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XXV Encuentro de Investigadores del Pensamiento Novohispano
Ponente: Jorge Luis Merlo Solorio
Título: La Deesis Novohispana: representación de un auxilio insoslayable
Universidad de procedencia: Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH)
Correo electrónico: [email protected]
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La Deesis Novohispana: representación de un auxilio insoslayable
“(…) así como le fue sujeto en la
tierra, que como tenía nombre de
Padre siendo Ayo le podía mandar,
así en el cielo hace cuanto le pide.”
Santa Teresa de Jesús
Por Jorge Luis Merlo Solorio
“En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el
Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.”1 Con
estas palabras Cristo reafirmó el despacho de los discípulos del Bautista, cuya misión
consistía en corroborar si el Nazareno era el Mesías anhelado por el pueblo judío o
debían mantenerse en vigilia en la espera del póstumo advenimiento. Dicha afirmación
determinante, conllevo algunos tropiezos en el plano de la exacerbación del culto
josefino, puesto que en la exégesis bíblica tuvieron que derruirse impedimentos de este
calibre, elaborando intrincadas disertaciones para soslayar el decreto de la lengua
divina. Así, en el pináculo de la devoción a San José tanto en la península ibérica como
en territorio americano, los hombres de letras mediante sermones y sus consecuentes
proyecciones artísticas manifestadas en la pintura devocional, transformaron ciertos
elementos tradicionales de la iconografía cristiana, otorgándoles un matiz peculiar
acorde con la nueva perspectiva: San José, el más santo de los santos, sólo por debajo
de su virginal esposa, es el intercesor sin igual de los pecadores. Para entender lo dicho
con antelación, debemos remontarnos siglos atrás al contexto de la Iglesia Primitiva.
Obedientes y en congruencia a una interpretación literal del texto sagrado, la
Iglesia Oriental a través de su herencia artística bizantina, gestó un icono2 que se
mantuvo en boga durante largo tiempo: Al costado derecho del Cristo Pantocrátor que
porta un libro y se constriñe al espacio sacro delimitado por una mandorla avellanada,
María, su madre, extiende las manos con las palmas hacia arriba en signo de petición o
súplica, mientras que a la siniestra del Cristo en Majestad, Juan el Bautista toma su
lugar en este ejercicio de plegaria, emulando la actitud mariana y su afable
condescendencia -acentuada por la ligera inclinación de sus cabezas-. A esta alianza
divina se le conoce como Deesis (Imagen I).
1 Mt. 11, 11-12 2 Proveniente del griego “Eikon”, icono es la palabra con la que se designa a las imágenes de la Iglesia
Ortodoxa que reciben veneración litúrgica. Haustein-Bartsch, Eva. Iconos. p. 8.
3
Perteneciente a la clasificación de los íconos apologéticos, la Deesis (δέησις),
vocablo griego que significa plegaria, súplica u oración, es una representación
iconográfica popularizada a partir del siglo IX, que muestra a los intercesores divinos
por excelencia, María y Juan, en pos de la salvación del género humano,3 puesto que al
concedérseles una condición especial por tratarse de la familia terrenal del Redentor -
bendecidos por el discurso evangélico como lo hemos citado-, echar mano de su apoyo
inconmensurable derivó en este motivo clásico cuya proyección impactó a la
Cristiandad en su totalidad. Si bien, antes de connotar la presencia de la Deesis y sus
variantes en el arte novohispano, debemos remarcar que el motivo es manifiesto en
diversas fases o estilos del arte cristiano (vg. Románico, Gótico), y conlleva una
semejanza en esencia con otras versiones iconográficas tales como las Entronizaciones
de María o Sacra conversazione.
