vizcachismo breve semblanza de juan...

11
BREVE SEMBLANZA DE JUAN CRUSAO Hablar de un amigo con quien se ha compartido toda una vida es volver, en cierto modo, a vivir ese pasado. Irreverente ante la muer- te, ese amigo está presente en el dialogo y las inquietudes perma- nentes. Por ello es esta sintética semblanza no será literaria sino emocional, viva y limpia, como el agua de la vertiente de la monta- ña. Había leído “Carta Gaucha”. Y en mi mente juvenil su autor había adquirido la forma y la estampa del gaucho, que cuando muchacho conocí en alguna estancia. Llegado a la ciudad, tenía avidez por conocer a Juan Crusao. Y cuando me tendió su mano robusta y generosa, ví en sus ojos azules, vivaces y expresivos, toda la candi- dez de un niño. Sus cabellos habíanle tomado el color a los madu- ros trigales de la pampa y sus manos tenían la cordialidad fecunda de la tierra. Toda su estampa de gaucho autentico era la manifesta- ción exterior de su temperamento, que sin jactancia puedo llamar multifacético. Así, escribía una delicada estrofa, sutil y suave como una caricia de niño, creaba una verdadera obra de arte en la trenza de una soga -trabajo en cuero crudo-, se plantaba sobre un redo- món, o se sentaba sobre un arado. Manejaba su pluma con la mis- ma seguridad que el lazo, cuando un joven, en sus andanzas cam- peras. Tenía su mano el mismo vigor y su pensamiento indómito la misma dimensión de pampa y cielo de su mirada. Era un anarquista temperamental, no por intuición, sino porque estaba en su forma de vivir. Practicó la solidaridad en su verdadera esencia, que no sabe de preámbulos teóricos, y la llevó a todos los actos de su vida. Así, en una huelga textil, un policía atropelló con su caballo una multitud de mujeres que obstruían el paso de un tranvía, y de pronto, en un salto como de león a quien le amenazan de sus ca- chorros, con su mano izquierda tomó las riendas del equino y con la derecha empuñó su cuchillo que nunca supo de abusos contra el débil. Y lo hizo con toda naturalidad, porque así cuadraba a su condición de verdadero gaucho. Esta solidaridad es la esencia mo- ral de una conducta anarquista: reacción valiente frente a la injusti- cia, actitud decidida frente a la prepotencia de la autoridad. Más con el andar del tiempo, en seres mezquinos, simuladores y taima- dos. En contacto con el emigrante que venía a “hacer la América”, se hicieron egoístas e interesados; cambiaron la gauchada por el ¿cuánto me pagás? y la proverbial hospitalidad gaucha por el “no está el patrón”, con que se despide al caminante en la mayor parte de las estancias. Así se agringaron, en lo que tiene de más fea esta palabra, las costumbres campesinas, hasta el extremo de transfor- mar enteramente la fisonomía de la campaña. Si mucho ganó en prosperidad económica, fue mucho también lo que perdió en belle- za al exterminar un pueblo cuyas virtudes han sido ponderadas por todos los hombres estudiosos que lo conocieron. Vizcachismo El Viejo Vizcacha fue uno de los personajes estudiados por el autor de Martín Fierro. Es un fruto de aquella civilización que llego apre- surada, trayendo postes, alambres y Rémingstons. Claro que no fue el único paisano de su calaña; por el contrario, los Vizcachas fue- ron muchísimos. El nuevo régimen que vino a establecerse sobre la rastrillada todavía fresca de los malones en fuga, creó con su tor- peza y su avaricia enormes vizcachales, que proliferaron en las feraces praderas, como el roedor homónimo. Hubo vizcachas comerciantes, jueces, militares y políticos; hubo vizcachas estancieros, capataces y mayordomos; muchos vizcachas en el periodismo y en la literatura (ahora también han aparecido en la escena). La vida social, política y económica ha nutrido vizcachas de todas las categorías, desde los que mandan la gavilla hasta la gavilla misma, pasando por toda la gama de la mala vida nacional; desde los que no se sabe de qué viven hasta los que no se sabe cómo enriquecen… o se sabe demasiado. La descendencia del Viejo Vizcacha es tan vasta que no hay escala social en donde no esté representada con profusión. Vamos a darle, entonces, un nombre a ese conjunto de costumbres deplorables, de vicios inveterados y de bajezas que tanto nos afean; vamos a llamarle vizcachismo. Y ahora levantemos la mirada. No dejemos de ser optimistas; no perdamos la esperanza en la regeneración del hombre, ya que todo nos indica la posibilidad. Mucha educación, en un ambiente de mucha libertad, será menester para ir cambiando la fisonomía mo- ral de la población para que nuestros coterráneos se vayan libran- do poco a poco de esa ominosa carga que el pasado echó sobre sus hombros. Tarea titánica será sin duda la de transformar a un pueblo agobia- do por una herencia de barbarie, en una colectividad noble y digna. Sin embargo, ningún mal es eterno cuando existe la voluntad y no faltan los me medios de combatirlo hasta su extirpación. Abrase el Sésamo donde gime emparedada la libertad y a su conju- ro emergerán recias voluntades de lucha, que se abocarán a la magna tarea. Los medios, tenedles fe, son estos: los libros. Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros de Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en escena: Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editó Editorial Alas. BREVE SEMBLANZA DE JUAN CRUSAO Hablar de un amigo con quien se ha compartido toda una vida es volver, en cierto modo, a vivir ese pasado. Irreverente ante la muer- te, ese amigo está presente en el dialogo y las inquietudes perma- nentes. Por ello es esta sintética semblanza no será literaria sino emocional, viva y limpia, como el agua de la vertiente de la monta- ña. Había leído “Carta Gaucha”. Y en mi mente juvenil su autor había adquirido la forma y la estampa del gaucho, que cuando muchacho conocí en alguna estancia. Llegado a la ciudad, tenía avidez por conocer a Juan Crusao. Y cuando me tendió su mano robusta y generosa, ví en sus ojos azules, vivaces y expresivos, toda la candi- dez de un niño. Sus cabellos habíanle tomado el color a los madu- ros trigales de la pampa y sus manos tenían la cordialidad fecunda de la tierra. Toda su estampa de gaucho autentico era la manifesta- ción exterior de su temperamento, que sin jactancia puedo llamar multifacético. Así, escribía una delicada estrofa, sutil y suave como una caricia de niño, creaba una verdadera obra de arte en la trenza de una soga -trabajo en cuero crudo-, se plantaba sobre un redo- món, o se sentaba sobre un arado. Manejaba su pluma con la mis- ma seguridad que el lazo, cuando un joven, en sus andanzas cam- peras. Tenía su mano el mismo vigor y su pensamiento indómito la misma dimensión de pampa y cielo de su mirada. Era un anarquista temperamental, no por intuición, sino porque estaba en su forma de vivir. Practicó la solidaridad en su verdadera esencia, que no sabe de preámbulos teóricos, y la llevó a todos los actos de su vida. Así, en una huelga textil, un policía atropelló con su caballo una multitud de mujeres que obstruían el paso de un tranvía, y de pronto, en un salto como de león a quien le amenazan de sus ca- chorros, con su mano izquierda tomó las riendas del equino y con la derecha empuñó su cuchillo que nunca supo de abusos contra el débil. Y lo hizo con toda naturalidad, porque así cuadraba a su condición de verdadero gaucho. Esta solidaridad es la esencia mo- ral de una conducta anarquista: reacción valiente frente a la injusti- cia, actitud decidida frente a la prepotencia de la autoridad. Más con el andar del tiempo, en seres mezquinos, simuladores y taima- dos. En contacto con el emigrante que venía a “hacer la América”, se hicieron egoístas e interesados; cambiaron la gauchada por el ¿cuánto me pagás? y la proverbial hospitalidad gaucha por el “no está el patrón”, con que se despide al caminante en la mayor parte de las estancias. Así se agringaron, en lo que tiene de más fea esta palabra, las costumbres campesinas, hasta el extremo de transfor- mar enteramente la fisonomía de la campaña. Si mucho ganó en prosperidad económica, fue mucho también lo que perdió en belle- za al exterminar un pueblo cuyas virtudes han sido ponderadas por todos los hombres estudiosos que lo conocieron. Vizcachismo El Viejo Vizcacha fue uno de los personajes estudiados por el autor de Martín Fierro. Es un fruto de aquella civilización que llego apre- surada, trayendo postes, alambres y Rémingstons. Claro que no fue el único paisano de su calaña; por el contrario, los Vizcachas fue- ron muchísimos. El nuevo régimen que vino a establecerse sobre la rastrillada todavía fresca de los malones en fuga, creó con su tor- peza y su avaricia enormes vizcachales, que proliferaron en las feraces praderas, como el roedor homónimo. Hubo vizcachas comerciantes, jueces, militares y políticos; hubo vizcachas estancieros, capataces y mayordomos; muchos vizcachas en el periodismo y en la literatura (ahora también han aparecido en la escena). La vida social, política y económica ha nutrido vizcachas de todas las categorías, desde los que mandan la gavilla hasta la gavilla misma, pasando por toda la gama de la mala vida nacional; desde los que no se sabe de qué viven hasta los que no se sabe cómo enriquecen… o se sabe demasiado. La descendencia del Viejo Vizcacha es tan vasta que no hay escala social en donde no esté representada con profusión. Vamos a darle, entonces, un nombre a ese conjunto de costumbres deplorables, de vicios inveterados y de bajezas que tanto nos afean; vamos a llamarle vizcachismo. Y ahora levantemos la mirada. No dejemos de ser optimistas; no perdamos la esperanza en la regeneración del hombre, ya que todo nos indica la posibilidad. Mucha educación, en un ambiente de mucha libertad, será menester para ir cambiando la fisonomía mo- ral de la población para que nuestros coterráneos se vayan libran- do poco a poco de esa ominosa carga que el pasado echó sobre sus hombros. Tarea titánica será sin duda la de transformar a un pueblo agobia- do por una herencia de barbarie, en una colectividad noble y digna. Sin embargo, ningún mal es eterno cuando existe la voluntad y no faltan los me medios de combatirlo hasta su extirpación. Abrase el Sésamo donde gime emparedada la libertad y a su conju- ro emergerán recias voluntades de lucha, que se abocarán a la magna tarea. Los medios, tenedles fe, son estos: los libros. Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros de Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en escena: Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editó Editorial Alas. 2 2 3 2 2 3

Upload: phamlien

Post on 15-Oct-2018

213 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

BREVE SEMBLANZA DE JUAN CRUSAO Hablar de un amigo con quien se ha compartido toda una vida es volver, en cierto modo, a vivir ese pasado. Irreverente ante la muer-te, ese amigo está presente en el dialogo y las inquietudes perma-nentes. Por ello es esta sintética semblanza no será literaria sino emocional, viva y limpia, como el agua de la vertiente de la monta-ña. Había leído “Carta Gaucha”. Y en mi mente juvenil su autor había adquirido la forma y la estampa del gaucho, que cuando muchacho conocí en alguna estancia. Llegado a la ciudad, tenía avidez por conocer a Juan Crusao. Y cuando me tendió su mano robusta y generosa, ví en sus ojos azules, vivaces y expresivos, toda la candi-dez de un niño. Sus cabellos habíanle tomado el color a los madu-ros trigales de la pampa y sus manos tenían la cordialidad fecunda de la tierra. Toda su estampa de gaucho autentico era la manifesta-ción exterior de su temperamento, que sin jactancia puedo llamar multifacético. Así, escribía una delicada estrofa, sutil y suave como una caricia de niño, creaba una verdadera obra de arte en la trenza de una soga -trabajo en cuero crudo-, se plantaba sobre un redo-món, o se sentaba sobre un arado. Manejaba su pluma con la mis-ma seguridad que el lazo, cuando un joven, en sus andanzas cam-peras. Tenía su mano el mismo vigor y su pensamiento indómito la misma dimensión de pampa y cielo de su mirada. Era un anarquista temperamental, no por intuición, sino porque estaba en su forma de vivir. Practicó la solidaridad en su verdadera esencia, que no sabe de preámbulos teóricos, y la llevó a todos los actos de su vida. Así, en una huelga textil, un policía atropelló con su caballo una multitud de mujeres que obstruían el paso de un tranvía, y de pronto, en un salto como de león a quien le amenazan de sus ca-chorros, con su mano izquierda tomó las riendas del equino y con la derecha empuñó su cuchillo que nunca supo de abusos contra el débil. Y lo hizo con toda naturalidad, porque así cuadraba a su condición de verdadero gaucho. Esta solidaridad es la esencia mo-ral de una conducta anarquista: reacción valiente frente a la injusti-cia, actitud decidida frente a la prepotencia de la autoridad. Más

con el andar del tiempo, en seres mezquinos, simuladores y taima-dos. En contacto con el emigrante que venía a “hacer la América”, se hicieron egoístas e interesados; cambiaron la gauchada por el ¿cuánto me pagás? y la proverbial hospitalidad gaucha por el “no está el patrón”, con que se despide al caminante en la mayor parte de las estancias. Así se agringaron, en lo que tiene de más fea esta palabra, las costumbres campesinas, hasta el extremo de transfor-mar enteramente la fisonomía de la campaña. Si mucho ganó en prosperidad económica, fue mucho también lo que perdió en belle-za al exterminar un pueblo cuyas virtudes han sido ponderadas por todos los hombres estudiosos que lo conocieron.

Vizcachismo El Viejo Vizcacha fue uno de los personajes estudiados por el autor de Martín Fierro. Es un fruto de aquella civilización que llego apre-surada, trayendo postes, alambres y Rémingstons. Claro que no fue el único paisano de su calaña; por el contrario, los Vizcachas fue-ron muchísimos. El nuevo régimen que vino a establecerse sobre la rastrillada todavía fresca de los malones en fuga, creó con su tor-peza y su avaricia enormes vizcachales, que proliferaron en las feraces praderas, como el roedor homónimo. Hubo vizcachas comerciantes, jueces, militares y políticos; hubo vizcachas estancieros, capataces y mayordomos; muchos vizcachas en el periodismo y en la literatura (ahora también han aparecido en la escena). La vida social, política y económica ha nutrido vizcachas de todas las categorías, desde los que mandan la gavilla hasta la gavilla misma, pasando por toda la gama de la mala vida nacional; desde los que no se sabe de qué viven hasta los que no se sabe cómo enriquecen… o se sabe demasiado. La descendencia del Viejo Vizcacha es tan vasta que no hay escala social en donde no esté representada con profusión. Vamos a darle, entonces, un nombre a ese conjunto de costumbres deplorables, de vicios inveterados y de bajezas que tanto nos afean; vamos a llamarle vizcachismo. Y ahora levantemos la mirada. No dejemos de ser optimistas; no perdamos la esperanza en la regeneración del hombre, ya que todo nos indica la posibilidad. Mucha educación, en un ambiente de mucha libertad, será menester para ir cambiando la fisonomía mo-ral de la población para que nuestros coterráneos se vayan libran-do poco a poco de esa ominosa carga que el pasado echó sobre sus hombros. Tarea titánica será sin duda la de transformar a un pueblo agobia-do por una herencia de barbarie, en una colectividad noble y digna. Sin embargo, ningún mal es eterno cuando existe la voluntad y no faltan los me medios de combatirlo hasta su extirpación. Abrase el Sésamo donde gime emparedada la libertad y a su conju-ro emergerán recias voluntades de lucha, que se abocarán a la magna tarea. Los medios, tenedles fe, son estos: los libros. Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros de Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en escena: Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editó Editorial Alas.

BREVE SEMBLANZA DE JUAN CRUSAO Hablar de un amigo con quien se ha compartido toda una vida es volver, en cierto modo, a vivir ese pasado. Irreverente ante la muer-te, ese amigo está presente en el dialogo y las inquietudes perma-nentes. Por ello es esta sintética semblanza no será literaria sino emocional, viva y limpia, como el agua de la vertiente de la monta-ña. Había leído “Carta Gaucha”. Y en mi mente juvenil su autor había adquirido la forma y la estampa del gaucho, que cuando muchacho conocí en alguna estancia. Llegado a la ciudad, tenía avidez por conocer a Juan Crusao. Y cuando me tendió su mano robusta y generosa, ví en sus ojos azules, vivaces y expresivos, toda la candi-dez de un niño. Sus cabellos habíanle tomado el color a los madu-ros trigales de la pampa y sus manos tenían la cordialidad fecunda de la tierra. Toda su estampa de gaucho autentico era la manifesta-ción exterior de su temperamento, que sin jactancia puedo llamar multifacético. Así, escribía una delicada estrofa, sutil y suave como una caricia de niño, creaba una verdadera obra de arte en la trenza de una soga -trabajo en cuero crudo-, se plantaba sobre un redo-món, o se sentaba sobre un arado. Manejaba su pluma con la mis-ma seguridad que el lazo, cuando un joven, en sus andanzas cam-peras. Tenía su mano el mismo vigor y su pensamiento indómito la misma dimensión de pampa y cielo de su mirada. Era un anarquista temperamental, no por intuición, sino porque estaba en su forma de vivir. Practicó la solidaridad en su verdadera esencia, que no sabe de preámbulos teóricos, y la llevó a todos los actos de su vida. Así, en una huelga textil, un policía atropelló con su caballo una multitud de mujeres que obstruían el paso de un tranvía, y de pronto, en un salto como de león a quien le amenazan de sus ca-chorros, con su mano izquierda tomó las riendas del equino y con la derecha empuñó su cuchillo que nunca supo de abusos contra el débil. Y lo hizo con toda naturalidad, porque así cuadraba a su condición de verdadero gaucho. Esta solidaridad es la esencia mo-ral de una conducta anarquista: reacción valiente frente a la injusti-cia, actitud decidida frente a la prepotencia de la autoridad. Más

con el andar del tiempo, en seres mezquinos, simuladores y taima-dos. En contacto con el emigrante que venía a “hacer la América”, se hicieron egoístas e interesados; cambiaron la gauchada por el ¿cuánto me pagás? y la proverbial hospitalidad gaucha por el “no está el patrón”, con que se despide al caminante en la mayor parte de las estancias. Así se agringaron, en lo que tiene de más fea esta palabra, las costumbres campesinas, hasta el extremo de transfor-mar enteramente la fisonomía de la campaña. Si mucho ganó en prosperidad económica, fue mucho también lo que perdió en belle-za al exterminar un pueblo cuyas virtudes han sido ponderadas por todos los hombres estudiosos que lo conocieron.

