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  • Versión EBOOK

    Cuentos para

    Despertar

    (Cuenta conmigo)

    Caminos de Tinta

  • Pereyra, Mónica Gabriela

    Cuentos para Despertar: cuenta conmigo / Mónica

    Gabriela Pereyra. - 1a ed. - San Luis: Mariano Pennisi, 2018.

    Libro digital, PDF.

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-987-778-635-4

    1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

    CDD A863

    Edición: Caminos de Tinta – Mariano Pennisi.

    www.caminosdetinta.com / [email protected]

    ISBN 978-987-778-635-4.

    Libro digital PDF.

    Ilustración de tapa: Paula Nader.

    Diseño de tapa: Caminos de Tinta.

    Fotos originales (interior): Marcelo Gastón Machado.

    Contacto con el autor: [email protected]

  • ~ 3 ~

    Prólogo Por esa vez que anhelamos un cuento para

    dormir y no siempre pudimos escucharlo. Por ese tiempo sin retorno en que empezamos a

    adormecernos con cuentos. Por todo esto, se soñó este trocito de cuento sin

    final para un trocito de libro sin final. Cuentos para Despertar (cuenta conmigo)

    transporta a Miranda en “Mate cocido”, su carencia es mucho más profunda que su hambre. Miranda carece de un nosotros.

    También viaja en este libro las ganas de quererse de “La Gorda Bola” y “El Cara’e Cuis”. “Cita a ciegas” juega a meterse en un pequeño mundo de los jóvenes que por discriminar se discriminan.

    La historia de “La maceta” rescata esos lugares que brindan tributo a la subestimación de los efectos de sentido. Cada cosa que decimos o hacemos son ineluctables huellas de los seres que nos rodean.

    El mundo se ha llenado de muros, barreras para olvidar al “otro”, pero cuando al borde de un muro se cuela una esperanza es señal que estamos a tiempo de “mirarnos” en “El muro de los obsequios”.

    Cada vez que te das por vencido, cada vez que renuncias a un sueño, una gana muere, ¿a dónde van las ganas que nos dejan? Una respuesta posible la encontrarás en “La muerte de La Gana”.

    Dirá la autora que “son para algún lector estos Cuentos para Despertar, para algún adolescente mi utopía de convencerte de que, si el tiempo de ignorarnos es este tiempo, despojo a esa sentencia de

  • ~ 4 ~

    su embrujo si encuentro tu mirada al mismo instante que te digo, y me creés, vos me importás”.

    Estela Harta.

  • ~ 5 ~

    Agradecimientos

    A Becas Arte Siglo XXI, convocatoria 2004.

    Cuentos para Despertar (cuenta conmigo) contó

    con la motivación, para su existencia, del programa

    Becas Arte Siglo XXI que fuera hace años iniciativa del

    Gobierno de la Provincia de San Luis y que a tantos

    artistas despertó de un letargo.

    A Mariano Pennisi, por ser un incansable

    reanimador de ganas.

    A la Escuela N° 312 “República de Chile”, a la

    Escuela N° 4 “Juan Tulio Zavala”, a la Escuela N° 6

    “Santa María Eufrasia”, espacios que con talleres y con

    anécdotas contaron mi despertar.

  • ~ 6 ~

  • ~ 7 ~

    Dedicatoria

    A mi padre y a su memoria, que se escapó

    con nuestros recuerdos.

    A mi madre Licha por la solidaridad,

    a mi madre Graciela por su forma de querer.

    A Gerónimo y Camila, por elegirme.

    A cada jardinero capaz de convencer al jazmín

    de que el invierno va a terminar.

    A Gastón, por el amor.

    A mi infancia y los amigos que viajan conmigo.

    A Mina Clavero por las esencias,

    a San Luis por adoptarme.

  • ~ 8 ~

  • ~ 9 ~

    Contradedicatoria

    Este libro no podría ser pensado si no existieran

    humanidades con carencias, por esto es que a todo

    aquel que alguna vez tuvo en sus manos la posibilidad

    de aliviar la carencia de otro y eligió mirar para otro

    lado, a ésos, mi contradedicatoria.

    También va contradedicado a cada ser que

    discrimina a niños, jóvenes y demás sin asumir los

    efectos que provoca.

    A cada uno de esos Nada, que facilita la llegada de

    las drogas a una vida.

    A los que adormecen la memoria necesaria, a los

    que olvidan mirar para no mirarse.

  • ~ 10 ~

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 11 ~

    Mate cocido

    (Se ruega leer con el estómago vacío…)

    A Velia,

    por el corazón al servicio

    de estas realidades.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 12 ~

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 13 ~

    Por la puerta, por las ventanas del aula, penetra,

    subversivo, el aroma del mate cocido para invadir el

    olfato de los niños, desconcentrándolos de los últimos

    momentos de la clase antes de hacer la pausa.

    Miranda intenta amalgamar su hambre con el

    interés por aprender, pero la mezcla se separa con

    cierto despotismo ejercido desde sus tripas ruidosas.

    No puede sino zarandearse hacia adelante y

    hacia atrás, sentada en el cuarto banco de la doble fila

    que da a una de las ventanas de su cuarto grado. Sus

    ojos recorren con avidez el vacío que provoca el

    marco de la puerta. Su mano izquierda oprime la

    lapicera como si fuera una varita mágica que podrá

    acelerar el encuentro con su desayuno. De pronto,

    Lindor aparece en la puerta, precedido por una gran

    cacerola humeante y una bolsa negra para la cual, se

    ve, ha improvisado una manija de nylon que cuelga de

    su muñeca. Los trastos lo dejan manco y busca la

    venia de la maestra con su cabeza obteniendo el

    permiso para entrar.

    Una orquesta descompasada se escucha en la

    prisa de la clase por guardar los útiles.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 14 ~

    Si Miranda fuera más impulsiva, menos

    aleccionada en “las formas correctas” de ser en el aula,

    sin duda correría con su taza de plástico roja para

    precipitarla debajo del cucharón de Lindor y exigir

    que se la llene. Desde allí, atrapando con ambas

    manos el recipiente, caminaría parsimoniosa de

    vuelta al banco como si transportara, en ese ritual, un

    brebaje sagrado.

    Pero no. En algún rincón temido elige el amargo

    cautiverio de la obediencia, sin saber que a veces se

    esconde en esa decisión el triste lugar de quien

    siempre será espectador.

    Y espera.

    Sus compañeros ya han comenzado el repetido

    acto de “los revoltosos de siempre “para provocar el

    conocido dictamen ejemplificador que explica que los

    que se porten mal tomarán al final o incluso pueden

    quedarse sin tomar.

    Miranda, que de nada es culpable, igual corrige su

    postura en el banco para dar con todos los requisitos

    de “bienportada”, y por tanto tener el privilegio de

    abrazar finalmente su mate y su pan. Juguetea con sus

    cabellos negros y alaciados con cierto disimulo, no sea

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 15 ~

    que esto pueda ser interpretado como rebeldía.

    Generalmente le pica su cabeza, pero no esta vez, esta

    vez tan sólo es nerviosismo, el mismo que la invade

    cuando siente que no aguanta esperar.

    A su lado se encuentra Jorgito (ya en el

    documento figura así, ¿no habrán pensado sus papás

    que alguna vez iba a ser grandecito?) que se para y se

    sienta como un resorte. Desde hace tres días la

    maestra lo sentó a su lado para separarlo del grupito

    inadaptado y darle una posibilidad de acceder a “la

    salvación”.

    Se nota que está incómodo en ese lugar porque

    es el blanco de las burlas permanentes de parte de su

    exgrupo, que lucha por retenerlo.

    Ahora Jorgito se ha quedado quietito como ella,

    tanto, que Lindor lo percibió y luego de servirle a

    otros niños se acerca con el premio y realiza la

    coronación en las dos tazas adornándolas con dos

    rodajas de pan para cada uno.

    Miranda se ha extraviado en la contemplación del

    vapor que emana de la taza. Anhela un aliento de

    escarcha que contrarreste ese calor amenazante que

    quiere quemarla y prolongar aún más el encuentro

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 16 ~

    con su esperanza verde que sin duda podría calmar

    las heridas de algún hambre que viene con retraso.

    Atraída y vencida, como la mariposa que se

    acerca a la llama que sabe la quemará, pasa sus

    curtidos labios sobre la taza y en el mismo instante

    todo su rostro se empaña y se contrae en un gesto de

    ¡tuy! Pero insiste. Arremete de nuevo mientras

    aprisiona con su derecha las dos rodajas de pan. Se

    aleja un poco ahora, para mordisquear una rodaja.

    Hace tiempo que decidió, estratégicamente no

    sumergirlas más en el líquido al descubrir que por

    algún curioso hechizo se acababan más rápido o

    duraban menos.

    Concentrada estaba en descascarar la primera

    rodaja a tiempo que lograba con ello proponer un

    cuarto intermedio con la temperatura del mate, por

    eso no advirtió que Jorgito era víctima de una lista de

    insultos que le propinaban sus compañeros del fondo

    por haber accedido al desayuno antes que ellos. El

    niño se defendía elevando la taza como trofeo de la

    burla y exhibiendo sus panes. Esto provocó la cólera

    de dos compañeros que no resistieron y corrieron

    hasta su banco para empujarlo e invitarlo a resolver

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 17 ~

    el resto en el recreo. El pie de Jorgito golpeó la pata

    del banco de Miranda en su esfuerzo por no caerse

    ante un empujón, pero el mate de Miranda no corrió

    con la misma suerte y falleció en el piso ante los ojos

    incrédulos de la niña.

    Como si el peligro no hubiera pasado, sólo atinó

    a guardar rápidamente el pan en el bolsillo del

    guardapolvos mientras se inclinaba para recoger la

    taza que yacía junto al líquido. Sus ojos buscaron, casi

    con esperanza, los de Lindor que ajeno a su tragedia

    estaba por ese momento inclinando la olla para

    intentar llenar el último cucharón que escaparía en la

    taza de vidrio de la maestra.

    A esa hora, le empezó a doler.

    Parecía un dolor distinto, nuevo, como si buscara

    monopolizar de ahora en más su grado de distracción.

    ¿Qué miras Miranda?

