ideas al escabeche
Post on 24-Jul-2016
234 Views
Preview:
DESCRIPTION
TRANSCRIPT
Ideas al escabeche es una publicación original e inédita.
No posee ISBN ni tiene los derechos reservados.
Si desea compartirlo o reproducirlo, por favor, cite la fuente.
Se imprimió en Villa Allende, durante el mes de noviembre de 2015.
Versión digital en Issue
El taller de escritura creativa, coordinado por Maricel Palomeque, depende de la
Dirección de Cultura de la Municipalidad de Villa Allende.
Ideas
al
escabeche
Índice(por orden de aparición)
Hoy es miércoles
Eva Schiaffino
Sofía Jagodnik
Lucila Sosa
Sofía Bobbiesi
Milena Dassie Wilke
Juan Cruz Molina
Hoy es miércoles
A Rosita Reynoso
Referir que la biblioteca donde nos reunimos cada miércoles huele a
libros viejos es casi una obviedad. Acaso sea más específico apuntar que
atesora, ontológicamente, como si su carta natal lo hubiera predestinado, el
candor de los espacios herrumbrados.
Como parte de esa constelación de páginas escritas, damos lugar a
nuestra tarea: alrededor de una mesa de fórmica blanca, rectangular,
rodeados por volúmenes de matemáticas, filosofía, literatura y hasta algún
desopilante “En forma con Jane Fonda” anhelamos el destino de los
escribas, como en el cuento de Cortázar: (…) Primero las bibliotecas
desbordarán de las casas, entonces las municipalidades deciden (ya
estamos en la cosa) sacrificar los terrenos de juegos infantiles para ampliar
las bibliotecas. Después ceden los teatros, las maternidades, los
mataderos, las cantinas, los hospitales.
Contamos con una hora y media para ir y volver adonde la palabra
nos guíe. Podemos embarcarnos en un arca de Noé, vestir cadáveres
exquisitos, visitar tarotistas, intercambiar recetas de cocina, fundar
ciudades, abrir puertas extrañas, entrevistar animales, etc. A veces
llegamos a situaciones que en común acuerdo denominamos turbias; nos
permitimos ser y decir lo que jamás seríamos o diríamos. O según el humor
y la necesidad lo turbio se transforma en un lente claro y definido por donde
miramos el mundo.
De una manera u otra, sobre la mesa rectangular de los miércoles
conviven la inocencia de los finales felices con los más genuinos deseos.
Develamos nombres, paisajes, aromas, tiempos pasados o futuros que
hasta ese momento no sabíamos, habitaban en nosotros.
Maricel Palomeque
Eva Schiaffino
Si me llamara Sol ustedes seguirían diciendo qué lindo nombre, pero
tal vez podrían pronunciarlo la primera vez. ¿Ema? No, Eva.
A una isla desierta solo tendría que llevar mi hipotético nombre,
representando la calidez del amor y otras barbaridades, y un poco de
música, en la mundana forma de unos mullidos auriculares que me abriguen
las orejitas. Amo la música cuando estoy sola y me arma historias en la
cabeza, pero la odio cuando está demasiado alta y no me deja escuchar sus
voces.
Amo también: los olores que me traen recuerdos, tomar agua, los
sándwiches, llenar cosas de palabras y encontrar personas nuevas.
Odio además: la ropa incómoda, el zapallito y las cosas que nos
hacen sentir mal.
Mi lugar favorito en el mundo es la puerta del colegio, o tal vez el
fondo de mi casa. No me molesta la rutina, me divierte la gente que dice
cosas horribles y no me gustan los animales, soy un espanto.
Me gusta escribir pero más que crear historias juego con palabras
lindas y todavía no estoy segura de si cuenta; mientras lo descubro voy
garabateando todo lo que se me cruza.
Una vez un profesor pelado me dijo que carecía de la capacidad de
expresarme de forma concisa y, teniendo en cuenta la longitud de esta
presentación, tal vez se equivocaba.
Intangible
Ciudad de viento la llamaron algunos adictos a lo evidente que andá a saber
cómo entraron, este era nuestro refugio, mío y tuyo nada más (mío primero).
Casas de nubes sin puertas ni paredes, ventanas en los ojos del otro,
edificios de pluma que podés derribar para saludar; la ciudad más frágil y
más indestructible, con sólo soplar tal vez estás en un balcón, tal vez en una
sala, tal vez en casa.
Los que la habitan no son pájaros ni humanos, dioses ni hadas (son voces
nada más me dijeron una vez, no les creí). Son gente de aire, volátiles e
indefinibles, vagando por pasajes eternos, sin perderse jamás en las calles
pavimentadas con los aullidos de felicidad de los que la encuentran por
primera vez. Y al recibirte te sonríen con la postura, con las manos, con la
existencia completa, te abrazan con los ojos, felices de verte, sabedores de
que por vos existen ese segundo extra. Pero cuando parpadeás la lágrima de
felicidad o de viento ya no estás ahí, supongo que está claro, y por eso
sonríen también un poco; porque los enternecés y te necesitan, pero sos
muy real, muy pesado, muy humano, y cuando metas la cabeza de nuevo al
auto y los sonidos se enfoquen y tu visión suba el volumen vas a estar de
nuevo en el mundo que te corresponde.
Caída libre
Ciudades vacías imágenes tristes
sueño con caer,
me despierto pesada, como si
todos tus edificios me crecieran en la espalda
mientras duermo.
Traicioneros.
Si miro hacia arriba al cuadrado
diminuto blanco invernal
qué espanto, en un fulgor
celeste podría cruzarme con tus ojos
ojalá no se desnuble nunca el cielo
(paisaje solidario-característica del romanticismo,
lo estudié en la escuela).
No es justo
que sean felices si estoy triste
no es justo siquiera que existan
si soy una ciudad vacía sin vos.
Por qué tus avenidas siguen
avenideando sin mí,
me estoy cayendo desde siempre
de la panza de mamá nací cayendo.
Mis metáforas son vacías
me hundo me ahogo tengo un bloque de cemento
atado a los pies,
y te extraño.
Diluvio
Me tienen harto, y ni siquiera estoy ahí. No me imagino cómo debe ser para
doña Noelia y su familia, pero en fin, los elegí por eso. Arañas. Su paciencia
es conocida entre los humanos, y en esto no se equivocan. Sabía que serían
las únicas de mi creación capaces de organizar y coordinar tanto el armado
de la potente nave como el abordaje y la posterior convivencia de las
especies en el arca. Omnipresente y todopoderoso como soy, sin embargo,
no puedo dejar de escuchar las discusiones por más que lo desee. Dos
economistas de Wall Street junto a dos revolucionarios zapatistas por
cuarenta días; mi idea para la salvación de cada especie humana podría
salir terriblemente mal.
Noelia eligió, como le dije, la pareja más pura de cada división; doctores,
campesinos, políticos, escritores, obreros, adherentes a las más diversas
ideologías; aquellos que profesan el culto al dinero, los desapegados de lo
material, los que añoran la paz y los que ven la violencia como la mejor
solución, reunidos aquí sin posibilidades de huir ni bombardearse, forzados
a convivir. Fueron traídos de los rincones más recónditos del mundo, gracias
a los artificios de Noelia y su infinita familia arácnida que se las arreglaron
para juntarlos en el mismo lugar, al mismo tiempo. ¡Qué orgullo sentí en
ese momento! Mi plan funcionaría.
