aniversario 50 de la revolución cubana

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4 ANIVERSARIO 50 DE LA REVOLUCIÓN CUBANA Revista Casa de las Américas No. 254 enero-marzo/2009 pp. 4-7 SAMIR AMIN Cuba: una auténtica Revolución 1 L a Revolución Cubana es la tercera revolución popular auténtica del continente americano después de la de los ex esclavos de Santo Domingo (Haití a finales del siglo XVIII), luego de la de los campe- sinos de México (1910-1920). En contraposición, las revoluciones ame- ricanas de las colonias inglesas y españolas no tienen otra cosa en su haber más que guerras de independencia lideradas por las clases diri- gentes locales, que a su vez son producto de la colonización mercanti- lista europea. La Revolución Cubana, considerablemente más radical que las que precedieron en el Continente, fue calificada por esa razón de socialista, no sin buenos motivos. En tal sentido se inscribe, junto a las Revolucio- nes Rusa, China y Vietnamita del siglo XX, en una primera oleada de luchas por la emancipación de los trabajadores y de los pueblos. El auge de la producción azucarera en Cuba, aún esclavista en el siglo XIX, se aceleró todavía más cuando la colonización de los Estados Unidos sustituyó a la de España. Esta proletarización colonial, más marcada en la América Latina que en otros lugares, origina la radicalización, que asocia naturalmente la dimensión antimperialista del combate nacional y las am- biciones socialistas de las clases populares y de la intelligentsia. José Martí, el ancestro a quien la Revolución Cubana remonta su concepto de origen, se distingue de los héroes de la independencia de las Américas por su agudo sentido de igualdad social y su conciencia de que el proble- ma no se circunscribe a la conquista de la independencia y la «libertad», sino que exige una transformación radical de las relaciones sociales. Al horror de la colonización estadunidense Cuba respondió rápidamente con la organización de sus clases populares y su adhesión al comunismo.

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Colección de artículos de varios autores con motivo del 50 aniversario de la Revolución Cubana.

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    ANIVERSARIO 50 DE LA REVOLUCIN CUBANA

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    SAMIR AMIN

    Cuba: una autntica Revolucin

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    La Revolucin Cubana es la tercera revolucin popular autntica delcontinente americano despus de la de los ex esclavos de SantoDomingo (Hait a finales del siglo XVIII), luego de la de los campe-sinos de Mxico (1910-1920). En contraposicin, las revoluciones ame-ricanas de las colonias inglesas y espaolas no tienen otra cosa en suhaber ms que guerras de independencia lideradas por las clases diri-gentes locales, que a su vez son producto de la colonizacin mercanti-lista europea.

    La Revolucin Cubana, considerablemente ms radical que las queprecedieron en el Continente, fue calificada por esa razn de socialista,no sin buenos motivos. En tal sentido se inscribe, junto a las Revolucio-nes Rusa, China y Vietnamita del siglo XX, en una primera oleada deluchas por la emancipacin de los trabajadores y de los pueblos.

    El auge de la produccin azucarera en Cuba, an esclavista en el sigloXIX, se aceler todava ms cuando la colonizacin de los Estados Unidossustituy a la de Espaa. Esta proletarizacin colonial, ms marcada en laAmrica Latina que en otros lugares, origina la radicalizacin, que asocianaturalmente la dimensin antimperialista del combate nacional y las am-biciones socialistas de las clases populares y de la intelligentsia. JosMart, el ancestro a quien la Revolucin Cubana remonta su conceptode origen, se distingue de los hroes de la independencia de las Amricaspor su agudo sentido de igualdad social y su conciencia de que el proble-ma no se circunscribe a la conquista de la independencia y la libertad,sino que exige una transformacin radical de las relaciones sociales. Alhorror de la colonizacin estadunidense Cuba respondi rpidamente conla organizacin de sus clases populares y su adhesin al comunismo.

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    La radicalidad autntica de la Revolucin Cubana vapor tanto a desplegarse en el plano interno por la puestaen marcha efectiva de reformas revolucionarias y cons-trucciones polticas de vocacin socialista inspiradas porel marxismo; y en el plano internacional, por la afirma-cin de posiciones antimperialistas consecuentes, tericasy prcticas. A diferencia de muchas revolucionesamericanas anteriores y posteriores que a menudo utili-zaron una retrica violenta con respecto a Wshington,pero teniendo a la par cuidado de sopesar sus palabrascuando se trataba de poner en tela de juicio los interesesde las clases nacionales privilegiadas, Cuba enfrent desdeun inicio y directamente a sus clases locales burguesasy compradoras. Cuba no alent jams la ilusin de uncapitalismo nacional independiente.

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    Cuba opt rpidamente por abolir los privilegios de lapropiedad privada sobre los medios de produccin,tanto nacionales como extranjeros. Desde que empren-di la va de la construccin del socialismo, tiene en suhaber inmensas realizaciones efectivas cuya impresio-nante relacin, que atae no solo a las esferas de laeducacin y la salud, sino tambin a las que se refierena la vida cotidiana de las clases populares (vivienda,alimentacin) sencillamente no tiene igual en todo el Con-tinente; y en este es el nico pas que no ofrece el es-pectculo de la ms desoladora miseria, como suele sercomn en cualquier otra parte. En Cuba no se mata anios en las calles como en Brasil, ni se comercia consus rganos. Las severas censuras del socialismo, queno suelen escatimar formas de expresin en los me-dios de comunicacin dominantes, se cuidan muchode establecer comparaciones entre Cuba y el resto delContinente!

    Ocurre que el pueblo cubano y sus militantes co-munistas esperan con ms razn que cualquier otroalcanzar mayores logros que los pases de esta partedel hemisferio. Optaron por el ideal de la construccinde una nueva sociedad, sin clases, liberada de todas lasformas de opresin y de explotacin y han movilizado,con esta perspectiva, diversos medios, inspirados por

    la experiencia de los dems o inventados por ellos mis-mos. Medios que no siempre han tenido la eficacia es-perada, pero que finalmente siempre han dado lugar areflexiones crticas tiles para el futuro.

    Es verdad que Cuba se inspir ampliamente en elmodelo sovitico, cuya influencia fue tanto ms realcuanto que el apoyo de la Unin Sovitica, econmico(suministro de petrleo) y poltico-militar, no dio alter-nativa para hacer frente al bloqueo y a las intervencio-nes militares permanentes de los Estados Unidos y desus aliados. Pero Cuba supo mantener a la vez ciertasdistancias respecto de ese modelo en la gestin econ-mica de su sistema y en su gestin poltica. El Partidonico aqu fue el producto de la liberacin y de la fu-sin del movimiento castrista, el Directorio Revolucio-nario 13 de Marzo y el antiguo Partido Comunista, alia-dos que entendieron en ello la exigencia que la historiales estaba imponiendo. Pese a los lmites de la teora yde la prctica de ese nuevo Partido, aqu el poder nocay jams ni en el culto a la personalidad ni en lasextremas desviaciones del modelo sovitico.

    Esa capacidad de recuperacin qued demostradaen los hechos por las respuestas de Cuba al reto quesigui al desplome de la URSS. Se pensaba que el po-der cubano se haba perdido definitivamente. Contraesa figuracin, Cuba demostr ser capaz de salir delhueco en cinco aos, entre 1990 y 1995, y logr subirde nuevo la cuesta. Aunque, por supuesto, el pas desdeentonces ha enfrentado nuevos retos sobre los cualesvolver.

    En el propio seno del sistema cubano siempre sehan manifestado voces crticas del modelo adoptado.La del Che Guevara fue una de ellas. Cada cual a sumanera, el Che, Togliatti, Mao entendieron que el mo-delo sovitico haba agotado su capacidad para inno-var y hacer avanzar la sociedad por la va del socialismo;y comprendieron desde su ptica personal la desvia-cin que condujo a la restauracin capitalista, cuyaimplosin de los aos 1985-1991 revel su destino. Elanlisis detallado de los artculos del Che referidos aesa desviacin debe seguir siendo objeto de atentosdebates, y no reemplazarlo por juicios apresurados yterminantes.

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    Desde el principio, Cuba adopt una lnea de pensamientoy accin antimperialista e internacionalista consecuen-te, y ha sido el nico pas en la Amrica Latina quemidi la importancia del frente de liberacin que inaugu-r Bandung (1955) y el consecuente Movimiento dePases No Alineados, Movimiento que se constituy conAsia y frica, ms Cuba, como se proclamaba.

    Cuba busc, con razn, integrar a la Amrica Latinaen ese frente del Sur, y para ello tom la iniciativa decrear la Tricontinental (1966). Sin embargo, mientrasBandung reuna en Asia y frica a los pueblos de doscontinentes, y mientras sus Estados eran representadospor gobiernos que gozaban de la legitimidad que lesconfera su constitucin a partir de las luchas de libe-racin, en la Amrica Latina la Tricontinental rea-grupaba movimientos populares comprometidos en lalucha contra los gobiernos de turno, sometidos a losEstados Unidos. El Che trat de dar forma a las luchasarmadas en las que se involucraba la Tricontinental. Lahistoria ha demostrado que en aquellos momentos nose haban reunido las condiciones objetivas que permi-tiran a esas luchas salir de los confines de su aisla-miento. De suerte que fue preciso esperar a que unpoco ms tarde, bajo la forma de movimientos popula-res civiles, la Amrica Latina entrara a su vez en latransformacin del mundo, en el mismo momento enque la ola nacional/popular de Bandung se deshaca.Esa nueva ola de florecimiento de movimientos popu-lares y las victorias que alcanz en Brasil, la Argentina,Uruguay, Venezuela, Bolivia, Ecuador sac a Cuba delaislamiento en el que los Estados Unidos y la Organiza-cin de Estados Americanos (el ministerio de colo-nias de Wshington) la haba confinado durante cua-renta aos. El xito de las operaciones donde intervienenmdicos y educadores cubanos en todo el Continente,sumado a la repercusin alcanzada por la iniciativa deVenezuela de crear el Alba, ha invertido la correlacinde fuerzas. Actualmente, son los Estados Unidos y noCuba los que estn aislados en su Continente.

    Aos atrs, Cuba haba demostrado su adhesin ala causa antimperialista por su apoyo militar a la guerra

    que Angola libraba contra las intervenciones sudafri-canas junto a los amigos del campo socialista. Laderrota militar que los cubanos infligieron a los ejrci-tos sudafricanos no fue en vano, pues aceler el fin delodioso rgimen del apartheid.

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    Actualmente Cuba afronta nuevos retos. La Revolu-cin Cubana se sita en la estela de la primera ola deluchas por la emancipacin de los trabajadores y de lospueblos, que ha conformado el siglo XX.

    Esta primera ola alcanza victorias cuyos resultadoshan sido los que han sido, como siempre o casi siem-pre ocurre, una mezcla de progresos y retrocesos cuyalectura crtica, que conviene renovar con frecuencia,no puede ser objeto de rpidas reflexiones como estas.Las contradicciones, los lmites y las derivas de lossocialismos histricos del siglo XX de la socialdemo-cracia autntica, de la poca del sovietismo, del maos-mo, del castrismo, de las experiencias nacionales/po-pulares radicales de numerosos pases del Asia y delfrica de Bandung deben todos tomarse en cuentacon la seriedad que la prosecucin de la utopa creado-ra de la emancipacin de los trabajadores y de los pue-blos impone.

    Se ha volteado la pgina de esta primera ola. Peroya empiezan a hacerse sentir las primeras vibracionesanunciadoras de la formacin de una nueva ola de lu-chas. Y Cuba, que ha sobrevivido cuando se desplo-maban otros actores de la primera ola, podra ser elpuente de unin entre el pasado y el futuro.