    No mires mis ojos que te temen

    No mires mis manos que se lavan

    Recordó que aún le quedaban sus rodajas pero el

    tiempo de desayunar había terminado. En un acto de

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 18 ~

    sublime desesperación despojó a las rodajas de la

    miga y luego la introdujo en su boca esforzándose por

    masticar con el disimulo de quien no mastica. Colocó,

    mientras terminaba este proceso, una rodaja en cada

    muñeca creando un nicho de mercado “bijouterie

    comestible”. Presurosa estiró hacia adelante los

    puños del delantal buscando ocultar su ingeniosidad

    y se dispuso a colocar de nuevo los útiles sobre el

    banco para continuar la clase.

    La maestra escribió en el pizarrón, tema: “El

    cuento corto”.

    Abrió la charla preguntándoles si conocían algo

    referido a los cuentos cortos y dando algunos

    ejemplos basados en cuentos clásicos intentó que

    pudieran encontrar la diferencia. Explicó que los

    largos conservaban cierta estructura, que ya habían

    estudiado, como introducción o desarrollo, nudo y

    desenlace, mientras que los cortos presentaban la

    característica de la contundencia y el impacto porque

    debían decirlo todo en pocas palabras. Fue entonces

    que “Le Petit Bufón” de la clase levantó la mano

    impostando un rostro de seriedad y comentó:

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 19 ~

    —Yo recordé un cuento corto que dice “había

    unA VEZ TRUZ”. Sus festejantes rieron y el resto

    sonrió.

    Con respecto a Miranda, sólo los angelitos sabrán

    de su esfuerzo por concentrarse en lo que explicaban.

    Para entonces agradecía las carcajadas de la clase ya

    que nadie lograría convencerla de que el ruido de sus

    tripas no aturdía también a sus compañeros.

    Observó que estaban todos medio distraídos

    comentando el chiste y se evidenciaba el desorden

    que deja en el grupo, como efecto rebote, alguna de

    estas ocurrencias. Por ello Miranda decidió fingir que

    estaba tentada y, como si fuese víctima de su

    carcajada, inclinó su cabeza sobre el banco mientras

    su mano permanecía apoyada en él. Corrió hacia atrás

    el puño de su guardapolvos e introdujo un mordiscón

    pequeño en la pulsera de trigo amasado cuidando de

    no cortarla. Así se mantuvo mirando hacia la ventana

    como si algo cautivara su atención y se aseguró de no

    volver la cabeza hacia la clase hasta no finalizar su

    masticada.

    Cada tanto copiaba alguna de las consignas

    escritas porque las orales no lograba retenerlas, y por

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 20 ~

    alguna extraña razón su impulso de preguntar se

    deshacía cada vez que tragaba saliva para hablar.

    Anotó alguna tarea para la casa que consistía en

    buscar unas palabras en el diccionario: rutina,

    insufrible, metamorfosis.

    El resto de su mañana trascurrió de manera

    parecida o padecida.

    Si hubiera piedad, a veces, quizás pudiera

    Miranda ser virgen de imaginación, pero no. Si algo le

    sobraba en su corta y aborrecida existencia eso era

    justamente su incontinente imaginación. Para colmo,

    la perversa se hallaba esa mañana particularmente

    motivada.

    La niña observaba por la ventana de su aula. En

    frente había un pequeño mercadito que tenía parte de

    la mercancía exhibida en la vereda. Las bananas

    pendían de un gancho a la par de una ristra con ajos.

    Miranda no podía dar crédito del maravilloso tamaño

    que esas frutas habían alcanzado. Pese a estar del otro

    lado de la calle, ella tenía la certeza de que cada

    banana no medía menos de 50 centímetros de largo y

    que pesaba cerca de un kilogramo. Algo parecido

    ocurría con las manzanas y las naranjas, se veía

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 21 ~

    claramente que la más pequeña tenía el tamaño de la

    pelota de fútbol de sus compañeros. Tan sólo una

    manzana bastaría entonces, pensaba, en tanto su

    dolor la hacía reaccionar, retornar a la clase, a sus

    ruidos y a arrojar la goma al piso sólo para agacharse

    y capturar un poco de calma en sus muñecas

    (muñequeras).

    En los recreos, Miranda no pudo disponer de su

    alimento porque sentía vergüenza de que sus

    compañeros notasen que se trataba del mismo pan

    entregado en la clase. Además, muchos de ellos

    llevaban una golosina destinada al recreo o dinero

    para comprar algo en el quiosco.

    Su táctica era quedarse en el aula, salir última,

    para mordisquear con cuidado sus pulseras, pero

    nunca faltaba alguien que la echara de menos y la

    invitara a salir.

    Habitualmente alguna compañera le convidaba

    golosinas, que nunca aceptaba, inventaba cualquier

    excusa que sólo servía para esconder su vapuleado

    orgullo por no tener nada que intercambiar.

    En el último recreo se refugió en el baño

    fingiendo alguna urgencia fisiológica. De pie, junto a

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 22 ~

    un inodoro maloliente, se arremangó y descubrió con

    sorpresa el resultado artesanal de su apetito. Dos

    delgadas esclavas de pan, dignas de ser conservadas

    como recuerdo de su hazaña. Pero este pensamiento

    duró menos que la puntada en su estómago, que otra

    vez la trajo de vuelta. Deshizo entonces con dos

    bocados, toda prueba de alguna miseria.

    Malditos hábitos del hombre, malditos sean, que

    si no se alcanzan se fingen alcanzar. Hábitos que nos

    habitan de siniestra manera y demoran a veces otros

    sueños necesarios de realizar.

    Resulta que a algunos se les da por desayunar,

    almorzar, merendar y cenar. Se condenan con ello a

    extrañar su presencia si por alguna razón les falta uno

    de esos pasos.

    Pero bien, desenredar la vida puede no ser

    recomendable, no sea que descubramos que en la

    hebra libre y sin nudos no hay esencia, ni temor, ni

    resistencia. Que lo desenredado no logra inquietarnos

    ni desesperarnos por vivir. ¿Qué pasa si se devela que

    incluso la hebra es tan sólo un préstamo que dura

    mientras haya nudo, madeja enredada que acaba

    cuando sólo es hebra?

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 23 ~

    La escuela terminó su turno mañana. Llegó la

    hora de partir a casa. Nadie fue a buscar a Miranda,

    pero ella no se ha convencido de que es porque la

    escuela está cerca. Nadie la ha ido a buscar.

    No mires mis sueños que te excluyen

    No hables con extraños, Miranda

    Llega a su casa. Atraviesa el jardín con sus

    canteros abandonados. Sólo el rosal ha sobrevivido al

    olvido. El pasillo con revoque a medio terminar está

    aromado una vez más por el guiso que prepara su

    madre.

    Al llegar a la cocina su mamá, sin saludarla, le

    dice:

    —Sacate el guardapolvos y andá a comprar pan...

    La sola palabra hace que Miranda vuelva la vista

    hacia sus muñecas. La mujer realiza el ademán de

    secarse las manos en el delantal para buscar el dinero

    pero al mismo tiempo le ordena:

    —…que lo anote, decile.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 24 ~

    Su madre no notaría si en el camino de vuelta se

    come un bollo de pan, (ese no es el problema), el

    problema es que ella sí lo notaría. Desiste.

    Sabe que al menos deberá esperar media hora

    más para encontrarse con su plato de comida. A esa

    hora llegan sus hermanos mayores, Cacho, Eugenio y

    Jack que trabajan en las obras y paran para ir a comer.

    El padre llegará diez minutos antes que ellos y,

    también sin saludar, caerá sobre el catre como si fuera

    esa la hora de dormir, y allí esperará que lo despierten

    con el plato servido. Comentará una vez más que está

    dura la calle, que tiene cierto hartazgo de esperar sin

    respuesta.

    Si logra mantenerse despierto con seguridad

    encenderá un cigarrillo sobre el cual caerá el habitual

    reclamo de su madre:

    —Dijiste que comprarías puchos si te salía

    alguna changa.

    Pero para esto su padre tiene preparada la

    siempre dulce respuesta:

    —¡NO-ME-JO-DÁS! —expresa en tono suficiente

    para que la mujer aborte la posibilidad de un nuevo

    reclamo.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 25 ~

    Falta Carla, su hermana de veinte, que se cruzará

    de la peluquería de Doña Tota, no sin antes recoger a

    su hijita Jennifer de la salita de cinco.

    Realizando el recorrido por los nombres de sus

    hermanos y de su sobrina, se siente agradecida con la

    suerte de llamarse Miranda y envía una fugaz

    plegaria, mirando al techo, para el difunto don

    Miranda. Pensar que la salvó a su mamá de debajo de

    ese montón de hierros para construcción que estaban

    mal acomodados y que se desplomaron justo cuando

    su mamá iba pasando. Así quedó atrapada varios

    minutos, ella y su panza de siete meses. Cómo hizo

    don Miranda para levantar tremenda cantidad de

    hierros, no lo entendía nadie, habrá sido

    desesperación, habrá sido milagro, pero lo cierto es

    que gracias a él pudo llegar “Miranda” a este bello

    mundo (si es que es oportuna la ironía).

    La mesa está servida (sin servir).

    Sobre un hule descolorido, y quemado por pavas,

    ollas calientes y puchos, descansan ocho platos.

    La madre comienza a servir.

    Miranda encuentra lugar ente Cacho y Jack y se

    apresta a esperar su plato. “La Poro” atrapa el

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 26 ~

    cucharón con su derecha agrietada por tanta

    lavandina y mugre ajena. Realiza el reparto por orden

    de energías a recuperar, eso indica que el lugar de

    Miranda será el anteúltimo.

    Cuando finalmente el pegote desemboca en su

    plato sin sobrepasar el ras, la niña vuelve su atención

    sobre el cuchillo que reposaba cerca del tenedor y

    piensa que una vez más no deberá lavarse. Retorna su

    mirada hacia el plato y descubre, no sin asombro, que

    algo asomaba debajo del arroz. Hurgó con el tenedor

    y allí estaban: dos daditos de carne. Todos para ella.

    Con prisa devoró el arroz que los rodeaba y reservó,

    de esta manera, su manjar para el final.