A los animales los conservé, evidentemente, porque ningún crimen habían
cometido. Pero cómo molestan, eh. Todos acá, apiñados en la entrada del
cielo, que tampoco los íbamos a hacer entrar antes de tiempo, y el batifondo
de mugidos y rugidos y ladridos, y el ruido de pezuñas y los aleteos y esta
maldita mosca que no se corre de mi oreja. Más de una vez casi interrumpo
el diluvio sin querer, incapaz de concentrarme en algo tan simple como
hacer llover. Aunque consideré una lluvia de tomate, o de mayonesa, o
apagar el sol, o cortarles internet, finalmente me decidí por uno a la antigua.
Habría disfrutado la reacción humana ante un terremoto en el que la tierra
se agrietara y saliera té hirviendo, pero si ya se me está complicando
mantener la lluvia, de eso ni hablar.
Ya van treinta días, de todas formas, el fin está próximo. Qué quiere que le
diga. A los, no sé, diez días ya estaban todos muertos, no quedaba nada de
nada. Seguí por el gustito a tradición nomás. Y para que tengan miedo. Y
porque tampoco está tan mal comerse un asadito de vaca recién carneada
con San Pedro. Y porque amo contradecirme y en realidad casi disfruto la
algarabía idiomática en el arca que tejieron las arañas. Y para ver si en
estos días que quedan, que no son tantos pero ojalá suficientes, esos
humanos adictos al berrinche se dan cuenta un ratito de que sí son de la
misma especie y andá a saber, se amigan un poco entre ellos y me invitan
un mate.
Viaje de una señora que no era imperceptible
En la puerta de los edificios
nadie espera
a nadie
prefieren consumirse en humos y palabras ahogadas
ya no me ven.
Cruzo lo más rápido que puedo y si no consigo
pasar desapercibida
espero un rato, escondida
en el chirrido de alguna hamaca anciana
y me trago el miedo.
Grito
calladita, me da vergüenza
que me vean por ahí.
Salto
detrás de mil puertas, inmóvil
intentando no tocar el piso.
Golpeo
La espuma o con manos de seda
imaginando que es
alguno de esos edificios o el charco en la vereda:
ojalá un día uno de esos
que esperan de mentira en la escalera
me regale un vaso de vidrio:
entonces
van a estallar las puertas y las ventanas
todas
resquebrajándote a vos a él y a mí
quemando todas las falsas sonrisas
pero mis orejas no
suena alguna canción que conozco de un sueño y mis orejas
están protegidas.
Sofía Jagodnik
Si pudiera describir un lugar de ensueño, sería una playa, cerca de
mi casa, con un cielo que, a la noche, me permitiera ver estrellas que se
reflejen en mis ojos como espejos. Que las estrellas brillen tanto que
parezcan lentejuelas en una cartulina negra.
Admito que nunca he soportado enterarme de que alguien me insulta
en secreto. Las personas que se dedican a hacer daño, egocéntricas o
presumidas son irritantes. Si recibo algún ataque de esas personas tengo
mis métodos para salir de la angustia. Uno de ellos es sentarme en mi
cama con un libro y el celular mientras abrazo a mi oso de peluche. Prefiero
leer historias únicas con una trama atrapante. No me gustan las historias en
las que una chica es raptada por alguien descorazonado, que va un héroe de
armadura esmaltada que derrote al malo y que vivan felices para siempre.
Un ejemplo de “historia única” es una saga que se llama Fairy Oak (o Roble
Encantado), cuya autora no conozco. El primer libro que leí era hermoso,
aunque también confuso porque parece que había una pre-saga. El libro está
lleno de magia y amor. No suelen gustarme las novelas de amor, pero esta
me enamoró.
Si no, elijo alguna película de Tim Burton (de preferencia, con Johnny
Deep como protagonista) y como chips de banana (cuando se presenta la
oportunidad). Johnny Deep y Tim Burton son mis ídolos desde siempre. La
primera película que vi fue El extraño mundo de Jack. Me enamoré
completamente de todo: animación, voces, personajes, canciones... cada
mínimo detalle. Aunque las películas tengan ese toque oscuro y deprimente
(sobre todo las animadas), El cadáver de la novia (me disfracé de la
protagonista para Halloween una vez), Alicia en el País de las Maravillas
(amé al Sombrerero Loco), Charlie y la fábrica de chocolate, las vería por el
resto de mi vida si es necesario.
Otra forma de matar mi aburrimiento es imaginarme al amor de mis
sueños. Un hombre que me haga sonreír y me respete. Alguien que no me
usaría como objeto o animal. Alguien que haga latir mi corazón eternamente,
incluso en mi muerte. Me gustaría encontrar a alguien que considere mis
gustos tétricos, infantiles y raros, que se siente conmigo en el sillón de mi
casa a mirar una película mientras estoy acariciando a mi gato y él juguetea
con mi pelo, mimoso. Que me llame por mi nombre, que no me confunda
con otras mujeres con las que estuvo pasando el rato, o que me confunda
con otra mujer (aunque no me molestaría mucho que me llamara Miranda,
quería tener ese nombre cuando era chica). Que camine conmigo de la mano
en medio de la lluvia, compartiendo un paraguas por la Avenida Rivadavia
(Rivadavia porque me hace acordar a un grupo de personajes que había
inventado hace mucho).
Soñar no cuesta nada, es mi filosofía. Estar entre la fantasía y la
realidad... a veces hace bien.
¿Libertad o fama?
Esa rayada cambió mi vida y mis pensamientos. Aún quiero escapar, quiero
verla, quiero saber qué está haciendo y si está logrando su objetivo.
No volví a ver a Catherine desde esa noche. Ella se volvió el amor de mi
vida.
Me acuerdo exactamente cómo la conocí. Fue en invierno, cuando la nieve
termina de caer y es reemplazada por el hielo que congela el coctel de la
calle. Estaba contemplando el asfalto desde mi ventana. Mi ama siempre
abre la ventana para que pueda ver el paisaje hacia la casa del vecino. Ella
confía en que no me voy a escapar.
Mientras todos dormían, miraba ese limitado paisaje. No había nadie afuera.
Todos dormían con calefactores y chimeneas asesinas de Santa Claus en
sus habitaciones. Todas las mascotas de la calle teníamos nada más que
nuestro pelaje para abrigarnos, pero yo era el único que se dejaba enfriar
por la nieve.
Fue en ese mismo momento que la conocí...
Era la gata más grande que había visto. Ocupaba un buen espacio de la
vereda. Caminaba con gracia, finura y elegancia, a paso decidido. No pude
identificar su raza. Eso estaba bien, porque quiere decir que era especial,
para todos y para mí. Su pelaje era blanco y negro. Me enamoraban sus
colores.
Como todo macho mimado, le maullé para que se acercara. Quería ver a ese
ángel bajado del cielo más de cerca.
-¡Ey, princesa!- dije- ¿Qué hace una joya como vos en un área de ladrones?
Me miró con rabia.
-Buscate otra, mimado- me dijo.- Tengo cosas que hacer. Tengo que evitar
que me encuentren.
-¿De quién huyes?
-No te incumbe.
-¿Trabajabas en el circo?
Se acercó no muy amigablemente. Parecía que, en cualquier segundo, iba a
saltar y a descuartizarme. Era perfecta. Una gatita así tenía que aparecer en
un circo, no en la calle ni en un pet shop normal.
-¿Quién te lo dijo?
-Nadie, solo preguntaba.
-¿Podrías callarte de una vez?
-¿Por qué? No hay nadie, todos duermen.
Se detuvo. Me miró con desprecio.
-Podrían despertarse.
-No lo harán.
Siguió quieta, ya no parecía tan enojada.
-¿Cómo lo sabes?
-Desde que nací supe qué los despierta y qué no. Una gatita caminando y
hablando con otro gato no va a despertarlos.
Se acercó más, pero, esta vez, con buenas intenciones.
-No soy una gata, soy una tigresa albina.
-¿Albina?
-De pelaje blanco.
-Me gusta esa palabra. Parece un nombre.
Su cola se movía, pero no parecía enojada.
-Soy Catherine.
-Soy Gómez, ¿Por qué huyes?
Bajó la mirada.
-Tengo que huir porque todos me odian.
Me quedé impresionado, ¿odiar a una preciosura como esta? ¿Qué clase de
alimentos les dan a los del circo?
-¿Cómo que te odian?
-Los humanos me odian, porque les parece divertido un error de la
naturaleza como yo, y me disfrazan y me ridiculizan. Hacía trucos que me
ordenaba mi entrenador, saltaba en aros disfrazada de payasa mientras
todos se reían y me tiraban palomitas. Si no fuera porque soy blanca y negra
en vez de naranja y negra, me respetarían. Los animales me odian, creen
que soy un experimento que va a acabar con ellos, que cada día que pasa
de mi existencia es otro día en el que deshonro al reino animal.
-Eso es espantoso… eres hermosa.
-Gracias… ¿y es lindo ser un gato casero?
-No, es una tortura. Todos los días tengo que estar encerrado por culpa de
los perros, te drogan para las fiestas, te duermen para operarte, te retan si
tratas de afilarte las garras con el sillón…y lo peor, todos los animales te
odian porque creen que eres un bueno para nada, un vago y un amargado.
Nos quedamos callados unos segundos. Catherine tenía una mirada como si
quisiera besarme.
-¿Por qué no te vas conmigo?
-No puedo.
-¿Por qué?
-Si no fuera por un mínimo detalle, te seguiría hasta en sueños: mis amos.
Son las únicas personas que me respetan. Me aman en serio, me dan
esperanza para seguir viviendo en esta casa y en este mundo. Mi ama me
alimenta con cremas y pescado. Mi amo me compra regalos para que no
juegue con sus cosas. También me limpian y me llevan de viaje. Es por eso
que me llaman “Mimado”.
-Ojalá tuviera amos.
-¡Seguro que encontraras amos en… ¿adónde vas?
- África...
-Bueno, seguro conseguirás amos en África… si es que no te atrapan.
-No lo creo, rompí la reja de mi jaula y me escapé nadando por el río. Dudo
que puedan seguir mi rastro.
-¡Miau! No solo sos hermosa, también inteligente.
Sus ojos se iluminaron. Luego, dio un salto y me lamió la cara. Si hubiera
sido un humano, me hubiera sonrojado. Catherine me miró a los ojos.
-Gracias.
-… ¡espera!
-¿Qué?
-Ya vuelvo.
Salí corriendo y agarré algo que mi amo le decía mapa, un pedazo de papel
con dibujos de todo el mundo. Seguro que África está ahí.
-…
-Tomá, es un mapa. Te será más fácil llegar así...
-Gracias, Gómez.
Ahora, fui yo el que saltó y le dio un beso… pero en la boca.
-Para el viaje.
Ella respondió a mi beso.
-Para la vida.
Fue lo último que escuché de sus labios. Ella ahora aparece en la tele.
Todos las buscan. Yo la llamo, como si ella estuviera ahí. Mis amos están
muy confusos, pero no les importa. También sale en el diario y miro su foto
durante horas.
Quiero volver a verla. Quiero hablarle. Quiero besarla otra vez. Quiero decirle
lo que pienso. Quiero tenerla a mi lado en las mañanas. Quiero… ir a África,
para estar con ella otra vez.
Sombras sonrientes
Si cambiara el nombre de la pequeña ciudad Madeleine, lo cambiaría por
“Sostanmaloquemejuzgasporlaropayosoybueno”.
Esta ciudad, literalmente, es de color negro. El pueblo parece invisible en la
noche. Absolutamente todo es negro. Los habitantes parecen vestidos para
un funeral. Es como si fuera de carbón o regaliz... Parecen sombras que se
confunden con las paredes negras en el piso negro con faroles negros.
Pero hay algo que sorprende bastante: en cada balcón de cada casa hay un
gran tapiz blanco que, a la distancia, se ve lleno de puntitos.
Si se los ve más de cerca se pueden reconocer los pines de colores, cada
uno con un nombre y un dibujo. Los tapices no tienen la misma cantidad;
algunos más y otros menos, como si fueran coleccionables.
Uno de los propietarios me dice que es una tradición. En esa ciudad tan
pequeña, cuando alguien nace es como si les dieran una pepita de oro a los
habitantes. Por eso llevan la cuenta de cuántos niños y niñas son de esa
familia, para motivarlos a seguir. Cada vez que una mujer da a luz, sacan el
tapiz y le agregan un pin con su nombre y un dibujo de su significado.
Una idea muy alegre para una población en la que todo es de color negro... A
pesar de ser tan oscuros, también son felices.
Su cordura está bien, son amables, piden “por favor”, nadie dice groserías,
los niños se tratan de “señor” o “señora” (al igual que los adultos) y sonríen
siempre sin esconder nada o parecer sospechosos. Eso es muy pero muy
raro. En un pueblo pequeño en el que se conocen todos, es extraño que no
se llamen por el nombre sino por el apellido. También lo es que tengan la
misma emoción o la misma cara todo el día.
La escena causa tal confusión que hay quienes como yo, necesitan sentarse
en el suelo a reflexionar.
Una vez una niña se me acercó y me dio un abrazo, después me dijo:
-No todas las sombras son de monstruos.
Y se fue tranquilamente.
Eso me dijeron los que me saludaban como si fueran colegas o los que me
daban sonrisas cálidas, abrazos y un pan con manteca. No importaba si no
les dirigía la palabra, ellos abrazan o besan de sorpresa y se van.
Al salir de la ciudad, me di cuenta de algo: el color no los había afectado.
Generalmente, el negro es simbolizado como maldad, temor, tristeza. Pero
ellos son psicológicamente estables. Aprendieron a valorar todo y a todos,
como si nada tuviera defectos. No hay conflictos, ni guerras, ni peleas. Se
manejan con confianza y alegría. Eso significa que la ciudad Madeleine es
una buena ciudad con buena gente.
Lucila Sosa
Me gusta llorar/ por personas que vale la pena llorar/ personas que
amo: mis amigas, mi familia/ personas que ya no están conmigo y mascotas
también/ personas que hacen cambios positivos en el mundo/ personas
que viven la vida.
Me gusta llorar con el final de un buen libro/ es admirable cómo un
conjunto de palabras puede generar tristeza y felicidad al mismo tiempo/ el
primer libro por el cual lloré fue Sinsajo. También me gusta llorar con
películas/ cuando era niña lloraba siempre, cada vez que veía Dumbo/
lloraba porque él no podía estar con su mamá y porque en el circo trataban
mal a los animales/ me encanta Dumbo, había logrado lo imposible: volar.
Me encantan las películas protagonizadas por Johnny Depp y
dirigidas por Tim Burton/ amo el talento que tiene Depp, la capacidad de
hacerte creer su personaje hasta el final y la manera de expresarse.
Si mañana despertara en una isla desierta/ tendría conmigo: mi gato
negro, un libro bien gordo, el cepillo de dientes, un poco de paz y amistad,
mi música y la comida de mamá/ si, mi mamá hace los mejores fideos del
mundo/ me encanta todo lo que cocina/ odio cocinar/ una vez me quemé el
pulgar con una olla.
Mis dos lugares en el mundo son: la canchita de pasto sintético del
cole/ porque nos relajamos con mis amigos y hablamos sobre la vida/ y la
biblioteca municipal/ un lugar mágico repleto de libros y personas creativas
que admiro mucho.
Si pudiera ser un animal sería un león/ aunque parezca egocéntrico/
me gusta ser el líder.
Si pudiera encerrar un aroma en un frasquito/ seria el olor a limón y
el perfume de mi mamá/ amo mucho a mi mamá/ a mi papá / y aunque me
cueste un poquito/ a mi hermanita también.
Hay un deseo que todavía no pude cumplir/ varios/ formar una
banda de rock, estudiar lo que quiera, ayudar al mundo/ no me gustaría
llorar por si alguno de ellos no se realizasen / No me gusta-gustaría llorar/
por los países en guerra/ las personas que sufren/ el prejuicio y la
discriminación.
Me gustaría llorar por/ un poema, un escrito, una canción, una carta/ que
alguien me escriba/ o dedique/ palabras lindas.
Yo escribiría palabras lindas/ para las personas que quiero, y para
las que voy a querer/ mis palabras lindas para todos ellos y para todos
ustedes serian:
Paz-Amistad-Creatividad-Educación-Libertad-Respeto-Amor-Honestidad-Te
quiero mucho-Sos muy importante en mi vida-Gracias por ser mi amigo-
Confía en mí-Podes lograr todo lo que te propongas.
Antes de dormir
Antes de dormir, como todas las noches, debo ir al baño. Espero a que el
silencio se apodere del vacío de las habitaciones y salgo lentamente de la
cama evitando hacer el menor ruido. Bajo las escaleras hasta llegar al
primer piso, pasando por la habitación de mis padres. En el living, me
detengo porque veo a mi papá durmiendo en el sillón, seguro se “portó mal”
como dice mamá.
Me quito las pantuflas y camino más rápido; pequeñas gotas de sudor me
recorren las sienes, ya falta poco.
Al fin frente a la puerta del baño, suspiro aliviada y giro el picaporte. Dejo
que el aire fresco me envuelva y entro: el pasto mojado me hace cosquillas
en los pies, el olor a jazmines y azucenas invade el lugar, y el calor del sol
sobre mi piel, hace que me sienta libre por primera vez en el día.
Todavía falta un rato para el atardecer así que voy hacia la gran colina
pasando a través de los árboles, el riachuelo y la cueva del grizzli que por
cierto no se encuentra allí. Luego de caminar un par de kilómetros, me
siento cansada: las piernas me pesan y sigo transpirando, tengo el pulso
acelerado, pero sin embargo sigo, porque ya casi llego.
En la cima de la colina, todo rastro de agotamiento desaparece, dando lugar
al placentero momento que se aproxima. Como había previsto, el oso estaba
esperándome. Ya lo extrañaba. Nos criamos juntos, éramos dos cachorros
que intentaban escapar de su realidad, él de los cazadores y yo de mis
padres. Nos acostumbramos a la convivencia, aprendí a domesticarlo y él
me enseñó a cazar. Pasamos por varias dificultades, muchas veces ha
intentado comerme pero supimos resolverlo. Recorrimos todos los extremos
de este bosque y tuvimos muchas aventuras. Cuando descubrí este lugar, no
quería volver a casa: los gritos de mamá me causaban dolor de cabeza y el
mal humor de papá era insoportable. Nada me lo impedía hasta que el
psicólogo y los médicos me prohibieron venir aquí. Entonces mis visitas
dejaron de ser recurrentes y tengo que hacerlo a escondidas.
El oso también me extraña, sus ojos me lo dicen, cuando me ve lanza un
gruñido y yo lo abrazo y acaricio su pelaje suave mientras nos sentamos
para ver el atardecer. Le hablo sobre lo que me sucedió en el día, Es mi
único amigo y lo más cercano a una familia que tengo. Le prometo que
mañana conseguiré comida para acompañar el espectáculo: los colores en
el cielo me provocan una sensación de paz: el anaranjado, amarillo y rosa
claro se van mezclando con el azul profundo casi negro mientras el sol se
esconde lentamente tras las montañas. Algunas estrellas comienzan a brillar
y nuestras respiraciones se van ralentizando, nos relajamos y escuchamos
los insectos de alrededor. Comienzo a llorar, las lágrimas salen y no se
detienen, me hago un ovillo usando al oso como almohada, me gustaría
tener más momentos como éste.
Cuando la noche llega, el grizzli ya está dormido. Lamentablemente, el
tiempo pasó muy rápido y tengo que volver al baño de la casa y abandonar
una vez más mi hogar.
En el zoo
El zoológico: el hermoso lugar donde los niños pueden visitar a los animales,
jugar en el parque, pasar un momento en familia, comer pururú y algodón de
azúcar mientras observan a los pobres bichos enjaulados como si estuvieran
en el cine.
Las personas, cegadas por el consumo compulsivo y por cumplir los
caprichos del nene no pueden ver lo que yo: una muchedumbre de gente en
la que no puedo distinguir quiénes son los animales.
Envoltorios de galletas decoran el camino de tierra que conduce de una jaula
a otra, chicles pegados en los postes y botellas plásticas tiradas en los
“hábitats” de los animales. Los carteles de “No tirar basura” están de
relleno. Indiferencia explícita.
Los pobres animales expuestos al rayo del sol... sedientos, malhumorados y
enfermos; hartos de su miserable vida, de su cruel rutina. Maltratados y
obligados a ser la atracción de otros animales “los que tienen uso de razón”.
Pasando por la jaula del león me doy cuenta de que tiene la mirada triste,
apenas si puede pararse. Se le notan las costillas y un par de moscas le
revolotean alrededor de las orejas.
Me compadezco de él, lo voy a ayudar a escapar.
Faltan diez minutos para que cierre el zoo, veo cómo la masa se va, dejando
sus miserias en el lugar.
Cuando ya no hay nadie, lo único que se oye son los lamentos de los
monos, el rugido de los felinos y el aleteo de los halcones.
Ya frente a la jaula, agarro un matafuegos de emergencia y rompo la
cerradura. El ruido de los hierros resuenan por unos segundos como ecos
lejanos. La reja se abre y me alejo esperando a ver su reacción: el león se
levanta lentamente, sin saber muy bien lo que está sucediendo, atento. Se
acerca a la salida y le digo que corra, que es libre. Se toma su tiempo para
caminar, creo que está disfrutando el momento. Me mira como si me diera
las gracias, y me siento contento. Comienza a correr, pero en la dirección
equivocada.
La tarotista
Me insistió tanto que accedí, aunque a mí todas esas cosas no me cierran;
creo que son falsedades y chamuyo barato para ganar dinero fácil. Mamá
quería que la acompañara a la tarotista de no sé donde, ni si quiera se sabía
el nombre de la mujer. Cuando le pregunté para qué, me dijo: - Las cosas con
tu padre no andan bien.
Se le veían los ojos cristalizados y tenía la nariz hinchada. Creo que exageraba
lo que papá le decía. Sí tenían discusiones, como todas las parejas pero para
mí que la influencia de las amigas era la causa del desconfío repentino.
Ya en el colectivo me puse a leer un rato. También venía una amiga de mamá
que le iba contando sobre esta mujer: -Sandra te soluciona los problemas, ya
vas a ver que te va a decir la verdad. Te va a decir lo que querés escuchar.
pensaba yo.
Luego de cuarenta minutos estábamos en la ciudad. Tal vez sea un poco
malhumorada pero odiaba ir a la ciudad. El chirrido de los neumáticos al frenar,
los bocinazos, la impaciencia y el movimiento acelerado de las personas me
estresaba. No soportaba la basura de las calles, el olor a cloaca y el smog.
Caminamos un par de cuadras y llegamos a una casita humilde que estaba
entre en kiosco y una verdulería. En la puerta colgaba un cartel:
Tarot
Videncia del futuro
Trabajos con velas
Runas
Entramos y un olor a humedad e incienso me invadió. A pesar de ser las dos
de la tarde la oscuridad llenaba toda la sala.
La tal Sandra atravesó una cortina negra y se presentó. Llevaba el pelo
recogido y usaba un vestido floreado que le hacia juego con el turbante de la
cabeza.
Mi madre se sentó en la mesa junto a la amiga y yo tuve que esperar en el
living. El sillón estaba lleno de tierra y pelo de gato. En la pared del
frente había un armario con puertas de vidrios en el que se podían ver
velas de todos los colores y formas y estatuillas de santos.
Cada tanto, cuando la puerta se abría un poquito, podía escuchar la
conversación aunque no entendía nada. Una sensación horrible me
recorría por la espalda, había un ambiente de sepelio, quería entrar y
sacar a mamá de allí, vaya a saber uno que brujería le estaban
haciendo.
Me decidí a entrar y me senté junto a mi madre con la escusa de que me
sentía sola.
En la mesa había un mantel rojo en el cual estaban dispuestas
estratégicamente unas cartas extrañas. Tenía unas velas encendidas y
el sol entraba apenas por una pequeña ventana llena de telas de araña.
Mi vista se detuvo en una carta en particular: una mujer moribunda
acostada en una cama, junto a ella una mesita de luz con
medicamentos, tenía un aspecto sombrío y lúgubre. Se me erizó el vello.
Me parecía que quería decir que estaba muy enferma.
Para revivir la pasión con tu esposo encendé tres velas rosas a San
Valentín, mientras haya luna llena, dijo Sandra. Mi mamá asintió. La
sesión había terminado.
Esperando en la parada de colectivo le pregunté sobre aquella carta.
-¿Cuál carta?
-Una que había sobre la mesa, junto a la de una pareja feliz. Negó con la
cebeza, como dudosa y siguió hablando con su amiga mientras yo me
hacia un montón de preguntas: ¿Cómo que no se acordaba? Estaba
justo al final de la hilera. ¿Sandra no le había contado todo?
Al llegar a casa una nota esperaba debajo de la puerta. Ya me lo veía
venir.
Fui a la habitación de mis padres y las cosas de papá ya no estaban. Se
había ido.
Sofía Bobbiesi
Si pudiera tener otro nombre sería Julia, no conozco muchas
personas que se llaman así y tal vez me sentiría menos común.
La película que jamás olvidaré es 500 day of Summer, supongo
que porque muestra el amor como una de las desgracias más grandes
del mundo y yo lo creo así.
No hay lugar que ame más en el mundo que los techos altos,
desde los cuales se puede ver toda la ciudad extenderse hacia el
infinito. Amo aquello al igual que las canciones viejas porque rememoran
buenos tiempos.
Si pudiera llevar un aroma a todas partes dentro de un frasquito
sería el de los granos de café por la cantidad de recuerdos que me
traen.
Y creo profundamente que la palabra más bonita del idioma
español es iridiscencia.
Y no me gusta hablar demasiado porque no me gusta que la
gente sepa de mí y muchas veces prefiero ser invisible.
9 de picas
No todo lo que empezaba mal terminaría de la misma manera. Tenía esa
esperanza desde hacía veinte años y su vida no hacía otra cosa que empeorar.
A los veintiún años se vio obligado a casarse con la hija de una de las amigas
de su madre, que había quedado tempranamente embarazada. Crió durante
cinco años a un hijo que no era el suyo para terminar divorciándose; por ese
mismo matrimonio había tenido también que dejar sus estudios incompletos.
De haber supuesto lo que le sucedería en unos años no habría dejado la
universidad y quizá hoy tendría un trabajo mejor, aunque tampoco se quejaba,
le alcanzaba lo justo para vivir.
Dos años después de separado volvió a casarse con una mujer a la que veía
frecuentemente en su oficio. Duraron menos de un año. Ella llegaba al límite
de la obsesión respecto a la pulcritud del hogar y él ya no podía soportarla.
Pasado el tiempo se convenció de que podía vivir sin mujer y volvió a estudiar
para recibirse de abogado. Odiaba aquel trabajo pero al menos así podría
mantener satisfecho a su padre.
Para los treinta y dos años intentó otro matrimonio seguro de que había
encontrado al amor de su vida. Era una mujer hermosa; alta, rubia, delgada y
con unos bellísimos ojos azules. Tuvieron una familia completamente
convencional sin ningún tipo de problema aparente.
Festejó sus treinta y nueve años con su tercer divorcio. En la mesa de la
cocina reposaba el documento que le devolvería la soltería. Sólo faltaba su
firma y no tardó en colocarla.
A los cuarenta consideró la opción de visitar a un famoso tarotista que vivía a
más de nueve horas en auto desde allí. Manejó quién sabe cuántos kilómetros
por rutas desiertas donde apenas si se divisaban arbustos a los costados.
Llegó adonde terminaba el camino, ya demasiado cansado y con ansias de ver
a ese hombre, que según decían, podría mejorar su vida considerablemente.
Estacionó el auto y al bajar se sorprendió de dos cosas: la primera, que no
había casi vehículos alrededor; la segunda, que la casa donde atendía
sus consultas no era más que un punto diminuto en el horizonte, y el
estrecho espacio entre los árboles no le dejaba seguir en auto. Estuvo
muy cerca de volver al volante y conducir de regreso pero una fuerza que
desconocía lo atrajo de nuevo hacia el bosque y terminó caminando
cerca de un día entero hasta llegar a una casa de madera de no más de
tres habitaciones. Se preguntó si alguien podría vivir allí realmente.
En la puerta vio una fila de sólo tres personas a la espera de ser
atendidas. Tuvo que aguardar penas unos minutos hasta que lo hicieron
pasar. Atravesó una cortina hecha de caracoles de mar. Había
sahumerios de distintos colores encendidos por diversos lugares y
parecían faltar elementos que le dieran al lugar un aspecto más
verosímil. Hasta último momento estaba convencido de que el hombre
era un estafador.
Le indicó que tomara asiento en uno de los muchos almohadones
dispuestos en el suelo y así lo hizo. El hombre barajó varias veces un
mazo de póquer, y le hizo cortar. Después sacó cinco cartas de distintos
lugares. Antes de que pudiera verlas, con rapidez guardó una bajo la
mesa.
Vio los ases de pica y diamantes, así como también los ochos de los
mismos palos. Le habló del amor, le dijo que encontraría a quien había
esperado tanto; de la melancolía de su juventud, le predijo la llegada de
una noticia que podría cambiar su vida y que si alguna vez había soñado
con ser escritor, su novela llegaría a ser un éxito. Se sentía conforme
con lo que escuchaba pero no dejaba de indagar por la carta que se le
había negado ver. No obtuvo más que algunas excusas y muchas
disculpas antes de retirarse que lo hicieron demorar más de lo previsto.
De regreso a su casa sufrió un accidente. No murió porque llegó lo
suficientemente tarde al choque como para no sufrir el impacto total.
Tiempo después recibió una carta del famoso tarotista pidiéndole aún
más disculpas por haberle ocultado una carta, el nueve de picas, que le
anunciaba una muerte cercana.
La puerta
Siempre había estado allí llamando mi atención. Al pasar por enfrente me
despertaba una curiosidad enorme, como si algo me llamara desde adentro.
Unos días después ya estaba instalada en mi nuevo hogar. Solicité hablar con
Rosa varias veces, ya que no podía abrir una puerta y el contrato afirmaba que
tenía acceso a la totalidad de las habitaciones del inmueble. A pesar de que
ella había vivido allí, afirmaba que nunca había existido tal puerta debajo de la
escalera, de lo contrario hubiera utilizado ese espacio para guardar muebles
sin uso u otras cosas. No quise creerle, nadie podría haber pasado cincuenta
años en una casa sin notar aquella entrada, de alrededor de dos metros y
madera en perfecto estado en comparación con el resto de las aberturas ya
putrefactas. Además, la pintura no tenía signos de haber sido retocada en
años.
No me convencí. Hablé con Rosa cada mes cuando iba a entregarle el dinero
del alquiler. Jamás tomó en serio lo de la puerta y terminé creando una
especie de resentimiento hacia ella. Podría estar ocultando un tesoro, y acaso
era más fácil buscar una excusa para apagar mi curiosidad que simplemente
negar su existencia, lo que hacía que me interesara aún más.
Llegué a olvidar el asunto por un tiempo después de consultar con más de
quince cerrajeros y de intentar las más impensables formas de forzar la
cerradura.
Seguí con mi vida, ignorando aquello hasta una tarde de agosto donde la lluvia
golpeaba el techo con fuerza y el viento se llevaba lo que encontraba. Parecía
que el mundo quería romperse y arrasar con todo.
La electricidad fallaba por momentos. Tuve que cerrar todas las
ventanas y colocar estratégicamente una inmensa cantidad de baldes
para las goteras.
Estaba acostada, ya dispuesta a dormirme cuando ocurrió. Sentí cómo la
madera crujía, desprendiéndose de todo tipo de polvo acumulado. Al
principio creí que alguien había entrado a robar pero no oía la lluvia
invadiendo el recibidor.
Me armé de cuantos objetos pude, colocándolos en los bolsillos de la
bata y bajé. Desde los primeros escalones ya podía observarse que la
puerta debajo de la escalera estaba abierta.
Me apresuré, estaba muy oscuro. Di unos pasos a tientas buscando
desesperadamente un interruptor de luz, pero ni siquiera encontraba las
paredes. Seguí avanzando, sentí cómo el piso se acababa y mi cuerpo
comenzaba a caer pesadamente por el vacío, a oscuras, hasta que pude
distinguir con claridad un fondo rocoso en el que segundos después me
estrellaría.
Al día siguiente Rosa volvió a la casa. Quitó las cosas que alguna vez le
habían pertenecido a una joven curiosa, enceró los muebles, limpió los
pisos y lavó las alfombras. Al llegar al costado de la escalera sacó una
llave que llevaba sujeta al cuello y volvió a cerrar la puerta como tantas
otras veces, murmurando por lo bajo de una manera casi incomprensible
“cuando aprenderán”.
Colocó otro vez el cartel de alquiler y se dirigió a su casa, a la espera de
que el teléfono sonara con otro inquilino.
Milena Dassie Wilke
Yo sé que si tuviera un nombre extraño como “Fernandiña” a
todos les parecería bien, en mi colegio sería una más (ya que está lleno
de chicos con nombres raros). Sin embargo me gusta un nombre tan
simple y nombrado como Ema. Así que si tuviera que cambiarme algo no
sería mi nombre, tal vez sería mi resistencia a llorar. No es que no me
guste, simplemente no es algo que se me dé. Con las películas o libros
nunca lloro, tal vez una lágrima que otra, pero nada más. Por ejemplo, si
estuviera en una isla no lloraría, tal vez usaría mi amplio vocabulario
contra la isla. Si estuviera en una isla... Si estuviera en una isla ¿qué me
llevaría? Creo que algo no muy original, como comida, agua y una balsa.
Pero si de lo que hablo es algo más poético, me llevaría un poco de
imaginación para cuando esté aburrida, todos los libros del mundo para
las noches y un buen pote de nutella para los días malos. O tal vez algún
aparato mágico que me haga cambiar de forma y así convertirme en un
hermoso pájaro azul para volar y recorrer la isla y poder salir de ella y
recorrer los lugares mas recónditos o inexplorados del mundo.
Otholiko
Abrió la caja en dos: envuelto en capas y capas de papel burbuja, estaba el
robot. Una sonrisa se asomó en los labios del chico. Dio la vuelta, con la
misma sonrisa y encaró a sus padres.
-Gracias madre, gracias padre –dijo inclinándose levemente hacia cada uno.
Ellos sonrieron complacidos ante la satisfacción de su hijo.
-Qué bueno, Tomas Edward Castille, el vendedor dijo que te gustaría –
pronunció inmutable la mujer.
El niño desenvolvió al robot con sumo cuidado y lo extrajo de la caja.
Le llegaba hasta la cintura, su pálida armadura de metal brillaba en la blanca
sala. El niño, arrodillado, lo encendió, y los ojos sin vida del robot destellaron.
-Qué bueno –dijo el niño con otra sonrisa artificial- podrá limpiar mi cuarto o la
sala... o podar el jardín. Qué bueno.
El ruido seco de algo al chocar contra el suelo se escuchó en la sala,
retumbando en las paredes, aunque ellos siguieron mirándose con sonrisas
falsas sin poder notar la minúscula pero importante pieza que yacía ahora al
lado del robot.
-Hola, soy la unidad C9322TZ, Otholiko, estoy aquí para servirles –saludó con
voz metálica.
-Limpia mi cuarto –ordenó sin titubear el niño.
La máquina comenzó a cruzar la sala, pero se paró en medio del camino y rotó
lentamente hacia la familia.
-¿Por qué? –preguntó descaradamente, sin saber el error que estaba
cometiendo.
-Porque él te lo ordenó, debes hacer lo que tu amo te ordene –dijo la madre
mirándolo con una pizca de enfado.
El androide volvió a girar sobre sí mismo y se dirigió al cuarto del niño.
