algunas minucias del lenguaje de josé g. moreno de alba

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Algunas minucias del lenguaje de José G. Moreno de Alba José G. Moreno de Alba Realizó sus primeros estudios en Aguascalientes, Aguascalientes. Se trasladó a la Ciudad de México en donde ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en donde obtuvo la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en 1968. Realizó la maestría en Lingüística Hispánica en 1970 y el doctorado en

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Algunas minucias del lenguaje de José G. Moreno de Alba

José G. Moreno de Alba

Realizó sus primeros estudios en Aguascalientes, Aguascalientes. Se trasladó a la Ciudad de México en donde ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en donde obtuvo la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en 1968. Realizó la maestría en Lingüística Hispánica en 1970 y el doctorado en la misma especialidad en 1975.

Cursó estudios de posgrado en Fonología y Fonética en 1967, Semántica y Dialectología en 1968, Contacto de Lenguas en 1969, Dialecto andaluz en 1970, Tagmémica en 1971, Transformaciones en 1972, y Lingüística contemporánea en 1975 en el Centro de Lingüística Hispánica de la UNAM. Durante 1970, en El Colegio de México estudió Entonación Hispánica y

Dialectología General.

Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Como profesor invitado ha impartido cursos en dieciocho universidades en Gran Bretaña, Francia, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Países Bajos. De 1969 a 1973 fue profesor de Filología Hispánica y de Español Superior en la Universidad Iberoamericana y de 1986 a 1989 fue profesor visitante en El Colegio de México.

Ingresó como miembro de número a la Academia Mexicana de la Lengua el 10 de marzo de 1978, ocupando la silla XV, fue censor de 1992 a 2000, bibliotecario de 2000 a 2003 y desde 2003 se desempeña como director. Desde 1983 es miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas. Dentro de la UNAM ha dirigido el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras, la Facultad de Filosofía y Letras y el Centro de Enseñanza Para Extranjeros. De 1991 a 1999 fue director de la Biblioteca Nacional de México. En 1996, fue nombrado secretario de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL). Es investigador nacional emérito del Sistema Nacional de Investigadores. (Fuente: Wikipedia).

Algunos de los textos de José G. Moreno de Alba

• Valores de las formas verbales en el español de México en 1978.• Morfología derivativa nominal en el español mexicano de 1986.• El español en América en 1991.• Minucias del lenguaje en 1992.• Diferencias léxicas entre España y América en 1992.• La pronunciación del español de México en 1994.• Nuevas minucias del lenguaje en 1996.• La prefijación del español mexicano en 1996.

Presentamos algunos textos provenientes de sus Minucias del lenguaje,  Nuevas minucias del lenguaje y Suma de minucias del lenguaje. Todos ellos recuperados de la página web del Fondo de Cultura Económica (http://www.fondodeculturaeconomica.com), sello editorial que ha publicado gran parte de su obra.

Los textos que se anexan tienen la peculiaridad de tratar asuntos propios de la lengua y su uso, pero con el énfasis puesto en la sencillez y la brevedad de la exposición, la útil ilustración de los casos tratados en textos concretos, el riguroso proceso de documentación y la reflexión basada en hipótesis sobre la procedencia, uso y evolución de los vocablos revisados; tareas éstas que identifican y peculiarizan la labor filológica de José G. Moreno de Alba y la hacen acorde para un público diverso, tanto para el estudioso o especialista como para el estudiante y el lector interesado en estos asuntos.

La palabra minucia proviene del término latino minutia, pequeñez. En latín se refería al polvillo o la partícula minúscula que se posaba sobre las cosas. Moreno de Alba aprovecha el sentido de la palabra para reflexionar a partir de ‘pequeñeces’ propias de nuestro uso de la lengua castellana, centrando sus razonamientos en el empleo de palabras, su evolución evidenciada y registrada en la literatura escrita en español, en diccionarios diversos y, también, en el uso cotidiano que ejercemos de nuestro idioma.

Sin más dilación acá están algunas minucias del lenguaje según Moreno de Alba:

autobús / camión

En México, al vehículo automóvil de transporte público y trayecto fijo —tanto al que hace el servicio dentro de los límites de una ciudad cuanto al que comunica entre sí varias ciudades— se le llama, como en la mayor parte del mundo hispánico, autobús; pero también, y quizá con más frecuencia, camión. En el español general, por lo contrario, se llama camión sólo al vehículo de cuatro o más ruedas que se usa para transportar grandes cargas. Obviamente, también en México se llama camión a ese tipo de vehículo. Ello no impide sin embargo que al que transporta personas se le designe con el mismo vocablo. Ya me he referido en otra nota al origen de la voz autobús. El término camión, por su parte, procede del francés (camion), lengua en la que desde hace mucho tiempo alude a una “especie de carro fuerte, usado modernamente para transportar cargas o fardos grandes o muy pesados, desde los muelles en los puertos y desde las estaciones de los ferrocarriles, a sus respectivos destinos” (duodécima edición, 1884, del Diccionario académico). Desde las primeras décadas del siglo pasado deja de ser un simple “carro” y pasa a ser vehículo automóvil.

No he encontrado ningún dato o noticia que explique satisfactoriamente la razón por la que, sólo en México, a los autobuses se les llama también camiones. Repito: no los he hallado, lo que no significa que no existan. Algunas explicaciones que he leído no me parecen convincentes. Por ejemplo, Santamaría, en su Diccionario de mejicanismos, sobre camión, escribe: “Automóvil propio para mucha carga, por lo cual también se usa para conducir pasajeros”. No comprendo bien: ¿puesto que puede llevar mucha carga también conduce pasajeros simultáneamente?, ¿algunos camiones se adaptan para llevar, en lugar de carga, pasajeros? A reserva de que alguien me proporcione mejores explicaciones o yo mismo las encuentre, aventuro, en las siguientes líneas, una modesta propuesta.

Comienzo señalando que los primeros registros de camión en los textos mexicanos contenidos en el CORDE (Corpus diacrónico del español) corresponden a la novela La luciérnaga (1932), de Mariano Azuela. Supongo que en textos mexicanos anteriores, no recogidos en el CORDE, la voz camión se emplea con el significado de ‘vehículo de carga’. Lo curioso es que, en éste, el más antiguo de ese corpus en que aparece la voz camión, tenga ésta el significado de transporte público de pasajeros y no el de vehículo de carga.

Vaya un solo ejemplo: “Los agentes estuvieron en tu casa con la orden de embargo a las ocho de la mañana. —Yo qué sé… —A las diez saliste a esperar el paso de tu camión por Donceles… Trepaste y le pediste la yerba a tu ayudante. —Suposiciones…”

¿Por qué al autobús se le llama en México camión? Tal vez se deba —ésta es la hipótesis que me atrevo a proponer— a un cruce de las palabras camión y camioneta (voz que puede explicarse como derivada del español camión o como castellanización del francés camionette), o a una contaminación de uno de los significados de camioneta en la voz camión. Trataré de explicarme. En primer lugar, conviene tener en cuenta que, en algunas variedades geográficas e históricas del español, la palabra camioneta se empleaba —y se emplea todavía— con el significado de ‘autobús’ o de ‘cierto tipo de autobús’. En la vigésima edición (1984) del Diccionario académico, la tercera acepción de camioneta es, literalmente, la siguiente: “En algunas partes designa también el autobús”.

En el diccionario manual de 1989, se anota: “cierta clase de autobús”. Y, finalmente, en la más reciente entrega, la 22ª edición de 2001, la segunda acepción de camioneta es simplemente ‘autobús’.