Ya sea en un regio trono, aderezado con enconchado y remate en arco de medio
punto, distinguida del resto de los personajes sacros por una breve escalinata que la
separa del plano terrenal, congraciada y en contemplación del Infante Divino (Imagen
II); o en un cadalso tapizado con finas telas donde María funge como trono y cuna de un
sereno Jesús que duerme plácidamente sobre las piernas de su madre (Imagen III);
mejor aún, elevada por los ángeles y revestida por un óculo centelleante mientras Cristo
apresura la apertura de la camisola colorada de María para beber los nutrientes que
emanan de su pecho izquierdo (Imagen IV): ahí, en todas las representaciones, sin
importar el séquito variopinto de santos, donantes y seres celestiales que flanquean a
María; Juan, el primo de Jesús, hijo de Santa Isabel, aparece acompañándola. En su
iconografía tradicional, acorde con lo prescrito por los Evangelios, el Bautista porta las
sencillas ropas de piel de camello y una faja de cuero alrededor de la cintura, denotando
su ascesis en el agreste desierto de Judea -aunque, como añadidura de contemporización
a la época, se revista con un manto terciado-, descalzo, con el cabello enmarañado,
sujetando un báculo crucífero en cuya base se enrosca una filacteria con la inscripción
Ecce agnus dei ecce qui tollit peccata mundi: He ahí el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo4; reafirmando la proclamación con el señalamiento de su dedo índice
(Imagen V). ¿Por qué en estos cuadros no aparece San José, miembro de la Sagrada
Familia? Hemos tenido oportunidad de comentar en otras ocasiones la yerma devoción
3 Marín Jiménez, José Antonio. Iniciación a la lectura de los iconos. p. 32 4 Jn. 1, 29
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josefina que se vivió durante más de catorce siglos, antes de aparecer las primeras
apologías dirigidas ex profeso al carpintero nazareno, en un florecimiento tardío que
tendrá visos de un asentamiento sólido e irrefutable hasta el siglo XVI.5 Por lo tanto, un
tipo de proto Sagrada Familia se reducirá sólo a las figuras canónicas de Cristo, María
y Juan. Pero ¿qué sucede en el ámbito novohispano? ¿Se respetó esta directriz
iconográfica o tuvo implementos innovadores? Dirigiremos nuestros esfuerzos con la
intención de encontrar respuestas a dichas dudas.
Como producto de la intensa marea de nuevas devociones guarecidas en los
preceptos de la iglesia tridentina, el realce significativo del culto josefino adquirió tintes
exorbitantes e inusitados, absolutamente impensables en el panorama religioso del
cristianismo primitivo y el medioevo. La preponderancia de San José en los siglos XVII
y XVIII tendrá parangón únicamente en la apoteosis del pensamiento criollo enarbolado
en su referente máximo: la Virgen de Guadalupe. Será tan inmensa y en ocasiones
desproporcionada la suma deferencia que tuvo el padre putativo de Cristo en Nueva
España, a tal grado que las elucubraciones vertidas en la oratoria sacra, rayaban en los
linderos de la ortodoxia y la imprudencia. De lo cual, sólo como advertencia y somera
dilucidación del porqué de la viabilidad del contenido de los sermones dieciochescos,
sin acarrear condena y represalia, baste decir: a los amigos favores, a los enemigos la
ley; y hablar de San José sin reserva cumple a pie juntillas con el adagio.6
Indagar en las excelencias josefinas, siempre implicará la relación intrínseca con
María y Cristo en su desempeño importantísimo para el Plan de Salvación, pues no
gratuitamente San Juan Crisóstomo llama a San José: el salvador del Salvador del
mundo, refiriéndose a su papel de protector en la tentativa de asesinato por parte de
Herodes, y sustentador por su arduo trabajo para sacar avante a sus allegados divinos.
Por ende, la construcción de uno de sus pilares devocionales, giró en torno a su
5 v. Mâle, Émile. El arte religioso de la Contrarreforma. pp. 279-312. 6 Hacemos esta mención puesto que en los sermones presentados más adelante, vislumbraremos cómo la retórica usada para elogiar a San José es bastante atrevida. Otros casos, donde los intentos devotos
podrían considerarse como nimiedades en comparación con las libertades que se toman los panegiristas
josefinos, fueron denunciados y reprobados por la Inquisición. Por ejemplo, Fray Antonio de Aragón no
corrió con suerte al afirmar que San Antonio de Padua era mayor que San Juan Bautista, San José y todos
los ángeles del cielo (virtudes apuntaladas en las exégesis renacentistas, asignadas a San José) En cambio,
el sermón de Antonio Manuel de Folgar obtiene las aprobaciones correspondientes; entre ellas la acuñada
por Juan José de Eguiara y Eguren, uno de los principales apologetas josefinos de Nueva España. Esto
sólo confirma la colosal devoción a San José en la Iglesia postridentina. v. González Casanova, Pablo. La
literatura perseguida en la crisis de la Colonia. pp. 34-35.
