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Versión EBOOK
Cuentos para
Despertar
(Cuenta conmigo)
Caminos de Tinta
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Pereyra, Mónica Gabriela
Cuentos para Despertar: cuenta conmigo / Mónica
Gabriela Pereyra. - 1a ed. - San Luis: Mariano Pennisi, 2018.
Libro digital, PDF.
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-778-635-4
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.
CDD A863
Edición: Caminos de Tinta – Mariano Pennisi.
www.caminosdetinta.com / [email protected]
ISBN 978-987-778-635-4.
Libro digital PDF.
Ilustración de tapa: Paula Nader.
Diseño de tapa: Caminos de Tinta.
Fotos originales (interior): Marcelo Gastón Machado.
Contacto con el autor: [email protected]
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~ 3 ~
Prólogo Por esa vez que anhelamos un cuento para
dormir y no siempre pudimos escucharlo. Por ese tiempo sin retorno en que empezamos a
adormecernos con cuentos. Por todo esto, se soñó este trocito de cuento sin
final para un trocito de libro sin final. Cuentos para Despertar (cuenta conmigo)
transporta a Miranda en “Mate cocido”, su carencia es mucho más profunda que su hambre. Miranda carece de un nosotros.
También viaja en este libro las ganas de quererse de “La Gorda Bola” y “El Cara’e Cuis”. “Cita a ciegas” juega a meterse en un pequeño mundo de los jóvenes que por discriminar se discriminan.
La historia de “La maceta” rescata esos lugares que brindan tributo a la subestimación de los efectos de sentido. Cada cosa que decimos o hacemos son ineluctables huellas de los seres que nos rodean.
El mundo se ha llenado de muros, barreras para olvidar al “otro”, pero cuando al borde de un muro se cuela una esperanza es señal que estamos a tiempo de “mirarnos” en “El muro de los obsequios”.
Cada vez que te das por vencido, cada vez que renuncias a un sueño, una gana muere, ¿a dónde van las ganas que nos dejan? Una respuesta posible la encontrarás en “La muerte de La Gana”.
Dirá la autora que “son para algún lector estos Cuentos para Despertar, para algún adolescente mi utopía de convencerte de que, si el tiempo de ignorarnos es este tiempo, despojo a esa sentencia de
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su embrujo si encuentro tu mirada al mismo instante que te digo, y me creés, vos me importás”.
Estela Harta.
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Agradecimientos
A Becas Arte Siglo XXI, convocatoria 2004.
Cuentos para Despertar (cuenta conmigo) contó
con la motivación, para su existencia, del programa
Becas Arte Siglo XXI que fuera hace años iniciativa del
Gobierno de la Provincia de San Luis y que a tantos
artistas despertó de un letargo.
A Mariano Pennisi, por ser un incansable
reanimador de ganas.
A la Escuela N° 312 “República de Chile”, a la
Escuela N° 4 “Juan Tulio Zavala”, a la Escuela N° 6
“Santa María Eufrasia”, espacios que con talleres y con
anécdotas contaron mi despertar.
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Dedicatoria
A mi padre y a su memoria, que se escapó
con nuestros recuerdos.
A mi madre Licha por la solidaridad,
a mi madre Graciela por su forma de querer.
A Gerónimo y Camila, por elegirme.
A cada jardinero capaz de convencer al jazmín
de que el invierno va a terminar.
A Gastón, por el amor.
A mi infancia y los amigos que viajan conmigo.
A Mina Clavero por las esencias,
a San Luis por adoptarme.
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Contradedicatoria
Este libro no podría ser pensado si no existieran
humanidades con carencias, por esto es que a todo
aquel que alguna vez tuvo en sus manos la posibilidad
de aliviar la carencia de otro y eligió mirar para otro
lado, a ésos, mi contradedicatoria.
También va contradedicado a cada ser que
discrimina a niños, jóvenes y demás sin asumir los
efectos que provoca.
A cada uno de esos Nada, que facilita la llegada de
las drogas a una vida.
A los que adormecen la memoria necesaria, a los
que olvidan mirar para no mirarse.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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Mate cocido
(Se ruega leer con el estómago vacío…)
A Velia,
por el corazón al servicio
de estas realidades.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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Por la puerta, por las ventanas del aula, penetra,
subversivo, el aroma del mate cocido para invadir el
olfato de los niños, desconcentrándolos de los últimos
momentos de la clase antes de hacer la pausa.
Miranda intenta amalgamar su hambre con el
interés por aprender, pero la mezcla se separa con
cierto despotismo ejercido desde sus tripas ruidosas.
No puede sino zarandearse hacia adelante y
hacia atrás, sentada en el cuarto banco de la doble fila
que da a una de las ventanas de su cuarto grado. Sus
ojos recorren con avidez el vacío que provoca el
marco de la puerta. Su mano izquierda oprime la
lapicera como si fuera una varita mágica que podrá
acelerar el encuentro con su desayuno. De pronto,
Lindor aparece en la puerta, precedido por una gran
cacerola humeante y una bolsa negra para la cual, se
ve, ha improvisado una manija de nylon que cuelga de
su muñeca. Los trastos lo dejan manco y busca la
venia de la maestra con su cabeza obteniendo el
permiso para entrar.
Una orquesta descompasada se escucha en la
prisa de la clase por guardar los útiles.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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Si Miranda fuera más impulsiva, menos
aleccionada en “las formas correctas” de ser en el aula,
sin duda correría con su taza de plástico roja para
precipitarla debajo del cucharón de Lindor y exigir
que se la llene. Desde allí, atrapando con ambas
manos el recipiente, caminaría parsimoniosa de
vuelta al banco como si transportara, en ese ritual, un
brebaje sagrado.
Pero no. En algún rincón temido elige el amargo
cautiverio de la obediencia, sin saber que a veces se
esconde en esa decisión el triste lugar de quien
siempre será espectador.
Y espera.
Sus compañeros ya han comenzado el repetido
acto de “los revoltosos de siempre “para provocar el
conocido dictamen ejemplificador que explica que los
que se porten mal tomarán al final o incluso pueden
quedarse sin tomar.
Miranda, que de nada es culpable, igual corrige su
postura en el banco para dar con todos los requisitos
de “bienportada”, y por tanto tener el privilegio de
abrazar finalmente su mate y su pan. Juguetea con sus
cabellos negros y alaciados con cierto disimulo, no sea
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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que esto pueda ser interpretado como rebeldía.
Generalmente le pica su cabeza, pero no esta vez, esta
vez tan sólo es nerviosismo, el mismo que la invade
cuando siente que no aguanta esperar.
A su lado se encuentra Jorgito (ya en el
documento figura así, ¿no habrán pensado sus papás
que alguna vez iba a ser grandecito?) que se para y se
sienta como un resorte. Desde hace tres días la
maestra lo sentó a su lado para separarlo del grupito
inadaptado y darle una posibilidad de acceder a “la
salvación”.
Se nota que está incómodo en ese lugar porque
es el blanco de las burlas permanentes de parte de su
exgrupo, que lucha por retenerlo.
Ahora Jorgito se ha quedado quietito como ella,
tanto, que Lindor lo percibió y luego de servirle a
otros niños se acerca con el premio y realiza la
coronación en las dos tazas adornándolas con dos
rodajas de pan para cada uno.
Miranda se ha extraviado en la contemplación del
vapor que emana de la taza. Anhela un aliento de
escarcha que contrarreste ese calor amenazante que
quiere quemarla y prolongar aún más el encuentro
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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con su esperanza verde que sin duda podría calmar
las heridas de algún hambre que viene con retraso.
Atraída y vencida, como la mariposa que se
acerca a la llama que sabe la quemará, pasa sus
curtidos labios sobre la taza y en el mismo instante
todo su rostro se empaña y se contrae en un gesto de
¡tuy! Pero insiste. Arremete de nuevo mientras
aprisiona con su derecha las dos rodajas de pan. Se
aleja un poco ahora, para mordisquear una rodaja.
Hace tiempo que decidió, estratégicamente no
sumergirlas más en el líquido al descubrir que por
algún curioso hechizo se acababan más rápido o
duraban menos.
Concentrada estaba en descascarar la primera
rodaja a tiempo que lograba con ello proponer un
cuarto intermedio con la temperatura del mate, por
eso no advirtió que Jorgito era víctima de una lista de
insultos que le propinaban sus compañeros del fondo
por haber accedido al desayuno antes que ellos. El
niño se defendía elevando la taza como trofeo de la
burla y exhibiendo sus panes. Esto provocó la cólera
de dos compañeros que no resistieron y corrieron
hasta su banco para empujarlo e invitarlo a resolver
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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el resto en el recreo. El pie de Jorgito golpeó la pata
del banco de Miranda en su esfuerzo por no caerse
ante un empujón, pero el mate de Miranda no corrió
con la misma suerte y falleció en el piso ante los ojos
incrédulos de la niña.
Como si el peligro no hubiera pasado, sólo atinó
a guardar rápidamente el pan en el bolsillo del
guardapolvos mientras se inclinaba para recoger la
taza que yacía junto al líquido. Sus ojos buscaron, casi
con esperanza, los de Lindor que ajeno a su tragedia
estaba por ese momento inclinando la olla para
intentar llenar el último cucharón que escaparía en la
taza de vidrio de la maestra.
A esa hora, le empezó a doler.
Parecía un dolor distinto, nuevo, como si buscara
monopolizar de ahora en más su grado de distracción.
¿Qué miras Miranda?