Vizcachismo El Viejo Vizcacha fue uno de los personajes estudiados por el autor de Martín Fierro. Es un fruto de aquella civilización que llego apre-surada, trayendo postes, alambres y Rémingstons. Claro que no fue el único paisano de su calaña; por el contrario, los Vizcachas fue-ron muchísimos. El nuevo régimen que vino a establecerse sobre la rastrillada todavía fresca de los malones en fuga, creó con su tor-peza y su avaricia enormes vizcachales, que proliferaron en las feraces praderas, como el roedor homónimo. Hubo vizcachas comerciantes, jueces, militares y políticos; hubo vizcachas estancieros, capataces y mayordomos; muchos vizcachas en el periodismo y en la literatura (ahora también han aparecido en la escena). La vida social, política y económica ha nutrido vizcachas de todas las categorías, desde los que mandan la gavilla hasta la gavilla misma, pasando por toda la gama de la mala vida nacional; desde los que no se sabe de qué viven hasta los que no se sabe cómo enriquecen… o se sabe demasiado. La descendencia del Viejo Vizcacha es tan vasta que no hay escala social en donde no esté representada con profusión. Vamos a darle, entonces, un nombre a ese conjunto de costumbres deplorables, de vicios inveterados y de bajezas que tanto nos afean; vamos a llamarle vizcachismo. Y ahora levantemos la mirada. No dejemos de ser optimistas; no perdamos la esperanza en la regeneración del hombre, ya que todo nos indica la posibilidad. Mucha educación, en un ambiente de mucha libertad, será menester para ir cambiando la fisonomía mo-ral de la población para que nuestros coterráneos se vayan libran-do poco a poco de esa ominosa carga que el pasado echó sobre sus hombros. Tarea titánica será sin duda la de transformar a un pueblo agobia-do por una herencia de barbarie, en una colectividad noble y digna. Sin embargo, ningún mal es eterno cuando existe la voluntad y no faltan los me medios de combatirlo hasta su extirpación. Abrase el Sésamo donde gime emparedada la libertad y a su conju-ro emergerán recias voluntades de lucha, que se abocarán a la magna tarea. Los medios, tenedles fe, son estos: los libros. Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros de Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en escena: Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editó Editorial Alas.

22

3

22

3

tarde, pasados los años, su acción solidaria hizo tremolar como bandera revolucionaria su persistente llamado en defensa de los presos de Bragado. Fue él, primero que nadie, quien lanzó su reto a la justicia burguesa desde un periódico del interior. Y no arrió su bandera, a pesar de todas las alternativas tan diversas, hasta que las rejas infames dejaron salir sus presas por la presión de la que él fue gestor inicial. Su conducta como anarquista obedecía más a su temperamento, como queda dicho, que a una concepción filosó-fica que tampoco le era ajena. Y es que ser anarquista es proceder como tal, pese a las limitaciones de la sociedad burguesa. Se es anarquista en el quehacer cotidiano, en el trabajo, en el hogar y hasta en la cárcel, haciendo de la conducta la continuidad del pen-samiento; o no se siente la vibración del ideal que se sustenta. Y esto debe ser permanente, cualquiera sea el hecho con el cual se ve confrontado el militante. La presión del ambiente, con su co-rriente incesante de multitud de elementos, que incide en la con-ducta de algunos que sucumben arrollados por esa corriente, no pudo vencer la vigorosa resistencia natural de nuestro amigo. Así vivió toda su vida, sin hacer concesiones a nada ni a nadie, en una actitud valiente e indomable. Cuando llevando su mano abierta sobre sus ojos oteaba la lejanía, tan frecuente en él, era su pensa-miento siempre juvenil y renovado quien miraba hacia el futuro. Porque tenía el acervo moral de su conducta y su fe inquebrantable en sus ideales, por eso jamás le conocimos un desfallecimiento, ni una queja amarga, ni una duda siquiera. Era leal en la amistad y leal con sus ideas. Quiso hacer de ellas, hasta su muerte, lo que hizo de las estrellas en sus noches de gaucho auténtico: su guía, su orientación. Y así fue hasta el momento de entregar sus restos a la tierra, que él amaba como a una madre. Una de sus ambiciones más nobles fue hacer de sus hijos los here-deros, no de una riqueza que nunca quiso acumular, sino de su vida, de su conducta, de sus ideas. Y sintió la profunda satisfacción de muy pocos anarquistas. Todo lo suyo está redivivo en su hijo: su pensamiento, sus sentimientos y su conducta permanente. Y pien-so que su nieto, que heredó de él el color de sus ojos y cabellos, ha de hablar un día con orgullo de su abuelo, y sentirá la radiación efectiva de su vida. Así, expuesta a grandes rasgos, vivió su exis-tencia nuestro amigo dilecto, con quien compartí desde el cariño de sus hijos hasta el estrecho espacio de la celda carcelaria. Su vida y sus recuerdos son como la claridad del sol que todos los días ensancha mi solitaria pupila. Irreverente ante la muerte, le rindo el homenaje de mi profundo afecto como si estuviera a mi lado, en la ronda del mate o en las tareas comunes. Su vivo recuerdo debe ser lo que para él fueron las estrellas: su guía, su orientación. Orientar-se, tomar el rumbo y marchar hacia adelante, sin desfallecimientos, con renovada fe en el triunfo final de la justicia, la libertad y la solidaridad, fundamentos básicos de la sociedad futura, por la que vivió y luchó sin descanso nuestro compañero y amigo, que nunca supo de comodidades, de cobardías ni renunciamientos.

Pascual Vuotto Mar del Plata. Año 1960, henchido de esperanzas.

meterse era el tremendo dilema. El trabajo en las estancias era duro, agotador y carente de atractivos para el criollo, cuyas habili-dades de trabajador campero ya no eran necesarias en los moder-nos establecimientos ganaderos, donde las haciendas empezaban a refinarse y el lazo y las boleadoras habían sido desterradas por perjudiciales. En este aspecto el peón extranjero resultaba más apto para las nuevas faenas, y los barcos descargaban ya sus bue-nas tandas de inmigrantes, ávidos de ocupación. Tampoco eran necesarias las tropillas ni todos los que hallaba jugando a la taba. Se perseguía por vagos a quienes se entretenían en un baile o en una inofensiva payada, y no le mezquinaban azotes al que protes-taba considerándose víctima de un abuso. Las penurias, los malos tratos y las arbitrariedades de la autoridad hicieron los llamados “gauchos malos”. Los más dignos y más alti-vos prefirieron el albur de los pajonales o la sierra, y pelearon con la partida. Perecieron en las contiendas o en las cárceles, por de-fender la libertad.

La muerte del gaucho Ese fue el fin obligado de este campesino ejemplar, tan digno de mejor suerte. Y en este punto de la historia, y no en otro, se termi-naron los gauchos. Desapareciendo el medio que lo creó y que le dio vida, hecha pedazos la pampa de sus andanzas, sacrificado hasta lo irreparable el ambiente de sus proezas, donde lució su gallarda estampa de hidalgo enhorquetado en brioso pingo, no podía subsistir. La misma lógica no admite su supervivencia en un medio extraño a sus usos y costumbres y sin una previa reeducación. Y ya se ha dicho que en lugar de escuelas para sacarlo de su ignorancia, se crearon juzgados y partidas policiales para perseguirlo; y los nue-vos dueños de los campos, en lugar de mostrar gratitud por el sacrificio del que ellos se habían beneficiado, lo castigaron con su desprecio y con su codicia. A partir de esa época ya no fue el gau-cho, sino su caricatura lo que se vio rodar sobre los campos argen-tinos, como el espectro de un pueblo castigado con el más duro rigor. El gauchaje le ganó la guerra al indio, para quedar también derrotado. Esa caricatura es la que han hallado algunos seudo literatos y la han tomado por el tipo auténtico, confundiendo los términos, co-mo si adrede lo hicieran. En verdad –y permítaseme la digresión- salvo muy contadas excepciones, esos pretendidos cultores del gauchismo han legado a las generaciones, a veces un ente ridículo, que es una afrenta a la memoria del hijo de la llanura; otras veces un personaje tan fuera de la realidad, tan estilizado que pareciera un gaucho de Hollywood. Le han hecho tanto daño a la historia como a la cultura. Nunca le estaremos suficientemente agradecidos a Hernández el haber salvado al gaucho del olvido y de la afrenta, ya que no pudo salvarlo del exterminio. Y bien; los paisanos se sometieron, aunque no de buen grado, a la nueva vida –a eso que de manera bastante impropia se le llamó civilización, consistente en la pérdida de las libertades y los dere-chos del campesino, el trastrueque de las costumbres, las faenas agotadoras en los campos cercados con alambre de púa, bajo la amenaza de los Rémington de la policía-, se fueron convirtiendo,

tarde, pasados los años, su acción solidaria hizo tremolar como bandera revolucionaria su persistente llamado en defensa de los presos de Bragado. Fue él, primero que nadie, quien lanzó su reto a la justicia burguesa desde un periódico del interior. Y no arrió su bandera, a pesar de todas las alternativas tan diversas, hasta que las rejas infames dejaron salir sus presas por la presión de la que él fue gestor inicial. Su conducta como anarquista obedecía más a su temperamento, como queda dicho, que a una concepción filosó-fica que tampoco le era ajena. Y es que ser anarquista es proceder como tal, pese a las limitaciones de la sociedad burguesa. Se es anarquista en el quehacer cotidiano, en el trabajo, en el hogar y hasta en la cárcel, haciendo de la conducta la continuidad del pen-samiento; o no se siente la vibración del ideal que se sustenta. Y esto debe ser permanente, cualquiera sea el hecho con el cual se ve confrontado el militante. La presión del ambiente, con su co-rriente incesante de multitud de elementos, que incide en la con-ducta de algunos que sucumben arrollados por esa corriente, no pudo vencer la vigorosa resistencia natural de nuestro amigo. Así vivió toda su vida, sin hacer concesiones a nada ni a nadie, en una actitud valiente e indomable. Cuando llevando su mano abierta sobre sus ojos oteaba la lejanía, tan frecuente en él, era su pensa-miento siempre juvenil y renovado quien miraba hacia el futuro. Porque tenía el acervo moral de su conducta y su fe inquebrantable en sus ideales, por eso jamás le conocimos un desfallecimiento, ni una queja amarga, ni una duda siquiera. Era leal en la amistad y leal con sus ideas. Quiso hacer de ellas, hasta su muerte, lo que hizo de las estrellas en sus noches de gaucho auténtico: su guía, su orientación. Y así fue hasta el momento de entregar sus restos a la tierra, que él amaba como a una madre. Una de sus ambiciones más nobles fue hacer de sus hijos los here-deros, no de una riqueza que nunca quiso acumular, sino de su vida, de su conducta, de sus ideas. Y sintió la profunda satisfacción de muy pocos anarquistas. Todo lo suyo está redivivo en su hijo: su pensamiento, sus sentimientos y su conducta permanente. Y pien-so que su nieto, que heredó de él el color de sus ojos y cabellos, ha de hablar un día con orgullo de su abuelo, y sentirá la radiación efectiva de su vida. Así, expuesta a grandes rasgos, vivió su exis-tencia nuestro amigo dilecto, con quien compartí desde el cariño de sus hijos hasta el estrecho espacio de la celda carcelaria. Su vida y sus recuerdos son como la claridad del sol que todos los días ensancha mi solitaria pupila. Irreverente ante la muerte, le rindo el homenaje de mi profundo afecto como si estuviera a mi lado, en la ronda del mate o en las tareas comunes. Su vivo recuerdo debe ser lo que para él fueron las estrellas: su guía, su orientación. Orientar-se, tomar el rumbo y marchar hacia adelante, sin desfallecimientos, con renovada fe en el triunfo final de la justicia, la libertad y la solidaridad, fundamentos básicos de la sociedad futura, por la que vivió y luchó sin descanso nuestro compañero y amigo, que nunca supo de comodidades, de cobardías ni renunciamientos.

Pascual Vuotto Mar del Plata. Año 1960, henchido de esperanzas.

meterse era el tremendo dilema. El trabajo en las estancias era duro, agotador y carente de atractivos para el criollo, cuyas habili-dades de trabajador campero ya no eran necesarias en los moder-nos establecimientos ganaderos, donde las haciendas empezaban a refinarse y el lazo y las boleadoras habían sido desterradas por perjudiciales. En este aspecto el peón extranjero resultaba más apto para las nuevas faenas, y los barcos descargaban ya sus bue-nas tandas de inmigrantes, ávidos de ocupación. Tampoco eran necesarias las tropillas ni todos los que hallaba jugando a la taba. Se perseguía por vagos a quienes se entretenían en un baile o en una inofensiva payada, y no le mezquinaban azotes al que protes-taba considerándose víctima de un abuso. Las penurias, los malos tratos y las arbitrariedades de la autoridad hicieron los llamados “gauchos malos”. Los más dignos y más alti-vos prefirieron el albur de los pajonales o la sierra, y pelearon con la partida. Perecieron en las contiendas o en las cárceles, por de-fender la libertad.

La muerte del gaucho Ese fue el fin obligado de este campesino ejemplar, tan digno de mejor suerte. Y en este punto de la historia, y no en otro, se termi-naron los gauchos. Desapareciendo el medio que lo creó y que le dio vida, hecha pedazos la pampa de sus andanzas, sacrificado hasta lo irreparable el ambiente de sus proezas, donde lució su gallarda estampa de hidalgo enhorquetado en brioso pingo, no podía subsistir. La misma lógica no admite su supervivencia en un medio extraño a sus usos y costumbres y sin una previa reeducación. Y ya se ha dicho que en lugar de escuelas para sacarlo de su ignorancia, se crearon juzgados y partidas policiales para perseguirlo; y los nue-vos dueños de los campos, en lugar de mostrar gratitud por el sacrificio del que ellos se habían beneficiado, lo castigaron con su desprecio y con su codicia. A partir de esa época ya no fue el gau-cho, sino su caricatura lo que se vio rodar sobre los campos argen-tinos, como el espectro de un pueblo castigado con el más duro rigor. El gauchaje le ganó la guerra al indio, para quedar también derrotado. Esa caricatura es la que han hallado algunos seudo literatos y la han tomado por el tipo auténtico, confundiendo los términos, co-mo si adrede lo hicieran. En verdad –y permítaseme la digresión- salvo muy contadas excepciones, esos pretendidos cultores del gauchismo han legado a las generaciones, a veces un ente ridículo, que es una afrenta a la memoria del hijo de la llanura; otras veces un personaje tan fuera de la realidad, tan estilizado que pareciera un gaucho de Hollywood. Le han hecho tanto daño a la historia como a la cultura. Nunca le estaremos suficientemente agradecidos a Hernández el haber salvado al gaucho del olvido y de la afrenta, ya que no pudo salvarlo del exterminio. Y bien; los paisanos se sometieron, aunque no de buen grado, a la nueva vida –a eso que de manera bastante impropia se le llamó civilización, consistente en la pérdida de las libertades y los dere-chos del campesino, el trastrueque de las costumbres, las faenas agotadoras en los campos cercados con alambre de púa, bajo la amenaza de los Rémington de la policía-, se fueron convirtiendo,

4

21

4

21

COMO CONOCI A JUAN CRUSAO Hace algunos años, al apearme del ómnibus una madrugada en Mar del Plata, conocí a Juan Crusao, es decir, mi tocayo Luis Woo-llands. Creo que al poco rato, como ocurre pocas veces, nos senti-mos profundamente amigos. Era un auténtico trabajador de campo de hoy –como yo lo era en parte-, es decir, un obrero curtido en las más crudas faenas y hecho a resistir sin aflojar las peores perrerías de la suerte que decretan a los de abajo los que arriba se han quedado con todo en las manos. Los muchos años que llevaba encima no habían hecho mella en la agilidad de su mente ni en el vigor de su carácter. Su sangre holandesa, creo, no era estorbo para llevar con sencillez perfecta las mejores prendas del gaucho de los días en que Darwin dijo: “es muy superior al hombre de la ciudad”, es decir: la sobrie-dad, la baquía, el coraje sin matonismo, la generosidad del servicio desinteresado y sobre todo una incompatibilidad genial con las coyundas. En más de una ocasión he tratado de señalar el probable origen de tales características gauchescas: la sobra de carne en la Pampa eliminando la humillación del hambre; la inacabable dilatación de la llanura y la disponibilidad de galopes para medirlas, impidiendo de hecho la gravitación del patrón y del cura; todo eso lo volvió más o menos irreligioso y autónomo y lo diferenció fundamental-mente del jinete riograndense, tejano o mejicano, como advierte C. Graham, y de lo que vino después: el gaucho apeado por la clase patronal, convertido en peón de estancia, en mucamo con espue-las, cuya caricatura idealizada ofreció en nuestros días el gaucho de Güiraldes. (Todo ello para no hablar de la eliminación sistemáti-ca de la población gaucha, que ya estorbaba a la población vacuna de los terratenientes, realizada por la guerra civil y rematada por la guerra contra el otro que también estaba estorbando: el indio.) ¡Cómo no iban a relamerse los cornúpetas miembros del Jockey Club y los descornados literatos de la S.A.D.E con Don Segundo Sombra, gaucho baquianaso en el caballo y la guitarra, en el cuchi-llo y el lazo y, a la vez, “un peón modelo y sin una queja ni un re-clamo contra la ignominia y el desamparo de su condición explota-da y servil” Qué mucho si pese a la confluencia espumante de todos los luga-res comunes aceptados, nuestro Martín Fierro mismo no es propia-mente lo que se cree. Comenzó, si, como una insobornable protes-ta contra el pomposo destino fúnebre de nuestra clase paisana. Pero la advertencia patricia de Mitre y otros y su propia razonable prudencia conspirando contra su amotinada inspiración influyeron sin duda en el buen Hernández: el Martín Fierro de la Ida no es ya el de la Vuelta, éste que en los consejos a sus hijos se nos viene con moralidades de cura párroco o de pulpero enriquecido!

