempre el archidiablo, para el colectivista puro es por sí mismo unameta.[245] No es sólo, como Russell lo ha descrito con tanto acierto, que el deseode organizar la vida social conforme a un plan unitario surja automáticamente y engran parte de un afán de poder.[246] Es, más aún, el resultado de la necesidad enque se ven los colectivistas, para alcanzar su meta, de crear un poder —el poder deunos hombres sobre otros hombres— de magnitud jamás antes conocida, y laconsecuencia de que su éxito depende de la medida en que logren este poder. Ello es así aunque muchos socialistas liberales se guíen en sus esfuerzos por latrágica ilusión de creer que para extinguir el poder basta con privar a los individuos

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particulares del que poseen en un sistema individualista, y transferirlo a la sociedad.Lo que escapa a todos los que así argumentan es que, al concentrar el poder de talmodo que pueda ponerse al servicio de un único plan, no se transfiere tan sólo, sinoque se aumenta infinitamente; al reunir en las manos de un organismo único elpoder que antes se repartía independientemente entre muchos, se crea un poderinfinitamente mayor que el que antes existía, casi tan acrecido en alcance comodiferente en naturaleza. Es enteramente falaz argüir, como se hace a veces, que elgran poder ejercido por una Oficina de Planificación Central «no sería mayor que elpoder colectivamente ejercido por los consejos de administración de las empresasprivadas».[247] En una sociedad en régimen de competencia no hay nadie quepueda usar ni siquiera una pequeña fracción del poder que disfrutaría una oficina deplanificación socialista, y si nadie puede conscientemente ejercer este poder, es unabuso del lenguaje asegurar que aquél equivale al de todos los capitalistassumados.[248] Es un simple juego de palabras hablar del «poder colectivamenteejercido por los consejos de administración de las empresas privadas», en tantoéstas no se combinen en una acción concertada; lo que, por lo demás, significaría elfinal de la competencia y la creación de una economía planificada. Dividir odescentralizar el poder significa necesariamente reducir la cuantía absoluta delpoder,y el sistema de la competencia es el único sistema dirigido a hacer mínimo,por descentralización, el poder que los hombres ejercen sobre los hombres. Hemos visto ya por qué la separación de los fines económicos y los políticos esuna garantía esencial de la libertad individual, y por qué es consecuentementeatacada por todos los colectivistas. A esto tenemos que añadir ahora que la«sustitución del poder económico por el político», tan a menudo demandada hoy,significa necesariamente la sustitución de un poder que es siempre limitado por otrodel que no hay escape. Lo que se llama poder económico, aunque es cierto quepuede ser un instrumento de coerción, jamás es, en las manos de los particulares,poder exclusivo o completo, poder sobre la vida entera de una persona. Perocentralizado como un instrumento de poder político, crea un grado de dependenciaque apenas se distingue de la esclavitud. De los dos rasgos centrales de todo sistema colectivista, la necesidad de unconjunto de fines comúnmente aceptados por el grupo y el supremo deseo de dar algrupo el poder máximo para alcanzar estos fines, surge un sistema de moral socialdefinido, que en algunos puntos coincide, y en otros choca violentamente con elnuestro, pero que difiere de éste en un punto por el cual es dudoso que podamosllamarlo una moral social: es el de privar a la conciencia individual de toda libertadpara aplicar sus propias normas y ni siquiera dar unas normas generales que seobliga o se permite al individuo observar en todas las circunstancias. Esto hace de lamoral social colectivista algo tan diferente de lo que nosotros hemos conocido coneste nombre, que nos resulta difícil descubrir algún principio en ella.Y, sin embargo,lo posee.

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La diferencia de principio es casi la misma que ya consideramos en relación conel Estado de Derecho. Como la ley formal, las reglas de la ética individualista, porimprecisas que puedan ser en muchos aspectos, son generales y absolutas;prescriben o prohíben un tipo general de acción, sin considerar si en cada casoparticular el fin último es bueno o malo. Defraudar o robar, torturar o traicionar unaconfidencia, se considera malo, sin atención a que en el caso particular se siga o node ello un daño. Ni el hecho de que en un cierto caso nadie pueda resultarperjudicado por ello, ni cualquier alto propósito por el cual se hubiere cometido esteacto, puede alterar el hecho de que es malo. Aunque a veces nos veamos forzados aelegir entre diferentes males, éstos siguen siendo males. El principio de que el fin justifica los medios se considera en la éticaindividualista como la negación de toda moral social. En la ética colectivista seconvierte necesariamente en la norma suprema; no hay, literalmente, nada que elcolectivista consecuente no tenga que estar dispuesto a hacer si sirve «al bien delconjunto», porque el «bien del conjunto» es el único criterio, para él, de lo que debehacerse. La raison d’état, en la que ha encontrado su más explícita formulación laética colectivista, no conoce otro límite que el fijado por la oportunidad; es decir,por la adecuación del acto particular al fin perseguido. Y lo que la raison d’étatafirma respecto a las relaciones entre los diferentes países se aplica igualmente a lasrelaciones entre los diferentes individuos dentro del Estado colectivista. No puedehaber límite a lo que su ciudadano debe estar dispuesto a hacer, ni acto que suconciencia pueda impedirle cometer, si es necesario para un fin que la comunidadse ha propuesto o que sus superiores le ordenan cumplir. La ausencia de unas normas formales absolutas en la ética colectivista nosignifica, por lo demás, que no existan en el individuo algunos hábitos provechososque una comunidad colectivista fomentará, y otros que combatirá. Muy al contrario,pondrá mucho más interés en los hábitos de vida del individuo que una comunidadindividualista. Ser miembro útil de una sociedad colectivista exige cualidades muydefinidas, que han de reforzarse mediante una práctica constante. La razón por laque designamos estas cualidades como «hábitos provechosos», y difícilmentepodemos considerarlas como virtudes morales, es que jamás se permitiría alindividuo poner estas normas por encima de cualquier mandato definido oconvertirlas en un obstáculo para el logro de cualquier particular objetivo de sucomunidad. Sólo sirven, por así decirlo, para llenar cualquier vacío que puedandejar las órdenes directas o la designación de objetivos particulares, pero jamáspueden justificar un conflicto con la voluntad de la autoridad. Las diferencias entre las virtudes que continuarán estimándose bajo un sistemacolectivista y las que desaparecerán, se ponen bien de manifiesto por lacomparación de las virtudes que incluso sus mayores enemigos admiten que losalemanes, o quizá mejor el «prusiano típico», poseen, y aquellas que, según la

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opinión común, les faltan y que el pueblo inglés, con alguna justificación, se ufanade poseer en grado sobresaliente. Pocas personas negarán que los alemanes, engeneral, son industriosos y disciplinados, directos y enérgicos hasta llegar a larudeza, concienzudos y tenaces en cualquier tarea que emprendan, que poseen unfuerte sentido del orden y del deber que muestran una estricta obediencia a laautoridad y que a menudo revelan una gran disposición para sacrificarsepersonalmente y un gran valor ante el peligro físico. Todo ello hace del alemán uninstrumento eficiente para llevar a término una tarea asignada, y han sidocuidadosamente educados de acuerdo con ello en el viejo Estado prusiano y en elnuevo Reich dominado por Prusia. Lo que a menudo se piensa que falta al «alemántípico» son las virtudes individualistas de la tolerancia y el respeto para otrosindividuos y sus opiniones, de la independencia de juicio y la entereza de carácter ydisposición para defender sus propias convicciones frente a un superior, que losmismos alemanes, en general conscientes de su carencia, llaman Zivilcourage, de laconsideración hacia el débil y el enfermo y de aquel sano desprecio y desagrado delpoder que sólo una vieja tradición de libertad personal puede crear. Tambiénparecen mal dotados de la mayoría de aquellas pequeñas pero, sin embargo, tanimportantes cualidades que facilitan el trato entre hombres en una sociedad libre:cortesía y sentido del humor, modestia personal, respeto a la vida privada de losdemás y confianza en las buenas intenciones de su vecino. Después de lo que ya hemos dicho, no causará sorpresa que estas virtudesindividualistas sean, a la vez, virtudes sociales eminentes, virtudes que suavizan loscontactos sociales y que hacen menos necesaria y, a la par, más difícil laintervención desde arriba. Son virtudes que florecen donde ha prevalecido el tipo desociedad individualista o comercial, y que faltan cuando predomina la sociedadmilitar o colectivista; una diferencia que es, o fue, tan perceptible entre las diversasregiones de Alemania, como lo es ahora entre los criterios que imperan enAlemania y los característicos del Occidente. Hasta hace poco, por lo menos enaquellas partes de Alemania que estuvieron más tiempo expuestas a las fuerzascivilizadoras del comercio, las viejas ciudades comerciales del sur y el oeste y lasciudades anseáticas, los conceptos morales generales eran, probablemente, muchomás afines a los de los pueblos occidentales que a los que ahora han dominadoAlemania entera. Sería, sin embargo, muy injusto considerar desprovistas de fervor moral a lasmasas de un pueblo totalitario porque prestan apoyo ilimitado a un sistema que nosparece la negación de casi todos los valores morales. Para la gran mayoría de ellas,lo opuesto es, probablemente, cierto: la intensidad de las emociones morales dentrode un movimiento como el nacionalsocialismo o el comunismo sólo puedecompararse, probablemente, con la de los grandes movimientos religiosos de lahistoria. Una vez se admita que el individuo es sólo un medio para servir a los finesde una entidad más alta, llamada sociedad o nación, síguense por necesidad la

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mayoría de aquellos rasgos de los regímenes totalitarios que nos espantan. Desde elpunto de vista del colectivismo, la intolerancia y la brutal supresión deldisentimiento, el completo desprecio de la vida y la felicidad del individuo, sonconsecuencias esenciales e inevitables de aquella premisa básica; y el colectivistapuede admitirlo y, a la vez, pretender que su sistema es superior a uno en que losintereses «egoístas» del individuo pueden obstruir la plena realización de los finesque la comunidad persigue. Cuando los filósofos alemanes presentan una y otra vezcomo inmoral en sí el afán por la felicidad personal y únicamente como laudable elcumplimiento de un deber impuesto, son perfectamente sinceros, por difícil quepueda ser comprenderlo a quienes han crecido en una tradición diferente. Donde hay un fin común que todo lo domina, no hay espacio para normas opreceptos morales generales. Dentro de una limitada extensión, lo hemosexperimentado nosotros mismos durante la guerra. Mas ni la guerra ni los mayorespeligros han traído, en Inglaterra, sino una muy moderada aproximación altotalitarismo, descartando muy pocos de los demás valores al concentrarse en elservicio de un propósito único. Pero donde unos cuantos fines específicos dominanla sociedad entera, es inevitable que la crueldad pueda convertirse ocasionalmenteen un deber, que los actos que sublevan todos nuestros sentimientos, tales como elfusilamiento de los rehenes o la matanza de los viejos o los enfermos, sean tenidoscomo meras cuestiones de utilidad, que el desarraigo y el traslado forzoso de cientosde miles de personas llegue a ser un instrumento político aprobado por casi todos,excepto las víctimas, o que sugestiones como la de un «reclutamiento de mujerespara fines de procreación» puedan ser consideradas seriamente. Ante los ojos delcolectivista hay siempre un objetivo superior a cuya consecución sirven estos actosy que los justifican para aquél, porque la prosecución del fin común de la sociedadno puede someterse a limitaciones por respeto a ningún derecho o valor individual. Pero mientras la masa de los ciudadanos del Estado totalitario muestra a menudodevoción altruista hacia un ideal, aunque sea uno que nos repugne, la cual les haceaprobar e incluso realizar tales actos, no puede decirse lo mismo en defensa dequienes dirigen su política. Para ser un elemento útil en la conducción de un Estadototalitario no basta que un hombre esté dispuesto a aceptar especiosas justificacionespara viles hazañas; tiene que estar activamente dispuesto a romper con toda normamoral que alguna vez haya conocido, si se considerase necesario para el logro delfin que se le ha encomendado. Como es únicamente el líder supremo quiendetermina los fines, sus instrumentos no pueden tener convicciones morales propias.Tienen, ante todo, que entregarse sin reservas a la persona del líder; pero, despuésde esto, la cosa más importante es que carezcan por completo de principios y seanliteralmente capaces de cualquier cosa. No deben tener ideales propios a cuyarealización aspiren, ni ideas acerca del bien o del mal que puedan interferir con lasintenciones del líder. Así, poco atractivo pueden ofrecer los puestos de poder aquienes mantienen creencias morales de la clase que en el pasado guió a los pueblos

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europeos, poco que les pueda compensar la aversión hacia muchas de lasparticulares tareas y escasas las oportunidades para satisfacer cualquier deseo másidealista o para una recompensa por los riesgos indudables y el sacrificio de lamayoría de los placeres de la vida privada y de la independencia personal, quellevan consigo los puestos de gran responsabilidad. Los únicos gustos que sesatisfacen son el del poder como tal, el placer de ser obedecido y el de formar partede una máquina eficaz e inmensamente poderosa a la cual todo tiene que dejarpaso. Por consiguiente, así como hay poco que pueda inducir a los hombres que sonjustos, según nuestros criterios, a pretender posiciones directivas en la máquinatotalitaria, y mucho para apartarlos, habrá especiales oportunidades para los brutalesy los faltos de escrúpulos. Habrá tareas que cumplir cuya maldad, vistas en sí, nadiepondrá en duda, pero que tienen que llevarse a cabo en servicio de algún finsuperior y han de ejecutarse con la misma destreza y eficacia que cualquier otra. Ycomo habrá necesidad de actos intrínsecamente malos, que todos los influidos por lamoral social tradicional se resistirán a tomar sobre sí, la disposición para realizaractos perversos se convierte en un camino para el ascenso y el poder. En unasociedad totalitaria, los puestos en que es necesario practicar la crueldad y laintimidación, el engaño premeditado y el espionaje, son numerosos. Ni la Gestapo,ni la administración de un campo de concentración, ni el Ministerio de Propaganda,ni las SA o las SS (o sus equivalentes italianos o rusos) son puestos apropiados parael ejercicio de los sentimientos humanitarios.[249] Y, sin embargo, a través depuestos como éstos va el camino que conduce a las más altas posiciones en elEstado totalitario. Es singularmente cierta la conclusión a que llega, después de unabreve enumeración análoga de los deberes de las autoridades de un Estadocolectivista, un distinguido economista norteamericano: «tienen que hacer estascosas, lo quieran o no; y la probabilidad de que quienes están en el mando seanindividuos que aborrezcan la posesión y el ejercicio del poder es del mismo ordenque la probabilidad de que una persona extraordinariamente bondadosa se hiciesecargo del látigo en una plantación de esclavos.»[250] No podemos, sin embargo, agotar el tema aquí. El problema de la selección delos líderes está estrechamente unido al amplio problema de la selección con arregloa las opiniones sostenidas, o, mejor dicho, con arreglo a la facilidad con que unapersona se acomoda a un conjunto de doctrinas siempre cambiante.Y esto nos llevaa uno de los más característicos rasgos morales del totalitarismo, a su relación contodas las virtudes que entran bajo la denominación general de honestidad y a susefectos sobre ellas. Pero es una cuestión tan importante que requiere capítuloaparte.

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Capítulo XIEl final de la verdad

Es significativo que la nacionalización del pensamiento ha marchadopor doquier pari passu con la nacionalización de la industria. E.H. Carr[251] El camino más eficaz para hacer que todos sirvan al sistema único de fines quese propone el plan social consiste en hacer que todos crean en esos fines. Para queun sistema totalitario funcione eficientemente no basta forzar a todos a que trabajenpara los mismos fines. Es esencial que la gente acabe por considerarlos como susfines propios. Aunque a la gente se le den elegidas sus creencias y se le impongan,éstas tienen que llegar a ser sus creencias, tienen que convertirse en un credogeneralmente aceptado, que lleve a los individuos, espontáneamente, en la medidade lo posible, por la vía que el planificador desea. Si el sentimiento de opresión enlos países totalitarios es, en general, mucho menos agudo que lo que se imagina lamayoría de las personas en los países liberales, ello se debe a que los gobiernostotalitarios han conseguido en alto grado que la gente piense como ellos desean quelo haga. Esto se logra, evidentemente, por las diversas formas de la propaganda. Sutécnica es ahora tan familiar que apenas necesitamos decir algo sobre ella. El únicopunto que debe destacarse es que ni la propaganda en sí ni las técnicas empleadasson peculiares del totalitarismo, y que lo que tan completamente cambia sunaturaleza y efectos en un Estado totalitario es que toda la propaganda sirve almismo fin, que todos los instrumentos de propaganda se coordinan para influir sobrelos individuos en la misma dirección y producir el característico Gleichschaltung detodas las mentes.[252] En definitiva, el efecto de la propaganda en los paísestotalitarios no difiere sólo en magnitud, sino en naturaleza del resultado de lapropaganda realizada para fines diversos por organismos independientes y encompetencia. Si todas las fuentes de información ordinaria están efectivamente bajoun mando único, la cuestión no es ya la de persuadir a la gente de esto o aquello. Elpropagandista diestro tiene entonces poder para moldear sus mentes en cualquierdirección que elija, y ni las personas más inteligentes e independientes puedenescapar por entero a aquella influencia si quedan por mucho tiempo aisladas detodas las demás fuentes informativas. Si bien en los Estados totalitarios esta posición de la propaganda proporciona unpoder único sobre las mentes, los peculiares efectos morales no surgen de sutécnica, sino del propósito y el alcance de la propaganda totalitaria. Si pudieraconfinarse a adoctrinar a la gente sobre el sistema general de valores hacia el que sedirige el esfuerzo social, la propaganda representaría simplemente unamanifestación particular de los rasgos característicos de la moral colectivista, que ya

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hemos considerado. Si su propósito fuera tan sólo enseñar al pueblo un códigomoral definido y completo, el problema sólo estaría en averiguar si este códigomoral es bueno o malo. Hemos visto que no es probable que nos atraiga el códigomoral de una sociedad totalitaria; que incluso el esfuerzo hacia la igualdad a travésde una economía dirigida sólo puede conducir a una desigualdad impuestaoficialmente, a una determinación autoritaria de la posición de cada individuo en elnuevo orden jerárquico; que desaparecerían la mayor parte de los elementoshumanitarios de nuestra moral social: el respeto por la vida humana, por el débil ypor el individuo en general. Por repulsivo que esto pueda ser para la mayoría de laspersonas, y aunque ello envuelve un cambio en los criterios morales, no esnecesariamente antimoral por completo.Algunos rasgos de semejante sistemapueden incluso atraer a los más rígidos moralistas de matiz conservador y parecerlespreferibles a los criterios, más blandos, de una sociedad liberal. Las consecuencias morales de la propaganda totalitaria que debemos considerarahora son, por consiguiente, de una clase aún más profunda. Son la destrucción detoda la moral social, porque minan uno de sus fundamentos: el sentido de la verdady su respeto hacia ella. Por la naturaleza de su tarea, la propaganda totalitaria nopuede confinarse a la gradación de los valores, a las cuestiones de interpretación y alas convicciones morales, sobre las cuales el individuo siempre se adaptará, más omenos, a los criterios dominantes en su comunidad, sino que ha de extenderse acuestiones de hecho que operan sobre la inteligencia humana por una vía diferente.Tiene que ser así, primero, porque para inducir a la gente a aceptar los valoresoficiales, éstos deben justificarse o mostrarse en conexión con los valores yasostenidos por la gente, lo cual envolverá a menudo afirmaciones acerca de lasrelaciones causales entre medios y fines; y, en segundo lugar, porque la distinciónentre fines y medios, entre el objetivo pretendido y las medidas tomadas paraalcanzarlo, jamás es en la realidad tan tajante y definida como tiende a sugerirlo ladiscusión general de estos problemas; y, en consecuencia, la gente tiene que serllevada a aceptar no sólo los fines últimos, sino también las opiniones acerca de loshechos y posibilidades sobre las que descansan las medidas particulares. Hemos visto que en una sociedad libre no existe acuerdo sobre ese código éticocompleto, sobre ese sistema universal de valores que está implícito en un planeconómico, pero habría de crearse. Mas no debemos suponer que el planificadoracometerá su tarea consciente de esta necesidad, o que, si es consciente de ella, leserá posible crear de antemano un código tan amplio. Sólo a medida que avanzadescubre los conflictos entre las diferentes necesidades, y tiene que tomar susdecisiones cuando la ocasión surge. No existe un código de valores in abstracto queguíe sus decisiones antes de tener que tomarlas, y tiene que irlo levantando sobrelas decisiones particulares. Hemos visto que esta imposibilidad de separar losproblemas de valor generales de las decisiones particulares impide que unorganismo democrático, aunque incapaz de decidir los detalles técnicos de un plan,

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pudiera determinar los valores que le orienten. Y como la autoridad planificadora habrá de decidir constantemente sobre méritosacerca de los cuales no existen normas morales definidas, tendrá que justificar antela gente sus decisiones, o, al menos, tendrá que hacer algo para que la gente creaque son las decisiones justas. Aunque los responsables de una decisión puedenhaberse guiado tan sólo por un prejuicio, tendrán que enunciar públicamente algúnprincipio orientador, si la comunidad no ha de someterse en forma pasiva, sino queha de apoyar activamente la medida. La necesidad de racionalizar las aversiones ylos gustos, que, a falta de otra cosa, guiarán al planificador en muchas de susdecisiones, y la necesidad de exponer sus argumentos en forma que atraiga al mayornúmero posible de personas, le forzarán a construir teorías, es decir, afirmacionessobre las conexiones entre los hechos, que pasarán a ser parte integrante de ladoctrina de gobierno. Este proceso de creación de un «mito» para justificar su acción no tienenecesariamente que ser consciente. El líder totalitario puede guiarse tan sólo poruna instintiva aversión hacia el estado de cosas que ha encontrado y por el deseo decrear un nuevo orden jerárquico que se ajuste mejor a su concepto del mérito;puede, simplemente, saber que le molestan los judíos, que parecían tan afortunadosdentro de un orden que a él no le proporcionaba un puesto satisfactorio, y que ama yadmira al hombre rubio y alto, a la «aristocrática» figura de las novelas de sujuventud.Así, estará dispuesto a abrazar las teorías que parecen procurarle unajustificación racional de los prejuicios que comparte con muchos de suscompañeros. De esta manera, una teoría pseudocientífica entra a formar parte delcredo oficial que, en grado mayor o menor, dirige la actividad de todos.O también,el extendido aborrecimiento de la civilización industrial y un romántico anhelo porla vida del campo, unidos a la creencia, probablemente errónea, en el valor especialdel campesino como soldado, suministran la base para otro mito: Blut und Boden(«Sangre y Tierra »), el cual no sólo expresa valores últimos, sino una multitud decreencias sobre causas y efectos, que no pueden discutirse una vez convertidas enideales que orientan la actividad de la comunidad entera.[253] La necesidad de estas doctrinas oficiales, como instrumento para dirigir y aunarlos esfuerzos de la gente, ha sido claramente prevista por los diversos teóricos delsistema totalitario. Las «mentiras nobles» de Platón y los «mitos» de Sorel sirven ala misma finalidad que la doctrina racial de los nazis o la teoría del Estadocorporativo de Mussolini.[254] Todos se basan necesariamente sobre opinionesparticulares acerca de los hechos, que se elaboran después como teorías científicaspara justificar una opinión preconcebida. El camino más eficaz para que las gentes acepten unos valores a los que debenservir consiste en persuadirlas de que son realmente los que ellas, o al menos losmejores individuos entre ellas, han sostenido siempre, pero que hasta entonces no

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reconocieron o entendieron rectamente. Se fuerza a las gentes a transferir sudevoción de los viejos dioses a los nuevos so pretexto de que los nuevos dioses sonen realidad los que su sano instinto les había revelado siempre, pero que hastaentonces sólo confusamente habían entrevisto. Y la más eficiente técnica para estafinalidad consiste en usar las viejas palabras, pero cambiar su significado. Pocostrazos de los regímenes totalitarios son a la vez tan perturbadores para el observadorsuperficial y tan característicos de todo un clima intelectual como la perversióncompleta del lenguaje, el cambio de significado de las palabras con las que seexpresan los ideales de los nuevos regímenes. La que más ha sufrido a este respecto es, desde luego, la palabra libertad. Es unapalabra que se usa tan desembarazadamente en los Estados totalitarios como encualquier parte. Aun pudiera casi decirse —y ello debería servirnos comoadvertencia para ponernos en guardia contra todos los incitadores que nos prometennuevas libertades por las viejas[255] — que allí donde se destruyó la libertad talcomo la entendemos, casi siempre se hizo en nombre de alguna nueva libertadprometida a la gente. También entre nosotros tenemos «planificadores de lalibertad» que nos prometen una «libertad colectiva de grupo», cuya naturalezapuede inferirse del hecho de considerar sus defensores necesario asegurarnos que,«naturalmente, el advenimiento de la libertad planificada no significa que todas[sic] las formas anteriores de libertad hayan de ser abolidas». El doctor KarlMannheim, de cuya obra[256] se toman estas frases, nos advierte, por lo menos,que «una concepción de la libertad modelada sobre la edad precedente es unobstáculo para todo entendimiento real del problema». Pero su empleo de la palabralibertad es tan engañoso como en boca de los políticos totalitarios. Como la libertadde éstos, la «libertad colectiva» que aquél nos ofrece no es la libertad de losmiembros de la sociedad, sino la libertad ilimitada del planificador para hacer con lasociedad lo que se le antoje[257] . Es la confusión de la libertad con el poder,llevada al extremo. En este caso particular, la perversión del sentido de la palabra ha sido, porsupuesto, bien preparada por una larga línea de filósofos alemanes, y no en mínimaparte por muchos de los teóricos del socialismo. Pero la libertad no es en modoalguno la única palabra cuyo significado se sustituyó por su opuesto para quesirviera como instrumento de la propaganda totalitaria. Hemos visto ya que lomismo ha sucedido con justicia y ley, derecho e igualdad. La lista podría extendersehasta incluir a casi todos los términos de moral y política de general uso. Si no se ha pasado personalmente por la experiencia de este proceso, es difícilapreciar la magnitud de este cambio de significado de las palabras, la confusión quecausa y las barreras que crea para toda discusión racional. Hay que haberlo vistopara comprender cómo, si uno de dos hermanos abraza la nueva fe, al cabo de unbreve tiempo parecen hablar lenguajes diferentes, que impiden toda comunicación

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real entre ellos.Y la confusión se agrava porque este cambio de significado de laspalabras que expresan ideales políticos no es un hecho aislado, sino un procesocontinuo, una técnica empleada consciente o inconscientemente para dirigir alpueblo. De manera gradual, a medida que avanza este proceso, todo el idioma esexpoliado, y las palabras se transforman en cáscaras vacías, desprovistas de todosignificado definido, tan capaces de designar una cosa como su contraria y útiles tansólo para las asociaciones emocionales que aún les están adheridas. No es difícil privar de independencia de pensamiento a la gran mayoría. Perotambién hay que silenciar a la minoría que conservará una inclinación a la crítica.Hemos visto ya por qué la coerción no puede limitarse a imponer el código éticosobre el que descansa el plan que dirige toda la actividad social. Como muchaspartes de este código nunca se formularán explícitamente, como muchas partes dela escala de valores orientadora sólo se manifestarán implícitamente en el plan, elplan mismo en todos sus detalles, y de hecho todo acto de gobierno, tiene quehacerse sagrado y quedar exento de toda crítica. Si la gente ha de soportar sinvacilación el esfuerzo común, tiene que estar convencida de que son justos, no sólolos fines pretendidos, sino también los medios elegidos. El credo oficial, cuyaadhesión se impone, abarcará todas las cuestiones concretas en las que se basa elplan. La crítica pública, y hasta las expresiones de duda, tienen que ser suprimidasporque tienden a debilitar el apoyo público. Como cuentan los Webbs, refiriéndosea la situación en todas las empresas rusas, «mientras el proyecto está en ejecución,toda pública expresión de duda, o incluso el temor de que el plan no logre éxito, esun acto de deslealtad y hasta de traición, a causa de sus posibles efectos sobre lavoluntad y los esfuerzos del resto de la plantilla».[258] Cuando la duda o el temorexpresados conciernen, no al éxito de una empresa particular, sino al del plan socialentero, no pueden dejar de tratarse como un sabotaje. Hechos y teorías se convierten así en el objeto de una doctrina oficial, no menosque en criterios de valor. Todo el aparato para difundir conocimientos: las escuelasy la prensa, la radio y el cine, se usarán exclusivamente para propagar aquellasopiniones que, verdaderas o falsas, refuercen la creencia en la rectitud de lasdecisiones tomadas por la autoridad; se prohibirá toda la información que puedaengendrar dudas o vacilaciones. El efecto probable sobre la lealtad de la gente alsistema llega a ser el único criterio para decidir si debe publicarse o suprimirse unadeterminada información. En un Estado totalitario la situación es, permanentementey en todos los campos, la misma que en los demás países domina algunos ámbitosen tiempos de guerra. Se ocultará a la gente todo lo que pueda provocar dudasacerca de la competencia del gobierno o crear descontento. Las bases decomparación desfavorable con las condiciones de otro lugar; el conocimiento de lasposibles alternativas frente a la dirección efectivamente tomada; la información quepueda sugerir el fracaso del gobierno en el cumplimiento de sus promesas o enaprovechar las oportunidades de mejorar la situación, todo se suprimirá. Por

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consecuencia, no habrá campo donde no se practique una intervención sistemáticade la información y no se fuerce a una uniformidad de criterios. Lo mismo se aplica también a los ámbitos aparentemente más alejados del interéspolítico, y especialmente a todas las ciencias, aun las más abstractas. Que en unsistema totalitario no se consienta la investigación desinteresada de la verdad y nohaya otro objetivo que la defensa de los criterios oficiales, es fácil de comprender, yla experiencia lo ha confirmado de modo amplio en cuanto a las disciplinas quetratan directamente de los negocios humanos y, por consiguiente, afectan de lamanera más inmediata a los criterios políticos, tales como la Historia, el Derecho ola Economía. En todos los países totalitarios estas disciplinas se han convertidorealmente en las más fecundas fábricas de mitos oficiales, que los dirigentes utilizanpara guiar las mentes y voluntades de sus súbditos. No es sorprendente que en estasesferas se abandone hasta la pretensión de trabajar en busca de la verdad y que lasautoridades decidan qué doctrinas deben enseñarse y publicarse. El control totalitario de la opinión se extiende, sin embargo, a dominios que aprimera vista parecen no tener significación política. A veces es difícil explicar porqué se proscriben oficialmente unas doctrinas determinadas o por qué se fomentanotras, y es curioso que estos gustos y antipatías no dejan de presentar semejanzas enlos diferentes sistemas totalitarios. En particular, todos ellos parecen sentir encomún una intensa antipatía por las formas más abstractas del pensamiento;antipatía que es también característica entre muchos de nuestros hombres de cienciacolectivistas.Viene a ser lo mismo que la teoría de la relatividad se presente comoun «ataque semita contra los fundamentos de la Física cristiana y nórdica» o que serechace porque está «en desacuerdo con el materialismo dialéctico y el dogmamarxista». Ni tampoco es muy diferente que se ataquen ciertos teoremas de laestadística matemática porque «forman parte de la lucha de clases en el frenteideológico y son un producto del papel histórico de la Matemática como sirviente dela burguesía», o que se condene toda la materia porque «no ofrece garantías de quevaya a servir al interés del pueblo». Parece que la matemática pura no es menosvíctima, y que incluso mantener determinadas opiniones acerca de la naturaleza dela continuidad puede señalarse como «prejuicios burgueses». Según los Webbs, laRevista de Ciencias Naturales Marxistas-Leninistas contiene los siguientes slogans:«Defendemos al Partido en la matemática. Defendemos la pureza de la teoríamarxista leninista en cirugía.»[259] La situación parece ser muy semejante enAlemania. La Revista de la Asociación Nacional Socialista de Matemáticos rebosade consignas: «El Partido en la matemática». ¡Y uno de los físicos alemanes másconocidos, Lenard, premio Nobel, ha recopilado la obra de su vida bajo el título deFísica alemana en cuatro volúmenes![260] Está enteramente de acuerdo con el espíritu del totalitarismo la condenación detoda actividad humana realizada por puro placer y sin ulterior propósito. La ciencia

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por el placer de la ciencia, el gusto del arte por el arte, son igualmente aborreciblespara los nazis, nuestros intelectuales socialistas y los comunistas.Toda actividaddebe extraer de un propósito social consciente su justificación. No debe existiractividad espontánea, sin guía, porque pudiera producir resultados imprevisibles ysobre los cuales el plan no se ha manifestado. Podría producir algo nuevo,inimaginado por la filosofía del planificador. El principio se extiende incluso a losjuegos y diversiones. Dejo al lector que adivine si fue en Alemania o en Rusiadonde se exhortó oficialmente a los jugadores de ajedrez así: «Tenemos que acabarde una vez y para siempre con la neutralidad del ajedrez. Tenemos que condenar deuna vez y para siempre la fórmula de “el ajedrez por el placer del ajedrez”, como lafórmula de “el arte por el placer del arte”».[261] Por increíbles que puedan parecer algunas de estas aberraciones, tenemos, sinembargo, que guardarnos de descartarlas como meros subproductos accidentales,que nada tienen que ver con la esencia del carácter de un sistema totalitario oplanificado. No es así. Son un resultado directo del mismo deseo de verlo tododirigido por una «concepción unitaria del conjunto», de la necesidad de sostener atoda costa los criterios para cuyo servicio se solicitan constantes sacrificios de lasgentes y de la general idea de ser los conocimientos y creencias de la gente uninstrumento que ha de usarse para un propósito determinado. Si la ciencia ha deservir, no a la verdad, sino a los intereses de una clase, una comunidad o un Estado,la única misión del razonamiento y el análisis consiste en defender y difundirtodavía más las creencias que regulan la vida entera de la comunidad. Como elministro nazi de justicia ha explicado, la pregunta que toda nueva teoría científicadebe plantearse a sí misma es: «¿Sirvo al nacionalsocialismo, para el mayorbeneficio de todos?»[262] La misma palabra «verdad» deja de tener su antiguo significado. No designa yaalgo que ha de encontrarse, con la conciencia individual como único árbitro paradeterminar si en cada particular caso la prueba (o la autoridad de quienes lapresentan) justifica una afirmación; se convierte en algo que ha de ser establecidopor la autoridad, algo que ha de creerse en interés de la unidad del esfuerzoorganizado y que puede tener que alterarse si las exigencias de este esfuerzoorganizado lo requieren. El clima intelectual general que esto produce; el espíritu de completoescepticismo respecto a la verdad, que engendra; la pérdida del sentido de lo que laverdad significa; la desaparición del espíritu de investigación independiente y de lacreencia en el poder de la convicción racional; la manera de convertirse lasdiferencias de opinión, en todas las ramas del conocimiento, en cuestiones políticasque han de ser resueltas por la autoridad, son cosas todas que hay que experimentarpersonalmente,cuya extensión no puede mostrarse en una reseña breve. Quizá elhecho más alarmante sea que el desprecio por la libertad intelectual, no es cosa que

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sólo surja una vez establecido el sistema totalitario, sino algo que puede encontrarseen todas partes entre los intelectuales que han abrazado una fe colectivista y que sonaclamados como líderes intelectuales hasta en los países que aún tienen un régimenliberal.Gentes que pretenden hablar en nombre de los hombres de ciencia de lospaíses liberales, no sólo perdonan hasta la peor opresión si se ha cometido ennombre del socialismo y defienden abiertamente la creación de un sistematotalitario; pues llegan a ensalzar francamente la intolerancia. ¿No hemos visto enfecha reciente a un hombre de ciencia británico defender incluso la Inquisición,porque, en opinión suya, «beneficia a la ciencia cuando protege a una clasenaciente»?[263] Este punto de vista es, por lo demás, prácticamente indistinguiblede las opiniones que condujeron a los nazis a la persecución de los hombres deciencia, a la quema de los libros científicos y a la sistemática exterminación de laintelligentsia del pueblo sojuzgado. El deseo de imponer a un pueblo un credo que se considera saludable para él, noes, por lo demás, cosa nueva o peculiar de nuestro tiempo. Lo nuevo es elargumento con el que muchos de nuestros intelectuales intentan justificar talesdesignios. No hay real libertad de pensamiento en nuestra sociedad —se dice—porque las opiniones y los gustos de las masas están modelados por la propaganda,la publicidad, el ejemplo de las clases altas y otros factores ambientales, queinevitablemente encajan el pensamiento de la gente en gastados carriles. De esto seconcluye que si los ideales y los gustos de la gran mayoría están siempreconformados por circunstancias que podemos dominar, debemos usar expresamenteeste poder para orientar las ideas de la gente en la dirección que pensamos esdeseable. Es bastante cierto, seguramente, que la gran mayoría apenas es capaz de pensarcon independencia, que en la mayor parte de las cuestiones acepta criterios queencuentra ya fabricados y que se manifestará igualmente contenta si, por nacimientoo por seducción, se halla inserta en un conjunto de creencias u otro. En cualquiersociedad, la libertad de pensamiento sólo tendrá, probablemente, significacióndirecta para una pequeña minoría. Pero esto no supone que alguien esté calificado odeba tener poder para elegir a quienes se les reserva esta libertad. Ello no justificaciertamente a ningún grupo de personas para pretender el derecho de determinar loque la gente debe pensar o creer. Procede de una completa confusión de ideas elhecho de sugerirse que, como bajo cualquier tipo de sistema la mayoría de la gentesigue la dirección de alguien, es igual que todos sigan la misma dirección. Impugnarel valor de la libertad intelectual porque nunca significará para todos la mismaposibilidad de pensamiento independiente, supone confundir por completo lasrazones que dan su valor a la libertad intelectual. Lo esencial para que cumpla sufunción como principio motor del progreso intelectual no es que todos puedan sercapaces de pensar o escribir cualquier cosa, sino que cualquier causa o idea puedaser defendida por alguien. En tanto no se prohíba la disensión, siempre habrá

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alguien que tendrá por discutibles las ideas que gobiernen a sus contemporáneos ysometerá nuevas ideas a la prueba de la discusión y la propaganda. Esta interacción de los individuos que poseen diferentes conocimientos ydiferentes opiniones es lo que constituye la vida del pensamiento. El desarrollo dela razón es un proceso social basado en la existencia de estas diversidades. Está ensu esencia que no puedan predecirse sus resultados, que no podamos saber quéopiniones contribuirán a su desarrollo y cuáles no; en resumen, que su desarrollo nopueda ser dirigido por nuestras opiniones actuales sin restringirlo a la vez.«Planificar» u «organizar» el desarrollo espiritual o, por lo que hace al caso, elprogreso en general, es una contradicción en los términos. Pensar que la mentehumana debe dominar «conscientemente» su propio desenvolvimiento es confundirla razón individual, la única que puede «dominar conscientemente» algo, con elproceso interpersonal al que se debe su desarrollo. Cuando intentamos controlar esteproceso no hacemos sino poner barreras a su desarrollo y, más temprano o mástarde, provocar una parálisis del pensamiento y una decadencia de la razón. La tragedia del pensamiento colectivista es que, aun partiendo de considerarsuprema a la razón, acaba destruyéndola por desconocer el proceso del que dependesu desarrollo. Puede en verdad decirse que ésta es la paradoja de toda doctrinacolectivista, y que es su demanda de un control «consciente» o una planificación«consciente» lo que por fuerza la lleva a pedir para una mente individual ladirección suprema; cuando sólo el enfoque individualista de los fenómenos socialesnos permite reconocer las fuerzas supraindividuales que guían el desarrollo de larazón. El individualismo es, pues, una actitud de humildad ante este proceso socialy de tolerancia hacia las opiniones ajenas, y es exactamente lo opuesto de esapresunción intelectual que está en la raíz de la demanda de una dirección completadel proceso social.

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Capítulo XIILas raíces socialistas del nazismo

Todas las fuerzas antiliberales se están combinando contra todo loque es liberal. A. Moeller Van Den Bruck[264] Es un error general considerar el nacionalsocialismo como una simple revueltacontra la razón, como un movimiento irracional sin trasfondo intelectual alguno. Sifuera así, el movimiento sería mucho menos peligroso que lo que es. Pero nada máslejos de la verdad ni más engañoso. Las doctrinas del nacionalsocialismo son lacima de una larga evolución ideológica, de un proceso en el que han participado

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pensadores que ejercieron una gran influencia mucho más allá de las fronteras deAlemania. Se piense lo que se quiera sobre sus premisas de partida, lo cierto es quelos hombres que engendraron las nuevas doctrinas, escritores vigorosos, han dejadola impronta de sus ideas sobre el pensamiento europeo entero. Desarrollaron susistema con rigurosa consecuencia, y una vez que se aceptan las premisas inicialesno es posible escapar a su lógica. Es, simplemente, el colectivismo, libre de todaslas huellas de una tradición individualista que pudiera embarazar su realización. Aunque en este desarrollo llevaron la dirección los pensadores alemanes, noestuvieron en modo alguno solos.Thomas Carlyle y Houston Stewart Chamberlain,Auguste Comte y Georges Sorel han participado en esta expansión continua tantocomo cualesquier alemanes.[265] El desarrollo de esta dirección intelectual dentrode Alemania lo ha trazado con acierto, recientemente,Mr. R.D. Butler en su estudiosobre Las raíces del nacionalsocialismo.[266] Pero aunque tiene algo de aterradorsu permanencia a través de ciento cincuenta años, en una forma casi inalterada ysiempre recurrente, como lo ha puesto de manifiesto dicho estudio, es fácil exagerarla importancia que estas ideas ejercieron en Alemania antes de 1914. No pasaron deser una corriente intelectual en un pueblo que era entonces más diverso, quizá, ensus opiniones que cualquier otro.Y en su conjunto estuvieron representadas por unapequeña minoría y tenidas en gran desprecio por la mayoría de los alemanes, comoocurrió en otros países. Entonces, ¿cómo es que estas opiniones, sostenidas por una minoría reaccionaria,acabaron por ganar la asistencia de la gran mayoría de los alemanes y,prácticamente, de toda su juventud? No fue sólo la derrota, el sufrimiento y la olade nacionalismo lo que trajo su triunfo.Todavía menos fue su origen, como muchasgentes desean creer, una reacción capitalista contra el avance del socialismo. Por elcontrario, la ayuda que dio el predominio a estas ideas vino precisamente del camposocialista. En realidad, no fue la burguesía, sino más bien la ausencia de una fuerteburguesía, lo que contribuyó a elevarlas al poder. Las doctrinas que guiaron a lossectores dirigentes de Alemania en la generación pasada no se oponían alsocialismo en cuanto marxismo, sino a los elementos liberales contenidos en aquél:su internacionalismo y a su democracia. Y a medida que se hizo más claro que eranprecisamente estos elementos los obstáculos para la realización del socialismo, lossocialistas de la izquierda se aproximaron más y más a los de la derecha. Fue launión de las fuerzas anticapitalistas de la derecha y la izquierda, la fusión delsocialismo radical con el conservador, lo que expulsó de Alemania a todo lo queera liberal. En Alemania, la conexión entre socialismo y nacionalismo fue estrecha desde unprincipio. Es significativo que los más importantes antecesores delnacionalsocialismo —Fichte, Rodbertus y Lassalle— fueron al mismo tiempo padresreconocidos del socialismo.[267] Mientras el socialismo teórico, en su forma

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marxista, dirigía el movimiento obrero alemán, el elemento autoritario ynacionalista retrocedía temporalmente a segundo plano. Pero no por muchotiempo.[268] A partir de 1914 surgen de las filas del socialismo marxista unpredicador tras otro que conducen al redil del nacionalsocialismo, no a losconservadores y reaccionarios, sino a los trabajadores manuales y a la juventudidealista. Sólo más tarde alcanzó la marea del socialismo nacionalista considerableimportancia y se transformó rápidamente en la doctrina hitleriana. La histeria bélicade 1914, que, precisamente por causa de la derrota alemana, no se curó jamás porcompleto, es el comienzo del moderno desenvolvimiento que produjo elnacionalsocialismo, el cual surgió durante este periodo gracias en buena parte a laasistencia de viejos socialistas. Quizá el primer representante de esta orientación, y en muchos aspectos el máscaracterístico, fue el difunto profesor Werner Sombart, cuya conocida obra Händlerund Helden (Mercaderes y Héroes) apareció en 1915.[269] Sombart habíacomenzado como socialista marxista, y todavía en 1909 afirmaba con orgullo quehabía dedicado la mayor parte de su vida a luchar por las ideas de Karl Marx.Sombart ha contribuido tanto como el que más a difundir por toda Alemania lasideas socialistas y el resentimiento anticapitalista de diversos matices; y si en elpensamiento alemán penetraron elementos marxistas en una proporción no superadapor ningún otro país hasta la revolución rusa, ello se debió en gran medida aSombart. Durante un tiempo, fue considerado como el representante másdistinguido de la perseguida intelectualidad socialista, incapacitada, por susopiniones radicales, para obtener una cátedra universitaria. Y aun después de laanterior guerra, la influencia, dentro y fuera de Alemania, de su obra de historiador,que enfocó como marxista después de dejar de serlo en política, alcanzóextraordinaria difusión, la cual se advierte particularmente en las obras de muchosde los planificadores ingleses y americanos. En su libro de guerra, este viejo socialista saludó la «guerra alemana» como elconflicto inevitable entre la civilización comercial de Inglaterra y la cultura heroicade Alemania. Su desprecio hacia los criterios «comerciales» del pueblo inglés, quehabía perdido todos sus instintos guerreros, no tiene límite. Nada es másdespreciable a sus ojos que el general afán por la felicidad individual. Y lo que élpresenta como la máxima orientadora de la moral inglesa, a saber: sé justo, «paraque puedas alcanzar el bienestar y prolongar tus días sobre la tierra», es, para él, «lamás infame sentencia que haya salido jamás de una mente comercial».[270] La«idea alemana del Estado», como la formularon Fichte, Lassalle y Rodbertus, es queel Estado, ni lo fundan individuos, ni se forma de individuos, ni es un agregado deindividuos, ni su finalidad es la de servir cualesquier intereses individuales.Es unaVolksgemeinschaft, en la que el individuo no tiene derechos, sino tan sólodeberes.[271] Las reclamaciones del individuo son siempre una consecuencia delespíritu comercial. «Las ideas de 1789» —Libertad, Igualdad, Fraternidad— son

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ideales típicamente comerciales, sin otro fin posible que el de asegurar ciertasventajas a los individuos. Antes de 1914, todos los verdaderos ideales alemanes de vida heroica estuvieronen mortal peligro ante el continuo avance de los ideales comerciales ingleses, elconfort inglés y el sport inglés. El pueblo inglés, no sólo se ha corrompido porcompleto a sí mismo, pues todos los miembros de los sindicatos se están hundiendoen la «ciénaga del confort», sino que ha comenzado a infectar a los demás pueblos.Sólo la guerra ha ayudado a los alemanes a recordar que eran realmente un pueblode soldados, un pueblo cuyas actividades todas, y particularmente las económicas,estaban subordinadas a los fines militares. Sombart sabía que otros pueblosdesprecian a los alemanes porque éstos consideran la guerra como sagrada, pero élles glorifica por eso. Considerar la guerra como inhumana y sin sentido es unproducto de los criterios comerciales.Hay una vida superior a la vida individual, lavida del pueblo y la vida del Estado, y el cometido del individuo consiste ensacrificarse por esta vida superior. La guerra es, para Sombart, la consumación delsentido heroico de la vida, y la guerra contra Inglaterra es la guerra contra el idealopuesto, el ideal comercial de la libertad del individuo y del confort inglés, que asus ojos encuentra su más despreciable expresión en... las máquinas de afeitarhalladas en las trincheras inglesas. Si el exabrupto de Sombart fue en aquel tiempo excesivo, incluso para la mayoríade los alemanes, otro profesor alemán llegaba, en lo esencial, a las mismas ideas enuna forma más moderada y más universitaria, pero por esta razón aún más eficaz. Elprofesor Johann Plenge era una autoridad sobre Marx tan grande como Sombart. Sulibro Marx und Hegel marca el comienzo del moderno renacimiento hegeliano entrelos universitarios marxistas; y no puede haber duda acerca de la naturalezagenuinamente socialista de las convicciones de que partió. Entre sus numerosaspublicaciones de guerra, la más importante es un libro, breve, pero muy discutido ensu tiempo, que lleva este significativo título: 1789 y 1914. Años simbólicos en lahistoria del pensamiento político.[272] Está dedicado al conflicto entre las «Ideasde 1789», el ideal de libertad, y las «Ideas de 1914», el ideal de organización. La organización es para él, como para todos los socialistas que extraen susocialismo de una tosca aplicación de los ideales científicos a los problemas de lasociedad, la esencia del socialismo. Ella fue, como justamente destaca, la raíz delmovimiento socialista al engendrarse en Francia en los comienzos del siglo XIX.Marx y el marxismo han traicionado esta idea fundamental del socialismo con sufanática, pero utópica, adhesión a la idea abstracta de libertad. Ahora es cuando laidea de organización vuelve a su lugar, en todas partes, como lo muestra la obra deH.G.Wells (cuyo Future in America influyó profundamente en el profesor Plenge, ya quien éste señala como una de las figuras sobresalientes del socialismo moderno),pero particularmente en Alemania, donde ha sido mejor entendida y más