No mires mis ojos que te temen
No mires mis manos que se lavan
Recordó que aún le quedaban sus rodajas pero el
tiempo de desayunar había terminado. En un acto de
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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sublime desesperación despojó a las rodajas de la
miga y luego la introdujo en su boca esforzándose por
masticar con el disimulo de quien no mastica. Colocó,
mientras terminaba este proceso, una rodaja en cada
muñeca creando un nicho de mercado “bijouterie
comestible”. Presurosa estiró hacia adelante los
puños del delantal buscando ocultar su ingeniosidad
y se dispuso a colocar de nuevo los útiles sobre el
banco para continuar la clase.
La maestra escribió en el pizarrón, tema: “El
cuento corto”.
Abrió la charla preguntándoles si conocían algo
referido a los cuentos cortos y dando algunos
ejemplos basados en cuentos clásicos intentó que
pudieran encontrar la diferencia. Explicó que los
largos conservaban cierta estructura, que ya habían
estudiado, como introducción o desarrollo, nudo y
desenlace, mientras que los cortos presentaban la
característica de la contundencia y el impacto porque
debían decirlo todo en pocas palabras. Fue entonces
que “Le Petit Bufón” de la clase levantó la mano
impostando un rostro de seriedad y comentó:
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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—Yo recordé un cuento corto que dice “había
unA VEZ TRUZ”. Sus festejantes rieron y el resto
sonrió.
Con respecto a Miranda, sólo los angelitos sabrán
de su esfuerzo por concentrarse en lo que explicaban.
Para entonces agradecía las carcajadas de la clase ya
que nadie lograría convencerla de que el ruido de sus
tripas no aturdía también a sus compañeros.
Observó que estaban todos medio distraídos
comentando el chiste y se evidenciaba el desorden
que deja en el grupo, como efecto rebote, alguna de
estas ocurrencias. Por ello Miranda decidió fingir que
estaba tentada y, como si fuese víctima de su
carcajada, inclinó su cabeza sobre el banco mientras
su mano permanecía apoyada en él. Corrió hacia atrás
el puño de su guardapolvos e introdujo un mordiscón
pequeño en la pulsera de trigo amasado cuidando de
no cortarla. Así se mantuvo mirando hacia la ventana
como si algo cautivara su atención y se aseguró de no
volver la cabeza hacia la clase hasta no finalizar su
masticada.
Cada tanto copiaba alguna de las consignas
escritas porque las orales no lograba retenerlas, y por
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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alguna extraña razón su impulso de preguntar se
deshacía cada vez que tragaba saliva para hablar.
Anotó alguna tarea para la casa que consistía en
buscar unas palabras en el diccionario: rutina,
insufrible, metamorfosis.
El resto de su mañana trascurrió de manera
parecida o padecida.
Si hubiera piedad, a veces, quizás pudiera
Miranda ser virgen de imaginación, pero no. Si algo le
sobraba en su corta y aborrecida existencia eso era
justamente su incontinente imaginación. Para colmo,
la perversa se hallaba esa mañana particularmente
motivada.
La niña observaba por la ventana de su aula. En
frente había un pequeño mercadito que tenía parte de
la mercancía exhibida en la vereda. Las bananas
pendían de un gancho a la par de una ristra con ajos.
Miranda no podía dar crédito del maravilloso tamaño
que esas frutas habían alcanzado. Pese a estar del otro
lado de la calle, ella tenía la certeza de que cada
banana no medía menos de 50 centímetros de largo y
que pesaba cerca de un kilogramo. Algo parecido
ocurría con las manzanas y las naranjas, se veía
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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claramente que la más pequeña tenía el tamaño de la
pelota de fútbol de sus compañeros. Tan sólo una
manzana bastaría entonces, pensaba, en tanto su
dolor la hacía reaccionar, retornar a la clase, a sus
ruidos y a arrojar la goma al piso sólo para agacharse
y capturar un poco de calma en sus muñecas
(muñequeras).
En los recreos, Miranda no pudo disponer de su
alimento porque sentía vergüenza de que sus
compañeros notasen que se trataba del mismo pan
entregado en la clase. Además, muchos de ellos
llevaban una golosina destinada al recreo o dinero
para comprar algo en el quiosco.
Su táctica era quedarse en el aula, salir última,
para mordisquear con cuidado sus pulseras, pero
nunca faltaba alguien que la echara de menos y la
invitara a salir.
Habitualmente alguna compañera le convidaba
golosinas, que nunca aceptaba, inventaba cualquier
excusa que sólo servía para esconder su vapuleado
orgullo por no tener nada que intercambiar.
En el último recreo se refugió en el baño
fingiendo alguna urgencia fisiológica. De pie, junto a
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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un inodoro maloliente, se arremangó y descubrió con
sorpresa el resultado artesanal de su apetito. Dos
delgadas esclavas de pan, dignas de ser conservadas
como recuerdo de su hazaña. Pero este pensamiento
duró menos que la puntada en su estómago, que otra
vez la trajo de vuelta. Deshizo entonces con dos
bocados, toda prueba de alguna miseria.
Malditos hábitos del hombre, malditos sean, que
si no se alcanzan se fingen alcanzar. Hábitos que nos
habitan de siniestra manera y demoran a veces otros
sueños necesarios de realizar.
Resulta que a algunos se les da por desayunar,
almorzar, merendar y cenar. Se condenan con ello a
extrañar su presencia si por alguna razón les falta uno
de esos pasos.
Pero bien, desenredar la vida puede no ser
recomendable, no sea que descubramos que en la
hebra libre y sin nudos no hay esencia, ni temor, ni
resistencia. Que lo desenredado no logra inquietarnos
ni desesperarnos por vivir. ¿Qué pasa si se devela que
incluso la hebra es tan sólo un préstamo que dura
mientras haya nudo, madeja enredada que acaba
cuando sólo es hebra?
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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La escuela terminó su turno mañana. Llegó la
hora de partir a casa. Nadie fue a buscar a Miranda,
pero ella no se ha convencido de que es porque la
escuela está cerca. Nadie la ha ido a buscar.
No mires mis sueños que te excluyen
No hables con extraños, Miranda
Llega a su casa. Atraviesa el jardín con sus
canteros abandonados. Sólo el rosal ha sobrevivido al
olvido. El pasillo con revoque a medio terminar está
aromado una vez más por el guiso que prepara su
madre.
Al llegar a la cocina su mamá, sin saludarla, le
dice:
—Sacate el guardapolvos y andá a comprar pan...
La sola palabra hace que Miranda vuelva la vista
hacia sus muñecas. La mujer realiza el ademán de
secarse las manos en el delantal para buscar el dinero
pero al mismo tiempo le ordena:
—…que lo anote, decile.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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Su madre no notaría si en el camino de vuelta se
come un bollo de pan, (ese no es el problema), el
problema es que ella sí lo notaría. Desiste.
Sabe que al menos deberá esperar media hora
más para encontrarse con su plato de comida. A esa
hora llegan sus hermanos mayores, Cacho, Eugenio y
Jack que trabajan en las obras y paran para ir a comer.
El padre llegará diez minutos antes que ellos y,
también sin saludar, caerá sobre el catre como si fuera
esa la hora de dormir, y allí esperará que lo despierten
con el plato servido. Comentará una vez más que está
dura la calle, que tiene cierto hartazgo de esperar sin
respuesta.
Si logra mantenerse despierto con seguridad
encenderá un cigarrillo sobre el cual caerá el habitual
reclamo de su madre:
—Dijiste que comprarías puchos si te salía
alguna changa.
Pero para esto su padre tiene preparada la
siempre dulce respuesta:
—¡NO-ME-JO-DÁS! —expresa en tono suficiente
para que la mujer aborte la posibilidad de un nuevo
reclamo.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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Falta Carla, su hermana de veinte, que se cruzará
de la peluquería de Doña Tota, no sin antes recoger a
su hijita Jennifer de la salita de cinco.
Realizando el recorrido por los nombres de sus
hermanos y de su sobrina, se siente agradecida con la
suerte de llamarse Miranda y envía una fugaz
plegaria, mirando al techo, para el difunto don
Miranda. Pensar que la salvó a su mamá de debajo de
ese montón de hierros para construcción que estaban
mal acomodados y que se desplomaron justo cuando
su mamá iba pasando. Así quedó atrapada varios
minutos, ella y su panza de siete meses. Cómo hizo
don Miranda para levantar tremenda cantidad de
hierros, no lo entendía nadie, habrá sido
desesperación, habrá sido milagro, pero lo cierto es
que gracias a él pudo llegar “Miranda” a este bello
mundo (si es que es oportuna la ironía).
La mesa está servida (sin servir).
Sobre un hule descolorido, y quemado por pavas,
ollas calientes y puchos, descansan ocho platos.
La madre comienza a servir.
Miranda encuentra lugar ente Cacho y Jack y se
apresta a esperar su plato. “La Poro” atrapa el
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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cucharón con su derecha agrietada por tanta
lavandina y mugre ajena. Realiza el reparto por orden
de energías a recuperar, eso indica que el lugar de
Miranda será el anteúltimo.
Cuando finalmente el pegote desemboca en su
plato sin sobrepasar el ras, la niña vuelve su atención
sobre el cuchillo que reposaba cerca del tenedor y
piensa que una vez más no deberá lavarse. Retorna su
mirada hacia el plato y descubre, no sin asombro, que
algo asomaba debajo del arroz. Hurgó con el tenedor
y allí estaban: dos daditos de carne. Todos para ella.
Con prisa devoró el arroz que los rodeaba y reservó,
de esta manera, su manjar para el final.
Al terminar tuvo la sensación de que todavía no
había almorzado. Recogió el trozo de pan que tenía
frente al plato, pero sin descartar la posibilidad de
repetir un poco más. Fue entonces que le pareció
asistir a algo ya vivido: su madre raspaba el fondo de
la olla y ofrecía este tributo a su marido, como debe
ser.