    Al acoger en La Habana en 2007 la Cumbre de los NoAlineados (en lo sucesivo los No Alineados con la mun-dializacin imperialista), Cuba ha recordado a lospases del Sur que pueden derrotar el sistema de ladictadura de la plutocracia financiada por los oligopo-lios imperialistas y el despliegue de su proyecto de con-trol militar del planeta.

    Ese propio sistema imperialista dominante entr encrisis desde el otoo de 2008, y su primera manifesta-cin fue el desplome de su mercado monetario y fi-nanciero integrado. Tras el cual se esboza, en profun-

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    didad, la crisis sistmica de ese capitalismo/imperialis-mo obsoleto. Paralelamente, con los primeros avancesvictoriosos de los pueblos de la Amrica Latina y deNepal se prefiguran las condiciones de una respuestahumanista, popular y democrtica. Marx est de vuel-ta. La afirmacin de la segunda ola de luchas de libera-cin de los trabajadores y de los pueblos est ahora a laorden del da. Este futuro mejor posible se tornar unarealidad que se impondr, si las fuerzas progresistas enCuba, al igual que en otras partes del mundo extraenlas lecciones de los lmites de las concepciones teri-cas y de las prcticas de la primera ola.

    El socialismo del siglo XXI debe ser democrtico.No en el sentido burgus del trmino, que disocia lademocracia poltica limitada al electoralismo paraplu-ripartidista del progreso social, sino en un sentido msrico y profundo, capaz de asociar la democratizacinde las sociedades al progreso social. Cuba puede inno-var en esta direccin. Porque ya ha dado el ejemplo deuna vida democrtica que, pese a sus insuficiencias,ha sido incomparablemente ms real que las falsas de-mocracias electorales de otros lugares asociadas a laregresin social. Consecuentemente, Cuba debe sabermarchar hacia adelante, superar sus insuficiencias,ensayar formas jurdicas e institucionales adecuadas,capaces de asociar el respeto a los derechos individua-les y al progreso social.

    Las concepciones de la III Internacional, en el origende las revoluciones del siglo XX, no tomaron suficiente-mente en consideracin las consecuencias que la polari-zacin inherente a la expansin capitalista/imperialistamundializada implicaba para cuanto se refera a la cons-truccin del socialismo. Pues esa polarizacin es la ra-zn por la cual las rupturas decisivas con la lgica delcapitalismo se produjeron todas en las periferias del sis-tema mundial (Rusia, China, Vietnam, Cuba). Pero porello la rpida construccin de una forma acabada desocialismo chocaba con grandes obstculos, porque

    haba que asociarlas a tareas conflictivas en buena me-dida, las de corregir el desarrollo insuficiente de las fuer-zas productivas heredado del modelo polarizante de des-pliegue imperialista. El comunismo de la III Internacionalsubestim la gravedad de esta contradiccin e inspirestrategias que creyeron que la podran superar en untiempo histrico corto, formuladas por los bolcheviquesen la impronta de 1917, por los maostas en la Revolu-cin Cultural, por el castrismo.

    Hay que entender que la polarizacin producida porla historia del capitalismo realmente existente imponeotra visin de la larga transicin (secular) del capitalis-mo al socialismo. Para los pueblos del Sur, esta largatransicin debe estar constituida por fases sucesivasde despliegue de estructuras nacionales, populares ydemocrticas. Estas son las nicas capaces de asociarlas exigencias contradictorias de un desarrollo eficazde fuerzas productivas an insoslayable y las de la pro-gresin, de etapa en etapa, de nuevas lgicas sociales,las del socialismo, de modo de dar toda la amplitud alrespeto de la democracia en todas sus dimensionessociales, y responder a las exigencias de la vida en elplaneta, amenazada por la irracionalidad de la lgica dela acumulacin capitalista. El marxismo creador debeser capaz de generar las conceptualizaciones tericase inspirar las estrategias de la transicin necesarias aldespliegue del socialismo del siglo XXI. Cuba tiene lasmejores condiciones para participar en esta creacinhumana.

    NotaEn los dos tomos publicados de la serie Cuba Rvolu-tionnaire (Pars, LHarmattan, 2006), su coordinadorRmy Herrera, nos presenta una compilacin de exce-lentes estudios sobre Cuba de la autora de los mejoresintelectuales del pas.

    Traducido del francs por Lourdes Arencibia Rodrguez

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    Despert al socialismo en 1959, a los quince aos, cuando ingresen el movimiento estudiantil catlico (JEC, por sus siglas en por-tugus), que en Brasil tena una fuerte connotacin de izquierda,gracias a los frailes dominicos formados en la Francia de la posgue-rra, motivados por la alianza entre comunistas y cristianos en la Rep-blica Francesa.

    Hasta aquella fecha mi visin del mundo coincida con el Americanway of life. Mi padre, jurista, haba luchado contra la dictadura de Vargas(1937-1945) y, desde la redemocratizacin de Brasil, en 1945, se man-tuvo al lado de las fuerzas anticomunistas. El movimiento estudiantil,sin embargo, me abri los ojos y la conciencia al xito de la RevolucinCubana. Los barbudos de la Sierra Maestra pasaron a figurar en mi gale-ra de iconos, al lado de actores como James Dean y Marlon Brando.

    Cuba se volvi objeto de mi atencin en los medios de comunica-cin. Segu intensamente las visitas de Fidel (1959) y del Che Guevara(1961) a Brasil, y la derrota de los mercenarios made in USA en Bahade Cochinos (1961).

    La dictadura militar se instal en Brasil en 1964. Como dirigente es-tudiantil, conoc la crcel por primera vez en junio de aquel ao. Lamirada represiva reflej mi nueva cara: por luchar contra la dictadura yoera tenido como procomunista.

    Fueron quince das de crcel. Al ao siguiente entr en la OrdenDominicana. Prosegu la resistencia a la dictadura y en So Paulo mevincul a la ALN (Accin Liberadora Nacional), grupo guerrillero lidera-do por Carlos Marighella. A partir de ah Cuba pas a tener para m unaresonancia ms directa: Organizacin Latinoamericana de Solidaridad(Olas), dos, tres... muchos Vietnams, las andanzas del Che en el Congoy en Bolivia, el viaje de Marighella a La Habana, el cual incit a losbrasileos a levantarse en armas contra el rgimen militar y por elsocialismo.

    FREI BETTO

    A la luz de los cincuenta aosde la Revolucin

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    Mi participacin en la guerrilla urbana (1967-1969)tuvo relacin con Cuba. Me toc, como tarea princi-pal, facilitar la salida clandestina del pas de militantesperseguidos por la dictadura. Muchos tenan por obje-tivo entrenarse en guerrillas en la Isla. Casi todos re-gresaron clandestinamente a Brasil, aunque pocos so-brevivieron a la saa represiva.

    Durante los aos de mi segunda prisin (1969-1973),Cuba apareca como referencia y aliento a nuestrospropsitos revolucionarios. Fue con una incontenidaemocin cmo, desde dentro de la crcel, acompa,por la radio, la zafra azucarera de 1970, cuya meta eraobtener diez millones de toneladas. Y gracias a RadioHabana Cuba conocamos noticias realmente impor-tantes de Brasil.

    Revolucin e Iglesia

    En 1980, invitado al primer aniversario de la Revolu-cin Sandinista, en Managua, se present la oportuni-dad de encontrarme con Fidel por vez primera. Tenala certeza de que sera tambin la ltima. En casa deSergio Ramrez conversamos desde las dos hasta lasseis de la maana. Dos preguntas orientaron nuestrodilogo. La primera: Por qu el Estado y el PartidoComunista cubanos son confesionales?. Fidel reac-cion casi indignado: Cmo confesionales?. S,Comandante, tanto la afirmacin como la negacin dela existencia de Dios son manifestaciones confesiona-les, contrarias a la laicidad que la modernidad imprimea las instituciones polticas.

    Fidel admiti que nunca haba enfrentado la cues-tin bajo esa ptica. Aos despus el IV Congreso delPartido, celebrado en La Habana en octubre de 1991,elimin su carcter ateo, permitiendo el ingreso a mili-tantes creyentes. Lo mismo sucedi en relacin con elEstado, cuyo cambio en la Constitucin determin sucarcter laico.

    La segunda pregunta se refera a la relacin entreRevolucin e Iglesia catlica. Antes de que Fidel res-pondiese present tres hiptesis:

    1) La Revolucin persigue a la Iglesia. He aqu unabuena poltica favorable al imperialismo, interesado en

    demostrar la incompatibilidad entre socialismo y cris-tianismo.

    2) La Revolucin es indiferente a la Iglesia. Tam-bin del agrado del gobierno de los Estados Unidos,que quiere hacer de la Iglesia en Cuba un reducto decontrarrevolucionarios y descontentos con el rgimen.

    3) La Revolucin, como ente poltico, dialoga conla Iglesia y trata de insertarla en el proceso de cons-truccin del socialismo.

    Fidel admiti que la poltica revolucionaria, aunqueno hubiera perseguido nunca a denominaciones reli-giosas, estaba equivocada en cuanto a la Iglesia catli-ca. Haca diecisis aos que no conceda una audien-cia a sus obispos. Pregunt si yo estara dispuesto acolaborar para la vuelta al dilogo. Acept, si bien esodependera del inters del Episcopado de Cuba.

    En 1981, invitado por la Casa de las Amricas, pispor primera vez La Habana. Aunque el contacto conlos obispos solo ocurrira en febrero de 1983, cuandola Conferencia Episcopal me invit a su reunin en elsantuario nacional de Nuestra Seora de la Caridad delCobre, cerca de Santiago de Cuba. Estaban presentesel Nuncio Apostlico y los obispos del pas. Expuse mitrayectoria con relacin a Cuba, desde el encuentrocon Fidel en Managua, de 1980: Creo que tengo posi-bilidades de contribuir al dilogo Iglesia-Estado en estepas. Los dirigentes del Partido Comunista estn deacuerdo en que yo trabaje en ese sentido. Les dijetambin que solo lo hara si los obispos locales lo acep-taban.

    Si ustedes creen que no tengo nada que hacer d-ganlo ahora, pues es muy arriesgado para m el ve-nir a Cuba. Vivo bajo una dictadura militar, para lacual la simple mencin del nombre de este pas cau-sa escalofros. Pero si creen que tengo un papel quecumplir estoy dispuesto a enfrentar los riesgos. Tam-poco quiero actuar como francotirador, sino en con-sonancia con la Conferencia Episcopal.

    Los obispos echaron fuera sus fantasmas y mani-festaron temores y peligros. Recelaban de que yo es-tuviera manipulado por el Partido.

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    Me cuesta mucho venir aqu [advert]. Ya tengodemasiados trabajos en Nicaragua y en Brasil, unpas de dimensiones continentales. Para m no tienesentido venir sin la aprobacin de ustedes. Si creenque debo interrumpir el dilogo con el gobierno, novuelvo ms. Pero les dejo a ustedes la responsabili-dad de esta decisin ante Dios y ante la Historia.

    Pidieron que saliese durante unos momentos. Al fi-nal, me dieron todo su apoyo.

    Educacin popular

    Domingo 10 de febrero de 1985. Despus del almuer-zo en el hotel Riviera atend el telfono: Soy Pieiro.No salga del hotel. Cervantes lo va a recoger ahoramismo, me pidi el jefe del Departamento de Amri-ca. Poco despus Cervantes confirm mi sospecha:Fidel quera verme.

    Durante cinco horas Cervantes y yo aguardamosante la televisin, viendo pelculas usamericanas. A lasnueve de la noche llam Manuel Pieiro; nos cit en elConsejo de Estado, en la Plaza de la Revolucin.