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plenamente realizada.[273] La guerra entre Inglaterra y Alemania es, pues,realmente un conflicto entre dos principios opuestos. La «guerra mundialeconómica» es la tercera gran etapa de la lucha espiritual en la historia moderna. Esde igual importancia que la Reforma y la revolución burguesa por la libertad. Es lalucha por la victoria de las nuevas fuerzas nacidas de la avanzada vida económicadel siglo XIX: socialismo y organización. «Porque, en la esfera de las ideas, Alemania fue el más convencido exponente detodos los sueños socialistas y, en la esfera de la realidad, el más poderoso arquitectodel sistema económico más altamente organizado. —En nosotros está el siglo XX.Cualquiera que sea el final de la guerra, somos el pueblo ejemplar. Nuestras ideasdeterminarán los objetivos de la vida de la Humanidad—. La Historia mundial viveal presente el colosal espectáculo de un nuevo gran ideal de vida que con nosotrosgana su victoria final, mientras, a la vez, en Inglaterra se desploma definitivamenteuno de los principios históricos mundiales.»[274] La economía de guerra creada en Alemania en 1914 «es la primera realización deuna sociedad socialista, y su espíritu, la primera aparición activa, y no sóloreivindicatoria, de un espíritu socialista. Las necesidades de la guerra hanestablecido la idea socialista en la vida económica alemana, y así la defensa denuestra nación ha proporcionado a la Humanidad la idea de 1914, la idea de laorganización alemana, de la comunidad popular (Volksgemeinschaft) del socialismonacional...[275] Sin advertirlo nosotros realmente, toda nuestra vida política, en elEstado y en la economía, se ha elevado a un nivel superior. Estado y vidaeconómica forman una nueva unidad...[276] El sentimiento de responsabilidadeconómica que caracteriza la labor del funcionario público domina toda la actividadprivada.»[277] La nueva constitución corporativa alemana de la vida económica[que el profesor Plenge admite no estar todavía madura o completa]... «es la másalta forma de vida del Estado que jamás se haya conocido sobre la tierra.»[278] Al principio, el profesor Plenge esperaba todavía conciliar el ideal de libertad y elideal de organización, aunque, en gran parte, a través de la completa, perovoluntaria, sumisión del individuo al conjunto. Pero pronto desaparecen de susescritos estos residuos de las ideas liberales. En 1918, la unión entre socialismo ypolítica de poder inexorable se ha completado ya en su mente. Poco antes del fin dela guerra exhortó a sus compatriotas, desde la revista socialista Die Glocke, de lasiguiente manera: «Ha llegado la hora de admitir que el socialismo debe ser una política de poder,porque tiene que ser organización. El socialismo tiene que ganar el Poder; no debejamás destruirlo ciegamente. Y la más importante y crítica cuestión para elsocialismo, cuando los pueblos hacen la guerra, es necesariamente ésta: ¿cuál es elpueblo llamado entre todos al Poder, porque es el conductor ejemplar en laorganización de los pueblos?»[279]

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Y adelanta todas las ideas que servirán después para justificar el nuevo orden deHitler: «Precisamente desde el punto de vista del socialismo, que es organización, elderecho absoluto de autodeterminación de los pueblos, ¿no es el derecho a laanarquía económica individualista? ¿Estamos dispuestos a otorgar una completaautodeterminación al individuo en la vida económica? Un socialismo consecuente sólo puede conceder derecho de asociación política aun pueblo si ello corresponde a la distribución real de las fuerzas históricamentedeterminadas.» Los ideales que Plenge expresó con tanta claridad fueron especialmente popularesen ciertos círculos, de donde quizá derivaron, formados por hombres de ciencia eingenieros alemanes, los cuales clamaban, precisamente como ahora lo hacen tanruidosamente sus trasuntos ingleses, por la organización planificada centralmente detodos los aspectos de la vida. A la cabeza de ellos estaba el famoso químicoWilhelm Ostwald, una de cuyas manifestaciones sobre este punto ha alcanzadocierta celebridad. Según se dice, manifestó públicamente que «Alemania tiene queorganizar a Europa, que aún carece de organización. Explicaré a usted ahora el gransecreto de Alemania: nosotros, o quizá la raza alemana, hemos descubierto elsignificado de la organización. Mientras las demás naciones viven todavía bajo elrégimen del individualismo, nosotros hemos ya alcanzado el de laorganización».[280] Ideas muy semejantes a éstas fueron corrientes en las oficinas del dictadoralemán de las materias primas, Walter Rathenau, quien, aunque se habríaestremecido ante las consecuencias de su economía totalitaria, de haberlasexperimentado, merece un lugar importante en una historia completa del desarrollode las ideas nazis.[281] A través de sus escritos ha determinado, probablementemás que cualquier otro hombre, las opiniones económicas de la generación quecreció en Alemania durante la primera guerra mundial e inmediatamente después; yalgunos de sus colaboradores más íntimos formaron luego la espina dorsal de laadministración del Plan quinquenal de Goering. Muy semejantes fueron también lasenseñanzas de otro antiguo marxista, Friedrich Naumann, cuya Mitteleuropaalcanzó probablemente en Alemania más circulación que ningún otro libro deguerra.[282] Pero correspondió a un activo político socialista, miembro del ala izquierda delpartido socialdemócrata en el Reichstag, el desarrollo más completo de estas ideas ysu extensa difusión. Paul Lensch había definido ya en sus primeros libros la guerracomo la «vía de escape de la burguesía inglesa ante el avance del socialismo», yexplicado cuán diferentes eran el ideal socialista de libertad y la concepcióninglesa.[283] Sin embargo, sólo en su tercer libro de guerra, el de mayor éxito, ensu Tres años de revolución mundial,[284] lograron sus ideas características, bajo la

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influencia de Plenge, su pleno desarrollo. Lensch basa su argumentación en uninteresante y, en muchos aspectos, puntual relato histórico de cómo la adopción delproteccionismo por Bismarck permitió en Alemania una evolución hacia formas deconcentración industrial y cartelización que, desde su punto de vista marxista,representaban una etapa más alta en el desarrollo industrial. «El resultado de la decisión de Bismarck en el año 1879 fue que Alemaniaasumió el papel de revolucionaria; es decir, de un Estado cuya posición respecto alresto del mundo es la del representante de un sistema económico más alto yavanzado. Comprendido esto, advertiremos que, en la presente revoluciónmundial,Alemania representa el lado revolucionario, y su mayor antagonista,Inglaterra, el contrarrevolucionario. Este hecho prueba cuán escasamente afecta laconstitución de un país, sea liberal y republicana o monárquica y autocrática, a lacuestión de saber si, desde el punto de vista del desarrollo histórico, este país ha deconsiderarse o no como liberal.O, para decirlo más llanamente, nuestrasconcepciones del liberalismo, la democracia, etc., se derivaron de las ideas delindividualismo inglés, de acuerdo con las cuales un Estado con un gobierno débil esun Estado liberal, y toda restricción impuesta a la libertad del individuo se consideraproducto de la autocracia y el militarismo.»[285] En Alemania, «representante designada por la Historia» de esta forma superior devida económica, «la lucha en pro del socialismo se ha simplificadoextraordinariamente, porque todas las condiciones que el socialismo requiere deantemano están ya establecidas.Y, por ende, para todos los partidos socialistas eraforzosamente de interés vital que Alemania pudiera sostenerse triunfante contra susenemigos y, con ello, cumplir su histórica misión de revolucionar el mundo. Portanto, la guerra de la Entente contra Alemania recordaba la tentativa de la bajaburguesía de la edad precapitalista para evitar la ruina de su propia clase.»[286] Esta organización del capital, prosigue Lensch, «que comenzó inconscientementeantes de la guerra y que durante la guerra ha continuado conscientemente, semantendrá de modo sistemático después de la lucha. No a causa de un gusto por lossistemas de organización, ni aun porque el socialismo se haya reconocido como unprincipio superior de desarrollo social. Las clases que son hoy día los verdaderosintroductores del socialismo son, en teoría, sus declarados adversarios o, por lomenos, lo fueron hasta hace poco tiempo. El socialismo está llegando, y de hechoha llegado en cierto modo, porque no podemos ya vivir sin él».[287] Las únicas gentes que todavía se oponen a esta marcha son los liberales. «A estaclase de gente, que inconscientemente razona según patrones ingleses, pertenecetoda la burguesía culta alemana. Sus nociones políticas de «libertad» y «derechosciudadanos», de constitucionalismo y parlamentarismo, se derivan de la concepciónindividualista del mundo, cuya clásica encarnación es el liberalismo inglés,adoptada por los portavoces de la burguesía alemana en las décadas sexta, séptima y

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octava del siglo XIX. Pero estos patrones están pasados de moda y descompuestos,de la misma manera que el liberalismo inglés, pasado de moda, ha sido destrozadopor esta guerra. Lo que ha de hacerse ahora es saltar por encima de estas ideaspolíticas heredadas y contribuir al nacimiento de un nuevo concepto del Estado y lasociedad.También en esta esfera debe presentar el socialismo una consciente ydecidida oposición al individualismo.A este respecto es un hecho sorprendente queen la supuesta reaccionaria Alemania las clases trabajadoras hayan ganado para síuna posición mucho más sólida y poderosa en la vida del Estado que lo logrado enInglaterra o Francia.»[288] Lensch continúa con unas consideraciones que, también, contienen mucha verdady merecen ser examinadas: «Cuando los socialdemócratas, con la ayuda de este sufragio [universal],ocuparon todos los puestos que pudieron obtener en el Reichstag, en losParlamentos de los estados, en los ayuntamientos, en los tribunales laborales, en lasCajas de subsidio de enfermedad, etc., penetraron muy profundamente en elorganismo estatal; pero el precio que pagaron por ello fue que el Estado, a su vez,ejerció una profunda influencia sobre las clases trabajadoras. No hay duda que,como resultado de los duros esfuerzos socialistas durante cincuenta años, el Estadono es ya el del año 1867, cuando se adoptó el sufragio universal; pero laSocialdemocracia, a su vez, no es ya la que era entonces. El Estado haexperimentado un proceso de socialización, y la Socialdemocracia haexperimentado un proceso de nacionalización.»[289] A su vez, Plenge y Lensch suministraron las ideas directoras a los maestrosinmediatos del nacionalsocialismo, particularmente Oswald Spengler y A. Moellervan den Bruck, por mencionar sólo los dos nombres más conocidos.[290] Cabediscutir hasta qué punto puede considerarse socialista al primero. Pero es ahoraevidente que en su alegato sobre Prusianismo y Socialismo, aparecido en 1920, nohace sino dar expresión a ideas ampliamente sostenidas por los socialistasalemanes.[291] Bastarán unas cuantas muestras de su argumentación. «El viejoespíritu prusiano y el credo socialista, que hoy se odian entre sí con odio dehermanos, son uno y el mismo.»[292] Los representantes de la civilizaciónoccidental en Alemania, los liberales alemanes, forman «el invisible ejército inglésque, después de la batalla de Jena, dejó tras sí Napoleón sobre el sueloalemán».[293] Para Spengler, hombres como Hardenberg y Humboldt y todos losdemás reformadores liberales eran «ingleses». Pero este espíritu «inglés»[294] seráexpulsado por la revolución alemana que comenzó en 1914. «Las tres últimas naciones de Occidente han aspirado a tres formas de existenciaque están representadas por las famosas consignas: Libertad, Igualdad,Comunidad.Toman cuerpo en las formas políticas del parlamentarismo liberal, lademocracia social y el socialismo autoritario...[295] El instinto alemán, o, más

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correctamente, prusiano, dice: el poder pertenece al conjunto... Cada uno recibe supuesto. Se manda o se obedece. Esto es, desde el siglo XVIII, socialismoautoritario, esencialmente antiliberal y antidemocrático, frente a lo que significan elliberalismo inglés y la democracia francesa...[296] Hay en Alemania muchoscontrastes aborrecidos y mal vistos, pero despreciable sobre el suelo alemán, sólo loes el liberalismo.[297] «La estructura de la nación inglesa se basa sobre la distinción entre rico y pobre;la de la prusiana, sobre la que hay entre mando y obediencia. El significado de ladistinción de clases es, con arreglo a esto, fundamentalmente diferente en los dospaíses.»[298] Después de señalar la esencial diferencia entre el sistema inglés de librecompetencia y el sistema prusiano de «administración económica», y después demostrar (siguiendo expresamente a Lensch) cómo, desde Bismarck, la deliberadaorganización de la actividad económica ha asumido nuevas formas, cada vez mássocialistas, Spengler continúa: «En Prusia existía un verdadero Estado, en el más ambicioso significado de lapalabra. No podían existir, estrictamente hablando, personas privadas. Todo el quevivía dentro de un sistema que trabajaba con la precisión de un aparato de relojeríaera en algún modo uno de sus eslabones. La conducción de los negocios públicos nopodía, por consiguiente, estar en manos de los particulares, como supone elParlamentarismo. Era un Amt, y el político responsable era un funcionario público,un servidor de la comunidad.»[299] La «idea prusiana» exige que todo el mundo sea funcionario público, que elEstado fije todos los salarios y sueldos. La administración de toda la propiedad,especialmente, se convierte en una función asalariada. El Estado del futuro será unBeamtenstaat. Pero «la cuestión decisiva, no sólo para Alemania, sino para elmundo, que tiene que ser resuelta por Alemania para el mundo, es: en el futuro,¿gobernará el comercio al Estado, o el Estado gobernará al comercio? Frente a estacuestión, el Prusianismo y el Socialismo son iguales... Prusianismo y Socialismocombaten a Inglaterra en nuestro mismo seno».300 De aquí sólo faltaba un paso para que el santo patrono del nacionalsocialismo,Moeller van den Bruck, proclamase que la guerra mundial era la guerra entreliberalismo y socialismo: «Hemos perdido la guerra contra el Occidente. Elsocialismo la ha perdido contra el liberalismo.»[301] Como para Spengler, elliberalismo es, pues, el enemigo a muerte. Moeller van den Bruck celebra el hechode que «no hay juventud liberal en Alemania hoy día. Hay jóvenes revolucionarios;hay jóvenes conservadores. Pero ¿quién querría ser liberal?... El liberalismo es unafilosofía de la vida a la que ahora la juventud alemana vuelve la espalda con asco,con ira, con especial desprecio, porque no hay nada más extranjero, más

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repugnante, más opuesto a su filosofía. La juventud alemana de hoy reconoce en elliberal a su archienemigo».[302] El Tercer Reich de Moeller van den Bruckpretendía dar a los alemanes un socialismo adaptado a su naturaleza y nocontaminado por las ideas liberales del Occidente. Y así lo hizo. Estos escritores no representan, en modo alguno, un fenómeno aislado. Ya en1922, un observador independiente pudo hablar de un «fenómeno peculiar y, aprimera vista, sorprendente» que era dable observar entonces en Alemania: «Lalucha contra el orden económico capitalista, según este criterio, es una continuaciónde la guerra contra la Entente con las armas del espíritu y la organizacióneconómica, el camino que conduce al socialismo práctico, un retorno del puebloalemán a sus mejores y más nobles tradiciones.»[303] La lucha contra el liberalismo en todas sus formas, el liberalismo que habíaderrotado a Alemania, fue la idea común que unió a socialistas y conservadores enun frente único. Primero, fue principalmente en el Movimiento Juvenil Alemán, casipor entero socialista en inspiración y propósitos, donde estas ideas se aceptaron másfácilmente y donde se completó la fusión del socialismo y el nacionalismo. Desdefinales de la década de los 20 y hasta la llegada de Hitler al poder, un círculo dejóvenes congregados en tomo a la revista Die Tat y dirigidos por Ferdinand Friedfue, en la esfera intelectual el principal exponente de esta tradición.[304] El librode Fried, Ende des Kapitalismus, es quizá el producto más característico de estegrupo de Edelnazis, como se les llamaba en Alemania, y es particularmenteinquietante su semejanza con tanta parte de la literatura que vemos en la Inglaterrade hoy, donde podemos observar el mismo movimiento de aproximación entre laderecha y los socialistas de la izquierda, y casi el mismo desprecio por todo lo quees liberal en el viejo sentido. El «socialismo conservador» (y, en otros círculos, el«socialismo religioso») fue el slogan con el que un gran número de escritoresprepararon la atmósfera donde triunfó el «nacionalsocialismo». El «socialismoconservador» es la tendencia que domina ahora en Inglaterra. La guerra contra laspotencias occidentales «con las armas del espíritu y de la organización económica»,¿no había casi triunfado antes de que la verdadera guerra comenzara?

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Capítulo XIIILos totalitarios en nuestro seno

Cuando la autoridad se presenta con la apariencia de organización,muestra un encanto tan fascinador que puede convertir las comunidadesde gentes libres en Estados totalitarios. The Times[305]

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Probablemente es cierto que la misma magnitud de las atrocidades cometidas porlos gobiernos totalitarios, en lugar de aumentar el temor a que un sistema semejantepueda surgir un día en Inglaterra, ha reforzado más bien la seguridad de que talcosa no puede acontecer en este país. Cuando miramos a la Alemania nazi, elabismo que la separa de nosotros parece tan inmenso que nada de lo que allísucediere puede tener trascendencia para una posible evolución en Inglaterra. Y elhecho de haber crecido constantemente la distancia parece refutar toda sugestión deestarnos moviendo en una dirección semejante. Pero no olvidemos que, hace quinceaños, la posibilidad de que en Alemania sucediese lo que ha acontecido habríanlajuzgado fantástica igualmente, no sólo nueve de cada diez de los mismos alemanes,sino también los observadores extranjeros más hostiles (aunque quieran ellospretender ahora haberlo previsto). Sin embargo, como se ha sugerido ya en estas páginas, no es con la Alemaniaactual, sino con la de hace veinte o treinta años, con la que muestran un parecidocada vez mayor las condiciones británicas. Hay muchos rasgos que fueron entoncesconsiderados como «típicamente alemanes» y que son ahora igualmente familiaresen Inglaterra, y muchos síntomas que apuntan a un futuro desarrollo en la mismadirección. Hemos mencionado ya el más significativo: la creciente semejanza entrelos criterios económicos de derechas e izquierdas y su común oposición alliberalismo que era la base común a la mayoría de los políticos ingleses. Contamoscon la autorizada afirmación de Mr. Harold Nicolson, quien nos dice que durante elúltimo gobierno conservador, en los escaños de este partido los hombres «mejordotados... eran todos socialistas de corazón»;[306] y apenas puede dudarse que,como en los días de los fabianos, muchos socialistas sienten más simpatías por losconservadores que por los liberales.[307] Hay otros muchos rasgos estrechamenterelacionados con éste. La creciente veneración del Estado, la admiración del poder yde lo grande por ser grande, el entusiasmo por la «organización» de todo (ahora lollamamos planificación) y aquella «incapacidad para dejar algo al simple poder delcrecimiento orgánico», que hasta H. v.Treitschke deploraba ya en los alemanes dehace sesenta años, apenas se acusan menos ahora en Inglaterra que entonces enAlemania.[308] Hasta qué punto Inglaterra ha caminado, en los últimos veinte años, por la sendaalemana, se advierte con extraordinaria claridad si leemos ahora algunas de las másserias discusiones habidas en Inglaterra, durante la guerra anterior, acerca de lasdiferencias entre los criterios británico y alemán sobre problemas políticos ymorales. Probablemente puede decirse con verdad que el público inglés tuvoentonces, en general, una apreciación más exacta de estas diferencias que la que hademostrado ahora; porque mientras el pueblo británico se mostró en aquel tiempoorgulloso de su tradición distintiva, pocos son los criterios políticos entoncesconsiderados como característicamente ingleses de los cuales la mayoría del pueblobritánico no parezca ahora medio avergonzado, si no los repudia positivamente.

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Apenas habrá exageración en decir que cuanto más típicamente inglés pareció almundo un escritor de problemas políticos o sociales,más olvidado está hoy día en supropio país. Hombres como Lord Morley o Henry Sidgwick, Lord Acton o A.V.Dicey, que fueron entonces admirados en el mundo entero como ejemplos notablesde la sabiduría política de la Inglaterra liberal, son para la generación presentevictorianos completamente anticuados.[309] Quizá nada muestre con más claridadeste cambio que el hecho de no faltar una consideración simpática de Bismarck enla literatura inglesa contemporánea, en tanto que la generación más joven rara vezmenciona el nombre de Gladstone sin una burla para su moralidad victoriana y suutopismo candoroso.[310] Hubiera deseado trasladar adecuadamente en unos párrafos la impresiónalarmante sacada de la lectura de unas cuantas obras inglesas relativas a las ideasque dominaban en la Alemania de la guerra anterior, pues casi todas sus palabraspodrían aplicarse a las opiniones más destacadas en la literatura inglesa actual. Melimitaré a citar un breve pasaje de Lord Keynes, de 1915, exposición del «delirio»que ve manifestarse en una obra alemana típica de aquel periodo. Refiere cómo,según un autor alemán, «la vida industrial debe continuar movilizada incluso en lapaz. Esto es lo que quiere decir cuando habla de la “militarización de nuestra vidaeconómica” [el título de la obra reseñada]. El individualismo ha de terminar porcompleto. Tiene que establecerse un sistema de regulaciones cuyo objetivo no es lamayor felicidad del individuo (el profesor Jaffé no se avergüenza de decir esto contodas sus letras), sino el reforzamiento de la unidad organizada del Estado con el finde alcanzar el máximo grado de eficiencia (Leistungsfähigkeit), que sóloindirectamente influye sobre el provecho individual. Esta monstruosa doctrina estáencerrada en el relicario de una especie de idealismo. La nación se desarrollará enuna «unidad cerrada» y llegará a ser efectivamente lo que Platón declaró quedebería ser: «Der Mensch in Grossen». En particular, la paz venidera traerá consigoun reforzamiento de la idea de la intervención del Estado en la industria... Lasinversiones exteriores, la emigración, la política industrial de los últimos años,basada en considerar el mundo entero como un mercado, son demasiado peligrosas.El antiguo orden económico, que hoy muere, se basaba en el beneficio; y en lanueva Alemania del siglo XX, el poder sin consideración del beneficio acabará conaquel sistema capitalista que surgió de Inglaterra hace cien años.»[311] Excepciónhecha de no haber osado aún ningún autor inglés, que yo sepa, menospreciarabiertamente la felicidad individual, ¿hay alguna frase de este pasaje que noencuentre su igual en mucha literatura inglesa contemporánea? Y, sin duda, no sólo las ideas que en Alemania y en otras partes prepararon eltotalitarismo, sino también muchos de los principios del totalitarismo mismo estánejerciendo una fascinación creciente en otros muchos países.Aunque pocas personas,si es que hay alguna, estarían, probablemente, dispuestas en Inglaterra a tragarse eltotalitarismo entero, pocos son sus rasgos singulares que unos u otros no nos han

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aconsejado imitar.Aún más, apenas hay una hoja del libro de Hitler que una u otrapersona, en Inglaterra, no nos haya recomendado emplear para nuestros propiosfines. Esto se aplica especialmente a muchas gentes que son, sin duda, enemigosmortales de Hitler por un especial rasgo de su sistema. No debemos olvidar nuncaque el antisemitismo de Hitler ha expulsado de su país o convertido en susenemigos a muchas gentes que en muchos aspectos son manifiestos totalitarios deltipo alemán.[312] Ninguna descripción en términos generales puede dar una idea adecuada de lasemejanza entre gran parte de la literatura política inglesa actual y las obras que enAlemania destruyeron la creencia en la civilización occidental y crearon el estado deánimo en el que pudo alcanzar éxito el nazismo. La semejanza está aún más en elespíritu para enfocar los problemas que en los argumentos específicos usados; es lamisma facilidad para romper todos los lazos culturales con el pasado y paraarriesgarlo todo al éxito de una particular tentativa. Como ocurrió también enAlemania, la mayoría de las obras que están preparando el camino para unaorientación totalitaria en Inglaterra son el producto de idealistas sinceros y, confrecuencia, de hombres de considerable altura intelectual. Así, aunque seadesagradable individualizar a título de ejemplo, cuando son centenares de personaslas que defienden opiniones semejantes, no veo otra manera de demostrareficazmente cuánto ha avanzado en realidad esta evolución en Inglaterra. Elegirédeliberadamente para ilustración a autores cuya sinceridad y desinterés está porencima de toda sospecha. Pero aunque espero mostrar por esta vía cuán rápidamenteestán extendiéndose aquí las opiniones de donde brota el totalitarismo, tengo pocasprobabilidades de demostrar con éxito la semejanza, igualmente importante, en laatmósfera emocional. Sería necesaria una amplia investigación acerca de todos lossutiles cambios en el pensamiento y el lenguaje para hacer explícito lo que es fácilreconocer como síntomas de una familiar evolución. El contacto con las personasque hablan de la necesidad de oponer ideas «grandes» a las «pequeñas» y dereemplazar el viejo pensamiento «estático» o «parcial» por la nueva dirección«dinámica» o «global», permite comprender que lo que al principio parece un purosin sentido es signo de aquella actitud intelectual que sólo por sus manifestacionespodemos aquí analizar. Mis primeros ejemplos son dos obras de un inteligente erudito que en estosúltimos años ha despertado mucho interés.Hay, quizá, muy pocos ejemplos en laliteratura inglesa contemporánea donde la influencia de las ideas específicamentealemanas de que aquí nos ocupamos esté tan marcada como en los libros delprofesor E.H. Carr, Twenty Years’ Crisis y Conditions of Peace.[313] En el primero de estos dos libros, el profesor Carr francamente se confiesa adictoa «la “escuela histórica” de los realistas [que] tuvo su hogar en Alemania y [cuyo]desarrollo puede trazarse a través de los grandes nombres de Hegel y Marx».[314]

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Un realista, explica, es el «que hace de la moralidad una función de la política» y«no puede lógicamente aceptar ningún patrón de valor, excepto el de loshechos».[315] Este «realismo» se contrapone, según la moda verdaderamentealemana, al pensamiento «utópico» que data del siglo XVIII, «el cual fueesencialmente individualista, pues hizo de la conciencia humana el tribunal deapelación último».[316] Pero la vieja moral, con sus «principios generalesabstractos», tiene que desaparecer, porque «el empírico trata el caso concreto segúnsus circunstancias particulares».[317] En otras palabras, nada hay sino cuestionesde oportunidad, y hasta se nos asegura que «la norma pacta sunt servanda no es unprincipio moral».[318] Que sin principios generales abstractos el mérito es tan sólouna arbitraria cuestión opinable y que los tratados internacionales carecen designificado si no obligan moralmente, no parece inquietar al profesor Carr. Según él, evidentemente, aunque no lo diga de modo explícito, resulta queInglaterra luchó en la última guerra del lado falso.Todo el que lea ahora de nuevolas declaraciones de hace veinticinco años acerca de los fines de guerra ingleses ylas compare con las opiniones actuales del profesor Carr verá fácilmente que lasque entonces se tuvieron por opiniones alemanas son ahora las de él, quien argüiríaprobablemente que los criterios profesados entonces por Inglaterra eran tan sólo unproducto de la hipocresía británica. Que apenas ve diferencia entre los idealessostenidos por Inglaterra y los practicados por la Alemania actual, lo ilustrainmejorablemente al asegurar que, «sin duda, cuando un nacionalsocialistapreeminente afirma que “todo lo que beneficia al pueblo alemán es justo y todo loque le daña es injusto”, propugna simplemente la misma identificación del interésnacional con el derecho universal que ya fue establecida para los países de hablainglesa por [el Presidente] Wilson, el profesor Toynbee, Lord Cecil y otrosmuchos.»[319] Como los libros del profesor Carr tratan de problemas internacionales, es en estecampo donde más se destaca su tendencia característica. Pero por las fugacesvisiones que podemos obtener sobre la futura sociedad que él contempla, resulta quecorresponde también por completo al modelo totalitario. A veces llega uno apreguntarse si esta semejanza es accidental o deliberada. Cuando el profesor Carrafirma, por ejemplo, que «no podemos ya encontrar mucho sentido a la distinción,familiar al pensamiento del siglo XIX, entre “sociedad” y “Estado”», ¿sabe que esésta precisamente la doctrina del profesor Carl Schmitt, el más destacado teóriconazi del totalitarismo, y, de hecho, la esencia de la definición del totalitarismo dadapor este autor, que es quien ha introducido este término?[320] Y cuando estima que«la producción de opiniones en masa es el corolario de la producción de bienes enmasa», de donde resulta que «el prejuicio que la palabra propaganda ejerce todavíahoy sobre muchas mentes es completamente paralelo al prejuicio contra el controlde la industria y el comercio»,[321] ¿no hace realmente la apología de unaregimentación de la opinión pública al estilo de la practicada por los nazis?

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En su más reciente libro, Conditions of Peace, el profesor Carr responde con unaenérgica afirmativa a la pregunta con la que cerrábamos el capítulo anterior: «Lostriunfadores perdieron la paz, y la Rusia soviética y Alemania la ganaron, porquelos primeros continuaron predicando, y en parte aplicando, los en otro tiempoválidos pero hoy destructivos ideales de los derechos de las naciones y elcapitalismo de laissez-faire, mientras las últimas, consciente o inconscientementeimpulsadas por la corriente del siglo XX, se esforzaban por reconstruir el mundo enforma de unidades mayores sometidas a la planificación e intervencióncentralizadas.»[322] El profesor Carr hace completamente suyo el grito de guerra alemán de larevolución socialista del Este contra el Occidente liberal dirigida por Alemania: «larevolución que comenzó en la última guerra, que ha sido la fuerza impulsora detodo movimiento político importante en los últimos veinte años..., una revolucióncontra las ideas predominantes en el siglo XIX: democracia liberal,autodeterminación nacional y laissez-faire económico».[323] Como él mismo dice,con acierto, «fue casi inevitable que este desafío a las creencias del siglo XIXencontrase en Alemania, que jamás las compartió realmente, uno de sus más fuertesprotagonistas».[324] Con toda la fe fatalista de cualquier pseudo historiador desdeHegel y Marx, esta evolución se presenta como inevitable: «conocemos la direcciónen que el mundo se mueve, y, o cedemos a ella, o perecemos».[325] La convicción de la inevitabilidad de esta tendencia se basa, característicamente,en familiares falacias económicas: la presunta necesidad de una expansión generalde los monopolios como consecuencia del desarrollo técnico, la pretendida «plétorapotencial» y todos los demás tópicos que aparecen en las obras de este tipo. Elprofesor Carr no es un economista, y su argumentación económica no soporta,generalmente, un serio examen. Pero ni esto, ni lo que de ello es característico, asaber: su creencia en el rápido decrecimiento de la importancia del factoreconómico en la vida social, le impiden basar sobre argumentos económicos todossus pronósticos sobre las inevitables tendencias, o presentar como principaldemanda para el futuro «la reinterpretación, en términos predominantementeeconómicos, de los ideales democráticos de “igualdad” y “libertad”».[326] El desprecio del profesor Carr por todas las ideas de los economistas liberales(que insiste en llamar ideas del siglo XIX, aunque sabe que Alemania «jamás lascompartió realmente» y que ya practicaba en aquel siglo la mayoría de losprincipios que él propugna ahora) es tan profundo como el de cualquiera de losescritores alemanes citados en el capítulo anterior. Incluso se apropia la tesisalemana, engendrada por Friedrich List, según la cual el librecambio es una políticadictada tan sólo por los especiales intereses de Inglaterra en el siglo XIX y sólo paraellos adecuada.[327] Ahora, sin embargo, «la obtención artificial de un cierto gradode autarquía es condición necesaria de una existencia social ordenada».[328]

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Lograr el «retorno a un comercio mundial más disperso y generalizado... por una“remoción de las barreras comerciales” o resucitando los principios del laissez-fairedel siglo XIX», es «inimaginable».[329] ¡El futuro pertenece alGrossraumwirtschaft del tipo alemán: «el resultado que deseamos sólo puedelograrse por una deliberada reorganización de la vida europea tal como Hitler la haemprendido»![330] Después de todo esto es difícil sorprenderse por encontrar una característicasección, titulada «Las funciones morales de la guerra», donde el profesor Carrcondesciende a compadecerse de «las personas ingenuas (especialmente en lospaíses de habla inglesa) que, impregnadas de la tradición del siglo XIX, persisten enconsiderar la guerra como algo sin sentido y desprovisto de finalidad», y se recreaen el «sentimiento de significación y finalidad » que la guerra, «el más poderosoinstrumento de solidaridad social», crea.[331] Todo esto es muy familiar; pero noes en las obras de los universitarios ingleses donde uno esperaba encontrar estasopiniones. Quizás no hayamos prestado bastante atención a un rasgo de la evoluciónintelectual de Alemania durante los últimos cien años, que ahora, en una forma casiidéntica, hace su aparición en Inglaterra: la agitación de los hombres de ciencia enfavor de una organización «científica» de la sociedad. El ideal de una sociedadorganizada «de cabo a rabo» desde arriba fue fomentado considerablemente enAlemania por la singular influencia que a sus especialistas científicos y técnicos seles permitió ejercer en la formación de las opiniones sociales y políticas. Pocaspersonas recuerdan que en la historia moderna de Alemania los profesores políticoshan desempeñado un papel comparable al de los abogados políticos enFrancia.[332] La influencia de estos hombres de ciencia políticos no se inclinó amenudo, en los últimos años, hacia el lado de la libertad. La «intolerancia de larazón», tan visible con frecuencia en el especialista científico, la intransigencia conlos métodos del hombre ordinario, tan característica del técnico, y el desprecio haciatodo lo que no ha sido organizado conscientemente de acuerdo con un modelocientífico, por unas inteligencias superiores, fueron fenómenos familiares durantegeneraciones en la vida pública alemana, antes de adquirir importancia enInglaterra. Y quizá ningún otro país proporcione mejor que Alemania, entre 1840 y1940, una ilustración de los efectos que sobre una nación ocasiona eldesplazamiento general y completo de la mayor parte de su sistema educativo desdelas «humanidades» a las «realidades».[333] La facilidad con que, en definitiva, con escasas excepciones, los universitarios yhombres de ciencia alemanes se colocaron al servicio de los nuevos gobernantes esuno de los espectáculos más deprimentes y bochornosos de la historia entera delascenso del nacionalsocialismo.[334] Es bien sabido que precisamente los hombresde ciencia y los ingenieros, que habían pretendido tan ruidosamente ser los

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dirigentes en la marcha hacia un mundo nuevo y mejor, se sometieron másfácilmente que casi ninguna otra clase a la nueva tiranía.[335] El papel que han desempeñado los intelectuales en la transformación totalitariade la sociedad lo anticipó proféticamente en otro país Julien Benda, cuya Trahisondes clercs cobra nueva significación cuando se relee ahora, quince años después deescrita.[336] Hay especialmente un pasaje en esta obra que merece ser muymeditado y recordado cuando venimos a considerar ciertos casos de excursión delos científicos británicos al campo de la política. Es el pasaje en que Benda habla de«la superstición de considerar a la ciencia competente en todos los dominios,incluso el de la moral; superstición que, repito, es un producto del siglo XIX. Quedapor averiguar si quienes enarbolan esta doctrina creen en ella, o si deseansimplemente otorgar el prestigio de una apariencia científica a las pasiones delcorazón, que ellos saben perfectamente que no son sino pasiones. Es de notar que eldogma según el cual la Historia obedece a leyes científicas lo predican, sobre todo,los partidarios de la autoridad arbitraria. Es muy natural, porque elimina las dosrealidades que más odian ellos, a saber: la libertad humana y la actuación históricadel individuo.»[337] Ya hemos tenido ocasión de mencionar un producto inglés de esta especie, unaobra en donde, sobre un fondo marxista, se combina la idiosincrasia característicadel intelectual totalitario y el odio a casi todo lo que distingue a la civilizacióneuropea desde el Renacimiento con el aplauso a los métodos de la Inquisición.[338] No deseamos considerar aquí un caso tan extremo, y tomaremos una obra que esmás representativa y ha alcanzado extensa publicidad. El librito del Dr.C.H.Waddington, bajo el característico título de La actitud científica, es muy buenejemplo de un tipo de literatura que patrocina activamente el influyente semanarioNature, y que combina las demandas de un mayor poder político para los hombresde ciencia con una defensa ardiente de la «planificación » en gran escala[339] Aunque no tan franco en su desprecio por la libertad como Mr. Crowther,difícilmente es más tranquilizador el doctor Waddington. Difiere de la mayoría delos escritores del mismo tipo en que ve claramente e incluso destaca que lastendencias que describe y defiende conducen inevitablemente a un sistematotalitario. Y, sin embargo, le resulta al parecer preferible a la, según él, «feroz jaulade monos que es la civilización presente».[340] La pretensión del Dr.Waddington, según la cual el hombre de ciencia estácalificado para dirigir una sociedad totalitaria, se basa principalmente en su tesis deque «la ciencia puede formular juicios éticos sobre la conducta humana »:pretensión que, en la elaboración del Dr.Waddington, ha recibido de Natureconsiderable publicidad.[341] Por lo demás, es una tesis familiar desdehace muchotiempo a los científicos políticos alemanes, que ha sido justamente destacada por J.Benda.[342] Para ilustración de lo que significa, no necesitamos salirnos del libro

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del Dr.Waddington. La libertad, explica, «es un concepto cuya discusión resultamuy dificultosa para el hombre de ciencia, en parte porque no está convencido deque, en último análisis, exista tal cosa».[343] Nos dice, sin embargo, que la«ciencia reconoce» esta y aquella libertad, pero que «la libertad de ser singular ydistinto de su vecino no es... un valor científico ».[344] ¡Al parecer, las«prostituidas humanidades», acerca de las cuales el doctor Waddington tienemuchas cosas desfavorables que decir, nos han engañado gravemente enseñándonosla tolerancia![345] Conforme a lo que es costumbre encontrar en esta clase de literatura, cuando estelibro sobre la «actitud científica» llega a las cuestiones económicas y sociales escualquier cosa menos científico. Encontramos de nuevo todos los familiares clichésy generalizaciones sin base acerca de la «plétora potencial» y de la inevitabletendencia hacia el monopolio; pero cuando se examinan las «mejores autoridades»,citadas en apoyo de estas afirmaciones, resultan ser, en su mayor parte, folletospolíticos de dudosa reputación científica, mientras que los estudios serios sobre losmismos problemas son característicamente despreciados.[346] Como en casi todas las obras de este tipo, las convicciones del Dr.Waddingtonestán determinadas principalmente por su aceptación de las «tendencias históricasinevitables» que se supone ha descubierto la ciencia y que él deriva de «la filosofíaprofundamente científica» del marxismo, cuyas nociones básicas son «casi, si nocompletamente, idénticas a las que constituyen el fundamento de la visión científicade la naturaleza»[347] y cuya «aptitud para enjuiciar» supera, nos dice elDr.Waddington, a todo lo precedente.[348] Y aunque el Dr.Waddington encuentra«difícil negar que en Inglaterra se vive ahora peor» que en 1913,[349] prevé unsistema económico que «será centralizado y totalitario, en el sentido de que todoslos aspectos del desarrollo económico, dentro de grandes regiones, seránconscientemente planificados como un conjunto integral».[350] Pero en apoyo desu fácil optimismo sobre la posibilidad de mantener la libertad de pensamiento eneste sistema totalitario, su «actitud científica» no encuentra mejor recurso que laconvicción de que «tiene que haber testimonios muy valiosos en el campo deciertas cuestiones que se comprenden sin necesidad de ser un especialista», talescomo, por ejemplo, la de si es posible «combinar el totalitarismo con la libertad depensamiento».[351] Un examen más completo de las diversas tendencias totalitarias en Inglaterradebería prestar considerable atención a los varios intentos de crear alguna especiede socialismo de la clase media, que presentan un alarmante parecido, desconocidosin duda para sus autores, con las tendencias semejantes en la Alemaniaprehitleriana.[352] Si nos ocupáramos aquí expresamente de los movimientospolíticos, tendríamos que considerar las nuevas organizaciones como el movimientode la «Forward March» o «Common Wealth», de Sir Richard Acland, el autor de

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Unser Kampf, o las actividades del «Comité de 1941», de Mr. J.B. Priestley, que enun tiempo estuvo asociado con el primero.[353] Pero aunque sería imprudenciadespreciar el significado sintomático de fenómenos como éstos, difícilmente puedenser contados entre las fuerzas políticas importantes. Aparte de las influenciasintelectuales que hemos ilustrado con dos ejemplos, el impulso del movimientohacia el totalitarismo proviene principalmente de los dos grandes grupos deintereses: el capital organizado y el trabajo organizado. Probablemente, la mayoramenaza de todas está en el hecho de apuntar en la misma dirección la política deestos dos grupos, los más poderosos. Lo hacen a través de su común y a menudo concertado apoyo a la organizaciónmonopolista de la industria, y esta tendencia es el mayor peligro inmediato. Si bienes cierto que no hay razón para creer que este movimiento sea inevitable, apenaspuede dudarse que, si continuamos por el camino que hemos venido pisando,acabaremos en el totalitarismo. Este movimiento, por lo demás, está deliberadamente planeado, sobre todo porlos organizadores capitalistas de monopolios, que son, por ello, una de lasprincipales fuentes de este peligro. Su responsabilidad no se reduce por el hecho deno ser su objetivo un sistema totalitario, sino más bien una especie de sociedadcorporativa, donde las industrias organizadas aparecerían como «estamentos»semiindependientes y autónomos. Pero son tan cortos de vista como lo fueron suscolegas alemanes al suponer que se les permitiría, no sólo crear este sistema, sinotambién dirigirlo durante algún tiempo. Las decisiones que los directores de unaindustria así organizada tendrían que tomar constantemente son de las que ningunacolectividad dejaría mucho tiempo en manos de particulares. Un Estado queconsienta el desarrollo de tan enormes agregaciones de poder no puede soportar queeste poder quede enteramente bajo el dominio privado.No es menos ilusorio creerque en estas condiciones se consienta a los empresarios gozar largo tiempo de laposición de favor que en una sociedad en régimen de competencia está justificadapor el hecho de ser sólo unos cuantos los que alcanzan el éxito, en cuya persecuciónson muchos los que corren los riesgos.No es para sorprender que los empresariosquisieran disfrutar los altos ingresos que en una sociedad en régimen decompetencia ganan los que, de entre ellos, tienen éxito,y a la vez gozar la seguridaddel funcionario público. En tanto exista un amplio sector de industria privada junto aotro dirigido por el Estado, es probable que un gran talento industrial consigasueldos altos, incluso en posiciones muy seguras. Pero si los empresarios puedenver confirmadas sus aspiraciones durante un periodo de transición, no transcurrirámucho tiempo antes de que se encuentren,como les sucedió a sus colegas alemanes,con que ya no son los dueños, sino que tienen que contentarse, en todos losaspectos, con el poder y los emolumentos que el gobierno quiera concederles. A menos que la argumentación de este libro haya sido muy mal interpretada, el

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autor no se hará sospechoso de ternura hacia los capitalistas si subraya aquí que,con todo sería un error inculpar del moderno movimiento hacia el monopolioexclusiva o principalmente a aquella clase. Su tendencia en esta dirección, ni esnueva ni por sí podría llegar a ser, probablemente, un poder formidable. La fatalidadfue que lograron asegurarse la ayuda de otros grupos en número cada vez mayor, ycon su apoyo obtuvieron la protección del Estado. En cierta medida, los monopolistas han ganado esta protección, o permitiendo aotros grupos participar en sus ganancias,o, quizás más frecuentemente,persuadiéndolos de que la formación de monopolios convenía al interéspúblico.Pero el cambio en la opinión pública, que, por su influjo sobre lalegislación y la jurisprudencia,[354] ha sido el factor más importante en estaevolución, es sobre todo el resultado de la propaganda que contra la librecompetencia han realizado las izquierdas. Con mucha frecuencia, incluso lasmedidas dirigidas contra los monopolistas no han servido, de hecho, más que parareforzar el poder del monopolio. Toda participación en las ganancias del monopolio,sea en favor de grupos particulares o del Estado mismo, tiende a crear nuevosinteresados, que contribuirán a reforzar el monopolio. Un sistema en el que ampliosgrupos privilegiados se benefician de las ganancias del monopolio puede serpolíticamente mucho más peligroso,y allí el monopolio es ciertamente máspoderoso, que otro sistema donde los beneficios vayan a unos cuantos. Pero aunquedebía ser evidente que, por ejemplo, los altos salarios que puede pagar elmonopolista son tanto el resultado de la explotación como una ventaja para élmismo, y sin duda empobrecerán, no sólo a todos los consumidores, sino aún más alos restantes asalariados, lo cierto es que, no ya los beneficiados de ello, sino elpúblico, acepta ahora generalmente la capacidad para pagar altos salarios como unargumento legítimo en favor del monopolio.[355] Hay serias razones para dudar si, aun en los casos en que el monopolio esinevitable, el mejor camino para dominarlo consiste en ponerlo en manos delEstado. Si sólo fuera cuestión de una industria, podría ser así. Pero cuando se tratade numerosas industrias monopolistas diversas, mucho puede decirse en favor dedejarlas en diferentes manos particulares antes que combinarlas bajo el controlúnico del Estado. Aunque los transportes por ferrocarril, carretera y aire, o elsuministro de gas y electricidad fueran todos monopolios inevitables, el consumidorestá indiscutiblemente en una posición mucho más fuerte si permanecen comomonopolios separados que si son «coordinados » bajo un control central. Elmonopolio privado casi nunca es completo y aún más raramente de larga duración ocapaz de despreciar la competencia potencial. Pero un monopolio de Estado essiempre un monopolio protegido por el Estado, protegido a la vez contra lacompetencia potencial y contra la crítica eficaz. En la mayor parte de los casossignifica que se ha dado a un monopolio temporal el poder para asegurar suposición indefinidamente; un poder que, sin duda, será utilizado. Cuando el poder

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que debe frenar y controlar el monopolio llega a interesarse en el amparo y defensade sus administradores, cuando el remedio por el gobierno de un abuso significaadmitir su responsabilidad en ello, y cuando la crítica de las actividades delmonopolio significa una crítica del gobierno, poca esperanza puede ponerse en queel monopolio esté al servicio de la comunidad. Un Estado que se enredase porcompleto en la dirección de empresas monopolistas poseería un poder aplastantesobre el individuo, pero, sin embargo, sería un Estado débil en cuánto a su libertadpara formular una política. El mecanismo del monopolio se identifica con elmecanismo del Estado,y el propio Estado se identifica más y más con los interesesde quienes manejan las cosas y menos con los del pueblo en general. Lo probable es que, allí donde el monopolio sea realmente inevitable, un fuertecontrol del Estado sobre los monopolios privados, método que solían preferir losamericanos, ofrezca más probabilidades de resultados satisfactorios, si es mantenidocon continuidad, que la gestión directa por el Estado. Al menos parece ser así si elEstado impone una rigurosa intervención del precio, que no consienta espacio parabeneficios extraordinarios de los que puedan participar quienes no sean losmonopolistas. Incluso si esto tuviera por efecto (como ha sucedido a veces con losservicios públicos americanos) que los servicios de las industrias monopolistasfuesen menos satisfactorios de lo que podrían resultar, sería un precio barato por unfreno eficaz de los poderes del monopolio. Personalmente, yo preferiría con muchotener que soportar alguna ineficiencia de esta clase que ver intervenidos todos loscaminos de mi vida por el monopolio organizado. Este método de tratar elmonopolio, que rápidamente podría hacer de la posición del monopolista la menoselegible entre todas las posiciones de empresario, podría contribuir tanto comocualquier otra cosa a reducir el monopolio a las esferas en donde es inevitable y aestimular la invención de sustitutivos que pudieran hacerle la competencia. ¡Bastaríaconvertir otra vez la posición del monopolista en cabeza de turco de la políticaeconómica para que sorprendiese la rapidez con que la mayoría de los empresarioscapaces redescubriera su gusto por el aire saludable de la competencia! El problema del monopolio no sería tan difícil como es si sólo tuviéramos quecombatir al monopolio del capitalista. Pero, como se ha dicho antes, el monopolioha llegado a ser el peligro que es, no por los esfuerzos de unos cuantos capitalistasinteresados, sino por el apoyo que éstos han obtenido de quienes recibieronparticipación en sus ganancias y de aquellos otros,mucho más numerosos, a quienespersuadieron de que ayudando al monopolio contribuían a la creación de unasociedad más justa y ordenada. El fatal punto crítico en la evolución moderna seprodujo cuando el gran movimiento que sólo podía servir a sus fines originariosluchando contra todo privilegio, el movimiento obrero, cayó bajo la influencia delas doctrinas contrarias a la libre competencia y se vio él mismo mezclado en laspugnas por los privilegios. El crecimiento reciente del monopolio es en gran parte elresultado de una deliberada colaboración del capital organizado y el trabajo

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organizado, gracias a la cual los grupos obreros privilegiados participan de losbeneficios del monopolio a expensas de la comunidad y particularmente a expensasde los más pobres: los empleados en las industrias peor organizadas y lostrabajadores en paro. Uno de los más tristes espectáculos de nuestro tiempo es ver a un granmovimiento democrático favoreciendo una política que tiene que conducir a ladestrucción de la democracia y que, mientras tanto, sólo puede beneficiar a unaminoría de las masas que le secundan.[356] Y, sin embargo, es esta ayuda de lasizquierdas a las tendencias en pro del monopolio lo que hace tan irresistible a éste ytan oscuras las perspectivas del futuro. En tanto los partidos obreros continúenayudando a la destrucción del único orden bajo el cual se aseguró, por lo menos, acada trabajador un cierto grado de independencia y libertad, poca esperanza puedequedar para el futuro. Los dirigentes obreros, que ahora anuncian con tanto ruidohaber «acabado de una vez y para siempre con el absurdo sistema de la librecompetencia»[357] , están proclamando el ocaso de la libertad del individuo. Nohay más opciones que el orden gobernado por la disciplina impersonal del mercadoo el dirigido por la voluntad de unos cuantos individuos; y los que se entregan a ladestrucción del primero ayudan, lo quieran o no, a crear el segundo. Aunquealgunos trabajadores quizá estarían mejor alimentados en aquel nuevo orden, ytodos estarían, sin duda, más uniformemente vestidos, cabe dudar que la mayoría delos trabajadores ingleses diera al cabo las gracias a sus dirigentes intelectuales porel regalo de una doctrina socialista que compromete su libertad personal. Para todo el que esté familiarizado con la historia de los grandes paísescontinentales en los últimos veinticinco años, el estudio del reciente programa delLabour Party, empeñado en la creación de una «sociedad planificada», es la másdesalentadora experiencia. A «todo intento de restaurar la Gran Bretaña tradicional»se opone un plan que, no sólo en sus líneas generales, sino en los detalles, e inclusoen el lenguaje, es indistinguible de los sueños socialistas que dominaron lasdiscusiones alemanas de hace veinticinco años. Se han tomado materialmente de laideología alemana, no sólo peticiones como la contenida en la resolución, adoptadapor iniciativa del profesor Laski, de exigir el mantenimiento en tiempo de paz delas «medidas de control oficial requeridas para la movilización de los recursosnacionales en la guerra», sino todos los característicos tópicos, tales como el de la«economía equilibrada», que el profesor Laski pide ahora para Gran Bretaña, o el«consumo comunitario », hacia el cual debe dirigirse centralizadamente laproducción. Hace veinticinco años había quizá alguna excusa para mantener la cándidacreencia en «que una sociedad planificada puede ser una sociedad mucho más libreque con el sistema de competencia basado en el laissez-faire, al que viene areemplazar».[358] Pero verla sostenida otra vez, después de veinticinco años de

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experiencia y de la revisión de las viejas creencias provocada por esta experienciamisma, en el momento en que estamos luchando contra los resultados de aquellasmismas doctrinas, es más trágico de lo que puede expresarse con palabras. Eldecisivo cambio acaecido en nuestro tiempo y la fuente de mortal peligro para todolo que un liberal tiene por valioso está en que el gran partido que en el Parlamentoy en la opinión pública ha sustituido en gran medida a los partidos progresistas delpasado se haya alineado con lo que, a la luz de toda la evolución anterior, tiene queconsiderarse como un movimiento reaccionario. Que los avances del pasado se veanamenazados por las fuerzas tradicionalistas de la derecha es un fenómeno de todoslos tiempos que no debe alarmarnos. Pero si el puesto de la oposición, tanto en ladiscusión pública como en el Parlamento, terminase por ser el monopolio de unsegundo partido reaccionario, no se podría conservar ninguna esperanza.