Con cierto autismo, Miranda mojó el pan en el
plato repetidas veces, las necesarias para la
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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aceptación del vacío que determinaba el ocaso de su
almuerzo.
A esa hora le volvió a doler.
Se fue a su pieza. La de todos. Siempre jugaba a
imaginar que era sólo de ella, con absoluta
pertenencia.
En el rincón cercano a la ventana, un cajón
manzanero contenía sus juguetes: una muñeca
pepona, tuerta y sin un brazo (que heredó de Carla) y
que últimamente temía se la cedieran a “La Jenny”; un
libro de cuentos sin tapas de “La Bella Durmiente”
(que le recordaba a su abuelita cuando gustaba de
hilar lana de oveja con un viejo huso y ella se
hipnotizaba viéndolo girar, pero difícilmente tuviera
la suerte de pincharse con él, dormirse y despertar en
un palacio…); también había en el cajón unos cuántos
trapos que servían para diseñar vestimentas para la
pepona.
Desparramadas, junto a las demás cosas, veinte
maderitas de un juego que nunca conoció pero que
conservaba porque gustaba de apilarlas en torres y
ver como se derrumbaban una y otra vez, quizás
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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intuyendo que una metáfora de la vida se escondía en
ese juego.
Como si esta abstracción en “sus juguetes” fuera
en verdad una velada carrera contra algo, así Miranda
permanecía arrodillada y esforzaba a sus ganas para
que desearan jugar, pero su contrincante era mejor
corredor y logró alcanzarla: su hambre volvió a
alcanzarla. Estrujó su pequeño estómago
recordándole: AQUÍ ESTOY.
Ni anheles Miranda, podrías confundirte
No juegues Miranda, no sea que te guste
Recordó que tenía Educación Física y con la
fuerza que puede encontrar un mutilado para ponerse
de pie, se paró y buscó su pantalón de gimnasia. Partió
hacia la escuela.
Al llegar, otras compañeras conversaban debajo
del nogal sin hojas. El frío de la mañana había cedido
un poco para esa hora. El sol buscaba alardear entre
las ramas por un calor que no era tal.
La profesora las llamó al centro del patio para
tomar asistencia y explicar las consignas para los
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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ejercicios de ese día. Un grupo buscaría las
colchonetas andrajosas y las sogas en la vieja
mapoteca. El resto comenzaba a trotar por el patio.
Correr, y cada cinco trancos saltar como tocando el
cielo y caer tocando el suelo, esa era la primera
consigna.
Miranda está abatida antes de comenzar. Suplica
a sus piernas para que reaccionen y no permitan su
vergüenza: “No permitan que la maestra les preste
atención”. Fatigosas pero comprensivas, parecen las
extremidades apiadarse de ella y emprenden la
marcha con benévola obediencia.
Es el turno de los ejercicios en el piso. “Roll atrás
y adelante”, dirá la instructora. Miranda, paralizada,
no logra descifrar la consigna, pero al parecer no es la
única. Florencia, que viene corriendo desde el pico de
agua, parece adquirir la forma de un ángel, y
acercándose rapidito y fugaz al oído de Miranda le
dice:
—Tumbacarnero, Miri.
Lleva realizada unas cuatro “tumbitas” con cierta
impresión que reconoce. Teme que si apoya mal su
cabeza en la colchoneta pueda su cuello romperse y
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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quedar despegado de su pescuezo. Viene a su mente
la imagen de su abuela retorciendo el cogote del pollo
que comerían en las fiestas, pero más que eso viene la
mirada del pollo luego de fallecer en las manos de su
abuela.
De todas formas se prepara para su quinto roll
adelante, cuando siente un sudor frío subir por su
columna y desparramarse por el cuello, sudor mutado
a calor en el segundo siguiente.
Se desploma entonces sobre la colchoneta y sus
piernitas tiemblan con un miedo inmemorial. Todo
gira, pero escucha las palmas de la maestra
exigiéndole que deje de haraganear.
Ya pasó, mmmm, ya pasó. Medita.
Recobra una fingida compostura mientras
oprime su pancita con un gesto quirúrgico que busca
extirpar algún mal.
Piedad Miranda, por nuestra enfermedad
Ajenidad, Miranda
Ajenidad contundente y letal
Sin diagnóstico reversible
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 31 ~
En la vereda que la conduce a su casa se
encuentra con “El Chavito”, su amigo desde siempre.
Juega con unas piedras nuevas que ha encontrado
(hobbie que Miranda agradece porque le permite
cada tanto sorprenderlo con algún hallazgo y
regalárselo).
Al verla se alegra como se alegran los que
esperan y encuentran.
—¿Vas a jugar, Miri? —pregunta con ansiedad.
Ella asiente, sólo le pide que la espere mientras
toma un poco de agua, se lava las manos y la cara.
En la casa del Chavito la madre duerme el último
tramo de su siesta, por lo que cuidando de no meter
barullo se introducen en la otra habitación.
Ya conoce la rutina: un poco de videojuegos, un
poco de ajedrez, de tuttifrutti, otro de jugar a que eran
hermanitos y así se pasa su tarde.
Cada vez que El Chavito tiene un juguete nuevo,
lo comparte con ella pero no el suficiente tiempo
como ella desearía, y es lógico, él tendrá el resto del
día para contemplarlo. Por eso siempre salta con
ansiedad de un juego a otro y se cansa de todos, pero
aunque sea así ella lo prefiere.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 32 ~
De bien que estaban, Miranda percibe que
alguien ha entrado por el ojo de la cerradura y por
debajo de la puerta. Tostadas, su olor torturante viene
a adueñarse de su regocijo por jugar. Sentada como
está en el piso se balancea, incómoda, temerosa de
que se le note.
La puerta se abre y la madre del Chavito asoma
medio torso mientras su mano continúa tomada del
picaporte.
—Roberto, a merendar. Miranda, andá para tu
casa a merendar y después volvés o “Roby” te busca.
Lentamente se pone de pie, ofreciéndole al
Chavito ordenar un poco, a lo que él con ternura
responde que después.
Sus pies parecen no caminar en este tiempo. Se
siente una tortuga. Esto empeora cuando pasa frente
a la mesa que la madre preparó para Roberto.
Galletas, tostadas, dulce, queso, alfajorcitos y el
penetrante aroma del café con leche.
Sus ojos negros, gigantes, parecen dos aceitunas
asentadas en su carita blanca de pizza muzzarella, sus
ojos lo archivan todo como si así pudiera llenarse,
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 33 ~
llenarse de mirar. En su recorrido por la mesa
piensa… “¿Será necesario tanto?”.
No rías Miranda, podrías acostumbrarte
Ni llores Miranda, podrías derramarte
En su casa no habrá nadie, lo sabe. En su casa no
habrá merienda. Esto se trata sólo del tiempo
prudencial que necesita para que El Chavito termine
y ella vuelva a buscarlo. El Chavito... con lo vueltero
que es, con lo distraído, en un segundo se cuelga en
quién sabe qué luna, pero es “SU Chavito”, así lo
quiere ella y no le interesa cambiarlo, ya ha aprendido
a vivir en la ingenuidad de su amigo.
Se derrumba sobre el sillón destripado que hay
junto a la mesa donde almorzó y enciende la
televisión. Ese aparato que llegó a su casa una
madrugada en brazos de su hermano Eugenio. Según
fueron sus palabras, un amigo (sin nombre) le pidió
que se lo cuidara mientras durara su viaje. El padre
iba a negarse cuando en un par de segundos su mente
resolvió que sería fácil engancharse al cable con Tito,
que un poco de distracción no le vendría mal, que “La
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 34 ~
Poro” podía ver las novelas y que en definitiva no
había nada sospechoso.
Se quedó, y como un integrante más debía
responder a los órdenes de autoridad para ser
disfrutado.
Miranda no lograba congeniar muy bien con el
aparato, o más bien con lo que el aparato contenía,
pero a veces se dedicaba a mirarlo con el solo sentido
de no ser considerada un bicho raro, ya vio lo que
sucedió el día que su papá agarró la quiniela y le
preguntó qué quería. Ella respondió que le comprara
“El Principito”. Sin decir nada, el padre giró sobre sus
talones y se dirigió al patio donde la madre tendía
ropa. Allí comenzó la vieja chicaneada de interrogarla
sobre sus andadas y la paternidad de Miranda. Por
eso, ella pensaba que si al menos fingía parecerse al
padre podía evitar estos choques. No hubo Principito
entonces y nunca sabrá si lo olvidó, o se atravesó un
bar infranqueable en el camino a comprarlo.
Las imágenes de la pantalla se suceden. Provocan
cierto efecto hipnótico sin esperar comprender nada.
El dolor se agudiza en Miranda y, casi sin notarlo,
en algún momento ha comenzado a dormitar. Un
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 35 ~
segundo antes de que suceda, ve en la esquina de la
habitación un dinosaurio que la mira expectante.
Duerme. Y si puede, soñará.
Su amigo la ha invitado a tomar la merienda, ella
se lanza sin vergüenza sobre todo a la vez, temerosa
de que eso pueda no ser real. El queso, las galletas, las
tostadas, los alfajorcitos, el…mate cocido, ¿no era café
con leche? Qué importa. Lo toma con sorbos gigantes
y ruidosos, convencida de que mientras más rápido,
desaparezca más rápido será llenado nuevamente por
la madre del Chavito que dudará si olvidó servirle.
Repite dos veces el mismo truco y siempre resulta.
