28328392 la hora veinticinco constantin virgil gheorghiu

Upload: rafael-mondragon

Post on 04-Apr-2018

251 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    1/399

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    2/399

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    3/399

    La hora veinticinco

    los ros profundosContemporneos

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    4/399

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    5/399

    C. Virgil G h e o r g h i u

    La hora veinticinco

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    6/399

    Emec Editores, Buenos Aires, 1950

    Traduccin de Jess Ruiz y Ruiz

    C. Virgil Gheorghiu

    Fundacin Editorial el perro y la rana, 2007

    Av. Panten, Foro Libertador, Edi. Archivo General

    de la Nacin, P.B. Caracas-Venezuela 1010

    telefs.: (58-0212) 5642469 - 8084492/4986/4165

    telefax: 5641411

    correo electrnico:

    [email protected]

    Edicin al cuidado de

    Coral Prez

    Transcripcin

    Morella Cabrera

    Correccin

    Carlos vila

    Diagramacin

    Mnica Piscitelli

    Montaje de portada

    Francisco Contreras

    Diseo de portada

    Carlos Zerpa

    isbn 980-396-778-9

    lf 40220071004280

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    7/399

    La Coleccin Los ros profundos,haciendo

    homenaje a la emblemtica obra del peruano

    Jos Mara Arguedas, supone un viaje hacia

    lo mtico, se concentra en esa uerza mgica

    que lleva al hombre a perpetuar sus historias y

    dejar huella de su imaginario, compartindolo

    con sus iguales. Detrs de toda narracin est

    un misterio que se nos revela y que permite

    ahondar en la bsqueda de arquetipos que

    denen nuestra naturaleza. Esta coleccinabre su espacio a los grandes representantes

    de la palabra latinoamericana y universal,

    al canto que nos resume. Cada cultura es un

    ro navegable a travs de la memoria, sus

    aguas arrastran las voces que suenan como

    piedras ancestrales, y vienen contando cosas,

    susurrando hechos que el olvido jams podrtocar. Esta coleccin se biurca en dos cauces:

    la serie Clsicos concentra las obras que al

    pasar del tiempo se han mantenido como

    conos claros de la narrativa universal, y

    Contemporneosrene las propuestas ms

    rescas, textos de escritores que apuntan hacia

    visiones dierentes del mundo y que precisanlos ltimos siglos desde ngulos diversos.

    e lpe r r o y l a r a na

    F u n d a c i n E d i t o r i a l

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    8/399

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    9/399

    La Historia, como el drama y la novela, es hija de la mito-

    loga. Es una orma particular de comprensin y de expresin,

    donde

    igual que en los cuentos de hadas de los nios y en lossueos propios de los adultos sosticados no est trazada la

    lnea de demarcacin entre lo real y lo imaginario. Se ha dicho,

    por ejemplo, de La llada, que el que emprende su lectura comorelato histrico halla en seguida la ccin, y el que, por el con-

    trario, la lee como una leyenda halla la historia.

    Desde este punto de vista, todos los libros de historia se

    parecen a La llada, ya que ninguno de ellos puede eliminar ente-ramente la ccin; ya que el simple hecho de escoger, separar ypresentar los hechos, constituye una tcnica que pertenece al

    dominio de sta.

    Arnold J. Toynbee

    Estudio de la Historia

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    10/399

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    11/399

    11Fantana

    1

    No puedo creer que vayas a marcharte dijo Suzanna aIohann Moritz, estrechndose contra l.

    Pos sus manos sobre la cabeza del hombre y acarici supelo negro. l retrocedi un paso.

    Por qu no puedes creerlo? pregunt con voz dura.

    Pasado maana, al amanecer, me habr marchado.Ya lo s! murmur ella.Se hallaban de pie, al lado de la tapia. Haca resco. Era ms

    de medianoche. Iohann cogi las manos de la mujer, las solt enseguida, y dijo:

    Y ahora... adis!Ella suplic:

    Qudate un poco ms.Por qu quieres que me quede? pregunt Moritz con

    voz rme y decidida. Se hace tarde y maana tengo que trabajar.Suzanna no respondi, pero se estrech todava ms contra

    l. Entreabri la camisa del hombre, apoy la mejilla contra supecho y levant los ojos.

    Quhermosas son las estrellas! dijo.

    Sin duda Moritz esperaba algo ms importante y crea queSuzanna lo haba retenido para decrselo. En vez de eso le hablabade las estrellas. Se separ y quiso alejarse. Pero en aquel mismoinstante record que estara por lo menos ausente durante tresaos. Y entonces, para darle gusto, levant tambin la miradahacia las estrellas.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    12/399

    12

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    Es verdad que cada hombre tiene su estrella en el cielo?Es verdad que cuando muere, sta cae?

    Yo qu s! respondi l, sintindose en aquel instantems dispuesto que nunca a alejarse. Adis!

    Tambin tenemos nosotros unas estrellas en lo alto?insisti Suzanna.

    Como todo el mundo! En lo alto o en nosotros mismosrespondi Moritz.

    Cogi la cabeza de la mujer entre sus manos y la apart de

    su pecho. Luego ech a andar. Ella le acompa hasta el camino.Contempl una vez ms las estrellas y luego volvi la miradahacia l.

    Te espero maana por la noche dijo ella.Si no llueve.Suzanna hubiera querido seguir en su compaa, suplicndole

    que acudiera al da siguiente, aunque lloviera. Pero l se alejaba ya

    a grandes zancadas. Dobl el recodo del sendero y desaparecitras el jardn. Ella permaneci unos instantes inmvil. Luego sepas la mano por las caderas para alisarse el vestido y quitar lasbriznas que se haban quedado adheridas. Antes de penetrar enel patio ech una mirada al sitio bajo el castao, donde habanestado tendidos uno junto a otro. La hierba estaba an aplastada,y por unos instantes le pareci seguir aspirando el olor del cuerpo

    de Moritz; un olor a hierba aplastada, a tabaco y a aguardientede cerezas.

    Iohann Moritz atraves el campo y se dirigi silbando haciasu casa. Llevaba pantalones negros de soldado y una camisablanca, con el cuello desabrochado. Iba descalzo. De prontointerrumpi su silbido y bostez. Luego pens en la mujer queacababa de abandonar. Pens en Suzanna. Hubiera deseado son-

    rer. Se dijo que las mujeres eran como nios. Historias de estre-llas... Qu tontera! Se hacen a s mismas montones de preguntasintiles... Dej de pensar en Suzanna y trat de concentrar supensamiento en el viaje que iba a emprender dentro de dos das.Pens en Amrica. Luego, apartando sus pensamientos, se pusoa silbar otra vez. Tena sueo. Hubiera querido estar ya en su

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    13/399

    13

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    casa para poder dormir. Tena que despertarse muy temprano.Aqulla sera su ltima jornada de trabajo... Iba ya a despuntarel alba. Dentro de algunas horas sera de da. Y Iohann Moritzapresur el paso.

    2

    Amaneca cuando se detuvo ante la uente del pueblo.Abriendo ampliamente su camisa, cogi agua con las manos y

    se rot la cara y el cuello. Luego se las sec pasndolas por elpelo. Se arregl el cuello de la camisa, aunque sin abotonarlo, ycontempl la aldea, medio oculta por una bruma lechosa. Erala aldea de Fantana, en Rumania. Iohann Moritz haba nacidoen ella haca veinticinco aos. Y en aquel instante, mientras lacontemplaba, con sus casas pequeas y los tres campanarios desus tres iglesias la ortodoxa, la catlica y la protestante,

    se acord de que Suzanna le haba preguntado la vspera si nose consumira de no verla. l se haba redo, regocijado por lapregunta, respondindole que era un hombre. Slo las mujerespodan languidecer. Pero en aquel instante tena la sensacin deque le invada un vago pesar. Silb de nuevo y apart los ojos delhorizonte de la aldea.

    La casa del sacerdote Alexandru Koruga se hallaba en laslindes de la carretera, no lejos de la iglesia ortodoxa. La puertaestaba cerrada. Iohann se inclin y cogi la llave, escondidaadrede debajo para que pudiera entrar por la maana, cuandollegaba a trabajar. Abri las pesadas hojas de roble y penetr enel patio sin detenerse. Los perros corrieron a su encuentro, sal-tando a su alrededor. Lo conocan muy bien, pues Iohann Moritz

    trabajaba en casa del sacerdote Alexandru Koruga desde hacaseis aos. Acuda diariamente y consideraba aquel hogar comoel suyo propio. Pero aquel da sera su ltima jornada de trabajo.La pasara enteramente recogiendo manzanas, luego cobrara susalario y anunciara al sacerdote su partida. El anciano todavano saba nada.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    14/399

    14

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    Iohann Moritz entr en el troje y cogi las cestas, colocn-dolas luego en el carro. El sacerdote sali a la terraza. No lle-vaba ms que una camisa de lienzo blanco y unos pantalones.Acababa de levantarse. Moritz le salud con una sonrisa. Dej lacesta, se rot las manos, se encaram hasta la terraza y cogi delas manos del viejo una palangana llena de agua.

    Espere... Voy a echrsela.Verti el agua en las manos del sacerdote, contemplando

    al mismo tiempo sus dedos, aquellos dedos largos y alados,

    como los de una mujer, de piel muy blanca. Contempl con gustocmo el anciano se enjabonaba la barba, el cuello y la rente. Ycon tanta atencin le mir, que hasta se olvid de echar el agua.El sacerdote aguardaba, con las manos extendidas y llenas deespuma. Y Moritz, al tropezar con su mirada, enrojeci.

    El sacerdote Koruga era el pope del pueblo. No tena ms decincuenta aos, pero su barba y su pelo eran blancos como la plata.

    Su cuerpo, espigado y esculido, descarnado, pareca el de los santosque se vean en los conos de las iglesias ortodoxas. El cuerpo de unverdadero anciano. Pero en su mirada, en su manera de hablar, serefejaba su espritu joven. Cuando hubo terminado de lavarse, elsacerdote se sec la cara y el cuello con una toalla de grueso tejido.Moritz sigui delante de l, con la joaina en la mano.

    Quisiera hablarle, padre dijo.

    Aguarda a que me vista respondi el sacerdote. Entren la casa, despus de coger la joaina de manos de IohannMoritz, y al atravesar el umbral, volvi la cabeza. Yo tambinquiero hablarte le dijo sonriente. Quiero anunciarte algoque te alegrar. Sin embargo, por ahora ms vale que sigas car-gando las cestas en el carro.

    Durante toda la maana, Iohann Moritz y el padre Koruga

    estuvieron recogiendo manzanas. Hacan su trabajo en silencio,y slo cuando el sol estuvo alto, el sacerdote se interrumpi.Extendi los brazos con un gesto de atiga y despus dijo:

    Descansemos un poco.Descansemos repiti Moritz.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    15/399

    15

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Se dirigieron hacia las cestas llenas de manzanas y se sen-taron encima. Permanecieron al principio en silencio. Luego, elsacerdote rebusc en sus bolsillos el paquete de cigarrillos que lle-vaba siempre para Moritz. Al tiempo de tendrselos, le pregunt:

    Queras hablarme?S.Moritz encendi el cigarrillo. Tir la cerilla en la hierba, sin

    apartar los ojos hasta que se apag. La verdad era que le resul-taba dicil anunciar su inmediata partida al sacerdote.

