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Enrico Tedeschi “TEORIA DE LA ARQUITECTURA”. Edición Nueva Visión, Buenos Aires, 1962. LA TEORÍA DE LA ARQUITECTURA AYER Y HOY. La idea de la Arquitectura ha variado mucho con el tiempo. La idea inicial de la materia, que nació en las Escuelas de Bellas Artes francesas, parecería suponer, con cierta ingenuidad, que existiera una “Teoría” general de la arquitectura separada de la práctica que se realiza en el taller. No debe olvidarse que la herencia neoclásica y ecléctica del romanticismo creó la idea de la arquitectura como actividad esencialmente artística, análoga a la pintura y la escultura en el método de aprendizaje. Es decir, resuelta en una enseñanza práctica llevada en el taller del maestro, donde el arquitecto se formaba paulatinamente en la experiencia, tal como el pintor y el escultor. Por esto, la idea de una Teoría de la Arquitectura fue el primer paso hacia una separación que quitó al arquitecto un poco del espíritu de libertad y autonomía propio del artista, pero en cambio le dio una nueva conciencia de su tarea y produjo un esfuerzo nuevo para el florecimiento de la arquitectura. Si se deseara conocer cómo se concebía la Teoría de la Arquitectura en las Escuelas de Bellas Artes, sería fácil hacerlo examinando los textos que se utilizaban entonces. El texto clásico para esto, y el más usado en el pasado, es obra del arquitecto francés Gaudet, que en varios tomos proporciona una especie de enciclopedia de la Arquitectura. En ella figuran, en igualdad de tratamiento, los conocimientos técnicos de la construcción al lado de noticias de historia de la arquitectura, normas y ejemplos para composición monumental, datos sobre legislación y práctica profesional. En fin, todo lo que se suponía necesario para formar el bagaje cultural del arquitecto. La introducción de esta materia teórica en la enseñanza de la arquitectura no se debía simplemente al deseo de ampliar la preparación del arquitecto. Hubo también una razón inmediata para ello. No debe olvidarse que en el siglo XVIII se creó una institución de enseñanza que debía, aunque indirectamente, hacer sentir su influencia en el

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Enrico Tedeschi “TEORIA DE LA ARQUITECTURA”.Edición Nueva Visión, Buenos Aires, 1962.

  LA TEORÍA DE LA ARQUITECTURA AYER Y HOY. 

La idea de la Arquitectura ha variado mucho con el tiempo. La idea inicial de la materia, que nació en las Escuelas de Bellas Artes francesas, parecería suponer, con cierta ingenuidad, que existiera una “Teoría” general de la arquitectura separada de la práctica que se realiza en el taller. No debe olvidarse que la herencia neoclásica y ecléctica del romanticismo creó la idea de la arquitectura como actividad esencialmente artística, análoga a la pintura y la escultura en el método de aprendizaje. Es decir, resuelta en una enseñanza práctica llevada en el taller del maestro, donde el arquitecto se formaba paulatinamente en la experiencia, tal como el pintor y el escultor. Por esto, la idea de una Teoría de la Arquitectura fue el primer paso hacia una separación que quitó al arquitecto un poco del espíritu de libertad y autonomía propio del artista, pero en cambio le dio una nueva conciencia de su tarea y produjo un esfuerzo nuevo para el florecimiento de la arquitectura.

Si se deseara conocer cómo se concebía la Teoría de la Arquitectura en las Escuelas de Bellas Artes, sería fácil hacerlo examinando los textos que se utilizaban entonces. El texto clásico para esto, y el más usado en el pasado, es obra del arquitecto francés Gaudet, que en varios tomos proporciona una especie de enciclopedia de la Arquitectura. En ella figuran, en igualdad de tratamiento, los conocimientos técnicos de la construcción al lado de noticias de historia de la arquitectura, normas y ejemplos para composición monumental, datos sobre legislación y práctica profesional. En fin, todo lo que se suponía necesario para formar el bagaje cultural del arquitecto. 