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Capítulo XIVCondiciones materiales y fines ideales

¿Es justo o razonable que la mayoría de las voces, oponiéndose a laprincipal razón de ser del Estado, deban esclavizar a la minoría quequiera ser libre? Más justo es, sin duda, que, si resultase forzoso, losmenos obliguen a los más a permanecer libres, lo cual no puedetraerles daño, y no que los más, para satisfacción de su vileza, fuercenperniciosamente a los menos a ser sus compañeros de esclavitud. Losque no pretenden sino su propia y justa libertad tienen siempre elderecho a ganarla, cuando quiera que tengan poder,por numerosas quesean las voces que se les opongan. John Milton[359] Agrada a nuestra generación imaginarse que concede menos peso que sus padreso sus abuelos a las consideraciones económicas. El «Final del Hombre Económico»promete ser uno de los mitos directores de nuestra época.[360] Antes de aceptaresta pretensión o considerar estimable el cambio, tenemos que investigar un pocomás lo que haya de verdad en ello. Cuando consideramos las demandas dereconstrucción social que más apremiantemente se solicitan, resulta que son casitodas de carácter económico.Hemos visto ya que la «reinterpretación en términoseconómicos» de los ideales políticos del pasado, a saber, la libertad, la igualdad y laseguridad, es una de las principales demandas planteadas por quienes, a la vez,proclaman el final del hombre económico. Tampoco puede dudarse mucho que ensus creencias y aspiraciones los hombres se gobiernan hoy más que nunca pordoctrinas económicas, por la idea, cuidadosamente fomentada, de la irracionalidadde nuestro sistema económico, por las falsas afirmaciones acerca de la «plétora

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potencial», por pseudoteorías acerca de la inevitable tendencia hacia el monopolio ypor las impresiones, nacidas de algunos acontecimientos muy difundidos, talescomo la destrucción de las existencias de materias primas o la supresión temporalde inventos, condenando a la libre competencia como causante de todo ello, aunqueson precisamente estas cosas las que no pueden suceder bajo la libre competencia ysólo son posibles en el monopolio y, generalmente, en el monopolio favorecido porel Estado.[361] En un sentido diferente, empero, es cierto sin duda que nuestra generación estámenos dispuesta a obedecer a consideraciones económicas que lo estuvieron suspredecesoras. Se muestra decididamente más reacia a sacrificar a lo que se llamanargumentos económicos cualquiera de sus demandas, se impacienta y opone antecualquier restricción de sus ambiciones inmediatas y no está dispuesta a doblegarseante las necesidades económicas. Lo que distingue a nuestra generación no es en modo alguno el desprecio delbienestar material o ni siquiera un menor deseo de él, sino, por el contrario, lanegativa a reconocer cualquier obstáculo, cualquier conflicto con otros fines quepudiera impedir el logro de sus propios deseos. «Economofobia» sería unaexpresión más correcta para describir esta actitud que el doblemente equívoco «finaldel hombre económico», el cual sugiere un cambio a partir de una situación quejamás ha existido y en una dirección en la que no nos movemos. El hombre hallegado a odiar las fuerzas impersonales a las que en el pasado se sometió y arebelarse contra ellas porque a menudo han frustrado sus esfuerzos individuales. Esta rebeldía es ejemplo de un fenómeno mucho más general, de una nuevarepugnancia a someterse a cualquier norma o necesidad cuya razón de ser el hombreno comprenda. Se hace sentir en muchos ámbitos de la vida, especialmente en el dela moral, y es con frecuencia una actitud elogiable. Pero hay ámbitos en los que nopuede satisfacerse plenamente esta apetencia de lo inteligible y donde, a la vez, lanegativa a someterse a algo que no podemos comprender tiene que conducir a laruina de nuestra civilización. Aunque es natural que, conforme el mundo en tornose nos hace más complejo, crezca nuestra resistencia contra las fuerzasincomprensibles para nosotros que interfieren constantemente con nuestrasesperanzas y planes individuales, es precisamente en estas circunstancias cuandodecrece para todos la posibilidad de un pleno conocimiento de tales fuerzas. Unacivilización compleja como la nuestra se basa necesariamente sobre la acomodacióndel individuo mismo a cambios cuya causa y naturaleza no puede comprender. Porqué poseerá más o menos, por qué tendrá que cambiar de ocupación, por qué le serádifícil obtener algunas cosas que desea más que otras; todo ello estará siempreligado a tal multitud de circunstancias, que ninguna mente aislada será capaz decomprenderlo.O, todavía peor, los afectados dirigirán todos sus reproches hacia unaobvia causa inmediata y evitable, mientras que las interrelaciones más complejas

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que determinan el cambio quedarán ineludiblemente ocultas para ellos. El mismojefe de una sociedad completamente planificada, si desease dar una adecuadaexplicación a alguien acerca de por qué tiene que ser desplazado a otro empleo, opor qué tiene que variarse su remuneración, no podría hacerlo del todo sin explicary defender su plan entero; lo que significa, por lo demás, que no podría explicarlosino a unos pocos. Fue la sumisión de los hombres a las fuerzas impersonales del mercado lo que enel pasado hizo posible el desarrollo de una civilización que de otra forma no sehabría alcanzado. Sometiéndonos así, hemos contribuido día tras día a construir algoque es más grande de lo que cualquiera de nosotros puede comprender plenamente.No importa que en el pasado lo que hicieron los hombres fue someterse a creenciasque algunos consideran hoy como supersticiones: a un religioso espíritu dehumildad o a un exagerado respeto por las toscas enseñanzas de los primeroseconomistas. Lo decisivo está en que es infinitamente más difícil comprenderracionalmente la necesidad de someterse a fuerzas cuya acción no podemos seguiren su detalle, que acatarlas por el humilde temor que la religión, o incluso el respetohacia las doctrinas de la economía, inspiren.Aun simplemente para mantener nuestracompleja civilización presente, sería necesario que todos los seres humanosestuviesen dotados de una inteligencia infinitamente superior a la que ahora poseen,si nadie hubiese de hacer cosas cuya necesidad no se le alcanzase. La negativa asometernos a fuerzas que ni entendemos ni podemos reconocer como decisionesconscientes de un ser inteligente es el producto de un incompleto y, por tanto,erróneo racionalismo. Es incompleto porque no acierta a comprender que lacoordinación de los variados esfuerzos individuales en una sociedad compleja tieneque tener en cuenta hechos que ningún individuo puede dominar totalmente.Y noacierta a ver que, si no ha de ser destruida esta compleja sociedad, la únicaalternativa al sometimiento a las fuerzas impersonales y aparentemente irracionalesdel mercado es la sumisión a un poder igualmente irrefrenable y, por consiguiente,arbitrario, de otros hombres. En su ansiedad por escapar a las enojosas restriccionesque siente ahora, el hombre no advierte que las nuevas prohibiciones autoritariasque habrían de imponerse deliberadamente en lugar de aquéllas serían aún máspenosas. Quienes arguyen que hemos aprendido a dominar hasta un grado asombroso lasfuerzas de la Naturaleza, pero que estamos lastimosamente atrasados en el usoeficaz de las posibilidades de colaboración social, tienen toda la razón en cuanto alo que esta afirmación dice. Pero se equivocan cuando llevan la comparación másallá y argumentan que debemos aprender a dominar las fuerzas de la Sociedad de lamisma manera que lo hemos hecho con las fuerzas de la Naturaleza. Eso no es sóloel camino del totalitarismo, sino el de la ruina de nuestra civilización y una víacierta para impedir todo progreso futuro. Quienes esto demandan muestran, por suspropias demandas, que todavía no han comprendido hasta qué punto la mera

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conservación de todo lo que hemos logrado depende de la coordinación de losesfuerzos individuales mediante fuerzas impersonales. Tenemos que volver nuevamente al punto crucial: que la libertad individual no sepuede conciliar con la supremacía de un solo objetivo al cual debe subordinarsecompleta y permanentemente la sociedad entera. La única excepción a la regla deque una sociedad libre no puede someterse a un solo objetivo la constituyen laguerra y otros desastres temporales, circunstancias en las que la subordinación decasi todo a la necesidad inmediata y apremiante es el precio por el cual se preservaa la larga nuestra libertad. Esto explica también por qué son tan equívocas tantas delas frases de moda respecto a la aplicación con fines de paz de lo que hemosaprendido a hacer con fines de guerra: es razonable sacrificar temporalmente lalibertad para hacerla más segura en el futuro; pero no puede decirse lo mismo de unsistema propuesto como organización permanente. A ningún propósito singular debe atribuirse en la paz una preferencia absolutasobre los demás, y esto vale incluso para aquel objetivo que por el común consensoocupa ahora el primer lugar: la supresión del paro. Sin duda, éste tiene que ser elobjetivo de nuestros mayores esfuerzos; pero aun así, ello no significa que se debapermitir a esta finalidad que nos domine hasta excluir toda otra cosa; que, según eldicho irreflexivo, deba lograrse «a cualquier precio». Es, en efecto, en este campodonde la fascinación de vagas pero populares frases, como la «plena ocupación»,puede muy bien conducir a medidas extremadamente miopes, y donde el categóricoe irresponsable «tiene que hacerse a toda costa», de los idealistas ingenuos, esprobable que ocasione el mayor daño. Es de la máxima importancia que nos acerquemos con los ojos abiertos a la tareaque en este campo habrá de afrontarse después de la guerra, y que nos hagamoscargo lúcidamente de qué es lo que cabe lograr. Uno de los rasgos dominantes de lasituación al término de la guerra lo constituirán los cientos de miles de hombres ymujeres que por las especiales necesidades del conflicto habrán sido atraídos atareas especializadas en las que, durante la guerra, han conseguido ganar salariosrelativamente altos. En muchos casos no habrá posibilidad de mantener empleado almismo número de personas en estas particulares industrias. Será de una necesidadurgente transferir gran número de personas a otros oficios, y muchas de ellasencontrarán que el trabajo que pueden realizar no está tan bien remunerado como suempleo durante la guerra. Ni siquiera la readaptación, que sin duda deberásuministrarse en una liberal escala, puede enteramente dominar este problema.Quedará todavía mucha gente que, si hubiera de ser pagada de acuerdo con lo quesus servicios valdrán entonces para la sociedad, bajo cualquier sistema tendrá quecontentarse con una reducción de su posición material comparada con la de otros. Si entonces los sindicatos obreros se oponen con éxito a toda reducción de lossalarios de los grupos particulares en cuestión, sólo quedarán abiertas dos

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alternativas: o habrá de usarse la coerción, es decir, tendrá que seleccionarse aciertas personas para su transferencia obligatoria a otras posiciones relativamentepeor pagadas, o habrá que consentir que quienes no pueden ser empleados por mástiempo con los salarios comparativamente altos que han ganado durante la guerraqueden sin empleo hasta que estén dispuestos a aceptar una ocupación con unsalario relativamente más bajo. Este problema surgiría en una sociedad socialista nomenos que en cualquier otra, y la gran mayoría de los trabajadores no se mostraría,probablemente, más inclinada a garantizar a perpetuidad los salarios presentes aquienes fueron llevados a empleos extraordinariamente bien pagados por lasespeciales necesidades de la guerra. Una sociedad socialista usaría sin duda lacoerción en este caso. Lo que aquí nos interesa es que, si estamos determinados,cualquiera que sea el precio, a no permitir el paro y no estamos dispuestos a utilizarla coerción, nos veremos llevados a toda clase de desesperados expedientes,ninguno de los cuales puede traer una ayuda decisiva, pero todos ellos contribuirána estorbar gravemente el uso más productivo de nuestros recursos. Debe en especialseñalarse que la política monetaria no puede suministrar una cura real para estadificultad, si se exceptúa una general y considerable inflación suficiente para elevartodos los demás salarios y precios con respecto a aquellos que no pueden bajarse;inflación que, por lo demás, traería el resultado deseado, no de otro modo queefectuando encubiertamente aquella reducción de los salarios reales que no se pudollevar a cabo de manera directa. Pero elevar los demás salarios y rentas en unamagnitud suficiente para ajustar la posición del grupo considerado envolvería unaexpansión inflacionista de tal escala que las perturbaciones, dificultades e injusticiascausadas serían mucho mayores que las que se pretende curar. Este problema, que surgirá en forma particularmente aguda después de la guerra,es de los que siempre nos acompañarían en tanto que el sistema económico tengaque adaptarse por sí a cambios continuos. Siempre será posible alcanzar por mediode una expansión monetaria una máxima ocupación a corto plazo dando empleo atodas las gentes allí donde se encuentren. Mas no es sólo que para mantener estemáximo sea indispensable una progresiva expansión inflacionista, con el efecto dedetener aquellas redistribuciones de trabajadores entre las industrias exigidas por laalteración de las circunstancias; redistribuciones que, en tanto los trabajadorestengan libertad para elegir ocupación, se efectuarán con algún retraso y, porconsiguiente, causarán algún paro. Es que la política encaminada constantemente alograr el máximo de ocupación alcanzable por medios monetarios lleva a la postre ala destrucción segura de sus mismos propósitos. Tiende a bajar la productividad deltrabajo y, por consiguiente, incrementa constantemente la proporción de lapoblación trabajadora que sólo por fines artificiales puede mantenerse ocupada a lossalarios corrientes. Apenas puede dudarse que después de la guerra el acierto en la conducción denuestros asuntos económicos será aún más trascendental que antes y que la suerte

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de nuestra civilización dependerá finalmente de cómo resolvamos los problemaseconómicos que tengamos que afrontar. Al principio seremos pobres,verdaderamente pobres, y el problema de recuperar y mejorar nuestros nivelesanteriores puede de hecho resultar más difícil para Gran Bretaña que para otrosmuchos países. Si actuamos con prudencia, es casi seguro que mediante un durotrabajo y dedicando una considerable parte de nuestros esfuerzos a revisar y renovarnuestro equipo y organización industrial, en el curso de unos cuantos añosestaremos en condiciones de recuperar y hasta de rebasar el nivel que habíamosalcanzado. Pero esto exige que nos contentemos con no consumir entre tanto más delo que es posible sin perjudicar a la tarea de la reconstrucción, que unas esperanzasexageradas no creen mayores e irresistibles pretensiones y que consideremos másimportante usar nuestros recursos de la mejor manera y para los fines que mejorpuedan contribuir a nuestro bienestar que utilizarlos todos, pero de cualquiermanera.[362] Quizá no sea menos importante evitar que los intentos precipitadosde remediar la pobreza por una redistribución, en lugar de hacerlo por unincremento de nuestro ingreso, empobrezcan a amplias capas sociales hastaconvertirlas en enemigos decididos del orden político existente. No se debe olvidarnunca que un factor decisivo en el desarrollo del totalitarismo en el continenteeuropeo, que hasta ahora no ha aparecido en Inglaterra, fue la existencia de unaextensa clase media recientemente desposeída. Nuestras esperanzas de evitar el destino que nos amenaza tienen ciertamente quedescansar en gran parte sobre la idea de que podemos reanudar un rápido progresoeconómico, el cual, por bajo que pueda ser nuestro punto de partida, continuaráelevándonos.Y la principal condición para este progreso es que todos debemos estardispuestos a adaptarnos rápidamente a un mundo muy cambiado, que no debepermitirse que el respeto al nivel habitual de grupos particulares obstruya estaadaptación, y que debemos aprender a dirigir otra vez todos nuestros recursos adonde mejor contribuyan a que todos seamos más ricos. Los ajustes quenecesitaremos para recobrar y sobrepasar nuestros antiguos niveles de vida seránmayores que cualesquiera otros realizados en el pasado, y sólo si cada uno denosotros está dispuesto individualmente a obedecer a las necesidades de estereajuste, seremos capaces de atravesar un periodo difícil como hombres libres quepuedan elegir su propia forma de vida. Asegúrese por cualquier medio un mínimouniforme a todos; pero a la vez admitamos que con esta seguridad de un mínimobásico tienen que cesar todas las pretensiones de una seguridad privilegiada paraparticulares grupos y desaparecer todas las excusas que permitan a cualquier grupoexcluir de la participación en su relativa prosperidad a los recién llegados, a fin demantener para sí mismo un nivel especial. Puede parecer magnífico que se diga: «¡Al diablo la economía, y rehagamos unmundo decoroso!» Pero esto, de hecho, es pura irresponsabilidad. Con nuestromundo tal como está, convencidos todos de que las condiciones materiales deben

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ser mejoradas en todas partes, nuestra sola posibilidad de construir un mundodecoroso está en poder continuar mejorando el nivel general de la riqueza. Lo únicoque la democracia moderna no soportará sin deshacerse es una reducción sustancialde los niveles de vida en la paz o, ni siquiera, un estancamiento prolongado de lasituación económica. Los que admiten que las actuales tendencias políticas constituyen una seriaamenaza para nuestro porvenir económico y, a través de sus efectos económicos,ponen en peligro valores mucho más altos, están, sin embargo, dispuestos aengañarse a sí mismos y creer que estamos realizando sacrificios materiales paraalcanzar objetivos espirituales. Es, sin embargo, más que dudoso que los cincuentaaños de movimiento hacia el colectivismo hayan elevado nuestras normas morales oincluso que el cambio no nos haya llevado en la dirección opuesta. Aunque tenemosel hábito de enorgullecernos del aumento de sensibilidad de nuestra concienciasocial, no está en modo alguno claro que ello se justifique por la práctica de nuestraconducta individual. En el aspecto crítico, en su indignación por las iniquidades delorden social existente, nuestra generación sobrepasa, probablemente, a la mayoríade sus predecesoras. Pero es cosa muy diferente el efecto de esta actitud sobrenuestras normas positivas en el campo propio de la moral, es decir, en la conductaindividual, y sobre la firmeza de nuestra defensa de los principios morales contra lasconveniencias y exigencias del mecanismo social. En este campo, las cuestiones se han vuelto tan confusas que es necesarioretroceder a los fundamentos. Lo que nuestra generación corre el peligro de olvidarno es sólo que la moral es necesariamente un fenómeno de la conducta individual,sino, además, que sólo puede existir en la esfera en que el individuo es libre paradecidir por sí y para sacrificar sus ventajas personales ante la observancia de laregla moral. Fuera de la esfera de la responsabilidad individual no hay ni bondad nimaldad, ni oportunidad para el mérito moral, ni lugar para probar las conviccionespropias sacrificando a lo que uno considera justo los deseos personales. Sólocuando somos responsables de nuestros propios intereses y libres para sacrificarlos,tiene valor moral nuestra decisión. Ni tenemos derecho a ser altruistas a costa deotros, ni tiene mérito alguno ser altruista si no se puede optar. Los miembros de unasociedad a quienes, en todos los aspectos, se les hace hacer el bien, no tienenmotivo para alabarse. Como dijo Milton: «Si cada acción, buena o mala, de unhombre maduro estuviese sujeta a límite, prescripción o violencia, ¿qué sería lavirtud sino un nombre? ¿Qué alabanza merecerían las buenas obras? ¿Cómopremiar al sobrio, al justo o al puro?»[363] La única atmósfera en la que el sentido moral se desarrolla y los valores moralesse renuevan a diario en la libre decisión del individuo es la de libertad para ordenarnuestra propia conducta en aquella esfera en la que las circunstancias materiales nosfuerzan a elegir y de responsabilidad para la disposición de nuestra vida de acuerdo

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con nuestra propia conciencia. La responsabilidad, no frente a un superior, sinofrente a la conciencia propia, el reconocimiento de un deber no exigido porcoacción, la necesidad de decidir cuáles, entre las cosas que uno valora, han desacrificarse a otras y el aceptar las consecuencias de la decisión propia son laverdadera esencia de toda moral que merezca ese nombre. Es inevitable, e innegable a la vez, que en esta esfera de la conducta individual elcolectivismo ejerza un efecto casi enteramente destructivo.Un movimiento cuyaprincipal promesa consiste en relevar de responsabilidad[364] , no puede ser sinoantimoral en sus efectos, por elevados que sean los ideales a los que deba sunacimiento. ¿Puede dudarse que el sentimiento de la personal obligación en elremedio de las desigualdades, hasta donde nuestro poder individual lo permita, hasido debilitado más que forzado? ¿Que tanto la voluntad para sostener laresponsabilidad como la conciencia de que es nuestro deber individual saber elegirhan sido perceptiblemente dañadas? Hay la mayor diferencia entre solicitar que lasautoridades establezcan una situación deseable, o incluso someterse voluntariamentecon tal que todos estén conformes en hacer lo mismo, y estar dispuesto a hacer loque uno mismo piensa que es justo, sacrificando sus propios deseos y quizá frente auna opinión pública hostil. Mucho es lo que sugiere que nos hemos hechorealmente más tolerantes hacia los abusos particulares y mucho más indiferentes alas desigualdades en los casos individuales desde que hemos puesto la mirada en unsistema enteramente diferente, en el que el Estado lo enmendará todo. Hasta puedeocurrir, como se ha sugerido, que la pasión por la acción colectiva sea una manerade entregarnos todos, ahora sin remordimiento, a aquel egoísmo que, comoindividuos, habíamos aprendido a refrenar un poco. Lo cierto es que las virtudes menos estimadas y practicadas ahora —independencia, autoconfianza y voluntad para soportar riesgos, ánimo para mantenerlas convicciones propias frente a una mayoría y disposición para cooperarvoluntariamente con el prójimo— son esencialmente aquellas sobre las quedescansa el funcionamiento de una sociedad individualista. El colectivismo no tienenada que poner en su lugar,y en la medida en que ya las ha destruido ha dejado unvacío que no llena sino con la petición de obediencia y la coacción del individuopara que realice lo que colectivamente se ha decidido tener por bueno. La elecciónperiódica de representantes, a la cual tiende a reducirse cada vez más la opciónmoral del individuo, no es una oportunidad para contrastar sus normas morales, opara reafirmar y probar constantemente su ordenación de los valores y atestiguar lasinceridad de su profesión de fe mediante el sacrificio de los valores que coloca pordebajo en favor de los que sitúa más altos. Como las reglas de conducta desarrolladas por los individuos son la fuente dedonde la acción política colectiva obtiene sus normas morales, sería para sorprenderque el relajamiento de las reglas de la conducta individual fuera acompañado por

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una elevación de los niveles de la acción social. Es evidente que se han producidograndes cambios. Cada generación, por supuesto, pone más altos que suspredecesoras algunos valores y más bajos otros. ¿Cuáles son los fines que ocupanahora un lugar más bajo? ¿Cuáles son los valores que estamos ahora dispuestos aabandonar si entran en conflicto con otros? ¿Qué especies de valores figuran ahora,en la imagen del futuro ofrecida por los escritores y oradores populares, con menosrelieve que lo fueron en los sueños y esperanzas de nuestros padres? Cierto que no es el bienestar material, cierto que no es una elevación de nuestronivel de vida o la seguridad de una determinada situación en la sociedad lo quefigura más bajo. ¿Hay algún escritor u orador popular que se atreva a sugerir a lasmasas un sacrificio en sus aspiraciones materiales para favorecer una finalidadespiritual? ¿No se sigue enteramente el camino opuesto? ¿No son valores moralestodas las cosas que cada vez con más frecuencia enseñamos a considerar como«ilusiones del siglo XIX»: libertad e independencia, sinceridad y honestidadintelectual, paz y democracia y respeto por el individuo qua hombre en lugar deverlo solamente como miembro de un grupo organizado? ¿Cuáles son los polos fijos que ahora se miran como sacrosantos, que, ningúnreformador osaría tocar, pues son considerados como las fronteras inmutables quehan de respetarse en todo plan para el futuro? No son ya las libertades delindividuo, su libertad de movimiento y, raramente, la de expresión. Son los nivelesde vida protegidos de este o aquel grupo, su «derecho» a excluir a otros de lafacultad de proveer al prójimo con lo que éste necesita. La discriminación entremiembros y no miembros de los grupos cerrados, para no hablar de los nacionalesde diferentes países, se acepta cada vez más como cosa natural. Las injusticiasinfligidas a los individuos por la acción del Estado, en interés de un grupo, sondespreciadas con una indiferencia difícilmente distinguible de la insensibilidad, ylas mayores violaciones de los derechos más elementales del individuo, como lascontenidas en los traslados forzosos de poblaciones, son excusadas cada vez más amenudo incluso por gentes que se supone liberales. Todo esto indica con seguridad que nuestro sentido moral se ha embotado, másque agudizado. Cuando se nos recuerda, como sucede cada vez con más frecuencia,que no se pueden hacer tortillas sin romper huevos, lo cierto es que los huevos quese rompen son casi todos de aquella clase que hace una o dos generaciones seconsideraban como la base esencial de la vida civilizada. ¿Y qué atrocidadescometidas por las potencias con cuyos profesados principios simpatizan muchos denuestros llamados «liberales» no han sido fácilmente condonadas por éstos? Hay un aspecto en el cambio de los valores morales provocado por el avance delcolectivismo que ahora ofrece especial alimento para la meditación. Y es que lasvirtudes que cada vez se tienen menos en estima y que, consiguientemente, se vanenrareciendo son precisamente aquellas de las que más se enorgullecía, con justicia,

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el pueblo británico y en las que se le reconocía, generalmente, superioridad. Lasvirtudes que el pueblo británico poseía en un grado superior a casi todos los demáspueblos, exceptuando tan sólo algunos de los más pequeños, como el suizo y elholandés, fueron independencia y confianza en sí mismo, iniciativa individual yresponsabilidad local, eficaz predilección por la actividad voluntaria, consideraciónhacia el prójimo y tolerancia para lo diferente y lo extraño, respeto de la costumbrey la tradición y un sano recelo del poder y la autoridad. La energía, el carácter y loshechos británicos son, en una gran parte, el resultado del cultivo de lo espontáneo.Pero casi todas las tradiciones e instituciones en las que el genio moral británico haencontrado su expresión más característica y que, a su vez, han moldeado elcarácter nacional y el clima moral entero de Inglaterra, son aquellas que el avancedel colectivismo y sus inherentes tendencias centralizadoras están destruyendoprogresivamente. La perspectiva con un trasfondo extranjero es útil, a veces, para ver con másclaridad a qué circunstancias se deben las peculiares excelencias de la atmósferamoral de una nación.Y, si puede decirlo una persona que, diga lo que diga la ley,será siempre un extranjero, uno de los espectáculos más desalentadores de nuestrotiempo está en ver hasta qué punto algunas de las más preciadas cosas queInglaterra ha dado al mundo son despreciadas ahora por Inglaterra misma.Difícilmente comprende el inglés hasta qué punto difiere de la mayoría de losdemás pueblos por defender él, en medida mayor o menor, cualquiera que sea supartido, las ideas que, en su forma más pronunciada, se conocen por liberalismo.Comparados con casi todos los demás pueblos, hace sólo veinte años la mayoría delos ingleses eran liberales, por muy alejados que pudieran estar del partido liberal.Y aun hoy día, el inglés conservador o socialista, no menos que el liberal, que salgaal extranjero, aunque puede encontrar las ideas y los escritos de Carlyle o Disraeli,de los Webbs o H.G.Wells, sobremanera populares, lo será en círculos con los quetiene poco en común, entre nazis y otros totalitarios; pero si encuentra una islaintelectual donde viva la tradición de Macauley y Gladstone, de J.S. Mill o JohnMorley, hallará espíritus hermanos que «hablan la misma lengua», por mucho queél pueda diferir de los ideales que aquellos hombres concretamente defendían.[365] En ninguna parte se manifiesta tanto esta pérdida de fe en los valores específicosde la civilización británica, y en ninguna parte ha ejercido un efecto másentorpecedor para la prosecución de nuestro gran objetivo inmediato, como en lafatua ineficacia de casi toda la propaganda británica. El primer requisito para eléxito de la propaganda dirigida a otros países es el ufano reconocimiento de losvalores característicos y los rasgos distintivos por los que el país que la hace esconocido en los otros pueblos. La principal causa de la ineficacia de la propagandabritánica es que quienes la dirigen parecen haber perdido su propia fe en los valorespeculiares de la civilización inglesa o ignorar completamente los principales puntosen que ésta difiere de la de otras naciones. Los intelectuales de izquierdas, además,

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han adorado tanto tiempo a los dioses extranjeros, que parecen haberse hecho casiincapaces de ver algo bueno en las instituciones y las tradicionescaracterísticamente inglesas. Estos socialistas no admiten, por supuesto, que losvalores morales de los cuales se enorgullecen la mayoría de ellos mismos sean, engran parte, el producto de las instituciones que tratan de destruir.Mas, por desgracia,esta actitud no se confina a los socialistas declarados. Aunque tenía que esperarseque éste no fuese el caso de los ingleses cultos, menos habladores pero másnumerosos, si se juzga por las ideas que encuentran expresión en la discusiónpolítica ordinaria y la propaganda, parece haberse casi desvanecido el inglés que nosólo «habla la lengua que Shakespeare habló», sino que también «sostiene la fe y lamoral que Milton sostuvo».[366] Creer, por consiguiente, que la clase de propaganda producida con esta actitudpuede ejercer el efecto deseado sobre nuestros enemigos, y especialmente losalemanes, es un desatino fatal. Los alemanes conocen Inglaterra, no bien, quizá,pero lo suficiente para distinguir los valores tradicionales característicos de la vidabritánica y lo que ha provocado la creciente separación, durante las dos o tresúltimas generaciones, de las mentalidades de los dos países. Si deseamosconvencerlos, no sólo de nuestra sinceridad, sino también de que podemosofrecerles una alternativa real a la vía que han seguido, no será medianteconcesiones a su sistema de ideas. No debemos desilusionarlos con una añejareproducción de las ideas de sus padres, tomadas de ellos en préstamo; sea elsocialismo de Estado, la «Realpolitik», la planificación «científica» o elcorporativismo. No los persuadiremos siguiéndolos hasta la mitad del camino queconduce al totalitarismo. Si los mismos ingleses abandonan el ideal supremo de lalibertad y la felicidad del individuo; si implícitamente admiten que no vale la penaconservar su civilización y no se les ocurre nada mejor que seguir la senda por laque han marchado los alemanes, nada tienen que ofrecer. Para los alemanes, todoesto es simplemente un tardío reconocimiento de que los ingleses han equivocadopor completo el camino y que son ellos, los alemanes, quienes marchan hacia unmundo nuevo y mejor, por espantoso que pueda ser el periodo de transición. Losalemanes saben que sus propios ideales actuales y lo que ellos consideran todavíacomo la tradición británica son criterios de vida fundamentalmente opuestos eirreconciliables. Puede convencérseles de que el camino que eligieron eraequivocado; pero jamás les convencerá nadie de que los ingleses serán mejoresguías para la senda alemana. Menos que a nadie atraerá este tipo de propaganda a aquellos alemanes con cuyaayuda debemos contar en última instancia para reconstruir Europa, por ser susvalores los más próximos a los nuestros. Porque la experiencia los ha hecho másprudentes y pesimistas; han aprendido que ni las buenas intenciones ni laorganización eficiente pueden mantener el honor en un sistema donde se handestruido la libertad y la responsabilidad individuales. Lo que el alemán y el italiano

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que han aprendido la lección necesitan ante todo es protección contra el Estadomonstruo; no grandiosos proyectos de organización en una escala colosal, sinooportunidad pacífica y libre para construir una vez más su propio mundo en torno.Si podemos esperar el apoyo de algunos ciudadanos de los países enemigos, no esporque ellos crean que ser mandados por los británicos es preferible a ser mandadospor los prusianos, sino porque creen que en un mundo donde los ideales británicoshan triunfado serán menos mandados y se les dejará más en paz para conseguir suspropios designios. Si hemos de alcanzar la victoria en la guerra de ideologías y atraernos loselementos honrados de los países enemigos, tenemos ante todo que recobrar la fe enlos valores tradicionales que Inglaterra defendió en el pasado y el coraje moral paradefender vigorosamente los ideales que nuestros enemigos atacan. No ganaremosconfianza y apoyo con tímidas apologías y con seguridades de que nos estamosrápidamente reformando, ni con manifestaciones de estar buscando un compromisoentre los valores tradicionales ingleses y las nuevas ideas totalitarias. Lo que cuentano son las últimas mejoras efectuadas en nuestras instituciones sociales, quesignifican poco comparadas con las básicas diferencias de los dos opuestos criteriosde vida, sino nuestra resuelta fe en aquellas tradiciones que han hecho de Inglaterraun país de gentes libres y rectas, tolerantes e independientes.

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Capítulo XVLas perspectivas de un orden internacional

De todos los frenos a la democracia, la federación ha sido el máseficaz y el más adecuado... El sistema federal limita y restringe elpoder soberano, dividiéndolo y asignando al Estado solamente ciertosderechos definidos. Es el único método para doblegar, no sólo el poderde la mayoría, sino el del pueblo entero. Lord Acton[367] En ningún otro campo ha pagado el mundo tan caro el abandono del liberalismodel siglo XIX como en aquel donde comenzó la retirada: en las relacionesinternacionales. Sin embargo, sólo hemos aprendido una pequeña parte de la lecciónque la experiencia debió enseñarnos. Más todavía en ésta que en ninguna otracuestión, las opiniones comunes acerca de lo deseable y practicable son quizá de lasque pueden muy bien producir lo contrario de lo que prometen. La parte de la lección del pasado reciente que va siendo lenta y gradualmenteestimada es que muchos tipos de planificación económica, si se conducenindependientemente a escala nacional, provocan de manera inevitable un efecto

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global pernicioso, incluso desde un punto de vista puramente económico, y, además,serias fricciones internacionales. No es ya menester subrayar cuán pocas esperanzasquedan de armonía internacional o paz estable si cada país es libre para emplearcualquier medida que considere adecuada a su interés inmediato, por dañosa quepueda ser para los demás. En realidad, muchas formas de planificación económicasólo son practicables si la autoridad planificadora puede eficazmente cerrar laentrada a todas las influencias extrañas; así, el resultado de esta planificación esinevitablemente la acumulación de restricciones a los movimientos de personas ybienes. Menos obvios, pero no menos reales, son los peligros que para la paz surgen dela solidaridad económica artificialmente reforzada entre todos los habitantes de unpaís cualquiera, y de los nuevos bloques de intereses opuestos creados por laplanificación a escala nacional. No es ni necesario ni deseable que las fronterasnacionales marquen agudas diferencias en el nivel de vida, o que los miembros deuna colectividad nacional se consideren con derecho a una participación muydiferente en la tarta que la que les ha correspondido a los miembros de otrascolectividades. Si los recursos de cada nación son considerados como propiedadexclusiva del conjunto de ésta; si las relaciones económicas internacionales, de serrelaciones entre individuos pasan cada vez más a ser relaciones entre nacionesenteras, organizadas como cuerpos comerciales, inevitablemente darán lugar africciones y envidias entre los países. Una de las más fatales ilusiones es la de creerque con sustituir la lucha por los mercados o la adquisición de materias primas pornegociaciones entre Estados o grupos organizados se reduciría la friccióninternacional. Pero esto no haría sino sustituir por un conflicto de fuerza lo que sólometafóricamente puede llamarse la «lucha» de competencia, y transferiría a Estadospoderosos y armados, no sujetos a una ley superior, las rivalidades que entreindividuos tienen que decidirse sin recurrir a la fuerza. Las transaccioneseconómicas entre organismos nacionales, que son a la vez los jueces supremos desu propia conducta, que no se someten a una ley superior y cuyos representantes nopueden verse atados por otras consideraciones que el interés inmediato de susrespectivos países, han de terminar en conflictos de fuerza.[368] Si no hiciéramos de la victoria otro uso mejor que el impulso de las tendenciasexistentes en este campo, demasiado visibles antes de 1939, podríamos encontrarnoscon que habíamos derrotado al nacionalsocialismo tan sólo para crear un mundo demúltiples socialismos nacionales, diferentes en el detalle, pero todos igualmentetotalitarios, nacionalistas y en recurrente conflicto entre sí. Los alemanes habríanresultado, como ya lo piensan algunos,[369] los perturbadores de la paz, sóloporque fueron los primeros en tomar el camino que todos los demás acabaron porseguir. Los que, por lo menos en parte, se hacen cargo de estos peligros, llegan de

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ordinario como consecuencia a la necesidad de plantear la planificación económica«internacionalmente», es decir, a cargo de alguna institución supranacional. Peroaunque esto evitaría algunos de los peligros evidentes que surgen de la planificacióna escala nacional, parece que quienes defienden tan ambiciosos proyectos se danpoca idea de los todavía mayores peligros y dificultades que contienen susproposiciones. Los problemas que plantea la dirección consciente a escala nacionalde los asuntos económicos adquieren inevitablemente aún mayores dimensionescuando aquélla se intenta internacionalmente. El conflicto entre la planificación y lalibertad no puede menos de hacerse más grave a medida que disminuye lasemejanza de normas y valores entre los sometidos al plan unitario. Pocasdificultades debe haber para planificar la vida económica de una familia, yrelativamente pocas para una pequeña comunidad. Pero cuando la escala crece, elnivel de acuerdo sobre la gradación de los fines disminuye y la necesidad derecurrir a la fuerza y la coacción aumenta. En una pequeña comunidad existiráunidad de criterio sobre la relativa importancia de las principales tareas ycoincidencia en las normas de valor, en la mayoría de las cuestiones. Pero elnúmero de éstas decrecerá más y más cuanto mayor sea la red que arrojemos; ycomo hay menos comunidad de criterios, aumenta la necesidad de recurrir a lafuerza y la coerción. Se puede persuadir fácilmente a la gente de cualquier país para que haga unsacrificio a fin de ayudar a lo que considera como «su» industria siderúrgica o «su»agricultura, o para que en el país nadie caiga por debajo de un cierto nivel de vida.Cuando se trata de ayudar a personas cuyos hábitos de vida y formas de pensar nosson familiares, o de corregir la distribución de las rentas o las condiciones detrabajo de gentes que nos podemos imaginar bien y cuyos criterios sobre susituación adecuada son, en lo fundamental, semejantes a los nuestros, estamosgeneralmente dispuestos a hacer algún sacrificio. Pero basta parar mientes en losproblemas que surgirían de la planificación económica aun en un área tan limitadacomo Europa occidental, para ver que faltan por completo las bases morales de unaempresa semejante. ¿Quién se imagina que existan algunos ideales comunes dejusticia distributiva gracias a los cuales el pescador noruego consentiría en aplazarsus proyectos de mejora económica para ayudar a sus compañeros portugueses, o eltrabajador holandés en comprar más cara su bicicleta para ayudar a la industriamecánica de Coventry, o el campesino francés en pagar más impuestos para ayudara la industrialización de Italia? Si la mayoría de las gentes no están dispuestas a ver la dificultad, ello se debesobre todo a que, consciente o inconscientemente, suponen que serán ellas quienesarreglen para todos estas cuestiones, y a que están convencidas de su propiacapacidad para hacerlo de un modo justo y equitativo. El pueblo inglés, quizá aúnmás que otros, comienza a comprender lo que significan estos proyectos cuando sele advierte que puede no ser más que una minoría en el organismo planificador y

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que las líneas fundamentales del futuro desarrollo económico de Gran Bretañapueden ser determinadas por una mayoría no británica. ¿Cuántos ingleses estaríandispuestos a someterse a la decisión de un organismo internacional, pordemocráticamente constituido que estuviese, el cual tuviera poder para decretar queel desarrollo de la industria siderúrgica española tendría preferencia respecto a la delsur de Gales, que la industria óptica debería concentrarse en Alemania y excluirsede Gran Bretaña, o que Gran Bretaña sólo podría importar gasolina refinada,reservándose para los países productores todas las industrias relativas al refino? Imaginarse que la vida económica de una vasta área que abarque muchos pueblosdiferentes puede dirigirse o planificarse por procedimientos democráticos, revelauna completa incomprensión de los problemas que surgirían. La planificación aescala internacional, aún más de lo que es cierto en una escala nacional, no puedeser otra cosa que el puro imperio de la fuerza; un pequeño grupo imponiendo alresto los niveles de vida y ocupaciones que los planificadores consideran deseablespara los demás. Si hay algo cierto, es que el Grossraumwirtschft de la especie quehan pretendido los alemanes sólo puede realizarlo con éxito una raza de amos, unHerrenvolk, imponiendo brutalmente a los demás sus fines y sus ideas. Es un errorconsiderar la brutalidad y el desprecio de todos los deseos e ideales de los pueblospequeños, mostrados por los alemanes, simplemente como un signo de su especialperversidad; es la naturaleza de la tarea que se atribuyeron lo que hacía inevitableestas cosas. Emprender la dirección de la vida económica de gentes con ideales ycriterios muy dispares es atribuirse responsabilidades que obligan al uso de lafuerza; es asumir una posición en la que las mejores intenciones no pueden evitarque se actúe forzosamente de una manera que a algunos de los afectados pareceráaltamente inmoral.[370] Esto es cierto, aunque supongamos que el poder dominante es todo lo idealista yaltruista que quepa imaginar. ¡Pero cuán escasas probabilidades hay de que seaaltruista y a cuántas tentaciones estará expuesto! Creo que el nivel de honestidad yjusticia, particularmente respecto a los asuntos internacionales, es tan alto enInglaterra como en cualquier otro país, si no lo es más.Y, sin embargo, podemos yaoír que la victoria debe utilizarse para crear condiciones en las que la industriabritánica sea capaz de utilizar plenamente las instalaciones especiales que halevantado durante la guerra; que la reconstrucción de Europa tiene que dirigirse demanera que se ajuste a las especiales exigencias de las industrias británicas y a lafinalidad de asegurar a cada cual en Inglaterra la clase de ocupación para la que seconsidere a sí mismo más adecuado. Lo alarmante en estas sugerencias no es que sehayan hecho, sino que las hayan hecho con toda inocencia y considerado como cosanatural personas honestas que ignoraban por completo la enormidad moral implícitaen el empleo de la fuerza para estos fines.[371] Quizá el más poderoso agente causal de la creencia en que es posible la dirección

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centralizada única de la vida económica de muchos pueblos diferentes, por mediosdemocráticos, sea la fatal ilusión de creer que si las decisiones se entregaran al«pueblo», la comunidad de intereses de las clases trabajadoras superaría fácilmentelas diferencias que existen entre las clases dirigentes. Hay sobrados motivos paraesperar que, con una planificación mundial, la pugna de intereses que suscita ahorala política económica de cualquier nación adoptaría de hecho la forma de una luchade intereses aún más violenta entre pueblos enteros, que sólo podría decidirse por lafuerza. Sobre las cuestiones en que tendría que decidir una autoridad planificadorainternacional, habría, inevitablemente, tanto conflicto entre los intereses y opinionesde las clases trabajadoras de los diferentes países como entre las diferentes clasessociales de un país cualquiera, y aun habría entre aquéllas menos base de comúnacuerdo para un arreglo equitativo. Para el trabajador de un país pobre, la demandade protección contra la competencia del salario bajo formulada por su colega de unpaís más afortunado, mediante una legislación de salario mínimo, protección que seafirma corresponder al interés del pobre, no es, frecuentemente, más que un mediode privar a éste de la única posibilidad de mejorar sus condiciones, superando lasdesventajas naturales con jornales inferiores a los de sus compañeros de otrospaíses. Y para él, el hecho de tener que dar el producto de diez horas de su trabajo por elproducto de cinco horas del hombre de otra parte que está mejor equipado conmaquinaria es tanta «explotación» como la practicada por cualquier capitalista. Es bastante seguro que en un sistema internacional planificado las naciones másricas y, por ello, más poderosas serían, en un grado mucho mayor que en unaeconomía libre, objeto del odio y la envidia de las más pobres; y éstas, acertada oequivocadamente, estarían convencidas de que su posición podría mejorarse muchomás rápidamente tan sólo con ser libres para hacer lo que quisieran. Si llegara aconsiderarse como deber de un organismo internacional la realización de la justiciadistributiva entre los diferentes pueblos, la transformación de la lucha de clases enuna pugna entre las clases trabajadoras de los diferentes países sería, sin duda,según la doctrina socialista, una evolución consecuente e inevitable. Muchas tonterías se dicen ahora sobre la «planificación para igualar los nivelesde vida». Es instructivo considerar con algún mayor detalle una de estasproposiciones para ver con precisión lo que encierra. El área por la que ahoramuestran mayor afición en sus proyectos nuestros planificadores es la cuenca delDanubio y Europa Sudoriental.[372] No puede ponerse en duda la urgentenecesidad de mejorar las condiciones económicas de esta región, porconsideraciones humanitarias y económicas tanto como en interés de la futura pazde Europa, ni que ello sólo puede lograrse dentro de una estructura políticadiferente de la del pasado. Pero esto no es lo mismo que el deseo de ver la vidaeconómica de esta región dirigida de acuerdo con un único plan general y de

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fomentar el desarrollo de las diferentes industrias conforme a un programa trazadode antemano, de tal manera que la iniciativa local sólo puede triunfar si logra laaprobación de la autoridad central y su incorporación al plan de ésta. No se puede,por ejemplo, crear una especie de Tennessee Valley Authority para la cuencadanubiana sin determinar previamente con ello, para muchos años, el grado deprogreso relativo de las diferentes razas que habitan esta región y sin subordinartodas sus aspiraciones y deseos individuales a esta tarea.[373] La planificación de esta clase tiene necesariamente que comenzar por fijar unorden de preferencia para los diferentes objetivos. Planificar para la deliberadaigualación de los niveles de vida significa que han de ordenarse las diferentespretensiones con arreglo a sus méritos, que unos tienen que dar preferencia a otros yque aquéllos deben aguardar su turno, aunque quienes se ven así preteridos puedenestar convencidos, no sólo de su mejor derecho, sino también de su capacidad paraalcanzar antes su objetivo sólo con que se les concediera libertad para actuar conarreglo a sus propios proyectos. No existe base que nos consienta decidir si laspretensiones del campesino rumano pobre son más o menos urgentes que las deltodavía más pobre albanés, o si las necesidades del pastor de las montañas eslovacasson mayores que las de su compañero esloveno. Pero si la elevación de sus nivelesde vida ha de efectuarse de acuerdo con un plan unitario, alguien tiene quecontrapesar deliberadamente los merecimientos de todas estas pretensiones y decidirentre ellas. Una vez en ejecución este plan, todos los recursos del área planificadatienen que estar al servicio de aquél; y no puede haber excepción para quienessienten que podrían hacerlo mejor por sí mismos. Si sus pretensiones han recibidoun puesto inferior, tendrán que trabajar ellos para satisfacer con anterioridad lasnecesidades de quienes lograron preferencia. En semejante situación todos se sentirían, justamente, peor que si se hubieraadoptado algún otro plan y, por la decisión y el poder de las potencias dominantes,condenados a un puesto menos favorable que el que pensaron que se les debía.Intentar tal cosa en una región poblada de pequeñas naciones, cada una de las cualescree en su propia superioridad con igual fervor que las otras, es emprender unatarea que sólo puede realizarse mediante el uso de la fuerza. Lo que sucedería en lapráctica es que las decisiones británicas y el poder británico tendrían que resolver siel nivel de vida de los campesinos macedonios o el de los búlgaros debería elevarsemás rápidamente, o si el de los mineros checos o el de los húngaros deberíaaproximarse más de prisa a los niveles occidentales. No se necesita muchoconocimiento de la naturaleza humana y sólo, ciertamente, una ligera informaciónsobre los pueblos de Europa Central para comprender que, cualquiera que fuese ladecisión impuesta, serían muchos, probablemente mayoría, los que considerasencomo una suprema injusticia el orden particular elegido, y su común odio pronto sevolvería contra la potencia que, por desinteresadamente que fuese, estabadeterminando su suerte.