Su estómago se hincha, pero pese a la
incomodidad ella se acomoda como si pudiera con
este gesto crear más espacio. Con una mano inclina la
taza cubriendo su nariz a tiempo que asoman por los
bordes sus ojitos, con la otra manotea lo que queda en
los platos para garantizar que no desaparezca. Una
puntada demasiado intensa se instala en la boca de su
estómago, casi entrecortando su respiración, la mano
que sostenía la taza se traslada ahora hasta ese hueco,
que intenta ser cubierto con su manito pavorosa. Esto
no alcanza. Debe apoyar la última galleta al costado de
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 36 ~
la taza sin volverla al plato. Ambas manos se apoyan
ahora en el hueco. Pero nada. Todavía está allí.
No puede evitar las lágrimas.
Despierta.
Sus manos continúan presionando su estómago
como un acto casi reflejo.
Sus ojitos buscan la esquina donde se encontraba
el dinosaurio. No está, ya no está.
Recordó a la maestra, la clase de ese día, ese
extraño cuento corto que les contó “Y cuando
despertó el dinosaurio todavía estaba allí”*1
Durmió para revertir el sueño. Durmió para
revertir su pesadilla. Venció al primero, pero fue
perdedora en la segunda escaramuza porque… “Y
cuando despertó el hambre todavía estaba allí”2.
A esa hora, le volvió a doler.
Perdona Miranda, la noticia en TV
1 Augusto Monterroso. 2 Esta frase, con cierta exactitud, fue dicha por una alumna de
doce años de una escuela de la ciudad de San Luis, cuando
comentaba que en una época en la que tenía mucho hambre
solía creer que si dormía, al despertar el hambre no estaría
más, fue esa imagen la que en cierta forma motivó este
cuento.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 37 ~
que dice que tu pobreza preocupa
Y perdona mi niña, el titular del diario
que te incluye en una cifra
Perdona al mismo diario
que envuelve los huevos
que no podrás comer
Tantas cosas debieran ser reinventadas, tantas
otras vueltas a nombrar sin dar a conocer el nuevo
nombre, con el único fin de no ser anheladas. El
desconocimiento de una existencia no puede dar
cuenta de nuestra carencia.
Padecer, carecer, ¿será esa la cuestión? Se padece
algo que se posee. Si se carece, no se tiene, por tanto
¿se padece? Quién sabe.
Miranda no padecerá de risa, como esto siga así.
Ni padecerá de abrazos.
Tampoco padece un osito, y esto no es chiste.
Sí padece un abusivo destino que intenta
convencerla de que los pobres son felices porque de
ellos será el reino de los cielos. Si no peca, si obedece,
si teme. La recompensa llegará ese año cuando
finalmente probará el cuerpo de Cristo si termina su
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 38 ~
catecismo. Paradójicamente la oblea blanca y redonda
que en algún simulacro les han dado a probar,
tampoco tiene gusto a nada.
¿Imaginar es pecar? No se atreve a preguntar
porque deberá explicar a qué tipo de imaginación se
refiere. Pensar lo que no se debe pensar ya hace que
lo pensemos porque si no, no podríamos saber que lo
estábamos pensando y por eso ya estaba mal pensado
desde antes. En fin ya parece El Chavito cuando cae en
estos enredos. De todas maneras para ese momento
ya ha cruzado por su mente como pecaría si se
decidiera a hacerlo, pero es tan fugaz que por suerte
no alcanzó a retenerlo para que no le ocasionara
alguna culpa.
Por alguna necesaria razón pudimos capturar
por un ratito, sin que Miranda se entere ni sepa que
posee, ese momentáneo y fugaz pensamiento
imaginado por ella y guardado en “el atrás del más
atrás”, la pobre Miranda consiguió con él “pecar” siete
veces pero no se liberó.
Explotar de tanto comer, eso haría la golosa,
aunque el alimento no le perteneciera.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
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Desear que lo que otros comen se les caiga o
les haga mal a la panza, ya que ella no puede hacer lo
mismo. Eso desearía la envidiosa Miranda.
No levantarse nunca de la cama hasta tener
garantizado que el hambre no está. Así se quedaría,
perezosa Miranda.
Acumular comida, la suya, la ajena la que está
por venir, toda, por si algún día vuelve a escasear,
otros deberán pedírsela a la ambiciosa Miranda.
Destruir con furia todo, bien, utensilio,
comestible, que pase por su cara sin intención de ser
compartido con ella. así les hará pagar la iracunda
Miranda.
¡Ja! Y si creen que en la comida no hay lujuria,
ella sin saberlo les demostrará que sí, que puede
acostarse con ella, dormir abrazada a un sandwich,
mirarlo y besarlo con la pasión de quien besa porque
sabe que puede tratarse de la última vez, deshacerlo
en mordiscos con ansiedad desmedida, ¡vaya! Ella
puede hacer eso.
¡Escuchen muy bien! No hay nadie sobre este
mundo, nadie que sepa del hambre más que ella,
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 40 ~
nadie que la iguale a nuestra soberbia Miranda en
materia de apetencia.
Su madre ha comenzado a preparar la cena. Una
olla mediana con agua hirviendo burbujea sobre la
llama. Por encima de ella la madre sostiene un
paquete de kilo con yerba mate que de a poco se deja
morir sobre el líquido. La mano libre se encarga de
producir la mezcla al revolver con una cuchara que
con triste magia tiñe el agua con la ya conocida
esperanza verde.
Lo que queda de pan es cortado en rodajas para
ser repartido.
Miranda se apresura a sentarse para ser
escribana del reparto. La olla gira, guardaespaldas de
cada comensal, apoyándose en el respaldo de cada
silla hasta descargar la ración.
Carla comienza a distribuir el pan, pero la tarea
la termina la madre una vez que colocó de nuevo la
olla en la cocina.
Miranda se ha sobresaltado con el roce del gato
por sus piernas.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 41 ~
Al volver la vista sobre su cena siente cierto
regocijo al descubrir incrédula que dos rodajas
descansan frente a su taza, pero se detiene en una de
ellas que al estar mal cortada ha arrastrado a una
tercera. Son para ella. Todas para ella.
Empieza a descender su mate cocido con sorbos
largos mientras no deja de observar las rodajas. Podrá
mojar una en el mate dado el exceso que va a
permitirse, exceso que ha decidido reservar casi como
un postre.
En estas cavilaciones se encontraba cuando un
tirón proveniente de su zapatilla le llamó la atención,
induciéndola a espiar debajo de la mesa. Allí se
encontraba “Power” en plena batalla contra su
cordón. Con un solo patadón, el gato emprendió la
huida.
Miranda sorbió un poco más de mate y se dispuso
a comer su postre.
Pero… no estaba allí. La rodaja siamesa había
sido ultrajada por los dientes de algún presente. El
culpable, sin duda, se encontraba entre ellos.
Miró a su madre como implorando justicia, pero
obtuvo en la búsqueda una frase poco feliz:
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 42 ~
—¿Qué pasa golosa, ya te comiste todo?
A esa hora, el dolor volvió. Distinto, definido,
estridente. Permanente.
Los ojos de Miranda van hacia la nada
atravesando los rostros presentes.
Ojos anubarrados de dolor e incomprensión. Por
ahí alguien dijo que lo importante es la pregunta.
Falacias. Miranda necesita de respuestas.
Sólo una explicación podría mitigar su maldición.
El dolor aumenta y desaloja su estómago, ya no está
allí, se mudó a su pecho para invadir su esencia.
No logra explicar nada pero descubre que en
cada segundo va sufriendo una transformación que la
hace sentirse como algo semimonstruoso.
Su mente se dispara a pensar en su hermano Jack,
que dice jugar al fútbol, y que en una ocasión le
comentó que rengueaba porque se le había “resentido
un músculo”.
Fricciona su corazón con las manitos y escupe,
retóricamente, la pregunta hacia ningún lugar sobre
si el corazón al ser una bolsa compuesta por músculos
también puede resentirse (de manera involuntaria).
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 43 ~
Eso es. Su dolor, el de todas las horas y las que
vendrán. De eso se trata. Resentimiento, mordaz,
hediondo y agravado por el vínculo.
Los escudriña uno a uno. Los odia a todos. Sabe
que no los odia pero siente que los odia.
Está furiosa con tanta desidia, incluso con la
propia. ¡Mediocres paralizados!
Odia ver alterado su estado de perfecta inocencia
porque nadie lo apuntaló en un juguete, un abrazo, un
plato lo necesariamente lleno. Se siente semi. Semi
niña, semi hija, semi hermana, semi amiga, semi
humana.
Involuntariamente piensa en El Chavito. En cómo
ambos se las han ingeniado por tanto tiempo en fingir
que no tienen vidas tan distintas.
Piensa que ella no podrá jamás traer arreando
varias cuadras a un heladero en bici, para que al llegar
frente a su casa su mamá tome una moneda y le pague
el helado que tanto ha deseado. También por eso ha
comenzado a detestarla.
El Chavito sí, él puede, los arrea en verano. Su
mamá paga, mientras ella a la distancia observa la
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 44 ~
escena y aumenta su saliva. La madre le grita por la
ventana:
—¡Comprate un bombón!
Tantas veces El Chavito se aseguraba de que su
mamá ya no lo viera y le pedía al heladero dos helados
de agua en lugar de un bombón. Luego, corriendo,
hacia la pirca donde Miranda se sentaba siempre a
balancear sus pies, le entregaba uno, y si eran
distintos, caballerosamente la dejaba preferir. Él no
buscaba agradecimiento, sólo le pedía a cambio
compartir el ritual de lengüetear el helado mirándose
con complicidad a los ojos.
Nunca hablarán del tema, pero son amigos. El
Chavito no sabe lo que a Miranda le pasa, él siente, lo
que le pasa a Miranda. Hace de todo para evitarle
sufrimientos, de todo lo que puede hacer un niño a los
nueve años.
Enjuga sus lágrimas camino a la habitación.
