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Volando a
Japón
Cumpliendo
un sueño
Marco Antonio Ríos Medina. México.
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PRESENTACION.
En el ejercicio de la docencia se pueden establecer en nuestro Subsistema de Centros de Formación
para y en el Trabajo, parámetros de desarrollo personal y profesional que permiten responder a las
expectativas de la transformación en la personalidad de quienes la ejercen a través de los valores éticos
que destacan el marco de referencia para distinguirse de la generalidad, aprovechando las
oportunidades que brinda el Sistema Educativo en nuestro país y determinan los proyectos de vida que
conforman el legado patrimonial del individuo que lo ejerce y el fortalecimiento de las instituciones en
cuyo ámbito laboral repercuten dichas experiencias.
En el presente documento narrativo que presenta el Lic. Marco Antonio Ríos Medina, instructor de la
especialidad de electricidad adscrito al Centro de Capacitación para el trabajo industrial no. 27 de la
capital del estado de San Luis Potosí, nos permite intimar con su experiencia derivada de la beca
CONACyT a través de la Japanese International Cooperation Agency (Agencia de Cooperación
Internacional de Japón), que le permitió en Marzo de 2002 realizar estudios de especialización en
Ingeniería Electrónica en el Polytechnic Centre de la ciudad de Chiba, Japón y que se propone como
referencia de los alcances que el ser humano puede obtener en el ámbito laboral cuando impera la
voluntad y la responsabilidad en el desempeño de sus funciones y la realización de metas personales.
Cuando se nos presenta una oportunidad tal vez única en nuestra vida tanto en lo personal como en lo
profesional, en lo que nunca reparamos es: en la evaluación del patrimonio que a través de sus valores
determine la verdadera riqueza de nuestra experiencia. Nos preocupa la vestimenta, el clima, el idioma,
la alimentación, el horario, el viaje, la familia, etc. sin embargo, esta oportunidad va más allá de esos
elementos ya que debe generar una transformación de la personalidad que garantice la transferencia de
experiencias y modelen nuevos patrones de conducta permeables a quienes lo rodean y que contribuyan
a la verdadera justificación de la inversión del patrimonio social que se depositó para su realización.
Es por consecuencia, que quienes tengan la voluntad de abrir estas páginas de la experiencia vivida por
un instructor que creyó que lograría traspasar las fronteras de su aula o taller para transformar y ampliar
su visión en el universo de las oportunidades que este gran subsistema nos brinda, sirva de incentivo
para constatar que muchos objetivos en la vida se sustentan en la actitud con la que nos presentamos
ante ellos. Que las fronteras son barreras que nos cierran pasos al desarrollo y superación personal y
profesional. Finalmente, todos somos susceptibles de cambio y transformación para construir un
espacio sustentado en la realización y la felicidad.
Profr. Miguel Ángel Carlos Rodríguez Cerecero.
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DEDICATORIAS.
Indudablemente a mi familia; mi esposa Leticia, mis hijas Marysol y Lety y a Antonio de Jesús, mi
hijo, que supieron brindarme el apoyo necesario para llegar entusiasta al final de esta capacitación. Por
su fuerza y resistencia y permanecer unidos durante mi ausencia en el hogar. También de ellos son mis
logros.
A mis padres, hermanas, hermano y amigos, que siempre me recordaron y enviaron la fuerza de su
energía a través de diferentes sistemas de comunicación. Comparto con ellos todas mis experiencias y
satisfacciones recibidas en este país.
Al Politechnic Center Chiba, directivos y empleados en general, por brindarnos una grata estancia
como Institución anfitriona para nuestra Capacitación. Si triunfa un educando, también triunfa la
Institución.
A los Profesores, Kodama, Seki y Muraoka, por todo el saber transmitido a un servidor. Serán en mi
historia personal, un grato recuerdo de por vida.
A la Coordinadora y traductora, Odaki Keiko, por su gran apoyo dentro y fuera de las paredes del
compromiso asumido con JICA. Comparto mis alcances con ella.
En suma, a todo el pueblo Japonés por su cálida compañía y muestra de humanidad.
ATENTAMENTE.
Marco Antonio Ríos Medina.
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INTRODUCCIÓN.
Siendo niño sólo podía conformarme con ser parte de mí sueño, aquel que en la mente aparecía y
desaparecía incesante, inminente a cada paso que pretendía dar. La esperanza de que dejara de ser sólo
una visión, era remota. La economía en el hogar daba sólo para brindar el alimento necesario, la
educación pertinente, así como el vestido y calzado común que los de mi edad y circunstancias
semejantes podíamos portar. Cada mañana, las imágenes de templos, castillos y pagodas eran
superlativas, sin embargo, las oportunidades de apreciarlos, mínimas resultaban. Día a día, el único
alimento que me alegraba era la televisión, cuando dibujos animados traídos desde el Oriente,
reflejaban en pequeños destellos la vida en el Japón. Me veía recorriendo los interiores de grandes y
antiguos edificios construidos en la época de Samurais, cuando las batallas por defender a sus
emperadores eran encarnizadas y despiadadas. La cultura de la tierra del Sol Naciente, aquella que pese
a los golpes despiadados de guerras mundiales, nos ha demostrado en más de una ocasión, lo que un
pueblo con alto espíritu de superación puede lograr si se fija ideas cimentadas en el corazón, con la
pasión y el coraje por sobreponerse a cualquier tipo de adversidad. Después de 37 años de haber
nacido, pude pisar terreno Nipón y dicho incidente marca una etapa relevante en mi andar.
La vida me ha dado un vuelco, con el cual las perspectivas personales se han replanteado, pues la
naturaleza misma me sonríe con aprecio, el cielo me envuelve de manera diferente, los lazos familiares
se consolidan, pero sobre todo, porque me permitió conocer una cultura de gigantes; gigantes en
corazón, en honestidad, en hermandad, en fortaleza espiritual, en ...
Aquí la historia de un mexicano que vive la experiencia de realizar y cumplir un anhelo que parecía
inalcanzable, demostrándose a sí mismo que anteponiendo el corazón, el coraje, la entrega y la pasión,
la palabra sueño podía ser cambiada en el diccionario personal por otra con mayor significado;
realidad.
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LA BECA.
Desde niño en mi mente aparecían una y otra vez imágenes que reflejaban situaciones que me
transportaban alegremente a grandes plazoletas con gravilla peinada por azadones, extensos campos de
arroz con múltiples cosechadores que inclinados recogían con paciencia el bello fruto de la tierra y que
alimentaba a una comunidad fuerte en carácter y grande en corazón.
Al platicar a mi madre sobre mi iniciativa de conocer Japón, ésta me respondía con un juego de
palabras que ahora sé, se practican mucho en los hogares mexicanos: “¡estás loco!, ¿cuánto crees que
cueste ir hasta allá?
Después de lo ocurrido, no me atrevo a decirle a mi pequeña hija de siete años lo mismo cuando me
habla de su atracción por Australia; no encuentro la relación entre el devenir de su vida y Australia, sin
embargo, una vez que lean la presente historia, estarán de acuerdo en que lo menos que podemos hacer
es; permitir que la gente se trace expectativas, que sin importar lo grande que estas sean, las pueden
alcanzar si el empeño, pasión y entrega se hacen en verdad anteponiendo el corazón y el amor por una
meta.
Después de decidirme a participar para ser acreedor a una beca otorgada por el CoNaCyT (Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología) en coordinación con la Japanese International Cooperation Agency
(Agencia de Cooperación Internacional del Japón) para realizar estudios de especialización en
Ingeniería Electrónica en el Polytechnic Centre de la ciudad de Chiba en Japón, me di a la tarea de
reunir uno y mil requisitos burocráticos necesarios para dicho propósito. Copias y más copias, un fax y
otro fax, llenado de formatos, exámenes médicos, visita al dentista, extracción de sangre, etc., más sin
embargo, no realicé a tiempo el papeleo para el documento Toefl de Inglés. Mis deseos eran
demasiados, pero sin ese documento, pocas eran mis posibilidades de lograr la beca. Seis meses en el
Japón, ante los que consideraba los más grandes impulsores e innovadores en el ramo electrónico. Era
un bello tesoro y que creía se encontraba a poca distancia de mí. Una oportunidad tal vez única en la
vida se me escapaba de las manos. Aún así envié el resto de la documentación esperando un milagro.
Meses después, la respuesta esperada llegó; “lo sentimos mucho, pero sin el grado requerido de inglés,
nos vemos en la necesidad de posponer su solicitud para futuras promociones”. Creía que todos mi
grandes sueños por conocer la tierra del sol naciente, seguiría siendo eso, sólo un sueño. La frustración,
envuelta en tristeza me embargaba y sentía que todo el esfuerzo por prepararme en múltiples áreas
había sido en vano. Nunca me he considerado un perfecto conocedor del idioma inglés, sin embargo,
no temía el iniciar y entablar una conversación con extranjeros que manejaran dicho idioma como
lengua materna. Tal vez el cúmulo de palabras en un servidor no era muy extenso, sin embargo, en lo
que conocía al respecto me sentía seguro.
El tiempo, como es lógico, nunca se detuvo y prosiguió con su incesante lucha de acabar cada día. Mi
vida se desenvolvía entre la familia y el trabajo, tratando siempre de hacerlo de manera agradable al
lado de mis más cercanos y queridos seres. Todos ellos me impulsaban y alentaban a que lo intentara
de nuevo. Yo me encontraba decepcionado, desesperado y con un mal sabor de boca. Me dediqué
entonces a lo que mejor sabía hacer; atender la familia y el trabajo.
Muy pronto transcurrió casi un año y poco a poco la calma me envolvía nuevamente. Japón existía al
otro lado del mundo y sin embargo el sol también salía cada día en mi ciudad al igual que para los
Nipones.
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Una mañana fui llamado por el Director del Centro de Capacitación para el Trabajo Industrial
(CeCaTI) número 27 en San Luis Potosí, lugar en el que trabajo como docente en el área de
Electricidad y creía que sólo se trataba de la transmisión de alguna información por parte del
responsable directo de la institución referente a los cursos que se estaban desarrollando o tal vez para
asignar instrucciones sobre alguna comisión en particular. Mi sorpresa fue mayúscula cuando de
buenas a primeras me dice; - “te vas a Japón maestro”- , yo no hice más que mostrar una ligera sonrisa
como aceptando una pequeña broma. - “Es en serio maestro”-, repitió el Ing. Juan Emigdio Posadas.
Yo seguía sin mostrar entusiasmo alguno, pues no creía las palabras que mis oídos escuchaban. -
“Bueno, llegó un oficio de la Unidad de Desarrollo de Personal Docente de nuestra Dirección General
de Centros de Formación para el Trabajo (DGCFT), haciendo una invitación a 21 docentes de nuestro
Subsistema”-. Después de esto, me mostró el documento citado. Lentamente y sin querer saltar un solo
detalle, di lectura a cada una de la palabras que encerraba el texto que tenía en mis manos. A la par, el
Director me decía que sólo había 12 lugares y que la capacitación duraría seis meses a partir del mes de
Marzo del año 2002. Para ese entonces, corría el mes de Noviembre del año anterior.
No sabía si leer o atender a las palabras del Director Cada letra leída y cada palabra escuchada,
despertaban en mí ese dormido sentimiento que casi un año atrás había quedado duramente golpeado. -
“Mira Marco”-, inició el Director, -“son muchos los requisitos que están pidiendo y no creo, por que
creer es dudar, sino que estoy seguro que esta es la tuya y que ahora si lo lograrás. Así a simple vista
considero que cumples con todos ellos, ¿o no?”-. - Mira, respondía yo, (y escribo mira y no mire por
que el Directivo con el cual trataba, en todo momento me brindó confianza sin dejar a un lado el
respeto) ya no me quiero ilusionar como la otra vez; me costó trabajo recuperarme y no pretendo volver
a intentar algo para sentirme mal nuevamente-. - “Pero es que mira Marco, ahora la invitación es
personalizada, ya no es a todo aquel que quiera sino nada más para unos cuantos que se han
considerado en una lista supongo que por su desempeño ante la institución y en su carrera profesional”-
; afirmó él de una manera más seria. - “Pues sí, eso es lo que estoy viendo pero necesito analizar muy
bien las cosas”-. - “Mira, llévate el documento, dale una buena leída, analiza los requisitos, platícalo
con la almohada y mañana lo discutimos”-; dijo el Director un poco más tranquilo. Sentía que él estaba
más emocionado que yo, pero lo cierto era que su ánimo y derroche de energía me habían contagiado.
Mi esposa nunca había estado de acuerdo en que tratara de realizar el tan anhelado viaje y casi hasta
puedo asegurar que dio gracias a Dios cuando me rechazaron en aquel triste primer intento; decidí
entonces no mortificarla e iniciar los trámites sin consultarla, total, si no completaba el objetivo, no
pasaría de ser un susto, más no tenía en mente de que manera procedería en caso de salir acreedor.
Me lance por todo, reuní los kilos de papel, hice la visita al médico para el examen de rigor, acta de
nacimiento, curriculum vitae, fotografías, constancia de trabajo ante la Secretaría de Educación Pública
y la DGCFT, etc. A esto, debo aclararles que con meses de anterioridad y sin saber de la nueva
posibilidad de la beca, visité algunas instituciones particulares que imparten cursos de inglés, de esas
que prometen que usted hablará inglés tan rápido como un gallo cante y la verdad, me decepcionaron
bastante; hubo alguna que desde la misma entrevista mostraron el cobre, bueno, más bien los ojos de
plata que les brillaban como diciendo, - “éste es otro de los incautos que participarán en la aportación
económica para el pan nuestro de cada día”-.
Meses atrás me había inscrito en un CeCaTI hermano a continuar los estudios de inglés, con la certeza
de que estaría mejor preparado para el futuro. Entonces, cuando me requirieron el documento
comprobatorio del idioma inglés, presente los adquiridos en la institución señalada.
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Los días empezaron a transcurrir y la angustia iniciaba su trabajo en mi persona, causándome
desconcierto, nerviosismo y desesperación, pero a la vez, encendía en mi mente el faro de la ilusión.
Mas de un mes y no obtenía respuesta alguna; ni positiva ni negativa. Decidí entonces ser yo quien
diera el paso, pedí a mi Director autorización para hablar a Dirección General y solicitar información.
Una vez obtenida dicha ésta, escuche lo siguiente de la persona encargada del Departamento
correspondiente:
-“Maestro, la documentación fue revisada en nuestras oficinas y resultó aprobada, de tal manera que la
hemos enviado a CoNaCyT para su evaluación y en realidad desconocemos cuales son los pasos
siguientes. No nos resta más que esperar dichos resultados; sólo le diremos que únicamente tres de los
veintiún sustentantes de nuestras dependencias cumplieron con el total de los requisitos. Ánimo, ya
verá que le va bien”-.
Esas palabras me cayeron como agua bendita, pues hacían que la angustia se hiciera menos incesante.
No se explicar lo que mi cuerpo y mente vivían en esos días, pero si diré que son momentos en donde
caminas a ciegas, que sólo te conduces por los latidos del corazón y con la luz de tu esperanza. Quería
salir afortunado y realizar el vuelo al oriente, cumplir sueños y expectativas, pero a la vez pensaba en
que serían seis largos meses en los que estaría separado de mis seres queridos, mis hijos, mi esposa,
mis padres, hermanos, parientes en general y amistades. Pero en fin, el primer paso estaba dado y debía
continuar hasta el fin del camino.
Siguieron los días y no llegaba algún tipo de respuesta y entonces, volví a marcar a la Dirección
General; la respuesta fue semejante a la anterior, sin embargo, esta vez me proporcionaron lo números
telefónicos del Departamento conducente, así como el nombre del responsable de los trámites en el
CoNaCyT y que si me parecía intentara dialogar con ellos. Tal vez en la DGCFT percibieron mi estado
de ánimo y decidieron optar por que comprobara por mí mismo el hecho de que la respuesta estaba en
espera aún y que no se trataba de un capricho de ellos.
Después de dialogar con el Director, éste autorizó la nueva llamada a la ciudad de México y una vez
que me identifiqué como candidato a la beca vía telefónica con el Lic. Arturo Velázquez en CoNaCyT,
la desolación y angustia hicieron nueva aparición arremetiendo con mayor intensidad: - “Lo sentimos
Maestro, pero nosotros analizamos hace tiempo los expedientes de ustedes y aquellos que fueron
rechazados se les avisó en su momento; los aceptados por nuestro departamento, como es el caso suyo,
han sido girados a JICA (Japanese International Cooperation Agency) campus México: Ahora es
responsabilidad de ellos el fallo de los resultados”-.
Ya faltaba menos de dos meses para la llegada de la fecha en la que se iniciaría la capacitación en el
Japón y creía que era muy poco el tiempo para ordenar mil y un cosas antes de partir por ciento ochenta
días de casa. Tal parecía que el empleado al otro lado de la línea telefónica adivinaba mis pensamientos
y ofreció investigar al respecto, me pidió le llamara en unos días.
Ansioso esperé la fecha indicada e hice la llamada; - “Me han dicho en JICA México, que ya revisaron
la documentación y que la papelería de los aceptados se ha enviado a JICA en Japón y que ellos tienen
la última palabra. Ah, y por cierto profesor, felicidades, al parecer todo pinta en que usted viajará a
Japón; no se preocupe Maestro, así es año tras año, siempre sucede lo mismo, yo le sugiero vaya
poniendo en orden su pasaporte, la comisión por parte de la Dependencia para la cual trabaja, organice
las cosas en su familia y vaya haciendo las maletas, si su expediente está en Japón, es casi un hecho que
ha sido aceptado, sin embargo, falta la última palabra; JICA Japón”-.
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Pare ese entonces y de acuerdo a los comentarios recibidos por teléfono, creí justo empezar a sondear a
la familia acerca de la gran posibilidad de realizar el tan anhelado viaje. Las protestas no se hicieron
esperar; - “¿qué vas a hacer por allá tan lejos?”-,
-“son muchos días y haces falta en el hogar”-; - “creo que no lo lograré sola”-, - “¿qué pasará con tu
trabajo?”-, - “la niña chiquita lo va a resentir bastante”-, - “piénsalo bien, pues seis meses es demasiado
tiempo”-, etc. Entre reclamo, enojo, chantajes y muestras de amor, podía percibir un ambiente que
provocaba problemas en mi cabeza y que me impedía organizar mis ideas. Fueron días de total
angustia, desesperación, de esperanza y desconsuelo; sentimientos encontrados entre la tristeza de sólo
imaginar medio año sin la compañía de la familia, el calor de hogar, la comida mexicana, nuestras
tradiciones y costumbres, nuestra cultura en general y por otro lado, un boleto casi en la bolsa para
asistir a un país que imaginaba y soñaba era de lo más admirable en múltiples aspectos. Pero el deseo
era exagerado, las ansias y ambición cognitiva me embargaban demasiado y sentí que era un error el
dar marcha atrás a la decisión antes tomada. Me armé de valor y decidí hacerle frente a las
consecuencias. Sentía que los pasos ya estaban anunciados y que sería cobardía el retractarme después
de haber alcanzado cierta distancia en el recorrido inicial hacia la meta trazada. En verdad consideré
que lo menos que podía hacer era, proseguir con las expectativas iniciales y jugarme el todo por el
todo. Sabía que los riesgos que corría ante la familia podían ser mayúsculos, pues el consentimiento
deseado por parte de ellos, no había sido concebido y que había pasado por alto el hecho de su rotunda
negación a la realización del viaje. Recuerdo que en más de una ocasión, las discusiones se elevaron en
cuanto a volumen se trata y que hasta el más mínimo comentario al respecto, desataba un diálogo
tormentoso y, sin embargo, no decaí en mis intenciones, decidido estaba y no creí dudar al respecto.
Los días seguían transcurriendo y la esperada noticia no aparecía por lado alguno. Mi mente estaba
totalmente contrariada, las molestias en casa no se componían y se contrapunteaban con comentarios de
hermanos, padres, compañeros, conocidos y amigos que me inyectaban ánimo y no se cansaban en
decirme que no perdiera la esperanza y que ya vería pronto frente a mí, como la recompensa a los
esfuerzos realizados para alcanzar un sueño se harían realidad. Una cosa si estaba claro, no era de ellos
el esposo, ni mucho menos el padre para sentir lo que mi familia seguramente percibía. Estaba
consciente de los sentimientos que mis hijos y esposa vivían en esos días y no me queda la menor duda
de que todo eso era una gran muestra de amor y que a toda costa, pese al precio de ver derrumbados
mis sueños, querían convencerme de que no partiera. Tanta era mi percepción que tanta angustia llegó a
afectarme, sentía que descuidaba mis obligaciones, llegaron a decirme que parecía un ser extraído de
una película de zombis y que andaba deambulando como ente sin consuelo alguno. Tanta fue la
frustración por la no aceptación de mis metas en la familia, que llegué a desear que me rechazaran de
nuevo sólo por complacerlos, aunque para ello dejara ir tal vez el último boleto en mi carrera
profesional, pues con mis 37 años de edad, estaba casi en el límite de uno de tantos requisitos
solicitados por JICA; ser menor de 40. Sin embargo, no tuve mas tiempo de iniciar estrategia alguna,
pues a quince días de la fecha marcada para el viaje, llegó la noticia. Fui llamado a las oficinas
administrativas de la escuela para la que presto mis servicios y el diálogo con el Director se concretó a
lo siguiente: - “¿qué te dije Marco?”-, - “y tú que no me creías”-,
- “¿en dónde vamos a festejar?”-. Yo extrañado por las palabras escuchadas me concreté a preguntar
que cual era el motivo de las mismas. - “Siéntate y escúchame con calma”-, - “respira profundo y no te
alteres”-. Enseguida, las palabra fueron directas; - “estas en la lista junto a otros once mexicanos, para
asistir en calidad de becario al Curso de Especialización denominado Electronics Engineering
Technology en el Polytechnic Centre en la ciudad de Chiba en Japón”-. - “Ahora si es un hecho”-, -
“prepara tus maletas que tu vuelo es de la ciudad de México el próximo 19 de Marzo rumbo a Osaka,
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pues primeramente estarás un mes y medio en la ciudad de Ibaraki en el Osaka International Centre
(OSIC), recibiendo una capacitación sobre el idioma japonés”-, - “ya la hiciste maestro, felicidades”-.
No sabía si llorar de pena por la tristeza de dejar la familia o bien por la emoción de ver tan de cerca mi
sueño; pero igualmente quería gritar y saltar de emoción, cual fanático de algún ídolo querido. Pero
como la angustia había sido intensa, mi cuerpo se quedó inmóvil y recordé unas viejas palabras que hoy
la gente pronuncia cuando cree carecer de elementos sobre la veracidad de algún suceso o
acontecimiento; - “créeme que hasta no ver, no creer”-. - “Pero es que ya no se presta a duda alguna
Marco, estás dentro”-. - “Puedo ir en vuelo hacia el Japón, puedo estar sobre el mar, puedo creerme el
sueño, pero hasta no ver personalmente la tierra del arroz, el sake y el sushi, consideraré que el sueño
se ha cumplido”-.
Días después me encontraba en la ciudad de México acudiendo al llamado del CoNaCyT para tener una
plática con ex becarios de JICA quienes nos narrarían la experiencia a la que me enfrentaría en
próximas fechas.
Nos hablaron maravillas acerca de la gente de Japón. Hicieron recomendaciones acerca de lo que era
bueno llevar y no llevar.
Dentro de los expositores se encontraba uno que había asistido al entrenamiento de electrónica, otro a
computación, uno más a sistemas de calidad y uno a aspectos de medicina, por lo tanto, después de las
sugerencias generales, nos fuimos acercando por grupos con aquel elemento que había acudido a la
capacitación que tomaríamos los recién aceptados para formularle preguntas más específicas. De esta
manera, se generó en nosotros una idea general de lo que viviríamos por medio año.
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VOLANDO A JAPÓN.
En la fecha indicada me dirigía a la ciudad de México por transporte terrestre desde mi querido San
Luis Potosí; lugar en el que hasta entonces había pasado 31 de los 37 años recorridos. Al parecer, de
aquel tamaulipeco nacido en Cd. Ocampo, sólo quedaba un acta de nacimiento, ya que ni el sonsonete
característico de la gente del norte de nuestro país alcancé a adoptar.
Cuatro de la tarde y de mi lado, la mujer que se resistía a aceptar la realidad; se aferraba a mi brazo
derecho como queriendo detener el flujo de mi sangre para que de alguna manera mi cuerpo
reaccionara y se ordenara al cerebro que detuviera mi humanidad. Afuera, grandes chubascos
empapaban la cinta asfáltica que me hacían entrever en mis pensamientos, la cara de los miembros de
mi familia igualmente húmedas por el llanto al decir adiós a uno de ellos. Era la despedida que me
tenía reservada el creador de este mundo.
En momentos intentaba cerrar los ojos y conciliar el sueño, mis párpados no podían con el peso de mis
arrugas y de las ojeras generadas durante la noche anterior en la que el dormir se hizo intermitente.
La noche de ese inolvidable 19 de Marzo, la pasé sintiendo que cada hora duraba dos, sin embargo, el
reloj no me mentía y entre sus manecillas siempre encontraba la exactitud que se vivía. Y entonces,
cuando más me pesaba el sueño, dieron las cinco de la mañana y a prepararme a dar los últimos pasos
en nuestra bella tierra Azteca durante los siguientes seis meses.
A las seis de la mañana, me encontraba ya ante la Japan Air Lines (JAL empresa encargada de nuestro
traslado hasta la ciudad de Narita en el Japón) del aeropuerto internacional de la ciudad de México.
Enseguida, la entrega de equipaje y la recepción del pase de abordar. La hora de partida; 9:40 de la
mañana. Tenía cerca de tres horas para compartir espacios con mi esposa y su primo que gentilmente
nos hospedó durante la noche en su hogar. Nos trasladamos a un pequeño restaurante en el interior del
aeropuerto y un amargo café pretendía fortalecer mi espíritu para no dejar brotar las lágrimas que
contenían mis cansados ojos. La plática tomó diversos rumbos, pero siempre acompañada de la
incesante e insistente acción de revisar la hora en mi reloj de pulsera.
Durante la reunión desarrollada en las instalaciones del CoNaCyT con exbecarios, había conocido a
Marco Antonio Lozano (que posteriormente llamé Tocayo) mismo que en esos momentos se nos unió
en la plática, queriendo igualmente consumir los minutos restantes antes de nuestra partida. A todo
esto, debo decir que dicho compañero era otro que sumado a mí formábamos aquel grupo de 48
mexicanos que viajaríamos y que trabajaba en una escuela hermana a mi CeCaTI situada en la ciudad
de Durango.
El tiempo expiró y el momento de dirigirnos a la puerta 23, había llegado. Los momentos que siguieron
han sido de los más difíciles en la vida, un abrazo fuerte como queriendo prolongar el tiempo. Un beso
desesperado que de interpretar su mensaje habría tenido que escribir mil páginas enunciando
interminables sentimientos de afecto, amor y esperanza. Podía sentir en mi piel el correr de sus
lágrimas y su contacto me enternecía, me hacía flaquear en mis pensamientos; pero a esas alturas, era
inútil el intentar dar marcha atrás. El teatro estaba lleno, la puesta en escena lista, el guión dictado y
memorizado y yo como actor debía tomar mi puesto. Se me rasgaban los ojos, debía ser fuerte y creo
que lo logré, sin embargo al voltear por el pasillo y dar el último adiós antes de partir, se humedecen
mis ojos y escurrieron dos pequeños hilos del tan conocido líquido. Ambos levantamos la mano y en
ese momento del saludo, se encuentra el amor; el amor de pareja, el amor de esposos, el amor de
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padres, el amor de Lety y Marco, el amor de “gorda” y “chocolate”. ¿Qué cuales fueron nuestras
últimas palabras ese día? - Te quiero mucho, cuídate, cuida a los niños, nos volveremos a ver y todo va
a estar bien, no te preocupes-.
10:30 de la mañana; hasta entonces despega el avión, haciéndolo de una manera tranquila. Se espera un
vuelo de 5 horas con 13 minutos a la ciudad de Vancouver en Canadá. 11:30 Una copa de whisky.-
“Whisky with mineral water, no ice”- (whisky con agua mineral, sin hielo), pero con azafata japonesa
(de nombre Kadota) y solicitante mexicano; - “only with natural water”- (sólo con agua natural),
responde Kadota. Un brindis en el avión con los compañeros y enseguida el almuerzo; carne con
verduras, un durazno en almíbar, cocktail de frutas y un pan de sal. Todo de muy buen sabor hasta el
momento y al parecer el menú todavía de tipo occidental. De haber pensado un poco más en lo que me
esperaba en cuanto a alimentación en Japón, hubiera disfrutado más cada gramo de lo que nos sirvieron
esa mañana. Hasta el momento el vuelo había sido perfecto, solamente una que otra bolsa de aire. Me
han asignado el asiento 29E. Viendo hacia el frente, estoy muy cerca de la nariz del avión; poco más
delante de las alas. A mi izquierda está la ventanilla y me anteceden tres lugares, después un pasillo y
posteriormente un lugar y enseguida estoy yo. A mi derecha, inmediatamente dos lugares más, un
pasillo, tres lugares más y la ventanilla.
12:50 hrs. En la pantalla frontal de aproximadamente 50 cms. por 1.4 mts que se encuentra muy
cercana a mí, después de otra fila de asientos se proyecta una película. La visión es perfecta, sólo por
un detalle, los actores son norteamericanos, pero el lenguaje es japonés. Un minuto después encuentro
el control bajo la bracera derecha y puedo hacer el cambio de idioma a inglés y bueno, había que
disfrutarla.
13:50 hrs. Un compañero va en ventanilla y toma fotos a través de ella, se ven montañas blancas debido
al exceso de hielo, creemos se trata de terreno canadiense pues sólo nos faltaba una hora y 50 minutos
aproximadamente para arribar en Vancouver.
15:30 horas, el avión inicia el descenso y el cambio de presión provoca malestar en los oídos (“ódios”
diría mi pequeña hija Lety). Pensé en comparar los horarios Vancouver-México, al bajar del avión,
pero por lo pronto, seguí registrando los tiempos con horario de la ciudad de México.
15:45 horas llegamos a nuestra primer escala; Vancouver Canadá y nos establecieron en una sala de
tránsito; es decir, que no podemos salir de ésta, sólo hasta nuestra continuación a Tokio. Pregunté a un
empleado; “How may time we´ll be in this place? (¿Cuánto tiempo estaremos en este lugar?) y él
contestó - “one hour”- (una hora). Pensaba que en ese instante en México eran las 4:22 horas y en
Canadá apenas las 2:22 p.m.
5:10 p.m., nos permiten abordar el avión y de dicho lugar, sólo queda el recuerdo a través de un par de
fotos tomadas. Para ese entonces, la cuestión de los horarios se había tornado un verdadero lío; en
México eran las 5:20 de la tarde del día 19 de Marzo, en Vancouver las 3:20 de la tarde del mismo día,
pero en Tokio las 8:17 de la mañana del día 20. Fue muy notorio que en el aeropuerto que estábamos
abandonando había bajado bastantes pasajeros, pero igualmente, subieron otros tantos y desde luego, la
mayoría con rasgos orientales y sin embargo, se veían también caras de estadounidenses, canadienses y
por supuesto, uno que otro mexicano que no era de nuestro grupo.
Fue hasta las 5:38 de la tarde del mismo día, cuando el avión abandonó el aeropuerto de Vancouver y al
igual que la llegada, el paisaje era entre verde y blanco, es decir, vegetación, hielo y nieve. Bien se
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podrían realizar escenas de una buena película para Holywood en tan bellos lugares, pero bueno, yo no
iba en el papel de Director de locación de alguna reconocida película; bueno ni de alguna desconocida.
Pese a la baja temperatura que se auguraba en el exterior del avión, nuestro piloto mantuvo siempre el
interior del mismo bajo un clima agradable, con lo cual, sólo fue necesario el uso de un sweater y no así
de la tremenda chamarra que me acompañaba. Hasta esos momentos en que el avión empezó a tomar
altura, fue que mis oídos volvieron a la normalidad; fue una sensación de alivio y aprecio por tan
importante sentido de nuestro organismo.
Eran las 5:44 de la tarde y el avión seguía en ascenso, más como éste era de gran tamaño, la estabilidad
fue perfecta y los movimientos mínimos.
Hasta esos momentos, el viaje no había sido pesado y ayudaba mucho el hecho de que se había
desarrollado entre comentarios acerca de la gran aventura que nos esperaba. Por todos nosotros pasaban
uno y mil pensamientos acerca de lo que se presentaría al frente. Sin embargo, descubrí que dos de los
compañeros ya habían tenido experiencias pasadas al respecto; para Martín Rodríguez Figueroa de
Celaya Guanajuato, éste era su segundo viaje al Japón después de una anterior estancia de un año y
para Gilberto Escalante Castillo también de Celaya, el viaje representaba su tercer experiencia, más
cabe resaltar que una de ellas sólo había sido por un espacio de tiempo muy breve (pero al fin una
buena experiencia sin duda).
Teníamos frente a nosotros al inmenso océano pacífico por atravesar y nueve horas promedio para
hacerlo, encerrados dentro de un gran avión y de alguna manera había que pasar dicho tiempo. Yo me
acompañaba del Tomo II de la colección Manual del Maestro y en esos momentos me dispuse a leer
unas “cuantas páginas” referentes a Anton Semionovich Makarenko.
6:42 (hora de México) “tenía un hambre”, más lo bueno es que ya empezaban a servir y el menú era
pollo o bistec.
Curioso; 9:25 p.m. hora de México y yo volaba sobre el mar con el sol encima, pasan las horas y seguía
siendo sólo mar. Precisamente a esas horas, nuestros ojos podían apreciar un bellísimo paisaje, el Polo
vestido de blanco por la nieve y el hielo, tomamos fotos con la esperanza de que una vez revelado el
rollo se pudiera retener la belleza apreciada por tan intrigante pero bello lugar. Alguien en el avión dijo,
que se trataba de Alaska.
Más curioso; 12:42 a.m., seguíamos sobre el mar y a pleno sol, “no se nos había hecho de noche” y
nuestro vuelo seguía en busca del aeropuerto de la ciudad de Narita. A la 1:30 a.m., del día 20 de
Marzo, seguíamos sobre el mar y a pleno sol, nos sirven alimentos, más no sabemos si es almuerzo,
comida o cena, pues para México y nuestro estómago era cena y para los que radicaban en Japón
seguramente era comida, pues allá eran las 4:37 p.m.
A las 2:30 a.m. por fin llegábamos a Narita, el vuelo había sido largo pero no difícil. Pero la travesía no
había concluido, pues el grupo necesitaba informes acerca de nuestro siguiente vuelo al destino final; la
ciudad de Osaka. Pasillos y más pasillos, revisiones, aduana, inmigración y demás; total, hasta las 4:20
a.m. subimos al avión y nos dispusimos a despegar. En el aeropuerto, nos había recibido gente que en
un autobús nos transportó dentro del aeropuerto a otro avión. Ya me sentía cansado, mis ojos estaban
irritados, mi espalda pedía una cama y los párpados el merecido descanso. Las confusiones respecto al
horario me siguen embargando, pero aquí en Narita, por fin nos alcanzó la noche. La gente que nos
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trasladó dentro del aeropuerto, nos aseguró que el siguiente vuelo sólo sería de una hora y que en
Osaka gente del OSIC (Osaka International Centre), nos recibiría para transportarnos vía terrestre del
aeropuerto hasta las instalaciones del propio OSIC, lugar en el que pretendía tomar el tan esperado
descanso para iniciar al siguiente día el curso de idioma japonés.
El clima era fresco, pero con un ambiente húmedo, sin embargo, con las corridas que nos habían puesto
en el aeropuerto, hasta calor podía sentir. Hasta entonces, no se había hecho necesario el uso de la
chamarra. Empezaba a pensar acerca de lo que estaba viviendo por allá en aquel lugar tan alejado de mi
familia, de mi patria, de mi tierra, cuando en el respaldo del asiento delantero se encendió una pequeña
pantalla de T.V., parecida al de una computadora portátil (cristal líquido) y en esta mostraban lo clásico
acerca del uso del cinturón de seguridad, las salidas de emergencia, etc. El avión comenzaba a ponerse
en movimiento seguramente para tomar pista, yo sólo esperaba que el vuelo fuera placentero; y me
decía a mi mismo “ya que”, después de tantas horas, una más no es nada. Pensábamos que el avión que
acabábamos de abordar sería más sencillo, pues el viaje sería más corto, sin embargo nos sorprendimos,
pues resultó ser más moderno que el anterior. –Por fin, el último vuelo de ida, se había iniciado -.
Sorprendente; a lo largo de avión estaban colocadas varias pantallas grandes de T.V., y en ésos
momentos se proyectaba lo que una cámara situada al frente del avión captaba. Veíamos la pista y la
manera en que el avión dejaba atrás la tierra al levantar el vuelo; era como presenciar el espectáculo
situado en el lugar mismo de piloto de la aeronave.
A las 4:41 a.m., despegó el avión y poco a poco la cinta asfáltica de la pista desaparecía a nuestra vista.
Pudimos apreciar la gran ciudad de Tokio en todo su esplendor iluminada por miles de luces
multicolores; la vista era fabulosa.
El avión tenía un control de audio, video y juegos, que podíamos elegir al gusto. El audio nos ofrecía
en esos momentos, estaciones de música tradicional del Japón, rock en japonés, pop en japonés, pop en
Inglés, etc., hasta un total de 18 canales diferentes. En video, se podían ver hasta 14 diferentes canales
(la mayoría en japonés) y sin subtítulos. Resultaba curioso ver actuar a Bruce Willis con doblaje de la
voz en japonés. Si lo elegía, podía seleccionar ver lo que la cámara frontal del avión captaba, pero al
ser de noche, poco era el atractivo, sólo resultaba interesante al pasar por las ciudades. En la misma
pantalla situada frente a cada pasajero y haciendo uso del control remoto, se podía accesar a un menú
el cual ofrecía la opción de consultar datos de altura, temperatura, velocidad, tiempo estimado para la
llegada, etc. Igualmente, se mostraba un mapa de Japón y una silueta de un pequeño avión avanzaba
sobre el mismo indicando la ruta que seguía el aeroplano al volar (a su paso, el pequeño avión dejaba
una línea de color rojo). Dentro de los juegos que ofrecía al “aparatito”, se podía elegir entre un total de
diez, el tetris, la memoria, space invasion, etc. Seguramente mis hijos Toño, Marysol y Lety estarían
felices de poder apreciar y disfrutar toda esa tecnología que tenía a mi alcance.
5:17 a.m., el avión inicia el descenso y el tiempo se pasó “volando” tratando de conocer el juguetito
que tenía entre mis manos. Si el avión que habíamos tomado de México a Tokio hubiera estado
equipado con todo lo que he descrito, otro cantar hubiera sido, pero bueno, la Japan Air Lines (JAL),
asignó los aviones de la manera descrita.
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LLEGANDO AL OSIC.
5:35 a.m., llegamos a Osaka (8:35 p.m. hora de Japón). Recogimos equipaje, aduana, inmigración,
mostrador de JICA y conducción hasta un súper autobús que nos llevaría al OSIC.
Curioso; Al igual que en Europa, los vehículos transitan por la izquierda y el volante lo tienen sobre el
extremo derecho.
Nuestro traslado duro aproximadamente 30 minutos, mismos que disfruté viendo Osaka de noche;
letreros luminosos, carros taxis parecidos al Mercedes Benz, súper avenidas, muchos edificios con
departamentos, unas súper motocicletas, etc.
6:35 a.m., en México, 9:30 p.m. en Japón, he decidido olvidar el horario de México y mover las
manecillas de mi reloj al tiempo de Japón.
Arribamos al OSIC que resultó ser un edificio tal vez de diez plantas, muy moderno en el que la
recepción fue como se nos había platicado previamente. Recogimos nuestro equipaje que venía en un
pequeño camión aparte. Un japonés con uniforme como de policía aunque en color verde nos recibió en
la entrada diciéndonos; “Bienvenitos”.
9:45 p.m., nos reúnen en una sala, nos dan la bienvenida (todo en inglés), nos entregan una llave de
habitación, una tarjeta electrónica para recoger alimentos, llenamos una forma y además nos dieron
unos recipientes para colocar muestras de heces, pues al parecer nos practicarían algunos estudios
clínicos para corroborar nuestro buen estado de salud.
En punto de las 11 de la noche, nos han liberado y al parecer se me cumpliría un primer deseo que iba
más allá del placer de conocer Japón. Anhelaba más el descanso en una cama, que el indagar acerca del
lugar en donde me encontraba. Me fue asignada la habitación 342 en el tercer piso, misma que
encuentro muy confortable, aunque muy pequeña. Medía aproximadamente 2.7 por 6.5 m., incluyendo
baño y closet. La parte de alcoba es alfombrada, tengo un escritorio, una T.V., con video casetera, radio
en la cabecera de la cama con 5 estaciones diferentes, reloj-despertador, aire acondicionado con control
remoto, cafetera, mucha luz, sensores contra incendio y teléfono. El baño es de tipo occidental, con una
pequeña tina en donde sentado y con las piernas estiradas ocupaba el total de largo de la misma. A esas
horas de la noche me fue imposible ya conseguir tarjeta telefónica para llamar a casa y por lo tanto,
decidí esperar hasta el día siguiente (no había de otra). Pensé mucho en la preocupación que sin duda
tendrían en México mis familiares, pero espero no sea delicado y que pronto encuentre el medio para
poder reportarme.
Ya en esos momentos, mis músculos reclamaban descanso, la mirada me engañaba, los oídos aún
percibían una despresurización incesante y el equilibrio me amedrentaba con ligeras sacudidas víctima
de los cambios de horario, de los diversos cambios de altitud y de la tremenda actividad por la
transportación; sin embargo, había que ordenar un poco las pertenencias para al día siguiente poder
participar en las actividades que se nos encomendarían. Pese al cansancio, me dispuse a extraer algunos
de mis objetos de las maletas; ropa, calzado, medicinas, loción, crema (que por cierto llegó esparcida
entre calcetines), desodorantes y algunas otras cosas más. Decidí que el resto de las cosas las iría
sacando conforme se fueran necesitando. Entre mis objetos encontré ciertas cosas que me hicieron
sentirme bien y mal a la vez: una carta de mi hijo Antonio (Toño), misma que separé del resto de los
objetos. En eso estaba cuando entre mis pertenencias encuentro una prenda de vestir que por el color y
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la forma, me doy cuenta de que no es mía, sino de mi esposa, dicha prenda era como un mensaje
subliminal que encerraba un sinnúmero de cosas relacionadas a la fidelidad en el matrimonio; fue mi
acompañante todas las noches bajo mi almohada. Cada día en la mañana, la recogía y guardaba con el
resto de mis prendas y al hacerlo me venían recuerdos de momentos vividos al lado de la mujer que
amo y que sin tener que escribir una sola línea sobre un papel, me expresaba más de un sentimiento.
“Lety, mi amor, gracias por el detalle”.
Entre el resto de las cosas me encuentro el sobre que mi hermana Silvia (o bien Rosy) me había
entregado la noche en que partí de San Luis Potosí rumbo a la ciudad de México. Recuerdo sus
palabras claramente; - “léela hasta que te hayas instalado en tu habitación en Japón”-. Decidí entonces
apartarla junto a la que había introducido mi hijo en la maleta.
Posterior a la actividad de desempacar, me dispuse a tomar un baño pues ya llevaba buen número de
horas sin hacerlo y no quería sorprenderme a mi mismo con olores poco agradables para el sentido del
olfato; ese día el agua me supo a gloria. La regadera era de mano y tenía una presión que bien podía
darse un buen masaje. A esas horas, la visibilidad hacia el exterior de mi habitación era nula y no podía
descubrir que mundo me abrazaría cada mañana.
Ya no pude resistir la tentación de leer las cartas de mi hijo y hermana. En primer lugar tomé la de
Toño y resultó ser sorprendente, con gran calidad humana; que gran sentimiento en un chamaco de tan
corta edad. Me llega, se acelera el corazón y estallo en llanto. Pese a su juventud, podía expresarme con
un sentimiento no fingido, de manera directa, clara y amorosa, toda la energía que un padre necesita
para proseguir en su tarea de ser guía y ejemplo; no dudé entonces de que el desenvolvimiento vivido
anteriormente y que me había llevado hasta donde estaba, había valido la pena. La pequeña carta escrita
expresaba lo siguiente:
“Papá; quiero que no te olvides de mí y que me siento orgulloso de ti por ser el mero mero y
nuevamente te repito que leas esto a cada rato para que no te olvides de mí. Te quieren Marysol, Lety y
sobre todo tu único hijo Toño y que no se te olvide un regalo”
Posteriormente, me dirigí a las líneas escritas por quien se mostrara orgullosa y feliz de ver cumplido
mi sueño, y que pese a algunas diferencias vividas en el pasado entre ambos, tuvo a bien dedicar un
espacio de su tiempo a ofrecerme un detalle tan valioso hasta el día de hoy en mi persona; esos
momentos fueron detalles que no podría dejar pasar por alto y que hicieron que comprendiera miles de
cosas antes realizadas erróneamente o por impulsos no calculados de manera consciente. La carta
literalmente decía lo siguiente:
Por fuera en el sobre:
“Para leerla cuando hayan pasado tus emociones y en la tranquilidad de tu habitación provisional en
el Japón.”
La carta en sí:
“Toño:
Si no es ahora, ¿cuándo? La vida te presenta esta oportunidad, aprovéchala, ¿cuántos quisieran
tenerla? Ahora el reto es salir adelante, vivir el momento, no hay otro igual, puedes demostrarte a ti
mismo de que eres capaz; darle ejemplo a tus hijos para que vean en su padre un ejemplo a seguir, a tu
esposa demostrarle que no se equivocó de pareja, que se encontró un compañero luchón y tenaz, a tus
padres y hermanos el orgullo de tenerte y ser partícipes de tus éxitos.
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Comprobar de lo que somos capaces a pesar de los problemas que tuvimos que enfrentar.
Yo tu hermana mayor me siento orgullosa de serlo, ya que a pesar de todos los problemas que hemos
tenido, mi familia toda son lo primero, ten la seguridad de que todo lo he hecho pensando en el
bienestar de la familia, aunque no me lo crean, Dios es mi testigo, nunca a pasado por mi mente
afectar a alguien, la vida me a hecho así pero mi corazón es bueno, a lo mejor no he sabido
demostrarlo, pero lo hago sin esperar reconocimiento, al contrario con humildad para que no sea
notorio.
Te deseo lo mejor, ojalá esta experiencia te haga más grande (de corazón) de lo que ya eres.
¡Suerte!
Jamás me arrepentiré de haberte propuesto a CeCaTI, al contrario estoy orgullosa y tu éxito lo
disfrutamos todos.”
Ese pequeño conjunto de palabras, me conmovieron y por segunda vez dejé expresar mis sentimientos
conmigo mismo mediante el llanto; la nostalgia empezaba a hacer de las suyas. Sé que la rudeza del
fuerte carácter de mi hermana, se había doblegado ante el amor que sentía por mí. No pudo seguir
ofreciéndome un temperamento dominante e imperativo, más bien considero que al saber que me
ausentaría del círculo familiar por espacio de seis meses, le llegó profundo y no tuvo más que mostrarse
como realmente le gustaría ser; comprensiva, cariñosa, amorosa y sobre todo, como una verdadera
hermana. La lectura de su carta me remata, se parte el corazón y se deja sentir. Gracias a los bellos
detalles encontrados entre mis cosas, se me quita el cansancio.
Pese a la hora, decidí inspeccionar un poco
el entorno del que sería mi hogar temporal;
salgo de la habitación y me encuentro en un
cuarto adjunto algunas máquinas
expendedoras de productos y tuve la
intención de probar algo de lo que ahí se
vendía. Todo estaba perfecto, la máquina
encendida, con productos en su interior, yo
frente a la misma con dinero en los
bolsillos, salvo por un detalle; no eran
precisamente Yenes los que cargaba en esos
momentos. Tuve que conformarme con tan
sólo estudiarla por fuera. En su lugar, tome
un vaso con agua y me supo de maravilla.
En ese mismo lugar descubrí también
algunas máquinas lavadoras y secadoras,
mismas que se convertirían más adelante en fieles ayudantes durante la estancia en ese lugar. Más tarde
(cerca de las 12:00 de la noche), decido recostarme, pero antes y como todas las noches, decido hacer
lo que por años había practicado; dar gracias a mi Dios por lo recibido, permitido y retirado, así mismo,
pedí por mi familia. Pongo un poco de música en mi radio de cabecera y me dispongo a dormir.
Abro los ojos y resulta que el cansancio hizo de las suyas, pues sólo creí cerrar los ojos y en realidad ya
habían pasado 45 minutos. En ese momento, terminó la actividad de mi primer día en el Japón.
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LOS PRIMEROS DÍAS EN IBARAKI.
Justo a las 6:00 de la mañana, la inquietud por vivir los nuevos momentos me despierta y posterior a los
respectivos arreglos personales, me dispongo a iniciar mis actividades. Bajo al restaurante y me percato
de que el desayuno es de tipo occidental y bueno, tarde que temprano había que iniciar con la práctica
en el uso de los “palillos” para comer (o hashi); tomo un par y empiezo con la difícil tarea. En parte me
preocupaba la torpeza que mostraba, sin embargo, algo me decía que habría en el futuro muchas
oportunidades de mejorar en dichas habilidades.
El OSIC ofrecía a los huéspedes un servicio de transporte gratuito a la zona centro de la ciudad de la
ciudad de Ibaraki, se trataba de un autobús que ya tenía trazados en torno a una programación, ciertos
horarios de partida y regreso al OSIC. Alguien nos recomendó que tuviéramos mucho cuidado con los
horarios, pues los japoneses en ese aspecto eran exageradamente puntuales.
Antes de abordar el autobús, decido informarme acerca de cómo podía realizar una llamada telefónica a
casa y para esto me traslado a la recepción. Para el diálogo no había más que
de dos; o en japonés o en inglés y como para el primero de los idiomas era un perfecto desconocedor,
decido hacerlo en inglés. Un me informó que como no nos habían entregado la tarjeta bancaria para
retiro de efectivo (parte de los beneficios de la beca es la adquisición de cierta cantidad económica
mensual para la solvencia de gastos personales), ellos me podrían hacer un préstamo para la
adquisición de crédito telefónico. La opción me pareció favorable (aparte de que sólo era la única que
hasta el momento tenía para hacer mi llamada). Después de firmar un recibo, me fueron entregados
2000 Yenes (en ese entonces, algo así como 140 pesos). El joven me conduce hasta una máquina y
haciendo uso de una tarjeta con el mismo número de mi habitación, programa 1000 Yenes de saldo
telefónico y me informa que las llamadas podían hacerse precisamente desde la habitación. Me
traslado entonces nuevamente a la 342 del OSIC e inicio con la gran secuencia de números necesarios
para mi llamada. En casa no se encontraba persona alguna y según mis cálculos habían de haber sido
algo así como las 5 de la tarde del día 20 de Marzo.
El centro de Ibaraki resultó ser de gran colorido, muchísimos letreros en tela, anuncios luminosos muy
vistosos y grandes espectaculares.
Un grave problema en ese primer día de exploración en Japón fue el lenguaje, no encontrábamos
mucha gente que pudiera hacer uso del inglés y del español, ni se diga.
La moda entre los jóvenes varones era muy curiosa; el cabello teñido de colores muy llamativos, tales
como rubio, anaranjado, cobrizo o rojizo, además, el peinado dominante entre ellos era con las puntas
hacia el cielo y si a esto le suman un rostro descolorido y ojos rasgados, podrán imaginar un
espectáculo realmente curioso.
Pese a la opinión que se tiene en occidente del japonés bajito, descubrimos que las nuevas generaciones
son altas (no unos gigantes como algunos americanos, pero para nada chaparros), eso sí, muy espigados
en su complexión. Posiblemente para ellos nosotros parecíamos unos verdaderos obesos (en mi caso,
1.73 metros de estatura y 85 kilos, aunque 6 meses después regresara con 10 kilos menos debido al bajo
contenido de grasas en su alimentación).
Las jovencitas resultaron ser poco atractivas; muy delgadas y en su mayoría bajitas (aunque si
encontramos algunas muy altas). Muy curioso el tamaño de sus chamorros, pues resaltaban
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enormemente en su fisonomía. Coincidimos algunos de los que ahí nos encontrábamos en que tal vez
era producto del exceso de ejercicio que realizaban, pues un medio de transporte usado enormemente
era la bicicleta. Era común ver al igual que los autos, a las bicicletas circulando por la izquierda sobre
las avenidas. También lo hacían sobre las banquetas y de igual forma, por la izquierda. Cuando se está
caminando por alguna de esas banquetas y no se percatan las personas de la cercanía de una bicicleta en
movimiento, hacen sonar una campanilla, a lo cual, el peatón debe desplazarse hacia uno de los
extremos para permitir el libre acceso a los que hacen uso de este medio de transporte.
En Japón, la mayoría de los comercios tienen puertas automáticas, basta con que te acerques a una de
ellas para que un sensor te detecte y se abra la puerta. Hoy día en nuestro país ya se emplean este tipo
de accionamientos, pero no de manera tan común como por aquellas bellas tierras.
En esos primeros días resultó un ligero problema con la interpretación de precios, pues la moneda
circulante es el Yen y nosotros pensábamos en pesos; así, encontramos cámaras fotográficas de 62350
Yenes, 4 manzanas 120 Yenes, etc. En aquel primer recorrido por calles niponas, sólo me conformé
con ser un observador, pues con los 1000 Yenes que me restaban después de cargar crédito a la
habitación para realizar llamadas a México, poco podría comprar. Sin embargo, la caminata propició un
poco de calor y decidí acercarme a una de las máquinas expendedoras de refrescos (o al menos eso
parecían) y extraje una bebida de color morada, pensando que sería sabor uva y casi estaba seguro,
pues lo respaldaba la firma Coca Cola. Su precio, 120 Yenes.
Después de indagar por varias calles,
decidimos regresar al OSIC, para eso, nos
trasladamos al lugar exacto en donde
habíamos descendido y esperamos a la
llegada del camión. Tal y como nos lo
habían advertido, la puntualidad de éste fue
notoria, tanto a la llegada como a la partida.
Sólo regresamos a comer y nuevamente
retornamos al centro de la ciudad. El OSIC
nos permitía el acceso a las lavadoras y
para esto había que comprar jabón en
polvo. Algunos, decidieron adquirirlo de
una buena vez.
Encontramos en una tienda, unas bolsas
que parecían jabón, además de que el emblema era idéntico al del jabón ariel que se vende en México;
no dudamos que se tratara de detergente para ropa; el precio, 220 Yenes por 1.2 Kg. Más tarde, de
regreso al OSIC, decidimos visitar la cancha de básquet bol y jugar por algunos minutos, para después
tomar un baño y por último la cena.
Nos queríamos acabar Ibaraki en ese nuestro primer día y por tal motivo, algunos decidimos salir a
caminar un poco en los alrededores de nuestro hogar temporal. Recorrimos varias cuadras sin encontrar
algo realmente atractivo y no fue hasta después de algunos minutos que vimos un lugar con demasiadas
luces. En su interior se veían jóvenes jugando billar, otros boliche, algunos otros preferían las
maquinitas de juegos electrónicos, etc. Eran cuatro pisos en donde se podían realizar diversas
actividades recreativas; pero nosotros nuevamente, sólo fuimos observadores, pues la moneda seguía
siendo sólo el Yen.
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Después de nuestro recorrido regresamos cada quien a su respectiva habitación y entonces intenté
nuevamente la comunicación telefónica con mi familia y esta vez si tuve éxito. Esta llamada fue
alentadora, pues hacía ya bastantes horas que no sabíamos de nosotros. Mis hijos y esposa se
preparaban para salir a Cd. Valles en el mismo estado de San Luis Potosí, lugar en donde se encuentra
la familia de mi suegra y donde pasarían sus vacaciones de Semana Santa. Yo en cambio, me preparaba
para ir a dormir.
Al día siguiente y después de almorzar, encuentro entre mis pertenencias cuatro papelitos con recados
de mi esposa, yo estaba acostumbrado a encontrarlos entre mis cosas cada vez que salía a cursos de
capacitación referentes al trabajo, pero encontrarlos en ese lugar tan lejano del hogar, tuvo un gran
impacto en mi persona. Me llegaron a la mente muchos momentos vividos al lado de la familia.
En el OSIC, también contábamos con servicio de Internet y entonces decidí hacer mi primer visita a
dicho lugar. Sólo me dio tiempo de checar el correo, pues teníamos nuestra primer cita con gente de
JICA. Nos recibió una mujer ya entrada en años, misma que hablaba muy bien nuestro querido español;
nos recoge los boletos de regreso a México (y ahí la sensación fue única, pues sentí que nos
condicionaban a permanecer de una u otra forma en tan lejano lugar). Verificó los pasaportes, nos
entregó un sobre que en su interior contenía unos libros acerca del Japón y algunas otras cosas más.
Recogió igualmente unas fotografías y nos hizo firmar algunos documentos. Nos condujo por el OSIC
mostrándonos cada lugar a los que podíamos accesar, servicios del mismo, salas, biblioteca, etc.
Exactamente a las 12 del día, suspendimos las actividades y nos indicaron que era la hora de la comida,
pero en realidad para nosotros mexicanos y a como estábamos acostumbrados, nos resultaba demasiado
pronto para hacerlo, sin embargo nos decíamos unos a otros, de no hacerlo ahora que lo indican, quien
sabe hasta que hora será la cena, así es que no lo pensamos dos veces y acudimos al restaurante.
Después de los alimentos, nos fue entregada la tarjeta para recoger dinero en el banco, así mismo, nos
entregaron una tarjeta con el estado bancario y uno que otro papel más. Posteriormente, nos visitó la
que sería nuestra Coordinadora del evento, una mujer joven (aparentemente, pues es difícil calcular la
edad de ciertos orientales), nos brindó una bienvenida y posteriormente, la mujer que nos había
recibido por primera vez, nos condujo haciendo uso del transporte del OSIC, hasta un banco para
indicarnos la manera en que habíamos de proceder para la extracción del efectivo. Usamos cajeros
automáticos y el método empleado no tiene mucha diferencia a como lo hacemos en México, sólo con
la sorpresa de que de entrada la pantalla indicaba todo en japonés. Entonces, la primer acción a la que
había que recurrir era a la del cambio de idioma (de japonés a Inglés).
En ese primer depósito, retiré la totalidad del mismo (90 000 Yenes) con la intención de comprar una
cámara de video y poder grabar lo más posible y mostrarlo posteriormente a la familia y amigos.
Algunos otros compañeros tenían la misma intención que yo y para eso nos recomendaron dirigirnos al
centro de la ciudad de Osaka, que resultó estar muy cerca. Abordamos un tren (210 Yenes) y seis
estaciones después pudimos apreciar una superciudad llena de luz y colorido y con interminables
negocios. Nos dirigimos al Yodobashi Kamera (si mal no recuerdo el nombre), pero resultó que los
aparatos electrónicos que buscábamos estaban más caros que en otros lugares que ya algunos
compañeros habían visitado, por lo tanto, no realizamos compra alguna (y si hablo en plural es por que
en esa ocasión viajamos juntos cerca de 15 compañeros). Sólo compré una cámara desechable para 24
fotos con un valor de 580 Yenes. Mi primer foto en Japón fue teniendo como marco, las grandes luces
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de letreros de comercios en la ciudad de Osaka, otras más, las tomé aquella misma noche en la sala del
Karaoke en el OSIC cantando Reggae con unos huéspedes africanos.
22
DE VISITA EN OSAKA Y KIOTO.
Mi primer sábado en Japón sería una fecha inolvidable en mi vida, pues el OSIC organizó a manera de
bienvenida, un paseo turístico a las ciudades de Osaka y Kyoto. La hora de salida fue a las 8:50 de la
mañana y para las 8:30 yo ya estaba súper listo para mi primer experiencia de contacto con el
tradicional Japón. Ya sobre el autobús que contratara JICA, pudimos observar con mayor detalle la
ciudad de Ibaraki y me resultó preciosa, con una arquitectura completamente diferente a lo que estamos
acostumbrados a observar en nuestras bellas ciudades mexicanas.
No pudimos determinar en donde terminaba una ciudad y en donde iniciaba otra, pues la zona
metropolitana de Osaka está muy conurbana y como el terreno en este país es limitado, se han logrado
conjuntar varias ciudades en un espacio demasiado pequeño. Sólo escuchábamos de la mujer guía que
realizaba relatos de los lugares por donde pasábamos, que ya habíamos cambiado de región o de
ciudad.
Nuestra primer visita fue ahí mismo en la ciudad de Osaka, fuimos conducidos hasta el Osaka Casttle
(castillo de Osaka), un lugar bello en abundancia, que de poder matizar con énfasis tal belleza, tendría
que usar mas de tres letras para representar el sonido de cada literal empleada en la palabra “bellísimo”
(aunque semanas después me decepcionaría el comentario de cierta persona al decirme que dicho
castillo no era de la época del Japón antiguo, sino que fue construido en nuestros tiempos sólo para los
turistas, sin embargo, lo bello del lugar, nadie se lo quitaba). El lugar estaba rodeado de tres canales
circulares que encierran al castillo; uno de ellos a las faldas de las grandes paredes que lo sostienen y
que seguramente dificultaban el acceso al mismo al quererlo escalar. El segundo y tercer canal están
mucho más retirados. El comentario de la guía era que, en el antiguo Japón, eran comunes las
invasiones en busca de bienes que permitieran la adquisición de cierto status, entonces, los apoderados
construían ese tipo de castillos con el fin de resguardarse. Los canales eran un medio por el cual se les
dificultaba el acceso a los invasores y daba tiempo a las guardias y defensores del castillo en preparar el
contra ataque.
En dicho lugar se podían apreciar jardines, una gran plazoleta y ciertos comercios que ofrecían algunas
artesanías. Nosotros sólo teníamos una hora para recorrer el lugar. Algunos decidieron ingresar al
castillo y visitar un museo. Otro grupo, decidimos recorrer los alrededores.
En la parte posterior del castillo pudimos apreciar la majestuosa ciudad de Osaka, que como otras
grandes ciudades del mundo, dejaba asomar en lo alto grandes construcciones modernas que
contrastaban con la majestuosidad del castillo de dicha ciudad.
Posterior a nuestra primer impactante y bella visita al castillo de Osaka, fuimos trasladados hasta el
World Trade Center (WTC) de Osaka. El compañero Jesús y un servidor, sólo por el hecho de que el
día que el todo poderoso repartió la nariz nos la hizo aguileña y por que él usaba barba en su rostro y yo
la llamada de tipo “candado”, fuimos apodados los Talibanes. Ya imaginarán el tipo de bromas que nos
jugaban al estar en el WTC y después de saberse la noticia de lo ocurrido el 11 de Septiembre en los
Estados Unidos de Norte América. Buenas bromas que mantenían un ambiente agradable entre los
compañeros y que realmente fueron momentos difíciles de olvidar.
El edificio contaba con 52 plantas y en la parte más alta del mismo, se podía tener una vista hermosa de
la ciudad de Osaka. Así mismo, se podía apreciar la bahía y la entrada a un túnel bajo el agua del mar,
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que comunicaba a los vehículos motorizados hasta otra parte de la bahía. La tecnología nos sorprendía
día a día en este lejano país.
Al otro lado de dicha bahía, se encontraba un gran parque de recreaciones en donde sobresalía una
rueda de la fortuna gigante, la cual nos indicaron tenía 100 metros de altura. Apreciarla resultó
impresionante.
En este lugar nos otorgaron una hora para tomar los alimentos y como el lugar era turístico, nos
espantaron los precios de los mismos en los elegantes restaurantes. Tuvimos que visitar uno de aquellos
establecimientos conocidos a nivel mundial y predilectos de la población anglosajona; Mc. Donald´s.
Una vez que degustamos unas suculentas hamburguesas, abordamos el autobús y fuimos transportados
hasta la ciudad de Kyoto en donde pudimos conocer un templo Sintoísta (los japoneses pronuncian esta
palabra con un sonido inicial entre ch y sh, no tan marcado, pero tampoco tal suave). El templo es
llamado Heian Jingu y nuevamente la vista fue impresionante. Pagodas, puentes de madera sobre
canales de agua, lagos, vegetación, etc. Al pie del santuario existían ciertos negocios en los que se
podían encontrar infinidad de artesanías. Yo adquirí una cachucha, unas telas que me parecieron
servilletas, postales y algunos llaveros. Este lugar será por siempre una bella estampa plasmada en mi
corazón.
De este lugar nos fuimos a un templo Budista
llamado Kiyomizu-Dera, el cual supimos, era
uno de los lugares predilectos de los
japoneses para apreciar las flores del cerezo
en primavera. En aquel lugar tomamos fotos
y apreciamos la belleza de los jardines.
Junto con algunos compañeros, decidimos ir
un poco más allá de las paredes del Templo y
llegamos hasta una tienda multi
departamental. En ella, pudimos comprar, un
traductor que tanta falta nos hacía. Traducía
entre español, inglés, francés y japonés; su
precio; cerca de 3800 Yenes.
Al subir al autobús fuimos víctimas de gritos y bromas por el resto de los compañeros, pues sólo
faltábamos nosotros para iniciar el viaje de regreso al OSIC en Ibaraki.
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VISITA A UNA IGLESIA CATÓLICA.
Para el domingo 24 de marzo y con plena intención de dar gracias a nuestro Dios, un compañero
consiguió un mapa de la ciudad de Osaka, la dirección de una Iglesia y la manera en que podríamos
llegar a ella. Después de autobús, metro y mucho caminar, encontramos la Iglesia (tres horas después
de haber salido del OSIC). Por suerte la ceremonia iniciaba. La misa se desarrolló de manera semejante
a como se hace en nuestro país. El sacerdote era filipino y habló en español.
Algunos decidimos comulgar y me pude percatar de que la hostia era un poco más gruesa a la que se
ofrece en México y de un color parecido a la mezcla del café con leche y con cierto sabor a cacahuate.
Al finalizar la ceremonia, se acercaron a nosotros un grupo de personas con aspecto latino que
resultaron ser peruanos radicados en Japón. Nos invitaron a comer en la parte baja de la Iglesia y nos
comentaron que es una tradición que los domingos y posterior a la misa se reunían a compartir la
comida. El menú fue totalmente Peruano; un arroz (con color parecido al de la Paella), con pollo y
papas y unas brochetas de carne también con papas y cebolla picada (bueno eso era lo que parecía).
Esto estaba acompañado de una salsa color verde (pero para ser cierto, nunca supimos que era).
Tenían una guitarra y nos pidieron que interpretáramos algunas piezas propias de nuestro querido
México. Así lo hicimos y como más de uno de nosotros tocábamos dicho instrumento musical, pues
nos la intercambiábamos en una y otra canción (por cierto; si que son famosas algunas de nuestras
canciones pues más de uno de los Peruanos se las sabía).
Nos ofrecieron cerveza y vino y aquello que se inició como una visita a la Iglesia, se convirtió en fiesta.
Los peruanos estaban encantados por nuestra presencia. Supe comprender en carne propia lo valioso de
la hermandad, la generosidad y la fraternidad. Una buena lección recibida en Japón.
Los flashazos de las cámaras al tomar las fotos no se hicieron esperar y nos sentíamos como artistas,
pues al estar cantando, se paraban atrás de nosotros y posaban para sus cámaras ubicadas frente a
nosotros.
Posterior a nuestra visita a la Iglesia, decidimos ir en busca de las cámaras de video o fotográficas. Yo
adquirí una fotográfica Cyber Shoot de Sony de 2.1 Mega Píxeles, que además grababa videos hasta de
1 minuto. Su costo; 39500 Yenes. En el mismo lugar, compré una memoria de 128 Megas, pues la que
contenía la cámara era de tan sólo 4.
Para regresar al OSIC y como ya era poco tarde, tuvimos que abordar primeramente el metro, después
el monorriel y por último hacer una buena caminata. En dicho recorrido compré jabón en polvo y unas
pastas instantáneas con el fin de conocer el sabor de las Ramen en la tierra que las vio nacer.
Nuestro arribo fue como a las 10:30 de la noche y ya no alcanzamos la cena, pues se servía hasta las
8:30 como máximo, aunque en verdad hambre era lo que menos sentíamos, debido a la suculenta y
vasta comida peruana.
25
PRIMER CLASE DE JAPONÉS.
Tal vez quieran imaginar que todo en Japón fue diversión y que eso de gozar de una beca es de lo más
agradable. En verdad sí, aunque había que pagar un precio y parte de esto era la asistencia y
acreditación a los cursos de capacitación que se ofrecerían. La primera de ellas fue acerca del idioma
japonés. Las sesiones se desarrollaban en las propias instalaciones del OSIC, de 10:00 de la mañana a
11:15, (un pequeño receso exacto de 15 minutos), de 11:30 a.m. a 12:30 p.m. Posteriormente nuestra
hora para tomar los alimentos. Reiniciábamos las clases a las 13:30 y finalizábamos a las 16:00 hrs.,
con un pequeño receso de 15 minutos hasta exactamente a las 14:30 p.m.
En nuestra primer sesión, avanzamos hasta poder hacer nuestra propia presentación, el nombre, la
profesión, de donde éramos, los números del 1 al 10, buenos días, buenas tardes, buenas noches,
gracias, perdón, etc.
Parte de mi presentación consistió en lo siguiente:
Konichiwa, Hashimemashite (buenos días, a sus ordenes).
Watashi wa Antonio desu (yo soy Antonio).
Mekishiko no, San Luis Potosí Kara kimashita (vengo de San Luis Potosí, México).
Shigoto wa Kioshi desu (Mi profesión es profesor).
Kensu Koshu wa Erektronikusu Enginiaringu desu (mi curso es Ingeniería electrónica).
Dozo Yoroshiku Onegaismasu (gusto en conocerte).
El participar en una clase de japonés, con maestra japonesa, estando en el propio Japón, fue la más
sobresaliente experiencia de tipo educativo que hasta ese día había vivido. La clase casi en su totalidad
en japonés, auque cuando realmente era necesario, la maestra hacía uso del inglés; que por cierto
expresado con un acento muy particular que lo hacía aún más difícil de interpretar.
La clase en momentos se tornaba un caos, pues a la maestra se le preguntaba en Inglés y para que se
comprendiera lo que ella trataba de transmitir, respondía en japonés, pero entre compañeros mexicanos
nos comunicábamos en español y digo que entre mexicanos, pues en nuestra clase la mayoría éramos
compatriotas, pero había una chamaca de Indonesia (Linca) y una mujer y un hombre de África
(Mildred y Neftal), entonces con ellos la comunicación era en Inglés. Tanto era nuestro enredo que
cuando menos acordábamos, ya estábamos hablándonos en inglés entre mexicanos hasta que alguien
más nos decía; ¿y por qué no se hablan en español?
Ese día, por la tarde, algunos decidimos ir a uno de esos negocios de revelado e impresión de
fotografías, pues ya queríamos ver las primeras de ellas tomadas desde el avión a una región de Alaska,
algunas del aeropuerto de Canadá y las primeras fotos tomadas en Osaka, Kyoto e Ibaraki, para eso,
tomamos una de las bicicletas que el OSIC facilitaba a los becarios para transportación dentro de la
zona en donde se encuentra el edificio. Se nos pidió usáramos un casco que en el “front” del OSIC nos
entregaron, todo por aquello de la seguridad. Dichos artefactos resultaron demasiado curiosos y al no
estar impuestos a usarlos, nos sentíamos incómodos y desde luego que nos veíamos bastante extraños,
pero ni modo, era parte de la obligación para poder hacer uso de dicho medio de transporte. Al regresar
y tal y como sucedería el resto de los días que estuve en OSIC, me propuse hacer un repaso de lo
aprendido en la clase de Japonés, pues se nos había dicho que día a día se harían evaluaciones. Mas
tarde fuimos invitados a tomarnos fotos con ropas tradicionales junto a becarios de otros países en la
sala de Karaoke. En el caso personal, sólo llevaba uno de esos grandes sombreros de revolucionario
Con Adelino en bicicleta
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con los que era fácil recordar a Chano y Chon; personajes cómicos de nuestra televisión mexicana. Me
envolví orgullosamente la bandera de nuestro país y con una gran alegría posé para las fotografías junto
a gente sobre todo de Bajakistán.
Al regresar a la habitación, me dispuse a ordenar un poco los 13 casetes que nos prestaron para la
práctica del idioma, una reproductora para los mismos y tres libros que nos facilitaron, un traductor
inglés-japonés, japonés-inglés. Antes doy una hojeada a dichos libros y pensaba que me auguraba un
mes y medio de grandes esfuerzos ante lo que debía de aprender. Pero me decía a mi mismo, “a eso
vine, a aprender lo más que se pueda, por lo tanto, a aprovechar cada minuto en este lugar”.
El salón de clases de idioma japonés, resultó ser un aula de aproximadamente 7 x 7 m, con un
pintarrón, televisión, video casetera, teléfono, alfombrado, proyector de acetatos, otro aparato que en
realidad no supe su aplicación pues nunca lo vi funcionando (algo así como un cañón), una gran
ventana con persianas con vista hacia un estanque o lago, sillas muy cómodas (ejecutivas), otro
pintarrón con un aparato acondicionado en la parte baja (por ahí en donde en las escuelas mexicanas
colocamos el borrador) que tras ciertas acciones y pulsar unos botones, imprimía en hojas tamaño carta,
aquello que se había escrito en al mismo. Para esto, se desplazaba sobre la cara blanca del pintarrón, el
elemento copiador. Así mismo, el aula contaba con aire acondicionado, un reloj, un calendario y desde
luego excelente iluminación.
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REVISIÓN MÉDICA EN EL OSIC Y HOSPITAL.
El martes 26 de Marzo, estuvimos pasando uno a uno a un pequeño consultorio dentro del OSIC a que
nos hicieran un diagnóstico superficial con una enfermera. Nos fue tomada la presión, el pulso, el peso
y la estatura.
Ese mismo día, recordé el susto que había sufrido antes de mi viaje a Japón. Resulta que desde meses
anteriores a la fecha de partida, había tenido problema con los talones de los pies y posterior a varias
visitas a ortopedistas y podólogos, me detectaron el problema conocido como “espolones”. Para
aquellos que hayan padecido de este mal, sabrán del dolor que se sufre ante dicho padecimiento. Los
médicos recetaron además de ciertas pastillas, unas plantillas de tipo ortopédico que me servirían para
eliminar un poco el dolor. Inmediatamente había adquirido unas; de esas que tienen un orificio en el
cual se acomoda exactamente el hueso del talón. Yo no sentía mejoría alguna, por el contrario, creí
sentir que el dolor se incrementaba haciendo uso de éstas. Volví a visitar a los médicos y esta vez
recetaron plantillas de “gel”. Aclararon los médicos que había la posibilidad de una operación en caso
de no resultar mejoría alguna. Pensaba para mí, que esa sería mi renuncia a los planes de luchar por la
beca para viajar al Japón.
Ese día y posterior a las actividades escolares de mis clases de japonés, decidí visitar nuevamente la
cancha de basket ball en el OSIC (por cierto, un auditorio en el que se podía practicar además del
deporte citado, volley ball, karate do (con un instructor), ping pong y otras actividades más.). Estuve
practicando con algunos mexicanos y uno que otro extranjero. Ya por la noche y posterior a un baño,
los talones me empezaron a doler. Me hacía el fuerte, pero el dolor era agudo. Creí que si reportaba lo
acontecido a mis pies, podía estropear mi estancia, entonces decidí callármelo. En muchas otras
ocasiones, los dolores regresaron, aunque con el paso de los días, se fueron haciendo cada vez menos
intensos.
Dos días después de la visita al consultorio dentro del OSIC, las clases fueron suspendidas a las 12:30
como todos los días para ir a tomar los alimentos, sólo que ese día fuimos citados a la entrada de las
instalaciones para trasladarnos a los 48 mexicanos a un hospital dentro de la ciudad para realizar
estudios más detallados a nuestro organismo. Ese mismo día tuvimos que recolectar nuestras muestras
de orina y heces. Además de esto, nos extrajeron sangre, nos tomaron un electrocardiograma, rayos X y
por último un médico nos revisó ojos, oídos, garganta, pecho y abdomen. Recuerdo que el japonés me
dijo; - “no problem with you health” (no hay problemas con tu salud). Los estudios fueron practicados
uno a uno y para nuestro regreso nos acomodaron en grupos de cuatro en taxis.
Después de varios días de estar compartiendo espacios con la gente del pueblo japonés, tuve que
retractarme en el hecho de que poca gente hablaba español, pues resulta que en el hospital una
enfermera nos habló en nuestro idioma, en el OSIC hay dos personas en la recepción que lo hablan de
manera excelente y una de las cajeras del comedor de igual manera lo manejaba de una forma más que
bien. Así mismo, nos llevamos dos que tres sorpresitas en las calles, ya que de repente se nos acercaba
uno que otro japonés y con algún pretexto iniciaba un diálogo con nosotros en español. Entre
mexicanos nos bromeábamos diciendo que por que se dirigían a nosotros en español si teníamos toda la
finta de europeos.
Resulta que así como en nuestro país la lengua extranjera que por excelencia se atiende en escuelas del
sistema educativo es el inglés, en el Japón se tiene a parte de dicho idioma otras opciones y dentro de
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ellas se haya nuestro florido y bello español. Al parecer, les agrada el sonido del mismo así como a
algunos mexicanos el del francés o el italiano.
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LAVANDO ROPA, VISITANDO EL VITA Y ACTIVIDADES EN EL OSIC.
Para ese mismo día de visita al hospital, ya había acumulado suficiente ropa sucia como para practicar
por primera vez el uso de las lavadoras que se encontraban junto a mi habitación. La inexperiencia en
dichas actividades, provocaron como resultado de mezclar ropa blanca con la de color, que una de mis
camisetas en lugar de retomar su colorido blanco, cambiara su apariencia a un azulado descolorido.
