1802012 primera serie tomo 3 4

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4) DIBLIÜTECA GEllUL ÜE EDiJCElOl PRIMERA SRHIB. TOMO III. LOS JUEGOS DE L A P R I M E R A EDAD.' 1>0R ]).-F. FERNANDEZ VII.LÀBRILLE. *^-e ^jT fi3-«-^« MADRID: 1862. BSTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO PE MELLADO, calle de Sta. Teresa, núm. 8.

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  • 1. 4)D L T C GEllUL EDiJCElOl I I EA B E PRIMERA SRHIB. TOMO III.LOS JUEGOSD E L A P R I M E R A E D A D . '1>0R] ) . - F . FERNANDEZ VII.LBRILLE. *^-e^jT> fi3--^M A D R I D : 1862.BSTABLECIMIENTO TIPOGRFICO PE MELLADO, calle de Sta. Teresa, nm. 8.

2. BIBLIOTECA m u m DICACION. 3. BIBLIOTECA GENERAL BE ELIICACION PRIMEBA SERIE.TOMO IH.LOS JUEGOS D EL A P R I M E R AE D A D .POR D. F . FERNANDEZ VILLABRILLE. *t f^**^^*MADRID: 1 8 6 2 .ESTABLECIMIENTO TIPOGRAFICO DE MEIXADO,calle d e Sta. Teresa, n u m . 8 . 4. LOS JUEGOS.Los juegos han tenido siempre por objeto, proporcionar algn alivio y recreo el nimo fatigado despus d e serias ocupaciones d e las ridas tareas del estudio. No hablamos aqu d e aquellos grandes juegos gimnsticos del circo Olmpico d e la antigua Grecia, ni d e aquellas fes- tividades celebradas entre los romanos por m e - dio de juegos particulares. Los juegos d e q u e debemos ocuparnos, no tienen g r a n d e impor- tancia histrica: son pura y simplemente los ejer- cicios inventados, para todos os sexos y todas las edades; los infinitos medios d e recreacin que se han discurrido, para evitar el fastidio, y para preservar d e tan peligroso enemigo la infancia y la j u v e n t u d . Desde que el buen Esopo cons u fbula del arco, que no podia estar siempretirante, dio entender bien las claras, la n e -cesidad d e algn recreo para el espritu, cuya atencin' no siempre puede estar embargada, los 5. 6 juegos se h a n multiplicado al infinito, h a n a d quirido una impor tancia r eal, y su descr ipcinp u e d e ser considerada como u n objeto d e g r a n d eutilidad.En este tomo, segn nuestr o plan, solo d e b e ninsertarse los Juegos de la Primera edad, y q u e per tenecen la ser ie d l a INFANCIA. En las otras s e ries ya vendr n juegos d e m s impor tancia y q u e indemnicen d e lo tr ivial q u e pudiera p a r e c e r , lo que, como par te d e un todo, es for zoso inse r ta r en este lugar . Todos los juegos vienen r e d u cirse en ltimo r esultado dos clases pr incipales: los q u e exigen ejer cicio del entendimiento, porqoe en ellos entr a el clculo y la r eflexion, y losq u e solo exigen ejer cicio del cuerpo, al q u e curan for talecer y desar r ollar . Estos ltimos s e aloe q u e mas deben figur ar en la pr imer a e d a d d ela vida.No todos los juegos pueden ver ificar se 1aire libr e, ni el viento y la lluvia per miten siempre, gozar d e la amenidad del campo. En este casoe s indispensable buscar la r ecpeacion dentr o d ecaea, y por esta r azn, s e inser tar n tambinaquellos juegos domsticos, q u e forman las delircas d e u n a ter tulia. Tenemos algn motivo par a cr eer , q u e este (emito ser mas consultado que los otros por ma- cboe d e nuestr os lecto r es. Esto ser en r azn su y su c o n t e n i d o : sin embargo, m u c h a s mximas y r eflexiones q u e en l se contienen, quisiramos q u e no las tomasen como cosa d e )uego. 6. E L PARTERRE-Al frente del antiguo Gasn del palacio del Buen Retiro, y como introduccin el vasto jar- din de este real sitio, h a y un anchuroso y v e n t i -lado terreno llamado el Parterre, porque efectiva-mente, lo ha sido respecto del palacio que allexisti en dias de esplendor. All figuran todavalas plantabandas y labores d e box, cortadas tijera alrededor d e dos estanques, mientras q u e lo lejos campean por encima d e los rboles, las p u n t a s y labores del rbol del estanque chinesco. All el sol dora con sus oblicuos rayos de P o n i e u ' te las escalinatas y filas de rboles que las coro- n a n , mientras q u e por otro lado la vista puede dominar gran parte d e las cpulas y torres de Madrid, que se destacan sobre un p u r o y traspa- r e n t e celage.Este es el sitio q u e los nifios prefieren para sus juegos, y maravilla ser pasar alguna tarde p o r l, sin oir resonar los gritos y estrpito, pro- pios d e los juegos d e la infancia. En los h e r m o - sos dias d e primavera y otoo y en las serenas tardes del esto, los nios corren presurosos alParterre, gozar aire p u r o y calor vivificante. Allno hay distincin de clases, ni de categoras, t o -dos se tratan d e M: no se hace caso del lujo delvestido, y aun se mira con fastidio, cuando es u n obstculo para entregarse con a b a n d o n o los 7. 8 juegos. Unicamente la aristocracia de la edad y d e la fuerza es all conocida. Tambin las nias suelen presentarse en elParterre: sus juegos son menos bulliciosos, y d e s -pliegan ya en ellos aquel instinto de coqueteraque parece innato en a muger. En cuanto losmuchachos, el anchuroso espacio les parece p o -co, para seguir la carrera el aro que voltea r- pidamente impelido, para ejecutar sus cabalga-tas, escondites y simulacros de batallas. Quin no se ha regocijado al contemplar a q u e -lla caterva d e nios, corriendo, saltando y d a n -do volteretas? Unos fuertes y robustos, otros masdelicados; unos ligeros y esbeltos, otros pesadosy tmidos, pero todos alegres: todos, as blancoscomo morenos, con las megillas sonrosadas porel calor del sol y la agitacin. En aquellos juegos de la infancia se e n c u e n -tra u n bosquejo de nuestras diversiones y aund e nuestras ridiculeces. Con las modernas obras q u e tanto h a n d eembellecer el Parterre, est suspendida t e m p o - ralmente la reunion en l de los nios; pero es d e esperar q u e , concluidas que sean, vuelvan al instante tomar posesin d e su campo de bata-lla, de su sitio favorito, entonces embellecido con nuevos adornos, con graciosas fuentes, con esta-tuas d e nuestros reyes y recuerdos d e nuestras glorias. Nada d e esto, sin e m b a r g o , animar tanto el paisage, como la vista d e los grupos d e niosy d e n i a s , todos d e corta e d a d , todos d e carnes 8. 9 frescas y sonrosadas, con los cabellos sedosos que caen en rizados bucles alrededor de un r o s - tro animado por el juego y la sonrisa. Vedlos all, como en la viveza de sus movimientos se deja conocer el ardor d e aquella sangre pura que colorea sus megillas, y en el brillo d e sus ojos se trasluce todo el candor inocencia d e su alma.Envidiable alegra la d e los primeros afios! La vista d e estas deliciosas criaturas es capaz d e desarrugar la frente al hombre mas austero y misntropo. Se cuenta de un filsofo m u y serio, m u y aburrido, muy desengaado d e las cosas h u - manas, que al contemplar uno de estos alegres y graciosos juegos d e nios, exclam:Qu lstima que todos estos hayan d e con- vertirse en hombres! EL PASEO EN C A R R E T E L A - Una seora, residente en una de las principa- les ciudades d e provincia, pero que habia venido pasar u n a temporada en Madrid, en compaa d e sus tres hijos, el que mas d e tres aos d e edad, acostumbraba sacarlos paseo todas laS tardes, para que fuesen viendo los mejores paseo d e la capital. Ya habian estado en el Retiro, en el Prado y en el Canal, ya habian visto el paseo d e la Fuente Castellana d e Isabel II, con su amenidad y frescura casi fabulosas para os q u e 9. l o -antes conocieron aquel estenso arenal, ya habianen fin recorrido todos ios sitios de recreo queatestiguan cuanto se ha aumentauo de pocos arlos esta parte la magnificencia de la capital, y e n -tre todos estos sitios, ninguno habia sido tan del agrado de los nios, ninguno deseaban ellos el ir con mas ardor, que al paseo y glorieta d e Ja plaza de Oriente, y esto no era por el magn- fico golpe d e vista que all se disfruta, ni deseosos de contemplar la arrogante estatua de Felipe IV, sino, forzoso es decirlo, por observar embelesa- dos las carretelas, cochecitos y mnibus, que atestados de nios y d e nias, giran constante- mente alrededor d e la glorieta. Qu les importan los nios las bellezas y maravillas del arte, en una edad en que aun no pueden comprenderlas? Asi es, q u e los nios de que aqui se trata, al pa- sar por as calles de Madrid, mientras que su m a d r e se quedaba asombrada delante de los so- berbios edificios que han levantado algunos opu- lentos capitalistas, ellos se entretenan en mirar las estampas y los juguetes, espuestos la p u e r - ta de los almacenes de novedades, se acerca- ban poquito poco, los escaparates d e alguna confitera. He aqu justificada la razn, por q u e al sentarse los nios en los bancos de piedra de la glorieta de Oriente, solo tenan ojos para com- templar aquellos carruages, tan pequeitos y tan elegantes. En Madrid, u n a idea til y ventajosa al que la p r o m u e v e , nunca deja de tener imitadores. Ocurrsele u n pobre hombre hacer una tarta- 10. a nita, y presentarse con ella en la plazuela d e Oriente disposicin d e los nios, que mediante una retribucin de cuatro cuartos, quisiesen d a r en ella un paseo. Era este u n medio tan ingenio-so como inocente de ganarse la vida, y el pensa- miento tuvo tal aceptacin^, fueron tantos loa parroquianitos que a c u d i e r o n , que en breve s esuscitla emulacin y vinieron k competir con la tartana, la elegante carretela, el popular mnibusy hasta el estrangero ckar banc. Tiene ya el m u n -do infantil lodala batahola de carruages, que tan-to estrpito producen en las calles de las grandesciudades, tiene todo el lujo y toda la variedad:solo faltan los abusos, y estos p o r desgracia nofaltarn. Los primeros dias que los nios c o n c u r r i e -ron la glorieta, se contentaron con ver p a - sar y con seguir con la vista los elegantes c o - checitos y la vistosa carretela, envidiando la suerte de los dichosos nios, que en ella eran llevados, pero al segundo dia, y a s e a t r e v i e - ron suplicar su mam, les permitiesesubir al coche. [Ohi n o es poco lo que peds, queridos mos, y u n favor d e esa especie es preciso merecerle. Veremos maana que tal os portis d u r a n t e el dia, que tal cumple cada uno con su obligacin y esto es lo que decidir quien ser el q u e suba al coche.Hecho este convenio, los nios al siguiente dia se propusieron no cometer falta que les im- pidiese el pasearse en el coche favorito, y por lo 11. i' menos, dos de ellos as lo cumplieron. En cuanto al tercero, la fuerza d e la costumbre fu en l mas poderosa que sus buenos deseos Tenia el tal ni- o un genio sumamente pendenciero, y por u n qutame all esas pajas, armaba con sus h e r m a - nos u n a quimera en la que solan cruzarse d e una parte y otra algunos buenos cachetes. La m a - d r e , q u e varas veces haba reprendido este defecto, estuvo en observacin todo aquel da y por desgracia aquel dia no se pas sin ca- morra.Por la t a r d e , as que los nios divisaron el coche objeto d e sus deseos, empezaron sal- tar de alegra, y el conductor, que reconoci se llegaban p a r r o q u i a n o s , par' el c a r r u a g e , diciendo. V a m o s , seoritos, van v d s . subir?Subieron en efecto los dos primeros, pero al adelantarse el tercero m u y animoso, su m a -d r e le contuvo, diciendo:^T no subes, p o r q u e si armaras con t u s hermanos dentro del coche otra quimera como la d e esta m a a n a . . . ya v e s , pudierais caeros abajo. Djalos ellos solos, que saben estarse qtiietos en todas partes. Parece que habas o l - vidado lo que te promet ayer?Partieron los dos nios dar sus vueltas la redonda, mientras que el otro se detuvo e l lado d e su madre, mustio, cabizbajo y p r o c u - rando contener las lgrimas que se le venian los ojos. Hizo tal efecto en l esta privacin, q u e al dia siguiente se abstuvo d e j u n t a r s e con sus 12. 