    Quiero ser yo el primero en hablarte dijo ste.Moritz se sinti satisecho de no tener que hablar primero.El cuarto que est cerca de la cocina est vaco dijo el

    padre Koruga. He pensado que podras ocuparlo. Mi mujer loha encalado y ha puesto cortinas en las ventanas. Tambin hayropa limpia. En tu casa no dispones de mucho sitio. Tus padresy t no tenis ms que un solo cuarto. Maana, cuando vengas a

    trabajar, trae tus cosas.Maana no vendr a trabajar.Pasado maana, entonces dijo el sacerdote. De hoy

    en adelante, el cuarto es tuyo.No volver jams al trabajo dijo Moritz. Maana

    me marcho a Amrica...Maana? El padre Koruga abri los ojos con expre-

    sin sorprendida.Maana, al amanecer la voz de Moritz era rme,

    aunque un poco velada por la emocin. He recibido unacarta anuncindome que el barco est ya en Constantza. No mequedan ms que tres das.

    El padre Koruga no ignoraba que Moritz quera ir a Am-rica. Muchos de los muchachos campesinos acostumbraban mar-

    charse para regresar dos o tres aos despus, con dinero sucientepara comprar las casas ms hermosas y las tierras ms rtiles delpoblado. Se sinti satisecho de que Moritz quisiera marcharse. As,dentro de algunos aos, poseera l tambin una gran extensin detierra. Pero le sorprenda que su partida uera tan inmediata. A

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    16/399

    16

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    pesar del tiempo que llevaban trabajando juntos, el muchacho nole haba hablado jams de aquel asunto.

    Ayer recib la carta dijo Moritz.Te vas solo?Con Chitza Ion. Pensamos enrolarnos como peones en

    el barco. Trabajaremos en las calderas, y as slo tendremos quepagar quinientos lei por persona. Chitza tiene un amigo en Cons-tantza. Trabaja en el puerto y nos lo ha arreglado todo.

    El sacerdote le expres sus mejores deseos. Senta que se

    marchara, pues Iohann Moritz era joven, trabajaba bien, tenabuen corazn y era honrado. Pero tambin era muy pobre, puesni siquiera posea un pedazo de tierra. Durante todo el da los doshombres trabajaron arduamente. El anciano hablaba sin cesar deAmrica, y Moritz le escuchaba. De vez en cuando el muchacholanzaba un proundo suspiro. En aquellos instantes llegaba apesarle su decisin.

    Al anochecer, despus de haber cobrado su salario, Moritzpermaneci unos instantes con los ojos jos en el sacerdote. Lealtaban las uerzas para alejarse. El anciano le golpe ami-liarmente el hombro.

    Escrbeme en cuanto llegues dijo. Maana, por lamaana, ven a buscar el paquete que te he prometido. Tendrssuciente para alimentarte hasta llegar a Constantza le dio

    adems cinco billetes de cien lei, aadiendo: en cuanto ama-nezca, golpeas suavemente el cristal de la ventana. Es preeribleque mi mujer no se entere de nada. Las mujeres suelen ser bas-tante raras en ocasiones. Preparar todo esta noche. Cundoquieres marcharte?

    En cuanto amanezca. Tengo que encontrarme con ChitzaIon en el otro extremo del pueblo.

    Te quedar el tiempo justo de pasar por mi casa. De nohaber sido as, te habra orecido que te quedaras esta noche.

    Preero volver maana respondi Moritz. Saba queaquella noche estara aguardndole Suzanna.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    17/399

    17

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    3

    El padre Koruga dej la bolsa con las provisiones debajode la ventana, pens en Iohann Moritz y en su viaje a Amrica.Mientras preparaba la bolsa haba tenido la extraa sensacin deque era l mismo quien iba a marcharse. Una noche, haca treintaaos, haba preparado tambin su equipaje. Recin recibido sudiploma de teologa, se inscribi como misionero de la coloniaortodoxa del Michigan. Pero cuando altaba una semana para

    marcharse, telegra renunciando a su puesto. La causa era biensencilla: en aquellos das haba conocido a la que era su mujer.Contrajo matrimonio con ella y desde entonces ue el pope delpoblado. Fantana no era ms que un pequeo casero, donde lavida resultaba muy dura... Muchas veces se haba arrepentido deno haberse marchado aquel da. En su mente, Amrica se habatransormado en un lejano ensueo. Cada vez que un campe-

    sino se marchaba all, le daba cigarrillos, provisiones, un poco dedinero, pidindole que escribiera en cuanto llegara. Haca todoaquello a escondidas de su mujer. Sin duda ella no habra dichonada, pero cada vez que pensaba en Amrica, tena la sensacin deserle inel. Su esposa haba renunciado a la misin del Michigany en su corazn haba quedado latente el dilema. Sin embargo,la partida de Moritz le pareca dierente a cualquier otra. Era su

    hombre de conanza y, al marcharse, pareca que se llevara unpoco de su propio ser, que uera l mismo quien se marchaba tam-bin al Nuevo Mundo. Por la ventana se ltraba la luna llena. Elpadre Koruga, sin poder conciliar el sueo, se levant y encendila luz. Se dirigi hacia la biblioteca, cuyos estantes cubran tres delos cuatro tabiques de la estancia. Cogi un libro. Antes de abrirloech una ojeada hacia las cargadas estanteras. Los haba en

    ingls, en rancs, en alemn y en italiano. En el tabique opuestose hallaban las obras clsicas: griegos y latinos. Eran todos comoviejos amigos. Algunas veces, el padre Koruga se preguntaba porqu no haba querido ingresar en la Universidad. Muchas veces selo haban propuesto sus amigos de Iasi y Bucarest. Y otras tantashaba rehusado la ctedra de Historia de la Iglesia. No le pesaba.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    18/399

    18

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    En Fantana celebraba misa los domingos y los das de esta, y elresto del tiempo se ocupaba de su tierra, sus abejas y su huerto. Porla noche, lea incansablemente. Crea que el destino se encargarade prepararle el porvenir y aceptaba en silencio aquella vida. Unasola vez haba intentado orzar el destino: en su racasado viaje aAmrica. Tena todo dispuesto para partir y, a pesar de ello, nose haba marchado. Algo imprevisto se habainterpuesto. Desdeentonces haba rehusado hacer ms planes.

    Ir ahora a lamentarme de no haberme marchado hace

    treinta aos?, se pregunt. Si no es as, por qu siento estaextraa excitacin al saber que va a marcharse Iohann Moritz?Volvi a acostarse y, al arroparse con la manta, pens: Lo quesiento no es el pesar de no haber partido... Siento la nostalgia de unacosa que en mi ilusin creo verdadera, de algo que jams poseer,y que si lograra tocar, me dara cuenta de que no era eso lo quesoaba. Es posible que Amrica no sea lo que yo busco. Acaso no

    sea ms que un pretexto para mi inquietud. Amrica es una inven-cin de nuestra nostalgia. Y es posible que resulte menos decepcio-nante no haberla conocido, que haber estado realmente en ella.

    Sin embargo, a pesar de sus muchos esuerzos, el padreKoruga no pudo conciliar el sueo. Senta tanta impaciencia porque despuntara el alba como si l uera quien tuviera que encon-trarse con Chitza Ion a la entrada del pueblo, para ir a Cons-

    tantza, donde les esperaba el barco que slo estara tres das enel puerto.

    Cuando se despert, era an de noche. Pero el canto de losgallos anunciaba ya la salida del sol. El camino estaba desiertoy el pueblo cubierto por una bruma blanquecina. El sacerdotevolvi a abrir la bolsa para meter el paquete de cigarrillos queestaba sobre la mesa. Si Iohann se marcha, no tendr nadie a

    quien dar cigarrillos. Los he comprado para l, se dijo. Por laventana se vea ya despuntar el da. Tendr que darse prisa si noquiere llegar tarde a la cita. Oy unos pasos en el camino. Peropasaron de largo y se perdieron a lo lejos. Sali a la terraza y selav con agua ra. Pero Moritz no estaba all para vertrsela enlas manos.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    19/399

    19

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Despunt el sol. Iohann Moritz no haba acudido. El sacer-dote le aguard hasta la hora del desayuno. Luego, en vista deque no llegaba, se dijo que deba haberse despertado tarde y nole habra quedado tiempo para pasar a recoger la bolsa. Esuna lstima se dijo, tena lo suciente para comer durantealgunos das.

    Vienes a desayunar, Alexandru? le pregunt su mujerapareciendo en el umbral.

    En seguida respondi el padre Koruga.

    Empuj disimuladamente la bolsa debajo de la mesa y nopudo reprimir una congoja. Senta el pesar de tener que renunciara una cosa y renunciar para siempre. Su ltima oportunidad dellegar a Amrica, aunque slo uera by proxy, se haba perdido.Treinta aos antes haba ocurrido igual. Pero qu importaba? Seencogi de hombros y pas al comedor para desayunar.

    Si Iohann Moritz hubiera cogido esta bolsa, yo habra sen-

    tido igual impresin que si me hubiera marchado con l. Qui acitper alium acit per se. Lstima que no haya venido, se repitiuna vez ms.

    4

    Al salir de casa del padre Koruga, Iohann Moritz se detuvo

    ante la uente que haba en el lindero del camino. Se lav abun-dantemente y luego se dirigi al otro extremo del pueblo, dondehabitaba Nicolae Porrie. Tena unos terrenos en las mismaslindes del bosque y quera venderlos. Sin pensarlo dos veces,Moritz penetr en el patio de la casa.

    Maana me marcho a Amrica dijo, cuando vuelvatendr dinero suciente para comprar esta parcela de terreno.

    Pero antes de marchar quiero darte unas arras para que no lascedas a nadie.

    Cunto tiempo estars all? pregunt el campesino.Hasta que haya reunido suciente dinero. Dos o tres aos.S... Tres aos bastarn. Nadie est ms de tres aos. En

    Amrica es cil ganar dinero.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    20/399

    20

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    Cunto quieres por el terreno? pregunt Moritz.No necesito demasiado. Si vuelves dentro de tres aos, te

    ceder el campo por 50.000 lei. Prometo no vendrselo a nadie yaguardar a que regreses.

    Moritz sac del bolsillo del pantaln un ajo de billetes y loscont rpidamente.

    Aqu tienes 3.000 lei... Es mejor que te deje estas arras.Estrech la mano de Nicolae Porrie y con ello qued

    cerrado el trato. Ech a andar lentamente. Como la oscuridad

    no era an absoluta, se encamin hacia la parcela. Quera verla.En realidad la haba visto muchas veces y conoca muy bien elterreno, pero las cosas haban cambiado. Ahora l era su dueo:slo le altaba regresar con el dinero.

