borón macondo aristóteles

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  • 7/26/2019 Born Macondo Aristteles

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    EN UN TRABAJO ANTERIOR, propona realizar un breve ejercicio fic-

    cional con el objeto de clarificar la situacin actual de la democracia en

    Amrica Latina (Boron, 2006). Dicha propuesta tena como supuesto la

    insatisfaccin predominante por el decepcionante desempeo de los (mal)

    llamados gobiernos democrticos de la regin, que no slo estaban dete-

    riorando seriamente la legitimidad de esos regmenes polticos sino, ms

    grave an, minando la valoracin popular de la propia idea democrtica

    como un modelo ideal de organizacin de la vida poltica y social.

    EL RETORNO DE ARISTTELESEl ejercicio, que no pude sino esbozar en el artculo de la Socialist Regis-ter2006y que deseo exponer ahora en todos sus detalles, consista en losiguiente: imaginemos que los grandes avances en la biologa y la bioin-

    geniera nos permitieran regresar a Aristteles al mundo de los vivos y,

    ms concretamente, a esta gigantesca Macondo en que se ha convertido

    Atilio A. Boron*

    Aristteles en Macondo: notas

    sobre el fetichismo democrtico

    en Amrica Latina

    * Investigador Principal del CONICET. Profesor Titular de Teora Poltica, Facultad de

    Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Director del Programa Latinoame-ricano de Formacin en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperacin, Buenos

    Aires, Argentina. El autor agradece los comentarios de Alejandra Ciriza, Fernando Liz-

    rraga, Miguel Rossi y Toms Varnagy a una primera versin de este trabajo.

    El presente artculo ha sido publicado en el libro

    Hoyos Vsquez, Guillermo (comp.) 2007 Filosofa y teoras polticasentre la crrica y la utopa(Buenos Aires: CLACSO) pp 49-67

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    Filosofa y teoras polticas entre la crtica y la utopa

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    Amrica Latina. Admiradores de su talento y sus extraordinarios logros

    en los ms diversos campos del saber recordemos que Marx lo describi

    como la cabeza ms luminosa del mundo antiguo, los integrantes del

    Grupo de Trabajo de CLACSO sobre Filosofa Poltica lo recibiramoscon gran entusiasmo y, preocupados por descifrar la situacin poltica

    imperante en Amrica Latina, le pediramos que nos ayudara a exami-

    nar la naturaleza de las as llamadas democracias latinoamericanas.

    Uno de los nuestros le formulara una peticin, ms o menos, en los

    siguientes trminos: Maestro, usted que elabor la primera gran tipo-

    loga de los regmenes polticos, perfeccionando la que haba propuesto

    Platn enRepblica, y teniendo en cuenta que la suya ha llegado hastanuestros das como el paradigma insuperable de la taxonoma poltica,

    cmo evala a las democracias de Amrica Latina?.

    Fiel a sus cnones metodolgicos, el Estagirita recopilara pro-

    lijamente los datos fundamentales de nuestras sociedades, economas

    y estados, examinara comparativamente las semejanzas y diferencias

    entre ellos y, seguramente, luego de manifestar su perplejidad ante

    nuestra pregunta redundante segn su parecer ante lo obvio de la si-

    tuacin dira que su conclusin irrefutable es que tales regmenes pue-

    den ser cualquier cosa menos democracias. No olviden que, tal como

    lo escrib en mi Poltica, la democracia nos dira ya con un ligero tonode reproche es el gobierno de los ms, de las grandes mayoras, en

    beneficio de los pobres, que en todas las sociedades conocidas, no por

    casualidad sino por razones estructurales, siempre son mayora. As era

    en mi tiempo, y aunque abrigaba la esperanza de que tal cosa pudiera

    ser superada con el paso de los siglos, veo con mucha desilusin que lo

    que pareca ser una desgracia del mundo griego reaparece, con rasgos

    an ms acusados y escandalosos, en la sociedad actual, llegando a ex-

    tremos jams vistos en mi poca.

    Un silencio sepulcral descendi sobre los politlogos y cientficos

    sociales all reunidos. Nada menos que l, el padre fundador de la

    ciencia poltica, inmortalizado por Rafael en aquel famoso cuadro enque se lo representa conversando animadamente con Platn saliendo

    de la Academia, con su mano sealando enfticamente el suelo al paso

    que su maestro, fundador a su vez de la filosofa poltica, eleva un dedo

    hacia los cielos, lugar donde se encuentran las ideas eternas de lo justo,

    lo bello y lo bueno, entre tantas otras. Uno de los expectantes, con el

    rostro demudado ante el derrumbe de las arraigadas convicciones teri-

    cas alimentadas en las agotadoras jornadas de su doctorado en ciencia

    poltica con la interminable seguidilla depaperssobre temas que no le

    interesaban, el suplicio de los exmenes omni-comprensivos, la luchapara constituir el comit de tesis, las dificultades infinitas con su tutor

    y sus ideas, etc. apenas alcanz a balbucear, con un hilo de voz, lo que

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    pareca ser una poco convincente protesta: Pero, Maestro: las eleccio-

    nes peridicas, el sufragio universal, no son acaso signos inequvocos

    de que estamos en presencia de una democracia? No sern como las

    que usted conoci en la Atenas de Pericles, pero . El Filsofo se vol-vi rpidamente hacia el escptico, al que mir de arriba abajo con un

    gesto de indisimulada sorpresa, y le dijo: S. Tienen elecciones y sufra-

    gio universal; veo que hacen costosas campaas polticas; pero hay que

    tener siempre presente una distincin, que por lo visto sus maestros

    en el doctorado dejaron de hacer, entre esencia y apariencia. La esen-

    cia de la democracia es la que expliqu antes: gobiernos de los ms en

    provecho de los pobres. Las apariencias de la democracia, elecciones

    libres, sufragio universal, imperio del derecho, entre otras, pueden

    o no corresponder a la esencia, pero por lo general estn muy media-

    tizadas y por eso resultan engaosas. No existe una correspondencia

    directa y unvoca entre esencia y apariencia, y mucho menos en esta

    sociedad que ustedes llaman capitalista, en donde la deshumanizacin

    ha llegado a un punto inimaginable no slo entre los griegos sino entre

    los brbaros, con el trabajo humano, la tierra y los bienes de la natura-

    leza convertidos en mercanca, algo que slo cabe en la cabeza del ms

    rapaz e insolente de nuestros mercaderes y usureros. Tal como lo hizo

    notar a mediados del siglo XIX un genial jovencito alemn, nacido en

    Trveris, toda esta sociedad gira y funciona en torno al fetichismo de

    las mercancas. Una sociedad a la cual ustedes se han habituado a tal

    punto que la consideran como un orden espontneo y por eso mismo

    natural, algo que uno de mis oblicuos detractores, un tal Von Hayek

    (que muchos profesores de ciencia poltica desprecian o miran con con-

    descendencia) llamakosmosy que hubiera horrorizado a los antiguos.Ahora todo se convierte en mercanca: el trabajo, los recursos naturales

