2 (capitulo 2) el valor formativo y la enseñanza de la historia
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CAPÍTULO II
LA NATURALEZA
DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO
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INTRODUCCIÓN
Desde que surge la ciencia en Grecia, al separar por primera vez el pen-
samiento y la investigación de las creencias religiosas (Farrington 1972) hasta
la actualidad, ha existido una concatenación del pensamiento científico,
hemanado generalmente de las corrientes filosóficas de cada momento, como
hemos podido comprobar en el primer capítulo. Pero además de ello, cada
ciencia ha tenido su dimensión específica y su desarrollo propio, producto
en nuestro caso de las investigaciones históricas, recogidas igualmente en el
capítulo segundo.
Por último, cada ciencia tiene su naturaleza propia; unos aspectos sin-
gulares, que la distinguen del resto de las ciencias y que justifican su senti-
do y su función. Para la Historia, dichos aspectos que recogemos en el pre-
sente capítulo, son, entre otros, los siguientes: La dificultad de su conoci-
miento, la explicación de los hechos en el tiempo, la multicausalidad de los
acontecimientos, el tiempo histórico, el problema del subjetivismo y la in-
terpretación objetiva, etc.
Para la enseñanza de la Historia, este ámbito resulta fundamental, pues-
to que en él radica el sentido, la esencia y el valor formativo de la misma,
que ha de constituir la base de su aprendizaje.
2.
EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO
Todo conocimiento histórico es una relación sistémico-estructural, re-
sultado de la interrelación entre dos términos que son los que interactúan: el
sujeto cognoscente (conocedor) y el objeto que es conocido. La relación de
un determinado conocimiento histórico no puede estudiarse dejando de lado
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al sujeto y al objeto La epistemología estudia dicha relación y todos los pro-
blemas que presenta. Pero plantea como: si esa relación es posible, cuál es
el origen de ella, si tiene límites, etc.
Un naturalista afirmaría que lo que la ciencia obtiene no son las cosas
mismas, sino las relaciones que existen entre las cosas y que fuera de ellas
no hay una realidad que conocer. Sin embargo, el hombre conoce las rela-
ciones que se dan entre los hombres y las cosas e incluso a ellas mismas, ya
que no puede generarse un conocimiento histórico de forma aislada, sino que
todas las respuestas están relacionadas.
Ahora bien, el conocimiento puede ser entendido de diversas formas: como
una contemplación (Platón), como una asimilación (Santo Tomás) o como una
creación (Hegel). Es una contemplación porque conocer es ver; una asimila-
ción porque es nutrirse; y es una creación porque es engendrar. Para el mundo
griego el conocimiento histórico era una contemplación, para el mundo me-
dieval una asimilación y para el mundo moderno es una creación.
Respecto al origen, el valor y el objeto del conocimiento, también son
entendidos de distintas formas. El origen del conocimiento para los racionalistas
está en el espíritu humano, para los empiristas en la experiencia, para los críti-
cos en un principio donde entra la razón y la experiencia, lo cual conduce a la
división de las ciencias en formales y de la realidad. El valor del conocimien-
to histórico para el dogmatismo no tiene límites, cree que los hombres pueden
conocer la realidad social tal cual es. Para el escepticismo, todo conocimiento
depende de las circunstancias o del individuo, pues falta un criterio absoluto
de la verdad. Los positivistas limitan el valor del conocimiento histórico a la
experiencia.
A fuer de todas estas interpretaciones es importante colegir que la His-
toria, como forma de conocimiento, presenta los siguientes rasgos definitorios:
—Unos conceptos que, a diferencia de otras formas de conocimiento,
la Historia no dispone de una estructura conceptual jerarquizada. Esta
cuestión resulta ser una de las más controvertidas entre las distintas
tendencias historiográficas y existen diversas explicaciones y varian-
tes. Una de ellas distingue entre: Hipótesis o conceptos explicativos
sobre las diferentes conformaciones de las sociedades humanas en el
tiempo, y Generalizaciones que, sin tener un carácter explicativo, son
conceptos imprescindibles y continuamente empleados.
—Unos procedimientos explicativos. Cada forma de conocimiento tie-
ne una estructura sintáctica propia en la que los conceptos se mues-
tran relacionados y articulados. La sintaxis proposicional-explicativa
utilizada por la Historia debería ocupar un lugar destacado en su en-
señanza, puesto que constituye un requisito sustancial de la educa-
ción histórica. Algunas claves esenciales de esta sintaxis explicativa
serían:
a)
Principio globalizador. La explicación histórica debe abordar los
hechos como una realidad global, en la que éstos están insertos y
relacionados de forma compleja.
b) Explicación causal. Las causas son fenómenos internos donde es
imposible separar condiciones de las realidades en cambio. La ma-
yor parte de los cambios históricos son siempre resultados de pro-
cesos de evolución internos al conjunto social de una colectivi-
dad, y no resultado de la acción de fenómenos externos a esta.
c)
Explicación intencional. Se trata de un tipo de explicación signi-
ficativa en Historia, ya que los hechos históricos son, en gran me-
dida, resultado de acciones motivadas. La relevancia de este tipo
de explicación ha sido destacada tanto por la historiografía mar-
xista como por la idealista.
d)
Cambio y continuidad. La Historia es fundamentalmente el estudio
de la evolución de los hechos humanos en el tiempo. Nociones como
«tiempo», «evolución», «desarrollo», etc. son parte fundamental de
esa síntesis explicativa utilizada por los historiadores.
—Unos procedimientos de investigación-verificación. Toda forma de
conocimiento tiene una determinada manera de conducir sus investi-
gaciones. A diferencia de otras ciencias, la Historia no fundamenta
sus investigaciones en experimentos de laboratorio sino en la verifi-
cación empírica sobre las fuentes.
3. COMPRENSIÓN, EXPL ICACIÓN E INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA
Todo documento y/o fuente histórica es una realidad fragmentaria de
un pasado temporal, pero que contiene lo que J. Maritain denomina «in-
teligibles históricos en potencia» (1962: 37) de los que hay que extraer cuantas
informaciones nos suministran de la vida humana. Por muchos hechos del
pasado que se quieran contar, jamás se podrán contar todos, puesto que el
documento y/o fuente histórica es siempre una realidad fragmentaria, lo que
implica, también, una toma de posición ante los hechos del pasado que de-
ben ser contados. Éste asumirá su propia función epistemológica si se cons-
tituye en nexo objetivo entre el pasado humano (objeto formal de la Histo-
ria) y el presente desde el que el historiador le interroga. Por ello, la tarea
del historiador se ha de centrar principalmente en lograr que emerjan y se
constituyan en actos de conocimiento cuantas informaciones nos transmitan.
Así el documento será el mediador necesario del conocimiento histórico y el
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nexo de encuentro de las variables humano-temporales que definen dicho
conocimiento, de tal manera que si no existiese la Historia no sería posible
y el historiador no podría realizar ninguna operación historiográfica, sin la
que no se generaría saber histórico alguno; sólo se lograría elaborar simple-
mente una crónica histórica. Además, como el mayor número de fuentes las
conserva las clases dominantes interesadamente, por lo que no sólo es nece-
sario fijar los hechos, sino que hay que buscar las causas, las consecuencias,
la relación de interdependencia con acontecimientos de otras épocas y así
poder interpretarlos, pues al historiador sólo le queda el compromiso de in-
tentar comprender cómo era la sociedad del pasado en su momento histórico
por medio de las fuentes históricas que estén a su alcance.
Pero ¿en qué consiste la operación historiográfica que el historiador ha
de realizar para otorgar al discurso histórico un carácter científico? Su tra-
bajo ha de concretarse en tres operaciones intelectuales, diferenciadas entre
sí, pero que interactúan y se complementan mutuamente. Son:
comprenden
explicar e interpretar
el pasado humano en cuanto se trata de un conocimiento
mediato y contingente. Para conocer o comprender un acontecimiento histó-
rico necesitamos recibir información histórica, pero los componentes de esta
información no son la finalidad, sino el inicio, ya que la Historia no se redu-
ce a saber los nombres, fechas y acontecimientos. Es necesario una com-
prensión para poder emitir una explicación sobre el por qué ocurrieron las
cosas de una determinada forma en el pasado; así, por ejemplo, la respuesta
a la pregunta: ¿En qué fecha los musulmanes invadieron la Península Ibéri-
ca? nos puede indicar la memoria del estudiante, pero no nos informa de los
cambios y transformaciones que hicieron posible la invasión y el dominio
musulmán, ya que la información es la base inicial para la comprensión.
El primer objetivo fundamental ha de ser la comprensión para poder lle-
gar a la explicación. Debe tenerse primero un marco de referencia en el que
los acontecimientos cobran sentido. Por ello, uno de los elementos básicos
de la comprensión viene dado por la caracterización de las distintas forma-
ciones sociales. Sólo dentro de estas caracterizaciones se pueden explicar en
parte los hechos, sin caer en anacronismos o visiones incompletas de la rea-
lidad. El problema que se plantea muchas veces es el que al trabajar temas
concretos, con frecuencia ligados a la historia local, se pierde la referencia
de la explicación general del periodo y del conjunto social en el que esté
enmarcada la historia de una determinada localidad y, dentro de ésta, el re-
lato de un determinado hecho o acontecimiento. Por ello, debe insistirse en
la contextualización, que en el fondo supone dar un valor general a un ele-
mento concreto. La comprensión de los hechos no es posible sin tener pre-
sente las creencias de los protagonistas, agentes o pacientes de los hechos.
El paso siguiente es la explicación.
Aunque las investigaciones realizadas sobre la comprensión del conoci-
miento histórico y los procesos de razonamiento en este dominio son esca-
sas, y el estudio de la explicación y la causalidad histórica no constituye una
excepción, sí puede afirmarse que dentro de los trabajos realizados es uno
de los temas que más se han tratado, aunque no desde una perspectiva de
análisis interesada en caracterizar los procesos de razonamiento utilizados
por el historiador.
El hecho de que la Historia se centre en el estudio de las acciones hu-
manas y de acontecimientos singulares y únicos, conlleva que las explica-
ciones históricas no tengan como objetivo central el establecimiento de le-
yes causales generales. Por ello, el modelo de explicación ideológico o
intencionalista, constituye una alternativa a las explicaciones causales, si bien
ello plantea une serie de problemas teóricos y metodológicos que conducen
a le necesidad de un modelo integral de explicación histórica. En este senti-
do, Lloyd considera que las explicaciones causales en Historia deben conte-
ner tres elementos: a) las intenciones de los agentes, b) las condiciones con-
cretas en las que se producen las acciones y c) los modelos generales y teo-
rías sobre los individuos y los procesos sociales (1990: 102).