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Aunque, sin duda, hay muchas personas que creen honradamente que si se lespermitiera encargarse de la tarea serían capaces de resolver todos estos problemasde un modo justo e imparcial, y que se sorprenderían de verdad al descubrirsospechas y odios volviéndose contra ellas, éstas serían, probablemente, lasprimeras en aplicar la fuerza cuando aquellos a quienes se proponían beneficiarmostrasen resistencia, y las que actuarían con la mayor dureza para obligar a lagente a hacer lo que se presuponía era su propio interés. Lo que estos peligrososidealistas no ven es que cuando asumir una responsabilidad moral supone recurrir ala fuerza para hacer que los propios criterios morales prevalezcan sobre losdominantes en otros países, al aceptar esta responsabilidad pueden colocarse en unasituación que les impida una actuación moral. Imponer semejante imposible tareamoral a las naciones victoriosas es un seguro camino para corromperlas moralmentey desacreditarlas. Asistamos por todos los medios posibles a los pueblos más pobres, en sus propiosesfuerzos para rehacer sus vidas y elevar su nivel. Un organismo internacionalpuede ser muy recto y contribuir enormemente a la prosperidad económica si selimita a mantener el orden y a crear las condiciones en que la gente puedadesarrollar su propia vida; pero es imposible que sea recto o consienta a la gentevivir su propia vida si este organismo distribuye las materias primas y asignamercados, si todo esfuerzo espontáneo ha de ser «aprobado» y nada puede hacersesin la sanción de la autoridad central. Después de lo dicho en los primeros capítulos, apenas es necesario insistir en queestas dificultades no pueden vencerse confiriendo a las diversas autoridadesinternacionales «solamente» poderes económicos específicos. La creencia en queésta sería una solución práctica descansa sobre la falacia de suponer que laplanificación económica es solamente una tarea técnica, que pueden desempeñarlade una manera estrictamente objetiva los técnicos, y que las cosas realmente vitalespodrían quedar en manos de las autoridades políticas. Cualquier institucióneconómica internacional no sujeta a un poder político superior, aunque quedaseestrictamente confinada a un campo particular, podría fácilmente ejercer el mástiránico e irresponsable poder imaginable. El control con carácter exclusivo de unamercancía o servicio esencial (como, por ejemplo, el transporte aéreo) es, en efecto,uno de los más amplios poderes que pueden conferirse a cualquier organismo. Puescomo apenas hay algo que no se pueda justificar por «necesidades técnicas», quenadie ajeno a la materia puede eficazmente discutir —o incluso por argumentoshumanitarios, y posiblemente del todo sinceros, acerca de las necesidades de algúngrupo especialmente mal situado que no podría recibir ayuda de otra manera—,apenas hay posibilidad de dominar aquel poder. La organización de los recursos delmundo en forma de instituciones más o menos autónomas, que ahora encuentraapoyo en los lugares más sorprendentes, un sistema de monopolios reconocidos por

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todos los gobiernos nacionales, pero no sometidos a ninguno, se convertiría,inevitablemente, en el peor de todos los bandidajes concebibles; y ello aunque todoslos encargados de su administración demostrasen ser los más fieles guardianes delos intereses particulares colocados bajo su cuidado. Basta considerar seriamente todas las consecuencias de unos proyectos al parecertan inocentes como el control y distribución de la oferta de las materias primasesenciales, muy aceptados como base fundamental del futuro orden económico, paraver qué aterradoras dificultades políticas y peligros morales crearían. El interventorde la oferta de una materia prima tal como el petróleo o la madera, el caucho o elestaño, sería el dueño de la suerte de industrias y países enteros. Al decidir elconsentimiento de un aumento de la oferta y una reducción del precio y de la rentade los productores, decidiría si permitir el nacimiento de alguna nueva industria enalgún país o impedirlo. Dedicado a «proteger» los niveles de vida de aquellos aquienes considera como especialmente encomendados a su cuidado, privaría de sumejor y quizá única posibilidad de prosperar a muchos que están en una posiciónmás desfavorable. Si todas las materias primas esenciales fueran así controladas, nohabría, ciertamente, nueva industria ni nueva aventura en la que pudieranembarcarse las gentes de un país sin el permiso de los controladores, ni plan dedesarrollo o mejora que no pudiera ser frustrado por su veto. Lo mismo es cierto detodo acuerdo internacional para la «distribución» de los mercados y aún más delcontrol de las inversiones y de la explotación de los recursos naturales. Es curioso observar que todos aquellos que presumen de ser los más firmesrealistas y que no pierden oportunidad para verter el ridículo sobre el «utopismo »de quienes creen en la posibilidad de un orden político internacional, consideran, sinembargo, más practicable la interferencia, mucho más íntima e irresponsable en lasvidas de los diferentes pueblos, a que obliga la planificación económica. Y creenque, una vez se otorgara este inesperado poder a un gobierno internacional, al queacaban de presentar como incapaz hasta de imponer simplemente un Estado deDerecho, este poder más amplio sería empleado de manera tan altruista y tanevidentemente recta que lograría el consenso general. Si algo es evidente, lo seráque, mientras las naciones podrían aceptar normas formales previamenteconvenidas, nunca se someterán a la dirección que supone una planificacióneconómica internacional; pues si bien pueden llegar a un acuerdo sobre las reglasdel juego, nunca se conformarán con el orden de preferencia que una mayoría devotos fije a las necesidades de cada una ni con el ritmo en que se las consientaavanzar en su progreso. Aunque, al principio, los pueblos, ilusionados en cuanto alsignificado de estos proyectos, conviniesen en transferir tales poderes a unorganismo internacional, pronto hallarían que lo que habían delegado no erasimplemente una tarea técnica, sino el más dilatado poder sobre sus vida enteras. Lo que hay, evidentemente, en el fondo del pensamiento de los no del todo

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cándidos «realistas» que defienden estos proyectos es que las grandes potencias noestarán dispuestas a someterse a una autoridad superior, pero estarán en condicionesde emplear estas instituciones «internacionales» para imponer su voluntad a laspequeñas naciones dentro del área en que ejerzan su hegemonía. Hay tanto«realismo» en ello, que, efectivamente, enmascarando así como «internacionales» alas instituciones planificadoras, pudiera ser más fácil lograr la única condición quehace practicable la planificación internacional, a saber: que la realice, en realidad,una sola potencia predominante. Este disfraz no alteraría, sin embargo, el hecho designificar para todos los Estados pequeños una sujeción mucho más completa a unapotencia exterior, contra la que no sería ya posible una resistencia real, sujeción quetraería consigo la renuncia a una parte claramente definible de la soberanía política. Es significativo que los más apasionados abogados de un Nuevo Ordeneconómico para Europa, centralmente dirigido, muestran, como sus prototiposfabiano y alemán, el más completo desprecio por la individualidad y los derechos delos pequeñas naciones. Las opiniones del profesor Carr, que representa en estaesfera aún más que en la de la política interior la tendencia hacia el totalitarismo enInglaterra, han llevado ya a uno de sus colegas a plantear esta tan pertinentecuestión: «Si la conducta nazi respecto a los pequeños Estados soberanos va ahacerse realmente general, ¿para qué la guerra?».[374] Los que han observado laintranquilidad y alarma que han causado entre nuestros aliados menores algunasmanifestaciones recientes sobre estas cuestiones en periódicos tan diversos comoThe Times y New Statesman[375] no dudarán cuánto está ofendiendo esta actitud anuestros amigos más firmes y cuán fácilmente se disiparía la reserva de buenavoluntad que se ha acumulado durante la guerra si se hiciera caso a estosconsejeros. Los que están tan dispuestos a brincar sobre los derechos de los pequeños Estadostienen, por lo demás, razón en una cosa: no podemos esperar orden o paz duraderos,después de esta guerra, si los Estados, grandes o pequeños, recuperan una soberaníasin trabas en la esfera económica. Pero esto no significa que sea menester dar a unnuevo superestado poderes que no hemos sabido usar inteligentemente ni siquieraen una escala nacional; no significa que se dé poder a una institución internacionalpara dirigir a las diversas naciones en el uso de sus recursos. Significa solamenteque debe existir un poder que pueda prohibir a las diferentes naciones una accióndañosa para sus vecinas; significa la existencia de un conjunto de normas quedefinan lo que un Estado puede hacer y una institución capaz de hacer cumplir estasnormas. Los poderes que tal institución necesita son, principalmente, de carácterprohibitivo; tiene que estar, sobre todo, en condiciones de poder decir «no» a todaclase de medidas restrictivas. Lejos de ser cierto, como ahora se cree con frecuencia, que necesitamos unaorganización económica internacional, pero que los Estados pueden, al mismo

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tiempo, conservar su ilimitada soberanía política, la verdad es casi exactamente loopuesto. Lo que necesitamos y cabe alcanzar no es un mayor poder en manos deirresponsables instituciones económicas internacionales, sino, por el contrario, unpoder político superior que pueda mantener a raya los intereses económicos y que,ante un conflicto entre ellos, pueda, verdaderamente, mantener un equilibrio, porqueél mismo no está mezclado en el juego económico. Lo que se necesita es unorganismo político internacional que, careciendo de poder para decidir lo que losdiferentes pueblos tienen que hacer, sea capaz de impedirles toda acción que puedaperjudicar a otros. Los poderes que se deben ceder a una institución internacional no son las nuevasfacultades asumidas por los Estados en los tiempos recientes, sino aquel mínimo depoderes sin el cual es imposible mantener relaciones pacíficas, es decir,esencialmente los poderes del Estado de laissez-faire ultraliberal. Y aún más que enla esfera nacional, es esencial que el Estado de Derecho circunscriba estrechamenteestos poderes del organismo internacional. La necesidad de semejante instituciónsupranacional aumenta a medida que los Estados individuales se convierten, cadavez más, en unidades de administración económica y que, por esto, se haceprobable que las fricciones surjan no entre individuos, sino entre Estados. La forma de gobierno internacional que permite transferir a un organismointernacional ciertos poderes estrictamente definidos,mientras en todo lo demás cadapaís conserva la responsabilidad de sus asuntos interiores, es, ciertamente, lafederación. No debemos permitir que las numerosas iniciativas irreflexivas y amenudo extremadamente disparatadas que surgieron en apoyo de una organizaciónfederal del mundo entero durante el apogeo de la propaganda por la «UniónFederal», oscurezcan el hecho de ser el principio federativo la única forma deasociación de pueblos diferentes que crearía un orden internacional sin agraviarlosen su legítimo deseo de independencia.[376] El federalismo no es, por lo demás,otra cosa que la aplicación de la democracia a los asuntos internacionales, el únicomedio de intercambio pacífico que el hombre ha inventado hasta ahora. Pero es unademocracia con poderes estrictamente limitados. Aparte del ideal, másimpracticable, de fundir diferentes países en un solo Estado centralizado, cuyaconveniencia está lejos de ser evidente, es el único camino por el que puedeconvertirse en realidad el ideal del Derecho internacional. No debemos engañarnosnosotros mismos creyendo que, cuando en el pasado llamábamos Derechointernacional a las reglas de la conducta internacional, hacíamos otra cosa queexpresar un buen deseo. Cuando pretendemos evitar que las gentes se maten unas aotras, no podemos contentarnos con declarar prohibido matar, sino que debemos darfacultades a una autoridad para evitarlo. De la misma manera, no puede haber unDerecho internacional sin la existencia de un poder que obligue a su cumplimiento.El obstáculo para la creación de este poder internacional fue, en gran parte, la ideade que necesitaba reunir todas las facultades, prácticamente ilimitadas, que posee el

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Estado moderno. Pero con la división de poderes en el sistema federal esto no esnecesario en modo alguno. Esta división de poderes obraría, inevitablemente, limitando a la vez el poder detodos y el de cada uno de los Estados.Además, muchos de los tipos de planificaciónque ahora están de moda serían, probablemente, del todo imposibles.[377] Pero en modo alguno constituiría un obstáculo para toda planificación.Precisamente una de las principales ventajas de la federación es que puedeproyectarse de tal manera que dificulte la mayoría de las planificaciones dañosas,pero deje libre el camino para todas las deseables. Impide o puede hacer que seeviten la mayoría de las formas de restriccionismo.Y confina la planificacióninternacional a los campos en que puede alcanzarse un verdadero acuerdo, no sóloentre los «intereses» inmediatamente envueltos, sino entre todos los afectados. Lasformas deseables de planificación que puedan efectuarse localmente y sin necesidadde medidas restrictivas, quedan libres y en manos de los mejor calificados paraemprenderlas. Puede incluso esperarse que dentro de una federación, donde ya nosubsistirán las mismas razones para que los Estados individuales se hagan todo lofuertes que les sea posible, se invierta hasta cierto punto el proceso decentralización del pasado y se registre alguna transferencia de poderes del Estado alas autoridades locales. Conviene recordar que la idea de un mundo que, al fin, encuentra la paz medianteun proceso de absorción de los Estados separados, para formar grandes gruposfederados y, por último, quizá, una sola federación, lejos de ser nueva, fue, sinduda, el ideal de casi todos los pensadores liberales del siglo XIX. Desde Tennyson,a cuya visión, tantas veces citada, de la «batalla del aire» sigue la de una federaciónde los pueblos que vendría tras su última gran lucha, y hasta el final del siglo, laesperanza del inmediato gran paso en el avance de la civilización se cifró, una veztras otra, en el logro último de una organización federal.[378] Los liberales delsiglo XIX pueden no haber tenido plena conciencia de cuán esencial complementode sus principios era una organización federal de los diversos Estados,[379] perofueron pocos los que no expresaron su creencia en ella como un objetivoúltimo.[380] Sólo al aproximarse nuestro siglo XX, ante la triunfante ascensión dela Realpolitik, empezaron a considerarse impracticables y utópicas estas esperanzas. No podemos reconstruir la civilización a una escala aumentada. No es unaccidente que, en conjunto, se encuentre más belleza y dignidad en la vida de lasnaciones pequeñas y que, entre las grandes, haya más felicidad y contento en lamedida en que evitaron la mortal plaga de la centralización. Difícilmentepreservaremos la democracia o fomentaremos su desarrollo si todo el poder y lamayoría de las decisiones importantes corresponden a una organización demasiadogrande para que el hombre común la pueda comprender o vigilar. En ninguna parteha funcionado bien, hasta ahora, la democracia sin una gran proporción de

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autonomía local, que sirve de escuela de entrenamiento político, para el puebloentero tanto como para sus futuros dirigentes. Sólo donde la responsabilidad puedeaprenderse y practicarse en asuntos que son familiares a la mayoría de las personas,donde lo que guía la acción es el íntimo conocimiento del vecino más que un saberteórico sobre las necesidades de otras gentes, puede realmente el hombre comúntomar parte en los negocios públicos, porque éstos conciernen al mundo que élconoce. Cuando el objetivo de las medidas políticas llega a ser tan amplio que elconocimiento necesario lo posee casi exclusivamente la burocracia, decaen losimpulsos creadores de las personas particulares. Creo que, sobre esto, la experienciade los países pequeños, como Holanda y Suiza, tiene mucho que enseñar, incluso alos más afortunados de los grandes países, como Gran Bretaña. Todos ganaremos sisomos capaces de crear un mundo adecuado para que los Estados pequeños puedanvivir en él. Pero el pequeño sólo puede preservar su independencia, en la esfera internacionalcomo en la nacional, dentro de un verdadero sistema legal que, a la vez, garantice elcumplimiento invariable de ciertas normas y asegure que la autoridad facultada parahacerlas cumplir no puede emplear este poder con ningún otro propósito. Mientrasen su tarea de garantizar el derecho común ha de ser muy poderosa la instituciónsupranacional, su constitución tiene que haberse proyectado de manera que impida,tanto a las autoridades internacionales como a las nacionales, convertirse entiránicas. Nunca evitaremos el abuso del poder si no estamos dispuestos a limitarloen una forma que, ocasionalmente, puede impedir también su empleo para finesdeseables. La gran oportunidad que tendremos al final de esta guerra es que lasgrandes potencias victoriosas, sometiéndose ellas mismas las primeras a un sistemade normas que está en sus manos imponer, adquieran al mismo tiempo el derechomoral para imponerlas a las demás. Una institución internacional que limite eficazmente los poderes del Estado sobreel individuo será una de las mayores garantías de la paz. El Estado de Derechointernacional tiene que llegar a ser la salvaguarda tanto contra la tiranía del Estadosobre el individuo como contra la tiranía del nuevo superestado sobre lascomunidades nacionales. Nuestro objetivo no puede ser ni un superestadoomnipotente, ni una floja asociación de «naciones libres», sino una comunidad denaciones de hombres libres. Hemos alegado mucho tiempo que se había hechoimposible comportarse en la forma que consideramos deseable en los asuntosinternacionales, porque otros no seguían las reglas del juego. El convenio al que hayque llegar nos dará la oportunidad de demostrar que hemos sido sinceros y queestamos dispuestos a aceptar las mismas restricciones de nuestra libertad de acciónque, en el interés común, pensamos necesario imponer a los demás. Utilizado con prudencia, el principio federal de organización puede, sin duda,mostrarse como la solución mejor para algunos de los más difíciles problemas del

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mundo. Pero su aplicación es una tarea de extrema dificultad, y no tendremos,probablemente, éxito en ella si en un intento excesivamente ambicioso la forzamosmás allá de su capacidad. Existirá, probablemente, una fuerte tendencia a que unanueva organización internacional lo abarque y absorba todo; y será, sin duda, unanecesidad imperativa contar con algún organismo universal, con una nuevaSociedad de Naciones. El gran peligro está en que, si en el intento de confiarexclusivamente en esta organización mundial, se le encomiendan todas las tareasque parece deseable colocar en manos de una institución internacional, no se podráncumplir adecuadamente. He estado siempre convencido de que esta ambición fue laraíz de la debilidad de la Sociedad de Naciones; que en el fracasado intento deabarcar el mundo entero encontró su debilidad, y que una Sociedad más pequeña y,a la vez, más poderosa pudiera haber sido un mejor instrumento para elmantenimiento de la paz. Creo que estas consideraciones valen todavía y que podríalograrse un grado de cooperación entre, digamos, el Imperio británico, las nacionesde Europea occidental y, probablemente, los Estados Unidos, que no sería posible auna escala mundial. La asociación relativamente íntima que una Unión Federalrepresenta no será practicable al principio más allá, quizá, de los límites de unaregión tan reducida como la formada por una parte de Europa occidental, aunquepodría ser posible extenderla gradualmente. Es cierto que con la formación de estas federaciones regionales subsiste laposibilidad de una guerra entre los diferentes bloques, y que para reducir este riesgoen todo lo posible tenemos que contar con una organización más amplia y menosapretada. Mi creencia es que la necesidad de esta otra organización no constituye unobstáculo para una asociación más estrecha entre aquellos países que son mássemejantes por su civilización, orientación y niveles de vida. Aunque tenemos quehacer todo lo posible para evitar futuras guerras, no debemos creer que podemosmontar de un golpe una organización permanente que haría enteramente imposibletodo conflicto en cualquier parte del mundo. No solo no tendríamos éxito en esteintenso, sino que, probablemente, malograríamos con él nuestras posibilidades dealcanzar éxito en una esfera más limitada. Como es verdad respecto de otrosgrandes males, las medidas por las que cabría impedir luchas en el futuro puedenser peores que la misma guerra. Reducir los riesgos de fricción capaces de conducira la guerra es, probablemente, todo lo que, de una manera razonable, podemos tenerla esperanza de lograr.

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Conclusión No ha sido el propósito de este libro bosquejar el detallado programa de unfuturo ordenamiento de la sociedad digno de ser deseado. Si al considerar lascuestiones internacionales hemos rebasado un poco la tarea esencialmente crítica,fue porque en este campo nos podemos ver pronto llamados a crear una estructura a

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la cual tenga que acomodarse por largo tiempo el desarrollo futuro. Muchodependerá de cómo utilicemos la oportunidad que entonces se nos ofrecerá.Perotodo lo que podamos hacer no será sino el comienzo de un nuevo, largo y arduoproceso en el cual todos ponemos nuestras esperanzas de crear gradualmente unmundo muy distinto del que conocimos durante el último cuarto de siglo. Es dudoso, por lo menos, que fuera de mucha utilidad en este momento unmodelo detallado de un ordenamiento interno deseable de la sociedad, o que alguiensea capaz de facilitarlo. Lo importante ahora es que comencemos a estar de acuerdosobre ciertos principios y a liberarnos de algunos de los errores que nos handominado en el pasado más cercano. Por desagradable que pueda ser admitirlo,tenemos que reconocer que habíamos llegado una vez más, cuando sobrevino estaguerra, a una situación en que era más importante apartar los obstáculos que lalocura humana acumuló sobre nuestro camino y liberar las energías creadoras delindividuo que inventar nuevos mecanismos para «guiarle» y «dirigirle»; másimportante crear las condiciones favorables al progreso que «planificar el progreso».Lo más necesario es liberarnos de la peor forma del oscurantismo moderno, el quetrata de llevar a nuestro convencimiento que cuanto hemos hecho en el pasadoreciente era, o acertado, o inevitable. No podremos ganar sabiduría en tanto nocomprendamos que mucho de lo que hicimos fueron verdaderas locuras. Para construir un mundo mejor, hemos de tener el valor de comenzar de nuevo,aunque esto signifique reculer pour mieux sauter.[381] No son los que creen entendencias inevitables quienes dan muestras de este valor, ni lo son los que predicanun «Nuevo Orden» que no es sino una proyección de las tendencias de los últimoscuarenta años, ni los que no piensan en nada mejor que en imitar a Hitler. Yquienes más alto claman por el Nuevo Orden son, sin duda, los que más por enterose hallan bajo el influjo de las ideas que han engendrado esta guerra y la mayoría delos males que padecemos. Los jóvenes tienen razón para no poner su confianza enlas ideas que gobiernan a gran parte de sus mayores. Pero se engañan o extravíancuando creen que éstas son aún las ideas liberales del siglo XIX, que la generaciónmás joven apenas si conoce de verdad. Aunque ni queremos ni podemos retornar ala realidad del siglo XIX, tenemos la oportunidad de alcanzar sus ideales; y ello nosería poco. No tenemos gran derecho para considerarnos, a este respecto, superioresa nuestros abuelos, y jamás debemos olvidar que somos nosotros, los del siglo XX,no ellos, quienes lo hemos trastornado todo. Si ellos no llegaron a saber plenamentequé se necesitaba para crear el mundo que deseaban, la experiencia que nosotroslogramos después debía habernos preparado mejor para la tarea. Si hemos fracasadoen el primer intento de crear un mundo de hombres libres, tenemos que intentarlode nuevo. El principio rector que afirma no existir otra política realmente progresivaque la fundada en la libertad del individuo sigue siendo hoy tan verdadero como lofue en el siglo XIX.

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Nota bibliográfica La exposición de un punto de vista que durante muchos años ha estadodecididamente en desgracia sufre la dificultad de no permitir, dentro del ámbito deunos cuantos capítulos, sino la discusión de algunos de sus aspectos.Al lector cuyocriterio se ha formado por entero en las opiniones dominantes durante los últimosveinte años, difícilmente le bastará con este libro para lograr la base común quecualquier discusión provechosa exige. Pero, aunque no conformistas, las opinionesdel autor del presente libro no son tan singulares como puedan parecer a algunoslectores. Su criterio esencial coincide con el de un número sin cesar creciente deescritores de muchos países, cuyos estudios les han llevado independientemente aconclusiones semejantes.Al lector que desee informarse directamente con másamplitud sobre lo que quizá considere un clima de opinión desusado, pero noinadmisible, puede serle útil la lista siguiente, que contiene algunas de las másimportantes obras de este género, comprendidas varias que al carácter esencialmentecrítico del presente ensayo añaden una discusión más completa de la estructura deuna sociedad futura deseable. W.H. CHAMBERLIN, A False Utopia. Colectivism in Theory and Practice. Londres, Duckworth, 1937. F.D.GRAHAM, Social Goals and Economic Institutions. Princeton University Press, 1942. E. HALÉVY, L’Ère des Tyrannies, París, Gallimard, 1938.[382] G.HALM,L. v.MISES y otros, Collectivist Economic Planning, ed. deF.A.Hayek, Londres, Routledge, 1937. W.H. HUTT, Economists and the Public, Londres, Cape, 1935. W. LIPPMANN, An Inquiry into the Principles of the Good Society, Londres, Allen & Unwin, 1937. L. v.MISES, Die Gemeinwirstschaft, Jena, Fischer, 2.ª ed. 1932. Trad. inglesabajo el título de Socialism, por J. Kahane, Londres, Cape, 1936 {trad. esp.:Socialismo, 5.ª ed., Unión Editorial, 2007} — Omnipotent Government:The Rise of the Total State and Total War, NewHaven, Yale University Press, 1944 {trad. esp.: Gobierno Omnipotente, UniónEditorial} R.MUIR, Liberty and Civilisation, Londres, Cape, 1940.

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M. POLANYI, The Contempt of Freedom, Londres,Watts, 1940. W. RAPPARD, The Crisis of Democracy, University of Chicago Press, 1938. L.C.ROBBINS, Economic Planning and International Order, Londres,Macmillan, 1937. — The Economic Basis of Class Conflict and Other Essays in Political Economy,Londres,Macmillan, 1939. — The Economic Causes of War, Londres, Cape, 1939. W. ROEPKE, DieGesellschaftskrisis der Gegenwart, Zürich, Eugen Rentsch, 1942. L. ROUGIER, Les mystiques économiques, París, Librairie Medicis, 1938. F.A. VOIGT, Unto Caesar, Londres, Contable, 1938. Los siguientes, entre los «Public Policy Pamphlets» editados por la University ofChicago Press: H.SIMONS,A Positive Program for Laissez Faire. Some Proposals for a LiberalEconomic Policy, 1934. H.D. GIDEONSE, Organised Scarcity and Public Policy, 1939. F.A. HERMENS, Democracy and Proportional Representation, 1940. W. SULZBACH, «Capitalist Warmongers»: A Modern Superstition, 1942. M.A. HEILPERIN, Economic Policy and Democracy, 1943. Hay también importantes obras alemanas e italianas de un carácter similar, que,en consideración a sus autores, sería imprudente mencionar ahora por sus nombres. A esta lista he de añadir los títulos de tres obras que,más que cualquier otro libropor mí conocido, ayudan a comprender el sistema de ideas que gobierna a nuestrosenemigos y las diferencias que separan su mentalidad de la nuestra: E.B. ASHTON, The Fascist, His State and Mind, Londres, Putnam, 1937. F.W. FOERSTER, Europe and the German Question, Londres, Sheed, 1940. H. KANTOROWICZ, The Spirit of English Policy and the Myth of theEncirclement of Germany, Londres, Allen & Unwin, 1931, y el de una notable obra reciente sobre la historia moderna de Alemania, no tanbien conocida en Gran Bretaña como se merece: F. SCHNABEL, Deutsche Geschichte im 19. Jahrhundert, 4 volúmenes, Friburgoi. Br., 1929-37.

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Quizá se encontrarán todavía las mejores guías para ciertos de nuestrosproblemas contemporáneos en las obras de algunos de los grandes pensadorespolíticos de la era liberal, un De Tocqueville o un Lord Acton, y, para retrocederaún más, en Benjamin Constant, Edmund Burke y los artículos del Federalist deMadison, Hamilton y Jay; generaciones para quienes la libertad era todavía unproblema y un valor que defender, mientras que la nuestra la da por segura y niadvierte de donde amenaza el peligro ni tiene valor para liberarse de las doctrinasque la comprometen.

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ApéndiceDocumentos relacionados[383]

Nazi-socialismo[384] Primavera de 1933 Por muy incomprensibles que los últimos acontecimientos de Alemania puedanparecerle a todo aquel que haya conocido el país principalmente en los añosdemocráticos de la posguerra, todo intento de comprender plenamente estos hechoslos considerará la culminación de tendencias que se remontan a un periodo muyanterior a la Gran Guerra. Nada es más superficial que considerar que las fuerzasque dominan la Alemania de hoy son reaccionarias —en el sentido de que deseanuna vuelta al orden social y económico de 1914. La persecución contra losmarxistas, y contra los demócratas en general, tiende a oscurecer el hechofundamental de que el nacionalsocialismo es un movimiento socialista genuino,cuyas ideas básicas son el fruto final de las tendencias antiliberales que ibanganando terreno rápidamente en Alemania desde la última parte del periodobismarckiano,y que llevó a la mayor parte de la intelligentsia alemana primero al«socialismo de cátedra » y más tarde al marxismo en sus formas socialdemocráticao comunista. Una de las principales razones de que no se haya aceptado de manera casigeneral el carácter socialista del nacionalsocialismo es, sin duda, su alianza congrupos nacionalistas que representan a las grandes industrias y a los grandesterratenientes. Pero esto prueba meramente que también estos grupos —como hanido aprendiendo desde entonces para su frustración— se han equivocado, al menosen parte, respecto a la naturaleza del movimiento. Pero sólo parcialmente, porque —y éste es el rasgo más característico de la moderna Alemania— muchos capitalistashan sido influidos ellos mismos fuertemente por las ideas socialistas, y no tienensuficiente fe en el capitalismo como para defenderlo con una conciencia clara. Pero,pese a ello, la clase empresarial alemana ha manifestado una casi increíble cortedad

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de miras al aliarse con un movimiento de cuyas fuertes tendencias anticapitalistasnunca ha habido la menor duda. Un observador cuidadoso ha debido ser siempre consciente de que la oposiciónde los nazis a los partidos políticos socialistas existentes, que se habían ganado lasimpatía de los empresarios, se dirigía sólo en pequeña medida contra su políticaeconómica. Lo que los nazis objetaban principalmente era su internacionalismo ytodos los aspectos de su programa cultural que todavía tenía influencias de las ideasliberales. Pero las acusaciones contra los socialdemócratas y comunistas, que eranlas más eficaces en su propaganda, estaban dirigidas no tanto contra sus programascomo contra sus supuestas prácticas —su corrupción y nepotismo, e incluso supresunta alianza con «el capitalismo judío internacional del oro». Y habría sido poco probable que los nacionalistas avanzasen objecionesfundamentales contra la política económica de otros partidos socialistas cuando supropio programa oficial difería de éstos sólo en que su socialismo era mucho másbasto y menos racional. Los famosos 25 puntos elaborados por Herr Feder[385] ,uno de los primeros aliados de Hitler, aceptados repetidamente por éste yreconocidos por los estatutos del Partido nacionalsocialista como base inmutable detodas sus acciones, junto con un extenso comentario, que circularon por todaAlemania en centenares de miles de ejemplares, están llenos de ideas que separecen a las de los primeros socialistas. Pero la característica dominante es un fieroodio a todo lo capitalista —búsqueda del beneficio individual, empresa a granescala, bancos, sociedades anónimas, grandes almacenes, «finanzas internacionalesy capital para préstamos», el sistema de «esclavitud del interés» en general; laabolición de todo esto se describe como «lo [indescifrable] del programa, alrededordel cual gira todo lo demás». Fue a este programa al que las masas del puebloalemán, que ya estaban completamente bajo la influencia de las ideas colectivistas,respondieron tan entusiásticamente. Y que este violento ataque contra el capitalismo es genuino —y no un meroelemento de propaganda— se hace evidente tanto por la historia personal de losdirigentes intelectuales del movimiento como por el milieu general del que surge. Yno se puede negar que muchos de los jóvenes que hoy juegan un papel importanteen él fueron anteriormente comunistas o socialistas.Y para cualquier observador delas tendencias literarias que hicieron que la intelligentsia alemana estuviesedispuesta a unirse a las filas del nuevo partido, debe ser evidente que lacaracterística común de los escritores políticamente influyentes —en muchos casoslibres de cualquier afiliación clara a un partido— fue su tendencia antiliberal yanticapitalista. Grupos como los formados alrededor de la revista Die Tat han hechode la frase «fin del capitalismo» un dogma aceptado por la mayoría de los jóvenesalemanes.[386] Que el movimiento es más antiliberal que cualquier otra cosa está estrechamente

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relacionado con otro importante aspecto de aquél —el sentimiento antirracional,místico y romántico, que iba aumentando desde hacía años entre la juventudalemana. La protesta contra el «intelectualismo liberal » que recientemente hanexpresado con tanta energía los estudiantes de la Universidad de Berlín, no fue unaaberración aislada sino una expresión real del sentimiento de las grandes masaspopulares[387] . Sería una historia demasiado larga buscar todas las diferentesfuentes intelectuales de estas tendencias antirracionales en el arte y la literatura quehan convergido —con frecuencia con el asombro y consternación de quienes lasoriginaron— en el movimiento nazi. Pero hay que decir que, de nuevo, la principalinfluencia que destruyó la creencia en la universalidad y unidad de la razón humanafueron las enseñanzas de Marx respecto al condicionamiento de clase de lanaturaleza de nuestro pensamiento, respecto a la diferencia entre la lógica burguesay lo lógica proletaria, que sólo necesitaba ser aplicada a otros grupos sociales talescomo las naciones y las razas, para proporcionar las armas que se usan ahora contrael racionalismo como tal. En qué gran medida esta idea marxiana ha permeado elpensamiento alemán puede verse en el hecho de que, en los últimos años, ha sidopromovida, como «sociología del conocimiento », al rango de una nueva rama delsaber[388] . Es obvio que, a partir de este relativismo intelectual que niega laexistencia de verdades que pueden ser reconocidas independientemente de la raza,nación, o clase hay sólo un paso hacia la postura que coloca al sentimiento porencima del pensamiento racional. Que el antiliberalismo y el antirracionalismo están íntimamente ligados entre sí,es algo que se comprende fácilmente, y de hecho es inevitable. Si se justifica elimperio de la fuerza por parte de algún grupo privilegiado, su superioridad ha de seraceptada, pues no puede demostrarse. Pero lo que no se entiende tan fácilmente —sibien es de inmensa importancia— es el hecho, ilustrado por las realidades deAlemania y Rusia, de que el antiliberalismo, que si se limita al campo económicotiene hoy las simpatías de casi todo el resto del mundo, lleva inevitablemente a unreinado de la coerción, a la intolerancia y a la supresión de la libertad intelectual. Lalógica inherente al colectivismo hace imposible encerrarlo en una esfera limitada.Más allá de ciertos límites, la acción colectiva en interés de todos sólo se haceposible si todos pueden ser obligados a aceptar como su interés común lo quequienes están en el poder dicen lo que se debe aceptar. En ese momento, la coercióndebe extenderse a las metas e ideas últimas de los individuos y debe intentar situarla Weltanschauung de cada uno en la misma línea de ideas de sus gobernantes. El carácter colectivista y antiindividualista del Nacionalsocialismo alemán nocambia mucho por el hecho de que no se trate de un socialismo proletario sino declases medias, y que se inclina, por lo tanto, a favorecer a los pequeños artesanos ytenderos y a establecer un límite algo más alto en cuanto al reconocimiento de lapropiedad privada que el del comunismo. En el primer ejemplo, reconoceráprobablemente, de forma nominal, la propiedad privada en general. Pero la

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iniciativa privada puede verse rodeada de restricciones a la competencia de modoque queda poca libertad. Los artesanos, los tenderos y los profesionales, con todaprobabilidad, serán organizados en gremios, como los de los oficios medievales, queregularían sus actividades. En el caso de los capitalistas más ricos el control delestado y las restricciones a los ingresos dejarían poco más que el nombre depropiedad, incluso cuando la intención de corregir la acumulación indebida deriqueza en manos de los individuos todavía no se ha llevado a cabo. Incluso en elmomento presente los comisarios del estado han sido contratados por muchasimportantes industrias y, si el ala más radical del partido es consecuente, lo mismoocurrirá probablemente en otros muchos casos.[389] En la actualidad, cuando elpartido Nacionalsocialista ha crecido enormemente, y por tanto abarca elementoscon puntos de vista muy divergentes, es, pues, difícil decir qué punto de vistapredominará. Pero si, como parece cada vez más probable, van a controlar el terrenolos puntos de vista sobre economía política más radicales, significará que el pánicoante el comunismo ruso ha empujado al pueblo alemán inconscientemente a algoque difiere del comunismo en poco, salvo en el nombre. Es más que probable que elsignificado real de la revolución alemana sea que la largamente temida expansióndel comunismo en el corazón de Europa ya ha tenido lugar, pero no se reconoceporque las semejanzas fundamentales en métodos e ideas quedan ocultas por lasdiferencias en fraseología y en los grupos privilegiados. Por el momento, el puebloalemán ha reaccionado contra el trato recibido de la comunidad de paísesdemocráticos y capitalistas abandonando esa comunidad. De todos modos, nada sería menos justificable que las naciones de Europaoccidental mirasen por encima del hombro al pueblo alemán porque ha acabadosiendo víctima de lo que, en este país, parece un tipo de barbarie. De lo que hay quedarse cuenta es de que esto es sólo el resultado último y necesario de un proceso dedesarrollo en el que las demás naciones han estado siguiendo constantemente aAlemania, aunque a considerable distancia. La gradual extensión del campo deactividad del estado, el aumento de las restricciones del movimiento internacionalde hombres y bienes, la simpatía por la planificación económica central y elgeneralizado jugar con las ideas de dictadura, todo ello va en esa dirección. EnAlemania, donde estas cosas habían ido más lejos, estaba en curso una reacciónintelectual, que ahora difícilmente podrá sobrevivir. El hecho de que el carácter delpresente movimiento sea tan mal interpretado generalmente hace probable que lareacción en otros países acelere, en vez de debilitar, la actuación de estastendencias que conducen en la dirección en que ahora está yendo Alemania. Hastaahora, hay pocas perspectivas de que el reverso de estas tendencias intelectuales enotra parte llegue a tiempo para prevenir que otros países sigan también a Alemaniaen este último paso. Informe de Frank Knight[390]

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10 de diciembre de 1943 Al Director general y al Comité de Publicaciones de University of Chicago Press De Frank H. Knight The Road to Serfdom, de F.A. Hayek, es una magistral demostración del trabajoque se propone desarrollar. Este trabajo consiste en mostrar por medio de unrazonamiento general e histórico, y esto último sobre todo con referencia al curso delos acontecimientos en Alemania, dos cosas: primero, que cualquier política que sediga socialista, o de economía planificada, conduce inevitablemente al totalitarismoy a la dictadura; y, segundo, que un orden social así acaba cayendo inevitablementebajo el control de «los peores» individuos. Naturalmente, el argumento es políticomás que económico, excepto en el sentido indirecto de que los problemas a resolvery las funciones a realizar por el sistema de organización de mercado abierto soneconómicos y que no pueden ser llevados a cabo por un gobierno en un ordenpolítico libre, ni por el propio sistema de mercado libre bajo un régimen políticodemocrático. Hay poca o ninguna teoría económica en el libro. Los quince brevescapítulos describen hábilmente el viejo liberalismo y lo comparan con las tendenciasactuales, que son virtualmente antitéticas y discuten problemas tales como elindividualismo, la democracia, el estado de derecho, seguridad y libertad, el lugar dela verdad en la vida política y social, la relación entre las condiciones materiales ylos fines ideales, y el problema del orden internacional. Cuando digo que el argumento está bien desarrollado, es sintético y concluyente,debería añadir que la postura que defiende coincide con mi convicción anterior a lalectura de este trabajo. Pueden hallarse opiniones notablemente inteligentes contraeste punto de vista y estaría bien obtener un informe de alguien que mantenga estapostura contraria. Una persona así podemos encontrarla en esta facultad y en elDepartamento de Economía. Desde el punto de vista de que sería deseable la publicación del libro en estepaís, constato alguna base para la duda. El autor es un refugiado austriaco, uneconomista muy capaz, que ha sido profesor de la London School of Economicsdesde mediados los años 1930. Escribe desde un punto de vista claramente inglés, yusa frecuentemente la expresión «este país» refiriéndose a Inglaterra. Aunque trataparcialmente las condiciones de Estados Unidos, y cita escritos estadounidenses,esto es secundario en cuanto a finalidad e intensidad. Este hecho por sí mismopuede limitar el interés en «este país» a un círculo de lectores bastante cultivado,incluso académico. Además, todo el desarrollo muestra un nivel intelectual yuniversitario más bien alto y la cantidad de conocimiento referente a las condicionesy a la historia de la Europa central es más bien amplio incluso para lectoresamericanos instruidos. Es difícil verlo como un libro «popular» desde este punto devista.