    pero tambin las ideas (para escndalo de mi gran maestro Platn),

    las religiones y, por supuesto, eso que ustedes muy a la ligera llaman

    democracia, tambin se ha convertido en una mercanca; y como tal,

    sometida a la lgica del fetichismo que impregna toda esta sociedad.Al transformar las ms diversas manifestaciones de la vida social en

    mercancas que se compran y venden en el mercado, la sociedad pasa

    a vivir en una gran ficcin, porque separa los objetos de sus creadores.

    Claro que esto nada tiene que ver con la tesis de un pensador de lo que

    siglos despus de mi partida de este mundo los romanos denominaran

    la Galia, un seor llamado Baudrillard, quien acaba de reunirse con

    nosotros, y que hace del simulacro el rasgo distintivo de la sociedad

    posmoderna. Precisamente, el simulacro no slo no es lo mismo, sino

    que escamotea la fetichizacin universal de la sociedad capitalista.Aqu el Filsofo hizo un alto con la intencin de apreciar el efecto

    de su argumentacin. Por supuesto, la cabeza nos bulla con muchsi-

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    mas preguntas, y no salamos de nuestra sorpresa al comprobar cmo

    Aristteles haba seguido el desarrollo del pensamiento poltico hasta

    llegar a nuestros das. El hombre no crea la naturaleza pero su praxis

    la transforma, y en una sociedad como esta no slo la transforma sinoque la destruye, tal vez irreparablemente continu diciendo Aristte-

    les pero al producirse la separacin entre el productor y lo producido,

    las mercancas aparecen como los verdaderos agentes de la vida social

    cuando no son sino expresin de las relaciones sociales subyacentes. Y lo

    que me sorprende es que la mercantilizacin en este tipo de sociedad ha

    llegado tan lejos, que el sombro cuadro pintado por un nativo de lo que

    los romanos llamaron Britannia un tal Toms cuyo apellido ahora no

    recuerdo, en un maravilloso librito en el que inspirado en las enseanzas

    de mi maestro en la Academia se dio a imaginar sociedades perfectas

    parece hoy el retrato de una fiesta en comparacin a lo que he visto en mi

    temporario regreso al mundo de los vivos1. Y he visto con sorpresa que,

    ante este bochornoso espectculo que ofrecen las sociedades latinoame-

    ricanas, algunos de sus colegas han tenido la osada de pretender inter-

    pretar sus movimientos y conflictos como propios de la posmodernidad.

    No entiendo cmo sera posible utilizar una categora de anlisis como

    esa para entender a sociedades en las que ms de la mitad de la pobla-

    cin se halla hundida en la miseria, la indigencia y la ignorancia, privada

    para siempre, por eso mismo y sus secuelas, de un futuro digno de la

    condicin humana. Para m todo eso carece por completo de sentido. Si

    Habermas, un nativo de la brbara Germania una tierra que entre noso-

    tros era considerada constitutivamente inepta para la reflexin filosfica,

    aunque en los ltimos siglos ese diagnstico fue desmentido habl de la

    modernidad como un proyecto inconcluso, tiene algn sentido pensar

    que entre ustedes la modernidad se haya realizado y ya estn navegando

    por las tranquilas y aburridas aguas de la posmodernidad o, como decla-

    ra Lipovetsky en su ltimo libro, la hipermodernidad?2.

    A estas alturas, el regreso de Aristteles se haba transformado

    en una incmoda visita para ms de uno. Por eso, no sorprendi a na-die que un joven acadmico, formado en la ms rgida tradicin del

    positivismo en una universidad de la Ivy League norteamericana, infes-

    tada de adictos a la numerologa y la rational choice, interrumpieraabruptamente el monlogo del Filsofo hacindole notar, con un dejo

    1 Aqu Aristteles se refiere, naturalmente, a la obra de Toms Moro, Utopa.

    2 Se refiere al conocido artculo de Jrgen Habermas (1995). En cuanto a Gilles Lipovetsky,

    es de destacar que en este libro el autor deEl imperio de lo efmeroyLa era del vacoafirmamuy orondo que lo posmoderno ha llegado a su fin y que hemos ingresado en la era hi-permoderna (Lipovetsky, 2006). Qu tipo de cambio estructural se habr producido para

    sancionar el fin de una era y el comienzo de otra?

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    de picarda, que en su argumentacin dejaba entrever un discurso que

    no era suyo sino de un autor muy posterior: Karl Marx.

    Puede ser dijo Aristteles a l me refera cuando hablaba del

    jovencito nacido en Trveris. Fue una de las personas que con mayorseriedad y rigurosidad ley toda mi obra pese a que quienes hoy gus-

    tan autodenominarse filsofos rehuyen de estudiarlo, demostrando as

    que son indignos de merecer ese nombre y que, como mximo, podra

    considerarse a algunos de ellos como versiones modernas de los sofis-

    tas: amantes del brillo retrico y el juego de palabras pero despreocu-

    pados por completo de la bsqueda de la verdad y an menos tiles a la

    sociedad que mis adversarios intelectuales y polticos de la Atenas Cl-

    sica. Me complace ver aqu y all en sus numerosos escritos muchos de

    ellos producidos en el estilo frontal y pendenciero del pueblo brbaro

    al que perteneca referencias permanentes a mis pensamientos. Marx,

    al igual que yo, escriba sobre filosofa, sobre poltica, sobre economa

    y sobre historia. Slo espritus increblemente limitados y pequeos

    pueden abstenerse de leer su obra por no ser la de un filsofo de pro-

    fesin. Fue precisamente porque Marx me ley con mucha atencin y

    entendi lo que quera decir, no como tantos otros que nunca me enten-

    dieron que nada menos que en el primer captulo de su obra magna co-

    mienza con la distincin que yo estableciera entre valor de uso y valor

    de cambio. Adems, la diferenciacin que yo trazara entre economa

    y crematstica fue adecuadamente re-elaborada por l en su anlisis

    de la sociedad burguesa. La primera tiene por fin la produccin de los

    bienes materiales requeridos para la vida buena; la segunda promueve

    la adquisicin ilimitada de la riqueza y su causa final es la obtencin del

    mximo lucro posible. Si en mitica a Nicmacoy en Polticadigo quela crematstica parece tener por objeto la inagotable acumulacin de

    dinero, Marx dira, un par de milenios ms tarde, que la ley absoluta del

    modo de produccin capitalista es la ilimitada produccin de plusvala.

