ariel (versión para imprimir)

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Una bonita historia para disfrutar junto a tus hijas.

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  • Ariel (Versin para imprimir) 1

    Ariel (Versin para imprimir)El presente texto ha sido copiado de Wikisource, biblioteca en lnea de textos originales que se encuentran en dominio pblico o que

    hayan sido publicados con una licencia GFDL. Puedes visitarnos en http:/ / es. wikisource. org/ wiki/ Portada'''

    Captulo IPg. 01 de 08

    Ariel Jos Enrique Rod

    Aquella tarde, el viejo y venerado maestro, a quien solan llamar Prspero, por alusin al sabio mago de LaTempestad shakespeariana, se despeda de sus jvenes discpulos, pasado un ao de tareas, congregndolos una vezms a su alrededor.Ya haban llegado a la amplia sala de estudio, en la que un gusto delicado y severo esmerbase por todas partes enhonrar la noble presencia de los libros, fieles compaeros de Prspero. Dominaba en la sala como numen de suambiente sereno un bronce primoroso, que figuraba al ARIEL de La Tempestad. Junto a este bronce, se sentabahabitualmente el maestro, y por ello le llamaban con el nombre del mago a quien sirve y favorece en el drama elfantstico personaje que haba interpretado el escultor. Quiz en su enseanza y su carcter haba, para el nombre,una razn y un sentido ms profundos.Ariel, genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte noble y alada del espritu. Arieles el imperio de la razn y el sentimiento sobre los bajos estmulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, elmvil alto y desinteresado en la accin, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, eltrmino ideal a que asciende la seleccin humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios deCalibn, smbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida.La estatua, de real arte, reproduca al genio areo en el instante en que, libertado por la magia de Prspero, va alanzarse a los aires para desvanecerse en un lampo. Desplegadas las alas; suelta y flotante la leve vestidura, que lacaricia de la luz en el bronce damasquinaba de oro; erguida la amplia frente; entreabiertos los labios por serenasonrisa, todo en la actitud de Ariel acusaba admirablemente el gracioso arranque del vuelo; y con inspiracindichosa, el arte que haba dado firmeza escultural a su imagen haba acertado a conservar en ella, al mismo tiempo,la apariencia serfica y la levedad ideal.Prspero acarici, meditando, la frente de la estatua; dispuso luego al grupo juvenil en torno suyo; y con su firmevoz voz magistral, que tena para fijar la idea e insinuarse en las profundidades del espritu, bien la esclarecedorapenetracin del rayo de luz, bien el golpe incisivo del cincel en el mrmol, bien el toque impregnante del pincel en ellienzo o de la onda en la arena,comenz a decir, frente a una atencin afectuosa:

    Captulo IIPg. 02 de 08

    Ariel Jos Enrique Rod

    Junto a la estatua que habis visto presidir, cada tarde, nuestros coloquios de amigos, en los que he procuradodespojar a la enseanza de toda ingrata austeridad, voy a hablaros de nuevo, para que sea nuestra despedida como elsello estampado en un convenio de sentimientos y de ideas.Invoco a ARIEL como mi numen. Quisiera para mi palabra la ms suave y persuasiva uncin que ella haya tenidojams. Pienso que hablar a la juventud sobre nobles y elevados motivos, cualesquiera que sean, es un gnero deoratoria sagrada. Pienso tambin que el espritu de la juventud es un terreno generoso donde la simiente de una

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    palabra oportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortal vegetacin.Anhelo colaborar en una pgina del programa que, al prepararos a respirar el aire libre de la accin, formularis, sinduda, en la intimidad de vuestro espritu, para ceir a l vuestra personalidad moral y vuestro esfuerzo. Esteprograma propio, que algunas veces se formula y escribe; que se reserva otras para ser revelado en el mismotranscurso de la accin, no falta nunca en el espritu de las agrupaciones y los pueblos que son algo ms quemuchedumbres. Si con relacin a la escuela de la voluntad individual, pudo Goethe decir profundamente que slo esdigno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarlas da a da para s, con tanta ms razn podra decirse queel honor de cada generacin humana exige que ella se conquiste, por la perseverante actividad de su pensamiento,por el esfuerzo propio, su fe en determinada manifestacin del ideal y su puesto en la evolucin de las ideas.Al conquistar los vuestros, debis empezar por reconocer un primer objeto de fe en vosotros mismos. La juventudque vivs es una fuerza de cuya aplicacin sois los obreros y un tesoro de cuya inversin sois responsables. Amad esetesoro y esa fuerza; haced que el altivo sentimiento de su posesin permanezca ardiente y eficaz en vosotros. Yo osdigo con Renan: La juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso, que es la Vida. El descubrimiento querevela las tierras ignoradas necesita completarse con el esfuerzo viril que las sojuzga. Y ningn otro espectculopuede imaginarse ms propio para cautivar a un tiempo el inters del pensador y el entusiasmo del artista, que el quepresenta una generacin humana que marcha al encuentro del futuro, vibrante con la impaciencia de la accin, alta lafrente, en la sonrisa un altanero desdn del desengao, colmada el alma por dulces y remotos mirajes que derramanen ella misteriosos estmulos, como las visiones de Cipango y El Dorado en las crnicas heroicas de losconquistadores.Del renacer de las esperanzas humanas; de las promesas que fan eternamente al porvenir la realidad de lo mejor,adquiere su belleza el alma que se entreabre al soplo de la vida; dulce e inefable belleza, compuesta, como lo estabala del amanecer para el poeta de Las Contemplaciones, de un vestigio de sueo y un principio de pensamiento.La humanidad, renovando de generacin en generacin su activa esperanza y su ansiosa fe en un ideal al travs de ladura experiencia de los siglos, hacia pensar a Guyau en la obsesin de aquella pobre enajenada cuya extraa yconmovedora locura consista en creer llegado, constantemente, el da de sus bodas. Juguete de su ensueo, ellacea cada maana a su frente plida corona de desposada y suspenda de su cabeza el velo nupcial. Con una dulcesonrisa, disponase luego a recibir al prometido ilusorio, hasta que las sombras de la tarde, tras el vano esperar, traanla decepcin a su alma. Entonces, tomaba un melanclico tinte su locura. Pero su ingenua confianza reapareca conla aurora siguiente; y ya sin el recuerdo del desencanto pasado, murmurando: Es hoy cuando vendr, volva a ceirsela corona y el velo y a sonrer en espera del prometido.Es as como, no bien la eficacia de un ideal ha muerto, la humanidad viste otra vez sus galas nupciales para esperarla realidad del ideal soado con nueva fe, con tenaz y conmovedora locura. Provocar esa renovacin, inalterablecomo un ritmo de la Naturaleza, es en todos los tiempos la funcin y la obra de la juventud. De las almas de cadaprimavera humana est tejido aquel tocado de novia. Cuando se trata de sofocar esta sublime terquedad de laesperanza, que brota alada del seno de la decepcin, todos los pesimismos son vanos. Lo mismo los que se fundan enla razn que los que parten de la experiencia, han de reconocerse intiles para contrastar el altanero no importa quesurge del fondo de la Vida. Hay veces en que, por una aparente alteracin del ritmo triunfal, cruzan la historiahumana generaciones destinadas a personificar, desde la cuna, la vacilacin y el desaliento. Pero ellas pasan, nosin haber tenido quiz su ideal como las otras, en forma negativa y con amor inconsciente; y de nuevo se iluminaen el espritu de la humanidad la esperanza en el Esposo anhelado, cuya imagen dulce y radiosa como en los versosde marfil de los msticos, basta para mantener la asimilacin y el contento de la vida, aun cuando nunca haya deencarnarse en la realidad.La juventud, que as significa en el alma de los individuos y de las generaciones, luz, amor, energa, existe y losignifica tambin en el proceso evolutivo de las sociedades. De los pueblos que sienten y consideran la vida comovosotros, sern siempre la fecundidad, la fuerza, el dominio del porvenir.

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    Hubo una vez en que los atributos de la juventud humana se hicieron, ms que en ninguna otra, los atributos de unpueblo, los caracteres de una civilizacin, y en que un soplo de adolescencia encantadora pas rozando la frenteserena de una raza. Cuando Grecia naci, los dioses le regalaron el secreto de su juventud inextinguible. Grecia es elalma joven. Aquel que en Delfos contemplaba la apiada muchedumbre de los jonios dice uno de los himnoshomricos se imagina que ellos no han de envejecer jams. Grecia hizo grandes cosas porque tuvo, de lajuventud, la alegra, que es el ambiente de la accin, y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente. El sacerdoteegipcio con quien Soln habl en el templo de Sais, deca al legislador ateniense, compadeciendo a los griegos porsu volubilidad bulliciosa: No sois sino unos nios! Y Michelet ha comparado la actividad del alma helena con unfestivo juego a cuyo alrededor se agrupan y sonren todas las naciones del mundo. Pero de aquel divino juego denios sobre las playas del Archipilago y a la sombra de los olivos de Jonia, nacieron el arte, la filosofa, elpensamiento libre, la curiosidad de la investigacin, la conciencia de la dignidad humana, todos esos estmulos deDios que son an nuestra inspiracin y nuestro orgullo. Absorto en su austeridad hiertica, el pas del sacerdoterepresentaba, en tanto, la senectud, que se concentra para ensayar el reposo de la eternidad y aleja, con desdeosamano, todo frvolo sueo. La gracia, la inquietud, estn proscriptas de las actitudes de su alma, como del gesto de susimgenes la vida. Y cuando la posteridad vuelve las miradas a l, slo encuentra una estril nocin del ordenpresidiendo al desenvolvimiento de una civilizacin que vivi para tejerse un sudario y para edificar sus sepulcros; lasombra de un comps tendindose sobre la esterilidad de la arena.Las prendas del espritu joven el entusiasmo y la esperanza corresponden en las armonas de la historia y lanaturaleza, al movimiento y a la luz.Adondequiera que volvis los ojos, las encontraris como el ambiente natural de todas las cosas fuertes y hermosas.Levantadlos al ejemplo ms alto: La idea cristiana, sobre la que an se hace pesar la acusacin de haber entristecidola tierra proscribiendo la alegra del paganismo, es una inspiracin esencialmente juvenil mientras no se aleja de sucuna. El cristianismo naciente es, en la interpretacin que yo creo tanto ms verdadera cuanto ms potica deRenan, un cuadro de juventud inmarcesible. De juventud del alma o, lo que es lo mismo, de un vivo sueo, de gracia,de candor, se compone el aroma divino que flota sobre las lentas jornadas del Maestro al travs de los campos deGalilea; sobre sus prdicas, que se desenvuelven ajenas a toda penitente gravedad; junto a un logo celeste; en losvalles abrumados de frutos; escuchadas por las aves del cielo y los lirios de los campos, con que se adornan lasparbolas; propagando la alegra del reino de Dios sobre una dulce sonrisa de la Naturaleza.De este cuadro dichoso, estn ausentes las sectas que acompaaban en la soledad las penitencias del Bautista.Cuando Jess habla de los que a l le siguen, los compara a los paraninfos de un cortejo de bodas.Y es la impresin de aquel divino la que incorporndose a la esencia de la nueva fe, se siente persistir al travs de laodisea de los evangelistas; la que derrama en el espritu de las primeras comunidades cristianas su felicidadcandorosa, su ingenua alegra de vivir; y la que, al llegar a Roma con los ignorados cristianos del Transtevere, lesabre fcil paso en los corazones; porque ellos triunfaron oponiendo el encanto de su juventud interior la de su almaembalsamada por la libacin del vino nuevo a la severidad de los estoicos y a la decrepitud de los mundanos.Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que llevis dentro de vosotros mismos. No creis, sinembargo, que ella est exenta de malograrse y desvanecerse, como un impulso sin objeto, en la realidad. De laNaturaleza es la ddiva del precioso tesoro; pero es de las ideas, que l sea fecundo, o se prodigue vanamente, ofraccionado y disperso en las conciencias personales, no se manifieste en la vida de las sociedades humanas comouna fuerza bienhechora.Un escritor sagaz rastreaba, ha poco, en las pginas de la novela de nuestro siglo, esa inmensa superficie especulardonde se refleja toda entera la imagen de la vida en los ltimos vertiginosos cien aos la psicologa, los estados dealma de la juventud, tales como ellos han sido en las generaciones que van desde los das de Ren hasta los que hanvisto pasar a Des Esseintes.Su anlisis comprobaba una progresiva disminucin de juventud interior y de energa en la serie de personajesrepresentativos que se inicia con los hroes, enfermos, pero a menudo viriles y siempre intensos de pasin, de los

