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VI.5.1.3. Tempo
El concepto de tempo hace referencia a la velocidad a la que debe ser ejecutada una pieza
musical. Existen dos formas de indicar la velocidad de ejecución en la partitura: a través de
indicaciones metronómicas –más recientemente, desde el siglo XX– o bien a través de términos
italianos asociados a una velocidad aproximada que, además, se suele vincular con el carácter o el
afecto de la música –el método tradicional anterior a la música del siglo XX, que, nos obstante,
sigue en uso hasta la actualidad–, (The Oxford Companion to Music, 2002).
Dado que la parte práctica de esta investigación se desarrolla en relación con obras de los
períodos clásico y romántico, se hacen explícitos los conceptos que se han tenido en cuenta sobre la
cuestión del tempo.
VI.5.1.3.1. Paradigma clásico
Desde comienzos del siglo XVIII, los compositores comenzaron a anotar más
cuidadosamente la velocidad de las obras con términos procedentes del italiano, que era, por
aquellos tiempos, la lengua universal en el mundo de la música.
Inevitablemente, con la anotación del tempo se mezcló la anotación del carácter de la
música, dado que, originariamente, allegro significaba alegre –y no rápido– y adagio significaba
suave –y no lento–. Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, la mayoría de las indicaciones de
tempo en italiano tenían ya el significado aproximado que conocemos en la actualidad, mezclando,
de esta forma, velocidad con carácter.
En 1752, Quantz publicó su famoso tratado de interpretación para flauta, que contenía la
siguiente clasificación de lo que posteriormente se llamó tempi ordinari, es decir, las velocidades
habituales de la música de la época1:
1 Aunque no aparece en el cuadro de Quantz, entre el adagio y el allegretto se ubicaba el tempo andante, donde lanegra equivalía, aproximadamente, a un número de pulsaciones en torno a 63-66 (Rosen, 2010).
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Figura VI.67. Tabla: J. J. Quantz, Tempi ordinari2.
La utilidad de los tempi ordinari consistía en lograr un tempo estable y uniforme según los
preceptos estéticos del Clasicismo para cualquier tipo de forma musical, salvo, quizá, en el caso de
las variaciones de tipo seccional, cuyos contrastes de tempo, carácter e, incluso, tonalidad, permitían
una concepción más libre y contrastada.
Sin embargo, los tempi ordinari no poseían, al menos durante el siglo XVIII, una validez de
tipo internacional y oscilaban ligeramente según el lugar –al igual que, en muchos casos, la
afinación–, aunque, con el tiempo, fueron extendiéndose por toda toda Europa.
En las obras elaboradas a partir de la forma sonata, que inundó la música a partir de 1750 –
pese a que ya tenía una larga tradición instrumental desde finales del siglo XVI–, los tempi ordinari
clasificaban los distintos movimientos que la conformaban: el primer tiempo solía ser allegro; el
tiempo lento, adagio o andante, incluso, allegretto –en este caso, igual que el minueto–; mientras
que el último tiempo, o finale, solía ser allegro assai o vivace, o, incluso, en los últimos tiempos de
las obras de Haydn y Mozart, también podía ser allegretto, dado que, en el siglo XVIII, no era
prescriptivo el hecho de acabar la obra con un movimiento necesariamente brillante, como
demuestra el último tiempo de la Sonata en Do menor Op. 111 de Beethoven, que sería ejemplo
para otros compositores durante el siglo XIX, como Tchaikovsky o Mahler.
Figura VI.68. Tabla: esquema de tempo en los movimientos de la sonata.
Así puede verse en la Sonata en Do menor KV 457 de Mozart (1784):
Primer movimiento Segundo movimiento Tercer movimiento
Molto Allegro Andante Allegro Assai
Figura VI.69. Tabla: W. A. Mozart, Sonata KV 457, esquema de tempo.
2 FERGUSON, H., (2003): La interpretación de los instrumentos de teclado, Madrid, Alianza, 57.
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Incluso, en algunas ocasiones, el propio3 Mozart utilizaba un término para el tempo, de los
anteriormente mencionados, y otro distinto para el carácter, como se puede observar en el tiempo
lento de esta obra, lo que demuestra su ansia de exactitud sobre el papel:
Figura VI.70. Ejemplo musical: W. A. Mozart, Sonata KV 457, II.