    Por eso conden con energa a la crematstica como antinatural, y muy

    especialmente a la usura, su forma prototpica de creacin de riquezamediante el dinero que genera un inters y no mediante la produccin.

    Y tambin seal los efectos altamente perniciosos que la crematstica

    tiene sobre la naturaleza de los regmenes polticos3.

    Marx tambin tom nota de mi distincin entre esencia y apa-

    riencia, y escribi que si la segunda reflejara exacta y fielmente la prime-

    ra, no seran necesarias ni las ciencias ni la filosofa, porque la verdad de

    las cosas se hara evidente aun para los espritus ms toscos y obtusos. El

    3 Una cuidadosa comparacin entre la economa y la crematstica desarrolla Marx enElCapital(1975: 186-187).

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    mundo perdera la opacidad que lo caracteriza y cualquiera podra cap-

    tar la esencia de las cosas. Al plantear as el asunto, dijo algo que es abso-

    lutamente cierto, comprendiendo con precisin un mensaje que yo haba

    procurado transmitir hace hoy dos mil quinientos aos y que, gracias asu labor, veo que tiene utilidad para describir no slo la sociedad actual

    y el sistema econmico imperante sino, asimismo, eso que ustedes en un

    alarde de imprudencia denominan regmenes democrticos en Amrica

    Latina, regmenes que no escapan a la fetichizacin que caracteriza a la

    sociedad capitalista y que se propaga por todos sus intersticios, sin que la

    vida poltica presente una barrera ante tan peligrosa dolencia.

    El joven doctor de la Ivy League no se daba por vencido e insisti

    en que an no entenda del todo el razonamiento del Filsofo. Este lo

    mir, ya con un cierto fastidio, y dijo: debo confesar que estos regme-

    nes que ustedes con mucha ligereza denominan democracias latinoa-

    mericanas, en rigor de verdad, son oligarquas o plutocracias, es de-

    cir, gobiernos de minoras en provecho de ellas mismas. En realidad, el

    componente democrtico de esas formaciones deriva mucho menos de

    lo que son que del simple hecho de que surgieron con la cada de las dic-

    taduras de seguridad nacional y recuperaron algunas de las libertades

    conculcadas en los aos setentas, pero de ninguna manera llegaron a

    instituir, ms all de sus apariencias y rasgos ms formales, un rgimen

    genuinamente democrtico. Por lo tanto, si su caracterizacin como

    plutocracias u oligarquas les parece demasiado radical o les resulta

    indigesta lo dijo mirando fijamente al joven doctor sugiero entonces

    otro nombre: regmenes post-dictatoriales. Pero democracias, jams.

    Ya el Estagirita hablaba con un tono desafiante. Dirase que se

    estaba divirtiendo ante la desesperada batalla que, infructuosamente,

    libraba el graduado de Chicago. Implacable, prosigui con su argumen-

    tacin, que a estas alturas pareca ya ms una filpica que un amable

    intercambio de puntos de vista acadmicos. No alcanzo a comprender

    cmo es posible que ustedes sigan hablando de democracia, gobernan-

    za, competencia partidaria, etc., como si todo ello no estuviera refe-rido a un determinado ordenamiento econmico y social que le sirve

    de sustento!, dijo en medio de un murmullo difuso y las protestas de

    unos pocos que, fieles a la tradicin marxista, le pedan al Filsofo que

    no generalizara y le explicaban que no compartan lo que estaba plan-

    teando su interlocutor, que ellos nunca aceptaron la barbarie positivista

    de seccionar a la sociedad en partes distintas, separadas y autnomas,

    comprensibles cada una de ellas por s mismas. Tampoco eran muchos

    los que, entre nosotros, adheran a pie juntillas a la reconstruccin

    contempornea de la tradicin republicana, que juzga a los regmenespolticos segn una lgica interna y completamente aislada de los de-

    terminantes que se desprenden de la estructura social, las clases socia-

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    les y la vida econmica. Aristteles asinti con satisfaccin y prosigui

    diciendo: Tampoco entiendo cmo es posibleque quienes sucedieron

    a los tiranos de uniforme no hayan hecho otra cosa que acrecentar las

    desigualdades y ahondar hasta grados extremos el pozo que divide ricosde pobres. Eso no lo hace ninguna democracia!.

    En su voz se notaba la molestia que senta al tener que repetir

    asuntos que, se supona, deban ser ya conocidos por todos. Recorri

    con la vista a su estupefacta audiencia y prosigui: Estos son regme-

    nes oligrquicos, y en honor a mi gran maestro, Platn, dira que son

    regmenes tan poco promisorios y propensos a la virtud como respeta-

    do era Pluto en el Olimpo de los griegos. Pluto era a veces representado

    como un viejo, encorvado, cojo y ciego, cmo poda conducir a los su-

    yos por el camino que llevaba a la buena sociedad? Pluto era riqusimo,

    pero infeliz4. Y lo que ustedes llaman democracias latinoamericanas

    son plutocracias de una perversidad slo comparable a las peores ti-

    ranas del Peloponeso o los gobiernos que medraban entre los pueblos

    ms brbaros del norte de Europa, como los suizos, los germanos o los

    escandinavos, sus cerebros contrados y agarrotados por los fros gla-

    ciales. Plutocracias perversas porque exhiben una anomala que puede

    confundir a los espritus ms crdulos, de esos que tanto abundan en

    los programas doctorales de ciencia poltica: los oligarcas latinoameri-

    canos se adornan con los vistosos ropajes de las democracias (recuer-

    dan lo que deca Platn acerca de este rgimen, el ms bello y vistoso de

    todos los conocidos?) hacen extensas campaas electorales en las cua-

    les sus lderes pronuncian vibrantes discursos y efectan todo tipo de

    promesas, entablan pseudo-polmicas que como tal slo remiten a los

    aspectos ms superficiales de la vida social pero, una vez en el gobierno,

    lo que hacen es asegurarse de que los ricos se enriquezcan ms, y ello

    slo es posible sumiendo a los pobres en la indigencia ms absoluta, al

    paso que pregonan a los cuatro vientos la vigencia de ejemplares cons-

    tituciones cuyas previsiones son violadas a diario impunemente (no

    incluyen acaso la mayoras de las constituciones latinoamericanas clu-sulas relativas al derecho al trabajo, mientras en la vida social campea

    el desempleo?) o de leyes que garantizan el ms irrestricto disfrute de

    todas las libertades, algo que slo pueden hacer quienes cuenten con

    el dinero necesario para disfrutar efectivamente de dichas libertades.