    5

    Anduvo un trecho a campo traviesa. Las grandes zancadashacan que el sudor pegara su camisa a la piel. Pero no tenapaciencia para andar despacio. Al llegar al bosque de encinas, sedetuvo. Su terreno se extenda en los mismos lindes del bosque.Estaba plantado de maz y las matas le llegaban a los hom-bros. No era grande, pero poda contener una casa, un patio yun huerto. Lo midi con la mirada. Primero la longitud, luego

    la anchura. Le pareci ver ya el techo de la casa sobresaliendoentre las matas de maz, contemplar el largo brazo del balancndel pozo, la gran puerta de roble y el establo. Con mucha re-cuencia haba pensado en todo aquello, pero jams se lo habaimaginado con tal nitidez. Todo pareca tan verdadero como lohaba deseado siempre. En su rostro apareci una sonrisa. Labrisa rizaba las espigas del maz, que ondulaban como olas. Oy

    cmo se rompan algunas y luego, agachndose, cogi un puadode tierra. Le pareci que estaba clida, como si uera un ser vivo.Su calor era el de un cuerpo, igual que si tuviera el calor de ungorrin entre los dedos. Se agach de nuevo y cogi otro puadode tierra con su mano derecha. Apret el puo con uerza y luegoabri la mano, dejando que la tierra se deslizara entre sus dedos.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    21/399

    21

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Atraves el campo de maz, dirigindose hacia el bosque. Peroapenas haba dado unos pasos, cuando volvi a inclinarse paracoger un puado ms de tierra. Tambin est caliente, pens.Se acarici la mejilla y el olor acre pareci penetrarle. Es unaroma como el del tabaco. Huele bien la tierra, se dijo para susadentros. Levant la cabeza. Respir hondamente para llenarselos pulmones. Y pensando que Suzanna deba estar esperndole,se puso a silbar alegremente.

    6

    La casa de Iorgu Iordan, padre de Suzanna, se hallaba enun extremo del pueblo. Era una casona cubierta de tejas rojas ycon unos muros muy gruesos. Iohann Moritz atraves el jardny se dirigi hacia el patio. A los pocos pasos, se detuvo ymir atravs de una grieta de la tapia. Iorgu Iordan sali al balcn. Sus

    movimientos eran lentos y pesados. Despus de haber echado laaldaba a las puertas y las ventanas, Iorgu Iordan ech una miradarecelosa a su alrededor. Descendi los escalones de madera, quecrujieron bajo el peso de su cuerpo de gigante. Llevaba, comosiempre, una chaqueta verdosa, botas cortas y pantalonesde montar. Atraves el jardn que se extenda ante la casa y sedirigi hacia la puerta. Ech la aldaba con uerza y dio dos veces

    la vuelta a la llave. Luego desanduvo, balancendose, lo andado.Dio la vuelta a la casa, echando sin cesar miradas a su alrededor,como si buscara a alguien escondido en la sombra. Penetr por lapuerta trasera yluego se oy el ruido de la llave al dar dos vueltasen la cerradura.

    En completo silencio, Iorgu Iordan entr en su dormitorio,cuyas paredes recubiertas de troeos de caza, cabezas empajadas

    de ciervos, lobos y osos, hablaban bien claro de las acionesde su dueo. En medio, entre las guilas disecadas y las corna-mentas de ciervo, se vean usiles de caza, pistolas y cartucheras.A los pies de una inmensa cama, dos pieles negras. Iorgu Iordanaplast con sus botas las pieles de oso y cogi un usil, que apoycontra la pared. De un cajn sac un revlver, una vela y una

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    22/399

    22

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    caja de cerillas, que dej sobre la mesilla de noche. Se sent en elborde de la cama, con la respiracin jadeante, se quit las botasy las puso una al lado de la otra. Cada noche las colocaba en elmismo sitio para hallarlas en la oscuridad con slo extender elbrazo. Luego se desvisti y se acost, hundindose en las almo-hadas blancas como un oso en la nieve.

    Desde uera, Iohann Moritz vio apagarse la luz. Disminuyen intensidad y luego desapareci. La ventana se conundicon las tinieblas de la noche. El cuarto de Iolanda, la mujer de

    Iorgu, estaba iluminado, pero su luz era tamizada, dbil. Antesde transparentarse por la ventana, deba atravesar los visillosde seda. Las gentes decan que Iolanda era desgraciada. Haballegado al pueblo haca veinticinco aos, en compaa de IorguIordan. Iban a caballo y se haban detenido en la posada. Nadiesaba de dnde procedan. Pero sea de donde uera, deba de serde algn punto muy lejano. Ella era rumana y l no. Ms tarde

    se supo que procedan de Hungra. Ambos llevaban unos largosabrigos orrados de piel. Despus de haber comido una buenaracin de carne asada, se haban acostado en el cuarto del posa-dero. l haba comido como un ogro. Ella, en cambio, apenashaba tocado los platos. A los tres das, las gentes estaban ya ente-radas de que no abandonaran el pueblo, y unas semanas mstarde haban comprado la posada. A su llegada, Iorgu Iordan no

    saba una sola palabra de rumano. Pero los aos transcurridoshaban bastado para que lo aprendiera bien. Sin embargo, ni l nisu mujer tenan un solo amigo en la aldea. Incluso haban evitadoenviar a su hija Suzanna a la escuela de la comarca para que no serelacionara con los hijos de los dems campesinos.

    Suzanna haba estudiado en la ciudad. Los campesinos novean a Iolanda ms que cuando recuentaba la iglesia ortodoxa

    o iba a la ciudad, sentada en el pescante del coche, junto a IorguIordan, que la doblaba en corpulencia y en altura. Ella tena elpelo rubio como la seda y los ojos azules. Suzannaera su vivoretrato. Tales detalles eran lo nico que se saba en el pueblo sobreIorgu Iordan. Un invierno mat a un hombre que quiso penetraren su casa. Lo mat limpiamente, disparndole entre los ojos con

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    23/399

    23

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    su usil de caza. Los gendarmes deendieron a Iordan diciendoque estaba en su derecho. Poda matar a cualquiera que pre-tendiera entrar de noche en su casa para robarle el dinero. Perolos campesinos no compartieron la opinin de los gendarmes.Un crimen era siempre un crimen. Sin embargo, transcurri eltiempo y termin por olvidarse aquel asunto.

    Despus de apagarse la luz en la ventana de Iorgu Iordan, elimpaciente Iohann Moritz se puso las manos en torno a la bocaa modo de bocina y grit: Uh... Uuuh... Uh...! Su grito rasg

    el silencio. El eco lo repiti hasta extinguirse en la lejana. Seabrieron los postigos de una ventana y Suzanna salt por ella.Atraves el jardn de puntillas y luego sali del patio por la aber-tura de la tapia tras la cual la esperaba Iohann Moritz.

    7

    Por qu has escogido esa llamada? Por qu ese ulular demal agero? Por qu? repiti una vez ms.Suzanna estaba ya del otro lado de la tapia. Moritz quiso

    besarla, pero ella se hurt a la caricia.Te he dicho varias veces que no me llames as su

    corazn lata con uerza y en la expresin del rostro se dejaba verque estaba asustada.

    Cmo quieres que te llame? pregunt Iohann Moritz.De cualquier otra manera. El chillido de la lechuza trae

    desgracia. Anuncia siempre una muerte.Tonteras de vieja! exclam l, no existe otro pjaro

    que cante noche y da, tanto en verano como en invierno. Slo lalechuza... Conoces t otro? El ruiseor slo canta en verano. Siimito el canto del ruiseor, tu padre adivinar que se trata de un

    hombre. Quieres que la gente sepa que soy yo quien te llama?No, no quiero dijo ella. Pero la lechuza trae mala

    suerte.No es culpa ma dijo Moritz. Por qu no hay otro

    pjaro que cante en toda estacin y a toda hora sin anunciar lamuerte? Pero basta de discusiones! Esta noche te he llamado por

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    24/399

    24

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    ltima vez. De ahora en adelante no tendremos ya que escon-dernos. Maana por la maana me marcho a Amrica. A mivuelta sers mi mujer. No necesitar ocultarme detrs de la tapiaimitando el chillido de la lechuza.

    La estrech contra l. Suzanna tambin lo abraz con uerza.Se hallaban bajo el castao, en el mismo lugar donde se habanencontrado la noche anterior y todas las noches, desde haca cuatromeses, que era el tiempo que se conocan. La muchacha parecidesallecer en sus brazos. Iohann la deposit tiernamente sobre

    la hierba y se ech a su lado. Sus cuerpos se entremezclaron, seanudaron como serpientes o como lianas. Sus manos se buscaronvidamente en la oscuridad. Encontr los labios de la muchacha yapret glotonamente los suyos contra ellos. Ambos tenan los ojoscerrados. En algn rincn del jardn de Iorgu Iordan cantaron losgrillos. Suzanna y Iohann permanecieron abrazados largo rato, sinpronunciar una sola palabra. Las ropas de Suzanna se destacaban

    como una mancha blanca sobre la hierba. Se las haba quitadopara que su madre no las viera arrugadas y manchadas. Nubesoscuras cubran la luna, y los hombros desnudos de la mujer bri-llaban en las tinieblas. Moritz se quit la camisa para ponerla bajoel cuerpo de Suzanna. Al lado de los blancos hombros de la mujer,el pecho del muchacho era oscuro como la corteza de un rbol.

    Iani dijo ella, no te vayas.

    Por qu me dices eso? pregunt l asombrado. Sabesperectamente que si no me marcho a Amrica no tendr con qucomprar el campo. Si no tengo tierras, no podremos casarnos.Qu quieres que hagamos sin casa ni tierra? Dentro de tres aoshabr vuelto con suciente dinero, y entonces nos casaremos.No quieres que nos casemos?

    S quiero dijo ella. Pero no quiero que te marches.

    Y con qu comprar la tierra? pregunt Iohann Moritzcon una amplia sonrisa. Ya he dado las arras a Porrie, y a miregreso le pagar lo restante.

    Acto seguido cont que haba ido a darle el dinero a Porrie,describiendo su visita al terreno y cmo iba a construir la casa, elestablo y todo aquello.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    25/399

    25

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Si te marchas, Iani, no me encontrars viva a tu regresodijo Suzanna sin escucharle.

    Qu diablos te pasa? Moritz no pudo contener su irri-tacin.

    Nada... Algo me lo dice. Puedes creerlo. Cuando regreseshabr muerto.

    No..., no habrs muerto respondi Moritz. Estars,como ahora, en casa de tu padre y de tu madre. No te encuentrassola. No ests en una casa extraa, sino en la tuya.

    Suzanna se ech a llorar dbilmente.Qu tienes? le pregunt Iohann, besndola. Los labiosde la mujer estaban ros y mojados por lgrimas saladas Qute pasa?

    Dirs que son ideas de loca. Ideas de mujer. Es mejor queno te lo diga.

    Prometo no decirte que son ideas de mujer.

    Creo que mi padre quiere matarme dijo ella.Quin te ha metido eso en la cabeza? La voz de Iohannue dura Por qu piensas que tu padre quiere matarte?

    Ya saba que no ibas a creerme. Pero presiento que vaa hacerlo. Se ha dado cuenta de algo, no s cmo. Por eso va amatarme.

    De qu se ha dado cuenta tu padre?

    De nuestro amor.Iohann Moritz se separ de ella. El cuerpo de Suzanna se

    destac, claro como el mrmol, sobre la hierba.Te ha hablado? pregunt.No.Te ha reido?No.