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Además, hay limitaciones en relación al propio tratamiento, tanto en elargumento teórico como en el histórico. En este último aspecto, el trabajo esesencialmente negativo. Apenas considera el problema de las alternativas, yreconoce inadecuadamente la necesidad y la inevitabilidad política de un amplioespectro de actividades gubernamentales en relación a la vida económica en elfuturo. Trata sólo las falacias más simples, peticiones poco razonables y prejuiciosrománticos que subrayan el clamor popular a favor de un control gubernamental enlugar de la libre empresa. No discute los problemas planteados por las gravescarencias de un sistema económico basado en el grado de libertad económica queera considerado deseable y que se permitió, digamos, a caballo de ambos siglos. Yno ataca falacias de una manera dramática, en comparación con el carácter delpensamiento y argumento sobre los que se basan realmente. El tratamiento que hace el autor del curso de los acontecimientos que llevaron ala dictadura nazi en Alemania también me parece que es una notable simplificación.Prácticamente, atribuye todo al movimiento socialista y al paternalismo estatal haciala clase trabajadora y la industria, incluido el cultivo de una actitud de despreciohacia la empresa de negocios, en comparación con la estima por el estatusburocrático basado en el salario. Relega explícitamente la tradición militarista a unpapel menor.Me parece que hay muchos factores en la historia alemana quedeberían ser tenidos en cuenta en un tratamiento equilibrado. Se puede pensar en latardía supervivencia del feudalismo, que retardó la unificación nacional y laindustrialización, y las especiales circunstancias que rodean estos cambios y elestablecimiento de un gobierno responsable tras la Primera Guerra mundial. Estosúltimos componentes tienen, sin duda, mucho que ver con el fracaso delparlamentarismo, hecho indiscutible y factor vital en el establecimiento del régimende Hitler.Traigo a colación sólo una breve mención al antisemitismo, que tiene unalarga historia en Alemania. Estos asuntos no invalidan, en mi opinión, la conclusióngeneral del autor, pero debilitan el argumento en cuanto presentación de su caso. En suma, el libro es un útil instrumento de trabajo, pero de alcance limitado yalgo parcial en su tratamiento. No estoy seguro de que vaya a tener un ampliomercado en este país, o de que pudiese llegar a cambiar la postura de muchoslectores. Informe de Jacob Marschak[391] 20 de diciembre de 1943 La habitual discusión entre partidarios y adversarios de la libre empresa no se hadesarrollado a un nivel muy alto hasta hoy. El libro de Hayek puede dar comienzoen este país a un tipo de debate más académico. El libro se dirige a los amigos de la libre empresa y les proporciona nuevosmateriales: la interpretación de Hayek de la actual escena inglesa (los trabajadores y

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los monopolios industriales que van juntos hacia la economía colectiva) resultaránueva para todos los lectores americanos excepto para aquellos que han leído oescuchado las opiniones de William Benton; mientras que el trasfondo alemán deHayek lo capacita para dar nuevo apoyo al debate respecto a que el socialismo es elpadre del nazismo. Quienes no están convencidos de entrada de las tesis de Hayek probablementeaprenderán más de sus argumentos que los que sí lo están. Hayek (Capítulo IV)siente un gran desprecio por el método cuasi-científico de las «tendencias», de las«las oleadas del mañana». Los partidarios de la planificación porque aman lavoluntad inevitable, quizá tras leer a Hayek revisen su fe o sus gustos. Quizácomiencen a pensar en términos de fines y medios y no de profecías. Es cierto que el propio Hayek alimenta muy poco este pensamiento concreto.Como él mismo dice al final del libro (páginas 177, 179),[392] este es casiexclusivamente crítico, no constructivo. Su técnica es de blanco y negro. Se muestraimpaciente por llegar a compromisos (página 31). Está escrito con la pasión y laardiente claridad de un gran doctrinario.Hayek tiene la sinceridad de alguien que hatenido una visión del peligro que otros no han visto. Advierte a sus semejantes conamorosa impaciencia. Así, pues, los mejores capítulos del libro son negativos o formales.Hay unexcelente y realmente inspirado capítulo, el «Estado de derecho» (Capítulo VI);pero Hayek tiene poco que decir en cuanto a cómo el Estado de Derecho (es decir,la evitación de las decisiones administrativas ad hoc) podrían aplicarse comoinstrumentos para mitigar el desempleo por medios monetarios, o para combatir alos monopolistas. Sobre tales puntos Hayek da sólo vagas pistas (páginas 90,147).Ya que en este país los términos «plan» y «socialismo» se han utilizadofrecuentemente en el sentido de incluir las políticas monetarias y fiscales, laseguridad social, e incluso el impuesto progresivo sobre la renta, el lector americanoesperará posiblemente que Hayek haga una demarcación concreta entre lo que ellibro llama «planificación en el buen sentido» y la (no deseable) planificación comotal. De hecho, los capítulos no económicos (el que trata de «El fin de la verdad»,por ejemplo) son más imponentes que los económicos. Los que leen a Walter Lippmann, a Stuart Chase[393] , o la discusión de Fortunesobre el mundo de posguerra leerá también a Hayek. Suele ser menos concreto queLippmann o que Chase; pero su pensamiento es algo más incisivo, precisamenteporque es más abstracto. El estilo de Hayek es ameno y ocasionalmente inspirado. No debemos ignorar este libro. J.MARSCHAK Prólogo de John Chamberlain a la edición americana

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Los slogans de nuestro tiempo se expresan con una variedad de términos: «plenoempleo», «planificación», «seguridad social», «liberación de la escasez». Larealidad de nuestro tiempo sugiere que ninguna de estas cosas deben mantenersecuando se convierten en objetos conscientes de la política gubernamental. Sonpalabras falsas. En Italia corrompen a un pueblo y lo conducen a la muerte bajo elardiente sol africano. En Rusia se dio el primer Plan Quinquenal; y se dio tambiénla liquidación de tres millones de kulaks. En Alemania hubo pleno empleo entre1935 y 1939; pero 600.000 judíos ya han sido privados de sus propiedades,dispersados a los confines de la tierra, o yacen en fosas comunes en los bosquespolacos.Y en Estados Unidos la bomba nunca se llenó tras los sucesivos intentos;sólo la guerra salvó a los políticos del «pleno empleo». Hoy sólo un puñado de autores han osado establecer una conexión entre nuestrosslogans y el terror que acosa al mundo moderno. Entre estos autores se halla F.A.Hayek, economista austriaco que ahora vive en Inglaterra. Habiendo presenciado elcongelamiento de los sistemas sociales y económicos alemán, italiano y de lospaíses danubianos, Hayek está horrorizado al ver cómo los ingleses sucumbengradualmente antes las ideas de economía controlada del alemán Walter Rathenau,los sindicalistas italianos —y, sí, de Adolf Hitler que tiene el valor de trazarconclusiones del menos rotundo estatismo de sus predecesores.[394] Este libro deHayek —The Road to Serfdom— es una advertencia, un grito en un tiempo de duda.Y dice a los británicos y, por implicación, a los americanos: Alto, mirad y escuchad. The Road to Serfdom es sobrio, lógico, severo. No trata de congraciarse con ellector.Pero la lógica es incontestable: «pleno empleo», «seguridad social» y«liberación de la escasez» no se tendrán a menos que sea como sucedáneos de unsistema que libere las energías de los individuos. Cuando «la sociedad» y el «biende todos» y «el mayor bien para el mayor número» se convierten en la piedra detoque dominante de la acción del estado, ningún individuo puede planear su propiaexistencia. Pues los «planificadores» estatales deben arrogarse a sí mismos elderecho de entrar en cada sector del sistema económico si el bien de la «sociedad»o el «bienestar general» están por encima de todo. Si los derechos del individuo seinterponen, hay que marginarlos. La amenaza del «dinamismo» del estado desemboca en un amplio temor, por logeneral inconsciente, entre todos los intereses productivos que todavía conservanuna libertad de acción condicional. Y el temor afecta a los resortes de la acción. Lagente puede tratar de ser más lista que el gobierno lo mismo que ayer trataba deengañar al mercado. Pero hay esta diferencia: los factores del mercado obedecían almenos leyes relativamente objetivas, mientras que los gobiernos están notablementesujetos al capricho. Uno puede arriesgar su futuro por un juicio que cuenta constocks, puntos de saturación del mercado, tasas de interés, curvas de tendencia delos deseos de los compradores. Pero ¿cómo puede un individuo engañar a un

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gobierno cuya meta es suspender las leyes objetivas del mercado cuando y dondequiere hacerlo en nombre de la «planificación»? Con perspicacia, Peter Druckerobservaba una vez que los «planificadores» son todos improvisadores[395] . Éstosno crean certeza, sino incertidumbre para los individuos.Y,como Hayek demuestra,el resultado final de la incertidumbre es la guerra civil, o la dictadura que evita laguerra civil. La alternativa a la «planificación» es el «estado de derecho». Hayek no esincondicional del laissez-faire; cree en un plan para un sistema empresarial. El planes compatible con niveles de salario mínimo, niveles de salud, la existencia de unmínimo de seguros sociales obligatorios.Y es incluso compatible con ciertos tiposde inversiones gubernamentales. Pero la cuestión es que el individuo debe saber,con antelación, cómo van a funcionar las reglas. No puede planear su negocio, sufuturo, incluso sus propios asuntos familiares, si el «dinamismo» de una autoridadplanificadora central pende sobre su cabeza. En ciertos aspectos, Hayek es más «inglés» que los ingleses de hoy. Pertenece,con modificaciones, al gran linaje de Manchester, no a la escuela de losWebbs[396] . Puede ser que sea incluso más «americano» que los americanosactuales. Si es así, sólo podemos augurar una acogida en Estados Unidos lo másamplia posible de The Road to Serfdom. Carta de John Scoon a C. Hartley Grattan[397] Hayek: The Road to Serfdom 2 de mayo de 1945 Sr. C. Hartley Grattan 6 White Hall Road Tuckahoe, Nueva York Estimado Sr. Grattan: He estado en mi despacho unos cinco minutos al día desde que volví de Chicago,pues, de lo contrario, habría sabido usted de mí antes. Pero las reseñas le fueronenviadas a usted hace una semana más o menos, y respecto a sus deseos cuentan loprincipal de la historia. The Road to Serfdom nos llegó en diciembre de 1943, lo leyeron dos lectoresuniversitarios de fuera de la Editorial, y fue aprobado por nuestro Comité dePublicaciones (compuesto por miembros de la facultad provenientes de variosdepartamentos de la universidad) a finales de ese mes. Estaba en pruebas cuando lovimos por primera vez, y a punto de ser publicado por Routledge en Inglaterra. Laidea de que fuese publicado por la Editorial en este país la sugirió un miembro del

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Departamento de Economía de la Universidad que ya conocía desde antes a Hayeky su trabajo[398] ; casi al mismo tiempo, otro amigo del autor[399] , que pasó untiempo en la Universidad pero luego trabajó en Washington para el gobierno, nossugirió el libro y nos envió las pruebas de imprenta. El primer informe, del que incluyo una copia, marcada con una «A», provino deun hombre que es de confianza, más bien de centro en sus opciones políticas, yrespetado por ambas partes. Dice en su informe que se situaba del lado de Hayek eneste asunto antes incluso de leer el libro, por lo que recomendó que obtuviésemosotro informe de la oposición. Así hicimos, y el informe marcado con una «B» nosvino de uno de los economistas más claramente «progresistas» del país, cuyonombre reconocería usted inmediatamente si no fuese nuestra ya larga política la deno revelar los nombres de los lectores. En otras palabras, simplemente, nopodríamos haber sometido al libro a un juicio más objetivo: no sabíamos nada sobreél en aquellos tiempos, por lo que buscamos informes de dos opuestos puntos devista y luego los sometimos a un comité formado por trece hombres de diferentesmatices de opinión. Y todos ellos aprobaron la publicación del libro por la Editorial. Todo ello ocurrió antes de que el Sr. Brandt y yo nos incorporáramos a laEditorial a comienzos de enero de 1944. Consideramos este proyecto en conjuntocon otros muchos, parte de un probable programa para el año que precisamenteempezaba entonces. Cuando la Editorial comenzó a preparar su nuevo catálogo, TheRoad to Serfdom parecía estar lejos de tener impacto mundial. Así, pues, leímos laspruebas de imprenta nosotros mismos y decidimos pedir al autor que hicieraadaptación del libro a los Estados Unidos, mencionando explícitamente a este país en vez de lanzar el librodirectamente a unos lectores limitados a Inglaterra —«sin hacer promesas en cuantoa la publicación que pudieran influir en su opinión sobre este punto», decía miinforme. Y seguía diciendo: «Si está de acuerdo, continuemos con el asunto. Podráprovocar problemas, pero el autor tiene interés y evidentemente ha tenido unaexcelente experiencia.» (Debería explicar aquí que la «aprobación» por el comité deun manuscrito no es obligatoria, por lo que la cuestión de la publicación todavía noha sido decidida del todo.) Este procedimiento fue aceptado por todas las partes, y nosotros, un colega delautor400, y el propio Sr. Hayek nos pusimos a trabajar sugiriendo posiblesrevisiones. Se acordaron finalmente algunos cambios específicos, en los que,naturalmente, el Sr. Hayek tuvo la última palabra sobre lo que se añadió, lo que sesuprimió, y sobre la redacción específica en cada punto. Mientras, los de la Editorialestábamos preocupados por un posible nuevo título, cuántas ventas tendría el libro(se consideró meramente un trabajo académico, y sabíamos que podía fracasar sinmás o bien ser generosamente recibido), y cómo introducir mejor este trabajo de unautor extranjero con más bien poco nombre en este país. Tras largas conversaciones

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decidimos dejar el título (que es una paráfrasis de la obra de Bertrand Russell Roadsto Freedom[401] , pedir a John Chamberlain que escribiese una introducciónallibro, y que se hiciese una primera edición de 2.000 ejemplares. Esta cifra se vioinfluida definitivamente por la competencia a la que se enfrentó el libro por elpublicado anteriormente, Omnipotent Government, de Ludwig von Mises, que fueprofesor de Hayek por un tiempo en Viena.[402] Por las fechas en que se firmó el contrato para los derechos estadounidenses —acomienzos de abril— empezamos a oír algo sobre el libro en Inglaterra, que habíasido publicado aquí el 10 de marzo. La primera edición en Inglaterra fue de sólo2.000 ejemplares, pero se agotó en un mes aproximadamente. Y comenzó a sercitado en el Parlamento y en los diarios, y unos cuantos periódicos de aquícomenzaron a mencionarlo de vez en cuando; pero, naturalmente, seguíamosdudosos sobre si habría tenido acogida en Estados Unidos. Es un hecho que hasta lafecha de publicación no pudimos hallar ninguna librería, ni siquiera en Nueva York,que se mostrase interesada por el libro, aunque Joe Margolies, de Brentano, legarantizaba algunas posibilidades. Ya en junio, el autor corregía nuestras pruebas, y la publicación, que habíamosesperado que fuese en julio, se retrasó hasta el 18 de septiembre, y por entonces laedición inglesa estaba por la tercera reimpresión. Nosotros mandamos másejemplares prepublicación y para reseñas de lo habitual, y por las respuestassupimos que el libro tenía buenas posibilidades de captar el interés: la primerareseña que vimos fue la de Orville Prescott, en el New York Times del 20 deseptiembre, que era neutral y que calificó al libro como «este triste e irritadolibrito», pero para cuando habíamos visto la reseña de primera página de HenryHazlitt en el Times Book Review del domingo, habíamos encargado una segundareimpresión de 5.000 ejemplares. En pocos días tuvimos peticiones de derechos deedición en alemán, español, holandés y otras, y el 27 de septiembre encargamos unatercera reimpresión de 5.000 ejemplares, y subimos hasta las 10.000 al día siguiente.De varias partes nos llegaron peticiones de derechos para revistas, pero la primerafue del Reader’s Digest que hizo la mejor oferta. En la primera semana de octubre muchas tiendas agotaron las existencias ytuvimos que hacer un tremendo y complicado trabajo de impresión, encuadernción,envío y distribución a las tiendas en este país y en Canadá —por estas fechashabíamos llegado a un arreglo con Routledge para que se ocupase también de lospedidos de Canadá—.Ya desde un comienzo hubo gran entusiasmo por el libro perolas ventas subieron y bajaron y a nuestra agencia de anuncios le dio un verdaderodolor de cabeza buscando espacio para los momentos adecuados. Unos pocosprogramas de radio dieron un empujón al libro, a fines de octubre, pero sabíamosque las ventas bajarían después de Navidad, por lo que comenzamos a buscar algoque hacer este año. El sr. Brandt tuvo la idea de traer al sr. Hayek aquí; preguntó al

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departamento de economía de varias universidades sobre tal posibilidad, y todos semostraron muy entusiastas. Apenas se habían tomado las medidas definitivas y sesabía que el sr.Hayek iba a venir a este país, organizaciones e individuos de todotipo nos abrumaron con intentos para acapararlo, por lo que tuvimos que ceder elviaje a la National Concert and Artists Corporation. El resto de la historia usted la conoce. En este momento el libro está en suséptima edición, se han vendido casi 50.000 ejemplares, pero los encargos llegantan frecuentemente que no conocemos el total exacto. Realmente, ha tenido una delas carreras de ventas más extrañas que un libro puede tener, y ha sido muy difícilsaber cuál era el paso siguiente que había que dar respecto al libro: el librocondensado del Digest provocó un gran arrebato, pero el arrebato fue de breveduración —muy posiblemente porque la distribución del texto condensado del Clubdel Libro del mes alcanzó la cifra de 600.000. El encono respecto al libro ha aumentado con el paso del tiempo, alcanzandonuevas cotas a medida que el libro iba dejando de ser una mera impresión. (Lagente todavía tiende a ser reticente respecto al libro; ¡por qué no lo leen y hallan loque Hayek dice realmente!) Usted sabe también lo que piensa el autor sobre esto:una de sus quejas es que en un sentido sus conclusiones están sobre el papel, perono el proceso por el cual llegó hasta ellas, y todos nos preguntamos si algún día nopodríamos publicar una edición completa anotada del libro. (Esta edición se utilizacomo lectura paralela en ciencias políticas y cursos semejantes en cierto número deuniversidades.) Entre tanto,Hayek tiene otros muchos proyectos, pero ahora nohablaremos sobre ninguno de ellos. Espero que esto baste para lo que usted necesita. He reunido el material fuera delos archivos y puede haber perdido algo de perspectiva. Si hay algo más que ustedquisiese saber, trataremos de proporcionárselo. Sinceramente, JOHN SCOON Editor JS:MB Introducción de Milton Friedman a la edición de 1994 Este libro se ha convertido en un verdadero clásico: una lectura esencial paraquien esté seriamente interesado por la política en el sentido más amplio y menospartidista, un libro cuyo mensaje central es intemporal, aplicable a una granvariedad de situaciones concretas. En cierto sentido es incluso más importante paralos Estados Unidos de hoy de lo que lo fue cuando hizo sensación al ser publicadopor primera vez en 1944.

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Hace casi un cuarto de siglo (1971), escribí una introducción para una nuevaedición alemana de The Road to Serfdom que ilustra lo intemporal que es elmensaje de Hayek. Aquella introducción es igualmente pertinente en este cincuentaaniversario del clásico de Hayek. En vez de plagiarme a mí mismo, me citototalmente antes de añadir unos cuantos comentarios adicionales. «A lo largo de los años, he convertido en una práctica el inquirir entre loscreyentes del individualismo cómo pudieron apartarse de la ortodoxia colectivista denuestro tiempo. Durante años, la pregunta más frecuente era una referencia al librodel que tengo el honor de escribir esta introducción. El notable y vigoroso opúsculodel profesor Hayek fue una revelación, particularmente para los jóvenes que habíanestado en las fuerzas armadas durante la guerra. Su experiencia reciente habíaincrementado su aprecio del valor y significado de la libertad individual.Asimismo,habían observado una organización colectivista en acción. Para ellos, laspredicciones de Hayek sobre las consecuencias del colectivismo no eransimplemente posibilidades hipotéticas sino realidades visibles que ellos mismoshabían experimentado en el servicio militar. «Al releer el libro antes de escribir esta introducción, volvió a impresionarme lomagnífico que es este libro —sutil y sólidamente razonado y asimismo lúcido yclaro, filosófico y abstracto y aun así concreto y realista, analítico y racional ytambién animado por elevados ideales y un vivo sentido de misión. No hay por quéextrañarse de que haya tenido tanta influencia. Y me impresiona el hecho de que sumensaje no se necesita menos hoy de lo que se necesitó cuando apareció porprimera vez— volveremos sobre esto. Pero su mensaje puede no ser tan inmediato otan persuasivo para la juventud de hoy como para los jóvenes que lo leyeron cuandose publicó. Los problemas de la guerra y de los ajustes posbélicos que Hayek utilizó parailustrar su intemporal tesis central, y la jerga colectivista de su tiempo que él usópara documentar sus afirmaciones sobre el clima intelectual, era familiar a lageneración de la inmediata posguerra y estableció una relación inmediata entre elautor y el lector. Las mismas falacias colectivistas se difunden actualmente eincluso van en aumento, si bien los resultados inmediatos son diferentes y lo mismosucede con la jerga. Hoy se habla poco de “planificación central”, de “producciónde uso”, de la necesidad de una “dirección consciente” de los recursos de lasociedad. En cambio, se habla de la crisis urbana —que se resolvería sólo, se dice,por medio de programas gubernamentales muy amplios; de la crisis del medioambiente— provocada, como se dice, por empresarios rapaces a los que hay queobligar a aceptar su responsabilidad social en vez de “simplemente” hacer funcionarsus empresas para conseguir el mayor beneficio y exigiendo también, se dice,programas gubernamentales muy amplios; de la crisis del consumidor —falsosvalores estimulados por los mismísimos empresarios rapaces que buscan beneficios

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en vez de ejercer su responsabilidad social y, naturalmente, se exigen ampliosprogramas gubernamentales para proteger al consumidor incluso de sí mismo; de lacrisis del bienestar o de la pobreza— aquí la jerga sigue siendo “pobreza en laabundancia”, aunque lo que se describe ahora como pobreza podía ser consideradoriqueza cuando el eslogan tanto se utilizó por primera vez. «Ahora como entonces, la promoción del colectivismo se combina con laprofesión de valores individualistas.Y, además, la experiencia con un gobiernofuerte ha reforzado esta sarta de cosas tan discordante. Hay una amplia protestacontra el “establishment”; un increíble conformismo en la protesta contra elconformismo; una demanda generalizada de libertad para “hacer nuestros asuntos”,de estilos de vida individualizados, de democracia participativa. Escuchando estasarta de cosas, podríamos creer también que la oleada colectivista está en descenso,y que el individualismo vuelve a subir. Como demuestra de manera tan persuasivaHayek, estos valores requieren una sociedad individualista. Sólo pueden alcanzarseen un ordenamiento liberal (uso el término liberal, como hace Hayek, en el sentidooriginal del siglo XIX, como gobierno limitado y mercado libre, no en el sentidocorrompido que ha adquirido en los Estados Unidos, donde significa casi locontrario), en el que la actividad del gobierno queda limitada en primer lugar aestablecer la estructura dentro de la cual los individuos sean libres de perseguir suspropios objetivos.El libre mercado es el único mecanismo que haya sido descubiertonunca para realizar la democracia participativa. «Por desgracia, la relación entre fines y medios continúa comprendiéndose muymal. Muchos de los que profesan los objetivos más individualistas apoyan medioscolectivistas sin que reconozcan la contradicción. Estamos tentados de creer que losmales sociales surgen de la acción de hombres malos, y que sólo si hombres buenos(como nosotros, naturalmente) tuviésemos el poder, todo iría mejor. Este punto devista requiere solamente emoción y autoestima —fáciles de conseguir y tambiénsatisfactorias—. Para entender por qué los hombres “buenos” en posición de poderproducirán el mal, mientras que el hombre ordinario sin poder pero que puedacomprometerse en la cooperación voluntaria con sus vecinos producirá el bien,requiere análisis y reflexión, subordinando las emociones a las facultades racionales.Sin duda es una respuesta al perenne misterio de por qué el colectivismo, con sucurrículum ya demostrado de que produce tiranía y miseria, se considera superior alindividualismo, con su currículum ya demostrado de que produce libertad y riqueza.El argumento del colectivismo es simple, pero falso; es un argumento emocionalinmediato. Los argumentos a favor del individualismo son sutiles y elaborados; sonargumentos racionales indirectos. Y las facultades emocionales están mucho másdesarrolladas en la mayoría de los hombres que las racionales, paradójica oespecialmente incluso en aquellos que se consideran a sí mismos intelectuales. «¿En qué punto está la batalla entre el colectivismo y el individualismo en

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Occidente más de un cuarto de siglo [hoy, ya, medio siglo] desde la publicación delgran libro de Hayek? La respuesta es muy diferente en el mundo de los negocios yen el mundo de las ideas. «En el mundo de los negocios, aquellos de nosotros a quienes convenció elanálisis de Hayek, vimos pocos signos en 1945 de cualquier cosa excepto de unrápido crecimiento del estado a expensas del individuo, una rápida sustitución de lainiciativa y de la planificación privadas por la iniciativa y planificación por parte delestado. Aun así, en la práctica este movimiento no fue muy lejos —ni en Inglaterrani en Francia o en los Estados Unidos—.Y en Alemania hubo una viva reacciónaparte los controles totalitarios del periodo nazi, y un fuerte movimiento hacia unapolítica económica liberal. «¿Qué produjo este inesperado freno al colectivismo? Creo que dos fuerzasfueron las responsables principales. Primero, y esto fue especialmente importante enGran Bretaña, el conflicto entre la planificación central y la libertad individual, quees el tema de Hayek, se hizo patente, en particular cuando las exigencias de unaplanificación central condujeron al orden llamado de “control de contratación”, porla cual el gobierno tenía facultad para asignar ocupaciones a los individuos. Latradición de libertad, de valores liberales, era todavía suficientemente fuerte enGran Bretaña, por lo que, cuando se produjo el conflicto, se sacrificó laplanificación central en vez de la libertad individual. La segunda fuerza que frenó alcolectivismo fue simplemente su ineficacia. El gobierno se mostró incapaz de dirigirlas empresas, de organizar los recursos para alcanzar los objetivos declarados a uncoste razonable. Acabó atascándose en la confusión burocrática y en la ineficacia. Yse produjo una desilusión general respecto a la eficacia del gobierno centralizado enla administración de sus programas. «Por desgracia, el freno al colectivismo no significó un freno al reforzamiento delgobierno; más bien, el gobierno encauzó su reforzamiento por un canal diferente. Elénfasis pasó de las actividades productivas administradas por el gobierno a laregulación indirecta de empresas supuestamente privadas y aun más a programasgubernamentales de transferencia, que incluían la recaudación de tasas de unos parahacer préstamos a otros —todo ello en nombre de la igualdad y de la erradicaciónde la pobreza, pero que, en la práctica, produce una mezcolanza errática ycontradictoria de subsidios a grupos de intereses concretos. El resultado es que laparte de la renta nacional que se gastan los gobiernos no cesa de aumentar. «En el mundo de las ideas, el resultado ha sido incluso menos satisfactorio paraun partidario del individualismo. En un sentido, es esto lo más sorprendente. Laexperiencia del último cuarto de siglo ha confirmado rotundamente la validez de laperspicaz idea central de Hayek —es decir, que la coordinación de las actividadesde los hombres por medio de una dirección central y por medio de la cooperaciónvoluntaria son caminos que van en direcciones muy diferentes: la primera, hacia la

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servidumbre, la segunda hacia la libertad.Tal experiencia reforzó ampliamente untema secundario— la dirección centralizada es asimismo un camino hacia lapobreza para el hombre corriente; la cooperación voluntaria, un camino hacia lariqueza. «La Alemania del Este y la Occidental proporcionan ya un experimento científicocomprobado.Aquí hay gente de la misma sangre, de la misma civilización, el mismonivel de habilidad tecnológica y conocimientos, separados por el accidente de laguerra, y que adoptaron métodos radicalmente diferentes de organización social:dirección centralizada y de mercado. Los resultados son claros como el agua. LaAlemania Oriental, no la Occidental, tuvo que erigir un muro para evitar que losciudadanos se fuesen. De un lado del muro, tiranía y miseria; del otro lado, libertady riqueza. «En el Oriente Próximo Israel y Egipto ofrecen el mismo contraste que entre laAlemania Occidental y la Oriental. En el Lejano Oriente, Malaya, Singapur,Tailandia, Formosa, Hong Kong, y Japón —todos ellos se basan fundamentalmenteen el libre mercado— son prósperos y sus pueblos están llenos de esperanza; y amucha distancia están India, Indonesia, y la China comunista —que se basan, todosellos, en muy gran medida en la planificación central. De nuevo, es la Chinacomunista y no Hong Kong la que debe vigilar sus fronteras para evitar que la genteintente salir del país. «Con todo, y pese a esta notable y dramática confirmación de la tesis de Hayek,el clima intelectual de Occidente, tras un breve interludio en el que se dieron variossignos de resurgencia de las ideas liberales iniciales, ha empezado de nuevo aencaminarse en una dirección muy antagonista respecto a la libre empresa, a lacompetencia, a la propiedad privada y a un gobierno limitado. Durante un tiempo,según la descripción de Hayek de las actitudes intelectuales imperantes, parecía queéstas se estaban haciendo algo obsoletas. Hoy suenan más verdaderas que hace undecenio. Es dfícil saber qué explica este desarrollo. Necesitamos mucho un nuevolibro de Hayek que nos dé una visión tan clara y penetrante de los desarrollosintelectuales del último cuarto de siglo, como The Road to Serfdom hizo sobre losdesarrollos anteriores. ¿Por qué las clases intelectuales, en todas partes, se hanalineado casi automáticamente del lado del colectivismo —aun cuando cantaneslóganes individualistas— y denigran e insultan al capitalismo? ¿Por qué losmedios de comunicación están dominados, casi en todas partes, por esta visión? «Sea cual fuere la explicación, el hecho del creciente apoyo intelectual alcolectivismo —y yo creo que es un hecho— hace que el libro de Hayek sea tanoportuno hoy como lo fue la primera vez que apareció. Esperemos que una nuevaedición en Alemania que, de todos los países, podría ser el más receptivo a estemensaje, tenga tanta influencia como la edición inicial tuvo en los Estados Unidos yen el Reino Unido. La batalla por la libertad ha de ser ganada una y otra vez. Los

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socialistas de todos los países a los que Hayek dedicó su libro han de serpersuadidos de nuevo o derrotados si ellos y nosotros debemos seguir siendohombres libres.» El penúltimo párrafo de mi introducción a la edición alemana es lo único que noes del todo cierto hoy día. La caída del Muro de Berlín, el colapso del comunismotras su Telón de Acero,y el cambio de carácter de China han reducido el número delos defensores del colectivismo de tipo marxista a una exigua y resistente bandaconcentrada en las universidades occidentales. Hoy existe un acuerdo ampliorespecto a que el socialismo es un fracaso, y el capitalismo un éxito. Con todo, laaparente conversión de la comunidad internacional a lo que podría denominarsepunto de vista hayekiano es decepcionante. Mientras que el debate es sobre elmercado libre y la propiedad privada —y es más respetable de lo que fue hace unosdecenios defender un laissez-faire casi total— el grueso de la comunidad intelectualfavorece casi automáticamente cualquier expansión del poder del gobierno, siempreque éste se anuncie como una forma de proteger a los individuos contra lasmalévolas grandes empresas, reduzca la pobreza, proteja el medio ambiente, opropugne la «igualdad». El debate actual sobre un programa nacional de sanidadnos proporciona un excelente ejemplo. Los intelectuales pueden haber aprendido laletra pero no han acertado con el tono. Dije al empezar que «de algún modo» el mensaje de este libro «es incluso másimportante en los Estados Unidos hoy de lo que fue cuando causó sensación… hacemedio siglo». La opinión intelectual de entonces era mucho más hostil respecto aeste tema de lo que es hoy. El Gobierno, en el periodo de la segunda posguerra, eramenos fuerte y menos intervencionista de lo que es hoy. Los planes para la GranSociedad de Johnson, que incluían el «Medicare» y el «Medicaid» y las leyes sobre«Clean Air» y «Americans with Disabilities» de George H.W. Bush siguenadelante, dejando a un lado las otras numerosas extensiones del gobierno queReagan sólo fue capaz de ralentizar, pero no de suprimir, en sus ocho años en elcargo. El gasto total del gobierno —federal, estatal, y local— en los Estados Unidossubió del 25 por ciento de la renta nacional en 1950 a casi un 45 por ciento en 1993. Muy parecido es lo ocurrido en Gran Bretaña, y, en cierto sentido, másdramáticamente. El Partido Laborista, antaño claramente socialista, defiende ahorael mercado libre privado; y el Partido Conservador, que un tiempo estaba deacuerdo en administrar la política socialista de los laboristas, ha intentado reducir elgrado de propiedad y actividad del gobierno, lo cual se ha conseguido hasta ciertopunto en tiempos de Margaret Thatcher. Pero Thatcher fue incapaz de recurrir aalgo parecido a la reserva del apoyo popular para los valores liberales que llevara ala supresión del «control de contratación» poco después de la II Guerra mundial. Ymientras ha habido un considerable número de «privatizaciones» allí y aquí, hoy elgobierno gasta una cantidad mayor de renta nacional y es más intervencionista de lo

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que era en 1950. A ambos lados del Atlántico, no es muy exagerado decir que predicamos elindividualismo y el capitalismo competitivo, y practicamos el socialismo. Nota sobre la historia de la publicación[403] Hayek comenzó a trabajar en Camino de servidumbre en septiembre de 1940, y ellibro se publicó por primera vez en Inglaterra el 10 de marzo de 1944. Hayekautorizó a su amigo el doctor Fritz Machlup, refugiado austriaco que seguía unaeminente carrera académica en los Estados Unidos y que en 1944 trabajaba en laOficina de la Protección de la Propiedad Extranjera, en Washington DC, a quefirmase un contrato de publicación del libro con un editor americano. Antes deproponerlo a la Universiy of Chicago Press, el libro fue rechazado en EstadosUnidos por tres editores —bien porque pensaban que no se vendería bien, o, almenos en un caso, porque lo consideraban «inadecuado para ser publicado por unaeditorial con reputación».[404] Sin arredrarse, Machlup mostró las pruebas deimprenta de la edición británica a Aaron Director, ex miembro del Departamento deEconomía de la Universidad de Chicago, y que volvería a la universidad después dela guerra en calidad de economista en la Escuela de Derecho. Posteriormente, FrankH. Knight, distinguido economista de la universidad, recibió un juego de pruebas deimprenta y las presentó a la Editorial de la Universidad de Chicago tras sugerenciade Director de que la Editorial podría querer publicar el libro. La Editorial firmó el contrato con Hayek para los derechos estadounidenses enabril de 1944, una vez que sugirieron al autor hacer algunos cambios —«para serexactos, respecto de la adecuación a los Estados Unidos… en vez de lanzar el librodirectamente a una audiencia limitada a Inglaterra», como recordó más tarde JohnScoon, que era entonces un editor de la Editorial. «Por las fechas en que fue firmado el contrato para los derechos estadounidenses—a comienzos de abril— comenzamos a oír hablar del libro en Inglaterra, dondehabía sido publicado el 10 de marzo. La primera tirada en Inglaterra fue de sólo2.000 ejemplares, pero se agotó en más o menos un mes. Empezó a ser citado en elParlamento y en los periódicos, y algunos periódicos de por aquí comenzaron amencionarlo de vez en cuando —aunque, naturalmente, todavía teníamos dudassobre hasta qué punto tendría aceptación en los Estados Unidos. Es un hecho que,hasta la fecha de publicación no hallamos ninguna librería en Nueva York que semostrase interesada por el libro.» La edición de la Universidad de Chicago se publicó el 18 de septiembre de 1944,en una primera tirada de 2.000 ejemplares, con una introducción de JohnChamberlain, entonces, como ahora, conocido escritor y comentarista de libros detema económico. «La primera reseña que vimos» —continúa diciendo Scoon— fuela de Orville Prescott en el New York Times el 20 de septiembre, que fue neutral y

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lo calificó como “este triste e irritado librito”, pero para la fecha en que vimos lareseña de primera página de Henry Hazlitt en el Sunday Times Book Reviewhabíamos encargado una segunda tirada de 5.000 copias. A los pocos días teníamospeticiones para los derechos de traducción en alemán, español, holandés y otraslenguas, y el 27 de septiembre encargamos una tercera tirada de 5.000 copias,subiendo a 10.000 al día siguiente… «Hacia la primera semana de octubre muchas librerías habían agotado susexistencia y nosotros tuvimos una tremenda y dificultosa tarea de impresión,encuadernación, envío y distribución a los clientes en este país y en Canadá…Desde el principio, hubo un gran entusiasmo por el libro, pero las ventas subieron ybajaron… «El encono respecto al libro había ido aumentando a medida que pasaba eltiempo, alcanzando nuevas cotas, a medida que había dejado de ser sólo unaimpresión. (La gente todavía tiende a ser reticente respecto al libro; ¡por qué no loleen y hallan lo que Hayek dice realmente!) El comentario de Scoon sigue siendoverdad hoy día. El Reader’s Digest publicó el texto condensado en abril de 1945, yposteriormente se distribuyeron más de 600.000 ejemplares de la versióncondensada por parte del Club del Libro del Mes.[405] Con anterioridad a laversión condensada del Digest y también a una gira de conferencias que Hayek sehabía comprometido a dar en la primavera de 1945, la Editorial trató de prepararuna gran tirada, la séptima. Sin embargo, la carencia de papel limitó la tirada a10.000 ejemplares y obligó a la Editorial a reducir el formato del libro a una versiónde bolsillo. En mi biblioteca personal hay casualmente un ejemplar de esta tirada. En los cincuenta años desde su publicación, la Editorial ha vendido más de uncuarto de millón de ejemplares, 81.000 en tapa dura y 175.000 en rústica. Laprimera edición en rústica de Chicago se publicó en 1956. El hijo de Hayek,Laurence, cuenta que se han realizado casi veinte traducciones autorizadas en elextranjero. Además, han circulado traducciones clandestinas, no autorizadas en ruso,polaco, checo, y posiblemente en otras lenguas, cuando la Europa oriental sehallaba tras el Telón de Acero. No hay duda de que los escritos de Hayek, y enespecial este libro, fueron una importante fuente intelectual para la desintegraciónde la fe en el comunismo detrás del Telón de Acero, lo mismo que de nuestro ladodel telón. Desde la caída del Muro de Berlín ha sido posible publicar el libro libremente enlos países y satélites de la ex Unión Soviética. Sé, por una variedad de fuentes, queha habido un incremento del interés por Hayek, en general, y por Camino deservidumbre en particular, en esos países. Desde la muerte de Hayek en 1992 se ha producido un aumento del

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reconocimiento de su influencia, ejercida tanto en los regímenes comunistas comoen los anticomunistas. Sus editores han mirado confiadamente hacia el futuro y hancontinuado vendiendo este notable libro mientras ha prevalecido la libertad deexpresión —que, pese a cierta erosión desde que Hayek escribió, está, pese a todo,más segura de lo que nunca estuvo, gracias precisamente a este libro. Stanford, California 14 de abril de 1994

[Ir a tabla de contenidos][1] Wendell Wilkie, One World (Nueva York: Simon and Schuster, 1943).[2] En su «Nota sobre la historia de la edición», escrita con motivo delcincuenta aniversario de la publicación del libro, Milton Friedman constataba quehacia 1994 Chicago había vendido aproximadamente 250.000 ejemplares y que sehan publicado casi veinte traducciones autorizadas. La cifra de 350.000 es unaestimación proporcionada por la editorial en 2005. La introducción y la nota deFriedman puede leerse en el Apéndice.[3] Carta de Isaiah Berlin a Elizabeth Morrow, 4 de abril de 1945, reimpresa enIsaiah Berlin: Letters, 1928-46, ed. Henry Hardy (Cambridge: CambridgeUniversity Press, 2004), p 540.[4] Carta de Gardiner Means a William Benton, 28 de diciembre de 1944, en larecopilación de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 2, Biblioteca de laUniversidad de Chicago, Chicago, Illinois.[5] Carta de Rudolf Carnap a Karl Popper, 9 de febrero de 1946, citada enMark Notturno, «Popper’s Critique of Scientific Socialism, or Carnap and His Co-Workers», Philosophy of the Social Sciences, vol. 29, marzo de 1999, p. 41. Estecomentario sugiere que Carnap tuvo que haber leído la reseña de A.R. Sweezy del 5de noviembre de 1944, publicada en PM, una publicación izquierdista, en la que ellibro de Hayek fue calificado de «libro de texto para reaccionarios».[6] Los lectores de su prefacio a la edición de 1976, incluida en este volumen,podrán ver que Hayek modificó algunos de estos puntos de vista en sus últimosaños.[7] Esta última tarea, evidentemente, es necesaria siempre para adecuarse a untiempo y un lugar específicos, y cada generación de lectores extrae de él leccionesdiferentes. Como tal, quiero alertar, simplemente, al lector sobre el hecho de queesta introducción ha sido escrita por un historiador americano del pensamientoeconómico, y cuya última modificación se efectuó a finales de 2005.[8] F.A. Hayek, Prices and Production (Londres: Routledge & Sons),1931 [trad. esp.: Precios y producción, Ediciones Aosta/Unión Editorial, 1996]. Estáprevista una edición de Collected Works.[9] Sraffa no era inglés, sino italiano de Turín, y parece que nunca dejó de serlo(N. d. T.).

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[10] John Maynard Keynes, A Treatise on Money, 2 vols. [1930], reimpresióncomo volúmenes 5 y 6 (1971) de The Collected Writings of John Maynard Keynes,Austin Robinson y Donald Moggridge (eds., 30 vols. (Londes: Macmillan [para laRoyal Economic Society], 1971-89). La polémica de Hayek con Keynes y Sraffa,incluida la correspondencia, han sido reproducidos en Contra Keynes y Cambridge:Essays, Correspondence, Bruce Caldwell (ed.), vol. 9 (1995) de The CollectedWorks of F.A. Hayek (Chicago: University of Chicago Press, y Londres: Routledge)[ed. esp.: Contra Keynes y Cambridge. Volumen IX de Obras Completas de F.A.Hayek, Unión Editorial, 1996].[11] F.A. Hayek, «The Trend of Economic Thinking», Economica, vol. 13,mayo de 1933, pp. 121- 37; reimpreso como capítulo 1 de The Trend of EconomicThinking: Essays on Political Economists and Economic History,W.W. Bartley III yStephen Kresge (eds.), vol. 3 (1991) de The Collected Works of F.A. Hayek, pp. 17-34 [ed. esp.: La tendencia del pensamiento económico, vol. III de Obras Completasde F.A. Hayek, Unión Editorial, 1991].[12] Para más información sobre la historia de ambas escuelas, véase BruceCaldwell, Hayek’s Challenge: An Intellectual Biography of F.A. Hayek (Chicaho:Chicago University Press, 2004), capítulos 1-4.[13] Este recuerdo está tomado de de una ficha que se hallaba entre ciertonúmero de éstas que Hayek escribió para proporcionar información a Bill Bartley,que iba a ser el biógrafo de Hayek. (Bartley murió en 1990, cuando todavía nohabía avanzado mucho en la biografía.) Las transcripciones de las fichas estánincluidas en un documento inédito que Bartley, en broma, tituló «Hayek Biography.“Inductive basis”». Bartley fue un filósofo educado en la tradición popperiana, y la«base inductiva» es un término de esa tradición para el conjunto de hechos paraprobar las teorías. La cita puede encontrarse en la p. 78.[14] F.A. Hayek, Hayek on Hayek: An Autobiographical Dialogue, StephenKresge y Leif Wenar (eds.) (Chicago: Chicago University Press, y Londres:Routledge, 1994) p. 102 [trad. esp.:Hayek sobre Hayek. Un diálogo autobiográfico,en el vol. I de Obras Completas de F.A. Hayek, Unión Editorial, 1997, pp. 99-100].[15] El informe original puede hallarse en los Friedrich A. von Hayek Papers,caja 105, carpeta 10, Hoover Institution Archives, Stanford, California. Notahistoriográfica: no hay nada en el manuscrito del «Nazi-Socialism» que indique quehaya sido escrito para Beveridge. Y realmente, aunque yo sabía desde hacía muchotiempo de la existencia del manuscrito en los archivos de Hayek, pienso que no esel informe de Beveridge, pues lleva la fecha de 1933, y, como se ha dicho, Hayekparecía implicar que se lo había dado a Beveridge en los últimos años 1930. Sinembargo, en el verano de 2004 Susan Howson me mostró una copia idéntica delinforme (pero con un nuevo título y sin fecha) que había hallado entre los papelesde Beveridge. En esto se basa la afirmación de que era realmente el informe deBeveridge. Como tal, la fecha de 1939 que Hayek menciona en sus recuerdosparece ser simplemente un error. Los dos artículos que surgieron del informe fueron

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se publicaron en 1938 y 1939, por lo que el informe debe haber sido escrito antes de1938. Además, Beveridge dejó la LSE para ir a Oxford en 1937, por lo quepresumiblemente la fecha sería incluso anterior. Mi mejor hipótesis es que Hayek,en sus recuerdos, simplemente, confundió la fecha de publicación de 1939 con lafecha del informe. Agradezco a un lector anónimo de la Chicago University Presscuyo cuidadoso examen de la prueba me ayudó a llegar a esta conclusión.[16] F.A. Hayek, «Nazi-Socialism», apéndice.[17] Ibid.[18] Las dos versiones de 1938 y 1939 de «Freedom and the EconomicSystem» fueron publicadas de nuevo y aparecen como los capítulo 8 y 9 deF.A.Hayek, Socialism and War: Essays, Documents and Reviews, de BruceCaldwell (ed.), vol. 10 (1997) de The Collected Works of F.A. Hayek, pp. 181- 88,189-211 respectivamente [trad. esp.: «La libertad y el sistema económico», capítulosVIII y IX de Socialismo y guerra, vol. X de Obras Completas de F.A. Hayek, UniónEditorial, 1999].[19] F.A. Hayek, «Freedom and the Economic System» [1938], op. cit., p. 182[pp. 218-19 de la versión española].[20] Ibid., pp. 193-209 [219-25].[21] F.A.Hayek (ed.), Collectivist Economic Planning: Critical Studies on thePossibilities of Socialism (Londres: Routledge & Sons, 1935; reimpr.:Clifton, N.J: Kelley, 1975).[22] Ludwig von Mises, «Economic Calculation in the SocialistCommonwealth», trad. Por S.Adler, en F.A. Hayek (ed.), Collectivist EconomiicPlanning, op. cit., pp. 87-130.[23] F.A. Hayek, «The Present State of the Debate», en Collectivist EconomicPlanning, op. cit., pp. 210-43. El ensayo introductorio de Hayek, titulado «TheNature and History of the Problem» y sus ensayos conclusivos se han reimpresocomo capítulos 1 y 2 de F.A. Hayek, Socialism and War, op. cit., pp. 53-79, 89-116,respectivamente [trad. esp.: Socialismo y guerra, vol. X de Obras Completas deF.A. Hayek, cit., capítulos I y II). Para más datos sobre el debate, véase laintroducción del coordinador a este volumen. [24] Oskar Lange, «On the Economic Theory of Socialism», en On theEconomic Theory of Socialism, Benjamin E. Lippincott (ed.) (Minneapolis:University of Minnesota Press, 1938; reimpresión: Nueva York: McGraw Hill,1956), pp. 57-143.[25] F.A. Hayek, «Socialist Calculation: The Competitive “Solution”» [1940],reimpreso como capítulo 3 de F.A. Hayek, Socialism and War, op. cit., pp. 117-40[trad. esp.: Socialismo y guerra, vol. X de Obras Completas de F.A. Hayek, cit.,capítulo III].[26] Tanto Dalton como Durbin colaboraron en varios puntos como miembroslaboristas del parlamento, y Dalton ocupó el puesto de Chancellor of the Exchequerde 1945 a 1947.Volveremos a encontrarlos más adelante en esta introducción.

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[27] Sydney y Beatrice Webb, Soviet Communism:A New Civilization?, 2 vols.(Londres:Longmans, Green, 1935).[28] Véase, por ejemplo, Sir Daniel Hall y otros, The Frustration of Science(Londres: Allen and Unwin, 1935; reimpres.: Nueva York: Arno Press, 1975);Findlay MacKenzie (ed), Planned Society: Yesterday, Today, Tomorrow. ASymposium by Thirty-Five Economists, Sociologists and Statesmen (Nueva York:Prentice Hall, 1937); y Harold Macmillan, The Middle Way: A Study of the Problemof Economic and Social Progress in a Free and Democratic Society (Londres:Macmillan, 1938). El clima de opinión en el seno de la intelligentsia británica enlos años de entreguerras se reseña en Bruce Caldwell, Hayek’s Challenge, op. cit.,pp. 232-37.[29] Lionel Robbins, Economic Planning and Economic Order (Londres:Macmillan, 1937), p. 3.[30] Para ampliar este punto véase la introducción del coordinador del libro deF.A. Hayek, The Pure Theory of Capital, edic. de Lawrence A.White, vol. 12 (depróxima publicación) de The Collected Works of F.A. Hayek, cit.[31] Carta de F.A. Hayek a Fritz Machlup, 27 de agosto de 1939, Fritz MachlupPapers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives. Machlup (1902-83) eracompañero de clase de Hayek en la Universidad de Viena; llegó a los EstadosUnidos con una beca Rockefeller en 1933. A medida que la situación en Europa ibadeteriorándose Machlup, que era judío, decidió quedarse en Estados Unidos,ocupando un puesto en 1935 en la Universidad de Buffalo, Nueva York. Cuando losEstados Unidos entraron en guerra, se trasladó a a Washington para trabajar en laOficina de Custodia de la Propiedad Extranjera. Hayek y Machlup se cartearon confrecuencia, lo que nos permite seguir muy de cerca las actividades de Hayek durantelos años de la guerra. Veremos que Machlup desempeñó también un papelimportante en la búsqueda de un editor estadounidense para Hayek.[32] F.A. Hayek, «Some Notes on Propaganda in Germany», p. 2. El informe,que tiene nueve páginas y que lleva la anotación «2.ª versión, 12/9/39», puedeencontrarse en los Hayek Papers, caja 61, carpeta 4, Hoover Institution Archives. Lacaja 61, carpeta 5 contiene la carta de Hayek al director general, fechada el 9 deseptiembre de 1939, lo mismo que la carta al comandante Anthony Gishford del 30de diciembre.[33] Carta de F.A. Hayek a Fritz Machlup, 21 de junio de 1940, MachlupPapers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.[34] Ibid.[35] Éstos se publicarían separadamente, como «The Counter-Revolution ofScience», Economica, N.S., vol. 8, febrero de 1941, pp. 9-36;mayo de 1941, pp.119-150; agosto 1941, pp. 281-320; y «Scientism and the Study of Society»,Economica, N.S., vol. 9, agosto de 1942, pp. 267-91; vol. 10, febrero de 1943, pp.34-63; vol. 11, febrero de 1944, pp. 27-39.Versiones revisadas de estos ensayospueden hallarse en F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science (Glencoe, Ill.:

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The Free Press, 1952; reimpr. Liberty Press, Indianapolis, In. 1979) [trad. esp. deJesús Gómez Ruiz:: La contrarrevolución de la ciencia. Estudios sobre el abuso dela razón, Unión Editorial, 2003].[36] Carta de F.A. Hayek a Fritz Machlup, 2 de enero de 1941, MachlupPapers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.[37] Para más información sobre Neurath, véase la introducción del autor aF.A.Hayek, Socialism and War, op. cit. Se produjo una breve pero apasionantecorrespondencia entre Hayek y Neurath a finales de la Segunda Guerra mundial.Neurath la inició cuando envió a Hayek una reseña de The Road to Serfdom, y enuna carta posterior le invitaba a un debate. Hayek se deshizo de él, alegando queestaba muy ocupado en un nuevo proyecto, lo que se convertiría más tarde en TheSensory Order: An Inquiry into the Foundation of Theoretical Psychology (Chicago:University of Chicago Press, 1952) [trad. es.: El orden sensorial. Los fundamentosde la psicología teórica, Unión Editorial, 2004]. El debate no se produjo nunca,pues Neurath murió en diciembre de 1945. La correspondencia se halla en losHayek papers, caja 40, carpeta 7, Hoover Institution Archives.[38] Editorial, «Science and the National War Effort», Nature, vol. 146, 12 deoctubre de 1940, p. 470.[39] Barbara Wootton, «Book Review: Marxism:A Post-Mortem», Nature, vol.146, 19 de octubre de 1940, p. 508.[40] Comité Ejecutivo Nacional del Partido Laborista, The Old World and theNew Society: A report on the Problems of War and Peace Reconstruction (Londres:Transport House, s.f.), pp. 3-4. El panfleto fue publicado por el Comité «para serconsiderado por las distintas organizaciones afiliadas con anterioridad a lasdiscusiones de una serie de conferencias regionales por todo el país, y en laconferencia anual del partido, que se celebraría en Londres en Whitsuntide (25-28de mayo de 1942)». [41] Profesor H.J. Laski, «A Planned Economic Democracy», The Labour PartyReport of the 41st Annual Conference (Londres: Transport House, Londres 1942), p.111.[42] Aunque, como destaca el biógrafo de William Beveridge, «ya en junio de1941… había una amplia opinión reformista interesada en —con puntos de vistaconsolidados al respecto— el conjunto de problemas que Beveridge y su comitéiban a examinar detalladamente en los siguientes dieciocho meses».Véase JoseHarris, William Beveridge:A Biography, edición revisada en rústica (Oxford:Clarendon Press, 1997), pp. 367-368.[43] Brian Abel-Smith, «The Beveridge Report: Its Origins and Outcomes», enBeveridge and Social Security: An International Perspective, John Hill, John Ditch,y Howard Glennerster eds.), (Oxford: Clarendon Press, 1992), p. 14.[44] Janet Beveridge, Beveridge and His Plan (Londres: Hodder and Stoughton,1954), p. 114. Quizá fuera la esposa de Beveridge la que informó sobre la longitudde la cola, o tal vez contaba una anécdota que había recibido de segunda mano.