Aquí se trata de averiguar las causas de los hechos y las consecuencias
que se derivan de ellos. Este aspecto es fundamental en la Historia que, a
diferencia de otras disciplinas, se interesa más por la significación de los he-
chos que por los hechos en sí mismos.
A pesar del interés por las causas y consecuencias, el historiador no siem-
pre tiene una certeza absoluta de que aquellas causas sean las únicas o las
determinantes de un hecho. Por esta razón, como ya se ha señalado, el pasa-
do es difícil presentarlo con objetividad absoluta. Hemos de seleccionar a
los informantes, los documentos, los posibles testigos, etc., y los puntos de
vista de los historiadores diferirán en muchísimos casos y, además, cambia-
rán con el paso del tiempo.
En efecto, los hechos que conocemos se encuentran incardinados, y se
relacionan entre sí formando estructuras que explican e identifican una épo-
ca. No sólo es necesario fijar los hechos, sino que hay que buscar las causas,
las consecuencias, la relación con otros hechos de la época (anteriores y pos-
teriores), y hay que interpretarlos, pero sin recurrir automáticamente a la no-
ción científica de causa efecto. En toda causa están todos los elementos del
efecto, pero hay más, y no tiene por qué pertenecer a la misma escala. Una
cosa es responder a la pregunta ¿por qué ocurrieron los hechos?, y otra jus-
tificarlos por tener unas causas que inevitablemente dan unos efectos. La His-
toria no es mecánicamente causal. Frecuentemente, quien busca causas y efec-
tos tiene una concepción finalista de la Historia que, al fin, justificaría el
estado actual de las cosas. El trabajo del historiador siempre se orienta hacia
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la construcción del saber histórico, a partir de y desde el interior de los do-
cumentos y/o fuentes históricas, y en todo ello median operaciones históri-
cas propiamente dichas sobre los inteligibles potenciales que nos ofrecen.
La Historia no siempre ha sido un saber científico. Hasta el siglo XIX fue
un saber enciclopédico y precientífico, como muchas otras ciencias. Para los
positivistas, la Historia no deja de ser una acumulación de documentos, en los
que toda interpretación no haría más que falsearla. Este tipo de conocimiento
histórico (historia erudita), en definitiva, no es más que una reducción de la His-
toria como constructo científico y una reproducción de la ideología dominante.
Pero esta visión de la Historia está totalmente superada «La explicación en His-
toria es el descubrimiento, la aprehensión, el análisis de los mil vínculos que, de
forma inextricable, unen entre sí las múltiples facetas de la realidad humana,
que ligan cada fenómeno a los fenómenos vecinos, y cada estado a sus antece-
dentes inmediatos o lejanos, y también a sus consiguientes» (Marrou, 1976: 76).
Este tipo de conocimiento difiere mucho del dato, ya que se fundamenta en la
comprensión y la interpretación de los hechos. No debemos caer en el
reduccionismo unitario, ya que la realidad es muy compleja. Cada época hace la
Historia sobre los temas que le interesan, y que no tienen porque ser los temas
que nos preocupan en la actualidad, la Historia puede cambiar. Los hechos de la
Historia varían según la corriente de pensamiento o la escuela que los formule,
y hay muchas escuelas historiográficas, unas que pretenden justificar la situa-
ción actual de distribución del poder y otras ser más críticas.
Por ello, en general, las explicaciones formuladas son poco sofisticadas
y simples, si bien un mayor conocimiento de la materia conlleva el tener un
efecto positivo en la utilización de las nociones de suficiencia y necesidad.
Y es que la explicación histórica plantea todavía cuestiones complejas de
resolver, tanto a nivel teórico y filosófico como metodológico, por lo que su
caracterización es aún difusa.
4. LA CAUSAL IDAD COMO PRINCIPIO EXPLICATIVO EN H ISTORIA
Otro aspecto del conocimiento histórico es la causalidad, es decir, las
causas o motivos que inducen o llevan a que los hombres (y sus circunstan-
cias) actúen de determinadas formas o maneras. Es el por qué de los hechos
(de los datos obtenidos a partir de las hipótesis de trabajo), son los antece-
dentes explicativos, que deben relacionarse con otras explicaciones de tipo
intencional, finalista o teológico a fin de analizar, explicar, interpretar y va-
lorar los hechos pasados.
La sucesión causal se encuentra íntimamente ligada al proceso de ad-
quisición del concepto de casualidad. El estudio de la causalidad, a pesar de
su complejidad, es una condición necesaria de nuestra capacidad intelectual
para la interpretación y comprensión de la ciencia histórica. Cualquier he-
cho histórico tiene una o varias causas y no podía haber ocurrido de otro
modo más que si algo, en la causa o causas, hubiese sido así mismo distinto.
La conducta humana también está determinada por causas, aunque debemos
especificar que la causa y la responsabilidad moral, son categorías distintas.
Lo mismo que el hombre ordinario, cree que las acciones humanas tienen
unas causas que en principio pueden descubrirse, la Historia parte de un su-
puesto y es función del historiador/a investigar dichas causas.
A veces, los historiadores/as caen en la retórica y dicen de un aconteci-
miento que era inevitable, cuando lo que deberían decir es que la confluen-
cia de factores que lo hacían posible era precipitante. Nada es inevitable en
la Historia, salvo en el sentido formal de que, de haber ocurrido de otro modo,
hubiera sido porque las causas antecedentes eran necesariamente otras. La
Historia es, por lo tanto, un proceso de selección que se lleva a cabo ate-
niéndose a la relevancia histórica. Pero para la Historia la causalidad es un
concepto abstracto cuya imprecisión afecta al desarrollo de las mismas.
La causalidad es uno de los conceptos más difíciles de explicar, ya que
en los estudios históricos, rara vez existe una causa única. Entre las dificul-
tades intrínsecas que presenta la causalidad histórica podemos destacar:
—El intervalo temporal entre causa y efecto suele ser mayor en Histo-
ria que en otros dominios causales, pues es frecuente que un hecho
tenga consecuencias a corto plazo, pero también presente consecuen-
cias a medio y largo plazo.
—Generalmente los acontecimientos históricos tienen más de una cau-
sa y tienen más de una consecuencia. Además, pueden ser causas y
consecuencias que se sitúen en diversas sucesiones y etapas tempora-
les. Las relaciones que se establecen no son simples y lineales sino,
al contrario, complejas y dinámicas.
En efecto, desde el momento en que se considera un hecho social, se
presenta la causalidad múltiple. Las relaciones de causalidad son inherentes
a cualquier tipo de explicación científica, pero en la Historia, los eventos no
son repetibles, lo cual hace que no se puedan explicar a partir de causas,
dentro de un marco conceptual, sino que se complique la explicación tomando
en cuenta otros aspectos como motivos a intenciones de los actores. Así, se
plantean dos ámbitos de estudio, el análisis de los antecedentes y las conse-
cuencias, así como también los factores subjetivos que pueden influir.
Desde el racionalismo y positivismo existió una preocupación constan-
te por determinar rigurosamente los hechos y causas que generan el conoci-
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miento científico. Los historiadores estaban obligados a tener presente todos
los hechos o acontecimientos, susceptibles de influir en la compleja realidad
social. Pero este modelo de causalidad histórica, que tendía a explicar mul-
tiplicidad de acciones individuales, era inaceptable puesto que llegaba a en-
mascarar el verdadero objetivo de la ciencia histórica: el estudio de la reali-
dad social.
Con la crítica del historicismo alemán, se abandonará la explicación an-
terior y se recurrirá al concepto de armonía, con base en el «espíritu», la «in-
tuición», el «compromiso», etc. Así, la causalidad histórica se presentará como
una construcción conceptual que acentúa uno o varios aspectos de un conjun-
to de fenómenos, combinándolos de tal manera que tengan sentido y formali-
cen un tipo ideal de construcción mental de la que se puede extraer conclusio-
nes causales, a veces diferenciadas del desarrollo real de los acontecimientos
Weber, 1964: 16-18).
La reflexión epistemológica de la ciencia histórica en los años 60 en-
cuadró el principio causal dentro de las categorías de la ciencia moderna,
distinguiéndose claramente entre causalidad y determinación Bunge, 1981,
29-31). En las explicaciones causales distinguen tres componentes:
—Los principios o leyes generales de la causalidad constancia, asime-
tría, condicionalidad, productividad) determinarán la forma que adop-
tará toda explicación causal sea cual sea su contenido, pues d e toda re-
lación causal en condiciones de igualdad, se han de seguir los mismos
efectos precede o se simultanea al efecto) y ser condición para que tal
efecto se genere. Al respecto, Topolsky describe cinco maneras en que
las causas y las condiciones aparecen en las narraciones históricas: a)
como condiciones necesarias de un suceso que debe ser explicado, b)
como condiciones suficientes, c) como condiciones necesarias sólo en
la situación descrita por el historiador, d) como condiciones que con-
ducen a que suceda un acontecimiento, y e) como condiciones que evi-
tan que se produzca el suceso 1992: 194 y ss.)
—Las reglas de inferencia. Son totalmente necesarias, toda vez que
permiten decidir qué explicaciones son las más adecuadas en cada
momento y cuales se corresponden con las habilidades propias del
pensamiento formal hipotético-deductivo del método histórico y son
el fundamento del pensamiento científico.
—Las teorías, es necesario poseer ideas causales eficaces para poder
conformarlas en Historia, pues existen diversas teorías explicativas que
relacionan distintos antecedentes de tipo económico, social, políti-
co, cultural, etc.) con determinados consecuentes explicaciones ideo-
lógicas o intencionales) Pozo y Carretero, 1989: 139-163).