Los primeros registros de camioneta con el sentido de ‘autobús’ son, en el CORDE, bastante antiguos. Creo que ése es el significado de la voz en el siguiente pasaje del libro Notas marruecas de un soldado (1920), del español Ernesto Giménez Caballero:

Allá queda Tetuán como una bandada de palomas abatida en un collado. Unos pájaros, grandes, preciosos, como ibis, vuelan lentamente bajo el cielo transparente, donde comienzan a revelarse las primeras estrellas. Olor de mar, sutil, nos dilata las ventanillas de las narices. Y la camioneta entra dando tumbos por las calles de Río Martín.

Con este sentido también se documenta la voz en textos paraguayos, chilenos, peruanos… Nada impide pensar que —aunque no se cuenta en el CORDE con registros que comprueben el uso de la voz camioneta con el sentido de ‘autobús’ en textos mexicanos— en alguna época se haya empleado aquí el vocablo con ese significado y que, al poco tiempo, se haya preferido, quizá por su brevedad, camión, palabra próxima a camioneta no sólo por ser de la misma familia, sino por ser además la voz primitiva que, al menos en francés, había dado origen precisamente a la derivada camioneta (camionette). Téngase

en cuenta, además, que la designación autobús, según el CORDE, es en México bastante posterior a camión, pues las primeras documentaciones corresponden a la década de 1950.

habemos muchos

EL VERBO HABER PROCEDE DEL LATÍN habere, cuyo primer significado es ‘tener’. Con este sentido poco se usa hoy, pues para ello empleamos precisamente la forma tener o poseer. Haber prácticamente se ha limitado a funcionar como auxiliar de los tiempos compuestos (he cantado) y de perífrasis obligativas (he de cantar).

Tiene empero plena vigencia también como unipersonal, en todos los tiempos de la conjugación (“hay, hubo, habrá fiesta”). En este caso, resulta difícil percibir hoy que el verbo haber conserva el sentido primitivo de ‘tener’ y que así la construcción en que aparece debe analizarse como constituida de sujeto tácito e indefinido, verbo unipersonal y objeto directo, que puede ser singular o plural. En la oración “hubo heladas”, el sustantivo heladas es objeto directo de hubo y no su sujeto, que no sólo es gramaticalmente tácito sino semánticamente indefinido. No faltan estudiosos de la filología que encuentran este fenómeno desde el mismo latín (“in arca Noe habuit homines”, que quiere decir “en el arca de Noé hubo hombres”) El que heladas sea objeto directo en “hubo heladas”, y no sujeto, queda plenamente comprobado mediante la permutación por pronombre objetivo directo (“las hubo”) y no por pronombre sujetivo (*”ellas hubo”).

Siempre ha existido la confusión entre el sentido que el hablante da a este tipo de construcción (el sustantivo como sujeto) y el verdadero valor gramatical (el sustantivo como objeto directo). Ello explica la generalizada tendencia a pluralizar el verbo para así hacerlo concordar con su supuesto sujeto plural (que no es sujeto, sino objeto). Es bastante común, aun en personas cultivadas, oír expresiones como “habían muchos coches”, “hubieron varios problemas”, pluralizando erróneamente el verbo unipersonal, cuando lo correcto es “*había muchos coches”, “*hubo varios problemas”. Suele también pluralizarse cualquier verbo auxiliar que acompañe al unipersonal haber: “en el mar *deben de haber hombres así”.

Este confundir objeto con sujeto se evidencia cuando un objeto plural tiene carácter inclusivo; es decir, si de alguna manera queda dentro de él el que

habla y, en tal caso, no es raro que se produzcan expresiones como “*habemos muchos inconformes”, en que no sólo se pluraliza la forma verbal sino que además se modifica la persona gramatical, que pasa de tercera a primera. Nótese que, precisamente por su carácter unipersonal, es imposible usar el verbo haber con matiz inclusivo: si se dice “hay muchos inconformes” no debe necesariamente entenderse que el que habla queda incluido. Es por tanto necesario, si se desea poner énfasis en este carácter inclusivo, hacer uso de otro verbo: “somos muchos los inconformes”, por ejemplo.

Este fenómeno de confusión es peculiar de la lengua hablada, aunque también se da en la literatura, particularmente en la sudamericana, como en los siguientes ejemplos (tomados de Charles Kany, en su Sintaxis hispanoamericana): “*Habían varios caballeros en el palenque” (Lynch, argentino); “*Iban a haber juegos de artificios” (Dragi Lucero, argentino); “En el suelo *habían dos hermosos gallos” (Lillo, chileno); “Era reacio al matrimonio como los *hubieron pocos” (Muñoz, chileno); “Antes, por dondequiera *habían casas” (Gallegos, venezolano).

impartir / dictar / dar una conferencia

NO SON POCOS los que creen que si una expresión es usada por todos o casi todos debe ser vista como poco elegante, como vulgar, y se dedican a buscar con ahínco un sustituto más original. A estas personas se les conoce como pedantes, esto es, que hacen alarde inoportuno de erudición. Suelen decir, por ejemplo, “el profesor dictará una conferencia”, “el doctor imparte la clase”, porque les parece que emplear en estos casos el verbo dar (“dará una conferencia, una clase”) resulta, si no impropio, sí al menos corriente.

Impartir es ciertamente sinónimo de dar pero sin duda propio del lenguaje llamado culto, y que si se siente natural en tal o cual texto escrito, no deja de ser chocante en la lengua hablada. Imaginemos a nuestros hijos diciéndonos: “padre, impártenos nuestro domingo”. Creo que no hay razón para decir impartir clases si se puede decir dar clases.

El gran filólogo Ángel Rosenblat escribió un sabroso artículo sobre este asunto, en concreto sobre el empleo de dictar por dar. Hacía ver ahí con toda razón que dictar no es lo mismo que dar. Se dicta una ley, un decreto, una orden, pero no una clase ni una conferencia. A ciertos gobernantes no electos se les llama dictadores; a un profesor, es evidente, no. El DRAE, por su parte,

explica que dictar tiene los siguientes sentidos: a) Decir uno algo con las pausas necesarias o convenientes para que otro lo vaya escribiendo’; nadie desea una clase o una conferencia así. b) Tratándose de leyes, fallos, preceptos, etcétera, darlos, expedirlos, pronunciarlos’; no es el caso de una clase o conferencia. ‘Inspirar, sugerir’; éste es un sentido figurado que nada tiene que ver con dar clases o conferencias.

El mismo Rosenblat defiende la hipótesis de que el empleo de dictar por dar es más antiguo y frecuente en Argentina y Chile que en otros lugares de América (parece ser que es desconocido en España) y que de ahí pudo extenderse. Asimismo, ve como probable origen para el vocablo el italiano (de importante influencia en Argentina), lengua en la que suena absolutamente normal la expresión dettare una conferenza. En México ciertamente se usa hoy dictar por dar en lengua hablada y escrita; sin embargo, sigo creyendo que es más propio lo más sencillo y no lo más rebuscado, y opino, por ende, que es mejor decir dar que impartir o dictar clases.

media tonta / medio tonta

EL FENÓMENO DE LA ADVERBIALIZACIÓN de los adjetivos está bastante estudiado en las gramáticas y es muy común en el español hablado y escrito: juega lento, ven rápido, poco prudente, etc. La Gramática de la Academia de 1962 hacía notar que “los adjetivos usados como adverbios se emplean siempre en la terminación masculina del número singular, que en tal caso viene a ser neutra, por referirse el adjetivo al verbo, que —como sabemos— carece de género”.