    Qu tiene que ver todo esto con la esencia de la democracia? Poco

    4 Existan tambin otras representaciones de Pluto, dios de la riqueza. Una de ellas, como

    un nio llevando una cornucopia de la cual brotaba una sobreabundancia de toda suertede bienes y riquezas. A veces ese nio era guiado por una deidad menor, dado que era cie-

    go; a veces cojo, porque la riqueza poda venir lentamente, y otras alado, simbolizando la

    rapidez con la que la riqueza tambin poda desaparecer.

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    o nada. Demuestra, eso s, los alcances del fetichismo democrtico o,

    mejor, pseudo-democrtico: al igual que las mercancas, que se supone

    concurren por s mismas al mercado, las formalidades aparentes de

    la democracia se independizan de los contenidos concretos sobre loscuales se erigen y aparecen como si por s solas fuesen suficientes para

    convertir en democrtico un rgimen que no lo es.

    Por supuesto, esto no significa que todas esas formalidades sean

    irrelevantes, dado que algunas de ellas hacen a la esencia de la vida de-

    mocrtica. Pero en su caso, por ejemplo, la libertad de prensa sanciona-

    da en las leyes es cancelada por la complicidad de sus gobiernos con la

    concentracin monoplica de los medios; y las elecciones en realidad no

    permiten elegir sino muy poca cosa, porque slo quienes disponen de

    mucho dinero pueden presentar candidaturas con alguna posibilidad de

    xito y financiar costosas campaas de propaganda poltica, por lo que

    los mrgenes de eleccin popular se limitan a decidir cul ser el equipo

    encargado de aplicar la poltica que beneficia a los ricos. Y si bien en ma-

    teria de derechos humanos han casi desaparecido los horrores del pasado

    (aunque no en todos los pases), la situacin dista mucho de ser satisfac-

    toria, porque la indefensin de los sectores populares ms postergados

    (sobre todo campesinos e indgenas) ante los atropellos y crmenes de la

    polica, guardias privados y paramilitares sigue siendo escandalosa.

    Y continu: Ustedes deberan recordar que para m la democra-

    cia no es el mejor rgimen poltico. Pero no por su componente popular,por cierto que muy importante y valioso, digno de todo mrito, sino por-

    que al preocuparse exclusivamente por el bienestar de los pobres, que

    siempre son la mayora, la democracia se convierte en un rgimen ileg-

    timo que descuida el inters de quienes no forman parte de la mayora.

    Mi polis ideal es la politeia, que es el gobierno de las mayoras, comoen la democracia, pero en beneficio de toda la sociedad. S que es muy

    difcil de concretar. Por eso en mi tipologa, si bien le asigno el lugar de

    privilegio, tambin observo que en el mundo real la democracia es la

    mejor aproximacin posible a aquel rgimen ideal. No obstante, paraque esa aproximacin sea verdadera y no una mera manipulacin, es

    preciso contar al menos con los requisitos propios de una democracia,

    cosa que, por lo general, no es dable encontrar en Amrica Latina.

    De este modo, tienen razn quienes entre ustedes, sobrevolando

    este deprimente paisaje econmico y social incompatible con una ge-

    nuina democracia, concluyen que sus fallidas democracias son gobier-

    nos de los mercados, por los mercados y para los mercados, algo com-

    pletamente inimaginable en mi tiempo, dada la debilidad estructural de

    los mercados, y reconocen que carecen por completo de las condicionesrequeridas para poder hablar, en un sentido estricto, de democracia. Y

    sin decir una palabra ms, se march.

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    HECHOS

    Este dilogo imaginario con Aristteles y su crtica demoledora a las apa-

    riencias democrticas que encubren la naturaleza de regmenes profun-

    damente antidemocrticos exige replantear la cuestin de la democraciaen otros trminos. Una breve ojeada a algunos datos muy elementales,

    pero pese a ello suficientemente contundentes, que surgen de la encues-

    ta anual que realiza la Corporacin Latinobarmetro en dieciocho pa-

    ses de Amrica Latina ratifica plenamente la negativa de Aristteles a

    considerar como democrticas formas estatales que no lo son5.

    Antes de analizar los datos, conviene introducir una pequea di-

    gresin: esta encuesta se llev a cabo en la casi totalidad de los pases

    considerados como democrticos de la regin. El sesgo ideolgico del

    estudio se pone en evidencia cuando, sin mediar ninguna explicacin,

    se anuncia que con la inclusin de Repblica Dominicana en los rele-

    vamientos se completan todos los pases del mundo latinoamericano,

    con la excepcin de Cuba (Corporacin Latinobarmetro, 2006: 2).

    Significa esto entonces que Cuba no es una democracia? La parque-

    dad del Informe parece sugerir esa interpretacin, lo que no sorprende

    dado que este prejuicio forma parte de las premisas implcitas del sa-

    ber convencional de las ciencias sociales que, de ese modo, obvian una

    discusin que debiera darse sobre el tema6. En consecuencia, la apa-

    riencia de la competencia electoral multipartidaria en las llamadas de-

    mocracias latinoamericanas parece ser el rasgo decisivo que trazara la

    5 Segn se indica en la ficha tcnica del Informe Latinobarmetro 2006, se aplicaron

    20.234 entrevistas cara a cara en 18 pases entre el 3 de octubre y el 5 de noviembre, con

    muestras representativas del 100% de las poblaciones nacionales de cada pas de 1.000 y

    1.200 casos, con un margen de error de alrededor de 3% por pas (Corporacin Latinoba-

    rmetro, 2006: 2).

    6 Por ejemplo, por qu no discutir las razones por las cuales Estados Unidos sigue sien-

    do considerado como una ejemplar democracia aun luego de las elecciones de 2000?