    Al salir del ascensor, en el segundo piso, los miem-bros de la seguridad nos condujeron a una sala de es-pera muy confortable, decorada con cuadros y escul-turas de buen gusto, pero tan refrigerada que cre queme iba a resfriar. Una hora despus escuchamos pasosmultiplicados en el corredor. Abierta la puerta, entrFidel. Iba acompaado de Pieiro y de otros tres hom-bres. Son comunistas chilenos, nos present Fidel.Espero que sean tambin revolucionarios observpues eso de llamarse cristiano o comunista significapoco. Conozco cristianos de izquierda y comunistasde derecha.

    Luego que los chilenos se despidieron, Fidel noscondujo a su despacho. Me seal el sof mayor deba-jo del cuadro de Camilo Cienfuegos y ocup l unapoltrona a mi izquierda. Me habl de su encuentro conla delegacin episcopal de los Estados Unidos. Lo quele preocupaba, me dijo, eran los obispos cubanos, conquienes haca poco haba tenido contacto: Desde elcomienzo de la Revolucin ha habido muchos pecados

    de ambas partes. Ms de nuestro lado que del lado dela Iglesia, admiti. Incluso yo tena mis prejuiciosen relacin con los obispos, y estaba mal informado.Crea que monseor Adolfo [Rodrguez] era un con-servador y reaccionario. Y, al contrario, es un hombreserio y con quien se puede conversar.

    Por lo que yo s le coment a los obispostambin les agrad el encuentro. Y quedaron muy sa-tisfechos con la perspectiva de tener encuentros pe-ridicos con usted. S dijo el Comandante es-toy dispuesto a ello, pero para discutir cuestionesfundamentales, y no sobre el viaje de un sacerdote fueradel pas o la reforma de un templo.

    Aadi que vio como positivos los viajes del Papa ala Amrica del Sur. Pregunt qu significan; cmo fun-cionan el concilio; los snodos, posteriormente, se in-teres por aspectos personales de mi familia y de miformacin religiosa: Dgame cmo es la formacinde un fraile dominico, solicit en tono muy bajo, gu-tural. Fui alumno de los hermanos lasallistas y, des-pus, de los jesuitas. En aquel tiempo, ellos hablabanen contra de los protestantes y de los judos, y habaracismo en las escuelas.

    Le expliqu sobre la formacin de los frailes domi-nicos. Curioso, Fidel pregunt por el currculo, losprofesores, los exmenes, los cursos complementa-rios. Se estudia el marxismo?. S, en Filosofa,respond. El prejuicio ante los manuales favorecimi contacto con las obras de Marx, de Engels, de Le-nin, y tambin de Trotsky y de Stalin. Me libr as deldogmatismo de Plejanov y del mecanicismo de Pulit-zer. Aprend mucho adems con las reflexiones deGramsci. Sin este es imposible comprender bien el fe-nmeno religioso en las luchas sociales.

    Pero usted no est queriendo negar el valor de lateora?, pregunt Fidel. A lo que respond:

    No, pero si la mera capacitacin terica fuera sufi-ciente, los partidos comunistas de la Amrica Lati-na, detentores del marxismo-leninismo, habran he-cho revoluciones. Ningn partido comunista hastaahora ha hecho la revolucin en nuestro Continen-te. Quien la hizo fue el Movimiento 26 de Julio, aqu

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    en Cuba, y el Frente Sandinista de Liberacin Na-cional. Movimientos que tenan contacto con lasbases populares, sin prejuicios, capaces de captarlos valores populares e inclusive sus sentimientosreligiosos.

    Estoy de acuerdo con lo que usted dice, dijo l.Hablamos tambin de la teologa de la liberacin. Le

    expliqu su gnesis y los problemas con el poder ecle-sistico. Luego le pregunt qu recursos se empleabanen la formacin ideolgica de las nuevas generacionescubanas. Fidel confirm mi sospecha de que en Cuba,como en la mayora de los pases socialistas, no habaun programa especfico de concientizacin poltica. Sesupona equivocadamente que la propia sociedadsocialista, a travs de su aparato ideolgico, como es-cuelas y medios de comunicacin, formaba el pensa-miento de la juventud. Si por una parte eso era verdad,por otra parte no se poda ignorar que el socialismo escontemporneo del capitalismo, y de un capitalismotecnolgicamente mucho ms avanzado. Confiar laformacin ideolgica a los sistemas formales es cedera la pretensin de que ellos podran sobreponerse a lossistemas informales del consumismo capitalista, comola msica, la moda y los atractivos de enaltecimientodel ego.

    Fidel me oy atento y se defendi: El internaciona-lismo es un factor importante en la formacin de nues-tra juventud. Millares de cubanos han pasado ya porAngola, donde tenemos actualmente a cuarenta mil j-venes. Pero es verdad que el egosmo todava no hasido erradicado de nuestra sociedad.

    Insist: Me preocupa mucho la educacin ideol-gica de las nuevas generaciones. Y no creo que un par-tido comunista pueda hacerlo, pues sus lmites sonestrechos y lo importante es precisamente alcanzar alos que estn fuera del partido. Tampoco veo cmo laescuela formal pueda hacer esa tarea. Qu sugeri-ra usted?, pregunt Fidel. La metodologa de la edu-cacin popular en el fortalecimiento de movimientospopulares, respond.

    Le describ mi trabajo en educacin popular y loque significa la concepcin metodolgica dialctica,

    que se contrapone a la metodologa bancaria denun-ciada por Paulo Freire y paradjicamente tan en boga,en aquella poca, en los pases socialistas. Consideroportuno citar el nombre de Paulo Freire, injustamentequemado por comunistas brasileos, e incluso enCuba. Alegaban que sus conceptos eran idealistas, a laluz de la filosofa cristiana, y por tanto inaceptablespara quien asume la concepcin materialista de la na-turaleza y de la historia. Tales crticas se basaban enuna lectura superficial de sus primeras obras, comoEducacin como prctica de libertad. Su evolucinideolgica se refleja en Pedagoga del oprimido y Car-tas a Guinea-Bissau. Pero los crticos ignoraron estasobras, a pesar de que su mtodo de educacin populary de alfabetizacin fuera adoptado por pases africa-nos recientemente liberados en aquel momento, y porNicaragua. En un prximo viaje hable de esto con elMinistro de Educacin y con los tericos del Partido,me recomend el dirigente cubano.

    Pasaba de la una de la madrugada cuando Fidel sedespidi de m. Antes de salir observ: En julio de1980, en nuestro primer encuentro, en Managua, pre-gunt cul era la posicin del gobierno de Cuba ante laIglesia local. Hoy pregunto: le interesa, de hecho, algobierno cubano que la Iglesia de aqu asuma la lneade la teologa de la liberacin?. Fidel no dud en decirque s.

    De ese encuentro surgi la idea de fundar en Cubaun centro de educacin popular en la lnea del mtodoPaulo Freire: el Centro Memorial Martin Luther KingJr., que lleva activo ms de veinte aos.

    Entrevista con Fidel

    Chomy Miyar, secretario del Consejo de Estado, meinvit a comer en su casa la noche del jueves 14 defebrero de 1985. Yo me encontraba en Cuba partici-pando del Premio Literario Casa de las Amricas. EnLa Habana esta era considerada la ms irrecusable delas invitaciones. Era lo mismo que ser invitado por Fi-del, quien no abre las puertas de su casa ms que a susamigos por verse obligado a vivir clandestino en supropio pas, por razones de seguridad.

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    La casa, prxima al Zoolgico de La Habana, esdiscreta, situada en una calle sin salida, y desde fuera,ningn detalle llama la atencin. Parece una de aquellasresidencias construidas por la pequea burguesa an-tes de la Revolucin, en un barrio de clase media as-cendente. La tapia cubierta de vegetacin impide quese vea la fachada. Por dentro todo recuerda a un mu-seo. Cada mueble se encuentra atestado de regalos re-cibidos por Fidel cuadros, esculturas, alfombras, con-decoraciones, recuerdos y artesanas de los msdiversos pases. En las paredes fotos que registranlos viajes del lder cubano por la Unin Sovitica, fri-ca, Jamaica, Chile y Nicaragua. Algunas son de la Sie-rra Maestra y de los primeros aos de la Revolucin.Hay una coleccin de psters lanzada por los partidosde izquierda de Chile con motivo de la visita de Fidel algobierno de Salvador Allende, en 1971. Y muchos li-bros. Todo un acervo destinado a los museos despusde la muerte del dirigente cubano.

    Fui recibido por Marina Majoli, esposa de Chomy,una italiana que lleg a Cuba como periodista, intere-sada por conocer una sociedad alternativa al consu-mismo de Europa occidental, y se qued, cautiva porel corazn. En torno a la mesa Armando Hart, ManuelPieiro y su mujer, Marta Harnecker. Chomy preparla comida: arroz, frijoles negros, carne de cerdo asa-da, yuca cocida y pltano frito. Tpica comida cubanay, por coincidencia, comida tpica de Minas Gerais,estado en el que nac, lo que solo se explica por losafricanos trados como esclavos a Amrica. En la so-bremesa, quesos de tipo francs fabricados en Cuba:el suave queso azul Guaicanamar, muy parecido al azulde Laqueuille; el picante y delicado queso azul, seme-jante al Bleu des Causses; el sabroso queso azul Pig-me; y, en homenaje a Marina, el Gorgonzola, cremo-so y fuerte.

    A la hora del caf se oyeron ruidos de frenazo brus-co y de abrir puertas. Era medianoche cuando Fidelentr. Tom asiento entre libros y discos, acept unasola dosis cowboy de gisqui y lo sabore lentamente.Descubr un rea en la que estamos de acuerdo, ledije. Cul?. La cocina. Soy hijo de una especialistaen la materia. Mi madre es autora de un clsico, Fogn

    de lea, 300 aos de cocina minera. Mi especialidadson los camarones, precis el lder cubano.

    Retomamos los temas del encuentro con los escri-tores latinoamericanos del Premio Casa de las Amri-cas, aquella madrugada: Usted dice que le gustan laspreguntas aparentemente embarazosas. De hecho veoen su personalidad una atraccin compulsiva por eldesafo. De dnde le viene esa propensin a no perdernunca, de su padre o de su madre?, pregunt. Delos dos. Mi madre era muy religiosa y mi padre escp-tico. Lo que no me agrada en las entrevistas son laspreguntas de carcter subjetivista o aquellas que meconsideran dotado de un carisma excepcional, capazde mover la historia. No son los individuos aislados losque hacen la historia. Y yo no me considero un caudi-llo. Todo ser humano debiera tener un mnimo dis-tanciamiento de s mismo, en el sentido brechtiano deltrmino, observ. As tendra sentido de autocrticay no se dara ms valor del que merece. Si hay algoque repudio fuertemente aadi Fidel es la idea deser una figura mtica. Nunca olvido la frase de Mart,de que toda la gloria del mundo cabe en un grano demaz. Le coment:

    Hay dos tipos de polticos: los que se mueven porsus intereses personales, aunque bajo el aparentepretexto de defensa de las demandas colectivas, ylos que no temen a ningn peligro al poner las cau-sas sociales por encima, incluso, de su sobreviven-cia fsica. Se puede acusar a un guerrillero de todo,menos de buscar el poder como objeto de deseopersonal, pues las posibilidades de llegar a l, vivo,son pequeas frente a la amenaza permanente demuerte.