    Cmo sabes, entonces, que se ha dado cuenta?El corazn me lo dice exclam ella llorando con des-

    consuelo. Pero no; no slo es mi corazn. Hoy, durante lacomida, cuando llevaba los platos a la mesa, mi padre me hamirado con una expresin extraa. Era una mirada de odio.Luego ha gritado: Vulvete contra la pared!Al obedecerle, he

    25

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    26/399

    26

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    sentido que su mirada se diriga a mis caderas. Me ha dicho luego:Vulvete hacia la ventana... Entonces me ha mirado con mayorjeza. De perl. Clavando los ojos en mi vientre con igual expre-sin que cuando examina sus caballos. Despus me ha gritado:Sal de aqu, buscona! Y en ese instante he sabido que se habadado cuenta de todo. Lo sabe, lo sabe. Cuando era pequea, mipadre me regaaba muchas veces, y hasta llegaba a pegarme, gol-pendome con saa hasta dejarme baada en sangre. Pero jamsme haba llamado buscona. Y hoy me ha dicho: Sal de aqu,

    buscona!Cmo ha podido enterarse? pregunt Moritz,nunca nos ha visto juntos.

    No nos ha visto, pero est al corriente de todo.Pero cmo ha podido saberlo?Mirndome tan slo.Iohann Moritz se ech a rer y la bes en la rente.

    Ni mirndote con un par de gemelos, habra podido vernada. Crees que el amor puede verse a simple vista? Todo estoson tonteras.

    Ya s que no puede notarse... Pero tratndose de mi padrees dierente. Hace igual con sus yeguas. Con slo mirarlas puedeasegurar si van a tener potros. Sus propios amigos no salen de suasombro.

    Ests encinta?No... No lo estoy.Entonces no hay peligro dijo l. Dentro de dos o tres

    aos habr vuelto con dinero. Compraremos el terreno y noscasaremos en la iglesia del padre Koruga. Construiremos unabonita casa y seremos elices. No es verdad, Suzanna?

    Ella se apret con uerza contra el cuerpo masculino. Estaba

    temblorosa y pareca tener mucho miedo.Si estuvieras aqu, no temera nada. Pero si te marchas me

    morir de miedo. Aunque mi padre no me mate con su usil, nome encontrars viva. Me morir de miedo durante tu ausencia.Cada noche cierro la puerta con llave y echo el cerrojo. Cuando

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    27/399

    27

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    oigo los pasos de mi padre escondo la cabeza bajo la almohada,llena de un miedo terrible.

    Iohann Moritz le pas la mano por los hombros y luego laatrajo hacia s. Al cogerla en sus brazos no volvieron a pronunciarpalabra. Ella se senta eliz al lado de Iohann y l se alegraba de verque no lloraba ya. Con el canto del gallo se levantaron. Suzannase puso el vestido, que estaba ro y hmedo de roco. Moritz sepuso la camisa, cogi a la muchacha de la mano y la acompahasta la tapia. Luego aguard hasta que ella se hubiera deslizado

    por la abertura. Pero apenas lo haba hecho, cuando solt unbreve grito. Iohann Moritz se adelant para ver lo que ocurra,pero Suzanna no estaba ya en el patio. Se estrechaba desespera-damente contra l, temblando como una hoja. Todo su cuerpose estremeca. Iohann Moritz ech una mirada por la abertura.La ventana del cuarto de Suzanna estaba iluminada y con lospostigos abiertos de par en par. Iorgu Iordan, en camisn, se

    paseaba arriba y abajo con un arol en la mano, como si buscaraalgo. Moritz acarici el pelo de la muchacha, atrayndola hacias para evitar que viera a su padre. Pero ella lo haba visto ya. Poreso se estrechaba as contra l, sin romper siquiera en llanto, detanto miedo que tena. De pronto se oy la voz de Iorgu Iordan.

    Juraba uriosamente. Moritz contempl su cuerpo de gigante.En la penumbra se recort la silueta rgil de Iolanda. Cuando el

    gigante se volvi de espaldas, Moritz dej de ver a la mujer. Habadesaparecido tras el cuerpo macizo de su marido. Transcurrieronunos instantes, y de pronto sonaron los gritos de Iolanda, unosgritos agudos, que parecan rasgar la epidermis como tenazasque penetraran hondamente en los poros. Se apag la luz. La ven-tana sigui abierta, pero envuelta en las sombras. Los gritos deIolanda se ueron haciendo cada vez ms desesperados, y al nal

    se extinguieron suavemente. Moritz y Suzanna temblaban. Lamujer estaba derribada en el suelo y Iorgu Iordan la empujaba apuntapis hasta la estancia sin luz.

    Madre! exclam Suzanna Est matndola...!Se arranc de los brazos de Moritz, queriendo precipitarse

    en el patio. Pero l volvi a cogerla, acaricindola suavemente

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    28/399

    28

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    para calmarla. Hubiera deseado correr tambin en socorro deaquella mujer maltratada. Pero no iba armado. El gigante, encambio, posea usiles y su cuerpo pareca estar tallado en rocaviva. El instinto le detuvo. Toda lucha sera intil.

    Cogi a Suzanna en sus brazos. Ella se debati contra supecho, tratando de soltarse, pero Iohann la estrech uertemente,alejndose a travs del campo a grandes zancadas. Tena la cora-zonada de que el gigante estara buscando a Suzanna, con el usilen la mano y la mente ouscada por el odio. Quera ocultarla para

    que no la encontrara. Quera llevrsela lejos, lo ms lejos posiblede aquella casa de tejas rojas y gruesos muros. Corra con los ojoscerrados, creyendo or detrs los pasos del gigante, dispuesto amatar a aquella mujer que llevaba en brazos.

    8

    Iohann Moritz corri a campo traviesa para alejarse de lacarretera. De vez en cuando tropezaba con toperas, que le hacanperder el equilibrio. Se senta cansado. El sudor le empapaba larente y le caa sobre sus ojos, cegndolos. Al llegar a un maizal sedetuvo y deposit su carga en el suelo. No poda ya ms. Tendia Suzanna en el suelo mojado, cubrindole las rodillas con el ves-tido y colocando sus manos sobre el pecho. Arranc a su alre-

    dedor las largas hojas de maz, con las que hizo una almohadapara apoyar la cabeza de la muchacha.

    Luego cogi ms hojas y, haciendo un lecho blando, latendi encima. Acarici suavemente sus sienes, sus mejillas y supelo. Al ponerse en pie, el dolor pareca arrancarle las carnes conuna tenaza, y en sus hombros, en sus brazos y en todos sus ms-culos sinti como si se hundieran duras agujas.

    He debido correr bastante tiempo, se dijo. Levant lacabeza y vio que el cielo estaba completamente azul. Se hallaba aalgunos pasos del maizal. Al principio no dio crdito a sus ojos.Se tratara de una ilusin? De pronto se ech a temblar como unjunco. No; no soaba... Suzanna y l se encontraban en el campode Nicolae Porrie. All les haba conducido su ciega carrera. Las

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    29/399

    29

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    hojas de maz que acababan de arrancar para hacer un lecho aSuzanna eran hojas de aquella tierra por la que la vspera habapagado unas arras.

    En las mejillas de Iohann Moritz las lgrimas se conun-dieron con el sudor. Y llor lentamente sobre aquella tierra queno sera jams suya.

    9

    Desde donde se hallaba, Iohann Moritz alcanzaba a ver todoel poblado. Contempl las casas blancas, deteniendo la miradaen cada una de ellas con atencin, casi con ensimismamiento.Luego volvi la mirada a la mujer tendida a sus pies, sobre lashojas de maz. Dnde albergarse? Tena que hallar un reugiocuanto antes. Haba desistido ya de su marcha. Haba renunciadoa la tierra porque la mujer que amaba tena necesidad de l. Y no

    poda abandonarla. Pero eso no bastaba. Haba que buscarle untecho donde cobijarse. No podallamar ms que a dos puertas: ala de sus padres o a la delpadre Koruga. Todas las dems perma-necan cerradas para l. Los campesinos teman a Iorgu Iordany jams haran nada que pudiera contrariarle. Pero en casa desus padres no haba ms que un cuarto y no quedaba sitio paraSuzanna. Tampoco poda llevarla a casa del padre Koruga. Al n

    y al cabo era una mujer con la cual no estaba casado, y no queracausar perjuicios al sacerdote. Si el padre Koruga daba hospita-lidad a Suzanna, Iorgu Iordan no tardara en acudir, con el usilen la mano, para pedir cuentas. Moritz lo saba y no deseabaque ocurriera. Pero Suzanna no poda permanecer tendida enpleno campo. Tras un momento de refexin, la volvi a coger enbrazos y emprendi el camino en direccin al pueblo. El rostro

    de la muchacha pareca de mrmol. Debe de estar enerma demiedo, se dijo. Auscult angustioso los latidos de su corazn.Apenas eran perceptibles. Apresur el paso, deseoso de llegarcuanto antes al poblado.

    29

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    30/399

    30

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    10

    Haba salido ya el sol cuando Moritz lleg a su casa. Dej aSuzanna en el umbral, apoyada contra la pared. Sin querer, con-templ el horizonte. En aquel momento estara aguardndoleChitza Ion en el otro extremo del pueblo. Apretando los dientespara darse valor, volvi la espalda al sol naciente y penetr en lacasa para pedir a sus padres que recibieran a Suzanna. Aristitza,su madre, era una mujer irascible. Hubiera querido evitar su pre-

    sencia, hablar directamente a su padre, pero en cuanto atravesel umbral vio que Aristitza levantaba la cabeza de la almohada.Vienes a coger tu bolsa? pregunt, est detrs de la

    puerta.Moritz no respondi.Por qu te quedas ah parado como un bobo? grit.

    Besa a tu madre, despdete de tu padre y date prisa. No gastes

    todo el dinero que ganes. Procura traernos algo.No voy a Amrica respondi Iohann.Que no te vas? La vieja se levant de un salto.No!Chitza tampoco?S, Chitza se marcha respondi Moritz.Aristitza, dndose cuenta de que todo aquello no estaba

    muy claro, se levant rpidamente.Por qu? Has reido con Chitza?No!Qu diablos te pasa?La vieja se adelant uriosa hacia su hijo.No me pasa nada dijo Iohann. Quiero casarme. Por

    eso no me marcho...

    Su voz tembl y se interrumpi, sin saber por dndecomenzar, cmo explicar lo ocurrido. Aristitza hundi sus uasen los hombros del hijo y le sacudi con uerza.

    Quiero hablar con mi padre dijo l. No me gusta dis-cutir contigo.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    31/399

    31

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Pues discutirs conmigo! grit ella. No saliste delvientre de tu padre, sino del mo.

    Clmate, mujer dijo el viejo, sacando la cabeza dedebajo de la manta. Pero Aristitza no le hizo caso. Se golpeaba lascaderas con ambas manos, no cesando de gritar:

    Fueron mis tripas las que arrancaste! Fue mi leche laque bebiste! Mi leche! Iname! Y ahora no quieres hablar contu madre!

    Tambin te hablar dijo Moritz, pero primero tienes

    que calmarte.Viendo que ella se echaba a llorar, repiti:Te hablar. Te lo juro! Pero clmate...!La vieja se sent en el borde de la cama, con la cabeza entre

    las manos. Aunque se senta vejada por su hijo, el dolor no podahacerla callar. Ella no se callaba jams...

    Con quin quieres casarte? grit.