En los comienzos del siglo XIX, cuando los tempi ordinari se habían estandarizado en la
música, la norma empezó a variar de nuevo, dado que los tiempos se hicieron, paulatinamente, más
flexibles y, por ende, rápidos, mientras que su gradación se fraccionaba cada vez más, en pos de
tiempos intermedios más originales y sutiles que los antiguos tempi del Clasicismo.
Paradójicamente, mientras los tempi de las dos primeras décadas del siglo XIX trataban de
liberarse de la estandarización clasicista, se inventó un artilugio mecánico capaz de medir con
precisión los tiempos de la música, que permitía al compositor fijar la velocidad exacta al intérprete
de la posteridad: el metrónomo.
Fue en 1815 cuando el inventor vienés Mälzel patentó el metrónomo, en cuyo recuerdo
Beethoven escribió el Allegretto de la Octava Sinfonía (Massin, 1967). Comenzó entonces a
metronomizar frenéticamente sus obras anteriores que, en algunas ocasiones, había escrito quince o
veinte años atrás –con el miedo de que la muerte le sorprendiera antes de haber fijado las
velocidades que verían la posteridad– y ya, en 1817, apareció una edición de las ocho primeras
sinfonías metronomizadas por el compositor en la Allgemeine Musikzeitung y, al año siguiente, el
Septimino Op. 20 y los once primeros cuartetos, editados por Steiner (Stadler, 2003).
En el caso de Ludwig van Beethoven, hay una relación muy contradictoria entre su inicial
admiración por el metrónomo y su posterior desengaño, como demuestra la carta que escribió el 18
de diciembre de 1826 al editor Schott de Mainz:
“Muy pronto les serán enviadas las indicaciones metronómicas. Espérelas, por favor. En nuestro siglo
tales indicaciones son ciertamente necesarias. Además, he recibido cartas de Berlín informándome de que el
estreno de la sinfonía [novena] fue recibido con entusiasmados aplausos, que atribuyo, en gran parte, a las
3
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indicaciones del metrónomo. Difícilmente podemos continuar con los tempi ordinari, ya que debemos respetar
las ideas del genio libre”4.
Sin embargo, Beethoven conocía las limitaciones de la indicación de tempo con un número
de pulsaciones determinado, ya que escribió en el manuscrito de su canción Nord oder Süd de 1817:
“[Tempo]: 100 según Mälzel, pero esto debe considerarse aplicable solo a los primeros compases, ya
que el sentimiento también tiene su tiempo y no puede ser expresado completamente mediante este número”5.
En el afán de dejar al intérprete del futuro la velocidad justa en cada una de sus creaciones,
Beethoven cometió numerosos errores: no sólo no recordaba con exactitud el tempo de algunas de
las obras más tempranas, sino que su problema de sordera –casi total hacia 1815– le hacía fiarlo
todo a la audición interna, que suele ser más rápida que la audición normal, de ahí que, en muchas
ocasiones, sobre todo en la música sinfónica, la obra de Beethoven no pueda ser interpretada a la
velocidad de metrónomo marcada por el compositor, sino a una más lenta (Rosen, 2005).
Al final de su vida, Beethoven perdió por completo la confianza en la utilidad del
metrónomo –parece ser que encontró diferencias de pulsación entre los distintos metrónomos
suministrados por Mälzel (Stadler, 2003)–, así lo demuestra el hecho de que tanto en las últimas tres
sonatas para piano –compuestas entre 1820 y 1822–, como en los últimos cinco cuartetos, del 12 al
16 –entre 1825 y 1826–, Beethoven no marcase la velocidad marcada por las pulsaciones del
metrónomo, sino que volvió a los tempi ordinari, confiando en el buen criterio del intérprete
(Ferguson, 2003).
Figura VI.71. Ejemplo musical: L. v. Beethoven, Sonata Op. 111, inicio.
Con todo, a pesar del tempo correspondiente a cada obra, la música de la segunda mitad del
siglo XVIII contenía también distintas alteraciones en la velocidad inicial, debido,
fundamentalmente, a intereses expresivos. Por aquellos años apareció el término rubato (del
italiano, robado, derobé, en francés) que se traducía en una leve alteración del tiempo general o, en
4 ROSEN, C., (2005): Las sonatas para piano de Beethoven, Madrid, Alianza, 68.5 Íbid., 69.
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otros casos, en una ligera acentuación de una nota en parte débil.