Pero el hombre de razón / no roba jamás un cobre pues no es vergüenza ser pobre / y es vergüenza ser ladrón.

Mentira a sabiendas, pues ¿qué otra cosa sino ladrón, es decir, cuatrero, podía ser el gaucho si Dios y los estancieros le vedaban el uso propio de un jeme de tierra y de una pata de vaca?

Nótese que casi todas las observaciones de Vizcacha se relacionan ajustadamente con el sustento; procurarse el yantar era su más inmediata preocupación; llenar la barriga era la idea predominante de su espíritu. Sus herederos –sin tener nada de la sabiduría ratonil del padre- no lo niegan, sin embargo, en ese aspecto. Siguen las normas de su antecesor con una facilidad admirable; son egoístas, tacaños, mal pensados de la mujer y duros con ella; en cambio son blandos hasta dar grima con los que mandan; prácticos, nunca van a un noque vacío, y con tal de vivir gordos se comen a veces hasta los hijos, como el cerdo. En cuanto a inteligencia, se conforman con tener la memoria del burro, que nunca olvida donde come… Por encima de todas las virtudes humanas ponen el defender el pellejo, pero en tan desatinada forma, que si bien no arriesgan su integridad física para nada que no sea de su exclusivo provecho, llevan una existencia tan absurda que la destruyen con su propia torpeza. Entienden por defender el pellejo el no dar paso sin la seguridad de la ganancia, sin la plena satisfacción de su egoísmo, y luego -¡miles de casos se dan!- se arruinan la salud afanados en amasar una fortuna que no disfrutarán.

La Causa Hemos visto solamente los efectos de una causa; más bien hemos trazado, algo así como a zancadas,los rasgos más característicos de un numeroso grupo de la población nacional. Veamos ahora, tam-bién a grandes trazos,que causas han producido este tipo humano. Ayudémonos aquí con una cita, muy autorizada por cierto, como es la de Carlos O. Bunge: “Al terminar la conquista del desierto, reali-zada toda ella con el cruento sacrificio del gauchaje, vinieron los nuevos dueños de la Pampa y fraccionaron los campos en estan-cias, dividieron y subdividieron los predios tirando líneas de alam-brados en todas las direcciones. Fue la primer traba, el primer gri-llete puesto a la vida libre del hijo de la llanura. Ya no podía des-plazarse hacia cualquier rumbo del cencerro de su tropilla, ni acampar a la orilla de cualquier arroyo, porque ahora ¡hasta las aguadas tenían dueño! Se crearon en toda la extensión de la campi-ña –donde ya no correteaban los malones- los Juzgados de Paz con su partida de milicos maturrangos, destinados a meter en cintura a los que de una u otra manera conocían el nuevo orden de cosas. Estos rebeldes no eran otros que lo paisanos que volvían de la campaña del desierto, pobres y desnudos, buscando la tranquilidad del pago, y no encontraban ni el rancho ni la familia ni los bienes que dejaron, como en el caso del héroe de José Hernández. “Todo se lo habría llevado el remolino de las ambiciones de la gente de ley, que venían a ser el malón de adentro…” El paisanaje se halló acorralado entre una urdimbre de alambradas, que debía de respetar so pena de indisponerse con la partida del juez e ir a dar con los huesos en el cepo. Porque la propiedad de los campos fue sagrada desde un principio, magüer su origen es-purio, que arrebatados al indio con el sacrificio de los campesinos, fueron gentes de la ciudad quienes se los apropiaron. Sin ninguna preparación para enfrentar el nuevo régimen de vida que llegaba desde la ciudad a paso acelerado, los gauchos se en-contraron en un mundo extraño y hostil, imposible de vencer dado su modo de ser individualista. Y empezó su calvario. Perecer o so-

COMO CONOCI A JUAN CRUSAO Hace algunos años, al apearme del ómnibus una madrugada en Mar del Plata, conocí a Juan Crusao, es decir, mi tocayo Luis Woo-llands. Creo que al poco rato, como ocurre pocas veces, nos senti-mos profundamente amigos. Era un auténtico trabajador de campo de hoy –como yo lo era en parte-, es decir, un obrero curtido en las más crudas faenas y hecho a resistir sin aflojar las peores perrerías de la suerte que decretan a los de abajo los que arriba se han quedado con todo en las manos. Los muchos años que llevaba encima no habían hecho mella en la agilidad de su mente ni en el vigor de su carácter. Su sangre holandesa, creo, no era estorbo para llevar con sencillez perfecta las mejores prendas del gaucho de los días en que Darwin dijo: “es muy superior al hombre de la ciudad”, es decir: la sobrie-dad, la baquía, el coraje sin matonismo, la generosidad del servicio desinteresado y sobre todo una incompatibilidad genial con las coyundas. En más de una ocasión he tratado de señalar el probable origen de tales características gauchescas: la sobra de carne en la Pampa eliminando la humillación del hambre; la inacabable dilatación de la llanura y la disponibilidad de galopes para medirlas, impidiendo de hecho la gravitación del patrón y del cura; todo eso lo volvió más o menos irreligioso y autónomo y lo diferenció fundamental-mente del jinete riograndense, tejano o mejicano, como advierte C. Graham, y de lo que vino después: el gaucho apeado por la clase patronal, convertido en peón de estancia, en mucamo con espue-las, cuya caricatura idealizada ofreció en nuestros días el gaucho de Güiraldes. (Todo ello para no hablar de la eliminación sistemáti-ca de la población gaucha, que ya estorbaba a la población vacuna de los terratenientes, realizada por la guerra civil y rematada por la guerra contra el otro que también estaba estorbando: el indio.) ¡Cómo no iban a relamerse los cornúpetas miembros del Jockey Club y los descornados literatos de la S.A.D.E con Don Segundo Sombra, gaucho baquianaso en el caballo y la guitarra, en el cuchi-llo y el lazo y, a la vez, “un peón modelo y sin una queja ni un re-clamo contra la ignominia y el desamparo de su condición explota-da y servil” Qué mucho si pese a la confluencia espumante de todos los luga-res comunes aceptados, nuestro Martín Fierro mismo no es propia-mente lo que se cree. Comenzó, si, como una insobornable protes-ta contra el pomposo destino fúnebre de nuestra clase paisana. Pero la advertencia patricia de Mitre y otros y su propia razonable prudencia conspirando contra su amotinada inspiración influyeron sin duda en el buen Hernández: el Martín Fierro de la Ida no es ya el de la Vuelta, éste que en los consejos a sus hijos se nos viene con moralidades de cura párroco o de pulpero enriquecido!

Pero el hombre de razón / no roba jamás un cobre pues no es vergüenza ser pobre / y es vergüenza ser ladrón.

Mentira a sabiendas, pues ¿qué otra cosa sino ladrón, es decir, cuatrero, podía ser el gaucho si Dios y los estancieros le vedaban el uso propio de un jeme de tierra y de una pata de vaca?

Nótese que casi todas las observaciones de Vizcacha se relacionan ajustadamente con el sustento; procurarse el yantar era su más inmediata preocupación; llenar la barriga era la idea predominante de su espíritu. Sus herederos –sin tener nada de la sabiduría ratonil del padre- no lo niegan, sin embargo, en ese aspecto. Siguen las normas de su antecesor con una facilidad admirable; son egoístas, tacaños, mal pensados de la mujer y duros con ella; en cambio son blandos hasta dar grima con los que mandan; prácticos, nunca van a un noque vacío, y con tal de vivir gordos se comen a veces hasta los hijos, como el cerdo. En cuanto a inteligencia, se conforman con tener la memoria del burro, que nunca olvida donde come… Por encima de todas las virtudes humanas ponen el defender el pellejo, pero en tan desatinada forma, que si bien no arriesgan su integridad física para nada que no sea de su exclusivo provecho, llevan una existencia tan absurda que la destruyen con su propia torpeza. Entienden por defender el pellejo el no dar paso sin la seguridad de la ganancia, sin la plena satisfacción de su egoísmo, y luego -¡miles de casos se dan!- se arruinan la salud afanados en amasar una fortuna que no disfrutarán.

La Causa Hemos visto solamente los efectos de una causa; más bien hemos trazado, algo así como a zancadas,los rasgos más característicos de un numeroso grupo de la población nacional. Veamos ahora, tam-bién a grandes trazos,que causas han producido este tipo humano. Ayudémonos aquí con una cita, muy autorizada por cierto, como es la de Carlos O. Bunge: “Al terminar la conquista del desierto, reali-zada toda ella con el cruento sacrificio del gauchaje, vinieron los nuevos dueños de la Pampa y fraccionaron los campos en estan-cias, dividieron y subdividieron los predios tirando líneas de alam-brados en todas las direcciones. Fue la primer traba, el primer gri-llete puesto a la vida libre del hijo de la llanura. Ya no podía des-plazarse hacia cualquier rumbo del cencerro de su tropilla, ni acampar a la orilla de cualquier arroyo, porque ahora ¡hasta las aguadas tenían dueño! Se crearon en toda la extensión de la campi-ña –donde ya no correteaban los malones- los Juzgados de Paz con su partida de milicos maturrangos, destinados a meter en cintura a los que de una u otra manera conocían el nuevo orden de cosas. Estos rebeldes no eran otros que lo paisanos que volvían de la campaña del desierto, pobres y desnudos, buscando la tranquilidad del pago, y no encontraban ni el rancho ni la familia ni los bienes que dejaron, como en el caso del héroe de José Hernández. “Todo se lo habría llevado el remolino de las ambiciones de la gente de ley, que venían a ser el malón de adentro…” El paisanaje se halló acorralado entre una urdimbre de alambradas, que debía de respetar so pena de indisponerse con la partida del juez e ir a dar con los huesos en el cepo. Porque la propiedad de los campos fue sagrada desde un principio, magüer su origen es-purio, que arrebatados al indio con el sacrificio de los campesinos, fueron gentes de la ciudad quienes se los apropiaron. Sin ninguna preparación para enfrentar el nuevo régimen de vida que llegaba desde la ciudad a paso acelerado, los gauchos se en-contraron en un mundo extraño y hostil, imposible de vencer dado su modo de ser individualista. Y empezó su calvario. Perecer o so-

20

5

20

5

Hay algo más escalofriante aún:

El que obedeciendo vive / nunca tiene suerte blanda más con su soberbia agranda / el rigor en que padece: obedezca el que obedece / y será bueno el que manda.

¿Hay que creer que este derrotismo, esta claudicación oronda en la lucha contra la servidumbre es el mensaje final? Bienvenido, pues y a buena hora, llegan mensajes como éste de Carta Gaucha de nuestro Juan Crusao, que entroncando en la re-beldía del primer Martín Fierro, la lleva a su conclusión inevitable: la guerra de expropiación a los expropiadores, la revolución prole-taria moderna.

Luís Franco

UN’ALVERTENCIA ¡Quién m’iba desir que con el tiempo esta carta sería sélebr’entr’el gauchaje! Yo la escribí de afisionao no más y porque tenía tantas ganas que mis paisanos aprendieran lo que habí’aprendido yo. Me acuerdo q’entonce me ráiba cuand’unos amigos me desían: ¨ ¡Se la vamos hacer publicar, v’ha ver usté! ¨ Y así fue. Al tiempo después otros amigos hisieron con ella una cantidá e libritos pa repartirlos gratis en entr’el paisanaje. Y la carta se desparramó por todo el páis; ¡Veanlé la tras’a la cartita! A mis amigos los anarquistas se les puso que la carta tiene cosas muy buenas y muy útiles para instruir a los gauchos. Ser’asi. Ellos saben mejor que yo las cosas. Yo no me pong’orgulloso por ello. Lo que sí, me gustaría que mis paisanos la leyeran con cariño y cuidasen bien el librito; y que cuando vayan a pasiar a’lguna casa e gente criolla, lo saquen y lo lean, pa que todos se den cuenta de lo que deben haser pa que los campos argentinos vuelvan a ser de los pobres, como han sido en otros tiempos, y que l’hasienda gor-da no se la coman los frigoríficos, sino los trabajadores, y pa que del trigo argentino se haga pan pa los hijos del páis y no que se lo lleven pa Uropa, como están hasiendo. Todas estas cosas se deben remediar con la revolusión que tene-mos que haser prontito. Es por eso que se presisa saber q’es y cómo se hase la revolusión, y la CARTA GAUCHA les dice clarito a los gauchos lo q’está bien, como pa q’elijan. El que no comprienda con eso, es porque tiene agua en la cabesa o alma de milico. Los demás todos l’han d’entender. Los que tengan buen corasón y alma de gauchos, han de lerla con cariño y l’han de cuidar como una hermanita. A ellos se la confio, con mi bendición de padre.

Luis Woollands (Juan Crusao)

cial constituye el lastre más pesado de la sociedad, dado su enor-me volumen. Hay todavía otra camada de la inacabable descendencia. Es la de los que ni siquiera se acomodan, aunque le sobran condiciones para ello, sino que por vileza civil, viven constantemente doblándo-se ante los que mandan y acatando sin un gesto de protesta sus disposiciones, por aquello de que no hay que llevarle la contra al que manda la gavilla. Seres que parecen haber nacido de favor y viven aplastados bajo la enorme carga de gratitud que les deben a los privilegiados de la riqueza. No hay humillación a que no se sometan ni agachada que no ejecuten en su deleznable paso por la existencia. Para ellos las libertades públicas y los derechos ciuda-danos –que han costado tantos sacrificios, sangre y desvelo- son de tan poco precio, que las pierden con la misma desaprensión que sus antepasados perdían el sustento de sus hijos a la taba o las cuadreras. Pareciera que para gente que vegeta en tal estado de postración moral, esas bellas conquistas del género humano fue-sen un estorbo. La mayor parte de nuestras calamidades sociales y políticas se las debemos casi enteramente a esta desdichada descendencia de Viz-cacha, que es el peso muerto en las luchas contra la opresión; una masa sin voluntad que no hay palanca que la mueva en su inercia, que se aterra ante la perspectiva de cualquier cambio en el orden social o político, resistiéndose con todo el empeño de que es capaz a salir del “rincón en que empezó su existencia”, como si los atara el temor de perder la miseria moral y física en que vegetan. No hay peor espécimen de conservador, porque es el conservador del atra-so social y del envilecimiento ciudadano, envilecimiento que fomen-ta con su inepcia, su falta de virilidad y la carencia de virtud huma-na más elemental. Nacen, viven y mueren sin ninguna doble ambi-ción y desaparecen también sin dejar una leve huella de su paso por el mundo, como no sea el mal ejemplo de su existencia sin ob-jetivo, frontera con la vida de las bestias. Es probable que un estu-dio más profundo que el que solemos hacer de las condiciones de nuestro proletariado nos llevara a comprobaciones amargas; porque quizás hallaríamos que una gran mayoría pertenece a esa funesta descendencia. Pero ese estudio no es de nuestra competencia.

Adaptabilidad El Viejo Vizcacha tenía su pizca de sabiduría, que podríamos llamar sabiduría de la adaptabilidad, caudal de que carece mucha de su descendencia. Había observado a los animales que vivían en su derredor y asimilado algunas de sus costumbres. Y ese era el baga-je de sus conocimientos. Sabía que donde hay perros flacos la co-mida debe andar escasa y que no era aconsejable apearse con ape-tito; que las hormigas nunca van a un noque vacío porque allí no hay nada que arrastrar para la cueva; que el cerdo vive muy gordo se come hasta los hijos, de donde había sacado la conclusión de que con tal de llenar la barriga no hay que parar en escrúpulos; que nunca escapa quien dispara por la loma, lo sabio, para su en-tendimiento de paisano taimado y camandulero, era cometer la fechoría y escabullirse. Sabía también que el zorro que ya es corri-do desde lejos la olfatea, hay que ventear, entonces, el peligro an-tes de dar el paso, como el zorro mañero.

Hay algo más escalofriante aún:

El que obedeciendo vive / nunca tiene suerte blanda más con su soberbia agranda / el rigor en que padece: obedezca el que obedece / y será bueno el que manda.

¿Hay que creer que este derrotismo, esta claudicación oronda en la lucha contra la servidumbre es el mensaje final? Bienvenido, pues y a buena hora, llegan mensajes como éste de Carta Gaucha de nuestro Juan Crusao, que entroncando en la re-beldía del primer Martín Fierro, la lleva a su conclusión inevitable: la guerra de expropiación a los expropiadores, la revolución prole-taria moderna.

Luís Franco

UN’ALVERTENCIA ¡Quién m’iba desir que con el tiempo esta carta sería sélebr’entr’el gauchaje! Yo la escribí de afisionao no más y porque tenía tantas ganas que mis paisanos aprendieran lo que habí’aprendido yo. Me acuerdo q’entonce me ráiba cuand’unos amigos me desían: ¨ ¡Se la vamos hacer publicar, v’ha ver usté! ¨ Y así fue. Al tiempo después otros amigos hisieron con ella una cantidá e libritos pa repartirlos gratis en entr’el paisanaje. Y la carta se desparramó por todo el páis; ¡Veanlé la tras’a la cartita! A mis amigos los anarquistas se les puso que la carta tiene cosas muy buenas y muy útiles para instruir a los gauchos. Ser’asi. Ellos saben mejor que yo las cosas. Yo no me pong’orgulloso por ello. Lo que sí, me gustaría que mis paisanos la leyeran con cariño y cuidasen bien el librito; y que cuando vayan a pasiar a’lguna casa e gente criolla, lo saquen y lo lean, pa que todos se den cuenta de lo que deben haser pa que los campos argentinos vuelvan a ser de los pobres, como han sido en otros tiempos, y que l’hasienda gor-da no se la coman los frigoríficos, sino los trabajadores, y pa que del trigo argentino se haga pan pa los hijos del páis y no que se lo lleven pa Uropa, como están hasiendo. Todas estas cosas se deben remediar con la revolusión que tene-mos que haser prontito. Es por eso que se presisa saber q’es y cómo se hase la revolusión, y la CARTA GAUCHA les dice clarito a los gauchos lo q’está bien, como pa q’elijan. El que no comprienda con eso, es porque tiene agua en la cabesa o alma de milico. Los demás todos l’han d’entender. Los que tengan buen corasón y alma de gauchos, han de lerla con cariño y l’han de cuidar como una hermanita. A ellos se la confio, con mi bendición de padre.