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    romnticos, y termina con los enervados de voluntad y corazn en quienes se reflejan tan desconsoladorasmanifestaciones del espritu de nuestro tiempo como la del protagonista de A rebours o la del Robert Gresleu de LeDisciple.Pero comprobaba el anlisis tambin, un lisonjero renacimiento de animacin y de esperanza en la psicologa de lajuventud de que suele hablarnos una literatura que es quiz nuncio de transformaciones ms hondas; renacimientoque personifican los hroes nuevos de Lematre, de Wyzewa, de Rod, y cuya ms cumplida representacin lo seratal vez el David Grieve con que cierta novelista inglesa contempornea ha resumido en un solo carcter todas laspenas y todas las inquietudes ideales de varias generaciones, para solucionarlas en un supremo desenlace deserenidad y de amor.Madurar en la realidad esa esperanza? Vosotros, los que vais a pasar, como el obrero en marcha a los talleresque le esperan, bajo el prtico del nuevo siglo, reflejaris quiz sobre el arte que os estudie, imgenes msluminosas y triunfales que las que han quedado de nosotros? Si los tiempos divinos en que las almas jvenes dabanmodelos para los dialoguistas radiantes de Platn slo fueron posibles en una breve primavera del mundo; si esfuerza no pensar en los dioses, como aconseja la Forquias del segundo Fausto al coro de cautivas; no nos serlcito, a lo menos, soar con la aparicin de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentimiento ideal, ungrande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento; en las que una vigorosa resurreccin de las energas de lavoluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las almas, todas las cobardas morales que se nutren a lospechos de la decepcin y de la duda? Ser de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de lavida individual?Tal es la pregunta que me inquieta mirndoos. Vuestras primeras pginas, las confesiones que nos habis hecho hastaahora de vuestro mundo ntimo, hablan de indecisin y de estupor a menudo; nunca de enervacin, ni de undefinitivo quebranto de la voluntad. Yo s bien que el entusiasmo es una surgente viva en vosotros. Yo s bien quelas notas de desaliento y de dolor que la absoluta sinceridad del pensamiento virtud todava ms grande que laesperanza ha podido hacer brotar de las torturas de vuestra meditacin, en las tristes e inevitables citas de la Duda,no eran indicio de un estado de alma permanente ni significaron en ningn caso vuestra desconfianza respecto de laeterna virtualidad de la Vida. Cuando un grito de angustia ha ascendido del fondo de vuestro corazn, no lo habissofocado antes de pasar por vuestros labios, con la austera y muda altivez del estoico en el suplicio, pero lo habisterminado con una invocacin al ideal que vendr, con una nota de esperanza mesinica.Por lo dems, al hablaros del entusiasmo y la esperanza, como de altas fecundas virtudes, no es mi propsitoensearos a trazar la lnea infranqueable que separe el escepticismo de la fe, la decepcin de la alegra. Nada mslejos de mi nimo que la idea de confundir con los atributos naturales de la juventud, con la graciosa espontaneidadde su alma, esa indolente frivolidad del pensamiento, que, incapaz de ver ms que el motivo de un juego en laactividad, compra el amor y el contento de la vida al precio de su incomunicacin con todo lo que pueda hacerdetener el paso ante la faz misteriosa y grave de las cosas.No es se el noble significado de la juventud individual, ni se tampoco el de la juventud de los pueblos. Yo heconceptuado siempre vano el propsito de los que constituyndose en avizores vigas del destino de Amrica, encustodios de su tranquilidad, quisieran sofocar, con temeroso recelo, antes de que llegase a nosotros, cualquieraresonancia del humano dolor, cualquier eco venido de literaturas extraas, que, por triste o insano, ponga en peligrola fragilidad de su optimismo. Ninguna firme educacin de la inteligencia puede fundarse en el aislamientocandoroso o en la ignorancia voluntaria. Todo problema propuesto al pensamiento humano por la Duda; toda sincerareconvencin que sobre Dios o la Naturaleza se fulmine, del seno del desaliento y el dolor, tienen derecho a que lesdejemos llegar a nuestra conciencia y a que los afrontemos. Nuestra fuerza de corazn ha de probarse aceptando elreto de la Esfinge, y no esquivando su interrogacin formidable.No olvidis, adems, que en ciertas amarguras del pensamiento hay, como en sus alegras, la posibilidad de encontrarun punto de partida para la accin, hay a menudo sugestiones fecundas. Cuando el dolor enerva; cuando el dolor esla irresistible pendiente que conduce al marasmo o el consejero prfido que mueve a la abdicacin de la voluntad, la

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    filosofa que le lleva en sus entraas es cosa indigna de almas jvenes. Puede entonces el poeta calificarle deindolente soldado que milita bajo las banderas de la muerte. Pero cuando lo que nace del seno del dolor es elanhelo varonil de la lucha para conquistar o recobrar el bien que l nos niega, entonces es un acerado acicate de laevolucin, es el ms poderoso impulso de la vida; no de otro modo que como el hasto, para Helvecio, llega a ser lamayor y ms preciosa de todas las prerrogativas humanas desde el momento en que, impidiendo enervarse nuestrasensibilidad en los adormecimientos del ocio, se convierte en el vigilante estmulo de la accin.En tal sentido, se ha dicho bien que hay pesimismos que tienen la significacin de un optimismo paradjico. Muylejos de suponer la renuncia y la condenacin de la existencia, ellos propagan, con su descontento de lo actual, lanecesidad de renovarla. Lo que a la humanidad importa salvar contra toda negacin pesimista, es, no tanto la idea dela relativa bondad de lo presente, sino la de la posibilidad de llegar a un trmino mejor por el desenvolvimiento de lavida, apresurado y orientado mediante el esfuerzo de los hombres. La fe en el porvenir, la confianza en la eficacia delesfuerzo humano, son el antecedente necesario de toda accin enrgica y de todo propsito fecundo. Tal es la raznpor la que he querido comenzar encarecindoos la inmortal excelencia de esa fe que, siendo en la juventud uninstinto no debe necesitar seros impuesta por ninguna enseanza, puesto que la encontraris indefectiblementedejando actuar en el fondo de vuestro ser la sugestin divina de la Naturaleza.Animados por ese sentimiento, entrad, pues, a la vida, que os abre sus hondos horizontes, con la noble ambicin dehacer sentir vuestra presencia en ella desde el momento en que la afrontis con la altiva mirada del conquistador.Toca al espritu juvenil la iniciativa audaz, la genialidad innovadora. Quiz universalmente, hoy, la accin y lainfluencia de la juventud son en la marcha de las sociedades humanas menos efectivas e intensas que debieran ser.Gaston Deschamps lo haca notar en Francia hace poco, comentando la iniciacin tarda de las jvenes generaciones,en la vida pblica y la cultura de aquel pueblo, y la escasa originalidad con que ellas contribuyen al trazado de lasideas dominantes. Mis impresiones del presente de Amrica, en cuanto ellas pueden tener un carcter general a pesardel doloroso aislamiento en que viven los pueblos que la componen, justificaran acaso una observacin parecida. Ysin embargo, yo creo ver expresada en todas partes la necesidad de una activa revelacin de fuerzas nuevas; yo creoque Amrica necesita grandemente de su juventud. He ah por qu os hablo. He ah por qu me interesaextraordinariamente la orientacin moral de vuestro espritu. La energa de vuestra palabra y vuestro ejemplo puedellegar hasta incorporar las fuerzas vivas del pasado a la obra del futuro. Pienso con Michelet que el verdaderoconcepto de la educacin no abarca slo la cultura del espritu de los hijos por la experiencia de los padres, sinotambin, y con frecuencia mucho ms, la del espritu de los padres por la inspiracin innovadora de los hijos.Hablemos, pues, de cmo consideraris la vida que os espera.