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[45] Brian Abel-Smith, «The Beveridge Report», op. cit., p. 18.[46] Según el biógrafo de Beveridge, «el plan de la Seguridad Social formabauna mera punta de iceberg —y según Beveridge la punta menos importante— delmucho más ambicioso y trascendental programa de reconstrucción social que teníaen mente en esos tiempos… [que] comprendía objetivos tales como lanacionalización de la tierra y de la vivienda, la legislación sobre el salario mínimonacional, la propiedad pública hasta el 75 por ciento de la producción industrial, laparticipación de empresas públicas para dirigir las inversiones públicas y privadas, yun control permanente del estado en la planificación de los ingresos, precios, ymano de obra». Véase Jose Harris, «Beveridge’s Social and Political Thought», enBeveridge and Social Security, op. cit., p. 29. Los cambios introducidos por elgobierno laborista de posguerra serían mucho menos dramáticos de lo queBeveridge, en privado, esperaba, y los niveles de asistencia, una vez cumplidos,eran menores de lo que se indicaba en su informe. Con todo, se estableció el estadode bienestar, y con él la presunción de que el estado sería responsable y capaz demantener el «pleno empleo».[47] SirWilliam Beveridge, Social Insurance and the Allied Services (NuevaYork: Macmillan, 1942), p. 6.[48] Carta de Fritz Machlup a F.A. Hayek, 23 de octubre de 1942, HayekPapers, caja 36, carpeta 17, Hoover Institution Archives, cuyos derechos pertenecena la Universidad de Stanford.[49] En una carta fechada el 13 de junio de 1943, Hayek informaba de quehabía enviado a Machlup copias de los capítulos 13 y 14 «hace unos dos meses» yle enviaba ahora el capítulo final (capítulo 15), así como un nuevo prefacio y uníndice. Machlup confirmó la recepción en su carta del 9 de agosto de 1943. Ambascartas se hallan en los Machlup Papers, caja 42, carpeta 15, Hoover InstitutionArchives. Quizá debamos constatar que son dieciséis, y no quince, capítulos en laversión final publicada, pero el último capítulo es sólo una conclusión de dospáginas que se añadió más tarde.[50] Machlup era consejero editorial de la casa editora académica BlakistonCompany, y le dijeron que les agradaría publicar el libro cuando Hayek quisiese,pero al carecer de un departamento comercial, no podrían comercializar el libro deninguna manera. Por lo que Machlup decidió intentar que se interesasen por el libroen otros lugares. 50. Carta de Fritz Machlup a F.A. Hayek, 21[51] Carta de Fritz Machlup a F.A. Hayek, 21 de enero de 1943, MachlupPapers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives, derechos de la Universidadde Stanford. Es difícil resistirse a añadir la frase con la que el correspondiente deMachlup, el señor Putnam, acabó su párrafo: «Sin embargo, si el libro lo publicaalgún otro y se convierte en un best-seller en el campo de la no ficción, loapuntaremos a uno de esos errores de juicio que todos hacemos.» Desde luego.[52] Carta de Fritz Machlup a Harry Gideonse, 9 de septiembre de 1943,Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives, derechos de la

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Universidad de Stanford.[53] Carta de Ordway Tead a Fritz Machlup, 25 de septiembre de 1943,Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives. Tead añadía que«Asimismo, se sitúa de plano en la línea negativa como para dejar al lector quecarece de claves sin saber qué dirección tomar en su pensamiento o política», quejade la que otros se harían eco.[54] 53. Aaron Director (1901-2004) escribió su tesis en economía enChicago,y enseñó allí brevemente antes de abandonar la enseñanza por un trabajoen el Departamento del Tesoro en 1933. Pasó también algún tiempo en los años1930 en la LSE, donde conoció a Hayek. En 1946 Director pasó a la facultad de laLaw School, en Chicago, y colaboró en la fundación del movimiento ley yeconomía durante su estancia allí. Su hermana Rose se casó con Milton Friedman.[55] Como el director de la editorial le contaba en una carta del 2 de mayo de1945 a Hartley Grattan, «La idea de la editorial de publicar el libro en este país fuesugerida por un miembro del Departamento de Economía de la Universidad,quehabía conocido anteriormente a Hayek y sus trabajos; casi al mismo tiempo, otroamigo del autor, tiempo atrás en la Universidad pero en ese momento enWashington, en el gobierno, nos sugirió el libro y nos mandó las pruebas.» La cartade Scoon se halla en la Biblioteca de la Universidad de Chicago. Scoon y el directorde la editorial, Joseph Brandt, se incorporaron a la editorial en enero de 1944, porlo que la versión de Scoon del proceso por el que el libro llegó a Chicago esindirecta. De todos modos, su carta está llena de información interesante (MiltonFriedman utilizó incluso partes del libro en su «Note on Publishing History»), quese publica por primera vez en el Apéndice a este volumen.[56] Frank Knight, informe de lectura, 10 de diciembre de 1943, colección de laUniversity of Chicago Press, caja 230, carpeta 1, Biblioteca de la Universidad deChicago. El informe se publica por primera vez en el Apéndice.[57] Jacob Marschak, informe, 29 de diciembre de 1943, colección de laUniversity of Chicago Press, caja 230, carpeta 1, Biblioteca de la Universidad deChicago. El informe se publica por primera vez en el Apéndice.[58] Véase carta de Hayek a Machlup, 2 de febrero de 1944, Machlup Papers,caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.[59] Como se dijo en el prefacio editorial, el texto de la edición americana sirvede base a la presente edición. [60] En una carta fechada el 26 de junio de 1944, Hayek explicaba al editorScoon por qué las citas eran importantes: «El tono general de un capítulo quedadeterminado a veces por el hecho de que la idea principal se resume en la cita delencabezamiento, y yo, a veces, omito deliberadamente una conclusión generalporque ya se expresa en la cita. Consideraré una gran calamidad para el libro si seacaba omitiéndolas realmente…» La carta se encuentra en la colección de laUniversity of Chicago Press, caja 230, carpeta 1, Biblioteca de la Universidad deChicago.

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[61] Una anécdota editorial: el libro está lleno de citas de otros, y, pordesgracia,Hayek solía equivocarse al incluir las citas, incluso las del comienzo delos capítulos. En una carta fechada el 26 de febrero de 1944, Hayek pidió aMachlup que le corrigiese una de sus citas, la famosa frase de Acton, «El podertiende a corromperse, y el poder absoluto tiende a corromperse absolutamente.» Pordesgracia, incluso en la corrección Hayek se equivoca, diciendo a Machlup quedebería leer ¡«El poder tiende a corromper, y el poder absoluto tiende a corromperabsolutamente»! Machlup pasó por alto la «corrección», como era de esperar, perosin duda la cita real era lo suficientemente conocida como para que el corrector demanuscritos de la editorial de Chicago viese el error, pues el libro apareció con lafrase correcta. La carta se encuentra en los Machlup Papers, caja 43, carpeta 15,Hoover Institution Archives.[62] Como Jeremy Shearmur, «Hayek, The Road to Serfdom, and the BritishConservative Party», Journal of the History of Economic Thought, próximaaparición, informa, una edición británica abreviada la publicó Routledge utilizandopapel que había sido transferido de la asignación proporcionada al PartidoConservador británico. La reducción del libro fue llevada a cabo por un miembroconservador del Parlamento, el comandante Archibald James, y en vez de las citasde Hume y de Tocqueville de la página del título, la versión abreviada llevaba unacita de ¡Winston Churchill, jefe del Partido Conservador![63] F.A. Hayek, The Road to Serfdom (Dymock’s Book Arcade, Sydney 1944).[64] Para más detalles sobre los primeros momentos de la historia de supublicación en Estados Unidos, véase la carta de John Scoon del 2 de mayo de 1945a C. Hartley Grattan, que se reproduce en el Apéndice.[65] Hayek mencionó a Eastman, que había simpatizado inicialmente con laRevolución rusa, pero que posteriormente se había retractado, en el capítulo 2.Véase el prólogo de la edición en rústica americana de 1956, en este volumen, p.68.[66] El Reader’s Digest proporcionó cifras de circulación de 1945. CroswellBowen, «How Big Business Raised the Battle Cry of “Serfdom”», PM, domingo, 14de octubre de 1945, p. 13, estimó que los lectores del Reader’s Digest eran unos 10millones, y es también la fuente para la cifra de reimpresiones del Book-of-the-Month Club. (Las ventas en quioscos y puntos de venta explican la discrepanciaentre las cifras de circulación y lectura del Reader’s Digest.) En su «Note onPublishing History», Milton Friedman estimaba que la cifra de la reimpresión era de600.000 ejemplares (en vez de «más de un millón»), pero se basaba probablementeen la estimación idéntica de John Scoon en su carta del 2 de mayo de 1945. Quizáel número aumentó entre mayo y octubre, cuando apareció el artículo de Bowen.[67] Hayek cuenta la historia de su viaje con más detalle en Hayek on Hayek,op. cit., pp. 103-5 [pp. 101-03 ed. esp.].[68] Tanto el texto condensado del Reader’s Digest como la versión cartoon deLook se reprodujeron en un opúsculo publicado por el Institute of Economic Affairs:

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F.A.Hayek, Reader’s Digest Condensed Version of The Road to Serfdom,Rediscovered Riches n.º 5 (IEA Health and Welfare Unit, Londres, 1999). Eldirector del IEA, John Blundell me informó el 25 de febrero de 2005 respecto a queen el último año había habido más de 40.000 descargas de su página web de unPDF que contenía el texto de la versión condensada de Camino de servidumbre.[69] F.A. Hayek, «Planning and “The Road to Serfdom”: Friedrich HayekComments on Uses to Which His Book Has Been Put», Chicago Sun BookWeek, 6de mayo de 1945.[70] F.A. Hayek, «The Road to Serfdom, an Address before the Economic Clubof Detroit», 23 de abril de 1945, p. 6. Una transcripción del mensaje se encuentra enlos Hayek Papers, caja 106, carpeta 8, Hoover Institution Archives.[71] Marquis W. Childs, «Apostle Hot Potato: Austrian for Whom SenatorHawkes Gave Party Embarrassed Republicans», Newark Evening News, 6 de mayode 1945.[72] Esto lo tomamos de la frase final de la «Declaración de Objetivos» de laSociedad, adoptada el 10 de abril de 1947, y reproducida en Fritz Machlup (ed),Essays on Hayek (Nueva York: New York University Press, 1976), p. XIII.[73] Como contaba más tarde Hayek en Hayek on Hayek, op. cit., p. 103 [p. 101de la edición española], «prácticamente, todos los contactos que me condujeron aposteriores visitas y que finalmente me trasladaron a Chicago los establecí duranteese viaje».[74] En una carta a Machlup, del 20 de marzo de 1944, Hayek destacaba concierta sorpresa la buena recepción inicial del libro en la prensa británica, y añadía:«Sin embargo, espero que los ataques empezarán pronto.» La carta se encuentra enlos Machlup Papers, caja 43, carpeta 15, Hoover Institution Archives.[75] Véase el prólogo a edición americana en rústica de 1956, en este volumen,p. 67.[76] En las elecciones de 1945, Clement Attlee y Hugh Dalton, que prontoserían Primer Ministro y Ministro de Hacienda laboristas, respectivamente, acusarona Winston Churchill de tomar sus ideas de Friedrich August von (con énfasis en el«von») Hayek. En un discurso (luego se le puso el mote de «discurso de laGestapo»), Churchill había predicho que una victoria laborista habría conducido aserias restricciones de las libertades individuales. Para más información sobre todoesto, véase F.A. Hayek, Hayek on Hayek, op. cit., pp. 106-7 [p. 104 de la ediciónespañola]; cf. Jeremy Shearmur, «Hayek, The Road to Serfdom, y el PartidoConservador británico», op. cit.[77] Herman Finer, Road to Reaction (Little, Brown and Company, Boston1945), p. IX.[78] Ibid., p. 36. Es cierto que Hayek creía que los límites constitucionales eranesenciales para proteger a los individuos contra la «tiranía de la mayoría». Pero seoponía a la planificación, no a la democracia. Y realmente, si su argumento escorrecto, la democracia es más plausible que sea preservada bajo instituciones

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políticas y económicas liberales que bajo la planificación, sea cual fuere la formaque pueda adquirir.[79] Ibid., p. 210.[80] George Soule, «The Gospel according to Hazlitt: A Review of Economicsin One Lesson», The New Republic, vol. 115, 19 de agosto de 1946, p. 202.[81] Croswell Bowen, «How Big Business…», op. cit., p.16.[82] F.A. Hayek, «Postscript», Hayek Papers, caja 106, carpeta 8, HooverInstitution Archives.[83] Véase el prólogo de 1956 para la edición americana en rústica en estevolumen, pp. 41-42. Una atenta lectura del «postscriptum» de 1948 muestra que larespuesta inicial de Hayek fue menos comedida,y, al parecer, incluso la penúltimaredacción de 1955 del «Prólogo» contenía algunas ideas sobre Rexford Tugwell yWesley Clair Mitchell que incitaron el interés de un director de la editorial. Estaslíneas se suprimieron en la versión final. Véase la carta de Alexandre Morin aHayek el 18 de agosto de 1955, colección de la University of Chicago Press, caja230, carpeta 4, Biblioteca de la Universidad de Chicago. [84] Véase John Blundell, «Introduction:Hayek, Fisher and The Road toSerfdom», en F.A.Hayek, Reader’s Digest Condensed Version of The Road toSerfdom, op. cit., pp. 16-25.[85] John Scoon a Hartley Grattan, 2 de mayo de 1945, op. cit., reproducido enel Apéndice.[86] Alvin Hansen, «The New Crusade against Planning», The New Republic,vol. 112, 1 de enero de 1945, pp. 9-10.[87] Carta de John Maynard Keynes a Hayek, 28 de junio de 1944, reproducidoen John Maynard Keynes, Activities 1940-1946. Shaping the Post-War World:Employment and Commodities, edic. de Donald Moggridge, vol. 27 (1980) de TheCollected Writings of John Maynard Keynes, op. cit., p. 385. [88] Ibid., p. 386.[89] F.A. Hayek, The Constitution of Liberty (University of Chicago Press,Chicago 1960) [trad. esp.: Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, 8.ª ed.,2008].[90] F.A. Hayek, Law, Legislation, and Liberty, 3 vols. (Chicago UniversityPress, Chicago 1973-79 [trad. esp. en un volumen: Derecho, legislación y libertad,Unión Editorial, 2006].[91] Evan Durbin, «Professor Hayek on Economic Planning and PoliticalLiberty», Economic Journal, vol. 55, diciembre de 1945, p. 360. Durbin tiene supropio libro sobre el socialismo democrático: véase Evan Durbin, The Politics ofDemocratic Socialism: An Essay on Social Policy (Londres: Routledge, 1940;reimpresión Nueva York: Kelley, 1969).[92] Ibid., p. 361.[93] F.A. Hayek, «Socialist Calculation: The Competitive “Solution”», op. cit.,Hayek menciona la reseña en el capítulo 3, nota 4.

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[94] Ibid., p. 123.[95] Carta de Oskar Lange a Hayek, 31 de julio de 1940, incluida en EconomicTheory and Market Socialism - Selected Essays of Oskar Lange, edic. de TadeuszKowalik (Cheltenham: Elgar, 1994), p. 298.[96] F.A.Hayek, «Postscript»,Hayek Papers, caja 106, carpeta 8, HooverInstitution Archives. En ese momento Durbin era miembro socialista del Parlamentoy Secretario Parlamentario del Ministro de Trabajo.[97] Tadeusz Kowalik, «Oskar Lange’s Market Socialism:The Story of anIntellectual-Political Career» [1991], incluido en Why Market Socialism? Voicesfrom Dissent, edic. de Frank Roosevelt y David Belkin (M.E. Sharpe, Armonk (N.York) 1994), pp. 137-54.[98] Véase Bruce Caldwell,«Hayek and Socialism», Journal of EconomicLiterature, vol. 35, diciembre de 1997, pp. 1.856-90, sobre los debates másrecientes.[99] Durbin, op. cit. En su reseña, Durbin acusó repetidamente a Hayek de seracientífico u hostil a la ciencia, ejemplificando claramente la visión del mundopositivista contra la cual Hayek tantas veces combatió.[100] Véase Barbara Wootton, Freedom under Planning, cit., pp. 28, 36-37, 50,y George Stigler, Memoirs of an Unregulated Economist (Nueva York: BasicBooks, 1985), p. 146.[101] Paul Samuelson, Economics, 11 edición (Nueva York: McGraw-Hill,1980), p. 827.[102] F.A. Hayek, prefacio a la edición de 1976, incluido en este volumen, p.55. Obsérvese que Hayek dice «no es esto lo que dice el libro». Aquí puede haberquerido decir implícitamente que las versiones condensadas y cartoon sobre esteasunto eran responsables, al menos en parte, de tan difundido malentendido respectoa este mensaje. Y, efectivamente, en la versión condensada se omitió la insistenciade Hayek sobre que no describía tendencias inevitables, en tanto que parte de lafrase siguiente, que no se subraya en el original, se escribe en cursiva: «Pocosreconocen que el surgimiento del fascismo y del nazismo [la versión de la IEAsustituye erróneamente, aquí, nazismo por marxismo] no fue una reacción contra lastendencias socialistas del periodo anterior, sino un resultado necesario de talestendencias.» Véase F.A. Hayek, Reader’s Digest Condensed Version of The Road toSerfdom, cit., pp. 31-32.[103] Carta de Hayek a Paul Samuelson, 18 de diciembre de 1980, Hayekpapers, caja 48, carpeta 5, Hoover Institution Archives. Hayek se equivocaba alafirmar implícitamente que Samuelson era la fuente del malentendido, pues era algocorriente. Los archivos contienen también la respuesta de Samuelson, en la que sedisculpaba y prometía tratar de mostrar los puntos de vista de Hayek con mayorcuidado en sus trabajos futuros.[104] F.A. Hayek, «The Road to Serfdom, an Address before the EconomicClub of Detroit», op. cit., p. 4.

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[105] En este volumen, capítulo X, p. 226.[106] F.A.Hayek,«Freedom and the Economic System» [1939], op.cit.,p.205;[p. 245 de la trad. española]. Cuando he descrito la argumentación de Hayeken seminarios, más de una vez los miembros de la audiencia han notado sussemejanzas con el «Impossibility Theorem» de Arrow en la economía del bienestar.[107] Véase F.A, Hayek, prefacio a la edición de 1976, en este volumen, p. 83.[108] Agradezco a Steven Horwitz que me haya proporcionado estos ejemplostan apropiados en sus colaboraciones para una sesión conmemorativa del 60aniversario de la publicación de Camino de servidumbre, celebrado en 2004 en lasreuniones de la History of Economics Society en Toronto, Canadá. [109] Numerosos ejemplos de la tesis de Hayek pueden verse en Robert Higgs,Crisis and Leviathan: Critical Episodes in the Growth of American Government(Nueva York: Oxford University Press, 1987). La presente introducción se haescrito durante la presidencia de George W. Bush, que proporciona gran cantidad depruebas adicionales.[110] John Maynard Keynes, The General Theory of Employment, Interest andMoney [1936], reeditado como volumen 7 (1973) de los Collected Writings of JohnMaynard Keynes,. cit., p. 383 [trad. española de José Antonio de Aguirre: La teoríageneral del empleo, el interés y el dinero, Ediciones Aosta, 1998, p. 440].[111] [Este prefacio apareció en las ediciones británica, australiana yestadounidense. —Ed.][112] [F.A. Hayek, «Freedom and the Economic System», ContemporaryReview, abril de 1938, pp. 434-42; reimpreso como capítulo 8 de F.A. Hayek,Socialism and War: Essays, Documents, Reviews, op. cit., pp. 181-88. F.A. Hayek,Freedom and the Economic System (Chicago: University of Chicago Press, 1939),Public Policy Pamphlet N.o 29 en las series coordinadas por Harry D. Gideonse;reimpreso como cap. 9 ibid., pp. 189-211. —Ed.][113] [Hayek fue profesor visitante en el Departamento de Economía en laLondon School of Economics and Political Science (LSE) durante el año académico1931-32, al final del cual fue propuesto para la cátedra Tooke de CienciaEconómica y Estadística. La cátedra se fundó en el King’s College de Londres en1859, al año de la muerte de Thomas Tooke. En 1919 la cátedra fue trasladada delKing’s College a la LSE, ambas pertenecientes a la Universidad de Londres.Aunque la contratación de Hayek la hizo técnicamente la Universidad de Londres,sus clases las impartió en la LSE. —Ed.][114] [Hayek se refiere a «La libertad y el sistema económico», cit., Véase elprefacio a las ediciones originales, n. 2.—Ed.] [115] [Es decir, la Unión Soviética. —Ed.][116] [Véase mi introducción al presente volumen, nota 75. —Ed.][117] El ejemplo más representativo de la crítica británica al libro desde unpunto de vista de izquierda es probablemente el cortés y sincero estudio deB.Wootton, Freedom under Planning (George Allen & Unwin, Londres,

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1946). Este libro se cita con frecuencia en Estados Unidos como una eficazrefutación de mi tesis, si bien, por mi parte, no puedo menos de pensar que más deun lector debe de haber tenido la impresión de que, como ha escrito un recensoramericano, el mismo «parece que sustancialmente confirma la tesis de Hayek».Véase Chester I. Barnard, recensión de Freedom under Planning, en SouthernEconomic Journal, vol. 12, enero de 1946, p. 290.[118] [Hayek visitó Estados Unidos siendo estudiante desde marzo de 1923 amayo de 1924. —Ed.] [119] No sabía entonces que, como luego admitió un consejero de una de esaseditoriales, ese rechazo parecía deberse, no a dudas a propósito del éxito del libro,sino a prejuicios que llegaban a sostener que habría sido «inconveniente que lopublicara una editorial respetable» (véase a este respecto la afirmación de WilliamMiller citada por W.T. Couch en «The Sainted Book Burners», The Freeman, abrilde 1955, p. 423, y también W. Miller, The Book Industry: A Report of the PublicLibrary Inquiry of the Social Science Research Council (Nueva York: ColumbiaUniversity Press, 1949, p. 12). [La primera impresión del libro de Miller sobre laindustria editorial contenía la siguiente afirmación: «Lo que la editorial universitariahizo estaba sugerido por la publicación y promoción por la University of ChicagoPress hace unos años del libro de Friedrich A. von Hayek The Road to Serfdom, unlibro sensacionalista previamente rechazado por al menos una importante editorialcomercial que era perfectamente consciente de sus posibilidades de venta.» Lo quela editorial universitaria «hizo» fue intentar incrementar sus beneficios buscando unprovechoso bestseller, al margen desu calidad.W.T. Couch, entonces director de laUniversity of Chicago Press, envió a Miller una carta el 7 de octubre de 1949diciéndole que estaba equivocado. Couch ofreció una prueba documental en elsentido de que la University of Chicago Press no esperaba que el libro tendría unagran difusión, y pedía a Miller que rectificara en la próxima edición de su libro. Ensu respuesta a Couch, Miller prometió eliminar las líneas ofensivas, pero tambiéncalificaba el libro de Hayek de «producto despreciable », llegando a hacer laafirmación, reproducida en su artículo en The Freeman, a la que Hayek alude en sunota. —Ed.] [120] No poco de ese éxito debe atribuirse a la publicación de una versiónreducida en Rider’s Digest, y debo expresar aquí públicamente mi reconocimiento alos editores de esta publicación por la excelente versión que se llevó a cabo sin miasistencia. Es inevitable que la necesidad de condensar un tema tan complejo enuna fracción de su extensión originaria produzca algunas simplificacionesexcesivas, pero es un resultado notable haberlo hecho sin distorsiones y mejor de loque lo habría hecho yo mismo. [Hayek expone este episodio más ampliamente enHayek on Hayek, cit., 104-5 {p. 101 de la ed. española}; véase mi introducción, pp.18-22. —Ed.][121] Al lector que quisiera ver un ejemplo de insulto e invectiva, que tal vezsea único en la discusión académica contemporánea, recomiendo una lectura del

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profesor Herman Finer, Road to Reaction (Boston, 1945). [Hayek en un principiopensó presentar una demanda por difamación, pero finalmente le mandó una cartarompiendo sus relaciones con él. Para más información sobre el caso Finer, véasemi introducción en este volumen, p. 44. —Ed.][122] [John Emerich Edward Dalberg-Acton, Primer Barón Acton, «TheHistory of Freedom in Antiquity», en The History of Freedom and Other Essays(Londres: Macmillan, 1907; reimpreso Freeport, NY: Books for Libraries Press,1967), p. 1 {trad. esp.: «La historia de la libertad en la Antigüedad», en Lord Acton,Ensayos sobre la libertad y el poder, Unión Editorial, 1999, p. 57}. Lord Acton(1834- 1902) fue un liberal Miembro del Parlamento desde 1859 a 1864, líder de losliberales católicos en Inglaterra, y fundador-editor de la Cambridge ModernHistory, a la cual contribuyó con los dos primeros volúmenes.Hayek pensaba llamara la sociedad Mont Pèlering Sociedad Acton-Tocqueville, pero Frank Knight seopuso a denominar a un movimiento liberal con el nombre de dos católicos. Elartículo citado fue originariamente un discurso pronunciado ante los miembros de laBridgnorth Institution en el Agricultural Hall en Bridgnorth,Shropshire, el 26defebrero de 1877. —Ed.][123] [El Nacional Planning Board se creó dentro del Departamento del Interiorpara ayudar en la preparación de un plan global para obras públicas bajo ladirección de Frederick Delano, Charles Meriam, y Wesley Clair Mitchell. Su últimaagencia sucesora, la Nacional Resources Planning Board, fue abolida en 1943. —Ed.][124] [El «eminente crítico» era el economista Alvin W. Hansen (1887-1975),un destacado expositor de la economía keynesiana, que como consejero políticodesempeñó un papel en el desarrollo del sistema de seguridad social y en la creaciónde la Ley sobre Pleno Empleo de 1946. El pasaje que cita Hayek está tomado de larecensión que Hansen hizo de Camino de servidumbre bajo el título «The NewCrusade against Planning», op. cit., p. 12. —Ed.][125] La más eficaz de éstas fue, indudablemente, 1984: A Novel, de GeorgeOrwell (Nueva York: American Library, 1949). El autor tuvo la amabilidad depublicar una recensión de The Road to Serfdon en The Observer el 9 de abril de1944. [George Orwell, pseudónimo de Eric Arthur Blair (1903-1950) fue unnovelista y ensayista inglés, autor de Animal Farm {La granja de los animales}. Labreve nota de Orwell se publicó en el Observer del 9 de abril de 1944, junto a unarecensión de un libro de Konni Zilliacus, The Miror of the Past, Lest It Reflect theFuture (Londres:V. Gollancz, 1944. —Ed.][126] [Sobre la distinción entre conservadurismo y liberalismo, véase F.A.Hayek, «Why I Am Not a Conservative», postscript a The Constitution of Liberty,cit., pp. 397-411 {en español: «¿Por qué no soy conservador?», Post-Scriptum aLos fundamentos de la libertad, Unión Editorial, 8.ª ed., 2008, pp. 506 ss.}. —Ed.][127] F.A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University ofChicago Press, 1948. [Entre los artículos incluidos en esta colección están

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«Individualism:True and False», «Economics and Knowledge», The Use ofKnowledge in Society, «The Meaning of Competition» y tres ensayos sobre elcálculo socialista. —Ed.][128] The Counter-Revolution of Science, Glencoe, III., 1952, cit. [Estevolumen contiene tres ensayos: «Scientism and the Study of Society», «TheCounter-Revolution of Science», y «Comte and Hegel». —Ed.] { [trad. esp. deJesús Gómez Ruiz: La contrarrevolución de la ciencia, Unión Editorial, 2003}.[129] Un primer esbozo de la exposición del tema fue publicado por el BancoNacional de Egipto, en la forma de cuatro conferencias tituladas The Political Idealof Rule of Law (El Cairo, 1955). [La esencia de estas conferencias se incorporó alos capítulos 11 y 13-16 de The Constitution of Liberty, cit. [trad. esp.: Losfundamentos de la libertad. Unión Editorial, 8.ª ed., 2008].[130] [Economic Survey for 1947, Cmd. 7046 (Londres: HMSO, 1947), p. 5. —Ed.][131] [Hayek se refiere a la Control of Engagement Order de 1947, dictada porel ministro de Trabajo y, como legislación delegada, no sujeta a enmienda por elParlamento. Ivor Thomas, en The Socialist Tragedy (Londres: Latimer House Ltd.,1949), pp. 104-5, ofrece esta sucinta descripción: «En virtud de esta Orden, loshombres entre los 18 y los 50 años y las mujeres entre los 18 y los 40 no pueden sercontratados a no ser a través de un cambio de empleo del Ministerio de Trabajo, aparte de algunas ocupaciones exceptuadas. Los trabajadores de las minas de carbóny de la agricultura no pueden dejar su trabajo. Otras aplicaciones en el cambio deempleo ofrecen trabajos que en opinión del gobierno tienen una más alta prioridad.Si un aspirante se niega a aceptar un trabajo, puede ser dirigido en última instancia,y si esta dirección fracasa, puede ser castigado con una multa o con la cárcel.» —Ed.][132] [Economic Survey for 1947, cit., p. 9. —Ed.][133] L.J. Barnes, Youth Service in an English County: A Report Prepared forKing George’s Jubilee Trust, (Londres, 1945), pp. 18-21. [El primer pasaje citadoaparece en pp. 18-20; el segundo en la p. 20 y el último en la p. 21. —Ed.][134] A. de Tocqueville, Democracy in America, Parte II, Libro IV, cap. VI.Debería leerse todo el capítulo para comprender la gran agudeza con queTocqueville fue capaz de prever los efectos psicológicos del Estado asistencialmoderno. Digamos, de pasada, que fue la frecuente referencia de Tocqueville a la«nueva servidumbre» la que me sugirió el título del presente libro. [En su agudadescripción de la democracia en América, el historiador francés Alexis deTacqueville (1805-1859) observa que la búsqueda de la mayor igualdad se obtienetípicamente mediante una mayor centralización del gobierno y una correspondientereducción de la libertad. El título del capítulo citado es, «¿Qué tipo de despotismodeben temer las naciones democráticas?» —Ed.][135] [Hayek cita el capítulo 10 de Camino de servidumbre, p. 226. —Ed.][136] Ivor Thomas, The Socialist Tragedy (Londres: Latimer House, Ltd.),

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1949, pp. 241 y 242. [Escritor, periodista, miembro laborista del Parlamento, IvorThomas (1905-1993) escribió para The Times y The New Chronicle, yposteriormente fue editor del The Dailey Telegraph. Abandonó el Partido Laboristaen 1948, pasando posteriormente al Partido Conservador. Thomas cambió sunombre por Bulner-Thomas. —Ed.][137] En un artículo publicado en el número del 19 de junio de 1954, dedicadoa discutir el Report on the Public Inquiry Ordered by the Minister of Agricultureinto the Disposal of Land at Crichel Down (Cmd. 9176; Londres: H.M. StationeryOffice, 1954), documento que merece un atento examen por parte de quienes estáninteresados por la psicología de una burocracia planificada. [El artículo delEconomist a que se refiere Hayek es, «What is the Public Interest», vol. 171, 19 dejunio de 1954, pp. 951-52. El artículo describe cómo, en 1937, el Ministerio delAire compró con la oposición de sus propietarios una extensión de terreno paradestinarlo a campo de bombardeo. El terreno, parte de tres granjas, estaba situadoen Crichel Down, Dorset. Después de la guerra, el campo se transfirió a otrosministerios y finalmente, mejorado, se vendió a un nuevo comprador. Durante todoel periodo, los propietarios originarios intentaron sin éxito comprar o alquilar suterreno. El episodio lo tomaba The Economist como «prueba evidente que venía aconfirmar la sospecha creciente entre la población de que la burocracia inglesahabía crecido con arrogancia y sin preocuparse por los derechos de la población »(p. 951). El presidente de la Corte Suprema al que se refiere Hayek en el texto era ala sazón Gordon Hewart, Primer barón de Bury (1870-1943), que ocupó el cargodesde 1922 a 1940. En su libro The New Despotism (Londres: Ernest Benn Ltd.,1929; reimpreso,Westport, CT: Greenwood Press, 1975), Hewart criticaba las leyesque otorgaban una amplia discrecionalidad a los ministerios y departamentosresponsables de ponerlas en práctica, discrecionalidad que les permitía interpretarlas leyes come consideraran conveniente, sin revisión o apelación significativa, oincluso cambiar las propias leyes. Hewart pensaba que esto «tenía el efecto deestablecer un campo amplio y creciente de la autoridad ministerial más allá delámbito de la ley ordinaria» (p. 11). —Ed.] [138] G.W. Keeton, The Passing of Parliament (Londres: Ernest Benn Ltd.,1952), p. 33.[139] [Véase el prefacio a las ediciones originales, nota 2. —Ed.][140] [El filósofo a quien alude es el positivista Rudolf Carnap; véase la citacompleta en mi introducción al presente volumen, p. 18. —Ed.][141] [Los volúmenes segundo y tercero aparecieron en 1976 y 1979respectivamente. Véase F.A. Hayek The Mirage of Social Justice, vol. 2 (1976), yThe Political Order of a Free People, vol. 3 (1979) de Law, Legislation, andLiberty, cit. —Ed.][142] [El científico político Harold J. Laski (1893-1950) fue colega de Hayeken la LSE y antes del pacto de no agresión Moltov-Ribbentropp, fue un decididodefensor de Stalin y su política.Hayek destaca la proclividad «patológica» de Laski

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a mentir en Hayek on Hayek, op. cit., p. 82 {p. 81 de la trad. española}. El teóricodel derecho, nacido en Austria, Hans Kelsen (1881-1973) dio clases en Viena,Colonia y, finalmente, en la Universidad de California-Berkeley. Kelsen desarrollóla «teoría pura del derecho» y fue conocido por su defensa del positivismo jurídico.—Ed.][143] [Lord Acton, «Review of Sir Erskine May’s Democracy in Europe»[1878], reimpresión en The History of Freedom and Other Essays, cit., p. 62. —Ed.{en español: Lord Acton, «La democracia en Europa», Ensayos sobre la libertad yel poder, Unión Editorial, 1999, p. 295}][144] [Hayek alude aquí a las tendencias que había identificado en su leccióninaugural en la LSE, «The Trend of Economic Thinking,» op. cit. —Ed.] {Enespañol: «La tendencia del pensamiento económico, cap. III del vol. III de ObrasCompletas de F.A. Hayek, cit.}.[145] [El estadista liberal del siglo XX, Sir William Vernon Harcourt (1827-1904) es el autor de la frase: «Ahora todos somos socialistas.» —Ed.][146] Como algunas personas pueden considerar exagerada esta manifestación,será útil citar el testimonio de Lord Morley, quien en su Recollections da como«hecho sabido» que el principal argumento del ensayo On Liberty «no era originalsino que procedía de Alemania».[Hayek cita a John,Primer Vizconde Morley,Recollections, vol. 1 (Nueva York: Macmillan, 1917), pp. 61-62. John Morley,Primer Vizconde Morley of Blackburn (1838-1923), fue un estadista y hombre deletras inglés.Escribió numerosas biografías, la más famosa de las cuales es una encuatro volúmenes de William Gladstone. El poeta, dramaturgo y científico alemánJohann Wolfgang von Goethe (1749-1832) fue el autor de Fausto y Las desventurasdel joven Werther. El filólogo y estadista Karl Wilhelm von Humboldt (1767-1835)fue el primer ministro prusiano de Educación y fundador de la Universidad deBerlín. El ensayista y hombre de letras Thomas Carlyle (1795-1881), quien, a travésde varias publicaciones contribuyó a introducir la cultura y la literatura alemanaspara los lectores ingleses, es más conocido entre los economistas por habercalificado a los clásicos como «los monótonos profesores de una cienciadeprimente». El autor y propagandista de origen inglés Houston StewartChamberlain (1855-1927), que vivió en Alemania desde 1885 y que escribióprincipalmente de música y filosofía, era conocido por su apoyo a la doctrina de lasupremacía aria. La nota de Hayek estaba colocada inicialmente después del nombrede «Humboldt.» —Ed.][147] Hasta qué punto las opiniones corrientes en todos los sectores, incluso losmás conservadores, de un país entero pueden estar teñidas por el izquierdismopredominante entre los corresponsales de su Prensa en el extranjero, lo ilustran bienlas opiniones sostenidas, casi unánimemente, en los Estados Unidos acerca de lasrelaciones entre Gran Bretaña y la India. El inglés que desee ver los acontecimientosdel continente europeo en su verdadera perspectiva debe meditar seriamente sobrela posibilidad de que sus opiniones hayan sido pervertidas precisamente de la

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misma manera y por las mismas razones. Esto no significa en modo alguno negar lasinceridad de las opiniones de los corresponsales norteamericanos e ingleses en elextranjero. Pero a nadie que conozca la índole de los círculos indígenas con los quees probable que establezcan estrecho contacto los corresponsales extranjeros, le serádifícil comprender las fuentes de esta parcialidad.[148] Que existió un cierto parentesco entre el socialismo y la estructura delEstado prusiano, conscientemente ayudado desde arriba como en ningún otro país,es innegable, y ya lo reconocieron libremente los primeros socialistas franceses.Mucho antes de inspirarse el socialismo del siglo XIX en el ideal de dirigir elEstado entero conforme a los mismos principios que una fábrica cualquiera, el poetaprusiano Novalis había ya deplorado que «ningún Estado ha sido administradojamás de manera tan semejante a una fábrica como Prusia desde la muerte deFederico Guillermo», en Novalis, Glauben und Liebe, oder der König und dieKönigin [1798] [El pasaje citado puede encontrarse en Novalis, Schriften, vol. 2(Stuttgart: Verlag W. Kohlhammer, 1981, p. 494), y dice «Kein Staat ist mehr alsFabrik verwaltet worden, als Preussen, seit Friedrich Wilhelm des Ersten Tode.»Novalis era el pseudónimo del poeta y novelista prusiano Friedrich von Hardenberg(1772-1801), conocido como el «Profeta del Romanticismo». Novalis anticipaba enesta obra un futuro en el que la espiritualidad humana universal eliminaría lanecesidad de gobierno. —Ed.] [149] [Franklin D. Roosevelt, «Recommendations to the Congress to CurbMonopolies and the Concentration of Economic Power», The Continuing Strugglefor Liberalism, vol. 7 de The Public Papers and Addresses of Franklin D. Roosevelt(Nueva York: Macmillan, 1941), p. 320. El mensaje fue emitido el 29 de abril de1938. Roosevelt lamentaba en su discurso la concentración de poder, o«colectivismo » en la América empresarial, e hizo un llamamiento por lareintroducción de un «orden democrático competitivo» por medio de una regulaciónfederal adicional de las empresas.Hayek estaba más esperanzado en estas fechasrespecto a la futura vía emprendida por los Estados Unidos de lo que lo estabarespecto a Gran Bretaña en lo que atañe a la libre empresa. Para más informaciónsobre esto, véanse sus observaciones en «Planning, Science, and Freedom,» Nature,vol. 143, 15 de noviembre de 1941, pp. 581-82, reproducido en el capítulo 10 deF.A. Hayek, Socialism and War: Essays, Documents, Reviews, cit., p. 219.—Ed.]{Trad. esp.: «Planificación, ciencia y libertad», capítulo X de Socialismo y guerra,vol. X de Obras Completas de F.A. Hayek, cit.}.[150] Ya en aquel año, en Informe Macmillan pudo hablar de «el cambio deperspectiva del Gobierno de este país en los últimos tiempos, su crecientepreocupación, con independencia de partido político, acerca de la dirección de lavida del pueblo», y añadía que «el Parlamento se encuentra comprometidocrecientemente en una legislación que tiene como finalidad consciente la regulaciónde los negocios diarios de la comunidad e interviene ahora en cuestiones que antesse habrían considerado completamente fuera de su alcance». Y esto pudo decirse

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antes de que aquel mismo año el país, finalmente, se zambullese de cabeza y, en elbreve e inglorioso espacio que va de 1931 a 1938, transformase su sistemaeconómico hasta dejarlo desconocido. [Hayek se refiere al Committee on Financeand Industry Report, Cmd. 3897 (Londres: HMSO, 1931). Los dos pasajes que citaHayek se encuentran en las páginas 4 y 4-5, respectivamente. El Comité, presididopor el jurista británico Hugo Pattison Macmillan (1873- 1952), estaba encargado dedescubrir las causas y formular los remedios para la deprimida economía deInglaterra; sirvió asimismo como lugar donde J.M. Keynes se opuso a la «TreasuryView.» —Ed.][151] [Para más información sobre Acton y Tocqueville, véase el prólogo de laedición americana en rústica de 1956, notas 10 y 22, respectivamente. —Ed.][152] Incluso advertencias mucho más recientes, que han demostrado serterriblemente ciertas, se olvidaron casi por entero. No hace treinta años que Mr.Hilaire Belloc, en un libro que explica más de lo que ha sucedido desde entonces enAlemania que la mayoría de las obras escritas después del acontecimiento, expusoque «el efecto de la doctrina socialista sobre la sociedad capitalista consiste enproducir una tercera cosa diferente de cualquiera de sus dos progenitores: el Estadode siervos» (The Servile State, 1913, 3.ª ed., 1927, pág., XIV). [El escritor y poetabritánico, nacido en Francia, Hilaire Belloc (1870-1953), amigo de G.K. Chestertony escritor de versos para niños, fue autor también de The Servile State (1912; 2.ª ed.:Londres y Edimburgo:T.N. Foulis, 1913; reedición, Indianápolis: Liberty Classics,1977), de donde se ha tomado la cita (p. 32). —Ed.[153] [Los políticos ingleses Richard Cobden (1804-1865) y John Bright(1811-1889), ambos importantes miembros de la Anti-Corn Law League, fuerondefensores acérrimos del libre comercio en la Inglaterra del siglo XIX. Eleconomista escocés Adam Smith (1723-1790) ensalzaba el sistema de la libertadnatural y condenaba las restricciones mercantilistas al comercio en su obra clásicaAn Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. El filósofo ehistoriador escocés (y amigo íntimo de Adam Smith) David Hume (1711-1776) fueautor de A Treatise of Human Nature, obra fundamental de la tradición empirista enla filosofía británica, y de una History of England, en varios volúmenes. El filósofoinglés John Locke (1632-1704), otro miembro de la tradición empirista británica,enunció la teoría del contrato social en su Two Treatises of Government. El poetainglés John Milton (1608-1674), autor de Paradise Lost and Paradise Regained,escribió asimismo un panfleto en apoyo de la Commonwealth y de la libertad deprensa. —Ed.] [154] [El humanista renacentista Desiderio Erasmo (1466-1536), «Erasmo deRotterdam», fue autor de Laus stultitiae. El escritor francés Michel Eyquem deMontaigne (1533-1592) introdujo el ensayo como género literario. En sus ensayosadoptó una actitud escéptica hacia lo que podía saberse y criticó a quienesdefendían puntos de vista dogmáticos. El estadista y hombre de letras romanoMarco Tulio Cicerón (106-43 aC) fue famoso por su habilidad oratoria; sus

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Filípicas contra Marco Antonio acabó costándole la vida. En sus Anales e Historias,el historiador romano Publio Tácito (ca. 55—ca. 120) hizo la crónica del ImperioRomano en el siglo primero. Bajo el gobierno del estadista ateniense Pericles (490-429 aC), florecieron en Atenas la arquitectura, la escultura, y el teatro. Elhistoriador griego Tucídides (ca. 460—ca. 400 aC) fue autor de la Historia de laguerra del Peloponeso.—Ed.][155] [Hayek criticaba la opinión de que el individualismo se asocianecesariamente al egoísmo y al egotismo en su artículo «Individualism: True andFalse», op. cit. —Ed.][156] El más fatal de estos acontecimientos, preñado de consecuencias todavíano extinguidas, fue la sumisión y destrucción parcial de la burguesía alemana porlos príncipes territoriales en los siglos XV y XVI. [Los lectores de Hayek podríanhaber visto analogías entre sus referencias históricas y la destrucción de lainfluencia de la burguesía en Alemania después de la I Guerra mundial, cuando lahiperinflación barrió los ahorros de los obligacionistas alemanes de clase media yayudó a abrir el camino al surgimiento de Hitler. El exterminio de los kulaks entiempo que Stalin, que consolidó su poder, fue otro caso análogo. —Ed.][157] [Auguste Comte, Système de Politique Positive (1851-1854), vol. 4(París: Librairie Positiviste, 1912), pp. 368-69. El filósofo positivista y teórico socialfrancés Auguste Comte (1798-1857) afirmaba que había tres estadios deconocimiento —el teólogico, el metafísico, y el positivo— y que el positivo era elmás elevado. El saber positivo se ha obtenido en muchas ciencias naturales, yComte opinaba que el positivismo debe ser introducido en el estudio de la sociedad.Hayek explica y critica el punto de vista de Comte en sus ensayos «The Counter-Revolution of Science» y «Comte and Hegel», op. cit. —Ed.] [158] [Hayek expone un argumento semejante en «The Trend of EconomicThinking,» op. cit. —Ed.][159] El autor ha hecho un intento de remontarse a los orígenes de estedesarrollo en dos series de artículos sobre «Scientism and the Study of Society» y«The Counter-Revolution of Science,» que aparecieron en Economica, 1941-44.[Revisiones de estos ensayos aparecieron en The Counter-Revolution of Science:Studies in the Abuse of Reason, op. cit., en pp. 17-182 y 183-363, respectivamente.—Ed.][160] Karl Mannheim, Man and Society in an Age of Reconstruction, 1940, p.175. [El sociólogo húngaro Karl Mannheim (1893-1947) enseñó en Heidelberg yFrancfort antes de huir a la LSE en 1933.Al haber sido uno de los primerosacadémicos que dimitieron debido a la ley de restablecimiento del servicio civil deHitler en marzo de 1933, fue invitado como profesor visitante bajo los auspicios delAcademic Freedom Committee creado por Beveridge y sus colegas de la LSE. Paramás documentación sobre este asunto, véase Ralf Dahrendorf, LSE: A History of theLondon School of Economics and Political Science, 1895—1995 (Oxford: OxfordUniversity Press, 1995), pp. 286-87. Mannheim es recordado hoy sobre todo por su

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contribución a la sociología del conocimiento.—Ed.][161] [El filósofo idealista alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831)articulaba el método dialéctico describiendo la evolución de la conciencia y delprogreso en la historia, que el teórico social revolucionario Karl Marx (1818-1883)situó en un marco materialista para predecir el inevitable hundimiento delcapitalismo. En su libro Sistema nacional de economía política, el economistaalemán Friedrich List (1789-1846) propugnaba el proteccionismo económico.Muchas de sus recomendaciones para la adopción de una política fueron aceptadastambién por la Escuela histórica de economistas alemana, cuyo líder era GustavSchmoller (1838-1917). Schmoller participó en la batalla por el método(Methodenstreit) con el fundador de la Escuela austriaca de Economía, CarlMenger. El historiador del desarrollo del capitalismo,Werner Sombart (1863-1941),fue quizá el último economista de la escuela histórica.Hayek consideraría su pasode un socialismo de izquierdas hacia un anticapitalismo de la variedad fascista,ejemplificando una tendencia natural. —Ed.][162] [Para más datos sobre la tradición socialista alemana, veáse M.C. Howardy J.E. King, A History of Marxian Economics, Vol. I 1883-1914 (Princeton:Princeton University Press, 1989). Uno de los objetivos de Hayek al publicar elvolumen Collectivist Economic Planning, cit., era informar a sus lectores inglesessobre algunos documentos básicos de la literatura socialista en alemán. —Ed.][163] [Johann Christian Friedrich Hölderlin, Hyperion, oder der Eremit inGriechenland. Sämtliche Werke, vol. 3 (Stuttgart:W. Kohlhammer Verlag,1957),Tomo 1, Libro 1, p. 31. La cita en alemán dice: «Immerhin hat das den Staatzur Hölle gemacht, daß ihn der Mensch zu seinem Himmel machen wollte.» —Ed.][164] [Véase Henri Saint-Simon, «Letters from an Inhabitant of Geneva to hisContemporaries», en Henri Saint-Simon (1760—1825): Selected Writings onScience, Industry and Social Organization, trad. y ed. Keith Taylor (Nueva York:Holmes and Meier, 1975), p. 78, en la que Saint-Simon dice, «todo aquel que noobedezca las órdenes será tratado por los demás como un cuadrúpedo». Elreformador social Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (1760-1825)fue fundador del socialismo francés. En su informe sobre los orígenes del«cientismo» y del «abuso de la razón» Hayek caracterizaba a Saint-Simon como«visionario megalómano». Véase F.A. Hayek, «The Counter-Revolution ofScience,» en The Counter-Revolution of Science: Studies in the Abuse of Reason,op. cit., p. 222 {p. 192 de la edición española}. La frase que contiene el pasaje queHayek cita fue suprimida, evidentemente, por los discípulos de Saint-Simon enalgunas versiones posteriores del folleto. —Ed.][165] Alexis de Tocqueville, «Discours prononcé à l’assemblée constituante le12 septembre 1848 sur la question du droit au travail», OEuvres complètes d’Alexisde Tocqueville, volumen IX, 1866, p. 546. [El pasaje original dice: «La démocratieétend la sphère de l’indépendance individuelle, le socialisme la resserre. Ladémocratie donne toute sa valeur possible a chaque homme, le socialisme fait de