Algunos compañeros que ya habían lavado anteriormente, comentaron en cierta ocasión y debido a que
las secadoras operan por medio de resistencias para propiciar el calor, habían perdido algunas prendas,
pues dichas máquinas se las habían quemado; el temor a que sucediera lo mismo con mi ropa, siempre
estuvo latente, aunque nunca ocurrió dicho problema con mis pertenencias. Después de tan extenuante
actividad (pese a que el mayor trabajo lo hacían las máquinas) tuve que retornar a la habitación y al
igual que todos los días, retomé los libros para repasar los temas vistos durante la sesión diaria de
japonés.
Un servicio más que ofrecía el OSIC a los huéspedes era el de poder visitar un club deportivo llamado
VITA ubicado dentro de las instalaciones de un hotel cercano. Al otro día de las labores de lavado de
ropa, algunos compañeros y yo decidimos hacer nuestra primera visita al citado club. Con anterioridad
fuimos notificados que sólo se tenían 10 lugares por día para las visitas al club, por lo tanto y posterior
a nuestra clase, fuimos a nuestras respectivas habitaciones a dejar los cuadernos y libros, a tomar algún
short y de ahí a la recepción. Había que entregar la llave de la habitación y a cambio nos era cedida una
tarjeta de ingreso a VITA y para nuestro traslado solicitamos una bicicleta.
Ya en VITA, pudimos nadar, entrar al vapor, a las regaderas, alberca de burbujas, etc. Nos tomamos
algunas fotos dentro del lujoso hotel y por último regresamos a nuestro lugar de estancia.
Esa noche, por primera vez tuve que resolver una tarea con ayuda de uno de los casetes. Se trataba de
realizar traducciones de palabras escritas en Hiragana que es una de las tres maneras de escritura que
emplea el japonés junto a los Katakanas y Kanjis; dicha actividad resultó muy complicada.
Un día anterior a la visita a VITA Gilberto me había regalado un diario japonés para que vertiera en el
mis escritos, pues se dio cuenta de que yo llevaba una especie de bitácora. Anteriormente lo estaba
haciendo sobre las hojas de una libreta convencional. Esa noche, al regresar del club, decidí iniciar con
la transcripción de la libreta al diario. Me comentó que cuando los huéspedes de OSIC abandonan el
lugar, por lo regular llevan sobrepeso y como no es posible transportar más de lo permitido en el avión,
algunos de ellos deciden obsequiar algunos objetos que para ellos no resultaban de gran valor, no así
para los que permanecerían en dicho lugar. Me dijo que algunos de los artículos que frecuentemente
obsequiaban eran CD´s, libretas, libros, lapiceros, maletines, disquetes, cajas de detergente en polvo,
etc. Gilberto tuvo la oportunidad de que le obsequiaran bastantes cosas y bueno el caso fue que a
muchos de nosotros nos fueron regalados más de un producto por parte de aquellos que abandonaban el
OSIC. A manera de broma, entre los mexicanos que cursaríamos electrónica en Chiba, nos auto
nombramos los “Pepes”; sobrenombre que considerábamos justo por aquello de la recopilación de
objetos, tal y como los “pepenadores”. El apodo nos causaba gracia y servía de punto de comedia entre
nosotros; lógicamente Gilberto era el Pepe mayor; buen cuate. Acordamos que todo quedaría en
familia, pues no deseábamos que el resto de mexicanos se enterara de tan ridículo apodo.
Al día siguiente y posterior a la clase que cada día me enloquecía más, decidí junto a otros compañeros,
realizar nuestra primer visita a las mesas de billar ubicadas en la primera planta del OSIC. Un lugar
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alfombrado, con sólo dos mesas pero bastante amplio y confortable. Sólo estuvimos en dicho lugar por
espacio de media hora y después nos decidimos por el basket ball y entonces si dejamos pasar cerca de
dos horas en dicho deporte. Asombrosamente y pese al largo rato de brincar y correr, mis talones no me
dolieron aquella tarde. Esa misma noche durante la cena, a alguien se le ocurrió que nos reuniéramos
en la sala de Karaoke a eso de las 9 de la noche. Para eso, los 10 de electrónica (en realidad éramos 11
aunque uno de ellos llamado Rosario Quintana Quintana no había hasta entonces decidido hacer
amistad con el resto) nos cooperamos para comprar unas cervezas japonesas de nombre Asahi. De
hecho, dentro del OSIC se encontraba una máquina expendedora de la misma y otra de cigarrillos, pero
resultaba más económico adquirirlas en una tienda de autoservicio. A esto, resaltaré que en Japón no se
encuentran las clásicas tienditas de la esquina, son más bien como aquellas de nombre Oxxo que
abundan en nuestro país. La que visitamos en aquella ocasión fue un Seven Eleven.
Gilberto llevaba desde México una Lap Top con un software de Karaoke y la interconectó con el
sistema de Karaoke de la sala de OSIC, de esta manera, pudimos interpretar piezas mexicanas que tanto
extrañábamos. Estuvimos en el lugar por espacio de dos horas y media. En dicha reunión se fueron
incorporando otros mexicanos que acudían a Japón para especializarse en medicina, calidad y
computación; en total sumábamos cerca de 30 personas en la pequeña sala, sin embargo, la alegría de
interpretar melodías mexicanas nos impedía sentir lo reducido del lugar.
El día siguiente fue un sábado y lo recuerdo como el más triste de todos los que pasé en aquel país. Al
igual que otros mexicanos, decidí permanecer en OSIC, tal vez para ver algunas películas que en la
recepción nos prestaban o bien visitar la sala de internet por buen espacio de tiempo, ya que para
hacerlo en día regular de clases, en ocasiones se tenía que esperar turno, pues muchos éramos los que
acudíamos. Cual fue mi error, que no recordé el hecho de que días antes nos habían hecho llegar una
nota en donde se nos informaba que en ese preciso día se daría mantenimiento al sistema eléctrico
general del OSIC, por lo tanto, carecimos de dicho servicio por un buen número de horas. Me encerré
en la habitación y al no tener más que libros que leer, el cansancio hizo su aparición. Inactivo y con la
mente recorriendo todo mi interior, volé hasta México, recorrí mi casa, vi a mi familia, la ciudad,
nuestras calles y muchas otras cosas; la nostalgia, la soledad y la tristeza me hacían compañía. Decidí
salir de la habitación, solicitar una bicicleta e ir a la tienda de autoservicio a realizar algunas compras
pues ya tenía ganas de comida chatarra, algo así como unas “papitas”. Adquirí lo más parecido a las
que comúnmente tenemos en nuestro país y a mi retorno me percato de que el sistema de energía
eléctrica se había restablecido, entonces decidí visitar la sala de internet, en donde con gran tristeza
hice el presente comentario a mi familia por el citado medio de comunicación y que al enviarlo titulé
“nostalgia”. El aprendizaje de ese día fue que “no debía quedarme encerrado ningún otro fin de
semana en OSIC”.
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LA FIESTA DEL SAKURA.
Después de ese triste sábado, al siguiente día decidimos ir nuevamente a la Iglesia de Osaka. Esta vez,
ya mejor ubicados, nos bajamos del tren exactamente frente al Castillo de Osaka (lugar que habíamos
conocido en el primer paseo que organizaran los directivos del OSIC) y en esta ocasión, decidimos
recorrerlo con mayor calma. Nosotros no sabíamos pero el pueblo japonés festejaba la fiesta del Sakura
(Cerezo). Era un día de campo en donde los jardines aledaños al Castillo estaban tapizados por mantas
sobre las que con su muy particular forma de sentarse, se hallaban cientos de japoneses disfrutando de
la caída de los pétalos de tan bello árbol. El pétalo de la flor de Cerezo es muy pequeña y ligera, por lo
tanto al caer de las ramas de los árboles, lo hacen con bastante lentitud, tal y como copos de nieve en
invierno, además el color de dicha flor es un rosa muy claro, casi blanco podría decirse.
Sobre el césped de uno de los jardines encontramos a un par de jóvenes japoneses interpretando
melodías con una guitarra de caja, una electroacústica y una armónica; recuerdo que cantaron para
nosotros en inglés y nosotros para ellos en español.
En el lugar se podían adquirir comida, bebidas, igualmente se podían apreciar mimos y otros artistas.
Sin embargo, lo que atrajo mucho la atención de los presentes, fue un desfile de Samuráis. Japoneses
portando antiguas armaduras que se emplearon en batallas en el pasado.
Algunas de dichas vestimentas mostraban perforaciones, manifestando la magnitud de los perjuicios de
las armas aquella época. Dichos guerreros se colocaron frente al Castillo y permitían a los asistentes
tomarse fotos junto a ellos.
Después de las fotos con los Samuráis, recorrimos los alrededores del Castillo y unos japoneses muy
bien vestidos nos hablaron en su idioma, lógicamente no entendíamos sus palabras, sin embargo Martín
fue nuestro interprete como en muchas otras ocasiones. Nos invitaron a comer pizza y a tomar unas
cervezas. En esa ocasión, la comida no fue muy rara que digamos, pues en nuestro país la pizza es
conocida por la mayoría de los que allí estábamos.
Después de pasar bellos momentos y de compartir con el pueblo japonés su tradicional fiesta de los
Sakura, nos trasladamos a la Iglesia, razón de nuestra visita a Osaka. En esta ocasión, se realizaba en la
casa del sacerdote una despedida para un padre ya muy entrado en años. Con una guitarra que nos
prestaron los peruanos, cantamos para el padre algunas piezas mexicanas. Éste emocionado y
queriendo corresponder a nuestro gesto, destapó una botella de vino francés y nos compartió una copa,
misma que bebimos con agrado.
Después de nuestra intervención, regresamos al OSIC, cenamos y posteriormente visité a Gilberto en su
habitación para que me prestara una de sus películas que llevaba desde México. La experiencia de
haber estado con anterioridad en aquel país bajo circunstancias similares, le habían enseñado que el
llevar películas para distraerse, era una buena idea. Recuerdo que la película que vi esa noche fue
Scary Movie parte 2 y bueno, para hacer sueño estuvo más que bien (tuve que estar más que despierto,
pues la película no tenía subtítulos y no quedó otra más que poner el máximo de atención para
interpretar los diálogos). Al día siguiente la película que me acompañaría por la noche sería, The Fast
and the Fury.
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DÍAS DE CLASE Y NOSTALGIA.
La rutina diaria empezaba ya a hacer mella en algunos de nosotros, en mi caso, levantarme a las 7 de la
mañana, bajar a desayunar, después la clase de japonés hasta las 12:30, la comida hasta las 13:30, de
regreso a clase y posteriormente alguna pequeña actividad dentro del OSIC (aunque en ocasiones se
trataba de salir a conocer nuevos lugares), como visitar la sala de Internet, jugar basquet bol, billar o
voli bol. En ocasiones decidíamos ir al VITA (club deportivo) o bien ir al centro de la ciudad de
Ibaraki.
Algunos de los mexicanos llegamos a
pensar que todo era como un pequeño Big
Brother en el Japón, pues la mayoría de
las actividades las desarrollábamos dentro
del OSIC sin necesidad de salir de las
instalaciones de nuestro hogar temporal;
además, la vigilancia dentro de dicha
institución era admirable pues en lugares
estratégicos se encontraban cámaras que
seguramente monitoreaba algún vigilante
japonés (días después descubrimos que
dicho personaje se encontraba en la puerta
de acceso posterior al OSIC, lugar por el
se ingresaba en caso de llegar después de
cierta hora por la noche).
Era martes 2 de abril del 2002 cuando por la noche nuevamente me acompañó la nostalgia. La tristeza
de saberme lejos de mi hogar, familia, amistades y tierra en sí, me hacía latir sin firmeza el corazón.
Extraje de entre mis pertenencias muchas de las fotos que me habían acompañado desde México y las
coloqué en mi pequeño librero. Entre éstas se encontraba una de la graduación de Lety (mi esposa), mi
hermana Rosy y su esposo Miguel, mi hermana Cristina con su hija Lety (la Beba), Luis sobrino de mi
esposa, mi hermano Willy, mis sobrinos Miguel y Carlos, el buen cuate Hugo (el Rábano, que moriría
más tarde durante mi ausencia de México en un terrible accidente automovilístico), mis padres, mi
hermana Xóchitl, sus esposo Manuel y sus hijas Xóchitl (Bori) y Citlallic (Borichi). Las fotos me
dieron ánimo y más tarde pude dormir tranquilo.
Al día siguiente y haciendo uso del Internet, envíe mi primer fotografía del Japón. Se trataba de aquella
en la que atrás de
mí se erigía imponente, bello y poderoso el Castillo de Osaka. Recuerdo que los destinatarios de dicha
foto fueron
mi esposa Lety, la Beba y Willy.
Ese mismo día decidí visitar un súper en la bicicleta y comprar unas pastillas, panecillos, galletas y un
portaminas. Para ese entonces, todavía sentía ligeros cosquilleos en la garganta, producto de una ligera
infección que traía desde México, más nunca quise comentarlo con mi gente en casa para no
preocuparlos. Esa noche, nuevamente realice actividades de limpieza a mi ropa, aspecto para el cual no
resulté muy apto que digamos; eso sí, metía ropa a la lavadora y regresaba a la habitación a estudiar,
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regresaba a extraer ropa de la lavadora y a introducir más, poner la primera en la secadora y regresar a
estudiar, etc.
Respecto a las clases de japonés contamos con tres maestras; una de ellas nos visita lunes y miércoles,
otra martes y jueves y la tercera solamente los viernes. Cada una de estas maestras tenía sus cualidades
y características muy bien definidas; más diferentes entre sí, por ejemplo, la de los lunes y miércoles,
así como la de los viernes, fueron buenísimas personas con nosotros. Siempre mostraron amabilidad,
cordialidad y en cierta medida un marcado afecto. Sin embargo, la de los martes y jueves fue nuestro
dolor de cabeza. Todo el tiempo nos atiborraba de información, nos traía marcando el paso, el terror en
cuanto a exigencia se trataba. Pude detectar que siempre fue la que nos impartía los temas nuevos; las
otras dos, sólo confirmaban, reafirmaban o repasaban lo visto con ella.
Las tres maestras coincidían en un aspecto; siempre mostraron exagerado énfasis en cuanto a la
puntualidad. No toleraban tan fácilmente el hecho de que nos retrasáramos a la hora de entrada, ya sea
al inicio de clase, después de la comida o posterior a alguno de los pequeños recesos.
No cabe duda que la nostalgia no respetaba a ninguno de nosotros y muy claro tengo presente aquel día
en que Gilberto me pidió que si lo acompañaba a JR Ibaraki (estación de trenes en el centro de la
ciudad de Ibaraki), no lo comentó, pero quizá quería distraerse un poco o simplemente romper con la
monotonía de nuestra rutina diaria. Accedí a su invitación y nos dedicamos a recorrer algunas cuadras
tal vez por espacio de dos horas en tan bonita ciudad. En nuestro recorrido compré unas papas fritas
japonesas (botanas) de buen sabor más no como el que estamos acostumbrados a degustar y que se
distribuyen en nuestras “tienditas” en México. Más tarde regresamos al OSIC para tomar la cena, claro,
al igual que todas las noches, antes de dormir dediqué buen rato a la solución de las actividades extra
escolares que nos asignaban día a día (tarea).
Al día siguiente de mi recorrido con Gilberto, decidí visitar a nuestra Coordinadora del grupo; la
señorita Nai. Se trataba de una japonesa a la que no supe calcular la edad (tal vez más joven que
adulta). La razón de la visita fue para preguntarle acerca del depósito de efectivo en nuestras cuentas,
su respuesta fue que desconocía si ya se había realizado dicha transacción. Por cierto, La señorita Nai
hablaba muy bien el español.
Debido a la respuesta emitida por Nai, decidí ir directamente al banco para verificar el estado de cuenta
y los números fueron positivos para bien de los mexicanos. El depósito realizado fue de 119,000 Yenes
de los cuales sólo retiré 60,000.
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VISITANDO LA CIUDAD DE NARA.
El sábado 6 de abril del 2002 sería un día inolvidable para los que nos trasladamos a la ciudad de Nara.
Nos habían dicho que en ese lugar se hallaba un gran Buda al que viajaban muchos japoneses para
venerarlo. Nos levantamos muy temprano para tomar el desayuno, pues queríamos partir de OSIC en el
primero de sus autobuses (8:00 de la mañana). En JR Ibaraki, tomamos un tren y posteriormente
transbordamos a otro.
Nara resultó ser un lugar bastante alejado de Ibaraki, para lo cual tuvimos que gastar buena cantidad de
efectivo en transporte, pero después de lo que pudimos apreciar, coincidimos en que la inversión había
valido la pena.
Ahí estaba el gran Buda entre 14 o 15 metros
de altura y a los lados de él se encontraban
sus guardianes, también muy grandes y de
facciones grotescas.
En este lugar fuimos testigos de lo exquisito
de la jardinería japonesa, pues en las afueras
del Templo Todai Ji en donde se encontraba
el Buda, gran colorido adornaba el lugar.
Flores de bellas tonalidades, un pasto
impecable y desde luego, por estar cercana
aún la época, se podían apreciar bellísimos
Cerezos (Sakuras).
Para entrar a las inmediaciones del Templo
fue necesario cubrir una cuota de 500 Yenes.
Ya en el interior del lugar se podían
encontrar muchísimos recuerdos, sin embargo, en las afueras del mismo habíamos detectado
vendedores que ofrecían los mismos productos a mejor precio. En lo que si consideré que valía la pena
invertir fue en una máquina que troquelaba monedas con textos que uno mismo elegía tal como en una
máquina de escribir. Las monedas eran llaveros con imágenes del Buda.
También fuera del Templo, encontramos una familia japonesa y nos acercamos a ellos para preguntar si
nos permitían tomarnos una foto a su lado, para eso, pusimos en práctica nuestro pobre japonés:
- Sumimasen, Shashin I de su ka (algo así como; “¿disculpe, está bien una foto?"; aún conservo aquella
imagen con profundo cariño.
Posteriormente nos dedicamos a las compras de suvenires. Por mi parte compré una cachucha y una
tela que usan los japoneses a la entrada de los comercios de comida. Tenía grabado un guerrero y un
escrito en Kanji, del cual desconocía su significado (fue hasta un año y medio después que estando en
una capacitación en la ciudad de Pachuca, pregunté a un japonés acerca de dicho texto).
Decidimos comer en Nara en un restaurante y nos encontramos con ciertas similitudes a lo que estamos
acostumbrados en México, con la diferencia de que los adornos eran totalmente orientales al igual que
la comida. Era fácil interpretar que se trataba de un lugar acondicionado para turistas.
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Para esas fechas, ya casi había transcurrido un mes de estancia en el Japón y de tanto practicar y
practicar el uso de los palillos (hashis), me empezaba a ser más cotidiano su empleo. Pensaba que
todavía tendría cinco meses para lograr su dominio.
No recuerdo el nombre del platillo que en esa ocasión elegí para comer, sólo les puedo decir que
resulto de muy buen sabor, más no como un pozole o una carne asada; ¿su costo? 770 Yenes.
Gran parte de la tarde la dedicamos a conocer algunas calles de Nara, algunos comprando curiosidades
o artesanías, otros más a tomarse fotos en lugares que les parecían atractivos, curiosos o bellos.
A eso de las 5 de la tarde decidimos que era hora para regresar al OSIC, pues nos encontrábamos
bastante retirados de él y justo empezaba a llover. Apresuramos el paso y pronto llegamos a la estación
del tren para nuestra partida. Aún recuerdo que aquel día salimos muy temprano del OSIC el grupo de
diez compañeros y a nuestro regreso sólo éramos siete. El hecho fue que andando en Nara, tres de los
compañeros por andar en sus compras no retornaron al grupo a tiempo y se nos separaron. Llegaron
una hora y media más tarde, pero sin percance alguno, salvo el del tiempo de retraso.
Al llegar a Ibaraki, un gran torrencial caía sobre la ciudad y para no mojarnos decidimos entrar en una
librería para hacer tiempo mientras llegaba nuestro transporte del OSIC. Me causaron curiosidad una
gran columna de cajitas colocadas sobre una mesa. Estaba tratando de descifrar qué producto
encerraban dichas cajas cuando se acercó un japonés y me dijo - “free, free”- (gratis, gratis) al tiempo
que depositaba en mis manos gran cantidad de aquellas cajitas (más de 20 con un tamaño aproximado
al de las bolsitas de Kleenex faciales), mismas que repartí entre los compañeros.
Aquel hombre me preguntó con un muy mal inglés que si tenía sombrilla; - do you have an umbrella?-
A lo que mi respuesta fue negativa (por cierto, cosa curiosa, sombrilla en japonés se dice “kasa”). El
empleado (tal vez dueño del lugar) al escucharme me sugirió que lo siguiera y empezó a sacar de una
pequeña habitación algunas sombrillas e igualmente me decía que eran gratis. De buena manera las
acepté (pensando en el aguacero que se vivía en las calles de la ciudad) y las repartí entre los
compañeros. De esta manera, pudimos llegar hasta la parada de nuestro transporte sin mojarnos. Tal
vez le estorbaban las sombrillas a aquel japonés o tal vez quería renovar las que tenía para sus
empleados, pero nosotros quisimos pensar que sólo se trataba de un gesto de generosidad del pueblo
japonés y agradecimos dicho detalle.
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VIVIENDO EN EL OSIC.
Los meses de Abril y Mayo en el Japón son de intensas lluvias y aquel domingo 7 del cuarto mes del
año no fue la excepción. Nos habíamos levantado temprano para visitar un parque que quedaba cerca
del OSIC, sin embargo, la precipitación fluvial acabó por el momento con nuestros planes. Algunos
decidieron visitar la sala de internet para intentar “bajar” fotografías de las cámaras digitales a discos
duros o disquetes. En lo particular, visité a Gilberto quien había comprado una lap-top y me había
ofrecido realizar dichas acciones en su máquina. Lo intentamos en varias ocasiones pero no tuvimos
éxito. Más tarde encontré a uno de los médicos mexicanos que igualmente tenía lap-top e intentamos la
tarea anterior en su equipo, pero tampoco lo logramos. Éste mismo compañero nos envió con un colega
suyo también mexicano (Jacob) y en una lap-top mucho más moderna bajé las fotografías con bastante
facilidad. La intención era tenerlas listas para poder enviarlas a la familia y amigos en México. Gilberto
por su parte, entregó la computadora a una compañera mexicana (Irma) conocedora del hardware y
software de dichos equipos, pues aseguraba que podía resolver el problema de la misma. Días como ese
y ante la imposibilidad de poder salir de OSIC, se hacían eternos, pero afortunadamente fueron muy
pocos. Ya por la noche de ese mismo domingo, llegaron a mi habitación Gilberto y Martín y adentrados
en una plática informal nos dieron las 11:30 de la noche y matamos un poco el mal día que habíamos
tenido por causa de una lluvia interminable. Gracias a momentos de convivencia con los compañeros,
entre unos y otros nos apoyábamos para no dejar llegar la nostalgia abrazada de la tristeza.
El día siguiente fue diferente. Después de la clase habitual de japonés y al percatarnos que los trabajos
extra clase para ése día eran pocos (bueno, decir pocos significaba solamente una hora y media de
tiempo), algunos compañeros y yo decidimos visitar el club VITA. Nos transportamos en bicicleta. Las
áreas que más nos llamaban la atención eran las albercas y el vapor. Recuerdo que en esa ocasión el
exceso de calor producido por el vapor me hicieron perder 1.2 kilos; seguramente la mayor parte
representaba gran cantidad de agua debido a la deshidratación producida por la radiación del calor
generado por un gran artefacto emisor del vapor.
El servicio era tan eficiente que a los socios (y por consiguiente a nosotros como asistentes), se les
permitía tomar peines esterilizados que se encontraban dentro de una cabina. Igualmente se podía hacer
uso de una loción capilar, gel, crema, secadora, shampoo, jabón, toalla, etc.
Al visitar algunas tiendas departamentales en la ciudad de Ibaraki o en Osaka, nos pudimos percatar
que un tipo de mueble que estaba de moda en Japón eran aquellos que brindaban masaje a sus
ocupantes. En VITA dichos aparatos no eran la excepción y en una sala con una iluminación muy tenue
color violeta, se encontraban varios de esos sillones a los que podían accesar los socios y desde luego
que nosotros no podíamos desaprovechar la oportunidad de probarlos. Tan relajante era la sensación
que algunos de nosotros logramos conciliar el sueño por algunos minutos.
De regreso al OSIC, decidimos hacer una parada en una tienda de autoservicio (seven-eleven); yo
compré una bolsa al parecer de papas, otra con algo así como panes y mis primeros cigarrillos, pues las
cajetillas que traía desde México, se habían agotado. Encontré de mis preferidos (Marlboro), aunque en
edición japonesa (letreros en su idioma). Alguien me sugirió que probara los propios de ese país, más
no me agradó mucho la idea de hacerlo habiendo de los que yo consumía.
Esa noche, después de la cena y un buen baño relajante con agua caliente, al igual que casi todas las
anteriores, encendí la radio para escuchar un poco de música y cual fue mi sorpresa que en el cuadrante
de frecuencia modulada (F.M.), me encuentro una estación con locutores de habla hispana que
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presentaban un programa de música en nuestro idioma. Esa noche me sentí un poco como que estaba en
alguna ciudad de mi querido México que ya tanto extrañaba.
Hasta un día después de nuestra visita al VITA, finalicé de pasar mi bitácora al diario que gentilmente
Gilberto me había regalado al saber de mis escritos. Realmente me había costado trabajo ponerlo al
tanto. A partir de esa fecha escribía sobre el nuevo diario y no sobre una libreta llevada desde México.
Al siguiente día y después de nuestra rutina cotidiana de la clase de japonés, salí a las tiendas con
Gilberto. Teníamos ganas de comprar algunas ramen de preparación rápida (de esas que sólo basta
ponerles agua caliente y degustarlas, después de un par de minutos). En nuestro camino nos
encontramos una de las muchas tiendas que existen en Japón llamadas de “100 Yenes” (algo parecido a
las de 1 dólar en las fronteras mexicanas). Ahí compramos algunas pequeñas artesanías con forma de
geishas. Más tarde regresamos al OSIC y yo aproveché que aún tenía tiempo para jugar un poco de
basquet bol. El tiempo se fue rapidísimo y ya cuando acordé se acercaba la hora de la cena. Subí a mi
habitación, me duché y baje al comedor. De no haber puesto velocidad a mis acciones, esa noche
hubiera ido a la cama sin cenar. Entonces vinieron a mi mente aquellos tristes casos en nuestra sociedad
en donde malamente el castigo máximo para los niños era, mandarlos a dormir sin sus respectivos
alimentos, sin saber que éstos representan la reproducción de la fuerza de trabajo.
Tan exigentes eran con los horarios los japoneses, que exactamente a las 8:30 de la noche, dejaban de
servir la cena. Afortunadamente, mi estómago recibió sus sagrados alimentos como todas las noches.
Posterior a la cena, me reúno con dos compañeros para resolver unos ejercicios de nuestra clase en
conjunto; paralelamente lavaba mi ropa. Esa noche fue una odisea para mí, pues al igual que hacía la
tarea, lavaba mi ropa, sólo que la primera actividad en el piso 4 y la segunda en el 3; la lavadora “chaca
chaca” y yo sube y baja. A la hora de descansar, mi cuerpo cayó como placa de plomo sobre piso de
arena.
Cierto día posterior a la experiencia de vivir doble faena (tarea y lavado de ropa), intenté entablar
conversación vía internet con mi familia, haciendo uso del chat, más un relámpago de tristeza me
agobió al percatarme de mi nula posibilidad de ingresar a tan versátil sistema, entonces decidí hacer
uso del sistema telefónico, pues necesitaba hablar con mis seres queridos. Entra mi llamada y me causa
extrañeza que quien la toma es mi pequeña hija de apenas 5 años y medio, aunque por otro lado la
emoción de escuchar su suave y armónica voz me hace sentir como rey en sus dominios. Enseguida
platico con mi esposa y la alegría nos hace sentirnos cerca, aunque la realidad nos decía que había
miles de kilómetros entre nosotros. Ése mismo día realicé también una llamada a casa de mis padres y
las sorpresas seguían persiguiéndome, me contesta mi hermano Guillermo, con el cual había tenido
poco contacto desde mi llegada a Japón. Platico de aspectos generales sin tomar uno en especial. El
simple hecho de escuchar la voz de los seres queridos se tornaba en aliento para continuar adelante.
La situación lejos de casa y sin poder actuar, diciendo que tal vez un fin de semana pudiera ir y regresar
a casa, hacían que hubiera momentos de seria tristeza. Tal vez al resto de los compañeros les sucedía
algo semejante o tal vez no, el hecho es que de repente el carácter de más de uno de ellos (al igual que
el propio) no era del todo grato. Tal parecía que la desesperación combinada con la nostalgia, producía
un reaccionar poco común en nosotros. Paralelo a esto, se vivía la emoción de conocer una nueva
cultura en tierras lejanas. El sentir un ambiente con aires diferentes, paisajes insólitos jamás percibidos
por nuestra vista, el olor de tierras inimaginables y sobre todo, la convivencia con una sociedad
diferente en costumbres, creencias y tradiciones.
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Para realizar las llamadas a México, tenía que cuidar bien el horario, pues en un descuido podía hacerlo
de tal manera que estuvieran en medio de la noche; aunque para mí fuera medio día. Por lo regular
escogía antes de la entrada a la clase de japonés, es decir, a eso de las 7 de la mañana para que con las
quince horas de adelanto del horario en el Japón, no fuera tan tarde para la familia en casa. En ciertas
ocasiones, lo hacía por la noche (en Japón), de esta manera en México sería media mañana, pero esto
sólo lo podía hacer el viernes en la Noche o sábado, pues en México era sábado o somingo
respectivamente, lo cual representaba día de descanso.
Cierto día del mes de Abril, ya por la noche, decidí ir a la cancha de basquet a buscar compañeros para
practicar un poco dicho deporte, pero me encontré con que dicha área estaba ocupada por unos
practicantes de karate-do. Rápidamente mi pensamiento voló años atrás cuando siendo muy joven
practicaba dicho deporte y recordaba lo mucho que me hubiera gustado haber apreciado una clase de
tan interesante deporte en el país que le dio origen.
Ahí estaba yo, observando como desarrollaban su sesión los instructores japoneses. Tal vez hubiera
sido más interesante apreciar una clase de karate con practicantes japoneses y observar las habilidades
que estos desarrollaban, sin embargo, la clase era para aquellos estudiantes de OSIC que tuvieran la
intensión de iniciarse en tan rudo deporte. Me tuve que conformar con jugar bamilton y hacer unos
cuantos tiros en el aro contrario de donde se encontraban los karatekas. Más tarde, me dispuse a ver
unos minutos la televisión, pero una película de Robert Redford (The Natural) impidió que fueran sólo
unos minutos, pues no fue hasta las 12:15 de la noche en que me dispuse a dormir.
Al día siguiente y después de ponerme de acuerdo con mi esposa en que nos comunicaríamos por el
chat en internet, me dirijo a las computadoras y entablo dicha plática con ella. Y al respecto he de
comentar que a la entrada de la sala de cómputo, se encontraba siempre un diario en el que los
asistentes debían registrar su firma y colocar en cierto recuadro el horario en el que se pensaba asistir al
servicio de computadoras.
No faltó el comentario entre los asistentes del OSIC, que se tenía la experiencia de años atrás en que los
mexicanos no respetábamos dicho diario y que entrábamos a la hora que queríamos. Todos los rumores
hechos al respecto fueron verdades absolutas. De esta manera, fui testigo de cómo en cierta ocasión una
vez una muchacha con notable gesto de desagrado, desplazó a uno de los compañeros argumentando
que ella había ido temprano a registrarse y que había apartado la máquina que en esos momentos él
usaba. No le quedó de otra al compañero que levantarse de su lugar y cedérselo a quien se lo exigía con
sobrada razón.
Las máquinas del centro de cómputo del OSIC estaban programadas para que cada hora se reiniciaran,
como queriendo asegurar que a los 60 minutos, el usuario dejara libre la máquina en señal de que su
tiempo había concluido. En más de una ocasión y por efecto del frecuente reinicio de las máquinas,
nuestra plática por el chat, se interrumpió de sobremanera. Pero... no pasó mucho tiempo para que un
mexicano con su muy peculiar ingenio descubriera la forma en que la etapa de reinicio de las máquinas,
fuera saltada por efecto de la aplicación de ciertas instrucciones insertadas a la PC. Con ojos de
sorpresa volteaban a vernos algunos africanos que no entendían la razón por la que los mexicanos
podían durar las horas sin ser expulsados del interet por la misma máquina. Una vez más, el ingenio del
mexicano rebasaba fronteras.
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Algo sucedía en el ambiente aquel viernes 12 de abril, una pesadez notable nos embargaba en el salón
de clases y de plano, mi tocayo Marco Antonio Lozano de la ciudad de Durango, visitó por breves
minutos a los ángeles del sueño en más de una ocasión. Otro que pasaba por la misma situación, era mi
vecino de asiento, Gilberto de Celaya, pero el parecer por una fuerte gripa que lo traía agobiado. Ese
día comimos en mi cuarto algunas cosas que habíamos preparado cada uno de los que en repetidas
ocasiones nos reuníamos y el comentario respecto a lo pesado de la clase no se hizo esperar.
En más de una ocasión rolábamos las visitas a la hora de la comida, en ocasiones por cambiar un poco
el menú del comedor del OSIC y otras por cambiar de aires; pero eso sí, nunca mal comimos.
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VISITANDO LA CIUDAD DE KOBE.
Al día siguiente (sábado) decidimos (un grupo de compañeros que más tarde estudiaríamos en la ciudad
de Chiba el curso de electrónica), visitar la ciudad de Kobe y resultó ser una excelente elección. Nos
encontramos con una ciudad ultramoderna. En este lugar visitamos una isla artificial, subimos a un
edificio bastante alto en el que se encontraba un excelente mirador. En ese mismo lugar se encontraban
algunas computadoras a las que se podía accesar y observar una guía turística del lugar.
Estábamos en el mirador cuando tuve la necesidad de visitar el baño. Encontré los sanitarios en la
misma planta en donde nos hallábamos y entre a realizar mis necesidades. El baño sí que era diferente,
tenía braceras y una serie de botones de colores con textos en japonés. No quise pulsar uno de ellos,
pues el desconocimiento de las instrucciones me impedía saber que resultaría posteriormente; sin
embargo, la curiosidad fue más fuerte y presioné uno. Al instante sentí un cambio en la temperatura del
asiento del retrete. Cada vez alcanzaba mayor temperatura y decidí entonces que era el momento de
levantarse y no pulsar un botón más.
Después de visitar el mirador, nos dispusimos a ir los jardines que rodeaban el lugar, en ellos se
encontraba un gran parque con una plazoleta muy moderna.
En una tienda de autoservicio, Martín preguntó acerca de la playa de Kobe y amablemente un japonés
nos comentó la manera de llegar a una de ellas. Ésta no resultó ser fuera de serie. Se hallaba muy sola y
sólo pudimos observar las maniobras de algunos seguidores de la pesca (que tanto gusta en éste país).
Para ese entonces, el hambre había empezado a hacer de las suyas en nuestros organismos y decidimos
visitar un restaurante totalmente japonés. Sinceramente, fue una de las comidas que menos me agradó
en todas las ocasiones que visité restaurantes de comida japonesa (y lo especifico de esta manera por el
hecho de que igualmente se encuentran negocios de comida italiana y los clásicos Mc. Donald’s o
Burger King).
El hecho anterior nos invitó en lo subsiguiente a que al ingresar a un restaurante japonés, primero
debíamos investigar sobre los ingredientes de los platillos y su sabor y posteriormente degustarlos;
aunque para ser sincero, la mayoría de dichos ingredientes eran en sí desconocidos por nosotros.
Después de nuestra no tan grata visita al restaurante, decidimos visitar un acuario que nos habían
recomendado otros mexicanos que ya habían hecho un recorrido parecido al de nosotros. La visita
resultó extraordinaria y la amarga experiencia vivida en la comida fue compensada con lo ahí
observado. El acuario era muy grande y reunía muchos atributos para poder decir que era bello.
Pudimos apreciar varios espectáculos, dentro de los cuales sobresalen el de los delfines y los pingüinos.
El lugar estaba lleno de túneles de cristal y se podían apreciar gran cantidad de peces de colores e
igualmente tiburones, pirañas, cangrejos y muchas otras especies. Más tarde ya en mi país, pude
conocer un acuario que me hizo recordar aquel visto en la ciudad de Kobe en Japón y que está en la
costera de nuestro bello y heroico puerto de Veracruz.
Estuvimos recorriendo el lugar por espacio de dos horas aproximadamente y posteriormente nos fuimos
en busca de unos teleféricos, pero debido al horario no alcanzamos en servicio. Pudimos observar un
gran puente parecido a aquel construido en la ciudad de San Francisco en los Estados Unidos de
Norteamérica.
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Después de una caminata, arribamos a lo
alto de dicho puente y nos ubicamos en un
mirador y pudimos apreciar una
hermosísima vista sin embargo, la noche
empezaba a caer sobre nosotros y la
preocupación nos llegó, pues teníamos
que entrar a determinada hora a nuestro
hogar temporal. De hecho, realizamos
una llamada al OSIC notificando que
llegaríamos tarde, que nos encontrábamos
retirados de ellos y que nos disculparan
por la tardanza. El regreso fue pesado y
justo a las 11:20 de la noche entrábamos a
nuestras habitaciones.
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DOMINGO DE FREE MARKET, PARQUE Y CONVIVIO.
Nos disponíamos a vivir un domingo más en la ciudad de Ibaraki, me levanto temprano, bajo a
almorzar y salgo en busca de Martín, pues habíamos acordado visitar aquel parque que en otra ocasión
nos había impedido la lluvia.
La intensión era conocer un Free Market
(tianguis o mercado libre) que en dicha
fecha se colocaría en al parque en cuestión.
Nos trasladamos en bicicleta y después de 5
minutos entrábamos en él. El Free Market
no era lo que esperábamos. En realidad se
trataba de un tianguis en donde se ofrecían
baratijas y cosas usadas, aunque para ser
cierto, también encontramos ropa, mochilas
y uno que otro objeto nuevo. Compré unos
llaveros, una cajita de madera y una mochila
de espalda bastante grande.
Después de nuestras pocas compras,
decidimos caminar dentro de las instalaciones del parque y en nuestro andar descubrimos un foro en
donde se presentaban artistas. Algunos de ellos con prendas parecidas a las usadas por comics y otros
de súper héroes, además de algunos cantantes.
Estuvimos en ese lugar apreciando el espectáculo, pero un poco más tarde el hambre nos llamó y
decidimos buscar algo para alimentarnos. Encontramos un lugar en donde vendían algo parecido a hot
dogs, pero en realidad era una gran salchicha atravesada por un palillo, bañada en salsa catsup y
mostaza (ciertamente no llevaban pan).
La noche empezaba a caer (6 o 7 de la tarde) y al dirigirnos hacia el lugar en donde habíamos dejado
las bicicletas, antepusimos una parada en unos sanitarios. Dentro de éste lugar, un japonés muy joven
nos empezó a hacer plática, bueno, más bien platicó con Martín, pues yo no podía hilar
aún más de dos palabras de su idioma. Sólo pude rescatar dos o tres palabras muy conocidas en nuestro
país; “santo”, “blue demon” y “mil máscaras”. Según me explicó Martín, el tipo era súper fanático de
la lucha libre mexicana y sus grandes exponentes. Pudo habernos confundido con ecuatorianos,
costarricenses o algún otro país, sin embargo mi cachucha con el emblema de México nos delató. Nos
invitó a compartir espacio con algunos amigos suyos y nosotros accedimos.
A eso de las 8 de la noche nos invitaron a cenar a un lugar que por lo que me decía Martín, le contaron
se encontraba cerca del parque. Les comentó Martín que andábamos en bicicleta y que las teníamos en
el estacionamiento destinado para ello. La respuesta de ellos fue que no era motivo para preocuparnos,
que las podíamos dejar en ese lugar y que después de la cena ellos mismos nos volverían a traer a
recogerlas.
Esa fue la primera vez que me subí al coche de un particular. Era un pequeño vehículo (como muchos
en Japón), en forma de vagoneta de color blanco. Se trataba del auto de un matrimonio, del cual, él
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hablaba italiano pues decía estudiarlo. Esto hizo que la comunicación con él, para mí se facilitara y ya
no sólo fuera Martín el que participara en los diálogos.
Estuvimos conviviendo en un pequeño restaurante en donde nos ofrecieron el tradicional Sake japonés.
Al lugar arribaron algunos amigos de ellos que seguramente llamó por celular en el recorrido del
parque al restaurante, pues sólo escuchamos que hablaba y hablaba por dicho aparato. Posterior a
nuestra cena y tal y como lo habían dicho, nos regresaron al lugar en donde estaban nuestras bicicletas.
Aún recuerdo las palabras de aquel japonés en donde a manera de broma hacia sí mismo se repetía de
manera frecuente; - “¿perqué parlare yo italiano?- Con un acento medio italianesco. Por cierto, aquel
amigo que nos contactó con el resto (el de las luchas), ya no asistió al restaurante.
Martín y yo habíamos pasado un buen día en total convivencia con la juventud japonesa, en donde
pudimos ver y vivir la manera en que se divierten en un fin de semana de parque.
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VISITANDO EL NIJO JO EN KYOTO.
Para ese entonces dentro de las clases de japonés, las maestras nos habían informado el hecho de que
realizaríamos una visita a una escuela primaria estatal. El objetivo era convivir con la niñez de ese país
y poner en práctica lo aprendido de su idioma. Nos habían solicitado que preparáramos algunos
números artísticos tradicionales de México, pues dentro de las actividades a desarrollar en dicha
escuela, se encontraba un intercambio cultural entre ambas naciones.
Alguno de los mexicanos sugirió que interpretáramos una canción tradicional de México y la melodía
elegida fue, “El Cielito Lindo”.
La noche del lunes 15 de Abril, fue la fecha marcada para nuestro primer ensayo. A las 9 de la noche,
nos reunimos un buen grupo de mexicanos en la sala de Karaoke y alguien propuso que debería de
haber una persona que dirigiera. Benjamín, me propuso pues me había visto tocar la guitarra en la
iglesia de Osaka y bueno, el grupo accedió a su solicitud y entonces fui nominado como Director del
coro, lo cual me llenó de orgullo.
Ahí me tienen, marcando el ritmo, dando entrada a las voces bajas y las altas al igual que los tiempos y
compases. El ensayo se prolongó hasta cerca de las 10:15 de la noche y posteriormente cada quien se
dirigió a sus habitaciones con la mejor de las esperanzas de que el número preparado agradara a los
niños japoneses.
Ese mismo día dentro de la clase de japonés, una de las maestras me solicitó que si podía acompañar
con la guitarra a nuestros dos compañeros Mildred y Neftal de África, pues ellos preparaban una pieza
en su idioma para la visita mencionada a la escuela primaria. Con alegría accedí a la petición; escuche
de viva voz de los compañeros la letra y ritmo de la canción y creí poder agregarle acompañamiento
con la guitarra aún sin haber escuchado una sola vez la pieza que interpretarían, que por cierto era
llamada “Malaika”. La maestra de clase aseguró que conseguiría la guitarra para los ensayos.
A partir de entonces y bajo acuerdo de los compañeros, establecimos fechas para nuestros ensayos,
tanto para el cielito lindo como para el baile de Caballo Dorado, pues así como cantaríamos, también
bailaríamos una pieza de tan conocido grupo en México. Por cierto, la sala de Karaoke medía
aproximadamente 6 x 6 metros y con 20 o 22 personas bailando y cantando en su interior, el calor se
hacía presente rápidamente.
Durante una de las sesiones de japonés, una de las maestras nos dijo que era buena idea que todo el
grupo apoyáramos a los africanos en su canción Malaika; nos agradó la idea y a partir de ese día,
dedicábamos 10 ó 15 minutos de la clase al ensayo de dicha pieza musical.
Dentro de los compañeros de la clase se encontraba Miguel (mexicano), quien también tocaba la
guitarra, más sólo se había conseguido uno de estos instrumentos musicales.
Por otro lado, en otra de las clases de japonés, un grupo de mexicanos preparaba bailables de la región
Jalisco de nuestro país y tanta era la emoción y entrega por hacer bien las cosas, que para que luciera
aún mas bello el número, nuestra compañera de nombre Linda, mandó pedir de México un vestuario
para dicho número, el cual llegó oportunamente a la fecha de la presentación.
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El primer ensayo de Malaika fue muy difícil. El querer interpretar una canción de la cual se desconoce
lo que la letra dice, el ritmo, la entonación, etc., nos causó algunos problemas; no tuvimos más que
imitar lo que los africanos cantaban (nosotros leíamos la letra solamente), fue una labor titánica que a
fin de cuentas y con los ensayos, resulto productivo el esfuerzo.
Neftal nos explicó que la canción trata acerca del amor que un hombre tiene hacia una mujer y que éste
es tan grande que él la ve como a un ángel.
Por otro lado, a pesar de las tremendas tareas que encargaban, intentaba de vez en cuando visitar la
cancha de basquet bol, sin embargo, en esas fechas el auditorio se mantendría cerrado seis días por
razones que desconocía, por lo tanto, algunas de aquellas tardes se hacían un poco largas. Por un lado,
no me era posible visitar muy seguido la cancha debido a las tareas y por otro por el hecho de mi
problema con los talones que de repente decidían dar bastante lata, sin embargo, cuando había
oportunidad, trataba de hacer deporte.
En clase, las maestras nos habían explicado que tendríamos una práctica de campo para ejercitar el
japonés. Nos explicaron que iríamos a Kyoto y que nosotros tendríamos que hacer preguntas a la gente
en la calle acerca de rutas de autobuses, costo de pasaje y localización de calles. El citado día llegó
(jueves 18 de Abril del año 2002), no por eso nos perdonaron la clase y aunque saldríamos a Kyoto, la
maestra nos impartió la sesión hasta las 11:30 de la mañana, pues la salida sería a las 12:10. Primero en
el autobús de OSIC hasta la estación de JR Ibaraki, ahí transbordamos a un tren hasta Kyoto y de ahí
otro autobús de pasajeros hasta la entrada al Castillo NiJo Jo. Algunas de las preguntas que tuvimos
que hacer a la gente fueron;
Disculpe ¿éste tren va a Kyoto? (Sumimasen, kono densha wa Kyoto e ikimasuka).
¿En qué anden? (Nan van sen desuka)
¿Cuánto cuesta el boleto? (kipu wa ikura desuka)
El viaje estuvo a punto de ser suspendido pues el día amaneció muy nublado y la maestra decía que
llovería, sin embargo, ya nosotros estábamos predispuestos y convencimos a la maestra de que
realizáramos la práctica. Sin embargo, sugirió que lleváramos paraguas (kasa).
El castillo fue habitado en la antigüedad por un Shogun y resultó ser un lugar majestuoso; no tiene la
arquitectura de otros castillos elevados, más bien es la extensión lo que lo hace admirable, sus jardines,
puentes, lagos, etc. Todas esas escenas representadas en películas que nos presentan en occidente,
podían tal vez haber sido filmadas en un lugar de estos; bellos e impresionantes.
La visita al Castillo perduró aproximadamente hasta las 5 de la tarde (por cierto, JICA cubría los gastos
de transportación a cada uno de los eventos a los que éramos invitados, en esta ocasión el monto fue de
1680 Yenes incluyendo la entrada al Castillo).
Una vez que la maestra nos notificó que la práctica concluía, nos propuso que cada quien podía ocupar
el resto de la tarde en la actividad que prefiriera. Algunos de los compañeros decidimos ir a visitar la
Torre de Kyoto, un edificio moderno con múltiples negocios comerciales, en donde se podía encontrar
desde la modernidad en tecnología hasta artesanías tradicionales del Japón. Yo adquirí dos Katanas
(sables) artesanales con la duda latente de futuros problemas con la aduana. Decidimos regresar a OSIC
a eso de las 6:30 de la tarde, pues había que tomar un baño, la cena y posteriormente asistir al ensayo
del Cielito Lindo y el Caballo Dorado.
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Al día siguiente en el comedor, surgió el
comentario esperado por los mexicanos; “hoy
cumplimos un mes fuera de casa”. Algunos
se pusieron sentimentales, recordando a los
hijos, las esposas, otros a las novias o
simplemente a los familiares. Nos decíamos
una y otra vez, que había que tomar las cosas
con calma pues apenas llevábamos 1/6 del
tiempo total de estancia en Japón. No había
que desesperar y perder la calma.
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VISITANDO EL GOLDEN PABILLION EN KYOTO.
El siguiente sábado (Abril 20), un grupo de compañeros fuimos a Kyoto con la intención de conocer el
Golden Pabillion (Pabellón Dorado), pues ya nos habían dicho que era un lugar extraordinario con el
sello del antiguo Japón. Este lugar es también conocido como el Castillo de Oro. Es una construcción
no muy grande, pero si muy impresionante. El color exterior del Castillo es dorado y aparentemente es
por la delgada lámina de oro que cubre sus paredes (nunca supe si esto era verdad), aunque tal vez sí,
pues los visitantes no se podían acercar totalmente al Castillo (tal vez sólo a unos 8 metros
aproximadamente).
De los lugares que hasta la fecha había tenido oportunidad de conocer, el Golden Palace fue en donde
más extranjeros pude observar.
Antes de ingresar a los jardines de este lugar, nos causó extrañeza el hecho de que unas jóvenes
japonesas se nos acercaran y nos ofrecieran el servicio de guías turísticas, pero eso no fue realmente lo
extraño, sino el hecho de que algunas de ellas lo hicieron en español (otras en inglés y desde luego,
cualquiera de ellas en japonés). Nos mostraron el lugar y nos brindaron las explicaciones necesarias.
Las jóvenes estudiantes nos explicaron que la actividad que realizaban dentro del Golden Palace era
algo así como una práctica de la lengua extranjera que estudiaban en su escuela.
En los jardines del lugar, se encontraban varios espacios destinados a la venta de artesanías o recuerdos
referentes a la cultura japonesa; en lo personal, compré unas billeteras para uso de las damas, en donde
el colorido en paisajes y reproducciones de Geishas fueron plasmados en bordado por manos artesanas
japonesas.
El recorrido del lugar fue bastante tardado y el hambre llegó a todos nosotros, al preguntar a las
chamacas (tal vez 20 ó 21 años de edad) por un lugar cercano para comer, nos dijeron que cerca había
un lujoso restaurante japonés, pero que no lo recomendaban por los altos costos de los platillos;
terminaron proponiendo un Kentucky Fried Chiken.
No hubo cobro por el servicio de guías turísticas y nosotros lo menos que podíamos hacer era invitarlas
a comer.
Después de la comida, nos despedimos de
nuestras guías y decidimos visitar las
instalaciones de unos estudios de
filmaciones para T.V. Ya era tarde y de
entrar sólo hubiéramos tenido tal vez
media hora para hacer el recorrido, por lo
tanto sólo nos tomamos fotos con un actor
representando a un Samuray que se
encontraba en la entrada de dicho lugar.
Nos habían comentado con anterioridad
acerca de una región en Kyoto llamada
Gion (lo pronuncian Guion) en el que con
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algo de suerte podríamos ver a las Geishas y hacia allá nos dirigimos. La decepción fue mayúscula
cuando no vimos una sola. Un japonés en inglés nos explicó que era difícil verlas, pero que a las que si
podíamos ver era a las Maikos (principiantes de Geisha), pero que hasta más tarde y para nosotros el
factor tiempo para regresar a OSIC era determinante.
Con la decepción de no poder ver ni Geishas ni Maikos, decidimos visitar un Río sobre la misma
región de Gion. El lugar estaba muy concurrido por parejas de novios japoneses y sólo estuvimos en el
allí hasta las 7 de la tarde, pues nos encontrábamos retirados del OSIC y los autobuses nos podían
dejar.
Al llegar a la habitación, el cansancio hizo su aparición, pues la caminata durante el día había sido
digna como para que éste se hiciera presente.
El siguiente día fue domingo y habíamos planeado ir nuevamente a la Iglesia en Osaka. Algunos como
yo decidimos levantarnos un poco tarde y después de desayunar tomamos el autobús de las 10:50 de la
mañana.
Eran las 12:35 de la tarde cuando arribamos al templo y la misa acababa de iniciar. Después de la
ceremonia, comimos con los peruanos y fue hasta entonces que me di el gusto de decir que la comida
estuvo deliciosa. No cabe duda que el paladar del mexicano está más acostumbrado a la comida
occidental que a la del otro lado del mundo. Me atreví a decir que lo probado ese día era lo más sabroso
que mi sentido del gusto había sentido en toda la estancia en Japón.
Era un pollo empanizado con arroz y papas, pero el sazón del pollo daba la impresión de que había sido
frito en manteca de puerco, pues su sabor era en verdad delicioso (el empanizado sabía a carnitas),
aunque para mi gusto hizo falta una buena salsita o simplemente un chile de “amor”.
Ése día nos despedimos del grupo de Peruanos, pues al parecer ya no podríamos ir a visitarlos una vez
más pues cambiaríamos de residencia en próximas fechas hacia la ciudad de Chiba. Ya nosotros nos
habíamos puesto de acuerdo en llevar algunos presentes de México para entregárselos en gesto de
agradecimiento.
Los abrazos, el cariño y los buenos deseos de bienestar no se hicieron esperar mutuamente. Fuimos
testigos de la buena colonia de peruanos establecidos en la región de Osaka por allá en Japón. Gracias
por todas las muestras de aprecio hacia el hermano por parte del pueblo peruano.
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DE VISITA EN ESCUELA PRIMARIA.
Al día siguiente (lunes) tendríamos ensayo general de los números que se habían estado practicando. La
hora a la que se nos citó fue a las 4 de la tarde, es decir, exactamente después de nuestra clase de
japonés. Nos reunimos en un gran salón los 48 mexicanos y seis de las maestras de los diferentes
grupos (esa misma noche repetiríamos el ensayo los puros alumnos en el gimnasio del OSIC, pues es
un lugar bastante amplio como para hacerlo con mayor desenvolvimiento).
Primero se ensayó Malaika, canción africana en la que participaríamos los compañeros del salón de
clases al que asistía yo. Tomé la guitarra y pasamos al frente del grupo.
Después tocó el turno al Cielito Lindo, todo el grupo de Mexicanos nos acomodamos en un gran bloque
y yo me ubiqué al centro de ellos para hace el papel que tan dignamente me habían asignado; Director
del coro.
Posteriormente, los bailables de Jalisco, dentro de los que destacaba El Son de la Negra. Ah, que bonito
fue gritar queriendo imitar a nuestros antiguos charros de la bella región de Jalisco.
Por último, se ensayó el baile de Caballo Dorado, ése en donde todos se dirigen con un mismo paso
hacia los cuatro puntos cardinales dentro de la pista. Realmente resultó divertido.
Una vez que tomé un baño, decidí dirigirme a un negocio de revelado de fotografías. Esta vez, lo hice
sólo y bueno, ya imaginarán las que sufrí para lograr entablar conversación coherente con el
dependiente del lugar. Aunque al final de cuentas logré mi objetivo o más bien, después de intentar
conectar en el mismo canal que el japonés, él me dio un papel con una fecha y yo simplemente dejé el
rollo a revelar, tomé el papel y salí del lugar, creyendo que él sabía cuales eran mis intenciones. Tal vez
el empleado del lugar, supuso algo parecido conmigo.
En esos días de ensayo, nos dispusimos los once compañeros del grupo de electrónica a conseguir
pinturas y pinceles pues pensábamos decorar unos sombreros (de Chano y Chon) que Gilberto nos dio a
cada uno de nosotros y portarlos el día de la presentación ante los niños de la primaria que visitaríamos.
Yo había traído uno de México, pero no tan grande como los que nos facilitó Gil.
Las maestras habían sugerido que
lleváramos presentes para los niños que
conoceríamos y que serían 6 por cada uno
de los mexicanos. De hecho, nos dieron la
lista con los nombres de los niños, pero
estaban escritos en Hiragana, con lo cual
la lectura se complicó. Nos habían dicho
que eran niños de quinto grado de primaria
(aproximadamente de la edad que mi hijo
Antonio tenía en ese entonces).
En lo personal, pensé en llevar algunos
juguetes tradicionales que mi hermana
Rosy me había dado; tales como un yoyo,
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un trompo, una muñeca vestida de rancherita y cosas por el estilo. De igual manera, separé algunos
dulces que cargaba en mi maleta.
La organización de la gente de JICA, cada vez nos dejaba más asombrados. Ese día en que yo leía los
nombres de los niños, fuimos citados en grupos en un salón dentro de las instalaciones del OSIC, para
trata asuntos relacionados con nuestro vuelo de regreso a México, siendo que apenas y habíamos
completado un mes de nuestra llegada a este país.
A mi me tocó asistir al grupo de las 5:45 de la tarde. Nos ofrecieron un vuelo a la ciudad de México
haciendo escala en Los Ángeles en los Estados Unidos, pero algunos de nosotros no llevábamos VISA,
aunque bien podíamos esperar en tránsito en la sala de espera, pero me pareció más atractivo un vuelo
por Canadá, llegando a la ciudad de León Guanajuato, pues dicha ciudad está mas cercana a San Luis
Potosí que el D.F.
Después de hacer nuestras elecciones la reunión concluyó, aunque enseguida prosiguieron otros grupos.
Recuerdo que esa misma noche en la radio japonesa, presentaron una pieza de los Back Street Boys y
mi mente viajó rapidísimo atravesando el Pacífico y llegando a mi hogar para recordar a mi hija
Marysol, pues esa era la música que ella escuchaba por aquellos días.
Era 23 de Abril día en que mi esposa Leticia cumplía años y si no comento cuantos es por respeto a las
damas que siempre ocultan esa estadística obscura con alguna excusa. Bajé a la recepción del OSIC
con la Lap Top que Gilberto me había prestado, llamé a México y acompañado por la pista de karaoke
canté a mi mujer aquella canción con la que años atrás nos habíamos enamorado. Gracias Stevie
Wonder por escribir “I just called to say I love you” (Sólo llamé para decirte te amo). El momento fue
muy especial para ambos.
El 24 de Abril fue especial en la ciudad de Ibaraki. Nos citaron a las 9:30 de la mañana en la planta
baja del OSIC y fuimos transportados los 48 mexicanos a la primaria que ya previamente nos habían
notificado las maestras, aunque el nombrecito se los quedo a deber.
10:10 de la mañana arribamos a la escuela y como candidato a puesto político, fuimos abordados por
decenas de niños que emocionados nos decían; “hola”, “hola”. No imagino lo que por la mente de
aquellos niños pasaba al vernos (a los once de electrónica) con los sombrerotes de Chano y Chon;
espero y no crean que actualmente andamos por las calles con dicha clase de sombreros, como tal vez
se piensa que en Japón las mujeres andan de Kimono y los hombres de Samuráis (aunque para se
cierto, el kimono es un traje considerado en Japón dentro de una categoría muy elegante o bien para
eventos especiales.
Algunas personas (supongo maestras o directivos de la escuela), nos condujeron hasta un salón muy
grande en donde nos entregaron una hoja con el itinerario del día
Posteriormente fuimos trasladados hasta un gran auditorio, al que por cierto, para poder ingresar nos
tuvimos que quitar los zapatos y colocar en lugar de ellos unas sandalias. Cualquiera pensaría que dicha
acción era para evitar lastimar la duela del auditorio, pero en realidad, es por respeto al recinto, tal y
como lo hacen al ingresar a muchos lugares incluyendo el hogar.
Al frente del auditorio se encontraba una gran manta que daba la bienvenida en nuestro idioma,
además, una sola palabra en el idioma de nuestros compañeros Mildred y Neftal; “Jambo”.
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Fuimos colocados frente al estrado del auditorio y poco a poco fueron llegando los niños desde sus
aulas, tantos hasta llenar el lugar.
Un adulto nos dio la bienvenida a través de un micrófono y posteriormente hablaron unos niños. En
ambos casos nos dirigieron dos o tres palabras en nuestro idioma; tales como “buenas tardes”, aunque
era de mañana).
Después de la ceremonia de bienvenida fuimos llevados por grupos a diferentes aulas. Me tocó estar en
un aula con otros cuatro compañeros y ahí hicimos cada uno de nosotros una breve presentación:
Hashimemashite
Antonio desu
Mekishiko no San Luis Potosí Kara kimasuta
Shigoto wa kioshi desu
Kenshu koshu wa erektronikusu enginiaringu desu
Dozo yorosuku onegaishimasu
Lo anterior es una presentación que desde las primeras clases de japonés nos habían enseñado a decir y
es algo así como:
Mucho gusto
Soy Antonio
Vengo de San Luis Potosí México
Trabajo de profesor
Mi curso es ingeniería en electrónica
Para servirles gracias.
En el piso y pegados con cinta, se encontraban unos letreros con nuestros nombres, me dirigí al
correspondiente y enseguida 5 niños me rodearon. Al parecer uno de ellos no asistió a la escuela, pues
en mi lista había seis nombres. Después de vernos las caras y de que ellos me examinaran y me vieran
con ojos de asombro, iniciamos una “plática”. En ese momento me di cuenta de lo importante que es la
comunicación, con sus códigos, signos y señales.
Les mostré fotografías de mi familia y les expliqué quién era mi esposa, mis hijos y amigos.
Posteriormente les mostré postales de México y algunos recuerditos de nuestro país, nuestra bandera, el
sombrero, etc. Enseguida y queriendo tener un poco de intercambio con ellos, empecé a decirles como
se decían las partes del cuerpo en español (atama-cabeza, te-mano, anaka-estómago, etc.). En ese lugar
estuve por espacio de una hora, misma que se me hizo eterna, pues la comunicación resultó un factor
difícil. Ellos a lo mucho decían “hola” y mi japonés no era como para soltarme con mil y un palabras.
Después de esto, fuimos reunidos nuevamente en el auditorio todos los grupos y ahí sucedió algo muy
destacado que a muchos de nosotros nos conmovió. Todos los niños de la escuela interpretaron para
nosotros una melodía titulada “Ue o muite arukoo”. El lenguaje no fue necesario para vivir el
sentimiento que expresaba la canción. La delicadeza de las notas llegaron rápidamente al corazón y no
pude contener el llanto ante tal vivencia. Muchos de los niños seguramente tenían las edades de mis
hijos y tal situación provocó que mi mente viajara a mi hogar y viera a cada uno de ellos en sus
actividades cotidianas.
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El corazón me daba vuelcos y quería saltar fuera de la protección que le ofrecen las costillas, de forma
parecida a la experiencia que se vive cuando alguno de los hijos participa en un festival como el día de
la madre. La ternura de ver a tu hijo(a) interpretar un bailable, una poesía o una canción, hace que se te
rasguen los ojos; de igual manera viví aquel bello e inolvidable momento.
Creía que sólo yo había sentido aquella bella emoción, pero al salir del auditorio y comentar con los
compañeros (casados), mas de uno manifestó y nos compartió el hecho de haber sentido algo diferente
al escuchar tan emotiva canción. Un nudo en la garganta nos impedía hablar de manera tranquila y
varios teníamos aún los ojos húmedos por las lágrimas.
Nuevamente fuimos acompañados fuera del auditorio, pero esta vez conducidos cada uno de nosotros
“por nuestros niños”. Me sentaron en un pupitre dentro de un aula, me mostraron la técnica para
escribir con pincel y tinta china sobre el papel. Me hicieron seguir los trazos para escribir dos “Kanjis”
(escritura china-japonesa). Posteriormente fuimos a la sala de música y algunos niños tocaron con
armónicas una melodía para nosotros.
Después el aula de artes marciales y fuimos testigos de una demostración de combate de karate-do, una
“kata” y también del arte del “kendo”.
En otra sala pudimos apreciar un baile moderno (algo así como pop) interpretado por tres niñas tal vez
entre 10 y 11 años de edad. Los pasos que emplearon en su coreografía resultaron novedosos a nuestra
vista.
Después de esto, llegó la hora de la comida y fuimos distribuidos en diferentes aulas en donde ya se
tenía la mesa puesta. Los lugares ya estaban reservados con nuestro nombre escrito en Katakana
(escritura empleada por el japonés para los extranjerismos). Comimos arroz, atún, ensalada y leche;
realmente disfruté de esos momentos.
Nuevamente nos concentraron en el auditorio, yo llevaba la guitarra desde OSIC pero allí en la escuela
nos facilitaron otra, entonces pedí a Miguel que me apoyara en el acompañamiento de Malaika. Él
amablemente accedió y bueno, lo hicimos lo mejor que pudimos poniendo el corazón por delante y
tratando de que les agradara a los niños.
Después del número artístico del grupo que formábamos los de mi clase de japonés, interpretamos el
cielito lindo. Me sentí muy contento al pasar al frente de los otros 47 mexicanos a dirigir las notas de
tan bella canción.
Inmediatamente después, correspondió el turno a aquellos que bailarían Jalisco y recuerdo cuando uno
de los compañeros quiso reproducir en japonés el tan tradicional grito de los charros antes de iniciar
con un baile, ese de “música maestro”, aunque en realidad dijo “música por favor” –Ongaku
Onegaishimasu-.
Después iniciamos con el baile de Caballo Dorado y gustó tanto que repetimos el número en otra
ocasión. Esta vez, los compañeros mexicanos que no participaron directamente bailando, se dieron a la
tarea de enseñar los pasos a los niños. Realmente se veían divertidos, aunque para ser honesto, si en
México en una reunión social, al bailar dichas piezas muchos de nosotros la pasamos chocando unos
con otros, imaginen a los niños japoneses intentándolo por primera vez.
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Más tarde vivimos momentos muy difíciles; aquellos en los que había que decir adiós. Para llegar a
nuestro autobús, tuvimos que pasar entre todos los niños y personal de la escuela que moviendo su
mano nos decían “adiós” (en español). Nos daban la mano, nos tocaban en los hombros, en fin, una
despedida muy emotiva; ellos se veían muy emocionados y definitivamente nos contagiaron.
Ya para arribar al autobús, había unos
arcos formados por flores por los que nos
hicieron pasar. Una despedida colmada de
emotividad, ternura y hermandad.
Ya los autobuses arrancaban y aún los
niños corrían por los lados de éstos
diciendo “Sayounara” (adiós).
No tuve que visitar algún castillo enorme,
ni un gran templo Budista o Sintoísta para
afirmar que de todos los días vividos en
Japón, ese del 24 de Abril había sido el
más emotivo para mí. La hospitalidad y
calor de la niñez japonesa, había sido la causa de dicho sentir.
El resto del día, los comentarios entre los compañeros fueron referente a lo suscitado ese bello día en la
escuela primaria de Ibaraki.
No cabe duda que de todo querían sacar provecho las maestras del curso pues al siguiente día en clase,
Ikai (por cierto la más dura de las tres docentes) en lugar de bienvenida se limitó a cuestionarnos en su
idioma a cerca de las actividades desarrolladas en la escuela el día anterior. Tal vez los de otros grupos
pudieran mentir, pero en mi caso me resultó difícil, pues fue ella precisamente la que anduvo
supervisando al grupo de mexicanos en el que había estado incorporado un día antes.
Sé que la intención de la maestra era que pusiéramos nuevamente en práctica nuestro japonés, sin
embargo, la actividad resultaba difícil. El hecho está en que la maestra Ikai no nos dejaba ni pestañar
tantito. Y cosa contradictoria sucedía en el caso de ellos (me refiero a los japoneses); por el estilo de
vida que desarrollan (acelerado), el stress, el recorrer grandes distancias, los pesados horarios de
trabajo, los agota en verdad al grado que el poco rato que tienen libre lo aprovechan para dormir; y
dormir significa perderse del exterior, estén en donde estén. Ya sea en el tren parados y agarrados
solamente del tubo, bebés dormidos en las canastillas de bicicletas como preparándose para un futuro
cansadón, en los autobuses, en las estaciones, etc. Tan es así, que el día de ayer después de nuestra
visita a la escuela primaria, al viajar en el autobús de regreso al OSIC, sorprendimos a la maestra Kato
(muy buena onda la mujer) plenamente dormida en su asiento en una posición realmente poco
recomendada, pues imagino que al despertar el dolor de cuello ha de haber resultado tremendo.
Imaginen la cabeza totalmente caída hacia el frente; es decir, la barbilla tocando el pecho; en verdad los
comprendo, pues más adelante me pude percatar del ritmo de vida tan acelerado que llevan aquellas
personas dedicadas al trabajo.
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EXÁMEN DE JAPONÉS Y GRADUACIÓN DE MILDRED Y NEFTAL.
El día 26 de Abril resultó también ser especial, pues era la fecha en que presentaríamos examen de
japonés. La presión nos ponía nerviosos a más de uno y los comentarios antes del mismo no se hicieron
esperar. Gilberto y Martín que ya habían vivido una experiencia semejante años atrás nos decían que no
nos preocupáramos, que todo saldría bien y que saldríamos adelante. Sus palabras nos consolaban y
fortalecían de tal manera que nos calmábamos un poco.
En realidad lo esperaba más complicado, resultó ser de opción múltiple. Nos dieron una hoja para
respuestas, las preguntas eran emitidas por una grabación y ahí lo difícil, pues no había eso de que “otra
vez por favor”, aunque de hacerlo debíamos hablarlo en japonés “mo ichido onegaishimasu”.
Posterior al examen auxiliado de la grabación, nos fueron entregadas tres hojas más en donde la
información ahora por escrito permitía hacer un análisis más tranquilo de los cuestionamientos.
Tanta es la obsesión del japonés, que después del examen las maestras continuaron con la clase como si
nada hubiera pasado, aunque sólo hasta la 3 de la tarde pues precisamente ése día era la entrega de
reconocimientos para nuestros compañeros africanos Mildred y Neftal. Para esto, las maestras nos
solicitaron que cambiáramos nuestras ropas por aquellas de tipo más formal. Y para eso nos brindaron
sólo 10 minutos.
Para la entrega de su reconocimiento
Mildred y Neftal debían presentar un
discurso (speech) que desde días atrás habían
estructurado.
Se siguió un protocolo para la ceremonia,
nos tomamos fotos con nuestros compañeros
del continente negro, palabras de despedida,
intercambio de correos electrónicos y un
adiós. Ahora los que nos deberíamos enfocar
en el speech éramos el resto de los
mexicanos del grupo, pues nuestra
ceremonia sería en menos de ocho días.
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VISITANDO EL CASTILLO DE HIMEJI.
El siguiente sábado, algunos compañeros mexicanos decidimos ir a Himeji a conocer el que algunos
llamaban el castillo más grande que sobrevive en ése país, llamado precisamente El Castillo de Himeji
construido en 1609 y localizado en la Prefectura de Hyougo. Viajamos cerca de una hora y media para
llegar a él; primeramente en el autobús (basu) de OSIC, luego en el metro (shikatetsu) y finalmente en
tren (densha) y cuando ya parecía que llegábamos, tuvimos que abordar un pequeño autobús muy
curioso, pues nos dijeron que aún restaba una buena distancia; le verdad es que de haber ido a pie no
hubiéramos tardado mucho, sin embargo, la experiencia del pequeño autobús valió la pena (por cierto,
el costo por persona para abordar el autobús fue muy económico; 100 yenes).
A la entrada del castillo hay un gran jardín y posteriormente un largo pasillo techado en madera
preciosa y con duela en el piso. Tuvimos que quitarnos los zapatos y usar unas sandalias. Para eso,
empleados del lugar ofrecen bolsas de plástico para que se introduzcan en ellas el calzado de cada uno
de los visitantes y bueno, quien no llevó mochila, tuvo que cargar con su bolsita el largo recorrido por
el pasillo citado.
Al avanzar por el pasillo nos percatamos de que había cierto ángulo en el piso, de tal manera que
ascendíamos a cada paso que dábamos, aunque de repente era muy notoria dicha acción por la serie de
escaleras de madera por las que tuvimos que ascender.
En cierto lugar te permiten colocarte el calzado pero sólo para pasar un jardín. Para entrar al pasillo,
nuevamente a cambiar tus zapatos por las sandalias.
Ya a la entrada del castillo, se puede observar un plano del mismo en el que se pueden distinguir los
niveles del mismo (no estoy seguro si eran 5 ó 6). Nosotros iniciamos el recorrido por los interiores del
castillo y en todos sus niveles, los japoneses han colocado piezas que muestran la antigua cultura
japonesa. Pudimos apreciar armadura, lanzas, rifles, sables, etc. y todo esto, subiendo y subiendo
escaleras.
Según nos cuentan todos estos castillos fueron construidos en alto para que el dueño del mismo pudiera
ver a distancia la aproximación de enemigo o visitantes.
La parte más alta del castillo es un mirador
desde donde se puede apreciar gran parte de
la ciudad de Himeji, en ese punto más alto,
los japoneses han colocado algo así como
un altar en el que la mayoría de ellos
inclinan su cabeza, dan dos o tres aplausos,
cierran los ojos y oran con sus palmas al
frente de su pecho por escaso segundos. Un
rito interesante.
Abandonamos el Castillo, comimos cerca
de él y posteriormente fuimos a conocer
una región llamada American Mura, para
eso abordamos un tren y después de una
hora de viaje, arribamos al lugar.
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En este lugar se venden muchísimos artículos norte americanos, pero lo más relevante fue la vestimenta
de los jóvenes japoneses, de esos que se hacen llamar “cholos”. Es decir, pantalones con un gran tiro y
demasiado anchos en los tubos de la piernas, de aretes, pañoletas en la cabeza, cachuchas volteadas
hacia atrás, etc.
Los productos en aparadores tenían expuestos precios bastante elevados, por lo tanto nos dedicamos a
observar el desenvolvimiento de los “chavos cholos”. Posterior a la visita a American Mura,
regresamos al OSIC, pues ya el reloj nos limitaba enormemente.
Todavía nos quedaba el domingo para realizar algún viaje a otro lugar, sin embargo, en lo personal
decidí quedarme a estudiar para la presentación del speech del jueves próximo y a lavar ropa, que ya se
había acumulado bastante a lo largo de la semana.
Ya en la tarde, cansado y aburrido de repasar y repasar el discurso, acepté la invitación de Benjamín y
de Martín para ir en bicicleta a conocer un parque que les habían dicho se encontraba cerca.
Martín, siempre precavido, sacaba algún mapa que conseguía y nos empezaba a guiar. Rápidamente
llegamos al parque buscado y en él encontramos bastantes puestos de comida, juegos de aros, con
dardos, con monedas etc. Llamó mi atención un pequeño trenecito jalado por una pequeña máquina de
combustible, sobre el que se montaban los niños y desde luego el conductor. Al parecer los eventos
eran por la proximidad de la fecha del día del niño.
Estuvimos en ese lugar por espacio de una hora y media y posteriormente intentamos la búsqueda de
otro que indicaba el mapa de Martín. Después de algunos minutos dimos con él, pero nos decepcionó
pues estaba abandonado. Entonces decidimos ir a VITA, el club al que por ser huéspedes de JICA
teníamos derecho a ingresar.
Ya en camino recordé que había olvidado el short para entrar a la zona de albercas, por lo tanto, me
tuve que conformar con el vapor. Pese a esto, la tarde en compañía de Martín y Benjamín, había
provocado en mí una especie de relajación, un respiro, pero sólo uno, pues al llegar al OSIC y después
de un baño, el estudio para el speech me seguía esperando.
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EL SPEECH Y CLAUSURA DEL CURSO DE JAPONÉS.
El lunes 29 de Abril no tuvimos sesión de japonés por que todo Japón se paraliza, al parecer por el
cumpleaños de Emperador (o algo semejante) y bueno, a seguir practicando el speech.
Nuevamente la tarde pintaba para ser triste, aburrida y agotadora al estar estudiando, pero llegó la
salvación, algunos compañeros bajo circunstancias similares a la mías (agotados del estudio), me
invitaron a visitar una juguetería cercana al parecer bastante grande. Accedí a tal invitación y poco rato
después estábamos en camino en las bicicletas.
Después de 20 minutos llegamos a la juguetería y efectivamente, frente a nosotros se encontraba un
gran establecimiento destinado casi en su totalidad a la venta de juguetes. Estuvimos apreciando todo
aquello que se mostraba en los aparadores, sin embargo descubrimos que la mayoría eran cosas
importadas de Estados Unidos y que igualmente se encuentran en México y a mejores precios, por lo
tanto, decidimos hacer “toque de retirada del lugar”.
Nuevamente a nuestro regreso; repasar, repasar y más repasar.
El día siguiente para nosotros (mexicanos) era día del niño, pues en México es de todos sabido que se
festeja en dicha fecha, sin embargo no para el Japón. Para hablar a mis hijos tuve que esperar a la
noche, pues las quince horas de diferencia en los horarios, nos obligaba a hacerlo de esa manera.
Ese día esperábamos a la maestra Kato, pero mayúscula fue nuestra sorpresa cuando vemos entrar a la
sala a la maestra Ikai (la más dura de las tres). De entrada tal y como ella acostumbraba nos preguntó
(en japonés); ¿qué hiciste el fin de semana? ¿a dónde fuiste? ¿qué comiste? ¿en qué fuiste? Etc.
Días antes, habíamos descubierto que la maestra Ikai era la Coordinadora del resto de las maestras en el
OSIC (al menos de los grupos a los que asistíamos los mexicanos), pues en los eventos era la que
siempre estaba al frente, entregando papeles, hablando con las maestras, moviendo mesas, etc.
Seguramente su preparación y habilidad la habían llevado hasta ese distinguido puesto, aunque eso no
le quitaba lo exigente y dura que se mostraba ante nosotros en clase.
Ése día pidió a todos que dijéramos el avance alcanzado del speech que presentaríamos el siguiente
jueves por la mañana. En lo personal me sentí bien al decirlo, sería el colmo que después de tanto
estudio resultara que a la hora de la hora el nervio provocara titubeos al emitirlo; sin embargo, había
que practicarlo aún más.