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    Ariel Jos Enrique Rod

    La divergencia de las vocaciones personales imprimir diversos sentidos a vuestra actividad, y har predominar unadisposicin, una aptitud determinada, en el espritu de cada uno de vosotros.Los unos seris hombres de ciencia; los otros seris hombres de arte; los otros seris hombres de accin.Pero por encima de los afectos que hayan de vincularos individualmente a distintas aplicaciones y distintos modos dela vida, debe velar, en lo ntimo de vuestra alma, la conciencia de la unidad fundamental de nuestra naturaleza, queexige que cada individuo humano sea, ante todo y sobre toda otra cosa, un ejemplar no mutilado de la humanidad, enel que ninguna noble facultad del espritu quede obliterada y ningn alto inters de todos pierda su virtudcomunicativa. Antes que las modificaciones de profesin y de cultura est el cumplimiento del destino comn de losseres racionales. Hay una profesin universal, que es la de hombre, ha dicho admirablemente Guyau. Y Renan,recordando, a propsito de las civilizaciones desequilibradas y parciales, que el fin de la criatura humana no puede

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    ser exclusivamente saber, ni sentir, ni imaginar, sino ser real y enteramente humana, define el ideal de perfeccin aque ella debe encaminar sus energas como la posibilidad de ofrecer en un tipo individual un cuadro abreviado de laespecie.Aspirad, pues, a desarrollar, en lo posible, no un solo aspecto sino la plenitud de vuestro ser. No os encojis dehombros delante de ninguna noble y fecunda manifestacin de la naturaleza humana, a pretexto de que vuestraorganizacin individual os liga con preferencia a manifestaciones diferentes. Sed espectadores atenciosos all dondeno podis ser actores.Cuando cierto falssimo y vulgarizado concepto de la educacin, que la imagina subordinada exclusivamente al finutilitario, se empea en mutilar, por medio de ese utilitarismo y de una especializacin prematura, la integridadnatural de los espritus, y anhela proscribir de la enseanza todo elemento desinteresado e ideal, no reparasuficientemente en el peligro de preparar para el porvenir espritus estrechos que, incapaces de considerar ms que elnico de la realidad con que estn inmediatamente en contacto, vivirn separados por helados desiertos de losespritus que, dentro de la misma sociedad, se hayan adherido a otras manifestaciones de la vida.Lo necesario de la consagracin particular de cada uno de nosotros a una actividad determinada, a un solo modo decultura, no excluye, ciertamente, la tendencia a realizar, por la ntima armona del espritu, el destino comn de losseres racionales. Esa actividad, esa cultura, sern slo la nota fundamental de la armona.El verso clebre en que el esclavo de la escena antigua afirm que, pues era hombre, no le era ajeno nada de lohumano, forma parte de los gritos de la solidaridad. Augusto Comte ha sealado bien este peligro de lascivilizaciones avanzadas. Un alto estado de perfeccionamiento social tiene para l un grave inconveniente en lafacilidad con que suscita la aparicin de espritus deformados y estrechos; de espritus muy capaces bajo un nico ymonstruosamente ineptos bajo todos los otros. El empequeecimiento de un cerebro humano por el comerciocontinuo de un solo gnero de ideas, por el ejercicio indefinido de un solo modo de actividad, es para Comte unresultado comparable a la msera suerte del obrero a quien la divisin del trabajo de taller obliga a consumir en lainvariable operacin de un detalle mecnico todas las energas de su vida. En uno y otro caso, el efecto moral esinspirar una desastrosa indiferencia por el general de los intereses de la humanidad. Y aunque esta especie deautomatismo humano agrega el pensador positivista no constituye felizmente sino la extrema influenciadispersiva del principio de especializacin, su realidad, ya muy frecuente, exige que se atribuya a su apreciacin unaverdadera importancia.No menos que a la solidez, daa esa influencia dispersiva a la esttica de la estructura social.La belleza incomparable de Atenas, lo imperecedero del modelo legado por sus manos de diosa a la admiracin y elencanto de la humanidad, nacen de que aquella ciudad de prodigios fund su concepcin de la vida en el concierto detodas las facultades humanas, en la libre y acordada expansin de todas las energas capaces de contribuir a la gloriay al poder de los hombres. Atenas supo engrandecer a la vez el sentido de lo ideal y el de lo real, la razn y elinstinto, las fuerzas del espritu v las del cuerpo. Cincel las cuatro faces del alma. Cada ateniense libre describe enderredor de s, para contener su accin, un crculo perfecto, en el que ningn desordenado impulso quebrantar lagraciosa proporcin de la lnea. Es atleta y escultura viviente en el gimnasio, ciudadano en el Pnix, polemista ypensador en los prticos. Ejercita su voluntad en toda suerte de accin viril y su pensamiento en toda preocupacinfecunda. Por eso afirma Macaulay que un da de la vida pblica del Atica es ms brillante programa de enseanzaque los que hoy calculamos para nuestros modernos centros de instruccin.Y de aquel libre y nico florecimiento de la plenitud de nuestra naturaleza, surgi el milagro griego, una inimitable yencantadora mezcla de animacin y de serenidad, una primavera del espritu humano, una sonrisa de la historia.En nuestros tiempos, la creciente complejidad de nuestra civilizacin privara de toda seriedad al pensamiento derestaurar esa armona, slo posible entre los elementos de una graciosa sencillez. Pero dentro de la mismacomplejidad de nuestra cultura; dentro de la diferenciacin progresiva de caracteres, de aptitudes, de mritos, que esla ineludible consecuencia del progreso en el desenvolvimiento social, cabe salvar una razonable participacin detodos en ciertas ideas y sentimientos fundamentales que mantengan la unidad y el concierto de la vida, en ciertos

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    intereses del alma, ante los cuales la dignidad del ser racional no consiente la indiferencia de ninguno de nosotros.Cuando el sentido de la utilidad material y el bienestar domina en el carcter de las sociedades humanas con laenerga que tiene en lo presente, los resultados del espritu estrecho y la cultura unilateral son particularmentefunestos a la difusin de aquellas preocupaciones puramente ideales que, siendo objeto de amor para quienes lesconsagran las energas ms nobles y perseverantes de su vida, se convierten en una remota y quiz no sospechadaregin, para una inmensa parte de los otros.Todo gnero de meditacin desinteresada, de contemplacin ideal, de tregua ntima, en la que los diarios afanes porla utilidad cedan transitoriamente su imperio a una mirada noble y serena tendida de lo alto de la razn sobre lascosas, permanece ignorado, en el estado actual de las sociedades humanas, para millones de almas civilizadas ycultas, a quienes la influencia de la educacin o la costumbre reduce al automatismo de una actividad, en definitiva,material.Y bien: este gnero de servidumbre debe considerarse la ms triste y oprobiosa de todas las condenaciones morales.Yo os ruego que os defendis, en la milicia de la vida, contra la mutilacin de vuestro espritu por la tirana de unobjetivo nico e interesado. No entreguis nunca a la utilidad o a la pasin sino una parte de vosotros. Aun dentro dela esclavitud material hay la posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razn y el sentimiento. No tratis, pues,de justificar, por la absorcin del trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espritu.Encuentro el smbolo de lo que debe ser nuestra alma en un cuento que evoco de un empolvado rincn de mimemoria.Era un rey patriarcal, en el Oriente indeterminado e ingenuo donde gusta hacer nido la alegre bandada de los cuentos.Viva su reino la candorosa infancia de las tiendas de Ismael y los palacios de Pilos. La tradicin le llam despus,en la memoria de los hombres, el rey hospitalario. Inmensa era la piedad del rey. A desvanecerse en ella tenda,como por su propio peso, toda desventura. A su hospitalidad acudan lo mismo por blanco pan el miserable que elalma desolada por el blsamo de la palabra que acaricia. Su corazn reflejaba, como sensible placa sonora, el ritmode los otros. Su palacio era la casa del pueblo.Todo era libertad y animacin dentro de este augusto recinto, cuya entrada nunca hubo guardas que vedasen. En losabiertos prticos, formaban corros los pastores cuando consagraban a rsticos conciertos sus ocios; platicaban al caerla tarde los ancianos; y frescos grupos de mujeres disponan, sobre trenzados juncos, las flores y los racimos de quese compona nicamente el diezmo real. Mercaderes de Ofir, buhoneros de Damasco, cruzaban a toda hora laspuertas anchurosas y ostentaban en competencia, ante las miradas del rey, las telas, las joyas, los perfumes. Junto asu trono reposaban los abrumados peregrinos. Los pjaros se citaban al medioda para recoger las migajas de sumesa; y con el alba, los nios llegaban en bandas bulliciosas al pie del lecho en que dorma el rey de barba de plata yle anunciaban la presencia del sol.Lo mismo a los seres sin ventura que a las cosas sin alma alcanzaba su liberalidad infinita. La Naturaleza sentatambin la atraccin de su llamado generoso; vientos y aves y plantas parecan buscar, como en el mito de Orfeo yen la leyenda de San Francisco de Ass, la amistad humana en aquel oasis de hospitalidad. Del germen cado alacaso, brotaban y florecan, en las junturas de los pavimentos y los muros, los alheles de las ruinas, sin que unamano cruel los arrancase ni los hollara un pie maligno. Por las francas ventanas se tendan al interior de las cmarasdel rey las enredaderas osadas y curiosas. Los fatigados vientos abandonaban largamente sobre el alczar real sucarga de aromas y armonas. Empinndose desde el vecino mar, como si quisieran ceirse en un abrazo, lesalpicaban las olas con su espuma. Y una libertad paradisial, una inmensa reciprocidad de confianza, mantenan pordondequiera la animacin de una fiesta inextinguible...Pero dentro, muy dentro; aislada del alczar ruidoso por cubiertos canales; oculta a la mirada vulgar como la perdida iglesia de Uhland en lo esquivo del bosque al cabo de ignorados senderos, una misteriosa sala se extenda, en la que a nadie era lcito poner la planta sino al mismo rey, cuya hospitalidad se trocaba en sus umbrales en la apariencia de asctico egosmo. Espesos muros la rodeaban. Ni un eco del bullicio exterior; ni una nota escapada al concierto de la Naturaleza, ni una palabra desprendida de labios de los hombres, lograban traspasar el