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chaque homme un agent, un instrument, un chiffre. La démocratie et le socialismene se tiennent que par un mot, l’egalité; mais remarquez la différence: la démocratieveut l’egalité dans la liberté, et le socialisme veut l’egalité dans la gêne et dans laservitude.» —Ed.][166] La característica confusión de la libertad con el poder, con la que nosenfrentaremos una y otra vez en esta discusión, es un tema demasiado importantepara poder examinarlo aquí por entero. Tan vieja como el propio socialismo, estátan estrechamente aliada con él, que hace casi setenta años un universitario francés,discutiendo sus orígenes saint-simonianos, se vio llevado a decir que esta teoría dela libertad «est à elle seule tout le socialisme» (P. Janet: Saint-Simon et le Saint-Simonisme, 1878, p. 26, nota). El defensor más explícito de esta confusión es, cosasignificativa, el influyente filósofo del izquierdismo americano, John Dewey, paraquien la «libertad es el poder efectivo para hacer cosas determinadas», de maneraque «la demanda de libertad es la demanda de poder» («Liberty and SocialControl», The Social Frontier, noviembre 1935, p. 41).[167] Max Eastman: Stalin’s Russia and the Crisis of Socialism (NuevaYork:W.W. Norton, 1940), los pasajes citados se encuentran en las páginas 82 y154, respectivamente. [Originariamente Hayek puso ambas notas en la p. 82. Elamericano Max Eastman (1883-1969) fue editor del órgano radical The Masses.Viajó a la Unión Soviética después de la Revolución rusa y se casó con una rusa.En los años 1930 se desilusionó del experimento soviético, estimando que la metaoriginal de la revolución de Lenin había sido subvertida por Stalin. Como se dice enmi introducción, p. 41, Eastman condensó The Road to Serfdom para el Reader’sDigest.—Ed.][168] W.H. Chamberlin, Collectivism: A False Utopia (Nueva York:Macmillan, 1937), pp. 202-3. [El autor y periodista William Henry Chamberlin(1897-1969) visitó Moscú en 1922 en calidad de periodista del Christian ScienceMonitor. Aunque en un primer momento sintió simpatía por la causa revolucionaria,pronto se desengañó del stalinismo. —Ed.][169] F.A.Voigt, Unto Caesar (Nueva York: G.P. Putnam’s Sons, 1938), p. 95.[El periodista y autor inglés Frederick Augustus Voigt (1892-1957) fuecorresponsal en Berlín del Manchester Guardian en los años de entreguerra. No heconseguido localizar el pasaje citado en el libro de Voigt, aunque las siguienteslíneas, tomadas de la p. 35, expresan sentimientos similares: «El marxismo podríaser un fenómeno de un interés poco más que histórico, viendo cómo ha fracasadoincluso en su principal plaza fuerte, si no fuese tan afín al nacionalsocialismo. Elnacionalsocialismo habría sido inconcebible sin el marxismo.» Voigt constata en sulibro semejanzas entre el marxismo y el nacionalsocialismo, lo mismo que entre laspersonas de Lenin y Hitler. —Ed.] [170] Walter Lippmann, «The Government of Posterity», The Atlantic, vol. 158,noviembre de 1936, p. 552. [El periodista, autor y comentarista socialestadounidense Walter Lippmann (1889-1974) escribió para el New York Herald

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Tribune. Obtuvo el Premio Pulitzer de información internacional en 1962. —Ed.][171] Peter Drucker, The End of Economic Man: A Study of the NewTotalitarianism (Nueva York: The John Day Co., 1939), pp. 245-46. [En el original,Hayek da erróneamente como p. 230 la página en la que se encuentra la cita. Elasesor empresarial americano, vienés de nacimiento, Peter Drucker (1909-2005)enseñó en el Bennington College y en la Universidad de Nueva York antes de sernombrado profesor de ciencias sociales en la Claremont Graduate School, hoyClaremont Graduate University, en California. —Ed.] [172] Una instructiva exposición de la historia intelectual de muchos dirigentesfascistas se encontrará en R. Michels (él mismo, un fascista ex marxista),Sozialismus und Faszismus als politische Strömungen in Italien: historische Studien,vol. 2, Sozialismus un Fascismos in Italien (Munich: Meyer & Jessen,1925), pp. 264-6 y 311-12.[173] [El político francés Pierre Laval (1883-1945) fue diputado del mariscalPetain y posteriormente primer ministro durante el régimen de Vichy. Fue ejecutadopor colaborador tras la liberación. El diplomático noruego Vidkun Quisling (1887-1945) creó el partido Nasjonal Samlung, a imagen de partido Nacionalsocialistaalemán en 1933, y fue primer ministro marioneta durante la ocupación de Noruega].Su nombre se convirtió en sinónimo de colaboracionismo. Quisling fue juzgado yejecutado al final de la guerra. —Ed.][174] Eduard Heimann; «The Rediscovery of Liberalism», Social Research,vol. 8, noviembre de 1941, p. 479. Conviene notar a este respecto que, cualesquieraque fuesen sus motivos, Hitler consideró conveniente declarar en uno de susdiscursos públicos, en febrero de 1941 sin ir más lejos, que «fundamentalmentenacionalsocialismo y marxismo son la misma cosa».Véase el artículo «Herr Hitler’sSpeech of February 24», The Bulletin of International News (publicado por el RoyalInstitute of International Affairs, vol. 18, 8 de marzo de 1941, p. 269). [EduardHeimann (1889-1967) dio clases en la Universidad de Hamburgo de 1925 a 1933,cuando huyó de Alemania y obtuvo un puesto en la New School for Social Researchde Nueva York. —Ed.][175] [Élie Halévy, L’Ère des tyrannies: Études sur le socialisms et la guerre(París: Gallimard, 1938), p. 208. Para una traducción inglesa del libro de Halévy,véase Élie Halévy, The Era of Tyrannies: Essays on Socialism and War, traducidopor R.K.Webb (Nueva York: New York University Press, 1966). —Ed.][176] Citado por Dugald Stewart en Memoir of Adam Smith, según unas notasescritas por Smith en 1755. [Una reimpresión del informe de Stewart de 1793 sepublicó por Augustus M. Kelley in 1966; la cita de Smith se encuentra en la p. 68.—Ed.][177] [El pasaje citado por Hayek se encuentra en Adam Smith, An Inquiry intothe Nature and Causes of the Wealth of Nations, ed. de R.H. Campbell y A.S.Skinner, vol. 2 de The Glasgow Edition of the Works and Correspondence of AdamSmith (Oxford: Clarendon Press, 1976, 1979; reedición Liberty Press, Indianapolis

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1981), libro 5, capítulo 1, parte 3, p. 723. —Ed.][178] Es cierto que, recientemente, algunos socialistas universitarios, bajo elacicate de la crítica, y animados por el mismo temor a la extinción de la libertad enuna sociedad de planificación centralizada, han imaginado una nueva clase de«socialismo competitivo», que esperan evitaría las dificultades y peligros de laplanificación central y combinaría la abolición de la propiedad privada con el plenomantenimiento de la libertad individual. Aunque en las revistas científicas hanaparecido algunas discusiones sobre esta nueva clase de socialismo, tiene pocasprobabilidades de atraer a los políticos prácticos. Pero si alguna vez lo lograse, nohabría dificultad para demostrar (como el autor lo ha intentado en otro lugar: véaseEconomica, 1940) que tales planes descansan en una ilusión y sufren unacontradicción interna. Es imposible intervenir todos los recursos productivos sindecidir asimismo por quién y para quién serán utilizados.Aunque, bajo este supuestosocialismo competitivo, la planificación por la autoridad central tomaría formas algomás indirectas, sus efectos no serían fundamentalmente diferentes y el elementocompetitivo apenas pasaría de una ficción. [Hayek se refiere a su artículo «SocialistCalculation: The Competitive “Solution”», op. cit. En el artículo, Hayek reseña ycritica las propuestas del libro de H.D. Dickinson, Economics of Socialism(Londres: Oxford University Press, 1939), y de Oskar Lange y Fred M.Taylor, Onthe Economic Theory of Socialism, cit. Para más datos sobre el significado de lareferencia de Hayek al «socialismo competitivo,» véase mi introducción al presentevolumen, pp. 49-52. —Ed.] [179] [La afirmación de que «Hay muchas señales respecto a que los dirigentesbritánicos se están acostumbrado a pensar en términos de desarrollo nacional pormedio de monopolios controlados…» apareció en The Spectator, n.º 5774, 3 demarzo, 1939, p. 337. —Ed.][180] [Benito Mussolini, Informe al Gran Consejo Fascista, 1929, citado enE.B.Ashton, The Fascist: His State and His Mind (Nueva York:William Morrowand Co., 1937), p. 63, nota 5. —Ed.][181] Para una discusión más completa de estos problemas véase el ensayo delprofesor L. Robbins sobre «La inevitabilidad del monopolio», en The EconomicBasis of Class Conflict, 1939, pp. 45-80.[182] Final Report and Recommendations of the Temporary National EconomicCommittee, 77.º Congreso, 1.ª Sesión, Documento del Senado n.º 35, 1941, p. 89.[Discurso del presidente Roosevelt, extracto del que se toma la cita al comienzo delcapítulo I, fue el impulso para la formación del Temporary National EconomicCommittee . —Ed.][183] C,Wilcox, Competition and Monopoly in American Industry, TemporaryNational Economic Committee, Monografía n.º 21 (Washington, DC: GovernmentPrinting Office, 1941), p. 314. [En el original, Hayek indica la fecha de publicacióncomo 1940, no 1941. —Ed.][184] [Para más datos sobre Sombart, véase cap. 1, nota 13. —Ed.]

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[185] Reinhold Niebuhr, Moral Man and Immoral Society: A Study in Ethicsand Politics (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1932), p. 182.[186] [En el verano de 1931 la crisis financiera inglesa llevó al hundimiento delgobierno laborista, a la creación de un «Gobierno Nacional» de coalición conRamsey MacDonald a la cabeza, y al abandono del patrón oro. Una de las primerasdecisiones del nuevo Gobierno nacional fue el establecimiento de la tarifaprotectora general a la que se refiere Hayek. —Ed.] [187] Al corregir este texto me llega la noticia de haberse suspendido las obrasde conservación de las autopistas alemanas.[188] [Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth ofNations, ed. de R.H. Campbell y A.S. Skinner, vol. 1 de The Glasgow Edition of theWorks and Correspondence of Adam Smith, op. cit., libro 4, capítulo 2, p. 456. —Ed.][189] [En 1927 Hayek se convirtió en el primer director del recién creadoInstituto Austriaco para la Investigación de los Ciclos Comerciales(Österreichisches Institut für Konjunkturforschung); una de sus tareas era recopilardatos económicos del tipo de los que incluye aquí. —Ed.][190] S. y B.Webb, Industrial Democracy Londres, Nueva York,Bombay yCalcuta: Longmans, Green and Co., 1897), p. 800, n. [El reformista social inglésSidney (1859-1947) y Beatriz (1858-1943) Webb fueron de los primeros miembrosde la Sociedad Fabiana y cofundadores de la London School of Economics. En elpasaje citado, los Webb se lamentaban realmente de la «creciente incapacidad», másque de la «crecida incapacidad» de la Cámara de los Comunes para realizar sutrabajo. —Ed.][191] H.J. Laski, «Labour and the Constitution», The New Statesman andNation, N.S., n.º 81, 10 de septiembre de 1932, p. 277. En un libro (Democracy inCrisis (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 1933), p. 87, donde elprofesor Laski elaboró después estas ideas, expresa aún más claramente sudeterminación de no consentir a la democracia parlamentaria que constituya unobstáculo para la realización del socialismo. ¡Un gobierno socialista, no sólo«tomaría amplios poderes y legislaría bajo ellos por órdenes y decretos» y«suspendería las fórmulas clásicas de la oposición normal», y además, la«continuación del régimen parlamentario dependería de que [el gobierno laborista]recibiese del partido conservador garantías de no destrozar por derogación su labortransformadora en el caso de una derrota ante las urnas»! Como el profesor Laskiinvoca la autoridad de la comisión Donoughmore, puede ser interesante recordarque el profesor Laski fue miembro de aquella comisión y probablemente uno de losautores de su dictamen. [El Comité Donoughmore sobre los Poderes de losMinistros fue creado para investigar las consecuencias de la expansión de lalegislación delegada, es decir, la legislación establecida por los ministros con el finde verificar la legislación primaria aprobada por el Parlamento. Hayek hace unaulterior referencia a sus hallazgos en la próxima nota. —Ed.]

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[192] Es instructiva a este propósito una breve referencia al documento delgobierno en el que se discutieron estos problemas no hace muchos años. Hace yatrece, es decir, antes de que Inglaterra abandonase por fin el liberalismo económico,el proceso de la delegación de facultades legislativas había llegado a un punto enque se sintió la necesidad de nombrar una comisión a fin de investigar acerca de«las garantías deseables o necesarias para asegurar la soberanía de la Ley». En sudictamen, el «Donoughmore Committee» (Report of the [Lord Chancellor’s]Committee on Ministers’ Powers, Cmd. 4060, 1932) demostró que ya en aquellafecha el Parlamento había recurrido a «la práctica de una delegación generalindiscriminada»; pero lo consideraba (¡era antes de haber resbalado verdaderamentehacia el abismo totalitario!) como un desarrollo inevitable y relativamente inocuo. Yes probablemente cierto que esta delegación, como tal, no representara un peligropara la libertad. Pero lo interesante es el motivo de haberse hecho necesaria en talescala la delegación. En primer lugar, entre las causas enumeradas, señala eldictamen que «el Parlamento aprueba ahora tantas leyes cada año» y que «tantosdetalles son tan técnicos, que resultan inapropiados para la discusión parlamentaria». Pero si esto fuera todo, no habría razón para que los detalles no se elaborasenantes, mejor que después de aprobar la ley el parlamento. Lo que en múltiples casoses probablemente una razón mucho más importante para explicar por qué, «si elParlamento no estuviese dispuesto a delegar su facultad legislativa, sería incapaz deaprobar la clase y la cantidad de legislación que la opinión pública exige», se revelainocentemente en una breve frase: «muchas de las leyes afectan tan íntimamente ala vida de las gentes que es esencial la elasticidad.» ¿Qué significa esto sino elotorgamiento de un poder arbitrario, de un poder no limitado por principios fijos yque, según la opinión del Parlamento, no puede limitarse por reglas definidas einequívocas? [193] Élie Halévy, «Socialism and the Problems of DemocraticParliamentarism», International Affairs, vol. 13, julio de 1934, p. 501. [El artículofue un mensaje dado el 24 de abril de 1934, en Chatham House, que desde 1920 hasido la base del Royal Institute of International Affairs. El historiador francés ÉlieHalévy (1870-1937) fue autor de The Growth of Philosophical Radicalism, quehacía la historia del utilitarismo británico, y The Era of Tyrannies, del que Hayektomó la cita inicial con la que empieza el capítulo 3. El estadista inglés LordEustace Percy (1887-1958) escribió libros tales como Democracy on Trial y TheHeresy of Democracy. El político inglés Sir Oswald Mosley (1896-1980) empezósiendo conservador y luego giró hacia el Partido Laborista, convirtiéndose enmiembro del Parlamento y en miembro del gobierno laborista de 1929 y, finalmente,dimitió para convertirse en líder de la Unión Británica de Fascistas. El políticolaborista Sir Stafford Cripps (1889-1952) giró cada vez más hacia la izquierda enlos años 1930, y acabó siendo expulsado del partido en 1939 por sus actividades conel Frente Popular. Percy, Mosley, y Cripps, pues, representan diferentes extremosdel espectro político, aunque, como constataron Hayek y Halévy, en ciertos asuntos

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los tres habían expresado puntos de vista semejantes. —Ed.] [194] [El estadista alemán Heinrich Brüning (1885-1970) fue canciller deAlemania desde 1930 a 1932, pero fue forzado a dimitir por los nazis. AbandonóAlemania dos años más tarde. Franz von Papen (1879-1969) asumió el cargo decanciller en 1932, y sirvió con Hitler, brevemente, como vicecanciller, luego comoembajador en Austria y Turquía. Kurt von Schleicher (1882-1934) fue el sucesor devon Papen en el cargo de canciller, pero Hitler tomó el poder de él en 1933. Él y sumujer fueron juzgados sobre la base de acusaciones inventadas y ejecutados por losnazis al año siguiente. —Ed.][195] K. Mannheim: Man and Society in an Age of Reconstruction, op. cit., p.340. [La segunda mitad de la cita aparece en la página 341. —Ed.][196] [Lord Acton, «The History of Freedom in Antiquity», op. cit., p. 22 {p. 78de la edición española, op. cit.}]. —Ed.][197] [Karl Mannheim, Man and Society in an Age of Reconstruction, cit., p.180. —Ed.][198] De acuerdo con la clásica exposición de A.V. Dicey, en Introduction tothe Study of the Law of the Constitution (8.ª ed. (Londres: Macmillan and Co.,1915), p. 198), rule of law «significa, en primer lugar, la absoluta supremacía opredominio del derecho común, como oposición al ejercicio del poder arbitrario, yexcluye la existencia de arbitrariedades, prerrogativas y hasta de una ampliaautoridad discrecional por parte del Estado». En gran parte como resultado de laobra de Dicey, esta expresión ha adquirido, sin embargo, en Inglaterra, unsignificado técnico más estrecho, que aquí no nos concierne. El más amplio yantiguo significado de este concepto de la supremacía o imperio de la ley, que enInglaterra alcanzó el carácter de una tradición, más tenida por demostrada quediscutida, fue objeto de la más completa elaboración en Alemania, precisamenteporque levantaba lo que allí eran nuevos problemas, en las discusiones decomienzos del siglo XIX acerca de la naturaleza del Rechtsstaat. [Más datos sobrela última tradición en F.A. Hayek, The Constitution of Liberty, op. cit., capítulo 13;{en español: Los fundamentos de la libertad, cit., cap. XIII}. —Ed.] [199] [Hayek trata el declive del estado de derecho en The Constitution ofLiberty, cit., capítulo 16. —Ed.][200] [Sir Henry Maine, Ancient Law: Its Connection with the Early History ofSociety and Its Relation to Modern Ideas. Cuarta edición americana de la décimaedición de Londres (Nueva York, Henry Holt, 1906), p. 165. El jurista e historiadoringlés Sir Henry Maine (1822-1888), desde 1877 profesor Whewell de derechointernacional en Cambridge, escribió ampliamente sobre los orígenes y desarrollo delas instituciones jurídicas y sociales. La cita está tomada de la frase final delcapítulo 5, titulada «Primitive Society and Ancient Law». —Ed.][201] No es, pues, del todo falsa la oposición que el teórico del Derecho delNacionalsocialismo, Carl Schmitt, establece entre el liberal Rechtsstaat (es decir, elEstado de Derecho, la supremacía de la Ley) y el ideal nacionalsocialista del

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gerechte Staat (el Estado justo); sólo que la justicia que opone a la justicia formalimplica necesariamente la discriminación entre personas. [El jurista alemán CarlSchmitt (1888-1985) criticaba el parlamentarismo liberal y defendía el estadoautoritario. En los años 1930 trató de reconciliar sus puntos de vista con los de losnazis, proporcionando justificaciones jurídicas de su toma del poder y defendiendolas Leyes de Nuremberg que excluían a los judíos de la vida pública y social. Pesea que perdió el favor de los nazis hacia 1936, fuera de Alemania fue consideradofrecuentemente como teórico jurídico del Nacionalsocialismo. Hayek se refieretambién a la Freirechtsschule, que es el término alemán de «realismo jurídico»,doctrina que sostiene que el instinto más que el acatamiento de la ley es la base realde la interpretación judicial de la ley. —Ed.][202] [No he podido localizar la cita atribuida a Kant, pero para la otra Hayekse refiere a François- Marie Arouet de Voltaire, Oeuvres Complètes de Voltaire,vol. 23 (París: Garnier, 1879), p. 526, donde Voltaire escribe: «La liberté consiste àne dépendre que des lois». —Ed.][203] El conflicto no está, pues, como a menudo se creyó equivocadamente, enlas discusiones del siglo XIX entre libertad y ley. Como ya evidenció John Locke,no puede haber libertad sin ley. El conflicto está entre las diferentes clases de ley,tan diferentes que difícilmente pueden designarse con el mismo nombre: una es laley del Estado de Derecho, principios generales sentados de antemano, «reglas deljuego» que permiten al individuo prever cómo se utilizará el aparato coercitivo delEstado o lo que les está prohibido u obligado hacer, en determinadas circunstancias,a él y a sus conciudadanos. La otra especie de ley da de hecho poder a la autoridadpara hacer lo que considere conveniente. Así, evidentemente, el Estado de Derechono puede mantenerse en una democracia que decide resolver cualquier conflicto deintereses, no de acuerdo con las normas previamente establecidas, sino según «lascircunstancias del caso». [Locke describía el estado de naturaleza como «un estadode libertad perfecta». Pero continuaba diciendo que los hombres forman sociedadesciviles y se someten a las leyes con el fin de preservar mejor su libertad ypropiedad. Véase John Locke, Two Treatises of Government, ed. Peter Laslett(Cambridge: Cambridge University Press, 1988), Tratado 2, capítulos 4, 9. —Ed.][204] [El jurista inglés Charles John, Primer Barón Darling (1849-1936) fuemiembro conservador del Parlamento, juez y miembro de varias comisiones reales.Para más datos sobre Lord Hewart, véase el prólogo a la edición americana enrústica de 1956, nota 25. —Ed.][205] Otro ejemplo de infracción legislativa del Estado de Derecho es el bill ofattainder, familiar en la historia inglesa. La forma que la supremacía de la leyadopta en el Derecho penal se expresa usualmente por el dicho latino nulla poenasine lege, no hay castigo sin ley que expresamente lo prescriba. La esencia de estaregla consiste en que la ley ha de tener existencia como norma general antes de quesurja el caso individual al que se aplique. Nadie aseguraría que cuando, en unafamosa causa durante el reinado de Enrique VIII, el Parlamento resolvió con

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respecto al cocinero del obispo de Rochester: «que el llamado Richard Rose seráquemado vivo, sin atender al privilegio de su condición eclesiástica»,promulgó taldisposición bajo la supremacía de la ley. Pero si ésta ha llegado a ser una parteesencial del procedimiento penal en todos los países liberales, no puede mantenerseen los regímenes totalitarios. En éstos, como dijo muy bien E.B.Ashton, la máximaliberal se ha sustituido por el principio nultum crimen sine poena, ningún «crimen»quedará sin castigo, lo disponga o no la ley explícitamente. «Los derechos delEstado no terminan con el castigo de quienes quebrantan la ley. La comunidad tienederecho a todo lo que considere necesario para la protección de sus intereses; y laobservancia de la ley, tal como existe, es sólo una de las más elementalesexigencias» (E.B. Ashton, The Fascist, His State and Mind, 1937, p. 119). Lo quehaya de entenderse como infracción de los «intereses de la comunidad» son, porsupuesto, las autoridades quienes lo determinan. [Hayek incorrectamente afirma quela cita de Ashton la encontró en la p. 119, no en la 127. —Ed.] [206] [El noveslita inglés H.G.Wells (1866-1946) es más conocido hoy por susclásicos de la ciencia ficción The Time Machine y The War of the Worlds. En suépoca fue conocido asimismo por sus mordaces críticas sociales, contribuciones a ladivulgación histórica, y por su compromiso con numerosas causas progresistas. En1939 redactó una «Declaración de los Derechos Humanos» que fue publicada enThe Daily Herald y en otros periódicos, y que provocó numerosos comentarios.Algunas de estas ideas se reelaboraron e incluyeron en la Declaración Universal delos Derechos Humanos, que fue adoptada por la Asamblea General de las NacionesUnidas en diciembre de 1948. La «Declaración» de Wells se reeditó con el título«Diez puntos para la paz mundial», Current History, vol. 51, marzo de 1940, pp.16-18, de donde se han tomado las siguientes citas. —Ed.][207] [Wells, «Ten Points for World Peace», op. cit., p. 18. —Ed.][208] [Ibid. —Ed.][209] [Ibid. —Ed.][210] [Hayek cita el editorial titulado «True Democracy,» The Economist, vol.87, 18 de noviembre de 1939, pp. 242-43. —Ed.][211] [Hilaire Belloc, The Servile State, cit., p. 46. —Ed.][212] [La cita de Chase, pero sin mención de la fuente original, se halla enWalter Lippmann, «The Collectivist Movement in Practice,» Atlantic Monthly, vol.158, diciembre de 1936, p. 729. Contable, escritor freelance, y autor prolífico, StuartChase (1888-1985) fue un escritor popular en los años de entreguerras. Entre susmuchos libros sobre economía están The Tragedy of Waste (Nueva York:Macmillan, 1925) y A New Deal (Nueva York: Macmillan, 1934). —Ed.][213] Cf. L. Robbins: The Economic Causes of War (Londres: J. Cape, 1939),Apéndice. [El economista británico Lionel Robbins (1898—1984) era amigo íntimoy colega de Hayek en la London School of Economics. En su apéndice, Robbinstrata del significado del término «causación económica», y concluye, «Las causasde guerra deben ser consideradas económicas si el objetivo es meramente

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instrumental para garantizar para alguna persona o personas un mayor control sobrelos recursos en general... Y deben ser consideradas como no económicas si elobjetivo no es instrumental para ninguna otra cosa —si es que, en definitiva, es unfin en sí mismo más que medio para cierto número de fines.» Op. cit., p. 118. —Ed.][214] En ninguna parte se ilustra mejor que en el ámbito de los intercambioscon el exterior la extensión del control sobre la vida entera que confiere el controleconómico.A primera vista, nada parece afectar menos a la vida privada que laintervención oficial de las operaciones sobre el cambio exterior, y la mayoría de lagente consideraría su introducción con completa indiferencia.Y, sin embargo, laexperiencia de la mayoría de los países continentales ha hecho que la gente cultaconsidere este paso como un avance decisivo en el camino del totalitarismo y de lasupresión de la libertad individual. Es, en efecto, la entrega completa del individuoa la tiranía del Estado, la supresión final de todos los medios de escape; no sólopara el rico, sino para todos. Cuando el individuo ya no tiene libertad para viajar, notiene libertad para comprar libros o periódicos extranjeros; cuando todos los mediosde contacto exterior pueden limitarse a los que aprueba la opinión oficial o sonconsiderados por ella como necesarios, el dominio efectivo de la opinión es muchomayor que el que jamás ejerció ninguno de los gobiernos absolutistas de los siglosXVII y XVIII. [215] Para justificar estas fuertes palabras pueden citarse las conclusionessiguientes, a las que ha llegado Mr. Colin Clark, uno de los más conocidos entre losjóvenes especialistas en estadística económica y hombre de opinionesindudablemente progresistas y de actitud estrictamente científica, en su Conditionsof Economic Progress (Londres: Macmillan, 1940), pp. 3-4): Las «frecuentesafirmaciones acerca de la «pobreza en el seno de la abundancia» y de cómo losproblemas de la producción estarían ya resueltos si entendiésemos los de ladistribución, han dado lugar al más falso entre los modernos clichés... Sólo en losEstados Unidos es una cuestión de considerable importancia la escasa utilización dela capacidad productiva, aunque en ciertos años haya alcanzado también algunaimportancia en la Gran Bretaña,Alemania y Francia, mas para la mayor parte delmundo aquélla está completamente dominada por el hecho, más importante, de quesea tan poco lo que puede producirse con un pleno empleo de los recursosproductivos. La era de la plétora tardará aún mucho en llegar... Si el paro evitablese eliminara a lo largo del ciclo económico, ello significaría una mejoría notable enel nivel de vida de la población de los Estados Unidos, pero desde el punto de vistadel mundo entero, sólo significaría una pequeña asistencia para la resolución delproblema, mucho mayor, de elevar la renta real de la masa de la población delmundo hasta algo que se acerque a un nivel civilizado.» [El estadístico y economistabritánico Colin Clark (1905-1989) enseñó y mantuvo posturas favorables algobierno en Inglaterra, los Estados Unidos y Australia. Militó en el PartidoLaborista entre los años 1920 y los primeros 1930 (de aquí sus «firmes opiniones

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progresistas»), y fue pionero en la estimación de estadísticas sobre la renta nacional.—Ed.][216] No es casualidad que en los países totalitarios, tanto en Rusia como enAlemania o Italia, se haya convertido en un problema de planificación el modo deorganizar el ocio de las gentes. Los alemanes han llegado incluso a inventar paraeste problema el nombre horrible y en sí contradictorio de Freizeitgestaltung(literalmente: la configuración del tiempo libre), como si aún pudiera llamarse«tiempo libre» el que ha de gastarse de una forma dispuesta autoritariamente. [217] [Lord Acton, «The History of Freedom in Christianity,» en History ofFreedom and Other Essays, cit., p. 57 {trad. esp.: «Historia de la libertad en elcristianismo», en Lord Acton, Ensayos sobre la libertad y el poder, cit., p. 111}. —Ed.][218] Es probable que sobreestimemos habitualmente la parte que en ladesigualdad de las rentas se debe principalmente a los ingresos derivados de lapropiedad, y, por consiguiente, la proporción en que se reducirían las mayoresdesigualdades si las rentas de propiedad se aboliesen. La escasa información queposeemos acerca de la distribución de las rentas en la Rusia soviética no indica quelas desigualdades sean sustancialmente menores que en una sociedad capitalista.Max Eastman (The End of Socialism in Russia, 1937, pp. 30-34) da algunainformación procedente de fuentes oficiales rusas que sugiere que la diferenciaentre los salarios más altos y los más bajos pagados en Rusia es del mismo orden demagnitud (del orden de 50 a 1) que en los Estados Unidos; y Leon Trotsky, segúnun artículo citado por James Burnham (The Managerial Revolution, 1941, p. 43),estimó, no más allá de 1939, que «el 11 ó 12 por 100 superior de la poblaciónsoviética recibe ahora aproximadamente el 50 por 100 de la renta nacional. Estadiferencia es más aguda que en los Estados Unidos, donde el 10 por 100 más alto dela población recibe aproximadamente el 35 por 100 de la renta nacional». [En eloriginal, Hayek incluye incorrectamente el pasaje de Trotsky como aparece en lapágina 43, no en la 46, del libro de Burnham. —Ed.][219] Max Eastman en The Reader’s Digest, julio de 1941, p. 39. [La citaoriginal de Hayek, en «Max Eastman in the Reader’s Digest, July, 1941, p. 39»,presenta el número de la publicación y de la página equivocados, y Hayek se olvidóde intercalar guiones en «free-and-equalness» tal como Eastman había hecho. —Ed.][220] Las palabras son del joven Disraeli. [La verdadera cita dice: «no publicavenues to wealth and honor would subsist save through the Government», y estátomada del ensayo del político y novelista tory Benjamin Disraeli (1804-1881)«Vindication of the English Constitution in a Letter to a Noble and Learned Lord»(1835), reeditada en Benjamin Disraeli, Disraeli on Whigs and Whiggism, ed. deWilliam Hutcheon (Nueva York: Macmillan, 1914), p. 216, trabajo que consagró«al joven Disraeli» como escritor y pensador político. Utilizó el ensayo para atacar alos utilitaristas y otros que podrían «formar instituciones políticas sobre principios

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abstractos de ciencia teórica, en vez de permitir que surjan del curso natural de losacontecimientos, y que sea creado de forma natural por las necesidades de lasnaciones» (p. 119). Sus críticas de aquellos que «revocarían las zafias y casualesinstituciones de Inglaterra y las substituirían por sus propias invenciones a la moda,formadas sobre la base indiscutible de la Razón y de la Utilidad» (p. 134) evoca laposterior crítica de Hayek al «constructivismo racionalista ». —Ed.] [221] Véase. M. Muggeridge, Winter in Moscow, 1934; A. Feiler: TheExperiment of Bolshevism, 930.[222] [El político americano Harold Lasswell (1902-1978) dio la ya clásicadefinición de la política en su libro Politics:Who Gets What,When and How?(Nueva York y Londres: McGraw-Hill, Whittlesey House, 1936). —Ed.][223] J.S. Mill: Principles of Political Economy, libro II, capítulo I, § 4. [En eloriginal, Hayek invirtió los números del libro y del capítulo, escribiendo Libro 1,capítulo 2. —Ed.][224] G.Wieser, Ein Staat stirbt, Oesterreich, 1934-1938, París (París:Internationale Verlags-Anstalt, 1938), p. 41.[225] Los clubs de lectura («book clubs») públicos en Inglaterra proporcionanun paralelo no despreciable. [Balilla era el nombre de una organización fascistaitaliana para muchachos jóvenes, llamada así por el muchacho que inició lainsurrección que expulsó a los austriacos de Génova en 1746. La Hitlerjugend, oJuventudes Hitlerianas, era la organización para el adoctrinamiento de la juventuden Alemania. Dopolavoro era el programa recreativo que comprendía actividadesdeportivas, culturales y turísticas. Su contrapartida alemana era Kraft durch Freude.Fundada en 1933 en el seno del Frente de Trabajo alemán, y copiada delDopolavoro, estaba pensada para ganarse a las clases trabajadoras alNacionalsocialismo, que era especialmente importante una vez abolidos lossindicatos. —Ed.] [226] Hace ahora doce años, uno de los intelectuales socialistas europeos másdestacados, Hendrik de Man (que, consecuente consigo mismo, evolucionó e hizolas paces con los nazis), observaba que, «por primera vez desde los comienzos delsocialismo, los resentimentos anticapitalistas se han vuelto contra el movimientosocialista» (Sozialismus und Nacional-Faszismus, Potsdam, 1931, pág. 6). [Hendrikde Man (1885-1953) fue presidente del Partido Socialista belga. Cuando Alemaniainvadió Bélgica en 1940 el partido fue disuelto y se declaró que la destrucción de lademocracia parlamentaria en el «Nuevo Orden» impuesto por los nazis habríapermitido liberar a las clases trabajadoras. En ausencia fue procesado en 1946 enBélgica y acusado de colaboracionismo; los últimos días de su vida residió enSuiza. —Ed.][227] [La cita está tomada de la más importante contribución a la teoría políticamarxista de Vladímir Lenin, «The State and Revolution: The Marxist Theory of theState and the Tasks of the Proletariat in the Revolution», cuya traducción puedehallarse en Robert Tucker, ed., The Lenin Anthology (Nueva York: Norton, 1975).

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La cita se encuentra en el capítulo 5, sección 4, p. 383. —Ed.][228] [Leon Trotsky, The Revolution Betrayed:What Is the Soviet Union andWhere Is It Going? Traducción de Max Eastman (Garden City,NY: Doubleday,Doran & Company, 1937), p. 283. —Ed.][229] Si la simple ciudadanía de un país otorga el derecho a un nivel de vidamás elevado que en cualquier otro, surgen también serios problemas en lasrelaciones internacionales, que no deben descartarse con demasiada ligereza.[230] [Hayek se refiere aquí a las políticas que luego se llamarían«keynesianas», políticas de gestión de la demanda. —Ed.][231] Sugerencias muy interesantes para mitigar estos sufrimientos, dentro deuna sociedad liberal, las ofreció recientemente el profesor W.H. Hutt en un libroque merece un estudio cuidadoso (Plan for Reconstruction, 1943).[232] D.C. Coyle, «The Twilight of National Planning», Harpers’ Magazine,octubre de 1935, p. 558. [El primer pasaje citado se encuentra en la página 559 delartículo. —Ed.][233] W. Röpke, Die Gesellscbaftskrisis der Gegenwart, Zurich, 1942, p. 172.[El libro se tradujo más tarde; véase Wilhelm Röpke, The Social Crisis of Our Time(New Brunswick: Transaction Publishers, 1992). —Ed.][234] [Beamtenstaat puede traducirse por «estado de servicio civil», pero si seusa peyorativamente, como Hayek sugiere aquí que es lo apropiado, deberátraducirse también por «estado burocrático». —Ed.][235] H.J. Laski, Liberty in the Modern State (Pelican, 1937, p. 51): «Los queconocen la vida normal del pobre, su obsesionante sensación de una inminentedesgracia, su vacilante persecución de una belleza que perpetuamente le escapa,comprenderán bastante bien que sin seguridad económica la libertad carece devalor.»[236] [Benjamin Franklin, «Pennsylvania Assembly: Reply to the Governor,November 11, 1755», que se encuentra en The Papers of Benjamin Franklin, ed. deLeonard W. Labaree, vol. 6 (New Haven y Londres : Yale University Press, 1963),p. 242. —Ed.][237] [Lord Acton, Historical Essays and Studies, ed. de John Neville Figgis yReginald Vere Laurence (Londres: Macmillan, 1919), p. 504. —Ed.][238] [La lista de Hayek comprende una galería de sinvergüenzas, de infames,de «canallas y asesinos ». El periodista y político Julius Streicher (1885-1946), queinicialmente estuvo asociado a Hitler, es recordado por la vehemencia de supersecución de los judíos en su periódico Der Stürmer. Fue acusado de crímenes deguerra en el juicio de Nuremberg, y ahorcado. Manfred von Killinger (1886- 1944)se hizo un nombre en los primeros años 1920 por su papel en el asesinato deMatthias Erzberger, el político que firmó el armisticio. Miembro de las SA(Sturmabteilung), las tropas de asalto de camisa parda que sirvieron como primerafuerza armada del partido nazi, más tarde ingresó en la diplomacia. Killinger sesuicidó en Bucarest en el momento en que el ejército soviético entraba en la ciudad.

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Robert Ley (1890-1945) fue el motor dirigente de la reorganización forzada de lossindicatos en un único frente laboral, y también, dentro de éste, del movimientorecreativo Kraft durch Freude. Se suicidó ahorcándose en Nuremberg antes de quecomenzasen los juicios. Edmund Heines (1897—1934) era general de la SA eíntimo asociado de su primer dirigente, Ernst Röhm. Fue ejecutado en junio de 1934durante la «Noche de los Cuchillos Largos» en la que Hitler purgó elementos de laSA. Tras la purga, las SS (Schutzstaffeln), de camisa negra, que había comenzadocomo guardia personal de Hitler, fueron colocadas por encima de las SA, y HeinrichHimmler (1900-1945) fue situado a la cabeza de las SS y de la Gestapo (GeheimeStaatspolizei), o policía secreta del estado. Himmler expandió y transformó a las SSen una guardia de elite que, entre sus tareas, tenía la de la administración de loscampos de concentración y exterminio. Principal artífice del holocausto,Himmlerescapó a la ejecución ingiriendo una tableta de cianuro tras su captura por losbritánicos. Reinhard Heydrich (1904-1942), conocido por «el ahorcador», estababajo el mando de Himmler en la Gestapo. Fue asesinado por la resistencia checa en1942: como represalia la aldea de Lidice fue arrasada y todos los hombresejecutados. —Ed.] [239] Véase. sobre esto una instructiva discusión en Franz. Borkenau,Socialism, National or International? (Londres: Routledge and Sons, 1942.[240] Pertenece por entero al espíritu del colectivismo lo que Nietzsche hacedecir a su Zarathustra: «Mil objetivos han existido hasta aquí porque han existidomil individuos. Pero falta todavía la argolla para los mil cuellos: el objetivo únicofalta. La humanidad no tiene todavía un designio. Pero decidme, por favor,hermanos: si aún falta a la humanidad el designio, ¿no es la humanidad misma loque falta?» [Hayek cita del libro de Friedrich Nietzsche Also sprach Zarathustra;el pasaje aparece en el capítulo 15. —Ed.][241] De un artículo del Dr. Niebuhr, citado por E.H. Carr, en The TwentyYears’ Crisis, 1941, p. 203. [El artículo que Carr cita es el de Reinhold Niebuhr, «ACritique of Fascism», Atlantic Monthly, vol. 139, mayo de 1927, p. 639. El teólogoprotestante americano Reinhold Niebuhr (1892-1971) propugnaba el realismocristiano. En su Moral Man and Immoral Society, cit., Niebuhr examinaba lasimplicaciones de la idea de que los grupos sociales llevan a cabo prácticas quepueden ser consideradas repugnantes a nivel individual. —Ed.][242] Findlay MacKenzie (ed.), Planned Society,Yesterday,Today,Tomorrow: ASymposium, 1937, p. xx. [La reseña de Hayek, de 1938, del volumen de MacKenzie,se ha reeditado en F.A.Hayek, Socialism and War,. cit., pp. 242-44 {páginas 287-88de la traducción española, cit.}. —Ed.][243] E. Halévy, L’Ère des Tyrannies, París, 1938, p. 217, e History of theEnglish People, Epílogo, vol. I, pp. 105-6. [El primer libro de Halévy se tradujo conel título de The Era of Tyrannies: Essays on Socialism and War, cit., y la discusiónde los Webb y Shaw se encuentra en la página 271 de la traducción. El dramaturgoy ensayista irlandés George Bernard Shaw (1856-1950) fue uno de los primeros

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miembros de la Sociedad Fabiana. Su obra más famosa es Pygmalion, pero fueconocido también, en el periodo de entreguerras, por folletos como The IntelligentWoman’s Guide to Socialism and Capitalism (Londres: Constable, 1928). Para másdatos sobre los Webb, véase capítulo 5, nota 3. —Ed.][244] Véase K. Marx, Revolución y Contrarrevolución, y la carta de Engels aMarx el 23 de mayo de 1851. [Revolution and Counter-revolution es una historia dela revolución de 1848, escrita por Friedrich Engels y publicada en origen comoartículos en el New York Tribune entre octubre de 1851 y septiembre de 1852. Seincluyó en Friedrich Engels, The German Revolutions (Chicago: University ofChicago Press, 1967), y la discusión de los polacos y los «checos» se halla en laspp. 174-81. Aunque escritos por Engels, los artículos se enviaban al periódico através de Marx y publicados bajo el nombre de Marx, y por ello Hayek se refiere aMarx como autor, en vez de a Engels. Aquí reproducimos parte de lo que Engelsescribió a Marx en su carta del 23 de mayo de 1851: «Cuanto más pienso sobreello, más obvio se me hace que los polacos son une nation foutue [una naciónacabada] que sólo sigue sirviendo para algo hasta que llegue el tiempo en que lapropia Rusia se lance a la revolución agraria. A partir de ese momento Polonia yano tendrá razón de ser absolutamente. La única contribución de los polacos a lahistoria ha sido caer en estúpidas travesuras a la vez valerosas y provocadoras. Nose puede citar ni un solo momento en que Polonia, aun comparada solamente conRusia, haya representado progreso o hecho algo de importancia histórica.» Lacorrespondencia Marx-Engels puede verse online enhttp://www.marxists.org/archive/marx/. —Ed.] [245] [El historiador suizo Jacob Burckhardt (1818-1897) escribióprincipalmente sobre el Renacimiento italiano y la civilización griega, esperandoque el conocimiento de los fundamentos de la cultura europea serviría de baluartecontra los trastornos sociales, políticos y culturales de los que fue testigo el sigloXIX. En su libro Force and Freedom: Reflections on History, trad. de JamesHastings Nichols (Nueva York:Pantheon, 1943), basado en las lecciones que dioinmediatamente antes de la formación del Imperio alemán, proféticamente advirtióde la llegada de periodos de grandes guerras nacionales y de los peligros de losestados todopoderosos. El filósofo inglés Bertrand Russell (1872-1970), que hizoimportantes aportaciones a los fundamentos de las matemáticas, a la lógica, y a lafilosofía analítica, fue también una figura pública famosa por su sus actividadesantibelicistas, sus frecuentes matrimonios e incluso sus numerosos negocios, y enlos últimos años, por apoyar el desarme nuclear. —Ed.][246] Bertrand Russell, The Scientific Outlook, 1931, p. 211.[247] B.E. Lippincott, en su Introducción a O. Lange y F.M.Taylor, On theEconomic Theory of Socialism, cit., p. 35.[248] No debemos dejarnos engañar nosotros mismos por el hecho de que lapalabra poder, además del sentido que recibe con respecto a las personas, se usatambién en un sentido impersonal (o más bien, antropomórfico) para cualquier

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causa determinante. Siempre habrá, por supuesto, algo que determina cualquier cosaque suceda, y en este sentido la cuantía del poder existente será siempre la misma.Pero esto no es verdad para el poder ejercido conscientemente por los sereshumanos.[249] [Véase este capítulo, nota 2, para más datos sobre la Gestapo, las SA, ylas SS. —Ed.][250] El profesor F.H. Knight, en The Journal of Political Economy, diciembrede 1938, p. 869.[251] [E.H. Carr, The Twenty Years’ Crisis, cit., p. 172. Carr usa realmente eltérmino nacionalización de la opinión, en vez de nacionalización del pensamiento.—Ed.][252] [Gleichschaltung suele traducirse por «coordinación», y es el términoutilizado para describir los intentos de los nazis para coordinar todas las actividadespolíticas, económicas, culturales e incluso recreativas en apoyo del estado. Lareorganización forzada de los diferentes sindicatos en un único «frente» de trabajoes un ejemplo típico. —Ed.][253] [Blut und Boden, expresión introducida por primera vez por el historiadorOswald Spengler, era la doctrina de que el estado consiste en un pueblo de una razauniforme en su propia tierra. Los nazis lo utilizaron para justificar cierto número decambios en la política agrícola, incluida la confiscación de tierras a los no alemanesy el establecimiento de un Derecho agrícola hereditario destinado a preservar uncampesinado exclusivamente alemán como fuente de linajes de sangre para el Volkalemán. —Ed.] [254] [Las «nobles mentiras» de Platón se refieren a las mentiras que losdirigentes de la república deben decir para conseguir que cada persona cumpla lafunción que los dirigentes crean que es más adecuada a su naturaleza, garantizandoasí una sociedad estable. El filósofo francés Georges Sorel (1847- 1922) afirmabaque para tener éxito, la oposición política deberá usar la violencia, y que los «mitossociales» son necesarios para inspirar la necesaria acción colectiva. —Ed.][255] Este es el título, New Liberties for Old, de una obra reciente delhistoriador norteamericano C.L. Becker. [Hayek se refiere a Carl Becker, NewLiberties for Old (New Haven:Yale University Press, 1941). —Ed.][256] Man and Society in an Age of Reconstruction, pág. 379. [Hayek, de formaincorrecta, incluyó la cita de Mannheim como aparece en la p. 377. —Ed.][257] Mr. Peter Drucker (The End of Economic Man, cit., 74) observacorrectamente que «cuanto menos libertad hay, más se habla de la “nueva libertad”.Pero esta nueva libertad es una simple palabra que cubre exactamente lo contrariode todo lo que Europa entendió siempre por libertad... La nueva libertad que sepredica en Europa es, en realidad, el derecho de la mayoría contra el individuo».[La primera parte de la cita aparece en realidad en la página 79, y la última parte enla página 80. —Ed.][258] Sidney y Beatrice Webb, Soviet Communism: A New Civilization?, cit.,