5
magnificencia como padre de Cristo y los beneficios que de este vínculo goza. Al ser
tierra y cielo gemelos, espejos mancomunados por la reverberación proveniente de una
misma luz, las relaciones sociales, sus obligaciones y condescendencias, restricciones y
taras, se objetivaran por igual para humanos y habitantes de la gloria.
Como bien menciona María Alba Pastor, las políticas contrarreformistas
permearon los esfuerzos de la Iglesia novohispana en la transformación de todos los
rubros de la vida cotidiana, por consiguiente, se suscitó un proyecto de regeneración de
la familia, buscando fortalecer el autoritarismo ejemplificado en las figuras masculinas
del papa, virrey, juez, confesor, padrino y el padre de familia; este último fungiendo
como eje en cuya órbita guiarían sus direcciones el resto de los componentes familiares,
teniendo como objetivo social el garante de la eficacia económica, el orden y el control
de la comunidad.7 De ahí que los sermonarios barrocos promulgaran en metáforas que
la grandeza mariana se apuntalaba en la dignidad magna de su esposo: María, como un
retrato detallado de claroscuros, revestida con áureos resplandores y vívidos colores,
aumentados por la sombra del marido que la dota de perfección.8 Igualmente,
percibimos la impronta masculina a través de la relevancia del padre, en el contexto de
la literatura de los Cinco Señores (Imagen VI), transpolada artísticamente en la analogía
de la Mano Poderosa donde San José utiliza como escabel el dedo mayor. Así, Fray
Nicolás de Jesús María ensalza a San José y nos reafirma el porqué de su privilegiada
posición en el organigrama familiar:
[San Joseph] Fue el hombre de la familia (…) Porque María y Anna eran las
señoras, Jesús era el Niño, Joachín era el Anciano, y ni los muy ancianos, ni
los niños ni las Señoras, deben ser los hombres de las familias (…) ¡O[h] qué
Santa Familia! ¡Que aviendo un suegro y una suegra en esta casa, no fueron
7 Si bien, su investigación se centra en los primeros dos siglos de experiencia novohispana, el siglo XVIII
revelará que las consecuencias de las empresas de la Iglesia primigenia aún mantenían su vigencia y
solidez. Pastor, María Alba. Crisis y recomposición social. Nueva España en el tránsito del siglo XVI al
XVII. p. 84. 8 San José mismo es visto como el sol, la luna y las estrellas que hermosean a María; vestido, velo,
ornamento y manto. Luego entonces, en la respuesta tajante de la mujer del filósofo Filón a la pregunta
¿por qué no usaba ricos vestidos y variedad de galas?, se redondea la noción de la supremacía del
hombre sobre la mujer, concediendo el valor femenino sólo de forma proporcional a la opulencia del
marido. Situación que aplica de igual forma a José y María: “Respondió prudente y sobretodo ser mujeril:
que su mayor gala, su más rico vestido, y su especialísimo y precioso manto (como lo debía ser de todas
las mujeres) era su bueno y sabio marido (…) Y la ley, ¿qué dice? Que las mujeres resplandecen con las
luces de sus esposos y con los brillos de sus maridos (…)” Díaz Romero, Miguel. Ornamento sacro de la
santidad más elevada y vestido acendrado de la virtud más suprema (…) pp. 6-7.