Luis Woollands (Juan Crusao)

cial constituye el lastre más pesado de la sociedad, dado su enor-me volumen. Hay todavía otra camada de la inacabable descendencia. Es la de los que ni siquiera se acomodan, aunque le sobran condiciones para ello, sino que por vileza civil, viven constantemente doblándo-se ante los que mandan y acatando sin un gesto de protesta sus disposiciones, por aquello de que no hay que llevarle la contra al que manda la gavilla. Seres que parecen haber nacido de favor y viven aplastados bajo la enorme carga de gratitud que les deben a los privilegiados de la riqueza. No hay humillación a que no se sometan ni agachada que no ejecuten en su deleznable paso por la existencia. Para ellos las libertades públicas y los derechos ciuda-danos –que han costado tantos sacrificios, sangre y desvelo- son de tan poco precio, que las pierden con la misma desaprensión que sus antepasados perdían el sustento de sus hijos a la taba o las cuadreras. Pareciera que para gente que vegeta en tal estado de postración moral, esas bellas conquistas del género humano fue-sen un estorbo. La mayor parte de nuestras calamidades sociales y políticas se las debemos casi enteramente a esta desdichada descendencia de Viz-cacha, que es el peso muerto en las luchas contra la opresión; una masa sin voluntad que no hay palanca que la mueva en su inercia, que se aterra ante la perspectiva de cualquier cambio en el orden social o político, resistiéndose con todo el empeño de que es capaz a salir del “rincón en que empezó su existencia”, como si los atara el temor de perder la miseria moral y física en que vegetan. No hay peor espécimen de conservador, porque es el conservador del atra-so social y del envilecimiento ciudadano, envilecimiento que fomen-ta con su inepcia, su falta de virilidad y la carencia de virtud huma-na más elemental. Nacen, viven y mueren sin ninguna doble ambi-ción y desaparecen también sin dejar una leve huella de su paso por el mundo, como no sea el mal ejemplo de su existencia sin ob-jetivo, frontera con la vida de las bestias. Es probable que un estu-dio más profundo que el que solemos hacer de las condiciones de nuestro proletariado nos llevara a comprobaciones amargas; porque quizás hallaríamos que una gran mayoría pertenece a esa funesta descendencia. Pero ese estudio no es de nuestra competencia.

Adaptabilidad El Viejo Vizcacha tenía su pizca de sabiduría, que podríamos llamar sabiduría de la adaptabilidad, caudal de que carece mucha de su descendencia. Había observado a los animales que vivían en su derredor y asimilado algunas de sus costumbres. Y ese era el baga-je de sus conocimientos. Sabía que donde hay perros flacos la co-mida debe andar escasa y que no era aconsejable apearse con ape-tito; que las hormigas nunca van a un noque vacío porque allí no hay nada que arrastrar para la cueva; que el cerdo vive muy gordo se come hasta los hijos, de donde había sacado la conclusión de que con tal de llenar la barriga no hay que parar en escrúpulos; que nunca escapa quien dispara por la loma, lo sabio, para su en-tendimiento de paisano taimado y camandulero, era cometer la fechoría y escabullirse. Sabía también que el zorro que ya es corri-do desde lejos la olfatea, hay que ventear, entonces, el peligro an-tes de dar el paso, como el zorro mañero.

6

19

6

19

CARTA GAUCHA Escrita para los gauchos

Paisanos, hijos d’esta tierra, gauchos trabajadores; paren l’oreja y escuchen lo que les v’a contar este gaucho andariego, que no se ha pasao la vida entre la cenisa del fogón, sino trabajando, y trabajan-do pa que coman otros que no trabajan, q’es lo pior. Así que priesten atensión, paisanos mios, atiendan como en misa, q’es pa bien de todos; les diré algo de los trabajos qu’he pasao y cómo hise p’aprender lo poco que sé y de qué modo me di cuenta en la vida; y quiero contarles a mis paisanos, q’están mas atrasaos que yo, pa que abran los ojos y marchen por la güella. Porque yo aprendí sin máistros, es desir, sin máistros de ofisio; m’enseñaron lo que sé y les voy a contar aquí, unos gringos pobres, tan pobres como yo, que trabajamos juntos en unas contrusiones. ¡Amigos! Cuando me acuerdo de aquellos hombres, me da ver-güenza llamarles gringos… D’ellos aprendí que los verdaderos gringos somos los pobres de cualquier nasión, y que los argentinos d’inorantes que somos los despresiamos. ¡Somos bárbaros los hijos d’esta tierra, y atrasaos! Nos creemos saber todo y somos más redondos que argoll’elaso; no tenemos más que mala boca pa insultar a los trabajadores y pa ráirnos de lo que no sabemos. Y somos más desgrasiaos q’ellos, porq’ellos siquiera se defienden de las picardías de los ricos y nosotros ¡ni eso! Pero voy a contarles lo que les he ofresido, si puedo trotiar contra el viento. Las ganas no me faltan, pero talvés me falte muñeca. Si me pierdo, alguno me ha de chiflar, y procuraré dentrar en la güella. Les diré que en esta vida he trabajao en todo lo que se diera vuelta, como hijos e pobres y por no haber nasido con estancia, como algunos tísicos d’este p’ais; he domao potros, h’esquilao y acarriao hasienda, he trabajao en las trillas, en las aradas y he cortao y em-parvao pasto. En todas partes he regao elsuelo con mi sudor. Y voy llegando a viejo y siempre pobre. Resien comprendo que mi trabajo ha servido pa enriqueser a otros, y que yo he quedao con el orgu-llo del sonso; con el cuento de que he trabajao mucho y no tengo en que cáirme muerto. Porque así es la suerte del que trabaja…Y así como yo, andan por ay muchos criollos que no pueden con el peso de su pobresa. Y l’hechan la culpa de sus miserias a los grin-gos; porq’en su inoransia no comprenden que no son los gringos pobres los que tienen la culpa, sino los gringos ricos y algunos argentinos que hasen patria llenandosé los bolsillos a costillas nuestras, de los pobres. Yo, como digo, he trabajao en todo; así que conosco el trabajo y nadies podrá desir que me quejo de haragán. Haraganes son los ricos, que no saben lo q’es sudar en el trabajo y duermen hasta las dose; y son dueños de grandes estansias aunque no saben manejar un laso; tienen cada chacra del tamaño de una provincia, pero en la vida han montao un arao. Y segun he llegao a comprender, esto es lo único que debe llamarse robo. Como les iba contando, después de mucho andar trabajando y pasando miserias…viendo caras y no corazones, llegué a un puente q’estaban hasiendo en el Quequén y pedí trabajo; me dieron por-que faltaba gente. Pagaban poco; tres pesos pa trotiar de sol a sol con la carretilla. ¿Y que hase un hombre grande con tres pesos…ni

aquel viejo que muriera rodeado de perros, entre un montón de guascas y trastos viejos. De modo que no es de su descendencia física de que trataremos. Es de sus otros herederos, que son mu-chos. Mucho más abundante de lo que parece la casta de los vizca-chas, podrá verse a través de este somero análisis. Y me atrevo a decirlo: se han de salvar muy pocos de nuestros pró-jimos de ser incluidos en la progenie de aquel amigo del Juez que le dieran de tutor al hijo de Fierro, o por lo menos, de no tener alguno de sus rasgos característicos. Todos ustedes conocen de entre los consejos que le prodigaba a su pupilo, aquel que dice que las armas son necesarias y que hay que llevarlas de modo que al salir salgan cortando, advertencia que señala evidentemente al tipo taimado, al pícaro siempre pronto a dejar fuera de combate en el primer encuentro al adversario; acti-tud propia del maula, mal pegador y ventajero; estas cosas no esta-ban en la índole del gaucho noble, que no hería sino cuando era acosado por el contrario. Los que hemos tenido oportunidad de tratar con los procesados y penados de las cárceles de este país, sabemos que la mayoría de los presos por lesiones han herido al contrincante en forma artera, ya disparándole un tiro desde la oscuridad de la noche, valiéndose de que la víctima carecía de armas. Todos esos son descendientes del Viejo Vizcacha. Cobardes que buscan adquirir fama de guapos hiriendo a lo pícaro, hurtándole el cuerpo al golpe del adversario. Han hecho suyo, sin conocer o conociéndolo, el consejo ese de que el “primer deber del hombre es defender el pellejo”, y lo defienden en todo momento… a costa del pellejo de sus semejantes. No son, seguramente, esta clase de malandrines, quienes van a hon-rar con sus hechos repudiables, al gaucho que se batía en duelo criollo, pie a pie, hasta la última gota de sangre; y menos a aquel, que habiendo sentido venir la partida policial, la aguardaba hacien-do espaldas en el pingo, porque disparar era de gaucho “morao”.

Los descendientes “Hacete amigo del juez, no le des de que quejarse”… Legiones son los que para medrar buscan el amparo de las autoridades; los que no tienen más norte que la conquista de un puesto público, una canonjía o empleo que les asegure su bien pasar. Pasan por todas las humillaciones, sufren todas las vergüenzas con tal de acomo-darse. Tiran por la borda, todos los escrúpulos para lograr el coti-diano plato de garbanzos, porque lo que más necesita el hombre es tener la memoria del burro, que no olvida donde come… A los que mandan, y por lo mismo pueden favorecerlos, los herederos de Vizcacha les dan la razón aunque no la tengan; simulan ser sus partidarios políticos porque ese es el arte de acomodarse. Y donde el acomodo es casi una institución nacional, puede colegirse que han de ser numerosos los que buscan el palenque de la autoridad para ir a rascarse. Con su indolencia y su cobardía, con su falta de escrúpulos, su adaptabilidad sin límites y su carencia de aptitudes para la vida honesta, estos elementos son los puntales, conscientes o incons-cientes, de la arbitrariedad gubernativa y del abuso. Por su bajuna condición de buscar el amparo de la autoridad para encubrir sus vicios y sus defectos, su ineptitud o su haraganería, esta ralea so-

CARTA GAUCHA Escrita para los gauchos

Paisanos, hijos d’esta tierra, gauchos trabajadores; paren l’oreja y escuchen lo que les v’a contar este gaucho andariego, que no se ha pasao la vida entre la cenisa del fogón, sino trabajando, y trabajan-do pa que coman otros que no trabajan, q’es lo pior. Así que priesten atensión, paisanos mios, atiendan como en misa, q’es pa bien de todos; les diré algo de los trabajos qu’he pasao y cómo hise p’aprender lo poco que sé y de qué modo me di cuenta en la vida; y quiero contarles a mis paisanos, q’están mas atrasaos que yo, pa que abran los ojos y marchen por la güella. Porque yo aprendí sin máistros, es desir, sin máistros de ofisio; m’enseñaron lo que sé y les voy a contar aquí, unos gringos pobres, tan pobres como yo, que trabajamos juntos en unas contrusiones. ¡Amigos! Cuando me acuerdo de aquellos hombres, me da ver-güenza llamarles gringos… D’ellos aprendí que los verdaderos gringos somos los pobres de cualquier nasión, y que los argentinos d’inorantes que somos los despresiamos. ¡Somos bárbaros los hijos d’esta tierra, y atrasaos! Nos creemos saber todo y somos más redondos que argoll’elaso; no tenemos más que mala boca pa insultar a los trabajadores y pa ráirnos de lo que no sabemos. Y somos más desgrasiaos q’ellos, porq’ellos siquiera se defienden de las picardías de los ricos y nosotros ¡ni eso! Pero voy a contarles lo que les he ofresido, si puedo trotiar contra el viento. Las ganas no me faltan, pero talvés me falte muñeca. Si me pierdo, alguno me ha de chiflar, y procuraré dentrar en la güella. Les diré que en esta vida he trabajao en todo lo que se diera vuelta, como hijos e pobres y por no haber nasido con estancia, como algunos tísicos d’este p’ais; he domao potros, h’esquilao y acarriao hasienda, he trabajao en las trillas, en las aradas y he cortao y em-parvao pasto. En todas partes he regao elsuelo con mi sudor. Y voy llegando a viejo y siempre pobre. Resien comprendo que mi trabajo ha servido pa enriqueser a otros, y que yo he quedao con el orgu-llo del sonso; con el cuento de que he trabajao mucho y no tengo en que cáirme muerto. Porque así es la suerte del que trabaja…Y así como yo, andan por ay muchos criollos que no pueden con el peso de su pobresa. Y l’hechan la culpa de sus miserias a los grin-gos; porq’en su inoransia no comprenden que no son los gringos pobres los que tienen la culpa, sino los gringos ricos y algunos argentinos que hasen patria llenandosé los bolsillos a costillas nuestras, de los pobres. Yo, como digo, he trabajao en todo; así que conosco el trabajo y nadies podrá desir que me quejo de haragán. Haraganes son los ricos, que no saben lo q’es sudar en el trabajo y duermen hasta las dose; y son dueños de grandes estansias aunque no saben manejar un laso; tienen cada chacra del tamaño de una provincia, pero en la vida han montao un arao. Y segun he llegao a comprender, esto es lo único que debe llamarse robo. Como les iba contando, después de mucho andar trabajando y pasando miserias…viendo caras y no corazones, llegué a un puente q’estaban hasiendo en el Quequén y pedí trabajo; me dieron por-que faltaba gente. Pagaban poco; tres pesos pa trotiar de sol a sol con la carretilla. ¿Y que hase un hombre grande con tres pesos…ni

aquel viejo que muriera rodeado de perros, entre un montón de guascas y trastos viejos. De modo que no es de su descendencia física de que trataremos. Es de sus otros herederos, que son mu-chos. Mucho más abundante de lo que parece la casta de los vizca-chas, podrá verse a través de este somero análisis. Y me atrevo a decirlo: se han de salvar muy pocos de nuestros pró-jimos de ser incluidos en la progenie de aquel amigo del Juez que le dieran de tutor al hijo de Fierro, o por lo menos, de no tener alguno de sus rasgos característicos. Todos ustedes conocen de entre los consejos que le prodigaba a su pupilo, aquel que dice que las armas son necesarias y que hay que llevarlas de modo que al salir salgan cortando, advertencia que señala evidentemente al tipo taimado, al pícaro siempre pronto a dejar fuera de combate en el primer encuentro al adversario; acti-tud propia del maula, mal pegador y ventajero; estas cosas no esta-ban en la índole del gaucho noble, que no hería sino cuando era acosado por el contrario. Los que hemos tenido oportunidad de tratar con los procesados y penados de las cárceles de este país, sabemos que la mayoría de los presos por lesiones han herido al contrincante en forma artera, ya disparándole un tiro desde la oscuridad de la noche, valiéndose de que la víctima carecía de armas. Todos esos son descendientes del Viejo Vizcacha. Cobardes que buscan adquirir fama de guapos hiriendo a lo pícaro, hurtándole el cuerpo al golpe del adversario. Han hecho suyo, sin conocer o conociéndolo, el consejo ese de que el “primer deber del hombre es defender el pellejo”, y lo defienden en todo momento… a costa del pellejo de sus semejantes. No son, seguramente, esta clase de malandrines, quienes van a hon-rar con sus hechos repudiables, al gaucho que se batía en duelo criollo, pie a pie, hasta la última gota de sangre; y menos a aquel, que habiendo sentido venir la partida policial, la aguardaba hacien-do espaldas en el pingo, porque disparar era de gaucho “morao”.