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vol. 2, p. 1038. [La reseña de Hayek de 1936 del libro de Webb se ha reimpreso enF.A. Hayek, Socialism and War, op. cit., pp. 239-42 {pp. 283-287 de la trad.española]}. —Ed.][259] [Ibid., p. 1.000. —Ed.][260] [El físico alemán Philipp von Lenard (1862-1947) hizo cierto número deaportaciones a la física experimental, y durante el nazismo obtuvo el título de Jefede la Física Alemana. La obra en cuatro volúmenes a la que se refiere Hayek esDeutsche Physik in Vier Bänden (Munich: J.F. Lehmann, 1936- 1937). —Ed.][261] [El conferenciante era Nikolai V. Krylenko,Comisario Popular deJusticia, y lo dijo en el congreso de ajedrecistas de 1932. La cita se da completa enBoris Souvarine, Stalin:A Critical Survey of Bolshevism, traducido por C.L.R.James (Londres: Alliance, Londres 1939; reedición, Nueva York: Octagon, 1972),p. 575. —Ed.][262] [Franz Gurtner fue Ministro de Justicia nazi desde 1933 hasta 1941incluido. Franz Schlegelberger fue su sucesor como Ministro en Funciones, y OttoGeorg Thierack fue Ministro de 1942 a 1945. No está claro quién es el responsablede la declaración del texto. —Ed.][263] J.G. Crowther, The Social Relations of Science (Nueva York:Macmillan,1941), p. 333.[264] [Arthur Moeller van den Bruck, Das dritte Reich (Hamburgo:Hanseatische Verlagsanstalt, 1931), p. 102. Una traducción condensada autorizadaapareció en 1934; véase Arthur Moeller van den Bruck, Germany’s Third Empire,trad. E.O. Lorimer (Londres: G.Allen and Unwin, 1934; reedic. Nueva York: Fertig,1971). —Ed.][265] [Para más datos sobre Carlyle y Chamberlain, véase la introducción delautor, nota 4. Sobre Comte y Sorel, véase el capítulo 1, nota 9, y el cap. 11, nota 4,respectivamente. —Ed.][266] [Hayek se refiere aquí a Rohan Butler, The Roots of National Socialism(Nueva York: E.P. Dutton, N. York 1942). —Ed.][267] [El filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) enseñó en Jena,Berlín, y Erlangen, y en 1810 fue el primer rector de la nueva Universidad deBerlín. En 1807-08 publicó una serie de lecciones con la intención de impulsar elnacionalismo alemán para oponerse a Napoleón; sus categorías filosóficasanticiparon el concepto nazi de Herrenvolk. El economista alemán Johann KarlRodbertus (1805-1875) es conocido como fundador del socialismo científico ypropuso un programa que habría conducido gradualmente a un estado socialista enel Imperio alemán. El autor político y panfletista alemán Ferdinand Lassalle (1825-1864) fundó la Allgemeiner Deutscher Arbeiterverein (Asociación General de losTrabajadores Alemanes), precursora del Partido Socialdemócrata. —Ed.][268] Y sólo parcialmente. En 1892, uno de los jefes del partidosocialdemócrata, August Bebel, fue capaz de decir a Bismarck: «el Canciller delReich puede estar tranquilo; la socialdemocracia alemana es una especie de escuela

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preparatoria del militarismo.» [Ferdinand August Bebel (1840-1913) fue undirigente del movimiento socialdemócrata alemán y uno de sus principalesportavoces en el Reichstag. —Ed.][269] [Werner Sombart, Händler und Helden: patriotische Besinnungen(Munich y Leipzig: Duncker & Humblot, 1915). Más sobre Sombart en elcapítulo 1, nota 13. —Ed.][270] [Sombart, Händler und Helden, cit., p. 19. —Ed.][271] [Volksgemeinschaft podría traducirse como «comunidad del pueblo», sibien con los nazis fue llevada más allá con el fin de incluir algo parecido a una«comunidad racialmente pura». —Ed.][272] [Los dos libros de Johann Plenge a los que se refiere Hayek son Marxund Hegel (Tubinga: H. Laupp, 1911), y 1789 und 1914: die symbolischen Jahre inder Geschichte des politischen Geistes (Berlín: J. Springer, 1916). Historiador ypensador político, Johann Plenge (1874-1963) enseñó en Leipzig y en Münster. Fueuno de los impulsores del «socialismo organizativo» y apoyó también un resurgir dela sociología, ciencia que pensaba que podía ser utilizada para adiestrar a losejecutivos que dirigirían las organizaciones a gran escala. —Ed.][273] [Hayek se refiere a la obra de H.G.Wells, Future in America:A Searchafter Realities (Londres y Nueva York: Harper & Brothers, 1906). —Ed.][274] [Johann Plenge, 1789 und 1914,. cit., p. 20. —Ed.][275] [Ibid., p. 82. —Ed.][276] [Ibid., p. 120. —Ed.][277] [Ibid., p. 121. —Ed.][278] [Ibid. —Ed.][279] [Ésta y la siguiente cita aparecieron evidentemente en el periódicosocialista Die Glocke poco antes del final de la guerra. Los redactores de la ediciónalemana de los Collected Works no pudieron localizar la fuente exacta de la cita, yyo tampoco he podido. —Ed.][280] [El químico alemán Friedrich Wilhelm Ostwald (1853-1932) dio clasessobre todo en Leipzig, donde fundó un periódico y un instituto; colaboró también enla fundación de muchas sociedades científicas. Sus muchos descubrimientoshicieron que se le concediera el Premio Nobel en 1909. —Ed.][281] [El industrial y político alemán Walther Rathenau (1867-1922) aportó suexperiencia como ex director del cartel de la electricidad en calidad de asesor en laobtención de materias primas para el Ministerio de la Guerra alemán durante la IGuerra mundial. En un influyente panfleto publicado después de la guerra propugnóla socialización de la economía prosiguiendo la planificación del tiempo de guerraen tiempos de paz. Internacionalista progresista, y judío, Rathenau fue asesinado en1922 al poco tiempo de ser nombrado Ministro de Asuntos Exteriores. Sobre lainfluencia de Rathenau en Hayek, véase F.A. Hayek, Hayek on Hayek, cit., p. 47 {p.50 de la edición española} —Ed.][282] Un buen resumen de las ideas de Naumann, tan características de la

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combinación germana de socialismo e imperialismo como todas las que hemoscitado en el texto, se encontrará en R.D. Butler, The Roots of National Socialism,1941, pp. 203-9. [Hayek se refiere a Friedrich Naumann, Mitteleuropa (Berlín:G.Reimer, 1915). El libro fue traducido por Christabel Meredith con el título CentralEurope (Nueva York: A.A. Knopf, 1917; reeditado en:Westport, CT: Greenwood,1971). Periodista, escritor y dirigente político, Friedrich Naumann (1860-1919)fundó el Partido Democrático Alemán al final de la I Guerra mundial. En su libroNaumann propugnaba una reorganización económica y política de la Europa centralbajo la hegemonía germano-prusiana. —Ed.][283] [El economista y periodista alemán Paul Lensch (1873-1926) estabaasociado, antes de la guerra, al ala marxista del Partido socialdemócrata alemán,pero fue deslizándose cada vez más hacia la derecha durante la guerra. Sus críticasal partido le valieron la expulsión en 1922. Probablemente Hayek se refiere aquí alos libros de Lensch Die deutsche Sozialdemokratie under der Weltkrieg: einepolitische Studie (Berlín: Singer, 1915) y Das englische Weltreich (Berlín: Singer,1915). —Ed.][284] Paul Lensch: Drei Jahre Weltrevolution, 1917. Una persona sagazpermitió disponer, todavía en curso la anterior guerra, de la traducción inglesa deesta obra: Three Years of World Revolution. Prólogo de J.E.M. (Londres: Constableand Co., Ltd., 1918).[285] [Ibid., pp. 25-26. En este pasaje Lensch decía en realidad: «desde el puntode vista del desarrollo histórico, ese país tiene que ser considerado revolucionario ono.» —Ed.][286] [Ibid., pp. 67-68. —Ed.][287] [Ibid., p. 204. —Ed.][288] [Ibid., p. 208. —Ed.][289] [Ibid., p. 210. —Ed.][290] Lo mismo vale para otros muchos de los dirigentes intelectuales de lageneración que produjo el nazismo, tales como Othmar Spann, Hans Freyer, CarlSchmitt y Ernst Jünger. Respecto a éstos, véase el interesante estudio de AurelKolnai, The War against the West, 1938, que padece, sin embargo, el defecto depasar por alto a sus creadores socialistas por limitarse al periodo de la posguerra,cuando de estos ideales se habían apoderado ya los nacionalsocialistas. [El libro delhistoriador y crítico Arthur Moeller van den Bruck (1876-1925) Das dritte Reich(«El Tercer Reich»), fue publicado originariamente en 1923, e influyóprofundamente en Adolf Hitler. En el libro, del que un extracto proporcionaba lacita que introduce el capítulo, Moeller van den Bruck criticaba ideologías como elsocialismo, el liberalismo y la democracia, y pedía la formación de una nuevaconciencia propia de los alemanes y la institución de un estado autoritario concontrol centralizado estricto de la economía. El filósofo de la historia alemánOswald Spengler (1880-1936), otro crítico de la democracia parlamentaria liberal,predijo la inevitable decadencia de la cultura europea, que sería sustituida por una

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nueva época de cesarismo (análoga a la sustitución de la cultura griega por laromana, siendo esta última «carente de inspiración, bárbara, disciplinada, práctica,protestante, prusiana»—p. 26), en su libro The Decline of the West, traducido porCharles Francis Atkinson, 2 vols. (Nueva York: A.A. Knopf, 1926-1928). Elsociólogo y economista austriaco Othmar Spann (1878-1950) enseñó en laUniversidad de Viena, donde Hayek fue uno de sus alumnos. Era el profeta del«universalismo intuitivo», que preparó el camino al austrofascismo, atacó lademocracia, el liberalismo, el socialismo, y el individualismo en sus leccions. Másdatos sobre Spann, y la reacción de Hayek contra él, en Caldwell, Hayek’sChallenge, cit, pp. 137-39. El filósofo y sociólogo alemán Hans Freyer (1887-1969)fue otro precursor intelectual de los nazis. En su libro Revolution von Rechts(«Revolución en la Derecha»), publicado en 1931, propugnó el fin de la lucha declases y, por medio de «reformas» educativas, el surgimiento de un «estado delpueblo» alemán nacionalista. En sus escritos, el escritor y ensayista alemán ErnstJünger (1895-1998) glorificó los aspectos estéticos, espirituales, y heroicos de laguerra, y propugnó que la nación alemana hiciese suyo un ethos y una organizaciónmilitarista. Su relato de primera mano de la guerra de trincheras en la I Guerramundial, In Stahlgewittern, traducido al inglés como Storm of Steel por MichaelHofmann (Nueva York: Penguin Books, 2004). Sobre el jurista Carl Schmitt, véasecap. VI, nota 5. —Ed.][291] [Hayek se refiere a Oswald Spengler, Preussentum und Sozialismus(Munich: Beck, 1920). —Ed.][292] [Ibid., p. 4. —Ed.][293] [Ibid., p. 7. —Ed.][294] [Ibid., p. 62. Bajo su liderazgo, el estadista prusiano Karl August, Fürstvon Hardenberg (1750- 1822) supervisó la abolición de la servidumbre, una reformaextensiva de los militares prusianos y, con Heinrich Stein, la reforma del sistemaeducativo prusiano. Para más datos sobre Humboldt, véase la introducción del autor,nota 4. —Ed.][295] La fórmula spengleriana encuentra su eco en una frase, a menudo citada,de Carl Schmitt, la primera autoridad nazi en Derecho constitucional, según la cualla evolución del Estado se realiza «en tres etapas dialécticas: del Estado absoluto delos siglos XVII y XVIII, a través del Estado neutral del liberal siglo xix, al Estadototalitario, en el que Estado y sociedad son idénticos». (C. Schmitt, Der Hüter derVerlassung. Tubinga, 1931, p. 79.)[296] [Oswald Spengler, Preussentum und Sozialismus, cit., p. 15. —Ed.][297] [Ibid., p. 34. —Ed.][298] [Ibid., p. 43-44. —Ed.][299] [Ibid., p. 60. —Ed.][300] [Ibid., p. 97. —Ed.][301] Arthur Moeller van den Bruck: Sozialismus und Aussenpolitik(Breslau:W.G Korn, 1933), pp. 87, 90 y 100. Los artículos aquí recogidos,

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particularmente el relativo a «Lenin y Keynes», que debate más detalladamente eltema discutido en el texto, se publicaron primero entre 1919 y 1923. [En el original,las tres referencias de Hayek son sobre las citas de van den Bruck, y las incluyeincorrectamente como aparecen en las páginas 87, 90, y 100 respectivamente, y nodonde aparecen realmente, en las páginas 100-102. —Ed.][302] [Ibid., pp. 101-2. —Ed.][303] K. Pribram: «Deutscher Nationalismus und deutscher Sozialismus», en elArchiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, volumen 49, 1922, pp. 298-99. Elautor menciona como otros ejemplos de la misma vía de argumentación al filósofoMax Scheler, predicador de «la misión mundial socialista de Alemania», y almarxista K. Korsch, que escribía conforme al espíritu de la nuevaVolksgemeinschaft. [El filósofo alemán Max Scheler (1874—1928), que escribiósobre ética, religión, metafísica, y sobre el lugar de la persona en la sociedad,pertenecía al movimiento fenomenológico con Husserl. Durante la I Guerra mundialelaboró textos de propaganda para el gobierno. El periodista y escritor marxista KarlKorsch (1886-1961) fue un dirigente del Partido Comunista alemán desde 1920 a1926, que escribía con frecuencia para sus diarios y redactaba su periódico teórico,Die Internationale. Fue expulsado del partido bajo acusaciones de revisionismo en1926, y abandonó Alemania en 1934, estableciéndose finalmente en los EstadosUnidos. —Ed.][304] [El periodista alemán Ferdinand Fried (1898-1967) escribió de economíapara varios periódicos, y fue el teórico económico del Tatkreis, grupo de jóvenesrevolucionarios conservadores. En su órgano Die Tat (traducido de varias manerascomo «La Acción» o «El Hecho») se oponían a la democracia parlamentaria y alcapitalismo, y propugnaban una economía nacional autárquica y planificada. —Ed.][305] [«The Home Front,» The Times, 24 de febrero de 1937, p. 15. En lasnotas sobre las fuentes de los encabezamientos de este capítulo,Hayek se equivocaal dar la fecha del 24 de febrero de 1940. —Ed.][306] The Spectator, 12 de abril de 1940, p. 523. [El diplomático y escritor SirHarold George Nicolson (1886-1968) fue miembro de la delegación británica en laconferencia de paz de Versalles, ayudante del primer secretario general de laSociedad de Naciones, y miembro del Parlamento por el Partido Laborista desde1935 a 1945. —Ed.] [307] [A comienzos del siglo XX muchos miembros de la Sociedad Fabiana sealinearon con los conservadores y contra los liberales (lo mismo que otrossocialistas) en temas tales como el apoyo a la guerra de los Boers, la reformaeducativa, y la preferencia imperial. —Ed.][308] [Hayek se refiere al historiador nacionalista alemán Heinrich vonTreitschke (1834-1896), que propugnaba un fuerte imperio alemán cuyos interesesestuviesen guiados por un poderoso estamento militar. —Ed.][309] [Sobre Morley, véase la introducción del autor, nota 4; sobre Acton,véase el prólogo a la edición americana en rústica de 1956, nota 10.Hayek tenía

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razón al mencionar al jurista de Oxford A.V. Dicey (1835-1922) en su discusiónsobre el estado de derecho en el capítulo VI, nota 2. El filósofo de CambridgeHenry Sidgwick (1838-1900) escribió de ética y también de economía.Representaba la quintaesencia de la época victoriana, pese a que su vida coincideescasamente con el reinado de la reina Victoria. —Ed.][310] [En los años posteriores a la I Guerra mundial, las astucias diplomáticasde Bismarck fueron consideradas con frecuencia una virtud: se pensaba que habíasido tan hábil como para haber llevado a su país a una situación en la que la guerraera inevitable. Véase, por ejemplo, el contraste entre él y el Kaiser Guillermo II enEsme Howard, «Great Men and Small», The Atlantic Monthly, vol. 155, mayo de1935, pp. 523-33. El político liberal William Ewart Gladstone (1809-1898), juntocon su colega tory Benjamin Disraeli, dominaron la vida política británica durantegran parte de la era victoriana. El ataque a todas las virtudes de la época victorianafue obra principalmente del compañero de John Maynard Keynes en el Grupo deBloomsbury, Lytton Strachey, cuyo libro Eminent Victorians (Londres: Chatto andWindus, 1918; reedición Londres: Penguin, 1986) se convirtió en locus classicus delgénero. —Ed.][311] Economic Journal, 1915, p. 450. [La reseña de Keynes es sobre tresediciones de la revista Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik sobre el temaKrieg und Wirtschaft, que contenía los primeros artículos de economistas alemanessobre la economía alemana durante la guerra. El artículo de Jaffé apareció en elnúmero de marzo de 1915 y se titulaba «Die Militarisierung unseresWirtschaftsleben.» —Ed.][312] Especialmente cuando consideramos la proporción de antiguos socialistasque se hicieron nazis, es importante recordar que el verdadero significado de estaproporción sólo se ve si la referimos, no al número total de los antiguos socialistas,sino al número de aquellos cuya conversión no se hubiera hecho imposible, en todocaso, por su ascendencia. En efecto, uno de los rasgos sorprendentes de laemigración política procedente de Alemania es el número relativamente pequeño derefugiados de izquierdas que no son «judíos», en el sentido alemán de esta palabra.Con demasiada frecuencia hemos oído elogios del sistema alemán prologados poralguna afirmación como la que iniciaba en una reciente conferencia la enumeraciónde las «características de la técnica totalitaria de movilización económica, sobre lasque sería bueno meditar», y que decía así: «Herr Hitler no es mi ideal; lejos está deserlo. Hay razones personales muy importantes por las que Herr Hitler no sería miideal; pero...»[313] [E.H. Carr, The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939, cit., y Conditions ofPeace (Nueva York: Macmillan, 1942). —Ed.][314] [E.H. Carr, The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939, cit., p. 84. —Ed.][315] [La frase, «The realist cannot logically accept any standard of value savethat of fact» [El realista no puede aceptar lógicamente cualquier criterio de valorsalvo el de hecho] se halla en ibid., p. 28. No pude hallar la frase «who makes

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morality a function of politics,» [el que hace de la moralidad una función de lapolítica] sino la frase «who regard ethics as a function of politics» [el que considerala ética una función de la política], que se halla en la p. 54. —Ed.][316] [Ibid., p. 32. —Ed.][317] [Ibid., p. 38. —Ed.][318] [Ibid., p. 243. La frase latina pacta sunt servanda, o «los pactos debenrespetarse», se refiere a un principio fundamental del derecho civil e internacional.—Ed.][319] [Ibid., p. 100.Veinticinco años antes el presidente americano WoodrowWilson (1856-1924) abogó por la Sociedad de Naciones en la conferencia de pazde París. El estadista inglés Robert, Primer Vizconde Cecil of Chelwood (1864-1958) colaboró en la redacción del acuerdo de la Sociedad de Naciones y fuepresidente de la Sociedad de Naciones de 1923 a 1945. Le fue concedido el PremioNobel de la Paz en 1937. El historiador inglés Arnold Joseph Toynbee (1889-1975), también delegado en la conferencia de paz de París, expresó sus puntos devista en un documento titulado The World After the Pace Conference, Being anEpilogue to the «History of the Peace Conference of Paris» and a Prologue to the«Survey of International Affairs 1920-1923» (Oxford: Oxford University Press,1925). —Ed.][320] [Ibid., p. 269. Más información sobre Carl Schmitt en el capítulo VI, nota5. Hayek omite una cláusula de la frase de Carr, que dice:«We can no longer findmuch meaning, within the national community, in the distinction familiar tonineteenth-century thought between “society” and “state.”» [Ya no podemosencontrar demasiado significado, en la comunidad nacional, en la distinciónfamiliar al pensamiento del siglo XIX entre “sociedad” y “estado”]. Puede que Carrse refiriese a lo que la comunidad nacional creía, más que a lo que creía él mismo.—Ed.][321] [Ambos pasajes se encuentran en ibid., p. 171. —Ed.][322] [E.H. Carr, Conditions of Peace, cit., p. 8. —Ed.][323] [Ibid., pp. 10-11.—Ed.][324] [Ibid., p. 218. —Ed.][325] [Ibid., p. 131. —Ed.][326] [Ibid., p. 30. —Ed.][327] [Para más información sobre Friedrich List, véase el cap. I, nota 13. —Ed.][328] [E.H. Carr, The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939, cit., p. 155. Carr dijo enrealidad que «la promoción artificial de cierto grado de autarquía es una condiciónnecesaria para una existencia social ordenada». —Ed.][329] [E.H. Carr, Conditions of Peace, cit., p. 237. —Ed.][330] [Ibid., p. 237. Grossraumwirtschaft traduce literalmente «economíaregional extensiva», y se refiere a la integración de otras economías de la Europacentral y oriental en una economía alemana en expansión, visión de la Mitteleuropa

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articulada por Friedrich Naumann, que se describe en el capítulo XII, nota 19. —Ed.][331] [La sección sobre «The Moral Function of War» comienza ibid., p. 116, ylos tres pasajes se encuentran en las páginas 116, 119, y 119, respectivamente. —Ed.][332] Cf. Franz Schnabel: Deutscbe Geschichte in neunzehnten Jahrhundert,vol. 2 (Friburgo in Br.,: Herder, 1933), p. 204.[333] Creo que fue el autor de Leviathan quien primero sugirió la supresión dela enseñanza de los clásicos, ¡porque inculcaba un peligroso espíritu de libertad![Thomas Hobbes condenó las opiniones antimonárquicas de los griegos y de losromanos en el capítulo 21 del Leviathan, titulado «Of the Liberty of Subjects.»[Sobre la libertad de los súbditos]. Véase Thomas Hobbes, Leviathan (1651;Indianápolis: Hackett, 1994), parte 2, capítulo 21, pp. 140-141. —Ed.][334] El servilismo de los hombres de ciencia hacia los poderes aparecióprimero en Alemania, a la par del gran desarrollo de la organización oficial de laciencia, que hoy es objeto de tanto elogio en Inglaterra. Uno de los hombres deciencia alemanes más famosos, el fisiólogo Emil du Bois-Reymond, no seavergonzó de proclamar, en un discurso pronunciado en 1870 en su doble condiciónde rector de la Universidad de Berlín y presidente de la Academia Prusiana deCiencias, que «Nosotros, la Universidad de Berlín, situada frente al Palacio Real,somos, por los títulos de nuestra fundación, la guardia intelectual de la Casa deHohenzollern» (A Speech on the German War (Londres: Bentley, 1870), p. 31. —Escurioso que Du Bois-Reymond considerase conveniente publicar una edicióninglesa de su discurso.) [El fisiólogo alemán Emil du Bois-Reymond (1818-1896)enseñó en Berlín y es conocido por ser el descubridor de la neuroelectricidad. —Ed.] [335] Bastará citar un testimonio extranjero: R.A. Brady, en su estudio sobreThe Spirit and Structure of German Fascism, concluye su detallada referencia de laevolución del mundo académico alemán afirmando que «en la sociedad moderna, elhombre de ciencia, per se, es quizá el más fácilmente utilizado y “coordinado” detodas las gentes con formación especializada. Los nazis, para decir verdad,destituyeron a muchos profesores universitarios y expulsaron de los laboratorios deinvestigación a muchos hombres de ciencia. Pero fue principalmente entre losprofesores de ciencias sociales donde hubo una desconfianza más general y unacrítica más persistente de los programas nazis, y no entre los de las ciencias de laNaturaleza, cuyo pensamiento se supone ser más riguroso. Los destituidos de esteúltimo campo fueron primordialmente judíos o excepciones a la generalizaciónanterior, debidas a una aceptación igualmente acrítica de las creencias opuestas alas nazis. Por consecuencia, los nazis pudieron “coordinar” a universitarios ycientíficos con relativa facilidad, y con ello introducir en su esmerada propaganda elaparente peso y el apoyo de la mayor parte de la opinión docta alemana.» [336] [Hayek se refiere a Julien Benda, La trahison des clercs (París: Gasset,

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1927, pp. 286-87. Escritor y filósofo francés, Julien Benda (1867-1956) comenzó sucarrera escribiendo sobre el asunto Dreyfuss. En su libro más famoso, Bendaafirmaba que en épocas pasadas los intelectuales (clercs) se comprometían en unabúsqueda desinteresada de las verdades universales; buscaban ideales quetrascendiesen las necesidades del estado o de la sociedad en que vivían. En lostiempos recientes, en cambio, los intelectuales se habían ido convirtiendo cada vezmás en siervos de las causas políticas y nacionales. Resultado de esta traición de losclercs, las pasiones políticas extremistas se han hecho recientemente másuniversales, coherentes, continuas y preponderantes. —Ed.][337] [Hayek cita según la traducción inglesa del libro de Benda. Véase JulienBenda, The Betrayal of the Intellectuals, trad. Richard Aldington (NuevaYork:William Morrow, 1928; reedición, Boston: Beacon, 1955), p. 182. La ediciónoriginal de 1928 llevaba el título de The Treason of the Intellectuals [La traición delos intelectuales], pero «betrayal», elegido para la reedición, se adapta mejor a losargumentos de Benda que la más literal traducción por «traición». —Ed.] [338] [Véase la declaración de J.G. Crowther, capítulo XI, nota 13. —Ed.][339] [Hayek se refiere a C.H.Waddington, The Scientific Attitude(Harmondsworth: Penguin, 1941). El embriólogo y genetista inglés Conrad HalWaddington (1905-1975) hizo aportaciones a la teoría evolucionista y fue autorasimismo de cierto número de textos populares sobre la ciencia En los primeros díasde la guerra los directores de Nature avalaron con frecuencia la utilización de laplanificación científica tanto para el esfuerzo de guerra como para la posguerra,como ya destaqué en mi introducción, pp. 31-32. —Ed.][340] [C.H.Waddington, The Scientific Attitude,. cit., p. 101. —Ed.][341] [Ibid., p. 27. La edición del 6 de septiembre de 1941 de Nature incluía untrabajo de Waddington titulado «The Relations between Science and Ethics» [Lasrelaciones entre ciencia y ética] junto con comentarios sobre el artículo por otrosocho autores. Ediciones sucesivas incluían ulteriores intercambios entreWaddington y varios otros.Todo esto fue reunido en un libro por C.H.Waddingtonet al., Science and Ethics (Londres: Allen and Unwin, 1942). —Ed.] [342] [Julien Benda, The Betrayal of the Intellectuals, cit., más de una vezcritica a los intelectuales alemanes por haber iniciado la traición de los clercs y porhaber facilitados que otros pudiesen seguir. Y esto es lo que afirma en las pp. 42-43: «El “intelectual” nacionalista es esencialmente una invención alemana. (…) Esinnegable que desde el momento en que Alemania posee un Mommsen, Francia seve especialmente obligada a tener un Barrès, para no verse penalizada viéndoseobligada a situarse en una posición de gran inferioridad en el fanatismonacionalista...» —Ed.][343] [C.H.Waddington, The Scientific Attitude, cit., p. 110. —Ed.][344] [Ibid., p. 112. —Ed.][345] [Ibid., p. 125. —Ed.][346] [Entre las referencias que Waddington citaba ibid., pp. 89-91, se hallan

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las panorámicas sociales de la revista Time, y libros como el de Frank Verulam,Production for the People (Londres: Gollancz, 1940) y John Boyd Orr, Food,Health and Income: Report on a Survey of Adequacy of Diet in Relation to Income(Londres: Macmillan, 1936). —Ed.][347] [C.H.Waddington, The Scientific Attitude,. cit., p. 81. —Ed.][348] [Ibid., p. 84. —Ed.][349] [Ibid., p. 14. —Ed.][350] [Ibid., p. 124. —Ed.][351] [Ibid., p. 19. —Ed.][352] Otro elemento que después de esta guerra reforzará probablemente lastendencias en esta dirección lo constituirán algunos de los hombres que durante laguerra saborearon el poder de la intervención coercitiva y encontrarán difícil volvera los humildes papeles que habían desempeñado hasta entonces. Aunque después dela anterior guerra los hombres de esta clase no fueron tan numerosos como lo seránprobablemente en el futuro, ejercieron, sin embargo, entonces una influencia nodespreciable sobre la política económica de Inglaterra. En la compañía de algunosde estos hombres, hace ya diez o doce años, experimenté por vez primera en estepaís la entonces inusitada sensación de ser transportado repentinamente a lo queestaba acostumbrado a considerar como una atmósfera intelectual completamente«alemana». [«Diez o doce años» antes Hayek acababa de incorporarse a la facultaden la London School of Economics. Como expongo en mi introducción, pp. 20-21,Hayek difundió la afirmación de que ciertos puntos de vista que entonces erancorrientes entre el público británico recordaban los que existían anteriormente enAlemania en su lección inaugural, «The Trend Economic Thinking,». cit. —Ed.] [353] [Sir Richard Acland, Bt. (1906-1990) formó el Partido socialista de laCommonwealth en 1942 junto con el escritor y comentarista político John BoyntonPriestly (1894-1984). El partido tuvo escaso éxito en las elecciones y fue disueltoen 1945. Priestly fue presidente del «Committee of 1941» [Comité de 1941] del queera miembro Acland. El Comité reclamaba una planificación central más ampliadurante el esfuerzo de guerra, y para que continuase después de que terminase laguerra.Acland fue autor de Unser Kampf: Our Struggle (Harmondsworth: Penguin,1940) y The Forward March (Londres: George Allen and Unwin, 1941). En elsegundo argumentaba que en la nueva edad de abundancia hacia la quemarchábamos, los hombres sentían que debían servir a una causa más elevada yparticipar en algo más grande que ellos mismos. Acland esbozó una nueva«economía de servicio» en la que todo esto podía darse. —Ed.][354] Véase sobre este punto el instructivo y reciente artículo de W. ArthurLewis titulado «Monopoly and the Law», en The Modern Law Review, vol. VI,núm. 3, abril de 1943.[355] Aún más sorprendente, quizá, es la notable ternura que muchos socialistasestán dispuestos a mostrar hacia el rentista, el tenedor de obligaciones, a quien laorganización monopolista de la industria garantiza frecuentemente una renta segura.

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Uno de los más extraordinarios síntomas de la perversión de valores que se haproducido durante la última generación es que la ciega enemistad hacia losbeneficios lleve a la gente a representarse una renta fija obtenida sin esfuerzo comomás deseable social o moralmente que aquéllos, y a aceptar incluso el monopoliopara asegurar una renta así garantizada a los tenedores, por ejemplo, de obligacionesferroviarias.[356] [Hayek se refiere aquí a la política del Partido Laborista británico talcomo había sido enunciada en un opúsculo del Partido Laborista, The Old Worldand the New Society: A Report on the Problems of War and Peace Reconstruction,cit., o en el mensaje de Harold Laski ante la Conferencia del Partido Laborista en1942. —Ed.][357] El profesor H.J. Laski, en su discurso en la 41 Asamblea anual delpartido laborista, Londres, 26 de mayo de 1942 (Report, p. 111). Merece la penaseñalar que para el profesor Laski es «este absurdo sistema de la libre competenciael que extiende la pobreza por todos los pueblos, y la guerra como consecuencia deesta pobreza»: curiosa interpretación de la historia de los últimos ciento cincuentaaños. [Hayek se refiere al mensaje de Laski de mayo del 26 de mayo de 1942, enapoyo de una resolución, que se halla en la p. 110, que dice así: «Esta conferenciaafirma que no debe haber vuelta atrás, después de la guerra, a una economíacompetitiva no planificada, que inevitablemente produce inseguridad económica,ineficacia industrial y desigualdad social. Se constata que la presión de la guerra hanecesitado ya un control de largo alcance de la industria, una planificación centralde la vida económica de la nación, y la subordinación de muchos intereses privadosal bien común, e insta a que este proceso sea llevado más allá con el fin deconseguir una victoria rápida y total. Declara que las medidas de controlgubernamental que se necesitaron para movilizar los recursos nacionales en laguerra no son menos necesarias para garantizar su mejor uso en tiempo de paz, porlo que deben ser mantenidas hasta que se consiga la victoria final. Contempla lasocialización de las industrias y servicios básicos del país, y la planificación deproductos de consumo para la comunidad, como único fundamento duradero paraun justo y próspero orden económico en el que la democracia política y la libertadpersonal puedan combinarse con un razonable nivel de vida para todos losciudadanos. «Por ello, la Conferencia afirma que es urgente emprender sindilación la preparación necesaria para los cambios vitales que se han propuestoaquí.» La resolución, tal como se ha dicho, fue aprobada por la asamblea. —Ed.][358] The Old World and the New Society, cit., pp. 12 y 16.[359] [John Milton, «The Ready and Easy Way to Establish a FreeCommonwealth», in Areopagitica and Other Prose Works (Londres: J.M. Dent andSons, Everyman’s Edition, 1927), p. 181. —Ed.][360] [En este párrafo Hayek se refiere a temas que encontramos en la obra dePeter Drucker The End of Economic Man: A Study of the New Totalitarianism, cit.Drucker sostenía que los europeos han buscado la libertad y la igualdad durante

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siglos, primero en la esfera espiritual y, posteriormente, en la intelectual, la políticay la económica. El fascismo surgió debido a los fallos del capitalismo y delsocialismo por sus promesas de libertad e igualdad en la esfera económica. Las«Sociedades Noeconómicas Fascistas» surgieron en las que la autoridad de mandosustituye al privilegio económico y donde se abandonaron todas las esperanzas deun crecimiento económico y de creación de riqueza. Bajo el fascismo el individuosirve a una sociedad corporativa más amplia, y aunque se alcanza la igualdad, se harenunciado a la libertad individual y a la iniciativa. Drucker pronosticaba unenfrentamiento entre los estados totalitarios y las democracias occidentales, yrecomendaba que éstas últimas creasen sus propias sociedades no económicas queconservasen la búsqueda de la libertad y de la igualdad de los individuos. —Ed.] [361] El uso frecuente que, como argumento contra la libre competencia, sehace de la ocasional destrucción de trigo, café y otras materias primas es un buenejemplo de la deshonestidad intelectual contenida en mucha parte de esteargumento, pues un poco de reflexión mostraría que en un mercado en régimen delibre competencia nadie que poseyese tales stocks ganaría con su destrucción. Elcaso de la supuesta exclusión de patentes útiles es más complicado y no puedediscutirse adecuadamente en una nota; pero las condiciones en que sería ventajosocongelar una patente que el interés social aconsejaría utilizar inmediatamente sontan excepcionales, que surgen muchas dudas acerca de si se han producido en algúncaso importante.[362] Quizá sea este el lugar para subrayar que, por grande que pueda sernuestro deseo de un rápido retorno a una economía libre, esto no puede llevarnos asuprimir de un plumazo la mayoría de las restricciones de guerra. Nadadesacreditaría más al sistema de libre empresa que la aguda, aunque probablementebreve, dislocación e inestabilidad que semejante intento provocaría. El problemaestá en saber hacia qué tipo de sistema debemos apuntar durante el proceso dedesmovilización, y no en si debe transformarse el sistema de guerra en unaorganización más permanente mediante una política cuidadosamente pensada degradual aflojamiento de los controles, que puede tener que extenderse a varios años.[363] John Milton, «Areopagitica», reedición como Areopagitica and OtherProse Works, cit., p. 18. —Ed.][364] Esto se muestra tanto más claramente cuanto más se aproxima elsocialismo al totalitarismo, y en Inglaterra se afirma más explícitamente que enningún otro lugar en el programa de la última y más totalitaria forma del socialismoinglés: el movimiento de la «Common Wealth» de Sir Richard Acland. El principalrasgo del nuevo orden que promete es que, en él, la comunidad «dirá al individuo:“No te preocupes de la manera de ganarte tu propia vida”». En consecuencia, comoes lógico, «tiene que ser la comunidad en cuanto tal la que decida si un hombre seráempleado o no, con nuestros recursos, y cómo, cuándo y de qué manera trabajará»,y la comunidad tendrá que «establecer campos para vagos, en condiciones muytolerables». ¿Es extraño que el autor descubra que Hitler «se ha encontrado por

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casualidad (o por fuerza) con algo, o quizá, se diría, con un aspecto particular de loque, en última instancia, necesita la Humanidad»? (Sir Richard Acland, Bt., TheForward March, 1941, pp. 127, 126, 135 y 32). [365] [En este pasaje Hayek compara los escritos de pensadores conservadorescomo Carlyle y Disraeli, y los de socialistas como los Webb y H.G.Wells, con losde los escritores de la tradición liberal inglesa. Nosotros hemos encontrado aalgunos de estos hombres con anterioridad: Carlyle y Morley en la introducción delautor, nota 4; los Webb en el capítulo V, nota 3;Wells en el capítulo VI, nota 10,Disraeli en el capítulo VIII, nota 4, y Gladstone en el capítulo XIII, nota 6, aunquehay que añadir que los trabajos más relevantes de Carlyle en el presente contextoson probablemente sus textos sobre los héroes y la admiración por el héroe (en losque se propugna la necesidad de dirigentes fuertes para forjar la historia de lanación), y su historia en numerosos volúmenes del rey prusiano Federico el Grande.Del lado liberal, la obra del autor, historiador y miembro del Parlamento ThomasBabington Macauley (1800-1859), History of England, suele considerarse ejemplode la «historia whig». En su libro On Liberty, el filósofo John Stuart Mill (1806-1873) defendía la libertad del individuo frente al control político y social. —Ed.][366] Aunque el tema de este capítulo ha invitado ya a más de una referencia aMilton, es difícil resistir la tentación de añadir aquí una más, una muy familiar,aunque tal, al parecer, que nadie sino un extranjero se atrevería hoy a citar: «Que noolvide Inglaterra su prioridad en enseñar a vivir a las naciones.» ¡Es quizásignificativo que nuestra generación haya conocido toda una hueste de detractoresde Milton, americanos e ingleses, y que el primero de ellos, Mr. Ezra Pound, hahablado durante esta guerra desde la radio de Italia! [La cita en el texto es delpoema de William Wordsworth que comienza: «It Is Not To Be Thought Of,» quese encuentra en The Poetical Works of William Wordsworth, ed. de E. Selincourt yHelen Darbishire (Oxford: Clarendon Press, 1946), volumen 3.º, p. 117. El pasajecompleto dice: «debemos ser libres o morir, quien habla la lengua que Shakspearehabló; que sostiene la fe y la moral que Milton sostuvo.» La cita de Milton es de«The Doctrine and Discipline of Divorce», reedición en Areopagitica and OtherProse Works, cit., p. 193.Al poeta y crítico americano Ezra Pound (1885-1972) leatribuyó T.S. Eliot el ser la fuerza impulsora de la poesía «moderna». Pound vivióen Italia de 1924 a 1945, donde se entusiasmó con las ideas fascistas. En la últimaparte de la guerra lanzó mensajes por la radio criticando la democracia. Después dela guerra fue acusado de traición, pero en vez de ser llevado ante los tribunales, fuedeclarado loco y pasó más de un decenio en un manicomio. Fue liberado en 1958.—Ed.][367] [Lord Acton, «Review of Sir Erskine May’s Democracy in Europe», cit.,p. 98 {p. 330 de la edición española, citada}. Acton dijo en ralidad: «De todas laspruebas de la democracia, el federalismo ha sido la más eficaz y la más apropiada.»—Ed.][368] Sobre todos estos y los puntos siguientes, que aquí sólo podemos tocar de

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manera sucinta, véase el libro del profesor Lionel Robbins, Economic Planning andInternational Order (Londres: Macmillan, 1937), passim.[369] Véase en particular el significativo libro de James Burnham, TheManagerial Revolution, 1941.[370] La experiencia en la esfera colonial, de Inglaterra tanto como decualquier otro país, ha mostrado muy ampliamente que incluso las formasmoderadas de planificación que denominamos desarrollo colonial envuelven, loqueramos o no, la imposición de ciertos criterios a aquellos a quienes tratamos deayudar. Es justamente esta experiencia la que ha hecho que los técnicos coloniales,incluso los de mentalidad más internacional, sean tan escépticos acerca de laposibilidad de una administración «internacional» de las colonias.[371] Si todavía hay alguien que no ve las dificultades o abriga la creencia deque con algo de buena voluntad podrían dominarse todas ellas, le convendrá tratarde representarse las consecuencias de una dirección centralizada de la actividadeconómica aplicada a escala mundial. ¿Es muy dudoso que ello significaría unesfuerzo más o menos consciente para asegurar el dominio del hombre blanco, yque así sería considerado rectamente por todas las demás razas? Mientras yo noencuentre una persona normal que crea seriamente en la sumisión voluntaria de lasrazas europeas para que su nivel de vida y su grado de progreso fuesendeterminados por un Parlamento mundial, seguiré considerando absurdos esosplanes. Pero esto no impide, desgraciadamente, que se propugnen en serio medidasparticulares que sólo podrían justificarse si el principio de la dirección mundialfuese un ideal asequible.[372] [Hayek puede haber tenido presentes estudios tales como el de C.A.Macartney, Problems of the Danube Basin (Cambridge: Cambridge UniversityPress, 1942), o Antonin Basch, The Danube Basin and the German EconomicSphere (Nueva York: Columbia University Press, 1943). —Ed.][373] [La Tennessee Valley Authority era una agencia creada durante el NewDeal para generar electricidad y controlar las inundaciones en una región formadapor los siete estados situados en torno a la cuenca del río Tennessee. —Ed.][374] El profesor C.A.W. Manning, en una reseña del libro Conditions ofPeace, del profesor Carr, en el International Affairs Review Supplement, junio de1942, p. 443.[375] Es significativo en más de un aspecto que, como se ha observadorecientemente en un semanario, «se había ya comenzado a esperar algo del estilo deCarr lo mismo en las páginas del New Statesman que en las de The Times» («FourWinds», en Time and Tide, 20 de febrero de 1943). [Time and Tide comenzó comouna revista y luego se convirtió en un periódico semanal independiente. Editado enel n.º 38 de Bloomsbury Street, estaba dirigido por mujeres y escrito para ellas. —Ed.][376] Es una gran lástima que la inundación de publicaciones federalistas queno hace muchos años cayó sobre nosotros haya privado de la atención que merecen

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a unas cuantas obras, entre ellas, importantes y sagaces. Una que en particular debeser cuidadosamente consultada cuando llegue el tiempo de elaborar una nuevaestructura política de Europa, es el librito del doctor W. Ivor Jennings, AFederation for Western Europe (Nueva York: Macmillan, y Cambridge: CambridgeUniversity Press, 1940. [Tanto Hayek como Lionel Robbins estaban a favor dealguna forma de federación para Europa; véanse las cartas de Hayek a TheSpectator tituladas «War Aims» y «An Anglo-French Federation», incluidas en laobra de F.A. Hayek, Socialism and War, cit., pp. 161-64 {pp. 193-197 de la ediciónespañola}. —Ed.][377] Véase sobre esto el artículo del autor: «Economic Conditions of Inter-State Federation», The New Commonwealth Quarterly, vol.V, septiembre de 1939.[Este artículo se publicó posteriormente en F.A. Hayek, Individualism and EconomicOrder, cit., pp. 255-72. —Ed.][378] [Hayek se refiere al poema de Lord Alfred Tennyson «Locksley Hall.»Véase The Poetical Works of Alfred Lord Tennyson (Boston y Nueva York:Houghton Mifflin, 1892), p. 60, donde una batalla en el cielo termina con lassiguientes frases: Till the war-drum throbb’d no longer, And the battle flags werefurl’d In the Parliament of man, the Federation Of the world. El poema comienzacon el amargo lamento de un joven que ha sido separado de su primer amor, suprima, que se ha casado con otro. Existe un paralelo con la propia vida de Hayek;véase Bruce Caldwell, Hayek’s Challenge, cit., p. 133, nota 1. —Ed.][379] Véase sobre esto el libro del profesor Robbins, ya citado, pp. 240-57.[380] Ya en los años finales del siglo XIX, Henry Sidgwick pensaba que «noestaría fuera de los límites de una previsión prudente el contar con una ciertaintegración de los Estados de la Europa occidental; y si esto ocurre, parece probableque se seguirá el ejemplo de América y que el nuevo conjunto político se formarásobre la base de una constitución federal» Véase Henry Sidgwick, The Developmentof European Polity (Londres: Macmillan, 1903), p. 439), publicado póstumamente.Sidgwick dijo realmente que no está fuera de los límites de una sobria previsión elque pueda tener lugar una ulterior integración en los estados de Europaoccidental...» —Ed.][381] [La frase «reculer pour mieux sauter» es una recomendación de recularun poco antes de iniciar nuestro ataque. El consejo «Drop back and punt»[aproximadamente, «coger impulso para dar el puntapié »] puede servir más omenos como el equivalente americano. —Ed.][382] [Hayek se refiere aquí a Élie Halévy, «The Age of Tyrannies» (trad. deMay Wallas), Economica, N.S., vol. 4, Febrero de 1941, pp. 77-93, y Élie Halévy,«Socialism and the Problem of Democratic Parliamentarianism», InternationalAffairs, vol. 13, julio-agosto de 1934, pp. 490-507. —Ed.][383] Estos documentos han sido traducidos al español para la presente ediciónpor Carlo A. Caranci, quien también ha traducido las «notas del editor» en el textoprincipal.

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[384] [El informe se encuentra en los Hayek Papers, caja 105, carpeta 10,Hoover Institution Archives. En el informe original las comillas encierran «Nazi» alestilo alemán, y Socialismo se escribió originariamente «Sozialism» pero secorrigió. —Ed.][385] [Gottfried Feder (1883-1941) fue uno de los primeros consejeroseconómicos de Hitler. Elemento fundamental de sus enseñanzas económicas era elconcepto de «esclavitud del interés» y su recomendación de que el interés debe serabolido. Una vez en el poder, Hitler abandonó el programa de Feder con el fin deatraerse mejor el apoyo de los industriales alemanes. —Ed][386] [Para más información sobre Die Tat, véase capítulo XII, nota 41. —Ed.][387] [Las protestas estudiantiles de Berlín culminaron en una quema de librosen la Operaplatz en la noche del 1.º de mayo de 1933. —Ed.][388] [Karl Mannheim era uno de los principales defensores de la «sociologíadel conocimiento»; véase especialmente su Ideology and Utopia: An Introduction tothe Sociology of Knowledge, trad. inglesa de Louis Wirth y Edward Shils, volumende la serie The International Library of Psichology, Philosophy, and ScientificMethod (Nueva York: Harcourt, Brace, 1936) —Ed.][389] [En los primeros meses de régimen nazi los autonombrados radicales delpartido nazi marcharon sin más contra ciertas empresas y se apoderaron de ellas,concediéndose a sí mismos y a sus cómplices, por lo general, sustanciosos salarios yotras gratificaciones. Göring y los demás líderes nazis consideraban peligroso aestos supuestos Kommisars y para finales de 1933 habían sido expulsados lamayoría de ellos. —Ed.][390] [Frank Knight, informe de lectura, 10 de diciembre de 1943, puede verseen la University of Chicago Press Collection, caja 230, carpeta 1, University ofChicago Library. —Ed.][391] [Jacob Marschak, informe de lectura, 20 de diciembre de 1943, puedeverse en la colección de la University of Chicago Press, caja 230, carpeta 1,University of Chicago Library. —Ed.][392] [La numeración de las páginas en el informe de Marschak se ha tomadodel manuscrito original de Hayek, por lo que no corresponde a la numeración delpresente texto. —Ed.][393] [Contable, escritor freelance y autor estadounidense Stuart Chase (1888-1985) fue un escritor popular en el periodo de entreguerras. Fue autor del libro TheTragedy of Waste (Nueva York: Macmillan, 1925) y escribió el prólogo para ellibro de Thorstein Veblen, The Theory of the Leisure Class (Nueva York: ModernLibrary, 1934). Para más información sobre Walter Lippmann, véase capítulo II,nota 8. —Ed.][394] [Para más información sobre Walter Rathenau, véase capítulo XII, nota18. —Ed.][395] [Para más información sobre Drucker, véase capítulo II, nota 9. The Endof Economic Man, de Drucker,. cit., se discute en el capítulo XIV, nota 2. —Ed.]

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[396] [Para más información sobre Sidney y Beatrice Webb, véase capítulo V,nota 3. —Ed.][397] [La carta de Scoon se encuentra en la colección de la University ofChicago Press, caja 230, carpeta 3, University of Chicago Library. —Ed.][398] [Frank Knight. —Ed.].[399] [Aaron Director. —Ed.][400] [Fritz Machlup. —Ed.].[401] [Scoon se equivoca sobre el origen del título. Como explicó una vezHayek en una entrevista, «La idea vino de Tocqueville, que habla del camino haciala servitud; me habría gustado elegir ese título, pero no sonaba bien. Por lo quecambié “servitud” por “servidumbre”, por meras razones fonéticas.» F.A, Hayek,«Nobel Prize Winning Economist», edic. de Armen Alchian. Transcripción de unaentrevista realizada en 1978 bajo los auspicios del Oral History Program, UniversityLibrary, UCLA, copyright Regents of the University of California, p. 76. —Ed.].[402] [Scoon se refiere a Ludwig von Mises, Omnipotent Government.The Riseof Total State and Total War (New Haven:Yale University Press, 1944). —Ed.].{Trad. española: Gobierno omnipotente, Unión Editorial, 2002}.[403] Gran parte de esta sección se basa en la investigación realizada por AlexPhilipson, director de promociones en la University of Chicago Press.[404] Véase prólogo de Hayek para la edición americana en rústica de 1956.[405] [Véase mi introducción a este volumen, p. 41, para una ulterior discusiónsobre la cifra de 600.000 ejemplares. —Ed.]

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