Recientemente, y bajo la influencia del m aterialismo histórico, se ha pro-
pugnado la adopción del principio de causalidad estructural en razón a que
en la realidad social existen varios niveles o estructuras irreductibles que se
ordenan jerárquicamente), si bien con varianzas de matización por el
estructuralismo antropológico respecto a otras corrientes historiográficas
como Annales o el materialismo histórico. Y es que, a pesar de la considera-
ción de E. H. Carr de que el estudio de la ciencia histórica es un estudio de
causas, cuando un acontecimiento se explica causalmente se remite a los
antecedentes que lo hicieron posible, y que suelen corresponder a una con-
junción de factores jerarquizados que permiten analizar científicamente una
sociedad histórica, si bien de su interrelación surgen leyes generales de con-
tenido diverso. Así pues, no debemos recurrir a la importancia de las expli-
caciones causales como procedimiento absoluto, toda vez que en la práctica
historiográfica, al limitársele sólo a los antecedentes de un hecho pasado,
adopta una forma de relación condicional suficiente que concluye en un es-
bozo de explicación que necesariamente deberá ser ampliado por el propio
historiador Schaff, 1976: 139-163).
Es evidente que ambas explicaciones no son excluyentes, sino que por
el contrario puede llegar a incardinarse en un sistema global de explicación
histórica basado en el esquema antecedente-acción-consecuencia, formula-
do por D. Shemilt en 1984, pues se ha de proporcionar modelos conceptules
que faciliten la comprensión de los hechos históricos. En cualquier caso, el
concepto de causalidad suele presentarse casi siempre como causalidad so-
cial, pues presenta ciertas peculiaridades propias que no siempre coinciden
con lo natural. En Ciencias Sociales hay hoy una tendencia a evitar el uso
del término, también es posible sustituirlo por los de «causa», «causación»,
«causación social», «correlación», «orden de correlación», «serie de fenó-
menos», «configuración de fenómenos», «factor», «multicausalidad», etc.
Todas estas son instancias diferentes de causalidad. En Historia, sin embar-
go, se implementa en el sentido de ser una forma de determinación según la
cual, un objeto, hecho o suceso guarda relación regular con otros y surge
desde situaciones previas, lo cual obliga a no ignorar conceptos como el de
antecedencia, contigüidad y, sobre todo, determinación.
5 . INTERPRETACIÓN INT ENC IONAL DE LA HISTORIA
Cuando a principios de siglo el historiador inglés R. Acton en una confe-
rencia pronunciada en la Universidad de Cambridge, lanzaba la idea de
conseguirse una H istoria definitiva susceptible de solucionar todos los proble-
mas de la sociedad, sesenta años más tarde J. Elliot cuestionó este canto a la
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ciencia positivista al proclamarse la imposibilidad de una verdad Histórica
objetiva. «Es dudoso que nadie, a parte de los positivistas más recalcitrantes
—decía Elliot— haya creído que podrá alcanzar una interpretación de los
hechos completamente mental, incontaminada por las actitudes y prejuicios
de su propia época» (2001:10). En efecto, un planteamiento positivista de
objetivismo historiográfico, es rechazado de antemano como completamen-
te equivocado. A pesar de la expansión de los horizontes historiográficos por
abarcar nuevos tipos de evidencias, sea de carácter documental, tradicional o
no presenta aún problemas parecidos de selección e interpretación, ya que los
documentos no hablan por si solos. Cualquier aproximación a un hábeas de
material historiográfico está condicionado inevitablemente por las ideas pre-
concebidas del historiador, las preocupaciones contemporáneas y el conoci-
miento de la historiografía previa sobre el tema.
Entonces, ¿es posible la Historia objetiva?, ¿cómo interviene el subje-
tivismo en la construcción del conocimiento histórico? Estas y otras muchas
más preguntas podrían formularse sobre la objetividad y/o subjetividad en la
Historia. Interminables han sido las respuestas que se han dado en el tiempo,
a veces contradictorias, y que constituyen un amplio abanico de tendencias
que van, desde los que afirman la necesidad de la objetividad en la interpreta-
ción y explicación de los fenómenos históricos (para Hempel las leyes físicas
pueden ser utilizadas para la Historia de forma objetiva, tal y como se utilizan
en la investigación de esta disciplina, estando integradas, pues, la teoría y mé-
todos de la Historia en una supuesta unidad de la ciencia), hasta aquellas otras
donde prepondera la imaginación, empatía y subjetividad del historiador (von
Wright se pronuncia a favor de argumentos que defiende que los métodos his-
tóricos operan de manera diferente a los de las ciencias y ello sin dejar de te-
ner rigurosidad científica). De cualquier forma, esto es un debate latente y ac-
tual en términos epistemológicos para operarivizar los conceptos propios en el
quehacer historiográfico, si bien, hay que enmarcarlo en la tipificación y ca-
racterización del hecho histórico y en el papel de la interpretación histórica.
El contraste entre estas dos actitudes no conduce a pensar la falta de
rigor científico de los estudios que los historiadores escriben sobre los he-
chos históricos o sobre el sentido de la Historia, sino que es «el simple re-
sultado de la especificidad del conocimiento que siempre tiende hacia la ver-
dad absoluta, pero esta tendencia sólo se cumple en y por el proceso infinito
de la acumulación de verdades relativas» (Shaff, 1976: 373). En cualquier
caso hemos de colegir, que la relación fundamentalmente temporal constitu-
tiva del conocimiento histórico, es de carácter inestable. La Historia, en cuanto
saber científico, posee un tipo especial de inestabilidad respecto a los demás
saberes humanos, ya que se trata de una pura construcción del cognoscente
(el historiador), que es el que realiza las operaciones historiográficas de ex-
plicación, comprensión e interpretación del objeto material o formal de la
Historia, a través del cual, por el cual y en el cual el historiador conoce (sig-
no inteligente) y llega a elaborar el discurso histórico.
5.1. La objetividad en la explicación de los fenómenos sociales
El estudio y explicación científica de la realidad histórica, es decir, de
las diversas experiencias ocurridas en la vida social de los humanos (con-
junción de factores por los que las sociedades e individuos que la integran
se organizan, actúan, prosperan y cambian) se desarrolla en espiral, donde
la racionalidad juega un papel de explorador de fenómenos y de delatador
de sus indicadores causales. Se trata de una estrategia específica que com-
porta una red de acciones para obtener fines específicos referidos a una so-
ciedad de variables cuantificables. En Historia, la verdad objetiva no está en
saber si un hecho es cierto o no, sino en descubrir y determinar cual es la
auténtica naturaleza del hecho, hasta llegar a comprender las verdaderas re-
laciones entre la sociedad y las cosas.
Puesto que el actuar social o individual está en relación con unos valores
compartidos por los pueblos, el historiador ha de buscar en los hechos un com-
portamiento racional que se orienta a la observación de conductas relacionadas
con normas de actuación universalmente aceptadas. Por ello, el objetivo de toda
investigación histórica consiste en explicar científicamente la realidad históri-
ca y, mediante un proceso de asimilación, ajustarlo a la razón.
Pero la visión de una época es indispensable e inseparable de la ideolo-
gía del historiador y, aunque el discurso histórico se elabora a partir de los
datos seleccionados con objetividad, existe el peligro de no ser tenida en cuen-
ta, de tal manera que a la hora de imponer conclusiones termine transmitién-
dole inconscientemente sus juicios previos y visionar los hechos desde su
propia ideología. En este sentido, el historiador ha de proponerse compren-
der, aprehender las sociedades humanas en el tiempo, captar los mecanis-
mos de fondo de las sociedades y mostrarnos cómo funcionan, es decir, co-
nocer objetivamente las experiencias sociales en el tiempo y en la dinámica
histórica. En la explicación de los hechos no debe intervenir nada individual,
ni preferencias, ni tendencias ni aspiraciones, ni tampoco deben ser agrega-
das a éstos. La ciencia quiere ser conocimiento, puede que el hombre de cien-
cia sea impulsado por una pasión, y puede quedar satisfecho con los resulta-
dos obtenidos, pero el conocimiento mismo no debe verse afectado por es-
tos elementos. Se puede decir que la búsqueda del conocimiento es un acto
de coraje porque hay que sacrificar todo interés que no sea el de la verdad.
El historiador trabaja con su inteligencia, la voluntad y el sentimiento se han
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de poner al servicio de aquella. No hay que utilizar la inteligencia para que
amolde los hechos a fines diferentes a la obtención de la verdad. La elimina-
ción de la subjetividad significa una eliminación de los elementos afectivos
y volitivos. Estos no se tienen que incorporar nada al sistema de relaciones
en que consiste la ciencia y no deben modificar su fin que es conocer la rea-
lidad. La ciencia histórica es objetiva pero es un hecho humano.
La objetividad en Historia implica una oposición entre sujeto cognoscente
y el objeto de conocimiento en el que el observador no está implicado como
persona. A diferencia de la realidad histórica que es objetiva, el conocimiento
histórico (la explicación científica de la materia histórica) es elaboración del
historiador y resulta ser subjetivo. Bien es verdad que la explicación deberá
contrastarse con la realidad histórica objetiva, habrá de demostrar la concor-
dancia entre lo que se dice de la realidad histórica y la entidad objetiva de
ésta. Se trata, pues, de una interpretación racional, sistemática y verificable de
la realidad. Así pues, la objetividad en Historia es imposible, por lo que se
debería hablar más de imparcialidad como resultado de una doble actitud mo-
ral e intelectual. En cuanto a la primera, el historiador ha de tener en cuenta
todos los ámbitos del fenómeno social y las aportaciones y/o posiciones de
todos los investigadores, poniendo en cuarentena la propia; y respecto a la se-
gunda, ha de adoptar una posición honesta y de vigor, pues ha de resistirse a
utilizar la Historia para otros fines que no sea la comprensión y explicación de
las acciones del hombre, tanto individuales como colectivas.
Se trata de referir las cosas tal y como han ocurrido. «Se le ha atribuido
a la Historia la misión de juzgar el pasado, de instruir al mundo para el
aprovechamiento de los años futuros: todo ensayo —afirma R. Koselleck-
sólo pretende averiguar cómo han sido realmente los hechos» (1993:56-57).
La realidad histórica, para poder ser explicada científicamente, ha de ser
interrogada, problematizada, investigada, sistematizada y demostrada. Sólo des-
de las propuestas, desde el planteamiento y selección de problemas, desde los
supuestos teóricos y las hipótesis, pueden darse explicaciones racionales de la
realidad o materia histórica. Pero lo importante no es la cientificidad de la expli-
cación histórica, sino que lo verdaderamente necesario es que ésta sea un ins-
trumento de análisis veraz y objetivo del pasado, ya que si la Historia pretende
ser un instrumento coherente de análisis social, si quiere explicar las experien-
cias de las sociedades humanas, tendrá que ser un conocimiento científico.