13 hermanos a n d u v o solo todo el dia, por no ce, der a la tentacin de r eir con ellos, d e modo q u e po r la ta r de todos fuer on juntos en la c a r retela.La madr e r ecomendndoles antes d e subir que se bajasen dadas unas vueltas y no quisie sen estar se en coche toda la t a r d e , los estuvo mirando con satisfaccin y confir mndose en una idea que ella siempr e habia tenido, cual es, q u e aun de las cosas mas triviales se puede sacar p a r tido par a mejor ar la conducta d e los nios. LOS CORROS.Entre todos los juegos d e los nios ocupan u n lugar de pr efer encia los corros que fo man,r entonando al mismo tiempo alegr es canciones. Quin de nosotr os al bajar al Pr ado toma r el fresco en una her mosa noche d e ver ano, no h a visto estos cor r os que par ticular mente las nias forman cer ca d e la fuente de los Cuatr o Tiempos? Quin no ha escuchado con placer aquellos c n ticos popular es, que fuer on tambin nuest r o e m beleso en los pr imer os aos de la vida? jQu inocentes y sencillas simpatas nacen de estos juegos!. Las nias como mas pacficas, toman par te en ellos con una avidez est r ao r dina r ia, y a c e p tan con alegr a el papel que les est confiado, porque en estas escenas, todos los papeles se s a r 13. 14 - ceden alternativamente. En to das estas escenas, hay su mo vimiento , su pequea accin que in teresa to do s lo s actores, aco mpaada de cn ticos po pulares, no tan despro visto s de ritmo y de co mps, que no hayan po dido bailarse en forma de rigo dn en salo nes mas elevados, y po r personas que no eran nias. La letra de estas caiMiioneses algn romance popular, desfigurado j y cuyo o rigen se pierde en lo s remo to s tiempo s de do nde pro viene po r tradicin: de esta clase son lo s que empiezan:Yo no quiero al co nde de Cabra, A la cinta, cinta de oro Una de las mas gracio sas cantinelas de lo s corros es aquella cuyo estribillo dice: Seorita muy bien parecidaSalga vd. bailar,Modia vuelta daris vo s;S i l a queris dar.Durante ella, y cada vuelta de la rueda, v saliendo po r su turno cada nia, empezando po r la ^ue hace de presidenta, y co giendo la nia que respectivamente la sigue, da una vuelta co n ella en medio de la rueda, y luego se vuelve su puesto , vo lviendo entonar su cntico . Esto se co ntinua hasta que to das las niQas del co rro hayan dado su vuelta en medio , y pare? 14. ItJ jas se dan un besito, adems d e la vuelta de or-denanza. Las madres, las abuelas, las nodrizas y las ni- fleras, forman, por decirlo as, otro corro corta distancia de las iflas. Sentadas en los bancos inmediatos en el piln d e la fuente, siguen, con ansiedad los movimientos d e los nios, e s - cuchan sus cnticos y vigilan todos sus pasos. De vez en cuando se desprende alguna nia del corro, y viene al regazo d e su m a d r e , r a d i a n t e d e placer, dejar el pauelo sombrero que le estorba, enjugar el sudor d e su frente, talvez prorumpir en alguna queja, por que lasm a d r e s forman all un tribunal de paz y de con- ciliacin, para aplacar todas las discordias, y cal- m a r los enojos, que por otra parte duran bien poco; pues los consejos se escuchan con i m p a - ciencia, se interrumpen para volver con las compaeras q u e estn llamando. Las amas d e cria y las nieras van y vienen para corregir, proteger y vigilar la nia puesta su cuidado,r cuando ociosas se r e n e n , su coloquio no s u e - Se ser silencioso ni pacfico; pero las madres no hablan con delicia mas que d e sus hijos, repiten rojl veces una misma cosa y siempre se escu ciian con sonrisa. El carcter, las inclinaciones, las enfermedades y aun los dichos admirables d e sus nios son materia interminable d e los dilogos, y mientras q u e se verifican, se e n s e - Qap unas otras con orgullo aquellas criaturas) en quienes fundan su porvenir y sus esp& ranzas. 15. 16 No es solo en el saln del Prado d o n d e se forman esos corros d e nias, cuyos m o v i m i e n - tos son tan graciosos y sus trages tan elegantes, como que en elios se ha desplegado cierta c o - quetera de las madres, para hacer valer las gra- cias d e sus hijas. Tambin en el Retiro y en las plazuelas del centro de la poblacin, en aquellas en que hay rboles y frescura, se r e n e n fre- cuentemente los nios y las nias, haciendo r e - sonar en todo el contorno sus cnticos y sus risas.UVAJILLA- P a p , decia Carolina con mucha zalamera su p a d r e , yo quisiera tener u n a vajilla como la que h e visto el otro dia en el GranBazar. Si viera v d . que cosa tan mona! All habia c u a n - to hace falta para el servicio de una mesa. F u e n - tes, platos, tacillas tan chiquititas y tan r e l u - cientes; botellas y vasitos d e cristal, cucharitas y tenedores d e platina; la sopera con su tapa,' y hasta las servilletas metidas en su aro, y todo e s t o s e guarda dentro d e una caja. Ah! p a p , me la comprar vd?No tengo inconveniente, hija mia. Te p r o - meto que la primera tarde que salgamos j u n t o s entraremos en los Tiroleses comprar esa caja a u e tanto te gusta; pero ha d e ser bajo una con-aicion. T tienes el defecto d e ser a go curiosa 16. 17 y como esta es una falta m u y fea en las nias, es indispensable el corregirse de ella. Ya me han dicho que empiezas e n m e n d a r t e . . . Si seor, pap mi. E s t bien; pero quiero yo hacer la p r u e b a p o r m mismo. Como v d . guste, p a p . Bien: ve ahora al gabinete de tu mam, que all estar yo dentro de un r a t o , y sabrs lo que debes hacer. Todava no habia concluido Carolina de con- tar su madre lo que acababa de suceder, cuan- do entr su pap, 1 ovando en la mano una bonita caja d e esas que sirven para regalar pastillas y diabolines, y entregndosela su hija, dijo;Carolina, tal vez esta tarde misma tendrs esa caja que tanto deseas, si me das palabra d e no abrir esta hasta q u e yo te la pida. Pierda vd, cuidado, pap. Se qued Ja nia con la caja, mirndola y remirndola, y apenas se vio sola, c u a n d o . . . se creer lo que voy decir? Pues abri la caja d e golpe y porrazo, sin tener presente lo que su padre deseaba, ni lo que ella misma acababa d e prometer! Tan difcil es resistir una c o s - tumbre inveterada y desarraigar un vicio q u e se ha dado entrada en nuestro corazn! Dentro de la caja habia dos moscas las q u e , por pronto que la iiia quiso cerrar, echaron volar dejndola estupefacta. Sentse en una silla con la caja vaca en las manos, reflexionando s o - bre lo que le pasaba; pero como su imaginacin 2 17. 18 era m u y viva, al instante se levant, diciendo: [ P o r q u e poca cosa me apuro yo! Si se hanescapado as moscas, hay mas q u e coger otras dos y meterlas en la caja? Asi mi pap no puedeconocer que la he abierto. Asi hablaba la nia sin reflexionar que su p a - d r e pudiera, y aun es lo mas probable q u e lo es- tuviese haciendo, acechar todo cuanto ella ejecu- taba. Psose, pues, cazar moscas, dando manota- zos arriba y abajo, hasta que al fin atrap u n a . iba y a meterla en la caja, cuando sinti cierto remordimiento y dijo para s: P e r o si guardo otras moscas en la caja y se las preseuto asi mi p a d r e , lo que voy hacer es engaarle, y engaar su pap no ser u n a falta todava mas grave que el abrir la caja? Oh! yo no tengo valor para engaar mi pap! Lo mejor es decirle la verdad y que haga despus lo q u e quiera. Dicho y hecho, fu buscar su pap y le cont ingenuamente cuanto habia pasado. No s yo p u n t o fijo el efecto q u e esta confesin baria en el buen padre; pero sin duda fu favorable, puesto que ia nia posee la caja con su vajilla com- pleta y con ella ha dado sus amigas el simula- cro d e un magnfico convite. 18. EL ARO- Enriqueta iba un dia paseo delante d e su mam, llevando en la mano un aro forrado d e pao encarnado, con galones de plata y alambres cruzados d e los que pendan sonoros cascabeles. As que llegaron la m a d r e y la hija pn terreno llano y despejado, lo que es indispensable para divertirse sin riesgo en este juego, se sent la madre en un banco de piedra, y Enriqueta, q u i - tndose su sombrero d e paja, empez jugar con el aro, hacindole girar rpidamente en todas d i - recciones, aunque sin apartarse mucho del sitio en que su m a d r e se encontraba. El aro no solo es juego que divierte mucho los nios, sino que contribuye que hagan un ejercicio saludab e, para dar agilidad al cuerpo y soltura las piernas y los brazos. Aunque parece tan sencillo, embarga mucho la atencin d e los nios, para dirigir su marcha y para comunicarle el empuje por medio del palillo que se lleva eti la mano. La habilidad del q u e juega est en c o m - binar de tal modo el empuje que e l aro comuni- ca, con la velocidad de su carrera, que el aro nunca pueda evadirse d e su dominio, estando siempre tiempo de comunicarle el empuje, cuando empieza ceder en su velocidad.Habia por all otra nia que tambin estaba d e paseo con su mam, y q u e no teniendo aro, m i - 19. s o - taba con atencin el de E n r i q u e t a , acercndose algn tanto para observar los movimientos de e s - ta. Como que las ninas se entienden fcilmente unas otras, al instante adivin Enriqueta lo que la otra nina podia desear y acercndose ella, ledijo con mucha monada: Quiere v d . jugar conmigo? La otra nia que no deseaba otra cosa, con- sult su mam con una mirada y en seguida t o - m p a r t e e n la recreacin de Enriqueta, r e s u l t a n - do que desde aquel instante tuvo el juego mayor animacin. Ya corran las dos paralelamente, ya cortaban con prontitud el terreno para atajar y contener el aro cuando se apartaba de su d i r e c - cin, ya se le lanzaban la una la otra, ya en fin iban competencia ver cual de las dos le comu- nicaba mayor empuje, y por consiguiente le hacia ir mas lejos. Parece que todo placer es mayor cuando d e l hacemos partcipes los d e m s , y es indudable que Enriqueta tuvo la mayor satisfaccin por la condescendencia que habia tenido con aque la ni- a la que hablaba como si fuese conocida d e toda la vida. Pero no es esto lo mas particular, sino que las madres, que jams se habian saluda- d o , vinieron encontrarse j u n t a s , sentadas en el mismo banco, conversando amigablemente y o b - servando con satisfaccin los colores de la rosa q u e asomaban las megiilas de sus hijas. El juego del aro es conocido desde la mas r e - mota antigedad. Le usaron ya los griegosy los r o - manos, y entre ellos ciertamente que no era u n 20. 