anthony horowitz - alex rider 06 - ark angel
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TRANSCRIPT
ANTHONY HOROWITZ
AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSccoorrppiiaa
FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~22~~
MMooddeerraaddoorraa::
cYeLy DiViNNa
TTrraadduuccttoorraass::
Akanet, Anne_Belikov, Cami.Pineda, Emii_Gregori,
Hillary_Stone, Ilimari Cipriano, LizC, Kuami, Masi,
~NightW~, Rihano, Roo Anderson,
_TheNightPrincess_ y Xhessii.
SSttaaffff ddee CCoorrrreecccciióónn::
Anne_Belikov, Dianita, Nanis, Silvery y Xhessii.
RReeccooppiillaacciióónn::
NNaanniiss
DDiisseeññoo::
AAnnjjhheellyy
GGrraacciiaass aa TTooddaass ppoorr ssuu aayyuuddaa ppaarraa
ppooddeerr rreeaalliizzaarr eessttee pprrooyyeeccttoo..
AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSccoorrppiiaa
FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~33~~
AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSccoorrppiiaa
FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~44~~
Índice
Sinópsis 5
Capítulo 1 6
Capítulo 2 11
Capítulo 3 19
Capítulo 4 28
Capítulo 5 34
Capítulo 6 44
Capítulo 7 51
Capítulo 8 58
Capítulo 9 66
Capítulo 10 74
Capítulo 11 81
Capítulo 12 88
Capítulo 13 94
Capítulo 14 101
Capítulo 15 110
Capítulo 16 121
Capítulo 17 127
Capítulo 18 135
Capítulo 19 146
Capítulo 20 153
Capítulo 21 166
AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSccoorrppiiaa
FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~55~~
Sinópsis
Desde Cornwall hasta Cuba, desde Venecia hasta Francia, Alex ha
viajado a lo largo y ancho del mundo como espía del MI6, enfrentando el peligro y
la muerte en cada ocasión. Pero en su última misión, luchando contra Scorpia, fue
herido de gravedad. Mientras él se encuentra en el hospital, sólo una pregunta
está en los labios de todos: ¿Vivirá Alex para luchar un día más?
Traducida por: Anne_Belikov
AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSccoorrppiiaa
FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~66~~
Capítulo 1
Fuerza Tres
Traducido por Akanet
Corregido por Nanis
La bomba había sido programada para estallar exactamente a las tres y media.
Extrañamente, el hombre para quien había sido diseñada la bomba probablemente sabía
más sobre bombas y terrorismo que nadie en el mundo. Él hasta había escrito libros sobre
la materia. Cuidándose del Número Uno: Cincuenta Maneras de Protegerse en Casa y en el
Exterior podría no ser el más conciso de los títulos, pero el libro había vendido veinte mil
copias en Estados Unidos, y se decía que el propio Presidente mantenía una copia al lado
de su cama. El hombre no pensaba en sí mismo como un objetivo, pero aún así siempre
fue cuidadoso. Como a menudo bromeaba, sería malo para el negocio si hiciera explosión
cruzando la calle.
Su nombre era Max Webber, y era bajo y regordete con gafas de concha de tortuga y pelo
negro azabache que estaba realmente teñido. Le dijo a la gente que había estado una vez
en el SAS, lo cual era cierto. Lo que no les dijo fue que había sido echado después de su
primera misión. En sus cuarentas había abierto un centro de entrenamiento en Londres,
asesorando a ricos empresarios sobre cómo cuidarse ellos mismos. Se había convertido en
un escritor y periodista, apareciendo frecuentemente en televisión para discutir la
seguridad internacional.
Y ahora era el orador invitado en la cuarta Conferencia de Seguridad Internacional, siendo
celebrada en el Salón Reina Elizabeth en la orilla sur del Támesis en Londres. Todo el
edificio había sido acordonado. Los helicópteros habían estado volando en lo alto toda la
mañana y la policía con perros rastreadores había estado esperando en el vestíbulo.
Maletines, cámaras y todos los dispositivos electrónicos habían sido prohibidos dentro de
la sala principal, y a los Delegados los habían hecho pasar por un riguroso sistema de
detección antes de permitirles entrar. Más de ochocientos hombres y mujeres de diecisiete
países se habían presentado. Entre ellos se encontraban Diplomáticos, Empresarios,
Políticos de alto nivel, Periodistas y miembros de varios servicios de seguridad. Ellos
tenían que sentirse seguros.
Alan Blunt y la Sra. Jones estaban en la audiencia. Como Director y Vicepresidente de
Operaciones Especiales del MI6, era su responsabilidad mantenerse al día con las últimas
novedades, aunque en la medida de lo que a Blunt se refiere, todo este asunto era una
pérdida de tiempo. Hubo conferencias de seguridad todo el tiempo en cada ciudad
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importante pero nunca lograron nada. Los expertos hablaron. Los Políticos mintieron. La
prensa lo anoto todo. Y entonces todo el mundo se fue a casa y no cambió nada. Alan
Blunt se aburría. Observaba medio dormido.
Exactamente a las dos y cuarto, Max Webber comenzó a hablar.
Estaba vestido con un traje caro y corbata y habló lentamente, su voz chasqueaba llena de
autoridad. Tenía notas delante de él pero se refirió a ellas sólo de vez en cuando, sus ojos
fijos en la audiencia, hablando a cada uno de ellos directamente. En una sala de
proyección con fachada de cristal con vista al escenario, nueve traductores hablaban en
voz baja en los micrófonos, sólo uno o dos segundos atrás. Aquí y allá en la audiencia, se
podía ver a hombres y mujeres con una mano apretada contra su auricular,
concentrándose en lo que se decía.
Webber pasó una página. —A menudo me preguntan cuál es el grupo terrorista más
peligroso del mundo. La respuesta no es la que podrían esperar. Es un grupo que puede
que no conozcan. Pero les puedo asegurar que es uno que hay que temer, y deseo hablar
brevemente sobre él ahora.
Presiono un botón de su atril y dos palabras aparecieron, proyectadas en una pantalla
gigante detrás de él.
FUERZA TRES
En la quinta fila, Blunt abrió los ojos y se volvió a la Señora Jones. Él se quedó perplejo.
Ella negó con la cabeza brevemente. Ambos estaban alerta repentinamente.
—Ellos se hacen llamar Fuerza Tres —Webber continuo—. El nombre se refiere al hecho
de que la tierra es el tercer planeta desde el sol. Estas personas no se describen a sí mismas
como terroristas. Probablemente preferirían que pensaran en ellos como eco-guerreros,
luchando para proteger a la tierra de los males de la contaminación. En términos
generales, están protestando contra el cambio climático, la destrucción de las selvas
tropicales, el uso de la energía nuclear, la ingeniería genética y el crecimiento de las
empresas multinacionales. Todo muy loable, usted podría pensar. Su programa es similar
al de Greenpeace1. La diferencia es que estas personas son fanáticos Ellos matarán a
cualquiera que se interponga en su camino; ya han matado muchas veces. Ellos
demandan respeto por el planeta pero no tienen ningún respeto por la vida humana.
Webber chasqueo de nuevo y una fotografía brilló en la pantalla. Hubo un gran revuelo
en el auditorio mientras el público la examinó. A primera vista, parecía que estaban
mirando una imagen de un mundo. Entonces vieron que era un mundo montado en un
par de hombros. Finalmente se dieron cuenta de que era un hombre. Tenía una cabeza
muy redonda que estaba completamente rapada —incluyendo las cejas. Y había un mapa
del mundo tatuado en su piel. Inglaterra y Francia cubrían su ojo izquierdo. Terranova
asomaba por encima del derecho. Argentina flotaba alrededor de un lado de su cuello. Un
grito de asco se disemino por toda la habitación. El hombre era un monstruo.
—Este es el oficial al mando de la Fuerza Tres —explicó Webber—. Como pueden ver, se
preocupa mucho por el planeta, él, mejor dicho, dejo que se le subiera a la cabeza. Su
1 Greenpeace: Organización ambientalista.
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nombre —o por lo menos el nombre por el que se le reconoce— es Kaspar. Muy poco se
sabe de él. Se piensa que podría ser francés, pero ni siquiera sabemos a ciencia cierta
donde nació. Tampoco sabemos cuando adquirió estos tatuajes. Pero puedo decirles que
Kaspar ha estado muy ocupado en los últimos seis meses. Él fue responsable del asesinato
de Marjorie Schultz, una periodista viviendo en Berlín, en Junio; su único delito fue
escribir un artículo criticando la Fuerza Tres. Planeó el secuestro y asesinato de dos
miembros de la Comisión de Energía Atómica en Toronto. Ha organizado explosiones en
seis países, incluyendo Japón y Nueva Zelanda. Destruyó una fábrica de automóviles en
Dakota. Y tengo que decirles, señoras y señores, le gusta su trabajo. Siempre que sea
posible, a Kaspar le gusta pulsar el botón por sí mismo.
En mi opinión, Kaspar es ahora el hombre vivo más peligroso, por la sencilla razón que él
cree que todo el mundo está con él. Y en cierto sentido tiene razón. Estoy seguro de que
hay mucha gente en esta sala que creen en la protección del medio ambiente. El problema
es, que él mataría a todos y cada uno de ustedes si pensara que le ayudaría a alcanzar sus
objetivos. Es por eso que estoy emitiendo esta advertencia. Buscar a Kaspar. Buscar a
Fuerza Tres antes que ellos puedan hacer más daño. Porque con cada día que pasa, creo
que se están convirtiendo en una amenaza más seria y mortal.
Webber hizo una pausa mientras giraba otra página de sus notas. Cuando empezó a
hablar de nuevo, el tema había cambiado. Veinte minutos más tarde, exactamente a las
tres en punto, terminó. Hubo aplausos corteses.
Café y galletas estaban siendo servidos en el vestíbulo después de que la sesión terminó,
pero Webber no se estaba quedando. Estrechó manos brevemente con un Diplomático que
conocía e intercambiaron algunas palabras con algunos Periodistas, luego siguió su
camino. Se dirigía hacia la salida del auditorio cuando encontró su camino bloqueado por
un hombre y una mujer.
Eran una pareja extraña. No había manera de que los hubiera confundido con un marido
y su mujer, a pesar de ser de la misma edad. La mujer era delgada, con pelo negro corto.
El pelo del hombre era más corto y gris por completo. No había nada interesante acerca de
él.
—¡Alan Blunt! —Webber sonrió y asintió con la cabeza—. ¡Sra. Jones!
Muy pocas personas en el mundo habrían reconocido a estas dos personas, pero Webber
los reconoció al instante.
—Disfrutamos su charla, Señor Webber —dijo Blunt, aunque había poco entusiasmo en su
voz.
—Gracias.
—Estábamos particularmente interesados en sus comentarios sobre la Fuerza Tres.
—¿Usted sabe acerca de ellos, por supuesto?
La pregunta estaba dirigida a Blunt, pero fue la Señora Jones quien respondió. —Hemos
oído hablar de ellos, sin duda —respondió—. Pero el hecho es, que sabemos muy poco
acerca de ellos. Hace seis meses, por lo que podemos ver, ni siquiera existían.
—Eso es correcto. Fueron fundados recientemente.
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—Usted parece saber mucho acerca de ellos, Señor Webber. Estaríamos interesados en
saber de dónde sacó su información.
Webber sonrió por segunda vez. —Usted sabe que no puedo revelar mis fuentes, Señora
Jones —él dijo ágilmente. De repente estaba serio—. Pero me parece muy preocupante
que los Servicios de Seguridad de nuestro país sean tan ignorantes. Pensé que ustedes
deberían estar protegiéndonos.
—Es por eso que estamos hablándole ahora —respondió la Señora Jones—. Si sabe algo,
creo que debería decirnos...
Webber la interrumpió. —Creo que les he dicho suficiente. Si quieren saber más, les
sugiero que vengan a mi próxima conferencia. Estaré hablando en Estocolmo en un par de
semanas a partir de ahora, y es muy posible que tenga más información sobre la Fuerza
Tres para entonces. Si es así, voy a estar feliz de compartirla con ustedes. Y ahora, si no les
importa, les deseo un buen día.
Webber se abrió paso entre ellos y se dirigió hacia el guardarropa. No pudo evitar sonreír
para sus adentros. Todo había ido perfectamente —y la reunión con Alan Blunt y la mujer
Jones había sido un regalo inesperado. Rebuscó en su bolsillo y sacó un disco de plástico
que le entregó al encargado del guardarropa. La habían quitado su teléfono móvil cuando
entró: una medida de seguridad que él mismo había recomendado en su libro. Ahora se lo
devolvieron.
Noventa segundos después salió a la ancha acera frente al río. Eran principios de octubre
pero el clima estaba todavía caliente, el sol de la tarde convirtiendo el agua en un azul
profundo. Había sólo unas pocas personas alrededor —sobre todo los niños rápidamente
de ida y vuelta en sus patinetas— pero Webber aún así los verifico, sólo para asegurarse
de que ninguno de ellos tenía algún interés en él. Decidió caminar hasta su casa en vez de
tomar el transporte público o parar un taxi. Esa era otra cosa que había escrito en su libro.
En cualquier gran ciudad, estás siempre más seguro a la intemperie, en tu propio pie.
Él había dado sólo unos pasos cuando su móvil sonó, vibrando en el bolsillo de su
chaqueta. Lo saco. En algún lugar en el fondo de su mente parecía recordar que el teléfono
había sido apagado cuando se lo entregó al encargado del guardarropa. Pero se sentía tan
satisfecho de sí mismo, con la forma en que su discurso había ido, que hizo caso omiso de
este único vestigio de duda.
Eran las tres y veintinueve minutos.
—¿Hola?
—Señor Webber. Llamo para felicitarte. Estuvo muy bien.
La voz era suave y de alguna manera artificial. No era alguien de habla inglesa. Era
alguien que había aprendido el idioma cuidadosamente. La pronunciación era demasiado
prudente, demasiado precisa. No hubo ninguna emoción en la voz.
—¿Me escucho? —Max Webber seguía caminando, hablando al mismo tiempo.
—Oh sí. Yo estaba entre el público. Estoy muy contento.
—¿Sabía usted que el MI6 estaban allí?
—No.
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—Hablé con ellos después. Estaban muy interesados en lo que tenía para decir. —Webber
se rió en voz baja—. Tal vez debería aumentar mi precio.
—Creo que vamos a seguir con nuestro acuerdo original —respondió la voz.
Max Webber se encogió de hombros. Doscientos cincuenta mil libras era todavía una gran
cantidad de dinero. Pagados en una cuenta bancaria secreta, llegaría libre de impuestos,
sin preguntas. Y había sido una cosa fácil de hacer. ¡Un cuarto de millón por un trabajo de
sólo diez minutos!
El hombre al otro lado habló de nuevo y de repente su voz era triste. —Sólo hay una cosa
que‖me‖preocupa,‖Señor‖Webber…
—¿Qué es? —Webber pudo oír otra cosa, en el fondo. Algún tipo de interferencia.
Apretó el teléfono con más fuerza contra su oído.
—En su discurso de hoy, usted hizo a Fuerza Tres un enemigo. Y como usted mismo ha
señalado, son completamente despiadados.
—No creo que ninguno de los dos tenga que preocuparse por la Fuerza Tres.
Webber miró a su alrededor para asegurarse de que no estaba siendo escuchado. —Y creo
que usted debería recordar, mi amigo, que trabaje con el SAS. Sé cómo cuidar de mí
mismo.
—¿En serio?
¿Estaba la voz burlándose de él? Por razones que Webber no entendía muy bien, estaba
empezando a sentirse incómodo. Y la interferencia era cada vez más fuerte; podía oírla en
su teléfono móvil. Una especie de tic-tac.
—No tengo miedo de Fuerza Tres —bramó él—. No le tengo miedo a nadie. Sólo
asegúrese de que el dinero llegue a mi cuenta.
—Adiós, Señor Webber —dijo la voz.
Hubo un clic.
Un segundo de silencio.
Entonces el teléfono móvil explotó.
Max Webber había estado sosteniéndolo con fuerza contra su oído. Si oyó la explosión,
estaba muerto antes de que la registrara. Un par de corredores se acercaban desde la otra
dirección, y ambos gritaron cuando la cosa que justo unos momentos antes había sido un
hombre se volcó en su camino.
La explosión fue sorprendentemente fuerte. Se oyó en el centro de conferencias donde los
Delegados seguían bebiendo café y felicitándose unos a otros por sus contribuciones.
También escucharon el ulular de las sirenas de la ambulancia y los carros de policía llegar
poco después.
Esa tarde, la Fuerza Tres llamo a la prensa y se atribuyó la responsabilidad por el
asesinato. Max Webber le había declarado la guerra a ellos, y por esa razón tenía que
morir. En la misma llamada emitieron una severa advertencia. Que ya habían elegido su
próximo objetivo. Y que estaban planeando algo que el mundo no olvidaría.
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Capítulo 2
El Chico de la Habitación Nueve
Traducido por masi
Corregido por Nanis
La enfermera tenía veintitrés años, era rubia y nerviosa. Esta era sólo su segunda semana
en St. Dominic, uno de los hospitales privados más exclusivos de Londres. Las estrellas de
rock y celebridades de la televisión venían aquí, le habían dicho. También había
personalidades del extranjero. Ser VIP aquí significaba ser paciente muy importante.
Incluso la gente famosa se ponía enferma, y los que querían recuperarse en la comodidad
de cinco estrellas elegían St. Dominic. Los cirujanos y terapeutas eran de clase mundial. La
comida del hospital era tan buena que se había sabido que algunos pacientes fingían que
estaban enfermos para poder disfrutar de ella durante un tiempo más largo.
Esa noche, la enfermera estaba haciendo su camino por un pasillo ancho y brillantemente
iluminado, con una bandeja de medicamentos. Llevaba un vestido blanco recién lavado.
Su nombre —D. MEACHER— estaba impreso en una insignia prendida en su uniforme.
Varios de los médicos en formación ya habían hecho apuestas sobre cuál de ellas sería
persuadida para salir con ellos primero.
Ella se detuvo frente a una puerta abierta. Habitación nueve.
—Hola —dijo—. Soy Diana Meacher.
—Tengo muchas ganas de conocerte también —contestó el chico de la habitación nueve.
Alex Rider estaba sentado en la cama, leyendo un libro de texto de francés que debería
haber estado estudiando en la escuela. Vestía un pijama que se había abierto en el cuello y
la enfermera sólo podía ver las vendas que cruzaban su pecho. Era un muchacho muy
guapo, pensó. Tenía el pelo rubio y ojos marrones serios que parecían como si hubieran
visto demasiado. Sabía que sólo tenía catorce años, pero parecía mayor. El dolor se había
ido. La enfermera Meacher había leído su expediente médico y comprendido lo que había
pasado.
En verdad, debería estar muerto. Alex Rider había sido alcanzado por una bala disparada
desde un rifle calibre 22 a una distancia de casi setenta y cinco metros. El francotirador
había tenido como objetivo su corazón —y si la bala le hubiera dado en su objetivo, Alex
no habría tenido ninguna posibilidad de sobrevivir.
Pero nada es seguro —ni siquiera el asesinato. Un pequeño movimiento le había salvado
la vida. Mientras él había salido de la sede del MI6 en Liverpool Street, había bajado de la
acera, su pie derecho llevando su cuerpo hacia abajo para llegar al nivel de la carretera.
Fue en ese momento exacto en que la bala le había golpeado, y en vez de impactar en su
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corazón, había entrado en su cuerpo medio centímetro más alto, rebotando en una costilla
y saliendo horizontalmente por debajo de su brazo izquierdo.
La bala no había tocado las estructuras vitales del corazón, pero aún así había hecho
mucho daño, derrame a través de la arteria subclavia, que lleva la sangre sobre la parte
superior del pulmón y hacia el brazo. Esto fue lo que Alex había sentido cuando fue
golpeado. Cuando la sangre se había derramado de la arteria cortada, llenando el espacio
entre el pulmón y la caja torácica, se había encontrado a sí mismo incapaz de respirar.
Alex fácilmente podría haber muerto por el shock o la pérdida de sangre. Si hubiera sido
un hombre ciertamente lo habría hecho. Pero el cuerpo de un niño es diferente al de un
adulto. La arteria de un joven, automáticamente, se cierra si se corta —los médicos no
pueden explicar cómo o por qué— y esto limita la cantidad de sangre perdida. Alex estaba
inconsciente pero aún respiraba, cuatro minutos más tarde, cuando la primera ambulancia
llegó.
No había mucho que los paramédicos pudieran hacer: líquidos por vía intravenosa,
oxígeno y alguna compresión suave alrededor del punto de impacto de la bala de entrada.
Pero eso fue suficiente. Alex había sido llevado rápidamente a St. Dominic, donde los
cirujanos le habían quitado los fragmentos de hueso y le habían puesto un injerto en la
arteria. Había estado en el quirófano durante dos horas y media.
Y ahora estaba mirando como si nada hubiera pasado. Cuando la enfermera entró en la
habitación, cerró el libro y se acomodó en su cabecera. Diana Meacher sabía que esta era
su última noche en el hospital. Había estado aquí durante diez días y mañana se iba a
casa. Ella también sabía que no se le permitía hacer demasiadas preguntas. Estaba allí, en
letras grandes en su archivo:
PACIENTE 9/75958 RIDER / ALEX: ESTATUTO ESPECIAL (MISO). NADA DE
VISITANTES NO AUTORIZADOS. NO PRESIONES. MANDAR TODAS LAS
CONSULTAS AL DR. HAYWARD.
Todo era muy extraño. Ella había dicho que se reuniría con alguna gente interesante en St.
Dominic, y que había sido obligada a firmar una cláusula de confidencialidad antes de
que comenzara a trabajar. Pero nunca había esperado algo como esto. MISO es sinónimo
de inteligencia militar: Operaciones Especiales. Pero, ¿qué estaba haciendo el servicio
secreto con un adolescente? ¿Cómo había conseguido Alex pegarse un tiro? ¿Y por qué
habían estado allí dos policías armados, sentados afuera de su habitación durante los
primeros cuatro días de su estancia? Diana trató de alejar estos pensamientos de su mente
mientras ponía la bandeja. Tal vez debería haberme unido al NHS2.
—¿Cómo te sientes? —preguntó ella.
—Estoy bien, gracias.
—¿Deseando volver a casa?
—Sí.
Diana se dio cuenta de que estaba mirando a Alex y volvió su atención a las medicinas. —
¿Sientes algún dolor? —preguntó—. ¿Te puedo conseguir algo para ayudarte a dormir?
2 NHS: Servicio Nacional de Salud.
AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSccoorrppiiaa
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—No, estoy bien. —Alex sacudió la cabeza y por un momento, algo brilló en sus ojos. El
dolor en el pecho se había desvanecido poco a poco, pero sabía que nunca lo abandonaría
por completo. Podía sentirlo ahora, vago y distante, como un mal recuerdo. —¿Quieres
que regrese más tarde?
—No, está bien, gracias. —Sonrió—. No necesito que nadie me entretenga.
Diana se ruborizó. —Eso no es lo que quise decir —dijo—. Pero si me necesitas, estaré al
final del pasillo. Puedes llamarme en cualquier momento.
―Puede‖que‖lo haga.
La enfermera cogió la bandeja y salió de la habitación. Dejó atrás el olor de su perfume —
brezo y flores primaverales— en el aire. Alex olfateó. Le parecía que, desde su lesión, sus
sentidos se habían agudizado.
Alcanzó su libro de francés, pero cambió de parecer. Al diablo con ello, pensó. Los verbos
irregulares podían esperar. Era su propio futuro lo que le preocupaba más.
Miró a su alrededor a la sala limpia y suavemente iluminado que intentaba fingir que
pertenecía a un hotel caro en lugar de a un hospital. Había un televisor en una mesa en la
esquina, controlado por un mando situado junto a la cama. Una ventana daba a una
amplia calle de Londres al norte delineada por árboles. Su habitación estaba en el segundo
piso, uno de una docena dispuestas en un anillo alrededor de un área de recepción
luminosa y moderna. En los primeros días después de su operación, había flores por todas
partes, pero Alex había pedido que se las quitaran de inmediato. Le recordaban a una
funeraria y había decidido que prefería estar vivo.
Pero todavía había tarjetas. Había recibido más de veinte y había sido sorprendido de
cuánta gente había oído que él había sido herido —y cuántos habían enviado una carta.
Habían habido una docena de la escuela: una de la dirección, una de la Señorita
Bedfordshire, la secretaria de la escuela, y varias de sus amigos. Tom Harris le había
enviado algunas fotos tomadas en su viaje a Venecia y una nota:
“Ellos‖nos‖han‖dicho‖que‖es‖apendicitis‖pero‖apuesto‖a‖que‖no‖lo‖es.‖Que‖te‖mejores‖pronto‖
de‖todos‖modos”.
Tom era la única persona en Brookland que sabía la verdad sobre Alex.
Sabina Pleasure había descubierto, de alguna manera, que estaba en el hospital y le había
enviado una carta desde San Francisco. Ella estaba disfrutando de la vida en los Estados
Unidos, pero echaba de menos Inglaterra, decía. Tenía la esperanza de venir para
Navidad. Jack Starbright le había enviado la tarjeta más grande de la habitación y le había
traído chocolates, revistas y bebidas energéticas, visitándole dos veces al día. Había
incluso una carta de la oficina del Primer Ministro —a pesar de que parecía que el Primer
Ministro había estado demasiado ocupado para firmar el documento.
Y había habido tarjetas del MI6. Una de la Sra. Jones, otra de Alan Blunt (un mensaje
impreso con una sola palabra —ROMA— firmado en tinta verde, como si se tratara de un
memorándum que no se hubiera mandado bien). Alex se había sorprendido y encantado
de recibir una tarjeta de Wolf, el soldado que había conocido durante el entrenamiento
con el SAS. El matasellos mostraba que había sido enviada desde Bagdad. Pero su favorita
había sido enviada por Smithers. En la parte frontal era un oso de peluche. No había
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mensaje dentro, pero cuando Alex abrió la tarjeta, los ojos del peluche parpadearon y
empezó a hablar.
—Alex, siento mucho el saber que has sido herido. —El oso estaba hablando con la voz de
Smithers. —Espero‖ que‖ te‖ mejores‖ pronto,‖ viejo‖ amigo.‖ Tómatelo‖ con‖ calma…‖ Estoy‖
seguro de que te mereces un descanso Ah, y por cierto, esta carta se autodestruirá en cinco
segundos.
Efectivamente, para el horror de las enfermeras, la tarjeta había, inmediatamente,
estallado en llamas.
Tanto como tarjetas, se habían presentado visitantes. La Sra. Jones había sido el primera.
Alex acababa de llegar después de la cirugía, cuando ella apareció. Nunca había visto al
Jefe Adjunto de Operaciones Especiales pareciendo tan insegura de sí misma. Llevaba un
impermeable gris carbón que estaba abierto, revelando un traje oscuro por debajo. Tenía
el pelo mojado y gotas de lluvia brillaban sobre sus hombros.
―No‖sé‖muy‖bien‖qué‖decirte,‖Alex‖—empezó a decir. No le preguntó cómo estaba. Se
habría informado ya a través de los médicos—. Lo que te pasó en Liverpool Street fue un
lapso imperdonable de seguridad. Mucha gente conoce la ubicación de nuestra sede.
Vamos a dejar de usar la entrada principal. Es muy peligrosa.
Alex se movió incómodo en la cama, pero no dijo nada.
—Tu condición es estable. No puedo decirte lo aliviada que estoy personalmente. Cuando
me enteré de que habías recibido un disparo, yo... —Se quedó callada. Sus ojos negros
miraban hacia abajo, deteniéndose en los tubos y cables conectados al chico acostado en
frente de ella, alimentando su brazo, su nariz, su boca y su estómago—. Sé que no puedes
hablar ahora —prosiguió—. Así que seré breve.
—Estás a salvo aquí. Hemos utilizado St. Dominic antes, y hay ciertos procedimientos que
están siendo seguidos. Hay guardias fuera de tu habitación. Habrá alguien allí
veinticuatro horas al día mientras sea necesario.
—El tiroteo en Liverpool Street fue informado a la prensa, pero tu nombre se mantuvo al
margen. Tu edad también. El francotirador que te disparó había tomado posición en el
lado opuesto del techo. Todavía estamos investigando cómo se las arregló para subirse allí
sin ser detectado—y me temo que hemos sido incapaces de encontrarlo. Pero en este
momento, tu seguridad es nuestra principal preocupación. Podemos hablar de Scorpia.
Como sabes, hemos tenido tratos con ellos en el pasado. Estoy segura de que puedo
convencerlos de que te dejen en paz. Destruiste su operación, Alex, y te castigaron. Pero
ya es suficiente.
Ella se detuvo. El monitor de pulsaciones del corazón de Alex sonaba suavemente en la
penumbra.
—Por favor, trata de no pensar demasiado mal de nosotros —añadió—. Después de todo
lo que has pasado... Scorpia, tu padre... Nunca me perdonaré lo que pasó. A veces pienso
que fue un error por nuestra parte hacer que participaras en primer lugar. Pero podemos
hablar de eso en otro momento.
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Alex estaba demasiado débil para responder. Vio que la Señora Jones se levantó y se fue, y
supuso que Scorpia había decidido dejarlo en paz, porque a los pocos días los guardias
armados afuera de su habitación desaparecieron silenciosamente.
Y ahora, en poco más de doce horas, estaría fuera de aquí también. Jack había estado ya
planeando las próximas semanas. Quería llevarlo de vacaciones a Florida o quizás al
Caribe. Era octubre y el verano estaba, definitivamente, acabado, las hojas que caían y la
brisa fría que llegaba con la noche. Jack quería que Alex descansara y recuperar su fuerza
en el sol —pero, en secreto, no estaba tan seguro. Cogió el libro de texto nuevamente. Él
nunca pensó oírse decir esto, pero la verdad era que sólo quería volver a la escuela.
Quería ser normal otra vez. Scorpia le había enviado un mensaje simple e inolvidable. Ser
un espía podría conseguir que lo mataran. Los verbos irregulares eran menos peligrosos.
Hubo un movimiento en la puerta y un muchacho miró hacia adentro —Hola, Alex.
El muchacho tenía un acento extraño —Europa del Este, posiblemente Rusia. Tenía
catorce años, con el pelo corto y rubio y los ojos azules. Su rostro era delgado, su piel
pálida. Llevaba puesto el pijama y una gran bata que le hacía parecer más pequeño de lo
que era. Se estaba quedando en el cuarto de al lado de Alex y en realidad había sido
tratado por apendicitis, con algunas complicaciones. Su nombre era Paul Drevin —el
apellido era, de algún familiar— pero Alex no sabía nada más de él. Entre ellos habían
hablado brevemente un par de veces. Eran casi de la misma edad, y los únicos
adolescentes en el pasillo.
Alex levantó una mano en señal de saludo. —Hola.
―He‖oído‖que‖vas‖a‖salir‖de‖aquí‖mañana‖—dijo Paul.
—Sí. ¿Y tú?
—Otro día, peor suerte. —Inclinado en la puerta. Parecía querer entrar, pero al mismo
tiempo algo lo detuvo—. Estaré contento cuando me vaya —admitió—. Quiero ir a casa.
—¿Dónde está tu casa? —preguntó Alex.
—No estoy seguro. —Pablo estaba completamente serio—. Vivimos en Londres gran
parte del tiempo. Pero mi padre siempre se está mudando. Moscú, Nueva York, el sur de
Francia...ha estado demasiado ocupado, incluso por venir a verme. Y tenemos tantas
casas, que a veces me pregunto cuál es mi casa.
—¿Dónde vas a la escuela? —Alex había recogido la mención de Moscú y asumió que
Paul debía ser de Rusia.
—No voy a la escuela, tengo tutores. —Paul se encogió de hombros—. Es difícil. Mi vida
es algo rara, a causa de mi padre. A causa de todo. De todos modos, estoy celoso de que
salgas antes que yo. Buena suerte.
—Gracias.
Paul vaciló una fracción de segundo más, y luego se fue. Alex se quedó mirando
pensativamente a la puerta vacía. Tal vez su padre era una especie de Político o Banquero.
En las pocas ocasiones que habían hablado, había tenido la impresión de que el otro
muchacho no tenía amigos. Se preguntaba cuántos niños eran ingresados en este hospital
cuyos padres estarían dispuestos a gastar miles de dólares por ponerles mejor, pero no
tenían tiempo para visitarlos mientras ellos estaban allí.
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Eran las nueve en punto. Alex hizo zapping a través de los canales de televisión, pero no
había nada. Ahora, deseaba haber aceptado la pastilla para dormir de la enfermera. Un
pequeño sorbo de agua y habría estado dormido durante la noche. Y fuera del hospital al
día siguiente. Alex estaba más esperando que otra cosa. Necesitaba comenzar su vida de
nuevo.
Observó media hora de una comedia que no le hizo reír. Luego apagó la televisión, apagó
la luz y se acurrucó en la cama por última vez. Casi deseaba que Diana Meacher hubiera
vuelto a verlo. Brevemente recordó el olor de su perfume. Y entonces se quedó dormido.
Pero no por mucho tiempo.
La siguiente cosa que Alex supo, es que eran las doce y media. Había un reloj junto a la
cama, sus números brillaban en la oscuridad. Se despertó de mala gana, tratando de
regresar de nuevo hacia abajo al pozo de donde había venido. La verdad es que era difícil
dormir cuando no había hecho nada para que estuviera cansado. Todo el día había estado
allí tumbado, respirando el ambiente limpio y acondicionado que pasaba por el aire de St.
Dominic.
Se quedó tumbado en la penumbra, sin saber qué hacer. Luego se levantó y se puso la
bata. Esto era lo peor de estar en el hospital. No había manera de salir, ni a dónde ir. Alex
no podía acostumbrarse a ello. Todas las noches durante una semana, se había despertado
a la misma hora, y finalmente había decidido romper las reglas y escapar de la caja estéril
que era su habitación. Quería estar afuera. Necesitaba el olor de Londres, el ruido del
tráfico, la sensación de que todavía pertenecía al mundo real.
Se puso un par de zapatillas y salió de la habitación. Las luces se habían atenuado,
dejando no más que un brillo discreto fuera de su habitación. Había una pantalla de
ordenador brillante detrás del puesto de las enfermeras, pero ninguna señal de Diana
Meacher o de cualquier otra persona. Alex dio un paso adelante. Hay pocos lugares más
silenciosos que un hospital en medio de la noche y sentía casi miedo de moverse, como si
estuviera rompiendo una especie de ley no escrita entre los sanos y los enfermos. Pero
sabía que permanecería despierto durante horas si se quedaba en la cama. No tenía nada
de qué preocuparse. La señora Jones estaba segura de que Scorpia ya no era una amenaza.
Casi estaba tentado de salir del hospital y coger el autobús nocturno para ir a casa.
Por supuesto, que eso estaba fuera de cuestión. No podía ir tan lejos. Pero estaba decidido
todavía a llegar a la recepción principal con las puertas correderas de cristal y —justo más
allá— una calle real con gente, coches, ruido y suciedad. Durante el día, tres
recepcionistas respondían teléfonos y trataban con consultas. Después de las ocho sólo
había uno. Alex ya lo había conocido —un irlandés alegre llamado Conor Hackett. Los
dos se habían convertido en amigos rápidamente.
Conor tenía sesenta y cinco años y había pasado la mayor parte de su vida en Dublín.
Había tomado este trabajo para ayudar a sus nueve nietos. Después que hubieran hablado
durante un tiempo, Alex había convencido a Conor para que lo dejara salir, y él había
pasado unos felices quince minutos en la acera delante de la entrada principal, mirando el
paso del tráfico y respirando el aire de la noche. Haría lo mismo ahora. Tal vez podría
estirarlo hasta media hora. Conor se quejaría, amenazaría con llamar a la enfermera. Pero
Alex estaba seguro de que lo dejaría salirse con la suya.
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Evitó el ascensor, temiendo el ruido de la campana que mientras llegaba le delataría. Bajó
por las escaleras al primer piso, y continuó andando a lo largo de un pasillo. Desde allí
podía mirar hacia abajo al pulido suelo de la recepción y a las puertas de entrada de
vidrio. Podía ver a Conor sentado tras su escritorio, leyendo una revista. Incluso aquí
abajo las luces estaban atenuadas. Era como si el hospital quisiera recordar a los visitantes,
donde estaban en el momento en que entraran.
Conor volvió una página. Alex estaba a punto de bajar las últimas escaleras, cuando de
repente las puertas se abrieron.
Alex estaba, tanto sorprendido como un poco avergonzada. No quería ser atrapado aquí,
con su bata y pijama. Al mismo tiempo, se preguntaba quién podría, posiblemente,
visitando St. Dominic en este momento de la noche. Dio un paso hacia atrás,
desapareciendo entre las sombras. Ahora podía ver todo lo que estaba ocurriendo, sin ser
visto.
Cuatro hombres entraron Estaban en la treintena, y todo parecía encajar. El líder llevaba
puesta una chaqueta de combate y una camiseta del Che Guevara. Los otros iban vestidos
con pantalones vaqueros, sudaderas con capucha y deportivos. Desde donde estaba
escondido, Alex no podía ver sus rostros con mucha claridad, pero ya supo que había algo
extraño en ellos. La forma en que se movían, de alguna manera era demasiado rápida,
demasiado enérgica. La gente se mueve con más cautela cuando entran en un hospital.
Después de todo, nadie realmente quiere estar allí.
—Hola…‖¿cómo‖est{?‖—preguntó el primer hombre. Las palabras cortaban la penumbra.
Tenía una voz alegre y cultivada.
—¿Cómo puedo ayudarle? —preguntó el recepcionista. Sonaba tan confundido como
Alex se sentía.
—Nos gustaría visitar a uno de sus pacientes —explicó el hombre—. Me pregunto si nos
puede decir dónde está.
—Lo siento mucho. —Alex no podía ver la cara de Conor, pero podía imaginarse la
sonrisa en su voz—. No es posible visitar a nadie ahora. ¡Es casi la una! Tendrá que volver
mañana.
—Creo que usted no entiende.
Alex sintió los primeros indicios de nerviosismo. Una nota de amenaza se había deslizado
en la voz del hombre. Y había algo siniestro en la forma en que los otros tres hombres
estaban posicionados. Estaban repartidos entre la recepción y la entrada principal. Era
como si no quisieran que saliera. O que cualquier otra persona entrara.
—Queremos ver a Paul Drevin.
Alex oyó el nombre con un estremecimiento de incredulidad. ¡El chico de la habitación
contigua a la suya! ¿Por qué estos hombres querrían verlo tan tarde en la noche?
—¿En qué habitación está? —preguntó el hombre de la chaqueta de combate.
Conor negó con la cabeza. —No puedo darle esa información —protestó—. Vuelva usted
mañana y entonces alguien estará encantado de ayudarle.
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—Queremos saberlo ahora —insistió el hombre. Metió la mano en su chaqueta y Alex
sintió que el suelo resbalaba debajo de él cuando el hombre sacó una pistola. Estaba
equipada con un silenciador. Y apuntaba a la cabeza del recepcionista.
—¿Qué está...? —Conor se había puesto rígido, su voz se había elevado a un chillido
agudo—. ¡No puedo decírselo! —exclamó—. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Qué quiere?
—Queremos el número de habitación de Paul Drevin. Si no me lo da en los próximos tres
segundos, apretaré el gatillo y la única parte de este hospital que necesitarás otra vez será
el depósito de cadáveres.
—¡Espere!
—Uno...
—¡No sé dónde está!
—Dos...
Alex sintió que su pecho se retorcía. Se dio cuenta de que estaba conteniendo la
respiración.
—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Déjeme encontrarlo para usted!
El recepcionista empezó a presionar a toda prisa el teclado oculto debajo de la parte
superior de su escritorio. Alex oyó el ruido de las teclas.
—¡Está en el segundo piso! Habitación ocho.
—Gracias —dijo el hombre, y le disparó.
Alex oyó el furioso chasquido de la bala mientras era escupida por el silenciador. Vio un
spray negro delante de la frente del recepcionista. Conor cayó hacia atrás, sus manos
levantadas por un momento.
Nadie se movió.
—Habitación ocho. Segundo piso —murmuró uno de los hombres.
—Te dije que estaba en la habitación ocho —dijo el primer hombre.
—Entonces, ¿por qué lo preguntaste?
—Sólo quería estar seguro. —Se burló uno de ellos.
—Vayamos y cojámosle —dijo otro.
Alex se quedó congelado en el lugar. Podía sentir su herida ardiendo furiosamente. Esto
no podía estar pasando, ¿verdad? Pero estaba ocurriendo. Lo había visto por sí mismo.
Los cuatro hombres se movieron.
Alex se dio la vuelta y echó a correr.
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Capítulo 3
Tratamiento de Emergencia
Traducido por Anne_Belikov
Corregido por Nanis
Alex subió las escaleras de dos en dos, un centenar de diferentes pensamientos
retumbando a través de su mente. ¿Quiénes eran los cuatro hombres y por qué
estaban aquí? ¿Qué querían con Paul? El nombre Drevin significaba algo para él,
pero no era tiempo de ponerse a averiguarlo. ¿Qué podía hacer para detenerlos?
Llegó hasta una alarma de incendios en una caja roja en la pared y se detuvo a su
lado. Durante unos segundos su puño se cernió sobre el cristal. Pero sabía que
activar la alarma no serviría de nada. Por el momento, el factor sorpresa era todo
lo que tenía de su lado. La alarma de incendios sólo les diría a los hombres que
habían sido vistos y entonces trabajarían más rápido, matando o secuestrando al
chico antes de que la policía o los bomberos llegaran.
Alex no quería enfrentar a cuatro hombres por su propia cuenta. Estaba
desesperadamente tentado a llamar por ayuda. Pero sabía que esta vendría
demasiado tarde.
Continuó por las escaleras, una pequeña porción de conocimiento estimulándolo.
Los hombres se habían mostrado a sí mismos como mentes simples e implacables.
Pero ellos ya habían cometido un error.
Cuando se habían marchado, cuando se habían estado moviendo en dirección al
ascensor, Alex sabía algo que ellos no. Los elevadores que estaban en St. Dominic
eran originales, de acaso veinte años de antigüedad. Habían sido diseñados para
llevar pacientes arriba desde la sala de operaciones del primer piso y tenían que
detenerse sin el más mínimo temblor. Por esta razón siempre iban muy, muy
despacio. Le tomaría a Alex menos de veinte segundos llegar al segundo piso; a
los hombres les tomaría casi dos minutos. Eso le daba un minuto y cuarenta
segundos para hacer algo. Pero, ¿qué?
Golpeó a través de las puertas y entró al área de enfermeras en frente de su
habitación. Todavía no había nadie alrededor, lo que era extraño. Tal vez los
cuatro hombres habían creado algún tipo de distracción. Eso tendría sentido.
Podrían haber hecho que la enfermera se fuera con una simple llamada telefónica
y ahora ella estaría en cualquier lugar del hospital. Alex permaneció jadeando en
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la penumbra, intentando que su cerebro trabajara. Podía imaginar al elevador
haciendo su camino pulgada por pulgada, hacia él.
Era muy consciente de la desigualdad de la competencia. Los hombres eran
asesinos profesionales. Alex lo habría sabido incluso si no los hubiera visto
asesinar al recepcionista de noche. Era obvio por su lenguaje corporal, la forma en
que sonreían, la conversación que había oído. Matar era una segunda naturaleza
para ellos.
Alex no tenía posibilidad de luchar contra ellos. Estaba desarmado. Peor aún,
estaba en pijama y con pantuflas, con una herida en el pecho que se mantenía
unida por puntos de sutura y vendajes. Nunca había estado más indefenso. Una
vez que fuese visto, habría terminado. No tenía oportunidad.
Y aún así tenía que hacer algo. Pensó en el extraño, solitario chico en la habitación
contigua a la suya. Paul Drevin tenía sólo catorce años, era ocho meses más joven
que Alex. Estos hombres habían venido por él. Alex no los dejaría llevárselo.
Miró a la puerta abierta de su propia habitación, la número nueve. Estaba
exactamente al lado opuesto del ascensor, y era la primera cosa que verían los
hombres cuando salieran. Paul Drevin estaba durmiendo en la habitación
contigua. Su puerta estaba cerrada. Sus nombres eran visibles en la penumbra:
ALEX RIDER y PAUL DREVIN. Habían sido impresos en tiras de plástico que
cabían en la ranura de la puerta. Debajo de ellas, también en pequeñas etiquetas,
estaban los números de habitación.
De pronto, de la nada, un plan comenzó a formarse en la mente de Alex. Se
preguntó si tendría suficiente tiempo, se lanzó hacia adelante y arrebató una
cuchara que estaba sobre la taza y el platito que la enfermera había dejado sobre
su escritorio. Con el mango de la cuchara, quitó su nombre y número de
habitación de la ranura y luego hizo lo mismo con la puerta contigua. Le tomó
unos pocos segundos poner las tiras de plástico en su lugar. Ahora era Alex Rider
quien dormía en la habitación nueve. La puerta de la habitación ocho estaba
abierta y Paul Drevin no estaba ahí.
Alex corrió dentro de su habitación, abrió el armario y tomó una camisa y unos
pantalones. Sabía que lo que había hecho no era suficiente. Si los hombres miraban
las puertas más de cerca, serían capaces de ver el truco que había hecho, porque la
secuencia era equivocada: seis, siete, nueve, ocho, diez. Alex tenía que asegurarse
de que ellos no tuvieran tiempo para examinar nada.
Tenía que hacerlos venir tras él. No se atrevió a vestirse a la vista del elevador. Se
apresuró a salir con la ropa, pasando la recepción de enfermeras, más allá de las
dos habitaciones. Llegó al corredor que se inclinaba noventa grados. Corrió cerca
de treinta metros hacia un par de puertas giratorias y otra escalera. Ahí había un
mostrador en cada lado del corredor y al lado un carrito con algún tipo de
máquina: una baja y plana, con una serie de botones pequeños, una pantalla de
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televisión rectangular que parecía haber sido aplastada. Alex reconoció la
máquina. También había dos cilindros de oxígeno. Podía sentir su corazón
latiendo por debajo de los vendajes. El silencio en el hospital era desconcertante.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que Conor había sido asesinado?
Rápidamente se quitó la pijama y se puso su propia ropa. Se sentía bien estar
vestido de nuevo después de diez largos días y noches. Ya no era un paciente.
Estaba comenzando a tener su vida de vuelta.
Las puertas del elevador se abrieron, rompiendo el silencio con un traqueteo
metálico. Alex observó a los cuatro hombres salir. Rápidamente los examinó. Dos
eran negros, dos blancos. Se movían como una sola unidad, como si estuvieran
acostumbrados a trabajar juntos. Les dio nombres basado en sus apariencias. El
hombre que había disparado a Conor era el líder. Tenía una nariz rota que parecía
dividir su cara como la grieta de un espejo. Alex pensó en él como Chaqueta de
Combate. El segundo era delgado, con mejillas arrugadas y gafas de color naranja.
Anteojos. El tercero era bajo y musculoso, obviamente había pasado una buena
cantidad de tiempo en el gimnasio. Él tenía un pesado reloj de metal en su muñeca
y fue eso lo que le dio su nombre: Reloj de Acero. El último hombre estaba sin
afeitar, con el pelo negro desordenado. En algún momento había visitado a un
dentista muy malo, quien le había dejado su huella muy visible. Él sería Diente de
Plata.
Los cuatro se movieron rápidamente, impacientes después de la larga espera en el
elevador. Era el momento de la verdad.
Chaqueta de Combate registró la puerta abierta y la habitación vacía. Leyó el
nombre. En ese momento, Alex apareció, caminando hacia abajo por el corredor
como si hubiera estado en el baño y estuviera regresando a su habitación. Se
detuvo y dio un pequeño grito de sorpresa. Los hombres lo miraron. E
inmediatamente asumieron que Alex había imaginado que vendrían. Incluso si
sabían cómo se supone que su objetivo luciría, no podían ver su rostro en la suave
luz. Él era Paul Drevin. ¿Quién más podría ser?
—¿Paul? —Chaqueta de Combate pronunció una sola palabra.
Alex asintió.
—No vamos a herirte. Pero tienes que venir con nosotros.
Alex dio un paso hacia atrás. Chaqueta de Combate sacó una pistola. La misma
pistola que había usado para matar al recepcionista de noche. Alex se volvió y
corrió.
Mientras sus pies descalzos golpeaban la alfombra del hospital, tenía miedo de
haberse ido demasiado tarde, de que iba a sentir el calor de una bala entre sus
omoplatos. Pero el corredor estaba justo enfrente de él. Con una sensación de
alivio, se lanzó para dar vuelta en la esquina. Ahora estaba fuera de vista.
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Los cuatro hombres fueron lentos al reaccionar. Esta era la última cosa que habrían
esperado. Paul Drevin debería haber estado durmiendo en su cama. Pero los había
visto. Había corrido. Como uno, ellos se lanzaron hacia adelante. Sus movimientos
parecían torpes (ellos no querían hacer ruido) pero aún así estaban avanzando
rápidamente. Alcanzaron el corredor y vieron las puertas batientes. Una de ellas
estaba todavía cerrada. El chico obviamente había pasado a través de ellas
segundos antes. Con Chaqueta de Combate a la cabeza, siguieron adelante.
Ninguno de ellos se dio cuenta del mostrador a su izquierda. Chaqueta de
Combate empujó las puertas; Reloj de Acero y Anteojos lo siguieron. Diente de
Plata estaba detrás y entonces fue cuando Alex hizo su movimiento.
Alex corrió toda la longitud del corredor, abrió las puertas y luego volvió al
mostrador. Ahí era donde estaba ahora. Moviéndose de puntillas se deslizó hacia
afuera. Ahora él estaba detrás de Diente de Plata. Estaba sosteniendo algo en cada
una de sus manos, un disco circular, acolchado, con cables eléctricos.
La máquina que Alex había visto en el auto era un desfibrilador Lifepak 300, una
pieza estándar de equipo que se usaba en la mayoría de los hospitales británicos.
Alex había visto suficientes desfibriladores en los dramas de televisión para saber
cómo funcionaban. Cuando el corazón de un paciente se detenía, el Doctor
presionaba los aparatos contra su pecho y usaba la carga eléctrica para traerlo de
regreso a la vida. Alex había conectado este desfibrilador en los últimos segundos
antes de que el elevador llegara. Había sido diseñado para ser fácil de usar y estar
listo al instante; las baterías siempre estaban completamente cargadas. Apretando
los dientes, cerró de golpe los aparatos contra el cuello del hombre enfrente de él y
presionó los botones. Diente de Plata gritó y saltó en el aire cuando la corriente
eléctrica corrió a través de él. Estaba inconsciente antes de caer al suelo.
Las puertas se abrieron de nuevo: Anteojos había escuchado el grito. Regresó,
medio inclinado, medio corriendo hacia adelante, con una navaja en la mano. Su
rostro estaba torcido en una horrible mueca de ira. Algo había salido mal pero
¿cómo? ¿Por qué no había estado el niño durmiendo?
Él ni siquiera hizo la mitad del camino por el corredor. La plena fuerza de un
cilindro de oxígeno de diez kilogramos le golpeó entre las piernas. Su rostro se
puso malva y dejó caer el cuchillo. Intentó respirar, pero irónicamente el oxígeno
fue la única cosa que no pudo encontrar. Cayó, con los ojos hinchados.
Alex soltó el tanque. Había tomado toda su fuerza el blandirlo y pasó una mano a
través de su pecho, preguntándose si se había hecho daño a sí mismo. Pero las
puntadas parecían mantenerse intactas.
Dejando a dos hombres inconscientes detrás de él, corrió de vuelta a su habitación
y pasó por las escaleras principales. Escuchó las puertas batientes golpear contra la
pared mientras los otros venían por él. Al menos había reducido a la mitad
contraria, aunque iba a resultarle más difícil de ahora en adelante. Los dos
hombres sabían que era peligroso; no se dejarían sorprender de nuevo. Alex
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consideró desaparecer. Había docenas de lugares donde esconderse. Pero ese no
era el punto. Se obligó a reducir la velocidad. Tenía que llevarlos lejos de las
habitaciones ocho y nueve.
Ellos lo vieron. Escuchó a uno jurar, un solo susurro, lleno de odio. Eso era bueno.
Entre más enfadados estuvieran, más eran los errores que cometerían. Alex corrió
hacia abajo por las escaleras. Se sintió mareado y por un momento pensó que iba a
desmayarse. Después de pasar tanto tiempo en una cama, su cuerpo no estaba
listo para esto. Su brazo izquierdo le dolía demasiado.
El brazo le recordó a dónde se dirigía. El departamento de fisiología estaba en el
primer piso. Alex había estado ahí muchas veces; había sido una parte necesaria
de su tratamiento.
La bala que había cortado a través de sus arterias también había hecho serio daño
a su plexo braquial. Esto era una complicada red de nervios de la médula espinal
que se encontraba dentro de su brazo izquierdo. Los doctores le habían advertido
que el brazo permanecería doliéndole; tendría rigidez y hormigueo, quizá por el
resto de su vida. Pero una vez más, Alex tenía la juventud de su lado. Después de
unos pocos días de terapia, la mayor parte del dolor había desaparecido. En ese
tiempo, lo habían puesto a hacer una serie de ejercicios, de resistencia,
estiramiento, reacción y rapidez. Para el final de la semana, Alex conocía el
departamento de fisiología mucho más que cualquier otro departamento del
hospital. Eso era el por qué estaba dirigiéndose ahí ahora.
Medio tropezó a través de las puertas y se quedó quieto por un momento,
atrapando su próximo aliento. Al principio vio dos cubículos con camas donde los
pacientes estarían acostados mientras pasaban a través de las series de ejercicios.
Un esqueleto humano (muy realista pero hecho de plástico) colgaba de un marco
de metal. El corredor se extendía a través de una serie de puertas y mostradores e
iba más allá de otro par de puertas batientes al otro extremo de la habitación. Alex
sabía exactamente lo que encontraría en los mostradores. Una de las habitaciones
fuera del corredor era un gimnasio completamente equipado, con bicicletas,
campanas, pesas y cintas para correr.
Los mostradores contenían más equipo, incluyendo expansores de pecho y rollos
de elástico. Todos los días, el fisioterapeuta había cortado un trozo de elástico y se
lo había dado a Alex para los ejercicios de estiramiento. Estos habían sido sencillos
al principio, pero se habían vuelto más intensos usando trozos de elástico cada vez
más gruesos, hasta que sanó.
Abrió el primer mostrador. Había estado trabajando en lo que iba a hacer. La
pregunta era la misma que antes. ¿Tenía suficiente tiempo?
Cuarenta segundos después, las puertas se abrieron y Chaqueta de Combate entró.
Estaba respirando pesadamente. Él estaba al comando de la operación y un día
tendría que responder por ello. Dos de sus hombres estaban inconscientes
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escaleras arriba, uno de ellos electrocutado. Y lo que era peor (lo que parecía
increíble) ¡era que ambos habían sido noqueados por un niño! Ellos habían estado
diciendo que sería simple. Tal vez era el por qué habían cometido tantos errores.
Bueno, no iba a cometer ninguno más.
Se arrastró lentamente hacia adelante, su puño enroscado alrededor de una fea,
cuadrada arma. Era una FP9, una pistola de acción simple manufacturada en
Hungría, una de docenas que venía ilegalmente desde el este de Europa. No había
luces en esta parte del hospital. La única iluminación venía de la luz de luna
golpeando a través de las ventanas. Miró hacia un lado y vio el esqueleto de pie
que parecía como sacado de una feria barata. Los zócalos vacíos de los ojos
parecían mirarlo. ¿Advertirle? El hombre apartó la mirada con disgusto. No iba a
dejar que lo asustaran.
Miró dentro de los dos cubículos. Las cortinas estaban corridas y era obvio que el
chico no estaba escondido ahí. Chaqueta de Combate pasó el esqueleto y dio
vuelta en la esquina. Ahora se encontraba mirando la longitud del corredor.
Estaba muy oscuro pero mientras sus ojos se acostumbraban, vio una sombra de
pie al final. Sonrió. ¡Era el chico! Él parecía estar sosteniendo algo contra su pecho.
¿Qué era? Algún tipo de pelota. Bueno, esta vez había cometido un gran error. No
le daría oportunidad de lanzarla. Si él se movía, Chaqueta de Combate le
dispararía en la pierna y lo arrastraría hacia el auto.
—¡Suéltala! —Ordenó Chaqueta de Combate.
Alex dejó ir la pelota.
Era una pelota medicinal del gimnasio. Pesaba cinco kilogramos y por segunda
vez, Alex había temido que sus puntadas se abrieran. Pero lo que Chaqueta de
Combate no había visto era que Alex también había tomado cierta longitud de
elástico del mostrador. Lo había atado a través del corredor, de la manivela de una
puerta a la otra y luego estirado de regreso a la pelota medicinal. La pelota era
ahora un misil en una gigantesca catapulta y cuando Alex la soltó, salió disparada
a todo lo largo del corredor como si hubiera sido disparada por un cañón.
Chaqueta de Combate estaba sólo vagamente consciente del peso real que salía de
las sombras antes de que lo golpeara en el estómago, haciéndolo caer. La pistola
voló fuera de su mano. Su respiración salió de sus pulmones. Sus hombros
golpearon el suelo y se resbaló cinco metros antes de golpearse contra la pared.
Sólo había tenido tiempo para decirse a sí mismo que este no era Paul Drevin (este
no era un ordinario chico de catorce años) antes de desmayarse.
Reloj de Acero apenas había entrado en el departamento de fisiología. Había
escuchado el impacto y se había puesto en posición de combate, su propia arma
lista para disparar. No entendía lo que estaba pasando, pero sabía que había
perdido la iniciativa. Lo que parecía como una captura simple se había vuelto
horriblemente difícil. Había una figura tendida en el suelo enfrente de él, su cuello
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torcido y su rostro drenado de color. Una larga pelota medicinal descansaba a su
lado.
Reloj de Acero parpadeó en incredulidad. Había visto una de las puertas al final
del corredor cerrarse. Eso le dijo todo lo que necesitaba saber. Continuó.
Veinte pasos delante de él, Alex estaba una vez más haciendo su camino escaleras
abajo. Parecía la única manera de salir de ahí. Las escaleras lo condujeron de
vuelta a la planta baja, donde había comenzado todo. El área de recepción estaba
innaturalmente silenciosa además del zumbido suave de un dispensador de
bebidas heladas. Luces blancas se extendían por las filas de Coca-Colas y Fantas,
lanzando sombras a través del piso. Tres escritorios quedaban frente a frente a
través del espacio vacío. Alex sabía que había un hombre muerto detrás de uno de
ellos, pero no podía atreverse a mirar. Podía ver la calle al otro lado de las puertas
de vidrio. ¿Debería hacer una pausa? ¿Salir y llamar por ayuda? No había tiempo.
Escuchaba a Reloj de Acero viniendo por las escaleras y se zambulló detrás del
escritorio más cercano, buscando cubrirse.
Un minuto después, Reloj de Acero arribó. Mirando alrededor de su escondite,
Alex pudo ver el reloj brillando en su muñeca. Era una enorme, gruesa cosa, del
tipo que usan los buceadores. El hombre tenía una muñeca inusualmente gruesa.
Su cuerpo entero estaba sobre desarrollado, los varios grupos de músculos casi
luchando contra los otros mientras caminaba. A pesar de que era el último
sobreviviente, no estaba en pánico. Llevaba una segunda FP9. Parecía intuir que
Alex estaba cerca.
—¡No voy a herirte! —gritó él. No sonó convincente y debió haberlo sabido
porque un segundo después agregó—: Sal con las manos en alto o pondré una
bala en tu rodilla.
Alex programó sus movimientos exactamente, corriendo a través de la recepción
principal. Alguien tosió dos veces y la alfombra se hizo pedazos bajo sus pies. Fue
entonces cuando se dio cuenta de que las reglas habían cambiado. Reloj de Acero
había decidido atraparlo vivo o muerto. Y parecía preferir muerto. Pero Alex ya
estaba fuera de su vista. Había encontrado otro corredor con una señal en la que se
leía RADIOLOGÍA y sabía exactamente a dónde estaba yendo. Había estado aquí
dos veces desde el comienzo de su estadía en el hospital.
Había una puerta cerrada a su lado, pero Alex había observado el código ser
introducido sólo unos pocos días antes. Tan rápido como pudo, presionó el
número de cuatro dígitos, no permitiéndose cometer un error. Empujó y la puerta
se abrió. Esta parte del hospital estaba desierta de noche pero sabía que las
máquinas al otro lado nunca dormían. Se mantenían activadas todo el día si era
necesario. Y nunca lo había necesitado más que ahora.
Alex podía escuchar a Reloj de Acero viniendo detrás de él, pero se forzó a
guardar la calma. Había otra cerradura con la que lidiar, esta vez tropezó con un
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interruptor oculto bajo uno de los escritorios de las enfermeras. Alex exhaló una
plegaria silenciosa de agradecimiento hacia el enfermero que había hecho una
broma sobre ello cuando había estado llevándolo. Había una larga, pesada puerta
a su lado. Estaba cubierta con señales de peligro debajo de una sola palabra:
MAGNETOM.
Alex sabía lo que las advertencias significaban. El enfermero se lo había dicho.