Los descendientes “Hacete amigo del juez, no le des de que quejarse”… Legiones son los que para medrar buscan el amparo de las autoridades; los que no tienen más norte que la conquista de un puesto público, una canonjía o empleo que les asegure su bien pasar. Pasan por todas las humillaciones, sufren todas las vergüenzas con tal de acomo-darse. Tiran por la borda, todos los escrúpulos para lograr el coti-diano plato de garbanzos, porque lo que más necesita el hombre es tener la memoria del burro, que no olvida donde come… A los que mandan, y por lo mismo pueden favorecerlos, los herederos de Vizcacha les dan la razón aunque no la tengan; simulan ser sus partidarios políticos porque ese es el arte de acomodarse. Y donde el acomodo es casi una institución nacional, puede colegirse que han de ser numerosos los que buscan el palenque de la autoridad para ir a rascarse. Con su indolencia y su cobardía, con su falta de escrúpulos, su adaptabilidad sin límites y su carencia de aptitudes para la vida honesta, estos elementos son los puntales, conscientes o incons-cientes, de la arbitrariedad gubernativa y del abuso. Por su bajuna condición de buscar el amparo de la autoridad para encubrir sus vicios y sus defectos, su ineptitud o su haraganería, esta ralea so-

18

7

18

7

con cuatro? ¡Si todo está por los quintos infiernos! Pero no tenía ni pa los sigarros, y me quedé ¿Ande iba a ir? ¡Amigo!... pero no siento el haberme quedao. Jui a vivir a la carpa d’esos estranjeros que les digo. Eran españoles los más y un italia-no. ¡Alegadores!...Cuanto se juntaban de noche y’empesaban a discutir se ponían coloraos alegando a gritos a veces. Pero no se peliaban nunca. ¡Gente linda! No se insultaban tampoco, eso sí. Yo sabía pensar: si juesen criollos ya hubieran salido el ruido de los fierros; porq’ese es el modo que tenemos los argentinos de haser-nos entender. ¡Somos tan bárbaros y tan atrasaos! ¡Y qué discusio-nes! ¡Hablaban de sensias y d’historias; del sol, de la tierra y de unas estrellas que están lejísimas; de las clases de hombres que había de antes y de unos animales grandotes que ya no hay. Pero con tino, no vayan a creer. Sabian lo que desian. Pero lo que más me gustaba era cuando hablaban de revolusión. ¡Qué lindas cosas desian! Yo me quedaba con la boc’abierta. Allí he abierto los ojos yo, mejor que si hubiera ido a la escuela toda la vida, ¡Amigo! Desí-an que los pobres no debíamos aguantarles más a los ricos y que ha llegao el momento que los ricos trabajen como nosotros si quie-ren comer; que todos somos iguales, porque no porq’ellos sean más istruidos que nosotros han de valer más; si ellos tienen la is-trusión, nosotros tenemos los brasos hechos al trabajo y ellos no; que los ricos, sin nosotros que hasemos todo, no podrían vivir y que nosotros pa vivir no presisamos d’ellos. ¡Y fijensé, en eso no habíamos pensao nunca los argentinos! ¡Y tan fásil q’es! Si todos los criollos que viven trabajando como negros comprendieran esto, no habría más que dar un grito y ya estab’hecha la revolusión. En-seguida seríamos dueños de todo: los campos, las vacas, las caba-lladas, los araos y las máquinas; y los trabajadores del pueblo q’están mil veces más adelantaos que nosotros, se harían dueños de los trenes, las fábricas, los almasenes y las panaderías; noso-tros, los del campo, les daríamos la carne, los cueros y el trigo, y ellos nos darían la galleta, el pan, las botas y los visios, y nos lleva-rían gratis a pasear en tren. Cuando hablaban d’esto, a mi se me hasia sierto que ya las cosas estaban así; y me paresia mentira que nosotros los argentinos nun-ca nos hubiera dao por pensar en estas cosas tan lindas. Me daba vergüenza ser tan atrasao, y más cuando ellos desian que si ese cambio no llegaba más antes, era porque los mismos trabajadores l’estaban estorbando con su inorancia y porque no se ocupaban de lo que más le convenía. ¡Cuánta rasón hay en eso! La mayor part’elos trabajadores y principalmente los criollos, no hasemos más que trabajar como animales, pa después jugarnos la plat’ala taba o en las carreras, mamarnos en las esquinas y peliar, lastimar algún pobre diablo como nosotros pa que nos hundan en la cársel; pero de mejorar nuestra suerte, ¡qu’e esperansa!, d’eso no nos acordamos nunca. ¡Somos infelises los gauchos! Y, bueno. Todas las noches cuando nos juntábamos en la carpa, y’empesaban las discusiones; y al poco tiempo ya metía yo también la pata y les sabia preguntar: ¨Y, ¿qué les parese, compañeros: a los ricos no les dará por haserse juertes y no largar la mascada?... Están tan acostumbrados a la vida gorda!¨. Entonses me sabian contestar ellos: ¨Es que si los trabajadores se ponen todos o la mayor cantidá de un lao, los ricos no van a tener quién les ayude, y ellos no son capases de nada si están solos. Al que ande macanian-

tales gentes, que casi seguramente, si por ahí se toparan con el gaucho, no lo comprenderían, porque ellas descienden del viejo Vizcacha, que es su antítesis. Séanos permitidos hacer una comparación entre el gaucho auténti-co, el gaucho todo nobleza, hidalguía y hospitalidad, y uno de esos árboles que algunos de nosotros hemos conocido en las largas travesías por los solitarios caminos del país cuando todavía era casi desierto. Todo el que llegaba, requemado del sol o aterido de frío, hallaba su sombra que no costaba nada porque el árbol la prodiga-ba sin egoísmo, y si el caminante quería hacer fuego, subía al árbol y le sacaba una rama seca, que nunca le faltaba. El árbol lo daba todo y no pedía nada, no reclamaba consideración por el bien que hacía, como si estuviera para eso a la vera del camino, como si su destino fuera servir al caminante. Los vientos lo castigaban de to-dos lados, porque estaba solo en la inmensidad de la pampa; el rayo a veces lo rajaba de arriba abajo; y él soportaba todos los rigores sin una queja. Daba todo cuanto tenía sin ningún interés. ¡Y nunca le parecía que tenía bastante dolor para lamentarse de su suerte! Tal vez – es muy lógico así pensarlo- el hombre de la llanura tomó por modelo de virtudes al árbol solitario, en su deseo de ser útil al prójimo. Esta aspiración se condensa en la palabra gauchada, el más simpático de los vocablos camperos, porque expresa el desin-terés sin mácula de un pueblo que quizás sucumbió por eso: por hacer gauchadas. La Gauchada –permítaseme la digresión- es la hidalguía militante, es el súmmum de la generosidad de un tipo humano extraordina-rio, que muchas veces ha dejado jirones de su vida acuciado por ese sentimiento de solidaridad ejemplar, como en el caso típico del sargento Cruz al salir en defensa de un matrero para que “no se mate ansí a un valiente”. He aquí que la hombría de bien del gau-cho estaba por encima de toda conveniencia, de todo cálculo egoís-ta. Norma de conducta que no es fácil hallar en cualquier otra esca-la de la población nacional. Es verdad que así como sus ponderables virtudes el gaucho tenía también sus defectos. Que las faltas no tienen límite como los te-rrenos, ha dicho, precisamente, el autor del poema gaucho. ¡Cómo no habría de tener defectos aquel a quien nadie ha enseñado nada e ignoraba hasta la forma de los signos alfabéticos! Por otra parte, y en eso hemos de estar todos de acuerdo, la per-fección del hombre sigue siendo más un anhelo que una posibili-dad. Un anhelo que debemos alentar siempre. ¡Y qué halagüeño es comprobar, en homenaje al gaucho, que la estampa del centauro, al esfumarse en la niebla del pasado, ha dejado tras sí más elogios que execraciones, más admiradores que detractores!

El viejo vizcacha “Cuando mozo fue casao” es la única referencia que tenemos del singular personaje, y todavía tenemos la duda de su pupilo, el hijo mayor de Martín Fierro, el cual “desconfiaba” de que fuese cierto que aquel paisano cargado de vicios y de malas costumbres –que vivía como el chuncaco- hubiera tenido alguna vez a su lado una mujer, aunque fuese para matarla de un palo cuando le diera un mate frío. No hay, pues, noticia de prole, de herederos directos, de

con cuatro? ¡Si todo está por los quintos infiernos! Pero no tenía ni pa los sigarros, y me quedé ¿Ande iba a ir? ¡Amigo!... pero no siento el haberme quedao. Jui a vivir a la carpa d’esos estranjeros que les digo. Eran españoles los más y un italia-no. ¡Alegadores!...Cuanto se juntaban de noche y’empesaban a discutir se ponían coloraos alegando a gritos a veces. Pero no se peliaban nunca. ¡Gente linda! No se insultaban tampoco, eso sí. Yo sabía pensar: si juesen criollos ya hubieran salido el ruido de los fierros; porq’ese es el modo que tenemos los argentinos de haser-nos entender. ¡Somos tan bárbaros y tan atrasaos! ¡Y qué discusio-nes! ¡Hablaban de sensias y d’historias; del sol, de la tierra y de unas estrellas que están lejísimas; de las clases de hombres que había de antes y de unos animales grandotes que ya no hay. Pero con tino, no vayan a creer. Sabian lo que desian. Pero lo que más me gustaba era cuando hablaban de revolusión. ¡Qué lindas cosas desian! Yo me quedaba con la boc’abierta. Allí he abierto los ojos yo, mejor que si hubiera ido a la escuela toda la vida, ¡Amigo! Desí-an que los pobres no debíamos aguantarles más a los ricos y que ha llegao el momento que los ricos trabajen como nosotros si quie-ren comer; que todos somos iguales, porque no porq’ellos sean más istruidos que nosotros han de valer más; si ellos tienen la is-trusión, nosotros tenemos los brasos hechos al trabajo y ellos no; que los ricos, sin nosotros que hasemos todo, no podrían vivir y que nosotros pa vivir no presisamos d’ellos. ¡Y fijensé, en eso no habíamos pensao nunca los argentinos! ¡Y tan fásil q’es! Si todos los criollos que viven trabajando como negros comprendieran esto, no habría más que dar un grito y ya estab’hecha la revolusión. En-seguida seríamos dueños de todo: los campos, las vacas, las caba-lladas, los araos y las máquinas; y los trabajadores del pueblo q’están mil veces más adelantaos que nosotros, se harían dueños de los trenes, las fábricas, los almasenes y las panaderías; noso-tros, los del campo, les daríamos la carne, los cueros y el trigo, y ellos nos darían la galleta, el pan, las botas y los visios, y nos lleva-rían gratis a pasear en tren. Cuando hablaban d’esto, a mi se me hasia sierto que ya las cosas estaban así; y me paresia mentira que nosotros los argentinos nun-ca nos hubiera dao por pensar en estas cosas tan lindas. Me daba vergüenza ser tan atrasao, y más cuando ellos desian que si ese cambio no llegaba más antes, era porque los mismos trabajadores l’estaban estorbando con su inorancia y porque no se ocupaban de lo que más le convenía. ¡Cuánta rasón hay en eso! La mayor part’elos trabajadores y principalmente los criollos, no hasemos más que trabajar como animales, pa después jugarnos la plat’ala taba o en las carreras, mamarnos en las esquinas y peliar, lastimar algún pobre diablo como nosotros pa que nos hundan en la cársel; pero de mejorar nuestra suerte, ¡qu’e esperansa!, d’eso no nos acordamos nunca. ¡Somos infelises los gauchos! Y, bueno. Todas las noches cuando nos juntábamos en la carpa, y’empesaban las discusiones; y al poco tiempo ya metía yo también la pata y les sabia preguntar: ¨Y, ¿qué les parese, compañeros: a los ricos no les dará por haserse juertes y no largar la mascada?... Están tan acostumbrados a la vida gorda!¨. Entonses me sabian contestar ellos: ¨Es que si los trabajadores se ponen todos o la mayor cantidá de un lao, los ricos no van a tener quién les ayude, y ellos no son capases de nada si están solos. Al que ande macanian-

tales gentes, que casi seguramente, si por ahí se toparan con el gaucho, no lo comprenderían, porque ellas descienden del viejo Vizcacha, que es su antítesis. Séanos permitidos hacer una comparación entre el gaucho auténti-co, el gaucho todo nobleza, hidalguía y hospitalidad, y uno de esos árboles que algunos de nosotros hemos conocido en las largas travesías por los solitarios caminos del país cuando todavía era casi desierto. Todo el que llegaba, requemado del sol o aterido de frío, hallaba su sombra que no costaba nada porque el árbol la prodiga-ba sin egoísmo, y si el caminante quería hacer fuego, subía al árbol y le sacaba una rama seca, que nunca le faltaba. El árbol lo daba todo y no pedía nada, no reclamaba consideración por el bien que hacía, como si estuviera para eso a la vera del camino, como si su destino fuera servir al caminante. Los vientos lo castigaban de to-dos lados, porque estaba solo en la inmensidad de la pampa; el rayo a veces lo rajaba de arriba abajo; y él soportaba todos los rigores sin una queja. Daba todo cuanto tenía sin ningún interés. ¡Y nunca le parecía que tenía bastante dolor para lamentarse de su suerte! Tal vez – es muy lógico así pensarlo- el hombre de la llanura tomó por modelo de virtudes al árbol solitario, en su deseo de ser útil al prójimo. Esta aspiración se condensa en la palabra gauchada, el más simpático de los vocablos camperos, porque expresa el desin-terés sin mácula de un pueblo que quizás sucumbió por eso: por hacer gauchadas. La Gauchada –permítaseme la digresión- es la hidalguía militante, es el súmmum de la generosidad de un tipo humano extraordina-rio, que muchas veces ha dejado jirones de su vida acuciado por ese sentimiento de solidaridad ejemplar, como en el caso típico del sargento Cruz al salir en defensa de un matrero para que “no se mate ansí a un valiente”. He aquí que la hombría de bien del gau-cho estaba por encima de toda conveniencia, de todo cálculo egoís-ta. Norma de conducta que no es fácil hallar en cualquier otra esca-la de la población nacional. Es verdad que así como sus ponderables virtudes el gaucho tenía también sus defectos. Que las faltas no tienen límite como los te-rrenos, ha dicho, precisamente, el autor del poema gaucho. ¡Cómo no habría de tener defectos aquel a quien nadie ha enseñado nada e ignoraba hasta la forma de los signos alfabéticos! Por otra parte, y en eso hemos de estar todos de acuerdo, la per-fección del hombre sigue siendo más un anhelo que una posibili-dad. Un anhelo que debemos alentar siempre. ¡Y qué halagüeño es comprobar, en homenaje al gaucho, que la estampa del centauro, al esfumarse en la niebla del pasado, ha dejado tras sí más elogios que execraciones, más admiradores que detractores!

El viejo vizcacha “Cuando mozo fue casao” es la única referencia que tenemos del singular personaje, y todavía tenemos la duda de su pupilo, el hijo mayor de Martín Fierro, el cual “desconfiaba” de que fuese cierto que aquel paisano cargado de vicios y de malas costumbres –que vivía como el chuncaco- hubiera tenido alguna vez a su lado una mujer, aunque fuese para matarla de un palo cuando le diera un mate frío. No hay, pues, noticia de prole, de herederos directos, de

8

17

8

17

do se le pega una palisa y si mucho embrona cuatro tiros, y cuento acabao. Porqu’ellos si pueden no nos van a mesquinar a nosotros, con toda seguridá. Pero si los pobres se unen como es debido, ¡entonces no hay miedo!¨. Y seguían disiendome todo cómo había que haser, pero con un tino que daba gusto escuchar. Me desían que Dios no es más que un cuento del tio inventao por los frailes pa vivir sin trabajar, a costi-llas de los inorantes. Por eso es que todos los curas son gordos, ¿se han fijao? ¡Cómo no, si no hasen nada, comen de lo mejor y duermen como potrillo blanco! M’hisieron comprender que no hay tal Dios y qu’ese es un negosio de la gente pícara que se alimenta de las crénsias de los sonsos. M’enseñaron que los políticos y toda clase de caudillos son una manga e charlatanes y fallutos, que l’unico que buscan es acomodarse pa vivir a gusto con el trabajo e los pobres que pagan las contribusiones y los impuestos; que to-dos ellos disen muy lindas palabras y le hasen muchas promesas a uno, pero tocante a cumplirlas, ¡no hay gente! Y eso se ve clarito como güevo e tero; no hay más que fijars’en las elesiones como andan: que Don pu acá y Señor pu allá y mil salamerias pa que uno les d’el voto. Pero después que ha pasao la farra, ¡si t’he visto no me acuerdo! Si a mano viene ni lo saludan al pobre que votó por ellos. ¡Y que le van a dar de lo que han prometido, si no es de’ellos el páis! Cuando más si uno cái preso y lo presisan, lo sacan; pero si no lo presisan, ya puede esperar sentao; lo hunden más si se des-cuida. Porqu’ellos mismos hasen las leyes, pa mejor; y no son tan lerdos pa’enredarse’en sus mismas cuartas. ¡Y que uno les háiga dao el voto tantas veces sin darse cuenta! Ah, pero lo qu’es a mí no me agarran más ni con perros. Y así debían haser todos los argentinos, cuando algún político les pida el voto, crusarlo de un lasaso a lo potro; y en lugar d’ir en majad’alas ele-siones, debíamos ponernos a ler el diario que sacan los trabajado-res del pueblo; así aprenderíamos algo útil pa nosotros. D’ese mo-do poco a poco sabremos defendernos de las camándulas de los ricos, como saben los trabajadores extranjeros; y al’último dejare-mos de ser esclavos de los patrones que nos hasen trabajar de sol a sol y a veces hasta la noche. Y si es en las estansias, nos dan de comer los animales más flacos y a veses los apestaos; y no diga-mos nada de las chacras, que mantienen las pionadas con mate cosido. ¡Si d’hasta vergüenza el acordarse! Yo h’estao en muchas estansias en donde se voltiaban pa los piones las vacas enfermas de la garganta; y estos infelises de mis paisanos se las comían sin protestar siquiera. L’hasienda gorda y sana la vendían los patrones p’al frigorífico, y se daban corte que habían sacao tanto y tanto ¡como si tal cosa!...; no se acordaban de que los que habían cuidao es’hasienda se habían alimentao con las que s’estaban mueriendo de peste. ¿Y las trilladoras? ¡Hermanito, qué matadero! Lo hasen trabajar a uno desde que aclara y le pegan hasta oscuro; ¡meta y ponga, al rayo del sol, entre nubes de tierra y basura! Solamente los burros pueden aguantar esa vida, porque aquello no se llama trabajar, ni comer, ni dormir, ni siquiera morirse a gusto. Y des-pués que los pobres revientan sinchando pa llenar miles de bolsas de trigo, se pasan todo el año con galleta dura, y eso cuando tie-nen; del pan no hay que acordarse, porq’esta tan caro que los po-bres no se le ponen ni en buenas. Los patrones mirando trabajar a sus esclavos, comen de lo mejor y nunca se les pega la camisa con

paisanos sea poder desir que si sus padres acabaron con los indios de lansa , ellos han acabao con los indios de levita: que tengan a orgullo desir que han salvao la nasión d’entre las uñas de los ricos. ¡Gauchos, paisanos míos, compañeros de desdichas: preparen los facones q’va empesar la yerra! No se me quede ninguno. Hagan coraje si no quieren que los tratemos de mulitas y les cortemos las orejas. Vamos a la revolusión, aunque sea con una lansa el que no tenga otr’arma. ¡Adelante!, que los gringos nos darán una manito. ¡Viva la revolusión! ¡Viva la revolusión anarquista y la libertá de los gauchos!

Juan Crusao

LA DESCENDENCIA DEL VIEJO VIZCACHA

El gaucho Para destacar con claridad la figura desgarbada y antipática del viejo Vizcacha, será preciso presentar, aunque sea a grandes tra-zos, una semblanza de su más opuesto coterráneo: el gaucho clási-co, del cual Martín Fierro nos parece un modelo magnífico. Así se comprenderá cuán diferente era la idiosincrasia de estos dos paisa-nos, hijos del mismo ambiente, que calzaron igual que bota de potro, que comieron los dos el mismo matambre de la res recién carneada. Y, sin embargo, el uno parece que se empinara sobre los bastos en un ademán de vuelo, cuando dice:

Mi gloria es vivir como tan libre / como el pájaro del cielo no hacer nido en este suelo / donde hay tanto que sufrir y naides me ha de seguir / cuando yo remonto el vuelo.