    Te lo dir en seguida respondi Moritz. Pero primeroclmate...Quiero saber con quin te casas! Soy tu madre y tengo

    derecho a saberlo!Dselo, Ion recomend el viejo. Dselo para que se

    calle.Pero Iohann saba que el nombre de Suzanna no calmara

    a su madre, sino todo lo contrario.Voy a casarme con la hija de Iorgu Iordan dijo, con

    Suzanna.Aristitza se precipit sobre l. Pero no para hacerle pedazos,

    sino para besarle.Entonces comprendo por qu no te marchas dijo, y

    luego le bes largamente en los ojos, en la rente y en las mejillas.

    No eres tan tonto como para irte a Amrica, trabajarcomo un bruto y volver algunos aos despus, sin uerzas,enermo y con algunos millares de lei en el bolsillo. Has seguidomi consejo y te casas con una mujer que es rica su mirada brillde alegra y comenz a gritar:

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    32/399

    32

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    Ser rica. Tendr vestidos de terciopelo y coches. Me ins-talar en la casa de Iorgu Iordan. Tengo derecho a hacerlo. Esmi derecho, el de Aristitza. Quin te ha hecho inteligente y her-moso para que seduzcas y te cases con la muchacha ms rica delpueblo? Con una muchacha que tiene una casa de piedra, unabodega, muchas tierras, un coche y un caballo...

    Clmate, mujer dijo el anciano.Pero su voz ue temblorosa, porque l tambin estaba emo-

    cionado. La idea de tanta riqueza le trastornaba. Li un ciga-

    rrillo, sin levantarse, y comenz a umar en silencio.Me instalar en casa de Iorgu Iordan, tu suegro pro-sigui Aristitza. T te quedars aqu aadi dirigindose alviejo. Yo tengo que estar al lado de mi hijo. Quin mejor paradarle consejos a su mujer?

    Madre; an no he dicho todo aadi Moritz.Di lo que quieras, hijo mo. Tu madre te escucha.

    Promteme que escuchars tranquilamente dijoMoritz.Te prometo todo lo que quieras dijo Aristitza, acari-

    cindole la mejilla.Me caso con Suzanna sin permiso de Iorgu Iordan dijo

    Moritz.La cuestin es casarte con ella replic Aristitza. Ser

    la suegra de la hija de Iorgu Iordan, el rico. Poco me importa quel quiera o no.

    Sers su suegra, pero no sers rica.Y de quin ser el dinero? pregunt Aristitza. Iorgu

    Iordan no tiene ms que una hija. No va a casarla sin dote. Todossaben que tiene en la bodega tinajas llenas de oro. Ya me ocuparyo de la dote. T no entiendes de eso...

    Voy a casarme con Suzanna, no con su dinero dijoIohann.

    No querrs hacerme creer que preeres la hija al dinero.S, madre.Idiota! Pero a pesar de todo, te comprendo. Djame

    obrar a m. No se me engaa cilmente.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    33/399

    33

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Aristitza se vea ya discutiendo con Iorgu Iordan, y estabaresuelta a no dejarse arrebatar ni una sola pieza de oro.

    Iohann Moritz le cont lo ocurrido la noche anterior. Alorlo, Aristitza se estremeci y pregunt:

    Cmo? No quiere volver a casa de su padre?No respondi Iohann Moritz. La matar si vuelve.La matar dijo el viejo. Ese hombre no bromea. La

    hija tiene razn; el padre es un verdadero animal. Cuando estcolrico coge el usil y dispara sin mirar. Hasta sus caballos lo han

    tenido que surir las veces que estaba urioso, y Dios sabe bien quelos quiere ms que a las nias de sus ojos. Sera capaz de matar asu hija si volviera, sobre todo ahora que ha huido con un hombre.

    Gracias por comprenderlo dijo Moritz.Si las cosas estn as replic el viejo, sera dicil no

    comprenderlo. Conozco bien a ese hombre.Dentro de unos das podremos devolverla otra vez a su

    casa dijo Aristitza. Yo ir con ella...Suzanna no volver a su casa replic Iohann Moritz.Yo no quiero.

    Y qu vais a hacer si ella no tiene dinero? pregunt lavieja Quieres morirte de hambre? Mujeres as se encuentranen cualquier lado. Ni un solo hombre la aceptara sin dote. Noirs a hacer una tontera tan grande!

    Voy a casarme con ella aunque no tenga dote replicIohann.

    Ests loco! Vas a renunciar a todo por una mujer? Novas a marcharte a Amrica? Por su culpa! Y todo por una mujersin importancia.

    Tu madre tiene razn dijo el viejo. No hagas ton-teras. Mrchate a Amrica. A tu vuelta comprars una parcela

    de tierra, construirs tu casa y podrs casarte. Ya encontrarsmujeres!

    No me marcho dijo Moritz.An no es tarde dijo el viejo. Chitza debe estar

    aguardndote en el otro extremo del pueblo. Si te das prisapodrs alcanzarle.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    34/399

    34

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    Me pides que abandone a la muchacha y que me marchea Amrica? Es que no tienes corazn?

    Dnde est la muchacha? pregunt Aristitza.En la puerta respondi Moritz.Los dos viejos se estremecieron. Sus rostros adquirieron una

    expresin alargada. Aristitza ech una mirada por la ventana yMoritz se apoy en la puerta para impedir que saliera.

    Quiero pedirte algo, madre. Acoge a Suzanna y gurdalaaqu algunos das, hasta que encuentre dnde albergarla. Va a ser

    tambin tu hija.Quieres que viva aqu? pregunt la madre, indig-nada Quieres que Iorgu Iordan nos mate a tu padre y a m?

    Sabes que apenas tenemos sitio para nosotros dijo elviejo. Dnde quieres que se acueste? No, Ion, no es posible.

    Pretendes que le demos tambin de comer? preguntAristitza Que nos quitemos la comida de la boca para dr-

    sela?Iohann Moritz baj los ojos sin responder. Haba esperadotener que enrentarse con su madre, pero crea que su padre nole dira nada.

    No permitiris que se quede aqu hasta esta noche tanslo? No tengo dnde llevarla. En cuanto amanezca nos iremos ala ciudad y buscar trabajo. Ella est enerma y es necesario que

    repose un poco para poder andar hasta all. El miedo de estanoche pasada ha sido un golpe muy rudo para ella.

    Hoy no tenemos nada que comer dijo la vieja. Siquieres que se muera de hambre, puedes dejarla aqu.

    Le traer algo para comer dijo Moritz. Pero tambintiene que dormir. No puede tenerse en pie.

    Tu padre est enermo y no puede levantarse dijo Aris-

    titza. Dnde quieres que se acueste ella? En la misma camaque tu padre?

    Si no hay sitio en casa, dormir uera, en el pajar, dondeacostumbro acostarme tantas veces.

    Por mi parte puede hacerlo dijo Aristitza. Pero no ledar nada que comer. No tengo nada.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    35/399

    35

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Iohann Moritz hizo ademn de salir. Se detuvo en el umbraly se dirigi a su padre.

    El poco tiempo que permanezca aqu quiero que lo pasebien. S bueno con ella. Ya es bastante desgraciada.

    Te atreves a ensearnos cmo tenemos que conducirnos,bribn? pregunt Aristitza Acaso el huevo ensea a lagallina cmo tiene que poner? En vez de irte a Amrica a ganardinero, nos echas a esa muchacha en nuestros brazos y encimaquieres que la alimentemos. Y ahora vienes a darnos consejos.

    Se agach para coger un pedazo de madera con que pegarle.Iohann estaba habituado a los gritos y a los golpes. Toda suinancia no haba sido ms que una larga serie de palizas y deinsultos.

    Seris buenos con ella? volvi a preguntar. Y actoseguido aadi: Voy a buscar algo que comer.

    Sali de la casa.

    Suzanna no se haba movido. Estaba en el umbral, inmvil,como yerta. Moritz le acarici el pelo.Me voy al pueblo. Estar pronto de vuelta. Quieres

    dormir un poco? Cuando te despiertes, comeremos algo y nosiremos a la ciudad.

    No nos quedaremos aqu? pregunt ella, horrorizadapor la idea de tener que seguir andando.

    No dijo l. Ven!La levant, sostenindola por los sobacos, y la condujo

    hasta detrs de la casa, al pajar, donde la tendi sobre el heno.Ahora duerme dijo. Tienes que descansar, o no

    podremos llegar a pie hasta la ciudad. Hay unos veinte kil-metros desde aqu.

    Suzanna le sonri con agradecimiento. Sera un alivio para

    ella quedarse sola y dormir. La cabeza le arda y sus ojos estabanbrillantes de ebre.

    Si mi madre viene a importunarte, deja que hable y no lecontestes le recomend Iohann Moritz. Est irritada.

    Se march. Al llegar a la carretera volvi la cabeza y sonri.Pero Suzanna tena cerrados ya los ojos.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    36/399

    36

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    11

    Aristitza aguard a que su hijo se marchara para salir dela estancia. Lleg hasta el pajar y contempl, con los brazos enjarras, el cuerpo de la mujer tendido en el heno. Suzanna abrilos ojos, y al ver a Aristitza, con su nariz ganchuda como el picode un guila, sus mejillas arrugadas y olivceas, volvi los ojos.Tuvo miedo.

    Soy la madre de Ion dijo la vieja.

    Suzanna hizo un breve gesto de saludo y luego estir suvestido azul hasta taparse las rodillas. Aristitza se qued con-templando las rodillas y las caderas, como si la viera desnuda.

    Quieres casarte, verdad? dijo la vieja, haciendo unamueca.

    S respondi Suzanna.No me extraa gru Aristitza. Ests gorda como

    una yegua.Suzanna escondi su cara en la paja. Aristitza se acerc aella y le grit:

    An no has encontrado el imbcil que te haga su mujer.Nadie te querr sin dote. No me importa que te hayas acostadocon mi hijo. No sers su mujer!

    Suzanna intent incorporarse, apoyndose en los codos.

    Aristitza, inclinada sobre ella, la miraba con uria.Se ha marchado Iani? pregunt temerosa Suzanna,

    deseando hablar de otra cosa.Qu Iani? dijo la vieja sorprendida. No conozco a

    nadie aqu que se llame Iani.Suzanna la contempl a su vez con sorpresa. No supo qu

    decir.

    De qu Iani ests hablando? pregunt otra vez Aris-titza Has perdido la razn? Crees que ests en otra parte.

    Iani... su hijo! murmur Suzanna a media voz.Mi hijo se llama Ion respondi la vieja con voz dura.

    Con ese nombre le bautic. Y nadie tiene derecho a cambirselo.Entiendes?

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    37/399

    37

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Suzanna vio alzarse ante ella el puo de Aristitza.He comprendido dijo.De pronto se acord que Iohann Moritz le haba recomen-

    dado que adoptara una actitud conciliadora. El pensamiento lehizo aadir:

    Ion o Iani es el mismo nombre. Por lo menos as lo creayo hasta ahora.

    Su tono humilde pareci irritar todava ms a la vieja.Quieres ensearme acaso el nombre de mi hijo? Te rom-

    per la cabeza... Te atreves? Puta inmunda!No quise oenderla dijo Suzanna.Las manos de la vieja se agarraron a sus hombros. Comenz

    a sacudirla con uerza. Suzanna solt un grito atemorizado. Elpadre de Iohann apareci en aquel instante por detrs de la casa.Iba en camisn y haba saltado de la cama, atrado por los gritos.Tena an el cigarrillo en los labios. Aristitza solt a Suzanna y se

    volvi hacia su marido, plida de clera.Has odo nunca algo ms desvergonzado? Estainmundicia pretende que yo no s el nombre de mi hijo. Me hasacado uera de quicio...