Abrió la puerta y entró. Había un estrecho banco enfrente de él. Conducía a una
larga máquina que recordaba a una secadora, una nave espacial y una dona
gigante al mismo tiempo. Tenía un agujero en medio, el borde interno girando
lentamente. El asiento estaba diseñado para ser elevado y pasado lentamente a
través del agujero. Alex se había sentado en el asiento cuando había venido por
primera vez a St. Dominic y el doctor le había dicho exactamente lo que hacía.
Se trataba de una máquina de resonancia magnética. Las cartas estaban llenas de
imágenes de resonancias magnéticas. Cuando Alex había pasado a través del
agujero, un escáner había tomado una imagen tridimensional de su cuerpo,
revisando el músculo dañado en su pecho, brazo y hombro. Recordaba lo que el
doctor le había dicho. Necesitaba ese conocimiento ahora.
Hubo un movimiento en la puerta. Reloj de Acero lo había seguido dentro.
—No te muevas. —Ordenó Reloj de Acero. Estaba sosteniendo su arma a la altura
del pecho. El silenciador estaba apuntando hacia la cabeza de Alex.
Alex dejó que sus hombros cayeran. —Parece como si hubiera venido por el
camino equivocado —dijo.
—Bueno, ahora estás viniendo conmigo, despreciable niño. —Replicó el hombre.
Pasó su lengua sobre su labio—.‖Los‖otros…‖tal vez no hayan querido herirte. Pero
si intentas algo, te dispararé.
—No puedo moverme.
—¿Qué?
—Estoy‖herido…
Reloj de Acero miró a Alex, intentando ver qué estaba mal. Dio un paso hacia
adelante. Y fue entonces cuando sucedió.
El arma voló fuera de su control.
Había pasado tan rápido que no comprendía lo que estaba sucediendo. Era como
si un par de manos invisibles le hubieran arrebatado el arma. Fue batido en la
oscuridad, distorsionándose como un borrón. Reloj de Acero gritó de dolor. El
arma había dislocado dos de sus dedos, casi rompiéndolos de inmediato. Hubo un
fuerte ruido cuando golpeó la máquina y se quedó ahí, pegada a la superficie.
Una máquina de resonancia magnética usa un campo magnético muy fuerte para
analizar los tejidos blandos. La fuerza de esta máquina era de 1.5 Teslas y los
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avisos en la puerta habían advertido que nadie se acercara a la sala sin haberse
deshecho de todos los artículos de metal. Una resonancia magnética podía sacar
un juego de llaves de un bolsillo; podía eliminar una tarjeta de crédito. Reloj de
Acero había sentido su enorme poder pero aún así no lo entendía. Estaba a punto
de averiguarlo.
Alex Rider había adoptado la posición conocida como daichi zenkutsu en karate,
con los pies separados y las manos elevadas. Cada fibra de su ser estaba
concentrada en el hombre enfrente de él. Fue un reto llevar a Reloj de Acero hacia
adelante con sus propias manos y Reloj de Acero no pudo resistirse. Dio un paso
hacia adelante.
Y gritó cuando su pesado reloj de acero entró en contacto con el campo magnético.
Alex observó con asombro lo que se conoce como el efecto misil. El hombre fue
levantado de sus pies y arrojado por el aire, arrastrado por el reloj en su muñeca.
Hubo un ruido enorme cuando se estrelló en la máquina de resonancia magnética.
Él había aterrizado con torpeza, su brazo y su cabeza enredados. Se quedó donde
estaba, medio de pie, medio tumbado, con las piernas inútiles tras él.
Se había terminado. Cuatro hombres habían entrado en el hospital y cada uno de
ellos estaba inconsciente o algo peor. Alex estaba todavía convencido de que en
cualquier segundo se despertaría en la cama. Tal vez había visto demasiados
asesinos. Seguramente la cosa entera no era más que algún tipo de pesadilla
propiciada por el medicamento sedante.
Pero no lo era. Alex regresó a la recepción y ahí estaba Conor, desparramado
detrás de su escritorio, una simple bala en su cabeza. Alex sabía que tenía que
llamar a la policía. Estaba sorprendido de no haber visto a una sola enfermera
durante toda la experiencia. Se inclinó sobre el escritorio, alcanzando el teléfono.
Una fresca brisa golpeó contra su cuello.
Eso debería haberle advertido.
Cuatro hombres habían entrado al hospital pero cinco habían sido asignados al
trabajo. Había otro hombre: el conductor. Y si las puertas no acabaran de abrirse,
no se habría sentido una brisa.
Demasiado tarde Alex se dio cuenta de lo que eso significaba. Se enderezó tan
rápido como pudo, pero no fue lo suficientemente rápido. No escuchó nada. Ni
siquiera sintió el golpe en la parte posterior de la cabeza.
Sólo cayó al suelo y se quedó inmóvil.
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Capítulo 4
Kaspar
Traducido por ilimari Cipriano
Corregido por Anne_Belikov
Te duele. Eso es todo lo que sabes. Tu cabeza está latiendo; tu corazón está punzando y te
preguntas si alguien te hizo un nudo en el cuello.
Era una sensación que Alex Rider conocía muy bien. El Sr. Grin lo había dejado
inconsciente cuando él estaba en la planta de asamblea de Stormbreaker; la Sra.
Stellenbosch también lo había dejado inconsciente en la Academia Point Blanc y Nile lo
había dejado inconsciente en el Palacio de la Viuda en Venecia. Hasta Alan Blunt hizo que
uno de sus hombres le disparara un dardo tranquilizador la primera vez que se infiltró en
el cuartel general del MI6.
Esta vez no era diferente; el lento regresar de la inconsciencia al mundo de aire y luz. Alex
sabía que estaba acostado bocabajo y su mejilla estaba presionada contra el polvoriento
piso de madera. Había un desagradable sabor en su boca. Con esfuerzo abrió sus ojos y
luego los volvió a cerrar porque la luz de la bombilla que colgaba de la pared le lastimaba.
Esperó y luego los volvió a abrir por segunda vez. Lentamente enderezó sus piernas,
estiró sus brazos y pensó lo que siempre pensaba cada vez que le pasaba esto.
Todavía estás vivo. Te tienen prisionero, pero por alguna razón no te han matado aún.
Alex se arrastró hasta quedar sentado y miró alrededor de él. Estaba en una habitación
que estaba completamente vacía. No había alfombras, cortinas, muebles, ni ninguna
decoración. Nada. Había una puerta de madera, seguramente cerrada, y una sola ventana.
Estaba sorprendido de ver que no tenía barrotes, pero cuando se acercó a ella comprendió
por qué.
Estaba muy alto, como a siete u ocho pisos. Apenas estaba amaneciendo y era difícil ver a
través del cristal sucio, pero calculó que había estado inconsciente por unas cuantas horas
y que todavía estaba en Londres. Parecía como si lo tuvieran prisionero en un edificio
abandonado.
Había otro edificio en el lado opuesto y Alex podía ver un letrero enorme que colgaba de
dos cables que estaban atados del último piso de ambos edificios. No podía leer las
primeras palabras porque estaban fuera de su campo de visión, pero sí podía leer el resto:
TORRES PRONTO SERÁ UN EMOCIONANTE Y NUEVO COMPLEJO EN EL ESTE DE
LONDRES.
Fue hacia la puerta y la intentó abrir nada más que para probar. No se movió.
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Su brazo izquierdo le dolía mucho y lo masajeó preguntándose cuánto daño se había
hecho. ¡Se supone que esta noche iba a ser su última noche en el hospital! ¿Cómo se
permitió‖enredarse‖con‖una‖ganga‖de‖asesinos…?‖¿Y‖para‖qué?
Alex recostó sus hombros contra la pared y se deslizó hasta el piso cruzando sus brazos
sobre el pecho. Aún seguía sin zapatos y le dio un escalofrío. La única camisa que tenía
puesta no era suficiente contra el frío de la mañana. Sentado allí, repitió en su mente los
eventos que lo habían llevado a su situación actual.
Cuatro hombres habían ido a St. Dominic, pero ellos no estaban interesados en él. Habían
preguntado por Paul Drevin, el muchacho del cuarto de al lado. Súbitamente Alex
recordó en dónde había escuchado ese nombre. Lo había visto en los periódicos, pero no
era Paul, era Nikolei. Ese era. Nikolei Drevin era algo así como un ruso multimillonario.
Bueno, eso lo explicaba todo. Los hombres debieron haber querido a su hijo por la más
obvia razón, dinero, pero accidentalmente lo habían secuestrado a él en lugar de al otro.
¿Qué harán cuándo se enteren? Alex intentó sacar ese pensamiento de su cabeza. Había
visto cómo ellos lidiaron con Conor, el recepcionista nocturno. No pensaba que ellos
fueran a disculparse y ofrecerle pagar el taxi que lo llevaría a casa. Pero no había nada que
él pudiera hacer. Se quedó sentado dónde estaba y se desplomó contra la pared,
observando al cielo cambiar de gris a rojo y luego a un opaco azul.
Debió haberse quedado dormido porque lo próximo que supo, fue que la puerta se abrió
y Anteojos estaba parado frente a él con una expresión de puro odio en su rostro. Pero
esto no sorprendió a Alex. La última vez que se habían visto, Alex le había lanzado a la
ingle un tanque de oxígeno de diez kilogramos. Lo que sí le había sorprendido era que
sólo unas cuantas horas después, él había reunido la fuerza para levantarse.
Anteojos estaba sosteniendo una pistola. Alex miró al hombre a los ojos. Ellos destellaban
naranja detrás del tinte de las gafas y lo miraban fijamente, llenos de puro veneno. —
¡Levántate! —Soltó él—. Vendrás conmigo.
—Como ordenes —Lentamente Alex se puso en pie—. ¿Es mi imaginación? — preguntó
él—, ¿o tu voz es más chillona de lo que solía ser?
La mano que sostenía la pistola se movió. —Por aquí —dijo Anteojos entre dientes.
Alex lo siguió por un pasillo que estaba tan destartalado como la habitación en dónde
había sido encerrado. Las paredes estaban húmedas y descascaradas. En algunas partes
los paneles del techo se habían caído y revelaban enormes huecos llenos de cables y
tuberías. Había puertas a cada diez o quince metros y algunas de ellas colgaban de los
goznes. En el pasado, hubieran servido de entrada a los apartamentos, pero era obvio que,
aparte de ratas y cucarachas, nadie había vivido allí por años.
Chaqueta de Combate estaba esperándolos afuera. Se había recuperado de su encuentro
con la bola medicinal, pero había un feo moretón en el lado de la cabeza en dónde se
había golpeado con la pared.
—¡Entra! —dijo Anteojos.
Alex abrió la puerta, entró y se encontró en un enorme espacio abierto con basura tirada
por el suelo y graffiti por todas partes. Había ventanas en dos lados y algunas de ellas
estaban cubiertas por persianas rotas. Alex supuso que estaba adentro de uno de los
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apartamentos, pero las paredes habían sido derribadas para crear un solo espacio. Podía
ver un baño abandonado en una esquina. En el medio había una mesa y dos sillas. Un
hombre estaba sentado allí esperando por él. Anteojos presionó su pistola contra su
espalda para hacerlo avanzar y Alex caminó hacia delante y se sentó.
Con un escalofrío, él examinó al hombre sentado frente a él. Estaba vestido en lo que
alguna vez podría haber sido un uniforme, pero la chaqueta estaba desgarrada y le
faltaban botones. El hombre debía tener unos treinta años, pero era imposible estar
seguro. Su cabeza y cara estaba toda tatuada. Alex vio que tenía tatuado a Estados Unidos
de América en una mejilla y a Europa en la otra. Su nariz y la piel sobre su labio eran azul
como el Océano Atlántico. Brasil y el este de África tocaban las comisuras de su boca. Si el
hombre se daba la vuelta, Alex estaba seguro de que vería a Rusia y a China. Él nunca
había visto algo tan extraño (o tan desagradable) en su vida.
Con dificultad, Alex apartó la mirada y observó a su alrededor. Chaqueta de Combate y
Anteojos estaban parados en cada lado de la puerta. Diente de Plata estaba al acecho en
una esquina. Alex no lo había visto en la oscuridad, pero ahora había caminado hasta
quedar bajo la luz y Alex vio que su cuello estaba hinchado y dos inflamadas marcas
yacían en su piel. No veía por ninguna parte a Reloj de Acero. Quizá fueron incapaces de
despegarlo del magnetom.
El hombre con los tatuajes habló: —Nos has causado un montón de molestias —dijo él—.
Honestamente, deberías estar muerto.
Alex se mantuvo callado. Todavía no estaba seguro de qué decir.
—Mi nombre es Kaspar —continuó el hombre.
Alex se encogió de hombros. —¿Cómo Casper, el fantasma amistoso?
El hombre no sonrió. —¿Por qué anoche estabas fuera de tu habitación?
—Necesitaba un poco de aire.
—Hubiera sido mejor si simplemente hubieras abierto la ventana —dijo Kaspar. Cuando
habló, todos los continentes se movieron y Alex pensó que si estornudaba causaría un
terremoto global—. ¿Sabes quién soy? —preguntó él.
—No —respondió Alex—. Pero sería muy útil tenerte cerca durante un examen de
geografía.
—No creo que estés en posición de hacer bromas —La voz de Kaspar no mostraba
ninguna emoción. Señaló con la mano a los otros hombres—. Les has causado a mis
colegas gran dolor e inconveniencias. A ellos les encantaría que te matara. Quizá lo haga.
—¿Para qué me quieres? —Demandó Alex.
—Te lo diré —Kaspar rozó su dedo por un lado de su cara. Viajó desde Noruega hasta
Algeria—. Puedo ver que te sorprende mi apariencia. Puede que pienses que es extrema,
pero estas marcas representan quién soy y en qué creo. Todos nosotros somos parte de
este mundo y yo he hecho al mundo parte de mí —se detuvo por un momento—. Soy lo
que podrías llamar un luchador por la libertad, pero la libertad en que creo es un mundo
libre de la explotación y polución causada por los empresarios ricos y multinacionales
quienes destruyen toda la vida simplemente para enriquecerse ellos mismos. Tenemos un
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calentamiento global. La capa de ozono se está destrozando. Nuestros valiosos recursos se
están acabando rápidamente. Pero aún así estos gatos gordos continúan llenando sus
bolsillos hoy en día sin pensar y sin importarles el mañana. Tu padre es uno de ellos.
—¿Mi padre? Te has equivocado —El hombre se movió increíblemente rápido, se puso en
pie y con la parte de atrás de su mano golpeó un lado de la cabeza de Alex, quién se echó
para atrás más por la sorpresa que por el dolor.
—¡No interrumpas! —Ordenó Kaspar—. Tu padre hizo su fortuna a base del aceite. Sus
oleoductos han destrozado a tres continentes y ahora, no contento con dañar la tierra, está
centrando su atención en el espacio exterior. Cuatro especies de aves salvajes han sido
extintas por el lanzamiento de sus cohetes desde el Caribe. Simios y Chimpancés han sido
las víctimas inocentes de estos vuelos. Él es un enemigo de la humanidad y por lo tanto se
ha convertido en un blanco legítimo de Fuerza Tres.
Kaspar se sentó otra vez.
—Hay gente que nos ve como criminales —Siguió él—. Pero es tu padre quién es el
verdadero criminal y él nos ha obligado a actuar de la manera en que lo hacemos. Ahora
hemos decidido que él tiene que pagar. Nos va a tener que dar un millón de libras para
que te regresemos sano y salvo. Ese dinero será utilizado para continuar con nuestra
batalla para proteger al planeta. Si él se niega, nunca te volverá a ver.
—Por eso fue que anoche te sacamos del St. Dominic y continuarás con nosotros hasta que
pague el rescate. Personalmente no deseo hacerte daño, Paul, pero tenemos que probarle a
tu padre que te tenemos. Tenemos que enviarle un mensaje que no podrá ignorar y me
temo que demandará un pequeño sacrificio de parte tuya.
Alex intentó hablar, pero su cabeza daba vueltas. Todo estaba pasando demasiado rápido.
Antes de que pudiera reaccionar, su brazo derecho fue agarrado desde atrás. Chaqueta de
Combate se había acercado sigilosamente a él mientras Kaspar hablaba. Alex intentó
resistir, pero el hombre era demasiado fuerte. El puño de su camisa fue abierto de un tirón
y le subieron la manga. Luego su mano fue puesta a la fuerza sobre la mesa y sus dedos
fueron separados uno a uno. No había nada que él pudiera hacer. Chaqueta de Combate
lo estaba aguantando tan fuerte que sus dedos se estaban poniendo blancos. Diente de
Plata se acercó por el otro lado, sacó su cuchillo y se lo dio a Kaspar.
—Le podríamos enviar a tu padre una foto —explicó Kaspar—. ¿Pero qué lograríamos
con eso? Ya a estas alturas él debe saber que fuiste tomado a la fuerza. Hay otras maneras
más eficaces para hacer que nuestras demandas sean escuchadas, maneras que puede que
las encuentre más persuasivas —levantó la cuchilla y la puso cerca de la barbilla de Alex,
como si lo fuera a afeitar. La hoja de la cuchilla tenía quince centímetros de largo y el
borde era dentado. Él observó su reflexión en el acero—. Podríamos enviarle un mechón
de tu cabello. Estoy seguro de que reconocería tu pelo. Pero entonces podría tomar eso
como una señal de debilidad, de compasión, de nuestra parte.
—Y por eso me disculpo, Paul Drevin, porque no me causa placer alguno el lastimar a un
niño incluso cuando se trata de un niño rico y engreído como tú, pero lo que planeo
enviar‖a‖tu‖padre‖es‖un‖dedo‖de‖tu‖mano‖derecha…
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Automáticamente Alex intentó apartarse, pero Chaqueta de Combate lo había previsto y
puso todo su peso sobre la mano de Alex. Sus dedos estaban separados, indefensos, sobre
la mesa.
—El dolor va a ser enorme, pero hay niños por todo el mundo que sólo han conocido
dolor y hambre, mientras que niños como tú pierden el tiempo en los patios de los ricos.
¿Sabes tocar el piano, Paul? Espero que no. No será fácil después de hoy.
Él estiró la mano y agarró el dedo meñique de Alex. Ese era el que había escogido. El
cuchillo comenzó su viaje hacia abajo.
—¡Yo no soy Paul Drevin! —Alex escupió las palabras con urgencia. Sus ojos estaban
abiertos como platos. Podía sentir la falta de sangre en su rostro. El cuchillo se seguía
moviendo—. ¡Has cometido un error! —Insistió él—. Mi nombre es Alex Rider. Yo estaba
en el cuarto nueve. No sé nada sobre Paul Drevin.
El cuchillo se detuvo. Estaba a sólo milímetros de su dedo meñique.
—¡Hazlo! —Bufó Chaqueta de Combate.
—Yo estaba despierto anoche —Insistió Alex y las palabras salían rápidamente de su
boca—. Regresaba del baño. Los vi a ustedes afuera de mi cuarto. Uno de ellos sacó una
pistola y luego comenzaron a perseguirme. No sabía qué estaba pasando. Tenía que
defenderme…
—Está mintiendo —gruñó Chaqueta de Combate—. Yo le pregunté su nombre — Él se
dirigió a Anteojos—. Díselo.
—Es cierto —dijo Anteojos—. Vimos su cuarto. El número ocho. Estaba vacío y luego él
apareció. Le llamamos por su nombre y él contestó.
Kaspar sostuvo el cuchillo con más fuerza. Se había decidido.
—¡Yo estaba en el cuarto nueve, no en el ocho! —Ahora Alex estaba gritando. Su cabeza se
sentía bajo el agua. Podía casi sentir el chuchillo cortar su carne y huesos. Podía imaginar
el dolor. Luego súbitamente se le ocurrió algo—. ¿Por qué piensas que yo estaba en el
hospital? —demandó él.
—Sabemos por qué estabas allí —contestó Kaspar—. Apendicitis.
—Apendicitis. Claro. Entonces mira mis vendajes. No están por ninguna parte cerca de mi
apéndice.
Hubo una larga pausa. Alex podía sentir a Chaqueta de Combate todavía presionándolo
con fuerza, deseando que comenzaran a cortarlo, pero Kaspar no estaba tan seguro. —
Abran su camisa —ordenó él, pero nadie se movió—. ¡Háganlo!
Chaqueta de Combate seguía sosteniendo a Alex más fuerte que nunca pero Diente de
Plata se acercó. Estiró la mano y agarró la camisa de Alex, desabotonando de un tirón los
primeros dos botones. Kaspar observó los vendajes que le cruzaban el pecho. Alex podía
sentir su corazón galopar bajo ellos. —¿Qué es esto? —demandó Kaspar.
—Tuve una herida en el pecho.
—¿Qué clase de herida en el pecho?
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—Un accidente en mi bicicleta —Era la única mentira que Alex había dicho. No podía
decirles qué había pasado en realidad. No quería que ellos supieran quién era él—. Yo
conocí a Paul Drevin —admitió—. Tiene la misma edad que yo, pero no se parece en nada
a mí. Simplemente has una llamada telefónica. Podrás verificar fácilmente —respiró
profundamente—. Puedes cortar todos mis dedos si quieres, pero su papá no te va a pagar
ni un centavo. ¡Él ni siquiera sabe que existo!
Hubo otro momento de silencio.
—¡Está mintiendo! —insistió Chaqueta de Combate.
Pero ya Kaspar se había decidido. Había escuchado hablar a Alex. Paul Drevin tenía un
leve acento ruso y este chico obviamente había vivido toda su vida en Inglaterra. Kaspar
maldijo y enterró el cuchillo en la mesa a sólo un centímetro de distancia de la mano de
Alex y la empuñadura tembló cuando la soltó.
Alex vio la decepción en los rostros de Anteojos y Diente de Plata, pero Kaspar ya había
tomado su decisión.
—Déjenlo ir.
Chaqueta de Combate lo sostuvo con fuerza por un momento y luego lo soltó y se echó
para atrás maldiciendo en voz baja. Alex apartó el brazo. Ahora su mano derecha le dolía
tanto como la izquierda y se preguntó si Kaspar lo enviaría de vuelta al hospital porque lo
iba a necesitar para cuando saliera de allí.
Pero todavía no se había acabado.
Anteojos y Diente de Plata estaban esperando para escoltarlo afuera, pero Kaspar les
indicó que esperaran. Él estaba examinando a Alex por segunda vez, re-evaluándolo. Era
imposible ver más allá de los tatuajes en su rostro para saber qué estaba pasando por su
cabeza. —Si de verdad eres quién dices ser —comenzó él—, si de verdad no eres Paul
Drevin, entonces no nos sirves para nada. Te podemos matar de la manera que queramos
y creo que a mis hombres les complacerá matarte de una manera lenta. Así que quizá,
amigo, hubiese sido mejor si no hubiese habido ningún error. Quizá la pérdida de un
dedo hubiese sido más fácil.
Diente de Plata sonreía de oreja a oreja y Anteojos asintió con entusiasmo.
—Llévenlo de vuelta a su habitación —ordenó Kaspar—. Voy a hacer los arreglos
necesarios y después nos volveremos a ver.
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Capítulo 5
Escape contra Incendios
Traducido por *Nightwalker2711*
Corregido por Xhessii
Ya había caído la tarde cuando la puerta se abrió y Chaqueta D Combate entró. Alex
suponía que había estado en la habitación durante ocho horas. Se le había permitido usar
el baño una vez, y cerca del medio día se le había dado un sándwich y una bebida con un
gran espectáculo de seriedad. El sándwich se había pasado dos días de su fecha de
caducidad y aún estaba en su envoltorio de plástico, comprado en una tienda de
conveniencia. Pero Alex lo había devorado con avidez.
Chaqueta de Combate había sido enviado en su búsqueda. Llevó a Alex de vuelta por el
pasillo hasta el piso donde el interrogatorio había tenido lugar, con el rostro y con la nariz
fea, rota sin dejar pasar nada. Había algo sobre toda la trampa que Alex no entendía.
Kaspar le había dicho que eran eco-guerreros luchadores por la libertad o algo parecido.
Eran ciertamente fanáticos. Los tatuajes eran prueba suficiente de ello. Pero la forma en
que lo estaban tratando, las amenazas, las demandas de dinero parecía pertenecer a un
mundo diferente. Hablaban sobre contaminación y la capa de ozono, pero actuaban como
matones y delincuentes comunes. Habían matado a la recepcionista del turno de la noche
sin una buena razón. Parecían no tener ningún remordimiento en lo que se refiere a la
vida humana.
Para esta hora, Alex suponía, debían saber la verdad. Entonces, ¿Qué iban a hacerle?
Recordaba lo que Kaspar le había dicho y se había quedado grabado en su imaginación.
En lugar de eso, busco una forma de escapar de allí. No iba a ser fácil. Los cuatro hombres
ya lo habían probado una vez. Sabían de lo que él era capaz. No le iban a dar una segunda
oportunidad.
Kaspar lo estaba esperando. Había un periódico en la mesa frente a él, pero ninguna señal
de un cuchillo. Anteojos y Dientes de Plata estaban de pie detrás de él mientras Alex se
sentaba, Kaspar le daba la vuelta al periódico. Era el Evening Estándar y el titular de la
primera página contaba toda la historia‖ en‖ solo‖ tres‖ palabras.‖ “Secuestraron‖ al‖ Chico‖
Equivocado”.
Nadie hablaba, así que Alex pudo leer rápidamente el artículo. Había una fotografía del
Hospital St. Dominic pero ninguna fotografía de él o Paul Drevin. Lo que no lo
sorprendió. Recordó haber leído en algún lado como el padre de Paul (Nikolei Drevin)
había resuelto un embargo de cualquier fotografía publicada de su familia, alegando que
era arriesgar su seguridad. Y, por supuesto, el MI6 habría impedido el uso de cualquier
fotografía de Alex. Ni siquiera mencionaban su nombre.
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Un guardia de seguridad fue asesinado a tempranas horas de la mañana durante un rudo ataque al
hospital del norte de Londres.
Era casi seguro que el objetivo que la banda tenía previsto era Paul Drevin de catorce años de edad,
hijo de uno de los hombres más ricos del mundo, el empresario Nikolei Drevin.
Drevin apareció en los titulares a principios de ese año, cuando compró el Club de Futbol de
Stratford East. Es también la luz guía del proyecto de cientos de millones de libras: Ark Angel, el
primer hotel en el espacio.
En un desarrollo impresionante, la policía ha confirmado que la banda logro secuestrar al chico
equivocado. Este otro chico, quien no ha sido nombrado, fue descubierto por haber desaparecido de
su habitación después de una importante cirugía.
Hablando de hospitales, el doctor Roger Hayward hizo un llamado urgente para el rápido retorno
del niño. Se dice que su condición es estable pero seria.
Alex miró hacia arriba. Kaspar parecía estar esperando a que hablara. —Te lo dije —dijo—
. Entonces, ¿por qué no me dejas ir? No tengo nada que ver en esto. Estaba justo en la
puerta de al lado.
—Te involucraste a propósito —dijo Kaspar.
—No —Negó Alex, pero su boca estaba seca.
—Cambiaron los números de la habitación. Respondiste al nombre de Paul Drevin.
Cogiste a uno de mis hombres y heriste a los otros.
Alex no dijo nada, esperando que el hacha callera.
—No entiendo por qué elegiste involucrarte —continuó Kaspar—. No sé quién eres. Pero
tomaste tu decisión. Elegiste convertirte en enemigo de Fuerza Tres y debes pagar.
—No elegí nada.
—No voy a discutir contigo. Estoy peleando una batalla y en cualquier guerra hay
víctimas; inocentes víctimas que se atraviesan en el camino. Si se te hace más fácil, piensa
en ti como una más de ellas —Kaspar suspiró, pero no había ni una pizca de tristeza en su
cara—. Adiós Alex Rider. Fue una pena que nos hayamos conocido. Me ha costado un
millón‖de‖libras‖el‖dinero‖del‖rescate.‖Y‖te‖costar{‖mucho‖m{s…
Antes de que Alex pudiera reaccionar, fue agarrado desde atrás y arrastrado de los pies.
No habló en lo que era forzado de vuelta hasta la habitación en el pasillo. Pero esta vez, lo
colocaron en otra habitación, más pequeña que la anterior. Alex apenas y tuvo tiempo de
ver una silla, una ventana con barrotes y cuatro paredes desnudas antes de ser duramente
empujado hasta la parte de atrás, para caer al suelo.
Chaqueta de Combate se paro frente a él. —Ojalá me dejara un poco de tiempo contigo —
dijo con voz áspera—. Si fuera por mí, lo haríamos‖diferente…
—¡Muévanse! —La voz vino de afuera. Uno de los otros hombres estaba esperando.
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Chaqueta de Combate escupió contra la chaqueta de Alex y se fue. La puerta se cerró y
casi al mismo tiempo Alex escucho un inconfundible sonido de martillo. Sacudió su
cabeza con incredulidad. No era que sólo lo estuvieran encerrando. Estaban clavando la
puerta al marco.
Una vez más, examino su entorno. Se preguntó por qué habían elegido esa habitación en
particular.
Las barras en las ventanas no hacían una diferencia real. Aún si las ventanas hubieran
estado completamente abiertas, estaba por lo menos en un séptimo piso. No habría sido
capaz de escapar de ese lugar. Y en todo caso, ¿Exactamente qué era lo que se proponían
hacer? Obviamente no estaban planeando regresar a buscarlo. ¿Iban simplemente a
dejarlo ahí morir de hambre?
La respuesta llegó una hora después. El sol comenzaba a ponerse y las luces que
iluminaban todos los edificios del este de Londres empezaban a colarse. Alex se estaba
empezando a poner ansioso. Estaba escalando por su cuenta hacia lo alto de una torre en
ruinas.
Tenía la sensación de que Kaspar y los demás habían desaparecido; no podía oír nada en
absoluto al otro lado de la puerta. El silencio era inquietante. Sabía que el MI6 estaría
haciendo todo lo posible, buscándolo en la ciudad, pero ¿qué esperanzas tenían de
encontrarlo aquí? No podía abrir la ventana. La habitación estaba vacía. No había forma
de atraer la atención de nadie. Por una vez parecía estar completamente indefenso.
Y luego lo sintió. Se filtraba a través de las tablas del suelo, procedente de algún lugar
profundo en el corazón del edificio. Calor.
Le habían prendido fuego al edificio. Alex lo supo incluso antes de ver las primeras
volutas de humo colándose por debajo de la puerta. Habían rociado el lugar con gasolina,
le prendieron fuego y lo dejaron encerrado en el interior de lo que pronto seria la pira
funeraria más grande del mundo. Por un momento sintió pánico (negro e irresistible) que
lo envolvió.
Más humo se colaba por debajo de la puerta. Alex se puso de pie y retrocedió hasta la
ventana, preguntándose si había alguna manera de romper el vidrio.
Pero eso no lo ayudaría. Se forzó a sí mismo a reducir la velocidad para poder pensar. No
iba a dejar que lo mataran. Hace tan solo once días, un asesino a sueldo le había disparado
una bala calibre 22 en el corazón. Y todavía estaba vivo. No era fácil de matar.
Sólo había dos maneras de salir de la habitación: la puerta y la ventana. Ninguna de las
dos presentaba esperanza alguna. Pero, ¿qué pasa con las paredes? Estaban hechas de
madera prensada y yeso. En el piso donde había sido interrogado, la habían atravesado.
Tal vez podría hacer lo mismo. Experimentalmente, paso las manos sobre ellas,
empujando y sondeando en busca de cualquier punto débil. Tenía la garganta dolorida y
sus ojos comenzaban a aguarse. Más y más humo se seguía colando. Se puso de pie una
vez más, y a continuación dio una patada de estilo karate, estrellando su pie en el centro
de la pared. El dolor se disparó por la pierna hasta todo su cuerpo. La pared ni si quiera se
agrietó.
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En ese momento, Alex recordó el corredor de afuera. Se había perdido algunos de los
cuadros del techo y había visto un hueco debajo de las tuberías y los cables que pasaban
por encima. El techo de la sala estaba cubierto de las mismas baldosas.
Y le habían dejado una silla.
La arrastró hasta la esquina más cercana a la puerta y se colocó en ella de pie. El piso casi
había desaparecido debajo de la alfombra de humo que se estaba formando. Parecía como
si quisiera levantarse y devorarlo. Alex probó su equilibro, y luego lanzo un puñetazo
hacia arriba con la palma de la mano. Las baldosas estaban hechas de algún tipo de
tableros de fibra y pudo romperla fácilmente.
Golpeó de nuevo, para luego arrancar los bordes del agujero que había hecho. La
suciedad y la lluvia de escombros que cayeron, lo dejaron ciego por un momento. Pero
cuando levantó la vista hacia un lado, vio que había un espacio por encima de él. Si
pudiera llegar, podría transportarse hacia arriba, por encima de la puerta y saltar hacia el
otro lado.
Arrancó más escombros del agujero para que fuera lo suficientemente ancho como para
atravesarlo.
Podía escuchar algo unos cuantos pisos por debajo de él, un crujido leve. El sonido hizo
que se le pusiera la piel de gallina. Significaba que el fuego se acercaba. Se obligó a
concentrarse en lo que estaba haciendo. La silla tambaleó debajo de él. Si se caía y se torcía
un tobillo, estaba acabado.
Al fin estaba listo. Se puso tenso y luego saltó. Sintió que la silla tambaleó y luego cayó al
suelo…‖ ¡pero‖ lo‖había‖hecho!‖ Sus‖manos‖agarraron‖ con‖ fuerza‖un‖ tubo‖viejo‖de‖agua‖y‖
ahora estaba colgando justo debajo del techo. Una vez más fue consciente de los puntos de
sutura en su pecho y se preguntó si aguantaría. ¡Dios! Los fisiatras le habían dicho que
debía mantener sus ejercicios de estiramiento, pero dudaba que hubieran tenido en cuenta
este tipo de situaciones.
Apretando los dientes, Alex convocó todas sus fuerzas para levantarse hasta el techo. Su
rostro pasó a través de una telaraña e hizo una mueca por todos los hilos que quedaron en
su nariz y boca. Su estómago tocó el borde del agujero. Estaba mitad dentro y mitad fuera
de la habitación. El sótano estaba justo delante de él. La pared con la puerta estaba debajo.
Decenas de cables y tuberías aisladas corrían por encima de su cabeza y se extendían en la
distancia. El polvo hacia que le picaran los ojos. ¿Y ahora qué?
Se arrastró a lo largo de la tubería, y por fin pudo colocar los pies en el techo.
Dio una patada con los talones. Más tejas del techo cayeron y vio por debajo hacia el
corredor. Era una caída de unos cuatro metros. Torpemente, se guió hacia adelante, para
dejar colgando sus piernas y torso. Finalmente se dejo ir. Se dejó caer, aterrizando en
cuclillas. Estaba en el pasillo, al otro lado de la puerta cerrada. Con un suspiro de alivio,
se incorporó. Estaba fuera de la habitación, pero por lo menos siete pisos arriba en el
edificio abandonado que se estaba incendiando. Aún no estaba a salvo.
El crepitar de las llamas era más fuerte en el pasillo. El bloque de apartamentos se veía
húmedo y mohoso para Alex, pero ahora parecía una antorcha. Podía sentir el calor en el
aire.
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El final del corredor (la habitación en la que había sido interrogado) ya era una brillante
bruma de calor. ¿Dónde estaba el cuerpo de bomberos? Seguramente alguien debía haber
visto lo que estaba sucediendo. Alex se dio cuenta que había una alarma de incendios en
la pared, pero el vidrio había sido roto, y el botón de la alarma no funcionaba. Tendría
que salir de aquí por su cuenta.
¿Hacia dónde? Solo tenía dos opciones (a la izquierda o a la derecha) y se decidió por ir lo
más lejos de la sala de interrogatorios. No había visto una escalera cuando lo habían
llevado allí para ver a Kaspar, pero a lo mejor había una en la otra dirección. El humo se
filtraba a través de las tablas del suelo. Se colaba misteriosamente por detrás de las
puertas. Pronto sería imposible ver algo. Muy pronto sería imposible respirar.
Corrió mas allá de la primera sala donde había sido retenido y continuó corredor abajo
pasando una serie de puertas. Ni siquiera había pensado intentar con el ascensor. Nada en
el edificio funcionaba y las puertas estaban soldadas. Pero al lado del ascensor encontró lo
que buscaba: una escalera que llevaba hacia arriba y hacia abajo. Los escalones estaban
hechos de concreto, zigzagueando detrás del ascensor. Apoyó brevemente la mano en la
barandilla de metal.
Estaba caliente. El fuego estaba cerca.
Pero no tenía otra opción. Empezó a correr hasta abajo, golpeando sus pies descalzos
contra el cemento. Solo esperaba que no hubiera vidrio roto. Habían veinticinco pasos
entre cada piso; los contó sin siquiera darse cuenta. Dobló una esquina y vio una puerta
que llevaba a un corredor lleno de humo. Definitivamente esa no era una salida.
Siguió bajando, y las cosas se ponían cada vez peor. Veinticinco escalones más y llego a
otra puerta. El corredor del otro lado estaba bien encendido. Había llamas de un rojo y
naranja brillante alzándose por las paredes, devorando todo a su paso. Alex se sorprendió
por la fuerza y la velocidad. Tuvo que alzar su brazo para protegerse a sí mismo, y
proteger sus mejillas del calor.
Continuó bajando. Fuerza Tres había comenzado el incendio en la planta baja,
permitiendo que el aire llevara las llamas hasta arriba.
En cuanto Alex llego al tercer piso y comenzó el siguiente tramo de escaleras, apenas
podía respirar. El humo lo estaba asfixiando. Deseo haber pensado en remojar la camisa,
para cubrirse los ojos y la boca. Pero, ¿dónde hubiera encontrado agua en el edificio, de
todos modos? Otros veinticinco escalones. Luego otros. Alex se estaba ahogando. Podía
sentir el sudor goteando en sus costados. Era como estar dentro de un horno gigante.
¿Cuánto más podría soportar?
Vio la luz del día. Una puerta que daba a la calle.
Y fue entonces cuando apareció Chaqueta de Combate, una criatura de pesadilla, saliendo
de la nada como si estuviera en cámara lenta, con su arma levantada hacia él. Alex vio el
fogonazo y se echó hacia atrás mientras una bala disparada pasaba a solo centímetros por
encima de él. Aterrizó torpemente sobre las escaleras y ya había una segunda bala
estrellándose sobre el concreto, dispersando fragmentos de cemento en su cara. De alguna
manera logró colocarse en pie y comenzó a subir de nuevo. Chaqueta de Combate disparó
dos veces más pero por un breve instante, el humo estuvo justo al lado de Alex, y las balas
fallaron. Dobló la esquina. No se detuvo hasta que estuvo de vuelta en el primer piso.
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Se sentía enfermo: una mezcla de furia y desesperación. Casi lo había logrado. ¿Qué
estaba haciendo Chaqueta de Combate allí, esperándolo? ¿Había adivinado que Alex de
alguna forma lograría escapar? No tenía sentido. Pero ahora no podía pensar en nada.
Aún estaba atrapado en el interior de un edificio en llamas y se le estaba acabando las
opciones rápidamente. Cada vez se le hacía más y más difícil respirar. Miró hacia el
corredor. Era un horno. No podía ir por ahí. No podía bajar. Eso lo encerraba.
Con cansancio, empezó a subir. Llegó a la segunda planta con sólo segundos para
respirar. A medida que continuaba, hacia arriba, hubo una repentina oleada de llamas y
parte del techo se derrumbó. Una lluvia de madera quemada, metal y vidrios que por
poco le caen encima. El fuego había llegado hasta las escaleras: ahora el camino hacia
abajo estaba bloqueado permanentemente. Tendría que tratar de llegar hasta la azotea. Tal
vez tuviera suerte. Los policías y los bomberos ya debían de estar en camino. Es posible
que hubiera helicópteros.
Alex siguió subiendo. Sus manos estaban negras, su rostro estaba surcado con lágrimas.
Pero no se detuvo. En el peor de los casos, iba a morir al aire libre. No iba a dejar que el
fuego lo acabara allí.
Ya no estaba contando los pasos. Le dolían las piernas y las vendas alrededor de su pecho
se habían soltado. Llego más allá del octavo piso, con una creciente sensación de
desesperación. Este era el lugar donde había empezado. Se forzó a sí mismo a seguir
subiendo,‖paso‖el‖noveno,‖el‖decimo…‖undécimo…‖duodécimo…‖
Era consciente de las llamas que lo perseguían, llenando el hueco de la escalera, pegadas a
sus talones. Era como si el fuego supiera que estaba allí y tuviera miedo de perderlo. Al
fin llegó a una puerta solida con un mecanismo a presión de metal. La golpeó con la
palma de la mano, aterrorizado de que estuviera bloqueada. Pero la puerta se abrió. El
aire fresco de la noche lo saludó. El sol se había puesto pero el cielo estaba de un rojo
brillante, el mismo color que tenía el fuego que estaría con el muy pronto.
Alex estaba cerca del agotamiento. Apenas y había comido algo durante todo el día.
Debería estar en una cama. Estuvo a punto de llorar, pero en lugar de eso, maldijo,
usando la palabra fea. Luego se limpio con la manga sucia la cara y miro a su alrededor.
Estaba en el techo, quince pisos arriba. Podía ver un depósito de agua delante de él, y un
edificio de ladrillos que albergaba los cables de los ascensores. Bueno, no había ascensores
funcionando y probablemente tampoco había agua, así que ninguno de ellos ayudaría. A
algunos de los constructores deberían de haberle asignado un trabajo allí. Habían dejado
algunos andamios y tuberías de plástico, así como una mezcladora de cemento y dos
baldes de acero, uno que habían dejado con cemento hasta la mitad, se había solidificado
con el tiempo.
Corrió hasta el borde del tejado en busca de la escalera de incendios que lo llevara hasta
abajo. Podía sentir el asfalto contra la planta de los pies. Ya estaba caliente. Pronto
comenzaría a derretirse.
No había escalera de incendios. No había forma de bajar.
Podía ver la calle a lo lejos no había coches. No había peatones. Estaba en una especie de
zona industrial en el este de Londres. Toda la zona parecía estar acordonada, a la espera
del dinero que haría posible la reurbanización. El edificio de enfrente era idéntico a ese,
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similarmente condenado. Estaba al menos a cincuenta metros, conectados por una
bandera que Alex había visto cuando se despertó.
«TORRES HORNCHURCH»
PRONTO UN EMOCIONANTE NUEVO DESARROLLO
PARA EL ESTE DE LONDRES.
Si hubiera venido dentro de un año, se hubiera encontrado a sí mismo en el balcón de un
penthouse fabuloso. Alex miró la vista. Podía ver el río Támesis frente a él. La Cúpula del
Milenio, poco querida y poco amada, asentada en una estribación de tierra con agua
rodeándola. Un avión cruzó el cielo, dirigiéndose hacia el aeropuerto de la ciudad, el cual
podía ver por encima de su hombro.
Levantó el brazo, agitándose por atención, pero de inmediato supo que no era bueno. El
avión estaba demasiado alto. Ya estaba muy oscuro. Y el humo se estaba espesando.
Se apresuró hacia la puerta. Tendría que dirigirse hacia abajo nuevamente y esperaba que
los corredores estuvieran aún transitables. Tal vez podría intentar con el otro lado del
edificio.
Empujo la puerta con cuidado. Parecía imposible que Chaqueta de Combate lo hubiera
seguido por todo el camino, pero no iba a tomar ningún riesgo. Pero en lo que la puerta se
abría de par en par, se dio cuenta que Chaqueta de Combate era el menor de sus
problemas.
Un puño de fuego lo golpeó. Las escaleras se habían convertido en un infierno. En ese
mismo momento, hubo una explosión y Alex fue lanzado hacia atrás por un puñado de
fragmentos ardiendo, astillas que habían sido lanzadas desde abajo. Aterrizó
dolorosamente sobre su espalda, y cuando levanto la vista hacia un lado, vio que la puerta
estaba en llamas.
Esa era la única manera de llegar a la azotea. Estaba atrapado.
Se puso de pie. El asfalto estaba definitivamente cada vez más caliente. Ya no podría
permanecer más tiempo sobre los pies. El humo negro salía de las escaleras, ondeando
hacia el cielo. Ahora escucho el sonido que había estado esperando. El sonido de las
sirenas. Pero sabía que para cuando llegaran por él, sería demasiado tarde. Hubo otra
explosión debajo de él. Las ventanas estaban empezando a romperse. No podían soportar
el calor. No había camino hacia abajo. ¿Qué podía hacer? La bandera.
Tenía veinte metros de largo, alrededor de un centenar de metros sobre el suelo, una línea
de vida entre ese edificio y el siguiente. El anuncio de las Torres Hornchurch estaba
suspendido entre los dos cables de acero, el cable superior estaba al nivel del techo,
atornillado en el ladrillo. Alex pasó por encima de ella. ¿Podría apoyarse sobre el cable
inferior y colgarse del cable superior? Sería como un puente giratorio en la selva.
Lentamente pudo abrirse camino y encaminarse hasta al otro lado, seguro. Pero los cables
estaban‖demasiado‖lejos… y ondeaban con el viento. Se caería antes de llegar siquiera a la
mitad del camino.
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¿Podría de alguna manera arrastrarse sobre sus manos y rodillas? No. El cable tenía dos
centímetros de espesor. No era lo suficientemente ancho para soportarlo. Perdería el
equilibrio y caería. Eso era seguro. ¿Entonces cómo? La respuesta vino a él en un instante.
Todo lo que necesitaba estaba justo frente a él. Pero solo funcionaria cuando lo juntara
todo.
¿Podría hacerlo?
Otra ventana estalló. Detrás de él, la salida había desaparecido en un torbellino de llamas
y humo. Estaba de pie sobre un gigante plato caliente y cada segundo que pasaba era cada
vez más insoportable. Alex podía ver los coches de bomberos, de tamaño de los juguetes,
estaban a medio kilometro de distancia. Tenía que intentarlo. No había otra forma.
Cogió una de las tuberías de plástico, con un peso en sus manos. Tenía alrededor de seis
metros de largo y lo suficientemente delgado para él como para llevarlo sin sentir ninguna
presión. Tenía que hacerla más pesada. Moviéndose rápidamente, examinó los tubos de
acero. Estaban medio llenos de cemento endurecido, pesaban casi lo mismo. De alguna
manera tenía que unirlos a las tuberías. Pero no había cuerda. Se atragantó y se limpio el
sudor. ¿Qué podría utilizar? Entonces miró hacia abajo y vio las vendas aleteando en su
pecho. Al fin las soltó. Sesenta segundos más tarde ya estaba listo. Tendría que
agradecerle a Ian Rider, por supuesto. Una visita a un circo en Viena hacia seis años
cuando Alex tenía tan solo ocho años. Había sido en su cumpleaños. Y aun recordaba su
acto favorito. Los equilibristas.
—Funambulismo —dijo Ian Rider
—¿Qué es eso?
—Es latín, Alex. Funis significa cuerda. Y Ambulare es caminar. Funambulismo es el arte
de caminar sobre cuerdas.
—¿Es difícil?
—Bien, es mucho más fácil de lo que parece. No mucha gente se da cuenta, pero hay un
truco‖involucrado…
Alex levantó el poste de plástico, la mitad presionada contra su pecho, cerca de tres
metros colgando de cada lado. Cada cubo estaba atado en su lugar con vendaje roto. Cada
segundo que esperaba podía sentir el calor en aumento. Sentía ampollas en las plantas de
los pies y sabía que no podía esperar más. Caminó hasta el borde del tejado. El cable de
metal de la publicidad que corría por encima se extendía en la distancia. De pronto el otro
bloque del otro lado parecía estar muy lejos. Trató de no mirar hacia abajo. Sabía que era
imposible para él, incluso comenzar.
Así era como debía funcionar. Eso era lo que Ian Rider le había explicado:
—El cable actúa como un eje. Si tratas de caminar a través del cable, caerás en el momento
en que tu centro de masa no esté directamente sobre él. Un bamboleo, y la gravedad hará
el resto. Pero un poste largo hará lo que se llama inercia de rotación del artista de cuerda.
Te hace más difícil caer. Y si añades suficiente peso en cada extremo, cambiaras tu centro
de gravedad hacia abajo del alambre.
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Eso era lo que Alex había hecho con los cubos. Siempre que no dejara caer el poste, le
resultaría casi imposible perder el equilibrio. Había visto juguetes que trabajaban con el
mismo principio. Debería ser fácil.
Al menos, esa era la teoría. Alex dio un paso. Tenía un pie en el borde de la fábrica de
ladrillos y un pie en el cable metálico. Todo lo que tenía que hacer era inclinarse hacia
adelante, transferir su peso de un pie a otro y estaría caminando por la cuerda. Si las leyes
de la física funcionaban, podría cruzar. Si no lo hacían, moriría. Así de simple.
Respiró hondo y se lanzo fuera del edificio. Podía sentir como se doblaba el tubo con los
cubos colgando hacia abajo, uno a cada lado. Por un aterrador momento, se balaceó hacia
un lado y estuvo seguro de que iba a caer. Pero se obligó a no entrar en pánico. Estrecho
aún más el soporte contra su pecho y se centró en el cable delante de él. En pocas
palabras, cerró los ojos disponiéndose a sí mismo para no pelear por el equilibrio, para
dejar que las leyes de la física lo guiaran.
Y funcionó. No se había caído. Podía sentir el cable en sus pies, y milagrosamente se
mantuvo‖ estable.‖ Ahora…‖ ¿A‖ cu{ntos‖ pasos‖ hasta‖ el‖ otro‖ lado?‖ Las‖ llamas‖ estaban‖
calentándole la espalda. Era tiempo de moverse. Un paso tras otro, atravesando. Quería
mirar hacia abajo. Cada nervio de su cuerpo estaba gritándole que lo hiciera y su cuello y
columna estaban rígidos por la tensión. Pero eso era lo único que no debía hacer. Trató de
imaginar que estaba de vuelta en los deportes de campo de la escuela Brookland. Había
caminado por las líneas pintadas de blanco lo suficiente. Esto era exactamente lo‖mismo…‖
sólo un poco más alto.
Estaba casi a mitad de camino cuando las cosas empezaron a salir mal. Y empeoraban de
una manera espectacular.
Primero, la policía y los bomberos llegaron. Alex escuchaba los chillidos de las sirenas
directamente debajo de él y, antes de que pudiera detenerse, miró hacia abajo. Fue un
error. Ya no estaba caminando sobre el campo de deportes. Estaba de pie sobre un cable,
locamente muy por encima del piso. Vio gente con uniforme apuntándole y gritando;
apenas podía oír sus voces. Uno de los camiones de bomberos estaba extendiendo su
escalera hacia él pero dudaba que pudieran alcanzarlo para ese entonces.
El mundo entero comenzó a girar. Sintió una oleada de pánico que pareció disolver todos
los músculos de su cuerpo y lo dejo tan débil que pensó que se iba a desmayar. Al mismo
tiempo, el viento sopló y la bandera comenzó a ondear como la vela de un yate, el cable
balanceándose de lado a lado. Alex sabía que sólo los pesos de los extremos lo mantenían
en posición vertical. Estaba paralizado. No había nada que pudiera hacer. Y fue entonces
cuando estalló la azotea. Las llamas finalmente habían salido libres. Una bola de fuego
estalló a través de la plataforma. La policía y los bomberos se zambulleron para
protegerse de los ladrillos y los pedazos de metal que caían.
La torre estaba al borde del colapso. Alex sintió una vibración viajar a través de su cuerpo
y se dio cuenta con horror que el pedazo de metal que sostenía el cable sobe el cual estaba
parado estaba a punto de soltarse. No podía esperar a que los bomberos llegaran hasta él.
Sólo tenía segundos para jugársela. El choque de la explosión rompió su parálisis.
Corriendo, empujó el poste, como un corredor hacia la línea de meta. Los cubos saltaban
como locos, manteniéndose apenas por el vendaje. Otra explosión, esta vez más fuerte. No
se atrevió a mirar.
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El otro edificio se estaba acercando, pero todavía no estaba lo bastante cerca. Sus brazos
estaban doloridos, apenas y eran capaces de sostener el peso. El cable le estaba cortando
los pies. Estaba siendo maltratado por el viento. No iba a lograrlo. Y luego el cable se
rompió. Alex oyó un ruido, como un chasquido de látigo, y sabía que su línea de vida se
había roto.
Con un grito, dejó caer el palo y se lanzó hacia adelante, extendiendo la mano hacia el
techo a pocos metros de distancia. El cable y la bandera se arrugaban bajo sus pies. Sus
manos perdieron el borde del edificio y comenzó a caer.
Pero estaba enredado con la bandera, que se enrolló a su alrededor. Agarró el material y
jadeó cuando se estrelló contra la pared. Tenía los pies colgando. Pero aún estaba sujeto a
la azotea a pocos metros por encima de su cabeza. Alex esperó hasta estar seguro de que
nada se movía. Entonces, dolorosamente, comenzó a levantarse. Dos de los bomberos
habían logrado llegar a la azotea. Estaban allí viendo como el edificio de enfrente
completaba su espectacular colapso. Oyeron un ruido y miraron hacia abajo. Un chico se
estaba arrastrando por el borde, justo a sus pies. Su camisa estaba en harapos, y un
vendaje rasgado colgaba de su pecho. Su cara y sus manos estaban cubiertas de hollín.
Tenía el cabello negro con el sudor.
—¿Qué‖ray…?‖—Lo agarraron y tiraron de él para ponerlo seguro.
Alex se sentó con dificultad. Observó los restos del edificio donde lo habían retenido
prisionero.
Quedaba muy poco. Las chispas saltaban hacia el suelo oscuro.
—Buena noche para un paseo —dijo,‖y‖se‖desmayó…
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Capítulo 6
R & R
Traducido por Xhessii Corregido por Nanis
Jack Starbright hacía los mejores huevos revueltos del mundo. El secreto, decía ella, era
usar únicamente huevos de gallinas camperas, revolverlos con mantequilla sin sal y un
poquito‖ de‖ leche…‖ y‖ poner‖ todo‖ junto‖ a‖ cocinar‖ lo‖ m{s‖ r{pido‖ posible.‖ A‖ ella‖ no‖ le‖
gustaba cocinar y sólo usaba recetas que pudiera preparar en menos de diez minutos. Este
desayuno, por ejemplo, iría del refrigerador a la mesa en exactamente ocho minutos y
medio.
Amontonó los huevos en dos platos, le agregó tocino a la plancha, tomates y pan tostado,
y los cargó de la mesa de la cocina hasta la mesa donde Alex Rider la estaba esperando.
Eran las once en punto de la mañana y ambos estaban de regreso en la casa de Chelsea
donde Alex había vivido con su tío. Jack había llegado primero como estudiante, pagando
su habitación con cuidar a Alex cuando Ian Rider se iba. Gradualmente se convirtió en
una clase de ama de llaves.
Ahora era la tutora legal de Alex y también su mejor amiga.
Alex estaba usando unos pantalones de chándal y una playera algo suelta; su cabello
todavía estaba mojado por la regadera. Dos días habían pasado desde su confrontación
con la Fuerza Tres y ya se miraba como su antiguo yo, aunque Jack se dio cuenta de que
todavía estaba masajeando su brazo izquierdo. Bajó los platos y sirvió dos tazas de té.
Ninguno de ellos habló.
Alex había regresado directo al hospital después de su escape dramático. Ninguno de los
bomberos podía creer lo que habían visto, y asumieron que habían sido enviados a
rescatar a alguien que había entrenado en un circo. Una vez más, la MI6 fue forzada a
sujetar a los reporteros de la prensa. Fotografías de Alex en el alambre habían aparecido
en los periódicos de todo el mundo, pero había ido demasiado lejos para ser reconocido y
su nombre había sido quitado. Una ambulancia se lo había llevado antes de que cualquier
periodista arribara, y para las diez en punto de la noche estaba de regreso en su vieja
cama de St. Dominic. Se durmió al instante.
La siguiente mañana, fue despertado por la enfermera (Diana Meacher) que fue a su
habitación.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó.
—Cansado —contestó Alex.
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—¿En verdad eras tú el que estaba en el techo? Vi las noticias ayer en la noche —fue hacia
la ventana y levantó las persianas—.‖Todos‖est{n‖hablando‖de‖eso…‖aunque‖hemos‖dicho‖
que no podemos hablar de eso —regresó a la cama y deslizó el termómetro a la boca de
Alex—. ¡Y los hombres que irrumpieron! Todos sabemos lo que hiciste y pensamos que
eres increíblemente valiente.
—Gracias —dijo Alex con dificultad.
—Aunque vigilaría si fuera tú. El Dr. Hayward está quedando enfadado. Él dice que no
va a gastar horas en operarte para que tú simplemente estés cercano a morir una segunda
vez. Estará aquí brevemente —quitó el termómetro y lo examinó—. Tu temperatura está
normal, ¡Aunque diré que lo único normal en ti es eso!
Más tarde esa mañana, el Dr. Hayward entró y ciertamente se miraba menos alegre. Le
dio a Alex una minuciosa revisión, empezando con la presión de su sangre, su pulso y se
movió para revisar su herida. Apenas habló mientras lo hacía.
—Es afortunado que todavía estés en forma —remarcó al final. Se veía y hablaba como un
director con un sufrimiento prolongado—. Todas ésas travesuras pudieron haber causado
un serio daño, pero se ve como su todas tus puntadas han aguantado y te han mantenido
de una sola pieza.
—¿Cuándo me puedo ir a casa?
—Sólo te mantendremos aquí hasta el final del día. Me temo que la gente para la que
trabajas quiere hablar contigo.
—Ya no trabajo —dijo Alex.
—Bueno…‖ ya‖ sabes‖ a‖ lo‖ que‖ me‖ refiero.‖ De‖ cualquier‖ manera, siempre hay una
posibilidad de que tu cuerpo reaccione contra la paliza que le diste. Entonces, quiero que
te quedes en cama hoy y vendré a darte otra revisión después del té. —Se puso de pie—.
Una última cosa, Alex. Voy a prescribirte por lo menos dos semanas de descanso y
recuperación. Absolutamente insisto en eso.
—¿Puedo regresar a la escuela?
—Me temo que no. Estás apenas de una semana atrás de que tuviste una cirugía mayor.
Sé que has tenido una maravillosa recuperación pero todavía hay clase de riesgos de una
infección y todo lo demás. Dos semanas de vacaciones, Alex. ¡Y sin discutir!
El Dr. Hayward se fue y Alex se quedó solo. Para matar el tiempo, caminó en un recorrido
de‖ “V”,‖ pasando‖ la‖ habitación‖ ocho.‖ Estaba‖ vacío.‖ Nadie‖ mencionó‖ a‖ Paul‖ Drevin y
parecía que el otro chico se había ido.
No había nada peor que estar en un hospital donde sientes que no necesitas estar, y para
las once de la mañana Alex estaba de mal humor. Jack le habló y él le dijo que no entrara;
la vería cuando ella llegara para que se fueran. Su siguiente visitante llegó justo antes del
almuerzo.
No era la persona que esperaba.
Se dio cuenta que el MI6 quería saber que había pasado en las Torres Hornchurch y que
enviarían a alguien para interrogar. Esperaba que fuera la Señora Jones. Pero en su lugar
era John Crawley el que llegó, vestido con una americana de un azul serio con una cresta
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en el bolsillo y detenía una caja de chocolates Roses. Crawley había dicho que era un
supervisor de Personal, y Alex todavía no estaba del todo seguro lo que él hacía en el MI6.
Estaba en los treinta tardíos con cabello delgado y una cara aparentemente preocupada.
Se veía como la clase de hombre que contaba clips y que mantenía sus lápices en su cajón
especial.
Se sentó en la cama. —Te traje estos —dijo, dándole los chocolates.
—Gracias, Señor Crawley —Ahora que estaba cerca, Alex podía ver que la insignia de su
chaqueta pertenecía al Club de Golf y Croquet Royal Tunbridge Wells.
—La Señora Jones te manda sus disculpas por no poder venir. Está en Berlín. Me pidió
que averiguara que estaba pasando. La policía también quiere hablar contigo, pero hablé
con ellos y no te van a molestar. De todas maneras, ¿cómo te sientes? Todos estamos muy
impresionados por todo lo que pasó. Tuve un encontronazo con Scorpia hace diez años y
casi me dieron. De cualquier manera, regresemos a Fuerza Tres. ¿Exactamente qué pasó?
Crawley sacó una grabadora en miniatura y la puso en la cama. Rápidamente, Alex le
contó todos los eventos, empezando con el momento en que cuatro hombres entraron en
el hospital. Se le ocurrió que Crawley había dejado una pequeña pista de su pasado. Él
también había luchado contra Scorpia. ¿Había sido un agente de campo? Alex describió la
pelea en el hospital, su encuentro con Kaspar en el apartamento en ruinas, la demanda de
rescate y su escape del fuego. Crawley parpadeó varias veces mientras Alex hablaba pero
no lo interrumpió.
—Bueno, eso es completamente una aventura —comentó, cuando Alex terminó—. Me
acuerdo cuando tú y yo nos vimos por primera vez. Podía ver desde lejos que eras alguien
especial. Conocí a tu padre. Antes no tenía permitido contarte de esto. Trabajé con él un
par de veces.
—¿En el campo?
—Sí.‖ Eso‖ fue‖ antes‖ de…‖ —Crawley corrió una mano por su cabello—. Bueno, quedé
herido y tuve que parar. Pero eres como él. Extraordinario. De cualquier manera, tengo
unas cuantas preguntas y luego te dejaré en paz —Apagó la grabadora y luego la volvió a
encender—. El hombre que te interrogó. Dijiste que se llamaba a sí mismo Kaspar.