En el caso de “juega lento”, lo que sucede es que el verbo juega se ve modificado por la palabra lento, que en ese contexto y por esa razón funciona como adverbio, es adverbio, a pesar de que en otros enunciados pueda hacer las veces de adjetivo (jugador lento).

Es decir que, estrictamente, desde un punto de vista funcional, la voz lento no es ni adjetivo ni adverbio, sino que funciona como uno o como otro según el contexto, aunque, quizá por razones etimológicas o de frecuencia estadística, el DRAE sólo explica lento(a) como adjetivo, y quizá por ello mismo se hable de adverbialización de adjetivos y no de adjetivización de adverbios.

Sin embargo no es frecuente que se explique en los tratados de morfología y sintaxis un caso, no estrictamente contrario, pero que algunos han designado como adjetivización de adverbios.

En el enunciado “ella es medio tonta”, es evidente que la palabra medio funciona como adverbio, porque está modificando al adjetivo tonta, y la única clase de palabras que tiene la función de modificar al adjetivo es el adverbio. Es empero muy frecuente oír la expresión “ella es *media tonta”. Debido a que el adverbio carece de género, pudiera verse en este uso un caso de adjetivización de adverbio. Ello sin embargo no es posible, pues se estaría suponiendo que el adjetivo media, que sí tiene género femenino, seguiría modificando al adjetivo tonta, concordando con él en género y número.

Lo que pasa es que, todo purismo aparte, es inaceptable y agramatical el enunciado *media tonta (nadie diría, sea por caso, “ella es *poca elegante”), pues aunque ciertamente existe el adjetivo medio(a) (media naranja, por ejemplo) siempre modificará a un sustantivo, jamás a otro adjetivo, ya que para ello dispone el español precisamente de la categoría adverbial (medio tonta), que carece de género y puede modificar, sin cambiar su terminación, a adjetivos de diverso

indígena

EN UNA CARTA A LA DIRECCIÓN del diario Reforma (23/03/2001), el señor René Fuentes Reyes le recrimina al columnista Sergio Sarmiento el impropio empleo que, a su juicio, hace del vocablo indígena. A la pregunta que se formula Sarmiento (“¿cuántos indígenas hay en la Cocopa?”) y que él mismo responde escribiendo: “hasta donde yo sé, ninguno”, el señor Fuentes contesta diciendo: “todos los integrantes de la Cocopa son indígenas, lo que los diferencia es el lugar de donde son…” En efecto, todos somos indígenas, de conformidad con el significado que los diccionarios dan a esa voz. El de la Real Academia Española (vigésima primera edición: 1992) explica que indígena significa simplemente: ‘originario del país de que se trate’. Lo que podría resultar controvertible es que la voz indígena, en México, se utilice para agredir (“para agredirnos y para marcar diferencias en una sociedad profundamente racista…”, escribe René Fuentes). Tengo la impresión de que en el español mexicano desde hace tiempo se viene empleando el término indígena en lugar de indio precisamente porque indio acabó teniendo esas indeseables connotaciones a que se refiere Fuentes Reyes. No dudo de que

ahora también indígena se emplee, en determinados contextos y situaciones, con sentido discriminatorio. No es sin embargo acuñando “una expresión que la reemplace” como dejarán de ser discriminados los indios. Cualquier otra designación se empleará para ofender e injuriar si lo que se pretende es la ofensa y la injuria. Recuerdo haber presenciado hace tiempo una riña porque alguien, en México, le gritó algo así como “¡Dejarías de ser mexicano!” a otro que acababa de tirar bolsas de basura en una esquina. En esa situación, en ese contexto, el vocablo mexicano funcionó como una ofensa. Es el empleo de una palabra con ciertos fines, en determinado momento y con tal o cual entonación lo que constituye la ofensa. Nada remediaríamos cambiando la palabra. Lo que debe evitarse es la injuria.

Como argumento para demostrar que en sí misma la palabra indígena tiene connotaciones peyorativas, el autor de la carta que estoy comentando señala que en su computadora se sugieren como sinónimas voces tales como salvaje, antropófago, caníbal, cafre, beduino (además de nativo, aborigen, bárbaro e indio). Sin duda esa computadora tiene incorporado el programa Word, pero en su versión 6.0 correspondiente a los años 83-94. Fue tal el número de críticas que recibió el fabricante por la ínfima calidad de sus instrumentos de corrección lingüística, y muy destacadamente de su pésimo diccionario de sinónimos, que se vieron obligados a modificarlo totalmente. En Word 95 los sinónimos para indígena son nativo, natural y aborigen. En la versión 2000 de Word la lista de sinónimos creció, pero todos resultan más o menos aceptables: nativo, natural, oriundo, originario, aborigen, autóctono, indio, vernáculo, regional. Llama la atención que en la versión intermedia, la 95, entre todos los sinónimos insensatos de la versión anterior, también se haya suprimido uno que debía haberse quedado: indio. Bien hizo en reponerse en la más reciente versión (2000). En efecto, la mayoría de los otros no son sinónimos de indígena ni en el español de México ni en el de ninguna otra parte; en cambio, creo que sí lo es indio, al menos en el español mexicano. Donde se decía o se escribía indio insensiblemente se tiende a decir y a escribir indígena.

accesar

NO FALTA QUIEN PIENSE que no hay necesidad de acudir al neologismo accesar, propio de la jerga computacional, puesto que el español normal cuenta con la forma acceder. Creo, por mi parte, que hay notables diferencias entre uno y otro verbo. El significado reconocido desde hace mucho tiempo

para acceder es el de ‘consentir en lo que otro quiere’. Sólo hasta la vigésima primera edición la Academia, en su Diccionario, añadió otros sentidos a ese vocablo. Hoy está ya sancionado, sea por caso, el significado de ‘tener acceso a un lugar o a una condición superior’. Procede del latín accedere, que significaba ‘acercarse’. Se considera parte del léxico español actual el latinismo (el) accésit (tercera persona singular del pretérito de accedere), que tiene hoy el particular significado de ‘recompensa inferior inmediata al premio en certámenes científicos o literarios’, es decir, reconocimiento al que se acercó más al primer lugar.

El impedimento para emplear el verbo acceder (en lugar de accesar) en el vocabulario computacional no está tanto en su significado sino en razones de naturaleza sintáctica. Acceder es, según todos los diccionarios, un verbo intransitivo, que se construye sin complemento directo: no puede alguien acceder a alguien (o algo), sino que solamente alguien puede acceder a algo y ese algo no puede ser sujeto pasivo (“el alpinista accedió a la cumbre”, pero no *la cumbre fue accedida por el alpinista). En el lenguaje computacional, hasta donde entiendo, el verbo accesar funciona siempre como transitivo, es decir que siempre tiene objeto directo (sujeto en pasiva): accesé la información significa algo así como ‘traje hacia mí la información’, ‘hice que la información apareciera en la pantalla’, etc. A ello se debe que, con frecuencia, se emplee el participio pasivo de accesar (información accesada) o que el verbo accesar aparezca en voz pasiva (la información fue accesada).