    Tal como lo observa un analista, existen varias razones para dudar muy seriamente dela pertinencia de dicha calificacin. Invadi ilegalmente, esto es violando las reglas del

    Consejo de Seguridad de la ONU, un territorio extranjero en 2003; administra un campo

    de concentracin en Guantnamo, donde somete a personas sin juicio previo y derecho

    a la defensa a los ms serios vejmenes; practic la tortura directamente en Abu Ghraib

    y la ejerce cotidianamente a travs de terceros pases, esto es enviando sospechosos a

    crceles en Siria y otros lugares para que sean torturados; el actual presidente accedi al

    poder en 2000 luego de una eleccin muy dudosa, en la que no obtuvo la mayora de los

    votos emitidos y en la que recibi el crucial apoyo de una Corte de mayora conservadora

    despus de las denuncias de fraude; slo vota el 40 por ciento de la poblacin habilitada

    y los pobres en su mayora no votan. Estados como California viven virtualmente en una

    democracia del siglo XIX, esto es, un rgimen en que buena parte de la clase trabajadora,inmigrante ilegal ms del 50 por ciento, no tiene derechos polticos. Ninguna demo-

    cracia desarrollada moderna presenta una exclusin tan flagrante de las clases bajas de la

    poltica (Etchemendy, 2007: 6).

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    lnea de diferenciacin entre democracias y no-democracias. En el caso

    de Cuba, tal decisin, arbitraria e insostenible a la luz de las ciencias

    sociales, eclipsa por completo la esencia de la organizacin poltica

    cubana y su democracia radical de base. John Stuart Mill, no precisa-mente un autor marxista, deca que uno de los rasgos de la democracia

    era la similitud entre las condiciones de vida de gobernantes y gober-

    nados. Si aplicramos ese criterio a los sistemas polticos de la regin,

    el nico pas democrtico de Amrica Latina sera Cuba, porque all los

    gobernantes y ms altos funcionarios del estado viven en idnticas con-

    diciones, y soportando las mismas restricciones econmicas, que todos

    los ciudadanos. En las democracias latinoamericanas, el espectculo

    habitual muestra, por el contrario, a una clase poltica opulenta en

    muchos casos haciendo ostentacin de su riqueza; en otros, de manera

    ms recatada, pero conviviendo dificultosamente con una retrica pro-

    gresista en medio de poblaciones empobrecidas, humilladas y oprimi-

    das como nunca. Ser tal vez por eso que las ciudadanas y ciudadanos

    de estas sedicentes democracias reconocen, en la abrumadora mayora

    de los casos, tal como lo demuestra la encuesta de Latinobarmetro,

    que sus gobernantes gobiernan en favor de las clases dominantes, aun-

    que para expresarlo no utilicen exactamente estas palabras.

    Dejando de lado la digresin anterior, una de las preguntas de di-

    cha encuesta se inspiraba claramente en las enseanzas de Aristteles:

    para quin se gobierna en Amrica Latina7? Ante esta pregunta, ape-

    nas el 26% de los entrevistados sostuvo que se gobierna para el bien de

    todo el pueblo, mientras que el 69% declar que los gobiernos lo hacen

    en beneficio de un puado de grupos muy poderosos. Estas cifras, sea-

    lan los redactores del Informe, con todo lo deprimentes que son, repre-

    sentan una leve mejora en relacin a las registradas el ao anterior, en

    el que los porcentajes fueron, respectivamente, 24 y 72%. Aristteles sin

    dudas habra hecho hincapi en este hallazgo y sealado que tal rasgo

    una minora que gobierna en provecho propio, al margen de las apa-

    riencias que se derivan del sufragio universal y el rgimen electoral, esprecisamente lo que caracteriza a las oligarquas o plutocracias. Tn-

    gase presente, adems, que las cifras arriba mencionadas son prome-

    dios para toda la regin latinoamericana. Desagregando esas cifras por

    pases, tal como aquel lo hiciera al examinar las constituciones de las

    polis griegas, veremos cmo en varios casos la percepcin popular de

    que los gobiernos convencionalmente caracterizados como democrti-

    7 La pregunta deca literalmente lo siguiente: En trminos generales, dira Ud. que el

    pas est gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio, o que est

    gobernado para el bien de todo el pueblo? (Corporacin Latinobarmetro, 2006: XX).

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    cos gobiernan exclusivamente para los ricos se acenta notablemente.

    En Ecuador, slo el 11% de los entrevistados crean, antes del triunfo

    de Rafael Correa, que el gobierno ejerca sus funciones con vistas a

    satisfacer el inters general de la poblacin. En El Salvador, Nicaragua,Paraguay, Per, Guatemala y Honduras, esa cifra oscilaba entre el 14 y

    el 20%. En Costa Rica y Argentina, pases que, segn el saber conven-

    cional, son poseedores de una larga tradicin democrtica, el nmero

    apenas ascenda al 22%; y en Chile, considerado por los cientficos po-

    lticos made in America(aunque hablen espaol o portugus y hayanhecho sus doctorados en Amrica Latina) como la transicin ms exi-

    tosa de la regin, la mejor copia de la tan elogiada transicin espaola

    (cuyos claroscuros han sido cuidadosamente ocultados ante la opinin

    pblica nacional e internacional), slo un 27% de los entrevistados con-

    sideraban que el gobierno privilegiaba el inters de la sociedad en su

    conjunto; en tanto, en la Colombia de Uribe, nia mimada de la Srta.

    Condoleezza Rice, apenas se lleg al 28%. El caso ms edificante dentro

    de este ominoso panorama lo constituye Venezuela, paradjicamente,

    el pas que ha sido objeto de los mayores ataques por parte de la Casa

    Blanca bajo la acusacin de que el gobierno de Hugo Chvez debilit

    gravemente la institucionalidad democrtica (cuestin de la cual los

    venezolanos parecen no haberse percatado, puesto que el 50% de la

    poblacin cree que sus mandatarios gobiernan a favor de todo el pue-

    blo). Para Aristteles, la simple inspeccin de estas cifras demostrara

    la naturaleza profundamente oligrquica de la enorme mayora de los

    mal llamados regmenes democrticos de la regin.

    Evidentemente, el padre fundador habra estado en lo cierto. El

    anlisis de las polticas pblicas de estos regmenes post-dictatoria-

    les demuestra inequvocamente su intencin de favorecer a las clases

    dominantes, todo esto convenientemente justificado apelando a una se-

    rie de teoras como la globalizacin, que supuestamente no dejara

    otra alternativa ms all del Consenso de Washington, y la gobernan-

    za democrtica (eufemismo para no confesar lo inconfensable: que segobierna en funcin de las demandas y exigencias de los oligopolios

    que controlan los mercados), para citar apenas las ms socorridas. Un

    elemento subjetivo: la percepcin de la ciudadana demostraba ser alta-

    mente consciente de esta realidad, con lo cual el anlisis objetivo de las

    pseudo-democracias y sus polticas concretas coincida plenamente con

    la apreciacin subjetiva deldemos.Otros datos que surgen de la misma encuesta reconfirman la con-

    clusin anterior. En una de las preguntas se les peda a los entrevistados

    que se manifestaran en relacin al funcionamiento de la democraciaen su propio pas: apenas un 38% respondi estar muy satisfecho y

    ms bien satisfecho. Es razonable pensar que si, por su vaguedad, la

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    segunda categora hubiera sido excluida de este agrupamiento de res-

    puestas, la proporcin de satisfechos con las democracias realmente

    existentes en Latinoamrica habra descendido a niveles escandalosos.