¿Puedes describirlo?
—Eso es fácil, Señor Crawley. Él no era el tipo de cara que puedes olvidar.
—¿Tatuajes?
—Sí —Alex describió al hombre que estuvo a punto de quitarle su meñique.
—Y te dijo con certeza que él representaba a la Fuerza Tres.
—Sí. Habló un montón acerca del calentamiento global y ésa clase de cosas.
—Y debo decir que el también agregó que estaba incendiando el edificio.
—Eso pienso.
—¿Qué más me puedes decir de él? ¿Habló con acento?
Alex lo pensó. —No creo que sea inglés. Tal vez tiene un ligero acento Francés. Pero no
estoy seguro.
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Crawley asintió. —Sólo una pregunta más. Los otros tres hombres en la torre. Los
llamaste Chaqueta de Combate, Anteojos y Diente de Plata. ¿Escuchaste algún nombre?
—No, me temo que no.
—Gracias, Alex —Crawley apretó un botón en la grabadora. Hubo un clic que indicaba
que dejó de girar.
—Entonces, ¿quién es Kaspar? ¿Quiénes son la Fuerza Tres? ¿De qué trata todo esto?
—Es una larga historia.
—No voy a ir a ningún lado.
—Bueno —empezó Crawley—, empecemos con Nikolei Drevin. Supongo que sabes quién
es.
—He escuchado de él. Es un multi-millonario Ruso.
—Nacido en Rusia, sí. Pero es un hecho, que es mucho más que un multi-billonario. Es
absolutamente un hombre asombroso. Vive en Inglaterra la mayoría del tiempo, y dejó
claro que le gusta pensar que es inglés.
—Compró un club de fútbol.
—Stratford East. Eso es cierto. Nadie ha oído hablar de ellos, pero los ha sacado de los
mejores jugadores del mundo y ahora ya están en las Premiership. Tiene un enorme lugar
en Oxfordshire, un penthouse cercano a la Torre Bridge y casas por todo el mundo.
Incluso tiene su propia isla en el Caribe. Bahía Flamingo. Ahí es donde los lanzamientos
empiezan a tomar lugar.
—Ark Angel 3—dijo Alex
—Ark Angel es el nombre del hotel espacial que él está construyendo. Está juntando pieza
por pieza, y ha enviado cohetes con el siguiente componente. Tal vez no sepas esto, Alex,
pero el Gobierno Británico es un compañero en el proyecto y eso significa un gran trato
para ellos. ¡El primer hotel en el espacio llevará una bandera Británica! En diez años, el
comercio espacial será una realidad. De hecho, ya lo es. Un hombre de negocios
Estadounidense ya se fue al espacio exterior. Pagó veinte millones de dólares por ése
privilegio. Una vez que Ark Angel esté arriba y funcionando, otros más lo seguirán. La
gente más poderosas e influyente en el mundo harán fila para conseguir los boletos, y
nosotros seremos los que se los suministremos.
—Kaspar mencionó el espacio exterior —dijo Alex—. No se veía feliz con ésa idea.
—Kaspar es un fanático —contesto Crawley—. Es cierto que algunas aves silvestres
fueron eliminadas en Bahía Flamingo cuando la plataforma de lanzamiento fue creada. De
hecho, ya no hay más flamencos allí. La fundación: «Friends of the Earth and the World
Wildlife Fund4» están un poco molestos al respecto, pero no los veo va alrededor de la
gente asesinar. La Fuerza Tres es otra cosa.
—¿Qué sabes sobre ellos?
3 Arca del Ángel.
4 Fundación Amigos de la Tierra y del Mundo de la Vida Salvaje.
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Crawley frunció el ceño. —No mucho. Antes de este año, nadie había oído hablar de ellos.
Luego, una mujer en Alemania escribió un artículo acerca de ellos en Der Spiegel y unos
días más tarde recibió un disparo en la calle. Lo mismo ocurrió en Londres hace poco más
de una semana. Un artículo por alguien con el nombre de Max Webber, quien los
denunció en una conferencia sobre seguridad internacional, y el resultado: fue disparado.
Estamos buscando la conexión de las muertes en este momento: ésa es la razón por la que
la Señora Jones está en Berlín. Fuerza Tres parece ser algo bastante nuevo. Eco-
terroristas…‖Supongo‖que‖así‖es‖como‖tú‖los‖llamarías.‖Todo‖esto‖es‖muy‖alarmante.
—¿Qué hay de Kaspar?
—Aparte de lo que tú nos has dicho, apenas sabemos de él.
—Bueno, él debe ser bastante fácil de capturar. —Era algo que había confundido a Alex
desde el principio. Los tatuajes—. Con una cara como la suya, serán capaces de detectarlo
un kilómetro de distancia.
—Por lo menos sabemos lo que estamos buscando. En cuanto a Drevin, me imagino, que
puede cuidarse por sí mismo. Tiene un montón de seguridad en Bahía Flamingo. Nuestra
verdadera preocupación es que la Fuerza Tres pueda hacer una grieta en Ark Angel. Ya
han volado una planta de fabricación de automóviles, un centro de investigación y otras
cuantas instalaciones. Por supuesto, tienen que trabajar muy duro. Después de todo, Ark
Angel está a trescientos kilómetros de altura en el espacio exterior. Pero nada de esto es
preocupación tuya.
Crawley se puso de pie. —Hiciste un trabajo excelente, Alex —dijo—. Estoy seguro de que
Drevin está enormemente agradecido. No me sorprendería si un gran cheque estuviera en
tu buzón. Por lo menos, podrías obtener un par de boletos para ver jugar Stratford East.
—No quiero un cheque —dijo Alex—. Sólo quiero ir a casa.
—He oído que el médico dijo que te puedes ir ésta noche —Crawley deslizó la grabadora
en el bolsillo—. He estado bastante tiempo —dijo—. Fue muy bueno verte, Alex. Estoy
seguro de que nos volveremos a ver.
Estoy seguro de que nos volveremos a ver.
Alex recordó las palabras ahora que se comía su huevo revuelto. ¿En realidad Crawley
creía que nunca más iba a trabajar para la MI6? Si es así, estaba muy equivocado. Lo
extraño era, que no podía dejar de pensar en docenas de niños de la escuela Brookland
que probablemente soñaban con ser un espía. Imaginarían que sería divertido. Alex había
descubierto la realidad, y era desagradable.
Había sido herido, amenazado, manipulado, disparado, golpeado y casi asesinado. Se
encontraba en un mundo en el que no podía creerle a nadie y donde nada era lo que lo
que parecía. Y había tenido suficiente. En dos años estaría tomando su GCSE. A partir de
ahora iba a mantener la cabeza baja, y ¡luego cuatro secuestradores terroristas
irrumpieron en un hospital donde simplemente se dio vuelta y volvió a dormir!
Jack Starbright había casi terminado de comer y Alex se dio cuenta que no había dicho
una palabra desde que se había sentado. También, había estado muy tranquila cuando lo
recogió del hospital.
—Jack, ¿estás enojada conmigo? —le preguntó.
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—No —dijo ella. Sin embargo, la sola palabra le dijo exactamente lo contrario.
Alex dejó el cuchillo y el tenedor.
—Lo siento —Jack suspiró—. No sé qué decirte, Alex —dijo—. No estoy segura de poder
cuidarte más.
—¿Te vas a Estados Unidos?
—¡No! No me voy —lo miró con tristeza—. No tienes ni idea de lo que ha sido para mí
todo lo reciente. Primero me dices que te vas de vacaciones a Venecia. Lo siguiente que sé,
es que te enredaste con una banda internacional de criminales y que te dispararon. ¿Cómo
crees que me sentí cuando me lo dijeron? Sin embargo, de alguna manera saliste adelante
y estabas en el hospital, donde cualquier otro niño se quedaría ahí y mejoraría. ¡Pero no
tú! Tienes que involucrarte con una banda de secuestradores y estuviste cerca de morir
otra vez.
—No fue mi culpa —protestó Alex—. Sólo sucedió.
—Ya lo sé. Eso es lo que me sigo diciendo. Pero el hecho es que me siento completamente
inútil —cayó en silencio—. Y yo no quiero estar sentado aquí la próxima vez cuando me
digan que no lo lograste. No podría soportar eso.
Alex se acercó a ella. —No va a haber una próxima vez —dijo—. Y si no estás aquí no sé
qué haría sin ti. No hay nadie más que pueda cuidar de mí. Y no sólo eso. Algunas veces
pienso que eres la única persona que realmente me conoce. Sólo me siento normal cuando
estoy contigo.
Jack se puso de pie y le dio un abrazo. —Sólo es mi suerte —dijo con tristeza—. De todos
los chicos de catorce años de edad en el mundo, y termino cuidándote a ti.
El teléfono sonó en la sala.
—Yo atiendo—dijo.
Alex llevó los platos al lavavajillas y empezó a acomodarlos. Dos minutos después, Jack
regresó. Había una mirada extraña en su rostro.
—¿Quién era? —preguntó Alex.
—Era para ti. ¡No puedo creerlo! Era Nikolei Drevin.
—¿Llamó él mismo?
—Sí. Te está invitando a tomar té con él esta tarde. Está dando una conferencia de prensa
en el Hotel Waterfront y quiere saber si puedes ir y conocerlo después.
—¿Qué le dijiste?
—Bueno, le dije que te preguntaría y él dijo que te enviaría un automóvil —Se encogió de
hombros—. Supongo que creyó que ibas a decir que sí.
Alex lo pensó por un momento. El Señor Crawley había dicho que Drevin tal vez se
pondría en contacto. —¿Crees que debería ir?
Jack suspiró. —No lo sé. Supongo que quiere agradecerte. Después de todo, le salvaste un
millón de libras. Y evitaste que su hijo se lastimara.
Alex recordó a Paul Drevin. Se preguntó si el chico estaría en el hotel.
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—Puedo llamarlo y decirle que estás muy cansado —agregó Jack.
Por un momento, Alex se sintió tentado. La última vez que conoció a un multimillonario,
había sido‖Damian‖Cray…‖y‖la‖experiencia‖casi‖lo‖había‖matado.‖Por‖otra‖parte,‖ésta‖vez‖
era diferente. Drevin era el objetivo. Y era el hombre que se llamaba Kaspar su enemigo. Y
era casi seguro que Drevin quisiera conocerlo después de lo que había pasado. Alex sentía
raro decir que no.
Algunas veces son cosas pequeñitas las que hacen una diferencia entre la vida y la muerte.
Unos cuantos centímetros más de acera lo habían salvado a Alex cuando se paró en el
pavimento de la Calle Liverpool justo cuando un francotirador le había disparado. Ahora
dos palabras lo iban a llevar de regreso al mundo que él pensó que había dejado atrás. —
Vayamos.
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Capítulo 7
El Waterfront
Traducido por LizC
Corregido por Dianita
El Hotel Waterfront era una torre nueva de plata y cristal que se elevaba sobre el Támesis,
en el Muelle de St. Katharine. Mirando hacia arriba del río, Alex podía ver el Tower
Bridge con el HMS Belfast5 amarrado cerca. No miró hacia otro lado. Estaba a sólo unos
kilómetros de donde había estado preso. No necesitaba un recordatorio de eso.
Detrás de él, Jack Starbright dio un paso fuera del taxi común de Londres que los había
traído hasta aquí. Al principio había estado un poco descontenta. —Entonces, ¿qué pasó
con el Rolls Royce? —preguntó en voz alta. Sin embargo al final reconocía que Drevin
había tomado la decisión correcta. Lo último que cualquiera de ellos deseaba era hacer
una gran entrada.
Entraron a un vestíbulo donde todo parecía ser blanco o de cristal. Una joven mujer estaba
esperando recibirlos.
—Hola —dijo—. Deben ser Alex Rider y Jack Starbright. El Sr. Drevin me pidió que los
esperara. —Hablaba con un acento americano—. Mi nombre es Tamara Knight. Soy la
asistente personal del Sr. Drevin.
Alex le echó un vistazo mientras se daban la mano. Tamara Knight tenía veinticinco años,
a pesar de que parecía mucho más joven. No era mucho más alta que él, con el pelo
castaño claro recogido, y atractivos ojos azules. Alex sentía que el traje formal y los
brillantes zapatos de charol no encajaban con ella. También desea que sonriera un poco
más. No parecía en absoluto contenta de verlo.
—El Sr. Drevin sigue atrapado en su rueda de prensa —explicó mientras cruzaba el atrio
central del hotel. Los ascensores de plata y cristal subían y bajaban a su alrededor,
viajando silenciosamente con los cables ocultos. Un grupo de hombres de negocios
japoneses cruzaron el suelo de mármol—. Dijo que eran bienvenidos a mirar si querían. O
bien, pueden esperarlo en su suite privada.
—Me gustaría saber cuánto cuesta una suite aquí —murmuró Jack.
Tamara Knight sonrió con frialdad. —No le cuesta nada al Sr. Drevin. Es el dueño del
hotel.
—Vamos a echar un vistazo a la rueda de prensa —dijo Alex.
5 Es una nave de exhibición, originalmente era un crucero ligero de la Marina Real, ahora, amarrado permanentemente en
Londres sobre el río Támesis, y operado por el Museo Imperial de Guerra.
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—Por supuesto. Está hablando sobre el Ark Angel. Estoy segura que lo encontrará
interesante.
Los condujo hasta un ancho tramo de escaleras y a lo largo de un corredor hasta que
llegaron a un par de puertas de cristal ahumado. Dos grandes hombres en traje
custodiaban la entrada. —Vamos a sentarnos al final —susurró Tamara—. Sólo tomen
asiento. Nadie se fijará en ti.
Ella asintió y uno de los hombres abrió las puertas.
Alex pasó y se encontró en una amplia e imponente sala con grandes ventanales que
daban una vista panorámica del río. Había cerca de un centenar de periodistas sentados
en filas frente a una larga mesa en una plataforma. Las palabras ARK ANGEL estaban
escritas con letras de acero sólido, cada una de dos metros de altura, y había fotografías de
la tierra, tomada desde el espacio, suspendidas por finos cables. Tres personas estaban
sentadas detrás de la mesa. Uno de ellos era el ministro de ciencia e innovación. El otro
parecía una especie de funcionario público. Alex no lo reconoció. El hombre en el medio
era Nikolei Drevin.
Drevin no era impresionante. Ese fue el primer pensamiento de Alex. Si se hubiera topado
con él en la calle podría haberlo confundido con un gerente de banco o un contador.
Drevin era un hombre de aspecto serio, de unos cuarenta años con ojos grises llorosos, y el
cabello que una vez había sido abundante ahora se desvanecía a gris. Tenía mala piel;
había una erupción alrededor de su barbilla y cuello como si hubiera tenido problemas
para afeitarse. Toda su ropa —su traje, su camisa con botones hasta el cuello, su corbata
de seda lisa— parecía nueva y costosa. Pero no hacían nada por él. Las llevaba con tanto
estilo como un maniquí en un escaparate. Alex notó un reloj de oro en una mano. Tenía
un anillo de platino u oro blanco en la otra.
Drevin parecía pequeño respecto a su entorno. Físicamente era más pequeño que los dos
hombres con los que estaba compartiendo la plataforma. El ministro estaba respondiendo
una pregunta cuando Alex entró. Drevin estaba nerviosamente inquieto, girando el anillo
en su dedo. Tamara hizo un gesto a un asiento y Alex se sentó. El ministro terminó de
hablar y el otro hombre miró a su alrededor esperando otra pregunta.
Uno de los periodistas levantó una mano. —Entiendo que el Ark Angel lleva dos meses
de retraso y está trescientos millones de dólares por encima del presupuesto —dijo—. Me
gustaría preguntarle al Sr. Drevin si ahora se arrepiente de involucrarse.
—Te equivocas —respondió Drevin, y de inmediato Alex pudo oír el acento en su voz.
Era más pronunciado que el de su hijo. Hablaba despacio, acentuando cada palabra—. En
realidad el Ark Angel está trescientos millones de libras por encima del presupuesto. Este
es un proyecto británico, como debería recordar. —Hubo un murmullo de risas alrededor
de la habitación. Drevin se encogió de hombros—. Algunas de las dificultades eran de
esperarse —añadió—. Este es el proyecto de construcción más ambiciosos del siglo XXI.
¡Un hotel en pleno funcionamiento en el espacio! ¿Pero me arrepiento? Por supuesto que
no. De lo que estamos hablando es del inicio del turismo espacial, la mayor aventura de
nuestras vidas. A cien años a partir de ahora, no sólo será posible viajar a los confines del
universo, sino que ¡será barato! Tal vez algún día sus bisnietos puedan caminar en la luna.
Y recordaran que todo empezó con el Ark Angel. Todo empezó aquí.
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Otra mano se levantó. —¿Cómo está su hijo? ¿Le preocupa que las personas que trataron
de secuestrarlo sigan en libertad?
Jack le dio un codazo a Alex. Habían llegado en el momento adecuado.
—No suelo hablar de mi familia —respondió Drevin—. Pero voy a decir esto. Estas
personas‖“La‖Fuerza‖Tres”‖dicen‖estar‖ luchando‖por‖el‖medio‖ambiente.‖Es‖cierto‖que‖la‖
vida silvestre en Bahía Flamingo fue perturbada cuando lanzamos nuestros primeros
cohetes, y de verdad lamento eso. Pero solamente siento desprecio por estas personas.
Trataron de extorsionarme por dinero. Son delincuentes comunes y tengo plena confianza
en que la policía británica o europea pronto los llevará ante la justicia.
—¡Por supuesto! —acordó el ministro.
—Tenemos tiempo para una pregunta más —dijo el segundo hombre.
Un hombre con barba sentado en la primera fila, levantó un dedo manchado de nicotina.
—Tengo una pregunta —dijo—. He oído rumores de que el gobierno federal de los
Estados Unidos está investigando actualmente al Sr. Drevin. Parece ser que están
investigando algunas irregularidades financieras. ¿Hay algo de cierto en eso?
—El Sr. Drevin no está aquí para responder preguntas acerca de sus asuntos personales.
—El funcionario civil frunció el ceño y asintió con la cabeza al ministro.
Drevin lo interrumpió. —Está bien. —No parecía estar preocupado. Miró al periodista
directamente a los ojos—. Soy un hombre de negocios —dijo—. Soy, podrías estar de
acuerdo, un muy exitoso empresario. —Eso produjo unas cuantas sonrisas. Todos en la
sala eran conscientes de que estaban siendo tratados por una de las personas más ricas del
mundo—. Es absolutamente cierto que la CIA está buscando en mis asuntos. Sería
sorprendente que no lo hicieran. Es su trabajo. Pero... —extendió las manos—... no tengo
nada que ocultar y, de hecho, estoy dispuesto a ofrecerles plenamente mi cooperación. —
Hizo una pausa—. Es posible que encuentren algunas irregularidades. Salí a almorzar la
semana pasada y olvidé guardar el recibo. Si deciden enjuiciarme por eso, me aseguraré
de que seas el primero en saberlo.
Esta vez hubo una verdadera carcajada e incluso sonoros aplausos. El hombre de la barba
se sonrojó y se encerró en su cuaderno. Los otros periodistas se pusieron de pie y
comenzaron a salir en filas. La conferencia de prensa había terminado.
—Es un orador brillante —dijo Tamara Knight, y Alex no dudaba del entusiasmo en su
voz. Llevó a Alex y Jack de regreso por donde habían venido, después a través del atrio y
otra vez a uno de los ascensores. Una vez dentro, extrajo una llave. El edificio tenía
veinticinco plantas; la llave activaba el botón de la planta superior.
Las puertas se cerraron y fueron trasladados hacia arriba a gran velocidad. Alex sintió que
su estómago caía mientras el atrio desaparecía debajo de ellos. Veinte pisos más arriba, el
ascensor entró en un eje sólido y la vista se bloqueó. Unos segundos más y empezaron a
reducir. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron.
Habían llegado.
Estaban en una enorme sala con ventanas a ambos lados que ofrecían impresionantes
vistas del Muelle de St. Katharine, yates y cruceros descansaban en sus amarres muy por
debajo. El Tower Bridge estaba muy cerca. Parecía irreal, una réplica de juguete, asentada
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en el sol de la tarde. Alex miró a su alrededor. La habitación era sencilla pero
costosamente amueblada con tres alfombras persas, repartidas en suelos de madera clara.
Los muebles eran modernos. Por un lado había una mesa de comedor con una docena de
sillas de cuero. Un corredor pasaba junto a un piano negro Bechstein de cola hasta una
puerta cerrada al final. Había una zona hundida en el centro de la sala con tres sofás de
gran tamaño y una mesa de café de cristal. Té —sándwiches y galletas— ya estaban
servidos.
—¡Que buen lugar! —dijo Jack.
—Aquí es donde el Sr. Drevin permanece cuando está en Londres. —Tamara Knight
señaló una ventana—. ¿Ve el tercer barco de la izquierda? La Estrella de Crimea. Ese
también le pertenece.
Jack se quedó sin aliento. El buque era de un blanco brillante, del tamaño de un
trasatlántico pequeño. —¿Has estado a bordo? —preguntó.
—Por supuesto que no. Mi trabajo con el Sr. Drevin no me permite entrar a sus
habitaciones privadas —explicó remilgadamente.
En ese momento la puerta al final del pasillo se abrió y entró Nikolei Drevin. Se le ocurrió
a Alex que debía haber un segundo ascensor, trayéndolo desde otra parte del penthouse.
Estaba solo, con las manos cruzadas delante de él, sus dedos tirando del anillo. —Muchas
gracias, Señorita Knight —dijo—. Puede retirarse ahora.
—Sí, señor Drevin.
—¿Hiciste los arreglos para el sábado?
—Dejé el archivo en su escritorio, Sr. Drevin.
—Muy bien. Hablaré más tarde con usted.
Tamara Knight asintió con la cabeza a Alex. —Fue un placer conocerte —dijo. Sin mucho
entusiasmo. Luego dio la vuelta y volvió a entrar al ascensor. Las puertas se cerraron y
ella se había ido.
Por primera vez, Nikolei Drevin pareció relajarse. Se acercó a Alex y apoyó una mano en
cada hombro, y por un segundo Alex se preguntó si iba a darle un beso. En lugar de eso,
Drevin lo sostuvo con firmeza en lo que casi fue un abrazo. —Eres Alex Ryder —dijo—.
Estoy muy, muy feliz de conocerte. —Dejó ir a Alex y se volvió hacia Jack—. Señorita
Starbright. —Estrechó su mano—. Estoy tan contento de que pudiera venir. Por favor,
¿quieren sentarse? —los llevó a los sofás y tomó la tetera—. ¿Té? —preguntó.
—Gracias.
Nadie habló mientras lo vertía. Finalmente se sentó y estudió a sus dos invitados. —No
puedo decirte lo agradecido que estoy, Alex —dijo—. Aunque espero que me permita
probarlo. Es muy posiblemente que salvaras la vida de mi hijo. Ciertamente lo salvaste de
una terrible experiencia. Estoy muy en deuda contigo.
—¿Cómo está? —preguntó Alex.
—Paul‖est{‖bien,‖gracias.‖Por‖favor,‖sírvanse…
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Jack tomó un bocadillo, pero Alex no tenía hambre. Se sentía un poco incómodo estando
tan cerca de Drevin. El hombre era sólo unos cuantos centímetros más alto que él, y
todavía parecía muy normal. Sin embargo, irradiaba poder. Era lo mismo con todos los
ricos con los que Alex se había reunido. Su dinero, los miles de millones de libras en sus
cuentas bancarias, hablaban antes que ellos.
—Debería estarle preguntándole cómo está usted, Alex —soltó Drevin—. Tengo
entendido que se está recuperando de una lesión en el pecho. ¿Un accidente en moto?
—Sí. —Alex odiaba mentir, pero esa era la historia que se había concertado.
—Alex es muy propenso a los accidentes —murmuró Jack, sosteniendo su sándwich.
—Bueno, fue muy afortunado para mí que terminaras en la habitación junto a Paul.
Todavía me resulta difícil creer que actuaras de la manera que lo hiciste. Pero déjame ir
directo al punto. Estoy seguro que sabes quién soy yo. No busco atención, pero a los
periódicos les gusta escribir sobre mí, sobre todo cuando mi equipo pierde. Soy un
hombre muy rico. Si hay algo que quieras en el mundo, Alex, puedo hacer que suceda. No
digo esto como un alarde. Lo digo en serio. Me has hecho un gran servicio y me gustaría
pagártelo.
Alex pensó un momento. —No hay nada que realmente quiera, gracias —dijo—. Estoy
contento de haber podido ayudar a su hijo. Pero eso sólo fue algo que paso. No necesito
ninguna recompensa.
Drevin asintió. —Tenía la sensación de que podrías decir eso, y me temo que no puedo
aceptarlo como respuesta. Así que me gustaría hacerte una propuesta. —Hizo una
pausa—. Hablé con tu médico esta mañana. El Dr. Hayward. Es posible que te guste saber
que hice una donación de dos millones de libras en su nombre para un ala nueva de
cardiología en St. Dominic.
—Eso es muy amable de su parte —dijo Alex—. Mientras no le pongan mi nombre.
Drevin sonrió. —¡No te preocupes! El Dr. Hayward me dijo que no ibas a regresar a la
escuela durante un par de semanas. Lo que me gustaría proponerte es que te quedes
conmigo, como mi invitado. Estaría muy contento de cuidar de ti mientras te recuperas.
Voy a emplear un personal médico a tiempo completo, por lo que estará en buenas manos
si se presentan algunas complicaciones. Es más, mi jefe de cocina es de clase mundial.
Todo lo que quieras te será dado. La Señorita Starbright es también bienvenida.
—No‖estoy‖seguro‖de…‖—comenzó Alex.
—¡Por favor, Alex! —interrumpió Drevin—. Hay algo que no he mencionado. Mi hijo,
Paul. Casi es de tu edad y me dijo que habló contigo un par de veces en el hospital. Sé que
le gustaría tu compañía. Paul no conoce a muchos otros chicos, en gran parte por mi
culpa. Me preocupo por él. Siempre está el peligro de que alguien trate de llegar a mí a
través de él. Lo que pasó en St. Dominic es una prueba de eso. Te conoció y le agradaste, y
sería bueno que tuviera a alguien más alrededor por un tiempo. Me estarías haciendo un
favor si estuvieras de acuerdo en venir.
Hizo una pausa. Alex sentía los ojos grises examinándolo.
—Te ofrezco las dos semanas más lujosas que hayas tenido en tu vida. Vamos a empezar
aquí en Inglaterra. No puedo salir hasta el fin de semana; tengo negocios y, más
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importante aún, el Chelsea estará jugando el sábado y no puedo perdérmelo. Después de
eso volaremos a New York. Tengo un apartamento allí, y de nuevo hay algunos negocios
que tengo que cuidar. ¿Lo ves? Paul siempre estará por su cuenta.
Dejó la taza y se inclinó hacia delante. Aunque su tono no había cambiado, Alex podía
sentir su energía y entusiasmo.
—Pero en poco más de una semana, hay algo que realmente no te puedes perder.
Tendremos un lanzamiento en Bahía Flamingo. ¿Alguna vez has visto un cohete ser
lanzado? Es una experiencia inolvidable. Si el clima lo permite, despegará exactamente a
las nueve de la mañana hora local del miércoles. Va a llevar el módulo de observación de
Ark Angel. Nos ha tomado tres años construirlo. Será el corazón del Ark Angel; el centro
de comunicaciones, una ventana como ninguna otra ventana en el mundo. Paul, por
supuesto, estará ahí, y quiero que tú estés allí con él. Tengo una casa en la isla y las playas
son espectaculares. Después del lanzamiento, puedes quedarte durante el tiempo que
gustes.
Alex no dijo nada. Quería ir. Nunca había visto un lanzamiento de cohete y sonaba como
el tipo de aventura que podría realmente disfrutar, sin nadie intentando matarlo. Sin
embargo...
Drevin parecía sentir su incertidumbre. —Estoy seguro que el Dr. Hayward estará de
acuerdo en que un poco de sol del Caribe te hará bien —dijo—. ¡Por favor! No me
rechaces. Tengo que decirte, ya he tomado mi decisión y soy del tipo de persona que está
acostumbrado a salirse con la suya.
Alex se volvió hacia Jack. Todavía no estaba seguro. Y era vagamente consciente de que
algo le molestaba. Algo que Drevin había dicho. No tenía sentido. —¿Qué te parece? —le
preguntó.
Los ojos de Jack eran brillantes. Obviamente estaba impresionada por Drevin, el
penthouse, la Estrella de Crimea. —Creo que es una gran idea —dijo—. Un par de
semanas de sol es exactamente lo que necesitas. Y estoy segura que el Sr. Drevin cuidará
de ti.
—Tienes mi palabra.
Alex asintió. —Está bien. Gracias. —Tomó un sándwich—. Pero creo que debo advertirte:
soy un seguidor del Chelsea.
Drevin sonrió. —Eso está bien. Nadie es perfecto. Enviaré a un conductor para que te
recoja, ¿podría ser pasado mañana? Te llevará a Neverglade, es mi casa en Oxfordshire.
Paul está allí ahora. Lo llamaré y la haré saber que vas. —Miró su reloj—. Ahora, si me
perdonas, tengo que dejarte. Tengo una reunión en el Banco de Inglaterra.
—¿Ahí es donde tiene su cuenta? —preguntó Jack.
—Una de ellas. —Se puso de pie—. La Señorita Knight les mostrará la salida cuando
hayan terminado y también arreglará un coche que los llevé a casa. Gracias de nuevo,
Alex. Sé que no vas a arrepentirte de esto.
Otro giro del anillo. Alex se había dado cuenta que sus manos nunca estaban quietas.
Drevin se fue por donde había venido.
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Hubo un largo silencio.
—¡Vaya! —exclamó Jack.
—Bahía Flamingo... —murmuró Alex.
—Es exactamente lo que te recetó el doctor, Alex. —Se sirvió otro sándwich—. No podría
haber llegado en mejor momento.
—Claro…
Pero Alex no estaba seguro. ¿Qué era lo que le estaba molestando?
Sí. Eso era.
Paul Drevin era un objetivo. Eso era lo que había dicho Drevin. Siempre estaba en peligro.
Así que, ¿por qué estaba sólo por su cuenta? Esa noche en el hospital, cuatro hombres
habían irrumpido para secuestrarlo. Sabían que él estaba allí.
Pero no había ni un solo guardia a la vista.
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Capítulo 8
La Vuelta de Lujo
Traducido por rihano
Corregido por Dianita
—Bienvenido a Neverglade —dijo Paul Drevin.
Alex salió del lujoso coche que lo había traído y miró a su alrededor. Antes había visto
riqueza. Había ido una vez encubierto como el hijo de un magnate de los supermercados,
lo que había significado pasar una semana en una mansión en Lancashire. Pero este lugar
era otra cosa.
Su primera visión de la mansión campestre de Drevin había sido una entrada muy pero
muy ordinaria en un camino rural cerca de veinte millas al norte de Oxford. Pero incluso
aquí, Alex se había dado cuenta de los altos muros y bosques rodeando la finca, y las
cámaras de televisión de circuito cerrado rotando discretamente entre los árboles. El
camino de entrada debía haber tenido una milla de largo, saliendo de los bosques hacia
los campos tan perfectamente cortados que era difícil de creer que eran de hierba. Por un
lado había un lago con dos motos de agua y un barco de vela Lapwing de madera
amarrado junto a un embarcadero. Por el otro lado, en parte oculto en una pequeña
depresión, un circuito de carreras en miniatura daba vueltas y vueltas, con su propia
tribuna para los espectadores. Cuatro de los caballos más bellos que Alex había visto en
su vida pastaban en un potrero. El sol estaba brillando. Era como si el verano hubiera
regresado.
Y ahí estaba Neverglade. No era una casa sino un castillo del siglo XIV, con su propio
foso, almenas, torres y la aislada iglesia. Fue construido en piedra gris, con hiedra verde
oscuro extendiéndose diagonalmente a través de la fachada. Alex contuvo la respiración
mientras se dirigían hacia allí y cruzaban el puente levadizo. El castillo no parecía real.
Era como algo salido de un libro ilustrado. ¿Y por qué había sido construido aquí de todos
los lugares? Se preguntó por qué nunca antes había oído o visto fotografías de esto.
Alex ahora deseaba que Jack Starbright hubiera decidido venir.
Ella parecía inquieta y pensativa en el taxi a casa desde la costa, pero no fue hasta más
tarde en la noche que anunció su decisión.
—Me encantaría ir contigo, Alex —dijo—. Y me encantaría ver este cohete siendo lanzado.
Pero no puedo. No he visto a mamá y papá desde hace casi un año, y tengo que volver a
casa, a Washington DC. La próxima semana es su aniversario de boda, y esta sería una
buena oportunidad para tomarme unas vacaciones. Estás a salvo, y vas a estar bien
cuidado. De todas formas, tienes a Pablo Drevin. Tiene tu edad y no me querrías dando
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vueltas. Así que ve y disfruta. Y solo asegúrate de no meterte en más líos. Descanso y
recuperación. Eso es lo que dijo el doctor.
Nikolei Drevin había enviado un chofer uniformado para recoger a Alex, y esta vez había
llegado en un Rolls Royce, un Corniche azul claro con una campana retráctil. Habían
viajado fuera de Londres y hasta la M40, el motor V8 de 6,75 litros se deslizaba sin
esfuerzo entre el tráfico, como si las carreteras se hubieran construido exclusivamente
para su uso. Ahora el coche desapareció por el lado de la casa mientras Paul Drevin salía a
saludarlo.
La última vez que Alex había visto al otro muchacho, había estado usando una bata y
pijama. Ahora estaba vestido con pantalones vaqueros y una camiseta holgada. Parecía
más saludable de lo que había estado en el hospital, pero había más que eso. Tenía más
confianza. Esta era su casa, su territorio, y un día lo heredaría. Alex tuvo que recordarse
que este muchacho probablemente era un multimillonario. Su asignación semanal
probablemente llegaba en una camioneta de seguridad. De repente Alex se preguntó si
venir aquí había sido una buena idea.
—Un buen lugar —dijo mientras caminaban hacia la puerta principal, sus pies crujiendo
sobre la gravilla.
—Mi padre tuvo que construirlo aquí. El castillo solía estar en algún lugar de Escocia. Se
estaba cayendo por lo que lo compró y lo envió aquí, pieza por pieza, y luego lo volvieron
a armar de nuevo. Ven, te mostraré tu habitación.
Alex, siguió a Paul hasta un vestíbulo con losas de piedra, tapices y una chimenea lo
suficientemente grande como para quemar un autobús. Mientras subían por una
majestuosa escalera, pasaron pinturas de Picasso, Warhol, Hockney y Lucían Freud. A
Nikolei Drevin, obviamente, le gustaba el arte moderno.
—Lo que hiciste en el hospital fue increíble —dijo Paul—. ¿De verdad ibas a tomar mi
lugar?
—Bueno, eso solo fue algo que sucedió...
—¡Si esos hombres me hubieran secuestrado, iban a cortarme el dedo! —Paul se
estremeció y Alex se preguntó cómo lo sabía. Los detalles exactos de lo que había
sucedido en Hornchurch Towers no habían salido en los periódicos. Pero supuso que para
un hombre como Drevin, incluso la información más clasificada no sería difícil de
conseguir—. Ellos casi te matan por mí culpa —prosiguió Paul—. No sé qué decir.
—No hay necesidad de decir nada.
—Me alegra que hayas aceptado venir.
Alex se encogió de hombros. —Tu padre me lo hizo difícil de rechazar.
—Sí. Él es así. —Habían llegado a la parte superior de las escaleras. Paul sacó un
inhalador y aspiró dos veces—. Tengo asma —explicó.
—Que mala suerte.
—Por este camino... —Caminaron por un pasillo adornado con puertas de madera
separadas a uno y otro lado.
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—Hay treinta habitaciones —le dijo Paul—. No sé por qué necesitamos tantas. Nunca se
llenan. Te he puesto a mi lado. Si quieres algo, sólo levantas el teléfono. Es como vivir en
un hotel, excepto que no tienes que pagar.
Llegaron a una puerta abierta y entraron en una habitación donde las ventanas tenían
vista al lago. El chofer debió haber venido a través de otra entrada, porque el equipaje de
Alex estaba en la cama. La habitación era moderna. Alex tenía televisión con pantalla de
plasma montado en la pared, consola con DVD, vídeo y PlayStation, el teléfono con cerca
de una docena de botones para los diferentes servicios que proporcionaba, un estante de
libros, aparentemente todos nuevos, cuarto de baño con bañera, ducha de hidromasaje y
jacuzzi. Drevin le había prometido un lujoso estilo de vida y ciertamente había sido fiel a
su palabra.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Paul.
—Tú me dices.
—Bueno, podemos ir a cabalgar si lo deseas Tenemos dos piscinas: una cubierta y otra
exterior. Más tarde podemos ver una película. Hay un cine y papá consigue todos los
estrenos nuevos. Podemos jugar al tenis o al golf... o tiro al plato. Viste el lago podemos ir
en jet-ski, navegar o pescar o lo que sea. Supongo que será mejor empezar por enseñarte
los alrededores. Eso tomará casi todo el día, y vas a cenar con nosotros esta noche.
Depende de ti.
Alex no sabía qué decir. —No me importa.
—Bueno, te voy a mostrar la casa, así podemos tomar un par de bicicletas y te llevaré
alrededor de los terrenos. Hay alrededor de doscientas hectáreas. ¿Tienes hambre?
—No, estoy bien.
—Entonces vamos.
—Bien. —Alex trató de parecer entusiasta, pero por alguna razón no pudo.
Paul había captado esto. —Supongo que esto debe ser muy raro para ti —dijo—. No me
conoces, y probablemente ni siquiera te agrado. No mucha gente lo hace. Piensan que soy
un mocoso rico, mimado y si después de todo vienen aquí es sólo porque todas las cosas
son gratis. Mi padre te invitó porque quería darte las gracias por lo que hiciste en el
hospital. Pero era más que eso. Tiene la esperanza de que seamos amigos y en realidad es
lo único que no puede comprar. Amistad. Pero entenderé si quieres tomar tus maletas y
largarte de aquí. A veces me siento igual.
Alex pensó un momento. —No —dijo—. Estoy contento de estar aquí. No puedo volver a
la escuela y estoy destinado a estar de descanso por el próximo par de semanas, y para ser
honesto, no tengo a donde ir. Así que si tu papá quiere tratarme como un multimillonario,
no me voy a quejar.
—Está bien. —Paul pareció aliviado—. Vamos a Nueva York el domingo y eso estará bien.
Y luego está la Bahía Flamingo. ¿Has probado el kite-surfing?
Alex sacudió la cabeza.
—Puedo mostrarte cómo hacerlo. Estamos al lado del Atlántico por lo que tenemos
enormes olas. —De repente Paul se veía más animado y Alex se encontró así
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entusiasmándose—. Vamos a empezar en el cine —dijo—. Podemos empezar nuestro
camino...
Dos horas más tarde, aún no habían terminado. Alex había visto más riqueza de la que
posiblemente podía imaginar. Así no era como la otra mitad vivía. Probablemente sólo
había un puñado de personas en el mundo con los recursos de Nikolei Drevin. Todo lo
que quería lo podía obtener, desde la armadura medieval fuera del comedor hasta los dos
jet-ski Polaris MSX en el lago. También había aprendido un poco más sobre los
antecedentes de Paul. Era hijo único. Sus padres se divorciaron cuando tenía seis años y
su madre ahora estaba viviendo en Estados Unidos. La veía un par de veces al año, pero
ella y su padre nunca hablaban. Cuando Paul era más joven había ido a un colegio
normal, pero al final tuvo demasiados problemas de seguridad y ahora estaba siendo
educado por tutores privados. Parte de la casa se había convertido en una escuela. Alex la
había visto y se sintió triste. Había libros y pizarras, escritorios y computadores. Pero no
niños de edad escolar. Ni gritos. Ni vida real.
A las cinco volvió a su habitación y durmió durante una hora, a continuación, se duchó y
cambió para la cena. Había visto el gran comedor en Neverglade con sus luces de arañas y
mesa de roble antiguo lo suficientemente grande para sentar veinte personas, y se sintió
aliviado porque estarían comiendo en el invernadero junto a la cocina. Esta era una
habitación bonita con columnas de mármol, azulejos italianos y plantas exóticas en
enormes macetas terracota. Nikolei Drevin ya estaba allí cuando llegó.
—Por favor entra, Alex. Toma asiento. —Drevin estaba bebiendo vino. Se había cambiado
a pantalones vaqueros y una chaqueta de mezclilla, y Alex no podía dejar de pensar que
la ropa no era acorde. De alguna manera era demasiado viejo para ellas. Era un hombre
nacido para llevar un traje.
—¿Vas a tomar un poco de vino? —preguntó Drevin—. ¿O tal vez una cerveza?
—Agua estaría bien —respondió Alex.
—En Rusia, los niños beben alcohol desde temprana edad.
La puerta se abrió y una mujer joven entró, llevando el primer plato en una bandeja:
melón y jamón serrano. Alex no tenía idea de cuántas personas trabajaban en Neverglade;
los sirvientes tenían la habilidad de permanecer invisibles, excepto cuando se les
necesitaba. Se sirvió agua helada. Paul llegó y se sentó sin hablar. El sirviente se fue y los
tres quedaron solos.
—¿Paul te ha mostrado todo? —preguntó Drevin.
—Sí. Es un buen lugar.
—Lo compré cuando llegué por primera vez a tu país. El Neverglade original era una casa
señorial del siglo XVI. Hay una historia que la reina Isabel I se quedó allí y vio una
producción de Noche de Reyes en la gran sala. Pero no estaba apegado al estilo
arquitectónico. La casa era muy oscura, y sólo tenía once dormitorios. Era demasiado
pequeña.
—¿Qué pasó con ella?
Drevin suspiró. —Un terrible accidente. Se quemó. Este castillo actual se levantó de las
cenizas, o más bien, lo traje aquí. Me gustó al momento en que lo vi. El único problema
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era que estaba en Escocia. Pero felizmente fui capaz de hacer algo al respecto. ¿Han
decidido lo que van a hacer mañana?
—Pensé que podríamos dar un paseo —dijo Paul.
Drevin se volvió hacia él y Alex vio relampaguear algo en sus ojos grises. Fue muy breve
y no estaba seguro, pero era casi una mirada de desprecio. —¡Seguramente puedes pensar
en algo más aventurero que eso! —dijo—. ¿Por qué no sacan los caballos? ¿O las
motocross? Por supuesto, ambos están recuperándose. Paul de su operación de apéndice.
Y tú, Alex —los ojos se posaron sobre él— de tu accidente en bicicleta.
—Sí. —¿Drevin estaba cuestionando su historia?— Me fui por encima del manubrio y me
golpeé contra un muro.
—Debiste haber ido muy rápido.
—Iba, hasta que llegué a la cerca.
—Entonces, tal vez las motocross no son la mejor idea. —Drevin pensó por un momento.
Sus dedos estaban tirando de su anillo, pero su rostro no mostraba nada. Este era un
hombre que solía mantener sus secretos para sí mismo—. Te diré que —dijo—. Tengo una
llamada en conferencia mañana por la mañana. Con el lanzamiento a poco más de una
semana, tengo que estar en constante contacto con mi propia gente, así como con la NASA
y, por supuesto, el gobierno británico. Pero en la tarde, ¿te gustaría competir contra mí?
—¿En los caballos?
—Go-karts. Debes haber visto que tengo una pista aquí. La construí para Paul, aunque me
temo que pocas veces la usa.
—Hago uso de ella —protestó Paul—. Pero no es divertido cuando no tienes a nadie
contra quien correr.
Drevin no le hizo caso. —Tengo varios karts —añadió—. Encontrarás que es muy
estimulante, Alex. Tú contra mí. ¿Qué dices?
—Claro. —A Alex no le gustó mucho como sonaba eso, pero había algo en la forma en
que se lo estaba pidiendo. Había sentido lo mismo cuando Drevin lo había invitado a
quedarse. No estaba realmente dándole a elegir.
—Y para hacerlo más divertido, ¿por qué no hacemos una apuesta? Si tú me ganas, te doy
mil libras.
—No estoy seguro de querer mil libras —dijo Alex. No era el dinero lo que le molestaba,
solo que no estaba seguro de querer tomarlo de este hombre.
—Bueno, en ese caso se lo daré a alguna caridad que nombres. Pero no necesitas
preocuparte. No hay absolutamente ninguna posibilidad de que me ganes. Paul puede ser
el abanderado. ¿Digamos a las dos en punto?
—Muy bien.
Drevin cogió el cuchillo y el tenedor y comenzó a comer. Alex notó que su hijo no había
tocado su comida. Ya podía sentir el abismo entre ellos. Esto era obvio con cada palabra
que se decía, cada momento que pasaron juntos. Una vez más, se preguntó qué estaba
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haciendo aquí. Y una vez más se encontró preguntándose si había sido una buena idea
venir.
Dos horas más tarde, Alex se dirigía a su habitación por su cuenta. Nikolei Drevin había
salido al jardín a fumar un cigarro. Paul había anunciado que estaba cansado y ya se había
ido a la cama.
Estaba caminando por el pasillo principal de la planta baja. Había un gimnasio
completamente equipado y una piscina olímpica cubierta en el otro extremo, y Alex tuvo
la tentación de darse un baño antes de acostarse. Ya no estaba cansado. Quería sumergirse
en el agua tibia y alejar algunos de los recuerdos de su primer día en Neverglade. Estaba
tentado de llamar a Jack Starbright. Ella ya habría llegado a América. Todavía estaba
sentido porque ella hubiera decidido no venir con él, y estaba preocupado de que la
hubiera decepcionado. Tal vez debería haber ido con ella.
Su camino lo llevó más allá de las puertas dobles del estudio de Drevin. Paul se lo había
señalado antes, pero no habían entrado. En un impulso se detuvo y miró a la izquierda y
la derecha. El corredor se extendía vacío, en ambas direcciones, sus azulejos blancos y
negros dándole la apariencia del tablero de ajedrez más grande del mundo. Volvió la
manija. La puerta se abrió. Sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Alex encendió la
luz y entró.
El estudio era enorme, dominado por un enorme escritorio de acero y vidrio con forma de
luna creciente. El piso de madera estaba cubierto en parte por una alfombra persa que
debía haber tomado años tejer. Detrás del escritorio estaban las puertas de cristal que
daban al jardín delantero. Alex contó cuatro teléfonos en el escritorio, así como dos
computadoras, una impresora, varias pilas de documentos y una serie de relojes
mostrando las zonas horarias de todo el mundo. Había una pequeña foto de Paul en un
marco de plata.
Si Alex había esperando que esta sala le diría un poco más acerca de su anfitrión, estaba
decepcionado. Nikolei Drevin era muy rico y muy poderoso, pero no necesitaba un
escritorio amplio y un montón de costosos equipos para decir eso. Una de las paredes
estaba cubierta con fotos y Alex se acercó a ellas. Esto era más como él. Había por lo
menos encontrado una pequeña grieta en la impresionante armadura del hombre.
Vanidad. La pared era una galería de celebridades.
Había fotografías de Drevin con estrellas pop y actores, fotografías tomadas en
deslumbrantes fiestas y lujosos hoteles. Mostraba poca emoción en algunas de ellas, pero
aun así Alex podía decir que estaba silenciosamente contento de estar ahí. Aquí estaba
Drevin con Tom Cruise, Drevin con Julia Roberts, Drevin hablando con Steven Spielberg
en el rodaje de su última película. Estaba en Whitehall con el primer ministro (quien
estaba sonriendo falsamente) y en Washington con el presidente de los Estados Unidos.
Aquí estaba estrechando manos con el Presidente ruso, Alex se sorprendió de encontrarse
mirando la cara hinchada de Boris Kiriyenko. Los dos se habían conocido cuando Alex
había sido un prisionero en la isla de Skeleton Key.
El Papa le había dado a Drevin una audiencia. Así lo había hecho Nelson Mandela en
Ciudad del Cabo. Algunas de las imágenes habían sido tomadas de periódicos, y los
titulares contaban la historia de su vida en audaces declaraciones, simples:
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DREVIN SE MUDA AL REINO UNIDO.
DREVIN MAS RICO QUE LA REINA.
DREVIN CONSTRUYE UNA CASA DE 50 MILLONES DE LIBRAS EN OXFORDSHIRE.
DREVIN COMPRA STRATFORD EAST.
Este último título estaba acompañado por una fotografía de Drevin con Adam Wright, el
delantero inglés que había sido la primera compra importante para su nuevo equipo. Alex
miró los demás artículos.
DREVIN ANUNCIA PLANES ARK ANGEL.
DREVIN ADQUIERE HOTEL EN LA COSTA.
DREVIN MUEVE EN LONDRES EL MERCADO INMOBILIARIO
Hubo un movimiento a su espalda.
Nikolei Drevin había entrado al estudio a través de las ventanas francesas. Seguía con su
cigarro y examinaba con curiosidad a Alex. —¿Alex? ¿Qué estás haciendo aquí? —no
había rabia en su voz. En todo caso, sólo, parecía un poco perplejo.
—Lo siento. —A Alex le tomó unos segundos encontrar las palabras. Sabía que estaba
invadiendo. Por otro lado, no había cerrado la puerta—. Estaba de camino a la cama. No
había estado aquí y pensé en echar un vistazo.
—Este es mi estudio personal, preferiría que no vinieras aquí.
—Por supuesto. Estaba a punto de irme, pero vi estas fotos. —Alex hizo un gesto a una de
ellas—. Usted conoció a la Reina.
—De hecho. Varias veces, habló mucho sobre sus caballos. No la encontré muy
interesante.
—Y Nelson Mandela.
—Ah, sí. Un gran hombre. Me dio una copia firmada de su libro.
El silencio y la sospecha flotaban en el aire entre ellos.
—Bueno, será mejor que me vaya —dijo Alex.
—¿Puedes encontrar tu camino?
—Sí. Gracias. —Sonrió Alex—. Buenas noches.
—Buenas noches.
Alex se sentía mareado. Su brazo izquierdo estaba palpitando.
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Dejó el estudio tan casualmente como pudo y no paró hasta que llegó a su habitación en el
segundo piso. Se dejó caer pesadamente sobre la cama. Sabía lo que acababa de ver. Pero
no podía encontrarle sentido.
El último recorte del periódico había mostrado a Drevin llevando un chaleco fluorescente
y casco, de pie a las afueras de un edificio abandonado al este de Londres. Alex lo
reconoció de inmediato y no necesitó el estandarte, extendiéndose alto en el fondo, para
que le dijera su nombre.
Las Torres Hornchurch.
El edificio que se había incendiado. La foto había sido tomada solo pocos días antes de
que casi hubiera muerto allí.
O bien se trataba de una increíble coincidencia o Kaspar y sus hombres, el grupo que se
hacía‖llamar‖“La‖Fuerza‖Tres”,‖deliberadamente‖lo‖había‖llevado‖a‖un‖bloque‖de‖pisos‖que‖
Drevin acababa de comprar. Habían pensado que él era Paul Drevin. Habían estado
planeando pedir un rescate por él por la suma de un millón de libras. Así que ¿por qué lo
habían llevado a un edificio del que su padre era dueño?
Alex se desnudó y se metió en la cama. No podía dormir. Había pensado qué sería tener
dos semanas envueltas en el lujo. Cuidado y seguro, eso era lo que Jack había dicho.
Estaba empezando a sentir que ambos podríamos estar equivocados.
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Capítulo 9
Corto Circuito
Traducido por masi
Corregido por Anne_Belikov
El edificio estaba en el Soho, en el extremo sur de Manhattan. Estaba situado entre una
tienda de delicatesen y un aparcamiento en una calle llena de almacenes transformados
con escaleras de incendios de metal, y boutiques que no sentían ninguna necesidad de
publicitarse. No había rascacielos en esta parte de Nueva York. El Soho se enorgullecía de
su ambiente de pueblo, aunque se necesitaba un sueldo de ciudad para pagar un
apartamento aquí. El barrio entero era relajado. La gente paseaba a sus perros o comía sus
sándwiches en el sol de otoño. Había poco tráfico. Era fácil olvidar el ruido y el caos de a
sólo veinte cuadras al norte.
Ideas Creativas de Animación encajaba perfectamente. Vendía dibujos animados: las
figuras de los Simpson y Futurama, dibujos originales de Disney y DreamWorks. Sólo
había una pequeña ventana en el frente y no había muchas fotos en la pantalla. A
diferencia de las otras galerías de la zona, su puerta de entrada estaba cerrada con llave.
Los visitantes tenían que hacer sonar una campana. Aun así, la gente de vez en cuando
deambulaba por la calle, pero una vez que estaban en el interior se encontrarían con que
la chica que trabajaba allí era inútil, los precios eran ridículos y había las mejores
selecciones de otros países. En los veinte años que la galería había estado ahí, nadie había
comprado nunca nada.
Lo cual era precisamente la idea. La gente que trabajaba en Ideas Creativas de Animación
no tenía ningún interés en arte de ningún tipo. Ellos necesitaban una base en Nueva York
y esta era la que habían elegido. El Soho se les adaptaba muy bien. Nadie se daba cuenta
de quien entraba o salía. No es que eso importara de todos modos. Eran dueños de la
puerta del garaje de al lado y utilizaban la entrada secreta girando al lado.
A las seis de la tarde, cinco hombres y dos mujeres estaban sentadas alrededor de una
mesa de conferencias, en una sala, sorprendentemente, amplia y bien equipada, en el
primer piso justo encima de la galería. La mesa era un rectángulo de vidrio pulido con un
marco cromado. Las sillas también estaban hechas de cromo, con asientos de cuero negro.
Los relojes que mostraban las zonas horarias de todo el mundo estaban alineados en dos
de las paredes. Una gran pantalla de plasma cubría una tercera parte. La cuarta era una
ventana independiente de vidrio calado frente a un restaurante al otro lado de la calle. El
vidrio sólo era por un lado. Nadie en el restaurante podía ver el interior.
Toda la gente en la sala estaba vestida formalmente de traje oscuro y camisa blanca
almidonada. Seis de ellos eran jóvenes y estaban en forma, ya que podrían acabar de salir
de la universidad. El séptimo, en la cabecera de la mesa, era el más mayor. Era un hombre
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negro de sesenta años de edad, con los ojos hundidos, el pelo canoso blanco y con bigote,
y una mirada de cansancio perpetuo.
Uno de los hombres más jóvenes estaba hablando.
—Tengo que informar de un progreso en Inglaterra —estaba diciendo—. Puede no ser
relevante, pero como ustedes saben, hace seis días Nikolei Drevin fue atacado por el
grupo ecologista Fuerza Tres. Planeaban secuestrar a su hijo y pedir su rescate, pero
capturaron al chico equivocado. Parece que este otro chico se puso en el camino a
propósito. En realidad consiguió que lo secuestraran por sí mismo. ¿Pueden creer eso? —
tosió—. Lo que pasó después no está claro, pero de alguna manera el chico logró escapar y
Drevin decidió premiarlo haciéndolo parte de la familia. Así que ahora él se dirige hacia
aquí. Va a viajar con el hijo de Drevin y Drevin hasta la Bahía Flamingo.
—¿Este chico tiene nombre? —preguntó alguien.
—Alex Rider —Era el hombre de más edad el que había hablado—. Creo que deberías
echarle un vistazo. —Había un archivo sin marcar en la mesa frente a él. Se inclinó hacia
adelante, lo abrió y sacó una fotografía. Se la pasó al hombre que estaba sentado a su
lado—. Esto me fue enviado ayer por la noche —explicó—. Este es el chico del que estás
hablando. La mujer con él es su tutora. No tiene padres. —Uno tras otro, los cuatro
hombres y las dos mujeres examinaron la foto. Esta mostraba a Alex Rider y a Jack
Starbright mientras entraban en el Hotel Waterfront, y había sido tomada por una cámara
oculta en el suelo.
—El hecho de que Alex Rider se haya metido lo cambia todo —continuó el hombre de
más edad—. Me sorprende que Drevin no lo haya investigado. Podría ser su primer... y
más grande error.
Una de las mujeres sacudió la cabeza. —No lo entiendo. ¿Quién es Alex Rider?
—No es un chico común. Y déjame decir, directamente, que esto no va más allá de esta
habitación. Lo que te estoy contando es clasificado, pero parece que necesitamos conocer
la situación. —Hizo una pausa—. Alex es un agente que trabaja con Operaciones
Especiales del MI6.
Un murmullo de incredulidad recorrió toda la mesa.
—Pero, señor... —la mujer protestó—…‖Eso‖es‖una‖locura.‖No‖puede‖tener‖m{s‖de quince
años.
—Tiene catorce años. Y tienes toda la razón. Confío en el MI6 para tratar de hacer
funcionar una idea como esta. Pero ha funcionado. Alex Rider es lo más parecido a lo que
los británicos tienen como un arma letal.
—Así que ¿cómo es que él ha conseguido mezclarse con Drevin? —preguntó otra mujer.
El anciano sonrió para sí mismo como si supiera algo que ellos no sabían. De hecho, él
estaba empezando a solucionarlo. —Tal vez fue una coincidencia, o tal vez no lo fue —
murmuró—. Pero de cualquier manera se convirtió en un juego totalmente nuevo. Alex
Rider conoció a Kaspar. Ha estado en el núcleo de la Fuerza Tres. Y ahora está cerca de
Drevin.
—¿Crees que nos puede ayudar?
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—Él nos ayudará tanto si quiere como si no —El hombre miró la foto y de repente se
formó una dureza en sus ojos—. Si Alex Rider llega a Nueva York, quiero verlo.
¿Entienden? Es la prioridad número uno. Utilicen cualquier medio necesario para
conseguir atraparlo. Quiero que me traigan a ese chico.
* * *
A más de tres mil kilómetros de distancia, en Neverglade, Alex acababa de terminar dos
juegos de tenis con Paul Drevin. Para su sorpresa, había recibido una paliza.
Paul era un jugador brillante. Si él hubiera querido, podría haber servido ace tras ace y
Alex ni siquiera hubiera tenido una oportunidad. A propósito él había ralentizado su
servicio, pero a pesar de los esfuerzos de Alex, la puntuación había sido tres y seis en el
primer juego, cuatro y seis en los siguientes. Alex habría seguido jugando felizmente, pero
Paul sacudió la cabeza. Se había derrumbado en el césped con una botella de agua. Alex
se percató de que también había traído su inhalador de nuevo. Al final del último juego
había estado luchando por respirar.
—Deberías unirte a un club o algo así —comentó Alex, sentándose a su lado—. ¿Podrías
jugar en competiciones?
Paul negó con la cabeza. —Dos juegos es todo lo que puedo manejar. Después de eso mis
pulmones se resienten.
—¿Desde cuándo tienes asma?
—Lo he tenido toda mi vida. Por suerte no es demasiado malo, excepto cuando empieza y
eso es todo. Mi padre se harta bastante.
—No puedes evitar ponerte enfermo.
—Así no es como él lo ve —Paul miró su reloj—. Estará en la pista justo ahora. Vamos. Iré
contigo.
Dejaron las raquetas detrás y cruzaron el césped juntos. Un hombre pasó por delante en
un tractor y asintió con la cabeza hacia ellos. Alex se había dado cuenta de que nadie del
personal hablaba con Paul; se preguntó si lo tenían permitido.
—¿No vas a correr? —preguntó.
—Tal vez más tarde. Si fuéramos sólo tú y yo, no me importaría. Pero papá... —Paul se
quedó en silencio, como si hubiera dicho algo que no quería decir—…‖Pap{‖se‖ lo‖ toma‖
muy en serio —murmuró.
—¿A qué velocidad van los karts?
—Ellos pueden ir a ciento sesenta kilómetros por hora —Paul vio que los ojos de Alex se
ampliaban—. No son juguetes, si eso es lo que estabas esperando. Mi padre tenía unos
amigos de negocios que se quedaron hace unos meses. Uno de ellos perdió el control en
un giro y el kart salió volando. Puede pasar eso. Vi como ocurrió. Debió haber girado
unas seis o siete veces. Tuvo suerte de que llevara un casco, de lo contrario se habría
matado.
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—¿Cómo de malamente se hirió?
—Se rompió la muñeca y la clavícula. Su rostro tenía demasiados cortes. ¡Y deberías haber
visto el kart! Un total desastre —Paul negó con la cabeza—. Ten mucho cuidado Alex —
advirtió—. A mi padre no le gusta perder.
—Bueno, no creo que tenga alguna posibilidad de ganar.
—Si quieres mi consejo, ni siquiera lo intentes.
Había una pregunta que Alex se había estado muriendo por preguntarle toda la mañana y
decidió que este era probablemente el momento adecuado. —¿Por qué vives con él y no
con tu madre?
—Él insistió.
—¿Tus padres realmente se odian?
—Él nunca habla de ella. Y ella se enoja si le pregunto sobre él —Paul suspiró—. ¿Qué
pasa con tus padres?
—No tengo ninguno. Murieron cuando era pequeño.
—Lo siento —caminaron un rato en silencio—. Me gustaría tener un hermano —dijo Paul
de repente—. Eso es lo peor de todo. Siempre estar por mi cuenta.
—¿No puedes ir a la escuela?