Ferguson (2003) ha considerado dos tipos de rubato diferente en la música del Clasicismo,
heredados, posteriormente, por el Romanticismo, a saber, el rubato melódico, que consiste en una
relajación del tempo básico desde la melodía, libremente interpretada por la mano derecha,
superpuesta a un acompañamiento estricto en la izquierda, coincidiendo ambas en las partes fuertes
del compás, y el rubato estructural, en que melodía y acompañamiento se retiran simultáneamente
del tempo inicial, bien en un accelerando o en un ritardando, con el objetivo de cambiar de tiempo
o de unir dos secciones de distintas velocidades.
Sabemos que Mozart era un maestro consumado en el arte del rubato melódico por su cartas:
esta técnica podía aplicarse, sobre todo, a los movimientos lentos de sus sonatas –u otros
fragmentos libres como las fantasías, donde predominaba el aliento lírico en el canto de la mano
derecha sobre los esquemas de acompañamiento de la mano izquierda–, estrategia que sería
magistralmente revitalizada por Chopin pocas décadas más tarde:
“A todos les sorprende que yo pueda mantener el compás tan estrictamente. Esta gente no comprende
que en tempo rubato en un adagio la mano izquierda debe continuar siguiendo el compás estrictamente. Para
ellos la mano izquierda siempre debería a acompañar (1777)”6.
El Adagio de la Sonata en Do menor KV 457 es especialmente interesante para observar los
tipos de rubato y otras alteraciones del tempo básico:
Figura VI.72. Ejemplo musical: W. A. Mozart, Sonata KV 457, II, fragmento de rubato melódico.
Figura VI.73. Ejemplo musical: W. A. Mozart, Sonata KV 457, II, fragmento de rubato estructural.
6 SCHONBERG, H. C., (1990): Los grandes pianistas, Buenos Aires, Javier Vergara editor, 38.
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En un movimiento lento, de carácter quasi improvisatorio, eran frecuentes las anotaciones de
alteración de tempo como mancando, morendo, ritardando, calando, etc., más infrecuentes e
innovadoras resultan estas indicaciones en un primer o tercer movimiento, formalmente más
rígidos, como la que encontramos en el tiempo final de la Sonata KV 457, a piacere:
Figura VI.74. Ejemplo musical: W. A. Mozart, Sonata KV 457, III.
En el caso de Ludwig van Beethoven, sus indicaciones en la alteración puntual del tiempo se
fueron multiplicando con el paso del tiempo, hasta las gradaciones más delicadas y sutiles, como
podemos ver en el segundo movimiento de la Sonata Op. 110, a semejanza de un recitativo y
arioso procedentes de una verdadera ópera napolitana del siglo XVII.
Figura VI. 75. Ejemplo musical: L. v. Beethoven, Sonata Op. 110, III.
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En la Sonata en Do menor Op. 111 podemos encontrar un mismo tema, el principal,
modificado por diversas gradaciones de alteración en el tiempo –en su mayor parte, marcadas por la
articulación– lo que le confiere, en cada ocasión, un carácter o un matiz expresivo completamente
diferente respecto de su aparición anterior.
En los siguientes dos diagramas podemos apreciar, además, la distinción entre ritardando y
espressivo, en tanto que el primero remite a una desaceleración progresiva del tempo, mientras que
el segundo alude a una ralentización inmediata: el espressivo del ejemplo –marcado por la
articulación, con el staccatto bajo la ligadura de expresión, que indica ya de por sí un leve ritenuto
en las notas marcadas–, siempre va acompañado por un poco ritenente, que avisa de una breve
detención del tempo básico de la obra, caracterizando de manera muy elaborada las dos primeras
exposiciones del tema fugado:
Figura VI.76. Ejemplo musical: L. v. Beethoven, Sonata Op. 111, I.
Figura VI.77. Ejemplo musical: L. v. Beethoven, Sonata Op. 111, I.
En la Recapitulación, las indicaciones de tempo vuelven a modificar el tema principal de
manera diferente, con un largo y progresivo ritardando en la segunda parte del motivo, que se
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repite, inmediatamente después, a tempo, enlazado con un último espressivo poco ritenente hasta la
recuperación del tempo original en la doble fuga:
Figura VI.78. Ejemplo musical: L. v. Beethoven, Sonata Op. 111, I.
En su último período, Beethoven alcanzó su más pulida elaboración en la expresión de la
música, a través de su absoluto manejo del tempo, una cuestión que, afortunadamente, queda
apartada de las controversias generadas por la conveniencia o no de utilizar sus anotaciones
metronómicas en la interpretación de su música.