    Al terminar tuvo la sensación de que todavía no

    había almorzado. Recogió el trozo de pan que tenía

    frente al plato, pero sin descartar la posibilidad de

    repetir un poco más. Fue entonces que le pareció

    asistir a algo ya vivido: su madre raspaba el fondo de

    la olla y ofrecía este tributo a su marido, como debe

    ser.

    Con cierto autismo, Miranda mojó el pan en el

    plato repetidas veces, las necesarias para la

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 27 ~

    aceptación del vacío que determinaba el ocaso de su

    almuerzo.

    A esa hora le volvió a doler.

    Se fue a su pieza. La de todos. Siempre jugaba a

    imaginar que era sólo de ella, con absoluta

    pertenencia.

    En el rincón cercano a la ventana, un cajón

    manzanero contenía sus juguetes: una muñeca

    pepona, tuerta y sin un brazo (que heredó de Carla) y

    que últimamente temía se la cedieran a “La Jenny”; un

    libro de cuentos sin tapas de “La Bella Durmiente”

    (que le recordaba a su abuelita cuando gustaba de

    hilar lana de oveja con un viejo huso y ella se

    hipnotizaba viéndolo girar, pero difícilmente tuviera

    la suerte de pincharse con él, dormirse y despertar en

    un palacio…); también había en el cajón unos cuántos

    trapos que servían para diseñar vestimentas para la

    pepona.

    Desparramadas, junto a las demás cosas, veinte

    maderitas de un juego que nunca conoció pero que

    conservaba porque gustaba de apilarlas en torres y

    ver como se derrumbaban una y otra vez, quizás

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 28 ~

    intuyendo que una metáfora de la vida se escondía en

    ese juego.

    Como si esta abstracción en “sus juguetes” fuera

    en verdad una velada carrera contra algo, así Miranda

    permanecía arrodillada y esforzaba a sus ganas para

    que desearan jugar, pero su contrincante era mejor

    corredor y logró alcanzarla: su hambre volvió a

    alcanzarla. Estrujó su pequeño estómago

    recordándole: AQUÍ ESTOY.

    Ni anheles Miranda, podrías confundirte

    No juegues Miranda, no sea que te guste

    Recordó que tenía Educación Física y con la

    fuerza que puede encontrar un mutilado para ponerse

    de pie, se paró y buscó su pantalón de gimnasia. Partió

    hacia la escuela.

    Al llegar, otras compañeras conversaban debajo

    del nogal sin hojas. El frío de la mañana había cedido

    un poco para esa hora. El sol buscaba alardear entre

    las ramas por un calor que no era tal.

    La profesora las llamó al centro del patio para

    tomar asistencia y explicar las consignas para los

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 29 ~

    ejercicios de ese día. Un grupo buscaría las

    colchonetas andrajosas y las sogas en la vieja

    mapoteca. El resto comenzaba a trotar por el patio.

    Correr, y cada cinco trancos saltar como tocando el

    cielo y caer tocando el suelo, esa era la primera

    consigna.

    Miranda está abatida antes de comenzar. Suplica

    a sus piernas para que reaccionen y no permitan su

    vergüenza: “No permitan que la maestra les preste

    atención”. Fatigosas pero comprensivas, parecen las

    extremidades apiadarse de ella y emprenden la

    marcha con benévola obediencia.

    Es el turno de los ejercicios en el piso. “Roll atrás

    y adelante”, dirá la instructora. Miranda, paralizada,

    no logra descifrar la consigna, pero al parecer no es la

    única. Florencia, que viene corriendo desde el pico de

    agua, parece adquirir la forma de un ángel, y

    acercándose rapidito y fugaz al oído de Miranda le

    dice:

    —Tumbacarnero, Miri.

    Lleva realizada unas cuatro “tumbitas” con cierta

    impresión que reconoce. Teme que si apoya mal su

    cabeza en la colchoneta pueda su cuello romperse y

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 30 ~

    quedar despegado de su pescuezo. Viene a su mente

    la imagen de su abuela retorciendo el cogote del pollo

    que comerían en las fiestas, pero más que eso viene la

    mirada del pollo luego de fallecer en las manos de su

    abuela.

    De todas formas se prepara para su quinto roll

    adelante, cuando siente un sudor frío subir por su

    columna y desparramarse por el cuello, sudor mutado

    a calor en el segundo siguiente.

    Se desploma entonces sobre la colchoneta y sus

    piernitas tiemblan con un miedo inmemorial. Todo

    gira, pero escucha las palmas de la maestra

    exigiéndole que deje de haraganear.

    Ya pasó, mmmm, ya pasó. Medita.

    Recobra una fingida compostura mientras

    oprime su pancita con un gesto quirúrgico que busca

    extirpar algún mal.

    Piedad Miranda, por nuestra enfermedad

    Ajenidad, Miranda

    Ajenidad contundente y letal

    Sin diagnóstico reversible

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 31 ~

    En la vereda que la conduce a su casa se

    encuentra con “El Chavito”, su amigo desde siempre.

    Juega con unas piedras nuevas que ha encontrado

    (hobbie que Miranda agradece porque le permite

    cada tanto sorprenderlo con algún hallazgo y

    regalárselo).

    Al verla se alegra como se alegran los que

    esperan y encuentran.

    —¿Vas a jugar, Miri? —pregunta con ansiedad.

    Ella asiente, sólo le pide que la espere mientras

    toma un poco de agua, se lava las manos y la cara.

    En la casa del Chavito la madre duerme el último

    tramo de su siesta, por lo que cuidando de no meter

    barullo se introducen en la otra habitación.

    Ya conoce la rutina: un poco de videojuegos, un

    poco de ajedrez, de tuttifrutti, otro de jugar a que eran

    hermanitos y así se pasa su tarde.

    Cada vez que El Chavito tiene un juguete nuevo,

    lo comparte con ella pero no el suficiente tiempo

    como ella desearía, y es lógico, él tendrá el resto del

    día para contemplarlo. Por eso siempre salta con

    ansiedad de un juego a otro y se cansa de todos, pero

    aunque sea así ella lo prefiere.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 32 ~

    De bien que estaban, Miranda percibe que

    alguien ha entrado por el ojo de la cerradura y por

    debajo de la puerta. Tostadas, su olor torturante viene

    a adueñarse de su regocijo por jugar. Sentada como

    está en el piso se balancea, incómoda, temerosa de

    que se le note.

    La puerta se abre y la madre del Chavito asoma

    medio torso mientras su mano continúa tomada del

    picaporte.

    —Roberto, a merendar. Miranda, andá para tu

    casa a merendar y después volvés o “Roby” te busca.

    Lentamente se pone de pie, ofreciéndole al

    Chavito ordenar un poco, a lo que él con ternura

    responde que después.

    Sus pies parecen no caminar en este tiempo. Se

    siente una tortuga. Esto empeora cuando pasa frente

    a la mesa que la madre preparó para Roberto.

    Galletas, tostadas, dulce, queso, alfajorcitos y el

    penetrante aroma del café con leche.

    Sus ojos negros, gigantes, parecen dos aceitunas

    asentadas en su carita blanca de pizza muzzarella, sus

    ojos lo archivan todo como si así pudiera llenarse,

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 33 ~

    llenarse de mirar. En su recorrido por la mesa

    piensa… “¿Será necesario tanto?”.

    No rías Miranda, podrías acostumbrarte

    Ni llores Miranda, podrías derramarte

    En su casa no habrá nadie, lo sabe. En su casa no

    habrá merienda. Esto se trata sólo del tiempo

    prudencial que necesita para que El Chavito termine

    y ella vuelva a buscarlo. El Chavito... con lo vueltero

    que es, con lo distraído, en un segundo se cuelga en

    quién sabe qué luna, pero es “SU Chavito”, así lo

    quiere ella y no le interesa cambiarlo, ya ha aprendido

    a vivir en la ingenuidad de su amigo.

    Se derrumba sobre el sillón destripado que hay

    junto a la mesa donde almorzó y enciende la

    televisión. Ese aparato que llegó a su casa una

    madrugada en brazos de su hermano Eugenio. Según

    fueron sus palabras, un amigo (sin nombre) le pidió

    que se lo cuidara mientras durara su viaje. El padre

    iba a negarse cuando en un par de segundos su mente

    resolvió que sería fácil engancharse al cable con Tito,

    que un poco de distracción no le vendría mal, que “La

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 34 ~

    Poro” podía ver las novelas y que en definitiva no

    había nada sospechoso.

    Se quedó, y como un integrante más debía

    responder a los órdenes de autoridad para ser

    disfrutado.

    Miranda no lograba congeniar muy bien con el

    aparato, o más bien con lo que el aparato contenía,

    pero a veces se dedicaba a mirarlo con el solo sentido

    de no ser considerada un bicho raro, ya vio lo que

    sucedió el día que su papá agarró la quiniela y le

    preguntó qué quería. Ella respondió que le comprara

    “El Principito”. Sin decir nada, el padre giró sobre sus

    talones y se dirigió al patio donde la madre tendía

    ropa. Allí comenzó la vieja chicaneada de interrogarla

    sobre sus andadas y la paternidad de Miranda. Por

    eso, ella pensaba que si al menos fingía parecerse al

    padre podía evitar estos choques. No hubo Principito

    entonces y nunca sabrá si lo olvidó, o se atravesó un

    bar infranqueable en el camino a comprarlo.

    Las imágenes de la pantalla se suceden. Provocan

    cierto efecto hipnótico sin esperar comprender nada.

    El dolor se agudiza en Miranda y, casi sin notarlo,

    en algún momento ha comenzado a dormitar. Un

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 35 ~

    segundo antes de que suceda, ve en la esquina de la

    habitación un dinosaurio que la mira expectante.

    Duerme. Y si puede, soñará.

    Su amigo la ha invitado a tomar la merienda, ella

    se lanza sin vergüenza sobre todo a la vez, temerosa

    de que eso pueda no ser real. El queso, las galletas, las

    tostadas, los alfajorcitos, el…mate cocido, ¿no era café

    con leche? Qué importa. Lo toma con sorbos gigantes

    y ruidosos, convencida de que mientras más rápido,

    desaparezca más rápido será llenado nuevamente por

    la madre del Chavito que dudará si olvidó servirle.

    Repite dos veces el mismo truco y siempre resulta.