...en tanto que el otro se agazapa y esconde como una alimaña, al aconsejar que no se ande cambiando de cueva, que hay que con-servarse en el rincón donde se ha nacido. Parece como si uno fuera el deseo de superación, el ansia de liber-tad que quiere saltar por sobre las miserias que lo rodean, para ganar las cumbres y llenarse de sol; y que el otro encarna la mise-ria del peñasco, aferrado a la ladera de los siglos, semicubierto de raquíticos musgos y líquenes, que son toda su riqueza… Para muchas gentes el gaucho legendario no es otra cosa que el producto de la imaginación, y aunque no se atreven a sostenerlo, creen que Martín Fierro es una creación de la fantasía de José Her-nández. ¿Dónde ha quedado la estirpe de ese bello ejemplar huma-no, que no se halla por ninguna parte?, parece que quisieran pre-guntar a modo de réplica a los que sostenemos que ha existido. Y por cierto que no van mal encaminados al plantear así las cosas: porque un personaje tan espléndido, tan lleno de singulares cuali-dades, es extraño que no haya legado a las generaciones posterio-res su inestimable caudal de virtudes. ¡Ah! –se les podría responder a los negadores del gaucho- no es que no haya existido: es que ha sucumbido despedazado en las alambres de púa, así como se han exterminado muchas especies silvestres de la fauna criolla. Pero vamos a tratar de alumbrar aunque sea con la luz de un fosfo-rito esa bella estampa, sin tener mucho en cuenta la opinión de

do se le pega una palisa y si mucho embrona cuatro tiros, y cuento acabao. Porqu’ellos si pueden no nos van a mesquinar a nosotros, con toda seguridá. Pero si los pobres se unen como es debido, ¡entonces no hay miedo!¨. Y seguían disiendome todo cómo había que haser, pero con un tino que daba gusto escuchar. Me desían que Dios no es más que un cuento del tio inventao por los frailes pa vivir sin trabajar, a costi-llas de los inorantes. Por eso es que todos los curas son gordos, ¿se han fijao? ¡Cómo no, si no hasen nada, comen de lo mejor y duermen como potrillo blanco! M’hisieron comprender que no hay tal Dios y qu’ese es un negosio de la gente pícara que se alimenta de las crénsias de los sonsos. M’enseñaron que los políticos y toda clase de caudillos son una manga e charlatanes y fallutos, que l’unico que buscan es acomodarse pa vivir a gusto con el trabajo e los pobres que pagan las contribusiones y los impuestos; que to-dos ellos disen muy lindas palabras y le hasen muchas promesas a uno, pero tocante a cumplirlas, ¡no hay gente! Y eso se ve clarito como güevo e tero; no hay más que fijars’en las elesiones como andan: que Don pu acá y Señor pu allá y mil salamerias pa que uno les d’el voto. Pero después que ha pasao la farra, ¡si t’he visto no me acuerdo! Si a mano viene ni lo saludan al pobre que votó por ellos. ¡Y que le van a dar de lo que han prometido, si no es de’ellos el páis! Cuando más si uno cái preso y lo presisan, lo sacan; pero si no lo presisan, ya puede esperar sentao; lo hunden más si se des-cuida. Porqu’ellos mismos hasen las leyes, pa mejor; y no son tan lerdos pa’enredarse’en sus mismas cuartas. ¡Y que uno les háiga dao el voto tantas veces sin darse cuenta! Ah, pero lo qu’es a mí no me agarran más ni con perros. Y así debían haser todos los argentinos, cuando algún político les pida el voto, crusarlo de un lasaso a lo potro; y en lugar d’ir en majad’alas ele-siones, debíamos ponernos a ler el diario que sacan los trabajado-res del pueblo; así aprenderíamos algo útil pa nosotros. D’ese mo-do poco a poco sabremos defendernos de las camándulas de los ricos, como saben los trabajadores extranjeros; y al’último dejare-mos de ser esclavos de los patrones que nos hasen trabajar de sol a sol y a veces hasta la noche. Y si es en las estansias, nos dan de comer los animales más flacos y a veses los apestaos; y no diga-mos nada de las chacras, que mantienen las pionadas con mate cosido. ¡Si d’hasta vergüenza el acordarse! Yo h’estao en muchas estansias en donde se voltiaban pa los piones las vacas enfermas de la garganta; y estos infelises de mis paisanos se las comían sin protestar siquiera. L’hasienda gorda y sana la vendían los patrones p’al frigorífico, y se daban corte que habían sacao tanto y tanto ¡como si tal cosa!...; no se acordaban de que los que habían cuidao es’hasienda se habían alimentao con las que s’estaban mueriendo de peste. ¿Y las trilladoras? ¡Hermanito, qué matadero! Lo hasen trabajar a uno desde que aclara y le pegan hasta oscuro; ¡meta y ponga, al rayo del sol, entre nubes de tierra y basura! Solamente los burros pueden aguantar esa vida, porque aquello no se llama trabajar, ni comer, ni dormir, ni siquiera morirse a gusto. Y des-pués que los pobres revientan sinchando pa llenar miles de bolsas de trigo, se pasan todo el año con galleta dura, y eso cuando tie-nen; del pan no hay que acordarse, porq’esta tan caro que los po-bres no se le ponen ni en buenas. Los patrones mirando trabajar a sus esclavos, comen de lo mejor y nunca se les pega la camisa con

paisanos sea poder desir que si sus padres acabaron con los indios de lansa , ellos han acabao con los indios de levita: que tengan a orgullo desir que han salvao la nasión d’entre las uñas de los ricos. ¡Gauchos, paisanos míos, compañeros de desdichas: preparen los facones q’va empesar la yerra! No se me quede ninguno. Hagan coraje si no quieren que los tratemos de mulitas y les cortemos las orejas. Vamos a la revolusión, aunque sea con una lansa el que no tenga otr’arma. ¡Adelante!, que los gringos nos darán una manito. ¡Viva la revolusión! ¡Viva la revolusión anarquista y la libertá de los gauchos!

Juan Crusao

LA DESCENDENCIA DEL VIEJO VIZCACHA

El gaucho Para destacar con claridad la figura desgarbada y antipática del viejo Vizcacha, será preciso presentar, aunque sea a grandes tra-zos, una semblanza de su más opuesto coterráneo: el gaucho clási-co, del cual Martín Fierro nos parece un modelo magnífico. Así se comprenderá cuán diferente era la idiosincrasia de estos dos paisa-nos, hijos del mismo ambiente, que calzaron igual que bota de potro, que comieron los dos el mismo matambre de la res recién carneada. Y, sin embargo, el uno parece que se empinara sobre los bastos en un ademán de vuelo, cuando dice:

Mi gloria es vivir como tan libre / como el pájaro del cielo no hacer nido en este suelo / donde hay tanto que sufrir y naides me ha de seguir / cuando yo remonto el vuelo.

...en tanto que el otro se agazapa y esconde como una alimaña, al aconsejar que no se ande cambiando de cueva, que hay que con-servarse en el rincón donde se ha nacido. Parece como si uno fuera el deseo de superación, el ansia de liber-tad que quiere saltar por sobre las miserias que lo rodean, para ganar las cumbres y llenarse de sol; y que el otro encarna la mise-ria del peñasco, aferrado a la ladera de los siglos, semicubierto de raquíticos musgos y líquenes, que son toda su riqueza… Para muchas gentes el gaucho legendario no es otra cosa que el producto de la imaginación, y aunque no se atreven a sostenerlo, creen que Martín Fierro es una creación de la fantasía de José Her-nández. ¿Dónde ha quedado la estirpe de ese bello ejemplar huma-no, que no se halla por ninguna parte?, parece que quisieran pre-guntar a modo de réplica a los que sostenemos que ha existido. Y por cierto que no van mal encaminados al plantear así las cosas: porque un personaje tan espléndido, tan lleno de singulares cuali-dades, es extraño que no haya legado a las generaciones posterio-res su inestimable caudal de virtudes. ¡Ah! –se les podría responder a los negadores del gaucho- no es que no haya existido: es que ha sucumbido despedazado en las alambres de púa, así como se han exterminado muchas especies silvestres de la fauna criolla. Pero vamos a tratar de alumbrar aunque sea con la luz de un fosfo-rito esa bella estampa, sin tener mucho en cuenta la opinión de

16

9

16

9

el sudor. Y los políticos, ¿que hasen que no remedean esto? ¿No disen a boca llena que no hay mejores patriotas qu’ellos y que hasen esto y aquello por el páis?, y hast’hay algunos más pícaros tuavia que no hablan más que de los trabajadores: que los obreros por aquí y los obreros por allá, que los trabajadores pasan miserias y qu’ellos van a’rreglar todo cuando gobiernen. Pero son como todos los demás, igualitos. Todo lo arreglan con palabras; charla, eso sí, no les falta: pa prometer son como hachaso, pero todas esas posturas las hasen pa conseguir votos. En eso son más dies-tros que los otros. Hasta se visten de trabajadores a veces y se llaman socialistas o comunistas para parecer mejores. Y según disen los que saben, donde gobiernan ellos se llevan todo por de-lante; ¡hast’han llegao a fusilar a los trabajadores! Así son todos los políticos. Ni con colgarlos pagarían todo el daño que hasen. Si los argentinos, después de comprender todas estas cosas, no se animan a haser la revolusión pa cambiar de una ves esta vida perra, es porque se han hecho tan desgrasiaos que ya ni par’eso sirven. Y a la vist’está: cuando no hayan trabajo se meten de vigilantes, qu’es la última desgrasia de un argentino. Mis padres y otros argentinos de aquel tiempo, sabían desir que antes d’entrar de milico un gaucho debía haserse ladrón –y eso que ser ladrón era cosa fea entonses-; pero los criollos de áura se han olvidao de las lesiones de sus padres y ni bien largan la teta ya s’están colgando el machete de vigilante. Y se ponen orgullosos con la ropa que les da el gobierno, ¡parese que no fuesen capases ni de vestirse por cuenta d’ellos! ¡Si da vergüensa llamarse argenti-no viendo estas cosas! Lindos muchachos, jovensitos, hasiendo el ofisio e perros; de día sebándoles mate a los tinterillos apestaos de la comisaria y de noche cuidando la puerta de las casas públicas; muy orondos, como si fuera un trabajo de los más honrao. ¡Y si no les pagan un café no saben tener con que tomarlo! Pero yo no me desanimo y creo que todabía quedan algunos crio-llos de mi lechigada que no han de desmentir su rasa de gauchos altivos. Si no juer’así sería como pa desiar que vengan el cólera y acabe con todos nosotros. Porque miren si no es pa ponerse a llo-rar a gritos en ver dentrar de milico al hijo de un gaucho que talvés murió peliando con l’autoridá… Lo pior es que algunos aliegan qu’es un ofisio como cualquier otro. Y no, señor: y el hombre que trabajaba en cualquier cosa útil da producto a los demás; y el mili-co, ¿qué produto da?... Andar como el perro metiendo el hosico en todos los rincones pa ver si algún pobre se refala y llevarlo preso, eso no es haser cosa de provecho, ¡dejensén d’embromar; no sean brutos! El milico, hablando en plata, es una herramienta inservible que lastima las manos de los pobres… Los milicos son los peores enemigos que tenemos los trabajadores. Y la cosa es bien sensilla: ellos están pa cuidar los bienes de los ricos, pa que los pobres que tienen hambre no se puedan apropiar de lo que les sobra a los ricos. De este modo están en conta nuestra, y en contra d’ellos mismos, que son tan pelagatos como los trabajadores. ¡Y estos animales de milicos no se dan cuenta! ¡Criollos, paisanos míos: no manchen la memoria de sus padres vistiéndose con la ropa de la polisia, y en lugar de agarrar esas armas pa servir con ellas a los ricos, agarrenlás pa’hacer la revolu-sión! Y los que y’están de vigilantes, cuando háiga una güelga pon-gansén del lado de los güelguistas y no se porten como asesinos

Es una vergüensa que la muchachada d’esta tierra, los hijos de los gauchos que peliaron con los indios, vayan a los cuarteles a recibir insultos y puntapiés de la gentusa de machete. Esa es una de la injustisias más grandes que sufren los hijos del páis, y es tiempo que se acabe. Nadies que se tenga por hombre y por argentino desendient’e gauchos debe presentarse cuando lo llamen pa la concrisión. Haserse juerte a la ley es ser hombre. Acuerdensén que pa los gauchos no había más leyes qu’el facón. La ley del servisio obligatorio, así como todas las demás, están hechas por una cáfila de ricachos y políticos sinvergüenzas, que han inventao es’enriedo pa proteger sus rapiñas y sus convenensias; pa tener un ejército de pobres que les defiendan sus fábricas y sus estansias, q’es toda la patria de que nos hablan a menudo. Los ricos y los políticos tienen mucho interés en que respetemos sus leyes; pero ellos son los primeros en no respetarlas. No hay más que ver: casi ningún rico está en la cárcel, únicamente que háiga hecho una barbaridá tan grande que no l’alcanse a tapar con plata; casi ningún hijo e rico has’el servisio militar, y si lo hasen es al lao del ¨papᨠy la ¨mamᨠpa que lo cuiden. Mientras tanto a los hijos del pobre los llevan a los confines del páis y los tratan a la baqueta; los matan o los hasen morir en las maniobras, y no hay reclamo. Las cárseles están llenas de pobres, algunos por haber carniao pa mantener a sus hijitos que se morían de hambre. Y los ricos, que han robao todo lo que tienen y hasta le roban el sueldo a los trabajadores, ¿por qué no están presos?... Porque tienen con qué comprar la ¨justisia¨, los jueses, las leyes y hast’a el mismo gobierno si lo presisan. Como los pobres no tienen con qué comprar todo esto, pagan el pato. ¿Y no disen que la lay es justa? ¡Dejensén d’embro-mar! La lay es como dise Martín Fierro, una tela de araña que la rompen los bichos grandes, pero los chicos quedan enredaos. Los bichos grandes, son los ricos y los pobres son los bichos chicos. Y bueno: si los ricos no respetan las leyes, los pobres no tenemos porqué respetarlas. Que sea igual para todos o para ninguno y que no nos sigan tomando pal churrete. Aunq’eso de la igualdá de la lay es imposible; si los ricos l’hasen no v’a ser p’embromars’ellos mismos. Y hay está la trampa que todos tenemos nesesidá de des-cubrir. ¨No puede haber igualdá mientras háiga una sola lay¨. Y todos somos de pecar, tanto el pobre como el rico; por eso es un abuso que nosotros seamos los únicos castigaos. Pero no hay derecho p’abusar de nadies. Todas las leyes están demás, entonse. No las respete ninguno; hagansén juertes los pai-sanos, comprensén un buen’arma y hagansén la justisia ustedes mismos. Metanlé a l’autoridá cuando ande jorobando. Esa será la ¨justisia criolla¨ que usaban nuestros padres y agüelos. Los hombres portensén com’hombres, no almitan que nadies los manosée con l’escusaa de la ley. Obliguen a los mandones a igua-lar las cuartas. ¡Meta fierro y meta plomo con los sayones de la autoridá, ese es l’único modo de haser justisia: que lo demás es cuento p’engañar a sonsos! Ya deb’irse acabando el tiempo e los sonsos y los mansos. Estamos en tiempos buenos p’arreglarles las cuentas a los ricos, y se las arreglaremos con la revolusión: con una revolusión que no deje perro sin cortarle las orejas ni gato que no salga chamuscao; una revolusión que deje los campos limpitos de toda esta plaga de ricos inútiles y mate todo lo que no sirve; q’el páis de los argentinos sea libre alguna ves y q’el orgullo e los

el sudor. Y los políticos, ¿que hasen que no remedean esto? ¿No disen a boca llena que no hay mejores patriotas qu’ellos y que hasen esto y aquello por el páis?, y hast’hay algunos más pícaros tuavia que no hablan más que de los trabajadores: que los obreros por aquí y los obreros por allá, que los trabajadores pasan miserias y qu’ellos van a’rreglar todo cuando gobiernen. Pero son como todos los demás, igualitos. Todo lo arreglan con palabras; charla, eso sí, no les falta: pa prometer son como hachaso, pero todas esas posturas las hasen pa conseguir votos. En eso son más dies-tros que los otros. Hasta se visten de trabajadores a veces y se llaman socialistas o comunistas para parecer mejores. Y según disen los que saben, donde gobiernan ellos se llevan todo por de-lante; ¡hast’han llegao a fusilar a los trabajadores! Así son todos los políticos. Ni con colgarlos pagarían todo el daño que hasen. Si los argentinos, después de comprender todas estas cosas, no se animan a haser la revolusión pa cambiar de una ves esta vida perra, es porque se han hecho tan desgrasiaos que ya ni par’eso sirven. Y a la vist’está: cuando no hayan trabajo se meten de vigilantes, qu’es la última desgrasia de un argentino. Mis padres y otros argentinos de aquel tiempo, sabían desir que antes d’entrar de milico un gaucho debía haserse ladrón –y eso que ser ladrón era cosa fea entonses-; pero los criollos de áura se han olvidao de las lesiones de sus padres y ni bien largan la teta ya s’están colgando el machete de vigilante. Y se ponen orgullosos con la ropa que les da el gobierno, ¡parese que no fuesen capases ni de vestirse por cuenta d’ellos! ¡Si da vergüensa llamarse argenti-no viendo estas cosas! Lindos muchachos, jovensitos, hasiendo el ofisio e perros; de día sebándoles mate a los tinterillos apestaos de la comisaria y de noche cuidando la puerta de las casas públicas; muy orondos, como si fuera un trabajo de los más honrao. ¡Y si no les pagan un café no saben tener con que tomarlo! Pero yo no me desanimo y creo que todabía quedan algunos crio-llos de mi lechigada que no han de desmentir su rasa de gauchos altivos. Si no juer’así sería como pa desiar que vengan el cólera y acabe con todos nosotros. Porque miren si no es pa ponerse a llo-rar a gritos en ver dentrar de milico al hijo de un gaucho que talvés murió peliando con l’autoridá… Lo pior es que algunos aliegan qu’es un ofisio como cualquier otro. Y no, señor: y el hombre que trabajaba en cualquier cosa útil da producto a los demás; y el mili-co, ¿qué produto da?... Andar como el perro metiendo el hosico en todos los rincones pa ver si algún pobre se refala y llevarlo preso, eso no es haser cosa de provecho, ¡dejensén d’embromar; no sean brutos! El milico, hablando en plata, es una herramienta inservible que lastima las manos de los pobres… Los milicos son los peores enemigos que tenemos los trabajadores. Y la cosa es bien sensilla: ellos están pa cuidar los bienes de los ricos, pa que los pobres que tienen hambre no se puedan apropiar de lo que les sobra a los ricos. De este modo están en conta nuestra, y en contra d’ellos mismos, que son tan pelagatos como los trabajadores. ¡Y estos animales de milicos no se dan cuenta! ¡Criollos, paisanos míos: no manchen la memoria de sus padres vistiéndose con la ropa de la polisia, y en lugar de agarrar esas armas pa servir con ellas a los ricos, agarrenlás pa’hacer la revolu-sión! Y los que y’están de vigilantes, cuando háiga una güelga pon-gansén del lado de los güelguistas y no se porten como asesinos