Es obvio que accesar es un anglicismo. En inglés to access significa ‘opportunity of reaching or using’ [oportunidad de alcanzar o usar]. Tiene un claro sentido transitivo. Por ello se dice, en español: accesé la información. Todos nos preguntamos si es o no correcto el empleo de accesar en español. Pero parece no existir un verbo español que con precisión equivalga, semántica y sintácticamente, a to access (por ejemplo, allegar, transitivo ciertamente, no tiene ese exacto sentido). Habría necesidad de emplear perífrasis más o menos complicadas y que tampoco son totalmente equivalentes: hacer accesible, por ejemplo. El anglicismo accesar está formado conforme a las reglas morfológicas del español y, lo que es más importante, se emplea cada vez con más amplio frecuencia entre un número mayor de hispanohablantes. Son los hablantes, no los académicos, los que norman la lengua. Y tal vez sea ya el momento de incorporarlo en los diccionarios.

acceder

ESTE VERBO, procedente del latín accedere (‘acercarse’), mejor que de ad y cedere (a y ‘retirarse’) —como anota el DRAE—, tenía, hasta la decimonovena edición de 1970, sólo el sentido de ‘consentir en lo que otro solicita o quiere’, o el de ‘ceder uno en su parecer’. Era por ende muy criticado, como galicismo, el uso de acceder con el sentido de ‘tener acceso’ a algo: “Fulano accedió al poder”, por ejemplo. Obviamente no había inconveniente en decir “Fulano tuvo acceso al poder”, porque la voz acceso aparecía ya definida como ‘acción de llegar o acercarse’. Otras formas, aceptadas ya en 1970, que incluían el sentido de ‘llegar’ eran accesible y accésit (recompensa inferior para el que se acerca al primer lugar de un concurso).

Entre las muchas modificaciones y adiciones de la vigésima edición del DRAE (1984), se cuentan dos acepciones nuevas, la 3 y la 4, en la entrada acceder: ‘tener acceso, paso o entrada a un lugar’ y ‘tener acceso a una situación, condición o grado superiores, llegar a alcanzarlos’. Como se ve, con estas recién aceptadas definiciones, nada impide decir “Fulano accedió a mi casa” o “Zutano accedió al poder”, sin que, naturalmente, dejen de ser correctas otras construcciones como “Fulano accedió a quedarse” (‘consintió en’).

Es probable que el valor de acceder como ‘llegar’ sea más antiguo en francés que en español y que, por ello, fuera tachado de galicista el uso de este verbo, en español, con ese sentido. Sin embargo, a mi juicio, hay sobradas razones para justificar la adición de estas acepciones en el DRAE: ante todo, el hecho innegable de su cada vez más extendido uso entre hablantes cultos pero, también, la correcta base etimológica sobre la cual se sustentan los significados añadidos, pues el primer sentido que los diccionarios latinos dan siempre al verbo accedere es precisamente ‘llegarse, venir, acercarse’.

a / ha / ¡ah! / há

EN OCASIONES UN SIGNO LINGÜÍSTICO (una palabra) puede estar constituido por un solo fonema. Tal es el caso de a, ha, ¡ah!, há, vocablos en los que al fonema /a/ no lo acompaña ningún fonema más (la h es una letra

que no representa ni sonido ni fonema). Aparentemente no debería haber dificultad para la ortografía de tales voces: a (sin h) es una preposición; ha es una forma del verbo haber; ah, normalmente acompañado de signos de admiración (¡!), es una interjección; por último, a veces puede encontrarse la forma, antigua y rara, há (con acento), en lugar de ha (de haber), con el valor de hacer (“há mucho tiempo que no te veo”), aunque lo más común es escribirla sin acento (ha). Es notable que aun en el empleo de estos brevísimos vocablos se cometan burdos errores ortográficos. Véanse algunos ejemplos.

Tomo de algunos diarios los siguientes textos: 1) “estar ‘out’, lo que *ha estas alturas parece cada día más aconsejable…”; 2) “todos estamos sujetos *ha haber cometido errores”; 3) “¿y qué incidencia *a tenido en su vida ser pelirrojo?”; 4) “criticó a tantos quienes dicen orientar sus esfuerzos sólo *ha obtener la paz y la justicia”; 5) “el rock and roll no *a muerto”.

En los incisos 1, 2 y 4 se escribió ha por a, es decir se confundió la preposición con el verbo. Se trata de preposiciones, que no llevan h: a estas alturas, estamos sujetos a, orientar esfuerzos a. Por lo contrario, en el inciso 3 la confusión es al revés, pues se hizo empleo de la preposición en lugar del verbo, que debe escribirse con h: ha tenido. La regla, en resumen, es muy sencilla: llevará h la forma que corresponde al presente del verbo haber (ha); se escribirá sin h la preposición (a).

Una sola observación en relación con la interjección. La vigésima primera edición del DRAE (de 1992) anota la forma ¡ha! como alomorfo, como equivalente ortográfico de ¡ah! Es decir que, según ese autorizado vocabulario, la interjección puede escribirse tanto ¡ah! cuanto ¡ha!: “¡Ah, qué inteligente eres!” y “¡Ha, qué inteligente eres!” Como era de esperarse, prácticamente todos los demás diccionarios, que en buena medida se limitan a transcribir algunos de los artículos y acepciones del DRAE, repiten lo mismo, es decir que anotan, como interjección, la forma ¡ha! En antiguas impresiones del lexicón de la Academia aparece ya esa forma ¡ha! como variante de ¡ah!, como por ejemplo en el de 1925 (decimoquinta edición). Por mi parte opino que, en la norma del español actual (y muy probablemente en la de hace ya mucho tiempo), nadie escribe ¡ha! por ¡ah! Yo recomendaría, para simplificar la ortografía, cosa que muchos veríamos saludable, suprimir el artículo ¡ha! del DRAE.

a ver / haber

NORMALMENTE UN ERROR ORTOGRÁFICO no tiene correspondencia con un error fonológico, es decir que no es frecuente la confusión de fonemas por los hablantes de un determinado dialecto cuando se hace uso de la escritura alfabética que, aunque con evidentes limitaciones, pretende reflejar el sistema fonológico de la lengua. Así, lo que en el español mexicano (y en el americano en general) es simple falta de ortografía (escribir, por ejemplo, “voy a *casar una liebre”) puede convertirse, en otro dialecto, en una confusión fonológica: la misma frase, pero escrita por un madrileño, sea por caso, dado que en Madrid la s es un fonema (alveolar) y la z es otro (interdental), lo que en México no sucede pues una y otra letras (o grafías) corresponden a un solo fonema (alveolar). Precisamente la explicación obvia de los errores ortográficos consiste en la equivocación de voces que se pronuncian igual y se escriben de manera diferente, a veces confundiendo vocablos que forman pares de oposiciones fonológico-semánticas (casa/caza, vaya/valla, etc.), a veces dando lugar a grafías inexistentes (*ocación, *jendarme, *avitasión…).

Más raro es que se produzcan faltas de ortografía que involucren a todo un sintagma o conjunto de palabras. No faltan sin embargo algunos casos interesantes. Obsérvense los dos siguientes enunciados: 1) “Vamos *haber quién gana en el partido del domingo”; 2) “¡Qué sabroso es descansar después de *a ver trabajado!” Es claro que en el inciso 1 aparece haber por a ver y que en el 2 está escrito a ver donde debía anotarse haber. Asimismo se habrá notado que la falta ortográfica manifiesta en 1 es mucho más frecuente que la que se ejemplifica en 2. Se trata de confusiones para cuya explicación es necesario atender a las relaciones que guardan entre sí varias palabras (dos en este caso) y por tanto constituyen un tipo de errores para cuya corrección no basta la consulta de un diccionario común (donde hay ciertamente una entrada para haber pero no se consigna una entrada específica para a ver).