    Pese a ello, existen slo tres pases en donde ms de la mitad de la po-blacin se declara satisfecha: Uruguay, con el 66%; Venezuela, con el

    57% y Argentina, con el 50%. En Chile slo el 42% manifiesta estarlo,

    y en Brasil, tan elogiado por los grandes crculos financieros interna-

    cionales, esa proporcin desciende an ms, al 36%, al paso que en la

    Colombia de Uribe, puntal de las democracias latinoamericanas segn

    los altos funcionarios de Washington, baja al 33%.

    Para ir cerrando: en la misma encuesta de opinin pblica, se

    incluy una seccin donde se les preguntaba a 231 lderes de la regin

    (varios ex presidentes, ministros, altos funcionarios del estado, presi-

    dentes de empresas, entre otros) quines eran los que realmente ejer-

    can el poder en Amrica Latina. El 80% de estos altamente calificados

    informantes respondi que, ms all de previsiones constitucionales, el

    poder real lo detentaban las grandes empresas y los sectores financie-

    ros; y el 65% (porque la pregunta era abierta y se poda nombrar ms de

    un grupo o sector) dijo que estaba en manos de la prensa y los grandes

    medios que, como es archisabido, en nuestros pases estn frreamente

    controlados por los grandes conglomerados corporativos. En un acto

    de inusual sinceridad, slo el 36% de estos informantes clave hombres

    y mujeres que frecuentan los ms altos crculos del poder social iden-tific la figura del presidente como alguien en posicin de ejercer el

    poder real en Amrica Latina, mientras que el 23% dijo que la embaja-

    da estadounidense es uno de los actores ms poderosos en los asuntos

    locales. Ante esta escalofriante confesin, podemos objetar la radical

    descalificacin que Aristteles propina a nuestras falsas democracias

    en el dilogo imaginario antes sealado? Despus de esto, quin puede

    hablar de democracia en Amrica Latina? No habr llegado el mo-

    mento de llamar las cosas por su nombre, abandonando el fetichismo

    democrtico construido sobre ficciones tales como elecciones libres,competencia partidaria y otras por el estilo, designando a estos reg-

    menes por sus verdaderos nombres: plutocracias u oligarquas8?

    UN DESEMPEO DECEPCIONANTE

    Luego de casi un cuarto de siglo, el desempeo de los capitalismos de-

    mocrticos latinoamericanos ha sido decepcionante, aun en los pases

    en donde, supuestamente, las cosas han marchado tan bien que se los

    8 Tales cifras corresponden al ao 2005. Lamentablemente, Latinobarmetro no sigui

    formulando esa pregunta a los informantes clave en aos sucesivos.

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    erige como modelo.Es el caso de Chile, exaltadoad nauseampese a quetodava tienen vigencia muchos artculos de la constitucin pinochetista

    y el perverso rgimen electoral diseado por los secuaces del rgimen; o,

    con mayores calificaciones, el de Mxico, que habra logrado la hazaade pasar de la dictadura perfecta del PRI Vargas Llosadixit a la ge-nuina y sana competencia electoral que hizo posible el triunfo del PAN9.

    Luego de desembarazarse de las dictaduras de las dcadas del setenta y

    ochenta, nuestras sociedades son hoy ms desiguales e injustas que an-

    tes, lo que por lo menos constituye una escandalosa anomala que soca-

    va quizs irreparablemente? la legitimidad de cualquier rgimen que

    se autodenomine democrtico. Nuestros pueblos, por otra parte, no son

    libres: permanecen esclavizados por el hambre, el desempleo y el anal-

    fabetismo. Desde los aos de la segunda posguerra, algunas sociedades

    latinoamericanas experimentaron un moderado progreso en los indica-

    dores de desarrollo social. Una diversidad de regmenes polticos, desde

    variantes del populismo hasta algunas modalidades de desarrollismo,

    lograron sentar las bases de una poltica social que en algunos pases

    como la Argentina, por ejemplo no slo pudo impulsar una mejor dis-

    tribucin del ingreso sino que, inclusive, posibilit la ciudadanizacin

    de las clases y capas populares (que tradicionalmente haban sido priva-

    das de casi todos sus derechos), incorporndolas a la estructura del es-

    tado y facilitndoles la creacin de organizaciones populares, sobre todo

    sindicatos, que pudieran velar ms efectivamente por sus intereses.Pero, la redemocratizacin de Amrica Latina coincidi con el

    agotamiento del keynesianismo del cual tanto los populismos como los

    desarrollismos latinoamericanos fueron tributarios y el estallido de la

    crisis de la deuda hizo que aquellas polticas no slo fueran abando-

    nadas sino satanizadas. En esta nueva fase, celebrada como la recon-

    ciliacin definitiva de nuestros pases con los imperativos inexorables

    de los mercados globalizados, los viejos derechos como salud, educa-

    cin, vivienda y seguro social, que haban sido en algunos casos vigo-

    rosamente reafirmados como expresiones inseparables de la ciudadanapoltica, fueron abruptamente mercantilizados, convertidos en mer-

    cancas inaccesibles para los sectores populares, empujando a grandes

    9 Ntese que el escandaloso fraude ciberntico cometido en las ltimas elecciones presi-

    denciales de Mxico, en donde Caldern le arrebat el triunfo a Lpez Obrador, no ha me-

    recido la menor condena de parte de los sedicentes custodios de la democracia en Amrica

    Latina. Todos hicieron mutis por el foro, pese a las abrumadoras pruebas presentadas noslo por los partidarios del PRD sino por analistas independientes que expusieron, con

    lujos y detalles, la metodologa utilizada para trucar el resultado electoral a favor del candi-dato panista. Hay que comprenderlos: estn tan preocupados por las falencias de la demo-

    cracia venezolana, o con la planificacin de la transicin poltica en Cuba, que no tienen

    tiempo para dedicarse a minucias como las que tuvieron lugar en Mxico.