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el dedo malo de esta mano! Porque estaban todos con el yerno amante muy
unidos, que es Joseph, amorosamente encadenados (…) que unión entre
Padre y Hijos es muy natural; unión entre Yernos y Suegros, esta si es muy
milagrosa (…) Porque Joseph es el milagroso medio, para que Yernos y
Suegros en las familias anden unidos.9
El carmelita Fray Nicolás, prosigue jocosamente su exposición con un sentido
reconocimiento a la divinidad, en cuyo eco es plausible anidar complicidad con el autor
en un temor vigente hasta nuestros días: “En las comunidades de Varones Religiosos,
gracias a Dios, no ay Suegras (…)”10
Podemos vislumbrar que San José se encumbra por encima del resto de los
miembros de la Sagrada Familia ampliada11
, en concordancia con la estructura familiar
de la época. Así pues, los títulos de Jesús y san José se enaltecen recíprocamente a causa
de las herencias diseminadas mediante el linaje paterno. De tal manera es como lo
plantea el bachiller Francisco de Zarate en su obra intitulada El Cordial devoto de San
José, echando mano de su homónimo, el renombrado jesuita Francisco Suárez:
[Para que midamos la grandeza de José] (…) si fue grande dignidad del
Evangelista San Juan, que Christo le diese a María por Madre; mayor
dignidad es la de Ioseph, dice el P. Suárez, a quien el Padre Eterno concedió
que se llamase Padre de su unigénito Hijo, porque mucho más excelente es
el nombre de Padre de Christo, que el de Hijo de María: no sólo porque el
nombre de Padre dice mayor autoridad, sino también porque la dignidad de
Christo es infinitamente mayor que la dignidad de María.12
También la pertenencia de María a San José y su consecuente sujeción por el hecho de
ser su esposa, juega un papel preponderante en la acreditación de éste como padre
legitimo de Jesús. Es decir, desde un cariz de posesión no sólo simbólica sino factual,
9 Jesús María, Nicolás de. La mano de los cinco señores de Jesús, María y Joseph, Joachin, y Anna.
Panegírico de sus patrocinios (…) pp.12-13. 10 Ibídem. p. 13. 11
Otra posibilidad para denominar a la familia de Cristo, compuesta -como se ha podido apreciar- por sus
padres y abuelos. Maquívar, María del Consuelo. De lo permitido a lo prohibido. Iconografía de la
Santísima Trinidad en la Nueva España. p. 174. 12 Zarate, Francisco de. El Cordial Devoto de San Joseph. pp. 5 r - 6 v
7
Cristo y María serán vistos como propiedad adyacente a la descendencia paterna. Baste
la siguiente cita para ejemplificar lo dicho:
(…) por el Matrimonio fue constituido Ioseph Cabeza de María y María
propia de Ioseph, con que le perteneció el fruto de María; pues quien es
dueño del Árbol también es dueño de sus frutos: y quien es dueño del jardín,
también es dueño de la fuente que nace de él, aunque brote milagrosamente;
luego el fruto que nació milagrosamente en el huerto Virginal de María, es
en alguna manera propio de Ioseph. Luego que Christo dio a Juan por madre
a María la contó el Discípulo entre sus bienes y la miró como hacienda
propia, si así se puede decir; pues mirad con cuanta más razón miraría
Ioseph a Iesus como cosa suya cuando el Padre se le dio por Hijo y cuando
nació de su Esposa.13
Continuando con las disertaciones del Cordial Devoto… se hace constante énfasis y
demostración de que Cristo es deudor de San José por los múltiples servicios que éste le
ofreció en su infancia. El padre Zarate afirma que la grey debe ayudar a pagar la deuda
amando en demasía a José y afianzando su devoción. Así, para efectos del buen
desarrollo de la Comunión de los Santos, el engranaje último que deposita a los pies del
Hijo las rogativas de los pecadores -en espera de la manumisión del pecado para una
vez en estado de gracia poder acceder a las dadivas de la gloria- es de suma
importancia, puesto que penderá de la influencia y efectividad del abogado celestial, la
rectitud de una vida santa o ya en la cercanía del suspiro final, el prolongado o efímero
estadio en la oscuridad, bajo los tormentos ígneos y la angustia de la falta de Dios,
elementos purificadores en aras de la salvación. ¿Qué mejor oportunidad de librar el
destierro eterno que ser pago de una deuda asumida desde antaño? Luego entonces,
adquiere una mayor preminencia en la instigación a Cristo para que cumpla cabalmente
sus compromisos, saber que el adeudo es hacia su propio padre.