    Aprovech para sondear cmo juzgaba mi actividadpastoral en Cuba. Un funcionario del Departamento deAmrica me haba dado a entender, por aquellos das,que yo no deba impartir conferencias o cursos a cris-tianos cubanos, informacin que prefer omitir parano crear un clima de intriga. En su opinin, hastaqu punto debo promover aqu encuentros y semina-rios, debates y retiros con los cristianos?. Solo us-

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    ted puede realizar esas actividades. Yo no, no soy te-logo, sugiri Fidel, dejndome satisfecho porque tam-bin Pieiro haba odo la respuesta. Escrib un pe-queo texto, Cristianismo y marxismo, que quiz puedaayudar en la reflexin de los cristianos y de los comu-nistas cubanos. Podemos publicarlo aqu. Yo podraanexar algunos textos mos y, a lo mejor, hasta le daraa usted una entrevista especfica sobre la cuestin re-ligiosa. Ha ledo lo que dije sobre cristianismo y mar-xismo en mi visita a Chile en 1971?. S, le tambinlo que dijo sobre el tema en Jamaica, en 1977, y aquen Cuba.

    Fidel estaba exultante con el tema y yo agarr elpjaro al vuelo: Me agradara poder hacer una largaentrevista con usted, para ser publicada en un librodestinado al pblico joven de Brasil. Estoy dispuestoa concedrsela. Cundo va a poder regresar?. Qui-z en mayo; sera posible?. Es una buena poca,respondi Fidel.

    Regres a La Habana en mayo de 1985, en compa-a de mis padres. Fidel me llam a su despacho: Va-mos a dejar nuestra entrevista para otra ocasin. Ten-go que prepararme mejor, se justific. Un hecho nuevohaba modificado la coyuntura y, seguramente, la mis-ma atencin de Fidel: las transmisiones piratas de Ra-dio Mart, de Miami hacia Cuba, con cincuenta milwatts de potencia y catorce horas diarias de progra-macin. Haba sido propuesta por Reagan como uninstrumento de concientizacin de los cubanos. Apesar de la coyuntura desfavorable, mi ngel de la guar-da me sopl al odo: Ahora o nunca. Me vino a lamente El viejo y el mar, de Hemingway. Concentrtodos los esfuerzos en la pesca de aquel tiburn. Fidelno poda escaprseme. Ech mano de todos los argu-mentos: Qu preguntas querra hacerme?, pregun-t l, abriendo una brecha.

    Yo haba preparado una lista de sesenta preguntas,comenzando por su infancia, la vida escolar, el perfilde la familia, la formacin cristiana... Le le las prime-ras y enseguida me interrumpi: Muy bien, comenza-mos maana.

    Quiz Fidel recelaba de que yo le hiciera preguntasteolgicas, acadmicas o doctrinarias. Por eso su ex-

    cusa de que necesitaba prepararse mejor. Cedi a miruego cuando se dio cuenta de que tena que hablarmems con la vida y con el corazn, que con ideas y conla mente.

    Eran pasadas las nueve de la noche del jueves 23 demayo de 1985. Fidel acababa de participar en una re-cepcin ofrecida por la Federacin de Mujeres Cuba-nas (FMC). Me recibi en su despacho, en traje degala, en compaa de su cuada, Vilma Espn, presi-denta de la FMC, y de Armando Hart. Mientras con-versbamos l tomaba t y fumaba unos puritosCohiba. Inici la entrevista, publicada despus bajo elttulo de Fidel y la religin. Trabajamos hasta las tresde la madrugada, ofrecindose para llevarme a la casa enla que me hospedaba con mis padres.

    Los viejos estarn despiertos?, pregunt en eltrayecto. Seguramente no, pero podemos despertar-los. No, es muy tarde. No quiero molestarlos. Co-mandante le arg, creo que quedaran felices parael resto de sus vidas si son despertados por usted estamadrugada. Se lo contarn a sus hijos y a sus nietos.Entonces ir a saludarlos.

    Llam a la puerta del cuarto. Mi madre sali en ca-misn y mi padre en pijama. Nos sentamos alrededorde la mesa, tomando jugos de frutas, oyendo a Fidelcontar cmo se arreglaba para sobrevivir en la Ciudadde Mxico antes de embarcar en el Granma. Hablamosespecialmente de la comida mexicana. Eran las cincode la maana cuando l se retir.

    A las cinco de la tarde iniciamos la segunda parte dela entrevista. Trabajamos hasta las diez de la noche,pues Fidel deba asistir a una cena en casa del embaja-dor de la Argentina, a la cual me invit. Al presentarmeal embajador cometi el equvoco de comentar que mimadre era una excelente cocinera y que le ofrecerauna cena en los prximos das. Diplomticamente, elembajador se invit al banquete.

    El sbado, mientras imparta una conferencia en elconvento de los dominicos a un grupo de la Federa-cin Universitaria del Movimiento Estudiantil Cristia-no, me llamaron por telfono. Era del Palacio de laRevolucin, citndome al despacho del Comandante.A las ocho de la noche dimos inicio a la tercera parte

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    de la entrevista. Estuvimos hasta las once. Entoncessalimos hacia la casa de protocolo, donde mi madre nosesperaba con lomo y costillitas de cerdo con maz. Pre-par una pasta de camarn. En torno a la mesa Fidel yRal Castro lo que es rarsimo, pues razones de segu-ridad recomiendan que no anden juntos, Vilma Espn,Armando Hart, Marta Harnecker y Manuel Pieiro, Ser-gio Cervantes y el embajador argentino, el nico quedesentonaba en el clima relajado que se cre, especial-mente en aquella ocasin en que los hermanos Castro,cual jvenes alrededor de un trofeo, pasaron a disputarla segunda garrafa de aguardiente Velho Barreiro queestaba intacta, pues la primera se vaci enseguida.

    Fue la primera vez que vi a Fidel comer con voraci-dad. Lo que ms le satisfizo fue la ambrosa, el dulcede los dioses de Grecia, conocido en Minas Gerais comoespera-marido, por la rapidez con que las mujeres lopreparan al avistar por la ventana a su hombre regresardel trabajo.

    A la salida, en el jardn, Fidel y Ral disputaron elaguardiente como dos amigos en torno a una prenda.Con la garrafa asida por cuatro manos, Ral amenaz:Si no me la dejas, cuento aquellas cosas, eh.... Fidelle sonri a su hermano y solt el trofeo.

    A la maana siguiente, mand a los de su seguridada que fueran a recoger donde mi madre otro pote deespera-marido.

    La larga entrevista termin en la madrugada delmartes 28 de mayo de 1985, cuando completamosveintitrs horas de dilogo. En noviembre de aquel aoel libro fue presentado en Cuba. Se vendieron trescien-tos mil ejemplares en menos de cuarenta y ocho horas.Hoy la tirada cubana rebasa el milln. La obra, traduci-da en treinta y dos pases a veintitrs idiomas, ayud aerradicar el miedo a los cristianos y a los prejuicios delos comunistas.

    Traduccin del portugus por J.L.Burguet

    c

    ALEJANDRO OTERO (Venezuela, 1921-1990): S/t, 1986. Calcografa, 120 x 180 mm. P/A

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    El ms profundo legado de la Revolucin Cubana fue quiz la ideade la lucha armada de liberacin nacional. Aproximadamente, sepuede decir que el perodo de la lucha armada, pensada como unaetapa especfica de la historia moderna de la Amrica Latina, comien-za con el triunfo de la Revolucin en 1959. Se extiende en Suramrica,incluyendo a Brasil, hasta el derrocamiento de Allende y la imposicinde las dictaduras militares en el Cono Sur en 1973 y despus, y en elCaribe y Centroamrica, cuya dinmica regional era distinta, hasta lascampaas de contrainsurgencia a principios y mediados de los 80 enNicaragua, Guatemala y El Salvador, y la derrota electoral de los sandi-nistas en febrero de 1990.

    Qu queda de todo eso? Solo una memoria nostlgica o amarga?Parte del problema de pensar hoy la lucha armada es que si bien hayhistorias y testimonios de ella en este o aquel pas, no hay una historiageneral de esta lucha armada a nivel continental en la Amrica Latina.Rgis Debray comenz tal historia en los aos 70 en un proyecto llama-do Crtica de las armas, que al final terminara abandonando a mediocamino a la vez que su propia carrera poltica se desplazaba hacia laderecha. Quiz entonces el intento ms influyente hasta hoy de resumirla experiencia de la lucha armada sea el libro de Jorge Castaeda Lautopa desarmada. La izquierda latinoamericana despus de la GuerraFra (1993), que presentaba un bosquejo panormico del surgimiento yocaso de la lucha armada, y entrevistas a varios de los lderes msimportantes de la guerrilla. Sin embargo, el libro de Castaeda resultun obituario prematuro de la lucha armada (el Levantamiento zapatistaen Chiapas estall un ao despus de su publicacin inicial); y a pesarde su declarada intencin de formular un nuevo programa estratgicopara la izquierda, servira ms bien de plataforma para las ambiciones de

    JOHN BEVERLEY

    Balance de la lucha armada,cincuenta aos despus

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    su autor en tanto poltico neoconservador en Mxicoque como documento vaticinador de las nuevas for-mas de la izquierda que se estaban gestando en la Am-rica Latina en los aos 90.

    La utopa desarmada... asent lo que se podra lla-mar el paradigma de desengao en la representacin dela lucha armada. Aunque a veces producido desde laizquierda, ese paradigma ha sustentado, y sustenta anhoy, la hegemona neoliberal en la Amrica Latina, de lamisma manera que una narrativa antisesentista respaldel giro neoconservador en los Estados Unidos. Esa he-gemona est en decaimiento, y la izquierda latinoameri-cana a veces en formas nuevas no siempre vistas consimpata por algunos sectores de la izquierda tradicio-nal ha obtenido triunfos significativos en los ltimosaos. Hoy una mayora de la poblacin de los pases dela Amrica Latina vive bajo gobiernos que se considerana s mismos, de una u otra forma, socialistas, y quecolaboran entre s a nivel regional. Muchos de los prota-gonistas involucrados en estos gobiernos o en los mo-vimientos sociales que los pusieron en el poder, apren-dieron y ganaron experiencia en el campo de la polticadurante el perodo de la lucha armada. Las nuevas for-mas de pensamiento y organizacin que corresponden aeste desplazamiento tectnico en la poltica latinoameri-cana no pueden ser articulados sin recuperar nireconsiderar el legado de la lucha armada. Sin embargo,excepto por una parcial rehabilitacin de la figura delChe en los ltimos aos por ejemplo, en la pelcula deWalter Salles, Diarios de motocicleta, la lucha armadaha sido casi completamente olvidada o marginada de lamemoria pblica en la Amrica Latina, un poco comola huelga de los jornaleros de las bananeras en Cien aosde soledad. Ha sido olvidada o marginada en parte por-que las nuevas generaciones en la Amrica Latina notienen una conexin vivencial con ella. Pero esa situa-cin inevitable es agravada por el hecho de que la mayorparte de las representaciones de la lucha armada a lasque s tienen acceso, en general estn regidas, como Lautopa desarmada... de Castaeda, por el paradigma deldesengao.

    Ese paradigma descansa fundamentalmente en laautoridad, en la cultura latinoamericana de las ltimas

    dcadas, de una narrativa de maduracin o Bildungpersonal correspondiente a la generacin de los 60 y 70la generacin, o una parte importante de ella, que sedefini a s misma como comprometida o solidaria conla lucha armada. Su forma general es la siguiente: elsueo de la transformacin revolucionaria de la socie-dad que era la inspiracin de la lucha armada fue unaespecie de adolescencia romntica. Una adolescencia idea-lista, valiente y generosa, pero tambin propensa a losexcesos, a cometer errores, a la irresponsabilidad y anar-qua moral. Por contraste, la madurez biolgica y bio-grfica de esa generacin, representada por sus respon-sabilidades como padres y en sus centros de trabajo oprofesiones, corresponde a la hegemona del modeloeconmico neoliberal y al restablecimiento de la demo-cracia formal en los aos 80 y 90. De all que el presente(neoliberal) aparezca en cierto sentido como un nuevoprincipio de realidad ante el cual deben ceder los sue-os revolucionarios de la juventud.