Cuánto duele. Resignada entiende que mañana será
otro día, profundamente parecido a este pero tan
distinto. Estrenará una nueva vida, una vida
resentida.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 45 ~
Ya en la habitación coloca sus cuadernos en la
mesita de luz, no ha terminado sus tareas de lengua.
Rutina: Costumbre o manera de hacer algo de
forma mecánica y usual.
Insufrible: Que no se puede sufrir. Fig. que es
muy difícil de sufrir o soportar.
Metamorfosis: Transformación. Cambio de una
cosa en otra. Mutación que realiza una persona como
de un estado a otro, por ejemplo de la soberbia a la
humildad.
Las tres palabras se acomodan en su cabeza, y
provocan casi sin querer el cuento corto de Miranda:
“Insufrible rutina, metamorfosis”.
Se acuesta. Está impregnada de incomprensión
pero un guiño presuroso de recuerdos se introduce en
su dolor antes que logre alcanzar el sueño, es la cara
del Chavito, riendo a carcajadas, mirándola a los ojos,
llevándola a jugar. Por un segundo intenta odiarlo por
eso, pero no puede. La mueca de una sonrisa se
asienta en sus labios. Duerme.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 46 ~
Recomendación de la autora: si miras fijamente
la forma del poema, te acercas y te alejas, y lo vuelves
a mirar, el rostro de Miranda y Miranda aparecen.
Sólo hay que querer mirar.
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Mate cocido Mónica Gabriela Pereyra
~ 47 ~
¿Qué miras Miranda?
No mires mis ojos que te temen
No mires mis manos que se lavan
Ni mires mis sueños que te excluyen
Ni llores Miranda, podrías derramarte
No rías Miranda, podrías acostumbrarte
Ni anheles Miranda, podrías confundirte
No juegues Miranda, no sea que te guste
Perdona mi niña, el titular del diario
que te incluye en una cifra
perdona al mismo diario
que envuelve aquellos huevos
que no podrás comer
Perdona la noticia en TV
que dice que tu pobreza preocupa
Piedad Miranda. Por nuestra enfermedad
Ajenidad contundente y letal
Sin diagnóstico reversible
Por eso pequeña
No mires, por favor no mires
Y si puedes, tan sólo si puedes
No nazcas, Miranda
No nazcas.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 48 ~
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 49 ~
Cita a ciegas
A Eri,
por el día que decidió quererse.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 50 ~
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 51 ~
—¡“Gorda Bola”! “Gorda Bola”, fijate por dónde
caminás. Un día de estos cuando cobren por espacio
ocupado y tengás que pagar doble, se te van a acabar
las ganas de andar chocando gente.
Marcela, sin levantar demasiado su cabeza, pasó
por el lado de Diego rozándole el brazo izquierdo con
su antebrazo derecho, al tiempo que levantaba los
morrudos hombros evidenciando su repetido gesto
de “qué me importa”.
No había manera de que dos personas pudieran
pasar por el pasillo del primer piso del colegio sin que
se rozaran.
La ampliación del colegio tal vez no tuvo bajo
presupuesto pero con seguridad tuvo bajísima
creatividad. Dos baldosas y media eran todo el ancho
posible y una baranda de madera, en estado dudoso,
se transformaba en cinturón de contención.
Primer año, segundo y tercero (del antiguo
secundario) habían quedado en la parte superior del
colegio. Marcela asistía por aquel entonces al
primero, que quedaba al final del estrecho pasillo, y
para llegar a él inevitablemente debía atravesar los
otros dos cursos con sus puertas y ventanas
-
Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 52 ~
encastradas en las paredes que daban al pasillo
haciendo las veces de peaje visual.
Lo que para alguna de sus compañeras se
presentaba como una excelente oportunidad de
improvisar un desfile, ella lo veía como un recorrido
tan ineludible como tortuoso. Su estrechez no les
permitía abstraerse de los comentarios oídos al pasar,
dedicados hacia cada uno de los transeúntes. “Gorda
Bola”, “Gorda Bola”... retumbaba en su cabeza. Ese
Diego la tenía tan cansada y pensaba que un día de
estos, con un solo panzazo que le pegara, lo haría
pasar para el otro lado de la baranda. Sacudida por la
imagen, sacudía también su cabeza como si el mohín
pudiera despejar los malos pensamientos.
En la parte de abajo, un grupito reunido en
semicírculo, con aire de logia sin misericordia,
observaba la escena y especialmente a Marcela con su
caminar cansino que daba muestras de agobio ante
los primeros calores de una primavera que se
simulaba estival.
La pequeña concentración la conformaban
Carlitos, “El Casi”, que por ser de muy baja estatura
podría llamarse “Enano” pero llegó tarde al reparto
-
Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 53 ~
porque uno menos pequeño de la otra división ya
portaba el mote, por lo que él debió aceptar ser “El
Casi”, por “casi enano”, “casi hombre”, como si casi
hiciera referencia a algo inconcluso o trunco, a esa
idea atendía el sarcasmo de la calificación. A su lado
se encontraba Alberta, alias “Chamu” por su gran
habilidad para chamullar y convencer a otros, incluso
abusando de la mentira. En el medio del semicírculo
Willy, más conocido como “Elos”, palmeaba la nuca de
Alberta buscando su enojo. Un buen día, alguien,
tratando de ofenderlo le había dicho ¡Callate, Negro!
En su defensa William respondió: “Oscuro sí, Negro
jamás”. Desde entonces se lo conoce como “El
Oscuro”, pero con el paso del tiempo y su uso se ha
visto reducido a “Elos”. Claudio, su mejor amigo le
seguía en el círculo (semi), su ya conocida parada de
guardaespaldas, brazos cruzados, ceño fruncido y
mandíbulas apretadas, no permitía bajo ningún
concepto que alguien no advirtiera que allí se
encontraba él. Natura deparó para él un fornido
cuerpo al que había que alimentar más de la cuenta,
necesidad que acarreó la llegada de su mote, “El Gula”,
así le decían.
-
Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 54 ~
Clarita se había adaptado al grupo con la
anuencia de ser hermana de Carlitos, sus apodos
transitaban entre “Clarita” y “Celeste”, porque en
realidad se llamaba Azul Clara y por decoloración
jugaban a decirle así, la bonanza del apodo atendía al
peligro de enojar a Carlitos y ser víctimas de su
talento para cualificar. “Maruja” (María Eugenia)
había sido abonada con “Cachavacha” gracias a que
sus padres sobrevivían con el curanderismo: cura de
parásitos con té de yuyos, empachos, tirada de
cuerito, alivio del mal de ojos, limpieza y purificación
de casas, contrarreste de magia negra, recuperación
de parejas, y últimamente estaban incursionando en
la “orinoterapia” aunque sin mucho éxito.
Ese día habían faltado dos que completaban el
grupo: Horacio, popular como el “Bayeno”, recibió su
bautizo aquel día de verano cruel que tirado en el piso
de su patio se refrescaba con la manguera, justo
cuando llegaron sus compañeros y lo encontraron con
la panzota apoyada de costado mientras el agua
resbalaba por su cuerpo, fue “El Casi” quien evocó en
la imagen a esas ballenas varadas que, mientras
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 55 ~
esperan el salvataje, les echan agua para que logren
sobrevivir.
Por otra parte, no era que faltaba, sino que se
había retirado antes, “Afanancio”, antiguamente “El
Tano” por ser hijo de italianos. Estaba citado por la
comisaría del menor, para ver si algún apriete le
funcionaba para aplacarle las ganas de quedarse con
cosas de otros, pero el falso comunista tenía unas
extrañas convicciones, y profesando causas de
igualdad y revolución aprovechaba para robar útiles,
dinero, espacios, a compañeros y profesores. La
principal razón por la que el grupo lo aceptaba
atendía a una estrategia anti victimaje que los dejara
por fuera de la mira de “Afanancio”. Así y todo algo se
les había perdido alguna vez.
Lo cierto es que el grupo logístico tenía una
reconocida trayectoria y presencia en el patio. Grupo
que, sacudido por la urgencia de no mirarse, dedicaba
sus días a bautizar seres, colocaban apodos que se
instalaban en el imaginario rápidamente, sin quedar
ellos exceptuados de padecer esta severidad. El
rótulo, en definitiva, no era materia muy discutible si
contaba con este aval.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 56 ~
Al parecer, Marcela era adjudicataria vitalicia de
estos surtidos ejemplares adoradores de la burla.
¿Por qué? No lo sabía. Pero “La Gorda Bola” emergió
en la primaria, en el famoso episodio sucedido en el
Anfiteatro Municipal en el cual se desarrollaba la
Fiesta Intercolegial de Educación Física. Aquel día,
Marcela quiso ingresar al césped del Anfiteatro, pero
resultó que en los últimos dos escalones, alguien tuvo
la perversa idea de meterle una traba que la hizo
rodar desde allí hasta el pasto, quedando al borde de
la fosa con agua que separaba al público del escenario.
La perspectiva para visualizar el “accidente” era
excelente para cualquier espectador de la fiesta, que
para colmo de males se hallaba muy concurrida ese
día. La risa descendió de las tribunas, junto a
innumerables onomatopeyas superpuestas y
amalgamadas en ¡¡¡Uuh-ohh-ayy-uy!!! Como una
avalancha se desplomaron sobre los oídos de Marcela.
Deseó con todas sus fuerzas que alguno de sus
dioses del Olimpo se apiadara de ella y la hiciera
desaparecer.
“¿Gorda Bola?”, “Gorda Bola”, entonces.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 57 ~
Se encontraba “El Motero3” en pleno ejercicio de
sus funciones, cuando observaron aquella escena de
la planta alta: Marcela, intentando atravesar con
dificultad el tránsito de la mañana por ese pasillo.