    Aristitza se agach y cogi una piedra.Le partir la cabeza! Voy a aplastarla como a una ser-

    piente!

    El viejo le cogi la mano.Clmate, mujer! exclam, empujndola hacia la

    puerta. Luego se acerc a Suzanna y la contempl con lstima.No llores ms, muchacha dijo. No tienes por qu

    lamentarte.Dnde est Iani? pregunt Suzanna.Volver pronto. Tranquilzate...

    Suzanna se sinti protegida por la bondad del viejo. Lasmanos de ste eran grandes y tenan la piel arrugada.

    Voy a darte un consejo, muchacha dijo el viejo. Vuelvea tu casa Suzanna se ech a llorar. No puedes quedarte aquprosigui el anciano. Si lo haces, Aristitza terminar porestrangularte o partirte la cabeza. Ocurrir tarde o temprano.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    38/399

    38

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    Estoy seguro. De todas maneras, sera una desgracia que corrierasangre. Ion matara a su madre y sera un gran pecado. No qui-siera que sucedieran semejantes desgracias... Me comprendes?

    Le comprendo dijo Suzanna, casi sin mover los labios.Te aconsejo que te levantes y que te marches antes de que

    Ion est de vuelta. Para regresar al pueblo, no tienes ms que atra-vesar el maizal. Ve a casa de tu padre y de tu madre. Cuando Ionvuelva, le dir que te has marchado por la carretera. No volvera encontrarte jams... Sois jvenes y no os costar olvidar... La

    juventud olvida pronto. Levntate y mrchate...Suzanna permaneci inmvil, con la cabeza vuelta hacia lapared. Se haba tapado los odos con las manos y su rostro estabaplido como la cera.

    No quieres marcharte? pregunt el viejo. Sentadeseos de cogerla en sus brazos y conducirla de nuevo a su casa.Pero saba que Ion no se lo perdonara jams. Volvi a ponerse de

    pie. Tuya ser la culpa si ocurre alguna desgracia. He cumplidocon mi deber advirtindote.El viejo regres a la casa y Suzanna se qued sola. Iohann

    Moritz no tard en regresar del pueblo, con un jarro de leche. Lapuso en el uego para que cociera.

    A nosotros no nos has trado nunca leche grit Aris-titza. Y en cambio, se la das a esta arrastrada. Ms me habra

    valido estrangularte cuando eras pequeo, en vez de sostenerteen mis brazos y amamantarte con amor.

    Iohann Moritz, arrodillado delante del hogar, contemplabala danza de las llamas. No pareca escuchar las palabras de sumadre. Aquello puso uera de s a Aristitza.

    Mrchate cuanto antes de esta casa! Llvate a esa putainmunda! Llvatela, si no quieres que la mate! La estrangular si

    no desaparece inmediatamente de mi vista. La estrangular conestos dedos... Los ves? Los ves?

    En cuanto se haya bebido la leche, nos marcharemosrespondi Moritz, sin echar siquiera una ojeada sobre losdedos de su madre, sobre aquellos dedos que iban a estrangular aSuzanna. Nos iremos a la ciudad y no volvers a vernos jams.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    39/399

    39

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Es que la condesa no puede marcharse antes de habersebebido la leche? pregunt Aristitza, socarrona;. Tu madreno necesita leche por las maanas... A ella, en cambio, no puedealtarle.

    Moritz cogi el pote. La leche no haba hervido an. Peroestaba caliente. Sali de la choza sin mirar a los dos viejos.

    Al or que se acercaban unos pasos, Suzanna no pudo con-tener un estremecimiento.

    Soy yo dijo Moritz. Te traigo leche caliente.

    Le tendi el pote.No quiero leche murmur ella.Toma un poco.Suzanna cogi el pote de manos de Moritz. ste volvi a la

    casa para coger su bolsa. La bolsa preparada para su partida aAmrica...

    Te vas con ella? pregunt Aristitza.

    S respondi l.Est muy bien! exclam la vieja, apretando los dientescon uria.

    Mientras Moritz coga sus ropas de encima de la cama, Aris-titza sali al patio. Al verla dirigirse hacia ella, Suzanna perma-neci inmvil, como petricada, con el pote de leche en la mano.

    Levntate si puedes an hacerlo! dijo Aristitza Voy

    a molerte a palos, perra roosa!... Aguarda un instante!Y antes de terminar la rase, agarr a Suzanna por los pelos

    y comenz a vapulearla. La muchacha solt un aullido de dolor.Iohann Moritz acudi presuroso:

    Qu hace usted, madre?La vieja le lanz una mirada breve, intensa y ulgurante

    de odio. Golpe una vez ms a Suzanna y luego huy hacia el

    maizal.La muchacha levant la cabeza. Tena los labios ensan-

    grentados y los ojos hinchados. El jarro se haba roto en susmanos, llenando sus muecas con proundos cortes. Las gotasde sangre, mezcladas con la leche, manchaban su vestido azul.Iohann Moritz la cogi en brazos y se alejaron. Al llegar ante la

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    40/399

    40

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    puerta de la casa se detuvieron, para que l cogiera su bolsa. Des-pus sali del patio, con la bolsa a la espalda y la mujer en brazos.Las dos cargas eran pesadas, demasiado pesadas para poderandar con la rente alta. Y Iohann Moritz avanz pesadamente,con la cabeza hundida entre los hombros.

    12

    Al despuntar el da, Iorgu Iordan abrev a sus caballos y les

    dio su racin de avena. Despus les acarici el cuello. Tena ochocaballos. Cuatro los reservaba para montar, sin engancharlosjams. Eran muy hermosos. Negros, de pura sangre rabe, conlos remos nos y nerviosos y la cabeza de rasgos nobles. Eran susnicos amigos. Les cont lo ocurrido con Suzanna y luego des-carg en ellos toda la pesadumbre que anegaba su corazn. Loshombres no le inspiraban conanza. Los caballos, en cambio, le

    miraban con sus grandes ojos claros, brillantes como espejos, ysaban mitigar sus penas.Y ahora, mi mujer est baada en sangre, con los huesos

    rotos y tendida en el suelo los caballos no chistaron. l tom susilencio por reproche y dijo: La llevar al hospital, si queris.

    Media hora ms tarde atraves el poblado en coche, endireccin a la ciudad. Llevaba a Iolanda en el interior, envuelta

    en una capa. Estaba tendida entre almohadones, con los ojosjos en la lejana. Llegaron al hospital muy temprano. Tuvieronque aguardar hasta las ocho, con el coche parado en la puerta.A aquella hora no haba an un solo mdico. Mientras aguar-daban, Iorgu Iordan hablaba a sus caballos, sin dirigir la palabraa su mujer, sin obsequiarla siquiera con una mirada. Cuandodieron las ocho, la cogi en brazos, como un paquete y, sin soltar

    la manta y los almohadones, la llev a la sala de consulta. Fueronlos primeros. Mientras la enermera quitaba el abrigo a la desgra-ciada mujer, el mdico examin su rostro hinchado y su cuerpoensangrentado. Con los ojos cerrados y el camisn pegado a lapiel, Iolanda no era ms que un grumo de sangre y carne tume-acta.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    41/399

    41

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Quin la ha golpeado?La enerma no despeg los labios.Eso no le importa a usted replic Iorgu Iordan. Cu-

    dela y no se preocupe de lo dems. Si la he trado al hospital esporque aqu haba mdicos para curarla.

    El gigante se neg en redondo a dar otra explicacin. Elmdico examin a Iolanda y la traslad a la sala de operacionespara eectuar una urgente intervencin.

    Me vuelvo a casa. As podr trabajar usted tranqui-

    lamente dijo Iorgu Iordan. Se puso el sombrero, se dirigi lapuerta, y cuando ya iba a salir, se detuvo. Pagar lo que sea.Puedo pagarle por anticipado, si tiene tiempo de hacer la cuentaantes de operarla, o bien, si lo preere, dejar una cantidad acuenta. Se meti la mano en el bolsillo para sacar la cartera.

    No puede usted marcharse an dijo el mdico.Aguarde unos instantes.

    Por qu tengo que esperar?No le gustaba aquella detencin. Hubiera deseado aban-donar cuanto antes el hospital. El olor de las medicinas se le subaa la cabeza. Y adems, senta remordimientos. Le pesaba habergolpeado tan brbaramente a su mujer. No basta con que lahaya pisoteado para que ahora estos mdicos quieran despe-dazarla?, se pregunt para sus adentros. Los remordimientos

    eran cada vez ms proundos. Pero no quera dejar traslucirlos.Su nico deseo era salir a respirar cuanto antes: llenarse los pul-mones de aire. Un cuarto de hora despus, lleg un juez acompa-ado de un gendarme. Hizo que condujeran a Iorgu Iordan a ladireccin del hospital y le someti a un interrogatorio.

    Le pregunt si se llamaba Iorgu Iordan, el lugar donde viva,su edad y si era l quien haba pegado a su mujer. El gigante le

    respondi reunuando. Tena la mirada vidriosa y el gesto des-compuesto. El juez le anunci que quedaba detenido, por violen-cias con su mujer. Iorgu Iordan no chist siquiera al escuchar laspalabras del representante de la autoridad. Pero en el instante enque el gendarme le puso la mano en el hombro para conducirle,su rostro palideci.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    42/399

    42

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    Me llevan ustedes a la crcel? pregunt.As es... A la crcel.Y mis caballos? Qu harn ustedes de los caballos que

    tengo enganchados en el coche que est en la puerta?El juez cruz una mirada rpida con el gendarme.No tiene usted a nadie que se ocupe de ellos?Nadie respondi Iorgu Iordan.En tal caso, sera conveniente cedrselos a los bomberos

    dijo el gendarme. Tienen otros yno les importar encargarse

    tambin de stos. En la crcel no hay sitio para ellos.El juez obsequi con una sonrisa agradecida al gendarmepor haberlo sacado de aquel apuro. En realidad, a l no se lehabra ocurrido lo que poda hacerse con aquellos caballos.Haba llegado algunos das antes. Se llamaba George Damin yaquella era su primera intervencin.

    Al medioda, cuando se preparaba para ir a comer, le advir-

    tieron que Iorgu Iordan haba intentado suicidarse golpendosela cabeza,en los muros de cemento de la celda. El inorme deldirector de la crcel rezaba as:

    El preso ha declarado en la enermera que haba tratadode poner n a sus das porque no poda soportar la idea de que loscuatro pura sangre rabes que posee iban a morirse de hambre yde sed. Por lo que parece, el preso es un entusiasta acionado de

    los caballos. Su estado es grave.A los pocos instantes lleg otra comunicacin anunciando la

    muerte de Iolanda. El juez George Damin sinti en la boca algosemejante a un gusto a ceniza. Al llegar al restaurante, y antes desentarse a la mesa, se lav las manos con agua ra y jabn. LaLey castigar a Iorgu Iordan por los golpes mortales propinados asu mujer. Pero tanto esos golpes como el hecho de que preera sus

    caballos a los seres humanos, no son sus mayores pecados, sino lossimples eectos de una mentalidad. La barbarie es el nico pecado deIorgu Iordan. Como todo brbaro, subestima al hombre hasta anu-larlo por completo. Pero tal crimen, del que derivan, sin embargo,todos los dems, no se lo castigar jams ley alguna. La barbarie noes una actitud ilegal ms que en ciertos casos bien determinados.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    43/399

    43

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    13

    Suzanna anduvo algunos kilmetros. Luego se dej caer enla cuneta. Estaba atigada y ebril.