—Lo hice durante un tiempo, pero causó todo tipo de problemas. Tenía que tener un
guardaespaldas. Papá insistió, por lo que en realidad nunca me adapté. Al final decidió
que era más fácil para mí que tomara clases en casa —Paul se encogió de hombros—. Sigo
pensando que un día tendré dieciséis años y tal vez pueda salir de aquí. Papá no es tan
malo, pero me gustaría tener mi propia vida.
Habían atravesado el césped y allí estaba la pista, delante de ellos: un kilómetro de asfalto
intrincado, con asientos para alrededor de cincuenta y seis espectadores, seis karts
esperando en una nave lateral. Nikolei Drevin ya estaba allí, comprobando uno de los
motores. Había un par de mecánicos a mano, pero nadie más. Esta carrera iba a llevarse a
cabo sin una audiencia.
—Buena suerte —dijo Paul en voz baja.
—¡Ah Alex! —Drevin les había oído acercarse. Él levantó la mirada—. ¿Has hecho esto
antes?
—Un par de veces —Alex había estado en la pista cubierta en King's Cross en Londres—.
No creo que los karts fueran tan potentes como estos.
—Estos son los mejores. Construidos por mí mismo. Marcos de Molly Chrome y motores
Rotax Fórmula E; 125 cc, arranque eléctrico, refrigerador de agua —señaló—. Los inicias
presionando el botón próximo al volante. Espero que tengas cabeza para la velocidad.
Ellos van de cero a cien en 3,8 segundos. Eso es más rápido que un Ferrari.
—¿Cuántas vueltas tiene en mente?
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—¿Diremos tres? Si cruzas la línea de meta en primer lugar, tu organización de caridad
preferida será más rica por mil libras —Drevin recogió dos cascos y entregó uno a Alex—.
Espero que este sea de tu tamaño.
El casco de Alex era azul; Drevin vestiría de negro.
Alex se lo puso y lo cerró bajo su barbilla. El casco tenía una visera que se deslizaba por el
rostro, y almohadillas de protección para el cuello y los lados de su cabeza.
—Esta es tu última oportunidad, Alex —dijo Drevin—. Si estás nervioso, ahora es el
momento para echarse atrás...
Alex examinó los karts. No eran más que estructuras, una maraña de cables y tubos con
un asiento de plástico en el medio y dos tanques de combustible detrás. Cuando se
sentara, estaría a unos pocos centímetros del suelo. Y había otra cosa que faltaba, además
del suelo. Había notado que a diferencia de los karts que había conducido en King's
Cross, estos no tenían parachoques envolventes. Ahora comprendía lo que Paul le había
dicho. Los coches eran letales... El circuito estaba limitado por balas de paja, pero si perdía
el control, si uno de sus neumáticos entraba en contacto con Drevin, podía muy fácilmente
voltearse, al igual que le pasó al amigo que Paul había mencionado, y si el motor raspaba
a lo largo del asfalto y las chispas golpeaban los tanques de gasolina, todo iba a explotar.
Drevin estaba esperando su respuesta. Parecía tan tranquilo sujetando su casco, con un
pulgar enganchado en sus pantalones vaqueros de diseñador, que Alex sintió una
sensación de molestia. Iba a correr con este hombre. E iba a ganar. —No estoy nervioso —
dijo.
—Bien. Vamos a hacer dos vueltas al circuito de práctica antes de empezar. Paul puede
señalar la primera y la última vuelta con una bandera.
Alex examinó el circuito. Era una serie de giros y curvas cerradas, con dos tramos rectos
donde sería capaz de coger velocidad. Parte del camino subía abruptamente sobre unas
patas de metal y luego descendía por el otro lado, se formaba un puente sobre otra sección
de la pista más adelante. Alex se dio cuenta de que tendría que reducir la velocidad
mientras lo tomaba. Estaría a unos seis metros de altura, y aunque los lados del puente
estaban bordeados por un muro de protección de neumáticos, no le gustaba pensar qué
pasaría si perdía el control y chocaba contra ellos. Después del puente, había un largo
túnel con la línea de meta en el otro lado.
Se subió a su kart y pulsó el botón de encendido. De una vez el motor ronroneó a la vida
ruidosamente. Alex ya se sentía horriblemente expuesto. El kart no tenía laterales, ni
techo. Estaba sentado con las rodillas dobladas, sus pies se extendían delante de él. Tiró
del cinturón de seguridad por encima del hombro y lo ató. Era demasiado tarde para
echarse atrás. Drevin había encendido su kart y se movía suavemente. Alex probó los
pedales en ambos lados de la columna de dirección. Había sólo dos. El pie izquierdo
operaba el freno, el pie derecho el acelerador. Su kart se precipitó hacia delante, el motor
ansioso por tomar la pista. Drevin ya estaba muy por delante. Alex apretó los dientes y
presionó los pies hacia abajo.
De cero a sesenta en 3,8 segundos. Alex no iba tan rápido como eso en la primera práctica
del circuito, pero, aun así, la potencia del motor lo tomó por sorpresa. No había ningún
marcador de velocidad y estando tan bajo era difícil juzgar lo rápido que realmente iba.
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Supuso que estaba haciendo sobre unos sesenta y cinco kilómetros por hora, aunque
parecía ir mucho más rápido. La pista era un borrón. El circuito entero parecía haberse
encogido mientras su visión se volvía telescópica. Él vio la tribuna pasar rapidísimo. Los
mecánicos habían dejado lo que estaban haciendo y estaban viendo su progreso. Su total
concentración estaba enfocada en las manos aferradas al volante. Sus brazos estaban
temblando. Llegó a una esquina y giró el volante a la derecha. Sintió los neumáticos
deslizarse detrás de él y casi perdió el control. Estaba sobrevirando su eje. Rápidamente
corrigió el rumbo. El kart entró en la sección elevada y se encontró a si mismo elevándose.
A mitad de camino sobre el puente, la pista giraba bruscamente a la izquierda. Alex giró
bruscamente el volante y el muro de neumáticos negros centelleó al pasar. Casi los había
chocado. Ya estaba lamentando aceptar este absurdo reto. Acababa de salir del hospital.
Un error a esta velocidad y estaría justo de vuelta.
Completó su primera vuelta al circuito y comenzó otra. No había señales de Drevin, y
Alex se preguntaba si se había salido de la pista. Entonces hubo un ruido detrás de él y el
ruso le superó, con el rostro oculto bajo el casco de color negro. Había conseguido hacer
dos circuitos completos en el momento en que Alex había hecho uno y medio. Estaba
claro que no iba a haber competencia si Alex no pisaba con el pie el acelerador. ¿Cómo de
rápido había dicho Paul que los karts podrían ir? A ciento sesenta kilómetros por hora.
¡Una locura!
Y allí estaba Paul, colocado en la tribuna, con una bandera a cuadros en la mano. Drevin
había reducido, esperando que Alex le alcanzara. La carrera estaba a punto de comenzar.
Bueno, al menos Alex había tenido la oportunidad de probar las peores esquinas y curvas.
Había comenzado a elaborar su estrategia de carrera. Y se le ocurrió que podría tener una
gran ventaja sobre Drevin. Pesaba mucho menos que él. Eso le daría ventaja a la hora de la
velocidad.
Pero no había tiempo para pensar mucho más. La bandera cayó. Ellos salieron disparados.
Sesenta y cinco kilómetros por hora, setenta, ochenta. A pocos centímetros sobre el
aspecto borroso de la pista, Alex apretó el pie derecho como tenía que hacer y sintió la
explosión de potencia detrás de él. Rápidamente se encontró con Drevin. Llegaron a una
curva. Drevin la tomó firmemente, por el interior. Alex se lanzó por el exterior y de pronto
se encontraba encabezando la carrera mientras gritaba a través del túnel. Así que él tenía
razón: su peso sería la diferencia fundamental. Ahora todo lo que tenía que hacer era
mantenerse a la cabeza durante las próximas dos vueltas y ganaría.
Él acababa de comenzar la segunda vuelta cuando su kart se tambaleó. Por un momento,
Alex pensó que el motor había fallado. Luego pasó otra vez, más fuertemente esta vez. Se
sintió siendo empujado hacia atrás en su asiento y los huesos de su cuello se sacudieron.
Los neumáticos se torcían y tenía que luchar por mantener el control. Una tercera
sacudida. A esta velocidad se sentía como si hubiera sido golpeado por un martillo. Miró
hacia atrás y se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Drevin lo estaba golpeando por
detrás. Estaba siendo muy metódico con ello, él no estaba tratando de adelantarlo. Iban a
más de ciento diez kilómetros por hora, suspendidos en medio de un marco de acero
descubierto que no ofrecía protección alguna. ¿Quería Drevin matarlos a ambos?
Alex frenó e inmediatamente Drevin se disparó hacia delante, impulsándose hacia la
sección elevada de la pista, seguido de Alex, buscando una oportunidad de deslizarse por
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delante de él. Pero Drevin estaba arriesgándose otra vez, zigzagueando a la izquierda y a
la derecha, negándose a darle cualquier espacio. Ellos bajaban rugiendo por la pendiente
y hacia la recta, y luego se sumergieron en el túnel. Después de la brillante luz del sol,
estaba muy oscuro en su interior. Alex aceleró y se equiparó con Drevin. Drevin torció el
volante y se estrelló hacia el lado de Alex.
El mundo entero saltó. Las chispas explotaron en la oscuridad mientras el metal
destrozaba el metal. Las paredes del túnel pasaban rápidamente. Desesperadamente Alex
luchó por obtener el control, y cuando los dos karts se precipitaron en la luz del día, se
quedó atrás. Una vez más Drevin tenía la delantera.
Por el rabillo del ojo, Alex vio que Paul ondeaba la bandera, señalando la tercera y última
vuelta. La carrera parecía haber durado sólo unos segundos, y parecía como si Drevin la
tuviera en el bolsillo. Alex pensó en dejarlo ir. ¿Qué importaba quién ganara? Después de
todo, esto era un juguete de Drevin. Drevin pagaba las cuentas. Podría ser educado el
perder.
Pero algo dentro de él se rebeló contra la idea. Aplastando el acelerador, instó a su kart
hacia adelante. Una vez más superó la distancia con su oponente. Ahora los dos karts
estaban uno al lado del otro, subiendo por la rampa por última vez. Alex vio a Drevin
echarle un vistazo y luego a su volante. Alex comprendió de inmediato lo que estaba
haciendo: ¡Drevin estaba tratando de golpearlo en los neumáticos y llevarlo hasta el
borde! Fue un momento horrible, Alex se vio a sí mismo dando un salto mortal hacia los
lados en su kart. Vio el mundo que giró al revés y oyó el chirrido del metal al golpear el
suelo de la pista. ¿Realmente le mataría Drevin sólo para ganar una carrera? Sus nervios le
gritaron. ¡Detente ahora! Esta era una estupidez. No tenía nada que demostrar.
Drevin se estrelló contra él. Eso fue todo. No había manera de que Alex fuera a dejar que
el multimillonario ruso ganará. Tocó el freno, como si aceptará la derrota. Drevin se
disparó hacia delante, girando en la esquina. Entonces Alex aceleró. Pero no giró el
volante. En su lugar, se dirigió directamente al muro de neumáticos. Los golpeó de frente
y, gritando en voz alta, se elevó en el aire. Por un breve momento estuvo suspendido en el
espacio. Neumáticos negros cayendo en cascada a su alrededor, girando como monedas
de gran tamaño. Luego él estaba cayendo. El asfalto se apresuraba a darle la bienvenida.
Hubo un crujido de huesos mientras salía a la pista más adelante, y Alex se estrelló contra
su asiento. El volante se retorcía en sus manos, tratando de alejarse mientras luchaba por
mantener el control. De alguna manera el kart siguió su camino. Los neumáticos
rebotaron por todos lados y se vio obligado a girar bruscamente. Pero lo había hecho.
Había pasado la esquina y ahora estaba diez metros por delante de Drevin.
El túnel se extendía frente a él. Él gritó en la oscuridad y salió por el otro lado,
atravesando la línea de meta de la carrera. Apretó los frenos. Demasiado duro. El kart viró
en redondo en un giro incontrolable y se detuvo. El motor se paró. Pero la carrera había
terminado.
Alex había ganado.
Unos segundos más tarde, Drevin se detuvo junto a él. Se arrancó el casco. Sudaba
intensamente, tenía el pelo pegado a su cuero cabelludo. Estaba furioso.
—¡Hiciste trampa! —exclamó—. Te has saltado parte de la pista.
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—Usted me empujó —protestó Alex—. No fue mi culpa.
—¡Corramos de nuevo!
—No, gracias —Alex se había quitado el casco, contento de sentir la brisa en su rostro—.
Fue muy divertido, pero creo que ya he tenido bastante —Salió del kart. Los mecánicos
apostados al lado de la pista, se preguntaron si debían acercarse.
Paul llegó, todavía llevando la bandera. —¡No puedo creer lo que acabo de ver! Eso fue
increíble, Alex. ¡Pero podría haberte matado!
—La carrera no es válida —dijo Drevin—. ¡No perdí!
—Bueno, no ganaste tampoco —murmuró Alex.
Paul se quedó allí sin poder hacer nada, pasando su mirada de uno a otro. Drevin lo
consideró por un momento, luego sacudió la cabeza lentamente. —Fue un empate —
murmuró. Luego se volvió y se alejó.
Alex lo vio alejarse. —Veo lo que quieres decir —murmuró—. A él realmente no le gusta
perder.
Paul se volvió hacia Alex, su expresión era seria. —Debes tener cuidado, Alex —
advirtió—. No lo hagas tu enemigo —corrió detrás de su padre.
Alex se quedó de pie, solo.
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Capítulo 10
Tiempo de Compensación
Traducido por Anne_Belikov
Corregido por Xhessii
Para el sábado, la carrera parecía haber sido olvidada. Nikolei Drevin estaba de buen
humor mientras esperaba por otro de sus Rolls Royce (éste era uno plateado) para ser
llevado a la ronda de la puerta principal. Era un día importante para él. Stratford East, el
equipo que había comprado por veinte millones de libras, estaría jugando contra el
Chelsea en la Liga Premier y, aunque habían sido derrotados tres a cero por el Newcastle
la semana pasada, Drevin estaba de buen humor.
—¿Siempre apoyaste al Chelsea? —le preguntó a Alex mientras dejaban la casa.
—Sí —Era verdad. Alex había vivido sólo a veinte minutos del Stamford Bridge y había
ido frecuentemente a los juegos con su tío.
—El club estaba casi en bancarrota cuando fue comprado por Roman Abramovich —
Drevin parecía pensativo—. Me reuní con él unas pocas veces en Moscú. No nos llevamos
bien. Espero no decepcionarlos a ustedes dos hoy.
Alex no dijo nada. Había una intensidad en la voz de Drevin que sugería que, tan
preocupado como estaba, esto era más que un juego. El Rolls Royce llegó y los dos
entraron.
Paul Drevin no vendría. Él había tenido un feo ataque de asma la noche anterior, y su
doctor, quien estaba establecido las veinticuatro horas al día en Neverglade, había dicho
que necesitaba un día de descanso. Y así Alex se encontró solo con Drevin en la parte
trasera de un auto mientras eran llevados por la autopista de Londres.
—No tienes padres —dijo Drevin de pronto.
—No. Ambos murieron cuando era muy pequeño.
—Lo siento. ¿En un accidente?
—Un choque de avión —Era tan fácil para Alex repetir la mentira que el MI6 le había
dicho toda su vida.
—¿No tienes parientes?
—No. Sólo a Jack. Ella me cuida.
—Eso es muy inusual. Pero me parece que eres un chico inusual. Sería interesante, creo,
tener un hijo como tú —Drevin miró hacia fuera de la ventana—. ¿Cómo te llevas con
Paul? —preguntó.
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—Bien.
—A él le agradas —Drevin todavía estaba mirando hacia afuera, evitando los ojos de
Alex—.‖Desearía‖que‖fuera‖un‖poco‖m{s‖como‖tú.‖Parece‖tan…‖desorientado.
—Tal vez sería más feliz si le dejaras ir a una escuela normal —dijo Alex.
—Eso no es posible.
—¿Realmente crees que estaría en peligro?
—Es mi hijo —Drevin pronunció las palabras sin emoción alguna. Había traído a Paul a la
conversación. No había nada más que decir. Él forzó una delgada sonrisa a sus labios—.
Bueno, suficiente de eso —Continuó—. Mi equipo derrotará a tu equipo. Es todo lo que
importa hoy.
Una hora después, giraron en el Fulham Road y se vieron forzados a circular a paso de
tortuga a través de las miles de personas que llegaban para el juego; los fans del Chelsea
en azul, los del Stratford East en rojo y negro. Alex estaba contento de que el Rolls Royce
de Drevin tuviera ventanas polarizadas. Nadie podría mirarlos. Él había tenido que venir
al Stamford Bridge cientos de veces por sus propios pies y siempre había amado la
sensación de pertenencia, el momento en que se convertía en parte de la multitud
luchando su camino a través de la lluvia o la nieve con la esperanza de ver ganar a la casa.
Era demasiado cómodo, demasiado aislado. Se sentiría avergonzado si alguien lo veía.
Ellos giraron en un complejo de hoteles, restaurantes y clubes que habían llegado a ser
conocidos como el Chelsea Village, luego barrieron hacia los fans, siguiendo por un
estrecho pasillo en el extremo oeste. El auto se detuvo enfrente de una puerta con las
palabras: RECEPCIÓN MILENIO en plateado. Salieron.
Drevin se había puesto más tenso cuanto más se acercaban a Londres. Sus ojos y su boca
eran tres rendijas estrechas y estaba girando su anillo con bruscos, y cortos movimientos.
—Aquí está la Señorita Knight —dijo él, y Alex vio a Tamara Knight, la eficiente secretaria
personal que había conocido en el Hotel Waterfront. Estaba vestida elegantemente con
una chaqueta y una camisa, incluso aunque estaba en un encuentro de fútbol. Alex se dio
cuenta de que estaba usando aretes negros y rojos: al menos ella no había olvidado
completamente los colores de su equipo.
—Buenas‖tardes,‖Sr.‖Drevin,‖Alex…‖—asintió a ambos—. El almuerzo será servido en el
tercer piso. Tengo sus entradas —les dio dos entradas marcadas como ACCESO TOTAL +
T.
—¿Qué es la T? —preguntó Alex.
—Presumo que significa que pueden ir a través del túnel —explicó Tamara. Sonaba
desinteresada—. En realidad pueden ir a donde quieran, excepto al campo —se volvió
hacia el Sr. Drevin—. Buena suerte esta tarde —dijo.
—Gracias, Señorita Knight.
Entraron en lo que podía haber sido el vestíbulo de un club muy elegante, con un
escritorio de madera oscura y un amplio corredor con dos elevadores de gran tamaño. Un
guardia de seguridad uniformado y una recepcionista los miró mientras Tamara llamaba
al elevador. Viajaron en silencio hasta el tercer piso.
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Alex se dio cuenta de que estaba entrando en terreno sagrado. Aquí era donde los
directores, presidentes y patrocinadores venían. Normalmente a él no se le habría
permitido acercarse.
Sin embargo, todavía se sentía disgusto. Drevin podría haber olvidado la carrera de go-
carts, pero no lo había hecho. Le parecía a Alex que cuanto más conocía sobre él, menos
atractivo se volvía. Un hombre absolutamente maravilloso. Así era como Crawley lo había
descrito. Bueno, el MI6 había dicho lo mismo sobre Damian Cray. Alex sabía que Drevin
era un mal perdedor, y que tenía sentimientos oscuros sobre el encuentro que no podía
quitarse de encima.
—¿Qué te está pareciendo tu estadía con el Señor Drevin? —preguntó Tamara.
—Está bien.
—Espero que te estés manteniendo lejos de los problemas.
¿Estaba ella tratando de decirle algo? Alex examinó los atractivos ojos azules, pero no
había nada en ellos.
Las puertas del elevador se abrieron y ellos caminaron dentro de un corredor con paneles
de madera oscuros y en un comedor con un buffet a un lado. Los meseros circulaban
alrededor con champaña. A diferencia del resto del complejo, la habitación estaba pasada
de moda, con una serie de ornamentadas ventanas de cristal ahumado. Las dos
televisiones de pantalla ancha montadas en los muros, podrían pertenecer al siglo
diecinueve.
Drevin aceptó una copa de champaña y se sentó en una de las mesas donde había cerca de
doce personas, incluyendo al presidente del Stratford East y a un par de esposas de los
futbolistas, quienes ya estaban sentadas. Había cerca de cincuenta personas en la
habitación.
Alex reconoció a un par de actores de televisión platicando con el presidente del Chelsea,
quien (a diferencia de Drevin) lucía completamente tranquilo. Una mesera le dio a Alex
un vaso de limonada y él sorbió en silencio.
Se encontró a sí mismo al lado de Tamara Knight. —¿Eres una fan del fútbol? —preguntó
él.
—No —Lucía aburrida—. Nunca he realmente entendido la obsesión de los británicos con
el fútbol. Por supuesto, quiero que gane el Señor Drevin. Pero por otro lado, no me
importa.
Alex se encontró a sí mismo irritado. Tamara parecía una modelo o una actriz. Pero estaba
determinada a actuar como una mujer de negocios de sangre fría. —¿Cómo fue que
terminaste trabajando para el Señor Drevin? —preguntó.
—Oh, una agencia me recomendó.
—¿Y lo disfrutas?
—Por supuesto. El Señor Drevin es un hombre muy interesante. —Ella no estaba
dispuesta a decir nada más y parecía aliviada cuando la puerta se abrió de repente, y una
mujer joven entró caminando. Alex tomó nota del cabello rubio, el bronceado permanente,
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el collar de diamantes y la perfecta dentadura. La reconoció al instante. Su rostro estaba
raramente ausente de los tabloides o de la pantalla de televisión.
Su nombre era Cayenne James y había sido una vez modelo y actriz. Entonces se había
casado con Adam Wright, uno de los más famosos delanteros y miembro del equipo de
Inglaterra. Wright se había apropiado de los titulares cuando Drevin había pagado
veinticuatro millones de libras para comprárselo al Manchester United; ahora era el
capitán del Stratford East. Alex no estaba sorprendido de que su esposa hubiera venido
para verlo jugar.
Él la observó mientras ella iba hacia Drevin y besaba el aire próximo a sus mejillas, luego
se sentó y pidió champaña. La conversación en la habitación se había detenido cuando
ella entró y Alex era capaz de oír su primer intercambio.
—¿Cómo estás, Niki? —Ella tenía una alta voz de colegiala—. Perdón, he llegado tarde.
Acabo de hacer estallar Harrods mientras estaba de camino.
—¿Estaba tu esposo contigo?
—¡No, no te preocupes! —Ella se rió—. Adam ha estado concentrándose en el gran juego.
Nunca me acompaña de compras cuando hay un juego en camino…
Más comida fue servida. Alex se sentía increíblemente fuera de lugar. Lamentaba que
Paul no hubiera podido venir. Eran las dos y media. Él deseaba que el juego comenzara.
Media hora más tarde lo hizo. Las ventanas de vidrio y las puertas se abrieron y todo el
mundo salió. Alex fue con ellos, emergiendo en un stand con cerca de cien asientos, uno
muy alto, exactamente opuesto al túnel. Y en ese momento fue capaz de olvidarse de
Drevin, Neverglade, los go-carts y el resto de ello. La magia del estadio, momentos antes
de que se pateara el balón, lo abrumó.
El Stamford Bridge tenía lugares para más de cuarenta y dos mil espectadores y hoy, en la
brillante luz de la tarde, todos los asientos estaban llenos. La música golpeaba fuera de las
bocinas, luchando con los fans, quienes ya estaban de buen humor. Alex observó como un
mexicano comenzaba la ola en un enorme círculo enfrente de él. Él había estado sentado
en el asiento A10, perfectamente situado entre las dos porterías. No había policías a la
vista. El Chelsea tenía su propio ejército pero no parecía que nadie estuviera de humor
para los problemas.
Hubo un rugido y los dos equipos emergieron, formando dos líneas, cada uno de ellos
acompañado por un niño pequeño. El árbitro y los dos asistentes se unieron a ellos.
—Estarás a mi lado —anunció Tamara.
Alex se sentó. Estaba determinado a disfrutar la siguiente hora y media.
Pero era obvio, casi desde antes de que el balón fuera puesto en marcha, que este iba a ser
un juego rudo y no uno amistoso. Después de sólo diez minutos, uno de los jugadores del
Chelsea estaba en el suelo por una fea tacleada que inmediatamente le dio al Stratford
East una tarjeta amarilla. Era la primera de muchas. El Chelsea dominó la primera mitad,
y de no ser por el trabajo duro del portero del Stratford pronto habría tomado la
delantera. Luego, media hora después, el extremo derecho tomó el balón y lo envió en un
centro perfecto al área de penaltis, un segundo después se había dirigido a la portería. La
multitud rugió, los altavoces sonaban. Uno a cero para el conjunto local, y sólo cinco
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minutos después el capitán del Chelsea batió a dos defensas y lanzó el balón al fondo de
la red.
Stratford East se fue al descanso con dos goles en contra.
Había más tragos servidos en el comedor durante el medio tiempo, pero Alex tuvo
cuidado de evitar a Nikolei Drevin. Recordaba cómo había estado de molesto al final de
su carrera. Esto era mil veces más humillante. El juego estaba siendo televisado en todo el
país. Drevin había gastado una fortuna considerable construyendo su equipo. Y el hecho
de que estaba siendo derrotado por el Chelsea (propiedad de otro ruso) lo hacía todo
peor.
Cayenne James no ayudó. —Olvídalo, Niki —dijo ella en su voz tonta y muy ruidosa—.
No está terminado todavía. Estoy segura de que Adam estará hablando con los chicos en
los vestidores.
—Sería genial si tu esposo tocara el balón —replicó Drevin. Tenía una copa de champaña,
pero estaba sosteniéndola como si fuera veneno.
—Parece un poco cansado hoy. Tal vez esté guardando su fuerza para la segunda mitad.
En realidad, Adam Wright era apenas visible cuando el juego regresó, y Alex se preguntó
por qué el entrenador no lo sacaba. Él estaba jugando en el mediocampo pero nunca
pareció acercarse al balón, y cuando tomó posesión de él no creó ni una sola oportunidad.
Alex sabía que el capitán del Stratford East había tenido mala publicidad con la prensa.
Nunca debió haber salido del Manchester United. Pasaba más tiempo modelando ropa y
promocionando cremas de afeitar que jugando fútbol. Sus últimas actuaciones para
Inglaterra habían sido lamentables. La mitad del país estaba en su contra y quizá ahora
eso estaba afectando su juego.
El próximo gol, cuando vino, fue más casualidad que otra cosa. Hubo un enfrentamiento
desordenado enfrente de la portería del Chelsea y por un momento la pelota fue invisible.
Entonces un jugador del Stratford East la empujó con su pie. La pelota rebotó en el muslo
de otro jugador y navegó pulgadas lejos de los dedos extendidos del portero del Chelsea.
No fue bonito, pero hizo que el marcador estuviera dos a uno con quince minutos por
jugar.
Después de eso, el Chelsea raramente perdió el control del balón y Alex se encontró
deseando que mantuvieran su ventaja hasta el pitido final. Sabía que no era agradecido
por su parte; estaba aquí como invitado de Drevin. Pero el Chelsea era el mejor equipo y
él‖ había‖ sido‖ un‖ “azul”‖ toda‖ su‖ vida.‖Mantuvo‖ sus‖ emociones‖ para‖ sí‖mismo,‖ aunque‖
resistiendo la tentación de unirse a los fans que apoyaban a su equipo.
Tiempo completo. Parecía que el Chelsea tenía el triunfo en la bolsa. Pero entonces, de
ninguna parte, tres minutos dentro del tiempo de reposición vino una oportunidad para
igualarse: una falta dentro del área de penalti del Chelsea. Uno de los jugadores del
Stratford cayó, agarrando su pierna en agonía y a pesar de que Alex sospechaba que
estaba fingiendo, el árbitro le creyó. Hubo un estallido de silbato. Otra tarjeta amarilla. El
rugido de incredulidad de la multitud. Pero Stratford East había conseguido el penalti.
Tendría que ser el último disparo del juego.
Adam Wright se adelantó para cobrarlo.
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No podía fallar. Había cobrado penaltis para Inglaterra incontables veces. Alex lo había
observado cobrarlos brillantemente contra Portugal en la pasada Copa de Europa,
disparando la pelota dentro de la red con una facilidad asombrosa. Seguramente haría lo
mismo ahora.
Un peculiar silencio había descendido sobre el estadio. Después de hacer mucho ruido,
era sorprendente que más de cuarenta y dos mil personas pudieran quedarse tan
tranquilas. Alex miró a Drevin sentado a cuatro asientos de distancia. El cuerpo entero del
hombre estaba tenso pero tenía algo cercano a una sonrisa en su rostro. Él sabía que no
había forma de que Stratford East pudiera ganar este juego. Pero un empate sería
suficiente. No había humillación en un empate.
Adam Wright puso la pelota en la línea de penalti.
Los otros jugadores del Stratford East se alinearon detrás de él. El portero del Chelsea
estaba en cuclillas, frotándose las manos. El momento parecía estirarse una eternidad. La
multitud contuvo su aliento colectivo.
Adam Wright pasó sus manos por su cabello. No había pasado mucho de esta temporada
con sus luces rubias. El árbitro hizo sonar su silbato. Hubo un solo, cortó disparo. Wright
corrió hacia adelante casi perezosamente y pateó.
Alex observó con incredulidad.
Algo había ido terriblemente mal. El portero se había equivocado y se había tirado a la
izquierda, pero el balón no había ido cerca de la portería. Una porción de hierba y lodo
navegó en una dirección mientras la pelota se elevaba en otra, pasando por lo menos un
metro encima del arco. Adam Wright se dio cuenta de lo que había pasado e, incluso en la
distancia, Alex pensó que podía ver el shock en sus ojos. Entonces, lentamente, todos
parecieron descongelarse. El portero se levantó, golpeando el aire con ambos puños. Los
otros jugadores del Stratford East se quedaron de pie donde estaban, atónitos. Los fans
del Chelsea rugieron de alegría; los visitantes se sentaron en paralizado silencio.
¿Y Drevin? Se había vuelto pálido. Sus manos se apretaron; sus ojos estaban vacíos.
A pocos asientos de él, Cayenne James rió nerviosamente. —¡Oh, querido! —chilló.
Drevin se volvió para mirarla y Alex pudo ver que él trataba de no mostrar el disgusto en
su rostro.
Y eso fue todo. El árbitro ni siquiera se molestó repitiendo el tiro. Sopló el silbato y los dos
equipos se reunieron, estrechando sus manos e intercambiando camisetas. Más música
golpeó las pantallas brillando con el resultado final. 2-1 Chelsea. Los guardias
reaparecieron y la multitud comenzó a abandonar el estadio.
Drevin de pronto estaba demasiado solo. Cuando Alex miró, él hundió una mano en el
bolsillo de su pantalón y sacó un celular. Presionó el botón de marcación automática y
habló brevemente. Alex tuvo la sensación de que estaba hablando en ruso, pero aunque
hubiera estado hablando en inglés, no habría sido capaz de oírlo por encima del bullicio
general. El rostro de Drevin no tenía color. Lo que sea que estuviera diciendo, Alex
dudaba que estuviera enviando un mensaje de felicitación a su equipo.
Drevin dejó el celular y se levantó. Pareció ver a Alex por primera vez.
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—Lo siento —murmuró Alex. No sabía qué decir.
—Habrá otros juegos. —La voz de Drevin era grave—. Si no te importa, Alex, le pediré a
la Señorita Knight que te acompañe a casa. El chofer está esperando afuera. Tengo
algunos negocios que atender.
Tamara asintió. —Como usted diga, Señor Drevin.
Drevin regresó al comedor. Alex dio una última mirada al estadio, al gran rectángulo de
brillante césped verde, a los espectadores saliendo. Sabía que era poco probable que
obtuviera esta vista del Stamford Bridge otra vez.
Algo captó su atención.
El sol brillando sobre alguien. Alguien de la multitud.
No. Era imposible.
Alex miró de nuevo, a continuación se apresuró escaleras abajo hacia el borde de la
terraza y miró más detenidamente, buscando con los ojos en la multitud. Sabía lo que
había visto. Aunque esperaba estar equivocado.
No lo estaba.
Diente de Plata estaba de pie en el borde del terreno de juego. Alex lo miró, sorprendido.
El hombre que había noqueado con el desfibrilador y que había estado con Fuerza Tres
cuando había sido interrogado estaba ahí ¡en la multitud! Había estado viendo el partido
como si fuera lo que hiciera el sábado por la tarde cuando no estaba secuestrando gente.
Alex vio como deslizó algo en el bolsillo de su chaqueta y se movió lentamente hacia la
tribuna sur.
Tamara Knight lo llamó. —¿Alex?
¿Qué debía hacer? Alex no quería involucrarse más con Fuerza Tres. Él quería un día de
descanso, de recuperación. Pero no podía sólo dejar que el hombre se fuera.
Tomo su decisión. Se volvió y corrió pasando a Tamara. —¡Te veo en el auto! —gritó.
Y entonces se había ido, a través de las puertas del comedor, buscando el camino de
regreso hacia abajo.
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Capítulo 11
El Asesino Azul
Traducido por TheNightPrincess
Corregido por Silvery
La Fuerza Tres estaba aquí, en Stamford Bridge. Cuando Alex salió al aire libre, supo que
no habían venido a ver el partido de fútbol. Ya habían atacado a Drevin una vez, a través
de su hijo. ¿Era posible que fueran a intentarlo de nuevo, esta vez centrándose en su
equipo de fútbol?
Alex llegó al borde del terreno de juego y miró a su alrededor. La multitud iba
desapareciendo poco a poco a través de las diferentes salidas, como la arena goteando de
un cubo con fugas, pero todavía debía haber por lo menos diez mil personas en el estadio.
Ahora que estaba al nivel del suelo, se preguntó si habría alguna posibilidad de detectar
de nuevo al hombre que conocía sólo como Diente de Plata.
Arriba en las pantallas de televisión gigantes, Adam Wright fue entrevistado sobre el
penalti fallado. El capitán del Stratford East tenía un rostro juvenil, podría haber pasado
por unos diecinueve años. Parecía y sonaba como si estuviera enfadado.
—... así que no sé realmente lo que pasó —decía—. Pensé que el balón se movía justo
antes de chutarlo. El suelo estaba un poco blando alrededor del punto de penalti. No sé.
Es una de esas cosas, supongo. Siempre hay una próxima vez...
Alex desvió la mirada de la imagen y fue entonces cuando lo vio. Diente de Plata llevaba
una chaqueta de color naranja de Gore-Tex. Tal vez pensó que iba a llover. Había una
gran brecha entre las gradas y el campo, y Alex vio a Diente de Plata separarse de la
multitud. Estaba caminando a propósito alrededor del frente de la tribuna Sur, no hacia
cualquiera de las salidas. Alex fue capaz de analizarle correctamente por primera vez.
Tenía unos veinte años. No era inglés. Sus ojos eran de Oriente Medio. Tenía el pelo largo
y sucio. No sólo sus dientes necesitaban atención. Alex lo siguió por detrás de la portería
y hacía el túnel de los jugadores. ¿Qué estaba haciendo ese hombre aquí? Le dio la vuelta
a la cuestión una y otra vez en su mente.
Diente de Plata alcanzó el túnel y desapareció de la vista. Alex apretó el paso, agradecido
por el pase de seguridad alrededor de su cuello. Un par de delegados le miraron mientras
pasaba pero ninguno de ellos trató de detenerlo. Se le ocurrió que Diente de Plata también
debía tener un pase. Si es así, ¿cómo lo había conseguido? ¿O simplemente lo ignoraron?
Llegó al túnel, que estaba rodeado por un mar de asientos vacíos de color azul con la sala
de prensa justo por encima. Nueve pasos conducían a una puerta de metal antiguo y
alambre. En circunstancias normales, Alex habría dado cualquier cosa por estar aquí.
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Había visto a su equipo salir infinidad de veces justo por donde estaba él de pie. Podía
imaginar los miles de espectadores, oír los cantos y las palmas hinchándose en un rugido
de entusiasmo mientras los jugadores aparecían. Esto era realmente la boca del león. Pero
no podía sentir ninguna emoción. A pesar de todas sus resoluciones, Alex sabía que
estaba en problemas una vez más. Los problemas, al parecer, simplemente no lo dejaban
ir.
Alex entró en una zona moderna, sorprendentemente vacía con un techo tan bajo que era
opresivo, y baldosas de color gris en el suelo. No había ni rastro de Diente de Plata. Había
un par de relucientes bandejas de plata y un banco donde los jugadores lesionados podían
recibir fisioterapia inmediata. El aire era frío y estéril, reciclado sin cesar por un potente
sistema de aire acondicionado. Todo olía a nuevo, y Alex recordó que el propietario del
Chelsea había gastado cientos de miles de libras reformando el lugar. Abrió una puerta y
se encontró mirando a la sala de prensa, un espacio rectangular con una veintena de
asientos frente a una estrecha plataforma. Los periodistas ya se habían ido. Había una
habitación exterior con dos paredes cubiertas de anuncios colocados cuidadosamente y
reconoció el lugar donde Adam Wright había sido entrevistado sólo unos pocos minutos
antes.
Lo intentó con otra puerta. A medida que la entreabría, escuchó voces que venían desde el
interior. Una de ellas le era muy familiar. Aguantó la puerta entreabierta y miró dentro.
Sí. Chaqueta de Combate estaba allí. La última vez que Alex le había visto, le había estado
disparando con una pistola FP9 una sola vez, bloqueando su fuga de un edificio en
llamas. Ahora estaba de pie, de espaldas a la puerta, con las manos en las caderas. Diente
de Plata y Anteojos estaban con él. Estaban rodeando a un cuarto hombre que estaba
sentado en un banco, con una toalla envuelta alrededor de la cintura.
Era Adam Wright. Este era el vestuario del equipo visitante. Mirando a través de la
estrecha grieta (Alex no se atrevió a abrir la puerta más ampliamente) vio los bancos
acolchados azules, los armarios, la máquina expendedora llena de agua y Lucozade, las
duchas ultra-modernas y los aseos al otro lado. El techo era bajo también en este caso.
Alex casi podía sentir el peso de los asientos situados directamente sobre su cabeza.
El capitán del Stratford East era el único jugador en la sala. Los demás debían haberse ido
mientras él estaba siendo entrevistado, saliendo tan rápido como podían, después de
perder el partido. Adam Wright estaba mirando a los tres hombres elevándose sobre él.
Estaba claramente sorprendido de verlos.
—Si no les importa —dijo—, estaba a punto de darme una ducha. No solemos tener
visitas en los vestuarios de los jugadores.
—Nosotros representamos a los fans del Stratford East Club —dijo Chaqueta de
Combate—. Y tenemos algo para ti.
—Un regalo de agradecimiento — agregó Anteojos—. Eso es. Para darte las gracias por
todo lo que has hecho por el equipo.
Chaqueta de Combate sacó una caja de plástico sellada de su bolsillo y se la tendió.
Adam Wright la tomó.
—Bueno, eso es muy amable de su parte. Pero si no les importa, lo abriré más tarde.
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—Preferiríamos que lo abrieras ahora.
Alex estaba a sólo unos metros de distancia del capitán del Stratford East, que estaba
sentado frente a él. Vio cómo el jugador abría la caja y sacaba un medallón de oro con una
cadena. Era un regalo apropiado. Adam Wright llevaba más joyas que la mayoría de las
mujeres: pendientes, pulseras y un collar diferente cada día de la semana. Pero nada de
esto tenía sentido. Los tres hombres en el vestuario eran asesinos. ¿Qué estaban haciendo
ofreciendo regalos a un futbolista que había jugado sólo un juego?
—Es muy bonito —dijo el capitán del Stratford East, sosteniendo el medallón. Era
redondo y grueso, del tamaño de un mini disco. Había una figura grabada en la parte
delantera. Él mismo, llevando un balón a la red—. ¡Es genial! —exclamó—. ¿Pueden
decirle a los fans que, ya saben, lo agradezco mucho?
—¿No te lo vas a poner? — le preguntó Chaqueta de Combate.
—¡Claro! —Wright lo deslizó sobre su cabeza. El medallón se apoyaba en su pecho
musculoso—. Es bastante ligero. ¿De qué está hecho?
—Cesio —dijo Chaqueta de Combate.
Adam Wright se quedó en blanco.
—¿Es eso raro?—le preguntó.
—Oh, sí. Adquirirlo puede ser un asesinato...
Algo dio un empujón a la parte posterior del cuello de Alex. Alex dio un paso hacia atrás,
permitiendo que la puerta del vestuario se cerrase, y no oyó nada más de la conversación.
Hay algo en el toque de un arma que es inconfundible. No es sólo la frialdad del metal, es
el susurro de la muerte que viene con él. Muy lentamente, Alex se dio la vuelta. Vio el
arma en dos manos juntas, una de ellas envuelta en vendas. Sabía que el hombre que la
aguantaba se había roto por lo menos un par de dedos. Alex le recordaba de la cámara de
resonancia magnética en St. Dominic. Era bajito y fuerte. Alex le había apodado Reloj de
Acero, pero el reloj ya no estaba allí. Debió romperse cuando el hombre se estrelló contra
la máquina de MRI. Alex estaba un poco sorprendido de que no hubiera sucedido lo
mismo a su cuello.
—¡Tú! —Reloj de Acero se sorprendió al ver a Alex.
Alex levantó las manos.
—¿No creo que usted tenga la hora? —le preguntó.
Reloj de Acero hizo una mueca. Él parecía inseguro sobre qué hacer. Había estado a punto
de entrar en el vestuario, los demás miembros de la Fuerza Tres estaban esperándole. Pero
tenía una cuenta personal que saldar con Alex.
Él tomó una decisión.
—Tú y yo vamos a salir en silencio juntos —ordenó—. Voy a caminar detrás de ti. El arma
nunca estará a más distancia que unos pocos centímetros de ti. No vas a hablar, ni te
detendrás. Si intentas algo, lo que sea, te pondré una bala en la columna. ¿Lo entiendes?
—¿A dónde vamos?
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—Hay una furgoneta. Te la voy a enseñar. Ahora muévete.
Alex no tenía otra opción. Podía ver que Reloj de Acero quería decir exactamente lo que
dijo. Iba a obligarlo a salir del estadio y a convertirlo en un prisionero por segunda vez.
Alex sabía que si se metía en la camioneta, estaba muerto de todos modos. Ambos,
Chaqueta de Combate y Reloj de Acero, tenían una cuenta pendiente con él. Eran adultos.
Asesinos profesionales. Él era un niño. Pero les había golpeado dos veces. Iban a disfrutar
haciéndoselo pagar.
Reloj de Acero hizo un gesto con su arma y Alex caminó por un pasillo que se alejaba del
túnel. Se había dado cuenta de que el hombre llevaba un pase de seguridad como el suyo.
Tenía que ser falso. No había nadie alrededor, pero incluso si uno de los comisarios
hubiera aparecido, no había nada que Alex pudiera hacer. Si pidiera ayuda, Reloj de
Acero lo mataría y después correría. Todavía había cientos de personas alrededor de
Stamford Bridge, y sería fácil desaparecer en la multitud.
Brevemente Alex pensó en Adam Wright y se preguntó qué estaba pasando en el interior
del vestuario. Pero no había nada que pudiera hacer por el jugador de fútbol. Estaba más
preocupado por sí mismo.
Salieron del edificio. El soporte del este estaba detrás de ellos, las gradas inclinadas en un
ángulo del suelo. Había un muro alto delante. Alex sabía que el tren corría detrás de la
pared, que se había construido para protegerse del ruido. Al otro lado de las pistas había
un cementerio. Alex había estado allí cuando su tío, Ian Rider, fue enterrado. Tenía que
pensar. Si no hacía algo pronto, bien podría terminar uniéndose a él.
Reloj de Acero clavó la pistola en la parte baja de su espalda, haciéndole daño
deliberadamente. Había visto a un par de los policías de pie al otro lado de la puerta que
conducía a Fulham Road. Había una cola interminable de gente filtrándose lentamente
por las puertas. Los bares, restaurantes y hoteles estaban abiertos. Alex hizo una pausa.
No podía creer que fueran a caminar por el centro de todo.
Reloj de Acero sintió su vacilación.
—Vamos a empezar a caminar ahora —siseó—. Recuerda. La pistola está fuera de la vista.
Habrá un tiro y nadie sabrá de dónde vino. Estarás acostado en la cuneta y me habré ido.
Atraviesa la puerta y a través de la carretera. Te diré dónde ir después de eso.
Alex comenzó a caminar con la pared a su izquierda. Dio la vuelta a la esquina y vio las
taquillas y la tienda de suvenires, justo delante. Los fans del Stratford East parecían haber
desaparecido, llevándose su decepción con ellos. Pero los seguidores del Chelsea no
tenían prisa. Era una tarde templada y éste era un lugar para ir, encontrándose con
amigos, saboreando la victoria. Alex sabía que su situación podría empeorar con cada
paso que daba. Aquí mismo, ahora, debía haber algo que pudiera hacer. Allí estaban los
dos policías, charlando juntos, sin saber que algo estaba mal. Habría decenas más en la
calle Fulham. Pero una vez que Alex se alejase de la multitud, estaría totalmente expuesto.
Reloj de Acero había mencionado una camioneta. Alex imaginó la puerta de acero
cerrándose detrás de él. En ese momento estaría tan bien como un muerto.
Tenía que hacer algo ahora, antes de que fuera demasiado tarde. Miró por encima del
hombro. Reloj de Acero estaba siendo cuidadoso, manteniendo una distancia segura entre
ellos. El hombre tenía las manos metidas debajo de su chaqueta. Ni siquiera parecía que
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los dos estuvieran juntos, pero Alex sabía que el arma estaba apuntándole a él. Si
intentaba algo, Reloj de Acero dispararía a través de la tela. No podía hablar, no podía
girarse. Tenía que mantenerse en movimiento.
Las puertas estaban cada vez más cerca. Fulham Road estaba más allá. Uno de los policías
estaba dando instrucciones a alguien. Pero ellos no iban a ayudarle. ¿Y la gente? Delante
de él, junto a la salida, alcanzó a vislumbrar un destello de rojo y negro. Dos hinchas del
Stratford East con las camisetas del equipo. Uno de ellos era un cabeza rapada con
pequeños ojos rojos, y la cara ruborizada y con marcas de viruela. Estaba frunciendo el
ceño a los aficionados del Chelsea que salían y Alex pudo ver que le encantaría causar
problemas. Él se balanceaba sobre sus pies. Probablemente había estado bebiendo. Pero
había muchos policías alrededor. Lo único que tenía era la actitud, y él la estaba
mostrando tanto como podía.
Alex se dirigía directamente hacia él con Reloj de Acero muy cerca. Y de repente tuvo una
idea. Reloj de Acero mantenía un ojo en cada uno de sus movimientos. Pero no podía ver
su rostro. No podía ver lo que hizo con sus manos.
Pero el hincha del Stratford East sí podía.
Alex ralentizó su paso.
—Mantente en movimiento —ordenó Reloj de Acero en voz baja, fea.
Alex se quedó mirando al cabeza rapada. Una vez había leído en alguna parte que si
miras fijamente a otra persona lo suficientemente fuerte, te notará. Lo había intentado con
bastante frecuencia cuando se aburría en clase. Ahora centró toda su atención en el
hombre incluso mientras seguía caminando hacia adelante, zigzagueando a través de la
multitud.
El hombre levantó la vista. No era telepatía; no había ninguna manera real de que pudiera
evitarlo. Alex estaba a unos quince metros de distancia, acercándose a cada momento. La
gente se cruzaba por delante de ellos (padres con sus hijos, parejas, aficionados vestidos
con la franja azul del Chelsea) pero Alex los ignoró. Sus ojos taladraron al fan de Stratford
East.
El cabeza rapada se fijó en él. Sus propios ojos se estrecharon.
La mano de Alex estaba apoyada en su pecho. Con su mirada fija en el hombre, levantó
dos dedos lenta y deliberadamente, a continuación, bajó uno de ellos. Sin ser visto por
Reloj de Acero, había indicado la puntuación: dos a uno. Y él había dejado su dedo del
medio levantado ofensivamente. Alex se burló del hincha, tratando de parecer tan
agresivo como podía. El hincha le miró fijamente. Alex repitió el signo. Este era el peor
insulto que podía lanzarle al hombre sin abrir la boca.
Alex había acertado. El seguidor del Stratford East estaba borracho. Había visto a su
equipo perder con casi tanto disgusto como Drevin mismo, y el penalti fallado en los
últimos segundos le había enfurecido. ¡Y aquí estaba un pequeño chulo cabrón, un
partidario del Chelsea, burlándose de él! Bueno, al infierno con la policía. Al infierno con
la gente. Él no se iba a quedar aquí y aguantarlo. Iba a atizarle.
Avanzaba pesadamente hacia adelante. Alex sintió un chorro de emoción al ver que su
táctica había funcionado. Detrás de él, Reloj de Acero no se había dado cuenta de lo que
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pasaba. Las cosas tenían que pasar muy rápidamente; Alex necesitaba el elemento
sorpresa.
El hincha del Stratford East se detuvo frente a él, bloqueando su camino.
—¿Cuál es tu problema? —preguntó.
Alex se detuvo, no tenía otra opción, y sintió que Reloj de Acero lo golpeaba. Ya no había
ninguna distancia entre ellos.
—Te digo que ¿cuál es tu problema?
Alex no dijo nada. Había recibido instrucciones de no hablar. En su lugar, torció el rostro
en una mueca de diversión, burlándose del hombre que estaba delante de él.
Funcionó. El seguidor lo insultó y atacó con su puño derecho. Alex se agachó. El puño
pasó cerca de su cabeza y se estrelló contra la garganta de Reloj de Acero, que había
estado de pie justo detrás de él. El arma se disparó. La bala golpeó al hincha de Stratford
East en el brazo, haciéndole girar alrededor. El pánico estalló. De repente todo el mundo
estaba gritando y corriendo, consciente de que alguien había disparado, pero sin saber
quién había disparado. Los dos policías cargaron por las puertas. Detrás de ellos apareció
un tercer policía a caballo. El caballo relinchó y se puso a empujar a través de la multitud
que se dispersaba.
El hincha del Stratford East estaba sentado en el suelo, agarrándose el brazo herido. Alex
sintió pena por él, pero no podía esperar. En el instante en que el arma se disparó, se
había lanzado, zambulléndose en la multitud, zigzagueando de izquierda a derecha, con
la esperanza de que Reloj de Acero no tuviera la oportunidad de disparar de nuevo.
Lo había calculado perfectamente. Reloj de Acero no se atrevió a probar con otro disparo.
Había demasiada gente entre él y Alex. Y no podía sacar la pistola sin llamar la atención
sobre sí mismo. Había policías por todas partes. No había nada más que pudiera hacer.
Alex siguió corriendo, más allá de la tienda del Chelsea, y en dirección a la entrada donde
el coche le había dejado antes del partido. Tamara Knight estaba allí de pie. Parecía
alarmada, y Alex se preguntó si había oído el disparo. Entonces se dio cuenta que ella lo
miraba fijamente. Ella podía deducir por su cara que algo andaba mal.
—¿Alex? ¿Qué pasa? —preguntó.
—¡Consigue ayuda! —exclamó—. Llama a la policía. Lo que sea. —Él respiró hondo—.
Tienes que enviar a alguien a los vestuarios. Adam Wright. Creo que está en problemas.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—Fuerza Tres. —Era demasiado complicado de explicar. La asistente personal de Drevin
le miraba como si estuviera loco. ¿Por dónde pensaba empezar?—. Sólo confía en mí —le
rogó—. Tienes que conseguir que seguridad vaya a los vestuarios. ¡Por favor! Créeme...
Tamara le miró durante unos segundos más, resumiendo lo que él dijo. No parecía que
ella le creyera. Pero entonces asintió.
—Bueno, muy bien. Hay un mayordomo en el interior. — Se volvió y corrió de nuevo
dentro del soporte oeste.
Pero ya era demasiado tarde.
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* * * Los tres hombres habían abandonado el vestuario. Adam Wright fue por su cuenta. Tocó
el medallón nuevo que le habían dado. Tenía más de una docena de ellos, de oro y
platino. Siempre le gustaron los medallones, incluso cuando era un niño que crecía en
Essex. Pensaba que le quedaban bien.
Sin embargo, era extraño. Recibir un regalo después de un partido como este. Adam
Wright pensó en el penalti fallado mientras iba a las duchas. Por más que lo mirara, no
estaba teniendo una buena temporada. Tal vez era el momento de pensar en otra
transferencia. Tenía que ser cuidadoso. Si su juego empezaba a caer, podría perder parte
de sus contratos de publicidad y patrocinio. Y si eso sucediera, ¿cómo iba a pagar por su
próximo Ferrari?
Dejó caer su toalla. Vislumbrándose en un espejo, sonrió. Tenía un cuerpo perfecto y le
gustaba la forma en que el nuevo medallón descansaba contra su pecho. Estaba esperando
el momento de mostrárselo a Cayenne.
Encendió la ducha a tope. Agua caliente cayó hacia abajo. Entró en la ducha y el agua
golpeó su cuello y hombros. Se dio la vuelta.
Los hombres que le habían dado a Adam Wright el medallón le habían dicho que estaba
hecho de cesio. Lo que no le habían dicho era que el cesio es un metal alcalino que se
encuentra en un grupo de la tabla periódica. No se produce de forma natural. Tiene un
solo electrón en su capa externa. Y, como todos los metales alcalinos, reacciona muy
violentamente cuando se expone al agua. Al medallón se le había dado una capa de cera
para protegerlo de la atmósfera, pero la cera se estaba fundiendo en la ducha.
Adam Wright sabía que algo iba mal cuando sintió un ardor intenso. Por un momento,
pensó que el agua estaba demasiado caliente. Luego miró hacia abajo y, para su asombro,
vio una llama brillante estallando frente a él. Abrió la boca para gritar, y en ese momento
explotó el medallón de cesio. El grito murió en su garganta. Con el agua corriendo hacia
abajo, cayó de rodillas, con las manos extendidas, y por un breve instante se parecía a un
portero unos segundos después de haber dejado entrar al balón en el fondo de la red.
Luego se lanzó hacia delante y se quedó inmóvil.
Dos minutos más tarde, la puerta del vestuario se abrió de golpe y un grupo de hombres
de seguridad penetraron en él. No había nada que pudieran hacer. Adam Wright estaba
tendido en el suelo con el agua a su alrededor. El humo se elevaba por debajo de su
pecho, arrastrándose a través de sus axilas.
El capitán del Stratford East y delantero de Inglaterra había lanzado su último penalti.
Y la gente que había venido por él no había perdido.
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Capítulo 12
Fecha de Expiración
Traducido por *Nightwalker2711*
Corregido por Silvery
Al siguiente día, Alex estaba jugando al tenis de mesa con Paul Drevin. Una vez más Paul
lo estaba venciendo. La puntuación iba quince-dieciocho y era su servicio. Lanzó la bola a
la mesa, tratando de poner un poco las cosas a su favor. Paul la lanzó de vuelta. Alex fue
por el golpe y lo consiguió. La pelota pegó en la esquina de la mesa y rebotó en el palo de
Paul. Dieciséis-dieciocho. Tenía una oportunidad.
Los dos chicos estaban jugando en la habitación más extraordinaria en la que Alex había
estado. Tenía más de sesenta metros de largo y sólo seis metros de ancho, un gran tubo en
forma de cigarro con ventanas que iban en toda su extensión. Parte de la habitación estaba
alfombrada, con sillas de cuero de lujo dispuestas alrededor de una mesa de café, un
mueble bar y un televisor de pantalla plana. Luego estaba la zona de juegos: con mesa de
ping-pong, billar, PlayStation y gimnasio. Junto a ella, una pequeña pero bien equipada
cocina y, por otro lado, un área cerrada de estudio con una biblioteca, y una mesa de
conferencias donde Nikolei Drevin se encontraba trabajando.
Y todo se elevaba treinta y seis mil pies sobre el suelo.
Alex y Paul estaban camino a América, volando en el 747 privado de Drevin que había
sido adaptado a sus propias necesidades. Olvídense de estar apretados y con alimentos
cocinados en el microondas en bandejas de plástico. El interior de este avión era increíble.
Excepto por el ruido de los motores y la turbulencia ocasional, habría sido difícil para
Alex creer que estaba en el aire.
Estaba contento de estar fuera de Inglaterra.
La muerte de Adam Wright estaba en la primera página de cada periódico. También había
sido la noticia principal en todos los programas de noticias en la televisión. Esta vez, Alex
no había participado, y por eso tenía que agradecer a Tamara Knight. Sólo ella sabía que
él había visto y seguido a uno de los asesinos en Stamford Bridge, y cuando el cuerpo en
la ducha había sido descubierto, había decidido mantener esta información para sí misma.
Lo que le había dicho a Alex, había sido suficiente. Fuerza Tres ya había reclamado la
responsabilidad por el asesinato, explicando que el futbolista había sido una víctima más
en su guerra contra Drevin. ¿Qué diferencia había si Alex era arrastrado una vez más?
Tamara también iba en el avión, sentada en una de las sillas de cuero, leyendo un libro.
Alex había mirado la portada y visto el título. Estaba leyendo una historia de viajes
espaciales, obviamente, preparándose para el lanzamiento que iba a tener lugar en apenas
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tres días. Ella levantó la vista brevemente mientras él se preparaba para tomar su
siguiente servicio, luego pasó la página.
Alex perdió el saque y, dos puntos más tarde, perdió el juego. Se preguntó si ya habían
llegado a la costa de Canadá. Había pasado casi cinco horas desde que salieron de
Heathrow, y aun con todas las comodidades del 747, se dio cuenta de que estaba en un
espacio extraño, vacío, flotando en el borde del mundo entre dos zonas horarias.
—¿Tienes hambre? —preguntó Paul.
—No, gracias —respondió Alex. En el avión había un cocinero y dos azafatas, que habían
servido un desayuno de frutas frescas, café y croissants justo después de que hubieran
despegado.
—Podemos ver una película, si quieres.
—Muy bien.
Paul bajo su bate y se dejó caer en una de las sillas más cercanas.
—Es una pena que no pasemos más tiempo en Nueva York —dijo—. Realmente quería
mostrártelo. Es una excelente ciudad para pasear. Y hay buenas tiendas. Yo iba a comprar
un montón de arte.
—¿Por cuánto tiempo estaremos ahí? —preguntó Alex.
—Papá dijo que solo un día. Tiene que ver a alguna gente, e iremos directo a Bahía
Flamingo. —Paul presionó un botón en el brazo de su silla y un momento después una de
las azafatas apareció.
—¿Podemos ver una película? —preguntó.
—Por supuesto —sonrió la azafata—. Les traeré el menú. ¿Les gustaría algo de beber?
—Me gustaría una Coca-Cola. ¿Alex?
—No, estoy bien.
Alex se sentó al otro lado de Paul, evitando la vista del otro chico. Le parecía que Paul se
parecía más a su padre de lo que quizás se había percatado. A pesar de las protestas, se
había instalado perfectamente en el estilo de vida multimillonario, viajando en avión
privado, con casas alrededor del mundo y completa libertad garantizada. En ese momento
ambos deberían estar en la escuela. Alex pensó en Brookland y una gran parte de él
anhelaba estar con sus amigos, divirtiéndose y metiéndose en problemas, de vuelta al
mundo real.
Se estaba sintiendo culpable porque, aunque no le había dicho nada a Paul, ya había
tomado se decisión. Tan pronto como llegaran a Nueva York, iba a abandonar el hogar
Drevin. Sentía lastima por Paul. Poco a poco el chico parecía estar confiando en su
amistad, dándola por sentado como todo lo demás. Paul no había elegido nada eso pero
estaba atascado en ese mundo, y un día sería él quien estaría viajando alrededor del
mundo, tomando las decisiones importantes.
Pero Alex ya había tenido suficiente. Nikolei Drevin no tenía nada de lo que quería. Más
que eso, Alex se estaba poniendo cada vez más inquieto, consciente del próximo
acercamiento. Ya se había encontrado con los de Fuerza Tres dos veces. Puede que no
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fuera tan afortunado en una tercera. Lo que sea que tuvieran contra Drevin, no quería ser
parte de eso.
Y luego estaba la cuestión del mismo Drevin. Había demasiadas cosas sobre el hombre
que no cuadraban. Si estaba tan preocupado por la seguridad de Paul, ¿por qué no
colocaba algunos guardias en St. Dominic? Y, ¿era sólo coincidencia que los
secuestradores hayan llevado a Alex al edificio que Drevin, o una de las muchas
compañías de Drevin, actualmente poseía? Alex pensó en su reunión con Kaspar. El líder
de Fuerza Tres había estado a punto de cortarle uno de sus dedos, y lo hubiera hecho si
Alex no lo hubiera convencido de quien era realmente. Si Paul Drevin hubiera sido
secuestrado, lo habrían mutilado. ¿Por qué? ¿Había algún tipo de venganza privada entre
Nikolei Drevin y Kaspar que ambos hombres mantenían oculta?
Alex no confiaba en Drevin. Esa era la simple verdad. Cuando había competido con él,
Drevin había intentado matarlo. Si Alex se hubiese volcado al interior del túnel, hubiera
sido aplastado, y todo porque al ruso no le gustaba perder. Había perdido contra Chelsea,
y como resultado un hombre había muerto. ¿Era Drevin responsable por eso también?