VI.5.1.3.2. Paradigma romántico
Durante el Romanticismo, los tempi heredados del período clásico solían mezclar,
igualmente, velocidad con carácter. De esta forma, se pusieron de moda, sobre todo, en la música
alemana, las largas indicaciones de tempo y carácter en una misma frase de lengua vernácula,
desligando, de esta forma, las indicaciones de velocidad de los tradicionales tempi ordinari
procedentes del siglo XVIII.
En la Fantasía Op. 17 de Schumann podemos encontrar este tipo de indicaciones en todos
los movimientos:
I . Durchaus phantastisch und leidenschaftlich vorzutragen [recitar bastante apasionado y
fantástico].
II. Mässig, durchaus energisch [moderado, bastante enérgicamente].
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I I I . Langsam getragen, durchweg leise zu halten [lentamente apoyado, mantener
constantemente tranquilo].
En estas instrucciones se siente, una vez más, la huella de Beethoven, en obras como, por
ejemplo, la Sonata Op. 90 y la Sonata Op. 101:
Figura VI.79. Ejemplo musical: L. v. Beethoven, Sonata en Mi menor Op. 90, I7.
Figura VI. 80. Ejemplo musical: L. v. Beethoven, Sonata en La mayor Op. 101, I8.
A causa de la fluida articulación romántica y de los nuevos modelos dinámicos y texturales,
a finales de los años veinte del siglo XIX, los antiguos tempi ordinari se volvieron más rápidos que
los del siglo XVIII, baste mencionar el ejemplo del tempo allegretto, que se convirtió en un allegro
expresivo, pero no demasiado rápido.
El metrónomo, empero, siguió funcionando como fijador de la velocidad en la música. Sin
embargo, este método no evitó, de nuevo, diversas controversias parecidas a las surgidas,
anteriormente, en torno a la obra de Beethoven. En numerosas obras de Robert Schumann, por
ejemplo, Kreisleriana, Kinderszenen, Nachtstücke, etc., no aparecen marcas de metrónomo de la
mano del autor, sino añadidas por el editor en ediciones posteriores a la primera. En la década de
1860, Clara Schumann decidió revisar y editar todas las marcas de metrónomo y añadir las que
faltaban, bajo la sospecha –curiosamente, igual que en el caso de Beethoven– de que el metrónomo
usado por su esposo era defectuoso, opinión que apoyaba Hans von Bulöw.
Entre tanto, el rubato se convirtió en un proceso habitual de alteración del tempo básico,
7 Mit Lebhaftigkeit and durchaus mit Empfindung und Ausdruck [con vivacidad y bastante sentimiento y expresión]. 8 Etwas lebhaft und mit der innigsten Empfindung [un poco animado y con el sentimiento más íntimo].
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tanto en la modalidad melódica como en la estructural y, en muchas ocasiones, los músicos
amateurs del momento abusaron de su uso, lo que otorgó al rubato una injustificada mala prensa –
que perdura, en ocasiones, hasta la actualidad– y un significado erróneo de amaneramiento y/o falso
sentimentalismo.
El rubato melódico de Mozart caló hondo en los tres grandes compositores para piano del
Romanticismo, Chopin, Schumann y Liszt. Sobre todo, en el caso del primero, su filiación con el
maestro de Salzburgo, por un lado y, por otro, con la ópera belcantista del momento, le permitieron
poseer la técnica de rubato más depurada de su época, como ha relatado Schoenberg:
“Rubato nunca debería ser una invitación a la anarquía. El secreto, tal como Chopin lo practicaba, era
que siempre se mantenía el sentido de los valores de las notas individuales, fuera cual fuera el desplazamiento
rítmico temporal. El ritmo podía fluctuar pero nunca el pulso métrico subyacente. Así una negra así sería
siendo una negra y una corchea con puntillo seguía siendo una corchea con puntillo (...) Von Lenz, cita a
Chopin diciendo “la mano izquierda es la que guía, no debe vacilar ni perder terreno. Con la mano derecha se
puede hacer lo que se quiere o lo que se puede. Supongamos que una pieza dura un número dado de minutos;
tocar el total llegará ese tiempo, pero en los detalles podrá haber desviaciones” (...) La famosa definición de
Liszt dice casi lo mismo, pero alegóricamente: “¿Ven esos árboles? El viento juega entre las hojas, la vida se
despliega y se desarrolla abajo, pero el árbol permanece siempre igual: ¡Eso es el rubato de Chopin!”9.