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    espesor de los sillares de prfido y conmover una onda del aire en la prohibida estancia. Religioso silencio velaba enella la castidad del aire dormido. La luz, que tamizaban esmaltadas vidrieras, llegaba lnguida, medido el paso poruna inalterable igualdad, y se dilua, como copo de nieve que invade un nido tibia, en la calma de un ambienteceleste. Nunca rein tan honda paz: ni en ocenica gruta, ni en soledad nemorosa.Alguna vez, -cuando la noche era difana y tranquila, abrindose a modo de dos valvas de ncar la artesonadatechumbre, dejaba cernerse en su lugar la magnificencia de las sombras serenas. En el ambiente flotaba como unaonda indisipable la casta esencia del nenfar, el perfume sugeridor del adormecimiento penseroso y de lacontemplacin del propio ser. Graves caritides custodiaban las puertas de marfil en la actitud del silenciario. En lostesteros, esculpidas imgenes hablaban de idealidad, de ensimismamiento, de reposo...Y el viejo rey aseguraba que, aun cuando a nadie fuera dado acompaarle hasta all, su hospitalidad segua siendo enel misterioso seguro tan generosa y grande como siempre, slo que los que l congregaba dentro de sus murosdiscretos eran convidados impalpables y huspedes sutiles. En l soaba, en l se libertaba de la realidad, el reylegendario; en l sus miradas se volvan a lo interior y se bruan en la meditacin sus pensamientos como las guijaslavadas por la espuma; en l se desplegaban sobre su noble frente las blancas alas de Psiquis... Y luego, cuando lamuerte vino a recordarle que l no haba sido sino un husped ms en su palacio, la impenetrable estancia quedclausurada y muda para siempre; para siempre abismada en su reposo infinito; nadie la profan jams, porque nadiehubiera osado poner la planta irreverente all donde el viejo rey quiso estar solo con sus sueos y aislado en la ltimaTule de su alma.Yo doy al cuento el escenario de vuestro reino interior. Abierto con una saludable liberalidad, como la casa delmonarca confiado, a todas las corrientes del mundo, exista en l, al mismo tiempo, la celda escondida y misteriosaque desconozcan los huspedes profanos y que a nadie ms que a la razn serena pertenezca. Slo cuando penetrisdentro del inviolable seguro podris llamaros, en realidad, hombres libres. No lo son quienes, enajenandoinsensatamente el dominio de s a favor de la desordenada pasin o el inters utilitario, olvidan que, segn el sabioprecepto de Montaigne, nuestro espritu puede ser objeto de prstamo, pero no de cesin.Pensar, soar, admirar: he ah los nombres de los sutiles visitantes de mi celda. Los antiguos los clasificaban dentrode su noble inteligencia del ocio, que ellos tenan por el ms elevado empleo de una existencia verdaderamenteracional, identificndolo con la libertad del pensamiento emancipado de todo innoble yugo. El ocio noble era lainversin del tiempo que oponan, como expresin de la vida superior, a la actividad econmica. Vinculandoexclusivamente a esa alta y aristocrtica idea del reposo su concepcin de la dignidad de la ida, el espritu clsicoencuentra su correccin y su complemento en nuestra moderna creencia en la dignidad del trabajo til; y entrambasatenciones del alma pueden componer, en la existencia individual, un ritmo, sobre cuyo mantenimiento necesarionunca ser inoportuno insistir.La escuela estoica, que ilumin el ocaso de la antigedad como por un anticipado resplandor del cristianismo, nos halegado una sencilla y conmovedora imagen de la salvacin de la libertad interior, aun en medio a los rigores de laservidumbre, en la hermosa figura de Cleanto; de aquel Cleanto que, obligado a emplear la fuerza de sus brazos deatleta en sumergir el cubo de una fuente y mover la piedra de un molino, conceda a la meditacin las treguas delquehacer miserable y trazaba, con encallecida mano, sobre las piedras del camino, las mximas odas de labios deZenn. Toda educacin racional, todo perfecto cultivo de nuestra naturaleza tomarn por punto de partida laposibilidad de estimular, en cada uno de nosotros, la doble actividad que simboliza Cleanto.Una vez ms: el principio fundamental de vuestro desenvolvimiento, vuestro lema en la vida, deben ser mantener laintegridad de vuestra condicin humana. Ninguna funcin particular debe prevalecer jams sobre esa finalidadsuprema. Ninguna fuerza aislada puede satisfacer los fines racionales de la existencia individual, como no puedeproducir el ordenado concierto de la existencia colectiva. As como la deformidad y el empequeecimiento son, en elalma de los individuos, el resultado de un exclusivo objeto impuesto a la accin y un solo modo de cultura, lafalsedad de lo artificial vuelve efmera la gloria de las sociedades que han sacrificado el libre desarrollo de susensibilidad y su pensamiento, ya a la actividad mercantil, como en Fenicia; ya a la guerra, como en Esparta; ya al

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    misticismo, como en el terror del milenario; ya a la vida de sociedad y de saln, como en la Francia del siglo XVIII.Y preservndoos contra toda mutilacin de vuestra naturaleza moral; aspirando a la armoniosa expansin de vuestroser en todo noble sentido; pensad al mismo tiempo en que la ms fcil y frecuente de las mutilaciones es, en elcarcter actual de las sociedades humanas, la que obliga al alma a privarse de ese gnero de vida interior, dondetienen su ambiente propio todas las cosas delicadas y nobles que, a la intemperie de la realidad, quema el aliento dela pasin impura y el inters utilitario proscribe: la vida de que son parte la meditacin desinteresada, lacontemplacin ideal, el ocio antiguo, la impenetrable estancia de mi cuento!

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    Ariel Jos Enrique Rod

    As como el primer impulso de la profanacin ser dirigirse a lo ms sagrado del santuario, la regresinvulgarizadora contra la que os prevengo comenzar por sacrificar lo ms delicado del espritu. De todos loselementos superiores de la existencia racional, es el sentimiento de lo bello, la visin clara de la hermosura de lascosas, el que ms fcilmente marchita la aridez de la vida limitada a la invariable descripcin del crculo vulgar,convirtindole en el atributo de una minora que lo custodia, dentro de cada sociedad humana, como el depsito deun precioso abandono. La emocin de belleza es al sentimiento de las idealidades como el esmalte del anillo. Elefecto del contacto brutal por ella empieza fatalmente, y es sobre ella como obra de modo ms seguro. Una absolutaindiferencia llega a ser, as, el carcter normal, con relacin a lo que debiera ser universal amor de las almas. No esms intensa la estupefaccin del hombre salvaje en presencia de los instrumentos y las formas materiales de lacivilizacin, que la que experimenta un nmero relativamente grande de hombres cultos frente a los actos en que serevele el propsito y el hbito de conceder una seria realidad a la relacin hermosa de la vida.El argumento del apstol traidor ante el vaso de nardo derramado intilmente sobre la cabeza del Maestro, es,todava, una de las frmulas del sentido comn. La superfluidad del arte no vale para la masa annima los trescientosdenarios. Si acaso la respeta, es como a un culto esotrico. Y sin embargo, entre todos los elementos de educacinhumana que pueden contribuir a formar un amplio y noble concepto de la vida, ninguno justificara ms que el arteun inters universal, porque ninguno encierra, segn la tesis desenvuelta en elocuentes pginas de Schiller, lavirtualidad de una cultura ms extensa y completa, en el sentido de prestarse a un acordado estmulo de todas lasfacultades del alma.Aunque el amor y la admiracin de la belleza no respondiesen a una noble espontaneidad del ser racional y notuvieran, con ello, suficiente valor para ser cultivados por s mismos, sera un motivo superior de moralidad el queautorizara a proponer la cultura de los sentimientos estticos como un alto inters de todos. Si a nadie es dadorenunciar a la educacin del sentimiento moral, este deber trae implcito el de disponer el alma para clara visin de labelleza. Considerad al educado sentido de lo bello el colaborador ms eficaz en la formacin de un delicado instintode justicia. La dignificacin, el ennoblecimiento interior, no tendrn nunca artfice ms adecuado. Nunca la criaturahumana se adherir de ms segura manera al cumplimiento del deber que cuando, adems de sentirle como unaimposicin, le sienta estticamente como una armona. Nunca ella ser ms plenamente buena que cuando sepa, enlas formas con que se manifieste activamente su virtud, respetar en los dems el sentimiento de lo hermoso.Cierto es que la santidad del bien purifica y ensalza todas las groseras apariencias. Puede l indudablemente realizarsu obra sin darle el prestigio exterior de la hermosura. Puede el amor caritativo llegar a la sublimidad con mediostoscos, desapacibles y vulgares. Pero no es slo ms hermosa, sino mayor, la caridad que anhela transmitirse en lasformas de lo delicado y lo selecto; porque ella aade a sus dones un beneficio ms, una dulce e inefable caricia queno se sustituye con nada y que realza el bien que se concede, como un toque de luz.

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    Dar a sentir lo hermoso es obra de misericordia. Aquellos que exigiran que el bien y la verdad se manifestaseninvariablemente en formas adustas y severas me han parecido siempre amigos traidores del bien y la verdad. Lavirtud es tambin un gnero de arte, un arte divino; ella sonre maternalmente a las Gracias. La enseanza que seproponga fijar en los espritus la idea del deber, como la de la ms seria realidad, debe tender a hacerla concebir almismo tiempo como la ms alta poesa. Guyau, que es rey en las comparaciones hermosas, se vale de unainsustituible para expresar este doble objeto de la cultura moral. Recuerda el pensador los esculpidos respaldos delcoro de una gtica iglesia, en los que la madera labrada bajo la inspiracin de la fe representa, en una faz, escenas deuna vida de santo, en la otra faz, ornamentales crculos de flores. Por tal manera, a cada gesto del santo, significativode su piedad o su martirio; a cada rasgo de su fisonoma o su actitud, corresponde, del opuesto lado, una corola o unptalo. Para acompaar la representacin simblica del bien, brotan, ya un lirio, ya una rosa. Piensa Guyau que no deotro modo debe estar esculpida nuestra alma; y l mismo, el dulce maestro, no es, por la evanglica hermosura de sugenio de apstol, un ejemplo de esa viva armona?Yo creo indudable que el que ha aprendido a distinguir de lo delicado lo vulgar, lo feo de lo hermoso, lleva hechamedia jornada para distinguir lo malo de lo bueno. No es, por cierto, el buen gusto, como querra cierto livianodilettantismo moral, el nico criterio para apreciar la legitimidad de las acciones humanas; pero menos debeconsiderrsele, con el criterio de un estrecho ascetismo, una tentacin del error y una sirte engaosa. No lesealaremos nosotros como la senda misma del bien; s como un camino paralelo y cercano que mantiene muyaproximados a ella el paso y la mirada del viajero. A medida que la humanidad avance, se concebir ms claramentela ley moral como una esttica de la conducta. Se huir del mal y del error como de una disonancia; se buscar lobueno como el placer de una armona. Cuando la severidad estoica de Kant inspira, simbolizando el espritu de tica,las austeras palabras: Dorma, y so que la vida era belleza; despert y advert que ella es deber, desconoce que,si el deber es la realidad suprema, en ella puede hallar realidad el objeto de su sueo, porque la conciencia deber ledar, con la visin clara de lo bueno, la complacencia de lo hermoso.En el alma del redentor, del misionero, del filntropo, debe exigirse tambin entendimiento de hermosura, haynecesidad de que colaboren ciertos elementos del genio del artista. Es inmensa la parte que corresponde al don dedescubrir y revelar la ntima belleza de las ideas, en la eficacia de grandes revoluciones morales. Hablando de la msalta de todas, ha podido decir Renan profundamente que la poesa del precepto, que le hace amar, significa ms queel precepto mismo, tomado como verdad abstracta. La originalidad de la obra de Jess no est, efectivamente, en laacepcin literal de su doctrina, puesto que ella puede reconstituirse toda entera sin salirse de la moral de laSinagoga, buscndola desde el Deuteronomio hasta el Talmud, sino en haber hecho sensible, con su prdica, lapoesa del precepto, es decir, su belleza ntima.Plida gloria ser la de las pocas y las comuniones que menosprecien esa relacin esttica de su vida o de supropaganda. El ascetismo cristiano, que no supo encarar ms que una sola faz del ideal, excluy de su concepto de laperfeccin todo lo que hace a la vida amable, delicada y hermosa; y su espritu estrecho sirvi para que el instintoindomable de la libertad, volviendo en una de esas arrebatadas reacciones del espritu humano, engendrase, en laItalia del Renacimiento, un tipo de civilizacin que consider vanidad el bien moral y slo crey en la virtud de laapariencia fuerte y graciosa. El puritanismo, que persigui toda belleza y toda seleccin intelectual; que velindignado la casta desnudez de las estatuas; que profes la afectacin de la fealdad, en las maneras, en el traje, en losdiscursos; la secta triste que, imponiendo su espritu desde el Parlamento ingls, mand extinguir las fiestas quemanifestasen alegra y segar los rboles que diesen flores, tendi junto a la virtud, al divorciarla del sentimiento delo bello, una sombra de muerte que an no ha conjurado enteramente Inglaterra, y que dura en las menos amablesmanifestaciones de su religiosidad y sus costumbres. Macaulay declara preferir la grosera caja de plomo en que lospuritanos guardaron el tesoro de la libertad, al primoroso cofre esculpido en que la corta de Carlos II hizo acopio desus refinamientos. Pero como ni la libertad ni la virtud necesitan guardarse en caja de plomo, mucho ms que todaslas severidades de ascetas y de puritanos, valdrn siempre, para la educacin de la humanidad, la gracia del idealantiguo, la moral armoniosa de Platn, el movimiento pulcro y elegante con que la mano de Arenas tom, parallevarla a los labios, la copa de la vida.