Como generalmente sucede, basta que alguien
tenga una idea y la exprese atravesando las cuerdas
vocales, para sondear el grado de aceptación que esa
idea alcanzó.
Divertirse, eso querían. A costa de otros, por
supuesto. El Doctorado en Sobrenombrelogía, que
habían conseguido a lo largo del tiempo, parecía por
estas horas, escaso para regocijarlos como
pasatiempo.
Fue Clarita. Ella tuvo la idea:
—¿Y si le conseguimos un novio a la “Gorda
Bola”?
Para entonces, de tanto orquestar cosas, el grupo
había adquirido cierta sincronización en esto de
sumar ocurrencias alrededor de una idea madre. Y
esta no fue la excepción.
3 Grupo dedicado a colocar sobrenombres con el único fin de
divertirse y molestar al adjudicatario.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 58 ~
—¿Un novio? —preguntó Carlitos.
—Sí, algo así como una cita…
—Aunque sea de mentiritas—acotó “Maruja”.
—¿Y ustedes creen que caerá? Miren que la
gorda, aunque bola, es viva. Mmm, no sé.
—¡Cuándo no! Claudio el desconfiado. Claro que
va a caer, sólo es cuestión de armarlo bien.
—“La Chamu” tiene razón, lo que lamento es que
no esté “Bayeno”, porque él es como más científico en
esto de estudiar la conducta humana —comentó con
preocupación, “Elos”.
—A la salida pasamos por su casa y listo —
dispuso Carlitos al tiempo que friccionaba sus manos
como adornando con el gesto lo que sus
pensamientos se adelantaban a tramar.
En plena maquinación del reducido montón, se
acercó hasta él un jovencito desgarbado y
flacuchento. Sus ojos claros daban muestras de cierto
temor, los cachetes hundidos, como aplastados,
hacían que su nariz ganchuda sobresaliera con más
fuerza de su rostro. Antes de comenzar a hablar,
colocó sus labios de manera que formaran un tobogán
de aire que le permitieran con un soplido despejar su
-
Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 59 ~
flequillo “carlitosbalacense”. Un débil carraspeo
pretendía captar a medias la atención.
—“Gula”, ¿tendrás el dinero de los discos de
juegos que te grabé? Pasa que si no me pagás hoy ya
no tendré tiempo de reponérselos a mi papá, y esta
vez se dará cuenta—dijo, mientras miraba el piso y
jugaba con su pie a remarcar el borde de la baldosa.
“El Gula” fingió seguir la conversación de sus
amigos como si César no estuviera allí, y nunca
hubiera hablado.
—¿Lo tenés? Ya hace más de un mes que me decís
que mañana.
—¡No lo tengo, che! Y no sé si lo vaya a tener.
—Entonces... ¿me los podrás devolver? —dijo
rapidito, como rogando que su tono no denotara
miedo, ni apuro, ni enojo. Nada que en definitiva
alertara la corta paciencia del “Gula”, pero sí que
lograra darle una solución a su embrollo.
—Los presté, no recuerdo a quién. ¿Necesitás
algo más? —preguntó acercándose con pasos
amenazantes hasta quedar bien enfrente de César, de
manera que este sólo pudiera colocar la mirada sobre
el acneciento mentón de Claudio.
-
Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 60 ~
—Se dará cuenta mi papá y no sé... —dijo César,
más para resignación propia, que para ser escuchado
por el resto.
—¿Qué?... ¿Te va a pegar tu papito? ¿Te va a dejar
sin queso “Cara ’e Cuis”?
Cuando empezaba a prosperar la afamada
carcajada del grupete, César se apresuró a volver a su
curso y ponerse a resguardo de la burla.
“Maruja”, que en secreto estaba enamorada del
“Gula”, había observado la escena y para congraciarse
con su amor dijo:
—Tal vez el “Cara ’e Cuis” necesita un poco de
distracción para que te deje tranquilo. Podríamos
incorporarlo al plan con “La Gorda Bola”.
Habrá sido la ocurrencia o la imagen de
concebirlos juntos, pero lo cierto es que la carcajada
estalló en el semicírculo logrando que las miradas del
colegio reposaran en ellos.
—A las cinco de la tarde en casa no habrá nadie
—dijo Clara buscando aceptación para su idea en los
ojos de su hermano—, es una buena oportunidad para
una reunión cumbre —completó con complicidad.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 61 ~
Carlitos completó la proposición acotando que
también había que avisarle a “Bayeno” y a
“Afanancio”, aunque dudó un instante sobre este
último al rechinar en su mente el alerta de que se
trataba de SU casa. Vería de estar más atento para que
el ex “Tano” no permaneciera fuera de su vigilancia.
En el aula de segundo año, César tenía dolor de
panza. Eran los nervios, seguro. Su padre no iba a
creerle una vez más lo de los discos, no de nuevo.
Como siempre ocurría, terminaría confesando la
verdad, aguantando el sermón sobre su pavez y
llorando en silencio ante la certeza de que el padre,
aunque severo como era, no se equivocaba.
El miedo siempre podía más que él. Quería ser
aceptado pero nunca encontraba la forma. Su
computadora en cambio, no le exigía nada, era tan
fácil relacionarse con ella, entenderla cada vez más. El
mouse en su mano, por momentos se presentaba
como lo más seguro de su reducido mundo.
Esos sinvergüenzas. Siempre abusando del
temor de los demás. Y al momento que alguien les
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 62 ~
hiciera algún tipo de reclamo, se acorazaban en el
grupo dando a entender que “sí te metés con uno te
metés con todos”. Intimidación que lograba que
cualquier querellante desistiera, dejando sin efecto
las supuestas quejas. Por pudor o por miedo, todos
evitaban “el Bautismo”, resignándose a tratarlos en
los términos que ellos pautaran.
Burlarse. Siempre burlarse. Reverendos hijos de
teros, que ponen el huevo en un lado y el grito en el
otro. No pueden comunicarse ni siquiera entre ellos,
jamás hablarán de lo que verdaderamente les pasa.
Nos distraen, se distraen pretendiendo no verse.
Conmoverse... Si acomodo un poco las letras, las
separo, las completo, quién sabe, quizás adivino algún
sentido, conmoverse es con moverse, moverse del
lugar, moverse con, conmoverse involucra a alguien
más, tal vez nos pase a solas, pero por referencia a
alguien. ¡Eso es! Conmoverse es COMO VERSE. Y eso
es lo que, precisamente, ellos no van a permitirse.
César, que tampoco era “el comunicativo” (al
menos no se la agarraba con el mundo externo), había
recibido su bautizo por añadidura, aquel día que
Marcela, la gordita del primero, rodó por el pasto. En
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 63 ~
ese momento él, no pudo más que dejar fluir su
impulso de ayudarla. Se apresuró a levantarla, tiró
con ambas manos de su brazo y la sacó del centro de
atención. Pero necesariamente tenían que pasar cerca
del círculo maldito. Entonces uno de ellos mencionó
en voz lo suficientemente alta para que pudiera ser
escuchado:
—A eso es lo que yo llamo una bola, la bola que
rueda, “La Gorda Bola”.
De inmediato, el resto festejó el nacimiento del
mote. Pero él no pudo con eso. No resistió y con un
tono de voz que hasta el momento desconocía les dijo:
—¡Déjenla en Paz! ¿¡No ven que es suficiente con
lo que acaba de pasarle!?
El fogonazo que lanzó César fue suficiente para
captar la atención de ellos.
—¿Y vos?, ¡qué te metés, “Cara ’e Cuis asustao”!
—incriminó William.
Listo. Archívese. Puesto el sello, registrado el
apodo. Tremenda sentencia hizo que desistiera de sus
ganas de ayudar a Marcela y mientras digería su
-
Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 64 ~
“alias” forzado que lo acompañaría hasta estos días, la
niña de entonces se esfumó entre la turba trepando
con desesperación las escaleras, buscando quedarse
sola hasta de sí misma.
La identidad, o más bien el despojo de ella, eso
compartían “La Gorda Bola” y “El Cara ’e Cuis”, o al
menos el día de iniciación en tamaño ultraje.
Marcela no entiende de modas ni de estilos, que
es lo que por estos ratos mantiene ocupada la cabeza
de sus compañeras. Sentadas en ronda adorando una
revista, viviendo vidas ajenas, así pasan las tardes
algunas de sus pares. Ella observa a Julieta, su amiga
de la infancia que siempre revolotea por diversos
grupos, dedicada en más de una ocasión a conciliar a
las partes que se enfrentan en sus disímiles mezclas,
incluso con Marcela siempre realiza estos intentos,
para que se integre, para que se acerque, pero con el
tiempo se ha resignado, sobre todo ante la posibilidad
de que su amiga en realidad se esté salvando de algo
que ella no se atreve a rechazar para no sentirse
rechazada.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 65 ~
Marcela adora de Julieta su ingenuidad tan
auténtica que por supuesto le ha valido el
sobrenombre de “Tortuga” en tanto, sabe que Juli
valora su grado de lealtad incondicional. Sonríe con el
recuerdo de ese día en que “La Ingenua Julieta4”
detonó su primera frase célebre, cansada de que se
mofaran de ella porque caía tarde en los chistes, les
gritó como si fuera una sentencia de muerte:
—¡Ya me van a extrañar cuando me avive!
La segunda inmortalización llegaría el día en que
en una clase de Matemáticas daban “tema nuevo”. Era
notorio que a todos les costaba entender, pero nadie
se animaba a avisarle a la maestra, fue cuando Julieta,
sin reparos levantó la mano y le dijo:
—Seño, ¿por qué mejor no me explica de nuevo,
pero a lo Billiken?
Ella se oculta en un libro. Al fondo del aula se
embriaga con el aroma a humedad que despide “La
Odisea” que le han prestado en la biblioteca. Se
4 Julieta existe, con otro nombre, y encontrarla nos hace
mejores personas, como le ocurrió a la autora.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 66 ~
regocija con la astucia de Penélope. Sueña con
aprender a esperar tiempos mejores tanto como
Penélope ha aprendido a disfrazar la espera de tejido
interminable.
Sus rulos castaños descansan en el hombro, hoy
se ha hecho la media cola con una hebilla artesanal, y
ha cambiado su dije de la suerte con forma de chupete
por un colgante con plumitas de faisán. Las
regordetas manos portan un anillo, la luna y el sol. El
perfil de la nariz es perfecto, recto, pequeño, elegante,
salpicada de algunas pecas extraviadas para el mate
de su piel. Marcela tiene humor, aguzada su ironía,
incluso su aspecto exterior soporta este ejercicio, es
sólo que no lo comparte, tan sólo lo autocomparte.
Imagina que los dioses que la han tomado como
protegida deben ser algunos “pesos pesados”, que
descansan en nubes gooooooorrrdaaas, y que volar o
correr a ayudarla cada vez que está en problemas, les
resulta más difícil y por eso es que a veces se siente
desprotegida. Pero ya estarán por llegar, esa es su
esperanza.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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La reunión cumbre ha comenzado. Ninguno ha
faltado. El esqueleto principal del, por esas horas, casi
macabro plan ya está listo. Lo demás lo irán viendo
sobre la marcha. El primer acercamiento hacia
Marcela será a través de una carta semi corta y
anónima, que ya se encuentra redactando “La
Chamu”, en colaboración de “Maruja” y la supervisión
de “Bayeno”.
“Marcela: espero no molestarte con mi idea de
escribirte, pasa que hablarte es muy difícil porque
pasás mucho tiempo encerrada en el aula, y para
desgracia mía no compartimos el mismo curso. Sé que
pensarás que esto es una broma porque yo pensaría lo
mismo, en eso nos parecemos y me gusta, pero no, no es
broma. Me gustaría charlar con vos, sos distinta, con
vos sé que podría, pero entiendo si no querés, porque yo
también soy tímido, no por nada me escondo detrás de
este papel escrito en computadora, al menos te pido que
me respondas por este medio, se me ocurre que
podemos poner un lugar secreto para dejarnos cartas,
hasta que nos animemos a vernos y charlar de frente, si
te parece yo propongo la calesita de plástico del
jardincito, que como está rota no la usan, y en un
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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costado tiene un hueco que permite esconder cosas. Yo
podría dejarte algo cada martes y propongo que vos me
dejés algo los jueves, bueno no sé si hablo solo como
loco, (¡bah!, escribo), eso lo comprobaré si me
respondés o no. Perdoname si te molesté, pero
necesitaba contarte esto. Un saludo. C C ”.
—Mañana, cuando la gorda vaya al baño, vos,
Clarita, te metés en tu aula, y le colocás el papel en la
carpeta de la materia que sigue luego del recreo.
Fue la orden que su hermano le dio a Clara.
Los amigos se despidieron llevando plasmada la
huella en el rostro de quien se retira con la
satisfacción de la tarea cumplida. Al día siguiente
empezaba el plan y cada uno en cierta forma
desempeñaría un rol para que todo funcionara según
sus designios.
Marcela se dio cuenta al instante que alguien
había modificado el estado de sus útiles, pero no
reparó en la carta hasta que abrió la carpeta para la
clase. Vio que se trataba de algo personal
definitivamente dirigido a ella, pero perseguida con el
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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hecho de que fuera una broma y hubiera muy cerca
alguien agazapado dispuesto a burlarse, sólo atinó a
abrir la carpeta y fingir que no había visto el papel. Así
transcurrió toda la última hora de clase.
Al llegar a su casa dejó la mochila en la habitación
no sin antes tomar con cierta prisa la carta para correr
al baño a averiguar su contenido.
El ritmo de su corazón se aceleró ante la novedad
y no pudo evitar ruborizarse un poco. El tono de la
carta era muy respetuoso pero hasta ese momento no
había caído en lo convencida que estaba de que nadie
podría fijarse en ella y por tanto en algún secreto
lugar se había exigido no fijarse en nadie. Menudo
problema este, porque ahora la lista de sospechosos
de la “audacia” (no resistió y se le escapó esa ironía
que la caracterizaba) era borrosa, amplia y
enmascarada. Definitivamente un papel tipeado en
computadora agrandaba las distancias.
Era miércoles, la carta hablaba de un jueves para
el contacto. No sabía qué hacer. Si mañana no daba
alguna señal y esto no era una broma, tal vez su
Odiseo no volvería a escribir o se sentiría despreciado
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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o quién sabe... Pero qué podría responderle, él parecía
conocerla un poco, pero ella le escribiría a la nada
misma. Cómo empezar... la idea ya le daba mucha
vergüenza, impulsándola a resistir, pero y si era una
buena persona su nuevo amigo, si tenía un poco de
cerebro y hasta capaz era un ser sensible de esos que
escasean. Una broma. Qué pasaba si era una broma, y
bueno nada. Una mancha más al tigre (“bien
alimentado, pero tigre al fin”, pensó con sorna), ¿qué
le hace, no? Tomó papel y lápiz pero se retrajo al
recordar que en la base del ropero de su madre había
una vieja máquina de escribir con la que ella jugaba a
la secretaria hace unos años. La usaría para no delatar
su letra hasta tanto él no la delatara.
“Hola CC: la verdad es que dudé mucho si
responder o no a tu carta pero no todos los días le
escriben a una, y menos a UNA, así que como me
pareció que el tono era respetuoso, al menos esta vez
para devolver la cortesía te contesto. Confieso que es
interesante esto de conocerse con alguien distinto, más
teniendo en cuenta que hay tantos trogloditas sueltos
que no saben cómo tratar con la gente, y entiendo lo de
tu timidez porque a mí también me pasa. Te percatarás
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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de que corrés con la ventaja de saber quién soy y cómo
soy; si sobreviste al impacto es porque algo diferente
debés tener o no te importan las apariencias. Bueno, no
quise aburrirte con Filosofía barata pero así soy...
Chaucito y que estés bien. ¡Ah!, y gracias por la
sorpresa. Marcela”.
La fase vigilancia había comenzado. El grupo
tenía tareas asignadas, la de “Afanancio” era
precisamente robarse cualquier señal de
correspondencia que viniera de la gorda. Finalmente,
“Afanancio” descubrió que en la calesita había
aparecido un papel celosamente doblado en forma de
pañuelo. Cuidando de que nadie lo viera, lo retiró y lo
hizo desaparecer hasta nuevo aviso.
Ya en casa de Carlitos, todos leían con ansiedad
la respuesta de Marcela y se reían incómodos ante la
calidez de la carta. “Bayeno” mantenía el ceño
fruncido como meditando cada una de las palabras
que la carta de la víctima profesaba, al tiempo que
pergeñaba la segunda parte del plan. Establecer
contacto con “El Cara ’e Cuis”, de eso se trataba ahora.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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Si eran ellos quienes interceptarían las
correspondencias, era absolutamente necesario que
en cada carta fuera incorporado algo de lo que en
realidad se contestarían pero un poco contaminado
por la creatividad del grupo, así lo explicó “Bayeno” y
todos estuvieron de acuerdo.
Manos a la obra.
“Hola César: supongo que te sorprenderá esta
carta pero aunque te cueste creerlo me animé a
escribirte porque sé que tenemos mucho en común,
empezando por nuestra timidez, pero también nuestra
sinceridad. Me gustaría conocerte, de a poco, pero
conocerte. ¿Qué te parece si para intentarlo me escondo
detrás de este papel escrito? Al menos te pido que me
respondás por este medio, se me ocurre que podemos
poner un lugar secreto para dejarnos cartas, hasta que
nos animemos a vernos y charlar de frente, si te parece
yo propongo la calesita de plástico del jardincito, que
como está rota, no la usan, y en un costado tiene un
hueco que permite esconder cosas, yo podría dejarte
algo cada viernes y propongo que vos me dejés algo los
lunes, bueno no sé si hablo sola como loca, (¡bah!,
escribo), eso lo comprobaré si me respondés o no.
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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Perdoname si te molesté, pero necesitaba contarte esto.
Un saludo. Chaucito, GB”.
Con una estrategia gemela llegó la carta hasta
César. Curiosamente la reacción fue parecida a la de
Marcela. Encerrado en su cuarto, se hallaba dudando
de la verosimilitud de ese papel pero algo muy interno
lo impulsaba a darle crédito. Quizás fueran las ganas
de sentir que algo así podía ocurrirle finalmente a él.
O esa utopía adolescente que permite creer que aún
en los peores momentos siempre aparece algo bueno,
quién sabe. Pero de manera palpable, a César se le
habían humedecido un tanto las manos por la
ansiedad con la que leía la carta, mientras resolvía si
responderla o no.
Finalmente primó la intriga de probar si eso era
cierto, si era una broma o un impulso de alguien que
a lo mejor por estas horas ya estaría arrepentida de
“su audacia y valentía”.
“Estimada GB: gracias por sorprenderme, tu idea
de conocernos me interesa, y me gustaría que
jugáramos un poco si te parece a contarnos cosas del
otro, hasta que nos animemos a vernos personalmente,
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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si querés empiezo yo así vos te animás también, aunque
por lo que veo vos corrés con la ventaja de saber quién
soy yo pero yo no, dame alguna pista, no sé, a qué curso,
vas, a qué división, qué música te gusta, qué soñás, no
te pregunto el signo y esas cosas porque en realidad me
molesta esa pregunta que la hagan y hacerla, ¿ves? Ahí
pudiste saber algo de mí, tampoco voy a averiguar
quiénes tienen tus iniciales porque respeto la decisión
de no decirme tu nombre, cuando tengas ganas lo harás
sola, bueno lo de los días para dejar correspondencia
me parece bien y además nos ahorramos el
estampillado, ¡ja!. Es raro todo esto pero se siente bien.
Chaucito, como decís vos. César.”
No tardó más de cinco minutos en retirar
“Afanancio” la carta de la calesita, ni bien la hubo
depositado César en el hueco según lo convenido.
El trabajo en equipo estaba sincronizado de
manera tal que cada vez que se retiraba una carta
otros se encargaban de hacer de campana vigilando a
quien remitía la misiva para que no pudiera volverse
a espiar quién era que retiraba las cartas y terminar
de una vez con el misterio. Pero esto no era tan
necesario porque aunque ellos no podían percibirlo,
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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estaban tratando con dos personas poco retorcidas
para andar persiguiendo gente y contradiciendo
voluntades.
Dejaron que las epístolas transitaran el patio del
jardincito, habían adquirido cierta habilidad para
transcribir lo necesario de cada carta real, descartar
los términos que no entendían por lo desconocido o
por el sentido poco claro, pero lo que más les
interesaba era imaginar el gran día. El día que “La
Gorda Bola” y “El Cara’e Cuis” se encontraran frente a
frente y ellos pudieran despanzarse de risa y
hacérselo saber a la frustrada parejita y, sobretodo,
contar por los pasillos, “Érase una vez una historia de
amor entre ‘La Gorda Bola’ y ‘El Cara’e Cuis’...” La sola
mención de la escena y más con el histrionismo que le
imprimía “Afanancio” lograba que volvieran las ganas
de sostener tremenda broma.
Sólo a “La Chamu”, a Clarita y a “Cachavacha” las
confundía por momentos la lectura de las cartas
reales, pero no podían mostrarse débiles ni
perturbadas porque correrían el riesgo de ganarse la
expulsión del grupo. Ni entre ellas lo comentaban,
pero una frágil lucecita interna las hacía anhelar que
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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alguien pudiera dirigirse a ellas en los términos que
“El Cara’e Cuis” le escribía a “La Gorda Bola”, y
envidiaban la elocuencia de las palabras de Marcela;
alguna hasta había fantaseado con el hecho de que si
en un futuro se enamoraba, le pediría a la gorda que
le ayudara para escribirle algo.
Cada vez se hacía más complicado sostener el
tono de la mentira. Era un “Amor Frankestein” porque
lo habían construido entre todos, sólo las víctimas
desconocían hasta aquí la oculta participación del
resto, pero sin darse cuenta, el grupo no lograba
destruir el sentido que Marcela y César le imprimían
a sus cartas, la torpeza de no entender algunas partes
los llevaba a veces a dejarlas como estaban, la
familiaridad de algunas frases y códigos que
transportaban las cartas y que es característica de
cuando dos seres empiezan a conocerse de manera
más profunda, invadían la cotidianeidad del grupo.
Palabras como “Lindo reversible”, “Manada de
mariposas” se filtraban en algunos de sus diálogos y,
cuando ocurría, todos se miraban con complicidad.
Marcela andaba como tonta, por la casa, por la
escuela, por la calle. Ella, que siempre reía de sólo
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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imaginarse que un mago intentaba hacerla levitar con
algún truco y que la varita mágica empezaba a
vencerse como resistiendo levantar tanto peso. Sin
embargo, sabía que no había por aquel entonces,
ningún mago cerca, pero ella flotaba, o al menos esa
sensación incorpórea la invadía todo el tiempo. Las
burlas de todos los días ya no le molestaban; de hecho
ni siquiera era capaz de mantener demasiado la
atención en eso porque otras cosas menos dañinas
ocupaban su mente. Su Odiseo tenía razón, no eran
simples mariposas en la panza, eran “manadas de
mariposas” lo que sentían por aquellos días. Pensaba
en esa frase que CC le había dicho sobre la belleza, ¿lo
habrá hecho porque tiene complejos o porque no es
superficial? Hay bellezas reversibles, por dentro o por
fuera se ven igual, yo no soy un lindo reversible
(mencionó en una carta CC) pero a esa altura la suerte
estaba echada.
Muchas veces pasaba por el árbol que amaneció
un día con una cicatriz prometida, para reparar en el
vestigio de ese amor que adolecía. “M y CC”
enmarcado en un corazón (un tanto cursi para su
gusto pero como sabía había sido tallado por él, lo
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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eximía de toda culpa). Pensaba que aunque nunca
llegaran a verse, (tenía esa tendencia a pensar
negativamente), ese álamo sería el testimonio de su
ilusión y eso la conformaba.
¿Qué hacía Marcela mirando aquél álamo? Le
daba vergüenza pasar cerca de un conocido que
pudiera descubrir su secreto. Pero el paraíso que
daba fe de su amor estaba a tres árboles de dónde se
encontraba la gordita, y forzosamente tenía que pasar
cerca de ella y saludarla con la educación
acostumbrada. Tomó impulso y emprendió la marcha,
saludó a Marcela con la cabeza y se acercó, con
disimulo, a su árbol para recargar energías con la
herida tallada, fresca de algunos días, que le hablaba
de amor. “C y GB”, enmarcada en un corazón (un tanto
cursi para su gusto pero como sabía había sido tallado
por ella, la eximía de toda culpa) y a decir verdad esa
impresión duraba sólo el segundo previo a que su
corazón acelerara los latidos y la manada de
mariposas emprendieran el revoloteo por su
estómago ante la sola mirada sobre el grabado que lo
acercaba a ella. Siempre pasaba en la tardecita por allí
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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y con el dedo índice recorría la cicatriz, buscando con
el gesto esperanzarse con la idea de que exactamente
allí estaban las manos de GB.
—Estuvo muy buena la idea de tallar los árboles
—dijo Maruja.
—Sí, eso nos da un tiempo para tramar el
encuentro final, porque es obvio que ya no se
aguantarán mucho más para conocerse.
—Pero el encuentro es inminente, porque en la
forma que visitan esos árboles, no faltará nada para
que empiecen a hablar entre ellos, y el otro día
coincidieron en una visita justo en una guardia mía —
dijo Elos—. No sé si es porque yo sé la verdad, pero
cuando se cruzaron temí que se dieran cuenta de todo
y se nos acabara la fiesta antes de tiempo.
“Mi Querida (qué formal, ¿no?): no sé vos, pero yo...,
bueno dejo de robar letra, ¿qué te parece si intentamos
vernos en el banco (único) que está cerca de nuestro
árbol, el viernes a eso de las 19 horas, estaré esperando,
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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y prometo no ofenderme si no llegás, o todavía no te
animás, las mariposas y yo sabremos comprenderte,
además sabés que TQ, T, tq, t... tq, t. Tq ++. César”.
Esta última comunicación no tuvo mayores
modificaciones, sólo cambiaron el nombre de César
por CC, y dejaron todos los TQ, T = “te quiero, tonta”,
y TQ ++ = “te quiero, más más”. La ansiedad de los
pichones de perversos creció ante la certeza de que
faltaban sólo tres días para el encuentro y debían
organizarlo todo, elegir los miradores que tuvieran la
doble función de esconder y mostrar cuando así lo
decidieran, ese sería el factor sorpresa para poder
provocar en los rostros de los falsos enamorados el
impacto, el desconcierto y la humillación de saberse
burlados, la orden de Carlitos sincronizaría la
aparición de todos a un tiempo, tenían tres días para
recorrer el viejo paseo al lado del Río Seco y asignar
los puestos de guerra.
Cuando Marcela retiró la última correspondencia
del improvisado buzón, descubrió con sorpresa que
era mucho más corta que las anteriores, pero al
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
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empaparse del contenido, entendió el porqué. Verse.
Iban a verse, a encontrarse, a ponerse un rostro y una
voz. A mirarse... La mirada, lo más importante para
ella en cualquier relación, ese espejo que nos refleja o
nos deforma. Finalmente sabrían si podían anclarse
en los sueños de otro. Descubrirían qué era más
permitido: si soportar la esperanza o renunciar a ella.
Iban a emborracharse de jazmines, aún cuando ni
siquiera hubieran florecido. Todo podrían definirlo,
incluso el final, y eso es lo que precisamente estaba
paralizándola; la idea de que terminara sólo por la
penosa convención de tener que verse personalmente
para imprimirle dimensión real.
No podía contestarle la carta, porque aún no
lograba contestarle ella al bullicio de un millar de
pensamientos y posibilidades cruzadas que la
trastornaban.
“No escribiré. Si voy a ir, iré, y si no, asumiré los
costos de mi cobardía”, se dijo.
—¡“Gorda Bola”! Si será imbécil, no escribió y no
podemos hacerlo nosotros porque si luego tiene un
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Cita a ciegas Mónica Gabriela Pereyra
~ 82 ~
impulso y la entrega fuera de fecha, se darán cuentan
de la superposición. Tendremos que esperar a
mañana viernes y que Dios nos ayude —dijo entre
lamentos “Afanancio” (el falso comunista), ante el
descubrimiento de la ausencia de correspondencia.
Desde las 18 horas cada uno de los mercenarios
del amor se encontraba en sus puestos. El viernes se
presentaba caluroso y el pasaje estaba perfectamente
pincelado por la primavera. Como ya sabían, gracias a
su afilada logística, a esa hora era poco y nada
transitado el lugar, o sea que al primer movimiento
hacia el banco sabrían que se trataba de ellos.
Fue César quien llegó unos cinco minutos antes
de lo acordado pero faltando al acuerdo de esperar en