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    masas de la poblacin a la indigencia. Agravando an ms la situacin,

    las polticas neoliberales que acompaaron la recuperacin de la de-

    mocracia en Amrica Latina tuvieron como resultado inmediato el ace-

    lerado deterioro de las precarias redes de seguridad social de carcterinformal, producto de la solidaridad social que brotaba de una sociedad

    relativamente bien integrada en donde los trabajadores tenan empleo y

    sus reas de residencia contaban con algunos servicios bsicos que les

    permitan absorber la transitoria y marginal cada en el desempleo de

    una pequea fraccin de sus habitantes. Todo eso hoy ha desaparecido,

    junto con el debilitamiento radical de los sindicatos y diversos tipos de

    organizaciones populares y el auge de un individualismo desenfrenado,

    promovido activamente por los seores del mercado y la clase polti-

    ca que gobierna en su nombre, y que anatematiza cualquier estrategia

    colectiva de enfrentamiento de los problemas sociales. Esto forma par-

    te del mecanismo auto-legitimatorio del capitalismo: si a alguien le va

    mal no es por culpa del sistema, sino de los propios individuos. En la

    periferia, elAmerican dreamsufre una metamorfosis digna de un cuentode Kafka y reaparece como la pesadilla de los eternos perdedores, culpa-

    bilizados por las derrotas que les infligen sus enemigos.

    El resultado de esta penosa involucin poltica y social ha sido

    que en las nuevas democracias latinoamericanas los ciudadanos viven

    atrapados y atormentados por una situacin paradojal: mientras que en

    el paraso ideolgico del nuevo capitalismo democrtico la soberanapopular y un amplio repertorio de derechos son reivindicados y exal-

    tados por la institucionalidad del nuevo orden poltico, en la tierra

    prosaica del mercado y la sociedad civil, en los territorios liberados a

    la accin devastadora del capitalismo salvaje, esos mismos ciudadanos

    son meticulosamente despojados de estos derechos mediante ortodoxos

    programas de ajuste y estabilizacin que los excluyen de los beneficios

    del progreso econmico, transformando a la reconquistada democracia

    en un simulacro desprovisto de cualquier contenido sustantivo.

    No sorprende, entonces, que el resultado de este nuevo ciclo dedemocratizacin post-dictaduras haya sido, por lo tanto, un dramtico

    debilitamiento del impulso democrtico. Lejos de haber ayudado a con-

    solidar las incipientes democracias, las polticas neoliberales las han

    socavado, y las consecuencias de esta desafortunada accin se perciben

    ahora con total claridad. Entre nosotros la democracia ha llegado a

    ser ese cascarn vaco del que tantas veces hablara Nelson Mandela,

    donde un nmero cada vez ms creciente de polticos corruptos e irres-

    ponsables administran los pases con la sola preocupacin de agradar

    y satisfacer a las fuerzas del mercado, con una absoluta indiferenciaen relacin al bien comn. Por ello, y retomando el dilogo imaginario

    con Aristteles, estos sistemas polticos que prevalecen en la regin no

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    merecen ser llamados democracias: apenas les cabe el concepto de re-

    gmenes post-dictatoriales, nombre tal vez menos ofensivo que el que

    en estricta justicia les corresponde: plutocracias u oligarquas. De ah

    la desconfianza que suscitan, su baja legitimidad popular y las pocasesperanzas que en ellos depositan los ciudadanos, un fenmeno que,

    como hemos visto, afecta con distintos grados de intensidad a todos los

    pases de Amrica Latina.

    CONCLUSIN

    La desilusin con el desempeo de las democracias en nuestra regin

    no puede ser atribuida a supuestos dficits de nuestra cultura poltica

    o de nuestras tradiciones republicanas. Que tales deficiencias existen

    es indudable, pero que ellas jueguen un papel significativo en la crisis

    de las democracias latinoamericanas es mucho ms debatible. Lo que

    s resulta incuestionable, en cambio, es el fracaso de los gobiernos de-

    mocrticos para hacer realidad la vieja frmula de Lincoln: gobierno

    del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. El desencanto democrtico

    tiene sus races en los malos gobiernos, no en la mala ciudadana.

    Invirtiendo el conocido sarcasmo de Bertolt Brecht, podra decirse que

    ante esta frustracin, de lo que se trata no es de disolver al pueblo sino

    al gobierno, y reemplazarlo por otro mejor10.

    Por eso, desmontar el fetichismo que rodea nuestra vida de-

    mocrtica es una de las contribuciones ms importantes que puede,y debe, hacer el pensamiento crtico de la regin. Uno de los puntos

    cruciales de este programa es la deconstruccin de la falacia encerrada

    en la expresin democracia capitalista (o su equivalente: burguesa)

    y, llamando las cosas por su nombre, hablar en su lugar de capitalis-

    mo democrtico. Tal como lo hemos planteado extensamente en otros

    lugares, no se trata slo de un inocente cambio en el orden de las pa-

    labras (Boron, 2000: 161-166; 2006: 28-58). Con la expresin capita-

    lismo democrtico, lo que se est diciendo es que en estos regmenes

    polticos lo esencial es el capitalismo (y sus privilegiados actores: lasgrandes empresas y sus intereses), y que el componente democrtico

    expresado en el imperio de la soberana popular y la plena expansin

    de la ciudadana constituye un elemento secundario subordinado a

    las necesidades de preservar y reproducir la supremaca del capital. La

    10 Pronunciado cuando, ante las grandes manifestaciones populares en contra del gobier-

    no de la Repblica Democrtica Alemana a comienzos de los aos cincuenta, el drama-

    turgo, de conocida filiacin comunista, se refiri con sorna a una declaracin del partidogobernante que sugera que tales protestas eran impropias del pueblo alemn. Brecht dijo

    entonces que dado que el pueblo alemn no puede disolver a un mal gobierno, el gobierno

    debera disolver al pueblo alemn.

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    frase democracia capitalista, en cambio, paga tributo al fetichismo

    democrtico al sugerir, maosamente, que en esta clase de rgimen lo

    esencial y sustantivo es la soberana popular expresada mediante el

    sufragio universal y que el capitalismo sera tan slo un simple adita-mento que matiza el funcionamiento de un rgimen poltico basado en

    el predominio de los intereses deldemos. Nada podra estar ms alejadode la realidad que tamaa distorsin. En las democracias realmente

    existentes, y no slo en Amrica Latina, quien manda es el capital, y la

    voluntad popular adormecida, narcotizada, manipulada por la indus-

    tria de la publicidad aplicada al control poltico, como lo observara con

    agudeza hace tiempo Noam Chomsky juega un papel absolutamente

    secundario y marginal, con escassima, si no nula, incidencia en la ela-

    boracin de las polticas pblicas de un rgimen erigido en su nombre

    y para la proteccin de sus intereses.