Entendiendo a Jesús como paradigma sublime del hijo obediente, forzado a
acatar las ordenes de sus superiores, en especial las expresadas por su padre, decir que
San José puede mandar y gobernar a Cristo es de uso común. Ergo, citando a las
columnas primigenias de la apología josefina, Isidoro de Isolano y Jean Gerson,
13 Ibídem. pp. 7 v - 7 r
8
Francisco Zarate dictamina que los ruegos de San José son reputados como mandato:
“(…) ningún santo puede pedir con autoridad de Padre sino Joseph: ninguno podrá
alegar tantos títulos para obligar a Jesús como Joseph: ninguno podrá decir que le dio de
comer, que le dio de beber, que le sustentó, que le acompañó, que le libró de la muerte,
sino Joseph, y Jesús que no puede negar estas obligaciones, no sabrá negar a Joseph
nada que le pidiere.”14
Entonces vendrán voces que coloquen el amor josefino en una situación de
ventaja con el proferido por el Eterno Padre. Diría un osado panegirista: “Si la fe no
enseñara lo contrario, se podía tener CHRISTO, con más propiedad, por Hijo del
Santissimo IOSEPH, que del Padre Eterno.”15
Esta singular postura, se enmarca
fascinantemente en la elocuencia temeraria del bellísimo sermón Competencias de amor
entre el Eterno Padre y San Joseph del Doctor en Teología Antonio Manuel de Folgar,
cuyo punto toral es persuadir al oyente a creer “(…) Que el Hijo de Dios le debió, a lo
que parece, más amor a S. Joseph que a su Eterno Padre.”16
Apoyado en personajes e
historias del Antiguo Testamento, Folgar equipara las acciones o ausencias de Dios
Padre y San José en los momentos sustanciales de la vida terrena de Cristo -desde su
nacimiento hasta la cruenta Pasión-, afirmando que los pesares, sacrificios, dolores y el
férreo mutismo josefino tuvieron más valor que las delicias del Padre Eterno.
Mostrando a Dios Padre desinteresado y cruel, proyecta a San José en encomio
inmejorable:
Permitioles, por nuestro amor, el Eterno Padre a los Judíos que con
ignominiosa ingratitud hiriesen el cuerpo de su Hijo Sacrosanto, hasta dividir
de su inocente humanidad su benditísima alma (...) ¡Qué lejos, cuán distante
estuvo siempre de darse a este partido San Joseph! Buscabalo recién nacido
el impío Herodes para teñir los filos de su espada en la sangrienta división de
su tiernísima garganta; mas no pudiendo tolerar Joseph tan abominable
desamor, se ausentó al punto, con ásperos azares, de su Patria, y partiéndose
a Egipto, en lo más retirado, lo ocultó (…) Saber quisiera yo aquí cuál Padre
deba calificarse más amante: ¿El que permite practicar en su Hijo división
tan tirana o el que se aventura al peligro de los caminos por impedirla? (…)
14
Ibídem. pp. 22 v-r 15 Fray Manuel Martínez en Black, Charlene. Las imágenes milagrosas de San José en España y
Sudamérica, las teorías del arte y el poder de la imagen en el siglo XVII. pp. 31-32. 16 Folgar, Antonio Manuel de. Competencias de amor entre el Eterno Padre y San Joseph (…) p. 5.