    Su estómago se hincha, pero pese a la

    incomodidad ella se acomoda como si pudiera con

    este gesto crear más espacio. Con una mano inclina la

    taza cubriendo su nariz a tiempo que asoman por los

    bordes sus ojitos, con la otra manotea lo que queda en

    los platos para garantizar que no desaparezca. Una

    puntada demasiado intensa se instala en la boca de su

    estómago, casi entrecortando su respiración, la mano

    que sostenía la taza se traslada ahora hasta ese hueco,

    que intenta ser cubierto con su manito pavorosa. Esto

    no alcanza. Debe apoyar la última galleta al costado de

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 36 ~

    la taza sin volverla al plato. Ambas manos se apoyan

    ahora en el hueco. Pero nada. Todavía está allí.

    No puede evitar las lágrimas.

    Despierta.

    Sus manos continúan presionando su estómago

    como un acto casi reflejo.

    Sus ojitos buscan la esquina donde se encontraba

    el dinosaurio. No está, ya no está.

    Recordó a la maestra, la clase de ese día, ese

    extraño cuento corto que les contó “Y cuando

    despertó el dinosaurio todavía estaba allí”*1

    Durmió para revertir el sueño. Durmió para

    revertir su pesadilla. Venció al primero, pero fue

    perdedora en la segunda escaramuza porque… “Y

    cuando despertó el hambre todavía estaba allí”2.

    A esa hora, le volvió a doler.

    Perdona Miranda, la noticia en TV

    1 Augusto Monterroso. 2 Esta frase, con cierta exactitud, fue dicha por una alumna de

    doce años de una escuela de la ciudad de San Luis, cuando

    comentaba que en una época en la que tenía mucho hambre

    solía creer que si dormía, al despertar el hambre no estaría

    más, fue esa imagen la que en cierta forma motivó este

    cuento.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 37 ~

    que dice que tu pobreza preocupa

    Y perdona mi niña, el titular del diario

    que te incluye en una cifra

    Perdona al mismo diario

    que envuelve los huevos

    que no podrás comer

    Tantas cosas debieran ser reinventadas, tantas

    otras vueltas a nombrar sin dar a conocer el nuevo

    nombre, con el único fin de no ser anheladas. El

    desconocimiento de una existencia no puede dar

    cuenta de nuestra carencia.

    Padecer, carecer, ¿será esa la cuestión? Se padece

    algo que se posee. Si se carece, no se tiene, por tanto

    ¿se padece? Quién sabe.

    Miranda no padecerá de risa, como esto siga así.

    Ni padecerá de abrazos.

    Tampoco padece un osito, y esto no es chiste.

    Sí padece un abusivo destino que intenta

    convencerla de que los pobres son felices porque de

    ellos será el reino de los cielos. Si no peca, si obedece,

    si teme. La recompensa llegará ese año cuando

    finalmente probará el cuerpo de Cristo si termina su

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 38 ~

    catecismo. Paradójicamente la oblea blanca y redonda

    que en algún simulacro les han dado a probar,

    tampoco tiene gusto a nada.

    ¿Imaginar es pecar? No se atreve a preguntar

    porque deberá explicar a qué tipo de imaginación se

    refiere. Pensar lo que no se debe pensar ya hace que

    lo pensemos porque si no, no podríamos saber que lo

    estábamos pensando y por eso ya estaba mal pensado

    desde antes. En fin ya parece El Chavito cuando cae en

    estos enredos. De todas maneras para ese momento

    ya ha cruzado por su mente como pecaría si se

    decidiera a hacerlo, pero es tan fugaz que por suerte

    no alcanzó a retenerlo para que no le ocasionara

    alguna culpa.

    Por alguna necesaria razón pudimos capturar

    por un ratito, sin que Miranda se entere ni sepa que

    posee, ese momentáneo y fugaz pensamiento

    imaginado por ella y guardado en “el atrás del más

    atrás”, la pobre Miranda consiguió con él “pecar” siete

    veces pero no se liberó.

    Explotar de tanto comer, eso haría la golosa,

    aunque el alimento no le perteneciera.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 39 ~

    Desear que lo que otros comen se les caiga o

    les haga mal a la panza, ya que ella no puede hacer lo

    mismo. Eso desearía la envidiosa Miranda.

    No levantarse nunca de la cama hasta tener

    garantizado que el hambre no está. Así se quedaría,

    perezosa Miranda.

    Acumular comida, la suya, la ajena la que está

    por venir, toda, por si algún día vuelve a escasear,

    otros deberán pedírsela a la ambiciosa Miranda.

    Destruir con furia todo, bien, utensilio,

    comestible, que pase por su cara sin intención de ser

    compartido con ella. así les hará pagar la iracunda

    Miranda.

    ¡Ja! Y si creen que en la comida no hay lujuria,

    ella sin saberlo les demostrará que sí, que puede

    acostarse con ella, dormir abrazada a un sandwich,

    mirarlo y besarlo con la pasión de quien besa porque

    sabe que puede tratarse de la última vez, deshacerlo

    en mordiscos con ansiedad desmedida, ¡vaya! Ella

    puede hacer eso.

    ¡Escuchen muy bien! No hay nadie sobre este

    mundo, nadie que sepa del hambre más que ella,

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 40 ~

    nadie que la iguale a nuestra soberbia Miranda en

    materia de apetencia.

    Su madre ha comenzado a preparar la cena. Una

    olla mediana con agua hirviendo burbujea sobre la

    llama. Por encima de ella la madre sostiene un

    paquete de kilo con yerba mate que de a poco se deja

    morir sobre el líquido. La mano libre se encarga de

    producir la mezcla al revolver con una cuchara que

    con triste magia tiñe el agua con la ya conocida

    esperanza verde.

    Lo que queda de pan es cortado en rodajas para

    ser repartido.

    Miranda se apresura a sentarse para ser

    escribana del reparto. La olla gira, guardaespaldas de

    cada comensal, apoyándose en el respaldo de cada

    silla hasta descargar la ración.

    Carla comienza a distribuir el pan, pero la tarea

    la termina la madre una vez que colocó de nuevo la

    olla en la cocina.

    Miranda se ha sobresaltado con el roce del gato

    por sus piernas.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 41 ~

    Al volver la vista sobre su cena siente cierto

    regocijo al descubrir incrédula que dos rodajas

    descansan frente a su taza, pero se detiene en una de

    ellas que al estar mal cortada ha arrastrado a una

    tercera. Son para ella. Todas para ella.

    Empieza a descender su mate cocido con sorbos

    largos mientras no deja de observar las rodajas. Podrá

    mojar una en el mate dado el exceso que va a

    permitirse, exceso que ha decidido reservar casi como

    un postre.

    En estas cavilaciones se encontraba cuando un

    tirón proveniente de su zapatilla le llamó la atención,

    induciéndola a espiar debajo de la mesa. Allí se

    encontraba “Power” en plena batalla contra su

    cordón. Con un solo patadón, el gato emprendió la

    huida.

    Miranda sorbió un poco más de mate y se dispuso

    a comer su postre.

    Pero… no estaba allí. La rodaja siamesa había

    sido ultrajada por los dientes de algún presente. El

    culpable, sin duda, se encontraba entre ellos.

    Miró a su madre como implorando justicia, pero

    obtuvo en la búsqueda una frase poco feliz:

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 42 ~

    —¿Qué pasa golosa, ya te comiste todo?

    A esa hora, el dolor volvió. Distinto, definido,

    estridente. Permanente.

    Los ojos de Miranda van hacia la nada

    atravesando los rostros presentes.

    Ojos anubarrados de dolor e incomprensión. Por

    ahí alguien dijo que lo importante es la pregunta.

    Falacias. Miranda necesita de respuestas.

    Sólo una explicación podría mitigar su maldición.

    El dolor aumenta y desaloja su estómago, ya no está

    allí, se mudó a su pecho para invadir su esencia.

    No logra explicar nada pero descubre que en

    cada segundo va sufriendo una transformación que la

    hace sentirse como algo semimonstruoso.

    Su mente se dispara a pensar en su hermano Jack,

    que dice jugar al fútbol, y que en una ocasión le

    comentó que rengueaba porque se le había “resentido

    un músculo”.

    Fricciona su corazón con las manitos y escupe,

    retóricamente, la pregunta hacia ningún lugar sobre

    si el corazón al ser una bolsa compuesta por músculos

    también puede resentirse (de manera involuntaria).

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 43 ~

    Eso es. Su dolor, el de todas las horas y las que

    vendrán. De eso se trata. Resentimiento, mordaz,

    hediondo y agravado por el vínculo.

    Los escudriña uno a uno. Los odia a todos. Sabe

    que no los odia pero siente que los odia.

    Está furiosa con tanta desidia, incluso con la

    propia. ¡Mediocres paralizados!

    Odia ver alterado su estado de perfecta inocencia

    porque nadie lo apuntaló en un juguete, un abrazo, un

    plato lo necesariamente lleno. Se siente semi. Semi

    niña, semi hija, semi hermana, semi amiga, semi

    humana.

    Involuntariamente piensa en El Chavito. En cómo

    ambos se las han ingeniado por tanto tiempo en fingir

    que no tienen vidas tan distintas.

    Piensa que ella no podrá jamás traer arreando

    varias cuadras a un heladero en bici, para que al llegar

    frente a su casa su mamá tome una moneda y le pague

    el helado que tanto ha deseado. También por eso ha

    comenzado a detestarla.

    El Chavito sí, él puede, los arrea en verano. Su

    mamá paga, mientras ella a la distancia observa la

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 44 ~

    escena y aumenta su saliva. La madre le grita por la

    ventana:

    —¡Comprate un bombón!

    Tantas veces El Chavito se aseguraba de que su

    mamá ya no lo viera y le pedía al heladero dos helados

    de agua en lugar de un bombón. Luego, corriendo,

    hacia la pirca donde Miranda se sentaba siempre a

    balancear sus pies, le entregaba uno, y si eran

    distintos, caballerosamente la dejaba preferir. Él no

    buscaba agradecimiento, sólo le pedía a cambio

    compartir el ritual de lengüetear el helado mirándose

    con complicidad a los ojos.