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    La perfeccin de la moralidad humana consistira en infiltrar el espritu de la caridad en los moldes de la eleganciagriega. Y esta suave armona ha tenido en el mundo una pasajera realizacin. Cuando la palabra del cristianismonaciente llegaba con San Pablo al seno de las colonias griegas de Macedonia, a Tesalnica y Filipos, y el Evangelio,an puro, se difunda en el alma de aquellas sociedades finas y espirituales en las que el sello de la cultura helnicamantena una encantadora espontaneidad de distincin, pudo creerse que los dos ideales ms altos de la historia ibana enlazarse para siempre. En el estilo epistolar de San Pablo queda la huella de aquel momento en que la caridad seheleniza. Este dulce consorcio dur poco. La armona y la serenidad de la concepcin pagana de la vida se apartaroncada vez ms de la idea nueva que marchaba entonces a la conquista del mundo. Pero para concebir la manera comopodra sealarse al perfeccionamiento moral de la humanidad un paso adelante, sera necesario soar que el idealcristiano se reconcilia de nuevo con la serena y luminosa alegra de la antigedad; imaginarse que el Evangelio sepropaga otra vez en Tesalnica y Filipos.Cultivar el buen gusto no significa slo perfeccionar una forma exterior de la cultura, desenvolver una aptitudartstica, cuidar, con exquisitez superflua, una elegancia de la civilizacin. El buen gusto es una rienda firme delcriterio. Martha ha podido atribuirle exactamente la significacin de una segunda conciencia que nos orienta y nosdevuelve a la luz cuando la primera se oscurece y vacila. El sentido delicado de la belleza es, para Bagehot, un aliadodel tacto seguro de la vida y de la dignidad de las costumbres. La educacin del buen gusto agrega el sabiopensador se dirige a favorecer el ejercicio del buen sentido, que es nuestro principal punto de apoyo en lacomplejidad de la vida civilizada. Si algunas veces veis unida esa educacin, en el espritu de los individuos y lassociedades, al extravo del sentimiento o la moralidad, es porque en tales casos ha sido cultiva como fuerza aislada yexclusiva, imposibilitndose de ese modo el efecto de perfeccionamiento moral que ella puede ejercer dentro de unorden de cultura en el que ninguna facultad del espritu sea desenvuelta prescindiendo de su relacin con las otras.En el alma que haya sido objeto de una estimulacin armnica y perfecta, la gracia ntima y la delicadeza delsentimiento de lo bello sern una misma cosa con la fuerza y la rectitud de la razn. No de otra manera observaTaine que, en las grandes obras de la arquitectura antigua, la belleza es una manifestacin sensible de la solidez, laelegancia se identifica con la apariencia de la fuerza: las mismas lneas del Panten que halagan a la mirada conproporciones armoniosas, contentan a la inteligencia con promesas de eternidad.Hay una relacin orgnica, una natural y estrecha simpata, que vincula a las subversiones del sentimiento y de lavoluntad con las falsedades y las violencias del mal gusto. Si nos fuera dado penetrar en el misterioso laboratorio delas almas y se construyera la historia ntima de las del pasado para encontrar la frmula de sus definitivos caracteresmorales, sera un interesante objeto de estudio determinar la parte que corresponde, entre los factores de la refinadaperversidad de Nern, al germen de histrionismo monstruoso depositado en el alma de aquel cmico sangriento porla retrica afectada de Sneca. Cuando se evoca la oratoria de la Convencin y el hbito de una abominableperversin retrica se ve aparecer por todas partes, como la piel felina del jacobinismo, es imposible dejar derelacionar, como los radios que parten de un mismo centro, como los accidentes de una misma insania, el extravodel gusto, el vrtigo del sentido moral y la limitacin fantica de la razn.Indudablemente, ninguno ms seguro entre los resultados de la esttica que el que nos ensea a distinguir en la esferade lo relativo, lo bueno y lo verdadero, de lo hermoso, y a aceptar la posibilidad de una belleza del mal y del error.Pero no se necesita desconocer esta verdad, definitivamente verdadera, para creer en el encadenamiento simptico detodos aquellos altos fines del alma, y considerar a cada uno de ellos como el punto de partida, no nico, pero s msseguro, de donde sea posible dirigirse al encuentro de los otros.La idea de un superior acuerdo entre el buen gusto y el sentimiento oral es, pues, exacta, lo mismo en el espritu delos individuos que en el espritu de las sociedades. Por lo que respecta a estas ltimas, esa relacin podra tener susmbolo en la que Rosenkranz afirmaba existir entre la libertad y el orden moral, por una parte, y por la otra labelleza de las formas humanas como un resultado del desarrollo de las razas en el tiempo. Esa belleza tpica refleja,para el pensamiento hegeliano, el efecto ennoblecedor de la libertad; la esclavitud afea al mismo tiempo queenvilece; la conciencia de su armonioso desenvolvimiento imprime a las razas libres el sello exterior de la

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    hermosura.En el carcter de los pueblos, los dones derivados de un gusto fino, el dominio de las formas graciosas, la delicadaaptitud de interesar, la virtud de hacer amables las ideas, se identifican, adems, con el genio de la propaganda,es decir: con el don poderoso de la universalidad. Bien sabido es que, en mucha parte, a la posesin de aquellosatributos escogidos, debe referirse la significacin humana que el espritu francs acierta a comunicar cuanto elige yconsagra. Las ideas adquieren alas potentes y veloces, no en el helado seno de la abstraccin, sino en el luminoso yclido ambiente de la forma. Su superioridad de difusin, su prevalencia a veces, dependen de que las Gracias lashayan baado con su luz. Tal as, en las evoluciones de la vida, esas encantadoras exterioridades de la naturaleza,que parecen representar, exclusivamente, la ddiva de una caprichosa superfluidad, la msica, el pintado plumaje,de las aves: y, como reclamo para el insecto propagador del polen fecundo, el matiz de las flores, su perfume, handesempeado, entre los elementos de la concurrencia vital, una funcin realsima; puesto que significando unasuperioridad de motivos, una razn de preferencia para las atracciones del amor, han hecho prevalecer, dentro decada especie, a los seres mejor dotados de hermosura sobre los menos ventajosamente dotados.Para un espritu en que exista el amor instintivo de lo bello, hay, sin duda, cierto gnero de mortificacin, enresignarse a defenderle por medio de una serie de argumentos que se funden en otra razn, en otro principio, elmismo irresponsable y desinteresado amor de la belleza, en la que halla satisfaccin uno de los impulsosfundamentales de la existencia racional. Infortunadamente, este motivo superior pierde su imperio sobre un inmensonmero de hombres, a quienes es necesario ensear el respeto debido a ese amor del cual no participan, revelndolescules son las relaciones que lo vinculan a otros gneros de intereses humanos. Para ello, deber lucharse muy amenudo con el concepto vulgar de estas relaciones. En efecto: todo lo que tienda a suavizar los contornos delcarcter social y las costumbres; a aguzar el sentido de la belleza; a hacer del gusto una delicada impresionabilidaddel espritu y de la gracia una forma universal de la actividad, equivale, para el criterio de muchos devotos de losevero o de lo til, a menoscabar el temple varonil y heroico de las sociedades, por una parte, su capacidad utilitariay positiva, por la otra. He ledo en Los trabajadores del mar que, cuando un buque de vapor surc por primera vez lasondas del canal de la Mancha, los campesinos de Jersey lo anatematizaban en nombre de una tradicin popular queconsideraba elementos irreconciliables y destinados fatdicamente a la discordia, el agua y el fuego. El criteriocomn abunda en la creencia de enemistades parecidas. Si os proponis vulgarizar el respeto por lo hermoso,empezad por hacer comprender la posibilidad de un armnico concierto de todas las legtimas actividades humanas,y sa ser ms fcil tarea que la de convertir directamente el amor de la hermosura, por ella misma, en atributo de lamultitud. Para que la mayora de los hombres no se sientan inclinados a expulsar a las golondrinas de la casa,siguiendo el consejo de Pitgoras, es necesario argumentarles, no con la gracia monstica del ave ni su leyenda devirtud, sino con que la permanencia de sus nidos no es en manera alguna inconciliable con la seguridad de lostejados!

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    A la concepcin de la vida racional que se funda en el libre y armonioso desenvolvimiento de nuestra naturaleza eincluye, por lo tanto, entre sus fines esenciales, el que se satisface con la contemplacin sentida de lo hermoso, seopone como norma de conducta humana la concepcin utilitaria, por lo cual nuestra actividad, toda entera, seorienta en relacin a la inmediata finalidad del inters.La inculpacin de utilitarismo estrecho que suele dirigirse al espritu de nuestro siglo, en nombre del ideal, y con rigores de anatema, se funda, en parte, sobre el desconocimiento de que sus titnicos esfuerzos por la subordinacin de las fuerzas de la naturaleza a la voluntad humana y por la extensin del bienestar material, son un trabajo necesario que preparar, como el laborioso enriquecimiento de una tierra agotada, la florescencia de idealismos