9
[En referencia al juicio de Salomón para develar a la verdadera madre]
Observando pues la enfática sentencia del Sabio Salomón, dos cosas dijera
yo. La primera: Que el que al parecer más lo ama es S. Joseph. La segunda:
Que sólo este Santísimo Patriarcha ostenta, a lo que parece, ser su verdadero
Padre (…)17
Culminando su exhortación, en gráfica y poética descripción de la agonía en el Gólgota
y el humilde nacimiento en el establo betlemita, Folgar recrimina a Dios Padre y loa a
San José, reafirmando con creces su opinión:
Pienso que esta última fineza ha de realzar con los perfiles de la sangre lo
que con los rasgos de la tinta no puede bastamente declararse. Amaneció,
por fin, el más funesto día en que nuestro Salvador se dejó ver pendiente del
leño de la Cruz. Mirabase en él, con pasmo aún de las piedras, al hombre
más Inocente públicamente ajusticiado: a la suprema flor de Nazareth con
inicuos aires marchita: a la belleza más sublime con las escarchas ajada (…)
Elevó al Cielo el semblante y viéndose en vez de socorrido, aún de su mismo
Eterno Padre desamparado, hubo de prorrumpir en compasivo llanto: Eloi,
Eloi, lama sabactani: Señor, Dios mío, amantísimo Padre: ya que por
destinos, misteriosos me habéis escaseado los consuelos, concededme al
menos el de decirme qué motivo habéis tenido para desampararme (…) ¿Y
pensáis señores que el Eterno Padre se dio por entendido? Solo comenzó sus
penas nuestro Jesús y solo y desamparado dio su espíritu (…)
(…) apartaos un breve rato del Calvario y retroceda al Portal de Belén
vuestra meditación. Los tormentos que en él toleró nuestro Divino Infante no
fueron tan atroces, pero gozan aclamaciones de más tiernos. La cruz allí fue
el duro establo en que sus delicados miembros se reclinaron. Las espinas que
lo afligían eran las penetrantes pajas que lo abrigaban. Las heridas y golpes
que lo mortificaron eran los rígidos hielos que lo cubrieron (…) Decidme
pues ahora: Pero no sois vosotros, Oyentes míos, los que me lo habéis de
confesar. Vos habéis de ser, Pelicano amoroso, encanto apacible de nuestras
almas, atractivo suavísimo de nuestros sentidos y Jardín perenne de nuestras
potencias: Vos habéis de ser el que me respondáis (…) A vista pues de tan
extraño desamparo: ¿Qué otra cosa puede mi limitado entendimiento
discurrir, sino que, atendiendo a las razones de lo que parece, más amor le
17 Ibídem. pp. 14-15.
10
debéis a San Joseph que a vuestro Eterno Padre? Y aún diría yo más, si
acaso me fuera lícito el decirlo: Qué tanto más os amó, a lo que parece, San
Joseph, que parece que sólo San Joseph es vuestro Padre legítimo: cuando
vuestro Eterno Padre, aunque lo es, no lo parece.18
Ya permeados de las prerrogativas especiales de San José, hurguemos en la iconografía
novohispana (vg. Cuadros de Ánimas y Juicio Final)19
, donde la Deesis se reformula
para optimizar la intervención divina en socorro de los pecadores.
Motivo popularizado a partir del siglo XVII como una de las devociones
resultantes de los embates contrarreformistas, los Cuadros de Ánimas fungían como
recurso mnemotécnico para la feligresía, es decir, recordaban su destino inexorable en
las moradas sempiternas -Paraíso o Infierno- y el tránsito forzoso por la zona de
expiación del alma: el Purgatorio. Según Mariano Monterrosa, estas imágenes
desencadenaban un funcionamiento intervencionista de reciprocidad entre los tres
rubros de la Iglesia: Triunfante, Militante y Purgante. El orante suplicaba a Dios
misericordia y la reducción temporal de las penas que sufrían las almas en el Purgatorio,
auxiliado por los santos peritos en estas situaciones, para que a su vez, cuando el alma
redimida obtuviera el acceso al cielo, rezará a favor de aquellos habitantes del Valle de
Lágrimas que le facilitaron la libertad mediante sus plegarias.20
De tal manera que se
gesta una especie de relación contractual entre los devotos y los santos, en busca de una
eficaz y expedita intercesión: a cambio de oraciones entre otras manifestaciones de
piedad -que podríamos englobarlas como ofrendas, muy similar a las libaciones de la
Antigüedad- se espera la “vuelta del favor” con el raudo beneficio. En un pragmatismo
religioso característico de la época, cobijarse bajo el auspicio de los santos con mayor
influencia y renombre en la Corte Celestial -para la conveniencia de aventajarse en la
irrigación de dádivas divinas-, era prioridad culmen. Y como hemos ido desarrollando,
vislumbramos que el padre al cual se le debe obedecer sin chistar y que aparte tiene
como deudor a Cristo, es uno de los interventores por excelencia.