21 juego de nios. El aro estaba formado por un gran crculo de hierro y se le comunicaba el e m - empujecon una varilla del mismo metal. En lu- gar de cascabeles llevaba colgantes muchos ani- llos y sonajitas de cobre, que producan con el choque ese ruido que parece un estmulo ala car- rera.L O S CUENTOS-Bien sabida es d e todos la grande aficinque tienen los nios escuchar cuentos h i s - torietas acomodadas su edad inteligencia, as como la impresin que ejercen en su espritu. Circunstancia es esta d e que siempre han sacado partido los autores, para inculcar por medio de cuentos la tierna niez, los principios d e moral y las primeras reglas d e una sabia conducta, q u e le sirvan d e guia en los diferentes peligros q u e la edad y la inesperiencia esponen de conti- n u o . Siendo tan marcada esta aficin d e los n i - os contar cuentos, fuera maravilla que n o dedicasen tan grata ocupacin algunas horas d e la tertulia, que en una d e las prolongadas noches d e invierno formaron Juanito, Bita, Rafael, Vic- toria, Pablo y Jos. Colocados alternativamente segn su sexo y por el orden de su edad, c o n v i - nieron en que cada uno d e ellos por su turno h a - bia d e contar un c u e n t o . Tocbale empezar J u a n i t o , quien por su 21. 22 corta edad esperaban que se disculpara de su em-p e o , mas l sali airoso, diciendo con seriedad:Pues seor, este era u n rey, tenia tres hijas,las meti en tres botijas...Interrumpile la risa general de todos los n i -os. [ E s o no vale! decian, y por ltimo, convi-nieron, dicindoles Juanito que no sabia mas, enque pasase el turno la Rita que empez as.Habian v d s . de saber que este era un nio y le gustaban mucho los pajaritos. Pas un dia con su mam por donde estaban vendiendo unos g i l - gueros muy bonitos y dijo el n i o : M a m mia,aie compra vd. un pajarito de esos?Nio, d e buena gana te le comprarla, dijo la maoi; pero lo q u e t vas hacer con l, ser martirizarle y dejarle morir de h a m b r e . [Oh! no lo crea v d . , decia el nio, y e n t o n - ces su mam le compr el gilguero.Pues que dirn v d s . que hizo el n i o ? . . . Ni mas ni menos d e lo que su mam habia pronosticado: at u n a cuserdecita las patas del pjaro y, quieras q u e no quieras, le hacia a n d a r y dar saltos, le echaba volar y ' d e un tirn d e la cuerda le hacia caer al suelo, no le daba de comer le cebaba lafuer-El gilguero piaba m u c h o , como implorando compasin; p e r o el chico aquel sigui maltratndo- le, hasta que el animalit muri, rendido d e p e n a y de cansancio. Entonces se qued el nio m u y desconsolado; pero no fu esto lo peor, sino q u e llamndole su madre le dijo:Qu has hecho del pajarito? y l tuvo que decir todo lo que habia 22. 23 pasado. Sac entonces la madre una primorosa jaula d e maderas finas y le dijo:Mira, ves esta jaula? pues era para tu pjaro si hubieras sabido cuidarle, mas puesto que no sabes hacerlo, no m e vuelvas en tu vida pedir q u e te compre otro, yen cuanto la jaula, voy regalrsela otro niioque sea nas compasivo con los animalitos. Y co-lorn colorado, mi cuento ya est acabado.Tom entonces la palabra Rafael y dijo:Encontraposicin lo que ha dicho la Rita, voy decir yo una cosa, y cuidado que esto no es cuen-to, sino mucha verdad, pues as me lo h a contado m nuestra mam.Dice que habia en su pueblo una niia muyamable, llamada Cecilia, hija de una pobre labra-dora, por lo que ambas ganaban su vida con m u -cho trabajo. Aun en los dias peores de invierno tenia que salir la muchacha al bosque por algu- na lea para que su madre se calentase, y un dia q u e se volva casa con su hacecillo, al cruzar un camino real, vio acurrucado j u n t o un rbol un perrito, lleno d e agua y de lodo, estenuadoy temblando de fro. Cecilia solt su lefia y b a -jndose hacia el perrito, le empez llamar y acariciar, ponindole d e pie derecho, y como elanimal diese muestras de agradecer su inters, ella no consultando mas que su buen corazn, co- gi al perro, le envolvi en su delantal y cargando con su lea, entr en su casa muy satisfecha. Para que traes ese perro tan feo y lleno d e b a s u - ra? le decia su m a d r e ; pero Cecilia senlia en su in- terior un contento q u e no la dejaba reparar en el 23. 24 enfado de su mam. Le hizo al perro unas spitas,le lav y jabon de pies cabeza, y entonces yapareca mucho mas bonito. Cobr bien pronto s u sfuerzas y salia al campo corriendo y ladrando d e -lante de Cecilia, que cada vez le quera mas. P e -ro ahora viene lo mejor, y vern vds. como esta buena accin no qued sin recompensa, y que un dia Cecilia se perdi en el bosque y la mam, viendo que tardaba tanto, llam el perro y e n - seando e un vestido de su hija, le empez d e -cir.Y Cecilia?Dnde est Cecilia?A lo q u e el inteligente animal contest con fuertes ladridos y con salir corriendo todo escape. Era el caso que Cecilia, huyendo cuanto pudo de unos mu- chachos que la queran quitar las moras que lleva- ba en una cesta, se habia alejado mucho del p u e - blo, metindose por unos parages donde nunca habia estado, y concluyendo por no saber salir de ellos. Dejse caer al suelo rendida de cansancio, y acordndose d e su mam, se puso d e rodillas p a r a pedir Dios la sacase de aquel apuro, cuan do sinti su espalda los ladridos de su perro fa- vorito, y volviendo la cabeza, le vio llegar todo so- focado, jadeando y con la lenguado fuera. Abra- zse Cecilia con su fiel animal que se le quera co- mer fuerza de caricias, y guiada por l, volvi sana y salva consolar su afligida madre que la estaba esperando fuera del pueblo. Este cuentecillo fu m u y del agrado de la asamblea p u e r i l , particularmente d e las nias, hacindoles mayor impresin despus del primero q u e habian oido, y estimulndoles todos ser 24. 28 buenos comp asivos p ura generosidad, q u e obtiene al fin su recomp ensa. Tocbale el t u r n o Victoria, y todos esp eraban d e ella otro rato no menos divertido. Habian vds. de saber que este era un r e y q u e acostumbraba salir d e noche p or las calles, para ver lo q u e suceda en la ciudad. Se encon tr una vez un hombre tendido en el suelo y profundamente dormido. Mand que le levanta sen y le llevasen su p alacio, donde le quita ron los andrajos y p onindole una tnica fin sima le acostaron en una cama del p rncip e. Cuando el hombre, que estaba borracho, desp er t, se qued atnito al verse en una alcoba m a g nfica, rodeado de una brillante servidumbre. Le preguntaron que trage queria su magestad p o nerse aquel dia, y esta p regunta acab d e con fundirle. Protestando en vano que l no era mas q u e u n p obre jornalero, tom el p artido de d e jarse "tributar los honores con que le abrumaban.. Se dej vestir, se p resent en p blico, asisti, con gravedad todas las ceremonias d e la corte, y p as desp us una mesa suntuosa. Desp us le p rop orcionaron juego, p aseo, diversiones, y por la noche baile. Como que mi hombre nunca se habia hallado en semejante fiesta, bebi y se alegr de tal manera en la cena, que concluy por emborracharse, quedndose dormido p rofun d a m e n t e . Entonces mand el rey que le volvie ran p oner sus andrajos y le dejasen en el m i s mo sitio donde le habian encontrado. 'A.lli p as toda la noche, hasta que desp ert de fro, y vol 25. - 26 vindose su casa, dijo su muger, que si q u e - ra escuchar el sueo mas particular q u e habia tenido en su vida, y le cont todo io que yo he contado vds. E n este cuento, dijo J o s , se halla, r e - flexionando bien, una imagen d e la vida, Pero ya es la hora d e separarnos; otra noche conti- n u a r e m o s esta serie de cuentos que dejamos in- terrumpida, pues todava falta el mo, que os prometo ser m u y largo y m u y bonito. LA CUERDA.Saltar en la cuerda, d e los diferentes modos q u e esto se ejecuta, es otro de los ejercicios q u e los nios tienen g r a n d e inclinacin. Es j u e - go que contribuye mucho el equilibrio y la agihdad del cuerpo, y tan conocido, que apenas necesita descripcin.Emilio e r a , entre todos los nios que y o h e conocido, el que mejor sabia saltar con la c u e r - d a , y para hacerlo, buscaba una d e tales d i - mensiones que le permitiesen saltar sin encor- var el cuerpo, ni fatigarse m u c h o . Elegia para d a r el salto el momento mismo en q u e la c u e r - da tocaba al suelo pasaba rozando con l. Cuando redoblaba el movimiento circular d e la cuerda, levantaba muy poco los pies del suelo, y sin doblar las rodillas; pero cuando la cuerda 26. 27 iba muy despacio, levantaba mas los pies y el brinco era mas sostenido. Empezaba saltando mas menos aprisa s o - b r e un mismo terreno, despus iba corriendo y saltando, despus cruzaba y descruzaba los b r a - zos, cambiando la posicin de la c u e r d a , y la ha- cia girar con velocidad estraordinaria. En las ninas es todava mas vistoso el j u e - go de la cuerda, por las elegantes actitudes que les hace tomar, ostentando lo esbelto de su talle y manifestndose ligeras sin dejar de ser g r a - ciosas. Hay una variedad en este juego, en la q u e no es la misma persona que salta, la q u e m u e - ve la cuerda, sino que esta es movida por otras dos que la tienen asida cada una de su p u n - ta. Entonces como no hay que cuidar de la cuer- d a , pueden saltar dos y tres nios la vez, pero es fcil se tropiecen, y en todo c a s o , se d e b e elegir una cuerda m u y larga, pesar d eque siempre es mas difcil ponerla en m o v i -miento.La cuerda p u e d e ir y venir, lo que es lomismo, ser movida modo de columpio; p u e -de dar mella entera, como cuando la mueve elmismo que salta; puede granar erreno andando ha-cia adelante los q u e la mueven y por consi-guiente el que salta, y puede girar permanecien-do inmvil uno de los q u e mueven la cuerda,mientras que el otro gira trazando crculo alre-d e d o r , hasta volver al mismo p u n t o .Los nios nias q u e mueven la cuerda. 27. 28 deben hacerlo acompasadamente, sin separar mucho el brazo del costado, sin sacudirla b r u s - camente, ni parar de improviso. Deben arreglar- se en todo los movimientos del que salta y evitar que por su d e s c u i d o , si es que no h a y algo de malicia, se le enrede la cuerda entre las piernas y d u n a caida peligrosa.U LINTERKA IH&GICA-Como el fin principal de las diversiones q n e se entregaba nuestra tertulia de nios, era instruir y deleitar la vez los concurentes ella, se dispuso presentarles la linterna mgica, bajo cuya ilusin p u e d e n darse tan vitiles como agradables lecciones. Este espectculo sorpren- d e n t e , tan del gusto de los nios, es muy a p r o - psito para que pasen entretenidos alguna noche d e invierno. Ansiaban ellos que llegase la hora destinada al espectculo, creciendo su impacien- cia al paso que observaban los preparativos q u e hacia fos, que habia de ser el director de la fies- ta. Lleg, pues, la noche deseada: los nios y algunos convidados tomaron asiento delante d e u n gran bastidor d e lienzo blanco, d o n d e se h a - bian d e presentar las figuras: al otro lado ya esta- ba Jos, con su linterna p r e p a r a d a . Hizo la seal d e empezar, apagronse las luces, ces el b u l l i - cio y le oyeron que decia-Me propongo, queridos mios^ presentaros 28. ag- a vida del hombre bueno, y ia del hombre malo,no conforme la habis visto pintada en las alelu- y a s , sino conforme yo la he acertado formar para vuestro ejemplo. Tomaremos el h o m - bre desde nio, porque las buenas malas i n - clinaciones ya se traslucen desde la primera e d a d . Asi es, que ese nifo tan lindo y tan aseado que veis pasar, contar apenas doce aos y y a se distingue por su buena conducta. Ahora v la escuela, como se infiere por los libros que lleva debajo del brazo, y sigue derecho su ca- mino, pesar de que otros nios pasan corre- teando invitndole jugar, pero l los despre- cia, porque conoce el valor de tiempo. Vedle ahora en su casa: siempre aplicado, siempre sumiso ese seor que es su p a p y q u e le besa con cario. Aquel cacharrito de b a r - ro que se ve en una rinconera, es una hucha d o n d e va echando los cuartitos que le dan, para llevarlos la Caja de ahorros. Ahora os presento, dijo Jos mudando cris- tal, nuestro nio ya convertido en un joven, en un artesano inteligente y laborioso, porque mi ejemplo le he ido buscar en las clases inferio- res, para las que suelen ser mas escasos los p r e - ceptos d e buena conducta. Ese hombre que entra observar su trabajo, es el maestro y el d u e o del taller: miradle como aprueba lo que hace y predice que ser un buen operario. En efecto, esos elegantes muebles que se ven en la tienda, han sido construidos por nuestro joven, que con las ventajas de su primera educacin y los cono- 29. 