    Un ejemplo conocido de este esquema es el retratoen la tercera parte de la pelcula mexicana Amores pe-rros (2002) de El Chivo, el ex profesor universitarioque, a raz de la masacre de estudiantes en la Plaza delas Tres Culturas de Tlalteloco, en 1968, abandona asu esposa y a su hija para convertirse en guerrillero.Como consecuencia, pasa veinte aos en prisin, y seve reducido a trabajar como asesino a sueldo en el pre-sente. La insinuacin es que El Chivo cometi un errorno solo poltico sino tico al decidir abandonar su ca-rrera y su familia para dedicarse a la lucha armada, unaespecie de pecado las tres partes de la pelcula re-presentan distintas formas de pecado contra la familia(incesto, adulterio, abandono) que trata de enmendarahora que su hija ha crecido. (Amores perros equiparaen este sentido la lucha armada con la violencia delcapitalismo neoliberal).

    El paradigma de desengao se encuentra profunda-mente asentado en docenas de novelas, narrativas tes-timoniales, historias, memorias, poemas y pelculas quetratan sobre la Amrica Latina y la lucha armada en losaos 60 y 70. Representa en cierto sentido una varian-te de la novela picaresca barroca, especialmente de laque fue el libro ms ledo en el siglo XVII tanto en Espa-

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    a como en las Indias, el Guzmn de Alfarache, deMateo Alemn. Al aproximarse a la madurez, el pcarose arrepiente de su mala vida, denuncia a sus antiguoscamaradas con las autoridades, hace las paces con elEstado y la justicia, y se sienta a escribir su historia,que ser ejemplar para otros. El guerrillero arrepen-tido se ha convertido en la versin del pcaro en lacultura latinoamericana contempornea.

    Hay un segundo esquema narrativo que entra enfuncionamiento en el paradigma de desengao. Es elsentido comn en realidad profundamente ideol-gico o, para recordar la caracterizacin de Althusser,historicista de la historia que identifica el movimientocronolgico hacia el futuro con el progreso. Como sesabe, hay una versin progresista de esta creencia:la idea de la inevitabilidad del socialismo. En estecaso, se trata de una versin reaccionaria: Dado que elneoliberalismo y la integracin econmica regional bajolos auspicios de los Estados Unidos vienen despus dela derrota o el desmoronamiento de la lucha armada,parecera como si estos hechos fueran, en cierto sen-tido, inevitables productos de una etapa histrica queva ms all de la etapa anterior, creando nuevas obliga-ciones y condiciones de posibilidad, hasta que inclusola izquierda, si fuera a resurgir, tendra que empezardesde ese punto. No puede haber retroceso. Lo quesucede en el paradigma de desengao en la representa-cin de la lucha armada es que la narrativa biogrficade madurez y xito o fracaso personal es proyectadadentro de esta narrativa subyacente de transicin entreuna etapa histrica y otra.

    No cabe duda de que en los ltimos treinta aos,ms o menos, la violencia contrarrevolucionaria, eldebilitamiento del Estado de bienestar debido a las po-lticas neoliberales, y los efectos de la globalizacin,han cambiado dramticamente el terreno de la luchapoltica en la Amrica Latina. Lo que a su vez ha afec-tado la naturaleza y los fines, tanto a corto, como alargo plazo, de la izquierda. Podra decirse que si laglobalizacin representa una nueva etapa del capitalis-mo con sus propias dinmicas y contradicciones es-pecficas, por lo mismo requiere de una nueva formade socialismo, de la misma manera en que Lenin sos-

    tuvo que el imperialismo, como la nueva etapa de capi-talismo que se alzaba en la aurora del siglo XX, requerade una estrategia diferente a la de la Segunda Interna-cional, arraigada en los sindicatos y partidos socialde-mcratas parlamentarios. Algo as es la idea bsica delconocido libro de Michael Hardt y Antonio Negri, Impe-rio, con su visin de la multitud como el nuevo sujetorevolucionario en la globalizacin.

    Sin embargo, Imperio no es una gua particularmentetil e iluminadora para los diferentes tipos de movi-mientos sociales y partidos o coaliciones de izquierdaque ahora ocupan el centro del escenario en la AmricaLatina. Si hay algo que queda claro es que estos hanhecho de la conquista del Estado-nacin su principal ob-jetivo, mientras que la multitud es en primera instanciaun sujeto posnacional en un sentido convencional de na-cin. Piensan de una forma continental regional, global,pero no han abandonado la nacin o la meta de libera-cin nacional. Ms bien buscan nuevas formas dearticular de una manera ms representativa, multicul-tural, e igualitaria la identidad y posibilidad de la na-cin-Estado. El concepto histrico ms pertinente paraentender el caso latinoamericano no es la idea de quela globalizacin represente una nueva etapa histricacon caractersticas propias, sino la idea de una Res-tauracin, sobre el modelo del perodo entre el Con-greso de Viena en 1815 y los levantamientos revolu-cionarios de 1848 que siguieron al decaimiento delimpulso radicalizador de las Revoluciones Francesa yHaitiana y la muerte de Napolen. Una Restauracinrepresenta la obstruccin de un proceso histrico, nosu trascendencia; es un producto, en cierto sentido, deese proceso histrico, al que busca limitar y/o cooptaren la medida de lo posible. Por lo tanto, es de esperarque el proceso vuelva a resurgir, si bien de formasnuevas y a veces inesperadas, en cuanto la fuerza de lacoalicin reaccionaria que produjo la Restauracin asu vez comienza a decaer con el paso del tiempo. Hayun ciclo (inevitable?) de radicalizacin y reaccin. EntreMetternich y el Congreso de Viena y las revolucionesde 1848 en Europa hubo algo as como treinta y cuatroaos, ms o menos una generacin. Anlogamente, alre-dedor de treinta aos separan la derrota de la izquierda

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    en Sudamrica a mediados de los 70 (orquestada porHenry Kissinger, el discpulo contemporneo de Met-ternich) y su reciente resurgencia. En los Estados Uni-dos, treinta aos separan la llegada al poder de RonaldReagan y la llamada revolucin conservadora, en1980, y la reciente eleccin de Barack Obama.

    Hubiera sido agradable poder decir que con el adve-nimiento de la democratizacin, la larga secuencia his-trica de violencia en la Amrica Latina, de la cual lalucha armada entre 1959 y 1990 fue tan solo una fase,se ha acabado, y que en la actualidad la poltica estcompletamente asumida por la sociedad civil y el siste-ma electoral parlamentario. Es evidente que la polticay el activismo poltico en la Amrica Latina se han des-plazado en general a un nuevo terreno. Sin embargo, eseterreno contina siendo articulado en muchos sentidospor el legado de la lucha armada. No es independientede ese legado. Por lo dems, tampoco es exacto decirque esta lucha en la Amrica Latina es totalmente algodel pasado. Como se sabe, sigue en zonas importantesde Colombia; reapareci en el sur de Mxico, en Chia-pas, con el Levantamiento zapatista al principio de los90, en parte como respuesta a la implementacin delos acuerdos del Tratado de Libre Comercio; y msrecientemente ha estallado de nuevo en Guerrero y enotras partes de Mxico. En Chile, el pueblo mapuchese ha visto obligado a recurrir a protestas violentas enun esfuerzo por prevenir la ocupacin de sus tierrascomunales para proyectos estatales y privados. Sepodran multiplicar estos ejemplos fcilmente. La des-aparicin de la violencia extraestatal en la Amrica La-tina no depender de la voluntad del Estado de imponerorden o de la comprensible aspiracin de estabilidad demuchos ciudadanos, sino de la capacidad del Estadode producir condiciones econmicas y sociales genui-namente inclusivas, prsperas e igualitarias. Pero paraque esto ocurra se hace necesario un Estado diferente.De all que la meta de la transformacin (del Estado,de la sociedad civil), que estaba en el centro de la luchaarmada no ha desaparecido; simplemente aparece hoyen una nueva forma.

    En retrospectiva, sin embargo, parecera que tienenrazn los que pensaban que la lucha armada estaba

    destinada al fracaso desde un comienzo. Pero no pare-ci as en su momento de origen; de hecho, fue laaparente lgica histrica a la que estaba conectada la lu-cha armada la propagacin internacional del socialis-mo y las guerras de liberacin nacional la que pare-ca irreversible entonces, para volver al tema delhistoricismo que habamos esbozado antes. No cabeduda de que muchos de los proyectos individuales delucha armada fueron mal concebidos y por lo mismoestaban destinados al fracaso. Pero eso no justifica laaseveracin de que todos estaban destinados al fraca-so, que desde su misma concepcin la victoria era im-posible. De hecho, la lucha armada triunfa al menos endos pases, Cuba y Nicaragua, y en varios otros estu-vo a punto de alcanzar el poder. Pudo plausiblementehaber ganado, por ejemplo, en El Salvador. Y en esecaso, la cadena histrica habra sido otra en Centro-amrica, y quiz tambin en la Amrica Latina en gene-ral, en los Estados Unidos y en otras partes del mundo.Aunque las dinmicas de la lucha armada latinoameri-cana eran (y son) locales y coyunturales, su eventualderrota estuvo ciertamente conectada con el decaimien-to general de la fuerza del bloque socialista, con la UninSovitica entrando en los 70 a un perodo de estanca-miento econmico (que tambin afect a Cuba des-pus del fracaso econmico de la zafra azucarera de1970), y con China lidiando con los efectos de la Re-volucin Cultural, y pasando a una poltica de disten-sin con los Estados Unidos despus de 1972. Talvez, el guerrillero arrepentido dir, fue mejor que noganramos.

    Pero ese melanclico sentimiento de inevitabilidadhistrica confirmada en ltima instancia por la cada de laUnin Sovitica concede algo que no debera: que la lu-cha armada en la Amrica Latina dependa del destino delcomunismo sovitico. Ese sentimiento es en s, por lotanto, una forma de historicismo, no una apreciacin ob-jetiva de la necesidad histrica. En verdad, quiz sea msacertado decir lo contrario: que el futuro de la Unin So-vitica en los 70 y 80 dependa de la posibilidad de que laAmrica Latina se convirtiera al socialismo. Una de lasrazones que haca original y atractiva la lucha armadalatinoamericana era precisamente que presagiaba una

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    nueva forma del socialismo, diferente a los modelos yaen ese tiempo percibidos como problemticos (el CheGuevara hablaba con sorna del comunismo del goulash).En el arranque radicalizador de la Revolucin Cubana, enla estrategia parlamentaria del camino chileno al socialis-mo de Allende, en las zonas liberadas de esta o aquellazona rural, en la clandestinidad urbana o en la experienciasandinista en Nicaragua, con todas sus ambigedades ycontradicciones, lo que se estaba gestando eran formasdel socialismo propiamente latinoamericanas, de la mis-ma manera en que, digamos, el comunismo chino o lasocialdemocracia europea fueron especficos para suspropias sociedades. Si esas nuevas formas de socialismohubieran prosperado y comenzado a interactuar, apoyar-se, influirse, y sobre todo corregirse la una a la otra, a suvez habran servido de inspiracin y de base de apoyomaterial para otros procesos emancipatorios (aqu se deberecordar el rol crucial que tuvo Cuba apoyando a los viet-namitas y a la lucha contra el rgimen del apartheid enSudfrica, finalmente victoriosa). Y no solamente en elTercer Mundo o en los pases de la periferia (mencionode pasada, desde mi propia experiencia, la tremenda in-fluencia que tuvo la izquierda revolucionaria latinoameri-cana en la configuracin de la llamada Nueva Izquierdaen los Estados Unidos).