    Nunca hablarán del tema, pero son amigos. El

    Chavito no sabe lo que a Miranda le pasa, él siente, lo

    que le pasa a Miranda. Hace de todo para evitarle

    sufrimientos, de todo lo que puede hacer un niño a los

    nueve años.

    Enjuga sus lágrimas camino a la habitación.

    Cuánto duele. Resignada entiende que mañana será

    otro día, profundamente parecido a este pero tan

    distinto. Estrenará una nueva vida, una vida

    resentida.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 45 ~

    Ya en la habitación coloca sus cuadernos en la

    mesita de luz, no ha terminado sus tareas de lengua.

    Rutina: Costumbre o manera de hacer algo de

    forma mecánica y usual.

    Insufrible: Que no se puede sufrir. Fig. que es

    muy difícil de sufrir o soportar.

    Metamorfosis: Transformación. Cambio de una

    cosa en otra. Mutación que realiza una persona como

    de un estado a otro, por ejemplo de la soberbia a la

    humildad.

    Las tres palabras se acomodan en su cabeza, y

    provocan casi sin querer el cuento corto de Miranda:

    “Insufrible rutina, metamorfosis”.

    Se acuesta. Está impregnada de incomprensión

    pero un guiño presuroso de recuerdos se introduce en

    su dolor antes que logre alcanzar el sueño, es la cara

    del Chavito, riendo a carcajadas, mirándola a los ojos,

    llevándola a jugar. Por un segundo intenta odiarlo por

    eso, pero no puede. La mueca de una sonrisa se

    asienta en sus labios. Duerme.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 46 ~

    Recomendación de la autora: si miras fijamente

    la forma del poema, te acercas y te alejas, y lo vuelves

    a mirar, el rostro de Miranda y Miranda aparecen.

    Sólo hay que querer mirar.

  • Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 47 ~

    ¿Qué miras Miranda?

    No mires mis ojos que te temen

    No mires mis manos que se lavan

    Ni mires mis sueños que te excluyen

    Ni llores Miranda, podrías derramarte

    No rías Miranda, podrías acostumbrarte

    Ni anheles Miranda, podrías confundirte

    No juegues Miranda, no sea que te guste

    Perdona mi niña, el titular del diario

    que te incluye en una cifra

    perdona al mismo diario

    que envuelve aquellos huevos

    que no podrás comer

    Perdona la noticia en TV

    que dice que tu pobreza preocupa

    Piedad Miranda. Por nuestra enfermedad

    Ajenidad contundente y letal

    Sin diagnóstico reversible

    Por eso pequeña

    No mires, por favor no mires

    Y si puedes, tan sólo si puedes

    No nazcas, Miranda

    No nazcas.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 48 ~

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 49 ~

    Cita a ciegas

    A Eri,

    por el día que decidió quererse.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 50 ~

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 51 ~

    —¡“Gorda Bola”! “Gorda Bola”, fijate por dónde

    caminás. Un día de estos cuando cobren por espacio

    ocupado y tengás que pagar doble, se te van a acabar

    las ganas de andar chocando gente.

    Marcela, sin levantar demasiado su cabeza, pasó

    por el lado de Diego rozándole el brazo izquierdo con

    su antebrazo derecho, al tiempo que levantaba los

    morrudos hombros evidenciando su repetido gesto

    de “qué me importa”.

    No había manera de que dos personas pudieran

    pasar por el pasillo del primer piso del colegio sin que

    se rozaran.

    La ampliación del colegio tal vez no tuvo bajo

    presupuesto pero con seguridad tuvo bajísima

    creatividad. Dos baldosas y media eran todo el ancho

    posible y una baranda de madera, en estado dudoso,

    se transformaba en cinturón de contención.

    Primer año, segundo y tercero (del antiguo

    secundario) habían quedado en la parte superior del

    colegio. Marcela asistía por aquel entonces al

    primero, que quedaba al final del estrecho pasillo, y

    para llegar a él inevitablemente debía atravesar los

    otros dos cursos con sus puertas y ventanas

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 52 ~

    encastradas en las paredes que daban al pasillo

    haciendo las veces de peaje visual.

    Lo que para alguna de sus compañeras se

    presentaba como una excelente oportunidad de

    improvisar un desfile, ella lo veía como un recorrido

    tan ineludible como tortuoso. Su estrechez no les

    permitía abstraerse de los comentarios oídos al pasar,

    dedicados hacia cada uno de los transeúntes. “Gorda

    Bola”, “Gorda Bola”... retumbaba en su cabeza. Ese

    Diego la tenía tan cansada y pensaba que un día de

    estos, con un solo panzazo que le pegara, lo haría

    pasar para el otro lado de la baranda. Sacudida por la

    imagen, sacudía también su cabeza como si el mohín

    pudiera despejar los malos pensamientos.

    En la parte de abajo, un grupito reunido en

    semicírculo, con aire de logia sin misericordia,

    observaba la escena y especialmente a Marcela con su

    caminar cansino que daba muestras de agobio ante

    los primeros calores de una primavera que se

    simulaba estival.

    La pequeña concentración la conformaban

    Carlitos, “El Casi”, que por ser de muy baja estatura

    podría llamarse “Enano” pero llegó tarde al reparto

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 53 ~

    porque uno menos pequeño de la otra división ya

    portaba el mote, por lo que él debió aceptar ser “El

    Casi”, por “casi enano”, “casi hombre”, como si casi

    hiciera referencia a algo inconcluso o trunco, a esa

    idea atendía el sarcasmo de la calificación. A su lado

    se encontraba Alberta, alias “Chamu” por su gran

    habilidad para chamullar y convencer a otros, incluso

    abusando de la mentira. En el medio del semicírculo

    Willy, más conocido como “Elos”, palmeaba la nuca de

    Alberta buscando su enojo. Un buen día, alguien,

    tratando de ofenderlo le había dicho ¡Callate, Negro!

    En su defensa William respondió: “Oscuro sí, Negro

    jamás”. Desde entonces se lo conoce como “El

    Oscuro”, pero con el paso del tiempo y su uso se ha

    visto reducido a “Elos”. Claudio, su mejor amigo le

    seguía en el círculo (semi), su ya conocida parada de

    guardaespaldas, brazos cruzados, ceño fruncido y

    mandíbulas apretadas, no permitía bajo ningún

    concepto que alguien no advirtiera que allí se

    encontraba él. Natura deparó para él un fornido

    cuerpo al que había que alimentar más de la cuenta,

    necesidad que acarreó la llegada de su mote, “El Gula”,

    así le decían.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 54 ~

    Clarita se había adaptado al grupo con la

    anuencia de ser hermana de Carlitos, sus apodos

    transitaban entre “Clarita” y “Celeste”, porque en

    realidad se llamaba Azul Clara y por decoloración

    jugaban a decirle así, la bonanza del apodo atendía al

    peligro de enojar a Carlitos y ser víctimas de su

    talento para cualificar. “Maruja” (María Eugenia)

    había sido abonada con “Cachavacha” gracias a que

    sus padres sobrevivían con el curanderismo: cura de

    parásitos con té de yuyos, empachos, tirada de

    cuerito, alivio del mal de ojos, limpieza y purificación

    de casas, contrarreste de magia negra, recuperación

    de parejas, y últimamente estaban incursionando en

    la “orinoterapia” aunque sin mucho éxito.

    Ese día habían faltado dos que completaban el

    grupo: Horacio, popular como el “Bayeno”, recibió su

    bautizo aquel día de verano cruel que tirado en el piso

    de su patio se refrescaba con la manguera, justo

    cuando llegaron sus compañeros y lo encontraron con

    la panzota apoyada de costado mientras el agua

    resbalaba por su cuerpo, fue “El Casi” quien evocó en

    la imagen a esas ballenas varadas que, mientras

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 55 ~

    esperan el salvataje, les echan agua para que logren

    sobrevivir.

    Por otra parte, no era que faltaba, sino que se

    había retirado antes, “Afanancio”, antiguamente “El

    Tano” por ser hijo de italianos. Estaba citado por la

    comisaría del menor, para ver si algún apriete le

    funcionaba para aplacarle las ganas de quedarse con

    cosas de otros, pero el falso comunista tenía unas

    extrañas convicciones, y profesando causas de

    igualdad y revolución aprovechaba para robar útiles,

    dinero, espacios, a compañeros y profesores. La

    principal razón por la que el grupo lo aceptaba

    atendía a una estrategia anti victimaje que los dejara

    por fuera de la mira de “Afanancio”. Así y todo algo se

    les había perdido alguna vez.

    Lo cierto es que el grupo logístico tenía una

    reconocida trayectoria y presencia en el patio. Grupo

    que, sacudido por la urgencia de no mirarse, dedicaba

    sus días a bautizar seres, colocaban apodos que se

    instalaban en el imaginario rápidamente, sin quedar

    ellos exceptuados de padecer esta severidad. El

    rótulo, en definitiva, no era materia muy discutible si

    contaba con este aval.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 56 ~

    Al parecer, Marcela era adjudicataria vitalicia de

    estos surtidos ejemplares adoradores de la burla.

    ¿Por qué? No lo sabía. Pero “La Gorda Bola” emergió

    en la primaria, en el famoso episodio sucedido en el

    Anfiteatro Municipal en el cual se desarrollaba la

    Fiesta Intercolegial de Educación Física. Aquel día,

    Marcela quiso ingresar al césped del Anfiteatro, pero

    resultó que en los últimos dos escalones, alguien tuvo

    la perversa idea de meterle una traba que la hizo

    rodar desde allí hasta el pasto, quedando al borde de

    la fosa con agua que separaba al público del escenario.

    La perspectiva para visualizar el “accidente” era

    excelente para cualquier espectador de la fiesta, que

    para colmo de males se hallaba muy concurrida ese

    día. La risa descendió de las tribunas, junto a

    innumerables onomatopeyas superpuestas y

    amalgamadas en ¡¡¡Uuh-ohh-ayy-uy!!! Como una

    avalancha se desplomaron sobre los oídos de Marcela.

    Deseó con todas sus fuerzas que alguno de sus

    dioses del Olimpo se apiadara de ella y la hiciera

    desaparecer.

    “¿Gorda Bola?”, “Gorda Bola”, entonces.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 57 ~

    Se encontraba “El Motero3” en pleno ejercicio de

    sus funciones, cuando observaron aquella escena de

    la planta alta: Marcela, intentando atravesar con

    dificultad el tránsito de la mañana por ese pasillo.