Posterior a la clase y por razones de que yo no había comprado aún cámara de video, conseguí la de un
compañero y dedique gran parte de la tarde a vaciar a un VHS escenas de los lugares a los que había
visitado en el transcurso de tiempo vivido en Japón. La selección de imágenes resultó ser una labor
bastante entretenida, pues sólo deseaba llevar conmigo a México videos sobre los lugares que yo había
visitado. Sentí bastante tranquilidad al saber que había rescatado dichas escenas.
Nuevamente la maestra Ikai nos sorprendió al día siguiente cuando de nuevo esperábamos a Kato y ella
se aparece a conducir la clase. Ya para ese entonces sentíamos las sesiones demasiado pesadas, sin
embargo, valió la pena la presencia de la maestra, pues nos ofreció los audio casetes y la sala de
grabaciones para multiplicar las cintas con ayuda de una grabadora de alta velocidad (la máquina
empleada grababa a la vez tres audio casetes de 120 minutos en tan solo 3). Ni tardos ni perezosos,
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después de la clase nos dirigimos al lugar en donde estaba la grabadora y en unos cuantos minutos
teníamos varios de nosotros grabadas nuestras cintas. Agradeceré siempre el detalle de la maestra Ikai.
Por la tarde y después de repasar el speech, decidí continuar con la grabación de los videos con escenas
de Nara, Osaka, Kyoto, Himeji, etc., con ayuda de la cámara que me habían prestado. Ya en la noche
después de la cena, me puse a ver un video casete que había llevado conmigo desde México en donde
estaban mis hijos, esposa, familiares y amigos. El verlo me puso un poco triste, pero a la vez muy
contento por ver a mi familia. Esa noche tuve insomnio y pude conciliar el sueño más allá de las 2 de la
madrugada.
A la mañana siguiente y pese a las pocas horas de descanso que había tomado, me levanté poco antes
de las 8 de la mañana y contrario a lo que esperaba, me sentí bastante bien, como si no hubiera perdido
el sueño gran parte de la noche.
Ya estábamos agotados de las clases de japonés y de repente hasta de mal humor nos notábamos unos a
otros, pero el saber que ése día tendríamos la última clase, nos animaba. Por cierto, la clase del día
anterior fue la primera en que nos dejaron descansar de trabajo extraclase (tarea), lo cual nos extrañó.
La maestra Ikai nos había explicado que no sabía aún si cada uno de los 48 mexicanos dirían el speech
ante los invitados que nos acompañarían al evento de clausura, pero que por si o no, todos debíamos
memorizarlo. Sin embargo, días antes había dicho que eligiéramos a un representante para que lo dijera
a nombre de todo el grupo en caso de que sólo solicitaran la participación de un elemento por grupo. La
mayoría votamos por Linda.
Después de mediodía, la maestra Ikai nos entregaría un regalo de parte de los niños que habíamos
visitado en la escuela primaria. Se trataba de un cuadro con una fotografía en la que aparecíamos cada
uno de nosotros con los respectivos niños con los que habíamos pasado aquella bella mañana. Todo el
texto del cuadro escrito en Japonés, excepto por la palabra “Gracias”, que la escribieron en español
además de su propio idioma.
En dicho presente, cada uno de los niños escribió con su puño y letra un mensaje a cada uno de
nosotros; tales como, gracias por los juguetes, etc.
No por el hecho de que era día de clausura de curso, la maestra Ikai nos perdonó; eran las 3 de la tarde
y hasta entonces se compadeció y suspendió la clase.
A última hora la maestra Ikai nos informó que sólo Linda diría el speech, por lo tanto nosotros sólo lo
hicimos ante los compañeros de grupo y ella. Más de uno pensamos que todo había sido debidamente
preparado por Ikai para hacernos estudiar el speech y aprendérnoslo y que ya ella sabía que sólo uno de
nosotros pasaría al frente ante todo el grupo y los invitados. Buena nos la hizo la tremenda maestra
Ikai. Aún así, varios consideramos que ella había sido la que más nos había exigido, pero también la
que más nos había enseñado. Además, descubrimos que siempre era ella la que iniciaba los temas y las
otras dos maestras lo repasaban o concluían.
Era sorprendente la manera en que trabajaban las maestras, pues el método empleado era muy
semejante entre las tres; usaban carteles, películas, ejercicios escritos, grabaciones de audio, etc. Pero
no piensen que cada una llevaba sus propios carteles, videos y demás, más bien como que había un
lugar destinado dentro del OSIC al que acudían a solicitar los apoyos didácticos para determinado
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tema. Por lo tanto, fuera cual fuera la maestra y fuera cual fuera el tema a tratar, los materiales
didácticos de una y otra maestra serían los mismos.
Pude descubrir que la programación de actividades para las sesiones era una actividad muy practicada
por las maestras, pues en las sesiones con frecuencia nos decían (en japonés); “tantos minutos para
esto, tantos para lo otro”, etc. Además, en repetidas ocasiones se dirigían al escritorio y observaban
detenidamente una hoja cuadriculada con muchas anotaciones; supongo yo, la carta descriptiva para la
sesión. En resumidas cuentas, detecté que no improvisan sus clases, todas son debidamente planeadas,
eligen los materiales didácticos con anterioridad, evalúan todos los días (un examen escrito de
conocimientos), diariamente había teoría y práctica y desde luego trabajo extra clase (tarea).
Poco después de las 3 de la tarde, todos los grupos de mexicanos con sus respectivas maestras nos
trasladamos a un gran salón llamado Breefing Room. En dicho salón fue nuestra clausura del pesado
curso de japonés y en el Presidium se encontraban, la señorita Nai que fue nuestra Coordinadora, el
Director del OSIC el señor Hiroshi Saito y un representante del embajador mexicano en Japón, pues
éste último no pudo asistir (ya saben ustedes como son los políticos).
Se dijeron los speech´s (uno de cada grupo)
y el resto de los participantes sólo dijimos:
“Hashimemashite Antonio desu. Dozo
Yorosuku Onegaishimasu”, que significa;
“mucho gusto, soy Antonio, para servirles.
Gracias.”
Un representante de cada grupo recogió los
reconocimientos de sus compañeros. Por
parte de la clase en la que participaba,
decidimos lo hiciera Fernando originario de
la ciudad de Durango.
Una vez que pasó todo el protocolo de la
ceremonia oficial, vinieron las fotos y
aunque la entrega fue por grupos, algunos decidimos tomarnos fotos con alguna de las maestras
haciendo parecer que ésta nos entregaba el reconocimiento. ¿Y a qué maestra creen que elegí para la
foto? Pues sí, adivinaron bien, a la querida maestra Ikai.
Un poco más tarde y una vez que pasó la euforia de los abrazos y felicitaciones, un grupo de
compañeros decidimos transportamos a la ciudad de Osaka a comer a un restaurante mexicano que nos
sugirieron. En el camino me iba saboreando las tortillitas y la salsa, pero oh decepción, la salsa no
picaba en absoluto y las tortillas eran parecidas a las de la Tía Rosa pero con un sabor que no se
acercaba al de éstas. Me tuve que dar vuelo con los chiles jalapeños en vinagre, que aunque sabía que
eran irritantes, no dejaría pasar la oportunidad de degustar un poco tal banquete. Pagué 4000 Yenes
(aproximadamente $280.0) por una ensalada de aguacate, lechuga, tomate y cebolla, un platillo que
llamaban parrillada que traía revueltos mariscos y carnes de res y puerco (pero casi nada más
enseñada). De tomar, una cerveza oscura de 600 Yenes ($42.0).
No olvidaré la convivencia con los compañeros en aquel restaurante mexicano en la ciudad de Osaka.
60
TEMPLO DE LAS MIL CARAS Y RESTAURANTE BRASILEÑO EN KOBE.
El siguiente domingo, algunos compañeros viajamos a Kyoto para conocer el Castillo de las 1000
puertas, que también es llamado de las 1000 imágenes o caras. Le dicen así por que dentro del Castillo
(que por cierto no es alto como otros, más bien es de una sola planta, pero muy bello) se encuentran mil
estatuas de Buda de aproximadamente 1.68 m. de altura. Si mal no recuerdo eran 7 las filas en las que
se encontraban alineadas las estatuas. Todas con la vista hacia el frente y en medio de tan
impresionante formación, un gran Buda en el que los japoneses se detenían a dedicarle una oración.
Frente a las 1000 estatuas se encontraban los
guerreros protectores, que al igual que en otros
lugares, eran de apariencia desagradable. Tal
parece, por lo que pudimos apreciar en los
diferentes Castillos, que esculpían a los
guardianes lo más feos posible, con el fin de
ahuyentar a los malos espíritus. En este lugar no
nos permitieron tomar fotografías, por lo tanto
nos tuvimos que conformar con comprar
postales para mostrarlas a nuestro regreso a
México a nuestros familiares y amigos.
El resto de la tarde la dedicamos a caminar por
las calles de Kyoto y comimos en un Mc.
Donald´s, que por cierto los japoneses dicen Maco Donaldo debido a que en su alfabeto las únicas
letras que son simples o de sonido aislado son; “a, i, u, e, o, n” el resto son compuestas como, “ka, ki,
ku, ke ko, ga, gi, gu, ge, o, sa, shi, su, se, so, za, ji, zu, ze, zo”, etc. Por lo tanto, para decir Mc.
Donald´s (Mac Donalds), el último sonido de la “d” lo acompañan de una “o”. Así mismo, la palabra
Mac la pronuncian como Maco, siendo el sonido de la “o” confundido con el de la “u”. De ahí el
sonido Maco Donaldo.
Otro caso curioso era cuando decían mi nombre, Marco, ellos me decían Maruco, aunque el sonido de
la “u” era muy suave. –No están acostumbrados a decir la “r” sola.
Por cierto, los alfabetos japoneses en Hiragana y Katakana están formados por un total de 71 sonidos y
33 mas compuestos como “kya, kyu, kyo, gya, gyu, gyo, sha, shu, sho” etc.
Regresando a Kyoto, ese día encontramos las calles de dicha ciudad inundadas de gente; la razón, el
festejo del Golden Week, que no supe exactamente a que se referían con dichas fechas. A eso de las 9
de la noche emprendimos el regreso al OSIC, una buena cena y posteriormente a la sala de karaoke. No
queríamos abandonar Ibaraki sin despedirnos cantando. A eso de la 1 de la madrugada fuimos a
nuestras habitaciones.
El día siguiente (domingo) había que tener listas las maletas que serían enviadas a la ciudad de Chiba
(para los 11 que estudiaríamos electrónica), en donde sería nuestra residencia por espacio de los cuatro
meses y medio restantes.
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En todos los cuartos, los compañeros se hallaban empacando sus pertenencias, pues antes de las 12 del
mediodía una compañía de transportes pasaría por el equipaje. Gilberto llevaba un par de maletas muy
grandes y accedió a prestarme una para colocar algunos de mis objetos. Había que dejar algún par de
cambios para nuestra rápida estancia (una noche) en la ciudad de Hachioji, así como artículos de uso
personal.
El pago por la transportación de las maletas fue de 1500 Yenes.
Esa tarde la dedicamos sólo a reposar. Por mi parte, me dispuse a escuchar primero un C.D. con música
del legendario grupo de rock Led Zeppelin, perteneciente a Martín quien resultó ser rocker al igual que
yo. Más tarde una película y a pasar una de las últimas noches en el OSIC de Ibaraki, que siempre nos
tratara tan bien y lugar en donde viví mil y un experiencias con gente de varias partes del mundo y con
quienes logré intercambiar algunas monedas y billetes de sus respectivos lugares de procedencia.
Cuando ya parecía que se acababan las vivencias en Ibaraki, surgió una experiencia más. El lunes 6 de
Mayo me encuentro en los pasillos del OSIC a Jacob Mendoza (médico del D.F.) y me comenta que un
grupo de compañeros irían a cenar a un restaurante brasileño en la ciudad de Kobe y que si aceptaba
podía acompañarlos. Yo le comenté que realmente hambre no tenía, pero que igual los acompañaría,
agradeciéndole su notable gesto.
Sólo fuimos Jacob, Fernando, Aurelio y Juan (médicos), así como Adelino (de Chiapas) y yo de
electrónica.
Después de varios transbordos en tren, llegamos al restaurante. Resultó estar en un lugar precioso, en
un brazo del mar, con una vista hermosa hacia el muelle y una serie de edificios muy modernos.
Comí frijoles, ensalada, salchicha, carne de puerco (costilla y chuleta), carne de res y mucho más. Esta
comida rebasó aquella degustada con los peruanos en la Iglesia de Osaka. Estoy seguro que aquella
comida era lo mejor que había probado hasta dicha fecha. Un verdadero banquete en forma de bufete.
Los 5400 Yenes ($378.0) entre transporte y comida valieron la pena. Los hubiera pagado más de una
vez con tal de darme el gusto de comer semejante manjar, aunque les comentaré que parte de las
bonitas experiencias estando en Japón fueron, el hecho de probar los diferentes platillos tradicionales
de dicho país, aunque en ocasiones no fueran tan agradables al paladar (Nihongo no Tabemono Oishi
desu, demo, toki doki amari oishikunai desu).
El 7 de Mayo fue mi último desayuno en el OSIC y posterior a la actividad de recoger los boletos para
el viaje a Hachioji, vivimos momentos muy difíciles. Desde muy temprano todos los mexicanos
empezamos a emigrar del lugar, algunos a Tokio, otros a Sapporo y otros como nosotros a la ciudad de
Chiba. Bien sabíamos que algunos de nosotros jamás nos volveríamos a ver aún siendo todos
mexicanos.
El saber que nos separaríamos provocó en más de uno que los ojos se humedecieran. Un abrazo a los
compañeros y un beso sumado al abrazo para las compañeras. Sea lo que haya sido, para nosotros era la
separación de una gran familia que había vivido en una gran casa.
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RUMBO A HACHIOJI.
En punto de las 10:00 de la mañana nos fuimos en taxis los 11 compañeros de electrónica y 3 de
computación, pues viajaríamos juntos.
En el centro de Ibaraki tomamos el tren a Kyoto y ahí el shinkansen (tren bala). Esa fue mi primer
experiencia en dicho medio de transporte y no fue tan sorprendente como lo esperaba pues sentía que
no era mucha la velocidad que alcanzaba éste. Después me enteré que el interior está presurizado al
igual que los aviones y que esto hace que se perciba menos la velocidad, pero que realmente si
alcanzan velocidades altas.
Después de dos horas y media llegamos a
Hachioji y allí nos esperaba una mujer que
hablaba muy bien el español (Odaki Keiko).
Caminamos por espacio de 10 minutos hasta
encontrar un autobús de JICA que nos
transportaría al HIAC (Hachioji International
Centre) y después de 25 minutos arribamos al
mismo y resultó ser un lugar mucho más
pequeño comparado con el monstruo que era
el OSIC, pero igualmente lo sentí confortable.
Tal vez, de manera interna, no quería
desprenderme de nuestro antiguo hogar.
Mi habitación tenía por número el 131 y tenía
vista a un pequeño jardín ubicado en la parte lateral derecha del HIAC.
La habitación era aún más pequeña que la que ocupaba en el OSIC, pero la sentí bastante cómoda (tal
vez ya me empezaba a acostumbrar a los espacios pequeños de las habitaciones).
Los servicios y comodidades que ofrecía el HIAC eran semejantes a los del OSIC; teléfono, reloj,
despertador, televisión, video casetera, escritorio, alfombra, lámpara de cabecera, y de escritorio, tina
(más bien tinita) en el baño, aire acondicionado, etc.
Una vez ubicados nos dedicamos a conocer las instalaciones y encontramos la sala de Internet, un
pequeño gimnasio y cuarto de juegos, etc. Por cierto, en este lugar encontramos instalada a una mujer
mexicana, pero con facciones de japonesa. Nos dijo tener ascendencia Oriental y que su nombre era
María Luisa T. Shimizu Aijara y coincidentemente (según me comentó) trabajaba como Directora en el
CeCaTI No. 32 en la ciudad de Culiacán Sinaloa en México. La estancia en Hachioji fue muy corta, sin
embargo cuatro meses y medio más tarde regresaríamos a
la clausura de la capacitación de electrónica que recibiríamos en la ciudad de Chiba.
A las 9 de la mañana del día siguiente, fuimos citados en una de las aulas del HIAC y el Director del
mismo nos dio la bienvenida. El hablaba en japonés y la japonesa que nos recogiera en la estación (con
quien con el tiempo haría gran amistad) nos traducía al español. El Director nos explicó que aunque
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estaríamos en la ciudad de Chiba, nosotros dependeríamos administrativamente del HIAC. Nos entregó
el programa a desarrollar en el Polytechnic Centre y un libro referente a la cultura japonesa.
Cerca de las 11:30 de la mañana se hacía un descanso en la reunión y las instrucciones fueron que
deberíamos nuevamente presentarnos en el aula a la 1:00 de la tarde para reiniciar.
Martín, Benjamín, Carlos y yo, calculamos que tendríamos un espacio corto de tiempo para recorrer el
entorno, pero que tal vez apresurándonos un poco lograríamos observar algo.
Caminamos por espacio de 5 minutos hacia un parque que podía verse al costado izquierdo del HIAC y
encontramos una vereda entre matorrales y arboles muy grandes. El ambiente era de calma y no parecía
que a nuestro alrededor se encontraba una ciudad con asfalto en sus pisos. Al fondo de la vereda, una
de esas puertas (entradas) tradicionales del Japón (que por cierto cada forma de estas tiene un
significado diferente) y una pequeña construcción en madera que aparentemente era un altar. En él, no
faltaba aquella cuerda de la que pendía una especie de campana que los japoneses hacían sonar y ante
la cual oraban.
Tuvimos sólo tiempo para tomar un baño rápido, ponernos nuestro traje, ir al comedor y dirigirnos al
aula con los japoneses y el resto de los compañeros. En esta ocasión se habló acerca de la manera en
que se desarrollarían los servicios médicos y de nuestro viaje a la ciudad de Chiba.
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LLEGANDO A CHIBA.
A las 2 de la tarde en punto, un autobús nos esperaba en la puerta del HIAC para llevarnos a Chiba y
justo a las 2:10 partíamos del lugar y después de una hora entrábamos a Chiba; ciudad moderna,
aparentemente grande y desde luego muy bonita.
En el camino pudimos apreciar una construcción llamada La Torre de Tokio que es muy parecida a la
Torre Eiffel de Francia. Pudimos ver desde nuestro autobús Tokio Disney, el mar, grandes edificios y
autopistas destacadamente bellas.
El autobús se detuvo en el Hotel Toyoko Inn y me fue asignada la habitación 401, muy pequeña pero
confortable. Constaba de un baño con servidor de jabón, shampoo, una pequeña tina, peine, cepillo de
dientes desechable, pasta para dientes y loción para el cabello.
En la habitación también se encontraba una secadora para el pelo, cafetera, locker, vaso, taza, té,
servibar, un escritorio, la cama, una ventana con una vista preciosa de la ciudad, reloj, televisión,
teléfono, lámparas de buró y de piso, kleenex, espejo y una plancha para pantalones.
Fue buen espacio de tiempo el que invertí en tratar de acomodar todas las pertenencias en tan pocos
espacios.
Cuando estuvimos en OSIC, teníamos acceso a una sala con cerca de 20 computadoras, pero en el
Toyoko Inn, sólo se tenían dos de éstas máquinas para el servicio de internet. También en OSIC
teníamos lavadoras y secadoras de ropa casi en cada piso y ahora en el hotel sólo se tenía una de cada
una de estas máquinas (que por cierto nunca lavaron bien nuestra ropa). Además, en OSIC el servicio
de lavadoras y secadoras era gratuito, pero en este lugar habría que pagar por dichos servicios. Otro
gasto que tendríamos sería el de los alimentos, para lo cual el Toyoko Inn sólo ofrecía desayunos (500
Yenes), pero bueno, todos esperábamos que los japoneses hicieran ajustes en las subvenciones
económicas que nos otorgaban para poder completar de manera satisfactoria estos aspectos financieros.
El día siguiente (jueves 9 de Mayo)
debíamos estar a las 8:45 de la mañana en la
recepción del hotel y en lo personal, antes de
esto bajé al restaurante a tomar el desayuno
que consistía siempre (y lo digo así por que
no hubo día en el cual variara) en verduras,
fruta, jugo de naranja, café, jamón, huevos
cocidos y pan tostado.
Después de que todos acudimos al llamado
de la Coordinadora, caminamos cerca de tres
cuadras para llegar a la estación.
Compramos una tarjeta de prepago para todo
un mes de tren e igualmente para autobús.
La Coordinadora nos notificó que en
nuestras cuentas de banco se habían depositado 45000 Yenes extras para solventar estos gastos.
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Nos transportamos sólo dos estaciones del tren y a las afueras de esta abordamos un autobús de
pasajeros (urbano). Después de 23 minutos bajamos y caminamos una distancia aproximada de 3
cuadras hasta llegar al Politécnico. Se nos explicó que la construcción del edificio no era muy moderno
pero si sus instalaciones.
Ya en una sala, una persona nos recibió y nos dio la bienvenida, al tiempo que nos transmitía el
itinerario (la Coordinadora traducía). Después de esto, la inauguración oficial del curso. Estuvieron
presentes el Director del Politécnico, el Sr. Shiro Nonaka, un representante del embajador mexicano en
Japón, la Coordinadora y traductora Odaki Keiko, otras personas y nosotros, los 11 estudiantes.
Creía que todas aquellas tardes en el OSIC repasando el speech habían sido en vano, sin embargo,
aquel día, la Coordinadora del curso, nos pidió que ofreciéramos unas palabras a los asistentes en su
propio idioma (japonés). El premio a nuestro esfuerzo había llegado, pero con él, la auto evaluación de
lo antes aprendido.
Al igual que en las ceremonias en nuestro país, hablaron el Director del Politécnico y el representante
de la embajada mexicana, con mensajes de bienvenida y de ánimo para que nuestra capacitación
resultara fructífera.
Una vez realizada la ceremonia protocolaria, realizamos un recorrido por las instalaciones del
Polytechnic Centre y efectivamente, pudimos comprobar que éstas eran en su totalidad modernas.
Después, nos trasladaron al comedor del Politécnico, en donde en una máquina debíamos depositar 400
Yenes para obtener un boleto para ser canjeado por una comida. Resultó ser tipo, japonés – china. Era
la primera vez que comíamos en el Politécnico y la diferencia con lo antes degustado no fue muy
grande, sin embargo, me agradó el platillo. Consistía en pescado con ensalada, una especie de caldo y
algo parecido a una salsa con ligero sabor picante. De beber, té, o en su caso, se podía adquirir un
refresco en una máquina expendedora convencional como las que encontramos también en nuestro
país.
Una vez que tomamos los alimentos, retornamos a un aula dentro del Poly y una persona nos tomó
medidas de espalda, pecho y largo de brazo, pues al parecer nos harían unos uniformes.
En este lugar, hemos encontramos muchas personas que iban a realizar estudios en diferentes áreas.
Detectamos compañeros de África, Indonesia, Malasia, etc.
Ése mismo día, un poco más tarde, nos trasladamos a la parte central de la ciudad de Chiba. El objetivo
era visitar las oficinas de la municipalidad para hacer nuestro registro como extranjeros. Ya en nuestro
recorrido peatonal por algunas calles, la Coordinadora y traductora Odaki Keiko, nos mostró algunos
lugares que tal vez necesitaríamos visitar mas adelante; tal es el caso de las oficinas postales, las
peluquerías, las tiendas departamentales, comercios, etc. A eso de las 5 de la tarde, terminamos con
nuestros trámites y algunos compañeros decidimos continuar con el recorrido en los alrededores del
hotel. Una vez reunidos, iniciamos nuestra caminata. La ciudad resultó ser muy agradable, no con un
toque de gran urbe, pero sí muy modernizada. Caminando sin tener una referencia en particular,
llegamos a una pequeña playa desde donde se pueden apreciar grandes empresas dedicadas a la
industria marítima. Así mismo, pudimos apreciar parte de la zona portuaria de la ciudad.
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Un edificio que llamó nuestra atención de forma de prisma triangular, llamado Port Tower, resaltaba a
la orilla de la costa por su altura y belleza. Los jardines que rodean al edificio y el parque aledaño,
muestran parte del gusto del japonés por la naturaleza. En el camino rumbo a Port Tower descubrimos
un par de construcciones parecidas a las iglesias Evangelistas. Éstas se encontraban cerradas y no
pudimos apreciarlas por el interior, sin embargo, el tipo de arquitectura que mostraban hacía que nos
transportáramos mentalmente a otra parte del mundo.
Alas 8 de la noche nos encontrábamos en una especie de súper, en ella compré lechuga, tomate, salsa
(de botella), refrescos, pan, queso, un cuchillo, un recipiente plástico, jamón, sal, aguacate con la
intención de prepararme un sándwich a la hora de la cena, pues quería descansar un poco de las
comidas orientales. De ahí en adelante, teníamos la opción de preparar de vez en cuando emparedados,
pues el hecho de tener en la habitación del hotel un servibar, nos permitía conservar algunos tipos de
alimentos por varios días.
Nuestra primer sesión en el Polytechnic Centre, prácticamente se fue en presentaciones, tanto de los 11
participantes mexicanos (Fernando, Leonardo, Marco Antonio, Jesús, Carlos, Martín, Benjamín,
Adelino, Rosario, Gilberto y un servidor), 3 profesores (Kodama San, Muraoka San y Seki San, de los
cuales, con éste último más tarde haría una amistad verdadera) y la Coordinadora del curso (Odaki
Keiko). Se habló de la experiencia profesional, de la vida personal, de los gustos, diversiones,
experiencias, etc.
La Coordinadora nos sugirió que las presentaciones las hiciéramos en español y que ella se encargaría
de la traducción al Japonés. Hacerlo en inglés dificultaba un poco la comunicación, pues resulta que
uno de los profesores tenía algunos problemas con el inglés (Muraoka San) y también algunos de los
compañeros mexicanos.
Después de esta actividad “rompe hielo”, dedicamos un espacio al análisis del Programa a desarrollar
en los próximos cuatro meses y medio. Una vez que leí los ítems que contenía el Programa, resultó lo
que me esperaba, la totalidad de compañeros del curso eran profesores de electrónica en sus
correspondientes planteles educativos en México, excepto yo. A la fecha llevaba 17 años de servicios
para la Secretaría de Educación Pública, pero como Instructor de Centros de Capacitación en el Área
Eléctrica y no Electrónica. Las bases teóricas estaban en mi haber, pues de joven realicé estudios a
nivel Técnico en electrónica, pero de eso hacía ya bastantes años, por lo tanto, el saber que me
enfrentaría día a día a temáticas nuevas, resultaba un doble reto que desde México había decidido
tomar, pues desde que leí la convocatoria para la solicitud de la beca, bien sabía que el entrenamiento
sería en el área de electrónica. Sin embargo, la pasión por conocer tan interesante país me hizo tomar la
decisión de proseguir con el compromiso. Ahora ya estaba en las fauces del león y nada podía hacer,
más que hacer frente a los compromisos asumidos.
Una vez que el profesor Kodama se enteró de mi posición, tuvo a bien brindarme unas palabras de
aliento al decirme que no me preocupara, que entre todos nos ayudaríamos y de hecho sus palabras
fueron ciertas, pues siempre que hubo necesidad de consulta, alguno de los compañeros me brindó su
ayuda de manera incondicional.
Algunos días antes, a mi esposa Leticia (Lety), se le había ocurrido una idea que inicialmente parecía
descabellada. Me propuso que si podía realizar el viaje a Japón para visitarme. Desde luego que uno de
los principales factores que tomábamos en cuenta era el económico, al igual que el compromiso
firmado ente CONACYT y JICA de no recibir visitas durante la estancia en aquel país. Mi mujer
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argumentaba que nuestras finanzas soportaban el viaje, de hecho, entusiasmada con dicha posibilidad,
se dio a la tarea de investigar los costos del boleto para el vuelo. A mi parecía un nuevo sueño, sin
embargo, parecía accesible la posibilidad. Creía un poco egoísta nuestra postura ante nuestros hijos
referente a que ellos no realizaran dicho viaje, entonces, el presupuesto para el boletaje se inició
nuevamente incluyendo a los pequeños; yo me dediqué a realizar contabilidad acerca de cuánto
efectivo se necesitaría para que mi familia realizara el viaje y tuvieran una estancia de 15 días. Así
mismo, inicié pláticas con la Coordinadora del curso Odaki Keiko y ésta me decía que estaba
intentando incurrir en algo que no estaba dentro de los acuerdos con los becarios, más cuando hablaba
conmigo, mostraba cierto aire de ánimo.
Días después, mi esposa ya tenía en su poder los presupuestos y yo la suma de gastos para
alimentación, hospedaje y traslados a diferentes lugares cerca de la ciudad de Chiba, de hecho, Keiko
nos condujo personalmente a Jesús (Talibán Mayor) y a mi a una agencia de viajes y el comentario de
la señorita trabajadora del lugar fue que era mejor adquirir los boletos en México que en Japón, pues
inicialmente pensé en comprarlos en Chiba. De hecho, para un simple presupuesto, debía cubrir el
costo de una llamada telefónica a Estados Unidos, aspecto que no me pareció muy agradable que
digamos. En esa ocasión Jesús nos acompañó pues sus intenciones eran que su novia también hiciera el
viaje. De hacho pensamos en que se podían acompañar ella y mi familia, pero días más tarde, Jesús
desistió en su idea inicial.
Después de hacer la visita a la agencia, regresamos al hotel y no había pasado media hora cuando recibí
una llamada de Keiko diciéndome que había hablado con su ex marido y que efectivamente, resultaba
más económico comprar los boletos en México pero en una agencia de viajes norteamericana. Desde
que Keiko nos llevó a la agencia comprendí que ya había ganado el apoyo de ella y el hecho de
hablarme al hotel para decirme el comentario de su ex marido, lo vino a confirmar. Al menos con ella,
el camino para no tener problemas con la visita de mi familia, estaba librado.
No olvidaré lo que esa noche sucedió, agoté mas de una tarjeta de prepago para realizar llamadas
telefónicas de larga distancia, pues en México se festejaba el 10 de Mayo, entonces hablé a mi esposa
Lety, mi madre Aurelia, mis hermanas Silvia, Cristina, Xóchiltl, a mi suegra Antonia y cuñada Cruz en
Cd. Valles S.L.P. Aproveché la llamada para ratificar el hecho de que el costo de los boletos de avión a
Japón resultaba más económico en México que en Chiba. La inquietud por saber acerca de la
posibilidad del viaje de la familia me quitó el sueño por algunos minutos esa noche, sin embargo, al
mismo tiempo me daba una esperanza para poder verlos antes de cumplidos los seis meses de
compromiso de la beca.
El día de las madres para nosotros fue viernes y al día siguiente descansamos de las sesiones en el Poly,
entonces Martín, Benjamín, Adelino y yo nos trasladamos en tren a una playa que según el mapa de
Martín, se encontraba muy cerca.
Encontramos unas construcciones preciosas modernas, de hecho, no resistimos la tentación de ingresar
a uno de esos edificios. Tenía en total 50 plantas y visitamos lo más alto desde donde tuvimos una vista
impresionante. Por un lado, podíamos apreciar la playa y la gran extensión de la misma. Por otro, un
Japón totalmente moderno. Desde dicho lugar descubrimos también el estadio de los Marines de Chiba,
equipo local de béisbol (que por cierto, como es de todos sabido, el japonés es fiel admirador y
practicante de dicho deporte).
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La playa estaba casi vacía y de hecho no había persona alguna en el agua, pues aunque ya corría el mes
de Mayo, el termómetro indicaba bajas temperaturas aún. Dedicamos todo el día a conocer los
alrededores; más tarde, de regreso al hotel.
El día siguiente con el mapa de Martín, algunos compañeros decidimos ir en busca de una iglesia ahí
mismo en la ciudad de Chiba. Después de seguir la ruta marcada por el mapa, encontramos el lugar
señalado en él. Al frente y en lo alto del pequeño edificio, observamos una cruz y de inmediato nos
acercamos. A la entrada, tal y como se acostumbra en muchos lugares en Japón, tuvimos que retirar
nuestros zapatos y colocar en su lugar unas sandalias. Estábamos decididos a ingresar cuando nos
percatamos de que no se trataba de un lugar católico, por el contrario, tenía todo para hacernos creer
que se trataba de una iglesia cristiana. Dentro del lugar se desarrollaba una ceremonia que confirmó
nuestras suposiciones y además se hablaba en japonés. El grupo de mexicanos que habíamos entrado al
lugar, decidimos entonces abandonar el recinto. Ese día comimos una especie de cocktail de mariscos
combinados con algo parecido a un queso fundido. No recuerdo el nombre del platillo, pero si puedo
afirmar que el sabor resultó agradable. Más tarde, ese mismo día, fuimos a surtir despensa, pues yo no
era el único que almacenaba alimentos occidentales dentro del servibar del hotel, para de vez en cuando
degustar bebidas y productos parecidos a los acostumbrados.
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CLASES DE ELECTRÓNICA Y JAPONÉS.
Las sesiones en el Poly iniciaban a las 9 de la mañana, por lo tanto y para no tener problemas de
inpuntualidad, siempre me levanté a las 6 a.m. Cuando las clases fueron con el profesor Kodama, bien
podíamos llegar un poco más tarde, pues extrañamente a lo que se sabe acerca de la puntualidad del
japonés, dicho profesor iniciaba sus clases casi 15 minutos después de las 9. Sin embargo, éste era un
punto que no pensábamos reclamar. Las bromas con respecto a dicho suceso no se hicieron esperar
entre compañeros y se decía que todo era porque el profesor Kodama había ya trabajado años atrás en
México y que había tomado el mal hábito de algunos mexicanos que conoció en nuestro país. Otros
más decían que él bien sabía que a nosotros nos encantaba ese tipo de comportamiento y que quería
complacernos. La actitud de Kodama Sensei (profesor), contrastaba con el rigor que habían impuesto
en nosotros las maestras del curso de japonés en la ciudad de Ibaraki en el OSIC.
Era parte de la programación cotidiana dentro de las clases de electrónica, el dar dos espacios de
descanso (break) de 15 minutos cada uno, además, como relojito, todo el Poly se detenía en punto de
las 13:00 horas, pues había que asistir al comedor a tomar los alimentos. Este último hecho, en algunos
de nosotros costo trabajo acostumbrarnos, pues en México, mucha gente desayuna temprano en casa y
come hasta regresar del trabajo, pero en Japón, todo se paraliza entre la 1 y las 2 de la tarde.
Recuerdo la primera sesión con Kodama Sensei acerca de las computadoras, sobre sus componentes, el
ensamblaje, funcionamiento, etc., de hecho, a media sesión de la segunda clase, nos fueron entregados
todos los componentes para armar un equipo completo de ordenador personal; el CPU, el gabinete,
lector de CD (con quemador), unidad de disquete, fuente, tarjeta madre, etc. Y por si fuera poco, no
encomendó una tarea extra clase de lectura precisamente sobre los equipos de cómputo redactado en
inglés.
Desde el inicio los profesores del Poly comentaron que para el final de nuestro entrenamiento, cada uno
de nosotros deberíamos exponer alguno de los temas que se desarrollarían durante el curso. La
exposición se haría ante el grupo y además había que entregar por escrito un reporte de Trabajo (Job
sheet) que complementara la participación de cada uno.
Cada uno de los compañeros analizó el programa y tal vez por afinidad eligieron un tema desde el
principio. Tal vez alguno de ellos lo eligió ya cerca de Septiembre cuando el curso terminaba, pero esa
era una decisión individual.
En lo personal, me repetía una y otra vez que a lo que había acudido a Japón era a estudiar y lo menos
que podía hacer era poner el máximo empeño en ello. Decidí entonces, capturar en su totalidad los
temas ofrecidos por los tres profesores y no solamente uno de ellos como era su consejo. El trabajo lo
combiné con fotografías, diagramas, esquemas, textos, etc., un esfuerzo enorme que al fin y al cabo
redundó en beneficios directos hacia un servidor.
Siempre a manera de broma comenté a los compañeros que yo sería el que más aprendería y explicaba
que la razón se centraba en el hecho de que al ser todos profesores de electrónica llevaban mucho más
cimientos que yo, y que aunque también laboraba como profesor, lo era de electricidad; por lo tanto, si
para alguien iba a haber temas nuevos, desde luego que ese alguien sería yo.
Para la captura del trabajo confié en mi velocidad de escritura en la PC, aunque en ocasiones la presión
fue bastante. Con el profesor Kodama, trabajé de la siguiente manera, el habla español, más su forma
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de expresarse siempre fue a muy poca velocidad. Con los profesores Muraoka y Seki que se
expresaban en japonés, yo escribía lo que la Coordinadora nos traducía mientras ellos manifestaban la
siguiente idea. Entonces, casi cada palabra dicha por los profesores quedó plasmada en mi trabajo final
del Poly, aunque pareciera que el entrenamiento fue también en habilidades de captura ante una PC. De
hecho recuerdo un suceso en una de tantas clases en donde mi compañero de Chiapas, Adelino, me
hacía el reclamo de que en ocasiones no escuchaba a la Coordinadora debido al constante golpeteo que
resultaba de las teclas de mi máquina al estar capturando. Creo que al final, Adelino se acostumbró a
mi incesante ruido, que sí, coincido con él y lo comprendo, pero no quería perderme una palabra de las
clases.
Día antes, directivos del Poly nos habían invitado a participar en un segundo módulo sobre el idioma
japonés y se desarrollaría por la tardes en el mismo edificio en donde recibíamos la clases de
electrónica. Aquel martes 14 de Mayo nos trasladamos al cuarto piso del inmueble (electrónica la
recibíamos en el quinto), pero sólo ocho de los once del grupo (Fernando, Jesús, Benjamín, Carlos,
Marco, Adelino, Rosario y yo). Martín y Gilberto ya tenían más experiencia en dicho idioma y tal vez
por esa razón decidieron no participar y Leonardo que al parecer ya se había saturado de tan pesado
idioma.
La maestra aparentaba madurez y su
nombre era Adachi. Mujer de muy buen
carácter que inició la sesión como
realizando una evaluación diagnóstica de
los participantes.
Me sorprendió la manera en que desarrolló
la clase, pues usaba el mimo método
expositivo que las maestras de Ibaraki,
apoyándose en carteles con dibujos (de
hecho iguales), las mismas presentaciones,
el mismo tipo de preguntas, en fin, todo
idéntico. La clase terminó a las seis de la
tarde, pero la maestra solicitó a los
participantes que el día siguiente
iniciáramos a las 4:10 de la tarde pues
después de nuestra clase se tenía que
transportarse a Tokio a otro compromiso parecido de trabajo.
Ese mismo día, al llegar al hotel después de una larga jornada de estudio entre electrónica y japonés,
tenía otra actividad a la que me tuve que acostumbrar a fuerza de necesidad; lavar la ropa. La máquina
del hotel recibía una carga y después de colocar 200 Yenes y el jabón correspondiente (una medida por
30 Yenes), se ponía en marcha por 30 minutos. Dicha máquina se encontraba en la planta baja, por lo
tanto, había que bajar a colocar la carga, regresar a los 30 minutos, sacar la ropa de dicha máquina y
colocarla en la secadora por espacio de otros 30 minutos con 100 Yenes. Al mismo tiempo, colocaba
otra carga en la lavadora. Para rematar la jornada, ese día al igual que otros cuatro anteriores, volvieron
a mí los problemas de talones que desde México me acompañaban; pero bueno, aquí no había manera
de atenerme a algo o a alguien y sólo confiaba en que el elevador del hotel me apoyaría en subir y bajar
y aligerarme el trabajo.
71
Cuando alguien se dedicaba a lavar su ropa en las máquinas, había que estar al pendiente del tiempo de
trabajo de las mismas, pues en caso de que una segunda persona estuviera en espera de dichas
máquinas y al percatarse de que no se retiraban las prendas de las mismas, reportaban el hecho a las
chamacas del Front (recepción) y éstas colocaban dicha ropa en bolsas de hule hasta que su dueño las
reclamara. En más de una ocasión, alguno de nosotros se vio en la necesidad de ir al front a preguntar
por sus prendas de vestir. Estas y muchas otras cosas más tuvimos que vivir en el gran Toyoko Inn de
la ciudad de Chiba.
En lo subsecuente y en acuerdo con mi esposa, determinamos que en determinados días de la semana
entraríamos al chat en internet para entablar comunicación. Yo lo hacía a las 6 de la mañana horario de
Japón y ella 4 de la tarde horario de México. A esas horas, la mayoría de los compañeros se
encontraban aún descansando y creía que las únicas dos computadoras del hotel para este servicio
serían para mí. En un principio dio resultado la estrategia, sin embargo con el paso de los días, ya
varios mexicanos nos disputábamos dichas máquinas a temprana hora (como buenos mexicanos,
compitiendo en todo).
Los únicos que salían temprano eran Martín, Benjamín y Jesús, pues iban a correr a un parque que se
encontraba relativamente cerca al hotel. Con agrado los hubiera acompañado, sin embargo, el problema
de talones me lo impedía. Siempre amante de los deportes como el atletismo, pero bajo las condiciones
en las que me encontraba en esos días, me sentía como atado de pies y manos, al no poder practicarlo
en forma.
Para esas fechas, nosotros terminábamos de
armar nuestra Pentium IV e inmediatamente
cargamos el Windows Milenium en ellas. A
todos nos funcionó perfectamente el equipo,
salvo detalles insignificantes en algunas
máquinas que se solucionaron rápidamente.
Y al igual que otros días, sólo disponíamos
de diez minutos para cambiarnos de aula
aquellos que asistíamos a la clase de
japonés, que por cierto, para el segundo día
tuvimos otra maestra. Ésta mucho más
joven que la del día anterior y con un
carisma especial. Extrañamente a lo que se
ve en el Japón, ella era de cuerpo robusto,
pero con una gran sonrisa siempre en su
rostro. Al igual que la maestra Adachi,
Ayabachi Sensei, prosiguió realizando evaluación diagnóstica de nuestros previos conocimientos.
A mi me preocupaba el hecho de que me había fijado la meta de escribir todo lo referente a las clases
de los maestros de electrónica, por lo cual, casi siempre era de los primeros en salir del hotel para llegar
temprano al Poly y adelantar un poco en el trabajo pendiente. Recuerdo que aquel jueves 16 de Mayo,
salí con Leonardo que también muy temprano emprendía el viaje a nuestra Institución Educativa.
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Kodama Sensei especificó que el trabajo deberíamos capturarlo en Word, de hecho nos mostró un
ejemplo de un participante del año anterior. Deberíamos diseñar un formato para el reporte de los temas
y que deberíamos entregarlo al final del entrenamiento.
Al regreso al hotel, algunos decidimos bajar en la primera estación hacia Chiba llamada Nishichiba,
pues nos comentaron que en dicho lugar había otros supermercados al parecer más surtidos y con
mejores precios. Conocimos uno de ellos y efectivamente, los precios en dicho lugar eran más
accesibles. Por mi parte volví a surtir mi pequeña “despensa”, jamón, aguacate, tomate, leche, cereal,
miel, pan (bollos), jugos y surimi. Una vez realizadas las compras respectivas, proseguimos con nuestro
viaje a la siguiente estación, que de hecho está relativamente cerca.
Desde hacía algunos días invertía cierto tiempo en visitar las computadoras y enviar tres fotografías
diarias a mi familia con imágenes de los lugares visitados, sin embargo, en más de una ocasión el disco
con dichas fotografías se me quedaba en el Poly por el hecho de que frecuentemente usaba la cámara
para la captura del manual y en contadas ocasiones por descuido olvidaba cargar el mismo en mi
maleta que me acompañaba diariamente. Sin embargo, día a día el sistema de internet me acercaba un
poco a la familia, amigos y conocidos y el hecho de leer y escribir con todos ellos, era una manera de
alimentar las energías que me mantenían en pie ante la distancia, la soledad (de familia y amistades), la
nostalgia y otros aspectos que de repente querían hacerme daño.
Al día siguiente la lluvia nos hizo compañía por la tarde, y fue hasta entonces que aquel paraguas
recibido del buen japonés en una librería en la ciudad de Ibaraki, llegó a su fin, pues el mango del
mismo se partió en dos, por lo tanto había que invertir en uno más.
Como la lluvia prosiguió hasta tarde, no pudimos salir del hotel entonces algunos nos trasladamos a
observar la acción que Fernando y Leonardo estaban enfrentando. Ambos decidieron rapar sus cabezas
y por lo tanto el espectáculo de ver el cambio de imagen en ellos desprendió grandes carcajadas por
parte de los compañeros. Quien fungió como ejecutor, perdón como estilista fue Gilberto, que
disfrutaba eliminando la cabellera de aquellos dos compañeros. Momentos como aquellos, nos hacían
olvidar la soledad, los problemillas que de repente surgían entre nosotros, el estudio, etc.
En Japón existen algunos restaurantes que ofrecen el servicio de barra libre en las bebidas de sabor
(naranja, limón, cola y otras) al solicitar la carta. En ocasiones acostumbrábamos visitar esos lugares
para cambiar un poco el tipo de comida que ofrecían en el Poly, o bien nuestros sándwich que
preparábamos en el hotel. El sábado 18 de Mayo descubrimos un lugar con dichas características y
acudimos a comer en él. Al parecer se ofrece en su mayoría comida tipo italiana, lo cual nos atraía
enormemente a algunos que no empatábamos del todo con la de tipo japonés. El platillo que solicité
tenía un costo de 800 Yenes.
Ese mismo día, tratando de solucionar el problema que presentaba la lavadora del hotel (no secaba bien
las prendas), salimos en busca de un negocio que ofreciera dicho servicio, acepté la invitación de otros
compañeros debido a que por ser fin de semana y no tener actividad compromiso alguno, la nostalgia
pretendía invadirme nuevamente. En nuestro camino encontramos una de esas construcciones
características del Japón; un Castillo, su nombre; “Chiba – Jo”. Martín preguntó a un japonés acerca del
interior del mismo, a lo que el hombre contestó que existe un museo abierto al público, pero que por ser
casi las 6 de la tarde, éste se encontraba ya cerrado. Lo más que pudimos hacer fue tomar algunas fotos
en el exterior.
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Por fin encontramos la lavandería y aunque un poco retirado (como a quince cuadras), asumimos que
bien valía la pena trasladarnos a dicho lugar ya que en él había más máquinas y con capacidades
mayores. A eso de las 8 de la noche hicimos nuestro recorrido de regreso al hotel.
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TEMBLOR EN EL HOTEL Y VISITA A AKIHABARA.
Cuando ya empezábamos a tomar ritmo en nuestras rutinas acerca de la vida en Japón y sobre todo en
la ciudad de Chiba, no olvidaré el suceso que vivimos aquel domingo 19 de Mayo.
Una fuerte sacudida hizo que me despertara. De momento desconocía la causa de “aquello” que había
provocado se rompiera mi descanso, ni tampoco sabía cuánto había durado antes de despertar. A mi
mente llegó la idea de un temblor, pues antes de mi viaje a Japón y tratando de conocer un poco acerca
de dicho país, había leído sobre la gran cantidad de temblores que sucedían en la tierra del sol naciente.
Mi vista instantáneamente giro hacia el reloj de la habitación y éste indicaba las cinco en punto. A
partir de ese momento no pude conciliar el sueño.
Un poco más tarde, bajé a las computadoras del front a checar el correo y me encontré a varios
compañeros, a los que pregunté si habían sentido el movimiento. Todos lo afirmaron. Martín se acercó
al front y preguntó a las chamacas acerca del suceso. Éstas lo confirmaron pero nos aseguraron que el
edificio estaba preparado para ese tipo de temblores. Además, nos comentó que en Japón eran muy
comunes los movimientos sísmicos y que ya con el tiempo nos acostumbraríamos. Sus palabras se
escuchaban muy serenas y las acompañaba una sonrisa, pero para algunos de nosotros no resultaban tan
tranquilizantes.
Una vez que nos alejamos del front, Martín nos comentó que la respuesta de la chamaca había sido la
más apropiada en ése momento pues seguramente no hablaría mal de la construcción del hotel para el
cual trabajaba. Así mismo, nos explicó que hacía años, Japón había vivido un fuerte temblor en la zona
de Kobe, lugar que sufrió grandes daños y en el que perecieron muchísimas personas.
Ése mismo día habíamos planeado nuevamente intentar buscar una iglesia católica, más Martín nos
comentó que precisamente ése día se instalaría un Free Market (tianguis, aunque la traducción literal
sea mercado libre; los japoneses lo llaman “free marketo”). Nos trasladamos a pie al lugar indicado y
anduvimos curioseando por todos los puestos. En lo particular, pensando un poco en mi pequeña hija
Lety, adquirí un juego de pinturas para las uñas, así mismo unas playeras y algunos CD´s de música.
Después de esto, decidimos trasladarnos a la zona de Akihabara que se encuentra a no más de 40
minutos en el tren.
Akihabara es una región en la que se concentran grandes
almacenes que ofrecen al público artículos electrónicos de
variadas marcas, de hecho al bajar del tren se pueden apreciar
letreros que así lo indican; Akihabara, electronic town.
Cuadras y cuadras de establecimientos y un mundo de personas
en busca de los mejores precios o bien de artículos con
características muy particulares. Mis intenciones eran adquirir una
cámara digital de video, misma que ya había intentado comprar
desde que estaba en Ibaraki. Batallé bastante, pero en un lugar
conocido como LAOS por fin la encontré. Menú en inglés,
digital, pantalla LCD, casete miniDV, cámara fotográfica a la vez,
marca JVC, etc. El precio; 81,000 Yenes (5670 pesos
aproximadamente). La cámara venía acompañada de 3 casetes y
una maleta-estuche.
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El empleado del lugar (brasileño) me explicaba que de haber llevado el pasaporte conmigo, hubiera
podido ahorrar el 5% del costo, pero le comenté que no lo portaba por el temor a extraviarlo y que sólo
traía una copia del mismo; el empleado no lo aceptó y entonces pague el total del costo. En ese mismo
lugar, adquirí un reproductor portátil de CD´s con opción a aquellos formatos tipo MP3. La marca;
Kenwood. El precio; 14800 Yenes (1036 pesos aproximadamente). Este mismo reproductor lo
encontraría días después más económico en la misma ciudad de Chiba.
Esa misma tarde (a eso de las 5) nos desocupamos de las compras y nos dirigimos a una zona cercana a
la estación en donde a nuestra llegada habíamos visto algunos establecimientos que vendían comida.
Uno de esos platillos aparentaba un caliente espagueti acompañado de carne de res. Yo no dude en
pedirlo, pero triste fue la decepción cuando al probarlo me doy cuenta que el platillo se come frío. No
tuvimos otra opción que comerlo así (Martín, Benjamín, Adelino y yo). Nuestro regreso fue a las 7 de
la tarde, pero al hotel ingresamos un poco más tarde pues nuevamente descendimos en el tren en
Nishichiba con la intención de comprar nuevamente víveres para nuestro abastecimiento. Aquel día por
la mañana me había percatado que mi hermana Cristina me había enviado unas fotos de mis hijos con
vestuarios que se acostumbra en nuestro país en los festivales del día de las madres, sin embargo, no
había impreso tales fotos y no había contestado a dicho correo, por lo tanto, antes de ingresar a mi
habitación, dediqué cierto tiempo a dicha tarea. Fue un verdadero placer el ver a mis chiquillos con sus
respectivos trajes regionales de los bailables y desde luego que a partir de ese momento formaban parte
de la decoración del espejo del pequeño tocador que tenía en la habitación, junto a algunas fotografías
traídas de México en donde estaban mi familia, amigos, padres, etc. A la vez, aproveché para notificar
a la familia la experiencia vivida con el temblor, pidiéndoles que no se preocuparan, que estaba bien y
que este tipo de movimientos naturales eran muy frecuentes en Japón y que por ende, las
construcciones estaban preparadas para soportar los embates de dichas fuerzas. En realidad en mi
interior, me aterraba la idea de vivir una nueva experiencia al respecto, pero no podía manifestar esto a
la familia.
Al tratar de tomar el descanso diario nocturno, llegaron a mi mente los momentos de inquietud vividos
por el temblor con lo cual, se me espantó el sueño. A la par y debido a la gran caminata desarrollada en
Akihabara, el dolor en mis talones retornó nuevamente, sin embargo, el cansancio fue mayor y dominó
el nerviosismo.
No podía esperar mucho para realizar las primeras grabaciones con la cámara y tal como un niño juega
con su juguete nuevo, al día siguiente partí al Poly con la cámara para poder grabar aspectos de la vida
cotidiana del japonés. La sesión de electrónica me resultó un tanto pesada, además enseguida debíamos
presentarnos a la de idioma japonés, pero sentía que las sesiones de dicho idioma estaban surtiendo
efecto pues la seguridad en lo aprendido la podía palpar.
Nuestro regreso al hotel, aquel día decidimos hacerlo a pie y en el camino aproveché para hacer
algunas filmaciones. En cierto establecimiento comercial, pedí a Martín que tomara la cámara y me
grabara frente a la tienda de autoservicio, pero el quiso ir más allá y me indicó que me acercara a un
vendedor de Tsucune (algo así como alambres) para comprar algunos. Yo me negaba pues el nervio a
la no comunicación era grande. Martín me convenció y bueno, comprendí que sí había aprendido
bastante, pero que el terreno por pisar era mucho mayor.
Por la noche, envié unas las tres fotos diarias a mi esposa y también algunas a mi hermana Silvia, que
sin ser una experta en el uso de la computadora y seguramente auxiliándose de sus hijos entraba a
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internet para de alguna manera mantener comunicación conmigo. El detalle de romper con la
tecnofobia por parte de ella para mantenerse en contacto conmigo, es algo que le agradeceré siempre.
Después de esto, la soledad de mi habitación, una televisión con audio en japonés, una ventana que me
mostraba letreros indescifrables en Hiragana, Kanjis y Katakanas, atacaban mi estabilidad emocional.
A mi mente llegaban recuerdos de la familia, lo que estarían viviendo, la difícil tarea encomendada a
mi esposa de quedar a cargo de mis tres hijos sin mi apoyo, etc. Sin embargo, también sabía que todo
eso era una buena oportunidad para crecer como personas y como parejas; ella por salir adelante con la
organización de la casa y la familia y yo por superar el mar de dificultades que presentaba el Japón, al
menos por el idioma.
Siempre había sido un tipo de retos y el que estaba viviendo en Japón estaba resultando una de las
grandes pruebas de fuego para mi sistema nervioso. Creo fue un error el probar el reproductor de MP3
con un CD de Leonardo con música de los Ángeles Negros (debut y despedida). La letra de la canción
y el ritmo melancólico de la pieza escuchada me contagiaban, me sentía solo, triste, desesperado,
deprimido, culpable por los problemas que ocurriesen en casa por no estar en ella, ausente de mi
persona, como robot sin control, como ente desquiciado, como pez de mar en agua dulce; no está en mi
haber el cúmulo de palabras para describir dicho estado de ánimo y aquel sentimiento.
En ese preciso momento inicia la canción de “mi niña” (también con los Ángeles Negros) y mi vista
cambia de dirección al espejo encontrándose con la foto de mis hijos y el golpe bajo se deja sentir. No
creyendo soportar más, apago el reproductor, un baño con agua tibia y a tratar de dormir. No quería
derramar lágrimas sintiéndome más mal de lo que ya estaba.
A partir de esa fecha, en ocasiones algunos de los compañeros y yo hacíamos el recorrido al Poly a pie,
pues al menos para mi era una buena opción para hacer algo de ejercicio. Acostumbraba acompañarme
de Martín y Benjamín y contrario a lo que pensaba, en dolor en mis talones parecía desaparecer.
También en ocasiones se nos sumaba Adelino en nuestras caminatas.
En toda la estancia que llevaba a la fecha, no había encontrado o sabido que en Japón hubiera talleres
de reparación o mantenimiento de aparatos electrónicos o electrodomésticos, al parecer, los bajos
costos de adquisición de dichos aparatos y la acción poco conveniente de reparación, obliga a las
personas a cambiarlos que a intentar repararlos. Otra teoría que me contó Keiko es que, hay muchos
jóvenes de provincia que se transporta a las grandes ciudades a realizar estudios. Para algunos resulta
más fácil y económico rentar un pequeño departamento que viajar diariamente en tren (densha) o en
metro (shikatetsu), esto debido a los altos costos en el sistema de transporte. Este tipo de estudiantes
adecuan sus departamentos con aquellos elementos necesarios para la subsistencia, sin embargo, más
de uno le añade el televisor, grabadoras, reproductores, video caseteras, DVD´s etc., con lo que hacen
más placentera su estancia en dichos departamentos. Cuando terminan los periodos de estudios,
retornan entonces a sus lugares de origen y les resulta más económico el desechar muebles y aparatos
que pagar la mudanza para su transportación. La mayoría de estos aparatos quedan en buen estado.
Por las razones anteriores, la mayoría de los compañeros tenían equipadas sus habitaciones del hotel
con aparatos similares, pues resultaban prácticamente baratos en los free market o en establecimientos
que vendían éste tipo de mercancía.
Era también muy común encontrarlos “botados” en las esquinas de las colonias para que el sistema de
limpieza de la ciudad los recogiera, sin embargo, en más de una ocasión pude apreciar a una pequeña
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camioneta de redila la cual el conductor detenía en dichos lugares y levantaba lo que tal vez
consideraba en buen estado para después seguramente venderlos.
Algunos adquirieron video caseteras, relojes, reproductores etc. Martín por su parte, dentro de otras
cosas, había obtenido una báscula digital y recuerdo que para el miércoles 22 de Mayo yo había bajado
ya poco más de cuatro kilos y medio del peso con el que había llegado dos meses atrás. Sentía que no
había bajado mucho por dejar de comer tortillas y comida con exceso de grasa, sin embargo, en la
ciudad de Chiba, de manera frecuente prefería un sándwich o un baguete a manera de torta que comida
japonesa. A mi regreso a México, el total de kilos perdidos llegaría a 10, lo cual la familia notó
inmediatamente en el semblante. También en ocasiones acostumbraba comprar un poco de comida
“chatarra” pensando en que quizá sabrían parecido a nuestras queridas papas fritas, frituras, y demás,
más no, no hubo una que tuviera un sabor agradable (al menos para mi). Para empezar me la jugaba al
elegir algún tipo de botana, pues no tenía referencia de ellas más que el dibujo mostrado en la bolsa
envoltura. El nombre comercial de dichos productos era mostrado en la cubierta, pero de poco servía
dicha información, pues o eran Katakanas o Kanjis.
Por otro lado, por aquellas fechas casi concluíamos nuestra segunda capacitación sobre el idioma
japonés y la maestra Ayabachi nos había pedido (tal y como había sucedido con las maestras en
Ibaraki) que preparáramos un speech para expresarlo en la última sesión del curso en la ceremonia de
clausura. Yo quería agregar un poco más a lo antes aprendido en el OSIC, pues me sentía con más
conocimientos que en aquellos días de clausura en Ibaraki. Además, considero que es muy diferente
estudiar un idioma en su país de origen a hacer lo mismo en el propio. La razón es simple, si se estudia
inglés (por ejemplo) en México, sólo lo pondrás en práctica en tus clases de dicho idioma o bien con
alguna otra persona que también lo conozca, o en último de los casos con empleados extranjeros
residentes en su centro de trabajo. De no ser por esto y como no lo requieres (no es una necesidad), no
se ejercitará.
Estudiar japonés en Japón tenía la ventaja de que aunque no se quisiera teníamos que practicarlo día a
día, en el tren, los comercios, en el OSIC, en el Poly, en fin, en las calles en general. Todo esto,
propició que nuestras clases de tan difícil idioma fueran prácticamente intensivas las 24 horas, pues
hasta en televisión podías ponerlo en práctica.
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MUNICIPALIDAD, PALACIO IMPERIAL Y FIN DEL SEGUNDO CURSO DE JAPONÉS.
Un día después, las clases en el Poly concluyeron una hora antes (3 de la tarde), pues Keiko nos había
informado que ese día (viernes 24 de Mayo) teníamos cita en la Municipalidad para recoger la
identificación que entrega la ciudad de Chiba a los huéspedes que se establecen no como vacacionistas
sino para alguna actividad en particular que requería una estancia prolongada (como era nuestro caso).
Esa misma tarde, los talones volvían a martirizarme y pensaba que era el producto de las caminatas que
hacíamos hotel-Poly, Poly-hotel. Algunos compañeros decidieron comprar una bicicleta para su
transportación y pensaba que procedería de igual forma, pues además de ofrecer una opción para la
ejercitación, no recargaría el 100% del tiempo mi peso sobre los talones. Con esto pretendía aligerar
un poco los fuertes dolores que me causaba dicho mal. Por otra parte, los precios de las bicicletas en
Japón eran relativamente bajos (tal vez por la demanda de las mismas) y resultaba mucho más
económico adquirirla y usarla que pagar la transportación haciendo uso del tren y el autobús
diariamente. Pensábamos también usarla para ir a conocer lugares un poco más retirados del hotel y
que a pie resultaban ser distancias considerables.
El domingo siguiente, Benjamín y yo acompañamos a Adelino a Akihabara, pues tenía deseos de
adquirir una computadora (lap top). Una vez que Adelino compró la misma (Sony Vaio) y después de
comer un buen espagueti en un lugar cercano a la estación de Akihabara, decidimos ir a la gran ciudad
de Tokio y para eso retomamos el tren y tan sólo después de escasos 10 minutos arribábamos a ella.
Está por demás tratar de describirla, pues en la mayoría de los casos, el mundo entero sabe del ritmo de
vida en dicha ciudad. Al igual que hormigas en sus terrenos, algunas personas de ida otras de venida. El
hecho estriba en que podíamos contar miles de personas pasando por un solo punto en unos cuantos
minutos. Grandes edificios nos veían desde las alturas como gigantes, imponentes, espectaculares,
grandiosos.
Para el año 2002, se tenían contemplados para la sede del Campeonato Mundial de Fut bol dos países;
Corea y Japón, por esta razón, los espectaculares alusivos a dicho evento se podían encontrar en casi
cada esquina de la región que
recorrimos aquel día. Ya en otros lugares habíamos querido observar dicha publicidad y si llegamos a
detectarla pero de manera muy somera. En Tokio, la promoción del evento citado era impresionante.
Caminando por las calles de esa gran urbe, llegamos a un pequeño rinconcito en donde se encontraban
unos músicos que interpretaban melodías muy propias de aquel país oriental. Me recordó a aquellos
compatriotas que salen a la calle a realizar sus danzas conmemorando a nuestros antiguos ancestros
Aztecas.
A la vez que tocaban sus instrumentos especialmente extraños raros, uno de ellos, realizaba una
especie de baile en donde más que nada su trabajo se concentraba en el movimiento de las manos,
brazos, cadera y cuello; todo esto acompañado de gesticulaciones bastante curiosas. Al terminar cada
una de las interpretaciones, todos ellos se ponían en pie, se dirigían al público espectador y hacían la
reverencia clásica oriental (doblar el cuerpo hacia el frente de la cintura hacia abajo, inclinando
ligeramente la cabeza con los brazos extendidos y pegados a los costados del cuerpo). Momentos
después el primero de los bailarines alternaría con una mujer, que al igual que el primero, realizaba
movimientos y gesticulaciones en exceso curiosas. Estuvimos apreciándolos por algunos minutos y
posteriormente continuamos vagabundeando.
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En nuestro camino encontramos un mapa del lugar sobre un soporte metálico y en cierto punto se hacía
referencia a la localización exacta del Palacio Imperial. Sintiéndonos un poco más seguros acerca del
manejo del idioma japonés, preguntamos a un oficial de policía acerca de la ubicación exacta del lugar
y después de dimes y diretes entre inglés y japonés, pudimos encontrar la ruta.
A la entrada del Palacio Imperial
encontramos un extenso jardín con árboles
bellamente podados como por un artista, de
hecho yo lo consideraría así (un artista) a
quien realiza semejante trabajo con la
naturaleza. Al igual que en otros castillos, el
Palacio está rodeado por un canal con agua
que impide a los turistas (en el viejo Japón, a
lo invasores) aproximarse hasta los pies de los
grandes muros de roca. Sólo pudimos
apreciarlo desde las inmediaciones de la
explanada, pues el lugar se encontraba
cerrado. De hecho, nos habían comentado que
sólo es abierto al público una vez al año (en
Enero), más nunca investigué acerca de la
veracidad de aquellas palabras. Nuestro regreso a la estación de Tokio fue por la parte trasera de esta y
pudimos descubrir un tipo de arquitectura diferente a la construida en la parte frontal. Por el contrario a
la cristalería exhibida al frente, la parte posterior ofrece un estilo muy europeo. Después de nuestro
interesante recorrido, regresamos al Toyoko Inn en la ciudad de Chiba (50 minutos en tren).
Esa misma noche del sábado, salimos a buscar un lugar en donde cenar o tomar una buena cerveza
japonesa. Los pasos nos condujeron hasta un lugar extremadamente excéntrico llamado “The LockUp”.
Para entrar en él, debimos ascender por una escalera a una segunda planta y fuimos recibidos por unas
chamacas maquilladas y vestidas de una manera muy a la noche de brujas. Nos transportaron hasta algo
así como una celda y de hecho en el camino (una especie de pequeño laberinto) pudimos observar otros
clientes en otras celdas parecidas. No me atrevo a llamar a aquellos pequeños cuartos “privados”, pues
en realidad hacían parecer cada uno de esos recintos como una verdadera celda. Al caminar las
chamacas movían un látigo que portaban en sus manos y nos hacían gestos grotescos (muy divertido
observarlas). Nos ofrecieron una celda con mesa occidental, pero preferimos una Oriental. Una vez que
entramos nos mostró la carta y como no entendíamos nada de lo escrito, Martín (nuestro intermediario)
simplemente pidió cerveza y entonces sí, pudimos participar todos diciendo “biiru onegaishimasu”
(cerveza por favor). Tal vez no habíamos aprendido a decir “me duele la cabeza”, pero a pedir cerveza,
sí. Una vez que la muchacha tomó la orden, cerró la “reja” de la celda y se retiró.
Justo a nuestro lado (sólo separados por una reja), se encontraba un grupo de jóvenes japoneses y
nosotros no parábamos de sorprendernos de la actitud de los mimos, pues algunos de ellos de plano
acostados sobre la alfombra dormían olvidándose de que estaban frente a otras personas (corroborando
lo que páginas atrás se citó acerca de lo bueno que son lo japoneses para dormir en cualquier parte).
El lugar estaba bajo un ambiente fúnebre, a media luz, haciendo juego con el vestuario de los
empleados y lo maquiavélico de la decoración (calaveras, ataúdes, etc). Esa noche la experiencia vivida
fue diferente a todo lo antes afrontado, sin embargo no dejó de ser divertida.
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Nos habían informado en el front del hotel, que al día siguiente se establecería nuevamente el free
market, pero que ahora no sería en Port Tower como la vez anterior, sino en plenas calles centrales de
la ciudad. A la mañana siguiente algunos de los compañeros fuimos hasta el lugar indicado (algunas 4 ó
5 cuadras) y efectivamente, estaban establecidos bastantes comerciantes ofreciendo diversos artículos
como prendas de vestir, calzado, cachuchas, artesanías, bicicletas, aparatos electrónicos, etc.
Aquel día además del free market, se había instalado un equipo de sonido en la calle central del
mercado. Un poco más tarde, pudimos apreciar a un grupo de jóvenes bailando piezas modernas
(cantadas en inglés). La moda de estos, tal y como antes se aclaró, era traer el cabello largo, con las
puntas ligeramente hacia arriba (al viejo estilo de Rod Stewart) y pintado en colores dorados (y me
refiero a los varones). Las jovencitas portaban jeans y playeras sueltas. Por cierto, antes de la
presentación del grupo de baile, el sonido ambiental reproducía una pieza de la cantante colombiana
Shakira (en inglés).
Ese día Benjamín y Jesús compraron una bicicleta (6500 Yenes =$455.0 c/u) y Ando San (vendedor de
las bicicletas, japonés ya entrado en años), aseguró que el martes siguiente iría al hotel a llevar otras
para aquellos que deseáramos comprar también. (Ando San manejaba muy bien su inglés). Esa misma
tarde algunos compañeros nos reunimos a comer en la habitación de Martín escuchando un poco de
Rock and Roll en un modular que había adquirido el mismo Martín. Después de esto, me trasladé a un
negocio de venta de CD´s que habíamos descubierto aquel día en que localizamos la lavandería.
Compré un disco de Reggae y otro de un grupo de Rock Japonés que ya conocía desde años atrás
llamado Loudness. En el futuro acudiría a dicho lugar con marcada frecuencia pues en él encontraba
música de mi agrado. Tantas fueron mis visitas, que logré juntar cerca de 100 discos en el periodo de
cuatro meses y medio que permanecí en esa ciudad.
Por otro lado, el entrenamiento de electrónica en el Poly seguía avanzando. Para esas fechas, nuestras
prácticas eran haciendo uso de dispositivos de estado sólido como diodos rectificadores de silicio y
zener. El profesor que impartía esa parte del curso fue Seki Sensei. Este profesor, a diferencia de
Muraoka Sensei, impartía su clase en Japonés y Keiko nos la traducía al español. Yo trabajaba a
marchas forzadas, captando la clase, armando los circuitos de las prácticas y escribiendo en la
computadora el reporte correspondiente. A la par, tomaba fotografías del avance de las prácticas y las
bajaba a la hoja de trabajo para hacerlo más completo y atractivo.
Por esos días me llegó una etapa de insomnio y en ocasiones eran las dos de la madrugada y yo con el
ojo bien abierto carente de sueño. Pretendía ver la televisión para distraerme un poco, pero lo que
lograba era que más me entretenía. En ocasiones decidía apagar aquel aparato electrónico, más lo hacía
para tratar de conciliar el sueño y no por que precisamente ya me hubiera llegado dicha necesidad. Así
pasé 3 ó 4 noches consecutivas y desde luego que el semblante de mis facciones mostradas por el
espejo, eran desalentadoras.
Mientras tanto en el Poly cambiábamos de dispositivos electrónicos en nuestras prácticas, ahora
trabajábamos con diodos emisores de luz (LED, esos pequeños dispositivos que montan los fabricantes
sobre auto estéreos y otros aparatos y que la gente comúnmente llama foquitos) y resistencias. Por otro
lado, aquel martes 28 de Mayo, teníamos nuestra última clase con la maestra Ahashi (aunque el curso
concluía al día siguiente con la clase de la maestra Ayabashi) y habíamos pensado llevar para dicha
ceremonia un pastel y refrescos y conmemorar con un pequeño convívio el término de dicho curso. Al
final de la sesión, algunos le entregamos algunos presentes llevados desde México. En mi caso, un
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llavero y un pequeño sombrero jalisciense con un sarape tricolor. Al parecer, el japonés no está
acostumbrado al apapacho y las muestras de afecto y cariño, pues Ahashi Sensei tuvo que hacer gala de
fortaleza para no derramar lágrimas frente a sus alumnos mexicanos, sin embargo, su sentimiento de
agradecimiento fue fácilmente perceptible.
Respecto al cariño y afecto o muestras de amor en el pueblo japonés, me atrevo a expresar que en cierta
manera la frialdad al respecto es fácilmente detectable cuando en las calles (no me atrevo a generalizar)
la mujer avanza a varios metros por detrás del marido, simplemente siguiendo sus pasos. Muchas de
esas veces, ella cargando bultos y él sólo guiándola. No es común como en México, ver parejas de
novios manifestándose su amor (besos) en las calles, autobuses, trenes o cualquier otro sitio, como es
costumbre en nuestros barrios (aunque dichas acciones no sean bien vistas por muchas personas y que
en ocasiones se expresan al respecto con frases un tanto agresivas para las jóvenes parejas de
enamorados; “se la estaba comiendo a besos”, “poco faltaba para que hicieran allí sus cosas”, etc.). No
hay como el amor, bella expresión del corazón y los sentimientos.
Tal y como Ando San nos había dicho acerca de su visita al hotel con las bicicletas, esa noche se
presentó en el front del mismo en punto de las 8. Ahora las bicicletas las ofreció en 5000 Yenes ($350)
y junto con ella nos entregó a cada uno de los que la adquirimos, un pequeño candado de cadena para
sujetarla en el barandal que corre por un costado del hotel protegiendo a los caminantes de un ancho
canal.
En un principio teníamos el temor de dejar la bicicleta en las afueras del hotel, pues creíamos que
podían ser robadas. Pero uno de los compañeros comentó que estábamos pensando y actuando como
mexicanos en México y que recordáramos que estábamos en Japón, lugar en el que la cultura de las
personas era totalmente diferente. Esas palabras nos dieron aliento y confianza, más sin embargo,
tiempo después sufriría una decepción al respecto. Podíamos percatarnos con facilidad de los cientos de
bicicletas que circulan por las calles de las ciudades de Japón y de cómo son dejadas en las afueras de
establecimientos, casas, escuelas, etc.,
inclusive con pertenencias en las canastillas y
de cómo la gente ya las considera parte de su
cotidianeidad (ya no las toma en cuanta).
Actualmente en México, el Líder de la
empresa Yakult, Carlos Kasuga Osaka,
expresa en sus conferencias, que en Japón se
vive bajo el principio de “si no es tuyo, de
alguien debe ser”.
Ahora la transportación al Poly sólo nos
tomaba 25 minutos en lugar de los 60
anteriores. La adquisición de la bicicleta nos
permitió a partir de ese momento movernos a
lugares cercanos y poder apreciar con mayor
detenimiento diferentes lugares atractivos a
nuestra libre decisión.
Aquel 29 de Mayo, los trabajos realizados dentro del entrenamiento de electrónica fueron encaminados
hacia el uso del osciloscopio, el multímetro, fuentes de poder, en fin, aparatos diseñados para trabajo de
dispositivos electrónicos que comprendía el plan de estudios. Un poco más tarde, tuvimos la clausura
de nuestro segundo curso de japonés. Esperábamos una ceremonia un poco más relevante, sin embargo,
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fue de lo más sencilla. No hubo autoridades ni invitados de honor, sólo los participantes y la maestra
Ayabachi. Nuevamente algunos de los compañeros le entregamos un presente (en mi caso le entregue
exactamente lo mismo que a la maestra Ahashi un día antes; un llavero y un pequeño sarape) con el fin
de corresponder de alguna manera a las atenciones mostradas todo el tiempo.
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SORPRESAS POR VIDEO PARA LA FAMILIA Y HOME STAY EN JAPÓN.
Antes de emprender el viaje a Japón, se me había ocurrido dejar una serie de video casetes en donde me
grababa a mí mismo para que de alguna manera llegaran a la familia de manera sorpresiva días
después. En total fueron siete cintas las grabadas. Las coloque en un sobre cerrado y las repartí entre
familiares y amigos con el fin de que las hicieran llegar a determinadas personas y en fechas precisas;
de esta manera, mis seres queridos pudieron ver las filmaciones. Toda la familia un día después de
haber salido a Japón (20 de Marzo) mi esposa Lety en su cumpleaños (23 de Abril), mis hijos Marysol,
Antonio y Lety el día del niño (30 de Abril), mi esposa, madre (Aurelia) y hermanas (Rosy, Cristina y
Xóchitl) el día de las madres (10 de Mayo), mi esposa en nuestro aniversario de bodas (12 de Julio), mi
hijo en su cumpleaños (11 de Agosto) y el séptimo era referente al cumpleaños número 14 de mi hija
Marysol (14 de Septiembre), sin embargo, yo regresaría para antes del mismo y pudimos verlo juntos.
Esto último resultó así por que inicialmente teníamos fechado el regreso para el día 16 de Septiembre.
Me hubiera gustado ver las caras de la familia al momento de que a quien encargué, les hacía llegar el
video casete y desde luego en aquellos momentos en que veían la cinta. Meses después, mi esposa me
comentaría que más de uno soltó una lágrima de la emoción vivida.
De todas las fechas importantes me había acordado, sin embargo una de ellas la había pasado por alto;
el día del padre.
En Chiba, la calma y tranquilidad retornaba a los talones de mis pies y pude entonces acompañar a
Benjamín y Martín a hacer un poco de deporte por algunos días. Pensando en como resolver el
problema del video casete del día del padre y tratando de no hacer sentir mal a mi viejo en casa, con el
hecho de que a todos hacía referencia en los videos anteriores, dediqué cierto tiempo durante algunos
días a hacer filmaciones dentro del Poly, de la ciudad de Chiba, en los deportes y también editando
escenas de lugares antes visitados para compilarlas en un solo video casete y enviarlo a San Luis Potosí
lo antes posible y que pudieran verlo precisamente el día del padre.
En el primer día las grabaciones fueron precisamente del puerto de la ciudad de Chiba, sus calles,
jardines, comercios, el hotel, el puerto, la playa, la habitación, la comida etc.
Mas tarde por parte del Poly, realizamos una visita a una pequeña industria en la misma ciudad de
Chiba y para esto fueron llamados a las puertas de la institución varios taxis. La empresa resultó poco
atractiva, pues la tecnología empleada en los procesos, no destacaba sobre la que algunas de las
establecidas en México utilizaban. Sin embargo, fue una buena oportunidad para apreciar el modo de
trabajo del japonés en el sector industrial. Como por arte de magia, en punto de las 12:00 del día, se
volvió a paralizar la ciudad (en Ibaraki era a la 1 p.m.) y Keiko nos trasladó hasta un Mc. Donalds a
tomar algunos alimentos. Después de esto, la misma Coordinadora nos invitó a visitar un museo en
donde pudimos apreciar aspectos del Japón antiguo en una serie de reproducciones en maquetas,
pinturas, piezas conservadas, fotografías y demás. Varios de nosotros aplaudimos la decisión de Keiko
de visitar tan interesante museo.