La objetividad histórica posee unas características propias tales como:
a) Conjunto de objetos estudiados. Está formado por los datos exterio-
res al sujeto, desde una proposición hasta una teoría son indepen-
dientes de quien las dice. Son situaciones que no tienen que ver con
la subjetividad del investigador.
LA CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA
7
b)
Lenguaje compartido. Está conformado por términos unívocos (que
tiene un solo significado) y por lo tanto es imposible confundir sig-
nificados y no dar lugar a ambigüedad.
c)
Metodologías rigurosas. La ciencia histórica se maneja con una me-
todología rigurosa. Necesita coherencia y lógica en su parte teórica
y adecuarse a los hechos en su parte práctica. Por medio de un mé-
todo establecido y siguiendo ciertos pasos se llegan a los resultados
buscados. Este método no puede ser aleatorio, debe ser preesta-
blecido de antemano y cumplido de forma prolija.
d)
Sujetos que enuncian teorías y las controlan Lcomunidad científica . Ésta
es una sociedad disciplinada, donde sus miembros están capacitados para
desempeñarse en ella. Las teorías que crea son sometidas a crítica
intersubjetiva, por lo que esta comunidad es garantía de objetividad.
Puede aprobar o rechazar el poder explicativo de las teorías.
Pero con respecto a estas características, se hacen objeciones. Existen
teorías contrarias entre sí y coexistentes. Esto nos hace pensar en cómo po-
demos saber qué teorías son válidas y si hay alguien cualificado para deter-
minar su validez o invalidez. Con el paso del tiempo vemos que unas teorías
se sobreponen a otras, pero al haber existido teorías vigentes simultáneamente
nos demuestra que hay elementos que distorsionan la objetividad. Las répli-
cas que se hacen a este punto son:
En primer lugar, que puede que no haya acuerdo respecto al objeto es-
tudiado y que esté formado por teorías y técnicas. Hay distintas interpreta-
ciones de un mismo objeto de estudio: no existe alguien totalmente ecuáni-
me (justo, objetivo) e imparcial para decidir entre teorías rivales y que hay
teorías vigentes que definen al objeto de estudio en un determinado momen-
to, pero su vigencia sería arbitraria ya que no hay pautas para decidir entre
teorías rivales, ni tribunal que las aplique.
En segundo lugar, que el lenguaje compartido hace posible la intersub-
jetividad. La teoría forma al objeto de estudio y también al lenguaje científico,
por eso lo dicho en el punto anterior es válido también para este.
En tercer lugar se crítica que el método es un medio y no se accede a
todos los objetos por el mismo medio. El método debe ser riguroso mientras
no signifique «atarse» a un procedimiento rígido. Como el método surge del
sujeto no otorga objetividad por si mismo.
En cuarto lugar se plantea si la comunidad científica actúa independien-
temente de otras comunidades sociales.
Por consiguiente, el conocimiento histórico ha de ser reductible a dos
variables:
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LA CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA
I
70
L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
su poder heurístico, lo que ha llevado a que muchos la consideren como una
ciencia especial, que obedece a cánones lógicos diferenciados de los cáno-
nes de la lógica general de las demás ciencias. Pero dos observaciones he-
mos de tener presentes.
La primera es que no hacer distinción entre la subjetividad teleológica
o intencional y la subjetividad explicativa es el origen de la fuerza que pare-
ce tener la tentación de la reflexibidad. Si el «propósito» debe tener un lugar
en la ciencia social, el hecho de que nosotros mismos al hacer ciencia social
también seamos intencionales, parece arrojar toda la luz que necesitamos en
nuestros problemas metodológicos. Llegamos a pensar que todo lo que tene-
mos que hacer para desarrollar nuestra ciencia, es contemplar las operacio-
nes de nuestra propia mente y proyectar de algún modo lo que encontramos
allí adentro hacia el mundo exterior. No quiero decir que este enfoque sea
totalmente erróneo. Tiene algo en que apoyarse. Pero sí creemos que el en-
foque mejoraría mucho si se corrige, en el sentido indicado, es decir, por
medio de un análisis más completo del papel que la subjetividad desempeña
en la ciencia en general, y particularmente en las ciencias sociales.
La segunda observación se mueve en la dirección opuesta. El hecho de
que haya subjetividad en dos niveles de la ciencia contribuye a la existencia
de una conexión entre estos dos niveles. La necesidad de los términos teóri-
cos y la imposibilidad de reducirlos a observación empírica hace al conteni-
do de la ciencia dependiente, en un grado muy importante de la creatividad
heurística del científico. Ya simplemente este hecho es capaz de proporcio-
nar el enlace requerido entre los dos planos de subjetividad. Los términos
teóricos tienen sentido porque el teórico trata de cerrar el sistema científico
con la ayuda de su propia personalidad. Así sucede porque se propone una
apuesta entre la «manejabilidad de la ignorancia» o el poder profético de los
productos de la razón. Dos actitudes de interpretación para el papel de los
términos teóricos se abren ante nosotros: el tratarlos como anticipaciones
heurísticas de lo científico; o, por el contrario, podemos verlos como con-
ceptos empíricamente vacíos con valor sólo operacional que, sin embargo,
apuntan (vía principio de indiscernibilidad), a una intervención esencial de
la personalidad del científico en la configuración de la materia de la ciencia.
5.2.1. El historiador y sus explicaciones analógicas
El historiador, cuando se detiene a reflexionar sobre lo que está hacien-
do, se sitúa en un trance continuo de acomodar los hechos a sus interpreta-
ciones y éstas también a aquellos. Tanto su interpretación como la selección
u ordenación de los datos van sufriendo cambios sutiles y, en ocasiones, in-
conscientes, fruto de la acción recíproca entre ambos. «Y esta misma acción
recíproca —afirma E. H. Carr— entraña reciprocidad entre el pasado y el
presente, porque el historiador es parte del presente, en tanto que los hechos
pertenecen al pasado. El historiador y los hechos de la Historia son mutua-
mente necesarios» (1991: 21).
Lo que caracteriza a la comprensión y explicación de los fenómenos histó-
ricos es que estén arraigados en las vivencias del historiador, pues mientras que
las ciencias de la naturaleza proceden a través del conocimiento objetivo y abs-
tracto, la Historia como ciencia del espíritu se nos revela a través de la experien-
cia vivida, porque el historiador lo que hace es aplicar al pasado tipos de expli-
cación que le permitan comprender situaciones o acontecimientos que vivió. En
efecto, aunque los hechos que maneja son hechos humanos y objetivos «per se»,
sin embargo se tornan subjetivos en cuanto procede a su selección e interpreta-
ción. Nos hallamos pues ante lo que J. Cl. Passeron (1991) ha llamado «razona-
miento natural» o analógico, ya que por él, el historiador transfiere al pasado
modelos de explicación probados en su tiempo vivido del presente.
Para hacer posible esta estrategia racional es necesaria a la vez la conti-
nuidad en el tiempo y su objetivación, ya que se basa en el postulado de una
continuidad profunda entre los hombres a través de los siglos, y apela a una
experiencia previa de la acción y de la vida de los individuos en sociedad.
Pero además, como al historiador le resulta imposible abarcar en su estudio
la totalidad de los ámbitos dominantes en la sociedad a lo largo de su trans-
currir histórico, se ve obligado a realizar un tratado de selección, y será a
partir de éstos donde fundamentará sus hipótesis previas de trabajo en la re-
construcción del fenómeno histórico. Por ello, el historiador realizará dicha
selección de datos en función de las hipótesis planteadas, y en este proceso
otorgará a unos datos la categoría de hechos históricos, mientras que a otros
los rechazará por su poca signifícatividad. «Los datos básicos que son los
mismos para todos los historiadores —afirma Can— más bien suelen perte-
necer a la categoría de materias primas del historiador que a la Historia mis-
ma..., y la necesidad de fijar estos datos básicos, uno se apoya en ninguna
cualidad de los hechos mismos, sino en una decisión que formula el histo-
riador a priori» (1991: 14-15). Si bien, en esto coinciden la mayoría de los
historiadores, ello no debe conducimos a creer que la selección la hace el
historiador de forma arbitraria (como creen los presentistas crocianos) y el
hecho histórico es un producto directo de la actividad intelectual del sujeto.
Pues éste existe ya por si mismo, ya que los «datos empíricos que maneja el
historiador —afirma E. P, Tompson— tienen una existencia real, indepen-
diente de su existencia en las formas del pensamiento, que estos datos dan
testimonio de un proceso histórico real; y que este proceso constituye el ob-
jeto del conocimiento histórico» (1981: 51).
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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA
3
Es verdad que el historiador introduce criterios de subjetividad desde el
momento en que realiza un proceso de selección que acondicionará el resul-
tado de su estudio y desde el momento en que el historiador no puede
desvincularse de la problemática e interés de su presente, lo que implica la
imposibilidad absoluta del conocimiento objetivo de la Historia. Pero este
inevitable subjetivismo no significa que se deban rechazar o admitirse todo
tipo de interpretación, sino sólo aquella que delimite la verdad histórica uná-
nimemente aceptada, y su crítica histórica y métodos historiográficos estén
sustentados en bases científicas que le hacen ser más fácilmente verificables
los modelos interpretativos utilizados por el historiador.
5.2.2.
Factores que condicionan sus explicaciones
Junto a los deseos, opiniones, habilidades y demás factores internos del
historiador, hay un contexto social que le impone ciertas funciones y debe-
res al individuo, quien participa en formas institucionalizadas de conducta.
Se enumeran entonces, sin dificultad, los factores «externos» que condicio-
nan la acción individual, las convenciones morales, costumbres y tradicio-
nes, los deberes emanados de los roles que al individuo desempeña en la so-
ciedad, etc. El subjetivismo permanece, sin embargo, incólume. Todo ocurre
como si los individuos fueran sujetos existentes en y por sí mismos, con una
voluntad pura capaz de operar conforme a sus propias intenciones y generar
sus propios fines. Se acepta que tales individuos se encuentran, además, en
un medio «externo» que moldea en algún grado su voluntad y ejerce cierta
influencia sobre sus acciones, Por ello, von Wright afirma que «los determi-
nantes externos de nuestras acciones nos son dados como estímulos ante los
cuales reaccionamos» (1979: 315), como si primero existiera un sujeto que
después contrae relaciones sociales. Por consiguiente, la percepción particu-
lar del historiador sobre cada uno de los fenómenos sociales se construye en
razón a su experiencia vital, personalidad individualizada (factores internos)
y los condicionamientos socio-culturales. Así como:
a)
El peso del compromiso personal
La Historia no se puede entender al margen del historiador y de él depende-
rá el tipo de explicación histórica que realice. Al historiador le resulta difícil
separar su actividad científica de los compromisos personales como hombre.
Muchos historiadores que ocuparon puestos administrativos, políticos o car-
gos ideológicos en diversos partidos, al analizar los fenómenos sociales se ven
fuertemente influenciados por esos compromisos personales. Pero seria erró-
neo creer que sólo estos historiadores sean los tributarios de tales compromi-
sos, sino que también en los historiadores profesionales, si bien son menos
evidentes y las implicaciones por las que se interesan, quizás nos sorprenda
también por el peso de su compromiso personal o, por el contrario, su indife-
rencia. Y es que su interés profesional por la evolución de la colectividad se
constituye en un factor que favorece su compromiso, si bien éste dista mucho
al implicarse en las preguntas que como profesional se plantea ante los fenó-
menos históricos.
Pero el historiador se acerca al conocimiento del pasado a partir de su pre-
sente, por lo que el discurso histórico que realiza es fruto de la relación del pa-
sado vivido por los hombres de aquel momento y el presente en que se esfuerza
por recuperar aquel pasado para beneficio de sus coetáneos y de los venideros.
Se trata de «un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus he-
chos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado» (Carr, 1991: 40).
Comprender esta relación, que tiene como punto de partida el presente
del historiador, supone comprender el carácter de toda obra histórica en el mo-
mento preciso en que fue elaborada (San Agustin conformó la Historia desde
el punto de vista de un Cristianismo primitivo, Mommsen desde el del alemán
del siglo XX, etc.). En consecuencia, la ciencia histórica se comprende a par-
tir de la época y desde el presente en que está inmerso el propio historiador.
Por ello, la Historia, según B. Croce, era «el acto de comprender y entender el
pasado inducido por los requerimientos de la vida práctica..., que dan a toda
la Historia el carácter de historia contemporánea...Por muy lejano en el tiem-
po que puedan parecer los hechos referidos, la Historia los pone en relación
con las necesidades actuales y la situación presente (1960: 9-11). Así pues,
toda Historia es contemporánea en la medida que responde a los incentivos
que el presente plantea al historiador, bien sea la selección de temas y proce-
dimientos de análisis, bien en la utilización de las categorías del lenguaje (en
cada presente histórico el historiador usa conceptos cuyo valor semántico no
es siempre el mismo), o en la influencia de corrientes intelectuales (formas de
pensamiento y de concebir el mundo), fruto de los cambios y transformacio-
nes sufridas por la sociedad a lo largo de los últimos siglos. Por ello, son los
historiadores quienes son los protagonistas indiscutibles de la Historia como
proceso de conocimiento, desde el momento en que convierten en catalizadores
de la relación sincrética entre el pasado y el presente.
b
El peso de su personalidad
En cualquier oficio intelectual interviene la propia personalidad de quien
lo realiza. Todo historiador, incluso el que se percibe más científico, se halla
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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
personalmente comprometido con la Historia que escribe: creo que no se pue-
de ser buen historiador sin una pizca de pasión, fruto del significado del fe-
nómeno social en el plano personal y de su curiosidad histórica por anali-
zarlo. En todo momento de la investigación se establece una relación íntima
del historiador con el objeto, a través de la cual reafirma progresivamente su
propia identidad, pero también el conocimiento interno que nos otorga la re-
lación con el objeto de estudio constituye un activo irremplazable. Así, si
conocemos desde dentro cómo ocurren las cosas en el seno del grupo social
que se analiza, nos sugerirá hipótesis orientadoras en relación con los docu-
mentos y los hechos, cosa que un observador externo no podría reparar. Pero
el riesgo de ser parte interesada, favorable u hostil, entraña el peligro de ale-
jarse de la correcta comprensión y/o explicación del hecho histórico (falla
perspectiva histórica). Si se descuidan, o no se esclarecen, las razones de la
curiosidad que les mueve dentro de su conciencia histórica, el historiador se
expone a falsear la verdad histórica. Pues, como afirma Bradley «no hay His-
toria sin prejuicios... Pero es tomando conciencia de su prejuicio como la
Historia comienza a convertirse en realmente crítica y cómo la historia de
las fantasías, de la ficción se va abandonando» (1965: 154).
Para alcanzar una mejor racionalidad del discurso histórico y alejarlo
de todo compromiso personal o fruto de la simple opinión subjetiva e in-
consciencia rebosante, el historiador debe aclarar sus implicaciones con el
hecho histórico. Así pues, que sea la honradez científica del historiador la
que le impele a dar a conocer todos los materiales que, una introspección
escrupulosa puede aportar y que H. Marrou (1968: 175) llama «Psicoanáli-
sis existencial».
Y es que poner el acento en el sujeto-historiador no debe difuminar los
objetivos de la Historia, a menos que se pretenda proponer un discurso his-
tórico que sí es socialmente pertinente porque se fundamenta en unas razo-
nes determinadas. Situación ésta que puede ser catalogada como de hiper-
trofia del sujeto-historiador.
c)
Los condicionamientos socio-culturales
Von Wrigh describe de manera muy explícita la presión de las normas
sociales y su interiorización por los individuos: «Cuanto más a menudo la
presión normativa determina el comportamiento, tanto más fuertemente es
sentida la fuerza coactiva
le
la sociedad y tanto menos «libre», en un senti-
do subjetivo, son los agentes individuales. Pero la interiorización es también,
en cierto modo, una pérdida de libertad porque significa que se tolera los
estímulos externamente dados a determinar las acciones» (1972: 420).
LA CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA
5
El historiador vive en una sociedad enfrentada por contradicciones inter-
nas, ocupa un lugar en la producción y estatus social, con una ideología deter-
minada y un sistema de valores y creencias. Negar que todo esto forma par-
te de la vida del historiador, que no son condicionantes de su quehacer his-
tórico, sería tanto como afirmar que el historiador es un producto social ca-
paz de hacer abstracción de la realidad que le envuelve y elaborar estudios
asépticos de Historia experimentalmente inexorables. Y esto es una utopía
que no resiste el más mínimo análisis sumario.
El saber del historiador no es, pues, propiedad suya exclusivamente, sino
de la acumulación de saberes de la sociedad en la que está inmerso. Así no
puede sustraerse de los condicionamientos socio-culturales que la clase social
a la que pertenece le impone, pues desde esta situación se enfrenta con los
hechos del pasado histórico. Es necesario conocer esta determinación social
para entender el punto de partida interpretativo en su producción histórica.
6 . EL RELA TIVISMO EN LA S EXPL ICACIONES HISTÓRICAS
Los historiadores no son escépticos sobre si se pueden hacer afirmacio-
nes significativas del pasado y al mismo tiempo afirmaciones que tengan
como materia el pasado, pero sí se inclinan hacia un relativismo, sobre todo
cuando se llega a la situación donde el grado de veracidad en las afirmacio-
nes o sus secuencias es importante. Es decir, los historiadores relativistas no
niegan los sucesos que se dieron en el pasado y que son independientes de
los historiadores, lo que consideran poco objetivas son las afirmaciones que
de ellos hacen (acuerdo del historiador con los hechos), Y ello hay que in-
terpretarlo:
a)
Como una falsedad introducida por el historiador en su explicación
del pasado y su secuenciación (subjetivismo epistemológico).
b)
Como una imposibilidad de comprobar dichas afirmaciones o sus
secuencias de manera satisfactoria (subjetivismo metodológico).
Para los relativistas, la atribución de subjetividad a la investigación his-
tórica se debe a que los efectos del proceso cognitivo del fenómeno históri-
co depende en gran parte del historiador, lo que supone que su investigación
traduzca un conocimiento no objetivo, pues los elementos subjetivos que apor-
ta el historiador al proceso cognitivo es lo suficientemente cuantioso como
para dar lugar a una diferencia considerable entre los hechos y sus descrip-
ciones contenidas en su narración histórica. Ante esta situación, algunos au-
tores estiman que se ha de afrontar una investigación guiada sólo por la in-
formación que suministran las fuentes históricas realmente usadas (objetivi-
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Conocimiento
del historiador
Posición social
del historiador
Personalidad del
historiador
Sistema de
valores del
Resultados de la in-
vestigación (narra-
ción histórica
A
EL VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA
7
dad histórica): otros, por el contrario, defienden que en toda investigación
no se elimine la valoración o aportación del historiador, pero que ello se haga
conscientemente. Pero, de este relativismo epistemológico sistema de valo-
res que tiene cada historiador
y que orienta su investigación-narración) se
puede inferir que el conocimiento histórico depende del sistema de valores
del historiador. Pero aún así:
a) ¿Niega ello la posibilidad de llegar a la verdad en la Historia?
b)
¿Es una peculiaridad de este tipo de conocimiento o es simplemen-
te la variedad de una situación epistemológica general?
Es evidente la dependencia del conocimiento histórico respecto de la
posición social del historiador, de su sistema de valores, de los principios
teóricos que informan su proceso
cognitivo y de su personalidad, pero si pro-
fundizamos en cada una de las variables observamos que ninguna de ellas es
independiente en el proceso cognitivo, sino que se interrelacionan
y forman
una complicada red con numerosas retroalimentaciones e influencias indi-
rectas cuadro núm, 2).
Cuadro núm 2 El historiador
la producción del conocimiento histórico
Fuente: Topolsky, J. 1992), Didáctica de la historia.
Madrid: Cátedra, pág. 258
Sin embargo, para los relativistas, el conocimiento histórico es conside-
rado separadamente del proceso del conocimiento humano en general, que a
su vez no es objetivo, pues es interpretado por el sistema de valores del su-
jeto conocedor, Es decir, mientras se subraya el papel del conocimiento his-
tórico como una serie de afirmaciones sobre los hechos, se afirma también
que el proceso cognitivo histórico se guía por el sistema de valores-reglas
situadas en el eje bueno-malo, lo que otorga al propio conocimiento un per-
fil de predisposición
y consecuentemente un obstáculo para que la investi-
gación llegue a la verdad histórica.
Las afirmaciones del relativismo dirigido a las ciencias sociales, y en con-
creto a sus procesos investigatorios, muestran una visión reduccionista, pues
ello no es sólo peculiaridad de la investigación histórica, sino de todo proceso
cognitivo científico en general. Bien es cierto que dentro de la corriente
relativista, se dé un relativismo absoluto (la Historia siempre resulta ser un
producto del historiador que constituye el pasado deformando los resultados
de la investigación) y un relativismo dialéctico (el efecto en las narraciones
causado por la influencia de valores del sujeto conocedor puede ser positivo o
negativo según su posición social) que resulta ser menos pesimista respecto al
hecho de que, la relación que distorsiona irreversiblemente los resultados del
proceso cognitivo y de una investigación objetiva, daría lugar a narraciones
que serian a la vez verdaderas y comprobables intersubjetivamente.
7. EL TIEM PO HISTÓRICO
E l
tiempo es una característica absolutamente esencial de la realidad his-
tórica ya que el ser histórico es un ser en el tiempo, por lo que la dimensión
temporal en el estudio del pasado, es capital para esta disciplina; toda vez
que el tiempo histórico no es el mismo que el físico. El tiempo pasado no
está aislado sino que determina y tiene consecuencias en el presente, aunque
no se debe caer en un excesivo utilitarismo de la Historia al verla como un
mero instrumento de comprensión del presente; se debe valorar el conoci-
miento por el conocimiento, ya que determinadas parcelas de lo que deno-
minamos Prehistoria o incluso Historia Antigua carecerían de valor.
Para los historiadores, el tiempo histórico no es unidimensional; es el
que viven los individuos, el de su organización social y económica. La per-
manencia de unas determinadas estructuras es lo que determina los períodos
históricos y su evolución. Permanencia, movimiento y evolución de las es-
tructuras humanas en el tiempo es lo que interesa a los historiadores. El tiem-
po histórico no tiene un valor universal, ni incide de la misma manera en
todas las sociedades, ni simultáneamente. No debe olvidarse que las catego-
rías temporales, junto con las del espacio, constituyen el marco fundamental
del pensamiento humano (desde la concepción del universo, pasando por cier-
tas categorías lingüísticas y las nociones de física elemental, así como para
la comprensión de los ciclos vitales biológicos).
El tiempo histórico, es el que explica los cambios, las transformacio-
nes, las mutaciones y los fenómenos que persisten inmutables en tina socie-
dad. Es un tiempo diferente al del resto de ciencias sociales o al de los físi-
cos, ya que, para el historiador, es el principio y el fin de cualquier investi-
gación histórica, además, tiene sus propios tiempos intrínsecos. Así pues, el
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7 8 L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA
A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA
9
tiempo que estudia el historiador lo percibe como cambiante, multiforme y
confuso (como el presente), pero procura saber de la época más cosas de las
que sabían quienes las vivían (entre otros motivos porque conoce el desenla-
ce de los hechos), no en los detalles, sino en las explicaciones generales que
identifican y definen la época. El tiempo es el que determina la sucesión de
los acontecimientos en Historia y nos da la medida de la duración de los
hechos o situaciones por la que catalogamos su dimensión temporal, pues
en Historia todo es dinámico, todo es movimiento, todo cambio y tendencia,
por lo que el tiempo es inseparable de la Historia.
Pero el tiempo histórico como realidad viva y concreta, no es el tiempo
físico unidimensional de otras ciencias como simple medida. «Para los his-
toriadores —afirma Braudel— todo comienza y todo termina con el tiem-
po..., un tiempo que parece exterior a los hombres que los empuja a sus tiem-
pos particulares de diferentes colores: el tiempo imperioso del mundo» (1968:
99) El tiempo, pues, de los historiadores es el que viven los individuos, el de
su organización social y económica, expresando la permanencia de tal orga-
nización y la historia misma como proceso que crea lo humano... es decir,
es un tiempo social y cultural (Cardoso, 1981: 196).
Para M. Bloch la Historia es «la ciencia de los hombres en el tiempo»
(1965: 26), donde están inmersos los fenómenos y en el que se vuelven
inteligibles. En consecuencia, su categorización es de gran importancia para
el historiador, pues el manejo de un parámetro temporal en cualquier inves-
tigación o período histórico es de gran necesidad, toda vez que es el princi-
pio de su inteligibilidad. En efecto, el tiempo histórico es el principio y fin
de toda investigación y por él podrá explicarse los cambios, transformacio-
nes y fenómenos que permanecen estables en una realidad social.
La Historia, pues, se constituye necesariamente desde la permanente
interacción de las dimensiones temporales que la integran. Por un lado el
pasado humano, objeto formal del conocimiento histórico; por otro, el pre-
sente del sujeto que interroga desde su propia calidad intelectual, cultural y
moral y en el marco de su propia contemporaneidad. Por eso afirmamos que
la Historia es una relación temporal permanente, sin la cual no habría Histo-
ria. Solamente en este sentido es posible entender la expresión de L. Febvre
«la historia es ciencia del pasado y ciencia del presente» (1970: 67).
En efecto, un aspecto de la temporalidad que interesa de pleno a los his-
toriadores es la relación subsistente entre pasado-presente, toda vez que el
presente, al constituirse en un espacio temporal de límites imprecisos, nece-
sita del pasado para concretar y justificar sus fenómenos sociales y proyec-
tarlos hacia el futuro. De igual manera, el pasado sin el presente carece de
valor ya que la explicación que el pasado da del presente es el fruto de los
problemas e interrogantes que el hombre tiene sobre su propio tiempo y so-
bre su futuro. Esta comprensión presente/pasado, pasado/presente de los ac-
tos humanos realizados en el tiempo, colocan a la Historia en una situación
de privilegio, comparativamente con las demás ciencias sociales, pues sólo
a ella permite el acceso a este inteligible del misterio del hombre en su con-
dición histórica y su situación cultural.
Sin embargo, esta distinta manera de considerar el tiempo por los histo-
riadores no implica una homogeneidad conceptual respecto a la temporalidad
histórica, pues el transcurso del tiempo explica por sí mismo el movimiento
plural y arrítmico de cada realidad social. Sin embargo, el tiempo en el tra-
bajo de los historiadores se desarrolla en tres dimensiones de temporalidad:
—Como secuencia o transcurso.
—Como radio de operaciones o espacio.
—Como rapidez de las transformaciones y riqueza de las combinacio-
nes o intensidad (Bagu, 1960: 106 ss.)
Todas ellas no hacen más que reafirmar el juicio de H. Focilón sobre la
Historia, a la que considera «una sobreposición de presentes diversamente
extendidos, cuyo tiempo puede presentarse a veces en ondas cortas, otras ve-
ces en ondas largas y la cronología sirve para... medir las diferencias de lon-
gitud de onda. Existe, pues, una especie de estructuras móviles del tiempo»
(1939: 115).
7.1.
La duración del tiempo histórico
Un aspecto del tiempo que merece una especial atención es la distinta
intensidad con que se producen y suceden los hechos históricos. De manera
que en algunos periodos hay hechos que parecen producirse más o con ma-
yor fuerza: por ejemplo, las artes en el Siglo de Oro español o los enfren-
tamientos entre la Iglesia Católica y el gobierno de México en la primera
mitad del siglo XX. Por esta razón, al periodizarse una obra histórica a unos
tiempos se les dedica más espacio que a otros, haciéndolos ver como llenos
de historia, mientras que en los de poca intensidad, parece que poco o nada
trascendente ha sucedido. Es, pues, evidente la pluralidad de los tiempos so-
ciales y la gran variedad de tratamientos que pueden hacerse de acuerdo con
los propósitos e intereses de las personas que intervienen en su estudio, bien
sea como creadores o como destinatarios. De ahí la problemática que com-
porta, respecto a su organización, como constituyentes de un mismo proce-
so histórico.
Según M. Bloch, «mientras nos limitamos a estudiar en el t iempo cade-
nas de fenómenos emparentados, el problema es sencillo. Es a esos fenóme-
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1
nos mismos a quienes conviene pedir sus propios periodos. Sin duda, se ve
muy claro por qué han podido reducir las divisiones sacadas uniformemente
de la sucesión de los imperios, reyes o regímenes políticos. Tenían no sólo
el prestigio que una larga tradición del ejercicio de poder... Tengamos cui-
dado de no sacrificar todo al ídolo... El corte más exacto no es forzosamen-
te el que pretende conformarse con la más pequeña unidad de tiempo, sino
el mejor adaptado a la naturaleza de las cosas. Cada tipo de fenómeno tiene
su medida particular...» (1992: 140-141).
Así pues, para la comprensión del tiempo histórico es necesario cono-
cer la duración de los distintos fenómenos ocurridos en una sociedad. Será
F. Braudel quien, en 1958, al definir la Historia como dialéctica temporal y
defender el concepto de tiempo como uno de los conceptos centrales de la
Historia, sentará las bases sobre las que se fundamentaría la nueva manera
de concebir los distintos niveles de duración del tiempo histórico (García y
Jiménez: 2006: 132-138). Estableció un «tiempo de corta duración» o de los
acontecimientos que afectan en la vida cotidiana (ilusiones, rápidas tomas
de conciencia, etc.), un «tiempo de duración media» o de las coyunturas, cuya
naturaleza puede ser económica, política o social, diferentes entre sí pero
que pueden llegar a relacionarse y un «tiempo de larga duración» o de las
estructuras, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en
transportar. Se puede decir que el tiempo en Historia es múltiple, que la du-
ración de las distintas realidades sociales son diversas, que sus diferencia-
ciones vienen determinadas, además de la diferenciación de ritmo en el de-
sarrollo de los procesos históricos, por otros aspectos de tipo cualitativo en
la dimensión temporal, pero que siempre es fundamental para entender el
presente y constituir mejor nuestro futuro.