    Como generalmente sucede, basta que alguien

    tenga una idea y la exprese atravesando las cuerdas

    vocales, para sondear el grado de aceptación que esa

    idea alcanzó.

    Divertirse, eso querían. A costa de otros, por

    supuesto. El Doctorado en Sobrenombrelogía, que

    habían conseguido a lo largo del tiempo, parecía por

    estas horas, escaso para regocijarlos como

    pasatiempo.

    Fue Clarita. Ella tuvo la idea:

    —¿Y si le conseguimos un novio a la “Gorda

    Bola”?

    Para entonces, de tanto orquestar cosas, el grupo

    había adquirido cierta sincronización en esto de

    sumar ocurrencias alrededor de una idea madre. Y

    esta no fue la excepción.

    3 Grupo dedicado a colocar sobrenombres con el único fin de

    divertirse y molestar al adjudicatario.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 58 ~

    —¿Un novio? —preguntó Carlitos.

    —Sí, algo así como una cita…

    —Aunque sea de mentiritas—acotó “Maruja”.

    —¿Y ustedes creen que caerá? Miren que la

    gorda, aunque bola, es viva. Mmm, no sé.

    —¡Cuándo no! Claudio el desconfiado. Claro que

    va a caer, sólo es cuestión de armarlo bien.

    —“La Chamu” tiene razón, lo que lamento es que

    no esté “Bayeno”, porque él es como más científico en

    esto de estudiar la conducta humana —comentó con

    preocupación, “Elos”.

    —A la salida pasamos por su casa y listo —

    dispuso Carlitos al tiempo que friccionaba sus manos

    como adornando con el gesto lo que sus

    pensamientos se adelantaban a tramar.

    En plena maquinación del reducido montón, se

    acercó hasta él un jovencito desgarbado y

    flacuchento. Sus ojos claros daban muestras de cierto

    temor, los cachetes hundidos, como aplastados,

    hacían que su nariz ganchuda sobresaliera con más

    fuerza de su rostro. Antes de comenzar a hablar,

    colocó sus labios de manera que formaran un tobogán

    de aire que le permitieran con un soplido despejar su

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 59 ~

    flequillo “carlitosbalacense”. Un débil carraspeo

    pretendía captar a medias la atención.

    —“Gula”, ¿tendrás el dinero de los discos de

    juegos que te grabé? Pasa que si no me pagás hoy ya

    no tendré tiempo de reponérselos a mi papá, y esta

    vez se dará cuenta—dijo, mientras miraba el piso y

    jugaba con su pie a remarcar el borde de la baldosa.

    “El Gula” fingió seguir la conversación de sus

    amigos como si César no estuviera allí, y nunca

    hubiera hablado.

    —¿Lo tenés? Ya hace más de un mes que me decís

    que mañana.

    —¡No lo tengo, che! Y no sé si lo vaya a tener.

    —Entonces... ¿me los podrás devolver? —dijo

    rapidito, como rogando que su tono no denotara

    miedo, ni apuro, ni enojo. Nada que en definitiva

    alertara la corta paciencia del “Gula”, pero sí que

    lograra darle una solución a su embrollo.

    —Los presté, no recuerdo a quién. ¿Necesitás

    algo más? —preguntó acercándose con pasos

    amenazantes hasta quedar bien enfrente de César, de

    manera que este sólo pudiera colocar la mirada sobre

    el acneciento mentón de Claudio.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 60 ~

    —Se dará cuenta mi papá y no sé... —dijo César,

    más para resignación propia, que para ser escuchado

    por el resto.

    —¿Qué?... ¿Te va a pegar tu papito? ¿Te va a dejar

    sin queso “Cara ’e Cuis”?

    Cuando empezaba a prosperar la afamada

    carcajada del grupete, César se apresuró a volver a su

    curso y ponerse a resguardo de la burla.

    “Maruja”, que en secreto estaba enamorada del

    “Gula”, había observado la escena y para congraciarse

    con su amor dijo:

    —Tal vez el “Cara ’e Cuis” necesita un poco de

    distracción para que te deje tranquilo. Podríamos

    incorporarlo al plan con “La Gorda Bola”.

    Habrá sido la ocurrencia o la imagen de

    concebirlos juntos, pero lo cierto es que la carcajada

    estalló en el semicírculo logrando que las miradas del

    colegio reposaran en ellos.

    —A las cinco de la tarde en casa no habrá nadie

    —dijo Clara buscando aceptación para su idea en los

    ojos de su hermano—, es una buena oportunidad para

    una reunión cumbre —completó con complicidad.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 61 ~

    Carlitos completó la proposición acotando que

    también había que avisarle a “Bayeno” y a

    “Afanancio”, aunque dudó un instante sobre este

    último al rechinar en su mente el alerta de que se

    trataba de SU casa. Vería de estar más atento para que

    el ex “Tano” no permaneciera fuera de su vigilancia.

    En el aula de segundo año, César tenía dolor de

    panza. Eran los nervios, seguro. Su padre no iba a

    creerle una vez más lo de los discos, no de nuevo.

    Como siempre ocurría, terminaría confesando la

    verdad, aguantando el sermón sobre su pavez y

    llorando en silencio ante la certeza de que el padre,

    aunque severo como era, no se equivocaba.

    El miedo siempre podía más que él. Quería ser

    aceptado pero nunca encontraba la forma. Su

    computadora en cambio, no le exigía nada, era tan

    fácil relacionarse con ella, entenderla cada vez más. El

    mouse en su mano, por momentos se presentaba

    como lo más seguro de su reducido mundo.

    Esos sinvergüenzas. Siempre abusando del

    temor de los demás. Y al momento que alguien les

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 62 ~

    hiciera algún tipo de reclamo, se acorazaban en el

    grupo dando a entender que “sí te metés con uno te

    metés con todos”. Intimidación que lograba que

    cualquier querellante desistiera, dejando sin efecto

    las supuestas quejas. Por pudor o por miedo, todos

    evitaban “el Bautismo”, resignándose a tratarlos en

    los términos que ellos pautaran.

    Burlarse. Siempre burlarse. Reverendos hijos de

    teros, que ponen el huevo en un lado y el grito en el

    otro. No pueden comunicarse ni siquiera entre ellos,

    jamás hablarán de lo que verdaderamente les pasa.

    Nos distraen, se distraen pretendiendo no verse.

    Conmoverse... Si acomodo un poco las letras, las

    separo, las completo, quién sabe, quizás adivino algún

    sentido, conmoverse es con moverse, moverse del

    lugar, moverse con, conmoverse involucra a alguien

    más, tal vez nos pase a solas, pero por referencia a

    alguien. ¡Eso es! Conmoverse es COMO VERSE. Y eso

    es lo que, precisamente, ellos no van a permitirse.

    César, que tampoco era “el comunicativo” (al

    menos no se la agarraba con el mundo externo), había

    recibido su bautizo por añadidura, aquel día que

    Marcela, la gordita del primero, rodó por el pasto. En

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 63 ~

    ese momento él, no pudo más que dejar fluir su

    impulso de ayudarla. Se apresuró a levantarla, tiró

    con ambas manos de su brazo y la sacó del centro de

    atención. Pero necesariamente tenían que pasar cerca

    del círculo maldito. Entonces uno de ellos mencionó

    en voz lo suficientemente alta para que pudiera ser

    escuchado:

    —A eso es lo que yo llamo una bola, la bola que

    rueda, “La Gorda Bola”.

    De inmediato, el resto festejó el nacimiento del

    mote. Pero él no pudo con eso. No resistió y con un

    tono de voz que hasta el momento desconocía les dijo:

    —¡Déjenla en Paz! ¿¡No ven que es suficiente con

    lo que acaba de pasarle!?

    El fogonazo que lanzó César fue suficiente para

    captar la atención de ellos.

    —¿Y vos?, ¡qué te metés, “Cara ’e Cuis asustao”!

    —incriminó William.

    Listo. Archívese. Puesto el sello, registrado el

    apodo. Tremenda sentencia hizo que desistiera de sus

    ganas de ayudar a Marcela y mientras digería su

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 64 ~

    “alias” forzado que lo acompañaría hasta estos días, la

    niña de entonces se esfumó entre la turba trepando

    con desesperación las escaleras, buscando quedarse

    sola hasta de sí misma.

    La identidad, o más bien el despojo de ella, eso

    compartían “La Gorda Bola” y “El Cara ’e Cuis”, o al

    menos el día de iniciación en tamaño ultraje.

    Marcela no entiende de modas ni de estilos, que

    es lo que por estos ratos mantiene ocupada la cabeza

    de sus compañeras. Sentadas en ronda adorando una

    revista, viviendo vidas ajenas, así pasan las tardes

    algunas de sus pares. Ella observa a Julieta, su amiga

    de la infancia que siempre revolotea por diversos

    grupos, dedicada en más de una ocasión a conciliar a

    las partes que se enfrentan en sus disímiles mezclas,

    incluso con Marcela siempre realiza estos intentos,

    para que se integre, para que se acerque, pero con el

    tiempo se ha resignado, sobre todo ante la posibilidad

    de que su amiga en realidad se esté salvando de algo

    que ella no se atreve a rechazar para no sentirse

    rechazada.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 65 ~

    Marcela adora de Julieta su ingenuidad tan

    auténtica que por supuesto le ha valido el

    sobrenombre de “Tortuga” en tanto, sabe que Juli

    valora su grado de lealtad incondicional. Sonríe con el

    recuerdo de ese día en que “La Ingenua Julieta4”

    detonó su primera frase célebre, cansada de que se

    mofaran de ella porque caía tarde en los chistes, les

    gritó como si fuera una sentencia de muerte:

    —¡Ya me van a extrañar cuando me avive!

    La segunda inmortalización llegaría el día en que

    en una clase de Matemáticas daban “tema nuevo”. Era

    notorio que a todos les costaba entender, pero nadie

    se animaba a avisarle a la maestra, fue cuando Julieta,

    sin reparos levantó la mano y le dijo:

    —Seño, ¿por qué mejor no me explica de nuevo,

    pero a lo Billiken?