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    futuros. La transitoria predominancia de esa funcin de utilidad que ha absorbido a la vida agitada y febril de estoscien aos sus ms potentes energas, explica, sin embargo, ya que no las justifique, muchas nostalgiasdolorosas, muchos descontentos y agravios de la inteligencia, que se traducen, bien por una melanclica y exaltadaidealizacin de lo pasado, bien por una desesperanza cruel del porvenir. Hay, por ello, un fecundsimo, unbienaventurado pensamiento, en el propsito de cierto grupo de pensadores de las ltimas generaciones, entre loscuales slo quiero citar una vez ms la noble figura de Guyau, que han intentado sellar la reconciliacin definitivade las conquistas del siglo con la renovacin de muchas viejas devociones humanas, y que han invertido en esa obrabendita tantos tesoros de amor como de genio.Con frecuencia habris odo atribuir a dos causas fundamentales el desborde del espritu de utilidad que da su nota ala fisonoma moral del siglo presente, con menoscabo de la consideracin esttica y desinteresada de la vida. Lasrevelaciones de la ciencia de la naturaleza que, segn intrpretes, ya adversos, ya favorables a ellas, convergen adestruir toda idealidad por su base, son la una, la universal difusin y el triunfo de las ideas democrticas, la otra.Yo me propongo hablaros exclusivamente de esta ltima causa; porque confo en que vuestra primera iniciacin enlas revelaciones de la ciencia ha sido dirigida como para preservaros del peligro de una interpretacin vulgar. Sobrela democracia pesa la acusacin de guiar a la humanidad, mediocrizndola, a un Sacro Imperio del utilitarismo. Laacusacin se refleja con vibrante intensidad en las pginas para m siempre llenas de un sugestivo encanto delms amable entre los maestros del espritu moderno: en las seductoras pginas de Renan, a cuya autoridad ya mehabis odo varias veces referirme y de quien pienso volver a hablaros a menudo. Leed a Renan, aquellos de vosotrosque lo ignoris todava, y habris de amarle como yo. Nadie como l me parece, entre los modernos, dueo de esearte de ensear con gracia, que Anatole France considera divino. Nadie ha acertado como l a hermanar, con lairona, la piedad. Aun en el rigor del anlisis, sabe poner la uncin del sacerdote. Aun cuando ensea a dudar, susuavidad exquisita tiende una onda balsmica sobre la duda. Sus pensamientos suelen dilatarse, dentro de nuestraalma, con ecos tan inefables y tan vagos, que hacen pensar en una religiosa msica de ideas. Por su infinitacomprensibilidad ideal, acostumbran las clasificaciones de la crtica personificar en l el alegre escepticismo de losdilettanti que convierten en traje de mscara la capa del filsofo; pero si alguna vez intimis dentro de su espritu,veris que la tolerancia vulgar de los escpticos se distingue de su tolerancia como la hospitalidad galante de unsaln, del verdadero sentimiento de la caridad.Piensa, pues, el maestro, que una alta preocupacin por los intereses ideales de la especie es opuesta del todo al espritu de la democracia. Piensa que la concepcin de la vida, en una sociedad donde ese espritu domine, se ajustar progresivamente a la exclusiva persecucin del bienestar material como beneficio propagable al mayor nmero de personas. Segn l, siendo la democracia la entronizacin de Calibn, Ariel no puede menos que ser el vencido de ese triunfo. Abundan afirmaciones semejantes a stas de Renan en la palabra de muchos de los ms caracterizados representantes que los intereses de la cultura esttica y la seleccin del espritu tienen en el pensamiento contemporneo. As, Bourget se inclina a creer que el triunfo universal de las instituciones democrticas har perder a la civilizacin en profundidad lo que la hace ganar en extensin. Ve su forzoso trmino en el imperio de un individualismo mediocre. Quien dice democracia agrega el sagaz autor de Andr Cornelis dice desenvolvimiento progresivo de las tendencias individuales y disminucin de la cultura. Hay en la cuestin que plantean estos juicios severos, un inters vivsimo, para los que amamos al mismo tiempo por convencimiento, la obra de la Revolucin, que en nuestra Amrica se enlaza adems con las glorias de su Gnesis; y por instinto, la posibilidad de una noble y selecta vida espiritual que en ningn caso haya de ver sacrificada su serenidad augusta a los caprichos de la multitud. Para afrontar el problema, es necesario empezar por reconocer que cuando la democracia no enaltece su espritu por la influencia de una fuerte preocupacin ideal que comparta su imperio con la preocupacin de los intereses materiales, ella conduce fatalmente a la privanza de la mediocridad, y carece, ms que ningn otro rgimen, de eficaces barrera con las cuales asegurar dentro de un ambiente adecuado la inviolabilidad de la alta cultura. Abandonada a s misma, sin la constante rectificacin de una activa autoridad moral que la depure y encauce sus tendencias en el sentido de la dignificacin de la vida, la democracia extinguir gradualmente toda idea de superioridad que no se traduzca en una mayor y ms osada aptitud para las luchas del inters, que son

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    entonces la forma ms innoble de las brutalidades de la fuerza. La seleccin espiritual, el enaltecimiento de la vidapor la presencia de estmulos desinteresados, el gusto, el arte, la suavidad de las costumbres, el sentimiento deadmiracin por todo perseverante propsito ideal y de acatamiento a toda noble supremaca, sern como debilidadesindefensas all donde la igualdad social que ha destruido las jerarquas imperativas e infundadas, no las sustituya conotras, que tengan en la influencia moral su nico modo de dominio y su principio en una clasificacin racional.Toda igualdad de condiciones es en el orden de las sociedades, como toda homogeneidad en el de la Naturaleza, unequilibrio inestable. Desde el momento en que haya realizado la democracia su obra de negacin con allanamientode las superioridades injustas, la igualdad conquistada no puede significar para ella sino un punto de partida. Resta laafirmacin. Y lo afirmativo de la democracia y su gloria consistirn en suscitar, por eficaces estmulos, en su seno, larevelacin y el dominio de las verdaderas superioridades humanas.Con relacin a las condiciones de la vida de Amrica, adquiere esta necesidad de precisar el verdadero concepto denuestro rgimen social, un doble imperio. El presuroso crecimiento de nuestras democracias por la incesanteagregacin de una enorme multitud cosmopolita; por la afluencia inmigratoria, que se incorpora a un ncleo andbil para verificar un activo trabajo de asimilacin y encauzar el torrente humano con los medios que ofrecen lasolidez secular de la estructura social, el orden poltico seguro y los elementos de una cultura que haya arraigadontimamente, nos expone en el porvenir a los peligros de la degeneracin democrtica, que ahoga bajo la fuerza ciegadel nmero toda nocin de calidad; que desvanece en la conciencia de las sociedades todo justo sentimiento delorden; y que, librando u ordenacin jerrquica a la torpeza del acaso, conduce forzosamente a hacer triunfar las msinjustificadas e innobles de las supremacas.Es indudable que nuestro inters egosta debera llevarnos, a falta de virtud, a ser hospitalarios. Ha tiempo quela suprema necesidad de colmar el vaco moral del desierto, hizo decir a un publicista ilustre que, en Amrica,gobernar es poblar. Pero esa frmula famosa encierra una verdad contra cuya estrecha interpretacin es necesarioprevenirse, porque conducira a atribuir una incondicional eficacia civilizadora al valor cuantitativo de lamuchedumbre. Gobernar es poblar, asimilando, en primer trmino; educando y seleccionando, despus. Si laaparicin y el florecimiento, en la sociedad, de las ms elevadas actividades humanas, de las que determinan la altacultura, requieren como condicin indispensable la existencia de una poblacin cuantiosa y densa, es precisamenteporque esa importancia cuantitativa de la poblacin, dando lugar a la ms compleja divisin del trabajo, posibilita laformacin de fuertes elementos dirigentes que hagan efectivo el dominio de la calidad sobre el nmero. La multitud,la masa annima, no es nada por s misma. La multitud ser un instrumento de barbarie o de civilizacin, segncarezca o no del coeficiente de una alta direccin moral. Hay una verdad profunda en el fondo de la paradoja deEmerson que exige que cada pas del globo sea juzgado segn la minora y no segn la mayora de los habitantes. Lacivilizacin de un pueblo adquiere su carcter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de su grandezamaterial, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir que dentro de ella son posibles; y ya observaba Comte,para mostrar cmo en cuestiones de intelectualidad, de moralidad, de sentimiento, sera insensato pretender que lacalidad pueda ser sustituida en ningn caso por el nmero, que ni de la acumulacin de muchos espritus vulgares seobtendr jams el equivalente cerebral de genio, ni de la acumulacin de muchas virtudes mediocres, el equivalentede un rasgo de abnegacin o de herosmo. Al instituir nuestra democracia la universalidad y la igualdad de derechos,sancionara, pues, el predominio innoble del nmero, si no cuidase de mantener muy en alto la nocin de laslegitimas superioridades humanas, y de hacer, de la autoridad vinculada al voto popular, no la expresin del sofismade la igualdad absoluta, sino, segn las palabras que recuerdo de un joven publicista francs, la consagracin de lajerarqua, emanando de la libertad.La oposicin entre el rgimen de la democracia y la alta vida del espritu es una realidad fatal cuando aquel rgimen significa el desconocimiento de las desigualdades legtimas y la sustitucin de la fe en el herosmo en el sentido de Carlyle por una concepcin mecnica de gobierno. Todo lo que en la civilizacin es algo ms que un elemento de superioridad material y de prosperidad econmica, constituye un relieve que no tarda en ser allanado cuando la autoridad moral pertenece al espritu de la mediana. En ausencia de la barbarie irruptora que desata sus hordas sobre

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    los faros luminosos de la civilizacin, con heroica, y a veces generadora grandeza, la alta cultura de las sociedadesdebe precaverse contra la obra mansa y disolvente de esas otras hordas pacficas, acaso acicaladas, las hordasinevitables de la vulgaridad, cuyo Atila podra personificarse en Mr. Homais; cuyo herosmo es la astucia puesta alservicio de una repugnancia instintiva hacia lo grande; cuyo atributo es el rasero nivelador. Siendo la indiferenciainconmovible y la superioridad cuantitativa, las manifestaciones normales de su fuerza no son por eso incapaces dellegar a la ira pica y de ceder a los impulsos de la acometividad. Charles Morice las llama entonces falanges dePrudhommes feroces que tienen por lema la palabra Mediocridad y marchan animadas por el odio de loextraordinario.Encumbrados, esos Prudhommes harn de su voluntad triunfante una partida de caza organizada contra todo lo quemanifieste la aptitud y el atrevimiento del vuelo. Su frmula social ser una democracia que conduzca a laconsagracin del pontfice Cualquiera, a la coronacin del monarca Uno de tantos. Odiarn en el mrito unarebelda. En sus dominios toda noble superioridad se hallar en las condiciones de la estatua de mrmol colocada a laorilla de un camino fangoso, desde el cual le enva un latigazo de cieno el carro que pasa. Ellos llamarn aldogmatismo del sentido vulgar, sabidura; gravedad a la mezquina aridez de corazn; criterio sano, a la adaptacinperfecta a lo mediocre; y despreocupacin viril, al mal gusto. Su concepcin de la justicia lo llevara a sustituir, en lahistoria, la inmortalidad del grande hombre, bien con la identidad de todos en el olvido comn, bien con la memoriaigualitaria de Mitrdates, de quien se cuenta que conservaba en el recuerdo los nombres de todos sus soldados. Sumanera de republicanismo se satisfara dando autoridad decisiva al procedimiento probatorio de Fox, queacostumbraba experimentar sus proyectos en el criterio del diputado que le pareca ms perfecta personificacin delcountry-gentleman, por la limitacin de sus facultades y la rudeza de sus gustos. Con ellos se estar en las fronterasde la zoocracia de que habl una vez Baudelaire. La Titania de Shakespeare, poniendo un beso en la cabeza asinina,podra ser el emblema de la Libertad que otorga su amor a los mediocres. Jams, por medio de una conquista msfecunda, podr llegarse a un resultado ms fatal!Embriagad al repetidor de las irreverencias de la mediana, que veis pasar por vuestro lado: tentadle a hacer de hroe;convertid su apacibilidad burocrtica en vocacin de redentor, y tendris entonces la hostilidad rencorosa eimplacable contra todo lo hermoso, contra todo lo digno, contra todo lo delicado, del espritu humano, que repugna,todava ms que el brbaro derramamiento de la sangre, en la tirana jacobina; que, ante su tribunal, convierte enculpas la sabidura de Lavoisier, el genio de Chenier, la dignidad de Malesherbes; que, entre los gritos habituales enla Convencin, hace or las palabras: Desconfiad de ese hombre, que ha hecho un libro!; y que refiriendo el ideal dela sencillez democrtica al primitivo estado de naturaleza de Rousseau, podra elegir el smbolo de la discordia queestablece entre la democracia y la cultura, en la vieta con que aquel sofista genial hizo acompaar la primeraedicin de su famosa diatriba contra las artes y las ciencias en nombre de la moralidad de las costumbres: un stiroimprudente que pretendiendo abrazar, vido de luz, la antorcha que lleva en su mano Prometeo, oye altitn-filntropo que su fuego es mortal a quien lo toca!La ferocidad igualitaria no ha manifestado sus violencias en el desenvolvimiento democrtico de nuestro siglo, ni seha opuesto en formas brutales a la serenidad y la independencia de la cultura intelectual. Pero, a la manera de unabestia feroz en cuya posteridad domesticada hubirase cambiado la acometividad en mansedumbre artera e innoble,el igualitarismo, en la forma mansa de la tendencia a lo utilitario y lo vulgar, puede ser un objeto real de acusacincontra la democracia del siglo XIX. No se ha detenido ante ella ningn espritu delicado y sagaz a quien no hayanhecho pensar angustiosamente algunos de sus resultados, en el aspecto social y en el poltico. Expulsando conindignada energa, del espritu humano, aquella falsa concepcin de la igualdad que sugiri los delirios de laRevolucin, el alto pensamiento contemporneo ha mantenido, al mismo tiempo, sobre la realidad y sobre la teorade la democracia, una inspeccin severa, que os permite a vosotros, los que colaboraris en la obra del futuro, fijarvuestro punto de partida, no ciertamente para destruir, sino para educar, el espritu del rgimen que encontris en pie.Desde que nuestro siglo asumi personalidad e independencia en la evolucin de las ideas, mientras el idealismo alemn rectificaba la utopa igualitaria de la filosofa del siglo XVIII y sublimaba, si bien con viciosa tendencia

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    cesarista, el papel reservado en la historia a la superioridad individual, el positivismo de Comte, desconociendo a laigualdad democrtica otro carcter que el de un disolvente transitorio de las desigualdades antiguas y negando conigual conviccin la eficacia definitiva de la soberana popular, buscaba en los principios de las clasificacionesnaturales el fundamento de la clasificacin social que habra de sustituir a las jerarquas recientemente destruidas. Lacrtica de la realidad democrtica toma formas severas en la generacin de Taine y de Renan. Sabis que a estedelicado y bondadoso ateniense slo complaca la igualdad de aquel rgimen social siendo, como en Atenas, unaigualdad de semidioses. En cuanto a Taine, es quien ha escrito los Orgenes de la Francia contempornea; y si, poruna parte, su concepcin de la sociedad como un organismo, le conduce lgicamente a rechazar toda idea deuniformidad que se oponga al principio de las dependencias y las subordinaciones orgnicas, por otra parte sufinsimo instinto de seleccin intelectual le lleva a abominar de la invasin de las cumbres por la multitud. La granvoz de Carlyle haba predicado ya contra toda niveladora irreverencia, la veneracin del herosmo, entendiendo portal el culto de cualquier noble superioridad. Emerson refleja esa voz en el seno de la ms positivista de lasdemocracias. La ciencia nueva habla de seleccin como de una necesidad de todo progreso. Dentro del arte, que esdonde el sentido de lo selecto tiene su ms natural adaptacin, vibran con honda resonancia las notas que acusan elsentimiento, que podramos llamar de extraeza, del espritu, en medio de las modernas condiciones de la vida. Paraescucharlas, no es necesario aproximarse al parnasianismo de estirpe delicada y enferma, a quien un aristocrticodesdn de lo presente llev a la reclusin en lo pasado. Entre las inspiraciones constantes de Flaubert de quien seacostumbra a derivar directamente la ms democratizada de las escuelas literarias, ninguna ms intensa que el odiode la mediocridad envalentonada por la nivelacin y de la tirana irresponsable del nmero. Dentro de esacontempornea literatura del norte, en la cual la preocupacin por las altas cuestiones sociales es tan viva, surge amenudo la expresin de la misma idea, del mismo sentimiento; Ibsen desarrolla la altiva arenga de su Stockmannalrededor de la afirmacin de que las mayoras compactas son el enemigo ms peligroso de la libertad y la verdad;y el formidable Nietzsche opone al ideal de una humanidad mediatizada la apoteosis de las almas que se yerguensobre el nivel de la humanidad como una viva marea. El anhelo vivsimo por una rectificacin del espritu social queasegure a la vida de la heroicidad y el pensamiento un ambiente ms puro de dignidad y de justicia, vibra hoy portodas partes, y se dira que constituye uno de los fundamentales acordes que este ocaso de siglo propone para lasarmonas que ha de componer el siglo venidero.Y sin embargo, el espritu de la democracia es, esencialmente, para nuestra civilizacin un principio de vida contra elcual sera intil rebelarse. Los descontentos sugeridos por las imperfecciones de su forma histrica actual, hanllevado a menudo a la injusticia con lo que aquel rgimen tiene de definitivo y de fecundo. As, el aristocratismosabio de Renan formulaba la ms explcita condenacin del principio fundamental de la democracia: la igualdad dederechos; cree a este principio irremisiblemente divorciado de todo posible dominio de la superioridad intelectual; yllega hasta sealar en l, con una enrgica imagen, las antpodas de las vas de Dios, puesto que Dios no ha queridoque todos viviesen en el mismo grado la vida del espritu. Estas paradojas injustas del maestro, complementadas porsu famoso ideal de una oligarqua omnipotente de hombres sabios, son comparables a la reproduccin exagerada ydeformada, en el sueo, de un pensamiento ideal y fecundo que nos ha preocupado en la vigilia. Desconocer la obrade la democracia, en lo esencial, porque an no terminada, no ha llegado a conciliar definitivamente su empresa deigualdad con una fuerte garanta social de seleccin, equivale a desconocer la obra, paralela y concorde, de laciencia, porque interpretada con el criterio estrecho de una escuela, ha podido daar alguna vez al espritu dereligiosidad o al espritu de poesa. La democracia y la ciencia son, en efecto, los dos insustituibles soportes sobre losque nuestra civilizacin descansa; o, expresndolo con una frase de Bourget, las dos obreras de nuestros denuestros destinos futuros. En ellas somos, vivimos, nos movemos. Siendo, pues, insensato pensar, como Renan, enobtener una consagracin ms positiva de todas las superioridades morales, la realidad de una razonada jerarqua, eldominio eficiente de las altas dotes de la inteligencia y de la voluntad, por la destruccin de la igualdad democrtica,slo cabe pensar en la educacin de la democracia y su reforma. Cabe pensar en que progresivamente se encarnen,en los sentimientos del pueblo y sus costumbres, la idea de las subordinaciones necesarias, la nocin de lassuperioridades verdaderas, el culto consciente y espontneo de todo lo que multiplica a los ojos de la razn, la cifra

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    del valor humano.La educacin popular adquiere, considerada en relacin a tal obra, como siempre que se la mira con el pensamientodel porvenir, un inters supremo. Es en la escuela, por cuyas manos procuramos que pase la dura arcilla de lasmuchedumbres, donde est la primera y ms generosa manifestacin de la equidad social, que consagra para todos laaccesibilidad del saber y de los medios ms eficaces de superioridad. Ella debe complementar tan noble cometido,haciendo objetos de una educacin preferente y cuidadosa el sentido del orden, la idea y la voluntad de la justicia, elsentimiento de las legtimas autoridades morales.Ninguna distincin ms fcil de confundirse y anularse en el espritu del pueblo que la que ensea que la igualdaddemocrtica puede significar una igual posibilidad, pero nunca una igual realidad, de influencia y de prestigio, entrelos miembros de una sociedad organizada. En todos ellos hay un derecho idntico para aspirar a las superioridadesmorales que deben dar razn y fundamento a las superioridades efectivas; pero slo a los que han alcanzadorealmente la posesin de las primeras, debe ser concedido el premio de las ltimas. El verdadero, el digno conceptode la igualdad reposa sobre el pensamiento de que todos los seres racionales estn dotados por naturaleza defacultades capaces de un desenvolvimiento noble. El deber del Estado consiste en colocar a todos los miembros de lasociedad en indistintas condiciones de tender a su perfeccionamiento. El deber del Estado consiste en predisponer losmedios propios para provocar, uniformemente, la revelacin de las superioridades humanas, dondequiera queexistan. De tal manera, ms all de esta igualdad inicial, toda desigualdad estar justificada, porque ser la sancinde las misteriosas elecciones de la Naturaleza o del esfuerzo meritorio de la voluntad. Cuando se la concibe de estemodo, la igualdad democrtica, lejos de oponerse a la seleccin de las costumbres y de las ideas, es el ms eficazinstrumento de seleccin espiritual, es el ambiente providencial de la cultura. La favorecer todo lo que favorezca alpredominio de la energa inteligente. No en distinto sentido pudo afirmar Tocqueville que la poesa, la elocuencia,las gracias del espritu, los fulgores de la imaginacin, la profundidad del pensamiento, todos esos dones del alma,repartidos por el cielo al acaso, fueron colaboradores en la obra de la democracia, y la sirvieron, aun cuando seencontraron de parte de sus adversarios, porque convergieron todos a poner de relieve la natural, la no heredadagrandeza de que nuestro espritu es capaz. La emulacin, que es el ms poderoso estmulo de cuantos puedensobreexcitar, lo mismo la vivacidad del pensamiento que la de las dems actividades humanas, necesita, a la vez, dela igualdad en el punto de partida, para producirse, y de la desigualdad que aventajar a los ms aptos y mejores,como objeto final. Slo un rgimen democrtico puede conciliar en su seno esas dos condiciones de la emulacin,cuando no degenera en nivelador igualitarismo y se limita a considerar como un hermoso ideal de perfectibilidad unafutura equivalencia de los hombres por su ascensin al mismo grado de cultura.Racionalmente concebida, la democracia admite siempre un imprescriptible elemento aristocrtico, que consiste en establecer la superioridad de los mejores, asegurndola sobre el consentimiento libre de los asociados. Ella consagra, como las aristocracias, la distincin de calidad; pero la resuelve a favor de las calidades realmente superiores, las de la virtud, el carcter, el espritu, y sin pretender inmovilizarlas en clases constituidas aparte de las otras, que mantengan a su favor el privilegio execrable de la casta, renueva sin cesar su aristocracia dirigente en las fuentes vivas del pueblo y la hace aceptar por la justicia y el amor. Reconociendo, de tal manera, en la seleccin y la predominancia de los mejor dotados una necesidad de todo progreso, excluye de esa ley universal de la vida, al sancionarla en el orden de la sociedad, el efecto de humillacin y de dolor que es, en las concurrencias de la naturaleza y en las de las otras organizaciones sociales, el duro lote del vencido. La gran ley de la seleccin natural, ha dicho luminosamente Fouille, continuar realizndose en el seno de las sociedades humanas, slo que ella se realizar de ms en ms por va de libertad. El carcter odioso de las aristocracias tradicionales se originaba de que ellas eran injustas, por su fundamento, y opresoras, por cuanto su autoridad era una imposicin. Hoy sabemos que no existe otro lmite legtimo para la igualdad humana que el que consiste en el dominio de la inteligencia y la virtud, consentido por la libertad de todos. Pero sabemos tambin que es necesario que este lmite exista en realidad. Por otra parte, nuestra concepcin cristiana de la vida nos ensea que las superioridades morales, que son un motivo de derechos, son principalmente un motivo de deberes, y que todo espritu superior se debe a los dems en igual proporcin que los excede en capacidad de realizar el bien. El anti-igualitarismo de Nietzsche, que tan profundo

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    surco seala en la que podramos llamar nuestra moderna literatura de ideas, ha llevado a su poderosareivindicacin de los derechos que l considera implcitos en las superioridades humanas, un abominable, unreaccionario espritu; puesto que, negando toda fraternidad, toda piedad, pone en el corazn del superhombre a quienendiosa, un menosprecio satnico para los desheredados y los dbiles; legitima en los privilegios de la voluntad y dela fuerza el ministerio del verdugo; y con lgica resolucin llega, en ltimo trmino, a afirmar que la sociedad noexiste para s sino para sus elegidos. No es, ciertamente, esta concepcin monstruosa la que puede oponerse, comolbaro, al falso igualitarismo que aspira a la nivelacin de todos por la comn vulgaridad. Por fortuna, mientrasexista en el mundo la posibilidad de disponer dos trozos de madera en forma de cruz, es decir: siempre, lahumanidad seguir creyendo que es el amor el fundamento de todo orden estable y que la superioridad jerrquica enel orden no debe ser sino una superior capacidad de amar!Fuente de inagotables aspiraciones morales, la ciencia nueva nos sugiere, al esclarecer las leyes de la vida, cmo elprincipio democrtico puede conciliarse, en la organizacin de las colectividades humanas, con una aristarquia de lamoralidad y la cultura. Por otra parte, como lo ha hecho notar, una vez ms, en un simptico libro, HenriBrenger, las afirmaciones de la ciencia contribuyen a sancionar y fortalecer en la sociedad el espritu de lademocracia, revelando cunto es el valor natural del esfuerzo colectivo; cul la grandeza de la obra de los pequeos;cun inmensa la parte de accin reservada al colaborador annimo y oscuro en cualquiera manifestacin deldesenvolvimiento universal. Realza, no menos que la revelacin cristiana, la dignidad de los humildes, esta nuevarevelacin, que atribuye, en la naturaleza, a la obra de los infinitamente pequeos, a la labor del nummulite y elbriozoo en el fondo oscuro del abismo, la construccin de los cimientos geolgicos; que hace surgir de la vibracinde la clula informe y primitiva, todo el impulso ascendente de las formas orgnicas; que manifiesta el poderosopapel que en nuestra vida psquica es necesario atribuir a los fenmenos ms inaparentes y ms vagos, aun a lasfugaces percepciones de que no tenemos conciencia; y que, llegando a la sociologa y a la historia, restituye alherosmo, a menudo abnegado, de las muchedumbres, la parte que le negaba el silencio en la gloria del hroeindividual, y hace patente la lenta acumulacin de las investigaciones que, al travs de los siglos, en la sombra, en eltaller o el laboratorio de obreros olvidados, preparan los hallazgos del genio.Pero a la vez que manifiesta as la inmortal eficacia del esfuerzo colectivo, y dignifica la participacin de loscolaboradores ignorados en la obra universal, la ciencia muestra cmo en la inmensa sociedad de las cosas y losseres, es una necesaria condicin de todo progreso el orden jerrquico; son un principio de la vida las relaciones dedependencia y de subordinacin entre los componentes individuales de aquella sociedad y entre los elementos de laorganizacin del individuo; y es, por ltimo, una necesidad inherente a la ley universal de imitacin, si se larelaciona con el perfeccionamiento de las sociedades humanas, la presencia, en ellas, de modelos vivos e influentesque las realcen por la progresiva generalizacin de su superioridad.Para mostrar ahora cmo ambas enseanzas universales de la ciencia pueden traducirse en hechos, concilindose, enla organizacin y en el espritu de la sociedad, basta insistir en la concepcin de una democracia noble, justa; de unademocracia dirigida por la nocin y el sentimiento de las verdaderas superioridades humanas; de una democracia enla cual la supremaca de la inteligencia y la virtud, nicos lmites para la equivalencia meritoria de los hombres,reciba su autoridad y su prestigio de la libertad y descienda sobre las multitudes en la efusin bienhechora del amor.Al mismo tiempo que conciliar aquellos dos grandes resultados de la observacin del orden natural, se realizar, dentro de una sociedad semejante segn la observa, en el mismo libro de que os hablaba, Brenger, la armona de los dos impulsos histricos que han comunicado a nuestra civilizacin sus caracteres esenciales, los principios reguladores de su vida. Del espritu del cristianismo nace, efectivamente, el sentimiento de igualdad, viciado por cierto asctico menosprecio de la seleccin espiritual y la cultura. De la herencia de las civilizaciones clsicas, nacen el sentido del orden, de la jerarqua y el respeto religioso del genio, viciados por cierto aristocrtico desdn de los humildes y los dbiles. El porvenir sintetizar ambas sugestiones del pasado, en una frmula inmortal. La democracia, entonces, habr triunfado definitivamente. Y ella, que, cuando amenaza con lo innoble del rasero nivelador, justifica las protestas airadas y las amargas melancolas de los que creyeron sacrificados por su triunfo

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    toda distincin intelectual todo ensueo de arte, toda delicadeza de la vida, tendr, aun ms que las viejasaristocracias, inviolables seguros para el cultivo de las flores del alma que se marchitan y perecen en el ambiente dela vulgaridad y entre las impiedades del tumulto!

    Captulo VIPg. 06 de 08

    Ariel Jos Enrique Rod

    La concepcin utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo mediocre, como norma de la proporcinsocial, componen, ntimamente relacionadas, la frmula de lo que ha solido llamarse, en Europa, el espritu deamericanismo . Es imposible meditar sobre ambas inspiraciones de la conducta y la sociabilidad, y compararlas conlas que le son opuestas sin que la asociacin traiga, con insistencia, a la mente, la imagen de esa democraciaformidable y fecunda, que, all en el norte, ostenta las manifestaciones de su prosperidad y su poder como unadeslumbradora prueba que abona en favor de la eficacia de sus instituciones y de la direccin de sus ideas. Si hapodido decirse del utilitarismo que es el verbo del espritu ingls, los Estados Unidos pueden ser considerados laencarnacin del verbo utilitario. Y el Evangelio de este verbo se difunde por todas partes a favor de los milagrosmateriales del triunfo. Hispano-Amrica ya no es enteramente calificable, con relacin a l, de tierra de gentiles. Lapoderosa federacin va realizando entre nosotros una suerte de conquista moral. La admiracin por su grandeza y porsu fuerza es un sentimiento que avanza a grandes pasos en el espritu de nuestros hombres dirigentes y, an msquiz en el de las muchedumbres, fascinables por la impresin de la victoria. Y, de admirarla, se pasa, por unatransicin facilsima, a imitarla. La admiracin y la creencia son ya modos pasivos de imitacin para el psiclogo. Latendencia imitativa de nuestra naturaleza moral deca Bagehot tiene su asiento en aquella parte del alma en quereside la credibilidad. El sentido y la experiencia vulgares seran suficientes para establecer por s solos esa sencillarelacin. Se imita a aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree. Es as como la visin de una Amricadeslatinizada por propia voluntad, sin la extorsin de la conquista, y regenerada luego a imagen y semejanza delarquetipo del Norte, flota ya sobre los sueos de muchos sinceros interesados por nuestro porvenir, inspire la fruicincon que ellos formulan a cada paso los ms sugestivos paralelos, y se manifiesta por constantes propsitos deinnovacin y de reforma. Tenemos nuestra nordomana. Es necesario oponerle los lmites que la razn y elsentimiento sealan de consuno.No doy yo a tales lmites el sentido de una absoluta negacin. Comprendo bien que se adquieran inspiraciones, luces, enseanzas, en el ejemplo de los fuertes; y no desconozco que una inteligente atencin fijada en lo exterior para reflejar de todas partes la imagen de lo beneficioso y de lo til es singularmente fecunda cuando se trata de pueblos que an forman y modelan su entidad nacional. Comprendo bien que se aspire a rectificar, por la educacin perseverante, aquellos trazos del carcter de una sociedad humana que necesiten concordar con nuevas exigencias de la civilizacin y nuevas oportunidades de la vida, equilibrando as, por medio de una influencia innovadora, las fuerzas de la herencia y la costumbre. Pero no veo la gloria, ni en el propsito de desnaturalizar el carcter de los pueblos, su genio personal, para imponerles la identificacin con un modelo extrao al que ellos sacrifiquen la originalidad irreemplazable de su espritu; ni en la creencia ingenua de que eso pueda obtenerse alguna vez por procedimientos artificiales e improvisados de imitacin. Ese irreflexivo traslado de lo que es natural y espontneo en una sociedad al seno de otra, donde no tenga races ni en la naturaleza ni en la historia, equivala para Michelet a la tentativa de incorporar, por simple agregacin, una cosa muerta a un organismo vivo. En sociabilidad, como en literatura, como en arte, la imitacin inconsulta no har nunca sino deformar las lneas del modelo. El engao de los que piensan haber reproducido en lo esencial el carcter de una colectividad humana, las fuerzas vivas de su espritu, y, con ellos, el secreto de sus triunfos y su prosperidad, reproduciendo exactamente el mecanismo de