    Podra decirse, ya que hemos iniciado este trabajo con aquel ima-

    ginario retorno a la antigedad clsica, que la expresin capitalismo

    democrtico es una verdaderacontradictio in adjectiodado que, comose ha demostrado hasta el cansancio, la sociedad capitalista impone l-

    mites insuperables a la construccin de un orden poltico genuinamente

    democrtico11. Esto es as debido a que ella se constituye a partir de una

    escisin insuperable, e insanablemente incompatible con la democracia,

    entre vendedores y compradores de fuerza de trabajo, lo que coloca a

    los primeros en una situacin de subordinacin estructural que corroeinexorablemente cualquier tentativa de erigir un rgimen democrtico.

    Que tal cosa no sea producto de nuestro subdesarrollo lo de-

    muestra de sobra la literatura reciente sobre el desencanto democrtico.

    La democracia liberal se enfrenta a su progresivo vaciamiento y su ine-

    vitable desaparicin. Sus deficiencias han adquirido proporciones colo-

    sales, y los descontentos ya son legiones tanto en las naciones capitalis-

    tas avanzadas como en la periferia. Se necesita urgentemente un nuevo

    modelo de democracia. Cierto: su reemplazo todava est en formacin,

    pero las primeras, tempranas seales de su llegada ya son claramentediscernibles. Varios autores, entre ellos C. M. Macpherson y Boaventu-

    ra de Sousa Santos, entre los principales, han examinado a fondo esta

    cuestin y promovido, en palabras de este ltimo, la necesidad de rein-

    ventar la democracia (Santos, 2002; 2005; 2006; Macpherson, 1973).

    Tal como fuera recientemente observado por Colin Crouch (2004)

    en un libro cuyo ttulo lo dice todo: Pos-democracia, tuvimos nuestromomento democrtico alrededor de mediados del siglo veinte, pero

    11 Sobre este tema, la obra de Meiksins Wood (1999) sigue siendo una contribucin ex-

    traordinariamente importante.

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    hoy vivimos en una poca claramente posdemocrtica. Como resulta-

    do, el aburrimiento, la frustracin y la desilusin se han instalado des-

    pus del momento democrtico. El ms somero anlisis de los siste-

    mas polticos autodenominados democrticos demuestra lo siguiente:

    Poderosos intereses minoritarios han llegado a ser mucho ms acti-

    vos que la masa de gente comn [...] las elites polticas han apren-

    dido a manejar y manipular las demandas populares [...] el pueblo

    tiene que ser persuadido de votar en campaas publicitarias hechas

    desde arriba y las empresas globalizadas se han convertido en acto-

    res indisputables y prcticamente omnipotentes en los capitalismos

    democrticos (Crouch, 2004: XX).

    Por una lnea similar transitan las ms recientes reflexiones de Gianni

    Vattimo (2006) sobre este tema. El autor, representante de una lnea

    de pensamiento que l denomina catocomunismo por ser una com-

    binacin creativa y polticamente explosiva, al menos en pases como

    los nuestros entre un catolicismo radical y el comunismo, se pregunta

    qu normalidad puede tener una democracia como la italiana don-

    de para presentar la candidatura a las elecciones hay que disponer de

    ingentes capitales y/o contar con el apoyo de una burocracia partidis-

    ta que mantiene alejado cualquier cambio que la amenace?. Pregunta

    que puede multiplicarse indefinidamente en proporcin directa con elnmero de casos examinados dentro del universo de los capitalismos

    desarrollados. Por eso, concluye que todo el sistema de democracia

    modelo, como la norteamericana, es un testimonio estrepitoso de la

    traicin de los ideales democrticos a favor de la pura y simple pluto-

    cracia (Vattimo, 2006: 102)12.

    Todo lo anterior resulta doblemente cierto en sociedades como

    las latinoamericanas, en donde la autodeterminacin nacional ha sido

    socavada inexorablemente por el peso creciente que fuerzas externas po-

    12 Al momento de comenzar a escribir este trabajo, tenamos algunas dudas en relacin a

    la utilizacin del concepto de plutocracia para describir las actuales democracias latinoa-

    mericanas. Afortunadamente, a escasos das de concluir la redaccin de este texto lleg a

    nuestras manos el libro de Vattimo y comprobamos, con alivio y satisfaccin, que emplea

    el mismo trmino para referirse a los regmenes democrticos del mundo desarrollado.

    Queremos aadir, adems, que el pequeo volumen de Vattimo, antiguo exponente del

    pensamiento dbil, representa una vuelta a lo mejor de sus contribuciones filosficas y el

    abandono de posturas que, durante un tiempo, se identificaron con el eclecticismo y el pos-

    modernismo. En este libro, Vattimo aboga con pasin por la necesidad de refundar el co-

    munismo como nica alternativa de salida a la crisis actual. Uno de los elementos centrales

    de tal operacin debera ser, segn este autor, la recuperacin del intransigente radicalismo

    del mensaje emancipatorio y liberador de Cristo, traicionado por la Iglesia Catlica.

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    lticas y econmicas han asumido en la toma de decisiones domsticas,

    a tal punto que la palabra neo-colonias describe a estos pases mucho

    mejor que la expresin naciones independientes. De esta manera, la

    cuestin que se plantea con ms y ms frecuencia en Latinoamricaes: hasta qu punto es posible hablar de soberana popular esencial

    para una democracia sin soberana nacional? Soberana popular para

    qu? Puede un pueblo sometido al dominio imperialista llegar a tener

    ciudadanos autnomos que decidan sobre su propio destino?

    Bajo estas condiciones altamente desfavorables, slo un modelo

    democrtico muy rudimentario puede sobrevivir, cuya verdadera esen-

    cia, que asoma por debajo de sus apariencias democrticas, lo delata

    como una feroz plutocracia. Por consiguiente, la lucha por la democra-

    cia en Amrica Latina, esto es, la conquista de la igualdad, la justicia,

    la libertad y la participacin ciudadana, es inseparable de una lucha re-

    suelta contra el despotismo del capital global. Ms democracia implica,

    necesariamente, menos capitalismo. Lo que Latinoamrica ha estado

    obteniendo en las dcadas de su democratizacin ha sido ms capita-

    lismo y no verdaderamente ms democracia, y es precisamente contra

    esto que los pueblos de la regin se estn rebelando, cada vez ms.

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