-Madre, ¿por qué hizo una pregunta?
Ella no respondió, solo observó con desconfianza cómo el robot se
alejaba. El niño no insistió, se acomodó en una silla del comedor y
comenzó a hacer su tarea.
La mujer llamó angustiada a su marido.
-No sé si debamos confiar en él –le dijo mirando de reojo la puerta de la
habitación- Meter a un extraño en la casa...
-Relajate, Moira –le respondió sin ninguna emoción en la voz- solo es un
robot, ¿qué mal puede hacernos?
-Tarea terminada –dijo una voz a su lado.
El robot se encontraba a los pies del hombre, con una sonrisa.
-¿Desea alguna otra cosa, Señora?
-No, puedes retirarte –dijo la mujer apretando sus puños con fuerza.
El robot se aproximó al niño, que dibujaba para su clase de historia. Con
un lápiz tecnológico rellenaba los espacios en blanco, trazaba líneas y
creaba puntos. Maravillosamente lograba recrear épocas antiguas, los
tiempos en que las personas vivían sin tecnología. No se tenían muchos
reportes de aquella época, la mayoría de los libros de historia habían
sido quemados en la cuarta guerra mundial, pero existía la creencia de
que antes que las personas con ropas excéntricas y latosas pisaran la
Tierra, había seres poderosos y puros que gobernaban únicamente con
sus manos. Estaban unidos como una gran familia, no había líderes ni
gobernantes, podían estar juntos porque simplemente se sentían bien
entre ellos. Como opinan algunos, sentían amor. Otros afirman que
estas personas poseían magia, y otros dicen que solo eran idiotas sin
cerebro. Mientras dibujaba, el niño podía sentir ese gustito a lo antiguo,
algo poderoso que ya no existía. A veces le gustaba imaginar que vivía
en esas épocas y que todos estaban juntos y en armonía.
Tomas Edward Castille retrataba a uno de esos hombres puros. El dibujo
cobró vida en los ojos del robot, que tomó una decisión que lo cambiaría
todo.
-Amo, ¿podría prestarme una de sus hojas y un lápiz?
-Claro que no –le dijo el niño bajo la feroz mirada de su madre. Su voz no tenía
enfado ni burla, solo era una voz, que podía confundirse con la de cualquiera,
una voz sin nombre.
El robot no insistió y salió al exterior a esperar que le dieran una nueva orden.
Minutos después el niño lo siguió y se le situó a su lado.
-¿Para qué lo quieres?
-Para hacer lo mismo que usted, Señor.
Tomas Edward Castille asintió y se dedicó a mirar su patio. Parecía enorme y
extenso; colinas de color verde grisáceo se extendían a lo largo de un prado de
bellas flores blancas, sin duda margaritas. Uno sentía que podía correr por
esas pequeñas montañas y perderse en el celeste cielo de la tarde, pero solo
era una ilusión. El patio de los Castille no era más que un estrecho pasillo
rodeado de paredes que creaban una imagen de un patio sin fin, con un techo
abovedado que daba la fantasía de un cielo celeste con sol brillante que nunca
quemaba. En la nueva época, todo era una hermosa ilusión.
El niño le extendió una hoja al robot y entró a la sala sin decir nada.
Luego de un documental paso a paso de cómo dibujar, el robot pudo usar por
primera vez, lo que hacía mucho ya nadie usaba, algo a lo que algunos temían
y otros pocos anhelaban.
El robot uso su imaginación, y dibujó.
La noche cayó con el suave ulular artificial de los búhos. Otholiko llevaba más
de cincuenta dibujos diseñados con fría precisión. Algunos hubieran arriesgado
que más de cincuenta obras de arte.
-¡Otholiko! –se escuchó la irritante voz de la madre.
-Voy, Señora.
-¿Qué estuviste haciendo?
-Dibujando, Señora –respondió sin dudar.
La cara de la mujer se deformó. No estaba acostumbrada a sentir enfado y no
sabía cómo reaccionar. Normalmente, su tarea era indicarle a su hijo cómo
hacer las cosas, pero con el robot era diferente. Tomó aire y se
tranquilizó.
-No vuelvas a hacerlo, Otholiko –dijo fríamente y le sacó la hoja que
llevaba en la mano.
El robot obedeció. Había aprendido que con esta familia lo mejor era no
replicar. Preparó la cena y esperó con paciencia a que terminaran de
comer. Le resultaba ligeramente irritante el sonido que hacía la madre al
masticar, en cambio el niño y el padre no emitían sonidos.
El comedor estaba en un silencio incómodo que hacía más insoportable
la espera del robot, que no se movió de su lugar ni pronunció palabra.
Al terminar la cena se dividieron cada uno por su lado y en la casa reinó
la calma. En la oscuridad de la noche, el robot volvió a tomar una hoja y
dibujó los tiempos antiguos, esos ya casi no mencionados por las
escuelas ni los padres, solo arrastrado como un murmullo entre las
voces de la gente que se atrevía a pensar.
La mañana llegó como un zumbido para el robot y en unos segundos ya
tenía a la familia pidiéndole cosas: el padre tenía que ir a trabajar y
precisaba su maletín y un almuerzo, la madre se iría a una reunión al
colegio de Tomas Edward y necesitaba que el niño se quedase con el
robot. Luego de una rigurosa lista de tareas para el androide y un corto
saludo entre ellos, los padres abandonaron la casa.
El niño se sentó en el sillón y prendió el televisor. El robot comenzó con
sus tareas.
1- Limpiar el armario.
Parecía que la familia Castille no sabía descartar. El armario rebalsaba
de cosas viejas que el robot estaba seguro eran de sus ancestros.
2- Cortar el césped.
Otra tarea innecesaria. El pasto de la familia Castille (como el de todas
las familias) era artificial, pero como si quisieran mantener una extraña
tradición, tenía la capacidad de crecer.
3- Ordenar la pieza de la Señora Castille y el Señor Castille.
Esto tampoco sirvió de mucho porque la Señora Castille mantenía la pieza
pulcramente organizada. El robot releyó el apellido de su Ama. Aunque
hubieran extraído de los viejos tiempos ese hábito de que la mujer se
cambiase el apellido por el de su marido, el androide no podía comprender el
significado. El hecho del cambio del apellido se hallaba en muchos de los
manuscritos que se recuperaron de los incendios. Al parecer, todas las
mujeres lo hacían aunque nadie supiera realmente porqué.
4- Limpiar la sala.
El robot dio una vuelta; la sala estaba completamente limpia.
5- Ordenar la sala
También estaba ordenada.
6- Limpiar la cocina.
El robot se asomó a la cocina y verificó que estaba limpia y cuidadosamente
ordenada.
7- Ordenar la cocina.
Si el robot hubiera podido, a esta altura habría resoplado.
Sospechaba que la Señora había escrito una lista de tareas inútiles para que
se distrajera. Casi con frustración, se acercó al niño que estaba sentado en el
patio mirando al horizonte artificial.
-Hola, Otholiko –saludó sin siquiera mirarlo.
-Hola Amo Tomas Edward –respondió acercándose a su lado.
-¿Por qué me llamas así, Otholiko? –preguntó el chico, sin quitar su vista del
horizonte.
-¿Así cómo, Amo Tomas Edward?
-Así, “Amo Tomas Edward” –la curiosidad picaba en la garganta del niño y el
sentimiento le era tan desconocido que pensó se había contagiado de un virus
que había visto en la televisión.
-Porque no puedo decirle “Señor Tomas Edward”, usted es un niño, Amo Tomas
Edward –explicó el robot.
-Deja de llamarme así, Otholiko –le dijo enojado.
Nuevas emociones se arremolinaban dentro del muchacho, no podía
controlarlo, las palabras salían de su boca como un torbellino.
El robot lo miró preocupado. Su Amo estaba pálido y tenía una mirada
enfermiza. No pensó que al llamarlo “Amo” le haría daño.
-Está bien –dijo rápidamente- ¿Cómo debería llamarlo?
El niño meditó unos segundos.
-Tomas –pronunció al fin.
-Eso se llama apodo –dijo al instante el robot con una voz mas fría de lo
normal. Sus sensores tomaban información para guardarla mientras que
buscaban más datos para poder responder correctamente. Las nuevas
experiencias no eran algo usual en la vida de la máquina.
-¿Apodo? –le dijo extrañado, sin poder reconocer el término.
-Nombre con el que se sustituye el propio de una persona, generalmente
tomado de alguna característica particular.
El chico asintió lentamente. Miró a su robot, él también notaba que algo
le pasaba a Otholiko. Ese ambiente tan poco normal entre ellos era
extraño, y, aunque les gustaba, no sabían cómo actuar.
-Tu también deberías tener un apodo, Otholiko –dijo el niño.
El robot sabía, por sus informes recientes, que el apodo debía de ser
elegido por otro, él no podía seleccionarlo por sí mismo.
-Te diré Otho –resolvió satisfecho, con una sonrisa real y radiante que
parecía ajena en su rostro.
Tomas y Otho hablaron el resto del día de asuntos triviales como la
escuela y el clima, y se sentaron juntos a dibujar. Sin saberlo, estaban
logrando algo que no se practicaba en siglos.
La noche fue acompañada por los gritos de la madre de Tomas. Al llegar
a la casa y notar que su hijo aún no estaba en la cama, sino que estaba
“entreteniéndose” con la máquina, estalló en un griterío.
-¿Qué estaban haciendo? –dijo ella arrugando los labios.
- Dibujando.
-¿Y por qué se supone que lo hacían? – preguntó respirando más rápido,
apretándose las manos para no temblar.
-A Tomas le pareció... entretenido –el tono del robot pareció una burla.
-Pero no tienes que hacer todo lo que te diga, es solo un niño que no sabe lo
que quiere, tu deber era darle de comer y llevarlo a la cama, no...-se
interrumpió y dejó sus manos quietas- espera ¿cómo lo llamaste?
-Lo llamo Tomas, como él me pidió –respondió tranquilamente el robot.
-¿Cómo que él te lo pidió? ¡Es sólo un niño, no sabe lo que quiere!
La cara de la mujer estaba roja y varios de sus cabellos se le habían soltado
del peinado.
-¡Fuera! –dijo mirando al piso y señalando al pasillo con un dedo.
El robot se alejó con gusto.
-¡Mañana te devolveremos! –gritó.
Otholiko vio a su costado la puerta entreabierta del dormitorio del Amo Tomas
desde donde se escuchaba un ruido ahogado. El robot se asomó y vio al niño
hecho un ovillo en su cama, tenía los ojos rojos y lloraba.
-¿Qué sucede Tomas?
Tomas sorbió los mocos y miró al robot con nostalgia.
-Otho, estoy cansado, no lo notaba antes pero estoy harto de esta vida.
Otholiko lo miró y asintió, por alguna razón, entendía perfectamente qué sentía.
-Quiero hacerte una promesa –dijo el niño recobrando la fuerza y sentándose
en su cama- no voy a dejar que nadie se sienta así, voy a enseñarles a todos
que tenemos que luchar por lo que queremos… y me voy a asegurar de que
nadie trate mal a los robot, nadie nos va a poder hacer daño Otho, nunca más.
17 años después...
El joven subió muy despacio los peldaños de la escalera. Le aterraba lo que
pudiera encontrar arriba y quería retrasar el momento. Pero al final llegó y una
luz sorprendentemente fuerte le iluminó la cara. Se paró sobre el estrado
y se acercó al micrófono.
-Buenas tardes –su voz se escuchó por toda la sala. Tragó saliva y
levantó la cabeza para ver a la gente que lo miraba expectante. Tenía
que hablar sin equivocarse, sin cometer un solo error que hiciera que
todo por lo que había luchado a lo largo de los años valiera nada. Giró su
cabeza hacia su robot. Otho lo miraba con una sonrisa.
-Cuando era niño me regalaron un robot; yo lo desenvolví contento,
dispuesto a hacerlo limpiar mi habitación y los rincones de la casa... qué
tiempos aquellos –se escuchó un murmullo risueño entre la gente- pero
de un día para el otro ese robot se convirtió en mi amigo, mi único
amigo. Después de una pelea con mi madre, le prometía Otho que
defendería nuestros derechos, que ya nadie nos podría hacer daño, y
aquí estoy, enfrente de las cámaras dando un discurso frente a miles y
miles de personas, y les prometo, les prometo a todos ustedes, que voy
a cumplir mi promesa.
Juan Cruz Molina
Si yo tuviera otro nombre me gustaría llamarme Juan Pablo para
parecerme a un Juan Pablo que conozco.
La película que nunca olvidaré es Scary movie, porque me hizo
reír mucho.
Un libro que me hizo llorar es Hachi. Es un perro que va con su
dueño a acompañar al tren.
Cinco cosas que me llevaría a una isla desierta: mis perros y mi
cama, la tele un libro y agua.
Mis comidas favoritas son: las milanesas con papas fritas y el
pollo. Algo que me gustaría que me pasara es conocer a una chica.
Dos lugares que prefiero en el mundo: ir a Brasil o a Buenos
Aires.
Odio cuando muere mucha gente.
Lo que amo son mis perros.
El nombre de la calle en la que vivo es Los Chañares.
Un aroma que encerraría en un frasquito es el olor de un asado.
Un animal que me gustaría ser: un puercoespín.
Palabras que me parecen lindas: Amor, pasión, paz.
Chocolate del pueblo
Una vez en un país muy grande, había un pueblo que se llamaba Chocolate de
amor donde vivía un joven de 20 años con su familia en una pequeña casa.
Ellos cosechaban cacao para la fábrica de chocolate.
Un día estaba cansado de hacer eso y se sentó en la cocina pensando hasta
que vio un libro que tenía recetas especiales de la abuela. Lo llevó para
después practicar recetas de dulce y jalea y le agregó chocolate.
Le salieron exquisitos bombones, los vendió y se hizo conocido por mucha
gente. Ganó mucho dinero y ayudó al pueblo y después se hizo famoso y por
eso le pusieron al pueblo ese nombre.
El cocinero del galpón
Hola, les presento a Jorge, el mejor cocinero del mundo. Él les va hacer comida
ligera.
Hoy vamos a cocinar sufflé de papas con hierbas aromáticas, cuando termine
de hacer la comida, la gente del restaurante probará este plato hecho con
ingredientes simples y frescos. Les aseguro que les encantará, y aún siendo
sencillo y apto para todo tipo de comensales, este plato mexicano fue
evaluado y aprobado por un jurado de grandes chefs.
FIN
top related