Es una vergüensa que la muchachada d’esta tierra, los hijos de los gauchos que peliaron con los indios, vayan a los cuarteles a recibir insultos y puntapiés de la gentusa de machete. Esa es una de la injustisias más grandes que sufren los hijos del páis, y es tiempo que se acabe. Nadies que se tenga por hombre y por argentino desendient’e gauchos debe presentarse cuando lo llamen pa la concrisión. Haserse juerte a la ley es ser hombre. Acuerdensén que pa los gauchos no había más leyes qu’el facón. La ley del servisio obligatorio, así como todas las demás, están hechas por una cáfila de ricachos y políticos sinvergüenzas, que han inventao es’enriedo pa proteger sus rapiñas y sus convenensias; pa tener un ejército de pobres que les defiendan sus fábricas y sus estansias, q’es toda la patria de que nos hablan a menudo. Los ricos y los políticos tienen mucho interés en que respetemos sus leyes; pero ellos son los primeros en no respetarlas. No hay más que ver: casi ningún rico está en la cárcel, únicamente que háiga hecho una barbaridá tan grande que no l’alcanse a tapar con plata; casi ningún hijo e rico has’el servisio militar, y si lo hasen es al lao del ¨papᨠy la ¨mamᨠpa que lo cuiden. Mientras tanto a los hijos del pobre los llevan a los confines del páis y los tratan a la baqueta; los matan o los hasen morir en las maniobras, y no hay reclamo. Las cárseles están llenas de pobres, algunos por haber carniao pa mantener a sus hijitos que se morían de hambre. Y los ricos, que han robao todo lo que tienen y hasta le roban el sueldo a los trabajadores, ¿por qué no están presos?... Porque tienen con qué comprar la ¨justisia¨, los jueses, las leyes y hast’a el mismo gobierno si lo presisan. Como los pobres no tienen con qué comprar todo esto, pagan el pato. ¿Y no disen que la lay es justa? ¡Dejensén d’embro-mar! La lay es como dise Martín Fierro, una tela de araña que la rompen los bichos grandes, pero los chicos quedan enredaos. Los bichos grandes, son los ricos y los pobres son los bichos chicos. Y bueno: si los ricos no respetan las leyes, los pobres no tenemos porqué respetarlas. Que sea igual para todos o para ninguno y que no nos sigan tomando pal churrete. Aunq’eso de la igualdá de la lay es imposible; si los ricos l’hasen no v’a ser p’embromars’ellos mismos. Y hay está la trampa que todos tenemos nesesidá de des-cubrir. ¨No puede haber igualdá mientras háiga una sola lay¨. Y todos somos de pecar, tanto el pobre como el rico; por eso es un abuso que nosotros seamos los únicos castigaos. Pero no hay derecho p’abusar de nadies. Todas las leyes están demás, entonse. No las respete ninguno; hagansén juertes los pai-sanos, comprensén un buen’arma y hagansén la justisia ustedes mismos. Metanlé a l’autoridá cuando ande jorobando. Esa será la ¨justisia criolla¨ que usaban nuestros padres y agüelos. Los hombres portensén com’hombres, no almitan que nadies los manosée con l’escusaa de la ley. Obliguen a los mandones a igua-lar las cuartas. ¡Meta fierro y meta plomo con los sayones de la autoridá, ese es l’único modo de haser justisia: que lo demás es cuento p’engañar a sonsos! Ya deb’irse acabando el tiempo e los sonsos y los mansos. Estamos en tiempos buenos p’arreglarles las cuentas a los ricos, y se las arreglaremos con la revolusión: con una revolusión que no deje perro sin cortarle las orejas ni gato que no salga chamuscao; una revolusión que deje los campos limpitos de toda esta plaga de ricos inútiles y mate todo lo que no sirve; q’el páis de los argentinos sea libre alguna ves y q’el orgullo e los

10

15

10

15

tirando tiros a los trabajadores pa defender la plata de unos cuan-tos ladrones de levita. ¿No les da vergüensa lastimar algún pobre como ustedes sin haber tenido nada con él? ¿No comprenden q’ese es un verdadero asesinato?

* * * Cuando aquellos hombres m’esplicaban estas cosas y yo las véia tan clarito, me daba rabia de ser tan atrasao; y pensaba: ¡Si yo tu-viera labia p’haserles entender todo esto a mis paisanos, que son tan inorantes! Yo desiaba que todos las aprendieran de golpe par’haser enseguida nomás la revolusión y quedarnos dueños del páis. Todos los pobres comerían entonse y tendrían con que vestir-se sin gastar nada; basta con que todos trabajasen un poquito. ¿Y quién iba a ser tan maula pa no animarse a trabajar tres o cuatro horas por dia, qu’es lo que tocaría a cada uno? Y después, toda esa pobre gente que vive a medio comer, que pas’hambrunas y no tie-ne qué ponerse, ¿cómo no ib’estar contenta con el cambio? Sola-mente que juesen locos; y yo creo que hasta los locos les gusta lo bueno, porque la necesidá la sienten hasta los animales. Entonse jué cuando aquellos hombres me aconsejaron que liera y escribiera. Con ellos aprendí a formar las letras, porque yo era un redondo p’estas cosas. ¡Y hay que ver la pasensia que tenían! Co-mo eran tan entendidos en todo, daba gusto como l’enseñaban a uno. Al mes ya léia de corrido y escribi’algo, después a juersa de costansia y afisión m’hise un escribano, hecho y derecho. Todas las noches, con lus, meta pluma y meta ler. ¡Y tenían cada libro!... Ah, pero les voy a’lvertir: aquellos hombres que tanto me enseñaron y que m’hisieron el mayor servisio qu´he resibido, eran anarquistas. Yo al principio les desconfiaba. ¡Se desían tantas barbaridades de los anarquistas!... Pero después, ¡qué diablos! si eran los hombres más buenos que había conosido en mi vida. En la carpa d’ellos todo lo que había era de todos, era del COMUNISMO como ellos desían; no había que pedir permiso p’agarrarlo y no les gustaba tampoco que uno anduviese con cumplidos. Por eso les créía más, porque lo qu’ellos desían que harían después de la revolusión, lo hasían allí mismo, ¡no había tutía! Eran hombres de una sola piesa y sin revés. Desd’entonse yo no tengo a menos de llamarme anar-quista y hasta teng’orgullo e serlo. Y también digo que después de saber todo lo que les cuento, únicamente los sinvergüenzas y los ricos pueden hablar mal de los anarquistas, porque es claro, no les conviene que los pobres abran los ojos. Si no, el día que los traba-jadores se hagan anarquistas y les griten: ¡Aquí estamos!, ese día los cogotudos van a tener qu’hinchar el lomo si quieren comer, porque nadies v’a ser tan sonso pa seguir manteniendo a sánga-nos. Los anarquistas, amigo, no quieren tener gobierno; porque disen que cada cual debe gobernarse a su gusto y que nadie tiene derecho a mandar a los demás; porque los hombres todos somos iguales, es desir, somos hombres lo mismo uno que los otros. Y eso se ve bien claro: nadies presisa del gobierno para poder comer y haser las demás nesesidades; lo que sabe uno desde que nase. Por falta de gobierno no vamos a dejar de comer y vestirnos, ¡no hay miedo! Y tan lindo que andamos, con gobierno y todo, los po-bres: desnudos y muertos de hambre. Así es qu’el dia que falten esos señores, no los vamos a estrañar mucho. Que nos dejen

pegaremos el grito a tiempo. ¿De ande v’asalir tanto milico p’atajarnos? Además, mis paisanos que y’han empesao a compren-der las cosas, no van a ser tan desgrasiaos pa querer colgars’el machete de polisiano y desafiar al aguasero. Y les vuelvo advertir que a todos les hase cuenta la revolusión y es un deber de todo hombre desente el prepararse p’estas cosas; y cuando se llegu’el caso, el que no esté del lao nuestro tendrá por juersa qu’estar en contra; pero también ¡que se apriete los pantalones! Yo les pido a mis paisanos, por lo que más quieran, que no se vayan a poner del lado de los ricos, porqu’es carrera perdida, y los vamos a tener que tratar como a contrarios. Dejenlós a los cogotudos que se las arre-glen solos. ¡Ah, pero yo sé que los criollos no van a desmentir la rasa y van a estar con nosotros en cuanto demos el primer grito! Los que quieran más libertá y más justicia; los qu’están cansaos de pasar miserias y reventar trabajando, esos serán más qu’infelises si desperdisian esta bolada. Y no me digan a mí que hay un solo ar-gentino, que sea gaucho, que no le guste lo bueno: carniar gordo y ensillar un buen pingo, ponerse buenas botas y vestirse como la gente y después crusar los campos al galope tendido sin trompesar con una sola tranquera ni revolcars’en un pantano; porqu’entonse las calles que han hecho los estansieros p’hechar a los pobres ajue-ra el campo, habrán desaparesido cuando s’echen abajo los alam-braos. Los alambraos también son enemigos de los gauchos; los inventa-ron los ricos pa que no les pisemos el campo y pa mesquinarnos el pasto. Causa d’eso tenemos que galopiar leguas y leguas pa dir allí serquita. Es claro, ellos s’evitan con eso de que nos arrimemos a sus estansias y les pidamos permiso pa desensillar. En eso nomás se puede ver lo que son de patriotas todos esos generales, corone-les y diputados dueños d’estansias; y se puede ver también lo que les importa de los demás hijos de la patria que no tenemos estan-sia. La patria d’ellos es un campo bien alambrao, y pa los pobres la calle. Por eso es que hay que meterle hacha y no dejar ni las vari-llas; meterse por entr’el campo y desirles a los puesteros: ¨Amigo, carnee la mejor res que háiga y deles bien de comer a sus hijos¨. Ha llegao el momento de que los pobres seamos dueños del traba-jo qu´hemos hecho, y de que los patrones, si quieren comer, que trabajen, que sinchen como hemos sinchao nosotros toda la vida¨. Volverá el tiempo, paisanos en qu’en cada rancho se hasía una romería y mesturaos con las paisanitas se amanesían bailando los gauchos, y al llegar el día, después de unos buenos asaos, s’iba cada cual a su trabajo, contento y satisfecho de la jornada. Se tra-bajará a gusto, sin capatás que lo reprienda ni patrón que le dé las cuentas si a uno le sale mal una cosa; y uno hará más de lo que deba porqu’el trabajo será una diversión y no un castigo como es hoy. Y así, entre bailes, trabajo y churrasquiadas, la vida del pobre será una delisia; nadies se matar’hasiendo juersa, porque los hom-bres no tendrán que sinchar como burros, ni nadies tendrá que dormir tirao com’un perro, ni se comerán esas comidas pa chan-chos que les dan en algunas partes a los trabajadores. No tendrá la muchachada que pensar en el maldito servisio militar, porque p’entonse no habrá cuarteles y se acabarán los ejérsitos; no habrá nesesidá de aprender a robar y matar –q’es lo que se aprien-d’en el cuartel-; la juventú no ir’a servir de muñeco pa que cual-quier ofisialito tísico lo manosee a su antojo y lo tenga d’estropajo.

tirando tiros a los trabajadores pa defender la plata de unos cuan-tos ladrones de levita. ¿No les da vergüensa lastimar algún pobre como ustedes sin haber tenido nada con él? ¿No comprenden q’ese es un verdadero asesinato?

* * * Cuando aquellos hombres m’esplicaban estas cosas y yo las véia tan clarito, me daba rabia de ser tan atrasao; y pensaba: ¡Si yo tu-viera labia p’haserles entender todo esto a mis paisanos, que son tan inorantes! Yo desiaba que todos las aprendieran de golpe par’haser enseguida nomás la revolusión y quedarnos dueños del páis. Todos los pobres comerían entonse y tendrían con que vestir-se sin gastar nada; basta con que todos trabajasen un poquito. ¿Y quién iba a ser tan maula pa no animarse a trabajar tres o cuatro horas por dia, qu’es lo que tocaría a cada uno? Y después, toda esa pobre gente que vive a medio comer, que pas’hambrunas y no tie-ne qué ponerse, ¿cómo no ib’estar contenta con el cambio? Sola-mente que juesen locos; y yo creo que hasta los locos les gusta lo bueno, porque la necesidá la sienten hasta los animales. Entonse jué cuando aquellos hombres me aconsejaron que liera y escribiera. Con ellos aprendí a formar las letras, porque yo era un redondo p’estas cosas. ¡Y hay que ver la pasensia que tenían! Co-mo eran tan entendidos en todo, daba gusto como l’enseñaban a uno. Al mes ya léia de corrido y escribi’algo, después a juersa de costansia y afisión m’hise un escribano, hecho y derecho. Todas las noches, con lus, meta pluma y meta ler. ¡Y tenían cada libro!... Ah, pero les voy a’lvertir: aquellos hombres que tanto me enseñaron y que m’hisieron el mayor servisio qu´he resibido, eran anarquistas. Yo al principio les desconfiaba. ¡Se desían tantas barbaridades de los anarquistas!... Pero después, ¡qué diablos! si eran los hombres más buenos que había conosido en mi vida. En la carpa d’ellos todo lo que había era de todos, era del COMUNISMO como ellos desían; no había que pedir permiso p’agarrarlo y no les gustaba tampoco que uno anduviese con cumplidos. Por eso les créía más, porque lo qu’ellos desían que harían después de la revolusión, lo hasían allí mismo, ¡no había tutía! Eran hombres de una sola piesa y sin revés. Desd’entonse yo no tengo a menos de llamarme anar-quista y hasta teng’orgullo e serlo. Y también digo que después de saber todo lo que les cuento, únicamente los sinvergüenzas y los ricos pueden hablar mal de los anarquistas, porque es claro, no les conviene que los pobres abran los ojos. Si no, el día que los traba-jadores se hagan anarquistas y les griten: ¡Aquí estamos!, ese día los cogotudos van a tener qu’hinchar el lomo si quieren comer, porque nadies v’a ser tan sonso pa seguir manteniendo a sánga-nos. Los anarquistas, amigo, no quieren tener gobierno; porque disen que cada cual debe gobernarse a su gusto y que nadie tiene derecho a mandar a los demás; porque los hombres todos somos iguales, es desir, somos hombres lo mismo uno que los otros. Y eso se ve bien claro: nadies presisa del gobierno para poder comer y haser las demás nesesidades; lo que sabe uno desde que nase. Por falta de gobierno no vamos a dejar de comer y vestirnos, ¡no hay miedo! Y tan lindo que andamos, con gobierno y todo, los po-bres: desnudos y muertos de hambre. Así es qu’el dia que falten esos señores, no los vamos a estrañar mucho. Que nos dejen

pegaremos el grito a tiempo. ¿De ande v’asalir tanto milico p’atajarnos? Además, mis paisanos que y’han empesao a compren-der las cosas, no van a ser tan desgrasiaos pa querer colgars’el machete de polisiano y desafiar al aguasero. Y les vuelvo advertir que a todos les hase cuenta la revolusión y es un deber de todo hombre desente el prepararse p’estas cosas; y cuando se llegu’el caso, el que no esté del lao nuestro tendrá por juersa qu’estar en contra; pero también ¡que se apriete los pantalones! Yo les pido a mis paisanos, por lo que más quieran, que no se vayan a poner del lado de los ricos, porqu’es carrera perdida, y los vamos a tener que tratar como a contrarios. Dejenlós a los cogotudos que se las arre-glen solos. ¡Ah, pero yo sé que los criollos no van a desmentir la rasa y van a estar con nosotros en cuanto demos el primer grito! Los que quieran más libertá y más justicia; los qu’están cansaos de pasar miserias y reventar trabajando, esos serán más qu’infelises si desperdisian esta bolada. Y no me digan a mí que hay un solo ar-gentino, que sea gaucho, que no le guste lo bueno: carniar gordo y ensillar un buen pingo, ponerse buenas botas y vestirse como la gente y después crusar los campos al galope tendido sin trompesar con una sola tranquera ni revolcars’en un pantano; porqu’entonse las calles que han hecho los estansieros p’hechar a los pobres ajue-ra el campo, habrán desaparesido cuando s’echen abajo los alam-braos. Los alambraos también son enemigos de los gauchos; los inventa-ron los ricos pa que no les pisemos el campo y pa mesquinarnos el pasto. Causa d’eso tenemos que galopiar leguas y leguas pa dir allí serquita. Es claro, ellos s’evitan con eso de que nos arrimemos a sus estansias y les pidamos permiso pa desensillar. En eso nomás se puede ver lo que son de patriotas todos esos generales, corone-les y diputados dueños d’estansias; y se puede ver también lo que les importa de los demás hijos de la patria que no tenemos estan-sia. La patria d’ellos es un campo bien alambrao, y pa los pobres la calle. Por eso es que hay que meterle hacha y no dejar ni las vari-llas; meterse por entr’el campo y desirles a los puesteros: ¨Amigo, carnee la mejor res que háiga y deles bien de comer a sus hijos¨. Ha llegao el momento de que los pobres seamos dueños del traba-jo qu´hemos hecho, y de que los patrones, si quieren comer, que trabajen, que sinchen como hemos sinchao nosotros toda la vida¨. Volverá el tiempo, paisanos en qu’en cada rancho se hasía una romería y mesturaos con las paisanitas se amanesían bailando los gauchos, y al llegar el día, después de unos buenos asaos, s’iba cada cual a su trabajo, contento y satisfecho de la jornada. Se tra-bajará a gusto, sin capatás que lo reprienda ni patrón que le dé las cuentas si a uno le sale mal una cosa; y uno hará más de lo que deba porqu’el trabajo será una diversión y no un castigo como es hoy. Y así, entre bailes, trabajo y churrasquiadas, la vida del pobre será una delisia; nadies se matar’hasiendo juersa, porque los hom-bres no tendrán que sinchar como burros, ni nadies tendrá que dormir tirao com’un perro, ni se comerán esas comidas pa chan-chos que les dan en algunas partes a los trabajadores. No tendrá la muchachada que pensar en el maldito servisio militar, porque p’entonse no habrá cuarteles y se acabarán los ejérsitos; no habrá nesesidá de aprender a robar y matar –q’es lo que se aprien-d’en el cuartel-; la juventú no ir’a servir de muñeco pa que cual-quier ofisialito tísico lo manosee a su antojo y lo tenga d’estropajo.