La introducción de esta materia teórica en la enseñanza de la arquitectura no se debía simplemente al deseo de ampliar la preparación del arquitecto. Hubo también una razón inmediata para ello. No debe olvidarse que en el siglo XVIII se creó una institución de enseñanza que debía, aunque indirectamente, hacer sentir su influencia en el futuro camino de la arquitectura. Aludo a la escuela de ingenieros. Fue creada inicialmente como una escuela puramente técnica, con una especialización dirigida a la construcción de puentes y caminos; pero el progreso que se manifestó en el siglo XIX en los distintos sectores de la técnica atrajo poco a poco a su ámbito a todas las ramas de la construcción, y por afinidad a la arquitectura. Empezó entonces una interferencia en el campo profesional cuyos efectos aún hoy se mantienen, y que veía actuar para el mismo fin a dos personas de muy diferente formación. El ingeniero, apoyado sobre una preparación teórica especialmente matemática y física, y el arquitecto, que utilizaba los recursos del dibujo y de la práctica de obra, pues a la enseñanza escolar se agregaba un periodo de práctica a las órdenes de un arquitecto más experto en la profesión.

  De tal manera se ofrecían dos caminos diferentes y puede decirse opuestos, para quienes deseaban alcanzar un objetivo que debería haber sido único: la arquitectura y su aprendizaje. De esta situación derivó la necesidad para los arquitectos de completar su preparación teórica, tanto técnica como cultural. Se crearon cursos que por su método analítico e informativo estaba evidentemente influidos por los de las escuelas de ingenieros, tratando de

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resumir en ellos los conocimientos culturales, técnicos y profesionales que pudieran afirmar la posición del arquitecto como profesional completo de la construcción.

  El auge de las profesiones técnicas que se manifestó en las primeras décadas de nuestro siglo ha llevado a una sucesiva transformación en la preparación del arquitecto. En primer término, el arquitecto, así como el ingeniero, considerados hasta entonces más bien como hombres expertos en disciplinas de carácter práctico, se transforman en universitarios.

  Cuando los antiguos institutos técnicos o escuelas de Bellas Artes pasaron a denominarse facultades o escuelas superiores, no se trató de un simple cambio de nombres. Fue más bien el reconocimiento de la importancia de los factores técnicos en la cultura de nuestra época, y la necesidad de una participación más eficaz, en un sentido social de todas las actividades humanas en la edificación de la cultura contemporánea. Se entendió que el arquitecto no podía ser un artista o un práctico solamente, sino que debía integrarse en un proceso cultural más amplio, que lo hiciera más aún para la sociedad y diera bases más firmes a su labor. De allí que las modernas escuelas de arquitectura presenten un cuadro muy amplio de disciplinas, algunas de carácter científico como las matemáticas y las físicas, otras que tocan los problemas de la cultura histórica, otras técnicas relativas a la construcción, otras que tratan de relacionar la actividad del arquitecto con la sociedad en cuyo desarrollo colabora, y que le exigen una preparación previa superior a la que se aceptaba en las antiguas academias.

  El nuevo enfoque del arquitecto como universitario y profesional completo ha sido la causa por la cual se ha dividido prácticamente la antigua disciplina de Teoría de la Arquitectura en un número relativamente amplio de materiales especializados, modificando en consecuencia el contenido de la materia, aún cuando se mantenga su nombre tradicional. Se le ha quitado la parte puramente técnica de la construcción, la parte de estudio histórico; las nociones generadas sobre composición plástica; las materias legales y profesionales: lo que se refiere a composición Urbanística. ¿Qué quedaría si se quisiera mantener el curso con la parte que no ha sido distribuida con otras materias? Muy poco, por cierto. Prácticamente, se limitaría el curso a unas cuantas noticias sobre las características de los edificios que el arquitecto puede tener ocasión de proyectar en su actividad profesional, que nociones generales sobre composición de edificios, muy poco útiles por estar desligadas de lo que se hace paralelamente en los cursos de composición.  

El proceso que se ha indicado explica por qué en la mayoría de los casos los cursos de Teoría de la Arquitectura, a pesar de su titulo mucho más amplio y conceptual, se limitan a una reseña esquemática e informativa de los tipos de distribución funcional, de dimensiones, de particularidades de edificios, empezando por los que más corrientemente se ofrecen al arquitecto, hasta llegar a los grandes conjuntos y, a veces, a los edificios del todo excepcionales, que sólo un arquitecto sobre mil tiene ocasión de proyectar una vez en su vida.