Alex recordó verlo hablando por su móvil segundos después de que el juego haba
terminado. Y cuando Alex había visto a Diente de Plata, había estado metiendo algo en su
bolsillo. ¿Habría sido un teléfono?
¿Era posible que hubiera estado recibiendo órdenes directamente de Drevin?
Bien, lo había decidido. Tan pronto como llegaran a Nueva York, iba a llamar a Jack
Starbright, quien estaba a solo unas horas en Washington. Él sabía que estaría feliz porque
se le uniera, especialmente si ella pensaba que él estaba en peligro. Le diría a Nikolei
Drevin que tenia nostalgia por su hogar. No importaba la excusa que se inventara.
Cuando Drevin y su hijo volaran a Bahía Flamingo, estarían viajando sin él.
—¿Está todo bien, Alex?
Alex miró hacia arriba y se dio cuenta que Tamara Knight había estado examinándolo.
Todavía no la había analizado. Ella nunca había sido particularmente amigable con él y
parecía completamente devota a Nikolei Drevin. Por otra lado, por lo que él sabía, nunca
le había dicho a Drevin sobre su relación con la muerte de Adam Wright. En ese momento
ella estaba estudiándolo con recelo. Tal vez ella también estaba tratando de analizarlo.
—Estoy bien, gracias —dijo Alex.
—¿Estás esperando el almuerzo?
Alex se encogió de hombros.
—Supongo que sí.
Paul había escogido la película. Las luces en el centro de la cabina se apagaron unos
minutos después de que empezara.
Fue justo después de la una en punto, hora de Nueva York, cuando llegaron al
Aeropuerto JFK. Nikolei Drevin había salido de su estudio durante la última hora del
vuelo, dictando una carta a Tamara y charlando con Paul. Parte de la conversación fue en
ruso y Alex tuvo la sensación de que el padre y el hijo estaban hablando de él.
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El 747 llegó a la zona de espera. Mirando hacia afuera por la ventana, Alex vio una
limusina con el chofer a la espera de su encuentro. Suponía que un hombre tan rico e
influyente como Drevin no tendría que hacer cola en inmigración como todos los demás, y
tenía razón. La puerta del avión se abrió por vía electrónica y dos hombres de traje, de
aduana e inmigración, aparecieron, uno de ellos tenía un maletín de metal que contenía
un ordenador y un pasaporte con un sello antiguo.
—Buenas tardes, Señor Drevin —dijo el hombre. Era joven, bien afeitado, con cabello
corto, rubio y gafas oscuras—. Bienvenido a nueva York. —Drevin mostró su pasaporte.
El hombre lo pasó por el escáner de su ordenador sin ni siquiera mirarlo, luego selló una
de las páginas. Hizo lo mismo con Paul y Tamara. Tomó por último a Alex, miró la
fotografía y la bajó detrás de la tapa de su maletín. Por un momento quedó fuera de vista
mientras era explorada, pero luego apareció nuevamente con una cortés mirada de
asombro.
—Lo siento Señor —le dijo a Drevin—. Tenemos problemas aquí.
—¿Qué problema? —preguntó Drevin molesto.
—Este pasaporte no está actualizado. Expiró hace dos días.
—Eso no es posible. —Drevin tomó el pasaporte en sus manos. Miró la fecha de
expiración, luego a Alex—. El hombre está en lo correcto —dijo.
—No. —Alex estaba sorprendido. Era cierto que no le había echado un vistazo a su
pasaporte durante un largo tiempo, pero sólo lo había tenido por cuatro años. Había una
absurda fotografía suya de cuando tenía diez años; recordaba haber ido con Jack cuando
se la tomaron—. ¡No puede ser! —protestó.
Drevin sostuvo su pasaporte. Alex lo estudió. Era la misma foto. El terrible corte de
cabello lo avergonzó como siempre lo hacía. Estaba su firma, y el nombre y la dirección de
Ian Rider como familiar. Pero el hombre de inmigración estaba en lo correcto. Su
pasaporte había expirado el día antes de que dejara Londres.
—¿Pero cómo pudo pasar? —preguntó Alex. No podía creer que hubiera sido tan
estúpido—. ¿Por qué no lo notaron en Heathrow?
—Supongo que no lo miraron lo suficientemente cerca —dijo el americano.
—¿Qué significa eso? —preguntó Drevin. Su voz era fría.
—Bueno, Señor, de verdad lo lamento pero no podemos permitir que su invitado ingrese
en los Estados Unidos. En circunstancias normales sería enviado de vuelta a su casa, pero
supongo que podemos solucionarlo de alguna manera. ¿Por cuánto tiempo planean estar
aquí?
—Menos de veinticuatro horas —respondió Drevin—. Nos vamos mañana.
—En ese caso, podemos retener al señor Rider aquí en el aeropuerto. Será como si
estuviera en tránsito. Pueden recogerlo cuando se marchen.
—Pero el chico solo desea quedarse aquí por una noche. ¡Seguramente no puede ser una
amenaza a la seguridad Americana para que no le permitan quedarse conmigo!
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—Lo lamento mucho Señor Drevin. Es como le dije. Realmente debería estar en camino de
vuelta al Reino Unido. Le estoy diciendo las cosas como son. Pero no puedo permitir que
entre.
—No lo entiendo —dijo Alex—. Sólo lo saqué hace cuatro años. Estoy seguro. —Se estaba
sintiendo miserable. Tanto Drevin como su hijo lo miraban como si todo fuera su culpa, lo
que, suponía, era así.
—Parece que no tenemos opción en el asunto, Alex —dijo Drevin. Se volvió al oficial de
inmigración—. ¿Dónde lo retendrán?
—Tenemos habitaciones aquí en el aeropuerto, Señor. Tendrá televisión y ducha. Le
puedo asegurar que estará bien.
—Entonces parece que tendremos que recogerte mañana, Alex.
Drevin se levantó y dejo el avión. Paul y Tamara lo siguieron. La asistente no dijo nada
durante toda la discusión. Alex miró fuera de la ventada mientras entraban en la limusina.
Un momento después conducían y se encontró a sí mismo sólo con dos americanos.
—¿Tiene algún equipaje de mano? —preguntó el hombre de inmigración.
—No.
—Ok. Mi nombre es Shulsky, por cierto. Ed Shulsky. Será mejor que vengas conmigo.
Alex siguió al americano fuera hacia el asfalto, con los otros oficiales cerca de él. Había
otro auto esperándolos y Alex se subió en el asiento trasero. Shulsky tomó el asiento de
enfrente. El otro hombre se quedo atrás.
—Solo relájate. Esto no llevará mucho —dijo Shulsky.
Condujeron fuera del aeropuerto, pasando a través de una barrera doble y una puerta. Ya
lo trataban como extraño. ¿No había dicho Shulsky que iba a pasar la noche en el JFK?
Pero parecía como si se estuvieran dirigiendo a Manhattan. El conductor se unió al tráfico
de la autopista que llevaba al Puente Brooklyn y repentinamente Alex se encontró a si
mismo mirando a través del agua da la más famosa silueta del mundo. Incluso ahora, aun
en esas circunstancias, la vista no podía dejar de conmocionarlo, la magnífica arrogancia
de los rascacielos juntándose en la hacinada y caótica isla, monumento de poder y éxito
del estilo de vida americano.
Alex se inclino hacia adelante.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
—Estaremos allí pronto —respondió Shulsky.
—Pensé que había dicho que nos quedaríamos en el aeropuerto.
—Relájate, Alex. Te cuidaremos muy bien.
Alex supo que algo estaba pasando. No había nada malo con su pasaporte. Estaba seguro
de eso. Pero no había nada que pudiera hacer. Estaba encerrado en un coche al otro lado
del mundo y podría sentarse y (como dirían los americanos) disfrutar del viaje.
Miró hacia afuera por la ventana mientras cruzaban el puente y doblaban al norte,
pasando el terrible espacio vacío donde el World Trade Center estuvo una vez. Había
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visitado Nueva York un par de veces y tenia recuerdos felices de la ciudad. Ahora estaba
siendo llevado a través de Soho, en el sur de Manhattan.
El coche disminuyó la velocidad y notó una galería de arte con ventanas llenas de dibujos
animados, su nombre pintado con letras doradas sobre los vidrios. Doblaron hacia el
estacionamiento. Alex suspiró y sacudió la cabeza. Ahora sabía exactamente dónde
estaba.
En Miami se habían llamado a sí mismos Centurion International Advertising. La galería
de Nueva York se llamaba Creative Ideas Animation. Dos nombre diferentes pero las
mismas tres letras.
CIA.
El coche se acercó hasta la primera planta del garaje y se detuvo. Shulsky bajo y abrió la
puerta de Alex.
—Por aquí —anunció.
Alex lo siguió hasta una puerta de grueso metal que podría haber llevado hasta un
armario o a una sala de generadores eléctricos. Había un teclado incrustado en la pared y
Shulsky introdujo un código de siete dígitos. Hubo un zumbido y se abrió la puerta. Alex
caminó a través de un pasillo vacio con una cámara de circuito cerrado de televisión
apuntando hacia él desde arriba y hasta otra puerta al final. Se abrió mientras se acercaba.
Había una cómoda área de recepción al otro lado, y más allá de eso, las oficinas abiertas
llenas con teléfonos y ordenadores. Dos telefonistas se ubicaban detrás del escritorio
principal, y los hombres y las mujeres de traje caminaban a través de los corredores
alfombrados. Un hombre negro de cabello blanco y bigote estaba esperando para
saludarlo. Alex lo reconoció inmediatamente. Su nombre era Joe Byrne. Era el director
adjunto de operaciones en la sección de Acción Encubierta de la Agencia Central de
Inteligencia de los Estados Unidos.
—Es bueno verte de nuevo, Alex —dijo.
—No estoy tan seguro —respondió Alex. Recordó cómo su pasaporte había desaparecido
brevemente en el maletín de mano de Shulsky—. Ustedes cambiaron mi pasaporte —
dijo—. El que le mostraron a Drevin era falso. —Joe Byrne asintió.
—Ven por aquí. Déjame mostrarte mi oficina. Creo que es tiempo de que tú y yo
tengamos una pequeña conversación.
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Capítulo 13
El más Grande Criminal del Mundo
Traducido por Xhessii
Corregido por Nanis
La oficina de Dyrne era idéntica a la que había visitado Alex en Miami. Tenía los mismos
muebles ordinarios, las mismas paredes blancas, el mismo aire acondicionado encendido
en una temperatura demasiado baja. Lo único diferente era la vista. Alex se imaginó que
probablemente tenía algo similar con la más grande ciudad de Estados Unidos.
—¿Te apetece una bebida? —preguntó Byrne mientras se sentaba detrás de su escritorio.
—Un poco de agua, gracias —Había un par de botellas en el aparador. Alex la tomó.
—Es bueno verte otra vez, Alex —Byrne sonaba cansado. Se miraba como si no hubiera
dormido por una semana—. Nunca fui capaz de agradecerte por el trabajo que hiciste
para nosotros en Skeleton Key.
—Siento lo que les pasó a tus agentes.
—Tom Turner y Belinda Troy. Sí, fue muy malo. Lamenté mucho perderlos. Pero no fue
tu culpa. Hiciste un excelente trabajo —Byrne corrió sus ojos por Alex—. Te ves en buena
forma —continuó—. Lamenté mucho escuchar que fuiste herido en Londres. Le dije a tu
Jefe, Alan Blunt, que no era una buena idea que un chico estuviera involucrado en ésta
clase de trabajo. Por supuesto, nunca me escuchó. Nunca lo hace. De cierta manera, ése es
el por qué de que estés aquí.
—¿Por qué estoy aquí?
—Tenemos que alejarte de Drevin sin alertarlo del hecho de que la CIA está involucrada
—explicó Byrne—. Como dijiste, el cambió tu pasaporte, así que ahora cree que estás
atrapado por la aduana e inmigración. Eso nos da una oportunidad de hablar. De hecho,
esperaba bastante que fueras capaz de ayudarnos.
—Olvídelo, Señor Byrne —Alex sacudió su cabeza—. Ya tomé una decisión desde antes
que aterrizáramos. No quiero hacer nada con Drevin. Así que si no le molesta ponerme en
un avión para Washington, le diré adiós.
—¿Washington? —Byrne alzó una ceja—. Es gracioso que menciones eso. Me temo que no
puedes simplemente salir caminando de aquí, Alex. Aparte de todo lo demás, eres un
inmigrante ilegal, ¿lo recuerdas? —Rápidamente alzó una mano con un gesto
conciliatorio—. Sólo escúchame. Lo que tengo que decir probablemente sea de interés
genuino para ti. Y cuando haya terminado, puedes decirme lo que pienses. La verdad es,
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que ahora estás en una singular situación. Puedes ser muy útil para nosotros. Y no tienes
idea de que tan grande es la apuesta.
Alex suspiró. —¿Dónde había escuchado eso antes? —Abrió la botella de agua y se sentó
del lado opuesto del hombre de la CIA—. Bien. Continúe.
—Bueno, como seguramente te imaginas, todo esto es por Drevin —comenzó Byrne—.
Nikolei Vladimir Drevin. Por nuestra cuenta, él es el cuarto o quinto hombre vivo más
rico y, por supuesto, los británicos simplemente lo aman. Compró un equipo de fútbol; es
un gran hombre de negocios; le da dinero a la caridad. Y está Ark Angel. Gracias a él,
ustedes los británicos van a monopolizar el Mercado del turismo especial, y ése es un
premio que vale la pena tener. Pero me temo que no es tan fácil como eso. Como ves, por
los últimos dieciocho meses la CIA y el Ministerio del Estado ha estado investigando a
Drevin, y hemos descubierto que él no es lo que parece. Estoy hablando de crimen
organizado, Alex. Y todo conduce directamente hacia él. Para ponerlo en una palabra,
creemos que es el más grande criminal del mundo.
Byrne hizo una pausa. Alex no mostró reacción alguna. Después de todo lo que había
pasado, no era tan fácil de sorprender.
—Es complicado —continuó Byrne—. Y aunque has volado hasta aquí en el palacio
celestial de Drevin, creo que estás desfasado por el horario. Así que te lo daré en líneas
generales. Para entender a Drevin, tienes que volver a la caída de la Unión Soviética a
inicios de los noventas. El Comunismo había finalizado y todo el país estaba buscando un
nuevo inicio. Pero había un problema. El nuevo Gobierno Ruso estaba en bancarrota.
Necesitaba seriamente dinero y decidió vender todos sus activos, es decir, sus centros de
manufactura de automóviles, sus plantas hidroeléctricas, sus aerolíneas y (lo más crucial
de todo) sus yacimientos petrolíferos. Los vendieron baratos, incluso por una fracción de
su valor real. No tenían opción, porque necesitaban dinero rápido y lo necesitaban tener
en sus manos. Los siguientes años un nuevo grupo de hombres de negocios aparecieron.
Estaban en el lugar correcto, a la hora correcta y vieron que ésta era una fantástica
oportunidad. Esta gente no se iba a convertir en millonarios por la noche. Mientras que
los precios de intercambio aumentaran, ellos se convertirían‖ en‖ billonarios…‖ y‖ eso‖ es‖
exactamente lo que pasó.
—Nicolei Drevin era uno de esta gente, pero él era diferente al resto. No sabemos mucho
de su pasado. Es difícil encontrar lo que pasó en Rusia durante los últimos veinte años.
Creemos que Drevin empezó en el ejército. Claramente era una figura de rango superior
en‖el‖KGB‖[Abreviación‖para:‖Komitet‖Gosudarstvennoĭ‖Bezopasnosti,‖palabras‖rusas‖que‖
significan Comité de la Seguridad del Estado]. Entonces perdimos el rastro de él hasta que
reaparece como una empresa exitosa de venta (de toda clase de cosas) de equipo de
jardinería. También es aficionado en los intercambios, principalmente de petróleo. Estaba
haciéndolo bien, bueno no tan bien, y cuando la venta del siglo inicia, él no tenía la
suficiente liquidez en dinero para cortarse el mismo un pedazo.
—Y es cuando él tiene ésta gran idea. Su trabajo con el ejército y con la KGB lo ha llevado
a tener contacto con el Hampa [Submundo del delito, conjunto de delincuentes que
cometen delitos y tienen un determinado‖lenguaje‖llamado‖jerigonza]‖Rusa…‖me‖refiero‖a‖
la mafia. Sabía todos los nombres importantes y fue con ellos por un préstamo. Como
puedes ver, era un hombre de negocios respetable. Él vio el futuro, y con su apoyo pudo
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comprar en la gran ocasión. Necesitaba como ochenta millones de dólares, suficiente para
comprar unas acciones que le dieran el control en Novgerol, una de las más grandes
compañías petroleras rusas. La mafia tuvo un encuentro con él y decidieron que les
gustaba, pero no tenían el dinero suficiente, así que le enviaron con sus amigos en Japón.
¿Has oído hablar de los Yakuza? Bueno, ellos también estuvieron interesados, y sólo para
hacer las cosas redondas, las Tríadas Chinas también se unieron a la fiesta. Entre los tres
financiaron y Drevin ya estaba adentro. De repente él era el mejor postor.
—Así que compró Novgerol. La tuvo por una canción y la gente que al final sufrió fueron
los rusos. Era su petróleo y fue más o menos robado de ellos. Dudo que Drevin no haya
podido dormir por eso. Sus intercambios doblaban y triplicaban y se multiplicaban por
cientos y fue capaz de pagar a sus amigos criminales con intereses, y fue el fin de eso. Por
supuesto, hubo gente que encontró su propio camino. Hubo protestas. La policía lanzó
una consulta. ¿Y sabes qué? Fueron asesinados. Sólo tienes que estornudar Drevin y
alguien más llamará a la puerta de tu casa con una metralleta. Te matará. Matará a tu
familia. Matará a todos los que te conozcan. Era más fácil mantenerse callado, y créeme,
después de un tiempo, eso hizo la gente.
—Así es como Drevin está con la mafia. Está con los Yakuza. Y está en las Triadas. Y por
supuesto, una vez que estas personas lo conocen, no lo dejarán solo. Y no es que a Drevin
le importe. Tiene tanto dinero como cualquiera quisiera tener; pero lo chistoso es, que
gente‖como‖él…‖siempre‖quiere‖m{s.‖Así‖que‖sigue‖trabajando‖con‖ellos.‖Se‖convierte,‖si‖lo‖
quieres ver así, como el banquero de la mitad de las organizaciones criminales del mundo.
Los Yakuza están vendiendo armas energéticas Rusas a los grupos terroristas; las Triadas
están sacando drogas de Burna y de Afganistán; la Mafia está trasladando drogas y la
prostitución por el Oeste: y Drevin brinda el flujo de dinero. Y puedo decir que alrededor
del mundo hay cientos de tratos sucios cada día y el dinero de Drevin está justo detrás de
ellos.
—Si saben mucho acerca de él, ¿por qué no lo arrestan? —preguntó Alex. Su cabeza
estaba girando. Casi había pasado una semana viviendo con éste hombre y estaba
tratando de casar la idea de lo que Byrne estaba diciendo con lo que había observado. Se
había imaginado que Drevin no era un santo; pero nunca sospechó algo como esto.
—Vamos a arrestarlo —contestó Byrne—. Te lo dije. Hemos estado investigando por más
de un año. Pero cuando estás tratando con verdaderamente grandes criminales, Alex, no
es tan fácil como tal vez piensas. Me refiero, mira a Al Capone. Es uno de los peores
gánster de Estados Unidos. Nadie sabe cuánta gente ha muerto. Pero a pesar de todo el
trabajo del FBI, al final ellos pudieron atraparlo porque estaba enredado con los
impuestos de sus ingresos. Es lo mismo con Drevin.
—Él‖es‖inteligente,‖cubre‖su‖espalda.‖Un‖trato‖por‖aquí,‖un‖trato‖por‖all{…‖no‖deja‖rastros.‖
Tenemos rumores y pistas de que está involucrado, pero es como tratar de construir un
castillo de granos individuales de arena. Los testigos tienen miedo de hablar. Cualquiera
que quiera seguir es asesinado. Incluso así, despacio pero seguro, hemos construido un
caso con razones fundadas en contra de él. El Ministerio del Estado ha coleccionado más
de doscientos documentos. Hay transcripciones, cintas, vídeos, fotografías. Hay cerca de
un equipo de treinta personas trabajando alrededor del reloj por meses; todavía lo están.
Y todos ellos necesitan estar protegidos. Desde el principio, hemos tenido miedo de que
Drevin quiera atraparlos. Tal vez mande gente a destruir la evidencia. Mercenarios.
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Terroristas suicidas. No podemos subestimarlo. Así que lo hemos puesto en un lugar
seguro.
—¿Dónde?
—Ése es el por qué estoy interesado justo cuando mencionaste Washington. Las
evidencias en contra de Drevin están guardadas en el lugar probablemente más seguro de
los Estados Unidos. Dentro del Pentágono.
Byrne se levantó y tomó una botella de agua. Toda la conversación lo hacía ver más
cansado que nunca.
—Planeamos arrestar a Drevin dentro de una semana. No te tengo que decir que ésta
información es de alta confidencialidad. El verdadero problema es Ark Angel. El
Gobierno Británico ha invertido billones en la estación espacial, y cuando arrestemos a
Drevin, tal vez el proyecto colapse. Ése es el porqué debemos esperar. Tenemos que
asegurarnos que hemos amarrado todos los extremos sueltos antes de que hagamos
nuestra movida.
—Por supuesto que, la MI6 sabe lo que estamos haciendo. No había manera de evitar que
ellos se enteraran. Les mostramos la evidencia pero ellos no quieren creerla. No pueden
permitirse creerlo. Cuando Drevin caiga, va a ver un escándalo que tal vez rompa todo el
mercado financiero. Pero eso es muy malo. El hombre es un granuja, pertenece a la cárcel.
—Entonces, ¿para qué me necesitan? —preguntó Alex.
Byrne se sentó. —Porque ha pasado algo —admitió—.‖Algo‖que‖no‖podemos‖entender…‖y‖
tú te ves involucrado en medio de eso.
—Fuerza Tres.
—Exactamente. Hay un grupo de gente que se llama a sí misma los: eco-guerreros y que
han tomado pelea con Drevin, supuestamente porque exterminó unas cuantas especies de
aves de Bahía Flamenco. Pero no sabemos de dónde vienen. No sabemos quiénes son. Nos
hemos preguntado si Drevin no los está usando para crear una clase de diversión para
distraernos de nuestra investigación. Tu Sra. Jones está intentando descubrir el fondo de
todo‖esto‖en‖este‖momento…‖pero‖nos‖estamos‖quedando‖sin‖tiempo.‖Estoy‖preocupado‖
de que Drevin vaya a llamar alguna clase de truco en los siguientes siete días y que se
resbale de nuestros dedos. Tal vez va a desaparecer. Podría irse a Sudamérica, o a algunas
partes de Australia en donde nunca lo encontraríamos. A un hombre con sus conexiones
no le sería difícil conseguirse una nueva identidad. Necesitamos saber si está planeando
irse y, si lo hace, a dónde va a ir. Aquí es donde tú entras.
—Tengo a un agente dentro de su organización, pero no es suficiente. Drevin es muy
cuidadoso. No deja escapar nada. Pero tú eres diferente. Estás en medio de la familia. Eres
amigo de Paul Drevin. Y lo mejor es, que no saben nada de ti. Estás por encima de las
sospechas. Ciertamente, no saben de tu conexión con nosotros.
—Mañana te van a llevar con ellos a Bahía Flamenco. Es como empezar de nuevo Skeleton
Key. No podemos meter a nadie ahí. Tiene una base de cohetes en el sur de la isla y todo
el lugar está protegido por su propia fuerza privada de seguridad. Ni siquiera es suelo
Estadounidense. La isla está a diez millas de la costa de Barbados y sucede que le
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pertenece a los británicos. Drevin la arrendó de tu gobierno cuando construyó su propio
centro espacial ahí. Así que no podemos meternos.
—Todo lo que te pido es que sigas ahí por una semana más y que nos reportes lo que ves.
Por‖lo‖que‖a‖ti‖concierne‖sólo‖ser{n‖unas‖vacaciones.‖Eres‖el‖invitado‖de‖Drevin…
—Era el invitado de Drevin —Lo cortó Alex—. Te lo dije. Me voy.
—¿Por qué?
Alex se encogió de hombros. —Lo‖ que‖ me‖ contaste‖ de‖ él…‖ de‖ todas‖ maneras‖ no‖ me‖
agradaba. Y ahora no quiero ir a ningún lugar cercano a él.
—Pero‖no‖estar{s‖en‖peligro…
—Es lo que dijo la última vez, Señor Byrne. Y casi me mataron. Dos de sus agentes fueron
asesinados.
—Y si no nos hubieras ayudado, cientos de personas también hubieran muerto —Byrne se
miraba genuinamente desconcertado—. ¿Cuál es el problema Alex? ¿Tienes miedo? ¿Es
por lo que pasó con el francotirador?
Alex sintió una punzada de dolor en su pecho. Pasaba cada vez que alguien le recordaba
su herida de bala. Quizás siempre sucedería. —No tengo miedo —dijo—. Es sólo que no
me gusta ser usado.
—Sólo te usamos porque eres malditamente bueno —contestó Byrne—. Y esta vez no te
estoy mintiendo. No estás trabajando para la MI6 ni para nosotros. Sólo quiero que
continúes con tus vacaciones y que veas si Drevin está empacando sus maletas o si un
submarino sale a flote a mitad de la noche, y si es así que nos llames. Ya te lo dije, hay un
agente en la isla y hay un equipo de refuerzo a sólo diez millas en Barbados. Serás
vigilado todo el tiempo. Nada te va a suceder. Sólo tengo miedo de que de alguna manera
Drevin se salga del alambre. Sólo siete días más, Alex. Luego podremos hacer el arresto y
tú podrás ir a casa.
—¿Y qué pasa con Paul? —Fue hasta ahora que Alex pensó en Paul Drevin. Se preguntó si
sabría la verdad sobre su padre.
—Nada le pasará. Será vigilado. Supongo que regresará con su madre.
Alex no habló. Quería negarse pero algo lo detenía. No quería que Byrne pensara que
tenía miedo. Tal vez era así de simple.
—Una semana —prometió Byrne—. Drevin no sospechará nada. Y sólo en caso de que te
metas en problemas, tenemos a alguien que será capaz de ayudarte.
—¿Quién?
—Está esperándote afuera.
Se puso de pie y Alex lo siguió hasta afuera de la oficina y por un corredor hacia un área
de planta abierta. Había un hombre sentado en la mesa y Alex lo reconoció
instantáneamente. Hubiera sido difícil no hacerlo. El hombre estaba enormemente gordo.
Estaba calvo con un bigote negro y con una cara redonda y sonriente. Estaba usando una
camisa hawaiana de colores brillantes que no se podía ver más inapropiada entre los trajes
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oscuros de los agentes de la CIA. Alex nunca había visto tantas flores juntas en una sola
pieza.
—¡Hola, Alex! —gritó el hombre.
—Hola, Señor Smithers —contestó Alex.
—Es un placer volverte a ver. Te ves tremendamente bien, si me permites decirlo. La Sra.
Jones te envía sus mejores deseos.
—¿Sabe que estoy aquí?
—Oh sí. Hemos mantenido un ojo en ti. De hecho, fue la que me envió aquí —Smithers
bajó su voz, aún así se podía escuchar en toda la habitación—. Creímos que necesitarías
uno o dos nuevos gadgets, y aunque los estadounidenses producen unos cuantos por ellos
mismos, creemos que lideramos este campo. ¡Claro que ellos no están de acuerdo!
—Gadgets…‖—Alex miró mientras Smithers alcanzaba y subía un maletín a la mesa.
—Absolutamente. No habría diversión sin gadgets, ¿o sí? Y he venido con unas cuantas
interesantes‖ ideas.‖ Est{,‖ por‖ ejemplo…‖ —Tomó un objeto que Alex reconoció
inmediatamente. Era un inhalador, idéntico al que usaba Paul Drevin—. Ahora, supimos
que el hijo de Drevin tenía uno de éstos —explicó Smithers—. Así que si alguien reconoce
que está en tu equipaje, simplemente asumirán que es de él. Pero es sensible a las huellas
dactilares y lo he programado para tu uso personal. Cuando presiones el cilindro, enviará
una racha de gas arrollador. Efectivo en un radio de cinco metros. Alternativamente
puedes torcer el cilindro dos veces en el sentido de las agujas del reloj; y se convierte en
una granada. Explotando a los cinco segundos. Lo probé con uno de mis asistentes. Pobre
del‖viejo‖Bennett…‖debe‖salir‖del‖hospital‖en‖un‖par‖de‖meses.
Lo pasó y siguió buscando en el maletín.
—El escuchador a escondidas —continuó—. Parte de tu misión es escuchar cualquier cosa
interesante que el Señor Drevin esté diciendo, y para eso necesitas esto —Sacó una
delgada caja blanca con un juego de audífonos. Alex lo levantó. Era un iPod. Por lo
menos, se veía como uno—. Éste utiliza la tecnología de las microondas —explicó
Smithers—. Presiona la pantalla a cualquiera hasta cincuenta metros de distancia y
escucha por los audífonos. Escucharás cada palabra que dicen. También lo puedes usar
para contactar a la CIA. Gira la rueda de clic tres veces en sentido contrario del reloj y
habla a través de él. Por cierto, tengo otra versión, empacada con suficiente plástico
explosivo para volar un edificio, pero el Señor Blunt dijo que no lo necesitarías. En
verdad, una pena. Lo llamaba el i-x-Plod…
—Una última cosa. Bahía Flamenco es una isla tropical con un montón de insectos
espeluznantes.‖Así‖que‖tal‖vez‖esto‖ayude…‖—Una vez más buscó en el maletín y esta vez
sacó una botella de cristal marcada con: STINGO «Loción para los mosquitos fuertes de la
selva».
—Repelente para mosquitos —dijo Alex.
—Absolutamente no —contestó Smithers—. Esta es una fórmula muy poderosa y de
hecho hace exactamente lo contrario. Atrae mosquitos. De hecho, una vez que abras la
botella, atraerá a cada insecto de la isla. Tal vez le encuentres un uso útil si necesitas
diversión —Cerró el maletín y se puso de pie—. Me voy a Santa Lucía —anunció—. Unas
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pequeñas vacaciones (que me darán una oportunidad de probar mi repelente de tiburones
para los bañistas y los nadadores). Así que no estaré demasiado lejos si me necesitas,
aunque estoy seguro que no lo harás. ¡Chin - chin!
Smithers caminó por el otro corredor. Alex se quedó con Joe Byrne.
—¿Lo harás? —preguntó Byrne.
Alex miró a los tres gadgets que estaban sobre la mesa. —Parece que todos han tomado la
decisión por mí.
—Eso es genial, Alex. Gracias —Byrne le hizo gestos al hombre de pelo rubio que trajo a
Alex del aeropuerto para que se acercara—. Ya conoces al Agente Especial Shulsky —dijo.
—Llámame Ed —dijo el Agente. Sin gafas oscuras y la actitud intimidatoria, se veía
mucho más agradable. Alex pensó que todavía estaba en los veintes; se veía como si
todavía no se había graduado de la Universidad.
—El Agente Shulsky encabeza la operación encubierta —explicó Byrne—. Él y una docena
de personas están de base en Barbados. Por cierto, ahí es donde aterrizarás. Bahía
Flamenco no cuenta con su propio aeropuerto. En el momento en que llames, ellos
vendrán corriendo.
Shulsky sonrió. —Es un verdadero placer trabajar contigo, Alex —dijo—. Nos mostraron
tu expediente. Tengo que decir, es más que impresionante.
—¿Hay algo más que quieras saber? —preguntó Byrne.
—Sí. Sólo una cosa —dijo Alex—. Todo esto sucedió porque pasó que estuviera en la
habitación contigua a la de Paul Drevin en el Hospital St. Dominic. Pero no hubo
coincidencia, ¿o sí? El Señor Blunt me puso ahí porque esperaba que conociera a Paul y
me volviera su amigo.
Byrne dudó. —No puedo contestarte eso certeramente, Alex —dijo—. Pero diré esto: Alan
Blunt tiene la habilidad de que las cosas salgan a su manera.
Así que era verdad. Alex pudo haber tomado cualquier hospital en Londres. Pero
inclusive cuando estaba tirado y sangraba por tener una bala en su pecho, el jefe del MI6
seguía planeando, como un ingeniero en su siguiente asignación. Iba más allá de su
entendimiento. No. Donde Blunt se preocupaba, era porque esperaba algo.
—Shulsky te llevará de regreso al aeropuerto –agregó Byrne—. Te ordenaremos un
pasaporte temporal y Drevin te recogerá mañana. Buena Suerte en Bahía Flamenco.
—Sólo no esperes ninguna postal —dijo Alex.
Él y Ed Shulsku se fueron juntos. Byrne sacudió su cabeza y caminó lentamente por el
camino contrario.
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Capítulo 14
Bahía Flamenco
Traducido por masi
Corregido por Xhessii
El hidroavión Cessna 195 de seis plazas dio la vuelta a la isla casi perezosamente antes de
aterrizar. Alex, junto con Paul y su padre, habían sido trasladados desde Nueva York
hasta el Aeropuerto Internacional Grantley Adams, en la esquina sudeste de Barbados. De
allí habían hecho en coche unos cuantos kilómetros por la costa de Ragged Point, donde el
hidroavión había estado esperando para hacer un vuelo final de dieciséis kilómetros a la
isla privada de Drevin.
Alex podía ver ahora, con su rostro presionado contra la ventana con la hélice individual
zumbando ruidosamente y el ala de estribor extendiéndose por encima de su cabeza.
Desde el aire, Bahía Flamenco parecía ridículamente hermosa como todas las islas del
Caribe, los colores casi demasiado intensos para ser ciertos. Allí estaba el azul
deslumbrante del mar, las inmaculadas playas de arena blanca, el verde intenso y
elemental de los pinos y la selva. El clima no podía haber sido más perfecto para el
próximo lanzamiento. Cuando el avión se arqueó por segunda vez, inclinándose hacia la
extensión de agua que sería la pista de aterrizaje, un sol radiante brillaba a través de la
ventana.
—¡Allí está! —Paul Drevin se inclinó sobre Alex y señaló—. ¡Puedes ver el sitio de
lanzamiento! —exclamó.
La isla estaba era de unos 3 kilómetros de largo y tenía la forma de un pez saltando. Los
pórticos de los cohetes estaban colocados donde el ojo debería haber estado. Había dos de
ellos, justo al lado del mar, con cerca de una docena de edificios de ladrillo, muchos de
ellas coronados con antenas parabólicas, alejados sobre unos cuatrocientos metros. El
suelo en esta zona era bastante árido, toda la vegetación estaba quemada,
presumiblemente por los gases de un cohete al ser lanzado. Alex recordó lo que Kaspar le
había dicho cuando él había sido un prisionero de Fuerza Tres. Cuatro especies de aves se
habían extinguido en la isla. Estaba sorprendido de que no hubieran sido más.
Si la cabeza del pez estaba desnuda, el resto de ello estaba cubierto con una densa selva
tropical separada por un estrecho sendero que recorría la isla por completo. La pista
llevaba a una alta valla que se extendía de norte a sur, con un puesto de control y una
serie de cabañas de madera cerca. Esta era la única forma en el lugar de lanzamiento.
Había torres de vigilancia en toda la isla, asegurándose de que nadie pudiera acercarse sin
ser visto por el mar.
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La casa de Drevin había sido construida sobre lo que Alex consideraba como la cola del
pez. Era una sencilla estructura blanca, e incluso desde esta distancia podía ver que era
ultra moderna con ventanas de cristal gigantes mostrando vistas panorámicas del mar. El
vientre del pez arco era una playa larga con palmeras inclinándose hacia el agua. Mientras
el avión aterrizaba, Alex vio un embarcadero de madera pintadas de intensos colores, tres
lanchas y un par de veleros anclados en las aguas poco profundas. No podía oír la música
de los tambores de acero o el olor del ron: pero era fácil imaginárselos.
—Abróchense los cinturones de seguridad —dijo Drevin—. Estamos a punto de aterrizar.
Drevin estaba sentado al otro lado del pasillo, vestido con una camisa color amarillo
pastel de cuello abierto. No había hablado mucho en el viaje desde Nueva York, ni
siquiera cuando había ido a buscar a Alex a la sala de embarque en el aeropuerto JFK.
Alex tenía la impresión de que Drevin lo culpaba personalmente por la confusión sobre el
pasaporte. O tal vez estaba molesto con las autoridades estadounidenses por incomodar a
uno de sus invitados. Ahora estaba sumido en sus pensamientos, moviendo su anillo. Con
la luz brillante del sol su rostro parecía más pálido que nunca.
Alex estaba agradecido por el silencio. No estaba seguro de cómo comportarse con
Drevin. Todo lo que Joe Byrne le había dicho estaba rondando por su cabeza. En el
espacio de sólo unos pocos días, Drevin había pasado de ser un multimillonario solitario
al que no le gustaba perder, a ser el mayor criminal del mundo. Estaba involucrado con la
mafia y las tríadas, que (hace sólo unos meses) habían tratado de matar a Alex. La gente
que se ponía en su camino moría. Era otro monstruo y allí estaba él, sentado solo a unos
pocos asientos de distancia.
El Cessna viró hacia abajo y aterrizó sin problemas, pulverizando agua hacia las ventanas.
Se desplazó hacia el muelle y se detuvo. Paul Drevin fue el primero en ponerse de pie,
seguido por Tamara, que había estado sentada justo detrás de Alex. Ellos hicieron su
camino hacia el calor suave de la tarde del Caribe.
Había un buggy eléctrico esperándoles, del tipo que se utiliza normalmente en los campos
de golf. Drevin ya había explicado que había muy poca gasolina en la isla, los vehículos
eléctricos eran más fáciles de mantener. Ahora que estaba de vuelta en tierra, parecía más
alegre.
—Vamos a ir a la casa primero y cambiarnos —anunció—. Alex, estoy seguro que te
gustaría ver los alrededores de la isla. Podemos hacer eso antes de la cena. Mañana estaré
ocupado con los preparativos del lanzamiento, por lo que ustedes dos tienen que
divertirse solos. Pero hay mucho para hacer. Piscina, submarinismo, vela... Bienvenido, se
podría decir, al paraíso.
Drevin les condujo una corta distancia hasta Little Point, la esquina de la isla donde estaba
la casa. El edificio era tan impresionante a su manera, como todas las propiedades de
Drevin. Era casi futurista, blanco con grandes ventanales que se replegaban en los muros,
de modo que con sólo pulsar un botón podían abrirse y cerrarse. Se había levantado
alrededor de medio metro sobre el suelo, presumiblemente para permitir que el aire
circulara. Gruesas patas de madera soportaban una plataforma rocosa que se encaraba
hacia el oeste. Alex supuso que las puestas de sol serían espectaculares. Sólo había tres
habitaciones. Tamara se quedaría en el otro lado de la isla. Alex estaba al lado de Paul. Su
habitación tenía dos camas individuales, un baño y un montón de espacio.
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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~110033~~
Diez minutos más tarde, vestido con una camiseta, pantalones cortos hasta la rodilla y
unas sandalias, Alex estaba de vuelta en el buggy junto a Paul. Era temprano en la tarde y
el sol era todavía fuerte. Drevin los llevó a lo largo de la pista. A pesar de que la isla no
podía haber tenido más de un kilómetro de ancho, el mar había desaparecido de la vista,
perdido detrás de una pantalla aparentemente impenetrable de vegetación. Aquí el
ambiente era húmedo y denso, y Alex podía escuchar miles de insectos zumbando entre
las hojas.
Pasaron junto a las cabañas que Alex había visto desde el aire, e inmediatamente después
llegaron a una entrada eléctrica con un puesto de control y tres guardias patrullando.
Eran los primeros guardias que Alex había visto. Iban vestidos con monos de color gris
pálido con un logotipo: un par de alas y un rayo de luz impresos en el lado izquierdo de
su pecho. Llevaban botas de combate y portaban ametralladoras de 19 mm Mini UZI
negras. Al ver las armas atroces, Alex sintió una punzada de inquietud. Joe Byrne había
hecho parecer esta visita a Bahía Flamenco muy segura y sencilla. Él estaba allí para
asegurarse de que Drevin no huía. Nada más que eso. Pero si algo salía mal, si Drevin se
enteraba de que Alex había estado en contacto con la CIA, sería apresado. No tenía duda
de que los barcos de motor serían neutralizados por la noche. El avión ya había salido.
Barbados y el equipo de respaldo de la CIA estaban a kilómetros de distancia. Una vez
más Alex se encontraba rodeado por un ejército enemigo y, como siempre, estaba solo.
El buggy se detuvo y apareció un hombre, vestido con el uniforme gris igual que los
guardias. Era un hombre feo, dentro de la treintena de edad, con mejillas regordetas,
labios gruesos y pelo rizado de color castaño claro. Había algo en su rostro que no parecía
muy real. Su piel era pálida, como si nunca saliera al sol. Alex podía ver la barriga del
hombre presionando contra su traje de trabajo. No sólo parecía poco deportista. Parecía
enfermo.
—Buenas tardes, señor Drevin —dijo. Su voz concordaba con su apariencia. Las palabras
salieron en un susurro tenso, desagradable, como si tuviera algo en la garganta.
—Buenas tardes —Drevin se giró hacia los dos muchachos—. Esta es una de las personas
más importantes de la isla —explicó—. Su nombre es Magnus Payne y él es el jefe de
seguridad —Miró a Payne—. No has conocido a mi hijo, Paul. Y su amigo, Alex Rider.
El hombre de seguridad asintió con la cabeza a Alex. —Encantado de conocerte, Alex —
dijo, y en ese momento Alex era consciente de dos cosas. A pesar de que sabía que era
imposible, se preguntaba si había conocido a Payne antes. Y había algo más. Algo que se
sentía mal. Pero, ¿qué?
—Debo advertirles que Payne tiene el control completo sobre este lado de la isla —estaba
explicando Drevin—. Deben hacer lo que él les diga. Y por favor no traten de pasar aquí
sin su autorización.
—¿Cuál es el la razón de una barrera de seguridad? —preguntó Alex—. Esta es una isla.
Si alguien quisiera entrar, podrían simplemente nadar alrededor.
—Alambre rasurador —dijo Magnus Payne con voz áspera—. Bajo el agua. Lo podrían
intentar, pero sería muy doloroso.
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Levantó una mano y la puerta se abrió, activada desde el interior del puesto de control.
Payne se metió en el coche junto a Drevin y los cuatro siguieron hacia la zona de
lanzamiento.
Alex había visto muchas cosas maravillosas en su vida, pero la vista por delante era algo
que sabía que nunca olvidaría.
El cohete estaba justo en frente, en el borde de un área lisa, vacía, apuntando hacia el cielo
y apoyándose en dos brazos de acero que se extendían hacia el gran pórtico. Era por lo
menos de cincuenta metros de altura, esbelto y más hermoso que cualquier cosa que Alex
pudiera haber imaginado. Había visto los cohetes en los museos, había visto los
lanzamientos en la televisión. Pero esto era diferente. Estaba rodeado por un vasto cielo
azul que parecía, repentinamente, no tener fin. Y, sin embargo, asentado allí, parecía
irradiar el poder que contendrían cuatro cohetes impulsores sólidos que, muy pronto,
saldrían disparados hacia el espacio. Una veintena de personas trabajaban a su alrededor.
El cohete les empequeñecía, haciéndoles verse más pequeños.
—Nosotros lo llamamos Gabriel 7 —dijo Drevin, y no podía ocultar el entusiasmo de su
voz—. Es un cohete Atlas 2AS. Sólo puede funcionar con una carga explosiva —Señaló
hacia una forma abultada cerca de la punta del cohete—. Está cubierto con un compuesto
aerodinámico —añadió—. Tiene que sobrevivir en el ascenso a través de la atmósfera.
Pero por debajo, hay un módulo de observación de cristal y acero que pesan 1.8 toneladas.
Le llevará al Atlas sólo quince minutos llegar al espacio, y el día después de mañana
estará ahí arriba a unos 500 kilómetros por encima de nuestras cabezas. ¡El corazón del
Ark Angel!
Paul sacudió su cabeza. —¡Es realmente cool!
—¿Cool? —espetó Drevin—. ¡Desprecio esta jerga adolescente moderna! Se utiliza el
idioma del ghetto para describir lo que no puede ni siquiera comenzar a imaginar. ¿Cool?
¿Es todo lo que puedes decir?
—¿Qué pasa con el otro cohete? —preguntó Alex.
Él había visto el segundo pórtico desde el avión. Estaba más allá de la costa, a una gran
distancia del Atlas. El segundo cohete, un poco más pequeño, también parecía estar
esperando a su despegue. Más gente lo rodeaba, trabajando en los preparativos finales.
—¿Señor Payne? —Drevin giró su cabeza hacia su jefe de seguridad.
—Hemos adelantado el lanzamiento —explicó Payne en su voz ronca—. Tenemos la
intención de lanzarlo inmediatamente después del Gabriel 7.
—¿Por qué? —preguntó Alex.
—Estamos implicados en una serie de experimentos a largo plazo —dijo Drevin—.
Necesitamos saber más sobre los efectos de la ingravidez en el cuerpo humano. El
segundo es un cohete Soyuz-Fregat. Llevará un modelo del sistema humano hacia el
espacio.
—¿Qué significa eso? —preguntó Alex.
—Un simio.
—No sabía que estaba todavía permitido el uso de animales.
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Drevin se encogió de hombros. —No es lo ideal. Pero no hay otra manera.
Se dirigieron al primero de los edificios de ladrillo. Era el más grande del recinto, con tres
antenas apuntando hacia el cielo. —Este es el centro de control —les dijo Payne—. Los
otros edificios son para el almacenamiento y la construcción. También contamos con
dormitorios e instalaciones recreativas. Hay más de sesenta personas trabajando en la isla.
Entraron, pasaron a lo largo de un corredor y fueron hacia una gran habitación con
ventanas desde donde se veía el lugar de lanzamiento. Por encima de las ventanas había
una pantalla gigante.
En blanco en este momento, pero lista para transmitir imágenes del lanzamiento en sí.
Había alrededor de veinte equipos, dispuestos en dos grupos, uno frente al otro. Un
grupo estaba rotulado como COMANDO, el otro como TELEMETRÍA. En el lateral Alex
observó una mesa de conferencias, una docena de sillas y otra pantalla. Un enorme
tablero con cientos de bombillas de luz detallando información incluyendo LTST6 el
equivalente en el espacio a la hora GMT. Había menos de típico centro de control de lo
que Alex había imaginado. En muchos aspectos era como una sala de gran tamaño.
Un hombre se había levantado, cuando nosotros entramos. Era bajo pero corpulento, y
parecía chino o coreano con el pelo negro bien cuidado, un rostro bien enmarcado y un
bigote. Estaba vestido como un hombre de negocios, llevaba una elegante chaqueta y
corbata. La ropa no podía ser menos apropiada para una isla del Caribe, pero por
supuesto el clima en la sala de control tenía aire acondicionado. Alex podía sentir el aire
frío y estéril que llegaba a sus brazos y piernas desnudas.
Drevin lo presentó. —Esta es profesor Sing Joo-Chan, el director de vuelo aquí en Bahía
Flamenco. Tuvimos mucha suerte de poder contratarle desde el Centro Espacial
Khrunichev.
—¿Cómo estás? —Sing hablaba con acento Inglés cultivado. Estrechó la mano a Alex y a
Paul, pero los ojos de color marrón oscuro detrás de los cristales no mostraban ningún
interés en ellos después todo. Ellos eran niños. No tenían lugar aquí. Eso fue lo que los
ojos parecían decir.
—Aquí es donde todo sucede —continuó Drevin—. Vamos a controlar tanto el
lanzamiento como el procedimiento de acoplamiento desde aquí. Por supuesto, la mayor
parte del procedimiento está informatizado. Pero tenemos una cámara adaptada en la
proa del Gabriel 7. Al viajar a unos 500 kilómetros a la velocidad de la luz, se tarda unos
0.001 segundos el que las imágenes que se retransmitan aquí. Es un poco como manejar
un ordenador gigante, excepto cuando se presiona un botón aquí, tú estás maniobrando
alrededor de cuatro toneladas de material en el espacio ultraterrestre. No te puedes
permitir errores.
Sing sacudió su cabeza. —No habrá errores —les aseguró.
—¿Hemos obtenido los últimos informes de tiempo? —preguntó Drevin.
—Sí, señor Drevin. He revisado las tablas meteorológicas yo mismo y las condiciones son
exactamente como se predijeron.
6 Verdadera hora local solar.
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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~110066~~
—Bien —Drevin estaba satisfecho—. Nueve en punto el miércoles por la mañana. Es un
espectáculo que los chicos no olvidarán.
—¿No podemos acercarnos más? —preguntó Paul.
El Profesor Sing apartó la mirada, como si la pregunta fuera demasiado estúpido para
responderla. Alex se preguntó qué había en el hombre que no le gustaba. Tal vez era su
absoluta falta de entusiasmo. No había‖ emoción‖ en‖ su‖ rostro…‖ y‖ ninguna‖ en‖ su‖ voz.‖
¿Cómo podía estar a cargo de un proyecto tan enorme y no sentir emoción ante ello?
—Si estuvieras más cerca estarías ensordecido.
Drevin dijo: —Cuando Gabriel 7 se ponga en marcha, los niveles de vibración serán
inmensos. Destruirían sus tímpanos si estuvieran demasiado cerca. Incluso aquí
tendremos que estar completamente aislado.
—Me temo que tengo que pedir un poco de tiempo con usted, señor Drevin —
interrumpió Sing—. Tengo que hablar de las dispersiones de trayectoria del lanzamiento.
Drevin se dirigió a Alex y Paul. —Magnus les mostrará el resto de la base si hay algo más
que deseen ver. Nos encontraremos de nuevo en la cena.
—Claro —Alex trató de sonreír, pero no levantó la vista. Ya no podía confiar en sí mismo
para reunirse con la mirada de Drevin. Y había algo más que le preocupaba. Cuanto más
veía de la isla (los cohetes, la plataforma de lanzamiento, el centro espacial) sentía más
una sensación de temor. Era difícil de explicar, pero Alex estaba empezando a pensar que
Joe Byrne y la CIA habían averiguado todo mal. Drevin no se comportaba como un
hombre a punto de huir. Tenía algo más en mente. Alex estaba seguro de ello.
Quedaban menos de cuarenta y cinco horas hasta el lanzamiento. Eso debería ser todo el
tiempo que le quedaba para averiguar lo que era.
Pero después, esa tarde, Alex no fue capaz de olvidar algunas de sus preocupaciones.
Paul lo llevo hasta la playa y, como había prometido, dio a Alex su primera lección de
kite-surf.
El deporte, simplemente, combinaba el surf y el vuelo de cometas. Como dijo Paul, estás
de pie sobre una tabla y volabas una cometa y el viento hacia el resto. Por supuesto, había
más que eso. La cometa era, en realidad, un ala gigante de poliéster (de nueve metros de
diámetro) que tenía que ser inflada con una bomba. Estaba conectada a Alex por cuatro
cuerdas, las cuales estaban sujetas por un arnés de goma alrededor de su cintura. Luego
estaba la tabla, similar a una tabla de surf, pero con cuatro aletas y boquillas iguales,
haciéndola bidireccional. Y finalmente, había una barra de control, que tenía frente a él. La
mecánica era bastante simple. La barra de control era el volante, que podía subir y bajar,
girar a la izquierda y a la derecha. El resto era el equilibrio y el valor.
Alex tuvo suerte. No había mucho viento y el mar estaba bastante tranquilo. Pero aún así,
pronto sintió el poder del nuevo deporte. Comenzó en el borde del agua con Paul unos
veinte metros detrás de él, sujetando la cometa. Paul lo liberó y Alex rápidamente lo
impulsó hasta que alcanzó el cenit, directamente sobre su cabeza. Mientras estaba allí, la
cometa estaba, esencialmente, en punto muerto. Dirigiendo la tabla, Alex se metió en el
mar hasta que el agua subió hasta los tobillos. Puso un pie sobre la tabla. Luego inclinó la
cometa hacia el viento.
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Y él se disparó hacia arriba. Fue una sensación increíble. Podía sentir sus brazos
estirándose de sus articulaciones, tensando su cuerpo contra el tirón de la cometa. Antes
de darse cuenta, se estaba moviendo muy rápido, deslizándose sobre la superficie con la
espuma volando hacia sus ojos. La tabla era increíblemente flexible. Todo lo que el cuerpo
de Alex tenía que hacer era tirar de la barra de control y podía cambiar de dirección al
instante. Con el sol de la tarde cayendo sobre él y las palmeras pasado rápidamente, todas
sus preocupaciones acerca de Drevin, la CIA, Ark Angel y Fuerza Tres fueron olvidadas.
Durante las próximas dos horas estuvo feliz, finalmente disfrutando de las vacaciones que
se había prometido.
Después de que los dos muchachos se hubieran quedado agotados con la cometa, se
dejaron caer sobre la arena y observaron cómo el sol comenzaba su descenso. Todavía
hacía mucho calor. La brisa que sopla ligeramente sobre la playa, transportaba el aroma
de pinos y eucaliptos. Desde esta parte de la isla, era imposible ver la plataforma de
lanzamiento y los dos cohetes en espera. Una sola garza gris se posaba tranquilamente en
el extremo del muelle, con los ojos fijos en el agua, buscando peces. Los veleros y lanchas
se balanceaban arriba y abajo, empujadas por las olas.
Alex estaba acostado sobre su espalda, disfrutando de la calidez del sol poniente. Miró de
reojo y se dio cuenta de que Paul estaba mirando su pecho desnudo. La cicatriz dejada por
la cirugía se había curado rápidamente, pero todavía estaba muy roja.
—Te debes, realmente, haber hecho daño —dijo Paul.
—Sí —Alex era reacio a hablar de su falso accidente de bicicleta.
—Tienes un montón de otros cortes y moretones también.
Alex ni siquiera miró. Cada vez que el MI6 le había enviado a una misión, su cuerpo había
vuelto con más recuerdos. Se incorporó y tomó la camiseta. —Me muero de hambre —
dijo, cambiando de tema—. ¿Cuándo es la cena?
—Falta una hora más. Sin embargo, podemos tomar un aperitivo, si quieres.
—No. Esperaré.
Alex se puso la camisa. El sol era un disco perfecto, cortado por la mitad por el filo del
mundo. El mar se había vuelto de color rojo sangre.
—¿Te gusta este lugar? —preguntó Paul.
—Es fantástico. Realmente genial —Alex hizo su mejor esfuerzo para inyectar algo de
entusiasmo en su voz.
—Es un verdadero cambio el tener a alguien como tú aquí —Paul se quedó mirando el
horizonte como si buscara las palabras adecuadas—. Debe ser terrible no tener padres —
añadió—. Pero no sabes lo que es tener un padre como el mío. Él tiene tanto dinero, y
todo el mundo sabe quién es. Pero a veces creo que ni siquiera lo conozco.
—¿Disfrutas cuando estas con tu madre? —preguntó Alex. No quería hablar sobre Drevin.
Paul asintió con la cabeza. —Sí. Me gustaría que me dejara verla más. Y no ayuda el estar
solo todo el tiempo. A veces me pregunto qué estoy haciendo en medio de todo esto. Sería
mucho más fácil si hubiera alguien más alrededor.
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Alex se sentía cada vez más inquieto. Paul no tenía idea de que toda su vida estaba a
punto de autodestruirse y que él (Alex) había sido enviado aquí para ayudar a hacer que
eso sucediera. En menos de una semana, la CIA arrestaría a su padre. Todos los activos de
Drevin, presumiblemente, serían confiscados por el gobierno estadounidense. Drevin iría
a la cárcel.
¿Y qué pasaría con Paul? La historia estaría en la primera página de todos los periódicos
de todo el mundo. Tendría que cambiar su nombre. Tendría que comenzar todo de nuevo,
adaptándose a una vida completamente diferente. De alguna manera tendría que
acostumbrarse al hecho de que él era el hijo de un criminal despiadado. Un asesino. Pero
nada de esto era culpa de Alex. Se obligó a recordar eso. Y Paul tenía una madre que iba a
estar allí para cuidarle cuando todo esto explotara. Lo superaría.
El sol casi había desaparecido. Una gran sombra parecía extenderse por todo el mar, y
Alex observó como la garza voló, elevándose sin esfuerzo sobre las palmeras. ¿Paraíso?
Tal vez el ave sabía otro camino.
Alex se puso de pie. —Entremos —dijo.
Caminaron juntos por la playa, las olas rompiendo en la orilla, suavemente, a su lado.
* * * En el otro lado de la isla, otra conversación se llevaba a cabo.
El jefe de seguridad, Magnus Payne, se encontraba en una oficina con vistas al sitio de
lanzamiento.
Drevin estaba sentado en un sofá de cuero, leyendo el correo electrónico que Payne le
acababa de entregar.
—Alex Rider es un agente del MI6 —estaba diciendo Payne—. Él no puede estar
trabajando para ellos ahora, pero ciertamente‖ha‖trabajado‖para‖ellos‖en‖el‖pasado…‖y‖una‖
vez no, sino varias veces. Si ellos saben que está aquí, es muy posible que ya se le hayan
acercado y le hayan pedido que te espíe. He buscado en su equipaje y no encontré nada.
Pero eso no quiere decir que no esté equipado de alguna manera.
Drevin bajó el correo electrónico. —¡No es posible! —Sus dedos comenzaron a jugar con
su anillo—. ¿Un espía? ¡Tiene catorce años!
—Estoy de acuerdo, por supuesto, que no es habitual. —Los labios de Payne se torcieron
en una mueca—. Pero puedo asegurarle, señor Drevin, que mi contacto es totalmente
fiable. Después de lo sucedido en el hospital, luego en Hornchurch Towers y una tercera
vez en Stamford Bridge, sentí que el muchacho era, simplemente, demasiado bueno para
ser verdad. Había algo en él... así que hice averiguaciones —hizo un gesto hacia el correo
electrónico—. Ese es el resultado.
—¿La herida del accidente en bicicleta?
—De hecho, una herida de bala de su última misión. Eso es lo que mi contacto me dice.
Drevin se quedó en silencio. Payne podía ver su mente trabajando, girando en torno a las
posibilidades, haciendo evaluaciones. Era todo lo que había en los húmedos ojos grises.
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—Ese asunto con el pasaporte en Nueva York —dijo. Él chasqueó los dedos con ira y
maldijo brevemente en ruso—. Deben haber querido ponerse en contacto con él. Estuvo
fuera de mí vista durante casi veinticuatro horas. Podrían haberle dado instrucciones,
diciéndole qué hacer.
—¿Ellos?
—La Agencia Central de Inteligencia —Drevin pronunció las palabras con odio—. Están
junto con el MI6. El chico podría estar trabajando para cualquiera de ellas. O para ambas.
—La pregunta es, ¿qué quieres hacer con él?
—¿Qué sugieres?
—Él es peligroso. No debería estar aquí. Ahora no.
—Podríamos mandarlo lejos.
—O podríamos matarlo.
Drevin pensó un poco más de tiempo. Él apenas parecía respirar. Magnus Payne esperaba
pacientemente.
—Tienes razón —dijo Drevin de repente—. Paul no estará muy feliz con eso, pero no se
puede evitar. Lo vemos mañana, Sr. Payne.
Él se puso de pie.
—Mátalo.
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Capítulo 15
Serios Problemas
Traducido por rihano
Corregido por Nanis
Era otro día perfecto. Alex Rider estaba desayunando con Drevin y su hijo en una terraza
colocada en el borde del mar, las olas por debajo de ellos. Un sirviente, todo el personal
había sido traído de Barbados, les había servido carne fría, frutas, queso y pan recién
horneado. Había una jarra de café Blue Mountain de Jamaica, una de las mezclas más
deliciosas y caras del mundo. Este era el estilo de vida millonario, está bien. Una casa
impresionante, una isla privada, el sol del Caribe... una instantánea de otro mundo.
Drevin estaba en un estado de ánimo inusualmente bueno. Era el día antes del
lanzamiento y Alex podía sentir su emoción. —¿Qué tienen ustedes muchachos planeado
para hoy?
—¿Quieres sacar el kite7 de nuevo? —Paul le preguntó a Alex—. Podría haber un poco
más de viento.
Alex asintió con la cabeza. —Claro.
—¿Por qué no hacen algo de esquí acuático? —sugirió Drevin.
—Podríamos hacer eso también. —Paul estaba obviamente contento de que su padre
estuviera tomando interés. Le parecía a Alex que si Drevin hubiera sugerido un concurso
de castillos de arena, el otro chico habría estado de acuerdo.
Drevin se volvió a Alex. —¿Alguna vez has buceado?
—Sí. —Alex había sido un buzo calificado desde que tenía doce años.
—Entonces, ¿por qué no salir esta tarde? Tenemos todo el equipo que necesitas y puedes
visitar el Mary Belle. —Alex se quedó perplejo. Drevin continuó—. Es un antiguo barco de
transporte; fue hundido en la Segunda Guerra Mundial mientras llevaba suministros a las
bases estadounidenses en el Caribe. Ahora es un excelente sitio de buceo. Puedes nadar en
algunas de las bodegas.