30 cimientos industriales que ha adquirido, simplifica y perfecciona sus obras.Ahora si que os presento u n cuadro hala- gtieno: nuestro joven dando la mano de esposo esa interesante j o v e n c i t a , hija d e su maestro, q u e enternecido bendice esta unin que tanto d e - seaba, Sabis por qu un hombre de crdito y caudal como ese, da nada menos que su hija u n simple oficial de su tienda? Pues no es por- que haya sorprendido el secreto de sus procedi- mientos, ni porque en algunas cosas todava los supere, sino porque ha conocido que es un hom- bre honrado y trabajador, que sabe huir la com- paa d e los ociosos, y para quien no hay ocio y disipacin Veamos ahora en el.seno de su familia, al jo- ven convertido en un hombre respetable, siendo ejemplo de virtudes y gozando los placeres d o - msticos. Esos que le rodean son sus hijos y con sus inocentes caricias le distraen de su fatiga. El aspecto de comodidad que s e j i o t a en la habita- cin, manifiesta que ha adquirido opulencia, al mismo tiempo que la estimacin pblica. Mas ved aqu un sugeto que llega y le entrega una cosa, cuyo aspecto manifiesta la mayor sorpresa y ale- gra; es el premio concedido por una sociedad ar- tstica, y espresado en una medalla de oro. Bravol bien! me alegro! esclamaban los n i - os, y Jos conociendo por su entusiasmo, que les causaba la ilusin que l apeteca, continu: P o r ltimo, miradle ya en edad avanzada, cuando su debilidad no le permite dedicarse al 30. 31 trabajo, como goza el fruto de sus ahorros y toda- va le quedan productos que destinar la benefi- cencia. As continua dirigiendo los dems con sus consejos y su esperiencia, hasta que paga el tributo a l a humanidad con sentimiento del pais y lgrimas de los pobres y d e su familia.Asi termin la vida del hombre bueno con gran satisfaccin de los nios quienes dijo el cicerone d e la linterna.Despus del satisfactorio cuadro que os aca- bo d e presentar, casi estaba por suprimir la s e - gunda parte sea la vida del hombre malo, porque no pueden menos de entristeceros las funestas consecuencias del vicio y del estravo d e las p a -siones. No, no; queremos verla tambin, dijo Pablo. Q u e siga, que siga, clamaron todos. P u e s b i e n , seguir, contest Jos, de esta ma-nera se notar mas el contraste y har mas i m p r e -sin en los nimos. Ya le tenemos en la escena.No os lo decia yo? Mirad ya que traza d e pillo ycomo desde pequeo manifiesta sus malas inclina-ciones. Ah est jugando en medio de una callepblica con otros camaradas tan buenos como l,y los libros y cuadernos que hay caidos por elsuelo declaran que se entretienen de este modocuando debieran estar en la escuela.Pero h aqui que llega ese buen hombre consu aspecto severo: es el padre del muchacho queviene sorprenderle y sacudirle d e lo firme; pe-ro el pillole descubre tiempo y , e s c a p a burln- dose y ostentando su indocilidad. 31. 32 Ya le tenemos en la juventud, haciendo alarde de su audacia, con navaja en mano y enredado en una quimera. El sitio es una taberna, lo que d e - muestra que estas casas, las de juego y disipacin son las q u e suele frecuentar, porque en tocante oficio otra ocupacin honrosa, todava no ha pensado en dedicarse. Esta vez no sale tan bien como la pasada de su travesura, porque llega la autoridad y tiene que ir con las orejitas bajas la crcel.Veis ahora, amigos mios, el interior d e esa miserable casa donde se ve una pobre muger tan abatida? pues es la habitacin y la muger del hom- bre malo. Porque l, sin oficio conocido, sin cono- cimiento de las cargas y obligaciones del matri- monio, no se detiene en casarse por capricho. Vedle como maltrata esa infeliz muger de la q u e a est fastidiado, y como revela el desalio d e la abitacion que ha vendido hasta los muebles mas precisos para sostener sus vicios. I Pobrecita! que lstima me da la pobre muger, decia Rita. Deja, deja, que l llevar su merecido, con- testaba Victoria para consolarla.Os le voy presentar, continu Jos, en el desempeo de una de sus fechoras. Est violen- tando la cerradura de esa gaveta, en una lujosa habitacin, donde se ha introducido para robar. Es de noche y una ventana abierta es por donde h a subido y piensa tambin escapar repartir su rapia con'loscmplices que abajo le esperan. Un pual que lleva en la cintura, declara que ser un 32. - 33 - asesino en el momento que halle alguna resis- tencia.Mud Jo- otro cristal y esclam:El presa- gio de Victoria se ha cumplido. Ya le tenis en un lbrego calabozo y aherrojado con fuerte cadena. No tiene mas que cuarenta aos y sin embargo parece un viejo decrpito. Tanto es lo que aca- b a n diez aos d e crmenes continuados! Ellos le han conducido ese calabozo donde sentenciado la pena capital, espera d e un momento otro el sufrirla. A vosotros que habis asistido la muertetranquila del hombre virtuoso, no os har y opresenciar el suplicio de este criminal. Figuraoscual debe de ser, y ojal no sea de aquellos, queni aun en este funesto lance, dan muestras de untardo arrepentimiento. Asi concluy la segunda parte del espectcu-lo, l a q u e confoime Jos habia pronosticado, dejmas fuertes y tristes impresiones en el nimo d elos espectadores.LA GALLINA CiE&A.Este es el juego favorito d e las nias. Es tan sencillo, que casi no merece una descripcin particular, pero sencillo y todo pone en movi- miento la inteligencia de la que se queda hace d e galUna ciega, porque lleva los ojos vendados con u n pauelo, y la agilidad d e todas las nias 3 33. Sa- q u e alrededor d ella dan vueltas en corro. Cons- tituida la nia, ya con los ojos vendados en medio del corro, se le pregunta: Gallinita ciega qu te se ha perdido? Una aguja y un dedal. P u e s da tres vueltas v lo encontrars.Estas palabras son absolutamente indispensa- bles y no hay memoria de que las nias hayan jugado nunca la gallina ciega, sin empezar por esta frmula acostumbrada. Mientras que la niPa d a l a s tres vueltas, dice: U n a . . . d o s . . . tres y la del revs. En seguida empieza girar la rueda, hasta que la gallina grite: P a r e la rueda. Oidas estas palabras, todo el m u n d o d e b e p e r - manecerquieto inmvil en el sitio en que le cogie- ron, porque entonces empieza el verdadero juego. La gallinita ciega se dirige titubeando agarrar la primera que encuentre, ver si por el tacto puede colegir quien sea, y proclamando su H o m - b r e e n voz alta, hacerla poner en lugar suyo, y e n - , do ella disfrutar de su libertad en el corro. Para que este juego se verifique como es d e - bido, hay que observar las reglas siguientes: Por parte de la que se queda, proceder siem- pre de buena f, sin levantar con disimulo el p a - uelo que cubre los ojos, y aun avisar para q u e la tapen, si es que ve algn poquito.Por parte de los quejuegan hay que observar: Nunca engaar la que est vendada, y esto n o precisamente por el perjuicio que se le pueda 34. 3 seguir, sino por lo feo trascendental qu e es acostumbrarse la mentira desde los primeros afios: el qu e no hace escrpu lo de mentir en los juegos, no est m u y distante de mentiren las c o sas serias. No soltarse, ni separarse del corro, ni mu d a r disfrazar el trage. No poner estorbos, ni presentar cu erpos estra os la qu e se qu eda: lejos de eso, cu ando vaya trcjpezar en algu na cosa, avisarla tiempo con el acostumbrado grito de tocinol Dejarse coger algu na vez por cortesa, cu an do ya ha pasado mu cho tiempo y est fatigada la que hace de gallina. Gomo esle ju ego tiene cierta monotona, qu e llegarla ser cansada pasado algn tiempo, se han inventado algu nos medios ingeniosos de va riarle, recu rriendo al oido en vez del tacto para reconocer las personas. Ya es por el sonido de u na llave por el qu e se dirige la gallina ciega, y juzga de la mayor m e nor proximidad d e aqu el qu ien bu sca. Ya p r e senta u na varita el cucharon hacia el corro, pa r a qu e la ifla delante de qu ien se pare, agarre de la otra p u n t a . Entonces la gallina ciega da u n pequeo grito, el qu e pu ede repetir hasta tres veces, teniendo qu e repetirle la otra persona qu e juega y qu e tiene asido el otro e s t r e m e de la va r a . Toda la gracia est en disimu lar de tal modola voz y en fingir las entonaciones, en trminos que dicha persona no pu eda ser reconocida por el eco. Si esto s u c e d e , no tiene mas remedio qu e 35. 36 vendarse los ojos, pasar al medio del corro y e m - pezar cumplir la penitencia.USESTAMPAS.Ya ltima hora do una de las noches de ter- tuha, despus que todos los nios se habian c a n - sado de bailar, particularmente Victoria y Rita, que habian tenido que ser las alternativas parejas de todos los muchachos, se sinti la necesidad d e descanso y de pasar lo q u e faltaba de noche en otra ocupacin mas sosegada. Para estos casos t e - nia Jos abundantes recursos, asi es que haciendo sentar toda la reunion alrededor de una mesa, la convid mirar las estampas de un libro que l traia. Era aquel un libro que pareca hecho propsito para los nios, porque todas las estam-jas que le componan representaban asuntos de,a primera edad y escenas de la vida pueril. Por lo tanto fu recibida con aplauso la proposicin d e Jos y todos los nios, agrupados al rededor del libro, comenzaron examinar sus estampas en el orden siguiente: La primera representaba el interior de una escuela, donde entre varios nios que estaban- muy atentos mirando su libro, para estudiar la leccin, se notaba uno mirando todas partes, con l libro cerrado y en actitud de j u g a r y d e inquietar los dems. Desde luego llamla atencin de los nios la 36. 