Una posible explicación para estos errores ortográficos sintagmáticos podría ser que por lo menos uno de los vocablos involucrados en la confusión no tiene un valor semántico evidente para los hablantes, es decir que en tal caso no hay un significado claro adherido a la imagen gráfica de la palabra. Véase que, en el ejemplo, el infinitivo haber es un simple auxiliar de los tiempos compuestos de la conjugación y que por tanto carece de significado léxico preciso y, en tal caso, no es difícil que los hablantes confundan las grafías haber y a ver. Esto evidentemente se añade al hecho de que la fonética es exactamente la misma en ambos casos, pues, por una parte, tanto la b cuanto la v, desde hace varios siglos, se pronuncian como bilabiales (aunque no falta

quien, afectadamente, trate de articular como labiodental la v, error a mi ver tan grave como el confundir la escritura); por otra, la presencia de la h muda en haber no impide que se oigan igual los fonemas de haber (cuatro), que los de a ver (los mismos cuatro, aunque dan lugar a dos palabras o signos lingüísticos diferentes).

un ave / una ave

DESDE HACE SIGLOS las gramáticas españolas vienen explicando que, por razones de eufonía, el artículo definido femenino la se cambia por el masculino el cuando el sustantivo que sigue comienza por a tónica (el águila y no *la águila, el hada y no *la hada). Se conserva empero la forma femenina cuando entre el artículo y el sustantivo se intercala cualquier palabra (la dulce habla y no *el dulce habla), así como también, cuando el artículo antecede a un adjetivo (la árida llanura y no *el árida llanura). Estas prescripciones aparecen ya desde las primeras ediciones de la Gramática de la Academia.

Por lo contrario, las reglas correspondientes al uso del artículo indefinido ante sustantivo con a tónica inicial nunca han sido suficientemente explícitas. Así, por ejemplo, en gramáticas académicas del siglo XIX solía no anotarse prescripción alguna. Es decir que según esto debería conservarse el uso de uno o una de acuerdo con el género del sustantivo que seguía (una ave, por ejemplo).

En una reconocida gramática normativa de fines del XIX, la del mexicano Rafael Ángel de la Peña, se puede leer empero la siguiente regla: “Una pierde por apócope la vocal a, antes de nombres que comienzan por la misma vocal acentuada”. Proporciona ejemplos de los clásicos: “¡qué es ver un alma caída en pecado!” (santa Teresa); “la necesidad es un arma tan fuerte” (Ribadeneyra); “un aya inglesa” (Juan Valera) .

En la edición de la Gramática de la Academia de 1931 aparece una regla redactada en términos eclécticos (si no contradictorios): “análogamente a lo que sucede con la forma femenina del artículo definido, el numeral o el indefinido una pierde a veces la a final ante palabra que empiece por a acentuada, y así se dice un alma. Debe, sin embargo, preferirse, en general, una, para distinguir siempre la forma femenina de la masculina”.

Finalmente, en el Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (de 1973), sigue mostrándose indecisa la Academia: “como femenino se emplea un, y bastantes menos veces una, ante nombre sustantivo femenino singular que empieza por el fonema vocálico /a/, escrito a- o ha-, cuando posee acento de intensidad y sigue inmediatamente el indefinido: un ave, un aria”. Es evidente el cambio de criterio entre la edición de 1931 (“debe preferirse una…”) y el Esbozo de 1973 (“se emplea un, y bastante menos veces una…”).

Soy de la opinión de que hace falta un buen estudio sobre la preferencia (un ave o una ave) en los buenos escritores contemporáneos, pues sólo con datos confiables al respecto podría recomendarse una u otra forma.

satisfaré/satisfaceré

EL VERBO SATISFACER PROCEDE DEL LATÍN satisfacere (de satis, ‘bastante’, y facere, ‘hacer’) y significa ‘cumplir un deseo o una obligación, saciar un apetito’. Desde el punto de vista de la fonética histórica, resulta interesante señalar que, contra la regla general que suprime la f- inicial de facere (cuya pérdida queda señalada por la h muda ortográfica: hacer), satisfacer la conserva, lo que convierte la voz en un latinismo semiculto.

Este verbo no debería presentar especial dificultad a lo largo de la conjugación, si se considera que en él se observan las mismas irregularidades morfológicas del verbo hacer, muy conocido por los hablantes: en la primera persona del presente de indicativo y en todo el presente de subjuntivo la -c- se cambia por -g-: satisfago (las demás personas de este tiempo son regulares), satisfaga, satisfagas, etc.; en copretérito es regular (satisfacía).

Sin embargo los tiempos que, a mi ver, presentan mayores incidencias de error por parte de muchos hablantes son, por una parte, los pretéritos (de indicativo y de subjuntivo) y, por otra, el futuro y el pospretérito (de indicativo). Por lo que toca a los pretéritos, no es raro que se oiga (y se escriba) *satisfací y *satisfaciera en lugar de los correctos satisfice y satisficiera. Bastaría fijarse en que no se dice *hací ni *haciera sino hice e hiciera. Lo que sucede es simplemente que los hablantes, por la ley de la analogía, convierten en regular un verbo que es irregular. En otras palabras, se dejan llevar por el hecho de que los verbos regulares que terminan en -er hacen el pretérito en -í (corrí, leí, etc.) y regularizan el pretérito de satisfacer diciendo *satisfací, olvidando que tal verbo se conjuga como el irregular hacer. La irregularidad de pretérito de

indicativo (mutación de la vocal a por i) se conserva en el pretérito de subjuntivo: satisficiera, y no *satisfaciera (regularización analógica).

Quizá es aún más frecuente el error que consiste en regularizar el futuro y el pospretérito de indicativo. El verbo hacer tiene irregularidades en estos tiempos: haré y haría. Como se ve, la irregularidad consiste en una disminución silábica del futuro regular, pues debe recordarse que la regla para la formación del futuro en español (y en otras lenguas derivadas del latín) consiste en añadir la terminación -é o -á(s) (procedente del verbo haber: he, has, ha, etc.) al infinitivo: correr más -é: correré (correrás, correrá, etc.). Lo mismo sucede con el pospretérito, cuyo gramema es -ía, que se cumple con hacer, verbo que no tiene como futuro y pospretérito *haceré y *hacería sino haré y haría. Cuando los hablantes dicen *satisfaceré y *satisfacería no están haciendo otra cosa sino aplicar la regla general a un verbo irregular. Si satisfacer se conjuga como hacer, las únicas formas correctas para el futuro y el pospretérito son, respectivamente, satisfaré y satisfaría.

haiga

HACE ALGUNAS SEMANAS, durante el noticiero más importante de la televisión, conversando con el presentador, uno de los más conspicuos políticos del país dijo con toda seriedad algo así como lo siguiente: “Haiga pasado lo que haiga pasado”. Creí que yo había oído mal. Sin embargo varias personas habían quedado igualmente sorprendidas, una de ellas un culto periodista que dedicó una de sus columnas al incidente. Ciertamente sabemos que el presidente Calderón había acuñado, a propósito de las pasadas elecciones, la célebre expresión “como dicen en mi pueblo: haiga sido como haiga sido”. El político del que hablo, ¿habrá glosado la célebre frase? Puede ser. No me dio sin embargo esa impresión.

Haiga (y aiga) por haya, presente de subjuntivo de haber, llegó a usarse por algún clásico y hoy es bastante frecuente en hablas populares y rurales. Menéndez Pidal observa que pudieron influir en ello, a manera de contaminación, otras formas verbales que también tienen una g en ese tiempo verbal, sin poseerla en el infinitivo, como valga (valer), caiga (caer), oiga (oír), etc. En un pasaje del libro De la vida, muerte, virtudes y milagros de la Santa Madre Teresa de Jesús (1591), de fray Luis de León, puede leerse el siguiente texto:

“Escrito está que Dios es amor; y, si amor, es amor infinito y bondad infinita, y de tal amor y bondad no ay que maravillar que aiga tales excesos de amor que turben a los que no le conocen, y aunque mucho le conozcan por fe.”