7 El kite surfing o kite surf (llamado también a veces kiteboarding, o flysurfing), es un deporte de deslizamiento que
consiste en el uso de una cometa de tracción (kite, del inglés), que estira al deportista (kiter) por 4 (rara vez 2) cuerdas, dos
fijas a la barra, y las 2 ó 3 restantes pasan por el centro de la barra y se sujetan al cuerpo mediante un arnés, permitiendo
deslizarse sobre el agua mediante una tabla de esquí del tipo Wakeboard diseñado para tal efecto.
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Alex había estado buceando en barcos hundidos antes. Sabía que no había belleza más
extraña, más misteriosa, que el fantasma de un viejo barco. Se volvió hacia Paul. —
¿Quieres venir?
—No puedo —dijo Paul—. Mi asma...
—El buceo es una de las muchas cosas que Paul no es capaz de hacer —dijo Drevin—.
Pero puedo pedirle a uno de los guardias que sea tu compañero. Sería una pena no verlo.
—No dejes que te detenga, Alex —agregó Paul—. Todo el mundo dice que el Mary Belle
es increíble, y tengo un poco de tarea que se supone que debo hacer. Así que adelante.
En ese momento, Tamara Knight apareció en la terraza, vestida con una chaqueta de lino
y pantalones con un par de gafas de sol colgando de su cuello. Llevaba un abultado
archivo.
—Usted tiene cierta correspondencia importante con la que tratar, Sr. Drevin —dijo ella.
—Gracias, Señorita Knight. Estaré con usted en unos minutos. —Drevin asintió con la
cabeza a Alex—. Disfrute la inmersión —dijo, y entró en la casa.
—¿Vas a bucear? —preguntó Tamara. Parecía sorprendida.
—Sí. —Alex no estaba seguro de qué decir.
—¿Dónde?
—El Mary Bella.
—Oh, sí. —Tamara todavía no estaba sonriendo—. Sería mejor que fueras cuidadoso.
Entiendo que es muy profundo. Y espero que no veas tiburones.
Después del desayuno, Alex volvió a subir a su cuarto a buscar sus calzoncillos. Las
persianas habían sido levantadas y las ventanas estaban abiertas de par en par. Tenía una
vista espectacular de todo Little Point. Mirando hacia fuera, Alex vio a Drevin parado en
su silla, hablando en una especie de teléfono. Alex pensó por un momento, luego se
acercó a su maletín y sacó el iPod Smithers que le habían dado. Se puso los auriculares, lo
prendió, luego apuntó la pantalla en dirección de Drevin. Casi al mismo tiempo, oyó la
voz de Drevin. Era tan clara, que podría haber estado de pie junto a él.
—... para los preparativos finales. Voy a estar encima de todo, de nuevo, hoy. Quiero que
toda la programación se verifique por duplicado. —Una pausa—. El barco viene esta
noche a las once. No en Little Point. El extremo occidental de la isla, detrás del sitio de
lanzamiento. Voy a estar esperando allí...
Hubo un movimiento en la puerta. Era Paul. —¿Qué estás haciendo, Alex? —le preguntó.
Alex se quitó los auriculares. —Nada.
Paul vio el iPod. —¿Estás llevándote eso a la playa?
—No. Simplemente estoy comprobando que funciona. —Los dos se fueron juntos. Por el
resto de la mañana nadaron y bucearon y salieron con el kite. Esta vez había un poco más
de viento y Paul le enseñó a Alex algunos trucos, saltos y el handle pass8. Pero a Alex le
costaba concentrarse. Todo lo que podía pensar era en la conversación que había oído. Un
8 En kitesurf es la maniobra que consiste en pasar la barra por la espalda.
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barco iba a llegar esa noche a las once. ¿Por qué? Drevin obviamente no quería ser visto.
Ese era el por qué no estaba usando el muelle cerca de la casa. ¿Podría ser que él estuviera
planeando irse, y, en caso afirmativo, debería Alex alertar a la CIA ahora? No. Era
demasiado pronto. Mejor llegar al otro lado de la isla una vez hubiera caído la oscuridad y
ver por sí mismo. Esa era la razón por la que estaba aquí. Esto significaría deslizarse más
allá del punto de control, pero por supuesto, él no podía nadar alrededor.
Alex recordó lo que el jefe de seguridad le había dicho. Había alambre de púas oculto en
el agua. Tenía que haber otra manera.
El almuerzo fue a la una en punto: deliciosos camarones roti9 servidos con ensalada y
arroz. Luego descansaron por una hora, evitando el peor calor del sol. A las tres y media
alguien llamó a la puerta de Alex y un joven negro apareció, vestido con el mono gris del
personal de seguridad.
—¿Sr. Rider? —le preguntó.
Alex se puso de pie. —Soy Alex.
—Mi nombre es Kolo. El Sr. Drevin dijo que necesitaba un compañero de buceo.
—Eso es correcto.
—¿Es usted un buzo certificado?
—Sí.
—¡Entonces, vamos!
Paul no estaba cerca. Alex siguió a Kolo fuera y hacia abajo a un almacén de equipos
debajo de la casa. Era una habitación grande, un cruce entre un garaje y un embarcadero.
Aquí había equipos de repuesto para los diferentes barcos, unas pocas redes y, en un área
separada, tanques de buceo, chalecos, trajes de neopreno, aletas y todo lo necesario para ir
a bucear.
—El agua está tibia —dijo Kolo mientras sacaba un par de tanques—. Pero el Mary Belle
está profundo, a unos veintidós metros. Así que voy a darle un traje de medio cuerpo y
voy a revisar algunos pesos.
Media hora más tarde, Alex estaba usando un traje de neopreno de color azul brillante
que le llegaba hasta los muslos y los brazos hasta la mitad. Kolo estaba vestido de negro.
Llevando su equipo, Alex salió tambaleándose a la playa, donde un barco con un capitán
Bajan estaba esperando para llevarlos al mar.
—¡Buena suerte, Alex!
Alex se volvió para ver a Paul Drevin de pie en la terraza por encima de él, agitando la
mano. Él le devolvió el saludo, luego subió a la barca.
El viaje sólo tardó unos minutos. En ese momento, Alex se acercó a su equipo, pasando a
través de los controles habituales. Su mascarilla puesta. El BCD era nuevo. Se volvió a su
9 El roti está hecho de harina de trigo cocinada sobre una superficie plana o ligeramente cóncava de hierro denominada
tawa, se emplea siempre como acompañamiento y admite cualquier alimento dentro de él ya que a veces se enrolla, a veces
se suele tomar con ghee (mantequilla clarificada).
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suministro de aire y comprobó su calibre. Le habían dado un poco menos de 3.000 psi10.
Alex hizo un cálculo rápido. Cuanto más profundo fuera, más aire tendría que utilizar.
Pero él era un respirador ligero. A los veintidós metros, la profundidad del Mary Belle,
suponía que tendría un tiempo de fondo de por lo menos media hora.
Se dio cuenta que Kolo lo observaba mientras terminaba su preparación. Alex había
estado esperando para visitar los restos del naufragio, pero de repente se sintió incómodo.
Había estado buceando muchas veces con su tío y una vez con los amigos, y cada vez
había sido un asunto feliz, sociable. Ahora estaba en un barco con un capitán que no había
dicho una palabra y un compañero quien apenas había hablado. Dos peones llevando al
niño rico para un paseo. Por un momento, comprendió la soledad que Paul debía haber
sentido toda su vida.
El barco fue más lento y el ancla fue bajada. El capitán levantó una bandera, roja con una
franja blanca, la señalización de que había buzos en la zona. Kolo ayudó a Alex a ponerse
el equipo. Luego fue el momento para la reunión.
—El Mary Belle está justo debajo de nosotros —le dijo Kolo—. Vamos a entrar en el agua
sobre este lado y luego, si todo va bien, vamos a ir hacia abajo. El mar está hoy un poco
picado y la visibilidad no es tan buena, pero pronto verá los restos del naufragio.
Empezaremos en la popa. Usted puede ver el timón y la hélice. Luego vamos a nadar
hasta la cubierta y hacia la segunda bodega. Hay un montón de peces allí. Pez cristal,
meros, pez hacha, tal vez tenga suerte y vea un tiburón. Voy a indicar cuándo sea el
momento para volver arriba. ¿Alguna pregunta?
Alex sacudió la cabeza.
—Entonces vamos a hacerlo.
Alex puso la máscara sobre su rostro, miró el respirador por última vez, luego se sentó en
el borde de la barca con sus manos cruzadas sobre el pecho. Kolo le dio un pulgar hacia
arriba y se lanzó hacia atrás, salpicando hacia el mar. Este era un momento que siempre
disfrutaba, sintiendo sus hombros empujando a través del agua caliente, rodeado en un
capullo de burbujas de plata con la luz fracturada muy por encima. Entonces su BCD,
parcialmente inflado, lo arrastró de nuevo a la superficie. Estaba flotando en el agua, cara
a cara con Kolo. El capitán los estaba observando por la barandilla del púlpito.
—¿Todo bien? — gritó Kolo.
Alex le dio el signo universal del buzo: dedo índice y pulgar formando un 0, los otros tres
dedos apuntando hacia arriba. Todo bien.
Kolo respondió con un puño cerrado, el pulgar hacia abajo. Descenso.
Alex liberó el aire en su chaleco y dejó que su cinturón de peso lo arrastrara hacia abajo. El
agua subió por encima de su mentón, más allá de su nariz y los ojos. Suavemente
comenzó un descenso controlado, escuchando el sonido de su propia respiración
amplificada en sus oídos. Fue solo ahora que se acordó de que había sido operado hace
10 La libra-fuerza por pulgada cuadrada, más conocida como psi (del inglés pounds per square inch) es una unidad de
presión en el sistema anglosajón de unidades.
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apenas tres semanas. ¿Qué pensaría el Dr. Hayward acerca de él buceando? Bueno, al
menos no era algo que había sido prohibido.
Una ballesta, de color verde brillante con rayas amarillas y una cola de color amarillo,
pasó nadando, haciendo caso omiso de él. El agua era de un profundo azul tropical que se
hizo más oscura y más oscura mientras más descendía. Miró a su medidor de
profundidad. Once metros, doce, trece... Estaba cómodo, en pleno control. Kolo estaba a
pocos metros por encima de él con las piernas cruzadas. Grandes burbujas, cada una con
una perla de aire usado, se levantaban en grupos a la superficie.
Y de repente el Mary Belle estaba allí, apareciendo delante de él como si se proyectara
sobre una pantalla. Era siempre lo mismo bajo el agua. Objetos, incluso tan grandes como
un barco de carga hundido, parecían surgir de la nada. Alex exprimió un poco de aire en
su BCD para frenar su descenso. Comprobó que había flotabilidad neutra, luego dio una
patada hacia adelante y nadó hasta este testigo silencioso de la Segunda Guerra Mundial.
El Mary Belle estaba en la arena, inclinado hacia un lado. Estaba en dos mitades,
separadas por una zona irregular, un área rota que podía haber sido hecha por un torpedo
alemán. Tenía unos ciento treinta metros de largo, veinte metros de ancho, el barco entero
cubierto de algas y corales de colores brillantes que un día se convertiría en un arrecife
artificial extraordinario. Mientras nadaba sobre la cubierta, en dirección a la popa, Alex
miró hacia abajo a las superficies de color verde oscuro, las escaleras y barandillas
torcidas, los molinetes del ancla y el techo explotado. Pasó dos vagones de ferrocarril de
mercancía extendidos lado a lado. Parte de una locomotora estaba destrozada, a pocos
metros sobre la arena. En el otro extremo vio lo que tenía que ser un cañón antiaéreo,
ahora apuntaba sin poder hacer nada en el fondo del mar. Una vez, la cubierta había
estado llena de vida, con jóvenes infantes de marina corriendo hacia atrás y adelante, el
sistema de megafonía ladrando órdenes, el viento y el rocío de la espuma del mar
soplando en la cara. Sin embargo, el Mary Belle había sido golpeado. Había permanecido
aquí durante más de medio siglo. No había nada en el mundo más silencioso. Era la
propia definición de la muerte.
Alex se dio cuenta que Kolo le hacía señas y él nadó por debajo de la popa. Había
perturbado un banco de pargos los cuales se alejaron, zigzagueando rápidamente fuera de
la vista. La hélice estaba directamente encima de él. Cuando el barco se había partido en
dos, la popa se había volteado sobre su lado, sino habría sido enterrada en la arena. Kolo
señaló de nuevo. ¿Te encuentras bien? Alex miró su suministro de aire. Había usado 500
psi. Señaló de regreso. Bien.
Lentamente nadaron alrededor del costado de los restos del naufragio. Alex tenía los
brazos cruzados sobre el pecho, cada mano apretando el brazo contrario. Así era como
siempre se zambullía. Ayudaba a mantener el calor corporal y detenía la tentación de
tocar nada. Ellos se elevaron sobre el puente y siguieron una escalera, cada peldaño
incrustado con nueva vida, regresaron a la cubierta superior. Kolo señaló una abertura al
lado de uno de los vagones de carga que Alex había notado. Una escotilla, con una
escalera descendente. Era la entrada a la segunda bodega.
Parecía que Kolo quería que él fuera adelante. Alex sacó su linterna, y luego pateó hacia
abajo y con cautela nadó a través de la apertura, la cabeza y los hombros primero. Bucear
en barcos hundidos es totalmente seguro siempre y cuando sepas lo que estás haciendo, y
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Alex sabía que el único peligro real era conseguir sus tubos de aire atrapados o rozarlos
en un borde afilado. La solución era hacer todo muy lentamente, revisando por cualquier
obstrucción. Pero la escotilla era fácilmente lo suficientemente amplia como para él. Siguió
la escalera bajando, encendió la linterna y miró a su alrededor.
Era un espacio grande, cavernoso, que corría a todo lo ancho de la nave y cerca de unos
veinticinco metros de su longitud. Una luz verde fantasmal brotaba a través de una serie
de pequeños ojos de buey y Alex apagó la linterna, al darse cuenta de que no la
necesitaría. La luz iluminaba una matriz de objetos reconocibles al instante, incluso
después de sesenta años bajo el mar. Había un jeep, estacionado frente a una pared, un
arsenal de rifles Winchester, una fila de botas, un par de motocicletas. Se le ocurrió a Alex
que si él hubiera llevado estas a tierra, habrían estado oxidadas y feas, nada más que
basura. Pero su larga estancia bajo el agua les había dado una extraña belleza. Era como si
la naturaleza estuviera tratando de reclamarlas y mágicamente transformarlas en algo que
ellas nunca habían sido.
El sonido es también diferente bajo el agua.
Alex oyó el estruendo de metal golpeando metal, pero por un momento no estuvo seguro
de donde había venido, o incluso lo que era. Miró a derecha e izquierda, pero nada se
estaba moviendo. Luego volvió a mirar el camino por el que había venido. No había
señales de Kolo. ¿Por qué no había nadado el otro hombre hacia la bodega? Entonces Alex
se dio cuenta. La escotilla por la que había llegado había sido cerrada. Había girado
cerrándose, ese fue el sonido que había escuchado.
Se dio la vuelta y nadó de regreso a la escalera. No estaba usando guantes y tenía miedo
de cortarse, pero cuando llegó a la escotilla puso la mano en contra de esta y empujó. No
se movió.
Estaba tan bien sujeta que podría haber sido cementada en su lugar.
¿Qué demonios estaba pasando? Alex sintió los primeros indicios de malestar los cuales
podrían fácilmente convertirse en pánico. Pero sabía que la regla más importante de la
práctica del buceo era mantener la calma, y se obligó a respirar lentamente, para tomar
sólo un paso a la vez. El soporte que agarraba la escotilla debía haberse roto. Pero no
importaba. Kolo sabía que estaba aquí. Había un barco de buceo directamente sobre su
cabeza. Sólo tenía que encontrar otra salida.
Alex se alejó de la escotilla y nadó a lo largo de la bodega. Llegó a un muro de acero en el
otro lado de la camioneta, y aunque estaba ahuecado con agujeros, algunos lo
suficientemente grande para conseguir pasar un brazo, no había manera de que el resto de
su cuerpo fuera capaz de pasar. Pero había una puerta, y estaba entreabierta. Una vez está
habría permitido el acceso de la tripulación de una bodega a otra. Ahora esta era la salida
que Alex necesitaba. Nadó hasta ella y la empujó. La puerta se abrió alrededor de cinco
centímetros, pero nada más. Había sido encadenada cerrándola en el otro lado. Alex vio
algo destellar. La cadena era nueva. Fue entonces cuando realmente empezó a
preocuparse.
Una nueva cadena de una puerta vieja. Sólo podía estar allí por una razón. De alguna
manera Drevin había descubierto quién era. Alex había pensado que era tan inteligente,
escuchando con su iPod y espiando alrededor de la isla. Pero él los había dejado ponerlo
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en un barco y llevarlo hacia el mar. Él había hecho exactamente lo que querían, nadando
hacia esta trampa mortal. Y ahora habían asegurado la puerta. Ellos iban a dejarlo aquí
para que se ahogara.
La furia, negra e irresistible, se apoderó de él. Su corazón estaba tronando, no podía
respirar. Por un breve momento estuvo tentado de sacar el regulador de la boca y gritar.
Él no podía hacer nada. A merced de una sola tubería y una disminución de los
suministros de aire.
Los siguientes noventa segundos fueron posiblemente los más difíciles de la vida de Alex.
Tuvo que luchar por el control, veintidós metros bajo el nivel del mar, consciente de que
estaba muy probablemente en su tumba. De algún modo tenía que canalizar su ira lejos de
sí mismo, de vuelta a Drevin, quien había tratado con él tan despiadadamente como
cualquier otra persona que había cruzado alguna vez su camino.
Otro sonido. Una motor acelerando. Alex sintió un destello de esperanza, pero
rápidamente se cerró a éste. No era el sonido de alguien viniendo a rescatarlo. Kolo había
regresado a la superficie. Él había hecho su trabajo y ahora se estaba alejando.
Efectivamente, el ruido se desvaneció y murió de inmediato.
Alex estaba solo.
Hubo una cosa que tenía que saber, aunque temía mirar. Se agachó por su consola de
instrumentos. ¿Cuánta cantidad de aire había usado? La aguja le dijo lo peor. Le
quedaban 1.750 psi. A 500 psi, el indicador se pondría rojo. En ese momento, un resorte de
accionamiento de cierre de válvula en el interior de la válvula J del tanque se cerraría. Le
quedarían unos pocos minutos. Y entonces moriría.
Cuando estuvo seguro que estaba controlado, nadó de nuevo hacia delante. Alex sabía
que a está profundidad, no tardaría en gastar el aire que le quedaba. Pero moviéndose
demasiado rápido, usando mucha energía, sólo aceleraría el proceso. ¿Cuánto tiempo
tenía? Quince minutos como máximo. Ya sabía que su situación era desesperada, y se
obligó a ignorar los susurros oscuros en su mente. Nadie sabía que estaba aquí. No había
manera de salir. Pero aún tenía que intentarlo. Peor para la gente que Drevin había
tratado de matarlo y fallado. Él iba a encontrar una salida.
La escotilla estaba sellada. Las ventanas eran demasiado pequeñas. El piso, el techo y las
paredes eran sólidos. Solo había una única puerta que podría llevarlo a la seguridad, y
estaba encadenada. Alex miró a su alrededor, a continuación, cogió uno de los
Winchester. No había posibilidad de que disparara después de tantos años bajo el agua,
pero aún podría usarlo. Llevando el viejo rifle, nadó hacia la puerta y, atravesando el
almacén, deslizó el cañón a través. Lo utilizaría como una palanca. Tal vez pudiera
separar la puerta abriéndola, la cadena era nueva, pero estaba atada a un mango que era
viejo y podría estar podrido. Usando toda su fuerza, Alex empujó. Brevemente pensó que
podía sentir el metal cediendo. Empujó más duro y saltó atrás mientras algo se rompía. El
rifle. Se había roto el cañón a la mitad.
Nadó hacia la pila y tomó otro. Podía sentir sus indicadores arrastrándose detrás de él,
pero no los miró de nuevo. Tenía demasiado miedo de lo que iba a ver. Podía escuchar
cada respiración, haciendo eco en sus oídos. Y cada vez que abría la boca podía ver su
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valiosa reserva de aire desapareciendo en una nube de burbujas. Estaba escuchando y
viendo su propia muerte. Estaba siendo cuidadosamente medida a su alrededor.
El segundo rifle se rompió al igual que el primero lo había hecho. Por un momento, Alex
se volvió loco. Agarró la puerta con las manos y se retorció como si pudiera arrancarla de
sus goznes. Las burbujas explotaron alrededor de su cabeza. La negrura se arremolinaba
alrededor de sus ojos. Cuando se calmó, poco había cambiado. Sus dedos estaban blancos,
y se había cortado la palma de una mano.
Y su suministro de aire se había reducido a 900 psi. Sólo le quedaban unos minutos.
Tenía que moverse con rapidez. No, moverse rápido sólo lo llevaría más cerca del fin.
Pero tenía que haber otra salida. Examinó las ventanas de nuevo. La más grande de ellas
era de forma irregular, algunos de los metales se habían desgastado. Alex podría sacar
casi la cabeza y la mitad de su hombro a través de la brecha. Pero eso era todo. Aún si se
quitaba el tanque, la cintura y las caderas nunca pasarían a través. Se echó hacia atrás,
temeroso de que fuera a quedar estancado y cortar a través de su propio tubo de aire. No
había conseguido nada.
Y su suministro se había reducido a 650 psi. La aguja estaba sólo a un milímetro por
encima del rojo.
Alex estaba frío. Nunca había estado tan frío en su vida. El traje debería haber estado
reteniendo un poco de calor para él, pero sus manos y brazos se estaban volviendo azules.
No había luz de sol en la bodega. Estaba en el fondo del mar. Pero era más que eso. Alex
sabía que iba a morir. Sería encontrado flotando en este lugar infernal, rodeado por
maquinaria oxidada y los recuerdos de una larga guerra. Esta vez no había manera de
salir.
500 psi.
¿Cómo había ocurrido? ¿De alguna manera había perdido los últimos dos minutos, dos
preciosos minutos cuando le quedaban tan pocos? Alex se obligó a pensar. ¿Había algo
más en la bodega que podría utilizar? Tal vez el barco había estado llevando proyectiles
de artillería. Había visto un cañón antiaéreo en la cubierta. ¿Podría tal vez explotar su
camino para salir de aquí?
Empezó a buscar desesperadamente las municiones. Mientras lo hacía sintió algo en la
garganta y supo que era cada vez más difícil respirar. Su suministro de aire por fin se
estaba acabando. Se preguntó si se desmayaría antes de ahogarse. Le pareció
completamente injusto. Por un milagro, había sobrevivido a la bala de un asesino en
Londres. ¿Y fue sólo para esto? ¿Para otra muerte aún peor tan sólo unas semanas más
tarde?
Algo gris brilló pasando una de las ventanas. Un pez de gran tamaño. ¿Un tiburón? Alex
sintió un sentimiento de desesperación total. Incluso si por algún milagro encontraba una
salida, la criatura estaría esperando por él. Tal vez ya sabía que estaba allí. En tan sólo
unos breves segundos, su situación se había vuelto doblemente desesperanzada.
Pero entonces vio la forma gris otra vez y con un choque de incredulidad se dio cuenta de
que no era un tiburón en absoluto. Era un buzo en un traje de neopreno.
Alguien lo estaba buscando.
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Tuvo que forzarse para no gritar. Pateó duro con sus aletas y llegó a la última ventana
justo mientras el buzo se acercaba. El brazo de Alex empujó a través de la brecha irregular
y agarró la pierna del buzo. El buceador se dio la vuelta.
Cabello castaño flotando suelto. Los ojos azules llenos de preocupación detrás de la
máscara que los cubría. El buceador se cernía en el otro lado de la ventana, y Alex
reconoció a Tamara Knight.
Desesperadamente, hizo la señal de socorro que le habían enseñado años antes, cortar con
la mano delante de su garganta. Sin aire. ¡Ayuda! Estaba encontrando más y más difícil
respirar, tratando de sacar lo que quedaba en el tanque, consciente de que sus pulmones
no estaban más que a medio llenar. Tamara metió la mano en el bolsillo de su chaleco y
sacó algo. Lo pasó por la ventana. Alex estaba confundido. Estaba sosteniendo uno de los
inhaladores de Paul Drevin. ¿Para qué era bueno eso? Luego se dio cuenta de que debía
haberlo sacado de su habitación. Era el dispositivo que Smithers le había dado en Nueva
York. ¿Cómo lo había sabido ella? ¿Y que funcionaría bajo el agua?
Mareado, apenas controlado, Alex nadó hacia la puerta encadenada. Tuvo que luchar
para recordar cómo trabajaba el inhalador. Giro el cilindro dos veces en sentido de las
agujas del reloj. ¿Por qué Tamara no lo había armado ella misma? Por supuesto, no podía.
Era sensible a la huella digital. Alex tenía que hacerlo. ¡Respira! Ahora el inhalador estaba
armado. Él lo apoyó en la cadena, a continuación, nadó más atrás en la bodega.
10 psi. La aguja en el medidor de aire no tenía mucho más para viajar.
La puerta se entreabrió. Hubo una bola de fuego, inmediatamente extinguida, y Alex
sintió la onda expansiva golpeándolo, lanzándolo contra el camión. Él no estaba
respirando ya más, no había nada más que respirar. ¿Dónde estaba Tamara? Alex había
supuesto que había una salida a través de la siguiente bodega, ¿pero y que si estaba
equivocado?
Todo se estaba poniendo negro. O era que la explosión lo había noqueado o que se estaba
ahogando.
Pero entonces sintió los brazos de Tamara a su alrededor. Ella estaba quitando su
regulador de la boca. Era inútil, y lo dejó ir. Sintió que algo tocaba sus labios y se dio
cuenta que ella le había dado un segundo regulador, el pulpo unido a su propio tanque.
Respiró hondo y sintió la ráfaga de aire en sus pulmones. Fue una sensación maravillosa.
Ellos se quedaron donde estaban durante unos minutos, los brazos envueltos el uno
alrededor de la otra. Luego Tamara suavemente le dio un codazo a Alex en el hombro y
apuntó hacia arriba. Él asintió con la cabeza. Todavía tenían un largo camino de regreso y
con los dos compartiendo un solo tanque, no pasaría mucho tiempo antes de que el
suministro de aire de Tamara también se agotara.
Tamara nadó a través de la puerta rota y Alex la siguió. Había una escotilla abierta y se
deslizó a través de ella, viajando lentamente hacia arriba. Se detuvieron cuando sus
indicadores mostraron cinco metros. Era la parada de seguridad que permitía que se
filtrara el nitrógeno de su torrente sanguíneo y prevenirles de conseguir las burbujas.
Cinco minutos más tarde completaron su ascenso, rompiendo la superficie en el brillante
sol de la tarde.
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Alex no tenía aire para inflar su chaleco, por lo que desabrochó su cinturón de peso y lo
dejó caer. Luego se quitó la máscara.
—¿Cómo...? — comenzó.
—Más tarde —dijo Tamara.
Fue un largo nadar de regreso a la isla y Tamara quería asegurarse de que no fueran
vistos. Permitieron que la corriente los llevara alrededor de Little Point, luego patearon
hasta la orilla detrás de la casa. Tamara comprobó que no había guardias a la vista antes
de que corrieran por la playa y al abrigo de las palmeras.
Alex se sacó su tanque y se lanzó hacia abajo sobre el suelo. Se quedó allí, jadeando.
Tamara estaba acostada a su lado. En su traje de neopreno, con el pelo suelto y el agua
corriendo por su rostro, ella no se parecía en nada a un secretario personal... y Alex de
repente se dio cuenta de que nunca había sido realmente una.
—Eso estuvo demasiado cerca para ser agradable —dijo.
Alex la miró fijamente. —¿Quién eres tú? —le preguntó. Pero ya sabía la respuesta.
—CIA.
Por supuesto. Joe Byrne le había dicho que había alguien en la isla.
—Lo siento. He tenido que ser tan hostil contigo —dijo Tamara. Ella le dedicó una sonrisa
deslumbrante, como si fuera algo que había estado queriendo hacer desde el principio—.
Estoy segura de que entiendes. Era mi cubierta.
—Claro. —Todo tenía sentido—. ¿Cómo me encontraste justo ahora? —le preguntó.
—Tú ya me habías dicho dónde estabas yendo —explicó Tamara—. No sé por qué, pero
estaba nerviosa y decidí seguirte. Entré en tu habitación y cogí el inhalador. Pensé que
podría ser útil y tenía razón. Entonces salí a nadar. Estaba a punto de acercarme al sitio
del naufragio, cuando vi el barco regresar sin ti y adiviné lo que había pasado. Así que
vine a encontrarte.
—Gracias. —Alex estaba sintiéndose soñoliento. El sol de la tarde estaba cayendo sobre él,
y ya estaba seco—. Entonces, ¿qué pasa ahora? —Se preguntó.
—Tú me dirás.
—Creo que Drevin puede estar planeando salir esta noche. —Rápidamente Alex le contó
sobre la llamada telefónica que había escuchado.
Pero Tamara parecía dudosa. —No puedo creer eso —dijo—. El lanzamiento de mañana...
Ark Angel. Esto significa todo para él. Ha estado trabajando en esto durante meses. ¿Por
qué desaparecer ahora?
—Estoy de acuerdo. Pero definitivamente mencionó un barco. Está llegando a las once en
punto.
—Entonces tenemos que estar allí. Hay una unidad de respaldo esperando en Barbados. Si
Drevin intenta salir, podemos contactar con ellos y estarán aquí en cuestión de minutos.
—¿Qué hacemos hasta entonces?
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—Será mejor que esperes aquí. Voy a volver a la casa para conseguirte algo de ropa. Y
algo de comer y beber. —Estudió a Alex de cerca—. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Gracias, Tamara. Salvaste mi vida.
—Es genial estar trabajando contigo, Alex. Joe me ha dicho todo sobre ti.
Tamara se alejó, dejando a Alex por su cuenta. Observó a las olas rompiendo suavemente
en la arena blanca. El sol estaba empezando a ocultarse y las primeras sombras ya estaban
extendiéndose, alcanzando a Alex y silenciosamente alertándole de los peligros de la
noche entrante.
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Capítulo 16
Tormenta Tropical
Traducido por Akanet
Corregido por Nanis
Esa noche a las diez, Alex y Tamara estaban esperando en el borde de la selva tropical,
bajando la mirada al camino hacia las cabañas de madera donde los guardias se lavaron y
cambiaron. Ambos estaban vestidos con ropa oscura. Tamara había escogido pantalones
de combate y una camiseta negra de manga larga negro para Alex. Él estaba muy
acalorado. La noche había traído consigo un calor bochornoso que se aferraba a su piel, y
podía sentir el sudor arrastrándose por su espalda. Pero de esta manera hay menos
posibilidades de ser visto, y él estaba protegido de lo peor de los mosquitos.
Tamara también estaba de negro. Desde algún lugar había sacado una pistola, una Beretta
delgada, que llevaba en una funda bajo el brazo. Ella también tenía un transmisor de
radio con el que tenía la intención de contactar al equipo de respaldo de la CIA —a pesar
de que estaba preocupado por la recepción. Las nubes estaban densas. Oscureciendo la
luna, y parecía que iba a llover. Obtener una señal decente en el centro de una tormenta
tropical no sería fácil.
Alex se alegró de que ella estuviera con él. Él había estado solo mucho tiempo y le parecía
que ellos dos estaban bien adaptados. Tamara le había dicho que era uno de los agentes
más jóvenes trabajando para Joe Byrne; había sido reclutada cuando tenía sólo diecinueve
años. Ella no se veía mucho más vieja ahora, se agachó al lado de un gigante extravagante,
el árbol con forma de paraguas común en la mayor del este del Caribe. Él sentía que esta
era una gran aventura para ella. Tal vez esa fuera la diferencia entre ellos. Ella disfrutaba
de su trabajo.
Había tres cabañas, conectadas por pasillos cubiertos, al lado del camino. Eran bastante
primitivas: tablones de madera oscura para las paredes, los techos hechos de hojas de
palma. Unos veinte metros más abajo, Alex podía ver la puerta eléctrica y el puesto de
control de vigilancia de la zona de lanzamiento en el otro lado. Había tres guardias en
ronda constante, uno de ellos dentro del puesto de control, los otros dos arrastrando los
pies hacia atrás y hacia delante en frente de la valla metálica de diez metros de altura.
Toda la zona estaba iluminada por una serie de arcos de luz brillando hacia abajo desde
las torres metálicas de vigilancia. Alex podía ver cientos de mariposas y mosquitos
bailando en las vigas.
Los guardias fueron relevados a las diez y cuarto. Como la asistente personal de Drevin,
Tamara había sido capaz de ver la lista de turnos y sabía que la segunda ronda nocturna
llegaría en cualquier momento. Alex miró hacia atrás por el camino en la dirección de la
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casa de Drevin. Pensó brevemente en Paul. Es de suponer que le habían dicho que Alex se
había ahogado... un terrible accidente. Se preguntó qué estaría pensando Paul, y se
lamentaba de que Tamara no lo hubiera visto cuando había vuelto a la casa a buscarle
algo de ropa.
Pero no se podía preocupar por eso ahora. Ya era hora. La pista estaba todavía vacía; no
había señal alguna de buggies eléctricos viniendo por algún camino. Tamara le dio un
codazo y él se arrastró hacia adelante, manteniéndose cerca de la maleza, dirigiéndose
hacia la primera de las tres cabañas. Con mucho cuidado abrió la puerta. No hubo ningún
ruido o movimiento durante veinte minutos, pero aún así todavía podría haber alguien
durmiendo allí.
La cabaña estaba vacía. Alex entró y encontró a sí mismo en un espacio pequeño,
rectangular. Había un par de viejos sofás, una nevera y una mesa con botellas de cerveza
vacías, algunas revistas pornográficas y una baraja de naipes esparcidos por la superficie.
Un ventilador de pie en una esquina, pero estaba apagado. La habitación apestaba al viejo
humo de los cigarrillos, y el aire era lento y calmado.
Pasó a través de esta cabaña y dentro de la siguiente, una aún más pequeña con cuatro
cabinas de ducha y una fila de bancos de madera. El piso era de mosaico. Toallas
húmedas colgadas en los ganchos. Una vez más, no había nadie a la vista.
Fue en la tercera cabaña que encontró lo que estaba buscando. Aquí era donde los
guardias se cambiaban para el trabajo. Uniformes, recién planchados, colgados en los
armarios de metal, botas pulidas se alineaban perfectamente contra la pared. Exactamente
como Tamara lo había descrito.
Alex no pudo evitar sonreír para sí mismo cuando metió la mano en su bolsillo y sacó la
botella que Smithers le había dado. Miró el nombre en la etiqueta —STINGO— entonces
la abrió y espolvoreo el contenido sobre los uniformes de los guardias. El líquido era
incoloro y no olía a nada. Los guardias no tendrían idea de lo que estaba a punto de
golpearlos.
Oyó un débil silbido desde el exterior: una advertencia de Tamara. Había una segunda
puerta que conducía fuera de la cabina y Alex se deslizó a través de ella en la oscuridad.
En el exterior, oyó un buggy acercándose. Sincronización perfecta.
Era el cambio de guardia. Mientras Alex se reunía con Tamara, un buggy se detuvo y tres
hombres vestidos con pantalones cortos y camisetas salieron. Alex reconoció a uno de
ellos. Era Kolo, el buzo que lo había dejado para que muriera. Él estaba contento. Si
alguien merecía sufrir, era Kolo.
—¿Esto va a funcionar? —Tamara susurró mientras los tres hombres desaparecieron en el
vestuario.
—No te preocupes —respondió Alex—. Smithers nunca me ha defraudado.
Unos cinco minutos más tarde, los tres hombres volvieron a aparecer, ahora vestidos con
sus overoles de color gris. Alex y Tamara vieron cómo se acercaban al puesto de control
para intercambiar lugares con los tres guardias de allí. Intercambiaron algunas palabras
en voz baja, a continuación tomaron posesión de sus cargos. Los tres que habían sido
relevados volvieron a entrar en la cabaña para cambiarse y se marcharon en el buggy
unos minutos después.
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—Acerquémonos —Alex susurró. Estaba ansioso por ver lo que fuera a suceder.
Kolo estaba sentado en la cabina de control, frente a una fila de teléfonos y monitores. La
ventana estaba abierta para que pudiera comunicarse con los otros dos, que ahora estaban
armados y parados juntos en frente de la valla. Era una tarea ingrata, Alex pensó, dando
vueltas toda la noche, esperando que algo suceda. Y aunque ninguno de ellos lo sabía,
estaba a punto de empeorar.
Alex se dio cuenta en primer lugar. La nube de insectos visibles en los rayos del arco de
lámparas se había espesado. Antes habían sido cientos de ellos. Ahora había miles. Era
imposible saber qué tipo de insectos eran: escarabajos, moscas, cucarachas o mosquitos.
No eran más que manchas de color negro compuestas por alas batiendo frenéticamente,
antenas y patas colgando. Había tantos que la luz estaba casi erradicada.
Kolo se dio una palmada en la cara. El sonido era sorprendentemente fuerte en el denso
calor de la noche. Uno de los otros guardias murmuró algo y se rascó bajo el brazo. Kolo
se dio una palmada en la cara por segunda vez, luego en la parte de atrás de su cuello. Los
otros hombres estaban empezando a arrastrar sus pies alrededor nerviosamente, como si
ejecutaran una danza extraña. Uno paso la culata de su ametralladora hacia abajo por su
pecho, luego lo extendió por encima de su hombro, usándola para rascarse la espalda.
Dentro de la cabina de control, Kolo estaba espantando el aire delante de su cara. Parecía
estar teniendo problemas para respirar, y Alex podía ver por qué. El aire a su alrededor
había sido invadido por miles y miles de insectos. Kolo no podía abrir su boca sin
tragárselos.
La loción de mosquitos que Smithers había creado era impresionante. Todos los insectos
en la isla habían sido atraídos hacia los tres desafortunados hombres. Los dos en el
exterior estaban fuera de control, abofeteándose a sí mismos, gimiendo, sacudiéndose por
todas partes como las víctimas de una descarga eléctrica. Kolo gritó. Alex podía ver un
enorme ciempiés aferrándose a su cuello. Muy poco de la piel del hombre era visible
ahora. Estaba cubierto de una masa de insectos con aguijones, que picaban. Ellos se
estaban arrastrando dentro de sus ojos y arriba de su nariz. Seguía gritando, se golpeó
frenéticamente. Los otros dos hombres estaban haciendo lo mismo.
Hubo una pequeña explosión y una lluvia de chispas cuando uno de los monitores de
televisión, invadido por los insectos, hizo cortocircuito. Fue el golpe final. Ciegos y
maldiciendo, Kolo se puso en pie y se desplomo fuera de la cabina de control. Los otros
dos guardias cayeron sobre él, aferrándose a él en busca de apoyo, y ellos tres
comenzaron a buscar a tientas su camino hacia las duchas y los vestuarios.
Una enorme nube de insectos los seguía.
De pronto todo quedó en silencio.
—Tenías razón —comento Tamara—. Tu Sr. Smithers es bastante bueno.
Los dos se apresuraron a pasar el puesto de control ahora desierto, a través de la puerta y
a lo largo del camino en el otro lado. La selva tropical pronto termino y podían distinguir
las torres de lanzamiento con los cohetes por delante. Todavía no había luna.
Tamara miró hacia arriba. —Nos vamos a mojar —anunció.
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Ella estaba en lo cierto. Unos minutos más tarde, las nubes se abrieron e inmediatamente
estuvieron empapados. La lluvia era cálida y cayó del cielo como si la vertieran de un
cubo enorme. Un relámpago difuso pulso sobre el mar, reflejándose en la tierra que se
había agitado con fuerza a su alrededor. Todo se había convertido en blanco y negro.
—¿Qué pasará con el lanzamiento? —Alex gritó. Ya no había ninguna necesidad de
susurrar. Tamara difícilmente podía oírle contra el estruendo de la lluvia.
Ella sacudió el agua de sus ojos y gritó: —No hará ninguna diferencia. La lluvia no durará
mucho tiempo. Todo va a estar seco mañana por la mañana.
De hecho, la tormenta no podría haberse desatado en un mejor momento. El área de
lanzamiento era un terreno de un cuarto de milla completamente abierto y Alex se había
preguntado cómo lo cruzarían sin ser vistos. No tenía duda de que habría otros guardias
patrullando y probablemente un circuito cerrado de televisión. La lluvia proporcionaba
una cobertura perfecta. En sus ropas oscuras, Tamara y él eran invisibles.
El segundo muelle estaba en la punta occidental de la isla, conectado a las torres de
lanzamiento de cohetes y a varios edificios de control por un camino de cemento blanco.
Alex y Tamara estaban corriendo hacia él cuando una luz irrumpió de repente, cortando a
través de la lluvia. Estaba montada en un barco que se dirigía hacia la costa, luchando
para avanzar a través de las turbulentas olas.
—¡Por aquí! —Tamara gritó y tiró de Alex hacia una dependencia de ladrillo con un
enredo de tubos de metal y medidores en el exterior. Mientras corrían, ella se tropezó.
Alex consiguió atraparla antes de que se cayera, y unos momentos después se ocultaban a
salvo detrás de un tanque de agua. El muelle estaba justo en frente de ellos. Alex preguntó
si Drevin estaba a punto de aparecer.
El barco llegó al muelle. La lluvia estaba cayendo aún más fuerte y era difícil ver lo que
estaba sucediendo. Alguien saltó con una cuerda. Más figuras aparecieron en la cubierta.
Alex había pensado que Drevin estaba planeando su salida de la isla, pero parecía como si
el barco hubiera traído a los recién llegados —personas que no querían ser vistas.
Alex oyó un ruido detrás de él y se volvió para ver a Magnus Payne y dos guardias
conduciendo hacia abajo por el camino hacia el barco. El pelo rojo y la piel sin vida del jefe
de seguridad de la isla eran inconfundibles incluso en una tormenta tropical. Llegaron al
muelle y Payne salió. Cuatro hombres bajaron del barco. Alex se sostuvo en Tamara,
impactado. Sabía quiénes eran los hombres, a pesar de que nunca había aprendido sus
nombres reales.
Chaqueta de Combate. Anteojos. Reloj de Oro y Diente de Plata.
La Fuerza Tres había llegado a la Bahía de Flamingo. Pero ¿por qué? ¿Qué significaba?
Magnus Payne estaba dándoles la mano, acogiéndolos. Este era el grupo terrorista que
había jurado destruir a Drevin. Pero estaban siendo recibidos como viejos amigos.
Y luego una voz crujió afuera en la tormenta, amplificada por los altavoces ocultos,
haciéndose eco alrededor.
—¡No disparen! Sabemos que están ahí. Tiren sus armas y salgan con las manos en alto.
Los cinco hombres se congelaron. Dos de ellos sacaron sus armas. Pero las palabras no
estaban dirigidas a ellos.
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Si Alex tenía alguna duda de que eran él y Tamara a quienes estaban apuntando, estas se
disiparon unos segundos más tarde. Cuatro buggies más habían llegado en la lluvia. Se
deslizaron hasta detenerse, enfrentándolo, sus luces deslumbrándolo. Una docena de
sombras negras saliendo a montones y tomaron posiciones en torno a ellos. Junto a él
Tamara se tenso, luego entró en acción, sacando su pistola. Hubo un solo tiro, disparado
desde uno de los buggies. Tamara gritó. Su arma giró lejos. La sangre comenzó fluir poco
a poco por una herida en su hombro, extendiéndose rápidamente hacia abajo en su
manga.
—¡Esa fue tu última advertencia! —la voz retumbó—. Ponte de pie y avanza lentamente.
Si te resistes, te disparare.
¿Cómo habían sido encontrados? Alex hizo memoria y recordó a Tamara tropezando. El
cable de una trampa. Eso tenía que ser. Cuando habían corrido, ella había disparado una
alarma.
Magnus Payne se abrió paso a través de la línea de guardias. Los cuatro miembros de la
Fuerza Tres lo seguían. Toda la zona había estado vacía sólo unos minutos antes; ahora
estaba repleto. Tamara estaba sujetando con fuerza su hombro herido. Alex estaba a su
lado, decepcionado.
Y luego Nikolei Drevin apareció, vestido con un impermeable claro y — curiosamente—
sosteniendo un paraguas para golf de colores brillantes que lo protegía de la lluvia.
Parecía relajado, como si hubiera decidido simplemente ir a dar un paseo nocturno. Se
paro delante de Alex y Tamara. Había muy poca emoción en su rostro.
—Señorita Knight —dijo, y aunque hablaba en voz baja, las palabras se transmitían
incluso por encima del sonido de la lluvia—. Siempre tuve mis dudas acerca de usted. O
más bien, sospechaba que la CIA trataría de infiltrarse en mi operación, y usted parecía la
opción más probable. Qué triste me siento de haber confirmado mis temores.
—El niño... —Magnus Payne había llegado al lado de Drevin.
—Sí. Parece que tu hombre no acabo realmente el trabajo. —Drevin camino hacia adelante
hasta que estuvo a centímetros de distancia de Alex. Alex no se inmutó; la lluvia corría
por su rostro—. Dime, Alex —preguntó Drevin—. Estaría interesado en saber para quién
estás trabajando. ¿Es el MI6 o la CIA? ¿O tal vez ambas?
—Vete al infierno —respondió Alex en voz baja.
—Estoy realmente apenado de que eligieras hacerte mi enemigo —continuó Drevin—. Me
agradaste desde el principio. Al igual que a Paul. Pero has abusado de mi hospitalidad,
Alex. Un gran error.
Alex se quedó en silencio. Junto a él Tamara se había puesto muy pálida. Ella tenía una
mano sujeta por encima de su herida y obviamente estaba adolorida. Pero seguía
desafiante. —La CIA sabe que estamos aquí, Drevin —dijo ella—. Nos hace alguna cosa, y
ellos van a estar arrastrándose por todas partes sobre usted. No se va a escapar; no tendrá
a donde ir.
—¿Qué te hizo pensar que estaba planeando ir a alguna parte? —Drevin replicó—.
Encierren a la chica —ordenó—. No quiero volver a verla. Magnus...trae a Alex Rider al
hangar principal. Quiero hablar con él.
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Drevin dio la vuelta y se alejó. Sólo le tomó tres pasos y ya había desaparecido bajo la
lluvia.
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Capítulo 17
Objetivo Principal
Traducido por masi
Corregido por Anne_Belikov
El hangar principal era enorme. Tal vez aquí era donde el Cessna se guardaba cuando no
estaba en uso. El techo era una gran curva de hierro ondulado. Una pared se deslizaba
hacia atrás para permitir el acceso al sitio de lanzamiento. Había piezas de maquinaria y
unos cuantos bidones de aceite dispersos por todo el sitio, pero por lo demás el hangar
estaba vacío. Alex estaba atado a una silla de madera. Drevin estaba sentado enfrente;
Magnus Payne estaba de pie junto a él. Chaqueta de Combate, Diente de Plata, Anteojos y
Reloj de Acero estaban agrupados a poca distancia. Habían sido invitados a la fiesta, pero
estaba claro que Drevin no esperaba que ellos se unieran.
La lluvia había parado tan repentinamente como había comenzado. Alex podía oír el
gorgoteo del agua en los canalones y había unas cuantas últimas gotas derramándose
sobre el techo. El aire en el hangar era cálido y húmedo. Él estaba empapado. Payne había
utilizado un trozo de cable eléctrico para atarlo a la silla y le estaba cortando la carne. Sus
manos y sus pies estaban entumecidos.
Drevin llevaba un jersey de cachemira azul claro y pantalones de pana. Estaba relajado,
con una gigante copa de coñac en una mano, con dos centímetros de líquido dorado
pálido formando un círculo perfecto en el fondo. Se la llevó a la nariz y la olfateó con
aprecio.
—Este es un coñac Luis XIII —dijo—. Tiene treinta años de edad. Una sola botella cuesta
más de mil libras. Es el único coñac que bebo.
—Sabía que eras rico —dijo Alex—. También sabía que eras codicioso. Pero no sabía que
estabas aburrido también.
—Hay cinco hombres aquí que estarían muy contentos de tratar contigo si lo permitiera
—respondió Drevin ligeramente—. Tal vez sería mejor que mantuvieras la boca cerrada y
escucharas lo que tengo que decir.
Él contoneó el brandy y tomó un sorbo.
—Tengo que confesar que estoy fascinado por ti. —Los ojos grises estudiaban a Alex muy
de cerca—. Cuando Magnus me dijo que eras un agente del MI6, me reí. Simplemente no
lo podía creer. Pero cuando miro hacia atrás, todo lo que ha pasado, tiene perfecto
sentido. Una vez conocí a Alan Blunt y pensé de él algo más tortuoso y desagradable. Esto
confirma mi impresión. Aun así, me resulta difícil aceptar que él te enviara tras de mí. ¿Es
eso lo que pasó, Alex? ¿Fuiste colocado aquí desde el principio?
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—Había recibido un disparo —gruñó Payne—. He visto copias de los registros de su
hospital. Eso fue lo suficientemente real.
—Entonces, tal vez no fue más que una infeliz coincidencia. Infeliz, es decir, para ti. Pero
me alegro de que tengamos este tiempo juntos. Aunque me temo que tanto tú como la
señorita Knight deben ser dispersados con prontitud, por lo menos he tenido la
oportunidad de explicártelo yo mismo. Ya ves, Alex, me gustaría que Paul lo supiera. Me
gustaría decirle todo lo que estoy a punto de decirte a ti. Pero es débil. No está preparado
todavía. Incluso podría terminar odiándome por lo que soy. Pero sé que lo entenderá.
Drevin bajó su nariz hacia el vaso y respiró profundamente.
—Soy, como mencionaste hace un momento, un hombre rico. Uno de los hombres más
ricos del planeta. Tengo contratado a un equipo de auditores que trabajan para mí a
tiempo completo durante todo el año, y aún así no están seguros de lo mucho que valgo.
No tienes idea de lo que es, Alex, ser capaz de tener todo lo que quieres. Puedo entrar a
una tienda a comprar un traje y decidir en su lugar comprar la tienda. Si veo un nuevo
coche o un barco o un avión en una revista, puede ser mío antes de que finalice el día. En
el último recuento tenía once casas por todo el mundo. Puedo dormir en un país diferente
cada día de la semana y despertar en otro pequeño paraíso.
—Por supuesto, como probablemente has dicho, esta riqueza no ha venido a mí de una
manera que podríamos describir como honesta. Estos términos no son interesantes para
mí. Soy un criminal... Libremente lo admito. He matado a mucha gente personalmente y
muchos más han muerto como resultado de mis órdenes. Muchos de mis socios son
delincuentes. ¿Por qué debería ser un problema para mí? No hay un empresario exitoso
vivo que no haya, en algún momento, engañado o mentido. ¡Todos lo hacemos! Sólo es
cuestión del grado.
—He tenido un enorme éxito durante los últimos veinte años, y tengo la intención de ser
m{s‖rico‖y‖tener‖m{s‖éxito‖en‖los‖próximos‖años.‖Sin‖embargo…‖—El rostro de Drevin se
oscureció—…‖ hace aproximadamente dieciocho meses me di cuenta de dos pequeños
problemas, y estos me han obligado a seguir un determinado curso de acción. Ellos son la
razón de por qué estás aquí ahora, Alex. Son problemas que podrían, muy fácilmente,
destruirme y frente a los cuales he pasado una gran cantidad de tiempo y dinero tratando
de superar.
—¿Por qué me estás contando todo esto cuando estás pensando en matarme? —preguntó
Alex.
—Es porque estoy planeando matarte por lo que puedo decírtelo —respondió Drevin—.
No habrá peligro de que repitas lo que oigas. Pero por favor no me interrumpas de nuevo,
Alex, o tendré que pedir a Magnus que te haga daño.
Cerró los ojos brevemente. Cuando volvió a abrirlos, estaba totalmente controlado.
—El primer problema —dijo—, se refiere al Departamento de Estado de los Estados
Unidos, que decidió investigar algunos de mis tratos financieros, particularmente los
relacionados con la mafia rusa. Por supuesto, fui bien consciente desde el principio que
estaban preparando un caso en mi contra. Siempre he sido un hombre cuidadoso. Evito
pruebas escritas y me aseguro de que no hay testigos que puedan declarar contra mí. Pero
aún así, no sería posible actuar a tal escala como lo hago sin dejar algunos rastros de mí, y
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sabía que los americanos estaban rebuscando entre los pedazos, hablando con alguien que
alguna vez me haya conocido, y que tarde o temprano tenían previsto llevarme al
Tribunal.
—La solución obvia a esto parecía ser la de destruir el Departamento de los EE.UU. y, en
particular a los hombres y mujeres cuyo trabajo había sido el de inmiscuirse en mis
asuntos. Se me ocurrió que en un aspecto, en realidad, ellos estaban siendo bastante útiles.
Tenían juntas todas las evidencias: ¡un caso de poner todos sus huevos en una canasta!
Con un solo misil, bien dirigido, podría matar a todos los investigadores y destruir todas
las cintas, archivos, trozos de papel, registros telefónicos, impresos de computadora:
¡todo! Podría volver a empezar con una página completamente limpia. Cuanto más
pensaba en ello, más agradecido me encontraba por lo que los estadounidenses estaban
haciendo.
—Por supuesto, no iba a ser fácil. Porque, como ves, la investigación estaba custodiada en
uno de los edificios más seguros del mundo (el Pentágono en Washington El lugar no es
más que una enorme losa de cemento) y en gran parte bajo tierra. Se emplea una fuerza
anti-terrorista que opera veinticuatro horas al día. Cada forma de dispositivo de control
que puedas imaginar la puedes encontrar allí, y desde el 11S, ningún avión comercial
puede llegar tan cerca. El Pentágono está completamente protegido contra ataques
químicos, biológicos y radiológicos. Lo sé, porque los consideré todos. Pero incluso un
breve examen me demostró que cualquier aproximación estaba condenada al fracaso.
—Y ahora, si me lo permites, pasaré al segundo problema que he mencionado. Puede ser
que parezca completamente independiente del anterior. Durante mucho tiempo, pensé
que así era. Sin embargo, podrás ver en un minuto cómo todo se conecta.
Alex no dijo nada. Era consciente de que Magnus Payne y los hombres que componían la
Fuerza Tres lo observaban. Todavía estaba pensando cómo encajaban ellos en todo esto.
¿Y dónde estaba Kaspar, el hombre con el cráneo tatuado? Incluso ahora, nada tenía
sentido. Alex se movió en la silla, tratando de conseguir alguna sensación, de nuevo, en
las manos y los pies.
—Mi otro problema era Ark Angel —continuó Drevin—. El turismo espacial siempre me
ha interesado, Alex, y cuando el gobierno británico se acercó a mí para hacer una alianza
con ellos, debo confesar que me sentí halagado. Yo utilizaría mi dinero y ellos podrían en
marcha el proyecto. Estaría al frente de una de las empresas más revolucionarias y
potencialmente rentables del siglo XXI y eso me proporcionaría la única cosa que más
necesito: ¡respeto! Los americanos, tal vez, me ven como un criminal, pero haría que
reflexionaran cuando me vieran cenando con la Reina. Se me ocurrió que podrían
encontrar algo más difícil el arrastrarme a la cárcel cuando fuera Sir Nikolei Drevin. O
incluso Lord Drevin. A veces ayuda tener los contactos adecuados.
—Y así estuve de acuerdo en convertirme en socio con tu gobierno en el proyecto Ark
Angel, el primer hotel espacial del mundo. Está por encima de nosotros ahora mismo. Es
siempre por encima de nosotros. Y nunca podré olvidarlo. Porque, como ves, se ha
convertido en un pesadilla, una catástrofe. Incluso sin los americanos y su investigación,
Ark Angel podría ser fácilmente destruida.
Drevin frunció el ceño y tomó un trago largo de coñac.
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—Ark Angel está a miles de millones de libras por encima del presupuesto. Me está
dejando seco. A pesar de todas mis riquezas ya no puedo apoyarlo. Y todo por culpa de tu
gobierno estúpido. Ellos no pueden tomar una decisión sin hablar de ella durante meses.
Tienen comités y subcomités. Y cuando toman una decisión, siempre es la equivocada.
Debería haberlo sabido desde el principio. ¡Mira el Parlamento de Escocia! ¡La Cúpula del
Milenio! Todo lo que el gobierno británico construye, cuesta diez veces lo que debería y ni
siquiera funciona.
—Ark Angel es lo mismo. Llega tarde, hay un escape y se pierde cualquier esperanza de
ser completado. Todo está cayéndose a pedazos. Y hace meses que he estado pensando, si
simplemente esa miserable cosa cayera del cielo podría recuperar por lo menos algo de mi
dinero, porque, como todo gran proyecto, está asegurado. Más que eso, sería capaz de
limpiarme las manos con ello. Yo sería capaz de despertar sin tenerla, literalmente,
colgando sobre mi cabeza. Había días en los que seriamente consideré pagar a alguien
para hacerlo explotar.
—Y ahí, Alex, es cuando tuve mi gran idea. Es como te dije. Dos problemas que se reunían
con una única solución.
Drevin se inclinó hacia adelante y por último Alex vio con toda claridad la locura en sus
ojos.
—Me pregunto cuánto sabes acerca de la física, Alex. A pesar de que estamos sentados
aquí ahora, hay cientos de objetos orbitando por encima de nosotros en el espacio
ultraterrestre, desde pequeños satélites de comunicaciones hasta gigantes estaciones
espaciales como el ISS y la Mir antes de esa. ¿Alguna vez te has preguntado qué las
mantiene allí? ¿Qué evita que caigan?
—Bueno, la respuesta es una ecuación muy sencilla que consiste en su velocidad de
equilibrio con su distancia desde la tierra. Puede ser que te divierta saber que, en teoría,
sería posible que un satélite orbitara la tierra a pocos metros por encima de tu cabeza.
Pero tendría que ir increíblemente rápido. Ark Angel está a quinientos kilómetros de
distancia. Por lo tanto es capaz de mantener su velocidad orbital de sólo veintiocho mil
kilómetros por hora. Pero aún así, cada pocos meses hay que impulsarla. Lo mismo puede
decirse de la Mir cuando se encontraba en órbita, y de la Estación Espacial Internacional
ahora. Cada pocos meses, los cohetes que son conocidos como vehículos de progreso
tienen que empujar a estos grandes satélites al espacio. De lo contrario, se derrumbarían.
—De hecho, algunos de ellos hacen exactamente eso. La sonda espacial rusa Mars-96 cayó
del cielo el 17 de noviembre de 1996 y las piezas cayeron en el sur de América. En abril de
2000, la segunda plataforma de un cohete Delta se perdió en la Ciudad del Cabo. El
mundo ha tenido mucha suerte de que hasta ahora no haya habido una gran catástrofe.
Bueno, casi tres cuartas partes del planeta son agua. Hay enormes desiertos y cadenas
montañosas. Las posibilidades de que un trozo de basura espacial golpeé un área de
población son relativamente pequeñas. Aun así, la mayoría de los astrónomos están de
acuerdo, que es un accidente que puede suceder.
—¿Encuentras esto difícil de entender? Voy a hacer que sea fácil para ti. Imagínate hacer
girar un conker en un pedazo de cuerda alrededor de tu mano. Si eres más lento, el conker
se cae y golpea tu mano. Y ahí lo tienes. El conker es la estación espacial, tu mano es la
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tierra. No se necesita mucho para hacer que uno se estrelle contra el otro, y eso es
exactamente lo que pretendo hacer.
—Mañana, cuando Gabriel 7 sea lanzado, llevara una bomba que ha sido exactamente
temporizada y que debe estar exactamente colocada dentro de Ark Angel. Todo ha sido
elaborado en los ordenadores y el programa está encerrado. Si nos fijamos en un mapa,
encontrarás que Washington se sitúa alrededor de treinta y ocho grados al norte, el
ángulo de inclinación seguido por Ark Angel (su trayectoria de vuelo) es también de
treinta y ocho grados. Esto significa que cada vez que orbita la Tierra, pasa directamente
sobre Washington.
—La bomba explotará dos horas después de que Gabriel 7 se haya acoplado con Ark
Angel, exactamente a las cuatro y treinta minutos. Esto tendrá el efecto de sacar a Ark
Angel fuera de su órbita, y la estación espacial comenzará a caer hacia la tierra. Entrará en
la resistencia atmosférica de la Tierra y después las cosas comenzarán a suceder muy
rápidamente. Cuanta más atmósfera la rodeé, más rápido caerá. Pronto estará fuera de
control. O así es como creemos que ocurrirá. De hecho, secretamente, he programado lo
que se conoce como maniobras de órbita en Ark Angel. A pesar de que parezca estar
moviéndose al azar, será tan preciso como un misil nuclear dirigido de forma
independiente.
—¿Puedes imaginarlo, Alex? Ark Angel pesa alrededor de setecientas toneladas. Por
supuesto, la mayor parte se quemará, al volver a entrar en la atmósfera de la Tierra. Sin
embargo, estimo que alrededor del sesenta por ciento sobrevivirá. Eso es cerca de
cuatrocientas toneladas de acero fundido, vidrio, berilio y aluminio viajando a unos
quince mil kilómetros por hora. El Pentágono es el objetivo principal. El edificio será
destruido. Todas las personas que trabajan allí morirán, y cada trozo de información será
incinerado. Yo más bien sospecho que la onda de choque expansiva destruirá la mayor
parte de Washington también. El Capitolio. La Casa Blanca. Los diferentes monumentos.
Los parques. Una lástima, porque siempre he pensado que era una ciudad bastante
atractiva. Pero muy poco de ella quedará.