    Ella se oculta en un libro. Al fondo del aula se

    embriaga con el aroma a humedad que despide “La

    Odisea” que le han prestado en la biblioteca. Se

    4 Julieta existe, con otro nombre, y encontrarla nos hace

    mejores personas, como le ocurrió a la autora.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 66 ~

    regocija con la astucia de Penélope. Sueña con

    aprender a esperar tiempos mejores tanto como

    Penélope ha aprendido a disfrazar la espera de tejido

    interminable.

    Sus rulos castaños descansan en el hombro, hoy

    se ha hecho la media cola con una hebilla artesanal, y

    ha cambiado su dije de la suerte con forma de chupete

    por un colgante con plumitas de faisán. Las

    regordetas manos portan un anillo, la luna y el sol. El

    perfil de la nariz es perfecto, recto, pequeño, elegante,

    salpicada de algunas pecas extraviadas para el mate

    de su piel. Marcela tiene humor, aguzada su ironía,

    incluso su aspecto exterior soporta este ejercicio, es

    sólo que no lo comparte, tan sólo lo autocomparte.

    Imagina que los dioses que la han tomado como

    protegida deben ser algunos “pesos pesados”, que

    descansan en nubes gooooooorrrdaaas, y que volar o

    correr a ayudarla cada vez que está en problemas, les

    resulta más difícil y por eso es que a veces se siente

    desprotegida. Pero ya estarán por llegar, esa es su

    esperanza.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 67 ~

    La reunión cumbre ha comenzado. Ninguno ha

    faltado. El esqueleto principal del, por esas horas, casi

    macabro plan ya está listo. Lo demás lo irán viendo

    sobre la marcha. El primer acercamiento hacia

    Marcela será a través de una carta semi corta y

    anónima, que ya se encuentra redactando “La

    Chamu”, en colaboración de “Maruja” y la supervisión

    de “Bayeno”.

    “Marcela: espero no molestarte con mi idea de

    escribirte, pasa que hablarte es muy difícil porque

    pasás mucho tiempo encerrada en el aula, y para

    desgracia mía no compartimos el mismo curso. Sé que

    pensarás que esto es una broma porque yo pensaría lo

    mismo, en eso nos parecemos y me gusta, pero no, no es

    broma. Me gustaría charlar con vos, sos distinta, con

    vos sé que podría, pero entiendo si no querés, porque yo

    también soy tímido, no por nada me escondo detrás de

    este papel escrito en computadora, al menos te pido que

    me respondas por este medio, se me ocurre que

    podemos poner un lugar secreto para dejarnos cartas,

    hasta que nos animemos a vernos y charlar de frente, si

    te parece yo propongo la calesita de plástico del

    jardincito, que como está rota no la usan, y en un

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 68 ~

    costado tiene un hueco que permite esconder cosas. Yo

    podría dejarte algo cada martes y propongo que vos me

    dejés algo los jueves, bueno no sé si hablo solo como

    loco, (¡bah!, escribo), eso lo comprobaré si me

    respondés o no. Perdoname si te molesté, pero

    necesitaba contarte esto. Un saludo. C C ”.

    —Mañana, cuando la gorda vaya al baño, vos,

    Clarita, te metés en tu aula, y le colocás el papel en la

    carpeta de la materia que sigue luego del recreo.

    Fue la orden que su hermano le dio a Clara.

    Los amigos se despidieron llevando plasmada la

    huella en el rostro de quien se retira con la

    satisfacción de la tarea cumplida. Al día siguiente

    empezaba el plan y cada uno en cierta forma

    desempeñaría un rol para que todo funcionara según

    sus designios.

    Marcela se dio cuenta al instante que alguien

    había modificado el estado de sus útiles, pero no

    reparó en la carta hasta que abrió la carpeta para la

    clase. Vio que se trataba de algo personal

    definitivamente dirigido a ella, pero perseguida con el

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 69 ~

    hecho de que fuera una broma y hubiera muy cerca

    alguien agazapado dispuesto a burlarse, sólo atinó a

    abrir la carpeta y fingir que no había visto el papel. Así

    transcurrió toda la última hora de clase.

    Al llegar a su casa dejó la mochila en la habitación

    no sin antes tomar con cierta prisa la carta para correr

    al baño a averiguar su contenido.

    El ritmo de su corazón se aceleró ante la novedad

    y no pudo evitar ruborizarse un poco. El tono de la

    carta era muy respetuoso pero hasta ese momento no

    había caído en lo convencida que estaba de que nadie

    podría fijarse en ella y por tanto en algún secreto

    lugar se había exigido no fijarse en nadie. Menudo

    problema este, porque ahora la lista de sospechosos

    de la “audacia” (no resistió y se le escapó esa ironía

    que la caracterizaba) era borrosa, amplia y

    enmascarada. Definitivamente un papel tipeado en

    computadora agrandaba las distancias.

    Era miércoles, la carta hablaba de un jueves para

    el contacto. No sabía qué hacer. Si mañana no daba

    alguna señal y esto no era una broma, tal vez su

    Odiseo no volvería a escribir o se sentiría despreciado

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 70 ~

    o quién sabe... Pero qué podría responderle, él parecía

    conocerla un poco, pero ella le escribiría a la nada

    misma. Cómo empezar... la idea ya le daba mucha

    vergüenza, impulsándola a resistir, pero y si era una

    buena persona su nuevo amigo, si tenía un poco de

    cerebro y hasta capaz era un ser sensible de esos que

    escasean. Una broma. Qué pasaba si era una broma, y

    bueno nada. Una mancha más al tigre (“bien

    alimentado, pero tigre al fin”, pensó con sorna), ¿qué

    le hace, no? Tomó papel y lápiz pero se retrajo al

    recordar que en la base del ropero de su madre había

    una vieja máquina de escribir con la que ella jugaba a

    la secretaria hace unos años. La usaría para no delatar

    su letra hasta tanto él no la delatara.

    “Hola CC: la verdad es que dudé mucho si

    responder o no a tu carta pero no todos los días le

    escriben a una, y menos a UNA, así que como me

    pareció que el tono era respetuoso, al menos esta vez

    para devolver la cortesía te contesto. Confieso que es

    interesante esto de conocerse con alguien distinto, más

    teniendo en cuenta que hay tantos trogloditas sueltos

    que no saben cómo tratar con la gente, y entiendo lo de

    tu timidez porque a mí también me pasa. Te percatarás

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 71 ~

    de que corrés con la ventaja de saber quién soy y cómo

    soy; si sobreviste al impacto es porque algo diferente

    debés tener o no te importan las apariencias. Bueno, no

    quise aburrirte con Filosofía barata pero así soy...

    Chaucito y que estés bien. ¡Ah!, y gracias por la

    sorpresa. Marcela”.

    La fase vigilancia había comenzado. El grupo

    tenía tareas asignadas, la de “Afanancio” era

    precisamente robarse cualquier señal de

    correspondencia que viniera de la gorda. Finalmente,

    “Afanancio” descubrió que en la calesita había

    aparecido un papel celosamente doblado en forma de

    pañuelo. Cuidando de que nadie lo viera, lo retiró y lo

    hizo desaparecer hasta nuevo aviso.

    Ya en casa de Carlitos, todos leían con ansiedad

    la respuesta de Marcela y se reían incómodos ante la

    calidez de la carta. “Bayeno” mantenía el ceño

    fruncido como meditando cada una de las palabras

    que la carta de la víctima profesaba, al tiempo que

    pergeñaba la segunda parte del plan. Establecer

    contacto con “El Cara ’e Cuis”, de eso se trataba ahora.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 72 ~

    Si eran ellos quienes interceptarían las

    correspondencias, era absolutamente necesario que

    en cada carta fuera incorporado algo de lo que en

    realidad se contestarían pero un poco contaminado

    por la creatividad del grupo, así lo explicó “Bayeno” y

    todos estuvieron de acuerdo.

    Manos a la obra.

    “Hola César: supongo que te sorprenderá esta

    carta pero aunque te cueste creerlo me animé a

    escribirte porque sé que tenemos mucho en común,

    empezando por nuestra timidez, pero también nuestra

    sinceridad. Me gustaría conocerte, de a poco, pero

    conocerte. ¿Qué te parece si para intentarlo me escondo

    detrás de este papel escrito? Al menos te pido que me

    respondás por este medio, se me ocurre que podemos

    poner un lugar secreto para dejarnos cartas, hasta que

    nos animemos a vernos y charlar de frente, si te parece

    yo propongo la calesita de plástico del jardincito, que

    como está rota, no la usan, y en un costado tiene un

    hueco que permite esconder cosas, yo podría dejarte

    algo cada viernes y propongo que vos me dejés algo los

    lunes, bueno no sé si hablo sola como loca, (¡bah!,

    escribo), eso lo comprobaré si me respondés o no.

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 73 ~

    Perdoname si te molesté, pero necesitaba contarte esto.

    Un saludo. Chaucito, GB”.

    Con una estrategia gemela llegó la carta hasta

    César. Curiosamente la reacción fue parecida a la de

    Marcela. Encerrado en su cuarto, se hallaba dudando

    de la verosimilitud de ese papel pero algo muy interno

    lo impulsaba a darle crédito. Quizás fueran las ganas

    de sentir que algo así podía ocurrirle finalmente a él.

    O esa utopía adolescente que permite creer que aún

    en los peores momentos siempre aparece algo bueno,

    quién sabe. Pero de manera palpable, a César se le

    habían humedecido un tanto las manos por la

    ansiedad con la que leía la carta, mientras resolvía si

    responderla o no.

    Finalmente primó la intriga de probar si eso era

    cierto, si era una broma o un impulso de alguien que

    a lo mejor por estas horas ya estaría arrepentida de

    “su audacia y valentía”.

    “Estimada GB: gracias por sorprenderme, tu idea

    de conocernos me interesa, y me gustaría que

    jugáramos un poco si te parece a contarnos cosas del

    otro, hasta que nos animemos a vernos personalmente,

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 74 ~

    si querés empiezo yo así vos te animás también, aunque

    por lo que veo vos corrés con la ventaja de saber quién

    soy yo pero yo no, dame alguna pista, no sé, a qué curso,

    vas, a qué división, qué música te gusta, qué soñás, no

    te pregunto el signo y esas cosas porque en realidad me

    molesta esa pregunta que la hagan y hacerla, ¿ves? Ahí

    pudiste saber algo de mí, tampoco voy a averiguar

    quiénes tienen tus iniciales porque respeto la decisión

    de no decirme tu nombre, cuando tengas ganas lo harás

    sola, bueno lo de los días para dejar correspondencia

    me parece bien y además nos ahorramos el

    estampillado, ¡ja!. Es raro todo esto pero se siente bien.