    No puedo ms, Iani! dijo con voz temblorosa.Se tendi en la hierba. Se hallaban a medio camino entre

    Fantana y la ciudad. Iohann la dej que durmiera, conado enque no tardara en pasar un carro que los llevara. Pero por lacarretera no pasaron ms que peatones y jinetes. Hacia las cinco

    de la tarde comenz a llover. Moritz levant los ojos. La lluviara le mojaba las mejillas, Iohann pens: Si hubiera llovido ayer,no habra ido a ver a Suzanna. Ella estara an en su casa. Y yo,en el barco de Constantza. Si hubiera llovido ayer Pero qums da?

    Al anochecer, la lluvia no haba cesado an. Moritz se dijoque era necesario tomar una decisin.

    Voy al pueblo a buscar un carro dijo, al tiempo queechaba una mirada compasiva a Suzanna.La muchacha se haba arrebujado entre unas hojas de

    maz que no la libraban de la lluvia. Su vestido y su pelo estabanempapados. Tiritaba sin cesar y sus dientes castaeteaban de ro.

    Como quieras, Iani!No tendrs miedo de quedarte sola? pregunt

    Iohann.Si vuelves, no tendr miedo.l la bes y ech a andar carretera adelante. Cuando lleg a

    Fantana era ya noche cerrada. Todos los campesinos deban estarya acostados. Llam a todas las puertas, pero no hall a nadieque le ayudara. Todos queran saber el nombre de la mujer. Peroen cuanto se enteraban que se trataba de la hija de Iorgu Iordan,

    se excusaban. Tenan miedo. Era ya media noche cuando Moritzpenetr en el patio del padre Koruga. La biblioteca estaba ilumi-nada an. Ante la puerta, un enorme auto negro brillaba comoun espejo bajo la lluvia. De la casa sala rumor de voces. Sinduda el sacerdote tiene visitas, pens Moritz. Sinti la tentacinde marcharse. Llova a torrentes. Moritz escuch un instante el

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    44/399

    44

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    ruido del agua al gotear del tejado. Luego, recordando queSuzanna le aguardaba completamente sola en la cuneta de lacarretera, llam suavemente en los cristales.

    14

    Has llegado a tiempo, quera verte dijo el padre Korugaa su hijo Traian, mientras le ayudaba a sacar las maletas del autoy a transportarlas al interior de la casa. Segua lloviendo a mares.

    No vas solo? pregunt el sacerdote.Un joven acababa de descender del auto.Te presento a George Damin, un camarada de la

    Facultad y un excelente amigo dijo Traian. Acabo de encon-trarlo en la ciudad. Es el nuevo magistrado del juzgado de paz denuestro departamento.

    El sacerdote se excus por su atuendo casero. No haba

    supuesto que le visitaran all. Condujo a los jvenes al saln yluego se retir unos instantes. El juez ech una mirada a su alre-dedor, contemplando largamente el reloj de cuc, los tapices orien-tales que cubran las paredes y las estanteras llenas de libros.

    Adivino lo que ests pensando dijo Traian rindose.Te sorprendes de que el ms moderno novelista del pas, quecanta en sus libros el auto, el avin, el bar y la luz elctrica, haya

    nacido y pasado su inancia en una casa donde el tiempo parecehaberse detenido, donde todo huele a pasado, donde nada pareceque se ha movido de su sitio durante siglos enteros. No es cierto?

    El magistrado se ruboriz.Eectivamente. En eso estaba pensando.En aquel instante volvi el padre Koruga. Encendi el

    quinqu con sus manos sarmentosas y lo coloc solemnemente

    en medio de la mesa. Traian abri la maleta de cuero y sacalgunos paquetes cuidadosamente envueltos. Luego descorchuna botella de vino y llam a su madre. Cuando sta apareci,Traian llen los vasos y sac de una cartera dos volmenes encua-dernados en piel.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    45/399

    45

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Es mi ltima novela dijo. La octava. Estos dos ejem-plares son los primeros que se han tirado y, como de costumbre,os pertenecen. Vamos a celebrarlo con este vino. El mismo quebebimos cuando se publicaron las siete novelas anteriores. Osacordis de mi alegra cuando apareci la primera?

    El padre Koruga cogi el libro de manos de su hijo con elmismo ademn que los libros santos del altar. La madre, despusde tocarlo con la punta de los dedos, lo dej en la mesa.

    Tengo las manos sucias de grasa dijo. No quiero

    manchar el libro de Traian.El tercer ejemplar ser para ti, George dijo el escritor.El padre Koruga puso sus labios en la rente de Traian. El

    juez le estrech la mano. Su madre le bes en ambas mejillas yle dijo al odo, aunque lo bastante uerte para que los otros looyeran tambin:

    An no he ledo los otros. Perdname! Tu padre me los

    ha contado todos. Pero te prometo que ste lo leer con mis pro-pios ojos. No deseo morirme sin haber ledo un libro escrito pormi hijo.

    Traian estaba emocionado. Terminados los brindis, lamadre quiso volver a su cocina.

    Qudate un momento ms, madre dijo Traian. Si hevenido a veros ha sido para otra cosa; la ms importante.

    Sac de su bolsillo un sobre y se lo tendi a su padre.Estos son mis derechos de la primera edicin. Quiero com-

    prar un terreno en Fantana para construir una casa. Si es posible,cerca de aqu. Quiero vivir en ella hasta el n de mis das.

    El sacerdote cogi el sobre y lo dej en la mesa con una son-risa. Su mujer se enjug los ojos con la punta del delantal.

    S que lo dices tan slo para alegrarnos. Nunca has

    podido quedarte aqu ms de tres das. Cada vez que vienes pro-metes estar un mes, y al cabo de dos o tres das te marchas. Luegopasan largos meses sin que volvamos a verte.

    S..., pero ahora voy a mandar que me construyan mi casareplic Traian.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    46/399

    46

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    Ech una mirada a su padre y luego otra al juez. Vio queellos tambin consideraban su proyecto como una extravagancia

    Nadie me supone capaz de hacer eso dijo Traian.Pero para dentro de dos aos, si es que vivo an, quedis invi-tados a mi casa de Fantana. Quiz entonces me creis. Y noquiero aadir ya nada ms

    15

    Despus de la cena, el sacerdote pregunt a Traian culeseran sus nuevos proyectos literarios. El escritor vacil antes deresponder:

    Mi prxima novela ser un libro real, tan slo literarioen su tcnica. Mis personajes existirn en la vida real. Todospodremos verlos y saludarles en la calle. Pienso hasta dar sudireccin y sus nmeros de telono.

    Y quines sern esos personajes a los que quieres hacersemejante publicidad? pregunt el juez, sonriendo.Mis personajes sern hombres existentes en toda la

    supercie del globo dijo Traian. Pero como ni siquieraHomero hubiera podido escribir una historia con dos milmillones de personajes, yo seleccionar un pequeo nmero, pro-bablemente diez. No necesitar ms. Esos diez vivirn los mismos

    acontecimientos que los otros.Elegirs a tus personajes segn los criterios cientcos

    para representar a la Humanidad en su propia esencia? pre-gunt el juez.

    No respondi Traian. Seleccionar los personajes demi novela puramente al azar. No es necesario emplear criterioscientcos. Lo que ocurrir, podra ocurrirle a cualquiera, acon-

    tecimientos a los cuales ningn ser humano sabra escapar. Nonecesito personajes heroicos. Los escoger al azar, elegir, entrelos dos mil millones de seres, aquellos a quienes conozco mejor.Toda una amilia. Mi propia amilia. Y mi padre, mi madre, yomismo, t, los criados de mi padre, algunos amigos y vecinos

    El padre Koruga sonri y volvi a llenar los vasos.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    47/399

    47

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Voy a recopilar todo lo que les ocurra a esos personajesdurante los aos prximos continu Traian. Y creo que lessucedern cosas extraordinarias. El uturo inmediato reserva acada uno de nosotros acontecimientos sorprendentes. Tan sor-prendentes como no se han dado jams en la Historia.

    Espero que slo en tu novela el porvenir sea tan dra-mtico dijo el juez.

    Los acontecimientos dramticos ocurrirn primeramenteen la vida y despus en mi novela replic Traian.

    Vivir yo tambin momentos dramticos? insisti eljuez. Sabes que llevo una existencia burguesa que no puedeinteresar al pblico. Soy todo lo contrario de un aventurero.

    Querido George: la mayora de los hombres de estemundo no son aventureros. Y sin embargo, todos se vern obli-gados a vivir aventuras como no las podra imaginar ningnescritor de novelas sensacionales.

    Y qu cosas tan sensacionales ocurrirn? pregunt elmagistrado.Presiento, querido George dijo Traian, que acaba de

    producirse a nuestro alrededor un grave acontecimiento. No sdnde ha ocurrido, ni cundo ha comenzado, ni cunto va durar.Pero presiento que existe. Estamos en medio de la tormenta, y latormenta nos rasgar las carnes, nos machacar los huesos un

    da tras otro. Huelo ese acontecimiento, como huelen las ratasel peligro cuando abandonan precipitadamente un barco que vaa hundirse. Con la sola dierencia que yo no tengo dnde huir.No habr para nosotros reugio ni albergue en ninguna parte delmundo.

    A qu acontecimiento aludes?Puedes llamarlo revolucin, si quieres dijo Traian.

    Una revolucin de proporcin inimaginable. Todos los sereshumanos resultarn sus vctimas.

    Y cundo va a estallar? pregunt el magistrado, queacostumbraba no tomar nunca en serio lo que deca Traian.

    La revolucin se ha desbordado ya, querido amigo. Haestallado a despecho de tu escepticismo y tu irona. Mi padre, mi

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    48/399

    48

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    madre, t, yo y todos los dems, nos iremos dando cuenta pocoa poco del peligro y trataremos de salvarnos, de escondernos.Quizs algunos hayan comenzado a esconderse ya, como losanimales salvajes cuando sienten que se les echa encima la tem-pestad. Por ejemplo: yo quiero retirarme al campo. Los miem-bros del partido comunista, sin embargo, pretenden que losascistas son responsables y que el peligro slo puede evitarseliquidndolos. Los nazis quieren salvar su piel matando a losjudos. Todo eso no son ms que los sntomas del miedo que

    invade a todo ser humano ante el peligro. Ese peligro, que es elmismo por doquier, dierencindose tan slo las reacciones delos hombres ante l.

    Y cul es ese gran peligro que nos amenaza a todos?pregunt el magistrado.

    El esclavo tcnico! prosigui Traian Koruga. Tam-bin t le conoces, George. El esclavo tcnico es el criado que nos

    hace cada da mil servicios, de los cuales no sabramos prescindir.Empuja nuestro auto, nos proporciona luz, nos echa agua paralavarnos, nos da masajes, nos cuenta historias para divertirnosen cuanto damos la vuelta al botn de la radio, traza carreteras ydesplaza las montaas.