Alex cerró los ojos. Jack Starbright estaba en Washington, visitando a sus padres. Tal vez
ella podría sobrevivir a la explosión horrible que Drevin había planeado. Sin embargo,
miles de personas (cientos de miles) no lo harían. Una vez más Alex se preguntó cómo se
había metido en esto. ¿Realmente todo comenzó con un médico ordenándole dos semanas
de relajación y descanso?
—Y ahora tengo que hablarte sobre Fuerza Tres —dijo Drevin.
—No es necesario —respondió Alex. Había adivinado esa parte por sí mismo—. Necesita
a alguien a quien culpar. Fuerza Tres no existe. Se lo inventó.
—Exactamente —Drevin agitó su vaso hacia los cuatro hombres que estaban cerca—.
Considero que la Fuerza Tres es el aspecto más brillante de toda la operación.
Obviamente, si Ark Angel es saboteada, si cae en el Pentágono, seré el principal
sospechoso. Así que tuve que crear un chivo expiatorio. Tuve que asegurarme de que
estuviera fuera de toda sospecha.
—Creé Fuerza Tres. Contraté a los hombres que ves aquí ahora. Bajo mis instrucciones,
cometieron varios actos de terrorismo que parecían estar dirigidos contra las empresas
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capitalistas. Volaron una planta de fabricación de automóviles en Dakota, una fábrica en
Japón, un centro de investigación de GM en Nueva Zelanda. También pagaron a un
periodista que trabajaba en Berlín y a un profesor en Londres para hablar en contra de la
Fuerza Tres, para advertir al mundo acerca de ellos. Entonces rápidamente los asesinaron.
¿Ves? Estaba creando la ilusión de un grupo despiadado de eco-guerreros que odiaban a
cualquier persona involucrada en un gran negocio, y que sobre todo me odiaban.
—¡Usted secuestró a su propio hijo! —exclamó Alex. Por fin, los hechos ocurridos en el
hospital y Hornchurch Towers estaban empezando a tener sentido.
—Te lo dije. Yo tenía que ser visto por encima de toda sospecha. El mundo tenía que creer
que la Fuerza Tres eran mis enemigos. ¿Qué clase de padre les permitiría que su hijo fuera
secuestrado pocos días después de una operación?
—Pero ellos se equivocaron —interrumpió Alex—. Me llevaron a mí en lugar de a él. —
Recordó la época en que había sido mantenido como prisionero y tuvo vértigos—. ¡Iban a
cortar el dedo de Paul! ¿Realmente les ordenó que hicieran eso?
—Por supuesto. —Por primera vez, Drevin parecía preocupado. Alex podía verle
luchando contra sus emociones, forzándolas a desaparecer—. La amenaza tenía que ser
creíble. Si Paul hubiera sido mutilado, nadie habría sospechado que tuve algo que ver con
ello. Y cuando la Fuerza Tres me atacara aquí en Bahía Flamingo, yo sería la víctima.
—¡Pero eso es monstruoso! —protestó Alex—. ¡Él es tu hijo!
—Tal vez un poco de dolor le habría endurecido —replicó Drevin—. El chico es
demasiado suave. Y un día él heredará millones. El mundo entero será suyo. ¿Es un dedo
meñique mucho pedir a cambio?
—¡Debe ser genial tenerle como padre! —se burló Alex.
—¡Morirás de forma muy dolorosa si continúas hablándome de esa manera! —Drevin
terminó su coñac. Estaba sofocado de repente y sin aliento—. El único error que tuve fue
no darle a Kaspar una fotografía de Paul. Sabíamos su número de habitación, sabíamos
que iba a haber seguridad en el hospital, ¿Cómo podríamos saber que otro chico decidiría
involucrarse?
—¿Es por eso que trató de matarme en el fuego? —preguntó Alex.
—No —Drevin negó con la cabeza—. Te necesitábamos vivo. Ese fue el objetivo completo.
Paul se había salvado de su terrible experiencia, pero todavía necesitábamos a alguien que
le dijera al mundo que la Fuerza Tres estaba detrás del atentado de secuestro. Asesinarte
no nos habría servido de todos modos. Tenías que escapar. Había una silla en la sala de
modo que pudieras subir a través del techo y por encima de la pared hacia el pasillo. El
fuego se inició deliberadamente lejos de la escalera para que pudieras salir del edificio.
—Pero uno de tu gente me estaba esperando con un arma —Alex miró al hombre que
conocía sólo como Chaqueta de Combate. Este era el hombre que había disparado contra
el recepcionista de noche en el hospital. Él miraba a Alex con ojos llorosos que eran
demasiado pequeños y estaban demasiado cerca de su nariz rota.
Drevin estaba, obviamente, escuchando esto por primera vez. —¿Es esto cierto? —
preguntó.
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—Está mintiendo —dijo Chaqueta de Combate. Era la primera vez que había hablado—.
Le dejé ir como usted dijo. Nunca estuve cerca de él.
Alex lo entendió. Había humillado a Chaqueta de Combate. Y el hombre había
desobedecido las órdenes para obtener su venganza. Él era el que estaba mintiendo. Era
obvio para todos los presentes, lo podían oír en su voz.
Drevin se encogió de hombros. —No hace ninguna diferencia —dijo, y Chaqueta de
Combate se relajó—. Puede ser que te estés preguntando por qué la Fuerza Tres ha venido
a la isla, Alex. Es porque tengo una última misión para ellos. El lanzamiento está
programado para las nueve en punto, mañana por la mañana. La bomba explotará a las
cuatro y media de la tarde. Y como Ark Angel caerá en Washington, una lucha estallará
aquí en Bahía Flamingo. Los intrusos habrán sido descubiertos. Mis hombres dispararán a
matar. Y cuando las autoridades vengan y comiencen la investigación, seré capaz de
darles la prueba final de que la Fuerza Tres fue responsable. Has descrito a los hombres
que te secuestraron, Alex. Mañana sus cuerpos acribillados a balazos estarán a la vista.
Ahora fue Diente de Plata quien habló. Anteojos y Reloj de Acero también parecían
inquietos. —¿Cómo vas a fingir eso? —preguntó.
Drevin sonrió. —¿Quién dijo que iba a fingir?
La secuencia de disparos fue tan fuerte y tan cerca que Alex casi se volcó con la silla. Los
cuatro terroristas falsos no tuvieron ninguna posibilidad. Ellos estaban muertos antes de
que pudieran reaccionar, caídos sobre sus pies en el suelo frío de cemento. Alex se dio la
vuelta. Magnus Payne sostenía uno de los mini Uzis. Había una sonrisa horrible en su
cara. Una nube de humo se cernía en torno a sus manos.
—¡Estás loco! —Alex escupió las palabras sin saber lo que estaba diciendo—. ¡Nunca te
saldr{s‖con‖la‖tuya!‖Ellos‖sabr{n‖que‖fuiste‖tú‖quien…
—Es muy posible que sospechen que fui yo, pero va a ser casi imposible de probar —
replicó Drevin—. Me temo que soy la víctima en todo esto.
—Pero ¿qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con Tamara? ¡Si nos matas, la CIA vendrá después!
—La CIA ya está detrás de mí. ¿Qué diferencia harán otro par de cuerpos? Me temo que
tú y la señorita Knight serán encontrados en la playa. Accidentalmente atrapados en el
fuego cruzado. Una verdadera lástima. Pero no tengo la culpa.
—Y ¿qué pasa con Kaspar? —¿Por qué Alex pensaba en él? Él era la pieza restante de este
disparatado rompecabezas. Si Fuerza Tres había estado trabajando para Drevin todo el
tiempo, entonces también lo había hecho Kaspar. Pero ¿dónde estaba?
—Muéstraselo —ordenó Drevin.
Magnus Payne dejó la metralleta. Levantó la mano y se quitó su cabello pelirrojo. Una
peluca. A continuación, se arrancó su piel. Alex debería haber reconocido el látex.
Recientemente había llevado puesto un disfraz similar. Observó con consternación que el
jefe de seguridad parecía romper su propio rostro y los tatuajes horrorosos aparecían
debajo. En apenas unos segundos, el truco de magia se completó. Magnus Payne se había
ido; Kaspar estaba en su lugar.
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—Los tatuajes fueron bastante dolorosos y desagradables —comentó Drevin—. Pero
tuvimos que crear un líder terrorista que la gente recordara. Yo diría que lo hemos
conseguido, ¿no?
Alex se sintió totalmente derrotado. Recordaba ahora su primera reunión con Payne en
Bahía Flamingo. El jefe de seguridad había disfrazado su voz, por supuesto. Pero aún así,
Alex había estado seguro de que lo había visto antes en alguna parte. Y Payne supo de
inmediato quién era. Tanto él como Paul habían estado en el coche cuando Drevin los
presentó, y Payne había actuado como si se conocieran por primera vez. Pero él supo de
inmediato quién era quién. Por supuesto. Él había reconocido a Alex.
—Vamos a preparar los cuerpos en la playa después del lanzamiento —dijo Drevin a
Kaspar—. Y añadiremos al chico y a la mujer entonces —Dejó su vaso y se levantó—.
Adiós, Alex. Me gustó mucho conocerte. Me hubiera gustado llegar a conocerte mejor.
Pero me temo que hemos llegado al final.
Tiró de su anillo una última vez como si hubiera algo que hubiera olvidado decir. Los
hombres que habían fingido ser la Fuerza Tres, y cuyos nombres Alex nunca sabría, se
quedaron tendidos en el suelo.
Kaspar se adelantó y agarró la silla. Alex se quedó impotente mientras su silla era
inclinada hacia atrás y él era arrastrado.
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Capítulo 18
Viento y Agua
Traducido por Anne_Belikov & Cami.Pineda
Corregido por Xhessii
Kaspar condujo a Alex a través de un edificio rectangular con ventanas con barrotes y una
puerta con una escalera que bajaba, justo por debajo del nivel del suelo. Alex no podía
pensar en otro hombre como Magnus Payne. El jefe de seguridad de Drevin no se había
molestado en reemplazar su peluca o su máscara, e incluso en la oscuridad el horrible
mapa del mundo todavía brillaba en su pálida piel. Alex se preguntó cuánto le habían
pagado por desfigurarse. Cualquiera que hubiese sido la suma, probablemente le tomaría
como mucho un día el pagar por la cirugía laser para remover los tatuajes.
Alex había sido desatado de la silla de madera, pero sus manos todavía seguían atadas.
En cuanto lo liberaron de la silla, probó el alambre, tratando de encontrar una parte floja.
Le parecía que, con el tiempo, quizá podría liberarse. No es que le sirviera de mucho. El
edificio enfrente de él parecía una prisión. Y Kaspar sabía de lo que era capaz. Él no se
permitiría cometer más errores.
Bajaron las escaleras hacia un área extensa llena de equipo electrónico, computadoras y
estaciones de trabajo. El modelo de una sonda espacial (reluciente acero con circuitos por
todas partes) ocupaba la mayor parte de la habitación. Alex advirtió dos juegos de lo que
parecían ser prendas colgando de un riel. Ambos tenían el logo de Ark Angel cosido en la
manga. Supuso que debían ser los trajes utilizados por los astronautas.
—Por aquí —gruñó Kaspar. Hizo un gesto con su pistola hacia otro tramo de escaleras
que conducía hacia abajo.
Alex obedeció y se encontró a sí mismo en un amplio corredor con lo que parecían dos
sólidas jaulas a cada lado. Mientras caminaba hacia adelante, escuchó el chillido
proveniente de la primera jaula, y para su sorpresa un orangután se precipitó hacia él,
golpeando sus puños contra las barras. Entonces recordó. Drevin había dicho que estaba
planeando enviar un mono al espacio: algún tipo de experimento de resistencia.
—Te presento a Arthur —dijo Kaspar. Había una fea sonrisa en su rostro.
—¿Es tu pariente? —preguntó Alex.
El comentario le valió un fuerte golpe con el arma. Pero el dolor lo olvidó rápidamente.
Había mirado dentro de la siguiente jaula y había visto a Tamara Knight, todavía pálida,
pero viva. Ella le sonrió a Alex, pero no dijo nada mientras Kaspar abría la puerta de la
jaula opuesta.
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—Aquí —ordenó él.
Alex no tenía elección. Caminó dentro y esperó mientras Kaspar cerraba la puerta con
llave detrás de él. Miró a su alrededor. La jaula era un cuadrado de dos metros. Las barras
eran de sólido acero. La cerradura era nueva. Alex no tenía dispositivos con él y sus
manos todavía estaban atadas. No iría a ninguna parte.
Kaspar removió la llave y la deslizó en su bolsillo. —Los dejaré a ustedes tres juntos —Él
miró su reloj. Era casi la una de la mañana—. Escucharán el despegue del cohete —dijo
él—. Y tan pronto como se haya ido, alguien vendrá por ustedes. Los llevarán a la playa y
eso será todo. —La esquina de África Occidental se torció en una mueca de odio puro.
Alex lo había visto antes. Cuanto más grandes eran los criminales, más resentidos se
sentían al ser vencidos por un adolescente. Y Alex había derrotado a Kaspar dos veces. —
Siento no ser quien tendrá la pistola —continuó Kaspar—. Pero estaré pensando en ti.
Espero que no sea demasiado rápido.
Se fue. Alex escuchó sus pasos en las escaleras. La puerta principal se abrió y se cerró.
Arthur, el orangután, fue hacia la parte trasera de su jaula y se sentó.
—Un hombre encantador —murmuró Tamara.
—Tamara, ¿estás bien? —Alex había estado preocupado por ella y estaba aliviado de verla
ahora.
—He estado mejor —admitió—. ¿Ése era Magnus Payne?
Alex asintió.
—Creí haber reconocido su voz. ¿Qué le pasó a su cabeza?
Alex se lo dijo. Le dijo también sobre su reunión en el hangar y el plan de Drevin para
destruir Washington. Tamara estaba arrodillada contra la puerta de su jaula, escuchando
de cerca. Cuando terminó de hablar, ella dejó escapar un profundo suspiro. Le pareció a
Alex que incluso más color había sido drenado de su rostro.
—Pensamos que iba a atacar y a correr —dijo ella—. Pensamos que había terminado.
Nunca nos imaginamos que estaba viniendo con algo como esto.
—¿Puede realmente hacerlo? —preguntó Alex.
Tamara lo pensó un momento, luego asintió. —Tal vez. No lo sé. Tiene que haber estado
trabajando en todo eso hasta el último segundo. En la explosión. En el resto de ello. Pero
sí…‖me‖temo‖que‖probablemente pueda hacerlo.
—Tenemos que contactar a Joe Byrne.
—Los guardias tomaron mi radio transmisor. Imagino que tienen tu iPod también.
—¿Qué hay sobre los teléfonos?
—Hay radio teléfonos en la isla pero Drevin los desactivará todos, sólo por precaución. Y
los celulares ordinarios no son buenos; nunca puedes conseguir señal. No lo sé, Alex. O
vamos a tener que detenerlo nosotros mismos o uno de nosotros tendrá que ir por ayuda.
—Barbados…
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—Está a sólo diez millas de aquí. Ed Shulsky está esperando en el Punto Harrison; él tiene
un plan de respaldo. Tal vez puedas robar un bote.
—¿Por qué yo? ¿Por qué no ambos?
Tamara negó con la cabeza. —Lo siento, Alex. Pero tengo una bala en mi hombro. Sólo te
retrasaría.
Alex golpeó la puerta de la jaula con su pie. Las barras se estremecieron. Era obvio para él
que no iba a ir a ninguna parte, y así se lo dijo.
—Tal vez pueda ayudarte —dijo Tamara. Estaba usando tenis y mientras Alex observaba,
ella se agachó y sacó las cintas—. ¡Atrápalas! —Ella deslizó su brazo sano entre las barras
de su jaula y le lanzó las cintas a Alex.
—¿Qué…?
—No eres el único con dispositivos. Hay alambre de tungsteno dentro de las cintas. Con
filo de diamante. Puedes cortar a través de las barras.
—Eso es estupendo —dijo, aunque secretamente había deseado que la CIA hubiera hecho
algo menos torpe y un poco más eficiente.
—Me quitaron mis aretes explosivos —añadió Tamara, como si estuviera leyendo su
mente.
Alex tomó una de las cintas y examinó la puerta. Las barras de metal eran fuertes pero
también delgadas y él sólo tenía que cortar tres de ellas para escabullirse a través de la
jaula. Su trabajo no sería más fácil por el hecho de que sus manos estaban atadas, pero tal
vez pudiera lidiar con eso, también.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó él.
—No mucho. Amanece alrededor de las seis y si no estás fuera para entonces, no creo que
tengas oportunidad.
—De acuerdo.
Alex colocó la cinta sobre el alambre entre sus muñecas, entonces agarró los extremos con
sus dientes. Tiró de la delgada cinta y comenzó a sacudir sus manos como el movimiento
de una sierra. En menos de un minuto sus muñecas estaban libres. Vio sonreír a Tamara.
Ahora podía empezar a trabajar enserio.
Las barras no fueron tan fáciles. Le tomó cerca de media hora hacer el primer corte, y Alex
estaba decepcionado de descubrir que incluso después de haber dañado severamente la
base, la barra no cedería. Tuvo que hacer un segundo corte (otro trabajo de media hora)
antes de que finalmente cayera al piso con un sonido metálico. Alex maldijo. Si había
algún guardia escaleras arriba, el sonido lo alertaría. Pero estaba de suerte. Nadie vino.
Parecía que ambos estaban por su cuenta.
Tamara no habló mientras trabajaba, pero ahora asentía hacia él. —¡Continúa! —Lo animó
ella.
—¿Qué hora es?
—No lo sé. Me quitaron mi reloj.
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Eso era lo peor. Mientras Alex comenzaba con la segunda barra, no tenía idea de cuánto
tiempo había pasado. Todo lo que sabía era que estaba agotado. Necesitaba dormir. Y
tenía ampollas en los pulgares, en los dedos y en las muñecas, donde sus manos habían
estado frotándose entre sí.
La noche avanzó. Él se sentó encorvado en la jaula, aserrando de ida y de vuelta. Tamara
estaba observándolo. El orangután se había volteado de espaldas a ellos y parecía estar
dormido.
Y al final estuvo hecho. La tercera barra se soltó, dejando suficiente espacio como para que
Alex se deslizara dentro del corredor. Fue hacia Tamara.
—Voy a sacarte —dijo él.
—No, Alex.
—No puedo sólo dejarte aquí.
Tamara sacudió su cabeza. —No tienes mucho tiempo. Llega a Barbados. Encuentra a Ed.
—Ella se inclinó hacia atrás. A pesar de que estaba intentando no demostrarlo, Alex podía
ver que ella tenía mucho dolor—. Estaré bien —continuó—. Tengo a Arthur para hacerme
compañía. Ahora vete, antes de que alguien venga.
Alex sabía que ella estaba en lo correcto. Él tomó una de las barras sueltas y volvió a subir
por las escaleras. Mirando a través de la ventana, se alarmó al ver manchas de luz color
rosa cruzando el cielo manchado de tinta. Debían ser después de las seis, quedaban
menos de tres horas para el lanzamiento.
Se acercó a la puerta y la abrió un poco. Había un guardia sentado en una silla,
vistiendo un overol gris y una gorra. Alex sonrió. Por una vez la suerte estaba de su lado.
El hombre estaba profundamente dormido. Él agarró la barra de metal con más fuerza.
Había pensado que podría serle útil.
Diez minutos más tarde, vestido con el uniforme del guardia y la gorra sobre la frente,
Alex condujo un cochecito eléctrico hacia el puesto de control. Sin disminuir la velocidad,
le entregó la identificación al guardia, doblando el brazo para que cubriera la mayor parte
de su rostro. Él estaba preparado para chocar contra la puerta si tenía que hacerlo, y
estaba aliviado cuando ésta se abrió para permitirle el paso. Parecía que la seguridad en
Bahía Flamenco necesitaba una seria revisión. Pero entonces, de nuevo, él y Tamara
supuestamente deberían estar encerrados. Este lugar era una isla, diez millas lejos del
próximo pueblo. ¿De qué tenía Drevin, o cualquier otra persona, que preocuparse?
El carrito era fácil de conducir, con sólo dos pedales (el acelerador y el freno) y sin
engranajes. Él puso sus pies al ras del suelo y condujo a través de la selva, consciente de
que el cielo estaba volviéndose más claro todo el tiempo. La casa de Drevin y el otro lado
de la isla, Punto Pequeño, aparecieron en la distancia. Alex giró el volante y dejó la pista,
el coche yendo hacia abajo entre las palmas, hacia la playa. Hizo la mitad del camino antes
de quedarse atascado en la arena. Eso era suficiente para Alex. Saltó del coche y corrió
hacia el muelle.
Había dos canoas y un bote atracados ahí, un barco Princesa V55 de motor. Una canoa
sería demasiado lenta. ¿Pero el bote? Era hermoso, estaba muy bajo en el agua, su proa en
forma de cuchillo; había sido construido para ir a gran velocidad. Alex buscó por la llave.
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¿Por qué no? Un guardia se había quedado dormido. El otro no parecía haberlo mirado
cuando paso delante de él. Un tercero quizá habría cometido el peor error de todos.
Pero esta vez se encontró decepcionado. No había llave. Él buscó en todos los
contenedores y los casilleros de la cabina principal, pero no había nada. Frustrado, Alex
descansó sus manos en el volante y se forzó a tranquilizarse. La casa de Drevin estaba a la
vista. Estaba tentado a allanarla y tratar de conseguir un teléfono. Pero Tamara le había
advertido que todos los teléfonos de la isla estarían inhabilitados y Alex le creía. ¿Tal vez
encontraría la llave del Princesa en la casa? Era posible pero el riesgo era demasiado
grande. Alex miró hacia arriba. El cielo brillaba rápidamente, la oscuridad se alejaba como
tinta derramada. Estaba amaneciendo. Drevin podría despertarse en cualquier momento.
Sin teléfonos. Sin botes. Barbados estaba a diez millas de distancia, demasiado lejos para
nadar o remar en una canoa. Alex sabía lo que tenía que hacer. Había pensado en ello
cuando estaba aserrando las barras de la jaula, pero había esperado encontrar otra
manera. Bueno, no la había. Quizá ahora pudiera ponerse en ello.
Saltó del bote y corrió a lo largo de la playa, haciendo el camino hacia la casa. Pero no
entró. En lugar de eso, dio la vuelta para llegar a la parte trasera, al cuarto de equipo,
donde Kolo lo había llevado antes para bucear. A Alex se le ocurrió que tal vez podía
encontrar una llave para el barco dentro, pero no iba a perder el tiempo buscando. El
cuarto de equipo era donde Paul Drevin había mantenido su tabla y su cometa. Eso era
por lo que Alex había venido.
Pero incluso cuando encontró el cometa y comenzó a sacarlo, se preguntó si sería posible.
Diez millas era un largo camino y después de la tormenta la marea podía ser fuerte. Al
menos la brisa era fuerte. Alex la había sentido cuando estaba en el muelle, y también
soplaba en alta mar. La mayoría de los paracaidistas evitan los cometas cuando la energía
eólica marina es difícil, y siempre existe el peligro de que los envíe hacia el mar. Pero eso
era exactamente lo que Alex quería. Tenía que escapar. Rápido.
Alcanzó la tabla y en ese momento la puerta se abrió detrás de él. Alex ya estaba dando la
vuelta, sus puños en alto, preparándose para un golpe de karate, cuando Paul entró.
—¿Alex? —El otro chico obviamente apenas se había levantado. Estaba vistiendo sólo
shorts. Miró a Alex, conmocionado—.‖ ¿Qué‖ est{s…?‖ —Él no podía encontrar las
palabras—. Pensé que te habías ido —dijo él.
—Me temo que no —Alex no estaba seguro de cuánto sabía Paul, y no sabía qué decirle.
Era consciente de que su situación había cambiado. ¿A dónde iría desde aquí?
—¿Qué te sucedió? —preguntó Paul—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué estás
vestido de esa forma?
—Lo siento —dijo Alex—. No puedo decírtelo —Desesperadamente deseó que Paul no lo
hubiese encontrado—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?
—No podía dormir. Fui a la ventana para tomar algo de aire y estabas ahí, en la playa.
—¿Tienes la llave del bote? ¿Sabes dónde está?
—No. —De pronto Paul era todo furia—. Papá me dijo que habías venido aquí para
espiarlo. Dije que no podía ser cierto, pero él estaba seguro de ello. Dijo que tenía
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enemigos en Nueva York y que ellos te habían pagado para venir aquí, para causarle
problemas.
—¿Te dijo él lo que me hizo a mí? —Lo cortó Alex. También estaba enfureciendo. Aquí
estaba Paul, acusándolo. Pero él no sabía nada.
—Él dijo que te puso en el avión fuera de aquí —Paul miró a Alex con duda—. ¿Es
verdad, Alex? —demandó—, ¿nos estás espiando?
—No tengo tiempo para hablar de eso ahora. —Dio un paso y el brazo de Paul se lanzó,
buscando el botón que estaba en el panel de la pared. Alex no se había dado cuenta antes.
—Esta es una alarma —dijo Paul—. Si lo presiono, va a haber una docena de guardias
aquí en menos de un minuto. Quiero que me digas la verdad. ¿Qué haces aquí? ¿Qué ha
estado pasando?
—Si presionas el botón, me matarían.
—Est{s‖mintiendo…
—Tu padre me va a matar, Paul. Él ya lo ha intentado.
—¡No!
Paul estaba mirando a Alex y ahora había algo en su cara. No era solo que no creía. Era
rabia. Y Alex entendió. No había nada que pudiera hacer. Él podría decirle a Paul todo lo
que sabía sobre Nikolei Vladimir Drevin, y no habría diferencia.
Drevin le había mentido. Él lo había molestado y le había mostrado muy poco afecto. Pero
seguía siendo el padre de Paul. Era tan simple como eso. Y no había importaba cuales
fueran los sentimientos entre ellos, Paul lo defendería. Porque él era el hijo de Drevin
Alex sabía que sólo tendría segundos antes que Paul sonara la alarma. Levantó sus manos,
con las palmas abiertas, como para mostrar que no iba a hacerle daño. —Ok, Paul —dijo—
. Te diré todo.
—No‖te‖acerques…‖—Paul se acercó unos sentimientos a la alarma.
Alex dio otro paso atrás. —No es lo que tú piensas. Tu padre estaba equivocado sobre mí.
Como tú. Tú madre me pidió que viniera.
—¿Qué?
Alex había mencionado a la madre de Paul porque sabía el efecto que podría tener. Paul
se congeló, y en ese segundo, Alex giró, y con su codo le pegó en la sien al otro chico. Paul
se desmayo instantáneamente; Alex lo cogió y lo puso en el piso. Él había estado
aprendiendo karate desde que tenía seis años, pero está era la primera vez que había
noqueado a alguien de su misma edad. Se sintió apenado. Todo lo que Paul quería era un
amigo,‖alguien‖a‖quien‖cuidar…‖y‖ lo‖había‖ llevado‖a‖eso.‖Pero,‖¿qué‖m{s‖podría‖hacer?‖
Tenía que dejar la isla. Tenía que prevenir a toda una ciudad de ser destruida.
Se forzó a si mismo ignorar al chico inconsciente, recoger la cometa y el resto del equipo
para llevarlo a la playa.
El sol ya estaba bien arriba en el horizonte. Alex sacó la cometa y la llevó a lo largo de la
costa, todo el tiempo buscando guardias que se le acercaran. ¿Cuánto tiempo tardaría
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Paul en venir? Quince minutos, o veinte. No importaba de qué manera se viera, el tiempo
corría.
Y todavía estaba el problema del lanzamiento de la cometa. Con dos personas hubiera
sido fácil. Él solo, tomaría más tiempo. Rápidamente Alex se quitó el uniforme; debajo de
él estaba usando un bañador. Recogió el arnés y se lo puso. Era un Místico Montador
Oscuro, hecho de un caucho negro con una espuma de concha. Paul había escogido el
mejor equipo él mismo y se había asegurado que fuera el mejor. Si sólo pudiera estar allí
para ayudar a Alex.
¿Cómo lo iba a hacer?
Alex revisó la dirección del aire, luego llevó la cometa y la puso en el piso con las líneas
estiradas hacía el agua.
Recogió varios puñados de arena y los arrojó contra el viento desde la cometa. La otra
punta quedó libre.
Recogió la tabla y la barra de control y empezó a caminar hacia el mar. El agua, estaba
sorprendentemente fría, rodando sobre sus tobillos. La cometa, se formó como una luna
creciendo, tumbado detrás de él. Estaba flotando como un animal herido, tratando de
levantase al aire. Sólo la arena estaba sosteniéndolo.
Alex llevó la tabla abajo al lado de él y sacó una de las líneas atadas la punta a favor del
viento, gentilmente entrando dentro de la brisa. Casi una empezó a elevarse, y la cometa
se infló, el viento se metió por los respiraderos. Alex caminó más adentro del agua. La
cometa estaba jalándolo más fuertemente, el chaleco de tela y arrojándolo. Y luego, de
repente se elevó.
Alex se direccionó con cuidado en el aire y lo neutralizó sobre su cabeza. Le había tomado
varios minutos llegar a este punto y estaba dolorosamente incomodo por el tiempo que se
le estaba acabando. Pero lo había hecho. Estaba listo para irse.
Enganchó la barra de control a su arnés y luego dio unos pasos a la tabla. Con cuidado
bajó la cometa en el viento. Casi de una sintió el tirón, feroz e irresistible. Se agachó,
dejando que lo tomara. Él estaba lleno de poder. Un momento luego, se había ido.
La cometa estaba volando enfrente de él, a quince metros por encima del mar. A pesar de
todo, Alex experimentó la misma alegría que sintió con Paul cuando ambos estaban
tonteando alrededor. Parecía que iba increíblemente rápido.
El viento estaba por encima de él, el aire casi lo cegaba mientras pasaba por su cara. El sol
ya estaba caliente; podía sentirlo, calentando sus brazos, pecho y hombros. Si estaba
afuera mucho tiempo, se quemaría. Pero Alex sabía que ese era el último de los
problemas. De alguna manera tenía que cubrir diez millas. Y Drevin podría ir detrás de él
muy pronto.
Estaba pasando el Punto Pequeño; una vez que lo rodeó se pudo sentir en aguas menos
amigables. Soltó la barra de control, levantándola un poco hacía arriba para bajar la
velocidad, luego jaló las dos líneas, volteándolo a la izquierda. En el momento en que
rodeo la punta, sintió la diferencia. Las olas, de repente, estaban mucho más largas. La
vista adelante estaba obstruida por una sólida pared azul que lo rosaba con alarmante
velocidad y lo amenazaban con hacerlo caer. De alguna manera logró escalarla, una tras
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otra. Pero sus brazos, que tomaron la mayoría de la tensión, estaban ya adoloridos. Y
cuando lo hizo vio un breve brillo en el horizonte, no había nada allí, no era nada más que
una pequeña mancha. Barbados estaba todavía muy lejos.
Pasaron 10 minutos. Alex era un buen surfeador pero era muy diferente con una cometa.
Toda su concentración estaba fijada en el planeador negro y blanco de alas Flexifoil. Si lo
dejaba salirse de sobre el agua, sabía que se caería al océano. Si paraba sería casi imposible
que volviera a lanzar la cometa. Tenía que mantenerse en pie. Estaba exhausto por la falta
de sueño. Lo ignoró. Se concentró. Apretando sus dietes, se aguantó.
El aire estaba viniendo de ambos lados ahora, ráfagas a 50 kilómetros por hora. El aire lo
lastimaba. Se preguntó si iba en la dirección correcta o si corría riesgo de ser visto en
Bahía Flamingo aunque ya estaba lejos y distante. Se imaginó que entre más tiempo lo
mantuviera en su hombro izquierdo, estaría yendo menos a la derecha.
Miró hacía atrás de nuevo, y tuvo una repugnante estacada en su estomago. Tuvo que
pelear por mantener el equilibrio. Había viajado al menos cinco millas, estaba seguro de
eso. Pero no había señales de Barbados y lo peor había pasado.
Estaba siendo perseguido.
Paul debió haber presionado la alarma. Era eso o alguien había visto la cometa y
adivinado que había pasado. La princesa V55 estaba acuchillando a través del agua, es
una forma elegante de subirle el poder hacia él. Era increíblemente rápido, moviéndose
casi a treinta y nueve nudos. Cuarenta y cinco millas por hora. No iba a demorarse mucho
antes que lo alcanzara. Y aún había más. Había dos pequeños botes. Mientras Alex se
arriesgaba mirando atrás, los vio desplegarse, saltando adelante y cerrando rápidamente
la distancia entre La Princesa y él.
Había unas lanchas rápidas y nuevas Bella 620 DC, hechas en Finlandia y mandadas al
Caribe.
Estaban a veinticinco pies de distancia. Cada uno estaba equipado con un motor de 150
Mercurio Optimax de agua salada de muchos caballos de fuerza y Alex sabía que iban al
menos al doble de la velocidad que él llevaba. Estaban a menos de un minuto de
distancia.
No había nada que pudiera hacer. Sus manos estaban sujetadas alrededor de la barra de
control y bajó la cometa tanto como se atrevió, desesperado tratando de acelerar. Ahora
pudo escuchar los motores bajo el aire. Más paredes de agua crecían enfrente de él. Sus
piernas temblaron con la tensión mientras se abría paso por las olas. Los botes volaban,
tallando a través de eso.
Había dos hombres en cada uno, uno viendo, y el otro sosteniendo el arma. Ellos no
habían venido para capturarlo y devolverlo. Iban a matarlo. Alex escuchó el sonido de las
ametralladoras, casi perdidos por el ruido de las olas. Puso la barra en su pecho,
dirigiendo la cometa. Al mismo tiempo, transfirió su peso a lo plano de la tabla, tensado
en sí mismo, y saltó. Ahora estaba en el aire, a diez metros del agua. Las balas pasaron a
su lado. El tiempo en el que estuvo suspendido, pareció durar por siempre. Estaba
volando, todo su cuerpo se inclinó hacia atrás, las plantas de sus pies hacia el cielo. El
hombre en la lancha había sido tomado por sorpresa. Lanzándose al mar, perdieron el
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equilibrio, medio cegados por la espuma, incapaz de dispararle algo sobre sus cabezas.
Por unos segundos, Alex estaba a salvo.
Pero no podía desafiar a la gravedad por siempre. Alex se abrazó a sí mismo para la
entrada al agua, tratando de ignorar los dos botes, que estaban horriblemente cerca.
Aterrizó en medio de ambos, doblando sus rodillas para absorber el impacto y bajando la
cometa para mantener la velocidad. Si se volcaba, moriría.
Pero mientras se recordaba estar parado, el hombre no podría disparar. Había un gran
riesgo que se dispararan entre ellos.
Y luego Alex vio Barbados. Ahí estaba, delante de él, no más grande que una pieza de un
centavo. Si podía sobrevivir solo unos minutos más, estaría bien.
Estaba siendo jalado por ambos botes, los tres a la misma velocidad. Estaba tan cerca del
hombre que si no fuera por los motores y las bombas de las olas pudiera haberle gritado.
Empezaba a sentir que su fuerza le estaba fallando. Sus brazos se estaban debilitando.
Todos sus músculos estaban tirando. Apenas podía sentir la tabla bajo sus pies.
Y luego un bote a su izquierda apareció, disparándole al que estaba a su izquierda. Alex
vio al guardia levantar su arma, preparado para disparar. Estaba sentando en nadado de
pato a través del agua, totalmente desprotegido, sólo a un par de metros lejos del hombre
que estaba por tumbarlo.
Alex hizo lo único que podía hacer. Una vez entró al aire, pero esta vez no saltó tan alto.
El hombre con el arma tal vez pensó que estaba haciendo algo sin planear. Pero Alex sabía
exactamente que estaba hacienda. Todo dependía de la sorpresa.
Mientras se quitó, dejó la barra en solo una mano y bajó. Había una manija en medio de la
tabla y la agarró. Estaba colgando en el aire y la tabla cayó, liberándose de sus pies.
Sosteniéndolo fuerte, Alex se abrió bajo sus pies como un club. La tabla golpeó la cabeza
del hombre. Alex sabía que eso había sido hecho por Kevlar, el mismo material con que la
SAS usa para las armaduras de cuerpo. Para el hombre con el arma, fue como haber sido
golpeado por un eslabón de metal. Se desplomó. Pero su dedo seguía en el gatillo. Alex
vio el fogonazo. Las balas rompieron la cubierta del barco, destrozaron el parabrisas y
golpearon al conductor. El idiota cayó al piso. El barco estaba fuera de control.
Alex deslizó la placa debajo de él y consiguió poner sus pies en las correas un segundo
antes de chocar contra el agua.
El Bella 620 DC tenía un pasajero inconsciente y el conductor muerto desplomados sobre
la rueda. Realizo una perfecta curva en forma de «S», virando primero a la derecha, luego
otra vez a la izquierda, cruzo la abierta expansión de agua y se estrelló contra el otro bote.
Alex vio que las dos naves colisionaron. Hubo una explosión de astillas de metal y fibra
de vidrio, y el segundo barco fue volteado en el aire. Por un breve momento, parecía
colgar allí, y Alex vislumbró el rostro del conductor aterrorizado, boca abajo, mientras
contemplaba su propia muerte. A continuación, se derrumbó hacia abajo y hubo un gran
«splash».
Todo se había acabado. Alex arrastró a la cometa fuera de peligro. Repentinamente estaba
solo.
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Pero no por mucho. La Princesa había estado colgada atrás, esperando para que las dos
lanchas a terminar su trabajo. Ahora apareció hacia adelante. Con el conductor, había tres
hombres con armas. El hombre había visto qué había pasado; ahora serían más
cuidadosos. Todo lo que tenían que hacer era entrar en rango y serian capaces de
tumbarlo.
Alex no tenía la fuerza para otro salto. Barbados se cernía delante de él pero, como si se
burlara, el viento se calmó. Él podía sentir como perdía velocidad. Tiró de la cometa tan
abajo como se atrevió, pero no hizo diferencia alguna. No había nada más que hacer.
Se preparó, aguardando por el sonido de las armas y la ardiente agonía que seguiría.
Hubo otra explosión. Una ráfaga de humo y gasolina ardiendo.
Alex cayó de costado, ensordecido. Se preguntó por un breve momento si había sido
golpeado. Luego se sumergió en el agua, mientras fragmentos de fibra de vidrio rotos y
ennegrecidos rebotaban a su alrededor como un enjambre de abejas. Sus manos ya no
tenían la fuerza para aferrarse a la barra de control. Fue arrastrado debajo de la superficie,
retorciéndose en vueltas y vueltas, roto, acabado.
Salió a la superficie.
La Princesa estaba en llamas. No había ningún rastro del conductor, ninguna señal de los
tres hombres armados. El barco se desvió, atravesando el negro humo y empezó a
desacelerar. Estaba asfixiándose. Tosió el agua y se giro. Otro bote había aparecido, una
especie de buque naval. Había un hombre en la proa sosteniendo una bazuca.
Alex reconoció el cabello rubio y las facciones que parecían cinceladas de Ed Shulsky, el
agente de la CIA que había conocido en Nueva York.
—¡Alex! —Lo llamó Shulsky—. ¿Quieres dar un paseo?
Alex estaba muy débil para responder. Sus hombros y su cara se estaban quemando con el
sol, pero aun así estaba temblando. El bote se acercó junto a él y fue empujado a bordo.
Había una docena de hombres en cubierta, todos jóvenes y de aspecto rudo. Alguien trajo
una gran toalla y lo envolvieron en ella.
—Estuvimos observando la isla —le dijo Shulsky—. Te vimos llegar, aunque al principio
no sabíamos que eras tú. Honestamente, no creíamos lo que estábamos viendo. ¡Todavía
no‖lo‖creo!‖Así‖que‖nos‖acercamos‖para‖ayudar…
Esa era toda la explicación que Alex necesitaba. —Drevin tiene a Tamara Knight —dijo—.
Es‖una‖prisionera.‖Y‖hay‖algo‖que‖debes‖saber…
Justo entonces, sucedió. Una cegadora luz tan brillante que pareció que borró el sol,
succionó el azul del mar y el cielo, volviendo todo al mundo de color blanco. Un
estruendo como el de una explosión, solo que diez veces más fuerte y más prolongado.
Una onda de choque que estremeció hasta el agua, enviando nuevas olas punzantes a los
costados del bote. El mismo aire parecía vibrar y Alex sintió un rayo de dolor en ambos
oídos.
Se giró a tiempo para ver el torpedo plata volando al cielo, con una flama ardiente en su
base, creciendo como si estuviera en un colchón de humo. Estaba a diez millas de
distancia, pequeño, pero aun así, Alex podía sentir su asombroso poder y majestuosidad.
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Observó como desaparecía, esforzándose para penetrar la superficie atmosférica.
Había llegado demasiado tarde. Gabriel 7 se había puesto en marcha.
La bomba que iba a derrumbar Ark Angel iba rumbo a Washington.
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Capítulo 19
Tapadera Profunda
Traducido por Hillary_Stone
Corregido por Silvery
A veces le parecía a Alex que el universo entero estaba en contra de él. Alejarse de Bahía
Flamingo casi lo mata. Había sido una lucha agotadora contra el tiempo, los elementos y
el poder de fuego de Drevin.
Y ahora él estaba de vuelta.
Fue el agente de la CIA, Ed Shulsky, el que había hecho que eso sucediera.
—Alex, sabes el lugar. Necesito que me digas dónde están reteniendo a Tamara. Tú me
puedes dar la disposición de la isla. De todos modos, no tenemos mucho tiempo. Tú viste
por ti mismo. El cohete está en camino, y si lo que me has dicho es verdad...
—Lo es. —Alex sintió un chorro de molestia. ¿Por qué dudaba el americano, todo el
tiempo, de lo que él le había dicho? ¿Era tal vez porque sólo tenía catorce años?
Shulsky se dio cuenta de su reacción.
—Lo siento. Eso estaba fuera de lugar. Pero este plan tuyo, Ark Angel... Washington... —
Negó con la cabeza—. Va más allá de lo que podríamos haber imaginado. Y es por eso que
tenemos que llevarlo a cabo. Ahora mismo. No tenemos tiempo para arrepentirnos.
—Pero ahora es demasiado tarde —sostuvo Alex—. Gabriel 7 se ha ido. ¿Qué vas a hacer?
¿Disparar hacia abajo?
Shulsky sonrió.
—No hay necesidad de eso. Todo lo que tenemos que hacer es encontrar el botón rojo. —
Alex se quedó perplejo—. ¡La auto-destrucción! Si algo saliera mal con el lanzamiento,
Drevin habría tenido que tener una reserva. Vamos a ser capaces de volarlo antes de que
llegue a cualquier lugar cerca de Ark Angel.
Alex estaba de pie en la proa del blindado de Operaciones de Habilidades Especiales
Mark V, el buque elegante y aerodinámico utilizado principalmente para llevar a los
SEAL a las operaciones de combate. Estaba equipado con ametralladoras 7,62 mm Gatling
y misiles Stinger y una docena de hombres reclutados desde la Fuerza Especial de
Operaciones, completamente armados y listos para invadir la isla.
Llevaba ropa de combate que era un poco grande para él, alguien había encontrado un
juego de repuesto a bordo. Ahora, estaba viendo como la isla se acercaba, a los puntos de
referencia que entran en el foco. Lo extraño fue, que en el fondo, sabía que tendría ganas
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de volver, aunque Shulsky no había hecho ningún argumento sin sentido. Tamara Knight
le estaba esperando. Y después estaba Paul Drevin. Alex quería la oportunidad de
disculparse. Todavía se sentía mal por lo que había hecho.
—¡Dos minutos! —llamó Shulsky.
Los hombres comenzaron a revisar sus armas y chalecos antibalas. Se dirigían al muelle
viejo de madera cerca de la casa. Shulsky tenía la intención de acercarse al centro de
control a través de la selva. Esto significaría una marcha forzada a lo largo de la isla y
llevaría más tiempo, pero después de que Alex hubiese descrito la zona de lanzamiento,
Shulsky había decidido que un ataque frontal sería demasiado arriesgado. No había
ningún refugio, sino que se reduciría hasta el momento en que abandonaran el barco.
Shulsky replicó a Alex en la proa.
—Quiero que permanezcas a bordo hasta que la lucha haya terminado —anunció.
—¿Qué quieres decir? —protestó Alex—. Pensé que querías mi ayuda.
—Tú ya has ayudado. Gracias a ti, sabemos a dónde vamos y qué vamos a hacer. Pero
esto va a ser una guerra, Alex. Y no puedo permitirme el lujo de tener a mis hombres
preocupados por ti. Quédate en el barco y permanece fuera de la vista.
Era demasiado tarde para discutir. Habían llegado al muelle, y Alex tuvo que admitir que
Shulsky tenía razón en una cosa. Este lado de la isla estaba desierto. Si Drevin lo había
visto venir, había concentrado sus fuerzas alrededor del sitio de lanzamiento, nadie
siquiera parpadeó cuando el barco se detuvo en el muelle. Alex vio a los trece
estadounidenses desembarcar. Pisaron a través de la playa y desaparecieron entre los
árboles de palma. Todavía deseaba haber ido con ellos. Él les había dicho dónde encontrar
a Tamara pero le hubiera gustado ser el que la rescatara.
Se quedó atrás. Olvidado. Podía ver la casa de Drevin en la distancia, la luz del sol
brillaba en las ventanas. Alguien había vertido algunos náuticos y dos cables de remolque
en la arena, pero por lo demás la playa estaba vacía. El Cessna 195 estaba flotando en las
aguas poco profundas, pero no había señales del piloto.
El Cessna.
No había estado allí cuando Alex había partido con el cohete. Sintió una sensación de
recelo. Si Drevin sabía que los americanos estaban en camino, su primer pensamiento
seria para salvar su propia piel. Shulsky y sus hombres salieron corriendo sin detenerse a
pensar. Deben tener desactivado el hidroplano en primer lugar.
Alex miró a su alrededor, en busca de un arma o cualquier cosa que pudiera utilizar para
hacer el mismo trabajo. Sin embargo, los estadounidenses se habían llevado todo y no
tenía duda de que las armas Gatling serían encerradas en sus posiciones de montaje. ¿Qué
más? Nada. Sólo las dos canoas sentadas pacíficamente al lado del muelle, el equipo de
esquí acuático, y un pelícano que le observaba desde un poste de madera distante.
El silencio fue interrumpido por un ruido de ametralladoras y el pelícano se quitó del
susto. Había comenzado. Alex escuchaba mientras el tiroteo se intensificaba. Hubo una
explosión y una columna de fuego subió brevemente por encima de los árboles. Un
movimiento le llamó la atención. Un buggy corría a lo largo de la pista. Alex lo vislumbró
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entre los árboles de palma. Entonces estalló la luz y se congeló. El buggy era conducido
por Nikolei Drevin. Estaba solo.
Alex supuso que Drevin iría por el hidroplano, pero siguió a la casa. Tal vez había una
caja fuerte allí. Tal vez tenía que recoger algunas cosas. O tal vez había regresado por
Paul. Alex trató de averiguar qué hacer. Deseaba más que nunca que Shulsky lo hubiera
llevado con él o al menos dejar uno de sus hombres detrás.
Cinco minutos más tarde, se acercó a la casa.
Alex sabía que estaba cometiendo un error, pero tenía que ver por sí mismo lo que Drevin
estaba haciendo. De todos modos, iba en contra de su naturaleza sentarse allí,
merodeando fuera en un barco americano, mientras había combates a su alrededor. Podía
oler a quemado. El humo negro iba a la deriva a través del bosque. No hubo más disparos.
Alex corrió por la arena caliente, sabiendo que había llegado a la fase final. Los últimos
movimientos estaban a punto de ser jugados.
Llegó al lado del edificio y se apretó contra la pared, manteniéndose fuera de la vista. La
terraza donde había desayunado con Drevin y Paul apareció directamente sobre él. Una
escalera de madera curvada hacia arriba de la playa y Alex sólo consideraba si podría
correr el riesgo de escalar y que lo vieran por la ventana, cuando Drevin apareció
alrededor del lado de la casa, con un maletín en una mano, y una pistola automática en la
otra.
Vio a Alex y se detuvo.
—¡Alex Rider! —exclamó. Sus ojos estaban extrañamente vacíos. En las últimas horas
parecía haber disminuido—. ¿Por qué has vuelto?
Alex se encogió de hombros.
—Me olvidé de decir gracias por invitarme.
—Me alegro de verte por última vez. Me pregunto qué fue lo que nos unió a ti y a mí,
juntos. ¿Fue la suerte? ¿Fue el destino?
—Creo que fue Alan Blunt.
—¿El MI6? Bueno, ellos han fallado. Gabriel 7 alcanzará Ark Angel; no se puede parar que
la bomba explote y Washington será destruido, junto con todas las pruebas en mi contra.
—No necesitan ninguna prueba en tu contra —dijo Alex—. Todos saben que estás loco.
—Sí. Será necesario que desaparezca. Pero va a ser fácil. Un hombre con mi riqueza, con
mis contactos...
—El mundo es demasiado pequeño para que alguien como tú se oculte.
—Ya veremos. —Drevin levantó el arma—. Pero una cosa es cierta. No volveremos a
reunirnos.
Disparó.
Alex se había preparado para ello. Se sumergió en la arena. Sintió el silbido de la primera
bala pasando centímetros sobre su cabeza y sabía que no había manera de que pudiera
evitar la segunda.
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Drevin gimió.
Era el sonido más terrible que Alex había oído hablar, un grito de animal que parecía
venir desde lo más profundo del alma del hombre. Miró hacia arriba, rozando la arena de
sus ojos. Vio a Drevin allí, muy blando, los ojos fijos. Luego miró hacia atrás.
Paul Drevin había salido de la casa. Debía de haberlos oído hablar, y dio la vuelta a la
parte del edificio mientras Drevin había disparado. Alex se había zambullido fuera del
camino, pero Paul no había tenido tanta suerte. Había recibido todo el impacto de las
balas, y estaba echado sobre su espalda, con los brazos y las piernas ensangrentadas,
empapando en la arena.
— ¡Tú…!‖—Drevin gritó la palabra. Luego empezó a balbucear. No en inglés, sino en ruso.
Su rostro estaba blanco, trenzado en el dolor y el odio. Las lágrimas se filtraron fuera de
las esquinas de sus ojos. Apuntó el arma a Alex una vez más. Pero esta vez Alex estaba
listo para él.
Antes de que Drevin pudiera apretar el gatillo, Alex comenzó a rodar, a girar una y otra
vez, impulsando a sí mismo hacia la casa. Las balas levantaban la arena, luego se estrelló
contra la pared más cercana. Drevin había sido pillado por sorpresa. Siguió rodando, Alex
desapareció en el sótano debajo de la casa. Hacía frío y estaba húmedo aquí. Podía haber
arañas o escorpiones enclavados en las bases. Pero él estaba en la oscuridad, fuera del
alcance de las balas. Por un momento, estaba a salvo.
Drevin no parecía darse cuenta. Disparó en la casa hasta que el arma hizo clic en vano en
sus manos. Le tomó un tiempo darse cuenta de que se había quedado sin balas. Luego,
con una maldición, arrojó el arma y se tambaleó a su hijo. Paul no se movía. A lo lejos, oyó
gritos. Un buggy se acercaba a través de la selva. Drevin se volvió y corrió por la playa
hacia el avión de espera.
Acostado boca abajo, Alex se asomó por el hueco entre la parte inferior de la casa y la
arena. Vio a Drevin llegar a la orilla del agua y sabía que no iba a volver. Poco a poco,
temiendo lo que iba a encontrar, se arrastró de vuelta a la luz y se acercó a Paul.
Había mucha sangre. Alex estaba seguro de que el chico estaba muerto, y se sintió
abrumado por un sentimiento de tristeza y culpa. Pero entonces, para su sorpresa, Paul
abrió los ojos. Alex se arrodilló a su lado. Ahora que estaba observando de cerca pudo ver
que, debajo de la sangre, el daño puede no ser tan malo como había temido. Paul había
recibido un disparo en el hombro y el brazo, pero el resto de las balas habían pasado por
la cabeza.
—Alex... —dijo con voz áspera.
—No te muevas —dijo Alex—. Lo siento mucho, Paul. Esto es todo culpa mía. Nunca
debería haber venido aquí.
—No me equivoqué... —Paul trató de hablar pero el esfuerzo fue demasiado.
Alex oyó el ruido del motor del Cessna y se volvió a tiempo para ver el avión alejándose
del muelle. Drevin lo estaba piloteando. Alex pudo distinguir el rostro enloquecido,
distorsionado detrás de los controles. Al mismo tiempo, un buggy paró en seco frente a la
casa y Ed Shulsky y dos hombres saltaron. Alex se sintió aliviado al ver que Tamara
estaba con ellos, todavía pálida, pero más fuerte que cuando la había visto por última vez.
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—¡Alex! —gritó ella, y luego se detuvo, viendo a Paul.
Shulsky señaló, y los dos hombres corrieron hacia el muchacho herido, sacando paquetes
médicos mientras corrían.
—¿Qué pasó aquí? —le preguntó.
—Drevin —dijo Alex—. Le disparó a Paul en mi lugar.
—¿Es muy grave? —Shulsky se dirigió a uno de los dos hombres.
—Creo que va a estar bien —respondió el hombre, y Alex sintió una oleada de alivio—.
Ha perdido sangre, y vamos a tener helicópteros para él tan pronto como sea posible. Pero
va a vivir.
Shulsky dijo a Alex: —Hemos tomado el control de la isla. Los hombres de Drevin no
pusieron mucha pelea. Pero perdimos a Drevin. ¿Dónde está?
Alex señaló. El Cessna 195 había llegado a toda velocidad y se levantaba sin problemas
fuera del agua. Curiosamente, increíblemente, dos canoas se habían levantado detrás de
él, como si salieran del mar hacia al cielo.
—Pero‖qué…— Shulsky comenzó.
Era lo único que Alex había sido capaz de hacer en el tiempo en que había tenido. Usó las
cuerdas de remolque del equipo de esquí acuático, que había atado a las canoas a la flota
del hidroavión. Había pensado en asegurar el Cessna de la escollera, pero Drevin hubiera
visto eso. Una parte de él esperaba que el avión no fuera capaz de despegar, pero se
decepcionó. Ya estaba en lo alto, un espectáculo extraño con los dos canoas que colgaban
por debajo de ella. Alex se preguntó si Drevin se había dado cuenta. Bueno, pasara lo que
pasara, sería el avión más fácil de detectar, y cuando aterrizara, con un poco de suerte, las
canoas podrían hacer que se volcara.
Pero entonces Drevin cometió su último error.
Alex nunca sabría lo que estaba en la mente del ruso. ¿Creía que su hijo estaba muerto?
¿Creía que Alex tenía la culpa? Parecía que había decidido vengarse. El avión dio media
vuelta y de repente se dirigía de vuelta hacia ellos. Sin previo aviso, antes de que hubiera
ningún sonido, la arena saltó a su alrededor y Alex se dio cuenta de que Drevin estaba
disparando contra ellos, con una ametralladora montada en alguna parte del avión. Las
detonaciones se produjeron un momento después. Todo el mundo se lanzó para la
cubierta, los dos agentes masculinos en cuclillas sobre el muchacho herido, protegiéndolo
con su propio cuerpo. Las balas se estrellaron contra el lado de la casa, de madera
astillada y una de las grandes ventanas de cristal cayó hacia abajo. El avión rugió y
continuó hacia la selva. Las canoas golpeando y retorciéndose justo detrás.
Drevin había perdido en la primera pasada, pero Alex sabía que no tendrían la misma
suerte en la segunda. Miró a Shulsky, preguntándose lo que el agente de la CIA estaba
planeando hacer. Puede que fueran capaces de entrar en la casa. Pero ¿qué pasa con Paul?
Moverlo demasiado rápido lo mataría.
El avión comenzó a girar. Las canoas se hundieron. Drevin fue directamente sobre el
bosque. No había visto las canoas, así que no tenía idea de lo bajo que estaban. Había dos
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árboles cerca uno del otro. Como Alex detectó, con un estremecimiento de horror, que las
canoas chocaron con los troncos y se atascó entre ellos, atrapadas en los lados.
El avión llegó a un abrupto fin. Era como si el mismo se hubiera anclado en el aire. Se oyó
el ruido de la madera de última hora. Las canoas se habían roto, pero también la flota. De
hecho, todo el tren de aterrizaje del avión había sido arrancado, y Drevin se quedó
sentado en la nada, rodeado de medio avión. En un momento había estado volando hacia
adelante. El siguiente, simplemente giró noventa grados y se precipitó verticalmente hacia
el suelo. Hubo un grito de lo que quedaba del motor, la hélice del Cessna resultó inútil.
Alex vio que el avión desaparecía en el bosque. Hubo un choque y luego, segundos
después, una bola de fuego. Se levantó de un salto en el cielo como si se tratara de escapar
de la devastación. Luego dos explosiones más. Después el silencio.
Por lo que pareció una eternidad, Alex miró hacia el lugar del accidente. Un incendio aún
se desataba entre los árboles y se preguntó si se extendería por toda la isla. Pero incluso
mientras observaba, las llamas comenzaron a encenderse y apagarse, para ser
reemplazadas por un penacho de humo que se levantó en la forma de un signo de
exclamación final. Drevin estaba muerto. No podía haber ninguna duda sobre eso.
Alex sintió un cansancio inmenso. Le parecía que todo lo que había sucedido, desde el
momento en que se había reunido con Nikolei Drevin en el Hotel Waterfront en Londres,
había sido de alguna manera conducido a este momento. Pensó en el lujo de Neverglade,
la carrera de karts, el partido de fútbol que terminó en el asesinato, el vuelo a Estados
Unidos. Drevin había sido un monstruo y él merecía morir. Washington ya no estaba en
ningún peligro. Gabriel 7 y la bomba que llevaba sería volado mucho antes de llegar a Ark
Angel.
Pero Alex no podía sentir ninguna sensación de victoria. Miró de nuevo a Paul Drevin.
Los dos agentes estaban ocupados trabajando en él, uno de ellos envolviendo vendas de
presión alrededor de sus heridas mientras que el otro metía una aguja intravenosa en el
brazo. Los ojos de Paul estaban cerrados. Gracias a Dios que había caído en la
inconsciencia por lo que no había visto lo que acababa de suceder.
Alex se volvió y vio la propagación de humo en el aire, y de pronto quería estar lejos de
Bahía Flamingo. Quería estar con Jack. Los dos tomarían un avión de vuelta. Se había
terminado.
Se dio cuenta de que Ed Shulsky y Tamara lo miraban.
—¿Qué pasa? —les preguntó.
Los dos agentes de la CIA intercambiaron una mirada. Luego habló Shulsky.
—Me habría gustado que no hubieras hecho eso —dijo—. Queríamos tener unas palabras
con el Señor Drevin.
Alex se encogió de hombros.
—No creo que él tuviera la intención de aterrizar alrededor para conversar.
—Puede que tengas razón —asintió Shulsky—. Pero todavía era necesario hablar con él.
—Hizo una pausa—. ¿Te acuerdas de ese botón rojo que te estaba contando?
Alex asintió con la cabeza.
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—Sí.
—Bueno, parece que me equivoqué. No hay ninguno. No podemos volar el Gabriel 7. No
hay nada que podamos hacer para detenerlo.
—¿Qué? —La cabeza de Alex giró—. Pero acabas de decir que tenías el control de la isla.
Tiene que haber algo que puedas hacer.
Tamara negó con la cabeza.
—Después de la puesta en marcha, Drevin bloqueó todos los sistemas informáticos —
explicó—. Él era el único que sabía los códigos. No es tu culpa, Alex. Por el momento si
nos encontrábamos con él probablemente hubiera sido demasiado tarde. Pero en este
momento Gabriel 7 está en camino y no podemos comunicarnos con él. No podemos
traerlo de vuelta y no podemos desviarlo. Va al muelle hacia Ark Angel en menos de tres
horas a partir de ahora. La bomba está en un temporizador. Todo va a pasar exactamente
como Drevin lo planeó.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? — Preguntó Alex.
Tamara no tenía el corazón para decirlo. Echó un vistazo a Shulsky.
— Alex —dijo—. Me temo que necesitamos tu ayuda.
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Capítulo 20
El Toque de una Madre
Traducido por Xhessii y Emii_Gregori
Corregido por Silvery
—No —dijo Alex—. De ninguna manera. Olvídalo. ¡La respuesta es NO!
—Vamos a repasarlo otra vez —sugirió Ed Shulsky.
Estaban sentados en el centro de control en el lado oeste de Bahía Flamingo. Alex había
sido conducido desde la casa de Drevin y era claro que ése hombre, Shulsky, estaba al
mando. Había hecho muy poco daño. La casa de vigilancia y la entrada habían explotado
(ésa era la explosión que Alex oyó) pero parecía que los hombres de Drevin habían
llegado muy rápido. Ninguno de ellos sabía lo que estaba planeando realmente Drevin.
Habían sido contratados para ayudar a un cohete para que fuera lanzado al espacio:
Drevin nunca les había dicho lo que realmente contenía el cohete.