Este no es el mejor camino. Como en muchos problemas de la enseñanza de la arquitectura, hace falta revisar el valor y el significado que la disciplina de la Teoría de la Arquitectura puede tener hoy, para nosotros, aparte de los procesos rutinarios.

 

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¿Por qué no es útil un curso en que se vaya examinando en forma teórica los edificios que el arquitecto puede encontrarse llamado a proyectar en un momento u otro de su carrera profesional? Hay dos razones para esto: una de carácter práctico, la otra conceptual. La primera, práctica, puede explicarse rápidamente. Todos hemos comprobado que una noción aprendida de memoria, sin referencia a un problema concreto y de interés inmediato, se olvida con mucha facilidad y no deja rastros dentro de nuestro espíritu. Este es el caso de una enseñanza abstracta como la que se practica a veces en los cursos de Teoría de la Arquitectura. Cuando se indica, por ejemplo, que la disposición de butacas y el perfil de una sala para espectáculos se calcula sobre la base de un procedimiento determinado, y se obliga al estudiante a aprenderlo de memoria. Sería demasiado optimismo creer que la fórmula quedará grabada en su mente para siempre, a la espera de la ocasión, que tal vez nunca llegue, en que podrá utilizarla. Es mucho más razonable pensar que, olvidada la fórmula, el arquitecto que algún día la necesite se dirija a un texto especializado, en el momento oportuno. Y no sería tampoco arriesgado pensar que en ese momento el procedimiento aprendido en la escuela haya sido superado por otro que se adecua más a las nuevas condiciones en que se desarrolla el espectáculo. Esta dificultad de carácter práctico tiene tanto más valor cuanto más numerosos son los edificios que se pretende estudiar en un curso.

  La razón conceptual que se opone al tipo de curso indicado es todavía más importante, por que estriba en el carácter especifico de la actividad del arquitecto. Se ha dicho y se acepta generalmente que la actividad del arquitecto es sobre todo de coordinación y de síntesis; pero en tal caso resulta natural preguntar: ¿qué es lo que se coordina y se sintetiza? ¿Cómo se realiza el trabajo de coordinación y síntesis? ¿Cuál es su finalidad?

Si se trata de contestar la primera pregunta, en seguida nos enfrentaremos con la complejidad y el gran número de elementos que el arquitecto debe coordinar en su labor. Esto es lógico, puesto que en la base de su actividad está la realidad de la vida humana, con todas sus manifestaciones individuales y sociales, con sus valores prácticos y espirituales. El estudio de estos elementos ocupará un lugar muy importante en la tarea del arquitecto, que deberá encontrar la manera de considerarlos de acuerdo a un criterio de orden, para llegar luego a coordinarlos y sintetizarlos. Caben aquí factores de carácter muy diferente. Están los que interesan á la relación de la obra de arquitectura con el medio físico, en el que se comprende la situación en el terreno, el clima al cual se debe adecuar, el paisaje al cual se vincula; los que se refieren a las formas y dimensiones de los ambientes en razón del uso que los corresponde; los que se expresan en el aspecto dinámico del edificio, en sus circulaciones y relaciones de locales. Otros interesan al edificio desde el punto de vista de la Psicología de los habitantes, considerando datos tan distintos como el efecto de los ruidos y de los colores y la colocación de los muebles. Podrá examinarse la casa como hecho social, ya sea en sus relaciones con el medio en que está situada, ciudad, barrio o pueblo, ya sea en vista de las actividades de trabajo que se desarrollan en ella, ya sea por sus efectos sobre la vida de relación de sus habitantes. Otros factores atañen al edificio en sus aspectos técnicos, constructivos y de funcionamiento, y en sus aspectos económicos, que también se manifiestan tanto en el momento de construirlo como en el uso.

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  También Caben en el estudio factores de orden espiritual, que se

manifiestan en la calidad artística del edificio, en esa particular calidad por la cual una construcción se transforma en obra de arquitectura. El arquitecto deberá tener una idea de los recursos espaciales y plásticos que le permitirán realizar su concepción, de la escala en que el edificio expresará mejor su sensibilidad del problema humano o de relación con el entorno. El dominio de estos recursos le dará la libertad necesaria para alcanzar la expresión completa que se hace realidad en la obra de arquitectura.

Puesto que hace falta coordinar y sintetizar elementos numerosos y dispares, se evidencia la importancia del proceso indicado en la segunda pregunta: ¿de qué manera se realiza el trabajo de coordinación y síntesis? Evidentemente, la coordinación se realiza cuando todos los factores están ordenados de acuerdo a la influencia que pueden tener en el proyecto y las relaciones que existen entre ellos. Entonces, no se trata de un orden simplemente clasificatorio, por el cual se va colocando los hechos que interesan al proyecto en un casillero. Tener los datos informativos sobre un tema determinado, según el sistema tradicional de la enseñanza en la Teoría de la Arquitectura, no tiene utilidad concreta si no se sabe como utilizarlos. El orden que debe seguirse es en realidad un orden esencialmente crítico, que permita introducir en la elaboración del proyecto los datos que interesan de manera tal que cobren significado, orden, relación, pues de otro modo sólo quedaría un material inerte y sin vida.

Aún cuando pueda estudiarse algún medio práctico para facilitar el trabajo de coordinación, queda siempre como verdaderamente básica la preparación crítica del arquitecto. No se puede establecer de manera fija, normativa, cuáles factores tienen mayor importancia en el proyecto; todo es un problema de relaciones. Como establecer a priori, por ejemplo si es más importante respetar la orientación de una casa o la comodidad de la circulación, si vale más tener en cuenta las dimensiones de las habitaciones o su vinculación recíproca, si la economía debe prevalecer sobre la calidad espacial, el color sobre la textura, lo macizo sobre lo hueco. Todas estas preguntas, y las innumerables otras que genera el estudio de un proyecto, no tienen respuestas únicas, eternas y categóricas, como lo han demostrado con su fracaso todos los intentos de establecer cánones académicos en un momento u otro de la historia de la arquitectura. Por supuesto, existen en los problemas prácticos límites que es relativamente fácil de definir. Por ejemplo, en las dimensiones de una habitación hay medidas por debajo las cuales no es posible realizar las finalidades más elementales para las que se proyecta el local; pero, apartándose apenas de estos límites, la solución se hace totalmente libre. De ahí la necesidad de un enfoque crítico por parte del arquitecto, que le permita establecer en cada caso una valoración correcta de los factores que intervienen en le proyecto y de sus relaciones.

La preparación crítica puede alcanzarse de una sola manera: con el examen y el estudio de obras en las cuales se trate de reconocer cómo los datos del proyecto han sido entendidos y valorados por los arquitectos. Es decir, transfiriendo las experiencias ajenas a la propia por medio de un estudio meditado, minucioso, que deberá repetirse muchas veces para alcanzar la conciencia de todos los elementos que han participado en el proyecto y de su transformación en una obra de arquitectura.

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Se reafirma aquí la verdad de que lo importante es alcanzar un método de trabajo y no acumular conocimientos. Esto aparece igualmente cierto si se considera el paso siguiente a la coordinación, lo que se ha definido con síntesis. A este proceso se le han dado varios nombres; todos indican el momento especialmente delicado en que se define la forma del proyecto, se concreta la imagen que ha nacido en la mente del artista, y se pasa del conjunto coordinado de los datos del problema a su solución. Aquí se alternan fases creadoras y fases críticas. Se presenta al arquitecto la posibilidad de definir el proyecto de acuerdo con una idea; pero enseguida su espíritu vuelve a contemplar la posible solución con una visión crítica tanto más rigurosa cuanto más su conciencia de artista y de hombre ha madurado frente a la tarea que le corresponde. Imaginar, dando forma a los datos que la realidad ofrece en cada caso, criticar en seguida lo imaginado, modificarlo, hasta desecharlo si es necesario, o por fin aceptarlo. A la fase creadora contribuye sobre todo la condición natural del arquitecto y el dominio que haya alcanzado, en la experiencia, de los medios técnicos y expresivos que son indispensables para dar libertad a su imaginación; pero la fase crítica se funda sobre su preparación de acuerdo con un método que le permita una valoración certera de su labor.  

De manera que otra vez se afirma la necesidad de la preparación crítica para el arquitecto. Y si tratamos de contestar la tercera pregunta, sobre cuál es la finalidad del trabajo de coordinación y síntesis, vuelve a presentarse la misma necesidad. Pues la finalidad es realizar la obra de arquitectura, en la cual se concreta esa labor de creación y crítica que se ha indicado, para producir un edificio que sea una realidad valiosa para los hombres que deben habitarlo, una contribución positiva al medio social en el cual se sitúa, un proceso técnico y económico correcto, y finalmente una expresión significativa de la capacidad creadora del espíritu humano. Compromiso muy grande, y que muchas veces se olvida en la rutina de la actividad profesional. Pero no puede hablarse de una verdadera obra de arquitectura si el arquitecto olvidó ese compromiso y no intento cumplir con él.

Las consideraciones que se han desarrollado parecen aclarar suficientemente que la simple contribución de listas de datos, normas generales abstractas, esquemas de funcionamiento, no pueden definirse como estudio de Teoría de la Arquitectura. Este estudio no puede limitarse a proporcionar una documentación que repita la que puedan dar los libros y manuales corrientes, por más completa y minuciosa que sea. Más bien, debe dirigirse a formar al arquitecto, para que pueda encarar los problemas planteados por la necesidad de coordinación y síntesis, propios de su tarea, proporcionándole un método de estudio y una preparación crítica que afirmen su conciencia del proceso creador en arquitectura.

De esta manera, la colaboración de los estudios teóricos de Teoría de la Arquitectura con el proyecto se hace más concreta, frente a los problemas que plantea el proyecto, su contribución no es simplemente la de proporcionar datos y normas de tipo rígido y dogmático, ni la de imponer soluciones determinadas en abstracto. Al contrario, la labor de análisis crítica a la que se ha preparado el arquitecto estudiando las soluciones que se han dado de ése y de muchos otros problemas -análisis en que se intenta reconocer las razones y el proceso seguido para llegar a la solución- le permitirá encarar su problema con la mayor libertad de elegir soluciones nuevas apropiadas al caso particular, pero al mismo tiempo basadas en la experiencia. Como pasa en muchos

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estudios y en todas las actividades creadoras, no es el método normativo el que puede dar la contribución más fecunda. Los problemas de arquitectura no permiten soluciones únicas definitivas por eso, poco vale seguir normas categóricas y absolutas. Es que la arquitectura está profundamente vinculada a la vida y cuando nos dedicamos a investigar hechos que interesan a los hombres, que los tocan de cerca en su ser físico y espiritual, el método de estudio que corresponde es el que utilizan las disciplinas humanistas, que es esencialmente el método histórico.

Aquí también hace falta una aclaración. Al hablar de método histórico, debemos precisar que es lo se entiende como tal. Existe cierta tendencia a pensar en la historia como un fastidioso acervo de nombres, fechas y acontecimientos, que hace olvidar una verdad fundamental: que la historia, en su concepción más cierta y elevada, es en realidad la ciencia que estudia al hombre. No lo estudia en sus generalizaciones, a veces abstractas, como pueden hacerlo las ciencias biológicas, sino en esa actividad que lo distingue y lo caracteriza, la continua construcción de lo que llamamos cultura y que constituye el patrimonio más valioso de la humanidad. En el estudio histórico el hombre se presenta en toda su compleja naturaleza, como ser viviente con sus necesidades físicas, como ser que piensa en las investigaciones filosóficas y del universo, como ser dotado de sentimientos y de caracteres morales y psicológicos, como creador en sus actividades artísticas, como ser político y social, como técnico, en fin, en todas las facetas que componen la realidad histórica.

Por eso el estudio de la Teoría de la Arquitectura debe emprenderse sobre la orientación dada por el método histórico. Lo que interesa, al plantear un proyecto, al preparar un programa, es justamente verlo a través de una amplia comprensión de sus aspectos humanos. No se trata de referir el caso particular a un esquema general, sino de estudiarlo en sus caracteres individuales, que no pueden confundirse con otros, y de saberlo comprender tal como ellos lo ofrecen. Se escapará de tal manera a la ilusión de encontrar la “solución” de valor general, que no existe en arquitectura, y el error del “tipo” del edificio, tipo que debería ser igualmente bueno en un lugar o en otro, en un clima o en otro, en cualquier forma de sociedad o de comunidad humana. Utopía peligrosa que quiere encerrar la realidad en moldes que no le corresponden, cuando la solución está, por el contrario, en aprovechar las posibilidades que nacen de situaciones reales, naturales, humanas.