    No hay ninguna duda de que la Unin Sovitica, y lossocialdemcratas europeos trataron de contener los mo-vimientos latinoamericanos, incluyendo la lucha armada,dentro de sus respectivas frmulas; pero los movimien-tos siguieron salindose de esas frmulas con gran osa-da y originalidad terica y prctica. Hubiera sido inevi-table el colapso internacional del socialismo si en los 60varios pases latinoamericanos hubieran podido seguirel camino de Cuba? Si Allende hubiera podido cumplircon su promesa de un camino chileno al socialismodemocrtico? Si a principios de los 80 los guatemalte-cos o salvadoreos hubieran podido seguir los pasos delos sandinistas? Y cul sera hoy la situacin de Cuba siotros pases latinoamericanos hubieran estado en la po-sicin de tener lazos fraternales con ella?

    Poner en polos antagnicos a la democracia formaly la lucha armada fue parte de la estrategia de contra-insurgencia de los Estados Unidos durante la Guerra

    Fra tal como hoy en da en Iraq. No obstante, lagran mayora de las experiencias de la lucha armada enla Amrica Latina surgieron precisamente contra dic-taduras militares (por ejemplo, en Cuba, Guatemala,Nicaragua, la Repblica Dominicana, la Argentina yBrasil), o en situaciones de profunda crisis y/o de co-rrupcin de las instituciones polticas formales. Al mis-mo tiempo, es evidente que con la excepcin de laUnidad Popular chilena, la izquierda revolucionaria la-tinoamericana, asentada como estaba en la nocin deuna pequea vanguardia o elite revolucionaria el fa-moso foco de la teora guevarista menospreci elproblema de la democracia de masas y de la hegemo-na poltica expresado en trminos electorales o cultu-rales. Aun as, sin embargo, en balance la experienciade la lucha armada en la Amrica Latina iba en la direc-cin de la democracia, y trajo a la poltica un hlito deesperanza en un cambio democrtico-popular que ha-ba estado faltando desde los aos 30. Tambin plan-te la posibilidad de desplazarse ms all de las formasa menudo restringidas y altamente manipuladas de lapoltica electoral y el sindicalismo hacia formas de con-cientizacin y participacin poltica ms comprehensi-vas y representativas.

    Parte de la originalidad y promesa de la lucha arma-da en la Amrica Latina estaba expresada en su super-estructura cultural. En el campo del cine, se podranmencionar, por ejemplo, las grandes pelculas cubanasde los aos 60 y 70 o al cinema novo brasileo, parti-cularmente la obra de Glauber Rocha, o la masiva re-construccin documental del auge y cada del gobier-no de la Unidad Popular de Allende, La batalla deChile, o a la obra maestra argentina La hora de loshornos, una de las pelculas ms atrevidas y originalesque haya sido producida en cualquier parte del mundoen los 60, hoy casi olvidada todas profundamente re-lacionadas con el impulso de la lucha armada. Losprincipales novelistas del boom se vean algo as comolos compaeros de ruta de la lucha armada, y algunos,como Julio Cortzar, hasta insistieron en la coincidenciade sus tcnicas narrativas vanguardistas con la funcinradicalizadora del foco guerrillero. Haba otras ma-nifestaciones de la relacin entre arte y lucha armada:

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    el teatro de creacin colectiva en Colombia; una mar-cada variedad de poesa comprometida poesa mi-litante que se extenda desde la poesa conversa-cional impulsada por la Casa de las Amricas y lascanciones populares politizadas de la nueva trova has-ta la poesa de taller sandinista, escrita por campesi-nos, soldados y obreros en sus propios lugares de tra-bajo; un arte visual estilo pop politizado y dinmico; yel testimonio, cuya emergencia y autoridad como for-ma narrativa estaban profundamente conectadas conla lucha armada.

    No se trataba nicamente de que muchos msicos,artistas, periodistas, cineastas y escritores se convir-tieron en compaeros de ruta del movimiento revolu-cionario, como fue el caso en los aos 30 y 40 defiguras como Pablo Neruda y Diego Rivera. Las orga-nizaciones de la lucha armada, sus extensas redes deapoyo provean un contexto en el cual, como en elcaso de la Resistencia francesa durante la SegundaGuerra Mundial, intelectuales, artistas, msicos y pro-fesionales de clase media se encontraban a menudotrabajando codo a codo en la clandestinidad con traba-jadores y campesinos de los sectores populares (unarelacin no siempre exenta de problemas, pero eso esotra historia). Se trata de la elaboracin de una nuevarelacin entre artista y sujeto popular.

    Las expresiones culturales relacionadas con la luchaarmada estaban an dominadas por lo que hoy, des-pus de la teora poscolonial, llamaramos un modelomestizo-criollo de identidad cultural latinoamerica-na. La articulacin terica de ms consecuencia de estemodelo fue quiz la idea de transculturacin narrati-va, adelantada, entre otros, por el crtico literario uru-guayo ngel Rama sobre la base del cubano FernandoOrtiz, que invent el concepto en su magistral estudiode 1940 Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar.Desde el punto de vista de Rama, la funcin cataliza-dora de los artistas, escritores y trabajadores cultura-les es juntar los elementos heterogneos de la realidadnacional para formar una identidad cultural inclusivaapropiada para el proceso de liberacin nacional y re-gional. Esa concepcin, anticipada tambin en el ensa-yo de Roberto Fernndez Retamar Caliban, era poten-

    ciadora y limitante a la vez, tal como lo revel la aveces problemtica relacin de la vanguardia revolu-cionaria con las poblaciones indgenas y afrolatinas,las mujeres y los homosexuales.

    La principal caracterstica de la lucha armada lati-noamericana eran sus races en el nacionalismo radi-cal. Pero al mismo tiempo se cuestionaba la adecua-cin de la nacin-Estado como vehculo posibilitadorde la insurgencia popular. El Estado oficial, productodel colonialismo y el neocolonialismo, en lo concretoera visto como carente de correspondencia frente a laradical heterogeneidad de los sectores populares. Porlo tanto, la tensin entre una afirmacin antimperialistay patritica de la nacin y la crtica de la nacinoficial que eventualmente llevara a la teora poscolo-nial ya se hallaba presente en el interior de la luchaarmada, por ejemplo en los debates entre estrategiasnacionales, regionales, y continentales. Algo similar pasacon las polticas de identidad representadas por losmovimientos indgenas, afrolatinos, de mujeres, degays, de poblaciones marginales. Indudablemente huboprofundas y frecuentes contradicciones entre deman-das de indentidad y un nacionalimso revolucionario.Pero tambin se puede afirmar que, por lo general fuesolo dentro del contexto de los movimientos revolu-cionarios que estas demandas de reconocimiento, o deliberacin personal, pudieron ser presentadas comodemandas en primer lugar. Las mujeres, los homosexua-les, los intereses regionales, la vasta poblacin semiem-pleada de los barrios pobres, los grupos indgenas yafrolatinos, los campesinos pobres, la juventud, empe-zaron a adquirir nuevas identidades y poder de gestinen el contexto de su participacin en el movimientoarmado y sus redes de apoyo. A su vez, la prcticarevolucionaria produce nuevas normas en la teora. EnGuatemala, por ejemplo, las premisas tericas de unmarxismo ortodoxo que sustentaba que la solucin alproblema indio era la industrializacin y la proletari-zacin, fueron cuestionadas desde la lucha armada enla medida en que ms y ms grupos indgenas se vie-ron involucrados en ella.

    El Che Guevara puede haber sido demasiado idea-lista en algunas cosas, pero no estaba equivocado cuando

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    vea las relaciones humanas creadas entre los miem-bros del foco guerrillero como un modelo para unaidentidad latinoamericana ms libre, tolerante de dife-rencias, igualitaria. O en su observacin de que el re-volucionario estaba guiado por grandes sentimientosde amor. El problema, que se fue incapaz de resolver,estaba en el traspaso de ese modelo a la poblacin enconjunto (la idea estratgica bsica del Che era que laguerrilla funcionara como un motor de arranque queactivara el motor grande de la sociedad).

    No es mi intencin restarle importancia a la persis-tencia residual de formas de autoritarismo, machismosublimado (y no), e incluso de racismo dentro de laizquierda revolucionaria de los aos 60 y 70. Pero envez de caracterizar a los nuevos movimientos socialesde las dos ltimas dcadas en la Amrica Latina comoclaramente distintos de, u opuestos a, la lucha arma-da, sera ms certero verlos como consecuencias delas mismas contradicciones, impulsos, y a veces de lasestructuras organizativas involucradas en la lucha ar-mada. Adems, en su propio desarrollo han vuelto alpunto de partida de la lucha armada para plantear lasmismas preguntas: Cmo unificarse en un bloque po-pular capaz de ejercer el poder del Estado? Cmo co-menzar a transformar el Estado desde la sociedad?Cmo empezar a transformar la sociedad desde elEstado?

    Una reconsideracin ms exhaustiva de la lucha ar-mada tendra que involucrar una crtica de las ideaserradas, la arrogancia y la innegable ingenuidad a me-nudo implicada en su teora y su prctica. Aun as, contodas sus fallas y sus a veces letales ilusiones, la luchaarmada revel a la Amrica Latina en su lado ms ge-neroso, creativo y valiente. Como en el fenmeno delos 60 en los Estados Unidos, con el que estaba es-trechamente vinculada, la promesa de la lucha armadaapuntaba a la posibilidad de un futuro diferente. Unfuturo posible. Se perdi la batalla, pero no por eso fuenecesariamente una equivocacin emprenderla. JosMart habla en el Manifiesto de Montecristi de la gue-rra cubana contra Espaa como una contribucin alequilibrio an vacilante del mundo. La lucha armadafue una intervencin en otro momento de equilibrio

    vacilante, una especie de apuesta histrica. Perdi nopor sus contradicciones internas aunque eran muchas.Tampoco estuvo condenada a la derrota desde el co-mienzo. Fue derrotada por el que fue, en ltima instan-cia, un enemigo ms fuerte y despiadado.

    El costo humano de esa derrota fue alto. El nmerode muertos en el transcurso de la lucha armada lati-noamericana, principalmente a manos de la violenciacontrarrevolucionaria, tiene que ser medido no en de-cenas sino en centenas de miles. En un clculo aproxi-mado, murieron alrededor de medio milln de perso-nas entre 1959 y 1990. Algo as como doscientas milde esas muertes ocurrieron solo en Guatemala, dondela lucha entre la guerrilla y el ejrcito fue particular-mente intensa, en especial en las zonas indgenas; perotambin hubo altos niveles de matanzas, decenas demiles, en El Salvador, Nicaragua, la Argentina, Co-lombia y Per; y en los miles en Chile, Brasil, Vene-zuela, Bolivia, la Repblica Dominicana, Mxico, yUruguay. A estas cifras deben sumrsele los millonesde encarcelados, torturados, arrojados al desempleo,desplazados de sus tierras y pueblos, forzados al exilioo simplemente desaparecidos.

    Este alto nivel de represin puede servir para refor-zar el argumento de aquellos que ven la lucha armadacomo una especie de deliro quijotesco cuyo preciofue pagado por la gente comn. Sin embargo, tambinpuede sugerir que hubo un alto nivel de apoyo, actualo potencial, a la lucha armada, y que ese nivel de apo-yo fue quebrantado solo por medio de una violenciacontrarrevolucionaria extraordinariamente brutal, enalgunos casos cercana al genocidio.