    Chaucito, como decís vos. César.”

    No tardó más de cinco minutos en retirar

    “Afanancio” la carta de la calesita, ni bien la hubo

    depositado César en el hueco según lo convenido.

    El trabajo en equipo estaba sincronizado de

    manera tal que cada vez que se retiraba una carta

    otros se encargaban de hacer de campana vigilando a

    quien remitía la misiva para que no pudiera volverse

    a espiar quién era que retiraba las cartas y terminar

    de una vez con el misterio. Pero esto no era tan

    necesario porque aunque ellos no podían percibirlo,

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 75 ~

    estaban tratando con dos personas poco retorcidas

    para andar persiguiendo gente y contradiciendo

    voluntades.

    Dejaron que las epístolas transitaran el patio del

    jardincito, habían adquirido cierta habilidad para

    transcribir lo necesario de cada carta real, descartar

    los términos que no entendían por lo desconocido o

    por el sentido poco claro, pero lo que más les

    interesaba era imaginar el gran día. El día que “La

    Gorda Bola” y “El Cara’e Cuis” se encontraran frente a

    frente y ellos pudieran despanzarse de risa y

    hacérselo saber a la frustrada parejita y, sobretodo,

    contar por los pasillos, “Érase una vez una historia de

    amor entre ‘La Gorda Bola’ y ‘El Cara’e Cuis’...” La sola

    mención de la escena y más con el histrionismo que le

    imprimía “Afanancio” lograba que volvieran las ganas

    de sostener tremenda broma.

    Sólo a “La Chamu”, a Clarita y a “Cachavacha” las

    confundía por momentos la lectura de las cartas

    reales, pero no podían mostrarse débiles ni

    perturbadas porque correrían el riesgo de ganarse la

    expulsión del grupo. Ni entre ellas lo comentaban,

    pero una frágil lucecita interna las hacía anhelar que

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 76 ~

    alguien pudiera dirigirse a ellas en los términos que

    “El Cara’e Cuis” le escribía a “La Gorda Bola”, y

    envidiaban la elocuencia de las palabras de Marcela;

    alguna hasta había fantaseado con el hecho de que si

    en un futuro se enamoraba, le pediría a la gorda que

    le ayudara para escribirle algo.

    Cada vez se hacía más complicado sostener el

    tono de la mentira. Era un “Amor Frankestein” porque

    lo habían construido entre todos, sólo las víctimas

    desconocían hasta aquí la oculta participación del

    resto, pero sin darse cuenta, el grupo no lograba

    destruir el sentido que Marcela y César le imprimían

    a sus cartas, la torpeza de no entender algunas partes

    los llevaba a veces a dejarlas como estaban, la

    familiaridad de algunas frases y códigos que

    transportaban las cartas y que es característica de

    cuando dos seres empiezan a conocerse de manera

    más profunda, invadían la cotidianeidad del grupo.

    Palabras como “Lindo reversible”, “Manada de

    mariposas” se filtraban en algunos de sus diálogos y,

    cuando ocurría, todos se miraban con complicidad.

    Marcela andaba como tonta, por la casa, por la

    escuela, por la calle. Ella, que siempre reía de sólo

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 77 ~

    imaginarse que un mago intentaba hacerla levitar con

    algún truco y que la varita mágica empezaba a

    vencerse como resistiendo levantar tanto peso. Sin

    embargo, sabía que no había por aquel entonces,

    ningún mago cerca, pero ella flotaba, o al menos esa

    sensación incorpórea la invadía todo el tiempo. Las

    burlas de todos los días ya no le molestaban; de hecho

    ni siquiera era capaz de mantener demasiado la

    atención en eso porque otras cosas menos dañinas

    ocupaban su mente. Su Odiseo tenía razón, no eran

    simples mariposas en la panza, eran “manadas de

    mariposas” lo que sentían por aquellos días. Pensaba

    en esa frase que CC le había dicho sobre la belleza, ¿lo

    habrá hecho porque tiene complejos o porque no es

    superficial? Hay bellezas reversibles, por dentro o por

    fuera se ven igual, yo no soy un lindo reversible

    (mencionó en una carta CC) pero a esa altura la suerte

    estaba echada.

    Muchas veces pasaba por el árbol que amaneció

    un día con una cicatriz prometida, para reparar en el

    vestigio de ese amor que adolecía. “M y CC”

    enmarcado en un corazón (un tanto cursi para su

    gusto pero como sabía había sido tallado por él, lo

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 78 ~

    eximía de toda culpa). Pensaba que aunque nunca

    llegaran a verse, (tenía esa tendencia a pensar

    negativamente), ese álamo sería el testimonio de su

    ilusión y eso la conformaba.

    ¿Qué hacía Marcela mirando aquél álamo? Le

    daba vergüenza pasar cerca de un conocido que

    pudiera descubrir su secreto. Pero el paraíso que

    daba fe de su amor estaba a tres árboles de dónde se

    encontraba la gordita, y forzosamente tenía que pasar

    cerca de ella y saludarla con la educación

    acostumbrada. Tomó impulso y emprendió la marcha,

    saludó a Marcela con la cabeza y se acercó, con

    disimulo, a su árbol para recargar energías con la

    herida tallada, fresca de algunos días, que le hablaba

    de amor. “C y GB”, enmarcada en un corazón (un tanto

    cursi para su gusto pero como sabía había sido tallado

    por ella, la eximía de toda culpa) y a decir verdad esa

    impresión duraba sólo el segundo previo a que su

    corazón acelerara los latidos y la manada de

    mariposas emprendieran el revoloteo por su

    estómago ante la sola mirada sobre el grabado que lo

    acercaba a ella. Siempre pasaba en la tardecita por allí

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 79 ~

    y con el dedo índice recorría la cicatriz, buscando con

    el gesto esperanzarse con la idea de que exactamente

    allí estaban las manos de GB.

    —Estuvo muy buena la idea de tallar los árboles

    —dijo Maruja.

    —Sí, eso nos da un tiempo para tramar el

    encuentro final, porque es obvio que ya no se

    aguantarán mucho más para conocerse.

    —Pero el encuentro es inminente, porque en la

    forma que visitan esos árboles, no faltará nada para

    que empiecen a hablar entre ellos, y el otro día

    coincidieron en una visita justo en una guardia mía —

    dijo Elos—. No sé si es porque yo sé la verdad, pero

    cuando se cruzaron temí que se dieran cuenta de todo

    y se nos acabara la fiesta antes de tiempo.

    “Mi Querida (qué formal, ¿no?): no sé vos, pero yo...,

    bueno dejo de robar letra, ¿qué te parece si intentamos

    vernos en el banco (único) que está cerca de nuestro

    árbol, el viernes a eso de las 19 horas, estaré esperando,

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 80 ~

    y prometo no ofenderme si no llegás, o todavía no te

    animás, las mariposas y yo sabremos comprenderte,

    además sabés que TQ, T, tq, t... tq, t. Tq ++. César”.

    Esta última comunicación no tuvo mayores

    modificaciones, sólo cambiaron el nombre de César

    por CC, y dejaron todos los TQ, T = “te quiero, tonta”,

    y TQ ++ = “te quiero, más más”. La ansiedad de los

    pichones de perversos creció ante la certeza de que

    faltaban sólo tres días para el encuentro y debían

    organizarlo todo, elegir los miradores que tuvieran la

    doble función de esconder y mostrar cuando así lo

    decidieran, ese sería el factor sorpresa para poder

    provocar en los rostros de los falsos enamorados el

    impacto, el desconcierto y la humillación de saberse

    burlados, la orden de Carlitos sincronizaría la

    aparición de todos a un tiempo, tenían tres días para

    recorrer el viejo paseo al lado del Río Seco y asignar

    los puestos de guerra.

    Cuando Marcela retiró la última correspondencia

    del improvisado buzón, descubrió con sorpresa que

    era mucho más corta que las anteriores, pero al

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 81 ~

    empaparse del contenido, entendió el porqué. Verse.

    Iban a verse, a encontrarse, a ponerse un rostro y una

    voz. A mirarse... La mirada, lo más importante para

    ella en cualquier relación, ese espejo que nos refleja o

    nos deforma. Finalmente sabrían si podían anclarse

    en los sueños de otro. Descubrirían qué era más

    permitido: si soportar la esperanza o renunciar a ella.

    Iban a emborracharse de jazmines, aún cuando ni

    siquiera hubieran florecido. Todo podrían definirlo,

    incluso el final, y eso es lo que precisamente estaba

    paralizándola; la idea de que terminara sólo por la

    penosa convención de tener que verse personalmente

    para imprimirle dimensión real.

    No podía contestarle la carta, porque aún no

    lograba contestarle ella al bullicio de un millar de

    pensamientos y posibilidades cruzadas que la

    trastornaban.

    “No escribiré. Si voy a ir, iré, y si no, asumiré los

    costos de mi cobardía”, se dijo.

    —¡“Gorda Bola”! Si será imbécil, no escribió y no

    podemos hacerlo nosotros porque si luego tiene un

  • Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra

    ~ 82 ~

    impulso y la entrega fuera de fecha, se darán cuentan

    de la superposición. Tendremos que esperar a

    mañana viernes y que Dios nos ayude —dijo entre

    lamentos “Afanancio” (el falso comunista), ante el

    descubrimiento de la ausencia de correspondencia.

    Desde las 18 horas cada uno de los mercenarios

    del amor se encontraba en sus puestos. El viernes se

    presentaba caluroso y el pasaje estaba perfectamente

    pincelado por la primavera. Como ya sabían, gracias a

    su afilada logística, a esa hora era poco y nada

    transitado el lugar, o sea que al primer movimiento

    hacia el banco sabrían que se trataba de ellos.

    Fue César quien llegó unos cinco minutos antes

    de lo acordado pero faltando al acuerdo de esperar en