Al igual que la de Mozart, salvando las típicas distancias estético-históricas, la textura
chopiniana que posibilita el rubato melódico contiene un modelo sumamente estable de
acompañamiento –a través de patrones fijos, durante páginas enteras–, y una melodía superpuesta
que ha de interpretarse con un gran libertad lírica, como si de la voz humana se tratase:
Figura VI.81. Ejemplo musical: F. Chopin, Barcarolle Op. 60.
9 SCHONBERG, H. C., (1990): Los grandes pianistas, Buenos Aires, Javier Vergara editor, 131.
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Tal vez por este motivo, en la época romántica, frente a la clásica, destacan los temas de
carácter lírico e íntimo, cuya línea melódica se ha de interpretar, con la mano derecha, bajo las leyes
del rubato melódico sobre patrones de acompañamiento sumamente repetitivos y simétricos, que
aportan la estabilidad necesaria a la mano izquierda.
Podemos observar otro ejemplo de rubato melódico en el tercer movimiento de la Fantasía
de Robert Schumann, cuya línea melódica se parece, sospechosamente10, al segundo tema del
Scherzo n º 2 de Chopin:
Figura VI.82. Ejemplo musical: R. Schumann, Fantasie Op. 17, III.
Figura VI.83. Ejemplo musical: F. Chopin, Scherzo n º 2.
En el caso de Liszt y su Sonata en Si menor, podemos encontrar todo tipo de tempi de tipo
seccional, profusión de indicaciones de tempo, rubato melódico y rubato estructural, etc., de hecho,
una de las grandes virtudes de la obra reside en concatenar, de manera fluida y en un sólo
10 El Scherzo n º 2 de Chopin fue escrito y publicado en 1837, mientras que la Fantasia Op. 17 fue compuesta en1836, pero no se publicó hasta 1839, después de una revisión por parte del autor frente a la versión original.Probablemente, a estas alturas es imposible saber cuál de las dos obras fue compuesta primero y si inspiró lasegunda o no.
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movimiento, los cuatro tiempos de la sonata y los cinco temas –a partir de tres únicos motivos
generadores– con la coherencia estructural y discursiva que exige una obra de gran formato.
Figura VI.84. Ejemplo musical: F. Liszt, Sonata en Si menor, I.
Los casos de rubato estructural y melódico se suceden en Liszt con gran facilidad, dado que
su técnica de transformación temática permite cambiar, no sólo la configuración musical de un tema
dado, sino también, su carácter.
En el siguiente diagrama podemos ver un rubato de tipo estructural en el enlace entre el
tema introductorio y el tema conclusivo –que contiene la nota repetida en el bajo y la secuencia
cromática en la línea de la melodía–, con ayuda de una indicación de smorzando, y, a continuación,
u n rubato de tipo melódico en el tema conclusivo, con la indicación de cantando espressivo, a
través de un diseño melódico inspirado en el tema de la segunda sección de la sonata –la nota
repetida–, sobre un acompañamiento elaborado a partir de bloques, que debe ser interpretado
conforme al tempo básico, independientemente de las fluctuaciones de la mano derecha:
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Figura VI.85. Ejemplo musical: F. Liszt, Sonata en Si menor, I.
Incluso, en el ámbito del desarrollo temático y de la transformación de los temas, el tempo
juega un papel fundamental en el contexto del limitadísimo material musical –reducido a tres
motivos– en el autor desarrolla la obra entera, a partir de cinco temas diferentes:
Figura VI.86. Ejemplo musical: F. Liszt, Sonata en Si menor, I, tema 4 (segunda sección).
Figura VI.87. Ejemplo musical: F. Liszt, Sonata en Si menor, I, tema 4 (tema conclusivo).
De esta forma, puede apreciarse que el tempo, en el caso de la Sonata en Si menor de Liszt,
cobra una importancia fundamental en una obra elaborada a partir de un material temático
relativamente reducido.
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Para citar correctamente este material según APA 6ª Edición:
Vela, M. (2017). El análisis musical como herramienta pedagógica e interpretativa en la
enseñanza del piano en Conservatorios Superiores aplicado al aprendizaje de la forma sonata.
Capítulo VI. Parámetros analíticos: forma. Material no publicado.
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