    Cualquiera sea la posicin que uno tome frente a lalucha armada, est claro que necesita ser recuperada yrepresentada como una etapa definida de la historiamoderna de la Amrica Latina. Es decir, el tema de lalucha armada es hoy en primera instancia un desafo alos historiadores. Pero no se trata solamente de hacerjusticia al pasado. La lucha armada fue en ltima ins-tancia una empresa trgica, pero tambin valiente ygenerosa, que tena en su corazn mucho de lo que laAmrica Latina todava quiere y aspira a ser. Fue unaespecie de apuesta a que otro mundo era posible. En

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    ese sentido, para consolidar e ir ms all de las todavaprecarias conquistas de los nuevos gobiernos de iz-quierda (porque hay el peligro de estancamiento), hacefalta hoy ms que nunca recuperar la herencia de la

    lucha armada, no sin un sentido de distancia, a la vezhistrica y crtica no se trata de idealizar o repetirfrmulas anticuadas pero s con un espritu de admi-racin, amor y respeto.

    SERGIO CAMARGO(Brasil, 1930-1990):

    Relieve 292, 1970.Madera, 39 x 41 x 10 cm

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    Cuando en 1959 triunfa la Revolucin en Cuba, yo tena doce aosde edad. Como a muchos de mi generacin, la imagen de la entra-da de los guerrilleros de la Sierra Maestra a La Habana, comanda-dos por Fidel, fue como un sello candente que nos marc el alma parasiempre. Desde entonces, la Revolucin Cubana se convirti para noso-tros en la prueba ms fehaciente de que la utopa no era un sueo irrea-lizable.

    En Venezuela, los primeros aos de la Revolucin Cubana coincidie-ron con los primeros aos de la recuperacin de la democracia. Unao antes, el 23 de enero de 1958, Marcos Prez Jimnez, uno de entrelos varios dictadores militares que apoyados por los Estados Unidosocuparon la escena latinoamericana durante los aos 50, abandonabasubrepticiamente el pas acorralado por crecientes manifestaciones po-pulares y el descontento de sectores militares progresistas. Durante losaos de resistencia a la dictadura de Prez Jimnez, y en la propia orga-nizacin y conduccin de los movimientos que aceleraron su cada, elPartido Comunista de Venezuela haba jugado un rol preponderante jun-to a Accin Democrtica, en aquel entonces un partido socialdemcrataque todava trataba de hacer honor a su divisa de ser el partido delpueblo, pero que muy pronto comenzar a navegar en sentido contra-rio, conducido por Rmulo Betancourt, triunfador, en diciembre de 1958,de las primeras elecciones presidenciales del nuevo perodo democrti-co, y quien ya haba sido cooptado por el Departamento de Estadodurante su exilio en Nueva York.

    Aun cuando los cinco aos del gobierno de Betancourt (1959-1963)estuvieron signados por el anticomunismo, la Revolucin Cubana mar-c claramente ese primer quinquenio democrtico en Venezuela. Lastransformaciones radicales que comienzan a darse en Cuba, la visita deFidel, el Che y Camilo a Caracas y el renovado discurso revolucionario

    CARMEN BOHRQUEZ

    Venezuela y la RevolucinCubana, cincuenta aos despus

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    que desde Cuba se expande por toda Amrica dieronaliento, reverdecieron esperanzas y acendraron determi-naciones no solo entre las distintas fuerzas independien-tes de izquierda, sino tambin entre las que se movan alinterior del propio partido Accin Democrtica, provo-cando la crisis que determin su primera divisin.

    De esta crisis ideolgica va a nacer el Movimientode Izquierda Revolucionaria (MIR), el cual, junto alPartido Comunista, que haba sido deliberadamenteexcluido de cualquier negociacin sobre el futuro pol-tico del pas por la alianza partidista que controlar lanaciente nueva era democrtica (Pacto de Punto Fijo),comenzar a trabajar y a organizar la lucha para esta-blecer tambin en Venezuela un gobierno revoluciona-rio antioligrquico y antimperialista.

    Ms all de Accin Democrtica, la RevolucinCubana va a tener tambin un decisivo efecto sobre lapropia alianza de gobernabilidad conocida como Pactode Punto Fijo, firmado por Accin Democrtica, elPartido Socialcristiano Copei; y Unin RepublicanaDemocrtica (URD), cuando el canciller Ignacio LuisArcaya, perteneciente a URD, se niegue a condenar aCuba en la Conferencia de la Organizacin de EstadosAmericanos celebrada en Costa Rica en 1961, provo-cando con ello su salida del Gabinete y de la URD dedicha alianza.

    Pero lo que ocurre en Venezuela respecto a Cuba noes distinto de lo que ocurre en el resto de la AmricaLatina. Tan pronto toma el poder, la Revolucin Cuba-na se convierte no solo en el eje y referente de todaaccin poltica interna de los distintos gobiernos lati-noamericanos, cualesquiera fueran su signo y su posi-cin respecto a la Isla, sino fundamentalmente en elnuevo argumento imperial para cerrar ms fuertemen-te sus garras sobre nuestros pases. Para los EstadosUnidos, era imperativo impedir a toda costa que se re-produjeran por la Amrica otras Cubas, y para ello cual-quier medio fue bueno, incluido el de presentarse comobuenos samaritanos. De todos son conocidas las ver-daderas motivaciones de la Alianza para el Progreso yde los llamados Cuerpos de Paz, a los que vimos ex-tenderse por todos los rincones de nuestro territoriocompartiendo sus saberes con las clases populares, al

    tiempo que, silenciosamente, recogan informacinsobre los nuevos posibles lderes o sobre focos de in-surgencia. Por lo que respecta concretamente a Vene-zuela, fue tambin patente el esfuerzo realizado por losEstados Unidos para mostrar a la naciente democraciay al liderazgo de Betancourt, como una alternativa a labarbarie que se instalaba en Cuba.

    Por su parte, Betancourt va a corresponder al privile-gio acatando con entusiasmo las directrices de Wshingtony, en virtud de ello, rompe relaciones con Cuba en no-viembre de 1961. Esta accin fue acompaada de lapropuesta, que luego va a ser asumida como doctrinaen el Continente (Doctrina Betancourt), de que no de-ban mantenerse relaciones diplomticas con aquellospases cuyos gobiernos hubiesen llegado al poder pormedios distintos a la eleccin popular. En enero delsiguiente ao, Betancourt, siguiendo fielmente la estra-tegia de los Estados Unidos, estar entre los primerosen impulsar y votar la expulsin de Cuba de la OEA.Esta actitud de Betancourt es respaldada y tendr con-tinuidad dentro de su partido Accin Democrtica; comopudo verse en julio de 1964, cuando el presidente quelo sucede, Ral Leoni, tomando como argumento eldescubrimiento de un lote de armas de supuesta pro-cedencia cubana en una playa del estado Falcn, aloccidente de Venezuela, pedir ante ese organismo laaplicacin de sanciones econmicas a Cuba.

    Sin embargo, mientras la derecha venezolana acre-centaba las medidas de aislamiento y el rechazo haciatodo lo que significara Cuba, lo contrario va a ocurrirentre las fuerzas de izquierda. De hecho, durante losaos 60 y 70 la Revolucin Cubana ejercer una in-fluencia paradigmtica sobre los distintos grupos pro-gresistas y revolucionarios del pas y, muy particular-mente, sobre el movimiento estudiantil; el cual seconvirti en la principal cantera de denuncia y de pro-testa contra las polticas gubernamentales de AccinDemocrtica, cada vez ms articuladas a los interesesy decisiones de los Estados Unidos y, sobre todo, con-tra la brutal represin poltica instaurada por Betan-court y otros gobiernos del Pacto de Punto Fijo, alpunto de hacer olvidar muy pronto los crmenes de ladictadura. Fue tambin el movimiento estudiantil el prin-

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    cipal semillero de las fuerzas insurgentes al iniciarse lalucha armada en Venezuela. Las figuras y las ideas deFidel y el Che alimentaron y fortalecieron nuestras uto-pas juveniles de justicia social y dieron nuevo impulsoa las luchas populares. La toma del poder por las ar-mas que hara realidad las seculares demandas del pue-blo, se vea ya a la vuelta de la esquina.

    Paradjicamente, la iniciativa y los primeros gruposguerrilleros que asumiran esta lucha por la conquistadel poder saldran en parte de las propias entraas deAccin Democrtica. El Movimiento de Izquierda Re-volucionario (MIR), junto con el Partido Comunista,iniciaran este camino, y a l se fueron sumando otrosgrupos y movimientos. Entre otros, el 1 de enero de1963 se constituyeron las Fuerzas Armadas de Libera-cin Nacional (FALN), al agruparse el Frente Jos Leo-nardo Chirinos, comandado por Douglas Bravo, conotros movimientos comandados por militares en rebe-lin, entre los cuales Manuel Ponte Rodrguez y VctorHugo Morales. Aunque no es el caso en este momentode abordar la historia de la lucha armada en Venezuela,sino tan solo seguir el hilo de la presencia de la Revolu-cin Cubana en Venezuela durante estos cincuenta aos,s vale decir que a pesar de los muchos errores tcticosy estratgicos cometidos, de las traiciones y contra-dicciones, de una percepcin equivocada de las condi-ciones objetivas del pas y del momento, que sumadashicieron fracasar militarmente al movimiento guerrille-ro al no lograr despertar el apoyo popular como habaocurrido en Cuba, la experiencia acrisol las ideas so-cialistas en una parte importante de la juventud delmomento y facilit el avance de las conquistas socia-les por parte del movimiento de los trabajadores y cam-pesinos, al obligar al gobierno a hacer concesiones enese sentido, so riesgo de empujar esos sectores hacialos movimientos que combata.

    El Che vea con simpata este movimiento de libera-cin por las armas que se haba iniciado en Venezuela,aunque reconoca serias diferencias respecto a la for-ma de llevarlo a cabo. Sobre todo, porque no crea niconfiaba en la participacin, en estos movimientos, deintegrantes de los ejrcitos regulares, pues, a su juicio,estos no eran otra cosa que instrumentos de la clase

    dominante y, por ello mismo, no caba pensar en re-dencin posible. Las rebeliones militares de 1962, co-nocidas como El Carupanazo (mayo) y El Porteazo(junio), parecieron confirmar tambin su tesis de quelos alzamientos surgidos en el seno de un ejrcito re-gular eran adems infructuosos, porque tendan a que-darse en los cuarteles. Habra que esperar varias d-cadas para que un movimiento y un lder militar surgidode los cuarteles irrumpiera en la historia y enrumbara aVenezuela hacia esa sociedad justa y de iguales por la queel Che dio su vida. Con ello, la Amrica Latina volvera mostrar su capacidad de crear inditas vas de cons-truir alternativas a la dominacin imperante, siemprecon el pueblo como protagonista principal de los cam-bios revolucionarios.

    Durante los primeros aos de la dcada del 70, elpresidente Rafael Caldera, del Partido Social CristianoCopei (otro de los socios del pacto de Punto Fijo),emprende una poltica de pacificacin del pas diri-gida a desmovilizar a los grupos guerrilleros que semantenan activos, aunque sin que esto significara unareal incorporacin de la izquierda a la vida poltica o suparticipacin en la toma de decisiones sobre el futurodel pas; antes por el contrario, esta pacificacinocult la desaparicin forzada y el asesinato de variosde sus cuadros dirigentes. Este perodo coincide conla distensin de las relaciones diplomticas de los Esta-dos Unidos con China y la Unin Sovitica, tras la visi-ta de Nixon a esos pases, lo que en cierta forma setraduce tambin en un cambio de posicin de los pa-ses de la Amrica Latina respecto a Cuba y su revolu-cin. Aunque Caldera no llega hasta el restablecimientode relaciones diplomticas con el Estado cubano, s dejael terreno abonado para que lo haga su sucesor, CarlosAndrs Prez (del partido Accin Democrtica), al pocotiempo de asumido el poder. Estas relaciones se nor-malizarn el 29 de diciembre de 1974, inicindose apartir de all un acercamiento entre ambos gobiernosque se tradujo en la firma de varios acuerdos de co-operacin bilateral y la asignacin de una cuota petro-lera a Cuba, por parte del gobierno venezolano.