14

11

14

11

d’historias esa manga de sinvergüenzas, que se pasan la vida gor-da con el cuento de que hay que gobernar al páis porque si no, se acabaría el mundo;que hay que respetar el orden, las leyes, la reli-gión de los curas y ¡qué sé yo! El caso es qu’ellos, con esas matu-fias tienen todo embarullao y viven del sudor de los que trabajan. ¡Para eso sí les tengo fe!. Y vean lo qu’es: el gobierno quiere que los pobres guarden el orden y respeten la propiedá e los ricos; mientras tanto él no respeta ni siquiera la vida de los trabajadores, y por cualquier cosa, basta que los trabajadores se junten en la calle, pa que les haga cáir con su milicada, que no anda con chicas cuando la mandan dar palos o tirar tiros a los pobres. ¿Ý qu’es la propiedá e los ricos?... Es todo lo que han conseguido sin trabajar, robando con el cuento susio del negosio. Porqu’es así: los que han trabajao toda su vida no tienen nada; y los que no han hecho nunca más que rascarse y mandar, esos son los que lo tienen todo, todo: más ovejas y vacas que buenas intensiones y campos más grandes que la misma mar. Y eso no es justo aunqu’el gobierno lo apruebe; lo justo sería que los trabajan pudieran comer un poco mejor. Pero eso únicamente se podrá conseguir cortándoles las uñas a los que se roban todo amparaos por el gobierno. Si los pobres no juése-mos tan infelices, ya les habríamos atajao el pasmo a esos señores gobernadores y los habríamos mandao a descular hormigas, qu’es pa l’único que pueden servir.

* * * Resién me doy cuenta que va sailiendo largo el cuento ¡y tuavía me falta mucho que desir! Así que perdonemén si los canso. Aunque nadies se debía cansar de ler cosas buenas, y estas cosas son bue-nas aunque no sean bonitas. Pero se me debe disculpar porque no soy un literato p’escribir con floreo. Y estoy seguro que mis paisa-nos me han d’entender mejor a mí, qu’escribo sin retórica, que a esos escribidores de ofisio que a juersa de floriarse nos dejan en ayunas: hasen los mismo que los políticos cuando hablan en las riuniones y el paisanaje se queda con la boc’abierta sin saber si lo han putiao o le han dicho qu’es buen moso. No se crean tampoco qu’escribo por darme corte ni para pasar por sabio; ¡no me da el cuero pa tanto! y bien claro he declarao que lo poco que sé lo aprendi sin máistros de ofisio; me lo enseñaron unos anarquistas trabajadores como yo. Y yo, que no soy mesquino como los ricos, quiero de alma que todos apriendan estas cosas; porque conosco lo que vale saber desenvolvers’en la vida. Además debo desirles que los que a mí me abrieron los ojos, m’hisieron comprender qu’el deber de todo hombre bueno es enseñar lo que sabe y no cobrar por ese trabajo; tener orgullo de que lo atiendan y no bur-larse de la inoransia de los otros; porqu’el también jué inorante y si áura sabe algo es porque otros l’enseñaron, y ellos aprendieron de otros que nasieron primero. Y así d’eslabon en eslabón se hase la cadena. Eso quiere desir que los hombres debemos d’irnos unien-do hasta llegar a formar una cadena tan juerte que no la puedan romper y tan larga que no la puedan arrollar. Despúes, con esa cadena haremos serco a los ricos, como se hasía antes con las avestruses, y una ves que estén adentro s’empiesa la ¨despluma-da¨: qu’entriegue cada cual lo que tenga y venga a reunirse con los pobres, aumentando los eslabones de la cadena. D’ese modo, este

páis tan grande y que tiene tanto campo lindo pa sembrar y hasien-das y montes a patadas, dejará de ser un infierno pa los pobres; cada gaucho podrá tener su casa y su familia: y como la tierra ni los animales no tendrán dueño, cada uno sembrará donde le guste y podrá carniar sin fijarse la marca, lo mismo que si jues’estanciero. ¡Y qu’estancia mácua: todo el p’ais de los argentinos no será más que un solo potrero! Porque lo primero que hay que haser es meter-le hach’a los alambraos pa que las hasiendas se mesturen; que las vacas y ovejas d’esta provincia se vayan pa la Pampa, y de la Pampa se crusen pa Córdoba, y las de allá pa la provinsia d’Entre Rios. ¡Qu’el diablo las junte después! Entonses los paisanos de aquí nos mesturaremos con los de otros puntos y donde hagamos un asao con cuero, que no háiga diferen-sias y nadie se pelee por un pedaso e tumba; todos debemos hasernos amigos, porque todos somos pobres y hemos sufrido las mismas deslomaduras trabajando; los de aquí en las esquilas y en los rodeos; los de otras provinsias hachando monte y caña de azú-car. Y siendo así y comprendiendo todo esto, debemos considerar-nos como hijos de la misma desgrasia; la desgrasia de haber nasi-do pobres. Y como todos somos hijos de la misma madre, debe-mos tratarnos como hermanos. ¡Qué tiempos serán aquellos! Vol-verá lo que dise Martín Fierro, que al gaucho ¨no le faltaba un con-suelo/y andaba la gente lista¨. Porque cuando todo abunda, tanto la antesión como la libertá, entons’el hombre baila en una pata de contento; no es como áura, que uno tiene que mamarse pa ponerse alegre, si no quiere morirse de aburrido. Volverá el paisano d’esta tierra a encontrar el consuelo que ha perdido y podrá vivir dichoso y contento entre los estranjeros, sin que l’estorben como pasa hoy; porque los criollos creen que los gringos son culpables de qu’este páis se háiga echao a perder; y no es así, qu’esperansa! El mal con-siste en que los ricos se han adueñao de todo y mesquinan hasta l’agua. No son los gringos pobres, entonse, los que han arruinao el páis, sino los gringos y los argentinos ricos, que son todos igual en lo pijoteros. No hay más que ver las estansias donde antes un gau-cho podía parar el tiempo que quisiera; no l’iba faltar que comer pa él y su tropilla. Hoy lo echan de la tranquera y si se descuida lo mandan preso por vago. ¿Y qué culpa tienen d’esto los extranjeros pobres? Debemos ponernos en razón y que cargue con la culpa el que la tenga. Debemos comprender que los ricos, sean criollos o gringos, son los verdaderos enemigos de los pobres, y compren-diendo eso debemos unirnos toditos los pobres de todas las nasio-nes y rasas p’haser la revolusión que se presisa y cortarles el pico a los chimangos que nos están sacando los ojos. Pero p’haserla, que sea gorda; que no se quede un solo bicho en el pajonal cuando se prienda el juego. ¡Apronten los cuchillos pa cor-tar orejas! Cada gaucho hagasé de una buen’arma, y cuando griten ¨ ¡a la carga! ¨ no hay que mesquinarle a la jeringa. No hay que andar con miedo de perder el pellejo, que al fin y al cabo más vale morir de un balaso que morirse de hambre; y tal como van las co-sas vamos a morirnos de hambre nomás. Y eso sería más que ver-güensa pa los criollos, que siempr’hemos tenido fama de bravos, dejarnos matar como mulitas por l’hambre, qu’es un enemigo tan chico. El gaucho debe morir en su lay; peliando con l’autoridá; si no, no es un gaucho: es una mulita que la mata cualquier perro. Y no crean que v’aser cos’el otro mundo ganárselas, porque todos

d’historias esa manga de sinvergüenzas, que se pasan la vida gor-da con el cuento de que hay que gobernar al páis porque si no, se acabaría el mundo;que hay que respetar el orden, las leyes, la reli-gión de los curas y ¡qué sé yo! El caso es qu’ellos, con esas matu-fias tienen todo embarullao y viven del sudor de los que trabajan. ¡Para eso sí les tengo fe!. Y vean lo qu’es: el gobierno quiere que los pobres guarden el orden y respeten la propiedá e los ricos; mientras tanto él no respeta ni siquiera la vida de los trabajadores, y por cualquier cosa, basta que los trabajadores se junten en la calle, pa que les haga cáir con su milicada, que no anda con chicas cuando la mandan dar palos o tirar tiros a los pobres. ¿Ý qu’es la propiedá e los ricos?... Es todo lo que han conseguido sin trabajar, robando con el cuento susio del negosio. Porqu’es así: los que han trabajao toda su vida no tienen nada; y los que no han hecho nunca más que rascarse y mandar, esos son los que lo tienen todo, todo: más ovejas y vacas que buenas intensiones y campos más grandes que la misma mar. Y eso no es justo aunqu’el gobierno lo apruebe; lo justo sería que los trabajan pudieran comer un poco mejor. Pero eso únicamente se podrá conseguir cortándoles las uñas a los que se roban todo amparaos por el gobierno. Si los pobres no juése-mos tan infelices, ya les habríamos atajao el pasmo a esos señores gobernadores y los habríamos mandao a descular hormigas, qu’es pa l’único que pueden servir.

* * * Resién me doy cuenta que va sailiendo largo el cuento ¡y tuavía me falta mucho que desir! Así que perdonemén si los canso. Aunque nadies se debía cansar de ler cosas buenas, y estas cosas son bue-nas aunque no sean bonitas. Pero se me debe disculpar porque no soy un literato p’escribir con floreo. Y estoy seguro que mis paisa-nos me han d’entender mejor a mí, qu’escribo sin retórica, que a esos escribidores de ofisio que a juersa de floriarse nos dejan en ayunas: hasen los mismo que los políticos cuando hablan en las riuniones y el paisanaje se queda con la boc’abierta sin saber si lo han putiao o le han dicho qu’es buen moso. No se crean tampoco qu’escribo por darme corte ni para pasar por sabio; ¡no me da el cuero pa tanto! y bien claro he declarao que lo poco que sé lo aprendi sin máistros de ofisio; me lo enseñaron unos anarquistas trabajadores como yo. Y yo, que no soy mesquino como los ricos, quiero de alma que todos apriendan estas cosas; porque conosco lo que vale saber desenvolvers’en la vida. Además debo desirles que los que a mí me abrieron los ojos, m’hisieron comprender qu’el deber de todo hombre bueno es enseñar lo que sabe y no cobrar por ese trabajo; tener orgullo de que lo atiendan y no bur-larse de la inoransia de los otros; porqu’el también jué inorante y si áura sabe algo es porque otros l’enseñaron, y ellos aprendieron de otros que nasieron primero. Y así d’eslabon en eslabón se hase la cadena. Eso quiere desir que los hombres debemos d’irnos unien-do hasta llegar a formar una cadena tan juerte que no la puedan romper y tan larga que no la puedan arrollar. Despúes, con esa cadena haremos serco a los ricos, como se hasía antes con las avestruses, y una ves que estén adentro s’empiesa la ¨despluma-da¨: qu’entriegue cada cual lo que tenga y venga a reunirse con los pobres, aumentando los eslabones de la cadena. D’ese modo, este

páis tan grande y que tiene tanto campo lindo pa sembrar y hasien-das y montes a patadas, dejará de ser un infierno pa los pobres; cada gaucho podrá tener su casa y su familia: y como la tierra ni los animales no tendrán dueño, cada uno sembrará donde le guste y podrá carniar sin fijarse la marca, lo mismo que si jues’estanciero. ¡Y qu’estancia mácua: todo el p’ais de los argentinos no será más que un solo potrero! Porque lo primero que hay que haser es meter-le hach’a los alambraos pa que las hasiendas se mesturen; que las vacas y ovejas d’esta provincia se vayan pa la Pampa, y de la Pampa se crusen pa Córdoba, y las de allá pa la provinsia d’Entre Rios. ¡Qu’el diablo las junte después! Entonses los paisanos de aquí nos mesturaremos con los de otros puntos y donde hagamos un asao con cuero, que no háiga diferen-sias y nadie se pelee por un pedaso e tumba; todos debemos hasernos amigos, porque todos somos pobres y hemos sufrido las mismas deslomaduras trabajando; los de aquí en las esquilas y en los rodeos; los de otras provinsias hachando monte y caña de azú-car. Y siendo así y comprendiendo todo esto, debemos considerar-nos como hijos de la misma desgrasia; la desgrasia de haber nasi-do pobres. Y como todos somos hijos de la misma madre, debe-mos tratarnos como hermanos. ¡Qué tiempos serán aquellos! Vol-verá lo que dise Martín Fierro, que al gaucho ¨no le faltaba un con-suelo/y andaba la gente lista¨. Porque cuando todo abunda, tanto la antesión como la libertá, entons’el hombre baila en una pata de contento; no es como áura, que uno tiene que mamarse pa ponerse alegre, si no quiere morirse de aburrido. Volverá el paisano d’esta tierra a encontrar el consuelo que ha perdido y podrá vivir dichoso y contento entre los estranjeros, sin que l’estorben como pasa hoy; porque los criollos creen que los gringos son culpables de qu’este páis se háiga echao a perder; y no es así, qu’esperansa! El mal con-siste en que los ricos se han adueñao de todo y mesquinan hasta l’agua. No son los gringos pobres, entonse, los que han arruinao el páis, sino los gringos y los argentinos ricos, que son todos igual en lo pijoteros. No hay más que ver las estansias donde antes un gau-cho podía parar el tiempo que quisiera; no l’iba faltar que comer pa él y su tropilla. Hoy lo echan de la tranquera y si se descuida lo mandan preso por vago. ¿Y qué culpa tienen d’esto los extranjeros pobres? Debemos ponernos en razón y que cargue con la culpa el que la tenga. Debemos comprender que los ricos, sean criollos o gringos, son los verdaderos enemigos de los pobres, y compren-diendo eso debemos unirnos toditos los pobres de todas las nasio-nes y rasas p’haser la revolusión que se presisa y cortarles el pico a los chimangos que nos están sacando los ojos. Pero p’haserla, que sea gorda; que no se quede un solo bicho en el pajonal cuando se prienda el juego. ¡Apronten los cuchillos pa cor-tar orejas! Cada gaucho hagasé de una buen’arma, y cuando griten ¨ ¡a la carga! ¨ no hay que mesquinarle a la jeringa. No hay que andar con miedo de perder el pellejo, que al fin y al cabo más vale morir de un balaso que morirse de hambre; y tal como van las co-sas vamos a morirnos de hambre nomás. Y eso sería más que ver-güensa pa los criollos, que siempr’hemos tenido fama de bravos, dejarnos matar como mulitas por l’hambre, qu’es un enemigo tan chico. El gaucho debe morir en su lay; peliando con l’autoridá; si no, no es un gaucho: es una mulita que la mata cualquier perro. Y no crean que v’aser cos’el otro mundo ganárselas, porque todos

12

13

12

13

El gaucho, personaje mítico que vagaba libremente por las tierras vírgenes de

Sudamérica, acorralado por la civilización y el inexorable progreso, fue transformándose, poco a poco, en trabajador rural, en dócil

siervo de quienes se apropiaron de la tierra. La Carta Gaucha es el gran manifiesto para la

insurrección gaucha, no había trabajador migrante que no la hubiera llevado alguna vez entre su escaso equipaje, para leerla con sus

compañeros alrededor del fogón, o para dejarla en un rincón, una alcantarilla, o bajo

un puente, donde seguramente otro compañero pasaría y buscaría en el lugar

habitual “las novedades de la propaganda”. Estaba escrita para los gauchos en su propio dialecto, como nos señala su autor: “Y estoy seguro que mis paisanos me han d’entender

mejor a mí, qu’escribo sin retórica, que a esos escribidores de ofisio que a juersa de floriarse nos dejan en ayunas: hasen lo mismo que los

políticos cuando hablan en riuniones y el paisanaje se queda con la boc’abierta sin saber

si lo han putiao o le han dicho buen moso”.

Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros de Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en escena: Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editan:

El gaucho, personaje mítico que vagaba libremente por las tierras vírgenes de

Sudamérica, acorralado por la civilización y el inexorable progreso, fue transformándose, poco a poco, en trabajador rural, en dócil

siervo de quienes se apropiaron de la tierra. La Carta Gaucha es el gran manifiesto para la

insurrección gaucha, no había trabajador migrante que no la hubiera llevado alguna vez entre su escaso equipaje, para leerla con sus

compañeros alrededor del fogón, o para dejarla en un rincón, una alcantarilla, o bajo

un puente, donde seguramente otro compañero pasaría y buscaría en el lugar

habitual “las novedades de la propaganda”. Estaba escrita para los gauchos en su propio dialecto, como nos señala su autor: “Y estoy seguro que mis paisanos me han d’entender

mejor a mí, qu’escribo sin retórica, que a esos escribidores de ofisio que a juersa de floriarse nos dejan en ayunas: hasen lo mismo que los

políticos cuando hablan en riuniones y el paisanaje se queda con la boc’abierta sin saber

si lo han putiao o le han dicho buen moso”.

Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros de Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en escena: Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editan: