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Monserrat Ordóñez
Pfvfe.wra t i t tdar
U n i v e r s i d a d d e l o s A n d e s
Profesora titular de la i •niwsidad de los Andes,
Ph.D. en IJteratura comparada de la L'ni-
rersidad de IVi.rconsin, Madi.wn. P^iperialista
latinoamericana en los temas de mujer ]• lite
ratura, critica literaria y estudios culturales, ba
sido invitada a las uninrsidades de Cainesville
{1991 f Dartmoutb (1989 y 1998) y Mam^
(1992). hntrv sus numeivsas colaborariones como
editora están: .Soledad .Acosta de Samper Una
nuera lectura (1988) y la colección Textos
Críticos de I M Vorágine (1987): coeditora del
numero especial de Texto y contexto titulado
Estudios literarios: reflectaras, imaginación
y resistencia (1995) y de Colombia en el
contexto latinoamericano (Memorias del I X
congrv.m de colombianisfas 199'^).
6.
Virginia Woolf Conferencia
¿Qué le debo a Virginia Woolf?
Mi recuerdo de Virginia Woolf, como los recuerdos más vertebrales
de la vida, ya no tiene principio. Ha estado ahí en mis procesos
personales y en mi trabajo de hteratura, más de lo que yo misma puedo
evocar. De alguna forma he ido integrando su voz hasta llegar a
olvidarla. Por eso ho\ , al tratar de recordar, sé que la traicionaría y me
traicionaría si caigo en reducciones e ignoro procesos. Porque con 89
Virginia Woolf aprendí el extraño gusto de los procesos, del t iempo
interior que no tiene medida, de los diálogos sin fin que nos llenan
aun en nuestros silencios, de las conciencias múltiples que nos encierran
dent ro de un solo cuerpo. Ella me acompañó en mis primerf)s años
de profesora universitaria, cuando deseaba tanto poder explicar las
rupturas que nos plantea la narrativa contemporánea \' cuando cjuería
transmitir lo que significa escribir y ser mujer.
Ella era v es, ante todo, un pasapor te seguro para entrar a la
modernidad y aprender a leer cambiando nuestras expectativas sobre el
desarroUo de la trama, la evolución de los personajes, la función del
silencio V de la información eludida. Más que grandes acontecimientos,
encontramos tensiones y momentos de luz v sombra, que cambian el
mundo en un instante aunque después todo siga igual. Nadie mejor
para mostrarnos, haciéndolo, que los géneros literarios se interrelacionan
y que las fronteras entre ensav'o, poesía y no\-ela pueden ser muv frágiles.
;̂ Muchos de sus personajes más complejos están metidos en la
Qi cotidianidad y tratan de salir de eUa mediante la intensificación de la
^ experiencia del instante. Sus metáforas más que aplastantes son
::| contagiosas, desde horas, olas o poUUas, hasta imágenes más precisas
como la demasiado famosa del Uberador candado en la puerta, o la
telaraña como definición de la novela, hgada a la vida por los cuatro
costados pero diferente de ella, o el rechazo de entregar una pepita de
oro, cerrada y medible, como resultado de una conferencia pública.
Aún me fascina la imagen que usaba para explicar la construcción de
conciencias en La seiiora Dalloivay. VisuaUza la escritura como un proceso
de construcción de túneles, tras las conciencias de sus personajes. De
estos túneles interconectados sale de vez en cuando un topo ciego, que
asoma la nariz y regresa a su mundo subterráneo.
A Virginia Woolf le debo los mejores ejemplos de ambigüedad y
tolerancia ante el ser humano, y a la vez las críticas más mordaces a la
pedantería del artista o del aspirante a artista que antepone sus obsesiones
90 y manipulaciones a las relaciones humanas y a la honestidad ante los
procesos creativos y docentes (como lo muestra, por ejemplo, en Orlando,
Cas olas o A l faro). Por comentarios ajenos, sé que Virginia Woolf ha
sido hoy cómpUce en inconscientes momentos de seducción de mi
docencia. Cuando este año se gradúe una alumna, sentiré el terror de
saber que escogió esta profesión porque hace muchos año.s, aún en el
colegio, me oyó hablar de Virginia Woolf y percibió esas insospechadas
recompensas que se encuentran en la lectura. En su columna The coitimon
reader (el lector o la lectora común), Virginia Woolf nos recuerda que
leer es un derecho y un placer de todos y no solo de especialistas, algo
que eUa nunca se consideró. Como dice, el placer de la lectura puede ser
tan enorme que cuando nosotros, los lectores, lleguemos al Dia del
Juicio con los libros bajo el brazo, Dios le dirá a Pedro, no sin cierta
envidia: "Mira, estos no necesitan recompensa. Aquí no tenemos nada
que darles, amaban la lectura". Un premio adicional que eUa seguramente,
con su gran autocrítica, no pudo disfrutar es el de leer por placer, nada
menos, las obras de Virginia Woolf Pero vivió, sufrió y disfrutó una
relación muy total con la creacicín Uteraria, a través de la propia, de la de "|'
sus amigos, y de algo que cada vez es más lejano e inclustriaUzado: los -S
fascinantes procesos de edición, impresión y encuademación de libros. g
La imagen de su imprenta está Ugada a las tapas de colores de sus diarios,
empastadas con ese papel de agua veneciano que como su escritura
recuerda procesos e indeterminaciones.
Además de voces, imágenes, objetos, gestos y sonidos de obras de
Virginia Woolf con los que he aprendido a vivir, le debo también la
conciencia de muchos problemas relacionados con la escritura femenina.
No solo porque eUa se lo preguntó y escribió sobre eso, sino porque en
su vida enfrentó dificultades que hacen pensar que la escritura no solo
es buena o mala, sino que también está determinada por el género de su
autor o de su autora. Tuvo que ser autodidacta, aunque los hombres
que la rodearon fueron a la universidad. A pesar de su enorme
penetración en la cultura contemporánea, muchas características de la
valoración y divulgación de Virginia Woolf están asociadas al hecho de
ser mujer. Se ha hablado incluso de una leyenda negra y siempre se ha 91
leído teniendo más en cuenta su vida privada o sus enfermedades que
su capacidad. Aún hoy se habla de su vida y de su muerte, y no se
encuentran en el mercado colombiano sus novelas traducidas al
castellano. En otros proyectos, leyendo escritoras latinoamericanas,
encuentro pruebas del enorme impacto que tuvo, como escritora y como
mujer, en autoras como Victoria Ocampo, Clarice Lispector, Rosario
Castellanos, Rosario Ferré, Julieta Campos. Con Virginia Woolf la
escritora aprende, por ejemplo, a manejar tanto la ira como la paciencia.
Los encuentros con escritores y libros, como tantos otros, están
regidos por las contingencias de la vida. Así, puedo decir, apenas, que
he sido muy afortunada por haberla encontrado a tiempo. Como las
relaciones fuertes y a largo plazo, puedo pasar a veces sin ella y la relación
tiene momentos de plenitud y de vacíos. Y sin embargo, el estante de
sus Ubros aún no leídos es una promesa de retornos y respuestas. Si con
Virginia Woolf aprendí a disfrutar la modernidad, sospecho que también
Si
I
;̂ ' me va a acompañar en mi conciencia de postmodernidad )• de sujetos
i¿ múltiples. A Virginia Woolf le debo muchos miedos perdidos y muchos
interrogantes abiertos. Le debo sobre todo, lo que no sé que le debo.
Virginia Woolf o el proceso de vivir
"Raro, increíble; jamás había sido
tan feliz. Nada podía ser lo bastante
lento; nada podía durar demasiado.
No había placer que pudiera igualar,
pensó mientras rectificaba la posición
de los sillones, empujaba un libro
adentrándolo en la estantería, este
haber terminado con los placeres de
la juventud, este haberse perdido en
el proceso de vivir, haber hallado el
proceso de vivir, con un estremeci
miento deücioso, mientras el sol nacía,
el día moría".
Virginia Woolf Ca Seiiora Dalloivay
El 28 de marzo de 1941, con los bolsiUos llenos de piedras, Virginia
Woolf se hunde en las aguas del rio Ouse. Su decisión se interpretó
como el inevitable fin de una persona que durante toda su vida había
luchado con la locura, y que así huía de una recaída que sentía como
definitiva. Este argumento es evidente en la carta de despedida que le
deja a su marido, y así se ha transmitido desde entonces. El suicidio de
Virginia Woolf ha determinado la forma como se ha leído su obra,
hasta el punto de Uegar a interpretar su vida, sus novelas \' las referencias
al agua como "la larga génesis de un suicidio", como dice Viviane
Forrester en su libro í 'irginia Woolf. el virio absurdo (Madrid, Ultramar,
1977). Su locura ^̂ su muerte han sido los filtros con los que durante
años se han leído sus novelas, lo que por otra parte indica la fascinación
s
y el rechazo que ejerce la mujer escritora en general, a la cjuc con
frecuencia se juzga más por su vida privada que por su obra. Es ob\ io -S
que el alcoholismo de Faulkner no demerita la lecmra de su obra, ni el g
homosexualismo de Proust determina la interpretación de todas las
escenas eróticas, ni los electrochoques de Hemingway \ la bala con la
que se suicidó implican que todas sus menciones de guerra v caza mayor
funcionen como premoniciones de su decisión final. Incluso el atroz
suicidio de ¡\Iishima recibe la comprensión de Marguerite Yourccnar en
Misbima o la visión del vacio (Btjgotá, Seix Barral, 1985).
Sin embargo, X'irginia Woolf, a pesar de su indiscutible prestigio como
escritora, a pesar de ser la única mujer incluida entre los grandes
renovadores de la narrativa de principio de siglo, v a pesar de la ola de
revaloración editorial y critica de los últimos quince años, sigue siendo
una autora a la que no se llega leyendo su obra sino las innumerables
pubÜcaciones sobre su vida y su círculo, el grupo de Bloomsburv: diarios,
carta.s, testimonios, biografías v autobiografías. Todos coinciden en que
Virginia Woolf fue considerada durante su vida como demente y sufría
recaídas periódicas. Esa locura pesa invariablemente en la crítica v en la
forma como nos aproximamos a leerla. Todas las biografías,
especialmente la de Quentin BcU, su sobrino, y la autobiografía de
Leonard Woolf, presentan esta monolítica interpretación, que se
complementa con la versión de que su marido fue quien la cuidó,
protegió y veló) por ella \' por su capacidad crcati\'a.
Este es precisamente el tema que explora el profesor británico Roger
Poole en su libro Ca I 'irginia W'oolf desconorida (Madrid: Alianza Tres,
1982). Inconforme con el encasillamiento de Virginia Woolf como
"demente" y "loca", analiza cl pensamiento de la autora desde la
psicología v la filosofía modernas, especialmente la fenomenología.
Considera a Virginia Woolf desde su subjetividad, una perspectiva apenas
justa con una escritora a la que se le deben algunos de los más lúcidos
anáUsis de intersubjetividad de la literatura moderna. Roger Pooic acude
a todos los textos posibles, incluyendo sus obras Uterarias, para descubrir
,̂ los procesos mentales y Irjs indicios que deja la autora. Encuentra,
!̂ esencialmente, un pensamiento complejo, sin reconocimiento por parte
^ de su círculo, que no entendía esta clase de inacabables exploraciones y
^ asociaciones y reducían todos los procesos de vida y de pensamiento a
la lógica respuesta de una sola pregunta: "¿Qué quieres decir (mean)
exactamente con eso?" Frente a este pensamiento lógico racional,
Virginia oponía el proceso de la visión humana que permite enormes
imprecisiones, y largas y complejas definiciones: "No le interesaba tanto
lo que és tal o cual cosa como de cuántas maneras diferentes se puede
ver o experimentar esa cosa. Virginia trataba de explicar no lo que se
veía, sino más bien cómo vemos" (Op. Cit., página 9.3) Pf)r otra parte,
Roger Poole cuestiona las versiones idíUcas del civilizado matrimonio
de Leonard y Virginia, y lo muestra no como su salvador sino como la
causa, involuntaria pero real, de su enfermedad. Leonard se convierte
en su juez y en su cancerbero. Toma todas las decisiones sobre sus
médicos y sus tratamientos, a menudo apoyado en la familia y los amigos
mutuos, pero ignorando las explícitas necesidades de Virginia y las claves
94 (claras ahora) que con dificultad eUa podía dar sobre sí misma.
La peor crisis de Virginia Woolf v a la que Roger Poole le dedica
más atención, tiene lugar en 1913, poco después de su luna de miel.
Poole identifica una posible conexión entre ese intento de suicidio y el
fracaso de su relación matrimonial, a lo que se añaden los conflictos no
resueltos de la infancia y de la adolescencia de Virginia, que se intensifican
con la conducta de Leonard. Dos seres incompatibles, ambos con serios
problemas, establecen una relación desbalanceada, en la que Leonard
asume el papel de protector y ella el de enferma. Vinculados por un
profundo afecto, permanecen sin embargo, durante treinta años, en la
incomprensión más absoluta. Sus depresiones se tratan como si fueran
un hueso roto o un resfriado que recurre inevitablemente, v el remedio
es la famosa cura de reposo del siglo pasado: reposo absoluto,
aislamiento, inactividad y grandes dosis de comida y de leche. Virginia
sale de esas curas con un enorme sobrepeso, odiando su propio cuerpo,
dominando su rencor por los que la cuidaron, v asegurando que va
puede viajar, ir a Londres y recibir a sus amigos, su estímulo preferido. 1
Leonard cree en su capacidad de escritora, pero lee sus Ubros como obras -S
de arte y no percibe en eUos sus largos procesos de autoanáUsis y g'
descubrimiento de la \lda, ni la relación entre su escritura y su experiencia.
Roger Poole repite excesivamente sus planteamientos y emplea
demasiadas páginas para desarroUar su tesis. No explora la vida diaria
de Virginia, ni el resto de sus relaciones. Se concentra especialmente en
la crisis de 1913 y sus antecedentes, en el suicidio y en el anáUsis de
obras que muestran la vaUdez de sus teorías. A veces exagera al interpretar
personajes para acomodarlos a las situaciones de la vida de Virginia. Sin
embargo, los logros y la tremenda sacudida que le da a la interpretación
tradicional de la locura de Virginia Woolf, excusan sus repeticiones y
sus omisiones. Un interesante ejemplo es el anáUsis de una desconocida
novela de Leonard Woolf The Wise Virgins, mediante el cual demuestra
las profundas incongruencias del marido de Virginia.
Cuando en 1941 Virginia decide suicidarse, la acosan muchos motivos 95
que n o se reducen a la depresión de haber te rminado otra novela: el
terror a una nueva cura de reposo, el encuentro con una médica insensible
a sus necesidades (sobre la que habia planeado escribir otra novela), el
miedo real a las bombas que estaban destruyendo Londres, la preocupación
p o r la guerra y la crisis existencial general de todos. Se sabe que Leonard
era judío y habían planeado suicidarse jtmtos antes de una invasión alemana,
lo que n o ha puesto en tela de juicio la salud mental de Leonard Woolf
Roger Poole sostiene que la carta de despedida que Virginia le deja es un
texto escrito en el lenguaje de él, en sus términos: "E l más generoso
fraude y el más magnifico engaño de la Uteramra m o d e r n a " (Op. Cit.,
página 330). El agua, con las especiales características integradoras que
Virginia siempre le dio, "la recibiría con la dignidad que eUa creía necesitar
y ciertamente merecía" (Op. Cit., página 357).
Hoy tenemos su muer te , pe ro también su vida, una vida dedicada a
la exploración de los grandes interrogantes contemporáneos. En treinta
!̂ años de intensa producción y cincuenta y nueve de vida, deja una vasta
i obra de preocupaciones recurrentes. Entre eUas, los complejos procesos
I de la mente humana y la paradójica tensión entre la lógica sin sentido y
I la incoherencia creadora; la exploración de las diferencias entre el
pensamiento y la percepción de la mujer y del hombre, tal como en su
momento eUa los conoció; el tiempo inasible, discontinuo, a la vez flujo
e instante; el continuo vaivén de los opuestos, vida y muerte. Más que
una decisión personal, la muerte de Virginia Woolf, como en todo ser
humano, es un destino ineludible. A pesar y gracias a su conciencia de
la muerte, la obra de Virginia Woolf es el descubrimiento de la plenimd
y de la inmediatez del proceso de vivir.
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