    Pero esta apertura del gobierno de Carlos AndrsPrez hacia la Cuba revolucionaria tambin estuvo

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    acompaada de un acercamiento hacia los grupos cu-banos que desde Miami conspiraban, junto con el go-bierno de los Estados Unidos, para acabar con la vidade Fidel y de la Revolucin. Contratados por el gobier-no de Prez llegaron y se establecieron en el pas con-notados enemigos del proceso cubano, entre los cua-les el terrorista Luis Posada Carriles, quien incluso llega dirigir cuerpos policiales venezolanos y a manejar lapropia seguridad del Presidente. Esta privilegiada posi-cin le facilit, junto a otro conocido terrorista, Orlan-do Bosch, la planificacin y ejecucin el 6 de octubrede 1976, en complicidad con venezolanos, del msgrande atentado terrorista generado en Venezuela, comofue la voladura del avin de Cubana de Aviacin quetransportaba setenta y tres personas, entre ellas el equi-po de esgrima cubano que acababa de titularse campenen los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Frente aeste hecho, el gobierno de Carlos Andrs Prez mantu-vo la misma paradjica posicin con la que vena ma-nejando sus relaciones con Cuba: declaraciones decondena, apertura de la investigacin, detencin de losautores materiales y del propio Posada Carriles, enconcordancia con la imagen internacional de gobiernoprogresista que se haba construido; al tiempo que con-ceda ciertos privilegios a Posada, en concordancia consus secretos acuerdos con el Departamento de Esta-do. Este trato condescendiente hacia Posada se acen-tuar durante el gobierno del socialcristiano Luis He-rrera Campins y se traducir finalmente en su fuga dela prisin y del pas en 1985, un da antes de que lefuera leda su sentencia. Venezuela reclama hoy su ex-tradicin desde los Estados Unidos.

    La fuga de Posada Carriles ocurre en un perodo enel que haban dejado de existir relaciones diplomticasentre los gobiernos venezolanos del Pacto de PuntoFijo y el gobierno revolucionario de Cuba, dado que lasmismas haban sido suspendidas en 1980, a raz de lacrisis generada entre ambas naciones por la concesinde asilo a un cierto nmero de ciudadanos cubanos enla embajada de Venezuela en La Habana, sin que exis-tieran, a juicio del Estado cubano, fundadas razonespara ello, ni se correspondieran con ninguna de lascausales de asilo contempladas por los tratados inter-

    nacionales. Situacin que, como todos recordamos,se repiti en varias embajadas y particularmente en lade Per, que fue posteriormente seguida por la llama-da crisis de los marielitos. Posteriormente, estasrelaciones sern definitivamente reestablecidas en1989, siendo la manifestacin ms visible de su nor-malizacin la asistencia del Comandante Fidel Castroa la segunda toma de posesin de Carlos Andrs P-rez, electo presidente en diciembre del ao anterior.

    No obstante, e independientemente de estos avancesy retrocesos en las relaciones diplomticas y comercia-les entre ambos pases, la Revolucin Cubana sigui alen-tando durante todos esos aos las luchas populares, ysigui contando con el apoyo solidario de quienes, enVenezuela, seguamos creyendo en que las utopas seran posibles, y esto a pesar de las derrotas sufridas, dela desaparicin o el asesinato de valiosos lderes a ma-nos de los diversos gobiernos del Pacto de Punto Fijo,de la traicin de otros, de la domesticacin de algunasconciencias y de las polticas de admisin universitariasaplicadas por instruccin del FMI, que fueron vaciandode rebelda las universidades al limitar progresivamentela presencia en ella de los sectores populares, rebeldespor naturaleza, tradicin y necesidad ante un orden cre-cientemente injusto y excluyente.

    Ese ao 1989 fue trgico para las fuerzas de iz-quierda y para las luchas populares. El neoliberalismose extenda como un cncer por el mundo, fuertemen-te impulsado por los grandes grupos de poder interna-cionales y con el aplauso entusiasta de las burguesasnacionales, que creyeron haber alcanzado para siem-pre el paraso terrenal. La primera seal de alerta sobrelas consecuencias trgicas de las polticas neoliberalessobre los pueblos del mundo la dio el pueblo de Cara-cas, seguido de los de otras ciudades, el 27 de febrerode ese ao, a pocos das de la toma de posesin deCarlos Andrs Prez. Ese da, millones de pobres salie-ron a protestar de manera espontnea en todo el pascontra el llamado paquete econmico de Carlos An-drs Prez, el cual no era otra cosa que la aplicacin deun programa de ajustes macroeconmicos promovidopor el FMI, que sin duda vena a aumentar las durascondiciones de pobreza y miseria en las que viva gran

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    parte de la poblacin venezolana. Entre las medidasanunciadas estaban la privatizacin de las empresas p-blicas, la liberacin del precio de casi todos los pro-ductos de consumo masivo, el incremento de las tari-fas de los servicios pblicos, el aumento del transportepblico y, en particular, el anuncio de un aumento del100% en el precio de la gasolina, que vino a ser eldetonante de la ira popular. Una violenta represin, cau-sante de la muerte de ms de dos mil personas, fue larespuesta del gobierno de Prez a esta rebelin popu-lar, conocida luego como El Caracazo.

    Meses despus, en el mismo ao, la cada del Murode Berln sell lo impensable: el derrumbe de la UninSovitica. Huelga decir lo que esto signific en trmi-nos de desesperanza, desaliento y, sobre todo, dedesconcierto para quienes veamos en el socialismo laposibilidad de superar definitivamente siglos de exclu-sin y de injusticia. No entraremos a hablar de las fla-cas voluntades y de las acomodaticias militancias demuchos que, ante los primeros ruidos del derrumbe,abjuraron rpidamente de las ideas socialistas y se hi-cieron fanticos conversos del neoliberalismo. De ellosse encargar la historia.

    Entre las filas de los socialistas autnticos, el desa-liento se hizo mayor al pensar en Cuba, la que para esemomento sustentaba casi toda su economa sobre elintercambio comercial con la Unin Sovitica; desalientoque los publicistas del neoliberalismo se apresuraron aincrementar, anunciando tambin el fin de la Revolu-cin Cubana. Bloqueada cruelmente desde varios aosatrs por los Estados Unidos, y ahora sin el apoyo so-vitico, era fcil hacer creble este anuncio. Sin em-bargo, para decepcin de los adalides de la nueva doc-trina econmica, el pueblo cubano, cual ave fnix ycontra todos los pronsticos, resisti el golpe y co-menz a reconstruirse a s mismo. Fueron ciertamenteaos muy duros esos del perodo especial y una granleccin para quienes visitamos Cuba en ese tiempo.No haba all espacio para el desnimo o el pesimismo,sino por el contrario una gran fuerza espiritual y unavoluntad colectiva imbatible que, en medio de aquellasterribles condiciones, hablaba sin embargo de futurospromisorios, de la oportunidad que se presentaba de

    corregir errores, de hacer ms propio el socialismoque se haba estado construyendo y de redoblar es-fuerzos para impedir que esa especial situacin pudie-ra poner en riesgo los logros hasta ese momento al-canzados. Cuba, es decir un pueblo heroico y su granlder Fidel, se crecan en la adversidad demostrando almundo que nada puede quemar las alas de la esperanzacuando un pueblo se decide a volar libremente haciaun mundo de justicia social y de igualdad. La humani-dad tendr que agradecer siempre a Cuba esta leccinde moral colectiva y de dignidad.

    El ejemplo paradigmtico de Cuba durante esos aospostsoviticos sacudi los rendidos nimos y nos hizovolver la vista hacia nosotros mismos y hacia la ne-cesidad de poner al mundo en real perspectiva. Ni fin dela historia, ni derrumbe sovitico, ni globalizacin neoli-beral, ni pensamiento nico podran ser jams las coor-denadas que determinaran nuestro destino como pue-blos, sino las que nosotros mismos construyramoscon nuestras propias fuerzas. En Venezuela, esa con-ciencia haba comenzado a materializarse el 27 de fe-brero de 1989 con El Caracazo, y cobr cuerpo el 4de febrero de 1992, cuando un grupo de jvenes ofi-ciales, comandados por el teniente coronel HugoChvez Fras, insurgi desde varios rincones del pascontra el gobierno neoliberal de Carlos Andrs Prez,exigiendo poner fin a la explotacin, al hambre, la ex-clusin, la injusticia y el ignominioso sometimiento delas polticas gubernamentales a los dictmenes del im-perio. Para ello, proponen refundar la repblica reto-mando el proyecto de Simn Bolvar de construir unanacin soberana donde todos y todas pudieran vivircomo ciudadanos libres e iguales. Como sabemos, losrebeldes no pudieron concretar en esa oportunidad susobjetivos y debieron rendir las armas, no sin antes afir-mar, en la voz de Hugo Chvez, quien asumi la res-ponsabilidad del movimiento, que si bien por ahorasus propsitos no haban podido ser alcanzados, sinduda vendran tiempos mejores y el pas tendra queenrumbarse definitivamente hacia un destino mejor.Nada poda tener mayor impacto en ese momento so-bre la conciencia del pueblo venezolano que ese gritorebelde que se resista a aceptar la ineluctabilidad del

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    destino neoliberal y, en consecuencia, de la desapari-cin de toda alternativa a ese destino. El por ahorasignific tanto el quiebre de esa aparente ineluctabili-dad, como el resurgir de una memoria colectiva delucha contra otro imperio y de construccin de unanacin libre y soberana. Los dos aos de prisin deHugo Chvez (1992-1994) no hicieron sino hacer cre-cer tanto el movimiento popular despertado con suaparicin, como su propia determinacin para seguiradelante por el camino que el pueblo le estaba ahoraexigiendo.

    La aparicin de Chvez y del movimiento bolivaria-no va a terminar de resquebrajar las bases del pacto dePunto de Fijo, minadas ya por la corrupcin de susdirigentes, la entrega de la nacin a las compaas trans-nacionales, el abandono de las polticas sociales y lacreciente represin de todo movimiento de protesta.La crisis poltica desatada con su aparicin provocarla destitucin de Carlos Andrs Prez, la instalacin deun gobierno provisorio y la vuelta al poder de RafaelCaldera, quien astutamente logra capitalizar en esemomento la necesidad colectiva de cambio que la re-belin militar haba puesto al descubierto. Habiendo rotocon su partido Copei, Caldera crea un movimiento enel que logra aglutinar tambin a una dispersa izquierda,de tendencia centrista, que tema apostar al cambioradical que propona Chvez. Pronto ese gobiernomostrara ser ms neoliberal que el de Prez, y paramayor vergenza de la historia de la izquierda venezo-lana, el principal brazo ejecutor y furibundo defensorde esas medidas fue Teodoro Petkoff, uno de los prin-cipales jefes guerrilleros de la dcada de los 60 y en-tonces ministro de Planificacin quien haba puesto fina dicho movimiento.

    Las medidas neoliberales aplicadas, entre ellas la eli-minacin de los controles de cambio y de precios, laprivatizacin de empresas y servicios pblicos, la eli-minacin del Sistema de Prestaciones Sociales y la in-tencin de eliminar