2 (capitulo 2) el valor formativo y la enseñanza de la historia

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CAPÍTULO II LA NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO 1 INTRODUCCIÓN Desde que surge la ciencia en Grecia, al separar por primera vez el pen- samiento y la investigación de las creencias religiosas (Farrington 1972) hasta la actualidad, ha existido una concatenación del pensamiento científico, hemanado generalme nte de las corrientes filosóficas de cada momento, como hemos podido comprobar en el primer capítulo. Pero además de ello, cada ciencia ha tenido su dimensión específ ica y su desarrollo propio, producto en nuestro caso de las investigaciones hi stóricas, recogidas igualmente en el capítulo segundo. Por último, cada ciencia tiene su naturaleza propia; unos aspectos sin- gulares, que la distinguen del resto de las ciencias y que justifican su senti- do y su función. Para la Historia, dichos aspectos que recogemos en el pre- sente capítulo, son, entre otros, los siguientes: La dificultad de su conoci- miento, la explicación de los hechos en el tiempo, la multicausalidad de los acontecimiento s, el tiempo histórico, el problema del subjetivismo y la in- terpretación objetiva, etc. Para la enseñanza de la Historia, este ámbito resulta fundamental, pues- to que en él radica el sentido, la esencia y el valor formativo de la misma, que ha de constituir la base de su aprendizaje. 2. EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO Todo conocimiento histórico es una relación sistémico-estructural, re- sultado de la interrelación ent re dos términos que son los que interactúan: el sujeto cognoscente (conocedor) y el objeto que es conocido. La relación de un determinado conocimiento histórico no puede estudiarse dejando de lado

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CAPÍTULO II

LA NATURALEZA

DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO

1

INTRODUCCIÓN

Desde que surge la ciencia en Grecia, al separar por primera vez el pen-

samiento y la investigación de las creencias religiosas (Farrington 1972) hasta

la actualidad, ha existido una concatenación del pensamiento científico,

hemanado generalmente de las corrientes filosóficas de cada momento, como

hemos podido comprobar en el primer capítulo. Pero además de ello, cada

ciencia ha tenido su dimensión específica y su desarrollo propio, producto

en nuestro caso de las investigaciones históricas, recogidas igualmente en el

capítulo segundo.

Por último, cada ciencia tiene su naturaleza propia; unos aspectos sin-

gulares, que la distinguen del resto de las ciencias y que justifican su senti-

do y su función. Para la Historia, dichos aspectos que recogemos en el pre-

sente capítulo, son, entre otros, los siguientes: La dificultad de su conoci-

miento, la explicación de los hechos en el tiempo, la multicausalidad de los

acontecimientos, el tiempo histórico, el problema del subjetivismo y la in-

terpretación objetiva, etc.

Para la enseñanza de la Historia, este ámbito resulta fundamental, pues-

to que en él radica el sentido, la esencia y el valor formativo de la misma,

que ha de constituir la base de su aprendizaje.

2.

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

Todo conocimiento histórico es una relación sistémico-estructural, re-

sultado de la interrelación entre dos términos que son los que interactúan: el

sujeto cognoscente (conocedor) y el objeto que es conocido. La relación de

un determinado conocimiento histórico no puede estudiarse dejando de lado

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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

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al sujeto y al objeto La epistemología estudia dicha relación y todos los pro-

blemas que presenta. Pero plantea como: si esa relación es posible, cuál es

el origen de ella, si tiene límites, etc.

Un naturalista afirmaría que lo que la ciencia obtiene no son las cosas

mismas, sino las relaciones que existen entre las cosas y que fuera de ellas

no hay una realidad que conocer. Sin embargo, el hombre conoce las rela-

ciones que se dan entre los hombres y las cosas e incluso a ellas mismas, ya

que no puede generarse un conocimiento histórico de forma aislada, sino que

todas las respuestas están relacionadas.

Ahora bien, el conocimiento puede ser entendido de diversas formas: como

una contemplación (Platón), como una asimilación (Santo Tomás) o como una

creación (Hegel). Es una contemplación porque conocer es ver; una asimila-

ción porque es nutrirse; y es una creación porque es engendrar. Para el mundo

griego el conocimiento histórico era una contemplación, para el mundo me-

dieval una asimilación y para el mundo moderno es una creación.

Respecto al origen, el valor y el objeto del conocimiento, también son

entendidos de distintas formas. El origen del conocimiento para los racionalistas

está en el espíritu humano, para los empiristas en la experiencia, para los críti-

cos en un principio donde entra la razón y la experiencia, lo cual conduce a la

división de las ciencias en formales y de la realidad. El valor del conocimien-

to histórico para el dogmatismo no tiene límites, cree que los hombres pueden

conocer la realidad social tal cual es. Para el escepticismo, todo conocimiento

depende de las circunstancias o del individuo, pues falta un criterio absoluto

de la verdad. Los positivistas limitan el valor del conocimiento histórico a la

experiencia.

A fuer de todas estas interpretaciones es importante colegir que la His-

toria, como forma de conocimiento, presenta los siguientes rasgos definitorios:

—Unos conceptos que, a diferencia de otras formas de conocimiento,

la Historia no dispone de una estructura conceptual jerarquizada. Esta

cuestión resulta ser una de las más controvertidas entre las distintas

tendencias historiográficas y existen diversas explicaciones y varian-

tes. Una de ellas distingue entre: Hipótesis o conceptos explicativos

sobre las diferentes conformaciones de las sociedades humanas en el

tiempo, y Generalizaciones que, sin tener un carácter explicativo, son

conceptos imprescindibles y continuamente empleados.

—Unos procedimientos explicativos. Cada forma de conocimiento tie-

ne una estructura sintáctica propia en la que los conceptos se mues-

tran relacionados y articulados. La sintaxis proposicional-explicativa

utilizada por la Historia debería ocupar un lugar destacado en su en-

señanza, puesto que constituye un requisito sustancial de la educa-

ción histórica. Algunas claves esenciales de esta sintaxis explicativa

serían:

a)

Principio globalizador. La explicación histórica debe abordar los

hechos como una realidad global, en la que éstos están insertos y

relacionados de forma compleja.

b) Explicación causal. Las causas son fenómenos internos donde es

imposible separar condiciones de las realidades en cambio. La ma-

yor parte de los cambios históricos son siempre resultados de pro-

cesos de evolución internos al conjunto social de una colectivi-

dad, y no resultado de la acción de fenómenos externos a esta.

c)

Explicación intencional. Se trata de un tipo de explicación signi-

ficativa en Historia, ya que los hechos históricos son, en gran me-

dida, resultado de acciones motivadas. La relevancia de este tipo

de explicación ha sido destacada tanto por la historiografía mar-

xista como por la idealista.

d)

Cambio y continuidad. La Historia es fundamentalmente el estudio

de la evolución de los hechos humanos en el tiempo. Nociones como

«tiempo», «evolución», «desarrollo», etc. son parte fundamental de

esa síntesis explicativa utilizada por los historiadores.

—Unos procedimientos de investigación-verificación. Toda forma de

conocimiento tiene una determinada manera de conducir sus investi-

gaciones. A diferencia de otras ciencias, la Historia no fundamenta

sus investigaciones en experimentos de laboratorio sino en la verifi-

cación empírica sobre las fuentes.

3. COMPRENSIÓN, EXPL ICACIÓN E INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA

Todo documento y/o fuente histórica es una realidad fragmentaria de

un pasado temporal, pero que contiene lo que J. Maritain denomina «in-

teligibles históricos en potencia» (1962: 37) de los que hay que extraer cuantas

informaciones nos suministran de la vida humana. Por muchos hechos del

pasado que se quieran contar, jamás se podrán contar todos, puesto que el

documento y/o fuente histórica es siempre una realidad fragmentaria, lo que

implica, también, una toma de posición ante los hechos del pasado que de-

ben ser contados. Éste asumirá su propia función epistemológica si se cons-

tituye en nexo objetivo entre el pasado humano (objeto formal de la Histo-

ria) y el presente desde el que el historiador le interroga. Por ello, la tarea

del historiador se ha de centrar principalmente en lograr que emerjan y se

constituyan en actos de conocimiento cuantas informaciones nos transmitan.

Así el documento será el mediador necesario del conocimiento histórico y el

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A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

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nexo de encuentro de las variables humano-temporales que definen dicho

conocimiento, de tal manera que si no existiese la Historia no sería posible

y el historiador no podría realizar ninguna operación historiográfica, sin la

que no se generaría saber histórico alguno; sólo se lograría elaborar simple-

mente una crónica histórica. Además, como el mayor número de fuentes las

conserva las clases dominantes interesadamente, por lo que no sólo es nece-

sario fijar los hechos, sino que hay que buscar las causas, las consecuencias,

la relación de interdependencia con acontecimientos de otras épocas y así

poder interpretarlos, pues al historiador sólo le queda el compromiso de in-

tentar comprender cómo era la sociedad del pasado en su momento histórico

por medio de las fuentes históricas que estén a su alcance.

Pero ¿en qué consiste la operación historiográfica que el historiador ha

de realizar para otorgar al discurso histórico un carácter científico? Su tra-

bajo ha de concretarse en tres operaciones intelectuales, diferenciadas entre

sí, pero que interactúan y se complementan mutuamente. Son:

comprenden

explicar e interpretar

el pasado humano en cuanto se trata de un conocimiento

mediato y contingente. Para conocer o comprender un acontecimiento histó-

rico necesitamos recibir información histórica, pero los componentes de esta

información no son la finalidad, sino el inicio, ya que la Historia no se redu-

ce a saber los nombres, fechas y acontecimientos. Es necesario una com-

prensión para poder emitir una explicación sobre el por qué ocurrieron las

cosas de una determinada forma en el pasado; así, por ejemplo, la respuesta

a la pregunta: ¿En qué fecha los musulmanes invadieron la Península Ibéri-

ca? nos puede indicar la memoria del estudiante, pero no nos informa de los

cambios y transformaciones que hicieron posible la invasión y el dominio

musulmán, ya que la información es la base inicial para la comprensión.

El primer objetivo fundamental ha de ser la comprensión para poder lle-

gar a la explicación. Debe tenerse primero un marco de referencia en el que

los acontecimientos cobran sentido. Por ello, uno de los elementos básicos

de la comprensión viene dado por la caracterización de las distintas forma-

ciones sociales. Sólo dentro de estas caracterizaciones se pueden explicar en

parte los hechos, sin caer en anacronismos o visiones incompletas de la rea-

lidad. El problema que se plantea muchas veces es el que al trabajar temas

concretos, con frecuencia ligados a la historia local, se pierde la referencia

de la explicación general del periodo y del conjunto social en el que esté

enmarcada la historia de una determinada localidad y, dentro de ésta, el re-

lato de un determinado hecho o acontecimiento. Por ello, debe insistirse en

la contextualización, que en el fondo supone dar un valor general a un ele-

mento concreto. La comprensión de los hechos no es posible sin tener pre-

sente las creencias de los protagonistas, agentes o pacientes de los hechos.

El paso siguiente es la explicación.

Aunque las investigaciones realizadas sobre la comprensión del conoci-

miento histórico y los procesos de razonamiento en este dominio son esca-

sas, y el estudio de la explicación y la causalidad histórica no constituye una

excepción, sí puede afirmarse que dentro de los trabajos realizados es uno

de los temas que más se han tratado, aunque no desde una perspectiva de

análisis interesada en caracterizar los procesos de razonamiento utilizados

por el historiador.

El hecho de que la Historia se centre en el estudio de las acciones hu-

manas y de acontecimientos singulares y únicos, conlleva que las explica-

ciones históricas no tengan como objetivo central el establecimiento de le-

yes causales generales. Por ello, el modelo de explicación ideológico o

intencionalista, constituye una alternativa a las explicaciones causales, si bien

ello plantea une serie de problemas teóricos y metodológicos que conducen

a le necesidad de un modelo integral de explicación histórica. En este senti-

do, Lloyd considera que las explicaciones causales en Historia deben conte-

ner tres elementos: a) las intenciones de los agentes, b) las condiciones con-

cretas en las que se producen las acciones y c) los modelos generales y teo-

rías sobre los individuos y los procesos sociales (1990: 102).

Aquí se trata de averiguar las causas de los hechos y las consecuencias

que se derivan de ellos. Este aspecto es fundamental en la Historia que, a

diferencia de otras disciplinas, se interesa más por la significación de los he-

chos que por los hechos en sí mismos.

A pesar del interés por las causas y consecuencias, el historiador no siem-

pre tiene una certeza absoluta de que aquellas causas sean las únicas o las

determinantes de un hecho. Por esta razón, como ya se ha señalado, el pasa-

do es difícil presentarlo con objetividad absoluta. Hemos de seleccionar a

los informantes, los documentos, los posibles testigos, etc., y los puntos de

vista de los historiadores diferirán en muchísimos casos y, además, cambia-

rán con el paso del tiempo.

En efecto, los hechos que conocemos se encuentran incardinados, y se

relacionan entre sí formando estructuras que explican e identifican una épo-

ca. No sólo es necesario fijar los hechos, sino que hay que buscar las causas,

las consecuencias, la relación con otros hechos de la época (anteriores y pos-

teriores), y hay que interpretarlos, pero sin recurrir automáticamente a la no-

ción científica de causa efecto. En toda causa están todos los elementos del

efecto, pero hay más, y no tiene por qué pertenecer a la misma escala. Una

cosa es responder a la pregunta ¿por qué ocurrieron los hechos?, y otra jus-

tificarlos por tener unas causas que inevitablemente dan unos efectos. La His-

toria no es mecánicamente causal. Frecuentemente, quien busca causas y efec-

tos tiene una concepción finalista de la Historia que, al fin, justificaría el

estado actual de las cosas. El trabajo del historiador siempre se orienta hacia

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EL VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

L A C O N F O R M A C I O N D E L A C I E N C IA H I S T O R I C A

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la construcción del saber histórico, a partir de y desde el interior de los do-

cumentos y/o fuentes históricas, y en todo ello median operaciones históri-

cas propiamente dichas sobre los inteligibles potenciales que nos ofrecen.

La Historia no siempre ha sido un saber científico. Hasta el siglo XIX fue

un saber enciclopédico y precientífico, como muchas otras ciencias. Para los

positivistas, la Historia no deja de ser una acumulación de documentos, en los

que toda interpretación no haría más que falsearla. Este tipo de conocimiento

histórico (historia erudita), en definitiva, no es más que una reducción de la His-

toria como constructo científico y una reproducción de la ideología dominante.

Pero esta visión de la Historia está totalmente superada «La explicación en His-

toria es el descubrimiento, la aprehensión, el análisis de los mil vínculos que, de

forma inextricable, unen entre sí las múltiples facetas de la realidad humana,

que ligan cada fenómeno a los fenómenos vecinos, y cada estado a sus antece-

dentes inmediatos o lejanos, y también a sus consiguientes» (Marrou, 1976: 76).

Este tipo de conocimiento difiere mucho del dato, ya que se fundamenta en la

comprensión y la interpretación de los hechos. No debemos caer en el

reduccionismo unitario, ya que la realidad es muy compleja. Cada época hace la

Historia sobre los temas que le interesan, y que no tienen porque ser los temas

que nos preocupan en la actualidad, la Historia puede cambiar. Los hechos de la

Historia varían según la corriente de pensamiento o la escuela que los formule,

y hay muchas escuelas historiográficas, unas que pretenden justificar la situa-

ción actual de distribución del poder y otras ser más críticas.

Por ello, en general, las explicaciones formuladas son poco sofisticadas

y simples, si bien un mayor conocimiento de la materia conlleva el tener un

efecto positivo en la utilización de las nociones de suficiencia y necesidad.

Y es que la explicación histórica plantea todavía cuestiones complejas de

resolver, tanto a nivel teórico y filosófico como metodológico, por lo que su

caracterización es aún difusa.

4. LA CAUSAL IDAD COMO PRINCIPIO EXPLICATIVO EN H ISTORIA

Otro aspecto del conocimiento histórico es la causalidad, es decir, las

causas o motivos que inducen o llevan a que los hombres (y sus circunstan-

cias) actúen de determinadas formas o maneras. Es el por qué de los hechos

(de los datos obtenidos a partir de las hipótesis de trabajo), son los antece-

dentes explicativos, que deben relacionarse con otras explicaciones de tipo

intencional, finalista o teológico a fin de analizar, explicar, interpretar y va-

lorar los hechos pasados.

La sucesión causal se encuentra íntimamente ligada al proceso de ad-

quisición del concepto de casualidad. El estudio de la causalidad, a pesar de

su complejidad, es una condición necesaria de nuestra capacidad intelectual

para la interpretación y comprensión de la ciencia histórica. Cualquier he-

cho histórico tiene una o varias causas y no podía haber ocurrido de otro

modo más que si algo, en la causa o causas, hubiese sido así mismo distinto.

La conducta humana también está determinada por causas, aunque debemos

especificar que la causa y la responsabilidad moral, son categorías distintas.

Lo mismo que el hombre ordinario, cree que las acciones humanas tienen

unas causas que en principio pueden descubrirse, la Historia parte de un su-

puesto y es función del historiador/a investigar dichas causas.

A veces, los historiadores/as caen en la retórica y dicen de un aconteci-

miento que era inevitable, cuando lo que deberían decir es que la confluen-

cia de factores que lo hacían posible era precipitante. Nada es inevitable en

la Historia, salvo en el sentido formal de que, de haber ocurrido de otro modo,

hubiera sido porque las causas antecedentes eran necesariamente otras. La

Historia es, por lo tanto, un proceso de selección que se lleva a cabo ate-

niéndose a la relevancia histórica. Pero para la Historia la causalidad es un

concepto abstracto cuya imprecisión afecta al desarrollo de las mismas.

La causalidad es uno de los conceptos más difíciles de explicar, ya que

en los estudios históricos, rara vez existe una causa única. Entre las dificul-

tades intrínsecas que presenta la causalidad histórica podemos destacar:

—El intervalo temporal entre causa y efecto suele ser mayor en Histo-

ria que en otros dominios causales, pues es frecuente que un hecho

tenga consecuencias a corto plazo, pero también presente consecuen-

cias a medio y largo plazo.

—Generalmente los acontecimientos históricos tienen más de una cau-

sa y tienen más de una consecuencia. Además, pueden ser causas y

consecuencias que se sitúen en diversas sucesiones y etapas tempora-

les. Las relaciones que se establecen no son simples y lineales sino,

al contrario, complejas y dinámicas.

En efecto, desde el momento en que se considera un hecho social, se

presenta la causalidad múltiple. Las relaciones de causalidad son inherentes

a cualquier tipo de explicación científica, pero en la Historia, los eventos no

son repetibles, lo cual hace que no se puedan explicar a partir de causas,

dentro de un marco conceptual, sino que se complique la explicación tomando

en cuenta otros aspectos como motivos a intenciones de los actores. Así, se

plantean dos ámbitos de estudio, el análisis de los antecedentes y las conse-

cuencias, así como también los factores subjetivos que pueden influir.

Desde el racionalismo y positivismo existió una preocupación constan-

te por determinar rigurosamente los hechos y causas que generan el conoci-

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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA 3

miento científico. Los historiadores estaban obligados a tener presente todos

los hechos o acontecimientos, susceptibles de influir en la compleja realidad

social. Pero este modelo de causalidad histórica, que tendía a explicar mul-

tiplicidad de acciones individuales, era inaceptable puesto que llegaba a en-

mascarar el verdadero objetivo de la ciencia histórica: el estudio de la reali-

dad social.

Con la crítica del historicismo alemán, se abandonará la explicación an-

terior y se recurrirá al concepto de armonía, con base en el «espíritu», la «in-

tuición», el «compromiso», etc. Así, la causalidad histórica se presentará como

una construcción conceptual que acentúa uno o varios aspectos de un conjun-

to de fenómenos, combinándolos de tal manera que tengan sentido y formali-

cen un tipo ideal de construcción mental de la que se puede extraer conclusio-

nes causales, a veces diferenciadas del desarrollo real de los acontecimientos

Weber, 1964: 16-18).

La reflexión epistemológica de la ciencia histórica en los años 60 en-

cuadró el principio causal dentro de las categorías de la ciencia moderna,

distinguiéndose claramente entre causalidad y determinación Bunge, 1981,

29-31). En las explicaciones causales distinguen tres componentes:

—Los principios o leyes generales de la causalidad constancia, asime-

tría, condicionalidad, productividad) determinarán la forma que adop-

tará toda explicación causal sea cual sea su contenido, pues d e toda re-

lación causal en condiciones de igualdad, se han de seguir los mismos

efectos precede o se simultanea al efecto) y ser condición para que tal

efecto se genere. Al respecto, Topolsky describe cinco maneras en que

las causas y las condiciones aparecen en las narraciones históricas: a)

como condiciones necesarias de un suceso que debe ser explicado, b)

como condiciones suficientes, c) como condiciones necesarias sólo en

la situación descrita por el historiador, d) como condiciones que con-

ducen a que suceda un acontecimiento, y e) como condiciones que evi-

tan que se produzca el suceso 1992: 194 y ss.)

—Las reglas de inferencia. Son totalmente necesarias, toda vez que

permiten decidir qué explicaciones son las más adecuadas en cada

momento y cuales se corresponden con las habilidades propias del

pensamiento formal hipotético-deductivo del método histórico y son

el fundamento del pensamiento científico.

—Las teorías, es necesario poseer ideas causales eficaces para poder

conformarlas en Historia, pues existen diversas teorías explicativas que

relacionan distintos antecedentes de tipo económico, social, políti-

co, cultural, etc.) con determinados consecuentes explicaciones ideo-

lógicas o intencionales) Pozo y Carretero, 1989: 139-163).

Recientemente, y bajo la influencia del m aterialismo histórico, se ha pro-

pugnado la adopción del principio de causalidad estructural en razón a que

en la realidad social existen varios niveles o estructuras irreductibles que se

ordenan jerárquicamente), si bien con varianzas de matización por el

estructuralismo antropológico respecto a otras corrientes historiográficas

como Annales o el materialismo histórico. Y es que, a pesar de la considera-

ción de E. H. Carr de que el estudio de la ciencia histórica es un estudio de

causas, cuando un acontecimiento se explica causalmente se remite a los

antecedentes que lo hicieron posible, y que suelen corresponder a una con-

junción de factores jerarquizados que permiten analizar científicamente una

sociedad histórica, si bien de su interrelación surgen leyes generales de con-

tenido diverso. Así pues, no debemos recurrir a la importancia de las expli-

caciones causales como procedimiento absoluto, toda vez que en la práctica

historiográfica, al limitársele sólo a los antecedentes de un hecho pasado,

adopta una forma de relación condicional suficiente que concluye en un es-

bozo de explicación que necesariamente deberá ser ampliado por el propio

historiador Schaff, 1976: 139-163).

Es evidente que ambas explicaciones no son excluyentes, sino que por

el contrario puede llegar a incardinarse en un sistema global de explicación

histórica basado en el esquema antecedente-acción-consecuencia, formula-

do por D. Shemilt en 1984, pues se ha de proporcionar modelos conceptules

que faciliten la comprensión de los hechos históricos. En cualquier caso, el

concepto de causalidad suele presentarse casi siempre como causalidad so-

cial, pues presenta ciertas peculiaridades propias que no siempre coinciden

con lo natural. En Ciencias Sociales hay hoy una tendencia a evitar el uso

del término, también es posible sustituirlo por los de «causa», «causación»,

«causación social», «correlación», «orden de correlación», «serie de fenó-

menos», «configuración de fenómenos», «factor», «multicausalidad», etc.

Todas estas son instancias diferentes de causalidad. En Historia, sin embar-

go, se implementa en el sentido de ser una forma de determinación según la

cual, un objeto, hecho o suceso guarda relación regular con otros y surge

desde situaciones previas, lo cual obliga a no ignorar conceptos como el de

antecedencia, contigüidad y, sobre todo, determinación.

5 . INTERPRETACIÓN INT ENC IONAL DE LA HISTORIA

Cuando a principios de siglo el historiador inglés R. Acton en una confe-

rencia pronunciada en la Universidad de Cambridge, lanzaba la idea de

conseguirse una H istoria definitiva susceptible de solucionar todos los proble-

mas de la sociedad, sesenta años más tarde J. Elliot cuestionó este canto a la

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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

5

ciencia positivista al proclamarse la imposibilidad de una verdad Histórica

objetiva. «Es dudoso que nadie, a parte de los positivistas más recalcitrantes

—decía Elliot— haya creído que podrá alcanzar una interpretación de los

hechos completamente mental, incontaminada por las actitudes y prejuicios

de su propia época» (2001:10). En efecto, un planteamiento positivista de

objetivismo historiográfico, es rechazado de antemano como completamen-

te equivocado. A pesar de la expansión de los horizontes historiográficos por

abarcar nuevos tipos de evidencias, sea de carácter documental, tradicional o

no presenta aún problemas parecidos de selección e interpretación, ya que los

documentos no hablan por si solos. Cualquier aproximación a un hábeas de

material historiográfico está condicionado inevitablemente por las ideas pre-

concebidas del historiador, las preocupaciones contemporáneas y el conoci-

miento de la historiografía previa sobre el tema.

Entonces, ¿es posible la Historia objetiva?, ¿cómo interviene el subje-

tivismo en la construcción del conocimiento histórico? Estas y otras muchas

más preguntas podrían formularse sobre la objetividad y/o subjetividad en la

Historia. Interminables han sido las respuestas que se han dado en el tiempo,

a veces contradictorias, y que constituyen un amplio abanico de tendencias

que van, desde los que afirman la necesidad de la objetividad en la interpreta-

ción y explicación de los fenómenos históricos (para Hempel las leyes físicas

pueden ser utilizadas para la Historia de forma objetiva, tal y como se utilizan

en la investigación de esta disciplina, estando integradas, pues, la teoría y mé-

todos de la Historia en una supuesta unidad de la ciencia), hasta aquellas otras

donde prepondera la imaginación, empatía y subjetividad del historiador (von

Wright se pronuncia a favor de argumentos que defiende que los métodos his-

tóricos operan de manera diferente a los de las ciencias y ello sin dejar de te-

ner rigurosidad científica). De cualquier forma, esto es un debate latente y ac-

tual en términos epistemológicos para operarivizar los conceptos propios en el

quehacer historiográfico, si bien, hay que enmarcarlo en la tipificación y ca-

racterización del hecho histórico y en el papel de la interpretación histórica.

El contraste entre estas dos actitudes no conduce a pensar la falta de

rigor científico de los estudios que los historiadores escriben sobre los he-

chos históricos o sobre el sentido de la Historia, sino que es «el simple re-

sultado de la especificidad del conocimiento que siempre tiende hacia la ver-

dad absoluta, pero esta tendencia sólo se cumple en y por el proceso infinito

de la acumulación de verdades relativas» (Shaff, 1976: 373). En cualquier

caso hemos de colegir, que la relación fundamentalmente temporal constitu-

tiva del conocimiento histórico, es de carácter inestable. La Historia, en cuanto

saber científico, posee un tipo especial de inestabilidad respecto a los demás

saberes humanos, ya que se trata de una pura construcción del cognoscente

(el historiador), que es el que realiza las operaciones historiográficas de ex-

plicación, comprensión e interpretación del objeto material o formal de la

Historia, a través del cual, por el cual y en el cual el historiador conoce (sig-

no inteligente) y llega a elaborar el discurso histórico.

5.1. La objetividad en la explicación de los fenómenos sociales

El estudio y explicación científica de la realidad histórica, es decir, de

las diversas experiencias ocurridas en la vida social de los humanos (con-

junción de factores por los que las sociedades e individuos que la integran

se organizan, actúan, prosperan y cambian) se desarrolla en espiral, donde

la racionalidad juega un papel de explorador de fenómenos y de delatador

de sus indicadores causales. Se trata de una estrategia específica que com-

porta una red de acciones para obtener fines específicos referidos a una so-

ciedad de variables cuantificables. En Historia, la verdad objetiva no está en

saber si un hecho es cierto o no, sino en descubrir y determinar cual es la

auténtica naturaleza del hecho, hasta llegar a comprender las verdaderas re-

laciones entre la sociedad y las cosas.

Puesto que el actuar social o individual está en relación con unos valores

compartidos por los pueblos, el historiador ha de buscar en los hechos un com-

portamiento racional que se orienta a la observación de conductas relacionadas

con normas de actuación universalmente aceptadas. Por ello, el objetivo de toda

investigación histórica consiste en explicar científicamente la realidad históri-

ca y, mediante un proceso de asimilación, ajustarlo a la razón.

Pero la visión de una época es indispensable e inseparable de la ideolo-

gía del historiador y, aunque el discurso histórico se elabora a partir de los

datos seleccionados con objetividad, existe el peligro de no ser tenida en cuen-

ta, de tal manera que a la hora de imponer conclusiones termine transmitién-

dole inconscientemente sus juicios previos y visionar los hechos desde su

propia ideología. En este sentido, el historiador ha de proponerse compren-

der, aprehender las sociedades humanas en el tiempo, captar los mecanis-

mos de fondo de las sociedades y mostrarnos cómo funcionan, es decir, co-

nocer objetivamente las experiencias sociales en el tiempo y en la dinámica

histórica. En la explicación de los hechos no debe intervenir nada individual,

ni preferencias, ni tendencias ni aspiraciones, ni tampoco deben ser agrega-

das a éstos. La ciencia quiere ser conocimiento, puede que el hombre de cien-

cia sea impulsado por una pasión, y puede quedar satisfecho con los resulta-

dos obtenidos, pero el conocimiento mismo no debe verse afectado por es-

tos elementos. Se puede decir que la búsqueda del conocimiento es un acto

de coraje porque hay que sacrificar todo interés que no sea el de la verdad.

El historiador trabaja con su inteligencia, la voluntad y el sentimiento se han

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66

L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

de poner al servicio de aquella. No hay que utilizar la inteligencia para que

amolde los hechos a fines diferentes a la obtención de la verdad. La elimina-

ción de la subjetividad significa una eliminación de los elementos afectivos

y volitivos. Estos no se tienen que incorporar nada al sistema de relaciones

en que consiste la ciencia y no deben modificar su fin que es conocer la rea-

lidad. La ciencia histórica es objetiva pero es un hecho humano.

La objetividad en Historia implica una oposición entre sujeto cognoscente

y el objeto de conocimiento en el que el observador no está implicado como

persona. A diferencia de la realidad histórica que es objetiva, el conocimiento

histórico (la explicación científica de la materia histórica) es elaboración del

historiador y resulta ser subjetivo. Bien es verdad que la explicación deberá

contrastarse con la realidad histórica objetiva, habrá de demostrar la concor-

dancia entre lo que se dice de la realidad histórica y la entidad objetiva de

ésta. Se trata, pues, de una interpretación racional, sistemática y verificable de

la realidad. Así pues, la objetividad en Historia es imposible, por lo que se

debería hablar más de imparcialidad como resultado de una doble actitud mo-

ral e intelectual. En cuanto a la primera, el historiador ha de tener en cuenta

todos los ámbitos del fenómeno social y las aportaciones y/o posiciones de

todos los investigadores, poniendo en cuarentena la propia; y respecto a la se-

gunda, ha de adoptar una posición honesta y de vigor, pues ha de resistirse a

utilizar la Historia para otros fines que no sea la comprensión y explicación de

las acciones del hombre, tanto individuales como colectivas.

Se trata de referir las cosas tal y como han ocurrido. «Se le ha atribuido

a la Historia la misión de juzgar el pasado, de instruir al mundo para el

aprovechamiento de los años futuros: todo ensayo —afirma R. Koselleck-

sólo pretende averiguar cómo han sido realmente los hechos» (1993:56-57).

La realidad histórica, para poder ser explicada científicamente, ha de ser

interrogada, problematizada, investigada, sistematizada y demostrada. Sólo des-

de las propuestas, desde el planteamiento y selección de problemas, desde los

supuestos teóricos y las hipótesis, pueden darse explicaciones racionales de la

realidad o materia histórica. Pero lo importante no es la cientificidad de la expli-

cación histórica, sino que lo verdaderamente necesario es que ésta sea un ins-

trumento de análisis veraz y objetivo del pasado, ya que si la Historia pretende

ser un instrumento coherente de análisis social, si quiere explicar las experien-

cias de las sociedades humanas, tendrá que ser un conocimiento científico.

La objetividad histórica posee unas características propias tales como:

a) Conjunto de objetos estudiados. Está formado por los datos exterio-

res al sujeto, desde una proposición hasta una teoría son indepen-

dientes de quien las dice. Son situaciones que no tienen que ver con

la subjetividad del investigador.

LA CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

7

b)

Lenguaje compartido. Está conformado por términos unívocos (que

tiene un solo significado) y por lo tanto es imposible confundir sig-

nificados y no dar lugar a ambigüedad.

c)

Metodologías rigurosas. La ciencia histórica se maneja con una me-

todología rigurosa. Necesita coherencia y lógica en su parte teórica

y adecuarse a los hechos en su parte práctica. Por medio de un mé-

todo establecido y siguiendo ciertos pasos se llegan a los resultados

buscados. Este método no puede ser aleatorio, debe ser preesta-

blecido de antemano y cumplido de forma prolija.

d)

Sujetos que enuncian teorías y las controlan Lcomunidad científica . Ésta

es una sociedad disciplinada, donde sus miembros están capacitados para

desempeñarse en ella. Las teorías que crea son sometidas a crítica

intersubjetiva, por lo que esta comunidad es garantía de objetividad.

Puede aprobar o rechazar el poder explicativo de las teorías.

Pero con respecto a estas características, se hacen objeciones. Existen

teorías contrarias entre sí y coexistentes. Esto nos hace pensar en cómo po-

demos saber qué teorías son válidas y si hay alguien cualificado para deter-

minar su validez o invalidez. Con el paso del tiempo vemos que unas teorías

se sobreponen a otras, pero al haber existido teorías vigentes simultáneamente

nos demuestra que hay elementos que distorsionan la objetividad. Las répli-

cas que se hacen a este punto son:

En primer lugar, que puede que no haya acuerdo respecto al objeto es-

tudiado y que esté formado por teorías y técnicas. Hay distintas interpreta-

ciones de un mismo objeto de estudio: no existe alguien totalmente ecuáni-

me (justo, objetivo) e imparcial para decidir entre teorías rivales y que hay

teorías vigentes que definen al objeto de estudio en un determinado momen-

to, pero su vigencia sería arbitraria ya que no hay pautas para decidir entre

teorías rivales, ni tribunal que las aplique.

En segundo lugar, que el lenguaje compartido hace posible la intersub-

jetividad. La teoría forma al objeto de estudio y también al lenguaje científico,

por eso lo dicho en el punto anterior es válido también para este.

En tercer lugar se crítica que el método es un medio y no se accede a

todos los objetos por el mismo medio. El método debe ser riguroso mientras

no signifique «atarse» a un procedimiento rígido. Como el método surge del

sujeto no otorga objetividad por si mismo.

En cuarto lugar se plantea si la comunidad científica actúa independien-

temente de otras comunidades sociales.

Por consiguiente, el conocimiento histórico ha de ser reductible a dos

variables:

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LA CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

I

70

L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

su poder heurístico, lo que ha llevado a que muchos la consideren como una

ciencia especial, que obedece a cánones lógicos diferenciados de los cáno-

nes de la lógica general de las demás ciencias. Pero dos observaciones he-

mos de tener presentes.

La primera es que no hacer distinción entre la subjetividad teleológica

o intencional y la subjetividad explicativa es el origen de la fuerza que pare-

ce tener la tentación de la reflexibidad. Si el «propósito» debe tener un lugar

en la ciencia social, el hecho de que nosotros mismos al hacer ciencia social

también seamos intencionales, parece arrojar toda la luz que necesitamos en

nuestros problemas metodológicos. Llegamos a pensar que todo lo que tene-

mos que hacer para desarrollar nuestra ciencia, es contemplar las operacio-

nes de nuestra propia mente y proyectar de algún modo lo que encontramos

allí adentro hacia el mundo exterior. No quiero decir que este enfoque sea

totalmente erróneo. Tiene algo en que apoyarse. Pero sí creemos que el en-

foque mejoraría mucho si se corrige, en el sentido indicado, es decir, por

medio de un análisis más completo del papel que la subjetividad desempeña

en la ciencia en general, y particularmente en las ciencias sociales.

La segunda observación se mueve en la dirección opuesta. El hecho de

que haya subjetividad en dos niveles de la ciencia contribuye a la existencia

de una conexión entre estos dos niveles. La necesidad de los términos teóri-

cos y la imposibilidad de reducirlos a observación empírica hace al conteni-

do de la ciencia dependiente, en un grado muy importante de la creatividad

heurística del científico. Ya simplemente este hecho es capaz de proporcio-

nar el enlace requerido entre los dos planos de subjetividad. Los términos

teóricos tienen sentido porque el teórico trata de cerrar el sistema científico

con la ayuda de su propia personalidad. Así sucede porque se propone una

apuesta entre la «manejabilidad de la ignorancia» o el poder profético de los

productos de la razón. Dos actitudes de interpretación para el papel de los

términos teóricos se abren ante nosotros: el tratarlos como anticipaciones

heurísticas de lo científico; o, por el contrario, podemos verlos como con-

ceptos empíricamente vacíos con valor sólo operacional que, sin embargo,

apuntan (vía principio de indiscernibilidad), a una intervención esencial de

la personalidad del científico en la configuración de la materia de la ciencia.

5.2.1. El historiador y sus explicaciones analógicas

El historiador, cuando se detiene a reflexionar sobre lo que está hacien-

do, se sitúa en un trance continuo de acomodar los hechos a sus interpreta-

ciones y éstas también a aquellos. Tanto su interpretación como la selección

u ordenación de los datos van sufriendo cambios sutiles y, en ocasiones, in-

conscientes, fruto de la acción recíproca entre ambos. «Y esta misma acción

recíproca —afirma E. H. Carr— entraña reciprocidad entre el pasado y el

presente, porque el historiador es parte del presente, en tanto que los hechos

pertenecen al pasado. El historiador y los hechos de la Historia son mutua-

mente necesarios» (1991: 21).

Lo que caracteriza a la comprensión y explicación de los fenómenos histó-

ricos es que estén arraigados en las vivencias del historiador, pues mientras que

las ciencias de la naturaleza proceden a través del conocimiento objetivo y abs-

tracto, la Historia como ciencia del espíritu se nos revela a través de la experien-

cia vivida, porque el historiador lo que hace es aplicar al pasado tipos de expli-

cación que le permitan comprender situaciones o acontecimientos que vivió. En

efecto, aunque los hechos que maneja son hechos humanos y objetivos «per se»,

sin embargo se tornan subjetivos en cuanto procede a su selección e interpreta-

ción. Nos hallamos pues ante lo que J. Cl. Passeron (1991) ha llamado «razona-

miento natural» o analógico, ya que por él, el historiador transfiere al pasado

modelos de explicación probados en su tiempo vivido del presente.

Para hacer posible esta estrategia racional es necesaria a la vez la conti-

nuidad en el tiempo y su objetivación, ya que se basa en el postulado de una

continuidad profunda entre los hombres a través de los siglos, y apela a una

experiencia previa de la acción y de la vida de los individuos en sociedad.

Pero además, como al historiador le resulta imposible abarcar en su estudio

la totalidad de los ámbitos dominantes en la sociedad a lo largo de su trans-

currir histórico, se ve obligado a realizar un tratado de selección, y será a

partir de éstos donde fundamentará sus hipótesis previas de trabajo en la re-

construcción del fenómeno histórico. Por ello, el historiador realizará dicha

selección de datos en función de las hipótesis planteadas, y en este proceso

otorgará a unos datos la categoría de hechos históricos, mientras que a otros

los rechazará por su poca signifícatividad. «Los datos básicos que son los

mismos para todos los historiadores —afirma Can— más bien suelen perte-

necer a la categoría de materias primas del historiador que a la Historia mis-

ma..., y la necesidad de fijar estos datos básicos, uno se apoya en ninguna

cualidad de los hechos mismos, sino en una decisión que formula el histo-

riador a priori» (1991: 14-15). Si bien, en esto coinciden la mayoría de los

historiadores, ello no debe conducimos a creer que la selección la hace el

historiador de forma arbitraria (como creen los presentistas crocianos) y el

hecho histórico es un producto directo de la actividad intelectual del sujeto.

Pues éste existe ya por si mismo, ya que los «datos empíricos que maneja el

historiador —afirma E. P, Tompson— tienen una existencia real, indepen-

diente de su existencia en las formas del pensamiento, que estos datos dan

testimonio de un proceso histórico real; y que este proceso constituye el ob-

jeto del conocimiento histórico» (1981: 51).

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72

L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

3

Es verdad que el historiador introduce criterios de subjetividad desde el

momento en que realiza un proceso de selección que acondicionará el resul-

tado de su estudio y desde el momento en que el historiador no puede

desvincularse de la problemática e interés de su presente, lo que implica la

imposibilidad absoluta del conocimiento objetivo de la Historia. Pero este

inevitable subjetivismo no significa que se deban rechazar o admitirse todo

tipo de interpretación, sino sólo aquella que delimite la verdad histórica uná-

nimemente aceptada, y su crítica histórica y métodos historiográficos estén

sustentados en bases científicas que le hacen ser más fácilmente verificables

los modelos interpretativos utilizados por el historiador.

5.2.2.

Factores que condicionan sus explicaciones

Junto a los deseos, opiniones, habilidades y demás factores internos del

historiador, hay un contexto social que le impone ciertas funciones y debe-

res al individuo, quien participa en formas institucionalizadas de conducta.

Se enumeran entonces, sin dificultad, los factores «externos» que condicio-

nan la acción individual, las convenciones morales, costumbres y tradicio-

nes, los deberes emanados de los roles que al individuo desempeña en la so-

ciedad, etc. El subjetivismo permanece, sin embargo, incólume. Todo ocurre

como si los individuos fueran sujetos existentes en y por sí mismos, con una

voluntad pura capaz de operar conforme a sus propias intenciones y generar

sus propios fines. Se acepta que tales individuos se encuentran, además, en

un medio «externo» que moldea en algún grado su voluntad y ejerce cierta

influencia sobre sus acciones, Por ello, von Wright afirma que «los determi-

nantes externos de nuestras acciones nos son dados como estímulos ante los

cuales reaccionamos» (1979: 315), como si primero existiera un sujeto que

después contrae relaciones sociales. Por consiguiente, la percepción particu-

lar del historiador sobre cada uno de los fenómenos sociales se construye en

razón a su experiencia vital, personalidad individualizada (factores internos)

y los condicionamientos socio-culturales. Así como:

a)

El peso del compromiso personal

La Historia no se puede entender al margen del historiador y de él depende-

rá el tipo de explicación histórica que realice. Al historiador le resulta difícil

separar su actividad científica de los compromisos personales como hombre.

Muchos historiadores que ocuparon puestos administrativos, políticos o car-

gos ideológicos en diversos partidos, al analizar los fenómenos sociales se ven

fuertemente influenciados por esos compromisos personales. Pero seria erró-

neo creer que sólo estos historiadores sean los tributarios de tales compromi-

sos, sino que también en los historiadores profesionales, si bien son menos

evidentes y las implicaciones por las que se interesan, quizás nos sorprenda

también por el peso de su compromiso personal o, por el contrario, su indife-

rencia. Y es que su interés profesional por la evolución de la colectividad se

constituye en un factor que favorece su compromiso, si bien éste dista mucho

al implicarse en las preguntas que como profesional se plantea ante los fenó-

menos históricos.

Pero el historiador se acerca al conocimiento del pasado a partir de su pre-

sente, por lo que el discurso histórico que realiza es fruto de la relación del pa-

sado vivido por los hombres de aquel momento y el presente en que se esfuerza

por recuperar aquel pasado para beneficio de sus coetáneos y de los venideros.

Se trata de «un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus he-

chos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado» (Carr, 1991: 40).

Comprender esta relación, que tiene como punto de partida el presente

del historiador, supone comprender el carácter de toda obra histórica en el mo-

mento preciso en que fue elaborada (San Agustin conformó la Historia desde

el punto de vista de un Cristianismo primitivo, Mommsen desde el del alemán

del siglo XX, etc.). En consecuencia, la ciencia histórica se comprende a par-

tir de la época y desde el presente en que está inmerso el propio historiador.

Por ello, la Historia, según B. Croce, era «el acto de comprender y entender el

pasado inducido por los requerimientos de la vida práctica..., que dan a toda

la Historia el carácter de historia contemporánea...Por muy lejano en el tiem-

po que puedan parecer los hechos referidos, la Historia los pone en relación

con las necesidades actuales y la situación presente (1960: 9-11). Así pues,

toda Historia es contemporánea en la medida que responde a los incentivos

que el presente plantea al historiador, bien sea la selección de temas y proce-

dimientos de análisis, bien en la utilización de las categorías del lenguaje (en

cada presente histórico el historiador usa conceptos cuyo valor semántico no

es siempre el mismo), o en la influencia de corrientes intelectuales (formas de

pensamiento y de concebir el mundo), fruto de los cambios y transformacio-

nes sufridas por la sociedad a lo largo de los últimos siglos. Por ello, son los

historiadores quienes son los protagonistas indiscutibles de la Historia como

proceso de conocimiento, desde el momento en que convierten en catalizadores

de la relación sincrética entre el pasado y el presente.

b

El peso de su personalidad

En cualquier oficio intelectual interviene la propia personalidad de quien

lo realiza. Todo historiador, incluso el que se percibe más científico, se halla

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74

L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

personalmente comprometido con la Historia que escribe: creo que no se pue-

de ser buen historiador sin una pizca de pasión, fruto del significado del fe-

nómeno social en el plano personal y de su curiosidad histórica por anali-

zarlo. En todo momento de la investigación se establece una relación íntima

del historiador con el objeto, a través de la cual reafirma progresivamente su

propia identidad, pero también el conocimiento interno que nos otorga la re-

lación con el objeto de estudio constituye un activo irremplazable. Así, si

conocemos desde dentro cómo ocurren las cosas en el seno del grupo social

que se analiza, nos sugerirá hipótesis orientadoras en relación con los docu-

mentos y los hechos, cosa que un observador externo no podría reparar. Pero

el riesgo de ser parte interesada, favorable u hostil, entraña el peligro de ale-

jarse de la correcta comprensión y/o explicación del hecho histórico (falla

perspectiva histórica). Si se descuidan, o no se esclarecen, las razones de la

curiosidad que les mueve dentro de su conciencia histórica, el historiador se

expone a falsear la verdad histórica. Pues, como afirma Bradley «no hay His-

toria sin prejuicios... Pero es tomando conciencia de su prejuicio como la

Historia comienza a convertirse en realmente crítica y cómo la historia de

las fantasías, de la ficción se va abandonando» (1965: 154).

Para alcanzar una mejor racionalidad del discurso histórico y alejarlo

de todo compromiso personal o fruto de la simple opinión subjetiva e in-

consciencia rebosante, el historiador debe aclarar sus implicaciones con el

hecho histórico. Así pues, que sea la honradez científica del historiador la

que le impele a dar a conocer todos los materiales que, una introspección

escrupulosa puede aportar y que H. Marrou (1968: 175) llama «Psicoanáli-

sis existencial».

Y es que poner el acento en el sujeto-historiador no debe difuminar los

objetivos de la Historia, a menos que se pretenda proponer un discurso his-

tórico que sí es socialmente pertinente porque se fundamenta en unas razo-

nes determinadas. Situación ésta que puede ser catalogada como de hiper-

trofia del sujeto-historiador.

c)

Los condicionamientos socio-culturales

Von Wrigh describe de manera muy explícita la presión de las normas

sociales y su interiorización por los individuos: «Cuanto más a menudo la

presión normativa determina el comportamiento, tanto más fuertemente es

sentida la fuerza coactiva

le

la sociedad y tanto menos «libre», en un senti-

do subjetivo, son los agentes individuales. Pero la interiorización es también,

en cierto modo, una pérdida de libertad porque significa que se tolera los

estímulos externamente dados a determinar las acciones» (1972: 420).

LA CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

5

El historiador vive en una sociedad enfrentada por contradicciones inter-

nas, ocupa un lugar en la producción y estatus social, con una ideología deter-

minada y un sistema de valores y creencias. Negar que todo esto forma par-

te de la vida del historiador, que no son condicionantes de su quehacer his-

tórico, sería tanto como afirmar que el historiador es un producto social ca-

paz de hacer abstracción de la realidad que le envuelve y elaborar estudios

asépticos de Historia experimentalmente inexorables. Y esto es una utopía

que no resiste el más mínimo análisis sumario.

El saber del historiador no es, pues, propiedad suya exclusivamente, sino

de la acumulación de saberes de la sociedad en la que está inmerso. Así no

puede sustraerse de los condicionamientos socio-culturales que la clase social

a la que pertenece le impone, pues desde esta situación se enfrenta con los

hechos del pasado histórico. Es necesario conocer esta determinación social

para entender el punto de partida interpretativo en su producción histórica.

6 . EL RELA TIVISMO EN LA S EXPL ICACIONES HISTÓRICAS

Los historiadores no son escépticos sobre si se pueden hacer afirmacio-

nes significativas del pasado y al mismo tiempo afirmaciones que tengan

como materia el pasado, pero sí se inclinan hacia un relativismo, sobre todo

cuando se llega a la situación donde el grado de veracidad en las afirmacio-

nes o sus secuencias es importante. Es decir, los historiadores relativistas no

niegan los sucesos que se dieron en el pasado y que son independientes de

los historiadores, lo que consideran poco objetivas son las afirmaciones que

de ellos hacen (acuerdo del historiador con los hechos), Y ello hay que in-

terpretarlo:

a)

Como una falsedad introducida por el historiador en su explicación

del pasado y su secuenciación (subjetivismo epistemológico).

b)

Como una imposibilidad de comprobar dichas afirmaciones o sus

secuencias de manera satisfactoria (subjetivismo metodológico).

Para los relativistas, la atribución de subjetividad a la investigación his-

tórica se debe a que los efectos del proceso cognitivo del fenómeno históri-

co depende en gran parte del historiador, lo que supone que su investigación

traduzca un conocimiento no objetivo, pues los elementos subjetivos que apor-

ta el historiador al proceso cognitivo es lo suficientemente cuantioso como

para dar lugar a una diferencia considerable entre los hechos y sus descrip-

ciones contenidas en su narración histórica. Ante esta situación, algunos au-

tores estiman que se ha de afrontar una investigación guiada sólo por la in-

formación que suministran las fuentes históricas realmente usadas (objetivi-

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Conocimiento

del historiador

Posición social

del historiador

Personalidad del

historiador

Sistema de

valores del

Resultados de la in-

vestigación (narra-

ción histórica

A

EL VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

7

dad histórica): otros, por el contrario, defienden que en toda investigación

no se elimine la valoración o aportación del historiador, pero que ello se haga

conscientemente. Pero, de este relativismo epistemológico sistema de valo-

res que tiene cada historiador

y que orienta su investigación-narración) se

puede inferir que el conocimiento histórico depende del sistema de valores

del historiador. Pero aún así:

a) ¿Niega ello la posibilidad de llegar a la verdad en la Historia?

b)

¿Es una peculiaridad de este tipo de conocimiento o es simplemen-

te la variedad de una situación epistemológica general?

Es evidente la dependencia del conocimiento histórico respecto de la

posición social del historiador, de su sistema de valores, de los principios

teóricos que informan su proceso

cognitivo y de su personalidad, pero si pro-

fundizamos en cada una de las variables observamos que ninguna de ellas es

independiente en el proceso cognitivo, sino que se interrelacionan

y forman

una complicada red con numerosas retroalimentaciones e influencias indi-

rectas cuadro núm, 2).

Cuadro núm 2 El historiador

la producción del conocimiento histórico

Fuente: Topolsky, J. 1992), Didáctica de la historia.

Madrid: Cátedra, pág. 258

Sin embargo, para los relativistas, el conocimiento histórico es conside-

rado separadamente del proceso del conocimiento humano en general, que a

su vez no es objetivo, pues es interpretado por el sistema de valores del su-

jeto conocedor, Es decir, mientras se subraya el papel del conocimiento his-

tórico como una serie de afirmaciones sobre los hechos, se afirma también

que el proceso cognitivo histórico se guía por el sistema de valores-reglas

situadas en el eje bueno-malo, lo que otorga al propio conocimiento un per-

fil de predisposición

y consecuentemente un obstáculo para que la investi-

gación llegue a la verdad histórica.

Las afirmaciones del relativismo dirigido a las ciencias sociales, y en con-

creto a sus procesos investigatorios, muestran una visión reduccionista, pues

ello no es sólo peculiaridad de la investigación histórica, sino de todo proceso

cognitivo científico en general. Bien es cierto que dentro de la corriente

relativista, se dé un relativismo absoluto (la Historia siempre resulta ser un

producto del historiador que constituye el pasado deformando los resultados

de la investigación) y un relativismo dialéctico (el efecto en las narraciones

causado por la influencia de valores del sujeto conocedor puede ser positivo o

negativo según su posición social) que resulta ser menos pesimista respecto al

hecho de que, la relación que distorsiona irreversiblemente los resultados del

proceso cognitivo y de una investigación objetiva, daría lugar a narraciones

que serian a la vez verdaderas y comprobables intersubjetivamente.

7. EL TIEM PO HISTÓRICO

E l

tiempo es una característica absolutamente esencial de la realidad his-

tórica ya que el ser histórico es un ser en el tiempo, por lo que la dimensión

temporal en el estudio del pasado, es capital para esta disciplina; toda vez

que el tiempo histórico no es el mismo que el físico. El tiempo pasado no

está aislado sino que determina y tiene consecuencias en el presente, aunque

no se debe caer en un excesivo utilitarismo de la Historia al verla como un

mero instrumento de comprensión del presente; se debe valorar el conoci-

miento por el conocimiento, ya que determinadas parcelas de lo que deno-

minamos Prehistoria o incluso Historia Antigua carecerían de valor.

Para los historiadores, el tiempo histórico no es unidimensional; es el

que viven los individuos, el de su organización social y económica. La per-

manencia de unas determinadas estructuras es lo que determina los períodos

históricos y su evolución. Permanencia, movimiento y evolución de las es-

tructuras humanas en el tiempo es lo que interesa a los historiadores. El tiem-

po histórico no tiene un valor universal, ni incide de la misma manera en

todas las sociedades, ni simultáneamente. No debe olvidarse que las catego-

rías temporales, junto con las del espacio, constituyen el marco fundamental

del pensamiento humano (desde la concepción del universo, pasando por cier-

tas categorías lingüísticas y las nociones de física elemental, así como para

la comprensión de los ciclos vitales biológicos).

El tiempo histórico, es el que explica los cambios, las transformacio-

nes, las mutaciones y los fenómenos que persisten inmutables en tina socie-

dad. Es un tiempo diferente al del resto de ciencias sociales o al de los físi-

cos, ya que, para el historiador, es el principio y el fin de cualquier investi-

gación histórica, además, tiene sus propios tiempos intrínsecos. Así pues, el

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7 8 L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

9

tiempo que estudia el historiador lo percibe como cambiante, multiforme y

confuso (como el presente), pero procura saber de la época más cosas de las

que sabían quienes las vivían (entre otros motivos porque conoce el desenla-

ce de los hechos), no en los detalles, sino en las explicaciones generales que

identifican y definen la época. El tiempo es el que determina la sucesión de

los acontecimientos en Historia y nos da la medida de la duración de los

hechos o situaciones por la que catalogamos su dimensión temporal, pues

en Historia todo es dinámico, todo es movimiento, todo cambio y tendencia,

por lo que el tiempo es inseparable de la Historia.

Pero el tiempo histórico como realidad viva y concreta, no es el tiempo

físico unidimensional de otras ciencias como simple medida. «Para los his-

toriadores —afirma Braudel— todo comienza y todo termina con el tiem-

po..., un tiempo que parece exterior a los hombres que los empuja a sus tiem-

pos particulares de diferentes colores: el tiempo imperioso del mundo» (1968:

99) El tiempo, pues, de los historiadores es el que viven los individuos, el de

su organización social y económica, expresando la permanencia de tal orga-

nización y la historia misma como proceso que crea lo humano... es decir,

es un tiempo social y cultural (Cardoso, 1981: 196).

Para M. Bloch la Historia es «la ciencia de los hombres en el tiempo»

(1965: 26), donde están inmersos los fenómenos y en el que se vuelven

inteligibles. En consecuencia, su categorización es de gran importancia para

el historiador, pues el manejo de un parámetro temporal en cualquier inves-

tigación o período histórico es de gran necesidad, toda vez que es el princi-

pio de su inteligibilidad. En efecto, el tiempo histórico es el principio y fin

de toda investigación y por él podrá explicarse los cambios, transformacio-

nes y fenómenos que permanecen estables en una realidad social.

La Historia, pues, se constituye necesariamente desde la permanente

interacción de las dimensiones temporales que la integran. Por un lado el

pasado humano, objeto formal del conocimiento histórico; por otro, el pre-

sente del sujeto que interroga desde su propia calidad intelectual, cultural y

moral y en el marco de su propia contemporaneidad. Por eso afirmamos que

la Historia es una relación temporal permanente, sin la cual no habría Histo-

ria. Solamente en este sentido es posible entender la expresión de L. Febvre

«la historia es ciencia del pasado y ciencia del presente» (1970: 67).

En efecto, un aspecto de la temporalidad que interesa de pleno a los his-

toriadores es la relación subsistente entre pasado-presente, toda vez que el

presente, al constituirse en un espacio temporal de límites imprecisos, nece-

sita del pasado para concretar y justificar sus fenómenos sociales y proyec-

tarlos hacia el futuro. De igual manera, el pasado sin el presente carece de

valor ya que la explicación que el pasado da del presente es el fruto de los

problemas e interrogantes que el hombre tiene sobre su propio tiempo y so-

bre su futuro. Esta comprensión presente/pasado, pasado/presente de los ac-

tos humanos realizados en el tiempo, colocan a la Historia en una situación

de privilegio, comparativamente con las demás ciencias sociales, pues sólo

a ella permite el acceso a este inteligible del misterio del hombre en su con-

dición histórica y su situación cultural.

Sin embargo, esta distinta manera de considerar el tiempo por los histo-

riadores no implica una homogeneidad conceptual respecto a la temporalidad

histórica, pues el transcurso del tiempo explica por sí mismo el movimiento

plural y arrítmico de cada realidad social. Sin embargo, el tiempo en el tra-

bajo de los historiadores se desarrolla en tres dimensiones de temporalidad:

—Como secuencia o transcurso.

—Como radio de operaciones o espacio.

—Como rapidez de las transformaciones y riqueza de las combinacio-

nes o intensidad (Bagu, 1960: 106 ss.)

Todas ellas no hacen más que reafirmar el juicio de H. Focilón sobre la

Historia, a la que considera «una sobreposición de presentes diversamente

extendidos, cuyo tiempo puede presentarse a veces en ondas cortas, otras ve-

ces en ondas largas y la cronología sirve para... medir las diferencias de lon-

gitud de onda. Existe, pues, una especie de estructuras móviles del tiempo»

(1939: 115).

7.1.

La duración del tiempo histórico

Un aspecto del tiempo que merece una especial atención es la distinta

intensidad con que se producen y suceden los hechos históricos. De manera

que en algunos periodos hay hechos que parecen producirse más o con ma-

yor fuerza: por ejemplo, las artes en el Siglo de Oro español o los enfren-

tamientos entre la Iglesia Católica y el gobierno de México en la primera

mitad del siglo XX. Por esta razón, al periodizarse una obra histórica a unos

tiempos se les dedica más espacio que a otros, haciéndolos ver como llenos

de historia, mientras que en los de poca intensidad, parece que poco o nada

trascendente ha sucedido. Es, pues, evidente la pluralidad de los tiempos so-

ciales y la gran variedad de tratamientos que pueden hacerse de acuerdo con

los propósitos e intereses de las personas que intervienen en su estudio, bien

sea como creadores o como destinatarios. De ahí la problemática que com-

porta, respecto a su organización, como constituyentes de un mismo proce-

so histórico.

Según M. Bloch, «mientras nos limitamos a estudiar en el t iempo cade-

nas de fenómenos emparentados, el problema es sencillo. Es a esos fenóme-

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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

1

nos mismos a quienes conviene pedir sus propios periodos. Sin duda, se ve

muy claro por qué han podido reducir las divisiones sacadas uniformemente

de la sucesión de los imperios, reyes o regímenes políticos. Tenían no sólo

el prestigio que una larga tradición del ejercicio de poder... Tengamos cui-

dado de no sacrificar todo al ídolo... El corte más exacto no es forzosamen-

te el que pretende conformarse con la más pequeña unidad de tiempo, sino

el mejor adaptado a la naturaleza de las cosas. Cada tipo de fenómeno tiene

su medida particular...» (1992: 140-141).

Así pues, para la comprensión del tiempo histórico es necesario cono-

cer la duración de los distintos fenómenos ocurridos en una sociedad. Será

F. Braudel quien, en 1958, al definir la Historia como dialéctica temporal y

defender el concepto de tiempo como uno de los conceptos centrales de la

Historia, sentará las bases sobre las que se fundamentaría la nueva manera

de concebir los distintos niveles de duración del tiempo histórico (García y

Jiménez: 2006: 132-138). Estableció un «tiempo de corta duración» o de los

acontecimientos que afectan en la vida cotidiana (ilusiones, rápidas tomas

de conciencia, etc.), un «tiempo de duración media» o de las coyunturas, cuya

naturaleza puede ser económica, política o social, diferentes entre sí pero

que pueden llegar a relacionarse y un «tiempo de larga duración» o de las

estructuras, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en

transportar. Se puede decir que el tiempo en Historia es múltiple, que la du-

ración de las distintas realidades sociales son diversas, que sus diferencia-

ciones vienen determinadas, además de la diferenciación de ritmo en el de-

sarrollo de los procesos históricos, por otros aspectos de tipo cualitativo en

la dimensión temporal, pero que siempre es fundamental para entender el

presente y constituir mejor nuestro futuro.

Al

tiempo histórico corto

pertenecen los fenómenos o acontecimientos

percibidos directamente (Historia «evenementielle») a la medida de los in-

dividuos, en la vida cotidiana y constituyen el elemento fundamental de la

temporalidad en la medida en que posean entidad y contenido histórico por

sí mismos. Es el tiempo del cronista y del periodista, independientemente

de la trascendencia histórica que tenga, por ejemplo la caída del muro de

Berlín. Es la historia de los acontecimientos, que no suelen tener en cuenta

las estructuras económicas y sociales en las que tienen lugar. «El aconteci-

miento sólo será históricamente inteligible en relación con la sociedad que

lo produce y sólo así explicaría su inmediata historización» (Pages, 1989:

245). Pero el fenómeno o acontecimiento que fue el preferido por la historia

positivista, sería más tarde duramente rechazado por la escuela de los Annales,

pues se le otorgaba una entidad y contenido histórico propio sin relación al-

guna con los fenómenos estructurales; es decir, para la escuela francesa el

análisis del acontecimiento o fenómeno ha de ser planteado desde una pers-

pectiva de globalidad. Hoy día, sin embargo, está adquiriendo de nuevo

protagonismo histórico a causa del creciente dominio de la masa media y

del mundo de la imagen.

El tiempo de duración media

corresponde a los fenómenos sociales que

resultan «de la concurrencia temporal de factores sociales que distinguen estos

tiempos de los anteriores y de los posteriores. Se presentan como fluctua-

ciones más o menos regulares en el interior de una estructura» (Segal, 1984:

98), por ejemplo, la Primera Guerra Mundial supuso una coyuntura econó-

mica favorable para el incremento industrial catalán, lo que también influyó

en la sociedad. Es un tiempo plagado de acontecimientos pero también es

un lapso breve caracterizado por el movimiento, y que se desarrolla durante

la vida de una persona (tiempo de duración de la coyuntura), como por ejem-

plo una crisis económica, la transición española o una guerra. La variedad

de duraciones efectivas es mucho mayor que el anterior. Estos tiempos

diferenciados por múltiples ritmos coyunturales (coyuntura económica, so-

cial y política.), están caracterizados ante todo por los cambios globales o

parciales ocurridos en una realidad social, y son de gran importancia en la

enseñanza de la Historia, toda vez que permiten plantear un enfoque temáti-

co o diacrónico tendente a la capacitación del alumno en la distinción de la

pluralidad y duración de la temporalidad histórica.

E l

tiempo de larga duración

pertenece a las estructuras que «expresan un

tipo de realidad social total, puesto que engloban las relaciones cuantitativas y

cualitativas que rigen en una interacción continua»(Vilar, 1982: 67). Es decir,

son realidades históricas que permanecen sobre el fluir de los fenómenos y los

cambios de las coyunturas. Para F. Braudel se trataba de «un ensamblaje...

una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y transportar»

(1968: 70), pues los hechos de larga duración son de un muy lento ritmo de

desarrollo (escapa pues a la observación y memoria del individuo), si bien es-

tán claramente diferenciados en Historia. El tiempo largo es el que correspon-

de con aquellas realidades históricas que permanecen por debajo de los acon-

tecimientos y de las coyunturas y que no se modifican con un sólo aconteci-

miento. Permanecen durante varias generaciones. En estas condiciones se crean

Estados, países, etc., como el franquismo, el comunismo en Rusia, pero tam-

bién modos de entender la sociedad, la política y las relaciones económicas.

Los cambios de una estructura a otra son lentos y afectan a multitud de

acontecimientos importantes, por lo que no es fácil determinar con exactitud

y definitivamente cuándo comienzan y cuándo acaban. También son de lar-

ga duración los modos de producción y las edades históricas. Estas estructu-

ras permanecen por debajo de cambios de Estado y creaciones de países. Son

los tiempos del Antiguo Régimen, la Edad Antigua o la época capitalista. F.1

movimiento es muy lento, si bien está determinado por situaciones coyuntu-

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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

3

rales. En realidad instituciones creadas en otras épocas pueden perpetuarse

más allá de ellas: como la familia, la Iglesia, el Ejército, etc. Aunque cam-

bian su naturaleza para dar respuesta a los nuevos tiempos. Parece que lo

que más lentamente cambia son las estructuras mentales, y las formas de in-

terpretar y comprender el mundo, que incluye desde la religión a la filoso-

fía, pasando por los mitos, la literatura, el arte, etc. Los diferentes enfoques

de las estructuras que definen las distintas épocas han tenido como conse-

cuencia la creación de numerosos modelos de periodización histórica.

7.2.

Categorización temporal

La permanencia y evolución de unas estructuras en un espacio es lo que

determina las categorías temporales que delimita el historiador. Sólo tardía-

mente el problema del tiempo ha sido objeto de análisis historiográfico, des-

tacando por su carácter pionero el capitulo de F. Braudel: «La longue durée»

inserto en la

Historia y las Ciencia Sociales

(1958: 60-106). Desde entonces

las cosas en el estudio del tiempo histórico han ido poco más allá de donde

él las dejó, en lo que se refiere a análisis de la entidad operativa del tiempo

en la explicación de la Historia, aunque en fechas recientes el estudio del

tiempo histórico ha suscitado un renovado interés.

En el propio campo historiográfico, la atención al problema del tiempo

se vio en cierta forma potenciada con las aportaciones metodológicas como

la de los Anuales, pero nunca llegaron plenamente al terreno teórico y sus

estudios se dirigieron, más bien, hacia asuntos pragmáticos referentes a las

formas de captación del tiempo presentes en las diversas culturas, a través

de sus manifestaciones escritas o propiamente historiográficas que muestran

la manera de interpretar el devenir de los acontecimientos.

Desde el punto de vista de la experiencia humana, son, sin duda, los

ciclos mismos de la naturaleza los que dan al hombre un primer apoyo para

la percepción del tiempo que, como parte del proceso civilizador, aparece

cuando el hombre repara en la recurrencia del movimiento cíclico de los fe-

nómenos celestes, sobre todo la sucesión de los días y de las noches, de las

estaciones y de la posición astral. En el análisis de la ontología de lo histórico

aparece como básico el hecho de que el tiempo es justamente el indicador fun-

damental de la existencia histórica, en tanto que la conciencia de lo histórico

se manifiesta como consecuencia de que el hombre conceptualiza el cambio

como elemento constitutivo de la existencia, de manera que cambio-tiempo-

historia aparecen en la cultura como el correlato de toda simbolización de la

actividad creativa del hombre, por ello el verdadero tiempo de la Historia es

aquel que se mide en cambio frente a duración.

7.2.1.

Las duraciones o ritmos temporales

Si los hechos son el fundamento de todo cambio, es necesario que estén

en relación con las duraciones, por lo cual la Historia no coincidirá en modo

alguno con el cambio sino con la articulación dialéctica entre permanencia y

cambio. Y puesto que la Historia existe por cuanto se dan movimientos y cam-

bios, ella es por consiguiente un cambio acumulativo al que están sujetas to-

das las sociedades y está siempre cualificado por su intensidad en el tiempo.

Pero los hechos y los fenómenos sociales tienen sus raíces en el pasado

y

se proyectan hacia el futuro, por ello el presente constituye una franja tem-

poral de límites imprecisos, que necesita del pasado para concretarse, al igual

que el pasado sin el presente carecería de valor, ya que la explicación que de

éste da aquel, es el resultado de los problemas y de los interrogantes que el

hombre tiene sobre su propio tiempo y sobre el futuro. Establecer una co-

rrecta relación dialéctica entre ellos ha de ser una de las principales finalida-

des de la dimensión educativa de la Historia.

El tiempo histórico no tiene un valor universal, ni incide de la misma ma-

nera en todas las sociedades, ni simultáneamente. Existen períodos de tiempo

en los que el número de acontecimientos importantes, o al menos conocidos, es

mayor que en otras, y parece que tienen más importancia (se corresponden con

los períodos de cambio), al igual que los hechos más lejanos que en su desarro-

llo abarcan más años, se consideran menos importantes que los más cercanos y

con una aceleración mayor. Una expresión frecuentemente utilizada es la que se

refiere al tiempo en sus dos vertientes de rapidez y lentitud, que son fruto de dos

apreciaciones nada objetivas porque la velocidad del tiempo es siempre la mis-

ma, y es nuestra apreciación la que percibe la aceleración o desaceleración del

mismo en función de las transformaciones y cambios que notamos.

La sensación de mayor o menor velocidad en el cambio, el número o la

cantidad de los acontecimientos que percibimos es la responsable de esa si-

tuación, lo que nos lleva a la cuestión: ¿es la sucesión de los acontecimientos

o el cambio de los estados, lo que marca el transcurrir del tiempo interno? Es

verdad que el tiempo que se mide con el reloj y el tiempo medible a través de

los acontecimientos pueden reflejar una perceptible diferencia entre ellos, ya

que la configuración del tiempo histórico a través del número de los aconteci-

mientos-cambios, y no de los movimientos recurrentes como sucede con el

del reloj, es lo que podemos llamar tiempo interno, que constituye el núcleo

del tiempo histórico.

Para Braudel, la diferencia de los ritmos temporales del proceso histó-

rico se relacionaba con el nivel o el tipo de la actividad social que la obser-

vación histórica considerara, observación que, por otra parte, es muy anti-

gua en la Historia de la cultura occidental y aparece ya en la Biblia. Se pien-

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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

5

sa que la Historia lenta, de ritmo casi inmóvil, es la de las formas de rela-

ción del hombre con el medio, la historia ecológica, de los asentamientos y

las formas de vida material; mientras que la historia de ritmo rápido seria la

historia política, quedando en medio la historia de la actividad de las rela-

ciones sociales básicas, el mercado y la cultura. Pero todo ello parece que

queda lejos de ser asimilado a la existencia de una constante histórica, ya

que es evidente la presencia de procesos históricos con diferentes ritmos tem-

porales y ese factor es clave para la concepción del tiempo histórico, pero

cada uno de esos ritmos no está necesariamente adscrito a un nivel o sector

de actividad social, política, etc. prefijado. La Historia rápida o lenta puede

surgir en cualquier parte del sistema de que se trate.

La multiplicidad de los cómputos posibles del tiempo aparece entonces

en toda su problemática y, a veces, en la globalidad de los sistemas sociales

se acumulan extremadas densidades de cambio social, extremadas cantida-

des de acontecimientos, en cuya función, cada vez que la velocidad del cam-

bio aumenta, el tiempo histórico es diferente del que aparece en aquel otro

momento cronológico en el que los cambios se producen en mucha menor

cantidad y parece como si el tiempo se desacelerara. Los historiadores utili-

zan diversos términos, aplicados a los diferentes campos históricos (socie-

dad, economía, política, religión), tales como crisis, revolución, transición,

evolución, desenvolvimiento y otros varios, que son elementos del lenguaje

empleado para caracterizar los tipos de cambio experimentados, tanto en el

estado como en el sistema, lo cual deriva en otra premisa referente a que en

el marco de un único tiempo cronológico se pueden producir diferentes acon-

tecimientos o, dicho de otro modo, a un solo tiempo cronológico pueden co-

rresponder distintos tiempos internos.

Hoy es indiscutible que los cambios sociales han pasado a la Historia

clasificados por su cronología y, no obstante, su significación temporal en

forma alguna se agota por su emplazamiento en unas determinadas coorde-

nadas del tiempo universal, ya que el verdadero tiempo de la Historia es aquel

que se mide atendiendo a los cambios y no a la duración. Pero ¿cómo se

pueden medir esos cambios de ritmo o duraciones? La respuesta no puede

ser otra que aquella que nos indica, como resulta evidente, que la medida

del tiempo en la Historia es necesariamente subsidiaria del referente externo

del tiempo medido con el reloj y los calendarios, pero no sucede lo mismo

con el análisis de la significación acumulativa de los tiempos o cambios de

la Historia, un análisis que constituye una parte muy importante de la expli-

cación de lo histórico.

7.2.2.

Las mediciones temporales: cronología y periodización

Uno de los problemas a los que se enfrenta el historiador es el de la obje-

tividad de las fechas. El calendario es fundamental pero es una convención

que se ha cambiado en algunas ocasiones. No todos utilizamos el mismo ca-

lendario, pues existen diversos calendarios (cristiano o gregoriano, árabe, chi-

no, etc.), aunque bien es cierto que el calendario más universal, y oficialmente

aceptado por todos, es el calendario gregoriano, creado en 1580 por el papa

Gregorio XIII, y aceptado desde entonces en toda Europa occidental. La im-

portancia de un calendario unánimemente aceptado es vital para localizar los

hechos de la Historia en el tiempo, un tiempo reconocido por todos. El tiempo

pasado es un objeto demasiado amplio y diverso como para estudiarlo en con-

junto como una sola unidad, por lo que los historiadores lo han tratado de di-

vidir en diferentes escalas temporales, épocas, siglos, décadas, en las cuales

aparecen como temas de estudio diferentes hechos que definen unos y otros.

El dominar la cronología y perioridación como procedimientos de medi-

da temporal es totalmente necesario para la comprensión del tiempo histórico

y de las mutaciones de la realidad social. En efecto, la cronología «es un ins-

trumento técnico de medida y un instrumento social de referencia para la re-

gulación de las acciones individuales y colectivas» (Ragazzini, 1980: 232). Por

ella, el historiador ha podido establecer sucesiones diacrónicas, enmarcando

en el tiempo todos los fenómenos sociales y destacando las diferencias entre

sus distintos procesos históricos, y de la misma forma sucesiones sincrónicas

ya que el desarrollo de hechos paralelos en sociedades diferenciadas han de-

terminado el comienzo de nuevos periodos históricos. «Pretender pensar en la

sociedad... sin referencia constante a la dimensión temporal me parece absur-

do..., pensar históricamente consiste... en situar... fechar todo fenómeno del

cual se pretende hablar» (Vilar, 1987: 98-58). La cronología es, pues, el fun-

damento de la realidad temporal y de su materialización en el espacio; es el

instrumento a través del cual se llega al conocimiento de la duración diferen-

cial de los hechos históricos, ya que por medio de ejes cronológicos podemos

determinar la duración de los acontecimientos y fenómenos sociales, así como

de los fenómenos sociales y su trascendencia histórica.

En cuanto a la periodización y su función histórica (estructurar en etapas

o épocas la realidad histórica pasada, estableciendo una continuidad temporal

entre ellas), ha sido un tema muy debatido entre las distintas corrientes

historiográficas del siglo XIX, incluso por los historiadores actuales, toda vez

que el problema estriba en el escaso sentido que se manifiesta al establecer

etapas o rupturas en un proceso social, o el determinar el momento exacto en

que dicha sociedad comienza un nuevo período histórico, así, los historiado-

res realistas defienden que la periodización proviene necesariamente de la mis-

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L VALOR FORMATIVO Y LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

A CONFORMACION DE LA CIENCIA HISTORICA

7

ma naturaleza del objeto de investigación, hasta el punto que los periodos, cuan-

do son establecidos de manera adecuada, constituyen un reflejo de la misma

realidad histórica. Por el contrario, los historiadores convencionalistas consi-

deran que la Historia es un movimiento constante y que cualquier periodización

es arbitraria, justificable solamente por razones metodológicas o pragmáticas.

En efecto, si desde el ámbito didáctico la periodización se hace indis-

pensable para organizar y secuenciar los hechos históricos, es evidente que

individualizar una serie de aspectos por medio de unas fechas concretas como

puntos de referencia no justifican la periodización de un proceso histórico,

toda vez que el cambio en la evolución de una sociedad nunca se produce en

un momento específico, sino que es el resultado de todo un proceso. Por tanto,

la periodización histórica ha de realizarse combinando aspectos temáticos

significativos de etapas históricas pasadas con otros fenómenos más com-

plejos y concretos, ya que lo que caracteriza al conocimiento histórico es no

saber cuándo y qué pasó en tal fecha, sino todo el proceso en sí y el contex-

to histórico que lo justifica (Pages, 1989: 107 y ss.).

La historiografía tradicional ha dividido el tiempo pasado en edades. Exis-

ten dos períodos básicos: la Prehistoria, tiempo anterior a los documentos escri-

tos, y la Historia. La Prehistoria se divide en: Paleolítico, antes del descubri-

miento de la agricultura, la ganadería y la artesanía; Mesolítico período de tran-

sición; y Neolítico, después del descubrimiento de la agricultura, la ganadería y

la artesanía. Por su parte la Historia se divide en: Edad Antigua, desde las pri-

meras culturas de las que tenemos documentos escritos hasta la caída del Impe-

rio Romano de Occidente; Edad Media, desde la caída del Imperio romano has-

ta el descubrimiento de América y la caída de Constantinopla; Edad Moderna,

desde el descubrimiento de América hasta la revolución industrial y la Revolu-

ción francesa; y Edad Contemporánea, desde la Revolución francesa hasta la ac-

tualidad. A esta escala, es el modo de producción lo que aparece como objeto de

estudio. Evidentemente, esta periodización es arbitraria y eurocéntrica, pero es

la más utilizada. Sin embargo, no es la única manera de dividir la Historia.

Otra periodización es la de Arnold Toynbee (1966) que considera que la

historia de la humanidad ha pasado por veintinueve civilizaciones, de las cua-

les veintiuna se han desarrollado completamente y nueve se han abortado; en-

tre las que están los esquimales, los osmanlíes y los espartanos. Catorce ya

han desaparecido: egipcia, andina, sínica, babilónica, iránica, micénica, sumeria,

maya, yucateca, mexicana, hitita, siríaca, árabe y helénica. Y cinco viven aún:

occidental, ortodoxa, hindú, islámica y extremo oriental, a las que cabría aña-

dir la japonesa y la ortodoxa rusa. Las primeras ocho civilizaciones no tuvie-

ron relación entre sí, y son el origen de todas las demás. Por otro lado, todas las

civilizaciones pasan por un período de creación, otro de desarrollo y otro de de-

cadencia. Sin embargo, esta periodización no se ha impuesto en ningún lado.

La única alternativa a la división tradicional es la marxista, basada en el

materialismo histórico. Según esta periodización, la Historia se divide en

modos de producción, los cuales pueden convivir en el tiempo y en distintas

partes del mundo, lo que permite una Historia no eurocéntrica. Pero lejos de

establecer unos modos de producción inmutables, en el marxismo se ha dis-

cutido cuáles son y cómo se suceden, incluso si todas las sociedades han de

pasar por todos ellos. Los modos de producción básicos son: Tribal, de

recolectores y cazadores y los primeros estadios de la agricultura y la gana-

dería, la propiedad sería, en buena medida, comunal, la división del trabajo

es elemental y comienza a desarrollarse el esclavismo; Comunal-Estatal, o

Antigua, en la que el propietario es la ciudad estado de la antigüedad, sub-

siste el esclavismo, comienza a desarrollarse la propiedad privada, la divi-

sión del trabajo se hace más compleja, se diferencia entre campo y ciudad,

algunas personas no producen bienes y aparecen las diferencias de clase; Feu-

dal, con predominio rural y de la propiedad comunal en la que la fuerza de

producción son los hombres libres sometidos a servidumbre, y en las ciuda-

des aparece la propiedad gremial; y Capitalista, la actual, con predominio

de la propiedad privada y fuerte división del trabajo.

Más tarde Marx y Engels(1969) introdujeron el modo de producción Asiá-

tico, con lo que se rompería el eurocentrismo y el mecanismo inevitable que

hacía pasar a todas las sociedades por todos los estadios. Pero ni Marx ni Engels

eran especialistas en Historia. El estalinismo redujo estos estadios a cinco:

Co-

munidad Primitiva Esclavista Feudalismo Capitalismo y Comunismo

dejan-

do fuera el Asiático. Esta reducción volvía otra vez a la Historia lineal y euro-

céntrica. Tras la muerte de Stalin se estableció otra periodización, unilineal, con

siete estadios, o modos de producción, según Godelier (1977):

Comunidad Pri-

mitiva Asiático Antiguo Esclavista Germánico Feudal y Capitalista.

Otra vez

todas las sociedades tendrían que pasar por todos los estadios, generalizando los

modos de producción europeos y asiáticos a todo el mundo, sin duda un exceso.

El modo de producción Antiguo de dividirá en dos:

Antiguo y Esclavista.

Se suprime el

Socialismo

por no ser un modo de producción históricamente

desarrollado. Aunque las interpretaciones unilineales han sido las más cono-

cidas, no han sido las que más han contribuido a la Historia. Se han desarro-

llado otras periodizaciones que no son unilineales, y en las que un modo de

producción genera más de una solución. Melotti (1974) establece un sistema

muy parecido al de Marx y Engels:

Comunidad Primitiva

que se diversifica

en

Asiática Eslava Germánica y Antigua

que dará la

Esclavista;

y luego

Feudal y Capitalista.

La complejidad de modos de producción no favorece

la implantación de esta periodización, pero el estudio de los modos de pro-

ducción del pasado, en los distintos países, es lo que permitirá hacer una His-

toria no eurocéntrica que explique la realidad del mundo de hoy.