18 Ibídem. pp. 16-18. 19 Como advierte puntualmente Mariano Monterrosa, no hay que confundir dichos motivos como parte de
uno mismo por sus afinidades. Para nuestro caso no es impedimento el uso de ambas temáticas, por el
contrario, refuerza la exposición pues hacen referencia a la eficaz intercesión josefina en los momentos
cruciales de la salvación del alma. v. Monterrosa, Mariano. Los cuadros de ánimas. p. 102. 20 La frase latina MISERERE MEI SALTEM VOS AMICI MEI: consoladme al menos vosotros que sois
mis amigos; inscrita al pie del cuadro de Villalpando que analizaremos a continuación, connota
sucintamente el carisma de estas representaciones.
11
Por consiguiente, además de María y Juan el Bautista, podemos ver en las Deesis
Novohispanas -en el primer estrato de santos mediadores contiguos a la Trinidad-, a San
José secundando a su virginal esposa a un costado derecho de Cristo quien les dirige su
atenta mirada en franco diálogo con sus padres terrenales. Tal es el caso del Cuadro de
Ánimas de Cristóbal de Villalpando (Imagen VII), realizado en los albores del siglo
XVIII. San Miguel Arcángel, encargado de efectuar la psicostasis -pesaje de las almas
en el Juicio Final para definir el sino último después del agobiante camino de salvación-
, se encuentra al centro del cavernoso Purgatorio, rodeado de almas de variado talante:
mujeres, hombres, niños, clérigos y reyes. Algunos ángeles tenantes portan los
artilugios de liberación (vg. rosario, eucaristía21
, Bula de Difuntos22
, etc.) Cruzando
ascendentemente el entablamento de este rincón de sufrimiento, aparecen Santa Teresa
de Jesús -a cuya espalda, en herradura, se aposentan los Apóstoles-, San Francisco de
Asís, San Antonio de Padua, San Pedro Nolasco y San Francisco de Sales23
, todos ellos
portando sus atributos diagnósticos. Ya en el estamento que nos atañe, se forja una
inusual triangulación de rogativa. San Nicolás Tolentino, principal patrono de las
ánimas en la orden agustina, y Juan el Bautista -quien en plástica y retorcida seña
apunta con el índice hacia abajo, llamando la atención sobre las apesadumbradas almas,
modificándose ad hoc la forma clásica de su dedo revelando el Ecce Agnus- dirigen su
mirada no al Padre Eterno que los observa avisadamente, sino hacia María y José a
quienes se encarga entablar la “negociación” directa con Cristo. Son padre y madre que
abogan ante el Hijo, pues difícilmente -según el entendimiento erudito de la época- les
sería rechazada su petición. En idéntica circunstancia, el Juicio Final de Miguel Correa
(Imagen VIII) alude a la primacía de los padres de Cristo, intercesores magnos en el
momento del dictamen divino; mejor aún, la familia terrenal completa se reúne
conjugando fuerzas, aprovechando su condición de delegados de alto rango.
Podríamos citar decenas de ejemplos donde se constata la configuración de la
Deesis Novohispana, pero quisiera parangonar un par de cuadros que testifican cómo
los motivos de mediación josefina se fueron complejizando, produciendo nuevas
21 La eucaristía resulta vital en la Comunión de los Santos, ya que ésta autentifica la raigambre de
comunidad de las tres jerarquías de la Iglesia, concibiéndose en su totalidad como miembros
constituyentes del Cuerpo de Cristo. v. Rahner, Karl (et. al.) Sacramentum Mundi. p. 834. 22
O Bula de la Santa Cruzada, concedida por Sixto V a la Corona Española en 1594, por desempeñarse
como baluarte de la causa tridentina. Morera, Jaime. Pinturas Coloniales de Ánimas del Purgatorio. p.
101. 23 De dudosa identificación. v. Gutiérrez Haces, Juana (et. al.) Cristóbal de Villalpando. p. 325.
12
versiones iconográficas que confirman la superioridad de San José en la negociación
con su Hijo putativo, anteponiendo los débitos como fianza segura para alcanzar sus
intenciones. Resultado de ello, Juan el Bautista irá cediendo paulatinamente la batuta al
Santísimo Patriarca.
La pintura de José de Alzíbar, San José y la Virgen como mediadores (Imagen
IX), se inscribe claramente en las temáticas de intercesión. Basados en la descripción de
John H. Elliott, donde se comprende la escena como un despacho en el cual la
burocracia celeste trabaja afanosamente,24
son María y San José quienes de forma
concomitante se encargan de entregar las peticiones a Jesús y devolverlas con su debida
resolución.25
Ambos personajes tienen análoga trascendencia -no obstante debo recalcar
que como patrón casi inamovible, María es quien se posa a la diestra de Cristo y a la
que dirige su atención en primera instancia-, y sin importar que aparezcan otros santos
para respaldar a los penantes, los padres de Cristo se colocan en primera fila. Tal es el
caso de La Preciosa Sangre… de Miguel Cabrera (Imagen X), donde en transacción
directa de las almas y ya no en la abstracción de una papeleta, María y San José
presentan ante Cristo a sus protegidos, esperando la venia divina para acceder a la vida
eterna. San Pedro y San Ignacio de Loyola participan en el acontecimiento, pero
relegados a una segunda categoría.
Finalmente, ratificando la destacada devoción josefina en Nueva España, la
particular faena exegética de los letrados eclesiásticos y su consecuencia iconográfica
que derivó en la relaboración novohispana de la Deesis; presento un esquema porcentual
(Imagen XI) retomando el corpus gráfico de Jaime Morera que consta de 50 imágenes
de Cuadros de Ánimas,26
cuya composición hace hincapié en nuestra propuesta, puesto
que tiene la ventaja de no haber cruzado por el tamiz de una arbitraria selección que
acentuara la misma. Adecuándola a una taxonomía de cinco tipificaciones -Deesis
24 Elliott, John Huxtable. Imperios del mundo atlántico: España y Gran Bretaña en América, 1492-1830. pp. 192-193. 25 Las inscripciones que enmarcan los rostros de San José y María no son para nada fortuitas. Mientras a
María le compete la denominación de ser CONSUELO DE LOS AFLIGIDOS, pidiendo fortaleza y
cumplimiento en la “Castidad”, escrito presente en la hoja que ofrenda compasivamente al amparo de su
hijo; la “Buena Muerte” -cuyo patrocinio titular corre a cargo de San José- es el empeño siguiente en la
mesa de Cristo -que a su vez anida la esperanza del fallo positivo en su linde frontal: PEDID Y
RECEVIREIS-. Pero es el epígrafe que se cierne sobre San José el que enfatiza la cara estima y poderío
del rol paternal josefino: EN TU MANO ESTÁ MI SUERTE. 26 Morera, Jaime. Op. cit. pp. 179-322.
13
clásica, reforzada, mariano-josefina, Cinco Señores, sin Deesis-, advertimos cómo las
innovadoras concepciones del motivo iconográfico en sus múltiples variables, alcanzan
un predominio de poco más del 50%, confirmando el arraigo de la Deesis Novohispana
y sus justificaciones.
14
Índice de Imágenes
I.- Teófanes el Griego. Iconostasio. Catedral de la Anunciación, Moscú. c.1405
II.- Taller de Botticelli. Virgen María entronizada con Niño Jesús y santos. Galleria
dell’Accademia, Florencia. 1495
III.- Piero della Francesca. Sacra Conversazione. Pinacoteca de Brera, Milán. 1472-74
15
IV.- Domenico Ghirlandaio. Madonna en Gloria con Santos. 1494
V.- Andrea Mantegna. María con el Niño, Juan el Bautista y María Magdalena. National
Gallery, Londres. S. XV
VI.- Anónimo. Los Cinco Señores. Munavi, Tepotzotlán. S. XVIII
16
VII.- Cristóbal de Villalpando. Cuadro de ánimas. Iglesia de Santiago, Tuxpan, Michoacán.
1708
VIII.- Miguel Correa. Juicio Final. Pinacoteca de la Profesa, México. 1718
IX.- José de Alzíbar. San José y la virgen como mediadores. Museo de América, Madrid. 1792
17
X.- Miguel Cabrera. La Preciosa Sangre apaga las llamas del Purgatorio. Munavi,
Tepotzotlán. S. XVIII
XI.- Esquema porcentual
8% 10%
24%
10%
48%
Deesis Novohispana
Deesis Clásica
Deesis Reforzada (María, José yJuan)
Deesis mariano-josefina
Deesis Cinco Señores
Sin Deesis
18
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