En el español contemporáneo estándar, tanto el escrito cuanto el hablado, sólo se emplea haya. El uso de haiga queda hoy reducido a ámbitos rurales o populares, aunque en esos registros es mucho más frecuente que lo que podría pensarse. Hace algunos años, el Ceneval hizo algunas pruebas de redacción a jóvenes recién ingresados en el bachillerato. Tuve acceso a algunos de esos textos. Se pedía al estudiante que contestara la siguiente pregunta: “¿qué y cómo le harías para mejorar la sociedad en la que vivimos?” Copio un fragmento de una de las respuestas: “Principalmente sacar tanta corrupcion y q’ aiga castigos severos aunq’ x lo menos sea dando llegue a trabajar…”.

En la lengua escrita de todos los tiempos se ha preferido siempre la forma haya. Haiga o aiga ha sido y es de empleo mucho menos que esporádico. Ahora bien, una muestra inequívoca de que haiga era y es muy frecuente en el registro vulgar viene a ser la alta frecuencia con que escritores costumbristas del siglo XIX y principios del XX ponen haiga en boca de sus personajes populares. Abunda esta forma en los textos narrativos de Pérez Galdós, Pereda, Güiraldes, Carrasquilla, Benavente, Valle-Inclán, Alcalde del Río, Gallegos, Azuela, Arniches, Valera, Gabriel y Galán, Ascasubi… Podrían darse cientos de ejemplos. Baste uno de José María de Pereda (La puchera, 1889):

“Y al ver yo que la cosa estaba en punto, díjele: ‘Pos yo tenía que decite dos palabras respetive a esto y a lo otro’. Y se lo estipulé finamente; sin faltale, vamos… ¡sin faltale ni en tanto así, recongrio! El hombre se quedó algo cortao en primeramente; dempués golvió a decime: ‘¿Y cai con eso?’. Y yo arrespondí: ‘Pos tal y cual’, ¡siempre finamente, recongrio, y sin faltale en cosa anguna! Al último me dijo: ‘Que la haiga hablao u que no, no es cuenta tuya’.”

Alguien podrá preguntar: ¿Es correcto decir haiga por haya? Quizá el término correcto (o incorrecto) no sea lo más propio. Algunos lingüistas opinan que sólo es incorrecto lo que va en contra de las reglas estructurales de la lengua, como sistema abstracto. En otras palabras, los hispanohablantes nativos, estrictamente, no podemos hablar incorrectamente, como tampoco podrán hacerlo los anglohablantes nativos. Tal vez convenga mejor usar el término

ejemplar (o no ejemplar), que se aplica no ya al sistema abstracto de la lengua sino a las lenguas concretas llamadas históricas. Así, lo que resulta ejemplar para ciertos hablantes puede no serlo para otros. Lo ejemplar en el dialecto europeo del español (como decir “la escribo una carta” por “le escribo una carta”) puede no serlo en el americano y viceversa: cuando un mexicano dice “abre hasta las 11″ por “no abre hasta las 11″ está empleando una expresión poco ejemplar para los oídos de un hispanohablante europeo.

Si dos hispanohablantes iletrados están conversando, a ninguno de los dos le llamará la atención que uno diga haiga en lugar de haya. Quizá ni lo note siquiera. Sin embargo los hablantes educados, que saben leer y escribir y, además, que suelen leer y escribir, han decidido desde hace siglos decir y escribir haya y no haiga. En efecto, se trata de una convención… ni más ni menos. Por tanto, para la norma estándar del español, lo ejemplar es decir haya. No fue ésta una decisión de los maestros de escuela o de los académicos de la lengua, o del gobierno, sino del conjunto de los hispanohablantes educados, los buenos escritores al frente, como debe ser. Por tanto, si alguien desea dirigir la palabra a ese tipo de personas, medianamente educadas, conviene que diga haya y no haiga. Eso debe enseñar la escuela. Por respeto a la sociedad es ésa la forma que debe emplearse, por ejemplo, en la radio o en la televisión.

Por otra parte, la forma haiga es claramente “estigmatizadora”: quien la emplea queda señalado como perteneciente al grupo social de las personas no educadas, aunque por otras razones (haber ido a la universidad, sea por caso) no forme, en términos estrictos, parte de él. Creo que a las personas educadas, es decir a la inmensa mayoría de la población, no les gustaría ser gobernadas por una persona no educada, así sea sólo en el plano lingüístico. Conviene, por tanto, que los políticos cobren conciencia de que hablar como personas educadas puede acarrearles el nada despreciable beneficio de ser mejor recibidos, mejor escuchados por la (muy influyente) sociedad de las personas educadas. Por el contrario, no faltará el ciudadano que decida llegar al extremo de no votar por quien dijo en público haiga en lugar de haya. Sus (respetables) razones tendrá.

hoy (en) día

EN EL ARTÍCULO “HOY” DEL DRAE DE 2001 (vigésima segunda edición) no aparece explicada la expresión hoy (en) día, a pesar de que sí se

registran otras, aparentemente menos importantes o usuales, como de hoy a mañana o que es para hoy. Así viene sucediendo desde la edición de 1817. En las entregas correspondientes a los años 1780, 1783, 1791 y 1803 la frase hoy en día se incluye con el significado de ‘en el tiempo o estación presente, ahora’. En la de 1803 se añaden además las frases hoy día y hoy en el día. Las tres quedan suprimidas desde la edición del año 1817 hasta la más reciente (2001). Podría pensarse que se eliminaron estas expresiones porque se juzgan de idéntico significado que el adverbio hoy. No es así: Según el mismo DRAE (2001), hoy significa ‘en este día, en el día presente’, y de conformidad con la edición de 1803 (y anteriores), hoy en día significa ‘en el tiempo o estación presente, ahora’. Me parece que en el español actual persiste esta oposición: hoy = ‘en este día’ y hoy en día = ‘en el tiempo presente, ahora’. Se dice “hoy he desayunado (o desayuné) temprano”, pero no “*hoy en día he desayunado temprano”. Por tanto, ambas (hoy y hoy en día) deberían estar explicadas en el lexicón de la Real Academia Española.

¿Habrán decidido los redactores del diccionario retirar esta expresión por poco empleada en el español contemporáneo? No puede ser ésa la razón. Hoy en día es usual en todos los registros (coloquiales, formales, literarios, periodísticos, etc.) de todos los dialectos del español actual. ¿Se tratará de un neologismo vitando? De ninguna manera: la frase tiene venerable antigüedad y goza del prestigio que le otorga el hecho de que excelentes escritores, clásicos y contemporáneos, la han empleado y la emplean. De conformidad con los voluminosos datos del Corpus diacrónico del español (de la Real Academia Española), el más antiguo registro (1325) de la expresión parece corresponder a don Juan Manuel (El Conde Lucanor): “Et fízoles tanto bien, que hoy en día son heredados los que vienen de los sus linages”. Podrían citarse muchos pasajes de los clásicos en que aparece el sintagma que estoy comentando. Basten los siguientes versos de Quevedo:

No me parece mal la alegoría:Del animal cornudo, pues sabemos:Que esta virtud la tienen hoy en día:Muchos hombres de bien que conocemos

Los buenos escritores actuales la emplean a menudo. Véase el siguiente pasaje de Manuel Puig: “Él cree en sí y en todo cuanto dice. Él es esto que hoy en día es tan difícil de encontrar: autenticidad”. Son innumerables los pasajes de textos de excelentes escritores contemporáneos en los cuales, con toda propiedad, se emplea la frase que se está explicando. Debido a su significación