Al‖final‖Paul‖Drevin‖estaba‖fuera‖de‖todo‖esto.‖Había‖sido‖trasladado‖al‖Hospital‖“Queen‖
Elizabeth”‖en‖Bridgetown,‖Barbados.‖Alex‖estaba‖aliviado‖al‖saber‖que‖iba‖a‖estar‖bien.‖Ya‖
había donado sangre y los doctores estaban esperando que su condición se estabilizara
para que volara a Estados Unidos. Aparentemente su madre estaba en camino para ir a
verlo. Alex se preguntó si se encontrarían otra vez. De alguna manera lo dudaba.
Ahora, sólo había cuatro personas en la habitación, rodeados de ordenadores, pantallas de
video y las luces parpadeantes de una cartelera luminosa. Una serie de anteproyectos
habían sido dispersados por la larga mesa de conferencias. Mostraban todo el diseño de
Ark Angel con diferentes módulos (una docena de ellos) entendiéndose en todas las
direcciones, hacia arriba y hacia abajo. Era como un juguete enorme y complicado.
Alex se desplomó en una silla, su cara estaba sombría, todavía vestido con la ropa de
combate prestada. Ed Shulsky y Tamara Knight estaban sentados en el lado contrario a él.
Tamara parecía exhausta, gris con dolor y fatiga. Ella aceptó una dosis de morfina pero
nada más. No iba a dejar a Alex irse antes de que tomara una decisión.
La cuarta persona en la habitación era el Profesor Sing Joo-Chan, el hombre a cargo del
lanzamiento del Gabriel 7. El director de vuelo parecía totalmente una persona diferente.
Había perdido su calma y la compostura y parecía como si estuviera al borde de un
ataque cardiaco. Su cara estaba pálida y estaba sudando profusamente, secando su frente
con un largo pañuelo blanco.
Como todos los demás, afirmó que no sabía todo de la bomba, nada acerca de los
verdaderos planes de Drevin. Había prometido cooperar, a hacer todo lo que le pidiera la
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CIA, y por un tiempo parecía que Shulsky le había dado el beneficio de la duda. Pero Alex
no estaba tan seguro. El profesor había sido reclutado por Drevin; había estado en el
procedimiento desde el inicio. Alex estaba seguro de que sabía más de lo que afirmaba.
—Esta es la situación —dijo Shulsky—. Gabriel 7 se acoplará con Ark Angel a las dos y
media de la tarde. Lleva una bomba que explotará exactamente dos horas después de eso.
—Miró a Alex—. Drevin te dijo eso.
Alex asintió.
—Correcto. Cuatro y media. Eso me dijo.
—Ahora, como lo entiendo, hay tres puertos de anclaje en Ark Angel. —Shulsky apuntó al
diagrama—.‖Dos‖de‖ellos‖est{n‖posicionados‖muy‖al‖centro…‖aquí.‖Pero‖no‖es‖ahí‖donde‖
el Gabriel 7 se está dirigiendo, porque si la bomba explota ahí, eso simplemente rompería
toda la estación espacial. —Extendió la mano y golpeó una sección del otro lado, al final
del corredor largo—. Gabriel 7 se acoplará aquí —explicó—. Justo al borde.
—¡Sí…‖ muy‖ al‖ borde!‖ —Estuvo de acuerdo Sing. Alex se dio cuenta que los ojos del
profesor estaban muy abiertos y desconcentrados. Estaba poniendo cuidado para no mirar
a nadie directamente—. Así fue como se decidió. Así es como insistió el Sr. Drevin.
—La bomba debe estar dentro del modulo de observación —dijo Shulsky—. Y me
imagino que estará exactamente en la posición exacta. Para que la mayoría de la fuerza de
la explosión se vaya hacia fuera. Tendrá el efecto de empujar en la dirección incorrecta,
empujando totalmente a la estación espacial de regreso a la Tierra. —Tomó una
respiración profunda y por un momento algo como el pánico cruzó sus ojos—. Lo peor de
todo, es que no podemos hacer nada para detenerlo. No podemos explotar al Gabriel 7. Y
de acuerdo con el profesor Sing, no podemos acceder a los ordenadores para
reprogramarlos.
—¡No pueden! —El pañuelo blanco estaba de nuevo afuera—. Sólo el Sr. Drevin tiene los
códigos.‖Sólo‖el‖Sr.‖Drevin…
—Lo he revisado, Alex —dijo Tamara—. Es verdad. Todo el sistema ha sido apagado. Nos
tomaría días (incluso semanas) introducirnos en él.
—Sé que suena loco, pero eso nos deja sólo una opción —continuó Shulsky—. Tenemos
que enviar a alguien a Ark Angel. Y créeme, Alex, es la única manera. Alguien tiene que
encontrar la bomba y neutralizarla, lo que significa apagarla. Y si eso no es posible,
entonces tenemos que moverla. Tenemos que llevarla al centro de la estación espacial y
dejarla ahí. De ésa manera, la fuerza de la explosión tendrá un efecto muy diferente.
Destruirá a Ark Angel. Las piezas se dispersarán y andarán por la atmósfera exterior.
—¡Destruirás Ark Angel! —El profesor Sing murmuraba las palabras como si no pudiera
creer lo que había escuchado.
—¡Me importa una mierda Ark Angel, profesor! —Shulsky casi gritó las palabras—. Lo
único que me preocupa es Washington.
—Mover‖la‖bomba‖o‖apagarla…‖¿cu{l es la diferencia? —preguntó Alex—. ¿Cómo alguien
llegará hasta ahí?
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—Ése es el tema —dijo Shulsky—. El Soyuz-Fregat está listo para despegar. Está listo para
llevar a Arthur al espacio —Hizo una pausa—. Y no hay razón para que no te lleve.
—¿A mí? ¿De verdad quieres enviarme al espacio exterior?
—Sí.
—Pero yo no soy un orangután.
—Lo sé. Lo sé. ¡Pero tienes que entender! Lo que estamos hablando, no es tan difícil como
crees. Me refiero, el cohete es una simple pieza de maquinaria. Es como un tanque. No es
que‖tengas‖que‖controlarlo‖o‖algo‖por‖el‖estilo…‖todo‖se‖hace‖desde‖aquí.‖—Shulsky hizo
un gesto a la habitación—. Todavía tenemos acceso a volar programas para el Soyuz-
Fregat. Los ordenadores marcan COMANDO y le dicen al cohete qué hacer. El
acoplamiento,‖ la‖ reintroducción…‖todo.‖Y‖ésas‖que‖marcan‖TELEMETRÍA‖nos‖permiten‖
monitorear la salud y el bienestar del pasajero. Tú.
—Yo no.
—No hay nadie más —dijo Shulsky, y Alex podía escuchar la desesperación en su voz—.
Ése es el tema, Alex. Somos adultos. ¡Somos demasiado grandes! —Se giró hacia el
Profesor Sing—. ¡Dile!
Sing asintió. —Es verdad. Planeamos poner a Arthur en el espacio. Hice todos los cálculos
personalmente.‖El‖lanzamiento,‖el‖enfoque,‖el‖acoplamiento…‖todo.‖La‖primera‖diferencia‖
sería el peso. El peso del pasajero. Si el peso cambia, todos los cálculos tienen que cambiar
y eso nos tomará días.
—¿Qué te hace pensar que peso lo mismo?
El profesor extendió las manos.
—Pesas casi lo mismo, y podemos trabajar con un margen. Es posible. Pero no es solo el
peso. Es el tamaño.
—La cápsula ha sido modificada y ninguno de nosotros cabría adentro —explicó
Shulsky—. No hay suficiente espacio. Eres el único que puede ir, Alex. El cielo sabe, que
no te lo pediría de haber otra manera. Pero no hay otra manera. Tienes que ser tú.
La cabeza de Alex estaba nadando. No había dormido durante casi 30 horas; se
preguntaba si toda esta conversación no era una clase de alucinación.
—Aún así, ¿cómo encontraría la bomba? —preguntó—. E incluso si la encuentro, ¿cómo
sabré donde ponerla?
—La pones aquí. —De nuevo Shulsky apuntó a uno de los módulos del diagrama—. Es el
área de dormitorios. La pasas en tu camino hacia Gabriel 7. Es el corazón de Ark Angel.
Este es el lugar donde debe estar la bomba cuando explote. He investigado con el profesor
y él está de acuerdo. Si pasa aquí, Washington estará seguro.
—¿Sólo debo llevarla de un lugar a otro?
—No pesará nada —le recordó Sing—. Como verás, ¡hay cero gravedad!
Alex se sintió débil. Quería discutir pero sabía que nadie estaba escuchando. Todos ya
habían tomado su decisión.
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Tamara se estiró y tomó su mano.
—Alex, iría si pudiera —dijo—. Soy casi lo suficientemente pequeña y supongo que peso
lo‖mismo‖que‖tú.‖Pero‖no‖creo‖que‖lo‖logre.‖No‖con‖esta‖herida‖de‖bala…
—Pensé que la mayoría de los chicos daría su brazo derecho con tal de ir al espacio
exterior —agregó inútilmente Shulsky—. ¿Nunca has soñado con ser un astronauta?
—No —dijo Alex—. Siempre soñé con ser un conductor de tren.
—Estadísticamente, el Soyuz tiene un excelente récord de confiabilidad —dijo Tamara.
Alex recordó haber visto sus lecturas acerca de los viajes del espacio en el avión de
Drevin—. Cientos de ellos han ido hacia arriba, y solo un par de ellos han tenido
tropiezos.
—¿Cuánto tiempo le tomará llegar ahí? —preguntó Shulsky. En lo que él concernía, Alex
había aceptado ir.
—Va a ser lanzado del plano de órbita —contestó el profesor Sing—. No puedo
explicártelo todo ahora. Pero va a seguir una trayectoria que exactamente concuerda con
la inclinación de Ark Angel. Ocho minutos para dejar la atmósfera terrestre. Y anclará en
menos de dos horas.
—Y, ¿ya está listo Soyuz-Fregat?
—Sí, Señor. Está listo ahora.
Lo que afectó gravemente a Alex. Él sabía que el segundo lanzamiento había sido
adelantado…‖ pero‖ por‖ qué‖Drevin se había preparado para enviar a un chimpancé al
espacio, sólo unas horas después de que Gabriel 7 fuera lanzado. Si su plan funcionaba,
Ark Angel sería destruido después de que el segundo cohete llegara. No por primera vez,
Alex sentía que había algo que no sabía, algo que todos habían pasado por alto. Pero sus
pensamientos estaban en una gran confusión y no podía averiguar que era.
Tamara todavía detenía su mano.
—Sé que es mucho pedirte —dijo—. Sé que no quieres hacerlo. Pero, créeme, no te lo
diríamos si hubiera otra solución. Estarás seguro. Regresarás. Sé que lo harás.
De repente todos estaban en silencio. Todos lo miraban. Alex pensó que incluso ahora la
bomba se acercaba a Ark Angel. Pensó en la explosión en el espacio exterior, y se imaginó
la estación espacial cayendo hacia Washington. ¿Qué había dicho Drevin? Cuatro
toneladas que van a sobrevivir. La ola de destrucción acabaría con la mayoría de la
ciudad.
Pensó en Jack Starbright, alguien que estaba en medio de todo, visitando a sus padres. Y
sabía que (al igual que Arthur), no tenía opción.
Asintió.
—Vamos a vestirte —dijo Ed Shulsky.
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Después, las cosas se movieron muy rápido. Para Alex, fue como si su mundo se hubiera
desintegrado. Era consciente de las partes y de las piezas pero nada fluía. Desde el día que
se las había arreglado para ser atrapado por el MI6, encontraba difícil de creer todo lo que
le estaba pasando. Pero esta vez era diferente. Sentía que había perdido el sentido de su
identidad. Había sido trapeado, fuera de control, acercándose más y más a algo que lo
llenaba con más horror del que había conocido.
Se las arregló para bañarse y vestirse con la ropa que había visto en el edificio donde él y
Tamara habían sido encerrados: una playera blanca y un chándal azul con el logotipo de
Ark Angel cosido en la manga. Unas correas pasaron por debajo de sus pies para sostener
el pantalón en su lugar y había seis bolsillos con cremalleras. De repente se vio rodeado
por gente que nunca había conocido, todos dándole consejos, preparándolo para el
terrible viaje que iba a hacer.
—¡Necesitas estar atento con lo que llamamos el fenómeno de separación! —Lo dijo un
hombre con lentes y con el cabello hasta el cuello. Alguna clase de psicólogo—. Es un
sentimiento de euforia. Tal vez te guste tanto que no quieras regresar.
—De alguna manera lo dudo —dijo Alex.
—Vamos‖a‖poner‖los‖electrocardiogramas‖y‖los‖biosensores…
—Te vamos a dar una inyección —Esta era una mujer rubia en un traje blanco. Sostenía
una larga jeringa hipodérmica—. Esto es Fenergan. Te hará sentir mejor.
—Me siento bien.
—Es casi seguro que vomitarás cuando alcances la gravedad cero. La mayoría de los
astronautas lo hacen.
—Bueno, eso es algo que nunca ves en Star Trek —murmuró Alex—. Bien. —Subió su
manga.
—No en tu brazo, Alex. Esto va en tu trasero.
Se preguntó por qué no le dieron un traje espacial adecuado, del tipo de cosas que había
visto en las películas antiguas de los aterrizajes en la luna. El profesor Sing se lo explicó:
—No lo necesitas Alex. Arthur tampoco usaría un traje espacial. Estarás dentro de una
cápsula sellada. Si hubiera una fuga, es cierto que necesitarías un traje espacial para
protegerte; pero eso es algo que no va a suceder, te lo prometo. ¡Confía en mí!
Alex miró a la oscuridad, parpadeando los ojos detrás de las gafas. Sabía que Sing estaba
tratando de congraciarse con la CIA, tratando de persuadirlos de que había sido inocente
desde el inicio. Estaba seguro de que Ed Shulsky y Tamara lo vigilarían a lo largo de la
marcha. Pero aún así no confiaba en el profesor. Estaba seguro que había algo que no
estaba dicho.
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Le dieron un kit manos libres y un radio... y conectaron su corazón. Le parecía imposible a
Alex que cualquier persona pudiera ir al espacio como él, sin meses de entrenamiento.
Tamara no se apartó de su lado, tratando de tranquilizarlo. Con catorce años de edad, era
más adaptable que un adulto, dijo. Iba a ser un paseo lleno de baches, pero que pasaría
con comodidad, porque él era joven. Y tal vez Ed Shulsky estaba en lo cierto. Sería algo de
que hablar. Una experiencia que nunca olvidaría.
Y entonces se encontraba en un cochecito eléctrico con Tamara y el Profesor Sing, con una
sensación extraña en su chándal, del material suave contra su piel. El cohete estaba
delante de él. Lo miró, pero no lo veía. Era como si la conexión se hubiera roto entre sus
ojos y su cerebro. Era enorme. La cápsula que lo llevaría al espacio era en la parte superior
un tanque de plata tan alto como un edificio de oficinas, suspendido entre dos pórticos. El
agua fue en cascada hacia abajo. ¿Estaba lloviendo? No, el agua parecía venir del cohete.
Podía oír el crujido de metal como si fuera necesario un gran esfuerzo sólo para
mantenerlo en su lugar. Había nubes de vapor blanco saliendo, (en vapor como si fuera
un proferente). Alex vio una zanja profunda que iba desde la plataforma de lanzamiento
hacia el mar; supuso que sería para llevar las llamas de los cohetes. Parecía imposible que
aquel fuego artificial de gran tamaño pudiera levantarse y llevarlo al espacio.
En un ascensor, subía más y más alto, aún con Tamara y el Profesor. Podía ver toda la isla,
el mar se extendía hacia Barbados con un increíble azul y hacia la distancia. Todavía le
estaban dando consejos. Muchas palabras. Pero en realidad no penetraban. Sólo
revoloteaban a su alrededor como polillas.
—…No‖hagas‖nada‖a‖la‖ligera,‖haz‖todo‖lentamente.‖No‖mires‖directamente‖al‖sol.‖Te‖vas‖
a cegar. Ni siquiera mires a las nubes alrededor de la Tierra. El sol se refleja en ellas...
Algunas partes del Ark Angel se calientan, algunas serán frías. Ha habido problemas con
el aire acondicionado... Te vas a sentir extraño. No te preocupes si tu cara se agranda o se
hincha.‖Si‖se‖extiende‖la‖columna‖vertebral…‖Si‖necesitas‖ ir‖al‖baño…‖Es‖lo‖mismo‖para‖
todos los astronautas. Tu cuerpo‖tiene‖que‖adaptarse‖a‖la‖gravedad‖cero…
¿Quién estaba hablando? ¿Era realmente en serio? ¿Cómo puede alguien esperar que él
haga esto?
—Tendrás que acceder al módulo de observación de Gabriel 7 para llegar a la bomba. Hay
una escotilla. Lo viste en el diagrama. Lo mueves adonde Ed te mostró, a continuación,
vuelves al módulo de la Soyuz para que pueda volver a ingresar. No pierdas el tiempo.
Vamos‖a‖controlar‖todo‖desde‖aquí.‖Sentir{s‖que‖se‖desconecta…‖
Y entonces él estaba dentro. Habían tenido toda la razón acerca de la cantidad de espacio.
Ningún adulto habría sido capaz de encajar en él. Estaba tumbado sobre su espalda en
una caja metálica que podría haber sido algún tipo de máquina complicada de lavado o
un depósito de agua, con los pies en el aire y sus piernas tan apretadas que sus rodillas
tocaban la barbilla. Había pequeñas ventanas a cada lado, pero que estaban cubiertos con
algún tipo de material y no podía ver hacia fuera de ellas. No había controles. Por
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supuesto que no. Arthur, el orangután no habría necesitado controles. El Profesor Sing
ponía más cableado sobre él. Más monitores. Ahora Alex era el que estaba sudando. Le
habían dicho que sudaría aún más cuando estuviera en el espacio ultraterrestre. A causa
de los fluidos que se movían para arriba, la concentración de sal del cuerpo se ponía mal.
Alex trató de sacarlo de su mente. Ni siquiera creía que él llegaría hasta ahí. No pensaba
que fuera a sobrevivir al viaje.
Tamara Knight se inclinó sobre él. Fue atado a su asiento. Su estómago se apretó
fuertemente y tenía dificultades para meter el aire en sus pulmones. Podía mover los
brazos, pero nada más. Era estrecho y no había comenzado aún. Su rostro estaba muy
cerca de él, llenando su campo de visión.
—Buena suerte, Alex —susurró. Nada más. Ella hizo un gesto con la mano con los dedos
cruzados.
—Escucharás la cuenta atrás —dijo el Profesor Sing. Él estaba en algún lugar detrás de
ella—. No tienes nada de qué preocuparte, Alex. Nosotros te guiaremos por todo. Nos
oirás en la radio. Vamos a cuidar de ti.
Se selló la puerta. Alex sintió el aire dentro de la cápsula comprimirse. Tragó saliva,
tratando de limpiar sus oídos. Aparte del sonido de su propia respiración, todo estaba en
silencio.
Él estaba solo.
—T-menos treinta. —Un crujido y un silbido de estática. Las palabras incorpóreas habían
atravesado el auricular. ¿Qué significaban? Treinta minutos hasta despegar. ¡En treinta
minutos abandonaría el planeta! Alex trató de ponerse más cómodo pero no podía
moverse.
—¿Cómo estás, Alex? —Este podría haber sido Ed Shulsky hablando. Alex no lo sabía.
Las voces hacían eco en su cabeza y todas sonaban igual.
—T-menos veinticinco... T-menos veinte...
Sólo podía sentarse allí, doblarse sobre sí mismo mientras la cuenta regresiva continuaba.
Lo extraño era, que sentía que el tiempo se había equivocado también. Un minuto parecía
como media hora. Sin embargo media hora pasaba en sólo minutos. Se concentró en su
respiración.
—T-menos quince.
Dentro de la sala de control Ed Shulsky estaba observando a Sing y a su equipo de treinta
mientras ellos examinaban los preparativos finales. Se acercó al Profesor. Llevaba una
pistola en una funda colgada sobre su camisa.
—No pretendo preocuparle ahora, Profesor —murmuró—. Pero quiero que sepa que si
Alex Rider no sale de esto en una pieza, yo personalmente le arrancaré las entrañas.
—¡Desde luego! —Sing sonrió nerviosamente—. No hay nada de qué preocuparse. ¡Él va
a estar bien!
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Tamara Knight se sentó inmóvil delante de la ventana de observación. El humo seguía
aumentándose desde la selva donde el Cessna se había estrellado. No se encontraron las
aves a la vista. Toda la isla parecía tensarse para el momento del lanzamiento.
—T-menos cinco.
¿Qué había sucedido con T-menos diez? Alex se sentía enfermo. La inyección que le
habían dado no había funcionado. Podía oír algo en la distancia. ¿Era su imaginación o
algo estaba retumbando a la distancia por debajo de él?
—T-menos cuatro... tres... dos... uno.
Comenzó.
Al principio fue lento. Alex sintió un estremecimiento, vago al principio, pero de repente
todo estaba consumiéndose. Toda la cápsula temblaba. No estaba seguro de si él se movía
o no. Hubo un ruido sordo mientras las abrazaderas que presionaban el cohete se
liberaban automáticamente. El estremecimiento empeoró. Ahora toda la cápsula vibraba
tan locamente que Alex podía sentir los dientes siendo sacudidos en su cráneo. El nivel de
ruido se elevó también; era como un rugido que le golpeaba con puños invisible y,
recostándose sobre su espalda con las piernas dobladas frente a él, no había nada que
pudiera hacer. Estaba indefenso.
Y todavía empeoró.
Estaba definitivamente ascendiendo, podía sentir la fuerza de empuje del cohete. Estaba
siendo empujado hacia el asiento, no empujado, ¡aplastado! Su visión casi se había ido.
Sus globos oculares estaban siendo despiadadamente exprimidos. Trató de abrir la boca
para gritar pero todos sus músculos se habían cerrado. Sentía como si su rostro estuviera
siendo contraído.
Y luego hubo una explosión ensordecedora y golpeó ruidosamente la parte de adelante de
su asiento, con el cuello torcido y los cinturones cortando en su pecho. Alex entró en
pánico, pensando en todo lo que se había equivocado, que una parte del cohete había
estallado y que en cualquier momento iba a ser incinerado o enviado en picado a la Tierra.
Pero entonces recordó lo que había dicho. La primera etapa del cohete se había quemado
y había sido expulsada. Eso era lo que había oído y sentido. Que Dios le ayude, realmente
estaba en camino. De cero a diecisiete mil quinientos kilómetros por hora en ocho
minutos.
Todo había sido calculado. Debería haber sido un mono dentro del módulo orbital, en
cambio había un chico. Para los ordenadores no había diferencia. Precisamente en el
segundo correcto, la siguiente etapa se encendió y una vez más fue lanzado hacia
adelante, con la fuerza de gravedad pulverizándolo.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que la cuenta regresiva había terminado? ¿Estaba en
el espacio ultraterrestre aún? Le pareció que la sacudida fue más violenta que nunca. Toda
la cápsula se había convertido en una dentada masa distorsionada, con líneas vacilantes,
como la imagen dentro de la pantalla de una TV rota. Estaba en max Q11, sentado sobre
cuatrocientas cincuenta toneladas de explosivos, siendo disparados por el cielo en
11
Es el punto de máxima presión dinámica, el punto donde se maximiza el estrés aerodinámico en una nave espacial en el
vuelo.
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veinticinco veces la velocidad del sonido. El motor principal quemaba el combustible en
más de mil litros por segundo. Si el Soyuz iba a explotar, sucedería ahora. ¡Estaba en
llamas! La luz cegadora de repente chocó contra la cápsula. Una explosión nuclear. No.
Los compuestos en las ventanas se habían liberado. No necesitaban nada más. Estaba
mirando al sol, el cual era fluyente, deslumbrante. ¿Era el cielo azul o el mar? ¿Cuánto
más podría su cuerpo soportar el maltrato que recibía? A Alex se le ocurrió que nada en el
mundo, ninguna cantidad de entrenamiento, podrían haberlo preparado para una
experiencia como esta.
El cohete se detuvo. Eso era lo que sentía. El ruido se alejó y Alex sintió una sensación
muy diferente: una enferma e insensata flotación que le decía que, en un instante, se había
hecho muy liviano. Estaba a punto de probarlo pero entonces la tercera etapa se hizo
presente y una vez más fue propulsado hacia adelante en este imposible paseo de parque
de diversiones. Esta vez cerró sus ojos, incapaz de aguantar más, por lo que no vio el
momento en que se abrió camino a través de la cáscara de cebolla de la atmósfera terrestre
y pasó de azul a negro.
Por fin abrió los ojos. Quería estirarse pero eso era imposible. Alex echó un vistazo por la
ventana y vio estrellas... miles de ellas. Millones. Una vez más, no tenía ningún sentido
del movimiento. ¿Estaba realmente ingrávido? Hurgó una mano en uno de los bolsillos de
su pantalón y sacó un lápiz de unos pocos centímetros de largo. Lo dejó ir. El lápiz flotaba
frente a él. Alex lo miró. Antes de que supiera lo que estaba haciendo, él estaba riendo. No
podía detenerse. Realmente era como uno de esos efectos especiales baratos en una
película de Hollywood. Pero no había cables ocultos. Ningún truco de computadora. Eso
estaba sucediendo ante sus ojos.
—¿Alex? ¿Cómo estás? ¿Me recibes? —La voz de Ed Shulsky crujió en su oído, y lo
extraño era que no sonaba diferente, nada lejos, a pesar de que Alex estaba ya casi un
centenar de kilómetros de la superficie de la tierra.
—Estoy bien —respondió Alex, y hubo un tono de asombro en su voz. Había sobrevivido
al lanzamiento. Estaba en camino.
—Felicidades. Acabas de romper un récord mundial. Eres la persona más joven en el
espacio...
¡Estaba en el espacio! Con el choque del lanzamiento detrás de él, Alex trató de relajarse y
disfrutar de la vista. Pero las ventanas eran demasiado pequeñas y en el lugar
equivocado. La tierra estaba detrás de él y fuera de la vista, pero había estrellas y un
infinito negro por todas partes. Lo extraño era que sentía que no iba a ninguna parte. El
lápiz estaba delante de él. Lo tocó con su dedo y lo vio girar. Dando vueltas y vueltas.
Alex estaba hipnotizado por ello. Nada más parecía estar en movimiento. Este no era un
paseo en absoluto. Se sentía como si toda, toda su vida, se hubiera detenido.
Y entonces vio al Ark Angel.
En un primer momento se dio cuenta de algo con forma de araña que apareció en el
periscopio conectado a la ventana dentro de la cápsula. Se veía como una estrella, pero
mucho más brillante que las otras. Poco a poco se acercó. Y de repente se aclaró, una
impresionante construcción de módulos de plata y corredores, entrelazados, cruzados,
colgaban de lo que parecía la torre de una grúa, con paneles masivos extendiéndose en
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todas direcciones, absorbiendo la energía del sol. Era enorme, pesaba alrededor de
setecientas toneladas. Pero estaba flotando sin esfuerzo en el gran vacío del espacio, y
Alex tuvo que recordarse que cada pieza de la misma había sido laboriosamente
construida en la tierra y luego llevada por separado y montada. Era una hazaña de
ingeniería más allá de lo que había imaginado.
Poco a poco Ark Angel llenó su visión. Tanto él como la estación espacial viajaban a
dieciséis mil millas y media por hora, tan rápido que para Alex no tenía ningún sentido en
absoluto. Pero él parecía ir muy despacio. Luego un cohete se disparó y la Soyuz aceleró,
moviéndose sobre el puerto de atraco central. Era el único modo en el que Alex podía
medir su progreso a través del espacio exterior... unos pocos metros a la vez, cada vez más
cerca. Los cohetes eran controlados desde la Bahía Flamingo pero eran exactos a una
fracción de un milímetro. Alex vio placas metálicas curvadas, el trabajo complejo del
panel que compone la estación espacial. Vio una pintura Union Jack y las palabras ARK
ANGEL impresas en gris.
La última parte del viaje parecía durar para siempre. La estación espacial estaba
tragándolo y tuvo que recordarse que si algo salía mal ahora tendría el impacto de un
autobús rompiendo una pared.
Hubo una ligera sacudida, nada comparado con lo que había sentido antes. Eso fue todo.
Una voz crujió en su auricular y le pareció oír aplausos, a menos que fuera estática de
radio. Fueran cuales fueran sus dudas sobre el profesor Sing, parecía que el director de
vuelo había sido fiel a su palabra. Alex había llegado.
Miró hacia su reloj. Alguien se lo había dado cuando fue vestido para el lanzamiento. Tres
en punto. Tenía una hora y media para encontrar la bomba y de una u otra manera
apagarla o moverla. Pero había algo mal. Por un segundo Alex entró en pánico. ¿Qué
pasaría si el suministro de oxígeno se detenía? Tragó saliva, tres o cuatro veces,
respirando con dificultad. Podía sentir su corazón latiendo y estaba seguro de que iba a
morir. Pero no era eso. Aún había aire en el módulo, sólo tenía que atraerlo. Alex se obligó
a calmarse. ¿Qué era eso?
Por supuesto. Silencio. Nadie estaba hablándole. O él estaba en el lado equivocado del
planeta, fuera del alcance del centro de control, o la radio se había descompuesto. El
silencio era total, absoluto. Nunca se había sentido más vacío, más solo. Pero no
importaba. No necesita que alguien le hablara.
Sabía lo que tenía que hacer.
Se desató la correa y buscó la escotilla circular justo por encima de su cabeza. Era su
primera experiencia de gravedad cero y supo de inmediato que se había hecho un lío. Se
levantó del asiento demasiado rápido y su cabeza dio un vuelco contra la pared de metal,
tirándolo hacia abajo de nuevo. Terminó en lo que había comenzado, pero con la frente
magullada y el sabor de sangre en la boca. Un mal comienzo.
Todo tenía que hacerse lentamente. Se alzó de nuevo y encontró el mango. Lo sacó y lo
giró. La escotilla se balanceó hacia el exterior.
Alex se preparó. Si había algún error, si la bolsa de aire no estaba garantizada, se vería
expuesto al entorno más letal conocido por el hombre. Y moriría de la forma más horrible.
El aire sería succionado de sus pulmones y su sangre herviría. Todos sus órganos internos
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se paralizarían y estaría destrozado por el vacío total de espacio. Trató de no pensar en
ello. No iba a pasar. En menos de noventa minutos estaría de nuevo de camino a casa.
Se encontró examinando un túnel, de unos ochenta centímetros de ancho y un par de
metros de largo. Esta era la entrada (le llamaron el nodo) entre su cápsula y la zona de
recepción del Ark Angel. El aire reacondicionado, frío y seco, sopló en su rostro. Empujó
con sus pies, con el movimiento más ligero posible. Sin esfuerzo, se levantó. Era justo
como había visto en innumerables películas. Estaba volando.
El nodo lo llevó al primer módulo. Ark Angel se había construido para los turistas. Se
llamó a sí mismo un hotel espacial. Pero, desde luego, era en verdad una estación espacial
muy similar a la Mir o a la ISS12, con muy poco espacio y cada centímetro disponible
repleto de armarios, taquillas y todos los cables, tuberías, botones, paneles, interruptores,
circuitos y otros elementos esenciales necesarios para mantener con vida a sus habitantes.
Cada sección era un cilindro del tamaño de una caravana ordinaria, iluminado con una
luz blanca, dura y repleta de equipos y pasamanos en tres lados. Había varias barandillas
y correas de velcro en el cuarto. Alex comprendió que para detenerse de flotar tendría que
enganchar sus manos o sus pies en el suelo.
Había esperado el interior para guardar silencio. En cambio, era consciente del zumbido
de los acondicionadores de aire, el latido de las refrigerantes bombas líquidas circulando a
través de las paredes, la trituración de metal contra metal...toneladas de la misma
atornilladas entre sí incluso cuando giró en órbita. Aspiró profundamente. El aire estaba
muy seco. Se preguntó cómo era producido. ¿Había salido de una botella o había una
máquina?
Alex flotaba (o eso intentaba). Una vez más, empujó muy fuerte con sus pies y toda la
cámara giró al revés como un trompo sin poder hacer nada en absoluto, totalmente fuera
de control. A pesar de la inyección, él sufría de lo que la NASA llamaba síndrome de
adaptación espacial. En otras palabras, él estaba a punto de vomitar. Trató de mantener el
equilibrio. Una de sus manos alcanzó la pared, enviándolo a girar en sentido contrario. Ya
no sabía qué estaba arriba y qué estaba abajo. Ni siquiera podía ver la cápsula que lo
había traído hasta aquí.
Extendió la mano y logró enganchar un dedo en una de las correas. Eso redujo su marcha.
Pero toda la experiencia hasta ahora había sido horrible. Alex había visto Star Wars. Había
visto a Harrison Ford arruinar su camino a través del universo, y como millones de
personas habían comprado ese sueño. La realidad no era nada como esto. Su cuerpo
estaba enviando señales extrañas a su cerebro. Estaba sudando. El equilibrio en su oído
interno se había ido. Sus huesos, ya no más necesarios, estaban filtrando calcio. Su espalda
le dolía debido a la elongación de su columna vertebral. Dentro de su estómago, sus
intestinos estaban flotando sin poder hacer nada, y debido al cambio de nivel en su
líquido, sintió una necesidad imperiosa de ir al baño. Nada de esto le hubiera pasado a
Harrison Ford.
Y se puso peor. Alex dejó de girar y se encontró flotando en el centro del módulo. O él se
movía muy lentamente o no se movía en absoluto. Los rieles y las correas de velcro
estaban ahora inútilmente por encima de su cabeza. Estiró sus brazos y descubrió que las
paredes estaban a un par de centímetros fuera del alcance. Era como una terrible
12
Estación Espacial Internacional.
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pesadilla. Cada vez que se tensaba hacia adelante, su cuerpo se movía hacia atrás. Estaba
literalmente varado, flotando sin poder hacer nada, yendo a ninguna parte.
¿Y ahora qué? ¿Cómo hacía para subir o bajar? Tiró su cuerpo y pedaleó con sus piernas.
No sirvió de nada. Trató de mover los brazos como un pájaro en una mala caricatura.
Nada.
Alex empezó a sentir pánico. Nadie le había advertido acerca de esto. Estaba atrapado en
la gravedad cero y comenzó a preguntarse si no estaba condenado a permanecer así hasta
que Ark Angel volara en pedazos. ¡No podía moverse!
Le llevó lo que parecía una eternidad resolverlo. Era realmente increíble que una lección
de física en un húmedo miércoles en la Escuela Brookland, de repente viniera a tu mente y
salvara su vida. Se quitó los zapatos y los tiró con todas sus fuerzas. El movimiento
avanzado produjo una reacción contraria, un poco como el retroceso de un arma. Alex
estaba echado hacia atrás y logró agarrarse a una barandilla. Se aferró por un momento,
respirando pesadamente. Había sido un momento desagradable y tendría que tener
mucho cuidado que no volviera a suceder.
Tuvo que empezar a moverse. No había sido capaz de ver el módulo de observación y las
etapas restantes de Gabriel 7 en el otro lado de la estación espacial, pero él sabía que
estaban allí. El cohete se acopló automáticamente hace casi una hora y había traído
consigo una bomba activada. Miró su reloj de nuevo. ¡Veinticinco minutos habían pasado!
Apenas quedaba una hora. Si la bomba explotaba en el momento adecuado y en el lugar
correcto, él sería vaporizado, y un misil se cuatrocientas toneladas comenzaría su viaje
mortal a la Tierra. Alex pensó en el mapa de Ark Ángel que le habían mostrado y sabía
que tenía que abrirse camino a través de una serie de módulos entrelazados para llegar a
su destino. Se acordó de lo que Ed Shulsky le había dicho.
—No trates de desactivarla a menos que estés seguro de que sabes lo que estás haciendo,
Alex. Presionas el botón equivocado, le estarás haciendo el trabajo a Drevin. Sólo tienes
que entrar en la zona del dormitorio. Eso es todo lo que tienes que hacer. Moverla y luego
largarte. Rápido.
Ahora mismo estaba haciendo tic tac. Alex podía imaginarlo. Sólo los dos. Él y una bomba
en una estación espacial orbital a la tierra.
Estaba a punto de salir cuando oyó algo. El sonido metálico del cierre de una escotilla. Era
bastante inconfundible. Se detuvo y escuchó. Nada. ¿Y ahora qué? ¿Marcianos? Debió
haberlo imaginado. Alex empujó con sus pies, con el mayor cuidado posible, tratando de
dirigirse hacia el siguiente módulo. Una vez más había empujado muy fuerte. Su hombro
golpeó el cielo (o el piso) del nodo y por segunda vez se encontró fuera de control.
Extendió una de sus manos para mantener el equilibrio y se encontró sosteniendo una
palanca que sobresalía de la pared. Era un disparador. Incapaz de contener su curiosidad,
lo abrió, preguntándose si le daba una visión de la tierra. Pero la estación espacial se
afrontaba al camino equivocado. Alex se tambaleó hacia atrás, casi cegado, mientras la luz
brillante irrumpía en el módulo. El Profesor Sing le había advertido de no mirar
directamente al sol. Incluso en ese breve instante, Alex casi se había cegado.
Cerró el obturador y esperó a que su vista volviera, y luego continuó, volando
suavemente en el área de dormir, las literas unidas verticalmente a la pared con correas
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para mantener a los miembros de la tripulación o invitados de la deriva. En el espacio
podías dormir de lado, de pie o boca abajo, no había ninguna diferencia. Había un largo y
brillante pasillo iluminado de frente —cuatro o cinco módulos atornillados uno junto al
otro. Todo era blanco. Este era el corazón de Ark Ángel, con el comedor, el gimnasio, las
duchas y lavabos, una sala de estar y dos laboratorios situados uno junto al otro. Gabriel 7
habría atracado en el otro extremo.
Alex se tensó, preparado para dar el siguiente salto. Extendió la mano con las palmas de
sus manos. Y se congeló.
Un hombre había aparecido frente a él, vestido con un traje idéntico al suyo. El hombre
llevaba una gorra, pero, al ver a Alex, se la quitó, revelando una imagen espectacular del
mundo por debajo de 300 millas.
Kaspar. Por supuesto.
Alex se había olvidado de él. Por lo que tenía a todos los demás. Pero el profesor Sing
debía haber sabido que Kaspar había estado a bordo de Gabriel 7, era una pieza de
información que había estado guardando para sí mismo. ¿Por qué? ¿Tanto lo había
asustado Kaspar que no se atrevía a revelar toda la verdad?
Parecía que Alex nunca lo sabría. Kaspar le había visto. Estaba a sólo veinte metros de
distancia, en el otro extremo del corredor. No había dicho nada, pero ahora (experto,
como si hubiera sido entrenado) se empujó hacia delante, flotando en el aire hacia él.
Estaba confiado, en perfecto control.
Y sostenía un cuchillo.
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Capítulo 21
Reingreso
Traducido por kuami y Roo Andresen
Corregido por Anne_Belikov
Era algo salido de una pesadilla. Era la peor pesadilla, todas en una. El rostro
horriblemente tatuado, el cuchillo, Ark Angel, el espacio exterior... Alex sólo podía mirar
con impotencia como Kaspar se dirigía hacia él, volando, con los brazos extendidos,
arrastrando las piernas detrás.
¿Qué estaba haciendo él en la estación espacial?
Y de repente Alex lo entendió.
El segundo cohete, el Orangután, el llamado experimento Drevin estaba en condiciones de
ingravidez, ellos habían sido parte del plan. No había ningún experimento. Nunca lo
había habido.
Kaspar había subido en Gabriel 7. Y Alex sabía por qué. Por su propia experiencia del
lanzamiento le debió haber hecho ver que habría sido completamente una locura intentar
enviar una bomba armada en el espacio. Las terribles vibraciones la habrían hecho
explotar, incluso antes de que hubiera dejado la atmósfera. Sólo cuando estuvieran en el
espacio se podría armar, y eso significaba que había tenido la intención de enviar a
alguien para ello. Kaspar. Pero ahora él tenía que volver de nuevo. Este era el punto del
segundo cohete. El profesor Sing debía haber sabido eso desde el principio. El Soyuz se
había enviado para recogerle. Y Kaspar habría dejado atrás instrucciones, seguramente. Si
algo saliera mal, si el cohete no llegaba, el profesor habría sido asesinado. ¡No era de
extrañar que él hubiera parecido tan nervioso! Al final, había elegido una opción. Enviar
el cohete y dejar que ellos dos se pelearan.
Eso era algo más que Alex comprendió. Ahora ellos dos estaban en la estación espacial.
Pero sólo había un asiento para regresar a casa.
Kaspar atravesó el primer nódulo dónde se dio un baño momentáneamente en la suave
luz de color rosa antes de que él emergiera en la luz intensa del módulo siguiente. Parecía
ser especialista en manejarse a sí mismo en la gravedad cero. Había apuntado
cuidadosamente y se había empujado ligeramente. Una mano tocó una pared para
corregirse; y la otra aún sostenía firmemente el cuchillo. Él se estaba tomando su tiempo,
pero entonces supo que Alex no tenía nada que ocultar en ninguna parte. Sólo segundos
antes de que ellos se encontraran cara a cara en un módulo apenas lo suficientemente
grande para los dos.
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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~116677~~
Alex buscó a su alrededor por un arma, algo que poder utilizar para defenderse. Pero
todo estaba envasado demasiado pulcramente. Los armarios y taquillas estaban cerrados.
Él todavía se sentía enfermo y desorientado y cada movimiento que hacía amenazaba con
impulsarle en la dirección equivocada. Si perdía el control y se daba otro giro, estaría
acabado. Kaspar le cortaría en pedazos.
Kaspar atravesó el siguiente módulo. En unos momentos llegaría al mismo módulo que
Alex. El área de descanso. Éste era lugar que el Profesor Sing y Ed Shulsky le habían
mostrado en el mapa. El corazón de Ark Ángel. Parecía un punto de encuentro apropiado.
Quizás podría razonar con Kaspar. La misión ahora era en vano, ¿sería posible que él le
viera sentido?
Pero Alex lo dudaba. Los ojos de Kaspar parecían vacíos, rabiosos. Tenía una sonrisa
torcida en sus labios. El cuchillo que él sostenía era un Sabatier, una hoja de una sola pieza
de acero al carbono inoxidable, pulido a mano y de unos diez centímetros de largo.
¿Dónde lo consiguió? No pudo traerlo con él. Entonces Alex lo recordó. El Ark Angel era
un hotel. Posiblemente algún día un cocinero podría tener que cortar un bistec de
solomillo para algún multimillonario americano, y alguien se habría asegurado de que él
estuviera adecuadamente equipado. Kaspar debió de haber recogido el cuchillo cuando
atravesó la cocina.
Cuando Kaspar entró en el área de dormir, Alex hizo la única cosa que pudo. Se agachó,
entonces de una patada se impulsó a lo largo, unos cuantos centímetros por encima del
suelo, como si estuviera nadando bajo el agua en una piscina. Su movimiento cogió a
Kaspar desprevenido, el hombre pasó a mucha distancia por encima de él. Alex se dio
cuenta de que había una cosa que no podías hacer en gravedad cero: cambiar de
dirección. Kaspar continuó hasta la pared del fondo, pero cuando él pasó le acuchilló con
el cuchillo. Alex sintió la afilada punta sobre el traje entre sus omóplatos. Tuvo suerte.
Unos pocos milímetros y le habría sacado sangre. Le había cortado la tela del traje, pero
no le había atravesado la piel.
Kaspar llegó a la pared del fondo y se agarró a una de las agarraderas. Alex continuó
hasta el módulo siguiente y logró detenerse. Se encontró rodeado por el equipamiento del
gimnasio:‖una‖cinta‖de‖correr,‖un‖par‖de‖extensores,‖una‖m{quina‖de‖remo…‖pero‖nada‖
que pudiera tirar a Kaspar. ¿Dónde estaban las pesas? Evidentemente, no tenía sentido
tener pesas en un ambiente ingrávido. Alex rebuscó en uno de los armarios mientras la
puerta se abría. En su interior, había herramientas: Un martillo, un trinquete de forma
curiosa, una especie de destornillador. Agarró el martillo, lo sacó y sostuvo frente a él.
Alex se volvió y vio a Kaspar preparándose para lanzar un segundo ataque. El hombre
parecía enloquecido, como si estuviera drogado. Quizás lo estaba. O quizás encontraba la
experiencia de estar en el espacio tan aterradora como Alex.
—¡Kaspar! —Alex no estaba seguro de cómo llamarle. ¿Cuál era su verdadero nombre?
¿Magnus Payne? Pero no era cómo si los dos nos conocieran—. Se acabó —continuó—.
Esto no tiene sentido. Drevin está muerto. La CIA tiene el control de Bahía Flamingo.
—¡Estás mintiendo!
—¿Cómo crees que llegué aquí? No hay nada que puedas hacer. Lanzar Ark Angel sobre
Washington no tiene sentido. Drevin está muerto.
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—¡No!
Retorciéndose en el aire con ira e incredulidad Kaspar dio un puntapié, esta vez viajando
en diagonal hacia abajo. Alex sabía que era inútil tratar de razonar con él. Como había
pasado en Bahía Flamingo, Kaspar necesitaba el Soyuz. Alex se interponía en su camino.
Así que Alex tenía que morir.
Kaspar voló hacia él. Alex recogió el martillo redondo y lo arrojó con todas sus fuerzas.
Por un momento pensó que viajaría a cámara lenta. ¿No era así como sucedía en el cine?
Pero no fue así. El martillo giró a toda velocidad por el aire y golpeó a Kaspar en el
hombro. Pero, ¿haría daño el martillo si no pesaba nada? Una vez más Alex pensó en su
clase de física, en su trabajo de GCSEs13. El martillo recogió la energía debido al
movimiento; la energía fue dispersada cuando se paró. En este caso, se detuvo porque
había golpeado de lleno a Kaspar. Kaspar aulló y dejó caer el cuchillo. ¡Energía dispersa,
igualdad de dolor!
Pero el movimiento de avanzar fue suficiente para que Alex tropezara de nuevo, y por un
momento perdió el control. Sus hombros se estrellaron contra una pared. O tal vez fue el
techo o el suelo. Daba lo mismo. Kaspar había saltado hacia delante. Él se zambulló de
pronto como si hubiera sido disparado desde una pistola, y un segundo después estaba
encima de Alex.
La piel azul y verde de la cara del hombre estaba tan sólo a unos centímetros de distancia.
Los ojos llenos de odio le fulminaron con la mirada. Las manos de Kaspar se cerraron
alrededor de su garganta y empezaron a apretar. El hombre estaba estrangulándole. Y no
había nada que Alex pudiera hacer. No tenía ninguna cosa, ningún arma. Ni siquiera
podía moverse. Podía sentir las placas de metal contra sus hombros y uno de los casilleros
presionando en la espalda. Kaspar estaba flotando horizontalmente por encima de él, sólo
estaba conectado a Alex por sus manos. La respiración ya no llegaba a los pulmones de
Alex; el agarre era demasiado firme. Se sentía mareado. En unos segundos se desmayaría.
Casi sin saber lo que estaba haciendo, rebuscó detrás de él. Sus nudillos rozaron una
especie de palanca. ¿Qué era? A pesar de que su conciencia empezaba a dejarle, Alex lo
recordó. Sabía qué hacía la palanca. Pero ahora no la podía encontrar. Desesperado, atacó
y agitando su mano se agarró de ella. Él la tiró hacia abajo.
El obturador se abrió y la luz que casi lo había cegado antes explotó en el módulo por
segunda vez, como un rayo por encima del hombro.
La ventana estaba mirando directamente hacia el sol y la luz tenía tal violencia, que
cuando estalló Alex pudo sentir que quemaba su cuello y hombros. Toda la cápsula
parecía desintegrarse en un caos brillante blanco y plateado, absorbiendo todos los demás
colores.
Kaspar gritó cuando la luz quemó sus ojos. Era como si hubiera recibido un puñetazo en
la cara por el propio sol, y sus manos se apartaron, instintivamente para protegerse. Alex
dio un salto y le pateó; sus pies se estrellaron contra el estómago de Kaspar. Alex
retrocedió contra la pared y Kaspar fue enviado a toda velocidad hacia el otro lado del
módulo.
13
Certificado General de Educación Secundaria.
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El cuchillo Sabatier estaba detrás de él.
Había estado suspendido allí, con su punta mortal dirigida hacia el cuello de Kaspar.
Mientras Kaspar salió disparado hacia atrás, se fue con él, pero entonces el mango tocó la
pared. La hoja entró en la ciudad de Beijing y continuó su viaje, penetrando en la
superficie del mundo. El cuerpo de Kaspar se sacudió como si hubiera sido electrocutado.
Luego quedó inmóvil.
Mirando hacia arriba, Alex le observó con escepticismo. Los brazos de Kaspar estaban
colgando hacia él. Él estaba en medio del módulo, sin tocar ninguna superficie,
suspendido allí. Una serie de brillantes bolitas carmesí aparecieron y comenzaron a
orbitar alrededor de su cabeza. Se hicieron más grandes. Ahora eran como pelotas de golf,
extendiéndose y de brillante color rojo.
El cuchillo había cortado una arteria. La sangre de Kaspar colgaba a su alrededor como
una grotesca decoración navideña.
Alex ya había tenido suficiente. El módulo se estaba calentando rápidamente, todavía
expuesto al sol, y extendió la mano y cerró el obturador. Una sombra cayó sobre la cara de
Kaspar. Oscureciendo las bolitas.
Con su cuerpo arrastrándose, queriendo apartarse del cuerpo obsceno, flotante, Alex se
arrastró hacia el próximo módulo utilizando una especie de pinzas de velcro. Se encontró
junto a un inodoro espacial, una caja de plástico gris con algún tipo de dispositivo en
forma de cono flotante en el extremo de un tubo.
Necesitaba usarlo. Sentía nauseas. Sobriamente tragó, obligándose a mantener la calma. Él
no quería averiguar cómo era vomitar en el espacio ultraterrestre.
La bomba...
¿Cuánto tiempo le quedaba? Alex miró su reloj. Un minuto después de las cuatro. Sólo
faltaban veintinueve minutos. Tenía que actuar con rapidez. ¡Había llegado tan lejos,
había pasado por tanto, sólo para morir ahora! Se obligó a concentrarse, controlar sus
movimientos. Recordó el mapa que se había mostrado en el centro de control. Sabía
dónde tenía que ir.
La escotilla que llevaba hasta la cápsula que había traído Kaspar al espacio estaba abierta,
y Alex vio la bomba a primera vista. Tenía la forma de un torpedo, negro, con seis
pequeños interruptores y un panel de vidrio con un contador digital. Toda la cosa estaba
sujeta a la pared, pegada con velcro. Con una temible fascinación, Alex se agachó por el
módulo y flotó a lo largo de él. La bomba tenía seis dígitos, rápidamente contando hacia
atrás desde 27:07:05. Alex lo reviso con su reloj. Sí. Tres minutos pasadas las cuatro. Le
quedaban exactamente veintiséis minutos.
¿Podría apagarla? Alex examinó los interruptores pero no tenían símbolos, nada que le
indicara qué función tenían. ¿Se atrevía a presionar alguno? Si cometía un error, sería
reducido a añicos. Extendió un dedo. Su boca estaba seca. Estar tan cerca de la bomba lo
llenaba de terror. Pero tenía que tratar, ¿no es cierto? Drevin podría haber pervertido el
genio de Ark Angel, pero aún así, la estación espacial era un milagro tecnológico,
completamente único, el primer hotel en órbita alrededor de la tierra. ¿Podría Alex
realmente permitir que se destruyera? Su dedo se detuvo contra el interruptor de arriba.
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Todo lo que tenía que hacer era darle un empujón. Podría desactivar la bomba, pero
también podría hacerla estallar. La pregunta era, ¿Se atrevería a tomar ese riesgo?
Los números en la pantalla aún estaban descontando. Ahora mostraba 25:33:00.
Alex maldijo. ¿Por qué no tendrían una rampa para desperdicios? Así podría deshacerse
de la bomba, echándola por la borda hacia el espacio. Probablemente había un contenedor
de aire en Ark Angel, pero no tenía idea de cómo manejarlo. Aún así, no había tiempo. Su
dedo todavía tocaba el interruptor. Uno de los seis interruptores. Una de seis
oportunidades de hacerlo bien.
No era suficientemente bueno.
Alex dejó salir un largo, estremecido respiro y sacó su mano. Tomó la bomba todavía
andando y con cuidado la desenganchó, luego la llevó a través de la escotilla y de regreso
al centro del hotel espacial. Ed Shulsky le había dicho donde dejarla, pero Alex tomo su
propia decisión. El retrete. De alguna manera parecía un final adecuado. Bajó la nariz del
torpedo en el retrete y la dejó allí.
Era hora de irse.
Se alejó lo más despacio que pudo y fue compensado con un lento, cuidadoso progreso
hacia el módulo de espera del Soyuz. Pasó debajo de Kaspar, tratando de no mirar hacia
arriba. En cuestión de minutos, el hombre muerto iba a obtener la cremación más
espectacular que nadie jamás podría haber deseado. Era más de lo que merecía.
La estación de mandos estaba por delante de él, pero había una cosa más que debía hacer.
Miró su reloj. Once minutos pasadas las cuatro. Sólo quedaban diecinueve minutos, y
Alex sabía que era una locura gastar incluso unos pocos segundos. Pero no podría tener
está oportunidad otra vez. Encontró otra ventana en el lado opuesto al sol, abrió el postigo
y miró al exterior.
Y allí estaba.
El Planeta Tierra. Visto desde el espacio.
Su primer pensamiento fue que grande era; su segundo, que pequeña. Claro, había visto
imágenes de la Tierra tomadas por astronautas. Pero esto era diferente. La estaba viendo
con sus propios ojos. Y él se estaba moviendo. Mientras se agachaba frente a la portilla,
estaba viajando tan rápido que le llevaría diecinueve minutos regresar. No era de
extrañarle que pareciera tan pequeña. Y aún así la tierra llenaba su visión. Toda la vida en
el universo, cinco billones de personas, estaba concentrada allí. Y ese pensamiento era
enorme.
Estaba perplejo por los colores. Ninguna fotografía podría haberlo preparado para la
iridiscencia pura del planeta. Parecía como si estuviera encendida por dentro. Al principio
parecía que todo era azul y blanco (la mayor parte del planeta era agua) y Alex recordaba
estar recostado de espaldas cuando era pequeño, mirando un perfecto cielo de verano. Si
hubiera podido hacer del cielo una pelota, eso hubiera sido lo que estaba mirando ahora.
Pero mientras miraba debajo comenzó a ver el contorno de las costas, una fina línea de
verde esmeralda; y el Ark Angel dio la vuelta a la Tierra y allí estaba África (todo África
delante‖de‖él)‖y‖de‖repente‖dorado‖intenso,‖amarillo‖y‖rojo…‖montañas‖y‖desiertos‖pero‖no‖
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ciudades. Nada se movía. Y se preguntaba, ¿Si fuera un alíen y se topara con la tierra,
podría pasar de largo sin darse cuenta de toda la vida que había allí abajo?
Pero luego el día se convirtió en noche y se encontró sobre el océano mediterráneo
occidental, e inclusive a trescientos millas de distancia podía distinguir las miles de luces
eléctricas hechas por los hombres. España y Gibraltar, Turquía y Túnez, Argelia y el
Líbano, todos ellos eran visibles a primera instancia, las pequeñas luces titilando como
luciérnagas. Había tormentas sobre Europa. Alex veía las luces brillar a través de las
nubes.
Volvió al módulo Soyuz, tratando de controlar su progreso pero aún así golpeándose
contra las paredes. Sólo por sostenerse de las barandillas se prevenía de dar otro giro
enfermizo. Tenía mucha sed y deseaba poder encontrar algo que beber antes de irse. ¿Qué
sucedía cuando uno abría una lata de Coca en el espacio? Nunca lo descubriría.
Como pudo alcanzó la entrada y entró. Estaba operando en automático. Todo lo que
quería era marcharse. Se extendió y cerró la escotilla, girando la palanca para trabarla
antes de despegar. Este era el compartimiento en el que había viajado. Pero se quedaría
atrás. Había otra escotilla debajo de él y la abrió, pasando hacia el módulo de re-entrada
debajo. Había más espacio aquí. Claro. El módulo de re-entrada tenía que ser lo
suficientemente grande para Kaspar. Se sujetó al asiento, encontró otro casco y se lo
colocó, preguntándose si funcionaría.
—¿Alex? ¿Cuál es tu status? —Era la voz de Tamara. Nunca había estado tan feliz de
escuchar a alguien.
—La bomba aún está activada —dijo. Miró su reloj. Veinticinco pasadas las cuatro—. El
profesor Sing nos mintió —prosiguió—. Kaspar estaba aquí. Y ahora sólo me quedan
cinco minutos. Sácame de aquí.
Otra ráfaga de estática. Una incorpórea voz estaba murmurando palabras cortadas que no
tenían ningún sentido. Debía de haber algo mal con el radio. Alex se preguntaba qué
sucedería después. ¿Cuánto tiempo tendría que estar sentado allí hasta que lo liberaran?
¿Y qué pasaba si no lo hacían? La segunda manecilla en su reloj seguía moviéndose.
Parecía estar acechándolo, moviéndose más rápido de lo que debería. El tiempo ahora era
veintiocho minutos pasadas las cuatro.
Ya estaba sudando. Encorvado sobre su espalda sin ninguna vista, no tenía idea de dónde
estaba, cuanto más lejos estaba alrededor del mundo. Veintinueve minutos pasadas las
cuatro. ¿Habría alcanzado los seis últimos segundos de su vida?
Sintió una repentina sacudida. Por un terrible momento, pensó que la bomba había
detonado. Luego se dio cuenta de que eso era imposible. No había escuchado nada pero
repentinamente estaba al tanto de que los cohetes del módulo debían haber sido
disparados. Giró su cabeza y espió por el periscopio. Ark Angel estaba a una milla lejos,
desapareciendo en el espacio como un jarrón tirado en un pozo.
Y luego explotó.
La bomba explotó, un estallido de fuego naranja que despedazó completamente la
estación espacial, enviando los distintos módulos en diferentes direcciones. Los brazos
con el panel solar cayeron. Hubo tres explosiones más. Una lluvia de chispas brillantes y
una ráfaga de luz blanca que se esparció en silencio.
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Alex sintió una clase de euforia. ¡Lo había logrado! Había puesto la bomba en el lugar
indicado, y en lugar de propulsar Ark Angel hacia Washington, simplemente le había
destruido. No quedaba nada. Unos pocos pedazos caían por el espacio pero pronto se
quemarían. Finalmente había terminado.
Cayó.
El bullicio de la radio se detuvo abruptamente. Alex se encontró a sí mismo en un
completo silencio que por un momento pensó que había muerto, y se tuvo que recordar
que aún no estaba en casa. Cinco millas por segundo. Este era el más peligroso tramo del
viaje entero. Si el centro de control habría calculado mal, sería incinerado. Ya estaba al
tanto del brillo rosado afuera de la ventana mientras el módulo comenzaba a atravesar la
capa más alta de la atmósfera de la Tierra.
Y luego estaba en llamas. El mundo entero estaba en llamas. El mismo aire se estaba
rompiendo, siendo destrozado en piezas, los electrones separándose del núcleo.
El módulo se había convertido en una bola de fuego, y Alex sabía que su vida dependía
de los miles de azulejos térmicos que lo rodeaban. Estaba en el corazón del mismísimo
infierno.
Gritó. No podía contenerse.
Luego el rojo desapareció, como una cortina siendo apartada.
Vio azul.
Hubo una segunda sacudida hacia atrás mientras el paracaídas se desplegaba. El mundo
parecía brillar al otro lado de la ventana y Alex vio el Océano Pacífico expandirse frente a
él.
Un splash. Humo. Olas golpeando las ventanas. Luz solar transformando el agua en
diamantes.
Y finalmente silencio.
Se movía de adelante hacia atrás, cien millas lejos de la costa este de Australia. El lugar
equivocado del mundo, pero eso no importaba.
Alex Rider estaba de regreso.
Fin…
Fin del sexto libro de la saga “Alex Rider”
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Lean el Septimo libro de la Saga Alex Rider
Snakehead
Sinópsis:
Salpicando frente a las costas de Australia, Alex está trabajando muy pronto de
forma clandestina - esta vez para la ASIS el servicio secreto australiano - en una misión
para infiltrarse en el submundo criminal del sudeste de Asia: el despiadado mundo de
Cabeza de Serpiente. Frente a un viejo enemigo y preocupado por su propio pasado, Alex
está atrapado entre dos servicios secretos, sin nadie en quien confiar - y esta vez necesita
todo su ingenio para sobrevivir...
AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSccoorrppiiaa
FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~117744~~
Anthony Horowitz
Escritor y guionista inglés, Anthony
Horowitz es conocido principalmente por sus series
de libros para jóvenes adultos, con más de cincuenta
títulos publicados. Horowitz también ha trabajado
para la televisión ITV adaptando clásicos del crimen a
la gran pantalla, además de crear las suyas propias
como Los asesinatos de Midsomer.
Además de varias obras históricas y de aventuras,
Horowitz logró el éxito internacional gracias a las novelas protagonizadas por Alex Rider,
un joven miembro del MI6 británico, y con su serie de Los cinco guardianes.
Saga Alex Rider:
Stormbreaker
Point Blanc
Skeleton Key
Eagle Strike
Scorpia
Ark Angel
Snakehead
Crocodile Tears
Scorpia Rising
Yassen
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Visítanos aquí…
http://www.purplerose1.net/
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