Dentro de las actividades programadas por JICA (Japanese International Cooperative Agency) se
encontraba el realizar un “Home Stay” (estancia en un hogar), es decir, que en coordinación con alguna
agrupación japonesa de familias, nosotros, visitantes, estaríamos 24 horas dentro de la vida de un hogar
japonés. Era nuestra oportunidad para conocer de cerca el centro de la sociedad japonesa. En lo
personal, me emocionaba el simple hecho de pensar en tal experiencia. Pese a que ya llevaba más de
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dos meses en tierras orientales, no sabía lo que era pisar aún un hogar de aquel país. Sólo me había
conformado con apreciar por fuera las construcciones de éstas.
Para el viernes 31 de Mayo, posterior al trabajo con transistores, diodos y resistencias en nuestra clase
de electrónica, la Coordinadora tomo un espacio del tiempo que nos asignaban para la elaboración de la
hoja del trabajo final (de 2:30 p.m. a 4:00 p.m.) para resaltar los últimos detalles del Home Stay.
A cada uno de los compañeros, nos entregaron una hoja con los nombres de los miembros de la familia
que visitaríamos, sus hobbies, actividades cotidianas, así como una fotografía de los mismos. En la foto
entregada a mí, aparecían dos niños, una niña y una señora, más no el jefe de la familia.
Los nombres de mis futuros anfitriones fueron: Yoshiaki Toyonaga (marido), Mayumi Toyonaga
(esposa), Kentaro (hijo mayor), Naoki (segundo hijo) y Mariko éstos tres pequeños de apellido
Toyonaga.
Como puede apreciarse en los apellidos, la mujer toma el del marido al momento de casarse con éste.
Los hijos por su parte, de igual manera, sólo llevan el apellido del padre.
De momento desconocía la totalidad de características de esta familia, salvo lo poco que expresaba la
hoja antes entregada. Él, empleado y con el pasatiempo de jugar tenis. Ella, ama de casa, amante de
practicar la pintura, la cocina y de tocar el piano. Kentaro, estudiante de Secundaria y entregado al uso
de las computadoras, Naoki estudiante de primaria y adorador del fut bol. Mariko por su parte, al igual
que su hermano Naoki, estudiante de primaria y con un gusto tremendo por la gimnasia olímpica. Hasta
el momento eran todos los datos que tenía referentes a la familia Toyonaga. Lógicamente que esperaba
poder conocer más de ellos al estar cerca en la fecha de realización del home stay.
Aquel viernes por la noche, dediqué un espacio de tiempo por la noche para preparar las cosas que
llevaría al día siguiente a mi home stay. La ropa, artículos de uso personal, presentes, mi traductor
español - inglés – japonés (buen acompañante durante la travesía en Japón) etc., además un pequeño
video casete 8 milímetros con escenas grabadas en San Luis Potosí con la intención de proyectarlas en
el hogar japonés, aunque para realizar dicha actividad, debía esperar a que la familia Toyonaga tuviera
una video cámara con dicho formato, pues la que yo había adquirido era miniDV, el cual no era
compatible con el de 8mm antes citado.
A cada minuto que avanzaba en el tiempo, la emoción y nerviosismo en algunos de los compañeros era
notoria. Algunos manifestaban que se debía a que temían tener problemas de comunicación por ciertas
carencias en cuanto a su lenguaje o con el mismo inglés. De hecho, se nos había asegurado que si
hablábamos en inglés, la comunicación iba a resultar un éxito. Yo me sentía tranquilo, más nervioso
por saber a que nuevas facetas de la vida del japonés me iba a enfrentar. Horas más tarde saldría de mis
inquietantes dudas.
Para la 1:00 p.m. de aquel sábado 1° de Junio, yo ya me encontraba listo para nuestra reunión en el
pequeño front del hotel Toyoko Inn. En ése lugar, se presentarían las familias japonesas de algunos de
nosotros, ya que otros compañeros ya habían vivido dicha actividad, ocho días antes y otros lo harían
una semana después.
Justo a la 1:30 p.m. (tal y como nos habían dicho), fuimos avisados de la presencia de las familias en la
planta baja del hotel. Los que tendríamos aquella experiencia ese día éramos Carlos, Martín y yo. La
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mayoría de las personas que acudieron al hotel eran sólo mujeres y niños, supusimos que por ser
sábado los maridos se encontrarían laborando todavía. Ellas hicieron una presentación acerca de sus
nombres, el lugar en donde viven, lo que les agradaba, sus familias y cosas por el estilo y
sorprendentemente intentaron hacerlo en nuestro idioma.
La señora Mayumi (mi anfitriona), llevaba un cartel con un dibujo del continente americano
sobresaltando el contorno de la República Mexicana y un texto que a la letra decía “Welcome Marco”.
Después de la breve presentación, cada uno de los mexicanos nos dirigimos a los vehículos de nuestros
nuevos amigos japoneses. En el caso de la señora Mayumi (que por cierto especificó desde un
principio, que le agradaba le dijeran simplemente Mayu), su carro era una camioneta parecida a la
Windstar o Voyager que circulan en nuestro país, aunque exageradamente cuidada.
Ella me explicó que primeramente iríamos a la casa de unos amigos a preparar algunos alimentos para
una fiesta de bienvenida.
El inglés de Mayu era muy claro aunque el acento aplicado a las terminaciones de las palabras
resultaba curioso al oído, tal vez por la dificultad para pronunciar algunas palabras de ese idioma
extranjero (para ambos). Me dijo que sólo conocía algunas palabras en español, pero que estaba
interesada en aprenderlo, yo comenté lo mismo respecto al difícil idioma japonés.
La camioneta se detuvo en el amplio estacionamiento de un complejo habitacional de departamentos.
En México es común observar éste tipo de columnas departamentales pero de cuatro plantas
(incluyendo aquella llamada baja), sin embargo en Japón en muchas ocasiones lo eran de más de 10
pisos.
Nos acercamos a la entrada de una de esas columnas y los habitantes resultaron ser aquellos con lo que
Carlos se hospedaría aquella noche. Una vez que Mayu se identificó en el interfon, subimos en el
elevador varios niveles y fuimos invitados a entrar al hogar de los Sato. Para hacerlo tuvimos que
quitarnos nuestros zapatos. El piso estaba cubierto de madera muy bien pulida y barnizada de manera
excelente.
En el interior se encontraba Carlos platicando con el Sr. Sato y su pequeña hija. Por su parte, la Sra.
Sato e encontraba en la cocina a quien rápido Mayu se acomidió a ayudar. Yo pedí permiso al Sr. Sato
de hacer algunas grabaciones de su hogar y una vez que aceptó me dispuse a hacerlo. La pequeña niña
nos mostró sus libros y libretas de la escuela y Carlos y yo quedamos sorprendidos por la cantidad de
Kanjis que la niña debía aprender pese a su corta edad. Posteriormente nos leyó un trabalenguas
japonés y nos fue imposible hilar un par de palabras. En respuesta al conjunto de palabras enunciadas,
sugerimos a los Sato intentaran repetir “R con R cigarro, R con R barril, rápido corren los carros
cargados de azúcar del ferrocarril”. A pocos segundos de querer decirlo, decidieron darse por vencidos.
Y ante el fracaso tanto de japoneses como de mexicanos en tratar de reproducir trabalenguas en una
lengua ajena a la propia, se decidió cambiar de tema por mayoría de votos.
Mientras nosotros nos entreteníamos con juegos de los idiomas, las señoras preparaban hot dogs para la
recepción a la que asistiríamos un poco más tarde. Carlos y yo fuimos informados por el Sr. Sato acerca
de que la mayoría de los hogares japoneses por pequeños que fueran, contaban con un espacio (al
menos) de tatami. Yo tenía la idea de que el tatami era exactamente igual que lo que conocemos como
duela, de hecho, cuando en la etapa de juventud asistía a aquella escuela de karate llamada
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Bodhidharma, el profesor se refería al piso de madera bajo ése término; tatami. El verdadero tatami
resultó ser de una fibra extraída de la vaina de la planta del arroz puesta a secar (parecida al material
con que se fabrican algunos sombreros en nuestro país).
El hogar de los Sato era pequeño, sin embargo sus pertenencias estaban muy bien distribuidas en su
interior. En comparación con los hogares mexicanos, la diferencia era escasa, de no ser por la
existencia del tatami y una pequeña mesa de centro en lo que parecía ser la sala y que fue el lugar en
donde nos concentramos el Sr. Sato, su hija, Carlos y yo (de rodillas o bien sentados directamente en el
piso). Televisor, reproductor de CD´s, teléfono, cortinas, licuadora, comedor, etc., eran algunas de las
cosas que se podían apreciar.
Después de una hora aproximadamente de estar cambiando de posición en la sala de los Sato, de
sentados a rodillas o cuclillas (y aunque un poco entumidos por la falta de costumbre a esas posiciones)
salimos del departamento para dirigirnos a un salón que se encontraba en un pequeño edificio contiguo
a aquel en el que nos hallábamos primeramente.
A este lugar fueron llegando varias familias japonesas, aunque en realidad en su mayoría sólo las amas
de casa con sus respectivos hijos. Los maridos seguramente se encontraban trabajando aún. Dentro del
salón se ubicaron algunas mesas en donde las señoras fueron colocando los alimentos que habían
preparado (me recordó entonces las ricas cazueladas degustadas en nuestras preciosas fiestas
mexicanas, sólo que por ningún lado aparecía el chicharroncito en salsa verde, las rajas de chile
poblano con queso o el rico mole, lo más conocido sobre la mesa eran precisamente los hot dogs de la
Sra. Sato y Mayu). Al igual que en el hotel, cada una de las personas japonesas hizo una presentación,
algunas en español, otras en inglés y unos más en idiomas de países que antes habían visitado.
Carlos y yo no podíamos ser la excepción y un nuevo examen sobre lo aprendido en las clases de
japonés, estaba por iniciar. La prueba de fuego era darnos a conocer ante personas totalmente ajenas a
nuestras vidas, nuestras costumbres y
tradiciones. Iniciamos haciendo gala de nuestro nada rico idioma japonés, aunque para ser ciertos debo
especificar que concluimos hablándoles en inglés.
Dentro de las personas que conocí en aquella
interesante tarde se encontraban la Sra.
Naomi (que por cierto con anterioridad había
visitado la ciudad de Chihuahua en nuestro
país y que se daba a entender muy bien en
español) y su hija de aproximadamente 14
años de edad, así mismo Saeko Seto y su hijo
Shuto (palabra empleada también en el fut
bol para describir cuando un practicante de
aquel deporte golpea el balón con el pie, es
decir “shoot” del inglés, “disparo”).
Mientras probábamos una y mil rarezas
(comida), Naomi colocaba un disco de
Tatiana en el reproductor y no explicaba que
lo había comprado en su visita a México.
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Posterior a los platillos, las señoras japonesas hicieron algunos juegos y bailes, que por lo divertidos
que se veían y por el ritmo de las canciones, relacioné las mismas con aquellas rondas infantiles
mexicanas o temas como “Amo a To”, “la víbora de la mar”, “Doña Blanca”, etc., Carlos y yo ante la
impotencia de entender su idioma, sólo imitábamos sus movimientos.
Una vez que la reunión concluyó, creí que nos dirigiríamos a casa de los Toyonaga (en donde pasaría la
noche), sin embargo, Mayu me explicó que visitaríamos un salón más grande en donde conocerían a
otras personas.
Efectivamente, después de que Mayu manejó por espacio de 25 minutos, ingresamos a una especie de
club deportivo en donde dentro de un gran salón había mucho más familias japonesas y un tremendo
ruido emanado por los gritos de los pequeños niños japoneses (los niños son niños en cualquier parte
del mundo, inquietos, divertidos; con mucha energía).
En dicho lugar se encontraba nuestro compañero Martín con su familia anfitriona y un extranjero más
proveniente de Malasia. Nuevamente las presentaciones no se hicieron esperar; la de Carlos y la mía,
muy escuetas, sin embargo la de Martín y la del de Malasia, muy completas en verdad. Martín por
haber estado ya en Japón por espacio de un año con anterioridad, más del Malayo, desconocía sus
razones. Nuevamente la música y las canciones enfocadas al juego y al baile con movimientos
divertidos, aunque muy diferente a lo practicados en nuestras tradicionales rondas mexicanas.
Cuando Martín se encontraba hablando, nos
comprometió a Carlos y a mí (aunque en
realidad también a él, pero todo por tratar de
complacer de alguna forma a aquellas familias
japonesas), pues había ofrecido a los asistentes
que los tres mexicanos interpretaríamos una
canción típica de nuestro país. Creímos
prudente el Cielito Lindo, que ya antes en
Ibaraki habíamos cantado todo el grupo de
mexicanos para los niños de aquella primaria
visitada y por lo mismo sentíamos la seguridad
de que al menos la letra la conocíamos, sin
embargo no fue así, equivocamos precisamente
en ese pequeño detalle; la letra. No por esto, los
japoneses dejaron de aplaudirnos y dieron
muestras de afecto y generosidad.
Una vez que terminaron los bailes y cánticos infantiles, nuevamente nos dirigimos a los vehículos y eta
vez sí, hacia los hogares japoneses. Durante el viaje y al platicar con Mayu, me daba la impresión que
ésta pertenecía a una familia de las que en México se califican como “acomodadas”, es decir, de
aquellas que gozan de excelente posición económica y que tal vez por esa razón el modo de ser de su
familia sería aquel que catalogamos de mala forma en México como “fresa”. Sin embargo, estaba
etiquetando a una persona por la simple primera impresión, siendo que en realidad se trataba de una
familia de clase media y para nada fresa. Habitaban un pequeño departamento en donde la cocina tenía
dimensiones parecidas a aquellas que construyen las inmobiliarias de interés social en nuestro país. Los
muebles dentro del departamento eran muy parecidos a los de la familia Sato (anfitriones de Carlos) y
al igual que éstos, los Toyonaga también contaban con su propio tatami.
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En el trayecto hacia su departamento, Mayu me comentaba que el grupo al que pertenecen las familias
que nos hospedarían era llamado “Hipo” (de hipopótamo) y que en varia partes del mundo se
encuentran integrantes del mismo. De igual forma me decía que algunas de las personas del grupo allí
en Chiba, habían tenido la oportunidad de visitar algunos otros países por medio de los contactos del
mismo grupo.
Fuimos recibidos por Naoki, el menor de los dos varones. Me extendió la mano a la vez que hacía una
reverencia. Yo contesté de igual manera. El niño poseía una mirada vivaz y una chispa que me hacía
entender que se encontraba en la edad de las travesurillas infantiles.
Antes de dar un paso dentro del piso de madera, Mayu retiró sus zapatos y colocó en su lugar un par de
sandalias. Yo intentaba hacer lo mismo, pero Mayu me decía que no era necesario, sin embargo,
recordé aquel viejo dicho; “al lugar que fueres, haz lo que vieres”. Además no podía más que respetar
sus tradiciones y costumbres. Me quité también los zapatos y coloqué en su lugar al igual que Mayu,
unas sandalias.
En su casa además de Naoki se encontraban Kentaro (el mayor), Mariko (la niña) y desde luego el Sr.
Toyonaga (Yoshiaki). Yoshiaki al escucharnos, se dirigió a la puerta a través de un estrecho pasillo y al
igual que el niño, me
extendió la mano e hizo una reverencia a lo que yo respondí de igual forma. Yoshiaki me invitó a la
sala de su casa e iniciamos una plática de reconocimiento. En parte yo aplicaba el poco japonés que
había aprendido y ellos intentaban de igual forma pronunciar algunas palabras en nuestro idioma,
aunque la mayor parte de la conversación fue en inglés. Descubrí que Yoshiaki sabía expresarse de
mejor forma que Mayu en inglés y que de sus hijos, sólo Kentaro podía mantener una conversación en
inglés, no así Naoki y Mariko que presentaban mayor complicación para tal acción.
Momentos después de hacer y responder preguntas, entregué a cada miembro de la familia un pequeño
presente llevado desde México, a lo cual mostraron agradecimiento. De igual forma, le entregué un CD
de Antonio Aguilar y no dudaron en reproducirlo para escucharlo.
Al caer la noche, fui invitado a descansar, yo
no sabía en donde lo haría, pues la casa
(departamento) era muy pequeña. A un
costado de la sala (sólo divididos por una
puerta corrediza) e encontraba el tatami, sobre
el cual, Mayu colocó una especie de
colchoneta bastante gruesa y me dijo que en
ese lugar pasaría la noche. Antes de hacerlo,
solicité me permitieran tomar un baño a lo que
Yoshiaki me condujo hasta el baño y me
explicó la forma de hacerlo al estilo japonés,
más le comenté que prefería tomarlo a como
estaba acostumbrado en México. Resulta que
en Japón, se cuenta con un pequeño banco
dentro del baño (por lo regular de plástico)
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sobre el que las personas se sientan y con ayuda de una regadera de mano mojan y enjuagan su cuerpo
(lo anterior ya lo había visto en el club VITA en la ciudad de Ibaraki). Posterior al baño (sentado) es
cuando el japonés decide tener un momento de relajación, se introduce en la tina y reposa en ella.
Aparentemente, la tina no tiene otro uso más que ése.
Cuando me dispuse a descansar, me introduje en la habitación del tatami sin antes despedirme de ellos
y desearles una buena noche.
A través de la delgada puerta corrediza, escuchaba que ellos hablaban en voz baja, como queriendo no
hacer ruido y perturbarme con sus voces. Me pude percatar que pusieron colchonetas sobre el piso de la
sala (de madera) para en ellas pasar la noche. Deduje entonces que me habían brindado su habitación,
tal vez la principal de la casa, lo cual me honró bastante, aunque no dejaba de pensar que había
perturbado el descanso al menos por una noche, de aquella noble familia.
Meses más tarde y a través del Internet, Yoshiaki me escribió comentándome que Kentaro ya
reclamaba un poco de mayor privacidad por el hecho de estar creciendo y que necesitaba de alguna
manera cambiarse de domicilio a un lugar más amplio, pero que para eso necesitaba ahorrar bastante
dinero (al igual que en México).
Desperté aquella mañana del domingo 2 de Junio desde muy temprano, sin embargo no escuchaba
ruido alguno dentro de la vivienda, por lo que decidí levantarme un poco más tarde. Al oírse las
primeras palabras a través de la puerta corrediza, me levanté del tatami y doblé la colchoneta. Una vez
que me hice la limpieza acostumbrada por la mañana, me dispuse a iniciar el día en compañía de mis
nuevos amigos.
Fui invitado a tomar los alimentos matutinos, que ya Mayu iniciaba con la preparación pertinente en la
pequeña cocina. En aquellos momentos extrañé el rico olor de un tocino, del chorizo y aunque no de
manera exagerada también el del huevo frito con jamón (pues no son de mi completo agrado).
Ya en la mesa y antes de iniciar, juntaron sus manos (frente a su pecho palma con palma, los dedos
extendidos y juntos entre sí), cerraron los ojos y dijeron; “Ita daki masu”, que ya en otros lugares había
podido escuchar en personas de aquel país al tomar sus alimentos.
Llevaba ya tiempo en que no pasaba hambres, pero aquella mañana no me escaparía. Sobre la mesa
colocaron lechuga, rajas de tomate, salchichas, vegetales y jugo de naranja. La porción que coloqué
sobre mi plato fue discreta queriendo imitar lo que ellos habían puesto en los suyos. No volvieron a
servirse y creí que era descortés hacerlo de mi parte, aunque pensaba que aún acabándome toda la
lechuga del recipiente, el tomate y las salchichas que estaban sobre la mesa, no saciaría mi voraz
hambre, entonces decidí aguantarme un poco dicha sensación.
Tal vez comprendiendo o sabiendo acerca de las costumbres occidentales, hicieron el comentario de
que en Japón la comida fuerte es por la noche.
Una vez concluido el “Asagohan” (almuerzo), salimos de la casa, abordamos su vehículo y nos
transportamos a un museo que mostraba la historia de la ciudad de Chiba a través de imágenes,
maquetas, objetos y fotografías. Estuvimos en dicho lugar por espacio de dos horas.
Al igual que en otros museos, la exposición de artículos de la época de lo samuráis no podía faltar; tal
es el caso de armaduras, cascos, armas, etc., sin embargo algo llamó mucho mi atención. Sobre una
mesa se encontraba una especie de columna formada por cristales separados entre sí por escasos
90
centímetros. Los cristales tenían forma cuadrada y tendrían tal vez un metro de longitud por lado.
Yoshiaki me explicó que lo que se mostraba en dicho lugar eran lo terremotos que han sucedido en la
ciudad de Chiba. De hecho, sobre el cristal superior (tal vez a 1.2 metros sobre el nivel del piso) se
encontraba dibujado el contorno de la Prefectura (Estado) de Chiba y si se veía de arriba hacia abajo la
columna de cristales, se podía observar casi toda la superficie delimitada por el contorno de la ciudad
de Chiba en color rojo. Quien diseñó dicha estructura, colocó un punto rojo sobre el primer cristal (el
inferior de la columna de cristales, tal vez a 30 cm. sobre el piso) representando el primer terremoto
que se tenía registrado en dicha región. De igual manera se fue agregando un punto por cada terremoto
ocurrido y tantos han sido dichos terremotos que la columna de cristales que contenía tal vez 20 ó 25
piezas, casi en su totalidad estaban cubiertos por punto rojos. Lo han hecho de eta manera, por que ha
habido lugares en donde a temblado en más de una ocasión, lo cual hace imposible representar todo eso
en un sólo cristal.
Habíamos pasado el medio día cuando la
familia Toyonaga me dijo que visitaríamos un
Santuario Sintoísta. El lugar mostraba una
amplia explanada de concreto que hacía resaltar
el colorido rojo de las paredes de la
construcción. El templo estaba rodeado de
jardines y pequeños altares en donde al igual
que otros lugares de Japón, en señal de respeto,
hacían su reverencia, juntando sus manos y
realizando una serie de aplausos muy ligeros y
pausados. También en este lugar hacían sonar
algo así como una campanilla que colgaba de
una cuerda.
Pudimos ver lo que yo llamaría altar, que
definitivamente mostraba características muy diferentes a las que podemos observar en nuestras
iglesias católicas, evangelistas o cristianas y a las que estamos acostumbrados a observar en nuestro
país. No pudimos ingresar hasta los pies del altar, sólo se nos permitió acercarnos a algunos metros de
la entrada principal y yo, por más que abría los ojos, no encontraba una imagen a la que adoraran.
En dicho lugar también se podían observar imágenes de animales como el gallo en ciertos lugares del
templo, al igual que esculturas de leones de un tamaño muy cercano al normal de este tipo de animales.
Tal vez en algunos documentales o programas especiales, más de uno de los lectores haya podido
apreciar que en los parajes japoneses siempre aparecen pequeños puentes peatonales atravesando un
arroyo o río, bueno, éste lugar no era la excepción a tal característica y aunque muy pequeño, contaba
con su puente.
Después de la convivencia con los Toyonaga en el Santuario y de tomar más de una treintena de
fotografías, fui invitado por éstos a comer. Me dieron a elegir entre comida japonesa o de algún otro
tipo y yo desde luego que elegí la primera
opción, que aunque no era totalmente de mi agrado (al menos lo probado hasta esa fecha), creí que era
una buena oportunidad para una experiencia diferente a las ganadas hasta ése día.
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Después de la grata convivencia en el restaurante japonés, regresamos a la casa de los Toyonaga e
iniciamos una nueva plática acerca de las familias, para esto, Mayu comenzó algunas labores en su
cocina y yo recordé lo que aquella mañana me habían dicho acerca de que la comida fuerte en el Japón
es la cena y me daba curiosidad que era lo que tomaban a esa hora.
Por un momento me quedé a solas con los hijos e intenté entablar conversación con ellos, más sólo tuve
éxito con Kentaro (el mayor), pero Mariko (la niña) no necesitaba hablar inglés para manifestar su
alegría por mi presencia en su hogar, Una niña muy cariñosa que se me acercaba como queriendo ser
correspondida por mi persona. Yo la abracé y le hice sentir muestras de afecto a lo que ella me sonreía.
Comprendí una vez más que la amistad y el cariño no requieren más que del corazón.
Disfrutaba de esos bellos momentos con los pequeños Toyonaga cuando ante mí se presentó Yoshiaki
con una charola y encima de esta una diminuta botella de cristal (licorera) y dos pequeños vasos de
cerámica (de un tamaño semejante al de los “caballitos tequileros” en nuestro país) y de una manera
muy ceremoniosa me dijo: “Now, we will drink the traditional japanese sake” (ahora, tomaremos el
tradicional sake japonés).
El sake, extrañamente a lo que esperaba, estaba caliente y no frío como generalmente se toma una
bebida alcohólica. Su sabor no es desagradable y no lo sentí tan fuerte como un tequila mexicano.
Mayu nos ofreció Okonomiyaki y mientras ella terminaba, Yoshiaki me invitó a probar “nato”, para lo
cual se dedicó a prepararlo. Su sabor era totalmente raro, más no desagradable del todo como su
apariencia, pues era una mezcla gelatinosa, que por no expresar “babosa”, lo deduzco de esa manera.
Me explicó que eran una especie de vegetal (beans, frijol) fermentado. A éstos agregó mostaza y soya y
los batía incesantemente con ayuda de unos “hashís” (palillos).
Por su parte, el Okonomiyaki, al igual que el Tsucune y el takoyaki, resultaron ser de lo más sabroso
degustado de la cocina japonesa. Era una especie de omelet de mariscos, arroz, lechuga y otras cosas
que Mayu envolvió en harina especial con polvo de pescado y puso cual hot cake sobre una sartén
eléctrica. Una vez que la harina se cocía, Mayu agregaba sobre el Takoyaki pescado en pequeñas
porciones muy delgadas (casi como papel) mismo que se levantaba y giraba por efecto del calor de la
flama, lo cual resultaba curioso a la vista (imagine las pequeñas porciones de pescado como aquellas
cascaritas de los granos de maíz que se acumulan sobre su sartén cuando prepara el delicioso trole
elote).
En la sobremesa comenté a los Toyonaga a cerca de la posibilidad del viaje de mi familia a Japón y se
sorprendieron de la noticia. Nunca supe si con anterioridad habían tenido un huésped extranjero bajo
las mismas circunstancias que las mías, pero lo que si destacó fue su asombro al saber que mi familia
me visitaría. Mayu me ofreció de inmediato su ayuda para mostrar la ciudad a los míos y Yoshiaki
ofreció su casa para realizar una visita con la familia completa. Indudablemente que les agradecí el
detalle y quedé en que les hablaría en cuanto la fecha se acercara.
No olvidaré la felicidad y tristeza vividas aquel día; felicidad por el hecho de la convivencia con la
familia japonesa, más tristeza por un hecho que haría de parte aguas en mi estancia en Japón.
Resulta que estando en casa de los Toyonaga, solicité me prestaran su computadora y el servicio de
Internet para checar mi correo y en éste encuentro una carta de mi esposa explicándome en una gris
redacción, lo mal que se había sentido al leer un e-mail de un desconocido en el que le escribían acerca
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de mi “comportamiento” en el Japón. Que platicaba mucho con una chamaca del “front” del hotel, que
yo decía ser soltero, que visitaba lugares de prostitución con Filipinas y cosas por el estilo.
Algo dentro de mí me decía que todo había sido una mala broma de alguno de los compañeros del
hotel, pues hacía días en que el sistema de Internet presentaba fallas como el hecho de encender la
máquina, ingresar a dicho servicio y ubicar al usuario en la cuenta de correo de algún otro compañero y
poder así leer los mensajes personales de éste. En lo particular, lo viví cuando en una ocasión al
ingresar a la súper carretera de la información y de buenas a primeras ésta me ubicó en los correos de
Martín. Además, sólo ellos sabían de mis pláticas con Kaski (recepcionista del hotel y con quien más
tarde haría una gran amistad aún después de mi regreso a México) que en aquel tiempo estudiaba
español y me pedía ayuda a cambio de la suya en el idioma japonés. Era de todos los compañeros
sabido también que muy cerca al hotel se encontraba una zona de bares en donde jóvenes filipinas
invitaban a los caminantes a pasar y beber una copa al interior de dichos lugares, en fin, los detalles
expresados en aquel desagradable correo a mi esposa daba muestras de que sólo alguno de los
mexicanos hospedados en el Toyoko Inn podía haber hecho tan desagradable y delicada broma.
Una vez que Yoshiaki me llevó de regreso al hotel, me di a la tarea de reunir a los compañeros en una
habitación y una vez que se dio lectura a la carta que había impreso, algunos mostraron descontento
hacia el culpable de aquel mensaje y al igual que yo, algunos coincidían en que no podía haber sido
alguien más que alguno de los que nos encontrábamos en esa habitación (once en total). Sin embargo,
Jesús explicaba que yo no podía acusarlos sin tener pruebas a mi favor y bueno... por más que se
hicieron propuestas acerca de cómo indagar el origen del mensaje, nunca supe a ciencia cierta la
identidad del cobarde agresor (que posiblemente no se encontraba allí precisamente). Recuerdo que nos
levantamos la voz, tal vez hasta ofendernos unos a otros y todo fue en vano. A final de cuentas salieron
a relucir otras problemáticas vividas con anterioridad entre los mismos compañeros, que ya ni iban al
caso inicial.
En mi cabeza sólo quedaba una lejana posibilidad de respuesta a mis dudas; resulta que estando en
Ibaraki (en el OSIC), en una de tantas ocasiones intentado enviar un video grabado con la cámara de
Jacob (médico mexicano compañero de clase de japonés y que más tarde viajaría a Tokio a continuar
con su preparación técnica) y que en aquella precisa ocasión, el Internet me lo impidió. Como reacción
a mi propuesta, pedí al mismo Jacob me permitiera hacerlo a través de su cuenta y el amablemente
accedió. El era el único que tenía entonces la dirección electrónica de mi esposa y por algún momento
llegué a dudar de él, aunque en el fondo no lo creía capaz de semejante bajeza como para interferir en
la vida privada de una relación de pareja.
Por el mismo Internet y de una manera bastante amable, me convenció de que el no haría una acción
tan desagradable en contra de alguna persona. Yo sólo lo había pensado por un momento, al leer sus
palabras, fueron suficientes para creer en él buen Jacob. Fueron unos días agobiantes los siguientes, la
impotencia de platicar abiertamente con mi mujer y de llegar a acuerdos, hacían que me sintiera mal.
La desesperación me embargó, me impedía concentrarme en clase, el apetito me abandonó y el vicio
del cigarro me arreció tanto que igual me daba en ayunas o a cualquier hora del día. Al levantarme me
dirigía a la computadora a revisar el correo y mi compañera era una lata de café caliente extraída de
una máquina expendedora que en ocasiones eran más de una las que devoraba haciéndome daño por
dentro junto al amargo e irritante sabor del cigarrillo. En verdad me sentía bajo una circunstancia tan
desagradable que me hizo conocer los látigos de la depresión. Mi cabeza estaba llena de ideas muy
raras, no encontraba aquello en lo que siempre había creído, confundía lo bueno con lo que no lo es
tanto y creo que por más que mi Dios me hablaba, el otro bando me gritaba más fuerte. No puedo
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olvidar el apoyo de Martín y Benjamín que todo aquel día me ofrecieron, más como en cuatro
ocasiones no pude contener el llanto y dejé ver mis más íntimos sentimientos de debilidad. Era tan fácil
decir a mi esposa que creyera sólo en mí, más ella con la distancia y con el veneno del texto y al igual
que yo por la impotencia de no estar frente a frente, no podía coordinar igualmente del todo bien sus
ideas.
Tan mal me vieron Martín y Benjamín que me ofrecieron hablar a casa y explicar lo del mal entendido
y lo de tan desagradable broma. Realmente me vieron mal. Agradecí a éstos sus intenciones y explique
que el problema era mío y que debía enfrentarlo sólo.
Quien originó tan desagradable situación no contaba con el hecho de que mi vida se había desarrollado
en completa armonía en compañía de mi familia y que sólo bastaban un poco más de palabras salidas
del corazón, llenas de ternura y amor para volver a tomar los senderos de la tranquilidad ante mis seres
queridos, cosa que tal vez esa persona no conocía en su vida privada. Recuerdo que comenté a los
compañeros que muy probablemente mi esposa estaría en Japón y que si era verdaderamente grande su
odio, coraje o desagrado hacia un servidor, pues que aprovechara la ocasión para que lo hiciera de
frente a ella. Tal vez hasta ese momento el culpable se percató de que había escogido al menos
indicado para hacer aquella pesada broma, que a final de cuentas vino a reforzar aun más los lazos
entre mi esposa y yo. Espero sinceramente que algún día llegue a ser tan feliz como lo he sido yo, pues
lo único de demostró en aquellas lamentables fechas fue un divorcio total en sus relaciones
sentimentales hacia su gente, reflejando una inestabilidad plenamente llena de amargura y frustración.
Sin embargo, agregaré a todo esto que existe la posibilidad de que todo (refiriéndome a la eventualidad
de culpar a uno de los compañeros) haya sido motivo de mi sentido común, imprudencia u otro sentir
parecido a estos, pues no niego la posibilidad de que haya sido alguien ajeno al grupo aunque todas las
pistas se enfocaban hacia esa dirección.
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MUNDIAL DE FUT BOL. VIAJE A SENDAI.
No por los acontecimientos vividos en aquellas fechas, las clases de electrónica se iban a suspender:
Trabajábamos en el aula – taller todos los días, práctica tras práctica, captura tras captura de datos en la
PC, etc. y ya por la noche, teníamos una nueva opción para pasar el tiempo, ver por televisión un
partido de fut bol del recién iniciado mundial de tan popular deporte, en donde eran sede precisamente
Japón y Corea.
La rudeza y frialdad de los japoneses nos la volvió a recordar Keiko cuando le hicimos la sugerencia de
querer asistir a uno de los juegos de nuestra selección representativa en el más importante evento de fut
bol a nivel mundial. Nos comentó que era causa de abandono a la capacitación el hecho de faltar a clase
por sólo un partido, aunque fuera del mundial. Sus palabras nos desalentaron y de momento los
comentarios al respecto cesaron. Además, de los tres primeros juegos de nuestro equipo, sólo uno era
en fin de semana y demasiado lejos como para asistir al encuentro.
Aún con esto, Jesús tenía toda la intención de ir al primero de los juegos pese a que era en día hábil. En
un principio sólo hizo el comentario a unos cuantos y no quería llamar la atención del resto del grupo; y
bueno, era su decisión el querérsela jugar de esa manera. Los que sabíamos de sus intenciones no
tuvimos más que comportarnos como mexicanos, solapadores, aunque en el fondo era por camaradería
y nada más y más en el fondo deseábamos tanto poder tener el valor y la decisión que él ya tenía bien
mecanizada.
Más tarde, la misma Keiko mostró otra faceta y sería ella misma quien nos daría datos de cómo llegar
al estadio Miyagi en donde México jugaría su segundo partido contra Ecuador en un sábado y que por
lo tanto no tendríamos problemas de inasistencia al Poly. Nos hablaba de la posibilidad de llegar a
tiempo si salíamos temprano de Chiba hacia Tokio en tren y de ahí a Miyagi en Shinkansen (tren bala).
A más de uno la idea nos pareció formidable y empezamos a planear nuestro viaje. No contábamos con
boleto, ni sabíamos si aún habría, pero las ganas de ir al estadio eran demasiadas. Nos habían dicho que
al igual que en otros lados se da la reventa y que no son tan descarados como en otros países y bueno,
no teníamos otra opción mas que jugárnosla.
Referente al mal carácter que en momentos mostraba Keiko, Jesús se la jugó todas por todas
reportándose extraviado en la ciudad de Tokio precisamente en la fecha del primer juego de México ( a
mi ya me había comentado que seguramente ese día se “perdería”). Fue muy notoria la reacción de
enojo de Keiko cuando a través de su teléfono le decía, ¿cómo que te perdiste? ¿pues en dónde estás?
Tienes que regresar. Más Jesús nunca se presentó aquel día. Antes de terminar la clase, Keiko sería
otra, pues ella misma organizó al grupo para ir a ver el primer juego de México a su propia casa.
Nosotros de broma decíamos; “y que fuera saliendo Jesús en la tele” (claro a escondidas de Keiko) y
las carcajadas no se dejaban esperar. La sorpresa fue mayúscula cuando precisamente en uno de esos
momentos en que Keiko se levantó de su lugar por un espacio mínimo de tiempo, la cara de Jesús bien
centrada en la pantalla pudo ser apreciada. Allí estaba el que se había “perdido”, el “Talibán”, en medio
de la pasión y emoción de un juego del mundial en pleno Japón. Al día siguiente las bromas para Jesús
acerca de que mostraríamos el video (que se había grabado del partido) a Keiko no se dejaron esperar,
pero el sólo decía, “lo bailado ya nadie me lo quita y si me regresan a México, pues que lo hagan”.
Aquella anécdota será recordada por Jesús tal vez por mucho tiempo.
Por otro lado, después de los malos ratos vividos en aquellos días, el panorama pintaba muy diferente.
Recuerdo que cierta mañana, al entrar a Internet, Lety mi esposa me había dedicado una líneas de la
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canción “Si no te hubieras ido” del Buki y se la apropió sintiendo lo que en sus frases trata de dar a
entender el autor, sobre todo en aquella parte que dice “No hay nada más difícil que vivir sin ti,
sufriendo en la espera de verte llegar ... si no te hubieras ido sería tan feliz”.
Yo sentía las puñaladas que la letra me asentaba y el notorio reclamo que mi esposa en su intención
emanaba y sin embargo conteste con ; “No existe un momento en el día, en que pueda apartarme de ti,
ya todo parece distinto, cuando no estás, junto a mí. No hay bella melodía ... contigo en la distancia,
amada mía estoy” y rematé con “Preciosa, eso eres, preciosa, es por que eres así, por que tienes el don
de ser preciosa...” bella canción antigua cantada tanta y tantas veces por los grandes y famosos tríos de
la canción romántica propia para serenatas de enamorados. Esos fueron momentos muy especiales para
mí, pues bien sabía que a mi mujer poco le atraía el hecho de escuchar la letra de las canciones, pues es
de aquellas a las que les agrada la forma más no el fondo (al menos musicalmente hablando).
Aquella tarde del miércoles 5 de Junio, camine hasta el banco Mizuho que se encontraba a tres cuadras
del hotel, pues ya me hacía falta efectivo para mis gastos cotidianos, sin embargo, pensé en empezar a
recortar un poco los mismos para poder brindar un poco más a la familia en su ya próxima visita. Creí
conveniente llevar unas finanzas más estrechas, claro sin llegar al sacrificio. A mi regreso al hotel, me
dispuse a ver el juego entre las selecciones de Alemania e Irlanda.
Al día siguiente al profesor Seki le pasaría lo que en México en el ambiente educativo vulgarmente se
dice cuando un maestro pretende enmendar de la noche a la mañana un desencadenamiento de
irregularidades provocado por él mismo, es decir, que “se le salió el toro del cuajal” o bien, “quiso
tapar el sol con un dedo”. Resulta que aquella mañana, Keiko nos comentó que habían llamado la
atención al profesor Seki debido a sus frecuentes retardos a la hora de entrada a clase. De una manera u
otra, nos transmitió su molestia y nos comentó que en adelante exigiría tanta puntualidad como la que
él demostraría. Un par de horas más tarde pregunté a Seki Sensei si realmente se había molestado con
el grupo y su respuesta fue negativa y agregó que no debíamos preocuparnos al respecto. Tal vez
debido al mal momento que seguramente pasó ante sus superiores, Seki Sensei encomendó bastante
actividad esa mañana, lo cual no fue bien visto por algunos de los compañeros. A la fecha, me
mantengo en contacto con Seki a través del Internet.
Conforme nos adentrábamos más en los temas que nos exponían los profesores en el Poly en la ciudad
de Chiba, más sentía que debía esforzarme, pues resultaban más complicados para mí, que siendo
instructor de electricidad, recibía una formación en electrónica. Mientras los temas fueron básicos no
tuve mayores complicaciones, pero al adentrarnos más, los problemas se acrecentaron.
El viernes 7 de Junio, tres de los compañeros realizaron una exposición de un tema, pues el profesor
quería observar de qué manera conducían sus clases en el trabajo cotidiano. Los tres lo hicieron muy
bien, demostrando sus habilidades como docentes y el dominio de las temáticas desarrolladas.
Momentos después, el profesor nos informaba que todos haríamos lo mismo en los días sucesivos, lo
cual me angustiaba, no por el hecho de pararme frente a los compañeros y el profesor, sino por la
carencia de muchas bases en lo que se expondría.
Ese mismo día por la tarde, algunos compañeros fuimos a conocer un centro comercial que se
encontraba muy cercano al hotel. Estuvimos ahí por espacio de dos horas y media o tres, pues es muy
grande. El lugar e llama Sogo que consiste en dos edificios muy elegantes en donde por cierto es muy
caro. En la parte de alimentos encontré chiles jalapeños y lógicamente que aproveché la ocasión para
comprar algunos; el precio, 195 Yenes por 5 chiles (algo así como $13.65). Esa misma tarde
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compramos algunos víveres, pues planeamos para el sábado ir a la playa de Makuhari que
anteriormente conocimos de manera muy rápida y esta vez la intención era pasar allí todo el día.
Tal y como lo habíamos convenido, al día siguiente y después de desayunar, salimos en las bicicletas
Martín, Benjamín y yo, lo hicimos así por que la estación del tren que nos lleva a Makuhari está a una
distancia considerable del hotel. Ya en la estación y una vez que sujetamos las bicicletas en el
estacionamiento, partimos en el tren.
Ya en la playa buscamos un buen lugar para ubicarnos y la verdad no batallamos mucho pues no había
mucha gente. El día estuvo asoleado, pero se podía sentir cierto aire fresco. Nos estábamos instalando
cuando vimos que a nosotros se acercaban dos mujeres y cual fue nuestra sorpresa que eran Hasel de
Costa Rica y María Shimizu de México (que habíamos conocido en el Hachioji International Centre en
donde sólo habíamos pasado una noche y que fue el lugar en donde se realizó la inauguración oficial
del curso de electrónica antes de llegar a la ciudad de Chiba). Al parecer, Martín las había contactado
por internet y las había invitado a ambas.
Pasamos la tarde platicando acerca de las experiencias adquiridas hasta esa fecha y compartimos los
alimentos que en esa ocasión fueron sándwiches de atún, con granos de elote, lechuga, aguacate,
tomate y salsa Tabasco; desde luego que yo llevaba mis chiles jalapeños comprados un día antes en
Sogo.
Hasel y María nos explicaron que su capacitación había concluido y que en días regresarían a Cota
Rica y México respectivamente. El saberlo les daba mucha alegría por el hecho de saber que ya pronto
verían a sus familiares, pero igualmente les provocaba tristeza por dejar tan bello país. Meses más tarde
comprobaría de igual manera dicho sentimiento.
Para regresar a Chiba, decidimos caminar un poco por la costera hasta llegar a una próxima estación del
tren. Una vez que el tren avanzó algunas estaciones mas, descendimos de éste y en dicho lugar nos
despedimos de Hasel y María, a las que no volveríamos a ver otra vez, al menos en Japón.
Precisamente al día siguiente (domingo 9 de Junio), la selección Mexicana de fut bol se enfrentaría a su
homóloga de Ecuador y tal y como habíamos convenido, nos trasladaríamos a la Prefectura de Miyagi a
intentar conseguir un boleto para dicho encuentro. De los compañeros del curso, sólo hicimos el viaje
Carlos (fiel amante del balón pie), Rosario (que gustaba de buscar la alegría y algarabía) y yo
(pretendiendo ver por primera vez en la vida un juego de la selección mexicana así como de un juego
de mundial). Muy temprano ya estábamos los tres en el front del hotel y salimos rumbo a la estación
del tren. Días antes había conocido a Jaime López, mexicano, (radicado en Los Ángeles desde 28 años
atrás) que se había hospedado en el Toyoko Inn con otros mexicanos con la intención de asistir al
primer encuentro de México, sin embargo él había decidido quedare hasta el segundo encuentro. Aquel
día hizo el viaje con nosotros.
Primeramente nos dirigimos a Tokio y allí tomamos el Shinkansen rumbo a Sendai, ciudad en donde se
desarrollaría el encuentro. Ya desde la estación de Tokio se podía respirar el ambiente de fiesta;
decenas y decenas de mexicanos con banderas tricolores, trompetas, tambores, gritos, porras, cánticos,
etc. Desde luego que Carlos, Rosario y yo llevábamos nuestros sombreros de Chano y Chon al igual
que muchos otros mexicanos. Pero hasta el momento sólo Jaime tenía asegurada la entrada al estadio,
pues había comprado su boleto con anterioridad, entonces nos dedicamos a tratar de conseguirlo
preguntando a cuanto mexicano veíamos si tenía alguno de más que quisiera vender. Algunos de ellos
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nos los ofrecieron en 400 dólares, lo cual resultaba demasiado caro comparado con los 150 que traían
impresos los boletos. Penamos en seguir nuestro viaje hasta Sendai y continuar preguntando.
Sendai parecía el Zócalo de la ciudad de
México en pleno grito de Independencia;
una verdadera fiesta en donde no importaba
quien estuviera a tu lado, lo abrazabas y
saltabas junto al resto de los mexicanos. Era
muy notorio que habíamos más mexicanos
que ecuatorianos en la estación de Sendai.
Tuve que recurrir a la reventa que aunque se
está mal vista, no quería perderme la
oportunidad de estar en el juego después del
viaje realizado desde la ciudad de Chiba.
Hasta ése instante fue que utilicé dinero de
mi propia bolsa, pues la beca recibida por
JICA había sido generosa hasta el momento
y no había sido necesario emplear moneda
llevada desde México. 300 dólares fue el
precio que pagué por mi ansiado boleto, el cual me dio tranquilidad, alegría y emoción.
Por aquella fecha en México, se transmitía por televisión una telenovela llamada “El Juego de la vida”,
que trataba acerca de unas chamacas que pertenecían a un equipo de fut bol. Creo que supieron
aprovechar muy bien al momento del mundial para insertar algunos capítulos haciendo referencia a
esto.
Algunos mexicanos nos encontrábamos dentro de la estación de Sendai cuando un tipo se acercó a
nosotros y nos dijo que se estaban filmando escenas para la telenovela citada y que no invitaba a
participar en ellas. Tanta era nuestra emoción y alegría por el juego que viviríamos que poco caso
hicimos a aquel personaje. Solo hasta que vimos entrar a través de un pasillo a algunos conocidos
actores de la televisión mexicana, fue que creímos las palabras de aquella persona. Sin embargo, la
dejamos sola y no dirigimos hasta donde estaban las actrices y actores. Todos ellos accedieron a
tomarse fotos con nosotros de una manera muy cordial, pero nuevamente se acercó quien por primera
vez no dirigiera la palabra y ahora si pusimos atención.
“Ustedes entrarán por este lugar gritando porras a la selección mexicana y detrás de ustedes lo harán
los actores principales. Es cuestión de unos segundos, ah y por favor, no volteen a la cámara”.
“Cámara acción. México, México, México...” Todo iba muy bien hasta que a alguien se le ocurrió
ponerse frente a la cámara, observarla y casi enviar saludos a su mamá.
“Corte, corte. Les dije que por favor no voltearan a ver la cámara. Vamos a hacerlo otra vez, pero ahora
sí que salga bien”.
Y ahí me tienen, haciéndola de extra en una escena para una telenovela mexicana en pleno Japón. Fue
cuestión de un par de segundos solamente, pero nos divertimos bastante. En esa misma estación de
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Sendai, fue que encontré al comentarista deportivo David Faitelson, quien con agrado pese a que
mostraba mucha prisa, accedió a tomarse fotos con quien se lo pidiera.
La organización del pueblo japonés era tal que de ahí de la estación de Sendai fuimos invitados a tomar
un tren que nos acercaba más al estadio. Después de varias estaciones de gritar y convivir con los
paisanos, nos hicieron descender y abordar
autobuses que nos dejaron a las puertas del
estadio de Miyagi en donde era la locura;
miles y miles de compatriotas cantando,
gritando y diciendo porras para nuestra
selección representativa. El boleto de Jaime
tenía una numeración totalmente diferente a
la de nosotros y después de acordar que al
final del partido nos veríamos en
determinado lugar, nos despedimos con la
certeza de que nos veríamos una vez que
concluyera el encuentro. Rosario, Carlos y
yo, coincidíamos en el acceso y sector dentro
del estadio, por lo tanto ingresamos juntos.
Sólo nos separarían algunas filas a Rosario y
a mí de Carlos.
Una infraestructura no muy impresionante, pero si hermosa, era la que enseñaba el estadio, además de
ser acorde al nivel del partido que se jugaría en un par de horas más.
Empezamos a ascender una escalinata para llegar a las faldas del estadio y nuevamente fuimos
sorprendidos por los actores de la telenovela que sin avisar llegaron por la misma escalera actuando
para la cámara que los filmaba. Creí que nuevamente podía haber sido captado por las cámaras de
televisión de manera sorpresiva.
Ya sobre la explanada que antecede al estadio, pude saludar a los conductores de televisión “el burro
Van Rankin” y Esteban Arce, que aunque para esas fechas ya trabajaban por separado, casi lo hacían
uno al lado del otro en aquel lejano estadio de Japón. Ambos muy sencillos, permitían acercárseles y
saludarlos como a cualquier otra persona.
El precio pagado por el boleto de entrada al estadio valió la pena pues el lugar asignado para éste fue
precisamente frente a la zona en que los japoneses montaron un espectáculo previo al encuentro.
Además, en ese mismo extremo se encontraban los túneles por donde saldrían lo jugadores, entonces
los podríamos ver un poco más de cerca. A mi izquierda, en la cabecera del estadio (detrás de la
portería y sobre lo alto de las gradas), teníamos una gran pantalla en donde fueron presentando uno a
uno a los jugadores de ambos equipos.
El evento previo al juego desde luego que dejó ver parte de la cultura japonesa. Jóvenes vestidos con
trajes tradicionales de aquel país, bailaban al ritmo de una música muy particular japonesa. Un gran
tambor se dejó escuchar también con un sonido dominador, que marcaba a la vez los tiempos para que
los bailarines movieran con majestuosa gracia los abanicos que portaban en sus manos y emitieran
notas musicales a través de una flautas; esto resultó un espectáculo especialmente dedicado a nuestros
sentidos. Más no se podía comparar aquel bello espectáculo con el hecho de poder gritar (y digo gritar
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por que decir cantar seria una mentira) nuestro precioso himno nacional en tierra ajenas. Miles de
mexicanos con excesivo fervor, como aquel que cuando se es niño se tiene ante el asta bandera de
alguna escondida escuela de nuestro territorio nacional. Orgullosos, observando el tricolor del lábaro
ondulante, con la mirada en el águila que nuestros ancestros eligieran como emblema para que fungiría
como símbolo de nuestra raza. Una raza de bronce que lucharía en el futuro por defender los principios,
tradiciones, costumbres y valores de una cultura única en el mundo. Aún ahora, al observar el video
que yo mimo grabé en pleno cántico nacional, se me pone la carne como vulgarmente decimos en
México, “de gallina” al recordar la emoción de participar en tan hermosa ceremonia.
Todo el partido fue de porras, gritos y chiflidos, pese al tempranero gol de la selección ecuatoriana.
Aún así, el triunfo se lo llevó la selección Azteca con un marcador de 2 a 1.
Por más que buscamos a Jaime después que concluyó el partido, fue imposible encontrarlo, pues un
mar de gente que formábamos mexicanos y ecuatorianos, no hacía imposible nuestra tarea.; tuvimos
que regresar sin él.
El regreso a la ciudad de Chiba fue muy pesado, pues el recorrido en el Shinkansen fue de pie (aunque
me senté en los pasillos al igual que decenas de personas más). Dos horas de Shinkansen, más el
tiempo de Tokio a Chiba en el tren hicieron que el recorrido fuese cansado en exceso.
Ya en Chiba sentimos una calma tremenda, sin embargo, en nuestro recorrido hacia el restaurante en
donde cenaríamos aquella noche, pudimos observar muchos carros con jóvenes gritando “Nipón,
Nipón, Nipón “ (Japón), al igual que en las calles chamacos y chamacas con playeras de la selección
japonesa gritando con euforia. Resulta que en ese mismo día la representación de Japón había derrotado
a su similar de Rusia por marcador de 1 a 0 y estaban tan felices como los miles de mexicanos que nos
habíamos congregado en el estadio de Miyagi.
Tal vez la juventud japonesa no sepa de nuestras tradiciones y costumbres, pero sí de fut bol. Resulta
que caminado hacia el restaurante, un grupo de chavos japoneses se nos acercaron e intentaron entablar
conversación con nosotros. Resultó difícil, sin embargo al saber que éramos mexicanos (aspecto muy
notorio pues los sombreros de Chano y Chon nos delataban abiertamente), uno de ellos con mímica de
portero decía “Campos, Campos”, haciendo referencia a nuestro querido arquero Acapulqueño Jorge
Campos que sin lugar a dudas era conocido por allá, al otro lado del mundo. Una cena italiana en la
Saicerilla Restaurante fue lo que selló aquella nueva experiencia en el Japón.
100
SEGUNDA PARTE EN EL POLY Y DÍA DEL PADRE.
Al día siguiente, lunes 10 de Junio, el Profesor Seki terminaba su primera participación con el grupo.
Agradeció a todo la atención prestada y nos informó que más adelante retornaría con otra temática
diferente a la expuesta y de hecho, así lo marcaba la programación entregada antes de la capacitación.
Por la tarde, Jaime se despediría de mí, pues viajaría a la sede del tercer encuentro de la selección
mexicana, no sin antes ofrecer su casa en Los Ángeles para que algún día lo fuera a visitar con la
familia. No necesité conocerlo demasiado para darme cuenta del tipo de persona que era. Noches antes
me había confesado una serie de problemas vividos con su familia, su mujer y su hijo. Con lágrimas en
los ojos me expresó acerca de sus errores y de lo mucho que se ha arrepentido por no poder
solucionarlos y que le representaban un aspecto que le consumía el interior. Sé que algún día lo volveré
a ver y en el encuentro nos manifestaremos el gran afecto mostrado en nuestra corta relación de
amistad surgida en Japón.
Para el martes 11 de Junio, estrenábamos profesor en el Poly. Muraoka era su nombre. Muy joven, tal
vez no tanto como Seki, pero al fin joven también. El ritmo de trabajo con Muraoka cambió
notoriamente comparado con Seki. Ahora se imprimía un poco más de ritmo en el avance, sin embargo
yo trataba de mantener el paso de capturar el total de temas analizados con lo profesores (hasta esa
fecha ya había capturado entre texto, imágenes, diagramas y fotografías, un total de 90 páginas). Ése
mismo día Camerún Perdería ante Alemania en el mundial de fut bol, pese a que los últimos se
quedaron con 10 jugadores por acciones que quebrantaban el reglamento de tan practicado deporte.
Día a día sentía más presión en las actividades desarrolladas en el Poly, pues al mismo tiempo que
hacía las prácticas, tomaba los apuntes, y hacía el respectivo reporte en la computadora. Todo esto por
querer capturar la totalidad de temas vistos en la clase. Con Muraoka se empezó a trabajar con
compuertas lógicas y otras clases de circuitos integrados y la relación de estos con los temas de
Controladores Lógicos Programables (PLC´) que conduzco en mis clases en México, hicieron posible
mi participación, pues gran similitud existe en el funcionamiento entre dichos circuitos y equipos
electrónicos.
Ese jueves 13 de Junio, la selección mexicana de fut bol jugaría contra la de Italia y los comentarios
pesimistas conforme a lo que nuestra historia del balón pié nos ha heredado, no hacía pensar que sería
un juego difícil, más no imposible. Aquella noche, México empataría con Italia, resultado que permitía
a ambas escuadras pasar a la siguiente ronda. Todavía retumban en mis oídos los gritos de los
compañeros en sus respectivas habitaciones cuando nuestro equipo anotó su único tanto y terminar así
empatando con Italia a uno. Sentíamos una felicidad como si hubiéramos ganado algo de manera
personal.
Al día siguiente, las cosas en el Poly resultaron muy parecidas a los días anteriores. El profesor
Muraoka explicaba acerca de los elementos de trabajo, sus funciones, características y enseguida nos
asignaba la tarea práctica a desarrollar. También, por parte del Poly, nos fue entregada otra chamarra a
manera de uniforme y que debíamos portar cuando se tuvieran actividades sobresalientes o bien visitas
a empresas.
Día a día el profesor Muraoka nos había estado entregando bastantes dispositivos electrónicos para las
prácticas y nos comentaba que podíamos llevarlos con nosotros a México. Igualmente nos entregó cajas
estuche para contener aquellos dispositivos entregados. Algunas veces nos facilitaba dispositivos
sueltos y otras más “kits” para armar prototipos.
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El viernes 14 de Junio, la clase culminó un poco más temprano, pues Japón jugaría ante otro equipo en
el mundial de fut bol; duros, duros, pero bien que los doblegaba el calor del mundial. Fuimos invitados
a observar por televisión el partido en el comedor del Poly y la mayoría de los compañeros accedimos a
tal invitación.
Por fin llegó el fin de semana y a invitación del
profesor Kodama, nos despertamos muy
temprano para ir a recoger almejas a un lugar que
el mismo profesor había propuesto. La decepción
fue notoria cuando el día amaneció lluvioso y al
poco rato de habernos levantado el profesor
Kodama cancelaba por teléfono el paseo antes
planeado. Al no poder realizar el paseo a la
almeja, Benjamín, Martín, Adelino y yo, a eso de
las once de la mañana decidimos ir a Costco a
comprar víveres para nuestro servi bar. Nos
trasladamos en bicicleta y el recorrido fue muy
interesante ya que lo hicimos por la costera. El
regreso fue con suma calma y de hecho hicimos
algunas paradas para apreciar el mar y la playa en contraste con los modernos edificios que en algunas
partes habían construido los japoneses.
Las muestras de respeto y afecto a los extranjeros se seguían manifestando. En cierto lugar de nuestro
recorrido decidimos detenernos y comer algo de lo que habíamos adquirido en tan conocido centro
comercial. Al lugar llegó una joven pareja de japoneses y nosotros sin molestarlos continuamos con la
alegría característica de buen mexicano. Cantábamos, reíamos, bromeábamos, etc. Martín notó que
aquel japonés reía en ocasiones a la par de que nosotros lo hacíamos, entonces decidió preguntarle si
entendía el español a lo que aquel joven contesto que sólo un poco. Nosotros no parábamos de reír de
imaginar que se había enterado de lo que habíamos platicado por buen rato. Posterior a esto nos
despedimos de aquellos japoneses y decidimos emprender el regreso pues ya iniciaba la noche y aún
nos faltaba cierta parte del recorrido. Lo hicimos cantando aquella bella canción que interpretara
majestuosamente el desaparecido Frank Sinatra; A mi manera. Aquella noche se sumó un nuevo
problema entre compañeros que propició un distanciamiento más marcado entre un servidor y aquellos
con los que había hecho tan grato recorrido. Lamenté mucho el tener que cambiar el desenvolvimiento
ante aquel “equipo” formado por Martín, Benjamín, Adelino y un servidor. No hubo una conclusión de
amistad, pero si una línea que delimitó ciertos terrenos.
Momentos difíciles como aquellos son los que me han hecho reflexionar sobre aspectos que valen la
pena en la vida. La camaradería, la amistad, el compañerismo, la hermandad y otros aspectos que vive
el hombre y que aunque en ocasiones pudieran ser muy semejantes, en realidad tienen sus propias
características que los hacen especiales y diferentes entre sí. En Japón pude conocer de todo un poco, a
veces más de un aspecto, otras más de otro, a fin de cuentas, experiencias que te hacen crecer como ser
humano; mal por aquel que todo lo vio semejante a sus vivencias anteriores, señal de que poco
aprendió.
Al igual que en México, el domingo 16 de Junio de aquel 2002, en Japón también se festejaba el día del
Padre. Yo desperté a eso de las 6 de la mañana y de saber tan importante fecha, distante de mis hijos y
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con nuevos problemas con los compañeros, el ánimo andaba por los suelos. No fue sino hasta las nueve
de la mañana en que decidí levantarme a tomar un baño y salir del hotel, pues el encierro me estaba
matando.
Me enteré que algunos de los compañeros se habían dirigido desde muy temprano al Free Market que
aquella mañana se ubicaría en Port Tower.
Ahí en Port Tower, ase pueden apreciar bellos jardines junto a una pequeña playa desde donde se ven
frecuentemente grandes navíos de carga.
Después de comprar algunos presentes y curiosidades japonesas, me encontré a Adelino, Martín y
Benjamín y juntos fuimos a una bella explanada de jardín en donde se presentaba una orquesta que
interpretaba piezas de aquellas grandes bandas, después de esto nos trasladamos a la región de la playa
por donde anduvimos cerca de una hora conociendo un poco más dicho lugar. Los comerciantes del
Free Market eran acompañados por vendedores de comida, uno de ellos ofrecía burritos y desde luego
que a la hora de la comida no podía dejar pasar la oportunidad de saborear algo más perecido a nuestra
cocina mexicana. Pedí uno de carne con cebolla pero más bien me lo sirvieron de cebolla con carne,
además disfruté de un suculento espagueti con una salchicha.
Después de comer, mis compañeros decidieron seguir paseando, sin embargo yo me sentía mal, pues
pasar el día del Padre sin la presencia de los hijos, de poco me servía; entonces decidí regresar al hotel.
Al arribar al mismo, y checar el correo electrónico, llegó la felicidad esperada durante el día; tarjetas de
felicitación enviadas por mis hijos conmemorando el Día del Padre.
Una vez recargadas las pilas del alma y con el espíritu revitalizado, me dispuse a pasar el resto del día
en compañía de mi televisión que no aprendía a decirme las cosas en español, ni yo a entenderle su loco
japonés, pero bueno, a fin de cuentas nos hacíamos compañía cada día.
103
PREPARATIVOS PARA RECIBIR A LA FAMILIA Y PRONÓSTICOS CLIMATOLÓGICOS
PRECISOS.
Para el lunes 17 de Junio, ya mi esposa me había confirmado lo de su viaje con los niños a Japón,
entonces, al dialogar con el profesor Seki, le comentaba de mi interés por realizar un viaje junto a mi
familia a Kyoto el primer fin de semana en que ellos estarían conmigo. Con agrado me informó que el
me ayudaría a investigar acerca de hotel, shinkansen, sus horarios, costos y demás aspectos para el
viaje. Para la hora del receso, Seki me explicaba que la reservación estaba hecha para los días 19, 20 y
21 de Julio. Por más que solicité que me permitieran ausentarme el día 19 de Julio (viernes) de la clase,
la respuesta en todos los casos fue negativa, lo más que había conseguido fue salir un poco más
temprano de lo habitual (14:30 P.M. en lugar de las 16:00P.M.).
Seki me informó de igual manera que los boletos me serían enviados al hotel y que yo por mi parte
debería de realizar un depósito ante una institución bancaria. Gracias a Seki, pude concertar el viaje a
Kyoto, sin él, para un servidor hubiera sido prácticamente imposible hacerlo, o por lo menos muy
complicado.
De igual manera, Seki me decía que la mejor manera de conseguir un buen precio para un viaje de
placer dentro de Japón era por la vía telefónica directamente con las Agencias destinadas para tal fin y
que en el caso de mi viaje, el costo que había conseguido era muy atractivo. Para que comprendiera la
magnitud de lo barato del viaje me decía que con el monto total del viaje incluyendo la transportación
en el shinkansen (viaje redondo), los alimentos dentro de éste y el hospedaje de toda la familia en el
hotel New Kyoto, hubiera sólo cubierto el transporte en shinkansen de haberme trasladado por propia
cuenta.
Aquel lunes la emoción me embargó al saber que ya se iniciaban los preparativos para recibir a la
familia, pero por otro lado, el sentimiento de mexicano se debilitó un poco cuando nuestra selección de
fut bol perdía ante su semejante de los Estados Unidos de Norte América con marcador de 2 goles a 0.
Se nos permitió salir un poco más temprano de lo habitual, para fines de poder apreciar el citado
encuentro deportivo.
A eso de las 5:30 de la tarde, regresaba en la bicicleta al hotel y una llanta que por la mañana me había
dado problemas al grado de tener que inflarla un poco con la bomba que teníamos en el hotel y que nos
regalara Ando San al momento de la compra de las bicicletas, nuevamente me jugaba una bromita. Esta
vez no tenía a la mano la bomba, así que tuve que detenerme en un negocio de reparación de bicicletas
que con anterioridad habíamos descubierto en la ruta del hotel al Poly.
Como pude me di a entender con el empleado que laboraba en el taller y posterior a unos minutos me
hacía entrega de la bicicleta totalmente reparada. En las clases de japonés nos habían enseñado a
preguntar el precio de productos y yo no sabía si se usaba la misma frase para preguntar el precio de un
servicio, por lo tanto al ser la única forma de preguntar costos, tuve que ponerla en práctica.
- Ikura desuka (¿cuánto cuesta?)
- Hapiaku ende su (800 Yenes, algo así como $ 42)
Pense que era algo carito (Takai desu ne) para una simple reparación de llanta, pero no iba a ponerme a
discutir, siendo que ni sabía como hacerlo en su idioma.
Una vez reparada la bicicleta, proseguí con mi viaje de regreso al Toyoko Inn, más antes de hacerlo
decidí visitar la tienda departamental llamada Parco, lugar que con mayor frecuencia recurríamos a la
104
compra de víveres. Ya en la habitación y después de un baño, pude apreciar con mi fiel compañera la
televisión, el juego entre Brasil y Bélgica, que por cierto ganara el primero con marcador de 2 goles a
0.
No podía seguir negando acerca de los comentarios previos recibidos acerca del clima en Japón; un día
puedes ver el sol sobre tu cabeza y al siguiente fuertes chubascos acaban con tus planes. Aquel martes
18 de Junio me lo confirmaba cuando al despertar en mi habitación me percaté de la fuerte lluvia que
inundaba las calles de la ciudad de Chiba. Resultaba peligroso realizar el viaje desde el hotel al Poly en
la bicicleta, por lo tanto, pensé inicialmente trasladarme en tren y posteriormente el autobús. Pese al
mal clima, en las calles se podían observar muchos japoneses sobre sus biciclos y es que en verdad son
muy buenos ante tal actividad; en una mano el paraguas (kasa) y en otra el manubrio de la bicicleta
(jitensha). En otros días soleados, en algunos casos se les puede ver sobre sus bicicletas hablando por
celular (geitaidenwa) al tiempo que se transportan; no cabe duda de que la práctica hace al maestro. Por
cierto, los celulares que portaban los japoneses eran realmente novedosos comparados con los que nos
han llegado a México; compactos, multifunciones, cámara, internet, agenda, juegos, etc.
Al salir del hotel la lluvia había disminuido, pero se podían apreciar bastantes charcos que me
indicaban que el recorrido en bicicleta seguía siendo peligroso, por lo tanto, decidí caminar siguiendo
la ruta de siempre. Ya en el Poly, uno de los profesores nos comentaba que en esas fechas, en Japón
llueve por espacio aproximado de un mes. Yo deseaba de corazón que disminuyeran las aguas para
cuando mi familia llegara de visita.
En el Poly las sesiones proseguían a su ritmo habitual; al igual que en mi trabajo en México, una sesión
teórica acerca de lo que se trataría más tarde en la práctica.
Al concluir la clase de aquella tarde, fue prácticamente imposible retornar al hotel a pie, la lluvia caía
con bastante intensidad al grado que tuvimos que correr desde el Poly hasta la parada del autobús para
evitar empaparnos.
Aquel marco de melancolía y tristeza que propiciaba la lluvia sobre el limpio concreto de las calles
japonesas, me hacían creer que eran las lágrimas de aquel pueblo trabajador que sufría el hecho de que
su equipo representante ante el torneo más relevante de fut bol a nivel mundial, perdiera su último
encuentro en dicho evento por la mínima diferencia (1-0) ante su rival de Turquía. Pese a esto, los
noticieros en televisión proyectaban imágenes de la juventud en diferentes ciudades de aquel país, en
donde las calles y plazoletas eran inundadas además del agua de la lluvia, por fieles seguidores de su
equipo en son de apoyo. Gritando “Nipón, Nipón” y me hacían recordar nuestras tradicionales y alegres
porras.
No soy un especialista en fut bol, ni mucho menos un buen jugador, sin embargo me agrada ver los
partidos de finales del torneo mexicano, o bien aquellos de nuestra selección nacional, sin embargo,
pude observar la entrega y coraje con que los jugadores japoneses enfrentaron sus encuentros; bien por
ellos. Más tarde, algo poco visto en un juego de mundial, un encuentro que se prolonga hasta dos
tiempos extras en el que Corea derrota a Italia con marcador de 2 a 1 en un aguerrido encuentro.
Un día después, el sol se posaba sobre la ciudad de Chiba como si la lluvia no hubiera estado presente
hacía tan sólo unas horas, por lo tanto, nuevamente podíamos hacer nuestro recorrido en la bicicleta
hasta el Poly. Al decir verdad, sólo Carlos, Jesús, Benjamín, Martín, Adelino y yo, empleábamos
bicicleta, Gilberto y Leonardo por lo regular se trasladaban caminando y Rosario y Fernando lo hacían
105
haciendo uso del tren y el autobús, mi tocayo Marco Antonio en ocasiones caminaba y en otras prefería
el tren y el autobús.
Para esa fecha, las prácticas dentro del taller de clases se volvían más interesantes (al menos para mí).
El hecho era que gran parte de los conceptos manejados eran totalmente nuevos para mí y no quería ser
motivo para frenar el avance del grupo. Cuando alguno de los profesores preguntaba acerca de que si
ya se había trabajado antes con “x” o “y” dispositivo, la mayoría (por no decir todos) de los
compañeros afirmaban y en casi todos los casos yo lo negaba en mis adentros. Entre lo nuevo de los
temas, el montaje de los circuitos de prácticas y la captura del trabajo final, me debatía diariamente,
pero a todo esto, siempre me decía; “a eso vine; a estudiar” y entonces, me consolaba a mí mismo.
Aquella tarde al ingresar al hotel, la chamaca del front me hizo entrega de un sobre etiquetado a mí
nombre, se trataba de la agencia de viajes con la que Seki había concertado mi viaje a Kyoto con mi
familia en su próxima visita. Lo abrí pretendiendo leer lo que en su interior encerraba, pero olvidaba un
detalle; el idioma. De todo lo ahí escrito sólo pude interpretar el total que debía depositar en el banco
(93000 Yenes, algo así como $6510).
El clima en Chiba, volvía a sorprenderme, pues después de aquella asoleada tarde, las nubes aparecían
nuevamente para anteponerse a los rayos del astro sol y los que aquella ciudad habitábamos. El poco
espacio de tiempo que tuve antes de la lluvia lo aproveché para buscar la ruta más corta al Castillo de
Chiba, pues pensaba encontrar lugares que pudiera visitar la familia durante mi estancia en las clases en
el Poly (en las mañanas). Aún recuerdo que aquella noche hablé con todos ellos por teléfono y al igual
que en otras ocasiones el palpitar de mi corazón sentía un alentador compás que lo acompañaba.
Acostumbraba hablar a la familia cada 8 ó 15 días, para eso, empleábamos tarjetas de prepago llamadas
Brastel (al parecer de compañía latinoamericana). Con dicha tarjeta podíamos hablara hasta 50 minutos
de tiempo a México. Cada tarjeta tenía un costo de 2000 Yenes, algo así como $140, lo cual resultaba
totalmente económico comparado con los casi $900 que pagó mi esposa en un recibo telefónico en
México por una sola llamada México-Japón de cerca de 40 minutos. Mi mujer no tuvo otra más que
pedirme que fuera yo el que le hablara.
El calendario marcaba el inicio del día 20 de Junio del año 2002 y yo la segunda mitad de estancia en el
Japón. Tres meses sin ver a la familia, los amigos, compañeros, las adoquinadas calles de San Luis
Potosí, los buenos y malos programas de televisión mexicana, a algunos de los odiosos y fanfarrones
conductores de televisión, a las guapas artistas, cantantes y actrices mexicanas, de probar el pozole, el
mole, las enchiladas y de mil y un cosas que incesantemente llegaban a mi mente de manera frecuente,
sobre todo en días de melancolía.
Tenía la fortuna de estar al lado de 10 mexicanos más con los que podía platicar en nuestro idioma,
platicar acerca de las actividades cotidianas en nuestras ciudades, de la familia, el trabajo, los
pasatiempos, etc. Igualmente, tenía la fortuna de poder convivir con ellos dentro y fuera del salón de
clases; igualmente en nuestros viajes de placer dentro del Japón, como aquellos alegres momentos
tomando una cerveza Asahi, Sapporo, Suntory o Kirin en un pequeño bar o en la misma habitación del
hotel. Tenía la fortuna además, de estar entre compañeros que me brindaban la mano en caso de tener
problemas dentro de las propias clases de electrónica. De no haber sido por todos ellos, la residencia en
Japón hubiera sido no imposible, pero si más difícil y triste a la vez.
106
SEGUNDO TEMBLOR E IGLESIA CATÓLICA EN CHIBA.
El estar sólo en la habitación, noche a noche, me hacía volar mentalmente a casa y trataba de interpretar
las actividades de mis hijos y esposa, pero luego volvía a la realidad y me daba cuenta de que esta
consistía en una pequeña habitación y que en ella debía permanecer tres meses más. Debía ganar a la
desesperación, la tristeza, la nostalgia y otros factores. Sabía que así como una pequeña flor
irónicamente se da en ocasiones en un llano triste y seco, también hay guijarros que nacen entre bellas
flores. La alternativa que tenía sólo era una, la paciencia mezclada con tolerancia, una pizca de buen
humor, un puñado de alegría y otro más de ánimo.
Con esos ánimos y toda la energía posible en mi interior, me levanté un día después, al cual sonreía
alegremente el rey sol. Me trasladé en mi bicicleta como en muchas ocasiones sin pensar lo que aquella
mañana nos tenía preparado. Una sacudida movió unos estantes en los que se encontraban equipos para
prácticas y unos monitores de P.C. De momento todos nos alarmamos, pero algunos cuatro segundos
después todo volvió a la tranquilidad.
A la hora de la comida (12:00 p.m.) y una vez que mostré a Seki el sobre de la agencia de viajes, éste se
ofreció a llevarme en su carro al banco a realizar el pago. La institución bancaria se encontraba
relativamente cerca y cobraron una comisión de 630 Yenes ($44.10). Una vez realizada la operación,
regresamos al Poly.
La comunicación con Seki era en Inglés y al no ser ambos expertos en dicho idioma, en ocasiones nos
veíamos limitados al tratar de entablar conversación. Sin embargo, sus acciones para conmigo,
hablaban más que mi pobre japonés, su escaso español y nuestro recortado inglés. Su ayuda brindada
en todo momento ha quedado adherida en mi mente cual calcomanía.
Día a día, tal y como sucede en México, los canales televisivos proyectan el estado del tiempo y al
igual que en nuestro país, una persona explica los detalles (eso creí interpretar, pues lo hacen en su
idioma). En un canal al parecer local, se podían interpretar fácilmente las probabilidades de lluvia de
varios días venideros. Con el paso del tiempo, aprendí a interpretarlos y a determinar que día llovería y
cual no. Al igual que en muchos hoteles en México, en el lobby se encontraba siempre el periódico y en
éste también se podía observar una gráfica al respecto. Pero lo que más me agradaba era poner en
práctica el japonés. Para esto, me dirigía a las recepcionistas y les cuestionaba;
“Sumimasen, Kyo wa, ame ga, fute imasu ka” (disculpe, ¿el día de hoy lloverá?) En ocasiones la
respuesta era un simple “Hai” (sí) o bien “Iie” (no), pero en otras la respuesta era más complicada de
interpretar, por lo tanto, ponía atención a las noticias en televisión. Tal vez mas de uno de los lectores
de las presentes líneas pueda citar que dichos reportes climatológicos no son reales, sin embargo,
comprobé en más de una ocasión que en Japón, los pronósticos son una realidad.
Por esas fechas, dentro de las prácticas de circuitos electrónicos, se me presentó un problema al tratar
de armar uno de ellos. Después de repasar y repasar alambre por alambre y dispositivo por dispositivo
y no encontrar el error, decidí solicitar ayuda; ésta me fue brindada por Leonardo. Se acercó a mi mesa,
hizo sus observaciones y me explicaba que el encontraba todo en su lugar y que sugería cambiar
algunos elementos para probar el buen funcionamiento de los mismos. Hice lo que Leonardo sugirió
pero el problema persistía. El profesor detectó que estaba en problemas, se acercó y ofreció su ayuda.
Después de un breve espacio, detectó que un pequeño alambrito de escasos 10 mm estaba mal colocado
sobre el proto board (tableta para armado de circuitos). Una vez que agradecí a Leonardo y al profesor,
la calma retornó a mi persona.
107
Como todos aquellos días, de regresé al hotel intentaba recorrer nuevas rutas para tratar de encontrar
algunas que pudieran ser visitados por la familia a su llegada. Una vez que el sol empezó a despedirse
aquel viernes, me dirigí a Parco a surtir de víveres mi pequeña despensa, pues ya me hacían falta
algunas cosas.
En el transcurso de la semana que concluía, Yoshiaki Toyonaga me había hablado por teléfono para
invitarme a su casa precisamente ése sábado que iniciaba. Yo estaba a punto de salir del hotel a recorrer
los alrededores del hotel para seguir investigando acerca de lugares para que visitara mi familia cuando
la recepcionista me llamó para decirme que tenía una llamada telefónica. Se trataba nuevamente del Sr.
Toyonaga. Se disculpaba y comentaba que le resultaría imposible que nos viéramos, pues estaría
ocupado y que en el transcurso de la semana me llamaría para darme la nueva fecha. Una vez que
concluí la llamada, lamenté no haberla recibido un poco antes, pues los compañeros habían salido
juntos a Tokio y yo había dejado de ir por el compromiso con el Sr. Toyonaga, por lo tanto, me trasladé
a un templo Sintoísta que se encontraba cercano al hotel pero lo hice contando las cuadras y los
semáforos para hacer un pequeño plano y entregarlo a mi esposa cuando estuviera en Japón. Después
de visitar el templo, fui al Chiba Jo (castillo de Chiba) y esta vez si encontré abierto el museo y para
ingresar en él tuve que pagar 60 Yenes ($4.2); los niños sólo pagaban 30 Yenes ($2.1). En el interior
del Castillo, tal y como acostumbran los japoneses (al menos en aquellos museos que había visitado a
la fecha) se exponían armaduras de samuráis, katanas (sables) y rifles entre otras cosas. En la parte alta
del Castillo se encontraba un mirador y en una de las salas un planetario al que no pude ingresar por
detalles del horario que como aquellos instalados en México, se tienen ya establecidas determinadas
horas para ingresar por grupos.
En mi recorrido por las calles de Chiba, fui a dar a una especie de parque deportivo. En él se
encontraban algunos jóvenes practicando el béisbol y otros más el fut bol soccer. Posteriormente me
dirigí a la zona centro de la ciudad y encontré unos largos pasillos con innumerables locales
comerciales en donde se podía adquirir comida, ropa, juguetes y calzado hasta chucherías de 100
Yenes. Decidí comer en uno de esos lugares y lo que solicité fue; pescado, papa, algo parecido a ejotes
y unos pequeños bocadillos empanizados muy desconocidos para mi pero que a final de cuentas
resultaron ser muy ricos al paladar.
Días antes al andar con la Señora Mayu en su camioneta, vi una cruz en la parte superior de una
construcción y pregunté le que si se trataba de una iglesia católica, ella afirmó. Lo más que pude hacer
fue preguntarle el nombre de la calle y lo anoté para posteriormente intentar localizar la iglesia y asistir
algún domingo a misa.
Al otro día de la cancelación de la cita con Yoshiaki Toyonaga, decidí indagar sobre la iglesia citada.
Una vez que desayune, salí del hotel en la bicicleta con un plano que en la recepción me habían
facilitado decidido a encontrar la calle que Mayu me había mencionado. Con el poco japonés que había
aprendido, empecé a preguntar en las calles a cuanta persona me encontraba. Algunos indicaban
desconocer la calle y otros indicaban por donde debía dirigirme. Al parecer entendí mal, pues cuando
menos esperé me encontraba en una calle mucho muy larga que a final de cuentas decidí seguir hasta
donde culminara por el simple hecho de conocer. Decidí pues, de regreso buscar la iglesia.
En mi recorrido encontré una zona comercial muy amplia en donde se encontraban establecimientos de
diversa índole. Cuando encontré el final de la avenida por la que transitaba, decidí retornar por la
misma, pero por la acera contraria para así poder apreciar el resto de aparadores que por ese lado se
108
tenían. En uno de ellos pertenecientes a una zapatería, observé un par de tenis que se veían muy
cómodos. Entre a la zapatería y como pude solicité que me los mostraran. Las zapaterías en Japón no
tienen gran diferencia con las que podemos encontrar en nuestro país. De igual manera, se tienen
pequeñas bancas para sentarse y hacer las pruebas necesarias. El local al igual que en algunas
zapaterías mexicanas, en su totalidad alfombrado.
Supongo que tenían algún tipo de evento como remate o descuentos especiales, pues había mucha gente
y los pares de zapatos se vendían muy rápido. Yo por mi parte le decía al dependiente “Ooki
arimasuka”, ¿tiene grandes? Una vez que logramos comunicarnos me mostró un par de mi medida el
cual compré. Dicho par de tenis fueron mis fieles compañeros en muchas ocasiones en mis recorridos
por las calles de Chiba y otras ciudades que tuve la oportunidad de visitar. Dejé de tenerlos conmigo
hasta un día antes de mi regreso a México, pues tuve que escoger de entre mis pertenencias aquellas
que formarían parte de los 64 kilos permitidos para vuelos internacionales; los tenis fueron descartados
de viajar conmigo.
Después de mi compra, volví a la calle a seguir indagando por aquella que buscaba, hasta que por fin di
con ella. Una vez que transitaba por dicha calle, la misión se convirtió en dar con el paradero de la
iglesia. Esta vez, la búsqueda no fue tan extenuante y casi al medio día estaba frente a mí una pequeña
construcción con un letrero al frente que indicaba efectivamente la descripción de iglesia católica (en
inglés).
Ingresé en el recinto y alcancé a escuchar parte
de una celebración pero en japonés. Pude
distinguir entre los asistentes, gente japonesa,
de color y con apariencia norteamericana o
europea. Al finalizar esta, me acerqué a una
señora y le pregunté que si hablaba inglés;
“sumimasen, eigo no hanashimasu ka”. Ella
respondió que no, pero me solicitó que esperara
un poco; “shotou mate kudasai”. Después de un
par de minutos, regresó acompañada de una
señora de color con unos bebes. Dicha señora
me explicó que se oficiaba una misa en inglés
pero que era hasta las dos de la tarde. Me
preguntó que cual era mi país de procedencia y
una vez que escuchó mi respuesta, me indicó
que en ese mismo lugar vivía un sacerdote también mexicano, pero que oficiaba en otra iglesia;
entonces, me condujo hasta donde estaba el sacerdote que acababa de oficiar la misa (un irlandés) y me
presentó ante él y éste me pidió el número telefónico del hotel y el número de habitación, diciéndome
que el le comentaría al sacerdote mexicano de mi presencia en la iglesia. Por cierto, el padre mexicano
resultó ser tocayo, pues también se llamaba Marco Antonio. De igual manera, me dio al número de
teléfono en donde podía localizar al sacerdote mexicano para que en el futuro pudiera comunicarme
con él. Después de esto, mi organismo me indicaba que era la hora de los alimentos. Abandoné la
iglesia y me dirigí a los centros comerciales de Chiba a buscar un lugar para comer. De ida había dado
muchas vueltas, pues la iglesia estaba tan cerca del hotel, que hubiera podido llegar a dicho lugar
caminando.
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ENCUENTRO CON UNA COMPATRIOTA Y EXPOSICIÓN DE TECNOLOGÍA.
La tarea que me había fijado días atrás de enviar tres fotografías por internet a casa diariamente, lo
realicé en aquella ocasión una vez que comí. Después de esto, bajaron Adelino y Rosario de sus
respectivas habitaciones y nos dispusimos a platicar en el lobby del Toyoko Inn. Estábamos en plena
plática cuando al hotel ingresó una pareja con aspecto latino. El espigado, pelo chino y tez blanca y
joven, ella tez morena, delgada y joven también. Mientras él se dirigía al front del hotel, la chamaca se
encontraba en las computadoras a escasos par de metros de nosotros y al escucharnos hablar, se acercó
a nosotros y nos preguntó que si éramos mexicanos. Una vez que emitimos nuestra respuesta, nos dijo
que ella también lo era y que vivía en Japón desde hacía tres años. Nos pidió le llamáramos Rosita, que
su nombre era Rosa pero que le agradaba le dijeran así; en diminutivo.
Rosita nos comentó que tenía un hijo y que estaba casada con un japonés. En esos momentos, su
acompañante era un amigo español, del cual no recuerdo su nombre. Al parecer, el español se acababa
de instalar en el hotel apenas unas horas.
Rosita, como muchas otras jóvenes mexicanas era muy parlanchina y hacía gala de un lenguaje muy
florido. La imagen de Rosita me recordó mucho a mi prima Soraya Ochoa (que por cierto nunca se
olvidó de mi durante mi estancia en aquel país, pues siempre mantuvo comunicación vía internet) que
radica también en San Luis Potosí, no por su forma de hablar sino por lo parecido de sus rostros.
Estuvimos platicando sólo unos minutos, pues casi enseguida Rosita y su acompañante salieron del
hotel, no sin antes dejarnos su número telefónico por si deseábamos algún día platicar con ella.
Una vez que nos despedimos, cada uno de los compañeros empleó su tiempo en diversas actividades;
yo, simplemente subí a mi habitación. No habían pasado ni diez minutos cuando sonó el teléfono de mi
habitación y la recepcionista del hotel me indicaba que tenía una llamada (eso suena muy fácil, pero en
verdad, era una verdadera odisea entender los mensajes de las chamacas del front, pues algunas de ellas
no hablaban en lo absoluto el idioma inglés). Se trataba de la secretaria del sacerdote mexicano.
Platicamos por espacio de quince minutos y quedamos de vernos el próximo domingo en la misa de 2
de la tarde, pues el oficiaría dicha ceremonia (en inglés). Una vez que colgué el teléfono, me dispuse a
ver en la televisión la película “Hombres de Negro” con Will Smith, que resultaba curiosa al oído, pues
estaba doblada al japonés. Esa misma noche en punto de las 21 horas, me comuniqué con mi familia
por teléfono y tal y como lo había pensado, ellos tenían la intención de ir a almorzar a la fonda Los
Arcos, junto a la Iglesia del Saucito, como cada domingo en la colonia del mismo nombre. Por la
emoción de escuchar a mi esposa e hijos, no tuve la precaución de checar los cambios de horario entre
ambas naciones y mi llamada había sido muy temprano, pues en casa apenas eran las 7 de la mañana
(del mismo domingo). Yo me disponía a viajar con Morfeo y ellos a iniciar el vuelo de aquel 23 de
junio del año 2002.
A la mañana siguiente, tal y como todos los días, sonó mi teléfono; era el servicio de despertador que
había programado a las 6 de la mañana desde la primera noche que pasé en dicho hotel. Recuerdo que
aquel día se iniciaron los estudios sobre los PIC´s (Peripherial Interfase Controller), que son circuitos
integrados en la construcción de diversos equipos electrónicos programables.
Fue a partir de esa sesión, en donde empezó la verdadera presión para un servidor. Cada palabra y cada
termino que el profesor Muraoka citaba, era un reto para mi; en parte por ser totalmente nuevos todos
110
los conceptos (al menos para mí), sin embargo, ponía todo lo que estaba de mi parte para no retrazar el
avance del grupo y a la vez para comprender lo que se analizaba día a día. A todo esto, sumaba el
hecho de mis hojas de reporte para el trabajo final y que seguía con la idea de capturar el total de los
mismos.
Esa misma mañana, el profesor Seki, me llevó unas hojas impresas con información suficiente
relacionada a la ubicación del hotel que me recibiría junto a mi familia en la ciudad de Kyoto en
nuestro futuro viaje planeado. Me comentó que la había “bajado” de internet. Sobre un pequeño plano
de los alrededores del hotel, me encerró en círculos los lugares turísticos más destacados de la zona, en
ellos sobresalían algunos templos y castillos. Llamó mi atención el Castillo Nijo Jo y le comenté que
tiempo atrás durante la estancia en el OSIC (Osaka International Centre), los empleados de JICA
(Japanese International Cooperative Agency) habían organizado un viaje a dicho lugar y que me
resultaba muy interesante ahora, regresar en compañía de la familia y que conocieran en persona
alguno de los lugares que antes sólo por teléfono, internet o fotografías había yo señalado. De igual
manera me sorprendió la ubicación del hotel, pues según el plano, bastaba caminar sólo una cuadra
para arribar a dicho Castillo.
Muy cerca del hotel New Kyoto que nos recibiría, se encontraba también el Golden Palace (Palacio
Dorado), que también con anterioridad había visitado en compañía de los compañeros del grupo de
electrónica.
Nuestro viaje a Kyoto sería muy rápido; viernes en la tarde viajar a Kyoto y hospedarnos en el hotel,
sábado por la mañana recorrer lo mas que se pudiera la ciudad de Kyoto (templos y castillos) y regresar
al hotel y domingo muy temprano viajar a la ciudad de Nara a conocer el Toudai-Ji Temple (lugar en
donde se encuentra el Buda más grande del Japón) que también ya había tenido la oportunidad de
conocer con anterioridad con los compañeros de grupo. Ya por la tarde, regresar a Chiba.
Sabía que el Poly no me permitiría tomarme un solo día para realizar viajes de placer con la familia, de
hecho, Odaki Keiko (coordinadora y traductora del curso), indirectamente se hacía la “sordita”
diciéndome que ella no autorizaba la visita de mi familia, sin embargo me apoyaba en cuanto a la
organización de mi viaje a Kyoto y a Nara anteponiéndome que cuando le preguntase algún superior al
respecto, ella diría que desconocía lo que yo estaba haciendo; es decir, se “lavaba las manos” ante ellos,
pero ante mí las metía para ayudarme. Esta fuerte mujer no podía esconder su buena voluntad tras su
carácter imperante. Mucho estaré agradecido por su gran apoyo.
Aquella misma tarde, fui como en otras ocasiones a surtir mi despensa y en las instalaciones del centro
comercial Parco, me encontré a la señora Beatriz de origen argentino que días atrás había conocido en
ese mismo lugar. Dentro de la plática me preguntó que si ya me había acostumbrado a la comida
japonesa y que si en verdad me gustaba. Le comenté que no toda le resultaba agradable a mi paladar y
que por eso compraba jamón, baguet, queso y otras cosas más para de vez en cuando preparar tortas o
sándwiches. A esto, ella me pidió que la siguiera hasta cierto pasillo dentro del establecimiento y me
comentó lo siguiente. “Mira Marco, en todo este estante se encuentra comida ya preparada que sólo
debes calentar, si no tienes horno de micro ondas, lo puedes hacer en una cafetera. Pones un poco de
agua en la cafetera, la enciendes e introduces los alimentos con todo y bolsa. Después de un par de
minutos tendrás una rica comida caliente. La ventaja del estante es que además de comida japonesa
encuentras otras de tipo internacional, habías de probar”.
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Una vez que agradecí sus sugerencias, regresé al hotel con un par de aquellos alimentos, dentro de los
cuales se hallaban el Curry y el tradicional arroz que en verdad me gustó al estilo japonés, sólo que le
agregaba salsa de soya o tabasco para darle un poco de sabor. Pero no fue hasta el día siguiente después
de mi clase de electrónica (teoría y práctica) con los PIC´s que programamos desde la computadora, en
que probé el curry con el arroz; una delicia de comida que en muchas ocasiones a partir de esa fecha
fueron mi cena.
Ese mismo día de regreso al hotel en la bicicleta, me tocó recibir una muy leve llovizna, que en los
pocos minutos que duraba el trayecto al hotel, lograron mojar mi ropa. Debido a eso, me preparé una
taza de té verde (muy insípido por cierto) que las camaristas colocan diariamente sobre el tocador de la
habitación y una vez que lo bebí, llené la tina del baño con agua caliente para estar en ella un buen
espacio de tiempo y evitar así un resfriado. Mientras estaba dentro de la tina, yo me distraía leyendo mi
libro de Pedagogía que llevaba desde México.
No me resultaba agradable la idea de saberme enfermo tan lejos de casa, sin el apoyo de mi mujer, los
hijos, los medicamentos conocidos por padres y abuelos y además con el compromiso asumido ante
JICA de asistir al 100% de las sesiones. No, no tenía derecho ni permiso a enfermarme, debía
mantenerme sano para poder desenvolverme plenamente. De hecho, doy gracias a Dios que fueron seis
meses en completo estado de salud, de no ser por el leve resfriado y gripa que me acompañaron desde
México a Japón y que perduraron conmigo por espacio de algunos días.
Esa misma noche, me distraje un poco viendo en la televisión el encuentro del mundial entre las
escuadras de Corea y Alemania. Yo quería que ganara Corea, sin embargo Alemania se impuso con un
marcador de 1 – 0.
Esa noche podía quedarme un poco más tarde de lo habitual despierto, pues al día siguiente los
Directivos del Poly habían programado una visita a una exposición de tecnología y para eso, habíamos
sido citados a las 9 de la mañana en la estación de trenes de Chiba Minato, que relativamente estaba
cerca. El recorrido lo haríamos a pie desde el hotel a dicha estación y sólo requeriríamos de unos
cuantos minutos.
Y así fue, al día siguiente en lugar de levantarme como todos los días a las 6 de la mañana, lo hice a las
7, pues como siempre, me tomaba buen rato bañarme y desayunar. Esto último ya fuera en la
habitación o en el pequeño restaurante del hotel.
Normalmente acostumbraba en casa bañarme por las noches y en Japón decidí hacerlo de igual manera.
Sin embargo, Chiba resultó ser una ciudad con un clima muy caliente y un ambiente húmedo (tal vez
parecido al de la zona de la huasteca potosina). Por las noches después del baño, encendía el aire
acondicionado de la habitación, pero un par de horas después me daba frío, entonces me cobijaba. La
gruesa cobija japonesa me provocaba calor, entonces apagaba el aire acondicionado y dejaba solamente
el ventilador y me cobijaba con la sábana. Entre frío y calor, calor y frío, más de una vez mi cuerpo
emanaba un poco de sudor, por lo tanto, acostumbre a tomar el baño, tanto en las noches para el
descanso y por costumbre, como en las mañanas por higiene. Así mismo, como el regreso del Poly al
hotel lo hacía en bicicleta y en muchas ocasiones bajo los fuertes rayos del sol, un baño a media tarde
era inevitable. Total, no había hijos a los que tuviera que ayudar a hacer sus tareas, ni mujer que me
pidiera le reparara algún desperfecto en casa; estaba entregado totalmente a mis actividades.
112
Sin embargo, la crisis nerviosa que vivía día a día precisamente por no estar al lado de mis seres
queridos, hacía mella en mi persona, haciendo volar mi mente a través del mar, como queriendo brindar
y recibir el apoyo de los míos. A final de cuentas, no sabía si estaba sólo o no, pues en ocasiones la
soledad me hacía compañía y en otras las fuertes imágenes de mi familia que eran mi único sostén.
Esos fueron parte de los aspectos que tuve que aprender a aceptar y valorar. A mi lado, tenía diez
compañeros mexicanos que sin dudar brindarían un apoyo incondicional a cualquier otro de nosotros,
sin embargo, nunca sería éste de igual magnitud al recibido por el núcleo central de toda sociedad; me
refiero a la familia.
Tal y como lo habíamos acordado los compañeros, en punto de las 8:30 de la mañana de aquel
miércoles 26 de Junio, nos reunimos en el lobby del hotel y salimos en grupo hacia la estación Chiba
Minato. Allí, ya nos esperaba Keiko y un par de minutos después de las 9 de la mañana, abordamos un
tren pues viajaríamos a una región cercana a Tokio.
Una vez que descendimos de nuestro tren, caminamos por un par de minutos hasta llegar a unas
grandes explanadas rodeadas de edificios muy modernos. Ingresamos en uno de ellos, hicimos nuestro
registro y nos fue entregado un gafete de identificación. La exposición estaba basada casi en su
totalidad (por no decir que toda) en mostrar equipos de cómputo y accesorios. Pudimos ser testigos de
los grandes avances científicos y los gigantes pasos que en materia de cómputo daba el Japón.
Algunos de los stands que mostraban sus
equipos a los visitantes, hacían entrega de
presentes (lapiceros, catálogos en CD´,
ventiladores de mano eléctricos, abanicos,
etc.) a los mismos, a cambio de una tarjeta
de presentación personal o de llenar un
pequeño cuestionario. Meses después
comprendí el hecho de solicitar dicha
tarjeta, pues tiempo después seguían
llegando invitaciones vía correo electrónico
de compañías como Sysco a nuevas
presentaciones de equipos en el Japón.
Aquel día hicimos que se malpasaran
Keiko, los profesores Seki y Tanaka (éste
último aunque no fue nuestro profesor,
decidió acompañarnos), pues no fue sino hasta las 2 de la tarde que salimos del lugar para ir a comer.
Decidimos hacerlo en el restaurante de un hotel cercano y por 1400 Yenes (algo así como $98.00)
pudimos disfrutar de un muy, pero muy delicioso bufete.
Después de nuestra comida, Rosario, Jesús, mi tocayo Marco Antonio, los profesores Seki y Tanaka y
yo, fuimos a una región cercana llamada Odaiba en donde en una explanada se tiene una reproducción
de la estatua de la libertad que se tiene en los Estados Unidos, sólo que mucho más pequeña (tal vez 9 ó
10 metros de altura). La vista desde dicha plazoleta era impresionante; el mar, edificios muy modernos,
grandes barcos, etc. Seki y Tanaka nos invitaron a ingresar a un edificio en donde están las
instalaciones de una televisora local. Dentro del lugar había varios stands con fotografías de artistas
113
japoneses, utilerías empleadas en los diferentes programas televisivos, foros de transmisión, vestuarios,
etc.
En lo más alto del edificio, se encontraba una sala que los japoneses habían preparado con un pequeño
set en donde los visitantes podían entrar y ser captados por una cámara de video; al mismo tiempo que
la cámara hacía la toma del visitante, esta transmitía la señal a un monitor frente al resto de los
visitantes, sólo que la señal era empalmada con una toma que previamente los japoneses habían
grabado y entonces, pareciera que aquel que se ubicaba frente a la cámara, realmente estaba
acompañado por japoneses en un programa de televisión.
Desde la altura en que estaba dicho set, la vista al exterior era impresionante, a pesar de que el día
nuevamente era nublado y que de hecho llovía un poco. Estuvimos en los estudios divirtiéndonos a lo
grande hasta las 6 de la tarde. De regreso al hotel y después de un buen baño, me dediqué a ver folletos
obsequiados en la exposición y a ver el partido del mundial entre los equipos de Brasil y Turquía,
mismo que ganaron los primeros por marcador de 1 – 0.
114
NUEVA REUNIÓN CON LOS TOYONAGA.
A eso de las 10:30 de la noche me dispuse a dormir y no había pasado una hora (11:10 para ser exacto)
cuando el teléfono de mi habitación sonó. La señorita del front me explicó entonces que tenía una
llamada. Se trataba de mi anfitrión en el Home Stay, Yoshiaki Toyonaga que una vez que se disculpó
en más de tres ocasiones por llamar tan tarde, me decía que si aceptaba una invitación a una cena el
próximo viernes. Dicha cena no sería en su casa, sino con una familia de amigos muy cercanos a ellos.
Una vez que agradecí y acepté la invitación, Yoshiaki me comentó que me vería el viernes junto con su
familia en la estación de trenes de Inague (muy cercana a Chiba) a las 7 de la tarde. Nos despedimos y
entonces si, a darle al cuerpo su merecido descanso después de tan intenso día.
Algo que sucedió en varias ocasiones y que era motivo de desesperación, es lo que seguramente le ha
pasado a más de uno al ingresar en internet., me refiero a aquellas situaciones que estando en plena
comunicación en el chat con mi esposa, se interrumpía la misma. En la pantalla de la computadora
seguían entrando y saliendo diversos usuarios, pero Lety no me contestaba. Yo escribía y escribía,
enviándole mensajes, pero ella no respondía. Espere un par de minutos para ver si se había presentado
un imprevisto en casa, pero no llegaba alguna respuesta a mis mensajes. Minutos más tarde decidí
hablar a casa haciendo uso de un teléfono de tarjeta ubicado al costado de las computadoras y poder
saber cual había sido el problema, pero la línea me indicaba que estaba en uso y entonces yo asumía
que aún se encontraba intentando completar la comunicación. Dirigía mis pasos nuevamente hacia la
computadora que estaba usando cuando del front me indican que tenía una llamada. Me dirijo al
teléfono que sostenía en su mano la recepcionista y al emitir el clásico “hola”, la comunicación se había
cortado también el igual que el internet.
Una vez que entrego el teléfono a la chamaca, retorno a las computadoras, sin embargo, aún no llegaba
a ellas cuando nuevamente me solicitan para que tome una llamada. Esta vez tuve éxito. Mi esposa
sorprendida me especificaba que no sabía lo que había pasado, que solamente y sin previo aviso, la
computadora la había “sacado” de internet. Le comenté que eso era muy común en ocasiones y que no
se preocupara, pues se debía a los errores tecnológicos de los equipos concentradores, de las
computadoras, de los servidores o bien tal vez programas de las empresas para ganar una llamada local
más.
Los momentos de angustia que vivía por desaprovechar los valiosísimos minutos que invertíamos en el
chat, cada vez que esto sucedía, disminuían mi alegría y hacía que la sonrisa que seguramente dibujaba
mi rostro se esfumara. Sin embargo, había escuchado su voz y eso era más reconfortante
sentimentalmente hablando que el leer líneas sobre la pantalla de una computadora, aunque dicho
hecho repercutiría en el estado de cuenta del recibo telefónico en casa en aquel mes de Junio. Valía la
pena la inversión de unos pesos a cambio de escuchar a mis seres queridos.
Recuerdo que aquel mismo día por la noche, al disponerme a ver la televisión antes del descanso, al
cambiar de canal en canal, mi dedo dejó de pulsar el botón más gastado del control remoto del equipo
citado al ver que en el monitor se proyectaban artistas estadounidenses pero con un lenguaje doblado al
japonés y sin subtítulos. Decidí observar la película y resultaba curioso el interpretar el significado de
las escenas “leyendo” la actuación de los que ahí actuaban.
El valor de la comunicación, comprendí, es una oportunidad única que tenemos los seres humanos que
nos permite el acordar, conciliar, emitir juicios, opinar, etc. Sobre nuestro actuar en la vida, y aquella
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noche lo confirmaba. Era como ver una película muda, aunque en mucho ayudaba el hecho de poder
escuchar la música, la entonación, el énfasis, volumen y demás características del sonido para poder
determinar si efectivamente los gestos de los actores eran de alegría, enojo u otra actitud diferente que
mi simple intuición me indicaba.
Y por fin llegaba el viernes en el que tenía la cita con los Toyonaga. Recuerdo que esa mañana durante
la clase, varios de los compañeros mostrábamos cansancio por las sesiones, pero afortunadamente era
la última sesión de la semana.
Algo que no había considerado y que vendría a sumarse al cansancio acumulado en los días anteriores
en el Poly, fue el hecho de que al Profesor Muraoka había impartido una clase totalmente teórica, razón
por la que en mas de una ocasión, mas de uno cabeceamos en el aula. Casi al final del horario (después
de la comida y del pequeño break), nos encomendó un ejercicio práctico con lo que los nervios dejaron
de tensarse un poco.
Por la tarde, ya en el hotel, por poco y se me hace tarde para mi cita con los Toyonaga por estar
cuidando la ropa en la lavadora y en la secadora.
Mis esfuerzos por llegar a tiempo a la estación de Inague, sólo sirvieron para estar bien conmigo
mismo, pues Mayumi Toyonaga llegó 40 minutos tarde con sus tres hijos. Me explicó que Yoshiaki
llegaría a la casa en donde sería la cena un poco más tarde por razones de trabajo.
Yoshiaki me había comentado por teléfono que la casa de su amigo en donde sería la reunión, era muy
amplia. Yo imaginaba una residencia grande, con jardines orientales o algo así; pero olvide un detalle,
me encontraba en Japón, país en el que lo que menos existe es terreno (salvo para aquellos magnates
millonarios y esa no era el tipo de gente con la que precisamente me estaba relacionando). Se trataba de
una casa (y no un departamento), pero con dimensiones muy semejantes a las de la casa de los
Toyonaga.
La reunión fue organizada para dar la bienvenida a dos muchachas coreanas que al parecer tendrían
estancia en los hogares de los japoneses, tal y como yo la había tenido con anterioridad.
Al paso de un espacio de tiempo breve, arribó Yoshiaki, que mostraba serios rasgos de cansancio,
aburrimiento, pesadez y stress, sin embargo, de manera rápida se incorporó al grupo (tal vez de 20
personas entre adultos y niños) y juntos disfrutamos de una sabrosa cena japonesa - coreana. Los
alimentos que ofrecieron resultaron sabrosos, pese a su mal aspecto a la vista. Los nombres de los
mismos, difíciles de recordar, sin embargo el sabor percibido por mis labios, fácil de retener.
Extrañamente a lo que yo imaginaba respecto a la cocina japonesa y que hasta ése día había coincidido
en la mayoría de los casos, aquella noche erré en mis pronósticos, pues la cena fue muy sabrosa, tal vez
por la combinación japonesa – coreana.
Si hasta aquel 28 de Junio del año 2002 uno de los grandes problemas que había que superar había sido
el lenguaje, esa noche fue la suma de todas las dificultades. Dentro de los asistentes a la cena se
encontraba un señor en edad avanzada que podía cruzar algunas palabras conmigo en español. Casi la
totalidad de las señoras hablaban además su lengua madre, el inglés. Las coreanas además del propio,
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también entablaban conversación en
japonés. Yo por mi parte, de habla
hispana, con japonés muy, pero muy
pobre, no me quedaba más remedio
que recurrir al inglés.
Había momentos en que la
conversación se volvía un caos, pues
cuando alguien quería explicar algo,
siempre tenía que haber un traductor
para el tercer idioma. La experiencia
vivida aquella noche, resulto
interesante y me permitió conocer al
japonés en un ambiente familiar
recibiendo a extraños visitantes, en el
que pudieron mostrar sus atenciones y
amabilidad. No necesite más de unas
horas para conocer cuáles eran sus más nobles actuaciones.
Los Toyonaga habían cumplido con su cometido de recibir a un mexicano en su hogar por espacio de
24 horas, sin embargo, aún después de esto, mostraban el gesto de amistad para un servidor,
invitándome a reuniones más allá de las asumidas con su agrupación Hipo. Antes de llevarme al hotel,
uno de los japoneses presentes tomó fotografías con una cámara instantánea y me regaló una de tantas,
que aún conservo como a un tesoro entre mis pertenencias. Pasadas las doce de la noche, en su
vehículo, me transportó hasta la puerta del hotel, la joven Saeko Seto con su pequeño hijo Shuto. Que
por cierto, en los juegos de fut bol, ya había escuchado a los narradores de los encuentros que cuando
uno de los jugadores hacía un “disparo” (en inglés shoot), éstos decían “shuto”. Saeko hablaba cero
palabras en inglés y ni que decir del español, sin embargo logré comentarle lo de la semejanza entre el
nombre de su hijo y el de aquella que utilizaban los comentaristas deportivos; Ella confirmó que
efectivamente, la semejanza entre ambas palabras, era real.
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EEXXPPEERRIIEENNCCIIAA EENN IIGGLLEESSIIAA CCAATTÓÓLLIICCAA..
Una vez que pasó el trágico sábado de limpieza de ropa y acomodo de pertenencias dentro de mi
habitación en el hotel, me dispuse el domingo a dirigirme a la Iglesia Católica, pues había quedado de
ir a presenciar misa de 2:00 de la tarde con mi compatriota y tocayo sacerdote.
Decidí incursionar por una ruta diferente, tratando de encontrar un camino más corto y de hecho así
resultó. Por lo tanto, arribé muy temprano a la iglesia y al preguntar por el padre, una señora me
comentó que se encontraba en el comedor. Me transportó hasta la mesa en donde estaba el sacerdote.
Resultó ser de edad ya entrada en años y me comentó que tenía 34 viviendo en Japón y que visitaba
México cada tres. Después de tantos años, su japonés era muy fluido y se dirigía con los asistentes en la
iglesia en dicho idioma.
Me invitó a comer diciéndome que aún había tiempo para ello antes de la misa. Una vez que acepté,
una señora japonesa colocó frente a mí un gran plato de arroz acompañado de verduras y pequeños
segmentos de carne al parecer de res. A mi sentido del gusto le parecieron fabulosos aquellos
alimentos.
Durante la semana había comentado a los compañeros acerca de la existencia de la iglesia y del
sacerdote mexicano, de hecho, el padre Marco Antonio, vía telefónica me había comentado que le
hubiera gustado conocer a los once mexicanos radicados en Chiba para el entrenamiento de electrónica.
Sin embargo, aquella tarde de domingo, fue más fuerte la pasión por el fut bol que el de ir a la iglesia.
En cierta manera los justificaba pues el mundial sólo sería por unos días y ellos querían ir a presenciar
en las afueras del estadio de Yokohama en las pantallas gigantes alguno de los encuentros en compañía
de gente de varias naciones que allí se reunían para el mismo fin. Por esta razón, sólo fui yo a la iglesia
y tal vez también porque ya había quedado con el sacerdote vía telefónica y no quería quedarle mal. De
no haber sido yo el que hubiera encontrado al sacerdote y de no haber sido yo el que quedé de ir a verlo
en aquel domingo, seguramente hubiera ido a Yokohama también. Sin embargo, lo que me esperaba
aquella tarde de misa en Japón, me llenaría de orgullo.
El padre Marco Antonio se dirigía hacia el altar y yo me encontraba en una de las butacas cuando se me
acercó una mujer japonesa y me indica (en inglés) que el padre le había solicitado que me llevara al
frente de los fieles para tomar parte en la ceremonia con una de las lecturas.
Así lo hice, pasé al frente y fui parte de la ceremonia en donde decenas de rostros japoneses y filipinos
en su mayoría, me veían como si fuera sacado de otro mundo. Yo por mi parte, pese a la experiencia
que todo docente adquiere como orador, sentía un ligero hilo de nervios deslizándose por todo mi
cuerpo, sin embargo, no podía flaquear y hacer quedar mal a mi paisano Marco Antonio.
Una vez que el Evangelio fue leído, que se hizo la consagración y comimos la hostia, el sacerdote se
dispuso a realizar el sermón. Me sentí como pavo real cuando en su mensaje comentó que era para él
un honor el tener en la iglesia, un compatriota de visita, pues era algo que no sucedía con frecuencia.
Que ese detalle lo llenaba de alegría en verdad. Desde luego que comentó que el aspecto curioso era
que ambos llevábamos el mismo nombre.
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Concluida la misa, me tomé una foto con el
sacerdote y regresé al hotel feliz de haber
vivido otra experiencia más en aquel lejano
país en donde la hermandad de mi pueblo
mexicano me había visitado aquel bello
domingo. Gracias Dios por no olvidarme.
Yo no te olvidaré tampoco.
El martes de la semana siguiente, por la
tarde, me trasladé a la estación de trenes de
Chiba con el fin de investigar acerca de los
horarios de los trenes rápidos a Tokio, pues
con la visita de mi familia y el viaje
contratado a Kyoto, debía tomar el
Shinkansen en Tokio a las 4:20 de la tarde.
Descubrí que el día del viaje partía un tren rápido a Tokio a las 3:37 de la tarde y que debía de tomar
ese y no otro posterior, pues de hacerlo, no llegaría a tiempo para el Shinkansen rumbo a Kyoto.
El mundial de fut bol había concluido con el triunfo de Brasil el domingo anterior, cuando los
compañeros fueron a Yokohama y yo a la iglesia. Como en todos los eventos, los precios de los
artículos referentes al que se esté viviendo, se elevaron. Alguien nos había recomendado que
esperáramos a que finalizara el mundial para encontrar los recuerdos más económicos, pero esto resultó
contraproducente pues como por arte de magia, los estantes dentro de las tiendas departamentales se
habían vaciado. Yo había prometido a mi sobrino Miguel Ángel (Miguelito), conseguirle una de las
pequeñas toallas que el público asistente a los juegos en los estadios movían sobre sus cabezas. Dichas
toallas tenían más aspecto de bufanda que de toalla. La verdad nunca supe de que se trataban, pues ya
no las volví a encontrar en los aparadores.
Recuerdo que fui a un centro comercial muy grande llamado SOGO y recorrí muchos de sus
departamentos pero todos ellos el fracaso fue el ganador. Me sentí frustrado de que ni para mí había
adquirido una playera de tan relevante evento deportivo.
Además, aquella noche en la televisión, se anunciaba una catástrofe en los aires. Dos aviones por allá
en terrenos europeos habían chocado, resultando de ellos muchos muertos inocentes. El saber que
dentro de pocos días mi familia volaría a Japón en una nave de características semejantes, me ponían
los nervios de punta. Se que muere más gente en accidentes carreteros que en aéreos, la diferencia es
que en los segundos mueren la totalidad de los tripulantes y en los primeros con suerte se puede
sobrevivir. Sin embargo, soy de los que creen que las cosas ya están escritas y ya no podemos
modificar lo previamente establecido. Confíe en que todo saldría bien y entonces me tranquilicé un
poco.
La semana anterior a la que se desarrollaba en Poly, se nos había informado que el profesor Muraoka
no estaría acompañándonos por aspectos particulares de la Institución y que en su lugar lo haría su
compañero Seki. Seki resultó ser un tipo con un carisma especial hacia nosotros. El grupo lo apreciaba
en extremo pues nos trataba de manera formidable y siempre iba más allá de lo que podía dar. Yo pude
confirmarlo con la ayuda que siempre me ofreció con la visita de mi familia. Sin embargo, el era el
titular de las sesiones de electrónica analógica y en la parte de PIC´s en la que substituía a Muraoka, se
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dedicó a llenarnos de hojas para realizar montajes de prácticas haciendo uso del equipo entregado para
tal caso. Definitivamente mostraba carencias en el tema que habitualmente nos ofrecía Muraoka.
Aquella tarde al checar mi correo electrónico y leer un e-mail de mi esposa, me informaba que mi hijo
Toño había viajado con mi cuñado Miguel Ángel a la ciudad de Matehuala en donde fungía como
Director del Ce.Ca.T.I. No. 131 (Centro de Capacitación para el Trabajo Industrial), que es escuela
hermana a aquella en la que yo laboraba en San Luis Potosí. Lo había invitado por espacio de una
semana para que se distrajera un poco, ya que las vacaciones de verano habían iniciado y al parecer lo
notaba triste por la ausencia de la figura paterna. De igual manera, mi esposa me informaba que por
segunda vez recibía la visita en casa de mi suegra y que esta le servía mucho de compañía, pues por su
edad e ideas, requiere de atenciones especiales propias de la gente de que vive la misma etapa y por
ende, mi esposa tenía que invertir tiempo en atenderla y menos tiempo en preocuparse por si yo me
encontraba bien en tan lejano país.
No me agradaba el hecho de que mi esposa pensara menos en mí, pero sabía que por bien de ella y
como compañía en el hogar, le sentaba bien la visita de su madre.
Para mí ha sido un privilegio el tener una suegra como doña Toña y no la clásica señora celosa de los
sentimientos de su hija. Por las palabras de mi esposa en sus correos, la notaba entusiasmada y me
decía que cada día en la sobremesa, no faltaba el comentario acerca de su próximo viaje al Oriente.
Por otra parte, los compañeros éramos víctimas de fricciones entre nosotros mismos, pero entendía que
el vernos día a día tanto en el Poly como en el hotel, era parte de la causa que nos encamina hacia tan
mal sentimiento. Pese a esto, hemos comprendido que lo que debemos hacer es llevar las cosas en
calma, respetarnos, apoyarnos, en fin, solidarizarnos entre nosotros, pues de no recibir apoyo de esta
manera, de quien más sería. El teléfono, el internet, las cartas o algún otro medio de comunicación
favorecía bastante a nuestro ánimo, pero tener en persona a alguien que te pusiera la mano en el
hombro y te dijera “vamos, no decaigas”, era algo que aprendías a agradecer y valorar en grande.
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NUEVO ENCUENTRO CON LOS TOYONAGA Y NUEVA EXPOSICIÓN DE TECNOLOGÍA.
Aquel miércoles 3 de julio, estando en mi habitación, sonó mi teléfono, se trataba de Mayu Toyonaga,
quien me invitaba a una reunión para recibir a un estadounidense que al igual que las coreanas y yo,
tendría una estancia en algún hogar japonés.
Considero que los Toyonaga llegaron a apreciarme más allá de lo que yo había creído, pues el hecho de
que siguieran manteniendo comunicación conmigo vía telefónica, por internet e invitándome a nuevas
reuniones, eran un factor indicativo que señalaba la continuidad a una muy buena amistad que crecía
entre ellos y yo.
En el lobby a la hora establecida, me fue a recoger una de las amigas de Mayu y me llevó hasta un
pequeño salón en donde al igual que cuando nos recibieron a Martín y a mí aquella noche de “home
stay”, organizaron juegos, bailes y cantos en donde participaban por entero las familias japonesas y los
invitados.
Se trataba de un joven muy entusiasta y me comentó que en su país natal había tenido la oportunidad de
estudiar el idioma japonés, pero que aún se sentía muy inseguro al ponerlo en práctica.
Esa misma noche, un joven japonés retornaba de un largo viaje por los Estados Unidos. Diez meses de
estudio lo habían llevado a tener su estancia en América. El dominio del idioma inglés en él era muy
notorio, por lo tanto realizó explicaciones acerca de sus experiencias tanto en japonés como en inglés.
La bienvenida por parte de los japoneses, se hizo manifiesta.
De igual manera, se daba la bienvenida a una señora, que no retornaba de algún viaje ni mucho menos,
más bien se incorporaba al grupo “Hipo”.
Después de la cena japonesa (a eso de las 10:30 de la noche), Mayu me transportó en su camioneta
hasta la estación de Inague y allí tomé el tren hacia Chiba, que se encuentra sólo a dos estaciones de
distancia. Un viaje corto y que ya en muchas otras ocasiones había hecho.
Cada día que pasábamos en Chiba, el calor aumentaba por las tardes. El recorrido hotel - Poly y
viceversa en la bicicleta, se hacía más húmedo debido al sudor emanado por el cuerpo.
En el Poly, Seki nos seguía sorprendiendo. Que necesidad tenía de invertir su tiempo y dinero en un
grupo de mexicanos que sólo vería por unos meses nada más. Nos invitó junto con el profesor Tanaka y
otro del cual no recuerdo su nombre a comer hamburguesas en la hora destinada dentro del horario para
la comida.
Nos trasladamos en dos carros hasta un lugar cercano al Poly. Seki nos ayudó a elegir la hamburguesa,
pues el menú era totalmente en japonés. Una vez que comimos un par de hamburguesas y bebimos coca
cola, retornamos al Poly a nuestras habituales clases.
Los invitados por los profesores para ir a comer fuimos el tocayo Marco Antonio, Rosario, Carlos y yo,
mismos que coincidíamos en que el trato del japonés era sorprendente y que de alguna manera
debíamos corresponder.
121
Para la semana que vivíamos en el Poly, nos habían sumado dos actividades extras a las de rutina
dentro del aula de clases; para el viernes, una visita a una exposición de Tecnología en Makuhari y para
el domingo una participación en el “Narita Festival” que es toda una tradición en Japón al igual que
otros festivales en otras ciudades de Japón. Al respecto, Keiko sólo nos adelantó que por parte del Poly
se había hecho una solicitud para que nosotros en calidad de extranjeros, viviéramos la experiencia al
cargar en una especie de desfile algo así como un altar, aunque nosotros le decíamos “el carrito”. No
sabíamos a que nos enfrentaríamos, sin embargo Keiko nos comentaba que era un honor el participar
en dicha actividad vestidos con un atuendo japonés llamado “Hapi” (desconozco la verdadera
ortografía de dicha palabra, simplemente escribo el sonido que emanaban los japoneses al
pronunciarla).
Aquella misma semana, Yoshiaki vía internet me comentaba el hecho de que su familia quería convivir
con la mía una vez que estuvieran en Japón. Me proponía dos cosas; una cena México – japonesa en su
casa el día 26 de Julio, o bien, visitar a unos amigos de su familia y apreciar desde ahí los fuegos
artificiales que en la ciudad de Chiba encenderían el día 27 del mismo mes en la Torre del Puerto (Port
Tower). Yo le comenté que lo comentaría con mi esposa y que más adelante le confirmaría.
Esa misma noche al estar en la habitación del hotel, volví a confirmar la afición beisbolera que tiene el
pueblo japonés hacia dicho deporte; dos partidos simultáneamente eran transmitidos por televisión. Yo
decidí ver aquel entre Tokio e Hiroshima.
El viernes 5 de julio, teníamos nuestra visita en la región de Makuhari, pero sería a medio día, por lo
tanto, la primera parte del curso se desarrollaría de manera normal. Salimos del hotel aquella mañana
decididos a hacer el recorrido al Poly a pie, Martín, Adelino, Leonardo, Gilberto y yo. Calzábamos
tenis y playera, pero en nuestras inseparables maletas de espalda cargábamos los zapatos y una playera
de cuello para poder cambiarnos más tarde.
Normalmente el recorrido a pie del hotel al Poly lo hacíamos aproximadamente en 50 minutos, sin
embargo, con la intensión de no sudar aquella mañana, tardamos una hora y diez minutos.
Ese día la sesión en el Poly fue un desastre (lo cual no nos molestaba en absoluto), desde las nueve de
la mañana hasta la hora de partida, no tuvimos actividad formal alguna.
La exposición parecía una copia a la que anteriormente habíamos vivido; compañías ofreciendo en la
mayoría de los casos equipos de cómputo. También, de igual manera que la visita anterior, salimos
cargados de pequeños objetos que en el lugar nos entregaban.
Al terminar nuestro recorrido por el interior de aquel gran salón, se formaron grupos entre compañeros.
Jesús y yo decidimos caminar por separado (par de Talibanes, decían los compañeros). Más tarde,
regresamos al hotel.
Esa misma noche pasaría un momento desagradable de tristeza. Resulta que tomé el teléfono decidido a
hablar con mi familia y en casa nos los encontré, el celular no lo traía consigo mi esposa y era inútil
tratar de localizarla en el trabajo, pues el personal estaba de vacaciones. Al no tener éxito en mi
llamada, decidí hablar con mis padres y escuchar la voz siempre fiel de mis queridos viejos que no se
cansaban de apoyarme y decirme que no flaqueara en la misión que me había forjado. Agradecí sus
bellas palabras de aliento antes de concluir nuestra llamada.
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A la una de la madrugada sonó el teléfono de la habitación y se trataba de mi esposa. Preocupada me
preguntaba que si había sucedido algo, pues mi madre le había comentado que la había estado tratando
de localizar en casa y el celular. Le expliqué que sólo pretendía escuchar su voz, pues me hacía falta un
poco de entusiasmo y motivación. Dialogamos brevemente y una vez aclaradas las cosas, nos
despedimos.
La familia, que representa el centro de toda sociedad, seguía siendo para mí, un fuerte pilar que aún en
la distancia, me mostraba la fuerza con la que había sido construido. Me sentí orgulloso por lo que
Dios me había dado. Una mujer fuerte que pese a sus inseguridades y miedos, me demostraba y se
demostraba a sí misma, de lo que era capaz de lograr cuando anteponía el amor a los suyos. Mis hijos,
que aún con mi ausencia, habían sabido tomar las cosas con serenidad, desde luego con la ayuda de su
madre. Si me hubieran puesto en la encrucijada entre vivir los más terribles momentos de soledad,
angustia y nostalgia en el Japón, a cambio de que mis seres queridos no pasaran por las mismas,
hubiera aceptado el reto sin dudar.
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COMIDA MEXICANA Y FESTIVAL DE NARITA.
Días atrás, Rosita, la mexicana radicada en Japón nos había invitado a varios de los mexicanos a comer
en su casa, para esto, nos había citado en cierta estación de trenes cercana a Chiba (no recuerdo el
nombre). Al lugar nos presentamos el sábado 6 de julio del año 2002 Carlos, Rosario y yo. Al parecer,
ya algunos de los compañeros la habían conocido con anterioridad en otro lugar. Entre ellos se
encontraba Hugo; mexicano con el que había compartido clases de japonés en Ibaraki en el OSIC, pero
que debido a que la capacitación que recibía era sobre computación, el radicaba en Hachioji. No se el
medio por el cual le informaron, seguramente por internet, o tal vez por teléfono, el caso es que ahí
llegó también a la estación en donde nos veríamos. Rosita se presentó tal y como habíamos acordado y
nos aseguraba que nos chuparíamos los dedos después de probar lo que nos tenía preparado. Nos
transportamos en dos vehículos hasta su casa, que resultó al igual que otros hogares japoneses, con
dimensiones no muy grandes, sin embargo con el toque pintoresco de nuestro querido México en su
decoración interior. Sobre una de las paredes no podía faltar la imagen de la madre de México, Lupita.
En su casa en total nos reunimos, dos amigas de Rosita, Carlos, Rosario, Hugo, Yoshi (amigo japonés
de Rosita), un japonés del cual desconozco su nombre, aquel español que acompañaba a Rosita la vez
que la conocí en el lobby del hotel, Rosita, su esposo, su hijo Kaito de tres años y yo. Nos invitó de
beber una copa de tequila herradura y resultó ser la primera en su estilo desde mi llegada a Japón. Al
probarla en mi mente se dibujaron paisajes y recuerdos extraídos de mi pasado en tierras aztecas. Ahora
comprendo porque algunos de los anuncios comerciales de televisión en los que cierto individuo al
ingerir o comer cierto alimento estando lejos de casa, revive momentos que anteriormente le fueron
agradables al lado de sus seres queridos. Hasta antes de eso, creía que era una vil burla hacia los
televidentes, ahora se que si es posible que suceda, aunque tal vez la forma inicial de los productores
televisivos para dichos comerciales, no fue pensando exactamente con la creencia de que tendrían
resultados tan impactantes como en mi persona.
La comida de aquella tarde fue
completamente mexicana, tacos en tortilla
de harina de carne, guacamole, ensalada,
chiles en vinagre y chipotle. Yoshi el
amigo de Rosita resultó ser un cuate muy
agradable, además que hablaba muy bien
el español. Pasé buena parte de la tarde
platicando con él. A eso de las siete de la
tarde, decidimos regresar a Chiba y Yoshi
aunque vivía en Tokio, me acompañó
hasta Chiba en donde estuvimos
platicando en la plaza de Parco (así la
llamábamos pues enfrente de esta se
encontraba la departamental del mismo
nombre) hasta cerca de las nueve de la
noche. Después de esto, se despidió
quedando que algún otro día nos hablaríamos por teléfono para salir a visitar algún lugar, sin embargo,
los días pasaron, él consiguió un trabajo y sólo pudimos dialogar un par de veces más por teléfono. Ya
no lo volví a ver.
124
Precisamente al otro día (domingo), el día estuvo muy agitado, pero fue sin duda otra de las grandes
experiencias vividas en el lejano Oriente; se trataba del Narita Festival. Una fiesta japonesa en donde
en una especie de desfile, los japoneses jalaban con gruesas cuerdas unas especies de carros desde una
reducida calle hasta las plazoletas interiores a un templo. Los directivos del Polytechnic Centre, habían
concertado con anterioridad un espacio para que nosotros los mexicanos participáramos activamente en
dicha celebración.
A las 11:10 de la mañana partió el tren de Chiba y en él viajábamos, Keiko (la coordinadora), Gilberto,
Martín, Benjamín, Adelino, Jesús, Carlos, Leonardo, Rosario, el tocayo Marco Antonio, Fernando y yo.
Cuarenta minutos después llegábamos a Narita. Una vez que encontramos a uno de los empleados del
Poly, que nos trasladaría hasta el lugar designado por los coordinadores del festival, éste nos invitó a
visitar un restaurante para comer, ya que nos decía que la actividad que desarrollaríamos aquel día sería
haciendo uso de nuestra fuerza y energía y que por lo tanto debíamos alimentarnos bien esa mañana.
Hicimos entonces una parada en un Mc. Donald´s, y degustamos algunas hamburguesas.
Narita, lugar en el que se respiraba un aire diferente, y con una sensación de presencia, de energía, de
tradición y cultura ajenos a nosotros, tal vez como aquel aire que envuelve nuestras pirámides en
México, de misticismo y ocultismo. Keiko nos condujo hasta un local en el que en su interior nos fue
entregado el Hapi (saco parecido al que portan los practicantes de artes marciales en nuestro país,
aunque en color rojo, negro y blanco). Así mismo, nos fue prestado un “obi” (cinturón) y un japonés
nos ayudaba a colocarlo. A la salida del local, se encontraban grandes recipientes con Sake, que se
ofrecía sólo a aquellos que participarían activamente en el Festival. Al principio tomábamos el
cucharón nos servíamos medio vaso y lo bebíamos lentamente, pero después de un buen rato de espera
a que nos fuera indicado el camino para llegar a nuestro carro, más de uno de los compañeros ya
sentíamos el efecto de aquella bebida alcohólica. “Kampai” (salud) se escuchaba entre nosotros al
beber aquel rico y fresco sake.
Al grupo de mexicanos en compañía de los
directivos del Poly, nos fue asignado uno de los
“carros” (al parecer altares, como quien carga
una virgen de Guadalupe de casa en casa en los
pueblos de nuestras provincias en México). El
carruaje se veía bastante pesado y de hecho
éramos bastantes los que tirábamos de la cuerda
para poder desplazarlo. Al hacerlo, nos dijeron,
había que gritar algo así como “Oi-sa, Oisa, Oi-
sa” que al parecer significa “fuerza”. Arriba de
los carros iban japoneses interpretando piezas
con instrumentos propios de su país.
Por entre las reducidas calles de Narita empezamos a caminar jalando de la larga cuerda y gritando
“Oi-sa, Oi-sa, Oi-sa” y desde las segundas plantas de las casas, algunas personas se acercaban y
entregaban un billete con unas varas a los que se encontraban en el interior de los carruajes. Aún
recuerdo las bromas que entre nosotros nos jugábamos, pues jalábamos la cuerda con japoneses en el
carro y a ellos era a quien les brindaban los billetes; bonita tradición de usar extranjeros para pasear a
japoneses y además recibir remuneración económica. Bromas como estas eran las que se dejaban
escuchar por momentos entre nosotros. La verdad es que con gusto lo volvería a hacer aunque tuviera
que volver a derrochar energía; una vivencia bastante interesante que desde luego no era el fin de los
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japoneses el de ser paseados por extranjeros, sino el de dejarnos sentir en carne propia lo que muchos
japoneses desearían haber hecho aquella tarde. Es como imaginar a once extranjeros en algún pequeño
pueblo, danzando vestidos de aztecas para nuestra querida Virgen de Guadalupe.
Subíamos y bajábamos por reducidas calles, hasta que después de un buen espacio de tiempo, Keiko
nos comentaba que el recorrido había terminado y el carro fue acercado a la plaza por japoneses en
donde ofrecerían algo así como una danza o pelea entre carruajes.
Frente a lo que parecía el edificio principal del templo, se reunieron los carros y efectivamente,
montaron un espectáculo diferente a lo que nuestra vista estaba acostumbrada. Decenas y decenas de
japoneses con ropa tradicional engalanaban y daban realce a aquel bello lugar.
Después del desfile el Director del Poly, el Sr. Shiro Nonaka, nos convidó una cerveza en un pequeño
restaurante en las cercanías del templo, tal vez nos vio exhaustos y sudorosos y pensó que nos caería
bien y la verdad es que dio al clavo.
Posterior a nuestra Asahi, los grupos se empezaron a formar para regresar a Chiba, aunque algunos
decidieron ir a otros sitios antes de retornar.
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MÁS CLASES Y EXPOSICIONES, MÁS COMIDAS DIFERENTES Y MÁS PROBLEMAS Y
TRISTEZAS.
Para nuestra siguiente sesión del lunes por la mañana en el Poly, el profesor Muraoka ya estaba
presente y esta vez, con un ejercicio que asignó al inició de la clase y al final de la misma al ver que no
lo resolvíamos (bueno resolvían los expertos del grupo), comentó que al día siguiente lo haríamos entre
todos.
Ese medio día de lunes, comimos lo que yo llamaría la peor de las comidas que tuve la oportunidad de
probar en el Poly. Como todos los días, un caldo en un pequeño tazón con huevo al parecer tibio, arroz
y pescado y al parecer verduras pero en un caldo de sabor súper fuerte, muy amargo y penetrante que
no pude comer, pues mi sentido del gusto lo rechazaba incesantemente. Debido a esto, en ocasiones
algunos compañeros acostumbrábamos llevar lonche preparado previamente en el hotel; tal era el caso
de Martín, Benjamín, Adelino y yo. En más de una ocasión, sorprendí a Carlos comer sólo fruta, pues
aseguraba que no podía con la comida japonesa. Cualquiera que supiera la forma en que se alimentaba
Carlos, pensaría que bajó de peso, pero no, resulta que él era muy dado a comer panecillos, pastel,
rosquillas y cuanto pan tuviera enfrente; de ahí tomaba sus calorías para balancear un poco la carencia
de las mismas por efecto del tipo de alimentación que llevábamos.
Aquella tarde, una vez que tomé un baño en la habitación del hotel, me dirigí a una pequeña oficina que
se encontraba dentro de las instalaciones de la tienda departamental Parco a comprar boletos para
Disney Tokio para mi familia. Por mi parte, ya nos habían ofrecido uno a costo menor de lo que se
podía encontrar en ventanilla (digámoslo así). Muy valiente me presenté ante la empleada de dicha
oficina y pregunte si tenía boletos para Disney. La joven me habló y habló en japonés no se que tantas
cosas que no pude entender. Lo hacía muy rápido como interpretando que yo dominaba su idioma.
Después de intentar e intentar entablar una conversación, recordé que en mi cartera siempre cargaba
una tarjeta personal de Keiko y que me había dicho usara cuando fuera necesario. Pedí a la chamaca me
prestara su teléfono al tiempo que le mostraba la tarjeta de Keiko. Ella misma marcó el número y
enseguida me puso al auricular a nuestra coordinadora. Una vez que explique a Keiko que era lo que
pretendía hacer, me pidió le pasara a la chamaca para dialogar con ella. Así lo hice y después de un par
de minutos la chamaca nuevamente me dio el teléfono. Ahora Keiko me decía que cuantos boletos
serían para adultos y cuantos para niños, también me decía que la joven le había advertido que en
preventa no se aceptaban cambios de fecha ni devoluciones y que por lo tanto estableciera bien las
fechas del boletaje. Comprendida la situación, fue que pude adquirir los tan ansiados boletos para
Disney Tokio.
La incapacidad en cuanto a mantener una conversación en aquel difícil idioma, resultaba todo un reto y
en ocasiones había que vivirlo en mas de una ocasión cada día. Era algo que resultaba difícil de hacer,
pero que de alguna manera servía como práctica para nuestras clases recibidas en tan difícil lenguaje.
El costo de los boletos, 17700 Yenes (aproximadamente $1239.00).
En ese mismo lugar, Parco, aproveché para comprar nuevamente víveres para mi despensa como en
otras muchas ocasiones, esta vez; leche, jugo, pan, salchichas, jamón, tomate, papitas, palomitas,
aguacate, mayonesa y desde luego coca cola y tal vez alguna otra cosa que no recuerdo bien. El costo
de todo esto; 2480 Yenes ($173.60).
Ya de regreso en el hotel, solicité a Benjamín que me prestara su video casetera VHS, pues la que yo
había adquirido tenía problemas al intentar grabar y esa era la intensión de aquella tarde; grabar lo que
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los cartuchos de la cámara de video contenían en VHS para poder rehusarlos en cuanto llegara mi
familia.
Mientras se realizaba la grabación, decidí bajar a las computadoras del hotel a checar el buzón de
internet en donde encontré dos correos de mi esposa, con diferentes mensajes. En el primero de ellos
me mostraba sus dotes como artista, pues me escribía un poema que decía haber escrito para mí. Nunca
antes lo había hecho y pensaba que había sido por las circunstancias que atravesábamos. El poema
hablaba de que estábamos separados por kilómetros y que aún así mi voz podía darle calor igual que el
sol etc. etc. Nunca me dijo la verdad de aquel poema, mantuvo en secreto un detallito.
Fue hasta mi regreso a México que me enteré de que el grupo musical Sin Bandera había lanzado un
disco con una canción llamada Kilómetros y que de ahí había mi esposa extraído un segmento. Ella
misma aceptó que se había identificado en gran parte con dicha pieza. En su momento, estando en
Japón, la letra de la canción tuvo en mí el efecto que tal vez ella esperaba.
La segunda noticia leída por internet y emitida por mi esposa, era totalmente contraria a la primera. En
esta la tristeza y nostalgia se dejaban entrever. Resulta que antes de mi partida a Japón, en casa se había
organizado una cena de despedida para un servidor a la que sólo asistieron la familia y algunos amigos.
Dentro de los invitados había estado presente Victor Hugo (más cuate de mi hermano Guillermo que de
mí) mejor conocido como el “Rábano”. El fin de semana pasado a aquella fecha, después de estar en
compañía de mi hermano y sus amigos, el Rábano hizo algo a lo que ya tenía acostumbrados a los
cuates; “voy a dar el rabanazo” y abandonó la casa en donde se encontraban. Fue la última vez que
platicaron con él; estrelló su carro en uno de los puentes del conocido boulevard Santiago en la ciudad
de San Luis Potosí. Descanse en Paz el buen Victor Hugo.
Entre rabia, coraje y desesperación, mis manos temblaron y mis ojos se humedecieron manifestando el
dolor y la impotencia ante tan desagradable noticia. Esa noche, en mi habitación, dedique un par de
minutos para orar por el buen Rábano.
Pese a lo que sucedía en México, las actividades en el Poly seguían su ritmo habitual, al igual que la
vida en Japón. Por un lado, Keiko nos comentaba acerca de la fuerza y frecuencia de los tifones en
Japón; nos hacía mención que las lluvias que nos visitaban de vez en cuando en Chiba, era
precisamente producto de un fuerte tifón que azotaba gran parte del terreno Nipón en aquellos días. Tal
vez las noticias en televisión confirmaban lo que la Coordinadora decía pues las escenas que
apreciábamos en dicho medio de comunicación, eran alusivas al tema, sin embargo, no lo podía
asegurar, pues de los diálogos, sólo podía interpretar algunas palabras aisladas.
Por otro lado, tal y como los profesores lo habían programado, día a día al final de las sesiones, se nos
otorgaba un espacio de tiempo para la elaboración de nuestro trabajo final. Recuerdo que en cierta
ocasión había quedado de estudiar por la tarde con Jesús y al intentar localizarlo en su habitación, éste
no se encontraba, por lo tanto, a batallar por si sólo. Tal vez acciones como estas hacen que tu carácter
se fortalezca y aprendas a sobrellevar situaciones a las que no se está acostumbrado.
Tal era la magnitud del tifón que llegaba a Japón, que la Coordinadora nos avisó el 10 de Julio que al
día siguiente ella hablaría al hotel para informarnos si habría sesión al día 11 o no, por la razón
expuesta. A mi dicho hecho me preocupaba doblemente, pues el día 13 de aquel mes, arribaría mi
familia al aeropuerto de la ciudad de Narita y ese mismo fin de semana teníamos la visita a Disney
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Tokio, sin posibilidad de cambio de fecha en el boletaje. Keiko me animó explicándome que el clima
era cambiante en Japón y que el tifón aquel era sólo cuestión de un par de días.
Como ya en otras ocasiones las predicciones acerca del clima en la tierra del sol naciente si se habían
cumplido, quise creer en aquellas palabras de nuestra Coordinadora y Traductora Odaki Keiko.
Tal y como lo había comentado Keiko, para el jueves, el tifón había abandonado la región Este de
Japón y ya no representaba peligro alguno. El sol nuevamente hizo su aparición majestuoso sobre los
sembradíos de arroz que podíamos apreciar en el trayecto del hotel al Poly.
En nuestras sesiones de electrónica, días antes nos habían estado dejando trabajar sobre la preparación
de una clase que impartiríamos por equipos frente al resto de los compañeros. Aquel al que yo
pertenecía estaba formado también por Rosario, Gilberto y Jesús. Mi participación fue muy pequeña y
la razón estribó en las fuertes carencias respecto a los conocimientos relacionados a la electrónica que
yo tenía. Pese a esto, propuse hacer la presentación del equipo en Power Point, agregando imágenes,
diagramas, fotografías y hasta un pequeño video.
Una vez que concluimos, nos sentimos satisfechos y nos felicitamos entre sí. No olvido el mensaje de
aliento que Gilberto me ofreció al terminar nuestra participación, cuando me felicitó por el trabajo
realizado en la presentación electrónica en la P.C. Gracias por aquellas palabras Gil, pues bien sabías
que yo era el menos capaz en cuanto a electrónica se trataba dentro del grupo.
De regreso en el hotel, ya nos esperaba una mujer representante de la Agencia de Viajes que se
encargaría de nuestro regreso a México. Cada uno de los compañeros estuvimos platicando con ella
haciéndole propuestas para el itinerario de regreso. Algunos de los compañeros no querían vivir la
desagradable experiencia de volar por Los Ángeles, pues habíamos escuchado que con los atentados
del 11 de Septiembre pasado, las cosas en los aeropuertos estadounidenses eran un verdadero caos.
Algunos se ponían de acuerdo para volar a Canadá, pasar allí algunos días y posteriormente volar a
México sin tocar punto alguno en los EUA, yo por mi parte, decidí llamar a la mujer a media semana
para confirmar mi ruta que probablemente sería un día antes que el resto del grupo, vía Los Ángeles en
compañía de Jesús y Adelino.
Esa noche del viernes cenaría en la habitación de Adelino, junto a los inseparables Martín y Benjamín,
huevos estrellados riquísimos y frijoles refritos que compraban en Costco y preparaban por si mismos.
Si que sabían recordar nuestras ricas tradiciones gastronómicas aquellos compañeros.
129
ANIVERSARIO DE BODAS, LLEGADA DE LA FAMILIA A JAPÓN Y DISNEY TOKIO.
Ese mismo viernes 12 de julio, era mi aniversario de bodas y aunque en México era día 11, mis
intenciones eran saludar a mi esposa una vez que se hubiera transportado de San Luis Potosí a casa de
su primo en la ciudad de México a esperar la hora de su vuelo. Por descuido realicé mal los cálculos de
horario y ya no los alcancé en casa de “Chano” (el primo), seguramente ya se encontraban camino al
aeropuerto. Entre nervios y emoción, pasé gran parte de la noche en vela, dando vueltas y vueltas en la
cama. Por fin es hora de levantarse y una vez que tomo mi habitual baño matutino, mi buena rasurada,
un suculento almuerzo integrado por un sándwich doble de jamón con aguacate, lechuga, mayonesa y
queso, acompañado de un vaso con jugo, salgo de la habitación dispuesto a dirigirme al aeropuerto
aquella mañana de sábado. Pero o decepción, apenas eran las 9 de la mañana; demasiado temprano para
la hora de llegada del vuelo. Bajo a las computadoras y mi buzón del correo electrónico se hallaba
vacío. Trato de hacer tiempo aquí y allá, pero el minutero avanzaba muy, pero muy despacio y que
decir de la aguja de las horas, era lentísima.
En mis bolsillos, ya poco efectivo se podía encontrar, entonces, pensando en invertir un poco más de
tiempo, me dirijo hacia el banco al que con frecuencia visitaba para realizar mis retiros. En el camino,
me detenía en aparadores, observaba los vehículos, a las personas, los negocios etc., tratando de hacer
más tiempo del habitual, sin embargo, las agujas del reloj, seguían sin ponerse de mi lado.
Una vez que visité el cajero automático, decidí ir a hasta una tienda departamental a seguir ocupando el
tiempo y no estar sólo a la espera en la habitación o en el lobby del hotel. Subí hasta la planta y
tomando unos audífonos que colocan los japoneses frente a paneles con C.D.´s, me dispuse a escuchar
un poco de buen rock que tanto me agradaba.
Era muy raro encontrar en México música japonesa, sin embargo norteamericana es muy común. En
Japón tal vez digan lo mismo de nuestra música, pues en aparadores y aparadores que visité en
diferentes lugares, no se encontraba música de nuestro país, pero si de los Estados Unidos de Norte
América. Tal vez alguno de los compañeros haya visto en alguna ocasión uno o varios discos de artistas
mexicanos, pero en lo personal no fue así.
A las 11:20 de la mañana yo ya me dirigía a la estación de trenes de Chiba para abordar aquel que me
llevara a la terminal dos del aeropuerto de Narita. Mi tren partió a las 12:00 del día y posterior a un
viaje corto de 35 minutos, llegaba a mi destino.
Una vez que pregunté acerca del vuelo en el que mi familia llegaría, me dispuse a seguir esperando,
pues aún faltaba buen espacio de tiempo para su arribo. Tuve tiempo de conocer entonces, todo el
aeropuerto (hasta donde se me permitió) y sus alrededores que recorrí a pie.
No fue sino hasta las 4:38 de la tarde que en el gran panel electrónico del aeropuerto se podía leer la
llegada del tan esperado avión. Mi corazón latía fuerte como cuando se es chamaco y te diriges a una
cita con la chica que te agrada, como cuando ves los logros de tus hijos en un festival del día del padre,
como un loco enamorado.
El Departamento de Inmigración y Revisión del aeropuerto no me dejó ver a la familia hasta las 6 de la
tarde que terminó la verificación de documentos y equipaje. Un momento inolvidable. Inolvidable por
la conjugación de sentimientos que se volvían a encontrar después de casi cuatro meses y medio de no
manifestarse frente a frente. Yo corrí presuroso a su encuentro y ellos sólo caminaron lo más aprisa que
130
pudieron, pues las grandes maletas que llevaban pese a las ruedas que tenían, les impedían moverse con
mayor velocidad.
Nuestros ojos se humedecieron y los abrazos y besos no se hicieron esperar. Entregué a mi esposa un
ramo de flores que en el mismo aeropuerto había adquirido y le señalé que era por doble motivo;
nuestro aniversario de bodas y por la bienvenida. Ella no pudo decir palabra alguna, sólo se colgó de mi
cuello en un fuerte abrazo.
Después de los besos, abrazos y apapachos, nos trasladamos a la estación de trenes que se encuentra
bajo el aeropuerto y desde ahí empezaron las preguntas de los pequeños acerca de las cosas tan raras
que observaban a su alrededor. Yo con una experiencia nada presumible, pero si mayor a la de ellos,
me dediqué a explicar algunos aspectos que previamente había aprendido.
Ya en el tren rumbo a Chiba, los niños observaban a través de las ventanillas, como queriendo conocer
todo Japón aquella noche, sin embargo fue más fuerte el cansancio y a los 20 minutos ya se cabeceaban
por el sueño.
Una vez que la familia se instaló en el mismo Toyoko Inn y tomaron un baño, invité a Lety a Parco a
realizar compras de despensa para el desayuno de los niños; así mismo, le indiqué a mi esposa en
donde se encontraba Sogo para que cualquier día de la semana fuera de visita a conocer los grandes
departamentos que en dicho lugar se encontraban.
Después de tantos días de no estar juntos, aquella noche me sucedió algo muy extraño y de hecho al
comentarlo con mi esposa, coincidió en que ella sentía lo mismo. Al estar en la habitación y estar
frente a frente, una sensación de pena muy extraña nos embargó, tal y como cuando es tu primera
noche con tu pareja. Una vez que dialogamos y escuchamos “nuestra canción” en voz de Stevie
Wonder, “I just called to say I love you”, las cosas mejoraron bastante, bailamos en el pequeño espacio
que teníamos y el resto queda en nuestros corazones, recordando nuestros 16 años de matrimonio.
Siete de la mañana del domingo14 de Julio, un baño, el desayuno y rumbo a Disney Tokio. Caminamos
hasta la estación de Chiba Minato, pues desde ese lugar es más fácil el acceso a la estación frente a
Disney.
Durante el recorrido a la estación y tal y como sucedió el resto del día, mi hija Lety de escasos 5 años,
se mostraba tímida hacia mí. Tal parecía que desconocía mi papel de padre y yo imaginaba que su
pequeña cabecita le impedía asimilar tan rápidamente que era nuevamente yo, que era su papá y que
otra vez estábamos juntos. Dicha actitud de ella, me ponía triste, sin embargo, como todo niño, rápido
se adecuó a las circunstancias y volvió a mostrarse cariñosa como siempre; yo por mi parte, me sentía
soñado con tan agradable visita.
Todo el día fue de jueguitos, paseos, refrescos, comida, en fin, diversión. Observé muy contentos a los
miembros de mi familia, sobre todo a mi pequeña hija Lety; sin embargo, después de las 4 de la tarde,
llegó el cansancio y era normal, pues apenas 24 horas antes habían llegado de México.
Mis otros dos hijos Marysol y Toño, también se divirtieron bastante haciendo uso de todas las
atracciones posibles que encontramos en el interior del parque Disney. Hacía años que había planes en
la familia de visitar Disneyland en Los Ángeles, mas nunca imaginamos que primero visitaríamos su
similar en Tokio.
131
De regreso al hotel, el cansancio venció las
fuerzas de los niños y durmieron dentro del
tren los pocos minutos que duró el viaje. La
intención era nuevamente llegar a Chiba
Minato, pero al verlos tan cansados, decidí
que transbordaríamos para llegar
directamente a Chiba y evitar la caminata
hasta el hotel desde Chiba Minato, pues
desde Chiba eran sólo un par de cuadras.
El lunes 15 de Julio, fue una mañana difícil
para mi. Me pesaba enormemente dejar sola
a mi familia en plenas vacaciones en la
habitación del hotel y aunque ya había
señalado a mi esposa algunos lugares de
posible visita, sentía que no era lo mismo a
que si yo hubiera podido acompañarlos a todas partes. Si para mí con cuatro meses de estancia en
Japón resultaba todo un problema la comunicación por la diferencia de idiomas, me preocupaba lo que
pasaría con la familia.
Dejé a mi esposa el traductor, oraciones escritas acerca de cómo preguntar a la gente en caso de que se
perdieran, como preguntar precios y otras más que consideré que tal vez necesitarían en determinados
momentos.
Salí rumbo al Poly y en éste proseguimos con el trabajo iniciado en la construcción de un pequeño
robot llamado “trazador de línea”. El nombre estriba en el hecho de que la intención es que por medio
de unos sensores ubicados en la parte frontal del pequeño robot (en forma de carrito), detecte la
presencia de una línea (previamente colocada) sobre el piso y se desplace sobre ésta sin abandonar
dicha marca a manera de ruta.
En el tiempo que llevaba en Chiba y de las veces que había ido en bicicleta al Poly, nunca había
logrado 22 minutos a mi regreso al hotel; sin embargo, el deseo de estar con la familia me empujó a
que aquella tarde hiciera aquel excelente tiempo.
Ya en la habitación las preguntas obligadas fueron; ¿cómo les fue?, ¿tuvieron problemas?, ¿se
divirtieron? Y cosas por el estilo. Sus respuestas hicieron que me sintiera más tranquilo. Habían
visitado dentro de otros lugares, el departamental Sogo y otros negocios cercanos al hotel. Me
comentaron que anduvieron en los alrededores conociendo lo que ofrecían los centros comerciales y
que habían realizado algunas compras y que para nada se habían aburrido.
Tomé un baño e inmediatamente los invité a conocer otros lugares en calles cercanas al hotel. Ya por la
noche, fuimos al restaurante italiano Salserilla y cenamos espagueti con pizza.
132
PARRILLADA EN CHIBA, A ODAIBA CON KASKI Y REUNIÓN CON MAYU.
Al día siguiente, a mi regreso al hotel, mi esposa me había comentado que ya había tenido éxito para
cambiar dólares a Yenes, pues un día antes no había podido lograr comunicación con la trabajadora del
banco. Me comentaron que nuevamente habían recorrido calles de Chiba, sólo que en otra dirección y
que habían dado con una de las tiendas llamadas de “100 Yenes”. Es lógico pensar que el nombre de
dichos establecimientos es originado por el hecho de que lo que ahí se ofrece tiene precisamente ese
precio; 100 Yenes.
Esa noche fuimos a cenar parrillada; sí, parrillada, sólo que con un estilo muy japonés. En México es
común encontrar establecimientos en donde una vez que se solicita una parrillada, los meseros hacen
espacio sobre la mesa y colocan una parrilla con grandes y diferentes tipos de cortes de carne. Además,
colocan sobre la parrilla las clásicas cebollitas, tal vez chorizo, salchichas y desde luego chiles
jalapeños o serranos. Cada persona va colocando sobre la parrilla las tortillas para que con el calor del
carbón, logran calentarse.
En nuestra parrillada japonesa, el cocinero del restaurante, sí colocó sobre la mesa una parrilla
semejante a la citada anteriormente, pero la cantidad de carne sobre la misma no alcanzaría para
satisfacer el hambre de dos de mis hijos. Por esta razón, tuvimos que solicitar que nos la volvieran a
llenar una vez que la primera cantidad de carne fue agotada.
Contrario a nuestras riquísimas parrilladas, aquella noche, la carne sólo fue acompañada de rodajas de
cebolla y desde luego salsa de soya.
Estábamos en plena cena cuando mi hija Lety con carne en su pequeña mano, se quedó dormida sobre
la mesa, rendida, presa del cansancio y del proceso de adecuación a la diferencia de horario entre
ambas naciones.
Para el miércoles 17 por la tarde, la familia teníamos una cita en la estación de Chiba; se trataba de ir
de paseo con Katsuki (Kaski), ex trabajadora del front del hotel Toyoko Inn y con quien había logrado
hacer una amistad durante el tiempo que coincidimos en el hotel, ella como empleada y yo como
huésped. Tal y como habíamos quedado por internet, allí se encontraba y portaba una linda Yukata
(vestido tradicional del Japón que en ocasiones está formada de dos piezas), que después me comentó
lo había hecho para darle distinción a la
presencia de mi familia en Japón.
Kaski nos platicó que nos llevaría a la región
de Odaiba, que yo ya había conocido una parte
cuando fuimos llevados por parte del Poly a
una de las exposiciones de equipo de cómputo.
En el trayecto entre Chiba y Odaiba, dentro
del monorriel al cual habíamos transbordado,
Kaski dejó ver parte de lo que su cultura y
tradiciones le habían enseñado. Con pequeños
papeles de envoltura de chicles y otras
golosinas, practicaba el Origami (arte de
doblar el papel) haciendo figuras muy curiosas
que obsequió a mi pequeña Lety. Al igual que
133
mis hijos, mi esposa y yo, quedamos maravillados con la habilidad mostrada por Kaski para dicho
trabajo.
En ese lugar se nos unió el novio de Kaski llamado Ichiro, que resultó ser un joven bastante agradable y
alegre, que por cierto manejaba mucho más el inglés que Kaski. Ambos nos condujeron hasta un gran
edificio en donde se exhibían vehículos de diferentes compañías. En el lugar, era permitido subir a los
vehículos y tomar fotografías de los mismos. Los niños no paraban de cambiar de un modelo a otro,
hasta que descubrieron un pequeño carro que tenía piloto automático y que al igual que el robot que
construíamos en el Poly, seguía la ruta de una línea sobre el piso, sólo que esta vez de manera eléctrico-
mecánica y no electrónica (riel). Marysol y Toño, disfrutaron de aquel paseo en tan divertido vehículo.
Después de nuestra visita a la exposición de vehículos, Kaski e Ichiro nos condujeron hasta un gran
salón de diversiones plagado de juegos electrónicos en donde el Japón dejaba ver grandes avances al
respecto. Una de las atracciones que más llamó mi atención, eran unos tambores (Taiko) de estilo
japonés para hacer música, los cuales debían ser golpeados al mismo tiempo que aparecían señales en
un monitor frente a aquel que usaba dicha máquina. Si se seguían las instrucciones adecuadamente, se
lograba hacer música oriental. Estos tambores también divirtieron mucho a mis hijos mayores.
Posteriormente y antes de acabar nuestra noche con nuestros anfitriones, fuimos a un Mc. Donald´s a
cenar hamburguesas y de allí a la estación de trenes. En el camino a Chiba, Lety mi hija, acabó
nuevamente dormida, pero esta vez en mis brazos. Al bajar en Chiba, tuve que cargarla desde la
estación hasta la habitación del hotel. Yo sentía el peso en mis brazos, más mi corazón me daba fuerza;
cargar a mi hija después de cuatro meses de no verla, me llenaba de felicidad, tanto que el cansancio no
llegó a mí jamás aquella noche.
Para el jueves 18 de Julio, mi familia tenía cita con Mayu en la recepción del hotel para realizar un
paseo; yo por mi parte debía asistir al igual que el resto de los días de la semana a mi clase de
electrónica en el Poly, que por cierto en dicha fecha culminaría el pequeño robot trazador de línea y
sólo dejaría pendiente la substitución de un oscilador (circuito electrónico) para el día siguiente.
Durante la mañana me embargó la duda acerca de
si Mayu llegaría a tiempo al hotel, sobre la
comunicación entre mi familia y Mayu y acerca
de las actividades que desarrollarían en conjunto.
De regreso al hotel me motivaba el hecho de
conocer las respuestas a mis preguntas
inquietantes, pero mi sorpresa fue mayúscula al
escuchar de voz de mi esposa e hijos lo bien que
la habían pasado. Me comentaron que Mayu en
compañía de otros miembros del grupo Hipo,
había organizado una fiesta de bienvenida para
ellos en donde se presentaron, cantaron, bailaron
y jugaron (al parecer sólo asistieron adultos, pues
los niños estaban en clases). Deduje entonces que había sido algo parecido a la experiencia vivida días
a tras cuando tanto para Martín, para Carlos y para mí, habían hecho algo similar las familias que nos
habían acogido en sus hogares en el llamado home stay. La plática acerca de la experiencia con los
134
japoneses se prolongó hasta la cena (que por cierto fue en un restaurante tipo italiano y del cual no
recuerdo el nombre) en donde disfrutamos de un muy sabroso espagueti y de una buena pizza.
135
FAMILIA EN KYOTO Y NARA.
El día siguiente resultaría muy agitado para la familia y para mí, pues era la fecha que marcaban
nuestros boletos para viajar a la ciudad de Kyoto. Durante la clase, substituí el oscilador pendiente y al
saber que el robot trabajaba de manera satisfactoria, invertí el tiempo en la elaboración del reporte
correspondiente.
Para las 2:30 de la tarde debía estar listo, pues el profesor Seki me había ofrecido que me llevaría al
hotel en donde ya me esperaría la familia para ir a la estación de trenes de Chiba y tomar uno de tipo
rápido primeramente a Tokio.
En punto de las 2:00 de la tarde, el profesor Muraoka me comentó que Seki esperaba por mí en la parte
baja del Poly para transportarme al hotel. Me despedí de los compañeros, del profesor Muraoka y de
Keiko y salí del aula-taller emocionado por el viaje que realizaría al lado de mi familia.
Tal y como lo dijo Muraoka, en la planta baja me aguardaba Seki, nos trasladamos al estacionamiento y
de ahí al hotel. Lo invité a conocer a mi familia y después de un breve saludo y de que mi esposa le
entregara una cachucha con un emblema bordado alusivo a nuestro país, salimos rumbo a la estación de
trenes.
Una vez que llegamos a Tokio, transbordamos al shinkansen y la emoción de los niños de verse en
dicho medio de transporte, que hasta la fecha sólo conocían por noticias en nuestro país, era reflejada
en una gran sonrisa. En nuestro trayecto, pudimos apreciar a la distancia al gran Monte Fuji, al que el
pueblo japonés en señal de respeto y admiración llama Fuji San, tal y como si se tratara de una persona.
Posterior a tres horas y media de viaje, llegamos a Kyoto en donde tomamos un taxi que nos llevaría
hasta el hotel New Kyoto, en el que una vez que nos instalamos, salimos a buscar un lugar para cenar.
Cerca del hotel, encontramos un pequeño restaurante que era más americano que japonés y en él los
niños quisieron cenar. Creo que no fue tanto que el lugar los haya convencido, más bien fue el hecho de
que éste se encontraba relativamente cerca del hotel y que el cansancio del viaje y sus transbordos les
impedía pensar que si querían algo mejor, debían de caminar un poco más.
Después de satisfacer una de nuestras
necesidades primarias, retornamos al hotel y
después de un buen baño, tomamos el merecido
descanso.
Posterior al desayuno al día siguiente, salimos de
aquel restaurante japonés y nos trasladamos a pie
al Nijo Jo (un templo cercano al hotel). Tal y
como en otros muchos lugares, para accesar a los
interiores de las salas, debimos dejar nuestros
zapatos y tomar unas sandalias.
Hicimos un recorrido siguiendo la ruta marcada
por flechas en donde pudimos apreciar las
136
pinturas sobre las paredes, escenificaciones de vestimentas y vida dentro del templo años atrás, etc.,
que ya con anterioridad mis ojos habían podido apreciar en otra visita.
Hicimos de igual forma un recorrido por los bellos jardines exteriores, en los que se puede apreciar el
gran afecto y amor que el japonés tiene por la naturaleza.
Ya que tomamos fotos y videos, los invité a continuar nuestro
recorrido por los lugares tradicionales de Kyoto. Esta vez,
transportándonos en taxi, llegamos hasta el Golden Palace
(Palacio Dorado) en donde tal y como me había sucedido en
la visita anterior con los compañeros del curso de electrónica,
la sorpresa ante la belleza del lugar, no se hizo esperar en los
rostros de los miembros de mi familia. Después de
fotografías, video y compra de recuerditos, salimos de los
jardines que rodean aquel majestuoso lugar.
Correspondía visitar el Kiyomizu Temple, para lo cual
abordamos un autobús y batallando con el idioma japonés y
molestando a la gente que amablemente nos ayudaba,
descendimos unos cuantos kilómetros adelante sobre la ruta
que seguía aquel medio de transporte.
En dicho templo, realizamos el mismo recorrido que con
anterioridad los compañeros del OSIC habíamos hecho, pero
esta vez fuimos invitados (tras una cooperación) a ingresar a
un túnel en donde descendimos por una pequeña escalera hasta un lugar en donde se encontraba una
gran roca, todo esto, en total penumbra. La única manera de guiarse era con ayuda de unos pasamanos.
Sobre la roca caía la luz de un reflector y había que hacerla girar al tiempo que se pedía un deseo.
Al igual que en otros lugares, tanto locales como extranjeros, debíamos quitarnos los zapatos para
ingresar al templo.
Desde antes de partir, había prometido a mi madre que le llevaría un gran abanico para que adornara el
centro de su sala. Antes de ingresar al templo,
los había visto en aparadores de los negocios
que se encontraban a los pies de dicho lugar y al
salir, no pude evitar el detenerme tanto a
apreciar el colorido de tan hermosos abanicos,
como para el hecho de cumplir con la promesa
hecha a mi progenitora.
Sabía que sería un gran problema su
transportación hasta México, pues son artículos
delicados y de un tamaño considerable como
para creer que cabrían en alguna de mis
maletas, pero lo prometido era deuda.
Adquirimos dos, pensando también en nuestro
hogar en un precio de 6000 yenes cada uno
137
($420 aproximadamente). Sin duda una buena compra y que desde luego, mi madre colocó a mi regreso
en el lugar que con anterioridad había señalado que lo haría; el otro, igualmente pende sobre una de las
paredes de nuestro hogar.
Ya de compras, tampoco nos fue difícil desaprovechar la oportunidad de comprar reproducciones en
miniatura (muñecas) de Geishas. Unas figuras con vestimentas de Kimono en colores muy atractivos a
la vista en sólo 1000 Yenes cada una ($70 aproximadamente). No sabía tampoco como le haría para su
transportación hasta México, pero ahí estábamos comprando 5 de aquellas preciosas piezas de
aproximadamente 30 centímetros de altura y que actualmente embellecen los hogares de mis hermanas,
cuñada y el propio.
Después de nuestra visita al Kiyomizu Temple, nos dirigimos a pie a la región de Gion, pero en nuestro
camino encontramos otra bella construcción con una torre de 4 niveles (pagodas). Subimos por una
escalinata que hacía antesala a la entrada de un templo. Por mala suerte el lugar estaba cerrado aquel
día y nos tuvimos que conformar con tomar fotografías de los jardines al igual que video película. Sin
embargo, la tristeza de no poder entrar a la torre duro poco tiempo. Para dirigirnos a Gion, tomamos
una pequeña calle que desembocaba en la que nos conduciría a escasas dos cuadras de Gion y sobre
esta pequeña callezuela, encontramos dos japonesas vestidas con Kimono estilo Geisha. Por lo que se
nos había comentado acerca de lo difícil que es encontrarlas por las calles, pensamos que se trataba de
aquellas que se preparan para serlo (Maiko) o bien, eran de aquellas chamacas que portan vestimentas
tradicionales del Japón para beneplácito del turismo, aunque dicha posibilidad la descartamos pues, si
que batallamos para que aceptaran tomarse un par de fotografías con nosotros.
Nos dirigimos entonces a Gion con el
comentario acerca de las grandes fotos
tomadas.
Gion es una región que se desplaza
principalmente sobre una avenida que
desemboca en otra construcción típica
japonesa. Subimos por una escalinata hasta
llegar a una explanada en donde encontramos
bastantes comerciantes de pequeñas
artesanías y alimentos japoneses. El lugar
nos mostró una bella estampa del Japón
antiguo con varios y bellos edificios
conservados a través de los años. En dicho
lugar, se encontraba un templo Sintoísta y
como otros de diferentes lugares, el colorido naranja no podía faltar. El nombre del templo era Kasuga
Taisha.
Después del templo, dirigimos nuestros pasos a Gion y empezamos el recorrido por aquella gran
avenida en donde se podían apreciar a través de aparadores, todas las grandes cosas que tanto en años
atrás como en la actualidad, habían forjado la cultura del Japón.
138
Pudimos haber caminado por más tiempo y
conocer aún más detalles de tan
impresionante cultura, sin embargo, el
cansancio llegó a los niños reduciéndoles
sus energías de tal modo que prefirieron
regresar al New Kyoto Hotel. Después de
aproximadamente 20 minutos de viaje en
autobús, nos encontrábamos cerca de aquel
bello hotel, que comparado con nuestro
querido Toyoko Inn en la ciudad de Chiba,
era de una magnitud mayor y sin
comparación, sin embargo, los grandes
momentos vividos en el Toyoko,
seguramente quedarán fuertemente
afianzados en mi mente como bellos
recuerdos.
Un buen baño relajó a los pequeños y al proponerles salir a cenar, Toño ya no accedió a hacerlo.
Resulta que por sus kilitos de más, tanto ejercicio le había propiciado rozamiento en la entrepierna al
grado de provocarle dolor. Decidió entonces, quedarse en la habitación.
Caminamos el resto de la familia por una pequeña calle muy especial en donde la iluminación provenía
de pequeñas bombillas de papel en colores blanco y rojo, que daban un toque especial a los
establecimientos que sobre ambas aceras de aquella colorida calle se encontraban. Una vez adquirida la
cena, retornamos al hotel a degustarla y posteriormente a tomar el descanso esperado.
El día 21 después de desayunar, nos trasladamos a la estación de trenes de Kyoto para tomar aquel que
nos llevaría a la ciudad de Nara, pero antes, en la recepción de New Kyoto Hotel, entregué la maleta
del equipaje con el fin de que se encargaran de enviarla a la paquetería de la estación de Kyoto y la
resguardaran durante el día mientras nosotros realizábamos nuestro viaje. El costo por dicho servicio
fue de 750 Yenes ($52.5 aproximadamente).
Una vez en del tren, nuestro viaje duró aproximadamente 40 minutos. Como yo ya había estado en
Nara con los compañeros de electrónica, ya
no hubo necesidad de preguntar acerca del
recorrido para llegar al templo Toudai Ji.
En el recorrido que se hace a pie, se tiene la
oportunidad de conocer muchos
establecimientos que al igual que en Kyoto,
muestran parte de las facetas del antiguo
Japón; vestimentas tradicionales, artesanías,
etc. Sin embargo, de igual manera y
contrastando con esto, se podía observar
artículos también usados actualmente por la
juventud de aquel país. Aquel domingo al
igual que el sábado en Kyoto, el sol caía
sobre nosotros fuertemente, propiciándonos
139
un extenuante calor. El nerviosismo vivido en días anteriores debido a que la lluvia visitaba casi
diariamente a la ciudad de Chiba, había desaparecido.
Los niños se divirtieron dando galletas a los venados (shika), se maravillaron con la arquitectura tan
diferente de las construcciones orientales, la belleza de los jardines y desde luego con el tamaño del
Toudai Ji Temple, en donde en su interior se encuentra el gran Buda. Nunca supimos que significado
tenía atravesar a gatas por entre una de las gruesas columnas que se encuentran en el interior del templo
junto a uno de los fieles guardianes (estatuas) del buda Gigante. De nosotros, sólo nuestra pequeña hija
Lety lo pudo hacer, ya que el orificio era muy estrecho.
El Todai Ji, fue el lugar japonés que más impresionó a mi esposa, me decía que era lo más bello que
hasta ese día habían podido apreciar sus ojos. Y es que en verdad es toda una magia de la arquitectura
dicha construcción.
Nunca pasó por mi cabeza, que algún día volvería a estar en aquel precioso recinto y mucho menos
acompañado de los seres por quienes daría la vida si fuera necesario.
Una vez que tomamos las fotos y video correspondiente, fuimos de compras a las artesanías y a comer
alimentos japoneses. No teníamos mucho tiempo para buscar comida un poco más al estilo americano o
europeo, pues nuestro Shinkansen de Kyoto con destino a Tokio, partía a las 5:17 de la tarde y como ya
cité anteriormente, en Japón, 5:17 es 5:17 y no 5:20 ó 5:25 como pudiera ser en nuestro país, pero aún
teníamos que regresar de Nara a Kyoto, por lo tanto, nuestra tarde fue acelerada pero llena de sorpresas
para cada uno de nosotros.
Estoy seguro de que las experiencias adquiridas aquel día, perdurarán por siempre en la mente de
nosotros, tal como cuando un piloto aviador nunca olvida su primera excursión por los aires.
De Nara a Kyoto nos transportamos en tren y una vez en Kyoto, ubiqué la oficina de paquetería, recogí
la maleta que los empleados del New Kyoto Hotel habían enviado por la mañana y tal como lo marcaba
nuestro boleto, el Shinkansen partió de Kyoto a Tokio a las 5:17 de la tarde.
Tantas prisas y carreras, despertaron el hambre de los niños y cuando las empleadas dentro del
Shinkansen recorrían el pasillo central de los carros ofreciendo algunos alimentos, los chicos quisieron
probar uno de ellos que a la vista parecían pequeñas tortillitas dobladas con comida en su interior (de
aspecto parecido al de una empanada). El chasco que vivimos fue grande, pues aquel relleno parecido
al de unos frijoles negros, resultó tener un sabor muy dulce que contrastaba con el que tenía aquello
que parecía harina. De mis hijos sólo Marysol y yo, comimos un poco de aquellas “empanadas”
japonesas, que después supe se trataban de dulces llamados Otabe.
Ya en Tokio, transbordamos al tren que por fin nos llevaría a la ciudad de Chiba, destino final de
nuestra agradable aventura por castillos y templos del antiguo Japón.
140
MÁS ELECTRÓNICA Y CENA CON LOS TOYONAGA.
El lunes por la mañana fue muy pesado, primero para levantarme y una vez que lo hice, para superar la
tristeza de dejar nuevamente a la familia. Necesitaba dirigirme al Poly a mi clase de electrónica y pues
no había de otra, ese era mi compromiso y debía a sumirlo.
Bajé a desayunar en el pequeño restaurante
del hotel y un par de minutos después lo hizo
mi esposa. Platicábamos cuando se nos sumó
mi hijo Toño. Yo había perdido la llave del
candado con el que sujetaba la bicicleta al
barandal de un canal que pasaba a escasos
metros del hotel, por lo tanto, tuve que volar
la cadena haciendo uso de unas pinzas. Sin
querer partir, me despedí de mi esposa y
Toño y salí hacia el Poly.
Aquella mañana se iniciaba el estudio de un
software llamado LabView, sin embargo, el
profesor Kodama encargado de ese sector de
la capacitación, estaría ocupado, por lo tanto,
sólo se presentó a entregarnos una copia del
software y a decirnos que lo instaláramos y que lo analizáramos, que más tarde regresaría con nosotros.
El hecho estribó en que ya no regresó sino hasta la hora en que tenía que despedirse de nosotros.
Momentos como este hacían que dudáramos un poco acerca de lo trabajadores que son los japoneses,
pero también era un indicativo que nos hacía pensar que son tan humanos como los provenientes de
nuestra raza Azteca y que igualmente en ocasiones las cosas no les resultan como ellos quisieran aun si
para eso se haya desarrollado una gran planeación.
Los once compañeros del grupo aprovechamos para actualizar nuestros reportes finales, bajar
fotografías de sus cámaras a las computadoras y/o “quemarlas” en CD´s y en momentos también para
dialogar sobre diversos aspectos ajenos a las temáticas del Poly como experiencias vividas el fin de
semana.
Aquella mañana, mi familia había ido a conocer un templo Sintoísta ubicado tal vez a cinco cuadras del
hotel Toyoko Inn. Dicho templo lo vi por primera vez, con la familia Toyonaga en aquel Home Stay
vivido en el seno de su hogar. Tal y como otros templos de su estilo, el colorido era resaltante pues
emplean para su adorno y lucimiento tonalidades naranja intenso. Esto provoca una sensación diferente
a aquella percibida en los templos Budistas en donde los colores café de la madera y el dorado de las
vistas, son los principales adornos de sus fachadas.
A mi llegada del Poly, sólo empleamos el tiempo en visitar establecimientos comerciales de las calles
cercanas al hotel para realizar algunas compras de curiosidades japonesas, así como de algunas
artesanías.
Tal y como todos los martes, yo regresé a mi rutina de ir a tomar la clase en el Poly, por su parte, mi
familia tendría un paseo con Rosita (mexicana radicada en Japón) al parecer a un zoológico en la
misma ciudad de Chiba. No tuve oportunidad o más bien no me tomé el tiempo para conocer dicho
141
zoológico y por lo que contaron los niños, resultó muy divertido. Aparentemente, un lugar en donde se
mezcla la naturaleza propia de los animales con la tecnología del Japón, pues dentro de las
instalaciones de dicho lugar, se rentaban animales robots montables para los pequeños que podían ser
conducidos por los mismos niños sin correr riesgo alguno.
A mi llegada del Poly y después de un buen baño, nos preparamos para ir a la estación de Inage, pues
teníamos nuevamente cita con Mayu Toyonaga para ir a cenar las dos familias en casa de la misma.
Antes de eso, mi familia y yo fuimos a Parco a comprar lo necesario para prepararles un picadillo, pues
habíamos acordado que prepararíamos platillos tradicionales de cada país, aunque advertí a Mayu que
trataríamos de hacer lo posible, pues en Japón no se tienen los condimentos o ingredientes para la
cocina mexicana. Pensamos en preparar un picadillo, pues me había parecido ver carne molida en los
refrigeradores de Parco. Una vez que confirmamos la existencia de la carne, compramos también
zanahoria, cebolla y papa. En la misma tienda, compramos una botella de vino tinto para compartir con
los Toyonaga. Ya Lety, mi esposa, había comprado tortillas de harina y desde México llevaba latas de
pozole, pastas instantáneas, sobres para preparar agua fresca y desde luego que unos chiles en vinagre.
Cuando mi familia entró a Japón pasó algo extraño, pues es sabido que productos con semilla no son
permitidos transportar de un país a otro, excepto con permisos especiales de las secretarías
correspondientes. Ya con anticipación por internet, había platicado a mi esposa acerca del deseo que
tenía de probar una salsa preparada con chiles jalapeños o serranos, ella arriesgándose a que se los
quitaran, había introducido en su maleta un kilo de dichos chiles. Enorme fue su sorpresa que no le
comentaron algo en lo absoluto, ni en el aeropuerto de México, ni en el de la ciudad de Narita en Japón;
por lo tanto, aquella noche con los Toyonaga, ellos pudieron conocer la tradicional salsa mexicana y yo
podría saborear un buen taco estilo mexicano de picadillo con salsa de jalapeños (aunque con tortilla de
harina y lo digo de esta manera por que personalmente las prefiero de maíz).
Allí estábamos en la estación de Inage en espera de que apareciera Mayu, más de repente vi llegar de
los andenes a Yoshiaki, esposo de Mayu y al instante presenté a mi familia y viceversa, pues entre sí no
se conocían aún.
Una vez que explicó que él llegaba de su trabajo, nos indicó que saliéramos de la estación, pues su
esposa pasaría a recogernos en su automóvil por el lado en donde arribaban los autobuses.
Minutos más tarde Mayu llegó por nosotros en su camioneta tipo Van y juntos partimos hacia su casa
en donde se conocieron nuestros respectivos hijos.
Kentaro, Naoki, Toño y Marysol jugaron Nintendo 64 y Mariko y Lety a las muñecas. Lety preparó el
picadillo, abrió la lata de pozole e hizo salsa bajo la mirada de asombro de Mayu y Yoshiaki. Por su
parte, la cena japonesa consistió en Okonomiyaki, que son una especie de omelet preparados con
harina, camarones, salsa de soya, lechuga y otros elementos desconocidos para mí. El acabado del
Okonomiyaki era parecido al de un hot cake. Yoshiaki nos ofreció también Tsucune, que son una
especie de alambres de carne. Muy sabrosos por cierto.
Los primeros en cenar fueron los niños y posteriormente nosotros. Aquella noche fue una bonita
experiencia en donde pudimos compartir la cena México-Japonesa, acompañándonos de una cerveza y
vino.
142
En mi home stay ya había yo entregado algunos presentes a los Toyonaga, sin embargo Lety había
traído consigo algunos otros presentes para cada uno de ellos, pues ahora si sabía de edades y sexo de a
quienes se entregarían, pues vía internet mi familia ya sabía de la existencia de Mayu, Yoshiaki y
familia.
Más tarde, Yoshiaki nos tenía preparada una sorpresa; junto al conjunto habitacional en donde se
encontraba su casa, había una explanada a donde nos invitó a pasar el mismo. Se trataba de una serie de
fuegos artificiales que llevaba consigo y que los niños se encargaron de quemar. Aquel era el broche de
oro de nuestra pequeña gran fiesta de encuentro de culturas, en donde el cariño, los sentimientos, la
gentileza y el espíritu de hermandad se podían respirar fácilmente. Después de los cuetes, pedí a Mayu
nos pidiera un taxi para que nos transportara al hotel.
Aquella cena tan especial, quedó tatuada en mi mente y será una experiencia que difícilmente podrá ser
borrada.
143
REUNIÓN CON EL GRUPO HIPO DE MAYU.
Yo continuaba en el Poly con el estudio del software para la interconexión de equipos de medición y
registro electrónico llamado LabView, mientras mi familia caminaba 15 o 20 minutos para conocer el
Chiba Jo o Castillo de Chiba. El Chiba Jo es el único de su estilo que ha sobrevivido en la ciudad de
Chiba, no es tan grande como otros, pero no deja de ser bonito y atractivo y de conservar la
arquitectura del antiguo Japón. Este castillo ahora alberga algunas antigüedades de guerreros y
samuráis, así como pinturas y piezas de gran valor para la cultura japonesa.
Ya en el hotel, me preparé nuevamente con la familia para ir a
la estación de Inage, pues otra vez Mayu nos recogería para
transportarnos a una de las sesiones del grupo Hipo. Fuimos a
un salón en donde al igual que en otras reuniones, cantamos,
bailamos, jugamos y cenamos. La participación de nosotros fue
que Lety corrió la lotería que emplean ellos de manera didáctica
para aprender palabras de nuestro idioma; ya fuera por
asimilación de imágenes o por memorización del sonido. Era
curioso escuchar a los japoneses gritar “nani” (¿qué?) cada vez
que Lety pronunciaba el nombre de las cartas y que no
comprendían su significado. Los niños mejor se levantaban del
piso para ir a ver la carta que Lety mostraba a los que jugaban.
Cada vez que gritaba una nueva carta, sucedía lo mismo. Y para
darse una idea, imagine que usted juega a la lotería pero en
japonés y que sólo escucha; byoin (hospital), eki (estación),
basutei (parada de autobús), mizu (agua), satou (azúcar), shio
(sal) y cosas por el estilo, lo más seguro que estaría diciendo a
cada palabra ¿queeé?, tal y como ellos lo hacían. Sé que las
palabras puestas como ejemplo en la lotería japonesa no son propias de dicho juego, sin embargo, son
sólo eso, un ejemplo y nada más.
Nuevamente Lety entregó algunos presentes a los japoneses y posteriormente pasamos a la cena. Mayu
nos sorprendió pues explicó en inglés que ella había preparado “picadishio” (así sonó cuando lo
pronunció) y bueno, Lety y yo no es que dudáramos de Mayu, pero pasó por nuestra cabeza la idea de
que tal vez había llevado poco de lo que tal vez había sobrado un día antes en nuestra cena; de
cualquier manera dejamos que ellos lo probaran y nosotros nos dedicamos a hacer lo mismo con sus
cosas extrañas que llevaban para compartir.
Al igual que acostumbraban aquellos elementos del grupo Hipo, hubo presentaciones en diferentes
idiomas como inglés, japonés y desde luego español.
Una vez que concluyó la reunión, Mayu ofreció regresarnos a la estación de Inage para tomar nuestro
tren a Chiba y nuevamente nos sorprendió, pues cuando menos esperamos, se estaba estacionando
frente al Toyoko Inn. La amabilidad y generosidad de aquella mujer, nuevamente se manifestó.
144
CENA EN CASA DE ROSITA, VIAJE A KAMAKURA Y HANABI EN ASAKUSA.
Cada día que pasaba en el Poly, los temas resultaban más interesantes, sin embargo pensaba que
algunos de los principios allí estudiados, servirían sólo como cultura general pues me atrevo a citar que
en la mayoría de las instituciones educativas mexicanas (o al menos potosinas) carecían de los equipos
necesarios para desarrollar dichas temáticas. Empleando LabView como software, desarrollábamos
programas para control de sistemas mediante la interconexión de equipos periféricos, que al parecer
eran de un costo elevadísimo.
Por su parte, la familia salía nuevamente con Rosita, quien los llevaría a pasar la mañana a un club en
donde podrían nadar. La plática de mis hijos a mi regreso del Poly, fue en torno a dicha experiencia y
me aseguraban que hubo momentos en que se desesperaron pues las exigencias de los japoneses eran
extremas; usar gorro para sujetar el pelo en todo momento que se pretenda ingresar a una de las
albercas, no clavarse al agua, no chapotear, salir del agua cada hora al sonido de un silbato para realizar
análisis del agua, etc. Coincidíamos en que todo era en beneficio de los usuarios, pero que sí resultaba
una buena “lata” todos esos pequeños detalles.
Después de un baño nos dirigimos a la
estación de trenes de Chiba para
transportarnos a la de Tsuga, pues allí nos
recogería nuevamente Rosita para asistir a
su casa en donde nos ofrecería una cena,
que consistiría en espagueti con ensalada.
Pasamos la tarde platicando acerca de las
experiencias en Japón y haciendo
remembranzas sobre México. En dicha
plática, Rosita dejo ver la frialdad con la
que su esposo japonés la trataba y que no
se podía comparar con la calidez con la que
se conoce al mexicano. Sus ojos se
rasgaron cuando nos adentramos en
aquellos temas concernientes a nuestra
cultura, valores y tradiciones. Se notaba
claramente el amor por su terruño, por su gente, por su familia, por todo su México.
Para las 10:30 de la noche, Rosita nos estaba llevando a las puertas del Toyoko Inn en su vehículo. La
despedida entre mi mujer y Rosita fue muy emotiva en la que ésta última entregó como muestra de
aprecio, un par de vasos con grabados japoneses a mi esposa, por cierto muy bonitos y que aún se
encuentran intactos en el bufetero de casa.
Pocos días quedaban ya de vacaciones a mi familia y quería que fueran inolvidables. Me hubiera
gustado estar con ellos las 24 horas, pero la razón principal de mi estancia en Japón me lo impedía; el
Poly. Cada mañana de aquellas en las que mi familia me acompañó (19 en total) me fue difícil
abandonar el hotel para pasar 8 horas separado de ellos, sin embargo, siempre tuvieron cosas que hacer,
ya sea por su propia cuenta o con apoyo de Rosita o la familia Toyonaga.
145
No olvidaré aquella mañana del viernes 26 de julio, que fueran a recorrer algunas calles de la ciudad de
Chiba y que mi mujer comprara un vestido al de procedencia China color rojo con vivos oro. Entallado
y muy vistoso. Mis hijos por su parte se habían dado vuelo en una tienda de las llamadas de 100 Yenes,
en donde podían adquirir desde un simple lápiz hasta algunas sencillas artesanías orientales como
dragones de cerámica o pequeños Buda. Por la noche, nuestra cena fue como en otras ocasiones y a
sugerencia de los niños, lo más parecido a lo occidental posible; espagueti y carne acompañados de
bufete en la bebida. Les agradó la fanta color verde, al parecer de limón.
Una vez que cenamos, Lety y yo; decidimos ir a tomar una copa a un bar al que ya había asistido
acompañado de algunos compañeros del curso, aquel en el que la vestimenta de los trabajadores del
lugar tenía particularidades muy especiales haciendo referencia a situaciones vampirescas. El lugar
llevaba por nombre Unlock, pero estaba saturado de japoneses, por lo tanto, decidimos comprar unas
bebidas y tomarlas en la plaza de Parco. Lety pidió una bebida en lata, al parecer Sake combinado con
jugo de toronja y yo cerveza Asahi. Minutos mas tarde encontramos a Martín y a Benjamín bajo la
misma circunstancia, pues coincidíamos en que era viernes y no tendríamos actividad académica al día
siguiente y que un par de cervezas eran buenas para relajarse un poco después del trabajo realizado
durante la semana.
Después de unos minutos y de una agradable plática con los compañeros, Lety y yo regresamos al
hotel, pues nos preocupaba el hecho de que los niños se encontraban solos en el hotel.
A nuestro regreso los chicos se encontraban dormidos y decidimos tomar el descanso, pues por lo
planeado para el día siguiente, necesitaríamos de bastante energía; visitaríamos Kamakura.
Ya en sábado y después de nuestro almuerzo consistente de grandes burros de pollo elaborados en
tortilla de harina en Kentucky Fried Chiken, nos dirigimos a la estación de trenes para transportarnos a
Kamakura.
El Buda resultó estar al aire libre y aunque la explanada en donde
se encuentra no era muy grande como otros lugares visitados en
aquel país, no dejó de ser impresionante el admirar semejante
obra. Los niños lo veían sorprendidos y no se cansaban de tomar
fotos y video de aquel bello lugar.
Después de recorrer los alrededores y sus admirables jardines,
decidimos que en lugar de retornar a Chiba, visitaríamos Asakusa,
lugar conocido por ser centro de venta de innumerables artesanías
propias del Japón.
Por coincidencia y sin saberlo, habíamos decidido visitar Asakusa
el día del Hanabi en dicho lugar. Hanabi es una fiesta tradicional
del Japón en donde se quema pólvora y se lanzan fuegos
artificiales, haciendo con ello un gran espectáculo a la vista de los
visitantes.
Viajando en el tren rumbo a Asakusa, me percaté del exceso de gente que se transportaba, además, no
era rutinario encontrar tantos japoneses con sus tradicionales prendas. Cuando descendimos del tren,
apenas y podíamos avanzar entre el mar de gente que había en la estación. Se movían cual hormigas en
146
torno a su hogar. Tal parecía que no llevaban rumbo, pues mientras unos iban, otros caminaban en
sentido contrario y más bien, en todas direcciones. La cantidad de japoneses en aquel lugar, era
impresionante. Al parecer, el Hanabi les atraía en exceso.
Nosotros no visitábamos Asakusa por su Hanabi, más bien lo hacíamos por admirar lo que en el lugar
se ofrecía en puestos a lo largo de grandes pasillos, pero ya nos tocaba que aquel día viviéramos de
cerca una de las tradicionales fiestas de Japón.
Durante nuestro recorrido por las calles de aquel bello lugar,
encontramos un templo con la arquitectura tradicional de aquel
país. Los flashazos de nuestra cámara fotográfica no se hicieron
esperar.
En los alrededores se podía observar mucha gente que seguramente
esperaba el inicio de la quema de la pólvora.
Más tarde el hambre inquietó a los niños, pero estos no aceptaron
comida japonesa, por lo tanto al ubicar un KFC (Kentucky Fried
Chiken) decidimos nuevamente al igual que en la mañana, adquirir
unas cuantas piezas de pollo. Esta vez no encontramos ni un lugar
para sentarnos, así que allí, afuera del negocio, con las
tradicionales cajas de aquel producto en nuestras manos,
degustamos unas buenas piezas de pollo frito.
A medida que la tarde avanzaba, me preocupaba el hecho de que había más y más gente por todos lados
y aunque un desfile pasaba justo frente a nosotros, decidí que era hora de regresar a Chiba antes de que
los trenes nuevamente se vieran saturados por el exceso de usuarios.
Desde nuestro vagón en el interior del tren, pudimos observar las luces multicolores que desprendía la
pólvora al ser quemada, así como también, los grandes cohetes lanzados al aire y que a su paso dejaban
una bella estela en diversos colores. El espectáculo agradó bastante a la familia, que no retiraba la vista
del espectáculo que Asakusa brindaba a los visitantes.
Para llegar a Chiba, debíamos transbordar en dos ocasiones y como todo el día había sido de caminar y
caminar, mi hija Lety estaba rendida, entonces, todo el recorrido de regreso la pasó en mis brazos. Al
llegar al hotel, el cansancio me embargó, pero la satisfacción de haber vivido aquel bello espectáculo y
de conocer Kamakura, habían valido la pena.
147
FAMILIA EN NARITA Y SU REGRESO A MÉXICO ¿Y EL CONTROL REMOTO?
Los malos cálculos económicos aquel fin de semana, habían
provocado que no tuviera Yenes para gastar al día siguiente que
visitaríamos la región de Narita, entonces recordé que Gilberto había
estado ahorrando algunos dólares y pensé que tal vez pudiera
cambiarme algunos cuantos de los míos por Yenes.
Me puse nervioso cuando no lo encontré, pues al día siguiente sería
difícil poder cambiar los dólares, pues los bancos se encontrarían
cerrados. No tuve otra opción que esperar al día siguiente y confiar
en encontrar a Gil.
Por la mañana tuve suerte en cambiar los dólares y entonces
partimos hacia Narita. Tomamos el tren y después de 40 minutos
llegábamos a nuestro destino. El lugar traía a mi mente aquel día en
el que junto al pueblo japonés vivimos la experiencia del Narita
Festival y creía entonces ya conocer el lugar, pero mi sorpresa fue
mayúscula cuando al recorrer más allá de lo antes visitado, encontramos una serie de construcciones
hermosas. Jardines bellamente arreglados, lagos, puentes, pagodas, templos y construcciones muy
atractivas a los sentidos. Bien podría decir que era uno de aquellos parajes que buscan los grandes
productores de cine en Hollywood para la filmación de escenas con sabor 100% oriental. Un halago a
la vista puesto allí por el pincel mágico de un gran maestro. El sonido del aire corriendo sobre aquellos
verdes árboles, eran un encanto a los oídos. El aroma a humedad, producida por la situación climática
natural de aquel país, eran un halago al olfato y el poder tocar aquellas construcciones o la cristalina
agua de sus lagos, eran una sensación que erizaba la piel a cualquiera que fuera amante de la
naturaleza.
Narita se sumó al Todai Ji Temple en la ciudad de Nara, como los más bellos lugares conocidos por mi
esposa y creo coincidir con ella en dicha percepción, aunque más tarde y ya sin ellos conocería Nikko,
que desde mi punto de vista se lleva todos los créditos.
Al caminar hacia la estación de Narita para
retornar a Chiba, el hambre hizo su aparición
y esta vez convencí a los niños de que lo
haríamos en un restaurante totalmente
japonés.
La mesa era sumamente baja, de tal modo que
había que sentarse en el suelo para estar a la
altura. No era la primera mesa en su tipo en la
que tenía la oportunidad de tomar los
alimentos y esta a diferencia de otras, tenía un
hueco en la parte central, de tal forma que se
podían introducir los pies en el interior de
dicho hueco para no tener que doblarlos y
148
soportar una mala posición; que por cierto, para los japoneses la habitualidad los ha hecho
acostumbrarse a tal forma de sentarse sin necesidad de sufrir cansancio o mala circulación de la sangre
por sus venas.
Desde mi punto de vista, la comida estuvo formidable y a los niños ahora si les agradó la mayoría de lo
que en aquel lugar comimos.
Habíamos calculado regresar al hotel temprano para hacer las maletas, pues al día siguiente ellos
regresarían a México. Esta situación empezaba a incomodarme, pues ya me veía nuevamente sólo en
aquel lejano país, sin embargo, debía culminar aquella prueba puesta en la vida.
Después de empacar, fuimos a tomar nuestra última cena juntos en Japón. La disfrutamos mucho,
aunque todos sabíamos que al día siguiente nos separaríamos por un mes y medio más.
Esta fue la historia de mi familia en Japón y no sabía si sentirme feliz por su visita o triste por su
despedida, decidí no dejar que la tristeza me embargara y conservar en mi mente los bellos momentos
vividos en aquel lejano país, a fin de cuentas, ya sólo se trataba de seis semanas más.
El lunes 29 de Julio, desayunamos juntos en el restaurante del hotel, claro, el menú no había cambiado
y Toshi (mujer entrada en años y encargada del pequeño restaurante dentro del hotel) nos atendía con
agrado, diciendo a cada momento que mi familia era muy bonita, en especial mi hija Lety. Actualmente
mantengo comunicación con Toshi a través del internet así como de un grupo de amigas suyas que días
más tarde conocería por su conducto.
Una vez que concluimos, me despedí de ellos y nos tomamos una foto en el lobby del hotel. Ellos
serían recogidos por Mayu a eso de las dos de la tarde y yo me trasladaría al aeropuerto de la ciudad de
Narita a las cuatro de la tarde para despedirlos.
La mañana para mi resulto muy inquieta, pues los nervios de saber si Mayu estaría a tiempo para
recogerlos me embargaba, pero sabía que siendo japonesa, eran más las probabilidades de cumplir a lo
propuesto que quedar mal ante nosotros.
Recuerdo el noble gesto del profesor
Muraoka que al saber del viaje de mi familia,
se ofreció a llevarme a la estación de
Tsukaido para tomar el tren rumbo al
aeropuerto de la ciudad de Narita.
Al ingresar a las salas del aeropuerto, los
encontré sentados junto a Mayu, Mariko y
Kentaro. También eran acompañados por la
señora Naomi y su hija. Fue en ese lugar en
el que tomamos las últimas fotos juntos en
Japón. La visita había concluido y me dejaba
un grato sabor en la boca, unas bellas
imágenes en mi mente y un agradable
sentimiento en el corazón, aunque de
momento, la tristeza de verlos alejarse de mí,
149
me partía el alma.
Mi esposa me mostró unos presentes que las mujeres japonesas le habían entregado, pero había
decidido abrirlos hasta estar en el avión.
Mayu y Naomi se despidieron de mi esposa y pude percibir que tanto Mayu como Lety dejaron escapar
un par de lágrimas cuando en un emotivo abrazo se decían adiós. Después de tan difícil despedida, las
dos familias japonesas lo hicieron conmigo a la vez que me decían que estaríamos en contacto para
vernos más adelante. Asistí con la cabeza, pues la voz difícilmente me saldría, debido a la fuerte
situación emotiva que vivía en esos momentos.
Di las últimas recomendaciones a mi mujer y los niños acerca de su llegada a la ciudad de México, un
fuerte abrazo y un triste adiós.
No me cansaba de verlos y a todos se nos humedecieron los ojos. Lety chiquita me decía adiós con su
manita, Toño volteaba y volteaba a verme con sus ojos llorosos, Chol (Marysol), mi hija mayor por su
parte, se limpiaba las lágrimas. A punto de irse, le hablé a Lety y a la niña, pero mi mujer no me
entendió y sólo envió a la niña. Quería darles un beso más de despedida y sólo lo pude hacer con la
niña. La abracé y le di un fuerte beso. Al alejarse, todavía volteó y me dijo adiós. Por último mi hijo
Toño levantó su gran mano y de igual manera me dijo adiós. Mi esposa por su parte, me envió un beso
que correspondí de igual manera; entonces, ya no los vi más hasta mi regreso a México.
Allí me quedé parado algunos minutos, como esperando que por alguna razón regresaran y los pudiera
ver nuevamente, pero esto nunca sucedió. En esos momentos, yo pasaba saliva, fumaba profundamente
y mis ojos estaban vidriosos. Terminé mi cigarrillo y decidí regresar a Chiba con la tristeza a cuestas.
Tratando de pasar ocupado el tiempo que faltaba para ir a la cama y no estar pensando demasiado en lo
que acababa de acontecer, llegando a la ciudad de Chiba, fui a surtir mi despensa en Parco, pues ya
hacía falta comparar algunos víveres para los días siguientes. Cuando regreso al hotel y acomodo los
alimentos, me dispongo a tomar un baño y posteriormente a ver la televisión, pero ¿y el control
remoto? No estaba en el lugar acostumbrado, ni en ningún otro lugar. Pasé buen rato tratando de dar
con él pero todo fue en vano. Entonces, pasa por mi mente el hecho de que tal vez por descuido se fue
en alguna de las maletas de la familia. De resultar ser cierta mi idea, pensé que sería más sencillo pagar
el monto de dicho control a pagar la paquetería para su envío desde México; no había otra más que
esperar la llegada de mi familia a México y preguntar por el paradero del citado control.
Indagando acerca del objeto perdido, encontré entre mis pertenencias un par de cartas elaboradas por
mi esposa y mi hijo Antonio. En ellas, manifestaban su amor hacia mí y lo agradecidos que estaban por
haberles brindado tan hermoso viaje. Momentos como ese, hacían que el amor se incrementara entre
nosotros como familia, pues coincidentemente, yo había entregado también una carta para cada uno de
ellos para que la leyeran durante su vuelo de regreso.
Aquella noche, mi esposa no me acompañaba físicamente, pero si su espíritu, su alma, su amor, ¡ah¡ y
desde luego, una nueva prenda suya bajo la almohada.
Por más que quise conciliar el sueño, sólo lograba cerrar los ojos por espacios breves, al abrirlos, veía
la hora y hacía mis cuentas para saber aproximadamente en donde iba mi familia. De una u otra
manera, ya muy tarde logré dormir buen rato de manera contínua.
150
Al despertar, la tristeza de verme sólo en la habitación, me impedía entender que tenía un compromiso
que cumplir con el Poly, sin embargo, mi sentido de responsabilidad fue más fuerte y superé dicha
situación.
No había sentido tan poca atracción por el tema de clase como aquella mañana. Mi mente viajaba en la
JAL (Japan Air Lines) al lado de mí familia. Me veía acompañándolos en su largo viaje de regreso,
cuidándolos, protegiéndolos; amándolos.
Ya de regreso al hotel, los ánimos eran peores, pues sentía que no había razón alguna para retornar con
alegría. Realmente estaba confundido y llegué a pensar que había sido más el daño que me había
provocado la visita de la familia, que el beneficio recibido. Días después entendí que aquella
experiencia había sido lo mejor que podía haberle pasado a cualquiera de los que cursábamos aquel
entrenamiento técnico. Ya no debía esforzarme tanto en explicaciones hacia mi familia por
transmitirles con las palabras correctas las maravillas apreciadas en aquel país, simplemente, las vieron
con sus propios ojos y como padre de familia, me sentí el mejor del mundo.
Al entrar a la habitación, claramente podía imaginar las caras de mis hijos al tiempo que me lanzaban la
esperada pregunta papá ¿a dónde vamos a ir hoy? Pero la realidad era otra, lo único que podía escuchar
era la voz transmitida a través del televisor que acababa de encender.
Aquella tarde entre tristezas, melancolías, meditaciones y pensamientos vagos, me quedé dormido por
espacio de una hora. Al despertar, un baño y a checar el correo en internet, con la intención de que las
horas se fueran más aprisa. Encontré en la supercarretera de la información e-mails de mi sobrina
Leticia (la Beba), de mi sobrino Miguel Antonio (Miguelito o simplemente como de cariño le hemos
dicho desde niño; el gordo) y de un ex alumno de Ce.Ca.T.I. llamado José Luis Rodríguez. Ya había
pasado por mi mente que de alguna forma agradecería a todos aquellos a los que por lo menos alguna
vez habían escrito a mi dirección electrónica, pues entre todos sus consejos y ánimos, habían
alimentado mi espíritu para continuar fuerte en aquella travesía oriental.
La siguiente noche fue peor que la anterior, pues mi mente daba vueltas y vueltas pensando en el viaje
de mi familia. Ya habían pasado muchas horas desde su partida y aún no tenía noticias de ellos. Como
pude logré pasar aquella accidentada y mortificante noche.
A eso de las siete de la mañana y una vez que estaba listo para salir rumbo al Poly, tomo el teléfono de
la habitación y hago la llamada a casa, tal y como lo habíamos acordado mi esposa y yo. El aparato
sonó un par de veces y entonces pude escuchar la voz de mi hija Marysol; ¡Bendito sea Dios!, llegaron
con bien a casa. Un saludo y posteriormente a dialogar con mi esposa, misma que no pudo ocultar una
voz quebrada por el llanto a punto de escapar. Yo me sentía de igual manera pero logré controlarme de
tal forma que no la contagiara y termináramos llorando cual chiquillos. Unos cuantos consejos, unas
palabras dulces y posteriormente una conversación sencilla con mi pequeña hija Lety a la que escuché
contenta pero tal vez un poco cansada, pues el viaje tan largo no era para menos.
Antes de salir hacia el Poly, expliqué a las chamacas de la recepción acerca de lo sucedido con lo del
control remoto de la habitación, pues en definitiva no se había ido a México entre las cosas de los
niños. Las jóvenes empleadas del hotel me dijeron que explicarían a su manager y que posteriormente
me dirían de qué manera se procedería.
151
¿Y LA BICICLETA? ¿Y EL EQUIPO?
Esa mañana del miércoles 31 de Julio sería otra fecha inolvidable para mí. Salí del hotel muy puesto a
tomar la bicicleta que día a día sujetaba del barandal que delimitaba la acera que corría a un costado de
un canal junto al hotel y “sorpresa”; la bicicleta había desaparecido. En mi mente se cruzaron
rápidamente dos locas ideas; a) se trataba de una broma de mal gusto de parte de alguno de los
compañeros del curso o b) tal vez algún japonés pasado en copas había salido tarde de algún bar y no
había alcanzado tren alguno para su transportación y se le había hecho fácil tomar la bicicleta que tan
sólo se sujetaba por una delgada cadena, ya que el seguro que cerraba sobre la llanta trasera no tenía
candado alguno, pues días antes había extraviado la llave de dicho candado y de plano lo había
deshabilitado.
Bien sabía que como muchos otros seres humanos, yo no era una monedita de oro para caerle bien a
todos y que tal vez para más de uno de los mexicanos que compartíamos el hotel no era el de carácter
más agradable precisamente, pero no entendía el porque seguir tratando de molestar de aquella incisiva
forma.
Durante años he vivido experiencias al respecto cuando más de uno que llega a tenerme suficiente
confianza, me manifiesta que de entrada mi carácter resulta difícil de entender, pero que con el tiempo
se pueden lograr cosas mejores que con el simple saludo cotidiano. Siempre he dicho que detrás del
rostro mal encarado que siempre me ha caracterizado, hay un hombre de buenos sentimientos y que al
igual que sus semejantes sabe reír, disfrutar, enojarse y desde luego amar. Me negaba a creer que había
sido uno de los compañeros y bueno, eso será para mí un simple enigma sin solución, que ya poco
interesa solucionar.
Por otro lado, me era también difícil creer que todo lo que había leído y aprendido acerca de la cultura
japonesa y su transparencia se rompiera con el hecho de que hubiesen tomado la bicicleta.
Mi mente se negó a aceptar una u otra hipótesis y decidí dejarlo al olvido y tomarlo como una
experiencia más. Hubo situaciones como estas en las que llegué a pensar que estaba aprendiendo más
acerca del comportamiento humano que de la electrónica misma. No hubo otra más que tomar el tren y
posteriormente el autobús para llegar al Poly, lo cual me resultaba aburrido, pues el recorrido en
bicicleta era una experiencia diferente cada día y fuera de serie, cuando recorría aquellos pasajes entre
bellas casas y sembradíos de diversas legumbres que generaban un ambiente especial entre la humedad
de la tierra y el calor propiciado por el fuerte sol.
Decidí en adelante, tratar de sacar el máximo provecho para beneficio de mi persona y de mi familia.
De repente me sentía desconectado de la realidad que vivía ante las situaciones vividas con los
compañeros, sin embargo, siempre llegaba a mi mete lo que por años tenía bien cimentado; “Dios sabe
por que hace las cosas, que aunque parezcan desagradables para mí, algún aprendizaje me tiene
preparado”.
Las clases en el Poly seguían su rumbo, el Profesor Muraoka explicando y nosotros realizando
prácticas con los PIC´s (clase especial de circuitos integrados).
Una vez que regresé al hotel, me sorprendió el hecho de que la camarista del hotel había depositado un
nuevo control remoto de mi televisión en el lugar acostumbrado, pensé que tal vez, la administración
152
del hotel ya tenía la forma de solucionar mi problema, aunque al respecto pensaba que tal vez la opción
más cercana sería la de pagar el costo de dicho aparatejo.
En el front, las recepcionistas me explicaron que en ocasiones las camaristas sólo hacen bola las
colchas y sábanas y que en más de una vez se han llevado por accidente dichos controles; que no me
preocupara, pues seguramente había ocurrido algo semejante. Entonces seguí el consejo de aquella
chica y simplemente dejé de preocuparme.
Haciendo uso de aquel nuevo control, me dispuse a ver el juego de béisbol entre los Giants y Dragons,
que resultó bastante entretenido. Posterior al juego, un baño y a dormir.
Para el siguiente día, el ánimo de asistir al Poly seguía por las mismas (por los suelos). No me atraía en
lo absoluto desplazarme hasta el aula-taller en donde recibíamos la clase. Seguía pensando que la visita
de la familia había sido maravillosa en su momento, sin embargo, dejaron de estar conmigo y la tristeza
me envolvía cada día más.
Recuerdo que salía del Poly muy temprano y me trasladaba a pie, pues me resultaba aburrido el viajar
en el tren y el autobús, además, caminando por espacio de una hora, tenía suficiente tiempo para
meditar las cosas que me acontecían con los compañeros y para ubicar dos o tres pensamientos
referentes a lo mal que me estaba sintiendo por la soledad percibida desde que la familia abandonara
tierras orientales.
Fueron unos días de desesperación en los que las relaciones con los compañeros no andaban del todo
bien. Ahora, aquellos con quien no había compartido demasiado tiempo era a los que me acercaba a
platicar y con los que inicialmente las cosas marchaban perfectamente, se reducían poco a poco debido
a diferencias en cuanto a opiniones de cómo tomar las cosas. Mis ideales de disfrutar al máximo Japón,
combinados con mi fuerte carácter, mi poco tacto hacia el trato con la gente, el no saber despistar
enojos, no poder ocultar desacuerdos, no coincidir en opiniones con otros y hacérselas saber
directamente, habían logrado lo que siempre había obtenido en todo lugar; el desprecio de la gente. A
fin de cuentas y como siempre me había sucedido, terminé comulgando con aquellos a quien en un
principio no consideré como parte de mi “equipo” y que no había contemplado como opciones para
entablar e iniciar una relación amistosa.
Pese a todos esas diferencias surgidas entre los que compartíamos la clase de electrónica, en mi mente
y corazón, perdurarán por siempre como buenos momentos, los encuentros y experiencias vividas al
lado de Gilberto, Martín, Benjamín, Adelino y Jesús a quines siempre estaré agradecido por haberlos
tenido como compañeros y de quienes en todo momento hubo algo que aprenderles.
No podía permitirme el seguir sumiéndome en mis tristezas y malos momentos de nostalgia. Debía
sobreponerme y prepararme para los pocos días que faltaban.
153
LA VECINDAD DEL CHAVO, HANABI EN CHIBA Y KARAOKE. “LA VIDA LOCA”.
Para el 3 de agosto, el calor en la ciudad de Chiba presentaba una elevación muy marcada en la
temperatura comparada con los días lluviosos y fríos de Ibaraki vividos un par de meses antes, por lo
tanto, algunos de los compañeros y yo, hacíamos el recorrido al Poly en short y playera muy
informales. Al llegar a las instalaciones de dicha Institución, parecía que se había vertido un balde de
agua sobre nosotros, entonces, nos trasladábamos a la sección de sanitarios, retirábamos nuestras
prendas mojadas, tomábamos un “baño vaquero” y portábamos pantalones largos y playera o camisa
un poco más formales. La ropa retirada la lavábamos en donde podíamos y la poníamos a secar sobre
uno de los barandales de los grandes ventanales de aquella Institución formadora. Era curioso el
espectáculo que ofrecíamos en aquel 5° piso del edificio en donde nos ubicábamos, pues como en una
vecindad se podían observar shorts y playeras sobre el metal de aquel tubo que servía como limitante
entre el pasillo y la ventana. Entre compañeros nos bromeábamos diciendo que era nuestra “vecindad
del chavo”. Afortunadamente en el interior del aula-taller, un gran aire acondicionado nos mantenía
frescos durante nuestra estancia en las clases. A la hora de retirarnos al hotel, nuestras prendas siempre
se encontraban secas debido a los fuertes rayos del sol que las alcanzaban y nuevamente las portábamos
para retornar a nuestro Toyoko Inn Hotel.
En esa misma fecha, de regreso al hotel, decidí hacer una prueba acerca de la condición física que
presentaba mi organismo. Quería saber que tanto afectaba el hecho de cambiar de alimentación poco
rica en calorías y carbohidratos, pues las tallas en mi ropa me decían que estaba perdiendo peso poco a
poco. Este último aspecto lo comprobé cuando la familia estuvo acompañándome, pues sus
comentarios en cuanto me vieron fueron relacionados a que me veía demacrado y muy delgado. Sin
embargo, durante la estancia en aquel lejano país, nunca tuve un decaimiento debido a debilidad o baja
de presión, que de hecho en México me ocurría en más de una ocasión por semana. Debido a esto llevé
conmigo mi gotero de Ascor para casos extremos de baja en la presión, pero afortunadamente no hubo
necesidad de sacarlo de la maleta en una sola ocasión.
La prueba consistió en que parte del recorrido lo hice caminando y otro tanto corriendo. Sería la baja
altura de la ciudad, el exceso de calor y por consiguiente la deshidratación, la falta de práctica del
atletismo o bien el exceso de tabaco inhalado en los cigarrillos, pero no podía correr por mucho tiempo
como en México estaba acostumbrado. El recorrido a pie de manera muy tranquila me llevaba como
máximo una hora y en aquella ocasión, sólo logré bajar al reloj 15 pequeños minutos.
El golpeteo de mi peso sobre el pavimento provocó que mis problemas de espina bífida (hoy día
convertida en tres hernias discales) de la espalda me recordara con un leve piquete, que había forzado
un poco la situación. Además de esto, me preocupaba el hecho de que el problema de mis talones
volviera a surgir, por lo tanto, decidí tomar con calma dicha actividad para la próxima ocasión.
Esa misma noche, en la video casetera que Benjamín me prestara, vi un video que mi familia había
llevado desde México con mensajes de mis padres y hermanos. Las palabras de estos eran de aliento y
ánimo a proseguir fuerte hasta llegar a la meta (13 de Septiembre). El video lo editó mi cuñado Manuel,
esposo de mi hermana Xóchitl y como el sabe de esas cosas, remató la grabación con imágenes de
niños vestidos de charros (caricaturas) con un fondo musical del Jarabe Tapatío. El ver nuevamente a
los miembros de mi familia, escuchar sus palabras y comentarios de aliento y escuchar nuestra querida
música mexicana, hicieron que mi corazón nuevamente sufriera un vuelco y allí, sólo ante un televisor,
solté un par de lágrimas de alegría y nostalgia a la vez.
154
Nunca quise manifestar aquella faceta de debilidad o más bien buenos sentimientos (que me
acompañan a todo lugar) ante los compañeros, tal vez por no escuchar sus opiniones encaminadas hacia
la burla o tal vez rechazo. Pensaba por ellos, pero mi ego no me permitía jugármela a saber la verdad
hacia cual sería su reacción al saber lo que me acontecía.
El día siguiente tendríamos cambio de actividades; fuimos citados a las 8:55 de la mañana en la
estación de trenes de Chiba. Tomaríamos el tren de las 9:05 rumbo a Tokio. Allí, visitamos las oficinas
de una fábrica en la que nos fueron mostrados algunos prototipos de máquinas en operación. En lo
personal, consideré que había sido de poco provecho aquella visita, sin embargo, rompía con la
monotonía y rutina de nuestras clases en el Poly.
Después de esto, tomamos un tren con rumbo a Odaiba (lugar que anteriormente había visitado con la
familia en compañía de Kaski y su novio Ichiro) y posteriormente el paseo en el monorriel para llegar
hasta un edificio en donde se encontraba un museo.
Dicho lugar me resultó más interesante que el anterior, pues la diversidad de maquetas y piezas que allí
mostraban la cultura japonesa antigua, me atraía con fuerza. Simuladores de naves, atracciones
científicas, etc., eran parte de lo que se podía apreciar en dicho lugar. Un par de horas después,
regresábamos al hotel.
Para el sábado, mis piernas aún presentaban dolencias como producto de la corrida del Poly al hotel el
pasado jueves, por lo tanto, decidí tomar un descanso a la vez que vaciaba mis cartuchos de la
videocámara al formato VHS con ayuda de la video casetera de Benjamín.
A las 6:30 de la tarde, coincidimos varios de
los compañeros en la recepción del hotel,
pues habíamos sido invitados por los
profesores Muraoka y Seki a ver el Hanabi
(festival de la pólvora, tal y como aquel
presenciado con la familia en la región de
Asakusa) en Port Tower en la propia ciudad
de Chiba.
Juntos caminamos por las calles de Chiba,
pero estas eran un río de gente y al igual que
en Asakusa, muchos de los japoneses
portaban prendas tradicionales de sus
ancestros.
Una vez que estuvimos reunidos con los profesores, buscamos un buen lugar para presenciar el
espectáculo. Luces multicolores iluminaron el cielo de Chiba, embelleciéndolo ante la mirada de
asombro de los presentes. Fuertes explosiones, esferas de luces, caras formadas en el aire por efecto de
los artesanos que trabajaron con aquellos fuegos artificiales, fueron parte del espectáculo que aquella
bella noche nos regalara Japón y muy en especial, Chiba y su gente.
En el transcurso de la hora y media que aproximadamente duró aquel gran espectáculo, degustamos
Okonomiyaki (aquel parecido a omelet que preparara Mayu durante la visita de mi familia en su
155
hogar), Gohan (arroz) y Takoyaki (especie de pulpo guisado en pequeños trozos) y curiosamente elotes
cocidos aunque con un sabor muy dulce.
Al tomar nuestro camino hacia el hotel, Seki nos cuestionó acerca de que si queríamos acudir a algún
lugar a divertirnos un rato y nuestra respuesta desde luego fue que éramos materia dispuesta. Habló en
Japonés con los otros profesores y concluyó comentando que visitaríamos un Karaoke.
Yo imaginaba que era una gran sala en donde desde un solo
aparato, alguno de los presentes seleccionaba una pieza y la
interpretaba a la vista y oídos del resto de los que allí estuvieran,
pero resultó ser un lugar con pequeñas salas de escasos 4 x 4
metros con el karaoke, un gran monitor de televisión, una mesa de
centro y un juego de sala pequeño.
Se cantó en japonés, inglés y español, siendo en todo momento el
centro de la diversión nuestro estimado profesor Seki, que cantó
“La vida Loca” tanto en japonés como en inglés, bailando de
manera muy curiosa y divertida. Comimos pollo, papas y helado,
acompañados de refresco y/o cerveza.
Diez minutos antes de las 12 de la noche nuestro tiempo se agotó
(dos horas) y tuvimos que abandonar el lugar. Saliendo del
karaoke, nos despedimos de los profesores y nos dirigimos hacia el
hotel Carlos, mi tocayo Marco Antonio, Jesús y yo.
En el lobby del hotel encontramos a Martín y a Benjamín y algunos permanecimos con ellos platicando
por espacio de una hora más.
156
COCOCIENDO ODAWARA Y HAKONE.
Pese a que la noche fue muy corta pues
entre el rato ameno con los profesores y los
compañeros en el karaoke y posteriormente
la plática sostenida con Benjamín y Martín
en el lobby, aquel domingo me levanté
temprano pues había decidido ir a conocer
Odawara, lugar en el que al parecer se
encuentra otro castillo con la arquitectura
del viejo Japón, que eran algunas de las
cosas maravillosas que aquel país más me
despertaban admiración y que consentían a
mi sentido de la vista.
Benjamín me había hecho el comentario de
que en compañía de Martín y Adelino irían
a Kamakura en aquella misma fecha y
como ambos lugares están hacia el mismo rumbo acordamos vernos en el lobby del hotel a las 10 de la
mañana. 10 minutos antes de la hora señalada les llamé por teléfono para saber si estaban listos, pero
resultó que apenas y se levantaban, por lo tanto, decidí emprender el viaje sólo.
Durante la semana pasada a aquel viaje, platiqué con la Coordinadora y fue ella quien me sugirió visitar
la región de Odawara y Hakone. Me decía que era una zona en donde podía apreciar muchos castillos y
templos como los que yo quería conocer.
Aquella mañana, primero me transporte a la ciudad de Tokio y posteriormente a Odawara. En este
lugar tomé un autobús para llegar primeramente a Hakone. Me encontré con un pueblo muy pintoresco,
con muchas casas que de alguna manera querían conservar parte de la antigua arquitectura. Un río
atravesaba aquel poblado verde por su exuberante naturaleza y sobre el río de lado a lado, se
encontraba un gran puente colgante, tan fuerte que a través de él podían además de las personas, pasar
vehículos. Yo me encontraba tomando fotografías desde uno de los extremos del puente cuando sentí
una fuerte sacudida en mis pies; era una pequeña vagoneta que iniciaba su trayecto sobre aquel
hermoso puente colgante. La sorpresa que me llevé fue mayúscula, pues no esperaba que también los
vehículos pudieran hacer uso de aquel medio.
Al no encontrar indicios de algún templo, me dirigí a una caseta de policía que había detectado al
descender del autobús. En el lugar me encontré con un agente que sólo hablaba su idioma y se inició lo
que llamaría intento de diálogo. Nuevamente mi pobre japonés, no permitió que aquel policía y yo,
lográramos ponernos de acuerdo.
Después de unos minutos de intensa lucha por comunicarnos, el japonés tomó su teléfono y puso en la
línea a otro agente con el que pude dialogar en inglés. Me explicó que en Hakone no existían castillos o
grandes templos, que para eso, debía tomar un autobús y viajar por espacio de una hora más.
Yo me encontraba ya muy retirado de la ciudad de Chiba y temía que avanzara la tarde y se me hiciera
tarde para mi regreso, por lo tanto, decidí retornar a Odawara.
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El Castillo de Odawara resultó ser muy parecido al de la ciudad de Chiba y de igual forma como en
otros casos, en el interior de éste, se podía apreciar diversos objetos que mostraban parte de la vieja
cultura del pueblo Nipón en un museo.
En los jardines que circulan al Castillo, se encontraba instalado un
pequeño zoológico y detrás de éste otro museo en el que si
permitían tomar fotografías y filmar video. De igual manera, en
una máquina de fotos instantáneas, los visitantes podíamos
tomarnos una foto colocándonos un casco de Samurai. Cuando la
máquina entrega la fotografía, se añadía como fondo la imagen de
aquel bello Castillo de la ciudad de Odawara.
Antes de retirarme de aquella ciudad, pude visitar un templo
Sintoísta en el que pude apreciar rasgos muy parecidos a los
encontrados en otros templos de aquella misteriosa y legendaria
religión.
Para regresar a la estación de Odawara, sólo tuve que caminar por
espacio de 10 minutos, mismos que disfrute apreciando la forma
de vida de las personas en provincia, lo cual dista mucho al ritmo
que llevan aquellas que habitan en el gran monstruo que es Tokio.
Recuerdo que llegue a la ciudad de Chiba ya siendo de noche y que me fui directo al restaurante BDLY
a disfrutar de un suculento espagueti con carne, pues el viaje había propiciado que el hambre
nuevamente visitara mis sentidos. En mi estómago sólo se encontraban aquel curry con arroz que había
desayunado y lo ingerido en Odawara en las afueras del Castillo.
158
ABSCESO DE JESÚS Y DE VISITA EN NIKKO.
Esa semana uno de los compañeros nos dio una sorpresa. Resulta que mientras todos tomábamos la
clase con el profesor Muraoka acerca de los PIC´s (circuitos integrados), a eso de las 10:30 de la
mañana de aquel lunes 5 de Agosto, Jesús se quejó de un ligero dolor en el estómago, lo alarmante era
que se le podía fácilmente percibir una bolita anormal, tal y como si fuera un absceso. De inmediato,
Keiko nuestra Coordinadora, indicó que iría con Jesús al hospital, éste último no tuvo opción más que
acceder ante lo señalado por la japonesa.
Muraoka era un profesor que sólo podía entender algunas cosas en inglés, más no era muy dado a
hablarlo (lo anterior lo supe por el profesor Seki), por lo tanto, durante sus clases, el trabajo de Keiko
debió ser extenuante, pues además de Coordinar las actividades del grupo, era nuestra traductora. Al no
estar ella ante el grupo, asignó a Martín para que apoyara a Muraoka Sensei en la traducción. Martín ya
había estado en otra ocasión en Japón por espacio de un año, tiempo en el cual tuvo la oportunidad de
adentrarse más en tan difícil idioma; así que tuvimos nuevo traductor.
A las 2:30 de la tarde, regresaban Jesús y Keiko. El primero traía un gran parche en la parte abdominal
de su cuerpo y nos comentó que le habían extirpado un absceso de grasa y que para eso le habían
practicado una incisión de aproximadamente dos centímetros.
Mis conocimientos acerca de la medicina son mínimos, sin embargo, bastaba ver la gasa llena de
sangre para saber que aún emanaba su cuerpo tan vital líquido producto de la herida.
Tanta era la exigencia de los japoneses que no permitieron a Jesús ausentarse de las clases pese a su
pequeña operación. Allí estaba, en el lugar de siempre, incomodado por la reciente herida cumpliendo
con el compromiso de hacer sus prácticas.
La tarde de aquel día sólo la dedique a conocer un poco más acerca de la ciudad de Chiba, para lo cual
tomé la bicicleta (adquirida nuevamente con Ando San, pero ahora sólo rentada) y recorrí algunas
calles. Después de un espacio de tiempo, tal vez una hora, fui a dar a la tienda en donde frecuentemente
adquiría CD´s de música, allí compré un par del grupo llamado B´Z, pues me había agradado su estilo
(aunque no entendiera las letras). Igualmente compré uno para el play station de mi hijo.
Nuestras prácticas acerca del conocimiento de los PIC´s continuarían al día siguiente en donde
Muraoka sumaría el armado de un kit para el control de un motor de los llamados paso a paso.
Jesús nuevamente fue al hospital y a su regreso nos comentó que le había extirpado otro pequeño
absceso. Keiko a su vez nos decía que el médico había dictaminado que el absceso era benigno, lo cual
tranquilizó un poco a Jesús.
Ese mismo día nos informaría Keiko acerca de una residencia que tendríamos en una empresa durante
toda una semana. En lugar de asistir a nuestras clases regulares en el Poly, nos trasladaríamos por tren
(seis estaciones) hasta el lugar en donde se encontraba la compañía. El horario se movería entonces 30
minutos debido a la distancia que recorreríamos (de 9:30 a 16:30).
Por la tarde de aquel martes, fui a visitar la tienda Yodobashi Kamera, lugar en el que se podían
adquirir aparatos electrónicos entre otras cosas. Necesitaba una pila para la video cámara con mayor
capacidad, pues la que traía de fábrica era muy pequeña y se descargaba muy rápidamente.
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Compré la pila y un reproductor de CD´s con MP3, cada uno en un precio de aproximadamente 10,000
Yenes (algo así como 700 pesos).
Por aquellos días mi familia se había trasladado a Cd. Valles, dentro del estado de San Luis Potosí en
México, pues al parecer había una fiesta dentro de la familia de mi esposa (los 15 años de Indhra, hija
de Pedro Corral, primo de mi esposa). Para llegar a dicha ciudad, se requería de cerca de cuatro horas
manejando, de las cuales, el 50% es de sierra, a lo que no estaba acostumbrada a manejar mi mujer.
Cuando se trasladó a dicha ciudad, su sobrino Luis Manuel manejó el vehículo, pero el regreso fue más
complicado. Uno de mis cuñados le había ayudado a manejar la parte de sierra, pero el resto resultaba
ser una nueva experiencia para ella y dos de mis hijos que la acompañaban. Yo en Japón no podía dejar
de pensar en como sería aquel regreso de la familia a casa y fue hasta aquella tarde en que pude leer en
un e-mail que todo había resultado conforme a lo planeado, que los nervios se portaron bien, que se
había hecho a la idea de que tenía que hacerlo y que debía ser fuerte. Hasta entonces, mi preocupación
por aquel viaje desapareció, aunque ahora pensaba en mi hija mayor que se había quedado unos días
más en Cd. Valles en casa de su tía Cruz a quien tanto quiere.
Se que mi mente guardará por siempre muchas de las cosas que viví y aprendí en mi gran experiencia
en el Japón, pero también sé que los momentos vividos al escuchar la voz de mi familia por el auricular
del teléfono o al leer los e-mail de los mismos o aquellos bellos chat en internet con mi esposa, serán
inmemorables. Cuando esto sucedía, para mí el sol brillaba más que nunca, la felicidad brotaba y
desbordaba por mis poros y creo que no lo podía ocultar. Todo aquello tan bello, opacaba los malos
momentos de tristeza, soledad y nostalgia que vivía en ocasiones. Sin embargo a poco más de un mes
para finalizar la capacitación, el amor por la familia y los seres queridos me hacía un llamado, de tal
manera que ansiaba ya estar con ellos nuevamente.
Aquel jueves 8 de Agosto, todos los compañeros regresamos puntuales al hotel, pues a las 5 de la tarde
nos visitaría un representante de la agencia de viajes encargada de proporcionarnos los datos para
nuestro regreso a casa. Para Adelino, Jesús y para mí, el itinerario sería el siguiente.
17:20 hrs. Narita - Los Ángeles. 11:15 hrs.
13:15 hrs. Los Ángeles – México 18:45 hrs.
En México yo continuaría hasta la ciudad de San Luis Potosí en el vuelo de las 21:00 hrs, y estar
posiblemente en casa cerca de las 10 de la noche. Éste último vuelo ya debía cubrirlo de mi bolsa y
tuvo un costo de 23300 Yenes (aproximadamente $1631).
Para el viernes 9 de Agosto, finalizamos en el Poly el tema de PIC´s con el profesor Muraoka, que
desde mi punto de vista resultó ser el mejor de los tres, pues manejaba muy bien los contenidos, los
manuales y la información facilitada.
Al finalizar la sesión, como en otras ocasiones, el profesor dio la instrucción de desarmar los elementos
electrónicos empleados en las prácticas, que limpiáramos la mesa y que aspiráramos nuestro espacio de
alfombra.
Aquella tarde fui de compras a algunos centros comerciales y adquirí un juego de ropa deportiva
(pants) que algunos días atrás había visto. Ya de regreso al hotel (a pie, pues la zona comercial estaba
muy cerca), en una tienda de aparador, descubrí unos conjuntos de short y camisola color negro, con un
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dragón bordado en la espalda en colores dorado y negro que a simple vista llamaron mi atención. No
resistí la tentación y de inmediato compré dos de aquellas bellas piezas, pensando en regalar uno a
alguno de mis familiares en México y otro para uso personal.
Una vez en el hotel, me probé los conjuntos a la vez que vaciaba lo grabado en la video cámara en
videos VHS con ayuda de la video casetera de Benjamín.
Actividades como la anterior eran algunas con las que en largos días podía invertir mi tiempo y no
dejar llegar la tristeza a mi cabeza. Me siento orgulloso de haber vivido la experiencia de estar en
Japón, sin embargo, al paso de los días y meses, los recuerdos de mi gente en más de una ocasión me
hacían pasar malos momentos de nostalgia.
Nuevamente como en otros fines de semana, mis planes fueron de visitar lugares que mostraran la
cultura antigua del Japón. Odaki Keiko, nuestra coordinadora, siempre nos apoyó además de la
traducción de las clases del japonés a español, brindándonos información acerca de posibles lugares
para visitar. Aquella semana me había comentado que existía un lugar maravilloso llamado Nikko y
que no podía dejar de visitarlo. Nunca imaginé que aquel sábado 10 de Agosto, me llevaría una de las
sorpresas más agradables durante mi estancia en aquel país oriental.
A las 7:35 de la mañana ya me encontraba yo dentro del tren que me transportaría primeramente a la
estación de Asakusa Bashi para luego transbordar.
Un poco más tarde 9:28 para ser precisos, ya me dirigía de Asakusa Bashi a Nikko. Keiko me había
dicho que el viaje era largo, algo así como dos horas con quince minutos y eso me preocupaba un poco,
pues pensaba en el horario para el tren de regreso a Chiba.
En la estación de Asakusa se me había acercado un señor japonés ya entrado en años y en inglés
iniciamos una plática. Me comentaba acerca de todo lo que encontraría en Nikko, de lo bello que le
resultaba a él y a la mayoría de los japoneses, pues decía que era una gran extensión de terreno en el
que habían sobrevivido muchísimos templos y construcciones de la antigua arquitectura de su país. Las
palabras de aquel hombre de baja estatura, despertaban más mi interés por conocer Nikko. Nos
despedimos cuando nos disponíamos a abordar el tren.
La primera estación que encontramos en el camino se llamaba Kita Senju y cuanto más avanzaba el
tren, Japón me mostraba sus llamativos sembradíos de arroz que se extendían como alfombras verdes a
ambos lados de las vías de aquel tren.
En punto de las 9:47 de la mañana nos encontrábamos frente a la estación de Kasukabe y poco más
adelante (9:54 a.m.) la de Tobodobotsu. Koen (Koen significa parque). El tren partió de aquella
estación y aquel señor japonés con el que había iniciado diálogo en Asakusa Bashi, se sentó en un lugar
frente a mí.
El tren para entonces pasaba por un puente sobre un río y el japonés citó que era el segundo río más
extenso en Japón, que se llamaba Río Tone y que medía 315 kilómetros (río en japonés es Kawa).
El nombre de la siguiente estación además de ser difícil de leer, lo era también para pronunciar;
Itakuratoyoudaimae y eran precisamente las 10:16 de aquella mañana cuando la visitábamos y las
161
10:27 cuando lo hacíamos en Shin Ooirashita, lugar en el que pude apreciar una de las fábricas de la
conocida marca de aparatos electrónicos Hitachi.
Por despedirme de aquel japonés, no me percaté del nombre de la estación en donde descendía. Como
muestra de amistad, regalé al mismo una postal de nuestro país.
La siguiente parada para los que viajábamos
aquella mañana fue en la estación de Shinto
shigui y para entonces eran ya las 10:34 y a
las 10:49 visitábamos Shinkanema, región
en la que se pueden apreciar en diferentes
momentos a través de la ventanilla,
hermosas zonas boscosas.
La estación Shimo imaichi fue visitada en
punto de las 11:05, lugar pintoresco
rodeado de montañas y paisajes
tremendamente verdes, que mostraban la
faceta provinciana del Japón.
En otras ocasiones durante los viajes
realizados a otros lugares dentro del Japón,
había podido observar bellezas de castillos, construcciones con pagodas, templos budistas y sintoístas,
sin embargo, en la mayoría de los casos se trataba de un solo castillo o si acaso un par de
construcciones (exceptuando a Narita), pero Nikko era otra cosa.
La vida y todo lo que se vio inmerso en que pudiera realizar aquel precioso viaje a tan lejano país, me
permitían experimentar la sensación de recorrer cientos de metros admirando una belleza
indescriptible. No tengo las palabras ni el conocimiento suficiente para poder escribir y plasmar en
unas cuantas líneas lo que aquella mañana el destino colocaba frente a mi.
Grandes templos en los que se podía percibir una sensación nunca antes vivida. Verdes jardines con
elementos arquitectónicos tradicionales japoneses por doquier.
Puentes, entradas en forma de arcos, torres y edificaciones en una gran variedad de coloridos que
hacían saltar el corazón por tanta emoción percibida. No podía dejar de admirar todo lo que enfrente, a
los lados y detrás de mí se encontraba.
Tanta era la emoción, y tantas las fotografías y grabaciones hechas que olvidé que había que
alimentarme.
Dentro de aquel gran lugar (pues está cercado por rejas y paredes en un gran parque), había diversos
carros ambulantes que ofrecían diferentes bocadillos a los visitantes, así como también algunas
bebidas. Me decidí por Tsukune que ya en otras ocasiones había probado y me habían resultado
agradables. El tsukune se prepara de manera parecida a los alambres que podemos degustar en México.
Se pueden adquirir de pollo y res principalmente bañados en salsa de soya que les da un toque especial
en el sabor.
162
Andando por algunos de los pasillos de aquel tremendo lugar, se acercaron a mí un par de muchachas
con rasgos orientales y me preguntaron que de que país provenía (en inglés). Una vez que contesté me
comentaron que eran de Corea pero que radicaban en Tokio. Sólo cruzamos unas cuantas palabras y
enseguida cada quien tomó su camino.
De igual manera, un matrimonio de jóvenes
japoneses con un par de niños me hicieron la
misma pregunta y me pidieron que si les
permitía tomar una foto junto a sus hijos,
accedí con agrado y yo hice lo mismo con mi
cámara. Después de las fotos, uno de los niños
me obsequió una postal hecha a mano con un
adorno en papiroflexia (origami), por mi parte,
entregué a los mismos una postal de nuestro
país.
El tiempo pasaba volando y la tarde empezaba
a caer. Me acerque a un japonés que era
acompañado por un chamaco tal vez de
catorce años de edad para preguntarle por la
salida de aquel gran lugar (inicialmente hice la pregunta en japonés). Muy gentilmente me indicó la
dirección a la vez que me preguntaba que hacia donde me dirigía (pero ya la plática era en inglés). Le
expliqué que hacia Asakusa para posteriormente dirigirme a la ciudad de Chiba. Me indicó que el
también ya se retiraba del parque y que si yo aceptaba, el me llevaba en su vehículo hasta la estación.
Para mi era una oportunidad más para dialogar con gente de otros lugares de aquel país tan
excepcional.
Durante el corto recorrido entre el parque y la estación (que a mi llegada me había costado 20 minutos
de caminata), la plática se centró en comentarios acerca de lo visto en Nikko.
Una vez en la estación, nos despedimos, agradeciendo el gesto de aquel japonés al ofrecerse a
transportarme hasta ese lugar.
En punto de las 5:04 P.M. el tren abandonó la estación de Nikko, lugar en el que no volví a estar y que
representaría el lugar más atractivo hasta aquel entonces visitado. Dentro del tren, volví a encontrar al
par de jóvenes coreanas y el regreso se hizo más corto con la plática.
En Asakusa me despedí de las coreanas y obsequié a las mismas una postal mexicana. En ese
momento, aquellas muchachas hablaron entre sí en su idioma y metían sus manos en sus bolsos, a lo
que imaginé que de alguna manera querían corresponder al presente entregado de mi parte. Se
disculparon por no tener algo para obsequiar y como muestra de agradecimiento me pidieron que
aceptara una pequeña caja de goma de mascar de Corea, que por cierto aún conservo como recuerdo de
aquellas compañeras de viaje.
Por mi parte, lo primero que hice en Asakusa fue localizar la línea, andén, tren y horario en que salían
los trenes a Chiba y una vez identificados cada uno de éstos, me dirigí a un pequeño restaurante a
comer, pues los tsukune habían hecho digestión rápidamente debido al gran ejercicio de caminata
practicado dentro del parque en Nikko.
163
Pocos minutos después de las 9:30 de la noche entraba al Toyoko Inn hotel en Chiba, voy a mi
habitación, dejo mi mochila con las cámaras y bajo a las computadoras para checar el correo
electrónico encontrando algunos de mi esposa, mi hijo Toño, mi hermano Willy y mi sobrina Lety (la
Beba). Desde luego que mis respuestas a cada uno de ellos versaron sobre mi reciente y maravilloso
viaje a Nikko.
Aquella noche, el dormir fue una actividad fácil de lograr debido al cansancio, sin embargo, había
valido la pena tanta actividad.
164
FIESTA MEXICANA, ESTADÍA EN KENTAC, KAMOGAWA Y CASI DE REGRESO.
La noche de aquel sábado 10 de Agosto, algunos de los compañeros habían decidido transportarse hasta
la cima del Monte Fuji, actividad que al pueblo japonés le fascina realizar, pues el amor a dicha
montaña es inmenso. Debido a esto, la mañana del domingo sólo algunos de nosotros nos
encontrábamos en el hotel. Yo había acordado con Adelino ir a misa en una iglesia ubicada en el
corazón de Tokio. Jesús por su parte, continuaba delicado por lo de su herida y no podía tener
demasiada actividad, entonces decidió permanecer en el hotel descansando.
A las 13:30 de la tarde era la misa y nosotros llegamos al lugar poco antes de dicha hora. Yo no
olvidaba, que para la misma fecha era el cumpleaños de mi hijo Antonio, sentía alegría por su
cumpleaños, pero a la vez tristeza por no poder estar con él en esa importante fecha dentro de la
familia.
La iglesia era una gran construcción modernista y dentro de ella encontramos mucha gente de
diferentes nacionalidades, sobre todo latinos, pues la ceremonia sería en español. Al salir de misa,
escuchamos hablar a una señora en español a la cual nos acercamos Adelino y yo a solicitarle que si
nos podía tomar una fotografía junto a unos africanos que portaban prendas de vestir distintivas de su
país. Ésta accedió y posterior a la foto, entablamos una conversación que sería la pauta de un gran día
para Adelino y para mí.
La mujer nos presentó a su marido
diciéndonos que ella era Colombiana y él
Puertorriqueño. Al saber que nosotros
éramos mexicanos, nos dijo que
precisamente en ese instante, ellos se
dirigían a una fiesta de una señora también
mexicana llamada Clarita que en aquella
fecha cumplía años. Al instante nos invitó a
acompañarlos diciéndonos que seríamos
bienvenidos y que seguramente a su amiga
le daría mucho gusto conocer a dos
paisanos. Adelino y yo volteamos a vernos,
no teníamos planeada otra actividad, pero
no sabíamos con que clase de gente
estábamos tratando, sin embargo aquella
Colombiana dijo unas palabras mágicas que
fueron convincentes: “Va a haber comida mexicana, un trío, cerveza corona y tequila”.
Minutos después abordábamos su vehículo y nos trasladábamos a la región de Ropongui que es una
zona en la que se encuentran ubicados centros nocturnos, bares, salones de baile, discos e innumerables
comercios, algo así como una zona rosa.
El salón era muy pequeño, tal vez 4 x 10 metros e inicialmente sólo se encontraban en él algunas tres
personas.
Efectivamente, aquella mujer tal vez de 46 años de edad, mostró mucha alegría cuando la Colombiana
nos presentó ante ella. Nos presentó a los presentes dentro de los que se encontraba el dueño del lugar;
165
un japonés que en alguna ocasión había vivido en México y por lo tanto hablaba un poco nuestro
idioma.
Pasaron los minutos y sin darnos cuenta aquel lugar se lleno de gente de diferentes países como Cuba,
Perú, Ecuador y desde luego de Japón. Gozamos de una excelente fiesta estilo mexicano. Comimos
chicharrón en salsa verde, totopos, arroz (con recaudo y no estilo japonés), guacamole, tortillas de
harina, chiles en vinagre, salsa roja, frijoles, queso y otras cosas más.
Tal y como nos lo había comentado aquel matrimonio que nos invitó, cantamos algunas piezas
acompañados de un trío de mexicanos radicados en Japón, al tiempo de que algunos bebían cerveza
corona y otros tequila cuervo especial.
Sólo estuvimos hasta las 7 de la tarde, pues a esa hora se acababa la renta de aquel pequeño salón.
Agradecimos a todos el habernos invitado, nos despedimos y el tiempo restante hasta antes de las 11 de
la noche, lo dedicamos a conocer los alrededores de aquella interesante zona. Antes de las 12 de la
noche, ingresábamos al hotel con un buen sabor de boca.
Al día siguiente habíamos sido citados por Odaki en la estación de trenes de Chiba a las 8:30, pues nos
trasladaría hasta la empresa en donde haríamos nuestra residencia por espacio de una semana, por lo
tanto y por la cercanía de la estación al hotel, me levanté un poco más tarde de lo habitual (7:30 a.m.).
Después de seis estaciones (aproximadamente media hora pues las estaciones estaban un poco retiradas
una de otra) llegamos a Anegasaki y caminamos por espacio de algunos diez minutos hasta detenernos
frente a un pequeño edificio en el que laboraban solamente 40 personas en una compañía de nombre
Kentac.
Nos explicaron que su giro era la fabricación de materiales didácticos para escuelas en las que se
enseñaba electrónica.
Nos mostraron el programa y algunos
sentimos una combinación entre decepción y
frustración, pues los equipos son muy
costosos y sólo trabajan cuando se tienen
interconectados varios de ellos y poca
aplicación podríamos encontrarle en nuestro
trabajo. Sin embargo, el interés por conocer
la forma de trabajo de aquellos japoneses en
su propio ámbito, nos impulsaba a poner todo
el empeño posible.
Nos dieron la tarea de construir una tarjeta
electrónica que requiere de una interfase muy
cara para poder controlar otros equipos desde
una computadora. La actividad en todo aquel
día se concretó en soldar dispositivos electrónicos en una tablilla fenólica con ayuda de un cautín. A las
4:30 de la tarde, regresamos al hotel.
166
A partir del día siguiente, ya no necesitamos de la Coordinadora como guía para llegar a la empresa,
pues era una actividad relativamente sencilla. Nuestra hora de entrada sería a las 9 de la mañana y la
tarea para aquel martes era concluir la tarjeta.
Me sentí orgulloso cuando terminé mi trabajo sólo después de Martín y Gilberto que fueron los
primeros en hacerlo. Posteriormente se sumaron Leonardo, Jesús y mi tocayo Marco Antonio.
Ese mismo día nos confirmaron el hecho de que para el miércoles, seríamos conducidos en vehículos
de los trabajadores hasta un Acuario en una región conocida como Kamogawa. Keiko nos comentó que
se trataba de un paseo muy interesante y que lo disfrutaríamos bastante. Para mí, aquel martes 13 de
Agosto representaba también una fecha que me recordaba que si todo salía según lo planeado, dentro
de un mes estaría tomando el vuelo de regreso a casa.
Siempre fue una fuerza impulsora y motivante el hecho de recibir correos electrónicos de parte de la
familia, amistades y conocidos, aquella tarde pude contestar algunos de mis hijos Toño y Marysol,
además de uno de mi hermana Xóchitl, que en todo momento mostraron interés en las actividades y
experiencias que estaba viviendo en aquel país.
A la mañana siguiente, entre algunos compañeros habíamos acordado asistir a la empresa en shorts,
pues la visita al Seaworld en Kamogawa se prestaba para dicha clase de ropa.
Fuimos distribuidos y transportados en camionetas (Van) de los trabajadores; yo me sumé a Benjamín,
Martín, Jesús y Adelino en la que conducía el propio Gerente de aquella pequeña empresa.
El recorrido fue de aproximadamente una hora y media y pudimos apreciar muy de cerca la provincia
japonesa, fuera de aquellas grandes ciudades saturadas de enormes edificios, avenidas y vehículos.
Durante casi todo el recorrido, a ambos lados de la carretera pudimos apreciar grandes sembradíos de
arroz, que representa la base de la alimentación de aquella población.
Nuestro recorrido por el acuario fue muy divertido e interesante. En él, pudimos apreciar delfines,
orcas, peces tropicales dentro de otros.
A poco tiempo de haber ingresado, Keiko regresó a Chiba con Jesús, pues éste tenía cita con el médico
que le daba seguimiento al tratamiento a su herida. Yo había andado con ellos y al retirarse ambos,
continué con Fernando y con el tocayo.
Compramos un par de cervezas, sólo unos cacahuates, pues ya habíamos comido en el interior. Nos
trasladamos hasta una playa cercana a aquel precioso acuario con la intención de pasar un rato
agradable observando el oleaje de aquella costa oriental, sin embargo el fuerte calor emitido por los
rayos del sol nos convenció de terminar brincando en aquellas olas que ofrecían su espectáculo para
nosotros.
Antes de partir a Kamogawa, nos habían comentado que la transportación sólo sería de ida y que para
regresar debíamos tomar el tren, por lo tanto en punto de las 6:30 de la tarde decidimos iniciar nuestro
regreso a Chiba.
Nuestro tren salía a las 7:03 y el recorrido tardaría aproximadamente dos horas y media.
167
Al igual que niños que acuden a algún
balneario o playa a divertirse y que de
regreso en el carro de papá se duermen por el
cansancio, tanto el tocayo, Fernando y yo,
nos cabeceábamos dentro del vagón de aquel
tren y sentíamos el ardor característico en la
espalda producto de las quemaduras
provocadas por el exceso de exposición de la
piel a los rayos solares.
Ya había tenido oportunidad de conocer
otras dos playas en Japón, sin embargo, esta
rebasaba a aquellas en cuanto a su belleza,
pero por comentarios de los japoneses y por
lo que se puede ver en documentales y
libros, ninguna de las playas en aquel país supera a las de la isla de Okinawa al sur del Japón (pero
nunca fui hasta aquel destino).
A las 9:45 de la noche ingresábamos al hotel y una vez que tomé un baño, me trasladé a pie a un
pequeño negocio (súper) cercano con la intención de recargar la tarjeta telefónica Brastel que me
permitía hablar hasta por 50 minutos a México por un costo de 2000 yenes ($140 aproximadamente).
La telefonía en Japón, al menos para larga distancia empleando dicha tarjeta resultaba muy económico.
A mi regreso al hotel, me comuniqué a casa y sólo encuentro a mi hija Marysol con la cual entablo una
pequeña conversación. Posteriormente llamé a casa de mi madre y su emoción al escucharme fue
notoria. No cesaba de preguntarme acerca de mi estado de salud, de que si estaba comiendo bien, de
cómo era el clima, en fin, todo lo que una madre preguntaría a un hijo cuando ha dejado de verlo por
espacio de cinco meses (hasta esa fecha).
La mañana siguiente me levanté muy temprano (5:30 a.m.), pues tenía cita con mi esposa por internet,
para ella a las 4 de la tarde del miércoles 14 y para mí las 6 de la mañana del jueves 15. Nuestro
diálogo se prolongó cerca de dos horas, tanto que ya no tuve oportunidad de desayunar. Salí a las 8:05
del hotel sabiendo que el tren partía en punto de las 8:19 como cada mañana. Ya dentro de la estación
de trenes sólo pude comprar un jugo y un pan. Pude haber invertido un poco más de tiempo y tomar el
desayuno pero hubiera perdido aquel tren y en el siguiente ya no hubiera sido posible llegar a tiempo a
la empresa.
Todas las mañanas teníamos de visita en la empresa a una empleada del grupo Yakult, que ofrecía
productos de dicha compañía. Al recordar que no había tomado los alimentos aquella mañana, compré
algunos de aquellos yogurt para que mi estómago no fuera a resentirse por la carencia de alimentos.
Eso si, a la hora de la comida di a mi organismo todo lo que quiso cuando fuimos a un restaurante de
comida china.
Ya de regreso en la empresa, dedicamos el tiempo restante a trabajar con un software para el control de
la tarjeta que habíamos fabricado. Con esto, la actividad académica dentro de Kentac había terminado;
al menos por aquel día.
168
Esa misma tarde al checar mi correo en las computadoras del hotel, encontré algunos de una compañera
de trabajo llamada Rosy Carrizales, de mi sobrino Miguel Antonio y de una buena amiga de nombre
Silvia Luna, quienes en todo momento daban ánimo y fuerza para continuar en mi travesía.
Para aquellas fechas, las cosas en casa en México no andaban bien. El viernes 16 de Agosto, me
levanté un poco antes de lo habitual con el fin de revisar mi buzón en el correo electrónico. Encontré un
e-mail de mi esposa en donde me decía que ya no podía con la situación. Que en citadas ocasiones los
hijos le habían puesto los nervios de punta y que estaba a punto de explotar.
Resulta que por diversas causas, varios acontecimientos sucedieron de manera paralela y para mi
esposa no podía superarlos y encontrar solución a ellos.
Una vez que leí aquella infortunada carta, subí a mi habitación e hice una llamada telefónica para
obtener detalles al respecto. Dicha llamada sólo confirmó lo que aquello texto en internet manifestaba.
Mi hija Lety sufría de exceso de temperatura corporal, seguramente provocada por alguna infección. A
mi hija la mayor, Marysol, le habían brotado una especie de alergia en el cuerpo que se manifestaba
con erupciones cutáneas de aspecto desagradable. Y por si fuera poco, mi esposa padecía de fuertes
dolores en la boca del estómago.
Tal situación, ante la imposibilidad de hacer algo más que el simple hecho de ofrecer consejos a través
del teléfono, me hicieron recorrer los más inhóspitos rincones de mi cerebro en busca de una posible
solución. Recuerdo que aquella tarde de prácticas en la compañía Kentac, fue un martirio para mí
cuando al quererme concentrar en los trabajos asignados, no resultaban como deberían ser.
Sin pensarlo más, comenté los hechos a la Coordinadota Keiko solicitándole información acerca del
proceso a seguir para regresar a mi país antes de culminar el programa de capacitación en aquel lugar.
Seriamente me dijo que en años anteriores ya habían surgido casos parecidos de becarios que querían
regresar, pero me comentó, que el proceso ante JICA no era tan sencillo y que la respuesta tardaba en
ocasiones poco más de cuatro días. Así mismo, me mencionó el hecho de que se habían otorgado los
permisos respectivos para retornar a su país de origen a aquellos participantes que por causas extremas
e irreparables debían hacerlo (fallecimiento de algún miembro de sus familias). Me dio a entender que
mi situación era difícil, pues las causas aún no eran preocupantes y sugirió que esperara un par de días
para ver si la situación en mi familia mejoraba al menos un poco.
Sus palabras me convencieron. Me dediqué a los circuitos electrónicos con los que trabajábamos y
como pude, salí adelante con el trabajo asignado para aquel día.
Al llegar al hotel, vuelvo a visitar las computadoras del mismo, con el fin de brindar nuevamente apoyo
a mi esposa, aunque de antemano comprendía que sólo era de manera emocional, pero que algún
impacto debía de tener.
Estaba dispuesto a pasar el fin de semana en espera de la respuesta de mi esposa y saber acerca de su
estado de ánimo, pero analizando bien la situación, me di cuenta que de poco serviría el hecho que
estuviera en la habitación del hotel encerrándome en mi mismo. Decidí visitar la plaza de Parco en
donde según las recepcionistas del hotel, habría un festival llamado de “Las tres generaciones”.
169
Pude apreciar a diversos jóvenes orientales interpretando melodías en un divertido concurso en dicha
manifestación artística. Algunos de ellos empleaban pistas o bien tocaban la guitarra en sus
participaciones.
Aquella fue una oportunidad única para apreciar los diversos ritmos y estilos de las melodías japonesas.
De igual forma, pude distinguir los atuendos que la juventud de aquel país elegía para sus
presentaciones el certamen que se presentaba aquel sábado 17 de Agosto.
Estuve apreciado a muchos de aquellos talentos hasta casi las tres de la tarde y entonces retorné al hotel
para ingerir mis correspondientes alimentos del medio día. Una vez hecho lo propio al respecto, tomé
nuevamente la ruta (dos cuadras) que me conducía hasta la plaza Parco, con la intención de seguir
apreciando el festival. De momento creí que el concurso había concluido y que posiblemente habría ya
otro evento. Sin embargo y para mi sorpresa, aquella maratónica competencia, continuaba aún.
La noche empezaba a caer cuando los finalistas fueron presentados. Éstos hicieron acto de presencia y
el jurado dio su veredicto, resultando triunfadores, dos jóvenes que a dúo se habían ganado tan
privilegiado primer lugar.
Aquella fecha, tanto al medio día como por la noche, había revisado el buzón del correo electrónico en
el sistema de Internet, más no había encontrado carta alguna de parte de mi mujer. No tuve otra opción
que esperar al domingo.
170
TRES GENERACIONES Y TAIKO.
Aquel Festival de las tres Generaciones estaba programado para ofrecerse al espectador tanto el sábado
como el domingo. Yo continuaba sin recibir noticias de mi casa y entonces volví a la plaza Parco para
apreciar el espectáculo que aquella mañana me ofrecía el Japón.
Me llevé una sorpresa mucho más grata que el día anterior, pues pude observar diversos bailables
tradicionales del Japón, rockeros (claramente bajo una influencia Americo-Inglesa), orquesta de
metales, desfile, carruajes con adornos tradicionales, pequeñas carpas ofreciendo productos
alimenticios nacionales, bazar (free market o bien algo así como un tianguis) y otras cosas más. Pero lo
que más me impactó fue un grupo de jóvenes que interpretaban melodías con tambores (taiko) de
diversos tamaños. La diferencia en el diámetro del tambor, así como la altura del cuerpo de los mismos,
propiciaba que las notas sonoras de los mismos fueran diferentes. Bajo una coordinación increíble, las
interpretaciones desarrolladas sorprendías a los mismos japoneses que al igual que yo, no dejaban de
filmar o tomar fotografías, pese a la lluvia que por momentos quería entorpecer el festival de aquel
bello pueblo Nipón.
La energía empleada, la concordancia de los sonidos, la sincronización en los movimientos y el
entusiasmo impuesto al realizar su actividad, se manifestaba en un gran espectáculo que apreciábamos
los que aquel día nos concentramos en ése lugar. Algo que hacía que el número más luciera además de
la sincronía en los sonidos emitidos por aquellos tambores, era el hecho de que se sumaban también los
movimientos semi marcialístas que los jóvenes hacían con brazos y piernas al golpear el cuero de
aquellos instrumentos musicales, que en conjunto hacía confundirlos con alguna disciplina
precisamente de arte marcialistas experimentados.
No quería despegarme de aquella plaza ni un
solo momento pese a la ligera lluvia que por
momentos nos visitaba y perderme con esto
de alguno de los números que se presentaban
al público de la ciudad de Chiba, por lo tanto,
a la hora de los alimentos, me dirigí siempre a
los puestos que ofrecían éstos y ahí, en el
centro de aquella ciudad y ante un abanico
cultural japonés, comía de aquellos que
parecían agradables al paladar. Dentro de
dichos bocadillos, encontré el Okonomiyaki
que con anterioridad Mayu, esposa de
Yoshiaki (mis anfitriones en la estancia
japonesa o Home Stay) había enseñado a mi
esposa a preparar (y que actualmente aún
prepara en casa para nosotros).
De aquella noche, sólo recuerdo que el cansancio provocado por estar de pie la mayor parte del día, de
caminar de un lugar a otro para realizar filmaciones o tomar fotografías, habían logrado una enorme
fatiga en mis extremidades inferiores, mismas que encontraron el descanso hasta cerca de las once de la
noche de aquel domingo.
171
Victima del sueño y de la pesadez, producto de la ardua actividad del día anterior, el lunes como otras
mañanas abrí los ojos por primera vez por el ruido intermitente del despertador que quebrantó e
interrumpió la etapa de reproducción de la energía necesaria para el día que iniciaba. Los residuos de
cansancio por lo antes citado, hicieron que mi mano se extendiera hasta alcanzar el aparatejo y
oprimiera con uno de mis dedos el botón que interrumpía aquel lastimero sonido ensordecedor. Mi
mente por su parte, emitía la orden al cuerpo, que permaneciera aún en cama tal vez por sólo cinco
minutos mientras lograba despertar al resto de los componentes del organismo.
172
DE VISITA EN SMC Y CENA CON SEKI.
Fue hasta casi las ocho de la mañana cuando abrí los ojos por segunda vez y sabedor de que la hora de
entrada al Poly era justo a las nueve, impuse velocidad en cada movimiento de mi cuerpo con la
intención de evitar un retardo a las sesiones.
Tomé el desayuno en el pequeño restaurante del hotel, tomé mi bicicleta y salí lo más rápido que pude
rumbo al Politécnico.
Aquel día retornaron las clases con el profesor Kodama (el mayor de los tres instructores) y
continuamos con un tema que semanas atrás se había iniciado llamado LabView el cual consiste en el
manejo de un software específico para el control y monitoreo de maquinaria desde una PC.
Al medio día, comería lo que hasta aquella fecha fuera para mí lo más aceptable dentro del restaurante
del Poly. Consistió en un caldo (que por cierto nunca supe de que estaba hecho y como en la mayoría
de los casos me sucedió), carne de puerco molida y empanizada con ensalada, una especie de tamales
en hojas de repollo también con carne molida de puerco en su interior bañados con un caldo muy
sabroso (del cual tampoco supe sus ingredientes) y desde luego que todo esto acompañado del
tradicional arroz.
Fue hasta aquel lunes 19 de Agosto cuando recibí noticias por internet sobre mi familia explicándome
que las cosas habían mejorado bastante gracias a la ayuda de familiares y amistades cercanos. Lo leído
aquella tarde en mi correo, propició que la calma inestable del último par de días desapareciera y que
su lugar fuera ocupado por una tranquilidad aceptable.
24 horas después al platicar con Adelino y Jesús, me enteré de que ambos viajarían conmigo de regreso
a México, vía Los Ángeles. De hecho Adelino comentaba que si en él estuviera el poder de decisión,
preferiría retornar el día 12 (fecha de culminación del entrenamiento) pues al parecer su esposa se
encontraba delicada de salud. Sin embargo, la opinión de Keiko, nuestra coordinadora, fue rotunda al
decirle a éste que no podía ser como el lo deseaba; así que lo más que pudo hacer aquel buen
compañero de Chiapas fue regresar hasta un día después junto a Jesús y conmigo. Por otro lado,
Adelino no estaba seguro de que hubiera viajes a Los Ángeles diariamente como para poder adelantar
el vuelo un día; sabíamos que de México a Japón los había dos veces a la semana, pero de regreso ni
idea teníamos. Tal vez buscando conexiones por otros destinos pudiera haber hecho su vuelo, pero la
organización japonesa a través de Keiko, lo impidieron.
El miércoles 21 de Agosto nos confirmaron en el Poly que para el día 26 de Agosto realizaríamos un
viaje de estudios y turístico (aunque éste último calificativo los japoneses no lo decían exactamente de
esa manera) por cinco días a la ciudad de Nagasaki, por tanto, el tiempo para realizar el trabajo final
que inicialmente había sido solicitado por el profesor Kodama se veía recortado. Por mi parte no sentía
presión alguna, pues el hecho de capturar hasta aquella fecha el total de sesiones (insertando
fotografías, diagramas, esquemas y dibujos) dentro de aquella institución anfitriona, me daba una calma
extrema. Día a día de cada semana y poco a poco, había ido imprimiendo las páginas de aquel
extenuante trabajo que me hacía sentir orgulloso.
En esa misma fecha, la coordinadora y traductora de nuestro curso, Odaki Keiko, nos entregó un total
de 8 hojas que había que contestar. Se trataba de una evaluación final al entrenamiento, instructores, al
trabajo de la coordinadora, a la institución, el programa de estudios y la logística en general. La entrega
173
de los formatos podía ser hasta estar de regreso de nuestro viaje a Nagasaki en la isla de Kiushu (una de
las cuatro más grandes del Japón).
Para dicho viaje, las pertenencias que no viajarían con nosotros serían resguardadas en un espacio que
la administración del hotel nos había asignado (la mayoría de nuestras cosas, pues sólo llevábamos lo
necesario para cinco días), por lo tanto, desde aquel miércoles, los compañeros al igual que yo,
empezamos a empacar todo aquello que se quedaría en aquel lugar (algunos tenían un mundo de cosas
en sus habitaciones).
También por aquella fecha, muchas de mis prendas de vestir ya mostraban detalles que me invitaban a
dejar de usarlas (tirarlas), producto del uso contínuo y de las voraces aspas de las lavadoras que se
habían usado para su lavado. Al estar empacando, las fui eliminando pues ya no tenía caso retenerlas
un día más y que sólo resultaban peso y espacio en mis maletas. Otras más, se conservaban en buen
estado, pues mi esposa al visitarme, había llevado consigo algunos cambios de ropa con la intención de
variar un poco mi atuendo y de romper con la monotonía y cotidianeidad de mí vestir.
A la mañana siguiente y después de un largo chat por internet (una hora y 45 minutos), salí rumbo a la
estación de trenes de la ciudad de Chiba, pues aquel jueves 22 de Agosto visitaríamos la empresa SMC
en otro destino.
Viajamos casi por un espacio de tiempo equivalente a dos horas y dentro de nuestro recorrido
transbordamos en tres ocasiones para llegar a la estación de Toride. En ese lugar fuimos recibidos los
once mexicanos y nuestra coordinadora Odaki, por algunos representantes de la compañía citada.
Keiko nos comentaba que inicialmente se había hecho la propuesta que desde la estación en que nos
encontrábamos seríamos llevados a la empresa por un autobús de la misma, sin embargo, algún tipo de
problema había sufrido el mismo ya que aquel viaje a final de cuentas se realizó en taxis.
La visita se realizó de manera semejante a
como se hacen en nuestro país. Fuimos
reunidos en una sala y un japonés expuso
el giro de la empresa, algunas estadísticas
y características de los productos que
elaboraban. Posterior a las explicaciones
emitidas por aquel personaje, nos fue
presentado un video informativo y por
último, un recorrido por las instalaciones
de la compañía.
La hora de comer llegó mientras
estábamos en la empresa (12:00 p.m.) y
en ese mismo lugar tomamos nuestros
alimentos. Posterior a la comida, fuimos
transportados hasta una compañía del grupo de aquella gran empresa, pero esta vez si lo hicimos en el
autobús antes esperado. El recorrido fue relativamente corto, pues sólo tardamos escasos 20 minutos
para estar frente a aquella empresa.
174
Otra reunión, otro recorrido y después a la estación de Toride nuevamente en el autobús. Esta vez,
antes de retirarnos, los empresarios nos obsequiaron una hermosa pluma con las iniciales SMC de tan
interesante compañía fabricante especialmente de equipos neumáticos entre otros.
Ya de regreso al hotel en la ciudad de Chiba, acordé con Jesús (el Talibán mayor) ir a las tiendas de
electrónica pues quería comprar algunos de dichos artículos. La tienda elegida fue Yodobashi Kamera.
Aquella tarde adquirí un teléfono inalámbrico, un lector de memoria de la cámara fotográfica, y un
radio despertador.
Una vez en el hotel, al igual que la mayoría de los compañeros, Jesús y yo continuamos empacando las
pertenencias que no viajarían con nosotros a la ciudad de Nagasaki la próxima semana.
Al día siguiente tomaría un trago amargo con la familia. En aquellas fechas mi esposa me comentaba
acerca de algunas acciones poco disciplinadas que mis hijos habían estado realizando en torno a la
conducta. Eran las 6 de la mañana (en Japón) cuando conectado a Internet y por medio de un chat, que
mi esposa seguía manifestando los serios problemas que tenía para controlar la conducta de los hijos.
Pedí a ésta que los llamara a su lado pues quería comentarles algunos puntos a través de aquellas
máquinas electrónicas que fungían como medio de comunicación.
Tanto era mi enojo, que aquel comentario que inicialmente emití, se convirtió en reclamo y regaño
virtual que mis hijos leían a través de kilómetros. Escribí una serie de palabras y con ellas quería
imponer la autoridad ante la impotencia de estar al lado de ellos y corregirlos mirándolos a los ojos. La
respuesta de éstos no se hizo esperar y en lugar de obtener beneficio alguno como producto de mi
redacción, escribieron frases que rompían mi corazón, pues la intención de mejorar ante su madre era
poca o casi nula. Entre más pasaba el tiempo tratando de hacerles ver las cosas, más era mi
desesperación por no hacerlos entrar en razón, a lo que decidí dar un giro a aquella situación tan
desagradable.
Me sentía mal con lo que acababa de hacer, pues analizaba la situación y pensaba que poco era el
contacto con mis hijos y que en aquella ocasión, lo obtenido por parte de ellos había sido sólo un
regaño.
Una vez superado aquel momento desagradable, tomé la ruta para el Poly y por primera vez la mochila
que siempre me acompañaba iba llena, pues dentro de esta transportaba los aparatos adquiridos un día
antes. La intención era que la coordinadora me ayudara un poco con la escritura oriental que
presentaban los folletos de los aparatos adquiridos.
Esa misma mañana, la Keiko nos entregó el itinerario a desarrollar en nuestra semana de visita a
Nagasaki. Se podían leer cosas muy interesantes, pero a la vez, las jornadas pintaban muy agitadas.
Lo que si resultaba un hecho interesante era que viviríamos la experiencia de posar nuestros pies sobre
terreno que durante la segunda guerra mundial había sido víctima del maltrato producto de una terrible
y mortífera bomba atómica.
Esa tarde, alguno de los compañeros había señalado que si pensábamos enviar algunas pertenencias a
México antes de nuestro viaje a Nagasaki, debíamos apresurarnos a la salida del Poly, pues la oficina
postal cerraba en punto de las 18 horas.
175
No hubo mucho que pensar más que en llegar rápido al hotel, terminar de arreglar la caja que con
anterioridad había destinado para su envío a México y salir rumbo al octavo piso del edificio en donde
se encontraba Yodobashi Kamera, que era el lugar en donde se ubicaba la oficina postal mas cercana.
La caja pesó 10.9 kilogramos y el coto por el envío fue de 15100 Yenes (aproximadamente $1057).
Consideré que valía la pena el costo por lo que contenía la caja, por lo tanto no dude en pagarlos
inmediatamente.
Algunos de los productos que envíe fueron: un teléfono inalámbrico y otro estacionario, un reproductor
de MP3 y CD´s, dos relojes despertadores, un conjunto de ropa japonesa para caballero, un paquete de
cigarrillos Seven Star, dos muñecos en cerámica, una pequeña persiana de tatami, un lector de memory
stick para cámara fotográfica, una cachucha, palillos decorados para comer, abanicos, unas sandalias,
un bolígrafo, discos para play station y un libro entre otras cosas. Hoy día aún conservo algunos de
aquellos productos.
Había destinado el sábado para hacer una limpieza de mis pertenencias, pues después de tanto tiempo
en el Japón, algunas de dichas cosas empezaban a dejar de ser funcionales y resultaban peso y espacio
dentro de mis maletas. Faltaban dos días para nuestro viaje a Nagasaki y quería deshacerme de lo que
ya no emplearía o que ya no era tan necesario tener conmigo. Por momentos la actividad de limpieza se
volvió tediosa y entonces hacía un descanso que aprovechaba para visitar las computadoras y enviar
fotografías a mi esposa y hermanas. Recuerdo que en punto de las 12 del día (en Japón) hice una
llamada a casa en México queriendo escuchar las voces de mis familiares, sin embargo sólo lo hice con
mi esposa pues los niños descansaban en su cama, pues para ellos eran las 10 de la noche del viernes.
Nuevamente volví a la pequeña habitación y continúe con la selección de artículos y prendas que
eliminaría.
Estaba entregado en mi trabajo cuando el teléfono de mi habitación sonó. La recepcionista del hotel me
decía que tenía una llamada. Se trataba del profesor Seki del Poly y me preguntaba que si tenía libre la
tarde para salir a pasear y a cenar. Una vez que di mi respuesta afirmativa y de ponernos de acuerdo en
la hora (y no en el lugar pues el pasaría al hotel por mí), la plática concluyó.
Justo una hora antes de la cita con Seki,
tomé un baño y me dispuse a abrir maletas
para extraer la ropa que me pondría, pues ya
todo estaba empaquetado para el viaje a
Nagasaki y lo que se quedaría resguardado
en el hotel.
Minutos después, alguien tocó a mi puerta y
pensé que se trataba de alguno de los
compañeros mexicanos, sin embargo me
había equivocado, era el mismísimo Seki. Lo
hice pasar a la habitación y antes que nada
tomó mi sombrero de mexicano lo colocó en
su cabeza y empezó a hacer gestos cómicos,
como queriendo parecer un “macho”
mexicano. Reímos juntos por un buen rato y enseguida le proyecté en la televisión con ayuda de una
176
video casetera una película que la maestra de inglés del Poly nos había obsequiado en la que una mujer
japonesa visita México y es recibida por un compatriota. Éste la lleva a comer tacos y le muestra
algunas de las tradiciones de nuestro país. Seki me decía que la mujer del video era una ex jugadora
muy famosa de volley ball en su país. Estaba muy entretenido viendo todas las clases de chiles que
aquel mexicano del video mostraba a la japonesa al visitar un mercado. Un par de minutos después,
abandonábamos la habitación.
Yo buscaba su carro estacionado en las afueras del hotel, pero Seki se dirigió a otro muy pequeño (mini
cooper). Me comentó que había valido la pena cambiar su vehículo por uno 10 años atrás, pues según
él, en Japón había muy pocos de ese modelo y que además resultaba muy caro adquirirlos y que para él
había sido una suerte encontrarlo.
El restaurante al que nos dirigimos estaba muy cerca de las instalaciones del Poly, pero antes,
recogimos a otro de los profesores compañeros de Seki, pero como a mí no me había impartido clases y
como su tarjeta estaba toda en Kanjis, me fue imposible saber su nombre. Recuerdo que me lo dijo al
presentarse, más no lo recuerdo.
Nos dirigimos a un restaurante que se llamaba Mexico (sin acento), sin embargo la carta era
principalmente sobre comida del mar preparada al estilo oriental. En el interior, Seki se registró en un
libro y había que esperar a que una de las mesas del restaurante se desocupara, pues estaba totalmente
lleno. Seki dijo que a la mejor tendríamos que esperar por espacio de 30 minutos, entonces dijo que
pasaríamos dicho tiempo en un negocio de máquinas de juego. Tocamos los tambores y nos tomamos
unas fotos en una máquina a la que con ayuda de unas herramientas se le agregaban adornos y textos a
dichas fotografías.
Una vez que transcurrió cierto tiempo, regresamos al restaurante, pero aún no era nuestro turno,
entonces, Seki no aguantó más y dijo que aquel lugar no era bueno.
Enfrente del restaurante Mexico, se encontraba otro en el que Seki dijo que cenaríamos Tempura. Se
trataba de pequeños fragmentos de carne de puerco, res, pollo, salchicha o verduras que se sumergían
en una especie de mayonesa y posteriormente se polvoreaban con algo parecido al queso y finalmente
se introducían en aceite hirviendo hasta freírlos. Todo lo anterior con ayuda de unos pequeños palitos
de aproximadamente 20 cm. de largo y tan gruesos como un repuesto de bolígrafo que atravesaban a
los alimentos a manera de tenedor. La freidora se encontraba en el centro de la mesa dentro de un
hueco que los fabricantes previamente construían para tal fin.
En dicho negocio, Seki me explicó que se pagaba cierta tarifa por entrar en él y que se podía comer la
cantidad que uno deseara siempre y cuando fuera sólo por espacio de una hora, por lo tanto, los tres que
aquel día compartíamos la mesa salimos bastante satisfechos.
Una vez afuera, el compañero de Seki se despidió y nosotros nos trasladamos hasta el lugar en donde se
encontraba el vehículo. Seki me dijo que iríamos a apreciar la vista nocturna de Tokio.
La belleza que mostraba tan imponente monstruo de asbesto era increíble. Los grandes edificios con
luces multicolores, los grandes escaparates comerciales, las enormes luminarias, las amplias avenidas y
el desfile sin fin de vehículos, ofrecían a mi vista un espectáculo inigualable.
177
Anduvimos en su vehículo tal vez un par de horas y a eso de las 11:15 de la noche me dejó en la puerta
del Toyoko Inn en que yo me hospedaba. Un buen baño y a dormir.
178
VIAJE A NAGASAKI EN LA ISLA KIUSHU.
A la mañana siguiente, bajé al pequeño restaurante del hotel y allí se encontraba igualmente tomando
sus alimentos Jesús (el Tali mayor). Platicamos mientras nos alimentábamos y comentábamos acerca
de lo mucho que deseábamos estar en compañía de la familia. Me decía que al menos yo los había
tenido de visita por espacio de 19 días pero que él sólo se conformaba con las pláticas por el chat, las
cartas por e-mail y las llamadas telefónicas. Por mi parte le comentaba que la visita de mi familia había
resultado excelente, pero que a la vez la nostalgia había sido mayúscula por tenerlos tan cerca de mí y
tan rápido desaparecer. Sin embargo, nos confortaba el hecho de que ya eran pocos los días que había
que permanecer en aquel lejano país.
Acordamos que después del desayuno, iríamos al free market a comprar algunos recuerdos y de esa
manera, más tarde, abandonábamos el hotel. En esta ocasión el mercado se establecería en las calles de
la ciudad de Chiba y a eso de las 3 de la tarde regresamos al hotel a dejar algunas de las compras
adquiridas pues ya andábamos muy cargados.
Algunas de los artículos que adquirí en aquella ocasión fueron unas Yukatas (vestidos japoneses), un
reproductor de CD´s, discos de música japonesa y uno para play station para mi hijo, un juego de té,
unos vasos de cerámica, un pequeño jarrón, playeras, una cachucha, un reloj de pulsera, una cangurera
y otras cosas más.
Una vez que dejamos lo adquirido en el free market en el hotel, nos trasladamos a la Salserilla a comer
y después regresamos al hotel. Me sentía bastante satisfecho, pues según yo, había solicitado dos
pequeños platos con alimentos y a la hora de la hora y por las fallas en la comunicación debido al
lenguaje, me llevaron un gran plato acompañado de dos más pequeños y bueno; me tuve que sacrificar.
Aquella misma tarde fue de gran actividad para los mexicanos que nos encontrábamos en aquel hotel,
pues con motivo de nuestro viaje a la ciudad de Nagasaki en la isla de Kiushu, debíamos resguardar las
pertenencias que no irían con nosotros al viaje en un espacio que el hotel había designado y éste se
encontraba en el segundo piso.
Nosotros ocupábamos casi la totalidad del cuarto piso y a partir de las 6 de la tarde se inició aquel
vaivén del 4° piso al 2° y viceversa. Algunos de los compañeros sudaban en tratar de acomodar sus
pertenencias en las maletas, pues con el paso del tiempo habían logrado adquirir innumerables cosas y
algunos de ellos no habían realizado envíos a México a través del sistema postal como otros.
Aquella habitación del segundo piso casi se llenó debido a la gran cantidad de paquetes que habíamos
introducido en ella, pero aún así, había algunos artículos que se podían apreciar esparcidos por el piso
debido a que ya no encontraron cabida en las maletas. Para las 8 de la noche, la calma retornó al 4°
piso.
Aquel domingo por la noche hablé por teléfono con mi familia a las 9:30 (hora de Japón) con el fin de
ratificarles lo del viaje a Nagasaki al día siguiente. La emoción me embargó, pero a la vez me confortó
el haberlos escuchado.
Había puesto el despertador para que sonara el lunes 26 de Agosto, en punto de las 6:45 de la mañana;
un baño, el almuerzo, cargar la maleta con lo necesario para una semana de viaje y rumbo a la estación
179
de trenes de Chiba, pues a las 8 horas con 8 minutos, saldría el tren que nos transportaría a la estación
de Haneda, lugar en donde tomaríamos nuestro vuelo.
Antes tuvimos que transbordar a otro tren y por último al monorriel. Ya en el aeropuerto y después de
las revisiones pertinentes pasamos a la sala de abordaje. Por cierto, aquella mañana me tocó ser el
objeto que produjo la risa de los compañeros, pues al atravesar por el marco detector de metales, la
chicharra sonaba y sonaba aún después de despojarme de todas las pertenencias. Aquel apodo al que
me había hecho acreedor debido a mi nariz aguileña, fue retomado. “Ése es Talibán”. “Revísenlo bien”.
“Seguro que carga algo” y bromas parecidas. El momento fue muy divertido y sirvió para distraernos.
Justo a las 10:48 de la mañana, el avión de la línea ANA levantaba su vuelo con rumbo a Nagasaki y
junto a mi se encontraban, Jesús, Rosario y mi tocayo Marco Antonio.
Una vez que el avión se estabilizó, pudimos ponernos de pie y tomar fotografías y video a través de las
ventanillas. Nos sorprendimos cuando por encima de las nubes, el Monte Fuji hacía su aparición. No
había mexicano en aquel avión que no fuera “jalando el gatillo” de su cámara fotográfica para guardar
por siempre aquel bello momento, aunque el tiempo que duró el espectáculo, fuera sólo por unos
instantes.
Mas adelante una nueva atracción nos
llamaría la atención; un gran grupo de islas
del archipiélago oriental nos daban la
despedida y en su lugar, ahora podíamos
apreciar el azul profundo del mar.
12:17 de la tarde y nuestro avión tomaba
tierra en nuestro destino y después de tres
transbordes en tren, uno a tranvía y uno en
autobús, caminamos tres cuadras y
llegamos al hotel de nombre Monterey (una
sola r). La Coordinadora Odaki Keiko y el
profesor Kodama que hacían el viaje con
nosotros, sólo nos dieron 20 minutos para
dejar las pertenencias en nuestras
respectivas habitaciones y regresar al front
de aquel hotel. Así lo hicimos y entonces salimos a pasear y conocer los alrededores.
180
TEMPLO CHINO, EPRESA MITSUBICHI Y PLAZA DE LA PAZ.
El primer lugar que visitamos fue un
templo chino para lo cual nos dieron sólo
30 minutos que se nos fueron como el
aire en la mano.
La arquitectura de aquel templo en cierta
forma era muy parecida a las japonesas,
sin embargo, el colorido era bastante
diferente. Mientras que los templos y
castillos japoneses eran adornados con el
blanco, verde o color natural de la
madera, aquella construcción resaltaba
un fuerte color amarillo y un penetrante
rojo.
En el interior de aquel lugar, se podían apreciar algunas esculturas de cuerpo completo de personajes
sobresalientes de la vieja china y al igual que en otros castillos y templos no podía faltar un museo que
mostraba las tradiciones que los ancestros de aquella región legaban a generaciones futuras. Pero al
igual que en otros museos, las fotografías y video grabaciones eran prohibidas, por lo tanto, en gran
parte del recorrido por las salas de aquel hermoso templo, nuestras cámaras no pudieron ser usadas.
De aquel precioso templo, nos trasladamos a unos jardines que habían pertenecido a un inglés. El lugar
era exageradamente bello y contenía además de una gran flora, puentes típicos orientales construidos
en madera, esculturas, construcciones arquitectónicas que mostraban la forma de vida de aquella
colonia inglesa en Japón. Una bella vista del mar por un costado y de la ciudad de Nagasaki por la otra,
fueron tal vez algunos de los motivos por los que aquellas construcciones habían sido edificadas en
aquel lugar.
Desde una pequeña plazoleta en uno de los jardines, se podía apreciar una gran embarcación de la que
brotaban fuertes destellos de luz como los emitidos por el arco eléctrico de una máquina de soldar
cuando un trabajador la está usando.
El profesor Kodama nos comentó que precisamente en aquel lugar se construía el que sería el barco
más grande del mundo y que pertenecía a los ingleses.
Aquella tarde la pasé con Jesús y Rosario. Regresamos al hotel, pero sólo por espacio de 15 minutos
pues enseguida nuevamente regresamos a las calles de aquella intrigante ciudad para buscar un lugar en
donde cenar.
Caminando fuimos a dar a un barrio chino del cual ya el profesor Kodama nos había indicado de su
existencia. Compramos varias cosas entre las que sobresalían unos sombreros tradicionales de china
con una prótesis de trenza muy al estilo oriental y con los que nos tomamos unas fotos muy divertidas.
Me fue imposible negarme a comprar un bolso muy llamativo que ofrecía una anciana a las afueras de
un centro comercial, del cual su costo era relativamente bajo (sombrero chino 650 Yenes y bolsa 1000
yenes, respectivamente $45.5 y $70 aproximadamente).
181
Aquella noche ingresamos a un pequeño restaurante en donde una especie de tortas despertó nuestro
interés y las solicitamos. El sabor de aquellos bocadillos no era el esperado, sin embargo no eran
desagradables.
Mas tarde hice una llamada a casa en México
para explicar que el viaje había sido cansado
pero que habíamos arribado bien y sin
contratiempos. Después de esto, decidimos
caminar por el muelle. Encontramos un gran
barco al parecer carguero; fotos, video y de
regreso al hotel. Acomodar las pertenencias,
un baño y a descansar, pues al día siguiente
teníamos una cita en una empresa y a mi me
hacía bastante falta pues mis malos talones
amenazaban con volver a dar problema.
Hasta ese momento desconocía el lugar en
donde tomaría el desayuno del día siguiente.
Estábamos citados a las 8:20 de la mañana y
ya listos para partir y cerca del hotel sólo había detectado una pequeña tienda de autoservicio en donde
esperaba vendieran productos preparados para calentar en micro ondas. No me quedaba otra opción que
esperar a la mañana y en ese momento lo importante era descansar.
Por fortuna, al día siguiente el súper que había visto la noche anterior había abierto sus puertas muy
temprano y a las 7:20 en que visitaba el lugar, pude adquirir un platillo preparado con espagueti, puré
de papa, ensalada, pollo y desde luego arroz. Regreso al hotel y lo comí a la vez que veía la televisión.
Una vez que terminé, me dirigí al lobby de aquel hotel dispuesto a salir con el grupo a nuestra visita.
Tomamos un tranvía, después transbordamos y por último abordamos un taxi. La empresa a la que
asistimos fue Mitsubishi y posterior a una plática introductoria (en japonés pero Keiko traducía) acerca
del giro de la compañía, vimos un video (con audio en inglés) y después un recorrido.
La empresa era muy grande y la caminata por
pasillos y salas no se hizo esperar con lo cual
el sudor nos embargó ayudado por el
sobornante esfuerzo de soportar la corbata
que el Poly nos obligaba a portar.
Visitamos tres áreas; fabricación de motores
eléctricos de corriente alterna inductivos,
fabricación de monitores para computadora y
aires acondicionados para trenes.
Nuestra visita concluyó cerca de las 12:30 de
la tarde y entonces retomamos el camino de
regreso al hotel, pero antes hicimos una
182
parada en la Plaza da la Paz que es el lugar en donde está el hipocentro de la bomba de la segunda
guerra mundial.
El lugar está inundado de bellos jardines, estatuas y un museo en donde se exhiben objetos y
fotografías que reflejan la situación acontecida en ese lugar aquel triste 8 de Agosto de 1945. Según
una placa alusiva, fueron más de 129000 los fallecidos en dicho incidente.
De aquel impresionante lugar, fuimos a conocer el monumento construido para conmemorar a 26
santos (20 japoneses dentro de los que había tres niños y el resto extranjeros) sacrificados y en aquel
entonces exhibidos a la población, crucificados como advertencia de lo que sucedería a todo aquel que
predicara el catolicismo. Dentro de aquellos santos se encontraba el primero de origen mexicano
llamado San Felipe de Jesús, de la compañía de los Jesuitas.
Debido a que aquella plazoleta se encontraba en alto, pudimos observar desde donde nos
encontrábamos, una gran estatua de una mujer con rasgos orientales (como Buda), parada sobre una
tortuga plateada y a sus pies unos niños. El profesor Kodama nos indicó que el nombre de aquella
mujer era Kan-non Sama y explicó que era quien protegía al Dios y observaba al pueblo para brindar su
protección. De hecho, el frente de la estatua era precisamente hacia el centro de la ciudad de Nagasaki.
Junto a la gran estatua encontramos un templo al parecer Budista, con todo el arte japonés adornándolo;
una campana, jardines, lagos, esculturas y la gravilla como peinada con rastrillo.
Una persona que se encontraba frente al
templo, nos indicó (según pudimos
entender) que a las 6:30 de aquella tarde,
habría una danza en una pequeña plaza
que se encontraba a los pies del templo,
entonces, esperamos y nos tocó apreciar
algo así como un ensayo de un bailable en
el que varios hombres cargaban un dragón
como aquellos clásicos que se pueden ver
en películas de procedencia china. La
música era interpretada en gran parte por
niños y los instrumentos eran
principalmente tambores, platillos y una
trompeta. En aquel lugar nos sorprendió la
noche, sudados, cansados y con hambre,
por lo tanto decidimos regresar al hotel.
Después del baño, se formaron grupos y en mi caso salí con Jesús, Rosario y Fernando quien sugirió
que visitáramos un restaurante en la bahía de la ciudad que él ya había conocido la noche anterior.
El lugar estaba a escasos 15 minutos a pie desde el hotel y lo que apreciamos fue una bella estampa;
una serie de restaurantes sobre un muelle, mesas alegremente adornadas y música en vivo de tipo
occidental.
183
Escogimos el que más nos agradó a la vista y nos dispusimos a cenar escuchando a aquel japonés
cantar y tocar un órgano, acompañado de otro músico que se encargaba de las percusiones.
La cena consistió de mariscos, espagueti y desde luego que arroz pero cuando menos acordamos nos
dieron las 11:30 de la noche, pues el lugar era muy placentero y agradable y la brisa de la costa impedía
que el sudor apareciera en nosotros.
Antes de tomar el camino rumbo al hotel, Fernando sugirió que camináramos un poco más hasta donde
se encontraba una gran ancla a manera de monumento y que nos tomáramos algunas fotos junto a dicho
artefacto. Yo esperaba ver un ancla grande, más no aquella gran cantidad de metal en forma de ancla
(tal vez 4 ó 5 metros de altura).
A unos pasos se encontraba el muelle y tomamos otras fotos junto a unos bellos yates que estaban
anclados al mismo.
El reloj seguía su marcha y el compromiso con el profesor Kodama al día siguiente era a las 7:30 de la
mañana, por lo tanto nos encaminamos hacia el hotel, no sin antes aprovechar la ocasión para hacerlo
por el malecón acompañados por la luna que brillaba intensamente aquella noche.
184
YAKULT, KUMAMOTO, CARNE CRUDA DE CABALLO, TOKIO ELECTRÓN Y HIJI.
Una vez que transbordamos de tranvía, al día siguiente, llegamos a la estación de Nagasaki, lugar en el
que abordamos un precioso tren parecido al shinkansen, aunque éste era llamado Kamome (gaviota).
En la estación de Tosu, transbordamos a otro tren, no tan bonito por fuera como el Kamome, pero sí
más elegante por dentro. El nombre del tren; Tsubame (golondrina), nuestro destino; la estación de
Kumamoto.
Habíamos partido de Nagasaki con todo y equipaje, pues Kumamoto sería nuestro nuevo destino. A la
estación del mismo nombre arribamos a las 12:20 de la tarde y allí tomamos un tranvía que nos
acercaría a sólo una cuadra del Chisan Hotel, de capital chino.
El equipaje se resguardó en un espacio que el hotel otorgó mientras se llegaba la hora del check in y
entonces pasamos al comedor en donde pudimos degustar un suculento buffet por un costo bajísimo de
525 Yenes, es decir, aproximadamente $36.75
La comida fue estilo chino y desde luego que muy sabrosa. Después de satisfacer la necesidad primaria
del alimento, cambiamos nuestras prendas de vestir por unas más formales en los baños de aquel hotel
y en cuatro taxis nos transportamos a las instalaciones de la empresa Yakult (que los japoneses
pronunciaban Yakulto).
Keiko escogió a un mexicano de cada uno de los taxis para que dijera el destino al conductor y para que
solicitara el recibo. En el taxi que me tocaría viajar, Keiko me indicó que yo hablaría a nombre de mis
otros acompañantes.
- Sumimasen. Yakulto Koyou Onegaishimasu (Disculpe. Fábrica Yakult por favor).
Al bajar del taxi y pagar;
- Resito Onegaishimasu (recibo por favor).
La visita consistió en un breve recorrido por la empresa en la parte de producción. Un japonés (en su
idioma y Keiko nos traducía) nos explicó el método de inserción de la bacteria para la producción del
yogurt. Posteriormente nos proyectaron un video (con audio en inglés) y nuestra visita concluyó.
El recorrido para conocer las instalaciones de la parte de producción de la empresa fue algo diferente a
lo que se acostumbra en otro tipo de instituciones, pues debido a que el producto es comestible y a lo
delicado del proceso, todo lo apreciado fue a través de ventanales que protegían a los productos de
contacto alguno con el medio exterior.
Una vez que salimos de la empresa, abordamos un tren que nos acercaría al hotel. Kodama sólo nos dio
15 minutos para alojarnos en las habitaciones y bajar al lobby, pues su intención era la de caminar hasta
el Kumamoto Jo (castillo de Kumamoto).
Sólo tuvimos que caminar por espacio de 15 minutos para llegar a las faldas de una colina, la cual
subimos para apreciar la majestuosidad de dicho castillo. Éste, a diferencia de otros castillos conocidos
anteriormente, tenía muy pocos jardines a su alrededor, pero un canal con agua rodeándolo no podía
faltar.
185
El castillo era muy grande y era decorado en
color negro con vivos blancos y al igual que
otros, en su interior se encontraba un museo
que resguardaba piezas conservadas por el
pueblo japonés a través de los años como
tesoro de su cultura.
El museo presentaba una particularidad
especial, pues en su interior se exhibían una
serie de fotografías de otros castillos
ubicados en diferentes regiones del Japón, de
tal forma, que pudimos recordar algunos de
los antes visitados a la vez que conocíamos
los nombres de lugares en donde se hallaban
otros.
Desde la parte alta del castillo y tal y como en otros, se encontraba una especie de mirador desde donde
se podía apreciar la extensión de la ciudad de Kumamoto. Momentos después, regresábamos al hotel,
pero aprovechamos para detenernos a tomar fotografías en diversas esculturas que adornaban las calles
de aquella ciudad. Una de ellas era la de una joven japonesa vestida en kimono a lo que el profesor
Kodama apuntó que era dedicada a la mujer que crecía en aquella región y que era llamada Otemoyan.
Otra más era la de un guerrero samurai llamado Kato Kyomasa.
Posteriormente, nos trasladamos a una zona comercial de la ciudad y los compañeros nos separamos en
pequeños grupos. Yo compartí la tarde con nuestra coordinadora Odaki Keiko, el profesor Kodama,
Jesús y el tocayo Marco Antonio. Keiko quería comer carne de caballo, pues decía que en Kumamoto
era un platillo muy popular.
Ingresamos a un restaurante totalmente japonés y esto quería decir que para hacerlo había que dejar
nuestros zapatos a la entrada y colocarnos en lugar de estos unas sandalias que el mismo restaurante
ofrecía a los visitantes. La mesa se encontraba a escasos 35 centímetros sobre el nivel del piso y para
tomar los alimentos teníamos que sentarnos directamente sobre un
tapete que se encontraba en el piso.
Yo pedí carne asada, verduras y desde luego arroz. Keiko por su
parte, convenció a Jesús de que comieran carne de caballo y así lo
hicieron, pero al final comentó que la carne se serviría cruda.
No resistí la tentación de probarla y resultó ser muy suave y de
buen sabor. La verdad la sugestión antes de probarla me decía que
sabría a rayos, pero la sorpresa fue mayúscula, pues me agradó.
Al salir de aquel restaurante, nos dividimos en dos grupos, Jesús y
yo elegimos visitar la zona comercial en donde alegres letreros
luminosos adornaban dichos negocios. Caminando encontramos lo
que parecía un templo Sintoísta, pero se encontraba cerrado,
entonces, nos conformamos con sólo tomar fotografías del
186
exterior de aquella construcción y de unas estatuillas que se encontraban a unos pasos de aquel lugar.
Posterior a esto, de regreso al hotel.
Por la mañana del jueves, nuevamente visitamos el restaurante del hotel Chisan para tomar el
desayuno, que en esta ocasión tuvo un costo de 1260 Yenes, aproximadamente $88.2 que
considerábamos un regalo. Después de esto, partimos en un autobús que se había rentado rumbo a la
empresa Tokio Electrón.
Eran las 9:36 de la mañana cuando entrábamos a la empresa y posterior a la plática correspondiente con
el personal de la misma, hicimos un recorrido por las áreas de producción. El giro de la empresa era
muy especial, se dedicaban a la fabricación de máquinas para la construcción de circuitos integrados
principalmente con obleas de silicio. A las 11:36, salíamos de aquella compañía que nos deslumbró con
los equipos empleados en sus procesos.
Todo Japón se detiene en punto de las 12 del día, pues es la hora de la comida y como nosotros éramos
los visitantes, nos teníamos que adecuar a sus costumbres. Entonces, Kodama y Keiko dirigieron al
chofer del autobús a las afueras de la ciudad de Kumamoto y en un restaurante muy japonés, tomamos
nuestros respectivos alimentos.
Pregunté al profesor Kodama acerca de uno de los platillos típicos de Kumamoto, siempre y cuando no
fuera carne de caballo cruda. Él me dijo que lo clásico en la región era Chanpon (bueno al menos así
sonó cuando lo pronunció) que quiere decir mezcla y en verdad que el nombre es acertado pues en un
gran plato hondo me sirvieron espagueti, almejas de dos tipos, calamar, repollo, zanahoria, carne de
puerco, cebolla y otras verduras muy orientales.
Pese a la gran cantidad de alimentos mezclados en mi plato, el aspecto no era tan desagradable y menos
su sabor que para mi sorpresa resultó ser muy pero muy sabroso.
Para la 1:11 de aquella tarde ya nos dirigíamos hacia otra empresa que visitaríamos por la tarde, se
trataba de la compañía Hiji que es filial de Hightech. Dicha compañía se encuentra en la prefectura de
Oita y es llamada Yokogawa. En ella, fabricaban diversos productos, pero nos comentó el Gerente, que
en aquel tiempo trabajaban más sobre los display (pantallas) de LCD. De igual manera, se dedicaban a
la fabricación de anuncios luminosos programables para comercios, de aquellos que se pueden apreciar
en las afueras de algunos establecimientos y que engañan a la vista pareciendo que las luces caminaran
sobre el panel.
187
CÁTEDRA DE CORTESÍA, BEPPU Y SUS OCHO INFIERNOS.
Para las 5:25 de la tarde salíamos de aquella pequeña empresa y entonces nos dirigíamos a un nuevo
destino, el hotel Sun Valley en la ciudad de Beppu. Dicho hotel estaba formado por dos edificios, cada
uno de ellos en diferente acera de una estrecha calle. A nosotros nos ubicaron en el edificio
denominado 2 y mi habitación fue la 2701 en el séptimo piso. Tal y como lo habíamos hecho en las
otras ocasiones, sólo nos habían dado unos cuantos minutos para instalarnos y posteriormente salíamos
del hotel para conocer los alrededores.
Salimos en grupos pero entonces sucedió algo que a algunos de los compañeros les desagradó tanto que
desertaron de salir del hotel; la lluvia.
Rosario, Fernando, Jesús y yo, muy valientes emprendimos la caminata haciéndolo aprisa para
resguardarnos un poco en donde hubiera lugar. Pero un par de minutos después Jesús al igual que otros
desertó, pues temía que con la humedad pudiera provocar problemas a su herida en el abdomen,
entonces sólo seguimos Fernando, Rosario y yo. Sin embargo, un poco más adelante Rosario se sintió
fatigado y comentó que prefería regresar al hotel para relajarse un poco, pues no creía aguantar los 40
minutos de caminata que nos habían dicho que había que hacer para llegar al centro de aquella ciudad.
Por lo tanto, sólo Fernando y yo sobrevivimos en nuestro empreño por conocer Beppu.
Fernando necesitaba retirar efectivo en un cajero y ambos requeríamos de cintas para las video
cámaras, pues con eso de que toda la semana habíamos andado de visita en visita, las horas de
grabación habían saturado ya los casetes que teníamos con nosotros y en los lugares recurridos no había
video caseteras para vaciar lo filmado en algún tipo de formato.
Caminamos tal vez algunas 14 cuadras y hasta entonces encontramos un lugar en donde vendieran las
cintas buscadas, pero al salir de aquel negocio, el agua arreció y tuvimos que entrar en un súper
Lawson y comprar un paraguas. Su costo fue de 360 Yenes, algo así como $25.2
No habíamos caminado ni media cuadra cuando la lluvia cesó y entonces aquel paraguas se volvió sólo
una carga el resto del paseo.
Más adelante encontramos un pequeño lugar (como los que se usan en nuestro país para resguardar a
los cajeros automáticos), con una máquina en su interior pero todas las instrucciones e indicaciones
escritas en japonés y no quisimos arriesgarnos a introducir la tarjeta y que ésta fuera retenida. Salimos
del lugar con la intención de seguir buscando, pero en eso, al mismo lugar entró un japonés y
decidimos esperar para intentar preguntarle acerca del paradero de un cajero.
Nuestra pregunta si la entendió (por la acción que tomó posterior a su explicación), pero no nosotros su
respuesta. Hablaba y hablaba, indicaba con sus manos, movía sus brazos y cabeza, pero nosotros no
comprendíamos absolutamente ni una palabra. Nos ha de haber visto con cara de “what”, o más bien de
“nani” (“que” en japonés), pues nos indicó que lo siguiéramos. “Iki mashou, Ishoni” (vamos, juntos).
Aquel caballero nos condujo por espacio de cuatro cuadras, nos abrió la puerta del local, nos pidió la
tarjeta, la introdujo en la rendija, solicitó teclear la contraseña y la cantidad, tomó el dinero, la tarjeta y
el recibo, nos las entregó a la vez que se inclinaba y daba las gracias en su idioma. “Arigatou
gosaimasu”, a lo que nosotros contestamos de igual forma.
188
La gentileza y amabilidad de aquél japonés nos había dejado con la boca abierta y sentimos que en
menos de 10 minutos habíamos recibido una rotunda cátedra de lo que es la cortesía.
Ya de camino al hotel, en un súper de autoservicio, recargué mi tarjeta Brastel para llamadas de larga
distancia con 2000 Yenes ($140).
A las 9 de la noche, Fernando y yo entrábamos al
hotel sumamente cansados por aquella larga
caminata, pero contentos por haber recorrido
buena parte de la zona comercial de la ciudad de
Beppu. El baño que tomé aquella noche fue muy
relajante preparándome para el descanso que
necesitaba y aquella habitación me lo permitiría
totalmente pues a diferencia de los otros hoteles,
los espacios eran notoriamente más amplios.
Desde la ventana de mi habitación la vista del
muelle era perfecta y justo a las 7 de la mañana
del día siguiente, bajé a desayunar y
posteriormente salí del hotel con mi cámara
dispuesto a tomar algunas fotos a menor
distancia. Un par de pasos adelante Jesús me alcanzó; a él le había surgido la misma idea.
Los lentes enfocaron el mar, los barcos y a un precioso trailer estacionado en las cercanías del muelle.
A las 9 de la mañana debíamos reunirnos en el lobby del hotel, para realizar ahora una visita de tipo
recreativo y no oficial como las anteriores. Iríamos a un lugar llamado los Infiernos. Lo anterior debido
a que en la región de Beppu se encuentran fuertes nacimientos de agua a altas temperaturas y el pueblo
japonés ha hecho de aquel lugar, un destino turístico importante.
El profesor Kodama nos explicó que se trataba de 8 infiernos, es decir, 8 diferentes nacimientos de
agua pero ubicados muy cercanos entre sí a excepción de uno.
La cuota para ingresar fue de 2000 Yenes ($140) y resultó ser una súper visita pues los jardines
encontrados eran indescriptiblemente bellos, estatuas, esculturas, adornos, faroles, etc., todo aquello
japonés que me hubiera imaginado, se encontraba en aquel lugar.
El olor que desprendían las aguas era a azufre, pero el espectáculo de los vapores y la vegetación
originaban una atmósfera inigualable.
En uno de los infiernos, los japoneses habían montado un pequeño zoológico en donde mostraban
changos, flamingos, orangutanes, un elefante, llamas, etc., y en otro se podían apreciar cocodrilos.
Para ir del 7° al 8° infierno, tuvimos que caminar 3 kilómetros, pero valió la pena, pues en dicho lugar
presenciamos un nacimiento de agua que brota de una hendidura bajo unas rocas y que al hacerlo forma
una especie de fuente natural de agua. Lo interesante era que no todo el tiempo se podía apreciar, sino
que lo hacía por intervalos de tiempo de aproximadamente 25 ó 30 minutos. Las bromas al respecto
189
entre los compañeros no se hicieron esperar al comentar que hasta para eso eran puntuales y exigentes
los japoneses.
El gran chorro de agua a presión tenía una
duración de aproximadamente 5 minutos los
cuales resultaron muy movidos, pues en cuanto
lo vimos (mexicanos, japoneses y unas
chamacas chinas que se encontraban en aquel
lugar) se inició un corredero para buscar el
mejor ángulo para las fotografías.
Después de aquel espectáculo natural,
regresamos en taxis al hotel y comimos un
buffet delicioso comprendido por camarones,
queso fundido con mariscos, arroz, espagueti
entre otras cosas y todo por tan sólo 1000
Yenes ($70).
En punto de las 2:30 de la tarde abordábamos taxis para ser trasladados al aeropuerto de Oita e iniciar
nuestro regreso a la ciudad de Chiba. En esta ocasión, la aeronave pertenecía a la compañía JAS (Japan
Air System) y viajaría en el lugar 27A. Por ser ventanilla, el lugar era privilegiado, pues desde lo alto
nuevamente pude apreciar el Monte Fuji. El espectáculo fue excelente, apareció majestuoso entre las
nubes. Su tamaño era enorme comparado con el de las montañas que lo acompañaban.
Nuestro vuelo sólo duró una hora y veinte minutos en llegar al aeropuerto de Haneda cerca de
Yokohama en la zona de Tokio. Keiko nos comentó que había dos opciones para viajar a la estación de
Chiba, una era la tradicional en tren y transbordar a monorriel con un costo de 1000 Yenes ($70), o
bien en el transporte llamado limousine (que en realidad resultó ser un autobús) con una tarifa de 1330
Yenes ($93.1) pero con la ventaja de que no transbordaríamos. Todos elegimos la segunda opción.
Ingresamos al hotel con severas muestras de cansancio pero felices por aquel inolvidable y fabuloso
viaje a la isla de Kiushu. Y cuando pensábamos que el descanso llegaría, recordamos que nuestro
equipaje se encontraba en el segundo piso y que seríamos reubicados. Nuevamente el vals del segundo
piso hacia las respectivas habitaciones se inició.
En el caso particular, me fue asignada la habitación con el número 705. Sólo medio acomodé las
pertenencias dentro de la habitación y enseguida tomé un baño para caer rendido sobre la cama.
190
FIESTA BRASILEÑA Y DESPEDIDA DE SEKI.
Tal y como lo habíamos acordado Jesús y yo, a la mañana siguiente nos vimos en el restaurante del
hotel para tomar el desayuno juntos, pues enseguida iríamos a Yodobashi Kamera, pues ambos
estábamos interesados en comprar un reproductor y grabador de MD (mini disk) portátil, pero en
nuestra plática, él sugirió que por qué no íbamos de una vez hasta Akihabara (lugar de mayor venta de
electrónicos en Tokio) pues a la mejor encontrábamos mejores precios. Minutos después abordábamos
el tren hacia dicho lugar.
Entramos a la tienda Laox, aquella en la que anteriormente había adquirido la cámara de video y
preguntamos a un dependiente (de habla hispana) si se podían realizar pagos con tarjeta de crédito y
éste contestó afirmativamente. La intención era que lo que adquiriera Jesús, me lo pagaría en Yenes y
yo a la vez a la tienda con mi tarjeta. El monto entre ambos fue de 87000 Yenes ($6090).
De allí, decidimos ir a Asakusa (lugar en donde existe gran venta de artesanías japonesas) pues
queríamos adquirir algunos objetos para obsequiar a algunos familiares y amigos que nos faltaban en
México.
Nos impresionó la enorme cantidad de gente que encontramos en el lugar y era debido a que en esa
fecha (31 de Agosto), la colonia brasileña celebraba en las calles de Asakusa el Asakusa Samba 2002
Festival, por lo tanto, pasamos toda aquella tarde apreciando un vistoso desfile con todo el sabor y
colorido del ambiente brasileño. Era curioso ver a japoneses que se unían al desfile con trajes típicos
del Brasil, aunque en su mayoría los participantes eran originarios de aquel país, o bueno, al menos era
lo que parecía.
Aquella tarde yo no llevaba cámara alguna y la de Jesús traía muy baja la batería, por lo tanto las fotos
de aquel evento fueron mínimas; aspecto que nos entristeció un poco, pero que fue levantado por el
ánimo que impulsaba la energía de la zamba y el espectáculo apreciado.
Después del desfile nos fuimos de compras y
tanto Jesús como yo nos repetíamos
constantemente que no era nuestra intención
regresar a México con moneda de aquel país,
que era más conveniente adquirir presentes,
artesanías o simplemente recuerdos de aquel
hermoso país, y como estábamos a sólo 13
días de nuestra partida, pensábamos que ya no
regresaríamos a aquel lugar, por lo tanto, no
quisimos desaprovechar nuestra estancia en
Asakusa ni nuestros últimos Yenes y nos
dedicamos a gastar y gastar. Llegamos a
Chiba a eso de las 10 de la noche, muy
cansados pero satisfechos por nuestra aventura
en Asakusa y su Samba Festival 2002.
La primera etapa de mi estancia en Japón la había pasado junto a Gilberto mientras tomábamos nuestro
primer curso de japonés en las instalaciones del Osaka International Centre en la ciudad de Ibaraki que
191
se encuentra en la zona metropolitana de Osaka. Más tarde en la ciudad de Chiba y al realizar los
estudios de Electronics Engineering, las aventuras inolvidables y muy gratas fueron al lado de Adelino,
Martín y Benjamín y la recta final fue en compañía de Jesús. De esta manera, pude estar en contacto
con diferentes profesores que en su momento dejaron huella en mi historia personal en aquel tremendo
medio año de experiencias. Aún recuerdo que el domingo 1° de Septiembre, una vez que almorcé
precisamente junto a Jesús, salimos del hotel dispuestos a dar con una de aquellas tiendas llamadas de
1000 Yenes ($70), para invertir unas cuantas monedas más en artículos de aquel país.
En el front del hotel nos dieron una referencia sobre el lugar en que se encontraba el establecimiento y
sugirieron que tomáramos la ruta hacia Port Tower (la torre del puerto). No fue difícil dar con aquel
complejo comercial en donde a parte de la citada tienda, encontramos muchos más que ofrecían al
público un sin número de artículos.
Nos sentíamos como niños en juguetería apreciando todo lo que allí se mostraba y por supuesto que la
tentación nos envolvió y no pudimos soportar el comprar algunas otras cosas más.
En lo personal adquirí una Yukata (vestido clásico del Japón), una playera, una falda, unos zapatos para
dama, una bolsa y otras cosa. Jesús y yo hacíamos cuentas individualmente, pues queríamos calcular
bien la economía para los días restantes.
En punto de las 2:30 de la tarde regresamos al hotel y lo hicimos de manera apresurada, pues ambos
queríamos empacar lo adquirido en los últimos días para enviarlo por el sistema de paquetería a
nuestros hogares y dicho establecimiento cerraba a las 6 de la tarde los domingos.
Antes de la hora señalada, Jesús y yo ingresábamos a la oficina postal para que nuestras cajas
fueran pesadas. La mía registró casi 18 kilogramos y el monto pagado por el flete fue de
24000 Yenes ($1680), a la de Jesús poco le faltó para los 20 y pagó 25000 Yenes ($1750).
Por cierto la oficina postal es representada por algo así como una letra “T” en color rojo.
Al entrar al hotel, la recepcionista me llamó: “Maruko San, Maruko San” (en su idioma),
posteriormente en inglés me comentó que había recibido una llamada de parte del profesor Seki.
Agradecí a aquella chamaca y una vez que me despedí de Jesús fui a mi habitación para llamar al
celular de mi profesor. Éste no contesto y después de varios repiques una grabación (en japonés) de
mujer se pudo escuchar. Yo no entendía más que palabras aisladas, más no una frase completa, sin
embargo, supuse se trataba del tradicional “deje mensaje después del bip”, pues a los pocos segundos
se escucho aquel clásico sonido. Entonces en inglés indiqué que estaría el resto de la tarde en el hotel.
Un poco más tarde, el teléfono de mi habitación sonó y la telefonista me pasó la llamada de Seki. Me
recordó que días antes me había hecho la promesa de que me regalaría un conjunto de casaca y short
japonés y que el motivo de su llamada era para cumplir lo que de palabra había dicho. Me informó que
entre 6 y 7 de la tarde pasaría a visitarme.
Estaba yo en las computadoras del hotel enviando un correo a mi esposa con la relación de lo enviado
en la caja un día antes, cuando apareció Seki. Su apariencia como siempre, alegre, sencillo y con una
sonrisa en su rostro.
192
Pasamos a mi habitación y no quedó contento hasta que me lo vio puesto y comprobó que había
acertado en la talla. Me sentí halagado cuando me entregó aquellas prendas tan especiales y más
cuando me pidió que no comentara el suceso con el resto de los compañeros, ya que sólo había
adquirido uno para mí.
Queriendo responder a su enorme gesto, coloque frente a él un gran llavero de artesanía mexicana de
cuero con una pequeña botella de tequila adherida al mismo, así como también un litro de tequila de
nuestro país con el fin de que escogiera uno de ambos presentes. Él se decidió por el llavero. A la vez,
le entregué un abanico de mano con un letrero de Mazatlán, pidiéndole que se lo llevara a su novia.
Una vez que intercambiamos regalos, Seki se
disculpó respecto al hecho de ir a cenar aquella
noche (así habíamos acordado por teléfono),
pues me explicó que a su vehículo se le acababa
de lastimar el escape y que no podía andar
circulando así. Apuntó, que lo llevaría en ese
mismo instante a un taller a repararlo, pues el
resto de la semana no tendría oportunidad de
hacerlo pues saldría de viaje con otro grupo de
estudiantes de Túnez y Senegal a la ciudad de
Hiroshima (tal y como en su momento nosotros
lo habíamos hecho con el profesor Kodama a
Nagasaki). De igual manera, me señaló que
posterior a su viaje (lunes a viernes), tomaría
unas vacaciones en Kyoto en compañía de su
novia y que por lo tanto, ya no nos volveríamos a ver, pues a su regreso, nosotros ya estaríamos de
regreso a México. Debido a éste último comentario, le pregunté que si deseaba despedirse del grupo, a
lo que él contestó afirmativamente.
Tomé el teléfono de la habitación y marqué a las diferentes habitaciones de los compañeros, pero sólo
encontré a Gilberto, Jesús, Adelino, Benjamín, Leonardo y Martín. Los compañeros le entregaron
presentes y posteriormente bajamos al lobby a tomarnos nuestra última foto con aquel gran personaje.
Salió del hotel y por mi mente pasaban algunos de los momentos vividos con Seki; las clases, los
paseos, la cena, las múltiples pláticas en los recesos en el Poly con un cigarrillo en la mano, etc. Sabía
que era la última vez que lo vería (al menos en aquella estancia), sin embargo, algo me decía que a
tipos como aquel que te brindan una amistad incondicional, difícilmente se les puede olvidar y que
posiblemente, no sabía cuando, ni donde, lo volvería a ver. Hoy día está casado y tiene dos hijos (niño
y niña).
Una vez que Seki se retiró, salí con Jesús al súper de autoservicio llamado Parco a surtir despensa, pues
no lo había hecho desde mi llegada de Nagasaki.
193
ÚLTIMAS SESIONES Y ELECCIONES PARA DISCURSO FINAL.
Dormía yo para amanecer el 2 de Septiembre cuando sonó mi teléfono. De inmediato pensé que era el
servicio de despertador del hotel que la noche anterior había solicitado para la mañana siguiente, pero
al ver mi reloj, éste indicaba las 2:30 de la madrugada. No tenía ni idea de quién podía hablar a esa
hora tan inusual, sólo podía ser una emergencia o bien... si, efectivamente, mi esposa en México hacía
la llamada olvidando por completo la diferencia de horarios entre ambas naciones.
La risa nos envolvió cuando comentábamos el hecho de las que tenía que pasar para hablar conmigo.
Siempre que cambiaba de número de habitación en los diferentes hoteles en los que había estado, le
dictaba letra por letra (de cómo sonaba en japonés el número de habitación) lo que tenía que decir a
quien le contestara, pues no siempre las recepcionistas manejaban el inglés. Por ejemplo, después de
nuestro viaje a Nagasaki a mí me fue asignada la habitación 705, por lo tanto si mi esposa quería hablar
conmigo:
Disculpe, con Marco por favor, habitación 705; ella tenía que expresarse de la siguiente manera.
“Sumimasen, Marco San Onegaishimas, romu nana jiacu go des” (aunque la escritura en
nuestro idioma tenía algunas variantes respecto a como era en verdad el sonido de aquellas
palabras).
Nosotros (mexicanos), por nuestra parte teníamos que adecuarnos a sus costumbres y así como los
estadounidenses dicen “Hello”, los italianos “pronto”, los costarricenses “Alo”, en japonés decíamos
“moshi moshi”.
Aquella noche contesté “Hello” y una voz conocida me decía de igual forma “Hello”. Yo pregunté,
“Who are you” y hasta entonces mi esposa me dijo “soy yo”. La risa entonces hizo su aparición. Me
comentaba que sólo tenía ganas de escuchar mi voz y que lo del horario lo había olvidado.
Una vez que dialogamos por buen espacio de tiempo sobre la caja que les envié, los movimientos de la
tarjeta de crédito y otras cosas, nos despedimos y me dispuse a dormir, pero me llevaría una sorpresita;
el señor de los sueños se había olvidado de mí y el resto de la noche la pasé en vela sin lograr cerrar los
ojos más que para los pestañeos habituales.
Antes del viaje a Nagasaki, había llamado a Ando San, aquel anciano japonés que vendía y rentaba
bicicletas, con la intención de entregarle la que me había rentado, de tal manera que la mañana de aquel
lunes 2 de Septiembre no tenía alternativa más que transportarme en tren y posteriormente en el
autobús para llegar al Poly.
Salí con Jesús del hotel, pues él, debido a su operación, tenía prohibido hacer esfuerzos físicos por los
riesgos que pudieran derivarse por dicha actividad.
Aquella mañana nos llevaríamos una sorpresa, resulta que el profesor Kodama, además de ser profesor,
tenía cargos administrativos en aquella institución educativa y estaría ocupado todo el día atendiendo
otros asuntos. Por lo tanto, nos asignaron la tarea de trabajar sobre el reporte final que entregaríamos.
Como yo había estado capturando el trabajo la totalidad de las sesiones, no tenía rezagos al respecto,
por lo tanto dediqué gran parte del día a “bajar” las fotografías acumuladas en la memoria de la cámara
fotográfica durante el viaje a Nagasaki y aquellas tomadas el fin de semana. Después de la comida,
trabajé con el reporte respectivo de las actividades realizadas en el citado viaje de estudios.
194
Esa mañana, Jesús me comentó que no estaba muy convencido con la compra del reproductor de MD y
que quería intentar cambiarlo en Akihabara por una cámara fotográfica analógica, entonces me pidió
que si lo podía acompañar por la tarde a la tienda en la que había realizado la compra. Accedí y más
tarde nos dirigíamos al lugar indicado.
Jesús compró una cámara Nikon, entregó el MD y pagó una diferencia de 15000 Yenes ($1050) para la
transacción solicitada, pues la cámara tenía un costo más elevado que el otro aparato.
Al salir de la tienda Laox, Jesús me dijo que estaba interesado en adquirir unos “mouse pad” que había
visto en otro depósito de artesanías y electrónicos, entonces fuimos hasta ese lugar. Nuevamente no
pude soportar la tentación de comprar recuerdos y de esta manera gasté otros 10000 Yenes ($700) en
souvenirs.
Al llegar a Chiba, encendí la televisión y me encuentro una película con Robert Redford (no supe el
título) en donde él se ve envuelto en algo así como un remolino y cuando éste desaparece se encuentra
en terreno mexicano. Él es encontrado por unas niñas (mexicanas) que le hablan en español, pero como
la película es doblada al japonés, entonces era en dicho idioma, aunque el fondo musical dejaba
escuchar una pieza en inglés.
La mezcla de idiomas me resultó muy curiosa, tanto que al instante tomé mi video cámara y directo de
la pantalla de la televisión grabé los últimos minutos de aquella producción en la que se presencia un
parto en una vieja casa de adobe.
Un poco más tarde y no olvidando la fecha del cumpleaños número 73 de mi padre, tomé el teléfono e
hice una llamada a México para felicitar a éste. Mi viejo se mostró contento por escuchar mi voz y
posterior a las clásicas preguntas de “¿cómo estás?, ¿no te haz enfermado?, ¿cuándo regresas? etc.,
nuestro diálogo terminó.
La semana transcurría y para transportarnos al
Poly, Jesús y yo decidimos ir en su bicicleta,
aunque debido a su herida a mí me
correspondía llevarlo en la parrilla trasera,
pues él no podía hacer esfuerzos. El recorrido
no se nos hacía largo, pero si pesado en
algunas partes debido a pendientes propias del
terreno que recorríamos, pero la plática entre
ambos compensaba todos esos detalles.
Aquel martes 3 de Septiembre el profesor
Kodama inició tarde la sesión y desde mi
particular punto de vista se me figuraba que
pasaba por aquella molesta etapa en la que se
agotan los contenidos temáticos de un programa de estudio antes de lo programado y el tiempo restante
se adecúa a actividades complementarias. Sentía que aquel profesor estaba ya en dicha situación, por lo
tanto, dedicamos parte de la mañana a subir las recientes fotografías del viaje a Nagasaki a la red para
compartirlas entre los compañeros. Eran muchos los comentarios acerca de que la cantidad de fotos era
195
inmensa. Previamente yo me había propuesto recopilar fotos sólo de aquellos lugares en los que
hubiera estado al menos una vez y de hecho así lo hice hasta el último día en aquel país.
Por la tarde salí a los establecimientos de discos a buscar uno que mi hermano a través de internet me
había dicho que le gustaría que se lo llevara. El grupo que interpretaba las melodías era llamado Kodo e
interpretaban música tradicional del Japón con grandes tambores (Taiko), como aquellos que con
anterioridad había visto tocar en las calles de Chiba en el festival de aquella ciudad.
Recorrí más de cinco negocios en donde se vendían discos y sólo en uno encontré aquel que buscaba,
pero no me quise precipitar a comprarlo a la primera, decidí esperar un par de días más para ver si
encontraba otros establecimientos y que hubiera más cantidad para elegir entre dichas opciones.
Esa tarde recorría con Jesús algunas de las calles de Chiba y en el edificio de Yodobashi Kamera
encontramos una tienda de 100 Yenes. Mi hija me había comentado que en México andaba de moda
entre las jóvenes, hacerse peinados en los que los palillos (hashis) japoneses para comer, eran usados
como adornos en dichos peinados, entonces decidí llevar algunos como presentes. En Japón se
encuentran palillos de madera tipo desechable (como los que se ponen en restaurantes chinos
establecidos en México) y también unos reutilizables que la gente lava una vez que los ha usado. Debo
mencionar que los japoneses los fabrican principalmente para usarse a la hora de la comida (con las
medidas convencionales que usted conoce) y también más largos y se emplean para cocinar, aquel día
compré de ambos
Nuevamente salí con Jesús por la mañana dispuestos a ir al Poly en su bicicleta, pero resultó que no
encontró la llave de sus candado, entonces hicimos el recorrido a pie. Yo llevaba la cámara fotográfica
y decidí tomar fotos del recorrido que diariamente hacia del hotel al Politécnico, con el fin de que la
familia en México se diera una idea de lo que mis ojos apreciaban paso a paso en mi recorrido
cotidiano. Al llegar al Poly, eran más de 100 las fotografías que había capturado.
Nuevamente sentí flojona la sesión con el profesor Kodama y tal vez debido a esto, algunos de los
compañeros dedicaron gran parte del tiempo en la captura de su reporte final del entrenamiento.
En un espacio, dentro de la clase, Keiko nuestra coordinadora y traductora habló con el grupo referente
a las ceremonias de clausura que se tendrían al terminar el entrenamiento; una en las instalaciones del
Poly frente a los directivos de éste y otra en la ciudad de Hachioji ante los directivos de JICA. Para
esto, nos indicó que deberíamos elegir de entre el grupo a un representante que dirigiera unas palabras
de agradecimiento por la capacitación recibida. Una vez que la sugerencia fue emitida, Benjamín y yo
resultamos ser los candidatos para tan distinguida actividad. Keiko preguntó que cual de los dos lo
haría y para esto, nos pedía nos pusiéramos de acuerdo. Ella al no recibir respuesta de parte de
nosotros, dio como plazo la sesión del día siguiente. Lo de menos era que Benjamín dirigiera las
palabras en uno de los eventos y yo en el otro; el problema era que los dos queríamos hacerlo en
Hachioji.
En uno de los recesos Benjamín me propuso dejarlo al azar, pero le manifesté mi descontento al
respecto. Por tanto, quedamos de dialogar posteriormente en el hotel para resolver dicha situación.
Aquella tarde de regreso al Toyoko Inn, se nos unió Fernando, a Jesús y a mí en nuestra caminata, pero
los cielos nos tenían reservado un baño en nuestro recorrido. Un gran chubasco cayó sobre nosotros y
en lugar de buscar un refugio, nos divertimos bajo aquel manto que nos cubrió de pies a cabeza.
196
Una vez en el hotel y al reunirme con Benjamín, sugerí a éste que intentáramos que Keiko aceptara la
posibilidad de ser los dos los que tuviéramos un espacio en ambas clausuras para tratar acerca de dos
aspectos; uno relacionado a la capacitación (por parte de Benjamín) en sí y otra dirigida hacia la
interrelación de las culturas mexicana y japonesa y de nuestras experiencias en su país (con mi
participación). Dicha propuesta al día siguiente fue aceptada por Keiko para beneplácito de Benjamín y
de mí.
197
NUEVA REUNIÓN CON HIPO Y MI DESPEDIDA CON LOS TOYONAGA.
Más tarde salí en tren rumbo a la estación de Inage, pues la señora Mayumi (Mayu, esposa de Yoshiaki,
mis anfitriones en el home stay) me recogería en dicho lugar para ir a una de las sesiones del grupo
Hipo al cual pertenecía y que había sido el medio por el cual la había conocido. La estuve esperando en
el lugar acordado pero en su lugar apareció otra de las señoras del grupo explicándome que le había
sido imposible a Mayu ir por mí debido a que su hija Mariko se encontraba con problemas de
temperatura, producto de inflamación de anginas.
La reunión fue como en otras ocasiones, bailar, cantar y platicar, aunque en esta ocasión no hubo
alimentos.
Al final de la sesión, la señora que antes fuera por mí a la estación de Inage, anunció que Mayu le había
solicitado que invitara a todos a una reunión el próximo sábado en su casa con motivo de realizar una
despedida en mi honor. Me sentí muy halagado por tal aviso y pensé que sería el broche de oro de mi
relación con las familias que tan amablemente habían compartido conmigo su cultura, tradiciones,
forma de vida y hasta su hogar. Nuevamente la amabilidad del pueblo japonés me impactaría y se
sumaría a otras tantas cosas que difícilmente borrarían el tiempo y la distancia.
Después de aquella emotiva reunión, la amable japonesa me transportó nuevamente hasta las puertas
del hotel en su preciosa vagoneta.
Los mementos de gran emotividad empezaban a llegar a su fin por un lado y sin embargo, las sesiones
en el Poly proseguían hasta la fecha planeada por JICA.
Una vez que Jesús violó el candado de su bicicleta al no encontrar la llave respectiva, salimos
nuevamente hacia aquella institución educativa en donde tantas horas convivimos mexicanos y
japoneses. Aquel jueves 4 de Septiembre, nuevamente la sesión inició muy floja y más de uno de los
compañeros aprovechó el tiempo en hacer su reporte final de la capacitación. Por mi parte, con lo del
viaje a Nagasaki y los movimientos de equipaje y habitación, había extraviado la evaluación final a la
institución, logística e instructores, por lo tanto, aquella mañana la dediqué a capturar las casi diez
páginas que conformaban el cuestionario para enseguida contestar a mano cada uno de los reactivos.
Posterior a la comida, el profesor Kodama retomó la clase, pero esta vez de manera muy contraria a
aquella con la que había iniciado por la mañana. Entonces, entre la captura de lo escuchado, la
elaboración de diagramas, el manejo del software y el poner atención a lo explicado, el tiempo voló
como nunca para mí. Tal parecía que el profesor Kodama me hubiera escuchado comentar el hecho de
que la clase me resultara lenta y que quisiera de alguna manera recuperar el tiempo imponiendo un
nuevo ritmo; pero esta vez más acelerado.
Recuerdo que en aquellas fechas también nos preocupaba la presentación final de uno de los temas
vistos durante las sesiones. Lo haríamos al final de la capacitación y nosotros podíamos elegir la
temática a tratar. Yo elegí electrónica digital, pues en mi trabajo en México, gran parte está enfocado
hacia la multiplicación de cursos referentes al Controlador Lógico Programable (PLC) que está
íntimamente relacionado a dicho tema. Para esto, la mayoría de los compañeros preparábamos
presentaciones electrónicas en Power Point para apoyarnos en el cañón al momento de la exposición.
Sólo debíamos preocuparnos por diez minutos que duraría cada participación, sin embargo, cada uno de
nosotros quería hacer un buen papel, de ahí el que nos esforzáramos por hacer bien las cosas.
198
Por otra parte, tenía también el compromiso de elaborar el discurso para las ceremonias de clausura,
por lo tanto, aquel día que inició con una clase a muy bajo ritmo, se convirtió en el día de mayor carga
para mí. Aún recuerdo que mi reloj marcaba las 7 de la tarde cuando abandonaba aquel recinto
educativo.
Muy cansado, pero satisfecho por el gran avance alcanzado aquel día, entré a la habitación del hotel,
aunque sólo para dejar mis pertenencias y salir de compras al departamental Parco, pues mi despensa
ya mostraba carencias en algunos artículos.
Ya de regreso y una vez que introduje los víveres en el pequeño frigo bar de la habitación, me trasladé
a la habitación de Gilberto, pues habíamos acordado que me apoyaría con la grabación de aquel video
en donde una ex jugadora de volley ball olímpica del Japón visita nuestro país para conocer nuestras
costumbres y tradiciones. Estuve con él tal vez por espacio de una hora en donde conversamos acerca
de las grandes cosas vividas en compañía de los nipones.
Nunca dejaré de agradecer la gran cantidad de correos electrónicos que mucha gente me envió para
animarme en mi travesía oriental, para impulsarme o simplemente para contar chistes o saludarme.
Todos en su momento fueron oxígeno para que el par de pulmones que habitan en mi interior siguieran
haciendo su trabajo. Como aquellos recibidos aquella noche por parte de mis hermanas, Cristina y
Rosy, mi sobrina Lety, mi sobrino Miguel y de mi compañera de trabajo Rosy Carrizalez.
Nuevamente las nubes ocultarían al sol al día siguiente y de hecho, más tarde la lluvia hizo su
aparición. Por lo tanto, a la estación de trenes y posteriormente al autobús acompañado de Jesús.
Al parecer, aquel viernes 6 de Septiembre sería la última sesión formal en el Poly. Nuestros rostros
mostraban cansancio y aburrimiento, pues al parecer habíamos llegado a nuestro límite emocional. Tal
vez era parte del condicionamiento, pues la fecha de clausura estaba ya a la vuelta de la esquina.
Las bromas y comentarios durante la comida fueron en torno a nuestro regreso, sin embargo, no fueron
suficientes para compensar lo desagradable que me parecía aquel día lo que en el comedor nos
brindaron. Un platillo con un caldo muy espeso casi baboso, 3 ó 4 bolitas como albóndigas más no de
carne, el clásico arroz y para rematar unas verduras con un sabor muy penetrante y predominante. Sin
embargo, había que comer.
De regreso en el aula, concluí las palabras para
las ceremonias de clausura y entregué un tanto a
la Coordinadora para su visto bueno. Ella me
comentó que lo analizaría el fin de semana en
su casa y que a la vez iniciaría con la traducción
del mismo, pues me decía que en ocasiones y
debido a diferencias en la forma de redactar
entre los latinos y los japoneses, se le
dificultaba un poco tal ejercicio. Me explicó que
el lunes me haría ver aquellos puntos en los que
habría que hacer modificaciones, sin embargo,
no me agradaba mucho el tener que modificar
199
algo de lo redactado, pues a fin de cuentas, era un mensaje 100% mexicano y no japonés. Pero tendría
que aguardar hasta el lunes para escuchar su opinión al respecto.
Por otro lado, desde que se me había asignado junto a Benjamín como encargado de redactar el
discurso, había hecho el comentario a los compañeros referente a que las opiniones de ellos eran
importantes para incluir puntos en determinados asuntos en específico que quisieran resaltar; sin
embargo, no hubo uno sólo de estos y a final de cuentas, el total de palabras escritas salieron de mi
lápiz e inspiración. Esto último me hacía sentir bien y mal a la vez; bien por saber que el mensaje era
propio en su totalidad y mal por lo mismo, pues debería haber sido redactado como resultado del sentir
de todos los que conformábamos aquel grupo. Ahora sólo me importaba hacer un buen papel en
nombre de los compañeros mexicanos.
El regreso al hotel, como en muchas otras ocasiones lo hicimos a pie. Esta vez, se nos unió a Jesús y a
mí, Fernando. En momentos el “chipi”, “chipi” de la lluvia nos visitaba, pero nosotros (como casi todo
japonés en época de lluvia) íbamos preparados con paraguas y de esta manera pudimos llegar hasta la
tienda llamada “El Quijote”, pues Jesús quería comprar un porta CD´s.
Entramos al hotel sólo para dejar nuestras pertenencias pues Fernando nos había invitado a visitar una
tienda de discos en la que había podido detectar gran variedad de estilos, ritmos y precios. Antes, Jesús
sugirió pasar a Yodobashi Kamera, pues seguía con la intención de comprar un reproductor de MD
(mini disc), pero se decepcionó al saber que los que allí se vendían sólo eran fabricados para trabajar
bajo Windows emitido en japonés. Minutos más tarde, entrábamos a la tienda de discos. En aquella
ocasión me hice de cuatro discos que junto a todos los que había adquirido durante los seis meses de
estancia sumaban casi las cien piezas.
No tenía actividad alguna preparada para el sábado, por lo tanto había decidido levantarme tarde, sin
embargo, en punto de las 7:20 de la mañana el teléfono de mi habitación sonó. Se trataba de Adelino y
sólo me llamaba para que le dijera el número de habitación del tocayo (Marco Antonio). Después que
le di el número, me fue imposible conciliar el sueño y de plano me levanté. Dediqué gran parte de la
mañana a empacar mis pertenencias, pues el regreso a México se encontraba ya próximo.
Más tarde, salí con Adelino al banco a retirar la totalidad de fondos de la cuenta y que eran suficientes
para pasar los últimos días en aquel país.
Después de retirar, pedí a Adelino me
acompañara a buscar unos zapatos que a mi
esposa le habían gustado cuando estuvo de
visita. Durante su visita ella había comprado
un par, sin embargo pretendía tener otro
juego más, sin embargo, la búsqueda fue en
vano, pues no los había ya en existencia. En
lugar de eso, adquirí unas sandalias con la
esperanza de que le agradaran a mi mujer.
Aquella misma tarde, tenía la fiesta de
despedida en casa de los Toyonaga y quise
pasar a una tienda de vinos a comprar un
tequila para compartir con ellos. Con
anterioridad había visto (únicamente) la
200
botella de Cuervo Especial en los estantes de aquel almacén y compré un litro de tan mexicano
producto. De igual manera, compré un tradicional Sake y en la compra de éste, el vendedor me
obsequió un par de vasos con emblemas japoneses, propios para tomar aquella bebida de arroz.
Al pasar frente a la plaza que nosotros llamábamos Parco, observamos un escenario montado en uno de
sus extremos y sobre este, unos músicos de jazz interpretando algunas piezas de este estilo. No
pudimos evitar el observar el espectáculo mostrado, aunque nunca supimos el porqué de aquella
presentación.
Después de un par de fotos de la orquesta de jazz, fuimos hasta el hotel, tomamos las bicicletas (yo la
de Jesús, pues el se había ido a Nikko con Fernando y anticipadamente me la había prestado) y fuimos
hasta la tienda de discos. Mi vicio por la música me seguía día a día y aunque la estancia llegaba a su
fin, quería aprovechar al máximo los Yenes restantes. Compré tres de música y uno para play station de
mi hijo.
Pese a que llevaba el paraguas, la lluvia me empapó de las rodillas para abajo aquella tarde cuando
caminé desde el hotel a la estación de trenes. Justo a las 5 de la tarde se presentó ante mí Yoshiaki
Toyonaga y sus comentarios respecto a mi mojada indumentaria no se hicieron esperar. Un par de
carcajadas después, nos encontrábamos dentro de su camioneta en dirección a su casa.
Platicamos, comimos y bebimos aquel grupo de gentiles japoneses y yo. Intenté prepararles unas
“palomas”, pero aquel jugo de toronja (lo más cercano al squirt que encontré) daba como resultado una
bebida con un sabor diferente. Los invitados me ofrecieron pequeños pero interesantes presentes y
fácilmente detectaba que lo hacían de corazón. Específicamente me entregaron; una postal del Monte
Fuji, un separador para libro, unos dulces y un libro sobre Japón escrito en español.
Aquella sería la última vez que vería a mis anfitriones del home stay y la emotividad imperante se
palpaba en todo momento.
Pese a que su cultura siempre la hemos considerado como tibia, aquella noche rompieron patrones y en
abrazos llenos de amistad me dieron muestras de hermandad que jamás pensé recibir en tierras tan
lejanas y por gente a las que no me unía lazo familiar alguno. Si alguien me hubiera dicho que al otro
lado del mundo encontraría amistad, afecto, cariño, fraternidad, amabilidad y gentileza entre otras
cosas, no lo hubiera creído. Ahora mi persona carga con gratos recuerdos clavados en mí ser, como
tatuaje quemado sobre la piel. Estarán conmigo por siempre como una bella estampa de mi vida y
seguramente los recordaré hasta el último día en que mis neuronas, consciente me mantengan.
Cerca de las 12 de la noche, los Toyonaga me dejaban a las puertas del Toyoko Inn hotel al tiempo que
nuestras manos se estrecharon por última vez.
201
DESPEDIDA DE KASKI E ICHIRO Y TRABAJOS FINALES.
Para el domingo 8 de Septiembre, sólo había planeado asistir a misa en la iglesia de la ciudad de Chiba
con el fin de agradecer a Dios por la buena salud prestada durante la estancia en aquel país. Por lo tanto
y como la ceremonia se celebraba hasta las 2 de la tarde y por la desvelada de la noche anterior, aquella
mañana me levanté muy tarde, bueno a eso de las 8:45 de la mañana.
Pasé un espacio de tiempo en las computadoras del hotel haciendo tiempo suficiente mientras la
camarista hacía su trabajo en mi habitación. Más tarde, posterior a un baño, salí rumbo a la iglesia
nuevamente en la bicicleta de Jesús, que en esta ocasión había ido a Disney Tokio.
El día estaba nublado pero según las noticias, no llovería. Llegué muy temprano a la iglesia y en esos
momentos se rezaba un rosario. Al terminar éste, se inició la ceremonia (en inglés) aunque en esta
ocasión no pude ver al sacerdote mexicano.
Al estar orando, llegaron a mi mente muchas imágenes de sucesos vividos en tan lejano país y con ello,
el agradecimiento por haber sido elegido para experimentar tantas emociones en tan interesante viaje.
Agradecí mil y un veces el hecho de haberme permitido llegar a la línea final y superar todos los
momentos de angustia, nostalgia, tristeza y añoranza, pero así mismo di gracias por permitirme ver el
otro lado del mundo, participar en tan interesante capacitación, conocer otra cultura, otras personas con
ideales diferentes y modos de vida ajenos a los propios.
De regreso al hotel me percaté que el foro montado sobre la plaza de Parco seguía en pie y las bandas
de jazz desfilaban en él haciendo sus interpretaciones, entonces estuve escuchando por algunos minutos
aquellos músicos y tan peculiar estilo.
Algunos días atrás había enviado un e-mail a Kaski e Ichiro (ex recepcionista del hotel y su novio) con
la intención de despedirme de ellos y fue hasta aquel día en que en mi buzón encontré respuesta.
Lamentablemente la computadora del hotel no pudo abrir correctamente el mensaje y me quedé con las
ganas de saber su contenido. Sin embargo, una vez que regresé del festival de jazz estando en mi
habitación, el teléfono sonó; se trataba de Ichiro y se comunicaba para invitarme junto a Kaski a cenar
aquella misma noche en un restaurante italiano. Una vez que agradecí el detalle acordamos vernos en el
lobby del hotel a las 6 de la tarde.
Muy puntuales arribaron al hotel a las 6 de la tarde en una preciosa camioneta color azul. Los recibí
con unos presentes de nuestro país; a Ichiro un lapicero alusivo al estado de Guanajuato (con una rana
subiendo por él) y un llavero de cuero, a Kaski, mi playera de la selección mexicana de foot ball.
Cenamos espagueti, ensalada y un apetitoso pulpo crudo. Después de la cena, Kaski me hizo entrega de
unos presentes para cada uno de los miembros de mi familia con todo el arte japonés por delante.
La plática de sobremesa se prolongó por algunos minutos, en los cuales me hablaron acerca de sus
planes a futuro como pareja, más en esta, nunca citaron la boda como elemento de aquella planeación.
Sin embargo, tiempo después, ya estando en México y al seguir en contacto por internet, ellos me
enviarían una fotografía precisamente del día de sus esponsales.
Durante nuestro diálogo les comenté acerca del disco del grupo Kodo que hacía días había querido
conseguir (música de tambores Taiko) y me señalaron que cerca del restaurante se hallaba un depósito
muy grande en donde posiblemente lo podría encontrar. Ichiro condujo su camioneta hasta el citado
202
lugar y efectivamente, allí encontré el
presente para mi hermano Guillermo. Ichiro
queriendo que yo me llevara un recuerdo de
aquel establecimiento tomó un par de
posters y me los entregó diciendo que eran
cortesía de la tienda y que los entregara a
mis hijos en México.
Nuevamente Ichiro se hizo al volante y
condujo por las calles de Chiba, pero esta
vez hasta las puertas del hotel, en donde
tomamos algunas fotos que captaron la gran
felicidad que emanábamos aquella noche.
Mi último lunes en Japón fue como otros,
levantarse temprano, un buen desayuno y a
la bicicleta de Jesús con él en la parrilla rumbo el Poly. Nuevamente las noticias anunciaban cielo
nublado pero sin lluvias y como ya habíamos comprobado que eran muy exactas, confiamos en los
pronósticos y tomamos la bicicleta sin temor alguno.
Desde la sesión del viernes el grupo había solicitado al profesor Kodama nos permitiera el lunes
terminar los trabajos, compartir fotografías, terminar documentos, contestar cuestionarios de Keiko
(evaluaciones al curso, JICA y el Poly) y éste había accedido. Entonces, todo el día fue trabajo de
computadora. Además, había llevado el MD (mini disc) para hacer pruebas con el software y aprender
a usarlo (sobre todo para realizar grabaciones). Las cuatro de la tarde nos dieron y algunos no habíamos
concluido aún.
Bajo acuerdo de los compañeros, habíamos decidido compartir los trabajos finales que cada uno había
capturado. Bien sabía que a más de uno de los compañeros le resultaba interesante el mío, pues en él se
encerraba el 100% de los temas tratados durante toda la capacitación, incluyendo imágenes, diagramas,
fotografías y texto. Cualquier otro tal vez podía haberse mostrado egoísta y negarse a participar en el
intercambio propuesto, pero en mi caso, con gusto subí a la red las 324 páginas capturadas. Siempre he
considerado que el egoísmo no debe ser una cualidad de un buen profesor; o bien, si alguien la practica
no debería de prestar sus servicios bajo dicho título. Me sentí orgulloso de haber cumplido con la meta
que inicialmente me había planteado; capturar no sólo uno de los temas como el profesor Kodama
había señalado, sino la totalidad de los expuestos durante toda la instrucción desarrollada en los cuatro
meses y medio que duró la misma.
Exactamente a las 6:45 de la tarde Jesús y yo abandonábamos el Poly creyendo ser de los últimos, pero
en las computadoras de la planta baja aún se encontraba Rosario checando su correo electrónico. De
alguna manera, cada uno de nosotros se despedía de las amistades generadas en aquel tremendo país.
La semana seguía avanzando y con esto el final de la aventura en Japón se acercaba más y más. Aquel
último martes, como en otros días, me levanté temprano y me preparé para salir al Poly. Nuevamente
Jesús y yo nos fuimos en su bicicleta. Al parecer, la lluvia se había despedido, al menos por aquellos
días.
203
Toda la mañana, hasta antes de la comida (12:00 del día), el profesor Kodama nos brindó todo el
tiempo para que concluyéramos las actividades pendientes que cada uno teníamos. Algunos se
dedicaron dar el último toque a las presentaciones en Power Point para la clase de 10 minutos, otros
contestaban los cuestionarios que Keiko nos había entregado, otros más simplemente copiaban fotos.
Por mi parte, dediqué parte del tiempo a dar forma a un documento que a petición del grupo firmaría el
Director del Poly en donde sugería a las autoridades aduanales nos permitieran el paso hacia México
con todos los dispositivos electrónicos que llevábamos con nosotros, producto de nuestras prácticas
durante el entrenamiento y que por temor a las minuciosas revisiones que se estaban haciendo en los
aeropuertos, temíamos nos fueran retirados.
Después de la comida se iniciaron las presentaciones ante el profesor Kodama. De los 11 compañeros
que formábamos el grupo, a mí me correspondió el turno número 6. Me sentí tranquilo y seguro de mí
mismo.
Cada uno de los compañeros fue pasando al frente del grupo e hicieron su presentación. La seguridad,
tranquilidad y firmeza en las palabras de cada uno de ellos eran claramente notables. Estoy seguro que
sus familiares, amigos y compañeros de trabajo estarían orgullosos del papel desarrollado por cada uno
de los que aquel grupo formaron.
La gama de técnicas de exposición, el manejo de materiales didácticos y las metodologías en sí
empleadas aquel día fueron diversas y seguramente en suma brindaron un abanico tentativamente
atractivo a aquel japonés que de manera interesada observaba cada movimiento de los compañeros
durante las diferentes participaciones.
Al final de la sesión, regalé al profesor Kodama la botella de tequila que había permanecido conmigo
los últimos seis meses. Así mismo, una copita especialmente fabricada para beber tan tradicional licor
mexicano. A Keiko, Coordinadora y traductora del grupo, regalé un pequeño jarrón de barro negro
comprado por un servidor en un viaje a Oaxaca.
En esta ocasión fuimos más que puntuales para retirarnos del Poly, ya que a las 5 de la tarde nos
visitaría en el hotel una persona de la agencia de viajes contratada por JICA con el fin de entregarnos
los boletos para nuestro vuelo de regreso a México.
Recuerdo que sólo alcancé a bañarme y bajar al pequeño restaurante del Toyoko Inn, lugar de la
reunión, para recibir el boleto. Mi alegría fue inmensa sólo por el hecho de pensar que ya pronto estaría
en casa con mi familia y amigos. Pero a la vez, tal y como mi hermana Rosy en un e-mail me había
escrito, se presentaban en mí sentimientos encontrados, pues también la tristeza me embargaba al saber
que me alejaría de toda aquella bella gente que me mostraba grandes lazos de amistad, sinceridad y
fraternidad. Mis ojos no verían más los sembradíos de arroz, los modernos y grandes edificios de
Tokio, los castillos y templos Budistas y Sintoístas en los diferentes lugares que había visitado, las
pagodas, las estatuas y monumentos tradicionales, conservadores y otros más de corte modernista. En
fin, sentía que los seis meses vividos en Japón dejaban huella en mi persona.
Sin embargo, era más fuerte el amor por la familia que toda la belleza del mundo entero. La experiencia
en Oriente expiraba y mi vida estaba en México junto a los míos que me esperaban y que al igual que
yo ansiábamos en estar juntos nuevamente.
204
PRECIOSO DETALLE DE MIHO SAN Y CLASURURA EN EL POLY.
Aquella noche, bajé al front del hotel a solicitar una plancha para dejar presentable mi camisa para el
día siguiente durante la clausura del entrenamiento en las instalaciones del Poly.
En esa ocasión, una de las chamacas del front
que se encontraba laborando era Miho San, y
una vez que me entregó la plancha, me dijo
que tenía unos presentes para mis familiares,
ya que durante la estancia de estos en el hotel,
ella había hecho amistad con los mismos.
A mi esposa un mantel para proteger la mesa
a la hora de tomar los alimentos, a mi hija
Marysol un tradicional abanico japonés, a mi
hija Lety una máscara producto de las
artesanías de aquel país, y a mi hijo Toño una
bolsa de lona con un Sumo grabado en su
exterior. A mi me entregó un pequeño
segmento de tela con figuras y escrituras
japonesas. Me pidió que guardara el secreto ya que no podía hacer lo mismo con todos los compañeros.
Además, un paquete de palillos para comer (hashis) reutilizables para cada quien.
Una vez que agradecí aquel gran detalle, subí a mi habitación a planchar mi camisa y nuevamente
regreso al front a entregarla. Yo quería de alguna manera corresponder al gesto amable de Miho, sin
embargo a 3 días de mi regreso, ya eran pocas las cosas que me quedaban para intercambiar o regalar a
los japoneses.
Entregué a Miho una cachucha con un letrero bordado que decía México, un CD con adornos en verde,
blanco y rojo y el texto “Viva México Cabrones” (que previamente Gilberto nos había obsequiado a
cada uno de los mexicanos para colgar por fuera de nuestras puertas en las habitaciones), y un llavero
tallado en madera con forma de guitarra.
Era claramente notorio el hecho de que de alguna manera se sentía muy agradecida, pues las repetidas
reverencias, así como la frecuente insistencia en decir “arigatou gosaimasu, arigatou gosaimasu”
(gracias, gracias), la delataban.
Por momentos, en muchas ocasiones había decidido grabar con ayuda de una video casetera, programas
en general de la televisión; ya fueran cómicos, musicales, dibujos animados, de entretenimiento, etc.
Aquella noche, al estar haciéndolo, me había tocado la suerte de grabar a Kiouji Hikawa, que desde mi
particular punto de vista, era un excelente intérprete. Y aunque no entendía más que una u otra palabra
suelta, la vocalización, vibrato, tiempo, entonación y timbre me parecían excelentes.
Era mi día de suerte al respecto, pues a la vez, Miho San me había prestado dos CD´s de aquel joven
cantante japonés con la intención de que los grabara.
La mañana del miércoles 11 de Septiembre fue diferente a otras. Todos salimos rumbo al Poly muy
elegantes vestidos con nuestros respectivos trajes y listos para la ceremonia de clausura.
205
Por razones obvias, el recorrido hotel-Poly, lo hicimos en tren y autobús, queriendo evitar la sudoración
producida por el ejercicio, aunque para el japonés sea una actividad sumamente normal el transportarse
por este medio sin importar la clase de vestimenta que porten (incluyendo el traje). Jesús y yo, tal y
como los últimos días, seguíamos acompañándonos.
Al llegar al Politécnico, tuvimos un espacio de tiempo que aprovechamos para “quemar” nuestras
últimas fotos en CD´s, o bien para guardar los trabajos finales.
La hora de la ceremonia llegó y todos fuimos a la planta baja a un salón en donde ya algunas
autoridades japonesas de aquella institución educativa nos esperaban.
Nunca supe cual había sido el criterio que había tomado JICA para hacer la lista de participantes, pero
el hecho fue que en todos los eventos siempre estuvo mi nombre al inicio de las mismas. Tal vez fue
sólo cuestión azarosa, pero esto me causaba curiosidad.
Debido a lo explicado anteriormente, a la hora de entregar los respectivos reconocimientos, me
llamaron, hicieron que me parara frente al grupo y me fue leído el texto que contenía el documento (en
japonés e inglés). Lo anterior sólo lo hicieron conmigo (por estar encabezando la lista); al resto de los
compañeros sólo los nombraban para que recogieran el propio.
Después de la entrega, habló el Director del
Centro Politécnico el Sr. Shiro Nonaka
ofreciendo un discurso de tipo institucional
protocolario.
Posterior al japonés correspondió el turno a
un servidor con la lectura del documento
acerca de la interrelación de culturas México-
Japonesa y finalmente el turno fue para
Benjamín y su participación acerca del
entrenamiento recibido.
Después de los formalismos, vinieron las
fotografías, los abrazos y las despedidas con
el personal del Polytechnic Centre Chiba.
Todavía antes de retirarnos de aquella institución, fuimos al 5o piso al aula que nos había albergado por
4 meses y medio, compartimos fotos en la red, las salvamos y nuestros sentidos percibieron por última
vez aquel entorno en el que habíamos pasado tantas horas estudiando y aprendiendo de nuestros
profesores Seki San, Muraoka San y Kodama San.
Una vez fuera del edificio y estando en el estacionamiento, Keiko Coordinadora y traductora del grupo,
nos invitó a Jesús, mi tocayo y a mi a tomar una cerveza.
En su vehículo nos transportamos a un restaurante por el que Jesús y yo pasábamos todos los días
cuando hacíamos nuestro recorrido en la bicicleta. Nosotros pedimos una cerveza, ella un café helado y
una rebanada de pastel. Keiko además pidió botana de papas fritas y salchichas.
206
Sólo estuvimos en aquel lugar por espacio de 45 minutos, después de los cuales nos llevó a la estación
de Chiba de tal manera que sólo tuvimos que caminar unas cuadras para llegar al hotel.
El resto de la tarde la pasé haciendo grabaciones de la televisión a formato VHS. Grababa cuanto
programa transmitían. Sabía que eran mis últimas horas en aquel país y quería llevar a México lo más
posible de información.
Ya estando en cama descansando, a las 12:30 de la noche tocaron a mi puerta. Se trataba de Jesús
solicitándome la video casetera para él poder hacer grabaciones también. Me dijo que recién llegaba de
Shinyuku y Akihabara de hacer algunas compras y sólo le quedaba la noche para dicha actividad.
207
CLAUSURA EN HACHIOJI Y UNA CENA MUY ESPECIAL.
A la mañana siguiente, nuevamente me dirigí al front a solicitar una plancha, pero esta vez ya había
sido prestada con anterioridad a otra persona. Mi tocayo Marco Antonio me ofreció la suya que había
llevado desde México y desde luego que acepté el ofrecimiento agradeciendo a éste su gentileza.
Cuando terminé de ponerme mi traje y que bajé al lobby, encontré a cinco de los compañeros y
entonces partimos los seis con rumbo a la estación de trenes pues nos trasladaríamos a la ciudad de
Hachioji a la ceremonia de clausura por parte de JICA.
Después de dos transbordes (casi dos horas), llegamos a nuestro destino. A tres cuadras de la estación,
un autobús de JICA nos esperaba para llevarnos al centro HAIC (Hachioji Internacional Centre).
A las 10 de la mañana hubo una reunión con representantes de JICA acerca del alojamiento, la
capacitación, alimentación, etc. Los comentarios al respecto de nosotros como participantes fueron en
general de agradecimiento, sin embargo, no faltó quien vertiera la opinión acerca de que las
habitaciones en todos los casos de los lugares en donde habíamos estado resultaban pequeñas. Así
mismo, se especificó que los espacios guardarropa eran pequeñísimos para la cantidad de artículos
personales que llevábamos consigo para la estancia de seis meses.
Los japoneses sólo tomaban nota de lo escuchado y hacían comentarios referentes a que la mayoría de
hoteles en su país son con características semejantes y que sólo aquellos de mayor categoría tenían
mejores instalaciones pero que los programas de beca por parte de JICA no los contemplaban.
A las 11:30 de la mañana la ceremonia de clausura se inició. Nuevamente, al igual que en el Poly, fui el
primero al que se le entregó el reconocimiento y al único al que se le leyó el texto plasmado en aquel
importante documento.
La entrega fue por parte de un representante de JICA, que por cierto manejaba casi a la perfección
nuestro idioma. Enseguida se nos entregó a aquellos que habíamos tomado el curso extra de idioma
japonés opcional por las tardes en las instalaciones del Politécnico, el reconocimiento correspondiente.
Acto seguido, nos fue entregada una
fotografía de todo el grupo acompañados por
Keiko como coordinadora y algunos
representantes de JICA. Dicha fotografía
había sido tomada cuatro meses atrás en la
inauguración del entrenamiento de
electrónica en el mismo HAIC en Hachioji.
Posterior a la entrega de documentos y de la
fotografía correspondió la participación a los
representantes de JICA y del Departamento
de Empleo en Japón.
Posteriormente participamos Benjamín y yo.
Mis nervios estaban tranquilos, me sentía
208
seguro y orgulloso. Sin embargo, me incomodaba un poco el hecho de que Keiko no me había
permitido modificar el texto de lo leído en la clausura en el Poly, pues sentía que era repetitivo para los
compañeros del grupo. Ella me argumentó que le dificultaría la traducción ya que el texto lo había
preparado con anterioridad y uno nuevo la metería en problemas. Aún así, hice la lectura con
satisfacción y orgullo que textualmente fue el siguiente.
“Tierra del Sol naciente, de gran historia y cultura que impacta por sus costumbres y tradiciones. De
gente amable, cordial, paciente y cálida, recta y formal, que ha servido de ejemplo de recuperación,
pasión, entrega y amor por la patria.
Muchos otros aunque no hemos sufrido directamente los estragos de una guerra, no hemos sabido dar
el valor suficiente a la naturaleza, su flora y su fauna, a la humanidad, la hermandad, humildad y a los
valores sociales. En sí, a la vida misma.
La distancia parecía eterna y el hambre de aprender aún más. Once mexicanos seleccionados entre
muchos, emprendimos el vuelo más allá del Pacífico, en donde ondean banderas blancas demostrando
la Paz, selladas con rojo, que muestran la fuerza, entrega y coraje de un pueblo que se ha mostrado a
sí mismo y al resto del mundo, de lo que se es capaz de lograr cuando se tienen en la mira metas bien
trazadas y con objetivos precisos y concretos que actúan como fortalecidos por la energía imperante
del astro sol.
Tal vez el significado del símbolo del emblema nacional de éste país sea otro, pero esa es nuestra
interpretación después de seis meses de vivir y convivir con ustedes en esta bella estancia.
Hemos sabido acerca del amor a la patria y el esfuerzo que se hace para conservar las tradiciones y
como ejemplo, basta saber sobre lo que desde hace años, ancianos y jóvenes preparaban en sus
alimentos para representar dicho símbolo; el tradicional plato con arroz, decorado al centro con una
ciruela roja.
Nuestro primer temor, la barrera del idioma, más nos dimos cuenta que cuando surgen los lazos de
hermandad, no es necesaria la palabra; el corazón habla por sí mismo.
Nunca olvidaremos la fiesta del Cerezo vivida en Osaka, cuando los pétalos de la flor del árbol que
tanto se aprecia en éste país, caían de sus ramas cual copos de nieva en invierno impulsados por los
vientos que recorren esta nación; un espectáculo incomparable, que nos hizo sentir y conocer el cariño
hacia la flora. La convivencia con los venados en Nara, por el contrario, nos mostró el amor que se
tiene a la fauna.
Fuimos testigos también de cómo enlazan el amor a sus tradiciones y principios en los festivales de
Narita y Chiba, bellas páginas escritas con pincel de tinta indeleble quedaron plasmadas en nuestro
pensamiento.
Los Hanabi en Asakusa, Chiba y Yokohama, por su parte, nos mostraron el desborde de alegría que
une a las generaciones; jóvenes y no tan jóvenes. Gracias por permitirnos participar en estas
actividades que ya consideramos como un tesoro invaluable en nuestra existencia. Con él, hemos
incrementado las arcas que prometen mejores soportes para cimentar nuestro espíritu.
209
Nuestros corazones vibraron también con
cada sonido de los tambores del Taiko en las
ocasiones en que fuimos testigos de
tremenda muestra de coordinación, entrega
y pasión por defender los valores culturales
implementados hace siglos en la llamada
Tierra del Sol Naciente.
La experiencia de compartir la cima del
Monte Fuji, la vista, el paisaje, sus lagos,
jardines y bosques con todo Japón a sus
pies, será de por vida uno de los mas gratos
recuerdos en nuestras mentes y corazones.
Tan bello el llegar a su punto más alto, como
el apreciarlo desde el aire al realizar
nuestro viaje de estudios a la isla de Kiushu.
Soberbio, majestuoso e imponente, sobresalía entre las nubes, viendo a sus pies la tierra que produce
los arrozales que alimentan a un país rico humanamente hablando.
Tierra de grandes maestros, pues a cada paso en nuestro andar, encontrábamos quien proporcionara
un saber adecuado a diferentes circunstancias que se nos presentaban. Ante todo, la amabilidad,
usando una palabra que nosotros denominamos, mágica; “Sumimasen”; muestra del respeto operante
ante todo en cualquier situación de la vida.
Tuvimos la oportunidad de conocer la población de Osaka, Nara, Hachioji, Kamakura, Nikko,
Odawara, Kobe, Kioto, Himeji, Tokio, Chiba, Nagasaki, Kumamoto, Beppu y muchos lugares más, con
sus castillos, templos y jardines que son un bello poema para el oído, una obra de arte para la vista,
una caricia para los sentidos y el corazón. En estos lugares pudimos apreciar las diferentes facetas del
Japón; por un lado, lo antiguo y tradicional, bello sin comparación con las más puras manifestaciones
de un arte milenario, de ensueño y devoción; por el otro, el modernismo, los grandes edificios, las
superconstrucciones, arquitectura de alto nivel.
Hoy recordamos el momento vivido al recibir la tarjeta de residente de esta ciudad, la confusión nos
embargó, permaneceríamos en este lugar hasta el mes de Septiembre. Reconocemos todo lo bello,
agradable y productivo del país, sobre todo el trato de la gente, sin embargo, también sabemos que
como mexicanos, sentimos la nostalgia por nuestra patria, nuestro hogar, nuestra comida, nuestras
amistades, la vida misma y todo lo que ella encierra y desde luego a la familia. Ellos que han brindado
un apoyo sin medida, incondicional y constante, demostrando en todo momento, paciencia, fortaleza,
entrega, cariño y sobre todo, amor. Un saludo para ellos desde aquí.
Regresamos a nuestro país, satisfechos, con el orgullo de haber cumplido y de haber dado todo de sí
para satisfacer los requerimientos solicitados por JICA y el Polytechnic Centre en Chiba y todo lo que
en ello se relacionó. Regresamos precisamente en el que llamamos mes de la Patria, pues
conmemoramos un aniversario más de nuestra Independencia; buena fecha; pues al pisar nuevamente
la tierra del chile y el tequila, veremos el espectáculo de nuestras calles con su colorido de los adornos
en tonalidades verde, blanco y rojo, sellados por el águila real. Ya parece que escuchamos el coro
unísono de la población en todas las calles y rincones del territorio Azteca de: Viva México.
210
Reciban un caluroso agradecimiento de quienes en esta ocasión compartimos parte de nuestra vida
con ustedes. Esperamos y queremos volver a verlos; tal vez aquí, tal vez allá.
Domo Arigatougozaimasuta.”
Esta vez mis palabras tuvieron un impacto sobre uno de los asistentes (al menos por que lo manifestó),
ya que durante la comida que nos ofrecieron al final de la ceremonia, el representante de JICA (que
hablaba español), me pidió que si podía entregarle una copia del texto leído. Me preguntó que como le
hacía para escribir como en poema, pues le había agradado bastante. Yo le contesté que la clave era, no
dejar que actuara la mente sino el corazón. Esto más lo sorprendió y me felicitó en exceso. Al final
agregó que a él le gustaría escribir como yo lo había hecho.
Aquellas palabras me llenaron nuevamente de orgullo y sentí que había hecho un buen papel a nombre
de todos los compañeros de aquel grupo.
La comida estuvo excelente, claro, de estilo japonés, pero ahora con bocadillos en verdad agradables
(al menos para mí). Solamente le hice el feo a las algas que envolvían al sushi, pues su sabor
predominante nunca me agradó.
Una vez que la comida concluyó, dedicamos un breve espacio de tiempo a tomarnos fotografías junto a
las banderas de JICA, México y Japón. Luego subimos al autobús de JICA que nos llevaría a la
estación de Hachioji. Abordamos el tren (sólo unos cuantos, pues otros decidieron quedarse para
conocer un poco más acerca de aquella ciudad).
Otra vez transbordamos en dos ocasiones antes de llegar a Chiba.
Ya caminando rumbo al hotel, pasamos al banco a retirar los últimos Yenes depositados por JICA y
que eran destinados para la realización del viaje de aquel día y que hasta el momento yo creía que ya
nos los habían cargado anteriormente (3000 Yenes que aproximadamente correspondían a $210).
En el lobby del hotel, Keiko recogía la tarjeta del banco, la libreta de estado de cuenta y la tarjeta
médica (que afortunadamente no utilicé ni una vez). Así mismo, hizo entrega de una copia con el
directorio de los compañeros de grupo. Después de esto, a la habitación.
Resulta que días atrás, la señora Toshi,
cocinera del restaurante del hotel, me había
dicho (en inglés) que si aceptaba una
invitación con un grupo de amigas a cenar
algún día de aquellos. Yo acepté
amablemente y precisamente habíamos
acordado que sería aquel jueves 12 de
Septiembre.
Me encontraba yo en la habitación
cambiándome de ropa cuando me llama Jesús
por teléfono para decirme que la señora ya se
encontraba en el lobby.
211
Bajé lo más rápido posible la saludé y me preguntó que si nos podemos ir. Afirmé y a la vez pregunté
que a dónde y en que nos iríamos. Me dijo que muy cerca se encontraba otro hotel de la cadena del
Toyoko Inn, que allí nos esperaban sus amigas y que nos trasladaríamos en bicicleta.
Pedí prestada la bicicleta a Jesús y fue sorprendente ver a aquella mujer de aproximadamente 65 ó 70
años circular con naturalidad en las calles de la ciudad de Chiba montada en su bicicleta.
En el lobby de aquel otro hotel (por cierto mucho más elegante y grande que en el que nos
hospedábamos) se encontraba un grupo de 6 mujeres, en su mayoría mayores de edad excepto una de
aproximadamente 32 años y otra tal vez de 24 años.
Sus nombre, al igual que el de todo japonés, difícil de leer y más aún de pronunciar; Fumi Itagaki,
Matuko Masuda, Yoshie Ootsuka, Toshi Harayama (que fue la que me invitó), Makiko Nishimaki,
Noble Yuasa y Yasuko Minoguchi (con quien me he comunicado más por internet y correo a mi
regreso a México).
Pasamos al restaurante, pidieron dos cervezas, brindamos y enseguida nos llevaron la carta. Ellas
sugirieron arroz con pescado y eso fue lo que pedimos. La plática se centró acerca de nuestras culturas,
tradiciones y temas al respecto. Así mismo, me preguntaban acerca del porqué los nombres propios de
nosotros (mexicanos) eran tan largos y entonces hice una explicación al respecto (nombres, apellidos
materno y paterno).
Posterior a la plática y casi a punto de despedirnos, me hicieron entrega de algunos sencillos pero
emotivos presentes, bueno, hasta el lápiz que tenían en uso me obsequiaron.
Estuvimos en aquel lugar por espacio de dos horas, hasta que finalmente llegó la hora de despedirnos.
Muchas fueron las reverencias para agradecer el hecho de aceptar el compartir con ellas los alimentos
aquella noche.
Algunas dijeron que se irían a sus casas en autobús, dos más en bicicleta y otra en moto.
Entonces, y una vez que se habían retirado las amigas de aquella amable cocinera, regalé a ésta (Toshi)
un pequeño emblema de mi país, un jarrito de bronce con una diminuta bandera de México a manera de
pin. Le entregué también una taza amarilla con el logotipo del CeCaTI para el cual trabajaba en
México. Era la última vez que vería aquella mujer, sin embargo no sería la última en la que tuviéramos
comunicación, pues hasta la fecha vía internet y por correspondencia nos hemos enviado fotos y
algunos presentes como tarjetas, calendarios, separadores de libros, etc. De hecho, algunas de las
mujeres que conocí aquella noche han hecho lo mismo conmigo y de igual manera les he
correspondido. Y para ser franco, con Yasuko Minoguchi he tenido mayor comunicación que inclusive
con Toshi Harayama.
Nos despedimos y regresé al hotel en donde la actividad de empacar las últimas pertenencias para mi
viaje de regreso a casa me ocupó por varias horas de aquella mi última noche en Japón.
212
ÚLTIMA NOCHE Y VOLANDO A MÉXICO.
Junto al equipaje que me acompañaría a México se encontraban una trompeta y una videocámara que
Fernando me había obsequiado días atrás y que debido a que sus pertenencias sobrepasaban el límite
permitido en aviones durante vuelos internacionales, no tenía más remedio que deshacerse de ellos. Me
comentó que si el peso de mis maletas andaba por debajo del peso permitido me obsequiaría ambos
productos y de hecho así sucedió.
De igual manera sucedió con Gilberto. Creo que Gil y Martín fueron los que más artículos acumularon
o tal vez fue muy notorio pues no recuerdo que hayan enviado cajas a sus domicilios como lo hicimos
otros. De esta manera, aquella video casetera que en ocasiones utilicé para hacer grabaciones propiedad
de Gil, me fue obsequiada por éste, aquella última noche.
En una de las habitaciones se encontraban la mayoría de los compañeros brindando por la feliz
culminación de la capacitación con un mexicanísimo tequila, sin embargo Jesús, Adelino y yo, nos
dedicábamos a preparar las maletas pues éramos los únicos que partiríamos al día siguiente vía Los
Ángeles, el resto lo haría un día después por Canadá.
Varios pantalones, playeras, camisetas, calcetines y demás ropa interior, se convirtieron en basura
aquella noche y con esto, mis maletas pudieron aligerarse un poco. Pero aún así, la báscula que tenía
Martín registraba el límite exacto permitido por las aerolíneas.
Fue hasta las 12:45 de la noche en que pude darme un baño y posteriormente tomar el descanso que me
permitiría no agobiarme con las 15 horas que duraría el viaje de regreso a casa.
Ya no habría otras oportunidades para apreciar la salida del sol en aquel país, que por cierto, en más de
una ocasión éste hizo su aparición a las cuatro y media de la madrugada, lo cual resulta inusual en
nuestras tierras y que nos causaba gran admiración.
Era la última ocasión en que mi cuerpo descansaría en terreno oriental. Si todo salía bien, la siguiente
vez que me acostara sería en mi cama en casa.
El último día en Japón lo inicié reuniéndome con Jesús y Adelino para desayunar. La intención era
compartir todos aquellos alimentos que nuestros pequeños refrigeradores contenían y de esta manera
agotarlos. Consistió en yogurt, refresco de cola, leche, pan, huevos cocidos, atún, arroz, aguacate,
tomate, salchicha, jamón, pimiento morrón y repollo. Este tipo de alimentos y sobre todo la gran dieta
impuesta por la gastronomía japonesa a lo largo de seis meses, hicieron que perdiera 10 kilogramos de
peso. Pero no fui el que más kilos bajó, si mal no recuerdo, Martín había perdido un total de casi 15
kilogramos y era muy notorio comparando las fotografías tomadas en el vuelo inicial México-Japón en
el aeropuerto de Canadá y aquellas más recientes días atrás en eventos realizados en el Poly.
A todo esto, Martín nos hacía la sugerencia de que no fuéramos a abusar o exagerar de la comida
mexicana a nuestro regreso, que más bien fuéramos adentrándonos poco a poco en ésta, ya que como el
ya había vivido la misma experiencia con anterioridad, sabía que el recargar de un momento a otro el
cuerpo con comidas grasosas e irritantes, podría generar serios problemas intestinales o estomacales.
Escuché sus palabras con atención y estaba decidido a hacerlo a mi regreso, sin embargo, no sabía la
que me esperaba.
213
Una vez que “hicimos por la vida”, bajamos al front a solicitar resguardaran nuestro equipaje en algún
salón del hotel ya que debíamos hacer el check out a las 10:00 de la mañana y los taxis que enviaría la
agencia de viajes llegarían hasta las 13:00 horas.
Colocamos el equipaje en un pequeño salón, registramos la salida y a la calle, pues había que
entretenernos 3 horas más. Fuimos al correo a intentar preguntar el porqué si Jesús había enviado dos
cajas a su domicilio en México sólo había recibido una. Como pudimos medio entendimos al
dependiente de aquella oficina acerca de la manera en que había que proceder. El papá de Jesús debía
hablar por teléfono al aeropuerto de su ciudad y preguntar por la caja ya que según los japoneses el
paquete estaba en México desde el 5 de septiembre.
De ahí nos fuimos a curiosear a diferentes tiendas y aproveché para comprar un cóctel preparado con
sake y algún tipo de refresco (en lata), así como dos pequeñas latas de cerveza (Asahi y Kirin) como
recuerdos (aún adornan una vitrina en casa y claro, con su líquido original). Por último adquirí unas
sandalias estilo japonés que pensé usaría para andar en casa.
Eran las 12:10 de la tarde cuando frente al hotel se detuvieron unos taxis. Adelino, Jesús y yo
empezamos entonces a bajar el equipaje que previamente habíamos colocado en aquella pequeña
habitación en el segundo piso. La cantidad de cosas era tremenda y sólo éramos tres los que partíamos.
Salimos un poco antes de la una de la tarde, nos despedimos de algunos compañeros que se
encontraban en la planta baja del hotel. Recuerdo que se encontraban Martín y Benjamín con quienes
había pasado muchísimas experiencias inolvidables. No los vería más, al menos en aquel tiempo, pues
mi deseo es poder saludarlos personalmente en otra ocasión y no simplemente por internet como hasta
la fecha lo hemos hecho.
Casi para salir del hotel, la administradora de aquel Toyoko Inn nos pidió que si podíamos tomarnos
una fotografía junto a algunas de las trabajadoras del mismo aprovechando que habían tenido una
reunión y que se encontraban la mayoría de las mismas.
La cámara que emplearon fue de tipo instantánea y obsequiaron una foto a Adelino y otra a mí. Esa fue
mi última foto en aquel hotel y desde entonces me acompaña en mi cartera como recuerdo de mi viaje.
Al llegar al aeropuerto, una empleada de JICA nos esperaba, misma que nos acompañó todo el tiempo,
inclusive nos dijo que lo haría hasta no vernos entrar a la sala de abordaje. Nosotros le dijimos que no
se preocupara que sabríamos como actuar. Después de esto se despidió de nosotros con lo cual nos
trasladamos a un Mc Donalds dentro del aeropuerto a comer una hamburguesa antes de nuestro vuelo.
Por ultimo unas fotos y a la sala de abordaje.
Pasamos todas las revisiones, entregamos las tarjetas de residentes de Japón y entramos a la sala de
espera.
A las 5 de la tarde de aquel 13 de Septiembre, abordamos el avión, pero fue hasta las 5:48 que la
aeronave dejó de tocar suelo Nipón.
214
En aquel momento terminó mi gran aventura en Japón, pero bien sabía que perduraría en mi mente por
siempre. Una gran turbulencia me despedía, acompañada de la señal de cinturón de seguridad que no se
apagó por mucho tiempo.
Las revisiones en Los Ángeles fueron exageradas (tres en total), bueno al grado de que tuve que
quitarme los zapatos para que pudieran revisar los tacones de los mismos.
Dichas medidas me incomodaban, pero a la vez me daba la certeza de que viajaríamos con mayor
tranquilidad hasta la ciudad de México. Pero lo que si me molestó fue el racismo ya que tanto en Narita
y de manera más marcada en Los Ángeles, las revisiones eran más meticulosas con aquellos que no
éramos güeritos.
El vuelo hasta la ciudad de México fue con la línea Mexicana de Aviación y en esta ocasión, tanto el
despegue, aterrizaje y vuelo se desarrollaron en plena tranquilidad.
La faena de pasar a aduana e inmigración, resultó como lo esperaba; una tremenda fiesta. A final de
cuentas, el semáforo me tocó en verde y pasé sin problemas.
La familia de Jesús esperaba por él y al verlo le manifestaron todo el amor que habían acumulado para
él durante su ausencia. Ya veía yo a mis familiares haciendo lo propio conmigo. Un abrazo, una
estrechada de manos y una despedida. Esa fue la última ocasión en que vi a mi buen compañero Jesús,
el “Talibán Mayor” o simplemente el “Tali”.
Adelino por su parte se mostraba preocupado, pues recordaba que dentro de una de mis maletas
habíamos metido una Catana (sable) suya de artesanía, para entregársela en el aeropuerto de México,
pues en su equipaje le había sido imposible hacerlo. Pero resulta que no recordamos que con
anterioridad yo había puesto en conexión mis maletas hasta el aeropuerto de la ciudad de San Luis
Potosí.
Sobre una hoja de mi bitácora que me había servido de compañera día a día y que sirvió de soporte para
escribir las líneas de este libro, anoté la dirección de Adelino en el estado de Chiapas, asegurándole que
a mi llegada a San Luis se la enviaría por mensajería (de hecho, días después hablé a su domicilio para
informarle acerca de la compañía y el número de guía del paquete, pero no lo encontré, entonces
simplemente dejé el recado a quien me contestó).
Adelino viajaría desde ese momento por autobús, lo cual representaba que todavía le restaban varias
horas para llegar a su casa y para empezar, tenía frente a sí, la difícil tarea de cambiarse del aeropuerto
a la central de autobuses en la gran ciudad de México.
215
LLEGANDO A CASA, POZOLE Y MARIACHI.
La aeronave tocó suelo potosino a las 9:50 de la noche del mismo 13 de Septiembre en que había
partido de Japón, sin embargo, los japoneses ya vivían el día 14 del mismo mes con un horario de las
12:50 de la tarde. Posiblemente los 8 compañeros restantes que quedaban en Chiba, se preparaban ya
para su vuelo.
Mi sangre fluía rápidamente al descender del avión. Mis nervios me visitaban perturbando mis ideas.
Mis ojos querían ver a mi familia y desde la pista de aterrizaje durante el corto tiempo que tardé en
trasladarme de la escalinata del avión a las salas del aeropuerto, buscaban incesantemente a cada uno
de ellos.
El tiempo que tardó en llegar el equipaje del avión a la banda transportadora se me hizo eterno, pero ya
mi sentido de la vista había detectado a todos los miembros de mi familia. Allí estaban, mi esposa,
hijos, hermanas, hermano, sobrinos, sobrinas y cuñados con una manta que decía “Bienvenido Tío” y
que posteriormente supe había hecho para mí mi sobrina Lety, mejor conocida en la familia como “la
Beba” y que de alguna forma manifestaba su afecto hacia mí.
Llegué a pensar que el personal del aeropuerto llamaría la atención a todos ellos, pues la algarabía,
gritos y bullicio que emitían, era exagerado. Además, a sus gritos se sumaban el sonido de trompetas
que en el mes patrio es clásico encontrar en venta en las calles de poblados mexicanos.
Mis sentimientos no soportaron más y al abrazar a mi esposa, hijos y cada uno de los que aquella noche
fueron a recogerme, lágrimas brotaron de mis ojos producto de la emoción.
Empezamos a abordar los vehículos en los que se habían transportado a la vez que me decían que en
casa de mi madre me tenían preparada una pequeña bienvenida.
Yo tomé mi automóvil en el que había llegado mi familia y hasta entonces manejé después de seis
meses de no hacerlo.
Entramos a la casa de mis padres y ésta se encontraba adornada con arreglos tricolores propios de las
fiestas patrias de nuestro país.
Sobre una pared, se hallaba la primera foto que me había tomado frente a un castillo en Japón (en
Osaka) y que había enviado por internet a la familia. Junto a esta, un letrero de bienvenido.
Mi madre había preparado especialmente para aquella noche, mi platillo favorito; pozole y entonces
recordé las palabras de Martín acerca de los problemas que podían surgir por dar al cuerpo de la noche
a la mañana, gran cantidad de grasas. Sin embargo, no pude soportar aquel manjar que se encontraba
frente a mí y sin dudar, comí el contenido de dos platos de aquel riquísimo platillo acompañado de sus
rábanos, lechuga y chile verde picado esperando no me hiciera daño alguno.
Nos encontrábamos brindando con un buen tequila cuando la puerta de la sala de la casa de mis padres
se abrió y por ella ingresó un mariachi interpretando melodías clásicas mexicanas. Nuevamente mis
ojos se llenaron de lágrimas, no soportando tanta emoción en tan poco tiempo.
216
Mis hijos me abrazaban, al igual que mi esposa y sin palabras nos decíamos lo mucho que nos
queríamos y extrañábamos.
Después de la cena, salí con mi familia rumbo a mi hogar y al ingresar en éste, una sorpresa más me
esperaba. Un gran letrero se encontraba sobre uno de los ventanales que decía: “BIENVENIDO
PAPÁ”.
Mis hijos habían impreso en la computadora una letra por cada hoja de máquina para en total formar un
gran texto, que pese a su grandeza física, resultaba pequeño comparado con el tamaño del amor que
aquellos pequeños me manifestaban.
Las presiones de estar fuera de casa, de no apoyar directamente en todos los aspectos necesarios a la
familia, el no poder abrazarlos o simplemente verlos, el no acompañarlos en sus actividades cotidianas,
no ayudar a mis hijos en sus tareas diarias, etc., habían concluido. Llegaba el tiempo de estar
nuevamente juntos y compartir lo bello que es la vida, sabedor de que al otro lado del mundo, otras
personas, de otra cultura, con otras costumbres y tradiciones formaban ya parte de la historia de un
mexicano, que como otros había podido cumplir un sueño que parecía inalcanzable.
217
AGRADECIMIENTOS.
Tal vez el texto del presente apartado debería ser más extenso que una simple cuartilla, pues es poco
espacio para expresar en él, todo lo recibido de la gente en este país.
Primeramente, me dirijo a JICA, como la institución que hizo posible la estancia de un servidor en este
bello país. Quedará plasmada en mi corazón, como una bella etapa en la vida. Al Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología (CONACyT), por aceptarme como candidato y postularme ante JICA. Así miso a
la Dirección General de Centros de Formación para el Trabajo, por permitirme participar en el
concurso para la beca y los trámites necesarios para mi traslado.
Al Ing. Juan Emigdio Posadas, Director en aquel entonces del Centro de Capacitación para el Trabajo
Industrial No. 27 en San Luis Potosí, por brindarme todo su aoyo en cada uno de los pasos necesarios
para la tramitación y emisión de documentos para la obtención de la beca.
Al Osaka Internatinal Center, por darnos cabida durante un mes y medio y darnos las eficientes y
necesarias lecciones de su idioma, mismas que nos permitiron comunicarnos con su gente.
Al Hachioji International Center, por Coordinar nuestra estancia en la ciudad de Chiba.
Al Polytechnic Center en la ciudad de Chiba, pues fue nuestro anfitrión durante el entrenamiento
relacionado a Electrónica y el curso avanzado del idioma Japonés. Me siento orgulloso de haber
participado en él, pues considero que Japón es la más fuerte potencia respecto al ramo técnico citado.
A los Profesores Kodama, Muraoka y Seki, por su entrega, cariño y pasión por la enseñanza y que
además, tendieron siempre una mano amiga a cada uno de nosotros. Me llevo de ellos, grandes
conocimientos, tanto en el ramo profesional como humano.
A nuestra Coordinadora y Traductora Odaki Keiko, por su constante y oportuno apoyo aún más allá de
las paredes del compromiso adquirido con JICA.
A los compañeros Fernando, Carlos, Adelino, Leonardo, Martín, Marco Antonio, Benjamín, Rosario,
Jesús y Gilberto. Por su incansable apoyo durante las sesiones y por su compañía siempre afectiva en
estos seis meses de convivencia. Me llevo de cada uno de ellos un sincero recuerdo de amistad.
A la familia Toyonaga (Home Stay) y al Grupo Hipo, por la abundancia de felicidad mostrada siempre
durante las ocasiones en que hubo oportunidad de convivir.
En fin, a cada uno de los japoneses que de alguna manera se vieron relacionados con un servidor en
esta estadía en la tierra llamada del Sol Naciente.
Posiblemente olvide a algunos, pero sería imposible citarlos a todos; si es así ruego disculpas por dicha
situación.
Muchas gracias. “Domou Arigatou Gosaimasuta”.
Atentamente. Marco Antonio Ríos Medina.
218
ÍNDICE.
PRESENTACION------------------------------------------------------------------------------------------ 3
DEDICATORIAS------------------------------------------------------------------------------------------ 4
INTRODUCCIÓN----------------------------------------------------------------------------------------- 5
LA BECA---------------------------------------------------------------------------------------------------- 6
VOLANDO A JAPÓN------------------------------------------------------------------------------------ 11
LLEGANDO AL OSIC----------------------------------------------------------------------------------- 15
LOS PRIMEROS DÍAS EN IBARAKI---------------------------------------------------------------- 18
DE VISITA EN OSAKA Y KIOTO-------------------------------------------------------------------- 22
VISITA A UNA IGLESIA CATÓLICA--------------------------------------------------------------- 24
PRIMER CLASE DE JAPONÉS----------------------------------------------------------------------- 25
REVISIÓN MÉDICA EN EL OSIC Y HOSPITAL------------------------------------------------ 27
LAVANDO ROPA, VISITANDO EL VITA Y ACTIVIDADES EN EL OSIC--------------- 29
LA FIESTA DEL SAKURA----------------------------------------------------------------------------- 31
DÍAS DE CLASE Y NOSTALGIA-------------------------------------------------------------------- 32
VISITANDO LA CIUDAD DE NARA---------------------------------------------------------------- 34
VIVIENDO EN EL OSIC-------------------------------------------------------------------------------- 36
VISITANDO LA CIUDAD DE KOBE---------------------------------------------------------------- 40
DOMINGO DE FREE MARKET, PARQUE Y CONVIVIO------------------------------------ 42
VISITANDO EL NIJO JO EN KYOTO------------------------------------------------------------- 44
VISITANDO EL GOLDEN PABILLION EN KYOTO------------------------------------------ 47
DE VISITA EN ESCUELA PRIMARIA------------------------------------------------------------- 49
EXÁMEN DE JAPONÉS Y GRADUACIÓN DE MILDRED Y NEFTAL------------------- 54
VISITANDO EL CASTILLO DE HIMEJI--------------------------------------------------------- 55
EL SPEECH Y CLAUSURA DEL CURSO DE JAPONÉS------------------------------------- 57
TEMPLO DE LAS MIL CARAS Y RESTAURANTE BRASILEÑO EN KOBE----------- 60
RUMBO A HACHIOJI----------------------------------------------------------------------------------- 62
LLEGANDO A CHIBA----------------------------------------------------------------------------------- 64
CLASES DE ELECTRÓNICA Y JAPONÉS-------------------------------------------------------- 69
TEMBLOR EN EL HOTEL Y VISITA A AKIHABARA---------------------------------------- 74
MUNICIPALIDAD, PALACIO IMPERIAL Y FIN DEL SEGUNDO CURSO DE
JAPONÉS---------------------------------------------------------------------------------------------------
78
SORPRESAS POR VIDEO PARA LA FAMILIA Y HOME STAY EN JAPÓN------------ 83
MUNDIAL DE FUT BOL. VIAJE A SENDAI------------------------------------------------------ 94
SEGUNDA PARTE EN EL POLY Y DÍA DEL PADRE----------------------------------------- 100
PREPARATIVOS PARA RECIBIR A LA FAMILIA Y PRONÓSTICOS
CLIMATOLÓGICOS PRECISOS---------------------------------------------------------------------
103
SEGUNDO TEMBLOR E IGLESIA CATÓLICA EN CHIBA---------------------------------- 106
ENCUENTRO CON UNA COMPATRIOTA Y EXPOSICIÓN DE TECNOLOGÍA------- 109
NUEVA REUNIÓN CON LOS TOYONAGA------------------------------------------------------- 114
EXPERIENCIA EN IGLESIA CATÓLICA--------------------------------------------------------- 117
NUEVO ENCUENTRO CON LOS TOYONAGA Y NUEVA EXPOSICIÓN DE
TECNOLOGÍA---------------------------------------------------------------------------------------------
120
COMIDA MEXICANA Y FESTIVAL DE NARITA----------------------------------------------- 123
MÁS CLASES Y EXPOSICIONES, MÁS COMIDAS DIFERENTES Y MÁS
PROBLEMAS Y TRISTEZAS--------------------------------------------------------------------------
126
ANIVERSARIO DE BODAS, LLEGADA DE LA FAMILIA A JAPÓN Y DISNEY 129
219
TOKIO-------------------------------------------------------------------------------------------------------
PARRILLADA EN CHIBA, A ODAIBA CON KASKI Y REUNIÓN CON MAYU-------- 132
FAMILIA EN KYOTO Y NARA----------------------------------------------------------------------- 135
MÁS ELECTRÓNICA Y CENA CON LOS TOYONAGA--------------------------------------- 140
REUNIÓN CON EL GRUPO HIPO DE MAYU---------------------------------------------------- 143
CENA EN CASA DE ROSITA, VIAJE A KAMAKURA Y HANABI EN ASAKUSA------ 144
FAMILIA EN NARITA Y SU REGRESO A MÉXICO ¿Y EL CONTROL REMOTO? - 147
¿Y LA BICICLETA? ¿Y EL EQUIPO?-------------------------------------------------------------- 151
LA VECINDAD DEL CHAVO, HANABI EN CHIBA Y KARAOKE. “LA VIDA
LOCA” -------------------------------------------------------------------------------------------------------
153
COCOCIENDO ODAWARA Y HAKONE---------------------------------------------------------- 156
ABSCESO DE JESÚS Y DE VISITA EN NIKKO------------------------------------------------- 158
FIESTA MEXICANA, ESTADÍA EN KENTAC, KAMOGAWA Y CASI DE
REGRESO---------------------------------------------------------------------------------------------------
164
TRES GENERACIONES Y TAIKO------------------------------------------------------------------- 170
DE VISITA EN SMC Y CENA CON SEKI---------------------------------------------------------- 172
VIAJE A NAGASAKI EN LA ISLA KIUSHU------------------------------------------------------ 178
TEMPLO CHINO, EPRESA MITSUBICHI Y PLAZA DE LA PAZ-------------------------- 180
YAKULT, KUMAMOTO, CARNE CRUDA DE CABALLO, TOKIO ELECTRÓN Y
HIJI-----------------------------------------------------------------------------------------------------------
184
CÁTEDRA DE CORTESÍA, BEPPU Y SUS OCHO INFIERNOS----------------------------- 187
FIESTA BRASILEÑA Y DESPEDIDA DE SEKI-------------------------------------------------- 190
ÚLTIMAS SESIONES Y ELECCIONES PARA DISCURSO FINAL------------------------- 193
NUEVA REUNIÓN CON HIPO Y MI DESPEDIDA CON LOS TOYONAGA-------------- 197
DESPEDIDA DE KASKI E ICHIRO Y TRABAJOS FINALES-------------------------------- 201
PRECIOSO DETALLE DE MIHO SAN Y CLASURURA EN EL POLY-------------------- 204
CLAUSURA EN HACHIOJI Y UNA CENA MUY ESPECIAL--------------------------------- 207
ÚLTIMA NOCHE Y VOLANDO A MÉXICO------------------------------------------------------ 212
LLEGANDO A CASA, POZOLE Y MARIACHI-------------------------------------------------- 215
AGRADECIMIENTOS----------------------------------------------------------------------------------- 217