(‘ahora, en el tiempo presente’), el verbo que la acompaña o al que la frase se refiere suele estar en presente. Llama por ello la atención el siguiente texto de Severo Sarduy, en el cual la frase hoy en día se refiere a un verbo en imperfecto: “En cuanto a Siempreviva, hay que reconocerlo: había rejuvenecido. Era hoy en día una mujeranga acicalada y más bien esbelta, erguida…” Hay cierta contradicción entre era (pasado) y hoy en día (‘ahora’). Tal vez podría haberse escrito “era por entonces una…”

Hoy procede del latín hodie. Hodie, a su vez, parece provenir de hoc die, frase en caso ablativo que literalmente podría traducirse ‘en este día’. Atendiendo a la etimología, no deja por tanto de ser en alguna medida redundante la frase hoy en día, pues se está diciendo algo así como ‘en este día en día’. Sin embargo la etimología de hoy (< hodie < hoc die) no es transparente para los hablantes y, por tanto, hoy en día no se percibe como pleonasmo. Puede pensarse incluso que si se dice “hoy en la mañana”, “hoy en la tarde”, “hoy en la noche”, bien puede también decirse “hoy en (el) día” para señalar la totalidad de ese periodo (24 horas). Con ello se quiere expresar no precisamente ‘hoy en todo el día’, sino simplemente ‘ahora’, ‘en el tiempo presente’.

Dije que en el DRAE publicado en 1803, se explicaban, además de hoy en día, otras dos frases: hoy día y hoy en el día, que según ese lexicón significan lo mismo (‘ahora, en el tiempo presente’). La primera (hoy día), aunque menos frecuente que hoy en día, goza de plena vigencia en el español contemporáneo. Es asimismo empleada por buenos escritores. Su antigüedad es quizá mayor, aunque en las primeras documentaciones, del siglo XIII, no parece tener el significado de ‘ahora, en el tiempo presente’ sino el de ‘en este día, hoy’, como parece comprobarse en el siguiente pasaje de un anónimo documento de la catedral de León de 1288:

Et nos, por fazer más bien e más merced al obispo e al cabildo (…) otorgamos desde hoy día en delante al obispo e al cabildo (…) que todos los heredamientos ho otras cosas qualesquier (…) que las ayan libres e quitas e franqueadas (…)

Sin embargo, pocos años después, ya en el siglo XIV, la frase hoy día pasa a significar ‘ahora, en el tiempo presente’, según se deduce del siguiente texto, también anónimo, tomado de la “Crónica del muy valeroso rey don Fernando el quarto”: “E yo diles a Villalón e el derecho que y avía; a este camio recibieron ellos e están hoy día en tenencia e posesión dello”. Resulta

interesante transcribir un pasaje de la Historia general de las cosas de Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún, en el que aparecen las dos frases (hoy día y hoy en día) en el mismo renglón: “…y los edificios viejos de sus casas y el encalado parece hoy día. Hállanse también hoy en día cosas suyas primamente hechas…”

Finalmente, la expresión hoy en el día es de nulo empleo en el español actual. Parece haber tenido alguna (poca) vigencia desde finales del siglo XVIII hasta principios del XX. Aunque de aparición esporádica, puede hallarse empleada por escritores de prestigio de esa época, como Mariano José de Larra, de quien es el siguiente texto: “A saber yo hurtar, otro gallo me cantara, y no tendría necesidad de ser hoy en el día liberal, que antes pudiera ser lo que me diese la gana”.

En resumen: convendría que los redactores del DRAE volvieran a incluir, en el artículo “hoy”, las frases hoy en día y hoy día, con el significado de ‘ahora, en el tiempo presente’. Ello quedaría plenamente justificado tanto porque se trata de expresiones vigentes, cuanto porque tienen en nuestra lengua una significación especial, diferente de la que posee el adverbio hoy. La frase hoy en el día puede seguir fuera del diccionario, debido a su nula vigencia en el español actual; sin embargo, deberá explicarse en el gran Diccionario Histórico que prepara ya la Real Academia Española.

por qué, porque, porqué

QUIENES NO QUIEREN entrar en complicadas lucubraciones sintácticas definen palabra como ‘un segmento separado de los demás segmentos por espacios blancos’; es decir se basan para ello en el texto escrito y hacen uso de criterios ortográficos. Pues bien, vale la pena entonces recordar que en ocasiones se cometen vicios ortográficos que consisten en separar segmentos que deben ir juntos o viceversa. Muy frecuentemente, por ejemplo, las mecanógrafas corrigen el dictado escribiendo así mismo donde puede muy bien quedar asimismo.

Existe a veces confusión en la escritura de ciertos segmentos y sintagmas formados por la preposición por más la partícula que. Para formular una pregunta se usa por qué, que viene a ser un sintagma constituido por preposición más pronombre interrogativo que debe ir acentuado y por tanto se trata, ortográficamente, de dos palabras: “¿por qué no has venido?”

La respuesta a tal pregunta se inicia, se introduce por medio de una conjunción subordinante causal, que consiste en una sola palabra gráfica sin acento ortográfico y con acento prosódico en la primera sílaba (porque): “¿Por qué no has venido? Porque no he podido”.

Finalmente, muchos ignoran que existe además la forma porqué, una sola palabra aguda, con acento ortográfico en la é. Se trata de un sustantivo masculino que equivale a ‘causa, razón o motivo’, como dice el DRAE. Así deberá escribirse: “ignoro el porqué de tu ausencia”, donde porqué, como sinónimo de causa, es el objeto directo de ignoro y, como sustantivo que es, tiene también un complemento adnominal (de tu ausencia) que lo modifica.

¿10 de marzo de o del 2000?

EN LA PÁGINA ELECTRÓNICA de la Real Academia Española han aparecido recientemente al menos dos notas que tienen que ver con la expresión de las fechas a partir del año 2000. En la primera, de fines del 2000, se decía lo siguiente:

“En español, el uso habitual en la expresión de las fechas establece que entre la mención del mes y del año se interponga, sin artículo, la preposición de: 1 de enero de 1999. Sí es necesario anteponer el artículo el si se menciona explícitamente la palabra año: 15 de enero del año 1999. No hay ninguna razón para que el año 2000 (y los que forman serie con él) constituya una excepción al uso general. Al tratarse de una fecha emblemática (último año del milenio), se ha hablado mucho ‘del 2000’ (con elipsis del término año) en general, fuera de la expresión de una fecha concreta, y esto ha hecho que al oído ‘suene mejor’ la fórmula ’1 de enero del 2000’ que ’1 de enero de 2000’. Ambas pueden considerarse admisibles: la primera por quedar sobrentendida la elisión de la palabra año; la segunda, por ajustarse al uso general en español para la expresión de las fechas. Para la datación de cartas, documentos, etc., se recomienda atenerse al uso general: 1 de enero de 2000″.