Al
tiempo histórico corto
pertenecen los fenómenos o acontecimientos
percibidos directamente (Historia «evenementielle») a la medida de los in-
dividuos, en la vida cotidiana y constituyen el elemento fundamental de la
temporalidad en la medida en que posean entidad y contenido histórico por
sí mismos. Es el tiempo del cronista y del periodista, independientemente
de la trascendencia histórica que tenga, por ejemplo la caída del muro de
Berlín. Es la historia de los acontecimientos, que no suelen tener en cuenta
las estructuras económicas y sociales en las que tienen lugar. «El aconteci-
miento sólo será históricamente inteligible en relación con la sociedad que
lo produce y sólo así explicaría su inmediata historización» (Pages, 1989:
245). Pero el fenómeno o acontecimiento que fue el preferido por la historia
positivista, sería más tarde duramente rechazado por la escuela de los Annales,
pues se le otorgaba una entidad y contenido histórico propio sin relación al-
guna con los fenómenos estructurales; es decir, para la escuela francesa el
análisis del acontecimiento o fenómeno ha de ser planteado desde una pers-
pectiva de globalidad. Hoy día, sin embargo, está adquiriendo de nuevo
protagonismo histórico a causa del creciente dominio de la masa media y
del mundo de la imagen.
El tiempo de duración media
corresponde a los fenómenos sociales que
resultan «de la concurrencia temporal de factores sociales que distinguen estos
tiempos de los anteriores y de los posteriores. Se presentan como fluctua-
ciones más o menos regulares en el interior de una estructura» (Segal, 1984:
98), por ejemplo, la Primera Guerra Mundial supuso una coyuntura econó-
mica favorable para el incremento industrial catalán, lo que también influyó
en la sociedad. Es un tiempo plagado de acontecimientos pero también es
un lapso breve caracterizado por el movimiento, y que se desarrolla durante
la vida de una persona (tiempo de duración de la coyuntura), como por ejem-
plo una crisis económica, la transición española o una guerra. La variedad
de duraciones efectivas es mucho mayor que el anterior. Estos tiempos
diferenciados por múltiples ritmos coyunturales (coyuntura económica, so-
cial y política.), están caracterizados ante todo por los cambios globales o
parciales ocurridos en una realidad social, y son de gran importancia en la
enseñanza de la Historia, toda vez que permiten plantear un enfoque temáti-
co o diacrónico tendente a la capacitación del alumno en la distinción de la
pluralidad y duración de la temporalidad histórica.
E l
tiempo de larga duración
pertenece a las estructuras que «expresan un
tipo de realidad social total, puesto que engloban las relaciones cuantitativas y
cualitativas que rigen en una interacción continua»(Vilar, 1982: 67). Es decir,
son realidades históricas que permanecen sobre el fluir de los fenómenos y los
cambios de las coyunturas. Para F. Braudel se trataba de «un ensamblaje...
una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y transportar»
(1968: 70), pues los hechos de larga duración son de un muy lento ritmo de
desarrollo (escapa pues a la observación y memoria del individuo), si bien es-
tán claramente diferenciados en Historia. El tiempo largo es el que correspon-
de con aquellas realidades históricas que permanecen por debajo de los acon-
tecimientos y de las coyunturas y que no se modifican con un sólo aconteci-
miento. Permanecen durante varias generaciones. En estas condiciones se crean
Estados, países, etc., como el franquismo, el comunismo en Rusia, pero tam-
bién modos de entender la sociedad, la política y las relaciones económicas.
Los cambios de una estructura a otra son lentos y afectan a multitud de
acontecimientos importantes, por lo que no es fácil determinar con exactitud
y definitivamente cuándo comienzan y cuándo acaban. También son de lar-
ga duración los modos de producción y las edades históricas. Estas estructu-
ras permanecen por debajo de cambios de Estado y creaciones de países. Son
los tiempos del Antiguo Régimen, la Edad Antigua o la época capitalista. F.1
movimiento es muy lento, si bien está determinado por situaciones coyuntu-
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rales. En realidad instituciones creadas en otras épocas pueden perpetuarse
más allá de ellas: como la familia, la Iglesia, el Ejército, etc. Aunque cam-
bian su naturaleza para dar respuesta a los nuevos tiempos. Parece que lo
que más lentamente cambia son las estructuras mentales, y las formas de in-
terpretar y comprender el mundo, que incluye desde la religión a la filoso-
fía, pasando por los mitos, la literatura, el arte, etc. Los diferentes enfoques
de las estructuras que definen las distintas épocas han tenido como conse-
cuencia la creación de numerosos modelos de periodización histórica.
7.2.
Categorización temporal
La permanencia y evolución de unas estructuras en un espacio es lo que
determina las categorías temporales que delimita el historiador. Sólo tardía-
mente el problema del tiempo ha sido objeto de análisis historiográfico, des-
tacando por su carácter pionero el capitulo de F. Braudel: «La longue durée»
inserto en la
Historia y las Ciencia Sociales
(1958: 60-106). Desde entonces
las cosas en el estudio del tiempo histórico han ido poco más allá de donde
él las dejó, en lo que se refiere a análisis de la entidad operativa del tiempo
en la explicación de la Historia, aunque en fechas recientes el estudio del
tiempo histórico ha suscitado un renovado interés.
En el propio campo historiográfico, la atención al problema del tiempo
se vio en cierta forma potenciada con las aportaciones metodológicas como
la de los Anuales, pero nunca llegaron plenamente al terreno teórico y sus
estudios se dirigieron, más bien, hacia asuntos pragmáticos referentes a las
formas de captación del tiempo presentes en las diversas culturas, a través
de sus manifestaciones escritas o propiamente historiográficas que muestran
la manera de interpretar el devenir de los acontecimientos.
Desde el punto de vista de la experiencia humana, son, sin duda, los
ciclos mismos de la naturaleza los que dan al hombre un primer apoyo para
la percepción del tiempo que, como parte del proceso civilizador, aparece
cuando el hombre repara en la recurrencia del movimiento cíclico de los fe-
nómenos celestes, sobre todo la sucesión de los días y de las noches, de las
estaciones y de la posición astral. En el análisis de la ontología de lo histórico
aparece como básico el hecho de que el tiempo es justamente el indicador fun-
damental de la existencia histórica, en tanto que la conciencia de lo histórico
se manifiesta como consecuencia de que el hombre conceptualiza el cambio
como elemento constitutivo de la existencia, de manera que cambio-tiempo-
historia aparecen en la cultura como el correlato de toda simbolización de la
actividad creativa del hombre, por ello el verdadero tiempo de la Historia es
aquel que se mide en cambio frente a duración.
7.2.1.
Las duraciones o ritmos temporales
Si los hechos son el fundamento de todo cambio, es necesario que estén
en relación con las duraciones, por lo cual la Historia no coincidirá en modo
alguno con el cambio sino con la articulación dialéctica entre permanencia y
cambio. Y puesto que la Historia existe por cuanto se dan movimientos y cam-
bios, ella es por consiguiente un cambio acumulativo al que están sujetas to-
das las sociedades y está siempre cualificado por su intensidad en el tiempo.
Pero los hechos y los fenómenos sociales tienen sus raíces en el pasado
y
se proyectan hacia el futuro, por ello el presente constituye una franja tem-
poral de límites imprecisos, que necesita del pasado para concretarse, al igual
que el pasado sin el presente carecería de valor, ya que la explicación que de
éste da aquel, es el resultado de los problemas y de los interrogantes que el
hombre tiene sobre su propio tiempo y sobre el futuro. Establecer una co-
rrecta relación dialéctica entre ellos ha de ser una de las principales finalida-
des de la dimensión educativa de la Historia.
El tiempo histórico no tiene un valor universal, ni incide de la misma ma-
nera en todas las sociedades, ni simultáneamente. Existen períodos de tiempo
en los que el número de acontecimientos importantes, o al menos conocidos, es
mayor que en otras, y parece que tienen más importancia (se corresponden con
los períodos de cambio), al igual que los hechos más lejanos que en su desarro-
llo abarcan más años, se consideran menos importantes que los más cercanos y
con una aceleración mayor. Una expresión frecuentemente utilizada es la que se
refiere al tiempo en sus dos vertientes de rapidez y lentitud, que son fruto de dos
apreciaciones nada objetivas porque la velocidad del tiempo es siempre la mis-
ma, y es nuestra apreciación la que percibe la aceleración o desaceleración del
mismo en función de las transformaciones y cambios que notamos.
La sensación de mayor o menor velocidad en el cambio, el número o la
cantidad de los acontecimientos que percibimos es la responsable de esa si-
tuación, lo que nos lleva a la cuestión: ¿es la sucesión de los acontecimientos
o el cambio de los estados, lo que marca el transcurrir del tiempo interno? Es
verdad que el tiempo que se mide con el reloj y el tiempo medible a través de
los acontecimientos pueden reflejar una perceptible diferencia entre ellos, ya
que la configuración del tiempo histórico a través del número de los aconteci-
mientos-cambios, y no de los movimientos recurrentes como sucede con el
del reloj, es lo que podemos llamar tiempo interno, que constituye el núcleo
del tiempo histórico.
Para Braudel, la diferencia de los ritmos temporales del proceso histó-
rico se relacionaba con el nivel o el tipo de la actividad social que la obser-
vación histórica considerara, observación que, por otra parte, es muy anti-
gua en la Historia de la cultura occidental y aparece ya en la Biblia. Se pien-
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sa que la Historia lenta, de ritmo casi inmóvil, es la de las formas de rela-
ción del hombre con el medio, la historia ecológica, de los asentamientos y
las formas de vida material; mientras que la historia de ritmo rápido seria la
historia política, quedando en medio la historia de la actividad de las rela-
ciones sociales básicas, el mercado y la cultura. Pero todo ello parece que
queda lejos de ser asimilado a la existencia de una constante histórica, ya
que es evidente la presencia de procesos históricos con diferentes ritmos tem-
porales y ese factor es clave para la concepción del tiempo histórico, pero
cada uno de esos ritmos no está necesariamente adscrito a un nivel o sector
de actividad social, política, etc. prefijado. La Historia rápida o lenta puede
surgir en cualquier parte del sistema de que se trate.
La multiplicidad de los cómputos posibles del tiempo aparece entonces
en toda su problemática y, a veces, en la globalidad de los sistemas sociales
se acumulan extremadas densidades de cambio social, extremadas cantida-
des de acontecimientos, en cuya función, cada vez que la velocidad del cam-
bio aumenta, el tiempo histórico es diferente del que aparece en aquel otro
momento cronológico en el que los cambios se producen en mucha menor
cantidad y parece como si el tiempo se desacelerara. Los historiadores utili-
zan diversos términos, aplicados a los diferentes campos históricos (socie-
dad, economía, política, religión), tales como crisis, revolución, transición,
evolución, desenvolvimiento y otros varios, que son elementos del lenguaje
empleado para caracterizar los tipos de cambio experimentados, tanto en el
estado como en el sistema, lo cual deriva en otra premisa referente a que en
el marco de un único tiempo cronológico se pueden producir diferentes acon-
tecimientos o, dicho de otro modo, a un solo tiempo cronológico pueden co-
rresponder distintos tiempos internos.
Hoy es indiscutible que los cambios sociales han pasado a la Historia
clasificados por su cronología y, no obstante, su significación temporal en
forma alguna se agota por su emplazamiento en unas determinadas coorde-
nadas del tiempo universal, ya que el verdadero tiempo de la Historia es aquel
que se mide atendiendo a los cambios y no a la duración. Pero ¿cómo se
pueden medir esos cambios de ritmo o duraciones? La respuesta no puede
ser otra que aquella que nos indica, como resulta evidente, que la medida
del tiempo en la Historia es necesariamente subsidiaria del referente externo
del tiempo medido con el reloj y los calendarios, pero no sucede lo mismo
con el análisis de la significación acumulativa de los tiempos o cambios de
la Historia, un análisis que constituye una parte muy importante de la expli-
cación de lo histórico.
7.2.2.
Las mediciones temporales: cronología y periodización
Uno de los problemas a los que se enfrenta el historiador es el de la obje-
tividad de las fechas. El calendario es fundamental pero es una convención
que se ha cambiado en algunas ocasiones. No todos utilizamos el mismo ca-
lendario, pues existen diversos calendarios (cristiano o gregoriano, árabe, chi-
no, etc.), aunque bien es cierto que el calendario más universal, y oficialmente
aceptado por todos, es el calendario gregoriano, creado en 1580 por el papa
Gregorio XIII, y aceptado desde entonces en toda Europa occidental. La im-
portancia de un calendario unánimemente aceptado es vital para localizar los
hechos de la Historia en el tiempo, un tiempo reconocido por todos. El tiempo
pasado es un objeto demasiado amplio y diverso como para estudiarlo en con-
junto como una sola unidad, por lo que los historiadores lo han tratado de di-
vidir en diferentes escalas temporales, épocas, siglos, décadas, en las cuales
aparecen como temas de estudio diferentes hechos que definen unos y otros.
El dominar la cronología y perioridación como procedimientos de medi-
da temporal es totalmente necesario para la comprensión del tiempo histórico
y de las mutaciones de la realidad social. En efecto, la cronología «es un ins-
trumento técnico de medida y un instrumento social de referencia para la re-
gulación de las acciones individuales y colectivas» (Ragazzini, 1980: 232). Por
ella, el historiador ha podido establecer sucesiones diacrónicas, enmarcando
en el tiempo todos los fenómenos sociales y destacando las diferencias entre
sus distintos procesos históricos, y de la misma forma sucesiones sincrónicas
ya que el desarrollo de hechos paralelos en sociedades diferenciadas han de-
terminado el comienzo de nuevos periodos históricos. «Pretender pensar en la
sociedad... sin referencia constante a la dimensión temporal me parece absur-
do..., pensar históricamente consiste... en situar... fechar todo fenómeno del
cual se pretende hablar» (Vilar, 1987: 98-58). La cronología es, pues, el fun-
damento de la realidad temporal y de su materialización en el espacio; es el
instrumento a través del cual se llega al conocimiento de la duración diferen-
cial de los hechos históricos, ya que por medio de ejes cronológicos podemos
determinar la duración de los acontecimientos y fenómenos sociales, así como
de los fenómenos sociales y su trascendencia histórica.
En cuanto a la periodización y su función histórica (estructurar en etapas
o épocas la realidad histórica pasada, estableciendo una continuidad temporal
entre ellas), ha sido un tema muy debatido entre las distintas corrientes
historiográficas del siglo XIX, incluso por los historiadores actuales, toda vez
que el problema estriba en el escaso sentido que se manifiesta al establecer
etapas o rupturas en un proceso social, o el determinar el momento exacto en
que dicha sociedad comienza un nuevo período histórico, así, los historiado-
res realistas defienden que la periodización proviene necesariamente de la mis-
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ma naturaleza del objeto de investigación, hasta el punto que los periodos, cuan-
do son establecidos de manera adecuada, constituyen un reflejo de la misma
realidad histórica. Por el contrario, los historiadores convencionalistas consi-
deran que la Historia es un movimiento constante y que cualquier periodización
es arbitraria, justificable solamente por razones metodológicas o pragmáticas.
En efecto, si desde el ámbito didáctico la periodización se hace indis-
pensable para organizar y secuenciar los hechos históricos, es evidente que
individualizar una serie de aspectos por medio de unas fechas concretas como
puntos de referencia no justifican la periodización de un proceso histórico,
toda vez que el cambio en la evolución de una sociedad nunca se produce en
un momento específico, sino que es el resultado de todo un proceso. Por tanto,
la periodización histórica ha de realizarse combinando aspectos temáticos
significativos de etapas históricas pasadas con otros fenómenos más com-
plejos y concretos, ya que lo que caracteriza al conocimiento histórico es no
saber cuándo y qué pasó en tal fecha, sino todo el proceso en sí y el contex-
to histórico que lo justifica (Pages, 1989: 107 y ss.).
La historiografía tradicional ha dividido el tiempo pasado en edades. Exis-
ten dos períodos básicos: la Prehistoria, tiempo anterior a los documentos escri-
tos, y la Historia. La Prehistoria se divide en: Paleolítico, antes del descubri-
miento de la agricultura, la ganadería y la artesanía; Mesolítico período de tran-
sición; y Neolítico, después del descubrimiento de la agricultura, la ganadería y
la artesanía. Por su parte la Historia se divide en: Edad Antigua, desde las pri-
meras culturas de las que tenemos documentos escritos hasta la caída del Impe-
rio Romano de Occidente; Edad Media, desde la caída del Imperio romano has-
ta el descubrimiento de América y la caída de Constantinopla; Edad Moderna,
desde el descubrimiento de América hasta la revolución industrial y la Revolu-
ción francesa; y Edad Contemporánea, desde la Revolución francesa hasta la ac-
tualidad. A esta escala, es el modo de producción lo que aparece como objeto de
estudio. Evidentemente, esta periodización es arbitraria y eurocéntrica, pero es
la más utilizada. Sin embargo, no es la única manera de dividir la Historia.
Otra periodización es la de Arnold Toynbee (1966) que considera que la
historia de la humanidad ha pasado por veintinueve civilizaciones, de las cua-
les veintiuna se han desarrollado completamente y nueve se han abortado; en-
tre las que están los esquimales, los osmanlíes y los espartanos. Catorce ya
han desaparecido: egipcia, andina, sínica, babilónica, iránica, micénica, sumeria,
maya, yucateca, mexicana, hitita, siríaca, árabe y helénica. Y cinco viven aún:
occidental, ortodoxa, hindú, islámica y extremo oriental, a las que cabría aña-
dir la japonesa y la ortodoxa rusa. Las primeras ocho civilizaciones no tuvie-
ron relación entre sí, y son el origen de todas las demás. Por otro lado, todas las
civilizaciones pasan por un período de creación, otro de desarrollo y otro de de-
cadencia. Sin embargo, esta periodización no se ha impuesto en ningún lado.
La única alternativa a la división tradicional es la marxista, basada en el
materialismo histórico. Según esta periodización, la Historia se divide en
modos de producción, los cuales pueden convivir en el tiempo y en distintas
partes del mundo, lo que permite una Historia no eurocéntrica. Pero lejos de
establecer unos modos de producción inmutables, en el marxismo se ha dis-
cutido cuáles son y cómo se suceden, incluso si todas las sociedades han de
pasar por todos ellos. Los modos de producción básicos son: Tribal, de
recolectores y cazadores y los primeros estadios de la agricultura y la gana-
dería, la propiedad sería, en buena medida, comunal, la división del trabajo
es elemental y comienza a desarrollarse el esclavismo; Comunal-Estatal, o
Antigua, en la que el propietario es la ciudad estado de la antigüedad, sub-
siste el esclavismo, comienza a desarrollarse la propiedad privada, la divi-
sión del trabajo se hace más compleja, se diferencia entre campo y ciudad,
algunas personas no producen bienes y aparecen las diferencias de clase; Feu-
dal, con predominio rural y de la propiedad comunal en la que la fuerza de
producción son los hombres libres sometidos a servidumbre, y en las ciuda-
des aparece la propiedad gremial; y Capitalista, la actual, con predominio
de la propiedad privada y fuerte división del trabajo.
Más tarde Marx y Engels(1969) introdujeron el modo de producción Asiá-
tico, con lo que se rompería el eurocentrismo y el mecanismo inevitable que
hacía pasar a todas las sociedades por todos los estadios. Pero ni Marx ni Engels
eran especialistas en Historia. El estalinismo redujo estos estadios a cinco:
Co-
munidad Primitiva Esclavista Feudalismo Capitalismo y Comunismo
dejan-
do fuera el Asiático. Esta reducción volvía otra vez a la Historia lineal y euro-
céntrica. Tras la muerte de Stalin se estableció otra periodización, unilineal, con
siete estadios, o modos de producción, según Godelier (1977):
Comunidad Pri-
mitiva Asiático Antiguo Esclavista Germánico Feudal y Capitalista.
Otra vez
todas las sociedades tendrían que pasar por todos los estadios, generalizando los
modos de producción europeos y asiáticos a todo el mundo, sin duda un exceso.
El modo de producción Antiguo de dividirá en dos:
Antiguo y Esclavista.
Se suprime el
Socialismo
por no ser un modo de producción históricamente
desarrollado. Aunque las interpretaciones unilineales han sido las más cono-
cidas, no han sido las que más han contribuido a la Historia. Se han desarro-
llado otras periodizaciones que no son unilineales, y en las que un modo de
producción genera más de una solución. Melotti (1974) establece un sistema
muy parecido al de Marx y Engels:
Comunidad Primitiva
que se diversifica
en
Asiática Eslava Germánica y Antigua
que dará la
Esclavista;
y luego
Feudal y Capitalista.
La complejidad de modos de producción no favorece
la implantación de esta periodización, pero el estudio de los modos de pro-
ducción del pasado, en los distintos países, es lo que permitirá hacer una His-
toria no eurocéntrica que explique la realidad del mundo de hoy.