37 desaplicacin de aquel muchacho, lo cual visto p o r Jos, volvi al instante la hoja diciendo:Mirad ahora si le conocis. Porque es d e saber, que aquel libro tenia las estampas correlativas, d e tal manera que la siguiente completaba la signi- ficacin de la que preceda, formando con ella contraposicin y s i e n d o por decirlo as, el reverso d e la medalla. Por lo mismo la estampa de la vuelta representaba:La misma escuela; pero de pi derecho en medio d e ella el mismo muchacho holgazn que habian visto la vuelta. Tenia puesta una co- roza con grandes orejas de b u r r o , y de vergen- za se tapaba la cara con las manos. El maestro con semblante severo se le mostraba los dems nios q u e se burlaban del pobre aver- gozado.Pasaron otra estampa que representaba:Un gabinetito donde una solcita mam, p r o - vista d e palangana y toballa, iba lavar un nio que delicado y perezoso, manifestaba su repugnancia que le aseasen, y con mucho mie- do el agua fresca se estaba encogido en un r i n - cn del gabinete.Vulvela hoja? pregunt Jos.Si, si, con- testaron los nios y volvindola vieron: Que un seor, al parecer el padre del c h i - quillo, tenindole asido dfe pies y manos le zam- bulla en un barreo de agua fria, sin cuidarse d e sus gritos, ni de las instancias d e la buena mam.La tercera estampa que examinaron r e p r e - 37. 38 sentaba el interior de un colegio con vistas un patio, donde entre varios alumnos que estaban j u g a n d o , habia uno que sin distinguirse de los dems por las prendas fsicas por la edad, se distingua mucho por su aire desdeoso, por la superioridad con que dictaba la ley sus c o m - paeros, amenazando con el p u o cerrado al que no se conformase con los juegos que l p r o -pona. Esto era de un lado; pero del otro, los co* legiales cansados de sufrir se haban precipitadosobre aquel dspota y echndole la zancadilla, le haban derribado en el suelo, donde le sacu- dan una zurra de cachetes que no le dejaba res- pirar. Los que no contribuan la cachetina lamiraban con semblante irnico, manifestandocuan merecida la tena.Gspita qu zurra! exclam Juanito.Perobien merecida! fu lo nico que contest Jos y pas otra estampa. Se vea en ella un muchacho maligno quetenia uncido un pesado carretn un elegantep e r r o de aguas. El animal agobiado de tanto p e -so se dejaba caer rendido; pero el muchacho conuna mano le amenazaba con el ltigo y con laotra le tiraba de las orejas y de las lanas, mientrasque el pobre perro le pairaba como implorando compasin. Tanta crueldad escit la indignacin de todoslos nios que pidieron se volviese al instantela hoja, figurndose que vendra en ella el casti-go de aquella conducta, y as fu e n efecto. 38. 39 Un hombre, que tal vez seria el dueo del p e r r o , tenia atado al chiquillo al mismo c a r r e - tn, le hacia tirar de l latigazos y aun le a r - rancaba algunos pelos de la cabeza por va d e represalias.La quinta estampa representaba una buena abuela haciendo calceta, sentada en una silla y con sus anteojos sobre la nariz, mientras que u n diablejo d e chiquillo, trepando por el respaldo do la silla, la estaba colocando sobre el moo u n penacho ridculo de plumas viejas y radas.No falt entre nuestros nios quien se son- riese al ver aquella caricatura; pero no le dio gana d e reir cuando vuelta la hoja, vio que la chanza result algo pesada.La abuela se habia levantado inadvertidamen- te y el peso del chico encaramado en el respal- do se habia llevado consigo la silla, que dando una vuelta le habia dejado caer de espaldas. Se habia abierto en la cabeza una buena brecha y era cosa d e llamar al cirujano. U S CUATRO ESQUINAS. Al llegar los nios una tarde al trmino d e su paseo, con mas impaciencia que formalidad, muy sosegados delante de sus padres, quisieron entregarse, mientras ellos descansaban, uno d e los saludables juegos de la infancia. La c i r c u n s - tancia d e ser cinco los que habian d e jugar, les 39. 40 sugiri la idea de elegir el juego de las cuatro esquinas, que por el movimiento continu q u e necesita, es uno de los mas convenientes para desarrollar las fuerzas y ejercer saludable in- fluencia en el cuerpo. Anduvieron algn tiem- p o buscando un sitio que reuniese las condicio- nes que este juego requiere: un terreno firmer sin estorbos e n t r e las cuatro esquinas rbo es que han de hacer sus v e c e s , colocados si es posible distancias iguales como d e diez pasos. Quin es el que se queda? preguntbanse los nios unos otros, porque al empezarse el juego, como que aun no podia haberse sentencia- do el que se habia de quedar sin esquina, y pre- cisado ir de una en otra hasta lograr una v a - cante, era forzoso q u e alguno fuera el peniten- ciado. Disponanse echar suertes, cuando Victor se ofreci galantemente quedarse, haciendo es- te obsequio las nifias. El juego de las cuatro esquinas, como todoslos dems, tiene sus reglas fijas, de que los ni-os se muestran escrupulosos observadores. Las cuatro esquinas rboles deben estar colocadosen esta forma: A. Cada rbol estar ocupado por uno d e los 40. 41 que jueguen el punto A por el que se queda, segn la espr esion vulgar mente usada. El q u e se queda se dir ige cualquier a de las cuatr o esquinas, diciendo:Me hace vd. el favor d e una ascuita de lumbre?La per sona inter pelada, indicndole con el dedo cualquier a de las cuatr o esquinas, le con testa: E n aquella esquinita r ebuUeiAsi da tiempo par a que mientr as se dir ige la otr a esquina, puedan los jugador es cambiar d e sitio, debiendo estar el otr o con ojo aler ta, par a lanzarse al p r i m e r sitio que vea desocupado, y entonces el p r opieta r io de aquel puesto, si n o puede coger otr o, tiene que quedar se en el me dio y r epeti r la maniobr a de ir de esquina en e s quina hasta que log r e pillar una. Par a animar mas el juego, conviene que todos los jugador es cambien la vez, r esultando en medio de este movimiento gener al, que dos suelen dir igir se la vez la misma esquina, y alguno d e elos se ha d e quedar for zosamente plantado en el medio.Sucedi que Rita se cans pr onto y los d e ms continua r on el juego con tr es esquinas, en esta fo ma:rA. Pero habindose luego cansado todos, se sen 41. 42 ^ taron en el suelo descansar y contar h i s - torias.EL S U S T OAun no se habia decidido q u clase de d i s - traccin ocupara la tertulia en una d e sus no- ches, y los nios agrupados discutan el juego que habian de elegir, cuando oyeron repenti- namente gritos y penetrantes chillidos. Conocie- ron al instante la voz d e Juanito y advirtiendo al mismo tiempo que faltaba d e en medio d e ellos, no dudaron de que era el autor de a q u e - lla algazara. Los gritos salan de una pieza con- tigua, que comunicaba por un pasillo con la que ellos tenan para sus juegos, y como estaban oscuras pieza y pasillo, las nias no se atrevie- ron ir all, y aun los nios permanecieron un momento indecisos. Jos fu quien tom una luz, y diciendo: Es Juanito!... seguidme, se encami- n al sitio de la bulla, donde todos le siguior ron, primero los nios y luego las nias.Hallbase Juanito, plido, lloroso y acurruca- do en un rincn, del que no se atreva salir.Qu es eso?... qu tienes?... qu te ha su-cedido''A el tropel de p r e g u n t a s con q u e le abruma-b a n , solo contest muy azorado: Juanito.No s. Tengo mucho miedo. Rafael. quin? 42. 43 Rita. No estamos aqui todos?Juanita. Ya; pero si vosotros supierais.Jos. Acaba de un a vez. Qu te han hecho?Juanito.Nada: pero habia aqui un d u e n d e .Jos. Cmo! Un d u e n d e !Juanito. Co los ojos ardiendo como pajuelas,nPablo.Ser posible?Jos. Vaya u a bebera, y por eso n osn asustas?Rita. Mire vds. el n iio, q u e tien e miedo n el coco!Juanito. Si, si, como vosotros n o le habis visto! Y sin o all est aquella silla ten dida en el suelo, q u e l la dej caer, saltan do en ella desde esa mesa, y luego escapan do yo n o s por d o n d e , bramando como un toro. Victoria.Apostara yo que el duen de que ha visto este seorito ha sido mi gatita Linda, sa li corriendo d e este cuarto, apen as empezaro n los gritos. Jos. Y n o ha sido otra cosa. Y las pajuelas que han alumbrado ste son los ojos de los ga tos que brillan en la oscuridad. Pablo. Para que vean v d s . lo que es elmiedo! Rafael. Vamos, cobarde, ven te jugar y d jate de sustos. Como padre lo supiera, bien sereira d e t. E n t r e las chan zas de los un os y las burlas d elos otros, se llevaron Juan ito la pieza d e recreacin, don de todava n o daba muestras d e estar m u y tran quilo, n i los otros podian olvidar el 43. 44 suceso reciente. Jos viendo cuan dispuestos e s -taban escucharle, procur sacar partido de laocurrencia, dicindoles:Vergenza d que haya nios que tenganmiedo los duendes, que no se atrevan ir solosd e noche, y menos estar en un cuarto oscuro,todo pretesto del falso temor que los han infun-dido con cuentos estravagantes que solo existeen su imaginacin acalorada por el miedo d e e s -tas pretendidas apariciones. Un pusilnime sertoda su vida, el nifio vctima de esta preocupa-cin, al paso que el que se haga superior ella,ser luego hombre de espritu y corazn, como lofu Felipe Augusto que con tanta gloria ocup eltrono d e Francia. A la edad de catorce aos se perdi un-dia en la selva de Compiegne, sin que pudiese volver encontrar su camino. Sobrevino la noche y el )rncipe, errante la aventura en medio de los josques, se vela precisado pasar la noche d e - bajo d e un rbol andar d e aqui para all hasta que fuese de dia; mas como hacia mucho fri y la noche estaba oscura, se decidi seguir cami- nando por ver si encontraba alguna salida. Hacia las c u a t r o de la mafiana, vio lo lejos una negra y horrible figura, llevando un brasero en el que soplaba con gestos espantosos para atizar la lla- m a . Otro nio cobarde hubiera temblado de pies cabeza este aspecto; pero el prncipe, sabiendo q u e con la ayuda d e Dios nada habia que temer, avanz intrpidamente hacia aquella visin. Era un carbonero que iba empezar su trabajo... El 44. 48 prncipe se dio conocer y se sirvi de l para que le guiase hasta el castillo.Si hubiera sido tan necio, concluy Jos, q u e se hubiera acobardado, toda la noche la habra pasado en el bosque y aun mas tiempo tal vez.E L ESCONDITE. El juego del escondite que tanta aficin tie-, nen los nios por los muchos lances que ofrece, se ejecuta mejor y con mas diversion en algn jardn que en los interiores de las habitaciones. All pueden dar los nios esas carreras al aire li- bre, que tan provechosas son para su salud y p a - ra que les salgan buenos colores )a cara. All p u e d e lucirse, asi la ligereza de los que huyen porno ser cogidos, como la del que los persigue, como vulgarmente se dice, del que se queda. Porque en este juego, cowo vosotros sabis, amigos mios, hay un punto d e reunion que se llama la madre, desde el que todos los jugadores parten esconderse, escepto u n o , es decir, el que se queda, que permanece all hasta q u e al oir la voz de ]vengan parte en busca d e los escondidos, apurando su ingenio para encontrar la madrigue- r a . Si no logra atrapar ninguno, y da lugar q u e vuelvan al punto de reunion, buscndole las vueltas, y lanzan regocijados el grito d e : -[Hijitos a lamadrel 45. - 46 Entonces no le q ueda mas recurso, q ue e m p e zar una otra vez su penosa tarea, q ue pronto acaba con su paciencia. Por supuesto q ue vosotros habris jugado mu chas veces al escondite, y aun os acordareis de los estropicios q ue habis hecho. Desgraciada la habitacin donde los nios se abandonan este juego! Todo lo invaden: no escrupulizan el me terse detras de las cortinas, debaio de las mesas y de las camas, ni reparan si al correr echan ro d a r algn mueble de valor. Por eso las amas d e casa, tienen buen cuidado de esceptuar de las di versiones de los nifios, aq uellas piezas q ue tienen arregladas con mayor esmero. Fuera d e este es pacio limitado, todo lo dems de la casa es c a m po de sus correras, y as trepan algn desvn como se agazapan en la carbonera. Los nios q ue componan nuestra tertulia, dispusieron un dia jugar al escondite. Ya hacia buen rato q ue estaban jugando, cuando notaron que Eduardo, el mas joven d e los nios, no vol va al punto de reunion, cuando alguno d l o s jugadores era cogido. Como esta era una infrac cin d e las reglas del j u e g o , empezaron llamarle.Eduardo... Eduardo!... Pero no responda. Fueron buscarle por toda la casa, pero nada, ni por esas: nadie p u d oencontrar su madriguera.Habr encontrado tan buen escondite, que noquiere salrde l porq ue no le pillen. As decan los nifios, y como les sabia mal 46. 