    Ya supona yo que todo eso no era ms que una metorapotica! interrumpi el juez.

    No es una metora, querido George respondiTraian. El esclavo tcnico es una realidad. Su existencia nopuede negarse.

    Yo no niego su existencia! replic el magistrado.Pero, por qu llamarlo esclavo tcnico? Se trata simplementede una uerza mecnica.

    Los esclavos humanos, antepasados de los esclavos tc-

    nicos de la sociedad contempornea, eran tambin consideradospor los griegos y los romanos como una uerza ciega, como algoinanimado. Podan venderse, comprarse, regalarse y matarse. Selos valoraba solamente segn la uerza de sus msculos y su capa-cidad para el trabajo. Exactamente el mismo criterio que hoyempleamos para el esclavo tcnico.

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    49/399

    49

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    Sin embargo, las dierencias son muy grandes replicGeorge. No podemos reemplazar al esclavo humano por elesclavo tcnico.

    Claro que podemos hacerlo. El esclavo tcnico se harevelado ms ordenado y menos caro que el esclavo humano.Y, por lo tanto, capaz de reemplazar rpidamente a su prede-cesor. Nuestros barcos ocupan el sitio de las galeras y no avanzanempujados por los esuerzos de los esclavos, sino por la uerzade los esclavos tcnicos. Y cuando cae la noche, el hombre rico,

    que podra permitirse el lujo de tener esclavos, no da palmadaspara verlos llegar con antorchas en la mano, como haca su ante-cesor en Roma o Atenas, sino que oprime un botn y los esclavostcnicos iluminan su cuarto. El esclavo tcnico enciende el uegoque calienta el departamento o el agua del bao, abre las ven-tanas y produce corrientes de aire. Tiene la inmensa ventaja sobresu camarada humano de estar mejor adiestrado, de no or ni ver

    nada. El esclavo tcnico no aparece hasta que lo llaman. Entregala carta de amor en un instante, haciendo que oigamos a dis-tancia la propia voz de la mujer amada. Los esclavos tcnicos sonunos servidores perectos. Aran la tierra, llevan sobre s el peso delas guerras, de la polica y de la administracin. Han aprendidotodas las actividades humanas y las ejecutan a las mil maravillas.Hacen clculos en los escritorios, peinan, cantan, bailan, vuelan

    por los aires, descienden debajo del agua. El esclavo tcnico seha convertido incluso en verdugo y ejecuta a los condenados amuerte. Cura a los enermos en los hospitales, ayudando a losmdicos, y hasta asiste al sacerdote cuando celebra la misa.

    Traian Koruga se interrumpi unos instantes para llevar elvaso a sus labios. Fuera, la lluvia segua cayendo regularmente.

    Acabar en seguida esta digresin dijo. En lo que a

    m se reere, he de conesar que me siento siempre acompaado,aunque aparentemente est solo. Veo moverse a mi alrededor todosesos esclavos tcnicos, dispuestos a servirme y ayudarme en cual-quier momento. Encienden mis cigarrillos, me dicen lo que pasaen el universo e iluminan mi camino por la noche. Mi vida siguesu cadencia. Me hacen ms compaa que los otros seres vivos,

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    50/399

    50

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    e incluso llego a sentirme capaz de enormes sacricios por ellos.Tal es la causa de que no pueda vivir mucho tiempo en Fantana,como acaba de decir mi madre. Mis esclavos tcnicos me esperanen Bucarest. En realidad, somos mucho ms ricos que nuestroscolegas de hace dos mil aos, que no posean ms que algunasdocenas de esclavos. Nosotros tenemos centenas, millares. Yahora voy a hacer una pregunta: Cuntos esclavos tcnicos enplena actividad creis que hay hoy en la supercie del mundo? Sinduda, algunos miles de millones. Y cuntos hombres?

    Dos mil millones respondi el juez.Exactamente. La superioridad numrica de los esclavostcnicos que pueblan hoy da la tierra es aplastante. Teniendo encuenta el hecho de que los esclavos tcnicos tienen en sus manoslos puntos cardinales de la organizacin social contempornea,el peligro es evidente. En trminos militares, los esclavos tcnicostienen en sus manos los nudos estratgicos de nuestra sociedad:

    el ejrcito, las vas de comunicacin, los suministros y la indus-tria, por no citar ms que los importantes. Los esclavos tcnicosorman un proletariado, si entendemos por esa palabra un grupoaislado en una sociedad y en un momento histrico, un grupoque no est integrado en esa sociedad. Su destino se halla entrelas manos de los hombres. No escribir una novela antstica y,por lo tanto, no describir la manera cmo esos esclavos tcnicos

    se rebelarn un buen da, aprisionando a la especie humana encampos de concentracin, hacindola desaparecer en el cadalsoo en la silla elctrica. Semejantes revoluciones ueron realizadaspor los esclavos humanos. No describir ms que hechos reales.En la realidad, ese proletariado tcnico har su revolucin, sinservirse de barricadas como sus camaradas los esclavos humanos.Los esclavos tcnicos representan una mayora numrica aplas-

    tante en la sociedad contempornea. Es un hecho concreto. En elcuadro de esa sociedad obran con leyes propias, dierentes a las delos humanos. De esas leyes especcas de los esclavos tcnicos nocitar ms que el automatismo, la uniormidad y el anonimato.

    Una sociedad en la cual coexisten algunas decenas de milesde millones de esclavos tcnicos y apenas dos mil millones de

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    51/399

    51

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    hombres (aunque stos la gobiernen) tiene todos los caracteres deuna mayora proletaria. En el tiempo de los romanos, los esclavoshumanos hablaban, oraban y vivan segn las costumbres impor-tadas de Grecia, de Tracia o de otros pases ocupados. Tambinlos esclavos tcnicos de nuestra sociedad guardan su carcterespecco y viven segn las leyes de su nacin. Esta natura-leza, o si lo preers, esa realidad, existe en el crculo de nuestrasociedad. Su infuencia se hace sentir cada vez ms. Con el n depoder tenerlos a su servicio, los hombres se esuerzan en conocer

    e imitar sus hbitos y sus leyes. Cada empresario est obligado asaber un poco la lengua ylas costumbres de los empleados quetiene a su servicio. Y los pueblos ocupantes adoptan casi siempre,por comodidad o inters prctico, la lengua y las costumbres delpueblo ocupado. Lo hacen a pesar de ser dominadores todopode-rosos, a pesar de tratar a sus ocupados con mano de hierro.

    El mismo proceso se desarrolla en el crculo de nuestra

    sociedad, a pesar de que no queramos reconocerlo. Apren-demos las leyes y la manera de hablar de nuestros esclavos paradirigirlos mejor. Y as, poco a poco, sin darnos siquiera cuenta,renunciamos a nuestras cualidades humanas, a nuestras leyespropias. Nos deshumanizamos, adoptamos el estilo de vida denuestros esclavos tcnicos y terminamos por imitarlos. El primersntoma de esa deshumanizacin es el desprecio al ser humano.

    El hombre moderno sabe que sus semejantes, y hasta l mismo,son elementos que pueden reemplazarse. La sociedad contempo-rnea, que cuenta con un hombre por cada dos o tres docenas deesclavos tcnicos, se ha organizado y unciona segn leyes tc-nicas. Es una sociedad creada segn las necesidades mecnicas yno humanas. Y ah es donde comienza el drama.

    Los seres humanos estn obligados a vivir y comportarse

    segn leyes tcnicas, extraas a las leyes humanas. Y quienesno respetan las leyes de la mquina, elevadas a rango de leyessociales, son verdaderamente castigados. El ser humano viveen una minora, que con el tiempo se convierte en minora pro-letaria. Se ve excluido de la sociedad a la que pertenece, pero enla cual no puede integrarse jams sin renunciar a su condicin

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    52/399

    52

    coleccin los ros profundos

    Fantanas

    humana. El deseo de imitar la mquina termina siendo un senti-miento de inerioridad que le obliga a abandonar sus caracteresespeccamente humanos y a mantenerse alejado de los centrosde actividad social.

    Esa lenta desintegracin transorma al ser humano,hacindole renunciar a sus sentimientos y a sus relaciones socialeshasta reducirlas a algo categrico, preciso y automtico: a igualrelacin que la que une a unas piezas de una mquina entre s. Elritmo y el lenguaje del esclavo tcnico se imita en las actividades

    sociales, en la administracin, en la pintura, en la literaturay en la danza. Los seres humanos se convierten en loros de losesclavos tcnicos. Pero eso no es ms que el principio del drama.Es el momento en que comienza mi novela, es decir, la vida demi padre, de mi madre, la tuya, la ma y la de tantas otras per-sonas.

    Quiere eso decir que nos transormamos en hombres-

    mquinas? pregunt el juez, con el mismo tono irnico deantes.Ah justamente estalla el drama. Nosotros no podemos

    transormarnos en mquinas. El choque entre las dos realidades(tcnica y humana) no tarda en producirse. Pero los esclavos tc-nicos acabarn por ganar la guerra. Se emanciparn y se conver-tirn en los ciudadanos tcnicos de nuestra sociedad. Y nosotros,

    los seres humanos, nos convertiremos en los proletarios de unasociedad organizada segn la necesidad y la cultura de la mayorade los ciudadanos, es decir, de los ciudadanos tcnicos.

    Y cmo se producir ese choque? pregunt elmagistrado.

    Yo mismo siento curiosidad por verlo. Pero al mismotiempo tengo miedo. Ms me valdra morir que asistir a mi cruci-

    xin y a la de mis semejantes.Crees que ocurrirn hechos concretos?Todos los acontecimientos que se desarrollan en estos ins-

    tantes sobre la supercie de la tierra, y todos los que tengan lugaren los aos venideros, no son ms que los sntomas y las ases deuna misma revolucin, la de los esclavos tcnicos. Al nal, los

  • 7/29/2019 28328392 La Hora Veinticinco Constantin Virgil Gheorghiu

    53/399

    53

    C. Virgil Gheorghiu La hora veinticinco

    hombres no podrn vivir en sociedad guardando sus caractereshumanos. Sern considerados con no criterio de igualdad, de uni-ormidad, y tratados segn las mismas leyes aplicables tambin alos esclavos tcnicos, sin concesin posible a su naturaleza humana.Habr arrestos automticos, condenas automticas, distraccionesautomticas y ejecuciones automticas. El individuo no tendr yaderecho a la existencia; ser tratado como un mbolo o una pieza demquina, y si desea llevar una existencia individual, se convertir enla irrisin de todo el mundo. Habis visto alguna veza un mbolo

    llevar una existencia individual? Esta revolucin se eectuar entoda la supercie del globo. No podremos escondernos ni en losbosques, ni en las islas. En ningn lado. Ninguna nacin podrdeendernos. Todos los ejrcitos del mundo estarn compuestosde mercenarios que lucharn para consolidar la sociedad tcnica,de donde el individuo se hallar excluido. Hasta ahora los ejrcitoscombatan para conquistar nuevos territorios y nuevas riquezas,

    por orgullo nacional, por los intereses privados de reyes o empera-dores y teniendo como nalidad el pillaje o la grandeza. sos eranlos nes proundamente humanos. Ahora, en cambio, los ejrcitoscombaten por los intereses de una sociedad a cuyo margen apenastienen el derecho de vivir como pr