En otra nota, de principios de 2002, se hacen más precisas observaciones sobre la expresión de fechas. Antes de hacer algunos comentarios, me parece conveniente transcribir, también completo (como el anterior), este no tan breve comunicado:

“Cuando nos referimos en el español moderno a una fecha anterior al año 1100, solemos utilizar el artículo delante del año, al menos en la lengua hablada: Los árabes invadieron la Península en el 711… No faltan, sin embargo, abundantes testimonios sin artículo en la lengua escrita. Así, en un texto de La España del Cid, de Ramón Menéndez Pidal, leemos: Los dos reyes ordenaron sus haces y le acometieron (14 de agosto de 1084). Una fluctuación similar se registra en la referencia a fechas posteriores a 1100, aunque en este caso es más frecuente la ausencia de artículo: Los Reyes Católicos conquistaron Granada en (el) 1492… A diferencia de las fechas que incluyen una centena, la escueta referencia a 2000 puede resultar imprecisa en la mente de los hablantes para designar unívocamente un año. Por eso el español prefiere mayoritariamente el uso del artículo en expresiones como Iré al Caribe en el verano del 2000 o La autovía estará terminada en el 2004. Cuestión diversa es la datación de cartas y documentos, en la que desde la Edad Media se prefiere la variante sin artículo delante del año, consolidando en la práctica una fórmula establecida: 4 de marzo de 1420, 19 de diciembre de 1999. La Real Academia Española entiende que este uso ha de mantenerse en la datación de cartas y documentos del año 2000 y sucesivos (ejemplo: 4 de marzo de 2000). Si se menciona expresamente la palabra año, es necesario anteponer el artículo: 5 de mayo del año 2000″.

Nótese que la Real Academia Española justifica gramaticalmente el empleo del artículo (del 2000): “por quedar sobrentendida la elisión de la palabra año” (primer comunicado). Por lo contrario, la omisión del artículo (de 2000) es admisible simplemente “por ajustarse al uso general en español para la expresión de las fechas” (primer comunicado) o por haberse consolidado en la práctica como “una fórmula establecida” (segundo comunicado). En efecto, lo que importa es la norma, entendida como la suma de las hablas individuales. Cuando la mayoría de los hablantes ha decidido adoptar cierto hábito lingüístico, cuando ello se ha convertido en una costumbre general, puede adquirir, merecidamente, el carácter de norma, ahora en el sentido de regla que obliga a todos por igual.

No deja de ser interesante empero que persiste una seria dificultad para explicar gramaticalmente la omisión del artículo (1 de enero DE 2000). Entre las funciones propias de la preposición de está la de introducir frases nominales (sustantivas) de naturaleza determinativa o circunstancial: casa de piedra, vengo de París. Puede también introducir adjetivos; éstos, sin embargo, deben ser calificativos: tiene fama de inteligente. Gramaticalmente hablando los números son casi siempre adjetivos (pero no calificativos, pues no

designan cualidades o defectos) y se les conoce como adjetivos numerales. Pueden ser cardinales, y en tal caso siempre van antepuestos al sustantivo (veinte naranjas) u ordinales y, entonces, pueden anteponerse o posponerse al sustantivo (décimo piso, piso décimo). Pueden escribirse con letras o cifras. Con letras suelen escribirse los cardinales hasta el veinte (quince libros) y, en ocasiones, los ordinales (el cuarto lugar); se acostumbra el uso de cifras en cardinales mayores que veinte (1999) y, a veces, en los ordinales (46º = cuadragésimo sexto). Es importante aclarar que, sobre todo en denominaciones altas, los cardinales sustituyen con frecuencia a los ordinales. Ése es precisamente el caso, desde hace mucho tiempo, de la designación de los años: el año 1951 (mil novecientos cincuenta y uno) = el año milésimo quincuagésimo primero. Puede conservarse también el valor cardinal; en tal caso la anteposición es obligatoria y la única lectura sería la siguiente: 1951 años (en plural) = mil novecientos cincuenta y un años.

En resumen, cuando se analiza gramaticalmente el enunciado 10 de marzo de 2000, cuando se pretende identificar la categoría gramatical de cada una de las palabras, al llegar a la cifra 2000, no hay forma de hacerlo, pues aparentemente se trata de un adjetivo cardinal; sin embargo la preposición de no puede introducir este tipo de adjetivos, Por lo contrario, si en lugar de decir 10 de marzo DE 2000 digo 10 de marzo DEL 2000, la l convierte a la preposición en un artículo contracto (de + el = del) y ese artículo nos está señalando que se ha omitido (pero que está latente, tácito) el sustantivo año: 10 de marzo del 2000 = 10 de marzo de (el año) 2000. En tal caso, ya no hay dificultad en identificar la categoría gramatical de la cifra 2000: adjetivo cardinal empleado como ordinal que modifica al sustantivo (tácito) año.

Obsérvese, para demostración de lo anterior, que cuando deseamos designar no ya el año sino el mes con un ordinal (y no con su nombre), entonces empleamos siempre el artículo. Puede muy bien decirse El 10 DEL tercer mes del año; nunca diríamos *El 10 DE tercer mes del año. Tercer mes es una frase nominal, que requiere de artículo (El tercer mes). También el adjetivo 2000 (cardinal en función de ordinal) pide su sustantivo (un adjetivo sin sustantivo es como una estampilla sin sobre) y ese sustantivo es año. Puede muy bien no expresarse, dejarse tácito. En tal caso será el artículo el el que señala que hay, en la estructura profunda, un sustantivo: 10 de marzo del 2000 = 10 de marzo de (el año) 2000. Como se ve, hay razones gramaticales para el empleo de del en lugar de de. Entiendo sin embargo la posición de la Real Academia Española: si se ha generalizado el hábito de expresar las fechas con de y no con del, es ésta razón suficiente para recomendarlo.

díselo, dícelo, díceselo

SABEMOS QUE LA MAYOR PARTE de las reglas ortográficas tiene que ver con la etimología de las palabras. Sin embargo algunos de los errores o dudas que todos tenemos al escribir pueden estar relacionados no sólo con la ortografía sino también con la gramática. Creo que esto puede ser ejemplificado con el sintagma que se forma con el imperativo del verbo decir cuando le siguen ciertos pronombres enclíticos.

No pocas veces he visto escrito con c el sintagma díselo, en enunciados del tipo de “no engañes a tu amigo, díselo ya” . Que en tal caso el sintagma lleva s y no c, se puede mostrar mediante un elemental análisis sintáctico. Díselo está constituido por tres elementos: 1) el imperativo (irregular) de decir (di); 2) el complemento indirecto manifestado por el pronombre de tercera persona (le), que ante lo se cambia, primero a ge y, desde el siglo XIV, a se; 3) el complemento directo pronominal neutro de tercera persona (lo): díselo. La dificultad, como se ve, está en el constituyente se: el hablante no encuentra para él una explicación evidente y, por tanto, tiende a modificar la ortografía del sintagma escribiendo dícelo en lugar del correcto díselo.En efecto, el que escribe *dícelo por díselo inconscientemente identifica como correcta la forma dice frente a *dise, sin percatarse de que, en díselo, se es un pronombre que equivale a le y no una sílaba del verbo decir. Existe ciertamente en español el sintagma dícelo, pero su significado y las funciones sintácticas de sus constituyentes son totalmente diferentes. Dícelo está formado por sólo dos elementos: 1) la tercera persona del presente de indicativo de decir (dice); 2) el complemento directo pronominal neutro de tercera persona (lo). Dícelo podría formar parte de oraciones como la siguiente: “ese hombre dícelo todo en voz baja” (lo dice).

Finalmente, sobre todo en lengua hablada, puede darse la extraña construcción díceselo (o dícecelo o dísecelo) en enunciados como el transcrito arriba; “no engañes a tu amigo, *díceselo ya”. Como es obvio, lo que aquí sucede es que el hablante ha modificado la forma del imperativo de decir; en lugar del correcto di emplea un anómalo dice (*dice tú por di tú). A ese imperativo incorrecto se añaden dos pronombres enclíticos (indirecto y directo): se (equivalente a le) y lo. Todo ello da por resultado el curioso sintagma

díceselo.

En resumen: 1) el imperativo del verbo decir es di; 2) a éste puede seguir un pronombre objetivo indirecto se (equivalente a le) y otro pronombre objetivo directo (lo); 3) ello da como resultado el sintagma díselo.