47 suspender SU juego, le continuaron, diciendo d e Eduardo; El parecer.Por otra parte, aquel chico estaba tan gordo y era por lo tanto tan poco aficionado correr, que por no menearse creyeron q u e no queria s a - lir del escondite.Acabse al fin el juego, y Eduardo no pare- ca: entonces todos entraron en cuidado, buscn- dole solcitos por toda la casa.Vosotros, c o m e e s natural, querris saber don- de se hallaba Eduardo entre tanto. Pues bien, oslo voy contar:Eduardo en una de sus escursiones para e s -conderse, se habia escurrido bonitamente ia c o -cina, solo por ver si se encontraba abierta la puerta de la despensa, la que hacia frecuentesvisitas. Era goloso y glotn en estremo: as es,que arrastrado por este vicio, mientras los d e m snios se entregaban los juegos propios de s uedad, Eduardo no pensaba mas q n e en satisfacersu propensin las golosinas. Por una casualidad, de aquellas que l tantobuscaba, hall abierta la puerta d e la despensa,y abalanzndose ansioso, arrim una silla laalhacena d e repuesto, y trepando e n c i m a d o ella,empez engullir cuanto hallaba la mano,con la presteza que el caso exiga. Mientras se hallaba entretenido en tan sabro-sa faena, acordse el cocinero de que se habia d e - ado abierta la despensa y fu all para echar la lave, que guard en su bolsillo. No se le ocurri 47. 48 mirar dentro, ni Eduardo sinti el ruido del pestillo, por que era mayor el que producan sus mandbulas. Esta era la causa porque Eduardo no asista al juego, y por la que le andaban buscando por t o - da la casa. Despus d e haberla registrado toda d e arriba abajo, soio faltaba mirar la despensa, y el cocinero fu abrirla por mandado de sus- amos. A q u est, aqu est el ratn que se comia mis provisiones, esclam el hombre sumamente gozoso por ver descubierto el autor de un desfal- c o , por el que varias veces le habian reconveni- d o . De esta manera recobr su crdito aquel hon- rado servidor, y qued patente la falta vergonzo- sa de E d u a r d o . A este pudieron servirle de casti- go las risotadas y rechiflas d e sus compaeros, las palabras algo mas severas de su pap, y u&a b u e - na indisposicin, que le tuvo algunos alas en ca- ma de resultas del hartazgo.LAS ANCDOTAS. Haber pasado una noche entretenidos contan- d o alegres cuentos, inspir los nios el deseo d e destinar otra repetir ancdotas. Cada uno hizo su provision de las que pensaba referir, y llegada la noche, todos cedieron el turno Jos,a ue empez as:S muchas ancdotas d e la v i - a del gran Federico, que bastaran para ntrete- 48. 49 esta n oche, mas ahora n o os dir mas que la que me correspon de de t u r n o .Cuando el gran Federico veia algn n uevo soldado en su guardia, n o dejaba de llegarse l para bacerle sucesivamente estas tres p r e g u n t a s : Qu edad tien es?Cun to tiempo hace que sir ves?Recibes exactamen te tu paga y tu vestua rio?Un joven fran cs fu admitido en la guar dia, por su presen cia y buen a estatura, y su capi tan tuvo cuidado de advertirle las pregun tas que el rey le baria, hacin dole al mismo tiempo a p r e n der de memoria las tres respuestas, de que n o de berla separarse un pice.. Efectivamen te, el r e y al pasar revista distin gui al recluta y se acerc l; mas por desgracia, in virti el orden acostum brado de sus pregun tas y le dijo:Cun to tiem p o hace que sirves?SeBor, vein te y dos arios. Admirado el rey de un a respuesta ta n poco c o n forme con la traza juven il del soldado, le p r e g u n to:Pues qu edad tie n es?Seor, un a o . E s preciso, replic Federico, que t yo hayamos perdido el juicio... El soldado que tuvo estas p a labras p o r l a tercera pregun ta, con test en el a c to;Uno y otro cabalmen te, seor. El rey vol vindose hacia su acompaamien to, dijo:H aqui la primera vez que me oigo llamar loco la cabeza d e mis tropas.Volvi pregun tar al joven soldado, pero ste con test en fran cs que no sabia del alemn mas que lo que acababa d e decir. El rey con oci al mstan te la equivocacin y ech reir: despus acon sej al so dado que aprendiese el idioma del pais don de servia, in 4 49. 80 ducindole con bondad al cumplimiento de susdeberes.Escucharon los nios con placer esta ancdotay en seguida Rita tom la palabra.^Un gentil hombre de Luis XII maltrat unpobre labrador. El rey mand en castigo que nole pusiesen pan la mesa, por lo que el cortesan o vino quejarse al rey.Qu, dijo ste, no son suficientes los manjares que te ponen?No seor, porque el pan es indispensable para la vi-d a . P u e s siendo esto asi, replic el rey, por qu has tenido valor de maltratar quien te loproporcionaba?^Lo que Rita ha dicho de Luis XII, me recuer- d a m otra ancdota de su antecesor Luis XI.Cuando no era mas q u e delfin (que es lo mismoque prncipe de Asturias entre nosotros) iba al-gunas veces comer fruta casa d e un aldeano.Cuando el prncipe subi al trono, el aldeano leHev un rbano de su jardin, d e un tamao es traordinario. El rey agradeci el regalo del buen hombre y mand que le diesen mil escudos. Sa-bedor el seor de la aldea d e esta liberalidad, juzg que si l regalara al rey un hermoso caba-llo, ya tenia hecha su fortuna. Fu, pues, la corte ofrecer su caballo: el rey le alab mucho y dijo:Que me traigan mi r b a n o : T o m a d , d i - j o al caballero, h aqu un rbano tan raro en su especie como el caballo; os le regalo y muchasgracias. Me llega ya mi turno? pregunt Rafael, p u e s vov referir una cosa divertida. 50. S I Enrique IV pasando por una villa de Francia, recibi unos diputados por la poblacin para cumplimentarle. Apenas el orador empez su arenga, cuando un asno se puso rebuznar.Que hable cada uno por su turno, dijo el rey, porque no entiendo ni uno ni otro. Como esta ancdota aunque bonita se les h i - ciese corta los nios, tuvo que contar la siguien- te para contentarlos. Roberto, segundo rey de la tercera dinasta d e Francia, not que un infeliz le habia cortado un dia la mitad del fleco de su manto; mas al ver que trataba d e llevrsele todo entero, le dijo: Amigo, mi, contntate con lo que has robado: lo restante podr servir para otro.LA CAZA DE HIARIPOSAS.Amalia y Federico bajaron muy tempranito s u jardn, llevando cada uno su red d e gasa en forma de manga con la q u e s e proponan dar caza las pintadas mariposas que en l revoloteaban. No habian andado mucho, cuando ya vieron los brillantes insectos cruzar por todas partes dete- nerse en el cliz de las flores para saborear su dulce nctar. Entonces empez la persecucin en todas direcciones.Amalia que ya contaba doce anos de edad, t e - nia mas prudencia y mas habilidad que su h e r - manillo de siete anos apenas cumplidos. As es 51. 52 que ya habia ella cogido tres cuatro mariposas, cuando su hermano se despepitaba todava cor- riendo como un atolondrado tras de ellas, sin atrapar ninguna. Esto consista en que Amalia n o era tan viva ni tan aturdida como su hermano; caminaba con precaucin, se acercaba de p u n t i - llas, llevaba la red estendida contra el viento, ysabia cortar las vueltas las mariposas, coger-las al paso en los transparentes pliegues de sugasa.Federico, decia su hermano, ven, ven ver las mariposas que he cogido. Y m siempre se me esca pan! decia el o t r o .Mas bonitas serian las mariposas si se dejarancoger.No te enfades, Federico, que la primera q u ecoja, te prometo que ha de ser para t. No se tard mucho tiempo sin que . mallagritase su hermano.Federico, ven, que aqu tengo una maripo- sa, la mas bonita d e todas. Era efectivamente un bonito animal, con alas de nacarn l a s q u e campeaban dos t r e s crculos de azul oscuro con puntos negros y dorados en el centro. Luego las alas estaban graciosamente r e - corteadas y con un festn todo alrededor, dejan- do los dedos impregnados de un polvillo de plata, apenas se las tocaba. Qu cosa tan bonita! decia Federico. Dja- mela tener u n poquito en la mano. E s que no la vayas despachurrar. Oh! no tengas cuidado. 52. 83 Entreg Amalia la mariposa Federico, y s-t e fuerza de poner cuidado, la dej escapar alinstante. La mariposa salt primero un rosal, desde all vol la rama de un arbolito, descan- s un poco como para tomar fuerzas, y volviendo totnar vuelo, desapareci prontamente, dejando alnifio con la boca abierta.Qu lstima! esclamaba Amalia.Yo no s como ha sido esto, dijo Federico con tales ganas de llorar, que la bondadosa Ama- lia, acercndose l y dandole un beso, le dijo:Vaya, no te aflijas: as como as, nosotros la habamos de haber soltado, porque la verdad, una mariposa tan linda era lstima que no disfru- tase del campo y de las flores. P u e s yo no queria soltarla, sino haberla p u e s - to encima de unas hojas dentro de u n vaso ha- berla clavado con un alfiler en nuestra caja d e cartn con tapadera d e cristal.Eso se queda para pap que sabe colocar las mariposas d e modo que sirvan un estudio que todava no hemos llegado. Nosotros lo que hubi- ramos hecho es martirizar la mariposa y hacerla morir de desesperacin batindolas alas contra la eaja. Para eso vale mas dejarla volar y que goce d e las flores, de los rboles, y del espacioso c a m - po en que vuela con toda libertad. 53. LAS MUECAS-Ahora habis de ver, amables lectoras, co-mo las muecas no son precisamente un juego de nias, sino un objeto de alta importancia his- trica y comercial.Las muecas ya son conocidas desde la mas remota antigedad. Entre los romanos estaban m u y en boga, llegando su aficin este j u g u e -te, hasta el estremo de enterrar con l las nias que moran en sus primeros aos, juzgando que ni aun en la muerte debian separarse de un o b - jeto que les era tan querido. Las nias romanas seguan jugando con sus muecas hasta que es- taban en edad de casarse, y entonces iban con la mayor serenidad colgar este y otros jugue- tes de la infancia en el altar de Venus, como dan- do entender que ya sabran desentenderse de los juegos infantiles, por atender las serias o c u - paciones de madres de familia.La mueca como objeto de arte, ha llegado tal punto de perfeccin, que mas de una vez h a figurado en las esposiciones pblicas de la industria, llamando la atencin, no solo por la belleza de sus formas, sino por los movimien- tos que ejecutaba en virtud de ocultos resortes. Hasta se han visto muecas en la esposicion de la industria francesa, las que mecnicamente se hacia pronunciar con claridad las palabras 54. ss pap y mam: de aqu proviene el que las mu- ecas sean uno de los artculos mas favorecidos en el comercio de juguetes. No es mas que una especie de mueca elmaniqu figura con goznes en las articulacio-nes, de que se sirven los artistas para figurar losmodelos de sus obras. Muecas son tambin las figuras que las modistas, sastres y peluquerosponen en sus tiendas para ostentar la perfeccin con que ejecutan los trages y adornos. Hasta los figurines recortados que reparten los peridicosde modas, son una especie d e muecas de conoci-da utilidad las seoras, para idear t r a g e s y cor-tar los patrones.Pero aun contrayndonos las nias, y sinsalir d e la esfera infantil, las muecas no son u njuguete como otro cualquiera: casi estaba por decirque son un objeto de estudio para toda nia apli- cada y laboriosa. Efectivamente, para cuidar una mueca en debida forma, para tenerla d e - cente y siempre la moda, es preciso poseer una porcin d e habilidades: es indispensable s a - ber lavar, coser, zurcir y cortar, y todo esto tie- ne su mrito en una nia de corta edad. E n s a - yndose en vestir y adornar la mueca, s e prepara la nia hacer sus propios vestidos, y es un remedo de como cuidar algn dia sus hijos, el solcito cuidado que finge prodigar la mueca. Tiene algo de cmica la seriedad con q u e una nia dirige los pasos, r e p r e n d e y d consejos su mueca, con la particularidad d e que estos consejos son muy importantes, y apli- 55. - S6 cables todas las nias, las que harn por cierto m u y mal en no ejecutar ellas mismas lo que s u e - len mandar su mueca.Cuando la dicen, por ejemploVamos, s e - orita, djese vd. vestir y peinar; las nias han d e estar siempre limpias y aseadas. Qu es eso, no quiere vd. dar leccin? Mire vd. que me he enfadadol etc. Qu nia habra que no se aver- gonzase de que ella se le dirigiesen con j u s t i - cia las reconvenciones que hace su mueca?Es menester, pues, que las nias se apliquen s mismas las reg as de conducta que bien sa- ben dar sus muecas, y que ensayen con ellas todas las labores propias del sexo y todas las faenas domesticas que requiere el cuidado de una familia, porque el ajuar de una mueca es una miniatura del de la casa. Quin sabe si estas ha- bilidades de la infancia les sern tiles algn dia? Quin sabe si un repentino cambio de fortuna Jes har apelar como un medio de subsisten- cia lo que creyeron no les servirla mas que d e inocente distraccin? De esto no faltan ejemplos, y si se quiere, yo citar uno d e buena gana. Hay en Madrid una nia, y por cierto m u y Jinda, llamada Maanita, Ja que tiene una deci- dida aficin las muecas. Eso, si; las p u e d e presentar con orgullo por lo limpias y elegantes! Tiene su vanidad particular en que todo cuanto para ellas sirva, sea obra de sus manos, y los elogios que or esto ha recibido, la han hecho ser muy hbil en la construccin trages p e q u e - itos. 56. 87 Cierto dia se present en casa de su mam un caballero muy grave y d e conocidos senti- mientos filantrpicos, el que despus de haber h a - blado de la miseria de las clases pobres, del r i - gor d e la estacin, de los hurfanos y nios d e s - graciados y de la desnudez y privaciones que pa- decan, revel claramente que iba implorar para ellos algn socorro.Iba la madre entregarle algn dinero, cuan- do con gran sorpresa suya vio que el caballero se neg recibirlo, diciendo que no era dinero lo que solicitaba: que habia concebido el proyecto de una asociacin de seoras que sin ninguna especie de gravamen y aprovechando n i c a m e n - te sus vestidos y telas de desecho, hiciesen v e s - tiditos, blusas y camisitas para entregar los nios mas necesitados, y que no habia podido menos d e contar con ella para tan til como e c o - nmico proyecto.Sorprendida se qued la seora con la nove- dad de esta idea, de tan fcil ejecucin, y toman- do la circular impresa que el caballero le entreg con las bases de la asociacin, se ofreci desde luego ser una de las primeras y mas constantes suscri toras. No bien se habia despedido el caballero, cuando Marianita que habia oido todo el coloquio, y que pesar de sus cortos aos, habia reflexionado s o - bre l, se lleg su m a d r e , dicindola:Mam, yo ya s hacer vestidos para las mu- ecas. Me dejar v d . que haga tambin vesti- dos para esos pobrecitos nios? 57. 88 Agrad la madre la propuesta y resolvi dar- la algo que hacer, a u n q u e luego no pudiera a p r o - vecharse; pero con general sorpresa, Marianita present sus piezas tan acabadas y servibles co- mo si hubieran sido hechas por una costurera d e profesin.Cuando el caballero promovedor de la aso- ciacin supo la parte tan activa que Marianita habia tomado en su empresa, vino un dia b u s - carla en su coche, y en compaa de su mam la llev una escuela de prvulos de los barriosmas pobres de la capital, y all la interesante nia reparti otras y otros verdaderamente ne- cesitados, aquellas ropas, hechas muchas de ellas por su mano, recibiendo en cambio las gracias y bendiciones de los nios y sus madres. Entonces esperimento .'iarianita el placer deuna buena accin, y comprendi la ventaja queresulta de dar una direccin til las cosas, al parecer mas insignificantes; pero cosas son e s -t a s q u e , por mas que yo las esplicra, las niasno las pueden comprender, sino imitan el ejem-plo d e Marianita. 58. S O -L O S NIDOS-AS como nosotros tenemos nuestra casa para vivir, as tambin las avecillas de lus campos tie- nen su casita para abrigarse y criar su nueva pro- le; edificio curioso que ellas mismas han edificado con la mas tierna so icitud, valindose del admira- ble instinto con que las dot el Supremo Hacedor. Son tantas las maravillas que acompaan esta faena de las aves al construir sus nidos, que yo convido misamiguitos que salgan al campo u n dia en que los pajaritos de todas clases, ocul- tos durante el invierno, anden revoloteando de rama en rama, celebrando sus amores con suavemeloda, y cuidando d e la formacin de sus ni-dos. Si su buena suerte les hace encontrar algu-no de estos, que se acerquen mirarle con t i e n -to y cario sin tocarle, ni interrumpir los p -jaros en su tarea. Cada especie de aves tiene sumodo particular de formar el n i d o , adecuadosiempre al abrigo y seguridad de los hijitos queha de contener, al nmero de ellos y la tempe-ratura del clima. Los materiales que emplean sonsiempre los mismos: por fuera hebras d e yerbaseca, pajitas, barro amasado, y por dentro pelu-sa suave formada de algodn y las mas finas he-bras que encuentran, arrancndose cuando esto 59. 60 no es bastante, las plumitas mas finas del pecho para formar una alfombra donde sus hijos estn cmodos y calientes. Aves hay tambin que for- man sus nidos con palos entretegidos y algo depaja, y estas son las que necesitan endurecerse desde luego para ejercer en los aires la rapia. El sitio donde anidan las aves nos revela tambin IBI carcter y las costumbres de cada especie. La sencilla golondrina construye su nido en un rin-cn de nuestra casa, gozando la hospitalidad que se la dispensa. El guila fiada en sus garras d e - fensoras presenta su nido al descubierto y la cigea se encarama como viga en una alta tor- r e : aves hay que taladran el tronco de un rbol cuelgan sus nidos en las ramas en forma de bol- sa; pero lo mas general, sobre todo en las e s p e - cies delicadas, es que oculten su nido en sitios retirados, en el suelo bajo las plantas, y en los sitios mas intrincados y sombros del ramage, cercados si es posible de fuertes espinos cuyas puntas penetrantes desvien del nido las cule- bras, los micos, los mochuelos y otras aves s a l - teadoras, y sobre todo los malignos y atrevidos muchachos. Grande es la aficin que tienen los nios trepar los rboles para buscar nidos. Olvidan los peligros que se esponen y las consecuencias de una fcil caida, y todo cede al conato de a t r a - par un gracioso nido donde estn acurrucados algunos pajaritos, todava sin pluma. Acaso los abandonarn para dejarios morir de hambre d e s - pus d e haberlos cogido, porque hay algunos ni- 60. 61 os que con la misma facilidad toman las cosasque las dejan, pero esto es una prueba d e malcorazn, y lo mas regular es ver los nios go-zosos y entretenidos cuidando sus pajarillos, d n -doles migajas de pan y granitos de trigo. Yo creoque los que se divierten en atormentar los ani-malitos en abandonarlos despus de cogidos, nolo hacen precisamente por mala intencin, sinopor su atolondramiento que no les deja reflexio-nar sobre las consecuencias fatales de este aban-dono. Llamar su atencin sobre este p u n t o , consolo decirles lo que sucedi con los pajaritos deun nido que cogi un travieso muchacho. Iba esteun dia correteando por el campo, cuando escu-ch las piadas de unos pajarillos que estaban lla-mando sus padres. Al instante descubri donde estaba el nido, trep el rbol con maligna ale- gra y apoderndose de los pajarillos, baj con ellos en el nido, llevndoselos en triunfo su casa y siendo la envidia de los otros muchachos que se agrupaban alrededor suyo para ver el nido. Los padres d e los pajaritos cuando volvieron y echaron de menos el nido, no pudiendo ellos sa- ber la causa de la falta, empezaron ir y venir r e - voloteando todo alrededor, ver si descubran s u s hijitos, llamndolos con sus amorosas piadas hasta que se les acabaren las fuerzas para gritar. Entretanto el muchacho estaba muy contento con el nido, y lo primero cuid los pjaros con mucho esmero; mas luego empez olvidar- los: los sacaba del nido y empeado en q u e ha- bian d e andar y aletear, siendo as q u e eran tan 61. 6- pequefiitos que no saban menearse para andar ni para volar, y el menor movimiento les incomo- daba mucho. Tiritaban de fri, no teniendo all/ sus padres que les abrigasen con sus a l a s , hasta que uno de ellos muri de hambre y de fro, y en cuanto los dems, por descuido del mucha- cho, lleg un gato y puso fin sus padecimien- tos engullndoselos sin misericordia.Tal fu la dolorosa muerte de estos pobres pa- jarillos, solo por la culpa d e un atolondrado m u - chacho, de quien tuvieron horror hasta los mis- mos compaeros de su edad.LAS FICHAS. Las fichas, como todo el mundo s a b e , son unos pedacitos de marfil d e forma circular t e - nidos de diversos colores, con las que se sea- lan los tantos que se ganan pierden en el j u e - go y aun se remeda el dinero que en l se aventura. Los nios tenian una caja llena d e fichas d e todos colores y se divertan en esparcirlas sobre una mesa, agrupndolas despus segn su color, combinndolas agradablemente en forma de mo- saico. Como esta ocupacin ofreca poco inters, deseoso Jos d e escitarle en mas alto grado, cogi 62. unas cuant as fichas del mont n, y las dispuso en forma cruz del modo siguient e.OOOOOOOOOOOOO Hecha la figura, dijo los nlRos que le es t a ban observando: Ah t enis esa cruz, hecha con t rece fichas, habiendo nueve en eUpalo del medio. A ver quien de vosot ros quit a d e ah dos fichas, revuelve las q u e quedan y forma despus la cruz con las mis mas nueve en el palo del medio. Como no pidas ot ra cosa, cont est Rafael, eso y a me lo sabia yo.Y cogiendo las fichas, despus de separarar d o s , las dispuso del modo siguiente.O oooooooPicado algn t ant o Jos, d e que t an facilmente hubiesen rdsuelt o su problema, dijo: 63. 64 Veremos ahora si aciertas tan pronto lo que voy proponer. Tom en seguida treinta y seis fichas, y las dispuso en grupos, de esta manera. E s t a o s una plaza fuerte, les d i j o , y cada torren se halla guarnecido de soldados conforme veis, es decir, siete en los ngulos, y dos en los centros. Ahora bien, el comandante de la plaza quiere reforzar su tropa, duplicando y aun t r i -slicando las centinelas sin que lo puedan advertiros enemigos, por mas que cuenten; antes al con- trario, hallen siempre los diez y seis soldados en cada frente. Cmo repartir las centinelas?Quedronse suspensos los nios, solo Rafael como mas comprometida, tante alguna combi- naciones, y no pudo acertar. Pablo lleg hasta el estremo de decir:[Bah! eso no puede seri 64. 68 Os p r o m e t o , replic Jos, que yo he de a u - mentar hasta cincuenta y dos el nmero de las fi- chas, y sin embargo, no se han de contar m a s q u e diez y seis en cada frente.^Pues yo no lo s hacer. P u e s yo me doy por vencido. Oidas estas contestaciones de los nifios, au- ment Jose las fichas dejando distribuida la g u a r - nicin del modo siguiente. Resultando as, que no habia mas que los mis- mos diez y seis soldados que antes en cada frente del castillo, cuando si se contaban todos dando la vuelta alrededor, resultaban cincuenta y dos sol- dados, y por consiguiente diez y seis mas que antes.De esta clase de combinaciones, continu Jo- s, son muchas las que se pueden h a c e r , no solo 8 65. - 66 para aumentar, sino para disminuir aparentemen- te el mismo n m e r o . Supongamos que yo coloco veinte y cuatro fichas en grupos de tres de esta manera. Pues bien, yo aumentar y disminuir ese n - mero en la totalidad, resultando en ambos casos, siempre en cada frente las nueve que ahora hay. Si entro una ficha por cada esquina y llevo otra hacia el medio, quedarn los centros cinco y los estremos d o s , en esta forma.Resultando que habr aumentado cuatro fi- cha m a s y que el total ser veinte y ocho, sin em- 66. 67 bargo d e que en cada frente resultan siempre n u e v e . Pero si de cada medio saco dos fichas y adems paso otra la esquina inmediata, r e - sulta esta combinacin en la q u e s e hallan las mis- 4 1 4 1 1 4 1 4mas nueve en cada frente, siendo as q u e se ha disminuido en ocho la totalidad, As continuaron por un buen rato los nios di- virtindose con las fichas, asegurndoles Jos, q u e si entonces no estuviesen de juego, les enseara representar y materidizar por medio de fichas las cuatro operaciones fundamentales d e la arit- istca.LAS SOMBRAS CHINESCAS. El ttulo de chinescas q u e se d este gnero d e sombras, no es precisamente causa d e que h a y a n venido de la China, sino porque en ellas se han imitado siempre las figuras, trages y m o - vimientos grotescos d e los naturales de aquel pais. 67. 68 El inventor de las sombras chinescas, fu DomingoFrancisco Serafn, el que ejecut sus trabajos anteLuis X'I y su crte en Versalles. Como ei espec-tculo agradase los hijos del rey, se di al nuevoteatro el ttulo de los Infantes de Francia, y con privilegio del monarca fu establecido en el P a - lacio Real. Las sombras chmcscasse fueron mejo-rando con los movimientos mecnicos de las fi-guras y acompaamiento de msica, obteniendo desde un principio gran boga, particularmente en- tre Jos nios. Sin embargo, no han faltado perso- nages graves y soberanos, entre ellos Napolen, que han concurrido desarrugar un poco su fren- te, vista del plcido recreo de la niez y la ino-cencia.Jos dispuso una noche este pequeo pasa- tiempo su tertulia , hacindola colocar delante de la puerta de un gabinete donde habia puesto un bastidor de lienzo. Dejando oscuras la sala, apareci en medio de este lienzo un cuadro trans- parente de luz, y por l iban pasando las som- bras, proyectadas por figuras recorteadas en car- tulina y puestas delante de la luz. El dimetro d e estas figuras crece segn se aproximan o separan d e la luz, lo que aumenta la ilusin de los espec- tadores.Empez la funcin por los retratos de h o m - bres c ebres, presentando algunos de Ja antige- dad y de nuestros dias, precedidos de su nombre tambin en letras caladas, y algunas particulari- dades de su vida que anadia Jos de viva voz.Siguieron despus caricaturas crticas d e e s - 68. 69 c e n a s d e ia v i d a , b a m b o c h e s g r o t e s c o s yfiguras p r o p i a m e n t e c h i n e s c a s , a l g u n a s con m o v i m i e n t o s oportunos. A c o n t i n u a c i n la g r a n d e e s c e n a del diluvio, v i e n d o desfilar u n p a r d e a n i m a l e s d e c a d a e s p e - c i e , y d e s p u s d e r e c i b i r la b e n d i c i n d e No s u - b i r p o r u n a r a m b l a e n t r a r en el a r c a a n t e s d e la t e m p e s t a d . L o s h o m b r e s c o n c a b e z a s d e a n i m a l e s y los animales con trages de h o m b r e s , risuea colec- cin e n la q u e los m o n o s h a c e n g r a n p o p e l . E s t f u n d a d a e n la a n a l o g a q u e h a y e n t r e las c o s t u m - b r e s y el r o s t r o d e u n a p e r s o n a y los i n s t i n t o s d e l a n i m a l q u i e n a q u e l l a p e r s o n a s e p a r e c e e n el r o s t r o . A l g u n o s a u t o r e s lian h e c h o s o b r e e s t p u n - t o c o n s i d e r a c i o n e s filosficas; p e r o el l p i z d e l a r - tista e s m a s d i v e r t i d o , c u a n d o n o s p r e s e n t a al a l - g u a c i l con u a s y c a r a d e g a t o , al e s c r i b a n o e n figura d e c u e r v o , e t c .L o s g e s t o s las d i v e r s a s a c t i t u d e s y e s p r e s i o n q u e t o m a la fisonoma d e l h o m b r e s e g n las p a - s i o n e s y s e n t i m i e n t o s q u e le a g i t a n .L o s t i p o s p e r s o n a g e s q u e r e n e n e n s lo m a s c h o c a n t e d e u n a c l a s e d e la s o c i e d a d .N a d a sin e m b a r g o d i v i r t i t a n t o los n i o s c o - m o la gran parada, e n la q u e al son d e t a m b o r e s y cornetas, vieron pasar numerosas tropas de infan- t e r a y c a b a l l e r a con s u s e s t a n d a r t e s y b a n d e r a s , s e g u i d a s d e ios p e s a d o s t r e n e s d e la a r t i l l e r a v o - lante.A l g u n o s d i b u j o s c h o c a r o n m a s los n i o s , p o r q u e estaban recortados interiormente d e tal 69. 70 manera, que interpuestos entre la luz producan un admirable efecto de claro oscuro, dejando per- cibir el sombreado de las facciones del rostro y hasta los detalles de joyas y vestidos. Concluy la funcin con el sorprendente es- pectculo del baile de las brujas que se iban apa- reciendo sucesivamente, se agitaban, bullan y se multiplicaban hasta nmero prodigioso, con la particularidad de no aparecer en sombra sobre el lienzo sino en claro sobre fondo negro. Consista esto en un cartn puesto delante de la luz en el que estn recortadas las figuras de las brujas, que se van destapando una por una, multiplicndolas despus favor de luces que se ponen detrs del cartn, el que se mueve comps para que las brujas bailen y se confundan entre s. EL CHASCO.Cierto nio era tan sumamente miedoso, que se asustaba por la mas mnima cosa. Tenia miedo las lagartijas, miedo las aranas, y no podia ver un ratn sin temblar desde los pies la cabe- za. De noche no se le podia hacer que fuese os- curas alguna parte d e la casa: si iba por la ca- lle, al pasar junto un perro, aunque el animal estuviese durmiendo, ya se figuraba que le veia avalanzarse sus pantorrillas: cuando ola t r o n a r iba inmediatamente ocultarse, metiendo la ca- beza e n t r e los colchones de la cama, como si estu- 70. 71 viese as mas seguro en caso de caer el rayo, y aun le aconteca muclias veces estando desvelado en la cama, al sentir el menor ruido en la oscuri- dad y silencio de la noche, acurrucarse como u n ovillo bajo d l a ropa, conteniendo la respiracin y tapujndose la cabeza con las mantas. Qu ne- cedad y qu ridiculez de muchacho, dirn mis lectorcitos, al saber esto; pero el pobre nio no merece enteramente las inculpaciones que pudie- ran hacrsele: las merecan mas bien las personas que habiendo cuidado de su infancia, acrecenta- ron con amenazas, y con inverosmiles cuentos d e fantasmas y duendes los ridculos temores que la inesperiencia espone los nios y que deberan disminurseles lejos de acrecentarlos.Este nio de quien hablo y cuyo nombre pro- pio no dir por no avergonzarle, ya que como aca- bamos de ver no tenia l toda la culpa, se hallaba un dia m u y entretenido en su cuarto, cuando e n - tr verle un primito suyo, llamado Esteban, el que por aquellos dias se hallaba en la casa. Con-viene saber ante todas cosas, que este tal Esteban era una buena pieza, tan atrevido l, comocobar-d e era su primo, y travieso enredador sin compa-racin con nadie. Conociendo el flaco de su p r i - m o , mas d e una vez le habia jugado algunas b u e -nas pasadas para divertirse costa de su timidez,y no hacia mucho tiempo que habia sido r e p r e n d i - d o severamente, por agazaparse detrs de unapuerta, para dar un grito estupendo al tiempo quepasase su primo. Entr pues Esteban en la habita-cin y llegndose al otro nio, quien desde ahora 71. 72 pondremos el nombre de Alejo para mejor inteli- gencia de esta historia, le manifest un cajn q u e llevaba dicindole:Aqu, aqu, si que traigo una cosa bonita!El qu?pregunt Alejo, movido curiosidad.Una cosa magnfica!... preciosa!De veras?Aquello que t no te puedes figurar.Vamos verla.Como que la traigo solo para que t la veas. P u e s vamos, despacha.Bien s yo que te ha de producir impresin.Veamos que cosa es esa tan p o n d e r a d a .A ver si adivinas lo que es?Toma! Qu s yo? E s la cosa mas singular!Mira, Esteban, me la enseas no?Vam s, mira y psmate. Al decir esto se acerc mas su primo Alejo y empez abrir con mucho tiento el cajoncillo. Apenas hubo desprendido la tapa, cuando salt d e a d e n t r o con la mayor ligereza un ratn, que fu caer sobre las rodillas del medroso nio. Sobrecogido ste, di un penetrante chillido, y aun sin hacerse bien cargo de cual era el motivo d e su terror, escap lo mas ligeramente que p u - d o , sin esperar contestaciones. Esteban que por los gritos y correra de su primo, conoci al ins- tante que iba alborotarse la casa, solt el cajn e n el suelo y corriendo detrs d e l para sosegar- le, le gritaba:Mira, Alejo, espera, agurdate! pero en vano: 72. 73 esto lejos de tranquilizar al otro nifo, contribuy asustarle mas; pues creyendo que su primo v e - nia detrs d e l con el mismo cajn, para acabar- le d e ensei5ar alguna cosa que se hubiese queda- do en el tintero, redobl su carrera y sus gritos. No par aqu el dao, sino que Alejo figurndose no estar seguro sino al amparo de su madre, cor- ri buscarla, y atolondrado como iba, al cruzar por la sala; hizo rodar por el suelo uno de a q u e - llos veladores que estn puestos en el medio, ni se sabe si por adorno por estorbo. Con la caida del elegante mueble todas las piezas del juego de caf, que tan simtricamente colocad;is estaban encima de l, se hicieron menudos pedazos, y Alejo siempre corriendo, entr en el gabinete d e su madre, asindose fuertemente los pliegues d e su vestido y asustando sobremanera la b u e - na seora. Ya en esto los criados habian acudido al estropicio, y el pap de Alejo que estaba en su despacho, oyendo aquellas correras y los gritos de su hijo, se encamin muy sobresaltado saber la causa. Cuando al fin la supo no sin trabajo, po